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LECTIO DIVINA DICIEMBRE DE 2017

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Viernes de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,2-14

2 Yo, Daniel, en mi visión nocturna pude ver cómo los cuatro vientos del cielo agitaban el inmenso mar

3 y cómo cuatro bestias gigantescas, diferentes una de otra, salían del mar.

4 La primera era como un león y tenía alas de águila. Mientras yo miraba, le arrancaron las alas, se alzó sobre el suelo, irguiéndose sobre sus dos patas como un hombre, y se le dotó de mente humana.

5 En esto, apareció una segunda bestia, semejante a un oso; se erguía sobre uno de sus costados, llevaba entre las fauces tres costillas y una voz le decía: «¡Anda, levántate, devora toda la carne que puedas!»

6 Después vi otra bestia, como un leopardo, con cuatro alas de ave en su dorso y cuatro cabezas; a ésta se le dio el poder.

7 Vi todavía en mis visiones nocturnas una cuarta bestia; era terrible, espantosa y muy fuerte. Tenía grandes dientes de hierro, lo devoraba y trituraba todo, y con sus pezuñas pateaba las sobras; era diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos.

8 Estaba yo observando los cuernos cuando entre ellos despuntó otro cuerno pequeño; para hacerle sitio hubieron de ser arrancados tres de los diez cuernos anteriores. Y vi que este pequeño cuerno tenía ojos como los de un ser humano y una boca que profería insolencias.

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un luego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

11 Estaba yo fascinado por las insolencias que profería aquel cuerno, cuando vi que mataron a la bestia, destrozaron su cuerpo y lo arrojaron a las llamas ardientes.

12 A las otras bestias se les quitó también el dominio, y sólo hasta un determinado momento se les permitió seguir con vida.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido.

 

       *•• La visión de Daniel forma parte del género literario apocalíptico. La revelación por medio de sueños es frecuente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

       Daniel describe con una dramática viveza el mar agitado y las cuatro bestias, monstruos terribles, que emergen de él. El mar tiene aquí un valor negativo: simboliza el caos primordial o el conjunto de las fuerzas que se oponen a Dios y a sus justos. También las bestias (el cuatro indica totalidad) representan las fuerzas enemigas o los reinos paganos, que, a pesar de su arrogancia, son simples instrumentos de los que se sirve Dios para llevar a cabo sus juicios. En las bestias podemos identificar el reino de Babilonia, el de los medos, el de los persas y, por último, en la cuarta y más terrible, el de los seléucidas de Siria. Siria se asimilaba antiguamente con Asiría, y aquí, en la visión de los diez cuernos (símbolo de poder) y del cuerno más pequeño y más arrogante, se superpone en la de Antíoco IV la imagen de Asur.

       La visión continúa ahora como una teofanía: aparece una especie de tribunal celestial presidido por un anciano con vestiduras blancas sobre un trono de fuego. La imagen del trono móvil provisto de ruedas remite a Ezequiel. La muchedumbre de los que sirven al anciano es innumerable, se abren los libros del juicio y matan a la cuarta bestia, mientras que a las otras se les deja, misteriosamente, un tiempo limitado de vida: el mal amenaza todavía a los fieles, pero su fin está marcado. La visión teofánica culmina con la aparición del Hijo del hombre, figura mesiánica a la que se entrega el señorío eterno sobre todos los pueblos y las naciones.

 

Evangelio: Lucas 21,29-33

En aquel tiempo,

29 puso Jesús también a sus discípulos esta comparación: -Mirad la higuera y los demás árboles.

30 Cuando veis que echan brotes, os dais cuenta de que está próximo el verano.

31 Así también vosotros, cuando veáis realizarse estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca.

32 Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo esto suceda.

32 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

 

       *»• «¿Cuándo sucederá todo esto?», preguntan los discípulos (21,7). Jesús se toma las cosas con calma, y casi parece querer evitar una respuesta directa; por último, proporciona un criterio muy simple, tomado de la experiencia.

       Una brevísima comparación o parábola en tres versículos relaciona la sabiduría campesina, que reconoce en los fenómenos naturales la llegada de las estaciones (w. 29ss), con la venida del Reino preanunciado por los fenómenos cósmicos que acaba de describir. Lo que cuenta para Lucas no es la previsión exacta de los tiempos, sino la proximidad del Reino (y de la liberación: cf. v. 28): el Reino está cerca, ya está incluso en medio de nosotros.

       La afirmación «os aseguro que no pasará esta generación antes que de todo esto suceda» (v. 32) se refiere, probablemente, a la caída de Jerusalén, de la que tanto Lucas como su comunidad ya han tenido experiencia; sin embargo, paradójicamente, también resulta verdadera aplicada a los acontecimientos escatológicos, porque la medida del tiempo resulta secundaria respecto al deber de la vigilancia y al valor eterno de la Palabra de Jesús (v. 33). La preocupación por conocer de manera anticipada lo que sucederá y cuándo tendrá lugar queda vaciada de sentido: responder a la llamada y adherirse a la Palabra introduce ahora y de inmediato al cristiano en la realidad nueva del Reino.

 

MEDITATIO

       Es sencillo comprender cuándo será el fin del mundo, nos dice Jesús con ironía. Basta con observar cuándo germina la higuera para saber que el verano está cerca.

       Es algo natural, algo que se repite todos los años, algo por lo que el campesino experto no se deja sorprender. No pasará nuestra generación antes de que tenga lugar: no se trata de fantasías milenaristas, sino que se trata de vivir plenamente nuestra vida, que nos ha sido dada precisamente para eso. No es preciso esperar al fin del mundo para convencernos de que su Palabra permanece para siempre y para optar, de una vez por todas, por confiarnos a él, antes que a las potencias de este mundo, que parecen mejor dispuestas.

       Las aterradoras bestias del sueño de Daniel no resisten la visión del trono radiante sobre el que se sienta el anciano de los días; Daniel, en cambio, la resiste muy bien con los ojos puros de la fe, y se le concede ver la conclusión positiva de la visión. El poder de las fuerzas del mal está limitado en el tiempo y en el espacio, a pesar de que infunda terror. Los creyentes han elegido otro poder, un poder que no tiene límites: es innumerable el ejército de los que sirven al anciano de los días, es eterno el reino entregado al Hijo del hombre.

 

ORATIO

       Señor, cada vez me sorprendes más. Me pierdo detrás de un montón de pensamientos enmarañados y no consigo comprender el sentido de las cosas, mientras tú me remites a los pequeños signos cotidianos y a la antigua sabiduría campesina. Hazme capaz de ver los brotes en las ramas, Señor; hazme capaz de volver a dar valor a las cosas sencillas y grandes que has preparado para nosotros.

       Tú has venido a nosotros «semejante a un hijo de hombre»: has llevado en nuestra propia carne el milagro sublime de tu presencia entre nosotros. Hazme capaz, Señor, de mirar a cada «hijo de hombre», a cada hermano, buscando en él tu imagen. Hazme comprender, Señor, que estás ya aquí, en medio de nosotros: no sirven los prodigios extraordinarios, nos basta con tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

       Sólo una vez al año, pero al menos una vez, el mundo que vemos deja aparecer sus posibilidades escondidas, en cierto sentido se manifiesta. Brotan hojas, yemas y flores en los árboles y nacen la hierba y el trigo en los campos.

       Es como una irrupción, imprevista y violenta, de la vida escondida que Dios ha introducido en el mundo material. Pues bien, todo esto es como una pequeñísima demostración de lo que el mundo puede hacer a una orden de Dios cuando él dice una palabra. Del mismo modo que ahora explota esta tierra en una primavera de hojas y yemas, así un día se abrirá, transformándose en un nuevo mundo de luz y de gloria, y veremos allí a los santos y a los ángeles que habitan en él.

       Así será la llegada de esa primavera eterna que todos los cristianos esperan. Vendrá ciertamente, aunque se retrase. Esperémosla, porque «es seguro que vendrá y no tardará» (Heb 10,37). Por eso nos decimos cada día: «Venga a nosotros tu Reino». Y eso significa: «Muéstrate, Señor, manifiéstate; tú que te sientas entre los querubines, muéstrate»; «Despierta tu poder y ven a salvarnos» (Sal 79,3). La tierra que está ante nuestros ojos no nos satisface: es sólo un comienzo, es sólo la promesa de algo que está más allá; incluso cuando está en completa fiesta con sus flores, incluso cuando muestra, de modo conmovedor, todo lo que vive escondido en ella, ni siquiera entonces nos basta. Sabemos que hay mucho más de lo que podemos ver. Un mundo de santos y de ángeles, un mundo lleno de gloria, la morada de Dios, el monte del Dios de los ejércitos, la Jerusalén celestial, el trono de Dios y de Cristo: todas esas maravillas que nunca tendrán fin, todo lo que es precioso, misterioso, incomprensible y está oculto en lo que vemos. Lo que podemos ver no es más que la envoltura de un Reino eterno, y hacia ese Reino se dirigen los ojos de nuestra fe (J. H. Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. IV, Sermón 13, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Su Reino jamás será destruido» (Dn 7,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Hay también algo más en este mundo, en este tiempo, en esta vida de vigilia. Dios no se retrasa en el último día, sino que viene ya: existe un futuro y existe un presente, un futuro que es una plenitud y una riqueza de esperanza, y un presente que posee ya una belleza, una plenitud, una felicidad única. Pues bien, estos encuentros, estos momentos de felicidad o de facilidad son momentos de Dios; allí donde hay belleza, riqueza, dulzura, bienaventuranza, tranquilidad, sentido de vida, verdadera claridad, allí hay presencia de Dios, porque Dios es todo eso.

       Debemos administrar bien esos momentos, del mismo modo que el viajante que caminara de noche y lamentara la oscuridad bendeciría la centella de un relámpago. Es un momento, pero a ese momento se le ha dado la certeza que da la luz, la certeza de que el camino por el que va es el bueno, de que no camina en vano.

       Así es la economía de Dios: el Señor concede relámpagos, resplandores, fulgores que orientan el corazón y le dan una advertencia y una orientación: es el toque de Dios, el digitus Dei, que nos indica cómo debemos caminar.

       Y, después, Dios vuelve a estar casi ausente, desaparece y calla. Este Amigo vigilante deja de hablar; está presente y calla. No importa. Si Tiernos gozado bien de los buenos momentos, no debemos temer a los oscuros, pues no son peligrosos. No serán momentos de plenitud, sino de deseo, de fidelidad, de amor no afectivo, sino efectivo; serán los documentos que prueban que deseamos amar al Señor aunque no nos dé sus dones. Le queremos a él, no sus dones. En un cielo que no tiene nombre, en una ebriedad que no tiene confines, en una luz que no tiene parangón posible, el último don es él mismo (G. B. Montini, Meditazioni, Roma 1994, pp. 131-134, passim).

 

 

 

Día 2

Sábado de la 34ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,15-27

15 Yo, Daniel, me sentí profundamente turbado a causa de las visiones que cruzaban por mi mente.

16 Me acerqué a uno de los que estaban allí y le pedí que me dijera la verdad acerca de todo aquello. Él me respondió y me dio a conocer la interpretación de la visión:

17 -Estas cuatros bestias gigantescas son otros tantos reyes que dominarán el mundo,

18 pero después recibirán el reino los fieles del Altísimo y lo poseerán por toda la eternidad.

19 Entonces quise saber la verdad sobre la cuarta bestia, que era diferente de las otras, extraordinariamente terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que todo lo devoraba y trituraba y que con sus pezuñas pateaba las sobras.

20 Quise saber la verdad sobre los diez cuernos que había en su cabeza y sobre el que despuntó y ante el cual habían caído tres, aquel cuerno que tenía ojos y una boca que profería insolencias y que parecía mayor que los otros cuernos.

21 Yo había visto cómo este cuerno declaraba la guerra a los fieles y estaba a punto de vencerlos,

22 pero entonces vino el anciano e hizo justicia a los fieles del Altísimo, porque había llegado el tiempo en el que los fieles tomasen posesión del reino.

23 Y me dijo: -La cuarta bestia es un cuarto reino que vendrá a la tierra, distinto a los otros, y que devorará toda la tierra, la pisoteará y la triturará.

24 En cuanto a los diez cuernos, son diez reyes que surgirán en ese reino. Después de ellos vendrá otro distinto de los precedentes, que derribará a tres de ellos.

25 Proferirá palabras insolentes contra el Altísimo, oprimirá a los fieles del Altísimo, tratará de cambiar las festividades religiosas y la ley, y los fieles le serán entregados por un periodo de tres años y medio.

26 Pero cuando el tribunal haga justicia, le será arrebatado el poder y será definitivamente destruido y aniquilado.

27 Y la realeza, el poder y el esplendor de todos los reinos de la tierra serán entregados al pueblo de los fieles del Altísimo. Su Reino es un reino eterno y todo poder le servirá y obedecerá.

 

       **• Prosigue la visión escatológica de Daniel, que esta vez no consigue comprender por sí solo su sueño y pide a una de las figuras del tribunal celestial que se lo explique.

       Las cuatro bestias son cuatro reinos que, a pesar de su poder, serán suplantados por el Reino de «los fieles del Altísimo». La cuarta bestia, diferente a las otras, aterroriza a Daniel, que pide aún explicaciones al ángel. El cuarto reino devorará toda la tierra; se sucederán diez reyes y, por último, otro rey -el cuerno pequeño- más feroz y blasfemo que los anteriores. Sustituirá el culto a Dios por el culto a los ídolos. Este rey tendrá manos libres, pero durante un tiempo limitado. Después, será juzgado y aniquilado. El Reino eterno será entregado al final a los fieles del Altísimo, a las potencias angélicas que representan el dominio de Dios. Podemos ver aquí una alusión a la insurrección macabea contra Antíoco IV: a los insurrectos que combaten para salvaguardar la pureza de la fe les está asegurado el consuelo de la previsión de la victoria final.

 

Evangelio: Lucas 21,34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

34 Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros.

35 Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra.

36 Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.

 

       **• La exhortación a la vigilancia, que aparece insistentemente en todo el «discurso escatológico», se vuelve explícita aquí, en los versículos conclusivos. Jesús transforma el ansia de los discípulos por el «cuándo» en una atención constante: todo momento es bueno, el juicio llegará de improviso y es preciso estar siempre preparados para que sea un juicio de salvación y no de condena.

       «Que vuestros corazones no se emboten», dice Jesús: se trata de un mensaje de liberación de las trabas que nos atan y nos distraen de lo que verdaderamente cuenta.

       «Ese día» será como un lazo, como una trampa, como el ladrón que intenta sorprender por la noche al dueño de la casa (cf. Le 12,39). Estas palabras de Jesús producen escalofríos; sin embargo, no son amenazadoras: la «vela» y la «oración» nos proporcionarán la fuerza necesaria para escapar de lo que va a suceder, de los peligros que siempre nos acechan -y no sólo al fin del mundo-, y nos permitirán comparecer (stathénai, «estar seguros», «resistir») ante el Hijo del hombre.

       El significado global de este discurso de Jesús es una exhortación a la confianza: suceda lo que suceda, la venida del Hijo del hombre la esperan con nostalgia quienes confían en él como en el momento de la liberación definitiva del mal.

 

MEDITATIO

       «Ese día», el día del Señor, es un tiempo sin tiempo, apenas más allá del instante que estamos viviendo. Es un tiempo de juicio y de salvación que viene cuando menos lo esperas y trae lo que no sabes. Ahora bien, no es un tiempo desconocido o un tiempo fuera de nuestro alcance: es hoy, es ese hoy que vivimos día a día, el momento de nuestra decisión, de todo encuentro que tengamos, de toda alegría que hayamos recibido y de todo sufrimiento con el que seamos medidos.

       Daniel se siente turbado por la visión que ha tenido, pero el ángel le proporciona una explicación tranquilizadora: se celebrará el juicio y al cuerno -el rey- que habla con altivez se le quitará el poder. Velar para que ese día no nos sorprenda no significa, a buen seguro, vivir en la angustia. Al contrario, significa vivir en plenitud cada instante, como si fuera el único o el más significativo para nosotros. Hemos de vivir incluso con alegría, recibiendo cada acontecimiento como un don y como una oportunidad. Vivir con atención, buscando en los otros que pasan a nuestro lado el rostro único y múltiple de aquel que nos llama. Velar y orar en cada momento significa llenar de sentido nuestra vida y la de los otros, e incluso gozarla, transformándola en un canto de alabanza. De este modo, como dice Pablo,

cada acto de nuestra vida, incluso los que parecen más profanos y triviales, se convertirá en oración. Así, su presencia colmará nuestros corazones y nos acompañará hasta presentarnos sin temor ante el Hijo del hombre.

 

ORATIO

       Quisiera velar y orar mientras te espero, Señor. Pero mis ojos están llenos de sueño y me pesa el corazón, fatigado por demasiadas ansias. No soy capaz de velar contigo ni una sola hora, y tú lo sabes, Señor.

       Enséñame a orar, Señor. Como Daniel, siento que desfallecen mis fuerzas y mi mente se siente turbada, porque es duro el sentido de tus palabras. Enséñame a no malgastar el tiempo de vida que me das; haz que sepa servirme de él para preparar mi encuentro contigo.

       Libérame del miedo, Señor. Haz que sienta con alegría  el momento de comparecer ante el Hijo del hombre como la invitación a un banquete de bodas.

 

CONTEMPLATIO

       Los cristianos siempre han esperado a Cristo, siempre han recordado los signos de su retorno, pero nunca han pretendido que ya hubiera vuelto. Han afirmado simplemente que estaba a punto de llegar, que estaba a las puertas. Sus verdaderos discípulos no han pretendido fijar nunca una fecha para su vuelta. Se han contentado con esperar. Así, cuando vuelva, le podrán reconocer [...]. No hay nada de malo ni de ridículo, efectivamente, en pensar que los acontecimientos del mundo se dirigen hacia una meta. Es el modo de interpretar todo a la luz de la Escritura: leer el sentido de todas las cosas, considerarlas como signos y manifestaciones de Cristo, de su providencia, de su voluntad.

       Se podría objetar que este mundo habla con frecuencia un lenguaje adverso a Dios. ¿Cómo podría decirse entonces que lleva en él signos de la presencia de Cristo y, por consiguiente, que se acerca a él? Sin embargo, es así. Pese al carácter opaco de este mundo, Dios está presente en él, Dios nos habla a través del mundo. Cristo está siempre aquí, susurra a nuestros oídos y nos hace señas. Pero el rumor de este mundo es tan ensordecedor, sus signos siguen siendo tan misteriosos, el mundo se muestra tan agitado, que no sabemos reconocer cuándo habla ni qué nos quiere decir (J. H. Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. VI, Sermón. 17, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Velad, pues, y orad en todo tiempo» (Lc 21,36).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Puesto que Jesús está siempre a punto de venir, la Iglesia debe velar de manera incesante. Ella misma es vela, vigilia. Ella misma «aguarda con perseverancia» (cf. Rom 8,19.25), para esperar a su Señor y Esposo. En consecuencia, se impone siempre la vigilancia. El día y la noche, la vela y el sueño, constituyen un ritmo cósmico que recibe en Jesús un nuevo significado.

       La noche designa la ausencia de él, mientras que el alba y el día anuncian su venida. La Iglesia, que vive esperando la venida de Jesús con la certeza de su misteriosa presencia, no puede «dormir», sino que vela. En su vela, el cristiano lleva toda el ansia de la Iglesia, que, en el Espíritu Santo, espera a su Señor. La fuerza del Espíritu penetra en su vela hasta tal punto que ésta, de una manera misteriosa, influirá ahora en el ritmo cósmico del tiempo. Este influjo justifica la fuerza de la palabra de Pedro cuando escribe que el cristiano, velando y orando, apresura la llegada del día del Señor.

       Velar con Jesús es siempre velar en torno a su Palabra. La única lámpara de la que disponemos en nuestras tinieblas es la Palabra de Dios. En espera de que apunte el Día, Jesús resplandece ya, por medio de su Palabra, en lo más hondo de nuestro corazón; la venida de Jesús al fin de los tiempos se anticipa en nuestros corazones cuando velamos en torno a su Palabra. En la noche de los tiempos en la que seguimos viviendo hoy, la vela de oración es un primer vislumbre, todavía inseguro, que se eleva sobre el mundo: es la señal de que Jesús está cerca.

       La vela, por tanto, no puede cesar nunca, y la oración debe crecer siempre. La espera y la vela nos arrancan de nosotros mismos y nos dejan en manos de Dios, de quien depende toda consumación, y que tendrá lugar cuando él quiera, cuando el mundo, a fuerza de velar, esté maduro para la cosecha (A. Louf, Lo Spiríto prega ¡n noi, Magnano 1995, pp. 103-107, passim [edición española: El Espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid 1985]).

 

 

Día 3

Primer domingo de adviento Ciclo B

          Francisco Javier nació el 7 de abril en Javier (Navarra). Ya maestro de Filosofía y profesor en la Universidad de París, abandonó una prometedora carrera para seguir a Ignacio en la fundación de la Compañía de Jesús. Tras ser ordenado sacerdote, fue enviado como misionero a la India. Desde 1542 ejerció una inmensa actividad apostólica a lo largo de las costas de la India, en Malaca, en las islas Molucas (Indonesia) y en Japón. Murió el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Sanciono, frente a China, a donde quería entrar para llevar el Evangelio. El amor a Dios y el celo apostólico cualificaron su vida y le convirtieron en el mayor apóstol de los tiempos modernos. Es patrono de las misiones y modelo de los misioneros. 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 63,16b-17.19b; 64,2b-7 63

16Tú, Señor, eres nuestro Padre, desde siempre te invocamos como nuestro redentor.

17 Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te respetemos? Cambia de actitud, por amor a tus siervos; por amor a las tribus de tu heredad.

19b ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases; los montes se derretirían ante ti,

64 2b Tú bajaste, y los montes se derritieron en tu presencia.

3 Jamás nadie vio ni oyó hablar de un Dios que actúe como tú con quien confía en él.

4 Tú acoges a los que actúan rectamente y no se olvidan de tus preceptos. Estabas irritado, porque habíamos pecado; persiste nuestro pecado, pero tú nos salvarás.

5 Todos nosotros éramos impuros; nuestra justicia era un paño inmundo, nos marchitábamos todos como si fuéramos hojas y nuestras maldades nos arrastraban como el viento.

6 Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti, pues tú nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades.

7 Con todo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla, y tú el alfarero, somos todos obra de tus manos.

 

**• El momento más intenso de este fragmento del libro de Isaías es ciertamente la invocación acuciante del v. 19: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» La invocación, a su vez, es una inserción del redactor profético en una serie temática que le imprimen densidad y vigor. Aparecen claramente tres temas principales.

Ante todo aparece el conocimiento profundo que tiene el pueblo del propio pecado; no importan tanto las desgracias en las que se encuentra inmerso Israel (entre las que cabe mencionar la profanación del templo, omitida en la perícopa litúrgica), cuanto el pecado sentido como una prisión de la que no logra liberarse el pueblo: «¿Por qué nos extravías de tus caminos?» (v. 17); «Nos entregabas a nuestras maldades» (v. 6); «Nuestra justicia era un paño inmundo» (v. 5), es decir, no logran librarse de las cadenas del pecado. Es de notar que en esta situación el pueblo se dirige a Dios invocándolo como «nuestro Padre», término raro en el Antiguo Testamento pero que aparece en contextos importantes. El que Dios sea "Padre" de Israel es el motivo que justifica la liberación de Egipto (Ex 4,23: «deja salir a mi hijo»), a su vez Israel se dirige a Dios insistiendo en el vínculo de parentesco para conmover el corazón de Dios.

Finalmente, la invocación a Dios para que rasgue los cielos utiliza los términos basados en la memoria de las obras de Dios. Es como si Israel dijera el Señor: no recuerdes nuestras acciones, Señor, sino recuerda lo que tú has hecho y continúa haciéndolas hoy.  

 

Segunda lectura: 1 Corintios 1,3-9

Hermanos:

3 Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor.

4 Doy gracias a Dios continuamente por vosotros pues os ha concedido su gracia mediante Cristo Jesús,

5 en quien habéis sido enriquecidos sobremanera con toda palabra y con todo conocimiento.

6 Y es tal la solidez que ha alcanzado el testimonio de Cristo entre vosotros,

7 que no os falta ningún don, mientras esperáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

8 Él también os mantendrá firmes hasta el fin para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo.

9 Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en unión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

        

        **• Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, Pablo describe la situación de los cristianos. Éstos se encuentran entre dos tiempos: el pasado, en el que los corintios han podido experimentar la abundancia de los dones divinos, y el futuro, es decir, el día de la «manifestación de nuestro Señor Jesucristo.» De esta realidad surgen dos actitudes: la acción de gracias y la esperanza.

Los comienzos de la predicación en Corinto se señalaron por una efusión copiosa de los dones del Espíritu. Nació una Iglesia particularmente activa y el Apóstol no se planteó tanto el problema de estimular la participación cuanto orientar al bien común la riqueza de los particulares. Los dones y manifestaciones de la gracia, indica Pablo, no se han concedido como adorno o motivo de vanagloria, sino como tarea y responsabilidad, para ayudar a que los creyentes se mantengan firmes «en el testimonio de Cristo».

Así, llenos de gracia, los creyentes pueden caminar confiados hacia la manifestación final del Señor Jesús (v. 7), cuando lograrán la plena comunión con él. Pero, aun antes de su compromiso de espera vigilante, Pablo prefiere subrayar que será el mismo Dios quien los conducirá a este encuentro definitivo con su Hijo. Los cristianos, sabedores de su propia debilidad, pueden contar con la fidelidad de Dios, que quiere a toda costa llevar a buen término la "vocación" que les ha dirigido.

  

Evangelio: Marcos 13,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

33 ¡Cuidado! Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento preciso.

34 Sucederá lo mismo que con aquel hombre que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que vigilase.

35 Así que vigilad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer.

36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.

37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡Vigilad!

 

*» El relato evangélico comienza y concluye con la misma invitación: «Vigilad» (w. 33.37). Siguen dos enseñanzas, la primera indica el "porqué" de la vigilancia: «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento preciso» (v. 33). Una lectura superficial podría parecemos como una imposición tiránica: Jesús no revela el día y la hora, para que los cristianos vivan en continuo temor. Al contrario, no se indica la hora porque todas las horas son buenas para abrirse al evangelio de suerte que comprometa la existencia. Jesús desea vitalizar a una comunidad para que no esté obsesionada con el deseo de conocer el final, sino que se preocupe por vivir y discernir tiempos y momentos en la escucha y la obediencia. Y esto en la espera de la última cita que nos introducirá definitivamente en el Reino; ciertamente es una espera continua e intensa, pero no ansiosa ni temerosa, sino que rebosa confianza.

La segunda enseñanza está en el "estilo" de la vigilancia. Marcos, al narrar la parábola del hombre que se marcha de viaje lejos, indica que deja su «casa» al cuidado de sus criados (v. 34). Es posible ver en la casa una imagen de la comunidad cristiana. Cualquier creyente es, en su fidelidad cotidiana al Señor, responsable de su construcción. La vigilancia se caracteriza como "vigilancia de la casa", de la que, mientras espera a su Señor, el cristiano debe cuidar desempeñando la tarea que Dios ha confiado a cada uno.

  

MEDITATIO

La esperanza es la virtud por excelencia de adviento. Nos hace mirar al mañana con confianza y valentía. Sin embargo, correría el riesgo de ser una esperanza ilusoria, vana, que se disiparía en la nebulosa de nuestra fantasía si no fuese capaz de mirar con realismo la situación presente y si no estuviese arraigada en el recuerdo de las cosas buenas conocidas y vividas. Ésta es la temática común de las lecturas de hoy. En particular, la primera se fija en los beneficios realizados por Dios como base para esperar de nuevo su venida.

La lectura comienza hablando de Dios, no del hombre: «Tú eres nuestro Padre, nuestro redentor» (Is 63,16); parte de la certeza de que Dios se ha vinculado a nosotros y que no puede quedarse lejos. Por lo demás, en la historia de toda relación (bien sea dentro de una pareja, entre amigos, en el seno de una comunidad...) el recuerdo de los momentos felices vividos juntos y de las dificultades afrontadas en armonía y solidaridad, puede ser fuente de fortaleza para afrontar nuevas dificultades.

Lo mismo ocurre en la relación con Dios, donde nunca podemos renunciar a la memoria. Pero además la esperanza debe ser una palabra que sea verdadera y creíble en el presente. Por esta razón se conjuga con la vigilancia y la laboriosidad. En la "casa" que es la Iglesia, todos los criados tienen su tarea, y todos se llaman "siervos". Siervo es una persona que pertenece a otro, que no tiene dominio ni sobre su propia vida. En la casa de este Señor, todos tienen esta condición de no pertenecerse a sí mismos, sino sólo a Él y a los demás. El ejemplo de los discípulos que se durmieron en vez de velar con Jesús en el huerto de Getsemaní muestra a las claras que esta vigilancia no es una actitud más, sino que coincide sustancialmente con la capacidad de dar la vida, como fue la actitud de Jesús.

 

 

ORATIO

La mejor sugerencia como oración, en este caso, es volver a leer el texto de la primera lectura, ya que el mismo texto es una súplica. «Tú, Señor, eres nuestro Padre». Mientras vamos acercándonos a ti, Padre, sentimos estas palabras en toda su fuerza. Te has comprometido con nosotros, te has expuesto por nuestro "rescate", y así podemos apelar a este título para llamar a tu corazón. No recuerdes quiénes somos, recuerda quién eres tú, ya que nosotros somos barro y tú el alfarero. No olvides la obra de tus manos.

Señor Jesús, que nos has confiado tu casa, la Iglesia y todos nuestros hermanos para que cuidemos unos de otros en espera de tu vuelta, no dejes que decaigan nuestros brazos abatidos por el cansancio o por el sueño. No nos abandones al poder de nuestro pecado y nuestra iniquidad. Tú que nos llamas "siervos" concédenos reconocernos en ti, ya que te has hecho siervo nuestro.

«Estad alerta, vigilad», es lo que nos mandas: como quien pasa la noche de guardia atento a cualquier ruido nocturno porque puede ser precursor de algo inesperado, haz que tengamos el ojo avizor y el oído atento para percibir dónde estás y dónde nos llamas a colaborar contigo.

 

CONTEMPLATIO

Una pregunta seria. Vigilar: ¿qué significa para Cristo? Estar vigilantes. No se trata solamente de creer, sino de estar alerta. ¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue cuando se retrasa? ¿Estar ansiosos por algo que puede suceder o no? Vigilar por Cristo se asemeja algo a todo esto. Vigilar con Cristo es mirar hacia delante sin olvidar el pasado. No olvidar lo que ha sufrido por nosotros es perdernos en contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar continuamente en el propio ser la pasión y agonía de Cristo, es revestirse con gozo del manto de aflicción que Cristo quiso llevar y luego dejarlo subiendo al cielo. Es separación del mundo sensible y vivir en el mundo invisible con el móvil de que Cristo vendrá como dijo. Es deseo afectuoso y agradecido de esta segunda venida de Cristo: esto es vigilar (J. H. Newman, Diario spirituale e meditazioni, Novara s.f., 91-93).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La espera no es una actitud muy común. No se suele pensar con mucha simpatía en la espera. De hecho, la mayor parte de la gente piensa que la espera es una pérdida de tiempo...; quizás porque la cultura que nos ha tocado vivir dice «¡Venga!, ¡haz algo! ¡Demuestra que eres capaz de actuar! ¡No te quedes sentado esperando!»

Sin embargo, esperar es una actitud enormemente radical en la vida. Es confiar en que sucederá algo que supera con mucho nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. Es vivir con la convicción de que Dios nos va formando con su amor divino y no con nuestros temores. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, estamos a la espera, activamente presentes en el momento actual, esperando la novedad que acontecerá, novedad que va más allá de nuestra propia imaginación o previsión. Esta actitud, ciertamente, es muy radical en la vida en este mundo preocupado en controlar los acontecimientos (H. J. M. Nouwen, The Patn of Waiting, Nueva York 1995).

 

 

 

Día 4

Lunes de la 1ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 2,1-5

1 Visión que tuvo Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y Jerusalén.

2 Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas.

Hacia él afluirán todas las naciones,

3 vendrán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas».

Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.

4 Él será juez de las naciones, arbitro de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados, de sus lanzas podaderas.

No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra.

5 Estirpe de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor.

 

*• El profeta Isaías nos ofrece su mirada de creyente sobre el curso de la historia humana, para él no camina hacia una catástrofe sino hacia el don divino de la paz universal. La visión profética distingue en la historia humana un movimiento ascendente en correspondencia con el movimiento descendente de Dios, quien hace "salir" su Palabra para atraer hacia sí a los hombres (v. 3).

El movimiento tiene un signo positivo: todos los pueblos tenderán a la unidad. La ruina sucedió en Babel, donde fueron confundidas las lenguas y la dispersión entró en la vida humana. Isaías ve, en cambio, el prodigio de un movimiento opuesto: los hombres convergen hacia un centro, vuelven a unirse, se supera y olvida la lejanía de Dios, Jerusalén será ciudad de Dios para siempre.

Para lograrlo, el Señor establece una "escuela" alternativa: la "escuela de su Palabra", que, con la fuerza de su promesa, suscita un mundo de paz y proyecta en dirección positiva las energías del hombre, inclinadas al mal y a la muerte: «De las espadas forjarán arados...» (v. 4).

Ciertamente, las obras humanas siempre serán parciales y frágiles, pero deben ayudar a comprender que la vida, con su proceder - a veces doloroso y con sufrimiento-, es una santa peregrinación iluminada con la luz que mana del «monte del templo del Señor» (v. 2). Se trata de una luz que no sólo iluminará con todo su esplendor al final de los tiempos, sino que ya desde ahora orienta el camino del pueblo de Israel: «Estirpe de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor» (y. 5).

 

 

Evangelio: Mateo 8,5-11

5 Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7 Jesús le respondió:

-Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión:

-Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano. 'Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve! y va; y a otro: ¡ven! y viene; y a mi criado: ¡haz esto! y lo hace.

10 Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:

-Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del reino de los cielos.

 

*•• ¡Nada maravilla tanto a Jesús como la fe! El encuentro en Cafarnaún con el centurión tiene su centro precisamente en la manifestación de su fe y en el gran elogio proclamado por Jesús. Es paradójica la identidad del que reclama la ayuda de Jesús: se trata nada menos que de una persona impura, puesto que es un pagano, un soldado representante del poder responsable de la ocupación de la tierra de Israel. Y, sin embargo, explícita su propia fe convencida, concreta, acompañada por un profundo sentido de su propia indignidad siendo consciente de no poder presentar ninguna excusa (v. 8).

Reconoce la elección de Israel, pero en su fe auténtica sabe que el poder de la Palabra de Dios, manifestado en Jesús, no tiene fronteras. Y como él experimenta en su vida ordinaria la eficacia de sus órdenes como centurión, con mayor razón será eficaz la palabra de Jesús contra la enfermedad del siervo.

Aquí aparece la reacción de Jesús, estupefacto y asombrado, que alaba la fe de este "pagano" como auténtica fe salvífica. El evangelista, al conservar esta narración, propone en el comportamiento del oficial romano un ejemplo del camino de fe del discípulo; se pasa de la confianza en Jesús que puede y quiere curar, a la acogida de su persona como enviado de Dios, a la apertura sincera y total de la fe.

Mateo añade una frase evocando el banquete al final de los tiempos en que también participarán los paganos. No es un pagano quien lo escribe, sino que es Mateo el hebreo, que pretende espabilar y animar a sus propios hermanos, quizás muy seguros de su elección.

 

MEDITATIO

En Jesús, dirigiéndose a la casa del centurión, descubro el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Y si Dios manifestado en el Nazareno es aquel que quiere entrar en mi casa, en mi vida, también es el que -como indica el profeta Isaías- desea llevar a cada uno de nosotros a morar en su casa, a compartir su propia vida. Si acepto su Palabra poniéndome en camino, me abrirá la intimidad de su morada. Su amor actúa para formar en mí, en mis hermanos y hermanas una humanidad que olvide el odio, las guerras y el pecado en cualquiera de sus manifestaciones y se dirija hacia la meta de una reconciliación con él y hacia una renovada unión y comunión entre las personas, los grupos y los pueblos.

Dios me invita a colaborar con su sueño, sobre todo acogiéndolo con fe, amando su voluntad y deseando sus promesas. La fe no es herencia étnica, cultural o algo por el estilo, ni siquiera un habitas religioso de algunos, sino la decisión de mi libertad humana por ser alumno en la escuela de la Palabra de Dios que me atrae a sí. Entonces, como el centurión, experimentaré en mi interior sentimientos de humildad y confianza.

Humildad renunciando a salvarme por mis propios medios en un delirio de autosuficiencia; confianza consciente de que el Señor puede salir a mi encuentro en cualquier situación dirigiendo mis pasos por sus caminos de vida y de luz.

 

ORATIO

¡Ven, Señor! El mundo te necesita y necesita tu promesa; necesita que tus palabras nos instruyan en lo hondo del corazón y nos muestren los caminos de la paz. Sin ti nuestro pobre mundo sólo conocería la prepotencia y los senderos insensatos de las incomprensiones, de las divisiones y de la violencia. Pero si tú vienes a instruirnos, veremos el nacer de una nueva humanidad, una humanidad capaz de mirar a lo alto y caminar sin prevaricaciones y en solidaridad hacia un centro de atracción común.

¡Ven, Señor! Ilumina nuestros pasos con tu luz y fortalece nuestros corazones, para que tengamos la osadía de forjar podaderas de las lanzas y arados de las espadas. Sólo con tu amor podremos emplear para el bien las energías que tenemos en vez de la fuerza terrible de laceración y disgregación. ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven, Señor! Esperamos tu venida en nuestras vidas; contigo tenemos luz, curación, paz. Con el centurión del evangelio te manifestamos la admiración y gratitud por haberte hecho compañero de viaje y nuestro huésped: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).

 

CONTEMPLATIO

Señor, Dios mío, dime por tu misericordia quién eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salvación (Sal 34,3).

Dilo de modo que lo oiga. Ante ti están los oídos de mi corazón, Señor; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu salvación». Que corra tras esta voz y me una a ti. No me escondas tu rostro: que muera porque no muero para verlo.

La casa de mi alma es demasiado estrecha para que puedas entrar: dilátala. Está en ruinas: repárala. Está llena de trastos que no te agradan: lo sé, no lo niego, ¿quién podrá purificarla? A quién sino a ti gritaré: Purifícame, Señor, de mis culpas ocultas, líbrame de mis faltas.

Creo, por eso hablo, Señor, tú lo sabes (San Agustín, Confesiones, 1,5-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando el Hijo vino a los suyos, éstos no le recibieron. El "patriotismo" del pueblo elegido debería consistir en la fe en Dios y su Palabra, y, por lo tanto, en su nueva Palabra. Pero el Verbo encarnado no encontró esa fe. Aquel pueblo había regulado, desde hacía mucho, su propia relación con Dios, pensando que no había que cambiar nada. Le parecía que su alianza con Dios era una razón para no dejarle acercarse más, y que su obediencia de antaño le dispensaba ahora de escucharle más de cerca lo que Dios quería decirle.

