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LECTIO DIVINA FEBRERO DE 2021 Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí
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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-
Lunes 4ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Hebreos 11,32-40 Hermanos: 32 ¿Qué más diré? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, 33 que por la fe sometieron reinos, administraron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca de los leones, 34 apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, superaron la enfermedad, fueron valientes en la guerra, pusieron en fuga a los ejércitos enemigos, 35 y hasta hubo mujeres que recobraron resucitados a sus difuntos. Unos perecieron bajo las torturas, rechazando la liberación con la esperanza de una resurrección mejor; 36 otros soportaron burlas y azotes, cadenas y prisiones; 37 fueron apedreados, torturados, aserrados, pasados a cuchillo; llevaron una vida errante, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, perseguidos, maltratados. 38 Aquellos hombres, de los que el mundo no era digno, andaban errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y cavernas de la tierra. 39 Y, sin embargo, todos ellos, tan acreditados por su fe, no alcanzaron la promesa, 40 porque Dios, con una providencia más misericordiosa para con nosotros, no quiso que llegasen sin nosotros a la perfección final.
*» El autor sagrado canta, como en una rapsodia, la fe de los padres de Israel y los propone como modelo a los judíos cristianos que vacilan en la fidelidad a Cristo porque están siendo probados por l a persecución y asediados por la nostalgia de los r i t o s del templo. La fe les dio a sus padres la energía espiritual necesaria para realizar grandes empresas (w. 32-35a) y para soportar penosas tribulaciones (w. 35b-38), en particular el desprecio y la marginación, señal de q u e «el mundo no era digno» de ellos. La ejemplar fortaleza de ánimo de los antiguos debe estimular a los destinatarios de l a carta, haciéndoles comprender que el ser extraños al mundo -cosa que padecen de una manera dolorosa— es la condición normal para quien quiere adherirse d e verdad a Dios. De la comparación con estos «gigantes en la fe» procede otro motivo de consuelo (w. 39ss): la gracia recibida por los creyentes en Cristo e s mayor, puesto que Jesús es el cumplimiento de las promesas de Dios. Los justos de la antigua alianza vivieron con la mirada puesta en un futuro que no pudieron ver, y el buen testimonio de su fe debe sostener ahora a cuantos –habiendo tenido el don de conocer a Cristo- están llamados a perseverar firmes en la espera de su día glorioso, cuando se consume el designio de su salvación universal.
Evangelio: Marcos 5,1-20 En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos 1 llegaron a la otra orilla del lago, a la región de los gerasenos. 2 En cuanto saltó Jesús de la barca, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre poseído por un espíritu inmundo. 3 Tenía su morada entre los sepulcros y ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo. 4 Muchas veces había sido atado con grilletes y cadenas, pero él había roto las cadenas y había hecho trizas los grilletes. Nadie podía dominarlo. 5 Continuamente, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. 6 Al ver a Jesús desde lejos, echó a correr y se postró ante él, 7 gritando con todas sus fuerzas: -¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. 8 Es que Jesús le estaba diciendo: -Espíritu inmundo, sal de este hombre. 9 Entonces le preguntó: -¿Cómo te llamas? Él le respondió: -Legión es mi nombre, porque somos muchos. 10 Y le rogaba insistentemente que no los echara fuera de la región. 11 Había allí cerca una gran piara de cerdos, que estaban hozando al pie del monte, 12 y los demonios rogaron a Jesús: -Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. 13 Jesús se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron, entraron en los cerdos, y la piara se lanzó al lago desde lo alto del precipicio, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron en el lago. 14 Los porquerizos huyeron y lo contaron por la ciudad y por los caseríos. La gente fue a ver lo que había sucedido. 15 Llegaron donde estaba Jesús y, al ver al endemoniado que había tenido la legión sentado, vestido y en su sano juicio, se llenaron de temor. 16 Los testigos les contaron lo ocurrido con el endemoniado y con los cerdos. 17 Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio. 18 Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía que le dejase ir con él. 19 Pero no le dejó, sino que le dijo: -Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti. 20 El se fue y se puso a publicar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él, y todos se quedaban maravillados.
**• Jesús ha salido vencedor sobre las fuerzas del mal: este tema, que aparece a lo largo de todo el evangelio de Marcos, encuentra en este episodio acaecido en tierra pagana su manifestación más evidente. La narración, vivaz y particularizada, presupone el relato de un testigo directo del acontecimiento, que suscitó una impresión imborrable. Jesús tiene el poder de liberar a un hombre habitado por una multitud de demonios, un hombre cuya dramática condición se vuelve absolutamente evidente cuando es transferida a una piara de cerdos (w. 3-5.13). Jesús es «el más fuerte » (3,23-27) y viene a reducir al Maligno a la impotencia. El demonio sabe que no tiene escapatoria; sin embargo, se siente atraído por Jesús, hasta el punto de conjurarle «por Dios» (w. 6ss). Es una potencia de muerte (w. 3a.5b.13) que se arraiga a la vida, casi para chuparla (w. 10-12). Ahora bien, Jesús es el Señor de la vida y el vencedor de la muerte: su exorcismo libera al poseso y le restituye la salud física, psíquica y espiritual (v. 15). Sin embargo, la gente del lugar hubiera preferido convivir con el demonio antes que perder en sus propios intereses (w. 16ss) y tener que vérselas con aquel que ha venido a dar la vida en plenitud. Ahora bien, quien ha encontrado la salvación en Jesús no desea otra cosa que permanecer con él y cumplir su voluntad: el hombre liberado se hace misionero de la misericordia de Dios, que obra con poder en Jesús de Nazaret. El evangelista invita a los que escuchan el anuncio a tomar posición: cuanto más se manifiesta la absoluta singularidad de Jesús, tanto menos es posible la indiferencia. Como indica con claridad este pasaje, o reconocemos en Jesús al Salvador y deseamos seguir con él, poniéndonos al servicio del evangelio, o bien tenemos miedo de él. No queremos que su presencia nos incomode demasiado y preferimos alejarle de nuestro territorio, de nuestra vida cotidiana. ¡Que no lleguemos a rechazar la Vida!
MEDITATIO Nos encontramos constantemente muy frágiles en la fe. Es posible que hayamos encontrado al Señor a través de una experiencia que un día cambió radicalmente nuestra vida, o tal vez le hayamos acogido tras haber reflexionado sobre acontecimientos concretos, tras una seria confrontación con él. A buen seguro, la fe nos pidió renuncias a las que, en un primer momento, correspondimos con impulso generoso. Sin embargo, no resulta fácil perseverar día tras día, dar testimonio de Cristo en un contexto neopagano o bien tradicionalista, ligado a costumbres ahora vacías de alma. Poco a poco, los entusiasmos iniciales se han ido amortiguando, las incomprensiones nos hieren, el aislamiento nos desanima. Corremos el riesgo de encontrarnos poco convencidos y nada convincentes... La fe tiene que ser reanimada continuamente: es como una antorcha que ha de estar en contacto a menudo con el fuego del Espíritu para mantenerse ardiente y luminosa. Tomémonos el tiempo necesario para alcanzar la fuerza de lo alto. Aprendamos a hacer memoria de tantos hermanos nuestros que nos han dado un espléndido ejemplo de perseverancia y –como en una carrera de relevos- nos han entregado la antorcha de la fe para que llevemos adelante su misma carrera. Volvamos con el corazón a las circunstancias de nuestro encuentro con Jesús y permanezcamos un poco en su presencia: el recuerdo de la gracia del pasado y la perspectiva del futuro que nos espera reanimarán nuestros pasos. El Señor conoce nuestra debilidad; sin embargo, quiere que seamos misioneros suyos en el mundo. Él mismo nos sostendrá, para que podamos conseguir la promesa junto a los grandes testigos que nos han precedido y a los que vendrán después de nosotros, a los que nosotros mismos, si conseguimos perseverar, podremos entregar la vivida antorcha de la fe.
ORATIO Por tu gracia, Señor, nos has llamado a la fe: renueva en nosotros la alegría de tu don, la fuerza para dar testimonio de él, la perseverancia para vivirlo en la hora de la incomprensión y de la prueba. Concédenos una mirada penetrante, que sea capaz de reconocer en el pasado a los gloriosos testigos de tu misericordia y escrutar en el futuro la meta de la historia. Haz que, habiendo recibido la antorcha de la fe de quienes nos han precedido, la entreguemos ardiente a las generaciones futuras, para que resplandezca tu luz a los ojos de todos.
CONTEMPLATIO Nadie ha oído decir nunca de aquellos santos hombres que fueron nuestros Padres que la opción de vida por la que caminaban, así como el progreso o el altísimo grado de perfección que alcanzaron, fueran una conquista de su habilidad; decían, más bien, que lo habían recibido todo del Señor, al cual dirigían su oración en estos términos: «Guíame en tu verdad» (Sal 24,5), «Señor, allana delante de mí tus caminos» (Sal 5,9). Los apóstoles comprendieron muy bien que todo lo que tiene que ver con la salvación es don de Dios, por eso le pidieron también la fe al Señor: «Señor, auméntanos la fe» (Le 17,5). No pensaban que pudieran alcanzar por ellos solos la plenitud de esta virtud, sino que creían que sólo podían recibirla de la magnanimidad de Dios. Además, el mismo Autor de nuestra salvación nos enseña a reconocer la inconstancia, la debilidad, la insuficiencia absoluta de nuestra fe, cuando no es socorrida por la ayuda divina: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga» (Le 22,3 lss). Otro personaje evangélico, prevenido por su experiencia personal, sentía que su propia fe era como empujada por las olas de la incredulidad hacia los escollos del naufragio, por eso oraba así, dirigiéndose al Señor: «¡Creo, pero ayúdame en mi incredulidad!» (Me 9,24). Los apóstoles y los demás personajes que pueblan el evangelio habían comprendido perfectamente que ningún bien alcanza su perfección en nosotros sin la ayuda de Dios: estaban tan convencidos de que no podrían ni siquiera conservar la fe con sus solas fuerzas que le pedían al Señor que pusiera y conservara en ellos la fe (Juan Casiano, Conferenze III, 7.13-16, passim [edición española: Colaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1961]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Creo, pero ayúdame en mi incredulidad!» (Me 9,24).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Todavía no hemos hablado del rasgo más fundamental de la fe cristiana: su carácter personal. La fe cristiana es mucho más que una opción en favor del fundamento espiritual del mundo. Su fórmula central reza «creo en ti», no «creo en algo». Es encuentro con el hombre Jesús; en tal encuentro siente la inteligencia como persona. En su vivir mediante el Padre, en la inmediación y fuerza de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien lo lejano se hace cercano. Más aún, no es puro testigo al que creemos lo que ha visto en una existencia en la que se realiza el paso de la limitación a lo aparente a la profundidad de toda la verdad. No; él mismo es la presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser a los hombres, la inteligencia del mundo se hace actualidad, se nos brinda como amor que ama y que hace la vida digna de vivirse mediante el don incomprensible de un amor que no está amenazado por el ofuscamiento egoísta. La inteligencia del mundo es el tú, ese tú que no es problema abierto, sino fundamento de todo, fundamento que no necesita a su vez ningún otro fundamento. La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo solicita la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana vive de esto: de que no existe la pura inteligencia, sino la inteligencia que me conoce y me ama, de que puedo confiarme a ella con la seguridad de un niño que en el tú de su madre ve resueltos todos sus problemas. Por eso la fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa, y todos los contenidos alrededor de los que gira la fe no son sino concretizaciones del cambio radical, del «yo creo en ti», del descubrimiento de Dios en la faz de Jesús de Nazaret, hombre (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 1970, pp. 57-58).
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Miércoles 4ª semana del Tiempo ordinario
San Blas.- Fue obispo de Sebaste (Armenia, en la actual Turquía) en los comienzos del siglo IV. Aunque nos deja un tanto perplejos la incertidumbre histórica de lo que tiene que ver con su vida, nos habla de ella la fuerte densidad de la tradición relacionada con él. Su culto, en efecto, es popularísimo, y está ligado sobre todo a la tradicional bendición de la garganta. Se lee en su «pasión» que, mientras le conducían al martirio, salió una mujer entre la muchedumbre de los curiosos para poner a su hijito, que se estaba ahogando a causa de una espina de pescado que se le había clavado en la garganta, a los pies del obispo Blas. Éste oró poniendo sus manos en la garganta del niño, que, de inmediato, quedó curado. Por otra parte, han florecido otras amenas leyendas en torno a la figura del santo. Este, en efecto, tras haber encontrado refugio en una cueva antes de haber sido hecho prisionero y conducido al martirio, habría curado también la garganta de un león y de otros animales salvajes, expresando así esa benevolencia universal -incluso cósmica que brilla en el corazón de todo verdadero seguidor de Jesús. San Blas estaría incluido entre los mártires caídos bajo la persecución de Licinio. La fecha de su decapitación, el año 316, oscila entre la historia y la leyenda. Estamos al final de la era de los mártires. LECTIO Primera lectura: Hebreos 12,4-7.11-15 Hermanos: 4 No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado 5 y, además, habéis olvidado aquella exhortación que se os dirige como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni te desalientes cuando él te reprenda, 6 porque el Señor corrige a quien ama y castiga a aquel a quien recibe como hijo. 7 Dios os trata como a hijos y os hace soportar todo esto para que aprendáis. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija? 11 Es cierto que toda corrección, en el momento en que se recibe, es más un motivo de pena que de alegría, pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y salvación. 12 Robusteced, pues, vuestras manos decaídas y vuestras rodillas vacilantes 13 y caminad por sendas llanas, a fin de que el pie cojo no vuelva a dislocarse, sino que, más bien, pueda curarse. 14 Fomentad la paz con todos y la santidad, sin la cual ninguno verá al Señor. 15 Cuidad que nadie quede privado de la gracia de Dios. Que ninguna planta venenosa crezca entre vosotros, os dañe y contamine a toda una multitud.
**• El autor de la carta no pierde de vista el fin que se había propuesto: animar a los destinatarios de su escrito. Ahora, tras haber ilustrado la dimensión teológica del problema del sufrimiento, pasa a tratarlo en su aspecto más inmediato, que es el pedagógico. Efectivamente, la prueba puede parecer dura, pesada, pero hay una clave que permite leerla de una manera positiva: sólo es fruto del amor. Si el Señor, en efecto, nos castiga, lo hace sólo para hacernos crecer en la dimensión filial. Jesús ha venido expresamente a hablarnos del corazón de Dios, a revelarnos su rostro de Padre. Él no actúa nunca respecto a nosotros sino como Padre bueno; por eso, también la corrección no es otra cosa que una intervención educativa por su parte, signo de un amor particular que se inclina sobre quienes se muestran vacilantes para hacerlos firmes y fuertes. En efecto, sólo quien ama de verdad tiene el valor necesario para intervenir también haciendo sufrir con tal de alcanzar el verdadero bien del otro. El sufrimiento momentáneo es sólo preludio de una mayor alegría, por eso los cristianos deben proseguir, valerosamente, su vida de fe buscando la paz, la santificación. ¡Ay! si en la tierra buena arraiga alguna planta venenosa. Hay una única simiente que puede -más aún, debe- sepultarse en la tierra para no quedarse sola. El grano de trigo está llamado a convertirse en pan de vida para todos.
Evangelio: Marcos 6,1-6 En aquel tiempo, Jesús 1 salió de allí y fue a su pueblo, acompañado de sus discípulos. 2 Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. La muchedumbre que lo escuchaba estaba admirada y decía: -¿De dónde le viene a éste todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por él? 3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros? Y los tenía escandalizados. 4 Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa. 5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. 6 Y estaba sorprendido de su falta de fe.
^ El fragmento se abre y se cierra con dos indicaciones de asombro en sentido opuesto (w. 2b.6a). Jesús, que ha vuelto a Nazaret -su patria- con sus discípulos, entra en la sinagoga que ya conocía y enseña en ella. Su figura, dotada de autoridad, y su sabiduría suscitan una escucha que se convierte pronto en abierta hostilidad. Sus paisanos no consiguen explicarse el misterio que le rodea: «¿De dónde le viene a éste todo esto?» (y. 2). Hay algo que no cuadra con el esquema habitual de lo que conocían de él, «el carpintero», «el hijo de María», del que conocían -o creían conocer- todo. En verdad, este conocimiento según la carne no ayuda para nada (2 Cor 5,16). Así pues, en vez de abrirse a la novedad de que Jesús es portador se apodera de los habitantes de Nazaret una actitud de rechazo y de oposición. Nadie es profeta en su tierra. ¡Quién sabría mejor que Jesús que su gente no le recibiría? Y, sin embargo, también él queda dolorosamente sorprendido y asombrado por la dureza de corazón que se cierra ante el don de Dios. Precisamente su carne -caro cardo salutis, como dice Tertuliano- es la revelación desconcertante de Dios, la expresión más grande y plena de aquel amor que le llevó a no avergonzarse de llamarse hermano nuestro (Heb 2,11).
MEDITATIO Oímos con frecuencia que otros, o nosotros mismos, pasan por pruebas que consideramos incomprensibles y hasta absurdas. El misterio del sufrimiento llama entonces, inquietante, a la puerta de nuestro corazón. Hoy la Palabra de Dios nos ayuda a no sucumbir bajo el peso de la prueba. No nos ofrece una explicación de los casos particulares, sino que nos invita a recuperar esa actitud filial que nos permite reconocer también la mano de Dios, que es sobre todo padre, en el momento del dolor. El hombre ha sido constituido tal por el misterio de su libertad. Dios no nos quita ya su don, sino que nos ayuda a nosotros, sus criaturas, a crecer en una actitud de confianza y de abandono en él, aun cuando esta rendición incondicionada pueda costamos sudar sangre. Tampoco Jesús, el Hijo amado, santo e inocente fue dispensado. «Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó» (Is 53,5). No hay prueba, por dolorosa que sea, que no nos permita fijar la mirada en él, a fin de encontrar en sus lágrimas de compasión la certeza de que el sufrimiento, el dolor y la prueba no son una maldición, sino el camino que el Amor mismo nos hace tomar para llevar a todos y todo hacia su abrazo sin fin. No se nos ha dado comprender. Dios es Dios y frente a él, frente a sus vías misteriosas, sólo es posible el silencio de la adoración y de la fe, y es que el escándalo más grande para nuestro corazón consiste precisamente en constatar que el dolor no ha sido suprimido, sino que Dios mismo ha venido a nosotros pobre, insignificante, a derramar sus lágrimas humanas de Hijo.
ORATIO Oh Dios, que no dispensas de la prueba a los que amas, concédenos humildad y fe frente a cuanto dispongas para nosotros. Haz que el sufrimiento no nos sirva de escándalo, sino que sepamos reconocer en él el medio con el que nos corriges como hijos y nos educas, misteriosamente, para un amor más grande. Abre los oídos de nuestro corazón a fin de que tampoco tu silencio nos sirva de motivo para dudar de tu proximidad, sino que aprendamos a oír en él la única Palabra que nos vienes diciendo desde siempre. Enséñanos, sobre todo, a mantener fija la mirada en Jesús, tu Hijo amado, para que nuestra admiración por lo que ha hecho y dicho nos haga todavía más conscientes de que tú has amado tanto al mundo que le enviaste entre nosotros en su carne santa para asumir toda nuestra debilidad. Convierte nuestros corazones para que no seamos desagradecidos y rebeldes, sino hijos dóciles a los que puedas levantar hasta tu mejilla de Padre tiernísimo.
CONTEMPLATIO Qué pocos son, oh Señor, los que quieren ir detrás de ti; sin embargo, cuántos son los que quieren llegar a ti. Todos desean reinar contigo, pero no sufrir contigo. El que procede guiado por el Espíritu Santo no permanece constantemente en el mismo estado ni progresa siempre con la misma facilidad. Me parece que, si prestáis atención, vuestra experiencia interior confirmará cuanto voy a decir. Si te sientes presa de la angustia o del disgusto, no debes perder la confianza a pesar de ello; más bien, debes buscar la mano de Aquel que es tu ayuda. Implórale hasta el momento en que, atraído por la gracia, vuelvas a encontrar la rapidez y la alegría de tu carrera. Entonces podrás decir: «Corro por la vía de tus mandamientos, porque me has ensanchado el corazón» (Sal 118,32). Así pues, cuando esté presente la gracia, alégrate de ello, pero no como si estuvieras completamente seguro, como si no debieras perderla nunca. De lo contrario, sólo con que Dios aleje un poco su mano y te retire su don perderás el ánimo y caerás en una tristeza excesiva, más de la que puedes soportar. Así, en el día en que te sientes fuerte, no te acomodes en un estado de seguridad, sino grita a Dios con el Profeta: «Cuando declinen mis fuerzas, no me abandones» (Sal 70,9). En el momento de la prueba, consuélate y repítete a ti mismo para recobrar el ánimo: «Atráeme en pos de ti, Señor; correremos al aroma de tus perfumes» (Cant 1,3). Así no disminuirá en ti la esperanza en el momento de la desventura, ni la prudencia en el día de la alegría. Bendecirás al Señor en todo tiempo y así encontrarás la paz en el centro de un mundo vacilante, una paz inquebrantable, por así decirlo; empezarás a renovarte y a reformarte a imagen y semejanza de un Dios cuya serenidad dura por toda la eternidad (Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los cantares, XXI).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios » (Sal 102,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Oh, si comprendiéramos de una vez lo que dice la Escritura; a saber, que «contra su deseo humilla y aflige a los hijos del hombre» (Lam 3,33), que, frente a la desventura de su pueblo, su corazón se conmueve por dentro y, en su interior, se estremece de compasión (cf. Os 11,8), entonces sería muy diferente nuestra reacción y exclamaríamos más bien: «Perdónanos, Padre, si con nuestro pecado te hemos obligado a tratar tan duramente a tu Hijo amado. Perdónanos si ahora te obligamos a afligirnos también a nosotros para poder salvarnos, mientras que tú sólo querías dar «cosas buenas» a tus hijos. Cuando yo era un muchacho, desobedecí una vez a mi padre yendo, descalzo, a un lugar donde él me había recomendado no ir. Un grueso trozo de vidrio me hirió la planta del pie. Era durante la guerra y mi pobre padre tuvo que hacer frente a no pocos riesgos para llevarme al médico militar aliado más próximo. Mientras éste me extraía el vidrio y me curaba la herida, veía a mi padre retorcerse las manos y volver la cara hacia la pared para no ver. ¿Qué hijo hubiera sido yo si, al volver a casa, le hubiera echado en cara haberme dejado sufrir de aquel modo, sin hacer nada? Sin embargo, eso es lo que hacemos nosotros, la mayoría de las veces, con Dios. La verdad es, por consiguiente, otra. Somos nosotros quienes hacemos sufrir a Dios, no él quien nos hace sufrir. Pero nosotros le hemos dado la vuelta a esta verdad, hasta el punto de preguntarnos, después de cada nueva calamidad: «¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir todo esto?». Es verdad, Dios podría salvarnos también sin la cruz, pero sería una cosa completamente diferente y él sabe que algún día nos avergonzaríamos de haber sido salvados de este modo, pasivamente, sin haber podido colaboraren nada a nuestra felicidad (R. Cantalamessa, llpotere della croce, Milán 1999, pp. 33ss [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001 ]). |
Jueves 4ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Hebreos 12,18-19.21-24 Hermanos: 19 No os habéis acercado vosotros a algo tangible, ni a un fuego ardiente, ni a la oscura nube, ni a las tinieblas, ni a la tempestad, 20 ni a la trompeta vibrante, ni al resonar de aquellas palabras que oyeron los israelitas y pidieron que no se les hablara más. 21 El espectáculo era, en efecto, tan terrible que Moisés dijo: Estoy atemorizado y estremecido. 22 Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial, al coro de millares de ángeles, 23 a la asamblea de los primogénitos que están inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a los espíritus de los que viviendo rectamente han alcanzado la meta, 24 a Jesús, el mediador de la nueva alianza, que nos ha rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel.
