El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina- Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí |
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LITURGIA DE LAS HORAS CORRESPONDIENTE AL LUNES SEMANA III DEL SALTERIO LECTIO DIVINA correspondiente al Lunes 3ª semana del Tiempo ordinario o 25 de enero, conmemoración de La conversión de San Pablo Saulo de Tarso, fariseo fanático, discípulo de Gamaliel, fue desde muy joven perseguidor de la Iglesia naciente. Pero, cuando iba camino de Damasco para traerse presos a Jerusalén a los cristianos, se le apareció Cristo, lo derribó del caballo y le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Saulo acabó respondiendo: «¿Señor, qué quieres que haga?» Entró en Damasco y allí lo bautizó Ananías. Ya convertido, volvió a Jerusalén para conocer a Pedro y luego marchó a Tarso, donde permaneció hasta que Bernabé fue a buscarlo y lo integró en la comunidad de Antioquía. Algún tiempo después comenzó su carrera de Apóstol de las Gentes.- Oración: Señor, Dios nuestro, tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del apóstol san Pablo, concede a cuantos celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LECTIO Primera lectura: Hechos de los apóstoles 22,3-16 En aquellos días, Pablo dijo al pueblo: 3 -Yo soy judío. Nací en Tarso de Cilicia, pero me eduqué en esta ciudad. Mi maestro fue Gamaliel; él me instruyó en la fiel observancia de la Ley de nuestros antepasados. Siempre he mostrado un gran celo por Dios, como vosotros hoy. 4 Yo perseguí a muerte este camino, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres. 5 Y de ello pueden dar testimonio el mismo sumo sacerdote y todos los miembros del consejo. Después de recibir de ellos mismos cartas para los hermanos, me dirigía a Damasco, con ánimo de traer a Jerusalén encadenados a los creyentes que allí hubiera, para que fueran castigados. 6 Iba, pues, camino de Damasco y, cuando estaba ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de repente brilló a mi alrededor una luz cegadora venida del cielo. 7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?». 8 Yo respondí: «¿Quién eres, Señor?». Y me dijo: «¡Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues!». 9 Los que venían conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. 10 Yo dije: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y vete a Damasco; allí te dirán \o que debes hacer». 11 Como no veía nada, debido al resplandor de aquella luz, entré en Damasco de la mano de mis compañeros. 2 Un cierto Ananías, hombre piadoso según la ley, bien acreditado ante todos los judíos que allí vivían, 13 vino a verme y me dijo: «Hermano Saúl, recobra la vista». Y en aquel mismo instante pude verlo. 14 El añadió: «El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad, para que veas al Justo y oigas su voz. 15 Porque has de ser testigo suyo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 No pierdas tiempo, ahora; levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre».
*•• Estamos ante uno de los tres relatos de la conversión de Pablo (cf. también Hch 9 y 26) con los que Lucas adorna la historia de la primitiva comunidad cristiana. En su carácter extraordinario, el acontecimiento de Damasco se articula en tres momentos. En primer lugar, el diálogo entre el Señor resucitado y Saulo de Tarso. Ambos personajes se comunican su identidad y se reconocen recíprocamente. Es un primer paso hacia el acuerdo posterior. Viene después el acontecimiento extraordinario de la conversión, que Lucas resume simplemente en una pregunta: «¿Qué debo hacer, Señor?» (v. 10). Saulo está ahora subyugado por el poder de Jesús, su salvador y maestro. Y sólo desea configurar por completo su vida según la voluntad y el proyecto del Resucitado. Al final, se encuentra la misión: el que ha conocido la voluntad de Dios y ha visto al Justo percibiendo la palabra de su misma boca, se vuelve ahora testigo de las cosas que ha visto y oído ante todos los hombres. Ser misionero es ahora el único modo de vivir para Pablo.
Evangelio: Marcos 16,15-18 En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once 15 y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura. 16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará. 17 A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, 18 agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.
