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LECTIO DIVINA JULIO DE 2017

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Sábado de la 12ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 18,1-15

En aquellos días,

1 el Señor se le apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, cuando estaba sentado ante su tienda a la hora del calor.

2 Alzó los ojos y vio tres hombres que estaban de pie delante de él. En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda

3 y, postrándose en tierra, dijo: -Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo.

4 Haré que os traigan agua para lavaros los pies y luego descansaréis bajo este árbol.

5 Voy a buscar un bocado de pan y así os repondréis antes de seguir adelante, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. Ellos respondieron: -Haz como has dicho.

6 Abrahán fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: -Toma en seguida tres medidas de harina, amásalas y haz unos panecillos.

7 Luego fue corriendo a la vacada, tomó un becerro tierno y cebado y se lo dio a su siervo, que a toda prisa se puso a prepararlo.

8 Tomó después requesón, leche y el becerro ya preparado y se lo ofreció. Él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían.

9 Ellos le preguntaron: -¿Dónde está Sara, tu mujer? Él respondió: -En la tienda.

10 El huésped le dijo: -Bien, dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo. Sara estaba escuchando a la entrada de la tienda detrás del que hablaba.

11 Abrahán y Sara eran muy viejos, y Sara no tenía ya la menstruación.

12 Así que Sara se echó a reír pensando en sus adentros: «Estando ya consumida, ¿voy a sentir placer con un marido tan viejo?».

13 Pero el Señor dijo a Abrahán: -¿Por qué se ha reído Sara diciendo: «Cómo voy a ser madre siendo tan vieja»?

14 ¿Hay algo imposible para el Señor? El año que viene por estas fechas volveré a verte y Sara tendrá un hijo.

15 Sara lo negó y dijo llena de miedo: -Yo no me he reído. Pero el otro dijo: -Sí que te has reído.

 

**• La liturgia nos propone hoy una página bellísima en la que se funden, de manera armoniosa, dos temas entrañables para la literatura extrabíblica: la visita de una divinidad y la promesa de un hijo a una pareja estéril (cf. también Jue 13,8ss). El nacimiento preanunciado aparece en este texto precisamente como don en pago a la gratuita hospitalidad ofrecida a tres misteriosos personajes.

El punto más difícil es establecer la relación entre estas figuras y YHWH. Los intérpretes, judíos o cristianos, han intentado comprender la razón de que el texto hable unas veces de «tres hombres», con sus respectivos verbos en plural, y otras de uno solo, o de Dios. La tradición midrásica identifica a los tres huéspedes con tres ángeles y atribuye a cada uno una función específica: Gabriel anuncia el nacimiento de Isaac; Miguel, la destrucción de Sodoma; Rafael cura a Abrahán después de la circuncisión. De todos modos, para el narrador, los ángeles son una manifestación de YHWH, una manifestación que ha sido leída con facilidad en clave cristiana como una velada anticipación del misterio trinitario.

La primera parte del relato (w. 1 -8) presenta a Abrahán como modelo de hospitalidad, pero el punió de interés de la narración se encuentra en la segunda parte (vv. 9-16), que está centrada en la risa de Sara ante la promesa de un hijo. En efecto, la mujer, ante el imposible nacimiento proyectado por Dios, cuando han desaparecido las condiciones humanas que lo harían posible, se manifiesta incrédula. Su escepticismo la convierte en figura de todo creyente puesto ante el misterioso obrar del Altísimo, puesto que, tal como se afirma en el v. 14 de este mismo texto: «¿Hay algo imposible para el Señor?». El «sí» de Dios al hombre choca con la mentira de la criatura, que no solamente no cree, sino que tiene asimismo miedo de asumir la responsabilidad de sus propios actos frente a Dios y entonces, como un niño, miente.

El relato, que se abrió con una visita de Dios al hombre, una visita portadora de vida precisamente a un lugar en el que faltaba la fecundidad, prosigue con la mentira del hombre, que no sabe abrirse al don de manera espontánea. Y este relato termina haciendo oir, exactamente un año después, la risa clara del pequeño Isaac, casi para recordar que Dios es magnánimo y mantiene su palabra sonriendo ante la incredulidad del hombre.

 

Evangelio: Mateo 8,5-17

En aquel tiempo,

5 al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7  Jesús le respondió: -Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión: -Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano.

9 Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve!, y va; y a otro: ¡ven!, y viene; y a mi criado: ¡haz esto!, y lo hace.

10 Al oírle, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: -Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los Cielos,

12 mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

13 Luego dijo al centurión: -Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el criado quedó sano.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste acostada con fiebre.

15 Jesús tomó su mano y la fiebre desapareció. Ella se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

 

*»• El evangelista Mateo, tras la curación de un leproso, presenta como segundo milagro de Jesús la curación de un pagano. En esta narración se pone de manifiesto, en particular, la condición necesaria para que Dios obre respecto a nosotros: la fe. El centurión presentado por Mateo es un oficial subalterno que manda sobre la guarnición del presidio de Cafarnaún, una pequeña ciudad de cierta importancia en aquellos tiempos. Jesús -al ser interpelado- responde probablemente con una frase interrogativa: «¿Tengo que ir a curarlo?». Sin embargo, la fe del centurión es firme, y, frente a una posible resistencia de Jesús, dado que él era pagano, considera que el Señor, con una sola palabra, puede llevar a cabo el milagro. En efecto, como oficial, sabe lo que significa obedecer a una palabra y cree que Jesús tiene autoridad para sanar también a distancia.

«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra...» Maravillosa afirmación que, desde entonces, continúa resonando en la boca de los creyentes, llamados a acoger como huésped al Señor en el misterio eucarístico. Jesús exalta esta actitud de humildad y de fe, y acepta llevar a cabo lo que se le ha pedido, afirmando de manera abierta que la fe anula toda distinción entre judíos y paganos. Añade incluso que serán excluidos del Reino todos aquellos que, aun perteneciendo a la raza de Abrahán, no crean en el Hijo del hombre.

Viene, a continuación, el episodio relacionado con la suegra de Pedro. Se trata de una mujer y, por consiguiente, de la tercera categoría de personas excluidas de la plena participación en el culto de Israel. En el relato de Mateo no están presentes los personajes secundarios que dan vivacidad a la narración de Marcos (1,29-31). Aquí es Jesús quien parece entrar por sí solo en la casa de Pedro, ve a la suegra, se le acerca y le coge la mano. Es sorprendente, sobre todo, el hecho de que la mujer, tras levantarse del lecho, se ponga a servirle de inmediato. Según algunos exégetas, esa precisión nos ayuda a comprender que, con Jesús, ha cambiado el culto: también la mujer puede ofrecer un servicio personal y directo a su Señor. Ha sido curada, en efecto, para servir a los hermanos.

        El pasaje se cierra observando que le llevaron muchos a Jesús y que éste los curó a «todos». La suya es una autoridad absoluta, que está dotada del poder de curar con una palabra, con un simple contacto, y hace al hombre - a todo hombre- idóneo para servir al Señor, algo que es consecuencia del hecho de que Jesús se hizo cargo de nuestros males en la cruz. En efecto, quien ama, carga con el mal del amado. ¿Y quién nos ha amado más que Jesús?

 

MEDITATIO

«¿Hay algo imposible para el Señor?» (Gn 18,14). Son las mismas palabras que encontramos en el evangelio de Lucas en el momento del anuncio a María. Nuestro sincero deseo de adherirnos al Señor, de creer en él, se queda siempre corto comparado con la imprevisible iniciativa de Dios. Abrahán, padre de los creyentes, levanta los ojos y acoge con premura la inesperada visita de tres misteriosos personajes...

Y Dios entra así en la tienda nómada del patriarca y se deja hospedar. Un día, en la plenitud de los tiempos, volverá a estar entre los hombres, pero deberá nacer en un establo. Abrahán les lleva agua a sus huéspedes para que se puedan lavar los pies. Un día, Jesús mismo será quien lave humildemente los pies a sus discípulos. El mismo Abrahán corre a la vacada para matar un becerro tierno y cebado. Así hará el Padre -en la parábola evangélica- en el regreso del hijo que se había marchado lejos de su amor. Abrahán ofrece pan a sus huéspedes; Dios mismo nos ofrecerá a los hombres el Pan verdadero, bajado del cielo, para que al comerlo tengamos la vida en abundancia. Abrahán dispone el reposo de sus huéspedes a la sombra del árbol. También el Padre hará reposar a sus hijos debajo del árbol de la cruz. Al viejo Abrahán, anciano y solo, se le ofrece como don el hijo de la risa. También el Padre nos dará otro Isaac, nacido de una Madre virgen; sobre él serán cargados los pecados de todos; maltratado, padecerá en silencio el escarnio. ¿Hay, en efecto, algo imposible para el Señor?

 

ORATIO

Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero sé que tú no esperas, para venir, a que yo esté preparado para acogerte. Me sorprendes -como a Abrahán en la hora de más calor, en la hora de la fatiga, del cansancio, cuando ya no puedo más, y me pides –sin proferir palabra- que te acoja en alguien que viene a mi tienda.

Concédeme un corazón hospitalario, concédeme la inteligencia del amor que sabe intuir las necesidades del otro antes de que se las manifieste. Hazme capaz de escuchar, de perder mi tiempo, de salir de mí mismo para hacerte sitio a ti, que vienes sin decirme tu nombre. Sólo así entraré en el movimiento de la caridad y sabré reconocer en el otro tu visita, que hace fecunda y creativa mi esterilidad, que hace arder mi egoísmo en el fuego de tu amor y que me convierte, para los hermanos, en un signo de tu amable sonrisa y de tu compasión.

 

CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía tiene la virtud de suscitar en nosotros la oración devota, una oración que llega a Dios y obtiene lo que pide. Este sacrosanto misterio es un misterio de eterna novedad.

Jesucristo instituyó este sacramento porque su amor iba más allá que todas las palabras. Como ardía de amor por nosotros, quiso darse del todo a nosotros, y se puso allí dentro todo y para siempre, hasta la consumación de los siglos. Lo hizo para permanecer del todo con nosotros, siempre con nosotros. Si nosotros pudiéramos ver con un ojo puro, con cuánta reverencia nos acercaríamos a este sacramento, con cuánta humildad lo acogeríamos dentro de nosotros. Me parece que ningún alma que haya considerado bien esos misterios puede conservar en ella la rigidez del orgullo.

Este sacramento ha sido instituido por la Santa Trinidad en su infinita bondad, a fin de que, al mismo tiempo, la acogiéramos dentro de nosotros y fuéramos acogidos por ella, la lleváramos en nosotros y fuéramos llevados por ella. El Dios increado, que desciende en este sacramento con toda la perfección de su divinidad y de su humanidad, es la misma riqueza colmada que no puede dejar de dar.

En consecuencia, es preciso que vayamos hacia tanto y tal bien con un alma reverente, es preciso que nos acerquemos a la mesa de la eternidad con temor y temblor y, sobre todo, con un amor ardiente y dilatado. Pero también como a una fiesta gozosa, porque ramos hacia Aquel que es la suma belleza, alegría y dulzura de amor (Ángela de Foligno, // libro delle mirabili visioni, consolazioni e istruzioni, Florencia 1925, pp. 293-304, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y exulta mi espíritu en Dios, mi salvador» (Le 1,46).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Refieren los evangelios que Jesús estaba animado por la compasión: el sufrimiento producía un impacto en su cuerpo y en su afectividad. Su corazón sangraba ante las personas pobres, rechazadas, abandonadas y oprimidas. Sufría y sufre con todos los apenados, sea cual sea su clase social, adscripción religiosa o nacionalidad.

Jesús era un hombre de relación y de comunión: buscaba contactos personales, tocaba a las personas, las cogía de la mano, llamaba a cada uno a la confianza y a la fe, miraba a cada uno, amaba a cada uno, con todo su sufrimiento y su pobreza, revelándole su belleza y la predilección que Dios siente por él. Jesús cura al criado de un centurión romano (¡un enemigo, un pagano!). Admira la confianza y la fe que aquel oficial tenía en él: «Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande» (Le 7).

El corazón traspasado de Jesús está abierto a todos los que se sienten angustiados, culpables; a todos los que tienen sed de vida, de amor, de acogida. Viene a curar, a salvar, a liberar, a dar reposo, a permitir a cada uno, mediante la fe, ponerse en pie, ver, sentir y amar. La compasión de Jesús es la compasión del perdón. Tanto entonces como ahora, había muchas personas encerradas en la culpa, en una sensación de carecer de valor, y su corazón y su espíritu estaban destrozados. Tenían miedo de Dios, miedo de ser castigados, rechazados. Jesús vino a revelar el rostro misterioso de Dios, un Dios cuyo único deseo es revelar el amor y la comunión, no un Dios que condena y castiga. Perdonar es volver a llamar al otro y hacerle comprender que es amado, que es querido, que es importante para nosotros; perdonar es liberar de una imagen de uno mismo arruinada, destrozada por los sentimientos de culpa. Perdonar es volver a encontrar el abrazo de paz, el abrazo de la alianza, y celebrar la unidad (J. Vanier, Gesú, il dono dell'amore, Bolonia 1994, pp. 49-54, passim [edición catalana: Jesús, el do de l'amor, Editorial Claret, Barcelona 1994]).

 

 

 

Día 2

13° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 4.8-11.14-16a

8 Un día Eliseo pasaba por Sunam. Vivía allí una mujer distinguida, la cual le invitó con insistencia a comer. Y en adelante, siempre que pasaba, se detenía a comer en su casa.

9 La mujer dijo a su marido: -Creo que ése que viene a comer con nosotros es un hombre de Dios, un santo.

10 Vamos a prepararle arriba una habitación con una cama, una mesa, una silla y un candelabro, para que cuando venga a nuestra casa pueda instalarse en ella.

11 Un día, llegó allí Eliseo, se retiró a la habitación y se acostó.

12 Eliseo seguía pensando qué podría hacer por la mujer cuando Guejazí le sugirió:

-Mira, no tiene hijos y su marido es ya viejo.

13 Eliseo le ordenó:

-Llámala.

La llamó, y ella se presentó a la puerta.

14 Eliseo le dijo:

-El año próximo, por estas fechas, tendrás un hijo.

 

El relato de la hospitalidad ofrecida a Eliseo por una rica sunamita (u 8) se encuentra en una sección que agrupa una serie de milagros realizados por el profeta (2 Re 4,1-6,7). En este texto se subraya la generosidad con la que una mujer y su marido acogen a Eliseo, conocido como <<un hombre de Dios», (vv 9ss).

Abriéndole las puertas de la casa al profeta y asegurándole hospedaje en sus viajes desde el monte Carmelo (cf 2 Re 4,25), la mujer practica la fe en YHWH, de quien Eliseo es mediador con un gesto desinteresado (cf 4,13). El nacimiento de un hijo será para esta mujer la inesperada recompensa, signo de la bendición divina (vv. 14-16a).

 

Segunda lectura: Romanos 6,3-4.8-11

Hermanos:

3 ¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte?

4 En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

8 Por tanto, si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él.

9 Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, que la muerte no tiene ya dominio sobre él.

10 Porque cuando murió, murió al pecado de una vez para siempre; su vivir, en cambio es un vivir para Dios.

11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús.

 

El cristiano, mediante el bautismo, se une a Jesucristo muerto y resucitado. Pablo expresa esta verdad con la imagen del rito bautismal de la inmersión. Sumergido en el agua, el catecúmeno participa de la muerte y la sepultura de Jesús: pone fin a la antigua vida de pecado que aúna a todos los hombres (cf Rom 5, 12 . 1 5).

Jesús no solo ha muerto, sino que el Padre lo ha resucitado, y en él ha manifestado definitivamente su amor salvador. Los bautizados, unidos a Jesús resucitado, viven ya en la fe una <<vida r1ueva» y <<definitiva» (v 4b.8-9). Jesús ha compartido la naturaleza humana: ha padecido la muerte y resucitando, ha derrotado para siempre a la muerte y al pecado. También la naturaleza humana en Cristo vive ahora la plena comunión con Dios (v. 1o). Los cristianos, estando íntimamente unidos a Jesucristo, deben coherentemente abandonar cualquier comportamiento pecaminoso y vivir para Dios (v 11).

 

Evangelio: Mateo 10,37-42

Dijo Jesús a los discípulos:

37 El que ama a su padre o a su madre mas que a mi no es digno de mi; y el que ama a su hijo o a su hija mas que a mi no es digno de mi.

38 El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi.

39 El que quiera conservar la vida, la perderé, y el que la pierda por mi, la conservará.

40 El que os recibe a vosotros me recibe a mi, y el que me recibe a mi recibe al que me envié.

41 El que recibe a un profeta por ser profeta recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo recibirá recompensa de justo;

42 y quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no se quedaré sin recompensa.

 

*» El discípulo, el misionero, esta llamado a ser sin equívocos un hombre de fe y un hombre libre; la Palabra que anuncia exige que nada pueda ensombrecer su claridad, su transparencia. Por eso, su estilo de vida es sobrio (cf Mt 10,9-10) y sus vínculos afectivos están jerarquizadas por el amor a Jesús (v 37). Jesús es el valor absoluto para el discípulo, quien le hace capaz de afrontar los sufrimientos e incluso la muerte (vv 38ss). Quien acoge al misionero también vive un vinculo de comunión intenso con Jesús y con el Padre, ya que, según la concepción común del judaísmo, el enviado es igual al que envía; quien acoge al misionero acoge a Jesús y en él al Padre que lo ha mandado (v. 4o). Actuando así manifiesta fe concreta, amor humilde y servicial. También quien abre la casa y el corazón al misionero coopera en la extensión del Reino de Dios y participa de la misma dicha que el misionero (vv. 4lss).

 

MEDITATIO

En nuestro tiempo, en distintos ámbitos de la vida personal y social, experimentamos las dificultades de acoger <<al otro»: al extraño o al vecino; al padre anciano o al hijo concebido; al enfermo crónico o al terminal, a quien sencillamente sus opciones son diferentes a las nuestras. Advertimos que acoger es correr un riesgo, el de renunciar a algo nuestro en favor del otro, y nos asustamos. Y además, ¿el otro qué hará con la acogida que le ofrezco?

Sin embargo, correr el riesgo puede significar un descubrimiento: el del amor que crece. El otro no es primariamente un desconocido del que defenderse; es sobre todo un misterio enriquecedor por descubrir. El Señor nos recuerda que en la persona que acogemos se hace visible su presencia, Renunciar a un poco de espacio y a un poco de tiempo, ampliar los círculos de amistad para abrazar nuevas amistades, compartir lo que somos, sabemos y tenemos no es privación, sino potenciación fecunda.

Lógica absurda, desde las exigencias urgentes de una rígida contabilidad de dar/tener. Lógica de un amor que ha dado la propia vida para hacer vivir a todos: el amor del Señor, Jesucristo. Es la lógica que cada bautizado hace suya. ,¿Cual es la mía?

 

ORATIO

Perdóname, Señor: he cerrado la puerta de mi corazón y la puerta de mi casa; a veces por miedo, otras por pereza. Perdóname, Señor También tengo que decir: perdóname, hermano; perdóname, hermana, porque no has encontrado en mi lugar donde descansar, estar a gusto, sentirte <<en casa». Si, perdóname. Sé que es posible vivir de otra manera, desplegar el amor y ayudar a otros.

Y todavía te suplico, mi Dios: haz que camine contigo en la vida nueva, sin temores infundados, sin sospechar de nadie, sin levantar barricadas. Que haga de la confianza y del compartir no la cantinela de buenos propósitos o eslóganes espirituales momentáneos, sino Ia repetida experiencia de todos los días. Que corra por mis venas tu vida resucitada y florezca en expresiones de verdadero amor

 

CONTEMPLATIO

Y por eso dijo [el Señor]: <<El que acoge a este niño en mi nombre, a mi me acoge; y el que me acoge a mi acoge al que me ha enviado» (Lc 9,48). En efecto, quien acoge a un imitador de Cristo acoge al mismo Cristo, y el que acoge la imagen de Dios acoge a Dios. Pero precisamente porque no podíamos ver la imagen de Dios, El se nos ha hecho presente por medio de la encarnación de su Verbo, para así acercarnos la divinidad, realidad que esta tan por encima de nosotros (Ambrosio de Milaán, <<Comentario al evangelio de san Lucas», VII, 24, en Obras de san Ambrosia, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1966, 357).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Llevemos una vida nueva>> (Rom 6,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios, que me entrega tesoros para que los guarde, me permite que los custodie y los administre bien   Me agrada relacionarme con los demás. Mi intensa participación, me parece, irradia lo mejor y más sincero de mí; las personas se muestran sinceras conmigo, cada uno es una historia, y todos me cuentan su vida. Y mis ojos encantados no tienen que leer. [...]. Soy un enfermo, no puedo hacer nada. Mas tarde enjugaré lágrimas y replegaré miedos, allá abajo. En el fondo, ya lo hago en esta cama. ¿Quizá sea por esto que tengo fiebre y mareos?. No quiero ser cronista de horrores. Ni tampoco de sucesos sensacionales.

Esta mañana le he dicho a Jopie: siempre llego a la misma conclusión, la vida es bella. Y creo en Dios. Quiero estar entre los  <<horrores» y decir igualmente que la vida es bella. Ahora, con fiebre y mareos, acostado en un rincón, no puedo hacer nada. Hace poco me he despertado con la garganta seca, he aferrado mi vaso y he agradecido los sorbos de agua; he pensado: si pudiese andar entre los millares de hombres amontonadas por ahí y pudiese ofrecerles un trago... Me digo: no es nada, tranquilo, no es nada, tranquilo.

Cuando una mujer o un niño hambriento se ponía a llorar detrás de nuestras mesas de grabación, me arrimaba, le abrazaba sobre mi pecho, le apretaba, le sonreía y suavemente le decía a quien se encontraba acurrucado y aturdido: no es nada, no es nada. Me quedaba allí y, si podía, hacía algo. A veces me sentaba cerca de alguien, le ponía el brazo encima del hombro, guardaba silencio y le miraba a la cara. Nada resultaba nuevo, ninguna de aquellas expresiones de dolor humano. Todo me parecía familiar; como si ya hubiera vivido cada casa. Algunos me decían: tienes nervios de acero para resistir. No creo que tenga nervios de acero; mas bien, nervios sensibles, capaces de <<resistir>>. Tengo el coraje de mirar de frente al dolor. Al final de coda día me decía: ¡quiero tanto a los hombres! (E. Hillesum, Diario 794i-7943, Milán 5i 992, 232ss).

 

 

Día 3

Santo Tomás, apóstol (3 de julio)

 

Lo que sabemos del apóstol santo Tomás se lo debemos sobre todo al  cuarto evangelista. Fue Tomás quien invitó a los otros apóstoles a marchar con Jesús a Judea, dispuesto a morir con él (Jn 11,16). Fue la pregunta de Tomás la que provocó a Jesús a que se definiera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,5ss). Por último, fue Tomás quien con su incredulidad nos ayuda a consolidar nuestra adhesión a Jesús, con una profesión de fe muy clara: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,24-29).

El martirologio de san Jerónimo en el siglo VI recuerda la traslación del cuerpo de Tomás a Edesa (Siria, actualmente Turquía), el 3 de julio.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,19-22

19 Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios,

20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas; y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular

21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor

22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.

 

**• El misterio de Cristo y el de la Iglesia están íntimamente conectados para el apóstol Pablo. Cristo es nuestra paz: en él, todos, tanto los lejanos (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino uno sólo; ya no hay separación entre gente diferente, sino unidad entre semejantes. Todo eso es don de Dios Padre, por medio de Cristo Señor, en el Espíritu Santo. En este contexto, el apóstol imagina la Iglesia como un gran edificio, un templo santo, la «morada de Dios».

Los «cimientos» de este edificio, en el que están todos y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios», como «familia de Dios», son los apóstoles y los profetas.

Sin embargo, la «piedra angular» es Cristo Jesús: él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, y en él todo el edificio encuentra su trabazón y puede crecer de una manera ordenada.

Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo asume una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles resaltan con toda su importancia. La Iglesia de Cristo es, por consiguiente, una, santa, católica y apostólica, y lo es en el sentido de que, en ella, los apóstoles, por voluntad de Dios y por elección histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes.

 

Evangelio: Juan 20,24-29

24 Tomás, uno del grupo de los Doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: -Hemos visto al Señor.

Tomás les contestó: -Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -La paz esté con vosotros.

27 Después dijo a Tomás: -Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

28 Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío!

29 Jesús le dijo: -¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

 

*» Se ha afirmado con razón que, para nuestra fe, tal vez haya sido más importante la incredulidad de Tomás que la creencia de los otros apóstoles. Resulta paradójico, ¡pero es verdad!

Debemos considerar como cierto que si Tomás hubiera estado con los otros discípulos en el momento de la primera aparición de Jesús, es posible que no hubiera sucumbido en una crisis de fe. Sin embargo, al mismo tiempo, con este recuerdo, el evangelista Juan abre ante nosotros una nueva pista para llegar a la experiencia liberadora de la fe en Jesús resucitado. En efecto, cuando Jesús se aparece a sus discípulos por segunda vez, se dirige directamente a Tomás y le pide que realice el camino de búsqueda y de descubrimiento que antes habían realizado sus «colegas». Esta vez, Tomás se vuelve disponible y se vuelve dócil al mandamiento del Señor y llega a un acto de fe límpido y transparente: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28).

Jesús pronuncia la bienaventuranza que sigue (v. 29), no tanto por Tomás como por nosotros: la situación histórica cambia por completo, pero el itinerario es siempre el mismo. Llegamos a la fe mediante un acto de

abandono total en Jesús muerto y resucitado.

 

MEDITATIO

El suceso acontecido a Tomás centra por completo nuestra atención, por el simple motivo de que esta página evangélica termina con una «bienaventuranza» que nos concierne personalmente a todos: «Dichosos los que creen sin haber visto».

A buen seguro, hablando humanamente, el acto de fe, para ser razonable -digo «razonable», no «racional»-, necesita algunos signos, y Tomás está dispuesto a pedirlos explícitamente. Desde este punto de vista, tal vez la suya no pueda ser definida como una crisis de fe, sino más bien como una apasionada y sufrida búsqueda de un acto de fe que sea, al mismo tiempo, respetuoso con el hombre y devoto con Dios. Y cuando al final Tomás accede al acto de fe, el apóstol se abandona por completo a Aquel que se ha manifestado claramente. Por consiguiente, no había en él ningún prejuicio o incertidumbre: se trataba sólo de cerciorarse del hecho histórico de la resurrección de Jesús con un método experimental, el único que está al alcance de todos, incluso de los más sencillos. Ver para creer fue la exigencia del apóstol Tomás. Ver, tocar y palpar fue el itinerario que recorrió para reconocer la plena identidad entre el Señor resucitado y Jesús de Nazaret. Creer sin ver, sin tocar, sin palpar, es la situación en la que nosotros nos encontramos, nuestra bienaventuranza.

 

ORATIO

«Vamos también nosotros a morir con él.»

«Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?»

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré.»

«¡Señor mío y Dios mío!» «¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto».

 

CONTEMPLATIO

De la incredulidad al éxtasis: éste es el camino de Tomás y, también, el de esa parte de nosotros que todavía no se rinde a la resurrección y a lo invisible. Tomás quiere garantías porque ha comprendido algo: si Jesús está vivo, su vida cambia. Si Jesús está vivo, entonces el Evangelio es verdadero. Y el Evangelio toma toda la vida. Y Jesús no le hace ningún reproche, sino que le dice: «Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado», porque no es un fantasma. No es una proyección de mis deseos, no es un fruto imaginario de mi corazón, no es el hijo de una ilusión. Hay un agujero en sus manos, donde puede entrar el dedo de Tomás; hay una lanzada, en la que puede entrar una mano. Y le doy las gracias a Tomás porque también yo necesito que Jesús no sea un fantasma. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos. Las de los que creemos sin haber tocado porque otros lo han hecho. Lo dice Juan con orgullo: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, [...] lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 Jn 1,1-2).

Fe de manos que ha atravesado el corazón. Tomás no busca el camino para creer en ningún signo de poder, sino simplemente en las llagas: el agujero de las manos, el costado abierto, imágenes embriagadoras del amor de Dios. Y con Tomás empieza l a historia de los enamorados de las heridas de Cristo, como Francisco de Asís o Catalina de Siena u otros más cercanos a nosotros (Ermes M. Ronchi).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es uno de los principales capítulos de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y enseñado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que a ellos se revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe.

Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de imposición por parte de los hombres en materia religiosa. Por consiguiente, un régimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer ese estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados fácilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en toda la ordenación de la vida (Concilio Vaticano II, Dignitatis húmame, 10).

 

 

 

Día 4

Martes de la 13ª semana del Tiempo ordinario o 4 de junio, conmemoración de

Santa Isabel de Portugal

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 19,15-29

En aquellos días,

15 al despuntar el alba, los mensajeros urgieron a Lot: -Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no sea que perezcan en el castigo de la ciudad.

16 Y como él no se decidía, aquellos hombres lo agarraron de la mano a él, a su mujer y a sus hijas y, por la misericordia del Señor, lo sacaron fuera de la ciudad.

17 Mientras lo sacaban afuera, uno de los ángeles le dijo: -Ponte a salvo, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna; huye a la montaña, para que no perezcas.

18 Respondió Lot: -Eso no, por favor.

19 Tu siervo ha gozado de tu protección y me has tratado con gran misericordia, conservándome la vida. Pero yo no puedo refugiarme en la montaña, porque me alcanzaría la desgracia y moriría.

20 Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde me puedo refugiar; permite que me refugie en ella para salvar mi vida.

21 Él respondió: -Bien, acepto tu súplica. No destruiré la ciudad de la que hablas.

22 Pero date prisa y refúgiate allí, porque yo no podré hacer nada hasta que tú hayas llegado. Por eso a aquella ciudad se la llamó Soar.

23 Salía el sol cuando Lot llegaba a Soar.

24 El Señor envió entonces desde el cielo una lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.

25 Y destruyó estas ciudades y toda la llanura, todos los habitantes de las ciudades y toda la vegetación del suelo.

26 La mujer de Lot se volvió para mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal.

27 Abrahán se levantó muy temprano y se dirigió al lugar donde había estado en presencia del Señor.

28 Volvió la vista hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la llanura y vio la humareda que subía de la tierra; era una humareda como la de un horno.

29 Cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abrahán, y sacó a Lot de la catástrofe cuando arrasó las ciudades en las que éste había vivido.

 

*+• En el «ciclo de Lot» se recoge una antiquísima explicación del origen de un paisaje espectral situado al sur del mar Muerto y que todavía hoy sorprende e impresiona al visitante. Se trata, probablemente, de una verdadera reliquia histórica de algún desastre natural releída por el narrador en clave teológica. Se perfila aún mejor la contraposición entre la hospitalidad de Abrahán y la falta de hospitalidad de los habitantes de Sodoma.

Lot, que había elegido para él la mejor parte, pierde ahora todo: tierra, bienes, mujer, y sólo tendrá descendencia a través de un incesto con sus hijas; mientras que Abrahán, por haber confiado en la promesa de YHWH, tendrá una descendencia numerosa y poseerá la tierra. El fragmento de hoy se abre con una tensión dramática entre la urgencia de los mensajeros y la duda de Lot, que sigue siendo connotado por el autor del relato de una manera negativa. Sólo su parentesco con Abrahán es el que le hace objeto de «una gran misericordia» por parte del Señor. Dios, en efecto, le concede refugiarse en Soar, una ciudad del valle cuya denominación popular se explica de este modo («Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña»: v. 20).

El relato se cierra con Abrahán contemplando desde lo alto la zona del desastre. Su mirada marca no sólo una antítesis respecto a la mirada curiosa de la mujer de Lot, que queda convertida en estatua de sal; es también la mirada de quien se siente objeto de la «memoria» de Dios que le salva. Así es, porque Dios se acuerda siempre de «su santa alianza, del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán para concedernos que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor, con santidad y justicia en su presencia durante toda nuestra vida» (cf. Lc 2,72-75).

 

Evangelio: Mateo 8,23-27

En aquel tiempo,

23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron.

24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido.

25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: -Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Él les dijo: -¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.

27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen».

 

**• El fragmento de hoy se abre con una nota que, en su aparente normalidad, encierra un elemento clave para la interpretación de este relato, conocido como milagro de la tempestad calmada. Jesús es el primero en subir a la barca, y sus discípulos le «siguen». El mismo Mateo relee el episodio como figura de la Iglesia, que atraviesa el mar tempestuoso de la historia con la presencia de Jesús, una presencia real, si bien escondida y silenciosa, aunque no por ello la exime de desconciertos

y miedos. Por otra parte, Mateo no habla propiamente de «tempestad», como sí hace, en cambio, el evangelista Marcos en su relato paralelo; usa el término «semós», que tiene un claro sabor apocalíptico: se trata, por consiguiente, de una gran tribulación a través de la cual debe pasar la barca de los discípulos de Jesús. Éstos, aterrorizados, le despiertan gritando: «.¡Señor, sálvanos!» (Kyrie, sóson), una invocación casi litúrgica y muy diferente de la referida por Marcos: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (4,38).

Hay otro detalle particular que nos ayuda a comprender la perspectiva eclesial de Mateo: Jesús - a diferencia del relato de Marcos y de Lucas-, antes de hacer el milagro, regaña a los discípulos por ser «pequeños de fe» (y. 26, literalmente), o sea, por su fe todavía incierta y vacilante. Sólo entonces es cuando Jesús «se levantó, increpó» a los vientos y al mar, como si fueran seres endemoniados (cf. asimismo Me 4,39). El pasaje se cierra con una nota de admiración frente al poder de Jesús, capaz de someter hasta los elementos cósmicos (v. 27). Él, y sólo él, puede dormir en medio de la tempestad porque reposa en el seno del Padre y se despierta en el poder de Dios, que nos salva no de la muerte, sino en la muerte, despertándonos a una vida nueva, resucitada, que durará para siempre.

 

MEDITATIO

Se puede percibir más de una analogía entre las lecturas propuestas por la liturgia de hoy. En ambas se habla de una situación tranquila que padece un cambio imprevisto: el fuego que baja del cielo y el desencadenamiento de los elementos naturales sobre el mar alborotado.

En ambos casos se ofrece al hombre aterrorizado una salvación misericordiosa por parte de alguien que le presta socorro. Ambas situaciones pueden ser tina gran metáfora de la condición humana, del viaje del hombre hacia la salvación, un viaje acechado por una gran cantidad de adversidades que hacen que, con frecuencia, el hombre sienta miedo frente a realidades que le superan, que le aplastan. ¿Y qué miedo es superior al de la muerte? Nosotros sabemos hoy que no estamos solos, y, aunque nos sintamos así, siempre podemos gritar «¡Señor, sálvanos!» a aquel que quiso pasar por nuestras mismas situaciones, que quiso dormir con nosotros el sueño de la muerte, para despertarnos con él en la vida sin fin. Se nos pide que no seamos «pequeños en la fe», que seamos audaces, constantes, perseverantes en la oración.

Estamos seguros, en efecto, de que a quien llame se le abrirá, a quien pida se le dará, y a quien ha sido bautizado en la muerte y resurrección del Señor Jesús no se le arrebatará la vida, sino que simplemente le será cambiada, porque «tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor». Él vino a compartir nuestra condición humana para darnos su paz, su alegría, su plenitud de vida. También nosotros, por tanto, aferrándonos al madero de su cruz, podemos atravesar todos los mares tempestuosos, seguros ahora de llegar incólumes con él a la tierra de los vivos.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú has llevado a cabo por nosotros, de una vez por todas, la gran travesía del mar tempestuoso de la historia apoyando suavemente tu cabeza entre los brazos del Padre en el leño de la cruz. De este modo, abriste para todos nosotros un camino grande y seguro, que nos permite atravesar incólumes el gran abismo del mal, que intenta atraparnos constantemente.

Haz que cada hombre te conozca y experimente que los sufrimientos del momento presente no son comparables a la alegría de la salvación que nos has preparado en el abrazo del Padre. Él nos ha querido desde siempre para ser uno con él y contigo en el amor.

 

CONTEMPLATIO

«El Señor está cerca de cuantos le invocan» (Sal 144,18). No hace acepción de personas. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos (cf. Jn 13,3). Esto con la condición de que nosotros le amemos a él, a nuestro Padre celestial, como hijos. El Señor escucha tanto a un monje como a un hombre de mundo, a un simple cristiano, con la condición de que amen a Dios en el fondo de su corazón y tengan una fe auténtica, una fe grande como un grano de mostaza. El Señor mismo nos ha dicho: «Todo es posible al que cree» (Me 9,23). Más sorprendentes todavía son estas palabras: «Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago e incluso otras mayores» (Jn 14,12).

Dios busca, ante todo, un corazón lleno de fe en él y en su Hijo unigénito, y como respuesta a esta fe envía, desde lo alto, la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón repleto de amor por él y por el prójimo; éste es el trono sobre el que le gusta sentarse y manifestarse en la plenitud de su gloria. «Hijo, dame tu corazón, el resto te lo daré por añadidura» (Prov 23,26).

        Aunque las penas, las desgracias y las tribulaciones sean inseparables de nuestra vida terrena, el Señor nunca ha querido que éstas constituyeran toda la trama de nuestras vidas. Por eso nos recomienda, por boca del apóstol, que llevemos unos los fardos de los otros y obedezcamos de este modo a Cristo, que nos ha dado el mandamiento del amor recíproco. Confortados por este amor, nos parecerá menos difícil el camino doloroso por la senda estrecha que conduce a la patria celestial. ¿Acaso no ha bajado el Señor del cielo no para ser servido, sino para servir y dar su propia vida en rescate de muchos (cf. Mt 20,28)?

Compórtate del mismo modo, amigo de Dios, y, consciente de la gracia de la que has sido objeto, transmítela a todos los seres humanos, tomándote a pecho su salvación (Serafín de Sarov, Vita, colloquio con Motovilov, Turín 1981, pp. 182-184, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Yo estoy con vosotros». La frase es de una sencillez absoluta, pero el misterio que encierra es grande. Cuando se toma en serio esta afirmación, todo cambia. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida? ¿Quién es este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y decisiones? ¿Quién es este hombre invisible que dice estar siempre conmigo?

Es extraño: hay momentos en los que la suya es la presencia de alguien con el rostro velado. No sé nada de él. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como a un viejo amigo. Jesús está siempre con nosotros, pero eso no implica que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no tenemos garantizada la nuestra. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Le 18,8).

Jesús está siempre con nosotros: se trata de ser capaces de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca. El cielo del espíritu es todavía más mutable que el que tenemos sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Están los días de la alegría y los días de las lágrimas, los días de las tempestades y los días de la tranquilidad, los días aburridos y los días apasionados, los días del ofuscamiento y los días de los resplandores inesperados, los días de la exaltación y los días del cansancio metafísico. Pero no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica.

El invisible compañero de nuestro viaje es también un guía. Con él todo paso que demos, todo metro que avancemos por nuestro camino tiene una meta. Con él, ninguna etapa de nuestro camino está perdida: no hay extravío que al final no revele su motivación providencial; no hay vuelta ociosa que no aparezca lógicamente orientada (G. Biffi, Meditazioni sulla vita ecclesiale, Cásale Monf. 1993, pp. 59-63, passim).

 

 

 

Día 5

Miércoles de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 21,5.8-20

5 Tenía Abrahán cien años cuando le nació su hijo Isaac.

8 Creció el niño y lo destetaron. Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac.

9 Sara vio que el hijo nacido a Abrahán de Agar, la egipcia, jugaba con Isaac,

10 y dijo a Abrahán: -Echa a esa esclava y a su hijo, pues el hijo de esa esclava no compartirá la herencia con mi hijo, Isaac.