*• La lectura de hoy nos propone, en unos cuantos versículos, una última comparación entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación se lleva a cabo mediante el acercamiento a dos lugares-símbolo, el monte Sinaí y el monte Sión, expresión de dos modos diferentes de acercarse a Dios. La primera gran teofanía, acaecida en un escenario natural impresionante, se grabó profundamente en la memoria de Israel. Como pueblo acostumbrado a las tierras bajas de Egipto, se quedó ciertamente pasmado ante el lugar elegido por Dios para establecer la alianza. Los granitos rojos de la montaña, las nubes tempestuosas, el estruendo de los rayos, el resplandor de los relámpagos y el fragor de los truenos (v. 19) tuvieron el efecto de llenar a todos, incluido Moisés, de miedo y de temblor. A estos acontecimientos se hace referencia aquí combinando, al mismo tiempo, pasajes del Deuteronomio (4,11 y 5,22 LXX) y del Éxodo (19,16; 20,18). La experiencia espiritual de los cristianos es, sin embargo, muy diferente. Ellos se han acercado a otro monte, el monte Sión, alegría de toda la tierra (cf. Sal 48,2-4), a la Jerusalén santa (cf. Sal 122), a la que desde siempre quería Dios conducir a su pueblo para llevar a cabo la comunión con él en la asamblea festiva de los ángeles y los santos. Este lugar es «celestial» y los cristianos pueden ser admitidos en él mediante la conversión y el bautismo, que se insertan en el misterio de muerte y resurrección del único «mediador de la nueva alianza»: Cristo Jesús. En efecto, su sangre inocente nos hace también a nosotros «perfectos», es decir, agradables al Padre a través de la obediencia y el amor.
Evangelio: Marcos 6,7-13 En aquel tiempo, 7 llamó Jesús a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. 8 Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en la faja. 9 Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. 10 Les dijo además: -Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar. 11 Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies como testimonio contra ellos. 12 Ellos marcharon y predicaban la conversión. 13 Expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
^ Jesús había elegido a los Doce para que «estuvieran con él» (3,14), pero también para enviarles a predicar. Marcos nos muestra ahora que ha llegado el momento de la misión. Jesús les da indicaciones concretas al respecto. Irán juntos, como testigos del amor que les ha llamado, para vencer, con el poder que les ha sido conferido, a los espíritus inmundos. «Les ordenó...»: es la primera vez que Jesús manda explícitamente algo, y está relacionado con la pobreza. Quiere que los suyos evangelicen dando testimonio del rostro de quien les envía, el cual «de rico como era se hizo pobre por nosotros» (2 Cor 8,9) y demuestra que el Padre escoge siempre lo pequeño y lo impotente para obrar sus grandes maravillas. Por eso, no deben tomar nada consigo y tienen que apoyarse únicamente en la confianza en aquel que les envía. Aceptarán la hospitalidad y aceptarán también que los rechacen, separando, no obstante, su responsabilidad de quienes no acojan el don de la salvación. Los discípulos, por consiguiente, van a dar testimonio de que el Reino de Dios ha llegado y es la hora de convertirse; su anuncio va acompañado de la victoria sobre el antiguo adversario y de las curaciones que prosiguen la obra de Jesús, que pasó haciendo el bien. Con la humildad y la predicación queda abierto el acceso a la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre.
MEDITATIO No resulta hoy fácil tener en cuenta que nosotros nos hemos acercado a la asamblea festiva, a la asamblea de los primogénitos y, sobre todo, al «mediador de la nueva alianza», a Cristo Jesús. Sin embargo, ¡cuánta falta nos hace repetirnos estas realidades santas y verdaderas que abren de par en par los auténticos horizontes para los que hemos sido hechos! Sentimos una especie de pudor y casi vergüenza de hablar del cielo, de la Jerusalén santa de la que somos ciudadanos con todos los títulos. ¿Será que tenemos miedo de ser considerados locos, gente que vive fuera de la realidad? ¿Seremos acaso los custodios retrasados de esa alienación que tiende a arrancar a la gente de la dureza del orden cotidiano para hacerla soñar? Basta, a continuación, con reflexionar un momento sobre el pulular salvaje de todas las sectas más extrañas y sobre todo lo que, por ser verdaderamente alienante, estorba a la mente y a los corazones de nuestros hermanos, para preguntarnos si no habrá que volver a tomar más en serio la Palabra de Dios, sin omisiones ni cortes inoportunos, para convertirla en la trama y en la consistencia de nuestro vivir. ¿Por qué no abrimos el corazón a la alegría del mundo invisible que nos rodea y del que -por gracia- participamos mediante el bautismo y los sacramentos? ¿Acaso tenemos necesidad de que algún discípulo fervoroso venga a sacudirse delante de nuestra puerta el polvo de sus sandalias, para ir a llevar su anuncio de alegría, olvidado por nosotros, a quien sea más capaz de acogerlo?
ORATIO Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre. Tú eres el único en quien podemos anclar nuestra vida con seguridad. Manteniendo fija nuestra mirada en ti, deseamos perseverar en la fe incluso en los períodos en los que abunden las tribulaciones; deseamos aprender de las mismas pruebas y fatigas una conducta que sea digna de quien -sólo por gracia- ha sido revestido, con el santo bautismo, de la alta dignidad de ser hijo de Dios y conciudadano de los santos... Oh Jesús, Señor nuestro, hacia ti convergen, en virtud de la fuerza de tu amor, los siglos pasados y los futuros; hacia ti nos sentimos atraídos también nosotros y también nos sentimos enviados por ti lejos, hacia los hombres y mujeres que aún no te conocen, a fin de que puedan encontrarte. QUe manteniendo fija la mirada en ti se nos conceda proceder con rostro radiante. Que sólo nos guíe tu Espíritu, a fin de que todo lo que hagamos o digamos nazca del amor y suscite amor. Que nuestra misma vida sea una auténtica profesión de fe y un claro testimonio de que somos tuyos y sólo queremos pertenecerte a ti.
CONTEMPLATIO El Espíritu Santo dará la paz perfecta a los justos en la eternidad. Ahora bien, y a desde ahora les da una paz grandísima cuando enciende en sus corazones el fuego celestial de la caridad. La verdadera, o mejor, la única paz de las almas en esta tierra consiste en estar repletos del amor divino, y, animados por la esperanza del cielo, tanto da llegar a considerar poca cosa los éxitos o las desgracias de este mundo, renunciar a los placeres del mundo y alegrarse por las injurias y las persecuciones padecidas por Cristo. Todos los que, tocados por el soplo del Espíritu Santo, han cargado sobre sí el yugo suavísimo del amor de Dios y, siguiendo su ejemplo, han aprendido a ser mansos y humildes de corazón gozan ya desde ahora de una paz que es imagen del descanso eterno. Separados, en lo profundo de su corazón, del frenesí de los hombres, tienen la alegría de reconocer por todas partes el rostro de su Creador y tienen sed de alcanzar su perfecta contemplación. Si deseamos llegar a la recompensa de esta visión, debemos traer constantemente a nuestra memoria el santo Evangelio y mostrarnos insensibles a las seducciones mundanas. De este modo, llegaremos a ser dignos de recibir la gracia del Espíritu Santo, que el mundo no es capaz de acoger. Amemos a Cristo y observemos con perseverancia sus mandamientos, que hemos empezado a seguir. Cuanto más le amemos, más mereceremos ser amados por el Padre y él mismo nos concederá la gracia de su amor inmenso en la eternidad. Ahora, nos concede creer y esperar; entonces, le veremos cara a cara y se mostrará a nosotros en la gloria que ya tenía junto al Padre antes de que existiera el mundo (Beda el Venerable, Homilías XII, en PL 94).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,22ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús, por condición familiar y por estilo de vida, fue pobre. Con sus apóstoles -nos dice el evangelio- tenía que coger espigas por el camino, en algunas ocasiones, para poder comer. Tal vez se piensa poco en esto: el Hijo de Dios dobla la espalda para recoger algunas espigas caídas a los segadores y calmar su hambre. En otra ocasión dice: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Alguien con fe pregunta: «Señor, ¿dónde habitas?». Y Jesús le responde: «Venid y veréis». Le acompañan y ¿qué es lo que ven? La felicidad de una humilde pobreza, no predicada sobre las azoteas, no ostentada en un programa preestablecido, sino vivida. Cuando el Señor habla de su pobreza, muestra de modo claro que no la lleva como un peso, no la padece como una desventura, no la considera una injusticia social. En efecto, afirma: «No os afanéis por vuestra vida... No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban. Acumulad mejor tesoros en el cielo». Éste es el mensaje que Jesús anuncia con dulzura, casi como si dijera: «Miradme y tomad mi vida como modelo». Pasa los días, uno tras otro, olvidado de sí mismo, alejado de las preocupaciones materiales, libre. Allí donde le conduce su peregrinación se encuentra como en su propia casa: el Padre está siempre al tanto para ofrecerle el pan. Pasa por las calles con nobleza y serenidad: es el Dueño de todas las cosas. Sin embargo, no hace sombra o competencia al Señor Dios de todas las cosas. Lo primero que deben hacer quienes deseen seguirle es abrazar la pobreza. Su seguridad ha de estar puesta en él, el pobre de Dios. Pero ¿por qué vive Jesús como pobre? Porque necesita ser libre, estar disponible para las cosas de su Padre: Jesús se ocupa del Reino, por eso deja de lado todo lo demás. En esto consiste el misterio de la pobreza de Jesús (A. Ballestrero, Parlare di cose verissime, Cásale Monf. - Roma 1990, pp. 78ss). |
5° domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Job 7,1-4.6ss Habló Job y dijo: 1 La vida del hombre sobre la tierra es como un servicio militar, y sus días, como los de un jornalero; 2 como esclavo, suspira por la sombra, como jornalero, espera su salario. 3 Meses de desengaño me han tocado, y noches de sufrimiento me han caído en suerte. 4 Al acostarme digo: «¿Cuándo será de día?». La noche se me hace interminable y las pesadillas me acosan hasta el amanecer. 6 Mis días corren más que la lanzadera, se han acabado sin esperanza. 7 Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver la dicha.
**• El problema del mal y, en particular, el del dolor inocente ha puesto al hombre en crisis desde siempre: se trata de un problema que somete la fe a una dura prueba. Su impacto resulta todavía más escandaloso cuando la fe invoca el sendero de la teoría tradicional de la retribución, como sostienen los amigos de Job. Al responderles, Job recuerda que el dolor aparece en la crisis como castigo por el pecado; la fatiga aparece como utensilio necesario del trabajo servil del hombre; la muerte, como desenlace liberador de los «días» que corren más que la lanzadera y «sin esperanza». Con todo, Job se niega a concebir a Dios siguiendo una lógica de pensamiento humano, de racionalidad meritocrática: Dios no es ni puede ser así. Job llega a pedirle a Dios que se revele, que se anuncie como presente incluso allí donde parecen faltar los signos de su bendición. No le pide que le explique su incomprensible lógica, sino que le haga sentir su proximidad: para él serían sólo «meses de desengaño» (v. 3) pretender enfrentarse a una lógica que la debilidad humana no puede comprender. Pese a estar atormentado por la noche, que se le hace interminable, y las pesadillas que le acosan hasta el amanecer, consigue intuir que un Dios más misterioso, una lógica divina, se aproxima al hombre. Este fragmento puede ser leído como un contrapunto judío de la filosofía popular helenística, que modulaba en variaciones dispares el tema de la caducidad de la vida y del incomprensible dolor que atenaza a la humanidad. El sentimiento trágico de la vida, típico del mundo griego, también está presente en Job con toda su virulencia y eficacia; sin embargo, escapa en cierto modo a una solución fatalista, porque, mientras los griegos carecen de intimidad y de diálogo con sus dioses, Job puede «hablar» con su Dios o al menos invocarle, hasta atreverse a citarle ajuicio. El «recuerda» (v. 7) dirigido a Dios establece la verdadera diferencia entre la tragedia griega y la pregunta del hombre bíblico ante el mal.
Segunda lectura: 1 Corintios 9,16-19.22ss Hermanos: 16 anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo, ¡y pobre de mí si no anunciara el Evangelio! 17 Merecería recompensa si hiciera esto por propia iniciativa, pero si cumplo con un encargo que otro me ha confiado 18 ¿dónde está mi recompensa? Está en que, anunciando el Evangelio, lo hago gratuitamente, no haciendo valer mis derechos por la evangelización. 19 Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos los que pueda. 22 Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. He tratado de adaptarme lo más posible a todos para salvar como sea a algunos. 21 Y todo esto lo hago por el Evangelio, del cual espero participar.
**• Pablo trata en esta parte de la carta el problema de los idolotitos, es decir, el problema de si podían comer los cristianos la carne sacrificada a los ídolos y vendida después en los mercados de la ciudad. El apóstol, partiendo de la base de la inexistencia de los ídolos, deduce la legitimidad de tal comportamiento; sin embargo, este punto de vista debe responder también a las exigencias de la caridad, respetar la conciencia de los «débiles », es decir, de los que se escandalizarían de esto por interpretar semejante comportamiento como idolatría (1 Cor 8,9). Pablo exhorta, por tanto, a los «fuertes» a que renuncien al derecho a comer los idolotitos por respeto al camino de fe de los «débiles». En este contexto, recuerda Pablo un ejemplo afín tomado de su propio ministerio: como «apóstol» hubiera podido gozar del derecho a ser mantenido por la comunidad, pero ha renunciado a ello movido precisamente por su caridad para con los corintios. En efecto, quería favorecer su adhesión al Evangelio, evitando de cualquier manera la posibilidad de ser confundido con alguno de los muchos predicadores asalariados. En consecuencia, ahora puede pedir a los corintios que muestren, respecto a sus hermanos más débiles, la misma caridad que él uso antes con ellos: «Me he hecho débil con los débiles» (y. 22). El apóstol aduce aquí, en definitiva, el ejemplo de su ministerio como demostración de un tema más amplio y decisivo: el de la caridad que edifica (cf. 1 Cor 8,2). «Anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo» (v. 16): es la urgencia propia de la caridad. La caridad de la predicación es resultado de la libre decisión del que es llamado, pero también de la necesidad de responder de manera adecuada a la vocación divina. Por eso afirma Pablo que se ha hecho libremente «siervo» de la causa del Evangelio: «Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos los que pueda» (v. 19). De ahí se sigue la renuncia al derecho a obtener una recompensa por su propio empeño apostólico, porque es esclavo del Evangelio, y al esclavo se le exige que trabaje sin una verdadera paga. Por eso no exige Pablo una recompensa económica a los fieles. En efecto, para él es premio suficiente haber sido tomado para el servicio del Evangelio. He aquí, pues, la indicación que brota de su ejemplo apostólico, que los «fuertes» de Corinto deben tomar como modelo, de suerte que sepan renunciar, con generosidad, a un derecho que les corresponde en favor de los débiles: «Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. He tratado de adaptarme lo más posible a todos» (v. 22).
Evangelio: Marcos 1,29-39 En aquel tiempo, 29 al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y les servía. 32 Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 El curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no les dejaba hablar, pues sabían quién era. 35 Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. 36 Simón y sus compañeros fueron en su busca. 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: -Todos te buscan. 38 Jesús les contestó: -Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido. 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando a los demonios.
*»• Este pasaje evangélico está compuesto por tres pequeñas perícopas (vv. 29-31; 32-34; 35-39). Estos momentos de la jornada de Cafarnaún, la «jornada-tipo» de la misión de Jesús en Galilea, están enmarcados en dos escenarios opuestos: por una parte, está el interior de una casa, la morada de la suegra de Pedro; por otra, está el desierto, el lugar de la soledad, de la ausencia, aunque también del diálogo con el Padre. El rasgo sobresaliente en el relato de la curación de la suegra de Pedro consiste en la construcción, bastante extraña, de esta frase: «El se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció» (v. 31). Para Marcos, la enfermedad y la muerte manifiestan el imperio del demonio, y toda curación es una victoria mesiánica contra las fuerzas del mal, un anticipo de la fuerza de la resurrección (cf «la levantó»). Por último, el evangelista muestra a la mujer, que, liberada de la fiebre, se levanta para servir a Jesús y a los discípulos. El mensaje que de ahí resulta es claro: si Jesús libera, cura, resucita, es para hacer al hombre capaz de servir, y de hacerlo de una manera duradera, como manifiesta el verbo griego en imperfecto («les servía»: v. 31). Viene después un resumen de las curaciones realizadas por Jesús al final del reposo sabático, junto a la puerta de la ciudad de Cafarnaún. Aquí aparece el llamado «secreto mesiánico» (v. 34), mediante el que Jesús impone la consigna del silencio sobre su persona a los demonios, a los beneficiarios de milagros y a los mismos discípulos. La obligación de guardar silencio tiene un doble motivo: evitar los fáciles entusiasmos y los malentendidos que se originan cuando los testigos no están guiados por una fe verdadera, y ayudar a comprender que el misterio del poder del Hijo de Dios se esconde en la debilidad de la cruz, máximo secreto mesiánico, pero también cima de la revelación. Por último, Marcos habla de la oración de Jesús por la noche en un lugar desierto. No sabemos los contenidos de esta oración. En todo caso, está claro que la oración es un punto firme de la actividad de Jesús, y precisamente gracias a ella consigue adherirse a la difícil voluntad de Dios, sustrayéndose a la tentación de la búsqueda entusiasta de las muchedumbres y de los propios discípulos. Por eso puede responder Jesús a Simón: «Vamos a otra parte» (v. 38). Abandona aquí el modelo rabínico, que quería que el maestro estuviera ligado a una sede fija, para convertirse en un predicador itinerante, próximo al modelo de los antiguos profetas.
MEDITATIO El primer episodio que nos cuenta el evangelio nos muestra a Jesús entrando en una casa privada, en la casa de la suegra de Pedro. En él podemos contemplar el Reino de Dios, que viene a nuestra humanidad para reconfigurarla también allí donde entran en juego los afectos, las relaciones de proximidad y las adhesiones profundas. El Reino es la venida a nosotros de un Dios que quiere llevar a cabo un intercambio íntimo con cada uno, estableciendo una relación de proximidad, de comunión. Los gestos realizados por Jesús se caracterizan precisamente por este rasgo de la proximidad; así se explica su visita a la suegra de Pedro, que está enferma; el hecho de escuchar a quienes le hablan de ella, el cogerla por la mano y levantarla. Se nota en él un amor que se aproxima a nosotros en el momento del dolor, que nos coge por la mano, infundiéndonos una renovada seguridad; se advierte sobre todo una proximidad que reanima. Se realiza aquí, de modo sumo, esa caridad que la Palabra de Dios nos pide que hagamos nuestra, proponiéndonos asimismo el ejemplo de Pablo y sus demandas a los cristianos «maduros» de Corinto. Nuestra verdadera madurez en la fe se muestra en la acogida del camino de la caridad, esa caridad que Dios ha usado en Cristo con nosotros, respondiendo a nuestro grito como a Job, porque nuestra vida es como un soplo (Job 7,7). Con todo, el rasgo de la proximidad no debe hacernos perder el sentido del misterio ni la conciencia de que Dios, aunque se aproxima a nosotros, no puede ser manipulado por nuestros deseos ni circunscrito a nuestros conocimientos y a nuestras vivencias. Nos ilumina el ejemplo de Jesús, que «salió» hacia el desierto para orar cuando aún era de noche. Jesús no sucumbe a la tentación del éxito y de la notoriedad como nosotros, a riesgo de ser devorado por quien reclama una «proximidad » que se convierte en pretensión de poseer a Dios y domesticarlo. Jesús, por el contrario, «salió» para retirarse a orar; no se pone en el centro a sí mismo, sino al Padre. Jesús realiza verdaderamente su propio «éxodo» desde las expectativas de la gente, aceptando, en cambio, la difícil voluntad del Padre. Nuestra plegaria debe ser, por eso, una búsqueda de la voluntad de Dios a ejemplo y con la ayuda de Jesús.
ORATIO Oh Señor, tu Palabra me presenta hoy a ti como modelo y maestro de oración. Deseo aprender de ti el arte de la oración y cómo configurar mis decisiones a la voluntad del Padre. Mirándote a ti -que oras al Padre durante la noche y en la soledad- también yo podré encontrar con la oración el valor necesario para ir «a otra parte», para poner en el centro de mis preocupaciones las necesidades de mis hermanos. Entonces podré hacer frente a los comprometedores «traslados» que la voluntad divina me pide y dejarme llevar adelante por el camino, hasta encontrarme allí donde no pensaba poder llegar. En la oración advierto vivamente tu proximidad: esa que hiciste sentir a la suegra de Pedro y a los enfermos que curaste junto a las puertas de la ciudad. Te bendigo así por todas las veces que -lleno de comprensión- te has dejado encontrar por mí y por mis hermanos y hermanas, confortándonos en los momentos difíciles de nuestra vida. Haz que, habiendo experimentado la dulce y poderosa proximidad de tu amor, lleguemos a ser más fuertes y, a ejemplo de Cristo, también nosotros aprendamos a compartir con los otros el misterio del dolor, iluminados por la esperanza que nos salva.
CONTEMPLATIO Si os resulta difícil interesaros por el prójimo, reflexionad sobre el hecho de que no podéis alcanzar la bienaventuranza de ningún otro modo. Suponed que se declara un incendio en una casa: algunos vecinos, preocupados sólo por sus cosas, no se preocupan de alejar el peligro. Cierran la puerta y se quedan en sus casas, temiendo que entre alguien y les robe. Pues bien, sufrirán un gran castigo. El fuego crecerá y quemará todos sus bienes. Y ellos, por no haberse interesado por el prójimo, perderán también lo que tienen. Dios ha querido unir entre sí a los hombres, y para ello ha imprimido en las cosas la ley de que el beneficio del prójimo vaya ligado al de cada uno. Y, de este modo, subsiste todo el mundo. Así sucede también en la nave si el capitán, al estallar la tempestad, sacrifica el bien de muchos buscando sólo su propia salvación: en seguida se ahogarán tanto los otros como él mismo. Así sucede en todas las ocasiones: si se tiene en cuenta únicamente el propio interés, no podrán sostenerse ni la vida ni el mismo arte (Juan Crisóstomo, Homilías sobre la primera carta a los Corintios, 25,4).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor sana a los que tienen quebrantado el corazón» (Sal 146,3a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La compasión es una cosa diferente a la piedad. La piedad sugiere distancia, incluso una cierta condescendencia. Yo actúo frecuentemente con piedad: doy dinero a un mendigo en las calles de Toronto o de Nueva York, pero no le miro a los ojos, no me siento a su lado, no le hablo. Mi dinero sustituye a mi atención personal y me proporciona una excusa para proseguir mi camino. La compasión, en cambio, es un movimiento de solidaridad hacia abajo. Significa hacerse próximo a quien sufre. Ahora bien, sólo podemos estar cerca de otra persona si estamos dispuestos a volvernos vulnerables nosotros mismos. Una persona compasiva dice: «Soy tu hermano; soy tu hermana; soy humano, frágil y mortal, justamente como tú. No me producen escándalo tus lágrimas. No tengo miedo de tu dolor. También yo he llorado. También yo he sufrido». Podemos estar con el otro sólo cuando el otro deja de ser «otro» y se vuelve como nosotros. Tal vez sea ésta la razón principal por la que, en ciertas ocasiones, nos parece más fácil mostrar piedad que compasión. La persona que sufre nos invita a llegar a ser conscientes de nuestro propio sufrimiento. ¿Cómo puedo dar respuesta a la soledad de alguien si no tengo contacto con mi propia experiencia de la soledad? ¿Cómo puedo estar cerca de un minusválido si me niego a reconocer mis minusvalías? ¿Cómo puedo estar con el pobre si no estoy dispuesto a confesar mi propia pobreza? Debemos reconocer que hay mucho sufrimiento y mucho dolor en nuestra vida, pero ¡qué bendición cuando no tenemos que vivir solos nuestro dolor y nuestro sufrimiento! Estos momentos de verdadera compasión son a menudo, además, momentos sin palabras, momentos de profundo silencio. Recuerdo haber pasado por una experiencia en la que me sentía totalmente abandonado: mi corazón estaba sumido en la angustia, mi mente enloquecía por la desesperación, mi cuerpo se debatía con violencia. Lloraba, gritaba, pataleaba contra el suelo y me daba contra la pared. Como en el caso de Job, tenía a dos amigos conmigo. No me dijeron nada: simplemente, estaban allí. Cuando, algunas horas más tarde, me calmé un poco, todavía estaban allí. Me echaron encima sus brazos y me tuvieron abrazado, meciéndome como a un niño (H. J. M. Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 41998, pp. 101-103, passim). |
Lunes 5ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 1,1-19 1 Al principio creó Dios el cielo y la tierra. 2 La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. 3 Y dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió. 4 Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas. 5 A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. 6 Y dijo Dios: -Que haya una bóveda entre las aguas para separar unas aguas de otras. Y así fue. 7 Hizo Dios la bóveda y separó las aguas que hay debajo de las que hay encima de ella. 8 A la bóveda Dios la llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo. 9 Y dijo Dios: -Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar y aparezca lo seco. Y así fue. 10 A lo seco lo llamó Dios tierra y al cúmulo de las aguas lo llamó mares. Y vio Dios que era bueno. 11 Y dijo Dios: -Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que den en la tierra frutos con semillas de su especie. Y así fue. 12 Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semillas de su especie. Y vio Dios que era bueno. 13 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero. 14 Y dijo Dios: -Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años; 15 que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra. Y así fue. 16 Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas; 17 y las puso en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra, 18 regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. 19 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.
