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OFICIO DE LECTURAS (VIGILIAS / MAITINES)

PROPIO DE LOS SANTOS DEL MES DE JULIO

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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Oficio de Lecturas

DIA

SANTORAL

MEMORIA

3

Santo Tomás, apóstol

Fiesta

4

Santa Isabel de Portugal

Memoria libre

5

San Antonio María Zaccaría, presbítero

Memoria libre

6

Santa María Goretti, virgen y mártir

Memoria libre

11

San Benito, abad y patrono de Europa

Solemnidad

12

San Juan Gualberto, abad

Memoria libre

13

San Enrique

Memoria libre

14

San Camilo de Lellis, presbítero

Memoria libre

15

San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia

Memoria

16

Nuestra Señora del Carmen

Memoria libre

21

San Lorenzo de Bridisi, presbítero y doctor de la Iglesia

Memoria libre

22

Santa María Magdalena

Memoria

23

Santa Brígida, religiosa

Fiesta

25

Santiago Apóstol, Patrono de España

Solemnidad

26

San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María

Memoria

29

Santa Marta, Santa María y San Lázaro, hospederos del Señor

Memoria

30

San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia

Memoria libre

31

San Ignacio de Loyola, presbítero

Memoria

 

3 de julio

SANTO TOMÁS, APÓSTOL
Fiesta

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 4 sobre el libro de los Hechos de los apóstoles (6: PG 60)

¿Por qué os alarmáis?

Cristo resucitó y se apareció a sus discípulos. Y precisamente entre ellos hubo un incrédulo, esto es, Tomás, llamado el Mellizo, a quien para creer le fue necesario meter las manos en el agujero de los clavos, tuvo necesidad de tocar su costado.

Ahora bien, si aquel discípulo que había convivido con él durante tres años, que había participado de su mesa, que había sido testigo de signos y prodigios extraordinarios, que había escuchado la doctrina de su boca, habiéndolo incluso visto resucitado de entre los muertos, no creyó sino después de haber visto los agujeros de los clavos y la herida de la lanza, ¿cómo habría creído todo el mundo de haberlo visto resucitado de entre los muertos? ¿Quién osaría afirmarlo? No sólo de este episodio, sino de otros muchos, aparecerá claro que para convencer al mundo tuvo mayor fuerza persuasiva la prueba de los milagros, que si él se hubiese mostrado resucitado a los ojos de todos.

De hecho, cuando el pueblo oyó que Pedro decía al lisiado: En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar, creyeron en Cristo, una vez tres mil hombres y otra cinco mil. En cambio, aquel discípulo, aun habiéndolo visto resucitado, permaneció incrédulo. ¿Te das cuenta cómo el milagro fue más provechoso a la fe en la resurrección? Su discípulo, incluso viéndolo resucitado, permaneció incrédulo; los enemigos, en cambio, viendo el milagro, creyeron. De suerte que este milagro pareció más grande y más evidente, y por eso los atrajo y los indujo con mayor eficacia a la fe en la resurrección.

¿Que por qué hablo de Tomás? Pues hablo para que sepas y observes atentamente que ni siquiera los otros discípulos creyeron a la primera. Sin embargo, no te apresures a condenarlos: si Cristo no los condenó, no lo hagas tú tampoco. Se encontraron ante un hecho maravilloso e inusitado; el primero que resucitaba de entre los muertos. Además, la mayoría de estos milagros solían, en un primer momento, infundir un profundo temor, hasta que con el decurso del tiempo comenzaron a hallar en la mente de los fieles una fe segura. Es lo que entonces les ocurrió a los discípulos.

En efecto, después de que Cristo, ya resucitado, les dijo: «Paz a vosotros», llenos de miedo por la sorpresa —como nos dice el evangelista—, creían ver un fantasma. El les dijo: ¿Por qué os alarmáis? Y después de haberles mostrado las manos y los pies, como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis ahí algo que comer?, queriendo persuadirles con esta demostración de la realidad de su resurrección. Es como si quisiera decir: ¿No te convencen el costado abierto y las heridas? Convénzate al menos al verme tomar alimento.


EVANGELIO:
Jn 20, 24-29.

HOMILÍA

San Gregorio Magno, Homilía 26 sobre los evangelios (7-9: PL 76, 1201-1202)

¡Señor mío y Dios mío!

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?

Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea que el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! El, pues, creyó, a pesar de que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.



4 de julio

SANTA ISABEL DE PORTUGAL

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón [atribuido] sobre la paz (PL 52, 347-348)

Dichosos los que trabajan por la paz

Dichosos los que trabajan por la paz —dice el evangelista, amadísimos hermanos—, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón cobran especial lozanía las virtudes cristianas en aquel que posee la armonía de la paz cristiana, y no se llega a la denominación de hijo de Dios si no es a través de la práctica de la paz.