11 Abrahán se disgustó mucho, porque se trataba de su hijo.

12 Pero Dios le dijo: -No tengas pena por el muchacho ni por tu esclava; haz lo que te pide Sara, porque la descendencia que llevará tu nombre será la de Isaac.

13 Pero también del hijo de la esclava haré yo un gran pueblo, por ser descendiente tuyo.

14 Entonces Abrahán se levantó muy de mañana, tomó pan y un odre de agua y se lo dio a Agar; puso al niño sobre sus hombros y la despidió. Ella se fue y anduvo errante por el desierto de Berseba.

15 Cuando se terminó el agua del odre, dejó al niño bajo un matorral

16 y fue a sentarse enfrente, a la distancia de un tiro de arco, pues se decía: «No quiero ver morir al niño». Pero cuando se sentó enfrente, el niño empezó a llorar a gritos.

17 Dios oyó los gritos del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: -¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha escuchado los gritos del niño ahí donde está.

18 Levántate, toma al niño, agárralo de la mano, porque de él haré yo un gran pueblo.

19 Entonces Dios abrió los ojos de Agar y ella vio un pozo de agua; fue a llenar el odre y dio de beber al niño.

20 Dios estaba con el niño, que creció, vivió en el desierto y llegó a ser un buen arquero.

 

*•• El fragmento se abre con el recuerdo de la edad de Abrahán -«tenía Abrahán cien años» (v. 5)- en el momento en el que nació Isaac. Por tanto, resulta evidente que lo que se narra es obra del poder de Dios, que se manifiesta en la debilidad del hombre. El relato de este capítulo ha de ser puesto en paralelo con lo ya dicho en el capítulo 16, del que probablemente sea un duplicado narrativo con la misma intención. En él se muestra que el proyecto de Dios sigue adelante, a pesar de las mezquindades humanas; por otra parte, se da, una vez más, la explicación popular de los nombres de Isaac (v. 9) y de Ismael (v. 17).

El banquete que da Abrahán por el destete del hijo de la promesa, después de tres años de lactancia, brinda la ocasión para someter a comparación a los dos hijos de Abrahán. Esta narración - a diferencia de las del capítulo 16- presenta a Ismael casi como coetáneo de Isaac, que «juega» con él. Basta con esto para suscitar los celos de Sara, la señora, que presiona a Abrahán para que aleje al hijo de la esclava (v. 10).

El v. 12 es el punto central del relato, porque no nos esperábamos, a buen seguro, que Dios apoyara la posición de Sara, pero esto ilustra adecuadamente lo distintos que son los caminos del Señor de los nuestros. Dios, en efecto, sabe sacar bien hasta del mal perseguido por los hombres. Por eso invita a Abrahán a alejar a Ismael, que también está destinado a ser cabeza de una descendencia numerosa. A través de algunos sabios toques nos introduce el narrador en lo vivo del relato, haciéndonos saborear la atmósfera del momento, una atmósfera cargada de pathos. Dios manifiesta también su identidad en esta situación: Él es, en efecto, «el que escucha» -una clara referencia a la etimología de Ismael- el grito del pobre y del oprimido: en este caso, Agar y su hijito destinado a la muerte.

Es importante señalar que la palabra del ángel de Dios no obra milagro alguno; se limita simplemente a hacer que Agar vea el pozo que ya estaba allí. La esperanza infundida por la intervención divina da nuevos ánimos a Agar y establece un prometedor futuro para Ismael, que también es un protegido del Señor. Se perfilan así, bajo los nombres de Ismael y de Isaac, los destinos de los dos pueblos hermanos, los ismaelitas y los israelitas, todavía acomunados por un misterioso destino de hostilidades y de historia compartida.

 

Evangelio: Mateo 8,28-34

En aquel tiempo,

28 al llegar a la otra orilla, a la región de los gerasenos, salieron a su encuentro de entre los sepulcros dos endemoniados. Eran tan agresivos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino.

29 Y se pusieron a gritar: -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?

30 A cierta distancia de allí, había una gran piara de cerdos hozando;

31 y los demonios le rogaban: -Si nos echas, envíanos a la piara de cerdos.

32 Jesús les dijo: -Id. Ellos salieron y se metieron en los cerdos; de pronto, toda la piara se lanzó al lago por el precipicio y los cerdos murieron ahogados.

33 Los porquerizos huyeron a la ciudad y lo contaron todo, incluso lo de los endemoniados.

34 Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, cuando lo vieron, le rogaron que se marchara de su territorio.

 

*» Jesús atraviesa el lago de Tiberíades y desembarca en el territorio pagano de la Decápolis. En unos pocos versículos -a diferencia de la extensa descripción de Marcos- el evangelista Mateo bosqueja no tanto una curación, como una demostración de autoridad y de poder por parte de Jesús, que libera del sometimiento al demonio a dos hombres dominados por espíritus inmundos. Los endemoniados salen al encuentro de Jesús, y los demonios que los poseen gritan su fe en él como «Hijo de Dios» y, al mismo tiempo, su rabia porque se atreve a desafiarles entrando en su territorio («Has venido aquí»: v. 29), poniendo fin a su indiscutible dominio sobre el hombre: en efecto, con Jesús se ha cumplido el tiempo (Me 1,15) de la derrota del enemigo.

El exorcismo de Jesús manifiesta su espectacular poder. En efecto, con una sola palabra («Id») consiente el deseo de los demonios expulsados del cuerpo de los hombres de refugiarse en los cerdos -animales considerados impuros y, por consiguiente, no criados por los judíos-, que formaban una piara muy numerosa. Esta concesión es sólo el preludio para que éstos se precipiten de cabeza en el mar, símbolo del mal, y se ahoguen en él.

El poder de Cristo es absoluto, pero no se impone por la fuerza. Los habitantes de la ciudad salen también al encuentro de Jesús, pero, frente al temor de nuevas pérdidas económicas, prefieren alejar al Nazareno. Desgraciadamente, también nosotros solemos preferir convivir con nuestro mal antes que extirparlo de raíz. Nos resulta más fácil vivir atados a nuestros cepos que administrar una libertad demasiado exigente.

 

MEDITATIO

Nunca le resulta fácil al hombre ponerse en la misma longitud de onda de Dios, sintonizar con su pensamiento. Hay momentos incluso en que esto se vuelve particularmente difícil, porque el Señor va «demasiado» más allá del humano sentido común. Eso es lo que pódemelos advertir al meditar sobre las lecturas de hoy. Dios le pide a Abrahán que secunde el repudio de Ismael por parte de Sara. Abrahán consiente, obedece a la palabra, y el Señor bendecirá también al muchacho, destinado en apariencia a la muerte.

Jesús, para liberar a los endemoniados de Gerasa, perjudica la economía de los porquerizos; de ahí que toda la ciudad, concorde, le pida que se marche de su territorio. Dios, por medio de su palabra, nos propone caminos que, con mucha frecuencia, son duros y exigentes, pero nunca «violenta» nuestra libertad. A nosotros nos corresponde elegir. ¡Qué importante es, por tanto, otorgarnos el tiempo y la posibilidad de evaluar bien qué es verdaderamente lo mejor para nosotros! Su Palabra, incluso cuando nos incomoda, no es nunca para muerte, sino para vida.

El riesgo que corremos es el de decidirnos y escoger a Dios cuando el maligno nos tiene ya en sus engranajes, de modo que ya no nos deja escapatoria, mientras que, normalmente, vivimos en una especie de compromiso entre el bien y el mal. Esa situación de tranquilo vivir no nos permite llegar a ser conscientes de estar sumergidos en el egoísmo y en la búsqueda de nosotros mismos. Otras veces, en cambio, aun advirtiendo la incomodidad, no estamos dispuestos a pagar el precio que el Señor nos pide para liberarnos. La salvación es siempre gratuita, es don, pero, según la conocida máxima agustiniana, el Dios que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin que nosotros lo queramos. Si le decimos «sí», enseguida nos daremos cuenta de que él está dispuesto no sólo a darnos más de cuanto hemos sacrificado, sino que vencerá también en su raíz todos nuestros miedos, porque él ha vencido a la muerte y nos introduce en el reino ilimitado de la vida, de su amor.

 

ORATIO

Jesús, tú sólo eres el Señor, el que tiene palabras de vida eterna. ¿A quién podremos ir a pedir ayuda y salvación? Gracias, porque tu voz resuena cada día en nuestro corazón y nos repite tu Palabra, siempre viva y siempre nueva. No permitas que nos escondamos detrás de nuestros cálculos mezquinos; concédenos seguirte por tus caminos de libertad y de amor, puesto que echas al fondo del mar todos nuestros pecados y cada día nos ofreces la posibilidad de resurgir como criaturas nuevas, como santos y amados por Dios Padre.

 

CONTEMPLATIO

La voluntad divina es siempre amante, porque «Dios es caridad» (1 Jn 6,16). No sólo posee el amor, sino que es el Amor infinito, indefectible. Todo lo que Dios hace por nosotros está motivado por el amor, por un amor que es también Sabiduría eterna y Omnipotencia. Dios nos ama como a hijos, y es el Padre por excelencia, del que deriva toda paternidad. Él nos guía, durante toda nuestra vida, con la luz de su incomparable amor paterno.

Nos amó tanto que nos hizo hijos adoptivos suyos, haciéndonos partícipes de su misma felicidad y haciéndonos entrar en comunión de vida con la Santísima Trinidad. Pero eso no basta. Las maravillosas manifestaciones de la caridad divina son inagotables; ésta resplandece también en el camino admirable elegido por Dios para atraernos hacia él. Para hacernos hijos suyos, nos da a su Hijo unigénito, Cristo Jesús, don supremo del amor; y nos lo da a fin de que sea para nosotros sabiduría, santificación, redención, justicia, luz y camino seguro, para que sea alimento y vida; en una palabra, para que se convierta en mediador entre él y nosotros.

Cristo Jesús, Verbo encarnado, colma el abismo que separaba al hombre de Dios; en él y por él derrama Dios sobre nosotros las bendiciones celestes de la gracia, que nos hacen vivir como verdaderos hijos del Padre celestial. Jesús fue constituido rey y cabeza de la herencia divina, y él, con su sangre, nos restituye el derecho a poseerla. Si permanecemos en él con la fe y el amor, él estará en nosotros con su gracia y sus méritos; nos ofrecerá al Padre y el Padre nos encontrará en él. ¿Cómo, entonces, no hemos de abandonarnos, seguros, a la voluntad omnipotente, que es toda amor? (C. Marmion, Cristo idéale del moñaco, Cásale Monf. 2000, II, c. 13, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo, como un olivo verde en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás» (Sal 51,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El que en nuestros días habla de demonios y potencias malignas tiene que enfrentarse con el escepticismo y la aversión. Por otro lado, precisamente también en los días que corren, se acentúa cada vez más la viva impresión de que, con el creciente control de la vida en la tierra, avanza, de una manera amenazadora, algo incontrolable. ¿De qué sirve la ciencia si algo de lo que no puedo disponer dispone de mí y me hace la vida plana, mísera y temerosa?

El contacto con las potencias demoníacas supone siempre para el hombre el contacto con el límite invisible, inexpresable, profundo y oscuro de sí mismo y de su mundo. Pero estas potencias que se apoderan incesantemente del mundo y de los hombres para corromperlos, han sido vencidas -según afirma el Nuevo Testamento- por Jesucristo, que destruyó su poder de una manera definitiva. Esto lo saben ellas; por eso, precisamente ahora recurren a todo para enmascarar su impotencia con una fuerza aparente. De ahí que la historia sea una gran lucha que se desarrolla, en primer lugar y sobre todo, a pequeña escala, en el corazón del hombre. El mundo no ha sido liberado del dominio de las potencias malignas ni vuelve a aparecer como creación buena de Dios, a no ser de un modo indirecto por medio de este o aquel corazón humano y, en primer y último lugar, por medio de mi corazón. En él, y no en ninguna otra parte, se decide la historia del mundo. La lucha para hacer visible y dar eficacia al destronamiento del espíritu demoníaco que ya ha tenido lugar puede ser desarrollada, en principio, siempre y únicamente luchando contra nosotros mismos (H. Schlier, Riflessioni sul Nuovo Testamento, Brescia 1976, pp. 189-204, passim).

 

 

Día 6

Jueves de la 13ª semana del Tiempo ordinario o 6 de julio, conmemoración de

Santa María Goretti

 

María Goretti nació en Corinaldo (Italia), hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, el 16 de octubre de 1890. Fue bautizada el 17 de octubre en la iglesia de San Francisco, en Corinaldo, y recibió los nombres de María y Teresa. El 1 2 de diciembre de 1896, la familia Goretti se trasladó desde Corinaldo a Colle Granturco, en las proximidades de Paliano, y, más tarde, en febrero de 1 899, a Le Ferriere di Conca, en la Caseína Antica, hoy Borgo Montello (Latina).

Fue agredida y herida de muerte por Alessandro Serenelli el 5 de julio de 1902, a las tres y media de la tarde. Murió y fue sepultada en Nettuno, o la edad de once años, el 6 de julio de 1902, a las tres y medio de la tarde. El proceso informativo fue iniciado en Abano el 31 de mayo de 1935. Pío XII reconoció la autenticidad del martirio de María el 25 de marzo de 1945. La declaró beata el 27 de abril de 1947, y santa, el 24 de junio de 1950.

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 22,1-19

En aquellos días,

1 Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y le llamó: -¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.

4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar.

5 Entonces dijo a sus siervos: -Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.

6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos junios.

7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: -¡Padre! Él respondió: -Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: -Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

8 Abrahán respondió: -Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y, después, ató a su hijo, Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña.

10 Después, Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo, " pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: -No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de «El Señor provee», y por eso todavía hoy se llama «monte del Señor provee».

15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán

16 y le dijo: -Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo

17 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

19 Abrahán volvió luego junto a sus siervos y todos partieron hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.

 

*» La belleza de este relato, una de las obras maestras del arte narrativo bíblico, esconde en sí misma un extenso trabajo de composición. En efecto, la crítica literaria distingue en su interior, por lo menos, cuatro vetas, que contienen la etiología de un lugar de culto, identificado, posteriormente, con la colina del templo de Jerusalén; la crítica de los sacrificios humanos; la prueba de la fe y, por último, la ratificación de la promesa hecha por Dios a Abrahán. Ahora bien, más allá de todo esto, el relato se presenta siempre vivo, actual, comprometedor. Antes que nada, el lector debe saber que se trata de una «prueba» en la que Dios verifica la fe y la obediencia de Abrahán, el cual, con prontitud (cf. su «aquí estoy»: v. 1), toma a su amadísimo hijo para ejecutar la paradójica petición de Dios.

La habilidad del narrador consiste en describir una escena altamente dramática con pocos toques, sin expresar de una manera directa los sentimientos de los protagonistas. Abrahán camina durante tres días: esto demuestra que su obediencia ha sido ampliamente sopesada y ponderada. La tradición judía ha subrayado en particular, entre los diferentes gestos y diálogos que marcan el profundo dramatismo del momento, la «atadura» (literalmente, 'aqeda) de Isaac, quien se dispone al sacrificio de una manera voluntaria.

La interpretación cristiana ha visto siempre en esta inmolación del amadísimo hijo la figura del único y perfecto sacrificio de Cristo muriendo en la cruz. En los w. 13ss, tiene una importancia particular el verbo «ver». De él se puede deducir que Dios «se deja ver» cuando «ve» el corazón del hombre que le busca, y que el hombre, tras la noche oscura de la fe, llega a saber que Dios «provee» siempre. La intervención del ángel del Señor, que sustrae a Isaac de la consumación del sacrificio, le ratifica en su papel de hijo de la fe que abre la descendencia de la promesa de que «todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición».

 

Evangelio: Mateo 9,1-8

En aquel tiempo,

1 subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad.

2 Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: -Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.

3 Algunos maestros de la Ley decían para sí: «Éste blasfema».

4 Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Por qué pensáis mal?

5 ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y anda»?

6 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

7 Él se levantó y se fue a su casa.

8 Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

 

*» Jesús, después de haber estado en territorio pagano, vuelve a Cafarnaún, «su» ciudad, en la que desarrolla ahora el ministerio. Le llevan a un paralítico. La descripción del episodio en el relato paralelo de Marcos (2,1-12) -integrado en una disputa de Jesús con los maestros de la Ley sobre el poder de perdonar los pecados- es muy rica en detalles particulares. Los camilleros, en efecto, abren el techo y bajan al enfermo para que llegue a Jesús.

Mateo omite todo esto. Centra su atención en la palabra autorizada de Jesús: «Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados» (9,2), donde el uso de la pasiva divina identifica a Jesús con Dios, el único que puede perdonar. Los maestros de la Ley captan de inmediato la grave «blasfemia», puesto que perdonar es una prerrogativa divina (Ex 34,6ss; Sal 25,18; 32,1-5). Sin embargo, Jesús, desenmascarando la maldad de sus corazones, afirma con claridad la razón de sus milagros: son un signo para mostrar el poder que tiene Dios de perdonar los pecados, un gesto con el que el hombre que está bloqueado en la parálisis -una parálisis que anticipa ya la muerte- puede recobrar su identidad de viator, llamado a caminar para llegar a su verdadera casa: el amor del Padre, único lugar en el que puede saborear la paz y el reposo.

En efecto, el Hijo del hombre ha venido a dar a los hombres (cf. 9,8) el poder de Dios, para que en el perdón recíproco entre los hermanos se manifieste la gloria del Padre en la tierra. A nosotros, comunidad cristiana, nos ha sido confiada, por tanto, la prerrogativa de perdonar como somos perdonados por Dios, de amar como somos amados por él, para llevar a cabo desde ahora el Reino para el que él nos ha creado y redimido.

 

MEDITATIO

En la historia de María Goretti resplandecen los textos bíblicos con una actualidad luminosa e iluminadora. María nació en el seno de una familia convencida de que la vida, aunque sea pobre y dura, es un don de Dios.

Día tras día, en medio de la humilde fe de los puros y de los sencillos, fue creciendo en ella una convicción. La respuesta más bella a la «vida como don» es vivirla como entrega a Dios y a aquellos a quienes Dios pone en nuestro camino. Con una peculiaridad esencial: el secreto de la entrega a los otros en plenitud está en dejar a Dios la posibilidad de «hacernos»- «recrearnos» como don. El «Don» por excelencia, en la tradición de la Iglesia, es el Espíritu Santo. María Goretti, de manera análoga a María de Nazaret, se dejó habitar por el Don y apareció como entrega.

La belleza interior de María Goretti se ha revelado en su testimonio de virgen y mártir. La gracia del Espíritu y la belleza de la santidad de Dios se expresan asimismo como inocencia respecto al mal y al pecado. De ahí que María Goretti prefiriera permanecer en la amistad con Dios, aun a costa de su propia vida. La confiada invocación a él como Padre, único aliado y refugio frente a la ciega violencia de los hombres, es el grito de la genuina fe bíblica. La convicción profunda de que el mal, en apariencia señor del mundo, no conseguirá la victoria definitiva sobre el bien es, en María Goretti, una visión clara de la historia de la salvación.

Estos pensamientos pueden parecer una reflexión piadosa. La fe y la fidelidad de María Goretti van, no obstante, mucho más allá. Iluminan no sólo su presente y su futuro de víctima sacrificial; le sugieren que la misericordia de Dios tiene siempre una última palabra que decir tanto al primero como al último de los hijos de Caín: que su sangre, unida misteriosamente a la sangre de Dios, recaiga como invitación a la conversión sobre el agresor. La víctima inocente y el verdugo arrepentido, juntos en el Reino.

En síntesis: también en nuestros días la Palabra de Jesús es espíritu y vida. El grano de trigo, al morir, da la vida. María Goretti es símbolo y garantía, aun en nuestros días, de la presencia de Cristo, salvador y redentor.

Le siguió por gracia, y por gracia fue su testigo fiel, en la plenitud del misterio pascual de muerte y de resurrección.

 

ORATIO

Niña de Dios, tú que conociste pronto la dureza y la fatiga y las breves alegrías de la vida, tú que fuiste pobre y huérfana, tú que amaste al prójimo incansablemente haciéndote sierva humilde y atenta, tú que fuiste buena sin enorgullecerse, que amaste el amor sobre cualquier otra cosa, tú que derramaste la sangre para no traicionar al Señor, tú que perdonaste a tu asesino, deseándole el paraíso, intercede por nosotros junto al Padre, a fin de que digamos «sí» al designio de Dios sobre nosotros.

Tú que eres amiga de Dios y le ves cara a cara, obtennos de él la gracia del testimonio evangélico, siempre y por doquier. Te agradecemos, Marietta, el amor a Dios y a los hermanos que sembraste en nuestro corazón (de la oración de Juan Pablo II).

 

CONTEMPLATIO

María Goretti no es «la santa de los cinco minutos». Lo fue durante toda su vida, breve, escondida y silenciosa, encerrada en el lapso de poco menos de doce años. Fue la suya una vida preciosa por estar modelada sobre la de Jesús, en el misterioso retiro de Nazaret.

Doce años de vida familiar acompasados por la oración y por el trabajo, y ofrecidos con la transparencia de las virtudes evangélicas, transfiguradas plenamente en la hora del martirio.

De ello son testigo sus palabras, nacidas de la vida cotidiana, fragantes de mansedumbre y de humildad del corazón. Palabras florecidas en sus labios, conservadas y referidas con admiración por quienes la vieron crecer, en la escuela del Espíritu Santo. Citemos algunas de sus expresiones, recordadas en el proceso de canonización.

A la muerte de su padre: «Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!». «Mamá, no te preocupes; Dios no nos abandonará». Y para animar a su madre: «Ahora pensaré yo en llevar adelante la casa». «Mamá, ¿cuándo recibiré la comunión?». A su hermana Teresa: «Teresa, ¿cuándo volveremos a recibir a Jesús?». A Alejandro: «Pero ¿qué haces, Alejandro? Dios no está contento, vas a ir al infierno».

Apenas salida del quirófano, le susurra a su madre: «Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas? ¿Estarás aquí esta noche?». A María la devora la sed y le pide a su madre: «Mamá, dame una gota de agua». El capellán del hospital la asiste paternalmente y, en el momento de darle la sagrada comunión, la interroga: «María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?». Ella, reprimiendo una instintiva repulsión, le responde: «Sí, le perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios le perdone, porque yo ya le he perdonado».

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (Le 23,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El símbolo más distintivo de la espiritualidad gorettiana es, ciertamente, el buen gobierno de la casa [...]. La enseñanza es evidente: el camino de la santidad es posible realizarlo en familia, en el servicio humilde y puntual, en la oración y en el respeto: un camino hacia Dios encontrado en la vida diaria. La «espiritualidad de la casa» nos recuerda la vida de la sagrada familia de Nazaret, y Marietta se convierte en imagen de este mensaje para nuestro tiempo.

Santa María Goretti nos deja precisamente como recuerdo de su paso por la tierra tres casas. En Corinaldo está su casa natal, en Le Ferriere, la casa del martirio: dos lugares que hablan por sí solos y que se han  convertido ahora en centros de oración y de meditación. Falta en la lista la casa de Paliano. Es el eslabón que falta en esta tríada gorettiana. María Goretti vivió tres años en la casa de Paliano. Allí encontró a Alessandro Serenelli, su futuro agresor, y a los padres pasionistas, beneméritos en el reconocimiento de la santidad de María (G. Alberti, Abaría Goretti, Roma 2000, p. 263).

 

Día 7

Viernes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 23,l-4.19;24,l-8.10b.62-67

23.1 Sara vivió ciento veintisiete años.

2 Murió Sara en Quiriat Arbé, o sea, Hebrón, en el país de Canaán. Abrahán fue a llorar a Sara y a hacer duelo por ella.

3 Y cuando se levantó de junto a su difunta habló así a los hititas:

4 -Yo soy un emigrante que reside entre vosotros. Dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta.

19 Después Abrahán enterró a Sara en la cueva del campo de Macpelá enfrente de Mambré, es decir, en Hebrón, en tierra de Canaán.

24.1 Abrahán era ya muy viejo, y el Señor le había bendecido en todo.

2 Un día, dijo Abrahán al criado más antiguo de su casa, el que llevaba la administración de todos los bienes: -Pon tu mano bajo mi muslo.

3 Quiero que me jures por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito,

4 sino que irás a mi tierra, donde reside mi familia, y allí tomarás mujer para mi hijo, Isaac.

5 El criado le respondió: -Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tendrá que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?

6 Abrahán le replicó: -De ninguna manera lleves allá a mi hijo;

7 el Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi familia, y que me juró: «Yo daré esta tierra a tu descendencia», enviará su ángel delante de ti para que tomes allí mujer para mi hijo.

8 Y si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento que me haces, pero a mi hijo no lo lleves allá.

10 Después, el criado partió hacia la tierra de los dos ríos [De allí trajo a Rebeca, hija de Betuel, pariente de Abrahán].

62 Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo de Lajai-Roí, y estaba viviendo en el Négueb.

63 Una tarde, salió a dar un paseo por el campo y, levantando la vista, vio que se acercaban unos camellos.

64 También Rebeca levantó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello

65 y dijo al criado: -¿Quién es aquel hombre que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: -Es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió.

66 El criado contó a Isaac todo lo que había hecho.

67 Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la muerte de su madre.

 

**• La muerte de Sara plantea el problema de encontrarle una sepultura, dado que Abrahán es una «emigrante» y no posee ninguna parcela de tierra en el país de Canaán, la tierra de la promesa. En consecuencia, tiene que tratar con el Consejo de la ciudad de Hebrón para tener una propiedad sepulcral en aquel territorio, posesión que le habría hecho ciudadano con plenos derechos de aquel lugar. Dios, en efecto, le proporciona la posibilidad de comprar a un precio elevado la cueva de Macpelá para sepultar a Sara, y esta posesión se queda, en la historia de Abrahán, como la «señal» de la promesa para la posesión de todo el país. El patriarca recibe una vez más la llamada a vivir de la fe, con la esperanza de los bienes futuros que sólo le son dados como prenda (cf. Heb 11,13-16).

Hemos leído los versículos iniciales y finales del extenso y delicado relato del capítulo 24, que tiene el sabor de una novela. En él se nos muestra la obra de YHWH, que guía la historia llevando adelante su acción de elección y de bendición dirigida a Abrahán. Éste, llegado al final de su vida, confía a su anciano siervo con un juramento sagrado la tarea de buscar una mujer que sea de su parentela para su hijo, Isaac. Abrahán continúa creyendo firmemente en la promesa de YHWH y manda a su siervo a buscar esposa para su hijo en Aram Naharáin: no quiere que Isaac abandone la tierra de la promesa. La misión del siervo concluye felizmente, porque Dios cumple no sólo la promesa de la tierra, sino también la de la descendencia. En efecto, el corazón de Rebeca se abre de una manera dócil a la acción de Dios en ella, convirtiéndose en madre de Israel, en instrumento de la perpetuación de la bendición divina.

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los Publicanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo:-No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

**• «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con Mateo- (v. 9); después va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último, responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (w. 11-13).

Mateo (nombre que significa en hebreo «don del Señor» está sentado en la oficina de impuestos. El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato de Marcos, aquí -y sólo aquí- cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador perdonado. En efecto, Mateo ejercía una profesión que tenía mala fama. Los recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas.

Se comprende, por tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les responde presentándose como un médico venido a curar a los enfermos. En efecto, Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me cuido de ti» (Ex 15,26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (cf. Sal 103,3), que nos aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos. «Entended, dice Jesús, lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6)».

A él debemos volvernos todos, porque no será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino el descubrimiento de su amor. Su misericordia, en efecto, enviará a Jesús a sacrificarse en la cruz, porque ninguno de nosotros es justo. El único justo ha entregado su vida para que todos nosotros fuéramos sanados.

 

MEDITATIO

La lectura del libro del Génesis nos presenta a Abrahán como padre en la fe, que continúa creyendo, más allá de toda evidencia sensible, en la Palabra del Señor. Prosigue el proyecto divino esperando contra toda esperanza; más aún, su adhesión a Dios se vuelve, con el tiempo, cada vez más convencida, más audaz, más animada por una certeza inquebrantable. También a Mateo se le dirige una invitación: «Sígueme». Y también él lo deja todo y se pone a seguir inmediatamente a Jesús, renunciando a su propia posición, a sus propias comodidades, para seguir a un rabí que no tiene dónde reposar la cabeza. También nosotros nos ponemos en camino, cada día, a la voz del Señor, que resuena en la Iglesia a través de la Palabra proclamada en la liturgia.

El itinerario es siempre el mismo: dejarnos a nosotros mismos, dejar nuestras seguridades, nuestras ganancias, para emprender el camino siguiendo la voz de Cristo, que nos llama. Abrahán acaba siendo propietario no de toda la tierra prometida, sino de una cueva sepulcral. Mateo está llamado a dar la vida por su Señor, porque el discípulo no es más que el maestro. ¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de que hemos sido llamados a dejarlo todo? El Señor ha venido a ofrecerse a sí mismo para hacernos capaces de entrar en su movimiento oblativo de ofrenda. Sólo aceptando el riesgo de esta pérdida, de esta muerte en favor de la vida, se nos permitirá entrar en la tierra de la gratuidad, engendrar una posteridad sin número, porque siguiendo al Maestro estaremos llamados cada vez más a ser una sola cosa con él y con el Padre en el Amor que les une.

 

ORATIO

Danos, Señor, una viva experiencia de ti, capaz de ponernos en un camino sin retorno, un camino que conozca únicamente el deseo cada vez más apasionado de contemplar tu rostro. Purifícanos con el fuego de tu amor, para que nuestro pecado, el egoísmo, no nos encierre más en la estrechez de nuestras seguridades. Aferrados por ti, haz que podamos correr detrás de ti cumpliendo todas tus palabras, seguros de que sólo en ti podremos encontrar la plenitud de la paz y de la alegría.

 

CONTEMPLATIO

¡Padre del cielo! Tu gracia y tu misericordia no cambian con la mutación de los tiempos, no envejecen con el transcurrir de los años, como si fueras, al igual que un hombre, un día más misericordioso que otro, más misericordioso el primero que el último. Tu gracia no cambia, dado que eres inmutable, que eres siempre el mismo, eternamente joven, nuevo en cada nuevo día, porque cada día dices: «Hoy mismo».

Oh, mas si un hombre toma en consideración esta palabra y, cogido por ella, se dice seriamente a sí mismo con santa determinación: «Hoy mismo», entonces eso significa para él que desea ser cambiado juntamente ese día, desea que precisamente ese día pueda llegar a ser para él significativo con respecto a los otros días, significativo por el renovado refuerzo en el bien que una vez eligió, o tal vez incluso significativo porque escoge el bien. Tu gracia y tu misericordia consisten en esto: en que tú, inmutable, dices cada día: «Hoy mismo». En efecto, tú eres el que da «hoy mismo» el tiempo de la gracia; el hombre, sin embargo, es alguien que debe coger «hoy mismo» el tiempo de la gracia. Así es nuestro hablar contigo, oh Dios; existe una diferencia de lenguaje entre nosotros; sin embargo, nos esforzamos por comprenderte y por hacernos comprensibles a ti, y tu no te avergüenzas de ser llamado nuestro Dios.

Eso que -dicho por ti, oh Dios- es la eterna expresión de tu gracia y de tu misericordia inmutables, eso mismo -repetido en su justo sentido por un hombre- constituye la máxima expresión del cambio y de la decisión más profunda; sí, como si todo estuviera perdido si el cambio y la decisión no tuvieran lugar hoy precisamente.

Concédenos, pues, que este día pueda ser un día de verdadera bendición, que podamos escuchar la voz de aquel a quien tú enviaste al mundo y podamos seguirle (S. Kierkegaard, «Esercizi di cristianesimo», enMicromega 2 [2000], pp. 103-105, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2 Cor 6,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Siempre resulta ilusorio creerse convertido de una vez por todas. No, no somos más que simples pecadores, aunque pecadores perdonados, pecadores-en-perdón, pecadores-en-conversión.

No se nos da otra santidad aquí abajo [...]. Convertirse significa comenzar siempre de nuevo este cambio radical interior mediante el cual nuestra pobreza humana se vuelve hacia la arada de Dios. De la Ley de la letra pasa a la Ley del Espíritu y de la libertad, de la ira a la gracia. Este vuelco no acaba nunca, porque no hace otra cosa que volver a comenzar constantemente. Antonio el Grande, patriarca y padre de todos los monjes, lo decía de una manera lapidaria: «Cada mañana me digo: hoy empiezo».

La conversión, efectivamente, es siempre una cuestión de tiempo: el hombre necesita tiempo, y también Dios quiere tener necesidad de tiempo con nosotros. Nos haríamos una imagen del hombre absolutamente errada si pensáramos que las cosas importantes en la vida de un hombre se pueden llevar a cabo de inmediato y de una vez por todas. El hombre ha sido hecho de tal modo que necesita tiempo para crecer, madurar y desarrollar todas sus propias capacidades. Dios lo sabe mejor que nosotros, y por eso espera, no desiste, es indulgente, longánimo: «La bondad de Dios te empuja a la conversión» (Rom 2,4). Benito, en el prólogo de su Regla, nos brinda un comentario de una gran riqueza: Dios sale cada día a la busca de su obrero, y el tiempo que nos da es una dilación, un don, un tiempo de gracia que se nos otorga de una manera gratuita. Es un tiempo que podemos emplear para encontrar a Dios una vez más, para encontrarle cada vez mejor en su estupenda misericordia (A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Magnano 1990, pp. 11-13, passim).

 

Día 8

 

Sábado de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 27,1-5.15-29

1 Cuando Isaac era ya viejo y había perdido la vista, llamó a su hijo mayor, Esaú, y le dijo: -¡Hijo mío! Él respondió: -Aquí estoy.

2 Continuó Isaac: -Ya ves que soy viejo y no sé cuándo moriré.

3 Así que toma tu aljaba y tu arco, sal al campo y tráeme algo de caza.

4 Prepárame un guisado como a mí me gusta, tráemelo para que me lo coma, y te bendeciré antes de morir.

5 Rebeca había estado escuchando lo que Isaac decía a su hijo Esaú. Éste se fue al campo en busca de caza para su padre.

15 Tomó después Rebeca la ropa de Esaú, la mejor que tenía en casa, y se la puso a Jacob.

16 Con las pieles de los cabritos cubrió sus manos y la parte lisa de su cuello,

17 y puso en las manos de Jacob el guiso y el pan que había preparado.

18 Jacob entró adonde estaba su padre y le dijo: -¡Padre! Él respondió: -Sí, ¿quién eres, hijo mío?

19 Jacob dijo: -Soy Esaú, tu primogénito. He hecho lo que me mandaste. Ven, siéntate, come lo que he cazado y después me bendecirás.

20 Isaac preguntó a su hijo: -¿Cómo la has encontrado tan pronto, hijo mío? Él respondió: -Porque el Señor, tu Dios, me la ha puesto en las manos.

21 E Isaac le dijo: -Acércate, hijo mío, para que te palpe, a ver si tú eres mi hijo Esaú o no.

22 Jacob se acercó a su padre, Isaac, que lo palpó y le dijo: -La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú.

23 No lo reconoció, porque las manos eran velludas como las de su hermano Esaú, y se dispuso a bendecirlo.

24 Pero aún insistió: -¿Eres tú de verdad mi hijo Esaú? Él contestó: -Sí, yo soy.

25 Entonces le dijo: -Acércame la caza, hijo mío, para que coma, y te bendeciré. Jacob se la sirvió, y él comió; le trajo también vino, y bebió.

26 Después, Isaac, su padre, le dijo: -Ahora acércate y bésame, hijo mío.

27 Él se acercó y le besó. Y cuando Isaac olió su ropa lo bendijo diciendo: El aroma de mi hijo es como el de un campo bendecido por el Señor.

28 Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra y trigo y mosto en abundancia.

29 Que los pueblos te sirvan y las naciones se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos y que se postren ante ti los hijos de tu madre. Maldito sea quien te maldiga y quien te bendiga sea bendito.

 

*•• El capítulo 27, del que están tomados los versículos que hemos leído hoy, es una obra maestra del arte narrativo y dramático, capaz de implicar profundamente al lector, que se siente cautivado por un relato en el que se funden rasgos de humor y de piedad, de astucia y de mezquindad: aspectos que chocan a nuestra sensibilidad moral, pero que también nos ofrecen el tejido que nos permite entrever -más allá de toda previsión humana- el designio de Dios. Isaac representa, en el relato bíblico, un personaje de transición entre dos grandes figuras: Abrahán y Jacob. El autor sagrado se detiene en el momento final de su vida.

Rebeca, madre de Jacob, se muestra injusta con el hijo mayor, pero esto pone de manifiesto aún con mayor claridad la «justicia de Dios». En efecto, YHWH ama a todos, pero no a todos del mismo modo, y hasta cuando los hombres desarrollan un juego deshonesto los unos con los otros, poniéndose «zancadillas» (para recoger la etimología del nombre de Jacob), Dios, por su parte, sigue el puro juego de la gracia, cuya economía no está atada ni condicionada por la naturaleza.

La gracia es gratuita y no puede ser merecida por el hombre; es producto de Sus decisiones y no de las nuestras. Jacob aparece, pues, como alguien que transgrede e invierte la costumbre oriental de la precedencia del hijo mayor sobre el menor, sonsacándole la bendición a su padre ciego. Por tres veces le miente; sin embargo, el Señor se sirve precisamente de esta mentira para llevar adelante su proyecto. Jacob lo pagará amargamente con veinte años de alejamiento y de servidumbre junto a Labán.

También la bendición -que tiene aquí un valor casi mágico-, una vez arrebatada por Jacob, dará testimonio del misterio y de la gratuidad de los dones de Dios. El pueblo elegido, a lo largo de su historia, reconocerá más en Jacob-Israel que en Abrahán su destino plagado de luces y sombras, tejido de santidad y de pecado, de bendición y de lucha incesante.

 

Evangelio: Mateo 9,14-17

En aquel tiempo,

14 se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: -¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?

15 Jesús les contestó: -¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos?

15 Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán.

16 Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tirará del vestido y el rasgón se hará mayor.

17 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y se pierden los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así se conservan los dos.

 

**• En casa de Mateo, el publicano, además de otros colegas suyos, hay también fariseos. Estos últimos -como hemos visto en el fragmento de ayer- se muestran escandalizados por el comportamiento de Jesús porque come -índice de comunión de vida- con los publicanos y los pecadores. La polémica vuelve a encenderse ahora con un grupo de discípulos -no mejor identificados- del Bautista. Éstos, como su maestro, llevaban una vida de austeridad y penitencia, y se muestran sorprendidos de que los discípulos de Jesús no practiquen el ayuno.

Jesús toma entonces la defensa de los suyos, que, en este momento, son «los hijos de las bodas», es decir, los invitados a estar junto al Esposo, a gozar de su voz (cf. Jn 3,29), porque Jesús está con ellos. Ya llegará el momento en que el Esposo será «arrebatado de la tierra de los vivos» (cf. Is 53,8), y entonces vendrá el tiempo del ayuno. Vienen, a continuación, dos ejemplos en los que se subraya que la alegría de las bodas, de la festiva novedad traída por Jesús, no puede mezclarse con las antiguas prácticas ascéticas. Se trata de realidades irreductibles: la venida de Cristo contiene una novedad absoluta. Los tiempos se han cumplido, las cosas de antes han pasado para dejar sitio a unos cielos nuevos y a una tierra nueva, mientras que los de antes se han enrollado como un vestido viejo e inservible sobre el que no se puede poner ningún remiendo. Con todo, lo antiguo no ha sido abolido, sino recuperado, porque los odres nuevos están hechos para contener vino nuevo, pero el vino envejecido también es bueno. La realidad nueva, significada por la presencia de Jesús, el Emmanuel, el Dios con su pueblo, es el tesoro que lo hace todo precioso.

