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OFICIO DE LECTURAS (VIGILIAS / MAITINES)

PROPIO DE LOS SANTOS DEL MES DE ENERO

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

Oficio de Lecturas

DÍA SANTORAL MEMORIA
2 San Basilio Magno y San Gregorio de Nacianzo, obispos y doctores de la Iglesia Memoria
7 San Raimundo de Peñafort, presbítero Memoria libre
9 San Eulogio de Córdoba, presbítero y mártir Memoria libre
10 San Gregorio de Nisa, obispo Memoria libre
13 San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia Memoria libre
15 San Plácido y San Mauro, discípulos de San Benito Memoria
17 San Antonio, abad Memoria
20 San Fructuoso, obispo y mártir, y sus diáconos Santos Augurio y Eulogio, mártires Memoria libre
20 San Fabián, papa y mártir Memoria libre
20 San Sebastián, mártir Memoria libre
21 Santa Inés, virgen y mártir Memoria
22 San Vicente, diácono y mártir Memoria
23 San Ildefonso, obispo Memoria libre
24 San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia Memoria
25 La Conversión del apóstol San Pablo Fiesta
26 Santos Roberto, Alberico y Esteban, abades de Cîteaux Memoria libre
27 Santos Timoteo y Tito, obispos Memoria libre
27 Santa Ángela de Mérici, virgen Memoria libre
28 Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia Memoria
31 San Juan Bosco, presbítero Memoria

 

ENERO

2 de enero

SAN BASILIO MAGNO
Y SAN GREGORIO DE NACIANZO
OBISPOS Y DOCTORES DE LA IGLESIA

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 43, en alabanza de Basilio Magno (15.16-17.19-21: PG 36, 514-523)

Como si una misma alma sustentase dos cuerpos

Nos habíamos encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.

En aquellas circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que había con-seguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Este fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa, de nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro.

Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta, vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ese fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud; y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y, así como otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre.



7 de enero

SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT
PRESBÍTERO

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

De una carta de san Raimundo de Peñafort (Monumenta Ordinis Praedicatorum Historica 6, 2, Roma 1901, pp. 84-85)

Que el Dios del amor y de la paz
purifique vuestros corazones

Si todos los que quieren vivir religiosamente en Cristo Jesús han de sufrir persecuciones, como afirma aquel apóstol que es llamado el predicador de la verdad, no engañando, sino diciendo la verdad, a mí me parece que de esta norma general no se exceptúa sino aquel que no quiere llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa.

Pero vosotros de ninguna forma debéis de ser contados entre el número de éstos, cuyas casas se encuentran pacificadas, tranquilas y seguras, sobre los que no actúa la vara del Señor, que se satisfacen con su vida y que al instante serán arrojados al infierno.

Vuestra pureza y vida religiosa merecen y exigen, ya que sois aceptos y agradables a Dios, ser purificadas hasta la más absoluta sinceridad por reiteradas pruebas. Y, si se duplica e incluso triplica la espada sobre vosotros, esto mismo hay que considerarlo como pleno gozo y signo de amor.

La espada de doble filo está constituida, por fuera, por las luchas y, por dentro, por los temores; esta espada se duplica o triplica, por dentro, cuando el maligno inquieta los corazones con engaños y seducciones. Pero vosotros conocéis bastante bien estos ataques del enemigo, pues de lo contrario no hubiera sido posible conseguir la serenidad de la paz y la tranquilidad interior.

Por fuera, se duplica o triplica la espada cuando, sin motivo, surge una persecución eclesiástica sobre asuntos espirituales; las heridas producidas por los amigos son las más graves.

Esta es la bienaventurada y deseable cruz de Cristo que el valeroso Andrés recibió con gozo, y que, según las palabras del apóstol Pablo, llamado instrumento de elección, es lo único en que debemos gloriarnos.

Contemplad al autor y mantenedor de la fe, a Jesús, quien, siendo inocente, padeció por obra de los suyos, y fue contado entre los malhechores. Y vosotros, bebiendo el excelso cáliz de Jesucristo, dad gracias al Señor, dador de todos los bienes.

