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LECTIO DIVINA SEPTIEMBRE DE 2014

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Lunes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,1-5

1 En lo que a mí toca, hermanos, cuando vine a vuestra ciudad para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría.

2 Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

3 Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo.

4 Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu,

5 para que vuestra fe se fundara no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

 

**• Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.  En sustancia, son tres los pensamientos que remacha:

«Sólo Jesucristo, y éste crucificado» (y. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana («Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo»: v. 3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe, como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.

Estos tres acontecimientos -Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe- mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra y se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado.

Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del poder del Espíritu» (v. 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.

 

Evangelio: Lucas 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús

16 llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras de gracia que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación; 29 se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

*•• La predicación de Jesús en Nazaret empieza con un rito: entra en la sinagoga, se levanta a leer, le entregan el libro y al abrirlo encuentra el pasaje... (w. 16ss). El momento es muy solemne y Lucas lo subraya con vigor: es una característica que se puede detectar con bastante facilidad en todo el relato. La página profética es proclamada por el mismo Jesús, que no tarda en dar la interpretación de la misma: «.Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 11).

Jesús es verdadero profeta, incluso el profeta escatológico (cf. Le 16,16), porque la profecía que proclama se cumple en su predicación, en sus gestos, en su persona. Por eso su tiempo es un kairós -un tiempo providencial para cualquiera que se abra mediante la escucha a la acogida del mensaje que salva. Y es la presencia de Jesús en persona la que justifica el valor de este «hoy» (v. 21). Lucas registra también la reacción de los presentes: en parte, positivamente estupefactos por las cosas que decía y por el modo como las decía («palabras de gracia »: v. 22); en parte, negativamente impresionados y, por eso, críticos respecto al mismo Jesús (w. 28ss). Como siempre, la reacción a la propuesta de salvación es de signo doble y contrario.

Encontramos, a continuación, una larga sección polémica: Jesús intuye que el ánimo de los presentes está, por lo general, indispuesto respecto a su predicación y presenta dos proverbios -el del médico y el del profeta (w. 23.24)- que dejan entender con claridad lo que Jesús quiere decir. Las dos referencias bíblicas a las viudas de los tiempos de Elías y a los leprosos del tiempo de Eliseo (w. 25-27) tienen también el objetivo polémico de desmantelar las disposiciones interiores de los presentes. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que, al final, Jesús sea objeto de una reticencia común y del rechazo más ciego.

 

MEDITATIO

Tanto Pablo como Lucas tocan en esta liturgia de la Palabra el tema de la predicación. Este se sitúa en el comienzo del camino de la fe, que por su propia naturaleza lleva a la salvación. Es ésta una ocasión propicia para detenernos en el valor teológico de la predicación, entendida como acto litúrgico que, en cuanto tal, participa de la economía sacramental. Esta última, en efecto, nos viene dada a través de los signos litúrgicos -y entre ellos hemos de enumerar, a buen seguro, la predicación-, los cuales «realizan lo que significan».

La predicación es antes que nada un acontecimiento de gracia: como los habitantes de Corinto, como los contemporáneos de Elías y de Eliseo y como los contemporáneos de Jesús, también nosotros nos encontramos situados no ante un acontecimiento puramente humano, aunque en ocasiones sea digno de admiración, sino ante un gesto que, aunque sea en medio de la debilidad, es portador de un mensaje ajeno -el de Dios- y de una gracia que viene de lo alto. La predicación cristiana se vale de las profecías veterotestamentarias, pero se sitúa en el presente histórico: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar». La referencia a los tiempos pasados no es, obviamente, un alarde de cultura, sino más bien memoria actualizadora de algunas profecías que contienen una promesa divina. De modo similar, la referencia al presente histórico no es violencia a la libertad de los individuos, sino más bien una invitación autorizada a no prescindir, por pereza o por ligereza, de la Palabra de Dios. Por último, la predicación apostólica se encuentra en el comienzo de un itinerario de fe que Pablo, entre otros, se encarga de trazar también en los dos primeros capítulos de su primera carta a los cristianos de Tesalónica.

Quien tenga la paciencia de leerlos encontrará en ellos un esbozo bastante completo de la «teología de la predicación». De todos modos, aconsejamos sopesar todo esto con lo que escribe Pablo en 1 Tes 2,13: «Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes».

 

ORATIO

Señor Jesús, hablaste ayer, pero, sordos a tu mensaje de salvación, «todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación». Sigues hablando hoy para proclamar de nuevo el amor del Padre que nos libera de toda opresión, pero pocos te escuchan y te aceptan. Hablarás mañana y tu anuncio seguirá siendo de nuevo incómodo y muchos intentarán alejarte. ¿Por qué? Tu Palabra, Señor, sólo encuentra morada en un corazón abierto al Espíritu y a la sorprendente novedad de tu Evangelio: al que anuncia le es indispensable hacerse un corazón impregnado de verdad, libre de miedos, de objetivos personales, de presiones inútiles; estar preocupado únicamente por hacer conocer al Padre y su amor ilimitado por la humanidad; al que escucha le es indispensable tener un corazón deseoso de conocer al Señor que pasa y le invita. Tu Palabra, Señor, tiene siempre en sí misma el poder de sanar y de curar: con tal de que sea acogida libremente, nos transforma por dentro y obra maravillas.

 

CONTEMPLATIO

¿Os dais cuenta, hermanos, de lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su impiedad, pero lo ha matado la negligencia del mal pastor. Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor, pero como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: «Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma». Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos, mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejéis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras (san Agustín, Sermón sobre los pastores, 46,20ss, enCCL41, 546ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (Lc 7,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando se habla de ciencia de la cruz, no hemos de entender la palabra ciencia en el sentido habitual. No se trata de una teoría, es decir, de un simple conjunto de proposiciones verdaderas -reales o hipotéticas- ni de una construcción ideal ensamblada por el proceso lógico del pensamiento. Se trata más bien de una verdad ya admitida -una teología de la cruz-, pero que es una verdad viva, real, activa. Es sembrar en el alma como un grano de trigo, que echa raíces y crece, dando al alma una impronta especial y determinante en su conducta, hasta el punto de resultar claramente discernible en el exterior. En este sentido es en el que [...] hablamos de ciencia de la cruz. De este estilo y de esta fuerza -elementos vitales que actúan en lo más profundo del alma- brota también la concepción de la vida, la imagen que cada hombre se hace de Dios y del mundo, de modo que tales cosas puedan encontrar su expresión en una construcción intelectual, en una teoría [...]. [No obstante], sólo se llega a poseer una scientia crucis cuando experimentamos la cruz hasta el fondo. De eso estuve convencida desde el primer momento, por eso dije de corazón: Ave crux, spes única (E. Stein, Scientia crucis, Milán 1960, pp. 23ss [edición española: Ciencia de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 1 994]).

 

 

 

Día 2

Martes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,10b-16

Hermanos: el Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

11 Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios.

12 En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado.

13 Y de esto es de lo que hablamos no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios.

14 El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.

15 Por el contrario, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no depende del juicio de nadie.

16 Porque ¿quién conoce el pensamiento del Señor para poder darle lecciones? Nosotros, sin embargo, poseemos el modo de pensar de Cristo.

 

**• Pablo, queriendo profundizar en su propio pensamiento, afirma que ninguna persona, contando sólo con sus propias fuerzas, puede conocer a Dios, ni tampoco el misterio de la salvación que quiere entregarnos a todos.

Todo es gracia, y sólo por gracia podemos participar nosotros en la salvación. Esto es posible porque tenemos la revelación del Padre; es más, por medio de Cristo podemos decir que conocemos en cierto modo hasta los secretos de Dios, y nuestro lenguaje, apoyado por el Espíritu Santo, consigue balbucear algo verdadero y auténtico de lo que se refiere a la vida de Dios. Ahora bien, nosotros hemos recibido también el Espíritu que viene de Dios, es decir, el don de Dios por excelencia, del que nos viene el don de la sabiduría. De este modo entramos en sintonía con el mensaje revelado; más aún, se establece una simpatía entre nosotros y todo lo que nos es comunicado. Quien no acoge este don no lo saborea a fondo y no puede comprender el misterio, los secretos de Dios, sino que queda escandalizado. Lo que debería ser sabiduría se convierte para ellos simplemente en locura.

Por último, nosotros poseemos también «el modo de pensar de Cristo» (v. 16), a saber, estamos iluminados por la luz del Evangelio sobre lo que complace a Dios simplemente porque es verdadero, justamente porque se ha realizado en Cristo Jesús: en su vida terrena y de modo señalado en su muerte y resurrección. Poseer el modo de pensar de Cristo es una expresión cargada de significado apocalíptico, es decir, revelador, y no debe ser entendida en una acepción básicamente ética.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño. 36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

**• El trayecto que separa Nazaret de Cafarnaún es relativamente corto y Jesús lo recorre con el solo objetivo de enseñar y curar. Éstos son, según Lucas, los dos modos con los que Jesús muestra la autoridad de la que está investido. La de Jesús es una palabra eficaz: realiza lo que significa. Los gestos de Jesús son terapéuticos: llevan consuelo y vida a todos los que los necesitan.

Las palabras y los gestos son el tejido conectivo de todo el Evangelio: Lucas lo afirma tanto en Lc 24,19 como en Hch 1,1. En el fragmento de hoy, que da testimonio del comienzo del ministerio público de Jesús, encontramos una confirmación más que evidente de lo que decimos. Jesús quiere ser escuchado y acogido por el hombre, por cada hombre, por todo el hombre: por eso habla a su corazón y, al mismo tiempo, cura su cuerpo. La eficacia de la Palabra de Jesús se traduce en una intervención de liberación: un pobre enfermo es liberado de un demonio inmundo. Comienza así el combate frontal entre Jesús y el demonio, algo necesario para que Jesús pueda manifestar a cada persona que él ha venido como salvador en el sentido más cabal del término, esto es, como el que redime del reino de Satanás y nos rescata para Dios y para su Reino.

Bueno será destacar, por último, dos efectos secundarios de la intervención de Jesús: de este modo suscita «asombro» (v. 36) en algunos y su fama se difunde por toda la comarca. Es posible que aquí se entienda por asombro el sentimiento de estupor y temor que le asalta a toda criatura frente a la manifestación del misterio del Dios tremendum et fascinans.

 

MEDITATIO

        La primera lectura de esta liturgia de la Palabra suscita una pregunta: ¿qué significa en concreto la expresión «nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo»? Vale la pena que nos detengamos en la búsqueda del sentido profundo que, ciertamente, está escondido en esta frase paulina.

A la luz de la cita veterotestamentaria de Is 40,13 es cierto que nadie puede decir que conoce el pensamiento del Señor-Dios. Nos encontramos ante esa teología apofática -que prefiere callar antes que hablar- cultivada antes y también ahora sobre todo por los místicos y los contemplativos. Ahora bien, la referencia a Is 64,3 que encontramos en 2,9 nos hace saber que Dios ha preparado (esto es, revelado), para aquellos que le aman, cosas que el ojo humano nunca vio ni el oído humano oyó jamás. Así pues, por divina benevolencia, se ha hecho posible al hombre lo que es humanamente imposible.

De este modo se abre ante nosotros una nueva vía de conocimiento. Gracias a los dones divinos que caracterizan a los tiempos de Jesús, sobre todo gracias al don del Espíritu Santo, se desentraña ante nosotros un horizonte nuevo sobre el que podemos conocer lo que complace a Dios y reconocerlo con alegría interior.

Como hijos en el Hijo, como oyentes de la Palabra, como discípulos del Evangelio, podemos decir muy bien, como Pablo, que «poseemos el modo de pensar de Cristo »: no porque lo hayamos descubierto con nuestro ingenio, sino porque lo hemos acogido con alegría. Tras la estela de Is 55,9 quizás podamos decir que los pensamientos de Cristo no son nuestros pensamientos y que nuestros caminos no son sus caminos; sin embargo, apoyados sobre el fundamento de las palabras de Pablo, podemos alimentar certezas que conocen la solidez de la roca.

 

ORATIO

Señor Jesús, tus planes son inescrutables. Tomaste a un asesino como Pablo para difundir tu nombre, elegiste a un pescador como Pedro para hacerle jefe de tu Iglesia, recurriste a una adúltera para manifestar tu misericordia.

¡Oh Señor, tus caminos son misteriosos! Agustín sigue siendo un ejemplo de conversión para aquellos que están atormentados y encallados en el mal, Francisco, de libertino, se hizo promotor de la paz; Gorbachov, el comunista, se convirtió en tu instrumento para acabar con la guerra fría.

¡Oh Señor, tus gestos son locuras para la sabiduría humana! Asumes la debilidad de un niño para destruir a los poderosos; pones la otra mejilla a quien te golpea y perdonas a quien te ofende; mueres para dar a todos la vida y la salvación.

¡Oh Señor, eres justamente incomprensible! Sin embargo, a la luz del Espíritu también yo puedo reconocer en medio de mis muchas vicisitudes la presencia de tu amor y decir: todo es gracia.

 

CONTEMPLATIO

Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.

Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna.

Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros. Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías (Juan Eudes, Tratado sobre el admirable Corazón de Jesús, 1, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo» (1 Cor 2,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esta sencilla experiencia me proporcionó una alegría muy profunda, puesto que supe que Jesús me mostraba que aquel a quien amamos y adoramos en el Santísimo Sacramento es aquel a quien amamos y servimos en los más pobres entre los pobres.

Nuestra adoración al Santísimo Sacramento no tiene valor si descuidamos a Jesús, presente también en el último de nuestros hermanos, en el más pobre entre los pobres, en el más pecador entre los pecadores, en el más débil entre los débiles. A la mañana siguiente le conté todo a nuestra madre Teresa, la cual me confirmó que ésa era en verdad la experiencia de nuestro carisma.

Cualquier cosa que hagamos al último de estos hermanos suyos es como si se la hiciéramos a él, y nos recompensa por ello dos veces, aquí en la tierra y con la vida eterna en los cielos. Nuestra madre Teresa nos decía siempre: «Las nuestras son humildes palabras de amor dirigidas a los más pobres entre los pobres en la obra de Dios. No somos trabajadoras sociales, sino contemplativas que viven en el corazón del mundo (hermana Mary Nirmala Joshi, sucesora de la madre Teresa de Calcuta).

 

 

Día 3

San Gregorio Magno (3 de septiembre)

 

Fue un hombre de acción, dotado de una rica personalidad y de un carácter amable. Nació en el año 540 en el seno de la familia senatorial de los Anicii. Fue primero prefecto de Roma, después monje benedictino, representante del papa en Constantinopla y, por último, papa en unos tiempos particularmente difíciles, a saber: durante las persecuciones de los bárbaros.

Desempeñó un gran papel en la Iglesia como organizador de la vida religiosa -en particular en el aspecto litúrgico- y también como escritor. Como buen administrador, estuvo atento tanto a los asuntos sociales y políticos como a las cuestiones internas de la vida de la Iglesia universal. Tienen una importancia particular sus homilías, sus obras exegéticas, las cartas y el famoso Libro de la regla pastoral. Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, por haber prestado una particular atención al hablar y escribir sobre el misterio de la Palabra de Dios. Murió en Roma en el año 604.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,1-9

1 Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente inmadura, como a niños en Cristo.

2 Os di a beber leche y no alimento sólido porque aún no podíais asimilarlo. Tampoco ahora podéis,

3 pues seguís siendo inmaduros. Mientras haya entre vosotros envidias y discordias, ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos?

4 Pues cuando uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo de Apolo», ¿no estáis procediendo demasiado a lo humano?

5 Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores por medio de los cuales llegasteis a la fe; cada uno, según el don que el Señor le concedió.

6 Yo planté y Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios.

7 Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta.

8 El que planta y el que riega forman un todo; cada uno, sin embargo, recibirá su recompensa conforme a su trabajo.

9 Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica.

 

**• La lectura comienza con una clara distinción entre «gente inmadura» y hombres que «poseen el Espíritu» (v. 1). La primera expresión, según Pablo, se refiere a personas abandonadas a sus propias fuerzas y guiadas por criterios humanos: gentes que podrían ser calificadas de personas «subdesarrolladas» desde el punto de vista espiritual, tal vez también como personas que no han experimentado todavía la plenitud de la vida. Los hombres que poseen el Espíritu son aquellos que, de una manera libre y consciente, han entrado en una nueva mentalidad, en un modo de vida que comparte la novedad de Cristo.

¿Cómo se manifiesta la inmadurez de algunos cristianos? En que se deleitan en crear facciones, en sembrar discordias y en esparcir envidias. Procediendo así, en vez de contribuir a edificar la comunidad, tienden a destruirla, y no sólo con los. pensamientos, que alimentan, sino también y sobre todo con las actitudes que asumen. Sin embargo, prosigue el apóstol, a todos les es posible vivir y comportarse como hombres que ¿poseen el Espíritu», con la condición de que comprendamos bien qué es Pablo y qué es Apolo: ministros (esto es, siervos), simples colaboradores de Dios.

La iniciativa de la salvación corresponde sólo al Señor, sólo a él le pertenecen el mérito y el honor. Por consiguiente, es preciso saber y reconocer" que el protagonista -más aún, el único verdadero realizador de la salvación- es Dios. Él es quien hace crecer lo que los siervos se han limitado a plantar y a regar. Es él quien salva a todos los que, mediante la escucha de la predicación, se abren al diálogo que lleva al descubrimiento de la verdad.

También es preciso respetar el orden jerárquico entre los agentes que colaboran en la obra de la salvación: Dios está siempre en primer lugar; después, todos los demás. Por su parte, Pablo está sinceramente dispuesto a ponerse en el último lugar.

 

Evangelio: Lucas 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús

38 salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le rogaron que la curase.

39 Entonces Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y la calentura desapareció. La mujer se levantó inmediatamente y se puso a servirles.

40 Al ponerse el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

41 Salían también de muchos los demonios gritando: -Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al hacerse de día, salió hacia un lugar solitario. La gente lo buscaba y, cuando lo encontraron, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos.

43 Él les dijo: -También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios, porque para esto he sido enviado.

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

**• Esta página evangélica presenta dos momentos muy distintos: por un lado, la curación de la suegra de Simón en el marco de otras curaciones (w. 38ss y 40ss); por otro, la autoconciencia de Jesús sobre su misión evangelizadora (v. 43). En cuanto al primer momento es oportuno poner de relieve que la curación habilita para el servicio: por lo general, a Lucas le gusta sacar a la luz este binomio. Es también obligado explicitar el hecho de que las curaciones de los enfermos, en cuanto liberación del demonio, se convierten en ocasión de auténticas profesiones de fe cristológica (véase aquí en el v. 41, y también en el fragmento precedente en el v. 34). Poco importa que sean los demonios quienes profesen esta fe (alguien los ha caracterizado también como «los teólogos de Jesús»).

En la segunda parte del fragmento evangélico, Lucas se convierte en testigo e intérprete de dos acontecimientos fundamentales: el hecho de la evangelización, como característica esencial del cristianismo, y la conciencia mesiánica de Jesús, que explota sobre todo en la necesidad que tiene de anunciar el Reino de Dios. Se trata de una necesidad providencial, porque está inscrita en el designio salvífico de Dios. Jesús, por su parte, no puede sustraerse a este deber concreto, porque ésa es su misión: «Porque para esto he sido enviado» (4,43; cf. también Le 10,16).

 

MEDITATIO

En el texto de Juan vemos perfilarse dos períodos en la actividad del pastor, dos períodos en los que su actividad se ejerce en campos diferentes. El primer período está ligado a un lugar, y la tarea esencial del pastor es en ese momento hacer salir a las ovejas del redil: se trata del período de la vida terrena de Jesús. El segundo período, que sigue a la exaltación ligada a la ofrenda de su vida, concierne a las ovejas venidas de todas partes: es el tiempo de la Iglesia, que vive bajo la guía del Señor glorificado. Ésta es, en definitiva, la revelación que el Pastor-Jesús nos propone a los hombres en nombre del Padre, un designio de salvación y de amor que encuentra su cima en el acontecimiento de la cruz y de la resurrección (cf. 1 Jn 4,9). Un proyecto y una misión entre los hombres que tiene dos protagonistas: el Padre y el Hijo. El amor del Padre por el Hijo y por el mundo, y el amor del Hijo por el Padre y por el mundo. Y Jesús manifiesta ese amor a través de la obediencia total y filial al designio del Padre y en la libre entrega de sí mismo los hombres, a los que ofrece espontáneamente su vida en la cruz, para recuperarla después en el acontecimiento de la resurrección.

Jesús, que es el rostro del Padre, guía también hoy a su comunidad cristiana, a pesar de los peligros, a ver en él al único buen pastor. Todo discípulo, por tanto, tiene en el buen pastor un modelo perfecto para imitar, porque en él reconoce el amor, a saber: ha visto cómo «él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3,16).

 

ORATIO

Oh, Espíritu de Dios, luz de la verdad, ayúdanos a discernir lo verdadero y lo justo. Disipa nuestras ilusiones y muéstranos la realidad. Haz que reconozcamos el lenguaje del buen pastor y lo distingamos de cualquier otra voz. Muéstranos la voluntad del Padre bueno para que todas nuestras decisiones estén orientadas a él.

Te rogamos también que nos ayudes a vislumbrar en los acontecimientos los signos de tu presencia y a acoger las justas exigencias de renovación. Concédenos la perspicacia sobrenatural que nos haga descubrir las exigencias de la caridad para acogerlas con amor generoso. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor.Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey, y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuan caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras.

Aquellos, en cambio, a quienes la Palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con la que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

Quienquiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido (Gregorio Magno, Regla pastoral, II, 4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El buen pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios nos recomienda en todas las páginas de sus libros a sus hijos pobres, a sus hijos desheredados. Escuchemos su voz: seamos los padres, los hermanos, los hijos de estos infelices; seamos su consuelo, su refugio, su asilo, su hogar, su casa paterna.

Así seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús; su consuelo, su refugio, su ayuda, su hogar, su casa. No nos inquietemos por aquellos a quienes no les falta nada, por aquellos en quienes piensan todos. Ocupémonos de aquellos a quienes les falta todo, de aquellos en quienes no piensa nadie. Seamos los amigos de aquellos que no tienen amigos. Meditemos sobre las llagas de Lázaro en vez de hacer regalos al rico, aun cuando esto sea bueno. Seamos los padres, los hermanos, los hijos de los abandonados, de los desheredados, de los miserables; seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús [...].

¡Cuánto debemos estimar a cada ser humano! ¡Cuánto debemos amar a cada ser humano! Cada uno de ellos es un hijo de Dios. Dios quiere que sus hijos se amen entre ellos. Como un padre tierno quiere que sus hijos se amen entre ellos. Amemos a cada hombre porque es hermano nuestro y porque Dios quiere que le consideremos y le amemos tiernísimamente como tal, porque es hijo de Dios amado y adorado. Porque ha costado la sangre de nuestro Señor, ha sido cubierto por su sangre como por un manto, ha sido amado por Dios y por Jesús hasta consumar por él el sacrificio del Calvario, ha sido amado por Dios hasta dar por él su Hijo, ha sido amado por Jesús en asociación, imitación, unión, conformidad perfecta con Dios y, por eso, hasta inmolarse a sí mismo por él. Amemos a este hombre al que

           Dios ama en todos los instantes de su vida, al que da, con una paciencia y bondad infinitas, hasta el último minuto de su existencia, los medios para vivir eternamente en el cielo tomando parte de un modo maravilloso en la heredad divina. Estimemos, amemos desde lo hondo del corazón a cada hombre con la mirada puesta en Dios, nuestro Padre común (Charles de Foucauld, Opere spirituali, Milán 1960, pp. 84-86 [edición española: Obras espirituales, Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

 

Día 4

Jueves de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,18-23

Hermanos:,

18 Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio.

19 Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios. Pues dice la Escritura: Dios es quien atrapa a los sabios en su astucia.

20 Y también: El Señor conoce los pensamientos de los sabios y sabe que son vanos.

21 Por tanto, que nadie presuma de quienes no pasan de ser hombres. Porque todo es vuestro:

22 Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro.

23 Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.

 

**• Pablo retoma la reflexión sobre el binomio «sabiduría »/«necedad» y la completa con dos referencias veterotestamentarias: su atención se había concentrado en la necedad de la predicación (l,18.21) y en la necedad de la cruz (1,23), así como en la necedad de la fe (2,5). Ahora se dilata el discurso y se aplica a la vida cristiana como tal. En efecto, el «vivir en Cristo», en su conjunto, incluye el compromiso de asumir la novedad de vida que Cristo ha predicado y que anuncia su cruz, aun cuando esta opción parezca paradójica y escandalosa al mundo en que vivimos. En un segundo momento, Pablo perfecciona el discurso sobre la escala de valores y lo hace con una expresión enormemente rica y elocuente:

- «Todo es vuestro» (v. 22b): hemos de señalar que aquí no se hace referencia a Pablo, Apolo o Cefas, sino a todo creyente y a la comunidad de los mismos. El pensamiento de Pablo es claro e inequívoco: los primeros y últimos destinatarios del mensaje salvífico no son los ministros, sino todos los que acogen el mensaje de la predicación.

- «Pero vosotros sois de Cristo» (v. 23a): todos, vosotros y nosotros, pertenecemos, dice el apóstol, a Cristo mediante la fe. Esta conciencia la tuvieron ya los primeros cristianos cuando, en Antioquía de Siria, recibieron el nombre de cristianos (cf. Hch 11,26), y es algo que pertenece al depósito de la fe cristiana. Ser de Cristo significa tener una relación especial con él, en virtud de la llamada recibida, de la Palabra escuchada, del don de la gracia acogida.

- «Y Cristo es de Dios» (v. 23b): aquí encontramos reafirmado de nuevo el primado de Dios Padre, origen y fin de todo y de todos. De este modo dibuja el apóstol ante nosotros un itinerario teológico persuasivo y cautivador.

 

Evangelio: Lucas 5,1-11

En aquel tiempo,

1 estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genesaret y la gente se agolpaba para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.

4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y lo siguieron.

 

*•• En primer lugar, nos hace ver Lucas que la gente escuchaba «la Palabra de Dios» (v. 2). Esta expresión, que tiene un sabor casi técnico, nos remite al contexto eclesial para el que Lucas escribe su evangelio: se trata de una comunidad que vive su fe poniendo en el centro de ella precisamente «la Palabra de Dios», esto es, Jesús como Palabra de revelación y la predicación apostólica al mismo tiempo. Lucas pone asimismo de relieve que Jesús «se sentó y estuvo enseñando» (v. 3b): también esta nota nos lleva a considerar el relato evangélico como íntimamente ligado a la vida de la primitiva comunidad cristiana, en la que era normal y continuo el paso de la evangelización a la catequesis. «Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (v. 5b): Lucas quiere resaltar aquí la autoridad de la Palabra de Jesús; más aún, la suprema autoridad que ésta encarna. Sabemos, en efecto, que toda palabra que salía de la boca de Jesús estaba dotada -no sólo para los apóstoles, sino también para la gente- de una particular autoridad: «¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder» (4,36).

«Dejaron todo y lo siguieron» (v. 11): esta expresión nos recuerda el radicalismo evangélico, que Lucas ilustrará también a través del relato de los Hechos de los Apóstoles, y también en diferentes momentos de la narración evangélica. En esta página quiere indicarnos Lucas que el seguimiento de Jesús implica un radicalismo no sólo en la opción personal, sino también en la decisión de separarse de todo lo que de un modo u otro pueda disminuir la fuerza de la adhesión a Jesús.

 

MEDITATIO

La vocación de los primeros discípulos, con el relieve dado a la figura de Simón Pedro, merece una ulterior atención. Parece, en efecto, que es posible señalar algunos pasajes que destacan este peculiar encuentro entre Jesús y Simón Pedro. No será difícil reconocer en ellos algunos rasgos de nuestra experiencia de vida cristiana.

En primer lugar, un paso de la decepción a la confianza: un experto pescador como Pedro sabe que después de ciertas noches de pesca no se puede esperar gran cosa. La experiencia constituye también para nosotros un punto de referencia seguro para nuestras elecciones y para ciertas decisiones. Sin embargo, Pedro da crédito a la Palabra de Jesús y se confía a su eficacia.

Del estupor al reconocimiento de su ser pecador: la conciencia de Pedro se ilumina en pleno día por el contacto vivo con Jesús, y no sólo por el milagro que ha tenido lugar. Es cierto que el milagro sacude la conciencia y la interpela de un modo drástico, pero la referencia principal y última se dirige a la persona de Jesús, frente al que Pedro reconoce que es un pobre pecador, como todos.

De pecador a pescador de hombres: Pedro advierte que Jesús ha entrado en su vida no sólo para atraerlo hacia sí, sino para ganar, a través de él, a otras personas para la novedad de la vida cristiana. Su profesión de pescador queda transformada de ahora en adelante.

Del dejarlo todo al seguimiento de Jesús: como leemos con frecuencia en el relato evangélico, toda vocación se califica no tanto por lo que se deja como por aquel al que uno se adhiere. También Pedro advirtió esta necesidad y no hizo trampas al tomar su decisión.

 

ORATIO

Oh Señor, me sedujiste y me dejé seducir. Yo buscaba algo significativo en medio de una vida fácil, pero sin brío, en medio del aburrimiento mortal de tantos días siempre iguales. Tu amor arcano y misterioso me atemorizaba y por eso he resistido durante varios años, hasta que una insatisfacción insoportable me ha plegado a tu irresistible seducción. Me has lanzado a una nueva forma de vida, manifestándome una misión que, desde ese mismo momento, ha sostenido toda mi vida, aun en medio de contradicciones paradójicas y situaciones difíciles, imposibles de vivir desde el punto de vista humano.

Seguirte supuso una maravillosa oportunidad para Pedro, para mí y para todos los que han sido llamados. En efecto, como afirma Victor Frankl, tener un «porqué en la vida permite hacer frente a cualquier cómo».

 

CONTEMPLATIO

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó a la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del Reino de los Cielos (Mt 16,19). Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los Cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos (Jn 20,22ss).

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tenía el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y si se dirige a Pedro con preferencia a los demás es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor (san Agustín, Sermón 295, l-2.4.7ss, en PL38, 1348-1351).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«No digo eso», replicó Francisco. «Pero me parece que es difícil aceptar la realidad. En verdad, nadie la acepta en bloque. Aspiramos siempre a añadir, en cierto modo, un palmo a nuestra estatura. Éste es el fin de casi todas nuestras acciones. Incluso cuando creemos trabajar por el Reino de Dios, no buscamos otra cosa que hacernos más grandes, hasta el día en que, derrotados, no nos queda más que esta única desmesurada realidad: Dios existe. Entonces descubrimos que sólo él es omnipotente, que sólo él es santo, que sólo él es bueno.