 

MEDITATIO

Al leer el relato del Génesis se queda uno desconcertado. Sin embargo, Dios -el Santo- «pasa» a través de las intrigas y de las bajezas humanas. Pasa por ellas dejándose herir profundamente; las atraviesa, no obstante, de una manera soberana, como vencedor. A pesar de tanta miseria, un día florecerá de la humanidad el santo Brote, manará la Fuente de agua viva: nos nacerá un Salvador, Dios con nosotros, en nosotros. Esto representará, para cada hombre, la novedad, la juventud sin ocaso, la posibilidad de vivir eternamente con Dios. Por consiguiente, en vez de lamentarnos por la jornada de ayer, que añadió su peso al fardo que ya llevábamos, acojamos con admiración el día de hoy, esta mañana, esta noche, el don extraordinario que Dios nos ha hecho, la novedad de su vida en nosotros, su perdón, que nos transfigura en hijos de Dios. Su amor, que ha sido más fuerte que los pecados de muchos hombres obstinados en el mal, ¿no saldrá victorioso también sobre nuestros pecados? A buen seguro que sí, y precisamente por eso necesitamos ayunar y hacer penitencia, puesto que a través de la penitencia y la oración apresuramos la venida del Esposo y la fiesta que supone estar siempre con él.

 

ORATIO

Señor Jesús, con tu nacimiento, por fin, ha habido algo nuevo bajo el sol. Tú has venido a prepararnos el banquete nupcial del que nadie es excluido. Llegamos a él con nuestras vidas más o menos atormentadas, más o menos marcadas por ambigüedades y compromisos con los que hemos intentado vencer el aburrimiento, la soledad, el miedo a la muerte. Tú, Señor de la vida y Esposo de la humanidad, invitas a todos y reservas a cada uno un puesto de honor, puesto que para ti todos somos únicos e insustituibles.

Concede a todos los hombres gustar con corazón grato la bienaventuranza de ser comensales tuyos en el banquete eucarístico, ese mismo en el que tú dispensas el vino nuevo del amor y de la alegría: el cáliz de tu sangre derramada por nuestra salvación.

 

CONTEMPLATIO

Oh tiempo deseable, tiempo favorable, tiempo que todos los santos anhelan pidiendo todos los días al Señor en la oración: «Venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10). Toda la tierra está llena de su gloria. Veo esta tierra que piso, siento esta tierra que soy yo: tanto en una como en otra fatigas, tanto en una como en otra gemidos. Sin embargo, toda la tierra está llena de su gloria. Sé, en efecto, que esta tierra que piso será liberada de la esclavitud de la corrupción y habrá una tierra nueva y unos nuevos cielos. Entonces cantaremos un cántico nuevo, y se oirá la voz de alegría y de exultación. Entonces conoceremos cómo será nuestra transformación. Será motivo de alegría para nosotros la contemplación del Creador en la criatura, el amor del Creador en sí mismo, la alabanza del Creador en sí mismo y en la criatura. «El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,17), dice el apóstol. Precisamente, éste es el templo en el que, una vez transferidos al Reino del esplendor eterno, cuando Dios nos enjugue toda lágrima de nuestros ojos, ofreceremos a Dios el sacrificio de alabanza, como él mismo dice por medio del profeta: «El sacrificio de alabanza me honra» (Sal 49,23).

Oh Señor, que te sea agradable en el tiempo presente el sacrificio de nuestra contrición, a fin de que, cuando te sientes en tu trono alto y elevado, te honre el sacrificio de alabanza (Elredo de Rielvaux, Sermón sobre la venida del Señor, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual» (Ef 1,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La maternidad de Rebeca es una maternidad de amor que está dispuesta a salvar, a proteger, a defender a su propio hijo, incluso incurriendo en la amenaza de su misma muerte: «Recaiga sobre mí su maldición...». Una página inmensa, si la consideramos a la luz de su cumplimiento último, a la luz de la Virgen María, en cuanto que ella tuvo un Primogénito en el que le fueron dados otros hijos innumerables. No es que Esaú fuera rechazado, pero sí es verdad, sin embargo, que la madre obra de modo que también el segundo de sus hijos, que también nosotros, nos revistamos conla ropa del Hijo mayor y nos presentemos al Padre para obtener la misma bendición que el Primogénito.

María, la Virgen Madre, está dispuesta a sacrificarse por completo, no por el Primogénito, que no tiene ninguna necesidad de su sacrificio, sino por el segundo. Nosotros debemos considerar precisamente lo que María hace con el segundo de sus hijos, con Jacob, que somos nosotros: no, la Moaré no soporta que su hijo más débil sea privado de la bendición. Nosotros somos hijos suyos en Cristo, y ella quiere que todos formemos en él un solo hijo, que vivamos con él una misma vida, que disfrutemos de una misma bendición. Por eso nos recubre con la ropa de su Primogénito y nos lleva ante Dios así vestidos. Ya no hay un primero y un segundo; ya no formamos todos más que un solo hijo. Se interpone ella, la Virgen, para que el castigo que nosotros merecemos no recaiga sobre nosotros, para que la pena que debe recaer sobre nosotros no pueda lastimarnos nunca.

Rebeca es virgen, esposa y madre. Como virgen, ya está toda llena de gracia; como esposa, renueva ya la alegría de la creación; como madre, conoce un amor que verdaderamente da la salvación, obtiene para sus hijos todos los dones de la gracia [...]. En efecto, el amor de la madre se dirige, sobre todo, a los hijos más débiles, a los que más necesidad tienen de este amor. Por ella tienen que ser protegidos, salvados y, en cierto modo, incluso amados con un amor preferencial, que puede parecer injusto, pero no lo es, porque el amor de la Madre, como el amor de Dios, es un amor gratuito, es un amor  que se entrega no porque los otros lo merezcan, sino sólo porque lo necesitan (D. Barsotti, í.e donne dell'alleanza, Turín 1967, pp. 27-34, passim).

 

Día 9

14º domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Zacarías 9,9-10

Así dice el Señor:

9 Salta de alegría, Sión, lanza gritos de júbilo, Jerusalén, porque se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo.

10 Destruiré los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén. Quebraré el arco de guerra y proclamaré la paz a las naciones. Dominaré de mar a mar desde el Eúfrates hasta los extremos de la tierra.

 

•» La segunda parte del libro del profeta Zacarías es obra de otro autor el Segundo Zacarías. El contexto histórico es diferente: falta la perspectiva de la restauración inminente de la monarquía davídica y ni siquiera se vuelve a hablar de la construcción del templo. El pueblo, decepcionado y resignado, entrevé una esperanza grandiosa. Este oráculo invita a la alegría y al grito triunfal con los términos utilizados para celebrar la realeza del Señor y la llegada de la era mesiánica, Las líneas tradicionales del mesianismo político se entremezclan con elementos nuevos e inesperados. El rey que viene no tiene los atributos del dominador victorioso y esperado: su poder deriva únicamente de su relación con Dios. El es el <<justo»,· es decir quien lleva a cabo plenamente la voluntad del Dios e imparte justicia a los pobres; el <<salvador» (tal cual) establecido por Dios. Se advierte la influencia de los cánticos del <<Siervo de YHWH» (en concreto, Is 53,110-12a: <<Mi siervo traerá a muchos la salvación>>…..Le daré un puesta de honor); en este pasaje, la visión es universalista, en claro contraste con las promesas, que no permitirían atisbar un futuro igual. Paradójicamente, la humildad es el camino de la realeza: triunfa el rechazo de la violencia, la modestia del que adopta la pacifica cabalgadura de los antiguos príncipes y extiende su dominio hasta los confines de la tierra. Las esperanzas mesiánicas, insólitas y fascinantes, requieren, por el modo de realizarse, un completo cambio de mentalidad; solicitan una verdadera transformación de la mente, del corazón y de las obras.

 

Segunda lectura: Romanos 8,9.11-13

Hermanos:

9 Vosotros no vivís entregados a tales apetitos, sino que vivís según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo.

11 Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos haré revivir vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros.

12 Por tanto, hermanos, estamos en deuda, pero no con nuestros apetitos para vivir según ellos.

13 Porque si vivís según ellos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

 

Quien mediante el bautismo se une a la muerte y resurrección de Cristo (Rom 6,3ss) es un hombre libre. La fragilidad de nuestra naturaleza (<<carne», en el lenguaje paulino) nos inclina con gran facilidad hasta someternos al pecado: Pablo expresa esta realidad con los términos <<vivir»/<<caminar» <<según la carne». Sin embargo, no se trata de un destino ineluctable, pues un nuevo principio dirige la vida del que pertenece a Cristo: el mismo Espíritu de Jesús, garantía de la resurrección de los creyentes (vv. 9.1 1). Y donde esta el Espíritu de Dios hay libertad (2 Cor 3,17). La nueva, la espléndida condición del cristiano, que Pablo anuncia con orgullo (Rom 8,1 4), es tanto don irrevocable de Dios (cf 11,29) como empeño cotidiano del hombre. La libertad verdadera es continuamente elección y se concreta en la renuncia de si mismo, condición imprescindible para seguir a Cristo (Lc 9,23-25). El Espíritu concede la luz y la fuerza para que cada uno vea y dé los pasos correspondientes por el camino de la libertad, un camino que a través de la mortificación conduce a la vida plena (v 13).

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

25 Entonces Jesús dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Si, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre no lo conoce mas que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelan

28 Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

» Esta perícopa, casi idéntica a Lc 10,21-22, ha sido definida como <<el Magnificat de Jesús». Los sinópticos dan testimonio de que Jesús tenia conciencia de ser el Hijo de Dios de forma única e inefable. Unos pocos versículos bastan para mostrar el corazón de este Hijo e invitamos a poner en él nuestro cobijo.

El contexto, ligeramente diferente en Mateo y Lucas por motivos redaccionales, destaca en ambos el marcado contraste entre la mentalidad común y los pensamientos de Dios (cf Is 55,8ss). Jesús bendice al Senior del cielo y de la tierra llamándolo familiarmente <<Padre» y alaba el conocimiento que, insondable en su sencillez, no se puede adquirir mediante el esfuerzo o trabajo humano. Este conocimiento es puro don de Dios, revelación de Dios a los sencillos (nepíoi v. 25). Solo los <<pequeños» son capaces de acoger con naturalidad, los misterios del Reino de los Cielos anunciados por Jesús. El lo subraya con claridad: tal es el plan del Padre.

En esta afirmación, Jesús nos revela su rostro interior perfilado por una adhesión inquebrantable a la voluntad de Dios, de quien recibe todo y al que le devuelve todo con obediencia amorosa (vv. 26-27a). Esta obediencia inaugura una comunión perfecta con Dios, que en el lenguaje bíblico se expresa con el término conocimiento: no un conocer nocional, sino una relación vital, en la que el Hijo puede introducimos (v. 27b).

Retomando la antigua invitación de la Sabiduría (Prov 8,5; 9,5), llama a los oprimidos por el peso de las tribulaciones de la vida y les ofrece un yugo diferente al de la Ley. Acoger las enseñanzas de Jesús no significa, en efecto, cargar con un cúmulo de normas a observar, sino aprender de él la sencillez y humildad de corazón, que hacen mas llevadera la prueba y mas leve la tribulación (vv 28-30). Quien concuerda su corazón con el del Hijo encuentra descanso y sosiego (v. 29b): el peso del Amor alza a quien lo lleva.

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra de hoy, como un sorbo de agua de manantial, reconforta nuestra sed de caminantes. Todo lo sencillo e intacto conserva el poder de encandilamos y renovarnos internamente si por un instante nos detenemos y disfrutamos de ello. Con la sencillez de los pequeños, Jesús desenmascara los propósitos que nos formamos, quizá de buena fe, pero que no se corresponden con los planes de Dios. Con frecuencia, nos empeñamos en trabajar por el Reino de los Cielos con materiales y utensilios equivocados: nos hacemos una idea del <<éxito» que solo encaja en un horizonte estrecho, abajo el dominio de la carne». La Palabra nos llama a la humildad de Dios y de Cristo, nos conduce a la rectitud que triunfará el día del Señor nos invita a edificar la paz en nuestro alrededor apaciguando el corazón.

Admitamos que aun no nos hemos aprendido esta lección; verdaderamente, no conocemos ni al Padre ni al Hijo. Ser conscientes de ello es el primer fruto de escuchar la Palabra. Seamos sus discípulos: <<Venid a mi», nos dice la Sabiduría. Despojaos de los sofisticados andamios de vuestra pretendida inteligencia y eficiencia, que terminan aprisionándoos. Descended a las extremas profundidades de mi muerte, y mi Espíritu os resucitaré internamente para una vida nueva y libre. Si la libertad y la paz son valores todavía estimados, su nombre secreto no esta de moda: humildad y sencillez de corazón. Miremos al Dios hecho hombre: contemplémosle y quedaremos radiantes.

 

ORATIO

Te ruego, Señor que derribes los andamios de mi ciencia humana; líbrame de la lógica enmarañada de mis razonamientos, de mi orgullosa autosuficiencia, y concédeme la sencillez del niño, que descubra cada mañana la novedad de todo cuanto sucede, cuando siempre parece igual. Hazme pequeño y libre, Señor, que me encuentre entre los dichosos que tienen ojos para ver y oídos para oír las grandes cosas que has revelado. Y entonces comprenderé que el nuevo orden del mundo, el orden de la justicia y de la paz, lo has depositado en mis manos. Amen.

 

CONTEMPLATIO

<<Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28). No éste o aquél, sino todos los que tenéis preocupaciones, sentís tristeza o estáis en pecado. Venid no porque yo os quiera pedir cuentas, sino para perdonaros vuestros pecados. Venid no porque yo necesite vuestra gloria, sino porque anhelo vuestra salvación. Porque yo -dice— os aliviaré. No dijo solamente: <<os salvaré», sino lo que es mucho mas: <<os pondré en seguridad absoluta».

No os espantéis —parece decimos el Señor- al oír hablar de yugo, pues es suave; no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. —Pues ¿cómo nos hablo anteriormente de la puerta estrecha y del camino angosto? -Eso es cuando somos tibios, cuando andamos espiritualmente decaídos, porque, si cumplimos sus palabras, su carga es realmente ligera. —¿Y como se cumplen sus palabras?— Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la humildad es, en efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor promulgó aquellas sus divinas leyes al comienzo de su misión, por la humildad empezó (cf 7,14). Y lo mismo hace aquí, ahora, al par que señala para ella el más alto premio. Porque no solo -dice— serás útil a los otros, sino que tu mismo, antes que nadie, encontraras descanso para tu alma. Encontraréis —dice el Señor- descanso para vuestras almas. Ya antes de la vida venidera te da el Señor el galardón, ya aquí te ofrece la corona del combate y de este modo, al par que poniéndote El mismo por dechado, te hace más fácil de aceptar su doctrina.

Porque ¿qué es lo que tu temes? —parece decirte el Señor? ¿Quedar rebajado por la humildad? Mírame a mi, considera los ejemplos que yo os he dado y entonces verás con evidencia la grandeza de esta virtud (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 38,2-3, en Obras de san Juan Crisóstomo, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, 759-760).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Este es el más bello canto de amor filial que jamás se haya entonado en la tierra. El Hijo de Dios lo ha cantado, lejos de la casa paterna, lejos de la patria celestial, como los devotos israelitas durante el destierro elevaban a Dios salmos de conmovedora nostalgia. Desde su corazón de pobre e Hijo cariñoso, Jesús, exultando en el Espíritu, eleva al Padre este himno de júbilo que revela el sentimiento de extrema pequeñez y confianza con el que, en cuanto Hombre, se dirige a Dios, el Omnipotente, el Creador del cielo y de la tierra. Jesús es el <<pequeño>> por antonomasia al que le han sido revelados los misterios del Reino de los Cielos. Para hacerse <<pequeño>>, Jesús se he despojado de su gloria divina, y nosotros, para llegar a ser pequeños, en el sentido evangélico, tenemos que despajarnos del hombre viejo, del pecado. Jesús se ha despojado de la gloria divina y ha asumido nuestra condición humana; nosotros tenemos que despojarnos de nuestra falsa grandeza, de nuestro orgullo, y seguirlo. El Espíritu Santo, cuando toca las cuerdas del corazón, las hace sensibles a las vibraciones de la gracia y suscita en ellas un canto divino, la música del amor Sin embargo, Jesús no canturrea solo ni para si; quiere atraer con su cántico a todos los hombres dispersos y reunirlos y restituirlos; para eso ha venido, junto a Dios, como hijo. Su canción se convierte en una inmensa sinfonía cósmica (A. M. Canopi, Il vangelo de la vita nuova, Milan 2000, 35).

 

 

Día 10

Lunes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 28,10-22a

En aquellos días,

10 partió Jacob de Berseba camino de Jarán.

11 Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, se la puso de cabezal y se acostó.

12 Entonces tuvo un sueño: Veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor.

13 De pronto, el Señor, que estaba en pie sobre ella, le dijo: -Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado.

14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. Todas las naciones recibirán la bendición a través de ti y de tu descendencia.

15 Yo estoy contigo. Te protegeré adondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido.

16 Al despertar Jacob de su sueño, dijo: -Ciertamente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.

17 Y todo tembloroso añadió: -¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!

18 Y levantándose temprano tomó la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió a modo de estela y derramó aceite sobre ella.

19 Y llamó a aquel lugar Betel -es decir, Casa de Dios-; antes, la ciudad se llamaba Luz.

20 Jacob hizo también esta promesa: -Si Dios está conmigo, si me protege en este viaje que estoy haciendo y me da el alimento y la ropa necesarios,

21 y si puedo volver sano y salvo a casa de mi padre; entonces el Señor será mi Dios,

22 y esta piedra que he levantado a modo de estela será la casa de Dios.

 

**• El relato del sueño de Jacob pretende celebrar el santuario de Betel asociándolo a la figura del patriarca e insertándolo en el marco de su historia. Con la salida de Berseba comienza la peregrinación de Jacob hacia un futuro cuyos contornos es difícil perfilar al principio, un futuro custodiado siempre, no obstante, por la presencia de Dios, que se revela y ofrece la esperanza de una promesa (w. 12-15). Aparecen contrapuestos el motivo de la fuga de Jacob y las palabras de protección pronunciadas por Dios (v. 15).

El compromiso asumido, de una manera solemne, por Dios convierte la fuga de Jacob en un camino que podrá tener motivos y atracaderos objetivamente identificables, pero cuyo sentido reposa en la presencia penetrante de Dios, que cumple cuanto ha dicho. En efecto, Dios acompañará y custodiará a Jacob incluso en el triste momento en el que huyó de Labán (31,1-21) y se revelará de nuevo, como presencia amiga y bendecidora, a su regreso a Betel (35,1-15).

Este contexto general sirve de marco a una serie de elementos de naturaleza cultual que constituyen la columna vertebral del relato. El primero es el término «lugar » (máqóm). Nada en el texto parece sugerir que se esté hablando de un lugar sagrado: se trata simplemente de un lugar en el que pasar la noche.

Como Moisés con la zarza que ardía (cf. Ex 3,5), también Jacob experimenta que la presencia divina va por delante de la conciencia del hombre: es YHWH el que elige y consagra el espacio sagrado. El lugar que Dios ha elegido como espacio de su presencia es también el lugar de su revelación. El sueño en el que Jacob «ve» la escalera que «apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo» expresa el conocimiento de la fe, a través del cual es posible «ver» al Dios trascendente, que se hace presente para dialogar con el hombre y volver a comunicarle su bendición. Como a Abrahán, también a Jacob le promete Dios la tierra y la descendencia.

La oración final de Jacob (w. 20-22) indica la única respuesta posible del hombre de fe, que experimenta «terror» frente al misterio de una presencia santa y terrible, una presencia que encuentra morada en el ámbito del hombre y, al mismo tiempo, une cielo y tierra.

 

Evangelio: Mateo 9,18-26

En aquel tiempo,

18 mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: -Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá.

19 Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió.

20 Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto,

21 pues pensaba: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada».

22 Jesús se volvió y, al verla, dijo: -Animo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento.

23 Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando,

24 dijo: -Marchaos, que la niña no ha muerto; está dormida. Pero ellos se burlaban de él.

25 Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó.

26 Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca.

 

*#• La perícopa de Mateo sitúa el relato de la curación de la hemorroísa dentro del de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún. Dos relatos que, según la intención del evangelista, han de ser leídos de una manera complementaria para que se comprenda el significado de los milagros realizados por Jesús. En efecto, la sección en que está situada la perícopa es la delimitada por los capítulos 8-9, en los que el evangelista presenta diez milagros realizados por el Señor.

En el centro sobresale el relato de la hemorroísa, en el que se indica que la fe consiste en «tocar» al Señor de la vida. Tocar es una forma de conocer, la posibilidad dada al hombre de encontrar al Señor y de entrar en comunión con él a través de la humanidad de una presencia en la que habita la «plenitud» de la divinidad (Col 1,19). Frente a la dramática situación de «perder la vida» a que está sometido todo ser vivo, la única salvación de la que dispone es el Señor: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada-salvada [...]. Animo, hija, tu fe te ha salvado» (w. 21ss). A esa mujer que ha tocado su túnica «por detrás», le habla Jesús «cara a cara» («Jesús se volvió y, al verla, dijo: v. 22), y en su rostro y en su palabra revela la presencia poderosa y misericordiosa del Padre, Dios de vivos. La fe en él, por tanto, hace pasar de la muerte a la vida, como atestigua el relato de la hija de Jairo. En la niña que yace muerta se manifiesta la imagen de una vida joven, una vida que imaginamos proyectada naturalmente hacia un futuro de vida, y, sin embargo, ya inerte, marcada por la trágica inmovilidad de la muerte.

La actitud de fe del padre de la joven, atestiguada por la petición de la presencia del Señor (v. 18), motiva la solicitud de que el Señor «toque» la vida de su fiel y la muerte deje de ser una experiencia hacia la nada, un camino sin retorno. La presencia de Dios Padre, que, en la persona de su Hijo unigénito, se inclina sobre la historia humana marcada por el límite, nos libera del miedo y de la angustia de la muerte y nos abre a la esperanza de la resurrección.

Con una profunda sobriedad en los dos breves relatos, Mateo, al mismo tiempo que señala la proximidad de Dios a su pueblo, nos explica que, en el diálogo con el Señor Jesús, podemos experimentar ya la salvación, porque creemos en su Palabra antes de que el signo le confiera la evidencia. En consecuencia, el don de su presencia sólo puede ser recibido en la fe, porque no se puede otorgar ningún don a quien no lo acoge.

 

MEDITATIO

«Por eso se me alegra el corazón, exultan mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo; porque no me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,9-11). Las palabras del salmo expresan espléndidamente la certeza de la presencia de Dios, Señor de la vida, que no permite que su fiel sea conducido al lugar donde no se puede gustar la dulzura de su rostro.

En efecto, en su Hijo Jesús, Dios ha venido a visitar a su pueblo (Le 1,68), a tomar de la mano (Mt 9,25) y a levantar a la humanidad que yace en la sombra de la muerte: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Con él nos ha otorgado el Padre, a nosotros, que estábamos muertos por nuestros pecados y por la incircuncisión de nuestra carne, el don de la vida, «perdonándoos todos vuestros pecados. Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros» (Col 2,13ss). Por Cristo «vemos» al Dios de la vida; en Cristo, presencia misericordiosa y poderosa del Padre, podemos vivir la vida nueva de aquel que murió y resucitó por nosotros, como está escrito: «Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él» (Rom 6,8ss).

El compromiso que Dios adquirió con Abrahán (Gn 15) ha encontrado en Cristo su pleno cumplimiento: en Cristo, todas las promesas de Dios se han convertido en un «amén» (2 Cor 1,20). Siguiendo al Hijo, cada hombre, hecho discípulo, será custodiado durante la peregrinación de su propia vida, caminará hacia la patria de su deseo y gustará para siempre su presencia. Cada uno le verá cara a cara: «Si alguien quiere servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi siervo» (Jn 12,26).

 

ORATIO

Señor Dios, luz vivida y fecunda, nada en ti es oscuro, nada en ti es muerte. Tú das la vida a cada criatura y provees el pan para toda hambre, calmas toda sed ardiente, eres paz para quien busca tu rostro y lo contempla en la desnudez de su propia carne.

Señor, Dios de la historia, sentido cabal de toda nuestra andadura, tú eres la alabanza de los creyentes, la invocación de los moribundos, la vida nueva de cada afán humano. No hay ninguna miseria ante ti, ninguna pobreza que resista el esplendor de tu Shekhinah, porque tú iluminas cada rostro con la luz de la mañana, cada llaga con la luz alegre de tu Hijo. Él, el siervo maldito por los impíos, es tu bendición para el hombre; su cruz es la casa de la puerta estrecha, templo de tu fulgor donde todo hombre encuentra a su Dios. Qué dulce es vivir en tu casa, oh Padre, tu siervo la prefiere. Tú eres bendición perenne: te bendigo porque has vuelto a nosotros y no nos ha dejado a merced del enemigo; cómo águila que vuela sobre sus polluelos y vela sobre su nidada, nos custodias con el calor de tu Espíritu. Amén. Maranathá.

 

CONTEMPLATIO

El hombre deberá volver a empezar con una ilimitada humildad, deberá mirar de nuevo en su interior y sumergirse de nuevo en su origen. Y todo ello a través de la vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo: cuanto más fielmente le imite, tanto más se elevará, tanto más esencial, divina y verdadera será la imitación. Y todo a través de la mortificación y de la total aniquilación de sí mismo.

Debemos actuar y pensar como aquella pobre mujer enferma que dijo: «Con sólo tocar la orla de su manto quedaré curada». La franja o la orla de su manto significa lo mínimo que haya podido emanar de su santa humanidad. En efecto, el manto significa su sagrada humanidad, mientras que la franja puede ser entendida como una gota de su santa sangre. Ahora debe reconocer el hombre que no puede tocar la mínima de estas cosas por su indignidad; porque, si en su debilidad pudiera hacerlo, curaría a buen seguro de todos sus males. Así, en primer lugar, el hombre tiene que establecerse en su nada. Incluso cuando llegara el hombre a la cima de toda perfección, aún le sería más necesario sumergirse en el fondo más íntimo, hasta llegar a las raíces de la humildad (Juan Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 527ss [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio» (cf. 2 Tim 1,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El acontecimiento de la salvación, a través del cual accede el hombre a la relación salvífica con Dios, se lleva a cabo en la historia: Dios no plantea ni comunica un signo o una palabra al hombre, sino que convierte al hombre mismo, con toda su inseguridad, su debilidad y su carácter incompleto, en el lenguaje en el que expresa la Palabra de la plena salvación.

Dios se sirve también de una existencia extendida en el tiempo como de un escrito en el que se expresa, para el hombre y para el mundo, el signo de una eternidad supratemporal. El Hombre Jesús, cuya existencia constituye este signo y esta palabra para el mundo, debe vivir por eso, al mismo tiempo, la trágica diástasis de la temporalidad y el dominio victorioso sobre ella (Agustín), a través de la obediencia consciente y querida a la voluntad del Padre Eterno, a fin de realizar, de una manera misteriosa, precisamente en el esencial carácter incompleto de lo fragmentario, aquella tarea esencialmente imposible de disgregar [...]. Ya está claro desde ahora que, si esto ha tenido lugar, la existencia histórica ha sido colocada, sin ser desprovista de valor ni reducida a pura apariencia, ni sin que tengamos que renegar de ella, en el movimiento de retorno a Dios [...]. Desde el momento en que el anuncio cristiano, desde el comienzo, se ha concentrado en este único punto y ha expuesto a partir de este centro todo lo demás, a saber: la encarnación, vida, doctrina y pasión de Jesús, la ascensión y la efusión del Espíritu, éste debe valer sin más como centro del kerygma. Es imposible desplegar aquí la iluminadora verdad de este realizar la síntesis en tomo a ese centro, así como su fecundidad; para nuestra argumentación es suficiente con establecer que el cristianismo, con su anuncio de la resurrección, puede avanzar la pretensión de ofrecer la única, completa y satisfactoria solución del problema antropológico (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, pp. 61 ss).

 

Día 11

San Benito (11 de julio)

 

Benito (Nursia, c. 480 - Montecassino, c. 547) fue el «fundador» del monacato occidental. Cautivado e impulsado por el Espíritu, abrazó en su edad juvenil un período de absoluta soledad en una cueva de Subiaco; su fama le atrajo algunos discípulos, para los que organizó la vida cenobítica. Primero, en pequeños monasterios y, después, en el célebre cenobio de Montecassino.

Su Regla reasume sabiamente la tradición monástica oriental y la adapta con discreción al mundo latino. Esta «escuela de servicio al Señor» se construye en torno a la lectura amorosa de la Palabra de Dios [lectio divina), a la liturgia de alabanza desarrollada de manera coral y al trabajo realizado en un clima de caridad fraterna, de humilde y obediente servicio.

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 2,1-9

1 Hijo mío, si acoges mis palabras y almacenas mis mandatos,

2 prestando atención a la sabiduría y abriendo tu mente a la prudencia;

3 si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia,

4 si la buscas como al dinero y la desentierras como un tesoro,

5 entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios.

6 Porque el Señor concede la sabiduría y de su boca brotan saber y prudencia.

7 Él almacena sensatez para el hombre recto, es escudo para el de conducta cabal.

8 Cuida las sendas del derecho y guarda el camino de los fieles.

9 Entonces comprenderás el derecho, la justicia y la rectitud, todos los caminos del bien.

 

**• El texto bíblico presenta una lista de instrucciones dirigidas por un padre a su hijo a fin de exhortarle a adquirir ese bien precioso que es la sabiduría. Sólo una búsqueda apasionada de ésta permite establecer una recta relación con YHWH {«el temor del Señor»), que proporciona la sabiduría y protege al sabio.

A estas palabras hacen eco las del prólogo de la Regla benedictina, que empieza precisamente así: «Escucha, hijo, los preceptos del Maestro e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso...». Acoger la Palabra de Dios es, por consiguiente, el camino seguro para configurarse con Cristo, Sabiduría del Padre.

 

Evangelio: Mateo 19, 27-29

27 Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?»

28 Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

29 Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.

 

            En el Evangelio encontramos la pregunta de Pedro a Jesús sobre el futuro, sobre la recompensa que recibirán por haber seguido a Jesús: ¿Qué nos va tocar? Es una pregunta que todos nos podemos hacer tras haber hecho algo bueno: ¿Y cuál es la recompensa? ¿Qué conseguiremos? La recompensa de la que habla Jesús para aquellos que lo han seguido tiene dos rasgos: sentarse en uno de los 12 tronos para regir la tribus de Israel; y por otro, la vida eterna. Así pues, sabemos ya la recompensa, de antemano; no es secreta, no está oculta... ¿Qué significa sentarse en uno de los tronos para gobernar las tribus de Israel? Significar sentarse como Dios se sienta en su trono. El trono de Dios es la cruz. La cruz es el trono despreciable por poderosos de este mundo; pero es el trono que Dios asume, que Dios acepta. Es el trono del Amor, es el trono de la caridad, del servicio. Es el trono de la Vida Eterna. Sentarse en uno de los tronos de las tribus de Israel es sentarse en el trono de Dios, en el trono del servicio cuya recompensa es la Vida Eterna.

Esta es una sabiduría oculta a los poderosos del mundo, a los arrogantes… Esta es la sabiduría que sale de la boca de Dios, esta es la sabiduría del servicio, del Amor. Esta es la sabiduría de la justicia, del derecho, de toda buena obra.

 

MEDITATIO

Los pastores que, guiados por el Espíritu, tropiezan con el joven Benito -que ya ha pasado largos años en una austera soledad- encuentran en él a un hombre «nuevo», renacido del silencio y de la profunda escucha de la Palabra, capaz de convertirse ahora en guía de otros buscadores de Dios.

En los textos propuestos por la liturgia encontramos los elementos característicos, más aún, fundadores, de la espiritualidad que ha animado a las comunidades monásticas engendradas por Benito. Antes que nada, la búsqueda apasionada de Dios, que se revela al corazón dispuesto a escuchar y custodiar la Palabra. De este modo se llega a conocer a Jesús como la verdadera Sabiduría del Padre, como el verdadero y único tesoro al que nada se debe anteponer. Sólo permaneciendo unidos a él de manera estable podremos llegar a ser verdaderamente sus discípulos y dar fruto. La belleza y la fecundidad de la vida cristiana se pueden desplegar así en oración de alabanza y de intercesión, en paz laboriosa que se convierte en generosa hospitalidad con los hermanos y da testimonio de la alegría de cuantos viven juntos en el amor, sin preferir nada a Cristo.

 

ORATIO

Aquí estamos, oh Dios, con el oído del corazón arrimado a tu corazón a fin de asentir a todas tus palabras como hijos que se sienten amados por su Padre bueno y quieren corresponder a su amor. Aquí estamos, como te decimos, pero tú ves cuan inestables nos mostramos aún en la fe y cuan frágiles en la caridad. Haz que los unos seamos para los otros signo y sacramento de tu mansedumbre y de tu bondad, a fin de dar testimonio a este mundo, dividido portantes odios y discordias, de la dulce fuente de alegría que supone amarse como hijos del único Padre, servirse y honrarse mutuamente en tu santo Nombre. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 33,13). Si tú, al oírlo, respondes «yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 33,14-15). Y si hacéis esto, pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis os diré: «Aquí estoy». ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor, que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su Reino a Aquel que nos llamó (Benito, Regla, prólogo 14-21).

 

ACTIO

Repite y medita frecuentemente durante el día esta frase de san Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo» (Benito, Regla, 4,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, tienen necesidad de que san Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y de silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y nos llame a sus umbrales claustrales, para ofrecernos el cuadro de un taller del «divino servicio», de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de usarlas bien, la preponderancia del espíritu, de la paz; en una palabra, el Evangelio. Que vuelva san Benito para ayudarnos a recuperar la vida personal,; esa vida personal de la que hoy tenemos tanto ansia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exasperado de ser nosotros mismos, sofoca al mismo tiempo que lo despierta, decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente.

Corría el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy no es la carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la exuberancia. La excitación, el estruendo, el carácter febril, la exterioridad, la multitud, amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su genuino palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la paz, le falta él mismo. Para volver a tener el dominio y el gozo espiritual de nosotros mismos, tenemos necesidad de volver a asomarnos al claustro benedictino. Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica, está recuperado para la Iglesia. El monje tiene un sitio escogido en el cuerpo místico de Cristo, una función preparada y urgente como nunca (Pablo VI, alocución del 24 de octubre de 1964, en AAS 56 [1964] 983-989, passim).

 

Día 12

Miércoles de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24a

En aquel tiempo,

41,55 cuando el hambre se hizo sentir en Egipto, el pueblo pedía pan al faraón. Entonces el faraón dijo a todos los egipcios: -Acudid a José y haced lo que él os diga.

56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendía el grano a los egipcios. El hambre se fue agravando cada vez más en Egipto.

57 De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra.

42,5 Fueron, pues, los hijos de Israel, como hacían otros, a comprar trigo, porque había hambre en la tierra de Canaán.

6 José era quien gobernaba el país y el que vendía el trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se postraron ante él rostro en tierra.

7 En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingió no conocerlos y los trató duramente. Les preguntó: -¿De dónde venís? Ellos respondieron: -Venimos de la tierra de Canaán, para comprar grano.

8 Y los metió a todos en la cárcel por espacio de tres días.

18 Al tercer día les dijo: -Yo soy un hombre que teme a Dios; haced esto para salvar la vida:

19 Si sois gente de fiar, uno de vosotros quedará aquí preso y los demás irán a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras familias.

20 Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor: así se demostrará la sinceridad de vuestras intenciones y no moriréis. Ellos aceptaron,

21 y se decían unos a otros: -Estamos pagando lo que hicimos con nuestro hermano, pues vimos la angustia con la que nos pedía clemencia y no le escuchamos. Por eso nos ha venido esta desgracia.

22 Entonces intervino Rubén: -¿No os dije yo que no hicierais ningún mal al muchacho? Pero no me escuchasteis, y ahora se nos pide cuenta de su muerte.

23 Ellos no sabían que José entendía lo que estaban diciendo, pues hablaba con ellos por medio de un intérprete.

24 Entonces se retiró y se puso a llorar.

 

**• Esta perícopa se inserta en el último ciclo de los relatos patriarcales del Génesis (capítulos 37-50), en el que predomina la figura de José. Se trata de una extensa sección del libro, que presenta características diferentes respecto a los ciclos de relatos que la preceden: ésta presenta temas y motivos que le conectan con la magna tradición sapiencial de Israel. La figura de José está esbozada siguiendo los cánones clásicos del sabio: es un hábil consejero político; está dotado de una inteligencia que le permite escrutar en la trama de la historia el «consejo», el proyecto de Dios; teme al Señor {cf. 42,18) y lleva una vida honesta, marcada por una profunda sensibilidad ética que acompaña a su actitud confiada respecto a Dios {cf. 39,7-20).

En esta sección se perfila una reflexión sobre la presencia de Dios en el acontecer de la humanidad, una presencia que no recurre a las grandes acciones poderosas o a las teofanías. Dios se revela en el interior del acontecer humano, en las opciones que realizan los hombres y las mujeres, en la maraña, con frecuencia inextricable e incomprensible, de la historia de cada persona. José es imagen de todo hombre que, por la fe, sabe que Dios no abandona a su fiel.

Éste es el contexto general que ilumina la perícopa del primer encuentro entre José y sus hermanos después de que éstos le vendieran a los ismaelitas. José, en la plenitud de su éxito personal (41,57: «De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra»), no se sirve de su poder para llevar a cabo algún tipo de venganza contra sus hermanos. Su acción, que se desarrolla entre dos polos -«fingió no conocerlos» (42,7) y «yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18)-, tiende a provocar en los hermanos la pregunta por lo que habían hecho (42,22), para que se den cuenta de que la vida no puede ser vivida recurriendo a determinados tipos de violencia o, lo que es peor, asumiendo la violencia como criterio en vista a la obtención de un «beneficio» {cf. 37,26: «¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?»).

De este modo, queda descrito el itinerario que es preciso realizar para reapropiarse de lo que es necesario para la vida, el «pan» al que remite la ambientación de la perícopa. Por eso se ha convertido José en figura de Cristo y en imagen del creyente en la tradición litúrgica. Es figura de aquel que, anunciando la misericordia del Padre, muestra que el beneficio de la propia vida consiste en hacer la voluntad del Padre; es imagen del creyente que, en Cristo, verdad del hombre, busca y realiza la fraternidad.

 

Evangelio: Mateo 10,1-7

En aquel tiempo,

1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

2 Los nombres de los doce apóstoles eran: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría.

6 Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

 

**• La perícopa traslada la atención del ministerio de Jesús al de sus discípulos. La transición se lleva a cabo en los w. 35-38 del capítulo 9, que cierran la magna sección de los capítulos 8-9 e introducen el capítulo 10, donde se presentan los aspectos y las modalidades esenciales de la misión de los discípulos-apóstoles. La misión de Jesús está sintetizada en tres verbos: instruir, predicar y curar (9,35); la de los discípulos está definida por su estatuto: haber sido llamados (10,1) y enviados (10,5). Han sido llamados como discípulos y son enviados como apóstoles para continuar el anuncio y la obra del Maestro. Su misión es, por consiguiente, participación en la de aquel que es el único Maestro y Señor; su misma «autoridad» es participada. La vocación, por tanto, precede a la misión, la hace posible.

Los Doce -los únicos que han sido enviados- representan simbólicamente, en la solemne presentación de sus nombres, conectada por Mateo con las instrucciones respecto a la misión, el tiempo nuevo y la nueva obra de Dios en la historia de los hombres. Una acción nueva que, sin embargo, no olvida el pasado. En efecto, a los discípulos se les pide que se dirijan a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 6). De este modo, la misión de los discípulos se caracteriza y se modela a partir del ministerio de Jesús (cf. 15,24). Este particularismo «temporal» de la misión de los Doce (cf, en efecto, 28,18-20) hace resaltar la continuidad de la obra de Jesús y de sus discípulos con la promesa hecha por Dios a los padres y muestra, al mismo tiempo, que la comunidad de los discípulos es el nuevo Israel.