Que el mismo Dios del amor y de la paz pacifique vuestros corazones y apresure vuestro camino, para que, protegidos por su rostro, os veáis libres mientras tanto de las asechanzas de los hombres, hasta que os introduzca y os trasplante en aquella plenitud donde os sentaréis eternamente en la hermosura de la paz, en los tabernáculos de la confianza y en el descanso de la abundancia.



9 de enero

SAN EULOGIO DE CÓRDOBA
PRESBÍTERO Y MÁRTIR

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Eulogio de Córdoba, Documento del martirio (25, epílogo: PL 115, 834)

El Señor nos ayuda en la tribulación
y nos da fortaleza en los combates

El malestar en que vivía la Iglesia cordobesa por causa de su situación religiosa y social hizo crisis en el año 851. Aunque tolerada, se sentía amenazada de extinción, si nó reaccionaba contra el ambiente musulmán que la envolvía. La represión fue violenta, y llevó a la jerarquía y a muchos cristianos a la cárcel y, a no pocos, al martirio.

San Eulogio fue siempre alivio y estímulo, luz y esperanza para la comunidad cristiana. Como testimonio de su honda espiritualidad, he aquí la bellísima oración que él mismo compuso para las santas vírgenes Flora y María, de la que son estos párrafos:

«Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de los que te aman: Inflama, con el fuego de tu amor, nuestro corazón y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que, iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo momento, con pureza de intención y con deseo sincero.

Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú, Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el pesado yugo de Egipto, y deshiciste al Faraón y a su ejército en el mar Rojo, para gloria de tu nombre.

Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y manténnos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte.

Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras, también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y, aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta ti.

No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad, que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercitado limpiamente su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti, debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos anima.

Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad, llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que, mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de los vivos.

Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén».

San Eulogio, que alentó a todos sus hijos en la hora del martirio, hubo de morir a su vez, reo de haber ocultado y catequizado a una joven conversa, llamada Leocricia.


 


10 de enero

SAN GREGORIO DE NISA, OBISPO

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Vida de Moisés (PG 44, 401428)

Deseo de la visión de Dios

El gran Moisés, iniciada la ascensión de aquella escala en cuya cima se encuentra Dios, no cesó jamás de ascender, negándose a poner límites a su ascensión hacia las alturas, sino que subía sin parar, escalón a escalón sir detenerse nunca, en vistas a conseguir un escalón siempre más elevado. Y así, después de haber logrado cotas tan elevadas, arde todavía con un deseo tan insaciable que, juzgando insuficiente aquello de que siempre gozaba, ruega a Dios que se le manifieste no en la medida de su propia capacidad, sino como él es en sí mismo.

Pienso que se hallaba poseído de un deseo tan grande y ardiente de la belleza esencial, avivado en la visión, que hubiera sido materialmente imposible no verse impulsado a dar el salto de lo que ya había comprendido a lo que todavía le restaba por comprender. Amante de la suprema belleza y considerando las cosas ya vistas como imagen de los bienes que continuaban siéndole invisibles, aspira a saciarse de la figura del arquetipo. Y tal es la petición audaz y que escala la montaña del deseo: contemplar la belleza no como en un espejo de adivinar, sino cara a cara. La voz divina le concede lo que pide al mismo tiempo que se lo niega, desvelándole en pocas palabras un inmenso abismo de verdad: la munificencia divina le otorga el cumplimiento de su deseo, pero sin prometerle la cesación o la saciedad del mismo. Pues ninguno puede ver con tal plenitud a Dios que, después de haberle visto, deje de anhelar su visión. En esto consiste, en efecto, la verdadera visión de Dios: en que después de haberlo visto, jamás deja de desearlo.

Ahí tienes, en esta breve meditación, mi parecer relativo a la perfección de una vida loablemente vivida. Te he hablado de la vida de Moisés como de un modelo de perfección, para que cada uno de nosotros, mediante la imitación de sus obras, logre reproducir en sí mismo la imagen de la belleza que nos ha sido propuesta. Que Moisés haya conseguido toda la perfección que al hombre le es dado alcanzar, nos lo asegura el testimonio de la voz divina que dice: Te he conocido por tu nombre. El Señor mismo lo proclama «amigo de Dios».

