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LECTIO DIVINA MES DE SEPTIEMBRE DE 2013

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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Día 1

22° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 3,17-18.20.28ss

17 Hijo, actúa siempre con dulzura y serás amado por los que agradan a Dios.

18 Cuanto más grande seas, más te has de humillar, y así obtendrás el favor del Señor.

20 Porque el poder del Señor es grande, pero acepta que lo honren los humildes.

28 No hay medicina para el soberbio, pues la maldad echó raíz en él.

29 El hombre inteligente medita los proverbios, y el sabio anhela tener oídos atentos.

 

*+• La reflexión sapiencial del pueblo de Israel ha alcanzado cimas de espiritualidad válidas en sí mismas y, al mismo tiempo, premonitorias de la espiritualidad evangélica. Estos pocos versos lo atestiguan de un modo más que evidente. En cierto modo, se entrevé en ellos, efectivamente, el mensaje de las bienaventuranzas y el estilo humilde y sencillo de Jesús de Nazaret.

Observamos, en primer lugar, que a cada consejo o recomendación le está asociada también una promesa: «Serás amado, obtendrás el favor del Señor-». Este rasgo de la divina pedagogía se merece también que lo recojamos y lo pongamos de relieve. En efecto, Dios pretende educar también -más aún, sobre todo- a su pueblo con las promesas asociadas a sus mandamientos y a sus invitaciones.

Las actitudes recomendadas en esta página son especialmente dos: la humildad y la generosidad. La primera hace grande al hombre, aunque siga siendo pequeño en sí mismo, a los ojos de Dios. Grande significa aquí querido, amado, digno de ser colmado de gracia. Sin embargo, lo que más impresiona es la motivación que Ben Sirá explicita y que nosotros estamos invitados a hacer nuestra: el Señor concede gracia a los humildes porque «acepta que lo honren los humildes».

Uno de los modos más seguros de dar gloria al Señor es renunciar a nuestra gloria en la tierra. ¿Y por qué? A la luz de la historia de la salvación, sobre todo a la luz de la historia de Jesús de Nazaret, podemos formular una respuesta segura a esta pregunta: porque el camino de la humildad, adquirida mediante la humillación, es el camino escogido por Dios para revelarse a su pueblo, es el camino escogido por Jesús para salvar a la humanidad.

También la invitación a la generosidad, que se manifiesta sobre todo por medio de la limosna, si nos fijamos bien, recibe en esta página una motivación exquisitamente teológica. En efecto, si es verdad que la limosna expía los pecados, lo es por un motivo muy sencillo: que Dios se deja conmover por la generosidad de quien dirige una mirada compasiva a los pobres, por ellos dilata su corazón y abre su mano de par en par a cada uno que se encuentre en necesidad. Sólo Dios puede expiar los pecados del hombre: en cierto modo, la limosna le pone en condiciones de perdonar a todos y cada uno.

 

Segunda lectura: Hebreos 12,18-19.22-24a

Hermanos:

18 No os habéis acercado vosotros a algo tangible, ni a un fuego ardiente, ni a la oscura nube, ni a las tinieblas, ni a la tempestad,

19 ni a la trompeta vibrante, ni al resonar de aquellas palabras que oyeron los israelitas y pidieron que no se les hablara más.

22 Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial, al coro de millares de ángeles,

23 a la asamblea de los primogénitos que están inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a los espíritus de los que viviendo rectamente han alcanzado la meta,

24 a Jesús, el mediador de la nueva alianza.

 

*•• Para el autor de la Carta a los Hebreos, la salvación adquirida mediante la «nueva alianza» consiste en obtener una gran familiaridad con Dios. Dios se ha hecho cercano al hombre (cf. Dt 4,7.34) para que éste se pudiera acercar cada vez más a Dios. Ahora bien, para llevar a cabo este «atraque espacial», siempre según este autor, hace falta la fe: «Sin fe es imposible agradarle, porque para acercarse a Dios es preciso creer que existe y que no deja sin recompensa a los que lo buscan» (Heb 11,6). Dios es el monte hacia el que nos encaminamos; él es la ciudad que anhelamos alcanzar y en la que deseamos habitar; es la luz cuya necesidad sentimos como más fuerte que el pan de cada día. Creer significa, precisamente, acercarnos a él como al esposo más amado, como al amigo más deseado, como al único Salvador. No es ya una cosa tangible, para seguir la huella indicada por nuestro autor, aquello que anhelamos; tampoco es el sonido de una trompeta lo que escuchamos; tampoco es el miedo a oír o a ver a Dios lo que nos caracteriza hoy, en la plenitud de los tiempos.

Al contrario, el Dios de Jesucristo, Padre suyo y Padre nuestro, nos atrae hacia él con toda la fuerza imantada de su amor: sólo así podemos esperar acercarnos a él para obtener de él un juicio de misericordia y de paz. El «Mediador» único e insustituible de este camino de Dios hacia nosotros y de nuestro camino hacia Dios es Jesucristo, puesto que en la unidad de su persona se han encontrado de una vez para siempre el cielo y la tierra, Dios y el hombre. Con él se ha inaugurado la nueva era de la historia, que ha contemplado la más inédita de las novedades: los de lejos y los de cerca han recibido el mismo mensaje de paz (cf. Hch 2,39 y Ef 2,14-18) y se han convertido en un solo pueblo en Aquel que es nuestra paz.

 

Evangelio: Lucas 14,1.7-14

1 Un sábado, entró Jesús a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos. Ellos estaban al acecho.

7 Al observar cómo los invitados escogían los mejores puestos, les hizo esta recomendación:

8 -Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia, no sea que haya otro invitado más importante que tú

9 y venga el que te invitó a ti y al otro y te diga: «Cédele a éste tu sitio», y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar.

10 Más bien, cuando te inviten, ponte en el lugar menos importante; así, cuando venga quien te invitó, te dirá: «Amigo, sube más arriba», lo cual será un honor para ti ante todos los demás invitados.

11 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

12 Y al que le había invitado le dijo: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te inviten a ti y con ello quedes ya pagado.

13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados y a los ciegos.

14 ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.

 

*+• En el marco de un banquete (v. 1), Lucas recoge un par de enseñanzas de Jesús relacionadas con la elección de los primeros puestos (w. 7-11) y. la selección de los invitados (w. 12-14). La página evangélica que estamos meditando está incluida toda ella dentro de estos límites.

Una óptima clave de lectura para las parábolas contenidas en el capítulo 14 de Lucas y, en consecuencia, también para las dos que componen el texto evangélico de este domingo consiste en señalar que ambas tienen como tema la invitación de Dios al banquete escatológico y, por consiguiente, podemos caracterizarlas como «las parábolas de la invitación divina». Las dos parábolas que nos interesan hoy mantienen una relación muy estrecha con nuestra experiencia cotidiana: parecen dos escenas tomadas de la vida diaria, dos escenas que, al final, han sido recompuestas en una unidad dinámica, capaz de revelar, por un lado, la mente de quien invita y, por otro, las instancias éticas requeridas a quien acepta la invitación.

En la primera parábola lo que le importa a Lucas es poner de manifiesto que, con frecuencia, en las relaciones humanas, el anfitrión y los invitados están repletos de prejuicios egoístas, de triviales arribismos, de preocupaciones jerárquicas. Jesús desmantela con sus claras afirmaciones las intenciones de éstos y pone al desnudo, allí en torno a la mesa, sus sentimientos. Hay materia para reflexionar y para preocuparse, vistas las modalidades con las que frecuentemente se trenzan nuestras relaciones interpersonales. También en la segunda parábola pone Jesús en claro que bajo de un gesto aparentemente magnánimo se esconde en ocasiones un sentimiento egoísta, a saber: cuando la selección de los invitados está sugerida únicamente por motivos de obligación, de simpatía, de interés. No es fácil captar la fuerte carga de contestación que caracteriza a estas parábolas de Jesús, que, una vez más, se manifiesta como el Mesías de los pobres, el defensor de los pequeños y de los oprimidos, alguien que se pone siempre del lado de los últimos.

Se comprende así la bienaventuranza del final: «¡Dichoso tú si no pueden pagarte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten» (v. 14). Jesús propone aquí, de una manera implícita, el ejemplo del mismo Dios, que no hace acepción de personas a la hora de distribuir sus bienes: así debería proceder también el perfecto discípulo de Jesús, superando la lógica humana, frecuentemente egoísta, y esperar la recompensa, a lo sumo, sólo de Dios.

 

MEDITATIO

Poner la humildad en el centro de nuestras consideraciones no es, a buen seguro, cosa fácil hoy; entre otras causas, porque el término «humildad» parece haber sido erradicado por completo del vocabulario corriente. Y si el vocabulario lo ignora, eso significa que la humildad, como actitud de vida, se ha convertido ahora en un optional; más aún, en una rareza indeseable. Sin embargo, no sólo el cristianó, sino todo verdadero creyente, si se mantiene en la escuela de Dios y, con mayor razón, en la escuela del Evangelio, advierte que se siente más llamado cada día a caminar por el sendero de la humildad.

Éste es el camino que Dios abrió del cielo a la tierra cuando él bajó a nosotros. Éste es el camino por el que Cristo se movió cuando vivía en medio de nosotros. Éste es el camino por el que han andado los santos y los mártires. Éste es el camino de la perfección cristiana, el que se abre ante todos aquellos que, como peregrinos sobre la tierra, se sienten llamados a la patria del cielo. La liturgia de la Palabra de hoy pone de manifiesto, por otra parte, el aspecto positivo de la humildad cuando la acogemos de un modo sincero y animoso como actitud de vida: con ella y por ella se nos admite en el banquete del Reino. Ella es el traje de boda del que no podemos prescindir; con ella, en cambio, llegamos a ser agradables al Señor y somos admitidos a la alegría del banquete nupcial. Es como decir que la humildad nos hace semejantes a Jesús y que sólo de este modo reconoce Jesús en nosotros nuestra semejanza con él. La humildad es, para un cristiano, actitud de vida y actitud interior, al mismo tiempo. Si no es humilde el ánimo, no pueden ser humildes las palabras y los gestos. Es ésta una lección que sólo podemos aprender de Jesús. Fue él quien dijo -y se dirigía a sus discípulos-: «.Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas» (Mt 11,29). ¿Quién de nosotros puede decir con toda verdad que ha «aprendido sobre Cristo» (Ef 4,20)?

 

ORATIO

¡Tú eres, Señor, el Padre de los humildes! Hazme comprender, oh Señor, que tu paternidad se manifiesta en plenitud sólo cuando encuentra hijos sencillos y humildes. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación se manifestará en plenitud sólo cuando te reconozca como el Padre de los últimos.

¡Tú eres, Señor, el Padre de los huérfanos y el defensor de las viudas! Hazme comprender, oh Señor, que tu paternidad se revela plenamente sólo cuando se ejerce con las categorías más expuestas de nuestra vida social. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación alcanzará su cima sólo cuando me abra con generosidad a las necesidades materiales y espirituales de mis hermanos y hermanas más débiles.

¡Tú le preparas una tierra, oh Señor, al indigente! Hazme comprender, oh Señor, que tu providencia a lo largo de la historia se manifiesta siempre con gestos concretos y tangibles, tendentes a rehabilitar y recalificar a todos los que han conocido la humillación de las diferentes pobrezas. Hazme comprender, oh Señor, que la filiación que me has regalado me pide un compromiso histórico valiente y firme en favor de todos los que, con excesiva frecuencia, excluye la sociedad como personas improductivas e indeseables.

 

CONTEMPLATIO

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim 6,14; Tit 2,13).

Cuando Dios revela hay que prestarle «la obediencia de la fe», por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando «a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad» y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da «a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad». Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.

Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, «para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana» (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 4-6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Dichoso tú si no pueden pagarte!» (Lc 14,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Basta con estar convencidos de la misericordia de un Dios que perdona y de nuestra condición personal de pecadores para que se lleve a cabo la reconciliación? No. Falta aún una disposición, un valor que es nuestro o, al menos, es nuestro en cuanto debemos aceptar una invitación interior que viene de Dios [...]. Sin conversión no hay reconciliación. La conversión del corazón, entendida como movimiento del hombre que se dirige hacia Dios, que se convierte, es decir, que se mueve hacia Dios con la conciencia de haberse alejado de Dios.

La conversión es un dar marcha atrás, un cambio de ruta, un cambiar la orientación de nuestra propia vida. El pecador es un fugitivo, alguien que vuelve la espalda al Señor, como un pródigo que se va hacia la ilusión de paraísos terrestres. La conversión es un volver a caminar hacia Dios dejando a nuestra espalda muchas ilusiones que se han vuelto amargas y muchas infidelidades que todavía pueden conservar la atracción de la seducción. Eso significa convertirse. No es, por consiguiente, un gesto que se realiza de una vez por todas, sino una actitud permanente de la vida. No nos convertimos el 25 de julio o el 3 de abril, sino que empezamos a convertirnos para no acabar nunca más. La conversión debe invadir todo el compromiso de la vida para ser realmente una actitud viva, una actitud que no hace la historia de ayer, sino que hace la historia de hoy.

Podríamos decir que la conversión es ese presente misterioso, totalmente animado por la gracia del Señor, que hace que, en nuestra vida, el pecado sea cada vez más un pasado, un pasado próximo, un pasado remoto. Algo superado, algo que hemos dejado a nuestra espalda, algo abandonado con el compromiso de la reconciliación, del misterio de la reconciliación, como lo llama el apóstol Pablo. Es el misterio que brota del designio salvífico de Dios, el reconciliador por excelencia, que quiere vivir de verdad en comunión con su criatura, el hombre (Anastasio A. Ballestrero).

 

 

 

 

Día 2

Lunes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,13-18

13 No queremos, hermanos, dejaros en la ignorancia acerca de los que han muerto, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza.

14 Nosotros creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado y que, por tanto, Dios llevará consigo a los que han muerto unidos a Jesús.

15 Y esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Que nosotros, los que estamos vivos, los que aún quedamos, cuando venga el Señor no tendremos preferencia sobre los que han muerto.

16 Pues cuando se dé la orden, cuando se oiga la voz del arcángel y resuene la trompeta divina, el Señor mismo bajará del cielo, y los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar.

17 Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados junto con ellos entre nubes y saldremos por los aires al encuentro del Señor. De este modo estaremos siempre con el Señor.

18 Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras.

 

**• Con la lectura de hoy, la primera carta a los Colosenses entra de lleno en la cuestión escatológica, cuestión a la que tiende todo el escrito. Pablo realiza uno de los pocos intentos de la literatura neotestamentaria de describir el retorno del Señor, el día de la parusía. El lenguaje al que recurre es el lenguaje estereotipado de la literatura apocalíptica: la voz del arcángel Miguel, que asistirá a Dios en su juicio, el toque de trompeta, la bajada del cielo y la ascensión posterior entre nubes, en el aire, con el cortejo formado por los bienaventurados; como siempre, el lenguaje apocalíptico recurre a una serie de imágenes que han de ser descodificadas como auténticas metáforas. La orden celestial (voz del arcángel y toque de la trompeta divina) indica que el tiempo de la venida de Cristo es un tiempo fijado, un kairós que tendrá lugar en la historia según un designio preciso.

Ese proyecto puede ser intuido, podemos entreverlo por inspiración divina, pero, en última instancia, permanece escondido en las profundidades de Dios. «El Señor mismo (cf. v. 16), Jesús, deberá esperar la señal celestial para iniciar su retorno entre los hombres. La afirmación más problemática contenida en este texto («los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados...»: w. 16b-17a) trata también la cuestión del tiempo; Pablo, que se encuentra en el comienzo de su ministerio, está convencido de que el fin llegará pronto, de que no pasará esa generación antes de haber visto volver al Señor en la gloria; en sus palabras captamos la urgencia de esa manifestación.

Esta última será la liberación definitiva de todos los que se han mantenido fieles a la Palabra. Por último, la vida eterna está descrita también en relación con el tiempo, en relación con Cristo: «Estaremos siempre con el Señor» (v. 17).

 

Evangelio: Lucas 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús

16 llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido para anunciar

la Buena Noticia a los pobres;

me ha enviado a proclamar

la liberación a los cautivos

y dar vista a los ciegos,

a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar

un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó.

Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación;

29 se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

**• La perícopa del capítulo 4 de Lucas que hemos leído contiene el discurso programático de Jesús y representa una especie de «puerta de entrada», al comienzo de su ministerio, para el relato del Evangelio y de los Hechos. Aquí, en efecto, se encuentran admirablemente concentrados todos los temas típicos de la teología lucana: el cumplimiento de las Escrituras, la proclamación del Evangelio a los pobres, Jesús como profeta cscatológico (comparado con Elias y Eliseo), el anuncio del Reino de Dios a las naciones.

