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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-
Lunes de la 13ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 18,16-33 Los huéspedes de Abrahán 16 se levantaron y partieron de allí en dirección a Sodoma. Abrahán fue con ellos para despedirlos. 17 El Señor se decía: «¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? 18 Él se convertirá en un pueblo grande y fuerte, y por él serán bendecidas todas las naciones de la tierra, 19 porque le he escogido para que enseñe a sus hijos y a su familia a mantenerse en el camino del Señor, haciendo lo que es justo y recto; para que, de este modo, el Señor cumpla con Abrahán todo lo que le ha prometido». 20 Entonces el Señor dijo a Abrahán: -El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande y su pecado tan horroroso 21 que voy a bajar a ver si realmente sus acciones corresponden al clamor que contra ellas llega hasta mí; lo voy a saber. 22 Partieron de allí los hombres y se encaminaron hacia Sodoma. Abrahán seguía en presencia del Señor. 23 Entonces Abrahán se acercó al Señor y le dijo: -¿Vas a hacer que perezca el justo con el pecador? 24 Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a hacer que perezcan? ¿No perdonarás más bien a la ciudad por los cincuenta justos que hay en ella? 25 ¡Lejos de ti hacer tal cosa! ¡Hacer que mueran justos por pecadores y que el justo y el pecador tengan la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿No va a hacer justicia el juez de toda la tierra? 26 El Señor respondió: -Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré por ellos a toda la ciudad. 27 Replicó Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. 28 A lo mejor faltan cinco a los cincuenta justos, ¿destruirás por esos cinco toda la ciudad? Respondió: -No, no la destruiré si encuentro cuarenta y cinco justos. 29 Abrahán continuó todavía: -Quizá no sean más que cuarenta. -Bien, no lo haré en atención a esos cuarenta. 30 Dijo Abrahán: -No se irrite mi Señor si sigo hablando. Quizá sean solamente treinta. El Señor respondió: -No lo haré si encuentro treinta. 31 Dijo Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor. Quizá no sean más que veinte. -Bien, no la destruiré por consideración a los veinte. 32 Abrahán volvió a decir: -No se irrite mi Señor. Voy a hablar por última vez. Quizá no sean más que diez. Y respondió el Señor: -Por consideración a esos diez no la destruiría. 33 En cuanto terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue y Abrahán volvió a su tienda.
*+• En esta página bíblica, en el contexto de una reflexión teológica precisa, se presenta a Abrahán, el «amigo de Dios», elegido para ser una gran nación, como el gran intercesor. En efecto, Abrahán aparece como «padre de la justicia y del derecho», realidades que son el alma de la vida de alianza con YHWH. El narrador indica el verdadero objeto del relato en el soliloquio de Dios. En efecto, a Abrahán y a su descendencia debe quedarles claro el sentido de la intervención punitiva de Dios contra Sodoma, de modo que quede a salvo la justicia divina. El «caso» de las ciudades corruptas constituye un ejemplo óptimo para tratar el tema de la salvación de los justos y del castigo de los malvados, así como para hablar del papel de alguien que intercede. En primer lugar (v. 20), se presenta con un lenguaje técnico «el clamor», o mejor la querella, que asciende de Sodoma. Por ahora no se ha dicho de qué se trata. En el capítulo 19 comprenderemos que el pecado consiste en una gravísima falta de hospitalidad. Inmediatamente después vuelven a escena los tres personajes del relato precedente, cuyas funciones se aclaran. Dos de ellos se dirigen hacia Sodoma, mientras que «Dios seguía en presencia de Abrahán», como decía el texto original, corregido por los escribas para evitar una falta de respeto hacia el Señor. La viveza del relato refleja el gusto, absolutamente oriental, por la negociación. Abrahán aparece aquí como un poderoso intercesor, audaz y apasionado en el arte de ingeniárselas para hacer salvar a los justos apoyándose en el hecho de que «el juez de la tierra» no puede dejar de practicar la justicia. Dios estaría dispuesto a perdonar a la ciudad en consideración a unos pocos inocentes: bastaría con diez para ello. Aquí se detiene Abrahán, el perfecto intercesor del Antiguo Testamento. Todavía no ha aparecido el único Justo -prefigurado en el Siervo del Segundo Isaías (cf. Is 53)-, que estará en condiciones de ofrecer, con su propia vida y su propia muerte, el sacrificio perfecto: Jesús, «siempre vivo para interceder en favor de nosotros» (Heb 7,21).
Evangelio: Mateo 8,18-22 En aquel tiempo, 18 viendo Jesús que le rodeaba una multitud de gente, mandó que le llevaran a la otra orilla. 19 Se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: -Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. 20 Jesús le dijo: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. 21 Otro de sus discípulos le dijo: -Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre. 22 Jesús le dijo: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
*»• Jesús mandó a los discípulos que pasaran a la otra orilla del mar. Siguen, a continuación, dos dichos que tienen como tema el seguimiento de Jesús y muestran dos aspectos diferentes del mismo: la dificultad y la urgencia. En el primer caso aparece un maestro de la Ley que quiere seguir a Jesús como si se tratara de un maestro a cuya escuela deseara asistir. Es él quien toma la iniciativa; la respuesta que recibe es absolutamente descorazonadora. Así es: quien se pone a seguir a Jesús carecerá de toda seguridad, porque él -del mismo modo que los animales acorralados o cazados- no tiene dónde refugiarse: está solo y no tiene dónde guarecerse. En el v. 20 podría haber una alusión a Si 36,24ss, a saber: a la condición del hombre soltero; en efecto, la madriguera o el nido serían el hogar que le falta al hombre que no tiene mujer. Jesús no anima, por consiguiente, a quienes quieren seguirle como a uno de tantos rabinos para convertirse a su vez en maestros. «Sígueme», le dice, en cambio, a un discípulo. Lo que para el maestro de la Ley es Dios y su ley, para el discípulo es Jesús y su camino: el único tesoro, el único afecto al que no se puede anteponer nada en absoluto. Por eso no permite Jesús ninguna duda y su palabra expresa una urgencia extrema que, aun a riesgo de contravenir la obligación de honrar a su padre, propia de todo hijo varón, muestra que es preciso preocuparse más de no estar «muertos» que de dar sepultura a los muertos. En efecto, los que no entran en el Reino están muertos, y el seguimiento de Jesús es la puerta de acceso al Reino, porque Jesús, sólo él, es el Kyrios, el Señor de todos.
MEDITATIO Vivimos en una época marcada por una especie de delirio de omnipotencia. El hombre parece no ponerse límites a la voluntad de gozar, pero se encuentra mudo y desorientado cada vez que tropieza con acontecimientos -como la muerte- que le hacen tocar con la mano su extrema impotencia, y a los que no puede dar un sentido fuera de una perspectiva de fe. Sin embargo, el hombre está llamado, verdaderamente, a poseer una grandeza inesperada, aunque sólo si acepta ser criatura y adherirse a un designio que no es suyo. «Ya no os llamo siervos... sino que os llamo amigos»: eso es lo que dice Jesús (cf. Jn 15,12-17). En el pasaje del Génesis propuesto a nuestra meditación encontramos a Dios que se pregunta: «¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?». Él, Dios, en efecto, es quien ha elegido a Abrahán, se ha unido a él, y esto le da a su amigo un gran poder sobre el corazón divino, un poder de intercesión que Dios mismo suscita, porque quiere ser rogado, suplicado, para poder manifestar su suma justicia, que es misericordia. Abrahán se detiene, en el relato, en diez justos: será preciso esperar aún la llegada del único Justo, que, cargando con la culpa de todos, salvará no sólo a las ciudades corruptas, sino a toda la humanidad, lavándola en su sangre. Entonces Dios seguirá estando, aún más, con nosotros y escogerá a amigos para asociarlos a su misión de Salvador. Con todo, la iniciativa de esa elección seguirá siendo siempre suya y sólo suya: «No me habéis elegido vosotros, sino que yo os elegí». Dios es Dios, y nuestra verdadera libertad consiste en conseguir pronunciar un «sí» de asentimiento pleno y amoroso a su elección. Jesús no puede ser seguido más que por amor a él. Todas las otras motivaciones desaparecerán un día u otro: entonces nos encontraremos con nuestros sueños rotos. Podremos ser sus amigos y convertirnos en intercesores sólo cuando nos hayamos adherido a su persona no por las ventajas que esto pueda acarrearnos, sino sólo por dejarnos conducir por su camino de peregrino que no tiene dónde reclinar la cabeza. Esa llamada -cuando es verdadera tiene una urgencia y un valor que la hacen ineludible. Entonces y sólo entonces tomará cuerpo esa inesperada grandeza que consiste en ser amigos de Dios, de un Dios poderoso que se ha hecho débil para solicitar nuestro amor.
ORATIO Señor, también nosotros, como los grandes orantes del Antiguo Testamento, nos quedamos sorprendidos ante el misterio de tu grandeza y, aún más, ante el don de tu benevolencia. Los cielos de los cielos no pueden contenerte y, sin embargo, tú, que al venir a la tierra elegiste una vida de pobreza y de abandono, te presentas cada día como alimento para nuestra hambre de amor y de vida. Colma nuestro corazón de un infinito agradecimiento que nos convierta, en medio de los hermanos, en alegres testigos de tu amistad con los hombres. Conviértenos también en audaces intercesores, para que a nadie le falte la alegría de saberse pensado, elegido y amado desde toda la eternidad. Amén.
CONTEMPLATIO Oración, según su condición y naturaleza, es unión del hombre con Dios; mas, según sus efectos y operaciones, oración es guarda del mundo, reconciliación de Dios, madre y hija de las lágrimas, perdón de los pecados, puente para pasar las tentaciones, muro contra las tribulaciones, victoria de las batallas, obra de ángeles, mantenimiento de las sustancias incorpóreas, gusto de la alegría advenidera, obra que no se acaba, mineral de virtudes, procuradora de las gracias, aprovechamiento invisible, mantenimiento del ánimo, lumbre del entendimiento, cuchillo de la desesperación, argumento de la fe, destierro de la tristeza de los monjes, tesoro de los solitarios, disminución de la ira, espejo del aprovechamiento, indicio de la medida de las virtudes, declaración de nuestro estado, revelación de las cosas advenideras y significación de la clemencia divina a los que perseveran llorando en ella. Todo esto se dice ser la oración. Sea todo el hilo de la oración sencillo, sin multiplicación y elegancia de muchas palabras, pues con sola una se reconciliaron con Dios el publicano del evangelio y el hijo pródigo. Uno es el estado de los que oran, pero en él hay mucha variedad y diferencia de oraciones. Porque unos hay que asisten delante de Dios como delante de un amigo y señor familiar, ofreciéndole oraciones y alabanzas no tanto por su propia salud cuanto por la de otros, como hacia Moysen. Otros hay que le piden mayores riquezas y mayor gloria y confianza. Otros piden instantemente ser del todo librados del enemigo. Algunos hay que piden honras y dignidades; otros, perfecta paga de sus deudas. Ante todas las cosas pongamos en el primer lugar de nuestra oración, que es la entrada de ella, un sincero hacimiento de gracias; y en el segundo lugar suceda la confesión y contrición, que salga del íntimo afecto de nuestro corazón; y después de estas dos cosas signifiquemos nuestras necesidades a nuestro Rey, y hagámosle nuestras peticiones. No uses de palabras adornadas y elegantes en la oración, porque muchas veces las palabras de los niños pura y simplemente dichas, y casi tartamudeando, bastaron para aplacar a su Padre, que está en los cielos. No trabajes por hablar demasiadas palabras en la oración, porque no se distraiga tu espíritu, inquiriendo y buscando muchas cosas que decir. Suele el Señor encender más en amor a los hombres agradecidos, oyendo más presto su oración [...]. No digas, después de haber estado en oración, que no aprovechaste nada, porque ya aprovechaste en estar allí. Porque ¿qué cosa puede ser más alta que allegarse al Señor y perseverar con él en esta unidad? (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de Fray Luis de Granada, XXVIII, passim, versión electrónica).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor» (Sal 102,8). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Llevamos a la oración la totalidad de nuestra vida. Y nosotros somos seres-en-relación con los otros hombres: los otros forman parte de nosotros. Por consiguiente, en la oración nos sentimos confirmados también en la fraternidad. ¿Qué quiere decir, en efecto, interceder? Etimológicamente, intercederé significa «dar un paso entre», «interponerse» entre dos partes. En particular, es dar un paso hacia alguien en favor de otro. Parafraseando el Sal 85,11, podríamos decir que en la intercesión «se encuentran la fe y el amor», «se abrazan la fe en Dios y el amor por el hombre». Este caminar entre Dios y el hombre, apretados entre la obediencia a la voluntad de Dios y la misericordia por el hombre, explica la razón de que, en la Biblia, la intercesión encuentre su representación plena y total en Cristo, «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5). Sí, es con Cristo, y éste crucificado, como encuentra su realización el anhelo de Job: «Si hubiera entre nosotros, Señor, algún arbitro que pudiera mediar entre ambos» (cf. Job 9,33). Cristo crucificado puede mediar entre Dios y el hombre. En la intercesión aprendemos a ofrecernos a Dios por los otros y a vivir esta ofrenda de una manera concreta en la vida diaria. Sólo en el Espíritu, que nos arranca de nuestra individualidad cerrada, podemos orar por los otros, hacer habitar en nosotros a los otros y llevarlos ante Dios, llegando incluso a orar por los enemigos, paso esencial para llegar a «amar» a los enemigos (Mt 5,44). Existe una estrecha reciprocidad entre la oración y el amor. Más aún, podríamos decir que la cumbre de la intercesión no consiste tanto en palabras pronunciadas ante Dios como en un vivir ante Dios en la posición del crucificado, con los brazos extendidos, en fidelidad a Dios y solidaridad con los hombres. Hasta ese punto está claro que la intercesión es la esencia misma de una vida devorada por el amor a Dios y a los hombres (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999, pp. 117-120, passim). |
Martes de la 13ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 19,15-29 En aquellos días, 15 al despuntar el alba, los mensajeros urgieron a Lot: -Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no sea que perezcan en el castigo de la ciudad. 16 Y como él no se decidía, aquellos hombres lo agarraron de la mano a él, a su mujer y a sus hijas y, por la misericordia del Señor, lo sacaron fuera de la ciudad. 17 Mientras lo sacaban afuera, uno de los ángeles le dijo: -Ponte a salvo, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna; huye a la montaña, para que no perezcas. 18 Respondió Lot: -Eso no, por favor. 19 Tu siervo ha gozado de tu protección y me has tratado con gran misericordia, conservándome la vida. Pero yo no puedo refugiarme en la montaña, porque me alcanzaría la desgracia y moriría. 20 Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde me puedo refugiar; permite que me refugie en ella para salvar mi vida. 21 Él respondió: -Bien, acepto tu súplica. No destruiré la ciudad de la que hablas. 22 Pero date prisa y refúgiate allí, porque yo no podré hacer nada hasta que tú hayas llegado. Por eso a aquella ciudad se la llamó Soar. 23 Salía el sol cuando Lot llegaba a Soar. 24 El Señor envió entonces desde el cielo una lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. 25 Y destruyó estas ciudades y toda la llanura, todos los habitantes de las ciudades y toda la vegetación del suelo. 26 La mujer de Lot se volvió para mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal. 27 Abrahán se levantó muy temprano y se dirigió al lugar donde había estado en presencia del Señor. 28 Volvió la vista hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la llanura y vio la humareda que subía de la tierra; era una humareda como la de un horno. 29 Cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abrahán, y sacó a Lot de la catástrofe cuando arrasó las ciudades en las que éste había vivido.
*+• En el «ciclo de Lot» se recoge una antiquísima explicación del origen de un paisaje espectral situado al sur del mar Muerto y que todavía hoy sorprende e impresiona al visitante. Se trata, probablemente, de una verdadera reliquia histórica de algún desastre natural releída por el narrador en clave teológica. Se perfila aún mejor la contraposición entre la hospitalidad de Abrahán y la falta de hospitalidad de los habitantes de Sodoma. Lot, que había elegido para él la mejor parte, pierde ahora todo: tierra, bienes, mujer, y sólo tendrá descendencia a través de un incesto con sus hijas; mientras que Abrahán, por haber confiado en la promesa de YHWH, tendrá una descendencia numerosa y poseerá la tierra. El fragmento de hoy se abre con una tensión dramática entre la urgencia de los mensajeros y la duda de Lot, que sigue siendo connotado por el autor del relato de una manera negativa. Sólo su parentesco con Abrahán es el que le hace objeto de «una gran misericordia» por parte del Señor. Dios, en efecto, le concede refugiarse en Soar, una ciudad del valle cuya denominación popular se explica de este modo («Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña»: v. 20). El relato se cierra con Abrahán contemplando desde lo alto la zona del desastre. Su mirada marca no sólo una antítesis respecto a la mirada curiosa de la mujer de Lot, que queda convertida en estatua de sal; es también la mirada de quien se siente objeto de la «memoria» de Dios que le salva. Así es, porque Dios se acuerda siempre de «su santa alianza, del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán para concedernos que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor, con santidad y justicia en su presencia durante toda nuestra vida» (cf. Lc 2,72-75).
Evangelio: Mateo 8,23-27 En aquel tiempo, 23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron. 24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido. 25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: -Señor, sálvanos, que perecemos. 26 Él les dijo: -¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma. 27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen».
**• El fragmento de hoy se abre con una nota que, en su aparente normalidad, encierra un elemento clave para la interpretación de este relato, conocido como milagro de la tempestad calmada. Jesús es el primero en subir a la barca, y sus discípulos le «siguen». El mismo Mateo relee el episodio como figura de la Iglesia, que atraviesa el mar tempestuoso de la historia con la presencia de Jesús, una presencia real, si bien escondida y silenciosa, aunque no por ello la exime de desconciertos y miedos. Por otra parte, Mateo no habla propiamente de «tempestad», como sí hace, en cambio, el evangelista Marcos en su relato paralelo; usa el término «semós», que tiene un claro sabor apocalíptico: se trata, por consiguiente, de una gran tribulación a través de la cual debe pasar la barca de los discípulos de Jesús. Éstos, aterrorizados, le despiertan gritando: «.¡Señor, sálvanos!» (Kyrie, sóson), una invocación casi litúrgica y muy diferente de la referida por Marcos: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (4,38). Hay otro detalle particular que nos ayuda a comprender la perspectiva eclesial de Mateo: Jesús - a diferencia del relato de Marcos y de Lucas-, antes de hacer el milagro, regaña a los discípulos por ser «pequeños de fe» (y. 26, literalmente), o sea, por su fe todavía incierta y vacilante. Sólo entonces es cuando Jesús «se levantó, increpó» a los vientos y al mar, como si fueran seres endemoniados (cf. asimismo Me 4,39). El pasaje se cierra con una nota de admiración frente al poder de Jesús, capaz de someter hasta los elementos cósmicos (v. 27). Él, y sólo él, puede dormir en medio de la tempestad porque reposa en el seno del Padre y se despierta en el poder de Dios, que nos salva no de la muerte, sino en la muerte, despertándonos a una vida nueva, resucitada, que durará para siempre.
MEDITATIO Se puede percibir más de una analogía entre las lecturas propuestas por la liturgia de hoy. En ambas se habla de una situación tranquila que padece un cambio imprevisto: el fuego que baja del cielo y el desencadenamiento de los elementos naturales sobre el mar alborotado. En ambos casos se ofrece al hombre aterrorizado una salvación misericordiosa por parte de alguien que le presta socorro. Ambas situaciones pueden ser tina gran metáfora de la condición humana, del viaje del hombre hacia la salvación, un viaje acechado por una gran cantidad de adversidades que hacen que, con frecuencia, el hombre sienta miedo frente a realidades que le superan, que le aplastan. ¿Y qué miedo es superior al de la muerte? Nosotros sabemos hoy que no estamos solos, y, aunque nos sintamos así, siempre podemos gritar «¡Señor, sálvanos!» a aquel que quiso pasar por nuestras mismas situaciones, que quiso dormir con nosotros el sueño de la muerte, para despertarnos con él en la vida sin fin. Se nos pide que no seamos «pequeños en la fe», que seamos audaces, constantes, perseverantes en la oración. Estamos seguros, en efecto, de que a quien llame se le abrirá, a quien pida se le dará, y a quien ha sido bautizado en la muerte y resurrección del Señor Jesús no se le arrebatará la vida, sino que simplemente le será cambiada, porque «tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor». Él vino a compartir nuestra condición humana para darnos su paz, su alegría, su plenitud de vida. También nosotros, por tanto, aferrándonos al madero de su cruz, podemos atravesar todos los mares tempestuosos, seguros ahora de llegar incólumes con él a la tierra de los vivos.
ORATIO Señor Jesús, tú has llevado a cabo por nosotros, de una vez por todas, la gran travesía del mar tempestuoso de la historia apoyando suavemente tu cabeza entre los brazos del Padre en el leño de la cruz. De este modo, abriste para todos nosotros un camino grande y seguro, que nos permite atravesar incólumes el gran abismo del mal, que intenta atraparnos constantemente. Haz que cada hombre te conozca y experimente que los sufrimientos del momento presente no son comparables a la alegría de la salvación que nos has preparado en el abrazo del Padre. Él nos ha querido desde siempre para ser uno con él y contigo en el amor.
CONTEMPLATIO «El Señor está cerca de cuantos le invocan» (Sal 144,18). No hace acepción de personas. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos (cf. Jn 13,3). Esto con la condición de que nosotros le amemos a él, a nuestro Padre celestial, como hijos. El Señor escucha tanto a un monje como a un hombre de mundo, a un simple cristiano, con la condición de que amen a Dios en el fondo de su corazón y tengan una fe auténtica, una fe grande como un grano de mostaza. El Señor mismo nos ha dicho: «Todo es posible al que cree» (Me 9,23). Más sorprendentes todavía son estas palabras: «Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago e incluso otras mayores» (Jn 14,12). Dios busca, ante todo, un corazón lleno de fe en él y en su Hijo unigénito, y como respuesta a esta fe envía, desde lo alto, la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón repleto de amor por él y por el prójimo; éste es el trono sobre el que le gusta sentarse y manifestarse en la plenitud de su gloria. «Hijo, dame tu corazón, el resto te lo daré por añadidura» (Prov 23,26). Aunque las penas, las desgracias y las tribulaciones sean inseparables de nuestra vida terrena, el Señor nunca ha querido que éstas constituyeran toda la trama de nuestras vidas. Por eso nos recomienda, por boca del apóstol, que llevemos unos los fardos de los otros y obedezcamos de este modo a Cristo, que nos ha dado el mandamiento del amor recíproco. Confortados por este amor, nos parecerá menos difícil el camino doloroso por la senda estrecha que conduce a la patria celestial. ¿Acaso no ha bajado el Señor del cielo no para ser servido, sino para servir y dar su propia vida en rescate de muchos (cf. Mt 20,28)? Compórtate del mismo modo, amigo de Dios, y, consciente de la gracia de la que has sido objeto, transmítela a todos los seres humanos, tomándote a pecho su salvación (Serafín de Sarov, Vita, colloquio con Motovilov, Turín 1981, pp. 182-184, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 26,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Yo estoy con vosotros». La frase es de una sencillez absoluta, pero el misterio que encierra es grande. Cuando se toma en serio esta afirmación, todo cambia. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida? ¿Quién es este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y decisiones? ¿Quién es este hombre invisible que dice estar siempre conmigo? Es extraño: hay momentos en los que la suya es la presencia de alguien con el rostro velado. No sé nada de él. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como a un viejo amigo. Jesús está siempre con nosotros, pero eso no implica que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no tenemos garantizada la nuestra. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Le 18,8). Jesús está siempre con nosotros: se trata de ser capaces de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca. El cielo del espíritu es todavía más mutable que el que tenemos sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Están los días de la alegría y los días de las lágrimas, los días de las tempestades y los días de la tranquilidad, los días aburridos y los días apasionados, los días del ofuscamiento y los días de los resplandores inesperados, los días de la exaltación y los días del cansancio metafísico. Pero no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica. El invisible compañero de nuestro viaje es también un guía. Con él todo paso que demos, todo metro que avancemos por nuestro camino tiene una meta. Con él, ninguna etapa de nuestro camino está perdida: no hay extravío que al final no revele su motivación providencial; no hay vuelta ociosa que no aparezca lógicamente orientada (G. Biffi, Meditazioni sulla vita ecclesiale, Cásale Monf. 1993, pp. 59-63, passim).
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Santo Tomás, apóstol (3 de julio)
Lo que sabemos del apóstol santo Tomás se lo debemos sobre todo al cuarto evangelista. Fue Tomás quien invitó a los otros apóstoles a marchar con Jesús a Judea, dispuesto a morir con él (Jn 11,16). Fue la pregunta de Tomás la que provocó a Jesús a que se definiera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,5ss). Por último, fue Tomás quien con su incredulidad nos ayuda a consolidar nuestra adhesión a Jesús, con una profesión de fe muy clara: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,24-29). El martirologio de san Jerónimo en el siglo VI recuerda la traslación del cuerpo de Tomás a Edesa (Siria, actualmente Turquía), el 3 de julio.
LECTIO Primera lectura: Efesios 2,19-22 19 Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios, 20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas; y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular 21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor 22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.
**• El misterio de Cristo y el de la Iglesia están íntimamente conectados para el apóstol Pablo. Cristo es nuestra paz: en él, todos, tanto los lejanos (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino uno sólo; ya no hay separación entre gente diferente, sino unidad entre semejantes. Todo eso es don de Dios Padre, por medio de Cristo Señor, en el Espíritu Santo. En este contexto, el apóstol imagina la Iglesia como un gran edificio, un templo santo, la «morada de Dios». Los «cimientos» de este edificio, en el que están todos y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios», como «familia de Dios», son los apóstoles y los profetas. Sin embargo, la «piedra angular» es Cristo Jesús: él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, y en él todo el edificio encuentra su trabazón y puede crecer de una manera ordenada. Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo asume una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles resaltan con toda su importancia. La Iglesia de Cristo es, por consiguiente, una, santa, católica y apostólica, y lo es en el sentido de que, en ella, los apóstoles, por voluntad de Dios y por elección histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes.
Evangelio: Juan 20,24-29 24 Tomás, uno del grupo de los Doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús. 25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: -Hemos visto al Señor. Tomás les contestó: -Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré. 26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -La paz esté con vosotros. 27 Después dijo a Tomás: -Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: -¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.
*» Se ha afirmado con razón que, para nuestra fe, tal vez haya sido más importante la incredulidad de Tomás que la creencia de los otros apóstoles. Resulta paradójico, ¡pero es verdad! Debemos considerar como cierto que si Tomás hubiera estado con los otros discípulos en el momento de la primera aparición de Jesús, es posible que no hubiera sucumbido en una crisis de fe. Sin embargo, al mismo tiempo, con este recuerdo, el evangelista Juan abre ante nosotros una nueva pista para llegar a la experiencia liberadora de la fe en Jesús resucitado. En efecto, cuando Jesús se aparece a sus discípulos por segunda vez, se dirige directamente a Tomás y le pide que realice el camino de búsqueda y de descubrimiento que antes habían realizado sus «colegas». Esta vez, Tomás se vuelve disponible y se vuelve dócil al mandamiento del Señor y llega a un acto de fe límpido y transparente: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Jesús pronuncia la bienaventuranza que sigue (v. 29), no tanto por Tomás como por nosotros: la situación histórica cambia por completo, pero el itinerario es siempre el mismo. Llegamos a la fe mediante un acto de abandono total en Jesús muerto y resucitado.
MEDITATIO El suceso acontecido a Tomás centra por completo nuestra atención, por el simple motivo de que esta página evangélica termina con una «bienaventuranza» que nos concierne personalmente a todos: «Dichosos los que creen sin haber visto». A buen seguro, hablando humanamente, el acto de fe, para ser razonable -digo «razonable», no «racional»-, necesita algunos signos, y Tomás está dispuesto a pedirlos explícitamente. Desde este punto de vista, tal vez la suya no pueda ser definida como una crisis de fe, sino más bien como una apasionada y sufrida búsqueda de un acto de fe que sea, al mismo tiempo, respetuoso con el hombre y devoto con Dios. Y cuando al final Tomás accede al acto de fe, el apóstol se abandona por completo a Aquel que se ha manifestado claramente. Por consiguiente, no había en él ningún prejuicio o incertidumbre: se trataba sólo de cerciorarse del hecho histórico de la resurrección de Jesús con un método experimental, el único que está al alcance de todos, incluso de los más sencillos. Ver para creer fue la exigencia del apóstol Tomás. Ver, tocar y palpar fue el itinerario que recorrió para reconocer la plena identidad entre el Señor resucitado y Jesús de Nazaret. Creer sin ver, sin tocar, sin palpar, es la situación en la que nosotros nos encontramos, nuestra bienaventuranza.
ORATIO «Vamos también nosotros a morir con él.» «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» «Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré.» «¡Señor mío y Dios mío!» «¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto».
CONTEMPLATIO De la incredulidad al éxtasis: éste es el camino de Tomás y, también, el de esa parte de nosotros que todavía no se rinde a la resurrección y a lo invisible. Tomás quiere garantías porque ha comprendido algo: si Jesús está vivo, su vida cambia. Si Jesús está vivo, entonces el Evangelio es verdadero. Y el Evangelio toma toda la vida. Y Jesús no le hace ningún reproche, sino que le dice: «Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado», porque no es un fantasma. No es una proyección de mis deseos, no es un fruto imaginario de mi corazón, no es el hijo de una ilusión. Hay un agujero en sus manos, donde puede entrar el dedo de Tomás; hay una lanzada, en la que puede entrar una mano. Y le doy las gracias a Tomás porque también yo necesito que Jesús no sea un fantasma. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos. Las de los que creemos sin haber tocado porque otros lo han hecho. Lo dice Juan con orgullo: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, [...] lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 Jn 1,1-2). Fe de manos que ha atravesado el corazón. Tomás no busca el camino para creer en ningún signo de poder, sino simplemente en las llagas: el agujero de las manos, el costado abierto, imágenes embriagadoras del amor de Dios. Y con Tomás empieza l a historia de los enamorados de las heridas de Cristo, como Francisco de Asís o Catalina de Siena u otros más cercanos a nosotros (Ermes M. Ronchi).