 

MEDITATIO

«En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar» (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría que no es motivo de orgullo, porque está escrito: «Que el sabio no alardee de su sabiduría, que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que (¡uiera alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jr 9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de toda criatura: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17).

 

ORATIO

Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón... Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que caldea toda fría cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado.

Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo en Ja cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis fibras: Abbá, Padre.

 

CONTEMPLATIO

Jesús exhortó a los discípulos a que se mantuvieran alejados de los caminos de los paganos no porque no fueran enviados también a ofrecer la salvación a los paganos, sino para que se abstuvieran de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Tienen prohibido entrar en las ciudades de los samaritanos. Ahora bien, ¿acaso no curó el mismo Cristo a una samaritana? En realidad, les exhortó a que no entraran en las iglesias de los herejes. En efecto, la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Por consiguiente, fueron enviados a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sin embargo, ésta se encarnizó contra él con una lengua viperina y fauces de lobo. Con todo, dado que la Ley hubiera debido obtener el privilegio del Evangelio, Israel hubiera sido tanto menos excusable por su primer crimen, por el hecho de que había experimentado una solicitud mayor en la exhortación [...].

Los apóstoles deben predicar que el Reino de los Cielos está cerca, es decir, que ahora recibimos la imagen y la semejanza de Dios por medio de una comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de «cielos», reinar con el Señor. Deben curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los leprosos, expulsar a los demonios. Todos los males ocasionados al cuerpo de Adán por instigación de Satanás debían sanarlos ellos por medio de su participación en el poder del Señor (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. llóss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria» (Bar 5,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

José no odió nunca a sus hermanos; nunca le cegaron los celos. Por eso pudo reconocerlos: «Vio a sus hermanos y los reconoció» (Gn 42,7). Pero ellos están pegados todavía a las tinieblas de su odio fratricida y no pueden reconocerle. Para ellos, José está muerto, ya no existe. Ni siquiera se plantean la pregunta de si existe o no su hermano. Sólo un duro y sincero camino de purificación y de conversión les permitirá abrir los ojos y reconocerle.

José los somete entonces a prueba, acusándoles de espías. Ellos se defienden declarando: «Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre, en la tierra de Canaán. El más joven se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció» (42,13). Entonces comienza su cambio: reconocen que forman una sola familia, se sienten todos hermanos, incluyen también entre los hermanos al que desapareció. Es preciso «ponerlos a prueba» (42,15) para verificar si se ha producido verdaderamente un cambio en ellos [...]. Tienen que volver a su padre, pero uno de ellos se quedará encarcelado en Egipto: «La situación es perfectamente análoga a la del pasado: deben volver una vez más a la presencia de su padre sin uno de ellos, pero lo que antes habían contemplado sin piedad en José, cuando éste era adolescente -el desgarro del corazón-, lo sienten ahora como algo enormemente insoportable para ellos mismos» (G. von Rad). Los hermanos, que buscaban víveres (42,7), son conducidos por José a un descubrimiento aún mayor: la fraternidad y la responsabilidad frente a Dios (A. Bonora, La storía di Giuseppe, Brescia 31995, pp. 43-45, passim).

 

Día 13

Jueves de la 14ª semana del Tiempo ordinario o 13 de julio, conmemoración de

San Enrique

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5

En aquellos días,

44,18 Judá se acercó a José y le dijo: -Por favor, señor, permite a tu siervo hablar en tu presencia sin que te enfades conmigo, porque tú eres como el faraón.

19 Mi señor preguntó a sus siervos: ¿Tenéis todavía padre, o algún hermano?

20 Nosotros respondimos a mi señor: Tenemos un padre ya anciano y un hijo que le nació en su vejez; un hermano de éste murió. Es éste el único que le queda de su madre, y su padre lo quiere mucho.

21 Entonces tú dijiste a tus siervos: Traédmelo para que lo vea.

23 Tú insististe: Si vuestro hermano menor no baja con vosotros, no volveréis a ser admitidos en mi presencia.

24 Entonces nosotros regresamos donde vive tu siervo, nuestro padre, y le referimos las palabras de mi señor.

25 Y cuando nuestro padre nos dijo: Volved para comprarnos alimentos,

26 le dijimos: No podemos bajar si no viene con nosotros nuestro hermano menor, porque no seremos recibidos por aquel hombre si nuestro hermano menor no viene con nosotros.

27 Entonces tu siervo, nuestro padre, nos dijo: Vosotros sabéis que mi mujer no me ha dado más que dos hijos.

28 Uno desapareció de mi lado y seguramente fue devorado, pues no lo he vuelto a ver más;

29 si os lleváis también a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, daréis con mis canas en el sepulcro.

45,1 No pudiendo contenerse ya José delante de los que le rodeaban, ordenó: -Salid todos de mi presencia. Y no quedó nadie con él cuando se dio a conocer a sus hermanos.

2 Entonces rompió a llorar a voz en grito, de modo que lo oyeron los egipcios y la noticia llegó hasta la casa del faraón.

3 José dijo a sus hermanos: -Yo soy José, ¿vive todavía mi padre? Sus hermanos no pudieron responderle, pues estaban asustados ante él.

4 Entonces él les dijo: -Acercaos a mí. Ellos se acercaron, y él les repitió: -Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis y que llegó a Egipto.

5 Pero no estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas.

 

**• La primera parte de la perícopa (44,18-21.23-29) presenta a Judá, ignaro de que se encuentra frente a su hermano José, vendido a los ismaelitas, que intenta persuadirle de que le tome a él en vez de a Benjamín, dada la promesa que le había hecho a su padre, Jacob: «Deja al muchacho bajo mi custodia, y pongámonos en camino; es la única manera de sobrevivir y de que no perezcamos ni nosotros, ni tú, ni nuestros hijos. Yo me hago responsable de él; a mí me pedirás cuentas» (43,8ss). La segunda parte (45,1-5) narra cómo reveló José su propia identidad a sus hermanos, después de haberlos humillado y tratado con dureza para someterlos a prueba (42,15).

Las palabras de Judá sellan un itinerario auténtico de cambio, de conversión: tanto él como sus hermanos -que, en un tiempo, no sintieron escrúpulos en vender a José, en buscar algún tipo de ganancia con su desaparición-, ahora, delante de José, no están dispuestos por ningún motivo a dejar lejos de su padre al pequeño Benjamín. El alegato de Judá muestra que el pasado no debe determinar ya ni el presente ni el futuro. La respuesta de José es la revelación de su identidad, junto a una comprensión de la historia que recurre a la providencia divina: «No estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas» (45,5).

En la trama de los acontecimientos interviene una mano poderosa que dirige los senderos de la vida: lo que había sido objetivamente un hecho cruel es releído e interpretado ahora en el horizonte más amplio de la historia de la salvación. Dios engendra salvación incluso del mal; hasta en las contradicciones, en las amarguras de la historia humana interviene Dios para traer luz. La reconciliación de José con sus hermanos, su acto de perdón, descansan en la relación que tiene con Dios. «Yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18): estas palabras proporcionan el horizonte en el que sitúa José el encuentro con sus propios hermanos. El temor del Señor abre el corazón del creyente a la reconciliación y a la fraternidad que se restablecen en el diálogo vivido en la paz.

 

Evangelio: Mateo 10,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

14 Si no os reciben ni escuchan vuestro mensaje, salid de esa casa o de ese pueblo y sacudíos el polvo de los pies.

15 Os aseguro que el día del juicio será más llevadero para Sodoma y Gomorra que para ese pueblo.

 

*+• Este fragmento de Mateo es una instrucción sobre las tareas y la práctica misioneras. Está precedido por la vocación y la presentación de los Doce y por su misión (respectivamente en los w. 1-4 y 5ss: cf. la perícopa de ayer). Los que son llamados son también enviados.

Existe un vínculo necesario entre vocación y misión. Los discípulos han sido llamados para estar con el Señor (cf. Me 3,12) y ser enviados por los caminos de los hombres a hacer resonar la Buena Noticia que el Señor ha venido a proclamar: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). Son enviados a dar testimonio y a poner voz a la Palabra de misericordia y de salvación (v. 7) -presentada en los capítulos 5-7 y 8-9-, a contar la novedad de Jesucristo, que cuida del débil, libera de la muerte y de la mentira, restituyendo al hombre a sí mismo.

En esto continúa el discípulo la obra del Maestro. Y el discípulo, al ponerse al servicio del Evangelio, como el Maestro, otorga el primado al don: «gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (v. 8b). La gratuidad y la pobreza en la misión constituyen el testimonio de que el discípulo cuenta con una sola seguridad y tiene un único objetivo, su Señor y su palabra: «No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo» (Mt 6,25).

De este modo, la misión se convierte en ocasión para crear una circulación de gracia y de vida entre el que anuncia y atestigua y el que acoge. Una circulación que hace visible la conciencia de la filiación divina de cada creyente, abre a la fraternidad y da cumplimiento a la promesa de la paz (shalóm) mesiánica en la comunidad. Al ser enviado, el discípulo «aprende» («discípulo» viene del verbo latino discere, «aprender») la alegría y la fatiga de participar en la realización de la promesa, de convertirse en instrumento eficaz, aun en medio de la debilidad, de la misión del Hijo de Dios entre los hombres.

 

MEDITATIO

«Señor, tú nos concederás la paz, pues todo lo que hacemos eres tú quien lo realiza» (Is 26,12). La paz del discípulo es el resultado de su adhesión y fidelidad al contenido del anuncio de Jesús: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). El discípulo, en su caminar, vive la certeza de haber recibido y tener que custodiar un don precioso -el Reino de Dios, Jesucristo mismo por el que vale la pena dejarlo todo -padres, trabajo, el propio pasado y el propio presente- enseguida, de inmediato, venciendo la tentación de mirar atrás, confiando más bien su propio futuro a una Palabra que exige obediencia: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). La palabra del seguimiento, acogida en un clima de obediencia, nos introduce en la diakonía de Cristo con el mundo y el hombre y se caracteriza por la configuración con el Hijo, que le hace perder al enviado cualquier tipo de temerosa sujeción, permitiéndole desarrollarse en la libre dignidad de una relación filial regalada (Gal 4,7).

La naturaleza cristiforme de la misión desarrollada por el discípulo interpreta y despliega al mismo tiempo el ejemplo de Cristo, sin pretender asignar al servicio de la Palabra ninguna connotación voluntarista, propia de quien pretende celebrar en el obrar virtuoso y comprometido la superioridad de su propio estatuto moral. El discípulo sabe, en efecto, que la Palabra del Reino ha sido confiada a los pequeños y, en la medida en que él sea capaz de volverse como un niño, tendrá en sus labios la Palabra de vida, para anunciarla desde los tejados y llevar la salvación al mundo, hasta el último rincón de la tierra (cf. Is 49,6).

El discípulo, enviado a anunciar con hechos y con verdad la Palabra de salvación, a contar que Dios dirige en Cristo su mirada providente sobre la historia humana, no desea «plata, oro o vestidos» (Hch 20,33), no desea «ganancias ilícitas» (1 Tim 3,8; Tit 1,7), porque ha aprendido que «allí donde está su tesoro está también su corazón» (Mt 6,21). La adhesión al Señor, la participación en su misión, es lo que llena el corazón del discípulo, porque él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 

ORATIO

En la tierra de mi exilio te alabo, oh Señor, y manifiesto la fuerza y la grandeza de tu paternidad a todo el pueblo de tu creación.

En la oscuridad de mi nada, oh Señor, te alabo porque, incluso en medio de la oscuridad de la tristeza, contemplo en mi carne la impronta de tu dedo poderoso.

En la noche de mi errar te grito mi súplica y mi agradecimiento porque, en medio de la incertidumbre de mi creer, veo la Luz de la Esperanza, al Anhelado y al Esperado, a Cristo, tu luz gozosa que inunda de santo fuego los pasos de mi errar y me permite reposar en el Misterio.

 

CONTEMPLATIO

Desnudez y pobreza es destierro de los cuidados, seguridad de la vida, caminante libre y desembarazado, muerte de la tristeza y guarda de los mandamientos. El monje desnudo es señor de todo el mundo, porque todos esos cuidados puso en Dios: y mediante la fe posee todas las cosas. No tiene necessidad de revelar a los hombres sus necesidades. Todas las cosas que se le ofrecen toma como de la mano del Señor. Este obrero desnudo se hace enemigo de toda affición demasiada; y assi mira las cosas que tiene como si no las tuviesse; y si se pasare a la vida solitaria, todas las cosas tendrá por estiércol. Mas el que se entristece por alguna cosa transitoria, no sabe aún quál sea la verdadera desnudez. El varón desnudo hace puríssima oración: mas el iobdicioso padece muchas imágenes en ella. Los que perseveran humildemente en la sanctíssima subjectión, muy apartados están de cobdicia: porque qué cosa pueden tener propia los que su propio cuerpo offrescieron por amor de Dios al imperio del otro? Verdad es que un solo daño padescen éstos, que es estar muy promptos y aparejados para la mudanza de los lugares, que no siempre es provechosa. Vi yo algunos monjes que por la occasión que tuvieron de trabajos en algún lugar alcanzaron la virtud de la paciencia: mas yo tengo por mas bienaventurados a aquellos que por amor de Dios procuraron diligentemente alcanzar esta virtud.

El que ha gustado de los bienes del cielo fácilmente desprecia los de la tierra: mas el que aún no los ha gustado alégrase con las cosas de acá. El que procura alcanzar esta desnudez, y no con el fin que debe, en dos cosas recibe agravio, pues caresce de los bienes présentes y de los futuros (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de fray Luis de Granada, XXVI, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor ha muerto y ha resucitado: éste es el último acontecimiento. Esta es la última hora. Frente a todos los tiempos y todos los momentos [...]. Puesto que Cristo es el último acontecimiento, el modo como el cristiano mira la historia, mira los tiempos y se plantea los interrogantes no es el de quien espera una novedad que no conoce, sino el de quien sabe que, en todo caso, la novedad no superará este acontecimiento. Será una novedad auténtica si tiene el perfil de este acontecimiento: así, mientras camina en el tiempo, el cristiano permanece vuelto hacia este acontecimiento que es el último, que es el único y que está puesto en un sentido verdadero entre los tiempos.

De ahí, pues, el paradójico modo cristiano de leer la historia [...]. El cristiano sabe que todo reposa en este acontecimiento, conocido ya en sus líneas esenciales. Es el modo paradójicamente sereno con que el cristiano mira los tiempos y vive entre los tiempos frente a los interrogantes y a los desarrollos de los tiempos. En nombre de esta conciencia, es importante no buscar certezas sobre el futuro, no pretender disponer del futuro. Esto no es cristiano no porque sea inmediatamente diabólico, sino porque no responde al sentido de la fe en la «ultimidad» de Jesucristo.

No tenemos necesidad de ninguna otra cosa para vivir en un clima de confianza, de esperanza, entre los tiempos y en sus momentos cruciales. De aquí procede asimismo el paradójico modo cristiano de ser creativos, de realizar sus acciones en el mundo, en las situaciones de los tiempos, entendiendo el mundo no precisamente como el cosmos, sino como una realidad humana, cultural. Es el modo paradójico de quien no se pone nunca en relación con el presente, con la situación, con los tiempos, con las culturas, con los mundos, sin referirse al mismo tiempo a un acontecimiento que ya ha «tenido lugar» (G. Moioli, // discepolo, Milán 2000, pp. 61-63).

 

Día 14

Viernes de la 14ª semana del Tiempo ordinario o

San Camilo de Lellis

 

Camilo de Lellis nació en Bucchianico (Chieti) el 25 de mayo de 1550. Tras una juventud distraída y disipada, transcurrida como soldado de fortuna, tuvo a los 25 años una fuerte experiencia espiritual que le condujo a cambiar radicalmente de vida. Entró en dos ocasiones en el noviciado de los capuchinos, pero fue despedido a causa de una llaga que tenía en el pie derecho, que le acompañó durante toda su vida.

La experiencia que vivió en el hospital de «Santiago de los Incurables», en Roma, le abrió al conocimiento del mundo del sufrimiento y le hizo comprender que el Señor le quería al servicio de los enfermos. Fundó la orden de los Ministros de los Enfermos, conocidos popularmente como los «camilos», dedicada por un voto especial al servicio de los enfermos.

Benedicto XIV le definió como el iniciador de una «nueva escuela de caridad», y la historia de la asistencia sanitaria le reconoce como un reformador válido. Murió en Roma el 14 de julio de 1614.

 

 LECTIO

Primera lectura: Génesis 46,1-7.28-30

En aquellos días,

1 partió Israel con todo lo que tenía y, al llegar a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac.

2 Y Dios habló a Israel en una visión por la noche: -¡Jacob! ¡Jacob! Él respondió: -Aquí estoy.

3 Y Dios continuó: -Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti un gran pueblo.

4 Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí. José te cerrará los ojos.

5 Al partir de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros enviados por el faraón para transportarlos.

6 Llevaron también con ellos sus ganados y todo lo que habían adquirido en la tierra de Canaán, y Jacob y todos sus descendientes con él se vinieron a Egipto.

7 Llevó consigo a Egipto a todos sus hijos y nietos, sus hijas y sus nietas: todos sus descendientes.

28 Israel envió por delante a Judá, para que anunciara a José su llegada y preparara un lugar en Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen,

29 José hizo enganchar su carro y se dirigió a Gosen al encuentro de su padre. Cuando se encontraron, se echó a su cuello y estuvo llorando un largo rato abrazado a él.

30 Israel dijo a José: -Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo.

 

**• Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de un camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa.

La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe una revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (w. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a un itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»).

En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con un hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).

 

Evangelio: Mateo 10,16-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas.

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.

 

**• Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,1 lss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia.

Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad » que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar una ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera.

Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor. La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida de los evangelizados Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).

 

MEDITATIO

La vida de Camilo fue una interpretación original de esta frase evangélica: «Estaba enfermo, y me visitasteis». El servicio que Camilo, guiado por la fe, prestó a los enfermos se fue transformando progresivamente en un relato admirable del amor del Dios de la ternura y la compasión.

La competencia y el amor se unen de manera armoniosa en los proyectos de asistencia sanitaria y pastoral organizados por Camilo. «Más corazón en esas manos», acostumbraba a decir a los enfermeros, indicando con ello que a la necesaria técnica debía ir unido un cálido sentido de humanidad. En la curación y en el acompañamiento espiritual de los enfermos, Camilo se dejó guiar por una visión de fe que transforma a la persona enferma en sacramento de la presencia de Cristo. Ve reabiertas y dolorosas, en los que sufren, las llagas de su Señor crucificado.

Escribe su primer biógrafo, contemporáneo suyo, que el santo consideraba «tan vivamente a la persona de Cristo en ellos que a menudo, cuando les daba de comer [...], se mostraba tan reverente en su presencia como si estuviera precisamente en presencia del Señor, alimentándoles muchas veces descubierto y arrodillado.

En esta visión, el hospital se vuelve para Camilo el lugar del encuentro con su Señor. Pierde el aspecto repugnante para convertirse en su viña, en su jardín bien oliente, en su nido. «Su testimonio es todavía hoy una llamada a amar a Cristo, presente en los hermanos que soportan la pesada carga de la enfermedad» (Juan Pablo II, Mensaje a la orden camiliana en el 450° aniversario del nacimiento de san Camilo, Roma 2000).

 

ORATIO

Señor, entre los caminos que me llevan a tu encuentro está el del amor a mis hermanos que viven la difícil estación del sufrimiento. Se trata de un camino privilegiado, recorrido por tu Hijo Jesús, divino samaritano de las almas y de los cuerpos. No siempre respondo a las llamadas que me diriges a través del vecino de mi casa que sufre de soledad, del anciano que ha perdido su autonomía, del enfermo del hospital que se encuentra en mi barrio.

Hazme cada vez más consciente de que mi servicio al que sufre puede transformarse en contemplación de tu rostro, de que el encuentro con el sufrimiento del otro puede liberar el amor presente en mi corazón, de que la generosidad con los hermanos y las hermanas que sufren es fuente de curación de las heridas de mi corazón y de mi espíritu, iluminación de mi mente, ocasión para hacerme más humano y estar más cerca de ti.

 

CONTEMPLATIO

«No me atrevo a hablar del afecto con que servía a los pobres de Sancti Spiritus, porque sería querer dar luz al sol, pero no puedo dejar de admirarme, ni apartar de mi entendimiento que, cuando se ponía a servir un enfermo, asemejaba a una gallina sobre sus pollitos o a una amorosa madre dando vueltas al lecho de un hijo enfermo, porque como si no hubiera satisfecho a su afecto con el empleo de los brazos, y las manos, le veían continuamente encorvado, pegado al mismo enfermo, como deseando con el corazón, con el aliento, con el espíritu darle aquel refrigerio y ayuda de necesitaba. Y primero que se apartaba de la cama, le hacía cien caricias, mullíale la almohada, componíale el tocador en la cabeza, ajustaba las sábanas y frazadas, aplicábale la ropa, cubríale los pies, abrigábale los lados, sin saberse apartar de él, como si fuera tirado por una oculta piedra imán, no parece hallaba el camino de dejarle, volvía una y otra vez a acomodar la cama, preguntando si estaba bien, si había menester algo, exhortábales a la paciencia, decíales muchas cosas tocantes a su salvación. No sé cómo mejor pueda representar la ternura, y afecto de nuestro padre Camilo con sus pobres, que afirmando que excedía al de una madre muy piadosa con hijo único, que le estuviese gravemente enfermo, y el que no conocía a nuestro padre, no juzgara que había ido al hospital a servir indiferentemente a todos los enfermos, mas a aquél solo que tenía delante, y que aquél era únicamente su amado, y serle de gran interés la vida de aquel pobrecito (S. Cicateli, Vida del padre Camilo de Lellis, Religiosos Camilos, Madrid 1988, p. 308).

 

ACTIO

Repite y medita frecuentemente durante el día: «Estaba enfermo, y me visitasteis» (Mt 25,36).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los diez mandamientos (no escritos) de Camilo de Lellis: Yo soy el enfermo, tu dueño y señor:

1. Honrarás la dignidad y la sacralidad de mi persono, imagen de Cristo.

2. Me servirás, como madre afectuosa y tiernísima, con todo el corazón, con toda la inteligencia, con toda la fantasía, con todas las fuerzas y con todo tu tiempo.

3. Acuérdate de olvidarte de ti mismo.

4. No menciones el nombre de la caridad en vano. Hablarás preferentemente con los pies, con las rodillas y, sobre todo, con las manos.

5. No cometerás distracciones.

6. No matarás mi esperanza con la prisa, con la chapuza, la falta de preparación, la indelicadeza, la irritación, la impaciencia.

7. Me considerarás como un todo. Y te darás totalmente en lo que haces. Por eso no me encerrarás en una ficha clínica y no te esconderás detrás de tu función profesional.

8. No profanarás tu corazón con el pensamiento del dinero.

9. Desea vivamente mi curación. Métete bien en la cabeza que he entrado en el hospital para salir sano, lo más pronto posible.

10. No vacilarás en suprimir mi carga, en posesionarte de mi sufrimiento. Cuando no puedas quitarme el dolor, al menos compártelo.

Y cuando hayas hecho todo lo que tienes que hacer, cuando hayas sido lo que debes ser, cuando no te hayas echado atrás ante ninguna ocupación fastidiosa y ninguna tarea repugnante..., no te olvides de darme gracias (A. Pronzato, Todo corazón para los enfermos. Camilo de Lellis, Sal Terrae, Santander 2000, p. 407).

 

Día 15

Sábado de la 14ª semana del Tiempo ordinario o 15 de julio, conmemoración de

San Buenaventura

 

Buenaventura nació en Bagnoregio, en el Lazio, entre 1217 y 1221. Siendo niño, fue curado por san Francisco de una grave enfermedad. Estudió en la Universidad de París, donde enseñó más tarde. Allí encontró a los frailes menores, y en 1243 entró en la orden. Convertido en ministro general, la dirigió durante diecisiete años con sabiduría y equilibrio, en medio de fuertes tensiones. Además de una biografía de san Francisco, escribió muchas obras de teología y de mística, armonizando de una manera profunda la ciencia con la fe. Estas obras le merecieron el título de «doctor seráfico». Tras ser nombrado cardenal y obispo de Albano, contribuyó al acercamiento entre latinos y griegos en el segundo Concilio Ecuménico de Lyon, durante cuya celebración murió, el 15 de julio de 1274.

LECTIO

Primera lectura: Génesis 49,29-33; 50,15-24

En aquellos días, Jacob

49,29 les dio estas instrucciones: -Yo estoy a punto de reunirme con los míos; sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el hitita,

30 en la cueva de Macpelá, frente a Mambré, en la tierra de Canaán, la que compró Abrahán al hitita Efrón como sepulcro en propiedad.

31 Allí fueron sepultados Abrahán y su mujer, Sara; allí, Isaac y su mujer Rebeca; allí también sepulté yo a Lía.

32 El campo y su cueva los compró Abrahán a los hititas.

33 Cuando Jacob acabó de dar estas instrucciones a sus hijos, encogió los pies en la cama, expiró y fue a reunirse con los suyos.

50,15 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se decían: «Quizá ahora José empiece a odiarnos y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos».

16 Por eso mandaron a decir a José: -Tu padre ordenó esto antes de morir:

17 Decid a José que perdone el delito y el pecado de sus hermanos, el daño que le hicieron. Así que, por favor, perdona el delito de los siervos del Dios de tu padre. José, al oírlos, se echó a llorar.

18 Después, sus mismos hermanos vinieron a postrarse ante él y le dijeron: -Aquí nos tienes, somos tus esclavos.

19 Pero José les dijo: -No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios?

20 Ciertamente, vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien, para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo.

21 Así que no temáis: yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Así los consoló hablándoles al corazón.

22 José siguió viviendo en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años.

23 Vio a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. También recibió sobre sus rodillas, al nacer, a los hijos de Maquir, hijo de Manases.

24 Luego dijo a sus hermanos: -Yo estoy a punto de morir, pero Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.

 

**• Este fragmento une la petición de Jacob de ser sepultado en el lugar donde yacían sus padres con la perícopa conclusiva del libro del Génesis, en la que se contraponen el miedo de los hermanos a la posible represalia de José respecto a ellos después de la muerte de su padre y la reacción de José en la que se confirma el perdón, junto a la conciencia de que, aun siendo un hombre poderoso, nunca podría sustituir a Dios, el único a quien pertenecen el juicio y la vida.

En el regreso de los restos de Jacob-Israel a la tierra de sus padres, se preanuncia el itinerario de retorno del pueblo de Israel tras el doloroso paréntesis de la opresión egipcia. Y en las palabras de José -«Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob» (v. 24)- se evoca el compromiso (la alianza, berith) que Dios asumió con los padres y que da sentido a la esperanza del pueblo. Esta esperanza encuentra respuesta en la «visita» de Dios a su pueblo, que será para éste la salvación definitiva, la posesión de los bienes prometidos, esperados y anhelados. Se trata de una visita que abrirá una nueva fase de la historia e inundará de alegría toda la tierra, una fase que se cumplirá en el Hijo, el cual tendrá poder para dirigir los pasos de todo hombre «por el camino de la paz» y hará un pueblo único encaminado hacia la patria de su deseo: Dios Padre.

 

Evangelio: Mateo 10,24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su señor.

25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, ¡más aún a los de su familia!

26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse.

21 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escucháis al oído proclamadlo desde las azoteas.

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial,

33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

**• Mateo recuerda, de una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el discípulo «permanece» en su vocación. Lo hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los enviados. En primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos  con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera al discípulo de todo miedo {cf. el triple «no temáis»: w. 26.28.31) y de los condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al Evangelio. El valor de anunciar públicamente con franqueza (parresía) la presencia de Dios, que trae en Jesucristo la paz y hace estallar, no obstante, las contradicciones que habitan en el corazón del hombre y en las estructuras de vida que éste ha creado, da la medida de la libertad del discípulo y de su adhesión a Jesucristo.

El discípulo sabe que el servicio al Evangelio no es un proyecto de vida irénico o, peor aún, marcado por las componendas, en el que desaparecen ingenuamente –o se esquivan con hábiles cálculos- la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera radical (cf. Mt 10,37).

Anunciar el Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro (cf. 10,33), jurando que no le conocía (27,74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Me 3,12)-, es algo que no debemos olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la vida del discípulo (w. 32ss).

 

MEDITATIO

Dios, luz inaccesible, nos sale continuamente al encuentro y desea revelarse a nosotros. Nos alcanza en lo concreto de nuestra historia en Jesús, fuente de una existencia luminosa y fecunda. Como cristianos, hemos sido llamados a comunicar a los que se nos acercan y a toda la humanidad el sentido y el gusto que asume la vida en relación con él y a hacer visible la fuerza transformadora del Evangelio. De este modo, nos volvemos profetas, punto de referencia, imagen evidente de la posibilidad de vivir el amor nuevo, el que Jesús nos enseñó e hizo conocer.

El Señor nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo». Se trata de la declaración de una identidad, y nosotros la creemos por su palabra, aunque a menudo nos parezca que la contradice la experiencia de nuestra poquedad y nos resulte fácil ceder a la desconfianza frente a nuestra realidad, que se presenta oscura e insignificante.

Estas dos afirmaciones de Jesús nos revelan lo que somos, pero, al mismo tiempo, constituyen la indicación de un camino que debemos recorrer, de un testimonio que se acredita y se renueva a lo largo del curso de toda nuestra vida. Buenaventura fue un maestro en esto, trazando un itinerario a través del cual se nos ayuda a caminar hacia Dios, y lo hizo con la autoridad de quien no sólo ha indagado y discutido, sino también probado y experimentado.

Se situó delante de todo con una mirada sapiencial, capaz de captar toda criatura como parte de un único canto armonioso que manifiesta a Dios y en el que también las realidades aparentemente distantes entre sí encuentran su unidad en una profundidad diferente. Supo reconocerlas como expresión de una luz no originariamente propia, sino recogida, recibida y reflejada, y así comprendió plenamente su valor.

 

ORATIO

«Yo soy la vid verdadera» (Jn 15,1). ¡Oh Jesús, vid benigna, ven! ¡Oh Señor Jesucristo, árbol de la vida situado en el centro del paraíso, tus hojas son medicinales, tus frutos son para la vida eterna! ¡Oh flor y fruto bendito de la bendita rama -que es la purísima Virgen María-, sin ti nadie es sabio, porque tú eres la sabiduría del Padre eterno. Dígnate alimentar con el pan del intelecto y con el agua de la sabiduría mi débil y árida mente. Abre, oh llave de David, y se me entreabrirán las oscuridades.

Irrígame, oh luz verdadera, y se despejarán mis tinieblas. Manifestándote e ilustrándote en ti mismo, por medio de mí, concédenos, a mí, que hablo, y a los que me oyen, poseer la vida eterna. Así sea (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 259).

 

CONTEMPLATIO

La soberana sabiduría está escrita en el libro de la vida, que es Jesucristo, en quien Dios Padre escondió todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Por eso, el Unigénito de Dios como Verbo increado es el libro de la sabiduría, es la luz de la mente del sumo Artista, llena de razones vivas y eternas; como Verbo inspirado, ilumina los intelectos de los ángeles y de los santos; como Verbo encarnado, irradia las mentes racionales unidas a la carne. De este modo, la multiforme sabiduría de Dios desde él y en él reverbera por todo el Reino, como a través de un espejo de belleza que incluye todas las especies y toda luz, y como libro donde, según el misterio de Dios, están descritos todos los misterios.

¡Oh! Si yo pudiera encontrar este volumen del origen eterno, y de la esencia incorruptible, de la sabiduría que es vida y de la escritura imposible de cancelar! Este libro cuya meditación es deseable, fácil su doctrina, dulce su ciencia, inescrutable su profundidad, inexpresables sus palabras, este libro cuyas palabras son en el fondo un solo verbo. En verdad, «quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor del Señor» (Prov 8,35) (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 121ss).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día con frecuencia: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si no queremos ser como las «tinieblas [que] no le recibieron», debemos recuperar nuestra unidad, redescubrir la fe como plenitud del existir, del obrar y del pensar. Éste es el testimonio cíe san Buenaventura, éste es el camino que él ha completado, recibiendo en su vida al Verbo divino. La inhabitación es lo que hace posible todavía hoy esa experiencia cristiana. Al apóstol Tomás, que le pregunta adonde va y cómo puede conocer el camino, Cristo le dice : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). No es posible reducir la búsqueda de la Verdad a un mero ejercicio mental, porque por su propia naturaleza es más; la razón, para ser verdadera, no puede negar la fe. Más aún, debe constituir para ella la posibilidad de una mayor conciencia, y, viceversa, la fe no puede renunciar a la razón si no quiere caer en el fideísmo.

Cada uno de nosotros debe realizar su propio itinerario hacia el Absoluto, pero en el trayecto nos ayudan los que han llegado a la meta antes que nosotros.

Hoy más que nunca necesitamos acercarnos a los que han demostrado estar en la luz, porque a menudo «el ojo de nuestra mente, ante las cosas más claras de la naturaleza, es como el ojo del murciélago ante la luz». En efecto, acostumbrado a las tinieblas de los seres y a las imágenes sensibles, cuando contempla la luz radiante del Sumo Ser le parece que no ve nada, sin comprender que la oscuridad es, sin embargo, la máxima luz para nuestra mente, como cuando el ojo queda cegado ante una luz demasiado viva» (Buenaventura, Itinerarium mentís in Deum). San Buenaventura va por delante de nosotros como testigo de la posibilidad que tiene el hombre de pensar la Verdad, de obrar el Bien, y nos invita a caminar hacia la Luz; en esto consiste la actualidad de su experiencia como hombre y como creyente (F. Gambetti, «L'esperienza umana e cristiana di san Bonaventura», en Vita Minorum 1 [1993] 60ss).

 

Día 16

15° domingo del tiempo ordinario

 

La devoción a la Virgen del Carmen hunde sus raíces en un lugar y en un tiempo bien precisos. El lugar es el monte Carmelo, cadena montañosa de Galilea, que se asoma al mar por un alto promontorio y por el otro lado da a la llanura de Esdrelón.

Karme/significa «jardín» en hebreo. Es el monte santo, lugar de la oración y donde moró Elías, cantado en la Escritura por su belleza. En este monte - y más precisamente en uno de sus valles-, algunos de los cruzados venidos de Occidente dedicaron, a comienzos del siglo XIII, una iglesia a la Virgen María, poniendo bajo su protección la Regla de vida que les había dado Alberto, patriarca de Jerusalén y tomando el título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Desde aquel momento, la figura de la Virgen, Madre y Hermana, acompaña a la historia del Carmelo, de sus santos y de sus santas. Se trata de una historia de favores de la Virgen y de santidad de los miembros de su orden. El Carmelo ha contemplado en María a la Virgen purísima, a la Madre espiritual, a la Estrella del mar. Ha recibido como don, para extenderlo a todos los devotos, el escapulario, signo de protección y de alianza, prenda de salvación eterna.

Se eligió la fecha del 16 de julio porque el 17 de julio del año 1274, el segundo Concilio de Lyon sancionó la permanencia de la orden (que debía ser suprimida). La conmemoración fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII en 1726.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 55,10-11

Dice el Señor:

10 Como la lluvia y la nieve caen del cielo y solo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar para que de simiente al que siembra y pan al que come,

11 así seré la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.

 

La Palabra del Señor tiene una fuerza intrínseca, posee una eficacia indudable. Este oráculo lo expresa con una imagen elocuente. El ciclo del agua contiene una finalidad. De él depende el ritmo de la naturaleza y de la vida. Es un milagro siempre nuevo y necesario. Como la lluvia y la nieve, la Palabra del Señor está orientada a un fin preciso e, inevitablemente, producirá un efecto vital: regresar henchida de frutos de gracia. Al principio <<dijo Dios: “Haya..." y así fue»; ahora, en el tiempo marcado por el pecado, la Palabra creadora se hace redentora. Mantiene la potencialidad infinita de suscitar conversión y vida nueva en los corazones, de conceder el sustento al Espíritu. Aun mas, quiere ser acogida, poder encarnarse en nuestra cotidianeidad. Y como la Virgen de Nazaret, es necesario el consentimiento personal. <<Et Verbum caro factum es» (Jn 1,14).

 

Segunda lectura: Romanos 8,18-23

Hermanos:

18 Entiendo, por lo demás, que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelaré.

19 Porque la creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios.

20 Condenada al fracaso no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza

21 de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

22 Sabemos, en efecto, que la creación entera esta gimiendo con dolores de parto hasta el presente.

23 Pero no solo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo.

 

El cristiano ha sido liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y del yugo de la ley —incapaz de salvar— para vivir como hijo de Dios, guiado por el Espíritu (8,1-5.14). El sufrimiento no contradice esta realidad, ni puede ensombrecer su esplendor: se convierte en medio, en una efectiva y necesaria participación en el misterio pascual de Cristo (v. 17). Este es el meollo, la clave de todo acontecimiento humano y cósmico. En efecto, el dolor es un legado del pecado, consecuencia de la maldición que lleva consigo (Gn 3,14-19); el hombre, a quien Dios le había confiado lo creado <<para que lo cultivara y lo guardara>> (Gn 2,15), ha sido arrastrado a la servidumbre (iz 21). Sin embargo, la Pascua de Cristo ensalza al hombre por encima de la antigua majestuosidad de su condición originaria, lo orienta hacia una gloria futura incomparable, transforma <<los padecimientos del momento presente» en instrumento de redención (v 8). Y cuando esta redención se realice, también el cosmos será transfigurado (vv. 19-21).  El tiempo presente es largo, un estrépito de parto para toda la creación, pero el gemido que lo acompaña se transformara en alegre melodía cuando entremos <<en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (v. 21).

 

Evangelio: Mateo 13,1-23

1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.

2 Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla.

3 Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: -Salió el sembrador a sembrar

4 Al sembrar; parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron.

5 Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida porque la tierra era poco profunda,

6 pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz.

7 Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron.

8 Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta.

9 El que tenga oídos para oír que oiga.

10 Los discípulos se acercaron y le preguntaron: -¿Por qué les hablas por medio de parábolas?

11 Jesús les respondió: -A vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

12 Porque al que tiene se le dará, y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitara.

13 Por eso les hablo por medio de parábolas, porque aunque miran no ven, y aunque oyen no escuchan ni entienden.

14 De esta manera, se cumple en ellos lo anunciado por Isaías: Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis,

15 porque se ha embotado el corazón de este pueblo, se han vuelto torpes sus oídos y se han cerrado sus ojos; de modo que sus ojos no ven, sus oídos no oyen, su corazón no entiende, y no se convierten a mi para que yo los sane.

16 Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y por lo que oyen vuestros oídos,

17 porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

18 Así pues, escuchad vosotros lo que significa la parábola del sembrador

19 Hay quien oye el mensaje del Reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón. Este es como la semilla que cayó al borde del camino.

20 La semilla que cayó en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con alegría,

21 pero como no tiene raíz en si mismo y es inconstante, al llegar la tribulación o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe.

22 La semilla que cayó entre cardos es como el que oye el mensaje, pero las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero asfixian el mensaje y queda sin fruto.

23 En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.

 

El c. 13 del evangelio de Mateo recoge siete parábolas sobre el misterio del Reino de los Cielos. Es la enseñanza que Jesús le ofrece a una muchedumbre innumerable, a sabiendas de que pocos la acogerán. Ya lo presagian las primeras reacciones a su misión. La cuestión que le plantean los discípulos (v 10) y la respuesta de Jesús (vv. 11-17) refuerzan el sentido de esta parábola que abre la serie.

