¿Cómo es Señor que yo te busco? porque al buscarte Dios Mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de tí. (S. Agustín, conf.10,20.29)
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Se confunden quienes piensan que la vida contemplativa es un aislamiento de los religiosos respecto a la sociedad actual que les rodea. Sí es un aislamiento voluntario del mundo, pero es un aislamiento para llegar más profundamente a Dios y al Hombre - como criatura suya - a través de la Oración. Pero ¿Qué es la Oración?, ¿Cómo se debe rezar?, ¿Qué se consigue con la oración bien hecha? , Camino a la Santidad,
La oración es la respuesta del hombre a la llamada permanente de Dios desde el principio de los tiempos: "¿Dónde estás?...¿Porqué lo has hecho?" (Gn 3,9.13) y la respuesta del Hijo Único al entrar en el mundo: "He aquí que vengo...a hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7). La oración es cristiana en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo.
Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo, respuesta de amor a la sed del Hijo Único: "La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él".
La historia de Dios con la humanidad es una historia de amor y, como toda historia de amor, se manifiesta en pequeñas confidencias, en susurros, hechos y palabras: Tanto nos quiere que debemos darnos cuenta de que nosotros no existimos desde el momento de nuestro nacimiento ni desde el momento de nuestra concepción sino desde el principio de los tiempos. "Dios creó en un principio todo el linaje humano y determinó con exactitud el tiempo y el lugar en que debíamos habitar por ver si le buscamos y, a tientas le hallamos, porque en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch. 17-26). La misma palabra de Dios, el Verbo, se hizo hombre y habitó entre nosotros. La oración es acogida, terreno de adviento del amor de Dios. Orar no es tanto amar a Dios, cuanto dejarse amar por Él. Orar es esperar y escuchar, recibir y acoger, es permanecer en silencio ante el misterio para dejarse amar por Dios como María que experimenta en su vientre la presencia de Dios. Pero la oración es también movimiento de respuesta a este don, un volver todo el corazón a Dios. La oración es alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión, fiesta y liturgia de la vida. La oración no es sólo “rezar” sino que es la expresión humana de nuestra relación con Dios que, como toda relación entre dos seres vivos puede ser una relación de ignorancia, de cortesía o de amistad y amor: depende de nosotros. Es el mismo Dios el que se sacrificó por nosotros en la cruz, pero ¿Qué hacemos nosotros por Él?.
Dios nos habla permanentemente ¿Sabemos escucharle?.
No dudes que, en este momento, cuando estás leyendo estas líneas, Dios está a tu lado, pero no está de una forma etérea sino cogiéndote de las manos y mirándote a los ojos... amorosamente, para entrar en tu corazón. Entonces no debes preocuparte de qué tienes que decirle, solamente tienes que abandonarte en sus manos pues "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza... cuando no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm. 8-26)
Cuando nos damos cuenta de su presencia es normal que nos apoquemos, que nos imponga su Presencia e incluso que nos dé miedo. Eso mismo les ocurrió a los tres discípulos amados presentes en su Transfiguración quienes, al oír la voz de Dios "cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.»"(Mt. 17-6)
El Ejemplo del Verbo en presencia del Padre
Cuando leemos los Evangelios, nos quedamos con la vida de Jesucristo, su pasión y muerte, sus enseñanzas y, posiblemente se nos pasa desapercibida su "vida oculta", su relación con el Padre. Leemos en los Evangelios que frecuentemente, en los momentos ocultos dejaba a sus discípulos y, empujado por el Espíritu, se alejaba en soledad para "hablar con su Padre": "Él,(El Señor), por su parte solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración" (Lc.4.16) "Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.»" (Lc 11.1) y, en aquel momento Jesús nos enseñó el Padrenuestro. Todos sabemos rezar el Padrenuestro aunque nos convendría reflexionar en su mensaje (1) pero, sobretodo, nos debería interesar más conocer el modo de rezarlo y de escuchar la respuesta del Padre estableciendo un diálogo con Él gozando de su presencia y compañía.
¿No será que nosotros tampoco nos atrevemos a ponernos en presencia de Dios y a escucharle?. Es humano el temor de Dios pero, precisamente por eso, Dios quiso acercarse y se hizo hombre: el propio Señor cuando una de las veces retirándose a orar acompañado de Pedro, Santiago y Juan, tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí»... Todavía estaba hablando, cuando ... al oír los discípulos la voz de Dios cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.»(Mt 17.4-7).