La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre y cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todos nuestros actos. La paz recomienda nuestras peticiones ante Dios y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que él ha dicho: La paz os dejo, mi paz os doy, lo que equivale a decir: «Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva.

El mandamiento celestial nos obliga a conservar esta paz que se nos ha dado, y el deseo de Cristo puede resumirse en pocas palabras: volver a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz es cosa de Dios; arrancarla de raíz es cosa del enemigo. En efecto, así como el amor fraterno procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos apartar de nosotros toda clase de odio, pues dice la Escritura: El que odia a su hermano es un homicida.

Veis, pues, hermanos muy amados, la razón por la que hay que procurar y buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice san Juan, que el amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este amor vive apartado de Dios.

Observemos, por tanto, hermanos, estos mandamientos de vida; hagamos por mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una paz profunda y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud dedos pecados. Todo vuestro afán ha de ser la consecución de este amor, capaz de alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud que hay que guardar con más empeño, ya que Dios está siempre rodeado de una atmósfera de paz., Amad la paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis nuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.



5 de julio

SAN ANTONIO MARÍA ZACCARÍA
PRESBÍTERO
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Antonio María Zaccaría, Sermón a sus hermanos de religión (J. A. Gabutio, Historia Congregationis Clericorum Regularium sancti Pauli, 1,8)

El discípulo del apóstol Pablo

Nosotros, unos necios por Cristo: esto lo decía nuestro bienaventurado guía y santísimo patrono, refiriéndose a sí mismo y a los demás apóstoles, como también a todos los que profesan las enseñanzas cristianas y apostólicas. Pero ello, hermanos muy amados, no ha de sernos motivo de admiración o de temor, ya que un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Dios, y, por esto, debemos compadecerlos y amarlos en vez de odiarlos y aborrecerlos. Más aún, debemos orar por ellos y no dejarnos vencer del mal, sino vencer el mal con el bien, y amontonar las muestras de bondad sobre sus cabezas, según nos aconseja nuestro Apóstol, como carbones encendidos de ardiente caridad; así ellos, viendo nuestra paciencia y mansedumbre, se convertirán y se inflamarán en amor de Dios.

A nosotros, aunque indignos, Dios nos ha elegido del mundo, por su misericordia, para que, dedicados a su servicio, vayamos progresando constantemente en la virtud y, por nuestra constancia, demos fruto abundante de caridad, jubilosos por la esperanza de poseer la gloria que nos corresponde por ser hijos de Dios, y gloriándonos incluso en medio de nuestras tribulaciones.

Fijaos en vuestro llamamiento, hermanos muy amados; si lo consideramos atentamente, fácilmente nos daremos cuenta de que exige de nosotros que no rehusemos el participar en los sufrimientos de Cristo, puesto que nuestro propósito es seguir, aunque sea de lejos, las huellas de los santos apóstoles y demás soldados del Señor. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Los que hemos tomado por guía y padre a un apóstol tan eximio y hacemos profesión de seguidores suyos debemos esforzarnos en poner por obra sus enseñanzas y ejemplos; no sería correcto que, en las filas de semejante capitán, militaran unos soldados cobardes o desertores, o que un padre tan ilustre tuviera unos hijos indignos de él.


 


6 de julio

SANTA MARÍA GORETTI,
VIRGEN Y MÁRTIR
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

Pío XII, Homilía pronunciada en la canonización de santa María Goretti (AAS 42, 1950, 581-582)

Nada temo, porque tú vas conmigo

De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. En aquellos momentos de peligro y de crisis, podía repetir al divino Redentor aquellas palabras del áureo librito De la imitación de Cristo: «si me veo tentada y zarandeada por muchas tribulaciones, nada temo, con tal de que tu gracia esté conmigo. Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me ayuda. Ella es más fuerte que todos mis enemigos». Así, fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida, sin perder la gloria de la virginidad.

En la vida de esta humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y veneración, los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina.

Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que lodos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.

No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de la virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.

Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.



11 de julio

SAN BENITO,
ABAD Y PATRONO DE EUROPA

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-24

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia
para la edificación del cuerpo de Cristo

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.

Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios, con el pensamiento a oscuras y ajenos a la vida de Dios; esto se debe a la inconsciencia que domina entre ellos por la obstinación de su corazón: perdida toda sensibilidad, se han entregado al vicio, dándose insaciablemente a toda clase de inmoralidad.

Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.