El hombre que acepta esta realidad y se complace en ella, encuentra la serenidad en su corazón. Dios existe y es todo. Pase lo que le pase, existe Dios y existe la luz de Dios. Basta con que Dios sea Dios. El hombre que acepta íntegramente a Dios se vuelve capaz de aceptarse a sí mismo. Se libera de toda voluntad particular. Ya nada estorba en él el juego divino de la creación. Su voluntad se ha vuelto más sencilla y, al mismo tiempo, extensa y profunda como el mundo. La sencilla y pura voluntad de Dios que abarca y acoge todo» (E. Leclerc, Sapienza d¡ un povero, Milán 1978, p. 145 [edición española: Sabiduría de un pobre, Marova, Madrid 1978]).

 

 

 

Día 5

Viernes 22ª semana del Tiempo ordinario

 

ECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 4,1-5

Hermanos:

1 Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

2 Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fíeles.

3 En cuanto a mí, bien poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo.

4 De nada me remuerde la conciencia, mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor.

5 Así pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor, él iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca.

 

*»• En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar -afirma Pablo-, somos «ministros de Cristo», esto es, servidores, siervos: nada más (v. la). Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: "Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (Le 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.

Somos también «administradores de los misterios de Dios» (y. Ib), esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles» (v. 2): el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor, pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (w. 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.

 

Evangelio: Lucas 5,33-39

En aquel tiempo,

33 los maestros de la Ley y los fariseos le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.

34 Jesús les contestó: -¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras el novio está con ellos?

35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.

36 Les puso también este ejemplo: -Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo, y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo.

37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán.

38 El vino nuevo se echa en odres nuevos.

39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».

 

*» De aquí en adelante la liturgia de la Palabra presenta tres páginas evangélicas que relatan tres polémicas mantenidas por Jesús con los discípulos de Juan el Bautista y con los fariseos: una tiene que ver con la práctica del ayuno y dos con la observancia del sábado.

Sabemos que la limosna, la oración y el ayuno constituyen tres compromisos inderogables para los discípulos de Cristo (cf. Mt 6,1-18), pero lo que importa a Jesús es el modo en que sus discípulos aceptan hacer limosna, orar y ayunar. También este pasaje evangélico confirma la importancia del espíritu con el que el ayuno puede y debe ser practicado. La alegoría matrimonial nos impulsa a considerar a Jesús como «el esposo» (w. 34ss), cuya presencia hoy no puede dejar de ser considerada motivo de alegría, y cuya ausencia mañana será, a buen seguro, motivo de tristeza. La espiritualidad cristiana no podrá separarse nunca de algunas expresiones personalísimas que pueden configurar una relación nuestra no sólo de hijos con su padre, sino también de esposa con esposo. Sabemos que ya desde el Antiguo Testamento se ha desarrollado ampliamente la alegoría matrimonial para iluminar tanto las relaciones de Israel con su Señor como las relaciones de todo creyente con su Dios.

No es difícil caer en la cuenta de que se distingue aquí con bastante claridad los tiempos de Jesús de los tiempos de la Iglesia (es ésta una perspectiva fuertemente lucana, como, por otra parte, han puesto de relieve no pocos exégetas). La Iglesia está representada por los invitados que participan de la alegría del esposo; sin embargo, en otras ocasiones está representada por la esposa o por el amigo del esposo, que está cerca de él y lo escucha (cf Jn 25,30).

 

MEDITATIO

Siempre es útil reflexionar sobre la novedad traída por Cristo y atestiguada por el Evangelio: novedad que el fragmento de Lucas que acabamos de meditar pone de manifiesto con las parábolas del traje nuevo y del vino nuevo. Señalemos, en primer lugar, el carácter paradójico con el que narra Lucas la primera parábola: en efecto, no habla simplemente de un pedazo de tela para ponerlo en un traje viejo, sino de la acción de alguien que «corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo». Está claro que Lucas quiere censurar la actitud de aquellos que, al rechazar la novedad del evangelio, acaban por estropear lo que es nuevo sin llevar a su consumación lo que es viejo.

«Nuevo» puede ser entendido en referencia al Antiguo Testamento: en este caso, el verdadero discípulo de Jesús desde los comienzos de su experiencia de fe intuye que la Palabra de Jesús llega como cumplimiento de las profecías y que su adhesión de fe a Jesús le pone en continuidad con todos aquellos que antes de Cristo ya se abrieron a la escucha de la Palabra de Dios y se dejaron guiar por los profetas. «Nuevo» puede ser entendido asimismo en referencia a los maestros alternativos que, con todos los medios posibles, hacían prosélitos también en tiempos de Jesús; en este caso, los apóstoles y los discípulos se encontraron en la necesidad de tomar decisiones drásticas {cf. Jn 6,60-69) para no dejarse hipnotizar por falsos maestros y por guías ciegos e hipócritas {cf. Mt 23,15-17). «Nuevo», por último, puede ser entendido igualmente en referencia a ciertas actitudes que caracterizaban la vida de los discípulos de Jesús antes de su encuentro con el maestro: en este caso, el discípulo de Jesús advierte el deber de dejar para tomar, de abandonar para recibir, de perder para encontrar.

 

ORATIO

Oh Señor, sácanos del surco de nuestros hábitos. La tarea principal de una persona que quiere madurar es, paradójicamente, la de alcanzar la inocencia de un niño. Oh Señor, dame una mente fresca, inocente, llena de porqués y, por eso mismo, abierta y capaz de conocimiento infinito.

«Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo.» Oh Señor, concédeme el sentido del buen gusto, que no me mantenga encerrado en lo «viejo», sino que, aun apreciándolo, sepa captar la novedad de tu gracia, dotada siempre de originalidad y elegancia espiritual. Los discípulos de Juan ayunan; los tuyos comen y beben. Oh Señor, concédeme ese sentido del equilibrio que no me liga a la fuerza a normas y prácticas ya superadas, sino que a través de intuiciones afortunadas me conduce a tomar decisiones espontáneas y adaptadas a todo tipo de situaciones.

 

CONTEMPLATIO

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras. Y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma (Pseudo-Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración, en PG 64, 462-466).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Fundamento mi comprensión del mundo, de los otros y de mí mismo en la figura simbólica del siervo de YHWH O, bien, en un amor que no puede ser arrebatado sino ofrecido. El siervo de YHWH, «el cordero de Dios», es exactamente lo contrario que el «chivo expiatorio», ese que todos están de acuerdo en excluir para preservar la unidad del grupo. En el cristianismo, por el contrario, el grupo ha sido fundado por una víctima que fue excluida por los otros, pero que, aceptando ser excluida, denunció y puso al desnudo el sistema del «chivo expiatorio». Con la lógica simbólica de la víctima conforme, la cruz queda sustraída a una interpretación puramente punitiva, en términos de retribución (la sangre derramada a cambio de la Salvación), un hecho al que Job ya había puesto término con su propio sufrimiento. El extraordinario poder de Jesús reside en un sacrificio consentido que va a destruir de manera definitiva todo el sistema que se fundamenta en la víctima. Eso es lo que subraya san Juan cuando hace decir a Jesús: «Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia voluntad» (P. Ricoeur, entrevista aparecida en el diario Awen/re el 8 de septiembre de 1999).

 

 

Día 6

Sábado 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 4,6-15

6 Hermanos, en atención a vosotros, me he puesto como ejemplo, junto con Apolo, para que aprendáis en nosotros aquello de «no ir más allá de lo que está escrito» y para que nadie se apasione por uno en contra de otro.

7 Pues ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?

8 ¡Ya estáis satisfechos! ¡Ya sois ricos! ¡Habéis llegado a ser reyes sin contar con nosotros! ¡Ojalá lo fueseis de verdad, para que también nosotros reinásemos con vosotros!

9 Pues, al parecer, a nosotros los apóstoles, Dios nos ha destinado al último lugar, como condenados a muerte; nos ha convertido en espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres.

10 Así que nosotros somos unos necios por Cristo, y vosotros sabios en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros llenos de gloria, nosotros despreciados.

11 Hasta el presente no hemos padecido más que hambre, sed, desnudez y malos tratos; andamos errantes

12 y nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos. Nos insultan y nosotros bendecimos; nos persiguen y lo soportamos;

13 nos difaman y respondemos con bondad. Nos hemos convertido en la basura del mundo, como el deshecho de todos hasta ahora.

14 No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos muy queridos.

15 Porque, aunque tuvierais diez mil maestros en la fe, padres no tenéis muchos; he sido yo quien os ha hecho nacer a la vida cristiana por medio del Evangelio.

 

*» Pablo desarrolla el discurso sobre la verdadera identidad de los ministros de Cristo y de los administradores de los misterios de Dios, y lo hace con algunas expresiones que merecen ser unificadas.

Los apóstoles están ligados ante todo, de manera indivisible, a los fieles-hermanos: no podéis pretender -parece decir Pablo- caminar por vuestra cuenta ni, mucho menos, llegar a puerto sin nosotros. La conciencia del apóstol se une a la de todos los fieles precisamente porque, como ellos y junto con ellos, se siente salvado por la gracia de Cristo. Por otro lado, prosigue Pablo, nosotros deseamos sólo llegar a la meta con vosotros.

La expresión simbólica «ser reyes sin contar con nosotros» (v. 8) es extremadamente clara y expresa su deseo de compartir eternamente la alegría de la salvación con todos aquellos a los que ha podido prestar el servicio de la Palabra.

Los apóstoles son «condenados a muerte» (v. 9), como Cristo, después de Cristo: esta especie de condena pende sobre la cabeza de Pablo desde que encontró a Cristo en el camino hacia Damasco. Desde entonces sabe con toda certeza que no hay otro camino para recorrer que el de la cruz, que no puede usar otro lenguaje más que el de la cruz, que no hay otra perspectiva que se abra ante él que no sea la de un nuevo calvario. Esa condena se va realizando históricamente en diferentes tiempos y en diversos lugares: también aquí, en Corinto, por medio de vosotros -parece decir Pablo-, pero es algo que parece no asombrarle en absoluto. Los apóstoles son también padres respecto a los fieles, a los que consideran «hijos míos muy queridos» (v. 14): se trata de una paternidad espiritual tal vez no menos comprometedora que la física; una paternidad que supera los límites de una familia humana y se extiende a las dimensiones de una comunidad sin fronteras. Ésa fue la experiencia de Pablo.

 

Evangelio: Lucas 6,1-5

1 Un sábado, atravesaba Jesús unos sembrados. Sus discípulos cortaban espigas y las comían, desgranándolas con las manos.

2 Y unos fariseos dijeron: -¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvieron hambre él y sus compañeros?

4 Entró en el templo de Dios, tomó los panes de la ofrenda, comió y dio a los que lo acompañaban, siendo así que sólo a los sacerdotes les estaba permitido comerlos.

5 Y añadió: -El Hijo del hombre es señor del sábado.

 

**• Lucas nos refiere, en dos pasajes consecutivos, algunas polémicas que Jesús debió sostener con los fariseos respecto al sábado, día de descanso, y sobre las prácticas más o menos permitidas en ese día. Lo que más nos sorprende en esta página evangélica es el modo positivo y dialogante con el que Jesús entra en la polémica: en efecto, Jesús intenta desconectar a sus interlocutores de una mentalidad excesivamente jurídica, ligada de manera servil a una casuística que, de hecho, condujo a los fariseos, contemporáneos de Jesús, a recopilar un elenco de 613 preceptos (naturalmente además de los diez mandamientos), a los que querían permanecer fieles de una manera servil. Jesús intenta separarlos de esta mentalidad refiriéndose a un hecho veterotestamentario de la vida de David: una elección libre frente a una tradición que parece no admitir excepciones. Sabemos bien que el rey David constituyó para todos, y también para Jesús, un punto de referencia digno del máximo respeto y de la más fiel imitación. Un motivo más, en este caso, para asumirlo como modelo de libertad frente a tradiciones que, si no son bien interpretadas (cf. Me 7,1-15), amenazan con someter el hombre a la Ley en vez de hacer que la Ley sirva al hombre.

La afirmación final de Jesús es extremadamente clara e iluminadora: «El Hijo del hombre es señor del sábado» (v. 5). Por un lado, Jesús se compara a David y, por otro, con una afirmación que no deja lugar a dudas y manifiesta un tono apodíctico, afirma su propia superioridad con respecto a David y también, de una manera implícita, en cuanto «señor del sábado», su dignidad divina.

 

MEDITATIO

Según el evangelio, nuevo no significa «inédito», jamáis vu (nunca visto), sino «originario», en el sentido de que Jesús ha venido a restablecer el proyecto del Dios creador para volver a entregarlo a todos aquellos que aceptan seguirle por el camino de la verdad. Tenemos un ejemplo claro de este proyecto de Jesús en Mt 19,1-12, donde Jesús, en polémica con los fariseos sobre la espiritualidad conyugal, les invita a superar la lógica de los permisos concedidos por Moisés, a causa de la dureza de sus corazones, mediante la lógica de la entrega recíproca total según el proyecto originario. Nuevo, según el evangelio, no significa «actual», a la última, sino «auténtico», en el sentido de que Jesús, con sus propuestas de vida nueva, tiende a despertar en la persona, en cada persona, lo que en ella hay de genuino y de válido. Jesús ha venido a liberar la libertad; por eso, cuando fue necesario, no vaciló en contraponer su propuesta a las propuestas alternativas de otros falsos mesías que prometían fáciles libertades baratas.

Nuevo, según el evangelio, no significa «genial», sino «esencial», en el sentido de que Jesús -como aparece en casi todas las páginas del evangelio- vino a suprimir, o por lo menos a aligerar, los excesivos fardos que amenazan con entristecer y tal vez incluso con mortificar el corazón de cada persona. Desde este punto de vista resultan extremadamente iluminadoras estas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).

 

ORATIO

«Pues, al parecer, a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha destinado al último lugar, como condenados a muerte». Oh Señor, el sufrimiento me da miedo, pero es inútil negarlo, rechazarlo, evadirse de él, porque es parte inherente de la vida de cada apóstol. Me da miedo el sufrimiento físico causado por las enfermedades, por las privaciones, por el cansancio, por un cuerpo consumido que desmejora con el paso de los años. Me da miedo el sufrimiento psicológico derivado de las incomprensiones, de las resistencias inmotivadas frente a realidades evidentes, de las limitaciones escondidas y no aceptadas que se convierten en violencias irracionales, de los juegos destinados a ser apoyados en nuestros propios puntos de vista. Me da miedo el sufrimiento espiritual velado por las dudas, la aridez, las incertidumbres, la indiferencia.

Pero así ha sido el camino para todos tus discípulos y amigos. Y así ha de ser también para nosotros, para los que hemos elegido seguirte.

 

CONTEMPLATIO

Reconoce, oh cristiano, la altísima dignidad de esta tu sabiduría, y entiende bien cuál ha de ser tu conducta y cuáles los premios que se te prometen. La misericordia quiere que seas misericordioso, la justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas. No quedará frustrada la fe de los que así obran, tus deseos llegarán a ser realidad, y gozarás eternamente de aquello que es el objeto de tu amor.

Y porque todo será limpio para ti, a causa de la limosna, llegarás también a gozar de aquella otra bienaventuranza que te promete el Señor, como consecuencia de lo que hasta aquí se te ha dicho: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Gran felicidad es ésta, amadísimos hermanos, para la que se prepara un premio tan grande. Pues, ¿qué significa tener limpio el corazón, sino desear las virtudes de que antes hemos hablado? ¿Qué inteligencia puede llegar a concebir, o qué palabras lograrán explicar la grandeza de una felicidad que consiste en ver a Dios? (León Magno, Sermón 95, 6ss, en PL 54, 464ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Hijo del hombre es señor del sábado» (Lc 6,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Recientemente he llegado a reconocer la necesidad del método de la no violencia en las relaciones internacionales. Como no estaba convencido de su eficacia en los conflictos entre naciones, pensaba yo que, aunque no puede ser nunca un bien positivo, la guerra podría servirnos como un bien negativo, para prevenir la difusión y el crecimiento de una fuerza malvada. La guerra, por muy horrible que sea, podría ser preferible a rendirse a un sistema totalitario. Ahora, sin embargo, veo que el potencial destructivo de las armas modernas elimina por completo la posibilidad de que la guerra represente a lo sumo un bien negativo. Si admitimos que la humanidad tiene derecho a sobrevivir, entonces deberemos encontrar una alternativa a la guerra y a la destrucción.

En nuestra época de vehículos espaciales y de misiles balísticos teledirigidos, la alternativa se sitúa entre la no violencia y la no existencia. No soy un pacifista doctrinario, sino que he intentado abrazar un pacifismo realista, que considera la posición pacifista como el mal menor en las circunstancias actuales. No proclamo que estoy libre del dilema moral que el cristiano no pacifista debe afrontar, pero estoy convencido de que la Iglesia no puede permanecer en silencio mientras el género humano se encuentra ante la amenaza de la aniquilación nuclear. La Iglesia, si es fiel a su misión, debe pedir el final de la carrera armamentística (M. L. King, «lo sogno ancora», en E. Helio [ed.], Slogans dell'anima, Milán 1971, pp. 92ss).

 

Día 7

23° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 33,7-9

Dice el Señor:

7 Hijo de hombre, yo te he constituido a ti centinela del pueblo de Israel. Cuando te hable, los advertirás de mi parte.

8 Si cuando yo diga al malvado: ¡Eres reo de muerte! tu no le adviertas para que deje su conducta el malvado morirá por su maldad, pero yo te pediré cuentas de su muerte.

9 Sin embargo, si tu adviertes al malvado acerca de su conducta para que se corrija, y él no se corrige, morirá él por su maldad, y tu habrás salvado la vida.

 

El trasfondo histórico del oráculo de Ezequiel es la caída de Jerusalén y la invasión de Nabucodonosor. El oráculo señala la segunda etapa de su ministerio. La misión actual del profeta es sustentar la esperanza de Israel asegurándole al pueblo exiliado que Dios cumplirá sus promesas e iniciara un nuevo periodo de reconstrucción nacional.

La imagen del centinela -utilizada en la vocación del profeta (3,16-19) en un perfecto paralelismo con esta perícopa— expresa la nueva misión de Ezequiel. Ser el vigía de un pueblo sin ciudad y sin murallas; otear desde lejos el horizonte de los acontecimientos para prevenir al pueblo de las inminentes amenazas, leer los signos recónditos de vida y muerte, interpretarlos y comunicárselos a la casa de Israel. La tarea del guardián encierra una paradoja: los peligros que apremian al pueblo no provienen de fuera, sino de dentro, del mismo Señor. Sin embargo, en lugar de acercarse sin avisar, en silencio y de puntillas, y sorprender a sus víctimas, el Señor envía al centinela para avisarles. Y, si aun fuese poco, el Señor le obliga en conciencia al <<contraespionaje» para prevenir al pueblo amenazado. Es una paradoja reveladora: la secuencia pecado-amenaza-castigo engloba un nuevo elemento en la sucesión, pecado-amenaza-conversión-perdón, porque Dios quiere la vida y no la muerte.

Destaca el corazón cariñoso y paternal del Señor; que siempre encuentra el medio para salvar de la muerte al propio hijo, Israel, y conducirlo por el camino de la conversión y la vida. Junto al amor del Señor, fundamento de su proceder, el relato de Ezequiel resalta la responsabilidad del profeta que acoge la Palabra del Señor y se convierte en su portavoz, una responsabilidad que se detiene ante el umbral de la libre elección personal.

 

Segunda lectura: Romanos 13,8-10

Hermanos:

8 con nadie tengáis deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley

9 En efecto, los preceptos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro que pueda existir; se resumen en éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

10 El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la Ley.

 

El fragmento de la Carta a los Romanos pertenece a la parte exhortativa, donde Pablo pasa del plano doctrinal al practico, a la vida del cristiano. El apóstol centra la atención del relato en el mandamiento del amor, con unas expresiones tan sintéticas y eficaces que perfectamente podría llevar por título <<el segundo himno paulino a la caridad».

En los versículos precedentes, Pablo se detenía en los deberes del cristiano y las autoridades civiles, particularmente en el cumplimiento de dar a cada cual lo que le corresponda» (v. 7); ahora, habla de una <<deuda» singular, inextinguible: la del amor mutuo. Esta deuda, observaba H. U. vón Balthasar, <<desciende del título de cristianos; la contraen porque quieren vivir de acuerdo a la alianza de amor de Dios con la humanidad, alianza que se realiza en el sacramento de la Iglesia. Nadie los obliga a creer aunque si "creen" deben “amar" libremente, incondicionalmente, tan incondicionalmente como lo es la fe. Y "deben", como Cristo, amar "libremente" a los enemigos como amigos, única posibilidad para atraer a los enemigos a la reciprocidad del amor o encomendarlos a la correspondencia de la nueva y eterna alianza».

Pablo está citando Lv 19,18 (<<Amarás a tu prójimo como a ti mismo>>) y lo interpreta según la nueva acepción ofrecida por Jesús en Mt 22,40, donde el <<prójimo» no es solamente uno de los míos, el hermano y miembro de la comunidad cristiana, sino cada persona. El proyecto de vida cristiana encuentra su fulcro en el mandamiento del amor, compendio y resumen de la Ley tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En este sentido, <<el amor es la plenitud de la ley» (v 10), es decir su cumplimiento, su plena consumación y su núcleo esencial.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

Dijo Jesús a sus discípulos:

15 Por eso, si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

El texto evangélico de hoy pertenece al <<discurso eclesial» de Jesús (o discurso sobre la fraternidad). En el evangelio de Mateo se encuentra después de la parábola de la oveja perdida y la solicitud de Jesús con los <<pequeños», con las personas mas débiles en la fe y, por lo tanto, mas expuestas al peligro del desaliento o la deserción. El presente relato se puede leer como la ilustración práctica de la búsqueda solicita de la oveja perdida.

Si hacemos una lectura superficial de las palabras de Jesús, nos puede dar la impresión de que se trata de un discurso duro: enumera detalladamente una serie de normas disciplinares y concluye con una sentencia judicial. En realidad, la enseñanza de Jesús responde a una preocupación pastoral: salvar a los hermanos mas frágiles y exhortar a todos para que se responsabilicen del hermano que ha pecado y le ayuden a volver.

El mandato categórico <<ve» (vt 15) sobreentiende que se requiere coraje para corregir al hermano extraviado, que es necesario vencer una resistencia interior para dar este paso, pues el bien del hermano vale mas que el malestar percibido, y a gusto y por él, se sacrifica el propio “bienestar». Jesús sugiere el itinerario a seguir en la corrección fraterna. Se parte con una primera tentativa admonitoria, cara a cara, con delicadeza y discreción, sin intención de humillar o mortificar; sino con el deseo de comunicar el sufrimiento de la comunidad, causado por el pecado y la separación, y a la espera de abrazar afectuosamente al hermano.

Si este intento fracasa, se recurre a la corrección en presencia de dos o tres testigos; y solo en el caso de un ulterior fiasco se hace participe del problema a toda la comunidad. Si a pesar de la intervención de la comunidad el resultado es negativo, queda el reconocimiento oficial de la separación del hermano de la Iglesia. No se trata, propiamente, de una <<excomunión», sino de la declaración explícita de una situación de hecho ya ocurrida: <<considéralo como un pagano o un publicano» (v. 17), es decir, como alguien extraño a la comunidad.

El hincapié sobre la comunión es insistente en los versículos finales (vv. 19ss): la concordia de los corazónes -en griego, <<sintonía» o <<sinfonía»- puestos de acuerdo para pedir cualquier cosa asegura la acogida de la petición, la comunión <<en el nombre de Jesús».

Es decir, reunirse en torno a la persona de Jesús, adhiriéndose a su Palabra y a su misión en la historia, asegura la presencia de Dios. El texto evangélico podríamos leerlo ahora a partir de estos versículos finales, con cuya luz se ilumina el rostro auténtico de la Iglesia: una comunidad de amor que hunde sus raíces en el misterio de Cristo, el misterio del amor hasta el extremo.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios propuesta por la liturgia orienta nuestros pasos y guía nuestra mente y nuestro corazón hasta el mandamiento evangélico de la corrección fraterna: el profeta Ezequiel proclama la responsabilidad personal, el apóstol Pablo recuerda que en el amor mutuo hunde sus raíces y, por ultimo, el evangelista Mateo enseña a practicarla con el estilo de Jesús.

        Frente a este tema experimentamos una sensación de malestar una cierta resistencia. Y a menudo -así hay que reconocerlo- eludimos la corrección fraterna. Por tanto, es necesario redescubrir el sentido teológico profundo de la corrección fraterna. Contemplemos con mirada atenta el misterio de la cruz de Jesucristo mediante la cruz nos llega la salvación; la cruz es el signo del gran amor que Dios nos tiene; salvándonos, nos hace portadores de su salvación. La auténtica corrección fraterna nace justo <<en ese punto de encuentro donde la salvación obtenida se convierte en salvación entregada, donde un pecador perdonado se convierte en instrumento de perdón redentor de mediación salvadora, y sale al encuentro del hermano pecador como él, para que acoja el do de Dios, igual que él» (A, Cencini).

Si la cruz de Jesús es el centro de la experiencia religiosa personal, también será el centro de la fraternidad que se reúne en su nombre: por la cruz pasará nuestra interrelación. Sólo la cruz de Jesús tiene el poder de juzgar y reconciliar, y si vivo en la escucha humilde y sincera de la Palabra de la cruz, si me dejo <<radiografiar» en mi verdad y forjar en la verdad de Dios-Amor entonces, y sólo entonces, podré ser un instrumento de corrección y reconciliación, libre de cualquier tipo de juicio. Este camino de corrección fraterna evita tanto los excesos de la impotencia como de la prepotencia, excesos -uno y otro— que revelan un escaso sentido de la comunicación y de la disponibilidad para corregir y dejarse corregir fraternalmente.

Todavía resuenan hoy las proféticas palabras de Pablo VI en su exhortación Paterna cum benevolentia: <<La corrección fraterna es un acto de caridad mandado por el Señor [...]. Su práctica obliga a quien la rea1iza a sacar primero la viga de su ojo (cf Mt 7,5), para que no se pervierta el orden de la corrección. La práctica de la misma se dirige desde el principio como un movimiento a la santidad, que solo puede obtener en la reconciliación su plenitud; consistente no en una pacificación oportunista que disfrazase la peor de las enemistades, sino en la conversión interior y en el amor unificador en Cristo que se deriva» (cap. VI). En esta línea comprendemos 1a grandeza de la corrección fraterna: un instrumento indispensable que ayuda a crecer a la comunidad y a cimentarla en el amor de Cristo.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor; a permanecer enmudecido a los pies de tu cruz para escuchar tu Palabra y dejarme alcanzar y modelar por ella. Solo la Palabra de tu cruz revela la verdad de mi vida y desvela el disfraz de mi mentira. Tu Palabra me juzga, Señor, me juzga severamente; ante ella no puedo, ni quiero, esconderme. Descubro con la delicia y la alegría del niño que, mientras tu Palabra <<hiere, cura>> (cf Job 5,18), de ella nace una vida nueva.

Descubro que <<el Señor reprende a quien ama, como un padre a su hija predilecto>> (cf Prov 3,12). Descubro que <<él reprende, corrige, enseña y conduce como un pastor su rebaño» (cf Sir 18,13). Y aun descubro que la Palabra de la cruz me atrae y su potencia divina acoge mi debilidad palmaria y transforma el mal en bien. Señor, ayúdame a ser según tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

Debemos querer la salvación de todos; empleemos saludablemente la severa corrección para que no perezcan o se pierdan otros. Sólo a Dios toca el hacerla provechosa a los que El previó y destinó para ser conformes a la imagen de su Hijo (Rom 8,29). Pues si alguna vez nos abstenemos de corregir por temor a que alguien se pierda ¿por qué hemos de corregir por temor a que alguien no se pervierta mas? No tenemos nosotros entrañas mas piadosas que el apóstol cuando dice; <<Os exhortamos asimismo, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos» (1 Tes 5,14ss). Estas palabras significan que se vuelve mal por mal cuando se descuida la corrección que debe hacerse y se evita con culpable disimulo. Pues dice también: <<A los culpables, repréndelos delante de todos, para que los demás cobren temor» (1 Tim 5,20).

Se alude aquí a los pecados públicos, pues de lo contrario daría motivo para pensar que el lenguaje del apóstol es contrario al del Salvador que manda: <<Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas» (Mt 18,15). Y, sin embargo, El también lleva la severidad mas adelante, añadiendo: <<Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace casa a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano» (Mt 18,17).

¿Y quién amó mas a los enfermos que El, pues por todos se hizo flaco y por todos fue crucificado a causa de su humanidad?

Siendo esto así, luego ni la gracia excluye la corrección ni la corrección excluye la gracia. Por consiguiente, al prescribirse lo que exige la justicia, se ha de pedir con fiel oración a Dios la gracia para cumplirla, y ambas cosas han de hacerse sin que se descuide la justa corrección. Y todo hágase con caridad, porque la caridad no peca y cubre multitud de 1os pecados (1 Pe 4,8) (Agustín de Hipona, <<De la corrección y de la gracia», 16.49, cn Obras, VI, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1949, 201).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El que ama no hace mal al prójimo» (Rom 13,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hay un significado clásico de la corrección fraterna, en perfecta consonancia con el mandato evangélico de Mt 18, que entiende este servicio fraterno, en la línea de recuperación de quien se ha equivocado, como un modo evangélico de situarse ante el pecado ajeno. La corrección fraterna <<es un gesto purísimo de caridad, realizado con discreción y humildad, en relación con quien ha errado; es comprensión caritativa y disponibilidad sincera hacia el hermano para ayudarle a llevar el fardo de sus defectos, de sus miserias y debilidades a lo largo de los arduos senderos de la vida; es una mano tendida hacia quien ha caído para ayudarle o levantarse y reemprender el camino...; es una práctica y eficaz catequesis que hace creíbles el amor y la verdad; es uno solícita intervención fraterna que quiere curar las heridas del alma sin causar sufrimientos ni humillaciones».

Pero hay también otro significado que está abriéndose camino progresivamente en la interpretación de la corrección fraterna. <<A lo largo  de los últimos años, la corrección fraterna se ha desplazado desde la esfera penitencial hacia la Espiritual», es decir, ha pasado gradualmente de la finalidad exclusivamente negativa (el reproche por un error) a una positiva <<propositiva>>, que se articula <<en una pluralidad de intervenciones graduales, no fácilmente definibles a priori, que van desde la ayuda que se presta al hermano para que no se extravíe, el apoyo que se ofrece a los débiles o el estímulo dirigido a los pusilánimes, la exhortación, la llamada de atención y la corrección, hasta la drástica medida de la excomunión, en el caso de que se revele como útil >>.

