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LECTIO DIVINA MES DE MAYO DE 2013

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

DOMINGO LUNES MARTES MIÉRCOLES JUEVES VIERNES SÁBADO
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Día 1

Miércoles de la quinta semana de pascua o San José, Obrero

 

Esta fiesta fue instituida por el papa Pío XII en 1955. El pontífice, aunque inspirándose en el Evangelio, pretendía cristianizar de este modo la fiesta del trabajo creada por la Internacional Socialista en 1889. La nueva fiesta sustituía, por otra parte, a la del patrocinio de san José sobre la Iglesia universal, prescrita por Pío IX en 1847, y, al mismo tiempo, recogía la rica herencia de los recientes obispos de Roma, que habían presentado a san José como «modelo de los obreros y de los trabajadores». Sin embargo, dado que no todas las naciones celebran la fiesta del trabajo el 1 de mayo, el nuevo calendario de 1969 ha reducido esta solemnidad a memoria facultativa.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6

En aquellos días,

1 algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: - Si no os circuncidáis según la tradición de Moisés, no podéis salvaros.

2 Este hecho provocó un altercado y una fuerte discusión de Pablo y Bernabé con ellos. Debido a ello, determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y demás responsables.

3 Provistos, pues, por la iglesia de Antioquía de todo lo necesario para el viaje, atravesaron Fenicia y Samaría contando la conversión de los paganos y llenando de gran alegría a todos los hermanos.

4 Al llegar a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia, los apóstoles y demás responsables, y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. 5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que se habían hecho creyentes, intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés.

6 Entonces los apóstoles y los demás responsables se reunieron para estudiar este asunto.

 

**- En el comienzo del fragmento aparece planteada la cuestión que tanto interesó y turbó a los primeros discípulos: ¿hace falta la circuncisión para salvarse? Pablo y Bernabé responden decididamente que no. Pero ¿y si los que dicen lo contrario contaran con el aval de las columnas de la Iglesia de Jerusalén?

De ahí viene la solución: ir directamente a Jerusalén. Allí, tras un viaje en el que cuentan sus éxitos apostólicos, suscitando una «gran alegría a todos los hermanos», fueron recibidos por «la iglesia, los apóstoles y demás responsables» y encuentran la misma oposición que hallaron en Antioquía por parte de los fariseos convertidos.

Su tesis es la típica de los judaizantes, contra los que Pablo tendrá que luchar durante mucho tiempo (cf. sobre todo Gal 5,6-12). Para éstos, la ley de Moisés tenía una validez perenne y, por consiguiente, también tenía que ser impuesta a los convertidos del paganismo. La cuestión es seria: de ahí que se convoque una reunión a la que asisten los apóstoles y los demás responsables.

Según una variante occidental del texto original, asistieron también «el conjunto de los hermanos ». Son las premisas del celebérrimo «Concilio de Jerusalén», la primera reunión oficial de la Iglesia para resolver una cuestión grave, de la que podía depender la difusión de la Palabra entre el mundo pagano. Sobre esta reunión se han derramado ríos de tinta (en parte por la dificultad de armonizar los datos de Lucas con los de Pablo). Con todo, la importancia de la reunión es indudable y sus resultados serán altamente  positivos.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto para que den más fruto.

3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.

4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.

6 El que no permanece unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.

7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.

8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia y os manifestáis así como discípulos míos.

 

MEDITATIO

Debo caer en la cuenta de que el cristianismo no es sólo un mensaje, sino una vida. No afecta sólo a la mente, sino que nos hace dar un salto cualitativo en el orden del ser. No es sólo algo iluminador, sino transformador. Es la vida divina derramada en mí por Cristo, que vivifica mi existencia gracias a mi comunión con él. ¿Quién puede darme la vida divina, la participación en la vida inmortal, una vida más allá de toda imaginación, sino Dios mismo? No puedo subir al cielo, sólo puedo recibir lo que del cielo me viene dado. Y lo recibo estando en comunión con Cristo, la vid, y con los hermanos, los otros sarmientos. El Padre da la vida al Hijo y el Hijo la transmite a los que están unidos a él: ésa es la realidad que lo transforma todo.

¿Pienso alguna vez en la unicidad de la «vida divina»? Esta expresión puede parecemos a veces vaga, dado que no es verificable con instrumentos humanos, pero es decisiva, porque es la razón de mi «ser hijo» de Dios, de mi vida definitiva con él, una vida que será vida de «familia» con la inaccesible y gloriosa Trinidad, puesto que ahora soy «consanguíneo» suyo. El punto de soldadura insustituible entre lo divino y lo humano sigue siendo Jesús y la comunión con él. Jesús es insustituible para mi vida de hijo de Dios; él me convierte en un sarmiento sano con su palabra, él me hace llegar la linfa vital de la inmortalidad, una linfa que viene de la eternidad y sumerge en la eternidad. ¡Suprema belleza la de la fe! ¡Grandioso panorama el de una vida divinizada!

 

ORATIO

Oh Jesús, ¡cuan grande y decisivo eres! Contigo estoy vivo, sin ti estoy muerto. Contigo me arrolla el río inmortal de la vida divina y me lleva hacia el océano divino, ilimitado y sin ocaso. Contigo lo soy todo, sin ti no soy nada.

Te doy gracias, Señor, lleno de admiración, por haber venido a unirme con la eternidad; más aún, con el Padre, fuente de la vida perenne. Átame a ti, para que no sea yo un sarmiento cortado, un sarmiento sin fruto. Mantén viva en mí la conciencia de la necesidad de mi comunión contigo. Por eso te presento toda la necesidad que tengo de la Palabra que me une a ti, de la eucaristía que me alimenta de ti, del mandamiento nuevo que me une con mis hermanos y produce el fruto precioso de la fraternidad, del testimonio de tu nombre, que llena de racimos maduros mi sarmiento.

Pódame, Señor, con tu Palabra y sostén mi compromiso de dar frutos duraderos en los campos de la fraternidad, de la veneración y del amor a tu santo nombre, nombre de vid, nombre de vida, nombre de frutos que maduran para la eternidad.

 

CONTEMPLATIO

Que nadie piense que el sarmiento por sí solo puede producir algún fruto. El Señor ha dicho que quien está en él produce «mucho fruto». No ha dicho: «Sin mí podéis hacer poco», sino: «Sin mí no podéis hacer nada».

De todos modos, sea poco o mucho, no podemos hacerlo sin él, puesto que sin él no podemos hacer nada. Porque cuando el sarmiento produce poco fruto, el agricultor lo poda para que produzca más; sin embargo, si no está unido a la vid y no toma alimento de la raíz, no podrá dar por sí mismo ningún fruto (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 80,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Jn 15,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El arte de vivir en íntima unión con Jesús se puede ejercitar de tres maneras: en primer lugar, manteniéndonos siempre en su presencia, sin perderlo nunca de vista. Este arte consiste, esencialmente, en acostumbrarse a oír a Jesucristo en sí mismo mediante el recuerdo de su divina presencia en nosotros, mediante la costumbre arraigada de realizar actos de amor con él y mediante la gracia que Dios nos concede a fin de crear unas íntimas relaciones de familiaridad entre él y el alma. La disposición más importante que se requiere es pensar en él con motivo de todo, representarnos su vida, su pasión y sus dichos, porque de este modo es como se crea una dulce familiaridad.

En segundo lugar, corresponder fielmente y con exactitud a las inspiraciones del cielo. Es preciso seguir a Jesús con corazón atento, ávido de escuchar su Palabra y seguir sus invitaciones. En tercer lugar, con humildad de corazón: así como los que viven en la corte deben seguir la regla de una perfecta corrección exterior, también los que forman la corte de nuestro Señor deben ser conscientes de la grandeza de la vocación cristiana y vivir con ansiedad y amor humilde (J. J. Surin, / fondamenti della vita spirituale, Roma 1994).

 

 

 

Día 2

San Atanasio, obispo y doctor

Atanasio, nacido en Alejandría (Egipto) en torno al año 295, tuvo una formación cultural griega. Participó en el primer Concilio de Nicea (325). A los treinta y tres años se convirtió en patriarca de Alejandría, pero sufrió cinco exilios por su valiente oposición al arrianismo.

Fue a Roma, a Tréveris y al desierto egipcio, donde encontró el monacato. Murió en Alejandría el 2 de mayo de 373. Tiene el título de doctor entre los padres de la Iglesia. Escribió la Vida de san Antonio abad.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,7-21

En aquellos días,

7 tras una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: - Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros tiempos, Dios me eligió a mí entre vosotros para que los paganos oyesen por mi boca la palabra del Evangelio y creyesen.

8 Y Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos, otorgándoles el Espíritu Santo como a nosotros.

9 Sin hacer diferencia entre ellos y nosotros, purificó sus corazones con la fe.

10 ¿Por qué queréis ahora poner a prueba a Dios tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar?

11 Nosotros, en cambio, creemos que nos salvamos por la gracia de Jesús, el Señor, y ellos, exactamente igual.

12 Toda la multitud guardó silencio, y escuchaba a Bernabé y a Pablo contar las señales y prodigios que Dios había hecho entre los paganos por medio de ellos.

13 Cuando acabaron de hablar, tomó la palabra Santiago y dijo: - Hermanos, escuchadme:

14 Simón ha explicado cómo Dios, desde el principio, escogió entre los paganos un pueblo consagrado a su nombre.

15 Esto concuerda con las palabras de los profetas, pues está escrito:

16 Después de esto volveré y restauraré la tienda de David, que estaba destruida. Repararé sus ruinas y la volveré a levantar

17 para que el resto de los hombres busque al Señor, junto con todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre. Así lo dice el Señor, que realizó estas cosas,

18 anunciadas desde antiguo.

19 Por eso, yo pienso que no hay que crear dificultades a los paganos que se convierten.

20 Es suficiente escribirles que se abstengan de toda contaminación, de la idolatría, de matrimonios ilegales, de comer animales estrangulados y de la sangre.

21 Ya que desde siempre la ley de Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores, que la leen en las sinagogas todos los sábados.

 

*•• En la asamblea de Jerusalén están presentes dos preocupaciones: salvaguardar la universalidad del Evangelio y, al mismo tiempo, mantener la unidad de la Iglesia. La apertura al mundo pagano, es decir, la toma de conciencia de la universalidad del Evangelio, no da origen a dos Iglesias, sino a una única Iglesia con connotaciones pluralistas. Corresponde a Pedro la tarea de defender la opción de Antioquía. Y lo hace partiendo de su propia experiencia, apoyando plenamente la línea de Pablo, usando incluso su típico lenguaje teológico: «Creemos que nos salvamos por la gracia» (v. 11). En consecuencia, no se habla de imponer el peso de la circuncisión o cualquier otro fardo insoportable.

El problema de la convivencia de las dos culturas, formas, mentalidades, tradiciones, fue planteado por Santiago, portador de las instancias de la tradición. No se opone a Pedro, pero sugiere algunas observancias rituales importantes para los judíos, que permitirán una convivencia que no ofenda la sensibilidad de los que proceden del judaísmo. Se trata de normas de pureza legal tomadas del Levítico. Para Santiago, las comunidades de los cristianos judíos y paganos son diferentes, pero deben vivir sin altercados: por eso es preciso dar normas prudentes.

Entre el discurso de Pedro, el último en Hechos de los Apóstoles, y el de Santiago se ha intercalado el testimonio de los hechos por parte de Bernabé y Pablo, y todo el conjunto viene después de «una larga discusión» (v. 7). Ambos discursos podrían ser considerados como conclusión y resumen de un paciente «proceso de discernimiento comunitario» en el que han sido expuestos, escuchados y discutidos a fondo todos los hechos y todos los argumentos. De este modo, queda salvada la libertad del Evangelio y, también, la unidad de la Iglesia. Es un método que se considera cada vez más como ejemplar y que se presagia como el normal en las distintas decisiones eclesiales.

 

Evangelio: Juan 15,9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

 

**• ¿Cuál es el fundamento del amor de Jesús por los suyos? El texto responde a esta pregunta. Todo tiene su origen en el amor que media entre el Padre y el Hijo. A esta comunión hemos de reconducir todas las iniciativas que Dios ha realizado en su designio de salvación para la humanidad: «Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor» (v. 9). Ahora bien, el amor que Jesús alimenta por los suyos requiere una pronta y generosa respuesta. Ésta se verifica en la observación de los mandamientos de Jesús, en la permanencia en su amor, y tiene como modelo su ejemplo de vida en la obediencia radical al Padre hasta el sacrificio supremo de la misma.

Las palabras de Jesús siguen una lógica sencilla: el Padre ha amado al Hijo, y éste, al venir a los hombres, ha permanecido unido con él en el amor por medio de la actitud constante de un «sí» generoso y obediente al Padre. Lo mismo ha de tener lugar en la relación entre Jesús y los discípulos. Éstos han sido llamados a practicar, con fidelidad, lo que Jesús ha realizado a lo largo de su vida. Su respuesta debe ser el testimonio sincero del amor de Jesús por los suyos, permaneciendo profundamente unidos en su amor. El Señor pide a los suyos no tanto que le amen como que se dejen amar y acepten el amor que desde el Padre, a través de Jesús, desciende sobre ellos. Les pide que le amen dejándole a él la iniciativa, sin poner obstáculos a su venida. Les pide que acojan su don, que es plenitud de vida. Para permanecer en su amor es preciso cumplir una condición: observar los mandamientos según el modelo que tienen en Jesús.

 

MEDITATIO

«Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo» (v. 11): todos y cada uno de los discípulos están invitados a dejarse poseer por la alegría de Jesús, tras haberse dejado poseer por el amor de Dios. Mi existencia como discípulo consiste en dejar sitio a este amor divino, que es un amor «descendente», un amor que mueve al Padre a «entregar a su Hijo único» (Jn 3,16), un amor que mueve al Hijo a entregarse a sí mismo, un amor que mueve a los discípulos a hacer otro tanto, un amor que garantiza la «felicidad» del discípulo.

Cuando Jesús habla de las más que exigentes condiciones de este amor, dice claramente que son posibles porque este nuevo modo de amar procede de Dios. Es el amor mismo de Dios el que obra en mí, en ti, en todos los discípulos. Y no sólo eso, sino que recibiremos de Jesús «su» felicidad, la alegría que procede de haber amado como Dios ama, a través del impulso y de la imitación de Jesús. Se trata de algo que nada tiene que ver con el moralismo: aquí nos encontramos en la cima de la mística, de la mística de la acción, que implica la entrega de uno mismo e incluye ser poseídos del todo por el amor de Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, ayúdame a mirar hacia lo alto para tener el valor de mirar hacia abajo. Ayúdame a mirarte a ti, en el esplendor de los santos; a ti, completamente vuelto al Padre, que eres una sola cosa con él desde la eternidad. Fija mi mirada en ti para que también yo sea capaz de descender y hacer lo que tú has hecho. Y es que servir un poco puede resultar fácil, pero convertir toda la vida en un servicio es bastante difícil. Servir a los que no lo merecen, a los que no son agradecidos, a los que te rechazan, es todavía más arduo.

Te ruego que infundas en mi corazón ese amor tuyo arrollador, ese amor tuyo concreto, humilde, que has recibido del Padre y que ha plasmado tu vida, para que también yo pueda hacer lo que tú me dices que es preciso para ser discípulo tuyo. Mi servicio no será así un frustrarse de manera penosa; mi perseverancia en un servicio exento de gratificaciones será fuente de  felicidad, porque estaré poseído por la felicidad que viene de ti, esa felicidad que prometiste a los que dejan sitio a tu manera de amar.

 

CONTEMPLATIO

No habría aprendido yo a amar al Señor

si él no me hubiera amado.

¿Quién puede comprender el amor,

sino quien es amado?

Yo amo al Amado,

a él ama mi alma:

allí donde está su reposo,

allí estoy yo también.

Y no seré un extraño,

porque no hay envidia junto al Señor altísimo,

porque quien se une al Inmortal

también será inmortal,

y quien se complace en la vida

viviente será.

Que permanezca tu paz conmigo, Señor,

en los frutos de tu amor.

Enséñame el canto de tu verdad,

de suerte que venga a mí como fruto la alabanza,

abre en mí la cítara de tu Espíritu Santo

para que te alabe, Señor, con toda melodía.

Prorrumpo en un himno al Señor porque soy suyo

y cantaré la canción consagrada a él

porque mi corazón está lleno de él

(de las Odas de Salomón).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora» (Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, IX, 9).

 

 

Día 3

Santos Felipe y Santiago (3 de mayo)

 

Felipe, originario de Betsaida, una comunidad helenizada, fue discípulo de Juan el Bautista y uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1,43). Su nombre griego hace suponer su pertenencia a una comunidad helenística. También los recuerdos evangélicos nos hablan de sus relaciones con los paganos (Jn 12,20-30). El evangelio de Juan nos refiere otras tres intervenciones suyas (1,45; 6,5-7; 14,8). Según la tradición, Felipe evangelizó Turquía, donde murió mártir.

A Santiago, hijo de Alfeo (Me 3,18), llamado «el menor» por la tradición, se le identifica como «hermano del Señor» (Me 6,3) y es el autor de la Carta de Santiago. Fue testigo privilegiado de la resurrección de Jesús (1 Cor 15,7) y ocupó un puesto preeminente en la comunidad de Jerusalén. Tras la dispersión de los apóstoles, en los años 36-37, Santiago aparece como cabeza de la Iglesia madre (Hch 21,18-26). Murió mártir hacia el año 62.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-8

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

 

**• El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: «Yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertarnos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce» (vv. 3-5).

Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

 

Evangelio: Juan 14,6-14

En aquel tiempo,

6 Jesús le respondió a Tomás: -Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: -Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*•• Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida (v. 6); de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús -de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos-, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

 

MEDITATIO

Los dos apóstoles cuya fiesta celebramos hoy nos recuerdan dos aspectos fundamentales de nuestra experiencia de fe. Por un lado, Santiago nos conduce al carácter fundamental de la traditio apostólica. Ésta es importante y fundamental no tanto porque esté ligada a algunas personas, sino porque es de origen divino, dado que ha sido establecida por el mismo Jesús. También el objeto de la tradición apostólica hace a esta última preciosa e ineludible: estoy aludiendo sobre todo a la memoria de la pasión y muerte, resurrección y apariciones del Jesús resucitado a los Doce. De ahí que la tradición sea, al mismo tiempo, apostólica y pascual: en ella se inserta nuestra fe, aunque nos separen veinte siglos de historia.

El apóstol Felipe sugiere otra pista a nuestra meditación: él desea ver el rostro del Padre, y Jesús le responde que los rasgos de aquel rostro están ya presentes en él. Nuestra búsqueda del rostro de Dios, que en ocasiones se vuelve espasmódica y dolorosa, tampoco debería apartarse nunca de la pista que nos ofrecen los recuerdos evangélicos. Sólo una asidua y metódica frecuentación de los evangelios nos puede ofrecer un conocimiento suficiente y liberador de la personalidad de Jesús de Nazaret, de su misterio profundo, de su proyecto salvífico. Y de este modo, a través de esta pista, podremos entrever los rasgos de aquel rostro paterno al que toda la humanidad, de una manera más o menos explícita, tiende y anhela.

 

ORATIO

¡Muéstranos, Señor, tu rostro y estaremos salvados! Señor, queremos acoger a través de tu rostro, que es un rostro paterno, materno, misericordioso, la salvación que brota de tu corazón. Concédenos, oh Dios, ser capaces de captar a través de tu rostro la ternura de tu corazón. Tu rostro busco, Señor, muéstrame tu rostro.

Aunque en mi vida he buscado a otros en vez de a ti, aunque he deseado a otros en vez de a ti, oh Dios, hoy quiero reconocerte como mi único bien, como mi único deseo, como mi única meta.

Tu gloria, oh Dios, brilla en el rostro de Cristo. El de Jesús es un rostro humano, como el mío y como el de muchos hermanos y hermanas en la fe. Concédeme, oh Dios, reconocer tu presencia en la imagen tuya que has estampado en el rostro de mis hermanos y mis hermanas: los que caminan junto a mí, los que habitan cerca de mí, los que sufren en este valle de lágrimas.

 

CONTEMPLATIO

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El gran jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 16).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante este día las palabras del apóstol Felipe: «Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta» (Jn 14,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.

Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano (H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 51995, p. 101).

 

 

 

Día 4

Sábado de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,1-10

En aquellos días,

1 llegó Pablo a Derbe y después a Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego.

2 Timoteo gozaba de buena reputación entre los hermanos de Listra e Iconio. 

3 Pablo decidió llevarlo consigo y lo circuncidó debido a los judíos que había en aquella región, pues todos sabían que su padre era griego.

4 En todas las ciudades por donde pasaban comunicaban a los creyentes los acuerdos tomados por los apóstoles y demás responsables de Jerusalén y les recomendaban que los acatasen.

5 Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.

6 Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les impidió anunciar la Palabra en la provincia de Asia.

7 Llegaron a Misia e intentaron dirigirse a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió.

8 Así que pasaron de largo por Misia y bajaron hacia Tróade.

9 Aquella noche Pablo tuvo una visión. Se le presentó un macedonio y le hizo esta súplica: - Pasa a Macedonia, ven en nuestra ayuda.

10 Ante esta visión, procuramos pasar rápidamente a Macedonia, persuadidos de que Dios nos llamaba a anunciarles la Buena Noticia.

 

*•• Lucas pasa ahora a narrar los acontecimientos misioneros de Pablo: él será el protagonista de la tercera parte de los Hechos de los Apóstoles. El fragmento de hoy presenta el segundo viaje misionero, ya avanzado. Entre tanto ha tenido lugar la separación de Bernabé, a causa -según Lucas- de una diferente valoración de la persona de Juan Marcos. Pablo elige como nuevo compañero a un discípulo suyo al que siempre le unirá un gran cariño: Timoteo. Haciendo gala de una gran elasticidad pastoral, especialmente en vistas a la acción entre los judíos, Pablo lo hizo circuncidar, aunque no viera para ello ninguna necesidad doctrinal. Pablo se hace en verdad «todo para todos» por el Evangelio.

Es significativo el hecho de que el Espíritu hace prácticamente las veces de guía, corrigiendo la ruta de los misioneros. Lucas quiere subrayar que el protagonista y el director de la evangelización es el Espíritu Santo, que tiene sus planes, a menudo diferentes a los de los hombres. Es el Espíritu quien impulsa a Pablo a pasar a Europa, en vez de adentrarse en las regiones de Asia menor.

Hay un misterio en la llamada a los pueblos y las naciones que escapa por completo a la mirada humana. Baste con una sencilla reflexión: el programador de la evangelización es con toda claridad el Espíritu Santo; no se trata de una acción organizada por los hombres, aunque estén llenos de fe y de celo. En la acción de Pablo no había demasiada organización, sino una gran disponibilidad a la acción del Espíritu. ¿No hace esto hoy actual y digno de atención este dicho, que podría parecer sólo un eslogan: «Menos organización y más Espíritu»?

 

Evangelio: Juan 15,18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

18 Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí.

19 Si pertenecierais al mundo, el mundo os amaría como cosa propia, pero como no pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él, por eso el mundo os odia.

20 Recordad lo que os dije: «Ningún siervo es superior a su señor». Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros; y en la medida en que pongan en práctica mi enseñanza, también pondrán en práctica la vuestra.

21 Os tratarán así por mi causa, porque no conocen a aquel que me envió.

 

**• La perícopa contiene una advertencia de Jesús dirigida a sus discípulos sobre el odio y el rechazo del mundo que tendrán enfrente. Si la nota distintiva de la comunidad cristiana es el amor, ahora el Maestro presenta a los suyos lo que caracteriza al mundo que les rechaza: el odio (v. 18). El Señor advierte y explica ese odio del mundo y emite un juicio sobre el mismo.

El odio del mundo hacia la comunidad cristiana es consecuencia lógica de una opción de vida: los seguidores del Evangelio no pertenecen al mundo, y éste no puede aceptar a quien se opone a sus principios y opciones. Los creyentes, en virtud de su opción de vida a favor de Cristo, son considerados como extraños y enemigos. Su vida es una continua acusación contra las obras perversas del mundo y un reproche elocuente contra los malvados. Por eso es odiado y rechazado el hombre de fe.

Pero ¿cómo se manifiesta el odio del mundo contra los discípulos? Mediante las persecuciones que han de padecer los creyentes por el nombre de Cristo. No son en verdad estas pruebas las que deben desanimar a los discípulos ni en su camino de fe ni en su misión de evangelización. También su Señor experimentó la incomprensión y el rechazo hasta la muerte (v. 20). Es más, la persecución y el sufrimiento son una de las condiciones de la gloria que toda la comunidad cristiana debe compartir con su Salvador. La suerte de los discípulos es idéntica a la de Cristo: si éste ha sido perseguido, también lo serán sus discípulos; si éste fue escuchado, también lo serán los suyos (vv. 20s).

 

MEDITATIO

Si pretendes vivir según tus convicciones de fe, no debe sorprenderte encontrar a tu alrededor la indiferencia o la hostilidad. No debe deprimirte que los medios de comunicación social se rían a menudo de manera sutil del estilo de vida cristiano, o que cuando expreses tus convicciones te vean como un anticuado, o que la gente te considere como alguien que pertenece a una era pasada, a una época de la que ya nos hemos despedido. Que no te abata el desaliento: eso es señal de que eres fiel a Cristo perseguido y a su Palabra de cruz. No debes entrar en crisis porque muchos no piensen en esa cruz como los seguidores de Jesús.

Una de las características de la fe es su perenne carácter inactual. Esa característica hemos de buscarla en su dimensión oblativa, que consiste en la llamada a la cruz, al sacrificio, al saber amar, a la justicia pagada con la propia piel. No debes, por tanto, «aguar» tu testimonio, ni bajar el grado de las exigencias de la Palabra, ni envolver con el silencio lo que es más comprometedor e impopular. Hay silencios que parecen excesivamente prudentes, que son expresión de temor ante los contragolpes de la opinión pública, que expresan preocupación por la hostilidad de quienes pueden hacernos daño.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a vivir como tú quieres en medio de las dificultades originadas por la hostilidad del mundo. Ayúdame a no tener miedo de ser tu testigo, pero ayúdame también a no ser un juez severo con los que me ponen obstáculos en mi camino. Ayúdame, antes que nada, a comprender mis culpas, los motivos que puedo haber dado yo mismo, mis incumplimientos. La hostilidad puede venir también de mi comportamiento inadecuado. Y eso es algo que debo tener en cuenta.

Ayúdame a enfrentarme con valor a las reacciones que proceden del hecho de decir lo que tú dirías, de hacer las cosas que tú harías. Ayúdame a no tener nunca miedo a hacer un serio examen de conciencia, a no diluir tu mensaje y el testimonio que debo a tu santo nombre.

 

CONTEMPLATIO

El mundo que Dios reconcilia con él en la persona de Cristo, que ha sido salvado por medio de Cristo, y al que le han sido perdonados todos los pecados por los méritos de Cristo, ha sido elegido entre el mundo de los enemigos, de los condenados, de los corruptos. También los discípulos estaban en el mundo y fueron elegidos para que dejaran de formar parte del mismo. Fueron elegidos no por sus méritos, porque no habían hecho antes ninguna obra buena; tampoco por su naturaleza, porque ésta en virtud del libre albedrío había sido contaminada por el pecado en su mismo origen; fueron elegidos por una concesión gratuita, es decir por una auténtica gracia.

En efecto, el que del mundo eligió al mundo no encontró ya buenos a los que eligió, sino que los hizo buenos al elegirlos. Pero si eso es obra de la gracia, no lo es de las obras, pues de otro modo la gracia ya no sería gracia (cf. Rom 1 l,5s) (Agustín, Comentario al evangelio deJuan, 87,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una de las cosas que debemos a nuestro Señor es no tener nunca miedo. Tener miedo es hacerle una doble injuria: en primer lugar, es olvidar que él está con nosotros, que nos ama y que es omnipotente; en segundo lugar, porque no nos configuramos con su voluntad: configuramos nuestra voluntad con la suya, todo lo que nos ocurra, dado que es querido y permitido por él, nos dejará alegres y no tendremos ni inquietudes ni temores. Tengamos, pues, esa fe que expulsa todo miedo; tengamos a nuestro lado, frente a nosotros y en nosotros, a nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro, que nos ama infinitamente, que es omnipotente, que sabe lo que es bueno para nosotros, que nos dice que busquemos el Reino de los Cielos y que el resto nos será dado por añadidura.

Caminemos seguros con esta bendita y omnipotente compañía por el camino de lo más perfecto, y estemos seguros de que no nos ocurrirá nada de lo que no podamos extraer el mayor bien para su gloria, para nuestra santificación y para la de los otros. Y que todo lo que nos ocurra será querido y permitido por él y, en consecuencia, lejos de toda sombra de temor, sólo hemos de decir: «Bendito sea Dios por todo lo que nos ocurra», y sólo hemos de rogarle que ordene todas las cosas, no según nuestras ideas, sino para su mayor gloria (Charles de Foucauld).

 

 

 

Día 5

Sexto domingo de pascua Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29

En aquellos días,

1 algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: - Si no os circuncidáis según la tradición de Moisés, no podéis salvaros.

2 Este hecho provocó un altercado y una fuerte discusión de Pablo y Bernabé con ellos. Debido a ello, determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y demás responsables.

22 Entonces, los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron escoger de entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, el llamado Barsabás, y a Silas, personajes eminentes entre los hermanos.

23 A través de ellos les enviaron la siguiente carta: Los apóstoles y demás hermanos responsables, a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Saludos.

24 Hemos oído que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han inquietado y desconcertado con sus palabras. Por tal motivo,

25 hemos decidido de común acuerdo escoger algunos hombres y enviároslos con nuestros amados Bernabé y Pablo,

26 hombres que han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo.

27 Enviamos, pues, a Judas y a Silas, que os referirán lo mismo de palabra.

28 Porque hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros otras cargas más que las indispensables:

29 que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de carne de animales estrangulados y de matrimonios ilegales. Haréis bien en guardaros de todo esto. Que os vaya bien.

 

*• La difusión del Evangelio entre los paganos pone, casi de inmediato, a la Iglesia naciente frente al grave problema de su relación con la ley de Moisés: ¿qué valor sigue teniendo la Tora, con todas sus prescripciones cultuales, después de Cristo? Esto lleva a la Iglesia a sentir la necesidad de hacer frente a algunas cuestiones fundamentales para su misma vida y para su misión evangelizadora.

Con la asamblea de Jerusalén tiene lugar el primer concilio «ecuménico»: una acontecimiento de importancia central, paradigmático para la Iglesia de todos los tiempos. De su éxito dependían la comunión interna y su difusión. Es, en efecto, el deseo de comunión interna en la verdad lo que impulsa a la comunidad de Antioquía, que era donde surgió el problema, a enviar a Bernabé y Pablo a Jerusalén para consultar a «los apóstoles y demás responsables» (v. 2). La Iglesia-madre los recibe y discute animadamente el problema (vv. 4-7a). La intervención de Pedro, el informe de Bernabé y Pablo, que atestiguan las maravillas realizadas por Dios entre los paganos, y, por último, la palabra autorizada de Santiago, responsable de la Iglesia de Jerusalén, ayudan a discernir los caminos del Espíritu (v. 28). Bajo su guía, llegan a un acuerdo pleno («los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron...»: vv. 22-25), dado a conocer en un documento oficial donde afirman que no se puede imponer las «observancias judías» a los pueblos paganos. En cierto sentido, como Jesús recogió todos los preceptos en el único mandamiento del amor, ahora las distintas prescripciones de orden cultual han sido «superadas» en lo que corresponde a la letra, para hacer emerger lo esencial, o sea, la necesidad del camino de conversión, la muerte al pecado. Si aún subsisten algunas normas no es tanto por su valor en sí mismas, cuanto por favorecer la serena convivencia eclesial entre judeocristianos y paganos convertidos. La historia no procede sólo por principios abstractos, sino que requiere discernimiento, que es la sabiduría de esperar el momento oportuno para proponer cambios, de modo que sirvan para el crecimiento y no sean causa de divisiones más graves.

 

Segunda lectura: Apocalipsis 21,10-14.22-23

10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,

11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.

12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión, tres al mediodía y tres al poniente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

22 No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo.

23 Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina la gloria de Dios y su antorcha es el Cordero.

 

**• Con la visión de la Jerusalén celestial concluye el libro del Apocalipsis y llega a su final toda la revelación bíblica. En claro contraste con la visión precedente de la ciudad del mal, Babilonia la prostituta, y con el castigo a que es sometida (capítulos 17s), describe Juan ahora la espléndida realidad que «bajaba del cielo», es decir, como don divino: Jerusalén, la esposa del Cordero, la ciudad santa. En ella se manifiesta la misma belleza de Dios, y el fulgor iridiscente que emana de ella es semejante al suyo (v. 11; cf. 4,3).

La perfección de la ciudad está descrita con imágenes tomadas de los profetas (Ez 40,2; Is 54,1 ls; 60,1-22; Zac 14; etc.) e incrustadas en una síntesis nueva y más elevada. Tres elementos simbólicos recuerdan su edificación: la muralla, las puertas y los pilares. La muralla indica delimitación, carácter compacto, seguridad, pero no clausura. En efecto, a cada lado, hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales, se abren tres puertas (cf. Ez 48,30-35), por las que entran en la ciudad todos los pueblos de la tierra, llegando a constituir el único pueblo de Dios, al que se entrega la revelación. Por otra parte, en las puertas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel y son custodiadas por doce ángeles, mediadores de la ley antigua (vv. 12s). Los pilares de las murallas son los apóstoles de Cristo crucificado y resucitado, sobre cuyo testimonio se edifica la Iglesia (Ef2,19s).

Ahora bien, en la ciudad falta el lugar santo por excelencia, el templo, que hacía de la Jerusalén terrena «la ciudad santa». Esta aparente falta constituye su mayor «plenitud»: el Todopoderoso y el Cordero son el Templo. El encuentro con Dios no se realiza ya en un lugar particular con exclusión de todos los demás. El encuentro con Dios en la Jerusalén celestial es una realidad nupcial, una comunión de vida: Dios y el Cordero serán todo en todos (1 Cor 15,28), la Presencia gloriosa de Dios (shekhínah) y del Cristo resucitado es la luz que lo envuelve todo y en la que todos se sumergen (vv. 22-24; cf. Is 60,19s).

 

Evangelio: Juan 14,23-29

En aquel tiempo,

23 dijo Jesús a sus discípulos: - El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

25 Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros;

26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

27 Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo.

28 Ya habéis oído lo que dije: «Me voy, pero volveré a vosotros». Si de verdad me amáis, deberíais alegraros de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.