** La liturgia aplica también a Pablo el mandato misionero que Jesús resucitado dirigió a los Once. Aunque Pablo no pertenece a los Doce, es verdadero y auténtico apóstol de Jesús: estas palabras también se dirigen a él. El Jesús resucitado enuncia, en primer lugar, un mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura» (v. 15). La orden no deja sitio a ninguna tergiversación. Pide sumisión y espera obediencia. Dios ha querido salvar a la humanidad por medio de unos colaboradores y Jesús tiene necesidad de misioneros testigos. El acontecimiento de la salvación -éste es el segundo dato- es fruto de la predicación y se lleva a cabo mediante el acto de fe del que escucha: «El que crea y se bautice se salvará» (v. 16a). Sin la escucha de la fe no hay ninguna posibilidad de salvarse (v. 16b). Dios, que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos sin nosotros. Las últimas palabras del Resucitado contienen, por último, una promesa, formulada en futuro (vv. 17ss): los beneficios que recibirán los creyentes, múltiples y extraordinarios, serán los signos a través de los cuales cada ser humano podrá reconocer la presencia consoladora de Dios en medio de nosotros.
MEDITATIO No acabamos nunca de ahondar en el conocimiento de Saulo-Paulo, incluso después de haber meditado una y otra vez sobre las páginas que hablan de él y las que escribió él mismo. Sin embargo, hay algo que aparece de inmediato con una gran evidencia: su itinerario de fe es símbolo del nuestro. Creer implica, ante todo, encontrar personalmente a una persona, al Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret. No se cree en una doctrina, en una fórmula, en un sistema, sino en una persona, la única digna de ser creída. La fe es un encuentro que no se agota en un momento determinado de nuestra propia vida, sino que continúa siempre, hasta la muerte. Quien encuentra a Jesús se da cuenta de que ya no puede vivir sin él y debe profundizar en su conocimiento personal. Del encuentro se pasa al diálogo: la fe es, precisamente, un encuentro entre personas inteligentes y libres. Por un lado, Dios se da a conocer en lo que es, revela su voluntad, da a conocer sus proyectos. De este modo, entabla el diálogo con todo el que está dispuesto a escuchar y a reaccionar. Por otro, el creyente, en la medida en que presta una escucha sincera y auténtica a la Palabra de Dios, se siente implicado en un diálogo que no se desarrolla sólo en torno a conceptos y verdades, sino que se entrelaza con experiencias, confidencias, comunión de vida. Se trata de un diálogo vital que implica a dos seres vivos y llega a una forma de vida cada vez más elevada. Ahora bien, la fe cristiana es también obediencia, sumisión, abandono total de la criatura al Creador, del hombre a Dios, del pecador al Justo. Para el creyente, obedecer no significa en absoluto abdicar de su propia libertad, ni siquiera de sus propios derechos; significa captar la infinita distancia que media entre él y su propio interlocutor y, al mismo tiempo, intuir que la adhesión a la voluntad de éste conduce a la plena y más satisfactoria realización de sí mismo. Semejante acto de abandono está sostenido por una promesa que no deja ningún espacio a la duda: cuando Dios promete, se compromete por completo en beneficio de su interlocutor, le llena el corazón de certezas sobrenaturales y abre ante él unos horizontes ilimitados. Por último, la fe cristiana se traduce en misión: el ejemplo de Pablo es claro y decisivo. No puede privatizarse un bien que, por su propia naturaleza, es comunitario. Quien ha recibido el don de la salvación en Cristo se siente impulsado íntimamente a darlo a los otros.