SEGUNDA LECTURA

San Benito de Nursia, Regla de los monjes (Pról 4-22; cap 72, 1-12: CSEL 75, 2-5.162-163)

No antepongan nada absolutamente a Cristo

Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede, o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.

Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora de despertarnos del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón; y también: Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte.

Y el Señor, buscando entre la multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré: Aquí estoy».

¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida.

Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a aquel que nos ha llamado a su reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras.

Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Este es el celo que han de practicar con ferviente amor los monjes, esto es: estimando a los demás más quea uno mismo; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.


EVANGELIO

Ciclo A: Lc 22, 24-27

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Tratado sobre la institución cristiana (PG 46, 298-299)

El amor y el temor del Señor, condición
previa para el cumplimiento de la ley

Lo más importante en la búsqueda de la sabiduría es que, quien es verdaderamente grande en las obras, tenga un corazón humilde y puro, no se preocupe por la vida, ni se considere digno de Dios. Pero todavía nos resta añadir a lo dicho cómo estos tales deban comportarse entre sí y cómo deban correr a porfía hasta llegar a la ciudad celestial. Por ello, es necesario que quien desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana renuncie también a su propia vida.

Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta, que dirige, en la concordia, a la comunidad fraterna al puerto de la voluntad divina; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o común, a excepción del vestido para cubrirse el cuerpo. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que le manden los superiores, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien de sus hermanos.

Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos. Esta servicialidad hacia los hombres debe ser ciertamente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos.

Pero es necesario que también los superiores de este cuerpo espiritual, considerando la grandeza de su responsabilidad y la malicia que, astutamente, tiende lazos a la fe, desplieguen una solicitud paralela a su dignidad, y no se enorgullezcan. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos que los súbditos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en el bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

Por eso, los superiores deben cuidar de los hermanos como si se tratara de unos tiernos niños a quienes los propios padres han puesto en manos de unos educadores. Estos, teniendo en cuenta el temperamento de cada niño, a unos los azotan, a otros los amonestan, alaban a un tercero y a un cuarto lo tratan diversamente. Y esto lo hacen no para granjearse la benevolencia, ni el odio, exactamente como han de comportarse los jefes espirituales.

Si de esta manera vivís, llenos de afecto los unos paró con los otros, si los súbditos cumplís con alegría los decretos y mandatos, y los maestros os entregáis con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuráis teneros mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.

Pero que cada cual se convenza a sí mismo de ser inferior y más débil no sólo que el hermano con 'quien vive, sino que cualquier otro hombre. Si esto sabe, será un verdadero discípulo de Cristo. Y puesto que conocéis los. frutos de la humildad y lo nefasto que es el orgullo, imitad al Señor y corred como un solo cuerpo y una sola alma hacia la suprema vocación, amando a Dios y amándoos mutuamente. Ya que el amor y el temor del Señor son condición previa para el cumplimiento de la ley.


Ciclo B: Mt 5, 1-12a

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano (PG 46, 259-263)

Se nos propone la voluntad del Señor como ley de vida

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los hijos de Dios». Cristo es la fuerza de Dios, y quien invoca la sabiduría —la sabiduría que es Cristo—, se hace sabio. Así pues, el que adopta el nombre derivado de Cristo— de Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios—, cuando combate valerosamente y con energía contra el pecado, comparte con él el nombre de «fuerza», y cuando elige lo mejor, manifiesta su «sabiduría». En esta unión de la sabiduría con la fortaleza consiste la vida perfecta. Efectivamente, con la primera conocemos claramente lo que es recto y honesto, con la segunda llevamos a la práctica y mantenemos lo que hemos visto debe hacerse.

Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. El que ha dado muerte al odio, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que este odio reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerto. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora, que yace bien muerto, no seamos nosotros quienes lo resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y nuestros deseos de venganza.

Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, matemos nosotros también el odio, de modo que nuestra vida sea una prolongación de la de Cristo, tal como la conocemos por la fe. Del mismo modo que él, derribando el muro de separación, de los dos pueblos hizo, en su persona, una sola cosa, haciendo las paces, así también nosotros atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada tal dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.

La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.

Además, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos, para que dejemos las actividades de las tinieblas y nos conduzcamos como en pleno día, con dignidad, y, apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.

Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.

Teniendo en cuenta, finalmente, que Cristo ha sido hecho para nosotros redención, pues nos ha comprado pagando un precio por nosotros, dándose a sí mismo como rescate, comprendemos que él, ofreciéndose por cada uno de nosotros y haciéndonos el don de la inmortalidad, nos ha arrancado a la muerte con su vida, demodo que ya no nos pertenecemos, pues somos propiedad suya. Y si hemos pasado a ser propiedad del que nos ha redimido, sigamos totalmente al Señor, de modo que ya no vivamos más para nosotros mismos, sino para el que nos ha comprado al precio de su propia vida. En realidad, ya no somos dueños de nosotros mismos: nuestro dueño es el que nos ha comprado y nosotros estamos bajo su dominio. Por esta razón, se nos propone la voluntad del Señor como ley de vida.