ACTIO Repite y medita durante el día estas palabras de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Es uno de los principales capítulos de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y enseñado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que a ellos se revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe. Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de imposición por parte de los hombres en materia religiosa. Por consiguiente, un régimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer ese estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados fácilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en toda la ordenación de la vida (Concilio Vaticano II, Dignitatis húmame, 10). |
Viernes de la 13ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 23,1-4.19;24,1-8.10b.62-67 23.1 Sara vivió ciento veintisiete años. 2 Murió Sara en Quiriat Arbé, o sea, Hebrón, en el país de Canaán. Abrahán fue a llorar a Sara y a hacer duelo por ella. 3 Y cuando se levantó de junto a su difunta habló así a los hititas: 4 -Yo soy un emigrante que reside entre vosotros. Dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta. 19 Después Abrahán enterró a Sara en la cueva del campo de Macpelá enfrente de Mambré, es decir, en Hebrón, en tierra de Canaán. 24.1 Abrahán era ya muy viejo, y el Señor le había bendecido en todo. 2 Un día, dijo Abrahán al criado más antiguo de su casa, el que llevaba la administración de todos los bienes: -Pon tu mano bajo mi muslo. 3 Quiero que me jures por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito, 4 sino que irás a mi tierra, donde reside mi familia, y allí tomarás mujer para mi hijo, Isaac. 5 El criado le respondió: -Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tendrá que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? 6 Abrahán le replicó: -De ninguna manera lleves allá a mi hijo; 7 el Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi familia, y que me juró: «Yo daré esta tierra a tu descendencia», enviará su ángel delante de ti para que tomes allí mujer para mi hijo. 8 Y si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento que me haces, pero a mi hijo no lo lleves allá. 10 Después, el criado partió hacia la tierra de los dos ríos [De allí trajo a Rebeca, hija de Betuel, pariente de Abrahán]. 62 Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo de Lajai-Roí, y estaba viviendo en el Négueb. 63 Una tarde, salió a dar un paseo por el campo y, levantando la vista, vio que se acercaban unos camellos. 64 También Rebeca levantó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello 65 y dijo al criado: -¿Quién es aquel hombre que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: -Es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió. 66 El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. 67 Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la muerte de su madre.
**• La muerte de Sara plantea el problema de encontrarle una sepultura, dado que Abrahán es una «emigrante» y no posee ninguna parcela de tierra en el país de Canaán, la tierra de la promesa. En consecuencia, tiene que tratar con el Consejo de la ciudad de Hebrón para tener una propiedad sepulcral en aquel territorio, posesión que le habría hecho ciudadano con plenos derechos de aquel lugar. Dios, en efecto, le proporciona la posibilidad de comprar a un precio elevado la cueva de Macpelá para sepultar a Sara, y esta posesión se queda, en la historia de Abrahán, como la «señal» de la promesa para la posesión de todo el país. El patriarca recibe una vez más la llamada a vivir de la fe, con la esperanza de los bienes futuros que sólo le son dados como prenda (cf. Heb 11,13-16). Hemos leído los versículos iniciales y finales del extenso y delicado relato del capítulo 24, que tiene el sabor de una novela. En él se nos muestra la obra de YHWH, que guía la historia llevando adelante su acción de elección y de bendición dirigida a Abrahán. Éste, llegado al final de su vida, confía a su anciano siervo con un juramento sagrado la tarea de buscar una mujer que sea de su parentela para su hijo, Isaac. Abrahán continúa creyendo firmemente en la promesa de YHWH y manda a su siervo a buscar esposa para su hijo en Aram Naharáin: no quiere que Isaac abandone la tierra de la promesa. La misión del siervo concluye felizmente, porque Dios cumple no sólo la promesa de la tierra, sino también la de la descendencia. En efecto, el corazón de Rebeca se abre de una manera dócil a la acción de Dios en ella, convirtiéndose en madre de Israel, en instrumento de la perpetuación de la bendición divina.
Evangelio: Mateo 9,9-13 En aquel tiempo, 9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió. 10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos. 11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los Publicanos y los pecadores? 12 Lo oyó Jesús y les dijo:-No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
**• «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con Mateo- (v. 9); después va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último, responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (w. 11-13). Mateo (nombre que significa en hebreo «don del Señor» está sentado en la oficina de impuestos. El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato de Marcos, aquí -y sólo aquí- cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador perdonado. En efecto, Mateo ejercía una profesión que tenía mala fama. Los recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas. Se comprende, por tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les responde presentándose como un médico venido a curar a los enfermos. En efecto, Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me cuido de ti» (Ex 15,26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (cf. Sal 103,3), que nos aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos. «Entended, dice Jesús, lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6)». A él debemos volvernos todos, porque no será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino el descubrimiento de su amor. Su misericordia, en efecto, enviará a Jesús a sacrificarse en la cruz, porque ninguno de nosotros es justo. El único justo ha entregado su vida para que todos nosotros fuéramos sanados.
MEDITATIO La lectura del libro del Génesis nos presenta a Abrahán como padre en la fe, que continúa creyendo, más allá de toda evidencia sensible, en la Palabra del Señor. Prosigue el proyecto divino esperando contra toda esperanza; más aún, su adhesión a Dios se vuelve, con el tiempo, cada vez más convencida, más audaz, más animada por una certeza inquebrantable. También a Mateo se le dirige una invitación: «Sígueme». Y también él lo deja todo y se pone a seguir inmediatamente a Jesús, renunciando a su propia posición, a sus propias comodidades, para seguir a un rabí que no tiene dónde reposar la cabeza. También nosotros nos ponemos en camino, cada día, a la voz del Señor, que resuena en la Iglesia a través de la Palabra proclamada en la liturgia. El itinerario es siempre el mismo: dejarnos a nosotros mismos, dejar nuestras seguridades, nuestras ganancias, para emprender el camino siguiendo la voz de Cristo, que nos llama. Abrahán acaba siendo propietario no de toda la tierra prometida, sino de una cueva sepulcral. Mateo está llamado a dar la vida por su Señor, porque el discípulo no es más que el maestro. ¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de que hemos sido llamados a dejarlo todo? El Señor ha venido a ofrecerse a sí mismo para hacernos capaces de entrar en su movimiento oblativo de ofrenda. Sólo aceptando el riesgo de esta pérdida, de esta muerte en favor de la vida, se nos permitirá entrar en la tierra de la gratuidad, engendrar una posteridad sin número, porque siguiendo al Maestro estaremos llamados cada vez más a ser una sola cosa con él y con el Padre en el Amor que les une.
ORATIO Danos, Señor, una viva experiencia de ti, capaz de ponernos en un camino sin retorno, un camino que conozca únicamente el deseo cada vez más apasionado de contemplar tu rostro. Purifícanos con el fuego de tu amor, para que nuestro pecado, el egoísmo, no nos encierre más en la estrechez de nuestras seguridades. Aferrados por ti, haz que podamos correr detrás de ti cumpliendo todas tus palabras, seguros de que sólo en ti podremos encontrar la plenitud de la paz y de la alegría.
CONTEMPLATIO ¡Padre del cielo! Tu gracia y tu misericordia no cambian con la mutación de los tiempos, no envejecen con el transcurrir de los años, como si fueras, al igual que un hombre, un día más misericordioso que otro, más misericordioso el primero que el último. Tu gracia no cambia, dado que eres inmutable, que eres siempre el mismo, eternamente joven, nuevo en cada nuevo día, porque cada día dices: «Hoy mismo». Oh, mas si un hombre toma en consideración esta palabra y, cogido por ella, se dice seriamente a sí mismo con santa determinación: «Hoy mismo», entonces eso significa para él que desea ser cambiado juntamente ese día, desea que precisamente ese día pueda llegar a ser para él significativo con respecto a los otros días, significativo por el renovado refuerzo en el bien que una vez eligió, o tal vez incluso significativo porque escoge el bien. Tu gracia y tu misericordia consisten en esto: en que tú, inmutable, dices cada día: «Hoy mismo». En efecto, tú eres el que da «hoy mismo» el tiempo de la gracia; el hombre, sin embargo, es alguien que debe coger «hoy mismo» el tiempo de la gracia. Así es nuestro hablar contigo, oh Dios; existe una diferencia de lenguaje entre nosotros; sin embargo, nos esforzamos por comprenderte y por hacernos comprensibles a ti, y tu no te avergüenzas de ser llamado nuestro Dios. Eso que -dicho por ti, oh Dios- es la eterna expresión de tu gracia y de tu misericordia inmutables, eso mismo -repetido en su justo sentido por un hombre- constituye la máxima expresión del cambio y de la decisión más profunda; sí, como si todo estuviera perdido si el cambio y la decisión no tuvieran lugar hoy precisamente. Concédenos, pues, que este día pueda ser un día de verdadera bendición, que podamos escuchar la voz de aquel a quien tú enviaste al mundo y podamos seguirle (S. Kierkegaard, «Esercizi di cristianesimo», enMicromega 2 [2000], pp. 103-105, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2 Cor 6,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Siempre resulta ilusorio creerse convertido de una vez por todas. No, no somos más que simples pecadores, aunque pecadores perdonados, pecadores-en-perdón, pecadores-en-conversión. No se nos da otra santidad aquí abajo [...]. Convertirse significa comenzar siempre de nuevo este cambio radical interior mediante el cual nuestra pobreza humana se vuelve hacia la arada de Dios. De la Ley de la letra pasa a la Ley del Espíritu y de la libertad, de la ira a la gracia. Este vuelco no acaba nunca, porque no hace otra cosa que volver a comenzar constantemente. Antonio el Grande, patriarca y padre de todos los monjes, lo decía de una manera lapidaria: «Cada mañana me digo: hoy empiezo». La conversión, efectivamente, es siempre una cuestión de tiempo: el hombre necesita tiempo, y también Dios quiere tener necesidad de tiempo con nosotros. Nos haríamos una imagen del hombre absolutamente errada si pensáramos que las cosas importantes en la vida de un hombre se pueden llevar a cabo de inmediato y de una vez por todas. El hombre ha sido hecho de tal modo que necesita tiempo para crecer, madurar y desarrollar todas sus propias capacidades. Dios lo sabe mejor que nosotros, y por eso espera, no desiste, es indulgente, longánimo: «La bondad de Dios te empuja a la conversión» (Rom 2,4). Benito, en el prólogo de su Regla, nos brinda un comentario de una gran riqueza: Dios sale cada día a la busca de su obrero, y el tiempo que nos da es una dilación, un don, un tiempo de gracia que se nos otorga de una manera gratuita. Es un tiempo que podemos emplear para encontrar a Dios una vez más, para encontrarle cada vez mejor en su estupenda misericordia (A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Magnano 1990, pp. 11-13, passim).
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14º domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Isaías 66,10- 14c 10 Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella todos los que la amáis; saltad de gozo con ella los que por ella llevasteis luto. 11 Pues mamaréis hasta saciaros de sus pechos consoladores y saborearéis el deleite de sus ubres generosas. 12 Porque así dice el Señor: Yo haré correr hacia ella, como un río, la paz; como un torrente desbordado, la riqueza de las naciones. Amamantarán en brazos a sus criaturas y las acariciarán sobre las rodillas. 13 Como un hijo al que su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén seréis consolados. 14 Al verlo, os alegraréis, vuestros huesos florecerán como prado. El Señor mostrará a sus siervos su poder.
*» Este fragmento, tomado del último capítulo del libro del profeta Isaías, nos sitúa en el horizonte de una gran promesa: «Alegría» y «consuelo» ante la presencia y la obra del Señor, manifiesta por fin (v. 14) en el esplendor de Jerusalén. Es la promesa que recorre todo el libro de Isaías, el hilo rojo que lo atraviesa y le confiere unidad, a pesar de las evidentes diferencias de carácter teológico y literario, y la diferente ambientación histórica, que ha convencido a numerosos exégetas de la existencia de un Primer Isaías (capítulos 1-39), de un Segundo Isaías (capítulos 40-55) y de un Tercer Isaías (capítulos 56-66). Nuestro fragmento pertenecería al Tercer Isaías, o sea, a la parte del libro profético compuesta después del retorno del exilio de Babilonia (587-539 a. de C), cuando el pueblo, de regreso a su propia tierra, choca con las dificultades de la reconstrucción del templo y de su propio tejido religioso y social. Las promesas relativas al «segundo Éxodo» contenidas en los capítulos 40-55 –la salida de Babilonia como una liturgia triunfal, el camino por el desierto transformado en jardín, la entrada solemne en la Jerusalén reconstruida- parecen traicionadas, frente a las ruinas del pasado que, con dificultades, consiguen hacer florecer de nuevo. La desilusión y el desánimo se insinúan en el pueblo con facilidad. Unos cuantos versículos antes de nuestro fragmento señala el autor sagrado la provocación que más podía hacer mella en semejante contexto: «Vuestros hermanos, que os detestan y os rechazan por mi causa, dicen: "Que el Señor muestre su gloria para que veamos vuestra alegría"» (Is 66,5b). Frente al retraso en el cumplimiento de las promesas de Dios, el pueblo se siente tentado -por los enemigos exteriores y por el enemigo de Dios que vive dentro de cada uno de nosotros-, y se siente tentado precisamente en lo que se refiere a la manifestación de la gloria del Señor («¿Está el Señor en medio de nosotros o no?»: Ex 17,7) y en lo que se refiere al testimonio de la alegría {«Nuestros opresores nos pedían cantos de alegría»: Sal 137). La Palabra de Dios responde a esta provocación reforzando la promesa y dilatando su alcance: «Al verlo, os alegraréis, vuestros huesos florecerán como prado» ante la abundancia, la prosperidad, la riqueza.
Segunda lectura: Gálatas 6,14-18 Hermanos: 14 En cuanto a mí, jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. 15 Pues lo que importa no es el estar circuncidado o no estarlo, sino el ser una nueva criatura. 16 A todos los que vivan según esta norma, paz y misericordia, así como al Israel de Dios. 17 Y en adelante, no me ocasionéis más preocupaciones, que ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las marcas de Jesús. 18 Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros, hermanos. Amén.
**• Es frecuente que al final de un discurso o de una carta se reafirme de manera sintética y con mayor vigor el núcleo de lo que se ha intentado comunicar. Eso es lo que sucede en este fragmento, conclusión de la Carta a los Gálatas, que constituye la repetición de los temas de que ha tratado todo el escrito. El apóstol Pablo baja al campo en persona y traduce en el ámbito de la confesión de fe cuanto ha afirmado con argumentaciones apretadas a lo largo de la carta. Lo que intenta hacer comprender por encima de todo es que Jesucristo es el único mediador de la salvación, su camino concreto y el acto decisivo. La adhesión a él, crucificado por amor, ha liberado a Pablo de todo tipo de autosuficiencia humana: «En cuanto a mí, jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo». En consecuencia, por parte del hombre, la fe en Jesús es el camino que lleva a la salvación: «Lo que importa no es el estar circuncidado o no estarlo». Y la fe es aceptación plena del acontecimiento de Cristo y de la vida que brota de su muerte y resurrección: «Ser una nueva criatura». Por consiguiente, la ley, como intento humano de convertir sus obras en instrumento de autojustificación, forma parlo de eso «mundo» que, para Pablo, ha sido crucificado. Ahora la ley, el canon que debemos seguir, es otro: «Ser una nueva criatura». Eso significa entrar en la muerte y resurrección de Cristo para vivir del amor que se desprende de su vida entregada, asumir la forma del crucificado como norma de vida. En conclusión, lo que acredita efectivamente a Pablo ante sus opositores es su semejanza con el Crucificado, la participación en la pasión de Jesús que se lee en la carne.
Evangelio: Lucas 10,1-12.17-20 En aquel tiempo, 1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar. 2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. 3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. 6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros. 7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa. 8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan. 9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios. 10 Pero si entráis en un pueblo y no os reciben bien, salid a la plaza y decid: 11 Hasta el polvo de vuestro pueblo que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y os lo dejamos. Sabed de todas formas que está llegando el Reino de Dios. 12 Os digo que el día del juicio será más tolerable para Sodoma que para ese pueblo. 17 Los setenta [y dos] volvieron llenos de alegría, diciendo; -Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. 18 Jesús les dijo: -He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo. 19 Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar. 20 Sin embargo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.
**• El evangelista Lucas ubica la misión de los setenta y dos discípulos en el marco del viaje de Jesús hacia Jerusalén, que prefigura como en transparencia el camino de la Iglesia y la vida del cristiano en el mundo. Jesús les envía después de haberles aclarado -en el fragmento precedente- las exigencias del seguimiento, es decir, que cada discípulo es enviado a lo largo de la subida a Jerusalén, o sea, cuando se da la disponibilidad para seguir el camino del Maestro. Lucas había descrito ya, en el capítulo anterior (9,1-6), empleando términos muy semejantes, la misión de los Doce, y nuestro fragmento es un paralelo que recoge y amplía esta única misión. Los enviados son setenta y dos, número que nos trae a la mente a los setenta ancianos de Israel -aquellos que fueron admitidos a la presencia de Dios en el Sinaí (Ex 24), y sobre los que se produjo la efusión de parte del espíritu dado a Moisés (Nm 11,16ss)- y, sobre todo, la «Tabla de los pueblos de la tierra» presentada en Génesis 10. En este último marco y para expresar la unidad del género humano, se mencionaba a los setenta pueblos de la tierra en tiempos conocidos (en la versión de los LXX se convierten en setenta y dos); Lucas, empleando el mismo número, pretende indicar que el anuncio del Reino está destinado a todos los hombres y que el Evangelio del Reino es fermento de aquella unidad entre los pueblos soñada por Dios. Jesús indica la misión con una doble orden: «Rogad... ¡En marcha!...». Frente a la mies, que está dispuesta para la siega, frente a la humanidad, creada para Dios, la misión se lleva a cabo rogando en primer lugar al Señor de la mies para que «eche fuera» (literalmente, para que «haga salir») los propios miedos y falsas seguridades y para que los obreros se apasionen por la mies y hagan suyos los intereses del Dueño. Para «ir», a su modo, al modo del Cordero dócil y humilde, a llevar la paz al interior de la casa de los hombres. Y en este llevar la paz y cuidar de los enfermos está el Reino de Dios que se aproxima al hombre. Los discípulos vuelven con alegría donde Jesús, principio y término de la misión, y él les revela el fin de la misión desde su punto de vista: liberarnos del Maligno, introducirnos en la vida misma de Dios... en el cielo.
MEDITATIO A la manera de las inclusiones bíblicas, en las que una palabra o una expresión repetidas indican el perímetro y el objeto de una perícopa, la liturgia de hoy se presenta incluida toda ella dentro de un verbo, conjugado en imperativo: ¡Alegraos! «Alegraos con Jerusalén», empezaba diciendo Isaías. «Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo», concluye Jesús. La Palabra de Dios de este domingo nos revela, pues, el contenido de la alegría: lo que está dentro o en el origen, y también el modo en que esta alegría puede «discurrir» hacia la Iglesia y fluir por el mundo. En el corazón figura la afirmación de Pablo: «En cuanto a mí, jamás presumo de algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6,4). La clave es ésta: la cruz es el criterio de la existencia cristiana, la cruz es el metro para medir las opciones, las acciones, los gestos cotidianos. De la adhesión a este Evangelio, de la conversión al modo de vivir y de amar de Cristo crucificado depende la posibilidad de llegar a ser una «nueva criatura», que es lo que cuenta e importa de verdad (Gal 6,15). Ésta es la fuente de la que brota la alegría de la vida, éste es el don que recibimos en el bautismo y que debe informar toda nuestra existencia para que sea una existencia bautismal, o sea, para que esté sumergida en el dinamismo de la vida que brota de la muerte, del amor dispuesto a dar la vida. Este itinerario, que Pablo describe en términos de adhesión a la cruz de Cristo y de nueva creación, Lucas lo narra ambientándolo a lo largo de un camino, el camino que recorren los discípulos con Jesús hacia Jerusalén. Aquí todo el contenido de la vida bautismal está expresado en el seguimiento de Jesús por su camino, en la aceptación de sus exigencias de radicalismo y totalidad que en él están implicadas, en la participación cada vez más profunda en su pasión, a fin de participar de un modo cada vez más íntimo en su vida. Y no sólo esto; también a lo largo de este camino introduce Lucas el gran tema de la misión. Jesús envía a los que le siguen -los setenta y dos discípulos, que representan a todos los bautizados- y, en consecuencia, la misión forma parte intrínseca del seguimiento. De aquí surge la imagen o, mejor aún, la vocación de una Iglesia que es absolutamente misionera, y lo es por el hecho de que sigue a Jesús y con el hecho mismo de seguir a Jesús. Ser misionero, mucho más que hacer algo por el Señor, es seguirle en su pasión por la mies. Es pedir asemejarse a él e ir asemejando a él.
ORATIO A causa de tu amor infinito, Señor, me has llamado a seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo. Después me confiaste una misión que no se parece a ninguna otra, aunque con el mismo objetivo que los otros: ser tu apóstol y testigo. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que sigo confundiendo las dos realidades: Dios y su obra. Dios me ha dado la tarea de sus obras. Algunas sublimes, otras más modestas; algunas nobles, otras más ordinarias. Comprometido en la pastoral parroquial, entre los jóvenes, en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de la televisión y de la radio, he puesto todo mi ardor implicando en ello todas mis capacidades. No he ahorrado nada, ni siquiera la vida. Mientras estuve inmerso en la acción con tanta pasión encontré la derrota de la ingratitud, de la negativa a la colaboración, de la incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de mis superiores, de la enfermedad y la debilidad, de la falta de medios... Me ha ocurrido también, en pleno éxito, mientras era objeto de aprobación, de elogios y de afecto por todos, ser trasladado de improviso y cambiado de función. Heme aquí, ahora, presa del aturdimiento; voy a tientas, como en la noche oscura. ¿Por qué me abandonas, Señor? No quiero desertar de tu obra. Debo llevar a término tu tarea, ultimar la construcción de la Iglesia... ¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué la privan de su apoyo? Ante tu altar, junto a la eucaristía, he oído tu respuesta, Señor: «Me sigues a mí y no a mi obra. Si quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién ocupe tu puesto; es asunto mío. ¡Debes optar por mí». (F.-X. Nguyen Van Thuan, Preghiere di speranza).
CONTEMPLATIO Un día, los apóstoles, al volver de la misión a la que les había enviado el Señor, le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». El Señor los vio tentados de soberbia por el poder taumatúrgico recibido y, como era médico y había venido a curar nuestras hinchazones y a llevar nuestras debilidades, dijo de inmediato: «No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo». No todos los cristianos, por muy buenos que sean, están en condiciones de expulsar a los demonios; sin embargo, todos tienen escrito su nombre en el cielo; y Cristo quiso que gozaran no por el privilegio personal que cada uno tenía, sino por su salvación conseguida junto con todos los otros. Ningún fiel tendría esperanza de salvarse si su nombre no estuviera escrito en el cielo. Ahora, en el cielo, están escritos los nombres de todos los fieles que aman a Cristo, que caminan con humildad por el camino de Cristo, es decir, el que nos enseñó haciéndose humilde. Toma al más insignificante que haya en la Iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, ése tiene su nombre escrito en el cielo, sea quien sea y por muy indeterminado que lo dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos milagros? ¡Y no sólo eso! Los apóstoles fueron reprendidos por haber gozado de un favor que tenían en propiedad, y recibieron la orden de gozar por un bien del que puede gozar asimismo un hermano insignificante (Agustín de Hipona, Comentario al salmo 130, 8).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Lo que importa es ser una nueva criatura» (cf. Gal 6,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Si yo, queridos hermanos en la fe, he sido enviado a vosotros para proclamar que Jesús ha resucitado y es el único Rey y Señor; si yo, que he sido llamado a ser vuestro obispo, he sido encargado de despertar la aurora que os duerme ya en el corazón [...], ¿quién llevará este anuncio de esperanza a los «otros», a esa porción del pueblo que no coincide ya con el perímetro de la Iglesia, a esos a quienes los valores cristianos ya no les dicen nada? ¿Quién hará llegar la Buena Noticia de Cristo a tantos hermanos que, trastornados por los problemas de la supervivencia y del trabajo, ya no tienen tiempo para pensar en el Señor? [...] ¿Quién llevará este anuncio de salvación a tantas personas generosas que no son capaces de atravesar los confines del ¡nframundo y se baten sólo por una justicia sin trascendencias, por una libertad sin utopías, por una solidaridad sin parentescos? ¿Quién gritará el grito de liberación que nos ha traído Cristo en el corazón de tantos jóvenes extraviados que, en su ineludible necesidad de felicidad, buscan respuestas en las ideologías, en la fascinación del nihilismo, en las alucinaciones de la violencia, en el paraíso de la droga? ¿Quién pondrá una brizna de esperanza en el pecho de tanta gente desesperada, envilecida por las miserias morales, derrotada, marginada, para quien Jesús es un forastero, la Iglesia una extraña y el Evangelio sólo un jirón de recuerdos infantiles? ¿Deberé ser sólo yo, vuestro obispo, quien asuma esta tarea tan gravosa respecto al mundo? De ninguna manera. Pero no porque yo no tenga que hacerla. No porque se trate de una empresa que supere mis capacidades y produzca desaliento no digo a mi pobreza, sino incluso a la audacia de los más fuertes. Es sólo porque esta tarea corresponde a todo el pueblo de Dios. Es porque hoy un anuncio de esperanza sólo se vuelve creíble cuando lo ofrece una comunidad que vive en comunión y no por un individuo que juega con las palabras y se ejercita con la academia. La gente empieza hoy a dudar de los jefes carismáticos. El oficio del «líder» ya no se sostiene, y menos aún en la Iglesia. Nos corresponde, por tanto, a nosotros, a todo el pueblo de los bautizados, depositarios de la esperanza cristiana, pasar por los caminos del mundo y proclamar juntos: «Valor, no te deprimas si adviertes que se reagudizan viejas angustias. Si te espanta la soledad del camino y la indiferencia de tus compañeros de viaje. Si experimentas los escalofríos de viejos delirios y de nuevos miedos. Si te oprime la oscuridad de la noche que no termina nunca... No te desanimes, porque aún no se ha dicho la última palabra. Levántate y camina con nosotros. O, al menos, intenta mirar en nuestra misma dirección. Al fondo hay una luz. Y hay un Hombre que, a pesar de todo, es capaz de presentarte el trecho de camino que te queda, por largo o corto que sea, como una ocasión extraordinaria para renacer» (A. Bello, Lessico di comunione. Insieme alia sequela di Cristo, Arluno 1991, pp. 133ss).
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Lunes de la 14ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 28,10-22a En aquellos días, 10 partió Jacob de Berseba camino de Jarán. 11 Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, se la puso de cabezal y se acostó. 12 Entonces tuvo un sueño: Veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor. 13 De pronto, el Señor, que estaba en pie sobre ella, le dijo: -Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado. 14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. Todas las naciones recibirán la bendición a través de ti y de tu descendencia. 15 Yo estoy contigo. Te protegeré adondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido. 16 Al despertar Jacob de su sueño, dijo: -Ciertamente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía. 17 Y todo tembloroso añadió: -¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo! 18 Y levantándose temprano tomó la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió a modo de estela y derramó aceite sobre ella. 19 Y llamó a aquel lugar Betel -es decir, Casa de Dios-; antes, la ciudad se llamaba Luz. 20 Jacob hizo también esta promesa: -Si Dios está conmigo, si me protege en este viaje que estoy haciendo y me da el alimento y la ropa necesarios, 21 y si puedo volver sano y salvo a casa de mi padre; entonces el Señor será mi Dios, 22 y esta piedra que he levantado a modo de estela será la casa de Dios.
**• El relato del sueño de Jacob pretende celebrar el santuario de Betel asociándolo a la figura del patriarca e insertándolo en el marco de su historia. Con la salida de Berseba comienza la peregrinación de Jacob hacia un futuro cuyos contornos es difícil perfilar al principio, un futuro custodiado siempre, no obstante, por la presencia de Dios, que se revela y ofrece la esperanza de una promesa (w. 12-15). Aparecen contrapuestos el motivo de la fuga de Jacob y las palabras de protección pronunciadas por Dios (v. 15). El compromiso asumido, de una manera solemne, por Dios convierte la fuga de Jacob en un camino que podrá tener motivos y atracaderos objetivamente identificables, pero cuyo sentido reposa en la presencia penetrante de Dios, que cumple cuanto ha dicho. En efecto, Dios acompañará y custodiará a Jacob incluso en el triste momento en el que huyó de Labán (31,1-21) y se revelará de nuevo, como presencia amiga y bendecidora, a su regreso a Betel (35,1-15). Este contexto general sirve de marco a una serie de elementos de naturaleza cultual que constituyen la columna vertebral del relato. El primero es el término «lugar » (máqóm). Nada en el texto parece sugerir que se esté hablando de un lugar sagrado: se trata simplemente de un lugar en el que pasar la noche. Como Moisés con la zarza que ardía (cf. Ex 3,5), también Jacob experimenta que la presencia divina va por delante de la conciencia del hombre: es YHWH el que elige y consagra el espacio sagrado. El lugar que Dios ha elegido como espacio de su presencia es también el lugar de su revelación. El sueño en el que Jacob «ve» la escalera que «apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo» expresa el conocimiento de la fe, a través del cual es posible «ver» al Dios trascendente, que se hace presente para dialogar con el hombre y volver a comunicarle su bendición. Como a Abrahán, también a Jacob le promete Dios la tierra y la descendencia. La oración final de Jacob (w. 20-22) indica la única respuesta posible del hombre de fe, que experimenta «terror» frente al misterio de una presencia santa y terrible, una presencia que encuentra morada en el ámbito del hombre y, al mismo tiempo, une cielo y tierra.
Evangelio: Mateo 9,18-26 En aquel tiempo, 18 mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: -Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá. 19 Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió. 20 Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, 21 pues pensaba: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada». 22 Jesús se volvió y, al verla, dijo: -Animo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento. 23 Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando, 24 dijo: -Marchaos, que la niña no ha muerto; está dormida. Pero ellos se burlaban de él. 25 Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. 26 Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca.