29 Os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

 

**• Jesús, en la víspera de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de que volverá y se manifestará aún a los que le aman (v. 21b), esto es, a los que guardan sus palabras. El amor a Jesús es caridad activa, arraigada en la fe de que él es el Enviado del Padre, venido a la tierra para revelarlo y anunciar todo lo que le ha oído (v. 24b; cf. 15,15). El que, creyendo, dispone sus días en la obediencia a la Palabra, se vuelve morada de Dios (v. 23) y conoce por gracia -o sea, en el Espíritu la comunión con el Padre y con el Hijo.

La hora para los discípulos es grave, pero no deben temer quedarse huérfanos. El Padre les enviará al Espíritu Santo como guía para el camino del último tiempo. En efecto, la obra de la salvación está totalmente realizada con la pasión-muerte-resurrección de Cristo. Sin embargo, es preciso que cada uno de nosotros entre en ella y se deje salvar. Esa es la tarea del Espíritu: abrir los corazones de los hombres a la comprensión del misterio divino y moverlos a la conversión. Por obra del Espíritu es como Cristo sigue siendo contemporáneo de cada hombre que nace. Por obra del Espíritu son las Escrituras Palabra viva, dirigida al corazón de cada uno.

El Espíritu tiene la misión de «recordar» y «explicar» todo cuanto Jesús ha dicho y hecho en su vida terrena. Ese recuerdo y esa explicación no llevan, sin embargo, muy lejos en el tiempo y en el espacio, pero proporcionan

una visión profunda sobre el presente, porque es en el presente donde Jesús, el Emmanuel, está-con-nosotros. Él mismo lo afirmó cuando añadió un don a la promesa del Espíritu: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz». Ahora bien, la paz es él mismo. Por eso es diferente de la que el mundo puede ofrecer: es una persona, es vida eterna, es amor. Volvemos así al principio: Jesús habita en el corazón del hombre para hacerle capaz de amar; el hombre, amando, se abre cada vez más a Dios y se vuelve cooperador de la salvación, irradiación de paz y profecía del cielo con él.

 

MEDITATIO

A nosotros -siempre inquietos e inseguros, incluso cuando levantamos la voz para hacernos valer- nos da hoy Jesús su paz, diferente a la que da el mundo, quizás diferente a la que queremos. A buen seguro, más preciosa para el tiempo y para la eternidad. Del mismo modo que en la última cena entregó su corazón y todos los tesoros encerrados en él a sus discípulos, así hace con nosotros hoy, ofreciéndonos la clave de su paz y dejándonos entrever su desenlace. La clave de la paz es el amor, adhesión concreta a su Palabra, que hace de nosotros morada de Dios. Y el desenlace es, ya desde ahora, la alegría. ¡Sencillo y arduo programa! Sin embargo, está a nuestro alcance, porque nos ha entregado al Espíritu Santo, memoria viviente de Jesús, lámpara para los pasos de nuestro camino y vigor en la fatiga del compromiso

cristiano.

Si abrimos la puerta del corazón a la paz del Señor, la mayoría de las veces se produce, al principio, un alboroto en nuestro mundo interior: creíamos que los otros ya no nos fastidiarían o molestarían más; pensábamos que el Espíritu nos había calmado del todo; y, sin embargo... Su paz es un dinamismo de amor, no una quietud estática: si le abrimos la puerta del corazón, podrán entrar en él todos los hermanos, con todas sus preguntas apremiantes. Pensábamos que al menos nos sentiríamos ricos por dentro para dar y, sin embargo, seguimos igual de pobres. Es entonces cuando el «Padre de los pobres», el Espíritu Santo, se vuelve Paráclito en nosotros y nos enseña, antes que nada, a escuchar sin preconceptos y sin presunciones (porque somos pobres) a los otros; a recordar la Palabra de Jesús, que se vuelve en nosotros luz que indica el camino de la paz a los hermanos. Es un poco lo que sucedió también hace dos mil años en el concilio de Jerusalén... Se trata de una obra continua, pues la paz de Jesús, ofrecida al corazón de cada discípulo, debe propagarse por el mundo: a él está destinada, en efecto, una meta de alegría y de gloria celestial, que es don de Dios. Pero a nosotros se nos ha dado la tarea de prepararla desde ahora.

 

ORATIO

En ti, y sólo en ti, Señor, encuentra reposo nuestro corazón inquieto y turbado. Tú eres la verdadera paz que el mundo y sus vanidades no pueden ofrecer. Tú eres la piedra preciosa, prenda de la herencia futura, que nadie podrá quitarnos jamás. Concédenos el deseo ardiente de estar a la escucha de toda palabra tuya, para estar siempre dispuestos a realizar lo que tú nos confíes, sin contar con nuestras fuerzas, sino con el poder de tu Espíritu, que habita en nosotros. Sus gemidos inefables nos abren a una incesante oración por cada hombre que sufre lejos de tu rostro. Que su caridad nos conceda una verdadera solicitud, para que no pase ningún pobre a nuestro lado sin encontrar consuelo y descanso.

 

CONTEMPLATIO

«Cuando venga el Espíritu Santo, os lo explicará todo» (Jn 14,26), también las realidades futuras. Queridos hijos: no se trata aquí de cómo se resolverá ésta o aquella guerra, o si crecerá bien el grano. No, no, hijos míos, no se trata de eso. Aquel «todo» se refiere a todas las cosas necesarias para una vida divina y para un secreto conocimiento de la verdad y de la maldad de la naturaleza.

Seguid a Dios y caminad por el santo y recto sendero, cosa que algunas personas no hacen: cuando Dios las quiere dentro, salen, y cuando las quiere fuera, entran; todo al revés. Esto es «todo», todo lo que nos es necesario interior y exteriormente, conocer de manera profunda e íntima, pura y claramente nuestros defectos, la aniquilación de nosotros mismos, grandes reproches por cómo estamos lejos de la verdad y nos apegamos de manera peligrosa a las cosas pequeñas.

El Espíritu Santo nos enseña a sumergirnos en una profunda humildad y a conseguir una total sumisión a Dios y a todas las criaturas. Es ésta una ciencia en la que están encerradas todas las ciencias necesarias para la verdadera santidad. Ésta sería la verdadera santidad, sin comentarios, no de palabra o en apariencia, sino real y profunda. Podemos disponernos de tal modo que se nos conceda de verdad el Espíritu Santo. Que Dios nos ayude en esto. Amén (Juan Taulero, I Sermoni, Milán 1997, pp. 233s [existe edición castellana de sus Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz» (Jn 14,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sin el Espíritu Santo, es decir, si el Espíritu Santo no nos plasma interiormente y si nosotros no recurrimos a él de manera habitual, prácticamente, puede ocurrir que caminemos al paso de Jesucristo, pero no con su corazón. El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos.

Debería haber en nosotros una sola realidad, una sola verdad, un Espíritu omnipotente que se apoderara de toda nuestra vida, para obrar en ella, según las circunstancias, como espíritu de caridad, espíritu de paciencia, espíritu de mansedumbre, aunque es el único Espíritu, el Espíritu de Dios. Todos nuestros actos deberían ser la continuación de una misma encarnación. Sería preciso que entregáramos todas nuestras acciones al Espíritu que hay en nosotros, de tal modo que se pueda reconocer su rostro en cada una de ellas.

El Espíritu no pide más que esto. No ha venido a nosotros para descansar; es infatigable, insaciable en el obrar; sólo una cosa se lo puede impedir: el hecho de que nosotros, con nuestra mala voluntad, no se lo permitamos, o bien no le otorguemos la suficiente confianza y no estemos convencidos hasta el fondo de que él tiene una sola cosa que hacer: obrar. Si le dejáramos hacer, el Espíritu se mostraría absolutamente incansable y se serviría de todo. Basta con nada para apagar un fuego diminuto, mientras que un fuego inflamador lo consume todo. Si fuéramos gente de fe, podríamos confiarle al Espíritu todas las acciones de nuestra ¡ornada, sean cuales sean, y las transformaría en vida (M. Delbrél, Indivisibile amore. Frammenti di lettere, Cásale Monferrato 1994, pp. 43-45, passim).

 

 

Día 6

Lunes de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,11-15

11 Zarpamos, pues, de Tróade y fuimos derechos a Samotracia. Al día siguiente fuimos a Neápolis, y de allí a Filipos,

12 ciudad importante del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí permanecimos algunos días.

13 El sábado salimos fuera de la ciudad y fuimos junto al río, donde pensábamos que se reunían para orar. Nos sentamos y estuvimos hablando con las mujeres que se habían reunido.

14 Entre ellas había una llamada Lidia, que procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de la púrpura. Lidia adoraba al verdadero Dios, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo.

15 Después de haberse bautizado con toda su familia, nos suplicó: - Si consideráis que mi fe en el Señor es sincera, entrad y quedaos en mi casa. Y nos obligó a ello.

 

*•• Estamos en Europa, en Macedonia, la patria de Filipo el Macedonio, padre de Alejandro Magno. Sin embargo, para Pablo, probablemente se tratara de una de las tantas ciudades de lengua y cultura griegas del inmenso Imperio romano. La comunidad judía debía de ser aquí más bien exigua, si es verdad que no había sinagoga y las reuniones se celebraban junto al río. Al parecer, prevalece el público femenino, entre el cual destaca una rica comerciante de púrpura, cuyo nombre también se cita. Lidia es el paralelo femenino de Cornelio, y «adoraba al verdadero Dios»: eso significa que era una pagana que se había acercado al judaísmo y se había convertido en una «prosélito».

Contrariamente a lo que había sucedido en Antioquía de Pisidia, donde algunas mujeres habían participado en la revuelta contra los misioneros, Lidia se siente atraída de inmediato por el mensaje cristiano. En efecto, «el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo». Precisamente como había hecho el Resucitado con los discípulos, cuando les abrió la mente (Le 24,25): es siempre el Señor quien acompaña a sus testigos y hace eficaz su Palabra cuando y donde cree oportuno.

Más tarde, se desencadenará la fantasía de los apócrifos sobre este episodio, tejiendo una historia de aventuras y acontecimientos inverosímiles que tendrían como protagonistas a Pablo y Lidia.

 

Evangelio: Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

26 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí.

27 Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.

1 Os he dicho todo esto para que vuestra fe no sucumba en la prueba.

2 Porque os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios.

3 Y actuarán así porque no conocen al Padre ni me conocen a mí.

4 Os lo digo de antemano para que, cuando llegue la hora, recordéis que ya os lo había anunciado yo.

 

*+• Jesús, después de haber advertido a los suyos del odio y de las persecuciones por parte del mundo, pretende ahora tranquilizarles diciéndoles que su fiel testimonio, en las duras pruebas que sufrirán por parte de los tribunales del mundo, será apoyado por el testimonio del Espíritu de la verdad, que él mismo les enviará desde el Padre. Más aún, las contradicciones serán el lugar donde se manifieste con poder la acción del Espíritu Santo, que hablará por ellos.

¿Cuál es el contexto del testimonio del Espíritu? El odio del mundo. En este clima de oposición es en el que tendrán que dar testimonio de Cristo los discípulos. Él, sin embargo, una vez glorificado, enviará al Paráclito en unidad con el Padre. El Espíritu «dará testimonio» en favor suyo (15,26). A este testimonio interior del Paráclito se añade el exterior de los discípulos (v. 27), banco de prueba para la fe cristiana: «Os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios» (16,2). Estas predicciones del Maestro a los suyos, realizadas con acentos de contenido sufrimiento, revelan la verdad de los acontecimientos que vivirán en breve los discípulos. Lo subraya para que éstos, a continuación, durante las pruebas, puedan acordarse de cuanto les dijo el Maestro y no tengan que sucumbir así al escándalo, y continúen confiando en él (v. 4). Los enemigos de la Iglesia pueden pensar que están de parte del justo y tener también a Dios de su parte; pero, como no han visto la verdad de la luz del Padre, reflejada en la persona de Jesús, no han conocido el verdadero rostro del Padre.

 

MEDITATIO

La vida del cristiano es, a la vez, tiempo de tentación y tiempo de testimonio, tiempo de lucha y tiempo de colaboración en la obra del Espíritu destinada a dar testimonio del Resucitado. Así como el Resucitado fue al Padre en medio de la incomprensión humana, así también los discípulos serán incomprendidos, expulsados de los lugares importantes e incluso les quitarán la vida. Se perfila aquí una visión «heroica» de la vida cristiana, una visión en la que el cristiano ha de ser testigo en el sentido más pleno, es decir, en el de mártir. La realidad de Cristo resulta tan decisiva para la humanidad y, al mismo tiempo, tan heterogénea con el modo común de pensar, que quien se pone de parte de Cristo será, inevitablemente, marginado e incluso suprimido. Eso es lo que ha sucedido en el siglo XX con el elevadísimo número de mártires. Es lo que está sucediendo y, presumiblemente, sucederá en el próximo siglo con la marginación práctica de quienes, en medio del sincretismo general o del fundamentalismo que resurge, se ponen de parte de Cristo, armado con el solo poder del Consolador.

También hoy los discípulos, elegidos para ser custodios y testigos de la realidad divina de Cristo, están advertidos de la incomprensión y de la hostilidad con que serán perseguidos por el mundo. Y lo hará unas veces en nombre del progreso, otras de la emancipación y de la modernización, de la liberación de los tabúes, de las batallas de la civilización, de los Derechos Humanos y de todas las motivaciones que en estos años se han esgrimido, en no raras ocasiones también para hacer olvidar el pasado cristiano e imponer nuevos modelos de vida.

 

ORATIO

Se anuncian, Señor, tiempos duros. El rechazo de tu memoria se está afirmando en algunas parles de nuestro mundo occidental como si In nombre hubiera sido la cobertura, si no la causa, de un momento oscuro de la historia de la humanidad. Haz, Señor, que no nos escandalicemos, sino que sepamos resistir, todos unidos, con la fuerza y el consuelo de tu Espíritu. Haz, sobre todo, que no tengamos que juzgar a quienes nos marginan, porque, en ocasiones, consideran «que dan culto a Dios» o, al menos, a la causa de la humanidad, a menudo de buena fe. Haznos conscientes de que también nosotros, los cristianos, hemos sido a veces, a lo largo de la historia, intolerantes y hemos perseguido a otros hermanos, creyendo dar culto a Dios.

Ayúdanos a ser humildes, a no caer en el victimismo, a dar testimonio de ti con firmeza y orgullo, aunque sin pretender ni aplausos, ni medallas, ni salvoconductos, ni reconocimientos, ni deseo de revancha. Haz que aprendamos a tener confianza sólo en la fuerza de tu Espíritu, para dar testimonio de ti también en el milenio que no ha hecho más que empezar.

 

CONTEMPLATIO

«El arco de los fuertes se ha quebrado, los que tambalean se ciñen de fuerza» (1 Sm 2,4). Con justicia, la gracia del Espíritu Santo recibe el nombre de vigor, ya que los elegidos, al recibirla, se vuelven fuertes contra todas las adversidades de este mundo. ¿Quiénes, sino los apóstoles, han de considerarse débiles? En efecto, está escrito que, en el momento en que fue arrestado el Señor, todos, abandonándole, huyeron. Pero apenas los revistió el vigor, es una maravilla ver cómo los hizo fuertes. El Espíritu, con un estruendo imprevisto, descendió sobre ellos y transformó su debilidad en la potencia de una maravillosa caridad.

El vigor del Espíritu venció el temor, superó los terrores, las amenazas y las torturas, y a los que revistió bajando sobre ellos los adornó con las insignias de una audacia maravillosa para el combate espiritual; hasta tal punto que, en medio de los azotes, torturas y otros ultrajes, no sólo no temieron, sino que exultaron (Gregorio Magno, Comentario al Libro primero de los Reyes, 1,97).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu de la verdad dará testimonio sobre mí» (Jn 15,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quedan hoy cristianos? Si tienes la impresión de que el cristianismo está viendo disminuir en nuestros días su papel de guía espiritual, si tienes la impresión de que la gente busca el significado del ser o no ser, de la vida y de la muerte, del amar y del ser amados, del ser joven y del envejecer, del dar y del recibir, del herir y del ser herido, y no espera ninguna respuesta de los testigos de Jesucristo, empieza a preguntarte entonces hasta qué punto estos testigos deberían llamarse a sí mismos cristianos.

El testigo cristiano es un testigo crítico, porque profesa que el Señor volverá para hacer nuevas todas las cosas. La vida cristiana llama a cambios radicales, porque el cristiano asume una distancia crítica respecto al mundo y, a pesar de todas las contradicciones, continúa diciendo que es posible un nuevo modo de ser humano y una nueva paz. Esta distancia crítica es un aspecto esencial de la verdadera oración (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973, p. 54).

 

Día 7

Martes de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,22-34

En aquellos días,

22 la gente se amotinó contra ellos, y los magistrados ordenaron que les despojaran de sus vestiduras y los azotaran con varas.

23 Después de una severa flagelación, los metieron en la cárcel y encargaron al carcelero que los guardase con cuidado.

24 El carcelero, siguiendo a la letra la orden, los metió en el calabozo más seguro y les sujetó los pies en el cepo.

25 A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios, mientras que los otros presos los escuchaban.

26 De repente, se produjo un gran terremoto, que sacudió los cimientos de la cárcel; se abrieron solas todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas.

27 Al despertarse el carcelero y ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó el puñal con intención de suicidarse, pensando que los presos se habrían fugado. 28 Pero Pablo le gritó: - No te hagas daño, que estamos todos aquí.

29 El carcelero pidió una antorcha, entró en el calabozo y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas.

30 Después los sacó fuera y dijo: - Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?

31 Ellos le respondieron: - Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia.

32 Luego le explicaron a él y a todos sus familiares el mensaje del Señor.

33 En aquella misma hora de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas y a continuación recibió el bautismo con todos los suyos.

34 Después los llevó a su casa, preparó un banquete y celebró con toda su familia la alegría de haber creído en Dios.

 

**• Pablo y Silas están en la cárcel por haber expulsado el espíritu de adivinación de una esclava: «El espíritu salió de ella en aquel mismo instante, pero sus amos, al ver que habían desaparecido sus expectativas de lucro, echaron mano a Pablo y a Silas y los llevaron a la plaza pública ante las autoridades» (vv. 18b-19) acusándoles de turbar el orden público.

Los «estrategas» de Filipos, sin hacer demasiadas averiguaciones, ordenan que azoten con varas a los acusados y encargan al carcelero que los vigile con cuidado. Por eso, al día siguiente, cuando los magistrados querían liberar a los prisioneros, Pablo protesta de manera vivaz y, haciéndose fuerte en su ciudadanía romana, les exige explicaciones por su acción ilegal.

Lucas se muestra solícito también en esta ocasión en sacar a la luz el derecho romano, que favorece la libre circulación de la Palabra. Las persecuciones todavía están lejos.

Entre ambos episodios «policíacos» se insería la clamorosa conversión narrada en nuestro pasaje: el testimonio sereno de los prisioneros, su lealtad, la serio de acontecimientos extraordinarios, conmueven al carcelero y le hacen plantear la pregunta: «¿Qué debo hacer para salvarme?».

La respuesta no consiste en una serie de preceptos, sino en la presentación de una persona: «Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia». Así, a la «prosélito judía» se añade un «funcionario romano»: dos conversiones que entran a formar parle de una comunidad muy querida por Pablo. En electo, los cristianos de Filipos le habían «robado» a Pablo el corazón.

 

Evangelio: Juan 16,5b-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

5 Pero ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adonde vas?».

6 Eso sí, al anunciaros estas cosas, la tristeza se ha apoderado de vosotros.

7 Y sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.

8 Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena.

9 Con el pecado, porque no creyeron en mí;

10 con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis;

11 con la condena, porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado.

 

**• El tema fundamental que nos propone el evangelista es el Espíritu Santo, testigo de Jesús y acusador del mundo. Los versículos introductorios recogen el tema de la tristeza de los discípulos. Jesús ha hablado de las persecuciones que deberán padecer los suyos, y éstos se sienten turbados frente a esos acontecimientos. Las palabras dirigidas por Jesús a los discípulos, recogidas en los vv. 5-7, sacan a la luz su cierre. Los discípulos, atemorizados por el inminente futuro de sufrimiento que les espera, son incapaces de confiarse al que es el único que puede hacerles superar toda tristeza y angustia.

Por eso les reprocha Jesús el hecho de que ninguno le pregunte qué significa su partida al Padre y su próxima pasión y muerte, de las que ya les ha hablado otras veces (cf. 7,33; 13,33; 14,2-5.12). Si hubieran comprendido el sentido de su misión de sufrimiento redentor, se habrían tranquilizado con el pensamiento de que su «ascenso» al Padre tendría como consecuencia la venida del Espíritu, quien reforzará su convicción en torno a la victoria de su fe y les dará la comprensión plena de la verdad del Evangelio.

¿Cuál será, entonces, la tarea del Espíritu? Dar testimonio contra el mundo, que está en pecado por haber rechazado a Cristo. Él, como abogado en un proceso, revelará a los creyentes, a lo largo del desarrollo de la historia, el error del mundo. Lo pondrá en situación de acusado por su pecado de incredulidad. Probará al mundo la justicia de Cristo. Demostrará que el juicio de condena contra Jesús es inconsistente; más aún: que se ha resuelto con la condena para siempre del «que tiraniza a este mundo», sobre el que ha triunfado Cristo con su muerte-exaltación (v. 11).

 

MEDITATIO

Mientras el mundo condena a los discípulos porque siguen a Cristo, el Espíritu dará la vuelta a la situación, revelando el verdadero ser del mundo, su error, su nulidad. Es una luz que procede del criterio del juicio divino, diferente e incluso opuesto al del mundo.

Los discípulos, perseguidos y condenados por los tribunales del mundo, pueden juzgar y condenar en lo íntimo de su conciencia al mundo, en espera del juicio final, que pondrá de manifiesto los términos exactos de la eterna lid.

De este Espíritu que refuerza los corazones, que hace evidentes las razones del creer, que da el valor necesario para oponerse a la mentalidad de este mundo, de este Espíritu -decía tenemos hoy una extrema necesidad. Y tenemos tanta necesidad porque se trata de un mundo cada vez más seguro de sí mismo, más persuasivo, más seductor. Tenemos necesidad, sobre todo, de este Espíritu que muestra al corazón y a la mente de cuantos creen que sectores completos del mundo «mundano» tienen en sí mismos componentes diabólicos, que la batalla entre Cristo y el Príncipe de este mundo continúa, que nosotros participamos en esta lucha decisiva, dentro de nosotros, entre nosotros y en el ambiente que nos rodea.

 

ORATIO

Envía tu Espíritu, Señor, para que podamos resistir al poder del mundo. Estás viendo lo débiles que somos, cómo disminuyen nuestras fuerzas, cómo disminuyen nuestras filas, cómo se vuelven cada vez más tímidos tus discípulos y cómo las razones del mundo están conquistando el corazón de no pocos de nuestros jóvenes y de los que ya no lo son. ¿Qué podremos oponer al poder del mundo si tu Espíritu no está con nosotros? Nuestros argumentos no interesan demasiado, y apenas arañan las seguridades de pocos. Sin tu Espíritu corremos el riesgo de ser homologados con el sentir común.

Tenemos una extrema necesidad de una dosis masiva de tu Espíritu para no sentirnos los últimos defensores de una causa que, a los ojos de muchos, no tiene futuro. Envía a tu Paráclito, a tu Abogado, a tu Argumentador, a tu Defensor, a tu Consolador, para que no huyamos de la lucha, para que no nos quedemos sin armas, para que no nos veamos sumergidos en la envolvente mentalidad que proclama un tranquilo paganismo. Envía tu Espíritu para convertirnos en profetas críticos de este mundo, profetas entusiastas de tu mundo, de tu verdad.

 

CONTEMPLATIO

«Se acerca el príncipe de este mundo» (Jn 14,30). ¿Quién es ese príncipe de este mundo, sino aquel de quien ya había hablado antes, diciendo: «Se acerca el príncipe de este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí», es decir, no encuentra nada que le dé derecho alguno, nada que le pertenezca, o sea, ningún pecado en absoluto? Gracias al pecado se ha convertido el diablo en el príncipe de este mundo.

El diablo no es, ciertamente, príncipe del cielo y de la tierra y de todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, es decir, no es príncipe del mundo en el sentido en que se entiende el mundo con estas palabras: «Y el mundo fue hecho por él». Es príncipe de ese mundo del que el mismo evangelista dice inmediatamente después: «Y el mundo no lo reconoció», a saber: los hombres infieles, de los que el mundo -esto es, la superficie de la tierra- está lleno, y en medio de los cuales gime el mundo de los fieles, que fueron elegidos de en medio del mundo por aquel por cuya mediación fue hecho el mundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 79,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Paráclito, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado» (Jn 16,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué signos caracterizan a los verdaderos profetas? ¿Quiénes son esos revolucionarios? Los profetas críticos son personas que atraen a los otros con su fuerza interior. Los que se encuentran con ellos quedan fascinados y quieren saber más de ellos, porque tienen la impresión irresistible de que toman su fuerza de una fuente escondida, fuerte y abundante. Fluye de ellos una libertad interior que les concede una independencia que no es soberbia ni separación, pero que les hace capaces de estar por encima de las necesidades inmediatas y de las realidades más apremiantes.

Estos profetas críticos son movidos por lo que sucede a su alrededor, pero no dejan que eso los oprima o los destruya. Escuchan con atención, hablan con segura autoridad, pero no son gente que se incline al apresuramiento y al entusiasmo con facilidad. En todo lo que dicen y hacen parece como si hubiera ante ellos una visión viva, una visión que los que les escuchan pueden presumir, aunque no ver. Esta visión guía sus vidas y la obedecen. Por medio de ella saben cómo distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es.

Muchas cosas, que parecen de una apremiante inmediatez, no les agitan, y atribuyen una gran importancia a algunas cosas a las que los otros no prestan atención. No viven para mantener el status quo, sino que fabrican un mundo nuevo, cuyos rasgos ven. Ese mundo tiene para ellos tal aliciente que ni siquiera el miedo a la muerte ejercen sobre ellos un poder decisivo (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973, pp. 57ss).

 

Día 8

 

Miércoles de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 17,15.22-18,1

En aquel tiempo,

15 los que acompañaban a Pablo le llevaron hasta Atenas, y desde allí se volvieron con el encargo de avisar a Silas y Timoteo, para que se reunieran con Pablo lo más pronto posible.

22 Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo: - Atenienses, he observado que sois extremadamente religiosos.

23 En efecto, al recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado un altar en el que está escrito: «Al dios desconocido». Pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio.

24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, y que es el Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por mano de hombre;

25 tampoco tiene necesidad de que los hombres le sirvan, pues él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.

26 El creó de un solo hombre todo el linaje humano para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo las épocas y los límites de su territorio,

27 con el fin de que buscaran a Dios, por sí mismos y de que, escudriñando a tientas, lo pudieran encontrar. En realidad, no está lejos de cada uno de nosotros,

28 ya que en él vivimos, nos movemos y existimos. Así lo han dicho algunos de vuestros poetas: «Somos de su linaje».

29 Por tanto, si somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a oro, plata, piedra o escultura hecha por arte y genio humanos.

30 Ahora, sin embargo, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, Dios hace saber a los hombres que todos, en todas partes, han de convertirse,

31 ya que él ha establecido un día, en el que va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él, a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos.

32 Al oír aquello de «resurrección de entre los muertos», unos se echaron a reír; otros dijeron: - Ya te oiremos otra vez sobre esto.

33 Entonces Pablo abandonó la reunión.

34 Algunos, sin embargo, se unieron a él y creyeron; entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.

18 Después de esto, Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

 

*•• Se trata del famoso discurso en el Areópago (probablemente el consejo de la ciudad) de Atenas. Es el primer encuentro no tanto con el paganismo, que ya había tenido lugar en otras partes, sino con la cultura pagana, con los representantes de la élite cultural del tiempo: estoicos y epicúreos. Estamos ante un discurso bien preparado, hábil; un ejemplo de inculturación que, sin embargo, no quita ni un ápice a la originalidad del mensaje cristiano. A pesar de que Pablo usa elementos de la cultura de los oyentes, citando incluso a poetas griegos, del mismo modo que citaba las Escrituras cuando se dirigía a los judíos, no hace un discurso de filósofo, sino de profeta. Anuncia a un hombre resucitado de entre los muertos, que permite vencer la ignorancia en la que cayeron durante siglos naciones enteras, es decir, la idolatría.

Pablo se alinea con los más grandes filósofos y poetas que habían criticado la idolatría, pero dice lo que no podían decir ni los filósofos ni los poetas: es posible llegar a la verdad a través de un hombre, acreditado por Dios con la resurrección de los muertos; un hombre que será también el juez final, esto es, el criterio del bien y del mal. Frente a un anuncio tan poco «racional», el auditorio, como siempre, se divide. Muchos se van con la sonrisa en los labios, otros se adhieren al anuncio.

Se ha discutido mucho si el discurso, es decir, el intento de inculturación, fue un éxito o un fracaso. Del mismo modo que se ha discutido si, después de este intento, cambió Pablo sus modalidades de anuncio.

Sin embargo, parece que la intención de Lucas ha sido ofrecer el ejemplo de un modo de presentación del kerygma a los paganos cultos. Los resultados son los esperados, dado que la Palabra de Dios divide los corazones y las mentes. Con todo, hasta en la brillante y, en conjunto, superficial Atenas nace una comunidad cristiana: eso es lo importante para Lucas. Hay que recurrir a todas las modalidades de anuncio para predicar a Cristo.

 

Evangelio: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras.

14 El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

**• El texto incluye la quinta promesa de la misión del Espíritu, maestro y guía hacia la plenitud de la verdad. Tras una introducción al tema (v. 12), el fragmento, de valor teológico, se desarrolla en tres pasajes paralelos, que concluye cada uno con la misma fórmula («Os lo revelará»: vv. 13.14.15) y con una progresión temática doctrinal sobre las tres personas divinas: el Espíritu, Cristo, el Padre.

Jesús querría revelar a los suyos muchas otras cosas, mas por ahora no pueden entenderlas. Antes tendrán que recibir el Espíritu. El Paráclito será la ayuda de los discípulos y les introducirá en «la verdad completa» (v. 13), esto es, inaugurará un período nuevo del conocimiento de la Palabra de Jesús. Su instrucción se desarrollará en lo íntimo del corazón de cada discípulo, y con ella conocerán los secretos de la verdad de Cristo y le podrán hacer entrar en ellos. La tarea del Espíritu será semejante a la de Jesús, aunque dirigida al pasado y al futuro. Del mismo modo que el Hijo, en su vida terrena, no hizo nada sin el consenso y la unidad del Padre, así el Espíritu, en el tiempo de la Iglesia pospascual, actuará en perfecta dependencia de Jesús y «dirá únicamente lo que ha oído» (v. 13c). Guiará en la comprensión interior de la Palabra de Jesús; más aún: de Jesús mismo, «y os anunciará las cosas venideras» (v. 13d), es decir, os hará ver la realidad de Dios y de los hombres, como el Padre y el Hijo la ven; os hará conocer, de modo verdadero, los acontecimientos del mundo y de la historia desde la perspectiva de la novedad iniciada por la muerte y la resurrección de Cristo, siempre nueva y creativa interiormente.

 

MEDITATIO

El Espíritu prometido permitirá a los discípulos comprender las cosas de Dios tal como han sido reveladas por Jesús. El Espíritu hará la exégesis de las palabras del Señor para que puedan caminar a través de la historia con la «mente de Dios», con su modo de ver y de juzgar, de sentir y de obrar. También expresa la alteridad del discípulo y de la Iglesia respecto al mundo. El sentido de las cosas, de la historia, de los acontecimientos, está reservado a los que tienen el Espíritu. Ahora bien, es preciso que el Espíritu pueda hablar. La tradición ha hablado de la necesidad de disponer de un corazón «purificado» para comprender las cosas de Dios tal como son sugeridas por el Espíritu. El Oriente cristiano ha meditado largamente sobre la bienaventuranza: «Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios». La visión de Dios y de sus cosas, la comprensión de las palabras de Jesús, su actualización a las distintas situaciones en diferentes momentos de la historia personal o general, están reservadas a aquellos que dejan hablar al Espíritu, en un corazón purificado, progresivamente liberado de los apegos y condicionamientos mundanos. Las épocas más creativas para la fe han sido las épocas en las que se nos obligaba a la liberación interior, a la oración, a la santidad.

Es en los santos donde las palabras del Señor se realizan al máximo. A ellos es a quienes se da la comprensión profunda de las cosas de Dios, así como una comprensión particular del momento histórico. Conocer la realidad según Dios es algo distinto al conocimiento necesario típico de la racionalidad: es dejar que el Espíritu hable en un corazón desalojado de las cosas demasiado terrenas.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a liberarme de las demasiadas cosas que me impiden comprender «la verdad completa», comprender tu Palabra en el hoy, lo que me dices para mi hoy, lo que debo hacer aquí y ahora, sobre todo cómo debo ver mi vida y los acontecimientos que tienen que ver con mis hermanos, en la situación en que me encuentro. Purifica mi corazón para que mi ojo interior pueda ver tus caminos, para que mi oído interior pueda oír tu voluntad, para que mi instinto esté orientado hacia ti.

Las propuestas que se me hacen son múltiples. La comunicación me inunda hoy de mensajes multiformes y contradictorios. Con frecuencia no sé hacia dónde orientarme. Concédeme un corazón desprendido y vacío para dejarte hablar a ti; concédeme un corazón humilde para escuchar la voz de tu Iglesia, que me orienta.

Sobre todo, haz que no esté condicionado de tal modo por las indicaciones del mundo, que siga tus indicaciones a su luz. Si quiero ser luz del mundo, debo juzgar las soluciones del mundo a la luz que viene de ti. Unas veces mediante el proceso de un delicado discernimiento; otras, con la obligada nitidez. Purifícame e ilumíname, Señor.

 

CONTEMPLATIO

No esperéis escuchar de nosotros las verdades que el Señor no quiso decir a sus discípulos por no estar aún en condiciones de comprenderlas. Aplicaos, más bien, a progresar en la caridad, que desciende a vuestros corazones por medio del Espíritu Santo que os ha sido dado.

Gracias al fervor de vuestra caridad y al amor que alimentáis por las cosas del alma, podréis experimentar interiormente aquella luz, aquella voz espiritual que los hombres atados a la carne son incapaces de tolerar; y que no se presentan con signos que los ojos del cuerpo pueden ver, ni se hacen oír con sonidos que los oídos pueden oír. No se puede amar, ciertamente, lo que nos es del todo desconocido. Pero amando lo que conocemos en parte, por efecto de este mismo amor se llega a conocerlo cada vez mejor, cada vez de un modo más profundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 96,4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí» (Jn 16,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hace varios años, tuve la oportunidad de encontrar a la madre Teresa de Calcuta. Tenía en aquel momento muchos problemas y decidí aprovechar esta ocasión para pedir consejo a la madre Teresa.