Ciclo C: Mt 19, 27-29

HOMILÍA

San Pedro Damiani, Homilía 9 (PL 144, 550-553)

Cristo nuestro Señor vino para que tengamos vida eterna

¡Qué infinito y delicado es el amor del Señor para con sus pobres! ¡Ni siquiera en la muerte los abandona, él que por ellos se expuso a la muerte y a los tormentos! Cuando llegue la renovación —dice—, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir. Que es como si dijera: conseguid al que seguís, si es que lo perseguís, como está escrito: Busca la paz y corre tras ella. Corred así: para ganar, y no pretendáis sentaros antes de haber alcanzado al que está sentado y merezcáis sentaros con él. Se lanzó contento como un héroe a recorrer su camino, es decir, todo el tiempo durante el cual apareció en el mundo y vivió entre los hombres; y no se volvió a sentar hasta haber agotado el cáliz de fatigas y amarguras que él se había prefijado, diciendo: Me muero de tristeza.

Pues bien, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, él, que primero se sentó en el ignominioso suplicio de la cruz, escarnecido y atormentado, entonces también vosotros os sentaréis para juzgar: vosotros por quienes ahora comienza el juicio, vosotros que no os dais descanso, pues tampoco él vino a juzgar, sino a ser juzgado, no a ser servido, sino a servir. Allí sí que se establecerán los tribunales de justicia.

Dos aspectos tiene la pobreza de los seguidores del Señor: es aflictiva y es humillante. Por eso, también poseerán el doble en su país: ni el cuerpo será sensible al dolor, ni le afectará la ansiedad de la muerte, glorificado como estará con la doble estola de la impasibilidad y de la inmortalidad; y por lo que al alma se refiere, estará libre de toda preocupación.

Os sentaréis, dice el Señor, dice la Verdad. ¡Solemne sesión, grato descanso, plena suficiencia! Y para que una espera prolongada no amargara la dulcedumbre de esta gran promesa, calma la inquietud de nuestra alma con palabras reconfortantes. De sobras conoce él nuestra masa, y sabe que nuestra pusilanimidad no soporta la dilación de la espera. Dice, pues: El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Tenemos, pues, una promesa que vale para esta vida y para la futura, pues es claro que la promesa del céntuplo se refiere a la vida presente, como se deduce de lo que sigue: Y heredará la vida eterna. Pero no penséis que esta promesa, aun cuando se refiera a la vida presente, se va a traducir en la percepción de bienes temporales. ¿Qué bienes terrenos recibieron los santos mártires que sufrieron la persecución? Y si quisiéramos entender esta promesa como referible a la comunicación de bienes y la comunión de corazones entre los elegidos, esto sería aplicable a unos pocos, pero no a todos. Sabido es que ha habido muchos santos que carecieron de esta terrena y humana consolación. No hay más remedio que buscar este céntuplo en el corazón y en el hombre interior.

Y ¿qué otra cosa es este céntuplo sino los consuelos, las visitas y las primicias del espíritu, más dulces que la miel? ¿Qué es sino el testimonio de nuestra conciencia?, ¿sino la alegre y gozosísima expectación de los justos?, ¿sino el recuerdo de la abundante delicadeza de Dios y de su realmente gran bondad, que a los que la experimentaron no es necesario explicar, ni hay nadie capaz de expresar a quienes no tienen experiencia de ella? No es nada terreno ni corporal, sino algo mucho más deleitable, algo cienveces más dulce y apetecible que el padre, la madre, la casa, el campo, el vestido, el alimento.

Y ¿a quién podríamos aplicar mejor todo este pasaje evangélico que a nuestro padre y maestro san Benito? Desde joven abandonó el mundo para él en flor, siguió con veloz carrera a Cristo que corría, y no desistió hasta alcanzarlo. ¿Quién entre los jueces juzgará con más acierto? ¿Quién como él recibió el céntuplo en esta vida? ¿Quién poseerá la vida eterna más gloriosamente que él?

Que por su intercesión, se digne concedernos la abundancia de su gracia para consuelo de la presente vida y posesión de la eterna, el que vino para que tengamos vida y la tengamos abundante, Jesucristo, nuestro Señor, que es bendito por siempre. Amén.