*#• La perícopa de Mateo sitúa el relato de la curación de la hemorroísa dentro del de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún. Dos relatos que, según la intención del evangelista, han de ser leídos de una manera complementaria para que se comprenda el significado de los milagros realizados por Jesús. En efecto, la sección en que está situada la perícopa es la delimitada por los capítulos 8-9, en los que el evangelista presenta diez milagros realizados por el Señor. En el centro sobresale el relato de la hemorroísa, en el que se indica que la fe consiste en «tocar» al Señor de la vida. Tocar es una forma de conocer, la posibilidad dada al hombre de encontrar al Señor y de entrar en comunión con él a través de la humanidad de una presencia en la que habita la «plenitud» de la divinidad (Col 1,19). Frente a la dramática situación de «perder la vida» a que está sometido todo ser vivo, la única salvación de la que dispone es el Señor: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada-salvada [...]. Animo, hija, tu fe te ha salvado» (w. 21ss). A esa mujer que ha tocado su túnica «por detrás», le habla Jesús «cara a cara» («Jesús se volvió y, al verla, dijo: v. 22), y en su rostro y en su palabra revela la presencia poderosa y misericordiosa del Padre, Dios de vivos. La fe en él, por tanto, hace pasar de la muerte a la vida, como atestigua el relato de la hija de Jairo. En la niña que yace muerta se manifiesta la imagen de una vida joven, una vida que imaginamos proyectada naturalmente hacia un futuro de vida, y, sin embargo, ya inerte, marcada por la trágica inmovilidad de la muerte. La actitud de fe del padre de la joven, atestiguada por la petición de la presencia del Señor (v. 18), motiva la solicitud de que el Señor «toque» la vida de su fiel y la muerte deje de ser una experiencia hacia la nada, un camino sin retorno. La presencia de Dios Padre, que, en la persona de su Hijo unigénito, se inclina sobre la historia humana marcada por el límite, nos libera del miedo y de la angustia de la muerte y nos abre a la esperanza de la resurrección. Con una profunda sobriedad en los dos breves relatos, Mateo, al mismo tiempo que señala la proximidad de Dios a su pueblo, nos explica que, en el diálogo con el Señor Jesús, podemos experimentar ya la salvación, porque creemos en su Palabra antes de que el signo le confiera la evidencia. En consecuencia, el don de su presencia sólo puede ser recibido en la fe, porque no se puede otorgar ningún don a quien no lo acoge.
MEDITATIO «Por eso se me alegra el corazón, exultan mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo; porque no me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,9-11). Las palabras del salmo expresan espléndidamente la certeza de la presencia de Dios, Señor de la vida, que no permite que su fiel sea conducido al lugar donde no se puede gustar la dulzura de su rostro. En efecto, en su Hijo Jesús, Dios ha venido a visitar a su pueblo (Le 1,68), a tomar de la mano (Mt 9,25) y a levantar a la humanidad que yace en la sombra de la muerte: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Con él nos ha otorgado el Padre, a nosotros, que estábamos muertos por nuestros pecados y por la incircuncisión de nuestra carne, el don de la vida, «perdonándoos todos vuestros pecados. Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros» (Col 2,13ss). Por Cristo «vemos» al Dios de la vida; en Cristo, presencia misericordiosa y poderosa del Padre, podemos vivir la vida nueva de aquel que murió y resucitó por nosotros, como está escrito: «Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él» (Rom 6,8ss). El compromiso que Dios adquirió con Abrahán (Gn 15) ha encontrado en Cristo su pleno cumplimiento: en Cristo, todas las promesas de Dios se han convertido en un «amén» (2 Cor 1,20). Siguiendo al Hijo, cada hombre, hecho discípulo, será custodiado durante la peregrinación de su propia vida, caminará hacia la patria de su deseo y gustará para siempre su presencia. Cada uno le verá cara a cara: «Si alguien quiere servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi siervo» (Jn 12,26).
ORATIO Señor Dios, luz vivida y fecunda, nada en ti es oscuro, nada en ti es muerte. Tú das la vida a cada criatura y provees el pan para toda hambre, calmas toda sed ardiente, eres paz para quien busca tu rostro y lo contempla en la desnudez de su propia carne. Señor, Dios de la historia, sentido cabal de toda nuestra andadura, tú eres la alabanza de los creyentes, la invocación de los moribundos, la vida nueva de cada afán humano. No hay ninguna miseria ante ti, ninguna pobreza que resista el esplendor de tu Shekhinah, porque tú iluminas cada rostro con la luz de la mañana, cada llaga con la luz alegre de tu Hijo. Él, el siervo maldito por los impíos, es tu bendición para el hombre; su cruz es la casa de la puerta estrecha, templo de tu fulgor donde todo hombre encuentra a su Dios. Qué dulce es vivir en tu casa, oh Padre, tu siervo la prefiere. Tú eres bendición perenne: te bendigo porque has vuelto a nosotros y no nos ha dejado a merced del enemigo; cómo águila que vuela sobre sus polluelos y vela sobre su nidada, nos custodias con el calor de tu Espíritu. Amén. Maranathá.
CONTEMPLATIO El hombre deberá volver a empezar con una ilimitada humildad, deberá mirar de nuevo en su interior y sumergirse de nuevo en su origen. Y todo ello a través de la vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo: cuanto más fielmente le imite, tanto más se elevará, tanto más esencial, divina y verdadera será la imitación. Y todo a través de la mortificación y de la total aniquilación de sí mismo. Debemos actuar y pensar como aquella pobre mujer enferma que dijo: «Con sólo tocar la orla de su manto quedaré curada». La franja o la orla de su manto significa lo mínimo que haya podido emanar de su santa humanidad. En efecto, el manto significa su sagrada humanidad, mientras que la franja puede ser entendida como una gota de su santa sangre. Ahora debe reconocer el hombre que no puede tocar la mínima de estas cosas por su indignidad; porque, si en su debilidad pudiera hacerlo, curaría a buen seguro de todos sus males. Así, en primer lugar, el hombre tiene que establecerse en su nada. Incluso cuando llegara el hombre a la cima de toda perfección, aún le sería más necesario sumergirse en el fondo más íntimo, hasta llegar a las raíces de la humildad (Juan Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 527ss [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio» (cf. 2 Tim 1,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El acontecimiento de la salvación, a través del cual accede el hombre a la relación salvífica con Dios, se lleva a cabo en la historia: Dios no plantea ni comunica un signo o una palabra al hombre, sino que convierte al hombre mismo, con toda su inseguridad, su debilidad y su carácter incompleto, en el lenguaje en el que expresa la Palabra de la plena salvación. Dios se sirve también de una existencia extendida en el tiempo como de un escrito en el que se expresa, para el hombre y para el mundo, el signo de una eternidad supratemporal. El Hombre Jesús, cuya existencia constituye este signo y esta palabra para el mundo, debe vivir por eso, al mismo tiempo, la trágica diástasis de la temporalidad y el dominio victorioso sobre ella (Agustín), a través de la obediencia consciente y querida a la voluntad del Padre Eterno, a fin de realizar, de una manera misteriosa, precisamente en el esencial carácter incompleto de lo fragmentario, aquella tarea esencialmente imposible de disgregar [...]. Ya está claro desde ahora que, si esto ha tenido lugar, la existencia histórica ha sido colocada, sin ser desprovista de valor ni reducida a pura apariencia, ni sin que tengamos que renegar de ella, en el movimiento de retorno a Dios [...]. Desde el momento en que el anuncio cristiano, desde el comienzo, se ha concentrado en este único punto y ha expuesto a partir de este centro todo lo demás, a saber: la encarnación, vida, doctrina y pasión de Jesús, la ascensión y la efusión del Espíritu, éste debe valer sin más como centro del kerygma. Es imposible desplegar aquí la iluminadora verdad de este realizar la síntesis en tomo a ese centro, así como su fecundidad; para nuestra argumentación es suficiente con establecer que el cristianismo, con su anuncio de la resurrección, puede avanzar la pretensión de ofrecer la única, completa y satisfactoria solución del problema antropológico (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, pp. 61 ss). |
Martes de la 14ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 32,23-33 En aquel tiempo, 23 por la noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres, a sus dos criadas y a sus once hijos y pasó el vado de Yaboc. 24 Los tomó, los hizo pasar el vado y llevó consigo todo lo que tenía. 25 Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta despuntar la aurora. 26 Viendo el hombre que no le podía, le tocó en la articulación del muslo y se la descoyuntó durante la lucha. 27 Y el hombre le dijo: -Suéltame, que ya despunta la aurora. Jacob dijo: -No te soltaré hasta que no me bendigas. 28 Él le preguntó: -¿Cómo te llamas? Respondió: -Jacob. 29 El hombre dijo: -Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido. 30 Jacob, a su vez, le preguntó: -Dime tu nombre, por favor. Pero él respondió: -¿Por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo lo bendijo. 31 Jacob llamó a aquel lugar Penuel -es decir, Cara de Dios-, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida». 32 Salía el sol cuando pasó por Penuel e iba cojeando del muslo. 33 Por esta razón los israelitas, aun hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón.
*• El celebérrimo fragmento de la lucha entre Jacob y Dios necesita ser contextualizado para que manifieste toda la fuerza de su significado. Jacob, tras el acuerdo con Labán (31,43-54), y encontrándose ahora cerca de la tierra de sus padres, envía mensajeros a su hermano Esaú «para encontrar gracia a sus ojos» (32,6). La respuesta es la noticia de la próxima llegada de Esaú con cuatrocientos hombres (v. 7): una situación que sumerge a Jacob en el temor y en la angustia de la espera. En este contexto de angustia, se abre Jacob a la oración: «Sálvame de la mano de mi hermano, Esaú» (cf. w. 10-13). La angustia que le produce el pensamiento de que el encuentro con su hermano pudiera tener un desenlace diferente al esperado, no queda eliminada por la palabra de la promesa; por otra parte, sin embargo, ésta no produce en Jacob un repliegue sobre sí mismo, sino que le abre a la esperanza -no se trata aún de una certeza- de una presencia cercana, que custodia a su fiel. Con su resultado, la lucha nocturna asume el significado de anticipación de la victoria de Jacob sobre todas las fuerzas hostiles, incluso sobre su angustia; es la confirmación de que la esperanza es cierta, de que Dios no falta nunca a sus promesas; por consiguiente, no ha de ser el miedo, sino la confianza, la actitud de quien ha recibido la promesa divina. La interpretación del nombre «Israel», que a partir de este momento asumirá Jacob (v. 29: «porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido»), habla de un pasado victorioso contra las fuerzas hostiles: YHWH ha custodiado a Jacob de Esaú y de Labán. Jacob-Israel, del mismo modo que Abrahán, tiene consigo la bendición divina, por eso puede esperar con confianza incluso en los momentos de profunda angustia, cuando el miedo a perder lo que es don de Dios le atenaza el corazón y busca respuestas en estrategias inteligentes (32,14-22). El combate nocturno supone para Jacob la entrada en el misterio de Dios: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida» (v. 31). Es un misterio encontrado de una manera «dramática», por medio de una lucha en la que se pregunta, se ruega, se confía en las manos del antagonista nuestra propia persona (frente a su misterioso contendiente, Jacob se ve obligado a revelar su propio nombre, mientras que este último esconde su identidad: sólo su palabra le revela). Jacob debe medirse con un Dios presente y, al mismo tiempo, misterioso, oscuro. Sin embargo, con insistencia, con la fuerza y la tenacidad de la paciencia, a través de la serena acogida de la propia condición de criatura, «obliga» a Dios a bendecirle, a acoger su oración, a hacer apuntar para él, tras la noche de la angustia, un nuevo día de salvación para un «hombre nuevo»: «Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel» (v. 29a).
Evangelio: Mateo 9,32-38 En aquel tiempo, 32 le presentaron un hombre mudo poseído por un demonio. 33 Jesús expulsó al demonio y el mudo recobró el habla. Y la gente decía maravillada: -Jamás se vio cosa igual en Israel. 34 Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios. 35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. 36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. 38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
*»• La perícopa que hemos leído hoy une el relato de la curación del hombre mudo endemoniado con un resumen de la actividad de predicación y curación de Jesús. La primera sección concluye la serie de diez prodigios realizados por Jesús y está inmediatamente precedida por la curación de dos ciegos; la segunda sección anticipa el tema de la misión de los Doce, que queda asociada así a la de Jesús. A los ciegos que, con una actitud de fe, se le dirigen con el grito: «Hijo de David, ten piedad de nosotros», Jesús les devuelve la vista; al mudo que le habían llevado a causa de la fama que le habían procurado los prodigios que había realizado, le devuelve la palabra. En estos relatos paralelos muestra Mateo que la fe es, al mismo tiempo, visión y palabra. Es capacidad de «entre-ver» la historia con los ojos del Hijo, es libertad en la palabra que comunica el sentido dado nuestra propia vida. Todo lo que dice y hace el Señor nos abre a la luz de la vida y al don de contar lo que hemos visto y oído: su amor materno (cf. el verbo splanchnízó en el v. 36), que vuelve a levantar a cuantos están «echados en tierra», lacerados y divididos, sin rumbo, extraviados; la buena noticia de un señorío que se pone al servicio y se hace cargo de la historia humana (v. 35). Jesús pide a sus discípulos que tomen parte en esta historia de compasión, en la cual se revela el juicio misericordioso del Padre sobre el acontecer humano. La oración que les confía (v. 38), le evita al discípulo pensar su propia misión en términos exclusivos de eficacia en relación con la cantidad de la mies. Más bien es necesario entrar en comunión con Jesús en la oración, a fin de aprender a ser hijos capaces de continuar la misión del Hijo.
MEDITATIO «Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias; invocamos tu nombre, proclamamos tus maravillas» (Sal 75,2). El prodigio de la Palabra nos impulsa a penetrar en el misterio de la ternura de Dios, que se revela como fuerza-en-la-debilidad, capaz de revestir con su nueva luz al «pueblo que caminaba en tinieblas» (Is 9,1), de cambiar, junto con el nombre, el rumbo de la existencia del siervo, de cambiar el rostro de la vieja en el joven de la santidad {cf. El Pastor de Hermas). Dios se hace presente en el momento del combate interior. Deja el trono de su gloria en los cielos, para sentarse en el trono de su benevolencia: el hombre vivo, gloria de Dios. En su Hijo Jesús, a cuya luz vemos la luz, nos revela el Padre su amor materno; en Cristo, Palabra que penetra como espada de doble filo, «que adiestra mis manos para la batalla, mis dedos para el combate» (Sal 144,1); en él ha sido engullida la muerte, vencido el miedo, cancelados los cálculos y las estrategias oportunistas del hombre; el pecado se ha convertido en ocasión para encontrar, en nosotros mismos, la impronta de la mano de Dios creador, porque «lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres, y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1,25). En efecto, Dios envió a su Hijo al mundo (Gal 4,4) para hacernos hijos y renovar su promesa, que encuentra su plenitud no ya en una tierra, sino en el tiempo de la salvación para todos los confines de la tierra. Por eso los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los dubitativos y los medrosos son consolados: «Dios ha visitado y redimido a su pueblo» (Le 1,68).
ORATIO Señor, ¿qué es el hombres, para que te ocupes de él? ¿Qué es un hijo de hombre, para que pienses en él? Tu amor es como los montes más elevados, tu ternura como un gran abismo. Tú eres el Dios que lo sabe todo, conoces a cada hijo por su nombre. Has creado al hombre como un prodigio, lo has plasmado con tus manos, has infundido en él tu sabiduría y tu aliento de vida. Tú eres el Dios bueno que no goza con la muerte del pecador: lo que quieres es que se convierta y viva. Por eso, Dios mío, te cantaré un canto nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, porque tu fidelidad dura para siempre y tu amor por todas las generaciones. Que tu alabanza se extienda hasta los confines de la tierra, que tu belleza renueve la faz de toda la tierra, porque sólo en ti, oh Señor, se encuentran el poder y la fuerza, sólo en ti la belleza y el esplendor; tú eres el Dios que lo sabe todo, y tus obras son rectas. Bendito seas, oh Padre, roca mía, en tu Hijo Jesús, mi hermano y Señor: tú das plenitud al tiempo de mi existencia, das nuevo vigor a mi lengua seca, vuelves a abrir mis ojos, refuerzas mis rodillas debilitadas, porque he combatido contigo, Señor, y has prevalecido; me has seducido y yo me he dejado seducir. Tú eres mi bendición: bendíceme, Señor, mi Dios y mi todo. Te amo, Señor, fuerza mía.
CONTEMPLATIO Mientras el Señor se aleja de allí, de inmediato le siguen dos ciegos. Ahora bien, ¿cómo pudieron saber unos ciegos la salida y el nombre del Señor? Más aún, le llaman hijo de David y le piden que les salve. En los ciegos se vuelve clara la economía de toda la prefiguración anterior. En efecto, la hija del jefe aparece relacionada con ellos, que son los fariseos y los discípulos de Juan, reunidos ya anteriormente para poner a prueba al Señor. Dado que no conocían a aquel a quien pedían la salvación, la Ley les ha indicado y mostrado a su Salvador en el cuerpo procedente de David. Y dado que estaban ciegos por un pecado antiguo, que les impedía ver a Cristo si no hubiera sido atraída su atención, infundió en ellos la luz del Espíritu. El Señor les muestra que no hay que esperar la fe de la salvación, sino la salvación de la fe. En efecto, los ciegos vieron porque habían creído, no creyeron porque habían visto. De esto debemos comprender que es preciso merecer con la fe lo que pedimos, y no hacer depender nuestra fe de lo que obtengamos. Él les prometió que verían si creían y, dado que habían creído, les ordenó que callaran, puesto que era a los apóstoles a quienes les correspondía predicar (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 113ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a llevar la alegre noticia a los pobres» (Is 61,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El hombre curado por la salvación de Dios, íntegro, y en este sentido simplemente santo, permanece en una situación de incertidumbre sorprendente, incomprensible para sí mismo, y, precisamente por eso, capaz de darle, de una manera misteriosa -por así decirlo-, alas. Aunque, evidentemente, está convencido de la imposibilidad de alcanzar la perfección en esta tierra, esa imposibilidad no se transforma, sin embargo, en él en una cárcel opresora, ni tampoco el pensamiento de tener que alcanzar su propia perfección se le convierte en una idea obsesiva. Puesto que sabe, en efecto, que su morada tiene que ser construida ¡unto a Dios en la gracia, habita confiado en su cabaña destinada a la destrucción y prosigue caminando libre a través del tiempo. Al consentir padecer misteriosas privaciones en vistas a un más allá inaccesible, da también su consentimiento a las misteriosas misiones que le han sido confiadas de lo alto; precisamente cuando pensaba que no podría disponer ya de fuerza alguna, aumentan las fuerzas en él, las alas le sostienen y lo que le ha sido confiado para que lo administre es incluso más de lo que él mismo podía imaginarse. De ahí que pueda repartirlo, aunque sea sólo como algo que pertenece a otros, llegado de una manera incomprensible a sus manos (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, p. 94).
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Miércoles de la 14ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24a En aquel tiempo, 41,55 cuando el hambre se hizo sentir en Egipto, el pueblo pedía pan al faraón. Entonces el faraón dijo a todos los egipcios: -Acudid a José y haced lo que él os diga. 56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendía el grano a los egipcios. El hambre se fue agravando cada vez más en Egipto. 57 De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra. 42,5 Fueron, pues, los hijos de Israel, como hacían otros, a comprar trigo, porque había hambre en la tierra de Canaán. 6 José era quien gobernaba el país y el que vendía el trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se postraron ante él rostro en tierra. 7 En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingió no conocerlos y los trató duramente. Les preguntó: -¿De dónde venís? Ellos respondieron: -Venimos de la tierra de Canaán, para comprar grano. 8 Y los metió a todos en la cárcel por espacio de tres días. 18 Al tercer día les dijo: -Yo soy un hombre que teme a Dios; haced esto para salvar la vida: 19 Si sois gente de fiar, uno de vosotros quedará aquí preso y los demás irán a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras familias. 20 Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor: así se demostrará la sinceridad de vuestras intenciones y no moriréis. Ellos aceptaron, 21 y se decían unos a otros: -Estamos pagando lo que hicimos con nuestro hermano, pues vimos la angustia con la que nos pedía clemencia y no le escuchamos. Por eso nos ha venido esta desgracia. 22 Entonces intervino Rubén: -¿No os dije yo que no hicierais ningún mal al muchacho? Pero no me escuchasteis, y ahora se nos pide cuenta de su muerte. 23 Ellos no sabían que José entendía lo que estaban diciendo, pues hablaba con ellos por medio de un intérprete. 24 Entonces se retiró y se puso a llorar.
**• Esta perícopa se inserta en el último ciclo de los relatos patriarcales del Génesis (capítulos 37-50), en el que predomina la figura de José. Se trata de una extensa sección del libro, que presenta características diferentes respecto a los ciclos de relatos que la preceden: ésta presenta temas y motivos que le conectan con la magna tradición sapiencial de Israel. La figura de José está esbozada siguiendo los cánones clásicos del sabio: es un hábil consejero político; está dotado de una inteligencia que le permite escrutar en la trama de la historia el «consejo», el proyecto de Dios; teme al Señor {cf. 42,18) y lleva una vida honesta, marcada por una profunda sensibilidad ética que acompaña a su actitud confiada respecto a Dios {cf. 39,7-20). En esta sección se perfila una reflexión sobre la presencia de Dios en el acontecer de la humanidad, una presencia que no recurre a las grandes acciones poderosas o a las teofanías. Dios se revela en el interior del acontecer humano, en las opciones que realizan los hombres y las mujeres, en la maraña, con frecuencia inextricable e incomprensible, de la historia de cada persona. José es imagen de todo hombre que, por la fe, sabe que Dios no abandona a su fiel. Éste es el contexto general que ilumina la perícopa del primer encuentro entre José y sus hermanos después de que éstos le vendieran a los ismaelitas. José, en la plenitud de su éxito personal (41,57: «De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra»), no se sirve de su poder para llevar a cabo algún tipo de venganza contra sus hermanos. Su acción, que se desarrolla entre dos polos -«fingió no conocerlos» (42,7) y «yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18)-, tiende a provocar en los hermanos la pregunta por lo que habían hecho (42,22), para que se den cuenta de que la vida no puede ser vivida recurriendo a determinados tipos de violencia o, lo que es peor, asumiendo la violencia como criterio en vista a la obtención de un «beneficio» {cf. 37,26: «¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?»). De este modo, queda descrito el itinerario que es preciso realizar para reapropiarse de lo que es necesario para la vida, el «pan» al que remite la ambientación de la perícopa. Por eso se ha convertido José en figura de Cristo y en imagen del creyente en la tradición litúrgica. Es figura de aquel que, anunciando la misericordia del Padre, muestra que el beneficio de la propia vida consiste en hacer la voluntad del Padre; es imagen del creyente que, en Cristo, verdad del hombre, busca y realiza la fraternidad.
Evangelio: Mateo 10,1-7 En aquel tiempo, 1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias. 2 Los nombres de los doce apóstoles eran: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. 5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría. 6 Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. 7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.
**• La perícopa traslada la atención del ministerio de Jesús al de sus discípulos. La transición se lleva a cabo en los w. 35-38 del capítulo 9, que cierran la magna sección de los capítulos 8-9 e introducen el capítulo 10, donde se presentan los aspectos y las modalidades esenciales de la misión de los discípulos-apóstoles. La misión de Jesús está sintetizada en tres verbos: instruir, predicar y curar (9,35); la de los discípulos está definida por su estatuto: haber sido llamados (10,1) y enviados (10,5). Han sido llamados como discípulos y son enviados como apóstoles para continuar el anuncio y la obra del Maestro. Su misión es, por consiguiente, participación en la de aquel que es el único Maestro y Señor; su misma «autoridad» es participada. La vocación, por tanto, precede a la misión, la hace posible. Los Doce -los únicos que han sido enviados- representan simbólicamente, en la solemne presentación de sus nombres, conectada por Mateo con las instrucciones respecto a la misión, el tiempo nuevo y la nueva obra de Dios en la historia de los hombres. Una acción nueva que, sin embargo, no olvida el pasado. En efecto, a los discípulos se les pide que se dirijan a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 6). De este modo, la misión de los discípulos se caracteriza y se modela a partir del ministerio de Jesús (cf. 15,24). Este particularismo «temporal» de la misión de los Doce (cf, en efecto, 28,18-20) hace resaltar la continuidad de la obra de Jesús y de sus discípulos con la promesa hecha por Dios a los padres y muestra, al mismo tiempo, que la comunidad de los discípulos es el nuevo Israel.
MEDITATIO «En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar» (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría que no es motivo de orgullo, porque está escrito: «Que el sabio no alardee de su sabiduría, que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que (¡uiera alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jr 9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de toda criatura: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17).
ORATIO Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón... Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que caldea toda fría cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado. Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo en Ja cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis fibras: Abbá, Padre.
CONTEMPLATIO Jesús exhortó a los discípulos a que se mantuvieran alejados de los caminos de los paganos no porque no fueran enviados también a ofrecer la salvación a los paganos, sino para que se abstuvieran de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Tienen prohibido entrar en las ciudades de los samaritanos. Ahora bien, ¿acaso no curó el mismo Cristo a una samaritana? En realidad, les exhortó a que no entraran en las iglesias de los herejes. En efecto, la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Por consiguiente, fueron enviados a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sin embargo, ésta se encarnizó contra él con una lengua viperina y fauces de lobo. Con todo, dado que la Ley hubiera debido obtener el privilegio del Evangelio, Israel hubiera sido tanto menos excusable por su primer crimen, por el hecho de que había experimentado una solicitud mayor en la exhortación [...]. Los apóstoles deben predicar que el Reino de los Cielos está cerca, es decir, que ahora recibimos la imagen y la semejanza de Dios por medio de una comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de «cielos», reinar con el Señor. Deben curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los leprosos, expulsar a los demonios. Todos los males ocasionados al cuerpo de Adán por instigación de Satanás debían sanarlos ellos por medio de su participación en el poder del Señor (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. llóss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria» (Bar 5,9).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL José no odió nunca a sus hermanos; nunca le cegaron los celos. Por eso pudo reconocerlos: «Vio a sus hermanos y los reconoció» (Gn 42,7). Pero ellos están pegados todavía a las tinieblas de su odio fratricida y no pueden reconocerle. Para ellos, José está muerto, ya no existe. Ni siquiera se plantean la pregunta de si existe o no su hermano. Sólo un duro y sincero camino de purificación y de conversión les permitirá abrir los ojos y reconocerle. José los somete entonces a prueba, acusándoles de espías. Ellos se defienden declarando: «Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre, en la tierra de Canaán. El más joven se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció» (42,13). Entonces comienza su cambio: reconocen que forman una sola familia, se sienten todos hermanos, incluyen también entre los hermanos al que desapareció. Es preciso «ponerlos a prueba» (42,15) para verificar si se ha producido verdaderamente un cambio en ellos [...]. Tienen que volver a su padre, pero uno de ellos se quedará encarcelado en Egipto: «La situación es perfectamente análoga a la del pasado: deben volver una vez más a la presencia de su padre sin uno de ellos, pero lo que antes habían contemplado sin piedad en José, cuando éste era adolescente -el desgarro del corazón-, lo sienten ahora como algo enormemente insoportable para ellos mismos» (G. von Rad). Los hermanos, que buscaban víveres (42,7), son conducidos por José a un descubrimiento aún mayor: la fraternidad y la responsabilidad frente a Dios (A. Bonora, La storía di Giuseppe, Brescia 31995, pp. 43-45, passim).
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Benito (Nursia, c. 480 - Montecassino, c. 547) fue el «fundador» del monacato occidental. Cautivado e impulsado por el Espíritu, abrazó en su edad juvenil un período de absoluta soledad en una cueva de Subiaco; su fama le atrajo algunos discípulos, para los que organizó la vida cenobítica. Primero, en pequeños monasterios y, después, en el célebre cenobio de Montecassino. Su Regla reasume sabiamente la tradición monástica oriental y la adapta con discreción al mundo latino. Esta «escuela de servicio al Señor» se construye en torno a la lectura amorosa de la Palabra de Dios [lectio divina), a la liturgia de alabanza desarrollada de manera coral y al trabajo realizado en un clima de caridad fraterna, de humilde y obediente servicio.
LECTIO Primera lectura: Proverbios 2,1-9 1 Hijo mío, si acoges mis palabras y almacenas mis mandatos, 2 prestando atención a la sabiduría y abriendo tu mente a la prudencia; 3 si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, 4 si la buscas como al dinero y la desentierras como un tesoro, 5 entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios. 6 Porque el Señor concede la sabiduría y de su boca brotan saber y prudencia. 7 Él almacena sensatez para el hombre recto, es escudo para el de conducta cabal. 8 Cuida las sendas del derecho y guarda el camino de los fieles. 9 Entonces comprenderás el derecho, la justicia y la rectitud, todos los caminos del bien.
**• El texto bíblico presenta una lista de instrucciones dirigidas por un padre a su hijo a fin de exhortarle a adquirir ese bien precioso que es la sabiduría. Sólo una búsqueda apasionada de ésta permite establecer una recta relación con YHWH {«el temor del Señor»), que proporciona la sabiduría y protege al sabio. A estas palabras hacen eco las del prólogo de la Regla benedictina, que empieza precisamente así: «Escucha, hijo, los preceptos del Maestro e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso...». Acoger la Palabra de Dios es, por consiguiente, el camino seguro para configurarse con Cristo, Sabiduría del Padre.
Evangelio: Mateo 19, 27-29 27 Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?» 28 Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.
*•• Jesús quiere explicar a sus discípulos la importancia de dedicarse a la causa de Dios por encima de cualquier fin humano, como también reveló a sus padres cuando tenía 12 años y lo encontraron en el templo hablando con los maestros. En aquel momento su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» y El les respondió: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero sus padres no comprendieron la respuesta que les dio. La incomprensión de su Palabra induce a Jesús a ponerse en un nivel más humano y prometerles el ciento por uno y la vida eterna aún incomprendida por sus discípulos hasta no recibir el Espíritu Santo en Pentecostés.
MEDITATIO Los pastores que, guiados por el Espíritu, tropiezan con el joven Benito -que ya ha pasado largos años en una austera soledad- encuentran en él a un hombre «nuevo», renacido del silencio y de la profunda escucha de la Palabra, capaz de convertirse ahora en guía de otros buscadores de Dios. En los textos propuestos por la liturgia encontramos los elementos característicos, más aún, fundadores, de la espiritualidad que ha animado a las comunidades monásticas engendradas por Benito. Antes que nada, la búsqueda apasionada de Dios, que se revela al corazón dispuesto a escuchar y custodiar la Palabra. De este modo se llega a conocer a Jesús como la verdadera Sabiduría del Padre, como el verdadero y único tesoro al que nada se debe anteponer. Sólo permaneciendo unidos a él de manera estable podremos llegar a ser verdaderamente sus discípulos y dar fruto. La belleza y la fecundidad de la vida cristiana se pueden desplegar así en oración de alabanza y de intercesión, en paz laboriosa que se convierte en generosa hospitalidad con los hermanos y da testimonio de la alegría de cuantos viven juntos en el amor, sin preferir nada a Cristo.