ORATIO Oh Padre, Dios de infinita bondad y misericordia, concédenos caminar fielmente, a ejemplo de san Pablo, por el camino que nos has abierto en Cristo Jesús. Haz, oh Dios, que nuestros caminos -como el de Saulo- se crucen con el tuyo, el que nos has indicado en Cristo, tu Hijo, y en el cristianismo. Que, como el apóstol Pablo, queramos caminar con Jesús y seguir sus pasos hasta que lleguemos a ti, meta última de nuestra vida, meta suspirada y esperada. Concédenos, oh Padre, andar juntos por este camino bendecido por ti, a fin de que ninguno de nosotros se pierda y nuestra comunión eclesial pueda ser, en el tiempo, signo manifestativo de aquella comunión que gozaremos junto a ti en la denudad bienaventurada.
CONTEMPLATIO «Y me llamó por su gracia» (Gal 1,15). Dios, quiere decir, le llamó por su virtud. Decía [el Señor] a Ananías: «íiste es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes» (Hch 9,15), es decir, es idóneo para ejercer el ministerio y para manifestar una obra tan grande. [El Señor] indica este motivo para la llamada, mientras que el apóstol afirma por doquier que todo deriva de la gracia y de la inefable bondad divina, expresándose en estos términos: «Y si encontré misericordia -no porque fuera digno de ella y la mereciera- fue para que en mí, el primero, manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna» (1 Tim 1,16). ¡Fíjate en su inmensa humildad! Por eso, dice, obtuvo misericordia, a fin de que nadie desesperara, dado que el peor entre todos los hombres había obtenido beneficio de la bondad divina (Juan Crisóstomo, Commento alia lettera ai Galati, Roma 21996, pp. 55ss [edición española: Comentario a la Carta a los Gálatas, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de san Pablo: «Para mí, la vida es Cristo, y el morir, una ganancia» (Flp 1,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El edificio espiritual construido por san Pablo, con su profundidad profética y sus escarpadas ascensiones, emerge alto sobre el plano de nuestra apacible piedad cristiana. ¿Quién fue este grande, que obró a la sombra de Uno inmensamente más grande que él? ¿Quién fue este atrevido pionero, este «errante entre dos mundos»? Dos ciudades ejercieron una influencia decisiva en el ciclo de su formación: Tarso y Jerusalén. «Soy un judío de Tarso de Cilicio...»: así se calificó Pablo ante el comandante romano cuando fue encarcelado. Dos corrientes de antigua civilización afluían, pues, y se fundían en él: la educación judía en familia y la formación griega que absorbía en la capital de su provincia natal, dotada de universidad. Está escrito, ciertamente, en los designios de la Providencia que este hombre, destinado a que en su vida actuara como misionero en medio de los paganos, debería recibir su primera educación en un centro mundial del paganismo. Aquel para quien ya no debería existir diferencia alguna entre judíos y paganos, entre griegos y bárbaros, entre libres y esclavos [cf. Col 3,11; 1 Cor 12,13), no debía nacer entre las idílicas colinas de Galilea, sino en el tumulto de un rico emporio comercial donde afluían y se mezclaban gentes de todas las naciones sometidas al Imperio romano.
«Soy de Tarso, una
ciudad no oscura de Cilicio».
Parece que se refleja en esta respuesta un sentimiento de genuino orgullo
griego por su propia ciudad de nacimiento. Tarso competía, en efecto, con
Alejandría y Atenas por la conquista del primado en el campo de la cultura;
en ella se elegían los maestros para los príncipes imperiales de Roma, y es
natural que un centro de cultura tan eminente influyera en la formación de
la personalidad del futuro apóstol... En Tarso dominaban la espiritualidad y
la lengua griega junto a las leyes romanas y a la austeridad de la sinagoga
judía (J. Holzner, ['Apostólo Pao/o, Brescia 21987 [edición española:
San Pablo, Editorial Herder, Barcelona 1989]).
Ant.
Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.