Estas palabras, «Levantaos, no tengáis miedo» cobran plena actualidad hoy en día porque ¿No es verdad que, en lo más profundo de nuestro ser, nos da miedo escuchar la voz de Dios: sus posibles exigencias ?,¿No es verdad que hay veces que oímos la voz de Dios y nos da miedo responder? . ¿No es cierto que "teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís"?(Mc 8.18). El camino que nos indica el Señor es clarísimo «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y qué pocos son los que lo encuentran»(Mt 7.13).
Siendo conscientes de estas dificultades, pretender buscar la amistad de Dios
parece una misión imposible: Sabemos que,
humanamente, el sacrificio es enorme: supondría la renuncia absoluta a "lo nuestro" para
entregarnos radicalmente a disfrutar de la presencia de Dios pues "allí donde
esté tu tesoro está tu corazón" (Mt 6,21). En esta misma situación
estaban los discípulos cuando "llenos de asombro decían:«Entonces,
¿quién se podrá salvar?» y Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres
eso es imposible, mas para Dios todo es posible.»" (Mt 19,25-26).
"Nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm. 8,26). Esta afirmación ha sido una constante de la humanidad, los mismos discípulos contemplando a Jesús solitario hablar con su Padre se acercaron a Él y le dijeron Señor: enséñanos a rezar... y Jesús les respondió: "Al orar, no charléis mucho..., porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo...:Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará." (Mt. 6-8).
No dudes que, en este momento, cuando estás leyendo estas líneas, Dios está a tu lado, pero no está de una forma etérea sino cogiéndote de las manos y mirándote a los ojos... amorosamente, para entrar en tu corazón. "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap. 3.21) Rezar no es elevar nuestras peticiones a Dios sino encontrarnos a nosotros mismos: Buscar en nuestro interior, previamente convertido el corazón y buscar lo que somos, lo que damos y lo que recibimos. Y esto lo debemos buscar en nuestra intimidad más profunda disponiendo el corazón en hacer la Voluntad del Padre, con absoluta humildad: La humildad es la base de la oración. "La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios" . Así, "Dios hablaba con Moisés cara a cara como un hombre con su amigo" (Ex. 33,11) porque "Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la faz de la tierra" (Nm. 12,3).
Simple abandono a la Voluntad de Dios
En el mundo en crisis del s.XXI en que la gente está agobiada y desesperanzada podemos escuchar la voz de Dios «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11.27) pues sabemos que, para los creyentes, este futuro negro e incierto que se nos presenta tiene un rostro y un nombre: la Providencia Divina. Y sabemos que Dios provee a quien lo necesita y se lo pide "Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»" (Lc 11,9-13). Pero hay que pedírselo con una oración permanente para que Dios nos aumente la Fe pues con Fe todo es posible "¿Porqué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis Fe? (Mc. 4,40)
Ese es el secreto: solo en el abandono absoluto a la voluntad de Dios se produce el proceso de crecimiento espiritual en santidad y unión con Dios en oración. Comenzando por la prácticas más simples y humanas la persona es trasformada en su vida exterior ante el hombre y en su vida interior ante Dios. Este progreso se puede resumir como vaciarse del yo y llenarse de Dios, o dejar atrás el hombre viejo (Adán) y tomar el hombre nuevo (Cristo) o simplemente asemejarse a Cristo. Ello implica esfuerzo por parte del cristiano, pero fundamentalmente se debe a la iniciativa y la gracia de Dios para elevar a la persona a lo alto de la santidad a la que todos estamos llamados, mas no todos logramos alcanzar.
Este abandono tiene que ser total asumiendo el hecho cierto de que por nosotros mismos no tenemos nada que hacer: Igual que el bebé recién nacido cuyas necesidades e incluso su propia vida dependen de la voluntad de sus padres, Dios quiere y así lo ha dispuesto que, para ser auténticos hijos de Dios, tenemos que ser conscientes de nuestra pequeña condición humana ante un Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que nos ama con un amor infinito: En la oración que nos enseñó le pedimos "Hágase tu Voluntad".