Apenas nos sentamos, empecé a mostrarle todos mis problemas y dificultades, intentando convencerla de lo complicados que eran. Cuando, tras haberle expuesto elaboradas explicaciones durante unos diez minutos, me callé, la madre Teresa me miró tranquilamente y me dijo: «Bien, si dedicas una hora cada día a adorar a tu Señor y no haces nunca lo que sabes que es injusto... todo irá bien». Cuando oí estas palabras me di cuenta de improviso de que había pinchado mi globo hinchado, un globo compuesto de complicada autoconmiseración, y me había señalado, mucho más allá de mí mismo, el lugar de la verdadera curación. En realidad, me quedé tan pasmado con su respuesta que no sentí ningún deseo o necesidad de continuar.

Al reflexionar sobre este breve, aunque decisivo, encuentro, me doy cuenta de que yo le había planteado una pregunta por lo bajo y ella me había dado una respuesta por lo alto. De primeras, su respuesta no parecía adecuada con respecto a mi pregunta, pero, después, empecé a comprender que su respuesta venía desde el lugar de Dios y no desde el lugar de mis lamentaciones. La mayoría de las veces reaccionamos a preguntas por lo bajo con respuestas por lo bajo. El resultado es que cada vez hay más preguntas y, con frecuencia, respuestas cada vez más confusas. La respuesta de la madre Teresa fue como una lámpara de luz en mi oscuridad. Conocí, de improviso, la verdad sobre mí mismo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spiríto, Brescia 1984'', pp. 81 s).

 

Día 9

Jueves de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,1-8

En aquellos días,

1 Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

2 Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, el cual acababa de llegar de Italia con su mujer, Priscila, a raíz del decreto por el que Claudio había expulsado de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos

3 y, como eran del mismo oficio -se dedicaban a fabricar tiendas-, se quedó trabajando en su casa.

4 Todos los sábados conversaba en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos.

5 Pero, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se consagró enteramente a la predicación de la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que Jesús era el Mesías.

6 Como ellos se oponían y no cesaban de insultarle, sacudió sus vestidos y les dijo: - Vosotros sois los responsables de cuanto os suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante, pues, me dirigiré a los paganos.

7 Dicho esto, se marchó de allí, y fue a casa de un tal Ticio Justo, que adoraba al verdadero Dios y vivía junto a la sinagoga.

8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y muchos de los corintios que oían la predicación, creían y se bautizaban.

 

*» Se trata de un fragmento de crónica que nos ofrece útiles indicaciones para comprender la vida cotidiana de Pablo y de los primeros evangelizadores. Nos hace saber que Pablo tenía un oficio, un trabajo manual, y lo ejercía, cosa poco conveniente para un hombre culto, dedicado a la Palabra, entre los atenienses, pero común entre los rabinos, que encontraban en el trabajo ocasiones de encuentro y, por consiguiente, de enseñanza.

Pablo se aloja y trabaja con una pareja de judíos expulsados de Roma por Claudio. Información útil para la datación de este período: el decreto imperial remonta, efectivamente, a los años 49-50.

La llegada de ayudantes permitió a Pablo dedicarse de manera exclusiva a la predicación. Lucas lleva buen cuidado en decir que Pablo parte siempre de los judíos: sólo tras el enésimo rechazo, esta vez más bien violento, declara que se dirigirá «en adelante» a los paganos. Ya lo había dicho en Antioquía de Pisidia (Hch 13,46s), y lo dirá asimismo más adelante. Se nota la preocupación del autor por explicar los motivos del paso a los paganos.

Tampoco aquí hay sólo espinas, porque, frente a la oposición judía, se convierte nada menos que el jefe de la sinagoga con toda su familia. Y empieza una abundante cosecha también entre los paganos.

Una observación: no hay síntomas de un cambio de «estrategia evangélica», como si, tras el escaso éxito en Atenas, Pablo hubiera decidido no cambiar nada en su predicación, ni respecto al contenido ni respecto al lenguaje.

El paso de Atenas a Corinto está presentado aquí más como una opción ulterior en favor de los paganos, que como un cambio de método, como si Pablo estuviera replanteándose su estrategia misionera.

 

Evangelio: Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme.

17 Al oír esto, algunos de sus discípulos comentaban entre sí: - ¿Qué significa esto? Acaba de decirnos: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme». También nos ha dicho: «Porque me voy al Padre».

18 Y se preguntaban: - ¿Qué quiere decir con eso de «dentro de poco»? No sabemos a qué se refiere.

19 Sabiendo Jesús que deseaban una aclaración, les dijo: - Estáis preocupados por el sentido de mis palabras: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme».

20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

 

**• Jesús consuela a los suyos de la tristeza por su partida. Les asegura que esa tristeza durará poco: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme» (v. 16). ¿Qué significan estas enigmáticas afirmaciones de Jesús? Se refiere a los dos tiempos a los que Jesús está a punto de dar cumplimiento. El primero se refiere a su vida terrena, que está a punto de acabar; el segundo se refiere a su vida gloriosa, inaugurada con la resurrección. Su retorno posterior no se limita a las apariciones pascuales, sino que se prolonga en el corazón de los creyentes mediante su presencia en ellos.

Las palabras del Maestro no son comprendidas por los discípulos, que se plantean varias preguntas (vv. 17s). Jesús, que conoce a los suyos por dentro y los acontecimientos que les esperan, intenta remover, a partir de las preguntas que le plantean, su tristeza, infundiéndoles la confianza en él con una nueva revelación: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (v. 20).

La comunidad cristiana tendrá que hacer frente a todo un cúmulo de pruebas. Especialmente cuando le sea arrebatado el Esposo. Con su muerte, experimentará el llanto, la aflicción y el desconcierto, mientras que el mundo se sentirá alegre pensando que ha extirpado el mal. Estos momentos serán, para la comunidad, momentos de duda, de oscuridad y de silencio de Dios.

Pero la historia se tomará su revancha y, cuando esto llegue, la comunidad de los discípulos experimentará el gozo. Jesús no habla de sus sufrimientos -y tenía motivos para ello-, sino que piensa en los suyos más que en él, como el buen pastor en su rebaño.

 

MEDITATIO

El tiempo de la Iglesia es el tiempo en el que el discípulo se encuentra cogido entre dos gozos: el del mundo y el de Cristo. El gozo del mundo está ligado a la consecución de valores efímeros, como un saber puesto al servicio de intereses materiales; de una carrera social, científica; de la fama; de la rentabilidad económica de nuestras opciones. Sin tener en cuenta la exasperación de la sensualidad y de las sensaciones fuertes e impulsadas al extremo. Con estas cosas suele gozar el mundo.

El gozo que viene de Jesús deriva de ser sus discípulos, de saber que él está cerca en todo momento, que gastar la vida por él y por los hermanos es una inversión ventajosa y un honor grande; que lo único necesario es no perderle a él, sentir su proximidad, estar seguros de caminar hacia su posesión.

Nuestro corazón se encuentra cogido entre estos dos gozos: el primero es más inmediato, aunque fugaz: el segundo es más paciente, pero, sin embargo, no decepciona. A veces ambos gozos se enlazan; otras, se oponen. El corazón del discípulo debe estar orientado siempre hacia el «todavía no», hacia el decisivo «dentro de otro poco volveréis a verme», cuando el gozo, frecuentemente querido y creído, se volverá felicidad plena y sin sombras.

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por tus visitas, que me llenan de alegría. Te doy gracias también por tus ausencias, que me hacen desear tu alegría. Bendito seas, ahora y siempre, porque sabes cómo gobernar mi corazón y atraerlo a ti.

Permíteme pedirte hoy que no me dejes demasiado solo a merced de los gozos de este mundo, para que no quede conquistado por ellos. Que no me dejes tampoco demasiado solo en las pruebas que el mundo me procura, para que no desespere de tu consuelo.

Sé que debería estar siempre alegre, «en todo tiempo», que siempre debería bendecirte y darte gracias. Sé que un discípulo tuyo no debería estar nunca triste. Pero tú socórreme cuando este mundo me parezca demasiado dulce, para que no me embriague, y también cuando me parezca demasiado amargo, para que no me aplaste. Ayúdame a buscar mi consuelo y mi gozo en ti Y no dejes de hacerte sentir por este pobre corazón mío, tan frágil y titubeante.

 

CONTEMPLATIO

La promesa del Señor, «dentro de otro poco volveréis a verme», se dirige a toda la Iglesia. El Señor no tardará en cumplir su promesa: un poco más y le veremos, allá arriba, donde ya no tendremos ninguna necesidad de dirigirle ninguna oración, de exponerle ninguna petición, porque ya no nos quedará nada que desear, nada escondido que queramos conocer. Este breve intervalo de tiempo nos parece largo a nosotros porque todavía debe transcurrir, pero cuando haya acabado nos daremos cuenta de lo breve que ha sido. Que nuestra alegría, por tanto, sea muy diferente a la que experimenta el mundo.

Que tampoco durante el trabajoso parto de este deseo nuestro permanezca nuestra tristeza completamente sin alegría, porque, como dice el Apóstol, debemos mostrarnos «alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación» (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 101,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alegría, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor.

Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza.

Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alegría». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar (H. J. M. Nouwen, V/Vere ne//o Spirito, Brescia 1998\ pp. 17s).

 

 

Día 10

San Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia

 

Dicen los autores que Juan de Ávila es la figura más importante del clero secular español del siglo XVI. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) hacia el año 1499. De familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y, después de tres años de oración y meditación, se decidió por el sacerdocio.

Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá, donde hizo amistad con el P. Guerrero, que después fue arzobispo de Granada y amigo suyo durante toda la vida.

Las sabias lecciones de artes del maestro Soto, de quien fue discípulo predilecto, y las lecturas del docto maestro Medina, que enseñaba por la nueva vía de los nominales, alternaban con la sabrosa lección de unos libros de Erasmo, saturados de espíritu paulino y salpicados de mordaces censuras ansiosas de reforma.

Desarrolló su actividad apostólica especialmente en el sur de España. Murió santamente en Montilla (Córdoba) el 10 de mayo de 1569, diciendo «Jesús y María».

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,9-18

Estando Pablo en Corinto,

9 una noche, el Señor le dijo en una visión: - No temas, sigue hablando, no te calles,

10 porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo.

11 Pablo permaneció en Corinto un año y seis meses, enseñando la Palabra de Dios.

12 Bajo el proconsulado de Galión en Acaya, los judíos se confabularon contra Pablo y lo llevaron ante el tribunal

13 con esta acusación: - Éste trata de persuadir a los hombres para que den culto a Dios en contra de la Ley.

14 Pablo se disponía a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: - Si se tratase de un delito o de un crimen grave, yo os escucharía como es debido,

15 pero tratándose de cuestiones referentes a vuestra propia ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez de estas cosas.

16 Y los echó del tribunal.

17 Entonces todos ellos agarraron a Sostenes, el jefe de la sinagoga, y se pusieron a golpearle delante del tribunal. Pero Galión no hacía caso de lo que ocurría.

18 Pablo se quedó todavía bastante tiempo en Corinto. Después se despidió de los hermanos y se embarcó rumbo a Siria, acompañado de Priscila y Aquila. En Cencreas se había rapado la cabeza para cumplir un voto que había hecho.

 

*+• Otras informaciones de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es cuando el procónsul Galión se encontraba en Corinto. Éste actúa de manera inteligente como «laico»: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de ver, las cuestiones que le someten son discusiones internas al judaísmo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función.

Lucas lo subraya adrede, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión del fanatismo de sus adversarios.

Los judíos no se dan por vencidos y caldean en exceso la atmósfera: Pablo continúa llevando una vida difícil. Pero queda confortado y confirmado en su misión: está haciendo lo que quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique también a los paganos. Estos continuos subrayados expresan -una vez más- la seriedad del problema del paso a los paganos para las primeras generaciones cristianas. Es casi una idea fija: ¿cómo explicar el hecho de que el pueblo de la promesa hubiera rechazado a Jesús, mientras que éste era acogido por los gentiles, esto es, por los tan depreciados paganos? Pero es el Señor -nos asegura Lucas- quien dice: «En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo», como en otras muchas ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos paganos.

Y en Corinto, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura griega, la confrontación con el paganismo no iba a ser una broma: dieciocho meses en Corinto representan una verdadera iniciación en la evangelización de los gentiles.

Finalmente, concluye Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con sus patronos de trabajo, Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después hacia Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en un solo lugar, aunque fuera con provecho, pudo parecerle excesivo.

 

Evangelio: Juan 16,20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

21 Cuando una mujer va a dar a luz, siente tristeza, porque le ha llegado la hora, pero, cuando el niño ha nacido, su alegría le hace olvidar el sufrimiento pasado y está contenta por haber traído un niño al mundo.

22 Pues lo mismo vosotros: de momento estáis tristes, pero volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar.

23 Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada.

 

**• Jesús, cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con él: v. 20), se vale de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21) para expresar el paso de la aflicción a la alegría sobreabundante. La alegría de la mujer es doble: han terminado sus propios sufrimientos y ha dado al mundo un nuevo ser.

La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en la vida nueva que es la pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús explicando la comparación en sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte oprobiosa del Hijo de Dios se mudará en gozo el día de la pascua, en una alegría sin fin que «nadie podrá quitar»los discípulos, porque está arraigada en la fe en Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.

Jesús ha hablado del tiempo inaugurado con su resurrección; en la continuación, añade: «Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada» (v. 23b). La expresión «ese día» no se refiere sólo al día de la resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el Espíritu Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo que sea necesario.

 

MEDITATIO

Seguimos con la alegría. En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del sufrimiento misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría eclesial. De esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo. En medio de las persecuciones que le vienen a causa de la predicación del Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2 Cor 6,10).

Hoy como ayer, quien se compromete en el inmenso y minado campo de la difusión de la Palabra, en la tarea misionera, seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperanza. Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ese es el milagro de la misión. ¿Por qué no superar el miedo al fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles generosos?

 

ORATIO

Hoy me doy cuenta, Señor, de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder asimismo del temor al fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de alcanzar resultados escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor, de que no siento compasión por mi prójimo, que camina en su cómodo, aunque insano, cenagal. Y me pregunto si he experimentado de verdad tu amor, si conozco de verdad tu amor por mí, tu compasión por mí, lo que has hecho por mí. ¿Es ésa, Señor, la razón por la que me encuentro a menudo árido y triste? ¿Es ésa la razón de que no conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la vida? ¿Se debe a eso que me sienta cansado y resignado?

Concédeme, Señor, un corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a mi prójimo. Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la profunda necesidad que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad de ti. Ayúdame a superar mi aridez, para llevar un poco de alegría, para que también en mí vuelva a florecer tu alegría.

 

CONTEMPLATIO

Que el que guía a las almas esté cerca de cada uno con la compasión y esté más dedicado que todos los demás a la contemplación, para asumir en él, con sus vísceras de misericordia, la debilidad de los otros y, al mismo tiempo, para ir más allá de sí mismo en la aspiración a las realidades invisibles, con la altura de la contemplación.

Y así, si mira con deseo hacia lo alto, no despreciará las debilidades del prójimo, o si, viceversa, se acerca a ellas, no descuidará la aspiración a lo alto.

Como la caridad se eleva a maravillosas alturas cuando se arrastra con misericordia hasta las bajezas del prójimo, cuanto con mayor benevolencia se pliegue a las debilidades, con más potencia subirá hacia lo alto (Gregorio Magno, Regla pastoral, n,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La compasión consiste en tener el atrevimiento de reconocer nuestro recíproco destino, a fin de que podamos ir hacia adelante, todos ¡untos, hacia la tierra que Dios nos indica. Compasión significa también «compartir la alegría», lo que puede ser tan importante como compartir el dolor. Dar a los otros la posibilidad de ser completamente felices, dejar florecer en plenitud su alegría.

Ahora bien, la compasión es algo más que una esclavitud compartida con el mismo miedo y el mismo suspiro de alivio, y es más que una alegría compartida. Y es que tu compasión nace de la oración, nace de tu encuentro con Dios, que es también el Dios de todos.

En el mismo momento en que te des cuenta de que el Dios que te ama sin condiciones ama a todos los otros seres humanos con el mismo amor, se abrirá ante ti un nuevo modo de vivir, para que llegues a ver con unos ojos nuevos a los que viven a tu lado en este mundo. Te darás cuenta de que tampoco ellos tienen motivos para sentir miedo, de que tampoco deben esconderse detrás de un seto, de que tampoco tienen necesidad de armas para ser humanos.

Comprenderás que el jardín interior que ha estado desierto durante tanto tiempo, puede florecer también para ellos (H. J. M. Nouwen, A maní aperte, Brescia 19973, 47s).

 

Día 11

Sábado de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura; Hechos de los Apóstoles 18,23-28

23 Después de pasar allí algún tiempo, salió y recorrió la región de Galacia y Frigia, fortaleciendo a todos los discípulos en la fe.

24 Había llegado por entonces a Éfeso un judío llamado Apolo, originario de Alejandría. Era un hombre elocuente y muy versado en la Escritura.

25 Había sido instruido en el camino del Señor y hablaba con gran entusiasmo, enseñando con exactitud lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan.

26 Se puso a hablar también con valentía en la sinagoga. Cuando le oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor precisión el camino de Dios.

27 Como él deseaba ir a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo acogieran. Su llegada aprovechó mucho a los que habían creído por la gracia de Dios,

28 pues refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Mesías.

 

**• Pablo empieza a viajar de nuevo desde Antioquía, que se ha convertido en el punto de partida y de referencia para la misión a los paganos, como lo era Jerusalén para los judíos cristianos. Sin embargo, la atención se dirige ahora a Éfeso, otra ciudad importante, donde se habían detenido Priscila y Aquila (nótese la precedencia otorgada a la mujer). Y aquí, en ausencia de Pablo, conocen a Apolo, un notable predicador, teólogo y misionero, que enseña exactamente lo que se refería a Jesús, aunque de manera incompleta, dado que sólo conocía el bautismo de Juan.

Frente a estas afirmaciones debemos confesar que conocemos bastante poco sobre la situación de las comunidades primitivas, sobre los circuitos de comunicación de la fe, sobre la geografía de la difusión, sobre las corrientes de pensamiento o sobre los grupos ligados a los distintos personajes. Apolo, que viene de Egipto, a donde ya ha llegado la Buena Noticia, ¿ha sido convertido por los discípulos de Juan que conocieron a Jesús?

La vida de las primeras Iglesias debió de ser muy viva, y lo que se presenta en los Hechos de los Apóstoles es sólo una pequeña parte, una muestra, de la gran empresa de la evangelización, aunque una parte autorizada -ciertamente- por estar centrada en las dos columnas que son Pedro y Pablo; con todo, debe andar muy lejos de proporcionar un cuadro completo de la situación.

Al mismo tiempo que tenían lugar los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, un gran número de misioneros, aptos y entusiastas como Apolo, recorrían el mundo.

También es digna de destacar la tarea de los laicos, que se permiten «corregir» a muchas personalidades, proporcionando una contribución de no poca monta al arraigo del nuevo «camino del Señor» en Grecia, gracias a la cultura y a la dialéctica de un Apolo «puesto al día».

Toda la Iglesia participa en la empresa de la evangelización, cada uno con sus límites, aunque con el apoyo y la aportación fraterna de todos. Es verdaderamente maravillosa esta Iglesia fraterna, que parece tener en la cima de sus preocupaciones la difusión del Evangelio en todos los ámbitos.

 

Evangelio: Juan 16,23-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

23 Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre.

24 Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

25 Hasta ahora os he hablado en un lenguaje figurado, pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que os hablaré del Padre claramente.

26 Cuando llegue ese día, vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que os diga que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros,

27 porque el Padre mismo os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios.

28 Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre.

 

**• El fragmento subraya el tema de la oración. La nueva era predicha por el Señor a los suyos consistirá en la comprensión de la relación recíproca que existe entre el Padre y el Hijo y en la manifestación de Jesús con el don de la oración eficaz, porque él es el único camino para la oración dirigida a Dios. Los discípulos no estaban acostumbrados a orar en el nombre de Jesús (v. 24). Ahora, sin embargo, por medio del Espíritu Santo enviado por el Padre, se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que se pueden dirigir al Padre en el nombre de Jesús, porque su Señor, en virtud de su paso al Padre, se ha convertido en el verdadero mediador entre Dios y el hombre.

En consecuencia, Jesús, prosiguiendo el diálogo con sus discípulos, realiza una constatación sobre el pasado y, a continuación, proyecta una mirada sobre el futuro. Por lo que se refiere al pasado, que abarca toda su vida terrena, afirma que se ha servido de palabras y de imágenes que encerraban un significado profundo que ellos nos comprendían con frecuencia. Por lo que se refiere al futuro, desde el acontecimiento de la pascua en adelante, sus palabras dejarán de tener velos y llegarán al fondo de sus corazones (v. 25). En efecto, con la venida del Espíritu después de la pascua se inicia la nueva era en la que Jesús hablará abiertamente y todos podrán comprender la verdad sobre el Padre y lo que él pretende hacer conocer a los hombres.

En la oración es donde los discípulos conocerán la íntima relación que existe entre Jesús y el Padre, y la de éstos con ellos. A continuación serán escuchados, porque existirá un entendimiento perfecto en el amor y en la fe con Cristo, con el que serán casi una sola cosa. Más aún, serán escuchados porque son amados por el mismo Padre a causa de su fe en el misterio de la encarnación del Hijo (vv. 26s). La Palabra de Jesús es una palabra de vida que merece ser custodiada en el corazón.

 

MEDITATIO

La comunión de los discípulos con Jesús y con su misión les garantiza que el Padre escuchará su oración como escucha la del Hijo. Del mismo modo que las obras y las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre, tampoco las obras y las palabras de los discípulos son suyas, sino de Jesús, presente dentro de ellos: la omnipotencia de Jesús es la omnipotencia de los discípulos.

El gran mensaje contenido en esta página de Juan me provoca: ¿por qué obtengo tan poco? ¿Por qué soy tan poco eficaz? ¿Por qué mi alegría es tan raramente plena? Y aún: ¿por qué el misterio de la unión del Hijo con el Padre me atrae sólo de una manera débil? ¿Por qué siento tan pocas veces la omnipotencia de Dios en mi acción? ¿Y si estas preguntas estuvieran concadenadas? ¿No estarán por casualidad mis ojos demasiado vueltos a la realidad de este mundo y demasiado poco al misterio de Dios, al amor del Padre al Hijo y del Hijo a los discípulos?

La mirada al mundo, aunque necesaria, no me ayuda ciertamente a salvarlo, a no ser que lo mire con los ojos y con el corazón del Padre, que ha dado al Hijo para la salvación del mundo y quiere implicarme en esta aventura decisiva, porque es una aventura que tiene que ver con la eternidad. El ojo de Dios me ayudaría a ver las necesidades -con frecuencia ocultas- de la gente, a encontrar el remedio «divino» y no sólo humano que debemos ofrecerles, la alegría plena que hemos de presentar, el amor que lo rescata todo. ¿Y si mi problema fundamental fuera la débil contemplación?

 

ORATIO

¡Pedir en tu nombre, oh mi amadísimo Salvador, no sólo pronunciar tu nombre, sino hacer mía tu causa, perseguirla con tu corazón, ver el mundo con tus ojos, comprender tu alegría, querer entregarme como te entregaste tú! ¡Qué lejos estoy de todo esto! Por eso me quedo en ocasiones decepcionado en mi oración; por eso pierdo el ánimo en mi compromiso con tu servicio; por eso, ante a la escasez de resultados, me viene la tentación de abandonar.

Señor, mira con piedad mis veleidades al servirte, ven al encuentro de mis ilusorias esperanzas de gratificaciones, para sostenerme y purificarme. Forma en mí un corazón semejante al tuyo. Dame el impulso desinteresado de tu amor. Átame continuamente con el amor del Padre, para que pueda amar a mis hermanos como él los ama, como tú los amas, como yo quisiera amarlos. Y los amaré si vienes en mi ayuda. Ven, Señor, no me abandones. Envuélveme con tu luz y con tu amor.

 

CONTEMPLATIO

«Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24). Esta alegría plena no es la de los sentidos carnales, sino la alegría espiritual; y cuando sea tan grande que nada pueda añadirse a ella, será evidentemente completa. Así pues, cualquier cosa que pidamos y que tenga como fin la consecución de esta alegría plena es precisamente lo que debemos pedir en el nombre de Cristo, si comprendemos de manera justa el sentido de la gracia divina y si el objeto de nuestras oraciones es la verdadera felicidad en la vida cierna. Cualquier otra cosa que pidamos no tiene valor alguno, no porque sea inexistente por completo, sino porque, frente a un bien tan grande como la vida eterna, cualquier otra cosa que podamos desear fuera de ella es menos que nada (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 102,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el clima de secularización en que vivimos, los líderes cristianos se sienten cada vez menos necesarios y cada vez más marginados. Muchos empiezan a preguntarse si no habrá llegado el momento de abandonar el sacerdocio; a menudo responden que «sí» y se marchan, buscan otra ocupación y unen sus esfuerzos a los de sus contemporáneos para contribuir de manera eficaz a mejorar el mundo. Con todo, no hemos de olvidar que existe otra situación completamente distinta. Por debajo de las grandes conquistas de nuestro tiempo se esconde una fuerte impresión de desesperación.

Si, por un lado, la eficiencia y el control son las grandes aspiraciones de nuestra sociedad, por otro hay millones de personas que, en este mundo orientado al éxito, tienen el corazón oprimido por la soledad, la falta de amistad y solidaridad, las relaciones rotas, el aburrimiento, la depresión y un profundo sentido de inutilidad. Es aquí donde se hace evidente la necesidad de un nuevo liderazgo cristiano.

El verdadero líder del futuro será aquel que se atreva a reivindicar su propia extrañeza en el mundo contemporáneo como una vocación divina que le hace expresar una profunda solidaridad con la angustia que se esconde bajo el esplendor del éxito y le hace llevar la luz de Jesús (H. J. M. Nouwen, Neí nome di Gesü, Brescia 19973, pp. 25%. [trad. esp.: En el nombre de Jesús, PPC, Madrid 1997]).

 

Día 12

Ascensión del Señor Ciclo C

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11

1 Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio

2 hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado sus instrucciones bajo la acción del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.

3 Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del Reino de Dios.

4 Un día, mientras comían juntos, les ordenó: - No salgáis de Jerusalén; aguardad más bien la promesa que os hice de parte del Padre;

5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días.

6 Los que le acompañaban le preguntaron: - Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?

7 Él les dijo: - No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder.

8 Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra.

9 Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.

10 Mientras estaban mirando atentamente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos

11 y les dijeron: - Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo vendrá como lo habéis visto marcharse.

 

**• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14).

Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s). Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13).

Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

 

Segunda lectura: Hebreos 9,24-28; 10,19-23

Hermanos:

24 Cristo no entró en un santuario construido por hombres -que no pasa de ser simple imagen del verdadero-, sino en el cielo mismo, a fin de presentarse ahora ante Dios para interceder por nosotros.

25 Tampoco tuvo que ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el sumo sacerdote, que entra en el santuario una vez al año con sangre ajena.

26 De lo contrario, debería haber padecido muchas veces desde la creación del mundo, siendo así que le bastó con manifestarse una sola vez, al fin de los siglos, para destruir el pecado con su sacrificio.

27 Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, después de lo cual vendrá el juicio,

28 así también Cristo se ofreció una sola vez para tomar sobre sí los pecados de la multitud, y por segunda vez aparecerá, ya sin relación con el pecado, para dar la salvación a los que esperan.

10,19 Así pues hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús,

20 que ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne,

21 y ya que tenemos un gran sacerdote en la casa de Dios,

22 acerquémonos con corazón sincero, con una fe plena, purificado el corazón de todo mal del que tuviéramos conciencia y lavado el cuerpo con agua pura.

23 Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe.

 

*»• En los dos fragmentos que componen esta perícopa litúrgica se presenta a Cristo en su función sacerdotal, infinitamente superior a la instituida en la antigua alianza.

En el primer fragmento (9,24-28), se compara el culto celebrado el día de la Expiación con el culto ofrecido por Jesús. Él no entró en el santuario, como hacía una sola vez al año el sumo sacerdote para expiar los pecados del pueblo con la sangre de las víctimas sacrificiales, sino que penetró nada menos que en los cielos –en la trascendencia de Dios- para interceder eternamente en favor de los hombres, tras haber ofrecido de una vez por todas el sacrificio de sí mismo: una ofrenda cuyo valor infinito puede rescatar a la humanidad del pecado (vv. 24-26). Desde el cielo, como dice el símbolo de la fe, «vendrá a juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin»: precisamente por la eficacia de su sacrificio redentor podrá juzgar a cada hombre según la verdad y la misericordia, y dar la salvación eterna a cuantos le esperan (vv. 27s).

En el segundo fragmento se extraen las consecuencias de estas afirmaciones. En él se considera el misterio de la ascensión en relación con los creyentes: en virtud de la sangre de Jesús, quien crea puede confiar en que entrará en el santuario del cielo, en la comunión plena con el Dios santo, puesto que Cristo ha abierto el camino «a través del velo de su carne» (en el culto hebreo había una tienda que separaba el santuario del resto del templo). Para acceder al cielo no hacen falta, por consiguiente, medios particulares (ritos complejos, prácticas ascéticas extenuantes): basta con seguir a Cristo, que ha dicho de sí mismo: «Yo soy el camino». El Señor, fiel a sus promesas, no abandona al hombre; gracias a él está llamado el hombre a acercarse al Padre con fe plena y sincera, con el corazón purificado, con una vida que es recuerdo constante del lavado bautismal y de sus exigencias (10,21s). Mantengámonos, pues, firmes en la esperanza que profesamos (v. 23), y que ella nos haga avanzar en la caridad (v. 24) hasta el día en que se abra definitivamente a toda la humanidad el acceso al cielo.

 

Evangelio: Lucas 24,46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

46 Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

47  y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48  Vosotros sois testigos de estas cosas.

49 Por mi parte, os voy a enviar el don prometido por mi Padre. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza que viene de lo alto.

50 Después los llevó fuera de la ciudad hasta un lugar cercano a Betania y, alzando las manos, los bendijo.

51 Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

52 Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría.

53 Y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.

 

**• El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al cielo»). Al aparecerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras», mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar en el misterio pascual de Cristo (vv. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (cf. Jl 3,ls; Ez 36,24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40).

Una vez les hubo dado las últimas consignas, Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9,24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando a Dios (vv. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1,7-10). El tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la alegría del Resucitado.

 

MEDITATIO

La solemnidad de la ascensión nos hace vivir uno de los muchos aspectos paradójicos de la vida cristiana, que la hacen tan adecuada a las exigencias más profundas del corazón humano. Un corazón desgarrado entre su estar en la tierra y, al mismo tiempo, tener su casa ya en los cielos. Cuando Jesús anunció, durante la última cena, su propio «éxodo» ya próximo, predijo que ese acontecimiento produciría tristeza en sus discípulos. Lucas, por el contrario, describe a los apóstoles, que vuelven a Jerusalén tras haber visto desaparecer a Jesús de su mirada, «rebosantes de alegría». ¿No hay aquí una

contradicción? Es preciso hablar de dos tipos diferentes de alegría o, por lo menos, de dos grados. Jesús ha dicho: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días», pero también nosotros podemos decir que, en cierto sentido, estamos siempre con él allí donde él ha «subido» con nuestra humanidad a la derecha del Padre, porque el bautismo nos ha incorporado profundamente a él. Por consiguiente, también nosotros tenemos el cielo como patria. Nuestra alegría será, en consecuencia, proporcional a la fe con que vivamos, a la certeza con que creamos que ahora, después de que Jesús ha llevado a cumplimiento la voluntad del Padre en el misterio pascual, ya nada es para el hombre como antes. Dios está con nosotros y nosotros estamos con él, siempre.

Nos corresponde a nosotros mantener viva nuestra fe, gozando por el bien del amado: Jesús, que, ahora asumido a la derecha del Padre, vive para siempre en la gloria. Allí, intercediendo en nuestro favor, hace que cada uno de nosotros lleve a cumplimiento el designio del Padre para vernos definitiva y eternamente consumados en el amor.

 

ORATIO

No permitas, Señor, que las tinieblas del olvido ofusquen la esperanza que hoy se ha encendido en nuestros corazones: que en la oscuridad de la noche su luz resplandezca más viva. Que las tempestades de la historia no obstaculicen nuestra carrera hacia ti y que tu mano nos sostenga. Haz de nosotros un pueblo de peregrinos, pobres de todo, pero ricos de tu promesa y fieles custodios de tu secreto de unidad y paz.

Nuestra resurrección ya se ha iniciado, y también ha comenzado nuestra ascensión. Que nuestro deseo, como hijos agradecidos, sea dejarnos atraer cada vez más hacia ti y hacia el Padre con el vínculo del amor.

 

CONTEMPLATIO

¿Te maravillas de que el Espíritu Santo esté al mismo tiempo con nosotros y allá arriba, visto que también el cuerpo de Cristo está en el cielo y con nosotros? El cielo ha tenido su santo cuerpo y la tierra ha recibido el Santo Espíritu; Cristo ha venido y nos ha traído el Espíritu Santo; Cristo ha ascendido y se ha llevado consigo nuestro cuerpo. ¡Oh tremenda y estupenda economía! ¡Oh gran Rey, grande en todo, verdaderamente grande y admirable! Gran profeta, gran sacerdote, gran luz, grande desde todos los puntos de vista. Y, sin embargo, no sólo es grande según la divinidad, sino también según la humanidad. Del mismo modo que es grande como Dios, Señor y Rey por su divinidad, también es gran sacerdote y gran profeta [...]

Tenemos, pues, en el cielo la prenda de nuestra vida: hemos sido asumidos junto con Cristo. Es cierto que seremos arrebatados también entre las nubes si somos encontrados dignos de ir a su encuentro entre las nubes. El reo no va al encuentro del juez, sino que se le hace comparecer ante él, y no se presenta a él nunca, como es natural, porque no se siente tranquilo. Por eso, carísimos, oremos todos para poder estar entre los que irán a su encuentro, aunque sea entre los últimos (Juan Crisóstomo, Homilía para la ascensión, 16s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo, tú que por amor descendiste hasta nosotros, haz que nosotros, por amor, ascendamos hasta ti».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si Cristo nos ha dado la vida eterna, es para vivirla, anunciarla, manifestarla, celebrarla como la cima de todas las felicidades, como nuestra bienaventuranza. Hace dos mil años que Cristo habló del pan, de la paz y de la libertad. Pero lo que ha traído a la tierra es más: ha traído la vida eterna. Y es la vida eterna lo que nosotros con él, en la Iglesia, debemos continuar llevando. Si no somos nosotros quienes damos la vida eterna, nadie lo hará en nuestro lugar. Eso equivale a afirmar que ésta es la base de nuestra vocación cristiana; es distinguir de manera infalible nuestra vocación religiosa de una vocación política, de un sistema de pensamiento; es demostrar que a nosotros no nos interesa en absoluto la conquista del mundo; lo que nos apremia es que cada hombre pueda encontrar, como nosotros lo hemos encontrado, un Dios al que amamos y que antes ha amado a cada hombre. Necesitamos aprender, expresar la vida de un hombre invadido de vida eterna, y eso, tal vez, hasta nuestra muerte. Ahora bien, esta vida existe para ser cantada, cantada después o antes de la muerte; y a lo largo del camino no se canta con un folio de papel: se canta con el corazón. No debéis ninguna fidelidad al pasado en cuanto pasado; sólo debéis fidelidad a lo que os ha traído de eterno, es decir, de caridad (M. Delbrél, Indmsib'ile amore. Frammenti di lettere, Cásale Monferrato 1994, pp. 27s).