**• Los relatos de la creación presentan un lenguaje que puede ser calificado de «mítico», puesto que describen una acción divina que no podemos situar en la historia, sino en un «principio» que nadie ha podido conocer. En efecto, ¿quién ha podido asistir al origen del mundo para poder contarlo? «¿Quién eres tú?», le recordará el Señor a Job: «¿Dónde estabas tú cuando afiancé la tierra?» (Job 38,4). El primer relato de la creación nos ofrece por eso algunas indicaciones que no son controlables científicamente, pero que tienen una gran importancia teológica. Estas indicaciones son dos, sobre todo: la primera tiene que ver con el modo como Dios ha creado, es decir, mediante la palabra; la segunda está relacionada, en cambio, con la estructura narrativa, que es la de los siete días semanales. Por ahora nos limitaremos a este último aspecto. El narrador de Gn 1 ha presentado toda la obra de la creación en un marco semanal. Se trata de un hecho claramente querido, tanto más porque las obras de la creación son más de siete, por lo menos diez: la luz, la bóveda (lámina) celeste, lo seco, la vegetación, las lámparas, los peces, los pájaros, el ganado, los reptiles, el hombre (varón y hembra). Ahora bien, la estructura semanal tiene un sentido concreto, una organización interna propia; a saber, la de seis días laborables más uno de descanso, el «día séptimo» hacia el que converge toda la obra semanal y en el que encuentra su consumación. ¿A qué pregunta responde, pues, el relato de Gn 1, con su organización semanal? ¿A una pregunta sobre el origen o sobre el fin? ¿Pretende decirnos cuándo fue creado el mundo o bien para qué fue creado? El esquema semanal nos permite responder sin demora que el mundo -mejor sería decir la creación- está organizado en vistas a un fin preciso, y este fin se resume en el sábado, que es el día del descanso del hombre y de la alabanza al Creador. Al final de esta página, leemos la sorprendente afirmación de que «cuando llegó el día séptimo Dios había terminado su obra» (Gn 2,2). ¿Cómo podía haberla «terminado», si en el mismo día cesó toda actividad? Sin embargo, a la máquina del mundo le faltaba precisamente el elemento esencial, hasta que no conoció el tiempo y el espacio de la oración.
Evangelio: Marcos 6,53-56 En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, 53 terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron. 54 Al desembarcar, lo reconocieron en seguida. 55 Se pusieron a recorrer toda aquella comarca y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús. 56 Cuando llegaba a una aldea, pueblo o caserío, colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que lo tocaban quedaban curados.
**• Jesús realizó muchas curaciones, mediante la palabra y también mediante gestos, tanto en días laborables como también y sobre todo en sábado. Estas curaciones son pequeños signos de re-creación, de restitución del hombre no tanto a su salud originaria, que tal vez no haya existido nunca, como a la integridad final a la que está destinado en el sabio designio creador de Dios. En el compendio evangélico de hoy se habla de una «travesía» del lago de Galilea que, en realidad, no tuvo lugar. En efecto, Jesús y los discípulos se encuentran en Genesaret, en la misma orilla occidental desde la que habían partido. La intención de Jesús, al partir con los discípulos, era irse a un lugar aparte para descansar un poco {cf. Me 6,31). El proyecto no pudo llevarse a cabo, porque la gente le asediaba constantemente, llevándole a los enfermos «adonde oían decir que se encontraba Jesús». Éste no consigue tomar un poco de descanso, pero en compensación se lo da a manos llenas a la muchedumbre de menesterosos que recurre a él. Así pues, Jesús actúa, no consigue descansar. Sin embargo, el elemento más importante de este breve compendio de curaciones es que Jesús permanece completamente inactivo. Cura, sí, pero sin hacer nada, sin decir ni una palabra, sin aludir al mínimo gesto. Diríase que cura con su descanso, con la más perfecta inactividad, como si fuera su descanso el que cura, como si la paz que irradia de él sanara los tormentos de los hombres. En efecto, Jesús no hace otra cosa que «dejarse tocar», dejarse alcanzar, contactar. Son los otros quienes tienen que ingeniárselas para tocarle «siquiera la orla de su manto». Este manto es el tallit que se usaba para la oración y que, según la Tora (Nm 15,38), debía estar provisto de mechones de lana azul en las cuatro puntas. Jesús es un hombre en oración, un hombre «hecho oración», y es este cuerpo suyo en oración el que sana, el que cura, el que lleva a su consumación la creación.
MEDITATIO Dios crea el mundo a través de su palabra. O, más exactamente, según el esquema de un mandato y de su ejecución: «Dios dijo: "Sea". Y así fue». Viene, a continuación, una valoración que aparece las siete veces (aunque no precisamente al final de cada día): «Y vio Dios que era bueno». Esta valoración divina de las cosas creadas tiene una gran importancia. Dios aprecia las cosas que hace, las encuentra bellas, bien hechas, se complace en ellas. Pero no sólo esto: el estribillo que expresa la belleza de cada criatura es el mismo estribillo que acompaña a la oración de Israel, que se repite con mayor frecuencia en el libro de los Salmos: «Alabad al Señor, porque es bueno» (en hebreo se emplea exactamente las mismas palabras). Así, la primera página de la Escritura presenta un desarrollo litúrgico, constituye una especie de doxología inaugural de toda la Biblia. La bondad de las criaturas corresponde a la bondad del Creador. Reconocer la bondad de las criaturas significa alabar a su Creador. Pero también es verdad la inversa; a saber, que la alabanza del Creador, la oración, es la condición para descubrir la bondad de la creación y, eventualmente, restituirla. ¡Qué significativo es todo esto para nosotros! De hecho, nos mostramos muchas veces incapaces de captar la belleza-bondad de lo que existe, prisioneros de la mirada económica que plantea de inmediato esta pregunta: «¿Para qué me sirve?», «¿cuánto me renta?» El contacto con Dios, que ha venido entre nosotros, con Jesús, nos abre a cada uno el espacio de la curación que permite ver la verdad de lo creado y, en él, nuestra propia verdad.
ORATIO Padre, fuente de todo bien, con ánimo lleno de emoción nos dirigimos a ti por la belleza de nuestra vocación de hijos, por el atrevimiento y el amor de estos hermanos nuestros cuya vida es consuelo, sostén y luz gracias a la presencia operante del Espíritu, que transforma la debilidad humana en cátedra de amor y camino que conduce a ti. El ánimo calla ante estos mártires crucificados como tu Hijo y por él. Pausa sedienta, en la larga peregrinación de la vida, a fin de alcanzar la fuente pura y proseguir el camino con valor, movidos por el amor y por la pasión por el Reino. Infunde en nosotros la sabiduría de la cruz que iluminó el corazón de estos hermanos nuestros y de los mártires de todos los tiempos. Ven en ayuda de nuestra debilidad para que podamos adherirnos plenamente a Cristo, tu Hijo, y cooperemos con él en la redención del mundo.
CONTEMPLATIO «He sido condenado a muerte por haber difundido la noble enseñanza de Jesucristo. No tengo pecado alguno excepto éste. No tengo miedo de decir que he difundido la enseñanza de Cristo. Doy gracias de corazón con inmensa alegría por poder morir crucificado por este motivo. Declaro la verdad ante la muerte: creedme, no hay ningún camino mejor de salvación que el seguido por los cristianos. Soy siervo de Cristo, y le sigo; por eso, imitando a Cristo, perdono a todos los que me han perseguido. No odio a nadie. Dios tenga misericordia de todos. Deseo que mi sangre se convierta en una lluvia de gracias que dé fruto abundante en todos vosotros». Así habló Pablo Miki desde la cruz. Juan Soán, al ver a su padre junto a la cruz en la que había sido atado, se dirigió a él con estas palabras: «Estás viendo, padre, que hemos de preferir la salvación del alma a todo lo demás. Lleva cuidado en no descuidar nada para asegurártela». Y su padre le respondió: «Hijo mío, te agradezco tu exhortación. Y soporta tú también ahora con alegría la muerte, porque la padeces por nuestra santa fe. En cuanto a mí y a tu madre, estamos dispuestos a morir por la misma causa». Juan le dio a su padre su rosario y, haciendo que le quitaran la faja que le cubría la frente, pidió que se la dieran a su madre. Tenía diecinueve años.
ACTIO Repite con frecuencia con el corazón y con alegría a lo largo de la jornada: «Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24). Con estas palabras, Jesús, la víspera de su pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte [...]. Cristo es el grano de trigo que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y sobre las huellas del rey crucificado han caminado sus discípulos, convertidos a lo largo de los siglos en legiones innumerables «de toda lengua, raza, pueblo y nación»: apóstoles y confesores de la fe, vírgenes y mártires, audaces heraldos del Evangelio y silenciosos servidores del Reino [...]. «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11 -12). Qué bien se aplican estas palabras de Cristo a los innumerables testigos de la fe del siglo pasado, insultados y perseguidos, pero nunca vencidos por la fuerza del mal. Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, ellos manifestaron que «el amor es más fuerte que la muerte». Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado [...]. «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Hemos escuchado hace poco estas palabras de Cristo. Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor. Queridos hermanos y hermanas, la preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio [...]. Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo. Expreso este deseo con el espíritu lleno de íntima emoción. Elevo mi oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por Él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre (Juan Pablo II, Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, homilía del santo padre, tercer domingo de pascua, 7 de mayo de 2000, passim). |
Martes 5ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 1,20-2,4a 1.20 Y dijo Dios: -Rebosen las aguas de seres vivos y que las aves aleteen sobre la tierra a lo ancho de la bóveda celeste. 21 Y creó Dios por especies los cetáceos y todos los seres vivientes que se deslizan y pululan en las aguas; y creó también las aves por especies. Vio Dios que era bueno. 22 Y los bendijo diciendo: -Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra. 23 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto. 24 Y dijo Dios: -Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles y bestias salvajes por especies. Y así fue. 25 Hizo Dios las bestias salvajes, los ganados y los reptiles del campo según sus especies. Y vio Dios que era bueno. 26 Entonces dijo Dios: -Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra. 27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios diciéndoles: -Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra. 29 Y añadió: -Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento; 30 y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue. 31 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto. 2.1 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato. 2.2 Cuando llegó el día séptimo Dios, había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho. 2.3 Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él había descansado de toda su obra creadora. 2.4 Ésta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.
**• El hombre varón y hembra, el hombre-mujer, ha sido creado «a imagen de Dios». Pero ¿quién es ese hombre hecho «a imagen», según la cultura del tiempo en el que fue escrito el texto bíblico? No es cualquiera, sino un hombre que está por encima de cualquier otro, es decir, el rey. Un breve texto babilónico (Gn 1 fue escrito precisamente en Babilonia) es bastante elocuente: «La sombra de Dios es el hombre / y los hombres son la sombra del Hombre; / el Hombre es el Rey, igual a la imagen de la divinidad». Es cierto que el autor de Gn 1 ha democratizado esta idea real, extendiendo a todo hombre-mujer la prerrogativa real de ser la imagen de Dios. En efecto, el mandato de someter la tierra y dominar sobre todos los seres vivos fue dado a todos los hombres indistintamente. Ahora bien, volvemos a preguntarnos: ¿quién es el hombre que realiza plenamente esta misión real en el interior de lo creado? ¿Acaso podemos responder que la realizamos todos, sin importar en qué condiciones? Los Padres, sobre todo los orientales, intentaron resolver este problema introduciendo una distinción entre la «imagen» y la «semejanza». A buen seguro, todos los hombres llevan en sí mismos la imagen divina, sea cual sea su condición histórica y su opción de vida. Ésta es indeleble en el hombre. Con todo, para reinar verdaderamente, tiene que conseguir asimismo una cierta semejanza con el verdadero rey del mundo, que es el Hijo, perfecta «imagen del Dios invisible» (Col 1,15): tiene que hacer suyas sus opciones, entrar en sus pensamientos. Esta perspectiva patrística, desde el territorio interior bíblico, corresponde a la afirmación paulina: «Y así como llevamos la imagen del [hombre] terrestre, llevaremos también la imagen del celestial [el Cristo resucitado]» (1 Cor 15,49).
Evangelio: Marcos 7,1-13 En aquel tiempo, 1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús 2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas 3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados; 4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-. 5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? 6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos. 8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres. 9 Y añadió: -¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición! 10 Pues Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre será reo de muerte. 11 Vosotros, en cambio, afirmáis que si uno dice a su padre o a su madre: «Declaro corbán, es decir, ofrenda sagrada, los bienes con los que te podía ayudar», 12 ya le permitís que deje de socorrer a su padre o a su madre, 13 anulando así el mandamiento de Dios con esa tradición vuestra que os habéis transmitido. Y hacéis otras muchas cosas semejantes a ésta.
*»• La disputa entre Jesús y los fariseos sobre el lavarse las manos antes de comer (estrechamente conectada con la siguiente, sobre la pureza de los alimentos) está situada en el centro de una sección del evangelio de Marcos que lleva como título «Sección de los panes » y que va desde 6,6b hasta 8,30. Está claro que el tema principal de esta sección es el del alimento, el del pan. Más exactamente, como vamos a ver, se trata del problema de la comunión de mesa entre hebreos y gentiles. Y es que los judíos siguen unas prescripciones tan minuciosas en el comer que tienen prohibido, de hecho, su participación en una mesa que no sea rigurosamente «pura» (kasher) desde el punto de vista alimentario. Los problemas verdaderamente grandes son siempre muy concretos, nunca especulaciones abstractas. Para la Iglesia primitiva, compuesta de judíos y gentiles, el poder sentarse juntos a la misma mesa era un hecho de suma importancia, que no podía ser obstaculizado por ninguna otra consideración (recuérdese el episodio de Antioquía y la reprensión de Pablo dirigida a Pedro: Gal 2,1 lss). La polémica evangélica sobre el hecho de lavarse las manos se comprende adecuadamente sólo sobre este trasfondo. Que sea preciso lavarse las manos antes de las comidas no está escrito, en efecto, en ninguna parte de la Ley. Se trata de una tradición no escrita, de una «tora oral», como enseñan los fariseos. Ahora bien, eso no significa que Jesús sea contrario a este uso, que cuenta con óptimas razones higiénicas y que también nosotros practicamos normalmente. Jesús se limita simplemente a afirmar que no se trata de la cosa más importante y establece una jerarquía, una escala de valores: lo primero es el hecho de comer juntos. De modo que el haberse lavado o no las manos no debe convertirse en un impedimento para la comunión de mesa con cuantos no observan esta tradición judía, y que pueden ser los mismos discípulos de Jesús.
MEDITATIO A fin de que Israel correspondiera a la elección divina y realizara plenamente la «semejanza» con Dios, que más tarde será la santidad («Sed santos, como Yo soy santo»: Lv 19,2), Dios le dio su Ley, la Tora. Esta ley consiste, precisamente, en una serie de pequeñas intuiciones sagaces, casi de «estratagemas», destinadas a imitar la santidad de Dios en los más pequeños gestos de la vida cotidiana. Lavarse las manos antes de comer o comer siguiendo ciertas reglas de pureza alimentaria son pequeños «trucos» que le recuerdan a Israel que es el pueblo elegido de Dios, santificado precisamente a través de estos preceptos. Jesús no ha venido a arramblar con todo esto. Contrariamente a una opinión muy difundida en el ámbito cristiano, Jesús no vino a «liberar» a Israel del yugo de los preceptos, no vino a abrogar la Tora (cf. Mt 5,17). Bien al contrario, la radicalizó aún más, la recondujo a sus intenciones originarias, al dato escrito que precede a toda reelaboración doctrinal posterior. Obrando así, nos recuerda a todos, judíos y cristianos, que la práctica de la Tora (para los primeros) y la obediencia a la Palabra escrita (para los segundos) es una imitatio Dei que restablece en el hombre, hecho a imagen de Dios, la plena semejanza con su Creador. En ambos casos se ve claro que el honor que el hombre tributa a Dios consiste, esencialmente, en vivir su propia vocación originaria: ser «imagen y semejanza» del Creador. ¿Seremos capaces de recoger este desafío, de realizar una opción y vivir sus consecuencias?
ORATIO Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para poder alegrarte con nosotros. Cuando te apareciste a los discípulos en el lago les preguntaste si tenían hambre y les preparaste un banquete. No mires si están sucias nuestras manos, tú que estás dispuesto a lavarnos también los pies. Todos tienen sitio en tu mesa: justos e injustos, judíos y gentiles. Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para convertirnos en tus comensales.
CONTEMPLATIO Dios hizo al hombre, lo hizo a imagen de Dios. Es preciso que veamos cuál es esta imagen de Dios e investiguemos a semejanza de la imagen de quién fue hecho el hombre. En efecto, no ha dicho: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, sino lo hizo «a imagen de Dios». ¿Cuál es, pues, la otra imagen de Dios, a semejanza de la cual fue hecho el hombre, sino nuestro Salvador? Él es «el primogénito de toda la creación» (Col 1,15); de él se ha escrito que es «esplendor de la luz eterna y figura clara de la sustancia de Dios» (Heb 1,3),también él dice de sí mismo: «Yo estoy en el Padre y el Padre en mí» y «Quien me ha visto a mí ha visto también al Padre» (Jn 14,10.9). En consecuencia, el hombre ha sido hecho a semejanza de la imagen de él, y por eso nuestro Salvador, que es la imagen de Dios, movido de misericordia por el hombre, que había sido hecho a su semejanza, al ver que, tras haber depuesto su imagen, se había revestido de la imagen del Maligno, movido de misericordia, asumiendo la imagen del hombre, vino a él. Así pues, todos los que acceden a él y se esfuerzan por convertirse en partícipes de la imagen espiritual, mediante su progreso, «se renuevan día a día, según el hombre interior» (2 Cor 4,16), a imagen de aquel que los hizo; de suerte que puedan llegar a ser «conformes al cuerpo de su esplendor» (Flp 3,21), pero cada uno a la medida de sus propias fuerzas. Por consiguiente, miremos siempre a esta imagen de Dios, para poder ser transformados a su semejanza (Orígenes, Otnelie sulla Genesi, Roma 21992, pp. 54ss [edición española: Homilías sobre el Génesis, Ciudad Nueva, Madrid 1999]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te cuides?» (Sal 8,5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Al principio se confió a ambos (al hombre y a la mujer) la tarea de conservar su propia semejanza con Dios, dominar sobre la tierra y propagar el género humano. Ser todos de Dios, entregarse a él, a su servicio, por amor, ésa es la vocación no sólo de algunos elegidos, sino de todo cristiano; consagrado o no consagrado, hombre o mujer [...]. Cada uno está llamado a seguir a Cristo. Y cuanto más avance cada uno por esta vía, más semejante se hará a Cristo, puesto que Cristo personifica el ideal de la perfección humana libre de todo defecto y carácter unilateral, rica en rasgos característicos tanto masculinos como femeninos, libre de toda limitación terrena; sus seguidores fieles se ven cada vez más elevados por encima de los confines de la naturaleza. Por eso vemos en algunos hombres santos una bondad y una ternura femenina, un cuidado verdaderamente materno por las almas a ellos confiadas; y en algunas mujeres santas una audacia, una prontitud y una decisión verdaderamente masculinas. Así, el seguimiento de Cristo lleva a desarrollar en plenitud la originaria vocación humana: ser verdadera imagen de Dios; imagen del Señor de lo creado, conservando, protegiendo e incrementando a toda criatura que se encuentra en su propio ámbito, imagen del Padre, engendrando y educando -a través de una paternidad y una maternidad espirituales- hijos para el Reino de Dios. La elevación por encima de los límites de la naturaleza, que es la obra más excelsa de la gracia, no puede ser alcanzada, ciertamente, por medio de una lucha individual contra la naturaleza o mediante la negación de nuestros propios límites, sino sólo mediante la humilde sujeción al nuevo orden entregado por Dios (E. Stein, La donna, Roma 71987, pp. 81.98ss [edición española: La mujer, Ediciones Palabra, Madrid 1998]). |
Miércoles 5ª semana del Tiempo ordinario o 10 de febrero, conmemoración de Santa Escolástica
Era hermana de san Benito, nació en Umbría a finales del siglo V y se consagró a Dios ya en la niñez. Su vida, envuelta de humildad y silencio, sería desconocida por completo si san Gregorio Magno no hubiera narrado en sus Diálogos el episodio que la hizo ser estimada por los místicos. Una vez al año iba al monasterio de Montecassino a visitar a su hermano y, en esta circunstancia, obtuvo con la fuerza de la oración prolongar el diálogo sobre las realidades celestiales durante toda la noche. Tres días después, Benito vio volar su alma al cielo desde su celda en forma de candida paloma y comprendió así que había entrado en la gloria eterna.
LECTIO Primera lectura: Génesis 2,4b-9.15-17 4 Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo 5 no había todavía en la tierra arbusto alguno, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado aún la lluvia sobre la tierra, ni existía nadie que cultivase el suelo; 6 sin embargo, un manantial brotaba de la tierra y regaba la superficie del suelo. 7 Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente. 8 El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. 9 El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.. 15 Así que el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara. 16 Y dio al hombre este mandato: -Puedes comer de todos los árboles del huerto, 17 pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio.
*» ¿Qué había cuando todavía no existía nada? La pregunta es menos ingenua de lo que pudiera parecer, porque nosotros sólo podemos hablar de los orígenes del mundo mediante paradojas. El autor del segundo relato de la creación responde así en Gn 2: la tierra y el cielo ya existían, pero el hombre no trabajaba aún la tierra. Su relato, a diferencia del precedente, está centrado, efectivamente, por completo en la creación del hombre, de la mujer y de los animales, no en la creación del cosmos. También la finalidad de la creación difiere de Gn 1: allí el hombre fue creado en vistas al servicio litúrgico, de la alabanza sabática (es, según se dice, un relato «sacerdotal»); aquí el hombre, sacado de la tierra, está destinado al trabajo agrícola, indispensable para la vida del mundo (la perspectiva es más «laica»). Ahora bien, es digno de señalar que, en hebreo, «servicio litúrgico» y «trabajo agrícola» se expresan ambos con el mismo término: no se trata de dos cosas opuestas, inconciliables. Precisamente con el fin de cultivar la tierra, puso Dios al hombre en «un huerto», al que nosotros llamamos también «paraíso». En realidad, esta palabra de origen persa no indica otra cosa que una propiedad cercada, un parque, un huerto. El hombre puede disponer aquí a su gusto de los frutos de todos los árboles, salvo uno. Se trata de un árbol extraño, sin paralelos en las antiguas mitologías orientales, un árbol que proporciona el «conocimiento del bien y del mal». Y en este punto surge un grave problema: ¿por qué habría de prohibir Dios al hombre distinguir entre el bien y el mal? ¿Acaso no es precisamente él quien nos invita constantemente a abstenernos del mal y a hacer el bien? Para eludir esta dificultad, se intenta hoy otra explicación exegética: el bien y el mal son dos opuestos. Es muy frecuente en el lenguaje bíblico emplear dos opuestos para indicar la totalidad: así, por ejemplo, «entrar y salir» significa vivir. Conocer el bien y el mal querría decir, más o menos, conocer todo lo que se puede conocer; mejor aún, pretender conocer todo, puesto que la omnisciencia es una prerrogativa divina y no humana. Ahora bien, el hombre que aspira a la omnisciencia pretende reemplazar a Dios, por eso se le prohíbe comer de ese árbol.
Evangelio: Marcos 7,14-23 En aquel tiempo, 14 llamando Jesús de nuevo a la gente, les dijo: -Escuchadme todos y entended esto: 15 Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre. 16 Quien tenga oídos para oír que oiga. 17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de la comparación. 18 Jesús les dijo: -¿De modo que tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis que nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo, 19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar al estercolero? Así declaraba puros todos los alimentos. 20 Y añadió: -Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. 21 Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.