Además, cuando Dios, airado, quería destruir a todos a causa de los pecados del pueblo y Moisés afirmó que prefería morir con el pueblo antes que vivir sin él, entonces Dios se calmó para plegarse a los deseos del amigo. Todo lo cual demuestra que Moisés había escalado la montaña de la humana perfección.

Habiéndonos propuesto investigar en qué consistía la perfección de la vida humana, y puesto que, en la medida de lo posible, hemos logrado esta meta propuesta, no nos queda más que vivir conforme a este modelo. Y trasladando a la vida lo que de más sublime nos presenta la historia que ya conocemos, podamos ser conocidos por Dios y ser sus amigos.

En esto consiste la perfección: en no abandonar los vicios por el temor de la pena, como los esclavos, ni en practicar la virtud por la esperanza de la recompensa prometida, traficando con la vida virtuosa con mentalidad interesada y calculadora; sino, planeando sobre los bienes que nos reserva la esperanza, temer una sola cosa: perder la amistad divina; y aspirar a una sola cosa digna y apetecible: la amistad con Dios. A mi juicio, sólo de este modo alcanzará la perfección la vida humana. Cuando esta perfección haya sido un logro, el espíritu elevado tenderá hacia las cosas verdaderamente grandes y divinas. Será una ventaja para todos en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


 

13 de enero

SAN HILARIO 
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 1, 37-38: PL 10, 48-49)

Te serviré predicándote

Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte predicándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucristo es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unicidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apostoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti.



15 de enero

SAN PLÁCIDO Y SAN MAURO
DISCÍPULOS DE NUESTRO PADRE SAN BENITO

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Libros de los Diálogos (Lib 11, 3.7: PL 66, 140.146)

Dos jóvenes de buenas esperanzas

Comenzaron por entonces a frecuentarle algunas personas nobles y religiosas de la ciudad de Roma, que le confiaron sus hijos para que los educara en el temor del Dios todopoderoso. Fue por aquellas fechas cuando Evicio y el patricio Tértulo le encomendaron sus hijos, Mauro y Plácido, dos jóvenes de buenas esperanzas. De éstos, Mauro, muy joven todavía pero dotado de buenas costumbres, comenzó a ser el colaborador del maestro; Plácido estaba todavía en la edad infantil.

Cierto día, mientras el venerable Benito estaba en su celda, el mencionado niño Plácido, monje del santo varón, salió a sacar agua del lago. Y al sumergir incautamente elcántaro que llevaba en el agua, cayó también él tras el cántaro. En seguida lo arrastró la corriente, alejándole casi un tiro de flecha de la orilla, lago adentro. El varón de Dios, aunque encerrado en su celda, tuvo noticia inmediata del hecho, y llamando al momento a Mauro le dijo: «Hermano Mauro, corre, que el niño que ha salido a sacar agua ha caído al lago, y la corriente lo arrastra ya muy lejos». Cosa admirable y nunca vista desde el apóstol Pedro: porque pedida y recibida la bendición, Mauro marchó presuroso y, creyendo caminar por tierra, corrió sobre las aguas hasta el lugar donde estaba el niño zarandeado por la corriente, y cogiéndolo por los cabellos regresó raudo a la orilla. Apenas tocó tierra firme, vuelto en sí y mirando hacia atrás, cayó en la cuenta de que había corrido sobre las aguas, y lo que nunca pensó poder hacer, admirado y tembloroso lo contempló como un hecho.

Vuelto donde el padre, le contó lo sucedido. Pero el venerable varón Benito empezó a atribuir el milagro no a sus méritos, sino a la obediencia del discípulo. Mauro, por el contrario, sostenía que el prodigio era obra exclusiva del mandato del padre y que él nada tenía que ver en aquel milagro que inconsciente había realizado. Pero en esta amistosa contienda de mutua humildad, intervino como árbitro el niño que había sido salvado, diciendo: «Al ser sacado yo de las aguas, veía sobre mi cabeza la melota del abad y me parecía que era él el que me sacaba de las aguas».

Pedro: —Portentosas son las cosas que narras y van a servir de edificación para muchos. De mí sé decir, que cuanto más bebo de los milagros de este santo varón, más sed de ellos siento.