ORATIO Aquí estamos, oh Dios, con el oído del corazón arrimado a tu corazón a fin de asentir a todas tus palabras como hijos que se sienten amados por su Padre bueno y quieren corresponder a su amor. Aquí estamos, como te decimos, pero tú ves cuan inestables nos mostramos aún en la fe y cuan frágiles en la caridad. Haz que los unos seamos para los otros signo y sacramento de tu mansedumbre y de tu bondad, a fin de dar testimonio a este mundo, dividido portantes odios y discordias, de la dulce fuente de alegría que supone amarse como hijos del único Padre, servirse y honrarse mutuamente en tu santo Nombre. Amén.
CONTEMPLATIO Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 33,13). Si tú, al oírlo, respondes «yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 33,14-15). Y si hacéis esto, pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis os diré: «Aquí estoy». ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor, que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su Reino a Aquel que nos llamó (Benito, Regla, prólogo 14-21).
ACTIO Repite y medita frecuentemente durante el día esta frase de san Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo» (Benito, Regla, 4,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, tienen necesidad de que san Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y de silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y nos llame a sus umbrales claustrales, para ofrecernos el cuadro de un taller del «divino servicio», de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de usarlas bien, la preponderancia del espíritu, de la paz; en una palabra, el Evangelio. Que vuelva san Benito para ayudarnos a recuperar la vida personal,; esa vida personal de la que hoy tenemos tanto ansia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exasperado de ser nosotros mismos, sofoca al mismo tiempo que lo despierta, decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente. Corría el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy no es la carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la exuberancia. La excitación, el estruendo, el carácter febril, la exterioridad, la multitud, amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su genuino palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la paz, le falta él mismo. Para volver a tener el dominio y el gozo espiritual de nosotros mismos, tenemos necesidad de volver a asomarnos al claustro benedictino. Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica, está recuperado para la Iglesia. El monje tiene un sitio escogido en el cuerpo místico de Cristo, una función preparada y urgente como nunca (Pablo VI, alocución del 24 de octubre de 1964, en AAS 56 [1964] 983-989, passim). |
Viernes de la 14ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 46,1-7.28-30 En aquellos días, 1 partió Israel con todo lo que tenía y, al llegar a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac. 2 Y Dios habló a Israel en una visión por la noche: -¡Jacob! ¡Jacob! Él respondió: -Aquí estoy. 3 Y Dios continuó: -Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti un gran pueblo. 4 Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí. José te cerrará los ojos. 5 Al partir de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros enviados por el faraón para transportarlos. 6 Llevaron también con ellos sus ganados y todo lo que habían adquirido en la tierra de Canaán, y Jacob y todos sus descendientes con él se vinieron a Egipto. 7 Llevó consigo a Egipto a todos sus hijos y nietos, sus hijas y sus nietas: todos sus descendientes. 28 Israel envió por delante a Judá, para que anunciara a José su llegada y preparara un lugar en Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen, 29 José hizo enganchar su carro y se dirigió a Gosen al encuentro de su padre. Cuando se encontraron, se echó a su cuello y estuvo llorando un largo rato abrazado a él. 30 Israel dijo a José: -Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo.
**• Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de un camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa. La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe una revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (w. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a un itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»). En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con un hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).
Evangelio: Mateo 10,16-23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 16 Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas. 17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas. 18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos. 19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir, 20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros. 21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán. 22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. 23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.
**• Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,1 lss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia. Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad » que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar una ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera. Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor. La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida de los evangelizados Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).
MEDITATIO La gracia de la llamada a compartir la misión del Hijo configura a aquel que, despojándose de su naturaleza divina, se hizo hombre y vivió entre los hombres como siervo (Flp 2,7), viviendo entre los suyos «como el que sirve» (Le 22,27). Esta conformidad con Cristo «siervo» la otorga el Espíritu, que permite al discípulo unir, en una existencia renovada, el obrar y el ser, y en virtud de ello unificar el amor a Dios y al prójimo en el servicio prestado según la verdad (cf. Mt 9,13). La misión y la kenosis se reclaman recíprocamente, revelando, con la humillación de Dios en Cristo, el signo histórico del servicio del discípulo, que prosigue en el tiempo la acción salvífica de su Señor en cada hombre. En consecuencia, en Cristo, tanto la vida como la misión del discípulo están situadas bajo el signo de la cruz gloriosa: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,6ss). Hasta en el momento del abandono y el fracaso, del miedo que nos lleva a mirar atrás, a dirigir la mirada hacia el pasado, en el que pensamos encontrar protección, confía el discípulo su propia historia a la memoria de una Palabra consoladora: «Soy yo en persona quien os consuela. ¿Por qué has de temer a un ser mortal, a un hombre que pasa como la hierba? ¿Olvidarás al Señor, tu creador, que desplegó el cielo y cimentó la tierra?» (Is 51,12ss). El anuncio del Evangelio queda sustraído de esta manera a los criterios de evaluación mundanos y es entregado, definitivamente, al discernimiento de la Palabra del Señor: «Hermanos, no actuéis como niños en vuestra manera de juzgar; tened la inocencia del niño en lo que se refiere al mal, pero sed adultos en vuestros criterios» (1 Cor 14,20).
ORATIO Condúceme tú, luz amable, condúceme en la oscuridad que me estrecha. La noche es oscura, la casa está lejos; condúceme tú, luz amable. Guía tú mis pasos, luz amable. No pido ver muy lejos; me basta con un paso, sólo con el primer paso. Condúceme adelante, luz amable. No siempre fue así, no te recé para que tú me guiaras y me condujeras. Quise ver por mí mismo mi camino, y ahora eres tú quien me guía, luz amable. Yo quería certezas; olvida aquellos días, para que tu amor no me abandone; hasta que pase la noche tú me guiarás con seguridad a ti, luz amable (J. H. Newman, Lead, kindly ligth).
CONTEMPLATIO El Señor Jesús preanuncia que habrían de ser muchos los que se ensañarían contra los apóstoles con un furor insensato cuando dice que los envía «como ovejas en medio de lobos». Les recomienda que sean «sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes». La sencillez de las palomas es evidente. Sin embargo, es preciso examinar qué es la prudencia de la serpiente. Yo no sé si hay algo de prudente o de sensato en ellas, a pesar de que algunos autores nos hayan transmitido a este respecto que, cuando comprenden que han caído en manos de los hombres, apartan de todos los modos posibles su cabeza de los golpes, o bien escondiéndola en el cuerpo enrollado en espiral, o bien hundiéndola en un hueco y abandonando la otra parte del cuerpo a la matanza. Así también nosotros, siguiendo este ejemplo, debemos esconder, en caso de persecución, nuestra cabeza, que es Cristo, para defender, exponiéndonos a todas las torturas, con el sacrificio de nuestro cuerpo, la fe que hemos recibido de Cristo [...]. Seremos conducidos además ante los jueces y ante los reyes de la tierra con el propósito de arrancar nuestro silencio o nuestra complicidad. Seremos, en efecto, testigos para ellos y para los paganos. Con nuestro testimonio debemos arrebatar a los perseguidores la excusa de la ignorancia de la divinidad, y, en cambio, debemos abrir a los paganos el camino de la fe en Cristo, predicado por las confesiones de los mártires, que perseveraron entre los suplicios de los que les torturaban. Por eso nos advierte Cristo que es preciso que nos armemos de la prudencia de la serpiente (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 122ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 16,13; 14,26).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Para los monjes, Jesucristo es el modelo de la humanidad por excelencia. El hecho de soportar los sufrimientos, los insultos, las acusaciones, la humillación por amor a Cristo -se trata del contenido de una de las bienaventuranzas (Mt 5,10-12)- es un ideal luminoso para quien vive en el desierto; es expresión de humildad. Ahora bien, lo que proyecta su sombra de un modo impresionante a lo largo de toda la literatura de los apotegmas es el ejemplo de humildad que Cristo ofrece personalmente, su kenosis, su vaciarse de sí mismo (Flp 2). Los padres del desierto intentaron seguir a Cristo recorriendo su camino de humildad, compartiendo sus sufrimientos, pagando su deuda de amor a quien sufrió por ellos. Este aspecto de la vida de Cristo es, de modo evidente, uno de los rasgos más conmovedores y marcados de los monjes del desierto. Sus dichos reflejan el empeño inagotable puesto por ellos para realizar su sentido en su propia vida. De este modo, esperaban llevar a Cristo a la vida del desierto. Para el padre Poemen, el objetivo de la vida del monje en el desierto sólo se puede entender, en su totalidad, en referencia a las bienaventuranzas. «¿Acaso no hemos venido a este lugar para la fatiga (cf. Mt 5,1 Oss)?», se pregunta el anciano. De modo análogo, el padre Pafnuncio le indicó el camino de la humildad trazado por las bienaventuranzas a un hermano que le pidió una palabra: «Ve v ama las tribulaciones más que la quietud, el desprecio más que la alegría, dar más que recibir» (D. Burton- Christie, La Parola nel deserto, Magnano 1998, pp. 350ss). |
Sábado de la 14ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 49,29-33; 50,15-24 En aquellos días, Jacob 49,29 les dio estas instrucciones: -Yo estoy a punto de reunirme con los míos; sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el hitita, 30 en la cueva de Macpelá, frente a Mambré, en la tierra de Canaán, la que compró Abrahán al hitita Efrón como sepulcro en propiedad. 31 Allí fueron sepultados Abrahán y su mujer, Sara; allí, Isaac y su mujer Rebeca; allí también sepulté yo a Lía. 32 El campo y su cueva los compró Abrahán a los hititas. 33 Cuando Jacob acabó de dar estas instrucciones a sus hijos, encogió los pies en la cama, expiró y fue a reunirse con los suyos. 50,15 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se decían: «Quizá ahora José empiece a odiarnos y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos». 16 Por eso mandaron a decir a José: -Tu padre ordenó esto antes de morir: 17 Decid a José que perdone el delito y el pecado de sus hermanos, el daño que le hicieron. Así que, por favor, perdona el delito de los siervos del Dios de tu padre. José, al oírlos, se echó a llorar. 18 Después, sus mismos hermanos vinieron a postrarse ante él y le dijeron: -Aquí nos tienes, somos tus esclavos. 19 Pero José les dijo: -No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios? 20 Ciertamente, vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien, para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo. 21 Así que no temáis: yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Así los consoló hablándoles al corazón. 22 José siguió viviendo en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años. 23 Vio a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. También recibió sobre sus rodillas, al nacer, a los hijos de Maquir, hijo de Manases. 24 Luego dijo a sus hermanos: -Yo estoy a punto de morir, pero Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.
**• Este fragmento une la petición de Jacob de ser sepultado en el lugar donde yacían sus padres con la perícopa conclusiva del libro del Génesis, en la que se contraponen el miedo de los hermanos a la posible represalia de José respecto a ellos después de la muerte de su padre y la reacción de José en la que se confirma el perdón, junto a la conciencia de que, aun siendo un hombre poderoso, nunca podría sustituir a Dios, el único a quien pertenecen el juicio y la vida. En el regreso de los restos de Jacob-Israel a la tierra de sus padres, se preanuncia el itinerario de retorno del pueblo de Israel tras el doloroso paréntesis de la opresión egipcia. Y en las palabras de José -«Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob» (v. 24)- se evoca el compromiso (la alianza, berith) que Dios asumió con los padres y que da sentido a la esperanza del pueblo. Esta esperanza encuentra respuesta en la «visita» de Dios a su pueblo, que será para éste la salvación definitiva, la posesión de los bienes prometidos, esperados y anhelados. Se trata de una visita que abrirá una nueva fase de la historia e inundará de alegría toda la tierra, una fase que se cumplirá en el Hijo, el cual tendrá poder para dirigir los pasos de todo hombre «por el camino de la paz» y hará un pueblo único encaminado hacia la patria de su deseo: Dios Padre.
Evangelio: Mateo 10,24-33 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 24 El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su señor. 25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, ¡más aún a los de su familia! 26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse. 21 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escucháis al oído proclamadlo desde las azoteas. 28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno. 29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. 31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros. 32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial, 33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.
**• Mateo recuerda, de una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el discípulo «permanece» en su vocación. Lo hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los enviados. En primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera al discípulo de todo miedo {cf. el triple «no temáis»: w. 26.28.31) y de los condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al Evangelio. El valor de anunciar públicamente con franqueza (parresía) la presencia de Dios, que trae en Jesucristo la paz y hace estallar, no obstante, las contradicciones que habitan en el corazón del hombre y en las estructuras de vida que éste ha creado, da la medida de la libertad del discípulo y de su adhesión a Jesucristo. El discípulo sabe que el servicio al Evangelio no es un proyecto de vida irénico o, peor aún, marcado por las componendas, en el que desaparecen ingenuamente –o se esquivan con hábiles cálculos- la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera radical (cf. Mt 10,37). Anunciar el Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro (cf. 10,33), jurando que no le conocía (27,74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Me 3,12)-, es algo que no debemos olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la vida del discípulo (w. 32ss).
MEDITATIO En su misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio, el discípulo participa del dinamismo de la Palabra que, salida de la boca del Altísimo (cf Is 55,11), se difunde como testimonio del Señor Jesús hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1,8). En este itinerario diseñado por la voluntad del Padre, el discípulo está apoyado y acompañado por la presencia de su Señor: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os lie mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,19ss). Se trata de una compañía que nos libera del miedo a la muerte, que nos impulsa a mirar más allá de ésta. Y es que, en Cristo, ha sido destruida la muerte y ha triunfado la vida. Está escrito, en efecto: «La doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él ríos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,11-13). Es el nuevo comienzo de la vida del creyente, porque Jesucristo, al vencer a la muerte, construye la historia a partir del nuevo comienzo de su resurrección. De ahí que el discípulo se construya sobre Cristo (Col 2,7) y esté «asociado a su plenitud» (Col 2,9) en virtud de que «habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos» (Col 2,12). La misión del discípulo encuentra en este acontecimiento su «comienzo» y la certeza de que está acompañada por la presencia providente del Padre. Él custodia a su fiel.
ORATIO Te alabo, Señor, y te bendigo, oh mi todo, porque has completado tu obra en mí. Tú eres un Dios prodigioso, tú realizas maravillas. En las entrañas de tu amor te has acordado de mí, tu siervo. Señor, me has vuelto a dar la vida. Por eso cantaré tu nombre entre la gente, sonarán en las cítaras las suaves vibraciones de mi corazón y susurrará en tu oído mi canto de amor: Yo soy narciso de Sarón, un lirio blanco de los valles. Tú, amado mío, me has introducido en la celda de tu embriaguez, me has imprimido como sello en tu brazo, en tu corazón; tu estandarte, sobre mí, es amor. Te doy gracias en medio de tu pueblo; tú me inundas con tu gracia, porque me has hecho hijo tuyo en el Espíritu. Amén.
CONTEMPLATIO «¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» [...]. La expresión «ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» parece contradecir las palabras del apóstol: «Dios no se preocupa de los bueyes». Y se quitaría mucha credibilidad a esta última si se constatara que ha expresado una opinión diferente de la transmitida en los evangelios. Tampoco se confiere, ciertamente, mucho prestigio a los apóstoles por el hecho de ser antepuestos a los pájaros. Este pasaje se explica a partir de la idea precedente. Llegan al colmo, en efecto, las injusticias de los que nos entregarán, nos perseguirán, nos obligarán a la huida. Para ésos es necesario odiarnos a causa del nombre del Señor, a fin de ejercitar todo su poder sólo sobre el cuerpo, puesto que no tienen poder sobre el alma. Éstos son los que venden dos pájaros por muy poco dinero. Y, en verdad, lo que ha sido vendido como esclavo del pecado lo ha rescatado Cristo de la Ley. Así pues, lo que ha sido vendido es el cuerpo y el alma. Aquel al que ha sido vendido es el pecado, puesto que Cristo nos ha rescatado del pecado y es redentor del alma y del cuerpo. Por consiguiente, los que venden dos pájaros por muy poco dinero se venden a sí mismos al pecado al precio más bajo. Éstos han nacido para volar y deben elevarse al cielo con alas espirituales. Sin embargo, por ser esclavos del precio de los placeres presentes y estar vendidos al lujo del mundo, con esos comportamientos regatean sólo consigo mismos (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 126-128).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» (Le 12,32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús entrega a los discípulos su Espíritu a fin de que tengan fuerza, confianza, entusiasmo al compartir con él la misión recibida, en cualquier situación en la que puedan encontrarse. Frente a las dificultades y a las decepciones, a las fatigas y a las arideces, a los miedos y a las tentaciones de abandono que pesan sobre nuestro compromiso de vida cristiana y de anuncio del Evangelio, estamos llamados a descubrir de nuevo la absoluta fidelidad de Cristo a la promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20). Precisamente, en los momentos de fatiga y de aparente fracaso personal y pastoral es cuando debemos orar al «Consolador», al Espíritu Santo que el Padre nos envía en nombre de Cristo. Le debemos rezar para que nos recuerde todo lo que dijo el Señor Jesús (cf. Jn 14,26): la promesa de su presencia; más aún, la realidad de su victoria: «En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). San Ambrosio nos invita a cantar. «Que Cristo sea nuestro alimento, nuestra bebida la fe; bebamos alegres la sobria embriaguez del Espíritu» (himno Splendor paternas gloríae). Con esta sobria embriaguez que el Espíritu creador infunde en nuestro corazón, tanto la vida cristiana como la acción pastoral de la Iglesia podrán experimentar no sólo un sentido de serena seguridad, sino también una profunda alegría: la alegría de quien trabaja en el Reino de Dios, por y con el Señor. Precisamente, como los discípulos de los que hablan los Hechos de los apóstoles, que «estaban llenos de alegría y de Espíritu Santo» (Hch 13,52) (D. Tettamanzi, // tempo della missione della Chiesa, Cásale Monf. 2000, pp. 106-108, passim). |
15º domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Deuteronomio 30,10-14 Moisés habló al pueblo diciendo: 10 Obedecerás a la voz del Señor, tu Dios, observando sus mandamientos y sus leyes, escritas en este libro de la ley, y te convertirás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. 11 Pues el precepto que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. 12 No está en el cielo para que digas: «¿Quién subirá al cielo a buscarlo para que nos lo dé a conocer y lo pongamos en práctica?». 13 Tampoco está más allá de los mares para que digas: «¿Quién pasará al otro lado de los mares a buscarlo para que nos lo dé a conocer y lo pongamos en práctica?». 14 Pues la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
*+• El texto presenta una orden de Moisés: «Obedecerás... y te convertirás» (v. 10). A primera vista, parece una petición inmotivada de sumisión. Pero si ponemos el fragmento en su contexto, veremos cómo la obediencia se sitúa en el marco de la alianza. En el comienzo está la obra de Dios: «Vosotros habéis visto todo lo que el Señor hizo en Egipto al faraón, a sus servidores y a todo su país; con tus propios ojos viste aquellas terribles pruebas, aquellos grandes milagros y prodigios» (Dt 29,1). El pueblo está invitado a responder a la iniciativa de Dios, a entrar en su alianza aceptando sus condiciones: «Observad, pues, las palabras de esta alianza» (29,8). Si el pueblo, después de haberlas aceptado, no las observa, será castigado con el exilio. Pero de éste será posible volver mediante una nueva intervención gratuita de Dios: «El Señor, tu Dios, hará volver a tus deportados, tendrá piedad de ti» (30,3), y él mismo te inducirá a la conversión, «circuncidará tu corazón» (30,6). Gracias a esta acción divina, todo el mundo estará al final en condiciones de convertirse y de obedecer, como pide Moisés, y de procurarse así la felicidad que Dios desea ofrecerles: «El Señor se alegrará de nuevo por ti haciéndote feliz» (30,9). Por otra parte, es posible obedecer no sólo por el impulso interior que viene de Dios, sino también porque lo que él manda está a nuestro alcance: «No es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance», sino que «está muy cerca de ti» (w. 11.14). La ley del Señor es accesible, y obedecerla es el camino de la «vida»: «Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que yo te prescribo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos y observando sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, vivirás y serás fecundo» (Dt 30,16).
Segunda lectura: Colosenses 1,15-20 15 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura. 16 En él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades, todo lo ha creado Dios por él y para él. 17 Cristo existe antes que todas las cosas y todas tienen en él su consistencia. 18 Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio de todo, el primogénito de los que triunfan sobre la muerte, y por eso tiene la primacía sobre todas las cosas. 19 Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud 20 y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz.
**• El himno exalta la grandeza de Cristo apoyándose en tres puntos de referencia. Respecto al Padre, Jesús es el icono, la imagen visible del Dios invisible {cf. v. 15). Por eso dice: «Quien me ve a mí ve a aquel que me ha enviado» (Jn 12,45; 14,9). Es el mediador de la obra de la redención: «Por medio de él», mediante su sangre derramada en la cruz, el Padre celestial ha reconciliado consigo el universo (v. 20). En un contexto filosófico en el que se pensaba que el cielo y la tierra estaban poblados por potencias misteriosas, se afirma que Cristo posee el primado absoluto sobre todas ellas, que el cosmos está bajo su dominio, que él es el principio y el fin de todas las cosas: «todo lo ha creado Dios por él y para él», «Cristo existe antes que todas las cosas» y todas encuentran «en él» su consistencia (w. 15b-17). Cristo ejerce su señorío también sobre la Iglesia, su «cuerpo», del que es «la cabeza» (v. 18).
Evangelio: Lucas 10,25-37 En aquel tiempo, 25 se levantó un maestro de la Ley y le dijo para tenderle una trampa: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? 26 Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? 27 El maestro de la Ley respondió: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Jesús le dijo: -Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás. 29 Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo? 30 Jesús le respondió: -Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándole medio muerto. 31 Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo. 32 Igualmente, un levita que pasó por aquel lugar, al verlo, se desvió y pasó de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. 34 Se acercó y le vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero, diciendo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta». 36 ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? 37 El otro contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Vete y haz tú lo mismo.
**- El maestro de la Ley plantea una pregunta de suma importancia; se refiere a la vida eterna y al camino para llegar a ella, aunque le mueve una intención poco limpia {«para tenderle una trampa»: v. 25). Jesús le responde con otra pregunta que, didácticamente, implica también al interlocutor, como si le dijera: «Tú eres un maestro de la Ley y, a buen seguro, conoces la respuesta a tu pregunta». Cogido por sorpresa, el maestro debe seguir el juego. En realidad, responde de una manera excelente, fundiendo en uno los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,18), lo que le merece la aprobación de Jesús: «Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás» (v. 28). El maestro, «queriendo justificarse» (v. 29), es decir, deseando evitar la mala imagen de haberse presentado aparentemente sin motivo, puesto que ha mostrado conocer la respuesta a la pregunta que había planteado, se ve obligado a interrogar a Jesús sobre otro punto: ¿Cómo puedo saber quién es «miprójimo»! La cuestión a la que parece aludir es si por «prójimo» se entiende sólo «los hijos de tu pueblo», como se lee en el texto citado más arriba (Lv 19,18), o si el concepto se extiende también a los extranjeros que habitan en Israel: «Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no le molestaréis; será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo» (Lv 19,33-34; cf. Dt 10,19). Y, por otra parte, si entre esos extranjeros debe amarse sólo a los prosélitos, es decir, a los que habían aceptado vivir plenamente a la manera de los judíos. Jesús le responde con la parábola del buen samaritano, en la que enseña tres cosas: que el prójimo es cualquier miembro de la humanidad, simplemente «un hombre» (v. 30); que esto lo comprende hasta un samaritano, alguien mucho menos cualificado que un maestro, un sacerdote o un levita: un «excomulgado», al que los judíos no consideraban ni siquiera como prójimo, es propuesto por Jesús como modelo de hacerse prójimo; y, sobre todo, muestra que la pregunta ha de hacerse en la dirección opuesta, no hacia nosotros mismos, sino hacia el otro: no quién me es prójimo, sino quién se hace prójimo. Amor significa aquí «tener compasión» de cualquiera que sufra, tomar la iniciativa y hacer al otro lo que si yo estuviera en necesidad quisiera que me hicieran a mí. La respuesta de Jesús a la pregunta del principio sonaría en sustancia así: «Tiene la vida eterna todo el que cuida de la vida de cualquier necesitado». Paradójicamente, para tener la vida es preciso darla.
MEDITATIO La primera lectura está armonizada con la del evangelio: en ambas podemos recoger dos mensajes para profundizar en ellos y actualizarlos. El primero es el de la proximidad. El texto del Deuteronomio afirma que la Palabra de Dios se ha hecho «próxima», se ha hecho accesible y practicable. El mandamiento de amar al prójimo está cerca del corazón del hombre; de hecho, lo comprende y lo pone en práctica hasta un samaritano, aunque no reconozca más que una parte de la Escritura (el Pentateuco) y sea considerado por los judíos como alguien medio pagano, mientras que, de manera extraña, en la observancia de este mandamiento se muestra inseguro el maestro de la Ley y fallan del todo el sacerdote y el levita, que anteponen la pureza legal (cf. Lv 22,4-7) a la ayuda a una persona. Por otra parte, la parábola del buen samaritano da la vuelta a la idea de prójimo: no se trata de alguien que se acerca a ti, sino de que tú debes acercarte al necesitado. El momento de tomar la iniciativa no depende del carné de identidad del otro, sino de tu capacidad de «compasión». El principio de la proximidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Las ocasiones de actualizarlo se nos presentan de continuo. Un segundo mensaje que se desprende de las dos lecturas está en el nexo entre la observancia de los mandamientos, en particular el de la caridad, y la vida. En el fragmento del Deuteronomio, la vida es la de este mundo, sostenida por la abundancia de los bienes materiales, en los que se reconoce de modo concreto la bendición de Dios. En cambio, en el evangelio la pregunta versa sobre la vida eterna, una vida cualificada por la comunión con Dios, antes que por su duración perenne. En ambos casos, el camino de la vida pasa por la observancia del doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Si en otro lugar se dice que la vida nace del amor que recibimos, aquí se afirma que la vida se desarrolla en virtud del amor que somos capaces de dar. Quien quiera plenitud de vida sabe ahora cómo alcanzarla y puede examinarse sobre su camino: si ha seguido los pasos del buen samaritano o los del sacerdote y el levita.
ORATIO Proyectando la luz de estos mensajes sobre nuestra vida, podemos ver las realizaciones positivas, las ocasiones en las que nos hemos hecho prójimos y otras en las que tal vez han prevalecido en nosotros el cierre, la discriminación, el miedo a ser molestados por aquel que con distintas necesidades esperaba nuestra ayuda. Demos gracias al Señor por el bien que hayamos hecho y pidámosle perdón por las omisiones. Invoquemos al Espíritu Santo, que «da la vida» y es fuente del amor, para que abra nuestros ojos y nos demos cuenta de los necesitados, para que nos inspire las iniciativas adecuadas y dé fuerza de amor a nuestro corazón para llevarlas a cabo. Y, sobre todo, elevemos una oración de alabanza al Señor, que nos ha revelado el camino de la vida y ha suscitado en la historia de la Iglesia todo un ejército de santos y santas que han seguido el ejemplo del buen samaritano.
CONTEMPLATIO Tras meditar sobre los mandamientos y la oración consiguiente, fijemos nuestra mirada en Dios, que se revela a través de su Palabra. Con el doble mandamiento del amor, Dios no nos ordena nada diferente a lo que él mismo es. El Padre nos quiere connaturales, hijos capaces de amar a imitación suya. En el mandamiento principal se refleja el rostro de Dios. Deberíamos detenernos a considerarlo así: «Dios es amor»; el miedo al encuentro con él al final de nuestra vida se desvanecerá en la medida en que, desde ahora, «seamos como es él» (1 Jn 4,16.17). En la parábola del buen samaritano, Jesús nos habla, en el fondo, de sí mismo: es él quien en la sinagoga de Nazaret proclama «el año de gracia», el tiempo de la liberación de los pobres, de los prisioneros, de cuantos están oprimidos por las diferentes enfermedades (Lc 4,18ss). El evangelio cuenta las obras que Jesús, «imagen» del Padre (Col 1,15), lleva a cabo «movido por la compasión» (Lc 7,13; 10,33; 15,20).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Haz esto y vivirás» - «Vete y haz tú lo mismo» (Lc 10,28.37).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL A lo largo de la historia, cada vez que los hombres y las mujeres han sido capaces de responder a los acontecimientos del mundo tomándolos como ocasiones para madurar su propio corazón se ha abierto una fuente inagotable de generosidad y de vida nueva, entreabriendo una esperanza que superaba toda predicción humana. Si pensamos en las personas que nos han infundido esperanza, reforzando nuestro espíritu, descubrimos con frecuencia que no eran en absoluto profesionales del consejo, de la amonestación y de la moral, sino sólo personas capaces de expresar, con sus palabras y sus acciones, la condición humana de la que participaban, y que nos han incitado a hacer frente a los hechos reales de la vida. Los predicadores que reducen lo inexplicable a problema, ofreciendo soluciones de servicios médicos de urgencias, nos deprimen porque evitan la piadosa solidaridad de donde proviene la curación. Ni Kierkeqaard, ni Sartre, ni Camus, ni siquiera Solzhenitsin han ofrecido nunca soluciones. Sin embargo, muchos de los que les leen encuentran energías para proseguir en la búsqueda. Quien no huye de nuestros dolores, sino que los toca piadosamente, nos cura y nos refuerza. A decir verdad, la paradoja consiste en el hecho de que el comienzo de la curación está en la solidaridad en ese dolor. En nuestra sociedad, orientada hacia las soluciones, cada vez es más importante darse cuenta de que pretender aliviar el dolor sin compartirlo es como pretender salvar a un niño de una casa en llamas sin correr el riesgo de quemarse (H. J. Nouwen, Viaggio spirituale per l'uomo contemporáneo, Brescia 81999, p. 54).
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Miércoles de la 15ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 3,1-6.9-12 En aquellos días, 1 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios, 2 y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía. 3 Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la zarza». 4 Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza: -¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: -Aquí estoy. 5 Dios le dijo: -No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. Y añadió: 6 -Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. Y el Señor le dijo: 9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a la que los egipcios los someten. 10 Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. 11 Moisés dijo al Señor: -¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? 12 Dios le respondió: -Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte.