En ese abandono absoluto, una atracción irresistible arrastra hacia el Señor "¿Por qué será Dios mío que cuando yo me abandono, siento que Tú estás conmigo y yo en Ti?" . Asidos fuertemente por Dios nos abandonamos a su acción soberana que nos levanta hacia El y nos transforma en El, mientras nos prepara para la contemplación eterna, que constituye nuestra común vocación. ¿Cómo podríamos avanzar a lo largo de este camino y ser fieles a la gracia que nos anima, si no respondiéramos con todo nuestro ser, por medio de un dinamismo cuyo impulso es el amor, a esta llamada que nos orienta de manera permanente hacia Dios? (Evangelica Testificatio 8).
Esta llamada tenemos que acogerla como lo hizo María que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, 51) llegando a contener en sí misma a Aquel que ni los cielos pueden contener. Debemos entonces conservar la sencillez de los "más pequeños" del Evangelio: Debemos saber encontrar la amistad de Dios en el íntimo y más cordial trato con Cristo o en el contacto directo con nuestros hermanos. Conoceremos entonces "el rebosar de gozo por la acción del Espíritu Santo" que es de aquellos que son introducidos en los secretos del Reino. No busquemos entrar a formar parte de aquellos "sabios y prudentes", cuyo número tiende a multiplicarse, para quienes tales secretos están escondidos". Debemos ser verdaderamente pobres, mansos; hambrientos de santidad, misericordiosos, puros de corazón; seremos entonces de aquellos, gracias a los cuales el mundo conocerá la paz de Dios".
Una de las grandes tentaciones del espíritu maligno para oponerse a la Voluntad de Dios consiste en convencernos falsamente de que la Santidad personal es cosa solamente de unos pocos escogidos, de un grupo selecto del que no formamos parte, pero no es así: Es de los "pequeños, ese es el secreto del que Dios se goza": "En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.»" (Lc 10.21-23) y continúa el Evangelio de Mateo «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; " y hallaréis descanso para vuestras almas. "Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (s mateo 11.27-30).
En el momento en el que el hombre se da cuenta de la presencia directa y real de Dios en su corazón, en su "morada interior" se siente profundamente impresionado, no consigue soportar la tremenda presencia de Dios. Solo puede estremecerse por lo que Él es y rogar ser "liberado" de la grandeza de esta presencia y suplicar como el discípulo «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Mt 5.8). Pero no hay que tener miedo: hay que tener y sentir amor, pues Dios es Amor y, si no tenemos palabras, abandonarse en su presencia: ! Señor mío y Dios mío ¡. ! Sé que estás aquí conmigo, que me ves, que me oyes ¡. y no preocuparse de más, pues «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables» (Rom. 8,26).
Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Esta iniciativa nos reintegra en nuestra verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. Sí, nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos de Dios que son lo que toda la creación espera.
Sólo hay que abrir el
corazón y dejar actuar a Dios con el espíritu de Jeremías
“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo
y me has podido” (Jr. 20,7) aún cuando su primera reacción a esta llamada fue de
rechazo
“Yo decía: No volveré a
recordarlo, ni hablaré más en su Nombre. Pero había en mi corazón algo así como
fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo
trabajada por ahogarlo, no podía.”
(Jr 20,9) porque entonces Jeremías intuía la fuerza de esa llamada y se
sobrecogía al percibir
“ lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, lo que Dios " preparó " para los que le aman"
(1Cor
2,9)” porque es “humano” el sobrecogimiento y el rechazo al abandono en
sus manos pero, si rompemos esta pequeña barrera, podremos decir como
S.
Buenaventura: «Cuando una persona gusta cuán suave
es
el Señor, se aparta de todas las ocupaciones
exteriores; entra entonces en su corazón y se dispone plenamente a la
contemplación de Dios dirigida enteramente a los esplendores eternos; se hace
radiante y es poseída por el esplendor eterno. Si el alma viera este Bellísimo
incomparable, todos los vínculos de este mundo no podrían ya separarla de Él
»
Todos hemos podido contemplar como un ejemplo a S. Juan Pablo II en oración. Cuando le preguntaron ¿Cómo -y por quiénes y por qué- reza el Papa? su respuesta fue: "¡Habría que preguntárselo al Espíritu Santo! El Papa reza tal como el Espíritu Santo le permite rezar. Y el Espíritu Santo ciertamente le guía en esto. Basta solamente que el hombre no ponga obstáculos. «El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad.»" (Cruzando el umbral de la esperanza)
La Iglesia nos enseña 3
expresiones de la Oración: La oración verbal, la meditación y la oración contemplativa.