El Hijo no encontró ya fe en el pueblo que creía en el Padre, porque era ya demasiado "creyente". Sin embargo, encontró esta fe en un centurión de los ejércitos paganos que ocupaban el país. El que todo lo sabe desde siempre se admiró. Durante toda su vida esta admiración permaneció en el corazón del Hijo del hombre y también la conmoción respecto a muchos que parecen estar fuera y están dentro, y otros que, nacidos ciudadanos del Reino, serán arrojados a las tinieblas exteriores. Y es que la fe sin condiciones con frecuencia brota más fácilmente del corazón de los "no creyentes" que del corazón de aquellos creyentes ortodoxos de toda la vida, y el cielo encuentra la penitencia sincera más en los pecadores que en los que piensan que no necesitan penitencia (K. Rahner, Glaube, der die Erae liebt, Friburgo 51971). 

 

 

 

Día 5

Martes de la 1ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 11,1-10

1 Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces.

2 Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor.

3 (Lo inspirará el temor del Señor). No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas.

4 Juzgará con justicia a los débiles, sentenciará a los sencillos con rectitud; herirá al violento con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado.

5 Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, el cinturón de sus caderas.

6 Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos.

7 La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey,

8 el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid.

9 Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque la sabiduría del Señor colma esta tierra como las aguas colman el mar.

10 Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

 

*•• En un escenario desolador, en una selva talada y algunos árboles tronchados, nace un «renuevo» (v. 1), signo de vida y de bendición. El tronco del que brota es la familia davídica, probada por las tragedias de la historia y la infidelidad del pecado. Pero Dios es fiel y recuerda la promesa hecha a David de establecer por siempre su trono. La alusión al «tronco de Jesé», padre de David, recuerda que Dios lleva a cabo sus maravillas no con el David poderoso, sino con el David pequeño, insignificante a los hombres, pero amado por Dios y elegido por él (cf. 1 Sm 16,1-13).

La promesa de Dios se sintetiza en el don divino por excelencia: el Espíritu (v. 2). El Espíritu que era el don de Dios a los jefes libertadores de Israel, a los jueces carismáticos, a los profetas y sacerdotes, a los sabios; aunque todavía no era un don pleno y estable. Sin embargo, según el oráculo presente, el Espíritu se concederá de modo pleno y estable al descendiente de David, a este renuevo del «tronco de Jesé»: «Sobre él reposará el Espíritu del Señor» (v. 2). La plenitud del Espíritu, manifestada en nuestro texto por la cuádruple aparición del término "espíritu", confiere al pequeño rey la totalidad de dones y carismas traducidos en un gobierno justo.

La última parte del texto se ensancha con dimensiones universales: el reino de este niño no se limitará a Jerusalén, sino a toda la humanidad y toda la creación. Con él aparecerá un mundo renovado radicalmente reconciliado, una especie de "nuevo paraíso", cuyo centro es el monte santo de Dios, con la presencia de Dios pacificadora y victoriosa sobre todo mal. De este modo el país será objeto de una inundación, no de hordas enemigas armadas, sino del sabroso fruto del Espíritu que es la «sabiduría del Señor» (v. 9).

 

Evangelio: Lucas 10,21-24

21 En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo:

-Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

22Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

23 Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado:

-Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.

24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

**• Jesús reconoce la verdad de su propia vocación de Hijo a través de la fe de los pequeños, es decir, de los que -aun siendo desfavorecidos al parecer de los hombres de religión- han acogido con gratitud y humildad la predicación de los setenta y dos discípulos. Es una realidad que se descubre y celebra con la fuerza del Espíritu, el único que permite al hombre poder leer, en las situaciones más diversas, la voluntad de Dios.

Su grito de «júbilo en el Espíritu» (v. 21) permite intuir el tenor de los acontecimientos por los que se manifiesta la vocación filial de Jesús. Él, a pesar del fracaso de su propia misión y el éxito parcial de la de los discípulos, da gracias al Padre por sus designios insondables, que revelan el misterio del reino a los últimos, los humildes, y los oculta a los soberbios. Esta acción de gracias es reconocer la obra maravillosa de Dios, su acción que confunde la sabiduría humana.

Ahondando más, Jesús admira el "conocimiento" que de él tiene el Padre y, a la vez, exalta el conocimiento que le ha concedido del plan de Dios. Pero hay algo más: en este conocimiento del verdadero rostro de Dios da entrada a sus propios amigos, los que aceptan participar en la familiaridad íntima que lo une al Padre (v. 22). La verdadera felicidad de los discípulos consiste en la participación en esta familiaridad que le hace vivir no ya en el tiempo de la espera, sino en el de la presencia de la salvación (v. 23), ansiada por Israel a lo largo de los siglos.

 

MEDITATIO

Dios actúa de modo imprevisible, desconcertando nuestra sabiduría humana. Ciertamente, los caminos que nos hace recorrer para llevarnos a la salvación son inéditos, nuevos, inesperados, como sugiere el tema del "renuevo de Jesé". El retoño que comienza a despuntar en tronco talado, en medio de un bosque desolado, me recuerda su fidelidad, su promesa inquebrantable y el privilegio de los humildes y pequeños a sus ojos.

También yo seré un privilegiado si acojo el don del Espíritu, que se posó sobre Jesús, el renuevo mesiánico. Y como Jesús, con la fuerza del Espíritu, ha podido descubrir en los éxitos controvertidos de su propia misión el plan sabio del Padre, también yo podré gozar de la atención delicada y llena de ternura que Dios reserva a los pobres y sencillos.

Entonces me encontraré entre aquellos a los que el Hijo revela el misterio de amor de su Padre dándoles entrada en su misma relación de comunión e intimidad.

El Hijo amado del Padre viene a regalarme la vida filial, la verdadera sabiduría, el don del Espíritu con el que Dios quiere colmarme y al mundo entero para superar los desgarrones y divisiones, que parecen ser la triste herencia de los humanos.

 

ORATIO

Señor Jesús, renuevo de Jesé, el Padre ha posado sobre ti el Espíritu. Derrama en nosotros el Espíritu que nos guíe en la búsqueda de la verdadera sabiduría para saber vivir bien y lograr la felicidad verdadera. Derrama en nosotros tu Espíritu, para que nos conceda el comprender nuestra historia en el plan de Dios Padre. Derrama en nosotros el Espíritu de consejo y valentía, para poder tomar decisiones juiciosas y concretizarlas en hechos con perseverancia, paciencia y tenacidad.

Derrama en nosotros el Espíritu de conocimiento, para poder tener contigo una profunda familiaridad que nos permita penetrar los secretos de tu corazón manso y humilde.

Derrama en nosotros el Espíritu del temor del Señor, para que la voluntad del Padre sea verdaderamente el centro de nuestros pensamientos, deseos y proyectos.

Derrama en nosotros el Espíritu con el que revelas al Padre a los pequeños, a los pobres, para que nos haga pobres, gozosos y libres a imitación tuya, el Hijo que nos colma de alegría.

 

CONTEMPLATIO

Soy consciente, Padre omnipotente, de que tú debes ser el fin principal de mi vida, de suerte que mis palabras y sentimientos te expresen. Permíteme dirigirme a ti, Señor, que te hable con toda libertad. Soy un pequeño en la tierra, pero encadenado por tu amor.

Antes de conocerte, estaba oculto el sentido de mi vida y carecía de significado mi existencia. Gracias a tu misericordia he comenzado a vivir: he disipado mi ambigüedad.

He sido instruido en la fe, inmerso en ella sin remedio. Señor, perdóname, no puedo librarme de ti, pero podría morir de ti.

A lo largo del tiempo han surgido infinidad de teorías, pero han llegado tarde; antes de darles oído te he dado mi fe. Ahora soy tuyo (Hilario de Poitiers, La Trinidad, I).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo te alabo, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos» (Lc 10,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No nos lamentemos demasiado fácilmente de la falta de tiempo para leer y no la hagamos responsable de un estado espiritual imputable con frecuencia a nuestra falta de decisión (la decisión de llevar las cosas a la práctica). Volvamos asiduamente al evangelio, a cualquier libro sólido, y tratemos de asimilarlo para vivirlo. No dejemos que se vaya agrandando la fisura entre verdad buscada y meditada y el llevar a la práctica sus exigencias. Es preciso exponer nuestra vida a la luz del Espíritu de Jesús, esforzándonos por practicar el sermón de la montaña, el discurso de la última Cena, el Vía Crucis, las parábolas de la oración y de la fe, y sobre todo el mandamiento del amor: ahí encontraremos la verdadera ciencia de Cristo, la que poseían los apóstoles.

Cualquier momento del día se nos brinda como algo único e irrepetible; por eso, los que no se han abandonado suficientemente al Espíritu y dependen de modo muy rígido de un ideal moral especulativo, no llegan a la santidad perfecta, viva, en consonancia con las exigencias de la vida. Su santidad es artificial, rígida, careciendo del impulso y espontaneidad del amor; son incapaces de un acto de locura en la pobreza, en el amor al prójimo; no viven el Evangelio del Salvador (...).

La lectura de una biografía o de los escritos de los santos con frecuencia son más eficaces para una auténtica vida espiritual que la lectura de libros doctrinales. Velad constantemente por mantener un gran equilibrio en vuestra vida, para conservarla siempre en la sencillez del momento presente y para llevar a la práctica el Evangelio (R. Voillaume, Come loro, Turín s.f.). 

 

 

Día 6

Miércoles de la 1ª semana de Adviento o

San Nicolás de Bari

 

           Es un santo que goza de una extensa e intensa devoción popular. Nació en Petara, Asia Menor, a finales del siglo III. Después de repartir sus bienes a los pobres, ingresó en la vida monástica y llegó a regir un monasterio. Al regreso de un viaje a Tierra Santa, fue elegido obispo de Mira, en Licia (hoy Turquía). El año 325 suscribió en el Concilio de Nicea la fe en la divinidad de Cristo. En la persecución de Galerio fue encarcelado y torturado por su fidelidad a la fe católica. Murió en Mira a la edad de 65 años entre el 345 y el 350. Las leyendas del siglo VI lo presentan como gran taumaturgo. En el mundo anglosajón, su fiesta, en la que se obsequia especialmente a los niños, se celebra con el nombre de «Santa Claus». El año 1087 su cuerpo fue trasladado a la ciudad italiana de Bari.- Oración: Imploramos, Señor, tu misericordia y te suplicamos que, por la intercesión de tu obispo san Nicolás, nos protejas en todos los peligros, para que podamos caminar seguros por la senda de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 25,6-10a

6 El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados.

7 Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos, el sudario que tapa a todas las naciones.

8 Destruirá la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los rostros, y borrará de la tierra el oprobio de su pueblo -lo ha dicho el Señor-.

9 Aquel día dirán: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación, éste es el Señor en quien confiábamos; alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado».

10 Se ha posado en este monte la mano del Señor.

 

**• La imagen del banquete constituye uno de los símbolos fundamentales para expresar la comunión, el diálogo, la fiesta, la victoria. El banquete anunciado por el profeta Isaías para el final de los tiempos celebra la victoria de Dios sobre los poderes que esclavizan al hombre, proclamando su realeza universal. El lugar de este banquete, abierto a todos los pueblos, es también bastante significativo: se trata de Sión, lugar simbólico de la elección de Israel.

En el banquete el Rey ofrece regalos a los invitados, a la usanza de los reyes y príncipes al ser entronizados. El primer regalo es su presencia, su manifestación a los pueblos que antes caminaban como ciegos: «Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos» (v. 7). A este don sigue otro más llamativo: aniquilará la muerte. A continuación Dios, amorosamente, enjugará las lágrimas de todos los rostros, consolará a todos de su dolor. ¡Éste es un tercer regalo personalizado!

Esta esperanza estriba exclusivamente en la promesa de Dios y no en las conjeturas del hombre sobre su futuro, como subraya el v. 8: «Lo ha dicho el Señor». En este punto desborda el himno de alabanza por la victoria del Señor quien, aun antes de derrotar a los enemigos, se constituye en salvación del pueblo que ponga en Dios su esperanza: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación» (v. 9).

 

Evangelio: Mateo 15,29-37

29 Jesús partió de allí y se fue a la orilla del lago de Galilea; subió al monte y se sentó allí.

30 Se le acercó mucha gente trayendo cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies y Jesús los curó.

31 La gente se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos caminaban y los ciegos recobraban la vista; y se pusieron a alabar al Dios de Israel.

32 Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

-Me da lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino.

33 Los discípulos le dijeron:

-¿De dónde vamos a sacar en un despoblado pan para dar de comer a tanta gente?

34 Jesús les preguntó:

-¿Cuántos panes tenéis?

Ellos respondieron:

-Siete, y unos pocos pececillos.

35 Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo.

36Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y se los iba dando a los discípulos, y éstos a la gente.

37 Comieron todos hasta saciarse, y recogieron siete cestos llenos de los trozos sobrantes.

 

*•• El marco que encuadra el episodio de la segunda multiplicación de los panes es el de Jesús misericordioso que cura a los enfermos (v. 30) y que da a todos su alimento, signo del banquete mesiánico.

Su misericordia es la que se da cuenta de lo que los discípulos no advierten: el hambre y debilidad de sus oyentes. Por eso Jesús, antes de actuar, convoca a sus discípulos, para que participen en su visión compasiva con los pobres y necesitados (v. 32).

El hecho de que poco antes el evangelista nos haya narrado un viaje de Jesús a tierra extranjera (cf. Mt 14,13-21) nos hace pensar que el gentío le sigue desde lejos y pertenecía al mundo pagano. Mateo, aun siendo consciente de que la misión universal es postpascual (cf. Mt 28,18-20), quiere subrayar la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesús y se proyecta a todos los pueblos.

En la primera multiplicación (Mt 14,13-21) Jesús se manifestó como el buen Pastor de Israel, haciendo visible la fidelidad de Dios con su pueblo. Ahora son todos los que son invitados al banquete mesiánico, incluso los paganos por la misericordia de Dios.

El pan que reparte recuerda el banquete en el que hay sitio para todos: el número «siete» de las cestas de pan sobrante, como el número «cuatro mil» de los comensales (los cuatro puntos cardinales), simboliza también el tema de la salvación universal que lleva a cabo Jesús.

 

MEDITATIO

Las lecturas bíblicas nos ofrecen una ilustración coherente del rostro de Dios, que viene a sanar nuestra humanidad herida y a saciar nuestras ansias de salvación.

Aparece el retrato de la espera de esa salvación que sólo Dios puede conceder, iluminando nuestros corazones asediados por la ignorancia de Dios y por el desaliento. De hecho, nos reconocemos en el hambre de salvación de la multitud de pobres y enfermos que se agolpan en torno a Jesús. Aparece la imagen de un Dios anfitrión que prepara el banquete para todos y nos ama a cada uno de nosotros con un amor personal que llega hasta a enjugar las lágrimas de cada rostro.

El misterio de la misericordia divina asume para nosotros los rasgos del rostro y gestos de Jesús que sana a los enfermos y sacia con su pan a la multitud hambrienta que le sigue desde hace días. En la hondura de esta compasión de Jesús se nos hace visible el rostro de un Dios médico que cura nuestra humanidad cansada, desmayada y enferma. En él encuentro al divino y generoso anfitrión que me acoge a su mesa y me declara lo importante y precioso que soy a sus ojos.

 

ORATIO

Señor Jesús, venimos a ti, fatigados por nuestras limitaciones, afligidos por nuestras culpas, desilusionados de tantas "mesas" en las que no saciamos nuestra hambre ni apagamos nuestra sed. Te pedimos nos consueles y cures con tu amor, que nos sacies con tu pan y que apagues nuestra sed en la fuente de tu Espíritu.

Acrecienta en nosotros la feliz esperanza, la tensión por el banquete de vida plena y definitiva que, con el Padre, preparas para todos los pueblos. Te bendecimos por tu compasión con los pobres y enfermos con la que nos revelas la bondad misericordiosa del Padre.

Te bendecimos también por el pan de cada día, signo de tu solicitud con nosotros.

Te pedimos que refuerces nuestra caridad para que, en nuestro compartir y en el servicio, podamos ser auténticos testigos de tu gran corazón de pastor que sana y apacienta sus ovejas.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh pan dulcísimo!, cura el paladar de mi corazón para que guste la suavidad de tu amor. Sánalo de toda enfermedad, para no guste otra dulzura fuera de ti, no busque oro amor fuera de ti ni ame otra belleza fuera de la tuya, Señor hermosísimo.

Pan purísimo que contiene en sí toda dulzura y todo sabor, que siempre nos fortaleces sin que disminuyas: haz que pueda alimentarse de ti mi corazón y la intimidad de mi alma se colme de tu dulce sabor. Que se alimente de ti el hombre que peregrina todavía, para que, recreado con este viático, no desfallezca a lo largo del camino. Que pueda llegar con tu auxilio por la senda recta a tu Reino: allí ya no te contemplaremos en el misterio, como ahora, sino cara a cara. Y nos saciaremos de modo maravilloso sin que volvamos a tener hambre o sed por toda una eternidad (Juan de Fécamp, Oración para recitarla antes de Misa, 10-11, passim).

 

ACTIO

Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «Me da lástima de esta gente» (Mt 15,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Buscas maneras de encontrar a Jesús. Intentas conseguirlo, no sólo en tu mente sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que éste implica a su cuerpo lo mismo que al tuyo. Se hizo carne por ti, para que tú pudieras encontrarle en la carne y recibir su amor en ella.

Pero hay algo en ti que impide ese encuentro. Hay todavía mucha vergüenza y mucho sentido de culpabilidad en tu cuerpo, bloqueando la presencia de Jesús. Cuando estás en tu cuerpo, no te sientes realmente en casa; vives como arrojado en él, como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente puro para encontrarte con Jesús.

Cuando examinas con atención tu vida, te das cuenta de hasta qué punto se ha visto llena de miedos, especialmente de miedo a las personas con autoridad: tus padres, profesores, obispos, directores espirituales, incluso de miedo a tus amigos. Nunca te consideras igual a ellos y te colocas debajo cuando te encuentras delante de ellos. Durante la mayor parte de tu vida has sentido como si necesitaras su permiso para ser tú mismo (...).

No podrás encontrarte con Jesús en tu cuerpo mientras éste siga con montones de dudas y miedos. Jesús vino para librarte de esos lazos y crear en ti un espacio en el que pudieras estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.

No desesperes pensando que no puedes cambiar después de tantos años. Sencillamente entra en la presencia de Jesús como eres y pídele que te dé un corazón libre de todo miedo en el que él pueda estar contigo. No puedes hacerte a ti mismo diferente. Jesús vino para darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mente nueva y un cuerpo nuevo. Deja que él te transforme por su amor y te permita recibir su afecto en todo tu ser (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 54-55). 

 

Día 7

San Ambrosio (7 de diciembre)

Ambrosio, miembro de una noble familia cristiana de origen romano, nació en Tréveris (en la antigua Galia) en torno a los años 337-339. Tras la muerte de su padre, fue a Roma y se dedicó con pasión a los estudios e ingresó en la administración pública. Hacia el año 370, fue enviado a Milán, donde, a la muerte del obispo arriano Ausencio, se habían encendido ásperos tumultos por el nombramiento del sucesor. La obra de pacificación de Ambrosio fue tan persuasiva que fue aclamado obispo por todo el pueblo, tanto por los católicos como por los arríanos. Siendo todavía catecúmeno, recibió el bautismo, y una semana más tarde, la consagración episcopal: era el año 374. Como pastor ejemplar, se mostró incansable a la hora de alimentar al rebaño con el pan de la Palabra de Dios, asiduo en la atención a la liturgia, indómito en la defensa de la libertad de la Iglesia. Figura entre los grandes doctores de la Iglesia de Occidente. Murió en Milán el año 397.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 26,1-6

1 Aquel día se cantará este cantar en la tierra de Judá:

«Tenemos una ciudad fuerte; Dios la ha protegido con fortificaciones y murallas.

2 ¡Abrid las puertas, para que entre el pueblo justo, que se ha mantenido fiel!

3 Está firme su ánimo, mantiene la paz, porque ha puesto en ti su confianza.

4 ¡Confiad siempre en el Señor, que el Señor es la roca perpetua!

5 Doblegó a los que habitaban en lo alto; derribó a la ciudad encumbrada, la derribó hasta el suelo, la arrojó en el polvo,

6 y será pisoteada por los humildes, por los pasos de los pobres».

 

**• El himno de acción de gracias del profeta es muy denso teológicamente hablando y se expresa en la doble proclamación del auxilio del Señor que da un sólido sostén a la ciudad «fuerte» de Jerusalén (v. 1), en oposición a la soberbia Babilonia.

El himno lo cantan los habitantes de la ciudad, que necesita ser reconstruida y levantar murallas garantes de su seguridad. Pero a veces las "murallas" no sólo defienden de los enemigos; pueden convertirse en una especie de defensa del propio bienestar, en barrera contra los humildes.

Aparece una imagen muy bella en la que el profeta invita a abrir las puertas de la ciudad donde mora un pueblo no encerrado en sus propias seguridades, sino abierto al mundo. La ciudad se convierte en refugio también para otros, llamados «pueblo justo» (v. 2). La descripción de la gente que puede entrar en la ciudad en busca de refugio nos lleva a pensar que los moradores, sus habitantes, no son habitualmente ni justos, ni fieles, ni interiormente seguros.

Se invita a ese grupo étnico unido por vínculos de sangre, de autoridad e historia común a abrirse al «pueblo justo», «que se ha mantenido fiel» (v. 2). Solamente así, con esta apertura al otro, al pobre, los habitantes de la ciudad encontrarán la verdadera salvación y seguridad.

 

Evangelio: Mateo 7,21.24-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 -No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.

26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa, y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

 

*» Las dos imágenes evangélicas antitéticas del hombre prudente y del hombre necio y de los dos resultados contrapuestos corresponden a las fórmulas de la alianza de Dios con Israel, fórmulas que -según los diversos testimonios del Antiguo Testamento- concluyen siempre con una serie de bendiciones y maldiciones. Las frases conclusivas del sermón de la montaña nos dan a entender que bendición y maldición, salvación o destrucción no nos vienen dadas del exterior; son más bien la manifestación de la diversa consistencia del actuar humano y del cimiento en que se funda. Naturalmente que cuesta más construir sobre roca (v. 27), es mucho más cómodo edificar sobre extensas llanuras de arena, pero tales construcciones sin cimientos sólidos están destinadas a ser arrasadas por aguaceros y ventoleras (v. 27), Por consiguiente, es capital la calidad del cimiento; sólo apoyando las obras propias en una Palabra imperecedera de verdad es como la vida humana logra su realización, prescindiendo de exterioridades: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos» (v. 21). Ésta fue la tentación por parte de los carismático-entusiastas de la comunidad primitiva tendente a buscar obsesivamente milagros y manifestaciones espectaculares. Estos grupos olvidan que sólo una obediencia filial y seria a la voluntad del Padre indica la calidad del seguimiento de los discípulos de Jesús (cf. Mt 7,21-23).

 

MEDITATIO

Jesús es el buen pastor, el único: sólo él apacienta el rebaño, pero lo hace personificándose en cada pastor  (Agustín de Hipona). Ambrosio constituye, indudablemente, una de las más luminosas imágenes de Cristo por su incansable entrega pastoral. Él, que con impulso apasionado irrumpe con el arrollador «Cristo es todo para nosotros», no vacila en dirigirse a sus fieles exclamando: «Vosotros lo sois todo para nosotros». Totalidad de un amor que abarca, sin distinciones, a Cristo y a la Iglesia, la Cabeza y los miembros: un único cuerpo místico.

Ambrosio ha contemplado el misterio de la Iglesia con una inteligencia de fe y de amor, y la ha visto bella en las almas, santa en la asamblea reunida en oración, fuerte en los mártires, resplandeciente de gracia en las vírgenes, revestida de humildad y debilidad en los pobres y en los pecadores. Y así la ha amado, con los mismos sentimientos de Cristo, y se «ha dado a sí mismo por ella, para santificarla y presentársela a sí mismo, el único Esposo, como virgen casta», íntegra en la fe, inmaculada en la caridad, libre de todo vínculo mundano.

Fiel imagen del buen pastor, se mostró implacable y firme en defender el rebaño de los asaltos de la herejía, de la inmoralidad pagana y de todo tipo de tiranía, pero al mismo tiempo supo mostrarse como un padre tiernísimo, humilde y sencillo, atento y paciente sobre todo con las ovejas débiles y descarriadas. Su caridad pastoral todavía resplandece en la historia de la espiritualidad cristiana con el rostro benigno de la misericordia.

Concédeme, Señor, la gracia de compartir con una comunión íntima el dolor de los pecadores: ésta es la virtud más elevada. Cada vez que se trate del pecado de quien ha caído, concédeme experimentar compasión, no reprocharle de manera altanera, sino gemir y llorar con él de suerte que sufra por otro y llore por mí mismo.

 

ORATIO

En Cristo lo tenemos todo.

Somos todos del Señor y Cristo es todo para nosotros:

si deseas sanar tus heridas, él es médico;

si estás angustiado por la sed de la fiebre, él es fuente;

si te encuentras oprimido por la culpa, él es justicia;

si tienes necesidad de ayuda, él es poder;

si tienes miedo de la muerte, él es vida;

si deseas el paraíso, él es vía;

si aborreces las tinieblas, él es luz;

si andas en busca de comida, él es alimento.

(Ambrosio de Milán, «Sobre la virginidad» 99.)

 

CONTEMPLATIO

Bebe primero el Antiguo Testamento, para beber también después el Nuevo Testamento [...]. Bebe los dos cálices, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento, porque en ambos bebes a Cristo. Bebe a Cristo, que es la vid; bebe a Cristo, que es la roca de donde ha brotado el agua. Bebe a Cristo, que es la fuente de vida; bebe a Cristo, que es el río cuya corriente fecunda la ciudad de Dios; bebe a Cristo, que es la paz; bebe a Cristo, que es el vientre de donde brotan veneros de agua viva; bebe a Cristo para beber su discurso. Su discurso es el Antiguo Testamento, su discurso es el Nuevo Testamento. La Escritura divina se bebe, la Escritura divina se devora, cuando el jugo de l a palabra eterna desciende a las venas de la mente y a las energías del alma (Ambrosio de Milán, Comentario al salino I).

Yo te esperaba, Señor Jesús, y por fin has llegado; has dirigido mis pasos con el Evangelio, has infundido en mi boca u n canto nuevo: el Nuevo Testamento (Ambrosio de Milán, «Comentario al salmo XXXIX», 3).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día esta frase de san Ambrosio: «Cristo es todo para nosotros».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Por encima de su rica aportación doctrinal, Ambrosio fue sobre todo pastor y guía espiritual. Sus orientaciones de vida nos ayudan también a caminar con más soltura hacia el objetivo que he señalado como prioritario en la celebración del primer año de preparación para el tercer milenio: el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos. Al respecto, escribí: «Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo».

En función de este exigente ideal de perfección, al que todos estamos llamados, deseo detenerme añora específicamente a reflexionar sobre la enseñanza espiritual del obispo de Milán. Para ilustrar el camino espiritual propuesto a la Iglesia y a cada cristiano, san Ambrosio recurre a las ricas imágenes que nos brinda el Cantar de los cantares: en el amor de los dos esposos ve representado tanto el matrimonio de Cristo con la Iglesia como la unión del alma con Dios. Dos escritos dedicó, en particular, a este tema: la amplia Expositio psalmi CXVIIIye\ breve tratado De Isaac ve/ anima. En el primero, comentando en íntima relación el salmo 118, con su prolongada meditación sobre la Ley de Dios, y amplios pasajes del Cantar de los cantares, el obispo enseña que la mística de la unión esponsal con Dios debe ser preparada por la disciplina de una vida virtuosa y que, al mismo tiempo, el compromiso moral del cristiano no es algo cerrado en sí mismo, sino que tiene como finalidad el encuentro místico con Dios (Carta apostólica del sumo pontífice Juan Pablo II en el XVI centenario de ¡a muerte de san Ambrosio, IV, 23-24).

 

Día 8

Inmaculada concepción de María

  

LECTIO

Primera lectura: Génesis 3,9-15.20

9 Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo:

-¿Dónde estás?

El hombre respondió:

10 -Oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo.

El Señor Dios replicó:

11 -¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?

12 Respondió el hombre:

-La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí.

13 Entonces el Señor Dios dijo a la mujer:

-¿Qué es lo que has hecho?

Y ella respondió:

-La serpiente me engañó, y comí.

14 Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente:

-Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo.

Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida.

15 Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón.

20 El hombre puso a su mujer el nombre de Eva -es decir. Vitalidad-, porque ella sería madre de todos los vivientes.

 

**• En el capítulo tercero del Génesis se describe el drama más profundo de la humanidad: la caída original que introduce la muerte en la creación. Tras la consumación del pecado por Adán y Eva, hay un momento de silencio en el que se oye sólo a Dios acercarse por el jardín.

        No es precisamente motivo de fiesta y encuentro. Ahora Adán se oculta. Pero la voz le interpela: «¿Dónde estás?» (v. 9b). Adán sale de su escondite, pero no responde a la pregunta, mostrando que no está a la altura, no está ya en Dios. Sus palabras dan testimonio de esta triste realidad. En primer lugar declara abiertamente que le domina el miedo y la vergüenza: la criatura hasta hace bien poco libre se siente ahora esclava. Luego, indirectamente, manifiesta el estado de soledad en el que vive: la relación con la mujer y la creación, antes fundada en la amistad y la ayuda recíproca, ahora está sujeta al engaño, la sospecha, la oposición. Frente al Creador, que había gozado con la belleza de la creación, aparece un universo hecho trizas, radicalmente afectado por el mal.

Después de escuchar a los tres culpables, Dios pronuncia la sentencia. El lector que ha seguido desde el comienzo el desarrollo del drama sagrado, esperaría la condena a muerte (de acuerdo con Gn 2,17). Por el contrario, se propone un castigo que aparece como un camino de purificación con vistas a una salvación prometida (v. 15). Dios, que comienza a revelarse como el Misericordioso, se ha puesto de parte del hombre contra la serpiente -símbolo del mal- que recibe la maldición.

La humanidad será ciertamente herida, pero sólo en el calcañar, es decir, en una parte no vital y fácil de curar; la serpiente, por el contrario, será herida en la cabeza, derrotada definitivamente. Por eso se ha definido al v. 15 como "protoevangelio", primer anuncio de la victoria del hombre sobre el pecado y la muerte.

La victoria se atribuye al «linaje de la mujer». La versión griega de los Setenta comprendió "linaje" en sentido individual y el primitivo cristianismo legó el texto en clave mesiánica, como profecía de la encarnación de Cristo. La Vulgata atribuye directamente la victoria a la mujer; de ahí la difundida representación de María aplastando con el pie la cabeza de la serpiente.

Notemos, finalmente, el nombre nuevo que el hombre da a la mujer: Eva, madre de los vivientes (no de los mortales). Podemos ver aquí la prefiguración de María, la nueva Eva que cooperará en la obra de la restauración de la humanidad pecadora y Jesús la consignará como madre de la Iglesia naciente, justo en el momento de su muerte en la cruz.

 

Segunda lectura: Efesios 1, 3-6, 11-12

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo;

4 por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;

5 eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,

6 para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.

11 A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad,

12 para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo.

          En esos versos iniciales aparece claramente la acción de gracias-bendición por la predestinación y elección de los hombres por parte de Dios. A menudo la palabra "predestinación" se usa en otro sentido. Pero bíblicamente hablando sólo se puede mencionar una predestinación: la que Dios hace para que todos los hombres sean hijos suyos. Santidad y filiación van unidas en este texto.

         Pero no parece acertado interpretarlo como si primero viniese la santidad e irreprochabilidad y luego, como una especie de premio, la filiación. Lo contrario es más correcto: primero Dios destina a los hombres, aun antes de crearlo, a participar de su propio ser, de su vida, a ser sus hijos... Y luego, como consecuencia lógica, la santidad. Este destino, anterior a cualquier actividad meritoria humana es la mayor bendición recibida por y en Cristo.

          Por ella damos gracias. El texto destaca, por un lado, la gratuidad e iniciativa de Dios. Por otra, la consecuente apertura del hombre a este proceso, a través de la fe. Actividad humana que es de respuesta y aceptación también, nuevamente, en el Espíritu y como don de Dios también ella.

         Es conveniente insistir sobre esta parte, dado que lo anterior es más conocido, al menos teóricamente. De hecho aun el abrirse a Dios y responder a El es un nuevo don suyo. Uno puede abrir o cerrar la ventana pero ello no modifica la luz exterior. Así Dios está siempre ofreciendo su don y facilitándonos el responder a El.

         Acción de gracias y adoración son las actitudes humanas coherentes.

 

 

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel:

-¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo:

-Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices.

Y el ángel la dejó.

 

**• Leyendo la perícopa de la anunciación en la solemnidad de la Inmaculada concepción, merecen particular atención dos expresiones del saludo del ángel Gabriel a María. Entrando en su presencia, la llama: «Llena de gracia». El término griego, kecharitoméne, explica bien el significado de la palabra: literalmente significa "la agraciada", que ha sido colmada de gracia. María es la criatura humana redimida por Dios de modo radical, perfecto. Su inmaculada concepción es obra de la gracia del Redentor, que en ella ofrece a todos los hombres la imagen y modelo de la vocación de la humanidad.

Luego el ángel dice a María: «El Señor está contigo», usando la expresión tan frecuente en el Antiguo Testamento y que ha acompañado el caminar del pueblo elegido a lo largo de los siglos. El Señor siempre ha estado con su pueblo, aunque el pueblo no siempre ha estado con su Dios. Frecuentemente se alejó, dudó, se sintió abandonado, como en la ocasión emblemática de la rebelión en el desierto, llegando a su culmen en aquella pregunta: «¿Está Dios con nosotros, o no?» (Ex 17,7b).

Aquí estas palabras asumen un sentido pleno, como si el ángel dijera: «Tú estás siempre con el Señor; tú estas unida a él en la medida en que es posible a una criatura». No se trata de un momento de gracia particular, que lentamente se debilita; al contrario, es una unión que se va haciendo más y más íntima.

A las palabras del ángel -indica el evangelista- María «se turbó» (v. 29). No es el temor que tuvo Adán, consciente de su pecado; aquí se trata del sagrado temor ante la misteriosa realidad de Dios; es el sentimiento que invade tanto más a la criatura cuanto más pura es. En su perfecta humildad, María comprende la grandeza de la misión recibida, la gratuidad del don, la desproporción entre la propia debilidad y la omnipotencia divina.

El sí que María da como respuesta resuena como la alabanza perfecta de la criatura, eco fiel del «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Sal 39,8) con el que el mismo Jesús se adhiere a la voluntad salvífica de Dios.

En el encuentro de estas dos obediencias se cumple el plan de salvación.

 

MEDITATIO

En la fiesta de la Inmaculada, más que hablar de María, sentimos el deseo de acercarnos a ella para que nos introduzca en el misterio de su virginidad, que es un misterio de silencio; en el misterio de su inocencia absoluta, que es un misterio de gozo.

María ya está revestida con vestiduras de salvación, tiene su vestido blanqueado en la sangre del cordero antes de su nacimiento. El Padre, de algún modo, la ha bautizado de antemano en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo para presentarla al mundo tota pulchra, toda hermosa. La fascinación de María está en ignorar su propia belleza: su humildad, su transparencia que la hacen vivir mirando fuera de sí misma, toda donación.

María, virgen y madre, imprime al misterio cristiano su aspecto más sugestivo y fascinante; es un nostálgico reclamo a la pureza, a la inocencia. Incluso el hombre más experimentado en el mal difícilmente puede sustraerse a la fascinante atracción de la inocencia y la virginidad.

Nuestro amor a María esencialmente debe traducirse en el deseo de vivir profundamente, sinceramente, su misterio; deseo siempre más vivo, más hondo, de sumergirnos en su pureza, como un bautismo en su inocencia para salir purificados, revestidos con vestiduras de salvación.

Para cualquier alma, el contacto con la Virgen santa es un contacto que purifica y salva. De algún modo, es ya un contacto con la humanidad del Señor que tomó carne en ella. Nosotros, que nos sentimos tan pobrecillos y frágiles, debemos lograr, por la fe, descubrir cada vez más el milagro de la presencia de María entre nosotros.

 

ORATIO

Oh María, toda santa, todo el paraíso se goza en ti. Con tu belleza consoladora reafirma nuestro corazón para que sepamos comprender la esperanza a la que Dios nos ha llamado, el tesoro de gloria que nos espera en la eterna comunión de los santos.

Oh María, icono de la interioridad, te miramos en tu humilde y fiel permanecer recogida bajo la mirada de Dios, abandonada al poder del Altísimo. Por tu maternal intercesión haz que se derrame abundantemente la gracia del Señor sobre nosotros que contemplamos el inefable misterio de tu belleza, para vivir también nosotros profundamente, allí donde mana con perenne juventud la fuente del amor.

Oh Virgen purísima, que nos has engendrado en el Hijo unigénito de Dios, hijos tuyos de adopción, enséñanos el camino de la caridad sincera, del humilde servicio y del celo infatigable, para que también nuestra vida sea fecunda en la gracia a fin de que todos lleguemos a la presencia del Altísimo «santos e irreprochables por el amor».

 

CONTEMPLATIO

Inmaculada es tanto como decir fulgor de aurora. Preservada inmune de la contaminación original, María fue llena de gracia desde el primer instante de su concepción. Ya desde el seno materno, el alma de María estuvo penetrada de luz divina; tras la noche de largos siglos transcurridos desde la culpa de los progenitores, se alza esta estrella matutina, límpida y pura, transparente e inviolada, mientras en el cielo apunta la promesa del inminente día.

Inmaculada significa visión del paraíso. Aquella gracia, que a ella le fue concedida en grado perfecto y sobreeminente desde el primer instante de su existencia terrena y que a nosotros también nos es dada, si bien en medida ciertamente inferior, es solamente en prenda de la beatitud eterna; para el día en que caerán los velos de la fe, que esconden la visión de Dios, y contemplaremos cara a cara al Señor. La Inmaculada preanuncia el alba de aquel día eterno, y nos guía y sostiene en el camino que todavía nos separa de Él.

A este último fin, coronación de la vida de gracia, deben tender los anhelos de nuestro corazón y los más generosos esfuerzos de fidelidad cristiana (Juan XXIII, Discurso del 7 de diciembre de 1959).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La aurora es un momento fabuloso: el que precede inmediatamente al salir el sol. Antes sólo eran tentativas. Un leve palidecer el cielo por oriente, apenas visible en la noche. Sigue un clarear creciente, lentamente al comienzo, luego más rápidamente, siempre más rápidamente. Finalmente un instante en el que el surgir de la luz es tan victorioso y ardiente, el esplendor tan cegador a los ojos habituados a la noche, que nos podríamos creer ante el mismo sol: apenas un instante después, como una llamarada, su luz arde en el hilo del horizonte. Y finalmente el sol. Hasta ese momento, nos podíamos haber engañado, pues ya se transparentaba en lo que sólo era la aurora. Lo mismo la Inmaculada concepción. Primero, a lo largo de los siglos precedentes, se trataba del alba de Cristo, de los comienzos de su pureza y santidad, ya maravillosos considerando que se realizaban en la naturaleza humana, pero aún oscuros respecto a El. María es el culmen de la aurora, el surgir del día. Pero su luz ilumina a todos. La Inmaculada concepción distingue a María de los demás humanos sólo para unirla más a Cristo, que pertenece a todos (...).