Así pues, siempre se trata de una intervención motivada por la presencia del mal, de lo limitación, de la debilidad, de la incertidumbre, pero con la intención de superar todas estas realidades en virtud de la fuerza positiva siempre presente en el sujeto; la corrección fraterna quiere poner de manifiesto este bien para hacerlo fructificar. Se trata de corregir <<promoviendo>> y de <<promover» corrigiendo. Precisamente, gracias a esta apertura o a esta mirada prospectiva tiene lugar la integración del mal.

        En este sentido, la corrección fraterna es <<un conjunto de comportamientos de iluminación, consejo, estimulo, reproche, amonestación y súplica que hay que cultivar pacientemente para adquirirlos como estilo propio y para hacerlos practicables cada día», por medio de los cuales se trata de ayudar al hermano a desistir del mal y hacer el bien. <<La corrección fraterna es entrar en la intimidad y del culpable, pero éste alberga en su interior quién sabe cuántos valiosos elementos positivos: hay que reservar un elogio para ellos>>.

Supone una notable ampliación de significado y, de todos modos, en línea con ese sentido de fraternidad responsable que es la clave de la  lectura de Mateo 18, 15-17. En efecto, el verbo reprender traduce un término hebreo cuya raíz significa también <<exhortar y educar>>, no solo <<corregir y castigar>>. Existe, además, una interpretación etimológica realmente sugestiva (aunque no sé en qué medida esta fundada), según la cual <<corregir>> vendría del verbo cumregere, esto es, literalmente significaría <<llevar juntos>>, llevar juntos el peso de un problema, de una debilidad, de un pecado, en definitiva, de una situación complicada del hermano, para no dejarlo solo y ayudarle a salir de sus problemas. En cierto modo, como aquellos hombres del evangelio de Lucas que cargaron sobre sus espaldas al paralítico y lo llevaron ante Jesús para que lo curara: Jesús lo curó, como ya sabemos, al ver su fe (cf Lc 5,7-26). Corrección fraterna es también esto: cargar con el peso de alguien que es débil y que solo con sus fuerzas nunca podría llegar a resolver sus problemas, teniendo bien presente que, en otras ocasiones, nosotros mismos hemos sido llevados por otro. Entonces se realiza realmente la integración del mal (A. Cencini, Como ungüento precioso, San Pablo, Madrid 2000, 2ll—213; traducción, José Francisco Domínguez).

 

Día 8

 

Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre)

 

La fiesta del nacimiento de María se remonta al siglo V, momento en el que se edificó una iglesia en Jerusalén, en el lugar donde los apócrifos imaginaban que había estado la casa de Joaquín y Ana, padres de la madre de Jesús.

Las razones de la elección del día 8 de septiembre no nos son conocidas (la fijación de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nueve meses antes, en el calendario litúrgico, es tardía).

La Iglesia oriental solemniza la natividad de María como inicio del año litúrgico; las primeras celebraciones en Occidente (a partir de Roma) aparecen en el siglo VII.

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 8,28-30

Hermanos:

28 Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios.

29 Porque a los que conoció de antemano, los destinó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos.

30 Y a los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación, les comunicó su gloria.

 

*+• Esta perícopa constituye un fruto de la maduración de una fe asimilada por el mismo autor de la Carta a los Romanos: el apóstol Pablo; y presenta además la preocupación por la difusión de este mensaje a fin de que sea cada vez mayor el número de los destinatarios que lo reciban, se convenzan de él y se sirvan del mismo.

El marco del escultural pasaje es trinitario: el Espíritu acompaña y enseña (vv. 26ss), Cristo consolida la comunión en el amor (vv. 31-39), Dios Padre mantiene el proyecto eterno de manifestar su propia paternidad divina a través de la entrega a los hombres de la filiación y de la fraternidad con Cristo, primogénito de muchos hermanos.

El centro del mensaje paulino está en un anuncio de fe: hay un nacimiento como don del amor de Dios, un acompañamiento de la vida nueva, una consumación en la participación de la gloria.

 

Evangelio: Mateo 1,1-16.18-23

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed;

Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel;

Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros).

 

»*• El exordio del evangelio según Mateo representa una especie de consulta del registro civil sobre Jesús: es como una letanía de nacimientos. Más o menos, todos los antepasados han sido protagonistas en una etapa de la historia; en el nacimiento y en la vida de muchos de ellos resultó determinante la intervención del Señor.

Al final de la lista, el evangelista -discípulo de Cristo sumiso a la cultura judía- sitúa a José, esposo de María, «de la cual nació Jesús, llamado Mesías» (v. 16). José no tuvo ninguna presencia, sino sólo proximidad y contigüidad, en el acontecimiento de la encarnación, revelado como misterio matrimonial entre la Virgen y el Espíritu Santo. También José recibió este anuncio. También él fue madurando en la fe la comprensión del nacimiento de aquel que fue engendrado en María, su esposa, por el Espíritu Santo y estaba destinado a salvar al pueblo de sus pecados (v. 21). También él secundó la Palabra divina, obediente, silencioso, activo.

 

MEDITATIO

La meditación en la fiesta del nacimiento de María se enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.

Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia del nacimiento.

Semejante observación podría parecer una obviedad; sin embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.

El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas (el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.

 

ORATIO

Santa María, hija del Dios de la vida, criatura nacida en medio de la alegría, arca de la gracia plasmada por el Espíritu, salve. Madre del Viviente, canta aún por nosotros la alabanza al Todopoderoso y guía la gratitud por toda vida que nace y madura junto a nosotros.

Mujer destinada por adelantado a la existencia para abrir la vida al Hijo del hombre, el vencedor de la muerte con su resurrección, acompáñanos en el camino y en las pausas de la vida. Virgen solitaria, presencia amorosa y servicial en nuestra historia, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien fueron hechos el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne, sin perder la divinidad.

Hasta la Palabra se junta y une con la carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el mismo esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja virgen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad. ¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente interrogar así a una virgen y pulsar inoportunamente con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que ella, llena de rubor, me responde y me alecciona: ¿Me preguntas de dónde me ha venido todo esto?

Me ruborizo al responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te dé la respuesta». Dime, ángel, ¿de dónde le ha venido eso a María? Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Le 1,28).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta antífona litúrgica: «María, virgen madre de Dios, bendita y digna de toda alabanza, nosotros celebramos tu nacimiento: ruega por nosotros al Señor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín, tu marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno.

Y Joaquín salió y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el consejo de los ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.

Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones, porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día. [...]

Y los meses de Ana se cumplieron y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y,  transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y la llamó María.

Y cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que torne cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el gran sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti/ hasta el último día, el Señor hará ver la redención por El concedida a los hijos de Israel (Protoevangelio de Santiago IV, 2-4; V, 2; Vil, 2).

 

Día 9

Martes 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 6,1-11

Hermanos:

1 Cuando alguno de vosotros tiene un litigio con otro hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto a un tribunal no cristiano, en lugar de resolverlo entre creyentes?

2 ¿Acaso no sabéis que son los creyentes quienes juzgarán al mundo? Pues si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿no vais a ser competentes para juzgar causas más pequeñas?

3 ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¡Pues mucho más las cosas de esta vida!

4 Y, sin embargo, cuando tenéis que recurrir a los tribunales para las cosas de esta vida, elegís como jueces a quienes nada cuentan en la Iglesia.

5 Para vergüenza vuestra os lo digo. ¿Es que no hay entre vosotros algún entendido capaz de ser juez entre sus hermanos?

6 ¡Pleiteáis hermano contra hermano, y lo hacéis ante jueces no cristianos!

7 Ya es triste cosa para vosotros andar pleiteando unos contra otros. ¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?

8 ¡Pero no! Sois vosotros los que injuriáis y despojáis, y para colmo, a los hermanos.

9 ¿O es que no sabéis que los malvados no tendrán parte en el Reino de Dios? No os engañéis: ni los lujuriosos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales,

10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores tendrán parte en el Reino de Dios.

11 Y esto es lo que erais algunos de vosotros, pero habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios.

 

*+• De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad.

Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención. El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (w. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.

A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (w. 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de arbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.

Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.

 

Evangelio: Lucas 6,12-19

12 Por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos y llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

17 Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,

18 que habían venido para escucharlo y para que los curara de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,

19 y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

 

**• Siguiendo una indicación que le resulta entrañable, refiere Lucas que Jesús se retira a la montaña para orar y se pasa allí toda la noche (v. 12). Aunque la relación entre la oración de Jesús y la elección de los Doce no aparece de manera explícita, a la luz de la fe es más que legítimo establecer una relación íntima entre la seriedad de la acción que Jesús va a realizar y su actitud orante frente al Padre. La elección de los Doce está emparejada a una llamada: «Llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13). La vocación y la misión son inseparables entre sí: en caso contrario, la misión, en vez de equivaler al ministerio, se reduce a ser un oficio. Por otra parte, la vocación, sin el atraque en la misión, sería una acción incompleta.

«A quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13b): da la impresión de que Lucas cae aquí en un anacronismo, puesto que, a lo que parece, apóstol es un término típicamente pascual. Pero conocemos muchos de estos flash-back llevados a cabo no sólo por Lucas, sino también por Juan. Esto no supone ningún problema para nosotros; es más, nos alegra ver la luz pascual proyectada sobre el tiempo del ministerio público de Jesús, como para decir que esa misma luz se proyecta de hecho en nuestra vida y en nuestra historia. Por último, la relación de Jesús con la muchedumbre se caracteriza, una vez más, de un doble modo: la gente viene para escuchar a Jesús y para ser curada de sus enfermedades (v. 18). En ambos casos se trata, para Lucas, de una «fuerza» que da autoridad a su enseñanza y eficacia a sus acciones taumatúrgicas.

 

MEDITATIO

Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy, parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia.

Como es sabido, ésta es una de las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad. Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.

El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia, sino, antes aún, su salvador: la Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su ministerio público (cf. Mt 10,lss) le corresponde otra más importante después de la resurrección (cf. Mt 28,16-20).

Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de nuestra fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es objeto de nuestro testimonio.

 

ORATIO

Oh Señor, es propio del hombre discreto hacer brotar modos de comportamiento cada vez más honestos, unidos a la progresiva transparencia de la vida: concédeme envejecer así. Es propio del hombre discreto poseer calma en su juicio, lo que le hace imparcial en todo y le libera de toda corrupción: concédeme relacionarme así. Es propio del hombre discreto tener un respeto profundo por los otros, así como la capacidad de abrirse a los juicios ajenos: concédeme alegrarme así. Es propio del hombre discreto valorar la vida con todas sus sombras y todas sus luces: concédeme crecer así. Es propio del hombre discreto favorecer el crecimiento de la persona sin retorsiones, castigos inútiles, prejuicios y cierres: concédeme obrar así.

Oh Señor, concédeme la discreción, esa ciencia práctica de la vida y de la fe que me hace libre desde el punto de vista emocional, capaz de discernimiento y justo en el juicio para señalar a todos el camino hacia el bien.

 

CONTEMPLATIO

Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.

Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente: nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno, es el Señor.

Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».

Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna (san Columbano, Instrucción 13 sobre Cristo fuente de vida, 2ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo» (1 Cor 6,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

-¿Tienes una buena noticia para darme y me haces suspirar tanto por ella?

-¿Yo una buena noticia? Tengo el infierno en el corazón, ¿y tendré una buena noticia para ti? Dime, si lo sabes, cuál es esa buena noticia que esperas a través de mí.

-Que Dios ha tocado tu corazón y quiere hacerte suyo, respondió con calma el cardenal.

-¡Dios! ¡Dios! ¡Si lo viera! ¡Si pudiera sentirlo! ¿Dónde está ese Dios?

-¿Tú me lo preguntas? ¿Tú? ¿Y quién lo tiene más cerca que tú? ¿No lo sientes en el corazón, no sientes que lo oprime, que lo agita, que no te deja estar, y, al mismo tiempo, te atrae, te hace presentir una esperanza de quietud, de consuelo, de un consuelo que será pleno, inmenso, en cuanto lo reconozcas, lo confieses, lo implores?

-¡Es cierto! Tengo algo aquí que me oprime, que me corroe. Pero ese Dios, si es que existe, si es lo que dicen, ¿qué quiere hacer de mí? [...].

-¿Qué puede hacer Dios contigo? ¿Perdonarte? ¿Salvarte? ¿Llevar a cabo en ti la obra de la redención? ¿No son cosas magníficas y dignas de él? Piensa. Si yo que soy un hominicaco, un miserable, y estoy lleno de mí mismo, si yo, tal cual soy, me atormento ahora de este modo por tu salud, que por ella daría con gozo (él me es testigo) estos pocos días que me quedan, ¡piensa! ¡cuánta, cómo debe de ser la caridad de aquel que me infunde ésta tan imperfecta, pero tan viva! ¡Cómo te ama, cómo te quiere! ¡Cómo debe de ser el que me manda y me inspira con un amor por ti que me devora! (A. Manzoni, I promessi sposi, diálogo entre Federico Borromeo y el Anónimo [edición española: Los novios, Círculo de Lectores, Barcelona 1997]).

 

 

Día 10

Miércoles 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 7,25-31

Hermanos:

25 Acerca de las personas solteras, no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, mi consejo como quien, por la misericordia del Señor, es digno de crédito.

26 Sigo creyendo, en efecto, que, debido al momento excepcional que vivimos, es bueno que el hombre permanezca como está.

27 ¿Estás casado? No busques la separación. ¿Eres soltero? No busques mujer.

28 Aunque si te casas, no pecas, y tampoco peca la doncella si se casa. Quisiera, sin embargo, ahorraros las tribulaciones temporales que éstos sufrirán.

29 Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;

30 los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran;

31 los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar.

 

**• Pablo recuerda a las personas solteras una verdad fundamental y les dirige algunas exhortaciones. La verdad es ésta: «el tiempo se acaba» (y. 29). La expresión griega deberíamos traducirla así al pie de la letra: «El tiempo ha plegado las velas», una imagen bastante expresiva y que alude al arte náutico. El pensamiento del apóstol parece ser este: sea cual sea el lapso de tiempo que discurra entre hoy y la parusía, es decir, el retorno glorioso del Señor, el mundo futuro está ya presente en cualquier caso, en medio de nosotros gracias al poder del Señor; mediante la muerte y resurrección de Jesús, Dios ha inaugurado ya en nosotros y entre nosotros la novedad de su Reino. A esta luz, la vida célibe, elegida libre y alegremente por el Reino (cf. Mt 19,12), lejos de ser un desprecio por el matrimonio, constituye un signo escatológico que tiende a orientar nuestra espera y la ajena hacia la alegría última. Las exhortaciones son la consecuencia lógica de la verdad anunciada.

En primer lugar, es preciso vivir la espiritualidad del «como si» (w. 29-31): la linealidad del pensamiento paulino no necesita ulteriores comentarios. Viene, a continuación, la lógica de «lo que es mejor» (cf. 7,9: «Es  mejor casarse que abrasarse»; 7,38.40: «El que da a su hija en matrimonio hace bien, y el que no la da hará todavía mejor»). Está claro que Pablo pretende proponer a nuestra libertad aquello que, por su experiencia personal y por el amor que le une indisolublemente a Cristo, está convencido de que es lo mejor para desear y para llevar a cabo.

En segundo lugar -aunque sólo se trata de un consejo personal y no de un mandato recibido del Señor-, aconseja Pablo que cuando alguien acceda a la fe en Cristo continúe viviendo, como casado o como célibe virgen, en la situación en la que se encontraba antes. Pero lo que más cuenta -y en esto se basa la enseñanza de Pablo tanto para los casados como para los célibes- vírgenes- es la conciencia de que todos hemos «sido comprados a buen precio» (7,23), como es obvio, por Cristo Jesús, mediante su muerte y resurrección. Es siempre el misterio pascual el que proyecta luz sobre nuestra vida.

 

Evangelio: Lucas 6,20-26

En aquel tiempo,

20 Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

22 Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.

24 En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

25 ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!

26 ¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!

 

*•• Comienza aquí -y continúa hasta Lc 8,3- la llamada «pequeña inserción» de Lucas respecto a Marcos, su fuente. Lucas, a diferencia de Mateo, reduce las bienaventuranzas de ocho a cuatro, pero a las cuatro bienaventuranzas añade cuatro amenazas. Según la opinión de los exégetas, Lucas nos ofrece una versión de las palabras de Jesús más próxima a la verdad histórica, y esto tiene una particular relevancia. Con todo, bueno será recordar que la mediación de varios evangelistas a la hora de referir las enseñanzas de Jesús no traiciona la verdad del mensaje; al contrario, la centran y la releen para el bien de su comunidad.

Tanto las ocho bienaventuranzas de Mateo como las cuatro de Lucas pueden ser reducidas a una sola: la bienaventuranza -esto es, la fortuna y la felicidad- de quien acoge la Palabra de Dios a través de la predicación de Jesús e intenta adecuar su vida a ella. El verdadero discípulo de Jesús es, al mismo tiempo, pobre, apacible, misericordioso, trabaja por la paz, es limpio de corazón, etc. Por el contrario, quien no acoge la novedad del Evangelio sólo merece amenazas, que, en boca de Jesús, corresponden a otras tantas profecías de tristeza e infelicidad. La versión lucana de las bienaventuranzas- amenazas se caracteriza asimismo por una contraposición entre el «ya» y el «todavía no», entre el presente histórico y el futuro escatológico. Como es obvio, la comunidad para la que escribía Lucas tenía necesidad de que le recordaran que no sólo debía traducir su fe en actos de caridad evangélica, sino que también tenía que mantener viva la esperanza mediante la plena adhesión a la enseñanza, más radical, de las bienaventuranzas evangélicas.

 

MEDITATIO

La liturgia de hoy nos presenta un tema fuerte para nuestra meditación, un tema de gran actualidad: ¿qué es lo bueno para el cristiano en materia de matrimonio y de virginidad? ¿Qué es lo mejor? ¿Qué es lo mandado y qué lo que sólo se aconseja?

La intervención directa de Pablo en la vida de la comunidad cristiana de Corinto brilla por su claridad y por su equilibrio. No sabría yo decir hasta qué punto su experiencia previa ha influido en este modo de «ver» la situación de vida de los cónyuges y de los célibes-vírgenes: no se trata de investigar en el ánimo de Pablo con instrumentos psicoanalíticos más o menos correctos.

Sabemos, sin embargo, que el encuentro con Cristo resucitado, a partir de Damasco, imprimió una nueva dirección a su vida, pero hizo nacer también en él una nueva mentalidad y, por consiguiente, una nueva facultad de juicio.

Decíamos claridad y equilibrio: la primera nos lleva a considerar el matrimonio y la virginidad como dos opciones de vida dignas ambas de la persona humana, ambas buenas según la bondad de la economía de la creación, ambas conformes con la novedad de vida de quien cree en Cristo, ambas compatibles no sólo con la lógica evangélica, sino también con su radicalismo evangélico, ambas ricas en espiritualidad, ambas «lugares» en los que se puede vivir la caridad en grado sumo, ambas capaces de conducir a los creyentes a las más elevadas cumbres de la santidad. La de Pablo es también una enseñanza extremadamente equilibrada, y ello por un motivo simple y persuasivo al mismo tiempo: Pablo no impone nada a nadie, consciente como es de que sólo una opción personal libre y alegre es digna de la persona humana y nadie, ni siquiera Dios y mucho menos Cristo, puede hacer violencia al santuario de la conciencia humana.

 

ORATIO

Oh Señor, poco a poco va pasando la escena de este mundo: pasa la juventud con todas sus fuerzas, desaparecen personas queridas y amigas, se van los momentos de fama y de gloria, se reduce nuestro campo de acción y nuestras ideas son reemplazadas por otras.

Oh Señor, poco a poco aparece el gran más allá: más allá del tiempo que corre veloz llevándose consigo cosas, personas y sucesos; más allá del hombre de todos los tiempos, que advierte este vertiginoso pasar sin poder captar de modo pleno el desarrollo de los hechos; el gran «más allá» que plasma una nueva visión, que hace más viva la fe, que enciende deseos de paraíso.

Oh Señor, poco a poco se perfila el mundo nuevo: se respira aire puro, se abre camino la fascinación de lo trascendente, nos sentimos fortificados por la inmortalidad que da sentido a la vida, aceptamos el misterio que permite caminar con fe y esperanza hacia un futuro prometedor.

¡Ven, Señor Jesús!

 

CONTEMPLATIO

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor. Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había sido solamente en semejanza (Pedro Crisólogo, Sermón 148, en PL 52, 596-598).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sé que el tiempo trabaja de por sí para la eternidad. Sé que el plan de Dios se realiza de todos modos y que Cristo se ha encarnado en la historia y nadie podrá suprimir esta encarnación jamás. Sé que el mismo mal coopera al bien... Dios es superior a Satanás... Mil años son menos que un día para la eternidad. Y nadie sabe lo que puede pasar mañana. Lo que no ha pasado en veinte siglos puede suceder tal vez esta noche o dentro de otros veinte siglos. «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder» (Hch 1,7). Pero eso no nos pertenece. Esto pertenece a Dios, y nosotros debemos actuar... Yo soy de hoy. Soy responsable de esta historia, del presente en el que he sido llamado a vivir.

«No les queda vino»: éste era el objetivo de toda mi vida religiosa. Conseguir cantar las nupcias cristianas; y volver a llevar a nuestros comedores a Jesús y a su madre; y convertir las lágrimas en cálices de alegría; y proveer por su mediación a nuestras consumibles ebriedades (David M. turoldo, extractos de una entrevista).

 

Día 11

Jueves 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 8,1b-7.11-13

Hermanos: El saber envanece; sólo el amor es de veras provechoso.

2 Si alguno cree que sabe algo, es que todavía ignora cómo hay que saber,

3 pero si ama a Dios, entonces Dios está unido a él.

4 En cuanto a comer carnes sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y que no hay más que un Dios.

5 Existen, en verdad, quienes reciben el nombre de dioses, tanto en el cielo como en la tierra -y ciertamente son muchos esos dioses y señores-;

6 sin embargo, para nosotros no hay más que un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor, Jesucristo, por quien han sido creadas todas las cosas y por quien también nosotros existimos.

7 Pero no todos tienen este conocimiento. Algunos, por estar acostumbrados hasta ahora a la idolatría, comen carne sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que está poco formada, se hace culpable.

11 Y así, porque tú te las das de sabio, puede perderse ese que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió.

12 Por eso, pecando contra los hermanos y haciendo daño a su conciencia mal formada, pecáis contra Cristo.

13 Por tanto, si tomar un alimento pone a mi hermano en ocasión de pecar, jamás tomaré ese alimento, para no ponerle en peligro de pecar.

 

*• La situación vital que considera Pablo en este fragmento de su primera carta a los cristianos de Corinto nos permite alcanzar la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de otro camino: el de la caridad cristiana )

Vivían en Corinto algunos cristianos que, en virtud de su seguridad, ostentada más que arraigada en su corazón, se exponían con excesiva facilidad a provocar escándalos en otros creyentes, sobre todo en los menos firmes en la fe. Hacían gala de comer carne sacrificada a los ídolos, cosa que para los otros, si no estaba completamente prohibida, era al menos muy inconveniente. Y de esta guisa se contraponían en aquella comunidad los fuertes y los débiles, en un combate que, en vez de suscitar emulación por la pureza de la vida cristiana, sembraba escándalo y ruina espiritual.

A todos -a los fuertes y a los débiles- les recuerda Pablo dos verdades fundamentales: los ídolos son dioses falsos y embusteros, celosos de nuestra libertad y déspotas con respecto a nosotros, mientras que «para nosotros no hay más que un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos» (v. 6). No nos encontramos ante un monoteísmo filosófico, fruto de una investigación puramente humana, sino ante la revelación de Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que nos viene no sólo el mandamiento del amor, sino también la posibilidad de cumplirlo.

La segunda verdad es, una vez más, la del misterio pascual de Cristo: «Y así, porque tú te las das de sabio puede perderse ese que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió» (v. 11).

En este caso el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús aparece en pleno contraste con la actitud de quienes, en el seno de la comunidad y mediante el escándalo, provocan la muerte, aunque sólo sea espiritual, de un hermano en la fe, tal vez sin esperanza de resurrección.

 

Evangelio: Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Pero a vosotros que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,

28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.

29 Al que te hiera en una mejilla ofrécele también la otra; y a quien te quite el manto no le niegues la túnica.

30 Da a quien te pida, y a quien te quite lo tuyo no se lo reclames.

31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros.

32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman.

33 Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente.

35 Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; así vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno para los ingratos y malos.

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque, con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

**• Este fragmento se presenta como un eco de las bienaventuranzas evangélicas; más aún, nos ayuda a descubrir el fundamento primero y último de toda bienaventuranza cristiana.

«Amad a vuestros enemigos» (w. 27.35): el discurso no podría ser más claro. De este modo se destaca Jesús, como maestro y como guía, frente a todos los demás rabinos de su tiempo: no sólo contrapone el amor al odio, sino que exige que el amor de sus discípulos se concentre precisamente en aquellos que les odian. Un ideal de vida tan exigente y tan sublime no ha sido pedido ni lo será nunca por ningún maestro. No se trata, como es obvio, de un amor abstracto, sino de un amor que se traduce en multitud de pequeños gestos que, día tras día, interpelan y verifican la autenticidad del mismo amor. Para Jesús, sería ridículo amar sólo a los que nos aman: no habría en ello mérito alguno y, sobre todo, nuestro amor no sería signo distintivo de nuestra exclusiva e inequívoca pertenencia a Cristo: «También los pecadores aman a quienes los aman» (v. 32).

La enseñanza de Jesús acaba con aquella famosa expresión en la que Lucas sustituye la palabra «perfección», que emplea Mateo, por la de «misericordia»: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). En la lógica de la espiritualidad evangélica no se da otra perfección que no sea la de un amor fraterno que revela nuestra identidad filial respecto a Dios; no hay otra meta hacia la que tender más que la de un amor que sabe perdonar porque ha experimentado el don del perdón; no existe ningún otro mandamiento para observar más que el de tender a la imitación de Dios, que es amor misericordioso, por medio de actos de bondad y de misericordia.

 

MEDITATIO

«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»: así termina el fragmento evangélico de hoy, mientras que Mateo, en el texto paralelo, escribe: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (5,48). ¿Por qué esta diferencia? ¿Se trata acaso de una contradicción o hemos de buscar en otra dirección? Comenzaremos por señalar que, probablemente, la de Lucas podría ser la redacción más próxima a las palabras del Jesús histórico: nos viene espontáneamente a la cabeza pensar que Mateo, como buen judío convertido, tienda a señalar a sus destinatarios una meta de perfección según las exigencias de la nueva Ley, la inaugurada por Jesús. De este modo, y según Mateo, el cristiano se sitúa en plena continuidad con la más auténtica espiritualidad veterotestamentaria. A Lucas le gusta recordar explícitamente una enseñanza, difundida también en el Primer Testamento, que caracteriza a Dios como amor misericordioso (cf. Ex 34,6; Dt 4,31; Sal 78,38; 86,15), por el simple hecho de que esto constituye el mensaje central de todo el magisterio de Jesús de Nazaret. Si consideramos bien las cosas, en efecto, cada palabra, cada parábola, cada gesto de Jesús, no hace otra cosa que poner de manifiesto la verdad del Dios-amor, grande y misericordioso, amor paciente e indulgente, amor preveniente e incondicionado.

Debemos señalar, por último, que, en Dios, la perfección y la misericordia se identifican, y Lucas, como buen pedagogo, quiere que la perfección del discípulo alcance la misma meta del Maestro: amar hasta la entrega de sí mismo, sin reservas ni intereses; amar hasta el extremo de las propias fuerzas, sin arrepentimientos ni revanchas; amar a todos siempre, sin exceptuar a nadie.

 

ORATIO

Oh Señor, el amor no fue, para ti, una discusión de salón, y mucho menos un sueño vago y abstracto; no lo consideraste una cualidad o adorno del yo de la que gloriarnos, no lo intercambiaste con el sentimentalismo romántico, no lo definiste, porque no es una realidad estática.

Al contrario, Señor, el amor para ti es un arco iris de colores que hemos de abrazar sin barreras entre blancos y negros, judíos y gentiles, griegos y romanos, jóvenes y viejos, hombre y mujer, amigos y enemigos, buenos y malos. Es un sentimiento dinámico e indefinible porque, como la vida, es constantemente engendrador de algo nuevo, está en la base de todas tus relaciones: Pedro, la viuda, el ladrón, Zaqueo, los pequeños, la adúltera, Lázaro y tantos otros. Oh Señor, para ti vivir significa amar: éste es el don más grande que nos dejaste. -*

 

CONTEMPLATIO

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia a la que se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo. Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres.

¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra (Cesáreo de Arles, Sermón 25, 1, en CCL 103, lll s s ).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pecando contra los hermanos y haciendo daño a su conciencia mal formada, pecáis contra Cristo» (1 Cor 8,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Viendo Dios que los hombres se hacen atraer por beneficios, quiso cautivarlos para su amor por medio de los suyos. Dijo por tanto: «Quiero atraer a los hombres para que me amen con aquellos lazos con que los hombres se hacen atraer, a saber: con los vínculos del amor». Esos fueron precisamente los dones que Dios hizo al hombre. Él, después de haberlos dotado de alma con potencias a su imagen, de memoria, intelecto y voluntad, así como de un cuerpo provisto de sentidos, creó para él el cielo y la tierra y tantas otras cosas, todas ellas por amor al hombre; a fin de que sirvieran al hombre y éste le amara por gratitud a tantos dones.

Pero Dios no se contentó con darnos todas estas hermosas criaturas. Para hacerse con todo nuestro amor, llegó a dársenos todo él mismo. El Padre eterno llegó a darnos a su mismo y único Hijo. Al ver que todos nosotros estábamos muertos y privados de su gracia a causa del pecado, ¿qué hizo? Por su amor inmenso -más aún, como escribe el apóstol, por el excesivo amor que nos tenía-, mandó a su Hijo amado para que satisficiera por nosotros y para devolvernos así aquella vida que el pecado nos había arrebatado. Y al darnos a su Hijo (no perdonando a su Hijo para perdonarnos a nosotros), junto con el Hijo nos dio todo bien: su gracia, su amor y el paraíso (Alfonso Mª de Ligorio, Pratica di amare Gesü Cristo, I, 1 -5 [edición española: Práctica del amor a Jesucristo, Rialp, Madrid 1999]).

 

Día 12

Viernes 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 9,16-19.22b-27

Hermanos:

16 Anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo, ¡y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!

17 Merecería recompensa si hiciera esto por propia iniciativa, pero, si cumplo con un encargo que otro me ha confiado,

18 ¿dónde está mi recompensa? Está en que, anunciando el Evangelio, lo hago gratuitamente, no haciendo valer mis derechos por la evangelización.

19 Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos los que pueda.

22 He tratado de adaptarme lo más posible a todos para salvar como sea a algunos.

23 Y todo esto lo hago por el Evangelio, del cual espero participar.

24 ¿No sabéis que, en las carreras del estadio, todos corren, pero solamente uno alcanza el premio? Corred de tal manera que lo alcancéis.