La Iglesia recomienda la lectura de la Sagrada Escritura acompañada de la
oración pues "a Dios hablamos cuando rezamos y a Dios escuchamos cuando
leemos sus palabras". La contemplación consiste en ser conscientes de la
permanente y cercana presencia de Dios y disfrutar de su compañía y su amistad
sabiendo quién es Él y quienes somos nosotros. Así, la contemplación es, a la
vez, la expresión más sencilla y el "tiempo fuerte" por excelencia de la
Oración. "Buscad leyendo, y encontraréis
meditando; llamad orando, y se os abrirá para la contemplación"
.
¿Qué se consigue con la Oración?
Para que la oración sea eficaz debe ser constante, más que constante debe ser permanente. Lucas reitera en su Evangelio que Jesús enseñaba parábolas "para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc 18,1) y asegura al que así reza "Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»" (Lc 11,9-13)
Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar con constancia en la fe, a través del Hijo "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre, sino por Mí." (Jn. 14;6-9) aprendiendo esa audacia filial, disfrutando en la intimidad de ese Amor mutuo entre Dios y nosotros, de ese encuentro entre la Voluntad de Dios y nuestra propia voluntad: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11,24).
En la presencia de Jesucristo nuestra oración es eficaz ya que "Jesucristo ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él en nosotros" (Sal.85,1 cf; IGLH 7).
Desde esta disposición, si nuestras peticiones en la oración coinciden con la
Voluntad de Dios tened por seguro que si Dios puede hacerlo y quiere hacerlo, lo
hará sin duda. Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc. 9,23),
con una fe "que no duda" (Mt 21,22).
El Concilio Vaticano II, en su Constitución Dogma de la Iglesia Lumen Gentium (capitulo V), afirmó lo que la Iglesia siempre ha enseñado, que todo cristiano esta llamado a la santidad. Jesús dijo "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5:48), sin embargo, nosotros sabemos como lograrlo mediante la lectio divina, que es verdaderamente «capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente».
La Lectio Divina, como decía Guido II en "Scala Claustralium" es "la escalera de los monjes por la que se elevan de la tierra al cielo, compuesta en realidad de pocos peldaños, pero de inmensa e increíble magnitud. Su parte inferior se apoya en la tierra, mientras que la superior penetra las nubes y escruta los secretos del cielo y consta de 4 escalones: La lectura busca la dulzura de la vida feliz, la meditación la halla, la oración la pide, la contemplación la experimenta. Porque el mismo Dios dice: Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá (Mt 7, 7)".
Quisiera recordar aquí brevemente cuáles son los pasos fundamentales: se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?
La enseñanza común de la Iglesia divide el camino a la santidad en tres partes. Estas son etapas generales, hechas para la purificación de la naturaleza humana que se aplican a todos en cierta forma mas no necesariamente de la misma manera. Dios, en Su Sabiduría aplica este patrono general según las necesidades de cada cual, dependiendo de su tipo de vida (activa vs. contemplativa) y de acuerdo con las debilidades o fortalezas de la persona. Sin embargo, estas divisiones son útiles porque explican el crecimiento en santidad y oración.
I. El Camino de los Principiantes. La persona que se vuelve hacia Dios en fe, y ha sido bautizada, entra en el camino de principiantes (Jn. 3:5). Han sido justificados por medio de las aguas bautismales, han recibido la gracia santificante, las virtudes teológicas de fe, esperanza y caridad (1 Cor 13), las virtudes morales o sobrenaturales infundidas (Sab 8:7), y los dones del Espíritu Santo (Is 11: 2-3). Sin embargo, estas personas son aun bebés en su caminar. Dios les da leche mas no comidas sólidas(1 Cor 3:2), ya que no pueden tolerar nada mas fuerte. Están llamados a entregarse más y más a la sabiduría que vive en ellos para que puedan ser santificados completamente (Rom 6:19), recibiendo gracia tras gracia (Jn 1:16).
Pero para recibir, esta alma debe vaciarse de las ataduras
del pecado, del apego a las criaturas y del apego a sí mismo. Por esta razón el
camino de los principiantes es también llamado el camino Purgativo. El
principiante en la vida espiritual debe dedicarse a dejar los pecados mortales,
los lapsos morales que no solo pueden terminar su progreso en la vida espiritual
sino hasta lanzarlo al infierno, si muriera en esa condición. Una vida en pecado
mortal es incompatible con la gracia de Dios (1 Cor 6:9-11).