INVITATORIO
SALMODIA
LECTURA
BREVE
St 2, 12-13
RESPONSORIO
BREVE
CÁNTICO
EVANGÉLICO
ORACIÓN
Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros
cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según
tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación
ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
TERCIA, SEXTA, NONA
V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
LECTURA
BREVE
2Co 13, 11
CONCLUSIÓN
V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
SALMODIA
LECTURA
BREVE
St 4, 11-12
RESPONSORIO
BREVE
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi
humillación.
Magníficat Lc 1, 46-55
PRECES
ORACIÓN
CONCLUSIÓN
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. En este momento es oportuno hacer examen de conciencia o revisión de la jornada. Después, se prosigue con la fórmula siguiente:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor. V. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R.
Amén.
HIMNO
SALMODIA
RESPONSORIO
BREVE
CÁNTICO
EVANGÉLICO
Nunc dimittis Lc 2, 29-32
CONCLUSIÓN
Antífonas finales a la Santísima Virgen María
III |
LITURGIA DE LAS HORAS CORRESPONDIENTE AL DOMINGO SEMANA III DEL SALTERIO LECTIO DIVINA correspondiente al Domingo 3º del tiempo ordinario SAN FRANCISCO DE SALES. Obispo y doctor de la Iglesia, patrono de los periodistas. Hijo del marqués de Sales, nació en el castillo de Thorens (Saboya, Francia) el año 1566. Recibió una educación esmerada y se doctoró "in utroque iure" en Padua. Ordenado de sacerdote, trabajó intensamente por la renovación de la fe católica en su patria. Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con el clero y los fieles, tratando a todos con su proverbial dulzura, instruyéndolos en la fe con su palabra y sus escritos. Recondujo a la comunión católica a muchos, calvinistas y otros, que se habían separado de ella. En sus obras ascético-místicas propone una santidad fundada por entero en el amor de Dios, y accesible a todas las condiciones sociales. Fundó con santa Juana de Chantal la Orden de la Visitación. Murió en Lyón el 28 de diciembre de 1622, y el 24 de enero siguiente fue definitivamente sepultado en Annecy (Saboya).- Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LECTIO Primera lectura: Jonás 3,1-5.10 1 Por segunda vez el Señor se dirigió a Jonás y le dijo: 2 -Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama allí lo que yo te diré. 3 Jonás se levantó y partió para Nínive, según la orden del Señor. Nínive era una ciudad grandísima; se necesitaban tres días para recorrerla. 4 Jonás se fue adentrando en la ciudad y proclamó durante un día entero: «Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida». 5 Los ninivitas creyeron en Dios: promulgaron un ayuno y todos, grandes y pequeños, se vistieron de sayal. 10 Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el castigo con el que les había amenazado.
**• El texto del profeta ha sido elegido por el liturgista porque la predicación de Jonás y la respuesta de los ninivitas a su mensaje anticipan los motivos presentes en la demanda de conversión que acompaña al alegre anuncio de Jesús. Los ninivitas respondieron a la predicación de Jonás con una fe dócil y con un cambio radical de conducta, gracias a lo cual recibieron el perdón y encontraron el camino de la vida. He aquí, pues, un aspecto de la «señal de Jonás», de la que nos hablará el mismo Jesús (cf. Mt 12,38-40): la llamada a la necesidad de la conversión. El librito de Jonás sondea de una manera sorprendente este importante motivo. Se trata, en efecto, de una obra intrigante, de una especie de novela corta en la que el primero que debe convertirse de verdad es el mismo Jonás. Éste debe abandonar su propia política de huida ante la Palabra de Dios, que ofrece el anuncio de su misericordia incluso a los enemigos de Israel, para regenerarse profundamente (cf. la estancia en el vientre del pez), a fin de comprender los planes de Dios, hasta aceptar que el perdón alcanza incluso a Nínive, responsable de tanto sufrimiento para el pueblo de Israel. La cosa parece tanto más paradójica si tenemos presente que el profeta Jonás, entendido como personaje histórico, había profetizado exclusivamente a favor de Israel: «Jeroboán restableció las fronteras de Israel desde la entrada de Jamat hasta el mar Muerto, según había dicho el Señor, Dios de Israel, por medio de su siervo el profeta Jonás, hijo de Amitay, de Gat Jefer. Porque el Señor había visto la amarguísima aflicción de Israel, que alcanzaba a todos, esclavos y libres» (2 Re 14,25ss).