Tras el decreto que estableció la venida de Cristo, se da esta larga preparación que ya la realiza ¡nicialmente y que llena toda la historia antigua de la humanidad. Ahora bien, toda esta preparación lleva a María, porque ella (...) es portadora de Cristo. La preparación es inmensa: es la única obra de Dios mismo en este mundo; se compromete con todo su amor: haciendo confluir, en virtud de su gracia, todo lo que en nuestros esfuerzos humanos hay de verdaderamente bueno: se plasma una naturaleza humana que será la suya.

Llega un día en que todo está preparado. En la Virgen todo se reúne para pasar de ella al Hijo (...). María es la figura absoluta y total, y lo es para siempre, porque, siendo Madre de Dios, es la que une el Hombre-Dios con la humanidad (É. Mersch, La théologie duCorps mystique, I, Tournai 1944, 219-221).

 

Día 9

Sábado de la 1ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 30,19-21.23-26

Así dice el Señor, el Santo de Israel:

19 Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: se apiadará de ti al oír tu gemido, en cuanto te oiga, te responderá.

20 El Señor os dará pan en la aflicción, agua en la tribulación; tu Maestro no se esconderá ya, con tus ojos verás a tu Maestro;

21 cuando te desvíes a derecha o izquierda, oirás con tus oídos una palabra a la espalda: «Éste es el camino, seguidlo».

23 El Señor te dará lluvia para la simiente que siembres en tu tierra; y el alimento que produzca la tierra será abundante y suculento; aquel día pastarán tus ganados en amplias praderas.

24 Los bueyes y asnos que trabajan la tierra comerán sabroso forraje, aventado con bieldo y pala.

25 En todo monte elevado, y en todos los altozanos habrá arroyos y corrientes de agua el día de la gran matanza, cuando las torres caigan.

26 El día que el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor.

 

*+• El profeta, dirigiéndose a la comunidad que ha experimentado momentos de gran tribulación y está reunida para el culto, desea reafirmarla en la eficacia de la oración dirigida al Señor. Si sabe esperar en Dios, confiando totalmente en su Palabra, él sin duda escuchará los ruegos (v. 19). El hecho de orar al Señor no supone que éste preserve al pueblo de las dificultades, sino que en sus angustias experimentará al Dios del éxodo.

La comunidad podrá vivir la presencia del Señor en medio de ella como el don de una enseñanza de vida: será como su «Maestro», le enseñará como hizo frecuentemente en el pasado. La enseñanza del Señor no excluye una severa disciplina («pan de aflicción» y «agua de tribulación»: v. 20), recordando la pedagogía divina manifestada en las pruebas del desierto. La ley de Dios no será un peso o imposición, sino un guía seguro del camino de la vida (v. 22), y como experiencia de verdadera libertad y plenitud, manifestada con la imagen de la abundancia de pastos y agua.

La instrucción divina al corazón de la comunidad llevará a comprender lo saludable que resultó la corrección divina que no abandona al pueblo de la alianza en las tinieblas de la falsedad sino que lo cura y sana con la luz de su amor (v. 26).

 

Evangelio: Mateo 9,35-10,1.6-8

9.35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la buena noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.

37 Entonces dijo a sus discípulos:

-La mies es abundante, pero los obreros son pocos.

38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

10.1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

2 Los nombres de los doce apóstoles son: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones:

-No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría. Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

 

**• Jesús prepara la misión de los Doce con su ejemplo de compasión con la gente manifestado en el curar sus enfermedades, y en el cargar con sus sufrimientos.

Pero además de su ejemplo de verdadera misericordia, invita a los Doce a la oración (Mt 9,37). La exhortación a rogar al dueño de la mies que mande obreros a su mies es, ante todo, una invitación a compartir la pasión profunda, total, que Jesús tiene por el plan recibido del Padre. La oración les recordará que no son más que discípulos, no dueños de la mies. Su corazón estará libre de presunción y desaliento, porque sólo el dueño de la mies es quien dispone de los tiempos y de la fecundidad de la misión.

Y, después de elegir a los enviados (cf. Mt 10,2-5), con vistas a la misión, Jesús les imparte algunas instrucciones sobre su actividad. Si el campo de acción de los Doce se limitará a Israel durante el tiempo de su vida terrena, es porque de este modo se significa la prioridad teológica de Israel como pueblo de la promesa y que la Iglesia debe reconocer. En cuanto al estilo de comportamiento, deberá ser como el de Jesús, es decir, de generosidad sin límites (v. 8b), en total sintonía con su Maestro. Se les manda proclamar la cercanía del reino de los cielos (v. 7), con signos concretos (curaciones, exorcismos: v. 8a) de liberación integral del hombre en nombre del que ejecuta la venida del reino de Dios a la vida de la humanidad.

 

MEDITATIO

El profeta Isaías me recuerda que la súplica dirigida a Dios siempre es escuchada y Jesús me invita a llenar de contenido mi petición, no con mis sueños, sino con los deseos de su corazón.

Pues bien, su deseo es que no se pierda la mies por falta de obreros. Con él debo rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su inmenso campo. Con la oración no pretendo convencer a Dios para que me escuche (él está siempre a la escucha); me abro al encuentro con el Señor que me libera, que actualiza conmigo los prodigios del éxodo y que, en su misericordia, se acerca a todo hombre o mujer para aliviar los sufrimientos, curar las heridas, para inyectar esperanza.

Raramente, como sucede hoy, se tiene la posibilidad de experimentar de veras esta invitación de Jesús de invocar al Padre que mande obreros a su mies. Las necesidades de la evangelización son enormes, mientras los recursos humanos de la comunidad son, con frecuencia, demasiado precarios. Pero si miro la situación con los ojos de Jesús, no me siento impulsado por el desaliento sino por el conocimiento de que la misión cristiana encuentra su fuerza en la oración confiada y perseverante y en la fidelidad al mandato recibido del Señor.

En la oración redescubro el sentido de la misión no como propaganda de ideas o modos de vivir, sino como participación profunda en el anuncio y en la práctica de la liberación de Jesús, quien visibiliza las entrañas de la misericordia del Padre.

 

ORATIO

«La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (w. 37-38).

Señor, hoy tu Palabra nos indica claramente cuál debe ser el objeto de nuestra oración. Nos pides sintonizar con tu compasión por nuestra humanidad que, frecuentemente, busca en vano un camino por recorrer.

Tú nos invitas a mirar con tus ojos la mies ya madura, a preocuparnos profundamente por ella, para que no pierda la buena cosecha. Tú nos animas a creer en la eficacia de nuestra oración cuando nos dirigimos a ti.

Confiando en tu promesa y obedientes a tu mandato, hoy te suplicamos que envíes numerosos y celosos obreros a tu mies. Concédenos vivir en plena comunión en el sacrificio de alabanza y en el servicio a los hermanos, para ser misioneros y testigos de tu evangelio.

 

CONTEMPLATIO

Un fruto de la caridad: no deberíamos ser capaces de ver sufrir a nadie sin sufrir con él; no deberíamos ser capaces de ver llorar a nadie sin que nosotros lloremos.

Es un acto de amor que nos hace adentrarnos en el corazón unos de otros y sentir lo que sienten, y no como aquellos insensibles al dolor de los afligidos y al sufrimiento de los pobres. ¡Qué sensible era el Hijo de Dios! Esa ternura le llevó a bajar del cielo; miraba a los hombres privados de su gloria; se conmovió de su desgracia.

También nosotros debemos enternecernos ante los sufrimientos de nuestro prójimo participando en sus penas. ¿Cómo puedo sufrir con su enfermedad sino por una comunión recíproca con el Señor, que es nuestra cabeza? (Vicente de Paúl, Entretiens spirituels aux Missionnaires, París 1960, 689-691).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tu mayor miedo es no ser bienvenido. Este hecho está vinculado a tu miedo a nacer, a no ser bienvenido a esta vida, y a la muerte, a no ser bienvenido a la vida después de la muerte. Es el miedo, profundamente anclado en ti, de que hubiera sido preferible no haber nacido.

Aquí estás enfrentándote al corazón de la lucha espiritual. ¿Te vas a entregar a las fuerzas de las tinieblas que te dicen que no eres bienvenido a la vida, o puedes confiar en la voz del que vino no a condenar sino a salvarte del miedo? Tienes que elegir la vida. En cada momento debes decidir confiar en la voz que te asegura: «Te amo. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre» (Sal 139,13).

Todo lo que Jesús te dice puede resumirse en estas palabras: «Sé consciente de que eres bienvenido». Jesús te ofrece su vida íntima con el Padre. Quiere que sepas todo lo que él sabe, y que hagas todo lo que él hace. Sí, quiere prepararte un lugar en la casa de su Padre.

Recuerda constantemente que tus sentimientos de no ser bienvenido no vienen de Dios y no te dicen la verdad. El Príncipe de las Tinieblas quiere que creas que tu vida es una equivocación y que no hay hogar alguno para ti. Pero siempre que consientes que esos pensamientos te afecten, te pones en el camino de tu autodestrucción.

Por eso debes desenmascarar sin descanso la mentira y pensar, hablar y actuar de acuerdo con la verdad de que eres absolutamente bienvenido (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor)

 

 

Día 10

Segundo domingo de adviento Año B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,1-5.9-11

1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios,

2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

3 Una voz grita: «Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios».

4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-.

9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios,

10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga.

11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres».

 

**• La conmovedora lectura de Isaías forma parte de una profecía proclamada en tiempos del retorno del exilio, cuando el edicto del rey persa Ciro permitió a los hebreos, desterrados en Babilonia, volver a su patria. El oráculo da paso a diversas voces: aparece el profeta que habla, están los oyentes a los que el profeta ordena ser mediadores de consuelo con la ciudad de Jerusalén, víctima de tantas humillaciones, finalmente la misma ciudad de Jerusalén (Sión) a quien se dirige en definitiva el mensaje.

El mensaje central es la venida de Dios: «Aquí está el Señor» (v. 10). Sólo el Señor sabe verdaderamente consolar, y lo hace con dos actitudes: la primera, con su autoridad cambiando la suerte de este pueblo, eliminando la esclavitud (v. 2); la segunda, presentándose como pastor que guía su propio rebaño acomodándose al caminar de cada uno (v. 11: «Lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres». Sólo Dios puede consolar, pero los hombres deben ser portavoces y mensajeros de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo... hablad al corazón de Jerusalén» (w. 1-2); los que anuncian el consuelo deben compartir la pasión de Dios por su pueblo y ser capaces de "hablar al corazón".

El consuelo de Dios no excluye la parte correspondiente al hombre. Por eso se invita a «preparar un camino en el desierto»; literalmente hay que entenderlo como el camino que lleva a los hebreos desde el destierro de Babilonia a Jerusalén, pero la exhortación cobra un sentido más profundo: hay que abrir el corazón a Dios mediante un movimiento de auténtica conversión.

 

Segunda lectura: 2 Pedro 3,8-14

Queridos hermanos:

8 Una cosa, queridos, no se os ha de ocultar: que un día es para el Señor como mil años, y mil años como un día.

9 Y no es que el Señor se retrase en cumplir su promesa como algunos creen; simplemente tienen paciencia con vosotros, porque no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan.

10 Pero el día del Señor llegará como un ladrón. Y ese día, los cielos se derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo se desintegrarán presa del fuego, y la tierra y todo lo que se haya hecho en ella quedará al descubierto.

11 Si todas las cosas van a desmoronarse de este modo, ¡qué conducta tan santa y tan religiosa deberá ser la vuestra,

12 mientras esperáis y apresuráis la venida del día de Dios! Ese día en que los cielos se desintegrarán presa del fuego y los elementos del mundo, abrasados, se derretirán.

13 Nosotros, sin embargo, según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia.

14 Por tanto, queridos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad por vivir en paz con Dios, limpios e irreprochables ante él.

 

**• Las palabras de Pedro hoy están el relación con un problema concreto de la comunidad cristiana, creado por alguno que turba la fe de los creyentes al poner en duda la promesa de la vuelta del Señor, diciendo: «¿Dónde queda la promesa de su gloriosa venida?» (2 Pe 3,4). La objeción va incluso más allá cuestionando la consistencia misma de la Palabra de Dios, que parece que no hace cambiar nada en la historia humana: «¡Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo!» (3,4).

La primera respuesta es una cita del Sal 90,4: «Para el Señor, un día es como mil años»; la espera de la vuelta de Jesús no es cuestión de cantidad, de días o siglos, sino de calidad del tiempo concedido a cada uno. Desde el punto de vista de Dios, el tiempo humano no es la suma de los días de su vida, sino que es el año de gracia concedido para la conversión (cf. Le 4,19 y 13,8), es «un día solo», es un tiempo unificado por la única preocupación que lo debe llenar: la de serle fieles. Los días concedidos al hombre son un tiempo disponible para la conversión que Dios quiere ofrecer a todos, pero los que piensan que no necesitan conversión no saben acoger esta posibilidad que se les brinda y piensan que retrasa su intervención en vez de considerar la paciencia divina (v. 9).

Del mismo modo, también las imágenes cosmológicas que siguen: «El cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra se consumirá...» (w. 10.12), más que describir con anticipación y literalmente lo que sucederá a la tierra, quieren afirmar que Dios aniquilará la maldad de este mundo, que lo renovará hasta sus raíces y se producirá una nueva situación (los cielos nuevos y la nueva tierra).

 

Evangelio: Marcos 1,1-8

1 Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

2 Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.

3 Voz del que grita en el desierto: ¡Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos!

4 Apareció Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba en el río Jordán.

6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba una correa de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.

7 Esto era lo que proclamaba: -Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias.

8 Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 

**• Para Marcos el evangelio de Jesús, que es Cristo e Hijo (v. 1), no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos, el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (w. 2-3), ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente meditando incesantemente las páginas de las que Dios ya había hablado. Las palabras que relata Marcos citando a Isaías, aluden a un camino que hay que preparar: el camino de Dios hacia su pueblo y el camino del pueblo hacia Dios.

Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (w. 4.7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la predicación moral como, sobre todo, en la necesidad de esperar a "otro", uno que debe venir de parte de Dios.

El tercer elemento es el mismo pueblo que, por la predicación de Juan, camina penitente hacia el desierto, como el pueblo del éxodo (v. 5). Por consiguiente, está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición: que el hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión. Y caminando juntos hacia el lugar donde resuena la Palabra de Dios es como el pueblo podrá reconstruirse.

 

MEDITATIO

Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del "camino". Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia como nuestro ser pueblo que se forma poniéndose en camino. Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de desventuras. Ante la devastación de nuestras conciencias, bombardeadas por mensajes negativos y nihilistas, es importante para cada uno de nosotros el aliento que nos llega del mensaje profético.

También las palabras del Bautista apuntan en esta dirección, preparando nuestro corazón a la venida del que bautizará con Espíritu. Ciertamente su figura austera y penitente no deja de ir contra nuestro estilo de vida cuando ya no sentimos necesidad de conversión: una consolación "barata" no nos enriquecería con frutos duraderos.

Es indispensable sobre todo nuestro testimonio inspirado en una fe honda en la salvación que nos ofrece Dios, nuestro querer ser pueblo de Dios atraídos por la promesa del Bautista, para después convencer a los demás de la salvación inminente. Por otra parte, siempre nos acuciará la pregunta de los escépticos: ¿es que vale la pena? La Palabra de Dios nos responde que sí vale la pena. La carta de Pedro nos recuerda que éste es un tiempo lleno de la presencia de Dios y sólo podemos verlo así creyendo de verdad y comprometiéndonos con nuestra existencia: la promesa de «cielos nuevos y tierra nueva» genera en el que cree una vida de auténtica santidad, y ella misma es anuncio y signo tangible de aquel mundo nuevo.

 

ORATIO

Tú nos hablas, Señor, a través de los profetas totalmente inmersos en las vicisitudes de su pueblo y de su tiempo capaces de estar solos o de ir al desierto a proclamar la Palabra a los que le siguen.

Tú nos hablas, Señor, por los testimonios dispuestos a compartir las angustias de sus hermanos, los temores y dramas de los hombres y llenos de fe para indicar tu presencia activa, tu promesa suscitadora de vida.

Tú nos hablas, Señor, por hombres que saben oponerse valientemente a las modas, costumbres, prejuicios, tópicos de sus contemporáneos y a la vez solidarios en el buscar tu rostro que salva, en el hablar al corazón del que desespera.

Te rogamos mires a tu Iglesia, la Iglesia de nuestros días, a nosotros que somos tu pueblo, constituidos por tu gracia en profetas y testigos de tu verdad: concédenos ser mediadores de tu consuelo en el momento mismo de denunciar las hipocresías propias y ajenas. En el desierto de nuestra sociedad haz resonar tu Palabra, para que también "salgamos", confesando nuestros pecados para ser de nuevo inmersos en la gracia de tu Espíritu.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh grandeza del amor, por el que amamos a Dios, lo preferimos, nos dirigimos a él, le alcanzamos, lo poseemos! Si me pregunto por tus características, caigo en la cuenta de que eres el camino maestro, que acoge, dirige y guía a la meta; eres el camino del hombre a Dios y el camino de Dios a la humanidad.

¡Oh camino feliz, sólo tú conociste el cambio de grandes bienes, por los que vino nuestra salvación! Tú has conducido a Dios hacia los hombres, tú diriges los hombres hacia Dios. Él descendió por este camino cuando vino a nuestro encuentro; nosotros lo recorremos hacia arriba, cuando vamos hacia él: ni Dios podía venir a nosotros, ni nosotros podíamos ir a él, sino por medio del amor.

No sé cuál sea el mayor elogio que se pueda decir de ti, si afirmar que has hecho bajar a Dios del cielo, o que has elevado al hombre de la tierra al cielo; grande es tu poder, si por tu medio Dios se ha humillado tanto y el hombre ha sido ensalzado tanto (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 280-281).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si la paciencia es la madre de la espera, es la misma espera la que produce nuevo gozo en nuestras vidas. Jesús nos ha hecho entrever no sólo nuestros sufrimientos sino también lo que está más allá de ellos. «También vosotros ahora estáis tristes, pero os veré de nuevo y vuestro corazón se llenará de gozo». Un hombre, una mujer que no alimentan su esperanza en el futuro, no están en disposición de vivir el presente con creatividad.

La paradoja de la espera está precisamente en el hecho de que los que creen en el mañana están en disposición de vivir mejor el hoy; que los que esperan que de la tristeza brote el gozo están en disposición de descubrir los rasgos inaugurales de una vida nueva ya en la vejez; que los que esperan con impaciencia la vuelta del Señor pueden descubrir que él ya está aquí y ahora en medio de ellos (...).

Precisamente en la espera confiada y fiel del amado es donde comprendemos cómo ya ha llenado nuestras vidas. Como el amor de una madre por su propio hijo puede crecer mientras espera su regreso, como los que se aman pueden descubrirse cada vez más durante un largo período de ausencia, así nuestra relación interior con Dios puede ser cada vez más honda, más madura mientras esperamos pacientemente su retorno (H. J. M. Nouwen, Forza dalla solitudine, Brescia 1998, 59-62).

 

Día 11

Lunes de la segunda semana de adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 35,1-10

1 Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá; florecerá como el narciso,

2 se regocijará y dará gritos de alegría; le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.

3 Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes,

4 decid a los cobardes: «¡Ánimo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros».

5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán,

6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará.

Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa;

7 el páramo se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial.

En el cubil de los chacales brotarán cañas y juncos.

8 Cruzará por allí una calzada cuyo nombre será «Vía Sacra». Los impuros no pasarán por ella.

Él mismo guiará al caminante, y los inexpertos no se extraviarán.

9 No habrá en ella leones, ni se acercarán las bestias feroces. Los rescatados caminarán por ella,

10 por ella volverán los liberados del Señor.

Llegarán a Sión entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán.

 

*»• En la breve escatología profética de este capítulo isaiano encontramos un auténtico "canto a la alegría" por la renovación cósmica y sobre todo antropológica que afecta a la debilidad del cuerpo mutilado y del ánimo apocado. Se trata de una renovación que lleva a cabo el Señor, creador y salvador. No se trata simplemente de una celebración de la vuelta de los deportados, sino de una proclamación de fe que reconoce en el actuar del Señor el cumplimiento de los más auténticos deseos humanos, ese anhelo de felicidad que alberga en lo hondo del corazón.

Este regocijo contrasta con el árido desierto y la estepa. Es la oposición entre el gozo que viene del Señor y que atraviesa, riega y vivifica toda la existencia, y el dolor y la aflicción que han pesado sobre el pueblo durante el destierro. El motivo último de la alegría es la intervención del Señor, que ha dado un vuelco a la historia y ahora guía a su pueblo por un sendero seguro.

Con la ayuda del Señor, el camino del pueblo es ágil, hasta tal punto que los cojos no sólo caminan, sino que «brincan», y los mudos no sólo hablan sino que «cantan». La belleza poética del texto va a la par con su profundidad teológica al releer el texto a la luz del Nuevo Testamento. Dios mismo se ha acercado a nosotros, ha cargado con nuestras miserias, ha dado un vuelco a la historia muriendo por los hombres.

 

Evangelio: Lucas 5,17-26

17 Un día, mientras Jesús enseñaba, estaban allí sentados algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a realizar curaciones.

18 En esto, aparecieron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y querían introducirlo para ponerlo delante de Jesús;

19 pero, como no veían la manera de hacerlo a causa del gentío, subieron a la terraza, lo bajaron por el techo en la camilla y lo pusieron en medio, delante de Jesús.

20 Viendo la fe que tenían, Jesús dijo:

-Hombre, tus pecados quedan perdonados.

21 Los maestros de la ley y los fariseos empezaron a pensar:

«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?».

22 Pero Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo:

-¿Qué es lo que estáis pensando?

23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados quedan perdonados; o decir: Levántate y anda?

24  Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo:

-Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

25 Él se levantó en el acto delante de todos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, alabando a Dios.

26 Todos quedaron atónitos y alababan a Dios, llenos de temor, diciendo:

-Hoy hemos visto cosas extraordinarias.

 

*•• Los espectadores del presente episodio evangélico se quedan sorprendidos por el hecho de que Jesús, ante este enfermo, que le presentaron de un modo un tanto rocambolesco, no lo curara inmediatamente, sino que le dirigiera unas palabras de perdón: «Hombre, tus pecados quedan perdonados» (v. 20). Sin embargo, el mismo texto evangélico proporciona un indicio que ayuda a superar el asombro: «Jesús, viendo la fe que tenían, dijo...».

El evangelista nos indica con este detalle que es a la «fe» de estos camilleros que no se detienen ante ningún obstáculo a los que Jesús puede decir algo semejante. Sólo quien tiene fe sabe reconocer que el problema más grave del hombre es el pecado.

Para eliminar de los hombres esta ceguera Jesús está como obligado a hacer el milagro (v. 22). Ciertamente la objeción secreta de los escribas parece oportuna, pero enmascara su indiferencia, su sentirse superiores a los demás. A juicio de los escribas, Jesús es un blasfemo porque se arroga un poder que compite sólo a Dios (v. 21). Pero tales pensamientos y su reto interior a Jesús les impiden ver dos cosas: cuál es el verdadero mal que aflige al enfermo y el hecho de que Dios no es celoso de su poder de perdón. Con la venida de su Reino desea provocar una práctica profunda y universal de perdón, teniendo como modelo y fuente el perdón que el Hijo del hombre ha venido a traer (v. 24). Esto es lo que debe suscitar la alabanza, indicada puntualmente por Lucas, el evangelista de la oración.

 

MEDITATIO

El hecho de que Jesús responda con palabras de perdón a la búsqueda de los camilleros que llevan confiados al paralítico, quizás me resulte también a mí un tanto decepcionante. Y, sin embargo, si tuviese de verdad fe en Jesús, aprendería a compartir su modo de enfocar los "problemas" de la humanidad y comprendería que el perdón es más urgente que cualquier otra cosa, porque el pecado es la mayor de las desgracias que atenazan a la humanidad. Su Reino se manifiesta sobre todo como reconciliación de mi ser con Dios, como nueva posibilidad, dándome la gracia de volver a emprender el camino después de la parálisis de mi libertad causada por mi culpa.

«¿Qué es más fácil?» (v. 23). Los que no tienen fe en Jesús quizás siguen pensando que son otros y más serios los problemas humanos: la defensa de la salud, la economía, la gestión del poder, el subdesarrollo, los desequilibrios ecológicos, etc. La Palabra de Dios resuena como condena de mi ceguera espiritual, que vuelve mi corazón incapaz de descubrir los auténticos signos del actuar divino en nuestra historia. La Palabra no se limita a denunciar mi pecado, sino que me brinda a la vez la gran noticia del perdón. Por esta razón mi desierto florece y la estepa árida pulula con nueva vida.

 

ORATIO

«Dios de la libertad y de la paz, que en el perdón de los pecados nos das un signo de la nueva creación, haz que toda nuestra vida, reconciliada en tu amor, sea alabanza y anuncio de tu misericordia».

Hoy, Señor, quiero unirme con mis hermanos y hermanas a la alabanza del paralítico, perdonado y sanado por ti, y proclamar la grandeza de tu don: el perdón de mis pecados. Con frecuencia también yo he pensado que mis problemas fuesen de otro tipo. ¡Era un necio sin comprender! Ahora tu Palabra me ha manifestado mi verdadero mal y me ha llevado a ti, mi salvación y mi guía. Ahora mi desierto ha florecido y mi estepa abunda de tu agua. Con el salmista también puedo proclamar: «Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado... Te reconocí mi pecado, no te encubrí mi falta; me dije: "confesaré al Señor mis culpas", y tú perdonaste mi falta y mi pecado» (Sal 32).

 

CONTEMPLATIO

Tú, el más pequeño de los humanos, ¿quieres encontrar la vida? Mantén la fe y la humildad y (...) ahí encontrarás al que te custodia y vive secretamente junto a ti (...). Cuando te presentas a Dios en la oración, sea tu pensamiento como la hormiga, como uno que se arrastra por tierra, como un niño que balbucea. Y no digas nada ante él que pretendas saber. Acércate a Dios con corazón de niño.

Ponte ante él para recibir los cuidados de padres que velan por sus niñitos. Se ha dicho: «El Señor guarda a los sencillos» (...). Cuando Dios vea que te fías más de él que de ti mismo (...), una fuerza desconocida te penetrará interiormente. Y sentirás en todo tu ser el poder del que está contigo (Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 19 passini).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ánimo! Nuestro Dios viene a salvarnos» (Is 35,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor Jesús no vendrá rápidamente más que si lo esperamos con ardor. Lo que hará estallar la Parusía es una acumulación de deseos. Cristianos, encargados tras Israel de conservar viva sobre la tierra la llama del deseo, tan sólo veinte siglos después de la Ascensión, ¿qué hemos hecho de la espera?

¿Cuál es el cristiano en el que la nostalgia impaciente por Cristo llega no a hundir (como debiera ser), sino tan siquiera a equilibrar sus cuidados de amor y sus humanos intereses? ¿Dónde está el católico tan apasionadamente vertido (por convicción y no por convención) a la esperanza de la Encarnación, que ha de extenderse, como lo están muchos humanitaristas a los sueños de una Ciudad nueva? Seguimos diciendo que velamos en expectación del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que ya no esperamos nada.

Hay que reavivar la llama a cualquier precio. A toda costa hay que renovar en nosotros el deseo y la esperanza del gran Advenimiento (P. Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 61967, 171-172).

 

Día 12

Martes de la 1ª semana de Adviento o

Nuestra Señora de Guadalupe

 

En 1531, una Señora del Cielo se apareció a un pobre indio en un cerro al noroeste de la actual ciudad de México; se identificó como la Madre del verdadero Dios, le encargó que hiciera que el obispo construyera un templo en ese lugar y dejó una imagen de sí misma milagrosamente impresa en su tilma, un tejido de cactus.

En 1999, el papa Juan Pablo II, en su homilía durante la misa solemne en la basílica de Guadalupe, en su tercera visita al santuario, declaró la fecha del 12 de diciembre con el rango litúrgico de fiesta para todo el continente de las Américas.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,1-11

1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios,

2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

3 Una voz grita:

«Preparad en el desierto un camino al Señor,

allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios».

4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-. "Una voz dice: «¡Grita!» Y yo pregunto: «¿Qué he de gritar?» «Toda carne es como hierba, todo su encanto como flor del campo».

7 Se seca la hierba, se marchita la flor, al pasar sobre ellas el soplo del Señor;

8 se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la palabra de nuestro Dios.

9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios,

10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga.

11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne;  lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las recién paridas».

 

**• Durante el destierro de Babilonia la desconfianza y la tristeza oprimen el corazón de los deportados. Se preguntan si el Señor se ha olvidado de su pueblo, si es válida todavía su Palabra, si subsiste un hilo de esperanza para Jerusalén. Es entonces cuando el Señor suscita un profeta anónimo, cuyos oráculos se añadieron al libro del profeta Isaías, porque de algún modo prolongan su mensaje. De estos oráculos (Is 40-55) la lectura de hoy es el pórtico, anticipando el tema de todo el contenido de su actividad profética. Dios pide al profeta y a sus discípulos que sean portadores de la buena noticia que les confía (v. 9). La consoladora noticia consiste en una relación renovada con el Señor, en una alianza restaurada.

Y para el segundo Isaías un signo visible de esta renovada relación amorosa con el Señor es el regreso a la patria de los desterrados, que se llevará a cabo no en tono menor, sino de modo triunfal, en medio de una creación festiva, con el Señor que camina a la cabeza del pueblo, como triunfante guerrero y cariñoso pastor.

El papel del profeta y de los que se adhieran a su mensaje será precisamente preparar esta venida del Señor (v. 3). El ánimo del pueblo -rendido como un terreno accidentado por las pruebas, sufrimientos, desilusiones e infidelidades- podrá ahora acoger la revelación de la gloria de Dios igual y más que la gloria manifestada en el camino del éxodo (v. 5). Y aunque el hombre sea frágil y sus promesas efímeras (w. 6-8), la Palabra del Señor es estable y su compromiso con la humanidad es eterno: el pueblo deportado deberá confiar en esta estabilidad de la promesa del Señor.

 

Evangelio: Mateo 18,12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada?

13 Y si logra encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron.

14 Del mismo modo vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

 

**• La parábola de la oveja perdida en Lucas (15,3-7) es una exhortación a compartir la alegría del perdón que Dios otorga a los pecadores que se convierten y a la vez a disponernos al perdón. En el texto de Mateo, la misma parábola forma parte del discurso eclesial (cap. 18), en el que Jesús comunica a los discípulos algunas indicaciones preciosas acerca de la vida comunitaria: el esfuerzo por hacerse pequeños, disponibilidad a la acogida, atenciones para el que vacila en la fe...

En coherencia con dicho contexto, para el primer evangelista la parábola de la oveja perdida no habla directamente de Dios que se pone a buscar la oveja, sino de la comunidad, que debe ser "signo del rostro de Dios", de Dios que va a la búsqueda de la oveja perdida con una solicitud pastoral por el "pequeño" y más aún por el que se ha extraviado, por el pecador.

Dejar las noventa y nueve ovejas para buscar una es una locura; pero así es la locura de Jesús y debe ser la locura de la comunidad (v. 14). La comunidad no debe dejarse guiar por criterios de eficiencia, sino por el "cuidado" con el pequeño, con el insignificante, con el marginado o lejano, por el motivo que fuere. No se asegura automáticamente el éxito (v. 13: «Si logra encontrarla...»), pero se exhorta a la comunidad a no olvidar nunca el buscar la oveja perdida, porque será fuente de gran alegría: «05 aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron» (v. 13).

 

MEDITATIO

El elogio de Isabel a María nos invita a reflexionar sobre nuestra fe. La fe de María se caracteriza por su adhesión al proyecto de Dios. Ella quiere lo que quiere Dios. El misterio de Dios se oculta en aquel niño de la promesa. Fiándose, ha comenzado a constatar cómo Dios es fiel en realizar su promesa. También esto es cierto para nosotros: si no creemos, no experimentaremos nunca cómo el don de Dios, misteriosamente, puede ir formándose en nosotros.

La fe de María se manifiesta también en el hecho de ir a visitar a Isabel; no tanto por si necesita ayuda en su embarazo, sino, sobre todo, para contemplar lo que Dios está haciendo en los otros. ¡Cuánto debemos asimilar nosotros de esta actitud! Debemos abrir más los ojos y mirar en lo profundo de los demás para ver y reconocer lo que Dios hace en la historia de los demás. Si acudimos a Tepeyac, que no sea por mera curiosidad, sino para contemplar la bondad de Dios realizada en el encuentro de Juan Dieguito y la Señora del Cielo.

María y su prima Isabel tienen esto en común: saben dialogar sobre lo que Dios hace en ellas. Ninguna habla de sí misma, sino de lo que Dios ha hecho en la otra. Ese reconocimiento las lleva al grandioso himno del Magníficat.

La fe de María nos exhorta a insertarnos en el clima propio de los pobres de Yavé, es decir de las personas humildes y sencillas que se fían de Dios, aceptan su voluntad y cumplen su Palabra.

 

ORATIO

Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

 

CONTEMPLATIO

La misión maternal de María hacia los hombres no oscurece ni disminuye de ninguna manera la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia.

Porque todo el influjo salvífico de la bienaventurada Virgen en favor de los hombres nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

La bienaventurada Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la divina providencia,  fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor y, de forma singular, la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación.

Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora.

La Iglesia no duda en atribuir a María ese oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador (Del Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 60-62).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia: ¡María, bendita eres entre todas las mujeres!

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cómo sucedió la aparición de la Virgen en Guadalupe (escrito del indio Nican Mopohua, del siglo XVI):

Un sábado de 1531, a principios de diciembre, un indio llamado Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en el que residía a la ciudad de México a asistir a clase de catecismo y a oír la santa misa. Al llegar ¡unto al cerro llamado Tepeyac amanecía, y escuchó que le llamaban desde arriba del cerro diciendo: «Juanito, Juan Dieguito».

El subió a la cumbre y vio a una Señora de sobrehumana belleza, cuyo vestido era brillante como el sol, la cual, con palabras muy amables y atentas, le dijo: «Juanito, el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. ¡Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Vas donde el señor obispo y le manifiestas que deseo un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo».

El se arrodilló y le dijo: «Señora mía, voy corriendo a cumplir lo que me has mandado. Yo soy tu humilde siervo». Y se fue de prisa a la ciudad y en derechura al palacio del obispo, que era fray Juan de Zumárraga, religioso franciscano. Cuando el obispo oyó lo que le decía el indiecito Juan Diego, no le creyó. Solamente le dijo: «Vienes otro día y te oiré despacio».

Juan Diego se volvió muy triste, porque no había logrado que se realizara su mensaje. Se fue derecho a la cumbre del cerro y encontró allí a la Señora del Cielo, que le estaba aguardando. Al verla, se arrodilló delante de ella y le dijo: «Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al señor obispo, pero parece que no lo tuvo por cierto. Comprendí por la respuesta que me dio que pensó que quizás es una invención mía que tú quieres que te hagan aquí un templo, y que eso no es una orden tuya. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de los principales que le lleve tu mensaje, para que le crean, porque yo soy un pobre hombrecillo, el último de todos. Perdóname que te cause esta gran pesadumbre, señora y dueña mía». Ella le respondió: «Oye, hijo mío, el más pequeñito, es preciso que tú mismo solicites y ayudes a que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío, y aún te mando, que otra vez vayas mañana a ver al señor obispo. Dile que yo en persona, la siempre Virgen María, Madre de Dios, te envía, para hacerle saber mi voluntad: que deben hacer aquí el templo que les pido».

Pero, al día siguiente, el obispo tampoco le creyó a Juan Diego y le dijo que era necesaria alguna señal maravillosa para que se pudiera creer que era cierto que lo enviaba la misma Señora del Cielo. Y lo despidió.

El lunes, Juan Diego no volvió al sitio donde se le aparecía nuestra Señora, porque su tío Bernardino se puso muy grave y le rogó que fuera a la capital y le llevara un sacerdote para confesarse. El dio la vuelta por otro lado del Tepeyac, para que no lo detuviera la Señora del Cielo y así pudiera llegar más pronto a la capital. Mas ella le salió al encuentro en el camino por donde iba y le dijo: «Ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que no es tan importante lo que te asusta y aflige. No se entristezca tu corazón ni te llenes de angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no soy tu ayuda y protección? No te aflijas por la enfermedad de tu tío, que en ese momento ha quedado sano. Sube ahora a la cumbre del cerro y hallarás distintas flores. Córtalas y tráelas».

Juan Diego subió a la cumbre del cerro y se asombró muchísimo al ver tantas y exquisitas rosas de Castilla, pues era aquel un tiempo de mucho hielo, en el que no aparece rosa alguna por allí, y menos en esos pedregales. Llenó su poncho o larga ruana blanca con todas aquellas bellísimas rosas y se presentó a la Señora del Cielo. Ella le dijo: «Hijo mío, ésta es la prueba que llevarás de parte mía al señor obispo. Te considero mi embajador, muy digno de mi confianza. Ahora te ordeno que sólo delante del señor obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado, con objeto de que se construya el templo que he pedido».

Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del obispo, le dijo: «Señor, hice lo que me mandaste hacer: pedí a la Señora del Cielo una señal. Ella aceptó. Me despachó a la cumbre del cerro y me mandó cortar allá unas rosas y me dijo que te las trajera. Así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí».

Desenvolvió luego su blanca manta y, así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la Virgen María, Madre de Dios, tal cual se venera hoy en el templo de Guadalupe en Tepeyac.

 

Día 13

Santa Lucía (13 de diciembre)

 

Santa Lucía, originaria de Siracusa, vivió entre finales del siglo III (nació alrededor del año 286) y comienzos del IV. El descubrimiento, en 1894, de una inscripción griega en la catacumba de San Juan de la misma ciudad demuestra que la devoción por la santa y su fiesta litúrgica estaban difundidas ya a finales del siglo IV. Su martirio, acaecido durante la persecución de Diocleciano, ha sido cantado en la célebre Pasión, que, siguiendo los estereotipos propios de la tradición hagiográfica, reconstruye la vida de Lucía, una virgen testigo de lo absoluto de Dios. Su nombre fue introducido, tal vez por obra de san Gregorio Magno, en el canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,25-31

25 ¿Con quién podréis compararme?

-dice el Santo-.

¿Quién es semejante a mí?

26 Alzad los ojos allá arriba y mirad:

¿Quién ha creado todo esto?

El que despliega en orden su ejército y llama a todos por su nombre.