25 Los atletas se abstienen de todo con el fin de obtener una corona corruptible, mientras que nosotros aspiramos a una incorruptible.

26 Yo, pues, corro no como a la ventura, lucho no como quien azota el aire,

27 sino que disciplino mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, después de enseñar a los demás, quede yo descalificado.

 

**• Al igual que en el capítulo 4, también en éste se ve obligado Pablo a defender no tanto su propia persona como su obra de apóstol en medio de la comunidad cristiana de Corinto. No han faltado, en efecto, algunos que -entre otras cosas- le acusaban de obrar por interés en el ejercicio de su ministerio, como si buscara alguna recompensa material o, por lo menos, una afirmación personal. La reacción de Pablo se articula en unos cuantos pasajes fundamentales.

En primer lugar, afirma que es una «obligación» para él, y no un motivo de gloria, predicar el Evangelio (v. 16): emerge aquí la psicología del siervo-esclavo, esto es, del que se ha puesto libremente al servicio de su Señor y no puede sustraerse a esta obligación concreta. Pablo sabe que es un mandado y que no puede hacer huelga en la viña del Señor. Más aún, afirma Pablo: «¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (v. 16b): se sabe sometido constantemente al juicio de Dios, de quien espera todo veredicto de fidelidad o infidelidad. La amenaza que siente pesar sobre él, lejos de quitarle el espíritu de iniciativa, le invita a tomar siempre nuevas iniciativas apostólicas. La única recompensa que espera es la de predicar gratuitamente el Evangelio, que, de manera gratuita, le ha sido confiado (cf. Mt 10,8).

En la cima de todas sus preocupaciones está ese santo orgullo que le lleva a decir: «Todo esto lo hago por el Evangelio» (v. 23). Es hermoso e instructivo señalar esta total concentración física y espiritual de Pablo en su ministerio, en el que se manifiesta cada vez más generoso, cada vez más desinteresado, cada vez más consagrado (cf. también 2 Cor 6,3-10; Flp 3,7-14).

 

Evangelio: Lucas 6,39-42

En aquel tiempo, Jesús

39 les puso también esta parábola: -¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

40 El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

41 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

42 ¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

**• La paja o la mota en la viga: éste podría ser el título del fragmento evangélico que hemos leído hoy en la liturgia de la Palabra. En efecto, la enseñanza de Jesús versa sobre este gran contraste y se dirige a sus contemporáneos para ponerles en guardia contra el peligro de la presunción, que lleva a la ruina, precisamente como a los fariseos, que, en materia de presunción, no tenían rival. Estas palabras de Jesús van dirigidas a los discípulos: se trata de una parábola -escribe Lucas- que no tiene ciertamente necesidad de explicaciones, porque desmantela con toda claridad la actitud interior propia de quien ejerce un ministerio de guía respecto a sus hermanos. A contraluz aparece una insistente invitación de Jesús a la humildad, a la verdadera humildad, en virtud de la cual el que es guía no se erige en juez de los hermanos, sino que, a lo sumo, se expone voluntariamente a la recíproca corrección fraterna.

Del discurso parabólico pasa Jesús, de una manera insensible, a un discurso expositivo: «El discípulo no es más que su maestro», y a un discurso provocador: «¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano?... ¿Y cómo puedes decir a tu hermano?... ¡Hipócrita!» (w. 41ss).

La intención de Jesús es suscitar actitudes de vida comunitaria en aquellos a quienes confía su Evangelio, esto es, su propuesta de vida nueva. No hay verdadera espiritualidad cristiana sin la práctica de los mandamientos y, más aún, sin una adhesión total a la novedad evangélica. En labios de Jesús, el discurso sobre la mota y la viga se convierte así en una invitación, más insistente que nunca, a asumir con valor nuestras propias responsabilidades y a no caer en las trampas que, en su tiempo, habían enredado la práctica de los fariseos.

 

MEDITATIO

En el fragmento evangélico de hoy, sorprende el contraste entre la invitación dirigida al discípulo para que sea como el maestro y la sentencia de hipocresía pronunciada inmediatamente después. Se trata de la tensión en la que vive -y a la que tal vez no logra sustraerse- todo discípulo y todo seguidor de Jesús.

Por un lado, estamos invitados a poner al maestro Jesús frente a nosotros como el único digno de ser escuchado e imitado; al mismo tiempo, nos sentimos invitados a ponernos frente a él como frente a un modelo difícilmente imitable: «El discípulo no es más que su maestro» (v. 40). Sabemos muy bien que no podemos tender a una perfección divina: sería una actitud temeraria, indigna de un verdadero discípulo; sin embargo, estamos invitados a prepararnos bien para seguir lo más cerca posible a nuestro maestro y guía. El jugo de toda esta enseñanza se encuentra aquí: quien ha sido llamado a ser guía de los otros ha de ponerse tras los pasos de Jesús como un discípulo fiel, ha de optar por Jesús como su único guía y ha de perseverar en caminar detrás de él hasta Jerusalén, hasta el Calvario.

        En un segundo momento, Jesús censura a los guías ciegos y necios como «hipócritas»: este término tiene en su uso bíblico un sentido más amplio que el que le atribuimos en nuestro lenguaje común. Si bien en ciertas ocasiones, como en Mt 22,18, indica un disimulo voluntario, en otras denota el contraste entre la conducta exterior y el pensamiento interior (cf. asimismo Mt 15,7; 23,25.27) o bien, como ocurre en el caso que nos ocupa, censura la falsedad más o menos consciente de aquellos a los que se dirige Jesús. Una falsedad que está tejida de soberbia y rezuma presunción. La advertencia es clara: sólo sabe mandar como es debido quien ha aprendido a obedecer bien; sabe juzgar bien a los hermanos y hermanas en la fe sólo quien se ha vuelto dócil a la escuela del Evangelio y del maestro Jesús.

 

ORATIO

Servir al Padre fue para ti, Señor, una manifestación de tu amor. Enséñame el verdadero espíritu de servicio, el que marca el camino de la abnegación, de la pobreza, de la persecución, de la obediencia hasta la entrega total de nosotros mismos.

Servir a los hermanos fue para ti, Señor, tu alegría. Enséñame a aliviar las heridas ajenas, a consolar a los afligidos, a hacer vivir a los deprimidos, a calmar a los violentos, a instruir a los ignorantes, a predicar el Evangelio sin presunción y con humildad.

Para ti, Señor, servir fue una opción que orientó tu existencia y cualificó toda tu vida. Enséñame y hazme comprender que para mí tampoco es opcional el servicio, sino que forma parte constitutiva de mi vida de apóstol: servir para llevar a Cristo, como Pablo, al mayor número posible de hermanos y hermanas.

 

CONTEMPLATIO

Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que nieguen por ti a Cristo bendito y a su Madre, pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada, es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.

Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte.

Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por eso, debemos darle siempre gracias, amarle, obedecerle y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.

Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa de recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas, para conseguirlo, no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda (san Cayetano, Carta a Elisabet Porto, en F. Andreu [ed.], Le lettere di san Gaetano, Ciudad del Vaticano 1954, pp. 50ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Cor 9,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.

Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde.

Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad (R. Guardini, // messaggio ai San Giovanni, Brescia 1984, pp. 24ss).

 

Día 13

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre)

 

Juan Crisóstomo nació en Antioquía hacia el año 349. Ordenado sacerdote, se entregó con gran celo a la predicación. En el año 397 fue llamado a la sede episcopal de Constantinopla, donde se puso enteramente al servicio del rebaño que le había sido confiado. Su palabra ciara e incisiva -hasta el punto de merecerle el sobre nombre de «Crisóstomo» («boca de oro»)- no perdonó la corrupción de la corte imperial. Así fue como, al incurrir en el odio de los poderosos, fue enviado al exilio. Primero a Bitinia, de donde fue llamado muy pronto por la reacción del pueblo; pero un segundo y más duro exilio en Armenia fue fatal para su salud. Murió el 14 de septiembre del año 407 en Comana Poética, en la actual Turquía.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 10,14-22a

14 Por lo cual, queridos míos, huid de la idolatría.

15 Os hablo como a personas prudentes capaces de valorar lo que os digo.

16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?

17 Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo.

18 Considerad el ejemplo del pueblo israelita: los que comen las víctimas sacrificadas ¿no quedan vinculados al altar?

19 Con esto no pretendo deciros que la carne sacrificada a los ídolos tenga algún valor especial o que los ídolos sean algo.

20 Lo que quiero deciros es que esas víctimas se sacrifican a los demonios y no a Dios, y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.

21 No podéis beber el cáliz del Señor y el de los demonios, no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.

22 ¿O es que pretendemos provocar la ira del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?

 

**• En este punto de su carta, Pablo considera la vida sacramental de la comunidad cristiana de Corinto, porque, como es obvio, algunas de sus prácticas dejaban  bastante que desear. Del mismo modo que en los w. 1-13 considera la práctica del bautismo y no se olvida de recordar el carácter fundamental de este sacramento, reflexiona ahora sobre la celebración eucarística, a la que alude de modo claro con «el cáliz de bendición que bendecimos » y con el «pan que partimos» (v. 16).

Pablo recuerda las notas características de la eucaristía: en primer lugar, es un sacrificio agradable a Dios, mediante el cual el que lo ofrece entra en comunión con aquel al que se eleva la ofrenda. Pablo da una gran importancia a esta primera y fundamental experiencia mística, sin la que cualquier celebración sacramental se agota en pura exterioridad y crea divisiones. En segundo lugar, la eucaristía es para Pablo sacramento de la unidad: por su propia naturaleza, tiende a edificar la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Un solo cáliz y un «único pan»: por consiguiente, una sola Iglesia.

Esta dimensión eclesiológica -también sacramental se encuentra en estrecha conexión con la precedente: se entra a formar parte de la Iglesia porque se pertenece a Dios, porque se está arraigado en el cuerpo de Cristo.

La eucaristía es asimismo para Pablo signo distintivo de la comunidad creyente: por ella se distinguen los cristianos de cualquier otra comunidad o congregación y se distinguen como comunidad sui géneris. La eucaristía se convierte en el signo distintivo de los verdaderos discípulos de Cristo.

 

Evangelio: Lucas 6,43-49

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.

46 El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.

46 ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que os digo?

47 Os diré a quién es semejante todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica.

48 Es semejante a un hombre que, al edificar su casa, cavó hondo y la cimentó sobre roca. Vino una inundación y el río se desbordó contra esa casa, pero no pudo derruirla, porque estaba bien construida.

49 Pero el que las oye y no las pone en práctica es como el que edificó su casa a ras de tierra, sin cimientos; cuando el río se desbordó y las aguas dieron contra ella, se derrumbó en seguida, convirtiéndose en un montón de ruinas.

 

**• También estos versículos, como los precedentes, pueden ser considerados variaciones sobre el tema de las bienaventuranzas y de las amenazas. Se percibe en el contraste entre el «árbol bueno» y el «árbol malo» (w. 43ss), así como en el que establece Jesús entre el que construye su casa cimentada sobre la roca y el que la construye sobre la arena (w. 48ss).

La enseñanza que se inspira en la imagen del árbol nos remite a la situación de Palestina, una tierra que, desde diferentes puntos de vista, ofreció a Jesús muchos motivos para sus enseñanzas y para sus parábolas. El que ha tenido la suerte de visitar esa tierra sabe por experiencia cómo da frescura y vivacidad a la lectura de las páginas evangélicas.

Para Jesús, cada persona es como un árbol: porque si es bueno puede dar frutos buenos, y porque no es posible pretender que dé frutos buenos si es malo. La orientación de las palabras de Jesús va, por consiguiente, del interior al exterior (del corazón a los hechos), pero también del exterior al interior (de los hechos al corazón).

Palabras como éstas debieron de estremecer a sus discípulos y a sus oyentes. Jesús sabe bien lo que hay en el corazón de cada persona y habla desde un conocimiento que le es absolutamente propio, frente al cual todos sienten que son como un cuaderno abierto de par en par. Para Jesús hay, pues, un tesoro bueno y otro malo (v. 45): en ambos casos, se trata del corazón de la persona humana, fuente de sus pensamientos y manantial de sus acciones.

Una última observación nos lleva a considerar que Jesús exige a sus discípulos el compromiso de traducir la profesión de fe «Señor, Señor» (y. 46) en actos concretos de obediencia. Pero les exige también que todo acto de obediencia se inspire en la fe que han recibido como don.

 

MEDITATIO

Las palabras que hemos escuchado describen bien la  figura y la vida de san Juan Crisóstomo. Como profundo conocedor del misterio de Cristo y brillante predicador, se negó a un fácil éxito al precio de componendas.

Sin embargo, mostró a lo vivo las exigencias de la vocación cristiana, censurando valientemente la inmoralidad de la corte imperial; y por eso padeció la persecución y el exilio, mostrándose «humilde, amable y paciente» (cf. Ef 4,2). Como pastor bueno y solícito con las necesidades del pueblo, supo sacrificar su \ida para defender la integridad de la fe del rebaño que le había sido confiado.

Su luminosa doctrina, su extensa obra homilética y la liturgia que de él toma nombre son un vínculo de unidad entre las Iglesias.

 

ORATIO

Santo Dios, Tú habitas entre tus santos. Tú eres alabado por los serafines con el himno que te proclama tres veces santo y glorificado por los querubines y adorado por todos los poderes celestiales. Tú has creado todo de la nada. Tú creaste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza y los adornaste con todos los dones de tu gracia. Tú das sabiduría y entendimiento al suplicante y no te olvidas del pecador, sino que has establecido el arrepentimiento como camino de la salvación.

Has permitido que nosotros, tus indignos siervos, estemos ahora delante de la gloria de tu santo altar y te ofrezcamos adoración y alabanza. Maestro, acepta este himno que te proclama tres veces santo también de los labios de nosotros, pecadores, y asístenos con tu bondad. Perdona nuestras transgresiones voluntarias e involuntarias, santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos poder adorarte y servirte en santidad todos los días de nuestra vida, por la intercesión de la santa

Madre de Dios y de todos los santos en quienes te has complacido a través de todos los tiempos (Juan Crisóstomo, Trisagion).

 

CONTEMPLATIO

Mira, deseo aliviar una vez más las llagas de tu tristeza.

¿Qué es lo que turba tu alma? No tienes que abatirte; sólo hay una cosa a la que debes temer, oh Olimpíade, una única prueba: el pecado y nada más, no he cesado nunca de repetírtelo; todo lo demás son fábulas, ya se trate de insidias o de odios o calumnias o insultos o acusaciones o confiscaciones o exilios o espadas afiladas o alta mar u hostilidades de todo el mundo. Sea cual sea la naturaleza de estos males, son efímeros y caducos, porque golpean a un cuerpo mortal, sin traer consigo ningún daño al alma vigilante. Nada de cuanto sucede te debe turbar: ora sin cesar al Dios al que adoras, que haga un signo sólo y todo se disolverá en un instante.

Mas si, a pesar de tus oraciones, no se ha disuelto nada, es porque Dios actúa así a menudo: no disuelve las desventuras desde el comienzo, repito, sino cuando han llegado a su cumbre; entonces, de un trazo lo transforma todo en bonanza y dirige la situación hacia desenlaces inesperados. En efecto, Dios puede concedernos no sólo los beneficios que esperamos y deseamos, sino muchos más e infinitamente más grandes.

No te turbes, pues; mantente, más bien, siempre llena de gratitud y de alabanza a Dios, por todo; invócale, ruégale, suplícale. El Señor no se deja sorprender por las situaciones difíciles, aunque todo se haya precipitado a una ruina extrema (Juan Crisóstomo, Lettere dall'esilio, Milán 1975, pp. 73ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita durante el día la Palabra: «Para mí, la vida es Cristo, y morir significa una ganancia» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La crisis de valores que estamos viviendo y la quiebra actual de los ideales nos invitan a hacer nuestra la experiencia de los antiguos Padres de la fe, comprometiéndonos a reconstruir con ellos una humanidad más justa y más pura, y a liberarnos a nosotros y a los demás de la alienación y de la agresividad. Por eso es actual la compunción -que para Juan Crisóstomo es la revuelta interior contra el mal-. Modelo de conversión radical es este mismo santo, que ya de joven abrazó la aspereza de la soledad contra el ambiente corrupto y corruptor. El Evangelio -repetirá con frecuencia- proclama bienaventurados no a los opresores, ni a los poderosos, sino a los que tienen hambre de justicia y a los que saben comprenderlos; no a los lujuriosos, sino a los limpios de corazón capaces de mirar las cosas de aquí abajo a la luz de Dios; no a los violentos, sino a los portadores de paz. Nunca se cansó de recordar estos principios a sus fieles.

El amor, para los cristianos, es caridad divina que une a los hermanos. En las cartas del exilio, es impresionante la vuelta de Juan Crisóstomo al tema del amor a Dios y al prójimo, de la caridad sentida como pasión viva y casi loca, fuente de verdadera alegría, cima de la pureza. Es hombre, en el sentido cabal del término, quien vive la unión entre los hermanos recordando a Dios en cada uno de ellos. Es capaz de comprender este amor -añade- sólo quien está en sintonía con el corazón de Cristo (C. Riggi, «Introduzione», en Juan Crisóstomo, La vera conversione, Roma 1984, pp. 7-9 [edición española: La verdadera conversión, Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

Día 14

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)

 

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.

 

LECTIO

Primera lectura: Número 21,4b-9

En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.

8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.

El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.

 

Segunda lectura: Filipenses 2,6-11

6 Cristo, a pesar de su condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.

7 Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre,

8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

**• Se trata de un magnífico himno cristológico prepaulino. Complejo en cada una de las expresiones que lo constituyen, puede entenderse a partir de la expresión "tesoro celoso" (en castellano "alarde"), en griego harpagmós (v. 6), que literalmente significa "objeto de rapiña". ¿Qué significado puede tener la afirmación: Cristo, que es de condición (morphé) divina, no considera su igualdad a Dios un objeto de rapiña?

Se sobreentiende aquí el parangón con Adán, quien no siendo de tal condición quiso robarla. Pablo propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del nuevo Adán, Cristo. Este aceptó reparar, mediante la humildad y la obediencia hasta la muerte más ignominiosa, la soberbia desobediencia del primer Adán, que precipitó a todo el género humano en el pecado y la muerte (cf. Rom 5,18s). Cristo se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, que es la nuestra (v. 7), hasta las últimas consecuencias.

A su voluntario anonadamiento responde la acción de Dios (vv. 9-11), que no sólo "lo ha exaltado", sino "superexaltado". Ahora todo el universo está llamado a proclamar que Jesucristo es Kyrios, Señor, es decir, Dios, y esta confesión es para gloria del Padre.

 

Evangelio: Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

 

**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.

El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.

 

MEDITATIO

Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él («El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.

Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.

Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.

Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.

Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

 

ORATIO

Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.

Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.

Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,

por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;

por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;

por ti ha salido la verdadera luz,

la noche maldita ha sido vencida.

Tú hiciste hundirse para los creyentes

el panteón de las naciones;

eres tú el alma de la paz

que une a los hombres en Cristo mediador.

Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.

Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;

rige nuestra morada.

Que en la cruz se consolide nuestra fe,

que en ella se prepare nuestra corona.

(Paulino de Ñola.)

 

CONTEMPLATIO

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vió bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.

Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M. Maddalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).

 

Día 15

Nuestra Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre)

 

La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María ¡uxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 5,7-9

7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente,

9 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.

 

*»• Esta breve perícopa es, evidentemente, cristológica. El contexto subraya la filiación divina y la identidad sacerdotal de Cristo. Es también hijo de María el hijo de Dios que no fue eximido de la muerte ni de los padecimientos, sino que a través de ellos se hizo perfecto y se convirtió en causa de salvación. La muerte y los padecimientos son herencia de toda persona humana. Por consiguiente, ni siquiera María, aunque fuera madre de Dios, fue eximida del dolor.

La palabra clave que une al hijo con la madre -y después a los discípulos de él - es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor, cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una via matris dolorosae.

 

Evangelio: Lucas 2,33-35

En aquel tiempo,

33 su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

 

**• Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la «presentación de Jesús en el templo», donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel.

Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.

 

MEDITATIO

Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt 13,17b-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.

Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).

Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.

El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.

 

ORATIO

Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, salve. Nueva Eva, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida.

Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular, se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...

Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].

En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M. Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).

 

Día 16

Santos Cornelio y Cipriano (16 de septiembre)

 

Cornelio, nacido en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de sede vacante por la persecución de Dedo. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo le desterró a Civitavecchia, donde murió el 14 de septiembre. Fue sepultado en las catacumbas de S. Calixto.

Cipriano, en cambio, había nacido en Cartago en torno al año 200, de padres paganos. Fue bautizado el año 248, poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 de septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,12-14.27-31a

Hermanos:

12 del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo.

13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también del mismo Espíritu.

14 Por su parte, el cuerpo no está compuesto de un solo miembro, sino de muchos.

27 Ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro.

28 Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los que hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje misterioso.

29 ¿Son todos apóstoles? ¿Hablan todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer milagros

30 o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o pueden todos interpretar ese lenguaje?

31 En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos.

 

**• Tras haber tratado sobre los sacramentos del bautismo y de la eucaristía como acontecimientos centrales en la vida de los primeros cristianos de Corinto, Pablo dedica tres capítulos de esta carta suya a la problemática de las relaciones entre los carismas y los ministerios en el interior de la misma comunidad.

Al comienzo del capítulo 12, Pablo afirma que la autenticidad de los carismas depende de la pureza de la profesión de fe: «Nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: "Maldito sea Jesús". Como tampoco nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (v. 3). Existe, por tanto, una pluralidad de carismas, pero su fuente es una sola: la divina Trinidad (w. 4-6). Inmediatamente después, afirma el apóstol que la manifestación del Espíritu Santo a través de los diversos carismas ha sido dada a cada uno para la utilidad común, o sea, para el bien de toda la comunidad.

En este punto se inserta el discurso más exquisitamente teológico: Pablo quiere hacer comprender que los dones que recibimos y los servicios que estamos llamados a prestar tienen su fundamento en la gracia que recibimos por medio de los sacramentos, en virtud de los cuales formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Todos, en efecto, «hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo» y «todos hemos bebido también del mismo Espíritu» para formar un solo cuerpo (v. 13).

La unidad no suprime la diversidad de los miembros, de los dones y de los ministerios; al contrario, la garantiza y la exalta reconduciéndola a su fuente divina (dicho con mayor precisión, trinitaria) y la orienta a su destino comunitario (dicho de modo más exacto, eclesial).

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 En aquel tiempo, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**- Este fragmento es exclusivo de Lucas, y por eso podemos analizarlo con la intención de recoger algunas características típicas del tercer evangelista. Es una tarea que no resultará difícil.

Los exégetas señalan que a Lucas le gusta relacionar a Jesús con el profeta Elias {cf. 1 Re 17,10-24) y también con el profeta Eliseo (2 Re 4,18-37): en ambos casos se narra la resurrección de dos hijos únicos de madres viudas.

Sabemos asimismo que Lucas presta una atención particular a las mujeres, tanto en el tercer evangelio como en los Hechos. También aquí la figura de la madre viuda que ha perdido a su único hijo produce un impacto en Jesús, el cual «al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores» (v. 13). En esta atención particular de Jesús no debemos reconocer sólo un rasgo de su psicología, sino también, desde un punto de vista histórico, la opción realizada por él en favor de los débiles y de los marginados, y está fuera de toda duda que la mujer, en aquella sociedad, pertenecía a esta categoría de personas.

Por último, Jesús es aclamado como profeta; más aún, como «un gran profeta» (v. 16): según Lucas, este título tiene una peculiar carga de significado. Jesús es profeta no sólo por lo que «dice», y lo ha manifestado desde el primer gran discurso pronunciado en la sinagoga de Nazaret (4,14ss), sino también por lo que «hace» (acciones, gestos, amenazas) y, sobre todo, por el modo como se comporta (siente compasión, o sea, se conmueve por dentro compartiendo el sufrimiento de aquella madre). De este modo se manifiesta Jesús como un profeta en el sentido más cabal del término: no sólo porque lleva la Palabra de la revelación de parte de Dios, sino también porque se pone completamente de parte de los hombres.

 

MEDITATIO

Cipriano a Cornelio, hermano en el episcopado:

Sabemos, amadísimo hermano, de tu fe, de tu fortaleza y de tu abierto testimonio. Todo ello te honra a ti y me proporciona a mí tanta alegría que me hace considerarme partícipe y socio de tus méritos y de tus empresas.

Siendo, en efecto, una la Iglesia, uno e inseparable el amor, única e inseparable la armonía de los corazones, ¿qué sacerdote, al proclamar las alabanzas de otro sacerdote, no se alegrará como de su propia gloria? ¿Y qué hermano no se sentirá feliz con la alegría de los propios hermanos? Ciertamente, no podéis imaginaros el contento y la gran alegría que hemos tenido aquí al saber de vosotros cosas tan hermosas y conocer las pruebas de fortaleza que estáis dando.

Tú has sido el guía de los hermanos en la defensa de la fe, y la misma confesión del guía se ha fortalecido todavía más con el testimonio de los hermanos. Así, mientras has precedido a los otros en el camino de la gloria, y mientras te has mostrado dispuesto a confesar el primero y por todos, has persuadido también al pueblo a confesar la misma fe. Por todo esto, nos resulta difícil expresaros qué es lo que más debemos elogiar en vosotros, si tu fe pronta e inquebrantable o la inseparable caridad de los hermanos. Se ha manifestado en todo su esplendor el valor del obispo como guía de su pueblo, y se ha mostrado luminosa y grande la fidelidad del pueblo en plena solidaridad con su obispo. Por medio de todos vosotros, a Iglesia de Roma ha dado su magnífico testimonio, toda ella unida en un solo espíritu y una sola voz.

De este modo ha brillado, hermano queridísimo, la fe que el apóstol comprobaba y elogiaba en vuestra comunidad. Ya entonces preveía él mismo y celebraba casi proféticamente su valor y su indomable fortaleza. Ya entonces reconocía los méritos que os darían tanta gloria.

Exaltaba las empresas de los padres, previendo las de sus hijos. Con su plena concordia, con su fortaleza, habéis dado a todos los cristianos un luminoso ejemplo de unión y de constancia.

Queridísimo hermano, el Señor, en su providencia, nos avisa que es inminente la hora de la prueba. Dios, en su bondad y en su premura por nuestra salvación, nos da sus benéficos consejos de cara a nuestro próximo combate. Pues bien, en nombre de la caridad, que nos une recíprocamente, ayudémonos perseverando con todo el pueblo en ayunos, en vigilias y en la oración.

Éstas son para nosotros las armas celestiales que nos harán firmes, fuertes y perseverantes. Éstas son las armas espirituales y los dardos divinos que nos protegerán.

Recordémonos mutuamente en la concordia y fraternidad espiritual. Roguemos siempre y en todo lugar los unos por los otros y busquemos cómo aliviar nuestros sufrimientos con la mutua caridad (Carta 60, 1-2; CSL III, 691-692, 694-695).

 

ORATIO

Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación, lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que -animado de una nueva vida por el baño del agua de salvación- dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? [...] Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí. Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo (Cipriano de Cartago).

 

CONTEMPLATIO

Algunas sentencias de sabiduría de san Cipriano:

«Nunca le faltará la luz a quien tiene la Luz en su corazón. Nunca le faltará la luz ni el sol a quien tiene a Cristo como luz y como sol».

«No son los mártires quienes hacen el Evangelio, sino que por medio del Evangelio es corno se llega a mártir».

«No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre».

«No puede poseer la túnica de Cristo quien escinde y divide a su Iglesia».

«No es posible dividir la unidad».

«Nada le faltará a quien tiene a Dios consigo, con tal de que no le falte Dios».

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día este pensamiento de san Cipriano: «Dios no busca nuestra sangre, sino nuestra fe».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La compleja y atribulada vida religiosa de Cipriano nos conduce ante todo a una realidad: amar a Dios es amar a la Iglesia.

Es ésta una verdad grande, comprometedora, aunque, desgraciadamente, muy desatendida en nuestros días. El Señor no se ha separado de sus fieles, precisamente por la Iglesia. Una Iglesia cuyas culpas y sombras no ignoró el obispo Cipriano, pero una Iglesia a la que amó también de una manera impresionante.

Precisamente, la unidad parece ser uno de los temas más entrañables a Cipriano: «La Iglesia es sólo una, como la luz, aunque los rayos del sol sean muchos». ¿Cómo no ver aquí una llamada muy seria dirigida también a nosotros? Hoy, que sentimos la tentación de enfatizar las disparidades, incluso notables, que existen entre pueblo y pueblo en el modo de vivir la propia fe, las palabras de Cipriano nos invitan a favorecer de todas las maneras posibles la unidad y a superar cualquier barrera individualista, conscientes de nuestra vocación a creer en un solo Señor, dirigidos a un solo Padre, bajo la acción de un solo Espíritu.

A siglos de distancia, el mismo mensaje nos sigue interpelando de manera ardiente. ¿Seremos capaces, serán capaces nuestras comunidades de prestar una humilde y obediente escucha a ejemplo de la primera Iglesia? (A. Ballestrero, «Presentazione», en Crisüant con coraggio, Roma 1985, 7-9, passim).

 

Día 17

Miércoles 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos:

12,31 en todo caso, aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún, os voy a mostrar un camino que supera a todos.

13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

2 Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

3 Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

4 El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.

5 No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

8 El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo.

9 Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios;

10 pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño.

12 Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce.

13 Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.

 

*• En el centro de los capítulos dedicados a la relación entre carismas y ministerios, Pablo pone el llamado «Himno al amor», una de las páginas más bellas de sus cartas y, tal vez, también de todo el Nuevo Testamento.

El apóstol, en primer lugar, lleva buen cuidado en presentar el amor como el carisma más grande, como el camino mejor, como el que supera a todos. Por consiguiente, está claro que el «Himno al amor» no es para Pablo un puro desahogo espiritual y evasivo, sino que quiere que sea considerado en lo concreto de una vida cristiana, individual y comunitaria, que necesita un centro, además de un fundamento. Pablo recomienda a los primeros cristianos que aprendan a amar como Dios ama: por los mismos motivos, con la misma intensidad, de un modo lineal e incondicionado, con una carga afectiva inagotable. En segundo lugar, el apóstol deja entender que los cristianos deben amar como Cristo ama: con la disponibilidad total de sí mismos, con una plena apertura a los otros, con el deseo de caminar juntos. Por último, Pablo demuestra que, por su propia naturaleza, el amor cristiano -cuyo nombre es más exactamente «caridad»- está ligado indisolublemente a la fe y ala esperanza (con ellas forma una tríada de fundamental importancia: las llamadas «virtudes teologales»), pero, comparada con ellas, la caridad es netamente superior, precisamente por su origen divino, por su participación cristológica y por su destino comunitario.