El principiante debe sacar de raíz dicho pecado de su vida ya que
Dios no lo forzará a ser santo cuando el pecador mismo es el que pone obstáculos
a la acción de la gracia. Esto solo puede ser alcanzado por un esfuerzo personal
persistente para evitar el pecado y arrepentirse inmediatamente de él cuando es
cometido. Cristo nos ha dado los medios sacramentales necesarios llenos de
gracia (la Reconciliación y la Eucaristía) para obtener la victoria y si se
utilizan con frecuencia y de una manera correcta, esta victoria podrá ser
obtenida. Por tanto, es de verse que dicha victoria es poco probable obtenerla
en esta temprana etapa de la vida espiritual.
El esfuerzo de corregirse a sí mismo debe ir acompañado por
el esfuerzo de acercarse más a Dios. (Santiago 4:8). Esto es alcanzado por
medio de la oración. Conocer más a Dios nos lleva a amarlo más, este gran amor a
Dios nos lleva a quererlo conocer cada vez más. Por esta buena razón, las
Escrituras nos revelan que la intimidad con Dios es como la intimidad y el
conocimiento en el matrimonio (Gen 4:1, Oseas 2:19-20, Cantar de los Cantares,
Ef 5: 23-32, Apoc. 19:9) en el que amar y conocer se hacen uno.
A Dios se le conoce solo por fe, de tal manera que la persona que desee
crecer en caridad, (amor por Dios y por los demás ya que amamos a Dios) debe
crecer en la virtud de la fe. Esto se logra ejercitando la fe que ya tenemos, es
decir, por medio de la cooperación con la gracia de fe que ya tenemos, dejamos
que esta misma crezca, un crecimiento que solo Dios nos puede dar. Esto se logra
por medio de oración y meditación de las verdades que ya sabemos, por medio de
la fe. El llamado de las escrituras para lograr esto está en el gran libro de
oración de la Biblia: los Salmos; el Salmo 1.
1 Dichoso el hombre que no sigue
el consejo de los impíos,
ni en la senda de los pecadores se detiene,
ni en el banco de los burlones se sienta,
2 mas se complace en la ley de Yahveh,
su ley susurra día y noche!
3 Es como un árbol plantado
junto a corrientes de agua,
que dá a su tiempo el fruto,
y jamás se amustia su follaje;
todo lo que hace sale bien.
Salmo 19
8 La ley de Yahveh es perfecta,
consolación del alma,
el dictamen de Yahveh, veraz,
sabiduría del sencillo.
9 Los preceptos de Yahveh son rectos
gozo del corazón;
claro el mandamiento de Yahveh,
luz de los ojos.
10 El temor de Yahveh es puro,
por siempre estable;
verdad los juicios de Yahveh,
justos todos ellos,
11 apetecibles más que el oro,
más que el oro más fino;
sus palabras más dulces que la miel,
mas que el jugo de panales.
12 Por eso tu servidor se empapa en ellos,
gran ganancia es guardarlos,
13 Pero ¿quién se dá cuenta de sus yerros?
De las faltas ocultas límpiame.
14 Guarda también a tu siervo del orgullo,
no tenga dominio sobre mí.
Entonces seré irreprochable,
de delito grave exento.
15 ¡Sean gratas las palabras de mi boca,
y el susurro de mi corazón,
sin tregua ante ti, Yahveh,
roca mía, mi redentor.
La prosperidad del hombre justo no es la prosperidad material sino la prosperidad en gracia, en el conocer y amar al Señor. Esto llega al hombre cuando éste sigue los caminos del Señor (extrayendo, de raíz, el pecado de su vida) y meditando en la Ley del Señor noche y día. Por Ley se referían en los Salmos a la Torah, los libros de Moisés, lo que había sido revelado por Dios hasta entonces. Para la Revelación Divina Católica, esta ley consiste en las Sagradas Escrituras y la tradición, aunque todo lo que concierne a la fe enseñado por la Iglesia es digno de meditación.