A través de las imágenes de la semilla y del terreno, la Palabra de Dios es representada como una semilla con un inmenso potencial de vida, que se desarrollaré según la acogida que reciba.

La manera de exponer en parábolas, se asemeja a la cáscara de las semillas: salvaguarda la comprensión de la enseñanza de Jesús, porque <<al que no tiene» el deseo sincero de comprender y convertirse <<aún aquello que tiene se le quitará»: escucha aparente e interés superficial y momentáneo (vv. 10-13). Sin embargo, Dios, en su gratuidad, supera la obstinación que endurece el corazón del hombre: el sembrador de la parábola esparce por todas partes la simiente, sin cicaterías ni ardides; el <<mensaje del Reino» (v. 19) es anunciado (vv. 3ss y 14ss) y propuesto a todos. La colaboración empieza con la escucha atenta, intensa y solícita de la Palabra, de modo que penetre profundamente en el corazón y lo sane (v. 15b). Las entrañas del ser humano pueden estar enfermas: la insensibilidad, la superficialidad, la infinidad de intereses egoístas, son lugares donde la semilla no podrá crecer (vv. 19-22). Cuando la Palabra sea acogida con un corazón bueno, producirá su fruto de gracia, según la correspondencia de cada uno al don de Dios (v. 23).

 

MEDITATIO

Si, como sugieren los Padres del desierto, antes de hablar nos preguntásemos con qué intención lo hacemos, en seguida enmudeceríamos: a menudo, nuestras palabras son charlatanería o, aun peor maledicencia.

La Palabra de Dios es diferente: está en todo y siempre; es comunicación de su proyecto, de sus deseos. ¿No significa comunicar poner en común? Dios <<pone en común>> su Realidad mediante su Palabra.

        Una comunión ofrecida es como una semilla esparcida: lleva en si misma la vida que nacerá, si bien solo es una propuesta hasta que no encuentre un terreno donde germinar: el corazón del hombre. Si éste se endurece, como un camino trillado, la Palabra no penetrará: nos encontraremos más encerrados y egoístas, pues estamos rechazando la comunión con Dios. Si nuestro corazón es superficial, la Palabra no echará raíces: estaremos más solos, pues no dejamos hueco a la presencia del Señor. Si nuestro corazón se inquieta con afanes mundanos y preocupaciones fútiles, la Palabra no crecerá: la verdadera alegría quedara asfixiada, ahogada por ilusiones y espejismos. Sin embargo, seremos dichosos si nos presentamos ante Dios con un corazón dispuesto a escuchar. Entonces, vendrá el Hijo, Palabra viviente, y crecerá en nosotros <<tomando cuerpo» en nuestra vida, en nuestras relaciones y en nuestras múltiples acciones. El grano de trigo que ha muerto produciendo fruto abundante (cf Jn 12) hará que demos el ciento por uno, hasta poder afirmar con Pablo: <<Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios» (Gal 2,20).

 

ORATIO

Jesús, divino Sembrador; ven y siembra el campo que somos nosotros. Prepara el terreno, límpialo de espinos y piedras, rotura con profundos surcos la tosca tierra, sáchala, allana los terrones y, después, atravesando el campo con pasos largos, con gesto grandioso, solemne, desparrama a voleo la semilla con tus admirables manos.

Jesús, divino Sembrador y semilla de vida eterna, ven, en esta hora de gracia, siembra en nuestros corazones tu Palabra, tu mismo, y que germine, florezca y fructifique la Iglesia peregrina para los graneros del Cielo, Amén.

 

CONTEMPLATIO

        ¿De qué provino, pues, decidme, que se perdiera la mayor parte de la siembra? Ciertamente que no fue culpa del sembrador sino de la tierra que recibió la semilla; es decir por culpa del alma, que no quiso atender a la Palabra. —¿Y por qué no dijo que una parte la recibieron los tibios y la dejaron perderse, otra los ricos y la ahogaron, otra los vanos y la abandonaron? —Es que no quería herirlos demasiado directamente, para no llevarlos a la desesperación, sino que deja la aplicación a la conciencia de sus mismos oyentes.

Mas no pasó esto solamente con la siembra, sino también con la pesca, pues también allí la red sacó muchos peces inútiles. Sin embargo, el Señor pone esta parábola  para animar a sus discípulos  y enseñarles que, aun cuando la mayor parte de los que reciben la Palabra divina hayan de perderse, no por eso han de desalentarse. Porque también al Señor le aconteció eso, y, no obstante saber El de antemano que así había de suceder, no por eso desistió de sembrar.

    - Mas ¿en qué cabeza cabe, me dirás, sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? -Tratándose de semillas que han de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas, tratándose de las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha alabanza. El sembrador que hiciera como el de la parábola  merecería ser justamente reprendido, pues no es posible que la roca se convierta en tierra, ni que el camino deje de ser camino, y las espigas, espigas. No así en el orden Espiritual. Aquí si que es posible que la roca se transforme y se convierta en tierra grasa, y que el camino deje de ser pisado y se convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen crecer exuberantes las semillas. De no haber sido así, el Señor no hubiera sembrado. Y si no en todos se dio la transformación, no fue ciertamente por culpa del sembrador sino de aquellos que no quisieron transformarse. El hizo cuanto estaba de su parte; si ellos no cumplieron su deber, no fue ciertamente culpa de quien tanto amor les mostrara (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo>>, 44,3, en Obras de san Juan Crisóstomo, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, 847-848).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de eso unión. Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran <<un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír>> (Dt 29,3). Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mona para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodian Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón. La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos <<luz>> en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor (J. Carbon, La goia del Padre, Magnano 1992 45—47).

 

Día 17

Lunes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 1,8-14.22

En aquellos días,

8 subió al trono de Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José,

9 y dijo a su pueblo: -Mirad, el pueblo israelita se ha hecho más numeroso y potente que nosotros.

10 Hay que actuar con cautela para que no sigan multiplicándose, pues, si se declara una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, lucharán contra nosotros y se marcharán del país.

11 Entonces pusieron sobre ellos capataces que los oprimiesen con rudos trabajos, mientras edificaban Pitón y Rameses, ciudades-almacén del faraón.

12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y aumentaban, de suerte que los israelitas se convirtieron en un motivo de preocupación para los egipcios.

13 Por eso, los egipcios los sometieron a una dura esclavitud

14 y les hicieron la vida imposible, obligándoles a realizar trabajos extenuantes, como la fabricación de mortero y ladrillos y toda clase de faenas agrícolas.

22 Entonces, el faraón dio esta orden a todo su pueblo: -Arrojad al río a todos los niños que nazcan; a las niñas dejadlas vivir.

 

**• El libro del Éxodo es uno de los grandes libros del Antiguo Testamento. Nos describe, en primer lugar, la magna epopeya de la salvación de Israel, arrancado de la esclavitud de Egipto, y con el que Dios establece una alianza. El Éxodo es un canto al Dios que salva, un poema dirigido al Dios de Israel, que, tras oír el llanto de su pueblo, «baja» a liberarlo. Este pueblo, una vez liberado, estará destinado no al servicio del faraón, sino al servicio del Señor {cf. Dt 4,20).

La lectura de hoy nos presenta la situación de los hebreos en Egipto bajo «un nuevo rey». El faraón de Egipto ya no era el que había elevado a José a primer ministro del país, sino otro que no le había conocido (v. 8). Sospechando de aquel pueblo que crecía y se multiplicaba en su tierra, pensó que tal vez un día esos hombres podrían levantarse contra el verdadero pueblo egipcio o incluso aliarse con sus enemigos (w. 9ss). Y tomó medidas contra ellos: decretó que se impusiera a los hebreos trabajos forzosos extremadamente duros, con el propósito de agotar sus fuerzas, y los empleó en la construcción de dos ciudades-almacén en el delta del Nilo (v. 11). Los egipcios les amargaron la vida a los israelitas, los convirtieron en esclavos y les obligaron con una gran dureza a fabricar ladrillos de arcilla. Pero cuanto más le oprimían, más se multiplicaba el pueblo (v. 12). Viendo que este sistema no funcionaba como él quería, el faraón pensó en otro método, absolutamente inhumano y cruel, destinado a reducirlo a la impotencia y a la aniquilación de Israel: nada menos que la eliminación de los hijos varones que nacieran (v. 22).

Desde el punto de vista histórico, debemos situar estos acontecimientos en tiempos del Imperio Nuevo egipcio (decimonovena dinastía), en el siglo XIII a. de C. Sobre este fondo de injusticia y sufrimiento se desarrollará la magna acción salvadora de Dios, tanto más excelsa cuanto más triste y desesperada era la situación del pueblo.

 

Evangelio: Mateo 10,34-11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

10.34 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino discordia.

35 Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra;

36 los enemigos de cada uno serán los de su casa.

37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.

38 El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí.

39 El que quiera conservar la vida la perderá, y el que la pierda por mí la conservará.

40 El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió.

41 El que recibe a un profeta por ser profeta recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo recibirá recompensa de justo;

42 y quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío os aseguro que no se quedará sin recompensa.

11.1 Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue a enseñar y a proclamar el mensaje en los pueblos de la región.

 

**• El texto que acabamos de leer del evangelio de Mateo es uno de los pasajes más difíciles de comprender por la aparente contradicción que presenta. Jesús, que un poco más adelante dirá que debemos aprender de él porque es «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29), dice ahora que ha venido a traer la discordia y no la paz a la tierra (cf. 10,34). ¿Cómo podemos conciliar estos dos extremos? ¿En qué sentido debemos interpretar sus palabras? En casos como éste, es el contexto literario el que nos ayuda a comprenderlo de una manera adecuada.

El pasaje que hoy nos ocupa está situado en un contexto de persecución a causa de la fe en Cristo. En efecto, Jesús dice en Mt 10,32: «Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial». Esto nos ilumina el camino y nos muestra que la división entre personas de la misma familia no surge por cuestiones de temperamento, de disidencias o luchas personales, sino por su fidelidad o infidelidad a Cristo. Algunos creerán en él, otros no. En este caso, Jesús ha venido a traer la división; es decir, se convierte en motivo de discordia entre los hombres, entre los que creerán y los que rechazarán la fe.

El Evangelio habla claro. El Evangelio, que predica la paz y la concordia, cuando trata el tema de la verdadera fe en Cristo o de nuestra adhesión a él prefiere la división, el contraste, la intolerancia -diríamos incluso-, a favor de los que le han seguido y han creído en él. Por eso, y siempre en la misma línea, Jesús se pone por encima de todos los valores, incluso por encima de los más sagrados valores de la familia. Y añade que, para seguirle, es preciso cargar con la cruz, echar mano de la renuncia, estar dispuesto a dar la propia vida. Estas exigencias pueden parecer excesivas, a no ser por la verdad que contienen y por la excelencia de Aquel que las formuló y las pretendió, signo de su autoridad y de su supremacía sobre todas las cosas.

 

MEDITATIO

El fragmento del evangelio que hemos leído nos muestra una vez más la importancia de la fe en Cristo y, en especial, de su persona. Esta fe, tal como era considerada por el mismo Jesús y por la comunidad primitiva, está por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Sería una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera sólo de nombre, sin ninguna exigencia. La verdadera fe, para los evangelios, significa un corte en lo vivo y, si se da el caso, la renuncia a los sentimientos más profundos del corazón, porque lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.

El mensaje del evangelio de hoy es que debemos reforzar en nosotros la adhesión total, profunda, a Cristo, prefiriéndole a todo, y prefiriendo nuestra fe a cualquier otra fe, religión o ideal humano, especialmente en el mundo de hoy, que vive dividido entre los poderosos desafíos de la técnica, de las incesantes conquistas, del bienestar y de otras realidades que son, muchas veces, los ídolos de la humanidad moderna. Ser capaz de reafirmar la fe en Cristo y en el Evangelio es una necesidad vital para el hombre creyente de nuestros días, porque de otro modo esta fe se oxidará y se perderá.

 

ORATIO

«Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo» (Flp 3,7). Señor, haz que nuestra adhesión a ti, como la de Pablo, como la de los apóstoles, como la de tantos santos y tantos fieles de la Iglesia, sea total, absoluta; que esté por encima de todo vínculo, de todo sentimiento y afecto, por encima de todo valor humano. Porque sólo tú eres la verdad, la luz, el camino, el alimento, la paz, la alegría y la esperanza de nuestro corazón.

Entonces podremos orar con las palabras de un autor moderno como F. Dostoievski, nada sospechoso de una devoción excesiva, que nos ha dejado un testimonio impresionante de fidelidad a Cristo. Escribía así en una de sus cartas: «A veces, Dios me envía momentos de lucidez. En estos momentos, amo y siento que soy amado. Fue en uno de esos instantes cuando compuse para mí mismo un Credo, donde todo es claro y sagrado. Helo aquí: "Creo que no hay nada más bello, más profundo, más agradable, más viril y más perfecto que Cristo. Y me digo a mí mismo, con un amor celoso, que no hay ni puede haber nadie más grande que él. Más aún, si alguien llegara a probarme que Jesús está fuera de la verdad y que la verdad no se encuentra en él, yo preferiría permanecer con Cristo antes que con la verdad"» (F. Dostoievski, Cotrispondenza con la baronesa Von Wisine).

 

CONTEMPLATIO

En cuanto el grano de trigo cayó en tierra y murió, salió de él toda la mies de los fieles y los hijos de Israel se multiplicaron y se volvieron muy poderosos. Así pues, también en ti, si muere José, es decir, si acoges en tu cuerpo la mortificación de Cristo y haces morir el pecado en tus miembros, se multiplicarán en ti los hijos de Israel. Por hijos de Israel se entiende los sentidos buenos y espirituales. Por consiguiente, si hacemos morir los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren en ti cada día los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren cada día en ti los vicios, crece el número de las virtudes.

Tú, que escuchas estas cosas, si por casualidad ya has recibido la gracia del bautismo, has sido contado entre los hijos de Israel, has acogido en ti al Dios-rey y, después de esto, has querido desviarte, realizar las acciones del mundo, llevar a cabo actos terrestres y trabajos con el barro, has de saber y reconocer que se ha levantado en ti otro rey que no conoce a José; es un rey de Egipto, que te obliga a hacer sus obras, te hace trabajar para él con ladrillos y barro. Es él quien, poniendo sobre ti instructores y vigilantes, te empuja con golpes de vara a las obras de la tierra, para construirle ciudades. Es él quien te hace correr de un lado para otro en el mundo y hace turbar, por la codicia de la ganancia, los elementos del mar y de la tierra. Es este rey de Egipto el que te hace recorrer el foro con las lides, atormentar a los parientes con las disputas por unos cuantos terrones de tierra, por no hablar de lo demás: tender insidias a la castidad, engañar a la inocencia, cometer porquerías en privado, crueldades en público, perversiones en lo íntimo de la conciencia. Y puesto que son muchos los maestros y doctores de malicia que el faraón nos ha puesto, el Señor Jesús creó otros maestros y doctores que nos enseñaran a ver a Dios con el alma, a abandonar por completo al hombre viejo con sus acciones y a revestirnos del nuevo, que ha sido creado según Dios (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 45-52, passim [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los dos primeros capítulos del Éxodo preparan la escena de la magna irrupción de YHWH en la historia, pintando con fuertes tintas la situación de los hijos de Israel en Egipto. Los hijos de Israel, durante su estancia en Egipto, dan la impresión de haberse olvidado casi por completo del Dios de sus padres. Cuando Dios irrumpa en la historia, lo hará con un acto absolutamente gratuito. La iniciativa es suya por completo. Dios se ve inducido y solicitado a salvar no en virtud de mérito alguno por parte de Israel, sino por la situación de miseria en la que su pueblo se encontraba.

        Durante el éxodo, empezó Israel a comprender la misteriosa predilección de YHWH por los humildes y los débiles. Reconoció que su propio título de elección no se lo habían proporcionado sus méritos, sino su pequeñez e impotencia (cf. Dt 7,7ss). Dios so revelará, a lo largo de toda la historia de la salvación, como alguien que «exalta a los humildes» y que, para llevar a cabo sus obras más grandes, escoge «lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo» (1 Cor 1,27ss).

La esclavitud que padecieron los israelitas es mucho más que un hecho simplemente material. En un sentido profundo, fueron los mismos israelitas los que quisieron permanecer en la esclavitud. Es cierto, los judíos gemían en medio de la opresión, deseando ardientemente ser liberados de ella, pero eso es algo perfectamente humano y no significa que estuvieran dispuestos a seguir la ardua llamada a la libertad. Se habían convertido en gente de ánimo servil, poco dispuesta a renunciar a esa pesada seguridad que es la recompensa de quien se rinde a un régimen totalitario (J. Plastaras, // Dio dell'Esodo, Cásale Monf. 1977, pp. 28-31, passim).

 

Día 18

Martes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 2,1-15a

En aquel tiempo,

1 un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de otro levita.

2 Ella concibió y dio a luz un hijo, y al ver que era muy hermoso lo tuvo escondido durante tres meses.

3 No pudiendo ocultarlo más, tomó una cesta de papiro, la calafateó con betún y pez, puso dentro de ella al niño y la dejó entre los juncos de la orilla del río.

4 La hermana del pequeño se quedó a poca distancia para ver lo que sucedía.

5 Entonces, la hija del faraón bajó a bañarse al río y, mientras sus doncellas paseaban por la orilla, vio la cesta en medio de los juncos y envió a una de sus doncellas para que la recogiera.

6 Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida y exclamó: -Es un niño hebreo.

7 Entonces, la hermana del pequeño dijo a la hija del faraón: -¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe este niño?

8 La hija del faraón le respondió: -Vete. La joven fue a buscar a la madre del niño,

9 a quien la hija del faraón encargó: -Toma a este niño y críamelo; yo te pagaré. La mujer tomó al niño y lo crió.

10 Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés, diciendo: «Yo lo saqué de las aguas».

11 Cierto día, siendo ya mayor, Moisés fue a donde estaban sus hermanos. Vio sus duros trabajos y observó cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos hebreos.

12 Echó una mirada a su alrededor y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.

13 Salió también al día siguiente, vio a dos hebreos riñendo y dijo al agresor: -¿Por qué golpeas a tu compañero?

14 Pero éste le replicó: -¿Quién te ha constituido jefe y juez entre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? A Moisés le entró miedo, pues se dio cuenta de que la cosa se sabía.

15 El faraón se había enterado también de lo sucedido y trataba de matar a Moisés.

 

*• La historia que nos cuenta hoy el libro del Éxodo es una de las más conocidas del Antiguo Testamento, es una escena inmortalizada por muchos pintores y directores de cine. La orden del faraón ha sido puesta en práctica: todos los recién nacidos varones son ahogados en las aguas del Nilo. Sin embargo, la Providencia, que lo dirige todo, vela en particular por uno de estos niños, que será salvado de las aguas de una manera sorprendente.

Éste era el designio divino: el niño salvado será más tarde el salvador de su pueblo. El presente relato, similar a otros que hemos encontrado en las diferentes literaturas sagradas del Medio Oriente, tiene una gran importancia para la fe cristiana, y es que el pequeño Moisés se ha convertido en la figura de otro Niño que, ya en sus primeros días, también será perseguido por Herodes, rey de Judea, para darle muerte.

Poniéndose de acuerdo la madre y la hija, abandonan al niño, introducido en una cesta de papiro, sobre el agua (w. 3ss). Pero ese sitio es el lugar donde suele bañarse la hija del faraón. Ésta, tras descubrir al niño, se enternece y quiere tomarlo como hijo. Entretanto, la hermana, María, ha convencido a la hija del faraón para que le permita buscar una nodriza para el niño. Ésta será su verdadera madre (w. 7ss). Tras el destete, la hija del faraón se lleva al niño a su palacio: ésta «lo adoptó» (v. 10). Le impuso un nombre, Moisés, que ha llegado a nosotros como simple abreviatura, en la que falta la primera parte, donde seguramente se encontraría (como muestran muchos antiguos nombres egipcios análogos) el nombre de alguna divinidad del Nilo.

En la segunda parte de la lectura, Moisés, que ya ha llegado a la edad adulta, se da cuenta de la suerte que corren sus hermanos hebreos y se pone a favor de ellos. Su celo, demasiado impetuoso, le induce después a la huida y al autoexilio; se va a tierras de Madián, en las cercanías del mar Rojo (v. 15b), donde empezará otro tipo de vida y se hará pastor de los rebaños de su suegro, Jetró.

 

Evangelio: Mateo 11,20-24

En aquel tiempo,

20 Jesús se puso a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:

21 -¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en vosotras, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido.

22 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para vosotras.

23 Y tú, Cafarnaún, ¿te elevarás hasta el cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, hoy seguiría en pie.

24 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti.

 

*+• El fragmento evangélico de Mateo que hemos leído hoy es una lección sapiencial como muchas otras que podemos encontrar en el Antiguo Testamento; a saber: un hecho concreto explicado sobre la base de una semejanza de términos opuestos (como la de los dos caminos: el bien y el mal; los dos árboles: el plantado en terreno árido y el plantado junto al agua). La expectativa frustrada es una realidad humana desconcertante, aunque frecuente en la vida.

El evangelio nos presenta el duro reproche de Jesús contra las ciudades que no acogen su Palabra. Se trata de tres ciudades de Galilea -Corozaín, Betsaida y Cafarnaún- que, aun habiendo oído la predicación de Jesús, acompañada por tantos milagros, permanecen frías e insensibles, sin abrir su ánimo. Para acentuar aún más su culpabilidad, Jesús emplea la comparación con otras ciudades paganas especialmente conocidas por sus pecados, como Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra. Y nos hace ver que estas ciudades, aun corrompidas por tantos vicios, habrían tenido un comportamiento diferente, más acogedor y respetuoso, aunque sólo hubiera sido por haber visto los milagros realizados por Jesús. Sin embargo, las ciudades «creyentes» de Galilea, a pesar de sus acciones milagrosas, se niegan a escuchar, prefieren su dureza de corazón y se cierran al mensaje de salvación que se les ha ofrecido.

 

MEDITATIO

Moisés, salvado de las aguas, salvará después a su pueblo. Existe siempre una estrecha relación entre lo que se es y lo que se hace, entre lo que se experimenta y lo que se comunica. También el cristiano conoce esta experiencia fundamental. Se trata de algo que nos habla de una lógica humano-divina que no admite excepciones. Dirá san Pablo: «En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad» (Ef 5,8ss).

En el Nuevo Testamento aparece con frecuencia esta relación: si somos una cosa, de ahí se deben seguir una serie de consecuencias, o sea, el fruto de ese ser. Como decían los antiguos, «agere sequitur esse» («el obrar sigue al ser»). Si somos cristianos, debemos irradiar la luz propia de los cristianos, que no es otra que la de Cristo. Por consiguiente, si somos amados, debemos amar; si somos dichosos, debemos hacer dichosos a los otros, y si se nos ha anunciado la Palabra, nosotros debemos comunicarla asimismo a los demás.

Esta lógica procede de nuestra unión con Cristo: somos en él una nueva criatura, nos hemos convertido en hijos de Dios, y esto supone un nuevo estilo de vida que deriva de la nueva realidad que hemos adquirido por gracia divina. Nos han sido perdonados nuestros pecados; por consiguiente, también nosotros, como Cristo, debemos perdonar; hemos sido salvados por Cristo, de ahí que, como Cristo nos ha salvado a nosotros, también nosotros debamos procurar la salvación de los demás. La dignidad cristiana, procedente de nuestra inserción en Cristo Jesús, nos mueve a convertirnos para los otros en lo que Cristo ha sido para nosotros, nos induce a extender a los otros lo que nosotros hemos recibido.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú dijiste una vez: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Haz que nosotros podamos ser también, aunque sea en una medida mínima, un reflejo del Padre celestial, un pequeño rayo de luz que emana de su persona divina, y que así también nosotros podamos irradiar un poco de bondad, de perdón, de esperanza, de alegría, de confianza y de servicio generoso a los otros.

Haz que siempre podamos recordar nuestra vocación, nuestra dignidad, el insigne privilegio de estar verdaderamente insertados en la Trinidad divina, y que esta conciencia nos ayude a vivir intensamente las realidades que la fe nos ofrece, de tal modo que los otros, tal vez menos privilegiados que nosotros, puedan recibir un influjo benéfico del tesoro de gracia que nos ha sido concedido.

Te pedimos asimismo por aquellos a quienes llegará esta irradiación nuestra, a fin de que, no tanto con la palabra, como con nuestra vida y nuestras obras, puedan percibir la belleza de la vocación cristiana, de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo y puedan sentir la fascinación de la filiación divina. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue mantenido escondido durante tres meses por sus padres. ¿Cómo esperaron salvar a su hijo los padres de Moisés? Por la fe. ¿Qué fe? Vieron, dice, que era gracioso, y esta visión les indujo a creer. Así, ya desde el principio, desde la cuna, se vertió una gran cantidad de gracia sobre este justo no en virtud de un sentimiento natural, sino por obra de Dios.

En efecto, mira: apenas nacido, el niño aparece bello y absolutamente nada deforme. ¿Por obra de quién? No de la naturaleza, sino de la gracia de Dios, que conmovió y estimuló a aquella mujer egipcia -la hija del faraón- para que lo tomara y lo tuviera como hijo. Esto vale para los padres; Moisés no contribuyó en nada a ello. Sin embargo, «renunció Moisés al título de nieto del faraón cuando se hizo mayor, prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios». No sólo dejó la realeza, sino que «renegó» de ella, la odió, la despreció. Le había sido ofrecido el cielo, y no valía la pena admirar el palacio real de Egipto. Estaba convencido de que ser ultrajado por Cristo era mejor que encontrarse entre comodidades, pues esto era ya de por sí una recompensa, «prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios».

Vosotros, en efecto, sufrís en vuestro propio beneficio, pero él lo hizo por el de los otros; y espontáneamente se lanzó a unos enormes peligros, siendo que podía vivir entre los honores y gozar de las ventajas de la corte. Para él, el pecado era no asociarse a los sufrimientos de su pueblo. Así pues, si consideraba pecado no sufrir espontáneamente con los otros, debió ser verdaderamente un gran bien el sufrimiento al que se expuso abandonando la realeza. Y, previendo algo grande, estimó «los ultrajes de Cristo como una riqueza superior a los tesoros de Egipto».

¿En qué consiste el ultraje de Cristo? En ser maltratados porque confiamos en Dios. Todo esto tuvo lugar porque Moisés perseveró en la fe como si viera al Invisible. Igualmente, también a nosotros, si vemos siempre a Dios con nuestra mente, si nos mantenemos ocupados con su recuerdo, todo nos parecerá fácil, todo soportable; lo podremos tolerar todo con buen ánimo, seremos superiores a todas las tentaciones (Juan Crisóstomo, Omelie sull'Epistola agli Ebrei, Roma 1965, pp. 366-371, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque sin saberlo, todos los hombres sirven a los planes de Dios. Las obras de Dios empiezan en la humildad, en lo escondido, y en estas circunstancias no sabemos nunca qué es lo que puede servir al Señor: tal vez sus enemigos son sus mejores colaboradores, tal vez colaboren en sus planes más de lo que lo hacen sus amigos. También hoy sigue siendo así: ¡qué misterio se desarrolla a través de la historia! Es Dios quien conduce los acontecimientos; todos ellos responden al designio divino, y los hombres sirven todos a este designio: lo quieran o no, todos entran en este plan.

¿Quién nos dará ojos para saber descubrir, en los acontecimientos más humildes, el comienzo de las obras más grandes? No son la grandeza y el poder el instrumento de las obras divinas, sino precisamente la humildad, la pobreza, la debilidad, la impotencia. Hoy como ayer, y siempre. Sólo en la medida en que los hombres se mantengan en la humildad y en lo escondió, en la pobreza y en la impotencia, servirán al Señor.

Moisés, instrumento de Dios, es un pobre niño. Pero salvará a Israel contra el poder del faraón, y lo salvará precisamente a través del mismo faraón. El mundo, el enemigo de Dios, se ensañará contra un poder opuesto al suyo, no se ensañará contra la debilidad, contra la impotencia. La hija del faraón salva la vida del pequeño Moisés. El faraón se pone duro contra Israel porque éste se muestra recalcitrante a sus órdenes; sin embargo, contra este niño pequeño que nada hubiera podido oponerle si le hubiera matado, el faraón se encuentra sin poder, y es él mismo quien lo salva [...]. No son el poder, la grandeza, la riqueza, los que deben dar miedo a los enemigos de Dios, sino la humildad de los pobres, de los que aún confían en Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1,967, pp. 25-27, passim [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

 

Día 19

Miércoles de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,1-6.9-12

En aquellos días,

1 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios,

2 y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.

3 Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la zarza».

4 Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza: -¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: -Aquí estoy.

5 Dios le dijo: -No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. Y añadió:

6 -Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. Y el Señor le dijo:

9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a la que los egipcios los someten.

10 Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.

11 Moisés dijo al Señor: -¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?

12 Dios le respondió: -Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte.

 

**• Si la página de la infancia de Moisés es una de las más conocidas, ésta de hoy -que narra su llamada- es una de las más importantes del libro del Éxodo. Moisés, integrado en la familia de Jetró, el sacerdote madianita que le había dado a su hija Séfora como esposa, se adapta al nuevo tipo de vida, se hace pastor en aquella tierra y, siguiendo a su rebaño, llega un día al monte de Dios, el Horeb, en el Sinaí (v. 1). En aquella soledad es donde Dios le saldrá al encuentro para una revelación trascendental que marcará no sólo su vida, sino también -y de manera especial- la vida de su pueblo, Israel, y la de la Iglesia de Cristo. En efecto, Dios le envía a salvar a sus hermanos de la esclavitud, figura de la opresión de la humanidad, que será salvada y redimida por el enviado de Dios, Cristo Jesús.

La acción parte de un hecho sorprendente, nunca visto: una zarza que arde sin consumirse (v. 2). Atraído por este espectáculo, Moisés se acerca y, cuando se encuentra cerca de la zarza, oye la voz del Señor. Dios se muestra sensible al dolor, al clamor del sufrimiento, y más aún cuando este sufrimiento es el de los pequeños o el de los oprimidos. No ha habido ninguna oración por parte del pueblo que haya movido a Dios a intervenir; es simplemente «el clamor» de la aflicción de aquella gente oprimida lo que ha llegado a él como una súplica (v. 9). Y Dios responde. De él procede la iniciativa: es YHWH quien da el primer paso. Sin embargo, para actuar de modo concreto entre los hombres, quiere unos hombres elegidos que colaboren en su plan de redención: «Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo» (v. 10).

El hombre, ante una tarea tan grande y difícil, experimenta miedo, se siente pequeño, incapaz, y presenta a Dios sus limitaciones (v. 11). Pero Dios le tranquiliza: «Yo estaré contigo» (v. 12). La obra es de Dios, él la ha comenzado, él la llevará a término. La fe del hombre se entrelaza con esta iniciativa divina. De este modo, llevará Dios a cabo, con la cooperación humana, su gran designio de salvación de Israel.

 

Evangelio: Mateo 11,25-27

25 En aquel tiempo, dijo Jesús: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

 

*•• El fragmento evangélico de hoy nos transmite una de las pocas oraciones explícitas de Jesús recogidas en los evangelios. Esta oración es una breve berákhah, o sea, «bendición» dirigida a Dios (del mismo modo que tantos salmos del Antiguo Testamento). El motivo, si nos fijamos bien en la traducción del texto original, es éste: haber revelado las cosas del Reino de Dios a los pequeños antes que a los sabios del mundo. Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo, sino antes que nada porque las ha «dado a conocer a los sencillos» (v. 25). Eso es lo que ha complacido al Padre, tal como lo ve el amor filial de Jesús.

A continuación, fuera ya de la oración, Jesús hace unas afirmaciones impresionantes sobre sí mismo: dice, en primer lugar, que todo le ha sido entregado por su Padre (v. 27a), palabras que veremos ratificadas y completadas por aquel solemne «Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). Jesús era consciente del gran poder que tenía, que era un don del Padre.

En segundo lugar, Jesús afirma que «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (v. 27b), indicando de este modo su realidad divina y mesiánica, cosas que escapaban absolutamente a cualquier observación o deducción humana privada de la luz de la revelación.

Por último, dice Jesús de manera semejante que «al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v. 27c). Aquí tenemos una explicación clara de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de conocer verdaderamente a Dios como Padre. Y precisamente Jesús se presenta como el revelador del Padre: que el hombre pueda llegar al conocimiento del Padre del cielo depende enteramente de él, de Jesús.

 

MEDITATIO

Hoy hemos escuchado dos maravillosas revelaciones divinas, una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. En la primera, Dios se revela como el Dios vivo, cercano, que escucha el grito del oprimido, que salva, porque ama a los hombres y a su pueblo. El Dios de la revelación, de la fe, es asimismo un Dios que está al lado de su pueblo, que le sigue y no puede tolerar el sufrimiento injusto con que es oprimido. Y por eso decide salvarlo.

Para llevar a cabo esta salvación, se sirve de circunstancias históricas; se servirá de hombres, incluso débiles y pobres; se servirá de las reacciones de la mente y del corazón humano, variable y mezquino. Y llevará a puerto su designio. En la revelación del Nuevo Testamento vemos que Jesús nos revela al mismo Dios del Antiguo Testamento, pero yendo mucho más allá de cuanto hubiera podido comunicarnos la primera fase de la revelación. Para revelárnoslo Jesús emplea el más bello de los nombres: Padre. Nos muestra que Dios es ante todo Padre, Padre eterno del Hijo unigénito, engendrado antes de todos los siglos. Y, con la venida de su Hijo al mundo, también los hombres se convertirán en hijos suyos, en herederos de su misma gloria. Es «Padre», por tanto, no en un sentido alegórico, tampoco en un sentido moral (como para indicarnos su bondad o su providencia), sino de una manera real: «Padre» en sentido propio, porque nos ha comunicado su misma vida divina y nos ha hecho herederos de su misma gloria.

 

ORATIO

Señor Jesús, luz verdadera del Padre celestial, irradiación de su gloria, ¿cómo podremos agradeceros adecuadamente a ti y al Padre este don inmerecido de ser hijos del Padre y hermanos tuyos? Éste ha sido el designio eterno de la bondad divina, que, desde siempre, ha pensado en nosotros para hacernos entrar en la esfera de su misma divinidad y compartir con nosotros su vida y su gloria eterna.

Gracias al Espíritu Santo -que es Espíritu de la verdad y de la vida-, este prodigio se renueva cada día cuando, en virtud de su poder y mediante el sacramento del bautismo, llega a ser el hombre hijo de Dios. Deja el hombre viejo con sus pecados y se convierte en el hombre nuevo a semejanza de Cristo, revistiéndose de él. Ante este prodigio inaudito de la bondad divina, no podemos dejar de hacer nuestra la oración de Pablo contenida en el himno de la carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo...» (Ef 1,3-5).

 

CONTEMPLATIO

Moisés oró a fin de que Dios se le mostrara y él pudiera verle cara a cara. Ciertamente, el santo vate del Señor sabía que no era posible ver cara a cara a Dios, que es invisible. Ahora bien, la santa devoción a Dios supera todos los límites y considera que también esto era posible a Dios, a saber: hacer a los ojos del cuerpo capaces de captar lo que es incorpóreo. Este error no es criticable; más bien, fue incluso un deseo agradable e inexhausto el desear apretar, casi con la mano, a su Señor y verle con la vista de los ojos. Sabía que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando fue elegido por el Señor como liberador del pueblo y fue colmado de espíritu de sabiduría, pudo contemplar al ángel y su rostro glorioso. Esto es tan verdad que experimentó terror frente a la luz resplandeciente y vio arder la zarza pero no convertirse en ceniza. Experimentó maravillas frente a aquella visión y aquel resplandor. Se acercó, impulsado por el deseo y por la belleza, para mirar dentro con mayor atención.

Entonces, después de haber visto al ángel entre las lenguas de fuego que salían de la zarza, experimentó en él un calor tan grande, se vio subyugado por una curiosidad tan viva que, con todo, quería mirar dentro, aunque, atenazado por el miedo, no se atrevía a mirar al interior. Imagina entonces cuánto más ardiente debía ser su deseo de ver físicamente el rostro del Señor, mientras iba diciéndose cómo aquel rostro estaba lleno de luz, lleno de gloria, lleno de poder, lleno de Dios. Sobre Dios no puedo decir o pensar más. Cuando el hombre ha llegado a la cima, entonces está en los comienzos (Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118, VIII, 17ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La venida de Dios es repentina, imprevista. Moisés no fue conscientemente a la búsqueda de YHWH: fue YHWH el que se presentó de una manera imprevisible a él. Este dato de la revelación ha sido subrayado de una manera repetida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Israel había comprendido que el contacto con el Dios vivo no es algo que el hombre pueda obtener mediante técnicas de contemplación. La revelación es siempre efecto de la intervención soberanamente libre de Dios. Es siempre Dios quien comienza el diálogo con el hombre.

En el caso de Moisés, el encuentro tiene lugar en el momento en que Dios le llama por su nombre (Ex 3,4). Cuando Dios llama, lo que se le pide al hombre, en primer lugar, es prontitud y disponibilidad para acoger la Palabra de Dios. La respuesta de Moisés en esta circunstancia es concisa, una sola palabra hebrea, hinnem, que implica la misma respuesta franca e inmediata: «¡Aquí estoy! ¡Á tu servicio!».

Existe, no obstante, una inequívoca ambivalencia en la reacción de Moisés ante la presencia de Dios. Si la experiencia de lo sagrado atrae al hombre con su fascinación misteriosa, le colma al mismo tiempo de temor y temblor, puesto que la experiencia de lo sagrado es para él, simultáneamente, experiencia de su propia naturaleza profana y de su indignidad. Entonces toma el hombre conciencia de que ni el hecho de quitarse las sandalias ni las purificaciones rituales pueden prepararle de una manera adecuada para entrar en la presencia del Dios vivo.

Así le sucede a Moisés: su primera reacción frente a la zarza ardiente fue de audaz y profana curiosidad, mas ahora se cubre el rostro y tiene miedo de mirar para no vislumbrar al Dios absolutamente santo. Moisés no intenta huir ni esconderse, pero se cubre el rostro para no ver a Dios. Israel, en efecto, estaba convencido de que Dios era demasiado santo para ser visto por el hombre, como Dios mismo dirá de inmediato a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo» (Ex 33,20) (J. Plastaras, // Dios dell'Esodo, Cásale Monf. 1976, pp. 53ss).

 

Día 20

Jueves de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,13-20

En aquellos días [al oír la voz del Señor desde la zarza],

13 Moisés replicó a Dios: -Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?

14 Dios contestó a Moisés: -Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: «Yo soy» me envía a vosotros.

15 Y añadió: -Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación.

16 Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: «Me he conmovido al ver cómo os tratan los egipcios

17 y he determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos, tierra que mana leche y miel».

18 Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le diréis: «El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios».

19 Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará marchar, a no ser obligado por una gran fuerza.

20 Pero yo desplegaré mi fuerza y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después, os dejará salir.

 

*• Moisés, en su diálogo con Dios, le pregunta su nombre, y Dios responde: «Yo soy el que soy» (v. 14). Es el nombre nuevo que será venerado por el pueblo, un nombre repleto de significado. Durante mucho tiempo hemos oído esta definición del nombre de Dios (YHWH) como si fuera una definición metafísica del ser eterno de Dios, «Aquel que existe» desde siempre por el hecho de ser Dios. Sin embargo, los estudios bíblicos nos han hecho ver que el sentido del nombre nuevo es éste: «Yo soy el Dios que está contigo para salvarte», revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios comprometido con la salvación de su pueblo.