**• Si la página de la infancia de Moisés es una de las más conocidas, ésta de hoy -que narra su llamada- es una de las más importantes del libro del Éxodo. Moisés, integrado en la familia de Jetró, el sacerdote madianita que le había dado a su hija Séfora como esposa, se adapta al nuevo tipo de vida, se hace pastor en aquella tierra y, siguiendo a su rebaño, llega un día al monte de Dios, el Horeb, en el Sinaí (v. 1). En aquella soledad es donde Dios le saldrá al encuentro para una revelación trascendental que marcará no sólo su vida, sino también -y de manera especial- la vida de su pueblo, Israel, y la de la Iglesia de Cristo. En efecto, Dios le envía a salvar a sus hermanos de la esclavitud, figura de la opresión de la humanidad, que será salvada y redimida por el enviado de Dios, Cristo Jesús. La acción parte de un hecho sorprendente, nunca visto: una zarza que arde sin consumirse (v. 2). Atraído por este espectáculo, Moisés se acerca y, cuando se encuentra cerca de la zarza, oye la voz del Señor. Dios se muestra sensible al dolor, al clamor del sufrimiento, y más aún cuando este sufrimiento es el de los pequeños o el de los oprimidos. No ha habido ninguna oración por parte del pueblo que haya movido a Dios a intervenir; es simplemente «el clamor» de la aflicción de aquella gente oprimida lo que ha llegado a él como una súplica (v. 9). Y Dios responde. De él procede la iniciativa: es YHWH quien da el primer paso. Sin embargo, para actuar de modo concreto entre los hombres, quiere unos hombres elegidos que colaboren en su plan de redención: «Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo» (v. 10). El hombre, ante una tarea tan grande y difícil, experimenta miedo, se siente pequeño, incapaz, y presenta a Dios sus limitaciones (v. 11). Pero Dios le tranquiliza: «Yo estaré contigo» (v. 12). La obra es de Dios, él la ha comenzado, él la llevará a término. La fe del hombre se entrelaza con esta iniciativa divina. De este modo, llevará Dios a cabo, con la cooperación humana, su gran designio de salvación de Israel.
Evangelio: Mateo 11,25-27 25 En aquel tiempo, dijo Jesús: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. 26 Sí, Padre, así te ha parecido bien. 27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
*•• El fragmento evangélico de hoy nos transmite una de las pocas oraciones explícitas de Jesús recogidas en los evangelios. Esta oración es una breve berákhah, o sea, «bendición» dirigida a Dios (del mismo modo que tantos salmos del Antiguo Testamento). El motivo, si nos fijamos bien en la traducción del texto original, es éste: haber revelado las cosas del Reino de Dios a los pequeños antes que a los sabios del mundo. Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo, sino antes que nada porque las ha «dado a conocer a los sencillos» (v. 25). Eso es lo que ha complacido al Padre, tal como lo ve el amor filial de Jesús. A continuación, fuera ya de la oración, Jesús hace unas afirmaciones impresionantes sobre sí mismo: dice, en primer lugar, que todo le ha sido entregado por su Padre (v. 27a), palabras que veremos ratificadas y completadas por aquel solemne «Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). Jesús era consciente del gran poder que tenía, que era un don del Padre. En segundo lugar, Jesús afirma que «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (v. 27b), indicando de este modo su realidad divina y mesiánica, cosas que escapaban absolutamente a cualquier observación o deducción humana privada de la luz de la revelación. Por último, dice Jesús de manera semejante que «al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v. 27c). Aquí tenemos una explicación clara de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de conocer verdaderamente a Dios como Padre. Y precisamente Jesús se presenta como el revelador del Padre: que el hombre pueda llegar al conocimiento del Padre del cielo depende enteramente de él, de Jesús.
MEDITATIO Hoy hemos escuchado dos maravillosas revelaciones divinas, una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. En la primera, Dios se revela como el Dios vivo, cercano, que escucha el grito del oprimido, que salva, porque ama a los hombres y a su pueblo. El Dios de la revelación, de la fe, es asimismo un Dios que está al lado de su pueblo, que le sigue y no puede tolerar el sufrimiento injusto con que es oprimido. Y por eso decide salvarlo. Para llevar a cabo esta salvación, se sirve de circunstancias históricas; se servirá de hombres, incluso débiles y pobres; se servirá de las reacciones de la mente y del corazón humano, variable y mezquino. Y llevará a puerto su designio. En la revelación del Nuevo Testamento vemos que Jesús nos revela al mismo Dios del Antiguo Testamento, pero yendo mucho más allá de cuanto hubiera podido comunicarnos la primera fase de la revelación. Para revelárnoslo Jesús emplea el más bello de los nombres: Padre. Nos muestra que Dios es ante todo Padre, Padre eterno del Hijo unigénito, engendrado antes de todos los siglos. Y, con la venida de su Hijo al mundo, también los hombres se convertirán en hijos suyos, en herederos de su misma gloria. Es «Padre», por tanto, no en un sentido alegórico, tampoco en un sentido moral (como para indicarnos su bondad o su providencia), sino de una manera real: «Padre» en sentido propio, porque nos ha comunicado su misma vida divina y nos ha hecho herederos de su misma gloria.
ORATIO Señor Jesús, luz verdadera del Padre celestial, irradiación de su gloria, ¿cómo podremos agradeceros adecuadamente a ti y al Padre este don inmerecido de ser hijos del Padre y hermanos tuyos? Éste ha sido el designio eterno de la bondad divina, que, desde siempre, ha pensado en nosotros para hacernos entrar en la esfera de su misma divinidad y compartir con nosotros su vida y su gloria eterna. Gracias al Espíritu Santo -que es Espíritu de la verdad y de la vida-, este prodigio se renueva cada día cuando, en virtud de su poder y mediante el sacramento del bautismo, llega a ser el hombre hijo de Dios. Deja el hombre viejo con sus pecados y se convierte en el hombre nuevo a semejanza de Cristo, revistiéndose de él. Ante este prodigio inaudito de la bondad divina, no podemos dejar de hacer nuestra la oración de Pablo contenida en el himno de la carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo...» (Ef 1,3-5).
CONTEMPLATIO Moisés oró a fin de que Dios se le mostrara y él pudiera verle cara a cara. Ciertamente, el santo vate del Señor sabía que no era posible ver cara a cara a Dios, que es invisible. Ahora bien, la santa devoción a Dios supera todos los límites y considera que también esto era posible a Dios, a saber: hacer a los ojos del cuerpo capaces de captar lo que es incorpóreo. Este error no es criticable; más bien, fue incluso un deseo agradable e inexhausto el desear apretar, casi con la mano, a su Señor y verle con la vista de los ojos. Sabía que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando fue elegido por el Señor como liberador del pueblo y fue colmado de espíritu de sabiduría, pudo contemplar al ángel y su rostro glorioso. Esto es tan verdad que experimentó terror frente a la luz resplandeciente y vio arder la zarza pero no convertirse en ceniza. Experimentó maravillas frente a aquella visión y aquel resplandor. Se acercó, impulsado por el deseo y por la belleza, para mirar dentro con mayor atención. Entonces, después de haber visto al ángel entre las lenguas de fuego que salían de la zarza, experimentó en él un calor tan grande, se vio subyugado por una curiosidad tan viva que, con todo, quería mirar dentro, aunque, atenazado por el miedo, no se atrevía a mirar al interior. Imagina entonces cuánto más ardiente debía ser su deseo de ver físicamente el rostro del Señor, mientras iba diciéndose cómo aquel rostro estaba lleno de luz, lleno de gloria, lleno de poder, lleno de Dios. Sobre Dios no puedo decir o pensar más. Cuando el hombre ha llegado a la cima, entonces está en los comienzos (Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118, VIII, 17ss, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La venida de Dios es repentina, imprevista. Moisés no fue conscientemente a la búsqueda de YHWH: fue YHWH el que se presentó de una manera imprevisible a él. Este dato de la revelación ha sido subrayado de una manera repetida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Israel había comprendido que el contacto con el Dios vivo no es algo que el hombre pueda obtener mediante técnicas de contemplación. La revelación es siempre efecto de la intervención soberanamente libre de Dios. Es siempre Dios quien comienza el diálogo con el hombre. En el caso de Moisés, el encuentro tiene lugar en el momento en que Dios le llama por su nombre (Ex 3,4). Cuando Dios llama, lo que se le pide al hombre, en primer lugar, es prontitud y disponibilidad para acoger la Palabra de Dios. La respuesta de Moisés en esta circunstancia es concisa, una sola palabra hebrea, hinnem, que implica la misma respuesta franca e inmediata: «¡Aquí estoy! ¡Á tu servicio!». Existe, no obstante, una inequívoca ambivalencia en la reacción de Moisés ante la presencia de Dios. Si la experiencia de lo sagrado atrae al hombre con su fascinación misteriosa, le colma al mismo tiempo de temor y temblor, puesto que la experiencia de lo sagrado es para él, simultáneamente, experiencia de su propia naturaleza profana y de su indignidad. Entonces toma el hombre conciencia de que ni el hecho de quitarse las sandalias ni las purificaciones rituales pueden prepararle de una manera adecuada para entrar en la presencia del Dios vivo. Así le sucede a Moisés: su primera reacción frente a la zarza ardiente fue de audaz y profana curiosidad, mas ahora se cubre el rostro y tiene miedo de mirar para no vislumbrar al Dios absolutamente santo. Moisés no intenta huir ni esconderse, pero se cubre el rostro para no ver a Dios. Israel, en efecto, estaba convencido de que Dios era demasiado santo para ser visto por el hombre, como Dios mismo dirá de inmediato a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo» (Ex 33,20) (J. Plastaras, // Dios dell'Esodo, Cásale Monf. 1976, pp. 53ss).
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Jueves de la 15ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 3,13-20 En aquellos días [al oír la voz del Señor desde la zarza], 13 Moisés replicó a Dios: -Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé? 14 Dios contestó a Moisés: -Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: «Yo soy» me envía a vosotros. 15 Y añadió: -Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación. 16 Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: «Me he conmovido al ver cómo os tratan los egipcios 17 y he determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos, tierra que mana leche y miel». 18 Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le diréis: «El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios». 19 Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará marchar, a no ser obligado por una gran fuerza. 20 Pero yo desplegaré mi fuerza y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después, os dejará salir.
*• Moisés, en su diálogo con Dios, le pregunta su nombre, y Dios responde: «Yo soy el que soy» (v. 14). Es el nombre nuevo que será venerado por el pueblo, un nombre repleto de significado. Durante mucho tiempo hemos oído esta definición del nombre de Dios (YHWH) como si fuera una definición metafísica del ser eterno de Dios, «Aquel que existe» desde siempre por el hecho de ser Dios. Sin embargo, los estudios bíblicos nos han hecho ver que el sentido del nombre nuevo es éste: «Yo soy el Dios que está contigo para salvarte», revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios comprometido con la salvación de su pueblo. Con todo, este Dios con nombre nuevo es el mismo Dios de los patriarcas, que se había aparecido a Abrahán, a Isaac y a Jacob; por consiguiente, el Dios de la promesa, que ahora, frente a la esclavitud de su pueblo, quiere actuar como salvador; por eso emplea otro nombre. En las palabras de Dios se alude, en efecto, a la tierra prometida como una tierra «que mana leche y miel» (v. 17), que será la meta del largo viaje que emprenderá Israel caminando hacia la libertad. Dios preanuncia a Moisés lo que sucederá: el pueblo le escuchará, pero el faraón presentará resistencia al plan de Dios. Sin embargo, toda esta oposición no servirá más que para hacer resaltar el poder de Dios. Él actuará en favor de su pueblo con prodigios -las diez plagas de Egipto- que acabarán por doblegar el corazón del rey de Egipto. Se da, pues, una continuidad por parte de Dios, de su proyecto, de su fidelidad al pueblo, que, seguramente, se había olvidado de la promesa de la tierra. Pero aparece también la nueva y sorprendente revelación de un rostro de Dios que está cerca de los suyos y quiere la salvación de su pueblo.
Evangelio: Mateo 11,28-30 En aquel tiempo, dijo Jesús: 28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
**• La brevísima perícopa evangélica de hoy es una alhaja que se encuentra sólo en Mateo. Se trata de uno de los fragmentos más consoladores, más alentadores y más esperanzadores del mensaje de Jesús y del ejemplo de su vida. Se trata de una invitación que está dirigida a todos los que se encuentran «fatigados y agobiados», una condición humana, material o espiritual, en la que se puede hallar cualquier hombre, hasta aquel que se considera más libre y más perfecto. La fatiga acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, y la opresión, en sus mil formas diferentes -moral, psicológica, social, familiar-, no permite que el hombre goce plenamente de la perenne libertad a la que ha sido llamado. Por eso, la invitación de Jesús va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: se trata de una invitación maravillosa, la más necesaria de todas. Jesús nos facilita el motivo de su invitación: él mismo nos aliviará, nos consolará, nos reanimará. Viene, a continuación, una orden: la de imitarle en aquello que constituye el fondo de su corazón, la expresión de su persona: su sencillez y su humildad. Jesús nos dice que le imitemos en su caridad o en su entrega, cosa que nos haría ver la absoluta desproporción que media entre su generosidad y nuestra mezquindad. Habla de una actitud interior más fácil, más factible cuando nos sentimos ayudados por la gracia del Espíritu; nos pide que le sigamos en su sencillez y en su humildad, sin pretender grandes cosas o metas excelsas, sin considerarnos demasiado perfectos o santos. Se trata, por consiguiente, de la otra cara de una segunda invitación: la de que carguemos con su yugo (cf. v. 29). El yugo une a dos bueyes para el trabajo. En esta comparación, el yugo de Jesús nos une a él con cada uno de nosotros. Esta asociación en la misma suerte de Jesús hace al alma feliz, porque «mi yugo es suave y mi carga ligera» (v. 30) y el alma es capaz de caminar y trabajar con Jesús, que le abre el camino de la paz y del alivio.
MEDITATIO En la revelación divina nos encontramos de continuo con la insondable riqueza del conocimiento de Dios y de Cristo y se nos permite ver el amor infinito de la Trinidad hacia nosotros. Gracias a esta revelación, creemos en un Dios creador, redentor, misericordioso, que se ha manifestado en palabras y en obras, siempre al lado de su pueblo. Tanto en el pasado como en el presente y el futuro, Dios nos propone metas que nos permiten caminar con confianza y esperanza y nos hacen vencer cualquier fatalismo o desánimo. El Dios vivo no sólo está con nosotros para ayudarnos, sino que ha querido fijar su morada entre nosotros. En su Hijo Jesús; éste nos invita a que vayamos a él para recuperar las fuerzas consumidas, nuestra mente deprimida, nuestro corazón abatido: él nos reanima, nos renueva y nos invita a cargar con su yugo, a compartir su misma suerte, a caminar con él y como él, a sufrir con él y como él. Y nos asegura que su yugo es suave y su carga ligera: no aplastan, no destruyen e incluso tienen la capacidad de aliviar, de llenar de fuerza y de impulso, de volver a dar la paz. Este breve pasaje del evangelio nos muestra que la fe no es sólo un acto intelectual, la adhesión a afirmaciones o conceptos teológicos, por muy verdaderos y sublimes que sean, sino algo que llega a la vida, que entra a formar parte del mismo ser del creyente, que transforma su existencia y le hace semejante al Hijo de Dios: la fe nos conduce a un camino de fidelidad y de amor y, después, a una recompensa de gloria infinita. La fe es creer en un Cristo vivo, amigo, compañero de camino, que comparte con nosotros fatigas, aspiraciones y consuelos.
ORATIO «Oh Señor, sencillo y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo». Así nos enseñaban a decir de pequeños en la catequesis esta bella oración, emanada del texto evangélico, siempre válida y siempre necesaria para todos. Pero ¡cómo nos cansa, Jesús, escucharte, seguirte por el camino de la sencillez y la humildad, único camino que lleva a la paz y al alivio del alma! Abre nuestros ojos, Señor, para que podamos ver los tesoros de esta vía escondida, una vía silenciosa y sencilla, que no busca ni la gloria ni el aplauso, que no lucha para obtener una situación de honor o privilegio, que no se desespera si no alcanza el primer puesto. Concédenos saborear la dulzura de la sencillez, la fuerza de la paciencia, el poder de la humildad, que no busca dominar o vencer, sino ofrecer a los otros la victoria sobre sí mismos. Tú lo hiciste así y nos dices a nosotros que hagamos otro tanto. Tú nos concederás la gracia de imitarte. Sólo por este camino, Jesús -eres tú mismo quien nos lo dice-, se encuentra la paz del alma, la verdadera sabiduría del corazón y de la vida. Sí, concédenos, Señor Jesús, un corazón sencillo y dulce como el tuyo.
CONTEMPLATIO Al preguntar Moisés cómo se llamaba Dios, se le dio esta respuesta: «Yo soy el que soy. Y dirás a los hijos de Israel: Aquel que es me envía a vosotros». ¿Qué significa esto? Oh Dios, oh Señor nuestro, ¿cómo te llamas? «Me llamo es», dijo. ¿Qué significa «me llamo es»? Que permanece para siempre, que no puede cambiar. Lo que cambia fue algo y será algo, pero no es, porque es mutable. Por eso la inmutabilidad de Dios se ha dignado llamarse con este nombre. ¿Por qué, entonces, más tarde, se llamó a sí mismo con otro nombre diciendo: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob: éste es mi nombre para siempre»? Porque, si bien Dios es inmutable, hizo todas las cosas por misericordia, y el mismo Hijo de Dios se dignó, tomando un cuerpo mutable y permaneciendo lo que es - a saber: el Verbo de Dios-, venir al mundo y ayudar al hombre. Teniendo ya un nombre que expresa la eternidad, se ha dignado además tener un nombre que expresara la misericordia. El primero para él, el segundo para nosotros. Si Moisés comprendió bien; más aún, precisamente porque comprendió bien cuando se le dijo « Yo soy el que soy», vio que esto estaba muy por encima de la capacidad comprensiva de los hombres. En efecto, quien ha comprendido bien «lo que es» y «es verdaderamente», porque ha sido inspirado en cierto modo por la luz de la veracísima esencia o incluso sólo de una manera fugaz como un relámpago, se ve a sí mismo mucho más que bajo, muy lejos, enormemente diferente. Cuando casi estaba desesperado Moisés por la enorme distancia de aquella preeminencia del ser, Dios le reanimó cuando ya estaba al borde de la desesperación: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Soy lo que soy, soy el ser, pero no quiero sustraerme a los hombres. Por consiguiente, si de algún modo podemos buscar a Dios y encontrar a aquel que es, y por añadidura no está lejos de cada uno de nosotros, alabemos su inefable esencia y amemos su misericordia (Agustín de Hipona, Discorsi sulVAntico Testamento, Roma 1979, pp. 101; 115-117; existe edición española en la BAC).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvado» (Hch2,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Dios existe. Basta con escuchar a las piedras, basta con escuchar, a lo largo de los milenios, a los innumerables glorificadores del Nombre impronunciable: los santos, los sabios, los profetas, los humildes creadores de amor y de belleza, esos que tejen incesantemente, en la trama carnal, un hilo de eternidad para impedir que la tela se desgarre. Esos a quienes Dios consuma con su ausencia. Esos que van al desierto y cuyo holocausto puro libera al mundo de la asfixia. Esos que se sientan en la mesa de los pecadores para encarnar al Infinito en el amor. Tenía que leer yo enseguida en Berdjaev: «El argumento principal en favor de Dios reside en el mismo hombre y en su vocación. El mundo ha conocido profetas, mártires, héroes, contemplativos, buscadores y siervos desinteresados de la verdad, creadores de auténtica belleza, bellos ellos mismos, hombres de una gran profundidad, poderosos en el espíritu. Y, sobre todo, los que han dado testimonio de que la única situación jerárquica elevada en este mundo es ser crucificados por la verdad. Todo esto no prueba, pero sí muestra..., todo esto permite descubrir a Dios». Dios existe. Él es «el centro en el que convergen las líneas. En él encuentra su incandescencia el ser del mundo. El es el espacio sin límites de nuestra libertad. Sin él, no seríamos más que partículas irrisorias del universo y de la historia. El es el arco, la flecha y el blanco, el comienzo, el medio y el fin, el centro y la circunferencia o, más bien, el no situado, el que está siempre más allá y, sin embargo, es nuestro lugar. Porque es el totalmente otro y el que es más que nosotros mismos (O. Clément, L'altro solé, Milán 1984, pp. 91 ss [edición española: E/ otro sol, Narcea, Madrid 1983]). |
Viernes de la 15ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 11,10-12,14 En aquellos días, 11 Moisés y Aarón habían hecho todos estos portentos en presencia del faraón. Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejar salir de su país a los israelitas. 12.1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto: 2 -Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año. 3 Decid a toda la asamblea de Israel: Que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa. 4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer. 5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito. 6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer. 7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en que vayan a comerlo. 8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas. 9 No comerán nada crudo, ni cocido; todo ha de ser asado al fuego, cabeza, patas y vísceras. 10 No dejaréis nada para el día siguiente; si queda algo, lo quemaréis. 11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor. 12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. 13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará. 14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.
**• El fragmento de hoy supone el consentimiento otorgado por el faraón a los israelitas para que salieran del país, tras las muchas calamidades que habían sido infligidas a Egipto, precisamente por la negativa del rey (el leccionario ha prescindido, en efecto, de la descripción de las diez plagas). Lo que Moisés prescribió para «esa noche» no es sino el ritual tradicional de la cena pascual judía, un rito antiquísimo que conmemora (es algo «memorable», un «memorial»: 12,14) el acontecimiento de la liberación de los israelitas en la noche de la Pascua. Este rito viene siendo seguido fielmente por la mayor parte de los judíos en todo el mundo y es el rito que subyace en la celebración de la última cena de Jesús con los apóstoles antes de morir (y, por consiguiente, también en nuestra misa). El punto central del fragmento -y el más extenso- es el que hace referencia al cordero pascual: en él se describen las cualidades, las condiciones, el rito del sacrificio, de la comida ritual, y la eficacia de su sangre puesta en las jambas y en el dintel de las puertas. Gracias a su sangre se llevará a cabo la salvación de los israelitas: el ángel exterminador pasará de largo y no usará con ellos el flagelo de muerte (12,12s). La sangre del cordero marcó la liberación: magnífica figura de la salvación universal que, algunos siglos más tarde, será realidad en Cristo Jesús, «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Todos los demás detalles descritos en la perícopa evocan una realidad vivida por el pueblo de Israel aquella noche y que ahora reviven en la comunidad que lo celebra. La importancia del memorial estriba no sólo en el recuerdo que evoca el acontecimiento, sino en el hecho de sentirse implicados en el mismo acontecimiento, con su fuerza salvífica y transformadora.
Evangelio: Mateo 12,1-8 1 En una ocasión iba Jesús caminando por los sembrados. Era sábado. Sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: -¿Te das cuenta de que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado? 3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y sus compañeros: 4 cómo entró en el templo de Dios y comió los panes de la ofrenda que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino sólo a los sacerdotes? 5 ¿Tampoco habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes del templo pueden incumplir el precepto del sábado sin incurrir en culpa? 6 Pues yo os digo que hay aquí alguien más importante que el templo. 7 Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes. 8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.
*+• El episodio de las espigas arrancadas por los discípulos es uno de los más conocidos del evangelio y uno de los más significativos desde el punto de vista del espíritu cristiano. Se trata de una página estupenda, en la que vemos a un Cristo maestro dispuesto a defender a sus discípulos, a enseñar el verdadero sentido de las cosas y de la misma Escritura, lo que le permite a Jesús proclamarse «señor del sábado» (v. 8) y mayor que el templo de Jerusalén. Jesús, buen conocedor de las Escrituras, recurre a ellas para apoyarse en su argumentación y cita el caso del rey David, que, en un momento de necesidad, junto con sus compañeros, comió los panes reservados a los sacerdotes (1 Sm 21,1-10). Brinda aún otro argumento: los mismos sacerdotes, al cumplir sus ritos en día de sábado, infringen el reposo prescrito, precisamente en razón de las diferentes acciones litúrgicas. En consecuencia, la misma ley, cuando se trata de un motivo suficiente, tanto para la gloria de Dios como para el bien del hombre, puede ser infringida. La ley no es un objeto monolítico, estable, absoluto (como pretendían los fariseos); es también un medio puesto por Dios para el bien de los hombres. Por consiguiente, también la ley tiene una importancia relativa. A continuación, Jesús se proclama superior al templo y al sábado, las dos realidades más sagradas para los judíos; estas palabras suenan como una blasfemia a los oídos de los que le escuchan, que quedan escandalizados. Sin embargo, Cristo no retrocede, no atenúa sus afirmaciones: él posee una autoridad, una plenitud, una verdad y una novedad que se explican únicamente con su realidad mesiánica y divina, oculta a los ojos –voluntariamente cerrados- de sus adversarios. Recurriendo a una frase de Oseas (6,6), Jesús recrimina a los fariseos su dureza de corazón al condenar a los discípulos por la acción de las espigas. Su dureza de corazón va acompañada de su ceguera. Lo que cuenta de verdad en la Ley de Dios es la misericordia, no los sacrificios rituales.
MEDITATIO Jesús es el amigo del hombre, su verdadero salvador y liberador. Jesús le ha dado su auténtico sentido a la vida humana y ha mostrado su importancia y su dignidad, superiores a cualquier cosa, ley o prescripción, incluso religiosa. El evangelista Marcos, en el pasaje paralelo de las espigas, añade esta frase lapidaria de Jesús: «El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado» (Me 2,27). Es una frase liberadora que pone en su justo lugar a las personas y a las cosas, ordenando las segundas al bien de las primeras. La religión, por su parte, se puede convertir también, a veces, en una carga, en una opresión, en una esclavitud. La ley misma, fundamento de la religiosidad del Antiguo Testamento, si es considerada exclusivamente en su aspecto literal, sin el Espíritu, se vuelve –según san Pablo- una carga y una maldición de la que debe liberarse el cristiano, porque Cristo «nos ha rescatado de la maldición de la ley» (Gal 3,13). El Señor Jesús ha roto todas las cadenas que ataban y humillaban al hombre: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). Con esta liberación, Cristo nos ha dado la libertad interior, exenta de constricciones y legalismos, y con ella el verdadero creyente, bajo la acción del Espíritu Santo, construye su personalidad cristiana. Sólo el corazón bueno es capaz de comprender el verdadero sentido de la ley, que mira a la gloria de Dios y al bien del hombre; y es capaz de comprender asimismo que sólo en la misericordia y en la bondad con el prójimo se encuentra el hilo conductor de la auténtica voluntad divina.
ORATIO Oh Señor, amigo del hombre, Salvador y Redentor nuestro. Gracias por tu doctrina, por tu nueva ley, por tu ejemplo, por tu defensa del hombre y de sus derechos. Gracias por el Espíritu Santo que nos has concedido, Espíritu de verdad y de libertad, de amor y de fidelidad, que nos hace gritar, como tú y contigo: «Abbá, Padre». Gracias por tu liberación, por tu redención. Tú nos has quitado las cadenas que nos oprimían, la ceguera que nos hacía vivir en las tinieblas, el peso que nos aplastaba. Gracias, Señor Jesús, porque has agilizado nuestro espíritu, lo has liberado y colmado de confianza en ti. Has tenido compasión, como el buen samaritano, y te has inclinado sobre nosotros para volver a darnos la vida y la esperanza: nosotros somos pobres y tú nos has enriquecido; somos débiles y tú nos has reanimado; vivimos envueltos en tinieblas y tú nos has iluminado; somos soberbios y tú nos enseñas el camino de la humildad; somos duros y malvados y tú nos enseñas la bondad; somos incrédulos y tú vuelves a darnos la fe; estamos desesperados y tú, Jesús, vuelves a abrirnos el camino...
CONTEMPLATIO Como es conocido de vuestra caridad, Pascua significa «paso» [...]. En las Sagradas Escrituras encontramos un triple paso o triple pascua. Ésta fue celebrada, en efecto, en la salida de Israel de Egipto y tuvo lugar el paso de los judíos, a través del mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de las ollas de carne al maná de los ángeles. Se celebró también otra Pascua cuando no sólo los judíos, sino también el género humano pasó de la muerte a la vida, del yugo del diablo al yugo de Cristo, de la servidumbre de las tinieblas a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, de los alimentos inmundos de los vicios a aquel pan verdadero -el pan de los ángeles que dice de sí mismo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». Con alegría cumpliremos la tercera pascua cuando pasemos de la mortalidad a la inmortalidad, de la corrupción a la incorrupción, de la miseria a la felicidad, de la fatiga al reposo, del temor a la seguridad. La primera pascua es la de los judíos; la segunda, la cristiana; la tercera, la de los santos y los perfectos. En la pascua de los judíos fue inmolado el cordero; nuestra Pascua es Cristo inmolado, y en la pascua de los santos y de los perfectos tenemos a Cristo glorificado [...]. En la pascua de los judíos fue inmolado un cordero, pero en el mismo cordero, de un modo prefigurado y como en sombra, fue inmolado Cristo. En nuestra pascua fue inmolado Cristo no de un modo prefigurado, sino real. En la pascua de los santos y de los perfectos ya no se inmola ahora a Cristo, sino que más bien se manifiesta. En la primera pascua está prefigurada la pasión de Cristo, en la segunda está entregada, en la tercera se encuentra manifestado el fruto de la misma pasión, mediante la resurrección (Elredo de Rievaulx, Sermones inediti, edición a cargo de C. H. Talbot, Roma 1952, pp. 94ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo» (Gal 5,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El paso de Jesús de este mundo al Padre abarca, en una unidad estrechísima, pasión y resurrección: a través de su pasión es como llegó Jesús a la gloria de la resurrección. Pasión y paso van unidos entre sí; la Pascua cristiana es un transitus per passionem: un paso a través de la pasión. Pero hay una síntesis más importante: la que se da entre la Pascua de Dios y la pascua del hombre. ¿Cómo se lleva a cabo esa síntesis en la nueva definición de la Pascua? En Jesús, los dos protagonistas de la Pascua -Dios y el hombre- dejan de aparecer como alternativos o yuxtapuestos y se convierten en uno solo, porque, en Cristo, la humanidad y la divinidad son una misma persona. El autor y el destinatario de la salvación se han encontrado; la gracia y la libertad se han besado. Ha nacido la «nueva y eterna alianza»; eterna, porque ahora nadie podrá separar ya a los dos contrayentes, convertidos, en Cristo, en una sola persona. Con todo, queda una duda por disipar: entonces ¿es sólo Jesús quien lleva a cabo la Pascua? ¿Es sólo él quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros? El de Jesús no es un paso solitario, sino un paso colectivo, de toda la humanidad, al Padre. En Pascua nació la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, como espiga crecida en la tumba de Cristo. En consecuencia, todos hemos pasado ya, con Cristo, al Padre y «nuestra vida está escondida ya con Cristo en Dios» (cf. Col 3,3); sin embargo, todos debemos pasar aún. Hemos pasado ¡n spe e ¡n sacramento, en esperanza y por el bautismo, pero debemos pasar en la realidad de la vida cotidiana, imitando su vida y, sobre todo, su amor (R. Cantalamessa, ll mistero pasquale, Milán 1985, pp. 19-21).