En el centro encontramos la Palabra de Jesús en función interpretativa: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura...» (v. 21). ¿Qué Escritura? La de Isaías en la que el profeta es enviado a «proclamar un año de gracia del Señor». Queda claro así que este tiempo de gracia es el hoy de Jesús, su existencia histórica, que realiza el proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad: los pobres, los prisioneros, los ciegos y los oprimidos son, en primer lugar, los que no conocen al Señor, su rostro de gracia y de misericordia, que Jesús va a revelar. Ellos son «las ovejas perdidas de la casa de Israel», pero también los paganos, los extranjeros, a quienes está destinado el mensaje, rechazado por los paisanos de Jesús, como atestigua la reacción de los habitantes de Nazaret.

 

MEDITATIO

El tema del tiempo es de nuevo protagonista de la liturgia de la Palabra: tiempo de Dios que ha sido anunciado por los profetas del Antiguo Testamento en su calidad salvífica, que se manifiesta especialmente en relación con los oprimidos, con los que andan lejos de su gracia. Con la venida de Cristo se inaugura el kairós, da comienzo el cumplimiento, se abre el paso al último acto de la historia de la salvación.

El que acoge el anuncio de Jesús el nazareno y reconoce en su persona la venida del Reino de Dios participa desde ahora en la gracia prometida en la antigua alianza, en el jubileo de la historia que se realiza de una vez por todas. A quien no rechaza la revelación del humilde hijo del carpintero, la liberación le llega hoy, en el día de salvación que Cristo ha hecho surgir.

Desde la venida del Señor, los hombres viven en el único día, un día que tiene como aurora su nacimiento en el portal de Belén y por ocaso la parusía. Éste es el hoy de la fe. Cuando más tarde descienda del cielo el Señor y seamos llevados con él, el hoy de la fe dejará su sitio al para siempre de la visión beatífica, en el que él será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

 

ORATIO

Te alabamos, Dios de toda gracia.

Como lo hacía tu pueblo liberado del país de Egipto, también nosotros recordamos tus acciones liberadoras en nuestras vidas: nosotros, los pobres: ...cuánta pobreza en el corazón de estos hijos del bienestar a toda costa; nosotros, los prisioneros: ...víctimas de un sistema creado por nosotros mismos para garantizarnos todas las libertades, para permitirnos todos los deseos inútiles; nosotros, los ciegos: ...incapaces de reconocerte como Señor de la historia, a pesar de todo lo que has hecho por nosotros; nosotros, los oprimidos: ...sin fuerzas para levantar la mirada al lugar donde está nuestra verdadera casa, donde tú nos esperas.

Padre de toda gracia, seguimos teniendo necesidad de escuchar tu anuncio de salvación, de oírte pronunciar aquel «Hoy se ha cumplido... para vosotros», a fin de que se vean sacudidas en sus cimientos nuestras débiles y humanas seguridades y, por fin, liberados de todo peso, podamos salir a tu encuentro en tu eterno hoy.

 

CONTEMPLATIO

Es posible que la Sagrada Escritura haya querido esconder un misterio en la frase «proclamar el año del Señor». Los días futuros serán diferentes, incomparables con los que vemos hoy en el mundo, y también serán diferentes los meses y diferente el calendario. Por tanto, si los tiempos serán renovados por completo, nuevo será en el futuro el año portador de gracia. Estas cosas han sido anunciadas a fin de que, después de haber pasado de la ceguera a la clara visión, y de la esclavitud a la libertad, curados de nuestras múltiples heridas, lleguemos al «año de gracia del Señor».

Jesús, después de haber leído estas palabras, «enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él» (Lc 4,20). También ahora, si lo queréis, en esta sinagoga, en esta asamblea que formamos, pueden clavarse vuestros ojos en el Salvador. Cuando consigáis dirigir la mirada más profunda de vuestro corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad del Hijo único de Dios, entonces vuestros ojos verán a Jesús. Feliz asamblea aquella de la cual atestigua la Escritura que «todos los ojos estaban clavados en él» (Orígenes, Homilías sobre el evangelio de Lucas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hoy se ha cumplido esta Escritura» (Lc 4,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aquí tocamos otro error de fondo. Hay «devotos» que se ilusionan con saltar fuera del presente para zambullirse en la espera del Reino futuro. De este modo, piensan permanecer fieles a lo eterno, descuidando la historia. No se dan cuenta de que lo eterno expresa la misma actualidad en las contingencias históricas. Y que por eso la traición al tiempo equivale a la traición a lo eterno. Esos tales conciben el más allá como algo totalmente separado de la tierra. No captan el nexo que existe entre ambos reinos. ¡Qué equivocación! «La salvación, el Reino de Dios, no sobrevuelan el mundo como nubes entre el cielo y la tierra, sino que están verdaderamente dentro, se preparan dentro del mundo» (Y. Congar). «La eternidad no es una especie de añadido futuro a la vida, de prolongación lineal de nuestra existencia hacia el infinito; la eternidad se encuentra ya en lo íntimo del hombre, es fruto de su obrar espiritual» (K. Rahner) [...].

En consecuencia, el presente, el hoy, contiene ya, para el cristiano, el germen del futuro. Para él ya ha comenzado verdaderamente el futuro. Y su fidelidad al presente se resuelve, en sustancia, en una fidelidad al futuro (A. Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 1993 [edición española: Evangelios molestos, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).

 

 

Día 3

San Gregorio Magno

 

Fue un hombre de acción, dotado de una rica personalidad y de un carácter amable. Nació en el año 540 en el seno de la familia senatorial de los Anicii. Fue primero prefecto de Roma, después monje benedictino, representante del papa en Constantinopla y, por último, papa en unos tiempos particularmente difíciles, a saber: durante las persecuciones de los bárbaros.

Desempeñó un gran papel en la Iglesia como organizador de la vida religiosa -en particular en el aspecto litúrgico- y también como escritor. Como buen administrador, estuvo atento tanto a los asuntos sociales y políticos como a las cuestiones internas de la vida de la Iglesia universal. Tienen una importancia particular sus homilías, sus obras exegéticas, las cartas y el famoso Libro de la regla pastoral. Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, por haber prestado una particular atención al hablar y escribir sobre el misterio de la Palabra de Dios. Murió en Roma en el año 604.

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 5,1-6.9-11

1 En cuanto al tiempo y a las circunstancias, no tenéis, hermanos, necesidad de que se os escriba.

2 Sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche.

3 Cuando los hombres hablen de paz y seguridad, entonces, caerá sobre ellos la ruina de improviso, igual que los dolores de parto sobre la mujer embarazada, y no podrán escapar.

4 Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas. Por tanto, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón.

5 Todos vosotros sois hijos de la luz, hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.

6 Por consiguiente, no durmamos como hacen los demás, sino vigilemos y vivamos sobriamente.

9 Porque no nos ha destinado Dios al castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,

10 que murió por nosotros a fin de que, tanto despiertos como dormidos, vivamos unidos a él.

11 Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros, como ya lo venís haciendo.

 

*• Hemos llegado al final de la primera carta a los Tesalonicenses. En este capítulo conclusivo vuelven a emerger todos los temas desarrollados hasta ahora con la fuerza de una última y decisiva exhortación: «No durmamos» (v. 6).

Los cristianos de Tesalónica tenían ante ellos el ejemplo de los que se encandilaban con la bienaventuranza de un mundo vano, se abandonaban al ocio, a las habladurías, a los vicios de la vida nocturna; estaban convencidos de que nada podría perturbar su seguridad (Cf. v. 3), seguros de que se habían construido una paz duradera. Tal vez ésos pertenecían a la misma comunidad creyente, aunque, a buen seguro, su estilo de vida era más semejante al de los paganos, que no creían en la llegada del juicio de Dios.

Eso es lo que distingue a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas: la fe en el día del juicio, en su carácter ineludible. Es seguro que vendrá, y lo hará como un ladrón, que actúa por sorpresa cuando la noche ya está avanzada, o como los dolores de una mujer encinta, que se notan cuando la naturaleza ya ha dado vía libre al proceso del parto. Saber que todo esto ha de suceder -y sucederá de manera imprevista- convierte a los cristianos en «gente de luz», en personas que tienen los ojos bien abiertos, que conocen el sentido y el fin de este mundo. Los creyentes, al contrario de los que duermen, que andan a tientas en la oscuridad, tienen confianza en la salvación que Dios ha llevado a cabo por medio de Cristo Jesús. Por eso no temen aquello de lo que los otros hombres tienen miedo, o sea, la muerte, porque ésta no es más que un sueño (cf. el v. 10: «tanto despiertos como dormidos») que no tiene poder para separarnos del Señor.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 desde allí se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño.

36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

*»• Da comienzo la «jornada de Cafarnaún», modelo para los discípulos de cómo usó el maestro el tiempo que le fue dado vivir en esta tierra. El día es un sábado, lo que añade un significado particular, como veremos en los próximos días.

Jesús desarrolla su primera actividad en la sinagoga, en medio de los creyentes, de sus hermanos en la fe. Aquí «habla con autoridad», o sea, que su enseñanza no se limita a repetir las enseñanzas tradicionales, a repasar, como perlas de un collar, las sentencias de los maestros antiguos (según la costumbre rabínica). Jesús, al contrario, interpreta la Escritura siguiendo una nueva inspiración, revelando significados hasta ahora desconocidos; en vez de volver a recorrer el surco de la tradición, opta por inaugurar un nuevo camino, un camino capaz de interpelar las conciencias (la gente «estaba admirada de su enseñanza»: v. 32).

Los gestos de Jesús provocan asimismo la manifestación de la verdad. Su manera de proceder frente al endemoniado no se puede comparar con la de los exorcistas comunes judíos, obligados a recurrir a fórmulas y ritos destinados a alejar al Maligno. Aquí es el demonio mismo, voz del mal, el que toma la iniciativa, porque se siente amenazado en su propio ser por la simple presencia de Jesús, que es la presencia misma de la Santidad divina. El bien y el mal, la vida y la muerte, se enfrentan ya en duelo desde el comienzo de su ministerio y frente a él se descubren los secretos de los corazones: desde este momento se inaugura la «crisis», el «juicio» de Dios.

MEDITATIO

El lenguaje empleado por Pablo juega con una especie de equívoco entre los términos «dormir» y «estar despierto». En el lenguaje común de los cristianos, «los que duermen» eran los difuntos, aquellos que habían cerrado los ojos a la luz del día en espera de ser despertados por la resurrección. La muerte, como siempre, suscita espanto y angustia. Así era para los cristianos de Tesalónica, y lo mismo nos pasa a nosotros... Dado que debemos morir, ¿acaso no valdrá la pena disfrutar de la vida, aprovechar cada ocasión de placer, de los que «la moral» parece querer privarnos? Entonces, carpe diem, y no pensemos más. La idea de Pablo es que los que están convencidos de estar despiertos y de haberlo comprendido todo, en realidad «duermen», tienen ofuscados los ojos de la mente y viven en la oscuridad más total. Están más muertos que los muertos, más en la oscuridad que ellos; estos últimos, en efecto, pronto serán despertados para la vida eterna, mientras que aquéllos seguirán siendo siempre esclavos de las tinieblas.

Lo que marca la diferencia es la fe en el «Santo de Dios», cuya muerte tiene el poder de hacernos renacer para siempre a la vida, porque él ha vencido a la muerte y ha condenado al Maligno a la derrota. Al mismo tiempo, Cristo se pone como piedra de tropiezo para todos aquellos que se esconden en las tinieblas, obligándoles a salir a la luz, a declarar su propia identidad. Éste es el juicio de Dios que el Mesías ha inaugurado con su venida: acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar la vida, la salvación, acoger o rechazar a Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu presencia en medio de nosotros es piedra de tropiezo para nuestras conciencias; tu vida produce el escándalo o el asombro por el milagro, revelando el secreto de los corazones: ¿quién ha de perder con tu venida? Tú has venido a salvar a la humanidad.

Sin embargo, has venido trayendo la espada –la espada de la Palabra-, la espada de doble filo que penetra hasta el punto más profundo del alma, allí donde el hombre pronuncia su juicio: quien no está contigo está contra ti.

Como el Dios de la creación, has puesto un límite a las tinieblas que había en nosotros, has marcado para siempre su límite: quien pierde su vida para servirte, quien confía su propia vida a tu Palabra, quien renuncia a los honores del mundo para ir detrás de ti lleva en él tu misma luz, vive de tu misma vida. Por último, como juez divino, nos has enseñado a fijar nuestros ojos en la realidad eterna, a ver más allá de las apariencias, a no tener miedo de la muerte, para vivir ya desde ahora en la alegría de nuestra vida contigo.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente moriremos, pero no estaremos predestinados a la muerte como antes, cuando estábamos encadenados a la muerte por el pecado. Si es así, se puede decir con razón que no moriremos. En efecto, hay algunos que escaparán de la muerte, pero también serán transformados. Existe el dominio de la muerte, ese del que, una vez muertos, no seremos admitidos a volver a la vida. Pero dado que no moriremos y después de la muerte viviremos de nuevo -y con una vida mejor- está claro que este morir no es muerte, sino dormición.

Así pues, si el mismo Señor de la vida y de la muerte -vida de toda la creación, resurrección de los muertos, luz del mundo, que con su muerte ha aniquilado al que tiene el poder de la muerte-, obligado por su amor a los seres humanos, pensó que no debía pasar inmune ni siquiera por esta ley, y si, para hacerse semejante a nosotros en todo y mostrar que esta bajada a la tierra se había vuelto necesaria, él mismo asumió la misma obligación nuestra, ¿cómo no podría estar claro que las almas de todos están invitadas a ser trasladadas a aquellos lugares resplandecientes que convienen de modo claro a la sagrada condición de los santos (Andrés de Creta, Omelie mañane, Roma 1987, pp. 152ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros con estas palabras» (cf. 1 Tes 5,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ciertamente, también a nosotros, hombres de hoy, nos visitan el sufrimiento y el luto, la melancolía y el dolor por el inconsolable sufrimiento del pasado, por el sufrimiento de los muertos. Ahora bien, todavía son más fuertes -al parecer- nuestra reticencia a hablar de la muerte en general y nuestra insensibilidad hacia los muertos. ¿Acaso no son demasiado pocos los que mantienen, o intentan mantener, una relación de amistad o fraternidad con los muertos? ¿Quién se da cuenta de su insatisfacción, de su silenciosa protesta contra nuestra indiferencia, contra la rapidez con la que los olvidamos para ocuparnos de los asuntos cotidianos? Por lo general, no tenemos ninguna dificultad para rebatir éstos o análogos problemas, porque los rechazamos o denunciamos como situados «fuera de la realidad». Pero, entonces, ¿qué idea tenemos de la realidad? ¿Acaso sólo la fugacidad y el carácter amorfo de nuestra conciencia infeliz, la trivialidad de nuestras preocupaciones? [...].

Ahora bien, si nos quedamos demasiado tiempo como esclavos de la absurdidad y de la indiferencia hacia los muertos, al final no podremos hacer más que promesas triviales a los vivos [...]. En esta situación, nosotros, los cristianos, confesamos nuestra esperanza en la resurrección de los muertos no en virtud de una utopía bien construida, sino en virtud del testimonio de la resurrección de Cristo, que constituye desde el comienzo el núcleo de nuestra comunidad cristiana. Lo que los discípulos atestiguaron no era fruto de sus vanos deseos, sino que se trataba de una realidad que se impuso contra todas las dudas y les hizo proclamar: «Verdaderamente, ha resucitado el Señor» (Lc 24,34). El programa de la esperanza de la resurrección de los muertos, basado en el acontecimiento pascual, nos abre a todos un futuro, a los vivos y a los muertos (Sínodo alemán, en Facciamo l'uomo, Brescia 1991).

 

 

 

Día 4

Miércoles de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,1-8

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo,

2 a los creyentes de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre.

3 Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y rogamos sin cesar por vosotros

4 al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de vuestro amor con todos los creyentes.

5 Os mueve a ello la esperanza del premio que Dios os ha reservado en los cielos y que habéis conocido por medio del Evangelio, palabra de verdad

6 que ha llegado hasta vosotros y que fructifica y crece, tanto en vosotros como en el mundo entero, desde el día en que conocisteis y experimentasteis la gracia de Dios en toda su verdad.

7 Así lo aprendisteis de nuestro querido compañero Epafras, que es para vosotros fiel servidor de Cristo.

8 Ha sido también él quien nos ha informado de cómo os amáis en el Espíritu.

 

*•• A partir de hoy, la liturgia ferial nos propone la escucha de la carta de san Pablo a los cristianos de Colosas, antigua ciudad de Frigia, situada sobre una de las principales vías comerciales de la época. La comunidad está formada, de manera preponderante, por cristianos procedentes del paganismo, aunque incluye también a muchos judíos de la diáspora. Esta doble influencia está relacionada con el motivo del escrito: los cristianos de Colosas están amenazados en la autenticidad de su doctrina por tendencias de tipo sincretista, en las que encontramos huellas tanto del paganismo como del judaísmo.