 


12 de julio

SAN JUAN GUALBERTO, ABAD
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Juan Gualberto, Carta sobre la caridad (PL: 146, 804-805)

Muchas son las ramas de las buenas obras
pero una sola es la raíz: la caridad

El abad Juan a todos los hermanos unidos a él en el amor fraterno: salud y bendición.

Aquejado hace ya bastante tiempo de una grave enfermedad, espero de día en día que Dios acoja mi alma y que la tierra de mi cuerpo vuelva al polvo de donde fue sacada. Lo cual nada tiene de extraño, porque la misma edad, aun sin el peso de una tan grave enfermedad, me recuerda a diario que debo vivir en esta espera. Yo pensaba salir calladamente de esta vida; pero habida cuenta del nombre y el puesto que, aunque indigno, he ocupado en esta tierra corruptible, me ha parecido de alguna utilidad deciros unas palabras sobre el vínculo del amor. En cuyo tema no diré nada nuevo ni de mi propia cosecha, sino que me limitaré a repetir brevemente y como de pasada lo que oís a diario. La caridad es indudablemente la virtud que impulsó al Creador de todas las cosas a hacerse criatura. Es la virtud que él mismo recomendó a los apóstoles como síntesis de todos sus mandamientos: Esto os mando: que os améis unos a otros.

De ella habla el apóstol Santiago, diciendo: Quien observa entera la ley, pero falta en un solo punto, tiene que responder de la totalidad. Esta es de la que el apóstol san Pedro afirma: la caridad cubre la multitud de los pecados.

De todo lo cual podemos concluir que, si poseemos la caridad, podemos cubrir todos los pecados, y que a quienes creen haber adquirido las demás virtudes, si no tienen caridad, de nada les sirven. Si un soberbio o desobediente cualquiera escuchare lo que acabo de decir, en seguida pensará que el está realmente en posesión de la caridad, basado en la mera comprobación de que perdura físicamente en la comunión fraterna. Mas he aquí que san Gregorio le desengaña de esta, digamos, falsa opinión, al indicar los límites de la verdadera caridad, diciendo: «Ama perfectamente a Dios quien no se reserva nada de sí mismo».

No sé en concreto qué decir de la caridad, pues no ignoro que todos los mandamientos brotan de esta raíz. Porque si es verdad que son muchas las ramas de las bue= nas obras, una sola es la raíz: la caridad. Los réprobos no pueden aguantar por mucho tiempo su ardor, como expresamente afirma nuestro Salvador: Se enfriará el amor de la mayoría. Sobre éstos que se han enfriado en el amor y se han separado de la unidad, llora y gime el apóstol san Juan, diciendo: Salieron de entre nósotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros.

Y si esto es así, o, mejor, porque esto es así, todo fiel debe reflexionar continuamente sobre la manera de adherirse a tan sumo bien, y buscar ansiosamente unirse a sus compañeros de peregrinación hacia Dios. Y así como los réprobos, al abandonar la caridad, son amputados del cuerpo de Cristo, así los elegidos, abrazándola sinceramente, quedan establemente unidos al mismo cuerpo de Cristo. Para conservar inviolablemente la caridad, es en gran manera útil la unidad fraterna, que se agrupa bajo el cuidado de una sola persona. Pues así como se seca el lecho de un río si se le divide en infinidad de arroyuelos, así también la unidad fraterna es menos eficaz en sus realizaciones concretas si se polariza en multitud de iniciativas.

Por lo cual y para que esta caridad permanezca largamente inviolable entre vosotros, es mi voluntad que, después de mi muerte, vuestro cuidado y dirección queden en manos del padre Rodolfo, al menos con las mismas atribuciones que tuve yo mientras vivía. Adiós.


 


13 de julio

SAN ENRIQUE
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De la vida antigua de san Enrique (MGH Scriptores 4, 792-799)

Proveía a la paz y tranquilidad de la Iglesia

El bienaventurado siervo de Dios, después de haber sido consagrado rey, no contento con las preocupaciones del gobierno temporal, queriendo llegar a la consecución de la corona de la inmortalidad, se propuso también trabajar en favor del supremo Rey, a quien servir es reinar. Para ello, se dedicó con suma diligencia al engrandecimiento del culto divino y comenzó a dotar y embellecer en gran manera las iglesias. Creó en su territorio el obispado de Bamberg, dedicado a los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo, y al glorioso mártir san Jorge, y lo sometió con una jurisdicción especial a la santa Iglesia romana; con esta disposición, al mismo tiempo que reconocía el honor debido por disposición divina a la primera de las sedes, daba solidez a su fundación, al ponerla bajo tan excelso patrocinio.