 

Día 13

La Virgen de Fátima

 

           El 13 de Mayo de 1917, tres niños llamados Lucía de Jesús, de 10 años y sus primos, Francisco y Jacinta Marto, de 9 y 7 años, cuidaban un pequeño rebaño en Cova da Iría, Parroquia de Fátima, Municipio de Vila Nova de Ourém, hoy Diócesis de Leiría-Fátima.

           Alrededor del mediodía, después de haber rezado el rosario, como habitualmente hacían, mientras se entretenían en construir una pequeña casa de piedras sueltas, en el mismo local donde hoy se encuentra situada la basílica, de repente vieron una luz brillante; pensando que era un relámpago decidieron marcharse, pero un poquito más abajo otro relámpago iluminó el espacio y vieron encima de una pequeña encina, donde se encuentra ahora la Capilla (Capelinha) de las apariciones, una “Señora más brillante que el sol”; de sus manos pendía un rosario blanco.

           La Señora dijo a los tres pastorcitos que era necesario rezar mucho y los invitó a volver a Cova da Iría durante otros cinco meses consecutivos, en los días 13 a la misma hora. Los niños así lo hicieron y en los días 13 de Junio, Julio, Septiembre y Octubre, la Señora volvió a aparecérseles en Cova da Iría. El 19 de Agosto se dió la aparición en un lugar de los Valinhos, a unos 500 metros de Aljustrel, porque, el día 13 los niños habían sido llevados por el Administrador del Município, para Vila Nova de Ourém.

           En la última aparición del 13 de Octubre, estando presentes cerca de 70.000 personas, la Virgen les dijo que era la “Señora del Rosario” y que hicieran allí una Capilla en su honor. Después de la aparición todos los presentes observaron el milagro prometido a los tres niños en Julio y Setiembre: el sol, pareciéndose a un “disco” de plata, se le podía mirar sin dificultad alguna y giraba sobre sí mismo como si fuese una rueda de fuego, que fuera a precipitarse sobre la tierra.

           Posteriormente, siendo Lucía Hna. Religiosa de Santa Dorotea, la Virgen se le apareció nuevamente en España, el día 10 de Diciembre de 1925 y el día 15 de Febrero de 1926 en el Convento de Pontevedra y en la noche del 13-14 de Junio de 1929, en el Convento de Tuy; pidiendo la devoción de los cinco primeros sábados y comunicándole las condiciones para dicho ejercicio: — rezar el rosario meditando los Misterios, confesar y comulgar en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María — y la Consagración de Rusia al mismo Inmaculado Corazón.

           El 13 de mayo de 1981 S.S. Juan Pablo II sufrió un atentado siendo desviada la bala disparada por  mediación de la Virgen de Fátima.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso después de haber recorrido las regiones montañosas. Allí encontró a algunos discípulos,

2 a quienes preguntó: - ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: - Ni siquiera hemos oído hablar de que exista un Espíritu

Santo.

3 Él les dijo: - ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos respondieron: - El bautismo de Juan.

4 Pablo les dijo: - Juan bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyeran en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús.

5 Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor.

6 Entonces Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.

7 Eran unos doce hombres en total.

8 Durante tres meses, Pablo estuvo asistiendo a la sinagoga; allí hablaba del Reino de Dios con gran valentía y persuasión.

 

**• La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu.

El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona –quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas.

No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan.

Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.

 

Evangelio: Juan 16,29-33

En aquel tiempo,

29 los discípulos dijeron a Jesús: Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado.

30 Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y de que no es necesario que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios.

31 Jesús les contestó: - ¿Ahora creéis?

32 Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

33 Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo.

 

**• El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s).

Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.

Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (y. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».

 

MEDITATIO

La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».

La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros.

Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.

 

CONTEMPLATIO

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada;

a escuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y encelada,

estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía

a donde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

(Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 1994 14).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.

Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que -aun siendo penoso- te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 19972, pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).

 

Día 14

San Matías (14 de mayo)

 

Según Eusebio de Cesárea, Matías habría sido uno de los setenta discípulos a los que Jesús -según el testimonio de Lc 10,1 ss- envió en misión. Es cierto que Matías constituye la duodécima columna en el colegio apostólico. Los Once le eligieron para sustituir a Judas, que había entregado a Jesús a sus verdugos. Fue elegido precisamente porque había seguido a Jesús durante su ministerio público, desde su bautismo por Juan el Bautista hasta el día de la ascensión de Jesús al cielo. Su nombre se encuentra en la segunda lista de santos del canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 1,15-17.20-26

15 Uno de aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran unos ciento veinte, y dijo:

16 -Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que había anunciado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús.

17 Era uno de los nuestros y participaba de este ministerio.

20 Así está escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta, y no haya quien la habite. Y también: Que otro ocupe su cargo.

21 Se impone, por tanto, que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros,

22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos, entre a formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su resurrección.

21 Presentaron a dos: a José, apellidado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

22 Y oraron así: -Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a cuál de estos dos has elegido

25 para ocupar, en este ministerio apostólico, el puesto del que se apartó Judas para irse al lugar que le correspondía.

26 Echaron suertes y le tocó a Matías, y quedó asociado al grupo de los once apóstoles.

 

*•• Pedro, al comienzo de su ministerio apostólico, se preocupa de dar a conocer a la primitiva comunidad cristiana la importancia que tiene proceder a la recomposición del número de los apóstoles: doce. Este número, en efecto, no tiene sólo un valor simbólico, sino también y sobre todo un valor histórico. Es absolutamente necesario sustituir a Judas, que había desertado de la fe y hecho incompleto aquel número. Sólo así podrá continuar la tradición apostólica su tarea de manera eficaz y creíble.

El candidato, para ser auténtico testigo, debe haber compartido los acontecimientos históricos del ministerio público de Jesús: también este detalle es digno de la máxima atención, a fin de atestiguar que el magno acontecimiento de la resurrección del Señor debe ser referido y reconducido al acontecimiento del Jesús prepascual. En efecto, la fe, para el cristiano, se inserta en la historia, y la historia se abre a Dios, que la visita y la salva.

Es digno de señalar el hecho de que todo esto termina con una oración (cf. vv. 24ss) con la que los apóstoles dejan entender claramente que la elección realizada no es obra suya, sino que ha sido confiada totalmente a la voluntad y a la intervención del Señor. Ésta es también una óptima enseñanza para nosotros: siempre hemos de tener abiertas nuestras decisiones a la voluntad de Dios e inspirar nuestras opciones en las de Dios.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante  y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• El mensaje que nos transmite Juan el Bautista respecto a la importancia de los apóstoles en la vida de la Iglesia podemos resumirlo en estos puntos neurálgicos: en primer lugar, el apóstol comparte la misma misión con Jesús, que le ha elegido y le ha enviado. Y, antes, Jesús y sus discípulos comparten el mismo amor que Dios Padre les ha entregado.

Por eso el apóstol, antes que nada, debe permanecer en el amor: en el amor de Jesús a ellos y en el amor del Padre a Jesús. Permanecer en el amor significa vivir en la comunión perfecta, que es, al mismo tiempo, horizontal y vertical, es decir, con los hermanos en la fe y con Dios, término último de nuestro amor. El verdadero discípulo de Jesús, precisamente porque se siente amado y comparte con Jesús el amor de Dios Padre, sabe que tiene que observar un mandamiento, al que no puede sustraerse: el mandamiento del amor. También nosotros, como verdaderos discípulos de Jesús, nos sentimos movilizados a amar: una movilización que no suprime en absoluto la libertad de la adhesión; al contrario, la exalta.

Por último, el verdadero discípulo de Jesús, que ha adquirido ahora la plena conciencia de ser su amigo, se siente llamado a vivir este amor «hasta el final», esto es, hasta la entrega de sí mismo. No sería amistad verdadera la que no estuviera dispuesta a alcanzar también esta meta. En esto se diferencia el amigo del siervo.

 

MEDITATIO

Nuestra meditación se detiene en el insondable mensaje que se desprende de la página evangélica que acabamos de leer hace un momento. Es el binomio apóstol amigo el que atrae, sobre todo, nuestra atención. En primer lugar, para comprender que el apostolado –todo apostolado- no se reduce sólo a una misión, aunque sea de origen divino, que pueda resolverse en actitudes de pura obediencia formal. El apostolado es, ante todo, amor acogido y correspondido. El apóstol es alguien que se siente llamado a amar, a amar hasta el extremo, a amar más allá de toda humana posibilidad, a amar a todos, siempre, a amar hasta la entrega total de sí mismo. Precisamente como Jesús: como Jesús hizo respecto a su Padre, así también se siente llamado a hacer el apóstol respecto a Dios y a los hermanos.

En segundo lugar, el apostolado ha de ser reconducido a un mandamiento: un mandamiento divino que, como tal, una vez acogido no puede ser desatendido o dejado de lado. El apóstol se siente «movilizado» por Alguien cuyo precepto es fuente de libertad y de alegría.

Una libertad que no consiste en hacer simplemente lo que se quiere, sino en hacer lo que complace al Amado, por amor, sólo por amor. Y una alegría que no se mide según las capacidades humanas, sino que es un don exquisito del amor que nos ha sido dado y que, a nuestra vez, damos a los otros.

Por último, el apóstol tiene plena conciencia de haber sido elegido: no es él el sujeto principal de la misión que desarrolla, sino Aquel que le ha elegido y enviado. No es él quien tiene que tomar la iniciativa de la misión, sino Aquel que le ha mirado con amor y predilección. No es él quien tiene que dar fruto, sino Aquel que le ha amado y le ha elegido previamente.

 

ORATIO

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. No mirar mis méritos, sino sólo tu corazón misericordioso. Seré tu amigo únicamente si tú no cesas de mirarme con un amor de predilección, perdonando mi pecado.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. Sé que necesitas colaboradores libres y alegres, y yo quiero ser uno de ellos. Libera mi corazón de todo vínculo de pecado y hazlo capaz de amar como tú me has amado y me amas siempre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, uno de tus predilectos, porque me has dicho y confiado todo lo que tenías en el corazón, porque me has dado todo lo que tu corazón puede dar, porque me has introducido en los secretos de tu amor al Padre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, porque todavía tengo que aprender mucho de ti y tú tienes que confiarme y entregarme aún muchas cosas. Podré decir que soy tu amigo sólo cuando me hayas configurado totalmente a ti, identificado por completo al Padre.

 

CONTEMPLATIO

El don total de nuestro amor a Dios y el don que él nos hace a cambio, la completa y eterna unión, es el estado más elevado al que podemos acceder, el grado superior de la oración. Las almas que lo han alcanzado son verdaderamente el corazón de la Iglesia y en ellas vive el amor sacerdotal de Jesús. Escondidas con Cristo en Dios, no pueden hacer otra cosa que irradiar en otros corazones el amor divino, del que están repletas, y cooperar en la perfección de todos los hombres en la unión con Dios, que fue y es el gran deseo de Jesús.

La historia oficial no habla de estas fuerzas invisibles e incalculables, pero la fe del pueblo creyente y el juicio atento y vigilante de la Iglesia las conocen, y nuestro tiempo se ve cada vez más obligado, cuando llega a faltar todo, a esperar la salvación última de estas fuentes escondidas (E. Stein).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de los apóstoles: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a quién has elegido como testigo» (cf. Hch l,24ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido llamados a ser siervos, de modo que el llegar a ser ministros es un compromiso progresivo a través del cual descubrimos siempre nuevas fronteras de servicio, de consagración, de disponibilidad, de entrega de nosotros mismos. Jesucristo es ministro así: «No he venido a ser servido, sino a servir» (Me 10,45).

Debemos pensar mucho sobre este aspecto, porque si no le prestamos atención, mientras se multiplican las dimensiones exteriores de la dimensión ministerial -pues ahora ya no se sabe qué es lo que no debe hacer un sacerdote, todos los días se descubre un nuevo confín-, existe el riesgo de perder el sentido de la interiorización de la misma. Es preciso no nacer de ministro, sino serlo. No prestar un servicio, sino servir, convertirse en siervos, ser consumidos, devorados por el servicio.

Si el concilio ha vuelto a proponer con tanta solemnidad la expresión «sacerdocio ministerial» - y recuerdo que al principio había quien se ponía triste al oír calificar al sacerdocio como «ministerial», porque parecía una especie de diminutio capitis-,  hoy nos damos cuenta de que la expresión es mucho menos trivial de lo que parecía. Al contrario, es extremadamente exigente en cuanto contenido y comprometedora para nuestra fidelidad: convertirse en siervos, convertirse en ministros, convertirse en sacramento del ministerio de Jesús, que se ofreció y se consumió hasta el extremo. Esta identificación del sacerdocio con la dimensión ministerial no debe ser separada nunca de la visión de aquella gracia que, a través de la dimensión ministerial del sacerdote, fluye en el cuerpo de la Iglesia y de la comunidad de los creyentes. La dimensión ministerial del sacerdote es vehículo de gracia, es esencialmente sacramental (A. Ballestrero).

 

Día 15

Miércoles de la séptima semana de pascua

 

        San Isidro, cuyo nombre era Isidro de Merlo y Quintana, estuvo casado con Santa María de la Cabeza. Su amo fue el noble Juan de Vargas y sobre el solar de lo que fue su casa en Madrid hay actualmente un museo con exposiciones temporales sobre temas madrileños y también con recuerdos relativos a la vida del santo.

        Son varios los milagros que se atribuyen al santo, encontrándose entre los más famosos el del pozo (en el que, gracias a su oración, las aguas de un pozo subieron para poder rescatar a su hijo, que posteriormente será conocido popularmente como San Illán, que había caído en él), y de los Ángeles, popularmente narrado como que los ángeles araban el campo mientras que San Isidro rezaba (aunque según las actas de la canonización, Iván de Vargas vio cómo dos ángeles ayudaban a Isidro a arar más rápido tras haberse detenido éste anteriormente a rezar en todas las parroquias por las que pasaba de camino al trabajo).

        Fue beatificado por Paulo V el 14 de junio de 1619 y canonizado el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV. Fue declarado patrono de los agricultores españoles por Juan XXIII en bula del año 1960. También es patrón de los Ingenieros Técnicos Agrícolas y de los Ingenieros Agrónomos.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38

En aquel tiempo, decía Pablo a los responsables de la Iglesia de Efeso:

28 Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, pues el Espíritu Santo os ha constituido pastores para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo.

29 Yo sé que, después de mi partida, entrarán en medio de vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño.

30 Incluso de entre vosotros mismos saldrán algunos difundiendo doctrinas perniciosas, para arrastrar a los discípulos detrás de ellos.

31 Por eso, estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día, no me cansé de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros.

32 Ahora os encomiendo a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados.

33 A nadie he pedido plata, oro o vestidos.

34 Bien sabéis que con el trabajo de mis manos he ganado lo necesario para mí y para mis compañeros.

35 Siempre os he mostrado que es así como se debe trabajar para poder socorrer a los débiles, recordando las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir».

36 Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

37 Todos rompieron a llorar, abrazaban a Pablo y le besaban.

38 Estaban apenados sobre todo porque les había dicho que no le volverían a ver más. Después le acompañaron hasta el barco.

 

>*• Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.

Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden.

El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.

Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.

Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.

Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

 

Evangelio: Juan 17,llb-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró de este modo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno.

16 Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

 

**• El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración Sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo.

El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv. 1 lb-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.

En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.

 

MEDITATIO

Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo.

Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».

Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo.

Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.

 

ORATIO

Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos.

Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación...

Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.

CONTEMPLATIO

«No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (.ln 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado.

La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.

La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener ¡untos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 2002, pp. 44ss).

 

Día 16

Jueves de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11

22,30 Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos.

23,6 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.

7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea.

8 Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso.

9 Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel.

11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo: - Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.

 

**• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitara aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana.

Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo:

20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).

Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se   realiza,por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24).

En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

 

MEDITATIO

«Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es un charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada.

Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo.

Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.

 

ORATIO

¡Qué ciego estoy, Señor! Tus palabras pasan por encima de mí como si fueran piedras, sin dejar un signo permanente.

La razón de ello es que me he comprometido en mil cosas, y he olvidado lo que tú consideras prioritario para promover tu reino. He intentado hacer mucho, pero me he olvidado de sumergirme en la fraternidad, que es lo que tú, sin embargo, consideras como tu signo.

He de reconocerlo, Señor: con frecuencia tu mensaje no emerge, y no lo hace porque no brotan comunidades fraternas perfectamente realizadas. Señor, abre mis ojos para comprender el misterio de la fraternidad, la fuerza misionera de la comunión, capaz de vencer los recelos y las resistencias. Ayúdame a creer en el milagro de la fraternidad como punto de partida para toda misión. Ayuda a los cristianos a redescubrir el alcance revolucionario de estas palabras tuyas, para que se comprometan en este proyecto, que es, con toda seguridad, el tuyo. Otros proyectos son, probablemente, demasiado humanos.

 

CONTEMPLATIO

Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6).

Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque un hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir ¡untos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo.

No sólo toda paternidad y maternidad proceden de Dios, sino que también proceden de él toda amistad, toda asociación en matrimonio y toda comunidad. Cuando vivimos como si las relaciones humanas fueran sólo de naturaleza humana y, por consiguiente, sujetas a las transformaciones y a los cambios de las normas y de las costumbres, no podemos esperar otra cosa que la inmensa fragmentación y alienación que caracterizan a nuestra sociedad. Pero cuando invoquemos a Dios y lo reclamemos constantemente como fuente de todo amor, descubriremos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, 19984, pp. 125s).

 

Día 17

Viernes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21

13 Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo.

14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado.

15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena.

16 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

17 Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre.

18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba.

19 Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo.

20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.

21 Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.

 

**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino un hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús.

Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.

 

Evangelio: Juan 21,15-19

En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sígueme.

 

*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (vv. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (vv. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (vv. 15.16.17), con un ritmo creciente.

La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c).

Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.

 

MEDITATIO

El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor.

La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y humana está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo».

La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.

 

ORATIO

No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado.

Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz.

Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de un titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio».

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior.

Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no».

¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999'4, pp. 108ss).

 

Día 18

Sábado de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31

16 Cuando entramos en Roma, se permitió a Pablo quedarse en una casa particular, con un soldado que lo custodiase.

17 Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando llegaron, les dijo: - Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, fui detenido en Jerusalén y entregado a los romanos.

18 Ellos, después de interrogarme, quisieron ponerme en libertad, ya que no había contra mí ningún cargo que mereciera la muerte.

19 Pero como los judíos se opusieron a ello, me vi obligado a apelar al César, aunque sin intención de acusar a mi pueblo.

20 Éste es, pues, el motivo de haberos llamado. Quería veros y conversar con vosotros, pues a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas.

30 Pablo estuvo dos años enteros en una casa alquilada por él, y allí recibía a todos los que iban a verle.

31 Podía anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno.

 

*•• Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesárea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno».

Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, un campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, una misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser

anunciada la Palabra de Dios.

 

Evangelio: Juan 21,20-25

En aquel tiempo,

20 Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».

21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: - Señor, y éste ¿qué?

22 Jesús le contestó: - Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.

23 Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».

24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad.

25 Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.

 

*•• El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo amado (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de manera inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo amado recibe de parte del Maestro una respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre.

Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo amado sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo amado no había muerto; b)  que esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro.

Por último, los versículos finales (vv. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.

 

MEDITATIO – CONTEMPLATIO - LECTURA ESPIRITUAL

 

Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan.

La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria;

una pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada, la otra no sufre ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.

El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al mundo futuro, y no tendrá ningún término.

Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sígueme», mientras que hablando de Juan dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme». ¿Qué significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú sígueme », soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos».

Aquí soportamos los males de este mundo en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos vivirían la vida que se personifica en Juan. En la imagen de lo que representaban, uno seguía a Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, soportaban las miserias de este mundo y esperaban, ambos también, la felicidad futura de la bienaventuranza eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú sigúeme» (Jn 21,22b).

 

 

Día 19

Solemnidad de Pentecostés Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.

2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban.

3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse.

5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra.

6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

7 Todos, atónitos y admirados, decían: - ¿No son galileos todos los que hablan?

8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna?

9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia,

10 Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos,

11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.

 

**• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de

todas procedencias (vv. 17s).

El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).

 

 

Segunda lectura: Romanos 8,8-17

Hermanos:

8 los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios.

9 Pero vosotros no vivís entregados a tales apetitos, sino que vivís según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo.

10 Ahora bien, si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté sujeto a la muerte a causa del pecado, el Espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios.

11 Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos hará revivir vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros.

12 Por tanto, hermanos, estamos en deuda, pero no con nuestros apetitos para vivir según ellos.

13 Porque si vivís según ellos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

14 Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.

15 Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar: «Abba», es decir, «Padre».

16 Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios.

17 Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él.

       

**• En su Carta a los Romanos pone Pablo de relieve el carácter dramático de la condición humana, una condición sometida a la esclavitud del pecado (cf. 7,14b-25). Para indicar esta fragilidad congénita a la naturaleza emplea el término «carne», vertido en nuestra traducción por «apetitos». Los que se dejan dominar por este principio no pueden agradar a Dios, puesto que «el propósito de la carne es enemistad contra Dios» (v. 7 al pie de la letra). ¿Cómo escapar entonces de la ira divina? Hay otro principio que mora y actúa en los bautizados: el Espíritu Santo. El bautismo nos hace morir al pecado (6,3-6) para sumergir nos en la muerte salvífica de Cristo (vv. 3s). Es tarea del cristiano, por consiguiente, dejar que actúe en él cada día el dinamismo de la muerte -al pecado- inherente al bautismo, para vivir cada vez más de la misma vida de Dios (vv. 10-12).

Es el Espíritu quien hace al hombre hijo adoptivo de Dios, insertándolo en la filiación única de Cristo. Ahora bien, esta realidad no se lleva a cabo en un solo momento. Es un germen que se va desarrollando a diario en la medida en que se muestra dócil a su «guía». En el centro de la carta aparece por primera vez esta espléndida definición de los cristianos: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios», que por eso son hijos de Dios (v. 14). El Espíritu confirma interiormente esta nueva adopción, dando la libertad de orar a Dios con la misma confianza que Jesús, con su misma invocación filial (vv. 15s), y abriendo el horizonte ilimitado de la nueva condición: el que es hijo es también heredero del Reino de Dios junto con Cristo, primogénito entre los hermanos (v. 29).

Ahora bien, esto significa aceptar asimismo compartir con Jesús la hora del sufrimiento, de la pasión, para pasar con él de la muerte a la vida y ser instrumento de salvación para la redención de muchos (v. 7; cf. 1 Pe 4,14).

 

Evangelio: Juan 14,15-16.23b-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos

16 y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros.

23 Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

25  Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros;

26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

 

^ En esta perícopa evangélica se presenta el discurso que dirigió Jesús a los suyos en el cenáculo antes de la pasión. En él se presenta al Espíritu Santo como «otro Paráclito» -o sea, como un testigo a favor- que, después de Jesús y gracias a su oración, enviará el Padre a los discípulos para que se quede siempre con ellos (v. 16). El Espíritu es, por tanto, una realidad personal -no es una energía cósmica impersonal- y divina que entra en comunión con el hombre y lo colma de amor. También aquí es preciso introducir una precisión: no se trata de un amor genérico, sino del amor a Jesús, que se realiza a través del cumplimiento concreto de sus mandamientos, de sus palabras; a través de la fe profunda en que él nos ha hablado según la voluntad de Dios, su Padre y -en él- Padre nuestro (vv. 15.23s).

Guardar en el corazón y en la vida esta Palabra dilata la intimidad del que se hace discípulo y le vuelve capaz de acoger la presencia de Dios, que corresponde al infinitamente humilde amor del hombre poniendo era su tienda (según la imagen bíblica de la shekhinah,) presencia gloriosa de Dios en medio de su pueblo) para habitar en él junto con Jesús (v. 23). Es la promesa de una comunión lo que Jesús nos ofrece a todos: «Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos... y viviremos en él». Tras su partida, no permitirá que les falte a los suyos la enseñanza de vida eterna (6,68), puesto que el Espíritu Santo vendrá en su nombre a completar su revelación, haciéndosela comprender profundamente; haciendo que la recuerden, o sea, iluminando de manera constante el camino cotidiano, oscuro a menudo, con rayos de eternidad (vv. 25-27).

 

MEDITATIO

Como sedientos, acerquémonos a la fuente del agua viva. Reconociendo nuestras fatigas interiores, pidamos al Señor que encienda un fuego nuevo en nuestro corazón, cerrado a la alegría por motivos efímeros, por vanos entusiasmos. Él está dispuesto a verter en nosotros el agua que apaga la sed profunda, que lava una vida ofuscada por los errores y los pecados. Quiere dárnosla llama que ilumina, calienta y purifica al hombre.

Si amamos, si queremos aprender a amar únicamente en la escuela de Cristo, guardando sus palabras, se nos dará una nueva condición de existencia: el Espíritu de Dios vivirá en nosotros como en Jesús, haciéndonos en él hijos de Dios, liberados de la esclavitud del pecado y, por tanto, libres de elegir el seguimiento de Cristo como camino de vida.

Como maestro interior, enseña al corazón la oración filial, el abandono-confiado del niño que se sabe amado y llevado por su padre. Como artista divino, transfigura el rostro interior de cada uno como imagen irrepetible del Hijo unigénito. Como testigo veraz, nos hará comprender y recordar los secretos del Reino de los Cielos.

Sí, nuestra vida puede ser transformada por este viento que se abate impetuoso, por este fuego celeste que baja y planta su tienda en el corazón; pero, entonces, será vida entregada, perdida por nosotros y reencontrada en Dios y en los hermanos, porque es hacia él hacia quien nos impulsa el Espíritu de manera inexorable.

«Envía, Señor, tu Espíritu, y renovarás la faz de la tierra, invocamos en la liturgia. Envíalo, y renovarás también nuestro rostro, haciéndolo radiante con tu luz.»

 

ORATIO

Espíritu Santo, esplendor de belleza,

luz que brota del seno de la Luz, ¡ven!

Espíritu Santo, candor de inocencia,

infancia divina que renuevas el mundo, ¡ven!

Espíritu Santo, fuerza creadora del infinito amor,

dulce huésped de las almas, ¡ven!

Espíritu Santo, artífice de paz,

vínculo que une y nunca divide, ¡ven!

Espíritu Santo, divino consolador,

bálsamo que sana toda herida, ¡ven!

Espíritu Santo, crisma celestial,

tu que divinizas a la criatura humana, ¡ven!

Espíritu Santo, divino Orante,

tú que gritas siempre desde el corazón de los hijos

«¡Padre!», ¡ven!

Espíritu Santo, canto de alegría en el corazón de la Iglesia,

Esposa siempre rejuvenecida por la gracia, ¡ven!

 

CONTEMPLATIO

El Espíritu Santo, aun siendo uno solo, único e indivisible en el aspecto, confiere, pese a todo, a cada uno la gracia según su voluntad (cf. 1 Cor 12,11). Como un leño seco del que salen brotes si está en agua, así sucede en el alma pecadora, que se vuelve digna del Espíritu Santo por medio de la penitencia y produce racimos de justicia.

Aun siendo uno solo, a la señal de Dios y en el nombre de Cristo, el Espíritu Santo suscita las distintas virtudes. De unos se sirve para comunicar la sabiduría; ilumina la mente de otros con la profecía; a otros les confiere el poder de expulsar demonios, y a otros el poder de interpretar las Escrituras. A unos les corrobora la templanza (o la castidad), a otros les enseña cuanto conviene a la caridad (o bien a la limosna); a un tercero, el ayuno y los ejercicios de la vida ascética; a un cuarto, por último, le enseña a prepararse para el martirio. Aunque diferente en los otros, el Espíritu es siempre idéntico a sí mismo...

Llega con vísceras de tutor fraterno: viene a salvar, a enseñar, a amonestar, a corroborar, a consolar, a iluminar la mente; primero en quienes lo acogen, después, y por obra de éstos, en los otros. Y del mismo modo que quienes, sumergidos antes en las tinieblas, han visto de improviso el sol que ilumina el ojo de su cuerpo, pueden ver lo que antes no veían, así quien ha sido hecho digno de recibir el Espíritu Santo queda iluminado en el alma y ve en el orden sobrenatural todo lo que antes no conseguía ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16,1-24, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos» (de la secuencia de la liturgia del día).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos envía al Espíritu para que pueda llevarnos a conocer del todo la verdad sobre la vida divina. La verdad no es una idea, un concepto o una doctrina, sino una relación. Ser guiados hacia la verdad significa ser insertados en la misma relación que tiene Jesús con el Padre; significa llegar a ser partner en un noviazgo divino. Esa es la razón por la que Pentecostés es el complemento de la misión de Jesús. Con Pentecostés, el ministerio de Jesús se hace visible en plenitud. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en ellos, su vida queda «cristificada», esto es, transformada en una vida marcada por el mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. La vida espiritual, en efecto, es una vida en la que somos elevados a ser partícipes de la vida divina.

Ser elevados a la participación de la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no significa, sin embargo, ser echados fuera del mundo. Al contrario, los que entran a formar parte de la vida espiritual son precisamente los que son enviados al mundo para continuar y llevar a término la obra iniciada por Jesús. La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos inserta de manera más profunda en su realidad. Jesús dice a su Padre: «Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí» (Jn 17,18). Con ello nos aclara que, precisamente porque sus discípulos no pertenecen ya al mundo, pueden vivir en el mundo como lo ha hecho él (cf. Jn 17,15s). La vida en el Espíritu de Jesús es, pues, una vida en la cual la venida de Jesús al mundo -es decir, su encarnación, muerte y resurrección- es compartida externamente por los que han entrado en la misma relación de obediencia al Padre que marcó la vida personal de Jesús. Si nos hemos convertido en hijos e hijas como Jesús era Hijo, nuestra vida se convierte en la prosecución de la misión de Jesús (H. J. M. Nouwen, invito alia vita spirituale, Brescia 2000, pp. 42-44, passim [trad. esp.: Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, PPC, Madrid 2000]).

 

Día 20

Lunes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 1,1-10

1 Toda sabiduría viene del Señor, y está con él por siempre.

2 ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad?

3 ¿Quién puede medir la altura de los cielos, la anchura de la tierra, el abismo y la sabiduría?

4 Antes de todo fue creada la sabiduría, la inteligente prudencia, desde la eternidad.

6 ¿A quién fue revelada la raíz de la sabiduría? ¿Quién conoce sus posibilidades?

8 Sólo hay uno sabio y muy temible: el Señor que se sienta en su trono,

9 él fue quien creó la sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras,

10 sobre todos los vivientes como don suyo; fue él quien se la brindó a los que lo aman.

 

**• El Eclesiástico o Sirácida figura entre los así llamados libros sapienciales, unos libros que tienen como característica común su destacado interés por la sabiduría: un camino humano y espiritual que, partiendo de una dimensión humana, llega a las cumbres de una experiencia divina. Nuestra lectura recoge el comienzo del Eclesiástico o Sirácida. Este segundo nombre deriva del autor, llamado Jesús, hijo de Sira y, por consiguiente, «Sirácida» (siglo II a. C). La situación histórico-religiosa explica el contenido del texto: el autor, ante la injerencia de la civilización griega en el mundo judío, exhorta a sus discípulos a permanecer fíeles a la enseñanza germina de la religión de sus padres.

El íncipit de la lectura de hoy es la brújula que orienta de inmediato hacia una correcta y completa comprensión de la sabiduría. Se hace saber de inmediato al lector que la sabiduría viene de Dios, es una propiedad suya. Por eso, es un bien primordial, creado antes de todas las cosas, no sujeto a valoración humana, dado que supera con mucho todas las posibilidades de comprensión por parte de los hombres.

Una segunda y poderosa afirmación nos revela que ese bien divino ha sido derramado sobre toda la creación. En ella encontramos los signos de la sabiduría divina. Pablo lo recuerda en su carta a los Romanos: «.Y e es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas» (Rom 1,20). Ante la inmensidad del mar o ante el centelleo de una noche estrellada o ante el esplendor de un atardecer encendido, no es difícil ascender al Creador y apreciar su divina belleza.

La tercera gran afirmación cierra el fragmento y queda depositada como una semilla fructífera en la mente del lector: el lugar privilegiado en que está depositada es el corazón de aquellos que aman a Dios. Ya desde el comienzo se pone al lector en condiciones de crear un útil paralelismo entre sabiduría y amor. Quienes aman a Dios son los verdaderos sabios. En ellos mora la sabiduría, un atributo de Dios; más aún, Dios mismo. Ya se respira el aire oxigenado del Nuevo Testamento celebrando a Cristo como «sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24).

 

Evangelio: Marcos 9,14-29

En aquel tiempo, subió Jesús al monte y,

14 cuando llegó donde estaban los otros discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos maestros de la Ley discutiendo con ellos.

15 Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y corrió a saludarlo.

16 Jesús les preguntó: -¿De qué estáis discutiendo con ellos?

17 Uno de entre la gente le contestó: -Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu que lo ha dejado mudo.

18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

19 Jesús les replicó: -¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.

20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu vio a Jesús, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.

21 Entonces Jesús preguntó al padre: -¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: -Desde pequeño.

22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

23 Jesús le dijo: -Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene fe.

24 El padre del niño gritó al instante: -¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!

25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: -Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él.

26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto. " Pero Jesús, cogiéndolo de la mano, lo levantó y él se puso en pie.

28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

29 Les contestó: -Esta clase de demonios no puede ser expulsada sino con la oración.

 

**• Un caso doloroso y difícil podría ser el título provisional del fragmento. «Doloroso» porque todas las personas implicadas son víctimas del sufrimiento: un joven gravemente enfermo (de epilepsia, con toda probabilidad), un padre angustiado por su hijo, los discípulos que no son capaces de poner remedio a pesar de su intervención, Jesús que se lamenta de la falta de fe. También, un caso «difícil» porque los discípulos «no han podido» (v. 18; literalmente, el verbo griego hace referencia a la fuerza y, en consecuencia, podría ser traducido por «no han tenido fuerza para ello»). Probablemente chocan con «el hombre fuerte» del que habla Mc 3,27 y se ven obligados a constatar, con amargura, el fracaso de su intento. De manera implícita, declaran la existencia de una fuerza maligna que ellos no son capaces de superar. Han sido driblados por el mal.