Con todo, este Dios con nombre nuevo es el mismo Dios de los patriarcas, que se había aparecido a Abrahán, a Isaac y a Jacob; por consiguiente, el Dios de la promesa, que ahora, frente a la esclavitud de su pueblo, quiere actuar como salvador; por eso emplea otro nombre. En las palabras de Dios se alude, en efecto, a la tierra prometida como una tierra «que mana leche y miel» (v. 17), que será la meta del largo viaje que emprenderá Israel caminando hacia la libertad.

Dios preanuncia a Moisés lo que sucederá: el pueblo le escuchará, pero el faraón presentará resistencia al plan de Dios. Sin embargo, toda esta oposición no servirá más que para hacer resaltar el poder de Dios. Él actuará en favor de su pueblo con prodigios -las diez plagas de Egipto- que acabarán por doblegar el corazón del rey de Egipto. Se da, pues, una continuidad por parte de Dios, de su proyecto, de su fidelidad al pueblo, que, seguramente, se había olvidado de la promesa de la tierra. Pero aparece también la nueva y sorprendente revelación de un rostro de Dios que está cerca de los suyos y quiere la salvación de su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

**• La brevísima perícopa evangélica de hoy es una alhaja que se encuentra sólo en Mateo. Se trata de uno de los fragmentos más consoladores, más alentadores y más esperanzadores del mensaje de Jesús y del ejemplo de su vida. Se trata de una invitación que está dirigida a todos los que se encuentran «fatigados y agobiados», una condición humana, material o espiritual, en la que se puede hallar cualquier hombre, hasta aquel que se considera más libre y más perfecto. La fatiga acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, y la opresión, en sus mil formas diferentes -moral, psicológica, social, familiar-, no permite que el hombre goce plenamente de la perenne libertad a la que ha sido llamado. Por eso, la invitación de Jesús va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: se trata de una invitación maravillosa, la más necesaria de todas. Jesús nos facilita el motivo de su invitación: él mismo nos aliviará, nos consolará, nos reanimará.

Viene, a continuación, una orden: la de imitarle en aquello que constituye el fondo de su corazón, la expresión de su persona: su sencillez y su humildad. Jesús nos dice que le imitemos en su caridad o en su entrega, cosa que nos haría ver la absoluta desproporción que media entre su generosidad y nuestra mezquindad. Habla de una actitud interior más fácil, más factible cuando nos sentimos ayudados por la gracia del Espíritu; nos pide que le sigamos en su sencillez y en su humildad, sin pretender grandes cosas o metas excelsas, sin considerarnos demasiado perfectos o santos.

Se trata, por consiguiente, de la otra cara de una segunda invitación: la de que carguemos con su yugo (cf. v. 29). El yugo une a dos bueyes para el trabajo. En esta comparación, el yugo de Jesús nos une a él con cada uno de nosotros. Esta asociación en la misma suerte de Jesús hace al alma feliz, porque «mi yugo es suave y mi carga ligera» (v. 30) y el alma es capaz de caminar y trabajar con Jesús, que le abre el camino de la paz y del alivio.

 

MEDITATIO

En la revelación divina nos encontramos de continuo con la insondable riqueza del conocimiento de Dios y de Cristo y se nos permite ver el amor infinito de la Trinidad hacia nosotros. Gracias a esta revelación, creemos en un Dios creador, redentor, misericordioso, que se ha manifestado en palabras y en obras, siempre al lado de su pueblo. Tanto en el pasado como en el presente y el futuro, Dios nos propone metas que nos permiten caminar con confianza y esperanza y nos hacen vencer cualquier fatalismo o desánimo.

El Dios vivo no sólo está con nosotros para ayudarnos, sino que ha querido fijar su morada entre nosotros. En su Hijo Jesús; éste nos invita a que vayamos a él para recuperar las fuerzas consumidas, nuestra mente deprimida, nuestro corazón abatido: él nos reanima, nos renueva y nos invita a cargar con su yugo, a compartir su misma suerte, a caminar con él y como él, a sufrir con él y como él. Y nos asegura que su yugo es suave y su carga ligera: no aplastan, no destruyen e incluso tienen la capacidad de aliviar, de llenar de fuerza y de impulso, de volver a dar la paz.

Este breve pasaje del evangelio nos muestra que la fe no es sólo un acto intelectual, la adhesión a afirmaciones o conceptos teológicos, por muy verdaderos y sublimes que sean, sino algo que llega a la vida, que entra a formar parte del mismo ser del creyente, que transforma su existencia y le hace semejante al Hijo de Dios: la fe nos conduce a un camino de fidelidad y de amor y, después, a una recompensa de gloria infinita. La fe es creer en un Cristo vivo, amigo, compañero de camino, que comparte con nosotros fatigas, aspiraciones y consuelos.

 

ORATIO

«Oh Señor, sencillo y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo». Así nos enseñaban a decir de pequeños en la catequesis esta bella oración, emanada del texto evangélico, siempre válida y siempre necesaria para todos. Pero ¡cómo nos cansa, Jesús, escucharte, seguirte por el camino de la sencillez y la humildad, único camino que lleva a la paz y al alivio del alma! Abre nuestros ojos, Señor, para que podamos ver los tesoros de esta vía escondida, una vía silenciosa y sencilla, que no busca ni la gloria ni el aplauso, que no lucha para obtener una situación de honor o privilegio, que no se desespera si no alcanza el primer puesto. Concédenos saborear la dulzura de la sencillez, la fuerza de la paciencia, el poder de la humildad, que no busca dominar o vencer, sino ofrecer a los otros la victoria sobre sí mismos. Tú lo hiciste así y nos dices a nosotros que hagamos otro tanto. Tú nos concederás la gracia de imitarte. Sólo por este camino, Jesús -eres tú mismo quien nos lo dice-, se encuentra la paz del alma, la verdadera sabiduría del corazón y de la vida. Sí, concédenos, Señor Jesús, un corazón sencillo y dulce como el tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Al preguntar Moisés cómo se llamaba Dios, se le dio esta respuesta: «Yo soy el que soy. Y dirás a los hijos de Israel: Aquel que es me envía a vosotros». ¿Qué significa esto? Oh Dios, oh Señor nuestro, ¿cómo te llamas? «Me llamo es», dijo. ¿Qué significa «me llamo es»? Que permanece para siempre, que no puede cambiar. Lo que cambia fue algo y será algo, pero no es, porque es mutable.

Por eso la inmutabilidad de Dios se ha dignado llamarse con este nombre. ¿Por qué, entonces, más tarde, se llamó a sí mismo con otro nombre diciendo: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob: éste es mi nombre para siempre»? Porque, si bien Dios es inmutable, hizo todas las cosas por misericordia, y el mismo Hijo de Dios se dignó, tomando un cuerpo mutable y permaneciendo lo que es - a saber: el Verbo de Dios-, venir al mundo y ayudar al hombre. Teniendo ya un nombre que expresa la eternidad, se ha dignado además tener un nombre que expresara la misericordia. El primero para él, el segundo para nosotros.

Si Moisés comprendió bien; más aún, precisamente porque comprendió bien cuando se le dijo « Yo soy el que soy», vio que esto estaba muy por encima de la capacidad comprensiva de los hombres. En efecto, quien ha comprendido bien «lo que es» y «es verdaderamente», porque ha sido inspirado en cierto modo por la luz de la veracísima esencia o incluso sólo de una manera fugaz como un relámpago, se ve a sí mismo mucho más que bajo, muy lejos, enormemente diferente. Cuando casi estaba desesperado Moisés por la enorme distancia de aquella preeminencia del ser, Dios le reanimó cuando ya estaba al borde de la desesperación: «Yo soy el Dios de  Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Soy lo que soy, soy el ser, pero no quiero sustraerme a los hombres.

Por consiguiente, si de algún modo podemos buscar a Dios y encontrar a aquel que es, y por añadidura no está lejos de cada uno de nosotros, alabemos su inefable esencia y amemos su misericordia (Agustín de Hipona, Discorsi sulVAntico Testamento, Roma 1979, pp. 101; 115-117; existe edición española en la BAC).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvado» (Hch2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios existe. Basta con escuchar a las piedras, basta con escuchar, a lo largo de los milenios, a los innumerables glorificadores del Nombre impronunciable: los santos, los sabios, los profetas, los humildes creadores de amor y de belleza, esos que tejen incesantemente, en la trama carnal, un hilo de eternidad para impedir que la tela se desgarre. Esos a quienes Dios consuma con su ausencia. Esos que van al desierto y cuyo holocausto puro libera al mundo de la asfixia. Esos que se sientan en la mesa de los pecadores para encarnar al Infinito en el amor. Tenía que leer yo enseguida en Berdjaev: «El argumento principal en favor de Dios reside en el mismo hombre y en su vocación. El mundo ha conocido profetas, mártires, héroes, contemplativos, buscadores y siervos desinteresados de la verdad, creadores de auténtica belleza, bellos ellos mismos, hombres de una gran profundidad, poderosos en el espíritu. Y, sobre todo, los que han dado testimonio de que la única situación jerárquica elevada en este mundo es ser crucificados por la verdad. Todo esto no prueba, pero sí muestra..., todo esto permite descubrir a Dios».

Dios existe. Él es «el centro en el que convergen las líneas. En él encuentra su incandescencia el ser del mundo. El es el espacio sin límites de nuestra libertad. Sin él, no seríamos más que partículas irrisorias del universo y de la historia. El es el arco, la flecha y el blanco, el comienzo, el medio y el fin, el centro y la circunferencia o, más bien, el no situado, el que está siempre más allá y, sin embargo, es nuestro lugar. Porque es el totalmente otro y el que es más que nosotros mismos (O. Clément, L'altro solé, Milán 1984, pp. 91 ss [edición española: E/ otro sol, Narcea, Madrid 1983]).

 

Día 21

Viernes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 11,10-12,14

En aquellos días,

11 Moisés y Aarón habían hecho todos estos portentos en presencia del faraón. Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejar salir de su país a los israelitas.

12.1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto:

2 -Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año.

3 Decid a toda la asamblea de Israel: Que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa.

4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer.

5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito.

6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer.

7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en que vayan a comerlo.

8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas.

9 No comerán nada crudo, ni cocido; todo ha de ser asado al fuego, cabeza, patas y vísceras.

10 No dejaréis nada para el día siguiente; si queda algo, lo quemaréis.

11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor.

12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará.

14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.

 

**• El fragmento de hoy supone el consentimiento otorgado por el faraón a los israelitas para que salieran del país, tras las muchas calamidades que habían sido infligidas a Egipto, precisamente por la negativa del rey (el leccionario ha prescindido, en efecto, de la descripción de las diez plagas). Lo que Moisés prescribió para «esa noche» no es sino el ritual tradicional de la cena pascual judía, un rito antiquísimo que conmemora (es algo «memorable», un «memorial»: 12,14) el acontecimiento de la liberación de los israelitas en la noche de la Pascua. Este rito viene siendo seguido fielmente por la mayor parte de los judíos en todo el mundo y es el rito que subyace en la celebración de la última cena de Jesús con los apóstoles antes de morir (y, por consiguiente, también en nuestra misa).

El punto central del fragmento -y el más extenso- es el que hace referencia al cordero pascual: en él se describen las cualidades, las condiciones, el rito del sacrificio, de la comida ritual, y la eficacia de su sangre puesta en las jambas y en el dintel de las puertas. Gracias a su sangre se llevará a cabo la salvación de los israelitas: el ángel exterminador pasará de largo y no usará con ellos el flagelo de muerte (12,12s). La sangre del cordero marcó la liberación: magnífica figura de la salvación universal que, algunos siglos más tarde, será realidad en Cristo Jesús, «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Todos los demás detalles descritos en la perícopa evocan una realidad vivida por el pueblo de Israel aquella noche y que ahora reviven en la comunidad que lo celebra. La importancia del memorial estriba no sólo en el recuerdo que evoca el acontecimiento, sino en el hecho de sentirse implicados en el mismo acontecimiento, con su fuerza salvífica y transformadora.

 

Evangelio: Mateo 12,1-8

1 En una ocasión iba Jesús caminando por los sembrados. Era sábado. Sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: -¿Te das cuenta de que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y sus compañeros:

4 cómo entró en el templo de Dios y comió los panes de la ofrenda que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino sólo a los sacerdotes?

5 ¿Tampoco habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes del templo pueden incumplir el precepto del sábado sin incurrir en culpa?

6 Pues yo os digo que hay aquí alguien más importante que el templo.

7 Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes.

8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.

 

*+• El episodio de las espigas arrancadas por los discípulos es uno de los más conocidos del evangelio y uno de los más significativos desde el punto de vista del espíritu cristiano. Se trata de una página estupenda, en la que vemos a un Cristo maestro dispuesto a defender a sus discípulos, a enseñar el verdadero sentido de las cosas y de la misma Escritura, lo que le permite a Jesús proclamarse «señor del sábado» (v. 8) y mayor que el templo de Jerusalén.

Jesús, buen conocedor de las Escrituras, recurre a ellas para apoyarse en su argumentación y cita el caso del rey David, que, en un momento de necesidad, junto con sus compañeros, comió los panes reservados a los sacerdotes (1 Sm 21,1-10). Brinda aún otro argumento: los mismos sacerdotes, al cumplir sus ritos en día de sábado, infringen el reposo prescrito, precisamente en razón de las diferentes acciones litúrgicas. En consecuencia, la misma ley, cuando se trata de un motivo suficiente, tanto para la gloria de Dios como para el bien del hombre, puede ser infringida. La ley no es un objeto monolítico, estable, absoluto (como pretendían los fariseos); es también un medio puesto por Dios para el bien de los hombres. Por consiguiente, también la ley tiene una importancia relativa.

A continuación, Jesús se proclama superior al templo y al sábado, las dos realidades más sagradas para los judíos; estas palabras suenan como una blasfemia a los oídos de los que le escuchan, que quedan escandalizados. Sin embargo, Cristo no retrocede, no atenúa sus afirmaciones: él posee una autoridad, una plenitud, una verdad y una novedad que se explican únicamente con su realidad mesiánica y divina, oculta a los ojos –voluntariamente cerrados- de sus adversarios. Recurriendo a una frase de Oseas (6,6), Jesús recrimina a los fariseos su dureza de corazón al condenar a los discípulos por la acción de las espigas. Su dureza de corazón va acompañada de su ceguera. Lo que cuenta de verdad en la Ley de Dios es la misericordia, no los sacrificios rituales.

 

MEDITATIO

Jesús es el amigo del hombre, su verdadero salvador y liberador. Jesús le ha dado su auténtico sentido a la vida humana y ha mostrado su importancia y su dignidad, superiores a cualquier cosa, ley o prescripción, incluso religiosa. El evangelista Marcos, en el pasaje paralelo de las espigas, añade esta frase lapidaria de Jesús: «El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado» (Me 2,27). Es una frase liberadora que pone en su justo lugar a las personas y a las cosas, ordenando las segundas al bien de las primeras.

La religión, por su parte, se puede convertir también, a veces, en una carga, en una opresión, en una esclavitud. La ley misma, fundamento de la religiosidad del Antiguo Testamento, si es considerada exclusivamente en su aspecto literal, sin el Espíritu, se vuelve –según san Pablo- una carga y una maldición de la que debe liberarse el cristiano, porque Cristo «nos ha rescatado de la maldición de la ley» (Gal 3,13). El Señor Jesús ha roto todas las cadenas que ataban y humillaban al hombre: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). Con esta liberación, Cristo nos ha dado la libertad interior, exenta de constricciones y legalismos, y con ella el verdadero creyente, bajo la acción del Espíritu Santo, construye su personalidad cristiana.

Sólo el corazón bueno es capaz de comprender el verdadero sentido de la ley, que mira a la gloria de Dios y al bien del hombre; y es capaz de comprender asimismo que sólo en la misericordia y en la bondad con el prójimo se encuentra el hilo conductor de la auténtica voluntad divina.

 

ORATIO

Oh Señor, amigo del hombre, Salvador y Redentor nuestro. Gracias por tu doctrina, por tu nueva ley, por tu ejemplo, por tu defensa del hombre y de sus derechos.

Gracias por el Espíritu Santo que nos has concedido, Espíritu de verdad y de libertad, de amor y de fidelidad, que nos hace gritar, como tú y contigo: «Abbá, Padre». Gracias por tu liberación, por tu redención. Tú nos has quitado las cadenas que nos oprimían, la ceguera que nos hacía vivir en las tinieblas, el peso que nos aplastaba. Gracias, Señor Jesús, porque has agilizado nuestro espíritu, lo has liberado y colmado de confianza en ti.

        Has tenido compasión, como el buen samaritano, y te has inclinado sobre nosotros para volver a darnos la vida y la esperanza: nosotros somos pobres y tú nos has enriquecido; somos débiles y tú nos has reanimado; vivimos envueltos en tinieblas y tú nos has iluminado; somos soberbios y tú nos enseñas el camino de la humildad; somos duros y malvados y tú nos enseñas la bondad; somos incrédulos y tú vuelves a darnos la fe; estamos desesperados y tú, Jesús, vuelves a abrirnos el camino...

 

CONTEMPLATIO

Como es conocido de vuestra caridad, Pascua significa «paso» [...]. En las Sagradas Escrituras encontramos un triple paso o triple pascua. Ésta fue celebrada, en efecto, en la salida de Israel de Egipto y tuvo lugar el paso de los judíos, a través del mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de las ollas de carne al maná de los ángeles.

Se celebró también otra Pascua cuando no sólo los judíos, sino también el género humano pasó de la muerte a la vida, del yugo del diablo al yugo de Cristo, de la servidumbre de las tinieblas a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, de los alimentos inmundos de los vicios a aquel pan verdadero -el pan de los ángeles que dice de sí mismo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». Con alegría cumpliremos la tercera pascua cuando pasemos de la mortalidad a la inmortalidad, de la corrupción a la incorrupción, de la miseria a la felicidad, de la fatiga al reposo, del temor a la seguridad. La primera pascua es la de los judíos; la segunda, la cristiana; la tercera, la de los santos y los perfectos. En la pascua de los judíos fue inmolado el cordero; nuestra Pascua es Cristo inmolado, y en la pascua de los santos y de los perfectos tenemos a Cristo glorificado [...].

En la pascua de los judíos fue inmolado un cordero, pero en el mismo cordero, de un modo prefigurado y como en sombra, fue inmolado Cristo. En nuestra pascua fue inmolado Cristo no de un modo prefigurado, sino real. En la pascua de los santos y de los perfectos ya no se inmola ahora a Cristo, sino que más bien se manifiesta. En la primera pascua está prefigurada la pasión de Cristo, en la segunda está entregada, en la tercera se encuentra manifestado el fruto de la misma pasión, mediante la resurrección (Elredo de Rievaulx, Sermones inediti, edición a cargo de C. H. Talbot, Roma 1952, pp. 94ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo» (Gal 5,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El paso de Jesús de este mundo al Padre abarca, en una unidad estrechísima, pasión y resurrección: a través de su pasión es como llegó Jesús a la gloria de la resurrección. Pasión y paso van unidos entre sí; la Pascua cristiana es un transitus per passionem: un paso a través de la pasión. Pero hay una síntesis más importante: la que se da entre la Pascua de Dios y la pascua del hombre. ¿Cómo se lleva a cabo esa síntesis en la nueva definición de la Pascua? En Jesús, los dos protagonistas de la Pascua -Dios y el hombre- dejan de aparecer como alternativos o yuxtapuestos y se convierten en uno solo, porque, en Cristo, la humanidad y la divinidad son una misma persona. El autor y el destinatario de la salvación se han encontrado; la gracia y la libertad se han besado. Ha nacido la «nueva y eterna alianza»; eterna, porque ahora nadie podrá separar ya a los dos contrayentes, convertidos, en Cristo, en una sola persona.

Con todo, queda una duda por disipar: entonces ¿es sólo Jesús quien lleva a cabo la Pascua? ¿Es sólo él quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros? El de Jesús no es un paso solitario, sino un paso colectivo, de toda la humanidad, al Padre. En Pascua nació la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, como espiga crecida en la tumba de Cristo. En consecuencia, todos hemos pasado ya, con Cristo, al Padre y «nuestra vida está escondida ya con Cristo en Dios» (cf. Col 3,3); sin embargo, todos debemos pasar aún. Hemos pasado ¡n spe e ¡n sacramento, en esperanza y por el bautismo, pero debemos pasar en la realidad de la vida cotidiana, imitando su vida y, sobre todo, su amor (R. Cantalamessa, ll mistero pasquale, Milán 1985, pp. 19-21).

 

Día 22

Santa María Magdalena

 

María, tal vez natural de Magdala, una pequeña aldea situada a orillas del lago de Genesaret, es una de las mujeres de las que atestigua el evangelio que sirvieron y siguieron a Jesús durante su vida pública. De ella se dice asimismo que, liberada de la opresión demoníaca, fue fiel al Maestro hasta los pies de la cruz y más allá... Mientras permanecía llorando ante el  sepulcro vacío de su Señor, oyó que el Resucitado la llamaba por su nombre, y se convirtió en su primer testigo; fue enviada, en efecto, por él a anunciar a los hermanos la victoria pascual de Cristo.

 

LECTIO

Primera lectura: Cantar de los cantares 3,1-4a

1 En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.

2 Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.

3 Me encontraron los centinelas que rondaban por la ciudad: «¿Habéis visto al amor de mi alna?».

4 Pero apenas los había dejado, encontré al amor de mi alma.

 

**• Al asumir el Cantar de los cantares en el canon de los libros inspirados, Israel -y después la Iglesia- reconoció no sólo la consagración del amor entre el hombre y la mujer, sino mucho más: la expresión simbólica del amor de Dios por su pueblo. También el alma sedienta de Dios conoce las largas noches de su silencio, de su incomprensible ausencia, que la purifican de aquello que daba ahora por descontado, de toda satisfacción reductora (v. 1).

En la inquietud se despierta el deseo del Señor y se vuelve búsqueda apasionada, vital (2a). Es menester perseverar en esta tensión (v. 2b), pedir humildemente ayuda y consejo (v. 3) y, después, ir más allá, en la conciencia de que Dios puede orientarnos a él. Entonces, él mismo se hará presente a quien no se canse de buscarlo en la noche con corazón ardiente (v. 4).

 

Evangelio: Juan 20,1-11-18

1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada.

11 María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.

12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, u n o a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó:

-Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

15 Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.

16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: -¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: -\Rabbonü (que quiere decir «Maestro»).

17 Jesús le dijo: -No me retengas más, porque todavía no he subido a mi

Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.

18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: -He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

 

*» El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para él (cf. Lc 8,2).

Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el  descubrimiento de la tumba vacía.

Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible (v. 1 la). Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo.

Este mismo conocimiento de amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a todos el anuncio pascual (v. 17ss), la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor.

 

MEDITATIO

Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad  de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él.

En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, una voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana.

 

ORATIO

Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando muchas lágrimas: tenías una sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enamorada de Dios, en mi timidez, vengo a implorarte a ti, que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).

 

CONTEMPLATIO

María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito.

¿En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. ¿Por qué llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria.

El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).

 

ACTIO

Repite y vive a menudo hoy estas palabras: «Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura» (2 Cor 5,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M. Cánopi, Nel mistero della gratuita, Milán 1998, p. 21 ss).

 

Día 23

16° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 12,13.16-19

13 Fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que tus juicios no son injustos.

16 Porque tu fuerza es principio de justicia, y tu dominio sobre todo te hace indulgente con todos.

17 Despliegas tu fuerza cuando no se cree en tu poder y confundes la osadía de los que no lo conocen.

18 Pero, como dominas tu fuerza, juzgas con benignidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes utilizar tu poder cuando quieras.

19 Al actuar así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser compasivo y diste a tus hijos una dulce esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.

 

Después de contemplar y alabar la Sabiduría en si misma, el autor sagrado considera su intervención en la historia (cc. 10-19) y responde ahora a una pregunta implícita al contexto del que ha sido extraída esta perícopa: ¿por qué Dios no ha castigado a los enemigos de Israel —egipcios y cananeos- de modo drástico e inmediato? Y enseña como la Sabiduría que guía el actuar divino es mas sublime, magnánima y prudente que nuestros criterios. El Dios creador también es la eterna Providencia que cuida de cada criatura: ¿quién puede enjuiciar su proceder y acusarlo de injusto (v, I3)? Posee la plenitud de la fuerza (término clave que introduce los vv 16-18): nada teme, a diferencia de los poderosos de este mundo, ni ser abrumado, ni perder algo. El Señor actúa según la justicia, la bondad y la mansedumbre, <<dosificando>> la fuerza a los objetivos de una sabia pedagogía (vv 17.19ss). Todos los interrogantes sobre el actuar divino encuentran una misma respuesta: su amor por los hombres, la filantropía. Por amor sabe esperar nuestro arrepentimiento y nos enseña a amar (vv. 19ss) con su misma caridad, paciente y benigna (1 Cor 13,4).

 

Segunda lectura: Romanos 8,26-27

Hermanos:

26 El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables.

27 Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad.

 

• El tiempo presente es un largo periodo de parto del que nacerá la creación nueva. Es el tiempo del gemido del cosmos y del hombre (vv. 22ss). Profundizando en la reflexión, Pablo afirma algo inaudito: Dios hace suyo el sufrimiento de la creación a través de su Espíritu, que lleva adelante este colosal embarazo desde el interior desde el corazón de los creyentes. El Espíritu Santo transforma cada dolor espera y esperanza en un lenguaje   - para nosotros misterioso, pero comprensible para Dios- inefable de gemidos, gemidos que son prenda de victoria, porque Dios e intercede por los creyentes según su voluntad» (v. 27).

Nuestra debilidad nos hace no solo impotentes para obrar el bien, sino hasta para comprender cual es el bien verdadero. Y Dios viene a socorrernos justo en este punto. No nos sustrae —por ahora— de nuestra condición; al contrario, se hace débil con nosotros y en nosotros por medio del Espíritu. Así, se prolonga en el tiempo, a través de los creyentes, el escándalo de la cruz de Cristo: <<Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1,25). Esta necedad y debilidad de Dios conducirá la historia de los hombres al resultado definitivo que el Señor conoce y por el que el Espíritu intercede insistentemente.

 

Evangelio: Mateo 13,24-43

24 Jesús les propuso esta otra parábola:

—Con el Reino de los Cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo,

25 Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

26 Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña.

27 Entonces los siervos vinieron a decir al amo: al Señor: ¿no sembraste buena semilla en tu campo?.¿Cómo es posible que tenga cizaña?.

28  El les respondió <<Lo ha hecho un enemigo». Le dijeron; <<¿Quieres que vayamos a arrancarla?».

29 El les dijo: <<No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo.

30 Dejad que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega; entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo amontonadlo en mi granero».

31 Les propuso otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo,

32 Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas.

33 Les dijo otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

34 Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin utilizar parábolas,

35 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta:

Hablaré por medio de parábolas,

publicaré lo que estaba oculto

desde la creación del mundo.

36 Entonces dejó a la gente y se fue a la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: - Explícanos la parábola de la cizaña del campo.

37 Jesús les dijo: - El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; y la cizaña, los hijos del maligno;

39 el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el fin del mundo; y los segadores, los ángeles.

40 Así como se recoge la cizaña y se hace una hoguera con ella, así también sucederé en el fin del mundo.

41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino a todos los que fueron causa de tropiezo y a los malvados

42 y los echarán al horno de fuego. Allí llorarán y les rechinarán los dientes.

43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.

 

La predicación de Jesús sobre el Reino de los Cielos trasciende las expectativas de sus contemporáneos y transparenta una imagen nueva del rostro de Dios. Es cuanto emerge de las tres parábolas del evangelio de hoy. Contrariamente a lo esperado, el Reino de Dios no tendrá una dimensión triunfal en la historia; la victoria sobre los opositores y las fuerzas del mal no se llevará a cabo en este mundo. Esto no significa que Dios, el sembrador de la buena semilla, de alguna manera sea derrotado. Más bien, porque es dueño de la situación, puede frenar la impaciencia de sus siervos (vv. 28-30). Ciertamente, la buena semilla comienza a crecer junto con la cizaña; en nuestra historia, e1 bien siempre estará obstaculizado por el mal. Pero Dios ve el tiempo desde la perspectiva de la eterna meta final (vv. 39-43): solo con la siega tendrá lugar el discernimiento definitivo.

Es una lección de sabia paciencia ante fariseos y zelotas de cualquier generación, partidarios, de distintas formas, de una pureza religiosa y nacionalista que excluye sin apelación a los <<otros». Y también lo es para nosotros, dispuestos a constituimos rápidamente en jueces y verdugos.

Otra enseñanza <<contra corriente» viene de la parábola siguiente (v. 31ss): el Reino de los Cielos no tiene la apariencia desbordante que se esperaba. Esta cerca y presente (cf Mc 1,15), pero es insignificante en su aspecto, como el grano de mostaza. Sin embargo, desde este estado incipiente germinara una exuberante realidad vital. Dios realiza cosas admirables sirviéndose de instrumentos y materiales humildes. Es la enseñanza gemela que también se desprende de la parábola  de la levadura (v. 33): el Reino de los Cielos es una pequeña cosa en este mundo, esta oculto y amasado con los acontecimientos de la historia humana, y contiene en si una potencialidad y un dinamismo irresistibles. Los <<hijos del Reino» (v. 38) nunca deben separarse del resto de la humanidad, sino fermentar desde el interior las situaciones, seguros de que nada les impedirá producir frutos desde el amor, que subsistirá eternamente (vv. 30b.43; cf 1 Cor 13,13).

 

MEDITATIO

La liturgia actual nos invita a abandonar los esquemas habituales de pensamiento para asumir los pensamientos de Dios, que sobrepasan a los nuestros, como el cielo dista de la tierra (cf Is 55,8ss). Cuántas veces, viendo que el mal quedaba impune, nos hemos preguntado: donde esta la justicia de Dios. Cuantas veces, al surgimos absurdas dificultades, hemos exclamado: << ¡hasta cuándo...!».

La Palabra, hoy nos muestra la paciencia de Dios y nos ayuda a comprender mejor la realidad de su Reino. Para nosotros, es fuerte quien supera cualquier dificultad, tiene éxito y esta seguro. Para Dios, la fuerza esta en el amor, hasta el punto de que el Omnipotente es, por decirlo así, el <<Omni-paciente». Espera, otra vez, de nuevo y siempre, a que cada uno de sus hijos se arrepienta: la puerta de la casa paterna siempre esta entreabierta para todos hasta el día definitivo. Y aun mas, no se limita a esperan sino que sale al encuentro, haciéndose débil con los débiles, para conducir a la humanidad hacia la redención plena, la nueva creación, la realización del Reino.

A través de la cruz de Cristo y de los gemidos del Espíritu, que habita en nosotros, el Padre acompaña, sostiene y sustenta el peregrinar del hombre a lo largo de la historia. El enemigo nos obstaculizara, pero no podrá frustrar el plan de Dios. De nosotros depende apresurar el paso. ¿Cómo? Haciendo nuestro, en las situaciones concretas, el modo de actuar divino; evitando los inexorables juicios condenatorios, apagando el ferviente deseo de erradicar el mal con la fuerza.

Aprendamos a cosechar en las realidades más humildes e insignificantes las grandes ocasiones de caridad que se nos presentan. Entonces, el tiempo de los hombres fermentara con la levadura del amor de Dios; entonces, el Reino de los Cielos crecerá desmesuradamente en nuestra historia; entonces, el gemido del Espíritu se convertirá en canto de alabanza impetuosa de toda la creación.

 

ORATIO

Señor, tu eres bueno y siembras a la luz del día en el campo de la Iglesia, en cada uno de nosotros, amor, paz y alegría. Y después, viene el enemigo durante la noche y esparce la cizaña: pensamientos, deseos, sentimientos hostiles y traiciones ocultas que envuelven en tinieblas nuestro corazón.

Danos el Espíritu de vigilancia y que no nos asalte el malvado; haznos fuertes en la tentación y humildes en la reprensión de nuestras caídas. Haz que no pretendamos de los otros una perfección que ni nosotros mismos tenemos; danos ojos que sepan ver, además de la cizaña, la buena semilla; concédenos un corazón que sepa amar como el tuyo, con humildad y paciencia, incansable,

 

CONTEMPLATIO

El campo, que es el mundo, es la Iglesia extendida por el mundo. Quien es trigo, persevere hasta la siega; los que son cizaña, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos ala agricultura, la espiga es espiga y la cizaña es cizaña. Pero en el campo del Señor esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo, y nadie sabe lo que será mañana. Por eso los obreros, indignados con el padre de familia, querían ir a arrancar la cizaña, pero no se lo consintió; quisieron arrancar la cizaña y no se les permitió separar esa cizaña. Hicieron aquello para lo que servían y dejaron la separación a los ángeles. No querían reservar a los ángeles la separación de la cizaña; mas el padre de familia, que conocía a todos y sabía que era menester dejar para más tarde la separación, les mandó tolerarla, no separarla. Ellos preguntaron: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? El respondió: No, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo. ¿Entonces, Señor, la cizaña estará también con nosotros en el granero? Al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged la cizaña y atad los haces para quemarla. Tolerad en el campo lo que no tendréis con vosotros en el granero.

Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad, carísimas espigas de Cristo, escuchad, carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia; y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: Quien perseverare hasta el fin, ése será salvo. Pero quien, al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar, aun no llega la siega; no seas hoy lo que eras ayer o no seas mañana lo que eres hoy. ¿De qué te sirve lo que dices, sino en cuanto cambies? Dios promete indulgencia si cambias tú, pero no te promete el día de mañana. Tal como seas al salir del cuerpo, tal llegaras a la siega.

Muere alguien, no sé quién y era cizaña; ¿acaso podrá allá hacerse trigo? Es aquí en el campo donde el trigo puede hacerse cizaña y la cizaña trigo; aquí eso es posible, pero allá, es decir; después de esta vida, es tiempo de recoger lo que se hizo, no de hacer lo que no se hizo (Agustín de Hipona, <<Serm6n» 73/a, 1-2, en Obras completas de san Agustín, X, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1983, 372-375).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El Señor es paciente y misericordioso» (Sal 144,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La indulgencia es una expresión finísima de la caridad, porque es a la vez comprensión, discreción, paciencia y confianza. Con ésta -y solo con ésta- se supera un gran obstáculo que normalmente se interpone entre nosotros y nuestro prójimo.

De hecho, lo que hace más difícil el ejercicio de la caridad son, frecuentemente, los defectos que encontramos en los demás. Y estamos fácilmente llevados a verlos, a verlos mucho mas que los nuestros, y así estamos siempre dispuestos a la crítica.

Este obstáculo no se supera espontáneamente, porque el defecto de por sí no acerca a las almas, ya que es una falta, y lo que falta no puede nunca ser un elemento positivo de unión. Por consiguiente, es necesario suplir voluntariamente lo que falta en la persona defectuosa, con algo que les permita a las almas encontrarse. Este algo lo da precisamente la <<indulgencia».

La indulgencia de la que hablamos no consiste, sencillamente, en <<cerrar los ojos» a los defectos de los demás: el cerrar los ojos lleva, la mayoría de los veces, al desinterés. Sin embargo, con la verdadera indulgencia los defectos se ven bien; solo que se les <<indulta», es decir, se le <<concede» el perdón, pero no al defecto, sino a la imperfección moral de la persona, en cuanto que nos concierne y nos choca, quitándonos algo. Por tanto, un perdón así implica también el propósito de enmienda de los demás, para que la persona no quede privada de aquel bien moral que se deriva de corregir aquel defecto. Y por esta enmienda se le concede confianza. La verdadera indulgencia consiste en esto.

¿Y hasta qué punto hay que emplear la indulgencia? La respuesta nos la proporciona el Señor diciéndonos que hay que perdonar a los hermanos <<setenta veces siete>>, es decir, siempre. Naturalmente, es difícil una indulgencia tan generosa y delicada; sin embargo, estamos llamados precisamente a hacer esto con los <<hermanos>> que <<pecan>> o -por seguir en nuestro contexto- con los defectos de nuestro prójimo.

La indulgencia permite así demostrar el amor con su exquisita delicadeza, que contiene realmente lo mejor del alma y del corazón. De hecho, en este caso, el amor no se busca a si mismo, ni busca su satisfacción; busca sélo el verdadero bien de la persona amada. Y es un amor profundamente activo, porque obra de verdad, es decir, <<da»: da el perdón y da también la confianza a la persona con la que tiene indulgencia. Amar a una persona virtuoso no es difícil, pero tener indulgencia y amor a una criatura defectuosa exige la fuerza grande de la virtud, Ya que, además de una gran generosidad, que permite pasar por encima de uno mismo, se necesita aquí una paciencia confiada, que sabe esperar a que los demás se enmienden sin cansarse nunca. Y esto acrecienta todavía más la alta moral del amor (R. Bessero Belti, Lo que vale un corazón lleno de la presencia interior del Espíritu, Eunate, Pamplona l995, 79-8] ; traducción, Julia Bellido).

 

Día 24

Lunes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 14,5-18

En aquellos días,

5 cuando le dijeron al rey de Egipto que el pueblo había huido, tanto el faraón como sus cortesanos cambiaron de opinión y se decían: -¿Qué es lo que hemos hecho? Hemos dejado salir a Israel y nos hemos privado de sus servicios.

6 Entonces, el faraón hizo preparar su carro y reunió su ejército;

7 puso en marcha a todos los carros de guerra egipcios y a los seiscientos carros escogidos, todos con sus respectivos combatientes.

8 El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara y persiguiera a los israelitas, que habían partido con la cabeza bien alta.

9 Los egipcios, los caballos y los carros del faraón, sus caballeros y su ejército, los persiguieron y les dieron alcance en el lugar donde estaban acampados, a orillas del mar, junto a Piajirot, frente a Baalsefón.

10 Cuando el faraón estaba cerca, los israelitas alzaron la vista y, al ver que los egipcios los perseguían, clamaron llenos de terror al Señor

11 y dijeron a Moisés: -¿No había cementerios en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Nos has sacado de Egipto para hacernos esto?

12 ¿No te decíamos que nos dejaras tranquilos sirviendo a los egipcios; que era mejor servirles a ellos que morir en el desierto?

13 Moisés respondió al pueblo:

-No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor; a estos egipcios que veis ahora, no los volveréis a ver nunca jamás. 14 El Señor combatirá por vosotros sin que vosotros tengáis que hacer nada.

15 El Señor dijo a Moisés: -¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.

16 Tú levanta tu cayado, extiende la mano sobre el mar y se partirá en dos para que los israelitas pasen por medio de él, como si fuera tierra seca.

17 Yo voy a aumentar la obstinación de los egipcios, para que entren en el mar detrás de vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de su caballería.

18 Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa del faraón, de sus carros y de su caballería.

 

*»• La primera lectura nos ofrece hoy otra descripción de la salida de Egipto con unos elementos psicológicos magistralmente orquestados. Por una parte, el pesar del faraón por haber dejado partir a los israelitas (pensando sobre todo en las ventajas económicas de su trabajo). A continuación, la rápida decisión del rey de perseguir a los fugitivos con un gran ejército.

El texto acentúa el hecho de que «el Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara» (v. 8). Ésta era la manera de pensar de la antigua teología israelita: todo lo que acontecía en el mundo y en la vida se pensaba que estaba dispuesto por la voluntad de Dios; por consiguiente, también este propósito del rey de Egipto, aparentemente en contra de Israel, formaba parte del designio de salvación, y su objetivo era hacer resaltar el poder y la grandeza de las obras divinas en favor de su pueblo.

Viene, a continuación, el terror del pueblo: a los israelitas les espanta la idea de ser perseguidos por el ejército del faraón. Se propaga entonces el miedo a caer en sus manos, y empiezan las murmuraciones contra Moisés. El tiempo pasado aparece ahora idealizado: ya no piensan en la dura esclavitud, sino sólo en los escasos beneficios en aquella vida absolutamente insoportable. Y crece el deseo de volver atrás, de servir a los egipcios, de volver a ser de nuevo esclavos.