17 de enero

SAN ANTONIO, ABAD

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio (2-4: PG 26, 842-846)

La vocación de san Antonio

Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.

Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego vente conmigo».

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«No os agobiéis por el mañana».

Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó stf` hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación: en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió enfrente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.

Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.

Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.


 

20 de enero

SAN FRUCTUOSO, OBISPO Y MÁRTIR
Y SUS DIÁCONOS, SANTOS AUGURIO
Y EULOGIO, MÁRTIRES

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 273, en el día de los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio (2-3.9: PL 38, 1248-1249. 1252)

Honrar a los mártires es honrar a Dios

Bienaventurados los santos, en cuya memoria celebramos el día de su martirio: ellos recibieron la corona eterna y la inmortalidad sin fin a cambio de la vida corporal. Y a nosotros nos dejaron, en estas solemnidades, su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires, nos alegramos y glorificamos en ellos a Dios, y no sentimos dolor porque hayan muerto. Pues, si no hubieran muerto )or Cristo, ¿acaso hubieran vivido hasta hoy? ¿Por qué no podía hacer la confesión de la fe lo que después haría la enfermedad?

Admirable es el testimonio de san Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, el santo respondió:

«Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente».

¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda; recordadlo ahora conmigo:

«Yo debo orar por la Iglesia católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquella por quien pido en mi oración».

Y ¿qué diremos de aquello otro del santo diácono que fue martirizado y coronado juntamente con su obispo? El juez le dijo:

«¿Acaso tú también adoras a Fructuoso?».

Y él respondió:

«Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Fructuoso».

Con estas palabras, nos exhorta a que honremos a los mártires y, con los mártires, adoremos a Dios.

Por lo tanto, carísimos, alegraos en las fiestas de los santos mártires, mas orad para que podáis seguir sus huellas.


 

El mismo día 20 de enero

SAN FABIÁN, PAPA Y MÁRTIR

Memoria libre

SECUNDA LECTURA

De las cartas de san Cipriano de Cartago, y de la Iglesia de Roma, sobre el martirio de san Fabián (Cartas 9, 1; 8, 2-3: CSEL 3, 488-489.487-488)

Fabián nos da ejemplo de fe y de fortaleza

San Cipriano, al enterarse con certeza de la muerte del papa Fabián, envió esta carta a los presbíteros y diáconos de Roma:

«Hermanos muy amados: Circulaba entre nosotros un rumor no confirmado acerca de la muerte de mi excelente compañero en el episcopado, y estábamos en la incertidumbre, hasta que llegó a nosotros la carta que habéis mandado por manos del subdiácono Cremencio; gracias a ella, he tenido un detallado conocimiento del glorioso martirio de vuestro obispo y me he alegrado en gran manera al ver cómo su ministerio intachable ha culminado en una santa muerte.

Por esto, os felicito sinceramente por rendir a su memoria un testimonio tan unánime y esclarecido, ya que, por medio de vosotros, hemos conocido el recuerdo glorioso que guardáis de vuestro pastor, que a nosotros nos da ejemplo de fe y de fortaleza.

En efecto, así como la caída de un pastor es un ejemplo pernicioso que induce a sus fieles a seguir el mismo camino, así también es sumamente provechoso y saludable el testimonio de firmeza en la fe que da un obispo».

La Iglesia de Roma, según parece, antes de que recibiera esta carta, había mandado otra a la Iglesia de Cartago, en la que daba testimonio de su fidelidad en medio de la persecución, con estas palabras:

«La Iglesia se mantiene firme en la fe, aunque algunos atenazados por el miedo –ya sea porque eran personas distinguidas, ya porque, al ser apresados, se dejaron vencer por el temor de los hombres—, han apostatado; a estos tales no los hemos abandonado ni dejado solos, sino que los hemos animado y los exhortamos a que se arrepientan, para que obtengan el perdón de aquel que puede dárselo, no fuera a suceder que, al sentirse abandonados, su ruina fuera aún mayor.