Por lo tanto, la persona que medita considera lo que Dios le ha revelado para cambiar su vida. Esto significa que meditar es más que un simple estudio. Es la conversación en oración con Dios sobre Su Verdad y su significado y la aplicación de dicha Verdad en la vida de la persona. ¿Cómo me enseña a amar a Dios?, ¿Cómo me enseña a amar a mi prójimo?, ¿Qué cambios son requeridos en mi vida?. La meditación nos lleva a un mayor conocimiento de la verdad revelada y a un mayor conocimiento de Dios, así como un esfuerzo práctico de amar y servir a Dios y al prójimo.
Mientras una persona practica fielmente la meditación, así sea utilizando las Escrituras, el Catecismo, el rosario o alguna otra fuente de verdad divina, es normal que por medio de la mente humana simplifiquemos el concepto de las cosas – sacando de la complejidad de muchas ideas una simple noción de la verdad. Al igual que al conocer bien a una persona, el conocimiento de Dios y Su verdad revelada se convierten en conocimiento intuitivo más que de la simple razón. En el corazón humano el amor a Dios también se convierte en un amor simple y directo, sin complicarse con motivos poco importantes. Este tipo de oración ha sido llamada contemplación adquirida (en cuanto al intelecto) o la oración de la sencilla unión (en cuanto a la voluntad). Adquirida significa que está al alcance del esfuerzo humano y no es en sí sobrenatural. Si meditación es como mirar un bello atardecer y pensar en los bellos colores rojos, verdes, púrpuras, las nubes, la tierra, analizándolo y apreciándolo desde varios ángulos y distintas perspectivas; la contemplación abarca todo como si fuera una sola cosa, experimentando el asombro y la grandeza inexpresable de ello. En cuanto a la voluntad, la persona se encuentra amando a Dios con facilidad, sin tener que hacer el mayor esfuerzo para entrar en este fervor. Esta simplicidad gemela de lo intelectual y de la voluntad es el requisito inmediato para la oración sobrenatural, a lo que se le llama contemplación infundida u oración mística, que solo Dios puede dar.
II. El Camino
de los Expertos o el Camino de Iluminación. Al
final del camino purgativo la persona ha hecho todo lo posible, humanamente
hablando, asistido por la gracia de Dios, para amar a Dios venciendo al pecado y
para conocer a Dios entendiendo Su Verdad revelada. Lo que se requiere para la
continuación del crecimiento espiritual es la intervención de Dios en el alma
para sacar de raíz los rastros del pecado y para iluminar el alma sobre la
verdad, mas allá de lo que puede lograr la meditación.
En el momento en el que Dios escoge, El comienza a infundir la gracia
sobrenatural de la contemplación en el alma de la persona mientras esta ora. De
acuerdo a las experiencias de San Juan de la Cruz esta nueva luz no es
comprendida al principio. Aquel que antes podía meditar, para obtener grandes
frutos del tiempo asignado a la oración, ahora se encuentra con la oscuridad,
con la sequedad, con la confusión, sin poder recibir ninguna consolación por
medio de la oración. San Juan de la Cruz nos dice que esto sucede porque la
mente no está equipada para recibir esta luz. Como el ojo humano mirando al sol,
al cual no esta normalmente adaptado a verlo, en vez de ver mejor, esa persona
no puede ver nada. A esto Dios le añade dificultades externas y sufrimientos,
que lo fuerzan a confiar más en el El. Entonces, sin luz, esta persona debe
tener fe, sin apoyo, debe tener esperanza y sin consuelo, debe amar. Esta Noche
Oscura de los sentidos, como la llama San Juan de la Cruz, purifica el alma y la
lleva por el camino de la santidad y oración mística.
Una vez que la Noche Oscura de los sentidos cesa, la persona comienza a apreciar y a entender las gracias de la contemplación que esta recibiendo, ya que la Noche Oscura de los sentidos lo ha purificado y preparado para esta forma de oración sobrenatural. Es durante esta iluminación que Dios le permite a la persona profundizar en la Verdad que ha recibido como un regalo y no como fruto de los estudios teológicos o de la meditación. Revelaciones privadas, locuciones, entre otras comienzan a ocurrir. Sin embargo estas no son necesarias para el camino de la iluminación, que consiste esencialmente en el entendimiento mas profundo de los misterios de la fe, dados como gracia de luz intelectual de Dios. El alma es también impregnada de un gran celo de Dios, deseosa de propagar el amor de Dios por medio del apostolado u otros medios.