 

Evangelio: Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor:

31 ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

32 Se parecen a esos muchachos que se sientan en la plaza y, unos a otros, cantan esta copla: «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: «Está endemoniado».

34 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores».

35 Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios.

 

*» Tras haber comparado a Jesús con el profeta Elías, ahora Lucas lo considera en relación con Juan el Bautista.

Las diferencias entre ambos son evidentes y significativas, pero el objetivo principal del evangelista consiste en dar a conocer el favor con el que el pueblo, tras haber seguido a Juan, acoge ahora a Jesús, y en desmantelar la actitud falaz e incrédula de los fariseos y de los maestros de la Ley. De ahí que sea necesario leer también los w. 29ss, que preceden a este fragmento evangélico.

Jesús, para censurar a sus contemporáneos, se vale de una comparación que deja entrever su duro juicio. La pregunta del v. 31 es, a buen seguro, retórica, y debemos referirla no a todos los contemporáneos de Jesús, sino sólo (cf. w. 33ss) a aquellos que no han escuchado al precursor y ahora no quieren prestar oído a la predicación del Nazareno. La comparación presenta a algunos niños obstinados en su negativa a participar tanto en la alegría de las bodas como en la tristeza de los funerales. Semejante obstinación hace pensar en aquella otra con la que algunos judíos rechazaron la Palabra de Dios, personificada en Jesús. No es la diferente actitud de Juan y de Jesús lo que justifica su reacción, sino únicamente su corazón, que se ha vuelto impermeable a toda invitación a la penitencia y a la conversión. Desde un punto de vista histórico, merecen atención dos expresiones; la primera se refiere a Juan: «Está endemoniado » (v. 33), y la otra a Jesús: «Ahí tenéis a un comilón y aun borracho, amigo de los publícanos y pecadores» (v. 34). Son dos modos un tanto expeditivos, aunque claramente reveladores de una mentalidad cerrada en sí misma y únicamente capaz de condenar sin piedad.

La expresión final, relativa a la sabiduría «acreditada por todos los que son sabios» (Mateo escribe: «por sus obras»), nos hace pensar en otra categoría, diametralmente opuesta, de personas. Se trata de esas que andan a la búsqueda de la verdad, se dejan interpelar por toda predicación auténtica y se abren al Espíritu de Dios, que obra a través de las palabras y las obras de Jesús.

 

MEDITATIO

Tras haber analizado el «Himno al amor», queremos preguntarnos ahora sobre el valor de las palabras con las que lo introduce Pablo: «Aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que supera a todos».

Nos preguntamos: ¿por qué presenta Pablo el amor como «un camino que supera a todos»? En primer lugar, porque contempla a contraluz la caridad con la que Jesús nos amó hasta morir y resucitar. Nos encontramos de nuevo ante el misterio pascual, que, como ya hemos dicho, se halla en el vértice de toda la enseñanza de Pablo en esta carta suya. Se trata, por tanto, de la via crucis, que se vuelve también via lucis para quien, con todas sus fuerzas, se mantiene fiel a las reglas del discipulado y, por consiguiente, a la ley fundamental del amor. También Lucas, discípulo de Pablo, en los Hechos (9,2; 22,4; 24,22), pretendiendo caracterizar con una imagen dinámica el cristianismo como seguimiento de Cristo, lo presenta como «el camino» y no como una doctrina, aunque algunas traducciones van en este sentido. La imagen orienta necesariamente a la realidad, y ésta, según Lucas, puede ser caracterizada como la comunidad de los que han elegido ir por los caminos del mundo para recordar a todos que sólo Cristo Jesús es el camino que hemos de recorrer para llegar a la salvación.

En este marco general podemos comprender con mayor facilidad la carga de significado inserta en la autodefinición de Jesús: «Yo soy el camino», referida por Juan (14,6). De este modo, la reflexión teológica del Nuevo Testamento llega a su cima, sobre todo porque el evangelista Juan deja entender con claridad que Jesús es «el camino» por ser «la verdad y la vida».

 

ORATIO

¡Oh Señor, libéranos de un corazón endurecido! Así eran los corazones de los fariseos y de los maestros de la Ley, encerrados en su testarudez y en su presunta justicia, cegados por el poder, por la ambición y por el orgullo de no ser segundos de nadie.

¡Oh Señor, abre nuestro corazón a tu luz! Sólo así nuestra inteligencia, activada por un bien superior, descubierto pero no experimentado aún, podrá remover los obstáculos que la bloquean en su egoísmo, y nuestra voluntad podrá orientarse hacia ti, sin perder tiempo o sin esconderse detrás de miedos injustificados.

¡Señor, danos un corazón sencillo! Sólo de este modo no se nos comparará con los niños caprichosos que rechazan toda invitación; al contrario, como niños intrépidos podremos aventurarnos en el mundo de tus maravillas, encantados de tu amor misterioso, imposible de catalogar, y de seguir descubriendo siempre cosas nuevas con renovado ardor.

¡Oh Señor, haz que nuestro corazón sea semejante al tuyo! No es, a buen seguro, una pretensión ni siquiera una veleidad lo que te pedimos. Hay en nosotros un vivo deseo de conocer tus pensamientos, de compartir tus proyectos y de andar por tus caminos.

 

CONTEMPLATIO

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el salmista: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Y el mismo Señor dice en los evangelios: Al que beba del agua que yo le daré, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Y en otro lugar: El que cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Así pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento. ¿Y de qué alimento se trata? De aquel mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la comunión eucarística de su santo cuerpo, tendremos, más adelante, acceso a la unión con su cuerpo santo. Y es lo que el salmo que comentamos da a entender cuando dice: Preparas los trigales, porque este alimento ahora nos salva y nos dispone además para la eternidad.

A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede un gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias del Espíritu Santo cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de la profecía, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales y el dominio sobre los demonios sometidos. Estos dones nos penetran como llovizna y, recibidos, proliferan en multiplicidad de frutos (Hilario de Poitiers, Comentario al salmo 64, en CSEL 22, 245ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor» (1 Cor 13,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Debemos amar a Dios, éste es nuestro «primer deber»... Amarle significa obedecerle: «Quien me ama guardará mi Palabra». Si Dios nos manda, mediante la voz de sus representantes, seguirle en su vida pública y ser obreros evangélicos ¡unto a él, sigámosle en este trabajo, obedezcamos, obedezcamos siempre, e imitémosle en esta vida de evangelización, seamos también en ella pobres, abyectos, recogidos como él, seamos su imagen en todos los aspectos, tan pequeños, tan rebajados como él, «no más grandes que nuestro Maestro». Pero si no se nos llama a la vida del apóstol, entonces abstengámonos bien de darnos a nosotros mismos una vocación que sólo a Dios corresponde conceder, no nos arroguemos sus derechos y estemos atentos a no escogernos, a no enviarnos a nosotros mismos. Permanezcamos entonces ¡untos allí donde él, con su ejemplo, nos enseña a estar hasta que no seamos llamados a la vida de la evangelización, permanezcamos ¡unto a él en la humilde casa de Nazaret como obreros, artesanos, viviendo con el trabajo de un humilde oficio, pobres, abyectos, despreciados, oscuros, escondidos, recogidos en este retiro, en esta soledad, en este silencio, en esta sepultura que la pobreza tanto ayuda a obtener (Ch. de Foucauld, Opere spirituali: antología, Milán 1961, pp. 171ss [edición española: Obras espirituales, San Pablo, Madrid 1998]).

 

Día 18

Jueves 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-11

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

9 Yo, que soy el menor de los apóstoles, indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios.

10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

11 En cualquier caso, tanto ellos como yo esto es lo que anunciamos y esto es lo que habéis creído.

 

**• Parece ser que entre los cristianos de Corinto se propagaba la duda sobre la verdad de la resurrección de Cristo, con perjuicio no sólo para la integridad de la fe cristiana, sino también para la unidad de la iglesia de Corinto. Pablo no puede eludir la cuestión e interviene más o menos así.

El acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto del testimonio apostólico: son muchos, y todos ellos dignos de fe, los que vieron el sepulcro vacío y vieron resucitado al Señor. Entre ellos estoy también yo –afirma Pablo-, que «por la gracia de Dios soy lo que soy» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha entrado también en la predicación apostólica. A partir de ella los apóstoles no sólo se adhirieron a la novedad de Cristo con todas sus fuerzas, sino que fueron investidos también para su tarea misionera. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra predicación sería vana -afirma Pablo - y nosotros habríamos trabajado en vano. El mismo acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto directo e inmediato de la fe de los primeros cristianos: si Cristo no hubiera resucitado, vana sería también vuestra fe - remacha el apóstol-, y nosotros seríamos las personas más infelices del mundo: infelices porque habríamos vivido engañados y nos sentiríamos decepcionados. Está claro, por tanto, que al servicio de este acontecimiento fundador del cristianismo está no sólo la tradición apostólica, sino también el testimonio de la comunidad creyente y de todo auténtico discípulo de Jesús.

 

Evangelio: Lucas 7,36-50

En aquel tiempo,

36 un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 En esto, una mujer, una pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume,

38 se puso detrás de Jesús junto a sus pies y, llorando, comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó para sus adentros: «Sí éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora».

40 Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo que decirte una cosa. Él replicó: -Di, Maestro.

41 Jesús prosiguió: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.

42 Pero como no tenían para pagar, le, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos lo amará más?

43 Simón respondió: -Supongo que aquél a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Así es.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

45 No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.

47 Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.

48 Entonces dijo a la mujer: -Tus pecados quedan perdonados.

49 Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?».

50 Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

 

*+• En este fragmento evangélico se entrelazan dos temas de fondo: el primero asume un tono polémico y contempla a Jesús contrapuesto a un fariseo; el segundo, en cambio, tiene u n tono de propuesta y está ligado a la relación entre Jesús y la mujer pecadora. Considerando atentamente el relato advertimos, no obstante, que los dos temas se entrelazan y se iluminan recíprocamente.

Al fariseo le quiere hacer comprender Jesús que la persona no ha de ser considerada sólo a partir del exterior, ni siquiera sólo a partir de su experiencia anterior. Una mujer, aunque sea notoriamente pecadora, siempre es capaz de levantarse y emprender un camino nuevo. Lo único que necesita es encontrar, no hermanos hipercríticos y quizás también envidiosos, sino por lo menos un hermano que la comprenda y la redima. Y él, Jesús, ha venido para eso.

A la mujer le quiere hacer comprender Jesús que la vida vale, no por el cúmulo de las experiencias realizadas, por lo general negativas y deletéreas, sino por el encuentro central y decisivo con una persona capaz no sólo de comprender y perdonar, sino también de rescatar y renovar. Y él, Jesús, ha venido para eso.

A nosotros, destinatarios del Evangelio de Jesús, nos quiere hacer comprender que es la fe lo que nos salva: la fe en él, verdadero hombre, amigo de los hombres, especialmente de los pecadores, y verdadero Dios, el Dios hecho hombre, que se hizo amigo de los publicanos, de los pecadores y de las meretrices, el Dios capaz de perdonar todos nuestros pecados, el Dios que, con su Palabra consoladora y eficaz, nos dice también a cada uno de nosotros: «Tu fe te ha salvado; vete en paz» (v. 50).

 

MEDITATIO

Si la eucaristía constituye el centro de la fe cristiana -lo hemos estado meditando estos últimos días-, la resurrección de Jesús es la cumbre de su vida y de toda la historia de la salvación y, por consiguiente, también de nuestro camino de fe. En verdad, para usar las palabras del mismo apóstol Pablo, si ese acontecimiento no fuera real, se desmoronarían el testimonio apostólico y nuestra misma fe. Para profundizar en esta verdad podemos considerar algunas expresiones de este fragmento paulino.

La resurrección es, en primer lugar, un evangelio, una alegre noticia, precisamente porque en ella se manifiesta de modo luminoso la omnipotencia de Dios para salvar a toda la humanidad. Es una noticia bella destinada a embellecer nuestra historia personal y comunitaria, y a difundir belleza y armonía por todo el cosmos. La resurrección es el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida de la historia de la Iglesia: es cima y fuente. Constituye el punto de conexión entre la historia de Cristo y la historia de la Iglesia, creando entre ambas una unidad indisoluble. En consecuencia, nosotros no creemos en una verdad abstracta, sino en un acontecimiento histórico que nos compromete de manera personal y comunitaria. El acontecimiento de la resurrección de Jesús es también una promesa, porque ha abierto y abre de continuo una perspectiva de novedad de vida y de renovación de la historia para todo hombre y toda mujer de buena voluntad. Desde este punto de vista, la resurrección de Jesús puede ser considerada también como un acontecimiento inconcluso hasta que también nosotros resucitemos.

 

ORATIO

Oh Señor, la pecadora se convierte para todos nosotros en una llamada discreta, aunque vigorosa y provocadora, al amor incondicionado. Le perdonaste sus pecados de manera gratuita, enseñándonos la lógica del perdón, que da sin razones y sin intereses. Dar, pero sobre todo darse, es una cosa bella. Oh Señor, «tu misericordia es eterna».

A la pecadora le perdonaste mucho sólo porque hizo palanca sobre tu amor, enseñándonos la lógica del perdón, que valora a cada persona por el don que es. Donar, pero sobre todo perdonar, es una cosa bella. Oh Señor, «tu misericordia es eterna».

A la pecadora le entregaste el don de tu paz porque creyó en ti con fe, enseñándonos la lógica del abandono que ofrece compasión a quien se confía. Abandonar lo superfluo, pero sobre todo abandonarse a ti, es una cosa bella. Oh Señor, «tu misericordia es eterna».

 

CONTEMPLATIO

Hay dos cosas que son de la exclusiva de Dios: la honra de la confesión y el poder de perdonar. Hemos de confesarnos a él. Hemos de esperar de él el perdón.

¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Por eso, hemos de confesar ante él. Pero, al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies. Porque brotó de su costado. En él le otorgó las arras de su matrimonio. Y, del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es del Padre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la esposa, y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo y con el Padre: Éste es mi deseo, dice Cristo, dirigiéndose al Padre a favor de su esposa, que ellos también sean uno en nosotros, como tú en mí y yo en ti Por eso, el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella de impropio, lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la esposa. Todo lo borró por el madero. Tomó sobre sí lo que era propio de la naturaleza de la esposa y se revistió de ello; a su vez, le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina. En efecto, hizo desaparecer lo que era diabólico, tomó sobre sí lo que era humano y comunicó lo divino. Y así es del Esposo todo lo de la esposa (Isaac de Stella, Sermón 11, en PL 194, 1728ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Dios Uno y Trino, en un decreto de amor rebosante, llamó a los hombres a que fueran, en cierto modo, miembros de su familia trinitaria, que consiste en una inefable comunión de amor.

Por esta pietas suya, por la que ve en nosotros no sólo criaturas, sino hijos amados, se siente tan herido por nuestros pecados, se indigna tanto y experimenta tan viva misericordia por nosotros. A buen seguro, la «santa misericordia de Dios» exige corazones dispuestos a hacer penitencia, pero también este hecho es una prueba de que él nos considera como suyos. Su pietas -su amor de Padre, su sentido familiar- es superior a nuestros pecados: éstos son una violación de la pietas, del sentimiento de pertenecer a la familia divina, pero la pietas de Dios está más arraigada, es más tenaz que la nuestra; más aún, es ella también la que va despertando continuamente en nosotros el espíritu de adopción y del sentido de familia (B. Háring, Grazie e compito de¡ sacramenti, Roma 1965, p. 194 [edición española: La vida cristiana a la luz de los sacramentos, Herder, Barcelona 1972]).

 

 

Día 19

Viernes 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,12-20

Hermanos:

12 si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿por qué algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de los muertos?

13 Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado;

14 y si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido.

15 Resulta incluso que somos falsos testigos de Dios, porque damos testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Jesucristo, siendo así que no lo ha resucitado, si en verdad los muertos no resucitan.

16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado.

17 Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados.

18 Y, por supuesto, también habremos de dar por perdidos a los que han muerto en Cristo.

19 Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres.

20 Pero no; Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte.

 

**• Si, por un lado, la resurrección de Jesús constituye el fundamento de nuestra fe, por otro, fundamenta nuestra esperanza: por esta verdad Pablo está dispuesto a jugarse su credibilidad personal, y lo hace con las cartas descubiertas.

Eso es lo que intuyó en el camino de Damasco y lo que le ha mantenido siempre en el curso de su vida apostólica: encontró a alguien que está vivo, a alguien que había vencido a la muerte. No tiene la menor duda de que de aquella victoria brota para todo creyente el don de esperar más allá de toda posibilidad humana. Se trata de una esperanza no sólo terrena, sino ultraterrena: por eso nosotros, los cristianos, no hemos de ser compadecidos, sino, al contrario, podemos consolar y confortar a los otros. En efecto, Cristo resucitado es «anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte» (v. 20), es «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29): tras él y gracias a él, el alegre acontecimiento de la resurrección es y será experimentado por todos aquellos que, mediante la fe, lo reciben como el Salvador.

La esperanza cristiana se expresa también en estos términos: la muerte ha sido derrotada; la vida nueva en Cristo ha sido inaugurada ya; en Cristo viviremos para siempre la plenitud de la vida en la totalidad de nuestro ser humano: cuerpo, alma y espíritu. No se trata, por tanto, de una esperanza equiparable a criterios humanos, sino de una esperanza-don, prenda de un bien futuro, que superará cualquier previsión humana.

 

Evangelio: Lucas 8,1-3

En aquel tiempo,

1 Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los Doce

2 y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios;

3 Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le asistían con sus bienes.

 

**• Al final de esta sección de su evangelio (6,20-8,3), Lucas nos informa sobre las personas que acompañaban a Jesús en su ministerio público. Como los otros evangelistas, escribe que con Jesús estaban los Doce, pero, a diferencia de los otros, nos hace saber que había también «algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades» (v. 2). Lucas nos hace saber incluso sus nombres.

No hay motivo para maravillarse por estas noticias lucanas. Sabemos ya que este evangelista, en virtud de su particular sensibilidad, reserva siempre una gran atención a la presencia de las mujeres en la vida de Jesús. Aquí, sin embargo, no las presenta sólo como destinatarias de su Palabra y de sus gestos taumatúrgicos, sino también como ayudantes y asistentes de su ministerio público. Esto nos interesa, muy en particular, desde el punto de vista histórico: porque constatamos que Jesús fue capaz de redimir y de liberar a algunas mujeres de alguna situación espiritual negativa, atrayéndolas así al interior del círculo de su persona y de su gracia, y confiándoles tareas de asistencia respecto a él y respecto a los discípulos.

En consecuencia, Jesús supo valorar la presencia y el servicio de algunas mujeres durante su vida pública y eso desencadenó, ciertamente, la crítica y la malevolencia de algunos de sus contemporáneos, que tenían más bien una actitud de instrumentalización y de explotación hacia las mujeres. También desde este punto de vista, que presenta aspectos de gran actualidad, muestra Lucas a Jesús como el liberador del que tenía una necesidad extrema la humanidad.

 

MEDITATIO

La esperanza, tanto en la vida cristiana como, de modo más general, en la historia de la humanidad, es, antes que nada, un don, un don que baja de lo alto, un don gratuito e inmerecido, un don que revela el corazón del donante. En efecto, Dios, en Cristo Jesús, resucitado de entre los muertos, quiere dar, día tras día, a todos y cada uno motivos siempre nuevos para esperar en su divina y omnipotente misericordia. Creer en la resurrección de Jesús significa para nosotros volver a fundamentar nuestra esperanza en Dios. La esperanza cristiana tiene un carácter exquisitamente cristológico: «Cristo, mi esperanza, ha resucitado», exclama, según la liturgia, María Magdalena dirigiéndose a los apóstoles. En este grito suyo podemos reconocer también el nuestro, que sube de nuestro corazón cada vez que la sombra del pecado amenaza con encerrarlo y entristecerlo.

La esperanza cristiana es también una virtud, una actitud que hemos de asumir ante Dios en señal de reconocimiento y gratitud. Desde este punto de vista, esperar significa, para nosotros, vivir en plenitud nuestra fe, manteniéndola abierta no sólo al acontecimiento pasado de la resurrección de Jesús, sino también al acontecimiento escatológico de nuestra resurrección y de todo lo creado. La esperanza -ha dicho alguien- es la más pequeña pero también la más preciosa de las virtudes: afortunada presentación de un don excepcional de Dios a sus criaturas, gracias al cual podemos mantener siempre abierto nuestro corazón a las sorpresas de Dios.

 

ORATIO

Gracias, Señor, porque, desafiando la mentalidad de tu tiempo, sacaste a la mujer de la tumba de la deshumanización, restableciendo su valor como persona humana.

Gracias, Señor, porque, superando todos los prejuicios y los abusos de la cultura en la que viviste, liberaste a la mujer de la tumba de la subordinación, valorando su presencia y su servicio responsable.

Gracias, Señor, porque, implicando a la mujer como ayudante en tu ministerio público, la levantaste de la tumba de la discriminación, previendo su actual papel profético en el campo social, profesional, político y eclesial.

Gracias, Señor, por todas esas mujeres que, siguiendo tu ejemplo, han colaborado en la obra de la redención, restituyéndole a la mujer el puesto que le había dado Dios.

 

CONTEMPLATIO

El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta a los Hebreos cuando dice que él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos (Heb 2,10).

Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua, que dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado (cf Jn 7,38ss): aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que lo glorifique con aquella gloria que tenía junto a él antes de que el mundo existiese (Anastasio de Antioquía, Sermón 4, lss, en PG 89, 1347-1349).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha resucitado de entre los muertos como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte» (1 Cor 15,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La persistencia en la recitación de los salmos es óptima si va acompañada de la atención perseverante, pero es la calidad de las oraciones lo que da vida al alma y la hace fecunda. La calidad existe cuando la salmodia y las invocaciones son hechas con el Espíritu presente en la mente. Quien considera el sentido contenido en las Escrituras, mientras reza y recita los salmos, reza en su mente. Estos pensamientos divinos constituyen, en su corazón, otros tantos grados espirituales: el alma se ve arrebatada en el aire luminoso, encendida y pura se levanta hasta el cielo y contempla los bienes preparados a los santos. Consumida por atormentadores deseos, expresa con los ojos el fruto de la luz derramando lágrimas a mares bajo la iluminadora energía del Espíritu. Dulce es el sabor de estos bienes, tanto que hace inútil la toma de alimentos en esos instantes. Este es el fruto de la oración que nace de la calidad de la salmodia en el alma orante (Nicetas de Stethatos, cit. en Filocalia, II: Testi di ascética e mistica della Chiesa oriéntale, Florencia 1981, p. 76 [edición catalana: Filocalia, Enciclopedia Catalana, Barcelona 1994, 2 vols.]).

 

Día 20

Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires (20 de septiembre)

 

A principios del siglo XVII, el cristianismo entró en Corea y el Evangelio se fue extendiendo por las familias con el testimonio de los laicos. Según los datos que se tienen, en el año 1836 entraron en Corea los primeros sacerdotes europeos. A partir de esas fechas, las autoridades coreanas comenzaron a perseguir a los cristianos. En esas persecuciones murieron estos dos santos ¡unto con otro centenar de mártires. Andrés Kim fue el primer sacerdote coreano, y Pablo Chong, un insigne misionero laico.

El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II los proclamó santos junto con otros 115 compañeros que derramaron su sangre por la fe en Cristo en el siglo XIX.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,35-37.42-49

Hermanos:

35 alguno preguntará: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?

36 ¡Insensato! Lo que tú siembras no germina si antes no muere.

37 Y lo que siembras no es la planta entera que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla.

42 Así sucederá también con la resurrección de los muertos.

43 Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor;

44 se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, hay también un cuerpo espiritual,

45 como dice la Escritura: Adán, el primer hombre, fue creado como un ser con vida. El nuevo Adán, en cambio, es espíritu que da vida.

46 Y no apareció primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual.

47 El primer hombre procede de la tierra y es terrestre; el segundo procede del cielo.

48 El terrestre es prototipo de los terrestres; el celestial, de los celestiales. 49 Y así como llevamos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celestial.

 

*"•• Llevando hasta el final su enseñanza sobre la resurrección de Jesús y la nuestra, Pablo se plantea una pregunta: «¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?» (v. 35). Se intuye el tono triste y desconsolado del apóstol al constatar que los cristianos de aquella comunidad fueran secuaces de una mentalidad materialista, que tiende a disociar el cuerpo del espíritu. Tal insensatez no le parece soportable, sobre todo, porque no tiene presente ni cuenta con el misterio pascual de la muerte y la resurrección. Los cristianos no pueden renunciar a esta verdad.

La resurrección, para Pablo, inaugura una novedad absoluta en la vida de Cristo y en la de los cristianos: el paso de un cuerpo animal a un cuerpo espiritual está inscrito en el designio salvífico de Dios. Por eso no es posible proyectar sobre el cuerpo espiritual nuestras experiencias relativas al cuerpo animal. La relación entre el primer hombre, Adán, y Cristo, el último Adán, es también bastante iluminadora: Pablo establece una clara relación entre la economía de la creación y la de la redención, para afirmar que la novedad de Cristo no consiste en tener la vida, sino en dar la vida nueva a todos. Será un don integral, en el sentido de que tendrá que ver con todo el hombre -cuerpo, alma y espíritu- para una experiencia de vida nueva y eterna, de suerte que, tras haber sido hermanos del primer hombre, Adán, y habiendo llevado la imagen del hombre de tierra, seremos asimismo hermanos del último Adán, Cristo, llevando la imagen del hombre celestial.

 

Evangelio: Lucas 8,4-15

En aquel tiempo,

4 se reunió mucha gente venida de todas las ciudades, y Jesús les dijo esta parábola:

5 -Salió el sembrador a sembrar su semilla. Mientras iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino; fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.

6 Otra parte cayó en terreno pedregoso y nada más brotar se secó, porque no tenía humedad.

7 Otra cayó entre cardos y, al crecer junto con los cardos, éstos la sofocaron.

8 Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio como fruto el ciento por uno. Y concluyó: -Quien tenga oídos para oír que oiga.

9 Sus discípulos le preguntaron qué significaba esa parábola.

10 Él les dijo: -A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios; a los demás todo les resulta enigmático, de manera que miran pero no ven, y oyen pero no entienden.

11 La parábola significa lo siguiente: la semilla es el mensaje de Dios.

12 La semilla que cayó al borde del camino se refiere a los que oyen el mensaje, pero luego viene el diablo y se lo arrebata de sus corazones, para que no crean ni se salven.

13 La semilla que cayó en terreno pedregoso se refiere a los que al oír el mensaje lo aceptan con alegría, pero no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero cuando llega la hora de la prueba se echan atrás.

14 La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje, pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez.

15 La semilla que cayó en tierra buena se refiere a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia.

 

**• Lucas va diseminando, a lo largo de todo su evangelio, una abundante enseñanza de Jesús en parábolas. Aquí refiere la primera, la más famosa, y, para él, también ciertamente la más importante: la parábola del sembrador. Sin embargo, para ser más exactos, habría que llamarla «la parábola de la semilla». En efecto, la atención del narrador parece concentrarse no tanto en los gestos del sembrador como en el destino de las semillas lanzadas por él. El comienzo de la explicación de la parábola va también en el mismo sentido: «La semilla es el mensaje de Dios» (v. 11).

De manera espontánea, surge una pregunta: ¿por qué quiso caracterizar Jesús el comienzo de su ministerio público con esta parábola? ¿Acaso había advertido ya las dificultades que tenían los hombres de su tiempo para escuchar su predicación, y tal vez también las dificultades que experimentaban sus oyentes para perseverar en la escucha y en la práctica? La respuesta parece ser afirmativa, si consideramos sobre todo la pregunta que le dirigen sus discípulos y la respuesta que les da Jesús (w. 9ss). Pero la parábola tal vez tenga un alcance todavía mayor: en los diferentes destinos de la semilla lanzada podemos entrever no sólo los diferentes modos con los que sus contemporáneos reaccionaban a la oferta de la Palabra, sino también las diferentes actitudes con las que, a lo largo de la historia de la salvación, ha reaccionado y sigue reaccionando la humanidad a la presencia de los testigos de Dios y a su predicación. Leída así, la parábola de la semilla prolonga su mensaje a lo largo de todos los siglos de la historia, antes y después de Cristo, y llega hasta nosotros.

 

MEDITATIO

«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros» (Jn 15,18). Éste es el misterio de la vida empezada en Cristo y prolongada en los cristianos.

Sorprende constatar cómo el martirio acompaña al nacimiento de las comunidades cristianas, en Jerusalén, en Samaría, en Roma y hasta los confines de la tierra.

La lista de mártires que figuran en el canon de los santos es interminable. Abundan en el martirologio cristiano jerarcas y religiosos, pero no falta tampoco el testimonio de muchos laicos. Con el sacerdote Andrés Kim, cuyo martirio celebramos hoy, figura el laico Pablo Chong como representante de muchos otros laicos, hombres y mujeres, casados y solteros, ancianos, jóvenes y niños, que sellaron con su sangre los comienzos de la fe cristiana en Corea.

El testimonio de estos mártires es para nosotros una imagen viva. Ellos son un desafío a la hora de construir, como sarmientos unidos a la vid, la sociedad contemporánea.

Nos estimulan a no dejar que falte en este mundo un rayo de la luz del Espíritu que ilumine el camino de la existencia humana.

El mismo año (1988) en que Juan Pablo II canonizó a estos mártires de la fe, escribió a todos los fieles cristianos laicos del mundo insistiéndoles en la responsabilidad de vivir y proclamar la fe recibida en el bautismo. La exhortación se titula Christifideles laici. De esa carta extraemos la oración que hoy os invitamos a rezar.

 

ORATIO

María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, contigo damos gracias a Dios por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos. Virgen del Magníficat, llénanos de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión. Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.

Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios. Tú, que junto a los apóstoles has estado en oración en el cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.

Virgen Madre, guíanos y mantennos para que vivamos siempre como auténticos hijos de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos y amigos muy queridos: caed en la cuenta de que Dios, al principio de los tiempos, creó el cielo y la tierra y todo lo que existe. Meditad también por qué y para qué creó al hombre a su imagen y semejanza.

Si en este valle de lágrimas no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni seguir viviendo. Por la gracia de Dios hemos venido a este mundo y también por su gracia hemos recibido el bautismo y hemos entrado a formar parte de la Iglesia.

Convertidos así en discípulos del Señor, llevamos un nombre glorioso. Pero ¿de qué nos serviría un nombre tan excelso si no correspondiera a la realidad? Si así fuera, no tendría sentido haber venido a este mundo y formar parte de la Iglesia; peor aún, esto equivaldría a traicionar al Señor y su gracia. Mejor sería no haber nacido que recibir la gracia del Señor y pecar contra él (de la última exhortación de san Andrés Kim).