Con el objeto de dar una muestra clara de la solicitud con que aquel bienaventurado varón proveyó a la paz y a la tranquilidad de su Iglesia recién fundada, con miras incluso a los tiempos posteriores, intercalamos aquí el testimonio de una carta suya:

«Enrique, rey por la gracia de Dios, a todos los hijos de la Iglesia, tanto presentes como futuros. Las saludables enseñanzas de la revelación divina nos instruyen y amonestan a que, dejando de lado los bienes temporales y posponiendo las satisfacciones terrenas, nos preocupemos por alcanzar las mansiones celestiales, que han de durar siempre. Porque la gloria presente, mientras se posee, es caduca y vana, a no ser que nos ayude en algún modo a pensar en la eternidad celestial. Pero la misericordia de Dios proveyó en esto una solución al género humano, dándonos la oportunidad de adquirir una porción de la patria celestial al precio de las posesiones humanas.

Por lo cual, Nos, teniendo en cuenta esta designación de Dios y conscientes de que la dignidad regia a que hemos sido elevados es un don gratuito de la divina misericordia, juzgamos oportuno no sólo ampliar las iglesias construidas por nuestros antecesores, sino también edificar otras nuevas, para mayor gloria de Dios, y honrarlas de buen grado con los dones que nos sugiere nuestra devoción. Y así, no queriendo prestar oídos sordos a los preceptos del Señor, sino con el deseo de aceptar con sumisión los consejos divinos, deseamos guardar en el cielo los tesoros que la divina generosidad nos ha otorgado, allí donde los ladrones no horadan ni roban, y donde no los corroen ni la polilla ni la herrumbre; de este modo, al recordar los bienes que vamos allí acumulando en el tiempo presente, nuestro corazón vive ya desde ahora en el cielo por el deseo y el amor.

Queremos, por tanto, que sea conocido de todos los fieles que hemos erigido en sede episcopal aquel lugar heredado de nuestros padres que tiene por nombre Bamberg, para que en dicho lugar se tenga siempre memoria de Nos y de nuestros antecesores, y se inmole continuamente la víctima saludable en provecho de todos los fieles que viven en la verdadera fe».


 


14 de julio

SAN CAMILO DE LELLIS
PRESBÍTERO
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

S. Cicatelli, Vida del P Camilo de Lellis (Viterbo 1615)

Servidor de Cristo en la persona de los hermanos

Empezaré por la santa caridad, raíz y complemento de todas las virtudes, con la que Camilo estaba familiarizado más que con ninguna otra. Y, así, afirmo que nuestro santo estaba inflamado en el fuego de esta santa virtud, no sólo para con Dios, sino también para con el prójimo, en especial para con los enfermos; y esto en tal grado que la sola vista de los enfermos bastaba para enternecer y derretir su corazón y para hacerle olvidar completamente todas las delicias, deleites y afectos mundanos. Cuando servía a algún enfermo, lo hacía con un amor y compasión tan grandes que parecía como si en ello tuviera que agotar y consumir todas sus fuerzas. De buena gana hubiera tomado sobre sí todos los males y dolencias de los enfermos con tal de aliviar sus sufrimientos o curar sus enfermedades.

Descubría en ellos la persona de Cristo con una viveza tal, que muchas veces, mientras les daba de comer, se imaginaba que eran el mismo Cristo en persona y les pedía su gracia y el perdón de los pecados. Estaba ante ellos con un respeto tan grande como si real y verdaderamente estuviera en presencia del Señor. De nada hablaba con tanta frecuencia y con tanto fervor como de la santa caridad, y hubiera querido poderla infundir en el corazón de todos los mortales.

Deseoso de inflamar a sus hermanos de religión en esta virtud, la primera de todas, acostumbraba inculcarles aquellas dulcísimas palabras de Jesucristo: Estuve enfermo, y me visitasteis. Estas palabras parecía. tenerlas realmente esculpidas en su corazón; tanta era la frecuencia con que las decía y repetía.

La caridad de Camilo era tan grande y tan amplia que tenían cabida en sus entrañas de piedad y benevolencia no sólo los enfermos y moribundos, sino toda clase de pobres y desventurados. Finalmente, era tan grande la piedad de su corazón para con los necesitados, que solía decir:

«Si no se hallaran pobres en el mundo, habría que dedicarse a buscarlos y sacarlos de bajo tierra, para ayudarlos y practicar con ellos la misericordia».



15 de julio

SAN BUENAVENTURA,
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Buenaventura, Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios (Cap 7,1.2.4.6: Opera omnia 5, 312-313)

La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo

Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es la placa de la expiación colocada sobre el arca de Dios y el misterio escondido desde el principio de los siglos. El que mira plenamente de cara esta placa de expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.

Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oracióñ, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos.

Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado y la misma muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «Amén».