Tanta es su fuerza, tan grande es su poder, que no falta ni uno solo.

27 ¿Por qué, Jacob, andas diciendo, y tú, Israel, te andas quejando:

«El Señor se desentiende de mí, Dios no se preocupa de hacerme justicia»?

28 ¿Es que no lo sabes?

¿Nunca lo has oído?:

El Señor es un Dios eterno y ha creado los confines de la tierra.

No se cansa, no se fatiga, y su inteligencia es insondable;

29 fortalece al cansado, da energías al que desfallece.

30 Se cansan los jóvenes y se fatigan, los muchachos tropiezan y vacilan;

31 pero los que esperan en el Señor verán sus fuerzas renovadas:

les salen alas de águila, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.

 

**• El segundo Isaías es el primer testimonio bíblico que afirma claramente un monoteísmo teórico y práctico.

El profeta no ha llegado a esta conclusión con raciocinios filosóficos o lógicos, sino meditando la historia de salvación y la experiencia de fe de Israel. Este monoteísmo se expresa frecuentemente con el lenguaje de la incomparabilidad, es decir, con preguntas retóricas que subrayan la incuestionable unidad del poder salvador del Señor y su recorrido por caminos vírgenes e inéditos para socorrer a sus fieles (cf. v. 25). El discurso sobre Dios en el Segundo Isaías se guía siempre por la necesidad pragmática de convencer a sus oyentes de que Dios puede y quiere salvarlos, mejor aún "consolarlos", demostrando que cuida eficazmente de sus fieles.

Si así es el Dios de Israel, no hay motivo para que el pueblo elegido dude y se sienta abandonado por el Señor, aunque se encuentre en la dura situación del destierro.

Pero lleva consigo la renuncia a todo tipo de autosuficiencia, ilustrada con la metáfora de las fuerzas que llegan a faltar incluso a jóvenes y adultos (v. 30), y el reconocimiento de la propia debilidad y fragilidad ante el Señor. Sólo así Israel se dará cuenta de que su fuerza le viene del mismo Dios (v. 31) y podrá revivir la experiencia del éxodo, cuando el socorro divino le haga sentir como aupado y llevado "en alas de águila" en el tiempo del duro caminar por el desierto (cf. Ex 19,4).

 

Evangelio: Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús:

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

**• En el pasaje precedente, estrechamente vinculado con nuestro texto evangélico (Mt 11,25-27), Jesús aclara que el verdadero conocimiento de Dios como Padre es posible porque el Hijo es quien introduce en esta familiaridad a sus propios discípulos. Pero éstos, para acoger de verdad esta paternidad divina y la amistad del Hijo, deben hacerse "pequeños".

Y Jesús nos indica quién es el verdaderamente "pequeño": sólo el que crea que el estilo de Jesús, «sencillo y humilde de corazón», es el único camino para introducirnos en los secretos de Dios, y que para aprender este estilo se acerque a él iniciando un camino de seguimiento («Venite a me...»). Como la Sabiduría en el Antiguo Testamento (cf. Eclo 51,26-27; 6,24ss) invita a su escuela prometiendo «descanso», es decir, esa plenitud capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, así Jesús, capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, invita a su apasionante escuela en la que descubrimos que somos hijos de Dios.

Por consiguiente, es necesario entrar en su escuela, acercándonos a él que habla del Padre a los propios amigos y descubrir que la familiaridad con Jesús es una escuela exigente y continua, pero también capaz de sanar, de dar paz al corazón. Ciertamente Jesús no exime al discípulo del compromiso pleno y perseverante en la observancia de la ley de Dios, como aparece cuando nos habla de «yugo» y de «carga». Pero promete que será un peso proporcionado, adecuado a quien lo debe llevar y que a la postre se manifestará como una experiencia de libertad.

 

MEDITATIO

El valor para el testimonio y la confianza en Dios tienen su fuente en la experiencia transformadora, en nuestra historia, de su amor por nosotros. El descubrimiento personal de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que envuelve nuestra existencia de misericordia y ternura nos impulsa a gritar a los hermanos el anuncio del Evangelio: Jesús es el Señor, enviado por el Padre, para darnos la vida eterna.

Ahora bien, la fe en él, fuente de alegría profunda y serena, será sometida a prueba continuamente: cuando vivir el amor nos pida pagar en persona; cuando se burlen de nosotros por nuestras opciones evangélicas, que van a contracorriente; cuando, ante el dolor y la desesperación, nos tienten la desconfianza y el miedo paralizador...

En todas las posibles situaciones de la vida, recordando la palabra del Señor, que nos repite: «No tengáis miedo», podremos abrirnos a la confianza plena en él, confesándole como el único Señor y Salvador de nuestra historia. Experimentaremos entonces que, al elegir pasar con él a través de la oscuridad de la muerte, compartiremos con él la vida verdadera de los hijos redimidos, miembros vivos de la Iglesia, su esposa.

Santa Lucía realizó, antes que nosotros, el recorrido de la fe y de la confianza hasta el final. A fin de permanecer fiel al Dios de nuestro Señor Jesucristo, no se sustrajo a la violencia de los perseguidores y padeció el martirio. El mismo Señor, hoy, la reconoce ante su Padre, y la Iglesia nos propone su testimonio de radicalidad evangélica como ejemplo y luz para nuestro camino.

 

ORATIO

Señor, amante apasionado del hombre, fuente de vida y verdad, haz que yo me deje alcanzar y transformar por tu Palabra. Que tu Espíritu, que habita y ora en mí, me haga descubrirme como hijo amado y buscado, infunda en mi corazón la confianza de los niños y me sostenga en el camino.

En la hora de la prueba, cuando más fatigoso y arduo sea custodiar y dar testimonio de la fe y la esperanza, que sienta yo tu presencia y tu fuerza en mí y contigo, que eres el Resucitado, que viva yo también la victoria de la pascua.

 

CONTEMPLATIO

Se cuenta que su madre la prometió a un joven apuesto de la ciudad, sin el consentimiento de ella. Su madre, Eutiquia, enfermó gravemente y la joven se dedicó rápidamente al cuidado de ella. Gracias al impulso de Lucía, las dos se dirigieron a un pequeño santuario donde se veneraba a santa Águeda, en la población de Catania, con la esperanza de que, por la intercesión de dicha santa, Eutiquia recuperase la salud. Postradas ante el sepulcro de santa Águeda, empezaron a suplicarle y rezarle durante varias horas hasta que, presa de fatiga, Lucía cayó en un profundo sueño, en el cual se le apareció santa Águeda, que le dijo: «Lucía, queridísima hermana, ¿por qué pides por intercesión de otra lo que tú misma, por la fe que tienes en Jesucristo, puedes obtener para tu madre? Has de saber que tu fe le ha dado la salud y que, así como Jesucristo ha hecho célebre a la ciudad de Catania por consideración a mí, de la misma manera hará célebre y gloriosa a la ciudad de Siracusa por tu causa, porque le has preparado una agradable morada en tu corazón virginal».

Al oír estas palabras, Lucía se despertó y vio llena de júbilo cómo su madre se recuperaba de la enfermedad que padecía. Eutiquia comprendió cuál era el camino que deseaba el Señor para su hija, y las dos regresaron a Siracusa con la intención de consagrarse a él y de distribuir sus bienes entre los pobres.

Denunciada como cristiana por su novio pagano, el cónsul Pascasio, fue condenada a permanecer en un prostíbulo.

-Tus palabras se acabarán cuando pasemos a los tormentos.

-A los siervos de Dios -respondió Lucía- no les pueden faltar las palabras, ya que les tiene dicho nuestro Señor Jesucristo: «No os preocupe cómo hablaréis cuando seáis llevados ante los gobernadores y reyes, porque se os dará en esa hora lo que habéis de decir. No seréis vosotros los que habléis, sino que será el Espíritu Santo quien hable en vosotros».

-¿Crees, pues, que el Espíritu Santo está en ti y que es él quien te inspira lo que dices?

-Lo que yo creo es que los que viven piadosa y castamente son templos del Espíritu Santo.

Pascasio, sin comprender todo el alcance de estas palabras, le dijo:

-Pues yo te haré conducir a un lugar infame, para que te abandone el Espíritu Santo.

-Si por fuerza mandas que mi cuerpo sea profanado -respondió Lucía-, mi castidad será honrada con doble corona.

Dicen las actas del martirio que, cuando los soldados quisieron arrastrar a la santa para llevarla a un prostíbulo y de esta manera deshonrar su castidad, no pudieron, ya que una fuerza superior la retuvo inmóvil. Un potente tiro de cuatro bueyes no consiguió hacerla avanzar ni un paso hacia allí. Esto es lo que evoca un himno en el que se califica a la santa de «columna inamovible». Ante tal fracaso, ensayaron un nuevo tormento y mandaron que allí mismo fuera cubierta de resina y rodeada de una gran hoguera. Ante tal bestialidad, a Lucía aún le sobraron fuerzas para decir:

-He rogado a mi Señor para que no me domine este fuego y he conseguido un aplazamiento a mi martirio. Y, efectivamente, cuando las llamas desaparecieron, se pudo comprobar que Dios había realizado lo que Lucía predijo: el fuego no le había causado el menor daño.

La conmoción de las gentes fue enorme. Y al prefecto aún le entró más odio. Se acercaba el final de su combate.

El prefecto mandó que su garganta fuera atravesada por una espada. Era el 13 de diciembre del año 300, día que se celebra su onomástica (De la leyenda de santa Lucía, en iglesiaendaimiel.com).

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día esta Palabra: «Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial» (Mt 10,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La virginidad que resplandece, junto con el martirio, en santa Lucía (como en Águeda, Cecilia, Inés, celebradas en las pasiones legendarias de los siglos V-VI) nos invita a captar el significado teológico de este tema, que, con Orígenes, ya se volvió relevante en el siglo III: la virginidad está puesta en el tercer lugar (después de los apóstoles y los mártires). En efecto, con la aparición y la expansión del monacato en el siglo IV, tras haber cesado la persecución, la virginidad, convirtiéndose en la forma más elevada posible de la vida cristiana, asume el reflejo de la luz heroica y competitiva atribuida al martirio. Si, para el cristiano, el martirio asume el valor cristológico de revelación del poder de Dios, que vence a través de la cruz de Cristo contra las potencias satánicas desencadenadas contra él y con la resurrección muestra la gloria de Dios, la virginidad, asociada al martirio, asume el significado de una réplica de la dinámica de la persecución que corresponde a la negación de la fe, y las torturas físicas forman una sola cosa con las tentaciones contra la castidad; hasta el punto de que a los dos tipos de pasión corresponden de manera idéntica resistencias prodigiosas, castigo de tentadores, maravilla de presentes.

En la conjunción de la virginidad con el martirio en una mujer joven como Lucía, la comunidad cristiana, a través de la pasión, ha conseguido superar la concepción de la mujer como criatura débil y frágil; es esta fuerza misteriosa del Espíritu la que impide el desplazamiento de Lucía, a pesar de ser arrastrada por una yunta de bueyes, y supera la fortaleza de los hombres

más poderosos. Esto hace pensar a los verdugos que se trata de maleficios misteriosos. «¿Cuál es la causa por la que una débil muchacha no puede ser desplazada cuando es tirada por mil hombres?», pregunta Pascasio a Lucía. Ella le respondió con estas palabras inspiradas: «Y si me enviaras a otros diez mil, que escuchen por mi voz al Espíritu Santo, que dice: "Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu derecha" (Sal 90,7)» (E. Lodi, / santi del Calendario romano, Milán 1990, 669s. [edición española: Los santos del calendario romano, San Pablo, Madrid 1999).

 

Día 14

San Juan de la Cruz (14 de diciembre)

 

Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador.

En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 41,13-20

13 Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio».

14 No temas, gusanillo de Jacob, pobre oruga de Israel; yo te auxilio, oráculo del Señor; tu redentor es el Santo de Israel.

15 Te convertiré en trillo afilado, trillo con piedras y sierras; trillarás los montes hasta molerlos, reducirás a paja las colinas.

16 Los aventarás y el viento se los llevará, el vendaval los esparcirá. Y tú podrás alegrarte gracias al Señor, gracias al Santo de Israel te gloriarás.

17 Los desvalidos y los pobres buscan agua y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, los atenderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.

18 Haré brotar ríos en las cumbres peladas y fuentes en medio de los valles, transformaré el desierto en estanque, la tierra árida en manantiales de agua.

19 Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivares; plantaré en la estepa abetos, y también cipreses y olmos,

20 para que vean y sepan, para que reflexionen y aprendan que lo ha hecho la mano del Señor, que lo ha creado el Santo de Israel.

 

**• El tema de la redención tiene especial relieve en la profecía del Segundo Isaías. Nos lleva al contexto social del antiguo Israel e indica la persona y la acción del "redentor", o sea, del pariente que, por la afinidad de la sangre, tiene la función de rescatar a su pariente (o también la persona vinculada por un pacto) cuando éste ha sido hecho esclavo o tiene una propiedad enajenada para pagar deudas. El Señor rescata a Israel porque se ha vinculado a él con una "familiaridad" o solidaridad de parentesco fundada en la creación y más aún en el acontecimiento del éxodo.

Por eso el profeta recuerda al pueblo que puede y debe contar con el Señor, que puede y quiere salvarlo de los enemigos y desea colmarlo de gozo y de favores. El pueblo debe reconocerse entre los míseros sedientos, que buscan en vano agua para calmar la sed y hacia los cuales se dirige la iniciativa amorosa del Señor. Por su pueblo va a ejecutar un nuevo éxodo teniendo como escenario un desierto cubierto de abundante vegetación y regado con ríos como el Edén (v. 18). En este jardín encantador, el pueblo de Israel encontrará de nuevo a su Dios: verá, sabrá, reflexionará y finalmente comprenderá la obra del Señor (v. 20).

Con tan abundante recurso al tema de la creación, el profeta Isaías recuerda a los oyentes que, si la acción salvífica de Dios a favor de su pueblo se sitúa en el grandioso escenario de su actividad creadora, la salvación obrada por él no está reservada exclusivamente al pueblo elegido, sino abierta a todos y a todo.

 

Evangelio: Mateo 11,11-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

11 Os aseguro que entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.

12 Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él.

13 Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan.

14Y es que, queráis aceptarlo o no, él es Elias, el que tenía que venir.

15 El que tenga oídos, que oiga.

 

*•• Mateo, después de la narración del envío a Jesús de algunos discípulos por parte del Bautista y la respuesta que llevan al profeta encarcelado, refiere también las palabras de Jesús a la multitud sobre Juan.

Jesús formula el mayor elogio exaltando su firmeza de fe y su grandeza moral hasta el punto de definirlo como el más grande entre los mortales (v. 11), el culmen de toda la historia de fe de Israel (v. 13). Y, sin embargo, el que se pone a seguir a Jesús entra en un orden nuevo de salvación, en la economía del reino donde el más pequeño goza de la incomparable dignidad de hijo de Dios (v. 11), dignidad que sobrepasa incluso la enorme estatura moral de Juan y su altísimo papel de Precursor. Su misión no se agota con anunciar al Mesías, prevé también una anticipación, en su persona, del destino doloroso del Mesías. De hecho, lo que sucederá a Juan demostrará lo agresivas que son las tentativas de los enemigos del Reino para que éste no cale en la vida humana (v. 12).

Jesús, finalmente, invita a una comprensión profunda del papel y persona del Bautista a la luz de la Ley y los profetas, es decir, del plan de Dios testimoniado en las Escrituras. Una lectura atenta y dispuesta a un serio discernimiento de fe («El que tenga oídos que oiga»: v. 15) nos hará comprender que el Bautista es como el gozne entre las dos economías, la de la expectativa y la del cumplimiento, y que en él se realiza esa espera de la tradición bíblico-judaica del retorno de Elias, como precursor inmediato del Mesías (v. 14).

 

MEDITATIO

El nombre de Juan de la Cruz, tomado por el santo cuando optó por seguir el ideal de Teresa de Jesús, conviene bien a su experiencia y a su carisma. Estuvo marcado por la cruz desde niño, sufrió hambre y orfandad por la muerte prematura de su padre, junto a su madre, Catalina, que se vio obligada a dejar la casa de Fontiyeros para trasladarse a Medina del Campo. Aquí, nuestro santo, abierto a la vida y a la acción con su inteligencia y su capacidad práctica, ejerció muy pronto muchos oficios, y conoció el dolor de los enfermos trabajando de enfermero en el hospital local de las enfermedades infecciosas.

La cruz siguió a Juan en su opción por el Carmelo, en los primeros pasos de la incipiente reforma, forjando su carácter austero y decidido, aunque abriéndolo constantemente a lo esencial: la contemplación de Cristo crucificado, palabra definitiva del Padre, como el todo de la existencia. La contemplación de la cruz y del Crucificado abre de par en par su inteligencia y su corazón a la sabiduría, la poesía, el conocimiento sublime del misterio. Encerrado durante nueve meses en la cárcel conventual de Toledo, en unas condiciones humanas absolutamente precarias, privado de los sacramentos, conoció el abandono de Cristo en la cruz y participó de la «noche oscura» del dolor espiritual. Pero su corazón se abre aún a la luz de la sabiduría.

Muchas de sus poesías más sublimes nacieron como rayos de luz en medio de la oscuridad de esta prueba. La cruz le acompañará hasta el final de sus días, incluso en la persecución y el desprecio de sus hermanos. Ante una imagen de Cristo cargado con la cruz, expresa su deseo de «sufrir y ser despreciado» por el Señor. Sin embargo, la cruz abre horizontes infinitos de luz, permite recorrer al místico los senderos de la noche bienaventurada, como la noche de pascua en la que se unió con Cristo, y le prepara para la fiesta del Espíritu y para la sublime experiencia de la comunión trinitaria.

 

ORATIO

        ¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase [...] No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal hiera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón (san Juan de la Cruz, «Oración del alma enamorada», en Dichos de luz y amor).

 

CONTEMPLATIO

Decía san Juan de la Cruz que san Dionisio Areopagita escribió esa sentencia maravillosa que afirma: «La más divina de todas las obras divinas es cooperar con Dios en el bien de las almas», es decir, que la suprema perfección de cualquier ser en s u jerarquía y en su grado es ascender y crecer, según su propio talento y sus propias capacidades, en la imitación de Dios y - l o que es más admirable y divino- en ser cooperadores d e él en la conversión y en la redención de las almas. En efecto, en esto brillan las obras propias de Dios, que es gran gloria imitar, y por eso Cristo nuestro Señor las llamó obras del Padre, cuidados de su Padre [...].

Añadía que es una verdad evidente que la compasión con el prójimo crece más cuanto más se une el alma a Dios por amor. En efecto, cuanto más ama, más desea que este mismo amor sea amado y honrado por todos. Y cuanto más lo desea, más trabaja para ello, tanto en la oración corno en todos los otros ejercicios necesarios que a ella le son posibles. Tanto es el fervor y la fuerza de su caridad que estos tales, poseídos por Dios, no se pueden restringir o contentar con su propia y sola ganancia; más aún, al parecerles poca cosa ir al cielo solos, buscan con ansias, afectos celestiales y diligencias exquisitas, conducir con ellos a muchos. Eso nace del gran amor que tienen por Dios y es fruto y efecto propio de la oración y la contemplación perfectas («Insegnamenti spirituali de san Giovanni della Croce», n. 10, en Opere, Roma 1963, pp. 1.152ss).

 

ACTIO

        Repite y medita a menudo durante el día estas palabras de san Juan de la Cruz: «Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...» (carta n. 27 a la M. María de la Encarnación).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2).

Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar».

La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma... Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora».

¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno».

Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios.

La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas.

Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» (carta apostólica Maestro en la fe, en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10).

 

Día 15

Viernes de la segunda semana de adviento

 

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 48,17-19

17 Así dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: Yo, el Señor tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir.

18 ¡Ojalá hubieras atendido mis mandatos! Tu bienestar sería como un río; tu prosperidad, como las olas del mar;

19 tu descendencia sería como la arena; como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido borrado ni apartado de mi presencia.

 

**• En su anuncio, el Segundo Isaías se concentra en la revelación del Señor como Dios de Israel ofreciendo una especie de "rosario" de los nombres de Dios. Además de "redentor", aparece aquí el título «Santo de Israel», expresión que cita siete veces (41,14; 43,3.14; 47,4; 48,17; 49,7; 54,5), siempre para definir al Dios de Israel que rescata a su pueblo. La acción salvífica que manifiesta la santidad divina se realiza también en adoctrinar íntimamente el corazón del pueblo, para que pueda seguir el camino de la alianza y para que logre conocer el designio amoroso, salvador, gratuito de Dios con la humanidad, con vistas a su realización creó el mundo (v. 17).

Esta realidad lleva al profeta a hacer una especie de balance de la historia pasada de la alianza, como tiempo en el que la falta de escucha de la Palabra divina y la transgresión de su ley de vida han arrastrado a Israel lejos de la prosperidad de las promesas incluidas en la alianza. Pero ahora Dios da nuevamente su Palabra eficaz para que obedeciéndola produzca efectos profundos y duraderos, llevando a Israel a vivir en la justicia derramada por Dios al pueblo (v. 18), garantizando el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres (v. 19; cf. Gn 12,2-3; 22,17).

 

Evangelio: Mateo 11,16-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

16 ¿Con quién compararé a esta generación? Es como esos muchachos que, sentados en la plaza, cantan a los otros esta copla:

17 «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado, hemos entonado lamentos y no habéis hecho duelo».

18 Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: «Está endemoniado».

19 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publícanos y pecadores». Pero la sabiduría ha quedado acreditada por sus obras.

 

**• El evangelista nos transmite un dicho de Jesús acerca de la radical incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la bondad del tiempo presente, porque no están dispuestos a desear nada que sea realmente diverso.

Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado (w. 16-17). La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús (v. 18), su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola.

En Mateo la sentencia final ofrece una respuesta a esa reacción contrapuesta de los estilos de devoción: el estilo sabio de Dios ha sido reconocido justamente por os que se toman seriamente en consideración su modo de actuar. Jesús es la sabiduría de Dios, la cual se manifiesta en sus obras (v. 19). En definitiva, pretende sacudir las conciencias de sus oyentes para disponerlos a acoger la "hora desconocida de Dios". Sus palabras sobre el Bautista concluyen con una llamada a la comprensión de fe, equivalente a una decisión del proyecto salvífico de Dios, en sintonía con su modo de actuar y de revelarse en la historia.

 

MEDITATIO

Reconocer la hora de Dios, el tiempo oportuno, es un signo de sabiduría (cf. Ecl 3,lss). Como a los contemporáneos de Jesús, también a mí me invita la figura de Juan a hacer sinceras obras de penitencia. Reconocer la hora de Dios es para mí, ante todo, renunciar a atrincherarme en mis diversas excusas, que enmascaran mi desinterés y mi resistencia a la invitación a la conversión que la Palabra de Dios incesantemente me dirige. Las reiteradas admoniciones proféticas me exhortan a caminar por la justicia y por la fe operativa y sincera.

Pero la hora de Dios no es sólo la de la penitencia y cambio de vida, es también la del gozo que nos trae el evangelio de Jesús. El gozo evangélico nacerá en mí al reconocer que él no se avergonzó de ser llamado «amigo de publícanos y pecadores». El perdón que me anuncia no se reduce a una mera palabra o una noticia genérica de Dios en mis confrontaciones, sino que es acontecimiento desconcertante de venir a celebrar una fiesta conmigo que soy pecador. No se trata de una fiesta que puedo dejar para mañana (como quisieran los niños caprichosos de la parábola evangélica); ¡ para mí es hoy !

 

ORATIO

Señor, tu Palabra me hace hoy pensar y reflexionar sobre mí mismo. Sé que hay un tiempo para cada cosa bajo el sol: tiempo de llorar y tiempo de bailar. Pero descubro que, con frecuencia, soy poco sabio, distraído e incapaz de reconocer tu hora en mi vida. Querría hacer todo a mi estilo, decidir los tiempos a mi gusto, y por desgracia me debo reconocer entre los niños caprichosos que no han entrado en el juego. Temo llegar a ser yo también víctima de una terca obstinación que me impida juzgar rectamente.

Te ruego, pues, que no dejes de dirigir tu Palabra a mi corazón obstinado y duro, así podré comprender tu designio sobre mí y lograr la verdadera sabiduría. Repréndeme, incluso con dureza, cuando quieras que escuche los llamamientos del Bautista a la penitencia y a la conversión. Ayúdame a saber reconocer que éste es el tiempo de tu gracia, porque eres: «El Señor mi Dios que me enseña para mi bien y me guía por el camino que debo seguir».

 

CONTEMPLATIO

El alma que ha perdido la paz debe arrepentirse, y el Señor le perdonará los pecados, y entonces encontrará el gozo y la paz. ¿Qué más debemos esperar? ¿Pedir que alguien cante músicas celestiales? En el cielo todo vive por obra del Espíritu Santo y a nosotros en la tierra se nos ha dado el mismo Espíritu Santo, y si lo conservamos, se nos liberará de toda tiniebla y permanecerá en nosotros la vida eterna.

El Señor ama al hombre y se le manifiesta como le place. Y el alma, cuando ve al Señor, se regocija humildemente de la misericordia de Dios. Para conocer al Señor, no se necesita ser rico o sabio, sino obediente, sobrio, tener un espíritu humilde y amar al prójimo. El Señor amará a esa alma, y él mismo se le manifestará y enseñará el amor divino y la humildad, y le dará todo lo necesario para encontrar reposo en Dios (Archimandrita Sofronio, San Silouan el Athonita, Madrid 1996).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy el Señor tu Dios, te enseño para tu bien» (Is 48,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Soy un traidor, si tú no me ayudas, Jesús mío misericordioso.

Tú me conoces, Señor; no te fíes de tu siervo: porque si tú no lo guardas, huirá, engañado por otro: una bestia dorada será su dios, pero, si tú le ayudas, Señor, si no le privas de la luz de tu rostro adorable, si además él no huye de tu mirada, temerá y temblará y se quedará contigo.

Jesús, sobre mi cabeza está la impronta de tu sangre y, si el mundo intenta encantarme, esa sangre resplandezca a ló lejos y el mundo se apartará, sin haber extendido su mano (G. Gezelle, en A. Mor - J. Weisgerber, Le letterature del Belgio, Milán 1968).

 

Día 16

Sábado de la segunda semana de adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 48,1-4.9-11

1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha.

2 Él hizo venir sobre ellos el hambre, y en su celo los diezmó.

3 Por la palabra del Señor cerró los cielos e hizo también bajar fuego tres veces.

4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién pretenderá parecerse a ti?

9 Fuiste arrebatado en torbellino ardiente, en un carro con caballos de fuego.

10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Jacob.

11 Felices los que te vieron y murieron fíeles al amor, porque también nosotros viviremos.

 

*» El elogio de los padres es la sección más original de toda la obra del Sirácida. El autor relee el pasado con una función didáctica para el presente y nos pinta una galería de "medallones" de los grandes personajes, buenos y malos, de la historia bíblica. Entre estos héroes, recoge la figura del profeta Elías. A Elías se le parangona al fuego por su celo, por su pasión ardiente por la causa del Señor, el Dios de Israel. Su vida, de hecho, la dedicó totalmente al servicio del Dios de Israel, en cuya presencia Elías vivía continuamente (cf. 1 Re 18,15).

Además de su ardiente predicación para llevar al pueblo al único Dios, los rasgos trazados por el Sirácida subrayan los aspectos taumatúrgicos, de acuerdo con las tradiciones populares de su época (w. 2-4). Pero el culmen del elogio de Elías está en la consideración de su destino singular (el rapto en el carro de fuego: v. 9), visto como una victoria sobre la muerte por obra del amor de Dios. Su figura es, pues, acicate para esperar una vida más allá de la muerte, una bienaventuranza plena que espera a los que, como Elías, «mueren fieles al amor».

Al motivo de su arrebato al cielo en la tradición judía (cf. Mal 3,24) se asocia el de la espera de su regreso, preparando a los hijos de Israel a la llegada de los tiempos mesiánicos (v. 10). El Nuevo Testamento heredará esta tradición judía del regreso de Elías viendo su cumplimiento en la persona de Juan Bautista.

 

Evangelio: Mateo 17,10-13

10 Los discípulos le preguntaron:

-¿Por qué dicen los maestros de la ley que primero tiene que venir Elías?

11 Jesús les respondió:

-Sí, Elías tenía que venir a disponerlo todo.

12 Pero os digo que Elías ha venido ya y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Del mismo modo van a hacer padecer al Hijo del hombre.

13 Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.

 

** Después de la transfiguración, Jesús, bajando del monte, mantiene con sus discípulos una conversación que trata de uno de los personajes de la visión: Elías. Refiriéndose a las discusiones rabínicas del papel de Elías, sobre la verdad y el significado de su regreso anunciado por Malaquías (3,23-24), Jesús declara aceptar la tesis de los que afirman la necesidad de una venida de Elías antes del juicio. Por otra parte, Jesús niega cualquier visión fantástica, comúnmente difundida, de un regreso de Elías e invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está manifestándose ante sus propios ojos. Por consiguiente, afirma que Elías ya ha venido, pero no lo han conocido, y que la suerte de Elías anuncia la del Hijo del hombre (v. 12).

Para llevar a los discípulos a la comprensión de la urgencia de la conversión, de la sanación de las relaciones intrapersonales y de la relación con Dios, Jesús identifica expresamente a Elías con el Bautista. Los discípulos comprenden tal identificación (v. 13). Resulta así claro que tal identificación no se desprende automáticamente de las Escrituras, sino que se revela a quien, desde la docilidad de la fe, está dispuesto a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse al encuentro del que viene. Por un momento, los discípulos parecen, pues, comprender; aunque muy pronto caerán de nuevo en la incomprensión, en su obstinada incredulidad (cf. Mt 15,20).

 

MEDITATIO

La figura del Bautista predomina en las lecturas litúrgicas de estos días de adviento. Más que ponerme a considerar cuestiones históricas del personaje, hoy me siento llamado a meditar en el significado de su persona para mi vida, su parangón con el profeta Elias manifestado en el texto evangélico. La misión del Bautista trata, en analogía con la de Elias, dos puntos capitales también para mi vida: mi relación con Dios (que me pide volver a él) y el sanar mis relaciones con el prójimo.

Debo dejarme interpelar por el Bautista, cuya voz proclamaba con valentía, como el profeta Elias, el derecho de Dios sobre nuestra humanidad: darle a él sólo culto y buscar una adhesión integral de vida a la alianza con el Señor. En este sentido Juan es, como Elias, fuego irresistible, profeta cuya palabra ilumina mi camino y el de mi comunidad y se alza como juicio severo contra el pecado, contra cualquier infidelidad a la alianza.

Además, el hecho de que Elias y Juan fuesen perseguidos por los poderosos y no comprendidos por sus contemporáneos me plantea el serio riesgo que corro yo también de poner obstáculos al camino de la Palabra divina, a veces incómoda y desestabilizadora, pero me recuerda además que, a pesar de todas nuestras oposiciones humanas, la Palabra de Dios saldrá victoriosa.

 

ORATIO

«¡Dichosos los que te vieron, Elias, y murieron fieles al amor! También nosotros ciertamente viviremos».

Señor, te damos gracias por la esperanza que ilumina nuestras vidas y que da sentido a nuestras fatigas y esfuerzos por amar. Saber que vienes a encarnarte en nuestra frágil humanidad para posibilitarnos una vida llena y eterna contigo nos colma de aliento y gratitud.

Señor, te damos gracias porque eres el Dios que vienes a nuestro auxilio para traernos salvación y felicidad.

Señor, te damos gracias porque no has permitido que faltasen en nuestras vidas personas que, como Elias y el Bautista, han preparado de mil maneras nuestro encuentro contigo.

Te damos gracias por su constancia en los esfuerzos a pesar de las desilusiones, y te pedimos perdón si hemos sido sordos a tus llamadas, que nos diriges por medio de las palabras y vida de estos hermanos y hermanas.

Señor, te damos gracias por estos testimonios que nos han hablado de ti y que con el fuego de su amor han iluminado nuestro camino.

Que tu Espíritu nos inflame, para que también nosotros podamos ser fuego tuyo en el mundo.

 

CONTEMPLATIO

Si entramos con un corazón dócil en la Escritura, caminaremos de claridad en claridad bajo el firmamento de la Palabra sagrada, alegrándonos con ella por los designios eternos que descubren a nuestros ojos, admirando cada vez más a Jesucristo que se acerca, esperándolo con los patriarcas, viéndolo venir con los profetas.

Bajo este prisma, el cristiano logra una comprensión de la vida que ninguna otra experiencia podría darle. Dios nunca se aleja de su obra. Se sienta cobijado en la tienda de Abrahán, lo mismo que escala el Sinaí, entre relámpagos que anuncian su presencia (...). Todo está lleno de él.

¿Es posible volver de esta peregrinación sin sentirse conmovidos? ¿Es posible, para quien ha seguido estas huellas a la luz de la fe, no ser mejor? La Biblia es la fuente profunda de los consuelos de la humanidad, la boca de Dios que habla a su corazón; y, sobre todo, es el Cristo Hijo de Dios que le ha dado la salvación (H.-D. Lacordaire, Deuxiéme lettre á Emmanuel, en Études religieuses 758, Bruselas 1962, 66-67).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Felices los que te vieron y muñeron fieles al amor» (Eclo 48,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Estás muy preocupado por elegir bien tu trabajo. Tienes tantas opciones que estás constantemente abrumado por la pregunta: «¿Qué es lo que debo o no hacer?». Se te pide que respondas a muchas necesidades concretas (...).

De muchas formas todavía quieres decidir tu propio orden del día. Actúas como si tuvieras que escoger entre muchas cosas, todas igualmente importantes. Pero no te has rendido completamente a la dirección de Dios. Te empeñas en pelear con Dios sobre quién tiene el control.

Intenta entregar tu orden del día a Dios. Di constantemente: «Que se haga tu voluntad, no la mía». Entrega tu corazón entero y todo tu tiempo a Dios: adonde ir, cuándo y cómo responder. Dios no quiere que te destruyas. El agotamiento total, el sentirse quemado y la depresión no son signos de que estás haciendo la voluntad de Dios. Él es todo amor. Desea darte un sentido profundo de seguridad en su amor. Una vez que consientas en experimentar ese amor completamente, podrás discernir con más exactitud a quién has sido enviado en nombre de Dios.

No es fácil entregar tu orden del día a Dios. Pero, cuanto más lo hagas, el «tiempo de tu reloj» se convertirá más en «tiempo de Dios», y éste es siempre la plenitud del tiempo (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 117-118).

 

Día 17

Tercer domingo de adviento Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 61,1 -2a. 10-11

1 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros la libertad.

2 Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor.

10 El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría, porque me ha vestido un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas.

11 Pues como la tierra echa sus brotes y un huerto hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar la salvación y la alabanza ante todos los pueblos.

 

*» Los primeros versículos de este oráculo (w. 1-2), en los que el profeta habla en primera persona -hasta el punto de hacer pensar que se trata del recuerdo de su vocación personal- se los aplicará Jesús a sí mismo en la sinagoga de Nazaret (Le 4,18-19).

El profeta se presenta como "invadido" por el Espíritu Santo. El efecto de la presencia del Espíritu se manifiesta con dos verbos: «me ha ungido» y «me ha enviado» (v. 1). En primer lugar, la consagración, efecto que le concierne personalmente: es decir, el profeta pertenece a Dios y a su servicio (el verbo es el mismo que luego se utilizará para indicar al «Mesías», el consagrado de Dios). Puesto que pertenece a Dios, pertenece también a los demás; el profeta es un enviado al pueblo con una misión que se define muy detalladamente.

La frase: «me ha enviado» introduce siete finalidades (la lectura de hoy menciona sólo algunas), de las cuales la primera es un breve resumen: «Para dar la buena noticia a los pobres», a los que tienen en corazón destrozado, a los esclavos, a los prisioneros... El profeta debe anunciar que Dios no se ha olvidado de ellos, sino que se cuida de ellos. Se trata sobre todo de anunciarles: «El año de gracia del Señor», es decir, anunciar el gozo que experimenta Dios al preocuparse de ellos ahora.

En la segunda parte de la lectura (w. 10-11) el «yo» del profeta se ensancha para abrazar a toda la comunidad. Ésta se alegra por la misión que le ha sido confiada, la que llevará a la comunidad de Israel a sentirse amada por Dios como esposa y a dejarse revestir de justicia, dejar que YHWH le enseñe a cumplir su voluntad.

 

Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5,16-24

Hermanos:

16 Estad siempre alegres.

17 Orad en todo momento.

18 Dad gracias por todo, pues ésta es la voluntad de Dios con respecto a vosotros como cristianos.

19 No apaguéis la fuerza del Espíritu;

20 no menospreciéis los dones proféticos.

21 Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.

22Apartaos de todo tipo de mal.

23 Que el Dios de la paz os ayude a vivir como corresponde a auténticos creyentes; que todo vuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

24 El que os llama es fiel y cumplirá su palabra.

 

*» Casi todo el fragmento es una exhortación, a la que sigue un deseo y una certeza final. Frases breves pero eficaces y salpicadas de indicaciones que Pablo desea que se traduzcan inmediatamente en la vida cotidiana de los cristianos.

Para enseñar a los suyos a vivir como «hijos de la luz» (1 Tes 5,6) que esperan la venida del Señor Jesús (v. 23), Pablo expone en primer lugar cierta doctrina de fondo (w. 16-18), pasando luego a los consejos para la vida comunitaria (w. 19-22), para dar una panorámica final de la obra santificadora de Dios en el hombre (w. 23-24).

Las exhortaciones de fondo son a la alegría, a la oración, a la acción de gracias, resumidas todas en la «voluntad del Dios» (v. 18), ya que estas actitudes constituyen una tríada connatural al cristiano que busca la voluntad de Dios «siempre, incesantemente, en todo lugar».

En cuanto a la vida comunitaria, una traducción literal nos hace percibir su carácter "machacón", de urgencia: «No apaguéis la fuerza del Espíritu: no menospreciéis los dones proféticos. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Apartaos de todo tipo de mal» (w. 19-22). Como se puede ver, la exhortación principal para una buena vida de comunidad aparece al comienzo: «No apaguéis la fuerza del Espíritu» (v. 19).

Finalmente el discurso vuelve a la acción de Dios, apareciendo sobre todo como el Dios «fiel», tema favorito en la teología de san Pablo, que se preocupará personalmente de guardar al creyente, no permitiendo que nadie lo sustraiga de su mano.

 

Evangelio: Juan 1,6-8.19-28

6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.

7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.

8 No era él la luz, sino testigo de la luz.

19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era.

20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías.

21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No.

22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?

23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así:

Yo soy la voz

del que clama en el desierto:

allanad el camino del Señor.

24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos.

25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas?

26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis.

27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.

28 Esto ocurrió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizado.

 

**• La última frase de este fragmento (v. 28) nos indica que Juan desarrolla su ministerio en «Betania, en la otra orilla del Jordán». El significado mismo del nombre del lugar -«casa del testimonio»- puede tener valor simbólico, porque indica exactamente lo que debe llegar a ser toda comunidad: una verdadera casa del testimonio.