Parece ser que se intentaba proponer una especie de «gnosis» basada en elementos del mundo (2,8.20) y en las potencias cósmicas (2.8.10.15), así como en la observancia minuciosa de diferentes prácticas, como la circuncisión o las normas alimentarias judías. Debemos recordar otro aspecto particular: Pablo no había fundado personalmente esta comunidad, ni tampoco la había visitado nunca. Ésa es la razón de que parezcan tan importantes los mediadores de los que se habla en la carta; el primero de ellos es Epafras, apóstol de la región y fundador de esta iglesia (cf. v. 7). A pesar de ello, el tono de Pablo no carece de solicitud y afecto.  Más aún, en los w. 3-8 aparece la fórmula de agradecimiento más larga y compleja de todo el Nuevo Testamento.

Éstos son los elementos que la componen: la fe, la caridad, la esperanza de los colosenses como motivo de agradecimiento a Dios; la escucha de la Palabra, que es el origen de su llegada a la verdad; la obra de los ministros de Cristo en la difusión del Evangelio. En el centro se encuentra Jesucristo, nombre que vuelve casi en cada línea, de manera redundante, junto a «Dios», «Padre» y «Espíritu». En suma, un agradecimiento que resume toda la economía de la salvación. Ésta tiene su origen en la voluntad de Dios Padre, se realiza en la persona del Señor Jesús y se comunica a los hombres a través de la obra de anuncio del Evangelio, que conduce a los creyentes a la gracia y a la verdad. Éstas últimas, junto con las tres virtudes teologales, son reflejo del rostro de Dios y de la presencia de su Espíritu.

 

Evangelio: Lucas 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús

38 salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le rogaron que la curase.

39 Entonces Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre y la calentura desapareció. La mujer se levantó inmediatamente y se puso a servirles.

40 Al ponerse el sol, llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

41 Salían también de muchos los demonios gritando: -Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al hacerse de día, salió hacia un lugar solitario. La gente le buscaba y, cuando le encontraron, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos.

43 Él les dijo: -También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios, porque para esto he sido enviado.

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

*• Prosigue el relato de la «jornada de Cafarnaún». Jesús, tras haber visitado el lugar público donde se atiende a la religión, la sinagoga, se retira a una dimensión más íntima, a casa de uno de sus primeros discípulos. También entre sus propios amigos tiene que ejercer su autoridad sobre el mal. La fiebre era considerada en la antigüedad una representación de la obra del Maligno, porque volvía a la persona débil e inerte. Seguramente, se conserva aquí un recuerdo histórico: la suegra es, a buen seguro, una mujer anciana, una mujer que ha consumido su vida en torno al cuidado de la casa y de su familia. Ahora, una vez curada, empieza a servir al Señor y a los suyos. La vida de aquel que -joven o anciano- ha encontrado a Jesús está destinada, de manera inevitable, a cambiar, realizándose en relación con él.

La actividad taumatúrgica de Jesús alcanza su cima al ponerse el sol. «Al ponerse, el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (v. 40): con estas palabras se pretende indicar la plena manifestación del Reino de Dios precisamente cuando el tiempo gira a su término.

Por otra parte, la oscuridad y la noche funcionan como símbolos del imperio del mal, un imperio que envuelve al hombre en las tinieblas mientras no llega la luz verdadera, el enviado de Dios. Que aquí está presente el Reino de los Cielos lo confirman las confesiones de los demonios expulsados por Jesús: éstos le reconocen como «Hijo de Dios» y «Cristo».

La última escena se desarrolla en un lugar desierto, donde Jesús se retira al silencio, siguiendo la tradición de los profetas. Aquí declara a las muchedumbres que le buscan la necesidad de evangelizar «las demás ciudades», a causa del mandato que ha recibido del Padre: él, Jesús, es la luz de Dios enviada a todas las naciones (cf. Is 49,6), empezando por las «sinagogas de Judea» (v. 44), o sea, las más próximas entre las que esperan la salvación.

 

MEDITATIO

Por medio del Señor Jesús es como llegan los hombres a la plena verdad sobre Dios, sobre sí mismos y sobre el mundo. En él se realiza la vocación de Adán a la shalóm originaria. El anuncio de su Evangelio a las muchedumbres parece querer decir, en primer lugar, que existe en el espacio creado la posibilidad de vivir en armonía con nuestro propio cuerpo, con el espíritu que hay en nosotros, con los hermanos y, naturalmente, con Dios mismo. Ahora bien, este anuncio no tiene nada que ver con una especie de «gnosis» que pretenda revelar al hombre su potencial, sus posibilidades de autocuración.

Jesús es la presencia misericordiosa de un Padre que se inclina sobre las llagas de sus hijos perdidos, que sale en su busca, casi a «descubrir» el mal allí donde se esconda; mas para llevar esto a cabo muestra que tiene necesidad de la obra de los que le han reconocido como el Salvador. Escuadras innumerables de anunciadores de la verdad, algunos muy conocidos, otros perfectamente anónimos: son los que pidieron a Jesús por la suegra de Pedro (Lc 4,38), los que le llevaban a sus enfermos de todo tipo (v. 40), Epafras y sus colaboradores en el ministerio (Col 1,8). Todos éstos, y muchísimos otros, han profesado su fe en Jesucristo con gestos o palabras, y no sólo han encontrado en él el sentido de su propia existencia, sino que se han convertido en mediadores de salvación para algún pariente, vecino, amigo, conciudadano, menesteroso; en suma, para el prójimo.

 

ORATIO

Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos por haberte inclinado sobre nuestras llagas de hombres y mujeres pecadores: la enfermedad, la edad avanzada, la opresión del espíritu, han debilitado a la humanidad desde el principio, marcando sobre ella la victoria del mal, hasta el día en que enviaste al Salvador.

Él vino, pobre entre los pobres, haciéndose próximo a cada uno para que todos pudiéramos contemplar tu rostro de amor al resplandor de su luz. Con todo, la humanidad caída lleva consigo el límite espacio-temporal al que también el Hijo hecho hombre se ha sometido, a fin de que la Buena Noticia del Reino tuviera necesidad de nosotros para llegar a cada ser humano.

Concédenos el Espíritu de tu Hijo, el Espíritu de amor, para que cure las enfermedades del hombre y de la mujer de hoy: la soledad, la indiferencia, el egoísmo, la desesperación... de cuantos todavía esperan escuchar tu Palabra que redime, contemplar la victoria del Reino de Dios en medio de nosotros.

 

CONTEMPLATIO

Procura creer al Verbo de Dios en lo que se ha dicho de él. Por ninguna otra razón podrás confesar mejor la divinidad de Dios que confesándola con la misma voz con la que te ha sido revelada la divinidad misma. En consecuencia, puedes estar convencido de que el Señor es verdaderamente Dios y de que es él quien nos ha revelado todos los caminos, de que es él quien se apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres.

Él mismo trajo al mundo la luz de la fe, él mismo fue quien mostró la luz de la salvación: «El Señor es Dios, él nos ilumina» (Sal 117,27). Cree, por tanto, en él, ámale y confiésale. Y entonces tampoco tú, quieras o no, podrás negar que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre. Ésta es la perfección última de una cabal confesión de fe, a saber: confesar que Jesucristo, Dios y Señor, está siempre en la gloria de Dios Padre (Juan Casiano, L'incarnazione del Signóte, Roma 1991, p. 183, passim [edición española: Obras de Juan Casiano, Universitat de Valencia, Valencia 2000]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te gustaría proclamar el Reino, hermano mío sacerdote. Entonces no tengas miedo de los signos y prodigios que nos dicen que este Reino está presente. ¿Acaso no constituyen la característica del apóstol? Deja, por consiguiente, que el Señor apoye tu palabra. No tengas miedo de orar sobre un enfermo, con tus manos ligeramente puestas sobre sus hombros, sobre su cabeza o sobre l a parte del cuerpo que le duele. No permitas a los charlatanes y a los curanderos usurpar este gesto tan sencillo y tan bello, que el Señor realizó con frecuencia. Pertenece por derecho a los obreros del Evangelio. No tengas miedo de asociar a algunos hermanos a esta oración, porque con ello la presencia de Jesús se hará sentir todavía más.

No tengas miedo de «parecer ridículo». Deja que la faz de Cristo se refleje en tu rostro. Un sacerdote constituye la imagen viva de Jesús. Éste oraba sobre los enfermos, y a ellos les gustaba ver a Jesús orando sobre ellos. Muéstrate confiado, ten e inspira confianza. Jesús curará, como sabe y como quiere, tal vez empezando por tu corazón y tu inteligencia. ¡Qué purificación no exige e incluye semejante oración! A buen seguro, necesitarías estar dispuesto a cargar sobre tus propios hombros la enfermedad del hermano sobre el que oras: «Si ése es tu deseo, Señor, acepto conocer la misma debilidad, la misma descomposición del cuerpo» (D. Ange, // sangue dell'Agnello guarisce ¡'universo, Milán 1983).

 

 

 

Día 5

Jueves de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,9-14

Hermanos:

9 Por eso, desde el día en que recibimos estas noticias, no cesamos de orar y pedir por vosotros, para que conozcáis perfectamente su voluntad, colmados de la sabiduría y la inteligencia que otorga el Espíritu.

10 Llevaréis así una vida digna del Señor, agradándole en todo, dando como fruto toda suerte de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios.

11 El poder glorioso de Dios os hará fuertes hasta el punto de que seáis capaces de soportarlo todo con paciencia y entereza y, llenos de alegría, 12 deis gracias al Padre, que os ha hecho dignos de compartir la herencia de los creyentes en la luz.

13 Él es quien nos arrancó del poder de las tinieblas y quien nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado,

14 de quien nos vienen la liberación y el perdón de los pecados.

 

*•• Pablo continúa dirigiéndose a los colosenses en tono de oración, que desembocará después en el himno cristológico de los w. 15-20. Ahora, sin embargo, pide para la comunidad el don de un profundo conocimiento de la voluntad de Dios, un conocimiento espiritual. El lenguaje puede parecer, a primera vista, ambiguo, pues lo que invoca voluntariamente la idea gnóstica de una ciencia superior, capaz de escrutar las profundidades del misterio. Sin embargo, a continuación Pablo especifica mejor de qué conocimiento se trata, caracterizándolo definitivamente en sentido cristiano: caminar de manera digna del Señor, agradarle en todo, dar frutos de obras buenas, ser fuertes y pacientes... son acciones que indican un itinerario de conversión. Éste requiere la adhesión de la voluntad del hombre, su compromiso para perseverar en el bien, realizando las obras agradables a Dios, las obras del Evangelio.

Ésta es la verdadera epígnosis, la verdadera «ciencia superior» que nos pone en condiciones de participar en la vida divina. Debemos señalar que en el Antiguo Testamento aparece el mismo vocabulario (santos, luz, tinieblas...) en un conocido pasaje del libro de la Sabiduría que reconstruye la salida de Egipto (Sab 17-18). No sólo se contraponen aquí dos tipos de conocimiento de lo sobrenatural -el egipcio de la magia y el israelita de la revelación (Sab 17,7ss)-, sino que se emplea sobre todo el lenguaje de la liberación, que -en el paso lingüístico del hebreo al griego- equivale a «redención», entendida ésta como rescate de la esclavitud.

El cristiano no está simplemente llamado a la adquisición de un saber, sino a la entrada en un nuevo éxodo que establece la pertenencia al pueblo de Dios. A ello se refiere el «compartir la herencia de los creyentes en la luz» (v. 12), la luz de la columna de fuego, que es Cristo resucitado (cf. Sab 18,1), que nos libera de una vez por todas de la esclavitud del pecado y de la muerte.

 

Evangelio: Lucas 5,1ª 2-11

En aquel tiempo,

1 la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca. 4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron.

 

*•• El cuadro representado por Lucas tiene una extraordinaria eficacia narrativa y es expresión de una experiencia de fe común, la del encuentro con Cristo y su exigente propuesta que interpela nuestra vida. En el relato salen a escena diversos personajes, la misma comunidad, pero, al mismo tiempo, todo se concentra en la respuesta de uno solo: Pedro, la roca, el primero entre los hermanos, aunque también el modelo en el bien y en el mal, en los impulsos y en los miedos, typos para todo discípulo de Jesús.

El drama está basado en la contraposición entre la experiencia marinera del viejo pescador (viejo en experiencia) y la palabra del joven maestro que viene de las colinas de Galilea, una oposición aplastante a primera vista: experiencia y palabra, años de duro trabajo y visiones esperanzadoras. No hay que dar por descontado el desenlace del relato, a fin de captar este momento inicial con toda su fuerza de contradicción. No parece haber espacio en la vida de Pedro y sus compañeros para la palabra de un joven rabí, especialmente cuando se trata de cosas del mar. «Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» (v. 5), recuerda el peso de una larga noche de trabajo, la amargura de las redes vacías, años de alimento arrancado con fatigoso trabajo al mar.

De manera inesperada, se abre una brecha, surge el espacio de la duda en el corazón de Pedro: «¿...y si tuviera razón?». Y en este espacio se insinúa la fe que cambiará para siempre su vida. Contra toda previsión razonable, las redes se llenan, casi se rompen, las barcas se hunden bajo el peso de la pesca milagrosa, la alegría rebosa en los corazones. Reconocerse pecador significa admitir aquí los propios límites, poner en tela de juicio las propias certezas, restituir el primado a Dios, que se ha hecho próximo en la persona de Jesús. El relato concluye con el otorgamiento del encargo por parte del Señor y la respuesta de Simón y sus compañeros: una respuesta pronta, generosa, absoluta {«dejaron todo...»: v. 11), sin condiciones, como lo fue la acción salvífica de Dios en sus vidas.

 

MEDITATIO

Cuando el hombre vacila en sus convicciones más firmes, se crea la ocasión para la conversión. En el espacio que deja libre el hombre, en este silencio de su experiencia -limitada por lo demás-, puede actuar Dios, su señorío está en condiciones de manifestarse. En un momento cambia todo, y ya nada será como antes. Frente a la manifestación de la omnipotencia del Señor, Pedro reconoce su propia impotencia; la acción de Jesús va dirigida a colmar sus más profundas expectativas, toca la humanidad de Pedro en lo íntimo de su experiencia.

Arrodillándose ante Jesús, Pedro se rinde a la mirada de Dios, se quita la máscara, abandona sus propias certezas para dejar espacio a lo imprevisto de Dios, que invade su vida. «Desde ahora...» (Lc 5,10b) es la sentencia que decreta este nuevo comienzo: verdadera conversión, pequeño éxodo que llena de un nuevo significado las acciones habituales. «Pescadores de hombres»: Pedro y sus compañeros están llamados a partir otra vez exactamente desde donde han dejado abandonadas las redes, aunque solamente sea por un instante, desde su experiencia del mar, que a partir de ahora mirarán con unos ojos nuevos, los ojos iluminados por la fe en el Señor Jesús.

La noche de su pesca sin éxito, de su trabajo inútil, se ha transformado en el día de la abundancia de Dios, en el día en que saborean los bienes que Dios mismo ha preparado para nosotros desde la eternidad. Por otro lado, seguir siendo pescadores significa proseguir la propia experiencia en el espacio y en el tiempo, en la cultura y en la sociedad por las que estamos marcados y encarnar precisamente en este camino la Palabra que salva.

 

ORATIO

Dios, Padre nuestro, en un tiempo enviaste la columna de fuego para iluminar el camino de tu pueblo, que salía de la esclavitud del faraón. Hoy, aquí, para nosotros, hay mucho más que una nube luminosa. Para nosotros está tu Hijo, Jesús, revelación de tu sabiduría, manifestación de tu vida divina. Para nosotros, en cada línea del Evangelio, está su Palabra, que nos llama a conversión; en los sacramentos, su presencia eficaz; en el ministerio pastoral de la Iglesia, su sabia enseñanza. Todo esto es luz que nos arranca de la oscuridad de nuestras certezas, que nos permite ir más allá del fracaso de nuestra experiencia.

Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» es la evidencia de nuestra naturaleza mortal, de la que tú nos liberas: «Hazte a la mar... no te encierres en tu pequeño mundo, ve más allá de tu breve experiencia, que aunque fuera la de toda la humanidad no serviría para nada. Existe otra evidencia más clara, la única que necesitas, la de mi Palabra».