Ved, pues, hermanos, que vosotros debéis obrar también de igual manera, y así los que antes han caído, al ser ahora fortalecidos por vuestras exhortaciones, si vuelven a ser apresados, darán testimonio de su fe y podrán reparar el error pasado. Igualmente debéis poner en práctica esto que os decimos a continuación: si aquellos que han sucumbido en la prueba se ponen enfermos y se arrepienten de lo que hicieron y desean la comunión, debéis atender a su deseo. También las viudas y necesitados que no pueden valerse por sí mismos, los encarcelados, los que han sido arrojados de sus casas deben hallar quien los ayude; asimismo los catecúmenos, si les sorprende la enfermedad, no han de verse defraudados en su esperanza de ayuda.

Os mandan saludos los hermanos que están en prisión, los presbíteros y toda la Iglesia, la cual vela con gran solicitud por todos los que invocan el nombre del Señor. Y también os pedimos que, por vuestra parte, os acordéis de nosotros».


 

El mismo día 20 de enero

SAN SEBASTIÁN, MÁRTIR

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Cap 20, 43-45.48: CSEL 62, 466-468)

Testimonio fiel de Cristo

Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Muchas son las persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso el que haya muchos perseguidores, ya que entre esta gran variedad de persecuciones hallarás más fácilmente el modo de ser coronado.

Pongamos como ejemplo al mártir san Sebastián, cuyo día natalicio celebramos hoy.

Este santo nació en Milán. Quizá ya se había marchado de allí el perseguidor, o no había llegado aún a aquella región, o la persecución era más leve. El caso es que` Sebastián vio que allí el combate era inexistente o muy tenue.

Marchó, pues, a Roma, donde recrudecía la persecución por causa de la fe; allí sufrió el martirio, allí recibió la corona consiguiente. De este modo, allí, donde había llegado como transeúnte, estableció el domicilio de la eternidad permanente. Si sólo hubiese habido un perseguidor, ciertamente este mártir no hubiese sido coronado.

Pero, además de los perseguidores que se ven, hay otros que no se ven, peores y mucho más numerosos.

Del mismo modo que un solo perseguidor, el emperador, enviaba a muchos sus decretos de persecución y había así diversos perseguidores en cada una de las ciudades y provincias, así también el diablo se sirve de muchos ministros suyos que provocan persecuciones, no sólo exteriores, sino también interiores, en el alma de cada uno.

Acerca de estas persecuciones, dice la Escritura: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. Se refiere a todos, a nadie exceptúa. ¿Quién podría considerarse exceptuado, si el mismo Señor soportó la prueba de la persecución?

¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús! También el Apóstol sabe de este martirio y de este testimonio fiel de Cristo, pues dice: Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia.



21 de enero

SANTA INÉS, VIRGEN Y MÁRTIR

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre las vírgenes (Lib caps 2.5.7-9: PL 16 (ed. 1845), 189-191)

No tenía aún edad de ser condenada pero estaba ya madura para la victoria

Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, Imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y, si distraídamente se pinchan con una aguja, se ponen a llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo; coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aun dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor dela naturaleza puede nacer que sean superadas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:

«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero».

Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.


 


22 de enero

SAN VICENTE, DIÁCONO Y MÁRTIR

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 276 (1-2: PL 38, 1256)

Vicente venció en aquel
por quien había sido vencido el mundo

A vosotros se os ha concedido la gracia —dice el Apóstol— de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él.

Una y otra gracia había recibido el diácono Vicente; las había recibido y, por esto, las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo hubiera podido tenerlas? En sus palabras tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.

Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios y, si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo.

Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo, el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es quien equipa a sus huestes con las armas espirituales, quien les enseña el modo de luchar, quien les suministra su ayuda, quien les promete el remedio, quien, habiendo dicho a sus discípulos: En el mundo tendréis luchas, añade inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor: Pero tened valor: yo he vencido al mundo.

¿Por qué admirarnos, pues, amadísimos hermanos, de que Vicente venciera en aquel por quien había sido vencido el mundo? En el mundo —dice— tendréis luchas; se lo dice para que estas luchas no los abrumen, para que en el combate no sean vencidos. De dos maneras ataca el mundo a los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos. No dejemos que nos domine el propio placer, no dejemos que nos atemorice la ajena crueldad, y habremos vencido al mundo.