Cualquier página evangélica ilustra en qué consiste concretamente el testimonio. A una "comisión de encuesta" enviada desde Jerusalén para identificar su identidad, el Bautista responde remitiendo a Jesús: «No era él la luz, sino testigo de la luz» (v. 6); y luego: «No lo soy, yo soy la voz» (w. 21-22). El Bautista, según el evangelio de Juan, no es un predicador o un asceta, sino exactamente el modelo por excelencia del testigo: en la casa de la comunidad cristiana, el comportamiento que debe distinguir a todos es precisamente el suyo. Nadie puede decir: «Yo soy», pero cada uno debe remitir más allá de sí mismo, a Jesucristo. Cada uno puede y debe ser "signo" de Jesús para el otro, manteniendo la capacidad de desaparecer, exactamente como el Bautista.

Cada uno es un signo útil, incluso necesario, pero precisamente por ser signo no es algo definitivo. Para ser testigos es preciso ser antes oyentes. Poniendo en escena a Juan Bautista que señala a Jesús, el evangelista quiere decir que la verdad está ya presente: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Esta expresión recuerda el tema veterotestamentario de la sabiduría escondida, que no puede conocerse si ella misma no se manifiesta. Jesús es esta sabiduría que se manifiesta al hombre.

 

MEDITATIO

Si la Iglesia es "casa del testimonio", comprendemos que la necesidad de testigos es necesaria cuando se desarrolla un proceso judicial. El evangelio de Juan indica que a lo largo de la historia se lleva a cabo un proceso inmenso en el centro del cual está Jesús -la verdad de Dios- y durante el cual la comunidad de los creyentes es constantemente llamada a estar, como testigo, de parte de Jesús, de parte de Dios, de ese rostro de Dios que Jesús ha dado a conocer. Nuestra comunidad debe hacer visible ese rostro con sus propias obras.

Bajo este punto de vista es útil volver a la primera lectura, donde el Espíritu Santo que irrumpe en el profeta y, luego, en Jesús se derrama ahora sobre la Iglesia. Pero debe estar atenta a «no apagarlo», como indica san Pablo. El Espíritu reviste a la Iglesia con un «manto de justicia», la capacita para que hable de Dios con las obras, para anunciar la buena noticia a los pobres de hoy día. Capaz de «vendar los corazones desgarrados»: debemos esforzarnos por sanar los corazones con una curación que no tiene nada de milagroso sino que requiere paciencia como herida que sólo cicatriza con el tiempo.

Otra de nuestras tareas es «proclamar la libertad de los cautivos y prisioneros», recordando que hay esclavos evidentes y otros latentes, pero no menos graves, por liberar. Finalmente estamos llamados a «proclamar un año de misericordia»: es necesario que comprendamos cómo nuestro tiempo -con frecuencia salpicado por el mal- debe mirarse con respeto y con espíritu de discernimiento como la ocasión de gracia que el Señor nos brinda.

Con la comitiva del Mesías-esposo revestido de justicia nace en nosotros la solidaridad, el compartir, hace estallar en nosotros ese gozo que no es verdadero si no es compartido. Sabemos bien que nunca estaremos a la altura de este programa de justicia y fraternidad, pero el recurrir continuamente al que es esposo y luz permitirá que la fuerza de la caridad no se debilite en nosotros.

 

ORATIO

Nos has exhortado al gozo, Señor: «Estad siempre alegres». Más aún, nos has enseñado las palabras para manifestar este gozo: «Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha revestido con vestidura de salvación». Haz de mí, Señor, un cristiano alegre: alegre como Juan al ver la luz que ya llega, al sentirse voz al servicio de la Palabra; alegre como el profeta al saberse lleno de tu Espíritu de santidad; alegre como María al reconocer y cantar lo que has hecho por mí y en mí.

Nos has exhortado, Señor, a la oración: «Orad incesantemente». Me parece casi imposible: habituado a separar oración y trabajo, pienso que la oración sólo se puede hacer estando de rodillas. Sin embargo, sé que estás continuamente presente, compartiendo mis días y mi trabajo.

        Eres tú quien desea santificarme «hasta la perfección» , tú quien guías mis pasos inciertos por el sendero de la santidad. Enséñame a vivir constantemente en tu presencia, a hacer todas las cosas por amor tuyo. Nos has exhortado, Señor, a la acción de gracias: «En toda ocasión dad gracias». En la Eucaristía nos unes a tu acción de gracias. Haz que no me limite a pronunciar palabras de gratitud, quizás gastadas o convencionales, sino a dar gracias al Padre testimoniando su amor, en el servicio concreto al prójimo. Ven, Espíritu Santo, sé en nosotros gozo, oración, acción de gracias, caridad.

 

CONTEMPLATIO

Los mensajeros preguntaron a Juan quién era. ¿Qué responde el príncipe celeste, la estrella matutina, el ángel terrestre, Juan? Dice: «No soy», mientras todos quieren ser o parecer algo.

Quien lograse sólo tocar este fondo, habría dado con el camino más cercano, más breve, más llano y seguro hacia la verdad más alta y más profunda que se pueda conseguir en el tiempo. Para esto nadie es demasiado viejo, ni demasiado enfermo, ni demasiado pobre, ni demasiado rico. ¡Qué valor inefable se encierra en este «No soy»! Y, sin embargo, nadie quiere emprender este camino, se mire como se mire: en realidad somos y queremos o querríamos siempre ser, siempre encima del otro.

De aquí provienen todos los llantos y lamentos. Por eso no encontramos paz ni interior ni exterior. Este ser nada proporcionará de todos modos, en todos los lugares, con todos los hombres una paz total, verdadera, esencial, eterna; y sería lo más dichoso, seguro y noble del mundo (E. Susone, Opere spirituali. Le prediche, Alba 1971, 584-585).

 

ACTIO

Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría» (Is 61,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa (Pablo VI, Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978).

 

Día 18

Lunes de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 23,5-8

5 He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo suscitaré a David un descendiente legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra.

6 En sus días se salvará Judá, e Israel vivirá en paz. Y le llamarán así: «El Señor nuestra justicia».

7 Sí, vienen días, oráculo del Señor, en que no se dirá ya: «Vive el Señor que sacó a los israelitas de Egipto».

8 Sino que se dirá: «Vive el Señor, que sacó a la estirpe de Israel del país del norte de todos los lugares por donde los había dispersado, y los trajo a su tierra».

 

*• El libro de Jeremías es uno de los textos bíblicos más dramáticos, que comprende los momentos más trágicos de la historia de Israel. Sin embargo, el profeta en este fragmento nos presenta una profecía cargada de esperanza y recoge dos oráculos: el primero es el anuncio de un rey sabio, descendiente de David, que, como «descendiente legítimo», guiará a los suyos cual verdadero pastor (w. 5-6); el segundo es la declaración del fin del exilio y de la dispersión del pueblo, que volverá a «habitar en su propia tierra» (w. 7-8). La profecía nos pone ante una intervención de Dios que, manteniendo la promesa hecha a David (cf. 2 Sm 7,12-16), reagrupa al pueblo y lo guía un verdadero rey (cf. Is 11,1-9; Zac 3,8), construyendo un reino de paz y justicia; por esta razón llevará el nombre «El-Señor-nuestra-justicia» (v. 6). Las características de este sucesor de David se atribuyen al Mesías, que gobernará al pueblo con «el derecho» de su Palabra y «la justicia» de su amor misericordioso (v. 5).

En cuanto al anuncio de la liberación del destierro y el volver a la tierra, se describe como un nuevo éxodo, prefigurando la verdadera liberación mesiánico-escatológica, ejecutada por el Mesías, quien conducirá a todo desterrado para introducirle en la tierra de la paz sabática.

 

Evangelio: Mateo 1,18-24

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

-José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros)

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y se llevó a casa a su mujer.

 

*•• El evangelista nos describe el anuncio del nacimiento de Jesús, por el ángel del Señor a José, hijo de David. María, prometida de José, se halla encinta por obra del Espíritu Santo. Mientras José piensa abandonarla en secreto, respetando con veneración silenciosa un hecho misterioso, el ángel le revela en sueños el plan de Dios: María dará a luz al Salvador esperado. José, que es «justo» (v. 19), acoge con fe y sencillez el designio de Dios, lleva consigo a María, reconoce legalmente al hijo, le transmite todos los derechos como descendiente davídico e imponiendo a Jesús el nombre que califica su misión, cumple la voluntad divina. Aunque no por línea de sangre, Jesús es descendiente de David, como demuestra Mateo citando el texto de Is 7,14: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (v. 23).

Dios, para realizar su designio de amor y salvación se sirve de hombres que veneran su voluntad, con frecuencia misteriosa. José es uno de estos que, con fe y humilde obediencia, vive una vida escondida, pero colabora con Dios para llevar adelante la historia de salvación.

En el hijo de María y José a punto de nacer Dios se manifiesta como el Emmanuel, es decir «Dios con nosotros».

 

MEDITATIO

La unión existente entre el texto de Jeremías y el evangelio de Mateo aparece en el «vástago legítimo» que florece del tronco de David y «reinará como rey prudente (Jer 23,5). Este rey misterioso, que nace por obra del Espíritu, es el Mesías que «salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21). Pero Dios se sirve de José, hombre sencillo y de profunda fe, para sacar adelante su historia de salvación centrada en Jesús. José no obstaculiza el designio divino, entra en el misterio sin comprenderlo a fondo, se fía de su creador y colabora con docilidad y confianza.

El hombre justo es el hombre de la Palabra de Dios, que no se defiende ni se queda en teorías, sino que lee los acontecimientos de su vida y los comprende, en la medida en que interioriza la Palabra y la vive en su día a día.

Sin embargo, se da una condición previa para entrar en diálogo con Dios: estar dispuesto a obedecerle sin dilación, porque sólo el que se pone en actitud de escucha devota es «utilizado» por el Señor para llevar adelante sus planes en favor de los hombres, como lo fueron María y José, los verdaderos pobres, que tienen a Dios por rey. La realeza de Cristo sólo se revela a los que tienen un corazón de pobre como los 'anawím de Israel y de todos los tiempos. Como creyentes estamos llamados a la escuela de estos justos que, como José, creen plenamente en el amor de Dios y han experimentado su don.

 

ORATIO

Señor Jesús, hijo de David, tú que has escogido el camino de la encarnación para salvarnos, apareciendo entre los hombres como todos nosotros, por medio de una madre, la virgen María, y has crecido bajo la mirada vigilante de José, hombre justo, ayuda a tu pueblo para que reconozca en tu venida el anuncio gozoso de la salvación y la vida nueva.

Tú que eres el «vástago justo», que florece en el corazón de todo hombre, haz que tu reino de justicia y paz, con la riqueza de sus valores humanos, se extienda como luz a todos los pueblos. Quisiste tener a tu lado la figura sencilla y trabajadora de José para hacernos comprender que, más allá de los vínculos de la sangre, aprecias cualquier paternidad, como reflejo de la verdadera paternidad de tu Padre que está en los cielos. También nos enseñas que el hombre humilde y rico de fe, disponible a la voluntad de Dios, siempre es agradable a tus ojos y por eso le haces colaborador de tu designio de amor.

Te pedimos que nosotros también estemos dispuestos, como José, a dar nuestro sincero y gozoso asentimiento a lo que nos pidas, aun a través de los caminos misteriosos de tu amor.

Pero sobre todo deseamos que seas siempre nuestro Emmanuel, el "Dios con nosotros", para saberte llevar en el corazón con el mismo amor que José, tu padre adoptivo, de modo que estemos disponibles a servirte en todos nuestros hermanos, especialmente en los pobres y necesitados, porque estás con ellos.

 

CONTEMPLATIO

No cabe concebir mayor alegría, comprendo yo, que nuestro Señor Jesucristo, Aquel que es el Altísimo, el Omnipotente, noble por excelencia y digno de todo honor, sea también el que más se humille y más se abaje; sea el más cariñoso y el más atento; y en realidad, esta alegría maravillosa nos será dada a todos sentirla cuando nos sea otorgado poder contemplarle.

Y esto quiere nuestro Señor que andemos buscando llenos de confianza en Él, mediante su gracia y su ayuda, que esta búsqueda nos alegre y nos complazca, en cuando nos sea dado, en tanto esperamos el tiempo en que veremos su realización. Porque la plenitud de la alegría que nos espera en el cielo consistirá, según pienso, en la admirable consideración y cariño de nuestro Padre celestial, nuestro Creador, en nuestro Señor Jesucristo, nuestro hermano y nuestro salvador (...).

Nuestra vida se basa en la fe, justo con la esperanza y la caridad. La manifestación, hecha a aquel a quien Dios dispone, enseña completamente lo mismo, de modo manifiesto y asegurado, además de otros puntos especiales pertenecientes a la fe, cuyo conocimiento es digno de la mayor veneración (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor de Dios, Barcelona 1959, 45-46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ven a librarnos con tu poder» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Frente al misterio divino, José ha sabido mantener el tono justo. No se dejó llevar por sentimientos humanos. No puede comprender lo que percibe en María y no quiere penetrar el misterio. Más bien se retira aparte, con tímida y respetuosa veneración, abandonándose a la voluntad de Dios y dejando en sus manos todo lo demás.

Pero en cuanto comprende cuál es la voluntad divina, no duda un instante ni opone dificultades, en seguida lleva a la práctica lo que el ángel le había mandado. Sólo él, totalmente dispuesto a obedecer al Señor, podrá escuchar su Palabra y colaborar en su obra, porque sólo sabe obedecer quien sabe escuchar. Y José obedece a la Palabra, la pone en práctica, declarándose con sus obras dócil instrumento en manos del Altísimo. José no quiere nada para sí, sólo pretende estar sencillamente a disposición de Dios.

Toma consigo a María, su esposa, pero no para poseerla como esposa, sino para cumplir la voluntad de Dios, para que ella pueda dar a luz a su Hijo. Pero será él, José, también por obediencia, quien imponga el nombre al hijo. Ese nombre en torno al cual gira el universo y por cuya voluntad todo ha sido creado: Jesús, el Mesías. El Antiguo y el Nuevo Testamento, las palabras de los profetas y las de Dios, el nombre y su significado, lo divino y lo humano confluyen en aquel que une todo y a todos: Jesús, el Mesías Salvador (R. Grotzwiller, Meditationen über Matfháus, Einsiedeln 1957).

 

 

Día 19

Martes de la 3ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 13,2-7.24-25a

2 Había un hombre de Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos.

3 El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:

-Tú eres estéril y no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo;

4 procura no beber vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro,

5 porque vas a concebir y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos.

6 La mujer fue a su casa y dijo a su marido:

-Ha venido a verme un hombre de Dios; su aspecto era terrible, como el de un ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía, ni él me ha dicho su nombre.

7 Pero me dijo: «Vas a concebir y darás a luz un hijo. No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte».

24 La mujer dio a luz un hijo y le puso el nombre de Sansón.

El niño creció y el Señor lo bendecía.

25a El espíritu del Señor comenzó a actuar en él.

 

**• El episodio del anuncio del nacimiento de Sansón se ajusta al género literario clásico de las anunciaciones bíblicas para celebrar el origen de los grandes personajes de la historia (cf. Gn 11,30; 18,10-11; 1 Sm 5,20). El modelo tiene las características esenciales siguientes, que siempre se repiten: la elección divina recae en personas humildes de corazón y "débiles" como en el caso de la esterilidad de la madre de Sansón y la edad avanzada del padre; el niño anunciado, como don de Dios, desempeñará una misión salvadora a favor del pueblo («Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos » v. 5); las condiciones requeridas al elegido por parte de Dios son la plena colaboración con él en la gozosa sencillez y la total fidelidad a su proyecto amoroso: «No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro» (w. 4.7). Estos elementos presentes en la mujer de Sorá «que no había tenido hijos» (v. 2), de su marido Manoaj y del hijo Sansón, «nazir consagrado a Dios» (w. 5.7), bendito del Señor y lleno del Espíritu, serán los mismos elementos que se realizarán plenamente en el acontecimiento salvífico del futuro redentor. Así, el texto de Jueces se convierte en profecía del nacimiento del Bautista y del nacimiento del Mesías.

 

Evangelio: Lucas 1,5-25

5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote, llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una mujer de la descendencia de Aarón, llamada Isabel.

6 Ambos eran irreprochables ante Dios y seguían escrupulosamente todos los mandamientos y preceptos del Señor.

7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran ya de edad avanzada.

8 Estaba un día Zacarías ejerciendo el servicio sacerdotal tal como le correspondía por turno a su grupo.

9 Según el rito sacerdotal, le tocó en suerte entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso.

10 Todo el pueblo estaba orando fuera mientras se ofrecía el incienso.

11 Y el ángel del Señor se le apareció, de pie, a la derecha del altar del incienso.

12 Al verlo, Zacarías se sobresaltó y se llenó de miedo.

13 Pero el ángel le dijo:

-No temas, Zacarías, tu petición ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan.

14Te llenarás de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento,

15 porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre

16 y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios.

17 Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

18 Zacarías dijo al ángel:

-¿Cómo sabré que va a suceder así? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años.

19 El ángel le contestó:

-Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena noticia.

20 Pero tú te quedarás mudo y no podrás hablar hasta que se verifiquen estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo.

21 El pueblo, entre tanto, estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que tardase tanto en salir del santuario.

22 Cuando salió, no podía hablarles; y comprendieron que había quedado mudo.

23 Cumplidos los días de su ministerio, marchó a su casa.

24 Algún tiempo después, su mujer Isabel concibió, y no salió de casa durante cinco meses. Y decía:

25 -Al hacer esto conmigo, el Señor ha borrado mi vergüenza ante los hombres.

 

*» El anuncio del nacimiento de Juan Bautista que nos ofrece el evangelista Lucas es rico en detalles significativos a nivel teológico y aparecen múltiples contactos con escenas similares del Antiguo Testamento, donde se narra el nacimiento de personajes que ocupan un puesto importante en el designio del Señor: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada; comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jue 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23).

La presente narración de la visión de Zacarías, con el anuncio prodigioso del nacimiento del hijo, está construido en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel Gabriel hará a María. Aquí tenemos la aparición en el marco grandioso del templo de Jerusalén, en el de Jesús en la sencilla casa de Nazaret; en nuestro texto aparece la incredulidad de Zacarías, allí la fe de María; aquí el nacimiento del Precursor de una mujer casada pero estéril, allí el nacimiento del Mesías de una Virgen; aquí el Bautista «se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (v. 15) y «muchos se alegrarán de su nacimiento» (v. 14), allí Jesús será concebido por obra del Espíritu (cf. Le 1,35) y no todos se alegrarán de su nacimiento (cf. Mt 2,13); aquí Zacarías como signo quedará mudo, allí María, por el contrario, escuchará el anuncio gozoso de la maternidad de la boca de su pariente Isabel. Al llegar la plenitud de los tiempos de la salvación sólo queda espacio para la fe sencilla y la acogida de la Palabra de Dios.

 

MEDITATIO

El anuncio del nacimiento de personajes excepcionales de la historia bíblica nos ayuda a reflexionar en la continua y extraordinaria acción que Dios realiza con los hombres, y en los múltiples dones que concede a cuantos acogen su Palabra con corazón humilde y confiado.

En las narraciones de anunciaciones, Dios está presente en la vida de Sansón, como en la del Bautista, concediendo dones especiales en orden a una participación total del hombre en su proyecto de salvación, aunque exige una respuesta generosa y concreta. También nuestra humilde historia, desde el día del nacimiento, está marcada por la mano providente y paternal de Dios, que busca por todos los medios la comunión con nosotros.

Con frecuencia nuestros acontecimientos cotidianos de salvación se esfuman y no sabemos adherirnos a la oferta divina por falta de escucha y de fe, lo mismo que no logramos leer su presencia en el misterio de la encarnación, que se manifiesta en situaciones con frecuencia humildes o con fallos.

Lo que vale es percibir y adherirnos siempre a su invitación amorosa y venerar dócilmente su voluntad, aun cuando escape a nuestro control. Sólo la escucha silenciosa y la actitud de adoración de la Palabra de Dios es el camino para comprender el proyecto divino con nosotros.

El silencio interior, tan necesario en nuestra vida, nos distancia de nosotros mismos para llevarnos al mundo del Espíritu, donde se da el verdadero discernimiento y la gozosa comunión de vida. Sólo entonces se conoce a Dios con la experiencia del corazón.

 

ORATIO

Señor de la vida y de la historia grande y humilde, que haces maravillas ante nuestros ojos, enviándonos mensajeros de alegres noticias y que te alzas como signo de esperanza y luz para la salvación de todos, ven pronto a nosotros, una vez más, para manifestarnos tu rostro y hacernos comprender que toda vida es un proyecto de amor. Nosotros no tenemos ángeles que nos revelen claramente lo que quieres de nosotros y cuál sea nuestro puesto en los misteriosos caminos de tu providencia.

Tú has vivificado a mujeres estériles, como las madres de Sansón y del Bautista, has hecho prodigios por tu Espíritu en los que han creído en ti; te suplicamos: regenera nuestro corazón, cansado y desconfiado, para que se adhiera a tu voluntad, haz que nazca en nosotros un renovado deseo de amor hacia cualquier persona que encontremos en el camino.

Haznos experimentar lo que haces hoy como en el pasado, para que también nosotros podamos contar tus maravillas y tus intervenciones transformando nuestras debilidades y pobreza con tu poder. Pero, sobre todo, haznos gustar el saber que estás en nosotros y con nosotros y que nos trasciendes en tu misterio, porque tu camino se dirige al corazón, cuando escuchamos tu Palabra de vida en el silencio y la acogemos humildemente, como hizo la virgen de Nazaret, la mujer del silencio y la interioridad.

 

CONTEMPLATIO

«Hubo un hombre». ¿Cómo podía este hombre dar testimonio de la verdad sobre Dios? Es que era un «enviado de Dios». ¿Cuál es su nombre? Juan. ¿Cuál es el fin de su misión? «Vino como testigo, con la misión de dar fe acerca de la luz, con el fin de que por él creyeran todos en ella».

¿Quién es este que da testimonio de la luz? Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. Admíralo, sí, admíralo, pero como se admira una montaña. Una montaña está en tinieblas si no se la viste de la luz. Admira a Juan, pero oye lo que sigue:

«No es él la luz». Porque si crees que el monte es la luz, ese mismo monte es tu ruina en vez de ser tu consuelo. Es la montaña, como montaña, lo único que debes admirar. Levanta el vuelo hasta Aquel que ilumina el monte, hasta Aquel que subió a tanta altura para recibir primero los rayos que él envía a tus ojos. Pues Juan «no era la luz» (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, 2,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temas, tu ruego ha sido escuchado» (Le 1,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No te imagines que el Señor en su sublimidad esté lejos: aunque es infinitamente sublime, está cercano a ti, más cercano que los hombres que se aproximan cada día (...) más cercano a ti que tú mismo. Vigila tus pasos, cuando entren en la casa del Señor. ¿Por qué? Pues porque en la casa del Señor se ofrece lo único que puede salvar, el consuelo más dichoso (...).

Pero, ¡atención! Ten cuidado sobre todo de hacer buen uso de cuanto se te ofrece. Usarlo con fe. No existe una certeza tan interior, tan fuerte y tan dichosa como la fe. Sin embargo, la fe no nos viene por nacimiento, no es la confianza de un ánimo juvenil y rebosante del gozo de la vida. Menos aún: la fe no es vivir en las nubes.

La fe es certeza, certeza dichosa que se posee con temor y temblor. Vista la fe desde este ángulo, es decir ef celeste, aparece como un reflejo de la bienaventuranza (S. Kierkegaard, Pensieri che fenscono alie spalle, Padua 1982, 33ss). 

 

Día 20

Miércoles de la 3ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

10 El Señor volvió a hablar a Acaz y le dijo:

11 -Pide al Señor tu Dios una señal, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Acaz:

-No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor.

13 Isaías dijo:

-Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Dios con nosotros".

 

**• Estamos hacia el año 735 a.C. cuando Acaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve peligrar su trono ante la presencia de los ejércitos enemigos que oprimen los confines del reino de Judá. ¿Qué hacer? El rey pretende resolver el angustioso problema pactando alianzas humanas. Isaías, por el contrario, propone fiarse totalmente de Dios. Incluso el profeta invita al rey, en su apuro, a pedir un «signo» que confirme la protección divina. Pero Acaz lo rechaza aduciendo motivos de falsa religiosidad: «No quiero tentar al Señor» (v. 12). Isaías desenmascara la hipocresía del rey, pero añade que, a pesar del rechazo, Dios mismo dará un signo: «La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros» (v. 14).

Las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Acaz, al que la reina madre está a punto de dar a luz y cuyo nacimiento, en aquel momento histórico singular, se verá como presencia salvífica de Dios a favor del pueblo en apuros. Pero, en realidad, las palabras que Isaías dirige a Acaz son profecía de un rey salvador, y toda la tradición cristiana, basándose en la traducción de los Setenta, ha visto el anuncio profético del nacimiento virginal de Jesús, hijo de María.

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo:

-Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo:

-No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel:

-¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo:

-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel la dejó.

 

**• La narración de la anunciación del ángel Gabriel a la virgen María constituye la aurora del mayor acontecimiento que la historia humana haya visto jamás: la encarnación del Hijo de Dios. El texto bíblico es rico en reminiscencias veterotestamentarias y de gran valor doctrinal: se trata nada menos que del cumplimiento de las promesas hechas por Dios a los patriarcas y renovadas a David (cf. 2 Sm 7,14.16; 1 Cr 17,12-14; Is 7,10-14), y contiene una profunda teología del misterio de Cristo.

De hecho Jesús aparece como rey e hijo de David («El Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre»: w. 32-33) y a la vez como santo e hijo de Dios («Será grande, se llamará Hijo del Altísimo»: v. 32). Las palabras del ángel a María, además de ser un anuncio de gozo por la venida del Mesías a la tierra, constituyen el testimonio de la amorosa predilección de Dios con la humilde joven de Nazaret que, como esclava del Señor, ha merecido ser Madre de Dios por su fe incondicional.

La confirmación de la intervención celeste, por obra del Espíritu Santo, en su condición virginal, abre el corazón de María a la voluntad de Dios y a adherirse plenamente al proyecto universal de salvación con las sencillas palabras que han cambiado la historia humana: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38). El sí de María franquea el camino de nuestra salvación y es una invitación a leer en los acontecimientos de nuestra vida la presencia del que es nuestro Salvador.

 

MEDITATIO

El anuncio del oráculo de Isaías está vinculado al texto evangélico de Lucas por la interpretación profética que la Iglesia le ha dado refiriéndolo al nacimiento del Hijo de Dios, Salvador de todos los hombres. Su venida ha cambiado la historia profana en historia de salvación, y la vida de cada ser humano está destinada a la comunión con Dios, por la obra mediadora de Jesús de Nazaret. Dios se revela y manifiesta no tanto en la contemplación de la creación, en la investigación filosófica o en la experiencia religiosa universal, sino en la historia de Jesús, hijo de María, de un hombre que se proclama "Hijo", enviado por el Padre en total dependencia amorosa de él y que la Virgen Madre ha acogido y dado al mundo.

En esta historia es donde irrumpe Dios trascendente y misericordioso para insertarse en la historia de los humanos y salvarlos, elevándolos al nivel superior del Espíritu, en la fe y el amor. Nosotros creyentes, convertidos en amigos de Jesús, somos introducidos a la comunión con Dios Padre, a través de la profundización de la vida de fe y amor vivida en fidelidad al evangelio. Esta vida de unión con el Señor se logra con la interiorización de la Palabra de Dios, como hizo la virgen María.

La vida contemporánea, desgraciadamente, atenta flagrantemente contra la vida interior. Todo invita a la dispersión. Si no logramos recoger nuestras almas, reflejar a Cristo a fondo, no tendremos la más mínima posibilidad de alcanzar la verdad y la fe. En este camino tenemos a María como guía y ejemplo.

 

ORATIO

Oh Padre misericordioso y amante con las situaciones humanas, tú que has enviado al mundo a tu Hijo, hecho hombre por medio de la Virgen, como signo de tu ternura paternal, haz que también en nuestros días experimentemos la venida del Salvador, para que, una vez más, cambie nuestras vidas y le reconozcamos presente en todos nuestros acontecimientos cotidianos. Siguiendo el modelo de María, madre de Jesús y madre nuestra, que se ha adherido generosamente a tu voluntad con su «aquí estoy» y ha abierto nuevamente a la humanidad el camino de una vida de comunión contigo, queremos que aumentes en nosotros el deseo de buscarte cada día por la escucha de la Palabra y la oración silenciosa, para que nuestra vida se vaya conformando a tu Palabra y dé frutos de gozo, paz, bondad, para cuantos nos rodean.

Haz que la comunidad cristiana, tentada con tanta frecuencia de racionalismo, de vida materialista y cómoda, comprenda cada vez más que evangelizar al hombre de hoy es ante todo estar en la presencia de Dios y dar espacio, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, a la importancia de la Palabra de Dios y a la vida contemplativa, para que surjan guías espirituales y testimonios de la verdadera libertad del evangelio. Todo esto es importante para comprender mejor que la Iglesia no es sólo una organización social, sino el signo auténtico de la encarnación de tu Hijo con los hombres.

 

CONTEMPLATIO

«Hágase en mí según tu palabra». Hágase en mí por el Verbo según tu palabra. Hágase carne de mi carne según tu palabra, el Verbo que ya existía desde el principio en Dios.

No sea una palabra proferida, porque pasa; sino concebida, para que permanezca. Revestida, pero no de aire, sino de carne. Hágase en mí tu palabra, no sólo por que pueda escucharla con los oídos, sino tocarla con mis manos, contemplarla con los ojos y llevarla a cuestas.

No se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva. No trazada con caracteres sin voz sobre pergaminos resecos, sino impresa vivamente en forma humana en mis castas entrañas; no por los rasgos de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.

En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Nos dicen las Escrituras que unos escucharon la Palabra, otros la proclamaron y otros la cumplieron, pero yo te pido que se haga en mi vientre según tu Palabra. No quiero una palabra que predique o que declame. Quiero una Palabra que se dé silenciosamente. Hágase que se encarne personalmente y descienda a mí corporalmente.

Hágase universalmente para todo el mundo y en particular hágase para mí según tu palabra (Bernardo de Claraval, En alabanza de la Virgen Madre, 4,11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Virgen santa es la madre del género humano, la nueva Eva. Pero, al mismo tiempo, es también su hija. El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia la acunó largo tiempo en su corazón desolado -siglos y más siglos- en la espera oscura, incomprensible de una virgo genitríx (...). Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabía. ¡Una pequeña doncella reina de los ángeles! Y no hay que olvidar que lo sigue siendo aún (...).

La Virgen santa no ha tenido ni triunfos ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado, ¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo, ¡Oh soledad sagrada!

Los antiguos demonios familiares del hombre, dueños y servidores al mismo tiempo, los terribles patriarcas que guiaron los primeros pasos de Adán en el umbral del mundo maldito, la Astucia y el Orgullo, contemplan desde lejos a esa criatura milagrosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. Es verdad que nuestra pobre especie no vale mucho, pero la infancia emociona siempre sus entrañas y la ignorancia de los pequeños le hace bajar los ojos, esos ojos que han visto tantas cosas. ¡Pero no es más que la ignorancia al fin y al cabo! La Virgen es la inocencia. Date cuenta de lo que nosotros somos para Ella, nosotros, la raza humana. Ella detesta el pecado, naturalmente, pero no tiene de él experiencia alguna, esa experiencia que ni siquiera les ha faltado a los más grandes santos, hasta al propio santo de Asís, con lo seráfico que fue.

La mirada de la Virgen es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia. Para rezar bien las oraciones que a Ella dirigimos tenemos que sentir sobre nosotros esa mirada que no es del todo la de la indulgencia, pues la indulgencia va siempre acompañada de alguna amarga experiencia, sino de tierna compasión, de sorpresa doloroso, de no sabemos qué sentimientos, una mirada inconcebible, inexpresable, que nos la muestra más ¡oven que el pecado, más joven que la raza de que Ella es originaria (G. Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona 1985, 164-165).

 

Día 21

Jueves de la 3ª semana de Adviento o San Pedro Canisio

 

LECTIO

Primera lectura: Cantar de los Cantares 2,8-14

8 ¡La voz de mi amado!

Miradlo cómo viene

saltando por los montes,

brincando por las colinas.

9 Parece mi amado una gacela,

parece un cervatillo.

Se ha parado detrás de nuestra tapia.

Mira por las ventanas,

atisba por las rejas.

10 Habla mi amado, ya me dice:

«Levántate, amada mía, preciosa mía, ven.

11 Que ya ha pasado el invierno,

han cesado las lluvias y se han ido.

12 Las flores aparecen en el campo,

ha llegado el tiempo de la poda;

y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.

13 Apuntan los brotes de la higuera,

las viñas en flor exhalan su fragancia.

¡Levántate, amada mía, preciosa mía, ven!

14 Paloma mía, que anidas

en las grietas de la roca,

en escarpados escondrijos,

déjame ver tu rostro,

déjame oír tu voz.

¡Es tan dulce tu voz,

tan hermoso tu rostro!»

 

*• El texto del Cantar de los Cantares, poema lírico, de autor desconocido, escrito en los siglos VI-V a.C. utilizando material antiguo que pudiera remontarse hasta Salomón (siglo X), exalta con delicadeza el amor humano entre esposo y esposa. Tal amor, descrito de modo espontáneo e inspirado, describe la vuelta del esposo a casa tras el largo invierno en busca de pastos para su rebaño.

La alegría de la esposa por la venida de su amado, unida al tierno afecto, es tan intensa, que las palabras utilizadas de densa inspiración poética y las imágenes primaverales, aun las más elevadas, parecen insuficientes para manifestar la emoción interior de la persona amada.

En la tradición de la Iglesia la imagen "esposo"-"esposa" siempre se ha entendido como símbolo de la relación nupcial entre Dios y el pueblo (cf. Os 1-3; Is 62,4-5; Jer 3,1-39) y entre Cristo y la Iglesia (cf. Me 2,19-20; Ef 5,25-26; 2 Cor 11,2; Ap 21,9). Dios, de hecho, es el esposo del poema e Israel la esposa. Y como el amor de Dios por su pueblo elegido se prolonga en el amor de Cristo por su Iglesia, el esposo es Cristo y la esposa es la Iglesia.

La liturgia utiliza este simbolismo entre Cristo y María y entre Cristo y el creyente: la Virgen es figura de la Iglesia que sale al encuentro con gozo de Cristoesposo que viene, y así también cada miembro de la comunidad cristiana, que vive esperando acoger al Señor para que le hable directamente al corazón.

 

Evangelio: Lucas 1,39-45

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces:

-Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

*» La visita de María a su pariente Isabel en el pueblecito de Ain Karin en las colinas de Judá es una página rica de reminiscencias bíblicas, de humanidad y espiritualidad.

María recorre el mismo camino que hizo el arca, cuando David la transportó a Jerusalén (cf. 2 Sm 6,2-11), y es el camino que hará Jesús cuando decididamente se dirigió a Jerusalén a cumplir su misión (cf. Le 9,51). Se trata siempre de Dios, que, en diversos momentos de la historia de la salvación, se dirige al hombre para invitarlo a la salvación.

La narración de la visitación está estrechamente vinculada con la de la anunciación, no sólo por su clima tan humano, manifestado en actos de servicio, sino también porque la visitación es la verificación del "signo" que el ángel dio a María (cf. Le 1,36-37). Los saltos del Bautista en el seno de su madre representa la alegría desbordante de todo Israel por la venida del Salvador (w. 41.44). Las palabras de bendición, inspiradas por el Espíritu, que Isabel dirige a María, son la confirmación de la especial complacencia de Dios con la Virgen. La salvación que lleva en el secreto de su propia maternidad es el fruto de su fe en la Palabra del Señor: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45; Le 8,19-21). Siempre María se anticipa y con solicitud se da a todos y en todo: la más grande se hace donación a la más pequeña, como Jesús con el Bautista.

 

MEDITATIO

El encuentro de las dos madres y el del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres. Ahora nos toca a nosotros, siguiendo el ejemplo de María y de su pariente Isabel, abrir el corazón a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. La Navidad es tiempo de gozo porque Dios se ha hecho uno de nosotros dándonos a su Hijo y porque nos hemos convertido todos en hermanos e hijos del mismo Padre.

No es posible hacer lugar a la tristeza cuando celebramos el nacimiento de la vida, vida que destruye el temor de la muerte y nos aporta la alegría por la promesa de la eternidad: nadie queda excluido de esta alegría: la causa de la alegría es común a todos. Alégrese el justo, porque se acerca el premio; alégrese el pecador, porque es invitado al perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida (san León Magno).

María es el modelo de apertura de corazón a la acción del Espíritu. Ella con el don de la maternidad no se aisló en una autocomplacencia, sino que, cual verdadera "arca de la alianza" que encierra en sí la fuente de la vida, se pone con gozo en marcha para servir a los demás con una caridad traducida en humilde servicio. «La esposa no engendra obras de arte en la euforia y en la soledad, sino hijos de Adán que debe convertir en hijos de Dios con su carne y su alma» (M. Delbrel). El anuncio de salvación y alegría que Dios nos aporta con su Palabra esta Navidad ¿no está quizás disfrazado en gestos de amor hacia los hermanos, especialmente con aquellos que carecen de motivos para alegrarse?

 

ORATIO

Señor, que te has hecho nuestro hermano y desde el vientre virginal de María comunicaste con alegría la salvación a tu Precursor en el encuentro de la visitación de María a Isabel, haz que también nosotros, siguiendo el ejemplo de tantas personas dispuestas a acoger tus dones, podamos alegrarnos en el Espíritu siempre que acojamos tu Palabra de vida.

Con frecuencia no sabemos escuchar tu voz ni sabemos orar, pero nos has dado el Espíritu que silenciosamente ora en nosotros. Haz que nos impliquemos en su poderosa acción para ejecutar en nosotros la verdad y, de este modo, con corazón renovado, sepamos darte con alegría a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Concédenos que la Palabra que da vida y que nos regalas podamos vivirla con fe y testimoniarla con un compromiso concreto en nuestro trabajo de cada día, en nuestras familias y comunidad, para que siempre resplandezca esta alegre noticia de salvación para todos, santos y pecadores.

Como María, deseamos ver a Jesús, nuestro salvador, que nos revela el verdadero rostro del Padre y del hombre, y meditar continuamente como la Virgen de Nazaret los grandes acontecimientos de la historia de salvación de modo nuevo y actual. Señor, que cada uno de nosotros esté siempre abierto a la acción del Espíritu para llevar al mundo la novedad del amor.

 

CONTEMPLATIO

Suene, oh Jesús, tu voz en mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte, para que te ame mi mente, para que te amen las mismas entrañas de mi alma. Adhiérase a ti en apretado abrazo lo más íntimo de mi corazón; a ti mi único y solo verdadero bien, mi dulce y deleitable alegría. Pero ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño, es una admirable delectación del alma, tanto más dulce cuanto más puro, tanto más suave cuanto más sincero, tanto más alegre o gozoso cuanto más extenso y duradero. El paladar del corazón te saborea porque eres dulce; su ojo te contempla porque eres bueno; el corazón puede contenerte a pesar de que eres inmenso.