Segunda lectura: 1 Corintios 7,29-31 29 Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; 30 los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; 31 los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar.
**• Dos afirmaciones de principio enmarcan nuestro pasaje, dos afirmaciones que permiten aclarar la relación que el cristiano debe mantener con las realidades mundanas: «El tiempo se acaba» (v. 29), «la apariencia de este mundo está a punto de acabar» (v. 31). El tiempo se acaba. El apóstol habla también en otros lugares del «fin de los tiempos» ante el que se encuentra el cristiano (cf. 1 Cor 10,11). Al decir que el tiempo se acaba, Pablo no piensa en el tiempo en sentido cronológico, considerado como el fluir imparable de los instantes, sino más bien en el momento favorable, en el kairós, como ocasión repleta de nuevas oportunidades. Lo que pretende subrayar, más que una actitud de separación, de indiferencia respecto a las cosas, es que el tiempo ha sido «llenado» por la presencia de Cristo, de suerte que el tiempo de la vida del discípulo aparece concentrado, decisivo. La apariencia de este mundo está a punto de acabar. También este segundo principio hemos de leerlo en correspondencia con el precedente. ¿Qué es la apariencia de este mundo que está a punto de acabar? El término griego empleado es precisamente «esquema», esto es, una configuración privada de libertad, precisamente «esquemática». Se trata justamente de su configuración del mundo marcado por el pecado y por la muerte. No aparece, por tanto, ningún desconocimiento de la bondad del mundo creado por Dios, sino sólo un juicio dirigido contra esta precisa «configuración» que está a punto de acabar y está destinada a pasar (cf. Rom 8,18-22). Pablo no habla como un predicador apocalíptico que pretende infundir temor con la perspectiva del fin próximo de todas las cosas; su mensaje quiere ser más bien un mensaje de esperanza y de consuelo: el mundo, tal como aparece a nuestros ojos, con su sumisión al pecado y a la muerte, está marcado ya por la proximidad del mundo de Dios. Al cristiano se le pide que viva, permaneciendo vigilante, todas las realidades de esta tierra, asumiendo la perspectiva del «como si no», que se repite hasta cinco veces. Por una parte, el discípulo de Cristo debe ser capaz de tomar correctamente sus distancias respecto a las realidades en las que está inmerso -cosa que recuerda un tanto las posiciones de los estoicos- y, por otra, debe vivir todas las realidades y todo estado de vida participando en él con un estilo apropiado al señorío que ejerce Cristo sobre él {cf. 1 Cor 7,17-24).