**• Es la continuación de la disputa sobre el lavado de las manos. El tema está ligado aún a la mesa: ¿es lícito tomar toda clase de alimentos o hay algunos que, al ser ingeridos por el hombre, pueden hacerle impuro? La disputa no es, después de todo, tan extravagante como parece, si la referimos a una cultura como la occidental de hoy, tan preocupada por la higiene, tan sensible a las preocupaciones dietéticas. Pero Jesús le da mayor profundidad al discurso, le da un giro radical: «Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo» (v. 15). El peligro está dentro, no fuera; está en la pureza del corazón, no en la cualidad del alimento. No sabemos si Jesús se inclina aquí a «declarar puros todos los alimentos», como pretendería el inciso de Me 7,19 (esta última sería más bien una conclusión extraída por el evangelista: los titubeos de Pedro en Hch 10,14 sobre el hecho de poder comer carne de animales impuros serían difícilmente comprensibles si el Maestro se hubiera declarado de un modo tan expreso precisamente en este punto). De todos modos, tanto si abolió las normas de la pureza alimentaria como si las respetó, el Señor Jesús puso un principio inequívoco: «Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre» (v. 20). Tenemos que vérnoslas de nuevo con una prioridad. La preocupación principal del hombre debe ser su pureza interior, no la de los alimentos que come. Eso no excluye que alguien pueda abstenerse también de ciertos alimentos por razones completamente respetables, «de conciencia», como enseña Pablo en 1 Cor 8. Quien come de todo no se contamina; quien no come determinados alimentos merece respeto. Pero tanto el uno como el otro deben vigilar sobre todo lo que sale de su corazón.
MEDITATIO Escolástica es una figura en la que se pone de manifiesto al máximo el primado de la contemplación y del amor. Su hermano Benito la vio entrar en las alturas del cielo en forma de paloma, símbolo de inocencia y de sencillez. En este paso suyo deja en quien la contempla desde la tierra una estela para seguirla: la nostalgia del Cielo, que se alcanza únicamente con las alas del amor. En efecto, sólo quien ama conoce a Dios, porque el verdadero conocimiento es comunión. El amor que brota de Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por nosotros mismos nunca hubiéramos sido capaces de conocerlo, pero el Padre, en su gran amor, envió a su Hijo, que, entregándose hasta el extremo, nos hizo capaces de entregarnos y de amar. Escolástica vivió completamente de cara al cielo, esperando el encuentro definitivo con su Señor. Todos los creyentes están llamados a hacer cada día este itinerario, separándose de las orillas del río del tiempo, para entrar en el día sin fin, en la comunión de los santos. Que su ejemplo nos ayude a creer que el amor lo puede todo, incluso lo que parece imposible.
ORATIO Oh santa Escolástica, resplandeces cual estupenda flor de gracia e inocencia; seguiste fielmente las huellas de tu santo hermano Benito: os unió en vida la comunión espiritual, os unen ahora el sepulcro y la gloria. Cristo estipuló contigo, desde la tierna infancia, una alianza eterna, seguro de que habrías de corresponder al don de tanta predilección. Herida en el corazón, ardes de celo por la vida monástica y brillas por un amor más ardiente. Paloma purísima, con rápido vuelo llegaste a las alturas del cielo, tú que con ánimo, mente y palabras anhelaste las eternas moradas. Obtennos también a nosotros llegar a la alegría de las bodas del Cordero y cantarle gloria. Amén.
CONTEMPLATIO Oh Dios amor, que me has creado, recréame en tu amor. Oh Dios amor, que me adquiriste para ti con la sangre de tu Hijo, santifícame en la verdad. Oh Dios amor, que me has adoptado como hija, haz que crezca según tu corazón. Oh Dios amor, que me has amado gratuitamente, concédeme amarte con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas. Oh Dios, amor infinitamente poderoso, confírmame en tu amor. Oh Amor sumamente sabio, concédeme amarte con sabiduría. Oh Amor infinitamente querido, concédeme vivir sólo para ti. Oh Amor eternamente fiel, consuélame en todas mis tribulaciones. Oh Amor siempre maravillosamente victorioso, concédeme perseverar en ti hasta el final. En la hora de la muerte, acógeme, llámame a ti diciendo: «Hoy estarás conmigo; sal ahora del exilio para entrar en el solemne mañana de la eternidad; allí me encontrarás, verdadero hoy del divino esplendor» (Gertrudis de Helfta, Exertitia V, 363ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras referidas a santa Escolástica: «Obtuvo más de su amado Señor porque amó más» (del responsorio del oficio de lecturas).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El rostro de santa Escolástica ha sido esculpido para siempre por estas últimas palabras del relato de san Gregorio: «Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más». Amor, oración y deseo del Cielo constituyen el encanto espiritual de esta mujer. En el relato de los Diálogos, sorprende la personalidad de Escolástica. Es verdaderamente mujer, con todas las características de la feminidad: dulzura y afectividad, constancia y hasta audacia en el intento de obtener lo que desea. Pero presenta también una vena de simpática hilaridad, cuando del río de lágrimas pasa a la radiante sonrisa por el milagro acaecido. Dios, en efecto, obedece con prontitud a los que le han sometido totalmente su propia voluntad. Escolástica consumó su existencia en absoluta fidelidad a la vocación que le había brotado en el corazón desde la infancia. Ahora, llegada a la plena madurez, demuestra que ha conservado la misma fe sencilla y segura con un ánimo fresco como el manantial de agua de donde surgía. En ella se encarna espléndidamente la tensión escatológica que recorre toda la Regla benedictina. Decir Escolástica es sumergir la mirada en las misteriosas profundidades azules del cielo donde su alma, bajo la candida apariencia de paloma, ha penetrado, atraída por la fuerza del Amor eterno. La vida de Escolástica concluye con el «milagro» signo de la «perfecta caridad» alcanzada. Caridad con Dios, ardientemente deseado, y caridad con los hermanos, tiernamente amados. La oración -escuchada de inmediato por el Señor- aparece como el puro y eficaz lenguaje del Amor. ¿No es acaso éste el mensaje esencial que nos viene, todavía hoy, de la santa hermana del patriarca de los monjes de Occidente? (A. M. Cánopi, Monachesimo benedettino femminile, Seregno 1994, pp. 21-27, passim). |
Jueves 5ª semana del Tiempo ordinario o 11 de febrero, festividad de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes
La memoria facultativa en el misal romano denominada Nuestra Señora de Lourdes forma parte de las celebraciones «ligadas a razones de culto local y que han adquirido un ámbito más extenso y un interés más vivo» [Maríalis cultus, 8). Es la única memoria incorporada al calendario universal que hace referencia a una «aparición» mariana, la que recibió, en 1858, Bernadette Soubirous (1844-1879), en la que oyó este mensaje: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La memoria litúrgica fue extendida, en 1907, a toda la Iglesia latina. La introducción en la liturgia no equivale a una declaración magisterial que le comprometa sobre la verdad histórica de la aparición con la presencia real de la Inmaculada.
LECTIO Primera lectura: Génesis 2,18-25 18 Después el Señor Dios pensó: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada. 19 Entonces el Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar, porque todos los seres vivos llevarían el nombre que él les diera. 20 Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí. 21 Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un letargo y, mientras dormía, le sacó una costilla y llenó el hueco con carne. 22 Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. 23 Entonces éste exclamó: Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamará mujer, porque del varón ha sido sacada. 24 Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo. 25 Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro.
*+• «No es bueno que el hombre esté solo» (v. 18): es como si Dios, después de haber creado a Adán, se diera cuenta de que no lo había hecho bien. El hombre, por sí solo, es una criatura no lograda, incompleta. En el relato de Gn 1, después de haber creado al hombre varón y hembra, «vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno». Aquí, en cambio, el hombre macho, por sí solo, «no es bueno». ¿Por qué es tan mala esta soledad de Adán? Precisamente porque el hombre no es Dios. El hombre es imagen de Dios, es «poco menos» que Dios (Sal 8), pero no es Dios. Sólo Dios es grande. La soledad va acompañada de una idea de grandeza, de autosuficiencia. El hombre, en cambio, es pequeño, debe crecer, debe multiplicarse. Debe recorrer un camino, no puede permanecer solo. El hombre, para tener una historia, necesita a alguien como él que le acompañe. La mujer es «una ayuda adecuada» a él (w. 18-20), como traduce nuestra Biblia. Pero, dicho con mayor precisión, es una ayuda contra él, una ayuda que se le resiste, que se le opone, que rompe su soledad. Es una ayuda precisamente porque le limita en su deseo de omnipotencia o porque le fuerza a salir de su aislamiento. Así pues, el autor del Génesis se muestra muy realista en el tema de la relación hombre y mujer, no proyecta sobre ella una mirada ideal. Esta relación puede llegar a ser conflictiva, como se dirá también a continuación (cf. 3,16). Sin embargo, está bendecida, precisamente porque sustrae al hombre, sustrae a la mujer, de la soledad. De ahí que el primer encuentro entre un hombre y una mujer tenga siempre algo de fascinante. Es la percepción de una pertenencia recíproca, de un destino común. La atracción ejercida por la mujer sobre el hombre, «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (y. 23), es una fuerza misteriosa que le libera de una soledad que no es buena.
Evangelio: Marcos 7,24-30 En aquel tiempo, Jesús 24 salió de allí y se fue a la región de Tiro y Sidón. Entró en una casa y no quería que nadie lo supiera, pero no logró pasar inadvertido. 25 Una mujer, cuya hija estaba poseída por un espíritu inmundo, oyó hablar de él e inmediatamente vino y se postró a sus pies. 26 La mujer era pagana, sirofenicia de origen, y le suplicaba que expulsara de su hija al demonio. 27 Jesús le dijo: -Deja que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. 28 Ella le replicó: -Es cierto, Señor, pero también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los niños. 29 Entonces Jesús le contestó: -Por haber hablado así, vete, que el demonio ha salido de tu hija. 30 Al llegar a su casa, encontró a la niña echada en la cama, y el demonio había salido de ella.
**• Jesús salió pocas veces de los límites de Israel. Como confiesa en otro lugar (en el paralelo de este episodio evangélico en Mt 15,24), no se sentía enviado más que «a las ovejas perdidas» de su pueblo Israel. Pero hizo algunas excepciones: fue a Fenicia, hizo una breve escapada «a la región de Tiro y Sidón» (v. 24). Aquí le salió al encuentro una mujer cuyo origen pagano subraya el evangelista: «Era pagana, sirofenicia de origen» (v. 26). No hace falta decir que Jesús, para encontrar a gente no judía, no necesitaba salir de la tierra de Israel. En sus tiempos, aunque aún no se llamara Palestina, su tierra era ya una provincia romana. Y, como tal, tenía a la cabeza un gobernador con sede en Cesárea, Poncio Pilato. Un poco por todas partes, iban surgiendo en el país centros ciudadanos con una fuerte presencia extranjera, sobre todo en Galilea, desde Tiberíades a Séforis. Para encontrarse con gentiles no era necesario, por tanto, que Jesús se aventurase en tierra extranjera; sin embargo, lo hace y, evidentemente, lo hace a propósito. Eso significa que su misión está destinada a atravesar las fronteras de su tierra, de su pueblo, de su nación. Sin embargo, no inmediatamente, no ahora. Jesús mantiene inicialmente una actitud de extrema reserva (rente a la mujer sirofenicia. Antes que nada le recuerda que la distinción entre judíos y gentiles ha sido querida por Dios y, en cuanto tal, ha de ser respetada, al menos en lo que se refiere a la precedencia: en el banquete mesiánico tienen que saciarse primero los invitados, los que tienen derecho, después también los otros, con lo que quede. Para expresar esta distinción imposible de suprimir, emplea Jesús unos términos casi antipáticos: los judíos son los «hijos», los gentiles son sólo «perrillos». No se puede poner en el mismo plano a los unos y a los otros: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos» (v. 27).
MEDITATIO «No es bueno que el hombre esté solo». «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos». A estas dos situaciones de falta de bondad, a la soledad de Adán y a la exclusión de los gentiles del banquete mesiánico, les pone remedio la mujer. Nótese que Jesús no habla, con desprecio, de «perros», sino de «perrillos», diminutivo cariñoso que expresa afecto, simpatía. Jesús conserva la distinción histórico- salvífica entre judíos y gentiles, pero al mismo tiempo la atenúa, porque sabe que está destinada a ser trascendida por la realidad definitiva del Reino de Dios. La mujer sirofenicia, con una gran intuición de lo que hay en el corazón de Jesús, de lo que piensa por dentro, tiene el valor de ofrecerle resistencia, de contradecirle: reconoce que los perrillos no tienen el mismo derecho que los hijos a sentarse a la mesa. Pero está dispuesta a contentarse con las migajas que caen debajo de la mesa. Acepta la discriminación, pero está convencida de que, en la mesa del Reino, una sola migaja es más que suficiente. Y con estas palabras vence al corazón de Jesús, le obliga a atenuar su rigor inicial: la mujer sirofenicia rompe la soledad de Jesús -su alimentar pensamientos tan profundos que difícilmente encuentran comprensión en los otros- y hace posible el milagro.
ORATIO Salve, santa María, mujer humilde y pobre, bendita del Altísimo. Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos, asocia a tu canto nuestras voces y acompáñanos en nuestro camino para anunciar la venida del Reino y la liberación total del hombre; para llevar a Cristo a los hermanos y alcanzar una comunión de vida más intensa con ellos; para engrandecer contigo la misericordia del Señor y cantar la alegría de la vida y la salvación. Virgen, arca de la nueva alianza, primicia de la Iglesia, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO Las imágenes y el lenguaje de las dos lecturas bíblicas, asociadas en la memoria litúrgica de nuestra Señora de Lourdes, nos elevan a la contemplación de la figura de María y sugieren interpretaciones de su iconografía. El retrato mariano que se eleva ante los ojos de la fe y de la devoción hace visible una efigie exterior aludida en la imagen de una exuberante maternidad y una representación de su identidad interior o espiritual iluminada por las palabras evangélicas o por la efigie de la visión de Lourdes. La abundancia del seno de María no es otra cosa que la maternidad del Hijo de Dios redentor; la imagen de los niños llevados en brazos repite la imagen tradicional de María que sostiene a su hijo, Jesús, y abre un escorzo sobre la contemplación de María madre de la Iglesia. Las palabras de bendición, de bienaventuranza, de una humildad visitada por el Omnipotente, de las grandes cosas realizadas por el Señor, perfilan la personalidad interior de la santa virgen y madre, que aparece en la visión de Lourdes como inmaculada, palabra que resuena en la catequesis en que se insistía en tiempos de este acontecimiento y confirmada en la oración litúrgica de la memoria de nuestra Señora de Lourdes, «María, madre inmaculada del Hijo de Dios Padre».
ACTIO Repite con frecuencia y vive el cántico de la Virgen María: «Es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (Le 1,50).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El Magníficat se nos presenta como modelo de oración por sus contenidos y sus aspectos formales: es un cántico de acción de gracias y de alabanza; es memoria de las maravillas llevadas a cabo por Dios; expresión de concreción y de arraigo en la hora presente; mirada proyectada hacia el futuro. Es ejemplo de cómo, al dirigirnos a Dios, debemos conjugar el sentido de la trascendencia absoluta de Dios (él es el Señor, el Omnipotente, el Santo) con el de su sorprendente proximidad (dirige la mirada a los humildes, extiende su misericordia a los que fe temen, se acuerda de sus promesas). En el Magníficat, aquel a quien los teólogos llaman el «Totalmente Otro» se manifiesta muy próximo al hombre: el Dios inaccesible de la zarza ardiente se ha convertido ya en el Enmanuel, en el Dios-con-nosotros, en el seno de la virgen de Nazaret (Capítulo general de los hermanos Siervos de María, Serví di Magníficat, Roma 1996, n. 65 [edición española: Siervos del Magníficat: el cántico de la Virgen a la vida consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 1997]). |
Viernes 5ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 3,1-8 1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios. Fue y dijo a la mujer: -¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto? 2 La mujer respondió a la serpiente: -¡No! Podemos comer del fruto de los árboles del huerto; 3 mas del fruto del árbol que está en medio del huerto ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, de otro modo moriréis. 4 Replicó la serpiente a la mujer: -¡No moriréis! 5 Lo que pasa es que Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal. 6 La mujer se dio cuenta entonces de que el árbol era bueno para comer, hermoso de ver y deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto y comió; se lo dio también a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió. 7 Entonces se les abrieron los ojos, se dieron cuenta de que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores. 8 Oyeron después los pasos del Señor Dios, que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde, y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del huerto.
*+• En este relato interviene, por vez primera, un personaje astuto, inquietante: la serpiente. Ésta, en la tradición posterior -tanto en la judía como en la cristiana-, se convertirá en una figura del diablo, del Maligno. Sin embargo, la serpiente era más bien, en el Antiguo Oriente, un símbolo de fertilidad sexual y de salud: todavía hoy sigue siendo el emblema de los farmacéuticos. Hemos de señalar que, en el relato bíblico, se presenta a la serpiente como un «animal del campo» (v. 1), ni más ni menos que los otros: su figura está completamente desmitificada. La serpiente, en realidad, no puede hacer ni el bien ni el mal: los únicos responsables del pecado, si nos fijamos bien, los únicos que pueden cometerlo, son el hombre y la mujer, no la serpiente. De ahí que la presencia de la serpiente en el huerto no sirva para explicar el origen del mal en el mundo: es poco más que un recurso narrativo (el animal que habla) destinado a introducir la dinámica seductora que figura en el origen del pecado humano. Son el hombre y la mujer los que pecan, y eso es lo que interesa al narrador. El animal que habla (en la Biblia, además de la serpiente, encontramos a la burra de Balaán) es un recurso conocido por todas las literaturas para describir lo que pasa en la mente de los protagonistas del relato. En la mente de la mujer adquiere la forma de un diálogo consigo misma sobre el alcance exacto de la prohibición divina y su verdadera motivación (w. 2ss). El autor bíblico, haciendo gala de una gran penetración psicológica, nos advierte que el pecado, antes aún de consumarse en un gesto, en un acto, tiene lugar en la conciencia, en una duda que se insinúa poco a poco y que versa, a fin de cuentas, sobre la bondad del Creador. Gn 3 no quiere explicar, por tanto, el origen del mal en el mundo, que sigue siendo un hecho misterioso, sino el origen y la dinámica del pecado humano como un proceso sutil y progresivo de desobediencia a la Palabra de Dios. A buen seguro, en este proceso pueden intervenir también factores externos, causas sobrehumanas, pero el acento del relato bíblico cae sobre la responsabilidad del hombre-mujer. Por eso hablamos de un «pecado original»: porque nos describe el origen de todo pecado.
Evangelio: Marcos 7,31-37 En aquel tiempo, 31 dejó el territorio de Tiro y marchó de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. 32 Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaban que le impusiera la mano. 33 Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: -Effatha (que significa «ábrete»). 35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente. 36 Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: -Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
**• Jesús se encuentra de nuevo en una región pagana, «atravesando el territorio de la Decápolis» (v. 31b), es decir, sobre la ribera oriental del lago de Galilea. La travesía que no había conseguido hacer en barca la hace ahora a pie, en compañía de sus discípulos. Estamos en un territorio pagano: fundamentalmente, entre gente a la que no conoce y que no escucha la Palabra de Dios. Precisamente por eso es un territorio infestado de demonios. Poco antes, en el capítulo 5 de Marcos, en la misma orilla oriental del lago, había encontrado Jesús a un hombre que se llamaba «Legión» por los muchos espíritus inmundos que habitaban en él. Jesús viene por nuestra orilla, por esta en la que habitamos los gentiles. No tiene miedo de los demonios de los que estamos infestados. Estos demonios no son gnomos o duendes que nos bailen alrededor: son seducciones, pensamientos desviados o retorcidos, presencias que nos van creciendo por dentro hasta trastornar la realidad. En pocas palabras, son trastornos graves en nuestra comunicación con Dios, en la escucha de su voz y en la obediencia a su Palabra. No es casualidad que el enfermo que llevan a Jesús sea un sordomudo. Alguien que no escucha, y por eso tampoco puede hablar. Jesús le abre los oídos, restableciendo en él la escucha interrumpida de la voz divina que habla en él como en todos, y que había sido ensordecida por el alboroto de las voces demoníacas. Al abrirle los oídos, le suelta también la lengua: «Effatha» no es una palabra mágica, sino un recuerdo de nuestro bautismo.
MEDITATIO Escolástica es una figura en la que se pone de manifiesto al máximo el primado de la contemplación y del amor. Su hermano Benito la vio entrar en las alturas del cielo en forma de paloma, símbolo de inocencia y de sencillez. En este paso suyo deja en quien la contempla desde la tierra una estela para seguirla: la nostalgia del Cielo, que se alcanza únicamente con las alas del amor. En efecto, sólo quien ama conoce a Dios, porque el verdadero conocimiento es comunión. El amor que brota de Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por nosotros mismos nunca hubiéramos sido capaces de conocerlo, pero el Padre, en su gran amor, envió a su Hijo, que, entregándose hasta el extremo, nos hizo capaces de entregarnos y de amar. Escolástica vivió completamente de cara al cielo, esperando el encuentro definitivo con su Señor. Todos los creyentes están llamados a hacer cada día este itinerario, separándose de las orillas del río del tiempo, para entrar en el día sin fin, en la comunión de los santos. Que su ejemplo nos ayude a creer que el amor lo puede todo, incluso lo que parece imposible.
ORATIO Oh santa Escolástica, resplandeces cual estupenda flor de gracia e inocencia; seguiste fielmente las huellas de tu santo hermano Benito: os unió en vida la comunión espiritual, os unen ahora el sepulcro y la gloria. Cristo estipuló contigo, desde la tierna infancia, una alianza eterna, seguro de que habrías de corresponder al don de tanta predilección. Herida en el corazón, ardes de celo por la vida monástica y brillas por un amor más ardiente. Paloma purísima, con rápido vuelo llegaste a las alturas del cielo, tú que con ánimo, mente y palabras anhelaste las eternas moradas. Obtennos también a nosotros llegar a la alegría de las bodas del Cordero y cantarle gloria. Amén.
CONTEMPLATIO Oh Dios amor, que me has creado, recréame en tu amor. Oh Dios amor, que me adquiriste para ti con la sangre de tu Hijo, santifícame en la verdad. Oh Dios amor, que me has adoptado como hija, haz que crezca según tu corazón. Oh Dios amor, que me has amado gratuitamente, concédeme amarte con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas. Oh Dios, amor infinitamente poderoso, confírmame en tu amor. Oh Amor sumamente sabio, concédeme amarte con sabiduría. Oh Amor infinitamente querido, concédeme vivir sólo para ti. Oh Amor eternamente fiel, consuélame en todas mis tribulaciones. Oh Amor siempre maravillosamente victorioso, concédeme perseverar en ti hasta el final. En la hora de la muerte, acógeme, llámame a ti diciendo: «Hoy estarás conmigo; sal ahora del exilio para entrar en el solemne mañana de la eternidad; allí me encontrarás, verdadero hoy del divino esplendor» (Gertrudis de Helfta, Exertitia V, 363ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras referidas a santa Escolástica: «Obtuvo más de su amado Señor porque amó más» (del responsorio del oficio de lecturas).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El rostro de santa Escolástica ha sido esculpido para siempre por estas últimas palabras del relato de san Gregorio: «Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más». Amor, oración y deseo del Cielo constituyen el encanto espiritual de esta mujer. En el relato de los Diálogos, sorprende la personalidad de Escolástica. Es verdaderamente mujer, con todas las características de la feminidad: dulzura y afectividad, constancia y hasta audacia en el intento de obtener lo que desea. Pero presenta también una vena de simpática hilaridad, cuando del río de lágrimas pasa a la radiante sonrisa por el milagro acaecido. Dios, en efecto, obedece con prontitud a los que le han sometido totalmente su propia voluntad. Escolástica consumó su existencia en absoluta fidelidad a la vocación que le había brotado en el corazón desde la infancia. Ahora, llegada a la plena madurez, demuestra que ha conservado la misma fe sencilla y segura con un ánimo fresco como el manantial de agua de donde surgía. En ella se encarna espléndidamente la tensión escatológica que recorre toda la Regla benedictina. Decir Escolástica es sumergir la mirada en las misteriosas profundidades azules del cielo donde su alma, bajo la candida apariencia de paloma, ha penetrado, atraída por la fuerza del Amor eterno. La vida de Escolástica concluye con el «milagro» signo de la «perfecta caridad» alcanzada. Caridad con Dios, ardientemente deseado, y caridad con los hermanos, tiernamente amados. La oración -escuchada de inmediato por el Señor- aparece como el puro y eficaz lenguaje del Amor. ¿No es acaso éste el mensaje esencial que nos viene, todavía hoy, de la santa hermana del patriarca de los monjes de Occidente? (A. M. Cánopi, Monachesimo benedettino femminile, Seregno 1994, pp. 21-27, passim). |
Sábado 5ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 3,9-24 9 Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo: -¿Dónde estás? El hombre respondió: 10 -Oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo. 11 El Señor Dios replicó: -¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer? 12 Respondió el hombre: -La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí. 13 Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: -¿Qué es lo que has hecho? Y ella respondió: -La serpiente me engañó, y comí. 14 Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: -Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. 15 Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón. 16 A la mujer le dijo: -Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido y él te dominará. 17 Al hombre le dijo: -Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida. 18 Ella te dará espinas y cardos, y comerás la hierba de los campos. 19 Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás. 20 El hombre puso a su mujer el nombre de Eva -es decir, Vitalidad-, porque ella sería madre de todos los vivientes. 21 El Señor Dios hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel y los vistió. 22 Después el Señor Dios pensó: «Ahora que el hombre es como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal, sólo le falta echar mano al árbol de la vida, comer su fruto y vivir para siempre». 23 Así que el Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén, para que trabajase la tierra de la que había sido sacado. 24 Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida.