Quien te ama, te goza, y tanto más te goza cuanto más te ama, porque tú mismo eres amor, caridad. Te suplico, Señor, que descienda a mi alma una partecita siquiera de esa tu gran suavidad, para que con ella se torne dulce el pan de su desolada amargura. Guste de antemano algún pequeño sorbo de aquello que anhela, de aquello que ansia, de aquello por lo que suspira en esta peregrinación. Mientras tanto, Señor, te buscaré, y te buscaré amándote (Elredo de Rieval, El espejo de la Caridad, Buenos Aires 1981, 61-62).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ordinariamente, vemos en el misterio de la visitación sobre todo una acción a imitar, como si María hubiese hecho sólo esta visita y la hubiese hecho para darnos un ejemplo, olvidando que lo propio de la naturaleza de la Virgen es nacer visitas: el visitar a los nombres es para ella una función. María viene a visitarnos con frecuencia, como si fuésemos sus amigos, sus parientes próximos.

La visitación siempre será la fiesta de esta actitud de total donación de sí, propia de María desde que supo que era la madre de Jesús. Ahora comienza esta serie innumerable de "visitas" que no terminará mientras haya un hombre en la tierra.

Su glorificación y la misteriosa extensión de su maternidad a todos los que nacerán de su Hijo, darán a María un número infinito de parientes por visitar, sencillamente para ayudarles con esa presencia humilde y discreta que le caracteriza.

María viene a visitarnos llevando a Jesús escondido en ella, para ayudarnos en nuestras necesidades más urgentes, más cotidianas, más banales: necesidad de trabajo, las obligaciones, el estado, las relaciones, María viene a visitarnos, quizás nunca lo habíamos pensado. Nos visita frecuentemente, todos los días. Éste es el sentido más profundo, más auténtico de este misterio: el hecho de las visitas innumerables, sencillísimas, personalísimas, todas por nosotros, que María multiplica en nuestra vida en todo momento, en cualquier dificultad (R. Voillaume, Al servicio de los hombres, Madrid 2 1973). 

 

Día 22

Viernes de la 3ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Samuel 1,24-28

24 En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor en Silo, llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino.

25 Cuando inmolaron el novillo y presentaron el niño a Eli,

26 Ana le dijo:

-Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor.

27 Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí.

28 Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor.

Y se postraron allí ante el Señor.

 

*•• Los dones más preciosos no se conquistan, sino que se esperan. Tal es el caso de la madre del joven Samuel, Ana, que acude al santuario del arca en Silo para agradecer al Señor el don de la maternidad después de su insistente súplica. Lleva algunos dones de la tierra, pero sobre todo el don de su hijo Samuel, que ofrece a Dios con generosidad: «Se lo cedo al Señor mientras viva» (v. 28). Ana ofrece primero al Señor un toro, como sacrificio de acción de gracias y alabanza; a continuación presenta a su hijo Samuel al sacerdote Eli, al que le cuenta su historia, recordando la oración que hizo años atrás en su presencia, y cómo Dios había escuchado su petición, concediéndole la gracia tan ansiada del nacimiento del hijo. Ana, pues, está en la casa de Dios para intercambiar el don: «Ahora yo se lo cedo al Señor» (v. 28).

La narración bíblica es el anuncio extraordinario de lo que Dios realizará en plenitud con María. Lo mismo que en el caso de Isaac (cf. Gn 18,9-14), Sansón (cf. Jue 13,2-25) y Juan Bautista (cf. Le 1,5-25), el nacimiento de un hijo por obra de Dios, de una mujer estéril, fue el signo de una vocación particular, también lo fue para Samuel, destinado a ser el primer gran profeta de Israel (cf. Hch 3,24) y el guía espiritual del pueblo. Es preciso seguir la trayectoria marcada por Dios en la historia de la salvación de cada uno. Es necesario respetar los tiempos de crecimiento de cada uno sin pretender manipular a Dios en la realización de nuestros proyectos personales y humanos.

 

Evangelio: Lucas 1,46-55

46 Entonces María dijo:

47 Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso.

Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

 

*•• El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (cf. 1 Sm 2,1- 18; Sal 110,9; 102,17; 88,11; 106,9; Is 41,8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María, imagen de la Iglesia de todos los tiempos, siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños.

El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (w. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos («Desplegó, dispersó, derribó, ensalzó, colmó, auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (w. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (w. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.

 

MEDITATIO

La unión existente entre la lectura de Samuel y la del Magníficat de María es significativa: las dos madres, Ana y María, viven el gozo y la alabanza agradecida por el don de la vida que está en ellas, signo de la bondad de Dios y se confían con un corazón sencillo en el Señor, porque «es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (v. 50). ¿Somos nosotros conscientes de que la pobreza y la sencillez de corazón son las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser colmados de su riqueza? Los frutos de las obras de Dios se desarrollan no en la agitación ni con violencia, sino lentamente y en silencio. Dios actúa siempre en el secreto y no con ostentación, sin que por ello el resultado deje de ser eficaz y extraordinario.

No se puede obligar a una planta a que florezca por la fuerza; precisa germinar lentamente e ir creciendo hasta su punto de madurez y esplendor. Tampoco se pueden forzar los tiempos del Espíritu. Dios sabe ir llevando a la madurez el proyecto de cada uno, de acuerdo con los tiempos y momentos que sólo él conoce. Como María, se nos invita, próxima ya la Navidad, a compartir esta ternura del Señor confiando nuestros proyectos y nuestra misma vida a aquel que nos ha amado primero y sólo desea nuestro bien, dirigiéndole nuestra alabanza porque «ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes... de este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor 1,27-29).

 

ORATIO

Señor misericordioso y fiel, tú has puesto en labios de las dos madres, Ana y María, la oración de alabanza y agradecimiento, haciendo germinar en su corazón la alegría, fruto de tu visita amorosa y paternal: concédenos también a nosotros, deseosos de recorrer el mismo camino, descubrir en la oración la actitud de alabanza agradecida, por los múltiples beneficios que nos concedes sin mérito alguno de nuestra parte, y el agradecimiento gozoso por las maravillas que continuamente permites pregustar en tu Iglesia y en el contacto con nuestros hermanos en la fe.

Eres Padre de todos y no quieres que ninguno viva sumido en la tristeza sin experimentar tu amor: haz que, sobre todo los pobres de cuerpo y espíritu, los últimos y los pecadores, experimenten tu presencia misericordiosa y sepan confiar en ti en los momentos difíciles de su vida sin descorazonarse o alejarse de ti.

Te pedimos además que cada uno de nosotros pueda escribir en su vida su propio Magníficat siguiendo el modelo del de María, para poder descubrir en la oración que las riquezas que nos confías superan en mucho nuestra pobreza y que los dones que pones en nuestras manos y en las de nuestros hermanos son un signo de que siempre cuidas de nosotros con amor de Padre.

 

CONTEMPLATIO

La humildad de corazón es la madre de todas las virtudes; en ella y de ella se generan y derivan las demás virtudes, como de la raíz sabemos ponderar la riqueza del árbol. Y como es el más firme y arraigado cimiento sobre el que se eleva todo el edificio de la vida espiritual, Dios quiere ser su maestro y modelo exclusivo. Y por la Virgen María se complace sólo de esta virtud, afirmando que sólo por eso Dios se encarnó en ella diciendo: «Porque miró la humildad de su esclava. Y por esto y no por otra cosa, me proclamarán dichosa todas las generaciones».

Oh hijos míos, manteneos en esta humildad, para que podáis lograr la verdadera paz de vuestras almas. Oh hijos míos, ¿dónde podrá encontrar reposo y paz la criatura sino en aquel que es la paz suma, en aquel que pacifica todo, el puerto sereno de las almas? ¿Y cómo podrá llegar a él el alma que no vuele con las alas de la humildad, sin las cuales las demás virtudes corren hacia Dios, pero sin fuerza para levantar el vuelo? Carísimos, esta humildad de corazón que Dios-hombre quiere enseñarnos y darnos, es una luz radiante y clara que abre los ojos del alma al doble abismo: el de la nada humana y el de la ilimitada bondad de Dios (Angela de Foligno, Le istruzioni, Florencia 1926, 256-257).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para comprender bien este canto de alabanza, debemos notar que la bienaventurada virgen María habla por propia experiencia, habiendo sido iluminada y adoctrinada por el Espíritu Santo: y es que nadie puede comprender rectamente a Dios ni la Palabra de Dios, si no se lo concede directamente el Espíritu Santo. El recibir este don del Espíritu Santo significa experimentarlo como en una escuela, fuera de la cual sólo hay palabras y charlas. Así pues, la santa Virgen, habiendo experimentado en sí misma que Dios había hecho obras grandes en ella, humilde, pobre y despreciada, el Espíritu le enseña este precioso arte y sabiduría, según el cual Dios es el Señor que se complace en elevar lo que es humilde y en humillar lo elevado; resumiendo, a derribar lo construido y a construir lo derribado.

Como al principio de la creación creó el mundo de la nada, así su modo de actuar sigue esta misma constante, lleva a cabo todas sus obras hasta el fin del mundo sacando de la nada, de lo pequeño, despreciado, miserable, muerto, algo precioso, honrado, dichoso, vivo, lo reduce a nada, pequeño despreciable, mísero y efímero (Martín Lutero, introducción al Magníficat). 

 

Día 23

Sábado de la 3ª semana de Adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,1-4.23-24

Así dice el Señor:

1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso.

2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera.

3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Refinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas.

4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos.

23 Mirad, yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, grande y terrible;

24 él hará que padres e hijos se reconcilien, de manera que, cuando yo venga, no tenga que entregar esta tierra al exterminio.

 

**• En el contexto de la reconstrucción del segundo templo (segunda mitad del siglo V a.C), el culto y la pureza religiosa del pueblo están en decadencia a causa de los matrimonios mixtos de los que volvieron a Jerusalén del destierro de Babilonia y viven impunes y tranquilos.

Los observantes se preguntan: ¿dónde está la justicia de Dios? En nombre del Señor, el profeta responde denunciando el pecado de los sacerdotes y la violación de la ley del culto por p a r t e de pueblo y anunciando como inminente «el día grande y terrible» (v. 23) de la venida del Señor en persona. Él purificará el templo y sus sacerdotes y juzgará a los malvados.

Pero al Señor le precederá un mensajero, identificado con el profeta Elías (v. 23; Eclo 48,10-11), cuya misión será la de preparar el camino, purificar al pueblo de sus pecados y dirigirlo, mediante la reconciliación del corazón, a las sanas tradiciones de los padres. La profecía de Malaquías, leída en el contexto del Nuevo Testamento, se refiere a la venida de Cristo, precedida por su mensajero: Juan Bautista, cuya misión de Precursor será llamar al pueblo a la conversión y prepararlo al encuentro con el Mesías, «el mensajero de la alianza» (v. 1), por todos esperado.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo:

-No, se llamará Juan.

61 Le dijeron:

-No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque efectivamente el Señor estaba con él.

 

**• El evangelio de Lucas, realizando la profecía de Malaquías en la figura del Bautista, nos describe dos episodios de su nacimiento: la participación de los parientes y vecinos que se alegran con Isabel por su parto (w. 57-58) y la circuncisión del niño al octavo día con la imposición del nombre (w. 59-66).

El evangelista, subrayando algunos elementos, advierte en el acontecimiento del nacimiento y de la imposición del nombre la intervención prodigiosa y misericordiosa del Señor actuando en la vida del pequeño de modo extraordinario: la alegría de todos por el acontecimiento inesperado (v. 58); el significado del nombre «Juan» (w. 60-63), que quiere decir: «Dios favorece y actúa con misericordia», nombre rico en promesas futuras; el asombro de los presentes mezclado con un temor respetuoso, y la divulgación de la noticia por toda Judea (v. 65); Zacarías que recobra el habla y bendice y alaba a Dios, como signo de que todo lo dicho por el Señor se ha cumplido (v. 64); finalmente, la reacción de aquellos que iban conociendo el nacimiento del niño, que se preguntaban: «¿Qué va a ser este niño?», y el mismo evangelista en una nota redaccional concluye diciendo: «El Señor estaba con él» (v. 66).

La narración del nacimiento del Bautista anuncia ya maduros los tiempos nuevos de la venida del Mesías. Lo importante es acogerlo como hizo el Bautista y saber reconocer en la historia la novedad radical de la relación entre Dios y el hombre.

 

MEDITATIO

En todas las épocas de la historia humana el Señor envía siempre mensajeros como Elías y el Bautista, para recordar que es él quien tiene en sus manos las riendas de los avatares humanos y, a pesar de que el hombre rechace sus llamadas y huya de sus caminos, él siempre reanuda los vínculos con gestos de amor. Tampoco hoy faltan entre nosotros signos concretos y modos elocuentes de su Palabra, personas como la Madre Teresa y acontecimientos extraordinarios como un concilio ecuménico o un sínodo eclesial; personas y acontecimientos que, siendo instrumentos del Espíritu, elevan las propias "antenas" para captar la onda del mundo nuevo que se perfila en el horizonte. Lo nuevo ya está y está vivo, hay que saberlo ver y respetar sin ceder a nostalgias del pasado o a sueños de futuro, que son auténticas evasiones de la realidad.

Dios nos va educando con largos períodos de ascesis y silencio para que aprendamos a descubrirlo en la historia y en lo íntimo del corazón, donde mora el Espíritu de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro camino de fe. Todo esto lleva consigo el romper nuestras seguridades para que nos fiemos de un Dios-Amor, como Jesús nos enseñó (cf. 1 Jn 4,16). Aceptar a Dios-Amor significa entrar en los caminos de Dios, fiarnos de su paternidad divina, que nos hace libres y nos restituye la dignidad de auténticos hijos; significa dejarse conducir por su Espíritu sin poner obstáculos a la acción interior y gratuita de Dios.

 

ORATIO

Padre santo, que guías la historia y que por medio de tu Hijo Jesús la conduces por los caminos de amor, haz que la Iglesia en su peregrinación terrena hacia el Señor viva plenamente la tensión de la salvación entre el ya cumplido en Jesús y el todavía no actualizado en nosotros y manifestado en Cristo glorioso.

En los albores de la Iglesia los cristianos decían: «La salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer» (Rom 13,11). Con frecuencia hoy vivimos sin pensar en tu venida, distraídos por mil luces fatuas que nos deslumbran, ignorando el grito que la Iglesia dirige a su esposo al final del Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,17.20). Concédenos, Padre bueno, no olvidar que estás entre nosotros, aunque oculto en tantos rostros de hermanos, y guías nuestros pasos por la presencia de tus mensajeros de luz y de paz, que nos interpelan y sacuden nuestra superficialidad espiritual con su fe coherente y su fecundo testimonio de vida.

Queremos estar vigilantes en nuestro caminar para reconocer tus mensajeros que nos invitan a tu amistad. Pero, ante todo, te pedimos que nos hagas capaces de mantener purificado el corazón, libre y sensible a la acción del Espíritu, para que actuemos como deseas, te encontremos en esta Navidad y podamos estar preparados en el día de tu última visita para confesar en alabanza que has sido padre y amigo.

 

CONTEMPLATIO

El nombre de Juan significa: «aquel en el cual está la gracia». Ahora bien, donde debe nacer la gracia, se tiene que caminar por caminos de conversión. Si se lograse seguir este camino, sería una cosa deliciosa. Si se aprendiese bien este camino, nacería en él de verdad la gracia de Dios. El hombre no tiene nada por sí mismo; todo proviene de Dios y por Dios: tanto lo grande como lo pequeño. El hombre debiera tener siempre presente este pensamiento en su corazón (...).

En esto el hombre debe humillarse y arrojarse a los pies de Dios para que se compadezca de él. Debe además esperar plenamente en Dios. Entonces, de pronto, Juan -esto es, la gracia- nace en ese humus de humildad.

En el valle de la humildad crece la dulzura, la confianza, la calma, la paciencia, la bondad (...). Cuando tiene lugar este nacimiento, se experimenta un gozo en el espíritu tan grande que nadie puede expresarlo (...). En estas personas descansa la santa Iglesia y, si no existieran, la cristiandad no subsistiría ni una hora. El hecho de que existan es mucho más importante que toda la actividad del mundo. Que Dios nos conceda a todos nosotros lograr todo esto del modo más rápido y glorioso. Amén (Taulero, Sermón por la natividad de san Juan Bautista, en Obras, Alba 1984).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hablaba bendiciendo a Dios» (Le 1,64).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo». Si, pues, alumbra a todo hombre que viene al mundo, iluminó también al mismo Juan. Alumbraba a aquel por quien quería darse a conocer.

Entended, pues, hermanos míos: venía a espíritus apocados, a corazones débiles, para vigorizar los ojos enfermizos de las almas. Para éstos venía. ¿Cómo es posible que un alma de éstas vea al Señor por excelencia? De manera parecida a como suele casi siempre darse uno cuenta de que ha salido el sol, que los ojos no ven, por los cuerpos que reflejan sus rayos. Quienes tienen enfermos los ojos pueden fácilmente ver un muro, una montaña, un árbol y otros objetos cualesquiera que el sol ilumina y dora con sus rayos, y estos objetos iluminados muestran la salida del sol a los ojos, que aún no pueden fijarse directamente en él. Así son aquellos hombres a quienes viene Cristo y que son ineptos para verlo. Irradia sobre Juan, quien confiesa no ser él el que irradia y alumbra, sino quien recibe la irradiación y la luz, y por él se ve a Aquel que ilumina y esclarece y lo llena todo, ¿Quién es éste? Este es, dice el evangelista, el que alumbra ar todo hombre que viene a este mundo. Si no se hubiese alejado de El, no tendría necesidad de ser iluminado. Pero le es necesaria esta iluminación, porque se alejó del que podía envolverlos en sus resplandores (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, Madrid 1968, 95-96).

 

Día 24

Cuarto domingo de adviento Ciclo B

  

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 7,l-5.8b-12.14a.l6

1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor,

2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda.

3 Natán le dijo:

-Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo.

4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán:

5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?

8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel.

9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra.

10 Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes,

11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía.

12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino.

14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo.

16 Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.

 

**• La presente página de 2 Sm 7 es como el "manifiesto" del mesianismo real, es decir, de la espera de un Mesías davídico para los tiempos de la salvación definitiva.

Tenemos que indicar ante todo las múltiples veces que aparece el término «casa», que hace las funciones de hilo conductor. Primero es David que mora seguro y estable en su casa (v. 1), luego el mismo rey que desea edificar una casa al Señor (w. 2-5), a continuación Dios promete a David una casa (v. 11), es decir, una descendencia y un reino estable.

David, en la cumbre de su poder tras la aclamación como rey de Judá e Israel, acogió en la parte más alta de la ciudad, donde vive, al Arca, signo de la presencia divina. Pero le queda por realizar el sueño de construir un templo grandioso como digna morada de Dios. La palabra del profeta parece estar de acuerdo en un primero momento, pero luego pone en tela de juicio su proyecto, porque en vez del sueño de David se realizará el "sueño" de Dios: «el Señor te hará a ti una casa» (v. 11 literal).

Dios será quien dará a David descendencia y estabilidad. Dentro de una vida compleja, con mezcla de lances de generosidad y de profunda rivalidad, tensiones y aventuras de todo tipo, se inserta la Palabra de Dios invitándole a recordar que es él el único que puede dar estabilidad a cualquier casa. Será David quien entre en el proyecto de Dios y no al contrario.

El autor bíblico recuerda que la fidelidad de Dios no se dirige sólo a David, sino que siempre mira al bien del pueblo, ese pueblo que, siempre oprimido, obtiene de Dios la promesa de salvación y la estabilidad definitiva: «Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes» (v. 10).

 

Segunda lectura: Romanos 16,25-27

Hermanos:

25 Al Dios que puede fortalecernos en la fe según el evangelio que yo anuncio y según la proclamación que hago de Cristo Jesús; al Dios que ha revelado el misterio mantenido en secreto desde la eternidad,

26 pero manifestado ahora por medio de las Escrituras proféticas según la disposición del Dios eterno, y dado a conocer a todas las naciones de modo que respondan a la fe;

27 a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de Jesucristo. Amén.

 

*+ Con el presente himno de alabanza Pablo cierra su carta a los Romanos. En él, a pesar de la (relativa) complicación del texto, surgen tres temas fundamentales: Dios, el misterio, el anuncio.

Dios es a quien va dirigida la alabanza, el que da estabilidad, «el que puede fortalecernos» (v. 25). Es el único «sabio» (v. 27), origen y fin de toda búsqueda humana.

El misterio: término que para Pablo designa el plan de Dios. Este plan gira en torno a Jesús. Respecto a Jesús -centro de la historia de salvación- el tiempo que le precede puede considerarse como tiempo de preparación o también tiempo del "silencio" de Dios, no precisamente porque Dios callase, sino porque su hablar no se había manifestado aún en la Palabra eterna del Hijo.

El tiempo presente se valora como algo muy importante: «ahora» es el tiempo de la «revelación» (v. 25). El tiempo final ya está presente, porque en Cristo se ha dado la revelación definitiva de Dios.

El tercer tema fundamental es el del anuncio del evangelio, que para Pablo contradistingue el tiempo presente. Como los cristianos viven en el último tiempo, el de la revelación definitiva del Padre, esta palabra del evangelio sólo podrá ser una palabra para todos, dirigida a «todas las naciones».

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo:

-No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel:

-¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo:

-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel la dejó.

 

*•*• Dos son los centros de interés fundamentales en el texto lucano de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor.

Jesucristo se presenta como el «signo» de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: «Se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (w. 32-33). Todos los elementos de la promesa a David se funden y realizan en

Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha preparado para que Dios y el hombre se encuentren. Además el pueblo de Dios, la casa de Jacob, encuentra finalmente en Jesús al rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad.

Por consiguiente, la obra de Dios, su fidelidad y su don es lo que constituye el centro. Pero el evangelio narra las cosas observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su «sí». Es el polo opuesto a David: sin sueños de grandeza, no ocupa en la sociedad una posición que le permita influir en los grandes proyectos humanos, sino que su casa está abierta de par en par cuando el ángel «entra a su presencia» como mensajero divino. María cree firmemente en la fidelidad de Dios y se pone a disposición de su designio:

«Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

 

MEDITATIO

La Palabra quiere llegar a nuestro corazón proponiéndonos el tema de la «fidelidad de Dios». Un Dios fiel significa la roca capaz de dar estabilidad a nuestras vidas, pero también un Dios que nos sorprende: David debe aceptar que no son sus proyectos sino los de Dios los que deben conformar su vida. De tal modo, no sólo cambia el arquitecto sino el sentido de todo nuestro proyecto, porque el plan divino descubre las posibles ambigüedades de nuestros proyectos humanos. Es un tema al que hoy somos particularmente sensibles, desde el momento en que experimentamos por una parte nuestra dificultad en ser fieles, sobre todo durante mucho tiempo; por otra parte, nos sentimos traicionados por los otros o por las experiencias personales, incluso hasta por Dios mismo.

«El Señor está contigo»: este saludo del ángel a María es la expresión del rostro de Dios que hoy se nos ofrece también a nosotros. Él está con nosotros mucho antes de que nos demos cuenta. Puede comenzar a nacer una vida nueva tomando en serio estas palabras, pero no se conoce esta confianza de Dios si en concreto no nos ponemos a caminar con él, como María.

Cada uno de nosotros, a lo largo de su vida, ha experimentado el fallo de algún proyecto, con frecuencia hasta de programas que parecían muy buenos, a los que estábamos apegados. A veces el fallo se debe sobre todo a la propia infidelidad o debilidad en perseguir la finalidad prefijada. La Palabra de Dios que hoy se nos propone arroja luz sobre estas experiencias, enseñándonos por una parte a no creernos dueños de nuestra propia vida, y por otra a vivir también el fallo como posible momento de crecimiento, diciendo incluso en esas amargas circunstancias un «sí» a ese Dios que no deja de sernos fiel.

 

ORATIO

Dios, Padre omnipotente, tú ejecutas tus planes atrayendo a ti, con la fuerza del amor, al corazón humano. Sabes suscitar siervos tuyos entre los poderosos como David y entre los humildes como María. Cólmanos también a nosotros de tu Espíritu, para que aprendamos a acoger tu Palabra. Como María, haznos capaces de sintonizar nuestros deseos con los tuyos: «Hágase en mí según tu palabra», no es una frase pronunciada con resignación, sino que brota espontáneamente de un ánimo profundamente adherido a tu Palabra, proyectado a nuevos deseos que sólo tú puedes suscitar.

Como María, haznos a nosotros hombres y mujeres obedientes. Como miembro de tu pueblo, pueblo de la alianza, ella siempre aprendió que la vida del hombre es válida si está en comunión contigo y, en cuanto se lo pediste, dio en seguida su "sí". Escúchanos también a nosotros, miembros de tu pueblo, a no pesar sino estando en comunión contigo, a darte sin dudar los "síes" que nos pidas.

Como María, haznos siervos tuyos; que éste sea nuestro título de gloria, como lo fue para Abrahán, Moisés, David, María y todos tus amigos. La Navidad nos recuerde que éste ha sido el secreto de la vida de tu Hijo.

 

CONTEMPLATIO

La Santísima Virgen María fue la afortunada a quien se hizo esta divina salutación para concluir el "asunto" más grande e importante del mundo: la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen, Madre de Dios; se perdonó el pecado, se nos dio la gracia. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la clemencia y de la gracia que Dios ha hecho al mundo.

La salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. Por eso repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad sus múltiples e inestimables beneficios. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo, que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo, porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque formó en el seno de la Virgen Santísima el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados.

Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acciones de gracias por el beneficio de nuestra salvación (Luis María Grignion de Montfort, El secreto admirable del rosario, Madrid 1954, 335-336).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La felicidad se basa en la verdad (...). Es imposible fabricar la verdad o someterla a los propios caprichos; se nos da y hay que inclinarse ante ella. El hombre no puede conquistarla; frente a la verdad es sólo un mendigo que debe servirla.

Aunque María ha acogido el anuncio y ha pronunciado su sí, no ha hecho más que entrar en una verdad que se le comunicaba. No fue ella quien la descubre, ni se ha adueñado de la verdad. María entra en algo que le acontece. Con temor y confianza. No habla, escucha. Es toda oídos. Aunque tenga labios y lengua. Dios y el niño que va a llegar determinan totalmente su existencia. La vida es para ella espera y esperanza y ninguna actitud es tan respetuosa del tiempo como esta actitud cíe adviento, todo espera. En toda la narración de la anunciación se presta muy poca atención al corazón de María, a su yo, a su psicología. Aprendemos mucho más de lo que acontece en Dios que en María. Este amor a la verdad hunde sus raíces en una profunda humildad de creatura («Aquí está la esclava del Señor»). María tiene fe. Por eso da crédito ilimitado a lo que viene de Dios: «Hágase en mí según tu palabra».

El único camino hacia la felicidad consiste en ser hombre, mujer de adviento: uno que escucha más que habla, sobre todo uno que es consciente de que «nada es imposible para Dios». Si Dios nos da poco, significa que hemos esperado poco: y, de hecho, es imposible alimentar a alguien que no tenga hambre (G. Danneels, Le síagioni della vita, Brescia 1998, 208-209.211).

 

 

Día 25

Día 25 Navidad del Señor

Misa vespertina en la vigilia

Misa de medianoche

Misa de la aurora Misa del día

 

Misa vespertina en la vigilia

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 62,1-5

1 Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré hasta que su liberación brille como luz y su salvación llamee como antorcha.

2 Los pueblos verán tu liberación y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.

3 Serás corona espléndida en manos del Señor, corona real en la palma de tu Dios.

4 Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada», sino que te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.

5 Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

 

*» La visión entusiasta del Tercer Isaías se refiere a la ciudad de Jerusalén, la colina santa de Sión, que el profeta contempla ya reconstruida y objeto de la ternura y del amor de Dios. Tras el providencial edicto del rey Ciro (538 a.C), el «resto de Israel» ha regresado a la patria, ha reedificado el templo al Señor y la ciudad ha vuelto a ser el centro propulsor de la historia religiosa de la nación y el lugar de la salvación del pueblo.

El profeta describe este renovado contrato de alianza entre Dios y Jerusalén con imágenes y símbolos típicamente nupciales: «Serás corona espléndida en manos de Señor, corona real en la palma de tu Dios» (v. 3), porque la ciudad será sede de la «justicia», lugar de la acción salvífica de Dios y faro luminoso de paz y liberación entre las gentes que reconozcan su «gloria» por la renovada presencia de Dios entre su pueblo (v. 2; 1 Re 8,10-11).

El Señor mismo dará a Jerusalén un nombre nuevo, por el cual no se hablará más de tierra «Abandonada» y «Devastada», sino que se la llamará «mi favorita» y tierra «Desposada» (v. 4; Os 2,15-25; Ez 16,58-62). Esta grandiosa visión del profeta, en el contexto de la fiesta de Navidad se refiere a la nueva alianza y a la salvación perenne que Dios, a través del nacimiento de Jesús, establece con la humanidad en un matrimonio de verdadero amor.

 

Segunda lectura: Hechos 13,16-17.22-25

Habiendo llegado a Antioquía de Pisidia,

16 Pablo se levantó, impuso silencio con la mano y dijo:

-Israelitas y los que teméis a Dios,

17 escuchad. El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros antepasados, y engrandeció al pueblo durante su permanencia en Egipto; después los sacó de allí con brazo fuerte.

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión;

25 y, cuando estaba para acabar su vida, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

 

**• La predicación de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia es rica en golpes de escena: primero, la acogida entusiasta de la Palabra, cuando el Apóstol recorre las etapas principales de la historia de la salvación que desde los patriarcas presenta la esclavitud y la liberación de Egipto con la experiencia del desierto, la conquista de la Tierra Prometida, Saúl, el rey David, hasta el «bautismo de conversión» de Juan ofrecido al pueblo (v. 24), y de éstos a Jesús el Salvador; luego, el rechazo opuesto a la Palabra y la persecución del anunciante, cuando falta un corazón abierto a la conversión y a la novedad del Espíritu. Pero tal rechazo fue providencial para la conversión del mundo pagano y de aquellos que no se escandalizaron de la cruz. El Precursor del Mesías fue el primero en acoger su venida: «Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias» (v. 25), y detrás de él una multitud de hombres y mujeres se abrieron al don del Espíritu y a la conversión.

En todo tiempo de la historia de la Iglesia el anuncio de la "buena noticia" está siempre unido a la persecución. El niño que nace en Belén, envuelto en la gloria celeste, es Aquel que trae consigo los emblemas reales de la pasión. También el discípulo de Jesús está llamado a dar pruebas de fidelidad y amor, en la paz pero sobre todo en el sufrimiento, porque el mundo lo rechaza cuando su anuncio se hace incómodo por la denuncia de una vida incoherente y materialista.

 

Evangelio: Mateo 1,1-25

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel; Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

17 Así pues, son catorce las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de Babilonia, y catorce desde la cautividad de Babilonia hasta el Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

-José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jsús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto suedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 "La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros)

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado: recibió a su esposa

25 y, sin tener relaciones conyugales, ella dio a luz un hijo, al que José puso por nombre Jesús.

 

**• A primera vista, la genealogía con que Mateo abre su evangelio crea un cierto disgusto por el relato árido y sin sentido, pero, en realidad, esconde una gran riqueza de enseñanzas teológicas, expresadas en un lenguaje lleno de artificios exegéticos. El evangelista, injertando a Jesús en un árbol genealógico, pretende decirnos que viene de Israel y es Hijo de David, pero que, al mismo tiempo, es mucho más. Observando, pues, la genealogía, se advierte que está construida de modo simétrico con tres períodos de catorce nombres.

¿Por qué este modo de proceder? La apocalíptica judía nos enseña que el actuar de Dios, como el camino de la historia, es misterioso y numéricamente fijo en la periodicidad; esto es: la venida de Jesús a nosotros tiene lugar en el tiempo fijado por Dios, cuando la historia llega a su plenitud. Pero el centro sobre el que converge el texto bíblico es el v. 16: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús llamado Mesías». Este versículo, si se observa bien, constituye una ruptura en la genealogía: la generación, de hecho, es quitada a José, porque el verbo no está en forma activa: «engendró», sino en pasiva: «fue engendrado». Es evidente, pues, como afirman los w. 18-25, que Jesús no es sólo hijo de David, sino que procede de Dios. Éste es el misterio de Jesús; sorpresa para algunos y escándalo para otros. Jesús está ciertamente injertado en la historia humana y en la hebrea, pero la supera, porque viene de lo alto, su origen está en el Padre.

 

MEDITATIO

Acoger en nuestra existencia el mensaje bíblico de la Navidad significa dejar que nuestra vida se convierta, en el sentido más verdadero y amplio de la palabra, en una vida referida a Dios, una vida de relación nupcial con él. Dios ha establecido un vínculo esponsal con la humanidad, un matrimonio de verdadero amor. «La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo» (Is 62,5). La revelación fundamental de la Biblia es la presencia dominante y arrolladora de Dios, es la invitación a encontrarlo para una vida de comunión con él. Y sólo se le encuentra en el silencio.

Encontrarlo quiere decir encontrar la soledad, porque «la auténtica soledad es espíritu y todas nuestras soledades humanas son solamente un modo de encaminarnos hacia la fe, que es la perfección de la soledad. La verdadera soledad no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios» (M. Delbrel). Dios, de hecho, ha venido a nosotros revestido de niño, con un vagido que fácilmente puede ser sofocado por nuestro excesivo y estéril activismo. Hoy, la escucha silenciosa de este Dios hecho hombre parece ser negada a nuestra sociedad de consumo y de derroche. El frenesí de los regalos, para que nada falte sobre la mesa dispuesta con luces y con rojo estrellado, nos ha hecho olvidar la única Palabra de vida que nos permite crecer en un camino de fe y de sentirnos felices.

El misterio de la encarnación nos desvela un Dios que se hace uno de nosotros por amor; pero que para cumplir sus designios se sirve también de la colaboración de los hombres. ¿Cuál es nuestra parte en esta Navidad para que él nazca de verdad en el corazón de nuestros hermanos?

 

ORATIO

Jesús, tú te has hecho nuestro hermano y amigo y no has vacilado en hacerte hombre como nosotros para restablecer la amistad entre Dios y la humanidad. Nosotros queremos, ante todo, agradecer al Padre tuyo y Padre nuestro (cf. Jn 20,17) porque no ha vacilado en mandarte a ti, que eres el mayor don que hemos recibido, eligiendo así el camino más bello para llevar a cabo nuestra salvación.

Tú eres la transparencia personal del amor del Padre y lo eres sólo en virtud de tu unión con Dios y de tu ser Hijo: y nosotros te damos gracias por la obediencia con que has respondido a su proyecto de amor y por el modo con que nos lo has hecho conocer desvelándonos su rostro interior. Pero es tu ejemplo de vida quien nos ha conquistado, porque es una página abierta sobre la que se puede leer cómo nos ha amado Dios. Todo ha partido del amor y a través del amor torna al amor.

Jesús, tú estás siempre a la escucha del Padre con mirada de contemplación interior y transmites sus palabras, más aún, comunicas tan bien la palabra del Padre que tú mismo eres la Palabra. Queremos en esta Navidad entrar en el silencio y en el estupor de la gruta de Belén. Ésta es muy distinta de aquella en la que tú naciste hace tantos años, pero todavía nos dice que para venir a nosotros no escogiste el camino del poder sino el de la humildad y el ocultamiento; no escogiste la riqueza sino la pobreza, privilegiando a los pobres y a los últimos; no escogiste el camino del éxito y de los honores sino el de la humillación y la cruz. Que esta Navidad sea una nueva visita tuya a nuestro corazón para vivir con todos nuestros hermanos el amor, que tú nos has enseñado.

 

CONTEMPLATIO

Ninguna lengua humana podrá jamás glorificar bastante a aquella de la que tomó carne «el mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2,5). Ningún elogio humano puede estar a la altura de aquella cuyo vientre purísimo dio el fruto que es el alimento de nuestra alma.

Es prerrogativa de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es patrimonio universal de todos los elegidos llevarlo con amor en el propio corazón. Dichosa, pues, dichosísima, la mujer que llevó en su vientre a Jesús durante nueve meses. Pero dichosos también nosotros si nos tomamos el cuidado de llevarlo constantemente en nuestro corazón. Maravilló de modo grandioso la concepción de Cristo en el seno de María, pero no debe maravillar menos verlo hacerse huésped de nuestro corazón.

En este punto, hermanos míos, reconsideremos cuál es nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en sus vísceras de carne, y nosotros lo llevamos en las de nuestro corazón. María alimentó

a Cristo dando a sus labios la leche de su pecho, y nosotros podemos ofrecerle el alimento siempre variado de las buenas acciones que son sus delicias (Pier Damiani, Sermón 45).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Será llamado Emmanuel, Dios-con-nosotros» (Mt 1,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Oh Señor, nuestro Dios y nuestro Padre, concede a muchos, a todos y, por supuesto, también a nosotros, poder celebrar la Navidad caminando con reconocimiento, humildad, alegría y confianza hacia tu enviado en el que tú mismo has venido a nosotros. En el momento en que llega la hora, ven a despejar en nosotros, apartando todo lo que se ha hecho imposible, todo lo que no puede tener ya interés, todo lo que está llamado a desaparecer cuando tu amado Hijo, nuestro Señor y Salvador, haga su entrada en nosotros y nos ponga en orden.

¡Ten piedad de todos aquellos que aún no conocen o te conocen mal a ti y a tu Reino, de aquellos que quizás un día supieron todo, pero luego lo han olvidado, mal interpretado o incluso renegado! ¡Ten piedad de esta humanidad hoy tan atormentada y tan amenazada, entristecida por tanta insensatez! ¡Ilumina los pensamientos de aquellos que en oriente y en occidente detentan el poder y que, según parece, no saben dónde tienen la cabeza! ¡Concede a los hombres de gobierno, a los representantes de los pueblos, a los jueces, a los profesores y a los funcionarios, a los periodistas de nuestro país, el discernimiento y la imparcialidad que necesitan para una acción responsable! ¡Ponte tú mismo en los labios de los que en este Tiempo de Navidad deberán predicar las palabras justas, las palabras necesarias, las palabras que ayudan, y abre también los oídos y los corazones de quienes los escucharán!

¡Consuela y anima a cuantos en los hospitales sufren en el cuerpo y en el alma, a los prisioneros, a los afligidos, a los abandonados y a los desesperados. Socórrelos con lo único que puede ayudarnos a todos: con la claridad de tu Palabra y con la acción silenciosa de tu Santo Espíritu!

Te damos gracias, porque sabemos que no te suplicamos ni te surcaremos en vano jamás. Te damos gracias, porque has hecho rotar tu luz, porque tu luz brilla en las tinieblas y porque las tinieblas nunca podrán apagarla. Te damos gracias, porque eres nuestro Dios y porque nos has concedido ser fu pueblo. Amén (K. Barth, Oración).