Evangelio: Marcos 1,14-20 14 Después de que Juan fue arrestado, Jesús marchó a Galilea, proclamando la Buena Noticia de Dios. 15 Decía: -Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. 16 Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: -Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. 18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron. 19 Un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. 20 Jesús los llamó también, y ellos, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
**• El primer resumen del segundo evangelio nos brinda las coordenadas espacio-temporales de los comienzos de la misión de Jesús y sintetiza el contenido de la misma; sin embargo, para apreciar lo que Marcos nos dice sobre la predicación de Jesús, es bueno recordar que -hasta este punto de su escrito- el lector sólo conoce de Jesús dos cosas fundamentales: que Dios le ha declarado su Hijo amado en el bautismo en el Jordán y que, durante el período de prueba que ha venido después, Jesús ha permanecido fiel a su propia identidad de Hijo. En esa experiencia de la filiación reside el verdadero fundamento de la alegre noticia que Jesús difunde por los caminos de Galilea: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios» (v. 15). Si antes era la gente la que debía salir al desierto para escuchar al Bautista y hacerse bautizar (cf. Me 1,5), ahora es el mismo Jesús quien se dirige al lugar donde vive la gente, significando asimismo de este modo la venida de Dios a la humanidad. El hecho de que empiece por Galilea no se debe sólo a que ésta sea su tierra de origen, sino a que, dado su carácter de región con población mixta, Galilea representa una especie de puente entre Israel y los gentiles. Intuimos así el horizonte universal al que quiere extenderse el señorío de Dios, ese «Reino de Dios» que, para Jesús, no es ni una teocracia ni una nueva moral o una religiosidad más celosa, sino el encuentro de Dios con la humanidad. En consecuencia, lo que pide a quienes le escuchan no es tanto la observación de una serie de normas como, antes que nada, creer y convertirse. Creer es la certeza de que la venida de Dios es verdaderamente «Evangelio», es decir, noticia capaz de dar alegría. Este asentimiento se establece dando una forma nueva al ser y al obrar, como indica el otro verbo: convertirse Esto último supone cambiar no sólo el modo de obrar, sino también el de pensar y desear (metanoéin = «cambiar de mente»). El verbo arameo que subyace (shübh) es más concreto todavía y sugiere la idea de una inversión del camino o, mejor aún, de un «retorno». Viene, a continuación, el doble relato de la llamada de los primeros discípulos (vv. 16-20), de las dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan. El Reino que anuncia Jesús convoca al pueblo de Dios al tiempo de la salvación. De estos estilizados relatos de vocación se desprende claramente que sólo se pide a los discípulos una obediencia pronta, no una cualidad humana particular. Todo su camino posterior será un seguir a Jesús, descubriendo lo que ha hecho de ellos sin mérito por su parte, aunque exigiéndoles su disponibilidad, que se manifiesta sobre todo en el desprendimiento de todo cuanto poseen y de todo lo que han sido hasta ese momento (vv. 18.20).
MEDITATIO El Evangelio es la buena noticia de que el Padre nos ama locamente. ¿Qué hemos de hacer entonces? Dios no nos pide cosas grandes, hiperbólicas, sino, simplemente, cambiar de vida, volver a él. Convertirse no es sólo cesar de hacer el mal -como pedía Jonás a los ninivitas-, sino reconocer en nuestras dificultades al Dios cercano a nosotros, que nos ama aun cuando las cosas no vayan como nosotros quisiéramos. Así pues, para convertirse es preciso saber apreciar nuestro tiempo como el kairós que Dios nos da, como el «tiempo oportuno» que se ofrece a nuestro presente. Todo es provisional, aunque no el sentido profundo de la realidad que la fe nos presenta. Apropiarnos de la gran oportunidad de llegar a ser hijos de Dios es saber hacerse con la ocasión propicia, es creer en el Evangelio del Reino, evitando detenernos en cosas inútiles, transitorias, sin someternos a los «esquemas» mundanos que nos aprisionan. Jesús también viene hoy, misteriosamente, a buscarnos a nosotros, que nos encontramos con un horizonte de vida comparable al que tenían delante los primeros que fueron llamados, unos hombres encerrados en su trabajo de echar las redes y arreglarlas después. Así pues, también nosotros, como los cuatro primeros discípulos, debemos convertirnos a él, reconociendo su paso por nuestra vida y la invitación incesante que nos hace para que le sigamos. Convertirnos en discípulos suyos supone renovar cada día nuestra opción por él, buscando dentro de nuestra historia esa voz suya que nos llama desde siempre. Así, entramos en la historia de la exaltadora promesa del «os haré pescadores de hombres», que no se agota a buen seguro en la tarea del ministerio eclesial, sino que coincide con la experiencia de todo cristiano auténtico. He aquí, por tanto, la rebosante alegría de la pesca mesiánica, que supone arrancar a la humanidad de las aguas venenosas del mal, para llevarla al refugio seguro en la vida del Reino. Indudablemente, ninguno de nosotros puede «salvar» a otro hombre, pero todos podemos colaborar con Jesús en el trabajo de echar las redes del Evangelio, a fin de que las personas disponibles se agarren a ellas y renazcan a la vida nueva.