*• Así pues, Dios había dicho al hombre: «No comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio» (Gn 2,17). Esto, a decir verdad, no es un mandamiento, y mucho menos una amenaza, sino una advertencia. Dios no quiere la muerte del pecador. Lo que hace más bien es ponerle en guardia: has de saber que si haces esto, te pasará esto y esto. Dios revela un nexo de causa-efecto: el pecado produce muerte (cf. Sant 1,15). Sin embargo, la mujer, cuando le refiere a la serpiente las palabras de Dios, introduce en ellas algunas ligeras modificaciones que las trastornan: «Ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, a fin de que no muráis» (3,3). La conjunción final «a fin de que» no denota una simple relación causa-efecto, sino que revela el temor a un castigo. La Palabra de Dios no es ya la puesta en guardia paterna de que algo puede hacernos mal: se convierte en el castigo del amo que infunde temor en el siervo. Y este temor agiganta la puesta en guardia, y hasta tal punto es verdad que la mujer considera ese árbol nada menos que intocable, una especie de tabú. Es bastante significativo que nosotros, intérpretes de hoy, llamemos «interrogatorio» al diálogo entre Dios y el hombre tras el pecado, como si se tratara de un acto judicial o intimatorio. De hecho, nos ponemos también nosotros en el lugar de Adán, que se esconde porque tiene miedo de un castigo. En realidad, se trata de un puro acto de misericordia. Dios busca al hombre («¿Dónde estás?») precisamente para salirle al encuentro, para decirle que no le ha abandonado, a pesar del pecado. Las mismas preguntas que Dios dirige al hombre y a la mujer no son en absoluto intimatorias, sino pedagógicas. Dios se dirige a ellos como si él mismo no supiera nada; por consiguiente, sin hacer valer nada, sin poner en una situación embarazosa, sino ayudando a tomar conciencia de un pecado que nosotros siempre estamos tentados a remover, a esconder, a descargar sobre los otros. A buen seguro, las consecuencias negativas del pecado no pueden dejar de manifestarse, aunque se ven atemperadas por una gran misericordia. Hemos de señalar, en primer lugar, que el hombre no muere como estaba previsto, no cae fulminado allí mismo. Su vida bajo el sol se volverá penosa, trabajosa, mortal, tal como la seguimos experimentando nosotros mismos, pero no se encuentra bajo el signo del castigo ni de la maldición: la serpiente sí es maldecida, pero el hombre y la mujer no.
Evangelio: Marcos 8,1-10 1 Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no tenían nada que comer, llamó Jesús a los discípulos y les dijo: 2 -Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen nada que comer. 3 Si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos. 4 Sus discípulos le replicaron: -¿De dónde vamos a sacar pan para todos estos aquí en despoblado? 5 Jesús les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: -Siete. 6 Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes, dio gracias, los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Ellos los repartieron a la gente. 7 Tenían además unos pocos pececillos. Jesús los bendijo y mandó que los repartieran también. 8 Comieron hasta saciarse, y llenaron siete cestos con los trozos sobrantes. 9 Eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, 10 subió en seguida a la barca con sus discípulos y se marchó hacia la región de Dalmanuta.
*• La segunda multiplicación de los panes realizada por Jesús en favor de la muchedumbre hambrienta está ambientada en la misma localidad del episodio precedente: en la Decápolis, territorio pagano. Ésta es la segunda multiplicación, porque ya hubo una antes (Me 6,30-44), que se desarrolló, sin duda, al otro lado del lago; por tanto, en tierra de Israel. Ambos relatos son muy semejantes entre sí, si prescindimos de cierta diferencia de cifras respecto a los panes multiplicados, a los cestos con los trozos sobrantes y a las personas que comieron, sobre lo que ahora no vale la pena detenernos, aunque puedan constituir detalles significativos. Lo que importa, por encima de todo, es que Jesús se preocupa -de manera sucesiva- tanto de su pueblo como de los extranjeros, prepara un banquete mesiánico tanto para Israel como para los gentiles. En este sentido, la diferencia más significativa entre los dos relatos es que en el primero son los mismos discípulos los que toman la iniciativa, los que se preocupan del hambre de la gente que les sigue, aunque después no sepan cómo saciarla y piensen simplemente en despedir a la muchedumbre para que se vaya a sus casas. En el presente relato, en cambio, que precisamente está relacionado con los no judíos, todo tiene su nacimiento en la compasión de Jesús. Mientras se trate de próximos, de gente cercana, son los discípulos, somos nosotros mismos quienes nos preocupamos de ellos, de sentir compasión. Pero cuando se trata de gente lejana, de pecadores, se requiere una compasión más grande, y sólo Jesús es capaz de revelar la misericordia del Padre.
MEDITATIO En el relato genesíaco del pecado de Adán y Eva el asunto que está en juego, sobre todo, es el hecho de comer. «¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?», es la pregunta que dirige Dios al primer hombre. El árbol, en efecto, había parecido a la mujer «bueno para comer» (3,6). Comer, como alguien ha dicho, es un sinónimo de vivir. ¿Qué comemos? ¿De qué vivimos? ¿De nuestro conocimiento o de la misericordia de Dios? ¿De lo que nosotros mismos nos procuramos con nuestro esfuerzo, con el robo, o de lo que el Señor nos da gratuitamente? El hombre y la mujer pueden comer de todos los árboles en el huerto del Edén: todo les ha sido dado. Sólo un árbol les está prohibido (lo que no representa nada con respecto al todo), pero la dinámica del pecado hace aparecer la única cosa secundaria y desdeñable como si fuera la principal, como si, a falta de ella, lo demás no fuera nada. Se olvida la misericordia de Dios en nombre de algo que queremos conquistar nosotros, que queremos procurarnos sólo nosotros, poco importa de qué se trate (el árbol prohibido tiene un nombre distinto para cada uno). El problema que aparece en la sección evangélica de los panes es también el de comer, pero la perspectiva está invertida. No se trata de procurarse el pan, no se puede saciar el hambre en un desierto. Sólo es posible acoger un don, producto de la misericordia y la compasión, que se multiplica en partes iguales para todos. La situación del desierto, el estar desprovistos de todo, se convierte en la ocasión para volver a lo esencial, para comprender de qué vivimos verdaderamente. Tampoco Adán y Eva, expulsados del huerto, padecen una medida punitiva; simplemente, vuelven a darse cuenta de qué viven: de la misericordia. A fin de cuentas, es Dios, y sólo él, quien «sacia el hambre de todo ser vivo» {cf Sal 145,16). Es maravilloso experimentar que es sólo Dios quien calma nuestra hambre, de una manera sorprendente. También lo es experimentar que ni siquiera teníamos el coraje de admitirlo y que eso lancinaba nuestro corazón. Por otra parte, el alimento que él nos da es sobreabundante; es puro don, es fruto de un gesto gratuito que expresa la gratuidad de su amor por nosotros. Nosotros sólo tenemos que aceptar y comer su alimento.
ORATIO Que tu misericordia, Padre, nos acompañe siempre y en todas partes, en el huerto y en el desierto, porque sólo de ella tenemos necesidad. Haz que nunca sintamos la tentación de pensar que algo es más importante que tu misericordia: ni nuestra necesidad de conocer, ni nuestro deseo de triunfar, ni nuestras ganas de sobresalir. En el huerto, cuando es posible todo sueño, nos resulta fácil dejarnos seducir. Llévanos al desierto, tierra sin refugio, para comprender de qué vive el hombre. Padre nuestro, precisamente en el pecado aprendemos tu compasión.
CONTEMPLATIO Muévase nuestra razón a la búsqueda de Dios y la potencia concupiscible al deseo de él, y luche la potencia irascible para custodiarle. De este modo, si conforme a nuestros deseos vivimos esa ciudadanía, recibiremos, como pan supersustancial y vital para alimento de nuestras almas y para el mantenimiento del buen estado de los bienes que nos han sido otorgados, al Verbo mismo, que ha dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo y que da la vida al mundo» {cf. Jn 6,51-53). Él se convierte así para nosotros en todo, en la medida en que, mediante la virtud y la sabiduría, nos nutrimos de él. Y, a través de cada uno de los que se salvan, él tomara cuerpo de modo diverso -él sabe cómo- mientras todavía vivimos en este siglo [...]. Y el alimento que es este pan de vida y de conocimiento vencerá la muerte del pecado: este pan del que el primer hombre no pudo ser partícipe a causa de la transgresión del mandamiento divino. En efecto, si se hubiera llenado de este alimento divino, no habría sido presa de la muerte, consecuencia del pecado (Máximo el Confesor, «Sul Padre nostro», en La Filocalia, Turín 1983, pp. 305ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (cf. Dt 8,3; Mt 4,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La comprensión de nuestro cuerpo como enfermo, pobre, débil, necesitado de ser inhabitado por el poder recreador del Espíritu, nos pone en la condición de la muchedumbre que seguía a Jesús por el desierto en torno a Betsaida. Y en el desierto de este mundo [...] prepara Jesús un banquete, adereza una mesa, nos sacia en ella. Aquel que en la última cena se entregará como alimento por las multitudes, acoge y reúne en el episodio de la multiplicación de los panes a una muchedumbre que no sabe adonde ir, y la transforma en la comunidad de los pobres saciados del verdadero pan de vida. La eucaristía es el pan del desierto, es el viático de los peregrinos, es la ofrenda, la entrega de un cuerpo [...]. El camino por el desierto es un viaje largo, impracticable, extenuativo a veces: a las fatigas del recorrido se añaden las heridas dejadas por quienes se han perdido en este camino. Pero también es verdad que el Señor no nos deja sin la eucaristía, el único pan que nos permite caminar hasta la visión del Señor, hasta el cara a cara con Dios. Debemos estar seguros de que si también nosotros llegamos a tocar el abismo de la desesperación como Elias, también veremos a un ángel que nos traerá el pan del desierto y nos dirá: «Come, y sigue caminando» [cf. 1 Re 19,1-8) (E. Bianchi, // mantello di E\ia, Magnano 1985/ p. 119 [edición catalana: El mantell d'Elies, Publicacions dé l'Abadia de Montserrat, Barcelona 1987]). |
6° domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Levítico 13,1-2.45ss 1 El Señor dijo a Moisés y Aarón: 2 -Cuando alguno tenga en la piel un tumor, una pústula o mancha reluciente y se le forme en la piel una llaga como de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos sacerdotes. 45 El leproso llevará las vestiduras rasgadas, la cabeza desgreñada y el bigote tapado, e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». 46 Mientras le dura la lepra, será impuro. Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento.
*» El ritual de la lepra está contenido en dos capítulos del libro del Levítico (capítulos 13 y 14), y el término hebreo que designa esta enfermedad, que en su raíz significa «estar golpeado por Dios», implica un juicio sobre la misma. Para los judíos, el que era golpeado por este mal contagioso tenía que ser apartado, porque la lepra era sinónimo de separación, de impureza religiosa y de castigo de Dios; era una situación sin esperanza humana, llaga reservada a los pecadores, como lo fue con los egipcios (Ex 9). El leproso, marcado con esa señal, era considerado impuro, segregado de la comunidad y «excomulgado», a fin de preservar la santidad del pueblo de Dios. Además, el hecho de que, en caso de sanación, el que se curaba de la lepra tuviera que hacer un sacrificio de expiación (14,33ss) para ser readmitido en la sociedad pone de manifiesto el estrecho vínculo que había entre la lepra y el pecado (cf. Nm 12,10-15; Dt 28,27.35; 2 Cr 26,19-23). En el relato de María, víctima de este mal por haber hablado contra Moisés, aparece un ejemplo elocuente de lo que decimos: «El Señor se irritó contra ellos y se fue. Apenas había desaparecido la nube de encima de la tienda, María apareció cubierta de lepra, blanca como la nieve» (Nm 12,9ss). Por esa razón, los evangelios, cuando narran las curaciones de lepra, las presentan como símbolo de la liberación del mal y del pecado, como signo y prueba del poder de Dios, que ha venido a los hombres no para los sanos, sino para los enfermos. En tiempos de Jesús, los leprosos sufrían doblemente: en el cuerpo y en el espíritu por la ausencia de Dios. Sobre este fondo debemos leer el pasaje evangélico de hoy, sin olvidar que Jesús muere en la cruz como un leproso, desfigurado y rechazado por el pueblo, para que en el mundo deje de haber leprosos.
Segunda lectura: 1 Corintios 10,31-32,33-34 Hermanos: 31 En cualquier caso, ya comáis, bebáis o hagáis otra cosa cualquiera, hacedlo todo para gloria de Dios. 32 Y no seáis ocasión de pecado ni para judíos ni para paganos, ni para la Iglesia de Dios. 33 Ya veis cómo procuro yo complacer a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de los demás, para que se salven. 34 Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
**• Este breve pasaje paulino recuerda tres normas que deben iluminar la vida del cristiano: hacerlo todo para gloria de Dios; no ser ocasión de pecado o de escándalo para nadie, ni dentro ni fuera de la comunidad; imitar en nuestra propia conducta de vida el obrar y las enseñanzas de Jesús. El pasaje se sitúa en el contexto en el que Pablo enseña a la comunidad cómo vivir con sencillez cada día sin moralismos y sin dar escándalo. El caso del que habla aquí tiene que ver con el hecho de comer la carne inmolada a los ídolos: ¿es lícito o no es lícito alimentarse con ella? Hay quienes están persuadidos de que los ídolos no existen y, en consecuencia, para ellos la carne inmolada es igual a cualquier otra carne: por tanto, es lícito comerla. El hecho tenía una gran repercusión en la comunidad, porque la carne de los animales inmolados en los templos se vendía muy barata. Pero había también en la comunidad quienes no pensaban así, por ser esclavos aún de sus supersticiones, y se escandalizaban de ello. El pensamiento de Pablo en este asunto está claro: no hay diferencia entre alimento y alimento; con todo, si un alimento o cualquier otra cosa escandaliza a los hermanos, he de evitar comer carne (cf. 8,13). Entre nuestra propia libertad y la edificación común, debe tener prioridad esta última: «"¡Todo es lícito!", dicen algunos. Sí, pero no todo es conveniente. Y aunque "todo sea lícito", no todo aprovecha a los demás» (10,23ss). La enseñanza de Pablo enlaza, sin duda, con el estilo de vida del Señor Jesús, que entregó toda su propia vida no para buscarse a sí mismo, sino para atender y entregarse él mismo a los otros.
Evangelio: Marcos 1,40-45 En aquel tiempo, 40 se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme. 41 Jesús, compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio. 42 Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Entonces lo despidió, advirtiéndole severamente: 44 -No se lo digas a nadie; vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste a ellos. 45 Él, sin embargo, tan pronto como se fue, se puso a divulgar a voces lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él de todas partes.
**• El evangelista narra el relato de la curación del leproso por Jesús siguiendo un esquema sencillo: presentación del caso (v. 40); gesto de Jesús, que obra la curación (v. 41); constatación de que el milagro implorado por el enfermo se ha llevado a cabo (v. 42). La catequesis del texto resulta bastante sencilla: la curación del mal va ligada siempre a la fe de la persona del enfermo. Éste debe tomar conciencia primero de su propia situación de impotencia y, en consecuencia, debe confiarse al poder del Señor. Todo es siempre don de Dios; la propia salvación, aunque requiere la colaboración humana, es obra de Dios, que actúa en virtud de la fe del hombre. El hecho de que se trate, además, de la curación de un leproso reviste un significado particular: la curación de la lepra era uno de los grandes signos esperados para los tiempos mesiánicos (cf. Mt 11,5). Había llegado el tiempo de la venida del Mesías, en el que el hombre debía ser restituido por completo en su dignidad humana, en su integridad de cuerpo y de espíritu. Ahora bien, Jesús, con el generoso gesto con el que toca y cura al enfermo, quiere enseñar asimismo que el leproso no es un maldito o alguien castigado por Dios, sino una criatura amada por su Señor. Y es que la verdadera lepra o impureza no es la física, sino la del corazón. Jesús no hace acepción de personas. Llama a todos indistintamente a su amor misericordioso, porque todos los hombres son hijos de Dios y dignos de salvación y de amor.
MEDITATIO Cristo se nos presenta en la curación del leproso como alguien que «rompe» y abate con autoridad todas las barreras que suponen un obstáculo para una encarnación de amor más completa y total. El término griego que emplea el evangelista invita a la meditación. Expresa una ternura, una compasión, una sensibilidad «materna » y «de mujeres»: la que siente la madre por su hijo. Las vibraciones del corazón de Cristo respecto a los dolores y las tribulaciones que afligen al hombre son «sentidas» hasta tal punto que se parecen más a las de la Mujer, que se hace víctima-esclava, sierva del Hijo que sufre. Ninguna madre ha sufrido y se ha dejado implicar por el sufrimiento humano más profundamente que Jesús. Nos viene a la mente el célebre capítulo 53 de Isaías, donde describe el profeta -en una de sus páginas más sugestivas- al «abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento», que verdaderamente «llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos» y nuestras angustias. De este modo, el dolor, «tocado» por Cristo, se vuelve -por así decirlo- un hecho «sacramental» y un acontecimiento de gracia: útil y santificador no sólo para quien sufre, sino también para todo el cuerpo de la comunidad eclesial. Se convierte en acontecimiento de salvación y de resurrección «personal-colectivo»: el «toque» de Cristo lo ha cargado de energía divina.
ORATIO Cristo, tú has santificado el dolor humano con tu vida y con tu Palabra. Tú, cansado por el caminar y abatido por la fatiga, te sentaste para reposar en el borde del pozo de Sicar. Tú has dicho: «Si el grano de trigo, confiado a la tierra, no muere, se queda solo...». Has dicho: «Lloraréis y sentiréis tribulaciones; el mundo, en cambio, se divertirá». Has dicho también: «Si alguien quiere venir detrás de mí, que deje de pensar sólo en sí mismo, coja a diario su cruz en santa paz y me siga». Por medio de tus apóstoles nos has repetido: para ser menos indignos de entrar en el Reino de la vida, es menester pasar por muchas tribulaciones. Jesús, tus seguidores han confirmado este camino como el «camino real» para entrar en la eternidad, donde volveremos a encontrar las tribulaciones de la vida presente transformadas en gloria, y nos has asegurado: «Tened ánimo, nadie os podrá arrebatar esta gloria eterna». Lo creemos, Jesús. Pero ayúdanos a seguir adelante en las muchas tribulaciones y cansancios cotidianos. Ayúdanos, por lo menos, a ser capaces de soportar la pesadez, el «martirio blanco» de la vida cotidiana. Ayúdanos a ser capaces de soportar la vida, con sus derrotas y decepciones, con sus angustias y problemas. Creemos, Señor, pero aumenta la fe en nosotros, para que, creyendo cada vez más, esperemos también cada vez más y, esperando cada vez más, amemos también más. ¡Que así sea!
CONTEMPLATIO ¿Por qué, pues, temes tomar la cruz por la cual se va al Reino? En la cruz está la salud; en la cruz, la vida. En la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz. Toma, pues, tu cruz y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna. Él fue delante «llevando su cruz» (Jn 19,7) y murió en la cruz por ti, para que tú también lleves tu cruz y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con Él, vivirás con Él. Y si le fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria. Mira que todo consiste en la cruz y todo está en morir en ella. Y no hay otro camino para la vida, y para la verdadera entrañable paz, sino el de la santa cruz y continua mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la cruz. Pues o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás la tribulación en el espíritu. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá el prójimo y, lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo y no serás aliviado ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo, mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere. Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del todo a Él y te hagas más humilde con la tribulación. Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes. Así que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que fueres, porque dondequiera que vayas llevas a ti contigo y siempre te hallarás a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, a donde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea (La imitación de Cristo, II, 12).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1,40b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Me complace proponer a la contemplación del creyente una oración compuesta por Valeria, una niña de nueve años, el día de su primera comunión (corría el año 1989). La cruz de Cristo la tocó pronto con su sombra benéfica: se vio privada en seguida del afecto de su madre, Gisella, que debía asistir a una hermanita nacida con síndrome de Down y padeció 31 operaciones. Valeria reza así: «Jesús, te doy gracias porque hoy te recibo con alegría en mi corazón; te doy gracias porque, cada día y cada minuto, me ayudas a vencer la tristeza y me la cambias en alegría; te doy gracias porque, en cada momento de melancolía, me ayudas a ser feliz y a sonreír y, en las dificultades, me haces comprender todo lo que debo hacer. También a mí, que sólo soy una niña, me das la fuerza necesaria para llevar mi cruz con serenidad. Te doy gracias porque he comprendido que, sin una cruz, nadie puede ser feliz y porque, viviendo en medio del sufrimiento, se aprende que en cada experiencia bella o fea de nuestra vida hay siempre muchos motivos para ser felices. Yo soy feliz, aunque también llevo mi cruz, y te agradezco, Señor, de todo corazón esta cruz que me has dado. Amén».
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Lunes 6º semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 4,1-15.25 1 El hombre se unió a su mujer, Eva; ella concibió y dio a luz a Caín, y dijo: -¡He tenido un hombre gracias al Señor! 2 Después tuvo a Abel, hermano de Caín. Abel se hizo pastor, y Caín agricultor. 3 Pasado algún tiempo, Caín presentó al Señor una ofrenda de los frutos de la tierra. 4 Abel le ofreció también los primogénitos de su rebaño y hasta su grasa. El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, 5 más que en Caín y la suya. Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo. 6 El Señor le dijo: -¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? 7 Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo. 8 Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo y, cuando estaban allí, se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. 9 El Señor preguntó a Caín: -¿Dónde está tu hermano? Él respondió: -No lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano? 10 Entonces el Señor replicó: -¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra. 11 Por eso te maldice esa tierra, que ha abierto sus fauces para beber la sangre de tu hermano que acabas de derramar. 12 Cuando cultives el campo, no te dará ya sus frutos. Y serás un forajido que huye por la tierra. 13 Caín contestó al Señor: -Mi culpa es demasiado grande para soportarla. 14 Tú me echas de este suelo, y tengo que ocultarme de tu vista; seré un forajido que huye por la tierra y el que me encuentre me matará. 15 El Señor le dijo: -El que mate a Caín será castigado siete veces. Y el Señor puso una marca a Caín, para que no lo matara quien lo encontrase. 25 Adán volvió a unirse a su mujer, y ésta dio a luz un hijo a quien puso por nombre Set, pues se dijo: -Dios me ha dado otro vástago en lugar de Abel, a quien mató Caín.
**• «El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, más que en Caín y la suya» (w. 4b-5). El texto no dice ni una palabra de los motivos de este fijarse o, mejor aún, de esta preferencia por la ofrenda de Abel con respecto a la de Caín. Es cierto que podemos hacer suposiciones: Caín era el hermano mayor, Abel el menor, y la Escritura manifiesta casi siempre una preferencia por el hijo menor, más débil, menos aventajado (véase Isaac, Jacob, José, Benjamín). Otra: Caín, el agricultor, «presentó al Señor una ofrenda de los frutos de la tierra» (v. 3), mientras que Abel, el pastor, «ofreció también los primogénitos de su rebaño» (v. 4). Choque de culturas, conflicto entre pastores y agricultores: también esto es posible, aunque no se dice de un modo muy claro. Lo que sí está claro, en cambio, es que Dios puede tener preferencias, es libre de escoger a uno en vez de a otro. El amor tiene preferencias que probablemente sea difícil motivar. El choque entre Caín y Abel, que conduce al primer homicidio de la historia, pretende explicar el odio fratricida precisamente como efecto de los celos, de la envidia por la predilección divina. ¿Por qué él sí y yo no? ¿Por qué él más que yo? También José será odiado y vendido por sus hermanos a causa de sus celos. Hasta Pilato se dará cuenta de que los jefes de los judíos le habían entregado a Jesús «por envidia» (Me 15,10). En consecuencia, no nos es posible, excepto de un modo muy aproximativo, remontarnos a los motivos de la predilección divina. La elección de Dios es gratuita e incontrolable. A pesar de todo, es posible diagnosticar cuál es la causa, el resorte que hace estallar la aversión entre los hermanos, y esa causa es precisamente los celos por los dones del otro que no encontramos en nosotros y que consideramos una injusticia. La historia del primer fratricidio tiene, por consiguiente, un valor paradigmático. Cada vez que sintamos crecer en nosotros la aversión hacia alguien deberemos repetirnos la pregunta del Señor a Caín: «¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza» (w. 6ss). Los dones del otro no están en contra de nosotros, sino que son para nosotros. Todo depende de la rectitud de nuestro corazón.