En esta situación tenebrosa brillan dos luces, una un tanto débil y la otra muy luminosa: son el padre del enfermo y Jesús. El padre demuestra todo su afecto paterno porque no deja nada por intentar. No se resigna, tras el fracaso de los discípulos, a ver a su hijo presa de las convulsiones, rígido como un tronco, echando espumarajos y caído en el suelo. Recurre directamente al Maestro. Esta decisión denota la confianza que pone en Jesús: le acredita un poder superior al de los discípulos. Con ello ya deja irradiar un primer y tenue rayo de luz que procede de su fe. De sus palabras brota un segundo rayo, más intenso. Se presenta con la humildad del que pide algo («Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos»: v. 22) y con la conciencia de su propio límite {«¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!»: v. 24). En sus palabras no hay resentimiento contra los discípulos, que se han mostrado incapaces, sino sólo la amarga constatación de que su fuerza no iguala ni mucho menos es superior a la de los ocultos adversarios.

Jesús acepta la súplica y transforma aquel pábilo de esperanza en el fuego de una certeza: «Todo es posible para el que tiene fe» (v. 23). La fe es un abandono en Dios, aceptar estar en sus manos de Padre. Si estamos con él, entonces nos volvemos fuertes, hasta el punto de poder superar al hombre fuerte, al demonio. Llegaremos a ser los más fuertes, porque compartiremos el mismo poder de Dios, el que Jesús activa en favor del muchacho enfermo cuando se dirige de una manera

imperiosa al espíritu del mal («increpó»): «Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él» (v. 25).

De la severidad con el Maligno a la ternura con el ex enfermo: Jesús le cogió de la mano y le hizo ponerse en pie (en griego se usa el mismo verbo para expresar la resurrección). Ahora es un joven resucitado a una nueva vida, gracias a la acción de Jesús y a la plegaria de intercesión y rica en fe de su padre. Llegados aquí, podemos modificar el título provisional; ya no hablaremos de Un caso doloroso y difícil, sino de El poder de la oración confiada. Hemos aprendido que mientras haya oración hay vida.

 

MEDITATIO

Las lecturas nos invitan a ser más «sapienciales», o sea, a partir de la realidad no para detenernos en ella, sino para ascender hasta las cumbres de Dios. A él se sube por medio de la oración, que es, según Ch. de Foucauld, un pensar en Dios, amándole. El punto de partida varía según las circunstancias. Puede ser un aspecto  de la naturaleza que nos hace apreciar la sabiduría del Creador, que lo ha dispuesto todo con orden y belleza. Galileo sostenía, por ejemplo, que existen dos grandes

libros, el de la revelación (la Biblia) y otro siempre abierto: el de la creación.

Es más difícil ser sapienciales cuando el punto de partida es doloroso, como una enfermedad que nos clava a una cama, una crisis que hace tambalearse nuestro equilibrio espiritual o psíquico, la traición de un amigo, un fracaso profesional... El padre del muchacho que hemos encontrado en el evangelio nos sirve de maestro. Antes que nada, es preciso dirigirse a Jesús, sea cual sea nuestro problema. El creyente, sin dejar de lado el recurso a los medios humanos, llama siempre a la puerta

del cielo. A continuación, debemos hacer la oración con humildad y confianza.El cielo no es una caja fuerte cuya combinación conozcamos y podamos abrir cuando nos venga en gana. Es el encuentro con el Padre que Jesús nos ha hecho conocer y en cuyas manos nos ponemos enteramente: «Hágase tu voluntad». Esto se encuentra en la base de toda oración de petición y, por consiguiente, oramos sabiendo que es posible que Dios no acceda a lo que le pedimos.

Dios sabe mejor que nosotros qué es el verdadero bien. De todos modos, es preciso orar también para alabar, agradecer, pedir perdón... De este modo seremos más sapienciales.

La oración puede obtener lo imposible, como en el caso del evangelio. Incluso aunque no obtengamos lo que pidamos, la oración nos procura la sintonía con Dios, es expresión de nuestra filiación, de la comunión con el Espíritu en la intercesión perenne de Cristo. Orar es, sobre todo, encontrar el acceso y la conexión entre la tierra y el cielo. Todo esto es tan grande y hermoso que relativiza el que sea atendida o no nuestra petición.

 

ORATIO

Señor Jesús, te suplicamos que permanezcas sordo a nuestra oración lloricona, quejica, oscurantista, velada de pesimismo, incapaz de mirar hacia adelante, porque no es oración, sino la proyección de nuestras dudas, de nuestras inseguridades y miopías espirituales. Ayúdanos a construir una oración que comience así: «Creo, ayúdame en mi incredulidad». Una oración que, partiendo de la conciencia de nuestros límites, como publicanos en el templo, sea capaz de abrirse en estrella para englobar todo y a todos, coloreada con los tonos del arco iris, bellos por su diversidad.

Señor, ábrenos el corazón para percibir y saborear la grandeza del Padre, el amor del Espíritu. Y una vez sumergidos en el dinamismo trinitario seremos capaces de apreciar la sabiduría que regula el mundo: el de los astros, el de los vegetales, el de los animales. Sobre todo, estaremos en condiciones de descubrir constantemente la imagen divina que hay en cada hombre, incluso en el indiferente, malvado y depravado.

Señálanos las fuentes genuinas de la oración. Antes que nada la bíblica, Palabra sugerida por ti para que podamos decirte cosas que te agradan; a continuación, la litúrgica, la florecida en la boca y el corazón de tus santos. Concédenos una oración festiva, coloreada, optimista, para que, entreteniéndonos contigo, nos veamos a nosotros mismos y al mundo con tus ojos y con la serena certeza de que a ti todo te es posible.

 

CONTEMPLATIO

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el oficio divino.

De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia» y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano VIII como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo, y, porque se dignó alabarse, por eso el hombre halló el modo de alabarlo».

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia, que resonaban dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por lo que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre

por la esperanza, ora suspirando por la realidad»)? (Pío X, constitución apostólica Divino Afflatu, en AAS [1911], pp. 633-635).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: « Todo es posible para el que tiene fe. Creo, pero ayúdame a tener más fe» (cf. Me 9,23.24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Prestad mucha atención, hijitos míos: el tesoro del cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por consiguiente, nuestro pensamiento debe dirigirse a donde está nuestro tesoro. Esa es la hermosa tarea del hombre: orar y amar. Si oráis y amáis, ya tenéis la felicidad del hombre sobre la tierra. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Cuando alguien tiene el corazón puro y unido a Dios, es presa de una suavidad y dulzura que embriaga, es purificado por una luz que se difunde a su alrededor de una manera misteriosa. En esta unión íntima, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos entre sí y que nadie puede ya separar. ¡Cuan bella es esta unión de Dios con su pequeña criatura! Es ésta una felicidad que no podemos comprender. Nosotros nos habíamos vuelto indignos de orar; sin embargo, Dios, en su bondad, nos ha permitido hablar con él.

Nuestra oración es el incienso que más le agrada. Hijitos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración nos hace pregustar el cielo como algo que desciende hasta nosotros del paraíso. No nos deja nunca sin dulzura. En efecto, es miel que destila en el alma y nace que todo sea dulce. Los dolores se derriten como nieve al sol en la oración bien hecha. Y también nos da la oración esto otro: que el tiempo discurra con tanta velocidad y tanta felicidad que el hombre no advierte ya su duración [...]. Pienso siempre que, al adorar al Señor, obtendríamos todo lo que pidiéramos si orásemos con una fe viva y con un corazón totalmente puro (Juan María Vianney, Catéchisme sur la príére, París 1899, pp. 87-89).

 

Día 21

Martes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 2,1-11

1 Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la tentación;

2 orienta bien tu corazón, mantente firme y, en tiempo de infortunio, no te turbes.

3 Pégate a él y no te alejes, para que al final te veas enaltecido.

4 Acepta lo que te venga y sé paciente en dolores y humillaciones.

5 Porque en el fuego se prueba el oro y los que agradan a Dios en el horno de la humillación.

6 Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda, procede con rectitud y espera en él.

7 Los que teméis al Señor, poned en su amor vuestra esperanza, no os desviéis, no sea que caigáis.

8 Los que teméis al Señor tened confianza en él y no quedaréis sin recompensa.

9 Los que teméis al Señor, esperad sus bienes, la alegría eterna y el amor.

10 Pensad en las generaciones pasadas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y fue desamparado?

¿Quién lo invocó y no fue escuchado?

11 Porque el Señor es compasivo y misericordioso, él perdona los pecados y salva en tiempo de angustia.

 

**• El texto recoge una serie de máximas sobre un tema clásico que vuelve en otras ocasiones en el Antiguo Testamento, especialmente en los salmos. Se trata del tema de la tentación. El término evoca de inmediato el espectro del pecado, porque la experiencia nos ha mostrado muchas veces -tal vez demasiadas- que la tentación es la antesala del pecado. Retomemos y revisemos esta idea a la luz del fragmento que se nos propone.

La frase inicial: «Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la tentación» (v. 1), nos permite comprender enseguida que «tentación» equivale aquí a «test», «prueba». A continuación, se nos suministra un pequeño manual del comportamiento para superar la prueba: «Orienta bien tu corazón, mantente firme y, en tiempo de infortunio, no te turbes. Pégate a él y no te alejes, para que al final te veas enaltecido. Acepta lo que te venga...» (w. 2-4). El sabio maestro no agita el espantajo del miedo, ni se limita a hacer una exhortación genérica, sino que propone medios concretos y accesibles para hacer frente y superar la prueba. Ésta es fatigosa, pero tiene la función de verificar la autenticidad del compromiso, del mismo modo que el oro se prueba en el fuego (cf v. 5).

Más adelante cambia el registro y «temor/temer» se convierte en el léxico recurrente. También éste es un punto sobresaliente de la literatura sapiencial. El maestro prosigue su exhortación recomendando temer a Dios. También este término necesita ser purificado del significado lúgubre de «miedo». Indica más bien el estado de abandono confiado, la serena conciencia de estar sostenidos por manos seguras, como dice el v. 6 con un lenguaje claro y esencial: «Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda, procede con rectitud y espera en él».

El abandono en Dios, el santo temor, es un modo excelente de superar la prueba. Al final del itinerario de verificación se encuentra esta consoladora afirmación: «Porque el Señor es compasivo y misericordioso, él perdona los pecados y salva en tiempo de angustia» (v. 11). Es como reconocer que superamos la prueba por medio de un pellizco de nuestro compromiso y una cantidad desmesurada de amor divino.

 

Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo,

30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera,

31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días, resucitará.

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino?

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 -El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 

*•• El camino a Jerusalén implica una plena conciencia por parte de Jesús y una irresponsabilidad total por parte de los Doce. Son las dos partes que componen el fragmento de hoy. Jesús es consciente de lo que significa para él Jerusalén. Se prepara y prepara a los suyos. Anuncia tres veces lo que va a suceder en Jerusalén: padecerá la pasión, morirá y resucitará. El suyo es un anuncio pascual, es decir, un anuncio completo de muerte y resurrección (y no «anuncio de la pasión», como se dice con frecuencia). En 8,31 ya había hecho el primer anuncio y ahora añade el segundo (cf. el tercero en 10,33ss). Con esas palabras expresa Jesús la conciencia que tiene de lo que le espera, pero también el deseo de consumar la entrega de su vida como expresión de amor. El anuncio de Jesús no es información: es catequesis y formación. El hecho de que anuncie también la resurrección significa que será el bien, la vida, el que triunfe, aunque antes sea preciso atravesar el túnel estrecho y oscuro del sufrimiento y de la muerte. Instruye a sus discípulos para que sepan leer su vida como misterio pascual. Mientras los prepara para el choque con la «hora de las tinieblas», les pide que orienten también su propia vida en esta dirección pascual. Jesús es el Maestro que se aventura el primero por el camino que, después, deberán seguir todos los discípulos; él es el primogénito de muchos hermanos.

A la conciencia y seriedad con que Jesús se dirige hacia Jerusalén les corresponde, en igual medida y sentido contrario, la irresponsabilidad de los discípulos. Cada vez que Jesús anuncia el misterio pascual, ellos están «distraídos» con otras cosas, como si Jesús se limitara a suministrar una simple información. No le piden aclaraciones al Maestro, no se esfuerzan en profundizar en el sentido, bastante enigmático, de sus palabras, porque todos ellos están pendientes de sus intereses. Mientras Jesús presenta su vida como un «ser entregado en manos de los hombres» (v. 31), ellos andan preocupados por establecer quién es el más importante entre ellos (v. 34).

Chirría mucho el contraste entre la entrega de la vida por parte de Jesús y la búsqueda de la supremacía (y del poder) por parte de los Doce. Jesús no les reprende por su incomprensión; tiene paciencia porque todavía están «verdes» para la comprensión del misterio pascual. Les prepara señalándoles el camino justo que deben seguir, el del servicio humilde y desinteresado: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). Con esta actitud podemos prepararnos para hacer frente a la pasión y a sus consecuencias.

Jesús, para hacer más expresiva su catequesis, acompaña sus palabras, como los antiguos profetas, con un gesto. Pone a un niño en el centro y le abraza. La colocación en el centro es un primer mensaje de atención dirigida al niño, que, por lo general, no tenía ningún valor (como las mujeres, los niños tampoco entraban en el cómputo cuando se calculaba la población: cf. Me 6,44).

El tierno gesto de abrazarle revela con claridad hasta qué punto los niños fueron objeto del amor de Jesús. Por eso, las palabras completan y aclaran el mensaje: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado» (v. 37). Estar bien dispuestos hacia un niño, signo de quien no cuenta, significa dejar sitio en nuestra propia vida a Jesús y, a través de él, al Padre.

No hemos de buscar, por consiguiente, la supremacía con la idea implícita de hacernos servir, de ser reverenciados, sino con la disponibilidad de ponernos al servicio de todos, de mostrarnos acogedores con todos, incluso con los últimos. Éste es el modo correcto y fructífero de ir a Jerusalén para compartir el misterio pascual con Jesús.

 

MEDITATIO

El verbo que emplea la Biblia para expresar el viaje hacia Jerusalén es «subir». Su significado obvio es el geográfico: la ciudad se encuentra a 750 metros de altitud, que se convierten en más de 1.000 si la comparamos con Jericó, asentada en la depresión del mar Muerto. Pero está también el significado espiritual: se «sube» a Jerusalén porque se va al encuentro de Dios, que tiene su trono en el templo. Los peregrinos judíos, para prepararse dignamente, subían a Jerusalén cantando unos salmos (desde el 120 al 134) llamados precisamente «canto de subidas» o «cantos de peregrinación». A Jerusalén no se va de turista, sino como

peregrinos.

También Jesús se prepara para subir a Jerusalén y prepara asimismo a sus discípulos. No quiere que sean simples espectadores de cuanto él se prepara a vivir con una fuerte intensidad. Consciente de la dificultad, los va educando de una manera progresiva en diferentes valores: la elección del último lugar, la renuncia a puntos de mira demagógicos, la acogida de los que no cuentan, como los niños. Les está ayudando a no rehuir la cruz, entendida sólo en negativo, uniéndola siempre a la resurrección. Sólo de la combinación pasión-muerte-resurrección nace el misterio pascual.

Les está sensibilizando con el misterio pascual, aun cuando su humanidad rebelde tiende a mostrarse recalcitrante ante un discurso comprometedor. Es mejor escabullirse y quedarse en el campo restringido del interés personal, instintivamente comprensible y gozable de inmediato: «¿Quién es el más importante?». La verdadera grandeza se mide con los parámetros de Dios, no con los de los hombres, que son medidas inestables y fluctuantes.

Siempre anda al acecho la tentación de detenerse antes de llegar a Jerusalén, de cambiar de camino, de buscar atajos o caminos anchos... Aquí está la gran prueba de los discípulos y de todos los creyentes. Hagamos resonar tanto para los discípulos como para nosotros mismos la sugerencia del libro del Eclesiástico: «Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda». Así es, Jesús nos ayudará a superar la prueba y a «subir» con él a Jerusalén para celebrar su pascua y la nuestra.

 

ORATIO

Señor Jesús, ¡qué bien comprendo la falta de comprensión de tus apóstoles! Me siento en gran medida uno de ellos en lo referente a la lejanía de la cruz y el rechazo instintivo de todo lo que lleva el amargo sabor del sufrimiento. Me parece más fácil oír hablar de la cruz, y mejor aún si el discurso es elegante o soy yo mismo quien habla de ella. Sin embargo, el discurso se queda en la periferia de la vida: hablo de ella como si se tratara de un objeto de estudio. O bien me gusta ver la cruz, y tanto mejor si es artística o, al menos, de una factura apreciable. Hay muchas, de todas las dimensiones, de todos los colores, de todos los materiales y de todos los precios. Sí, porque las cruces también se pueden comprar. Sin embargo, por muy preciosas que sean, no valen gran cosa. A lo máximo, consigo llevar la cruz... en el cuello o colgada en la solapa de la chaqueta. Ahora bien, la cruz no está hecha para ponerla en un collar ni para colgarla en la solapa de una chaqueta, sino para llevarla en el corazón. La cruz debe estar dentro, clavada en el corazón y en el cerebro. Esto me resulta difícil, e incomprensible desde el punto de vista racional. Figurémonos, además, tener que llevar la cruz de los demás. Muchas veces ni siquiera la veo y, cuando la descubro, me parece más cómodo escabullirme, fingir que no la he visto. En algunas ocasiones consigo decir una palabra de circunstancias, pero llevar «los unos los pesos de los otros» me parece tan poco común que me alineo fácilmente y de buena gana con la mayoría. Simplemente, me oculto como un forajido. Señor, perdona esta huida mía de la cruz, y recuérdame siempre que, sin las tinieblas del Viernes santo, no surgirá nunca la mañana del Domingo de resurrección.

 

CONTEMPLATIO

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en el que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo representan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante del que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo"», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz (Andrés de Creta, Sermón X sobre la exaltación de la santa cruz, en PG 97, cois. 1022ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos» (Me 9,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ellas, las seis pobrecitas [las hermanas infectadas por el virus ébola], se contentaban con entregarse a la crónica cotidiana del Reino, recitada -más que escrita- en voz baja, toda con letras minúsculas. Satisfechas por tener sus nombres escritos en el cielo (Le 10,20) y no en las páginas de los periódicos. Satisfechas por el hecho de pertenecer a la categoría de los pequeños, de los «nadie», privilegiada por el Evangelio, y, por consiguiente, inmunizadas contra la necesidad de mendigar popularidad, consensos, notoriedad.

¿Queremos desempolvar de nuevo, en su caso, una palabra, una virtud que hoy está frecuentemente confinada entre las antiguallas? Pues entonces hablaríamos también de la humildad [...]. Son seis hermanas normales, que no forman parte de la categoría de lo excepcional. Normales en el servicio, normales en la fidelidad, normales en el «perder la vida», normales en el olvido de sí mismas. Normales en el valor, aunque también en el miedo. Normales en los impulsos, aunque también en sus debilidades. Normales en un amor «sin medida». Su vida era la suma de muchas cosas normales, de muchas ocupaciones ordinarias, muchas labores comunes, muchas tareas en absoluto exaltadoras. Hoy, el escenario está totalmente ocupado por protagonistas, primeros actores, que se abren paso a codazos para estar en primer plano. Ya no es posible reclutar a individuos dispuestos a recitar la parte modesta -aunque siempre exaltadora- de hombres sencillos, de cristianos y religiosos «normales» [...]. Ellas eran criaturas normales [...]. El amor era su norma. Y también el sacrificio, la renuncia, la fidelidad más costosa, la caridad sonriente, el servicio gozoso como norma (A. Pronzato, Un'esagoruz. iont> di amore, Milán 1997, pp. 154-158).

 

Día 22

Miércoles de la 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 4,11-19

11 La sabiduría adoctrina a sus hijos y se cuida de los que la buscan.

12 El que la ama, ama la vida, se llenarán de gozo los que madrugan para buscarla.

13 El que la adquiere heredará la gloria; vaya donde vaya, lo bendecirá el Señor.

14 Los que la sirven rinden culto al Santo, los que la aman son amados del Señor.

15 El que la escucha juzga con equidad, el que se aplica a ella vivirá seguro.

16 Quien confía en ella la recibirá en herencia, sus descendientes la poseerán por siempre.

17 Porque al comienzo lo lleva por caminos sinuosos; le infunde miedo y temblor, lo purifica con su disciplina hasta que pueda confiar en él y lo pone a prueba con sus exigencias.

18 Pero en seguida volverá a él por el camino recto, lo colma de alegría y le descubre sus secretos.

19 Pero si él se desvía, lo abandona y lo entrega a su propia ruina.

 

**• El fragmento presenta a la sabiduría en forma personificada, como en otros pasajes análogos de la literatura bíblica (cf. Prov 8,12-21; 9,1-6). Desarrolla una actividad educadora indispensable, sellada así en el v. 11: «La sabiduría adoctrina a sus hijos y se cuida de los que la buscan». Antes de enumerar sus intervenciones, es necesario el movimiento de búsqueda, es decir, la voluntad de encontrarla. Es como abrir la mente y el corazón al benéfico influjo de la sabiduría. Sólo después de este primer paso emprende ella su intervención, confiada en unos términos fuertemente evocadores: vida, gozo, gloria, equidad en el juicio, seguridad.

El muestrario de bienes está en la base de las aspiraciones secretas de todos los hombres. Podemos inferir que garantiza el máximo éxito en el plano humano. Sin embargo, es en el plano religioso donde manifiesta la sabiduría sus más altas potencialidades, como se dice en el v. 14, una cumbre teológica: «Los que la sirven rinden culto al Santo, los que la aman son amados del Señor». La interdependencia que aparece aquí entre el Señor y la sabiduría es muy fuerte y ambas realidades acaban casi por identificarse. El lector no se sentirá sorprendido porque ha aprendido ya que la sabiduría es una cualidad de Dios, una de sus expresiones.

La sabiduría, con una fina sensibilidad psicológica, ha indicado los bienes, ha mostrado el objetivo. No se llega a la meta sin esfuerzo ni sin empeño personal. Esto aparece aún con mayor claridad a partir del v. 17, donde el sujeto se ve sometido a una serie de pruebas que pretenden verificar su capacidad de fiarse de la sabiduría. En resumidas cuentas, debe dejarse guiar, «construir» de una manera progresiva por la sabiduría. Sólo entonces podrá entrar en intimidad con ella, hasta conocer sus secretos. La expresión sirve para indicar que el discípulo ha superado la fase de aprendizaje, ya no es un novicio.

El. v. 19, conclusivo, queda como aviso: existe la posibilidad de fracasar, que consiste en ser abandonado por la sabiduría para seguir un destino de perdición. Leído en sentido positivo, se trata de una invitación a tomar en serio la acción pedagógica -y vital- de la sabiduría.

 

Evangelio: Marcos 9,38-40

En aquel tiempo,

38 Juan le dijo a Jesús: -Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.

39 Jesús replicó: -No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí.

40 Pues el que no está contra nosotros está a favor de nosotros.

 

**• El fragmento de hoy es limitado en su extensión, pero ilimitado en su aplicación. Se trata de un puñado de palabras, distribuidas en tres versículos, que refieren el alarmismo de Juan y la sosegada respuesta de Jesús. Éste se presenta también como un educador que señala nuevos caminos, originales, diversos de los caminos de los hombres.

Estamos en la segunda parte del evangelio de Marcos, después de la profesión de fe de Pedro en Cesárea de Filipo. Ahora Jesús se encuentra más concentrado en la formación de los Doce, aunque no se olvida de instruir a las muchedumbres. Los discípulos, haciendo valer este privilegio, pueden haber sacado conclusiones indebidas o al menos apresuradas. Juan se erige en portavoz. Está preocupado porque alguien, que no pertenecía al círculo restringido de los discípulos, realiza exorcismos «en nombre de Jesús» (es decir, con su autoridad).

Se vuelve a plantear un caso conocido ya en el Antiguo

Testamento (cf. Nm 11,26-29). Dos hombres que habían sido convocados para ir a la tienda del encuentro y recibir el espíritu de profecía por medio de Moisés, no asistieron de hecho. A pesar de ello, el espíritu descendió también sobre ellos y empezaron a profetizar. Esto alarmó a alguno, que se apresuró a informar a Moisés. Josué le pidió expresamente a este último que impidiera esta profecía, aparentemente no legal. La respuesta de Moisés manifiesta su amplitud de miras:  «¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!».

Del mismo modo, Juan quería prohibir a uno que ejerciera de exorcista «porque no es de nuestro grupo» (v. 38; literalmente, «porque no nos seguía»). Juan concebía el seguimiento como un privilegio antes que como un servicio, lo pensaba en términos de «clase» antes que en términos de universalidad. Le faltaba la «anchura de miras» suficiente para superar la estrechez de su experiencia. Le faltaba sobre todo una apertura misionera, una sensibilidad altruista, porque estaba empeñado en defender más que en difundir lo que era y lo que tenía. Jesús no le reprende, sino que le corrige amablemente usando un argumento de sentido común. Realizar un exorcismo significa poseer la fuerza de Cristo («en su nombre») para vencer a Satanás. Quien usa esa fuerza está, necesariamente, en comunión con Cristo. Por consiguiente, no puede ser enemigo («hablar mal») suyo. Así pues, que siga actuando. El v. 40 refiere un dicho sapiencial: si alguien no es enemigo tuyo, es amigo tuyo. Jesús se revela así como un maestro del buen sentido, abierto a la diversidad, que no es oposición, sino expresión de un sano pluralismo.

 

MEDITATIO

Todos estamos en continua formación, cual colegiales en perenne aprendizaje en la escuela de la vida, guiados por el más sabio de los maestros; más aún, el único: «No os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías» (Mt 23,10). Y en el caso de que, por profesión, estuviéramos más allá de la cátedra, no olvidemos esta actitud fundamental, recordando el movimiento que guía al sabio: Paratus sempre doceri (dispuesto siempre a aprender).

Las lecturas nos proponen dos guías excepcionales para el camino de la vida: la sabiduría y Jesús mismo. Dos guías que terminan identificándose. Hay una educación que responde a principios pedagógicos, teorizados y experimentados y, por consiguiente, propuestos. Nacen los distintos métodos o escuelas. Estemos agradecidos a los hombres y a las mujeres que se comprometen en este noble sector. Con todo, queremos recordar que, si carecemos de la sabiduría del corazón y de la capacidad de integrar en una visión armónica el dato exterior, experimental, y el interior, que afecta a las raíces secretas del ser, ningún esfuerzo tendrá gran éxito.

La sabiduría ha prometido en la primera lectura a aquellos que la buscan llevarlos a las fuentes del gozo y del verdadero éxito. Con un sano realismo ha recordado también el esfuerzo que cada uno debe poner en esta búsqueda. Es una nota interesante contra la moda imperante del «todo enseguida» y «todo con facilidad». También la experiencia cotidiana nos enseña que la meta se alcanza con empeño y fatiga: el deportista tiene que entrenarse mucho antes de alcanzar niveles satisfactorios, el estudiante tiene que estudiar mucho tiempo para aprobar los exámenes... En compensación, la sabiduría nos garantiza la realización de nuestra propia vida, y lo expresa teológicamente con esta frase: «los que la aman [a la sabiduría] son amados del Señor». La sintonía con el Señor es la máxima realización de la existencia.

El evangelio también nos habla de una actividad educativa.

Jesús reconviene a Juan, que padece «miopía», su intemperancia: ve bien de cerca (sus cosas) y poco o mal de lejos (las otras). Quisiera estandarizar a todos con sus medidas. Jesús le abre de par en par las ventanas del corazón para que acoja otra posibilidad, para que acoja a alguien diferente, en el sentido de que no pertenece oficialmente a los seguidores de Jesús, aunque, de hecho, con su comportamiento manifiesta que está en sintonía con él. Juan y, por extensión, toda la comunidad cristiana necesitan ir más allá de las apariencias y verificar el carácter genuino del corazón de las personas más que su carnet de adscripción.

 

ORATIO

Padre santo, guía mis pasos por el camino del bien. Hazme encontrar maestros que enseñen con la palabra y con la vida, que estén en contacto con las fuentes genuinas de tu Palabra. El mundo rebosa de pretendidos maestros que no rara vez tienen la desfachatez de declararse o hacerse llamar maitre á penser, como si fueran nuevos Aristóteles. Son pregoneros, insustanciales capaces de alborotar, pensadores de temporada o vendedores de ideas rancias. Sin embargo, tienen muchos seguidores.

Ayúdame, Señor, a distinguir el grano de la paja, la verdad de la ilusión, la sustancia del brillo seductor. Te pido el don de la sabiduría, usando las palabras del rey Salomón, prototipo de todos los sabios, que, con agudeza, te pidió poder participar de una cualidad que, siendo principalmente tuya, te place infundir en quien te la pide en la oración y en quien la custodia en la vida:

«Contigo está la sabiduría, que conoce tus obras; estaba presente cuando hacías el mundo y sabe lo que es agradable a tus ojos y lo que es conforme a tus mandamientos.

Envíala desde el santo cielo, desde el trono de tu gloria mándala, para que me asista en mi tarea y sepa yo lo que te es agradable.

Porque ella, que todo lo sabe y lo comprende, me guiará con acierto en mis empresas y con su gloria me protegerá.

Así, mis obras te agradarán, gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mis antepasados» (Sab 9,9-12).

 

CONTEMPLATIO

Nadie ignora la gran dignidad y mérito que tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente a los pobres, ayudándoles a conseguir la vida eterna. En efecto, la solicitud por instruirlos, principalmente en la piedad y en la doctrina cristiana, redunda en bien de sus cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se dedican ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios.

Además, es una gran ayuda para que los adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten del mal y se sientan suavemente atraídos e impulsados a la práctica del bien. La experiencia demuestra que, con esta ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su conducta que ya no parecen los mismos de antes.

Mientras son adolescentes, son como retoños de plantas que su educador puede inclinar en la dirección que le plazca, mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la gran dificultad o, a veces, la total imposibilidad que supone el doblegarlos.

La adecuada educación de los niños, principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento de su dignidad humana, sino que es algo que merece la aprobación de todos los miembros de la sociedad civil y cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse de que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los gobernantes, que obtienen así unos súbditos honrados y muy buenos ciudadanos, y, sobre todo, de la Iglesia, ya que son introducidos de un modo más eficaz en su multiforme manera de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.

Los que se comprometen a ejercer con la máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados de una gran caridad, de una paciencia sin límites y, sobre todo, de una profunda humildad, para que así sean hallados dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde afecto, les haga idóneos cooperadores de la verdad, les fortalezca en el cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé finalmente el premio celestial, según estas palabras de la Escritura: «Los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por toda la eternidad».

Todo esto conseguirán más fácilmente si, fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él, ya que él dijo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (J. de Calasanz, Memorial al cardenal M. A. Tonti, 1621).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que yo pueda vivir y alabarte» (cf. Sal 118,165.175).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirles al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la congregación salesiana. ¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, va bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.

Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia le llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.

Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.

Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente. Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.

En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan ae provecho alguno a los culpables (Juan Bosco, Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203).

 

Día 23

Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 10, 12-23

12 El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, "se sentó a la diestra de Dios para siempre "

13 esperando desde entonces " hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies."

14 En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados.

15 También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Porque, después de haber dicho:

16 " Esta es la Alianza que pactaré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en su mente las grabaré, "

17 añade: " Y de sus pecados " e iniquidades " no me acordaré ya. "

18 Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado.

19 Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús,

20 por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne,

21 y con un " Sumo Sacerdote " al frente de la " casa de Dios, "

22 acerquémonos con sincero corazón , en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.

23 Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa.

**• Una vez concluida la exposición dogmático-teológica sobre el sacerdocio de Cristo, comienza ahora la segunda parte de la carta a los Hebreos, en donde se extraen las consecuencias prácticas de los principios afirmados antes. En este punto, el autor se dirige a sus interlocutores llamándoles «hermanos», denominación cuyo significado específicamente cristiano comprendemos ahora mejor: «hermanos» porque todos hemos sido redimidos por la sangre de Cristo y todos estamos llamados a entrar en comunión vital con él y, en consecuencia, los unos con los otros.

Gracias al sacrificio de Cristo, el hombre, que era esclavo de la muerte, es libre de regresar a la casa del Padre; de exiliado -más aún, de condenado- se convierte en peregrino. Delante de él se abre un camino «nuevo» y «vivo», un camino que es la persona misma de Jesús. El camino que hemos de recorrer es, por tanto, el de la conversión, el de la configuración con Cristo. Por eso, el autor nos invita a acercarnos a él con las debidas disposiciones interiores. En primer lugar, está la llamada a la pureza del cuerpo y del espíritu: esta pureza, conferida por el bautismo, ha de ser custodiada celosamente con la santidad de vida, y recuperada con el arrepentimiento y la petición de perdón; en segundo lugar, aparecen la «fe» y la «esperanza»: en medio de los trabajos de su vida, el cristiano, lejos de retroceder, está llamado a dar testimonio de que se apoya sin vacilar en un Dios cuyo nombre es «Fiel y Veraz» (cf. Ap 3,14).

Ahora bien, todo esto no debe ser vivido como búsqueda de una perfección individual. De ahí, pues, que la auténtica verificación la proporcione la urgencia de la caridad: es preciso que los unos sean para los otros ejemplo, estímulo y apoyo. El hombre está llamado a preparar y, en cierto sentido, anticipar en la historia la vida de comunión que será también la meta de su peregrinación.

 

 

Evangelio: Lucas 22,14-20

14 Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;

15 y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer;

16 porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»

17 Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros;

18 porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»

19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»

20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.

 

         ****>Jesús, así como Tú deseaste dejar el sacramento de tu amor aquel Jueves Santo, yo también deseo encontrarme contigo el día de hoy. Tú me has amado enormemente al quedarte en la Eucaristía. ¡Qué bueno eres! Así podré hablar contigo cuando lo necesite. Jesús, enséñame a valorar tu presencia en el sacramento de la comunión. Aumenta mi fe para que nunca dude de la fuerza de la Eucaristía y de tu amor.

        
Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más. (Benedicto XVI, homilía del Jueves Santo, 20 de marzo de 2008)

         El amor a Cristo Eucaristía ha llevado a una multitud de hombres a propagar la fe católica en el mundo. El cuerpo de Cristo fue el alimento y la fuerza para dar a conocer el amor de Dios. La fuerza que recibo en la comunión es capaz de impulsarme a propagar la doctrina de Cristo. Si creo realmente en Dios necesito acudir a recibirle en su sacramento. ¿Qué tan frecuentemente comulgo? ¿Creo realmente en la necesidad del alimento espiritual? Las próxima vez que acuda a misa, reflexionaré sobre esto.