A pesar de este gran avance espiritual, San Juan de la Cruz advierte sobre el peligro de la complacencia o especialmente la soberbia. La Noche Oscura de los sentidos ha sacado de raíz los rastros del pecado, pero el pecado puede seguirse manifestando en forma espiritual, ya que por cada pecado capital hay una forma espiritual. Por ejemplo, aquel que a lo mejor no vuelve a caer en la avaricia material puede caer en la codicia espiritual. Este pecado capital puede tomar la forma de curiosidad excesiva por el conocimiento, por nuevas iluminaciones, no poniendo en práctica lo que han aprendido, pero convirtiéndose en una especie de orgullo espiritual. Como el diablo se puede aparecer en forma de ángel de luz, San Juan de la Cruz previene fuertemente a las almas de buscar gracias extraordinarias de ningún tipo. Del mismo modo, dado a los peligros de orgullo y autoengaño, la necesidad de dirección espiritual para alguien que ha comenzado a recibir gracias místicas es esencial.
III. El Camino de la Perfección o el Camino de la Unión. Para ser purificado de los últimos residuos del pecado, ya que sus raíces están plantadas en lo más profundo del alma, la persona a quien Dios llama al camino de la perfección, debe pasar por otra Noche Oscura, esta vez del espíritu. San Juan de la Cruz nos dice que esta Noche Oscura del espíritu es mucho más intensa que aquella de los sentidos, ya que la necesidad de purificar los sentidos es mucho menor a la necesidad de purificar el espíritu. Esto se puede comparar con la purificación del purgatorio, pero acompañado de las confusiones materiales como las enfermedades, la persecución, el abandono, que Dios le envía al alma en esta etapa. Al igual que la otra Noche Oscura, el alma depende únicamente de Dios, de la fe pura, la esperanza y el amor. Luego de salir de esta prueba, el alma, por medio del abandono y la fidelidad total a la gracia de Dios, se encuentra en una unión irreversible con Él. Dios le da lo que se llama el matrimonio místico (anticipando el Matrimonio del Cordero con su Iglesia al final de los tiempos) o la Unión Conforme. La voluntad humana, llena de la grandiosa experiencia de la bondad de Dios, no es capaz de alejarse de Él. Es capturada por la belleza de su Esposo. Cualquier imperfección en su vida moral es sólo causada por la fragilidad indeliberada de la naturaleza humana, en vez de por pecados veniales derivados de la voluntad. El pecado mortal es imposible de cometer, ya que la experiencia de Dios llena a la persona de gracias. Como dice San Juan de la Cruz, sólo el velo de la carne separa el alma de la Visión Beatificante. A la hora de la muerte, la entrada directa a la Presencia de Dios es segura, ya que el alma ha pasado por el purgatorio aquí en la Tierra.
(1) Insuperable es la paráfrasis del Padrenuestro escrita por San Francisco:
¡Santísimo
PADRE NUESTRO:
creador, redentor, consolador y salvador nuestro!
QUE ESTÁS EN LOS CIELOS:
en los ángeles y en los santos;
iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz;
inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor;
habitando en ellos y colmándolos para gozar,
porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno,
de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE:
clarificada sea en nosotros tu noticia,
para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios,
la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de los juicios
(Ef 3,18).
VENGA A NOSOTROS TU REINO:
para que reines tú en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino,
donde se halla la visión manifiesta de ti,
el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, la fruición de ti por siempre.
HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL
CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA:
para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27),
pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti;
con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti,
buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas,
empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en
servicio,
no de otra cosa, sino del amor a ti;
y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos,
atrayendo a todos, según podamos, a tu amor,
alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y
compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (cf. 2 Cor 6,3).
EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA:
tu amado Hijo. nuestro Señor Jesucristo,
DÁNOSLE HOY:
para que recordemos, comprendamos y veneremos
el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS:
por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo
y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
Así COMO NOSOTROS PERDONAMOS A
NUESTROS DEUDORES:
y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor,
que plenamente lo perdonemos,
para que por ti amemos de verdad a los enemigos
y en favor de ellos intercedamos devotamente ante ti,
no devolviendo a nadie mal por mal (cf. lTes 5,15),
y para que procuremos ser en ti útiles en todo.
Y NO NOS DEJES CAER EN
TENTACIÓN: oculta o
manifiesta, imprevista o insistente.
MAS LÍBRANOS DEL MAL:
pasado, presente y futuro. Gloria al Padre...
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