 

CONTEMPLATIO

A ti sólo amo, a ti sólo sigo, a ti sólo busco, y estoy dispuesto a estar sometido sólo a ti, puesto que sólo tu ejerces con justicia el dominio, y yo deseo ser según lo que tú dispones. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a fin de que yo pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que yo pueda ver tus señas. Aleja de mí los impulsos irracionales, a fin de que pueda reconocerte. Dime hacia qué parte debo mirar, a fin de que te vea, y espero poder cumplir todo lo que me mandes [...].

Sólo pido a tu altísima clemencia que yo me vuelva por completo hacia ti, que no me surjan obstáculos mientras tiendo hacia ti y que se me conceda que yo, mientras todavía llevo y arrastro este cuerpo mío, sea sobrio y fuerte, justo y prudente, perfecto amador y digno de aprender tu sabiduría y de estar y habitar en tu bienaventurado Reino. Amén. Amén (Agustín de Hipona, Soliloquios).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En primer lugar, el hombre se vuelve verdaderamente él mismo sólo porque es el interlocutor a quien Dios se dirige: como ha sido creado para esto, se adquiere, al convertirse en aquel que responde a Dios, plena y cabalmente en sí mismo. Él es el lenguaje del que Dios se sirve para dirigirle la palabra: ¿cómo podría jamás comprenderse a sí mismo de manera eminente?

Saliendo a la luz de Dios, entra en su propia luz, sin comprender (espiritualmente) su propia naturaleza o -por soberbia- su propia condición de criatura. Sólo la Redención puede salvar al hombre. El signo de Dios que se anula a sí mismo, haciéndose hombre y muriendo en medio del abandono más completo, explica la razón de que Dios haya aceptado bajar a este mundo, renunciando a sí mismo: respondía a su esencia y naturaleza absoluta manifestarse, en su infinita e incondicionada libertad, como el amor inconmensurable, que no es el bien absoluto puesto más allá del ser, sino que representa las dimensiones mismas del ser. Precisamente por eso el eterno prius de la Palabra divina de amor se esconde en una impotencia que concede el Prius a la criatura amada [...].

La Palabra de Dios engendra la respuesta del hombre, convirtiéndose ella misma en correspondencia de amor que deja la iniciativa al mundo. Círculo vicioso, sin solución, por Dios y sólo por él pensado y realizado, que permanece eternamente por encima del mundo y precisamente por eso vive en el corazón del mundo. En el corazón está el centro: por eso adoramos el corazón de Jesús; su cabeza la adoramos sólo cuando está cubierta de llagas y de sangre, a saber: como revelación de su corazón (H. U. von Balthasar, Solo l'amore é credibile, Roma 1 982 [edición española: Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1990]).

 

 

Día 6

Viernes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,15-20

15 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura.

16 En él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades, todo lo ha creado Dios por él y para él.

17 Cristo existe antes que todas las cosas, y todas tienen en él su consistencia.

18 Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. El es el principio de todo, el primogénito de los que triunfan sobre la muerte, y por eso tiene la primacía sobre todas las cosas.

19 Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud

20 y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz.

 

**• Con este himno cristológico se dirige Pablo a los Colosenses para recordarles las verdades de fe a las que se había adherido en un tiempo, y lo hace recurriendo a su misma liturgia, de donde procede este himno. El apóstol pretende demostrar que la «gnosis cristiana» es una sabiduría que se fundamenta en el acontecimiento de la cruz (v. 20), o sea, en una intervención libre y gratuita de Dios («Dios, en efecto, tuvo a bien...»: v. 19) en la historia.

El himno se divide en dos partes; en la primera (w. 15-18a), se celebra a Cristo según el modelo de la Sabiduría- arquitecta de Proverbios 8,22-31, como mediadora de la creación: «El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas. Fui formada en un pasado lejano, antes de los orígenes de la tierra...». El Logos, en virtud de su precedencia sobre todo lo creado, contiene de modo particular la imagen del Creador: es el rostro en el que se refleja la sabiduría creadora del Omnipotente. La cosmología antigua describía el mundo como un cuerpo, armoniosamente compaginado y en condiciones de subsistir (permanencia en el ser, no sólo origen de las cosas, que aquí aparece como algo debido a Cristo: cf v. 17); según la relectura cristiana, este cuerpo es la Iglesia, en la que Cristo realiza su señorío sobre el cosmos, colmándola de toda la plenitud divina.

Nos encontramos así en la segunda parte del himno paulino, donde se celebra al Señor como mediador único de la redención, descrita con los términos «reconciliación», «traer la paz», vocabulario que remite a la idea de una separación precedente, la debida al pecado. La paz entre el cielo y la tierra no se resuelve, como en los mitos antiguos, en el ámbito celestial, sino a través del acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret. Si, hasta este momento, los conceptos expresados se concilian tanto con una visión pagana como veterotestamentaria del universo, aquí es donde se sitúa el punto de ruptura con la aparición de términos que se refieren a la muerte en la cruz y a la resurrección.

 

Evangelio: Lucas 5,33-39

En aquel tiempo, los maestros de la Ley y los fariseos

33 le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.

34 Jesús les contestó: -¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras el novio está con ellos?

35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.

36 Les puso también este ejemplo: -Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo.

37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán.

38 El vino nuevo se echa en odres nuevos.

39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».

 

**• El contexto del fragmento tomado del evangelio de Lucas nos lo proporciona la discusión a propósito del ayuno. Los puntos de vista implicados son tres: el de los discípulos de Juan, que se caracterizan -incluso en la época apostólica- precisamente por una severa ascesis en nombre de la matánoia (penitencia-conversión) que debe preceder a la venida del Mesías; el de los maestros de la Ley y los fariseos, que interpretan el ayuno y las frecuentes oraciones como signo de reconocimiento del carácter profético; el de los discípulos de Jesús, que se explica a través del uso de un dicho (sobre los invitados a las bodas) y de una parábola.

La pregunta que subyace a la crítica realizada por los adversarios de Jesús podemos expresarla de este modo: si tú eres de verdad un profeta, ¿por qué no haces penitencia y oraciones como los profetas de nuestros padres, en espera del Mesías? Respuesta de Jesús: porque yo no soy sólo un profeta, sino el Mesías que vosotros esperáis. Es a otros a quienes les corresponde la tarea de ayunar y hacer penitencia; a los discípulos de Jesús les corresponde la de gozar, porque la espera ha llegado por fin a su término: el esposo está con ellos. Los días en los que el esposo les sea arrebatado serán los de la espera de su segunda venida, un tiempo de prueba para la Iglesia comprometida en dar testimonio de Cristo.

La parábola tiene la finalidad de indicar cuáles son las condiciones que se requieren para el reconocimiento de Jesús como el Mesías: los dos momentos se caracterizan por la antítesis nuevo/viejo. Del mismo modo que el remiendo de tejido nuevo corre el riesgo de desgarrar el tejido viejo ya gastado (pensemos en los tejidos duros y bastos de la antigüedad), tampoco el vino joven estará seguro en odres viejos y poco dúctiles. El riesgo que se corre en ambos casos es el de una pérdida total (de tipo económico): tanto el vestido como el vino y los odres dejan de servir y hay que tirarlos. Aquí reside el rasgo decisivo de la Palabra: el que no recibe a Jesús como el Señor que viene no tendrá sitio en el Reino de Dios, no servirá para nada y será «echado fuera».

 

MEDITATIO

La invitación dirigida por Jesús a sus oyentes es la de renovar su propia mente, a fin de prepararse para acoger la novedad que viene de Dios, sin obstinarse en permanecer en los esquemas preestablecidos, aunque sean los ofrecidos por la misma religión. También los profetas habían previsto esta dificultad para reconocer a Dios en algo novedoso: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19).

Ninguna gnosis está en condiciones de anunciar el escandaloso mensaje de un Dios crucificado ni de acoger la absurda pretensión de que los muertos resuciten, a no ser la del Evangelio. ¿Cuál debe ser la actitud del hombre frente a la novedad detonante de un kerygma que viene a hacer saltar todas las previsiones? El profeta del Antiguo Testamento (cf. Is 5,lss) se compara a menudo con la maravillosa figura del «amigo del esposo», presente en las culturas tradicionales y cuya tarea consiste en hacer todo lo necesario para que las nupcias lleguen a buen fin; se ocupa asimismo de las negociaciones del «contrato matrimonial» hasta el momento de la celebración de la boda {cf. la figura del siervo de Abrahán en Gn 24), en el que la satisfacción por el éxito del matrimonio explota en la alegría de la fiesta.

Ésa es la alegría de los «amigos del novio» (personajes con los que el cuarto evangelio compara a la figura del Bautista: Jn 3,29) que nosotros, la Iglesia, estamos llamados a compartir. En la boda de Dios con la humanidad, en la que se restablece la paz entre el cielo y la tierra, nosotros somos los testigos, porque tenemos capacidad de expresar el amor de Dios.

 

ORATIO

Gracias, Señor, por habernos invitado a tu boda. Nosotros, tu Iglesia, somos los que conocemos el «precio» de esta fiesta, los que conocemos la historia de tu amor a la humanidad desde el principio. Tú eres el esposo y nosotros tus amigos. Mas, para el hombre que sufre en la lejanía de Dios, tú eres el esposo que cada día ofrece el vino nuevo de la alegría.

¿Cuál es, pues, la tarea que confías a tus amigos en este tiempo en el que experimentamos la espera de tu retorno entre nosotros? Sin duda, la de ir en busca de la esposa, la de hablarle de tu belleza, cantándole tus palabras de amor, para gozar por fin contigo en el día en que la amada te haya reconocido como el único capaz de darle la vida, de abrirle el camino hacia Dios.

De este modo nos llamas a vivir ya desde ahora en la novedad de tu Reino, reino de reconciliación y de paz, para ser «odres» capaces de contener y comunicar tu amor infinito a cada hombre.

 

CONTEMPLATIO

«La tierra está llena de tus criaturas»: de todos los árboles y matas, de todas las bestias y de todo el género humano... Pero debemos señalar mucho más a las criaturas de las que dice el apóstol: «Si alguien está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, he aquí que lo hago todo nuevo» (2 Cor 5,17)... Vino el que renovó sus obras; vino el que fundió su plata para acuñar su moneda, y nosotros vemos la tierra llena de cristianos que creen en Dios, que abandonan su impureza y su idolatría, que rechazan las esperanzas pasadas por la esperanza de un mundo nuevo [...]. Aunque todavía somos peregrinos, observamos todo este mundo y vemos que de todas partes corren los hombres a la fe, temen el infierno, desprecian la muerte, aman la vida eterna y desdeñan la presente. Y ante este espectáculo, entusiasmados por la alegría, exclamamos: «La tierra está llena de tus criaturas» (Agustín de Hipona, Comentarios sobre los salmos).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El vino nuevo se echa en odres nuevos» (Lc 5,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen de Jesús es ésta: «Os daré una nueva visión del mundo que vosotros gustaréis como un vino nuevo, pero esta novedad quedará completamente frustrada si no tenéis odres nuevos. Si no existen estructuras nuevas que reflejen la nueva actitud mental, entonces también se habrá perdido la actitud mental. Ambos deben ser renovados: el continente y el contenido; de otro modo, ambos se perderán».

Nosotros, tradicionalmente, hemos intentado predicar un Evangelio hecho en gran parte de palabras, de modos de pensar y de experiencias de salvación interiores. La gente dice que está salvada, que está «regenerada»; ahora bien, ¿cómo hacemos para saber si alguien está salvado? ¿Aman a los pobres? ¿Se han liberado de su yo? ¿Se muestran pacientes ante las persecuciones? Estos podrían ser los verdaderos indicadores [...].

Todos somos un poco iguales. Es más fácil hablar del vino sin nombrar los odres; hablar de la salvación de una manera teórica, sin instaurar un nuevo orden en el mundo. Honestamente, las naciones europeas que se definen como cristianas fundamentan su sociedad -tal como hacemos todos nosotros- enteramente sobre estructuras de dominio y de control: racismo, sexismo, clase social, poder y dinero. Se fundamentan en todas esas cosas en las que Jesús nos dijo que no fundamentáramos nuestra vida. Hay un poco de vino nuevo en algunos odres muy viejos (R. Rohr,  Il piano di Gesú per un mondo nuovo, Brescia 1 999).

 

Día 7

Sábado de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,21-23

Hermanos:

21 También vosotros estabais en otro tiempo lejos de Dios y erais sus declarados enemigos por vuestras malas acciones.

22 Ahora, en cambio, por la muerte que Cristo ha sufrido en su cuerpo mortal, os ha reconciliado con Dios y ha hecho de vosotros su pueblo, un pueblo sin mancha ni reproche en su presencia.

23 Pero es necesario que permanezcáis firmes y arraigados en la fe y que no traicionéis la esperanza contenida en el Evangelio que habéis recibido, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, me he convertido en servidor.

 

*» Pablo precisa ulteriormente los conceptos clave expresados en el himno precedente (que leíamos ayer), aplicándolos a la situación de los colosenses, convertidos del paganismo. Éstos fueron en otro tiempo extranjeros y enemigos, o sea, gente que estaba lejos de Dios en su visión de la vida y en sus obras. Si el pasado («otro tiempo») corresponde a la lejanía, el presente («ahora») coincide con la reconciliación, con el abrazo de Dios. El medio de esa transformación es «la muerte que Cristo ha sufrido en su cuerpo mortal»; este subrayado remite al motivo de fondo de esta exhortación: ser santos e inmaculados, o sea, ofrecer sacrificios en nuestro propio «cuerpo mortal», con obras buenas que deben sustituir a las malas de otro tiempo. De este modo, el cristiano hace actual en el hoy de su propia fe el sacrificio salvífico del Señor, orientando toda su propia existencia en dirección a «la esperanza contenida en el Evangelio», es decir, a la victoria definitiva sobre el mal por medio de la resurrección.

 

Evangelio: Lucas 6,1-5

1 Un sábado, atravesaba Jesús por unos sembrados. Sus discípulos cortaban espigas y las comían, desgranándolas con las manos.

2 Y unos fariseos dijeron: -¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvieron hambre él y sus compañeros?

4 Entró en el templo de Dios, tomó los panes de la ofrenda, comió y dio a los que le acompañaban, siendo así que sólo a los sacerdotes les estaba permitido comerlos.

5 Y añadió: -El Hijo del hombre es señor del sábado.

 

**• La extensa lista de las prohibiciones relativas al reposo sabático incluía -y sigue incluyendo todavía hoy hasta la preparación de la comida, además del «trabajo de recogida» con el que se manchan los discípulos de Jesús. A la pregunta de los maestros de la Ley y de los fariseos, que se atienen de manera escrupulosa al precepto de la Tora, Jesús responde remitiéndose al episodio narrado en 1 Sm 2 1 a propósito del rey David y de sus compañeros. Sin embargo, con las palabras «el Hijo del hombre es señor del sábado» (v. 5) no pretende compararse Jesús tanto con el rey de Israel, heredero de las promesas, como con Dios mismo.

La ley correspondiente al sábado fue promulgada claramente, en efecto, por YHWH y entregada a su pueblo en tablas de piedra en el Sinaí. Por otra parte, en el relato del Génesis, se presenta a Dios como el que «reposó el séptimo día», día consagrado por Él y bendecido (Gn 2,2ss). Puede decirse que el Dios de Israel es el «Dios del sábado» y que el shabbath es el día de Dios. De este modo, Jesús se pone en el sitio de Dios, aunque la suya no es una usurpación ilícita: se pone en el sitio del Creador para completar su obra allí donde el hombre la había interrumpido alejándose con el pecado. El Hijo ha venido, en efecto, a consolar, a sanar, a reconciliar. Ahora bien, lo que pertenece a Jesús se extiende también a los suyos: así sucede con la libertad respecto al precepto sabático y a toda ley cuando se opone al bien de la vida humana.

 

MEDITATIO

Jesús también es señor del sábado, puesto que está en condiciones de reconciliar al hombre con Dios. En cuanto hombre, se pone a sí mismo por completo al servicio del proyecto divino, a fin de restituir la tierra a la shalóm originaria; ofrecer su propia vida en manos de los pecadores es la única vía capaz de vencer el pecado del mundo. De este modo, inaugura un camino que cada uno de los que llevan su nombre está llamado a recorrer, a través de la muerte «sufrida en su cuerpo mortal» y renunciando a toda obra mala.

Permanecer «firmes y arraigados en la fe» significa, por consiguiente, poner los pies en las huellas de Cristo, abrazando la cruz que nos sale al encuentro en el tiempo presente. Ser como Jesús, para ser reconciliados con nosotros mismos, con los otros, con Dios, y para experimentar la libertad de los hijos de Dios, que se manifiesta en dejar de ser esclavos de los imperativos de nuestro egoísmo. Vivir la «vida en el Espíritu», en la misericordia, bondad, mansedumbre y paciencia (Col 3,12ss), cosas contra las que no hay ley (cf. Gal 5,22), para vivir ya desde ahora en el eterno shabbath al que están destinados los hijos del Reino.