En uno y otro ataque sale al encuentro Cristo, para que el cristiano no sea vencido. La constancia en el sufrimiento que contemplamos en el martirio que hoy conmemoramos es humanamente incomprensible, pero la vemos como algo natural si en este martirio reconocemos el poder divino.

Era tan grande la crueldad que se ejercitaba en el cuerpo del mártir y tan grande la tranquilidad con que él hablaba, era tan grande la dureza con que eran tratados sus miembros y tan grande la seguridad con que sonaban sus palabras, que parecía como si el Vicente que hablaba no fuera el mismo que sufría el tormento.

Es que, en realidad, hermanos, así era: era otro el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a sus testigos, en el Evangelio, al prepararlos para semejante lucha. Había dicho, en efecto: No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Era, pues, el cuerpo de Vicente el que sufría, pero era el Espíritu quien hablaba, y, por estas palabras del Espíritu, no sólo era redargüida la impiedad, sino también confortada la debilidad.



23 de enero

SAN ILDEFONSO, OBISPO

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Ildefonso de Toledo, Libro sobre el conocimiento del bautismo (Caps 15-16: PL 96, 117-118)

En el bautismo, Cristo es quien bautiza

Vino el Señor para ser bautizado por el siervo. Por humildad, el siervo lo apartaba, diciendo: Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Pero, por justicia, el Señor se lo ordenó, respondiendo: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.

Después de esto, declinó el bautismo de Juan, que era bautismo de penitencia y sombra de la verdad, y empezó el bautismo de Cristo, que es la verdad, en el cual se obtiene la remisión de los pecados, aun cuando no bautizase Cristo, sino sus discípulos. En este caso, bautiza Cristo, pero no bautiza. Y las dos cosas son verdaderas: bautiza Cristo, porque es él quien purifica, pero no bautiza, porque no es él quien baña. Sus discípulos, en aquel tiempo, ponían las acciones corporales de su ministerio, como hacen también ahora los ministros, pero Cristo ponía el auxilio de su majestad divina. Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y, así, hasta el fin de los siglos, Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica.

Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo.


 


24 de enero

SAN FRANCISCO DE SALES
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota (Parte 1, cap 3)

La devoción se ha de ejercitar de diversas maneras

En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.

La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?

Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.

Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.

Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar.

Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección.


 


25 de enero

LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO

Fiesta

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1, 11-24

Reveló a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco.

Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.

Fui después a Siria y a Cilicia. Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mía.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo (PG 50, 477-480)

Pablo lo sufrió todo por amor a Cristo

Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo.


EVANGELIO:
Mc 16, 15-18

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Carta 6 (PG 46, 1030-1031)

Creamos de acuerdo con nuestro bautismo
y sintamos como creemos

Confesamos que la doctrina que Cristo enseñó a sus discípulos al confiarles el misterio del amor, es el funda= mento y la raíz de una fe firme y salutífera, y creemos no haber nada más sublime, más seguro ni más cierto que esta tradición.

La doctrina del Señor es ésta: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con el don de la santísima Trinidad, participan de su poder vivificante cuantos renacen de la muerte a la vida eterna, y el don de la fe les hace dignos de esta gracia. Por lo mismo, queda imperfecta la gracia si en el bautismo que confiere la salvación es omitido uno de los nombres de la santísima Trinidad, no importa cuál. De hecho, el sacramento de la regeneración no puede correctamente conferirse sólo en el nombre del Padre y del Hijo sin el Espíritu Santo; y si es silenciado el Hijo, el bautismo no podrá otorgarnos la vida perfecta mencionando sólo al Padre y al Espíritu Santo. La misma gracia de la resurrección no alcanza su perfección en el Padre y el Hijo, si se omite el Espíritu Santo. Por consiguiente, toda la esperanza y seguridad de la salvación de nuestras almas se cimenta en las tres Personas que nos son conocidas bajo estos nombres. Creemos en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, fuente de la vida; creemos en el Hijo unigénito del Padre, autor de la vida según enseña el Apóstol; creemos en el Espíritu Santo de Dios, del cual dice el Señor: El Espíritu es quien da vida.