Evangelio: Marcos 8,11-13 En aquel tiempo, 11 se presentaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con la intención de tenderle una trampa. 12 Jesús, dando un profundo suspiro, dijo: -¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna. 13 Y dejándolos, embarcó de nuevo y se dirigió a la otra orilla.
*» También los fariseos que discuten con Jesús están, en realidad, celosos de él. Le piden «una señal del cielo» (v. 11), una atestación divina, para demostrar que tampoco él es capaz de proporcionarla. Una señal del cielo: algo inequívoco, que atestigüe sin medias tintas la realidad de la elección de Jesús, de la predilección divina por él. ¿Eres o no el elegido de Dios? Danos la prueba irrefutable de ello con una señal procedente «del cielo», es decir, de Dios mismo. Jesús no entra en este juego, no se deja coger en la trampa. Se niega a pedir al Padre una señal que ya le ha dado una vez, en el bautismo, y le volverá a dar aún en la transfiguración: «Tú eres mi Hijo amado». Jesús da un profundo suspiro, que es casi un gemido de su espíritu. Este suspiro, este gemido, expresa todo el sufrimiento de Dios por la incomprensión a la que son sometidos sus caminos, infinitamente misericordiosos, en este mundo. «¿Por qué pide esta generación una señal?» (v. 12). Es una pregunta semejante a la dirigida a Caín: ¿por qué estás envidioso? Y no les dará la señal. Mejor aún: tienen la señal ante sus ojos. Jesús mismo es la señal del cielo, una señal dada a todas las generaciones humanas. Jesús mismo, a través de su gemido, a través del rechazo que ha debido padecer, a través de la muerte que tuvo que sufrir: aquí está la señal de la predilección divina por él, como ya ocurrió con Abel.
MEDITATIO Abel significa en hebreo «soplo», «vapor», «vanidad». Es un nombre que expresa la precariedad, la fragilidad de la existencia humana, asumida también por Jesús: una existencia sometida a la muerte. Abel, en efecto, fue la primera víctima inocente de la historia: su sangre, que grita desde el suelo donde fue derramada, es la voz de la «sangre inocente», que clama venganza en presencia de Dios. ¿Cómo se puede expiar una sangre inocente, una vida humana violentamente cortada? Según la ley, hay una sola manera: con la sangre del homicida. «No profanaréis la tierra que habitáis, porque la sangre profana la tierra, y la tierra no puede ser purificada de la sangre vertida en ella más que con la sangre del que la ha derramado» (Nm 35,33). También la de Jesús es una «sangre inocente» como la de Abel, víctima del odio de sus hermanos. Hasta Judas lo reconoció cuando, apretado por el remordimiento, confesó: «He entregado sangre inocente» (Mt 27,4). Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre Abel y Jesús, una diferencia bien puesta de relieve por la carta a los Hebreos. La voz de la sangre de Abel grita a Dios desde la tierra: clama venganza, hasta tal punto que Caín será expulsado de la tierra que bebió la sangre de su hermano. Abel, a buen seguro, no será vengado (¿por quién, además?); nadie matará a Caín; al contrario, recibirá una señal de protección, pero estará obligado a vivir fugitivo y errante durante toda su existencia. Ahora bien, la carta a los Hebreos dice precisamente esto: la sangre de Jesús es «más elocuente que la de Abel» (Heb 12,24). ¿En qué sentido? La misma carta había sostenido, poco antes, que la sangre de Abel continúa gritando, pidiendo justicia: «Él, aunque muerto, sigue hablando aún» (Heb 11,4). Pero el hecho es que la sangre de Jesús no pide sólo justicia, no se limita a clamar venganza. La sangre de Jesús da a todos la salvación y el perdón: por eso es «más elocuente que la de Abel».
ORATIO No permitas que derramemos sangre, Dios de nuestra salvación. No permitas que caigamos en la trampa de la envidia y de los celos, del odio ciego y sin motivo que contradice tu gratuidad. Haznos respetar tus predilecciones, que son libres, pero misericordiosas. Y enséñanos a clamar justicia, pero de un modo aún más elocuente el perdón que nos viene de Jesús, el autor de nuestra salvación.
CONTEMPLATIO El envidioso hace un mal uso de los bienes en cuanto que, una vez excluido de todos los valores que -desdichado- detesta, a su alma no le quedará más que atormentarse. ¿Y quién podrá socorrerle, desde el momento que la envidia le hace verdugo de sí mismo? ¿O dónde buscará su propia salvación, él, que -sirviéndose con desatino de los bienes- contrae la ruina de la fuente de la salvación? Sin embargo, también los envidiosos, inspirados por Dios como otros pecadores, podrían resurgir a la esperanza de volver a obtener la salvación y disgustarse de cómo son para complacer a Dios. Podrían abstenerse de imitar a Caín, el cual, tras haber matado a su hermano, cegado por la envidia loca que le dominaba, condenó también su alma, desconcertada por el fratricidio, a la pena de la muerte eterna, cuando le dice al Señor, desesperado de obtener el perdón: «Mi iniquidad es demasiado grande para merecer el perdón» (Gn4,13). Éstos, pues, detestando el ejemplo de aquéllos, podrían alejarse de sí [mismos] y volver a su Dios, sin llegar a tocar el fondo del mal con la desesperación de obtener la salvación. Pues bien, en tal caso, ¿quién podría dudar; más aún, quién no creería firmemente que sus culpas precedentes pueden ser perdonadas? (G. Pomero, La vita contemplativa, Roma 1987, pp. 228ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Líbrame de la sangre, Dios, salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia» (Sal 50,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL A vosotros, jóvenes de 115 países que, en número de tres millones, habéis respondido a mi llamada, a vosotros os dedico estos recuerdos, estos testimonios y estas consignas. Sed vosotros los que digáis no al suicidio de la humanidad [...] Será preciso exigir ahora todos los días, sin tregua, la paz. Decid no, todos los días, a la guerra, al hambre, a la muerte. Aceptad esta herencia que es un deber. Con ella seréis, a buen seguro, más ricos que con todos los tesoros del mundo. Tres son las fuerzas que, hoy, escucha y respeta el mundo: el número, la fuerza y el dinero. Poner el número no al servicio de la fuerza ciega o del dinero corrompido, sino al servicio de un amor radiante: ésa es vuestra tarea humana. La única verdad es amarse. Por eso, no hay que contentarse con hacer el muerto, con aceptar, con aprovechar o con padecer. Hay que construir, defender, iluminar, elevar. Nadie tiene derecho a ser feliz él solo. Así, no contentos con vivir de una manera pasiva, habréis merecido vivir. Durante los mejores veinte años de mi vida, ante el aterrador absurdo de los armamentos, contra la desconfianza obtusa y el odio delirante, he luchado para protegeros. A vosotros os corresponde ahora defenderos (R. Follereau, La sola verítá é amarsi Bolonia 51992, pp. 276ss [edición española: La única verdad es amarse, Editorial Mundo Negro, Madrid 1967]). |
Martes 6ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Génesis 6,5-8; 7,1-5.10 6.5 Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, 6 se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra. Y, profundamente afligido, 7 dijo: -Borraré de la superficie de la tierra a los hombres que he creado: a los hombres, a los animales, reptiles y aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos creado. 8 Pero Noé alcanzó el favor del Señor. 7,1 El Señor dijo a Noé: -Entra en el arca tú con toda tu familia, pues tú eres el único justo que he encontrado en esta generación. 2 De todos los animales puros toma siete parejas, macho y hembra; 3 también de las aves del cielo toma siete parejas, macho y hembra, para que se conserven sobre la tierra. 4 Porque dentro de siete días haré que llueva sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches y borraré de ella a todos los seres que he creado. 5 Noé hizo todo lo que Dios le había ordenado. 10 Y al cabo de siete días cayeron sobre la tierra las aguas del diluvio.
**• Tras el pecado de Adán y Eva, tras el de Caín, tras el de los «hijos de Dios» (que probablemente no son ángeles, sino también seres humanos), llega Dios a la inevitable conclusión de que la maldad de los hombres es un hecho irremediable. Dios se da cuenta de que el pecado humano es tal que compromete la bondad de la creación llevada a cabo por él: y el Señor «se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra» y se sintió profundamente afligido (6,6). ¡Vaya un Dios sorprendente, que se arrepiente de lo que apenas acaba de hacer! Sin embargo, Dios no se arrepiente justamente de la creación en sí, que sigue siendo buena; le disgusta el pecado de los hombres, que la contamina, que la corrompe. En realidad, correspondería a los hombres «arrepentirse» de sus pecados: Dios hace lo que los hombres no son capaces de hacer. Y su arrepentimiento (si así podemos llamarlo) inventa el único remedio posible, dada la gravedad de la situación. El remedio es radical: destruir para reconstruir, des-crear para re-crear, recomenzar todo desde el principio. El mito del diluvio, de una inundación total de la tierra por las aguas, es tan viejo como el mundo. Tenemos paralelos literarios en la antigua Mesopotamia y versiones orales en casi todas las culturas primitivas. El autor bíblico lo reelabora como el único remedio posible a la maldad del corazón humano. Ahora bien, nada sería más erróneo que tomarlo, al pie de la letra, como un castigo que golpea de una manera indiscriminada a justos e injustos, a inocentes y a culpables. La intención divina es más bien recrear el mundo, renovar la faz de la tierra. Alguien sobrevive, por gracia, al flagelo, y éste representa a toda la humanidad salvada de las aguas, el fundador de una nueva familia humana. Tanto es así que, en la tradición cristiana, Noé se convertirá en una figura de Jesús; las aguas del diluvio pasarán a ser emblema del bautismo que ahora nos salva, y el arca de la supervivencia de hombres y animales llegará a ser una imagen de la «barca» eclesial (sin llegar a decir, no obstante, que fuera de la Iglesia no hay salvación).
Evangelio: Marcos 8,14-21 En aquel tiempo, 14 los discípulos se habían olvidado de llevar pan y sólo tenían un pan en la barca. 15 Jesús entonces se puso a advertirles, diciendo: -Abrid los ojos y tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la levadura de Herodes. 16 Ellos comentaban entre sí que pensaban que les había dicho aquello porque no tenían pan. 17 Jesús se dio cuenta y les dijo: -¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Es que tenéis embotada vuestra mente? 18 Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís. ¿Es que ya no os acordáis? 19 ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis cuando repartí los cinco panes entre los cinco mil? Le contestaron: -Doce. 20 Jesús insistió: -¿Y cuántos cestos llenos de trozos recogisteis cuando repartí los siete entre los cuatro mil? Le respondieron: -Siete. 21 Jesús añadió: -¿Y aún no entendéis?
**• Inmediatamente antes habíamos leído la respuesta, casi cortante, que da Jesús a los fariseos que le pedían una señal del cielo: «¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna» (8,12b). En realidad, Jesús acaba de dar una señal: es la señal del pan partido y multiplicado en ambas orillas del lago, para Israel y para los gentiles. No se dará ninguna otra señal a esta generación, ni a todas las generaciones, a no ser la pequeñísima señal del pan partido por todos, de la eucaristía. ¿Qué comentan ahora los discípulos en la barca? Dicen que no tienen pan, que se han olvidado de comprar. ¡Increíble! Han sido no sólo espectadores, sino protagonistas de las dos multiplicaciones y, pese a todo, aún tienen miedo de quedarse sin pan. Ahora bien, ¿de qué pan se está hablando en realidad? Del pan fermentado de las personas religiosas (los fariseos) y de los ambientes políticos (los herodianos). ¿Cómo se obtiene este pan? Sobre la base de ciertas opciones ideológicas, de ciertos cálculos económicos. En la barca no hay más que un solo pan. Es el único pan necesario y suficiente. Es el pan ázimo de la eucaristía. Es Jesús este pan, es su cuerpo entregado, su sangre derramada, su corazón partido. Éste es el pan multiplicado en las dos orillas del lago, pero los discípulos no comprenden aún.
MEDITATIO «Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió...». El texto de Gn 6,5 dice esto: «Todos los pensamientos que formaba en su corazón durante todo el día eran sólo mal». El corazón es el lugar en el que se forman los pensamientos, en el que se conciben las acciones: pues bien, este corazón no hace otra cosa más que concebir el mal, meditar delitos, idear malos pensamientos. Ya lo había dicho claramente Jesús en la disputa sobre lo puro y lo impuro, reprendiendo a los mismos discípulos por su escasa comprensión: ¿De modo que tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis que nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo, puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar al estercolero? [...] Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (Me 7,18-23). Son los mismos malos pensamientos que encontró Dios en el corazón del hombre, y a causa de los cuales vino el diluvio sobre la tierra. Pero es también la situación en la que nos encontramos hoy. Todavía hoy sigue endurecido nuestro corazón como el de los discípulos, a pesar de la amistad de Dios, a pesar de la señal del pan multiplicado. Tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no oímos. Buscamos constantemente otro pan, un pan que no sacia, y, al hacer esto, nuestro corazón no cesa de formar pensamientos inútiles, de concebir designios impuros. Sólo podremos poner límite a esta proliferación de pensamientos si comprendemos que el único pan que hay en la barca es el que nos basta. El pan único es el corazón del Hijo que ha entregado su vida por nosotros.
ORATIO Señor, tú has visto nuestro corazón: en él no hay más que mal todo el día. Has sumergido en el bautismo todo el mal que llevamos dentro, pero nuestro corazón vuelve a empezar desde el principio, a elaborar designios malvados. En el arca de antaño, en la barca de hoy, no tenemos otro dique contra el diluvio de los pensamientos que el corazón de Jesús, único pan necesario.
CONTEMPLATIO Dios, por ser creador de lo que existe y no de lo que no existe, es extraño a la causa responsable del mal: Dios ha creado la vista, no la ceguera; ha suscitado la virtud, no la privación de la misma; ha otorgado como premio a la buena voluntad el don de sus bienes a quien regula virtuosamente su propia vida, sin someter a su propia voluntad la naturaleza humana con violenta necesidad, arrastrándola de manera forzada al bien como un objeto inanimado. Si ante la luz, que se difunde pura desde el ciclo sereno, cerramos los ojos bajando los párpados, el que no ve no puede considerar al sol culpable (Gregorio de Nisa, La grande catechesi, Roma 21990, p. 67 [edición española: La gran catcquesis, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1993]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Él da alimento a todos los vivientes, porque es eterna su misericordia» (Sal 135,25).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «El buen Dios, que nos ama tanto, ya tiene bastante pena con estar obligado a dejarnos cumplir nuestro tiempo de prueba en la tierra, sin que vengamos constantemente a decirle que estamos mal en ella; no tenemos que adoptar el aspecto de que nos damos cuenta de ello» (CSG, 58). Este pasaje de santa Teresa, cuando lo comparamos con la idea generalmente difundida, tiene un carácter singular. Se ha empleado tanto el vocabulario del sufrimiento en la teología occidental que parece que Dios, sin complacerse propiamente en el sufrimiento del hombre, lo desea en sí mismo. Recordemos, por ejemplo, a Pascal diciendo que la enfermedad es el estado natural del cristiano, que debe asombrarse de estar sano: ¡qué horrible proposición! Ahora bien, el pasaje de santa Teresa que acabamos de citar implica una sensibilidad nueva en relación con el sufrimiento. No se trata de que santa Teresa quiera una vida sembrada de facilidades: es sabido que siempre tomó en la religión su dimensión de austeridad y de esfuerzo, que siempre tuvo una devoción particular al rostro crucificado del Señor, hasta el punto de llevar su nombre. En efecto, se llama Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se puede decir que su corta vida fue una sucesión de pruebas, la más doloroso de las cuales fue la parálisis de su padre, antes de que llegara su consunción. Pero no atribuye a este sufrimiento un valor de salvación en cuanto es sufrimiento, como a menudo hacen los cristianos, y, sobre todo, como los adversarios del cristianismo les reprochan. El sufrimiento, para Teresa, es un medio en vistas a un fin. Eso supone unirse a la idea profunda de la epístola a los Filipenses y de la epístola a los Hebreos: el sufrimiento de Cristo es una consecuencia de su obediencia al Padre. No le fue impuesto a causa de ningún valor del sufrimiento en sí mismo. Ahora bien, tras la caída, el sufrimiento (por el que podemos brindar a Dios una adhesión desinteresada y redimir el mal uso de la libertad), el sufrimiento, decía, es un medio corto de acercarnos a nuestro fin. Dios, que lo ve y lo quiere, lo ve y lo quiere a la manera de un remedio o de una operación de cirugía. Y este medio violento es tan pasajero, y sobre todo es tan ínfimo, cuando lo comparamos con lo que obtiene, que es de otro orden: eterno, dichoso, inmutable. Por eso, se comprende que la hermana de Teresa haya condensado su pensamiento sobre el mal en esta imagen atrevida y virgiliana: Dios sufre por nuestro sufrimiento, Él nos lo envía volviendo la cabeza. Desde esta perspectiva, el Dios de los cristianos no es un Dios «vengador», sino un Amor eterno, educador, prudente y sabio, que, lejos de multiplicar las penas, se las ingenia para abreviarlas, suspenderlas y reducirlas, en la medida en que ello es divinamente posible, para satisfacer su justicia, que, por lo demás, es idéntica a la gloria que desea para las almas. Estamos lejos de la idea del valle de lágrimas. Tampoco se trata de la lluvia de rosas que el lector superficial de santa Teresa se imagina que la santa quería que cayera continuamente sobre sus amigos. Estamos más allá de ambas imágenes, comprendemos el sufrimiento en su finalidad profunda: lo trasladamos a su medida divina. Volvemos a encontrar aquí, bajo una forma muy sencilla, la enseñanza de san Pedro y san Pablo cuando decían, sin haberse puesto de acuerdo y partiendo de puntos de vista bastante diferentes, que los sufrimientos de este tiempo no tienen ninguna comparación con el peso eterno de la gloria, o que estamos tristes durante un breve lapso de tiempo por diversas pruebas, puesto que es necesario. Modicum, leve, momentaneum. Y podríamos decir que ése es también, en san Lucas, el pensamiento de Jesús resucitado, cuando conversa con los discípulos por el camino de Emaús: Jesús no hace alusión a la rapidez de la cruz, pero los tres compañeros sabían que la cosa había sido rápida, puesto que el jueves precedente ya no se hablaba de ella. Y Jesús recuerda la ley de toda carne y de todo espíritu: «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Le 24,26). Cuando se piensa en la objeción del racionalismo, del humanismo y del comunismo contra la doctrina cristiana como enemiga de la felicidad, se puede calibrar qué oportuna es esta dirección de la mística teresiana. El sufrimiento no es obra de Dios, del Dios bueno, del Padre de quien viene todo bien; es obra del pecado, fruto de la desgracia original: pero la adorable misericordia divina transforma ese fruto amargo en un remedio «ennoblecedor». Goza ya de nosotros. «¡Oh, cuánto bien hace este pensamiento a mi alma -escribe Teresa-, comprendo entonces por qué Él nos deja sufrir!» (J. Guitton, El genio de Teresa de Lisieux, Edicep, Valencia 1996, pp. 33-35).
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Martes de la primera semana de cuaresma
LECTIO Primera lectura: Isaías 55,10-11 Así dice el Señor: 10 “Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar para que dé simiente al que siembra y pan al que come, 11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío". Sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.
*•• Is 55 concluye la serie de oráculos del Segundo Isaías (ce. 40-55) y recoge en síntesis los temas que contiene, como el perdón, la vuelta a la patria, la participación de la naturaleza en la salvación, el poder de la Palabra de Dios. Esta última es mediadora entre Dios y el hombre; permite encontrarlo en su "cercanía" (v. 6) y no sentirlo ausente en su aparente "lejanía", porque "sus caminos no son nuestros caminos" (v. 9), como recordaban los versículos inmediatamente precedentes. La Palabra no es letra muerta; es una realidad viva, enviada del cielo para revelar y llevar a cabo la salvación. Es, pues, "eficaz ', capaz de lograr su finalidad, como la lluvia y la nieve que riegan y fecundan la tierra. ¿Puede darse una imagen más alentadora para un pueblo desterrado, al que se le ha anunciado con certeza el retorno a la patria, pero que experimenta la propia fragilidad para mantener viva la esperanza? Lo profetizado encuentra en Cristo su cumplimiento. Él es la Palabra omnipotente hecha carne, enviada por el Padre de los cielos para que nuestra tierra dé su fruto. Él es el Verbo eterno venido a la tierra, muerto en cruz y resucitado, para abrirnos a nosotros, hijos rebeldes, el camino inesperado del retorno a la morada de Dios, su Padre y nuestro Padre.
Evangelio: Mateo 6,7-15 Dijo Jesús: 7 Y al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. 8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis. 10 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; 11 danos hay el pan que necesitamos; 12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; 13 no nos dejes caer en tentación; y líbranos del mal. 14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. 15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
** En la versión mateana, la oración del Padre nuestro, insertada en el "Discurso de la montaña", va precedida por una especie de catequesis sobre el modo de orar. Mientras los paganos piensan que hay que multiplicar las palabras para atraer la atención de la divinidad y doblegarla a los propios fines (v. 7), Jesús revela que Dios es Padre, siempre presente para cada uno de sus hijos, que conoce bien sus necesidades reales (v. 8). No sirven por eso largos discursos, sino más bien redescubrirse como hijos. Jesús, que osa dirigirse al Altísimo llamándolo abba, "padre", quiere también introducir a los hombres en esa intimidad y profunda comunión. Por esta razón confía a sus discípulos el Pater, la oración por excelencia del cristiano. Ciertamente tiene una forma típicamente hebrea: siete peticiones divididas en dos grupos que recuerdan las dos tablas de la Lev. Las tres primeras peticiones se refieren a Dios y a su designio salvífico; las otras dirigen su atención a las verdaderas necesidades del hombre. El nombre -es decir, la misma persona de Dios- ya es santo, pero quiere que se reconozca como tal, esto es, santificado por todos mediante una vida de adoración, alabanza y conformación con él. El Reino de Dios ya está presente, pero para que llegue a su plenitud es preciso que cada uno acepte el señorío de Dios en la propia vida. La voluntad de Dios se cumple ciertamente en el cielo y en la tierra, pero se pide que cada uno se adhiera a esta voluntad con amor, como Jesús. Se pide a continuación al Padre que nos provea lo necesario hoy, día tras día: siempre somos hijos pobres que todo lo recibimos de él. El alimento que nos ofrece no sacia únicamente el hambre corporal; es el "pan" de la vida futura, el mismo Jesús, Pan vivo (cf. Jn 6). Tenemos necesidad del perdón de Dios para entrar en el Reino, pero no podemos pedir que nos perdone si negamos el perdón a nuestros hermanos. El v. 13 ("No nos dejes caer en la tentación") hay que entenderlo así: "Haz que no entremos en la tentación", "Haz que, frente a las grandes pruebas de la vida, la fe no dude de tu bondad de Padre y no reniegue, cediendo a las insidias del diablo". La última petición de la oración pide ser librados del Maligno, causa e instigador de todo mal. Como conclusión, los vv. 14s vuelven y subrayan la necesidad del perdón recíproco enunciado en el v. 12: no podemos llamar a Dios "Padre" si no vivimos entre nosotros como hermanos, si no queremos conformar nuestro rostro al suyo, que es infinita misericordia.