 

ORATIO

Padre Santo, te pedimos hoy el don del Espíritu, a fin de que, como fuego, nos plasme a imagen de tu Hijo, Jesús. En su vida ofrecida por nosotros reconocemos el único modelo que nos libera de todo lo que mortifica al hombre, sea cual sea su nombre: avaricia, deseos egoístas, miedo, juicio, orgullo falsa religiosidad...

Gracias al don de Jesús se ha abierto de una vez por todas el camino para entrar en tu Reposo, en el shabbath sin fin. Haz, oh Señor, que no lo cerremos de nuevo recayendo en las obras malas de otro tiempo, sino que en toda obra buena nos hagamos imitadores de tu santidad, que se ha vuelto disponible para nosotros en la persona de un hombre muerto en la cruz.

 

CONTEMPLATIO

...Y es que sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, haciendo veces de cuerda el Espíritu Santo. Vuestra fe es vuestra cabria, y la caridad el camino que os conduce hasta Dios.

Así pues, todos sois también compañeros de camino, portadores de Dios y portadores de un templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados de todo en todo en los mandamientos de Jesucristo [...]. «Rogad también, sin intermisión» (1 Tes 5,17), por los otros hombres, pues cabe en ellos esperanza de conversión, a fin de que alcancen a Dios. Consentidles, pues, que, al menos por vuestras obras, reciban instrucción de vosotros. A sus arrebatos de ira, responded vosotros con vuestra mansedumbre; a sus altanerías de lengua, con vuestra humildad. Oponed a sus blasfemias vuestras oraciones; a su extravío, vuestra firmeza en la fe; a su fiereza, vuestra dulzura, y no tengáis empeño alguno en emularlos por vuestra parte. Mostrémonos hermanos suyos por nuestra amabilidad; mas imitar, sólo hemos de esforzarnos en imitar al Señor, porfiando sobre quién pueda sufrir mayores agravios, quién sea el más defraudado, quién más despreciado, a fin de que no se vea entre vosotros planta alguna del diablo, sino que en toda castidad y templanza permanezcáis en Jesucristo corporal y espiritualmente (Ignacio de Antioquía, «Carta a los Efesios», IX-X, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 452-453).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo nos ha liberado para que permanezcamos libres» (cf. Col 1,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando no tenemos experiencia de lo Sagrado Verdadero, caemos siempre en la adoración de lo sagrado falso. Lo sagrado falso se convertirá siempre en un pretexto e incluso en una santa justificación para el prejuicio, la marginación de los otros, la creación de chivos expiatorios y la violencia [...]. Sin embargo, una vez que honramos a lo Sagrado Verdadero, somos libres e incluso estamos «obligados» a reconocer su reflejo en cada una de sus criaturas y en todo el mundo creado [...]. Sin lo Sagrado Verdadero estamos todos a merced de la misericordia recíproca y sometidos a los caprichosos juicios recíprocos. En presencia de lo Sagrado Verdadero estamos confiados a la misericordia de Aquel-que-es-misericordia. No hemos de maravillarnos de que Jesús haya dispensado toda su vida en proclamar una liberación tan abismal. La humanidad esperaba tal liberación con esperanza mesiánica. Este es el único modo de salir de nuestro engañoso castillo de espejos, de nuestra guerra de todo contra todo, y se llama justamente salvación (R. Rohr, ll piano di Gesú per un mondo nuovo, Brescia 1999).

 

Día 8

 

23° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 9,13-18b

13 Pues ¿qué hombre puede conocer los designios de Dios? ¿Quién puede hacerse idea de lo que quiere el Señor?

14 Los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguras nuestras reflexiones,

15 porque el cuerpo corruptible es un peso para el alma y esta tienda terrena oprime al espíritu que reflexiona.

16 Si a duras penas vislumbramos lo que hay en la tierra, y descubrimos con trabajo lo que está a nuestro alcance, ¿quién puede rastrear lo que hay en los cielos?

17 ¿Quién conocería tu designio si tú no le dieras la sabiduría y enviaras tu santo espíritu desde los cielos?

18 Así se enderezaron las sendas de los que viven en la tierra, aprendieron los hombres qué es lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría.

 

*+• La liturgia nos ofrece hoy la última parte de la oración que Salomón dirigió a Dios para obtener la sabiduría (Sab 9). Se trata de una oración de un valor incomparable, que figura entre las más elevadas de la Escritura tanto por su contenido espiritual como por su forma estilística, aunque en una primera lectura pueda dar la impresión de ser más bien seca. Es una oración que nos sitúa, de una manera inexpresable, en el haz de luz de la misericordia de Dios que desciende sobre nosotros.

La enseñanza última del libro de la Sabiduría es, precisamente, la oración. Del mismo modo que la sabiduría ha asistido a Dios desde la aurora de la creación, así asiste también al hombre para que continúe «gobernando el mundo con santidad y justicia» (9,3). La vida del hombre es, en esencia, una relación límpida y transparente con la sabiduría para alcanzar de ella la luz necesaria para gobernar el mundo. En este sentido, la vida del hombre no puede ser nada más que oración. La vida del hombre es considerada por el libro sagrado como una maravillosa relación con la sabiduría, y esta relación es oración: «Concédeme la sabiduría» (9,4).

Ahora bien, se trata de una relación misteriosa, que se basa en la experiencia de nuestra propia fragilidad y de nuestro propio pecado y que, por eso, sólo puede ser vivida en el clima de la acogida de un amor y de una luz irresistibles y respetuosos con nuestra humanidad. Ninguna perfección, por muy rica que sea, puede ser suficiente para la obra a la que Dios llama al hombre: «Sin tu sabiduría, sería estimado en nada» (9,6).

Sólo el don de la sabiduría nos hace contemplar el esplendor de la creación. Es estupenda la riqueza de esta oración, una oración que nos encanta por la amplitud y el esplendor con que se reflejan las promesas de Dios y las esperanzas del hombre. Se abre con una invocación apesadumbrada a Dios: «Oh Dios de nuestros padres y Señor de misericordia» (9,1). Es una invocación personal a Dios, que siempre ha estado presente y que sigue siendo el Dios de todo un pueblo con el que ha establecido una alianza. Es una invocación a ese amor y a esa bondad que Dios ha tenido siempre con todo el pueblo de Israel. En ella se muestra que el fundamento de la oración es la experiencia ardiente de la misericordia de Dios. A buen seguro, el hombre se siente débil y frágil para llevar a cabo los planes de Dios (w. 13-19). ¿Cómo puede conocer y llevar a cabo el deseo de Dios? «¿Quién conocería tu designio si tú no le dieras la sabiduría y enviaras tu santo espíritu desde los cielos?» (v. 17), dice el libro de la sabiduría. Sin embargo, el hombre sabe asimismo que Dios le asistirá también esta vez con su gracia. El hombre sabe que Dios le ha iluminado y guiado siempre con su sabiduría. Sabe que «aprendieron los hombres qué es lo que te agrada, y se salvaron por la sabiduría» (v. 18). Dios también nos puede asistir hoy. Por eso pedimos continuamente a Dios el don de la divina sabiduría: «Envíala de los cielos santos» (9,10).

Sabemos que esta oración es eficaz. La respuesta de Dios es segura: es la bajada del Verbo al seno de María santísima. La Sabiduría se encarnó en la persona de Jesús. Tomó un rostro humano. Entró en nuestra historia, enseñándonos a renunciar a todo para llegar a la plena disponibilidad a Dios. Jesús es la Sabiduría dulce y luminosa que nos ha sido entregada desde lo alto. Su Evangelio nos muestra la inmensa vanidad del universo y, al mismo tiempo, la inaccesible trascendencia de la única realidad que cuenta, Dios.

 

Segunda lectura: Filemón 9b-10.12-17

9 Yo, Pablo, anciano ya, y al presente además prisionero por Cristo Jesús,

10 te ruego por mi hijo Onésimo, al que he engendrado entre cadenas.

12 Ahí te lo envío, y es como si te enviara mi propio corazón.

13 Habría querido retenerlo conmigo para que me sirviera en tu lugar ahora que estoy encadenado por causa del Evangelio.

14 Pero no he querido hacer nada sin contar contigo, para que tu buen proceder sea fruto de la libertad y no de la coacción.

15 Y es que tal vez te abandonó por breve tiempo, precisamente para que ahora lo recuperes de forma definitiva,

16 pero no ya como esclavo, sino como algo más, como un hermano muy querido. Para mí lo es ya muchísimo, pero más todavía ha de serlo para ti como persona y como creyente.

17 Si, pues, me tienes por amigo, acógelo como me acogerías a mí.

 

*» En la carta que le dirige, Pablo quiere educar a su hermano Filemón en esta renuncia sapiencial. Lo hace con una discreción y un tacto verdaderamente admirables, repletos de una profunda y delicada sabiduría cristiana. Podría «mandarle» que le dejara a su esclavo Onésimo, que había huido de su patrón después de haberle robado. Sin embargo, dado que conoce su generosidad, estima más conveniente aducir motivos de caridad.

Pablo, «anciano ya, y al presente además prisionero por Cristo Jesús» (v. 9), podría retener muy bien al esclavo Onésimo junto a él. No, a buen seguro, como esclavo, sino «para que me sirviera en tu lugar ahora que estoy encadenado por causa del Evangelio» (v. 13), o sea, como esclavo y servidor de Cristo. Sin embargo, le envía de nuevo a Filemón. Deja que sea éste quien decida retenerle o enviarle de nuevo a Pablo. De este modo, Pablo no sólo libera a Onésimo de la esclavitud, sino que pide además a Filemón algo mucho más costoso, le invita a una expropiación todavía más fuerte: que reciba a Onésimo no

ya como esclavo, sino «como un hermano muy querido» (v. 16) al que debe amar ante el Señor.

En efecto, mediante el amor de Pablo, Onésimo se ha vuelto para Filemón un hombre como él, auténticamente vivo, en posesión de un tesoro que no perecerá nunca. Se trata de que vuelva a tener a Onésimo no ya para un simple beneficio temporal, para un «momento», sino «precisamente para que ahora lo recuperes de forma definitiva» (v. 15).

 

Evangelio: Lucas 14,25-33

En aquel tiempo,

25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo:

26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

27 El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío.

28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla?

29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él,

30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».

 31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil?

32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz.

33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío.

 

**• Este fragmento del evangelio de Lucas contiene dos parábolas (w. 28-30 y 31ss) y tres máximas fundamentales de la sabiduría cristiana (w. 26.27.33). La verdadera sabiduría, la que nos enseña Jesús en el evangelio, consiste en abandonarlo todo, en prescindir de todo, en despojarnos de todo, en llegar a ser por fin libres, para seguir a Jesús y sumergirnos en el océano del Amor. El don de la sabiduría consiste precisamente en seguir a Jesús, a nadie más que a él. Las parábolas nos enseñan, en efecto, que la sabiduría del cristiano consiste en ir a Jesús «renunciando a todo lo que tiene», como sugiere Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (v. 25). Esto es lo que se exige para seguir a Jesús. Jesús exige para él, por ser el Hijo de Dios, «todo el corazón, todas las fuerzas». Nada puede oponerse a este amor. Jesús quiere ser amado como el único amor, como la única riqueza y el único proyecto que llena el corazón. Quien no «renuncia a todo lo que tiene» (v. 33) no puede pretender ser discípulo suyo. Está incluido aquí todo lo que podamos poseer: no sólo los bienes materiales, sino también las relaciones con otras personas, como los parientes más próximos. En el fondo, la sabiduría cristiana está toda aquí: desvincularnos de todo lo que nos aleja o nos separa dé Dios, para llegar a vivir nuestra vocación de discípulos.

Las parábolas nos enseñan en última instancia que, para seguir- a Jesús, es menester tener la sagacidad de los hombres de este mundo. El que construye una casa se pregunta antes de empezar las obras si le van a salir las cuentas. Igualmente, el rey que se compromete en una batalla calcula bien si podrá hacer frente al enemigo con los medios de que dispone. Jesús extrae de estos ejemplos la siguiente conclusión: «Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío» (v. 33). Seguir a Jesús es una empresa dura. Es menester reflexionar antes, con seriedad, si estamos dispuestos a renunciar a todos los bienes para construir el edificio cristiano, y a combatir únicamente con la sabiduría divina y no con nuestra propia astucia. Por otra parte, Jesús nos pide que realicemos esta reflexión en silencio.

Debemos preguntarnos si estamos dispuestos verdaderamente a abandonar todo y a esperar, con buen ánimo, toda la fuerza únicamente de Dios, dejando que sea él quien disponga de toda nuestra vida/Abandonar no significa huir a un desierto, sino, simplemente, soltar los dedos aferrados a cualquier cosa que considero una «pertenencia», para ofrecerle todo al Señor.

 

MEDITATIO

Los textos de este domingo nos ponen frente a un mismo tema: el abandono en Dios. Con frecuencia nos preguntamos: ¿quién puede conocer lá voluntad de Dios? O bien: ¿cómo podemos saber lo que Dios quiere de nosotros?

Las lecturas de la misa de hoy nos dicen que sólo podemos conocer las intenciones de Dios si poseemos la sabiduría. Ahora bien, para poseer la sabiduría es preciso renunciar a todo para seguir a Jesús. La sabiduría que el Señor nos enseña es seguir a Jesús. Nada más. Es preciso liberarnos, despojarnos, renunciar a todo lo que creíamos poseer, vender todo lo que tenemos, no llevar dinero con nosotros, no disponer ni siquiera de una piedra en la que reposar la cabeza, no encerrarnos en los vínculos familiares: «Si alguno quiere venir conmigo V no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26).

La garantía del discípulo consiste en ir a Jesús sin tener nada. La verdadera sabiduría consiste en no llevar ningún peso que nos impida la marcha tras Jesús. Dicho de manera positiva, se trata de llevar un único peso: la Cruz de Jesús. Y el peso de la cruz es el peso de su amor. No se trata de hacer cálculos, de contar el número de piedras necesarias para construir la casa o el número de personas necesarias para la batalla. No es ésa la intención del Señor. Ser discípulo significa no preferir nada que no sea el amor de Jesús. Preferir únicamente y siempre al Señor, o sea, elegirle de nuevo cada día y ofrecerle toda nuestra vida. El don de la sabiduría, que es algo que hemos de pedir constantemente al Señor, nos permite darnos por completo, con libertad y de una manera transparente a este amor. Quien ha sido vencido por este amor ya no tiene miedo de nada por parte de Dios. El amor vence todo temor. Ya nada podrá espantarnos.

 

ORATIO

Oh mi Señor, tenían razón los santos al decir que comprendían la razón de que tuvieras tan pocos seguidores: ¡quieres demasiado de ellos! Es difícil seguirte, entre otras razones, porque es difícil comprender tu filosofía: nos dices que, para seguirle, hay que llevar una cruz, para ganar es preciso renunciar, para construir es preciso privarse de bienes. Sin contar con la decidida relativización de los afectos más queridos y más santos.

Perdóname, Señor, pero hoy me supone una gran fatiga comprender unas exigencias tan rigurosas. Y conmigo muchos otros sienten una fuerte tentación de decirte: «Si pides tanto, voy a buscarme otro maestro de vida más comprensivo, más humano, más amigo de la vida», de esta vida, la única que se nos ha dado vivir. Mira también tú, oh Señor, la enorme extensión de la apostasía por parte de adultos y jóvenes, a menudo porque no comprenden las razones de tu severidad. Y hasta los mismos pastores se sienten a menudo turbados y desconcertados, y se plantean serios interrogantes... ¡Perdóname este desahogo! Concédeme tu sabiduría para que pueda ver yo las cosas como tú las ves, para que nunca pueda nada poner en duda mi confesión de fe: sólo tú tienes palabras de vida eterna. Concédeme tu "sabiduría, para que yo pueda comprenderte y dar cada vez un mejor testimonio de ti y, con un coraje cada vez mayor, pueda decir también yo estas palabras duras y eternas. Confirma a mi pobre corazón, para que no vacile ante la cruz: la tuya, la mía y la de mis hermanos. Sí, Señor: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna».

CONTEMPLATIO

La cruz es la puerta de los misterios; por esta puerta entra el Intelecto en el conocimiento de los misterios celestiales. El conocimiento de la cruz está escondido en los sufrimientos de la cruz; y en la medida en que se participa en ellos, se experimenta lo que hay en la cruz,  según las palabras del apóstol: «En la misma medida en que abunden en nosotros los sufrimientos de Cristo, así será a su semejanza nuestra consolación en Cristo». Se llama consolación a la contemplación que se despliega como visión del alma. La visión engendra la consolación. No es posible que nuestra alma produzca los frutos del Espíritu si nuestro corazón no ha muerto al mundo. El Padre, en efecto, consolida en la contemplación de todos los mundos al alma que ha muerto con la muerte de Cristo.