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Sábado de la 15ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 12,37-42 En aquellos días, 37 los israelitas partieron de Rameses hacia Sucot; eran unos seiscientos mil los que iban a pie, sin contar a los niños. 38 Partió también con ellos una gran muchedumbre de gentes con ovejas y vacas en gran cantidad. 39 Cocieron panes ácimos con la masa sacada de Egipto, pues no había fermentado, porque les metieron tanta prisa para salir que no habían podido preparar provisiones para el viaje. 40 La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. 41 El mismo día que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todos los ejércitos del Señor salieron de Egipto. 42 Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto. Y esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones.
**• La primera lectura de hoy nos describe, de manera breve, la salida de Israel de Egipto con su primer itinerario (de la ciudad de Rameses hacia Sucot) y con la indicación del número de los israelitas: «seiscientos mil los que iban a pie», o sea, sin contar a los niños. Primero parece, evidentemente, exagerado; a buen según, fueron muchos menos, apenas algunos miles, los que escaparon de la esclavitud del faraón, pero al estilo oriental le gusta recurrir a la hipérbole y a la abundancia para recalcar la importancia del hecho y de las personas. Se alude después al pan ácimo, dando la explicación de que no fermentara: a causa de la prisa de la salida, fue imposible introducir la levadura en la pasta. Se hace, a continuación, la cuenta de los años transcurridos en Egipto: «cuatrocientos treinta». Parece que podemos dar crédito a este número, en nada simbólico, y esto nos permite adivinar la cronología de esta estancia y de la salida de los judíos de Egipto. Se calcula así que los israelitas habrían salido de Egipto bajo el reinado del faraón Mernefta, en la segunda mitad del siglo XIII a. de C, y, en consecuencia, habrían llegado a Canaán en torno al año 1200 a. de C, esto es, como dicen los estudiosos, en la transición de la edad del Bronce a la del Hierro. De todos modos, lo que quiere indicarnos el autor, en primer lugar, es que el acontecimiento del éxodo fue, sobre todo, una acción de Dios: «Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto» (v. 42). Se recalca la obra de Dios, como en todas las descripciones anteriores, y por eso se afirma a renglón seguido: «Esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones», como acto de agradecimiento y de alabanza por todo cuanto YHWH había hecho en favor de su pueblo.
Evangelio: Mateo 12,14-21 En aquel tiempo, 14 los fariseos, al salir, se pusieron a planear el modo de acabar con él. 15 Jesús lo supo y se alejó de allí. Lo siguieron muchos y los curó a todos, 16 advirtiéndoles que no dijeran que había sido él. 17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: 18 Éste es mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien me complazco; derramaré mi espíritu sobre él y anunciará el derecho a las naciones. 19 No disputará, ni gritará; no se oirá en las plazas su voz. 20 No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia. 21 En él pondrán las naciones su esperanza.
**• El evangelio nos muestra hoy la constante y siempre creciente animosidad de los enemigos de Jesús -concretamente los fariseos-. A pesar de sus continuos milagros y de su elevadísima doctrina, no solamente no escuchan su Palabra y cierran los ojos ante los prodigios realizados, sino que hasta determinan su misma muerte. Se reúnen en consejo para quitarle de en medio (v. 14). Jesús, percatado del peligro, se va a otra parte. También él toma sus medidas de precaución, recomendando a sus seguidores que no divulguen su actividad. Todavía no ha llegado su hora. En esto se muestra siempre obediente a la voluntad del Padre, que ha fijado por él los tiempos de su actividad y de su muerte. Mateo cita un hermoso parágrafo de uno de los «cantos del Siervo de YHWH» (IS 42) sobre la humildad y la paciencia del Siervo, encarnado por Jesús de una manera magnífica. De este Siervo se dice que fue elegido previamente por Dios, que es su predilecto, aquel en quien encuentra sus complacencias. Dios ha puesto su Espíritu sobre él. Esta descripción alude a la excelencia de su persona y a la riqueza de su vida, colmada de virtudes y de carismas. A continuación, muestra su actitud habitual frente a las duras realidades humanas: no tiene una reacción violenta, no discute ni levanta la voz. Más aún, salva todo lo que todavía pueda tener una remota esperanza de salvación o de recuperación (Mt 12,20). También se anuncia en este oráculo la humildad, que será uno de los rasgos distintivos de Jesús, su nota más característica; más aún, será el aspecto en el que el mismo Jesús pedirá que le imitemos (Mt 11,29).
MEDITATIO ¡Qué repletas de doctrina y de profundidad están las páginas de la Escritura! Su plenitud y su riqueza constituyen, sobre todo, una síntesis de todo cuanto se ha escrito en los libros sagrados, síntesis de profecía y de cumplimiento, de pasado y de futuro, de historia y de vida, de fe y de Espíritu Santo. Esta síntesis, perfectamente realizada, es Cristo Jesús, Aquel que encarna y resume, en su vida y en su mensaje, todo el ideal de la Palabra de Dios y todas las realidades de la historia de los hombres, con sus esperanzas más profundas. Cristo es el anunciado en las profecías, en las promesas y en las figuras del Antiguo Testamento, y da cumplimiento a todo este mensaje con su venida y su misión: «Todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor 1,20). E insiste en apóstol en la carta a los Romanos: «La ley tiene su cumplimiento en Cristo» (Rom 10,4). Jesús es, además, «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1), esperanza de la vida eterna que hará al hombre perfecto, completo en su realidad humana y divina, como hijo de Adán e hijo de Dios, en la plenitud de la gloria. Jesús es también el ejemplo, el modelo, «el camino, la verdad y la vida» del hombre mientras camina sobre la tierra. Quien cree en él «debe comportarse como él se comportó» (1 Jn 2,6), mostrando al mundo, con su vida, que él vive y reproduce «la imagen del Hijo de Dios, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). Cristo es la síntesis, el punto culminante, la obra maestra de Dios, aparecido en la historia para entregarnos una Palabra de vida y abrirnos horizontes nuevos, ilimitados, hacia los que podamos caminar, revistiendo de una nueva existencia, nuevos recursos y nuevas fuerzas al ser humano, convertido, gracias a él, en hijo de Dios.
ORATIO Hoy de nuevo, Señor Jesús, te presentas a nosotros con este hábito de humildad y sencillez, para enseñarnos que nunca debemos cansarnos de superar cualquier obstáculo para imitarte. No nos has dicho que te imitáramos en tu poder, en tu autoridad, en tus milagros; tampoco nos has dicho que te imitáramos en tu oración, en tu entrega total, en tu celo por la salvación del mundo... Nos has pedido que te imitáramos en lo que es más fácil, más interior, más compatible con nuestras escasas fuerzas y con nuestra experiencia: la sencillez y la humildad de corazón. Gracias, Señor, por esta propuesta tuya, que nosotros, con nuestras inexcusables pretensiones, nos obstinamos en querer ver como difícil, como casi imposible. Haznos sencillos y humildes de corazón, Jesús. Haz que lleguemos al agua de tu corazón con la sencillez de vida, con el sentir humilde de nuestro corazón.
CONTEMPLATIO Egipto ha sido golpeado con las plagas; el faraón se ha visto obligado a dejar libre al pueblo de Dios. Los egipcios se apresuran ahora para expulsar a aquellos a quienes antes querían retener. Salieron, pues, de Rameses, que a mi modo de ver debe traducirse por trueno de alegría. Fue junto a esta ciudad, situada en los confines de Egipto, donde se reunió el pueblo que tenía en el ánimo salir hacia el desierto. Se alejaba de los vicios a los que se había dado y de la carcoma de los pecados que lo corroían: así transformaba en dulzura cualquier motivo de amargura y podía oír la voz de Dios que estaba a punto de estallar como un trueno desde la cima del monte Sinaí. Así pues, si hemos sido sacudidos por los toques de trompa del Evangelio, si hemos sido despertados por el trueno de la alegría, salgamos también nosotros el primer mes, cuando «el invierno ya ha pasado y se ha alejado», apenas comenzada la primavera, cuando la tierra germina, cuando empieza una vida nueva para todo. Cuando salimos de Egipto, se derrumban los ídolos de nuestros errores. Pues bien, armémonos de valor, revistámonos de la fuerza de la perfección; así, en medio de las tinieblas del error y de la confusión de la noche, podrá aparecérsenos la luz de la ciencia de Cristo. No les fue posible llegar a las aguas del mar Rojo y ver morir en ellas al faraón con su ejército sino después de haber tenido en los labios palabras nobles, es decir, después de haber confesado los prodigios del Señor, lo que sucedió cuando tuvieron fe en Dios y en su siervo Moisés. Y vencieron. Y en el canto de María resonaron los cantos de los triunfadores. Aprendamos así a guardarnos continuamente de las insidias y a invocar la misericordia de Dios: entonces no sólo escapar podremos de la persecución del faraón, sino volverlo inocuo para nosotros con nuestro bautismo espiritual. Pero estemos alerta: a veces podemos encontrarnos con el mar delante incluso después de haber conocido y practicado el Evangelio, incluso en plena victoria; en suma, los peligros pasados podemos volver a encontrarlos todavía delante de nosotros (Jerónimo, Le lettere, Roma 1962, II, pp. 325-329, passim [edición española: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1962, 2 vols.]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabad al Señor porque es bueno: en nuestra humillación se acordó de nosotros» (Sal 135,23).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Hay un momento en la vida de Israel que ha pasado a su conciencia histórica como el momento del que mana su identidad como pueblo entre los pueblos y la identidad específica que le ha convertido en «el pueblo de YHWH». Ese momento fue su salida de Egipto. Todo el acontecer del éxodo está narrado en el texto del libro del Éxodo como un gran juicio histórico de YHWH. Las fuerzas que intervienen están bien claras. Por una parte, el faraón y todo el poder egipcio; por otra, YHWH y la multitud sin nombre de los esclavos oprimidos. YHWH tomará la defensa de estos últimos contra el enorme poder del rey de Egipto, reconocerá su justa causa y los dejará «sueltos»; los liberará de la injusticia del poderoso y la fuerza de la justicia se abatirá contra la arrogancia del opresor. Todo el acontecer del éxodo es considerado aquí como un camino, un camino que sube y conduce hacia metas nuevas y diferentes, un camino que hace crecer y convierte en personas adultas. Y es que en el camino encontrarán dificultades siempre mayores (el desierto del Sinaí, con sus carencias: agua y alimento, y sus presencias: los pueblos hostiles) y tendrán que superarlas. El éxodo como camino de crecimiento a través de las dificultades es uno de los esquemas más repetidos y más sugestivos de la espiritualidad bíblica (A. Fanuli, La spiritualitá aell'Antico Testamento, Roma 1988, pp. 57 y 67ss, passim).
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16º domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 18,1 -10a En aquellos días, 1 el Señor se le apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, cuando estaba sentado ante su tienda a la hora del calor. 2 Alzó los ojos y vio tres hombres que estaban de pie delante de él. En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda 3 y, postrándose en tierra, dijo: -Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo. 4 Haré que os traigan agua para lavaros los pies, luego descansaréis bajo este árbol. 5 Voy a buscar un bocado de pan y así os repondréis antes de seguir adelante, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. Ellos respondieron: -Haz como has dicho. 6 Abrahán fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: -Toma en seguida tres medidas de harina, amásalas y haz unos panecillos. 7 Luego fue corriendo a la vacada, tomó un becerro tierno y cebado y se lo dio a su siervo, que a toda prisa se puso a prepararlo. 8 Tomó después requesón, leche y el becerro ya preparado, y se lo ofreció. Él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían. 9 Ellos le preguntaron: -¿Dónde está Sara, tu mujer? Él respondió: -En la tienda. 10 El huésped le dijo: -Bien, dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo.
*» Abrahán es un modelo de hospitalidad: muestra los rasgos característicos de la misma. Prontitud: «En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda» (v. 2). Realiza gestos de homenaje (se postró «en tierra»: v. 2) y de atención al ofrecer a los huéspedes agua para lavarse y hacer que se acomodaran resguardados del sol {«bajo el árbol»: w. 4.8). Considera un favor el hecho de poder brindar acogida: «Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo» (y. 3). Considera un derecho del forastero ser hospedado: «Ya que habéis pasado junto a vuestro siervo» (v. 5). Se muestra solícito al prestar servicio personalmente y al implicar en ello a sus familiares {«fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: "Toma en seguida...". Luego fue corriendo a la vacada..., se lo dio a su siervo, que a toda prisa...»: w. 6ss). Se muestra generoso: hace preparar «tres medidas de harina» (v. 6), «un becerro tierno y cebado» (v. 7), «requesón, leche» (v. 8). Al final permanece disponible para prestar otros servicios: «Y se lo ofreció. Él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían» (v. 8). El número de los huéspedes es misterioso: ¿son «tres hombres» o un único «Señor» (w. 2ss)? La conclusión del episodio manifestará el carácter divino de la aparición. Antes de volver a partir, el huésped hace una promesa: «Dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo» (v. 10). Abrahán tenía setenta y cinco años cuando Dios le dirigió su llamada y le prometió por vez primera la descendencia (Gn 12,4); a los noventa y nueve años le renovó la promesa, que cumplirá cuando tenga cien (17,1.17). De este modo revela Dios su poder: «¿Existe acaso algo imposible para el Señor?» (18,14).
Segunda lectura: Colosenses 1,24-28 Hermanos: 24 Ahora me alegro de padecer por vosotros, pues así voy completando en mi existencia mortal, y a favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas. 25 De esa Iglesia me he convertido yo en servidor, conforme al encargo que Dios me ha confiado de anunciaros cumplidamente su Palabra, 26 es decir, el plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha revelado a los que creen en él. 27 Precisamente a éstos ha querido Dios dar a conocer la incalculable gloria que encierra este plan divino para los paganos; hablo de Cristo, que está entre vosotros y es la esperanza de la gloria. 28 A este Cristo anunciamos nosotros, amonestando e instruyendo a todos con el mayor empeño, a ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana.
**• Pablo habla de su misión y del modo como la desarrolla. La misión le ha sido confiada por Dios (v. 25; cf. Hch 9,15), no es una iniciativa suya, y consiste en ser «servidor» (ministro) de la Iglesia, «cuerpo de Cristo» (v. 24). El ministerio tiene como contenido «el plan secreto» (misterio) (v. 26) o plan de salvación universal que Dios quiere realizar en la historia. En el centro no se encuentra una realidad neutra, sino la persona misma de Cristo, el Mesías, de quien procede «la incalculable gloria que encierra este plan divino» (v. 27). El plan tiene una historia: «El plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha revelado» (v. 26). La novedad, escondida en los siglos precedentes, es que la obra salvífica de Cristo no debe permanecer cerrada en los confines de Israel, sino que está destinada asimismo a los paganos (v. 27) y alcanza a todos los hombres: «A ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez, en su vida cristiana» (v. 28). Pablo desarrolla su servicio eclesial dejándose comprometer con él plenamente. Pone en acción su capacidad de anunciar, instruir y exhortar con toda sabiduría a cada uno de los destinatarios para «ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana» (v. 28). Por eso no tiene miedo de hacer frente a las dificultades: «Me fatigo y lucho» (v. 29), y hasta encuentra alegría en hacerlo por amor a los fieles: «Me alegro de padecer por vosotros» (v. 24). La indicación de la fuente y de la meta de su obrar resulta iluminadora. El equipamiento espiritual le viene de lo alto: «Por la fuerza de aquel que actúa poderosamente en mí» (v. 29). La meta es contribuir a la pasión redentora de Cristo: «Pues así voy completando en mi existencia mortal, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (v. 24). Los padecimientos de Cristo son perfectamente suficientes de por sí para obrar la salvación. Sin embargo, su anuncio y su acogida implican a su vez sufrimientos, que Pablo considera como un «complemento» de la pasión.
Evangelio: Lucas 10,38-42 En aquel tiempo, 38 según iban de camino, Jesús entró en una aldea, y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. 39 Tenía Marta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, en cambio, estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio. Entonces Marta se acercó a Jesús y le dijo: -Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude. 41 Pero el Señor le contestó: -Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, 42 cuando en realidad una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.
**• Llega Jesús a Betania y es recibido por las dos hermanas, Marta y María (no se habla de su hermano Lázaro). Fue Marta la primera que «lo recibió en su casa» (v. 38). María le brindó la acogida de su escucha: «Sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra» (v. 39). Diríase que Jesús gozó de una acogida completa y armoniosa: Marta se cuida del aspecto material y María del espiritual; una hace los honores de la casa y otra exalta al Maestro tomando la posición de discípula (cf Hch 22,3). Jesús la honra con un gesto original, porque –contrariamente a la práctica de los rabinos- se entretiene instruyendo a una mujer. El equilibrio se rompe cuando Marta, que anda sobrecargada con un servicio «a lo grande», se acerca a Jesús y le dirige unas palabras que manifiestan mal humor hacia su hermana -me ha dejado «sola en la tarea»- y una confidencia un tanto descortés con el huésped, llegando casi al reproche: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea?» (v. 40). Para Marta, la acogida parece reducirse al plano material. María debería echarle una mano, en vez de estar pendiente de los labios del Maestro. El mismo huésped debería transmitirle la orden de ir a trabajar para él, y él debería ocuparse únicamente de esperar la comida. Jesús, que hasta ese momento ha instruido a María, le da ahora una lección a Marta. La reprende con afecto: «Marta, Marta», y le hace ver que ha elegido mal, prefiriendo preocuparse «por muchas cosas» en vez de por la única cosa que «es necesaria» (w. 41ss). Alaba, en cambio, a María, por haber elegido la mejor parte» (v. 42).
MEDITATIO Intentemos profundizar en los principales mensajes que nos comunican la primera lectura y el evangelio y tratemos de actualizarlos. Se trata de relatos de hospitalidad, y entre ellos hay diferencias y semejanzas. Una diferencia que se aprecia a simple vista es que los huéspedes aprueban el servicio de Abrahán: «Haz como has dicho» (Gn 18,5); el de Marta, sin embargo, se atrae una reprensión. La semejanza es que en ambos casos el huésped no sólo recibe, sino que aporta también un don: promete un hijo a Abrahán y Sara, y ofrece su palabra en Betania. Recibir al Señor Jesús en nuestra «casa» no significa sólo prestarle «muchos servicios», sino también -antes que nada- dejarle hablar y recibir el don de su Palabra. La hospitalidad tiene que ser ofrecida también en nombre de Jesús a los hombres con quienes él se identifica: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35), «No olvidéis la hospitalidad» (Heb 13,2). Hay que dar la oportunidad no sólo de dar, sino también de recibir. ¿Qué ocasiones tenemos? Las dos hermanas han sido consideradas como dos tipos de vida: activa y contemplativa. En realidad, son más bien ejemplos concretos que ilustran el tercer y cuarto tipos de terrenos de la parábola del sembrador. La «preocupación» y la «agitación» de Marta recuerdan «la semilla que cayó entre cardos», o sea, «los que escuchan el mensaje, pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez» (cf. Le 8,14). La «mejor parte» de María nos recuerda, en cambio, «la semilla que cayó en tierra buena», o sea, «a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia» (Lc 8,15). ¿Dónde se sitúa nuestro modo de vivir, en el tercero o en el cuarto tipo de terreno?
ORATIO Si al actualizar los dos mensajes precedentes -el de la mano que da y el del oído que recibe- descubrimos en nosotros la actitud buena, demos gracias al Padre. Pidamos perdón, sin embargo, por posibles faltas de generosidad o por no haber tratado al huésped como a una persona que debe ser acogida con benevolencia cordial. ¿Cómo hospedamos en nosotros al Señor, que se hace presente a través de su palabra, en la eucaristía y en los hermanos? De las conclusiones de este examen de conciencia brotará una imploración de perdón, si somos deficientes, de invocación al Espíritu Santo, «dulce huésped del alma», para que nos haga capaces de acoger, o una oración de acción de gracias y de alabanza si nos asemejamos a Abrahán y a María.
CONTEMPLATIO Elevemos nuestra mirada a Dios para captar en él la plenitud de esa hospitalidad sobre la que hemos meditado en los dos episodios que hemos visto y sobre los que hemos orado. La hospitalidad es una dimensión fundamental de la revelación bíblica. Nos invita a abrir la mirada y el corazón frente a toda persona: «Acogeos los unos a los otros, como Cristo os acogió a vosotros» (Rom 15,7). El horizonte se ensancha después. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desean habitar en cada bautizado: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Santa Isabel de la Trinidad vivía en la contemplación de estos Huéspedes suyos, a los que llamaba afectuosamente «mis Tres». ¿Acaso no concluirá la historia de la salvación en el paraíso terrenal escatológico, donde se llevará a cabo una hospitalidad recíproca? Los santos hospedan a Dios -«Ésta es la tienda de campaña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos» (Ap 21,3)- y Dios hospeda a los santos: «No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo» (Ap 21,22). La ciudad celeste será habitada por huéspedes de toda procedencia: «Apareció una multitud inmensa, de toda nación, raza, pueblo y lengua» (Ap 7,9). El actual fenómeno de la mezcla de distintas etnias y culturas ha de ser considerado en esta dirección. ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas» (Lc 10,41).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El concepto de hospitalidad ha perdido en nuestra cultura mucha de su fuerza y se emplea a menudo en ambientes donde estaríamos más inclinados a esperar una piedad aguada que una búsqueda seria de auténtica espiritualidad cristiana. Ahora bien, si hay un concepto que merece ser llevado a la profundidad original y a su potencial evocador es el de hospitalidad. Se trata, en efecto, de uno de los términos bíblicos más ricos, un concepto que está en condiciones de ahondar y ensanchar nuestra percepción respecto a las relaciones con los hermanos. Los relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento no se limitan únicamente a indicarnos qué grave es la obligación de acoger al extranjero en nuestra casa, sino que nos señalan también que los invitados traen consigo dones preciosos, unos dones que están ansiosos de mostrar a quienes les acogen. Los tres extranjeros recibidos de manera suntuosa por Abrahán en Mambré se le revelan como el Señor y le anuncian que Sara dará a luz un hijo. Cuando se invita a los extranjeros que pueden dar miedo, entonces revelan al huésped las promesas que traen consigo. De este modo, los relatos bíblicos nos ayudan a darnos cuenta de que la hospitalidad es una virtud importante y - lo que es más, que en el marco de la hospitalidad, huésped e invitado pueden revelarse recíprocamente regalos preciosos, entregándose una vida nueva. En estos últimos decenios, la psicología ha contribuido mucho a descubrir un nuevo modo de entender las relaciones interpersonales. Sin embargo, algunos de nosotros se han dejado impresionar hasta tal punto por los nuevos descubrimientos que han perdido de vista la enorme riqueza contenida y conservada en conceptos antiguos como el de hospitalidad. Ese concepto podría dar una nueva dimensión a nuestra comprensión de una relación benéfica y a la formación de una comunidad, nuevamente creativa, en un mundo que sufre de alienación y de extrañamiento (H. J. Nouwen, Viaggio spirítuale per l'uomo contemporáneo, Brescia 81999, pp. 60 ss).
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Miércoles de la 16ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 16,1-5.9-15 1 Partió de Elín toda la comunidad de los israelitas y llegaron al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de la salida de Egipto. 2 La comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: 3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre. 4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley. 5 El día sexto, recogerán y prepararán doble ración. 9 Después dijo Moisés a Aarón: -Di a toda la comunidad de los israelitas que se acerque ante el Señor, porque él ha oído sus murmuraciones. 10 Mientras Aarón les estaba hablando, todos los israelitas miraron hacia el desierto y vieron que la gloria del Señor aparecía en la nube. 11 El Señor habló así a Moisés: 12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne, y por la mañana os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios. 13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío. 14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha. 15 Al verlo se dijeron unos a otros: -¿Manhu? -es decir, ¿qué es esto?-. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.
*» Los israelitas han llegado a la otra orilla del mar Rojo, han sido liberados y han visto derrotados a sus perseguidores egipcios. Ahora se encuentran en la parte occidental del Sinaí, frente al desierto. Han alabado al Señor por el acontecimiento de la salvación que les ha otorgado, pero les falta la perseverancia en la confianza en Dios. En cuanto llega el primer obstáculo, empiezan amargas murmuraciones: echan de menos el Egipto de su esclavitud, piensan con nostalgia en el pan y en la carne con que se saciaban cuando se encontraban en aquella tierra. La murmuración constituirá uno de los pecados capitales y más constantes a lo largo de todo el trayecto del éxodo, una murmuración que muestra la poca fe, la poca confianza en Dios, el carácter opaco de aquellas mentes que no parecían tener en cuenta todo lo que Dios hacía afectuosamente por ellos y - no precisamente en último lugar- la mezquindad y tacañería de su corazón respecto a Moisés. El mismo Moisés dará a Israel la denominación de «pueblo de dura cerviz», que se repetirá después, constantemente, a lo largo de la historia de Israel y volverá también en otras ocasiones en el lenguaje de los profetas. Sin embargo, en contraste con esta actitud del pueblo, Dios responde con una inesperada magnanimidad, otorgando a los israelitas dos nuevos prodigios: la abundancia del maná (el pan bajado del cielo) y de las codornices, que saciaron el hambre del pueblo y le llenaron de alegría... Pero Israel no supo agradecer al Señor aquella nueva providencia. Como leemos en el salmo 78,32, usado hoy como salmo responsorial, «a pesar de todo, volvieron a pecar, sin tener fe en sus maravillas». Misterio de ceguera, de abyección, de miseria espiritual que a duras penas se compagina con la espléndida generosidad de Dios. Éste es el misterio del corazón del hombre, con sus inexplicables respuestas.
Evangelio: Mateo 13,1-9 1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. 2 Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla. 3 Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: -Salió el sembrador a sembrar. 4 Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron. 5 Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda, 6 pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz. 7 Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron. 8 Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta. 9 El que tenga oídos para oír que oiga.
*•• Todo el capítulo 13 de Mateo está consagrado a la enseñanza de las parábolas de Jesús y a la explicación de algunas de ellas. En total aparecen siete parábolas sobre el tema del Reino, recogidas por el evangelista en este capítulo. Tienen como escenario -más que sugestivo- el lago de Genesaret y la barca desde donde habla Jesús. De ahí que, por lo general, estas parábolas reciban unas veces el nombre de «parábolas del lago» y otras el de «parábolas del Reino». Mateo pretende mostrar con estas palabras la fuerza misteriosa del Reino de Dios, que, a través de muchos obstáculos, vence al mal arraigado en el mundo. La primera de estas parábolas es la del sembrador. Bajo las sencillas apariencias de una descripción de la siembra, circunstancia conocida por todos, la parábola brinda una gran enseñanza, comprensible en buena parte para todos, en virtud de la magistral plasticidad del relato. En primer lugar, están el sembrador (que representa al mismo Jesús) y la semilla (la Palabra de Dios). Vienen, a continuación, las diferentes clases de tierra, con sus obstáculos, y las diferentes vicisitudes que encuentra la semilla en su crecimiento. En función de las dificultades con que se encuentre, la semilla se desarrollará o no, e incluso llegará a secarse y morir. El último cuadro de este crescendo en la «carrera de obstáculos » nos muestra la «tierra buena» (v. 8), que se abre de manera generosa para recibir la semilla. Aparece asimismo un detalle tomado de la experiencia cotidiana de la cosecha: en la misma tierra buena se produce una cantidad diferente de fruto, pues algunas espigas dan el ciento por uno, otras el sesenta, otras el treinta. En la parábola, todo está en función de un solo resultado: el crecimiento de la semilla.
MEDITATIO Las lecturas de hoy nos brindan dos enseñanzas más que preciosas: la de la historia de la salvación y la de las parábolas del Reino. La lección de la historia del éxodo nos muestra el obrar de Dios, su providencia y su salvación, y -además de esto- su paciencia y su generosidad. El pueblo de Israel empezó de inmediato con sus murmuraciones, olvidando los prodigios del poder de Dios. Sin embargo, YHWH, en vez de castigarle y hacerle ver su justicia, le concede cuanto desea y en una cantidad desmesurada. Esta página del Éxodo nos ayuda a conocer más el corazón de Dios, a conocer las insondables riquezas de su providencia, muy alejada de nuestras mezquindades y de nuestros cálculos egoístas. Lo que nos enseña el fragmento de hoy será, después, una constante en toda la historia bíblica, destinada precisamente a revelarnos la infinita bondad de Dios. Basta con fiarse de Dios, basta con tener fe en él... Normalmente, esta fe y esta confianza brotan de corazones que intentan serle fieles, complacerle en todo, como hizo Jesús, que fue alimentado también «por ángeles» después de las tentaciones del desierto. La otra enseñanza extraída de las parábolas consiste en hacernos ver que Dios posee un Reino en este mundo, un Reino totalmente diferente del mundo, de la política o de la economía de los hombres. Es el Reino de la salvación, de la entrada del hombre en la atmósfera de Dios. Es el Reino de su presencia, descubierta y creída, de su bondad experimentada, de su proximidad sentida y agradecida. Ambas lecturas –complementarias tratan del obrar misericordioso y espléndido de Dios con todos los que le conocen y le aman, y en ambas se revela la respuesta por parte del hombre.
ORATIO Oh Dios y Padre nuestro, que a través de la historia y la Palabra de tu Hijo nos has impartido enseñanzas maravillosas respecto a tu corazón y a tu providencia: concédenos un corazón sencillo que crea, que se fíe de ti, que se deje guiar por tu Palabra. Concédenos sentir tu presencia, darte gracias por ella y saborearla como uno de tus dones más deseados... Que nunca la desconfianza, la desesperación, la duda o la indiferencia respecto a ti entren en nuestra alma. Que la frase bíblica«Dios me había protegido» (Neh 2,18) pueda ser, para nosotros, una constatación perenne, gozosa, fruto de nuestro encuentro contigo, de nuestro diálogo, del vínculo afectuoso que nos une. Concédenos saborear la dulzura de tu protección y la seguridad de tu defensa. De este modo, los días de nuestra vida transcurrirán serenos bajo tu mirada, encontraremos cobijo «a la sombra de tus alas» y podremos dar al mundo el testimonio de nuestra fe, una fe hecha de esperanza continua en tu amor. Concédenos, oh Padre, la capacidad y el valor de un abandono confiado, total y filial en tu providencia: y nosotros, por nuestra parte, intentaremos hacer siempre y por doquier tu voluntad.