ORATIO Señor Jesús, tú me llamas a la conversión, a saber aprovechar el tiempo oportuno que se me ha concedido. No me pides que huya de mis responsabilidades en el presente, sino que dirija mis opciones a lo que es conveniente para mi vida espiritual y me mantiene unido a ti, Señor, sin distracciones. Con tu ayuda, deseo mantener mi corazón indiviso, consagrado a ti, en el estado de vida en el que me has llamado. En efecto, quiero agradarte, porque comprendo que esto es lo único de lo que verdaderamente vale la pena preocuparse, con la determinación de tender con todas mis energías a ti, Dios mío, mi único fin. La «alegre noticia» de tu venida a nuestra humanidad alegra profundamente mi corazón y me hace vivir la conversión no como un esfuerzo frustrante, sino como la aventura de la reconquista de la verdadera libertad a la que me has llamado. Señor, deseo llegar a ser verdaderamente libre, para poder recibir tu llamada y responder con prontitud y generosidad, como tus primeros discípulos. Es hermoso poder escucharte, seguirte y servirte. Que tu gracia lleve a cumplimiento la obra buena que has iniciado en mí.
CONTEMPLATIO Me he sacudido de encima todas las pasiones, desde que me enrolé con Cristo, y ya no me atrae nada de lo que es agradable y buscan los otros: no me atrae la riqueza, que te arrastra a lo alto y te arrolla; ni los placeres del vientre o la embriaguez, madre de la arrogancia; ni los vestidos suaves y vaporosos, ni el esplendor y la gracia de las gemas, ni la fama seductora, ni el perfume afeminado, ni los aplausos de la gente y del teatro, que desde hace mucho tiempo habíamos abandonado a quien los quiera. No me atrae nada de lo que tiene su origen en la pecaminosa degustación que nos ha arruinado. En cambio, reconozco la gran simpleza de los que se dejan dominar por estas cosas y permiten que la nobleza de su alma sea devastada por tales mezquindades; todos ellos se entregan a realidades fugaces como si fueran realidades estables y duraderas (Gregorio Nacianceno, Alabanza de san Cipriano, 3).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Convertios y creed en el Evangelio» (Mc 1,15b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención [...] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.
Los primeros
discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la
misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas.
Así debe marcar también la nuestra (G. Gutiérrez, Condividere la Parola,
Brescia 1996, pp. 170ss).
V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
INVITATORIO
SALMODIA
LECTURA BREVE
Ez 37, 12b-14
RESPONSORIO BREVE
CÁNTICO EVANGÉLICO
Benedictus Lc 1, 68-79
Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto, nos atrevemos a decir:
ORACIÓN
Dios todopoderoso y eterno, ayúdanos
al llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia
frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Que vive y reina
contigo.
CONCLUSIÓN
TERCIA, SEXTA, NONA
V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
SALMODIA
LECTURA BREVE
Rm 8, 15-16
ORACIÓN
V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
HIMNO
LECTURA BREVE
1P 1, 3-5
RESPONSORIO BREVE CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Inmediatamente los discípulos
dejaron las redes y siguieron a Jesús.
PRECES
ORACIÓN
CONCLUSIÓN
DESPUÉS
DE LAS SEGUNDAS VÍSPERAS
DEL DOMINGO Y DE LAS SOLEMNIDADES V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. EXAMEN DE CONCIENCIA En este momento es oportuno hacer examen de conciencia o revisión de la jornada. Después, se prosigue con la fórmula siguiente:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor. V. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R.
Amén.
HIMNO
I
RESPONSORIO BREVE
Antífonas finales a la Santísima Virgen María
III
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