 

MEDITATIO

El cristiano camina incansablemente por un camino nuevo y vivo. Aquí abajo nunca considera que ha llegado, nunca se siente satisfecho con los resultados alcanzados o asegurado contra los peligros y las insidias. Con la mirada fija en la meta, nunca debe detenerse: eso sería retroceder.

Por otra parte, esta urgencia insaciable de ir siempre «más allá» es la señal misma de la presencia en él de algo -o Alguien- que le supera infinitamente. Es el amor derramado por el Padre en nuestros corazones el que nos da ojos para descubrir a nuestro alrededor situaciones de pobreza que tienen necesidad de socorro, de consuelo, de esperanza. Estamos todos en camino hacia la morada de paz, pero no llegaremos a ella sino juntos, ayudándonos mutuamente. Y es precisamente la caridad la que nos renueva siempre el camino, porque con su divina intuición es capaz de hacernos descubrir, bajo las más míseras apariencias, la llama de la vida que quiere nacer. Entonces la fatiga deja de contar, puesto que ve brillar la luz allí donde reinan la tristeza y la muerte.

Jesús nos invita en el evangelio de Marcos a escuchar atentamente su Palabra, para que nos impregnemos hasta tal punto de ella que la hagamos rebosar fuera de nosotros, que la irradiemos. El autor de la carta a los Hebreos nos propone una manera muy sencilla de ser misioneros del evangelio: animarnos recíprocamente, evangelizarnos unos a otros practicando la caridad fraterna en las situaciones de la vida cotidiana. Es imposible que este amor humilde y sincero no suscite interrogantes en quienes nos ven vivir de un modo tan «diferente» y tan bello. Las historias de muchas conversiones han empezado precisamente así: del encuentro con creyentes que vivían a Jesús. «¿Acaso se trae la lámpara para taparla con una vasija de barro?». A buen seguro que no. La lámpara existe sólo para brillar con un rayo de esperanza en la oscuridad de la noche. Como los cristianos en el mundo.

 

ORATIO

Jesús, al principio tú estabas junto al Padre, dirigido a el en el amor; ahora estás también con nosotros, misericordiosamente inclinado sobre nuestras heridas; caminas con nosotros y nos llevas sobre tus sagrados hombros. No sólo nos indicas la senda, sino que tú mismo eres el Camino hacia la casa del Padre. Estás viendo cómo, a veces, nos sorprende el cansancio, nos aferra el miedo; tú conoces bien nuestras secretas tentaciones, que nos invitan a detenernos, a dirigir la mirada hacia atrás... Y nosotros sentimos, por encima de todo el humano sufrir, tu mirada misericordiosa, que se posa sobre nosotros; en la hora de la prueba sólo en ti ponemos nuestra confianza. Tu Palabra, fiel, siempre nos sostiene, porque creemos que todo tu camino, todo trecho del camino, por muy áspero y escarpado que sea, no es un sendero desconocido, sino que es camino de salvación y quien lo toma encuentra su paz.

Todo tu camino, aunque parezca duro e interminable, es un paso a la vida que no tiene límites. Concédenos, Señor, cada día el ánimo para volver a partir todos juntos; no permitas que nunca se quede alguien atrás, sentado en sus ruinas, con el corazón cargado de tristeza. Señor, ven en nuestra ayuda, para que deseemos llegar a contemplar sin velos tu rostro en el Reino de la luz.

 

CONTEMPLATIO

El Señor plasmó al hombre de la tierra, pero nos ama como a verdaderos hijos suyos y nos espera con deseo. El Señor nos ha amado con un amor tal que se encarnó por nosotros y derramó por nosotros su sangre, con la que nos ha dado de beber, y nos ha dado su precioso cuerpo. Y así, por su carne y por su sangre, hemos llegado a ser sus hijos, a semejanza del Señor. Así como los hijos se parecen a su padre, y esto con independencia de la edad, así nosotros nos hemos vuelto semejantes al Señor en su humanidad, y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que estaremos eternamente con él.

El Señor no cesa nunca de llamarnos: «Venid a mí y yo os haré descansar». Nos alimenta con su precioso cuerpo y su preciosa sangre. Nos instruye misericordiosamente con su palabra y por medio del Espíritu Santo. Nos ha revelado sus misterios. Vive en nosotros y en los sacramentos de la Iglesia y nos conduce al lugar donde contemplaremos su gloria. Ahora bien, cada uno contemplará esta gloria según la medida de su amor.

Quien ama más se lanza con mayor ardor para estar con el amado Señor, y por eso se le acerca más. Quien ama poco, también desea poco. ¡Qué maravilla! La gracia me ha hecho conocer que todos los que aman a Dios y observan sus mandamientos están llenos de luz y se asemejan al Señor. Y esto es algo natural. El Señor es luz, e ilumina a sus siervos (Archim. Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, p. 346).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús vino a la tierra para abrir un camino entre los hombres, para que éstos, a su vez, tomen este camino y sigan a Jesús. No hay otro camino posible para ningún hombre. Antes o después, de un modo o de otro, cada hombre se encuentra en el camino de Jesús, aunque probablemente sólo sea en la hora de su muerte.

Jesús habla a menudo de aquellos que le siguen y a los que llama discípulos. Les traza el camino, les indica las condiciones, los riesgos, las insidias. Los modos del seguimiento de Jesús son múltiples, pero todos los caminos tienen como desembocadura la misma entrega total de nosotros mismos a Jesús, a aquella obediencia que fue la suya, una obediencia hasta la muerte en una cruz, precio y camino de la resurrección. Seguir a Jesús es renegar de nosotros mismos, aceptar perder aparentemente nuestra propia vida. Una propuesta así sería no sólo arriesgada, sino también aberrante, si Jesús no hubiera añadido tres breves palabras que cambian radicalmente su sentido: «Por mi causa».

A causa de Jesús. Quien se atreve a hablar así lo hace por amor. Y quien habla por amor no propone un itinerario que conduce a la muerte, sino que se abre a la vida. El que ama se ha arrancado a sí mismo del objeto de su amor. Ya no es capaz de vivir replegado sobre sí mismo, porque el amor tiende a desplegar al máximo todas las posibilidades que hay en él. El amor les da dinamismo, decuplica sus fuerzas, fecunda sus palabras, sus acciones. ¿Y qué decir cuando se trata del amor de Jesús?

A causa de Jesús, podrá decir san Pablo, y para conocer la sublimidad de su amor se ha atrevido a considerar todas las cosas como basura (cf. Flp 3,8). A causa de Jesús. Estas cuatro breves palabras dicen aún otras cosas. En efecto, el amor no sólo potencia los recursos de aquel que ama, sino que hace entrar también en el misterio de aquel a quien se ama. A causa de Jesús equivale a decir quemados en lo íntimo por el amor que nos arrastra, pero también «como Jesús», o sea, empujados y arrastrados por el amor que él mismo siente por nosotros y cuya poderosa ternura no nos abandona un solo instante.

No hay ni un solo sufrimiento sembrado en nuestro cuerpo, en nuestro corazón e incluso en nuestro espíritu que no nos construya, por así decirlo, en plenitud, conduciéndonos a dar nuestros frutos más bellos. Y aquí se encuentra también la fuente de nuestra alegría. Sí, haciéndolo todo y soportándolo todo a causa de Cristo, exultaremos con una alegría inefable y llena de la gloria de Dios (A. Louf, Seúl l'amour suffirait, París 1982).

 

Día 24

Viernes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 6,5-17

5 Una palabra dulce multiplica los amigos, la lengua afable multiplica los saludos.

6 Puedes relacionarte con muchos, pero amigo de verdad, uno entre mil.

7 Si te echas un amigo, hazlo con tiento y no tengas prisa en confiarte a él.

8 Porque hay amigos de conveniencias, que te abandonan cuando llega la adversidad.

9 Hay amigos que se vuelven enemigos y para avergonzarte revelarán vuestra disputa.

10 Hay amigos que se sientan a tu mesa y te abandonan cuando llega la adversidad.

11 Mientras van bien las cosas, estarán unidos a ti y se mostrarán afables con los de tu casa.

12 Pero si eres humillado, se volverán contra ti y evitarán hasta mirarte.

13 Aléjate de tus enemigos y sé precavido con tus amigos.

14 Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro.

15 Un amigo fiel no tiene precio, no se puede ponderar su valor.

16 Un amigo fiel es bálsamo de vida, los que temen al Señor lo encontrarán.

17 El que honra al Señor cuida su amistad, porque su amigo será como sea él.

 

*+• El sabio continúa su enseñanza tocando ahora un tema electrizante, el de la amistad. Puesto que «nadie es una isla» (Th. Merton), necesitamos relacionarnos con los otros. La amistad expresa un vínculo agradable y constructivo con los otros. El autor recurre una vez más al rico depósito de la experiencia humana y nos ofrece preciosas sugerencias, algunas de las cuales han llegado a convertirse en proverbios populares, como el que dice «quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro» (cf. v. 14). Al final concluye con un arranque teológico, confirmando que lo que persigue la literatura sapiencial bíblica es un «encuentro reconciliado» con Dios.

La primera sugerencia nos invita a hablar bien para conseguir amigos: todos sabemos que una persona irascible, huraña, criticona, no dispondrá de un amplio círculo de amigos. Viene, a continuación, una extensa recomendación sobre el modo de seleccionar a los amigos y sobre el justo discernimiento que debemos practicar para reconocer quién es verdaderamente digno de ese nombre. «Amigotes» hay muchos («Puedes relacionarte con muchos»: v. 6a), pero a los verdaderos amigos hemos de seleccionarlos («pero amigo de verdad, uno entre mil»: (v. 6b) y comprobarlos («Si te echas un amigo, hazlo con tiento y no tengas prisa en confiarte a él»: v. 7). Tras el principio general, vienen una serie de minuciosas sugerencias, una especie de test selectivo.

Quien sólo es amigo de nombre estará a tu lado en las ocasiones que a él le convengan, como la de sentarse a tu mesa, o en situaciones de tranquila normalidad. En cuanto cambia el viento y estalla un litigio entre vosotros dos, o tú tienes un problema, enseguida vuelve la cara, te deja plantado o, peor aún, se transforma en enemigo. Por consiguiente, hay que tener cuidado a la hora de elegir y definir a alguien como «amigo»: hay que probarlo sobre todo en la fidelidad, que es la capacidad de permanecer al lado de alguien, siempre y de cualquier modo. Una vez que has encontrado al verdadero amigo, entonces posees de verdad un tesoro, y «no se puede ponderar su valor» (v. 15).

Al final, la experiencia humana conecta con la religiosa: la persona amiga de Dios («El que honra al Señor») también «cuida su amistad» con su amigo (v. 17); por consiguiente, podemos concluir diciendo: ama a Dios y busca a tus amigos entre aquellos que también le aman.

 

Evangelio: Marcos 10,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán. De nuevo la gente se fue congregando a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso también entonces a enseñarles.

2 Se acercaron unos fariseos y, para ponerle a prueba, le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer.

3 Jesús les respondió: -¿Qué os mandó Moisés?

4 Ellos contestaron: -Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y separarse de ella.

5 Jesús les dijo: -Moisés os dejó escrito ese precepto por vuestra incapacidad para entender.

6 Pero desde el principio Dios los creó varón y hembra.

7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer

8 y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo.

9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.

10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto.

11 Él les dijo: -Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera,

12 y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

 

*» La muchedumbre está deseosa de escuchar la Palabra  de Jesús y él «calma su hambre» con un discurso que llega al centro de la verdad y de la voluntad de Dios. No todos le siguen con el corazón libre y sediento de verdad. Hay quien le provoca con preguntas capciosas: «Le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer» (v. 2). Se le hace una pregunta que no es positiva y, además, de sentido único: el comportamiento del hombre con la mujer, y no viceversa. El problema existe y, por consiguiente, es preciso afrontarlo.

Ahora bien, todo problema tiene que ser iluminado a la luz de la Palabra, elemento primordial y fuente para conocer la voluntad de Dios y, en consecuencia, el plan de vida. Jesús se erige en intérprete autorizado de esa voluntad. Acepta la provocación y responde con una contrapregunta: «¿Qué os mandó Moisés?», el mediador de la voluntad divina (v. 3). Jesús pregunta sobre algo que también ellos consideran obligatorio. La respuesta se aparta de la pregunta porque los fariseos declaran lo que Moisés «permitió» (v. 4). Están desencaminados, no están respondiendo de manera correcta. Jesús explica la razón de la concesión de Moisés, la sklérokardía de los hombres, es decir, la «dureza de corazón» o «incapacidad para entender», que es la falta de elasticidad a la hora de acoger la voluntad de Dios. El corazón es el centro de la persona, el conjunto armónico formado por la inteligencia, la voluntad y la afectividad. La máquina se ha atascado. La de Moisés fue una norma dada por la dureza de corazón. Por consiguiente, es una norma condicionada, ligada al tiempo y dependiente de una situación particular. No se trata de lo que es obligatorio, sino de lo que está permitido.

Es preciso remontarse a los orígenes, a la pureza primitiva, a la auténtica voluntad divina. Ésta había establecido una distinción entre varón y hembra, en vistas a una comunión plena entre ambos. El v. 8 {«De manera que ya no son dos, sino uno solo») recoge la cita de Gn 1,27 (cf. v. 7) y confirma que estamos en presencia de una nueva realidad, única e irrepetible. Una vez establecido esto, se desprende como consecuencia el v. 9: si tal unidad es expresión de la voluntad divina, nadie está autorizado a deshacerla. Llega perentorio el mandamiento, sin añadidos: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre».

La explicación de Jesús, lógica y esencial, no les parece fácil de comprender ni siquiera a los discípulos, que piden explicaciones en privado, una vez en casa. La dificultad se encuentra en el hecho de que es preciso cambiar de mentalidad, invertir la tendencia machista y posibilista alimentada por la praxis. Jesús no hace descuentos, no suaviza para nadie las severas exigencias de un amor verdadero. Confirma y clarifica, en los w. 1 lss, su pensamiento. La ruptura de aquella unidad querida por Dios es adulterio. El verbo griego moicháomai no deja lugar ni siquiera a la más tenue duda: es adulterio, ruptura grave de una relación nacida para permanecer inoxidable en el tiempo. Jesús, al añadir que el compromiso de fidelidad vale para ambos, hombre y mujer, introduce una paridad de derechos y deberes desconocida en el mundo judío. El verdadero feminismo está dando sus primeros y sustanciales pasos.

 

MEDITATIO

Un fresco estupendo sobre la amistad, podría ser un título para las lecturas de hoy. La primera nos proporciona consejos prácticos al recordar que los verdaderos amigos no son tantos. Es preciso echar mano a un sano discernimiento para detectarlos. Son muchos los que se presentan y camuflan como tales, tejen relaciones, unas relaciones que en muchos casos son superficiales: amigos de viaje, amigos de mesa, amigos de juego, amigos de deporte... El verdadero amigo se manifiesta en las situaciones difíciles, cuando estás en crisis, cuando tienes una dificultad, cuando te sientes solo y abandonado, cuando no dispones de medios económicos ni de peso social. Cuando alguien se mantiene junto a ti incluso en esas situaciones en las que, hablando desde el punto de vista humano, no puede sacar ninguna ventaja, entonces merece el nombre de amigo. Puedes fiarte de él, puedes apoyarte en su persona.

Debemos achacar la fragilidad de muchas amistades al hecho de que no están construidas sobre bases sólidas, sino que están confiadas al carácter improvisado de un sentimiento o a la gracia de un momento. Otro criterio de verificación y de estabilidad lo tenemos en la dimensión de la fe. Una persona que ama a Dios se esfuerza en alimentar su vida con valores contrastados por la voluntad divina; por consiguiente, es de presumir que sea capaz de custodiar y cultivar también el valor de la amistad. Podemos interpretar aquí el dato de la experiencia de muchas amistades nacidas «a la sombra del campanario» o en el marco de grupos eclesiales. Sin llegar a realizar un discurso de «gueto», es verdad de todos modos que un sentimiento religioso común ayuda también a cimentar, construir y defender el valor de la amistad.

El evangelio nos ofrece en un primer momento una imagen de «enemigos»: son los que se acercan a Jesús para plantearle una pregunta envenenada, a fin de enredarle. A continuación, Jesús, al hablar del matrimonio indisoluble, nos proporciona una hermosa idea de la amistad, aunque específicamente en el marco matrimonial. El marido y la mujer constituyen un bello ejemplo de amigos: al unir sus inteligencias, voluntades y cuerpos, tienden a construir una unidad de vida. Contra el intento disgregador de construir una amistad matrimonial ad tempus («mientras dura, dura»), como hoy sostienen algunos, Jesús reacciona indicando la precisa e inequívoca voluntad divina. Él la proclama y la vive.

Jesús es alguien que «llama amigos» a sus discípulos (cf. Jn 15,15). Es el Esposo que está dispuesto a dar la vida por su Esposa (cf. Ef 5,25). Un amigo verdadero, un amigo para siempre.

 

ORATIO

La verdadera amistad con los hombres y las mujeres se funda en el terreno del amor de Dios: concédenos, oh Señor, ser leales contigo, para que yo sea sincero y desinteresado también con mis semejantes. La amistad, oh Señor, condimenta con su suavidad todas las virtudes, sepulta los vicios con su fuerza, suaviza las adversidades, modera la prosperidad, de suerte que sin un amigo casi nada entre las criaturas humanas puede ser fuente de alegría»: haz que mis relaciones de amistad lleven la impronta de la caridad, como camino que tiende a tu perfección.

Concede, por último, Señor, a la amistad aspirar a la compleción de la entrega de sí mismo, que encuentra una imagen incomparable en el amor matrimonial: «El Amigo es el esposo de tu alma, y tú unes tu espíritu al suyo, comprometiéndote hasta el punto de tener que llegar a

ser con él una sola cosa; te confías a él como a ti mismo, nada le ocultas ni nada tienes que temer de él. Si consideras que alguien es idóneo para todo esto, primero debes escogerle, después ponerle a prueba y, por último, acogerle. La amistad, en efecto, debe ser estable, casi una imagen de la eternidad, y permanecer constante en laentrega del afecto» (Aelredo de Rievaulx).

 

CONTEMPLATIO

Nos habíamos encontrado en Atenas como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios. En aquellas circunstancias, yo no me contentaba sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que aún no le conocían, para que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y le habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Éste fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro. Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud. Y aunque decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y así como otros tienen sobrenombres, recibidos de sus padres o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y la orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos y glorioso recibir este nombre (Gregorio Nacianceno, Sermón 43, 15-21 passim, en PG 36, cois. 514-523).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro» (cf. Eclo6,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando amor te llama, sigue la señal, aunque suba empinado el sendero. Y cuando sus alas te envuelvan, abandónate, aunque entre las plumas te hiera una cuchilla. Y cuando el amor te hable, no tardes en creerle, aunque su voz turbe tus sueños como el viento del norte barre el jardín.

Porque el amor corona y el amor clava en una cruz [...]. Con sus manos te trabaja hasta tu extrema ternura, después te expone a su sagrada llama, para que seas pan sagrado en la sagrada fiesta de Dios.

Todo eso hará para que puedas conocer los secretos de tu corazón y, así iluminado, llegues a ser un fragmento del corazón de la vida. Mas si tienes miedo y buscas sólo paz y placer en el amor, será mejor para ti que te cubras y te vayas de la era al mundo desolado de las estaciones: allí reirás, aunque no con toda tu risa; allí llorarás, aunque no la última lágrima.

El amor no da otra cosa que a sí mismo, y sólo de sí mismo toma. El amor no posee ni quiere dejarse poseer: porque al amor sólo le basta el amor (K. Gibran, L'amore, Cinisello B. 1997).

 

 

Día 25

Sábado de la 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 17,1-15

1 Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo.

2 Asignó a los hombres días y tiempo limitados; puso en sus manos todo cuanto existe en la tierra;

3 los revistió de una fuerza como la suya y los creó a su imagen.

4 Hizo que todo ser viviente los temiese, para que dominaran sobre bestias y aves.

6 Les formó lengua, ojos y oídos y les dio un corazón para pensar;

7 de ciencia e inteligencia los llenó, y les dio a conocer el bien y el mal;

8 les infundió su propia luz para mostrarles la grandeza de sus obras.

10 Así alabarán su nombre santo, proclamando la grandeza de sus obras.

11 Les concedió además conocimiento, y en herencia les dio la ley de vida;

12 estableció con ellos una alianza eterna y les manifestó sus decretos.

13 Vieron con sus ojos la grandeza de su gloria, con sus oídos oyeron su voz majestuosa.

14 El les dijo: «Guardaos de todo mal» y les dio mandamientos con relación al prójimo. Misericordia y justicia.

15 Ante Dios está siempre la conducta del hombre, y nada se oculta a sus ojos.

 

**• El texto es una asombrosa contemplación del hombre, cima de la creación. El autor recopila una corona de datos que toma, en buena parte, de la fuente de la tradición bíblica, a partir de los primeros capítulos del Génesis.

La primera afirmación establece la diferencia sustancial que existe entre Dios y el hombre: el primero es el Creador, el segundo la criatura. De este modo, queda bloqueada en su mismo nacimiento cualquier tentación de autonomía o de autosuficiencia por parte del hombre. Es como decir que, sin Dios, el hombre no es más que tierra, de donde fue tomado y a la que está destinado. La mayor parte de los verbos tienen como sujeto a Dios y enumeran dones y prerrogativas que hacen grandes y nobles a los hombres (en plural a partir del v. 2). A ellos les confió Dios el cuidado («puso en sus manos») de la creación y los hizo así sus plenipotenciarios.

En la cima de los dones conferidos está la afirmación más singular y también más original de la antropología bíblica: «Y los creó a su imagen» (v. 3b). En consecuencia, los hombres son «familiares» de Dios, llevan impreso algo de él. Es sugestivo el v. 8: «Les infundió su propia luz para mostrarles la grandeza de sus obras»; es como si dijera que Dios les «prestó sus ojos» para que lo creado pudiera ser contemplado con el mismo asombro que Dios.

Entre los dones excelentes encontramos la conciencia («y les dio a conocer el bien y el mal»: v. 7b), la ley, la alianza, la elección de Israel, el amor al prójimo. Son dones que garantizan la grandeza del hombre, su nobleza en relación con el resto de la creación. De los dones enumerados se desprende que el autor piensa en primer lugar en los judíos.

Tantos y tantos beneficios reclaman una respuesta. Los hombres reaccionan con la alabanza que celebra a Dios en sus obras: «Así alabarán su nombre santo, proclamando la grandeza de sus obras» (v. 10). Lo creado se convierte en el gran escenario donde se despliega la magnificencia de Dios, admirada y celebrada por el hombre, eco inteligente y amoroso del universo.

 

Evangelio: Marcos 10,13-16

En aquel tiempo,

13 llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.

14 Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: -Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios.

15 Os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16 Y tomándolos en brazos, los bendecía, imponiéndoles las manos.

 

**• Marcos nos regala escenas inolvidables, ricas en ternura humana, como ésta de los niños. La presencia de niños escuchando a Jesús es un hecho conocido. Con ocasión de la multiplicación de los panes se menciona también la presencia de niños que le seguían desde hacía tiempo, hasta que llega la noche (cf. Me 6,33-35). Cabe pensar que son niños que acompañan a sus padres, dado que la escucha de la Palabra de Jesús es un hecho que corresponde, eminentemente, a los adultos.

Probablemente son los mismos padres los que intentan acercar sus hijos a Jesús «para que los tocara» (v. 13). Su intento queda frustrado por los discípulos, que, al menos así lo pensamos, actúan de buena fe, llevados por el deseo de garantizar al Maestro un poco de tranquilidad, pues los niños, como es sabe, son alborotadores y crean confusión. La reacción de Jesús es fuerte, indignada (v. 14). Por un lado, es una manera vigorosa de desaprobar y, por otro, una invitación a reconsiderar la figura del niño. La sensibilidad judía había producido ya el salmo 131, donde el niño es imagen de aquel que confía y se abandona a Dios. Sin embargo, llegar a establecer el valor del niño colocándolo en el centro del interés o incluso como modelo es un dato que trasciende la mentalidad de la época, que no reconocía al niño personalidad jurídica y lo consideraba como propiedad de la familia y, sobre todo, del padre.

Jesús da un vuelco a valores consolidados, rompe esquemas atávicos y acoge a los niños. Este hecho, de una gran riqueza desde el punto de vista humano, se colorea teológicamente con la motivación «porque de los que son como ellos es el Reino de Dios» (v. 14b). Jesús los eleva a modelo de vida. ¿Por qué? Porque el niño adolece de la arrogancia que caracteriza al adulto, no pretende actuar por sí solo, dado que siente como urgente e indispensable la presencia de alguien que esté cerca de él y le dé seguridad. Le falta también la aspiración a la preeminencia y a los honores (cf. Mt 23,9-12).

El niño es la personificación del «pobre», a quien está reservada la primera bienaventuranza y a quien se garantiza la posesión del Reino de Dios. El v. 15 recoge una afirmación solemne, dado que está introducida por la fórmula «os aseguro que»: Jesús declara que es preciso estar dotado del ánimo de los niños para tener acceso al Reino de Dios.

El fragmento se cierra con otro gesto de ternura por parte de Jesús: el de abrazar a los niños, porque reconoce y aprecia un valor que los apóstoles difícilmente consiguen percibir aún.

 

MEDITATIO

Las lecturas celebran el valor del hombre. Podríamos decir que, en línea de principios, concuerda con ellas nuestra sociedad moderna, que redacta cartas de derechos del hombre, proclama su dignidad y defiende su libertad.

Cuando se trata de dar cuerpo al principio es cuando empiezan las dificultades. La dignidad del hombre está siendo conculcada todavía en demasiados países del mundo, y los derechos fundamentales o no son reconocidos o están limitados. Una lectura meditada de la página bíblica nos será útil. Lo que le interesa presentar al autor sagrado no es al hombre en general, sino al hombre en su relación con Dios. Hemos señalado que el sujeto de casi todos los verbos es Dios. Como sostiene también el Sal 8 (véase más abajo), es Dios quien confiere su nobleza al hombre y lo sitúa en la cima de la creación. La suya es una nobleza conferida, no una nobleza conquistada. Se encuentra en esa posición de relieve porque Dios lo ha hecho a su imagen y le ha confiado la responsabilidad sobre la creación. Lo ha habilitado asimismo con una serie de innumerables cualidades: desde la inteligencia a la ley, a la alianza. Visto al revés, si prescindimos de Dios, el hombre queda reducido a polvo, a «muestra sin valor». La antropología bíblica es, por consiguiente, una reflexión sobre el hombre en su relación con Dios/Cristo.

La reacción de los discípulos respecto a los niños posee una ardiente actualidad. Nuestra sociedad los margina con frecuencia y no les reserva la atención que merecen (casas no construidas a la medida del niño, falta de espacio y de zonas verdes, la plaga del trabajo infantil en muchos países...) o incluso se muestra feroz con ellos (abortos, violencias de todo tipo).

La estima y el afecto mostrados por Jesús proceden asimismo en este caso de consideraciones teológicas. Jesús vislumbra en ellos a los sencillos, a los pequeños, para quienes ha sido preparado el Reino, en donde son los verdaderos protagonistas. También a nosotros se nos ponen como ejemplo: debemos llegar a ser como ellos despojándonos de nuestras presuntuosas seguridades, de nuestra hiperracionalidad, que quiere verificar y controlar todo, hasta el mundo divino. Debemos volver a depositar más confianza en aquel Padre que está en el cielo y se preocupa de todos sus hijos. En considerarnos y llegar a ser como niños consiste nuestra grandeza, la realización de nuestra vida, y es el mejor camino de acceso al Reino de Dios, es decir, a Dios mismo.

 

ORATIO

¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Tu majestad se alza por encima de los cielos. De los labios de los niños de pecho, levantas una fortaleza frente a tus adversarios, para hacer callar al enemigo y al rebelde. Al ver el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides? Lo hiciste inferior a un dios, coronándolo de gloria y esplendor; le diste el dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: rebaños y vacadas, todos juntos, y aun las bestias salvajes, las aves del cielo, los peces del mar y todo cuanto surca las sendas de las aguas. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Salmo 8).

 

CONTEMPLATIO

En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: «El Señor me estableció al comienzo de sus obras». En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: «El que os recibe a vosotros me recibe a mí», pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras».

Por esta razón precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: «Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras». Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué arguye san Pablo diciendo que «en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría?». Y si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: «El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa». Y dice también el Eclesiastés: «La sabiduría serena el rostro del hombre», y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: «No preguntes: "¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora?". Eso no lo pregunta un sabio».

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: «La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que le temen». Pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: «El Señor me estableció al comienzo de sus obras?».

No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella, por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos» (Atanasio, Sermón 2 contra los arríanos, 78ss enPG26, cois. 311.314).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nuestros ojos contemplan la grandeza de tu gloria» Uí- Eclo 17,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La tierra es, en un primer momento, dura e incomprensible. Sin embargo, hay en ella cosas divinas muy escondidas. Con todo, no están tan escondidas que quien ama no las pueda descubrir; y a quien la ama la naturaleza se le manifiesta como una púdica doncella lentamente atraída por un hombre que la adora de lejos, y a quien es el primero en conceder levantarse el velo, una mirada elocuente, una tímida sonrisa; y después viene el coloquio y la unión de la vida con la vida. De este modo obtiene el enamorado de la tierra su propia recompensa, es poco a poco como el velo se levanta sobre una inagotable y majestuosa belleza.

Este puede encontrarse sumergido en una especie de comunión espiritual, o puede sentir su propio ser revuelto en el ser de los elementos, o darse cuenta de que éstos están insuflando su vida en la suya. O bien la tierra puede llegar a ser para él, de improviso, un lugar hechizado, donde resuena en el suelo y en el aire la música de su invisible pueblo. O bien los árboles y las rocas pueden ondear ante sus ojos y volverse transparentes, revelándole las criaturas que estaban escondidas por aquel telón [...]. O bien la tierra puede resplandecer, súbitamente, a su alrededor con luz sobrenatural, en algún lugar solitario entre las colinas [...]. Así, de una manera gradual, el enamorado de la tierra va comprendiendo que el mundo dorado se muestra todo él a su alrededor en un imperecedera belleza, y él puede ascender desde la visión a la más profunda beldad del ser y aprehender que en él y a su alrededor hay un amor eterno impulsándole y sosteniendo con infinita ternura su cuerpo, su alma y su espíritu [...].

En la orquídea silvestre que tus pies

destruirán en el próximo paso,

menuda, apasionada y suave,

ha puesto el Señor Omnipotente su alegría.

¿Qué importa que las joyas rotas

se vuelvan opacas y desteñidas?

El Artista no interrumpe su trabajo,

y de las ruinas hará brotar

una obra maestra más adorable.

(G. W. Russel, The Candle of Vision, Londres 1920).

 

 

Día 26

La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés)

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 8,22-31

La Sabiduría de Dios habla:

22 El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas.

23 Fui formada en un pasado lejano, antes de los orígenes de la tierra.

24 Cuando aún no había océanos fui engendrada, cuando aún no existían los profundos manantiales;

25 antes que los montes fueran asentados, antes de las colinas fui engendrada.

26 No había hecho aún la tierra ni los campos, ni los primeros terrones del orbe.

27 Cuando establecía los cielos, allí estaba yo, cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano,

28 cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando fijaba las fuentes del océano,

29 cuando señalaba al mar su límite para que las aguas no rebasaran sus orillas, cuando echaba los cimientos de la tierra,

30 a su lado estaba yo, como confidente, día tras día le alegraba, y jugaba sin cesar en su presencia;

31 jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los hombres.

 

    **• En el comienzo de la reflexión de Israel sobre la Sabiduría, ésta significaba «simplemente» la habilidad, la virtud de gobernar la propia vida y las propias relaciones a fin de obtener la felicidad (cf, por ejemplo, Prov 3,1-13). En un primer momento, sabio es el que va seguro por su camino y sus pies no tropiezan, el que conserva el consejo y la reflexión (cf. Prov 3,21.23). Sin embargo, ahondando en esta idea, se va comprendiendo poco a poco que sabio es aquel que consigue ver la verdadera ley de la vida, aquel que reconoce en el mundo una sabiduría que es anterior a él, aquel cuyos ojos consiguen ver la semilla que el Señor ha puesto en el mundo: «El Señor ha fundado la tierra con sabiduría» (Prov 3,19).

    El fragmento que hemos leído en la liturgia de hoy constituye un paso ulterior en esta reflexión. En efecto, aquí la sabiduría ya no es la virtud del hombre que es sabio, ni tampoco la ley intrínseca de la creación, sino que nos aparece en la figura de una muchacha que acompaña al Señor en su obra creadora y que se divierte con el mundo y con toda la humanidad. La sabiduría se convierte aquí, en suma, en la mirada que el Creador dirige al mundo, en la Palabra que hace existir la historia. De ahí que la sabiduría que se describe aquí haya sido interpretada como figura o tipo del Verbo de Dios.

    Sin embargo, el fragmento podría ser aún más profundo y pertinente. Este autoelogio de la sabiduría tiene, efectivamente, muchas consecuencias respecto al modo como nosotros pensamos a Dios. En primer lugar, nos muestra un rostro menos «masculino» de Dios. La sabiduría (hokhmah) aparece en femenino (como también «espíritu», rüah) en el Antiguo Testamento hebreo.

    Es cierto que, sustancialmente, aquí no se identifica con Dios, pero sigue siendo el primer rostro que se muestra de Dios cuando él quiere la creación (v. 22). En segundo lugar, aquí el Dios creador ya no es una figura solitaria que, por no tener otra cosa que hacer, se pone a crear un juguete para, literalmente, «pasar» el tiempo, sino que es descrito como un Dios en relación, que toma precisamente a esta niña que le acompaña como modelo de todo el bien al que está a punto de dar forma (w. 27ss), a todo el bien que va a hacer nada menos que el propio «arquitecto» (v. 30). Por último, se muestra la filantropía de un Dios que se divierte con la humanidad (w. 30ss): a buen seguro, no para burlarse del carácter dramático de la historia humana, sino, al contrario, para indicar que el verdadero sentido de la historia y de la vida se encuentra precisamente en este «juego de rol» entre Creador y criatura (cf. Prov 9,5ss).

 

Segunda lectura: Romanos 5,1-5

Hermanos:

1 Así pues, quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo.

2 Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios.

3 Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

4 la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza.