CONTEMPLATIO ¿Cuál es la razón de que tantos hombres, que incluso están en gracia, saquen tan poco fruto [del santo sacramento]? La culpa la tiene esto: esos hombres no prestan una diligente atención a sus pecados cotidianos y no los consideran más que de una manera soñolienta. El otro impedimento está en el hecho de que el hombre corre demasiado hacia afuera, hacia otras cosas. Es preciso haber dejado Egipto, el país de las tinieblas, si queremos que se nos dé el pan celestial que tiene el gusto deseado. Ahora bien, este pan no le fue dado al pueblo elegido mientras tuvo consigo un mínimo de harina traída de Egipto. Del mismo modo, el hombre, cuando ha dejado Egipto, esto es, el mundo y el modo de obrar mundano, y piensa que ha salido por completo de allí y ya es espiritual, mientras tenga aún encima la harina de la naturaleza, nunca podrá sentir el gusto de este alimento divino en su nobleza y en la verdadera alegría de su interioridad. El hombre ciego se comporta entonces como el pueblo de Israel: mientras Moisés llevaba fuera de Egipto a los hebreos, éstos se dieron cuenta de que los egipcios les perseguían con seiscientos estruendosos carros y entonces le dijeron a Moisés: «¡Ojalá nos hubiera dejado aún en Egipto, y hubiéramos soportado hasta donde hubiéramos podido! Ahora, en cambio, debemos perecer aquí». Precisamente así actúan las personas temerosas, de poca fe. Cuando el enemigo se acerca a ellas, retumbando sobre las piedras con los muchos carros de la tentación, piensan: «Es una locura. Será mucho mejor que me quede en Egipto, en el mundo, en el pensamiento de las criaturas, en su amor y en la estrechez de mi alma, puesto que, de todos modos, tengo que perderla». De este modo, muchos se detienen porque no confían en Dios. Cuando esto suceda, el hombre debe echarse a los pies de nuestro Señor Jesucristo, pedirle que ore por él al Padre celestial y confiarse a él con plena confianza (J. Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 594-597 [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL También en la alianza se condenan los pecados, las caídas. El pecado de base, que incluye todos los otros, es la murmuración Ésta se vuelve posible y es tanto más grave, precisamente porque la alianza nos hace diferentes. ¿Por qué precisamente nosotros tenemos que encontrarnos extenuados en el desierto, mientras que en Egipto se come carne y verdura? (cf. Ex 16,2s; Nm 11,4-6; etc.). Es el pesar que nos produce haber sido elegidos y haber salido de la condición normal; el pesar por no haber sido dejados en paz haciendo la misma vida que todos; el pesar por encontrarnos extraños. Sí, el Señor nos ha vuelto extraños. Se produce, en ese momento, un intento de recuperar lo que hemos perdido. El disgusto, por ejemplo, que nos produce no ser anónimos: no es posible ser aliados de Dios y anónimos. Este pesar puede conducir a pecados contra la alianza. Los pecados típicos contra la alianza, en el desierto, consisten en el deseo de darle nosotros mismos un rostro al Señor: construimos entonces el becerro de oro, símbolo de todas nuestras ideologías teológicas. Sin embargo, contra todo esto está la alegría de la Tora, la alegría de haber sido elegidos, de ser pueblo de Dios, la alegría de todo el ser, fiel al sí y al no de la alianza, la alegría de estar en camino hacia el monte de Dios. La alegría de pertenecer al Señor, ue nos da firmeza como si viéramos al Invisible. Tal como se dice e Moisés, «se mantuvo tan firme como si estuviera viendo al Dios invisible» (Heb 11,27b) (G. Rossi de Gasperis, La roccia che ci ha generato, Roma 1994, pp. 72ss, passim [edición española: La roca que nos ha engendrado, Editorial Sal Terrae, Santander 1996]). |
Santiago Apóstol
Santiago, llamado «el mayor», era hijo de Zebedeo y de Salomé (Mc 15,40; Mt 27,56) y hermano mayor de Juan el evangelista. Junto con él fue llamado entre los primeros discípulos de Jesús, y siempre se le cita entre los tres primeros apóstoles en el Nuevo Testamento. Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1) y de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mt 26,37). Fue decapitado hacia el año 44, en tiempos de Herodes Agripa, en los días de la Pascua (Hch 12,1-3).
LECTIO Primera lectura: Hechos de los apóstoles 4,33.5.12.27b-33; 12,1b En aquellos días, los apóstoles datan testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: -¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre. Pedro y los apóstoles replicaron: -Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero». «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados». Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.
*+• La primera lectura de la solemnidad de Santiago, patrón de España, presenta a nuestra consideración la idea del testimonio de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles. Este testimonio, mandato expreso del Señor, no puede ser encadenado por ninguna instancia humana, porque el testigo debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Y puede hacerlo gracias al Espíritu Santo, «que Dios da a los que le obedecen». Esta obediencia llevó a Santiago a derramar su sangre, corroborando con ello su testimonio, su «martirio».
Segunda lectura: 2 Corintios 4,7-15 Hermanos: 7 este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. 8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; 9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. 10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. 12 Así que en nosotros actúa la muerte, y en vosotros, en cambio, la vida. 13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, 14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros. 15 Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.
*» El mensaje central de esta segunda lectura podríamos resumirlo de este modo: «Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús» (v. 10a). Lo que Pablo dice por experiencia directa, lo aplica literalmente la liturgia al apóstol cuya solemnidad celebramos hoy: de Jesús a Pablo y de Pablo a Santiago, y así sucesivamente, se va creando, a lo largo de la historia, la cadena de los testigos o, mejor aún, de los «mártires» en sentido propio. Puede decir que lleva la muerte de Jesús en su propio cuerpo no sólo quien recibe la gracia excepcional de derramar la sangre por amor a Cristo y a los hermanos, sino también quien, día tras día, vive con seriedad y serenidad la radicalidad evangélica. Quien realiza esta experiencia puede hablar en nombre de Jesús, puede decir que es siervo del Evangelio por lo que anuncia, pero sobre todo por lo que hace y por cómo vive: «Creí y por eso hablé» (v. 13). La palabra de los testigos no sólo es significativa, sino también eficaz: precisamente porque tiene la elocuencia de la experiencia vivida, de la sangre derramada, del martirio padecido.
Evangelio: Mateo 20,20-28 En aquel tiempo, 20 la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor. 21 Él le preguntó: -¿Qué quieres? Ella contestó: -Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines. 22 Jesús respondió: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: -Sí, podemos. 23 Jesús les respondió: -Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre. 24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen. 26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. 28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.
*•• Mateo nos refiere en esta página de su evangelio, tal vez con una sutil ironía, la petición que la madre de los Zebedeos -Juan y Santiago- presentó a Jesús. Si bien estamos dispuestos a mostrarnos un tanto indulgentes con la madre, lo estamos ciertamente un poco menos con los dos hermanos, que con una excesiva rapidez se declaran dispuestos a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que ha de beber. Afortunadamente, Jesús sabe cambiar en bien lo que, humanamente hablando, podría parecer fruto de la intemperancia y de la precipitación. El discurso se convierte de hipotético en profético: Jesús predice la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio. Y no sólo esto, sino que de este diálogo -que, por otra parte, suscita el desdén de los otros apóstoles- extrae Jesús también una lección de humildad para todos los que quieran seguirle por el camino del Evangelio. La grandeza de los discípulos de Jesús puede y debe ser valorada con unidades de medida bastante diferentes a las que conoce el mundo. En la escuela de Jesús se aprende a subvertir la escala de valores y a considerar válido sólo lo que lo es a los ojos de Dios. Precisamente, según el ejemplo que nos dejó Jesús: siendo rico, se hizo pobre; aun siendo Señor, se hizo siervo-esclavo; siendo maestro, aprendió a obedecer al Padre; siendo sacerdote, se hizo víctima por amor.
MEDITATIO «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28). Es más que lícito que nos preguntemos qué psicología brota de una afirmación autobiográfica como ésta, y la respuesta no puede ser equívoca. Estamos frente a un gran don que Jesús ha hecho a sus discípulos de ayer y de hoy, ofreciéndoles la posibilidad de penetrar en su corazón de Hijo inmolado por amor, en su espiritualidad de Cordero inmolado en rescate de los hermanos. Todo esto es lo que se expresa mediante la metáfora del «servicio», un término que ha de ser bien entendido: hemos de rescatarlo de todo tipo de servilismo, de toda abdicación pasiva a la propia libertad, y hemos de inscribirlo en el horizonte de una total expropiación personal y de una entrega completa de nosotros mismos al Padre. La luz de esta afirmación de Jesús se difunde, obviamente, por todo el Evangelio. Jesús, sin embargo, se presenta también como siervo «de muchos», a saber: de todos los que el Padre le ha confiado como hermanos, oprimidos por el pecado, pero abiertos al don de la liberación. El cáliz de la pasión, que Jesús acepta libremente de manos del Padre, sólo espera ser saboreado también por aquellos por los que el Maestro de Nazaret lo bebió hasta las heces.
ORATIO Tu ley, Señor Jesús, es el signo de tu realeza: tú nos quieres obedientes porque sólo a través de la obediencia -como tú mismo demostraste- se llega a rey. Tu ejemplo, Señor Jesús, manifiesta tu profunda identidad de Hijo: Hijo de Dios Padre que vive y expresa siempre su propia sumisión en su plena disponibilidad. Tu Palabra, Señor Jesús, ilumina nuestro camino: el que tú nos muestras no vale sólo para ti, sino también para todos los que, libremente, te han elegido como maestro y te siguen con alegría por el camino del Evangelio. Tu martirio, Señor Jesús, lo fuiste viviendo en cada momento de tu vida: quien ha aprendido a conocerte a través de las páginas evangélicas sabe que, para ti, ser siervo significaba vivir del todo para Dios y del todo para los hermanos. Ésta es la «ley real» de la que habla el apóstol Santiago en su carta.
CONTEMPLATIO El objetivo de los dos discípulos [Juan y Santiago] es obtener el primado respecto a los otros apóstoles. [...] ¿Os dais cuenta de cómo todos los apóstoles son aún imperfectos? Tanto los dos que quieren elevarse sobre los diez como los diez que tienen envidia de ellos. Ahora bien, fijémonos en cómo se comportan a continuación y les veremos exentos de todas estas pasiones. [...] Santiago no sobrevivirá mucho tiempo. En efecto, poco después del descenso del Espíritu Santo, llegará su fervor a tal extremo que, dejando de lado todo interés terreno, llegará a una virtud tan elevada que morirá inmediatamente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1967, pp. 98 y 99ss).
ACTIO Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Las fiestas de los santos proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles. A esta función de ejemplaridad ha querido unir siempre la Iglesia el reconocimiento de la intercesión de los santos en favor de sus hermanos los hombres. Éste es el motivo por el que, desde siempre, ha aceptado y fomentado gustosa la designación de determinados santos como patronos para los diversos pueblos. La liturgia de la misa de Santiago, patrono de España, no hace sino corroborar esta misma idea. Santiago, que «bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios», fue siempre, junto con su hermano Juan y con Pedro, uno de los apóstoles que gozó de las mayores intimidades de Jesús. Y si bien su acción en el evangelio no adquiere el relieve de la de los otros dos predilectos, fue él quien primero selló con su propia sangre la entrega al Señor y a la predicación de su doctrina. Esta misma acción, tras su muerte, es reconocida por nosotros en favor de «los pueblos de España», precisamente como respuesta a su elección como patrono. Pero, al mismo tiempo que reconocemos gustosos su acción en el pasado, pedimos de cara al futuro que, así como él mantuvo su entrega plena a Jesús hasta el sacrificio de su propia vida, así también, «por el patrocinio de Santiago, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos» (http://sagradaramiliadevigo.net). |
Viernes de la 16 Semana del Tiempo Ordinario o 26 de julio, conmemoración de San Joaquín y Santa Ana El evangelio apócrifo de Santiago (siglo II) reconstruye, siguiendo la filigrana bíblica de la historia de Ana, madre de Samuel (cf. 1 Sm 1,1 -28), el acontecer de los padres de la Virgen María: Joaquín, anciano sacerdote del Templo de Jerusalén, y su mujer, Ana. Estos, después de una aparición angélica, concibieron a la futura Madre del Redentor, a la que ofrecerán más tarde en el Templo (cf. 21 de noviembre). De ninguno de ellos se dice nada en los evangelios canónicos.
LECTIO Primera lectura: Éxodo 20,1-17 En aquellos días, 1 Dios pronunció estas palabras: 2 -Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud. 3 No tendrás otros dioses fuera de mí. 4 No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra. 5 No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, 6 pero soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. 7 No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano. 8 Acuérdate del sábado para santificarlo. 9 Durante seis días trabajarás y harás todas tus faenas. 10 Pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el forastero que reside contigo. 11 Porque en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo lo que contienen, y el séptimo día descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo declaró santo. 12 Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. 13 No matarás. 14 No cometerás adulterio. 15 No robarás. 16 No darás falso testimonio contra tu prójimo. 17 No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca.
*•• La lectura del libro del Éxodo nos presenta hoy la primera formulación de los diez mandamientos. En el Antiguo Testamento encontramos diversas formulaciones del decálogo, en función de las escuelas teológicas que las han redactado o del tiempo en que fueron escritas. Estas formulaciones varían en el hecho de poner el acento en uno u otro mandamiento, pero, en esencia, todas las listas hablan de «diez mandamientos», conocidos así en la Biblia y en la tradición judía y cristiana. En la lista de los mandamientos del libro del Éxodo se dedica una extensión notable a hablar de los preceptos que tienen que ver con Dios y con su culto. Fue la escuela sacerdotal la que redactó esta lista: en ella ha impreso su huella, siempre atenta a poner de relieve el primado de Dios y de su culto, para lo cual utiliza un lenguaje lacónico, hierático, a la hora de presentar los otros preceptos. Los diez mandamientos forman parte del bagaje moral inscrito en el corazón de todos los hombres, la llamada «ley natural» experimentada y admitida por todas las morales. Es Dios mismo quien ha puesto en el corazón humano estos principios, estas tendencias y este sentido del bien y del mal respecto a nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. La denominación «diez mandamientos» es una expresión aceptada prácticamente por todas las culturas que posean un verdadero sentido de Dios y del hombre. Este consenso universal muestra la conciencia del hombre como un reflejo de la Ley de Dios. Israel tuvo el privilegio de que Dios mismo le enseñara directamente estos mandamientos, revelados en la teofanía del Sinaí: un privilegio, un acto de predilección de Dios hacia su pueblo, pero que supone asimismo una mayor responsabilidad y fidelidad a la hora de cumplirlos.
Evangelio: Mateo 13,18-23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 18 Así pues, escuchad vosotros lo que significa la parábola del sembrador. 19 Hay quien oye el mensaje del reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón; este es como la semilla que cayó al borde del camino. 20 La semilla que cayó en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con alegría, 21 pero no tiene raíz en sí mismo, es inconstante y, al llegar la tribulación o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe. 22 La semilla que cayó entre cardos es como el que oye el mensaje, pero las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero asfixian el mensaje y queda sin fruto. 23 En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.
**• Tras pedírselo sus discípulos, Jesús les da la interpretación de la parábola del sembrador. La exégesis ve también en la explicación de Jesús una experiencia de la vida cristiana y de la predicación de la Palabra de Dios con los diferentes resultados que obtiene. Algunos exégetas sostienen que esta explicación sería preponderantemente fruto de la experiencia de la comunidad primitiva. Nosotros preferimos ver en ella la enseñanza del mismo Jesús, acompañada, no obstante, de la práctica de la Iglesia, que ha podido dar cierto colorido al texto actual del evangelio. La parábola habla, fundamentalmente, de la acogida que brinda a la Palabra el terreno en el que cae la semilla. Hay cuatro respuestas: tres negativas y una positiva. Las negativas enumeran las dificultades, los obstáculos, los peligros en que se debaten los que escuchan la Palabra de Dios. No basta con escuchar, y tampoco basta con acoger de manera gozosa lo que se oye. Se requiere una acogida elaborada a base de una profunda comprensión. Entonces es cuando la semilla de la Palabra puede dar su fruto. En esta explicación resalta la libertad del hombre frente a la Palabra de Dios, con toda su capacidad de rechazarla o decidirse por otras opciones. También se pone de relieve la fecundidad de la semilla cuando encuentra un terreno bueno y abierto. Cada semilla da mucho fruto, con un porcentaje que puede ser el cien, el sesenta o el treinta, una producción diferente, aunque se trata en todos estos casos de tierra buena. Esta parábola, como la de los talentos (Mt 25) y la de las minas (Le 19), tiene como objetivo suscitar en nosotros una apertura de corazón que nos permita la acogida gozosa de la Palabra y de la alegría de la cosecha, siempre abundante cuando la tierra es buena.
MEDITATIO Joaquín y Ana eran justos y estaban limpios de toda mancha de pecado; llevaban una vida piadosa; llevaban, por consiguiente, ante Dios y ante los hombres, una conducta inocente, inmune de calumnia y llena de piedad. Se mostraban celosos en la oración, en el ayuno y en la abstinencia, devotos a la ley; formaban una familia asidua al Templo, llena de caridad, incansable en el trabajo y, en consecuencia, muy rica en bienes. Dividían en tres partes el rendimiento anual de sus fatigas: destinaban la primera parte al Templo de Dios, a los sacerdotes ministros del Templo; la segunda parte la dividían entre los pobres y los indigentes; la tercera parte era para ellos, para la familia y para los huéspedes. Habían regulado su vida de este modo en todo, y habían vivido juntos piadosamente, dedicándose a las buenas obras durante veinte años. No tenían hijos, puesto que el seno de Ana estaba cerrado por la esterilidad. Convenía, en efecto, a la madre, y a aquella que fue el inicio de los prodigios, nacer prodigiosamente de un seno estéril, como la misma María debía traer al mundo, de una manera prodigiosa y virginal, al Verbo de Dios, y elevarse desde el escalón inferior de la esterilidad al superior del parto virginal (Sinaxario di Ter Israel, texto de la Iglesia armenia que se remonta al siglo XIII, en Testi mariani del primo millennio, Roma 1991, IV, pp. 636ss).
ORATIO Y Ana entonó un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevaré un himno al Señor, mi Dios, porque me ha visitado (cf. Gn 21,1), y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia (Prov 11,30) a la vez uno y múltiple ante Él. ¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras, las doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo (Cántico de Ana, del Protoevangelio de Santiago).
CONTEMPLATIO Sobre los padres de la Virgen María se posaron la bendición y la gracia celestial. Éstas salieron de los justos y fueron transmitidas a través de las generaciones hasta posarse en María, la cual recibió el misterio. El justo Joaquín y Ana, su mujer, estaban tristes porque no habían tenido hijos. Sin embargo, Dios se mostró benévolo con ellos, acogió su súplica y les dio una hija amada y bendita. Joaquín oraba ante Dios, pidiéndole una prole que consolara su vejez: «Señor, que diste esperanza a Abrahán y después de cien años le concediste un heredero de la promesa, no prives mi vejez de un fruto, sino bendíceme con la bendición de Abrahán; todo es fácil, en efecto, a tu voluntad» (de un texto antiguo de la Iglesia siro-oriental).
ACTIO Repite y medita durante el día este proverbio bíblico: «El fruto del justo es un árbol de vida» (Prov 11,30).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La figura de santa Ana nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, llevando en ella el misterio extraordinario de la inmaculada concepción. Allí estaba rodeada del amor y de la solicitud de sus padres: Joaquín y Ana. Allí «aprendía» de su madre, precisamente de santa Ana, cómo ser madre. Y aunque, desde el punto de vista humano, María había renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su entrega total, la agració con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, transfirió en cierto sentido la maternidad de su madre a su discípulo predilecto, e igualmente a toda la Iglesia, a todos los hombres. Cuando, como «herederos de la promesa divina» [cf. Gal 4,28.31), nos encontremos en el radio de la maternidad de María, y cuando experimentemos su santa profundidad y plenitud, pensemos que fue precisamente santa Ana la primera en enseñar a María, su hija, cómo ser madre. «Ana» significa en hebreo: Dios «ha mostrado su gracia». Reflexionando sobre este significado del nombre de santa Ana, exclamaba así san Juan Damasceno: «Ya que estaba determinado que la Virgen María, Madre de Dios, nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación» (Juan Pablo II, Discursos, diciembre de 1978). |
Sábado de la 16ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 24,3-8 En aquellos días, 3 Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: -Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor. 4 Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie del monte; erigió doce piedras votivas, una por cada tribu de Israel. 5 Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor. 6 Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. 7 Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: -Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor. 8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según las cláusulas ya dichas.
**• El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener la alianza. En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos. Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían la alianza. Moisés, intercesor y mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar, la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.
Evangelio: Mateo 13,24-30 En aquel tiempo, 24 Jesús les propuso esta otra parábola: -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo. 25 Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. 26 Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña. 27 Entonces los siervos vinieron a decir al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?». 28 Él les respondió: «Lo ha hecho un enemigo». Le dijeron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». 29 Él les dijo: «No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo. 30 Dejad que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega; entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo amontonadlo en mi granero».
**• La parábola de la cizaña es una de las más claras, pues está tomada de una realidad agrícola conocida por todos, incluso por los habitantes de la ciudad (dada la experiencia que tienen de sus jardines, siempre amenazados por las malas hierbas). Esta parábola refleja la realidad que acontece en la vida del hombre. Dios ha querido al hombre bueno, y especialmente cuando este hombre es educado en la fe cristiana, posee todos los elementos que pueden hacer de él un auténtico creyente, alguien que refleja la imagen divina. Ahora bien, en el camino de este hombre aparece un día el tentador, la fuerza del mal, y causa estragos en lo que era antes una realidad positiva y prometedora. La ruina del hombre es evidente. La reacción de los siervos de aquel amo es espontánea: ir a arrancar la cizaña, cortar el mal de inmediato... (w. 27ss). Eso es lo que aconsejaría un celo precipitado, una espontaneidad poco reflexiva. Jesús se opone a esta reacción demasiado humana y nos hace ver los peligros inherentes a esta actitud intransigente: existe el peligro de arrancar el buen grano junto con la cizaña. Dos son las enseñanzas que se derivan de la parábola: a) la invasión devastadora del mal y, al mismo tiempo, b) la tolerancia de este mal en el mundo, es decir, saber aceptar esta triste realidad, aunque sin admitirla en nuestro propio corazón y sin querer aniquilarla con me dios violentos. La convivencia entre el bien y el mal ayuda a que el bien sea más bueno, más auténtico, más probado, más convencido y más fuerte. El cristiano, con la ayuda de Dios, podrá superar el mal, vencerlo y, al mismo tiempo, ser tolerante, paciente, mostrarse esperanzado en el triunfo del bien sobre el mal. El juicio sólo le corresponde a Dios. A nosotros nos corresponde la fidelidad y la confianza.
MEDITATIO Las lecturas de hoy nos ofrecen ideas de una enorme importancia para proporcionar al creyente actitudes fundamentales en su comportamiento. Una primera actitud es la de la aceptación de la voluntad de Dios. Esta voluntad no se manifiesta sólo en sus mandamientos, sino que es todo un conjunto de disposiciones divinas dirigidas a nosotros y para nuestro bien. Estas disposiciones incluyen, antes que nada, su designio sobre cada uno de nosotros, una llamada o vocación particular, a la que hemos de corresponder con fidelidad y obediencia a todo lo que Dios ha querido darnos. Otra actitud es la de la alianza, sentirnos unidos a Dios por vínculos de afecto y de amistad, tener un sentido de pertenencia y de devoción a Dios que haga espontánea, natural, nuestra relación confiada con él, manifestada en una vida de gozosa sumisión y una fidelidad constantemente renovada. Por último, una tercera actitud, brotada del Evangelio, es la de la tolerancia, la del saber esperar, la de no irrumpir con rápidas condenas o exclusiones en la convivencia entre las personas. La parábola de la cizaña nos recuerda que, aunque defendiéndose del mal, el creyente está obligado a convivir con él, con el riesgo (y la experiencia) del peligro y de la caída. Y nos recuerda asimismo que el juicio sobre el mal pertenece sólo a Dios. El mal sirve para probar, como en el crisol, la autenticidad de la fe y de la vida. La prisa, la impaciencia, el puritanismo, han traído consigo muchos males a la Iglesia y a los fieles en particular. La lectura de esta breve parábola nos ayuda a la reflexión, a la reafirmación de la fe, a la tolerancia: «Si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera también a la verdad» (R. Tagore).
ORATIO Oh Señor, Dios y Padre de bondad, que diriges el universo y los acontecimientos de la historia humana, concédenos un alma que acoja tu gracia, tus designios, tus disposiciones respecto a nosotros, con la conciencia de que todo lo que nos pides es para nuestro bien. Concédenos un vivo sentido de la alianza contigo, de esa alianza que ha brotado de tu corazón de Padre, para que podamos corresponder con una fidelidad creciente al pacto de tu amistad y de tu redención. Vivimos en un mundo marcado por el mal, «por la concupiscencia de la carne, por la concupiscencia de los ojos y por la soberbia de la vida»: concédenos, pues, un corazón que sepa comprender el mundo y su mal, para protegernos de sus asaltos y para frenar nuestra impaciencia por responder con la violencia o la rigidez. Haz que recordemos en nuestros juicios que sólo tú eres el verdadero juez de vivos y muertos, y que a nosotros lo único que nos corresponde es comprender, amar y perdonar, vigilar y orar. Que la palabra de tu Hijo sea para nosotros guía y orientación de vida, que forje las actitudes básicas de nuestra fe, a fin de que podamos, tras una vida transcurrida en tu amor y en tu confianza, ser partícipes de la verdadera recompensa en la eternidad de tu gloria.
CONTEMPLATIO Si alguien, mientras se proclaman las palabras de la ley, se ocupa de fábulas humanas es un no convertido. Si alguien, «cuando se lee a Moisés», se preocupa de los asuntos del siglo, del dinero, de las ganancias, es un no convertido. Si alguien está oprimido por la solicitud de los bienes y está atormentado por la codicia de las riquezas, está dedicado a la gloria del siglo y a los honores del mundo, es un no convertido. Ahora bien, el que parece extraño a todas estas cosas, aunque asista y escuche las palabras de la ley atento con el rostro y con los ojos, pero distraído con el corazón y los pensamientos, también es un no convertido. ¿Qué es, entonces, convertirse? Si damos la espalda a todas estas cosas y nos aplicamos a la Palabra de Dios con celo, actos, alma, solicitud, si «meditamos su ley día y noche», si dejando todo de lado nos consagramos a Dios, nos ejercitamos en dar testimonio de él, esto es convertirse al Señor. ¿Quién de nosotros se convierte a los estudios de la ley divina? ¿Quién de nosotros se aplica de este modo? Algunos de nosotros, apenas han escuchado la proclamación de la lectura, se van de inmediato: no hacen ninguna investigación intercambiable sobre lo que se ha leído, no conversan sobre ella, no se acuerdan para nada del precepto con el que nos amonesta la ley divina: «Pregunta a tus padres y te lo dirán, a tus ancianos y te lo anunciarán». Otros ni siquiera tienen la paciencia de esperar hasta que sean proclamadas las lecturas en la Iglesia. Otros ni siquiera saben si han sido proclamadas, sino que se ocupan de chismorreos mundanos en lugares escondidos de la casa del Señor [...]. Así pues, parece ser que no sólo debemos aplicarnos al estudio para aprender las sagradas letras, sino suplicarle también al Señor y pedirle «día y noche» que venga «el Cordero de la tribu de Judá» y él mismo, tomando «el libro sellado», se digne abrirlo. Es él, en efecto, el que, «al abrir las Escrituras», inflama los corazones de los discípulos, hasta tal punto que dicen: «¿Acaso no ardían nuestros corazones cuando nos abría las Escrituras?» (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 211-215 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu Palabra es antorcha para mis pasos y luz para mis sendas» (Sal 118,105).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Puede que parezca sorprendente, pero es un hecho: el Éxodo no llama nunca «ley» al decálogo, ni «mandamientos» al contenido del decálogo. A esta lista de compromisos la llama el autor bíblico las «diez palabras». Esto no es una curiosidad lingüística, sino que nos revela la perspectiva adecuada para comprender el decálogo. Se trata de las diez condiciones o cláusulas para vivir el éxodo en libertad. El pueblo ha dejado a su espalda el país de la esclavitud y del miedo, Egipto; se ha fiado de Dios y ha iniciado el camino de la libertad, guiado y protegido por el Señor, que lo ha sacado de la opresión. Pero la meta del camino en libertad es ese «santuario» que fue el desierto del Sinaí para Israel; allí se consolidó la libertad mediante un acto de amistad entre Dios y su pueblo. No es posible ser libre sin una meta y un objetivo, de otro modo se vuelve a los antiguos amos. Sólo es posible ser libre con los otros, caminando con el Señor, que nos llama. De este modo, el pueblo liberado de Egipto llega a la cita con el Señor en el desierto del Sinaí, a los pies de la montaña santa. El Señor lanza su propuesta de amistad a los hombres liberados: «Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía» (Ex 19,5). La propuesta de Dios sólo puede ser acogida de modo libre, puesto que él propone un pacto de amistad, y la amistad no puede ser impuesta. «Y todo el pueblo a una respondió: Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho» (Ex 19,8) (R. Fabris, lo sonó con voi, Bolonia 1976).