16 de julio

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 1, en la Natividad del Señor (2.3: PL 54, 191-192)

María, antes de concebir corporalmente,
concibió en su espíritu

Dios elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu. Y para que no se espantara, ignorando los designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce, por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen.

Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de Dios, que en el principio estaba junto a Dios, por medio del cual se hizo todo, y sin el cual no se hizo nada, se hace hombre para librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan admirable que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la divinidad.

Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la verdad.

Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios verdadero, no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?


 


21 de julio

SAN LORENZO DE BRINDISI,
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Lorenzo de Brindisi, Sermón cuaresmal 27 (Opera omnia 5, 1, nums. 48.50.52)

La predicación es una función apostólica

Para llevar una vida espiritual, que nos es común con los ángeles y los espíritus celestes y divinos, ya que ellos y nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, es necesario el pan de la gracia del Espíritu Santo y de la caridad de Dios. Pero la gracia y la caridad son imposibles sin la fe, ya que sin la fe es imposible agradar a Dios. Y esta fe se origina necesariamente de la predicación de la palabra de Dios: La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Por tanto, la predicación de la palabra de Dios es necesaria para la vida espiritual, como la siembra es necesaria para la vida del cuerpo.

Por esto, dice Cristo: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Salió el sembrador a pregonar la justicia, y este pregonero, según leemos, fue algunas veces el mismo Dios, como cuando en el desierto dio a todo el pueblo, de viva voz bajada del cielo, la ley de justicia; fue otras veces un ángel del Señor, como cuando en el llamado «lugar de los que lloran» echó en cara al pueblo sus transgresiones de la ley divina, y todos los hijos de Israel, al oír sus palabras, se arrepintieron y lloraron todos á voces; también Moisés predicó a todo el pueblo la ley del Señor, en las campiñas de Moab, como sabemos por el Deuteronomio. Finalmente, vino Cristo, Dios y hombre, a predicar la palabra del Señor, y para ello envió también a los apóstoles, como antes había enviado a los profetas.

Por consiguiente, la predicación es una función apostólica, angélica, cristiana, divina. Así comprendemos la múltiple riqueza que encierra la palabra de Dios, ya quees como el tesoro en que se hallan todos los bienes. De ella proceden la fe, la esperanza, la caridad, todas las virtudes, todos los dones del Espíritu Santo, todas las bienaventuranzas evangélicas, todas las buenas obras, todos los actos meritorios, toda la gloria del paraíso: Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros.

La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan y agua, pero un pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa; es como un martillo que doblega la dureza del corazón obstinado en el vicio, y como una espada que da muerte a todo pecado, en nuestra lucha contra la carne, el mundo y el demonio.



22 de julio

SANTA MARÍA MAGDALENA
Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilía 25 sobre los evangelios (1-2.4-5: PL 76, 1189-1193)

Ardía en deseos de Cristo,
a quien pensaba que se lo habían llevado

María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado, y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús le dice: «¡María!» Después de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:

«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial».

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: «Maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.



23 de julio

SANTA BRÍGIDA, RELIGIOSA
Fiesta


SEGUNDA LECTURA

De las Oraciones atribuidas a santa Brígida (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628)

Elevación de la mente a Cristo salvador

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que en la cruz sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.



25 de julio

SANTIAGO APÓSTOL
PATRONO DE ESPAÑA
Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 18—2, 5

Los apóstoles predican la cruz

Hermanos: El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación —para nosotros— es fuerza de Dios. Dice la Escritura: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces». ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes, Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados —judíos o griegos—, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pués lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Y si no, fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar elpoder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así —como dice la Escritura— «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por eso yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaron el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 65 sobre el evangelio de san Mateo (2-4: PG 58, 619-622)

Partícipes de la pasión de Cristo

Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: «No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís». Luego añade: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: «Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Este no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligros».

Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?», sino que sus palabras son: ¿Sois capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de «bautismo», para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.

¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.

Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya veis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez, que envidiaban a sus dos colegas. Pero —como ya dije en otro lugar— si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.


EVANGELIO:
Mt 20, 20-28 HOMILÍA

San Basilio Magno, Homilía sobre el salmo 115 (4: PG 30, 110-111)

Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles

¿Cómo pagaré al Señor? No con sacrificios ni holocaustos, no con la observancia del culto legal, sino con la totalidad de mi vida. Por eso dice el salmista: Alzaré la copa de la salvación, entendiendo por copa la fatiga en la lucha sostenida por el amor de Dios, y la constancia con que ha resistido al pecado hasta la muerte.