 

ACTIO

Recuerda el día de tu bautismo. Busca la fecha o alguna foto, si existe. Después, respóndete a esta pregunta: ¿Qué he hecho yo de mi bautismo?

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables padecimientos; con su pasión fundó la Iglesia y la hace crecer con los sufrimientos de los fieles. Por más que los poderes del mundo la opriman y la ataquen, nunca podrán derrotarla.

Después de la ascensión de Jesús, desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, la Iglesia santa va creciendo por todas las partes en medio de tribulaciones.

También ahora, durante cincuenta o sesenta años, desde que la santa Iglesia penetró en nuestra Corea, los fieles han sufrido persecución, y aún hoy mismo la persecución se recrudece, de tal manera que muchos compañeros en la fe -entre ellos yo mismo- están encarcelados, como también vosotros os halláis en plena tribulación. Si todos formamos un solo cuerpo, ¿cómo no sentiremos una profunda tristeza? ¿Cómo dejaremos de experimentar el dolor, tan humano, de la separación? No obstante, como dice la Escritura, Dios se preocupa del más pequeño cabello de nuestra cabeza y, con su omnisciencia, lo cuida.

¿Cómo, por tanto, esta gran persecución podría ser considerada de otro modo que como una decisión del Señor o como un premio o castigo suyo?

Buscad, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo.

No olvidéis el amor fraterno, sino ayudaos mutuamente... Aquí estamos veinte... Si alguno es ejecutado, os ruego que no os olvidéis de su familia...

Está ya cerca el combate definitivo. Os ruego que os mantengáis en la fidelidad, para que, finalmente, nos congratulemos juntos en el cielo. Recibid el beso de mi amor».

(Extracto de la carta de despedida de Andrés Kim.)

 

Día 21

25° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 55,6-9

6 Buscad al señor mientras se deja encontrar; invocadlo mientras está cerca.

7 Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; el Señor se apiadará de él, si se convierte, si se vuelve a nuestro Dios, que es rico en perdón.

8 Porque mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor

9 Cuanto dista el cielo de la tierra, Así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes.

 

•·• Con este oráculo, Isaías se dirige al pueblo de Israel, que ha vuelto del destierro babilónico. El profeta invita a los suyos a reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos imprevisibles de la vida y a reconsiderar la idea que se han hecho de Dios, una idea muy a la medida... del hombre. El tono del oráculo es un tanto revelador pues en pocos versículos encontramos expresada una de las paradojas que caracterizan a Dios: su cercanía e intimidad con el hombre, Así como su suma trascendencia.

La profecía da comienzo con la invitación a buscar al Señor (v. 6): a buscarlo porque me deja encontrar>>, a invocarlo porque <<está cerca». Tan cerca, que su presencia cuestiona la vida del hombre en la esfera de sus relaciones mundanas (<<caminos») y consigo mismo (<<planes») y le pide que abandone el camino del malvado y el plan del criminal. Que el Señor esté cerca no quiere decir que se puedan conocer fácilmente sus planes y modos de actuar y mucho menos que éstos sean según las medidas humanas. Para hacerse una idea justa de la proporción, Dios toma la palabra —ha habido un cambio repentino de la tercera a la primera persona- e indica el trecho cielo—tierra como la unidad métrica para calibrar la distancia entre sus planes y los nuestros, sus caminos y los nuestros. La misma medida, desbordante y abierta al infinite, que utiliza el salmista cuando canta la misericordia de Dios: <<Como la altura del cielo sobre la tierra...» (Sal 103,11).

La estructura literaria quiástica (mis planes, vuestros planes; vuestros caminos, mis caminos) introduce de nuevo, dentro del oráculo, el elemento de la cercanía de Dios al hombre. Nuestros caminos y nuestros planes quedan envueltos y abrazados por los de Dios. Un Dios trascendente, inaprensible mediante cálculos y previsiones humanas; una trascendencia que no es separación, pues envuelve al mundo y la vida del hombre, sino una trascendencia cuidadosamente solicita, sumamente sabia y eternamente providente.

 

Segunda lectura: Filipenses 1,20c-24.27a

Hermanos:

20 Cristo manifestará en mi cuerpo su gloria.

21 Porque para mi la vida es Cristo, y morir significa una ganancia.

22 Pero si continuar viviendo en este mundo va a suponer un trabajo provechoso, no sabría qué elegir.

23 Me siento como forzado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor;

24 por otra, seguir viviendo en este mundo es mas necesario para vosotros.

25 Persuadido de esto último, presiento que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para provecho y alegría de vuestra fe.

26 Así, cuando vaya a veros otra vez, vuestro orgullo de ser cristianos será mayor gracias a mi.

27 Únicamente os pido que llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

 

» Pablo escribe la Carta a los Filipenses desde la cárcel y, a las primeras de cambio, desea informar a los suyos sobre la situación personal en que se encuentra. Es tal la pasión por el Evangelio que, en primer lugar y antes de que hable de si mismo, cuenta como su encarcelamiento está contribuyendo a la difusión del Evangelio. Y entrañablemente, abre su corazón a los destinatarios de la carta: ¿será condenado a muerte o será absuelto?

Pablo esta convencido de que en ambos casos —<<tanto si vivo como si muero» (v. 20)- su persona será el lugar de la manifestación del Señor. Y esto, porque la vida y la muerte tienen un nuevo sentido para él: <<Para mi la vida es Cristo». A primera vista, parece decir: frente a esta esclarecedora certeza, la vida y la muerte son relativas. Ninguna de las dos condiciones es de por si mejor que la unión con Cristo. Quien cuenta es él, la comunión con él, la adhesión a su voluntad. El modo y el estado de vivir todo esto... es sencillamente un don que se acoge. Pablo rehúye tanto el apego materialista a la tierra como un dualismo Espiritualista que le reste valor a la existencia terrena. Se plantea si morir, para estar con Cristo, o continuar viviendo en este mundo, e, indiscutiblemente, morir significa unirse al Señor en comunión plena, una ganancia, sin ninguna duda. Sin embargo, sabe que su existencia terrena seria provechosa para sus comunidades. Encontrándose en la tesitura de desear lo mejor para si o lo mas necesario para la Iglesia, Pablo elige la posibilidad segunda.

 

Evangelio: Mateo 20,1-16

Dijo Jesús a sus discípulos:

1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña.

2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña.

3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo

4 y les dijo; <<Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo».

5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo.

6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?»,

7 Le contestaron: <<Porque nadie nos ha contratado». El les dijo: <<Id también vosotros a la viña>>.

8 Al atardecen el dueño de la viña dijo a su administrador:

9 Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros».

10 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno.  Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían mas, pero también ellos cobraron un denario cada uno.

11 Al recibirlo, se quejaban del dueño,

12 diciendo: <<Estos últimos han trabajado sélo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor»,

13 Pero él respondió a uno de ellos: <<Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario?

14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti,

15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?»,

16 Así los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 

• Un hombre, una viña y unos obreros contratados a jornal. Esta parábola nos descubre el secreto del Reino de Dios, nos introduce en el estilo de vida y en el clima que se respira. Nos dice cual es el modo de pensar y de actuar que reina, contrastándolo con el modo de pensar y de actuar que impera entre los hombres.

La descripción de las repetidas llamadas del dueño de la viña y las respuestas de los obreros, enviados en distintas horas del día, apuntan hacia el momento culminante de la parábola, ése en el que se produce una ruptura en el desarrollo de los acontecimientos con el modo habitual de pensar. De improviso, irrumpe en la trama de los hechos una lógica diferente, que orienta el relato en otra dirección, sugiriendo pensamientos, relaciones y acciones nuevas. Por eso no es esencial dar una explicación precisa de cada uno de los elementos que aparecen en la parábola; el decisivo es el que marca la fractura con el punto de vista del lector. Y aquí Jesús, indudablemente, consigue el efecto.

El momento imprevisible se produce al atardecen a la hora de recoger el jornal, cuando las expectativas de los obreros —·y nuestras— se ven completamente trastocadas y decepcionadas. Porque jamás quien ha trabajado solamente <<un rato» es tratado como el que <<ha soportado el peso del día y del calor» (v 12). El comportamiento de Dios es así, diferente del comportamiento de los hombres, aunque pueda parecer injusto. <<Amigo, no te hago ninguna injusticia» (v. 13), contesta el dueño de la viña. Que es como decir: a los últimos les he hecho un regalo, y a ti no te he quitado nada de lo que es tuyo. La parábola se remonta hasta la raíz de la diferente lógica que guía el actuar de Dios, por una parte, y las expectativas del hombre, por la otra, con la pregunta final: <<¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?» (v. 15). La envidia y la bondad son direcciones opuestas del corazón. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad, nos guía hacia el horizonte de su Reino a partir de un modo diferente de <<ver» y <<comprender» el bien, la justicia y el amor.

 

MEDITATIO

Es sugestivo el oráculo de Isaías, ya que nos ayuda a ver el mundo y la vida según la perspectiva de Dios, desde el <<cielo». Y es sorprendente la enseñanza de la Palabra del Evangelio, porque en Jesucristo lo anunciado por Isaías alcanza su plenitud y su sentido pleno, encuentra su realización. En Jesús tenemos al Dios-con-nosotros, Dios cercano para siempre, viaducto entre el cielo y la tierra. En Jesús tenemos <<hecho hombre» (Col 2,9) y <<en su condición de hombre» (Flp 2,7) el pensamiento de Dios y, a su vez, el camino para encontrarlo.

La parábola de Mateo nos adentra en el misterio del Reino de Dios, en el pensamiento de Cristo, en el corazón del Padre, desvelándonos el secreto. Es, para todos, una fuerte invitación a cambiar de mentalidad, a pasar de la lógica del mérito, de quien vive de pretensiones y no reconoce ni admite regalos, al mundo de la gratuidad, que es la raíz del amor y el secreto del Reino de Dios. Al inicio de la historia de cada uno hay un don: la llamada a ser y a trabajar en la viña. La vida es el regalo precioso del tiempo para vivir y trabajar en la viña. Al final del día tendrá lugar la recompensa, que no será para nadie el fruto de sus propios méritos o esfuerzos, sino un regalo divino e inmerecido. Aquello que es profundamente nuestro —<<lo tuyo>>— es la llamada de Dios a participar en su vida y en su obra, la posibilidad de trabajar y fatigarnos, de gastar la vida por él. Infeliz, murmurador y envidioso es quien no reconoce el regalo.

Quien se siente acreedor, con derechos ante Dios y la vida, porque piensa que ya ha hecho demasiado, considera todo lo gratuito como un robo, como una amenaza a la presunta justicia. Sin embargo, descubrir que somos amados gratuitamente es empezar a responder desde esa hora a la llamada de Dios; descubrir que todo es don —la viña, el vino, el trabajo, la fatiga...— es el modo de estar en la Iglesia buscando el Reino de Dios.

Pablo nos muestra que es posible y hermoso vivir así: responder a la llamada, esforzarse en su viña y esperar de sus manos la recompensa del modo que quiera y el día que quiera. Solo quien vive Así puede decir: <<Para mí la vida es Cristo».

  

ORATIO

¡Tarde te amé,

hermosura tan antigua y tan nueva,

tarde te amé!

Tu estabas dentro de mi,

y yo afuera,

y Así por fuera te buscaba;

tu estabas conmigo,

mas yo no estaba contigo.

Me llamaste y clamaste,

y quebrantaste mi sordera;

brillaste y resplandeciste,

y curaste mi ceguera;

exhalaste tu perfume

y lo aspire,

y ahora te anhelo;

gusté de ti

y ahora siento hambre y sed de ti;

me tocaste

y deseé con ansia la paz que precede de ti.

(Agustín de Hipona, <<Confesiones», 10,27, en Obras de san Agustín, II, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1946, 75 1).

 

CONTEMPLATIO

Tu vete en siendo llamado. Se te llama a la hora de sexta; ven. El amo también te ha ofrecido un denario si vienes a la undécima, pero que vivas hasta la hora undécima, eso nadie te lo ha prometido. No digo hasta la undécima, sino hasta la séptima. ,¿Por qué, cierto del salario, mas incierto del día, haces esperar a quien te llama? Mira, no te quedes, por tu dilación, sin la prometida retribución (Agustín de Hipona, <<Sermón» 87,8, en Obras de san Agustín, VII, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 195o, 247).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Mis planes no son como vuestros planes» (Is 55,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Habiendo entrado, o las cinco y diez de la mañana, en una capilla del barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aun más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar - hasta el punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, <<católico, apostólico, romano>>, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

        Al entrar tenía veinte años. Al salir era un niño, listo para el bautismo y que miraba en torno a si, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se había suspendido en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

No me oculto lo que una conversión de esa clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el Espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido ala fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada. Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos (A. Frossard, Dios existe. Yo lo he encontrado, Rialp, Madrid 2001, 6-8; traducción, José María Carrascal Muñoz).

 

Día 22

Lunes 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 3,27-35

Hijo mío:

27 no niegues un favor a quien tenga derecho si está en tus manos concedérselo.

28 Si tienes, no digas a tu prójimo: «Vuelve otro día, mañana te daré».

29 No maquines contra tu prójimo mientras vive a tu lado confiado.

30 No pleitees con un hombre sin motivo, si no te ha hecho ningún mal.

31 No envidies al hombre violento, ni imites su conducta,

32 pues el Señor aborrece al perverso y da a los rectos su confianza.

33 El Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada de los justos;

34 puede burlarse de los arrogantes, pero concede su favor a los humildes.

35 La herencia de los sabios es el honor, pero los necios acumulan deshonra.

 

**• El libro de los Proverbios es un libro humilde, aunque sólo en apariencia. La convicción de la que parte es que toda la sabiduría presente en el mundo, tanto en las cosas como en el hombre, es una huella de la sabiduría divina. Hasta la sabiduría que se expresa en las formas más humildes y cotidianas -la sabiduría del sentido común, de la razón, de la experiencia- viene de Dios. Seguirla es obedecer a Dios; ignorarla significa traicionar el designio de Dios. Bajo esta luz, profundamente religiosa, es como debemos comprender todas las máximas del libro de los Proverbios, reconociendo un valor de imperativo moral no sólo a la palabra de los profetas y a la Ley, sino también al significado de las cosas y a la fuerza de la experiencia.

El pasaje que nos presenta hoy la liturgia insiste en las relaciones con el prójimo: no hay que negar un favor, no se debe decir: «Vuelve otro día, mañana te daré» (v. 28), no hay que maquinar engaños, ni pleitear, ni envidiar, ni imitar la conducta del malvado (w. 29-32). En el interior de estos mandatos, y casi de improviso, hace su aparición una afirmación muy bella: «Y da a los rectos su confianza» (v. 32b). Así queda ya perfilada la figura del sabio en sus coordenadas fundamentales: la corrección y la benevolencia en las relaciones con el prójimo, la convicción de que la confianza en Dios vale más que cualquier otra cosa.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.

17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto.

18 Prestad atención a cómo escucháis, porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

**• Los dichos de Jesús que hemos leído hoy .-probablemente diseminados en su origen- han sido recogidos por Lucas en una sección (8,4-21) que tiene como tema la Palabra de Dios. Desde esta perspectiva los leemos nosotros.

El primero de ellos (v. 16) parece temer el riesgo del anonimato: no se pone una luz debajo de la cama. La advertencia parece dirigida a los cristianos que -por miedo o porque consideran inútil hacerlo- no se exponen en público. La Palabra es pública y visible: esconderla es un modo de hacerla morir.

El segundo dicho (v. 17) parece temer más bien el riesgo del secreto. La advertencia va dirigida a los grupos cristianos que se cierran en sí mismos y anuncian la Palabra en secreto, sólo a los iniciados. Porque la Palabra, en virtud de su naturaleza misionera, es para todos.

El tercer dicho (v. 18) es más difícil. A buen seguro, llama la atención sobre la importancia de la escucha; más aún, sobre los modos como se escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Hay quien no escucha, pero hay también quien escucha mal. ¿Qué significado hemos de dar a esta afirmación, un tanto enigmática: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener»? ¿Qué significa el «porque» (literalmente, gar [en efecto]: v. 18b) que condiciona estrechamente el crecimiento o la pérdida a la escucha de la Palabra? Quizás signifique que es importante escuchar bien, porque es precisamente la escucha lo que enriquece. Quien no escucha o escucha mal se empobrece. No sólo no crece, sino que pierde también lo que considera tener. La escucha de la Palabra es, por consiguiente, el camino necesario para el crecimiento en la fe. Si falta, desaparece la fe.

 

MEDITATIO

Jesús nos habla de la necesidad de iluminar. Pero habla también de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la única luz que viene de Cristo, el Señor. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las de Cristo, y de proponer así cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día, constantemente, nuestra propia lámpara con la luz de Cristo. Es la lumen Christi la que ilumina el mundo, no mi luz. Esta última puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo.

Y, llegados aquí, el problema se vuelve serio, porque la luz de la que habla Jesús no es sólo doctrina, sino también testimonio, es decir, doctrina que se hace vida, que transforma la vida: que afecta a mi modo de ser, a mi modo de valorar las cosas. Soy luz cuando difundo la doctrina de Cristo con los criterios de Cristo, esto es, con humildad y pobreza. Cuando no hablo, por ejemplo, de humildad desde una posición de poder, cuando no anuncio la pobreza con medios que hablan de abundancia de bienes. Soy, en suma, luz puesta en el candelero cuando represento -lo menos lejos posible- el modo de ser, de obrar, de pensar y de hablar de Jesús.

Es bueno reflexionar un poco sobre esto, porque en este sector son grandes las ilusiones. Pensar que iluminamos sólo porque decimos las palabras de Jesús, sin dejar iluminar nuestra propia vida con la luz de Jesús, es como cubrir con una vasija la lámpara. Es como afirmar algo sin la prueba de los hechos. Es adoctrinar, no evangelizar.

 

ORATIO

Estás viendo, Señor, que estoy preocupado por hablar de tu doctrina más que por reproducir tu vida. Estás viendo cómo pongo demasiado entre paréntesis tu modo de ser, que dio tanto impacto a tus palabras, pensando que evangelizar o ser guía para los hermanos y hermanas se reduce a una cuestión de conocimiento y de transmisión de ideas.

Pero eres tú quien debe vivir en mí, para que yo pueda comunicar tus palabras y ser guía de los otros. Si tú, mi amado Señor, no vives dentro de mí, tus palabras saldrán sin efecto de mis «labios impuros», porque mi corazón será demasiado diferente del tuyo, mis criterios prácticos de valoración estarán demasiado alejados de los tuyos. Ayúdame a buscarte a ti antes que a las palabras, a modelarme siguiendo tu imagen antes que a usarte para decir las cosas que debo decir.

Para esto necesito también sentirte más cerca, más íntimo, más amigo, más familiar, más presente en mi vida. No me dejes, no me abandones a mis ilusiones, no me dejes recorrer hasta el final mis atajos, mi constante tentación de reducirte a idea o a simple mensaje.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro.

Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28).

¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!

¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.

Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.

El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. El que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el mundo.

Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.

Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 8, San Pablo, Madrid 1997, pp. 106-107).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El liderato cristiano del futuro no debe ser ya un liderato de poder y de control, sino un liderato de impotencia y de humildad, en el que se manifieste Jesucristo, siervo doliente de Dios.

Como es obvio, no estoy hablando de un liderato psicológicamente débil, en el que el líder cristiano sea simplemente una víctima pasiva de la manipulación de su ambiente. No, estoy hablando de un liderato en el que se renuncia constantemente al poder y se opta por el amor. Se trata de un verdadero liderato espiritual. La impotencia y la humildad en la vida no son, a buen seguro, las del hombre que no tiene espina dorsal y deja que sean los otros quienes decidan por él; se trata, más bien, de la impotencia y la humildad de quien está totalmente enamorado de Jesús hasta el punto de seguirle allí a donde le lleve, con la seguridad de que, con Él, encontrará la vida y la encontrará en abundancia. Es preciso que el líder del futuro sea radicalmente pobre y que, cuando viaje, no lleve consigo más que el bastón -«no pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas» (Mc 6,8)-. ¿De qué sirve ser pobre? Sirve sólo para brindarnos la posibilidad de guiar a los otros dejándonos guiar. Deberemos depender así de las reacciones positivas o negativas de aquellos entre quienes andemos, y seremos llevados verdaderamente allí a donde quiera llevarnos el Espíritu de Jesús. La riqueza y el bienestar nos impiden discernir el camino de Jesús. Escribe Pablo a Timoteo: «Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9).

Si puede haber aún una esperanza para la Iglesia del futuro, ésa es la esperanza de una Iglesia pobre, cuyos guías estén dispuestos a dejarse guiar (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesü, Brescia 31997, pp. 59ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

Día 23

San Pío de Pietrelcina

 

      San Pio de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de edad. Ordenado el 10 de agosto de 1910. Asignado a San Giovanni Rotondo en 1916, vivió allí hasta su muerte. Recibió los estigmas: 20 de septiembre, 1918. Los llevó por 50 años. Entró en la Vida Eterna: 23 de septiembre, 1968 Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de 2002. El Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo, amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios. Famoso confesor. El Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían esperar dos semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 21,1-6.10-13

1 El corazón del rey es acequia en manos del Señor, él lo inclina hacia donde le place.

2 El hombre considera rectos sus caminos, pero es el Señor quien pesa los corazones.

3 Practicar la justicia y el derecho agrada al Señor más que los sacrificios.

4 Ojos altaneros, corazón engreído y luz del malvado, todo pecado.

5 Los proyectos del diligente traen ganancia, y los del alocado, indigencia.

6 Hacer fortuna con lengua mentirosa, vanidad efímera y trampa mortal.

10 El malvado en su deseo alienta el mal y nunca se apiada de su prójimo.

11 Cuando se castiga al arrogante se hace cauto el imprudente, cuando se instruye al sabio, aumenta su saber.

12 El justo observa la casa del malvado y ve cómo se precipita a la ruina.

13 Quien cierra su oído a la súplica del pobre no será escuchado cuando clame.

 

*»• El libro de los Proverbios está constituido por una amplia colección de máximas y sentencias, en las que se ha ido sedimentando la sabiduría de todas las generaciones de Israel. Su propósito es convertir a todo israelita en un verdadero hombre: fuerte, dueño de sí, interiormente libre, trabajador, hábil, leal. No se trata aún del retrato del discípulo del Evangelio, pero sí de la premisa indispensable para poder serlo. No es posible ser discípulo si no se es hombre. Me parece que éste es el valor global de todo el libro. Pues, a decir verdad, muchos proverbios podrían resultar decepcionantes la primera vez que se leen. ¿Siguen teniendo valor? A buen seguro, los proverbios dotados de sentido común perfectamente actuales son numerosos. Pero lo importante, sobre todo, es su valor global. Sugieren comportamientos que están más allá de la alianza y de su moral. Pero se trata de un sano humanismo que tiene precisamente como finalidad crear un  hombre apto para las opciones morales y para los compromisos de la alianza.

Las virtudes que nos sugiere el fragmento litúrgico que hemos leído hoy son las habituales, presentadas sin un orden preciso: no presumir de uno mismo ni de su propia rectitud; practicar la justicia, la humildad y la diligencia; no ser mentirosos ni violentos en los negocios; no cerrar el oído a la súplica del pobre. La súplica o el grito del pobre van siempre dirigidos en la Biblia al Señor antes que al hombre. Escucharlos significa responder en nombre del Señor.

 

Evangelio: Lucas 8,19-21

En aquel tiempo,

19 se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío.

20 Entonces le pasaron aviso: -Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él les respondió: -Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• El breve cuadro que Lucas bosqueja es de gran fineza y rara profundidad. No aparece polémica alguna respecto a los parientes de Jesús, cosa que sí aparece en los pasajes paralelos de Marcos y de Mateo. Lucas se concentra en el único punto que le interesa de verdad: la escucha y la práctica de la Palabra son las únicas cosas que nos hacen parientes de Jesús, miembros de su nueva familia.

«Se presentaron su madre y sus hermanos» (v. 19): Lucas emplea, para decir esto, un verbo que expresa el deseo de ver a Jesús, y la conjugación en singular pone de relieve la figura de la madre, que es el sujeto. Para el evangelista, la venida de los familiares representa una ocasión que permite pronunciar a Jesús su dicho sobre los verdaderos parientes: la escucha activa de la Palabra crea un vínculo más fuerte que la sangre. Es ésta una posibilidad que no excluye a los parientes que han venido a visitarle, sino que los incluye. En definitiva, Lucas exalta la familia engendrada por la Palabra, sin sentir la necesidad de contraponerla drásticamente a la constituida por los vínculos de sangre.

 

MEDITATIO

"Solo quiero ser un fraile que reza...”

“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración..."

"La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...”

"El tiempo transcurrido en glorificar a Dios y en cuidar la salud del alma, no será nunca tiempo perdido"

-Padre Pío

 

ORATIO

Hoy te ruego, oh Virgen María, que me ayudes a recibir la Palabra para darle carne, para darle vida. Sabes que ando muy lejos de estas excelencias, esto es, de ver mi vida como un engendramiento de Jesús en el mundo.

Yo, pobre pecador, yo, tan inmerso en mil cosas, puedo acercarme a ti, Madre de mi Salvador, y llegar a ser yo también «madre» de aquel que me salva. Me parecen cosas tan elevadas que rozan lo inaprensible.

Condúceme con suavidad al interior de este misterio, abre mis ojos para que vean las cosas maravillosas que la Palabra puede llevar a cabo en mí, dame un corazón capaz de comprender el mundo nuevo en el que son introducidos los oyentes de la Palabra. Quédate junto a mí, oh Madre, para que pueda continuar, con temor y temblor, pero asimismo con admiración y reconocimiento, tu obra también al comienzo de este tercer milenio.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.

De ahí que María sea dichosa también porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno (san Agustín, Sermón 25, 7ss).

Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.

Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres, una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos. También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.

Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel (Isaac de Stella, Sermón 51, en PL 194, 1862-1863.1865).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Con frecuencia, en el Medievo se representaba a María de rodillas frente al niño en el pesebre y adorándolo. En estas figuras expresaban los artistas lo que Lucas dijo con estos cinco verbos: ha dado a luz, ha envuelto, ha depositado, ha conservado y ha meditado. María siente el misterio de este nacimiento.

Piensa una vez y otra constantemente en su propio corazón lo que ha sucedido. Medita el misterio de su propio hijo para darse cuenta de este niño. María es, para Lucas, la mujer que cree. Con ella nos dibuja una imagen de cómo nosotros también podemos creer en la encarnación de Dios en Jesucristo. Nuestra reacción no puede expresarse mejor que con estas palabras: conservar y meditar, observar y volver a decirlas siempre en nuestro corazón. Debemos conservar la Palabra de Dios en el corazón, debemos compararla con la realidad en la que nos encontremos, hasta que la Palabra se entreabra a nosotros y reconozcamos a la luz de la Palabra nuestra realidad de un modo nuevo, hasta que caigamos de rodillas maravillados frente al misterio del amor de Dios en nuestra vida (Anselm Grün, Natale, celebrare un nuovo inizio, Brescia 1999, pp. 126ss).

 

Día 24

Miércoles 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 30,5-9

5 Todas las palabras de Dios se cumplen, es un escudo para quienes se acogen a él.

6 No añadas nada a sus palabras, no sea que te replique y quedes como mentiroso.

7 Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes de que muera:

8 aleja de mí falsedad y mentira; no me des ni pobreza ni riqueza, dame sólo el alimento necesario.

9 No sea que, saciado, reniegue de ti y diga: «¿Quién es el Señor?» o que, siendo pobre, me dé al robo y profane el nombre de mi Dios.

 

**• El libro de los Proverbios reflexiona con una gran atención sobre la pobreza y sobre la riqueza. La oración que concluye el pasaje litúrgico de hoy constituye a este respecto un espléndido ejemplo. El ideal de la sabiduría no es la pobreza, sino el bienestar, que es una bendición de Dios. Procurárselo es un deber. Los Proverbios condenan con dureza la pereza y la holgazanería. Pero si bien es verdad que el bienestar es una bendición, eso no significa que el pobre sea un maldito o alguien castigado. Las recomendaciones en su favor son numerosas, y están diseminadas por todas las secciones del libro. Ayudar a los pobres es uno de los deberes principales. Sin olvidar, a renglón seguido, que la felicidad no está sólo en la riqueza, sino en una riqueza acompañada del temor de Dios, de la justicia y de la concordia: «Más vale poco con temor del Señor que un gran tesoro con preocupación» (15,16).

Por último, la sabiduría de los Proverbios advierte que el excesivo bienestar no está exento de grandes peligros morales, como el de creerse autosuficiente, sin sentir necesidad de Dios (v. 9). La riqueza material se transforma fácilmente en riqueza de espíritu. La posición del sabio es, por eso, la que se lee precisamente en la conclusión de nuestro pasaje: ni la miseria que conduce a la rebelión contra el Señor, ni la excesiva riqueza que conduce a olvidarlo.

 

Evangelio: Lucas 9,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

2 Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

3 Y les dijo: -No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas.

4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

5 Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

6 Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.

 

**• Predicar la conversión, expulsar toda clase de demonios y curar a los enfermos son las tres tareas del discípulo misionero (w. lss). Son las mismas cosas que hizo Jesús. Las consignas de Jesús son tres. En primer lugar, una orden: el misionero ha de llevar sólo lo estrictamente indispensable, nada más (v. 3). Se trata de una invitación a la pobreza entendida como libertad (dejar todo para seguirle) y fe (el mismo Señor proveerá a sus discípulos). Viene, a continuación, una norma de sentido común: el discípulo itinerante no ha de ir de una casa a otra; ha de elegir una casa digna y hospitalaria, y quedarse en ella el tiempo necesario (v. 4).

Por último, una sugerencia sobre cómo comportarse en caso de rechazo. El rechazo, en efecto, está previsto: al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le garantiza el éxito. Frente al rechazo ha de comportarse como Jesús: si lo rechazan en un sitio ha de irse a otra parte (v. 5). «Sacudirse el polvo» es un gesto de juicio, no de maldición: pretende subrayar la gravedad del rechazo, la ocasión malgastada.

 

MEDITATIO

Afortunados los Doce, que tenían «poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades». ¿Y cómo es que nosotros carecemos de poder y de autoridad? ¿Puede deberse a que llevamos con nosotros muchas cosas? ¿No irá ligada la entrega de tu poder, Señor, a la ausencia de todas esas muchas cosas en las que nos apoyamos? ¿Pero es que acaso no son necesarias estas cosas? ¿Hasta dónde llega la confianza en Dios y empieza el compromiso personal? Se trata de cuestiones que nos dejan pensativos y que parecen sin respuesta, salvo la venida de una oleada suplementaria del Espíritu Santo.

Una cosa es segura: el oficio de apóstol no es en absoluto fácil, expuesto como está a todos los vientos de las modas y a todas las tentaciones. Si carecemos de poderes, resulta fácil crearnos algunos suplementarios y refugiarnos en sucedáneos. Si la acción apostólica es «poderosa», resulta fácil autocomplacerse, como si todo procediera de nosotros.