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17º domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 18,20-21-23-32 En aquellos días, 20 el Señor dijo a Abrahán: -El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande y su pecado tan horroroso 21 que voy a bajar a ver si realmente sus acciones corresponden al clamor que contra ellas llega hasta mí; lo voy a saber. 23 Entonces Abrahán se acercó al Señor y le dijo: -¿Vas a hacer que perezca el justo con el pecador? 24 Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a hacer que perezcan? ¿No perdonarás más bien a la ciudad por los cincuenta justos que hay en ella? 25 ¡Lejos de ti hacer tal cosa! ¡Hacer que mueran justos por pecadores y que el justo y el pecador tengan la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿No va a hacer justicia el juez de toda la tierra? 26 El Señor respondió: -Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré por ellos a toda la ciudad. 27 Replicó Abrahán: -Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. 28 A lo mejor faltan cinco a los cincuenta justos, ¿destruirás por esos cinco toda la ciudad? Respondió: -No, no la destruiré si encuentro cuarenta y cinco justos. 29 Abrahán continuó todavía: -Quizá no sean más que cuarenta. -Bien, no lo liare en atención a esos cuarenta. 30 Dijo Abrahán: -No se irrite mi Señor si sigo hablando. Quizá sean solamente treinta. El Señor respondió: No lo haré si encuentro treinta. 31 Dijo Abrahán: Me he atrevido a hablar a mi Señor. Quizá no sean más que veinte. -Bien, no la destruiré, por consideración a los veinte. 32 Abrahán volvió a decir: -No se irrite mi Señor. Voy a hablar por última vez. Quizá no sean más que diez. Y respondió el Señor: -Por consideración a esos diez no la destruiría.
**• Esta escena está unida con la precedente de la hospitalidad junto a la encina de Mambré (Hebrón): en el v. 22, suprimido del texto litúrgico, se habla aún de «los hombres» y del único «Señor». A él se dirige aquí Abrahán mostrándose, además de como «nuestro padre en la fe» y modelo de hospitalidad, también como el gran intercesor. Abrahán intercede al Señor por Sodoma. Apela a ese atributo de Dios -la «justicia»- que puede ser un cuchillo de doble filo: contra los pecadores o en favor de los inocentes. Dado que la ciudad es indivisible, es posible invocar la justicia contra los pecadores, que son los más numerosos, y dejar perecer también a los pocos inocentes a causa de ellos. Abrahán, sin embargo, invoca justicia en favor de los inocentes a fin de obtener el perdón de los otros. El resultado sería la salvación de toda la ciudad. La opción de Abrahán se basa en la amistad de Dios, que le llama «mi amigo» (Is 41,8; Sant 2,23), y a quien Abrahán llama en cambio «mi Señor» en repetidas ocasiones (w. 27.30.31.32) y puede dirigirse a él regateando hasta seis veces con una audacia confiada: «Me he atrevido a hablar a mi Señor...» (w. 27.31). Dios le da a conocer sus proyectos: «¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?» (Gn 18,17), y Abrahán sabe que en Dios, aun siendo «el juez de toda la tierra», la misericordia prevalece sobre la justicia para quien, precisamente impresionado por la justicia, invoca misericordia. Así, Abrahán se muestra amigo no sólo de Dios, sino también de los hombres por los que intercede.
Segunda lectura: Colosenses 2,12-14 Hermanos: 12 Habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios que lo ha resucitado de entre los muertos. 13 Vosotros estabais muertos a causa de vuestros delitos y de vuestra condición pecadora, pero Dios os ha hecho revivir junto con Cristo, perdonándoos todos vuestros pecados. 14 Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros y lo ha quitado de en medio clavándolo en la cruz.
*» El bautismo es el punto de partida de la vida cristiana, es el momento de nuestro injerto -«con», «junto con», repite nuestro pasaje de hoy- en la pascua de Cristo, en su muerte y resurrección. La muerte de Cristo en la cruz y su sepultura han cancelado nuestra muerte espiritual, «perdonándoos todos vuestros pecados» (v. 13), destruyendo el pliego de acusaciones suscrito por nosotros y por toda la humanidad. Cristo «lo ha quitado de en medio» pagando un precio elevado, derramando su sangre en la cruz (v. 14). Mediante la resurrección de su Hijo, el Padre «os ha hecho revivir» (v. 13). Sin embargo, la vida y la liberación de nuestra insolvencia nos han sido otorgadas con una condición: que expresemos nuestra adhesión mediante la fe «en el poder de Dios» (v. 12).
Evangelio: Lucas 11,1-13 1 Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 2 Jesús les dijo: -Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; 3 danos cada día el pan que necesitamos; 4 perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende, y no nos dejes caer en la tentación. 5 Y añadió: -Imaginaos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a media noche, diciendo: «Amigo, préstame tres panes, 6 porque ha venido a mi casa un amigo que pasaba de camino y no tengo nada que ofrecerle». 7 Imaginaos también que el otro responde desde dentro: «No molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme a dártelos». 8 Os digo que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite. 9 Pues yo os digo: Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán. 10 Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama le abren. 11 ¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le va a dar en vez del pescado una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le va a dar un escorpión? 13 Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
**• Jesús enseña a orar con el ejemplo {«estaba Jesús orando en cierto lugar...»: v. 1) y con la palabra («Cuando oréis, decid»: v. 2). Nos introduce en el secreto de su relación filial con el Padre, revelándonos las grandes palabras sobre las que hemos de mantenernos en coloquio con él. En primer lugar, también nosotros podemos llamarle «Padre»: por consiguiente, somos realmente sus hijos y podemos «acercarnos al trono de la gracia con plena confianza» (Heb 4,16), con una confianza aún más grande que la que tenemos en el padre que nos ha dado la vida natural («... cuánto más el Padre celestial...»: v. 13). Santificar el «nombre» del Padre significa que Dios sea conocido y reconocido por lo que ha sido revelado. Pedir que venga el «reino» del Padre significa pedir que la humanidad sea gobernada por su gracia y por su Palabra, que difunde verdad, justicia, amor y paz. «Pan» es todo aquello que necesita el hombre para la vida del cuerpo y del espíritu. «Perdón»: lo invocamos de Dios y nos comprometemos a darlo a los demás. «Ayuda en la tentación»: forma parte de la vida espiritual; el mismo Jesús pasó por esta experiencia (Lc 4,lss), y por eso «está en condiciones de acudir en nuestra ayuda» (Heb 2,18; 4,15; 12,4-7). Las dos breves parábolas presentan un mensaje común, un mensaje que se encuentra en el centro (v. 9): Jesús asegura que toda oración será escuchada, con tal de que por nuestra parte esté llena de confianza, como cuando nos dirigimos a nuestro padre (w. 11-13), y no adolezca -si hubiera necesidad- de insistencia (v. 8). «No molestes», responde el amigo (v. 7), pero después, ante la insistencia, cede: «... para que no venga a molestarme continuamente» (18,5), estalla el juez al hacer justicia a la viuda. Pero el Padre celestial, que sabe de qué tenemos necesidad, no nos da solamente «cosas buenas», sino también el don por excelencia, el Espíritu Santo, y además «pronto», siempre que se lo pidamos con fe (11,13; 18,8).
MEDITATIO Hagamos nuestro el mensaje principal de la primera lectura y del evangelio. Se trata de una invitación a la oración, animada por una confianza filial en el Padre, que «es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20) y mucho más bueno que cualquier padre de esta tierra (Lc 11,13). El punto de partida de esta oración es la condición desesperada de Sodoma o una situación de necesidad: «No tengo nada» (Lc 11,6). A partir de aquí podemos seguir dos caminos: o abandonar todo a su destino o mostrar que creemos en la amistad de Alguien que puede ayudarnos y atrevernos a pedirle esa ayuda. El amigo va a molestar a su amigo a media noche, y Abrahán se dirige a Dios con audacia: «Me he atrevido a hablar a mi Señor». Ambos interceden con insistencia y obtienen lo que han pedido, demostrando la verdad de este dicho: «Mucho puede la oración insistente del justo» (Sant 5,16). Cuando vemos a nuestro alrededor situaciones difíciles, ¿reaccionamos con resignación -«la puerta está cerrada» (Lc 11,7)- o con la esperanza audaz y paciente de quien cree en el amor del Padre?
ORATIO La escuela de oración de los Padres de la Iglesia consistía en la explicación de la oratio dominica, o sea, del «Padre nuestro» enseñado por el Señor. Las dos primeras peticiones están relacionadas con el nombre y el reino del Padre; las otras son invocaciones en favor nuestro, y todas ellas están basadas, precisamente, en la fe y en el amor al Padre. Probemos a recitarlas una a una, lentamente, invocando al Espíritu Santo, para que nos introduzca en su verdad profunda. Las peticiones confiadas de los hijos están ilustradas por la segunda parábola del evangelio. La primera parábola y la primera lectura nos enseñan, en cambio, la oración de petición por los otros, la intercesión, con el espíritu que vemos en el Sal 122,8: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir: ¡La paz contigo!». O como, adoptando un horizonte universal, decía Pablo a Timoteo (1 Tim 2,1): «Te recomiendo ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres». En las lecturas de hoy faltan la acción de gracias y la alabanza; está desarrollada, en cambio, la súplica, y precisamente en favor de otros. Es la oración como acto de amor. Probemos a pedir «pan», «cosas buenas» -más aún, el don mismo del Espíritu Santo- para nuestros familiares, amigos y... enemigos, y para quienes se hayan encomendado a nuestras oraciones.
CONTEMPLATIO El Padre nuestro y la oración de intercesión, sobre las que hemos meditado, nos invitan a dirigir la mente y el corazón a Dios y a los hombres y mujeres amigos suyos y nuestros. El amigo que va a casa de un amigo a interceder a media noche en favor de otro amigo representa «una gran nube» de intercesores (Heb 12,1): entre éstos sobresalen Abrahán (Gn 18), Moisés y Samuel (Ex 32,11-13; Jr 15,1), Jeremías (2 Mac 15,14) y, sobre todo, Jesús, que «está siempre vivo para interceder en favor nuestro» (Heb 7,25). La oración de intercesión es un excelente modo de hacerse prójimo. El buen samaritano, para salvar la situación del pobrecillo «medio muerto», no sólo «se ocupó de él» en primera persona, sino que recurrió también al mesonero, diciéndole: «Cuida de él» (Lc 10,33-35). Los santos, al ejercer esta caridad, «no cesan de interceder por nosotros ante el Padre» (LG 49). La santísima Virgen, en particular, continúa en el cielo la función que ejerció en Cana, donde «movida a compasión obtuvo con su intercesión» que su Hijo viniera en ayuda de los esposos: «No les queda vino» (Jn 2,3; cf. LG 58). El fundamento de la intercesión es la amistad con Dios, considerado como Alguien que está siempre dispuesto a escucharnos: el Padre que, además de las «cosas buenas», nos quiere ofrecer el don por excelencia del Espíritu Santo, el amigo que no despide con las manos vacías al amigo importuno, «el juez, de toda la tierra» que remite los pecados sin poner límites a la misericordia.
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Entonces Abrahán se acercó al Señor y le dijo: "¿Vas a hacer que perezca..."» (Gn 18,23).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú has venido, oh Señor, a revelar a tu Padre como Padre de todos, un Padre que no alberga resentimientos o deseos de venganza, un Padre que se preocupa por cada uno de sus hijos con un amor infinito y que no vacila en invitarlos a su casa. Sin embargo, hoy no da la impresión de que nuestro mundo conozca a tu Padre. Nuestras naciones están laceradas por el caos, por el odio, por la violencia, por la guerra. La muerte domina en muchos lugares. Oh Señor, no olvides el mundo al que viniste a salvar a tu pueblo; no vuelvas la espalda a tus hijos, que desean vivir en armonía pero se sienten asaltados de continuo por el miedo, la rabia, la codicia, la violencia, la avidez; por la sospecha, por los celos y por la sed de poder. Trae tu paz a este mundo, una paz que no podemos conseguir nosotros solos. Despierta la conciencia de todos los pueblos y de sus jefes; haz surgir hombres y mujeres llenos de amor y generosidad, que puedan hablar y actuar en favor de la paz, y muéstranos nuevos modos para que el odio sea olvidado, para que puedan a volver a sanar las heridas y pueda ser restablecida la humanidad. Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Amén (H. J. Nouwen, Preghiere dal silenzio, Brescia 2000, pp. 54ss). |
Martes de la 17ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28 En aquellos días, 33.7 Moisés tomó la tienda y la plantó fuera del campamento, a cierta distancia de él, y la llamó tienda del encuentro. Todo el que quería dirigirse al Señor tenía que salir fuera del campamento y dirigirse a la tienda del encuentro. 8 Cuando salía Moisés, todo el mundo se ponía de pie y, situándose cada uno a la puerta de su propia tienda, seguían a Moisés con la mirada hasta que entraba en la tienda. 9 En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda mientras el Señor hablaba con Moisés. 10 El pueblo contemplaba la columna de nube, que permanecía a la entrada de la tienda; entonces, todo el mundo se postraba, cada uno en la entrada de su tienda. 11 El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Luego Moisés volvía al campamento, pero Josué, su ayudante, hijo de Nun, no se movía de la tienda. 34 5 El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor. 6 Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando: -El Señor, el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; 7 que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación. 8 Inmediatamente, Moisés cayó rostro a tierra 9 y le dijo: -Mi Señor, si gozo de tu protección, que venga mi Señor entre nosotros, aunque éste sea un pueblo obcecado. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos como heredad tuya. 28 Moisés permaneció allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no tomó alimento alguno ni bebió. Y escribió sobre las tablas las diez cláusulas de la alianza.
**• Los dos breves textos de los que se compone la lectura de hoy se remontan a los tiempos del reino de Judá: el primero pertenece al documento elohísta y el segundo al yahvista. Tratan de la alianza renovada por parte del Señor a través de un acto de renovación permanente del culto. A pesar del pecado del pueblo, el Señor, siempre misericordioso y lleno de amor, permanece cerca de su gente, a la que eligió a través de Moisés. Éste, en efecto, toma la «tienda del encuentro», o sea, el lugar del culto, y la coloca fuera del campamento, para indicar que Dios no puede vivir en plena armonía con los hombres pecadores, aunque siempre está listo y disponible para los que se dirigen a él con ánimo renovado y penitente. Todos los judíos que reconocían su culpa podían entrar en amistad con Dios, ir a la tienda y hablar con Dios, como hacía el intercesor Moisés, que hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo habla con su amigo, y como su ayudante Josué, que «no se movía de la tienda» (v. 11). En síntesis, Dios, que se revela a Moisés como el Dios de la misericordia, quiere enseñar de este modo a su pueblo que el verdadero ámbito de la alianza no es el Sinaí ni ningún lugar material; el verdadero ámbito del culto se sitúa en el hecho de reconocernos pecadores y acoger su misericordia, que se manifiesta en cada situación concreta y a través de hombres y personas santas y amigas de Dios. Sólo estos mediadores pueden pronunciar el nombre del Señor sobre el pueblo y hacerle así presente con sus atributos de benevolencia, compasión y misericordia. El Señor ha elegido, a buen seguro, para siempre a su pueblo, pero sigue siendo también aquel que perdona y exige justicia, es decir, que se manifiesta en el castigo y en la gracia y nos llama a volver a la alianza renovada.
Evangelio: Mateo 13,36-43 En aquel tiempo, 36 Jesús dejó a la gente y se fue a la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: -Explícanos la parábola de la cizaña del campo. 37 Jesús les dijo: -El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino, y la cizaña, los hijos del maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores, los ángeles. 40 Así como se recoge la cizaña y se hace una hoguera con ella, así también sucederá en el fin del mundo. 41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino a todos los que fueron causa de tropiezo y a los malvados 42 y los echarán al horno de fuego. Allí llorarán y les rechinarán los dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.
*•*• La parábola evangélica de la buena semilla y de la cizaña encuentra su explicación en la contraposición entre dos bandos capitaneados por el divino sembrador y por el sembrador malvado. El punto central del mensaje de Jesús, por consiguiente, no es sólo la necesaria convivencia entre el trigo y la cizaña hasta el tiempo de la siega, sino la diferente suerte que corren los buenos, los hijos del Reino de Dios, y los malos, los hijos del maligno. La pregunta de fondo a la que pretende responder la parábola es la de siempre, tanto la expresada por las primeras comunidades cristianas, como la que vuelven a expresar constantemente nuestras comunidades: ¿porqué hay malos cristianos en la comunidad creyente? Lo responde dando dos razones; la primera es que la siembra ha sido hecha al mismo tiempo tanto por Dios como por el maligno; la segunda es que el tiempo de la separación está reservado sólo para Dios. La vida del hombre es el tiempo en el que todo creyente debe realizar su opción. La convivencia con los malos no debe ser causa de pesimismo para los buenos; Dios la tolera e impide a aquellos que son demasiado exigentes «eliminar» a los malos con la excusa de acabar con el mal; al contrario, los buenos deben compartir a los pecadores y vencer así al mal con el bien. Sólo al final de la vida vendrá la siega (v. 39), esto es, el juicio de Dios. En ese momento aparecerá clara la suerte diferente reservada a «todos los que fueron causa de tropiezo» (v. 41) y a los «justos» (v. 43), cuando el Cristo glorioso se levante como juez supremo con sus ángeles y purifique a su Iglesia del mal. Esta perspectiva final es de aliento para los creyentes, que deben hacer frente en la vida de cada día a dificultades y pruebas de todo tipo.
MEDITATIO En el texto del Éxodo que hemos leído hoy produce una gran impresión la intimidad que vive Moisés con el Dios, tres veces Santo, revelado en el Antiguo Testamento. En efecto, Dios hablaba con él «cara a cara, como un hombre habla con su amigo» (Ex 33,11). Se explica así tanto la admiración que este comportamiento suyo suscitaba en el pueblo, más sensible a la distancia de Dios que a su proximidad, como la audacia con la que intercedía en su favor, a fin de que pudiera continuar siendo la heredad de Dios, a pesar de su «dura cerviz». Naturalmente, Moisés no llegó a la familiaridad que Jesús vivió con Dios, una familiaridad que inculcó también a sus seguidores. En efecto, Jesús se atrevió a invocar a Dios con el afectuoso nombre de «Abbá» (Me 14,36; Rom 8,15; Gal 4,6); una expresión que se usaba en el seno de la intimidad familiar para dirigirse al propio padre, y que ningún judío de su tiempo se hubiera aventurado a usar en sus relaciones con Dios. Jesús, sin embargo, la utilizó constantemente, sin preocuparse del escándalo que esa innovación podía suscitar en sus adversarios. Quizás también por esto le condenaron como blasfemo (cf. Mt 26,65). Y no sólo la empleó él mismo, expresando de este modo su modo extremadamente íntimo de relacionarse con Dios, sino que animó también a sus oyentes a hacer lo mismo. Jesús quería que todos vivieran en presencia de Dios, como ante aquel «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel» que había pasado ante Moisés revelándole su nombre (Ex 34,6). En este sentido se puede entender también la «buena semilla» sembrada por el Hijo del hombre de la que nos habla el evangelio de hoy (Mt 13,37). Hemos de preguntarnos si no dejamos que la cizaña ahogue la buena semilla con otros modos de pensar y de vivir la relación con Dios. En efecto, con frecuencia el Dios, tierno y misericordioso, es sustituido en nuestra vida por otros dioses que no tienen nada que ver con Aquel cuyo rostro nos fue revelado por Jesús. Esos dioses engendran en nosotros actitudes que andan lejos de las que Jesús vivió intensamente e inculcó con la misma intensidad en quienes querían seguirle.
ORATIO Señor Jesús, tu viviste una intimidad intensísima con Dios. Le llamabas «Abbá», con toda la ternura familiar que tal nombre incluye. De este modo, abriste un camino nuevo en la humanidad por lo que respecta a las relaciones con el misterio magno y último de la realidad, con ese misterio que nosotros llamamos Dios. Muchos de los hombres de tu tiempo no te comprendieron; más aún, fueron muchos los que se escandalizaron y te intimaron y condenaron por esto como blasfemo. Estaban acostumbrados a un modo de tratar con Dios que se inspiraba más en el temor y en la distancia que en el amor y la proximidad. Pero también hay hombres y mujeres en nuestros días que no te comprenden en este punto, y tal vez entre ellos estemos también nosotros mismos. Más de una vez ofrecemos el terreno de nuestros corazones a la cizaña sembrada por el enemigo, y la buena semilla de tu manera de invocar a Dios y de relacionarte con él queda ahogada por nuestra ceguera y por nuestra hipocresía. Queremos decirte, Señor, que creemos en ti y, como el apóstol Felipe en la última cena, te repetimos con fe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8).
CONTEMPLATIO Sabemos que Dios es clemente, y nosotros, que somos pecadores, no nos alegramos de su severidad, sino que leemos: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es todo ternura» (Sal 116,5). La justicia de Dios está envuelta de misericordia y por ese camino procede al juicio: usa la moderación cuando se trata de juzgar, y juzga de manera que usa la misericordia, pues «la Misericordia y la Paz se encuentran, la Justicia y la Paz se besan» (Sal 84,11) (Jerónimo, Commento al libro de Giona, Roma 1992, p. 82).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que siembra es Cristo: quien le encuentra tiene la vida eterna» (cf. Mt 13,37).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Si bien no podemos describir al Dios vivo, sí podemos decir al menos cómo y dónde encontrarle. Una noche, habiendo prolongado su oración más de lo acostumbrado, el filósofo B. Pascal tuvo una ardiente experiencia del Dios vivo que intentó fijar, en forma de breves exclamaciones, en una hojita de papel que, a su muerte, encontraron cosida en el interior de su chaqueta, encima del corazón. Decía: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob: no de los filósofos y de los doctos. Certeza, Sentimiento, Alegría, Paz, Dios de Jesucristo. Tu Dios será el mío. Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios. Se le encuentra sólo por el camino enseñado por el Evangelio. Grandeza del alma humana. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido. Que yo no tenga que ser separado de él para la eternidad. Alegría, alegría, lágrimas de alegría». Vemos aquí, en directo, lo que significa descubrir que Dios existe y tener «la respiración entrecortada» [...]. Ahora bien, el Dios vivo se revela sobre todo en el más misterioso de sus juicios: el que se manifiesta en la cruz de Cristo. Sin embargo, para comprender la novedad que aporta la cruz a la comprensión del Dios vivo, debemos traer a la mente algunos momentos fuertes de la revelación bíblica sobre Dios. En el libro del Éxodo se presenta Dios mismo a Moisés diciendo. «El Señor, el Señor». Siguen, en este punto, dos series de atributos: «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero [y aquí empieza la segunda serie] que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34,5-7). Este contraste característico se conserva a lo largo de toda la Biblia. Ésta mantiene siempre ¡untos, en tensión, esos dos rasgos fundamentales de Dios: por una parte, la santidad y el poder; por otra, la bondad inmensa; por una parte, la cólera; por otra, la piedad. Nunca intenta nivelarlos, nunca ve entre ellos contradicción. Coherentemente, dos parecen ser las reacciones, o las actitudes, y, al mismo tiempo, los deberes fundamentales de la criatura frente a este Dios: temor y amor: «Amarás al Señor, tu Dios... Temerás al Señor, tu Dios» (Dt 6,5.13) (R. Cantalamessa, La salita al monte Sinai, Roma 1994, pp. 21 -24 [edición española: La subida al monte Sinaí, Ediciones San Pablo, Madrid 1995]). |
Martes de la 17ª semana del Tiempo ordinario o 31 de julio, conmemoración de San Ignacio de Loyola
Iñigo López de Loyola nació en Azpeitia (Guipúzcoa, España), en el año 1491, en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de alcanzar gloria le llevó a dedicarse a la carrera militar. Fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses. Durante su convalecencia, la simple lectura de algunos libros sobre la vida de los santos y de Jesús le impulsó a la práctica de una dura ascesis, durante la cual escribió la mayor parte de sus famosos Ejercicios espirituales. Tras abandonar la vida de mendicante solitario, estudió primero en España y después en París; en esta última ciudad conoció a Francisco Javier y a algunos otros, con los cuales reunió el primer núcleo de la Compañía de Jesús, grupo que dará vida a un nuevo tipo de vida religiosa, basada en la práctica de la caridad y centrada en la misión, un nuevo tipo de vida que servirá de ejemplo a innumerables congregaciones modernas. Ignacio murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Fue canonizado en el año 1622 junto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.
LECTIO Primera lectura: Éxodo 34,29-35 En aquel tiempo, 29 Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano. Moisés no sabía, al bajar del monte, que su rostro irradiaba luminosidad por haber hablado con el Señor. 30 Aarón y los israelitas miraban a Moisés; su rostro era luminoso, y temieron acercarse a él. 31 Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad lo rodearon; 32 después se acercaron todos los israelitas. Entonces les comunicó todo cuanto el Señor le había dicho en el monte Sinaí. 33 Cuando Moisés terminó de hablar con ellos, puso sobre su rostro un velo. 34 Cada vez que Moisés entraba en el santuario a hablar con el Señor se quitaba el velo hasta que salía. Y cuando salía para comunicar a los israelitas lo que se le había ordenado, 35 éstos quedaban admirados ante el resplandor que despedía la cara de Moisés. Entonces Moisés volvía a ponerse el velo hasta que volvía a hablar con el Señor.
**• El fragmento que acabamos de leer, compuesto durante el período postexílico (siglos VI-V a. de C), pertenece al documento sacerdotal y concluye el tema de la lejanía/proximidad de Dios de Ex 32-34, presentándonos la imagen de Moisés con el rostro radiante y luminoso. Éste baja del monte Sinaí llevando en las manos las dos tablas de la ley y manifestando en su persona, sin saberlo, el lugar privilegiado de la revelación de Dios. El pueblo, al verlo, no se atreve a acercarse a él, presa de un sagrado temor y respeto (v. 30). Sin embargo, Moisés llama a Aarón y a los representantes del pueblo para comunicarles las órdenes de Dios. Se cubre el rostro con un velo cuando se encuentra entre su gente y, al contrario, se quita el velo cuando entra en la tienda para dialogar con Dios (cf. Eclo 45,2.7ss; 50,5-13). Moisés, el gran caudillo, es aquí el signo revelador de Dios. Lo revela no sólo con el esplendor que emana de su persona, sino también con las tablas de la ley, que contienen la Palabra de Dios. Así pues, acercarse a Moisés y escuchar sus enseñanzas significa hacer la experiencia de lo divino (w. 31-34) y entrar en el misterio de Dios, que está escondido para el pueblo, aunque él esconde su esplendor con un velo ante los israelitas. Moisés, por consiguiente, como figura carismática, encarna todas las mediaciones de la revelación divina: a él se le atribuye la promulgación de la ley y la autoridad de la Palabra de Dios. No es difícil ver evocada en este fragmento, en el que brilla la luz de Dios en el rostro de Moisés, la figura del Cristo glorioso en la transfiguración, manifestación verdadera del Salvador de los hombres e imagen viva y luminosa del Dios invisible (cf. Me 9,2-8; 2 Cor4,6;Heb 1,3; Col 1,15). Evangelio: Mateo 13,44-46 En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: 44 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. 45 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con un mercader que busca ricas perlas y que, 46 al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
**• Las dos parábolas gemelas -la del tesoro y la de la perla- ponen de manifiesto el valor absoluto del Reino de Dios anunciado por Jesús, por el que vale la pena vender cualquier otra cosa. En la primera se habla de un campesino que, al encontrar un tesoro y querer hacerlo suyo, compra con alegría el campo, aun a costa de vender todo lo que tiene. Sabe muy bien, en electo, que, según la ley judía, quien compra un terreno se vuelve dueño del suelo y del subsuelo. La segunda parábola tiene como protagonista a un mercader de perlas, que, al encontrar una de gran belleza y rara, vende todo lo que tiene y la compra, porque sabe muy bien que no hay nada de más valor que esa perla. La enseñanza de Jesús es iluminadora y fundamental: el Reino de Dios y todo lo que éste comporta exige una entrega completa e incondicionada a su causa. Este Reino, en efecto, no es algo, sino alguien; es haber encontrado a la persona de Jesús. Por eso hay que optar por él con la prontitud y la alegría del que ha comprendido el valor del Reino de Dios. Y la alegría es tan profunda y tan sentida que hace posible vender cualquier otro bien, con tal de alcanzar el fin deseado, esto es, la posesión de tal tesoro y de tal perla, frente a los cuales cualquier otra cosa pierde valor y no resulta excesivo ningún esfuerzo. Más allá de esta finalidad, las parábolas nos presentan la exigencia de radicalismo en la opción por el Reino de Dios. Es preciso eliminar cualquier otro compromiso, si queremos alcanzar el amor como don de un Dios que nos ama en la comunión con él. Al hombre le compete la correspondencia y la disponibilidad frente a la iniciativa de Dios Padre.
MEDITATIO Ignacio vivió en un tiempo de grandes transformaciones que afectan al modo de concebir la vida (el humanismo), la visión de la Iglesia (la Reforma protestante) y la sorpresa producida por el descubrimiento de nuevas tierras para evangelizar (los descubrimientos geográficos). Advierte que es preciso encontrar algo nuevo como respuesta a las grandes novedades de su tiempo. Sobre todo, es menester encontrar hombres nuevos, preparados, consagrados por completo a la misión. Es preciso encontrar, asimismo, un nuevo modo de vida para estar en condiciones de hacer frente a la nueva misión. De ahí su magna síntesis: todo el hombre está al servicio de la misión, a fin de hacer progresar el Reino de Dios: un hombre desprendido de todo, que intenta descubrir y cumplir la voluntad de Dios, a través del discernimiento y de la obediencia. Un hombre ligado a otros «compañeros de Jesús» que hacen frente a los nuevos desafíos, dispuestos a estar presentes en todos los frentes, «para mayor gloría de Dios». Ignacio está en el origen de la Compañía de Jesús, inicio de un considerable número de congregaciones religiosas que ponen la misión en el centro de su ser. Hoy puede resultar fácil admirar su modelo «activo» e inspirarse en él. Sin embargo, el secreto está en la capacidad de vivir como «contemplativos en acción», en el «sentir con la Iglesia», en el «buscar la gloria de Dios» más que nuestra propia afirmación personal. Ignacio fue un gran maestro de espíritus, antes de ser un gran organizador. Es más, pudo organizar la misión de una manera soberbia porque supo formar hombres humildes, competentes y desprendidos de todo. Una fórmula que no ha perdido nada de su actualidad.
ORATIO Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. Oh buen Jesús, escúchame. En tus llagas escóndeme. No permitas que me separe de ti. Del maligno enemigo defiéndeme. En la hora de mi muerte llámame y mándame que vaya a ti para alabarte con tus santos por los siglos de los siglos. Amén.
CONTEMPLATIO Principio y fundamento: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales 23).
ACTIO Repite y medita durante el día estas palabras evangélicas: «Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (Le 14,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden. Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participar a los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia. Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa. Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre. Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así. Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida. ¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad? Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios. El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo (K. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy, Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8). |