5 Una esperanza que no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

 

    **• La Carta a los Romanos se presenta como un anuncio global del mensaje cristiano, y el fragmento que hoy nos propone la liturgia es uno de los pasajes esenciales y, a su modo, sinópticos. El primer dato que encontramos en él, y que constituye el criterio fundamental del anuncio, es la justificación por la fe (v. 1; cf. Rom 1,16-4,25).

    La justificación por la fe significa, esencialmente, que el fundamento de la vida del cristiano no está constituido por las capacidades humanas, sino que el hombre es justificado mediante la justicia que proviene del amor de Dios (cf. Rom 3,2 lss). Éste es el primer anuncio de libertad que viene del cristianismo: no tenemos necesidad de basarnos en nuestra propia capacidad de ser santos y de observar la ley, ni en nuestra propia capacidad de sutil razonamiento o de éxito; lo que debemos hacer es confiarnos a la promesa de Dios, que nos regala la vida nueva.

    Quien nos permite un segundo anuncio de libertad es Jesucristo, que nos ofrece la libertad tanto frente al pecado como frente a la ley (cf. Rom 5,12-20). A este respecto, basta con recorrer los evangelios para encontrar en él el ejemplo de lo que significa esta libertad: anuncio de la bondad de Dios incluso frente a la persecución y al dolor del mundo, compartir el pan con quienes están cerca y con quienes están lejos de nosotros, amor a la verdad que procede de nuestra propia conciencia y de nuestra propia relación con Dios, derrota de la muerte a través de la resurrección.

    Sin embargo, para acercarnos a este misterio, nuestro fragmento describe un camino que atraviesa paso a paso las tribulaciones -término que indica al mismo tiempo los sufrimientos de la vida (cf., por ejemplo, 2 Cor l,4ss), los sufrimientos de la Iglesia, que se une en esto a la pasión de Cristo (cf, por ejemplo, Col 1,24), y la tentación suprema frente a la muerte y al martirio (cf, por ejemplo, Ap 7,14)-, la paciencia, la virtud sóliday la esperanza. Eso significa, por otra parte, conseguir realizar un camino espiritual que nos lleve a vivir en plenitud de la gracia del Espíritu que obra ya en el corazón de los creyentes (cf. Rom 8): esta vida en el Espíritu da cuenta ante al mundo y el corazón de cada uno de nuestra propia fe, de nuestra propia esperanza y de nuestra propia caridad.

 

Evangelio: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras.

14  Él me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

    **• Con el discurso joáneo del que está tomado este fragmento, Jesús está anunciando su partida, el final de su camino terreno. Se despide de sus propios discípulos para que su corazón no se espante frente a los acontecimientos de la pasión (cf Jn 14,lss). Lo que dice, en sustancia, a quien le escucha es que todo lo que está aconteciendo es voluntad del Padre: no en el sentido de un guión ya escrito desde el principio, sino en el sentido de que el drama al que se está enfrentando, y que los discípulos han empezado a afrontar junto con él (cf. el discurso sobre la vid y los sarmientos: capítulo 15), se encuentra ya dentro de la mirada amorosa que el Padre proyecta sobre la historia: «Este mundo ya ha sido juzgado» (16,11).

    Se trata, ciertamente, de un juicio de verdad, puesto que no procede de una mirada parcial -como, desde un punto de vista humano, podría ser considerado eventualmente el juicio de Jesús sobre su propia generación, que le rechazó-, sino que llega directamente de la fuente de la verdad; por eso, «vendrá el Consolador» que «pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con el juicio» (cf. 16,7ss). No hay, por tanto, solución de continuidad entre esta mirada del Padre, la obra del Hijo y lo que «dirá» (v. 13) el Espíritu de la verdad: es el único modo que tiene Dios de presentarse al mundo y de acompañarlo hacia la «verdad completa» (v. 13). Los discípulos no están preparados todavía para soportar el peso de esta revelación final precisamente porque todavía no han recibido el Espíritu ni, por consiguiente, la capacidad de insertarse a fondo en la mirada que proyecta Dios sobre el mundo: la comunión que se encuentra en Dios (w. 14ss) es el designio que él misino tiene, hacia el cual se mueve toda la historia.

 

MEDITATIO

    No siempre resulta fácil sonreír frente a la vida. La mayoría de las veces sentimos la tentación -es hoy nuestra gran tribulación- de creer en cualquier otra cosa menos en nuestra felicidad. Quien tiene éxito no es, a buen seguro, el que se plantea las preguntas sobre la verdad y sobre la justicia; los títeres de la televisión nos propinan imágenes que unen riqueza y serenidad; la cháchara de la gente no nos ayuda a distinguir entre nuestra verdad interior y la fachada que mostramos a los otros; el dolor que acompaña a la vida con sus relaciones hace acallar nuestros sueños... Frente a esta historia -la historia que se hace oír en alta voz- nos sentimos a veces aturdidos, sin posibilidad de volvernos hacia atrás y de preguntarnos dónde está el error de donde viene todo.

    Sin embargo, ésta no es la única historia en la que estamos implicados. Hay asimismo una historia que viene de lejos, de la que ni siquiera vemos sus orígenes y que también se nos presenta bajo la fachada de cada día. Se trata de la historia de un hombre que ha sido capaz de poner la verdad por delante del error sin ser fundamentalista, de poner la acogida por delante del miedo sin ser un facilitón, de sentirse llamado a un amor más grande antes que tener miedo por su propia suerte sin perder nada de su propia humanidad. Se trata de una historia compuesta de otras personas capaces de seguir a aquel hombre por su camino, sirviendo gratuitamente a los otros, orando, consolando. Se trata de una historia que todavía hoy se muestra fecunda cada vez que un abrazo vence a un sufrimiento, cada vez que se dice una palabra en medio del silencio, cada vez que encontramos a una persona que realiza la justicia en la verdad y la misericordia. Esta historia nos parece escondida porque no siempre tenemos unos oídos tan finos que la oigamos y porque casi siempre se levantan otras voces más altisonantes, más prepotentes, aunque también más vacías.

    Por eso no se les puede decir el Nombre, para no confundirlo con el resto de la historia. Se nos ha enseñado a llamar a ese Nombre «Padre», a adorar al Hijo, a invocar el don del Espíritu Santo: éstos son los nombres que se oyen en esta historia que está detrás de nuestra historia de cada día. Con estos nombres en nuestros labios y en nuestros corazones podremos comprender al fin que el mundo no ha sido abandonado a sí mismo y -ni siquiera en medio de sus sufrimientos- va solitario por su camino, sino que es bello «jugar con el orbe de la tierra, [poniendo nuestra] alegría en estar con los hombres». Así es como podremos comprender que, entre todas las dimensiones que atravesamos con nuestros pasos de cada día, lo que constituye el fundamento de todo es precisa y únicamente nuestro camino espiritual. Podremos comprender que nuestra llamada a la comunión con Dios y con quienes nos acompañan en nuestro camino no es un peso, sino un juego que nos puede hacer sonreír y nos hace más libres que nunca. Pero ésta es otra historia...

 

ORATIO

    Dios, que eres Padre, te agradezco que me hayas llamado a mi historia y dentro de mi historia. Tú has preparado un mundo desde siempre para poder encontrarme, para poder expresarme un día todo tu amor, que es un amor completo, un amor de padre y de madre por su propio hijo. Concédeme creer en ti, confiarte todo mi tránsito, todo mi deseo, a fin de conseguir estar de verdad en tus manos.

    Dios, que eres Hijo, has entrado en mi historia y me has salvado. No has mirado a lo que te conviniera, sino que has participado del designio de amor que tenía el Padre sobre mí y sobre todos mis hermanos y hermanas que caminan a mi lado. Concédeme vivir de tu libertad de acción y de palabra, concédeme comprender cómo la verdad puede hacerme realmente libre frente al pecado y frente a los demás.

    Dios, que eres Espíritu Santo, es tu fuerza la que abre mis ojos para ver la historia verdadera que está detrás de la fachada de cada día; es tu poder el que me muestra los milagros que tienen lugar en mí y en cuantos están a mi alrededor. Concédeme tus dones, a fin de afrontar mi camino con los ojos bien abiertos y los oídos en condiciones de oír la voz que me llama de nuevo a la vida, el latido de ese corazón que me anima cuando tengo miedo, el apretón de manos que me refuerza y me habla como a una persona, la sonrisa que es capaz de jugar con la vida divina que hay en el mundo.

 

CONTEMPLATIO

    El que determina hablar de charidad determina hablar de Dios; y querer hablar de Dios es cosa peligrosa y perplexa a los que no miran cautamente la empressa que toman en las manos. Dios es charidad, y por esso quien determina de hablar del fin desta virtud siendo él ciego, se hace semejante al que quiere medir el arena de la mar. [...]

    Pues, según esto, bienaventurado aquel que assí anda hirviendo día y noche en el amor de Dios, como un furioso enamorado del mundo anda perdido por lo que ama; bienaventurados aquellos que assí temen a Dios, como los malhechores sentenciados a muerte temen al juez y al executor de la sentencia; bienaventurado aquel que anda tan solícito en el servicio de Dios, como algunos prudentes criados andan en el servicio de sus señores; bienaventurado aquel que con tan grande zelo vela y está atento en el estudio de las virtudes, como el marido zeloso en lo que toca a la honestidad de su muger; bienaventurado aquel que de tal manera assiste al Señor en su oración, como algunos ministros assisten delante de su rey; bienaventurado aquel que assí trabaja por aplacar a Dios y reconciliarse con él, como algunos hombres procuran aplacar y buscar la gracia de las personas poderosas de que tienen necessidad. No anda la madre tan allegada al hijo que cría a sus pechos como el hijo de la charidad anda siempre allegado a su Señor.

    Aquel que de verdad trae siempre delante de los ojos la figura del que ama, y lo abraza en lo íntimo de su corazón con gran deleyte [...]

    Deseo, pues, saber de qué manera te vio Jacob arrimada a lo alto de aquella escala. Ruégote quieras enseñar a este cobdicioso preguntador qual es la especie desta celestial subida, qual el modo y qual sea la disposición y conexión destos espirituales grados, y los quales el verdadero amador tuyo dispuso y ordenó en su corazón para subir por ellos. Deseo también saber qual sea el número dellos y quanto el tiempo que para esta subida se requiere; porque el que por experiencia trabajó en esta subida, y vio esta visión, nos remitió a los doctores que nos lo enseñassen, y o no quiso o no pudo decirnos cosa mas clara. A estas voces mías la charidad, como una reyna que baxaba del cielo, me paresció que decía en los oídos de mi anima: O ferviente amador, sino fueres desatado de la grosura y materia desse cuerpo, no podrás entender qual sea mi hermosura, y la causalidad y orden que las virtudes tienen entre sí te enseñarán la composición desta escala. En lo alto della estoy yo assentada, como lo testificó aquel grande conoscedor de los secretos divinos, quando dixo: Agora permanescen estas tres virtudes, fe, esperan/.a, y charidad; mas la mayor de todas es la charidad (Juan Clímaco, La escala del paraíso, 252-254 passim, Biblioteca Electrónica Cristiana).

 

ACTIO

    Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La esperanza no engaña» (Rom 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lentamente he empezado a darme cuenta de que en el gran circo, lleno de domadores de leones y de trapecistas que con sus maravillosas acrobacias reclaman nuestra atención, la historia verdadera y real la contaban los payasos. Los payasos no están en el centro de los acontecimientos. Aparecen entre una gran exhibición y otra, se mueven con torpeza, caen y nos hacen sonreír de nuevo tras la tensión creada por los héroes que veníamos a admirar. Los payasos no están coordinados entre ellos, no consiguen realizar las cosas que intentan hacer; son cómicos, se mueven con un equilibrio precario y son desmañados, pero... están de nuestra parte. No reaccionamos ante ellos con admiración, sino con simpatía; no con estupor, sino con comprensión; no con la tensión, sino con una sonrisa. De los acróbatas decimos: «¿Cómo conseguirán hacerlo?». De los payasos decimos: «Son como nosotros». Los payasos, con una lágrima y una sonrisa, nos recuerdan que compartimos las mismas debilidades humanas [...].

    Entre las acciones emocionantes de los héroes de este mundo, tenemos una constante necesidad del payaso, de personas que  con su vida vacía y solitaria -de oración y de contemplaciónnos revelen la otra cara y nos ofrezcan así consuelo, alivio, esperanza y una sonrisa. En esta grande, ajetreada, fascinante y turbadora ciudad continuamos sintiendo la tentación de unirnos a los domadores de leones y a los trapecistas, que reciben la máxima atención. Pero cada vez que aparecen los payasos se nos recuerda que lo que cuenta realmente es algo diferente a lo espectacular y a lo sensacional: es lo que pasa entre una escena y otra. Los payasos, con su comportamiento «inútil», nos muestran no sólo que muchas de nuestras preocupaciones, de nuestros afanes, de nuestras ansias y tensiones tienen necesidad de una sonrisa, sino que también nosotros tenemos pintura blanca en nuestro rostro y estamos llamados a comportarnos como payasos (H. J. M. Nouwen, / c/own di Dio. Una vita spirituale per ¡I nostro tempo, Brescia 2000, pp. 7 y 162, passim).

 

Día 27

Lunes 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 17,24-32

24 A los que se arrepienten les permite volver y conforta a los que han perdido la constancia.

25 Conviértete al Señor y abandona el pecado, ora en su presencia y deja de ofenderlo.

26 Vuelve al Altísimo y apártate de la maldad, detesta la iniquidad con toda tu alma.

27 Pues ¿quién alabará al Altísimo en el abismo si los vivos no le rinden homenaje?

28 El muerto, como quien ya no existe, ignora la alabanza; sólo el vivo y el sano glorifican al Señor.

29 ¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que se convierten a él!

30 El hombre no puede abarcarlo todo, pues el ser humano no es inmortal.

31 ¿Hay algo más brillante que el sol? Pues también se eclipsa. Lo que es carne y sangre sólo concibe maldad.

32 Dios pasa revista al ejército del cielo; los hombres sólo son polvo y ceniza.

 

*• Nuestro maestro, el Sirácida, prosigue su instrucción tocando hoy otro punto de vital importancia: el arrepentimiento y el perdón. Se trata de palabras que nos ponen con frecuencia en una situación incómoda, porque nuestra exigencia nos sugiere que son difíciles de vivir.

Sin embargo, constituyen términos clave de nuestro vocabulario teológico, elementos irrenunciables para una armónica y auténtica relación con Dios. La vida del sabio florece gracias a una colaboración entre Dios y el hombre. Este último expresa su arrepentimiento naturalmente porque hay algo incorrecto en su modo de obrar o de pensar. Se da por descontado que el hombre es pecador. Una vez que el pecado está presente y empieza su obra corrosiva, ¿qué se puede hacer? El mandato es inequívoco: «Vuelve al Altísimo y apártate de la maldad» (v. 26). Lo primero es apartarse del pecado. En consecuencia, es preciso comenzar el movimiento de retorno que se llama conversión. En hebreo, en efecto, la conversión es precisamente un volver (shüb), en el sentido de apartarse del camino errado por el que nos habíamos metido, a fin de encaminarnos hacia Dios. El pecador es como un muerto, incapaz de alabar al Señor.

Según la concepción antigua, en los infiernos se llevaba una vida larvaria; los que allí se encontraban eran como sombras y, sobre todo, no les era posible alabar a Dios. Era una «vida» que no merecía ese nombre, puesto que el fin de la existencia consiste en la alabanza a Dios. De ahí que el salmista pida a Dios que le libre de la muerte para que, continuando en la vida, mantenga la oportunidad de alabar al Señor (cf. Sal 88,11-13).

Dios concede su perdón al pecador arrepentido. Ahora bien, esto no es un derecho del hombre, sino un acto de amor del Señor: «¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que se convierten a él!» (v. 29). No puede haber, por tanto, ninguna pretensión. El hombre conserva su lúcida conciencia de ser «polvo y ceniza» (v. 27). Su grandeza consiste en la humilde esperanza de que el Señor continúe otorgándole los beneficios de su amor.

 

Evangelio: Marcos 10,17-27

En aquel tiempo,

17 cuando iba a ponerse en camino se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

18 Jesús le contestó: -¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

19 Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.

20 Él replicó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.

21 Jesús le miró fijamente con cariño y le dijo: -Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.

22 Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes.

23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!

24 Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús insistió: -Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios!

25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

26 Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

27 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

 

*»• El fragmento evangélico de hoy se compone de dos partes: una vocación fallida por el apego a la riqueza (w. 17-22) y algunas consideraciones sobre la peligrosidad de la riqueza (w. 23-27).

El punto de partida es exaltador: un hombre busca el camino para la vida eterna. El hecho de que se dirija a Jesús habla en favor de la confianza que inspiraba el Maestro de Nazaret. Eran muchos los maestros que podían responder con sabiduría a esa pregunta. Es posible que aquel hombre se esperara algo diferente, algo nuevo. Jesús le orienta hacia Dios y hacia algunos de los preceptos del Decálogo, sobre todo a los relacionados con los deberes hacia el prójimo. El Decálogo, expresión de la voluntad divina, sigue siendo, en efecto, el código de referencia esencial, capaz de encaminar hacia la vida eterna. De este modo queda ratificado el valor del Antiguo Testamento.

Sin embargo, aquel hombre tiene sed de otra cosa. El Decálogo, que ya observa puntualmente desde su juventud, no le basta. Necesita un impulso novedoso: «Ven y sígueme» (v. 21) es la novedad del mensaje. Es la persona de Jesús, el hecho de seguirle, lo que marca la diferencia. Jesús se pone en la línea del Decálogo como expresión de la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, como punto de superación. Jesús es ese «algo más» buscado. La observancia de una ley queda sustituida por la comunión con una persona. Esta persona «pretende», justamente, ser el nuevo acceso hacia Dios.

Sin embargo, para seguir a Jesús es preciso abandonar el lastre y los diferentes impedimentos. Jesús había conocido a fondo a aquel hombre, gracias a la mirada cargada de amor que proyectó sobre él. El seguimiento exige una libertad interior que no tenemos mientras el dinero esté presente en nuestra vida como señor. Pero el dinero es aún más que señor; es tirano y, en efecto, aferra al hombre que no consigue liberarse de él. Su deseo es como una cáscara vacía. Se va triste y afligido. Ha preferido sus magras seguridades a la exaltadora propuesta de Jesús. Su riqueza le ha hecho perder una ocasión única para su vida, le ha empobrecido. Le queda la «riqueza» de su remordimiento.

Llegados aquí, Jesús lanza una dura consideración sobre la riqueza, cuando se convierte, como en el caso que ahora nos ocupa, en impedimento para realizar la vida en plenitud. Jesús conoce y denuncia la fuerza seductora del dinero. Los ricos tienen dificultades para acceder a Dios porque están atados a las cosas, hechizados por ellas. El hecho de poder comprar todo lo que quieren les confiere un sentido de casi omnipotencia.

La dificultad de su posición la expresa Jesús con la imagen del camello y el ojo de una aguja (v. 25). Estamos frente a una hipérbole, una exageración buscada adrede para subrayar mejor el concepto. «¿Quién podrá salvarse?» (v. 26), es la reacción de pasmo de los discípulos, acostumbrados a pensar que la riqueza era una bendición divina. Jesús responde que la salvación es don de Dios. Y éste es capaz de llevar a cabo lo imposible (v. 27). Ese don no exonera del esfuerzo por liberarse y mantenerse lo más libres posible.

 

MEDITATIO

Podríamos decir que el denominador común de ambas lecturas es una invitación a liberarse. La primera nos invita a liberarnos del pecado, la segunda de la riqueza.

En ambos casos se trata de un impedimento para acceder a los valores superiores; más aún, vitales. «Pecar es humano, perseverar es diabólico», dice una conocida máxima. A buen seguro, es preciso que nos comprometamos antes que nada a evitar el pecado, pero, siendo realistas, no podemos olvidar nuestra crónica fragilidad. En consecuencia, será oportuno tener presente que somos débiles, incapaces de mantener siempre el rumbo adecuado, a pesar de las muchas ayudas que recibimos.

La humilde conciencia de nuestra pobreza espiritual nos llevará a renovar la petición de perdón al Señor, a pedir su misericordia y a recomenzar con confianza. La autosuficiencia del hombre moderno le impide arrodillarse ante su Creador para pedir perdón. El hombre se convierte en medida de sí mismo, está bien lo que él juzga que está bien, no busca ningún punto de referencia fuera de él. De este modo, le queda bloqueado el camino espiritual. Es preciso ayudarle a liberarse de su autosuficiencia, a que vuelva al Señor con la conciencia del joven de la parábola: «Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo"» (Le 15,18).

El segundo camino de liberación nos lo propone el evangelio. Jesús, con una divina intuición, comprende qué es lo que atenaza a este hombre y le propone liberarse de sus riquezas. No le aconseja tirarlas o destruirlas, sino que le sugiere que las haga fructificar dándoselas a los pobres. Este hombre, privado de sus riquezas, empezaría a tener un capital en el cielo: «Tendrás un tesoro en el cielo». La liberación no es el fin, sino la condición para realizar plenamente nuestra vida. Ésta encuentra su máxima floración en el «ven y sígueme» que corresponde a la vocación específica de aquel hombre. No supo liberarse de su riqueza, pensando que tal vez eran un bien que le garantizaba el mañana. Perdió la ocasión más bella de su vida, desaprovechó la invitación que procedía de un acto sublime de amor: «Jesús le miró fijamente con cariño». Con su riqueza, y precisamente a causa de ella, se volvió terriblemente pobre. Su caso nos enseña que es posible permanecer apresados por las cosas, a pesar de las llamadas de Jesús a una vida plenamente realizada. Por fortuna, la historia de los discípulos nos enseña que también es posible tomar el camino adecuado.

 

ORATIO

Señor, libérame de la presunción de sentirme «tranquilo» por una valoración mínima de mi pecado («¿Qué tiene de malo?», «Lo hacen todos»), de remitir al infinito la conciencia y la denuncia de mi culpa, porque esto me bloquea el acceso a tu misericordia, me hace perder un tiempo precioso, me mantiene encadenado a mi orgullosa presunción.

Señor, ayúdame a cultivar la espiritualidad sencilla y esencial del publicano en el templo: «¡Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador!», a conservar la viva confianza de que el Padre, en los cielos, está dispuesto a perdonar, puesto que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 18,23). Y una vez perdonado, ayúdame a perdonar a los otros, a imitación del Padre que me perdona, para que yo quede libre del rencor y del espíritu de venganza y permita a los otros liberarse de su pasado.

Señor, libérame de las cosas entendidas como posesión que esclaviza; concédeme la sabiduría de un uso prudente, considerándolas como medios de tu Providencia destinados a alcanzar el fin, a entrar en la vida que eres tú, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

CONTEMPLATIO

No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados con esta humildad y que usan de tal modo sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor a los bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraron su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

Por eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando al subir al templo se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar» (León Magno, Sermón sobre las bienaventuranzas 95, 2ss, en PL 54, col. 462).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que se convierten a él!» (Eclo 17,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Podemos representar el perdón como un prisma con muchas caras, de cada una de las cuales se desprende una luz. El perdón renueva por completo a la persona humana: no sólo la arranca de la condición de pecado, sino que le abre el camino para ser «el hombre nuevo creado por Dios, "el hombre nuevo creado según Dios en la justicia y en la santidad verdadera" (Ef 2,4)»(R. Bultmann) [...].

Pedir la remisión de las deudas es, a buen seguro, pedir la cancelación de una cuenta con números rojos, aunque es también mucho más. Recibir el perdón es entrar en una relación nueva con aquel que nos ha condonado la deuda. Cuando le pedimos al Padre su perdón, le pedimos que vuelva a admitirnos en el círculo de su amor, del que nos habíamos salido al pecar.

Pedimos ser reconciliados con el Padre, volver a entrar en comunión con él; más aún, ser nuevamente acogidos dentro de su amor. El amor del Padre: ésa es la meta a la que se dirige la petición de perdón [...]. El perdón de Dios es el modelo de la medida del perdón cristiano [...]. A través de la inmolación de su propio Hijo, Dios ha roto el equilibrio exigido por la justicia y lo ha sustituido por el equilibrio del amor misericordioso y perdonador.

El perdón cancela la paridad entre el debe y el haber de los honorarios, la nivelación como ideal ético al que ha permanecido atado el judaísmo y lo sigue estando todavía nuestra cultura. Del Crucificado que muere perdonando -más aún, excusando y buscando atenuantes para la acción de quienes le crucifican (Le 23,34)- han aprendido los cristianos a renunciar al cobro de la deuda según la justicia, desactivando así la mecha que yace bajo toda exigencia de justicia (M. Masini, // Vangelo del perdono, Milán 2000, pp. 24.119.123).

 

Día 28

Martes 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 35,1-12

1 Quien observa la ley multiplica las ofrendas; quien sigue los mandamientos ofrece sacrificio de comunión.

2 Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, y quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

3 Apartarse del mal agrada al Señor, huir de la injusticia es sacrificio expiatorio.

4 No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues en esto consisten los mandamientos.

5 La ofrenda del justo dignifica el altar, su suave olor se eleva hasta el Altísimo.

6 El sacrificio del justo es aceptable, su memoria no quedará en el olvido.

7 Glorifica al Señor con generosidad y no escatimes las primicias que ofreces.

8 Siempre que ofrezcas algo, hazlo con semblante alegre, y paga los diezmos de buena gana.

9 Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades.

10 Porque el Señor sabe retribuir y te devolverá siete veces más.

11 No trates de sobornar al Señor, pues no lo aceptaría, ni te apoyes en sacrificio injusto,

12 porque el Señor es juez y no hace acepción de personas.

 

*•• En este fragmento manifiesta el autor que es, al mismo tiempo, ritualista y moralista, o sea, que se siente apegado tanto al culto como a la ley divina en todas sus facetas. Hace concluir aquí ambas tendencias, considerando que la misma práctica de la ley es culto. Lo captamos ya desde el principio, cuando establece un repetido paralelismo entre la observancia de la ley -o una de sus manifestaciones- y un acto de culto (observancia de la ley-ofrendas; cumplimiento de los mandamientos- sacrificio de comunión; devolver un favor-flor de harina; practicar la limosna-sacrificios de alabanza; abstenerse de la injusticia-sacrificio expiatorio). Acredita un profundo conocimiento de los diferentes actos de culto con que se honraba a Dios.

Su mensaje gira en torno a dos ideas. De ellas, la primera es más teológica, y la otra más ritual. El magno principio: «La ofrenda del justo dignifica el altar... El sacrificio del justo es aceptable» (w. 5ss), al poner en relación el compromiso o santidad de vida («justo») con la acción de la ofrenda en el templo, anticipa y satisface la exigencia de unidad-comunión de la persona que Mateo exigirá de una manera categórica: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mt 5,23ss).

La otra idea recuerda la generosidad que hay que mostrar en la ofrenda al Señor. El pensamiento recoge el precepto de Ex 23,15 («Nadie se presentará ante mí con las manos vacías»), enriqueciéndola con una motivación sapiencial: «Porque el Señor sabe retribuir, y te devolverá siete veces más» (v. 10). En términos populares y simplificados, es como decir que con el Señor no se lleva nunca las de perder.

 

Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo,

28 Pedro le dijo a Jesús: -Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29 Jesús respondió: -Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia,

30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.

31 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*»• Se ha desarrollado una situación ante los ojos de Jesús y de sus discípulos: un explosivo deseo de seguimiento ha naufragado miserablemente entre las dificultades de una riqueza que ha enredado hasta el impulso más noble. El resultado ha sido el fracaso: caídos los ideales, han quedado los trozos de la amargura. Jesús ha aprovechado la ocasión para poner en guardia contra los peligros de una riqueza que esclaviza. Éste es el antecedente del pasaje que hemos leído hoy.

Pedro, como en otros casos, toma la palabra. No plantea una verdadera pregunta, pero su consideración equivale a una pregunta dirigida a Jesús. Pedro y los demás del grupo lo han dejado todo y se han adherido a la propuesta de Jesús. Se han comportado de una manera diametralmente opuesta al rico de más arriba. De una manera implícita, aflora la pregunta: si aquél se ha ido triste, en estado de quiebra, ¿qué será de nosotros? Jesús no hace esperar la respuesta clarificadora. Habla de una recompensa que se distribuye entre el hoy del tiempo («el tiempo presente») y el mañana de la eternidad («el mundo futuro»). A quienes lo han dejado todo –explicitado con siete realidades que abarcan el mundo del bienestar, de los afectos y de la profesión (casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos)- se les promete cien veces más.

No se trata de una operación simplemente matemática ni rigurosamente bancaria. Si bien el seguimiento ha traído consigo rupturas con el programa de vida que teníamos (propiedades, familia, profesión), también es verdad que no ha creado gente inadaptada o personas sin referencias. Aquí podemos ver una alusión a la vida eclesial de la primera comunidad, donde era fuerte el sentido de pertenencia y los miembros se llamaban «hermanos» entre sí. El añadido «junto con persecuciones » (v. 30) recuerda que en el tiempo presente no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de un modo condicionado. El premio definitivo es «en el mundo futuro» y consiste en la «vida eterna». Esa expresión no tiene necesidad de explicaciones o de complementos.

Es la vida con Dios, una vida exuberante, que no conoce ocaso. El v. 31 es una sentencia de carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es un aviso para que nadie se considere nunca de los que ya han llegado, y a la vigilancia, porque el seguimiento es siempre un compromiso de vida.

 

MEDITATIO

Una lectura apresurada y superficial de los textos de hoy podría hacer surgir la idea de que nuestra relación con el Señor es semejante a la que mantenemos con un banco: depositamos una suma de dinero y, después de cierto tiempo, la retiramos con los intereses. La diferencia sería sólo cuantitativa: la tasa del interés dado por el Señor sería extremadamente generosa: el séptuplo para la primera lectura y hasta el céntuplo para el evangelio. Obviamente, no hemos tomado el camino adecuado.

Antes que nada, hemos de señalar que es preciso construir una relación interior, profunda y global. El libro del Eclesiástico pedía la observancia de la ley, y los apóstoles se han adherido al seguimiento de Jesús: en ambos casos se trata de entrar en comunión con Alguien.

Lo que más vale es la ofrenda de nuestra vida en forma de fidelidad a la voluntad divina, de generosidad en el seguimiento de su enseñanza o sugerencias. La ofrenda de cualquier don es sólo manifestación o prolongación de la ofrenda de nuestra persona. Y también a nivel personal se sitúa la recompensa. Esto se comprende mejor en el pasaje evangélico. La perspectiva final y gloriosa de la recompensa es «la vida eterna», que -dicho con otras palabras- es la visio Dei, la comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Éste es el verdadero céntuplo. El interés bancario tiene aquí poco que ver.

 

ORATIO

Perdónanos, Señor, nuestra mentalidad comercial. Estamos acostumbrados a cuantificar y a «monetizar» todo. «¿Cuánto es eso en dinero?», es una frase que aparece a menudo en nuestros labios. Esta mentalidad de contables invade y contamina asimismo nuestra relación contigo. Nosotros te damos y tú nos das..., sólo que muchas veces las cuentas no salen. Comienzan nuestras crisis. Tú nos pareces lejano, insensible a nuestros problemas...

Perdónanos, Señor, si te hemos reducido a un buen «supercontable», a administrador delegado del Reino de los Cielos. Ayúdanos a calcular en términos de gracia que es gratuidad, potencia de amor, desinterés. Ayúdanos a dar y a darnos sin calcular, alegres de gastarnos para que tú seas conocido y amado. Sabemos, ciertamente, que en materia de generosidad no hay quien te gane. Si después quieres echarnos una mano para que abramos nuestra cartera, la caja fuerte de nuestro tiempo y de nuestra disponibilidad para compartir con los otros, tanto mejor. Nos sentiremos de verdad hijos de aquel Padre que es pródigo en amor con todos.

Ayúdanos a desear ese premio que eres tú mismo, presente ya hoy en nuestra vida, con la esperanza de que nosotros podamos reposar un día, definitivamente, en la tuya.

 

CONTEMPLATIO

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz.

Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte, son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles (Roberto Belarmino, «Sobre la elevación de la mente hacia Dios», grado 1, en Opera omnia 6, edición de 1862, 214).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades» (Eclo 35,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Iba yo paseando por el camino. Un mendigo, un viejo harapiento, me detuvo. Tenía los ojos inflamados, llenos de lágrimas, los labios de color violeta, la ropa a jirones y mostraba unas llagas repugnantes. ¡Oh, cómo había maltratado la miseria a aquel ser infeliz! Me tendió una mano roja, hinchada, sucia. Con un gesto me pidió que le socorriera. Me hurgué en todos los bolsillos. No llevaba ni el monedero, ni el reloj, ni siquiera el pañuelo, no llevaba justamente nada encima.

El mendigo seguía allí, esperando. Tendía la mano y le sacudía un leve temblor. Turbado, confuso, cogí vigorosamente aquella mano sucia y temblorosa: «Tenga paciencia, hermano, no llevo nada». El mendigo me miró con sus ojos inflamados; sus labios de color violeta se entreabrieron y sonrieron, y me estrechó a su vez los helados dedos. «¡No tiene importancia, hermano!», murmuró, «gracias de todos modos. También esto es una limosna». Comprendí que también yo había recibido una limosna de aquel hermano (I. Turgheniev, Le poesie in prosa, Lanciano 1923).

 

Día 29

Miércoles 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 36,1.4-5.10-17

1 Ten piedad de nosotros, Señor, Dios del mundo, míranos y derrama tu terror sobre todas las naciones.

2 Que te conozcan, como nosotros te hemos conocido, porque no hay Dios fuera de ti, Señor.

3 Renueva tus prodigios, repite tus milagros, glorifica tu fuerza y el poder de tu brazo.

10 Reúne a todas las tribus de Jacob, devuélveles su heredad como al comienzo.

11 Señor, ten piedad del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien hiciste tu primogénito.

12 Ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, el lugar de tu descanso.

13 Llena a Sión de tu alabanza y colma a tu pueblo de tu gloria.

14 Son tus obras más antiguas, muéstrales tu favor y cumple las profecías hechas en tu nombre.

15 Da una recompensa a los que en ti esperan, y que tus profetas resulten veraces.

16 Escucha, Señor, la plegaria de tus servidores, según la bendición de Aarón sobre tu pueblo.

17 ¡Y todos los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!

 

**• El texto nos propone una hermosa oración que el autor, con ánimo apesadumbrado, dirige al Señor a favor de Israel. El pueblo necesita ser liberado y volver a encontrar su función entre los pueblos: la de ser un escriño de las promesas de Dios, un faro de fidelidad y de amor a su Dios. Muchas veces ha sido fiel a su tarea, otras muchas se ha salido del buen camino, rompiendo la alianza que, cual cordón umbilical, le permitía estar unido a Dios, alcanzando a su vida misma. La dramática experiencia del exilio ha colapsado las esperanzas, oscureciendo el futuro y ha resquebrajado el valor de su función histórico-teológica entre los pueblos. De ahí los dos puntos de mayor interés de la lectura.