Moisés intenta serenar al pueblo recordándole todo lo que Dios había hecho por cada uno de sus miembros y exhortándole a la confianza: «No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor» (v. 13).

Finalmente, es Dios mismo quien entra en acción y ordena a Moisés que extienda el bastón sobre las aguas del mar: éste será el comienzo del gran prodigio del paso del mar Rojo. Lo primero que ordena es «que emprendan la marcha» (v. 15), es decir, la continuación de la obra ya empezada, basándose en la confianza en Dios, porque ahora, y de una manera extraordinaria, se va a revelar el Dios de su salvación.

 

Evangelio: Mateo 12,38-42

En aquel tiempo,

38 algunos maestros de la Ley y fariseos le dijeron: -Maestro, queremos ver un signo hecho por ti.

39 Jesús respondió: -Esta generación perversa e infiel reclama un signo, pero no tendrá otro signo que el del profeta Jonás.

40 Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.

41 Los ninivitas se levantarán en el día del juicio junto con esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más importante que Jonás.

42 La reina del sur se levantará en el juicio junto con esta generación y la condenará, porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta una página impresionante sobre la respuesta y la reacción de Jesús frente a la petición de ver un milagro que le hacen los maestros de la Ley y los fariseos. Jesús hacía continuamente milagros de todo tipo -era ésta su característica más notable junto a la de disponer de una palabra y una doctrina sorprendente y única-; ahora bien, sus enemigos ni escuchaban su doctrina ni querían considerar sus milagros. Su mente y su corazón estaban cerrados por la incredulidad, manchados por la sospecha, viciados por la malicia. De ahí que la respuesta de Jesús sea clara, cortante: empieza con un ataque frontal y compara a sus adversarios con una «generación perversa e infiel», como decían los antiguos profetas de Israel. Prosigue, después, su invectiva, mezclando su persona y sus privilegios con comparaciones que humillan a aquella generación insensible. Los ninivitas fueron a escuchar a Jonás y por eso condenarán a esta generación incrédula, que no ha sido capaz de escuchar al Enviado de Dios (w. 40ss).

Jesús, a buen seguro, les va a dar un signo, pero no será «otro signo que el del profeta Jonás», que volvió a la vida después de haber estado encerrado tres días en el vientre del pez. «La reina del sur» (es decir, la reina de Saba) se molestó en ir al encuentro de Salomón y escuchar su sabiduría, y juzgará a los oyentes presentes porque no han sido capaces de escuchar la voz del Señor.

Tanto los habitantes de Nínive como la reina de Saba demostraron tener apertura de corazón y no sofocaron el comienzo de la fe. Sin embargo, los oyentes de Jesús han cerrado los oídos y el corazón a su predicación, una predicación realizada en su propia casa. Jesús se autoproclama aquí como superior a Jonás (es decir, a la profecía) y superior a Salomón (es decir, a la sabiduría), para hacer resaltar la gravedad de la actitud de sus conciudadanos, que le rechazan.

Mateo, entrelazando la doctrina bíblica y la cristológica, afirma que el Mesías, maestro de novedad y autor de salvación, al mostrarse superior a los más grandes ideales o valores de los hombres de su tiempo, posee una autoridad única, que le ha sido conferida por Dios.

 

MEDITATIO

En las dos lecturas de hoy encontramos una actitud semejante por parte de la gente: los hombres no se fían de Dios. Tanto en el caso de los israelitas en Egipto como en el caso de los maestros de la Ley y los fariseos existe un olvido voluntario, una cerrazón del corazón ante cuanto Dios y Jesús han hecho de extraordinario por el pueblo. Es el tema de la ceguera, de la cerrazón voluntaria del corazón frente a la actuación de Dios. Se trata de una actitud de soberbia, de autosuficiencia, de rechazo de la acción de Dios cuando ésta no se adecúa a las normas establecidas por la mente humana. El hombre intenta encerrar a Dios, quitarle su libertad, y no acepta sino aquello que el mismo hombre quiere ver y sentir.

Es una actitud de soberbia y de dureza de corazón que ha constituido siempre la llaga constante de Israel y la cruz llevada por todos los profetas, empezando por Moisés. Cristo es el último de estos enviados, y su Palabra sobrepasa inmensamente a la de todos los profetas anteriores. Pero esta voz padece la amenaza de no ser escuchada, de ser entendida mal, malinterpretada. Éste será el drama de Jesús.

Nosotros nos encontramos en el círculo de los oyentes de Jesús. Frente a su Palabra, nuestra pregunta ha de ser: ¿somos como los hombres del antiguo Israel, como los escribas y los fariseos, o poseemos un corazón sencillo capaz de escuchar, como los anawim (los pobres de YHWH), personas de corazón sencillo y sincero? De nuestra respuesta a esta pregunta dependerá nuestra fe, nuestra confianza, nuestra misma salvación.

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, sencillo y humilde de corazón. ¡Cuan lejos me siento de esta actitud tuya de sencillez, de humildad, de dulzura! Esta lejanía me hace percibir también el fruto de mi dureza de corazón, de mi poca confianza, de mi poca disponibilidad a tu voluntad, de mi egoísmo, que antepone siempre mi propia persona al bien de los otros y a tu misma gloría.

Concédeme un corazón nuevo, Señor Jesús, semejante al tuyo; un corazón abierto, dócil, sincero, humilde, que sepa escuchar tu Palabra, que sepa obedecer a tu voluntad. Concédeme tu Espíritu Santo, para que transforme mi vida, mi alma, mi corazón, mis principios.

Que te reflejen a ti y sólo a ti, tu corazón, tu alma, tus actitudes, y así me convierta yo en un verdadero discípulo, en un auténtico seguidor de tus huellas.

 

CONTEMPLATIO

El faraón acosaba de cerca y apretaba a los judíos con la numerosa escuadra de carros de los egipcios. Un enemigo envolvente a las espaldas y un mar arrollador por delante habían cerrado el camino al pueblo de Dios. Ninguna confianza en las armas, ninguna esperanza en la fuerza. Se elevaba sólo el apesadumbrado lamento: «Hubiera sido mejor soportar las duras cargas de la esclavitud en Egipto que morir de lenta y penosa consumición en el desierto». Pero ese lamento no traía consigo ni una brizna de seguridad; más aún, implicaba una ofensa infinita a Dios. Estaba, por tanto, Moisés lleno de tristeza, de preocupación, de ansiedad, tanto por los peligros como por los lamentos del pueblo, esperando el fiel cumplimiento de las promesas del Cielo. Y en silencio meditaba con qué recursos habría de intervenir el Señor por fin, olvidando la ofensa y recordando su amor.

A él le dice el Señor: «¿A qué vienen esos gritos?». No consigo percibir su sonido, pero reconozco su voz: capto su silencio, advierto el grito que se esconde en sus obras. El pueblo gritaba; sin embargo, no era oído. Moisés callaba; sin embargo, era oído. No fue al pueblo a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». De hecho, no gritaba a Dios aquel pueblo que gritaba injurias indignas de hombres. Fue en cambio a Moisés a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». Dicho con otras palabras: «El único que me grita a mí eres tú, que has vuelto a poner la esperanza en mí; el único que me grita a mí eres tú, que provocas mi fuerza; el único que me grita a mí eres tú, que no deseas otra cosa sino que mi nombre sea anunciado por toda la tierra» (Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 118, XIX, 10).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 129,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La exigencia de Dios es tremenda: el hombre es salvado precisamente cuando queda reducido a nada, cuando ya no puede hacer nada por sí mismo para salvarse. ¿Qué puede hacer Israel para salvarse de la amenaza de los egipcios? Todo el ejército egipcio está a sus espaldas e Israel no tiene delante más que el mar: no hay escapatoria. Ahora bien, en el momento en que se hunde toda esperanza humana, precisamente en ese momento, debe afirmar su esperanza en Dios, y la esperanza de Israel en Dios vence, su confianza obtiene la salvación. La única condición para la salvación es la esperanza contra toda esperanza; es la fe que permanece firme en el mismo momento en que se hunde todo apoyo humano.

Eso es lo que pide Dios al alma que quiere ser salvada, que quiere ser redimida: la fe en lo imposible, como decía Charles e Foucauld. Pide una fe que exige no sólo el abandono, sino un abandono sereno, humilde y pleno. Israel no debe tener miedo, debe ser fuerte, conservar el silencio: el hombre no tiene que sentir miedo frente a la extrema amenaza. «Alma mía, recobra tu calma», dice el salmo. Reposar en los brazos de Dios como un niño en los brazos de su madre. Caen, se hunden para ti todos los apoyos: precisamente entonces viene la salvación divina, no temas. La salvación divina sigue siendo siempre un milagro, y la realización de este milagro no tiene más que una condición: la fe. No tienes que hacer nada. Debes abandonarte, debes precipitarte en Dios como en el vacío: el Señor no te pide nada más (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodg, Brescia 1967, p. 119 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1 968]).

 

 

Día 25

Santiago Apóstol

 

Santiago, llamado «el mayor», era hijo de Zebedeo y de Salomé (Mc 15,40; Mt 27,56) y hermano mayor de Juan el evangelista. Junto con él fue llamado entre los primeros discípulos de Jesús, y siempre se le cita entre los tres primeros apóstoles en el Nuevo Testamento.

Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1) y de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mt 26,37). Fue decapitado hacia el año 44, en tiempos de Herodes Agripa, en los días de la Pascua (Hch 12,1-3).

 

LECTIO

 

Primera lectura: Hechos de los apóstoles

4,33.5.12.27b-33; 12,1b

En aquellos días, los apóstoles datan testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: -¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

Pedro y los apóstoles replicaron: -Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero». «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados». Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.

 

 

*+• La primera lectura de la solemnidad de Santiago, patrón de España, presenta a nuestra consideración la idea del testimonio de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles. Este testimonio, mandato expreso del Señor, no puede ser encadenado por ninguna instancia humana, porque el testigo debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Y puede hacerlo gracias al Espíritu Santo, «que Dios da a los que le obedecen». Esta obediencia llevó a Santiago a derramar su sangre, corroborando con ello su testimonio, su «martirio».

 

Segunda lectura: 2 Corintios 4,7-15

Hermanos:

7 este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.

8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados;

9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.

10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

12 Así que en nosotros actúa la muerte, y en vosotros, en cambio, la vida.

13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos,

14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros.

15 Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

 

*» El mensaje central de esta segunda lectura podríamos resumirlo de este modo: «Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús» (v. 10a). Lo que Pablo dice por experiencia directa, lo aplica literalmente la liturgia al apóstol cuya solemnidad celebramos hoy: de Jesús a Pablo y de Pablo a Santiago, y así sucesivamente, se va creando, a lo largo de la historia, la cadena de los testigos o, mejor aún, de los «mártires» en sentido propio.

Puede decir que lleva la muerte de Jesús en su propio cuerpo no sólo quien recibe la gracia excepcional de derramar la sangre por amor a Cristo y a los hermanos, sino también quien, día tras día, vive con seriedad y serenidad la radicalidad evangélica. Quien realiza esta experiencia puede hablar en nombre de Jesús, puede decir que es siervo del Evangelio por lo que anuncia, pero sobre todo por lo que hace y por cómo vive: «Creí y por eso hablé» (v. 13).

La palabra de los testigos no sólo es significativa, sino también eficaz: precisamente porque tiene la elocuencia de la experiencia vivida, de la sangre derramada, del martirio padecido.

 

Evangelio: Mateo 20,20-28

En aquel tiempo,

20 la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor.

21 Él le preguntó: -¿Qué quieres? Ella contestó: -Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.

22 Jesús respondió: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: -Sí, podemos.

23 Jesús les respondió: -Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre.

24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

25 Pero Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen.

26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.

28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

 

*•• Mateo nos refiere en esta página de su evangelio, tal vez con una sutil ironía, la petición que la madre de los Zebedeos -Juan y Santiago- presentó a Jesús. Si bien estamos dispuestos a mostrarnos un tanto indulgentes con la madre, lo estamos ciertamente un poco menos con los dos hermanos, que con una excesiva rapidez se declaran dispuestos a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que ha de beber. Afortunadamente, Jesús sabe cambiar en bien lo que, humanamente hablando, podría parecer fruto de la intemperancia y de la precipitación.

El discurso se convierte de hipotético en profético: Jesús predice la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio.

Y no sólo esto, sino que de este diálogo -que, por otra parte, suscita el desdén de los otros apóstoles- extrae Jesús también una lección de humildad para todos los que quieran seguirle por el camino del Evangelio. La grandeza de los discípulos de Jesús puede y debe ser valorada con unidades de medida bastante diferentes a las que conoce el mundo. En la escuela de Jesús se aprende a subvertir la escala de valores y a considerar válido sólo lo que lo es a los ojos de Dios. Precisamente, según

el ejemplo que nos dejó Jesús: siendo rico, se hizo pobre; aun siendo Señor, se hizo siervo-esclavo; siendo maestro, aprendió a obedecer al Padre; siendo sacerdote, se hizo víctima por amor.

 

MEDITATIO

«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28). Es más que lícito que nos preguntemos qué psicología brota de una afirmación autobiográfica como ésta, y la respuesta no puede ser equívoca. Estamos frente a un gran don que Jesús ha hecho a sus discípulos de ayer y de hoy, ofreciéndoles la posibilidad de penetrar en su corazón de Hijo inmolado por amor, en su espiritualidad de Cordero inmolado en rescate de los hermanos.

Todo esto es lo que se expresa mediante la metáfora del «servicio», un término que ha de ser bien entendido: hemos de rescatarlo de todo tipo de servilismo, de toda abdicación pasiva a la propia libertad, y hemos de inscribirlo en el horizonte de una total expropiación personal y de una entrega completa de nosotros mismos al Padre. La luz de esta afirmación de Jesús se difunde, obviamente, por todo el Evangelio.

Jesús, sin embargo, se presenta también como siervo «de muchos», a saber: de todos los que el Padre le ha confiado como hermanos, oprimidos por el pecado, pero abiertos al don de la liberación. El cáliz de la pasión, que Jesús acepta libremente de manos del Padre, sólo espera ser saboreado también por aquellos por los que el Maestro de Nazaret lo bebió hasta las heces.

 

ORATIO

Tu ley, Señor Jesús, es el signo de tu realeza: tú nos quieres obedientes porque sólo a través de la obediencia -como tú mismo demostraste- se llega a rey.

Tu ejemplo, Señor Jesús, manifiesta tu profunda identidad de Hijo: Hijo de Dios Padre que vive y expresa siempre su propia sumisión en su plena disponibilidad.

Tu Palabra, Señor Jesús, ilumina nuestro camino: el que tú nos muestras no vale sólo para ti, sino también para todos los que, libremente, te han elegido como maestro y te siguen con alegría por el camino del Evangelio.

Tu martirio, Señor Jesús, lo fuiste viviendo en cada momento de tu vida: quien ha aprendido a conocerte a través de las páginas evangélicas sabe que, para ti, ser siervo significaba vivir del todo para Dios y del todo para los hermanos. Ésta es la «ley real» de la que habla el apóstol Santiago en su carta.

 

CONTEMPLATIO

El objetivo de los dos discípulos [Juan y Santiago] es obtener el primado respecto a los otros apóstoles. [...] ¿Os dais cuenta de cómo todos los apóstoles son aún imperfectos? Tanto los dos que quieren elevarse sobre los diez como los diez que tienen envidia de ellos. Ahora bien, fijémonos en cómo se comportan a continuación y les veremos exentos de todas estas pasiones. [...]

Santiago no sobrevivirá mucho tiempo. En efecto, poco después del descenso del Espíritu Santo, llegará su fervor a tal extremo que, dejando de lado todo interés terreno, llegará a una virtud tan elevada que morirá inmediatamente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1967, pp. 98 y 99ss).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las fiestas de los santos proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles. A esta función de ejemplaridad ha querido unir siempre la Iglesia el reconocimiento de la intercesión de los santos en favor de sus hermanos los hombres. Éste es el motivo por el que, desde siempre, ha aceptado y fomentado gustosa la designación de determinados santos como patronos para los diversos pueblos.

La liturgia de la misa de Santiago, patrono de España, no hace sino corroborar esta misma idea. Santiago, que «bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios», fue siempre, junto con su hermano Juan y con Pedro, uno de los apóstoles que gozó de las mayores intimidades de Jesús. Y si bien su acción en el evangelio no adquiere el relieve de la de los otros dos predilectos, fue él quien primero selló con su propia sangre la entrega al Señor y a la predicación de su doctrina. Esta misma acción, tras su muerte, es reconocida por nosotros en favor de «los pueblos de España», precisamente como respuesta a su elección como patrono. Pero, al mismo tiempo que reconocemos gustosos su acción en el pasado, pedimos de cara al futuro que, así como  él mantuvo su entrega plena a Jesús hasta el sacrificio de su propia vida, así también, «por el patrocinio de Santiago, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos» (http://sagradaramiliadevigo.net).

 

 

Día 26

Miércoles de la 16ª semana del Tiempo ordinario o 26 de julio, conmemoración de

San Joaquín y Santa Ana

 El evangelio apócrifo de Santiago (siglo II) reconstruye, siguiendo la filigrana bíblica de la historia de Ana, madre de Samuel (cf. 1 Sm 1,1 -28), el acontecer de los padres de la Virgen María: Joaquín, anciano sacerdote del Templo de Jerusalén, y su mujer, Ana. Estos, después de una aparición angélica, concibieron a la futura Madre del Redentor, a la que ofrecerán más tarde en el Templo (cf. 21 de noviembre). De ninguno de ellos se dice nada en los evangelios canónicos.

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 16,1-5.9-15

1 Partió de Elín toda la comunidad de los israelitas y llegaron al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de la salida de Egipto.

2 La comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre.

4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley.

5 El día sexto, recogerán y prepararán doble ración.

9 Después dijo Moisés a Aarón: -Di a toda la comunidad de los israelitas que se acerque ante el Señor, porque él ha oído sus murmuraciones.

10 Mientras Aarón les estaba hablando, todos los israelitas miraron hacia el desierto y vieron que la gloria del Señor aparecía en la nube.

11 El Señor habló así a Moisés:

12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne, y por la mañana os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío.

14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha.

15 Al verlo se dijeron unos a otros: -¿Manhu? -es decir, ¿qué es esto?-. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.

 

*» Los israelitas han llegado a la otra orilla del mar Rojo, han sido liberados y han visto derrotados a sus perseguidores egipcios. Ahora se encuentran en la parte occidental del Sinaí, frente al desierto. Han alabado al Señor por el acontecimiento de la salvación que les ha otorgado, pero les falta la perseverancia en la confianza en Dios. En cuanto llega el primer obstáculo, empiezan amargas murmuraciones: echan de menos el Egipto de su esclavitud, piensan con nostalgia en el pan y en la carne con que se saciaban cuando se encontraban en aquella tierra. La murmuración constituirá uno de los pecados capitales y más constantes a lo largo de todo el trayecto del éxodo, una murmuración que muestra la poca fe, la poca confianza en Dios, el carácter opaco de aquellas mentes que no parecían tener en cuenta todo lo que Dios hacía afectuosamente por ellos y - no precisamente en último lugar- la mezquindad y tacañería de su corazón respecto a Moisés. El mismo Moisés dará a Israel la denominación de «pueblo de dura cerviz», que se repetirá después, constantemente, a lo largo de la historia de Israel y volverá también en otras ocasiones en el lenguaje de los profetas.

Sin embargo, en contraste con esta actitud del pueblo, Dios responde con una inesperada magnanimidad, otorgando a los israelitas dos nuevos prodigios: la abundancia del maná (el pan bajado del cielo) y de las codornices, que saciaron el hambre del pueblo y le llenaron de alegría...

Pero Israel no supo agradecer al Señor aquella nueva providencia. Como leemos en el salmo 78,32, usado hoy como salmo responsorial, «a pesar de todo, volvieron a pecar, sin tener fe en sus maravillas». Misterio de ceguera, de abyección, de miseria espiritual que a duras penas se compagina con la espléndida generosidad de Dios. Éste es el misterio del corazón del hombre, con sus inexplicables respuestas.

 

Evangelio: Mateo 13,1-9

1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.

2 Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla.

3 Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: -Salió el sembrador a sembrar.

4 Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron.

5 Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda,

6 pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz.

7 Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron.

8 Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta.

9 El que tenga oídos para oír que oiga.

 

*•• Todo el capítulo 13 de Mateo está consagrado a la enseñanza de las parábolas de Jesús y a la explicación de algunas de ellas. En total aparecen siete parábolas sobre el tema del Reino, recogidas por el evangelista en este capítulo. Tienen como escenario -más que sugestivo- el lago de Genesaret y la barca desde donde habla Jesús. De ahí que, por lo general, estas parábolas reciban unas veces el nombre de «parábolas del lago» y otras el de «parábolas del Reino». Mateo pretende mostrar con estas palabras la fuerza misteriosa del Reino de Dios, que, a través de muchos obstáculos, vence al mal arraigado en el mundo.

La primera de estas parábolas es la del sembrador. Bajo las sencillas apariencias de una descripción de la siembra, circunstancia conocida por todos, la parábola brinda una gran enseñanza, comprensible en buena parte para todos, en virtud de la magistral plasticidad del relato. En primer lugar, están el sembrador (que representa al mismo Jesús) y la semilla (la Palabra de Dios). Vienen, a continuación, las diferentes clases de tierra, con sus obstáculos, y las diferentes vicisitudes que encuentra la semilla en su crecimiento. En función de las dificultades con que se encuentre, la semilla se desarrollará o no, e incluso llegará a secarse y morir. El último cuadro de este crescendo en la «carrera de obstáculos » nos muestra la «tierra buena» (v. 8), que se abre de manera generosa para recibir la semilla. Aparece asimismo un detalle tomado de la experiencia cotidiana de la cosecha: en la misma tierra buena se produce una cantidad diferente de fruto, pues algunas espigas dan el ciento por uno, otras el sesenta, otras el treinta. En la parábola, todo está en función de un solo resultado: el crecimiento de la semilla.

 

MEDITATIO

Joaquín y Ana eran justos y estaban limpios de toda mancha de pecado; llevaban una vida piadosa; llevaban, por consiguiente, ante Dios y ante los hombres, una conducta inocente, inmune de calumnia y llena de piedad.

Se mostraban celosos en la oración, en el ayuno y en la abstinencia, devotos a la ley; formaban una familia asidua al Templo, llena de caridad, incansable en el trabajo y, en consecuencia, muy rica en bienes. Dividían en tres partes el rendimiento anual de sus fatigas: destinaban la primera parte al Templo de Dios, a los sacerdotes ministros del Templo; la segunda parte la dividían entre los pobres y los indigentes; la tercera parte era para ellos, para la familia y para los huéspedes. Habían regulado su vida de este modo en todo, y habían vivido juntos piadosamente, dedicándose a las buenas obras durante veinte años. No tenían hijos, puesto que el seno de Ana estaba cerrado por la esterilidad. Convenía, en efecto, a la madre, y a aquella que fue el inicio de los prodigios, nacer prodigiosamente de un seno estéril, como la misma María debía traer al mundo, de una manera prodigiosa y virginal, al Verbo de Dios, y elevarse desde el escalón inferior de la esterilidad al superior del parto virginal (Sinaxario di Ter Israel, texto de la Iglesia armenia que se remonta al siglo XIII, en Testi mariani del primo millennio, Roma 1991, IV, pp. 636ss).

 

ORATIO

Y Ana entonó un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevaré un himno al Señor, mi Dios, porque me ha visitado (cf. Gn 21,1), y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia (Prov 11,30) a la vez uno y múltiple ante Él.

¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras, las doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo (Cántico de Ana, del Protoevangelio de Santiago).

 

CONTEMPLATIO

Sobre los padres de la Virgen María se posaron la bendición y la gracia celestial. Éstas salieron de los justos y fueron transmitidas a través de las generaciones hasta posarse en María, la cual recibió el misterio.

El justo Joaquín y Ana, su mujer, estaban tristes porque no habían tenido hijos. Sin embargo, Dios se mostró benévolo con ellos, acogió su súplica y les dio una hija amada y bendita.

Joaquín oraba ante Dios, pidiéndole una prole que consolara su vejez: «Señor, que diste esperanza a Abrahán y después de cien años le concediste un heredero de la promesa, no prives mi vejez de un fruto, sino bendíceme con la bendición de Abrahán; todo es fácil, en efecto, a tu voluntad» (de un texto antiguo de la Iglesia siro-oriental).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día este proverbio bíblico: «El fruto del justo es un árbol de vida» (Prov 11,30).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La figura de santa Ana nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, llevando en ella el misterio extraordinario de la inmaculada concepción. Allí estaba rodeada del amor y de la solicitud de sus padres: Joaquín y Ana. Allí «aprendía» de su madre, precisamente de santa Ana, cómo ser madre. Y aunque, desde el punto de vista humano,

María había renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su entrega total, la agració con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, transfirió en cierto sentido la maternidad de su madre a su discípulo predilecto, e igualmente a toda la Iglesia, a todos los hombres.

Cuando, como «herederos de la promesa divina» [cf. Gal 4,28.31), nos encontremos en el radio de la maternidad de María, y cuando experimentemos su santa profundidad y plenitud, pensemos que fue precisamente santa Ana la primera en enseñar a María, su hija, cómo ser madre. «Ana» significa en hebreo: Dios «ha mostrado su gracia». Reflexionando sobre este significado del nombre de santa Ana, exclamaba así san Juan Damasceno: «Ya que estaba determinado que la Virgen María,

Madre de Dios, nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación» (Juan Pablo II, Discursos, diciembre de 1978).

 

Día 27

Jueves de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 19,1-2.9-11.16-20

1 A los tres meses justos de haber salido de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí.

2 Habían salido de Refidín, llegaron al desierto del Sinaí y allí acamparon, frente a la montaña.

9 Y el Señor le dijo: -Yo vendré a ti en una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cómo hablo contigo y tenga siempre confianza en ti. Y Moisés refirió al Señor las palabras del pueblo.

10 Después, el Señor dijo a Moisés: -Ve con el pueblo y purifícalos hoy y mañana; que laven sus vestidos

11 y estén preparados para el tercer día, porque el tercer día bajará el Señor sobre el monte Sinaí a la vista de todo el pueblo.

16 Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos; una densa nube cubría la montaña y se oía un sonido creciente de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento temblaba.

17 Moisés hizo salir al pueblo del campamento al encuentro de Dios, y la gente se quedó al pie del monte.

18 Todo el monte Sinaí estaba envuelto en humo, porque el Señor había bajado sobre él en medio de fuego. Subía aquel humo como humo de horno y todo el monte trepidaba violentamente;

19 y el sonido de la trompeta se iba haciendo cada vez más fuerte. Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno.

20 El Señor bajó sobre el monte Sinaí, invitó a Moisés a subir a la cima y Moisés subió.

 

*•*• La primera lectura nos describe la preparación para la magna teofanía en la que se establecerá la alianza de Dios con su pueblo, Israel. Esta escena y este acontecimiento son fundamentales para la teología bíblica: se trata del pacto de confianza recíproca entre Dios e Israel, un pacto que supone un vínculo particular, con obligaciones recíprocas que caracterizarán de ahora en adelante a ese pueblo y esa fe. Para llegar a este acontecimiento ha sido necesaria una preparación descrita por el autor del libro del Éxodo con gran lujo de detalles, que sirven para manifestar la majestad de Dios, su soberanía absoluta, el respeto que inspira, la actitud de temor y de reverencia que suscita en el pueblo.

El Dios que se manifiesta sigue siendo un Dios que infunde temor; el pueblo tiene que mantenerse alejado de él, no es posible ver su rostro, está envuelto en rayos, relámpagos y fuego. Son imágenes que hablan de la trascendencia de Dios, de su absoluta autoridad, de un Ser que está siempre más allá y por encima de nosotros, de nuestras concepciones, de nuestras imaginaciones, de nuestras demandas. Sólo Moisés fue capaz de resistir la presencia divina -y en unas condiciones particularísimas-, alejado de todos, en la cima del monte, en un ayuno ininterrumpido de cuarenta días y cuarenta noches. Dios es el totalmente otro, que demanda nuestra adoración, nuestra sumisión.

Esta escena servirá para caracterizar al Dios del Antiguo Testamento, en contraste con la revelación que tendrá lugar en el Nuevo. Esta última nos mostrará otro aspecto de la misma divinidad, en la cual predominan la bondad, la gracia, el perdón, la paternidad divina revelada en la persona de Jesús (cf. Heb 12,18-24).

 

Evangelio: Mateo 13,10-17

En aquel tiempo,

10 los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: -¿Por qué les hablas por medio de parábolas?

11 Jesús les respondió: -A vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

12 Porque al que tiene se le dará, y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

13 Por eso les hablo por medio de parábolas, porque aunque miran no ven, y aunque oyen no escuchan ni entienden.

14 De esta manera se cumple en ellos lo anunciado por Isaías: Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis,

15 porque se ha embotado el corazón de este pueblo se han vuelto torpes sus oídos y se han cerrado sus ojos; de modo que sus ojos no ven, sus oídos no oyen, su corazón no entiende, y no se convierten a mí para que yo los sane.

16 Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y por lo que oyen vuestros oídos,

17 porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

**• La predicación de Jesús se caracteriza por las parábolas (unas setenta en total), algunas de las cuales constituyen una cima de pedagogía religiosa, verdaderas obras maestras de psicología y de actitudes humanas (como las del buen samaritano, el buen pastor, el hijo pródigo...). Las parábolas suponen un primer estadio de comprensión, al que sigue otro más profundo. En este segundo estadio se encuentran los discípulos de Jesús, que le siguen, le escuchan siempre y reciben explicaciones más detalladas de su doctrina. El pueblo, en cambio, se encuentra aún en un estadio de iniciación y tiene necesidad de una catequesis más esmerada.

El mismo Jesús prueba esta realidad con una cita de Isaías que ha constituido desde siempre una seria dificultad en su verdadera interpretación, porque -tal como suena- parece querer decir que Dios endurece el corazón del pueblo, cierra sus ojos y obtura sus oídos para que no se salve... El verdadero sentido de esta cita es, simplemente, el resultado de la predicación del profeta, que tuvo que hacer frente a la dureza del corazón de Israel, que no le escuchaba. El mismo Jesús y, más tarde, los apóstoles y san Pablo tuvieron una experiencia semejante en su misión.

Lo que el Evangelio quiere decirnos es que la Palabra de Dios debe encontrar unos corazones bien dispuestos para acogerla, ojos y oídos abiertos para recibir y asimilar todo lo que dice. La Palabra no suprime la libertad humana, y por eso el hombre tiene la capacidad de oponerse o de dejarla infructuosa. Ahora bien, cuando el que la recibe tiene un corazón abierto, entonces el fruto es abundante y se perciben los primeros signos del triunfo del Reino, como la santificación, la novedad de vida, la verdadera fe y la adoración a Dios.

 

MEDITATIO

En las lecturas de hoy hay algo misterioso, escondido, algo que no es al menos evidente. Se trata de la esencia de Dios y de la manifestación de su voluntad. La esencia de Dios y su voluntad pertenecen al mundo divino, sobrenatural; nosotros, con las solas fuerzas de la razón no podemos comprender en absoluto ni hacernos una idea de la realidad divina. Tenemos necesidad de la revelación para que ilumine el campo que hay más allá de la razón, donde sólo Dios puede revelarse. Entonces viene en nuestra ayuda la fe, la capacidad otorgada al hombre por el mismo Dios, para poder acoger con humildad y agradecimiento lo que Dios quiera revelarnos de sí mismo y de su voluntad. Ahora bien, incluso con la fe, el hombre encontrará siempre límites, interrogantes que se formarán en su mente y en su conciencia.

Una de las características de la fe es precisamente su oscuridad, es decir, el no ver del todo claro, precisamente por la pequeñez de nuestra mente y de nuestra respuesta. Esto trae a veces consigo crisis espirituales, «noches oscuras» (como las llaman los místicos), un camino de prueba y de purificación destinado a hacer al alma más abierta, más resplandeciente, más semejante al Creador.

Esta realidad está muy bien expresada en los salmos. Aquel ¿Dónde está tu Dios?» en boca de los enemigos es como una flecha en el corazón del creyente, es una pregunta cruel que, en ocasiones, el mismo creyente se formula en medio de las situaciones de sufrimiento, de oscuridad y de contraste. El retorno a Dios, la oración, la confianza ilimitada en él, volverán a darle al corazón extraviado o confuso su fuerza, su decisión de permanecer fiel. Del mismo modo que el pueblo se preparó para la teofanía del Sinaí, así debe prepararse el corazón del fiel para la venida de Dios, sabiendo que, en el curso del camino, aparecerán también las dificultades, las pruebas, el cansancio. Pero Dios no tardará, y traerá su luz y su descanso y, después, su eterna recompensa.

 

ORATIO

Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré: porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Éste es el grito del verdadero creyente, la auténtica confesión de fe. Al llamarnos a tu Reino de verdad y de luz, Señor, nos arrancas de este mundo sembrado de mal, envuelto en tinieblas y acompañado por una gran cantidad de sufrimiento...

Sin embargo, nos das una luz para poder caminar en la noche, para poder alejar a los enemigos, para poder llegar a la meta. Danos de manera abundante esta luz, esta certeza tranquilizadora, esta firme convicción de tu presencia, de tu ayuda, de la transformación que tú mismo harás de nosotros y de nuestras circunstancias, cambiando lo que es oprobio en santificación, lo que es odioso en amable, lo que es muerte en vida nueva, lo que es pecado en gracia.

Alienta nuestros pasos por el camino de la paz, de la benevolencia, de la justicia, de la generosidad con los que sufren, y reafirma nuestra fe para poder serte siempre gratos en nuestra vida. Que tu Palabra, acogida y asimilada, convertida en fe y confesión, y transformada en oración, sea la fuerza y la dulzura de nuestra vida, el escudo en nuestras luchas, el consuelo en nuestras aflicciones. Contigo no nos faltará nada...

 

CONTEMPLATIO

Oímos la voz de Dios cuando, con mente tranquila reposamos de toda actividad del mundo y, en el silencio de la mente, pensamos en los preceptos divinos.

Cuando la mente cesa de ocuparse de las obras exteriores, entonces reconoce de un modo más claro el valor de los mandamientos de Dios. La multitud de los pensamientos de la tierra ensordece hasta tal punto nuestro corazón que, si no nos ponemos a cubierto, acabamos por dejar de oír la voz del juez divino. El hombre no puede atender a dos cosas opuestas: cuanto más escucha fuera, tanto más sordo se vuelve para sus adentros. Cuando Moisés huyó al desierto y se quedó allí cuarenta años, fue cuando pudo percibir la voz divina.

Por eso, los santos, obligados a ocuparse de ministerios exteriores, se apremian siempre a refugiarse en el secreto de su corazón y, como Moisés en el monte, suben a contemplar cosas elevadas y a recibir la Ley de Dios, dejando de lado el tumulto de las cosas temporales y escrutando las altísimas voluntades de Dios. Así Moisés, en sus dudas, volvía frecuentemente al tabernáculo, y allí, en secreto, consultaba a Dios y sabía con seguridad lo que debía hacer. Dejar las muchedumbres e ir al tabernáculo significa dejar de lado el tumulto de las cosas exteriores y entrar en el secreto de la conciencia, donde consultamos al Señor y en medio del silencio escuchamos lo que debemos hacer después en público.

Así hacen cada día los buenos superiores cuando no logran ver claro en sus dudas: entran dentro de ellos mismos, como en el tabernáculo, miran la ley que está contenida en el arca, consultan al Señor, escuchan en silencio y, después, ejecutan fuera lo que han oído. Para llevar a cabo sin pecado los deberes exteriores, intentan concentrarse continuamente, y así escuchan la voz de Dios casi en un sueño, puesto que con la meditación de la mente se abstraen de los impulsos de la carne (Gregorio Magno, Moralia II, Roma 1965, pp. 141-143, passim [edición española: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1958; existe otra edición publicada por la Universitat de Valencia en 1993]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El camino de un hombre que no se dirige a una tierra, sino que tiende a su Dios, no es una simple peregrinación, un viaje; es una ascensión: no se llega a Dios a través del desplazamiento de un lugar a otro, a través de un movimiento espacial, sino más bien superando un mundo. No existe proporción entre el hombre y Dios, entre la creación y Dios: entrar en relación con Dios significa, para Moisés, salir del mundo en el que habita, dejar toda la creación detrás de sí para entrar en el cielo; significa ir más allá, ascender.

En esta ascensión se encuentra una gran enseñanza para la vida espiritual: el hombre se evade del mundo con mucha frecuencia para buscar un paraíso perdido, pero su evasión le lleva a algún lugar lejano que, después, resulta ser otra tierra que tiene los mismos límites y la misma pobreza que la primera. Ahora bien, en los hombres religiosos no se da la evasión a otra tierra, sino que la ascensión a un monte es lo que expresa mejor la aspiración profunda que le mueve.

Puede haber un doble modo de encontrarse con Dios: o descender o subir; ciertamente, no se trata de permanecer en el mismo plano. Para encontrarte con Dios tal vez debas descender, ir al fondo, de tal modo que escapes del cosmos del que formas parte. Debes ascender: ¿pero qué significa ascender? Únicamente superarse. Éste es el camino del alma religiosa: la salida de sí misma. No hay otro camino que lleve a la relación con el Señor más que este puro salir, este ir más allá, ascender, levantarnos por encima de nosotros mismos. No es el paso del mar lo que puede llevarnos al mundo de Dios, no es la peregrinación por el desierto lo que puede llevarnos al encuentro del Señor, sino el morir: o morir o permanecer siempre extraños al mundo de Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1967, p. 173-175 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

Día 28

Viernes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 20,1-17

En aquellos días,

1 Dios pronunció estas palabras:

2 -Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.

3 No tendrás otros dioses fuera de mí.

4 No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra.

5 No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación,

6 pero soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.

7 No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano.

8 Acuérdate del sábado para santificarlo.

9 Durante seis días trabajarás y harás todas tus faenas.

10 Pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el forastero que reside contigo.

11 Porque en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo lo que contienen, y el séptimo día descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo declaró santo.

12 Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

13 No matarás.

14 No cometerás adulterio.

15 No robarás.

16 No darás falso testimonio contra tu prójimo.

17 No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca.

 

*•• La lectura del libro del Éxodo nos presenta hoy la primera formulación de los diez mandamientos. En el Antiguo Testamento encontramos diversas formulaciones del decálogo, en función de las escuelas teológicas que las han redactado o del tiempo en que fueron escritas.

Estas formulaciones varían en el hecho de poner el acento en uno u otro mandamiento, pero, en esencia, todas las listas hablan de «diez mandamientos», conocidos así en la Biblia y en la tradición judía y cristiana. En la lista de los mandamientos del libro del Éxodo se dedica una extensión notable a hablar de los preceptos que tienen que ver con Dios y con su culto. Fue la escuela sacerdotal la que redactó esta lista: en ella ha impreso su huella, siempre atenta a poner de relieve el primado de Dios y de su culto, para lo cual utiliza un lenguaje lacónico, hierático, a la hora de presentar los otros preceptos.

Los diez mandamientos forman parte del bagaje moral inscrito en el corazón de todos los hombres, la llamada «ley natural» experimentada y admitida por todas las morales. Es Dios mismo quien ha puesto en el corazón humano estos principios, estas tendencias y este sentido del bien y del mal respecto a nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. La denominación «diez mandamientos» es una expresión aceptada prácticamente por todas las culturas que posean un verdadero sentido de Dios y del hombre. Este consenso universal muestra la conciencia del hombre como un reflejo de la Ley de Dios. Israel tuvo el privilegio de que Dios mismo le enseñara directamente estos mandamientos, revelados en la teofanía del Sinaí: un privilegio, un acto de predilección de Dios hacia su pueblo, pero que supone asimismo una mayor responsabilidad y fidelidad a la hora de cumplirlos.