MEDITATIO Orar es hoy, para muchos cristianos, una empresa difícil. Hay quien la escamotea aduciendo que no sirve o que "trabajar es orar"; hay quienes la arrinconan excusándose por no encontrar tiempo para orar, y hay quienes reconocen la dificultad real pero no oran porque no saben qué decir. Tampoco faltan, entre los más devotos, los que "usan muchas palabras como los paganos", pidiendo sólo cosas buenas en apariencia. Para todos estos, Jesús desplaza la clave del problema: no se trata de orar para satisfacer determinadas necesidades, sino para descubrir que Dios es Padre y llama a todos los hombres a la comunión de amor con él y en él. Por consiguiente, orar no es una cuestión de decir cosas, sino una cuestión de amor, que puede expresarse con palabras, pero también en silencio, y que progresivamente va acaparando toda la vida convirtiéndola en una sola e incesante oración. La Palabra eficaz que envía Dios a la atierra vuelve a el después de haber cumplido su designio; se ha hecho carne, es Jesús: cualquier palabra suya encierra un poder extraordinario. Es él quien nos dice: "Vosotros orad así: 'Padre nuestro'". Pidamos, pues, a Cristo que nos enseñe a repetir la oración con su mismo corazón, para que crezca en nosotros, día tras día, el amor filial y confiado con nuestro Padre celestial y con la oración crezca la caridad, que se traduce en perdón con los hermanos. Entonces nuestra tierra fecundada con la Palabra producirá frutos de vida nueva, dará pan de misericordia para saciar el hambre de toda la humanidad.
ORATIO Oh Dios, que en Jesús, tu Hijo amado, nos concedes el privilegio de poder llamarte "Padre", perdona si nuestro corazón no salta de júbilo cada vez que nos atrevemos a pronunciar tu dulcísimo nombre. Perdona las veces que nos dirigimos a ti distraídamente, como si fuese la cosa más obvia, mientras millones de hombres viven atenazados por la angustia y el sinsentido sencillamente porque ninguno les ha dicho nunca que tú les amas con ternura de padre y de madre. Concédenos a nosotros la pureza de corazón que permita a los rectos y a los "pequeños" quedarse atónitos y asombrados con el sólo recuerdo de tu nombre. No permitas que desperdiciemos tontamente el don tan grande de poder invocarte seguros de que nos escuchas porque somos tuyos y tú eres nuestro Padre.
CONTEMPLATIO "Padre nuestro, que estás en los cielos": ésta es la frase de los íntimos de Dios como un hijo sobre el pecho de su padre. "Santificado sea tu nombre": es decir, que sea glorificado entre nosotros mediante el testimonio ante los hombres, que dirán: éstos son verdaderos siervos de Dios. "Venga tu reino": el Reino de Dios es el Espíritu Santo: oramos para que lo envíe a nosotros. "Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo": la voluntad de Dios es la salvación de todas las almas. Lo que ya es realidad en las potencias del cielo, lo pedimos que se realice en nosotros aquí en la tierra. "Nuestro pan del mañana" es la heredad de Dios. Oramos para que nos dé un anticipo ya hoy, es decir, para que sintamos su dulzura en el tiempo presente, avivando en nosotros una sed ardiente (Evagrio Pontico, Catene sui Vangeli, documenti copti, cit. en O. Clément, Alie fonti con i Padri, Roma 1987, 196).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "¡Abba, Padre! No se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Me 14,36).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL "Líbranos del mal..." El mundo yace en el mal, y mal no es sólo el caos, ausencia de ser: manifiesta una inteligencia perversa que, a fuerza de honores sistemáticamente absurdos, quiere hacernos dudar de Dios y su bondad. En realidad, se trata no de la simple "privación del bien", sino del Maligno, del Malvado; no la materia, ni el cuerpo, sino la más sublime inteligencia encerrada en su propia luz... Es necesario afirmar que Dios no ha creado el mal, y menos aún lo permite. "El rostro de Dios gotea sangre en la sombra", decía Léon Bloy. Dios siente el mal en su propio rostro, como Jesús recibió las bofetadas teniendo los ojos vendados. El grito de Job no deja de clamar, y Raquel sigue llorando sus hijos. Pero la respuesta a Job está ahi: es la cruz. Es Dios crucificado sobre todo el mal del mundo, pero capaz de hacer estallar en las tinieblas una inmensa fuerza de resurrección. Pascua es la transfiguración en el abismo. Y "líbranos del mal" a nosotros, que nos avergonzamos de ser cristianos o, por el contrario, hacemos del cristianismo, de nuestra confesión, un estandarte de superioridad y de desprecio. Y "libranos del mal" a nosotros, que hablamos de la deificación y con frecuencia somos poco humanos. Y "líbranos del mal" a nosotros, que nos apresuramos a hablar de amor y ni siquiera sabemos respetarnos mutuamente. Y "líbrame del mal" a mí, hombre de angustia y tormento, tan a menudo dividido, tan poco seguro de existir, hombre que se atreve a hablar -junto a la Iglesia: es mi única excusa del Reino y de su gozo (O. Clément, // Padre nostro, en O. Clément y B. Stanaaert, Pregare ¡I Padre nostro, Magnano 1 988, 116-119, passim). |
Miércoles de la primera semana de cuaresma
LECTIO Primera lectura: Jonás 3,1-10 En aquel tiempo, 1 por segunda vez el Señor se dirigió a Jonás y le dijo: -- Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama allí lo que yo te diré. 2 Jonás se levantó y partió para Nínive, según la orden del Señor. Nínive era una ciudad grandísima; se necesitaban tres días para recorrerla. 3 Jonás se fue adentrando en la ciudad y proclamó durante un día entero: 4 Dentro de cuarenta días Nínive será destruida. 5 Los ninivitas creyeron en Dios: promulgaron un ayuno y todos, grandes y pequeños, se vistieron de sayal. 6 También el rey de Nínive, al enterarse, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de sayal y se sentó en el suelo. Luego mandó pregonar en Nínive este bando: 7 Por orden del rey y sus ministros, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado, ni pasten ni beban agua. 8 Que se vistan de sayal, clamen a Dios con fuerza y que todos se conviertan de su mala conducta y de sus violentas acciones. 9 Quizás Dios se retracte, se arrepienta y se calme el ardor de su ira, de suerte que no perezcamos". 10 Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el castigo con que los había amenazado.
**• El libro de Jonás es una especie de larga parábola cuyo mensaje central es la universalidad de la salvación: la misericordia de Dios no se limita al pueblo elegido, sino que se ensancha a todos los hombres. Por segunda vez, el profeta es enviado por el Señor a la capital del reino asirio, Nínive, proverbial por su grandeza, para anunciar la destrucción de la ciudad a causa de la perversión de sus habitantes (1,2). A la primera llamada, Jonás respondió fugándose: ¿cómo puede un hombrecillo inerme profetizar la ruina de la "superpotencia" enemiga en su mismo territorio? Obligado a obedecer por las peripecias que experimentó (ce. 1-2), ahora comienza a cumplir la misión que se le confió. Como profeta, Jonás anuncia un oráculo de amenaza y reprobación en nombre del Señor (v. 4), y su predicación llega al corazón de los ninivitas y de su mismo rey: ellos "creyeron en Dios" (utilizando el mismo verbo que en Gn 15,6 para indicar la fe de Abrahán) y se impusieron una durísima penitencia acompañada con una oración ferviente y una profunda conversión (v. 8). Son muy importantes los versículos 9-10: el cambio de vida espera que los decretos de Dios no sean irrevocables, sino que al arrepentimiento sincero del hombre siga el "arrepentimiento" de Dios y el castigo anunciado se cambie en perdón. Un pueblo pagano demuestra así conocer el verdadero rostro del Dios de Israel, un Dios lento a la ira y rico en misericordia, un Dios que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 33,11).
Evangelio: Lucas 11,29-32 29 La gente se apiñaba en torno a Jesús y él se puso a decir: - Ésta es una generación malvada, pide una señal, pero no se le dará una señal distinta de la de Jonás. 30 Pues así como Jonás fue una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para esta generación. 31 La reina del sur se levantará en el juicio junto con los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde el extremo de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón. 32 Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia por la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.
**• Mientras la gente se apiñaba en torno a Jesús, él responde a los que "para ponerle a prueba le pedían un signo del cielo" (v. 16). Rechaza un signo que sacie la curiosidad y la sed por lo maravilloso (v. 29) y en su respuesta Jesús deja entrever su propia identidad divina: "Aquí hay uno que es más que Jonás" (v. 32). En concreto, declara que él es el signo del cielo, el Mesías prometido y largamente deseado por Israel, pero ahora no es reconocido porque se presenta de modo muy diferente al esperado por la gente. El Hijo del hombre es "para esta generación" una llamada viviente a la conversión, como lo fue Jonás para los ninivitas; y, como él, no busca medios espectaculares para afirmarse, sino que ofrece sencillamente la Palabra y la misericordia de Dios. El recuerdo de los habitantes de Nínive y de la reina de Saba subraya la universalidad de la llamada a la salvación. Pero mientras algunos pueblos paganos supieron reconocer como "enviados" de Dios a hombres que proclamaban la conversión y escuchando su voz encontraron el camino de una conversión radical, la "generación malvada", ante la cual Jesús ejerce históricamente su ministerio, es ciega y dura de corazón. Por esa razón serán los mismos ninivitas y la reina de Saba quienes la condenen en el día del juicio (vv. 31s), porque, cegada por el orgullo, no ha reconocido, bajo las humildes apariencias humanas de Jesús, al Cristo.
MEDITATIO En este tiempo litúrgico resuena constantemente la invitación a la conversión. ¿Cómo la acogemos? Puede ser una palabra que se pierde o encontrar en nosotros un corazón abierto que, herido e iluminado por la Palabra, reconoce el propio pacto con el pecado y decide un camino de vuelta a Dios. O puede que esta invitación nos deje indecisos: quisiéramos una gracia "barata", pero con "efectos espectaculares", y preferimos buscar confirmaciones convincentes, milagros y signos extraordinarios... Jesús mismo es el "gran signo" del amor divino que no teme asumir el pecado para conceder la gracia al pecador. Signo del cielo es un Dios con las manos clavadas en la cruz, rendido impotente para otorgarnos la libertad. Mirarlo es el comienzo de la conversión. Ante su rostro doliente, todos -los "paganos" como los ninivitas o "creyentes", como los contemporáneos de Jesús- están llamados a decidir si cierran el corazón o se abren a una nueva vida. Muchos vendrán de remotas lejanías -desde el pecado, desde otras mentalidades, desde otras culturas- para aprender sabiduría del crucificado: aquí hay alguien que es más que Salomón. Muchos se convertirán al anuncio, creyendo al Profeta hecho Siervo doliente por amor: aquí hay uno que es más que Jonás.
ORATIO Padre justo y misericordioso, tú nunca te cansas de llamar a todos a la conversión, para que tus hijos gusten del gozo de la comunión contigo. Perdóname, Padre: he cerrado el corazón en la indiferencia egoísta y satisfecha y no me he abierto a tu invitación. Señor Jesús, tú manifestaste la llamada extrema del amor, ese amor que vence la muerte ofreciendo la vida. Perdóname, oh Cristo: he dudado confiar en ti y he preferido pedir signos espectaculares, garantías absurdas, a un Dios que ha perdido todo, en la cruz, para salvarme. Espíritu Santo, fuego de amor, inflama mi corazón consumiendo toda la escoria de temor, mezquindad y dureza. Luz santísima, haz que experimente la medida ilimitada de la misericordia de Dios, la profundidad insondable de su sabiduría. Líbrame de la frialdad de mi endurecimiento, de la ceguera de mi lógica humana.
CONTEMPLATIO El poder arrepentirse se concede a todos los que están enfermos del alma. Venga, apresurémonos a obtener fuerza para nuestras almas. En el arrepentimiento la pecadora encontró la salvación y Pedro anuló su traición; David canceló la pasión del corazón; los ninivitas encontraron la curación. Sin dudarlo un momento, levantémonos y mostremos nuestras heridas al Salvador, dejémonos curar. Él acoge nuestra conversión más allá de nuestros deseos. Nada se debe al que Va a salvarte, porque nadie podría ofrecer una compensación adecuada a la curación, todos han encontrado en el arrepentimiento la salud como regalo y han pagado en cambio lo que podían dar: más que regalos, lágrimas, que constituyen para el salvador objetos preciosos de amor y esperanza. Tenemos de ello buenos testimonios: la pecadora, Pedro, David y los ninivitas: sólo ofrecen el don de sus gemidos, se arrojaron a los pies del Salvador, y él acogió su conversión (Romano il Melode, Himno IX, ls).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El plazo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Creer en Jesús es escuchar su Palabra, que nos revela su amor infinito por nosotros pecadores. Ser creyentes significa estar seguros de que el amor existe y que tiene el rostro de la misericordia. Creer en Jesús quiere decir adherirse a su amor absolutamente gratuito con los pobres como nosotros. Seguir a Jesús es entregarse totalmente a su misericordia y confiar únicamente en su misericordia. Amar a Jesús es sencillo. Para lograrlo debemos ante todo creer que él nos ama de verdad, tal como somos, hoy. En este acto de fe es posible que rebose la alabanza de nuestro corazón y descansar en este amor infinito. La alabanza, la acción de gracias y la adoración abren nuestro corazón al don que Dios nos concede de su amor misericordioso. El amor divino no se queda inactivo si encuentra en nosotros su espacio y su libertad. Pero para acoger la misericordia de Dios debemos tener misericordia con nuestros hermanos. Por la dulzura de su corazón compasivo, Jesús nos da un corazón misericordioso. Nada más concreto, nada más práctico que el verdadero amor. Vivir del amor de Jesús es ponernos al servicio de nuestros hermanos más cercanos y nos hace mansos y humildes. Nada hay tan exigente como seguir a Jesús por este camino del amor, pues es el camino de la cruz. Pero no se trata de una carga demasiado pesada; basta con que no nos empeñemos en llevarla solos y con dejar que Jesús la lleve con nosotros. Para descubrir por lo menos un poco la misericordia infinita, único secreto del corazón de Jesús, hay un lugar preferido donde morar: delante de la cruz de Jesús, a sus pies (J.-P. van Schoote, // sacramento delta penitenza, en J.-P. van Schoote y J.-C. Sagne, Miseria e misericordia, Magnano 1992, 46s). |
Jueves de la primera semana de cuaresma
LECTIO Primera lectura: Ester 4,17j-17m-17p-17s 17j La reina Ester, angustiada porque la muerte se le echaba encima, recurrió al Señor [...]. Y oró así al Señor, Dios de Israel: 17k Señor mío, tú eres nuestro único rey; ayúdame, porque estoy sola, no tengo más protector que a ti y el peligro me amenaza. 17l Desde niña he oído en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, como heredad perpetua cumpliendo todas tus promesas. 17m Ahora nosotros hemos pecado contra ti, y nos has entregado a nuestros enemigos, porque hemos adorado a sus dioses. ¡Eres justo, Señor! 17p Acuérdate de nosotros, Señor, y hazte presente en medio de nuestra tribulación. Dame valor, Rey de los dioses y dominador de todo poder; 17q pon en mi boca palabras oportunas cuando tenga que hablar al león, cambia su corazón; haz que aborrezca a nuestro adversario, para que muera con sus cómplices. 17r Líbrame, Señor, con tu poder y ayúdame a mí, que estoy sola y no tengo a nadie más que a ti, Señor. 17s Tú lo sabes todo.
** Ester, joven hebrea, esposa del rey persa, llega a saber que, por intrigas palaciegas, se ha decretado el exterminio de todos los hebreos deportados en el reino de Persia. Entonces la reina decide exponerse al peligro y afrontar al esposo para interceder a favor de su pueblo. Antes de acudir a la presencia del rey, en su angustia suplica al Señor, acompañando la oración con la penitencia. Firme en su fe, la reina reconoce que el verdadero Rey es Dios y profesa que él es el Único: sólo de él puede venir la salvación. Invocando su ayuda manifiesta la propia soledad (v. 17k). La inaccesible trascendencia de Dios parece mayor en contraste con la pequeñez y debilidad de una mujer. La realidad, sin embargo, es otra: el Solo es el único auxilio de quien está sola. De manera muy significativa, el texto griego utiliza el mismo adjetivo aplicado primero a Dios y luego a la reina (monos / móne). La lejanía se convierte en máxima cercanía. En su súplica, Ester, por una parte, recuerda al Señor la elección de Israel, las promesas hechas a los padres y su cumplimiento (v. 17'); por otra parte, con Mesa el pecado del pueblo. Por el favor manifestado en el pasado y el arrepentimiento presente, la reina osa pedir al Señor, que lo sabe todo (v. 17s), la salvación para su pueblo, y para ella, valentía, sabiduría y auxilio para poder desempeñar eficazmente su misión de intercesora.
Evangelio: Mateo 7,7-12 Dijo Jesús: 7 Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis! llamad, y os abrirán. 8 Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren. 9 ¿Acaso si a alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra 10 o si le pide un pez ¿le da una serpiente? 11 Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! 12 Así pues, tratad a los domas como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.
**• Con una argumentación seria que, desde el punto de vista formal, se asemeja a la de los rabinos de su tiempo, Jesús enseña la necesidad de la oración de petición, declarando la certeza de ser escuchada. ¿Se da una contradicción con lo indicado poco antes (Mt 6,7s) Ciertamente, no; en la oración no es preciso ser palabrero, porque el Padre "conoce", pero es necesario asumir la actitud interior del mendigo, es decir, saber ubicarse en la verdad de la propia condición humana. Dios mismo da al que pide y abre al que llama: de hecho, los verbos usados -"se os dará", "se os abrirá"- tienen la forma de lo que se llama "pasivo divino", expresión semántica para evocar el nombre de Dios -impronunciable- sin nombrarlo de modo explícito (vv. 7s). Si a un hijo que pide alimento su padre no le dará cualquier cosa que se le parezca en su aspecto externo pero que en sustancia sea muy diferente (vv. 9s), mucho más Dios, el único bueno, el padre más solícito, dará "cosas buenas" a todos los que le piden. El Padre escucha siempre las súplicas de sus hijos y da lo que realmente es mejor al que lo invoca. El v. 12 recuerda un dicho rabínico: "Lo que es odioso para ti, no lo hagas a tu prójimo. En esto está toda la ley, el resto sólo es una explicación". Jesús lo relata en forma positiva, y esto es mucho más exigente: no se trata de un "no hacer", sino de algo concreto que nos exige estar siempre atentos por el bien de los demás; por esta razón, cambia completamente la vida del que lo toma en serio, le lleva a la verdadera conversión: descentrarse de nosotros mismos para que nuestro centro sean los demás.
MEDITATIO Jesús nos enseña a orar con perseverancia confiada, revelándonos al mismo tiempo cómo es el corazón de Dios y cómo debe ser el corazón del orante. Se nos va conduciendo a la verdad más sencilla y más profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con amor eterno, sin arrepentirse, sin reservas. Quizás no creemos de veras en este amor, o tal vez estamos ya tan acostumbrados a decir y oír que Dios nos ama, que apenas prestamos atención a esta realidad desconcertante. Jesús hoy nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, y ésta es una experiencia que nos puede cambiar interiormente: pedid..., buscad..., llamad..., no quedaréis defraudados. El Padre, fuente inagotable de bondad, dará sólo cosas buenas a los que se las pidan. ¿Hemos orado ya de veras, dirigiéndonos a él o, tal vez, hemos manifestado nuestros deseos en voz alta, haciéndolos girar en torno a nosotros mismos? Además, ¿eran de verdad "cosas buenas" las que hemos pedido? La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón amante, comienza con un acto de contemplación gratuita, teniendo fija la mirada interior en el rostro del Padre bueno. Olvidemos nuestras muchas peticiones y, poco a poco, sentiremos nacer en nosotros una única súplica que brota de una exigencia realmente necesaria. Después de haber contemplado en la fe el rostro de Dios, ya no podremos dudar ni ignorar que somos hijos de Padre, impulsados por su amor a todo ser humano, nuestro hermano, para brindar esa bondad que sin cesar mana de la fuente y viene a saciar nuestra indigencia para que rebose hacia todos y llegue a cada uno.
ORATIO Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
CONTEMPLATIO El Evangelio nos asegura que son muchas las causas por las que somos escuchados. Una condición: que dos almas se unan en su oración; otra una fe firme; también la limosna, la enmienda de vida [...]. Convencido estoy de nuestras miserias, y quiero, incluso, admitir que estamos completamente desprovistos de las virtudes de las que hemos hablado antes. Y, sin embargo, el Señor promete concedernos los bienes celestiales y eternos; nos exhorta a una dulce violencia con nuestra insistencia. Nada más lejos de él que el desprecio de los importunos: los invita, los alaba, les promete concederles con gusto todo. Que nos anime la insistencia de los importunos. Sin exigir un gran mérito ni grandes fatigas, está en nuestra mano. No dudemos de la Palabra del Señor, que dice: "Todo lo que pidáis con fe lo obtendréis" (Juan Casiano, Colaciones, IX, 34, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él le escucha" (Sal 33,6s).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Le 18,1). Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la cara, pide, pide hasta romperle los oídos. Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en él. Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más allá de tu Oración. Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios (J, Lufrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 173-174). |
Viernes de la primera semana de cuaresma
LECTIO Primera lectura: Ezequiel 18,21-28 Así dice el Señor Dios: 21 "Ahora bien, si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos, guarda todos mis mandamientos y se comporta recta y honradamente, ciertamente vivirá, no morirá. 22 Ninguno de los pecados cometidos le será recordado, sino que vivirá por haberse comportado honradamente. 23 ¿Acaso deseo yo la muerte del malvado, oráculo del Señor, y no que se convierta de su conducta y viva? 24 Si el honrado se aparta de su honradez y comete maldades, imitando las abominaciones del malvado, ninguna de las obras buenas que hizo le será recordada. Por el mal que hizo y por el pecado cometido morirá. 25 Vosotros decís: 'No es justo el proceder del Señor'. Escucha pueblo de Israel: ¿Acaso no es justo mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? 26 Si el honrado se aparta de su honradez, comete la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido. 27 Y si el malvado se aparta de la maldad cometida y se comporta recta y honradamente, vivirá. 28 Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, vivirá, no morirá".
*• El capítulo 18 de Ezequiel marca un paso decisivo en el progreso de la revelación. Consciente de que la verdadera dignidad depende de ser "pueblo elegido", Israel tiene muy vivo el sentido de la responsabilidad colectiva del pecado (cf. por ejemplo Dt 5,9s). Pero ya el profeta Jeremías comenzó a indicar que existe también un "pecado personal", es decir, que cada uno es responsable de sus acciones en primera persona (cf. Jr 31,29s). Ezequiel prosigue en esta misma línea superando las afirmaciones de Jeremías. A los desterrados, sin esperanza y desalentados bajo el peso de un castigo que piensan que es inmerecido por tratarse de las culpas de sus padres, Ezequiel les profetiza indicándoles que cada uno decide con su comportamiento su propio destino (18,1-20); y prosigue anunciando que el destino personal no es inmutable (vv. 21-31): el Dios de la vida no se complace en la destrucción de los hombres, sino que espera y, en cierto sentido, suscita la conversión de cada uno. El Señor brinda a cada uno la posibilidad de una vida nueva e indica el camino de la salvación, que, como cualquier camino, exige esfuerzo y perseverancia. Si el "pecador" debe cambiar radicalmente, también el "justo" debe optar continuamente por obrar de acuerdo con la voluntad de Dios; de otro modo, se olvidará el valor de sus obras justas (v. 24): nadie es "justo" de una vez por todas, sino que uno se va haciendo "justo" día tras día adhiriéndose al Señor.
Evangelio: Mateo 5,20-26 Dijo Jesús: 20 Os digo que si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. 21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio. 22 Pero yo os digo que lodo el que se enoja contra su hermano será llevado a juicio, el que lo llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que lo llame impío será condenado al fuego eterno. 23'Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. 25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. 26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
**• Con la autoridad propia de quien es el cumplimiento de la Ley (vv. 17s), Jesús exige a los suyos, como condición para entrar en el Reino de los Cielos, una justicia que "supere" la de los escribas y fariseos. Jesús pide más porque da lo que pide: ésta es la novedad radical. Ya no se trata de limitarse a observar minuciosamente preceptos y evitar prohibiciones, sino comenzar desde el corazón, donde nacen las motivaciones profundas de nuestro actuar. Con el v. 21 comienza una serie de formulaciones concretas de esta justicia superior, introducidas por el pasivo divino "se dijo", que significa "Dios dijo". Por un homicidio hay que someterse a un proceso, pero el gesto violento brota del corazón: por eso el airarse contra el hermano merece idéntico castigo. Una palabra injuriosa exige una pena más grave: el juicio ante el sanedrín. Un insulto más ofensivo es condenado por el Supremo Juez con el fuego eterno (v. 22). También el culto exige no sólo condiciones externas de pureza, sino la pureza de un corazón pacífico y pacificador, que no tolera las divisiones en las relaciones fraternas y, por consiguiente, debe dar el primer paso: la reconciliación con el hermano como premisa para la comunión con el Señor (vv. 23s). En los vv. 25s se subraya no sólo la necesidad, sino también la urgencia de la reconciliación en una perspectiva escatológica: el otro ya no es el hermano, sino el adversario, el acusador que podemos encontrar en el camino de la vida: también con él debemos tratar de buscar un acuerdo, porque al final de la vida nos espera el Justo Juez, y debemos estar preparados para el juicio.