Ahora bien: como a nosotros, redimidos de la muerte, se nos da en el santo bautismo la gracia de la inmortalidad mediante la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, apoyados en esta convicción creamos que nada servil, creado o indigno de la majestad del Padre puede hallarse en la Trinidad. Una es la vida que hemos recibido por la fe en la santísima Trinidad: emana del Señor, Dios del universo como de su principio fontal, el Hijo la comunica y llega a su plenitud por obra del Espíritu Santo.

En fuerza de esta seguridad y convicción fuimos bautizados según nos fue mandado: creamos de acuerdo con nuestro bautismo y sintamos como creemos, de suerte que no haya discrepancia alguna entre bautismo, fe y modo de sentir respecto del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.



26 de enero

SAN ROBERTO, SAN ALBERICO Y SAN ESTEBAN,
ABADES DE CÍTEAUX

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón sobre el amor de Dios (CCL CM 1, 243-244)

Quien conserva los mandamientos de Dios en la memoria
y los observa en la vida, ése ama a Dios

¡Oh Señor Jesús, qué gran suavidad en el amarte, cuánta tranquilidad en la suavidad, y cuánta seguridad en la tranquilidad! No yerra la elección del que te ama, pues nada hay mejor que tú; ni la esperanza falla, pues nada se ama con mayor provecho. No hay miedo a excederse en la medida, pues la medida de amarte es amarte sin medida. No cabe el temor a la muerte debeladora de la mundana amistad, pues la vida no muere. En amarte no hay lugar a la ofensa, que no existe si no se desea más que el amor. No se insinúa suspicacia alguna, pues juzgas según el testimonio de tu propia conciencia. Aquí mora la suavidad, pues se excluye el temor. Aquí reina la tranquilidad, pues se mantiene a raya la ira. Aquí se goza de seguridad, pues se desprecia el mundo.

Al oír esto, alma mía, has de ser como un cacharro inútil, de modo que desconfiando de ti misma y ponientío toda tu confianza en Dios, no sepas vivir para ti misma, sino para el que por ti murió y resucitó. ¡Quién me diera embriagarme con esta copa de salvación, sentir este sopor invadiendo mi alma, adormilarme con este suavísimo letargo, para que amando al Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser, nunca busque mi interés sino el de Jesucristo! ¡Amando al prójimo como a mí mismo, no busque mi provecho, sino el provecho del otro! ¡Oh Verbo plenificante, devorado por la justicia, Verbo de caridad, Verbo de la perfección consumada, Verbo de la dulzura! ¡Oh Verbo plenificante, al que nada puede faltarle! ¡Oh Verbo, compendio de la ley entera y de los profetas!

Quién sea el feliz poseedor de un tal amor, lo declara abiertamente la Verdad cuando dice: El que sabe mis pensamientos y los guarda, ése me ama. Así pues, quien conserva los mandamientos de Dios en la memoria y los observa en la vida; quien los lleva en la boca y lQs pone por obra; quien los acoge escuchando y los observa operando; o quien los observa operando y los observa perserverando, ése ama a Dios. El amor hay que demostrarlo en las obras, para que el nombre no esté desposeído de contenido.

Conviene saber que el amor de Dios no se valora atendiendo a los sentimientos momentáneos, sino más bien por la calidad estable de la propia voluntad. Pues el hombre debe sintonizar su voluntad con la voluntad de Dios, de suerte que cuanto la voluntad divina ordenare lo acepte de buen grado la voluntad humana. Así no se registrarán ni diversidad ni contraposición de opiniones, no se preguntará por qué esto o aquello, sino que la razón última de actuar es el convencimiento de que así lo quiere Dios. Esto es amar a Dios de verdad. Pues la misma voluntad se ha identificado con el amor. Y lo mismo da decir buenas o malas voluntades que buenos o malos amores.

De aquí que esta voluntad habrá que cualificarla de acuerdo con un doble criterio: la acción y la pasión. Esto es, si soporta pacientemente lo que Dios mandare o permitiere y cumple con fervor cuanto le ordenare. Cualquier voluntad en sintonía con la voluntad de Dios soporta pacientemente lo que Dios mandare y ejecuta fervorosamente lo que le ordenare. De éste se puede afirmar que ama a Dios con todas sus fuerzas.