El primero es la conciencia de la culpa, que lleva a pedir de manera repetida perdón a Dios, apoyándose únicamente en su misericordia. Los destinatarios de tal misericordia son citados en más ocasiones, empleando asimismo variaciones, como «pueblo», «Israel», «Sión», «Jerusalén»: «Ten piedad de nosotros, Señor, Dios del mundo... Señor, ten piedad del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien hiciste tu primogénito... Ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén... Llena a Sión de tu alabanza...». La insistencia en el adjetivo «tu» es, por una parte, para recordar a Dios el compromiso que adquirió con el pueblo, en virtud de la alianza, y, por otra, para recordar al pueblo su pertenencia a Dios, a pesar de sus ruinosos bandazos.

Como segundo punto, emerge una repetida alusión a la globalidad, insertando a Israel en el tejido mundial. Ya no aparece sólo el elemento distintivo y de separación («Nosotros somos el pueblo elegido, en oposición a los otros que no lo son»), sino que comienza a despuntar una conciencia de que lo que son está en función de una tarea que supera las fronteras de Israel: «Derrama tu terror sobre todas las naciones. Que te conozcan, como nosotros te hemos conocido, porque no hay Dios fuera de ti. Señor. ¡Y todos los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!». Poco a poco se va desarrollando una conciencia misionera y universalista. El Nuevo Testamento está llamando ahora a la puerta.

 

Evangelio: Marcos 10,32b-45

En aquel tiempo,

32 tomó Jesús consigo una vez más a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a pasar:

33 -Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos;

34 se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.

35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron:

-Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

36 Jesús les preguntó: -¿Qué queréis que haga por vosotros?

37 Ellos le contestaron: -Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

38 Jesús les replicó: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?

39 Ellos le respondieron: -Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: -Beberéis la copa que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado.

40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

42 Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor,

44 y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea esclavo de todos.

45 Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.

 

**• El fragmento evangélico de hoy se compone de dos puntos: el tercer anuncio de la pasión y resurrección (w. 32-34), y la absurda petición de Santiago y Juan, con sus respectivas consecuencias (w. 35-45).

Jesús no convierte en un misterio lo que le espera. Va libremente y con una conciencia plena al encuentro de su destino de muerte. Sin embargo, lo ilumina con el resplandor de la resurrección, a fin de hacer comprender el valor de este sufrimiento. Es tragedia, no desesperación; es muerte, no condición definitiva. Sin embargo, en vez de concentrarse en el misterio pascual de Jesús, los discípulos -como ya hicieran después de los dos anuncios precedentes- se repliegan en sus propios y mezquinos intereses. Aquí se rompe el grupo: los hermanos Santiago y Juan contra los otros diez. Ambos hermanos adelantan una demanda pretenciosa: ocupar los dos puestos más prestigiosos. Pretenden un reconocimiento que les confiera autoridad y superioridad sobre los otros. En su petición observamos dos errores de bulto: entienden la gloria en un sentido muy humano y por eso se proveen previamente de garantías para el futuro.

Sería algo así como una especie de póliza de seguro, un seguro de vida que les ponga a cubierto de sorpresas desagradables; y, por otra parte, se consideran mejores que los otros y ambicionan un reconocimiento que los distinga, sin ofrecer nada a cambio o sin méritos manifiestos.

Jesús les responde con dureza, acusándoles de ignorancia. Corrige su concepto de gloria, demasiado humano, y les propone otro nuevo. Jesús inserta en él la realidad del sufrimiento. Ése es el significado del «bautismo», una zambullida en la oscuridad del sufrimiento antes de volver a salir a la luz de la gloria. El cáliz es otra imagen para expresar el mismo vínculo: es preciso beber el que ha sido preparado para poder compartir la alegría de ser comensales en la mesa del Maestro. Ambos responden afirmativamente a la pregunta sobre su disponibilidad a seguir el camino trazado. Jesús confirma su voluntad. Efectivamente, Santiago será el primer mártir entre los apóstoles (el año 44 d. de C.) y Juan dará testimonio con indómita fidelidad de su amor al Señor hasta que le llegue la muerte, ya anciano.

A la petición de la «colocación», Jesús responde que no es tarea suya asignar puestos y remite de manera sutil a Dios. En efecto, «para quienes está reservado» (v. 40) es una pasiva divina que debe entenderse en este sentido: «para quienes Dios los ha reservado». El cambio es de 180 grados: se pasa de su petición -«Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte» (v. 35)- a la atención a la voluntad de Dios. Él es quien dispone, él es quien determina.

La petición no es indolora. Ha producido un desgarro en el tejido del grupo, que se divide ahora: dos contra diez. Jesús los llama, los acerca a su persona, casi para transmitir un calor afectivo antes de impartir instrucciones claras. Propone un modo nuevo de ejercer la autoridad, pasando del autoritarismo a la diakonía, al servicio a los demás. Quien manda u ocupa puestos de prestigio no debe sobresalir, y mucho menos explotar a los otros o extraer ventajas personales. Quien esté en la cima debe entregarse a los otros. Jesús no propone un mortificador igualitarismo y reconoce la necesidad de que haya jefes, responsables. Pero cambia de una manera radical su función respecto a lo que sucede normalmente.

¿Idealismo? ¿Fantasía? No, Jesús mismo es el modelo y fundamento del nuevo planteamiento de la autoridad. Él es el superior (el Hijo del hombre) que pone su vida a disposición de todos, es decir, de los inferiores. Su muerte en la cruz será la marca de su autoridad, que es un servicio de amor.

 

MEDITATIO

«Bien está lo que bien acaba», comenta muchas veces la gente. Podríamos emplear también este proverbio para iluminar nuestros textos, que tienen un punto de partida errado pero llegan después a su justa meta. Si bien, por un lado, encontramos una actitud necia, irresponsable, decididamente negativa, por parte de aquellos que, aun habiendo recibido una óptima formación, habían desatendido sus funciones de guías, por otro lado, encontramos que ellos mismos se arrepienten o al menos reciben una hermosa catequesis que también nos sirve a nosotros. El final, por consiguiente, es positivo.

El pueblo judío, elegido por Dios para ser luz de las naciones, ha traicionado la alianza, se ha enviscado en sucios acontecimientos que le han arrastrado al abismo del exilio. De este modo, no realiza su vocación, ni tampoco sirve de ayuda a los otros pueblos. Su historia corre el riesgo de ser una historia de sentido único, cerrada en sí misma. En la primera lectura, el pueblo declara de manera repetida, por boca del Sirácida, su arrepentimiento y pide perdón por su infidelidad. No pone excusas, pues es consciente de que es totalmente responsable del fracaso.

Encuentra su ancla de salvación en la bondad de Dios: «Ten piedad» es el estribillo que acompasa su petición de perdón. Su rehabilitación tiene lugar junto con la de los otros, comprendidos y citados otras veces en la oración. Una luz de esperanza aclara el horizonte. El evangelio nos muestra la «cara mala» de los apóstoles. Aunque están siendo educados por el Maestro perfecto, parecen refractarios a su enseñanza, empeñados más en el reparto del poder que en la comprensión del misterio pascual. El punto de partida es la arrogancia de los hermanos Santiago y Juan, que pretenden sobresalir por encima del grupo. Si éstos se han equivocado, los otros no les van a la zaga, porque alimentan sentimientos de hostilidad contra aquéllos. La situación está muy enredada. Su comportamiento, muy humano (probablemente nosotros habríamos obrado del mismo modo), provoca la intervención de Jesús. Enseña a los dos hermanos a ponerse enteramente en manos del Padre, que dispone las cosas como mejor le parece. Les enseña a todos que la autoridad no es mandar sobre los demás, como se considera con frecuencia, sino un generoso servicio, poner y ponerse a disposición de los demás. Incluso con la propia vida, si fuere menester. Jesús les enseña de palabra y con el ejemplo.

Es una hermosa lección de humildad y también una preciosa catequesis que hemos de mantener como lámpara encendida para iluminar nuestro camino. El Señor nos precede como «lámpara para nuestros pasos».

 

ORATIO

Guíame, Luz amable, en medio de las tinieblas que me rodean, guíame Tú por delante.

Oscura es la noche, y estoy lejos de casa. Guíame Tú por delante.

Da firmeza a mis pies: no pido ver el horizonte remoto, me basta con un solo paso.

No fui siempre así, ni siempre pedí que Tú me condujeras por delante.

Me agradaba elegir y ver mi camino, pero ahora guíame Tú por delante.

Me gustaba el día espléndido y, más fuerte que el temor, el orgullo dominaba mi voluntad: no he de recordar los años pasados.

Tu poder me ha bendecido desde hace tanto que, ciertamente, aún querrás guiarme por delante, más allá de páramos y cenagales, más allá de rocas y torrentes, hasta que haya pasado la noche y por la mañana me sonrían los rostros angélicos que he amado durante tanto tiempo y he perdido durante un trecho (J.-H. Nevvman, Guidami, Luce gentile).

 

CONTEMPLATIO

Convertios a mí de todo corazón y que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas; así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados. Y ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos en los momentos tristes y adversos -como nos cuenta el evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para significar la magnitud del crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas al oír las palabras blasfematorias-, así os digo que no rasguéis vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado, pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad.

Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de su misericordia perdonará, sin duda, la vastedad de vuestros muchos pecados.

Pues el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; él no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva; él no es impaciente como el hombre, sino que espera sin prisas nuestra conversión y sabe retirar su malicia de nosotros, de manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, él retira de nosotros sus castigos y aparta de nosotros sus amenazas, cambiando ante nuestro cambio.

Cuando aquí el profeta dice que el Señor sabe retirar su malicia, por malicia no debemos entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias con las que nuestra vida está amenazada, según aquello que leemos en otro lugar: A cada día le bastan sus disgustos, o bien aquello otro: ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?

Y porque dice, como hemos visto más arriba, que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la magnitud de su clemencia no nos haga negligentes en el bien, añade el profeta: Quizá se arrepienta y nos perdone y nos deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es infinitamente misericordioso, como dice el profeta David: Misericordia, Dios mío; por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa.

Pero como no podemos conocer hasta dónde llega el abismo de las riquezas y sabiduría de Dios, prefiero ser discreto en mis afirmaciones y decir sin presunción: Quizá se arrepienta y nos perdone. Al decir quizá ya está indicando que se trata de algo o bien imposible o por lo menos muy difícil (Jerónimo, Comentario sobre Joel, en PL 25, cois. 967ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Y todos los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!» (Eclo 36,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aprobamos y alabamos al hombre modesto porque, a pesar de la fortísima inclinación que siente todo hombre a estimarse de manera excesiva, ha llegado a formular un juicio imparcial y verdadero sobre sí mismo [...].

La modestia es una de las dotes más amables del hombre superior. Absolutamente verdad; más aún, se observa por lo general que la modestia crece en proporción a la superioridad [...]. Si la modestia es la humildad reducida a la práctica, no se puede combinar con el orgullo, que es lo contrario de aquélla; no habrá ningún «justo orgullo». El hombre que se complace de sí mismo, que no reconoce en él aquella «ley de los miembros que contrasta con la ley de la mente (Rom 7,23), el hombre que se atreve a prometerse a sí mismo que, por su propia fuerza, escogerá el bien en las ocasiones difíciles, vive miserablemente engañado y es injusto; el hombre que se antepone a los otros es un temerario; es parte y se erige en juez [...]. Así pues, el orgullo no puede ser nunca justo; por consiguiente, no puede ser nunca ni un apoyo para la debilidad humana ni un consuelo en la adversidad.

Éstos son los frutos de la humildad: es ella la que nos sostiene contra nuestra debilidad, dándola a conocer y recordándola en todo momento; es la humildad la que nos lleva a velar y a orar a Aquel que rige la virtud y la da; es ella la que nos hace «levantar los ojos a los montes de donde nos viene el auxilio» (Sal 121,1). Y en la adversidad, los consuelos son propios del ánimo humilde, que se reconoce digno de sufrir y experimenta un sentimiento de alegría que nace del hecho de consentir a la justicia. Volviendo sobre sus fallos, toma las adversidades como correcciones de un Dios que los perdonará y no como golpes de una ciega potencia; y crece en dignidad y pureza porque, a cada dolor sufrido con resignación, siente que desaparecen algunas de las manchas que lo deformaban (A. Manzoni, Osservazioni sulla morale cattolica, Milán 1943).

 

Día 30

Jueves 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 42,15-25

15 Ahora voy a hablar de las obras del Señor, voy a contar lo que he visto: por la Palabra del Señor fueron hechas sus obras.

16 El sol, al brillar, todo lo contempla, la obra del Señor está llena de su gloria.

17 Ni siquiera los fieles del Señor son capaces de contar todas las maravillas que el Señor Todopoderoso ha establecido firmemente para que todo sea estable ante su gloria.

18 Él sondea las honduras del abismo y del corazón y descubre todos sus secretos, porque el Altísimo posee toda la ciencia y observa los signos de los tiempos.

19 Él anuncia el pasado y el futuro y descubre las huellas de las cosas ocultas.

20 Ni un pensamiento se le escapa, ni una palabra se le oculta.

21 Él ha dispuesto con orden las maravillas de su sabiduría porque él existe desde siempre y por siempre; nada le puede ser quitado ni añadido, y no necesita consejeros.

22 ¡Qué deseables son todas sus obras! Y eso que lo que vemos es sólo un destello.

23 Todas viven y permanecen para siempre, y en todo momento le obedecen.

24 Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente.

25 Una cosa supera a otra en excelencia, ¿quien puede cansarse de contemplar su gloria?

 

*•• Empieza aquí una sección que celebra la gloria de Dios en la naturaleza. La creación ha sido objeto desde siempre de una asombrada admiración, espejo de la gloria de Dios. Este término acompasa el pasaje porque aparece tres veces, enmarcando el comienzo («la obra del Señor está llena de su gloria»: v. 16) y el final («¿Quién puede cansarse de contemplar su gloria?»: v. 25).

La palabra hebrea kabód, «gloria», remite a algo pesado, a algo que se hace visible. La creación es considerada como una epifanía de Dios, como algo que le manifiesta, como sugiere asimismo el Sal 19,2: «Los cielos narran la gloria de Dios». Nuestro autor puede jactarse de contar con un fuerte apoyo por parte de la tradición para sostener su pensamiento.

En el mundo bíblico se apoya desde el principio cuando recuerda que «por la Palabra del Señor fueron hechas sus obras» (v. 15). Salta a la vista la alusión a Gn 1, donde Dios crea el mundo con su Palabra: Dios dice y todo se hace. Entre los elementos de la creación se cita al sol, tal vez como emblema y representante de todo. El discurso prosigue, a continuación, admirando la sabiduría que regula el mundo. Por otra parte, se celebra a Dios como omnisciente.

Asoma entre líneas el comienzo del Sal 139, que aprecia precisamente este atributo divino: Señor, tú me examinas y me conoces, sabes cuándo me siento o me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos. Tú adviertes si camino o si descanso, todas mis sendas te son conocidas. No está aún la palabra en mi lengua y tú, Señor, ya la conoces.

El autor reconoce humildemente que sólo una mínima parte de la creación cae bajo la observación de los hombres. Efectivamente, pensemos en el microcosmos, que todavía hoy sigue siendo bastante misterioso, a pesar de la continua y apasionada investigación científica de que es objeto. En la celebración de la gloria divina, se subraya la estabilidad y la compleción: «Todas viven y permanecen para siempre, y en todo momento le obedecen. Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. Una cosa supera a otra en excelencia, ¿quién puede cansarse de contemplar su gloria?» (w. 23-25). Todas estas observaciones son de poca monta; sin embargo, son importantes, porque nos ayudan a comprender que el mundo no es fruto del azar ni está regido por fuerzas ciegas. Existe un Creador que es también un providente ordenador que refleja en el cosmos su belleza y armonía. Por eso brota de la garganta un grito espontáneo de extasiada admiración: «¡Qué deseables son todas sus obras!» (v. 22). Verdaderamente, la creación es un escriño de belleza y de perfección, un test siempre eficaz para vislumbrar la gloria de Dios. Ésta, como enseña el libro del Eclesiástico, se convierte en una continua oportunidad para hacernos cantores de Dios.

 

Evangelio: Marcos 10,46-52

En aquel tiempo,

46 llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.

47 Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: -¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!

48 Muchos le reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: -¡Hijo de David, ten compasión de mí!

49 Jesús se detuvo y dijo: -Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: -Ánimo, levántate, que te llama.

50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: -¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: -Maestro, que recobre la vista.

52 Jesús le dijo: -Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.

 

*»• El punto de partida es una de las tantas miserias que afligen a los hombres: se trata de un hombre ciego. Conocemos su nombre, Bartimeo, y la localidad donde vive, Jericó. Su condición le obliga a adoptar una actitud pasiva: permanecer sentado y vivir al margen: «Estaba sentado junto al camino» (v. 46). El paso de Jesús le da bríos y vitalidad a este hombre, que grita: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Se trata de una jaculatoria que irrumpe desde la profundidad del sufrimiento y de la humillación. Le pide a Jesús que se ocupe de él. Esta jaculatoria es bella y, desde el punto de vista teológico, densa. Vamos a examinarla. El hecho de haberse dirigido a Jesús nos hace comprender ya la confianza y la estima que Bartimeo siente hacia el Maestro de Nazaret. Por otra parte, el título solemne de «Hijo de David» era un atributo del Mesías. Por consiguiente, el ciego deja entender quién es para él Jesús. El Mesías prometido habría de llevar a cabo una transformación radical, habría de ser la personificación de la salvación prometida por Dios, que incluía la curación de los ciegos (cf. Is 35,5).

La provocación es fuerte y tan peligrosa como encender una mecha. La espera apasionada del Mesías inflamaba los ánimos y no faltaban los pretendidos mesías que turbaban el orden público (cf. Hch 5,36ss). La autoridad romana se mostraba, por consiguiente, suspicaz y siempre estaba alerta. Por otra parte, el que habla es un ciego, ciertamente la persona menos indicada para formular afirmaciones teológicas comprometedoras.

Mejor hacerle callar y garantizar la tranquilidad. Pero no hay nada que hacer. El ciego grita más fuerte y eleva su jaculatoria hasta hacerse oír por Jesús. Éste no es sordo -ni de oídos ni de corazón- y manda que le llamen.

Tal vez los mismos que querían hacerle callar se ven obligados a llevarlo ante Jesús. Las palabras con que le llaman son ya todo un programa: «Ánimo, levántate, que te llama» (v. 49). Entre la «bastante gente» que sigue a Jesús, sólo le llama a él; por consiguiente, sería mejor dar mayor énfasis a la idea diciendo: «Que te llama precisamente a ti». En vez de «levántate», un lector griego hubiera podido entender «resucita», porque se trata del mismo verbo. Es una invitación a dejar la posición de sentado y a ponerse en movimiento.

Bartimeo recibe la oferta con entusiasmo. Ya no le importa lo que posee, el manto, y lo abandona para acercarse a Jesús. Esta acción puede tener un gran significado. Es preciso desembarazarse de todo para ir a Jesús. Lo importante es él; el resto cuenta poco o nada. Ahora quedan abolidas las distancias. Ambos son una presencia recíproca, aunque el uno ve y el otro no. El que ve guía al otro con una palabra sencilla, obvia, capaz de crear un puente de entendimiento y de familiaridad. Ése es el sentido de la pregunta de Jesús, que no quiere poner al ciego en una situación embarazosa. Jesús, de un modo divinamente delicado, pone a la persona en una situación cómoda, de forma que pueda responder. El encuentro verbal prepara el encuentro visual. La fe de Bartimeo, en este caso su testaruda constancia, ha producido el milagro. Ahora es un hombre transformado: está de pie y ve. La transformación completa llega con la nota final. Bartimeo se pone a seguir a Jesús. Deja de ser el ciego sentado al margen del camino y es el vidente que sigue a Jesús por el camino. ¿Adonde? Por el camino que lleva a Jerusalén (cf. 11,1), donde Jesús morirá y resucitará a fin de permitir «verle» a todos los hombres, es decir, darse cuenta de que es él quien da al mundo el impulso de novedad.

 

MEDITATIO

Hasta el hombre distraído y superficial se da cuenta de que el cielo estrellado, un jardín en flor, la extensión del mar o un pico rocoso son bellos de ver y suscitan admiración.

No bastan ni una apreciación estética, ni un conocimiento natural. Es preciso ir más allá del fenomenólogo y del científico para abordar el origen de todo. Hacen falta unos ojos limpios que sean capaces de penetrar en el dato exterior y llegar al «misterio».

La primera lectura nos enseña a percibir la realidad que se oculta bajo lo que se manifiesta. La belleza de lo creado es fruto de la Palabra de Dios y de su próvido amor, que mantiene, regula y hace vivir todo. Se trata de un concepto importante, fundamental, hasta tal punto que la idea de Dios creador abre nuestra profesión de fe: «Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Además de reconocer en él la causa del universo (que no se ha hecho por sí mismo, ni por simple evolución), afirmamos que es Padre. La creación es una obra de amor: es su Providencia, que lo rige todo y lo guía todo hacia la plenitud.

La bondad misericordiosa de Jesús, que nos ha hecho comprender que Dios es Padre, nos ha abierto unos ojos limpios para reconocer todo esto. Jesús está dispuesto a abrirnos los ojos si, como Bartimeo, somos capaces de gritarle: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Este ciego, en realidad, «ha visto bien», puesto que se ha dirigido a aquel que podía resolver su problema. Lo ha hecho con insistencia, superando las resistencias de la gente. Obtiene la vista física, pero también un mayor conocimiento de quién es Jesús, al que sigue después: «Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino».

Nosotros, antes que nada, debemos convencernos de que somos ciegos o, al menos, de que tenemos cataratas en los ojos. Necesitamos que el Señor nos restituya la vista para ver el bien, para admirar su obra de amor, para ser cada vez más poetas que cantan la vida y admiran el cielo, espejo de la belleza y del amor divinos.

 

ORATIO

Bendice al Señor, alma mía:

¡Señor, Dios mío, qué grande eres!

Vestido de majestad y de esplendor,

envuelto en un manto de luz,

tú despliegas los cielos como una tienda

y construyes tus aposentos sobre las aguas;

haces de las nubes tu carroza,

avanzas sobre las alas del viento;

tomas a los vientos por mensajeros,

a las llamas ardientes por servidores.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos

y permanecerá inconmovible por siempre;

le pusiste el océano como vestido

y las aguas cubrían los montes.

Pero a tu bramido, las aguas huyeron;

al fragor de tu trueno, se retiraron:

subieron a los montes, bajaron por los valles,

ocuparon el lugar que tú les señalaste.

Les pusiste una frontera que no deben pasar,

para que no vuelvan a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos

que corren entre las montañas;

en ellos beben todas las bestias del campo

y los asnos salvajes apagan su sed.

En sus riberas anidan las aves del cielo,

que dejan oír su canto entre las frondas.

Desde tus aposentos riegas las montañas,

con tu acción fecundas la tierra.

Haces brotar la hierba para el ganado

y las plantas que el hombre cultiva

para sacar el pan de la tierra

y el vino que alegra a los hombres,

el aceite que hace brillar su rostro

y el alimento que los conforta.

Los árboles del Señor quedan bien regados,

los cedros del Líbano que él plantó.

En ellos anidan los pájaros,

en su copa pone su morada la cigüeña;

en los riscos habitan las cabras monteses,

en las rocas tienen su madriguera los tejones.

Hiciste la luna para marcar los tiempos

y el sol que conoce el momento de su ocaso;

derramas las tinieblas y llega la noche,

en la que rondan las fieras de la selva;

los leoncillos rugen por la presa,

pidiéndole a Dios su comida.

Sale el sol y ellos se retiran,

van a sus guaridas a tumbarse.

El hombre entonces se dirige a su faena,

a su trabajo, hasta el caer de la tarde.

¡Cuántas son tus obras, Señor!

Todas las hiciste con sabiduría,

la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el vasto y anchuroso mar,

hervidero de animales incontables, grandes y pequeños.

Lo surcan los navíos y, también, el Leviatán,

a quien formaste para que jugase en él.

Todos, Señor, están pendientes de ti

y esperan que les des la comida a su tiempo.

Tú se la das y ellos la toman,

abres tu mano y quedan saciados.

Mas si ocultas tu rostro, se estremecen;

si retiras tu soplo, expiran y vuelven al polvo.

Envías tu espíritu, los creas

y renuevas la faz de la tierra.

Gloria al Señor por siempre,

pues el Señor se alegra por sus obras.

El Señor mira a la tierra y ella tiembla,

toca las montañas y echan humo.

Cantaré al Señor toda mi vida,

tocaré para mi Dios mientras exista.

¡Ojalá le sea agradable mi canto!

Yo pondré mi alegría en el Señor.

¡Que se acaben los pecadores en la tierra,

que los malvados dejen de existir!

¡Bendice al Señor, alma mía! ¡Aleluya!

(Salmo 104).

 

CONTEMPLATIO

Amad al Señor, luz de la vida. Amad esta luz, digo, así como la amaba con un deseo infinito aquel que hizo llegar a Jesús su grito: «Hijo de David, ten piedad de mí» (Me 10,48). El ciego gritaba de este modo mientras pasaba Jesús. Tenía miedo de que pasara el Mesías y no le sanara. ¡Y con qué fuerza gritaba! Hasta el punto de que, mientras que la gente le hacía callar, él continuaba gritando. Al final, venció su voz sobre quienes se le oponían y él hizo detenerse al Salvador. Mientras la muchedumbre hacía estrépito y le quería impedir que hablara, Jesús se detuvo, hizo que le llamaran y le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él respondió: «Maestro, que recobre la vista» (Me 10,51).

Amad, por tanto, a Cristo. Desead aquella luz que es Cristo. Si aquel ciego deseó la luz del cuerpo, ¡cuánto más debéis desear vosotros la luz del corazón! Elevemos a él nuestro grito no tanto con la voz del cuerpo como con nuestro recto comportamiento. Intentemos vivir santamente, demos a las cosas del mundo sus justas dimensiones.

Que lo efímero sea nada para vosotros [...]. Que nuestra misma vida sea como un grito lanzado hacia Cristo. Él se detendrá, porque, en efecto, él está aquí, inmutable (Agustín de Hipona, Sermón 349, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Qué deseables son todas sus obras, Señor!» (cf. Eclo 42,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los regalos que nos das colman nuestras necesidades, y, sin embargo, vuelven a ti sin perder nada.

El río cumple su trabajo cotidiano, corriendo entre campos y aldeas; pero su corriente incesante serpentea hacia ti para lavarte los pies.

La flor endulza el aire con su aroma; pero su último servicio es ofrecerse a ti.

Tu culto no empobrece en nada el mundo. Las palabras del poeta dan a cada hombre el sentido que ellos quieren; pero su sentido definitivo va hacia ti. Día tras día, Señor de mi vida, ¿te podré yo mirar frente a frente? Juntas mis manos, ¿te miraré frente a frente, Señor de todos los mundos? Bajo tu cielo inmenso, en silencio y soledad, con humilde corazón, ¿te miraré frente a frente?

En este trabajoso mundo tuyo, hirviente de luchas y fatigas, entre las presurosas muchedumbres, ¿te miraré frente a frente? Cuando mi obra haya sido cumplida en este mundo, Rey de reyes, solo ya y silencioso, ¿te miraré frente a frente? Te reconozco como mi Dios, y me estoy aparte. No te reconozco como mío, y me acerco a ti. Te miro como padre, y me inclino ante tus pies. No cojo tu mano como la de un amigo. Yo no estoy allí donde tú desciendes, y te llamas mío; no voy a abrazarte contra mi corazón, a tratarte como compañero. Eres mi Hermano entre mis hermanos; pero a ellos no les atiendo, ni divido con ellos mi ganancia, sino que comparto mi todo contigo. Ni en el placer ni en el dolor estoy con los hombres, sino contigo sólo. Soy tímido para dar mi vida, y así no me echo en las grandes aguas de la vida.

Permite, Dios mío, que mis sentidos se dilaten sin fin, en una salutación a ti, y toquen este mundo a tus pies. Como una nube baja de julio, cargada de chubascos, permite que mi entendimiento se postre a tu puerta, en una salutación a ti. Que todas mis canciones unan su acento diverso en una sola corriente, y se derramen en el mar del silencio, en una salutación a ti. Como una bandada de cigüeñas que vuelan, día y noche, nostálgicas de sus nidos de la montaña, permite, Dios mío, que toda mi vida emprenda su vuelo a su hogar eterno, en una salutación a ti (R. Tagore, Ofrenda lírica [Gitanjali], en Obra escojida, trad. Zenobia Comprubí, Aguilar, Madrid "1975, pp. 135-147 passim).

 

Día 31

La Visitación de la Virgen

 

La fiesta de la Visitación viene siendo celebrada por los franciscanos desde finales del siglo XIII. El papa Bonifacio IX (1389-1404) la introdujo en el calendario universal de la Iglesia. Clemente VIII (1592-1605) compuso los textos litúrgicos del oficio que precedió a la última reforma. Sólo dos años después de que éste empezara a usarse (1608), san Francisco de Sales ponía el nombre de Visitación a la orden monástica fundada por él en Annecy. Esta fiesta, que tradicionalmente se celebraba el 2 de julio, ha sido anticipada por el nuevo calendario a fin de armonizarla con la memoria de los acontecimientos del Evangelio a lo largo del año litúrgico, situándola entre la Anunciación, 25 de marzo, y el nacimiento de Juan el Bautista, 24 de junio.

 

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a

14 ¡Da gritos de alegría, Sión; exulta de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

»*• Con el profeta Sofonías nos encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en tiempos del rey Josías. Es un período marcado por continuas infidelidades a Dios por parte de Israel, que se ata a alianzas humanas y cede a las modas y a los cultos de los extranjeros. El profeta tiene ante sus ojos esta situación tan amarga y, aunque proclama «el día terrible de YHWH» sobre todas las naciones -incluida Judá- y sabe que el juicio de Dios pone al desnudo el pecado, es siempre una invitación a la conversión.

Sofonías abre así un claro de luz y de esperanza: la «hija de Sión» es invitada a alegrarse y a exultar en vistas de «aquel día» (v. 16b), día mesiánico. Ya no es el día de la ira, sino el día de la misericordia, el día del nuevo amor entre Dios y su pueblo. Israel está llamado ahora a ver que «el Señor es rey de Israel en medio de ti» (v. 15).

La hija de Sión debe exultar, alegrarse «de todo corazón», es decir, con todo su ser, porque -¡gran misterio!- el Dios que parecía alejado ha revocado la condena. Y él goza ya con esto. Dios exulta, Dios realizará el milagro de hacer cosas nuevas, Dios se alegrará por la hija de Sión. Sólo la presencia de YHWH en medio de su pueblo es fuente y motivo de una renovada esperanza. «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen» (v. 16), porque Dios «es un salvador poderoso» (v. 17), «el Señor, tu Dios, en medio de ti», es el Emmanuel.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*•• Los dos fragmentos del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús, en Lucas, convergen en la narración de la visita de María a Isabel. María, como Abrahán, nuestro padre en la fe, se levanta y se apresura a ir hacia la montaña (v. 39). María e Isabel son las dos mujeres que acogen la acción de Dios: la primera de modo activo, con su consentimiento; la segunda de modo pasivo. Ambas, agraciadas, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo. Isabel lleva en su seno al Precursor y, en virtud de esta presencia en ella, da voz al hijo que lleva en sus entrañas indicando ya en la Madre al Hijo. Proclama lo que la ha hecho grande y bienaventurada a María, la fe: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Al cántico de Isabel (vv. 42-45) le sigue el cántico de María, que revela la acción poderosa de Dios en ella, la misma que da cumplimiento a las antiguas promesas hechas a Abrahán en favor de Israel. Dios hace maravillas y despliega su poder a partir de la humildad -que es reconocimiento de la propia pobreza radical- de su criatura y de su pueblo (v. 48). El Magníficat es la primera manifestación pública de Jesús, de esta realidad aún escondida pero que se impone ya y obra en los que la acogen, como María: la realidad viva del Verbo encarnado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio: «María estuvo con Isabel unos tres meses» (v. 56).

 

MEDITATIO

La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta la revocación de la condena es figura de María. Ésta ha sido agraciada por Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra pobreza.

María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio -los elementos que emergen de las lecturas- son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».

Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.

Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.

 

ORATIO

Daré gracias al Señor con todo el corazón (Sal 111,1a).

¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos! (Rom 11,33).

Justo es el Señor en todos sus caminos, santo en todas sus obras (Sal 145,17).

¿Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado? (Sal 115,12, Vulgata). Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro sobre mí. Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mis entrañas (Sal 40,8ss).

Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (Ap 7,12).

 

CONTEMPLATIO

He aquí cómo la humildad está unida a la caridad en la Señora y cómo su humildad hace que se la exalte.

En efecto, «Dios mira las cosas bajas» para levantarlas (Sal 93,6; 138,6); por esta razón, al ver a la santa Virgen humillarse por debajo de todas las criaturas, proyectó sus ojos sobre ella y la levantó por encima de todas. Cosa que nos manifiesta ella misma con las palabras del sagrado cántico (Le 1,48): «Puesto que el Señor ha mirado mi pobreza, mi bajeza y mi miseria, todas las naciones me llamarán dichosa». Es como si hubiera querido decir a santa Isabel: «Tú me proclamas dichosa, y lo soy verdaderamente, pero toda mi felicidad procede del hecho de que Dios ha mirado mi nada y mi abyección ». Sin embargo, nuestra Señora no se contentó con haberse humillado hasta ese punto en presencia de la divina Majestad, porque sabía bien que la humildad y la caridad no alcanzan el nivel de la perfección si no se derraman sobre el prójimo.

Del amor a Dios deriva el amor al prójimo, y el santo apóstol decía (Rom 13,8; Gal 5,14; Ef 5,lss) que en la medida en que tu amor a Dios sea grande lo será también tu amor al prójimo. Esto es lo que nos enseña san Juan cuando dice (1 Jn 4,20): «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Así pues, si queremos demostrar que amamos mucho a Dios y queremos que nos crean cuando lo afirmamos, debemos amar mucho a nuestros hermanos, servirles y ayudarles en sus necesidades. Así, la santa Virgen, conociendo esta verdad, «se levantó» con prontitud, dice el evangelista (Le 1,39), y «se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» [...], para servir a su prima Isabel en su vejez y en su espera (Francisco de Sales, Le esortazioni, Roma 1992, pp. 502ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído!» (ce 1,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa

de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).

Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sinoimitables (Pablo VI, «Audiencia general del 10 de mayo de 1967», en id., Ave María, Madre della Chiesa, Cásale Monf. 1988, pp. 140ss).