Tú, que has salido vencedor, saborea en ti mismo la pasión de Cristo, para ser hecho digno de saborear también su gloria; si padeces efectivamente con él, con él también serás glorificado. Si el cuerpo no padece a causa de Cristo, el intelecto no será glorificado con Jesús. En efecto, en el mismo instante en que pise la gloria, recibirá la gloria, y será glorioso en su cuerpo y, al mismo tiempo, en su alma (Isaac de Nínive, Un'umile speranza I, 79).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: Si pierdo la vida por Jesús, reinaré con él eternamente.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jerusalén es para mí el lugar más bello y más querido del mundo. En Jerusalén está la capilla del Calvario, en la basílica del Santo Sepulcro. Algunos de vosotros ya habéis estado en ella, otros iréis ciertamente, antes o después. Subiendo una serie de escalones, se llega a una capilla donde hay un pequeño altar reservado a los monjes griegos, y allí podemos detenernos a orar. Bajo el altar se ve un orificio que pretende recordar el lugar donde fue clavado el leño de la cruz de Jesús. Delante, una gran tabla pictórica bizantina: Jesús en la Cruz, la Virgen María, el evangelista Juan, María Magdalena. He pasado en esa pequeña capilla muchísimas horas de mi vida y no me he cansado nunca de permanecer mucho tiempo, en oración silenciosa, sin conseguir decir nada especial. Estaba allí, y sentía que estaba en el centro del mundo, comprendí que el mundo se manifestaba en su verdad sólo si era mirado desde arriba de la cruz y con la mirada de Jesús.

Todavía ahora continúo con esta oración fundamental que es la contemplación de la cruz como significado y clave de toda la historia humana. No hay persona, no hay acontecimiento humano que no tenga su punto de referencia en la escucha contemplativa del mensaje de la cruz. Por consiguiente, le pido a Jesús esta gracia para cada uno de vosotros: que podáis contemplar, cada vez más, la luz que se desprende de su cruz, para referir a ella todas las realidades de vuestra vida y todas las realidades de la historia (C. M. Martini, Tu mi scruti e mi conosci, Milán 1999, pp. 102ss [edición española: Tú me sondeas y me conoces, Editorial Verbo Divino 1995]).

 

Día 9

Lunes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,24-2,3

Hermanos:

1.24 Ahora me alegro de padecer por vosotros, pues así voy completando en mi existencia mortal, y a favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas.

25 De esa Iglesia me he convertido yo en servidor, conforme al encargo que Dios me ha confiado de anunciaros cumplidamente su Palabra,

26 es decir, el plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha revelado a los que creen en él.

27 Precisamente a éstos ha querido Dios dar a conocer la incalculable gloria que encierra este plan divino para los paganos; hablo de Cristo, que está entre vosotros y es la esperanza de la gloria.

28 A este Cristo anunciamos nosotros, amonestando e instruyendo a todos con el mayor empeño, a ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana.

29 Por esto me fatigo y lucho, sostenido por la fuerza de Aquel que actúa poderosamente en mí.

2.1 Porque quiero que sepáis qué lucha tan grande sostengo por vosotros, por los de Laodicea y por tantos otros que no me conocen personalmente.

2 Lo hago para que se mantengan animosos y para que, unidos fuertemente en el amor, lleguen a conseguir toda la riqueza que se encierra en la plena inteligencia de las cosas y puedan conocer a fondo el plan secreto de Dios, que es Cristo,

3 en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

 

*• La dirigida a los colosenses es una carta con la que Pablo quiere refutar algunas doctrinas que circulaban en aquella comunidad que él no había fundado. Nuevos maestros insinuaban que la obra redentora de Cristo era incompleta y que eran necesarias otras prácticas religiosas para completar la salvación procedente de la muerte y resurrección de Cristo. Estos maestros superponían añadidos ascéticos y supersticiosos al mensaje de Pablo.

Este último, en cambio, sostiene firmemente que añadir cualquier cosa al Evangelio equivale a disminuir su poder gratuito. No hace falta nada más. Sólo como miembros del cuerpo de Cristo podemos completar «lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (1,24). Y esto tiene lugar, sobre todo, con las fatigas y aflicciones soportadas por quien anuncia el Evangelio. Pablo se pone como ejemplo de este servicio al mismo, se gloría de su vocación y de su fidelidad, mientras que, al mismo tiempo, pone el acento en los sufrimientos ligados al servicio del Evangelio.

Pablo, al describir su propio ministerio, emplea categorías importantes para los colosenses y para los falsos maestros. Estos últimos exaltan la «sabiduría», la «perfección», y por eso Pablo habla de «conocer a fondo el plan secreto de Dios, que es Cristo, en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (2,2ss); e identifica la meta de su misión apostólica con el hecho de conseguir «que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana» (1,28), confiando en el poder de Dios. Estamos muy lejos de las especulaciones y fantasías difundidas: todo está reconducido a lo concreto de Cristo, revelación del misterio (plan secreto) mismo de Dios.

 

Evangelio: Lucas 6,6-11

6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha.

7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo.

8 Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: -Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se puso de pie.

9 Jesús les dijo: -Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Y, mirándolos a todos, dijo al hombre: -Extiende tu mano. Él lo hizo, y su mano quedó restablecida.

11 Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer contra Jesús.

 

**• El sábado era, y sigue siendo, una institución que forma parte de la identidad de Israel. Es comprensible la sacralización del sábado, su carácter intangible y el proceso que lo ha convertido en algo absoluto. Jesús respeta el sábado, pero respeta todavía más al hombre y su dignidad, al hombre y su sufrimiento.

Esta vez, su intervención tiene el sabor de una provocación, porque sabía que todos los ojos estaban puestos en él, dado que «los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo» (v. 7). Por eso, ésta era una buena ocasión para afirmar un principio fundamental de su acción mesiánica y de sus criterios de evaluación: ¿es más importante observar el sábado o intervenir a favor del hombre necesitado? Hemos de señalar que, en la tradición judía, había ya una interpretación que decía: «La salvación de una persona elimina la observancia del sábado».

Jesús, con el gesto de la curación (v. 10), obtiene un doble efecto: por una parte, la irritación y la peligrosa aversión ulterior de los maestros de la Ley y de los fariseos y, por otra, la afirmación de un criterio claro de acción para sus discípulos. El servicio al prójimo que se encuentra en grave necesidad debe constituir una prioridad también para los discípulos.

 

MEDITATIO

La primera lectura presenta una fuerte referencia a la insustituible presencia del misterio de Cristo en la vida del cristiano, y de manera especial en la vida del apóstol. Es una invitación a que me pregunte qué puesto ocupa realmente Cristo en mi modo de pensar y en mis decisiones. ¿Constituye siempre mi Maestro el primer y último criterio de juicio y de elección? La pregunta no es ociosa si pensamos en la abundancia de maestros que se presentan como más actuales y hasta más «evolucionados».

Quizás por primera vez desde hace muchos siglos, la figura de Cristo ha dejado de ser intangible e indiscutible incluso entre los cristianos. Hay quienes quieren «ponerlo al día», quienes lo quieren «completar», quienes quieren «actualizarlo», quienes quieren «relativizarlo». Si bien reconozco que son dignos de alabanza los esfuerzos encaminados a hacerlo «contemporáneo», no puedo ciertamente ingresar en las filas de quienes quieren «completarlo». Puedo explicitar su mensaje, pero sin añadir nada, como si él se hubiera olvidado de algún detalle o, lo que es peor, como si el mensaje tuviera necesidad de retoques para hacerlo aceptable. Mi pasión ha de ser darlo a conocer tal como es. Mi sufrimiento ha de ser comprometerme a que no sea desfigurado y mal entendido. De este modo participaré, completándola, en su pasión, consecuencia de su fidelidad a la identidad única de Hijo unigénito del Padre.

 

ORATIO

Mantenme alejado, oh Señor, de la tentación de ponerte al día. Sé que debo ponerme al día, pero a partir de ti y en ti. Siguiendo tu modelo debo poner al día mis sentimientos y mis pensamientos. Siguiendo tu modelo debo poner al día cotidianamente mi mente y mi corazón. Y cuando estoy bien fijo en ti, entonces puedo ponerme al día con los demás, a los que debo tomar en serio, pero a los que no puedo alejar de ti.

Esto es lo que te pido con ansiedad, porque conozco lo difícil que resulta «serte fiel» y «ser fiel al mundo» al que me has enviado. Eres tú quien me pide que conozca tu creación, el corazón de tus hijos, las leyes que rigen nuestra sociedad. Ahora bien, todo eso con el fin de hacerte presente mejor, no para sustituir tu presencia.

Concédeme la verdadera ciencia, que es conocimiento del misterio y de los caminos para hacerlo entrar en el hombre y en la mujer, en la intrincada red de comunicaciones, mensajes e input de mi mundo y del tuyo. Concédeme tu fuerza para resistir a la tentación de «ayudarte» con algunas «novedades» para ser más actual.

 

CONTEMPLATIO

El Hijo de Dios asumió la naturaleza humana y en ella soportó todo lo que es humano. Es ésta una medicina tan eficaz para los hombres que no es posible pensar otra que lo sea más. En efecto, ¿qué soberbia puede curar, si no cura con la humildad del Hijo de Dios? ¿Qué avaricia puede curar, si no cura con la pobreza del Hijo de Dios? ¿Qué iracundia puede curar, si no cura con la paciencia del Hijo de Dios? ¿Qué impiedad puede curar, si no cura con la caridad del Hijo de Dios? Y, por último, ¿qué timidez puede curar, si no cura con la resurrección de Cristo Señor? ¿Quién no se liberará de toda perversión contemplando, amando e imitando las palabras y las obras de aquel hombre en el que se presentó a nosotros el Hijo de Dios como modelo de vida? (Agustín de Hipona, La lucha cristiana, XI, 12).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «De Dios vienen mi salvación y mi gloria» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pocos sacerdotes o personas entregadas a los servicios ministeriales piensan de una manera teológica. Muchos de ellos han sido educados en un clima en el que las ciencias del comportamiento, como la psicología y la sociología, dominaban de tal modo el medio educacional que  han aprendido poca teología. La mayor parte de los líderes cristianos actuales se plantean problemas psicológicos o sociológicos, aunque los formulen en los términos de las Sagradas Escrituras.

El verdadero pensamiento teológico, que es pensar con la mente de Cristo, es difícil de encontrar en la práctica del hombre entregado al servicio ministerial. Sin una sólida reflexión teológica, los líderes del futuro serán un poco más que seudopsicólogos, seudosociólogos o seudotrabajadores sociales.

Pensarán que se han convertido en personas con ciertas capacidades, animadores, modelos de determinados roles, imágenes de padres o madres, hermanos o hermanas mayores, o algo parecido, y de esa forma se sentirán unidos a los incontables hombres y mujeres que se ganan la vida intentando ayudar al prójimo a desenvolverse en medio de las presiones y tensiones de su vida diaria.

Pero esto tiene poco que ver con el liderazgo cristiano, porque el líder cristiano piensa, habla y actúa en nombre de Jesús, que vino al mundo para librar a la humanidad del poder de la muerte y abrirle el camino de la vida eterna. Para ser un líder así, es esencial ser capaz de discernir en cada momento cómo actúa Dios en la historia humana y cómo los acontecimientos personales, los vividos en la pequeña comunidad, lo mismo que los que tienen lugar a nivel nacional e internacional, y que suceden a lo largo de nuestras vidas, nos pueden hacer más y más conscientes de los caminos a los que somos llevados, por la cruz y a través de la cruz, a la resurrección [...].

Es decir, tienen que decir «no» al mundo secular y proclamar en términos clarísimos que la encarnación de la Palabra de Dios, por medio de la cual todo ha sido hecho, ha convertido el más mínimo acontecimiento histórico en un «kairos», es decir, en una oportunidad de ser guiados a profundizar en el corazón de Cristo (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1994, pp. 69-71 passim).

 

 

Día 10

Martes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 2,6-15

Hermanos:

6 Así pues, ya que habéis acogido a Cristo Jesús, el Señor, vivid como cristianos.

7 Enraizados y cimentados en él, manteneos firmes en la fe, como se os ha enseñado, y vivid en permanente acción de gracias.

8 Estad alerta, no sea que alguien os seduzca por medio de filosofías o de estériles especulaciones fundadas en tradiciones humanas o en potencias cósmicas, pero no en Cristo.

9 Porque es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad,

10 y en él, que es cabeza de todo principado y potestad, habéis alcanzado vosotros la plenitud.

11 Por vuestra unión con él estáis también circuncidados, no físicamente ni por mano de hombre, sino con la circuncisión de Cristo, que os libera de vuestra condición pecadora.

12 Habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos.

13 Vosotros estabais muertos a causa de vuestros delitos y de vuestra condición pecadora, pero Dios os ha hecho revivir junto con Cristo, perdonándoos todos vuestros pecados.

14 Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros y lo ha quitado de en medio clavándolo en la cruz.

15 Ha despojado a principados y potestades, exponiéndolos a pública vergüenza, y ha triunfado de ellos por medio de Cristo.

 

*» Se habla en nuestro texto de «potencias cósmicas» (v. 8) y de «principados y potestades» (v. 10) como entidades subyugadas por Cristo. Se trata de espíritus, de fuerzas personales, de poderes angélicos que, según algunas creencias difundidas, desarrollaban alguna función de mediación entre Dios y el mundo y ejercían cierto control en el orden cósmico. Pablo se opone a estas creencias, que hacen pasar por filosofía o se han apropiado algunos filósofos. La oposición de Pablo es en nombre de la suficiencia de Cristo para la salvación.

En Cristo resucitado se recopila todo el mundo divino y todo el mundo creado, humanidad y cosmos. Cristo no tiene necesidad de ser «completado», porque tiene ya el control de todo. Y no sólo esto: el cristiano, mediante el bautismo, participa también en el triunfo de Cristo muerto y resucitado; triunfo sobre la muerte, triunfo sobre el influjo de las fuerzas cósmicas y misteriosas, consideradas influyentes e importantes. Cristo suprime con su cruz la ley antigua y obliga a estas potencias creadas a seguir, sometidas, su cortejo triunfal. Se trata de una declaración solemne de que Cristo basta para la salvación, de que tras él las fuerzas cósmicas, ya sean espirituales o materiales, han sido subyugadas y ya no pueden perjudicar.

 

Evangelio: Lucas 6,12-19

12 Por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos y eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

17 Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén, y de la región costera de Tiro y Sidón,

18 que habían venido para escucharlo y para que les curara de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,

19 y toda la gente quería tocarle, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

 

**• Los adversarios de Jesús maquinan contra él, y él prepara su respuesta, pensando y proveyendo a los continuadores de su obra apenas iniciada. Hemos de señalar, en primer lugar, la oración antes de la elección. A continuación, la libertad y la discrecionalidad de la elección.

Está también el nombre de «apóstoles», es decir, «enviados»: primero los escoge para enviarlos después. Los llama a él para introducirlos en la masa: la vocación está dirigida a la misión. Unos son elegidos para todos. La separación de unos está destinada a la apertura a las multitudes.

Por último, después de estos preparativos, empieza Lucas aquí el «discurso de la llanura», el mismo que Mateo presenta como «discurso de la montaña». El gentío acude para escucharle y, también, para que los cure de sus enfermedades y los libere de «espíritus inmundos». La humanidad que sufre es la que se muestra más interesada en la acción del profeta de Nazaret. Jesús no es sólo un maestro, sino alguien que cura, un médico. Médico de todo el hombre, de su cuerpo atormentado y de su espíritu angustiado.

 

MEDITATIO

Las afirmaciones de Pablo son fuertes: sólo debemos poner nuestra confianza en Jesús, el Señor, que ha vencido y dominado a todas las fuerzas, más o menos reales, más o menos ocultas. Sin embargo, estas fuerzas parecen emerger de nuevo en la mentalidad corriente, bajo la forma de astrología, de búsqueda de magos, de remedios contra el mal de ojo y otras modalidades. Los misioneros están preocupados, en algunas iglesias jóvenes, por el renacer de la brujería, que reconquista antiguas posiciones que parecían ya abandonadas. Hasta en la conciencia de algunos creyentes existe la convicción de que en el mundo actúan fuerzas oscuras, misteriosas, sentidas a menudo como amenazadoras y peligrosas, que han de ser exorcizadas. Y se dirigen a personas dotadas de una «fuerza» especial para combatirlas.

¿No será que estas fuerzas vuelven a emerger coincidiendo con el debilitamiento de la fe en el Señor Jesús? Pablo nos invita a no perdernos en disquisiciones ilusorias y a vivir «enraizados y cimentados» en el Señor Jesús, permaneciendo «firmes en la fe». No hemos de temer el sobresalto de fuerzas ocultas, signo de un mundo ya vencido, aunque no sometido aún del todo.