 

Misa de medianoche

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 9,1-3.5-6

1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado.

2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín.

3 Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.

5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.

Sobre sus hombros descansa el poder, Y es su nombre: «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz».

6 Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre.

El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.

 

*•• Todas las lecturas bíblicas de las misas de Navidad, si bien con perspectivas diversas, intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el sentido de la Navidad? Iniciamos el recorrido desde los antiguos profetas. El oráculo de Isaías presupone una situación dramática para el país de Israel, porque el estrépito de las armas resuena por doquier. La invasión asiría (siglo VIII a.C.) comenzada en Galilea amenaza ya la misma Judea y Jerusalén, y el pueblo, bajo el terror enemigo, camina en la oscuridad y no sabe adonde dirigirse. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (v. 2).

¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? La alusión de Isaías se refiere a la huida de los Asirios, pero el profeta de Dios habla también de fuga de todo enemigo.

Anuncia la alegría por el que será: «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz» (v. 5), el que, verdadero héroe de Israel, cumplirá todo esto. Pero ¿cómo será posible todo esto? Isaías responde: «El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará» (v. 6). He aquí, pues, el sentido y el mensaje más antiguo de la Navidad: el fin del miedo, la liberación de la dominación enemiga y todo ello gracias a que: «un niño nos ha nacido» (v. 5: cf. Is 7,14; Miq 5,1- 3; 2 Sm 7,12-16), un descendiente de David que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría y que dará a todos el coraje de vivir.

 

Segunda lectura: Tito 2,11-14

11 Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.

12 Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad,

13 aguardando la feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,

14 el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien.

 

*» Pablo escribe a Tito, su discípulo convertido del paganismo y ahora obispo de Creta, explicándole el sentido de la venida de Jesús a nosotros con palabras llenas de esperanza: «Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (v. 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de salvación y de vida nueva para toda la humanidad sin distinciones de razas ni colores, de clases sociales, ni de dotes intelectuales ni ninguna otra cosa. El Salvador que nos ha sido dado no es sólo un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, entre incomodidades y queridos silencios, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza en los hombres.

Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor (v. 13). Libremente, dirá Pablo, «se entregó a sí mismo por nosotros» (v. 14), primero habiéndonos del Padre y llamándonos amigos, y después, al final, muriendo en la cruz por amor, nos ha liberado de toda esclavitud para reconducir al Padre, de una vez para siempre, a la humanidad reconciliada con él. Sólo la fe ayuda a descubrir el poder de Dios en la vivencia de un pobre. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, quiere ser acogido y reconocido como hombre: aquí es posible la búsqueda de Dios, porque él se ha quedado entre nosotros.

 

Evangelio: Lucas 2,1-14

1 En aquellos días apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronasen los habitantes del imperio.

2 Este censo fue el primero que se hizo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria.

3 Todos iban a inscribirse a su ciudad.

4También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén,

5 para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.

6 Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto,

7 y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8 Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso velando sus rebaños.

9 Un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces les entró un gran miedo,

10 pero el ángel les dijo:

-No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo:

11 Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.

12 Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

13 Y de repente se juntó al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:

14 «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

 

*» Sobre el fondo de los anuncios proféticos (cf. Miq 5,1-4; 1 Sm 16,1-3), Lucas en el evangelio nos habla del nacimiento histórico de Jesús. El relato es simple, pero sugestivo, lleno de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos. Primero la narración del acontecimiento: el edicto de César Augusto en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera (w. 1-7); después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación (w. 8-14); y, por último, la acogida del anuncio, con los pastores que van a la gruta, encuentran a Jesús, y sucesivamente el relato de su experiencia a otros (w. 15-20).

El punto central del relato, sin embargo, son las palabras de los ángeles a los pastores, que consideran con respeto el sentido gozoso del acontecimiento y la fe en Jesús Salvador en la figura de un niño pobre, «envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (v. 12). Dos motivos, pues, se iluminan uno a otro en el texto: la visible pobreza en la vivencia humana de Jesús y la gloria de Dios escondida en su presencia entre los hombres. Sólo unos cuantos pastores, representantes de gente pobre y humilde, reconocen al Mesías esperado: éste es el signo divino extraordinario del inicio de una época nueva en la historia de los hombres.

 

MEDITATIO

Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño? La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.

Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre» (Le 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.

A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de la pax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor»

(Pablo VI). ¿Somos capaces de vivir el misterio?

 

ORATIO

Te damos gracias, Señor del universo y de los hombres, porque en Jesús niño, que vino a la tierra portador de tus dones -la paz, la alegría, la justicia y la salvación-, se ha manifestado tu amor a todos. Queremos comprender, si bien con la pequeñez de nuestra mente, algo del misterio del Verbo encarnado, porque con ello se iluminará nuestro misterio humano.

Para los judíos era absurdo pensar que la Palabra definitiva de Dios apareciese en la debilidad del hombre Jesús. Para los paganos era escándalo aceptar la plena humanidad del Hijo de Dios, lugar indigno de la divinidad.

Nosotros, por el contrario, creemos que la Palabra, en un momento histórico muy preciso, «se hizo carne» en la fragilidad e impotencia como toda criatura, naciendo de una mujer, María (cf. 1 Jn 4,2-3), y creemos que en Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, reside la revelación definitiva del Padre y el anuncio de la fe que nos salva.

El hombre del tercer milenio tiene necesidad de Jesús, revelador de tu amor de Padre, para escapar de su individualismo y de su superficialidad, que lo privan de los verdaderos valores en que se puede encontrar la esperanza de vivir. Señor, el nacimiento de tu Hijo nos revela que también nosotros en Jesús hemos sido hechos hijos tuyos y te podemos conocer. Haz que toda nuestra vida, sobre el modelo de la de Cristo, se vuelva en actitud de docilidad filial hacia ti y, para ello, en la noche de Navidad nos ponemos de rodillas, en adoración ante el rostro humano del Jesús-Niño, tu Hijo unigénito, en el que resplandece e irradia tu rostro invisible de Padre, para ver nuestro rostro divino.

 

CONTEMPLATIO

Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

Dios está en la tierra; ¿quién no será celeste? Dios viene a nosotros, nacido de una Virgen; ¿quién no se hará divino hoy y anhelará la santidad de la Virgen, y no buscará con celo la sabiduría, para hacerse más cercano a Dios? Dios está envuelto en pobres pañales; ¿quién no se hará rico de la divinidad de Dios si acoge algo humilde? Exulto como los pastores y me sobresalto escuchando estas voces divinas: ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!» (Sofronio de Jerusalén, Le Omelie, Roma 1991, 55-57).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En aquella noche de Navidad una multitud del ejército celeste se apareció en Belén a los pastores, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»; en este mismo momento nosotros celebramos ¡untos el nacimiento de nuestro Señor y su pasión y muerte. Según el mundo, este modo de comportarse es extraño. Porque ¿quién en el mundo puede llorar y alegrarse al mismo tiempo y por el mismo motivo? En efecto, o la alegría será dominada por la aflicción, o la aflicción será aniquilada por la alegría; solamente en nuestros misterios cristianos podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón. Pero pensad un poco en el significado de la palabra «paz». ¿No os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la paz mientras el mundo está incesantemente azotado por la guerra o por el miedo de la guerra? ¿No os parece que las voces angélicas se hayan equivocado y que la promesa fue una desilusión y un engaño?

Reflexionad ahora sobre cómo habló de la paz nuestro Señor mismo. Dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». ¿Entendía Él la paz como nosotros la entendemos: el reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos, los barones están en paz con el rey, el jefe de familia que cuenta sus pacíficas ganancias, la casa bien limpia, su mejor vino sobre la mesa para el amigo, su mujer que canta a sus hijos? Aquellos hombres que eran sus discípulos no conocían nada de esto: ellos salieron a hacer un largo viaje, a sufrir por tierra y por mar, a encontrar la tortura, la desilusión, a sufrir la muerte con el martirio. ¿Qué cosa quería, pues, decir Él? Si queréis saberlo, recordad que dijo también: «No os la doy como la da el mundo». Así pues, Él dio la paz a sus discípulos, pero no como la da el mundo (T. S. Eliot, Asesinato en la catedral Madrid 1996).

 

Misa de la aurora

 

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 62,11-12

11 Esto es lo que proclama el Señor hasta el confín de la tierra: Decid a la ciudad de Sión: «Mira, ya viene tu salvador; viene con él su recompensa, le precede el premio».

12 Se los llamará «pueblo santo» y «rescatados del Señor» y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».

 

**• Isaías pronunció estas alentadoras palabras a los ancianos de Israel reunidos en Jerusalén a la espera del retorno a la patria de sus hermanos israelitas, "el resto de Israel" deportado en Babilonia. El texto profético se compone de dos versículos: el primero contiene un anuncio dirigido a Jerusalén, «la hija de Sión» y, por tanto, a toda la nación, de la inminente liberación de los exiliados por parte de Dios, que vendrá como «Salvador» del pueblo, trayendo consigo el don precioso y tantas veces invocado de la libertad (v. 11); el segundo versículo, por su parte, contiene los nuevos títulos de gloria de estos hermanos, que serán llamados «pueblo santo», y también de los otros pueblos «rescatados del Señor», así como de Jerusalén, que, como joven esposa, será llamada «Buscada» y «Ciudad no abandonada» (v. 12).

Es siempre el Señor el primero que toma la iniciativa, busca a su pueblo, lo rescata y lo liga a Sí con su amor renovado y fiel. El texto de Isaías es utilizado por la liturgia navideña porque es leído como profecía de otro gran encuentro, el que el Señor realiza, a través de su Hijo unigénito, con la humanidad en Belén junto a la cuna de Jesús-niño, verdadero salvador y libertador de los hombres. Por Él también nosotros somos llamados «pueblo santo» de Dios y por los pueblos «rescatados del

Señor»: a nosotros nos ha manifestado su ternura.

 

Segunda lectura: Tito 3,4-7

4   Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres.

5 Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia, por medio del bautismo regenerador y la renovación del Espíritu Santo,

6 que derramó abundantemente sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador.

7 De este modo, salvados por su gracia, Dios nos hace herederos conforme a la esperanza que tenemos de heredar la vida eterna.

 

*» También esta lectura de la Palabra de Dios, como la de Isaías, es más simple y breve de lo acostumbrado, justo para decirnos que el misterio que contemplamos en este día es tan grande que no podemos encerrarlo en palabras humanas. Todo cuanto el Señor ha hecho por la humanidad entera es exclusivamente obra de su providente bondad. El apóstol Pablo, en efecto, dirigiéndose a su discípulo Tito afirma, con palabras fruto de su personal experiencia pastoral, que somos salvados no por las buenas acciones que hayamos realizado (v. 5a; cf. Rom 9,30-32; 10,3.5; Flp 3,9), sino porque el Espíritu de Dios ha sido rico en dones en nuestro favor; (v. 5b; Rom 3,24; Jn 3,16-18). Especialmente, cuando ha venido a nosotros el Salvador por libre iniciativa de su amor misericordioso, Él de enemigos nos ha hecho amigos, haciéndonos sus hijos mediante el sacramento del bautismo (cf. 1 Pe 1,3).

Si en Navidad Dios nos ha hecho el don de su Hijo, podemos decir que en el bautismo nos trae el don de su Espíritu, que nos da, además, la certeza de que hemos sido hechos herederos de algo que no se corrompe y no tendrá fin: la «vida eterna» (v. 7), esto es, la experiencia del conocimiento personal de Dios. Tantos y tan grandes dones del Señor abren nuestro corazón a la admiración por cuanto ha hecho por nosotros y a la gratitud filial por tanta generosidad gratuita.

 

Evangelio: Lucas 2,15-20

15 Cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros:

-Vamos a Belén a ver eso que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.

16 Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.

17 Al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de este niño.

18 Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados.

19 María, por su parte, guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón.

20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho.

 

*» Este evangelio de la "misa de la aurora" es la continuación del de la noche, que Lucas nos ha presentado con los tres momentos del esquema del anuncio misionero: narración del hecho, anuncio a los pastores y acogida del acontecimiento. El evangelista, en efecto, se detiene sobre este último momento en que los pastores se dirigen inmediatamente a Belén y encuentran en la gruta, como les había sido anunciado por los ángeles, al niño Jesús con María y José.

Estamos ante un verdadero itinerario de fe con sus etapas, en las que aparece claro que la decisión interior se traduce inmediatamente en gestos concretos de vida: primero la búsqueda («fueron deprisa»: v. 16a), después el hallazgo y la experiencia humana y espiritual («encontraron al Niño»: v. 16b), por último el testimonio de vida («contaron lo que del Niño se les había dicho»: v. 17). Del testimonio nace, pues, la reacción de asombro y de fe en los que habían escuchado el relato («se quedaban admirados de lo que decían los pastores»: v. 18), y así la fe comienza a propagarse.

El texto termina con una preciosa referencia a María: («ella conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón»: v. 19), lo que significa que la Virgen permanece pensativa en la contemplación de los hechos narrados y de las palabras de los pastores sobre el pequeño Jesús. Ya la historia del Hijo, que va del vientre materno al vientre-tumba de la resurrección, forma un todo con la historia de María, porque, desde el fiat de la anunciación, ella ha aceptado en la fe servir dócilmente los caminos de Dios.

 

MEDITATIO

Toda la Palabra de Dios de este día de Navidad es una invitación a no detenerse en las explicaciones, sino a abandonarse a la contemplación de las palabras: «Hoy ha nacido para nosotros el Señor» (antífona de entrada) y del misterio de un Dios hecho hombre. Jesús ha traído a la humanidad el don más precioso, como dice san Ireneo: «Ha traído todo lo nuevo al traerse a Sí mismo».

¿Cómo robustecer nuestra fe ante este Niño silencioso? Tomando la decisión de "ir a Belén" también nosotros, como los pastores, porque esta tierra es el icono de la simplicidad y de la transparencia, de la alegría y de la vida, del silencio y de la contemplación.

Necesitamos volvernos niños de corazón para descubrir las raíces de nuestra fe; necesitamos la alegría festiva que nos haga creer que la vida es un gran don de Dios que no debe ser malgastado; tenemos necesidad de silencio contemplativo. Cuando queremos expresar nuestro amor a los otros, ¿qué otra cosa podemos dar, en efecto, sino nuestro silencio? «El silencio ilumina nuestras almas, susurra en nuestros corazones y los une. El silencio nos separa de nosotros mismos, nos hace volar por el firmamento del Espíritu y nos acerca al cielo» (M. Dellbrel). Esta experiencia nos permitirá volver a nuestras casas y a nuestro trabajo alabando a Dios por la Palabra contemplada, como María, seguros de conservarla en el corazón para anunciar a los demás lo que significa para nosotros.

 

ORATIO

Acepta, Señor, nuestra oración silenciosa y adorante porque en este día queremos hacerla con los labios y el corazón de María, tu Madre, que largamente en el silencio ha contemplado tu rostro y ha escuchado antes que nadie tus palabras: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Le 11,28). Te damos gracias, Señor, por tu persona que se ha hecho Palabra, por tu Espíritu que ora en nosotros, por las pocas y tantas cosas que nos has dicho desde tu pesebre de Belén con tu silencio. También nosotros quisiéramos callar y únicamente contemplar tu rostro, porque él nos habla y eso nos basta. Contemplar y callar, conservando y meditando en el corazón.

Te pedimos sólo que cada uno de nosotros busque, hoy y en el futuro, no las cosas que se ha propuesto hacer, sino aquellas que tú quieres que haga, lo que tú, amorosamente, nos invitas a hacer. Ayúdanos, por un momento, a acallar nuestras preocupaciones inmediatas para dejarnos llevar por ti hacia las preocupaciones verdaderas y así, olvidando las cosas "urgentes", nos ocuparemos, por fin, de lo auténticamente importante.

Y tú, María, que meditabas en tu corazón las palabras y los hechos de Jesús, haz que te imitemos con sencillez, con tranquilidad, con paz. Aparta de nosotros todo afán, preocupación y esfuerzo, y haznos atentos escuchadores de la Palabra, como has hecho tú, para que nazca en nosotros el fruto del evangelio, tu Hijo Jesús, que llevaste en tu seno.

 

CONTEMPLATIO

Cristo nace: ¡glorificadlo! Cristo baja de los cielos: ¡salid a su encuentro! Cristo está en la tierra: ¡levantaos!

Cristo se ha encarnado: ¡exultad! De nuevo las tinieblas se disuelven, nuevamente se alza la luz. Ésta es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres, para que, a nuestra vez, nosotros vayamos a Dios; para que nos despojemos del hombre viejo y nos vistamos el nuevo.

Salta de gozo; honra a la pequeña Belén, que te ha hecho remontar al paraíso; adora el pesebre, por medio del cual tú eres alimentado por el Verbo. Conoce, como el buey, al que es tu Señor; conoce, como el asno, el pesebre de tu Amo. Corre, junto a la estrella, lleva dones junto con los Magos, oro, incienso y mirra, al que es el Rey y Dios y ha muerto por ti. Glorifícalo con los pastores, cántalo con los ángeles, haz coro con los arcángeles. Sea común la fiesta en el cielo y en la tierra. Estoy convencido, en efecto, de que también las potencias celestiales exultarán y celebrarán hoy la fiesta con nosotros, porque aman a Dios, pero aman también a los hombres (Gregorio Nazianceno, Homilías sobre la natividad, Madrid 21992; Discurso 38, passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Le 1,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al aproximarse la Navidad el año 1223, Francisco de Asís llamó a si a su amigo Ser Giovanni Vellita y le dijo: «Hay en los bosques de Greccio una gruta que me recuerda la de Belén. He pensado celebrar allí la santa noche». Entiende Ser Giovanni y lo organiza todo según el deseo del santo.

Cuando llegó la noche los fieles, acudieron en masa desde los alrededores cantando salmos adentrándose en la floresta. A la luz de las antorchas llegaron a la gruta, donde estaba para celebrarse la misa. El altar estaba dispuesto sobre un pesebre y ¡unto a él yacían un asno y un buey.

Cuando el sacerdote se disponía a repartir el Cuerpo de Cristo a los fieles se vio una luz deslumbrante en torno al Santo. En sus descarnados brazos, que salían de las mangas del sayal, sostenía un niñito frágil y adormecido; pero como Francisco, en un acto de amor, atrajo contra su pecho el cuerpo tembloroso del pequeño, este se despertó, le sonrió y le acarició la descarnada mejilla. Los que lo vieron comprendieron que aquel niño era Jesús que, adormecido en el corazón de muchos, Francisco, con el ejemplo de su vida, había despertado (De la tradición franciscana).

 

 

Misa del día

 LECTIO

Primera lectura: Isaías 52,7-10

7 ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios».

8 Tus centinelas alzan la voz, cantan a coro, porque ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión.

9 Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén.

10 El Señor manifiesta su poder a la vista de todas las naciones, y los confines de la tierra contemplan la victoria de nuestro Dios.

 

^ Las lecturas de la tercera misa dejan el relato del evento natalicio con el anuncio de Jesús-luz, salvación y gozo y nos presentan el mensaje más profundo de la solemnidad a través de una meditación riquísima del acontecimiento.

El profeta Isaías expone el contenido salvífico del mensaje comenzando con la presentación de los centinelas de la ciudad santa, que divisan a Dios volviendo a Jerusalén para salvarla. Estos centinelas anuncian «alegres noticias» de paz y salvación al pueblo, diciendo que el Señor ha vuelto y ha retomado su puesto sobre la colina de Sión, estableciendo su morada definitiva entre los suyos (w. 7-8; cf. Rom 10,15; Ez 43,1-5). Pero el Señor no sólo vive con el pueblo; también, como un esposo atento y solícito obra y actúa por su esposa. De hecho, Isaías expone la actividad salvífica de Dios utilizando tres verbos significativos: «Consuela, rescata, manifiesta su poder» (w. 9-10). Estos tres verbos iluminan la acción amorosa, providente y vigilante en defensa del pueblo, especialmente contra los enemigos que lo hostigan.

El anuncio profético concluye con la constatación de que todos los pueblos de la tierra han podido ver que el Señor no abandona a su pueblo, sino que está siempre dispuesto para salvarlo (v. 10; Mt 28,28). La Iglesia, utilizando este texto estalla de alegría porque ve que el Señor ha cumplido la espera del nacimiento del Mesías, anunciada en los siglos precedentes.

 

Segunda lectura: Hebreos 1,1-6

1 Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas;

2 ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo.

3 El Hijo que, siendo resplandor de su gloria e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas con su palabra poderosa y que, una vez realizada la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de Dios en las alturas 4 y ha venido a ser tanto mayor que los ángeles, cuanto más excelente es el título que ha heredado.

5 En efecto, ¿a qué ángel dijo Dios alguna vez:

Tú eres mi hijo,

Yo te he engendrado hoy.

Y también:

Yo seré padre para él

y él será hijo para mí?

6 Y, de nuevo, cuando introduce a su Hijo primogénito en el mundo, dice:

Que lo adoren todos los ángeles de Dios.

 

**• El prólogo de la Carta a los Hebreos, que contiene todos los temas que el autor piensa desarrollar seguidamente para reforzar la fe de los cristianos procedentes del hebraísmo, es una invitación a la comunidad cristiana a fijar su mirada sobre el misterio de Cristo desde su nacimiento, punto culminante de la revelación de Dios(cf. Jn 1,18; Gal 4,4).

Jesús, el Hijo, es, en efecto, la plena y completa revelación del Padre (v. 2). Él, como el Padre, es Dios y creador, es «irradiación de su gloria e impronta de su ser» (v. 3) y por esto es superior a todas las instituciones religiosas antiguas, a los profetas y a los ángeles (w. 4-13; cf. Fil 2,9) y heredero de todas las cosas (cf. Rom 8,17; Mt 21,38). Por la misión que ha recibido del Padre y ha realizado entre los hombres con el anuncio de la Palabra de verdad (cf. Jn 14,6), ha cancelado el pecado del mundo, ha restablecido la comunión entre Dios y la humanidad, y con su muerte y resurrección ha sido ensalzado sobre todas las cosas, «se ha sentado a la derecha de Dios en el alto de los cielos» (v. 3; cf. Rom 3,24-25; Col 1,13-14; Flp 2,9-11) y ha sido reconocido por el Padre como Hijo unigénito.

Éste es el misterio de Jesús que ha sido revelado, que está presente y vivo en la Iglesia y que cada creyente debe imitar para ser manifestación de Dios entre los hombres y tener parte en la intimidad de Dios.

 

Evangelio: Juan 1,1-18

1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

2 Ya al principio ella estaba junto a Dios.

3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir.

4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres;

5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron.

6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.

7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.

8 No era él la luz, sino testigo de la luz.

9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre.

10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció.

11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron.

12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios.

13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios.

14 y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando:

-Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo».

16 En efecto, de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia.

17 Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús.

18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.

 

*» El prólogo de Juan es una síntesis meditativa de todo el misterio de Navidad, porque el Niño de Belén es la revelación de Dios, la verdad de Dios y del hombre, y reflexionando sobre este evento nos ponemos en tesitura de comprender quién es el que ha nacido y quienes somos nosotros.

El núcleo del prólogo está en el v. 14: «Y la Palabra se hizo carne», que contiene el hecho de la encarnación y, por tanto, de Navidad: el Hijo de Dios se ha hecho hombre con la fragilidad e impotencia de toda criatura. Para comprenderlo Juan se remonta al misterio trinitario y luego vuelve a descender hasta el hombre. El inicio, pues, es la afirmación que nos sitúa fuera del tiempo en el misterio de Dios: «En el principio era la Palabra» (v. la) y nos habla de una existencia sin comienzo ni devenir.

Después en la frase: «La Palabra estaba junto al Padre» (v. Ib), el evangelista precisa la situación del Logos (= la Palabra), que existe desde siempre, en parangón con Dios: el Verbo, en su ser más profundo, está en actitud de escucha y obediencia, completamente vuelto hacia el Padre. Jesús, la Palabra encarnada, hace a Dios visible y cercano al hombre, siendo su reflejo. Así pues, toda la historia y la realidad humana tienen vida por la Palabra: «En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (v. 4), porque en Jesús todo encuentra consistencia, significado, fin y especialmente la salvación de todo hombre. Todas estas afirmaciones de Juan son importantes para comprender el papel de Jesús como revelador y testigo veraz de Dios. Por esto «de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (v. 16), es decir, de su vida filial todos podemos recibir abundantemente.

 

MEDITATIO

La lectura de la Palabra de Dios en el misterio adorable de la Navidad converge sobre la memoria de que el Hijo de Dios ha venido a nosotros, un Dios con nosotros y para nosotros. Dios trascendente e invisible ha dejado su lejanía e invisibilidad y ha tomado un rostro humano haciéndose visible, concreto y asequible: «Se ha hecho lo que somos, para hacernos partícipes de lo que Él es» (Cirilo de Alejandría). Esta fe nuestra se funda sobre una explicación que el evangelista Juan encuentra colocando la raíz de la existencia de Jesús en el seno del Padre (Jn 1,1-3). La reflexión bíblica, sin embargo, va más lejos y nos impulsa a contemplar quién es Jesús para nosotros: es Dios de salvación para todo hombre.

Pero la Navidad es también la memoria de la modalidad histórica en la que se ha realizado la encarnación. Ha elegido la vida del pobre y del derrotado para que nosotros pudiésemos vislumbrar el poder de Dios en su elección de la pobreza y de la kenosis (despojo). Porque Él quiere ser buscado, reconocido y acogido: como un pobre necesitado y sufriente, porque no sólo se ha hecho hombre, sino que se ha quedado entre los hombres.

Con su nacimiento, además, nos ha hecho también el don de ser hijos: «A cuantos la recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). La Navidad de Jesús es también nuestra Navidad, la de nuestro renacer a una vida nueva. En Él también nosotros hemos sido «destinados a ser hijos adoptivos» del Padre celestial (Ef 1,5); cf. 1 Jn 3,1). Si Dios mismo nos dice: «¡Tú eres mi hijo!», a nosotros no nos queda sino agradecerle y alegrarnos por nuestra participación en la vida divina.

 

ORATIO

Padre nuestro, en estos días hemos escuchado muchas palabras sobre la Navidad y estamos saciados de ellas pero, en realidad, no hemos comprendido a fondo el sentido de aquellas verdades. Juan Pablo II ha hecho esta reflexión: «El Niño alienta. ¿Quién oye el vagido del Niño? Por Él, empero, habla el cielo y es el cielo el que revela la enseñanza de este nacimiento. Es el cielo el que la explica con estas palabras: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!». Es preciso que nosotros, tocados por el hecho del nacimiento de Jesús, escuchamos este grito del cielo». ¿Cómo acoger y escuchar el vagido de este Niño?

Ésta es la pregunta que tú, Señor, suscitas en nuestro corazón. Nuestra respuesta quiere ser pronta y generosa, sobre todo con la escucha de tu Palabra que se presenta educadora de sensibilidad cristiana para hacer la experiencia de que tú eres «Emmanuel». Queremos, además, corresponder a los dones, como el grandísimo que nos has hecho al nacer entre nosotros. Nuestro don es nada respecto al tuyo, pero continúa esta donación por solidaridad y participación plena de la vivencia humana.

Tu Navidad nos propone también la consciencia de la fraternidad universal. Cada uno de nuestros gestos navideños pretende ser no sólo privado o familiar, sino abierto a la solidaridad y a la bondad, especialmente con los más necesitados de ellas, como los pobres, los inmigrantes, los explotados, los que viven en soledad o son olvidados, porque justicia social y solidaridad van siempre juntas.

 

CONTEMPLATIO

Alégrese la esposa amada por Dios. He aquí al esposo mismo, que avanza hacia nosotros. A nosotros, creyentes, el Esposo se nos presenta siempre bello. Bello es Dios, Verbo junto a Dios; bello en el seno de la Virgen, donde no pierde la divinidad y asume la humanidad; bello es el Verbo nacido niño, porque mientras era bebé, mientras mamaba la leche, mientras era llevado en brazos los cielos han hablado, los ángeles han cantado alabanzas, la estrella ha señalado el camino a los Magos, ha sido adorado en el pesebre, alimento para los mansos.

Es bello, pues, en el cielo, bello en la tierra; bello en el seno, bello entre los brazos de sus padres; bello en los milagros, bello en el suplicio; bello en el invitar a la vida, bello en el no preocuparse de la muerte; bello en el abandonar la vida y bello en el recuperarla, bello en la cruz, bello en el sepulcro, bello en el cielo. Escuchad, pues, el cántico sin apartar jamás vuestros ojos del esplendor de su belleza (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 44,3).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida. Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

Cuando en Navidad oimos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de toaos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, cíe la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad (W. Pannenberg, Presenza di Dio, Brescia 1974, 119-120).

 

 

Día 26

San Esteban Protomartir

  SAN ESTEBAN, protomártir o primer mártir cristiano. Fue uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles, poco después de la Ascensión, para el servicio de la comunidad de Jerusalén. Lleno de gracia y poder, realizaba en medio del pueblo grandes prodigios y signos. Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos y se pusieron a discutir con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Amotinaron al pueblo, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Él les dirigió un discurso en el que defendió a la Iglesia, y concluyó diciendo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios». Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto expiró

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 6,8-10; 7,54-60

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes signos y prodigios en medio del pueblo,

9 algunos de la sinagoga llamada «de los libertos», a la que pertenecían cirenenses y alejandrinos, y algunos de Cilicia y de la provincia de Asia, se pusieron a discutir con él,

10 pero no pudieron hacer frente a la sabiduría y el espíritu con que hablaba,

54 Oyendo sus palabras, se recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él.

55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios,

56 y exclamó: -Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.

57 Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él.

58 Lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.

59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así:

-Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: -Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, expiró.

 

**• Esta página de los Hechos narra la muerte de Esteban, primer mártir de la Iglesia. Hombre de fe y de Espíritu Santo, fue elegido diácono para el servicio de la comunidad cristiana, a fin de que la comunión de vida fuese visible incluso en la distribución de los bienes (cf. Hch 6,1-6). Lleno de dones carismáticos, de sabiduría contemplativa en la predicación y de fuerza evangélica en la evangelización, fue intrépido testigo de Cristo resucitado con la fuerza de su Espíritu (w. 8-10). La parte final del valiente discurso de Esteban, hecho ante los ancianos y los jefes del pueblo, y la sucesiva narración de su martirio (w. 54-60) son un magnífico ejemplo de catequesis bíblica. El discurso, en efecto, concluye por una parte con la profesión de fe en Jesús, hecha por Esteban y, por otra, con la falsa acusación de los jefes contra él por haber pecado contra la Ley de Moisés y el templo y, por tanto, con la decisión de su condena a muerte.

La lapidación del protomártir Esteban es narrada por Lucas según el modelo de la muerte de Jesús, porque también él murió confiándose al Señor y perdonando a sus verdugos (cf. w. 59-60; Le 23,34-46). El testimonio de Esteban no es otro sino que la vida de Cristo continúa en la vida de la Iglesia por la disponibilidad al Espíritu, la predicación, la coherencia evangélica y la muerte misma. Es preciso estar abiertos al paso del Espíritu por la propia existencia para comprender los tiempos nuevos que Jesús ha inaugurado, porque ahora su persona es la plenitud de la ley que ninguna persecución podrá eliminar jamás.

 

Evangelio: Mateo 10,17-22

Dijo Jesús a sus apóstoles:

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

**• El evangelio de Mateo se coloca en el contexto de las persecuciones y refiere algunas enseñanzas de Jesús a sus discípulos acerca de las pruebas que la Iglesia deberá sufrir en el curso de su historia. Jesús expone esta situación con tanta claridad y tanto detalle concreto, que parece estar describiendo la Iglesia primitiva después de los años 70, que debió afrontar diversas pruebas internas y externas en su vida y fácilmente hubiera podido caer en el desaliento y haber perdido la fe en Él. Jesús provee así a la continuidad de su obra en el tiempo y en el espacio, anticipando acontecimientos y signos que la comunidad cristiana deberá afrontar en el mundo, para ayudar a sus discípulos a superar el escándalo de la cruz, que permanece siempre como verdadero obstáculo en el camino de fe de todo creyente.

La palabra repetida por Jesús en el texto -«no os preocupéis» y «no tengáis miedo» (w. 19.26.28.31)- son el alivio del Señor al miedo de los suyos, real impedimento al alegre anuncio del evangelio que, por el contrario, debe ser proclamado con entusiasmo y muestras de alegría. Ante los reyes y en los tribunales es «el Espíritu del Padre» el que hablará por vosotros (v. 20). También el odio de parientes y amigos «a causa del nombre» de Jesús (v. 22) será recompensado porque el Padre lo ve y concederá a los suyos la salvación y la verdadera vida.

 

MEDITATIO

¿Cuál es el sentido cristiano del sufrimiento y de la muerte del texto bíblico que considera la liturgia de hoy? La respuesta a interrogantes tan fundamentales de la vida humana se encuentra sólo en el dejarse iluminar totalmente por la enseñanza y el testimonio vividos por Jesús. «Humanamente hablando, la muerte es el fin de todo» escribe S. Kierkegaard, «y humanamente hablando hay esperanza sólo mientras hay vida». Pero para el cristiano el sufrimiento y la muerte no son en modo alguno el fin de todo; son solamente pequeños acontecimientos comprendidos en el todo que es la vida eterna.

En el sentido cristiano, pues, hay infinitamente más esperanza en la muerte que hablando en un mundo meramente humano, en el que no sólo hay vida, sino una vida en plena salud y fuerza física».

La muerte de Esteban o de tantos primeros testigos de la fe cristiana no tendrá la última palabra sobre la vida de estos discípulos de Jesús, porque Cristo es el Señor de la vida y de la muerte. La resurrección de Jesús muestra la verdadera gloria, como única realidad de la verdadera vida, hacia la que se encamina todo creyente. Esta prevé, sin embargo, que la gloria de Jesús y de cada uno de sus discípulos pasa justamente a través del Gólgota y la muerte en cruz. El sufrimiento y la muerte de Jesús y de todo discípulo suyo ofrecen un signo que habla a la fe. El plan de Dios es más grande que el pequeño y estrecho del hombre. El amor de Dios supera con mucho el interés particular de cada uno de sus hijos.

Sólo Jesús, signo del amor de Dios a los hombres es capaz de liberar al hombre de la muerte y de hacer brotar en el corazón del discípulo la fe como respuesta radical a la salvación ofrecida por Dios.

 

ORATIO

Señor de la vida y de la muerte que, con tu enseñanza y ejemplo de coherencia y de vida, nos has enseñado a afrontar el sufrimiento e incluso la muerte, nosotros deseamos alzar la mirada, como dice la Escritura, hacia ti, que eres «el que traspasaron» (Jn 19,37). Ésta es una invitación dirigida a todos los hombres para que vean y crean a tu corazón traspasado con una mirada interior y contemplativa que los introduzca en el misterio de la salvación.

Nosotros, como el primer mártir Esteban y tras él todos los mártires y los santos, queremos hacernos partícipes de la experiencia y de la fe del primer testigo, que ha visto durante su martirio tu gloria, aquella gloria que el Padre te ha reservado por tu dócil obediencia hasta la cruz. También para nosotros esta mirada hacia el cielo debe hacerse contemplación de fe, experiencia interior, posesión permanente. Esto quiere ser también un compromiso para celebrar contigo la obra del Padre y de penetrar en la contemplación tu vida divina con un testimonio de fe y de amor.

Sabemos que el único remedio válido contra el miedo es la fe. Señor, tú has pedido a tus discípulos superar el grave momento del dolor y de la prueba, no tanto acogiéndose con la mente a tus palabras, cuanto creyéndote a tí con el corazón y con la vida entera, a ti que comunicas la palabra del Padre, la única que salva y elimina toda turbación. No hay, pues, verdadera fe en Dios sin fe en ti, porque Dios se ha revelado como tu Padre y tú nos has revelado su rostro luminoso.

 

CONTEMPLATIO

San Esteban, bienaventurado Esteban, Esteban bueno, fuerte soldado de Dios, primero de la serie de sus mártires: he sabido y creo y abrazo con alegría el hecho de que tú, todavía en esta tierra hayas tenido santidad tan luminosa que tu rostro venerable resplandecía como el de los ángeles. En efecto, cuando tus enemigos se encarnizaban contra ti, tú, de rodillas, exclamaste en un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado».

Hombre dichoso, ¡cuanta esperanza das a tus amigos pecadores al escuchar que te has preocupado tanto de enemigos arrogantes! «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». ¿Cómo responderá cuando es invocado aquel que, provocado respondía de esa manera? ¿Qué bondad sabrá usar con los humildes ahora que es ensalzado, aquel que socorría de ese modo a los soberbios cuando era humillado?

Anda, dime, bienaventurado Esteban, ¿qué cosa te caldeaba el corazón para derramar al exterior tantas bondades juntas? No hay duda de que estabas colmado de todas, adornado de todas, iluminado por todas.

Te suplico, caritativo Esteban, ruega para que mi alma endurecida se llene de caridad generosa. Haz que mi alma insensible, por don de Aquel que la ha creado, arda en el fuego de la caridad (Anselmo D'Aosta, Ovacione a santo Stefano, in Orazioni e Meditazioni, Milán 1997, 318-333).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch 7,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Desde ahora ningún honor del mundo o de la iglesia me puede tentar. Llevo conmigo la confusión de cuanto el Santo Padre ha querido hacer por mí enviándome a París. Tener un alto cargo en la jerarquía o no tenerlo me es del todo indiferente. Esto me da una paz grande. Y me deja más libre para el cumplimiento de mi deber, a toda costa y a todo riesgo. Es bueno que esté preparado a alguna gran mortificación o humillación. Este será el signo de mi predestinación.

Quiera el cielo que signifique el inicio de mi verdadera santificación, como ha ocurrido con almas más selectas, que recibieron en los últimos años de su vida el toque de la gracia que los hizo santos auténticos. La idea del martirio me da miedo. Temo por mi resistencia al dolor físico. Sin embargo, podría dar a Jesús el testimonio de sangre, ¡oh que gracia y que honor para mí! (Juan XXIII, Diario del alma, Madrid 1998).

 

Día 27

San Juan Evangelista

 

Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades. Fue primero discípulo de Juan Bautista, quien orientó a él y a Andrés hacia Jesús. Era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Santiago el Mayor. Pasando junto al lago de Galilea, Jesús vio a los dos hermanos, que estaban repasando las redes, y los llamó a su seguimiento. Fue el discípulo predilecto de Jesús y, junto con su hermano y con Pedro, uno de los tres apóstoles más cercanos a Jesús, que le acompañaron en la transfiguración y en la agonía de Getsemaní. Durante la última Cena, reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor. Estando con María al pie de la cruz, oyó que Jesús les decía: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre». Según la tradición vivió mucho tiempo en Éfeso. Escribió el cuarto Evangelio, el Apocalipsis y tres cartas. Siendo ya mayor, fue deportado a Patmos, y murió de edad avanzada a finales del siglo I

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,1-4

Queridos hermanos:

1 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida,

2 -pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó,

3 Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estáis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo.