Pero esto sucederá como el mismo Salvador enseñó en el evangelio: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y también a sus discípulos: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Se refería a la muerte que iba a sufrir por la salvación del mundo. Por eso dice: Alzaré la copa de la salvación, es decir, como un sediento, anhelo la consumación del martirio, porque los suplicios que me han infligido en esta lucha por la piedad no los considero como dolores, sino como un descanso del alma y del cuerpo. Yo mismo —dice— me ofreceré a mí mismo como víctima y holocausto, pues considero que todas las demás cosas son inferiores a la grandeza y dignidad del donante. Y estoy dispuesto a mantener esta promesa delante de todo el pueblo: Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo.

Después exhorta a sus oyentes a no temer la muerte, diciendo: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Que es como si dijera: No os mostréis, oh hombres, renuentes en esta noble batalla; no tengáis miedo a morir: no se trata de ir al encuentro de la muerte, sino de una magnífica ocasión de conquistar la vida; no es una destrucción total, sino un paso a la gloria. Además, los avaros acostumbran a llamar preciosas a ciertas piedras, resplandecientes de hermosos colores; en cambio, a los ojos del Señor, es de gran precio la muerte de sus fieles.

Cuando el alma, libre de las miserias de la carne, después de una vida pura, sin mancha ni arruga, haya obtenido la gloria como recompensa a las fatigas sufridas por el amor de Dios, y, ceñida con la corona de la justicia y, en consecuencia, resplandeciente con la belleza de todas las virtudes, se presente al Señor y juez universal revestida del esplendor de la gracia, más refulgente que cualquier gema preciosa, ¿cómo no ha de ser de gran precio en presencia del Señor la muerte de una tal persona?

Así pues, no estamos aquí para llorar la partida de los santos de esta vida, sino más bien su nacimiento y su ingreso en el mundo. La entrada del hombre en esta vida acontece, de hecho, en un contexto de circunstancias humillantes; mientras que la partida de esta vida es preciosa y noble. Bien es verdad que no para todos los hombres, sino tan sólo para quienes han llevado una vida justa y santa. Preciosa es, pues, la muerte, y no el nacimiento de los hombres.

Cuando se moría bajo la ley judaica, los cadáveres eran considerados como cosa abominable; cuando, por el contrario, se muere por Cristo, las reliquias de los santos son preciosas. El que toque un cadáver quedará impuro hasta la tarde. En cambio, el que ahora toca los huesos de un mártir, de la virtud que reside en aquel cuerpo recibe una cierta participación en su sacralidad. Concluyamos, pues: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.



26 de julio

SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA
PADRES DE LA VIRGEN MARIA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Juan de Damasco, Sermón 6, sobre la Natividad de la Virgen María (2.4.5.6: PG 96,663.667.670)

Por sus frutos los conoceréis

Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la creación os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador.

Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas luz, rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Angel del gran designio» de la salvación universal, «Dios guerrero». Este niño es Dios.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto, en el parto y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo.

¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros, guardando la castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el mundo a la que fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos en vuestras relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña, sumamente amable! ¡Oh hija de Adán y madre de Dios!

¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los qm saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, lo; labios que tuvieron el privilegio de besarte castamente, e; decir, únicamente los de tus padres, para que siempre y er todo guardaras intacta tu virginidad!

Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.



29 de julio

SANTA MARTA, SANTA MARÍA Y SAN LÁZARO
HOSPEDEROS DEL SEÑOR

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 103 (1-2.6: PL 38, 613.615)

Dichosos los que pudieron hospedar al Señor
en su propia casa

Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en caminó, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo; pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.

Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.

Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa». No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?

Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.



30 de julio

SAN PEDRO CRISÓLOGO,
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 146 (PL 52, 596-598)

El misterio de la encarnación

El hecho de que una virgen conciba y continúe siendo virgen en el parto y después del parto es algo totalmente insólito y milagroso; es algo que la razón no se explica sin una intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana. El nacimiento de Cristo no fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída. El mismo que, sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto tomó, al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó coger barro para plasmarnos también se dignó tomar carne humana para salvarnos. Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique afrenta alguna para el Creador.

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos' que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor. Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había sido solamente en semejanza.

Nace, pues, Cristo para restaurar con su nacimiento la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado, recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina. De este modo lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre y por los siglos inmortales. Amén.



31 de julio

SAN IGNACIO DE LOYOLA
PRESBÍTERO
Memoria


SEGUNDA LECTURA

De los hechos de san Ignacio de Loyola recibidos por Luis Gonralves de Cámara de labios del mismo santo (Cap 1, 5-9: Acta Sanctorum Iulii 7, 1868, 647)

Examinad si los espíritus provienen de Dios

Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.

Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.

Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientol, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:

«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?»

Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.

Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un granplacer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.