Empieza tú, hoy, a someterte tú mismo a Cristo, a considerarlo realmente tu Señor en todo momento, para que puedas participar en su triunfo sobre las «potencias cósmicas» que todavía puedan vagar, turbar y hacer sufrir a algunos de tus hermanos y hermanas. ¿Acaso no han sido los santos los que han llevado la paz, los que han combatido los miedos, los que han mantenido alejado el mal, los que han afirmado el pacificador señorío del Señor Jesús sobre toda fuerza amenazadora?

 

ORATIO

¿Qué hacer, oh Señor, ante el desconcierto de tantas personas que corren detrás de tantas fábulas, que se entregan a nuevas religiones, que se toman en serio la new age, que tienen miedo del mal de ojo y de los «maleficios»? A veces me parece que estoy inmerso en un mundo cada vez menos luminoso, donde hay fuerzas del mal  que confunden las ideas, hacen sufrir, infunden temor y juegan con la credulidad de la gente.

Concédeme el don del discernimiento para distinguir la realidad de las ilusiones, para sembrar paz a través de un diagnóstico correcto, para liberar del miedo. Pero, sobre todo, concédeme una renovada y reforzada confianza en el poder de tu cruz. Concédeme experimentar este poder luminoso antes que nada en mí, a fin de que yo sea luz. Para ello, haz morir en mí todas las oscuridades, aunque tenga que costarme mucho. Porque sólo quien está enraizado en la cruz consigue iluminar. Concédeme, Señor, la facultad de ayudar a quien esté paralizado por estos miedos señalándole los caminos de la paz.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué piensas de aquellos que recurren a encantamientos y amuletos? ¿No conoces las obras extraordinarias que ha producido la cruz? ¡Ha destruido la muerte, ha derrotado al pecado, ha vaciado el infierno, ha debilitado el poder del demonio!

Por eso os suplico que os abstengáis de semejantes falsedades, confiándoos a estas palabras: «Yo renuncio a ti, Satanás» como a un apoyo seguro. Y del mismo modo que ninguno de vosotros se atrevería a bajar a la plaza desnudo, tampoco debería hacerlo nunca sin haber pronunciado antes estas palabras en el momento en que está a punto de atravesar el umbral de su casa: «Yo renuncio a ti, Satanás, a tu vana ostentación y a tu culto, para adherirme únicamente a ti, oh Cristo». No debemos salir nunca sin haber enunciado antes este propósito: que será tu bastón, tu coraza, tu fortaleza inexpugnable. Y, junto con estas palabras, imprime también el sello de la cruz en tu frente (Juan Crisóstomo, Catequesis para neófitos 2,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La misión de los futuros líderes cristianos no es contribuir humildemente a la solución de las penas y tribulaciones de su tiempo, sino identificar y anunciar los caminos por los que Jesús está guiando al pueblo de Dios, liberándolo de la esclavitud, a través del desierto hacia la nueva tierra de la libertad. Los líderes cristianos tienen la difícil tarea de responder a los conflictos personales y familiares, a las calamidades nacionales y a las tensiones internacionales con una fe articulada en la presencia real de Dios.

Tienen que decir «no» a toda forma de fatalismo, derrotismo, accidentalismo e incidentalismo, que hacen creer a las personas que las estadísticas nos dicen la verdad. Tienen que decir «no» a toda forma de desesperación en las que la vida humana es vista como una pura cuestión de buena o mala suerte. Tienen que decir «no» a todos los intentos sentimentales de hacer que las personas desarrollen un espíritu de resignación o de indiferencia estoica frente a lo ineludible del dolor, el sufrimiento y la muerte [...]. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conozcan el corazón de Dios y que estén preparadas, por medio de la oración, el estudio y un análisis cuidadoso, para manifestar la tarea salvadora de Dios en medio de los acontecimientos aparentemente fortuitos de nuestro tiempo.

La reflexión teológica consiste en meditar sobre las penosas y gozosas realidades de cada día con la mente de Jesús y, de ese modo, hacernos conscientes de que Dios nos guía con cariño. Es una disciplina dura, puesto que la presencia de Dios es una presencia escondida, que necesita ser descubierta. Los ruidos fuertes, tempestuosos, del mundo nos dejan sordos para escuchar la voz suave, amable y amorosa de Dios. El líder cristiano está llamado a escuchar esa voz y a ser animado y consolado por ella (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana

 

Día 11

Miércoles de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 3,1-11

Hermanos:

1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.

5 Destruid, pues, lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, liviandad, malos deseos y codicia, que es una especie de idolatría.

6 Eso es lo que provoca la ira de Dios [sobre los rebeldes],

7 y lo que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en tales pecados.

8 Pero ahora abandonad también todo eso. ¡Lejos de vosotros todo lo que signifique ira, indignación, malicia, injurias o palabras groseras!

9 No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones

10 y revestíos del hombre nuevo, que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su Creador.

11 Ya no existe distinción entre judíos y no judíos, circuncidados y no circuncidados, más y menos civilizados, esclavos y libres, sino que Cristo es todo en todos.

 

**• Pablo pasa a las consecuencias prácticas que tienen que ver con el estilo de vida cristiano. Es interesante señalar que no presenta un código moral completamente nuevo. Toma el mejor de la cultura existente. La lista de vicios y de virtudes no es muy diferente de la lista de los estoicos, que presentaban un elevado ideal de vida. Con todo, hay una diferencia fundamental: la motivación cristológica. Los creyentes constituyen en Cristo una «realidad nueva» o una «nueva creación». El creyente participa en las vicisitudes de Cristo y, por consiguiente, se ha revestido del hombre nuevo, que se «se va renovando a imagen de su Creador» (v. 10). La limpieza existencial es, por tanto, manifestación de una transformación interna. La novedad de vida es signo de un «hombre nuevo» que se está formando.

Ahora bien, no es sólo la realidad personal la que ha sido profundamente cambiada; también tiene que ser transformada la realidad social, porque en Cristo no existen las acostumbradas distinciones de sexo, de clase y de estirpe, «sino que Cristo es todo en todos» (v. 11). La transformación personal, en el hombre nuevo, se convierte en principio de transformación de las relaciones sociales, en superación de las barreras puestas por el hombre viejo. Cristo aparece como la verdadera renovación de la persona y de la sociedad, como la verdadera novedad del mundo.

 

Evangelio: Lucas 6,20-26

En aquel tiempo,

20 Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

22 Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.

24 En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

25 ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!

26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!

 

*»• Lucas da una versión diferente de las bienaventuranzas. Las espiritualiza menos que Mateo. El Cristo de Lucas expresa su preferencia por los cristianos pobres, cuyo tipo está representado por Lázaro. Pero no sólo esto: los ricos deben ser compadecidos, pues están engañados y cegados por las riquezas y, además de llevar con frecuencia una vida moralmente discutible y carecer de piedad, son prisioneros de sus preocupaciones, sin perspectivas sobre el objetivo esencial de su vida, sin prestar atención a sus hermanos. El dinero es su ídolo, pero todo se les va de las manos: «Necio, esta noche morirás».

Y aquí se produce la inversión de las posiciones. El rico Epulón padece hambre y Lázaro lo tiene todo. La felicidad y la infelicidad han invertido sus posiciones. Se trata de una invitación enérgica al desprendimiento de todo lo que pasa, para apostar por el Todo que no pasa, por el Reino, por el Futuro de Dios, por la eternidad. Todo el que goce de los bienes de la tierra y de la abundancia debe preguntarse hasta qué punto no es prisionero de esos bienes. Quien esté absorbido por los bienes que pasan debe preguntarse qué será de él si no piensa también en «acumular» los bienes que no pasan.

 

MEDITATIO

Pablo habla de una triple transformación: la de Cristo, que ha pasado de la muerte a la vida; la del cristiano, que debe pasar de las cosas que perecen -las de la tierra- a las que permanecen -las cosas de allá arriba-, y la de las relaciones sociales, que deben estar marcadas por la igualdad y el derrumbamiento de las barreras.

Aquí se encuentra el fundamento de la ética cristiana, del obrar del cristiano. Este último no ha de sentirse impulsado por cualquier deseo, sino sólo por los deseos que le renuevan. Es una invitación a vigilar nuestros deseos, que no son todos buenos, todos nobles, todos constructivos, y no siempre hacen pasar del hombre viejo al hombre nuevo. Hemos de vigilar nuestros deseos, hemos de seleccionarlos, a fin de hacer morir los que son expresión del hombre viejo, los malos, y hacer emerger los que son expresión del hombre nuevo, a saber: los que ayudan a nuestra transformación.

El cristiano no vive, por consiguiente, simplemente «según la naturaleza», sino según la «naturaleza renovada», transformada por Cristo. La lenta, paciente y cotidiana transformación está apoyada por la fuerza que nos viene del acontecimiento ejemplar de Cristo, y ha influido en las transformación de la sociedad. Ésta, si bien tiene necesidad de continuas reformas, precisa también hombres y mujeres renovados, reformados, decididos a hacer presente con su propia vida y sus propios ideales el poder transformador de Cristo, incluso en las relaciones sociales.

 

ORATIO

Tú, oh Señor, me hablas hoy de mortificación. Se trata de una palabra que no está de moda, que decididamente no es popular. ¿Quién tiene aún el valor de pronunciarla? Sin embargo, si no hago morir las fuerzas destructivas que hay en mí, seré un potencial destructor de los otros, además de destruir mi propia realización.

Hazme comprender hoy, Maestro, dos cosas. La primera: que toda renovación empieza por mí, porque son las personas nuevas las que contribuyen a hacer nuevo el mundo. No me dejes persuadirme de que son los otros los que deben cambiar, sin que yo esté implicado en el no fácil cambio, en primera persona. La segunda: que es imposible que me pueda renovar, que me pueda transformar, hacer crecer en mí el hombre inmortal, sin dejarme comprometer en tu transformación, sin morir a los «deseos malos», sin sumergirme en tu misterio pascual, sin contar con el poder superior de tu Espíritu.

Sé pedirte cosas obvias para quien ha comprendido qué es el cristiano, pero sé también que la masa de los cristianos parece muy alejada de estas sencillas convicciones. Sálvame, Señor, de esta ceguera y sumérgeme en tu misterio de muerte y de vida, para que intente construir algo que permanezca en mí, en torno a mí, algo que eleve, que sea capaz de habitar «allí arriba» contigo, donde te encuentre «sentado a la derecha de Dios».

 

CONTEMPLATIO

Los bienes de aquí abajo son fugaces: como en el juego de los dados, pasan con facilidad de una mano a otra. No hay ni uno cuya posesión sea segura: el que la envidia del prójimo no nos quita, lo coge el tiempo. Los otros bienes, en cambio, son inmutables y eternos: nada puede estropearlos o destruirlos, nada puede defraudar la esperanza que ponéis en ellos.  En la perfidia e inconstancia de los bienes terrenos creo entrever la intención de ese gran artista que es el Verbo.

Dios, en su sabiduría que supera todo entendimiento, nos pide que no demos importancia a bienes tan volubles que se dejan trasladar por todas partes y desaparecen en el mismo momento en que nos hacemos la ilusión de tenerlos atados. El descubrimiento de su carácter engañoso e inestable nos induce a preocuparnos exclusivamente de la vida eterna.

¿A qué excesos llegaríamos nosotros, que, a pesar de la precariedad de la prosperidad de aquí abajo, nos aferramos a ella con tanta codicia; nosotros, que cedemos a la seducción de estas alegrías engañosas; nosotros, que no logramos imaginar nada más grande que los bienes materiales, si la prosperidad de aquí abajo fuera definitiva? Sin embargo, pensamos y nos oímos decir que hemos sido creados a imagen de un Dios que busca hacernos llegar hasta su misma grandeza.

Debemos alejarnos de las riquezas terrenas y perseguir las riquezas eternas. Debemos comprender que los bienes presentes son caducos y que los bienes en los que hemos depositado nuestra esperanza son duraderos. Debemos ver qué es la realidad y qué la apariencia, para adherirnos a la una despreciando la otra. Debemos saber distinguir la ficción de la verdad, la tienda terrena de la celestial, el exilio de la patria, las tinieblas de la luz, el barro del suelo de la Tierra prometida, la carne del espíritu, Dios del Príncipe de este mundo, la sombra de la muerte de la vida imperecedera. Debemos permutar el presente por el futuro que no tiene fin, lo mortal por lo inmortal, lo visible por lo invisible

(Gregorio de Nacianzo, «Saber distinguir entre el barro y el suelo de la tierra prometida», en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 115-116).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si hay un aspecto del ministerio contemporáneo que debamos subrayar hoy, éste es la pobreza voluntaria. En un tiempo en el que nos hemos vuelto tan conscientes de los pecados del capitalismo y oímos hablar cada día de millones ele personas que sufren por falta de alimento, de refugio y de los cuidados más fundamentales, no podemos considerarnos testigos de la Presencia de Dios si nuestra propia vida está obstruida por los bienes materiales, si nuestro propio estómago está lleno y nuestra propia mente está cogida por las preocupaciones de lo que tenemos que hacer con lo que poseemos. En nuestro tiempo, optar por la pobreza es, probablemente, la forma más necesaria en nuestro vaciarnos por Dios [...].

En todas partes donde la Iglesia se muestra vital es pobre. Eso es verdad, por ejemplo, aquí en Roma: pensemos en el trabajo de las misioneras de la Caridad, de las Hermanitas y de los Hermanitos [...]. Allí donde la Iglesia se renueva, abraza la pobreza voluntaria como respuesta espontánea a la situación de este mundo, una respuesta que expresa la crítica a la creciente riqueza de unos pocos, y la solidaridad con la creciente miseria de muchos. Lo que significa, a continuación, esta pobreza en la vida de cada uno es difícil decirlo, porque eso ha de ser descubierto en la vida individual de cada uno (H. J. M. Nouwen, / clown di Dio, Brescia 2000, pp. 85ss).

 

Día 12

Jueves de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 3,12-17

Hermanos:

12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.

13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.

14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.

15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

16 Que la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados.

17 Y todo cuanto hagáis o digáis, despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

 

*•• Pablo nos dice que nos despojemos del hombre viejo y de sus acciones y nos revistamos del hombre nuevo. Y nos invita a revestirnos del hombre nuevo en nuestra conducta cotidiana y nos traza el perfil de este hombre. Nos presenta toda una serie de virtudes «sociales», modalidades de la única virtud de la caridad.

Los cristianos tienen que reproducir los ejemplos de Cristo: de este modo, el cuerpo de Cristo, formado por los cristianos, vivirá en paz. Este cuerpo se manifiesta sobre todo en las asambleas litúrgicas, en las que ha de circular de manera abundante la Palabra de Cristo, a la que ha de hacer eco la palabra de los fieles, en un clima de alegría, de reconocimiento, de gratitud. No cabe duda de que Pablo tiene aquí presentes las fervorosas celebraciones litúrgicas en las que los ánimos de las pequeñas comunidades cristianas se fundían en «salmos, himnos y cánticos inspirados», bajo el influjo de los carismas, y en las que las palabras de adoctrinamiento y de amonestación recíproca representaban un importante elemento de edificación.

«Hacedlo todo en nombre de Jesús» (v. 17): Jesús es ahora el ambiente vital en el que se desarrolla la existencia del cristiano. Éste es guiado por la Palabra y por los ejemplos de Jesús, está animado por su Espíritu, forma parte de su cuerpo y actúa en su nombre, convirtiendo su propia vida en una continua acción de gracias a Dios por la extraordinaria novedad de las perspectivas abiertas por el mundo en el que estamos inmersos.

 

Evangelio: Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Pero a vosotros, que me escucháis, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,

28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.

29 Al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra, y a quien te quite el manto no le niegues la túnica.

30 Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames.

31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros.

32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman.

33 Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente.

35 Vosotros amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio: así vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno para los ingratos y malos.

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

*•• Tras el desprendimiento de los bienes, he aquí el desprendimiento de uno mismo para estar en condiciones de hacer mejor este mundo. Jesús lo propone del modo menos propagandístico posible: eres tú quien debe cambiar, tú y tus sentimientos, tú y tus actitudes, tú y tu modo de situarte frente a los otros. Tú y no tu enemigo, tú y tu corazón, que debe ser libre de amar a todos.

El texto parece haber sido redactado en tres estrofas, para ser bien memorizado. La primera (w. 27b-31) orienta a hacer el bien, a bendecir, incluso a orar por los que hacen lo contrario. La segunda estrofa muestra que es preciso superar el principio de reciprocidad (w. 32-35): debo hacer el bien aunque los otros no hagan lo mismo conmigo. La tercera estrofa (w. 37ss) nos proyecta hacia la recompensa eterna.