4 0s escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo.

 

*+ El breve prólogo de la carta de Juan, que expone los diversos criterios para entrar en comunión con Dios, nos presenta un itinerario de fe sobre los compromisos de la vida cristiana que emanan de la caridad y sobre las precauciones contra el pecado.

El evangelista fundamenta la fe cristiana sobre el argumento de su testimonio ocular que es la «palabra de la vida» y sobre algunos episodios esenciales descritos de modo sintético y concreto. Juan, sin embargo, aquí pone el acento no tanto sobre la «Palabra», como en el prólogo de su evangelio (cf. Jn 1,1-18), sino sobre la «vida» que Jesús posee y dona. Todo tiene comienzo en la experiencia del apóstol vivida en contacto directo con Jesús, que Juan presenta con hechos históricos documentables: «Nosotros hemos oído... visto... tocado... contemplado la palabra de la vida» (v. 1). Esta experiencia llega a ser más tarde en el Apóstol testimonio y ejemplo coherente (v. 2 a); este testimonio se hace anuncio valiente a los otros para que participen del mismo don (v. 2b); además, el anuncio genera la comunión entre los hermanos de la comunidad, comunión que, en realidad, es auténtica participación en la vida trinitaria con el Padre y el Hijo Jesús (v. 3). Por último, esta comunión hace brotar el fruto de la alegría que colma el corazón (v. 4). Pero un elemento importante, subrayado por Juan, es el reiterativo «nosotros», que nos pone ante la tradición de la escuela de Juan: tradición que desarrolla el testimonio del discípulo amado, basado en la «vida divina» hecha visible en Jesús y que el testigo nos ha hecho conocer.

 

Evangelio: Juan 20,2-8

El primer día de la semana, María Magdalena

2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.

4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.

5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí; pero no entró.

6Siguéndole los pasos llegó Simón Pedro que entró en el sepulcro,

7 comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

 

**• En estos pocos versículos se nos narran los hechos ocurridos la mañana de Pascua, que tienen como protagonista primera a María Magdalena y después a Pedro y Juan. La noche espiritual en la que los discípulos están hundidos cederá el puesto a la experiencia de la fe, que toma el relevo junto a la tumba vacía, signo de la presencia del Resucitado (v. 2). Ante la noticia de que la piedra ha sido retirada del sepulcro y de que el cuerpo de Jesús no estaba allí, Pedro y el discípulo amado corren al sepulcro (w. 3-4). Su carrera revela su amor y veneración y hace pensar en el ansia de la Iglesia que busca signos visibles del Señor, especialmente cuando se encuentra en dificultades por su ausencia y no logra verlo. Los responsables de la Iglesia de los orígenes viven la experiencia de la búsqueda de los signos visibles del Señor. Juan llega antes que Pedro al sepulcro por su intuición de discípulo amado, pero Pedro entra primero por su función eclesial (w. 5-7). Observados el orden y la paz que reinaban en él, el discípulo amado se abre a la visión de la fe, creyendo en los signos visibles del Señor: «Vio y creyó» (v. 8). No es aún la fe perfecta en la resurrección. Para esto será necesario que el espíritu del discípulo se abra a la inteligencia de la Escritura (cf. Lc 24,45), que vea al Señor en persona y que reciba de él el don del Espíritu Santo.

 

MEDITATIO

La figura de Juan es de fundamental importancia en la Iglesia primitiva, no sólo por su condición de discípulo amado por el Señor, sino sobre todo por habernos dado con su contemplación el Jesús más íntimo, el que se revela Hijo de Dios hecho carne, venido a desvelarnos el rostro del Padre y el camino que lleva a la comunión con él. Entre los varios títulos que la tradición antigua atribuye a Juan destaca el de teólogo, porque el objetivo de sus escritos es creer en Jesús, Mesías e Hijo de Dios (cf. Jn 20,31). El símbolo del evangelista es el águila, porque, como declara un dicho rabínico, es como el único pájaro que puede mirar el sol (que para Juan es Cristo) sin quedar deslumbrado. Y su presencia en la comunidad cristiana, que en todo tiempo debe estar a la búsqueda de los signos visibles del Señor, es la de la contemplación y la comprensión penetrante de la Palabra de vida.

Son muchos los carismas en la Iglesia, todos preciosos y necesarios, como, por ejemplo, el carisma de la institución de Pedro o el de la profecía de Juan. Sólo el respeto recíproco y la búsqueda común en el compartir sincero y atento a los dones del Espíritu, permite adentrarse en el misterio. El ejemplo de la búsqueda común y de la ayuda entre hermanos de la misma fe, de que claramente nos habla el discípulo amado, lleva necesariamente a reencontrarse juntos, reunidos en el reconocimiento de los signos del Resucitado.

 

ORATIO

Señor Jesús, que revelaste los misteriosos secretos de la Palabra al discípulo amado, Juan, da también hoy a tu Iglesia una nueva inteligencia espiritual de las Escrituras.

El Espíritu Santo, a través de las palabras del concilio, nos ha recordado que «la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como el Cuerpo mismo de Cristo» y que la Palabra de Dios es «fuente pura y perenne de la vida espiritual» (DV 21). Por esto nosotros queremos iluminar cada vez más nuestra vida espiritual con tu Palabra, para aprender «la sublime ciencia de Jesucristo» (Flp 3,8). Sentimos cada vez más verdadera, sin embargo, la afirmación conciliar según la cual la Escritura «debe ser leída e interpretada con la ayuda del mismo Espíritu con que ha sido inspirada» (DV 12).

Da, Señor, a tu Iglesia pastores sabios y santos que sepan captar el sentido espiritual y profundo de tus Escrituras e introducir al pueblo entero de Dios en tu intimidad para conocer mejor tu pensamiento, las profundidades del Espíritu y como guías a tu Iglesia. Pero haznos comprender también que tantas crisis de nuestras comunidades religiosas se superan sólo con la frecuente lectura y meditación de tu Palabra «acompañadas por la oración, para que pueda brotar el coloquio entre Dios y el hombre» (DV 25), lugar donde se opera en nosotros la conversión del corazón nuevo y la apertura a la fraternidad universal.

 

CONTEMPLATIO

Señor Jesús, quien escoge amarte no queda defraudado porque nada se puede amar mejor y más provechosamente que a ti, y esta esperanza nunca decae. No hay miedo de excederse en la medida, porque en amarte a ti no está prescrita ninguna medida. No hay que temer a la muerte, que pone fin a las amistades del mundo, porque la vida no puede morir. En el amarte a ti no hay que temer ofensa alguna, porque no puede haberlas, si no se desea otra cosa que el amor. No se insinúa sospecha alguna, porque tu juzgas según el testimonio de la conciencia que ama. Ésta es la suavidad que excluye el temor.

¡Verbo devorador, ardiente de justicia, Verbo de amor, Verbo de toda perfección, Verbo de ternura. Verbo devorador a quien nada puede escapar! Verbo que compendias en tí toda la ley y los profetas. Del que tiene tal amor, dice abiertamente la Verdad estas palabras: «El que acepta mis mandatos y los cumple, este me ama» (Jn 14,21). Se debe saber también que el amor de Dios no se mide por sentimientos momentáneos, sino por la perseverancia de la voluntad. El hombre debe unir su voluntad a la de Dios, de modo que la voluntad humana consienta todo lo que dispone la voluntad divina, sin querer esto o aquello si no es porque sabe que lo quiere Dios.

Esto significa amar a Dios de modo absoluto. En efecto, la misma voluntad no es otra cosa que amor (Elredo de Rievoulx, Discurso sobre el amor de Dios).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La Palabra se hizo carne, y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del Espíritu.

Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a sentirnos los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en ti, Dios mío», definen bien este itinerario.

Sé que el hecho de estar a la constante búsqueda de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de algún modo, he encontrado ya (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).

 

Día 28

Santos Inocentes

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2

Hermanos:

5 Éste es el mensaje que oímos a Jesucristo y os anunciamos: Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna.

6 Si decimos que estamos en comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.

7 Pero si caminamos en la luz como él, que está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

9 Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda iniquidad.

10 Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

11 Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo.

12 El ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero.

 

*» La fiesta de los santos inocentes, colocada tan próxima al misterio de Navidad, pone de relieve no sólo el don del martirio, sino la gran verdad que la muerte del inocente revela: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras el amor del justo inocente, como Jesús, porta frutos de vida y de salvación.

También la Carta de Juan nos presenta el mundo dividido en dos partes: el de la luz, el mundo de Dios, y el de las tinieblas, el mundo de Satán. Quien «camina en la luz» y «practica la verdad» (w. 7-8) vive en comunión con Dios y con los hermanos y es purificado de todo pecado por la sangre de Jesús derramada en la cruz.

Quien, por el contrario, «camina en las tinieblas» y «no practica la verdad» (w. 6-8) se engaña a sí mismo, no vive en comunión con Cristo ni con los hermanos y está lejos de la salvación. Los verdaderos creyentes, en efecto, reconocen ante Dios y ante sí mismos su pecado, lo confiesan y, confiando en el Señor, «justo y fiel» (v. 9), son salvados. Los malvados, por el contrario, no reconocen sus pecados, hacen vano el sacrificio de Jesús y su Palabra de vida no puede transformarlos interiormente. En conclusión, Juan exhorta al cristiano a recurrir a Jesús como «abogado junto al Padre» (v. 1), porque es El quien expía no sólo los pecados de sus fieles, sino los de la humanidad entera. Cierto, el cristiano no debe pecar, pero en el caso de tener la experiencia del pecado, lo más importante es reconocerse pecador y, confiando en la misericordia de Aquel que puede liberarlo de su pobreza moral, restablecer inmediatamente la comunión con Dios.

 

Evangelio: Mateo 2,13-18

13 Cuando se marcharon los sabios, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

-Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

14 José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche, y partió hacia Egipto,

15 donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

16 Entonces Herodes, viéndose burlado por los sabios, se enfureció mucho y mandó matar a todos los niños de Belén y de todo su término que tuvieran menos de dos años, de acuerdo con la información que había recibido de los sabios

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías:

18 Se ha escuchado en Rama un clamor de mucho llanto y lamenteo: es Raquel que llora por sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existe

.

** El fragmento del evangelio de la infancia de Mateo narra una de las muchas pruebas de incomodidad y de sufrimiento vividas por la familia de Nazaret. Partidos los Magos, José, advertido en sueños por el ángel del Señor, lleva a María y al Niño a Egipto para escapar del odio homicida de Herodes que, -en su locura- ha decidido matar a los recién nacidos del territorio de Belén (w. 14-16). La Sagrada Familia experimenta así, integrada en una dolorosa vivencia de persecución, un período de huida de su propia tierra, de incertidumbre acerca del propio destino, de marginación y de rechazo.

El lenguaje escueto de Mateo sugiere que para esta familia no hay especiales privilegios respecto de las otras. Jesús es un Dios venido a nosotros, pero su gloria está encerrada en una apariencia de derrota. En su camino no hay sólo Magos que lo buscan, hay también un Herodes que, a la noticia de su nacimiento se turba. Jesús permanece signo de contradicción: hay quien lo busca para adorarlo y quien lo busca para matarlo.

En realidad, el relato evangélico en su contexto pone de relieve también otro tema: la vivencia humana de Jesús, ya desde su infancia, es leída sobre la falsilla de la vida de Moisés y de su pueblo. El nacimiento de Moisés y de Jesús coincide en la matanza de niños hebreos inocentes (Ex 1,8-2,10 y Mt 2,13-18); ambos van a Egipto (Ex 3,10; 4,19 y Mt 2,13-14), en ambos se cumple la Palabra: «De Egipto llamé a mi hijo» (Ex 4,22; Os 11,1 y Mt 2,15). Por último, la profecía sobre Raquel que llora a sus hijos (Jr 31,15) nos recuerda que Jesús es el Mesías buscado y rechazado, en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.

 

MEDITATIO

Para entender la vivencia humana de Jesús a través del relato bíblico es muy necesario conocer la clave de lectura del texto que se mueve en dos niveles: el de la historia y el de la fe. El escritor sagrado, sin traicionar el dato histórico, como el de la matanza de los inocentes y la huida de Jesús a Egipto, sino partiendo de estos, recompone cada uno de los hechos leyéndolos en fe y los transfigura con la luz del profundo misterio que encierran: El Niño Jesús, que se pone en manos de los hombres, no es el que huye del enemigo por miedo, es el verdadero vencedor, porque es en su libre obediencia donde nos revela el rostro del Padre y el amor gratuito con el que se nos ha entregado. Si el mundo con su pecado rechaza al Mesías, en realidad es él el derrotado, porque es Cristo quien lo juzga. Si el rechazo y la marginación son el momento de la humillación y de la debilidad de Cristo, en realidad es aquí donde comienza su triunfo con la glorificación que le devolverá el Padre.

También el cristiano puede rechazar a Cristo y ser culpable de pecado, renegando del amor de Dios, pero cree, a pesar de todo, que sus pecados no son obstáculo permanente a la comunión con Dios. El cristiano sabe que es posible transformar el alejamiento en cercanía, que toda realidad adversa puede ser superada por la acción misteriosa de Dios en Cristo, que es no sólo el verdadero intercesor junto al Padre, sino el medio extraordinario de expiación por los pecados de todos los hombres.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú eres el único intercesor que puede defender nuestra causa junto al Padre, cada vez que hacemos la experiencia negativa del pecado y del alejamiento de ti. Muchas veces la humanidad ha quebrantado tu alianza y otras tantas tú la has reanudado sin cansarte jamás, manifestándote rico en perdón y en bondad. No dejes de ser nuestro defensor, a pesar de las muchas matanzas de inocentes que se repiten en todo tiempo sobre nuestro planeta, los innumerables pecados de escándalo que hieren a nuestra juventud y desconciertan a nuestros ancianos y a tantas personas sencillas, los sufrimientos de todo género que se infligen a muchos inocentes por la voracidad de otros tantos Herodes de hoy que buscan sólo el poder, el éxito y la posesión de bienes materiales.

Señor, tú que has sufrido la marginación, el rechazo y la incomodidad de la falta de un domicilio, haz que todos estos males no se repitan más entre nosotros, que toda la humanidad pueda encontrar en ti, y por medio de tu ejemplo de vida, el sentido de la hermandad y de la unidad. Ciertamente es obra tuya la unión de los dispersados, la justicia absoluta y la concordia, la paz mesiánica que tú has predicado, pero también nosotros queremos colaborar a la construcción de un mundo más justo y fraterno, donde los lazos del egoísmo se rompan, donde todo pacifismo aparente sea superado y toda falsa justicia quebrantada. Señor Jesús, que nuestra vida cristiana nos haga capaces de edificar la nueva familia humana, basada en el amor al otro.

 

CONTEMPLATIO

Con la persecución de los santos el cruel tirano es burlado, porque, mientras cree perder a aquellos que mata, les procura un estado de vida mejor. Ellos transforman en beneficio lo que él trama para su perdición: a través de un daño momentáneo, adquieren por vía rápida la ganancia de la vida eterna. Así estos párvulos se convierten en un instante en mártires. La fiesta de Navidad termina con el coro de ángeles jubilosos en lo alto, pero la alabanza fue perfecta en la boca de los niños y de los lactantes aquí abajo. Las trompetas de su victoria resuenan hasta los cielos. Se transformó en gloria el vagido de los bebés y su luto en júbilo; el ejército de los inocentes no sigue a la estrella, sino al Cordero y lleva la solemne bandera de su gloriosísimo triunfo.

Abiertos sus párpados, contemplaron la Luz y obtuvieron instantáneamente la bienaventuranza prometida a los pacíficos y a los limpios de corazón. Estos, pues, transportados de la cuna al cielo, se han convertido en senadores y jueces del Capitolio celestial. Ellos presencian las decisiones divinas, de misericordia o de castigo, pero más a menudo siguen al Cordero a dondequiera que vaya, con mansedumbre más que con desdén o severidad (Ernaldo di Buonavalle, / misten principali di Cristo, III: La uccisione degli innocenti).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La sangre de Jesús nos purifica de todo pecado» (1 Jn 1,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Independientemente de los beneficios que de ello derivan para nosotros, es justo y es un deber celebrar así la muerte de los santos inocentes porque Fue una muerte bendita. Acercarse a Cristo, sufrir por El es ciertamente un privilegio indescriptible -sufrir de algún modo, incluso desconociéndolo-. Los niños que Él cogió en brazos no eran conscientes de su afectuosa benevolencia, pero su bendición ¿no fue quizás un privilegio? Cierto que esta masacre contenía en sí la naturaleza de un sacramento; era prenda del amor del Hijo de Dios hacia los interesados. Cuantos se acercaron a El sufrieron en mayor o menor grado por habérsele aproximado, justamente como si el sufrimiento y la tribulación terrena emanaran de Él, como un precioso beneficio para el bien de sus almas - y en este número están incluidos estos niños-. Cierto que su misma presencia era un sacramento. Cada uno de sus movimientos, cada una de sus miradas y cada una de sus palabras llevaban la gracia a quien estaba dispuesto a recibirla y todavía más: el hecho de ser sus compañeros. En consecuencia, en los tiempos antiguos, estos bárbaros homicidios o el martirio eran considerados como una especie de bautismo, un bautismo de sangre, que contenía en sí una fuerza sacramental que sustituía la fuente bautismal para la regeneración. Consideremos a estos pequeños como si, en cierto sentido, fuesen mártires y veamos qué enseñanza podemos sacar del ejemplo de su inocencia (J. H. Newmann, Holy Innocents. The Mind of Uttle Children, PPS, II, 62).

 

Día 29

Viernes. Día V dentro de la Octava de Navidad o

Santo Tomás Becket

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,3-11

3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos.

4 El que dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en Él.

5 En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su palabra. Ésta es la prueba de que estamos en Él,

6 pues el que dice que permanece en Él, tiene que vivir como vivió Él.

7 Queridos, el mandamiento acerca del que os escribo no es nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis.

8 Sin embargo, el mandamiento acerca del que os escribo -que se realiza en Él y en vosotros- es nuevo, en el sentido de que las tinieblas pasan y ya brilla la luz verdadera.

9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, todavía está en las tinieblas.

10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar.

11  Sin embargo, el que odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

 

**• ¿Cuál es el camino para conocer a Dios y morar en él? El Apóstol, después de haber presentado el criterio negativo de la comunión (1,5-2,2: «No pecar»), expone el positivo, que consiste en la observancia de los mandamientos y, entre estos, el del amor a Dios (w. 3-6) y a los hermanos (w. 8-11). Para el cristianismo, pues, el conocimiento de Dios comporta exigencias de vida que han de ser observadas. Por el contrario, la filosofía religiosa popular del tiempo, llamada "gnosis", sostenía que la salvación del hombre se obtiene a través del conocimiento de Dios, única cosa que permite alcanzar el verdadero objetivo de la vida humana, esto es, la liberación del mundo visible. En oposición a esta doctrina, que excluía el pecado y la existencia de toda moral, Juan afirma que el auténtico conocimiento de Dios debe estar avalado por la observancia de sus mandamientos. Porque, el que cumple «su palabra» (v. 5) experimenta el amor de Dios y mora en Él, porque vive como ha vivido Jesús y tiene dentro de sí una realidad interior que lo impulsa a imitar a Cristo, cuyo ejemplo de vida ha sido justamente el amor (v. 6), cf. Jn 13,15.34; 15,10).

Este mandamiento del amor, además, es nuevo y antiguo al mismo tiempo: «nuevo», porque ha sido la enseñanza recibida desde el principio del anuncio cristiano. Entonces, el auténtico criterio de discernimiento del espíritu de Dios reside en la práctica del amor fraterno, porque no se puede estar en la luz de Dios y después odiar al propio hermano. Para el Apóstol el que ama vive en la luz, el que odia vive en las tinieblas.

 

Evangelio: Lucas 2,22-35

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos has visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

-Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

 

**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm

6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).

María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).

 

MEDITATIO

Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad.

El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (cf. Le 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo.

Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.

 

ORATIO

Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el mundo considera grandes y poderosos.

Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva.

 

CONTEMPLATIO

Seguro que cada uno de nosotros ha experimentado ya la dicha de la Navidad. Pero el cielo y la tierra aún no se han convertido en una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que todavía hoy continúa brillando en una noche oscura (...). ¿Dónde está el júbilo de los ejércitos celestes, dónde la felicidad callada de la santa noche? ¿Dónde está la paz en la tierra? (...).

Contra la luz que baja de los cielos resalta, más siniestra y más negra, la noche del pecado. El Niño en el pesebre tiende sus manitas y parece querer decirnos ya con su sonrisa las palabras que brotarán un día de sus labios de adulto: «Venid a mi todos los agobiados y oprimidos» (...). Jesús pronuncia su «Sígueme» y quien no está con él está contra él. Lo pronuncia también para nosotros y nos sitúa ante la opción entre la luz y las tinieblas (...). Si ponemos nuestras manos entre las del Niño divino y respondemos a su «Sígueme» con un «sí», entonces somos suyos y está libre el camino para que su vida divina pueda derramarse sobre nosotros. Éste es el inicio de la vida divina en nosotros. Vida que no es aún contemplación beatífica de Dios en la luz de la gloria; es todavía oscuridad de la fe, pero ciertamente no es de este mundo y es ya una existencia en el reino de Dios (E. Stein, Il mistero del nótale, Brescia 41998, 25-30 passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama a su hermano vive en la luz» (1 Jn 1,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No dudes en amar, y ama profundamente. Podrías tener miedo del dolor que puede causar un amor profundo. Cuando aquellos a quienes amas profundamente te rechazan, te abandonan o mueren, tu corazón se rompe. Pero esto no debe impedirte amar profundamente.

El dolor que emana de un amor profundo hará tu amor todavía más fecundo. Es como el arado que deshace los terrones para permitir que la semilla arraigue y crezca como planta fuerte. Cada vez que experimentas el dolor del rechazo, de la ausencia o de la muerte, te encuentras frente a una elección nueva. Puedes convertirte en presa de la amargura y decidir no amar más, o puedes permanecer erguido en tu dolor y dejar que el suelo en el que estás se haga más rico y más capaz de dar vida a nuevas semillas.

Cuanto más has amado y aceptado sufrir a causa de tu amor, tanto más permitirás que tu corazón crezca y se haga más profundo. Cuando tu amor es auténtico dar y auténtico recibir, aquellos que amas no abandonarán tu corazón ni siquiera cuando se alejen. Se harán parte de tu yo, construyendo así gradualmente una comunidad dentro de ti.

Aquellos a quienes has amado profundamente se hacen parte de ti. Cuanto más vivas, más serán las personas que amarás y que se harán parte de tu comunidad interior. Mayor será tu comunidad interior y más fácilmente reconocerás hermanos y hermanas en los extraños que se te acerquen. Los que viven dentro de ti reconocerán a los vivos en torno a ti. De este modo el dolor del rechazo, de la ausencia y de la muerte podrá resultar fecundo. Sí, si amas  profundamente, la tierra de tu corazón estará cada vez más desmenuzada, pero te alegrarás por la abundancia de frutos que te reportará (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

Día 30

Sábado. Día VI dentro de la Octava de Navidad

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,12-17

12 Os escribo a vosotros, hijos, porque os han sido perdonados vuestros pecados por el poder de su nombre.

13 Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.

14 Os escribo a vosotros, hijos, porque habéis conocido al Padre. Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.

15 No améis al mundo ni lo que hay en Él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en Él.

16 Porque todo lo que hay en el mundo -los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana- no viene del Padre, sino del mundo.

17 El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

 

**• ¿Cómo vivir el amor hacia el Padre? El texto es una exhortación afectuosa a la comunidad cristiana para que sea coherente con el plan de salvación y con las opciones hechas respecto a Dios y al mundo.

El Apóstol, dirigiéndose a los hijos en general, los invita a reflexionar sobre su situación actual de salvación cristiana en la que viven, porque han obtenido el perdón de sus pecados (v. 12) y han conocido al Padre (v. 14a). Escribiendo a los padres les recuerda que han conocido a Jesús, «el que es desde el principio» (w. 13a. 14b; cf. 1,1; Jn 1,1) a través de su Palabra, por lo que se les exige una fe madura para no dejarse seducir por el mundo. A los jóvenes les recuerda que se han adherido a Jesús y han vencido al mal (v. 13b) y que su fuerza espiritual, reforzada por la Palabra de Dios los excluye de los compromisos con los fáciles atractivos del mundo (v. 14c). Este proyecto de vida espiritual se resume en la práctica en una vida apartada de la lógica del mundo, entendido este como reino del mal que se opone a Dios. Dios y el mundo son dos realidades opuestas. Del mundo, enemigo de Dios, Juan menciona algunos aspectos que pertenecen a la transitoriedad: «Los apetitos desordenados» es decir, las malas tendencias que viven en el hombre viejo e inclinado al pecado; «la codicia de los ojos», esto es, los deseos que pueden venir a través de los ojos, como el ansia de los bienes terrenos; «el afán de grandeza humana», es decir, el orgullo basado en la concepción materialista de la vida (w. 15-16).

Esta separación del mundo tiene su razón de ser: el cristiano vive en el mundo, pero sabe que Dios permanece mientras el mundo pasa (v. 17; cf. 1 Cor 7,31).

 

Evangelio: Lucas 2,36-40

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.

 

**• El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).

Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38)

Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.

 

MEDITATIO

La vocación cristiana es compromiso de vivir en el mundo al servicio del hombre, para dar testimonio de Cristo y llevar a los hermanos su mensaje de salvación, pero sin confundirse con el mundo, sin aceptar sus compromisos y sus modelos de comportamiento, negación del espíritu de humildad, de pobreza, de caridad que debe animar la vida del creyente. Sólo el corazón que se vacía del mundo, de sus propuestas de vida transitoria y del afán de poseer sus bienes efímeros, puede ser colmado por el amor del Padre (1 Jn 2,15).

El discípulo de Jesús, confirma el Apóstol, no será nunca aceptado por el mundo, y el rechazo que las fuerzas del mal alimentan contra los creyentes es consecuencia lógica de una opción de vida: ellos no pertenecen al mundo y el mundo no puede aceptar a quien se opone a sus criterios. Los creyentes, con motivo de su opción de vida hecha a favor de Cristo, son considerados extraños o enemigos. Su existencia es una continua acusación de las obras perversas del mundo y un reproche elocuente al malvado. Por esto el hombre de fe es odiado y rechazado. El mundo rechaza a los discípulos porque no son de los suyos, y él no ama sino lo que es suyo, lo que no turba su paz, no desenmascara su altanería y no lo somete a acusación por su conformismo.

Pero, si para quien sigue la lógica del amor, Cristo es signo de contradicción, es verdad, sin embargo, que tanta oposición llega a ser criterio de autenticidad y de firmeza para los discípulos de Cristo.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú escogiste la opción de vivir con nosotros la experiencia humana en el seno de una familia sin apariencias, ni prestigio, ni riqueza; has querido que tu infancia como la de todo niño estuviese marcada por la debilidad y por el crecimiento normal antes de conocer nuestro mundo y la misma vida de los hombres; has querido experimentar la fatiga del trabajo cotidiano para tener un pan sobre tu mesa; has vivido tu preparación a la vida pública en el ocultamiento y la reflexión silenciosa para poder contrastar el orgullo del mundo que se opone al Padre.

Queremos pedirte nos concedas la gracia de saber aceptar nuestras debilidades humanas y nuestra pobreza espiritual, sin renunciar, sin embargo, a la búsqueda permanente de tu sabiduría y de tu Palabra. No queremos confundirnos con la parte del mundo que te rechaza o te persigue, aunque sabemos que esto exigirá de nosotros no pactar con compromisos, incluso al precio del sufrimiento y la persecución. «La Iglesia no se debilita por las persecuciones, al contrario, sale de ellas reforzada», escribía san León Magno. «La Iglesia es el campo del Señor que se viste de mies abundante siempre rica porque los granos que caen uno a uno renacen multiplicados». Sabemos que la suerte de los discípulos, en el fondo, es idéntica a la tuya. Pero sabemos también que la ceguera y la falta de fe al proyecto del Padre son la verdadera causa de esta oposición del mundo. Señor, no nos dejes caer en la tibieza y en la superficialidad de la fe, sino haznos fuertes con tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor.

El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien. A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo (...).

El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje. Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor (Imitación de Cristo, III, V, 3-6).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn2,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ser hijo de Dios no te hace libre de las tentaciones. Podrás tener momentos en que te sientas tan bendecido por Dios, tan en Dios, tan amado, como para olvidar que vives aún en un mundo de potencias y de principados. Pero tu inocencia de hijo de Dios tiene necesidad de ser protegida. De otro modo serás fácilmente catapultado fuera de tu verdadero yo y experimentarás la fuerza devastadora de las tinieblas que te rodean.

Este salir de ti mismo puede sobrevenirte como una gran sorpresa. Antes que seas plenamente consciente podrás encontrarte derrotado por la concupiscencia, por la ira, por el resentimiento o por la avidez. Un cuadro, una persona, un gesto, pueden desencadenar estas emociones fuertes y destructivas y seducir tu yo ¡nocente.

Como hijo de Dios, debes ser prudente. No puedes andar sencillamente por el mundo como si nada o nadie pudiese hacerte daño. Continúas siendo extremadamente vulnerable: La mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por las potencias del mal.

Los hijos de Dios necesitan apoyo, protección, ayudarse unos a otros cercanos al corazón de Dios. Tú perteneces a una minoría en un mundo grande y hostil. Haciéndote más consciente de tu verdadera identidad de hijo de Dios, distinguirás también más claramente las muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las realidades espirituales son un falso sustituto de las cosas reales de la vida (...).

No te fíes de tus pensamientos ni de tus sentimientos cuando te encuentras fuera de ti mismo. Vuelve rápidamente a tu centro verdadero y no prestes atención a lo que te ha llevado a engaño. Gradualmente llegarás a estar mejor preparado para estas tentaciones y ellas tendrán cada vez menos poder sobre ti. Protege tu inocencia ateniéndote a la verdad: eres hijo de Dios y eres profundamente amado (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

Día 31

 

Sagrada Familia Ciclo A

  

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14

2 Porque el Señor da más honor al padre que a los hijos, y confirma el derecho de la madre sobre ellos.

3 El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados,

4 el que respeta a su madre amontona tesoros.

5 El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos, y cuando ore será escuchado.

6 El que respeta a su padre tendrá una larga vida, quien obedece al Señor complace a su madre

12 Hijo, sé el apoyo de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes disgustos.

13 Aunque se debilite su mente, sé indulgente con él, no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor.

14 La ayuda prestada al padre no quedará en el olvido, te servirá de reparación por tus pecados.

 

*•• Este fragmento del Eclesiástico es sapiencial y presenta una escena llena de fe y de simple humanidad acerca de las relaciones familiares, camino seguro también a la observancia del amor a Dios. El mensaje es una invitación a los hijos adultos para que amen de corazón a sus padres ancianos con un comportamiento verdaderamente filial. El pasaje, además, comenta el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12), precepto bastante practicado en el judaísmo antiguo (cf. Prov 19,26; Rut 1,16- 17; Tob 4,3-4). El texto, pues, pone de relieve la estrecha relación entre el honrar a Dios y el honrar a los padres: respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios; no apiadarse de ellos y abandonarlos en el momento de la prueba es despreciar al Señor (w. 6.14).

El honor que el hijo debe a sus padres contiene toda una gama de actitudes y de sensibilidad, que se traduce no sólo en respeto, sino en la ayuda concreta, en las muestras de afecto, obediencia, estima y atención, porque todo esto es hacer la voluntad de Dios. Otro aspecto, sin embargo, considera también el texto: la práctica de tal mandamiento es fuente de recompensa y acarrea dones extraordinarios del Señor, como una vida larga (v. 69), la remisión de los pecados (w. 3.14), la alegría y la satisfacción de parte de los propios hijos (v. 5a), ser escuchados en la oración (v. 5 b), y la seguridad de la acogida en el futuro por parte de Dios.

 

Segunda lectura: Colosenses 3,12-21

Hermanos:

12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.

13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.

14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.

15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y ser agradecidos.

16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados.

17 Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

18 Esposas, respetad a vuestros maridos, como corresponde a cristianas. 19 Maridos, amad a vuestras esposas y no seáis duros con ellas.

20 Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues es lo que agrada ver entre cristianos.

21 Padres, no irritéis a vuestros hijos, no sea que se desalienten.

 

**• Estamos ante un código familiar que san Pablo presenta a la comunidad cristiana de Colosas para responder a problemas concretos de la vida cotidiana (cf. Ef 5,22-6,9; Tit 2,1-10; 1 Pe 3,1-7).

El Apóstol, después de haber enumerado los vicios del hombre viejo, presenta las virtudes que deben adornar la vida de los creyentes «elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor» (v. 12), como la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la comprensión y el perdón (w. 12-13); pero, entre estas, el principal medio de unión es la caridad «que es el vínculo de la perfección» (v. 14), es decir, el amor de la comunidad a Dios y a los hermanos (cf. Mt 18,21-35; Rom 12; Ef 5,19-33).

Para vivir este proyecto evangélico es necesario, sin embargo, construir la comunidad cristiana en torno a la eucaristía y a la Palabra de Dios (v. 16). Después Pablo recomienda a las esposas que respeten a sus maridos «como corresponde a cristianas» (v. 18), a los maridos amar a sus mujeres y no exasperar a sus hijos, a los hijos obedecer a los padres porque «eso agrada al Señor» (v. 20). Por estas exhortaciones se puede constatar que el Apóstol permanece ligado a las leyes de su tiempo, pero por otra parte las supera perfeccionándolas con un criterio evangélico nuevo: hacedlo todo «en el Señor» (w. 18-20).

Así pues, los valores familiares fundamentales, como la obediencia, el respeto, el amor en el núcleo familiar y la educación de los hijos, son salvaguardados, pero se releen a la luz de un constante punto de referencia: el modo de vida del Señor, libre y obediente al Padre. Jesús es el verdadero lazo de unión de toda familia cristiana.

 

Evangelio: Lucas 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos has visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.

 

**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).

María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).

El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).

Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38).

Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.

 

MEDITATIO

Uno de los temas más candentes de la sociedad actual es el de la familia, en el que emergen problemas y dificultades considerables, debidos a la falta de valores y de ideales, unidos, por ejemplo, al materialismo y al hedonismo de la vida, a la permisividad de los responsables en campos educativo y moral, y a la carencia de auténticos guías y formadores en este sector. También la Iglesia siente vivo el problema y se interroga acerca del designio que Dios tiene sobre la familia, animando a todos a vivir según el evangelio en el respeto de las culturas y empeñándose en aliviar las condiciones de pobreza y necesidad de muchos núcleos familiares, a ejemplo de la familia de Nazaret plenamente inserta en la vivencia humana y especialmente en la vida de los pobres y de los que sufren.

La experiencia actual de la familia cristiana presenta, también ella, notables problemas, porque no todo es pacífico o está resuelto, más bien se ven a menudo familias que portan cruces de distinto género y, a veces, pesadas: las de los exiliados de su propia tierra, las divididas por disensiones familiares o por motivos de trabajo, las que han perdido algún miembro por el empeño puesto en defensa de los derechos humanos y de la promoción humana, las laceradas por la inmigración, las que viven socialmente desahuciadas, incomprendidas, marginadas o en ambientes indignos y depravados que devalúan la condición humana.

La sagrada familia no era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fuerza, serenidad y paz interior. Jesús es el lazo de unión de toda familia cristiana.

 

ORATIO

Señor Dios, nuestro mundo y también nuestra Iglesia tienen necesidad de reencontrar la unidad y la armonía en muchas familias a ejemplo de la santa familia de Nazaret, para que la paz de Dios se manifieste en ellas, superando discordias, rupturas, incomprensiones y dificultades de todo tipo. Especialmente los padres y los educadores de jóvenes, hoy, sienten vivo, lleno de responsabilidad y pesado su deber educativo en el crecimiento, en la formación y maduración de las nuevas generaciones que, a menudo, les hace experimentar un sentimiento de incapacidad e impotencia, los desanima y los mortifica frente a las dificultades y problemas siempre nuevos que asoman al horizonte de la sociedad.

Te rogamos que las familias cristianas no se cierren en sí mismas, en su aislamiento egoísta o en su orgullo herido, sino que todas estén abiertas al interés por los problemas de todos, sean animosas en ofrecer su colaboración para resolverlos en sentido evangélico. Que todas las familias tengan el espacio vital necesario para vivir en una casa, tengan una mesa donde no falte el pan y, sobre todo, la alegría de la comunión entre padres e hijos y la esperanza en un futuro mejor que nace de la fe. Señor y Padre de todos los hombres, el apóstol Pablo ha enseñado a los cristianos a vivir la vida familiar «en el Señor»: nosotros te pedimos que la persona de Jesús sea el hilo de oro que una toda nuestra familia cristiana.

 

CONTEMPLATIO

La casa de Nazaret es la escuela donde se ha empezado a conocer la vida de Jesús, esto es, la escuela del evangelio. Aquí se aprende a observar, a escuchar, a meditar a penetrar el significado tan profundo y tan misterioso de esta manifestación del Hijo de Dios, tan simple, humilde y bella. Quizás también aprendamos, casi sin percatarnos, a imitar.

Aquí comprendemos el modo de vivir en familia. Nazaret nos recuerda lo que es la familia, qué cosa es la comunión de amor, su belleza austera y simple, su carácter sagrado e inviolable. Nos haga percibir como dulce e insustituible la educación en familia, nos enseñe su función natural en el orden social. Aprendamos también las lecciones sobre trabajo. ¡Oh Casa de Nazaret, casa del Hijo del Carpintero! Aquí, sobre todo, deseamos comprender y celebrar la ley, severa cierto, pero redentora de la fatiga humana; aquí deseamos comprender y ennoblecer la dignidad del trabajo de modo que sea entendida por todos (Pablo VI, Discurso de Nazaret, 5 de enero de 1964).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Tomó consigo al Niño y a su Madre» (Mt 2,14)

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La familia de Nazaret, en cuanto realidad humana asumida y renovada por la encarnación del Verbo, se transforma no sólo en un lugar donde se hace presente de modo único y especial el misterio de la Trinidad, sino también en un símbolo, en la representación más perfecta, en un icono, que hace presente, vivos y operantes el amor y la fecundidad de Dios.

Jesús, María, José, la santa familia de Nazaret, son el centro del designio salvífico de Dios, el centro de la Nueva Alianza. Pertenecen a la plenitud de los tiempos. En esta familia de Jesús, donde se refleja admirablemente la vida de comunión, de amor de la Trinidad divina, los hombres reanudan el diálogo primitivo con Dios, retoman la armonía conyugal y familiar y de hermandad.

En la familia Dei y en la ecclesia Dei que es la sagrada familia de Nazaret, primera y perfecta comunidad de la Nueva Alianza, se está ante el Padre, unidos a Jesús y penetrados del Espíritu Santo y se vive, se celebra y se anuncia el evangelio de la familia (J. M. Blanquet, La Sagrada Familia ¡cono de la Trinidad, Barcelona 1996, 713).