No es fácil ser siervo y nada más que siervo. No es fácil no deprimirse con los fracasos y no exaltarse con los éxitos. Tal vez resida la debilidad en un arraigado individualismo, por el que sólo lo que hago yo está bien y sólo lo que pienso yo es justo. ¿Y si contáramos con una comunidad con la que confrontarnos, con la que crecer para apoyarnos, con la que valorar el carácter evangélico de nuestra acción, no de una manera abstracta, sino en el orden concreto de la vida cotidiana?

 

ORATIO

Mira, Señor, cómo nosotros, tus discípulos, nos sentimos desarmados frente a este mundo. Nos sentimos casi perdidos, no sabemos a veces por dónde empezar y a menudo no se nos toma en serio, en particular cuando decimos tus palabras. El rebaño se restringe, los jóvenes rara vez demuestran comprendernos y, seguramente, a nosotros nos cuesta trabajo comprenderles.

No permitas que perdamos la confianza en tu poder. Danos el don del discernimiento para que podamos llevar a cabo un serio examen de conciencia, para que podamos ver lo que es preciso dejar de lado (los excesivos bastones, las excesivas alforjas, el demasiado pan, el demasiado dinero, las demasiadas túnicas), porque impide el despliegue de tu acción.

Estamos, en efecto, Señor, un poco confusos. A veces nos da la impresión de haber entrado en un callejón sin salida. Danos tu luz para ver lo que hemos de hacer. Y haznos comprender que tenemos necesidad de mucho, mucho valor, para hacer lo que es preciso hacer. No nos dejes caer en nuestra rastrera y silenciosa decepción, ni nos dejes en la tentación de la espectacularidad, del ir detrás del mundo, que todo lo apoya en el aparecer y en la capacidad de imponerse. Sabemos que algunos hacen carrera de este modo. Tú ilumínanos y sálvanos.

 

CONTEMPLATIO

Para demostrar que no es la sabiduría humana, sino su propio poder el que convierte al mundo, eligió Dios como predicadores suyos a hombres incultos, y lo mismo ha hecho en Inglaterra, realizando obras grandes por medio de instrumentos débiles. Ante este don divino hay, hermano carísimo, mucho de qué alegrarse y mucho de qué temer.

Sé bien que el Dios todopoderoso, por tu amor, ha realizado grandes milagros entre esta gente que ha querido hacerse suya. Por ello, es preciso que este don del cielo sea para ti al mismo tiempo causa de gozo en el temor y de temor en el gozo. De gozo, ciertamente, pues ves cómo el alma de los ingleses es atraída a la gracia interior por obra de los milagros exteriores; de temor, también, para que tu debilidad no caiga en el orgullo al ver los milagros que se producen, y no vaya a suceder que, mientras se te rinde un honor externo, la vanagloria te pierda en tu interior (Gregorio Magno, Carta a

Agustín de Canterbury, Libro 9, 36).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No llevéis nada para el camino» (Lc 9,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aquí reside el misterio del ministerio: que precisamente nosotros, que somos pecadores, enfermos, vulnerables, necesitados de que se interesen por nosotros, precisamente nosotros, hemos sido elegidos para transmitir, mediante ese amor nuestro tan limitado y condicionado, el amor ilimitado e incondicionado de Dios. Porque el verdadero ministerio debe ser recíproco. Cuando los miembros de una comunidad de fe no pueden conocer y amar de verdad a su pastor, el oficio mismo de pastor se convierte muy pronto en un modo solapado de ejercer el poder sobre los otros, y empieza a manifestarse autoritario y dictatorial.

El mundo en el que vivimos -un mundo de eficiencia y control no tiene ningún modelo que ofrecer a quien desee hacer de pastor como lo hizo Jesús. Hasta las llamadas «profesiones asistenciales » se han visto secularizadas de un modo tan radical que la reciprocidad sólo puede ser considerada como una debilidad y una forma de confusión de roles. El liderato del que habla Jesús es de una modalidad radicalmente diferente de la que ofrece el mundo. Es un liderato de servicio, en el que el líder es un siervo vulnerable, que necesita a los otros no menos de lo que los otros le necesitan a él. Por consiguiente, en la Iglesia de mañana, habrá necesidad de un tipo completamente nuevo de liderato, no modelado sobre los juegos de poder, sino sobre Jesús, líder-siervo venido a dar la vida por la salvación de muchos (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesü, Brescia 31997, pp. 44ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

 

Día 25

Jueves 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 1,2-11

2 Vanidad de vanidades, dice Qohélet, vanidad de vanidades; todo es vanidad.

3 ¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?

4 Una generación pasa, otra generación viene, y la tierra permanece siempre.

5 Sale el sol, se pone el sol y corre hacia el lugar de donde volverá a salir.

6 Sopla al sur y sopla al norte y, gira que te gira, el viento reanuda su carrera.

7 Todos los ríos van al mar, pero el mar nunca se llena, y, sin embargo, los ríos van siempre al mismo lugar.

8 Todas las cosas cansan, y nadie es capaz de explicarlo; ni el ojo se sacia de ver, ni el oído de oír.

9 Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se hará: nada hay nuevo bajo el sol.

10 Y si de algo se dice: «Esto es nuevo», eso ya existió en los siglos que nos precedieron.

11 No queda recuerdo de los antepasados, y de los que vendrán detrás tampoco quedará recuerdo entre sus sucesores.

 

*•• «Todo es vanidad» (v. 2), responde el libro del Eclesiastés al preguntarse por el sentido de la vida. «Vanidad», en hebreo hevel, es una palabra que puede significar muchas cosas, pero todas relacionadas con la imagen del soplo, de la niebla, del humo, de algo, en suma, inconsistente: tal vez de lejos te encanta, pero cuando lo tienes entre las manos te decepciona. Así es la vida del hombre: una realidad engañosa, caduca y absurda. Qohélet se muestra verdaderamente drástico y provocador.

¿Cuáles son las razones de una afirmación tan negativa? Por ejemplo, el estridente contraste entre la precariedad del hombre y el permanecer de la naturaleza: «Una generación pasa, otra generación viene, y la tierra permanece siempre» (v. 4).

Todos dicen que el hombre es más importante que las cosas; sin embargo, el hombre desaparece, mientras que las cosas permanecen. Y, además, si miras más allá de las apariencias, te das cuenta de que el hombre está como dentro de un círculo en el que se debate impotente sin comprender la razón. Todo se mueve, pero, en realidad, todo sigue igual. Todo vuelve al punto de partida, como el movimiento del sol, del viento y del agua de los ríos.

También el afán del hombre («Todos sus días son sufrimiento, disgusto sus fatigas, y ni de noche descansa»: 1,23) es un dar vueltas sobre sí mismo, un hacer y un deshacer, sin llegar nunca a un atracadero definitivo. El mundo nuevo que el hombre se esfuerza en construir huye continuamente de sus manos, y así cada generación comienza desde el principio. Quizás Qohélet esté pensando sin más en la esperanza mesiánica de los profetas y la contesta. Se trata de una esperanza religiosa, aunque siempre terrestre.

Pero, entonces, ¿cómo se puede hablar verdaderamente de novedad? Siempre estará el límite de la muerte, el ojo del hombre continuará sin saciarse de ver y el oído sin cansarse de oír, y siempre se le escapará al hombre el sentido del conjunto. Así pues, ¿todo es vanidad? El Nuevo Testamento nos brindará una precisión esencial: todo es vanidad, pero no la caridad.

 

Evangelio: Lucas 9,7-9

En aquel tiempo,

7 el tetrarca Herodes oyó todo lo que estaba sucediendo y no sabía qué pensar, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos,

8 otros que Elías había aparecido, otros que uno de los antiguos profetas había resucitado.

9 Herodes dijo: -Yo mandé decapitar a Juan. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo decir tales cosas? Y buscaba una ocasión para conocerlo.

 

**• Herodes está perplejo: ¿quién es ese Jesús de quien tanto se habla? En la corte se hacen diferentes conjeturas: es Juan, que ha resucitado; es Elías, es un profeta.

Como podemos ver, la gente capta algo de la grandeza de Jesús, pero su error fundamental es comparar a Jesús con figuras del pasado, con figuras ya conocidas. Jesús es una novedad y, para comprenderlo, es preciso mirarle a él mismo, no a otro. Herodes es un hombre culto, práctico. Quisiera reunirse con Jesús e informarse personalmente de quién es. Pero ¿de qué le serviría? Se reunirá con él, en efecto, más tarde, durante la pasión, pero no conseguirá comprender nada de Jesús e intentará comprender e intentará ocultar su propia torpeza recurriendo a un humor vulgar. La fe no nace de semejantes verificaciones ni está hecha para hombres como Herodes.

 

MEDITATIO

La amarga página del libro del Eclesiastés depende mucho del momento en el que la leas: si te encuentras en la plenitud de tus fuerzas o estás comprometido con tareas absorbentes, te parecerá muy amarga e incluso inoportuna. Si te encuentras desconsolado o en un momento de hacer balance de tu vida, te parecerá como luz solar y despiadadamente verdadera. Ahora bien, por encima de los estados de ánimo, se trata de una página realista y necesaria. Y lo es porque fotografía la situación del hombre en el mundo, destinado a pasar, a desaparecer, a no dejar huella. Es una página que tanto poetas como pensadores han retomado de continuo y representado con acentos conmovedores y a menudo desesperados.

Sin embargo, para ti, cristiano, es sólo el primer paso, al que no debe dejar de seguir el segundo: la seguridad de que es a partir de esta nada como se puede construir el todo, si lo aceptas de Dios, si lo orientas a él, si lo usas como quiere la voluntad que lo ha creado y lo puede y lo quiere conservar.

Estamos, pues, ante una doble meditación sobre la nada y sobre el todo. Sobre el cómo no dejarse absorber por la nada y, por consiguiente, deshacerse en humo, y sobre el cómo dar consistencia a estas apariencias tan frágiles. Una doble meditación en la que están comprometidos a fondo el realismo de la razón y el realismo de la fe, en la que un realismo presupone el otro, en la que uno completa al otro. El libro del Eclesiastés es un libro necesario para la formación de la conciencia cristiana, con tal de que no sea el único. El misterio pascual, fundamento de la fe, empareja muerte y resurrección, derrota y victoria, fracaso y reconocimiento de la perennidad de quien permanece fiel a Dios.

 

ORATIO

        Sé bien, oh Señor, que no me dejas pasar por alto las ocasiones para que reflexione sobre la «infinita vanidad del todo». Quieres que no me aferré a nada, porque el todo de este mundo es nada cuando está separado de ti. Una nada que se arrastra en la nada. Te doy gracias por recordármelo hoy con las vigorosas palabras de Qohélet.

Pero tú no quieres que me detenga aquí, porque la vida así sería demasiado desconsolada. Me haces entrever que «todo es vanidad», excepto amarte a ti. Tu amor da consistencia a las cosas, las sustrae de la nada, las redime de la vanidad y las coloca en tu Reino.

Concédeme, mi amantísimo Señor, este amor tuyo para que no me detenga en las cosas que pasan, para que mantenga fija la mirada en ti, origen y fin de todas las cosas. Concédeme tu amor para que pueda rescatar las cosas que toco por su vanidad. Concédeme ese gran amor tuyo que me proyecta hacia ti cuando el sentido de la nada, de la vanidad, de la oscuridad, quiere encerrarme en un pesimismo sin esperanza. Porque, como sé muy bien, querido Señor mío, tú cavas en mí un vacío para llenarlo de ti. Tú remueves lo que pasa para atraerme hacia el Reino de las realidades perennes. Ayúdame a mantener viva en mí esta certeza, para ascender cada día más cerca de ti.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad?

Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo, mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios.

Más deseo sentir la contrición que saber definirla.

Si supieses toda la Biblia a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios?

«Vanidad de vanidades y todo vanidad» (Ecl 1,2), sino amar y servir solamente a Dios.

Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.

Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas.

También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente.

Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente.

Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena.

Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero.

Vanidad es amar lo que tan presto se pasa y no buscarcon solicitud el gozo perdurable.

Acuérdate frecuentemente de ese dicho de la Escritura: «No se harta la vista de ver ni el oído de oír» (Ecl 1,8).

Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, I, 2, San Pablo, Madrid 1997, pp. 36-37).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédeme, oh Dios, la sabiduría del corazón» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La existencia humana está sostenida, en sus dimensiones esenciales, por una desconocida fuerza ascensional, es decir, por una tensión del espíritu que tiende hacia valores todavía lejanos. Eso es lo que los antiguos filósofos definieron como extensio animi ad magna y nosotros quisiéramos llamar «esperanza primordial».

La conciencia del hombre está hecha para el futuro. El momento presente está todavía sumergido en la oscuridad. Lo que vivimos ahora es, por lo general, decepcionante. La vida humana sigue siendo, por tanto, siempre preludio de otra. El hombre sigue creándose siempre nuevos deseos; sus expectativas no se aplacan nunca, sino que se proyectan infaliblemente hacia el futuro, hacia el Reino del «todavía no». Y, efectivamente, existe en él un impulso imposible de suprimir que le impulsa hacia un «buen fin». Esta esperanza en un futuro mejor echa sus raíces en el deseo de ser feliz propio de la naturaleza humana. Estamos, como es evidente, frente al «motor» de todo pensamiento y actividad, de todo sueño y de toda aspiración del hombre. En consecuencia, el «nacimiento» del hombre está continuamente en devenir, hasta el momento de su muerte. Esta «esperanza primordial» se resuelve, por lo que respecta a la concepción cristiana de la vida, en la esperanza del cielo. El hombre se ha sentido atraído siempre por lo desconocido como por una realidad más bella y digna de conquistar. La realidad última, hacia la cual tendemos, en medio de las múltiples expresiones de la esperanza primordial, es la «patria», el «instante pleno y completo». Según la expresión de Abelardo, es «aquella comunión en la que el deseo no previene a la cosa, ni el cumplimiento se revela inferior a la expectativa» (L. Boros, Vivere nella speranza, Brescia 31972, pp. 95ss [edición española: Vivir de esperanza, Verbo Divino, Estella 1974]).

 

 

Día 26

Santos Cosme y Damián (26 de septiembre)

 

La leyenda y la devoción popular de los santos Cosme y Damián sobrepasan con mucho los documentos históricos de sus vidas y milagros. Estos santos están tan lejanos de nosotros en la historia (siglo III) que los ríos que han salido de aquellas fuentes de información han llegado hasta nosotros por cauces de leyenda.

Según una tradición muy antigua, estos santos tienen su tumba en Ciro (Siria). Son presentados como hermanos y gemelos. Se dice también que eran médicos de profesión. Convertidos al cristianismo, dieron testimonio de su fe hasta la muerte, la cual les sobrevino en la persecución de Diocleciano.

Lo que san Pablo cuenta de sí mismo (2 Cor 11,16-33) lo aplican los devotos al martirio de los santos Cosme y Damián: fueron arrojados a la cárcel encadenados, pasaron por agua y por fuego, fueron crucificados, asaeteados y, finalmente, decapitados. Este martirio ocurrió por el año 300. Pronto corrió su fama desde Oriente hasta Occidente.

Son muchos los templos y parroquias en todo el mundo que están dedicados a estos dos santos. Igualmente, también desde muy antiguo los han tomado por patronos protectores los médicos y boticarios.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 3,1-11

1 Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:

2 Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de arrancar y tiempo de plantar,

3 tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de construir,

4 tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar,

5 tiempo de tirar piedras y de recogerlas, tiempo de abrazarse y de separarse,

6 tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar,

7 tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar,

8 tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz.

9 ¿Qué provecho saca el que se afana de sus fatigas?

10 He observado la tarea que Dios impone a los hombres para que se ocupen de ella.

11 Todo lo hizo hermoso a su tiempo, e hizo reflexionar al hombre sobre la eternidad, pero el hombre no llegará a desentrañar totalmente la obra de Dios.

 

*» Qohélet está particularmente impresionado por el misterio del tiempo. Cada cosa tiene su duración y todo tiene su momento; todo sucede en el tiempo fijado, para cada cosa hay un momento oportuno. ¿Pero cómo conocer estos tiempos oportunos y cómo garantizárnoslos?

Parece ser que el hombre no puede intervenir en el engranaje del tiempo. Este último tiene sus ritmos. En el fondo, la vida es sencilla, está hecha de unas cuantas actitudes básicas que continuamente se repiten: nacer y morir, amar y odiar, sufrir y gozar, unirse y separarse, callar y hablar, salvar y destruir, y otras así. El hombre, con todos sus afanes y sus deseos, está encerrado dentro de estos elementos, combinados de diferentes modos. La vida humana está como dentro de un círculo que el hombre no consigue romper.

Ciertamente, habrá un sentido («Todo lo hizo hermoso a su tiempo»), pero el hombre no lo comprende. Dios ha puesto en el hombre la exigencia del conjunto y la necesidad de interrogarse sobre la existencia más allá de cada momento particular. Sin embargo, es una necesidad que queda insatisfecha. El hombre -apenas sale de cada momento- advierte la contradicción. El presente no siempre corresponde al pasado. En efecto, a un pasado de justicia puede sucederle un presente de fracaso, y viceversa. El hombre anticipa el futuro, lo sueña y desearía alcanzarlo, pero le huye. Saliendo de él de vez en cuando y conectando el presente con el pasado, el hombre descubre que las cuentas no salen. ¿La conclusión?

No nos queda más que fiarnos de Dios (en esto consiste el temor de Dios, según Qohélet), aunque es una medida de prudente sabiduría no perder el presente, el único tiempo que posee el hombre.

 

Evangelio: Lucas 9,18-22

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -¿Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

 

**• Lucas vuelve al tema del evangelio de ayer. La pregunta es la misma. Sin embargo, ahora es el propio Jesús quien la dirige a sus discípulos. ¿Quién es Jesús?

La respuesta de la gente es múltiple: en ellas se manifiesta la conciencia de un cierto «misterio», pero no van más allá de los esquemas religiosos comunes. Tampoco la respuesta de los discípulos es completa: por lo menos, puede ser entendida mal, y por eso Jesús «les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie» (v. 21). No basta, en efecto, con reconocer que Jesús es el Mesías.

¿Qué Mesías? Es la cruz lo que suprime todos los malos entendidos. Estamos aquí en el centro de la fe: creer en un Mesías que será crucificado. El «es necesario» del texto es muy significativo: la cruz no es un incidente; es algo querido, forma parte del plan de Dios. Ésta es la novedad inesperada, escandalosa para muchos. La presencia de Dios se manifiesta en el camino de la cruz, es decir, en la entrega de sí mismo, en el rechazo de toda imposición, en el amor que acepta ser contradicho y aparentemente derrotado. A buen seguro, si el don de sí mismo siguiera siendo inútil y quedara derrotado, no podría ser en modo alguno el signo de Dios; lo es, no obstante, porque el camino de la cruz conduce a la resurrección.

Es precisamente en la entrega de sí mismo, que no se echa atrás ni siquiera frente a la muerte, donde está encerrada la victoria de Dios.

 

MEDITATIO

El precio de la muerte de todos los santos mártires es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba el momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo. Fueron comprados los fieles y los mártires, pero la fe de los mártires ha sido ya comprada, y su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos.

Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.

Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación. ¿De qué copa se trata? Sin duda, de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconoceremos por las palabras de Cristo cuando dice: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz- De este mismo cáliz afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No», dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor» ¿Cómo podían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires y, por medio de ellos, en la tierra vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor. (Sermón 329 de san Agustín, en el natalicio de los mártires.)

 

ORATIO

Reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo, san José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián y de todos los santos; por cuyos méritos y oraciones concédenos en todo tu protección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. (Plegaria encárística I.)

 

CONTEMPLATIO

«Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12). Qué bien cuadran estas palabras de Cristo a los testigos de la fe, insultados, perseguidos y martirizados, pero nunca vencidos por la fuerza del mal.

Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, los mártires manifestaron que el amor es más fuerte que la muerte. Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado. «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). En estas palabras de Cristo se habla de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.

La preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio.

Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzado. Más aún, que crezca. Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

Elevo mi oración al Señor para que la inmensa muchedumbre de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre. (De la homilía de Juan Pablo II el tercer domingo de pascua del año 2000.)

 

ACTIO

Repite con frecuencia en la jornada de hoy la frase del evangelio: «Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la carta de san Pablo a los Romanos 8,7 8-39:

Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la creación está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, ya que la creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que la creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve ¿cómo puede esperarlo? Si esperamos lo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia.

Igualmente, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque no sabemos lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Y el que penetra los corazones conoce los pensamientos del Espíritu y sabe que lo que pide para los creyentes es lo que Dios quiere. Y sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, de los que han sido elegidos según su designio. Porque a aquellos que de antemano conoció también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó los llamó; y a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los hizo partícipes de su gloria. ¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los hijos de Dios? Dios es el que absuelve.

¿Quién será el que condene? Cristo Jesús, el que murió; mejor dicho, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y el que intercede por nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Dice la Escritura: Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día, somos como ovejas destinadas al matadero. Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

Día 27

San Vicente de Paúl (27 de septiembre)

 

Vicente de Paúl nació en Pouy, en las Landas (sudoeste de Francia), el año 1581, en el seno de una familia modesta, que le orientó al estado eclesiástico. Tras ser ordenado sacerdote en 1600, estuvo buscándose a sí mismo durante un decenio. El fracaso de los diferentes progresos de vida le hizo redescubrir el sacerdocio como servicio a los pobres y como compromiso de vida. Reunió grupos de laicos comprometidos con los pobres (la Caridad, hoy Voluntariado vicenciano: 1617), y sacerdotes y hermanos para la evangelización de los pobres (Congregación de la Misión: 1625). En una época que marginaba a la mujer, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad (1633), con lo que permitió a muchachas de toda condición asumir un compromiso de dedicación a los últimos. Influyó en las opciones estratégicas del Estado francés y, sobre todo, con ocasión de graves calamidades (guerras y devastaciones), fue el organizador y el animador de la caridad para la sociedad de su tiempo. Murió en París el 27 de septiembre de 1660.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 11,9-12,8

11,9 Disfruta, joven, en tu adolescencia y sé feliz en tu juventud; sigue tus sentimientos, da cauce a tus ilusiones y ten presente que de todo esto te juzgará Dios.

10 Aleja la tristeza de tu corazón y aparta el sufrimiento de tu cuerpo, porque la adolescencia y la juventud son efímeras.

12,1 Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años de los que digas: «No me gustan»;

2 antes de que se oscurezcan el sol, la luz, la luna y las estrellas y vuelvan las nubes tras la lluvia.

3 Cuando tiemblen los guardianes de la casa y se encorven los robustos; cuando se paren las que muelen, porque son ya pocas, y se oscurezcan las que miran por las ventanas;

4 se cierren las puertas de la calle y se apague el ruido del molino; se extinga el canto del pájaro y enmudezcan las canciones;

5 cuando den miedo las alturas y los sobresaltos del camino; cuando se desprecie el almendro, se haga pesada la langosta y no tenga efecto la alcaparra. Porque el hombre va a su morada eterna y merodean por las calles las plañideras.

6 Antes de que se rompa el hilo de plata y se destroce la lámpara de oro, se quiebre el cántaro en la fuente y se precipite la polea en el pozo;

7 antes de que vuelva el polvo a la tierra de donde vino y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

8 Vanidad de vanidades, dice Qohélet, todo es vanidad.

 

**• Qohélet se pregunta qué sentido tiene la vida si todo corre tan veloz hacia la vejez y la muerte. En uno de sus fragmentos más célebres (12,2-6), describe con despreocupación y de modo conmovedor la irrupción de la vejez. La imagen que presenta es un palacio de alto rango durante un tiempo lleno de vida y de actividad, pero ahora en descomposición de una manera ineluctable.

Naturalmente, también la vejez supone un riesgo, y puede presentarse con un rostro dramático, sobre todo cuando concluye una vida ya vacía, dispersa. Por eso empieza Qohélet diciendo: «Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud» (12,1). No se trata de un Carpe diem en sentido hedonista y pagano, pero, con todo, sigue siendo siempre verdad que la vida es una posibilidad única. Es preciso vivir intensamente, sin aplazamientos. Una vejez que da remate a una vida plena es cualitativamente diferente de una vejez que se añade a una vida vacía.

Yendo más al fondo, el hombre bíblico –empezando por Qohélet- sabe que no es sólo la vejez lo que constituye una situación de riesgo. Si miras bien, te das cuenta de que es toda la vida la que se encuentra en esa situación. La vejez está implicada en un problema más general. Es una ventana sobre la vida captada en toda su verdad. La vejez no puede ser aislada. Si se resuelve el problema de la vejez, se resuelve el problema de la vida.

 

Evangelio: Lucas 9,43b-45

En aquel tiempo, todos estaban admirados de las cosas que hacía. Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

44 -Vosotros escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.

45 Pero ellos no entendían lo que quería decir; les resultaba tan oscuro que no llegaban a comprenderlo, y tenían miedo de hacerle preguntas sobre ello.

 

*• Mientras todos estaban admirados de las cosas que hacía, Jesús vuelve a revelar a sus discípulos la cruz que le espera. El contraste es estridente: lo que debe importarles a los discípulos no es la gloria del Maestro, sino que «el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (v. 44). Esto es lo que debemos comprender, so pena de no entender en absoluto la identidad de Jesús y la verdad de su revelación. Comprender la cruz significa comprender el lado más luminoso, nuevo e imprevisible del rostro de Dios revelado por Jesús. No está en juego un aspecto particular, sino el centro.

Con todo, los discípulos «no entendían» (v. 45a). La soledad de Jesús es completa. Ni siquiera sus más íntimos están en condiciones de compartir el lado más profundo de su circunstancia. Su «novedad» escapa a todos.

No entendían -dice Lucas- porque sus palabras estaban como cubiertas por un velo que les impidiera captar su sentido (cf. v. 45b). Las comprenderán después, a la luz de los acontecimientos y al recorrer ellos mismos el camino del Maestro. Pero no comprendían tampoco porque tenían miedo de preguntarle sobre ello (cf. v. 45c).

Lo que entrevén les produce espanto. El destino del discípulo no puede ser separado del destino de su Maestro: eso precisamente era lo que intuían. Y se quedaron turbados.

 

MEDITATIO

San Vicente de Paúl fue durante diez años un sacerdote que se buscaba a sí mismo y que buscaba una sistematización que le conviniera. Los pobres habían estado siempre ante sus ojos, pero nunca se había fijado en ellos. Distribuía limosnas, sobre todo durante el tiempo que estuvo junto a la reina Margot, entre 1608 y 1610, pero no practicaba la caridad. Más tarde, una serie de ardientes acontecimientos le cambiaron por dentro. Le dio la vuelta a la pirámide de sus prioridades. Cuando se dio cuenta del hambre doble de las masas - a saber: el hambre de la Palabra y el hambre de Pan se sintió comprometido personalmente. Comprendió que debía dejar de buscarse y buscar. Más eso sin ningún frenesí activista. No fue nunca un protagonista de la caridad. No hacía, sino que hacía hacer. Indicó a la Iglesia de su tiempo cómo hacerse Iglesia de los pobres. Repetía: «No me basta con amar yo a Dios si mi prójimo no le ama». En un momento en el que triunfaba el misticismo, invitó a amar a Dios, pero «a expensas de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente». No quería que los suyos se sintieran privilegiados: «Nosotros vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de la pobre gente». Y ofreció un criterio ineludible para el servicio: «Los pobres son nuestros amos y señores... En el paraíso son grande señores y les corresponde a ellos abrirnos la puerta a nosotros». Por eso «no podemos garantizarnos mejor la felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio a los pobres, en brazos de la Providencia».

 

ORATIO

Apresúrate, María, Entre los olivos de plata acariciados por una brisa. En tu correr se hacen misioneros todos los pobres, se levantan los cojos, gritan los mudos, y los ciegos despiertan el arpa y la cítara. Alegraos, misioneras de la portería y de la enfermería; ella lleva vuestra voz y vuestro deseo secreto. Ella se hace voz por vosotras, mujeres de cincuenta años, llamada a estar con los locos. Ella corre por los sin nombre, los cualquiera, las viudas grises y un poco tristes condenadas a la pensión.

No te guía un fuego y una nube porque tú eres antorcha que ilumina las fortalezas negras como tus ojos.

Eres la nube blanca que indica el puerto a los desterrados, perdidos y confusos. Mujer de ayer y de mañana, haz que la Iglesia renazca, mujer encorvada, ya sin voz. Nuestras lámparas se apagan; vierte tú el aceite que no hemos podido comprar a tiempo. Vuelve a dar canto y pureza a nuestros jóvenes. Querernos vivir el Evangelio, ser también nosotros Palabra de Dios. Apresúrate contra el tiempo, llega antes de la noche, para que en nuestras iglesias reine la alegría y la alegría se vista de cantos de púrpura.

¿No ves cómo también el cielo se ha enamorado de ti y la tierra abre un camino llano?

El desierto grita de exultación y con tus exiliados pasos se siente recompensado de la soledad desesperada. Mujer soñada antes del tiempo, mujer sin edad, inmaculada y reina, hasta las estrellas brillan de alegría y te sirven de diadema y de festivo cortejo. No has tenido amoríos, esbelta niña de piel ambarina, sino mujeres de arrugas y de pensamiento, que han respirado olores de viejos y han subido las escalas de tétricas soledades.

La naturaleza se queda sin palabras, porque jamás de los jamases habría imaginado mujeres así.

(Luigi Mezzadri.)

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos del san Vicente de Paúl:

«La perfección no consiste en los éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios».

«Ocupémonos de los asuntos de Dios y él se ocupará de los nuestros».

«La Providencia de Dios no nos faltará nunca mientras nosotros no faltemos a su servicio».

«No hay mejor manera de garantizarnos la felicidad eterna que viviendo y muriendo al servicio de los pobres, en brazos de la Providencia».

«Toda nuestra vida no es más que un instante, que huye y se disipa pronto. Los setenta y seis años de vida que he pasado no me parecen ahora más que un sueño y un instante. Y ya no me queda nada, excepto el pesar de este momento».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de san Vicente de Paúl: «Sin decir una palabra, si estáis llenos de Dios, tocaréis los corazones con vuestra sola presencia».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Decir san Vicente de Paúl es decir caridad. Los pobres son al santo como el santo a los pobres. No olvidemos que, en el momento en que Vicente se asomó a la vida, la Iglesia de Francia salía de una de las páginas más oscuras de su historia: las guerras de religión. Se combatía en nombre de Dios. En aquellos momentos, la Iglesia católica sufría una continua hemorragia.