Pero como quiera, Señor Dios, que nadie por sus propias fuerzas o por sus méritos y sin tu gracia, es capaz de sintonizar con tu voluntad o de amarte, nos vemos precisados a implorar el auxilio de tu gracia con una intensa y continuada insistencia.



27 de enero

SAN TIMOTEO Y SAN TITO, OBISPOS

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo (PG 50, 480-484)

He combatido bien mi combate

Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que esto significa. El premio consistía ciertamente en partir para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.

Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún, el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, prefiere el combate al premio.

Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las tenía por suaves por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?

Os ruego que no sólo admiréis, sino que también incitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de su corona.

Y, si alguien se admira de esto que hemos dicho, a saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo Apóstol: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mi, sino a todos los que tienen amor a su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en su misma gloria?

Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona de gloria,, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos prometidos.

Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo, por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 

El mismo día 27 de enero

SANTA ÁNGELA DE MÉRICI, VIRGEN

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Santa Angela de Mérici, Testamento espiritual.

Lo dispuso todo con suavidad

Queridísimas madres y hermanas en Cristo Jesús: En primer lugar, poned todo vuestro empeño, con la ayuda de Dios, en concebir el propósito de no aceptar el cuidado y dirección de los demás, si no es movidas únicamente por el amor de Dios y el celo de las almas.

Sólo si se apoya en esta doble caridad, podrá producir buenos y saludables frutos vuestro cuidado y dirección, ya que, como afirma nuestro Salvador: Un árbol sano no puede dar frutos malos.

El árbol sano, dice, esto es, el corazón bueno y el ánimo encendido en caridad, no puede sino producir obras buenas y santas; por esto, decía san Agustín: «Ama, y haz lo que quieras»; es decir, con tal de que tengas amor y caridad, haz lo que quieras, que es como si dijera: «La caridad no puede pecar».

Os ruego también que tengáis un conocimiento personal de cada una de vuestras hijas, y que llevéis grabado en vuestros corazones no sólo el nombre de cada una, sino también su peculiar estado y condición. Ello no os será difícil si las amáis de verdad.

Las madres en el orden natural, aunque tuvieran mil hijos, llevarían siempre grabados en el corazón a cada uno de ellos, y jamás se olvidarían de ninguno, porque su amor es sobremanera auténtico. Incluso parece que, cuantos más hijos tienen, más aumenta su amor y el cuidado ,de cada uno de ellos. Con más motivo, las madres espirituales pueden y deben comportarse de este modo, ya que el amor espiritual es más poderoso que el amor que procede del parentesco de sangre.

Por lo cual, queridísimas madres, si amáis a estas vuestras hijas con una caridad viva y sincera, por fuerza las llevaréis a todas y cada una de ellas grabadas en vuestra memoria y en vuestro corazón.

También os ruego que procuréis atraerlas con amor, mesura y caridad, no con soberbia ni aspereza, teniendo con ellas la amabilidad conveniente, según aquellas palabras de nuestro Señor: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, imitando a Dios, del cual leemos: Lo dispuso todo con suavidad. Y también dice Jesús: Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Del mismo modo, vosotras tratadlas siempre a todas-con suavidad, evitando principalmente el imponer con violencia vuestra autoridad: Dios, en efecto, nos ha dado a todos la libertad y, por esto, no obliga a nadie, sino que se limita a señalar, llamar, persuadir. Algunas veces, no obstante, será necesario actuar con autoridad y severidad, cuando razonablemente lo exijan las circunstancias y necesidades personales; pero, aun en este caso, lo único que debe movernos es la caridad y el celo de las almas.



28 de enero

SANTO TOMÁS DE AQUINO
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE
LA IGLESIA

Memoria

SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Conferencia 6 sobre el Credo

En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos da la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno –es decir, de Adán– todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.



31 de enero

SAN JUAN BOSCO, PRESBÍTERO

Memoria

SEGUNDA LECTURA

De las cartas de san Juan Bosco (Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203)

Trabajé siempre con amor

Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana.

¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, paranuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.

Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.

Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.

Este era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.

Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.

En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.