 

Evangelio: Mateo 13,18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

18 Así pues, escuchad vosotros lo que significa la parábola del sembrador.

19 Hay quien oye el mensaje del reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón; este es como la semilla que cayó al borde del camino.

20 La semilla que cayó en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con alegría,

21 pero no tiene raíz en sí mismo, es inconstante y, al llegar la tribulación o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe.

22 La semilla que cayó entre cardos es como el que oye el mensaje, pero las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero asfixian el mensaje y queda sin fruto.

23 En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.

 

**• Tras pedírselo sus discípulos, Jesús les da la interpretación de la parábola del sembrador. La exégesis ve también en la explicación de Jesús una experiencia de la vida cristiana y de la predicación de la Palabra de Dios con los diferentes resultados que obtiene. Algunos exégetas sostienen que esta explicación sería preponderantemente fruto de la experiencia de la comunidad primitiva. Nosotros preferimos ver en ella la enseñanza del mismo Jesús, acompañada, no obstante, de la práctica de la Iglesia, que ha podido dar cierto colorido al texto actual del evangelio.

La parábola habla, fundamentalmente, de la acogida que brinda a la Palabra el terreno en el que cae la semilla. Hay cuatro respuestas: tres negativas y una positiva. Las negativas enumeran las dificultades, los obstáculos, los peligros en que se debaten los que escuchan la Palabra de Dios. No basta con escuchar, y tampoco basta con acoger de manera gozosa lo que se oye. Se requiere una acogida elaborada a base de una profunda comprensión. Entonces es cuando la semilla de la Palabra puede dar su fruto.

En esta explicación resalta la libertad del hombre frente a la Palabra de Dios, con toda su capacidad de rechazarla o decidirse por otras opciones. También se pone de relieve la fecundidad de la semilla cuando encuentra un terreno bueno y abierto. Cada semilla da mucho fruto, con un porcentaje que puede ser el cien, el sesenta o el treinta, una producción diferente, aunque se trata en todos estos casos de tierra buena.

Esta parábola, como la de los talentos (Mt 25) y la de las minas (Le 19), tiene como objetivo suscitar en nosotros una apertura de corazón que nos permita la acogida gozosa de la Palabra y de la alegría de la cosecha, siempre abundante cuando la tierra es buena.

 

MEDITATIO

El libro del Éxodo nos habla hoy de los diez mandamientos. Para nuestro tiempo, tal vez sea esta página bíblica la más necesaria, puesto que nos muestra lo que debemos hacer y las prioridades con las que debemos proceder, es decir, dar el debido peso y la debida importancia a los tres primeros mandamientos, que son los que están más expuestos a la crítica y a los ataques del mundo y los más fáciles de abandonar, descuidándolos e incluso olvidándolos, para acentuar cualquier otro de los preceptos divinos.

El retorno a Dios, a la verdadera fe, a la oración, a la relación con Dios, es hoy mucho más necesario que en otros tiempos. El mundo paganizado se olvida de Dios y de su servicio: nosotros debemos revivir estas grandes verdades de nuestra fe, recordadas hoy por los mandamientos de Dios. Escuchemos algunos de los pensamientos del papa Juan Pablo II expresados en su alocución pronunciada en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí el 26 de febrero de 2000: «Los diez mandamientos no son una imposición arbitraria de un Señor tiránico. Fueron escritos en la piedra, pero antes fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar. Hoy como siempre, las diez palabras de la Ley proporcionan la única base auténtica para la vida de los individuos, de las sociedades y de las naciones. Hoy como siempre, ellas son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Ponen de manifiesto todas las falsas divinidades que le reducen a esclavitud: el amor a sí mismo hasta la exclusión de Dios, la avidez de poder y de placer que subvierte el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo [...]. Observar los mandamientos significa ser fieles a Dios, pero significa también ser fieles a nosotros mismos, a nuestra auténtica naturaleza y a nuestras aspiraciones más profundas. El viento que todavía sopla del Sinaí nos recuerda que Dios desea ser honrado en sus criaturas y en su crecimiento: Gloria Dei vivens homo...».

 

ORATIO

Oh Señor y Padre nuestro, que nos revelaste tu nombre en el Sinaí y nos diste tu Ley como lámpara para nuestros pasos, escucha la oración que te dirigimos y haz que nosotros, como Moisés y el pueblo de Israel, reunidos ante ti, podamos acoger tu Palabra eterna, quise centra hoy en los diez mandamientos, ley de vicia, de libertad y de respeto a todos los hombres.

Haz que en la observancia de estos mandamientos podamos dar a los tres mandamientos que nos hablan directamente de ti la importancia y el obsequio espiritual que se merecen, porque la atmósfera en que vive nuestro mundo incrédulo los ignora e intenta aniquilarlos. Concédenos un gran sentido de ti, como Dios omnipotente y Padre misericordioso; una voluntad espontánea de adorarte, de servirte, de mantenernos fieles a tu ley y a tus designios de salvación. Concédenos también, oh Señor, la gracia de convertirnos en tierra buena, sin piedras y sin cardos, que pueda acoger la Palabra divina de tu Hijo, Jesús, nuevo Moisés, que ha instituido una alianza nueva y nos ha dado una ley nueva, esa que se encierra en un solo mandamiento: amarnos los unos a los otros y amarte a ti.

Tú, oh Padre, nos has dicho, hablando de tu Hijo, Jesús: «¡Escuchadle!». Sí, que podamos escucharle con fe viva, con un amor creciente, con una esperanza segura: porque él es el Camino, la Verdad y la Vida.

 

CONTEMPLATIO

La Ley de Moisés es una recopilación de preceptos diversos, importantes, un arte de vivir universal, una imitación simbólica de las costumbres celestes, una llama, un fuego, una antorcha, un reflejo de las claridades del cielo. La Ley de Moisés es el modelo de la piedad, la regla de una vida ordenada, la traba puesta al primer pecado, la presciencia de la verdad que viene. La Ley de Moisés es el suplicio de un Egipto ciego, inscrito por el «dedo» de Dios -su brazo soberbio esperaba algo mejor-. La Ley de Moisés es jefe para la piedad, guía para la justicia, luz para los ciegos, razón para los insensatos, maestro para los niños, barrera para los imprudentes, luida para las cervices duras y yugo de contención para los rebeldes. La Ley de Moisés es la mensajera de Cristo, el primer signo de Jesús, el heraldo y el profeta del gran Rey, la escuela sabia, el gimnasio útil, la enseñanza universal, el precepto justo de una época, la figura de un día. La Ley de Moisés es el resumen simbólico y misterioso de la gracia futura; a través de sus imágenes anuncia la plenitud de la verdad futura, a través de sus sacrificios la víctima, a través de su sangre la sangre, a través de su cordero el Cordero, a través de su paloma la Paloma, a través de su altar el sumo sacerdote, a través de su templo la morada de la divinidad, y a través del fuego del altar la plena luz que desciende sobre el mundo (Pseudo-Hipólito, «La Pascua histórica», en A. Hamman y otros, El misterio de la Pascua, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998, p. 82).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

1. Tú eres lo único que deseo, Señor: que ningún ídolo se interponga entre tú y yo: ni el ídolo de mi yo, sordo y ciego, ni el ídolo de la riqueza y del prestigio, sino que te reconozca a ti, y sólo a ti, como verdaderamente digno de ser servido, amado, adorado.

2. Purifica, Señor, mi corazón y mis labios para que nunca llegue a nombrarte sin respeto y veneración. Que nunca deshonre, con una conducta indigna de un hijo, tu santo nombre de Padre, que tu Hijo unigénito ha revelado y glorificado con la obediencia hasta la cruz.

3. Tuyo es el tiempo, oh eterno Creador: que toda mi existencia discurra en el único día que Cristo, al resucitar de la muerte, ha abierto sobre la cabeza del género humano. Y que el recuerdo de tus beneficios constituya la dulce fiesta de toda mi vida.

4. Toda paternidad y toda maternidad proceden de ti, oh Dios, fuente y plenitud de la vida: infunde en mí una profunda veneración y gratitud hacia todo el que, con santo temor y humildad, participa del poder generador de tu amor.

5. Que ningún pábulo de violencia, Señor, se insinúe en mis pensamientos, en mis sentimientos, en mis acciones dirigidas a los hombres mis hermanos. Haz que, viendo en ellos tu misma imagen, los trate con suma reverencia, sea cual sea su color y su condición. Si los matara, aunque sólo fuera en mi corazón con el rechazo o con la indiferencia, el grito de su angustia llegará a tu rostro e infligiré un infinito dolor a tu corazón de Padre, que me verá más muerto que aquellos a quienes yo haya matado, un infinito dolor por la enormidad de mi pecado.

6. «No cometerás actos impuros». Este mandamiento nos sorprende hoy: ¿por qué no dejar a nuestra naturaleza que se desfogue libremente? No podemos olvidar que la malicia ha corrompido el corazón humano, que el amor ha degenerado en concupiscencia, la gratuidad en egoísmo posesivo.

7. Señor, que yo no robe tu gloria jactándome de lo que no es mérito mío; que no sustraiga a mis hermanos cuanto les has concedido para la vida física y moral: la estima, la libertad, el pan, la salud... Que goce yo más con su bien que con el mío, porque, teniéndote a t i , nada me falta.

8. Que toda mi conducta vital sea tal que refleje tu justicia y tu misericordia, Señor. Que la mentira o la ambigüedad nunca oscurezcan el espejo de mi conciencia.

9. Que mi corazón sea sencillo y puro, a fin de que también mi mirada se pose sobre todas las criaturas sin contaminarlas. Que todo yo vea tu luz, Señor, con el virginal candor de tu belleza.

10. Presérvame, Señor, de la codicia, del ansia de poseer y de gozar, de la envidia por los bienes de mi prójimo. Que mi corazón se encuentre de verdad allí donde está mi tesoro: Tú, sumo bien, nuestra eterna bienaventuranza (A. M. Cánopi, Obbedire alia Parola, Isola S. Giulio 2001).

 

Día 29

29 de Junio, conmemoración de

Santa Marta

Marta es la hermana de María y de Lázaro de Betania. En el evangelio sólo se la nombra en tres episodios (cf. Lc 10,38-42; Jn 11,1-44; Jn 12,1-11), y en todos ellos se resalta su actitud dinámica, su acogida afectuosa a Jesús y su esmero en servirle. Por otra parte, se dice que Marta, María y Lázaro eran muy amigos de Jesús, el cual, a su vez, también les quería mucho.

Entre los personajes del evangelio, Marta -junto con Pedro- es la única en confesar de manera explícita y completa su fe en Jesús como Mesías enviado por el Padre. Santa Marta es modelo de mujer laboriosa y patrona de los hosteleros.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 24,3-8

En aquellos días,

3 Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: -Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

4 Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie del monte; erigió doce piedras votivas, una por cada tribu de Israel.

5 Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor.

6 Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar.

7 Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: -Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según las cláusulas ya dichas.

 

**• El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener la alianza.

En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos. Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían la alianza. Moisés, intercesor y mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar, la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.

 

Evangelio: Juan 11,19-27

En aquel tiempo,

19 muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano.

20 Tan pronto como llegó a oídos de Marta que llegaba Jesús, salió a su encuentro; María se quedó en casa.

21 Marta dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.

22 Pero, aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios él te lo concederá.

23 Jesús le respondió: -Tu hermano resucitará.

24 Marta replicó: -Ya sé que resucitará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos.

25 Entonces Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;

26 y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto?

27 Ella contestó: -Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo.

 

*+• El diálogo entre Jesús y Marta referido en este fragmento del evangelio forma parte del episodio de la llamada «resurrección de Lázaro» (cf. Jn 11,lss). Como en Le 10,38-42 y en Jn 12,lss, destacan las actitudes opuestas de Marta y de María: la primera muestra un carácter más dinámico y concreto, que se manifiesta en salir de inmediato al encuentro del Señor; la segunda, a la que siempre se describe sentada y escuchando al Maestro, permanece en casa (v. 20).

Marta asocia, en cierto modo, la muerte de su hermano a la ausencia de Jesús en aquel momento, pero confirma asimismo su firme confianza en él como mediador infalible ante Dios (vv. 2lss). Empieza así un itinerario interior que la conducirá a una profesión de fe plenamente cristiana (v. 27), pasando a través de la declaración de su fe en la resurrección del último día (v. 24), en conformidad con la tradición judía (cf 2 Mac 7,9.23; 12,42b-44; Dn 12,1-3). Es el mismo Jesús quien la guía en este recorrido: con una expresión típica de las autorrevelaciones divinas («Yo soy»: v. 25a; cf. Ex 3,14; Lv 19,lss; Jn 6,35; 14,6; passim), el Señor hace comprender a Marta que la vida que él da supera también a la muerte. Jesús, resurrección y vida, crea en quien le recibe una condición nueva y definitiva (cf Jn 5,24; 8,51).

Como hace en todo su evangelio, también aquí Juan recurre a términos antitéticos y juega con su doble significado: cuando alguien da su plena adhesión a Jesús, pasa de la muerte física a la vida definitiva, eterna (v. 25b), porque quien en vida haya creído en él no padecerá la condena a la eterna separación de Dios (v. 26a).

Con estas palabras se refiere el Señor al destino último y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que, a través de él, está ya presente en el creyente el germen de la vida eterna. Jesús no se limita a revelar a Marta estas verdades, sino que le pregunta de una manera explícita su posición ante ellas (v. 26b), brindándole la oportunidad de manifestar plenamente su adhesión a la persona del Maestro, reconocido ahora como el Mesías esperado por Israel y como el Hijo de Dios (v. 27).

 

MEDITATIO

Los evangelios presentan a santa Marta siempre en movimiento, como una mujer eficiente y segura de sí. Tal vez esto la conducía a dejarse atrapar demasiado por las cosas que debía hacer y a perder de vista el sentido de su trajín. Sin embargo, ante Jesús, comprende que la eficiencia no es el valor más elevado, sino que importa sólo en la medida en que está equilibrada por la acogida, por la atención al otro y por el «temor al Señor», o sea, movida por el amor; si no es así, hace correr el riesgo de separar de lo esencial, convirtiéndose en una fuente de ansiedad y de fragmentación.

Santa Marta no se relaciona con el Señor sólo haciendo algo por él, sino que se presenta ante él con una actitud de verdad y de diálogo: se le muestra tal como es, dolida por la muerte de su hermano, decepcionada por no haber sido escuchada (cf. Jn 11,3.21), pero también firme en la fe. Aunque no ha visto satisfecha su oración,  no la emprende con Dios, no se cierra a su misterio, no duda de su bondad; más bien, se pone a la escucha del Señor y se hace disponible a caminar con él, revisando su modo de concebir la vida y la fe. Marta se deja conducir por Jesús a través de la experiencia del dolor en un recorrido de conocimiento más profundo de sí misma, de la realidad, del mismo Señor. A quien le acoge de verdad, todo se le presenta bajo una luz nueva: vivir significa entonces habitar en el amor de Dios, en la amistad sincera y confiada con él. La vida eterna empieza ya desde ahora, y atraviesa y vivifica todas las vicisitudes humanas, incluso las marcadas por el sufrimiento.

Eso significa ponerse a la escucha de Dios y de su Palabra, como Marta, también en los momentos de incertidumbre y de duda (cf. Jn 11,39-41). También a nosotros nos pide el Señor una adhesión personal: «¿Crees esto?». Marta dio su respuesta; cada uno de nosotros está llamado a dar la suya.

 

ORATIO

Señor, son muchas las veces que, frente a las dificultades  de la vida, mi fe vacila y me dejo absorber por las mil cosas que debo hacer para huir de la desilusión y del vacío interior; o bien siento la tentación de esconder mis miedos construyéndome una fe a mi medida, adherido rígidamente a principios que considero indiscutibles y que quisiera resguardar de cualquier turbación.

Enséñame a abrir mi fe a tu imprevisibilidad, a estar disponible para el encuentro auténtico contigo, al encuentro en el que mis falsas seguridades cedan su sitio a la confianza en tus promesas. No permitas que el ritmo frenético de mis jornadas me atropelle hasta el punto de dejar de estar inspirado por el amor. Y, sobre todo, no dejes que la experiencia del dolor me aleje de ti: conviértela, más bien, en una experiencia fecunda de resurrección y de vida.

 

CONTEMPLATIO

Marta, más comprometida con el desarrollo de las tareas necesarias, llega la primera [a Jesús]. María, más fina y con un ánimo más sensible, espera en casa para recibir el pésame. Marta, más sencilla, corre al encuentro de Jesús, embriagada por el dolor, que, sin embargo, soportaba con entereza. «Mi hermano -dice- ha muerto porque no estabas aquí, pues tú, con una sola orden, puedes vencer a la muerte.» [Jesús le] dice: «El que crea en mí no estará inmune de la muerte de la carne; con todo, Dios puede dar fácilmente la vida a quien quiera».

Cuando dice después a Marta: «¿Crees?», exige la confesión de la fe como madre y protectora de la vida. Y ella le dice de inmediato que sí, y confiesa su fe con sutileza [...]: al usar el artículo -el Cristo y el Hijo de Dios- ha confesado claramente al único, excelente y verdadero Hijo de Dios. [El Señor] exige comprensión de la fe: ésta es un gran don cuando nace de un ánimo ardiente, y tiene tanto poder que salva no sólo a quien cree, sino también a los otros. De este modo, también Lázaro fue resucitado por la fe de su hermana, a la que el Señor dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?», como si quisiera decirle: «Ya que Lázaro ha muerto, suple tú la fe del muerto. En efecto, es preciso creer firmemente a fin de ver las cosas que están por encima de la esperanza» (Cirilo de Alejandría, Cornmento al vangelo ii Giovanni, Roma 1994, II, pp. 313ss, passim).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «Sé que todo lo que pidas a Dios él te ¡o concederá» ( Jn 11,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fiesta de Santa Marta que celebra hoy la liturgia nos pone ante este personaje del evangelio íntimamente ligado a la persona y a la misión de Jesús. Suele representar a Marta como la persona siempre atareada, la que se afana, y ello por amor a ese inefable amigo que es Cristo, que se hospeda en su casa, amigo de su hermano y de su hermana. Marta es una mujer siempre atareada y molesta, algunas veces, por las actitudes contemplativas de su hermana; de todos modos, se trata de una atareada entregada por completo a su Señor. Pero, si nos fijamos bien, esta visión y esta imagen de santa Marta están un tanto reajustadas por este fragmento del evangelio de Juan.

Es Marta quien se dirige a Jesús, con el corazón lleno de amor y de dolor por la muerte de su hermano Lázaro; es ella la que con aquella hermosa amistad, valiente y espontánea, casi reprocha al amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Esta actitud de auténtica amistad por parte de Marta respecto a Jesús nos revela algo mucho más precioso en su ánimo que la laboriosidad atareada de una acogida puramente exterior. Existe entre Marta y Jesús una misteriosa camaradería. Marta sabe que Jesús es poderoso; se da cuenta de que el Señor lo puede todo [...]. La afectuosa amistad, la valiente libertad de Marta, nos dice mucho sobre el conocimiento que tenía de Cristo y sobre la confianza que el Señor Jesús le otorgaba. Hemos de señalar, por otra parte, que Jesús no corrige a Marta por su observación. Sí lo hizo cuando se lamentaba de la «inercia» de María. Pero en esta ocasión no. Comprende su dolor, lo comparte. El evangelio dice que Jesús mezcló sus lágrimas con las de Marta.

¡Qué misteriosa y sublime amistad! [...] El misterio de la muerte vivido en comunión de amistad conduce a Jesús a realizar una afirmación, podríamos decir, desconcertante: «Tu hermano vivirá». Marta comprende y no comprende. Tal vez guarde en el corazón la esperanza de un prodigio clamoroso; tal vez se refugie en la confianza en la resurrección final de los muertos.

Y dice a Jesús: «Sé que resucitará, porque tú eres el Cristo, el Señor de la vida». Aquí tenemos la profesión de fe de santa Marta. María, la contemplativa, nunca dijo a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; Marta, la atareada, sí lo hizo. Y Jesús le dejó que se lo dijera. Es posible que precisamente esta declaración de fe sobre su verdadera identidad fuera lo que provocó en él la decisión última del prodigio clamoroso (A. Ballestero, consacrati nella Chiesa e nel mondo. Meditazioni sull'essenziale, Milán 1994, pp. 147ss).

 

Día 30

17° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 3,5.7-12

5 Allí el Señor se le apareció en sueños a Salomón durante la noche y le dijo:

- Pídeme lo que quieras, que yo te lo daré.

Respondió Salomón:

7 Y ahora, Señor Dios mío, tu me has hecho rey a mi, tu siervo, como sucesor de mi padre, David, pero yo soy muy joven y no sé como gobernar

8 Tu siervo esta en medio del pueblo que tu has elegido, un pueblo numeroso, que no se puede contar y cuya multitud es incalculable.

9 Da, pues, a tu siervo un corazón sabio para gobernar a tu pueblo y poder discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién, si no, podrá gobernar a un pueblo tan grande?

10 Agradó mucho al Señor esta petición de Salomón,

11 y le dijo: - Ya que me has pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino Sabiduría para obrar con justicia,

12 te concederé lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente, como no ha habido antes de ti ni lo habrá después.

 

» Un joven y un pueblo numeroso, imposible de contar. Una vez más, la Escritura nos presenta la paradoja de Dios, tanto en su intervención soberana en la historia del hombre como en su imprevisible juicio. Dios confía el pueblo a un joven monarca que reinara como sucesor del gran rey David, depositario de promesas divinas y esperanzas mesiánicas. Hay una realidad superior que destaca como garantía: entre el <<joven» y el pueblo, ambos elegidos, el único Señor es Dios. Salomón es consciente de ello, sabe que ha sido elevado al rango de <<siervo» de Dios al servicio del pueblo y que éste no es de su propiedad: <<Tu siervo está en medio del pueblo que tú has elegido» (v 8). El pueblo es como un <<primogénito» entre los demás pueblos, y el joven rey un monarca estremecido ante la admirable grandeza del encargo. La confianza y la responsabilidad del que es investido de poder le hacen tomar conciencia de su propia inadecuación para el cargo. Es en este paso, de humildad, cuando nace como rey.

Y real es su ruego frente a la ayuda que el propio Dios le ofrece, acudiendo abiertamente a su oculto azoramiento: <<Pídeme lo que quieras, que yo te lo daré» (v. 5).

La súplica no versa sobre bienestar, poder o glorias terrenas: larga vida, riquezas y muerte de los enemigos.

Todo se concentra en aquello que el hombre de por si no puede conseguir si Dios no se lo concede: un corazón sabio e inteligente, capaz de discernir con equidad y veracidad. Reinar como aquí se reconoce, es servir según estas altas prerrogativas: <<La humildad precede a la gloria» (Prov 15,33).

 

Segunda lectura: Romanos 8,28-30

Hermanos:

28 Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios.

29 Porque a los que conoció de antemano los destino también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos.

30 Y a los que desde el principio destino, también los llamo; a los que llamé los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación les comunico su gloria.

 

En el ser humano hay una existencia escondida; el designio divino de su deificación en Cristo. Cinco verbos recalcan el admirable proyecto del Altísimo: conocer, predestinar, llaman justificar y glorificar. El primero expresa una relación de tipo existencial: ¿qué vínculo media entre el Creador y la criatura? Se trata de un <<conocimiento» fundado en una predilección de amor.

El segundo le asigna a Dios la primacía en la iniciativa de esta elección y apunta al objetivo final, correlativo con el origen por su aprobación. Este <<destino» manifestado a priori no reduce la libertad humana, ya que conserva totalmente la facultad de adherirse o no al proyecto divino.

El tercer verbo implica la vocación que se manifiesta en el corazón del hombre. Dios se dirige directamente al interior del ser humano. La libertad de la persona, desde dentro, agita el proceso de deificación en colaboración con la gracia divina.

El cuarto verbo formula con un término jurídico el concepto de recibir cuanto es debido pero con creces, más allá del derecho. Un Dios que es amor ejerce un dominio único sobre la creación: la vida. Referido al hombre, esto se traduce en benevolencia profunda: misericordia.

Se entra así en el sentido pleno del quinto verbo: glorificar. Mais que un deber del hombre, reconocer y proclamar la gloria de Dios forma parte de su llamada. La alabanza de su gloria es que el hombre viva para siempre como imagen de la santidad que adquirió desde el principio.

 

Evangelio: Mateo 13,44-52

Dijo Jesús a la gente:

44 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

45 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con un mercader que busca ricas perlas y que,

46 al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;

48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos

50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

51 Jesús pregunté a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto?

Ellos le contestaron: - Si.

52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos, es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

 

•» El Reino de Israel se basaba en estructuras terrenales y remitía a la Señoría última de Dios, tres veces santo, inefable e invisible. El Reino de Dios, en cambio, radica en un misterio totalmente Espiritual, se revela con la llegada del Verbo encarnado, que declara estar dentro de nosotros (cf Lc 17,21). Las parábolas de Mateo sobre el Reino se entienden desde esta clave de lectura, donde símbolo y analogía hacen referencia a una verdad siempre mas elocuente que la intuición inmediata.

Ante todo, es como <<un tesoro escondido» (v. 44), pues no es una realidad visible, ni perceptible para todos. El término tesoro, emparejado con escondido, ofrece la idea de un valor inapreciable. La segunda parábola presenta el Reino de los Cielos como <<un mercader que busca ricas perlas» (v. 45). Es interesante advertir que aquí la comparación análoga no es con la perla, sino con el mercader: la perla verdadera es este hombre. La tercera parábola  pasa de la imagen de un sujeto singular a la de una pluralidad de individuos: el Reino de los Cielos es como <<una red que echan al mar y recoge toda clase de peces... seleccionan los buenos y tiran los malos» (cf vv. 47ss). La visión tiene una fuerte marca escatológica, y no por esto deja de ser actual. La red simboliza una realidad inmaterial mediante la cual pasa al cedazo desde el mar de la historia la carga de la humanidad. El Reino se manifiesta en esta realidad, perceptible y recóndita, preciada y buscada, que se realiza en el hombre, capaz de adueñarse de ella, una vez encontrada, y que impregna de salvación a toda la humanidad.

 

MEDITATIO

Estamos delante de la máxima lección de antropología teológica: hijo de Dios convertido en imagen, hombre divinizado al emprender su historia, alabanza de quien es su origen y que trasciende su naturaleza. Por eso tiene una única <<pre-destinación: el Reino de los Cielos, es decir participar plenamente de la visión y de la naturaleza del mismo Dios, Inculcada desde el principio, toda esta realidad esta crucificada como el pecado y resucitada en la redención por Cristo, con Cristo y en Cristo. <<Pre-destinar» no significa estar obligados a recorrer una vía preestablecida con una meta ya fijada, sino, sencillamente, estar ordenados u orientados a ella con el ajuar de todas las potencialidades y gracias necesarias para conseguirla. Quien rechaza el proyecto misericordioso del designio divino —y puede hacerlo— se malogra a si mismo saliéndose fuera de la meta, se descarrila. El secreto del éxito es la humildad, e igual de oculta es la dimensión divina sembrada en el hombre. Con insistencia, la Escritura recuerda la lección del temor de Dios como escuela de Sabiduría (cf Prov 15,33), por el que únicamente al hombre <<le ha sido dado conocer los misterios del Reino de los Cielos»   (Cf. Mt 13,11) 

 

ORATIO

Dios mío, envuelve y traspasa mi alma con el fulgor de tu santidad y como el sol con sus rayos ilumina, purifica y fecunda la tierra, así tu ilumina, purifica y santifica mi ser.

Enséñame a contemplarme en ti, a conocerme en ti, a considerar mis miserias a la luz de tu perfección infinita, a abrir mi alma a la irrupción de tu luz purificadora y santificadora (G. R., una consagrada de nuestro tiempo).

 

CONTEMPLATIO

Cada uno de nosotros puede resplandecer con resplandores que deslumbren al mismo sol, levantarse sobre las nubes, contemplar el cuerpo de Dios, ascender hacia él, unírsele en supremo vuelo y mirarle por fin en el más dulce reposo. El coro de los buenos servidores circundará a su Señor cuando aparezca en el cielo. Y resplandeciendo él, les comunicara sus mismos resplandores. ¡Qué espectáculo ver una admirable muchedumbre de antorchas resplandecientes sobre las nubes, hombres que se entregan a una fiesta sin ejemplo, un pueblo de dioses alrededor de Dios, hermosos en presencia, servidores en tomo a su Señor, que no envidia a los siervos la participación de sus esplendores ni estima disminución de su gloria la asociación de muchos al trono de su realeza, como sucede en los hombres, que, aunque entreguen a los súbditos cuanto poseen, no sufren ni por ensueño que participen del cetro!

Y es que él no los considera siervos, ni los honra con honores de siervos; los estima como amigos y observa con ellos las leyes de la amistad que él mismo estableció desde el principio: la comunidad absoluta. En consecuencia, no les da esto o aquello, sino que los hace participes de la realeza y les ciñe su misma corona.

¿No es esto lo que dice el bienaventurado san Pablo cuando escribe que somos herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom 8,17) y que reinarán con Cristo los que participaron de sus penas? (1 Tim 2,12).

¿Qué hay tan agradable que pueda rivalizar con esta visión? ¡Coro de bienaventurados, pueblo de los que se alegran!

Él bajó resplandeciente de los cielos a la tierra. Y la tierra hace levantar otros soles que suben hacia el Sol de justicia, invadiéndolo todo con su luz (N. Cabasilas, La vida en Cristo, Madrid 1999, 282-284; traducción, Luis Gutiérrez Vega y Buenaventura García Rodríguez).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Se puede definir al hombre como el que busca la verdad» (Juan Pablo II).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida que Dios da al hombre es original y diferente de la de los demás criaturas vivientes, o que el hombre aunque proveniente del polvo de la tierra (cf Gn 2,7; 3,19; Job 34,15; Sol 103,14; 104,29), es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencio, resplandor de su gloria (cf Gn 1,26-27; Sol 8,6). Al hombre se le ha dado un altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une o su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios.

En la vida del hombre, la imagen de Dios vuelve o resplandecer y se manifiesta en toda su plenitud con lo venida del Hijo de Dios en carne humana: <<El es Imagen de Dios invisible>> (Col 1 ,15), <<resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Heb 1,3). El es la imagen perfecta del Padre... La plenitud de la vida se da a cuantos aceptan seguir a Cristo. En ellos, la imagen divina es restaurada, renovada y llevada a perfección. Este es el designio de Dios sobre los seres humanos; que <<reproduzcan la imagen de su Hijo» (Rom 8,29). Solo así con el esplendor de esta imagen, el hombre puede ser liberado de lo esclavitud de lo idolatría, puede reconstruir lo fraternidad rota y reencontrar su propio identidad (Juan Pablo II, carta encíclica Evangelium vitae, nn. 34.36).

 

Día 31

 

Lunes de la 17ª semana del Tiempo ordinario o 31 de julio, conmemoración de

San Ignacio de Loyola

 

Iñigo López de Loyola nació en Azpeitia (Guipúzcoa, España), en el año 1491, en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de alcanzar gloria le llevó a dedicarse a la carrera militar. Fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses.

Durante su convalecencia, la simple lectura de algunos libros sobre la vida de los santos y de Jesús le impulsó a la práctica de una dura ascesis, durante la cual escribió la mayor parte de sus famosos Ejercicios espirituales.

Tras abandonar la vida de mendicante solitario, estudió primero en España y después en París; en esta última ciudad conoció a Francisco Javier y a algunos otros, con los cuales reunió el primer núcleo de la Compañía de Jesús, grupo que dará vida a un nuevo tipo de vida religiosa, basada en la práctica de la caridad y centrada en la misión, un nuevo tipo de vida que servirá de ejemplo a innumerables congregaciones modernas. Ignacio murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Fue canonizado en el año 1622 junto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,15-24.30-34

En aquellos días,

15 Moisés se volvió y bajó del monte con las dos losas del testimonio en su mano. Las losas estaban escritas por ambas caras, por un lado y por otro;

16 eran obra divina, y la escritura grabada sobre las losas era escritura divina.

17  Josué, escuchando el griterío del pueblo, dijo a Moisés: -Hay gritos de guerra en el campamento.

18 Moisés replicó: -Ni es grito de vencedores, ni es grito de vencidos; lo que oigo es el alboroto de una fiesta.

19 Cuando estaban ya cerca del campamento, Moisés vio el becerro y las danzas; su cólera se desató, arrojó las losas y las rompió al pie de la montaña.

20 Agarró el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego; lo redujo a cenizas, las mezcló con agua y obligó a los israelitas a que se lo bebieran.

21 Moisés interrogó a Aarón: -¿Qué te ha hecho esta gente para que les permitieras cometer tamaña aberración?

22 Aarón le respondió: -No te enfades, señor, tú sabes que este pueblo está inclinado al mal.

23 Me dijeron: «Haznos una divinidad que nos guíe, porque no sabemos qué habrá sido de ese Moisés que nos sacó del país de Egipto».

24 Yo les respondí: «Quien tenga oro que lo entregue» y me lo dieron. Entonces lo eché al fuego y salió este becerro.

30 Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: -Vosotros habéis cometido un pecado monstruoso; sin embargo voy a subir adonde está el Señor, a ver si consigo el perdón de vuestro pecado.

31 Volvió Moisés ante el Señor y le dijo: -Señor, este pueblo ha cometido un pecado monstruoso haciéndose divinidades de oro.

32 Pero te ruego que perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde tienes inscritos a los tuyos.

33 El Señor respondió a Moisés: -Borro de mi libro a quien peca contra mí. 34 En cuanto a los demás, ve y conduce al pueblo adonde te he dicho. Mi ángel irá delante de ti. Pero cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de sus pecados.

 

**• El texto describe la apostasía y el culto idolátrico del becerro de oro por parte del pueblo durante la prolongada ausencia de Moisés, que estaba en el monte dialogando con Dios (w. 7-16), así como la reacción de éstos, Dios y Moisés, después de haber conocido el hecho (w. 19-34). Moisés baja del monte con las tablas de la alianza y, cuando se acerca al campamento, oye los gritos festivos del pueblo e intuye la traición. Al ver el becerro de oro y las danzas de la gente, destroza las tablas, tritura el becerro, echa el polvo del mismo en agua y se la hace beber al pueblo (w. 19-21). Pide cuentas de lo sucedido a Aarón, el cual hace recaer la culpa sobre la gente. Moisés hace tomar conciencia al pueblo de la gravedad del pecado y vuelve a dialogar con Dios para implorar su perdón. La respuesta de Dios está en la línea de la misericordia, prosiguiendo su obra de salvación, aunque anuncia también el castigo de los culpables.

La narración tiene que ver no sólo con la gran apostasía de tiempos del éxodo, sino que refleja también el tiempo de decadencia moral acontecido en la época de los reyes de Israel, dado que el relato fue compuesto entre los siglos IX y VIII a. de C. y forma parte del documento elohísta. La figura de Aarón, que no sabe reaccionar ante el mal del pueblo y permite que éste caiga en la idolatría, es presentada de una manera negativa, a diferencia de la figura gloriosa y carismática de Moisés, verdadero profeta y hombre de Dios, que, con fuerza y fidelidad, atestigua la fidelidad a Dios y reacciona contra todo tipo de idolatría y de laxismo, identificándose incluso con el pueblo pecador ante Dios. La guía carismática del pueblo por parte de Moisés está presentada en el texto como la conciencia que habla, denuncia el pecado y llama al pueblo a la conversión, pero se convierte asimismo en el intercesor solitario ante Dios y solidario con su gente, llegando incluso a pedir que le borre Dios del libro que éste ha escrito. Cuando se pierde el sentido de la presencia de Dios resulta fácil caer en el pecado buscando un sucedáneo.

 

Evangelio: Mateo 13,31-35

En aquel tiempo,

31 les propuso otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo.

32 Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas.

33 Les dijo otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

34 Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin utilizar parábolas,

35 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: Hablaré por medio de parábolas, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

 

**• Las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura que expone Jesús tienen la finalidad de iluminar, ulteriormente, la comprensión del misterio del Reino de Dios con otros elementos significativos, pero transmiten una misma enseñanza. El punto de reflexión versa sobre la desproporción que existe entre los comienzos humildes y el desarrollo que se produce a continuación. El Reino de Dios está ya presente, aunque escondido, con la venida de Jesús, y actúa de una manera dinámica no por obra humana, sino por la gracia de Dios.

En efecto, la pequeña semilla de mostaza tiene en sí misma una energía tan potente que se transforma en una planta de notables proporciones, como leemos en el libro de Daniel: «Éstas son las visiones que cruzaron por mi mente mientras dormía: En medio de la tierra había un árbol de gran altura. El árbol creció y se hizo corpulento; su copa tocaba el cielo, y se veía desde los extremos de la tierra. [...] en sus ramas anidaban los pájaros del cielo» (4,7-9). Este árbol llega a alcanzar una altura de tres o cuatro metros en Palestina (w. 31ss). Del mismo modo, un poco de levadura hace fermentar una cantidad de harina que puede alimentar a varias decenas de personas (v. 33). Así sucede también con el Reino de Dios y su palabra: parecen perdedores y derrotados en el presente, pero, en realidad, se dilatan y crecen de manera oculta hasta hacer fermentar toda la realidad humana.

En efecto, la fuerza interior y dinámica del Reino de Dios tiene tal poder que atrae y transforma toda la vida del hombre. También la Palabra de Dios, acogida e interiorizada en el corazón del creyente, produce la vitalidad interior que permite al Espíritu Santo actuar y conducir al cristiano a la vida eterna, es decir, a la experiencia vital de comunión y de intimidad con Dios, que es el resultado de un auténtico camino de vida espiritual (cf. Jn 4,13ss).

 

MEDITATIO

Ignacio vivió en un tiempo de grandes transformaciones que afectan al modo de concebir la vida (el humanismo), la visión de la Iglesia (la Reforma protestante) y la sorpresa producida por el descubrimiento de nuevas tierras para evangelizar (los descubrimientos geográficos). Advierte que es preciso encontrar algo nuevo como respuesta a las grandes novedades de su tiempo. Sobre todo, es menester encontrar hombres nuevos, preparados, consagrados por completo a la misión.

Es preciso encontrar, asimismo, un nuevo modo de vida para estar en condiciones de hacer frente a la nueva misión. De ahí su magna síntesis: todo el hombre está al servicio de la misión, a fin de hacer progresar el

Reino de Dios: un hombre desprendido de todo, que intenta descubrir y cumplir la voluntad de Dios, a través del discernimiento y de la obediencia. Un hombre ligado a otros «compañeros de Jesús» que hacen frente a los nuevos desafíos, dispuestos a estar presentes en todos los frentes, «para mayor gloría de Dios».  Ignacio está en el origen de la Compañía de Jesús, inicio de un considerable número de congregaciones religiosas que ponen la misión en el centro de su ser.

Hoy puede resultar fácil admirar su modelo «activo» e inspirarse en él. Sin embargo, el secreto está en la capacidad de vivir como «contemplativos en acción», en el «sentir con la Iglesia», en el «buscar la gloria de Dios» más que nuestra propia afirmación personal.

Ignacio fue un gran maestro de espíritus, antes de ser un gran organizador. Es más, pudo organizar la misión de una manera soberbia porque supo formar hombres humildes, competentes y desprendidos de todo. Una fórmula que no ha perdido nada de su actualidad.

 

ORATIO

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

Oh buen Jesús, escúchame.

En tus llagas escóndeme.

No permitas que me separe de ti.

Del maligno enemigo defiéndeme.

En la hora de mi muerte llámame

y mándame que vaya a ti

para alabarte con tus santos

por los siglos de los siglos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Principio y fundamento: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales 23).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras evangélicas: «Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (Le 14,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participar a los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo (K. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy, Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8).