MEDITATIO Jesús propone una justicia superior a la de los escribas y fariseos; la primera está basada en el conocimiento profundo de la Ley, la segunda, en la observancia escrupulosa de los preceptos. Es superior, pues, la justicia que no se fundamenta sólo en el saber y el hacer, sino sobre todo en el ser: esa justicia es santidad porque es participación en la bondad infinita de Dios. Jesús dirige cualquier acto a su origen, el corazón. "El que se enoja contra su hermano..." Notemos la insistencia: ¡hermano! Se mata al hermano en el corazón con pensamientos o sentimientos hostiles e incluso, sencillamente, con la indiferencia. Se le mata también con palabras injuriosas o despectivas. Hoy está de moda hablar violentamente, vulgarmente. Contagiados por el clima de la sociedad en que vivimos, esta costumbre puede penetrar también en ambientes considerados cristianos, pero es totalmente antievangélica. Se suele decir: "Mata más la lengua que la espada", pero el pensamiento mata aún más que la lengua, porque no todos los pensamientos malos afloran en palabras... ¡Qué delicado es el sentido de la justicia que Jesús nos inspira! Se trata de la pureza de corazón, de santidad, y sólo se puede lograr con un constante deseo y compromiso de conversión. La justicia verdadera es la que Jesús ha proclamado e inaugurado en la cruz con su acto de perdón y de amor desmesurado. Estamos llamados continuamente a este misterio de muerte por amor. Los hermanos necesitan ver en nosotros los rasgos del rostro del amor que perdona y hace vivir.
ORATIO Señor, tú que eres justo en todos tus caminos y santo en todas tus obras: hoy tu mandato nos desconcierta porque remueve el abismo de nuestro corazón. Nos pides una justicia mayor -la pureza interior, cumplimiento de la Ley- y nosotros nos descubrimos siempre demasiado injustos. Perdona, Señor, los pensamientos y sentimientos malos que no desarraigamos en cuanto surgen en nuestro interior y que, tal vez, irritados por la envidia, se traducen en malas palabras, en juicios negativos. A cuántos habremos matado de este modo sin darnos cuenta, nosotros, que tan fácilmente juzgamos cualquier infracción de la Ley, que tan fácilmente condenamos al que se equivoca en la vida e incluso reprobamos el exceso de indulgencia con el arrepentido. Ten piedad de nosotros, Señor, ven cada día a purificarnos el corazón del pecado, que siempre aflora infectando nuestras intenciones y acciones.
CONTEMPLATIO Para amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de la caridad fraterna, nada nos anima tanto como la agradable consideración de la portentosa paciencia del "más bello entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3). Para aprender a amar, el hombre no se debe dejar llevar por los impulsos carnales, y para no sucumbir a estos deseos, debe dirigir todo su afecto a la dulce paciencia de la carne de Dios. Descansando así, más suave y perfectamente en el deleite de la caridad fraterna, también abrazará a sus enemigos con los brazos del verdadero amor. Y para que este fuego divino no se apague por la condición de las injurias, contemple continuamente con los ojos del alma la serena paciencia de su amado Señor y Salvador {JElredo de Rieval, El espejo de la caridad, III, 5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El perdón no debe ser ocasional, algo excepcional, sino que debe integrarse sólidamente en la existencia y ser la expresión habitual de las disposiciones de unos hacia otros. Deberás empezar por dominar la reacción de tu corazón ante la ofensa recibida -tu rencor, tu obstinación en tener razón- y deberás sentirte verdaderamente libre. Pero el perdón da el paso decisivo al renunciar al castigo del otro. Con ello abandona el principio de equivalencia, en el cual se contrapone el dolor al dolor, el perjuicio al perjuicio, la expiación a la falta, para entrar en el de la libertad interior. Aquí también se restablece un orden, no con pasos y medidas rígidas, sino con una victoria creadora. El corazón se ensancha [...]. Jesucristo relaciona el perdón de los hombres con el de Dios. Este es el primero en perdonar, y el hombre no es más que su criatura. Por tanto, el perdón humano surge del perdón divino del Padre. El que perdona se asemeja al Padre. Actuando así, persuades al otro para que comprenda su error; creando con él la armonía del perdón, "habrás ganado a tu hermano". Entonces vuelve a florecer leí fraternidad. El que así piensa aprecia al prójimo. Le duele saber que su hermano está en falta, como a Dios le duele el pecado, porque aleja de él al hombre. Y de la misma manera que Dios desea redimir al hombre caído, así el hombre instruido por Jesucristo sólo anhela que la persona que le ha ofendido reconozca su falta y vuelva así a la comunidad de la vida santa. Jesucristo es el modelo de esta actitud. Él es el perdón viviente. que no sólo ha perdonado la culpa, sino que ha restaurado la verdadera "justicia". Ha destruido cuanto de lo más terrible se había acumulado, cargado sobre sus espaldas la deuda que había de pesar sobre el pecador [...]. Vivimos de la obra redentora de Jesucristo, pero no podemos disfrutar de la redención sin contribuir a ella (R. Guardini, El Señor I, Madrid 31958, 531-540, passim).
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Sábado de la primera semana de cuaresma
LECTIO Primera lectura: Deuteronomio 26,16-19 Moisés habló al pueblo y dijo: 16 Hoy te manda el Señor tu Dios poner en práctica estas leyes y preceptos. Guárdalos y ponlos en práctica con todo tu corazón y toda tu alma. 17 Hoy has aceptado lo que el Señor te propone: que él será tu Dios y que tú seguirás sus caminos, cumplirás sus leyes, sus mandamientos y sus preceptos, y escucharás su voz. 18 Y el Señor ha aceptado lo que tú le propones: que tú serás el pueblo de su propiedad, como te ha prometido, y que cumplirás todos sus mandamientos. 19 Él te encumbrará por encima de todas las naciones que él ha creado, dándote gloria, fama y honor, para que seas un pueblo consagrado al Señor tu Dios, como te ha prometido".
*» En el contexto del Deuteronomio, el presente fragmento revela su carácter jurídico: es una fórmula de tratado, una ratificación formal de la alianza. Por eso es significativa su ubicación después del cuerpo legislativo (ce. 11-26) y las bendiciones y maldiciones consiguientes a la observancia o transgresión de los decretos del Señor. En el plano jurídico, en el antiguo Israel, el pacto representa la forma más radical para construir una comunión entre personas; consiste en crear una situación en la que los contrayentes se intercambian lo que tienen de más personal y propio (cf. 1 Sam 18,3; 20,8; 23,18). Con presencia de testigos -y con un documento público- cada una de las partes propone y acepta un doble compromiso recíproco. El fragmento que nos propone hoy la liturgia presenta un particularísimo tipo de "pacto": no se trata de un pacto entre dos hombres, sino entre un Dios y un pueblo, entre el Dios fiel e Israel. Es un pacto "teológico" en el que los contrayentes están en distinto plano. En su sencillez, la perícopa tiene un claro significado didáctico, y manifiesta la experiencia que Israel tiene de Dios: Dios no es un ser absoluto, lejano, inaccesible; Dios es comunión, es voluntad de salvación para el pueblo que él ha elegido. Es él quien toma la iniciativa de la elección por puro amor gratuito con el pueblo (cf. Dt 4,37). El es quien da a Israel leyes y mandatos que constituyen un camino de vida y un modelo de sabiduría para los individuos (cf. Bar 4,1-4). Acoger la gracia y corresponder por medio de la obediencia a la voz del Señor es la respuesta fiel que Dios pide a Israel.
Evangelio: Mateo 5,43-48 Jesús dijo: 43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. 45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publicanos? 47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos? 48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.
**• Nos encontramos ante la última antítesis en la que Jesús, con su enseñanza de la Ley, indica su cumplimiento. El libro del Levítico manda el amor al prójimo y prohíbe la venganza y el rencor "contra los hijos de tu pueblo" (Lv 19,18): por "prójimo" probablemente hay que entender aquel con el que se vive y pertenece a la misma etnia. Lo añadido, "odiarás a tu enemigo", no proviene del Antiguo Testamento ni de las enseñanzas rabínicas, pero expresa en concreto el modo con que el hombre de a pie recibía el mándalo: incluso los esenios y los zelotas contemporáneos a Jesús aceptaban esta interpretación. Jesús, por el contrario, pide una calidad sin restricciones, una oración que abarque a lodos, también a los que nos hacen sufrir. ¿Cómo puede exigir tanto? El fundamento es el amor gratuito e incondicionado que nosotros recibimos de un Dios que es Padre y nos quiere hijos semejantes a él en el obrar el bien y en procurar el gozo a los demás (vv. 44s). Todos los demás: no se trata de una universalidad ideal, sino muy concreta; propone amar a aquel que no nos ama, saludar al que nos niega el saludo... Es lo que distingue al discípulo de Cristo de los paganos y pecadores (vv. 46s); y superando la tendencia humana natural y limitada, nos hace tender a la perfección con la misma medida inconmesurable del Padre, que es amor (v. 48). Llegados a este punto, carece de sentido pedir una recompensa a Dios por la observancia tan minuciosa y estricta de las normas de justicia: la gratuidad del amor se convierte en ley reguladora de las relaciones con Dios y con los hombres. En esto consiste la "justicia superior" que Jesús pone como condición para entrar en el Reino de los Cielos (5,20).
MEDITATIO Dios ha sellado con su pueblo un pacto de alianza recíproca, pidiéndole observar sus leyes y normas con todo el corazón. Jesús nos muestra la meta de esta obediencia: llegar a ser hijos semejantes al Padre, perfectos como él es perfecto. Pero la perfección de Dios no es una inalterable serenidad, una pureza aséptica. Cristo nos revela que es misericordia con todos, gratuidad universal, bondad que supera cualquier medida humana. Por consiguiente, tender a la perfección significa conformar nuestro corazón con el del Padre, que derrama bienes sobre todos, sin hacer distinción entre buenos y malos, justos e injustos, agradecidos e ingratos. Jesús nos manifiesta un amor similar con todos, pero no de una manera genérica, como una benevolencia seráfica con la humanidad. Nos dice: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen"; actuar con caridad con el que nos está haciendo el mal. Esto es amar de modo perfecto, ofreciendo el don más grande, el perdón. Así nos ha amado Cristo desde la cruz, dejándonos no sólo ejemplo, sino también la gracia necesaria para conformarnos a él. No nos limitemos a lo que nos es connatural, siendo benevolentes con los que nos manifiestan benevolencia: esto lo hacen también de modo natural quienes todavía no conocen el rostro del Padre. A nosotros se nos ha manifestado; se nos ha concedido una gracia sobreabundante: no nos quedemos en cuestiones de mérito, no busquemos recompensas. El amor de Dios derramado sobre nuestros corazones es la más espléndida e inmerecida recompensa.
ORATIO Jesús, Hijo de Dios vivo, tú nos has mostrado en tu rostro el rostro del Padre: haz que mirándote a ti, que no te avergüenzas de llamarnos "hermanos", aprendamos a vivir como verdaderos hijos, obedientes a la voluntad de Dios. Señor, tú nos has revelado que el Padre derrama su amor a todos: haz que llegando a la fuente de toda bondad podamos llevar al inundo el agua viva del Espíritu, que todo lo renueva. Oh Cristo, que pediste desde la cruz perdón para todos nosotros: ha/ que acogiendo la gracia divina aprendamos a amar ton a ¡razón gratuito a todos los hombres, y más que a nadie al hermano que nos ha hecho mal. Entonces, al mirarnos, el Padre nos podrá reconocer verdaderamente como hijos suyos. Sea este nuestro único deseo: tender a la comunión plena, tener un solo corazón y una sola alma.
CONTEMPLATIO Quien ama a todos se salvará, sin duda. Quien es amado por todos no se salvará por eso. "Dios es amor." Quien se relaciona con alguien sin amor, vende a Dios, vende su felicidad. Sólo se da felicidad amando. ¿Cuál es la belleza natural del alma? Amar a Dios. ¿Y cuánto? "Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas" (Le 10,27). En el mismo orden de belleza hay que poner el amor al prójimo. ¿Cuánto? Hasta la muerte. Si no lo haces, ¿quién sufrirá el daño? No Dios, sino quizás un poco el prójimo, pero tú serás quien sufra un daño enorme. De hecho, el ser privado de una belleza o perfección natural no es igualmente dañino a las criaturas. Si la rosa deja de tener su color natural o la azucena su aroma, el daño que yo recibiría sería de menor importancia aunque me gusten estas sensaciones; mas para la rosa y la azucena sería un daño terrible, porque se ven privadas de su propia y natural belleza (Guigo I., Meditationes, II, 23,89,465).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Seas bendito, oh eterno Dios. Que cesen toda venganza, la incitación al castigo o a la recompensa. Los delitos han superado toda medida, todo entendimiento. Ya hay demasiados mártires. No peses sus sufrimientos en la balanza de tu justicia, Señor, y no dejes que estos carniceros se ceben con nosotros. Que se venguen de otro modo. Da a los verdugos, a los delatores, a los traidores y a todos los hombres malvados el valor, la fuerza espiritual de los otros, su humildad, su dignidad, su continua lucha interior y su esperanza invencible, la sonrisa capaz de borrar las lágrimas, su amor, sus corazones destrozados pero firmes y confiados ante la muerte, sí, hasta el momento de la más extrema debilidad [...]. Que todo esto se deposite ante ti, Señor, para el perdón de los pecados como rescate para que triunfe la justicia; que se lleve cuenta del bien y no del mal. Que permanezcamos en el recuerdo de nuestros enemigos no como sus víctimas, ni como una pesadilla, ni como espectros que siguen sus pasos, sino como apoyo en su lucha por destruir el furor de sus pasiones criminales. No les pediremos nada más. Y cuando todo esto acabe, concédenos vivir como hombres entre los hombres y que la paz reine sobre nuestra pobre tierra. Paz para los hombres de buena voluntad y para todos los demás (Oración anónima, escrita en yiddish, encontrada en Auschwitz-Birkenau, cit. en B. Ducruet, Con la pace nel cuore, Milán 1998, 42s).
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Segundo domingo de cuaresma Ciclo B LECTIO Primera lectura: Génesis 22,1-2.9a.l0-13.15-18 1 Después de esto, Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y lo llamó: - ¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy. 2 Y Dios le dijo: - Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré. 9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña. 10 Después Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo, 11 pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: - ¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy. 12 Y el ángel le dijo: - No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único. 13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán, 15 y le dijo: - Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo, 16 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos. 18Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.
**• La liturgia nos ofrece hoy una de las páginas más sublimes de la Escritura desde el punto de vista espiritual y artístico. El versículo inicial nos proporciona el hilo conductor y unificador de los diversos lemas del relato: "Después de esto, Dios quiso poner a prueba ti Abrahán". Se trata, pues, de una prueba que viene de Dios. En el mundo semítico antiguo los sacrificios humanos, en particular el del primogénito, están ampliamente documentados. Así podemos entender que la orden de Dios no le parezca a Abrahán algo monstruoso o inaudito, pero sí desconcertante. De hecho, Isaac es el "hijo de la promesa", el hijo único (en hebreo yajidb, traducido en los LXX por agapetós, "predilecto"; es el adjetivo con que en el Nuevo Testamento se designa a Jesús, en particular en el fragmento evangélico de la transfiguración). Para el anciano patriarca, Isaac es la promesa hecha carne, por la que ha sacrificado lodo: la propia tierra, los propios orígenes (v. 12), la posibilidad de una descendencia en Ismael (v. 16). Dios le pide, pues, sacrificar la misma promesa, es decir, la seguridad divina -más que humana- de su futuro, en la persona de su hijo queridísimo. La silenciosa respuesta de Abrahán es la obediencia de la fe desde un corazón acongojado. El narrador nos lo deja intuir aunque no lo explicite. Los pasos se suceden lentos, rítmicos. Los gestos son intensos; las palabras, muy pocas pero lacerantes. Todo es esencial en la narración, todo nos permite recorrer siempre de nuevo el camino del monte Moría, paso a paso. El ángel del Señor detiene la mano de Abrahán cuando estaba levantada y a punto de consumar el sacrificio supremo: Dios proveerá el cordero para el holocausto (cf. v. 8). No se tratará solamente del carnero fortuito para el sacrificio de un día, sino del Hijo unigénito, como sacrificio perfecto y eterno. Abrahán ha manifestado con sus obras su fe (v. 12b; cf. Sant 2,21-23), y por eso el Señor renueva solemnemente su bendición: Isaac, el hijo del rendimiento incondicional al designio de Dios, comienza la descendencia de la promesa, victoriosa sobre sus enemigos (v. 17b), en el que serán benditas todas las naciones de la tierra.
Segunda lectura: Romanos 8,31b-34 31b Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 32 El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él? 33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva? 34 ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto; más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros?
**• Como un estupendo himno al amor de Dios, los vv. 31-39 concluyen no sólo el c. 8, sino también toda la sección segunda de la carta a los Romanos (ce. 5-8). El fragmento que la liturgia de hoy nos actualiza exalta el amor fiel de Dios, quien, por nosotros y por nuestra salvación, nos ha dado lo más precioso que posee: su propio Hijo. En él nos lo ha dado todo, ya no le queda nada más por dar. Todo esto nos infunde una gran confianza para el momento del juicio supremo: Dios juez ha manifestado hasta qué punto está de parte del hombre ¿Quién puede presentarse como acusador de los que el Señor ha hecho justos? ¿Quién podrá condenarnos desde el momento en que el Padre ha manifestado su inmensa misericordia en su Hijo, que cargó con el pecado para expiarlo por nosotros? Jesús afrontó la muerte para que nadie deba sufrir la muerte eterna; nos ha resucitado e intercede siempre por nosotros para que también nosotros podamos lograr la vida en plenitud en presencia de Dios. Nada debemos temer, porque nada nos podrá separar nunca del amor de Dios en Cristo Jesús (v. 39).
Evangelio: Marcos 9,2-10 2 Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. 5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía. 7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: - Éste es mi Hijo amado; escuchadle. 8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. 9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. 10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.
**• Marcos narra el acontecimiento de la transfiguración al comienzo de la segunda parte de su evangelio: Jesús comienza a hablar abiertamente de su pasión a sus discípulos, que le habían reconocido como Mesías (8,29); ahora deben comprender su misterio de Hijo de Dios y, a la vez, el de Siervo doliente. Jesús lleva a la soledad de un monte elevado a tres de sus discípulos y manifiesta su gloria transfigurándose ante ellos, para que no vacilen en la fe. El candor y la luz resplandeciente de su persona recuerdan al Hijo del hombre de la visión de Daniel (ce. 7.10). La aparición de Elías y Moisés, esperados como precursores del Mesías, señala a Jesús como cumplimiento de la Ley V los Profetas. Ellos tuvieron el privilegio de contemplar en lo alto de un monte la gloria de Dios con vistas a cumplir una misión importante para todo el pueblo: ahora la antigua alianza cede el testigo a la nueva y los tres discípulos se convierten en testimonios oculares de la gloria de Cristo en favor de todos los creyentes (cf. 1 Jn 1,1-3; 2 Pe 1,17s). Un temor sacro les invade. Pedro trata de reaccionar y propone erigir tres tiendas para los egregios personajes. Por este indicio, parece que el acontecimiento se verificó durante la fiesta de los Tabernáculos; en el día séptimo (v. 2) todos se vestían de blanco, y el templo resplandecía inundado de luces. Jesús se revela como el verdadero templo, la verdadera tienda de la Presencia. Otro símbolo muy importante es la nube, que acompañó continuamente al pueblo elegido en su camino del Éxodo y ahora envuelve a los presentes. De la nube sale la voz divina que proclama a Jesús como Hijo predilecto. En el momento del bautismo, la voz se dirigió a Jesús para confirmarlo e investirlo en su misión (1,11). Ahora se dirige a los discípulos: Jesús es el Hijo predilecto al que hay que escuchar, seguir, obedecer, porque su testimonio y profecía son veraces. Después de resonar la voz divina cesó la visión: Jesús vuelve a ser el compañero de camino (v. 8b), pero la meta de este camino resulta incomprensible a los discípulos, que, envueltos por el misterio, guardan silencio sobre los hechos que han experimentado como testigos.
MEDITATIO La liturgia de la Palabra de hoy propone a nuestra contemplación la luz que irradia la persona de Jesús transfigurado: es un desgarrarse el cielo, un rayo de luz eterna que llega al corazón para herirlo con la nostalgia del rostro de Dios. Estamos llamados a participar no de una visión desencarnada, falsamente mística, idílica. A través de todas las lecturas podemos seguir un hilo de oro: el del don de sí mismo como condición de la verdadera comunión con Dios. El Padre, origen de toda paternidad, revela su corazón haciéndonos revivir con Abrahán el sacrificio y la paz de la ofrenda suprema. A cada uno de nosotros se nos puede pedir -más bien, se nos pide ciertamente- el sacrificio del propio Isaac. Pero la Palabra nos deja entrever que éste es el camino para participar de la misma realidad de Dios. El mismo Dios Padre no perdonó a su propio Hijo, el predilecto, sino que lo entregó por nosotros. Cristo no consideró "un tesoro codiciable el ser igual a Dios" (cf. Flp 2,6), sino que nos amó y se entregó a si mismo por nosotros. ¿No renunciaremos nosotros a todo, no nos negaremos a nosotros mismos para entrar en comunión con él? En la transfiguración, Jesús ofrece a los tres discípulos la visión luminosa para mostrarles el final del oscuro túnel de la pasión, poco antes anunciada. Ahí está la voz del Padre para confirmarlo: él es el Hijo predilecto que cumplirá su designio; es el testimonio veraz cuando pide a sus seguidores negarse a sí mismos y llevar la propia cruz detrás de él. Todo esto debería quedar claro a los discípulos y a nosotros. Pero todavía tiene su mezcla de oscuridad: la nube de luz de la Presencia de Dios nos envuelve siempre en la sombra, y la revelación no elimina el misterio. Sin embargo, queda algo indeleble en el corazón: Jesús es el Hijo que el Padre ha entregado por nosotros; el compañero que nos abre el camino, el que nos enseña a escuchar dando los pasos de una entrega sin reservas.
ORATIO Oh Padre, ternura infinita, por nosotros no te has reservado a tu único Hijo: tu corazón divino conoce el desgarro mayor, que es a la vez el purísimo gozo de amar. Concédeme, Padre, saber corresponder a tu don con el abandono confiado a tus manos y ofreciéndote lo mejor que tenemos. Ayúdanos a acoger humildemente esa muerte que se nos pide cada día y que es nuestra entrega total: el sacrificio de nosotros mismos por la vida del mundo. Plásmanos con la sabiduría del Espíritu a imagen de tu Hijo; hombres nuevos, en él viviremos como hijos, con él nos ofrecemos por todos los hermanos: es la única gloria que vale la pena, es el amor que transfigura la oscuridad del tiempo presente en luz de eternidad.
CONTEMPLATIO Es imposible contemplar el Sumo Bien y no amarle; y no amarlo en la misma medida cuanto es dado contemplarle, hasta que el amor alcance alguna semejanza con aquel amor que llevó a Dios a hacerse hombre, en la humildad de la condición humana, para hacer al hombre semejante a Dios en la glorificación de la divina participación. Entonces es dulce para el hombre hacerse humilde con la soberana Majestad, pobre con el Hijo de Dios, conforme a la divina Sabiduría, teniendo en sí los mismos sentimientos de Cristo Jesús, Señor nuestro. En él nuestro ser no muere, nuestro entendimiento no yerra, nuestro amor no queda defraudado; cuanto más se le busca, más dulce se le encuentra, y cuanto más dulce se le halla, con más diligencia se le busca. Tal es la faz de Dios, que ninguno puede contemplar y vivir en este mundo; es la belleza que suspira por gozar todo el que ama a su Señor y Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, con todas sus fuerzas. Y si alguna vez es admitido a esta visión, percibe, sin sombra de duda a la luz de la verdad, la gracia que le ha prevenido. El contemplativo debe, pues, humillarse en todas las ocasiones y glorificar en sí mismo al Señor, su Dios (Guillermo de Saint-Thierry, Carta de oro, nn. 268ss passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: "Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias... escuchadle". En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque "Aquel" no sólo es "Dios con los hombres" sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación. Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada (J. Corbon, Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s). |