Fueron muchos los que se marcharon de ella. Cuando acabó el combate físico quedaron las ruinas. Había que reconstruir las iglesias, pero había que rehacer la Iglesia. Un grupo de sacerdotes se comprometió en la tarea: Bérulle, Duval, Bourgoing, Condren y Vicente. No pidieron la intervención del Estado. Estos sacerdotes, antes de cambiar el mundo, se cambiaron a sí mismos.

Decía el santo en uno de sus textos: «Está escrito que busquemos el Reino de Dios. No es más que una frase, pero me parece que encierra muchas cosas. Nos enseña a aspirar siempre a eso que se nos recomienda, a fatigarnos de continuo por el Reino de Dios y a no permanecer en un estado de inercia e indolencia, a reflexionar en nuestra propia vida íntima a fin de regularla bien y no en las cosas externas para encontrar placer en ellas. Buscar significa preocuparse, significa acción. Buscad a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras lo buscó fuera de él no lo encontró; buscadlo en vuestra alma, la morada que le es agradable: éste es el lugar donde sus siervos que procuran poner en práctica todas las virtudes, las establecen.

Es necesaria la vida interior, y en ella deben converger todos nuestros esfuerzos: si faltamos en esto, faltamos a todo, y los que ya han faltado deben humillarse, implorar la misericordia de Dios y enmendarse. Si hay algún hombre en el mundo que tiene necesidad de ello, es este miserable que os habla: yo caigo, recaigo, salgo a menudo fuera de mí y entro en mí rara vez; acumulo culpas sobre culpas; ésta es la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que doy».

 

Día 28

26° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 18,25-28

Así dice el Señor:

25 Vosotros decís: <<No es justo el proceder del Señor>>. Escucha, pueblo de Israel: ¿Acaso no es justo mi proceder? ¿No es mas bien vuestro proceder el que es injusto?

26 Si el honrado se aparta de su honradez, comete la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido.

27 Y si el malvado se aparta de la maldad cometida y se comporta recta y honradamente, vivirá.

28 Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, viviré, no moriré.

 

• El problema de la responsabilidad personal y colectiva recorre toda la Biblia con pinceladas y matices no siempre convergentes. En la antigüedad, la pertenencia de un hombre o una mujer desde el nacimiento hasta la muerte, a un grupo étnico bien definido y concreto conllevaba amoldarse y someterse continuamente a las tradiciones del clan y, por lo tanto, a las directrices del jefe del grupo, del patriarca. El espacio de libertad o de opciones individuales era casi inexistente. La misma ley divina, comunicada solemnemente por Dios al responsable del grupo (patriarca o jefe), no admitía posibilidad alguna ni de arreglos ni de interpretaciones.

La conciencia personal nace despacio y gradualmente. Junto a ella crece, poco a poco, una relación diferente de la persona con el grupo, el clan o la tribu, y con las tradiciones. La ley, en el pasado, sometía al hombre y a la mujer a una observancia exterior. Al declarar las sanciones y penas previstas en las leyes, la autoridad responsable juzgaba y aplicaba las normas de manera objetiva, atendiendo puramente a lo exterior. Es decir tan solo se tenia en cuenta la culpa, no al culpable; el pecado, no al pecador. Los jueces se regían exclusivamente por el hecho, sin considerar la intencionalidad.

Ezequiel se convierte en el defensor de la responsabilidad personal. En el Deuteronomio, Dios, por boca de Moisés, había hablado de la observancia de la Ley como fuente de vida o de muerte (cf Dt 30,19ss: <<Elige la vida y viviréis tu y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y uniéndote a él»). El texto de Ezequiel afirma; <<Si el malvado se aparta de la maldad cometida y se comporta recia y honradamente, vivirá. Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, vivirá, no morirá» (vv. 27ss). La responsabilidad ante el bien y ante el mal es sobre todo personal. Una de las verdades que el cristianismo ha ofrecido a toda la humanidad.

 

Segunda lectura: Filipenses 2,1-1 1

1 Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si tenéis un corazón compasivo,

2 dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor; viviendo en armonía y sintiendo lo mismo.

3 No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos.

4 Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás.

5 Tened, pues, los sentimientos que corresponden a quienes estén unidos a Cristo Jesús.

6 El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.

7 Al contrario, se despojé de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre

8 se humillé a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo exalté y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor; para gloria de Dios Padre.

 

La exhortación de Pablo reflexiona en profundidad esta frase: <<Tened los sentimientos que correspondan a quienes están unidos a Cristo ]essús» (v. 5).

Jesús ha planteado el tema de la responsabilidad personal. Pensemos en la parábola de los talentos cada uno dará cuenta de lo que ha recibido. Pero también ha expuesto el tema de la responsabilidad colectiva –o mejor aun, comunitaria—- de cara al bien y al mal, en concreto con los mas débiles, con los pequeños. Y no solo en polémica con los judíos, desafiándolos por sus pecados; él mismo, que no ha cometido pecado, ha tomado sobre si todos los nuestros. Y se ha convertido en pecado por nuestra Salvación.

Cada uno de nosotros, de alguna manera, tiene que rendir cuentas de todo y todos de cada uno mismo. El, por nosotros, se ha hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Ha vivido la justicia y la rectitud haciendo de la voluntad del Padre su alimento. Se ha hecho justificación por todos y cada uno de nosotros. Si lo seguimos, podemos estar seguros, nosotros que somos pecadores, de pasar de la muerte a la vida. Podemos experimentar este paso ya, desde la vida terrena, y tener la esperanza cierta de la eternidad.

 

Evangelio: Mateo 21,28-32

Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

28 ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo; <<Anda, hijo, ve a trabajar hoy en la viña».

29 El respondió; <<No quiero». Pero después se arrepintió y fue.

30 Luego se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El respondió: <<Voy, señor». Pero no fue.

31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? Le contestaron: -El primero. Entonces Jesús les dijo: - Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios.

32 Porque vino Juan a mostraros el camino de la salvación y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y vosotros, a pesar de verlo, no os arrepentisteis ni creísteis en él.

 

• La parábola, referida por Jesús durante su actividad en Jerusalén, antes de la pasión y de la muerte, muestra, ante la voluntad explicita e imperativa del padre y la reacción de cada uno de los dos hijos, no solo la diferencia y la distancia entre las palabras y los hechos, sino el cambio y la transformación interior en el modo de pensar.

El primero de los hijos da la impresión de ser sincero, y, de forma veraz, le comunica al padre su voluntad: <<No quiero». Pero después de la respuesta use arrepintió» (v. 29), y obedeció, <<y fue» (v 29). El segundo hijo escucha formalmente las palabras del Padre y respetuosamente le dice: <<Voy Señor>> (v 30). Pero no tiene intención de hacer efectivas sus palabras, y desobedeció, <<y no fue» (v. 3o). El primer hijo reconsidera la decisión de cumplir la voluntad del Padre y cambia de actitud; Jesús lo subraya: <<Se arrepintió». El Maestro, con una pregunta, implica a los presentes para que se pronuncien sobre el distinto comportamiento de los dos hijos: <<¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Los interpelados le contestaron; <<El primero».

Jesús había dicho: <<No todo el que me dice: ¡Señor; Señor! entrará en el Reino de [os Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: ¡Señor; Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Pero yo les responderé: No os conozco de nada. Apartaos de mi malvados» (Mt 7,21-23). Y Jeremías, a propósito del sentido de la circuncisión (4,4): <<Circuncidaos para consagraros al Señor; quitad el prepucio de vuestro corazón, habitantes de Judd y de Jerusalén, no sea que estalle mi ira como fuego y arda sin que nadie pueda apagarla, por la maldad de vuestras acciones».

Puede parecer que el arrepentimiento y la conversión brotan de un <<conocimiento>> de la ley que dicta normas de comportamiento. En realidad, tienen la raíz en el corazón de la persona que reconoce en el legislador no a un amo, sino a un padre. En la persona que ve en la ley la expresión de la voluntad del padre - de un padre que quiere hacer feliz al hijo (pues hasta la ley le supone al hijo esfuerzo y sacrificio).

 

MEDITATIO

<<Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reina de Dios. Porque vino Juan a mostraros el camino de la salvación y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y vosotros, a pesar de verlo, no os arrepentisteis ni creísteis en él» (Mt 21,31-32).

La referencia básica de la lectura es el <<arrepentimiento», la conversión del corazón. <<Arrepentirse para creer>>. Jesús ha invertido intencionadamente el orden de los verbos. No es sélo <<creer para arrepentirse». Arrepentirse para creer consiste, ante todo, en no considerarse ni justos, ni rectos, ni Santos. Ni tampoco pensar que por observar tal o cual ley no somos como el resto de los hombres que no la observan.

Tener conciencia de ser pecadores nos pone en actitud de conversión. Creernos justos nos impide encauzar los pasos por el camino de la conversión. Quien nos hace justos, rectos y santos es Sólo Dios (la parábola del fariseo y del publicano de Lc 18,9-14 no deja lugar a dudas ni a equívocos). Arrepentirse para creer consiste en no ser nosotros quienes determinemos qué es bueno o malo, justo o injusto, recto o torcido, santo o profano, sino el Señor

El discurso de Ezequiel, entre Dios e Israel, arranca con un interrogante: ,¿Acaso no es justo mi proceder? ¿No es mas bien vuestro proceder el que es injusto? Es lícito -y necesario- preguntarse: ¿Qué sabe Israel de <<rectitud»? La respuesta Sólo la puede dar Dios: la iniquidad es causa de muerte; la justicia y la rectitud son causa de vida. Pasar de la iniquidad a la justicia y a la rectitud es pasar de la muerte a la vida. ¿Quién determina este paso? Dios.

 

ORATIO

Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin.

Dame que desee y quiera siempre lo que te es mas acepto y agradable a ti.

Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya y se conforme en todo con ella.

Tenga yo un querer y no querer contigo, y no pueda querer y no querer sino lo que tu quieres y no quieres.

Dame, Señor que muera a todo lo que hay en el mundo, y dame que desee por ti ser despreciado y olvidado en este siglo.

Dame, sobre todo, lo que se puede desean descansar  en Ti y aquietar mi corazón en ti.

Tu eres la verdadera paz del corazón, tu el único descanso; fuera de ti todas las cosas son molestas e inquietas.

En esta paz permanente, esto es, en ti, sumo y eterno Bien, dormiré y descansaré. Amen (Tomas de Kempis, La imitación de Cristo, III,15,3).

 

CONTEMPLATIO

Dios omnipotente y eterno, señor del universo, creador y dueño de todas las cosas, tu, por obra de Cristo, has hecho del hombre el esplendor del mundo, le has entregado la ley natural y la escrita para que viva ordinariamente como ser dotado de razón, y, cuando peca, le propones como norma tu bondad para que se arrepienta, dirige tu mirada a quienes con su vida se desvían de ti, porque tu no quieres la muerte del pecador sino que se convierta, de modo que se aparte del camino de la perdición y viva.

Tu que has aceptado el arrepentimiento de los habitantes de Nínive, tu que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, tu que has abrazado con cariño paternal al hijo que dilapidó disolutamente los bienes y volvió arrepentido, acoge también ahora la penitencia de quienes te suplican, para que nadie peque en tu presencia: si te fijas en nuestras iniquidades, Señor, Señor, ¿quién podrá resistir?.Que agradable es estar en tu presencia.

Devuélvele a la Iglesia la dignidad y la condición primera, por intercesión de Cristo, Dios y salvador nuestro, a ti la gloria y el honor con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén (<<Constituciones de los apóstoles», VIII, 9, en S. Pricoco — M. Simonetti [eds.], La preghiem dei cristiani, Milan 2000, 125).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Señor; ten piedad de mí» (Mt 15,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mi Dios, en mi se enfrentan dos hombres en cruenta batalla.

Uno, lleno de amor; seguirle fielmente ansía.

Mas el otro, rebelde a tu deseo, contra la ley estalla.

El primero siempre vuelto al cielo me dispone,

inclinado a los bienes eternos,

de los terrenales despreocupado.

El segundo me curva hacia la tierra con su funesto peso.

Infeliz, si conmigo peleo, ¿cuando alcanzaré la paz?

Quiero el bien, lo sé, y no lo hago. Lo quiero, y he aquí la miseria,

aquello que amo no lo hago, y el mal que no amo si lo hago, ¿qué horror!

¡Oh gracia, resplandor salvador ven y ponme de acuerdo!

Domina con tu dulzura a este hombre que tanto te contraría.

(J. Racine, Preghiere de l’umanita, Brescia l993, 46).

 

Día 29

Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre)

 

El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salaria. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.

Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 12,1).

De Gabriel -«fuerza de Dios», al pie de la letra- dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Le 1,19). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Le 1,1 1 -20) y el de Jesús (Le 1,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21 ss).

Rafael -que significa «Dios ha curado»- figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 12,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

**• A Daniel se le concede la visión de acontecimientos futuros (vv. 1-8) y, de un modo más profundo, se le hace partícipe del juicio de Dios sobre ellos y sobre toda la historia (vv. 9ss). Más allá de las apariencias, los poderosos de este mundo no son nada; el Señor es el verdadero y único Rey (v. 9c). Una corte inmensa de ángeles le sirve y le asiste en la realización de su designio. La contemplación del profeta se vuelve después todavía más penetrante: se le concede vislumbrar cuál es ese designio.

Ve, en efecto, aparecer un «hijo de hombre» de origen divino (viene, de hecho, sobre las nubes), a quien Dios confía la soberanía universal, un poder eterno y su mismo Reino, que las fuerzas del mal nunca podrán destruir (v. 14). El «Hijo de hombre» es, por consiguiente, el centro y el fin del proyecto de Dios sobre la historia, pero su cumplimiento -anticipado ahora en la profecía- tendrá lugar en el tiempo establecido y los ángeles colaborarán en ello.

 

Evangelio: Juan 1,47-51

En aquel tiempo,

47 Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, y comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió:

-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

**• Se trata de una visión de la realidad que va más allá de la percepción inmediata; esta perícopa la revela. «Ven y verás», había sido la invitación de Felipe a Natanael. Y Jesús, al ver a Natanael que venía a su encuentro, exclama: «Ve [así al pie de la letra] un israelita...».

Su ver es un «conocer», que llega al mismo tiempo al corazón y a los acontecimientos que vive el hombre (v. 48).De este sentirse vistos/conocidos en todos los aspectos de la propia vida nace la apertura a la fe y la disponibilidad al seguimiento (v. 49). Entonces es cuando Jesús puede prometer al discípulo la entrada en una visión de la realidad semejante a la que tiene él mismo: «¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! [...] veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (vv. 50ss), es decir, que el discípulo comprenderá la inmensa profundidad del misterio de Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.

El mundo trascendente de Dios -el cielo- está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.

 

MEDITATIO

Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término.

El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.

Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. Él ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.

 

ORATIO

Con un ánimo repleto de esperanza y de confianza, de gratitud y de alegría, corremos a ti, oh Padre, para darte gracias... El camino del hombre a lo largo de los senderos del tiempo es un viaje arriesgado, pero tú has puesto a nuestro lado compañeros atentos que nos sirven con intelecto de amor. Te damos gracias por el arcángel Miguel, que nos ayuda a combatir el buen combate de la fe. Te damos gracias por el arcángel Gabriel, que viene a nosotros envuelto de misterio y deposita en nuestro corazón tu Palabra, para que ésta se vuelva en nosotros, como en María, obediencia y vida.

Te damos gracias por el arcángel Rafael, que, en la hora de nuestros miedos y enfermedades, nos coge de la mano y nos conduce por el recto camino para que no nos desviemos del camino de la salvación.

Te damos gracias, oh Padre, que de mil modos te haces presente a nosotros, nos guardas como a la niña de tus ojos, nos proteges a la sombra de tus alas, nos haces gustar ya desde ahora la dulzura de la íntima comunión contigo.

 

CONTEMPLATIO

No debemos creer que se confíe un determinado encargo a un ángel por casualidad: por ejemplo, a Rafael el encargo de curar y medicar; a Gabriel, el de apoyar en el combate contra las pasiones; a Miguel, el de ocuparse de las oraciones y de las súplicas de los mortales. Cada uno de ellos ha recibido estas tareas por los méritos, las inclinaciones, y las capacidades de las que dio pruebas antes de la creación de este mundo. Entonces se asignó a cada uno este o aquel ministerio; otros merecieron ser asignados al orden de los ángeles y actuar bajo este o aquel arcángel, este o aquel guía de su orden. Todo esto fue ordenado por el apropiado y justo juicio de Dios y dispuesto por aquel que ha juzgado y analizado los méritos de cada uno: así, a uno le ha sido confiada la Iglesia de los efesios, y a otro, la de los esmirniotas (cf. Ap 2,1.8); éste es el ángel de Pedro, aquél el de Pablo (cf. Hch 12,7; 27,23). A cada uno de los más pequeños de la Iglesia se le ha asignado este o aquel ángel, que contempla cada día el rostro de Dios (cf. Mt 18,10), y se señala al ángel que se disponga en torno a los que temen a Dios.

No debemos pensar que todo esto sucede así de manera accidental o por casualidad, ni siquiera porque hayan sido creados tales por naturaleza, para evitar que también a este respecto se acuse al Creador de parcialidad.

Creamos, más bien, que todo fue asignado por Dios, absolutamente justo y rector imparcial del universo, según los méritos, las capacidades, la energía y el ingenio de cada uno (Orígenes, I principi, 1, 8, 1, Turín [existe edición catalana en Alpha, Barcelona 1998]).

 

ACTIO

Repite el nombre del arcángel Miguel, que significa: «¿Quién como Dios?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Según los Padres, los ángeles personifican las potencias celestes y han sido puestos por Dios junto a los pueblos como guías. Los ángeles toman una parte muy activa en la existencia histórica del mundo: llevan a cabo, bajo la guía del arcángel Miguel, una batalla contra los demonios, potencias de la nada y remedos de los ángeles, y salvaguardan el orden cósmico. Según san Basilio, los ángeles del Juicio «pesan» las almas. Ellos, que asisten a toda acción divina, están presentes de un modo particular en el martirio. La escala de Jacob los muestra como mensajeros de Dios. Están como «adheridos» a la Palabra y a la voluntad de Dios y las personifican. Cuando Dios decide curar, su voluntad toma la figura del ángel Rafael.

Cada vez que un ángel aparece es para transmitir y realizar algo de parte de Dios. Los ángeles muestran el «cielo», puesto que existen y actúan en un sentido que va de Dios hacia los hombres. Aunque mantiene su poder de revelación directa, Dios se revela la mayoría de las veces por medio de los ángeles, que son como los portadores de sus energías, de su luz y de su revelación.

Hasta el punto de que los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en el encinar de Mambré son considerados, sobre todo en la tradición iconográfica, como las figuras de las tres Personas divinas, el icono de la Trinidad. El ángel es un lugar teofánico, manifestación viviente de Dios: el nombre de Dios está en él y con el nombre su presencia (P. Evdokimov, La santitá nella traaizione della Chiesa ortodossa, Fossano 1977, pp. 126ss).

 

Día 30

San Jerónimo (30 de septiembre)

 

Nacido en Estridón el año 340, recibió una excelente instrucción en Roma, que completó con una serie de viajes por Oriente y Occidente, entablando amistad con los más famosos y cultos Padres orientales. Era un hombre tenaz, fuerte, austero y de gran erudición. Fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una traducción de los textos originales de la Biblia al latín. Se marchó a Belén, donde llevó a cabo experiencias de vida monástica, de penitencia y de estudio. Se dedicó especialmente a la traducción y al comentario de los libros de la Sagrada Escritura. Le debemos numerosos comentarios y tratados exegéticos; su producción literaria y su competencia bíblica le sitúan entre los mayores doctores de la Iglesia latina, y es también el patrón de los biblistas.

Además de los susodichos libros, dejó muchos tratados polémicos, una colección de Cartas muy interesantes, así como la traducción de las obras de Orígenes. Tras una vida dispensada en el amor a Cristo y a la Iglesia, murió en Belén en el año 420.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 3,1-3,11-17.20-23

1 Por fin, Job abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento,

2 diciendo:

3 ¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: «Ha sido concebido un hombre»!

11 ¿Por qué no quedé muerto desde el seno? ¿Por qué no expiré recién nacido?

12 ¿Por qué me acogió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?

13 Ahora dormiría tranquilo y descansaría en paz

14 junto a los reyes y señores de la tierra que reconstruyeron antiguos palacios

15 o junto a los príncipes que poseen oro y llenan de plata sus mansiones.

16 0 no existiría, como un aborto ignorado como los niños que no vieron la luz.

17 Allí termina el ajetreo de los malvados, allí reposan los que carecen de fuerzas.

20 Porque alumbró con su luz a un desgraciado y dio vida a los que están llenos de amargura,

21 a los que desean la muerte inútilmente y la buscan más que a u n tesoro;

22 a quienes saltarían de gozo ante un túmulo y se alegrarían si encontraran una tumba;

23 a quien no encuentra su camino y a quien Dios cierra el paso.

 

*•• Tras los siete días con sus siete noches durante los que los amigos de Job estuvieron sentados junto a él en silencio, éste «abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento» (v. 1). La lectura litúrgica de hoy desarrolla precisamente este contenido: «Maldijo el día de su nacimiento». Job maldice el día en que nació y se pregunta por qué no murió ese mismo día y por qué no le fue arrebatada la vida en aquel momento. El continuo sufrimiento le lleva a la desesperación. No hay que extrañarse de que intente expulsar lejos de sí la memoria de su nacimiento: «que se apodere de él la oscuridad; que no se compute entre los días del año» (v. 6). Job desea que el día permanezca siempre noche, porque cada alba trae consigo el peso de nuevos sufrimientos.

En el capítulo precedente no se ve que Job maldiga a Dios o invoque la muerte. Veíamos más bien que Job resistía, dócilmente, a la violencia de la prueba. Este desahogo que le suponen las imprecaciones y los lamentos, en efecto, no los encontramos con frecuencia en la Escritura. Al contrario, en ella se alaba la vida y se habla con profusión del amor desinteresado. Sin embargo, encontramos en Jeremías una página célebre que recuerda a nuestro texto: «¡Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito!» (Jr 20,14).

Hay un cambio respecto a la meditación precedente. Aparece un nuevo modo de afrontar el problema del sufrimiento. Éste ya no es considerado simplemente como una prueba que evalúa la gratuidad de la fe, sino como una experiencia que nos lleva a penetrar en la intimidad del abandono, la angustia y la noche del Hijo de Dios crucificado. El hecho de que estas expresiones las encontremos ahora en la Escritura, como palabra revelada, resulta consolador. Significa que Dios no rechaza a quien, en medio de la prueba y de la experiencia de la oscuridad y de la desolación, habla sin saber lo que dice. Significa, por tanto, que la lamentación tiene un sentido, que no es inútil. Efectivamente, la Escritura acoge estas experiencias como oraciones. Las llama «oraciones de lamentación». Job, en la plenitud de su lamentación, no se aleja de Dios. No se esconde de su rostro. No busca otro Dios que no le oprima ni le aplaste.

Al contrario, se confía profundamente al Dios que le ha decepcionado. Y siempre es así: la lamentación sacude el corazón y lo libera.

 

Evangelio: Lucas 9,51-56

51 Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén.

52 Entonces envió por delante a unos mensajeros, que fueron a una aldea de Samaría para prepararle alojamiento,

53 pero no quisieron recibirlo, porque se dirigía a Jerusalén.

54 Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron: -Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?

55 Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, les reprendió severamente.

56 Y se marcharon a otra aldea.

 

**• El v. 51 está dotado de una fuerte densidad dramática. Este versículo constituye el centro en el que confluyen los dos grandes temas del evangelio de Lucas. Hasta aquí hemos visto el desarrollo de la misión de Jesús en Galilea, con todas sus palabras, su mensaje, sus parábolas, sus milagros y el testimonio de su amor (4,14-9,50). Pero ahora el evangelio de Lucas nos muestra que el destino de Jesús se dirige hacia su consumación.

En la enseñanza y en las palabras subintra la marcha hacia Jerusalén. Se trata de una nueva parte del evangelio (9,51-19,44). La última. En ella se juega la suerte del mismo Jesús.

Este camino conduce a su muerte en la cruz y, después, a su resurrección. Es la «hora» de Jesús a la que alude Juan (12,23; 16,32). La hora expresa la voluntad de entrega de la vida de Jesús. Ya desde el comienzo del evangelio se ve que Jesús está dispuesto a entregarse y todo tiende en él hacia el momento de la entrega. En esta hora acoge Jesús en sí mismo todo el sufrimiento y el dolor del hombre y entrega su propia vida para su salvación.

El objetivo de la primera parte del evangelio de Lucas es «comprender» el Reino; en la segunda, se trata de «entrar» en el mismo. Mientras que, en la primera parte, se presenta el Reino de una manera oscura a través de parábolas, como misterio escondido que crece en la oscuridad, con un crecimiento contrastado y fatigoso, ahora se revela de un modo más claro como el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Hablando de este itinerario, dice Lucas que Jesús «tomó la decisión de ir a Jerusalén» (v. 51). La expresión significa, al pie de la letra, «endurecer el rostro». La expresión está tomada de uno de los cantos del Siervo de YHWH: «Endurecí mi rostro como el pedernal» (Is 50,7). Jesús no sólo tiene una visión clara de los dolores a los que deberá hacer frente, sino que se abandona por completo a la voluntad del Padre.

 

MEDITATIO

El evangelio de Mateo nos introduce en el misterio del Reino de Dios, presente y activo en la persona de Jesús.

El discípulo del Reino, que ha descubierto el tesoro escondido en el campo o la perla preciosa, no puede permanecer inactivo. En efecto, debe llevar a cabo una opción en su vida, como el pescador laborioso que, cuando lleva la red a la orilla, separa los peces buenos de los malos. Y su alegría será tanto más grande cuanto mayor abundancia de peces buenos encuentre en la red, de suerte que pueda repartir también entre sus familiares y amigos.

La necesidad del trabajo apostólico está determinada también por la misma naturaleza del Reino. Jesús lo afirma con toda claridad: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52). Estas palabras del Maestro significan esto para nosotros: todo hombre puede ser comparado con el señor de una casa que, viviendo en medio del bienestar de su casa, saber abrir su despensa llena de novedades y provisiones para hacer participar a sus huéspedes y amigos de su felicidad. La novedad que posee es el Evangelio, y ese conocimiento de vida lo da con alegría a los suyos. Dicho con otras palabras, el discípulo del Reino, para llegar a la fe adulta y adherirse a Jesús, debe dar un salto cualitativo, debe dejarse engendrar de «nuevo», «de lo alto», a través de un nuevo nacimiento, y comunicar este nuevo nacimiento a los otros.

El hombre que quiera experimentar una vida nueva y poseer el Reino debe liberarse de la realidad pasada, hacer espacio con generosidad al misterio del Reino y hacer la experiencia de la persona de Jesús, adhiriéndose con fe a su revelación. En efecto, Jesús ha inaugurado con su venida los tiempos definitivos. Y ha sonado la hora histórica también para cada uno de nosotros. A ésta se accede sólo a través de un «renacimiento», o sea, adhiriéndonos a la revelación de Cristo, que hemos de vivir y dar a los hermanos.

 

ORATIO

¡Padre santo! Te damos gracias por tu santo nombre, que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso!, que a causa de tu nombre has creado todo cuanto existe y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello.

A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor!, acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el Reino que le has preparado, porque a ti sólo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos! (Didaché).

 

CONTEMPLATIO

Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que tus manos no dejen nunca el texto sagrado.

Asimila lo que debes enseñar y mantente unido a la palabra de la fe, que es conforme a la enseñanza, a fin de que puedas exhortar basándote en una doctrina sana y puedas refutar victoriosamente a los adversarios.

«Permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido», dispuesto siempre a dar satisfacción a todo el que te pida explicaciones respecto a la esperanza que hay en ti.

Que tus acciones no desmientan a tus palabras, a fin de que no suceda que, cuando prediques en la iglesia, comente alguien en su interior: «¿Por qué, entonces, tu no actúas así?». ¡Hombre, muy bonito!, un maestro disertando sobre el ayuno con la barriga llena; hasta un ladrón puede censurar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y la palabra deben estar de acuerdo

Cuando hables en la Iglesia, no suscites aclamaciones populares, sino gemidos; las lágrimas de los que te escuchan son tu mejor elogio; el discurso del sacerdote debe tomar su sabor de la lectura de la Biblia. No quiero que seas alguien que declama, que grita y que charla sin decir nada, sino u n experto en teología y muy instruido en los misterios de tu Dios.

Es propio de ignorantes hacerse admirar por la gente mal preparada, recurriendo a artificios lingüísticos y a una rápida pronunciación. Sólo una persona con la cara tan dura como el bronce se pone a explicar a menudo lo que no sabe y, tras haber persuadido a los otros, pretende incluso ser un pozo de ciencia (Jerónimo, Epístola 52, ad Nepotianum presbyterum, 7ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras del san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo» (Jerónimo, Comentario al libro de Isaías, prólogo).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano es el hombre que ya no busca su salvación, su libertad y su justicia en sí mismo, sino únicamente en Jesucristo.

Sabe que la Palabra de Dios en Jesucristo lo declara culpable aunque él no tenga conciencia de su culpabilidad, y que esta misma palabra lo absuelve y justifica aun cuando no tenga conciencia de su propia justicia. El cristiano ya no vive por sí mismo, de su autoacusación y su autojustificación, sino de la acusación y justificación que provienen de Dios. Vive totalmente sometido a la palabra que Dios pronuncia sobre él declarándole culpable o justo. El sentido de su vida y de su muerte ya no lo busca en el propio corazón, sino en la palabra que le llega desde fuera, de parte de Dios.

Este es el sentido de aquella afirmación de los reformadores: nuestra justicia es una «justicia extranjera» que viene de fuera (extra nos). Con esto nos remiten a la palabra que Dios mismo nos dirige, y que nos interpela desde fuera. El cristiano vive íntegramente de la verdad de la Palabra de Dios en Jesucristo. Cuando se le pregunta: ¿dónde está tu salvación, tu bienaventuranza, tu justicia?, nunca podrá señalarse a sí mismo, sino que señalará a la Palabra de Dios en Jesucristo. Esta Palabra le obliga a volverse continuamente hacia el exterior, de donde únicamente puede venirle esa gracia justificante que espera cada día como comida y bebida. En sí mismo no encuentra sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera. Pues bien, ésta es la Buena Noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada día en la Palabra de Dios, que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia, inocencia y felicidad.

Esta palabra ha sido puesta por Dios en boca de los hombres para que sea comunicada a los hombres y transmitida entre ellos. Quien es alcanzado por ella no puede por menos de transmitirla a otros. Dios ha querido que busquemos y hallemos su Palabra en el testimonio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; son ellos quienes verdaderamente pueden quitarle siempre sus incertidumbres y desesperanzas. Queriendo arreglárselas por sí mismo no hace sino extraviarse todavía más. Necesita del hermano como portador y anunciador de la Palabra divina de salvación (D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Sigúeme, Salamanca 92003, 13-15).