El conjunto es difícilmente aceptable por el simple sentido común y por la mentalidad de la persona comprometida en la lucha por la vida, porque parece que desarma, parece que invita a combatir desarmado. Ahora bien, el presupuesto de todo el discurso es que puede amar aquel que se siente amado. Y puede amar de una manera decididamente extraordinaria aquel que se siente amado por Dios de un modo extraordinario. Y está también la certeza de que del mismo modo que tratemos a los otros seremos tratados nosotros por el Padre en el Reino. Se nos vuelve a llevar siempre al principio de lodo y al final de todo.

 

MEDITATIO

Una persona renovada y liberada es libre de amar y, por consiguiente, de construir el milagro de la fraternidad. La epifanía de la liberación interior ya acaecida, la demostración de la transformación llevada a cabo por la inmersión en el misterio pascual, es la tensión que nos impulsa a construir la fraternidad. La renovación interior tiene su verificación en la renovación de las relaciones humanas impresa en la fraternidad. Pablo, como todo el Nuevo Testamento, retoma incansablemente este tema, lo representa continuamente en diferentes formas, proporcionando múltiples y variadas sugerencias, como múltiples y variadas son las ocasiones de ejercitar el amor fraterno. Un amor que abarca toda la vida de relación, todos los momentos y las circunstancias en que debo entrar en contacto con los otros. Un amor que es una «cualidad» que caracteriza mi relación con los otros.

Hoy estoy invitado a preguntarme sobre mi capacidad de soportar y de perdonar, sobre mi capacidad de mostrarme agradecido por el bien que recibo, sobre mi disponibilidad a fundir mi canto con el de quien me importuna, me detesta, me hace daño. Todavía no es todo, pero ya es mucho: hoy debo partir de aquí, porque ésta es la contribución que puedo hacer en este momento a la transformación del mundo.

 

ORATIO

Veo, Señor mío, que hablo mucho de fraternidad, pero en la vida cotidiana me quedo en los planos generales, sin descender a lo concreto de las cosas pequeñas de los que se compone esta maravillosa realidad. Aquí somos grandes en las cosas pequeñas, aquí nos mostramos activos cuando soportamos, aquí hacemos vivir cuando estamos dispuestos a morir.

Ayúdame, Señor, a descubrir lo concreto de la caridad que construye la realidad cristiana por excelencia: la fraternidad. Abre mis ojos para que mis palabras se vean seguidas siempre de acciones concretas. Sé que probar a ser hermanos no es una empresa exaltante, en el sentido de la ostentación, y sé también que no siempre el trabajo da sus frutos. Pero éste es tu mandamiento principal, éste es el signo distintivo que has dejado a los tuyos. Por eso debo empeñarme en hacer crecer la fraternidad, la flor más bella que alegra y perfuma la existencia humana.

 

CONTEMPLATIO

En un edificio, cada piedra carga con la otra porque cada piedra se apoya en la otra. Así, precisamente así, sucede en la santa Iglesia, donde cada uno lleva y es llevado por otro. Nos apoyamos recíprocamente, a fin de que, mediante la aportación de todos, se levante el edificio de la caridad. En efecto, si yo no intento soportaros a vosotros y vosotros no intentáis tolerar mi modo de vivir, ¿cómo puede surgir el edificio de la caridad entre nosotros, ese edificio en el que mediante la paciencia estamos unidos por el amor recíproco?

Como hemos dicho, en el edificio de la Iglesia, la piedra que sirve de soporte es soportada a su vez, porque del mismo modo que yo soporto la conducta de aquellos que se muestran todavía un poco toscos en el trato, así también fui yo tolerado por aquellos que me precedieron en el temor del Señor y me llevaron para que yo aprendiera a llevar a los otros. Ahora bien, el fundamento carga con todo el peso del edificio, y éste es nuestro Redentor, que carga por sí solo con todo el fardo que suponemos todos nosotros.

El fundamento sostiene las piedras y no es sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todos nuestros defectos, pero en él no hay defecto alguno que tengamos que soportar. Sólo él soporta nuestras costumbres y nuestras culpas, sólo él carga con todo el edificio de la santa Iglesia (Gregorio Magno, Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel, lib. II, 1, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian» (Lc 6,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy no está muy de moda el elogio de la paciencia, pero de la escasa estima cíe esta virtud y de su reducida práctica proviene la disgregación de los grupos, incluso de los más sólidos, como son la familia y las comunidades religiosas. Cuando no estamos dispuestos a tener paciencia, nos vemos obligados a asistir al declive de la solidaridad y de la cohesión de la fraternidad.

Tener paciencia no es, ciertamente, fácil, sobre todo para quienes creen firmemente en el mito de la eficacia o se sienten más positivamente preocupados por la buena marcha de las cosas y de la misión. A estas personas la paciencia puede parecerles una pérdida de tiempo que fomenta la pereza del prójimo o, también, que significa renunciar a dar lecciones de pedagogía a personas que «deben crecer».

San Gregorio Magno, que conocía perfectamente los entresijos del corazón humano, afirmaba: «También nosotros podemos ser mártires si conocemos verdaderamente la paciencia del corazón. La victoria sobre nosotros mismos, por amor a los hermanos, nos vale la gloria del martirio».

Aludía, por cierto, a las pruebas de la vida cotidiana, que en ocasiones guardan un gran parecido con el martirio: en esa vida hay que soportar a veces a personas extravagantes o sencillamente insensatas, personas que parecen disfrutar haciéndonos sufrir; soportar, en otras ocasiones, actitudes humillantes de prepotencia, afrentas mordaces, complicaciones que parecen confabularse todas ellas para fastidiarnos; o injusticias manifiestas, calumnias humillantes o, más simple y frecuentemente, la tan conocida rutina de cada día, monótona, gris, uniforme y descolorida.

La paciencia brota también cuando nos damos cuenta de las dificultades por las que atraviesa el que está ¡unto a nosotros, el que está tentado, probado y acosado quizás por heridas antiguas, por estados de ansiedad, por frustraciones que surgen de vez en cuando y hacen difícil la vida, primero a él y después a nosotros.

Quien está movido por la fortaleza cristiana intuye, comprende, tiene paciencia y no se maravilla, sino que aporta, con el garbo de un hermano afectuoso, la ayuda que le es posible ofrecer en ese momento (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guia práctica, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 60-61).

 

Día 13

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre)

 

Juan Crisóstomo nació en Antioquía hacia el año 349. Ordenado sacerdote, se entregó con gran celo a la predicación. En el año 397 fue llamado a la sede episcopal de Constantinopla, donde se puso enteramente al servicio del rebaño que le había sido confiado. Su palabra clara e incisiva -hasta el punto de merecerle el sobre nombre de «Crisóstomo» («boca de oro»)- no perdonó la corrupción de la corte imperial. Así fue como, al incurrir en el odio de los poderosos, fue enviado al exilio. Primero a Bitinia, de donde fue llamado muy pronto por la reacción del pueblo; pero un segundo y más duro exilio en Armenia fue fatal para su salud. Murió el 14 de septiembre del año 407 en Comana Poética, en la actual Turquía.

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 1,1-2.12-14

1 Pablo, apóstol de Jesucristo, según el mandato de Dios, nuestro Salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza,

2 a Timoteo, mi verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

12 Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que me ha fortalecido, porque me ha juzgado digno de confianza al encomendarme el ministerio.

13 A mí, que primero fui blasfemo, perseguidor y violento, y que hallé misericordia porque lo hacía por ignorancia estando fuera de la fe.

14 Pero la gracia de nuestro Señor se ha desbordado con la fe y el amor que me ha dado Cristo Jesús.

 

*» El autor de esta carta se presenta como «Pablo, apóstol de Jesucristo» (y. la). La carta está dirigida a Timoteo, responsable de la comunidad de Efeso, discípulo y amigo queridísimo, a quien da consejos y directivas de carácter pastoral acerca del gobierno de las comunidades. Presta una atención particular a la amenaza de las falsas doctrinas, un problema que ha afligido a la Iglesia desde el comienzo.

Como dice Lucas, Pablo encontró a Timoteo en Listra: «Había allí un discípulo llamado Timoteo, de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego. Timoteo gozaba de buena reputación entre los hermanos de Listra e Iconio. Pablo decidió llevarlo consigo» (Hch 16,1-3). Durante quince años fue discípulo amado y colaborador de Pablo. Es uno de los más importantes «epíscopos» de la generación posterior a la de los apóstoles y tuvo que hacer frente a los problemas de la estabilidad de la Iglesia y a la defensa de la tradición recibida. Tras la creatividad de los comienzos, subintra un período de ajuste, con sus no pocas dificultades. Las cartas pastorales, la primera de las cuales hemos empezado a leer, se ocupan precisamente de este tipo de problemas. Pablo, sobre la base de su experiencia y recordando lo que había sido, reafirma también aquí que todo procede de Cristo, que todo es don, todo es gracia, todo es misericordia. También lo es su diakonía, es decir, su «servicio», su «ministerio». Sabe que puede hablar de salvación y de misericordia porque las ha experimentado primero en su propia persona. De ahí el sentido del don y de la acción de gracias con que introduce su discurso.

 

Evangelio: Lucas 6,39-42

En aquel tiempo,

39 les puso Jesús este ejemplo; -¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

40 El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

41 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

42 ¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

*»• Nos encontramos en presencia de tres dichos de Jesús de tipo parabólico, o sea, abiertos a diferentes aplicaciones. El primero tiene que ver con los ciegos, que no pueden hacer de guías. Se trata de un proverbio profano que también está presente en Platón. En el contexto en el que fue pronunciado podría haber tenido la intención de poner en guardia a los que pretendían tener la verdad sin tomar en consideración la enseñanza de Jesús, luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Sin Jesús somos ciegos para las realidades decisivas.

El segundo dicho tiene que ver con la unicidad de Jesús como maestro. A él no debemos añadirle nada. El discípulo debe ahondar en la enseñanza del maestro, y sólo así será como él.

El tercero es la continuación y el ahondamiento en el «no juzgar para no ser juzgados», con el añadido de la invitación a la autocrítica a fin de evitar la hipocresía. El discípulo debe llevar cuidado en mejorar él mismo antes de mejorar a los otros. La conversión primera es la personal, no la de los otros. Esta última también la podemos desear, pero después de haber pensado en nosotros mismos y de que nos hayamos preocupado de quitarnos las vigas de nuestros ojos.

MEDITATIO

Las palabras que hemos escuchado describen bien la  figura y la vida de san Juan Crisóstomo. Como profundo conocedor del misterio de Cristo y brillante predicador, se negó a un fácil éxito al precio de componendas.

Sin embargo, mostró a lo vivo las exigencias de la vocación cristiana, censurando valientemente la inmoralidad de la corte imperial; y por eso padeció la persecución y el exilio, mostrándose «humilde, amable y paciente» (cf. Ef 4,2). Como pastor bueno y solícito con las necesidades del pueblo, supo sacrificar su \ida para defender la integridad de la fe del rebaño que le había sido confiado.

Su luminosa doctrina, su extensa obra homilética y la liturgia que de él toma nombre son un vínculo de unidad entre las Iglesias.

 

ORATIO

Santo Dios, Tú habitas entre tus santos. Tú eres alabado por los serafines con el himno que te proclama tres veces santo y glorificado por los querubines y adorado por todos los poderes celestiales. Tú has creado todo de la nada. Tú creaste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza y los adornaste con todos los dones de tu gracia. Tú das sabiduría y entendimiento al suplicante y no te olvidas del pecador, sino que has establecido el arrepentimiento como camino de la salvación.

Has permitido que nosotros, tus indignos siervos, estemos ahora delante de la gloria de tu santo altar y te ofrezcamos adoración y alabanza. Maestro, acepta este himno que te proclama tres veces santo también de los labios de nosotros, pecadores, y asístenos con tu bondad. Perdona nuestras transgresiones voluntarias e involuntarias, santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos poder adorarte y servirte en santidad todos los días de nuestra vida, por la intercesión de la santa

Madre de Dios y de todos los santos en quienes te has complacido a través de todos los tiempos (Juan Crisóstomo, Trisagion).

 

CONTEMPLATIO

Mira, deseo aliviar una vez más las llagas de tu tristeza.

¿Qué es lo que turba tu alma? No tienes que abatirte; sólo hay una cosa a la que debes temer, oh Olimpíade, una única prueba: el pecado y nada más, no he cesado nunca de repetírtelo; todo lo demás son fábulas, ya se trate de insidias o de odios o calumnias o insultos o acusaciones o confiscaciones o exilios o espadas afiladas o alta mar u hostilidades de todo el mundo. Sea cual sea la naturaleza de estos males, son efímeros y caducos, porque golpean a un cuerpo mortal, sin traer consigo ningún daño al alma vigilante. Nada de cuanto sucede te debe turbar: ora sin cesar al Dios al que adoras, que haga un signo sólo y todo se disolverá en un instante.

Mas si, a pesar de tus oraciones, no se ha disuelto nada, es porque Dios actúa así a menudo: no disuelve las desventuras desde el comienzo, repito, sino cuando han llegado a su cumbre; entonces, de un trazo lo transforma todo en bonanza y dirige la situación hacia desenlaces inesperados. En efecto, Dios puede concedernos no sólo los beneficios que esperamos y deseamos, sino muchos más e infinitamente más grandes.

No te turbes, pues; mantente, más bien, siempre llena de gratitud y de alabanza a Dios, por todo; invócale, ruégale, suplícale. El Señor no se deja sorprender por las situaciones difíciles, aunque todo se haya precipitado a una ruina extrema (Juan Crisóstomo, Lettere dall'esilio, Milán 1975, pp. 73ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita durante el día la Palabra: «Para mí, la vida es Cristo, y morir significa una ganancia» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La crisis de valores que estamos viviendo y la quiebra actual de los ideales nos invitan a hacer nuestra la experiencia de los antiguos Padres de la fe, comprometiéndonos a reconstruir con ellos una humanidad más justa y más pura, y a liberarnos a nosotros y a los demás de la alienación y de la agresividad. Por eso es actual la compunción -que para Juan Crisóstomo es la revuelta interior contra el mal-. Modelo de conversión radical es este mismo santo, que ya de joven abrazó la aspereza de la soledad contra el ambiente corrupto y corruptor. El Evangelio -repetirá con frecuencia- proclama bienaventurados no a los opresores, ni a los poderosos, sino a los que tienen hambre de justicia y a los que saben comprenderlos; no a los lujuriosos, sino a los limpios de corazón capaces de mirar las cosas de aquí abajo a la luz de Dios; no a los violentos, sino a los portadores de paz. Nunca se cansó de recordar estos principios a sus fieles.

El amor, para los cristianos, es caridad divina que une a los hermanos. En las cartas del exilio, es impresionante la vuelta de Juan Crisóstomo al tema del amor a Dios y al prójimo, de la caridad sentida como pasión viva y casi loca, fuente de verdadera alegría, cima de la pureza. Es hombre, en el sentido cabal del término, quien vive la unión entre los hermanos recordando a Dios en cada uno de ellos. Es capaz de comprender este amor -añade- sólo quien está en sintonía con el corazón de Cristo (C. Riggi, «Introduzione», en Juan Crisóstomo, La vera conversione, Roma 1984, pp. 7-9 [edición española: La verdadera conversión, Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

Día 14

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)

 

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.

 

LECTIO

Primera lectura: Número 21,4b-9

En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.

8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.

El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.

 

Evangelio: Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

 

**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.

El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.

 

MEDITATIO

Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él («El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.

Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.

Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.

Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.

Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

 

ORATIO

Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.

Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.

Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,

por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;

por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;

por ti ha salido la verdadera luz,

la noche maldita ha sido vencida.

Tú hiciste hundirse para los creyentes

el panteón de las naciones;

eres tú el alma de la paz

que une a los hombres en Cristo mediador.

Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.

Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;

rige nuestra morada.

Que en la cruz se consolide nuestra fe,

que en ella se prepare nuestra corona.

(Paulino de Ñola.)

 

CONTEMPLATIO

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vió bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.

Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M. Maddalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).

 

Día 15

24° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,7-11.13ss

En aquellos días,

7 el Señor dijo a Moisés: -Vete, baja, porque se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto.

8 Muy pronto se han apartado del camino que les señalé, pues se han fabricado un becerro chapado en oro, se están postrando ante él, le ofrecen sacrificios y repiten: «Israel, éste es tu Dios, el que te sacó de Egipto».

9 Y añadió el Señor: -Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado.

10 Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré. A ti, sin embargo, te convertiré en padre de una gran nación.

11 Moisés suplicó al Señor, su Dios, diciendo: -Señor, ¿por qué se va a desahogar tu furor contra tu pueblo, al que tú sacaste de Egipto con tan gran fuerza y poder?

13 Recuerda a Abrahán, a Isaac y a Israel, tus servidores, a quienes juraste por tu honor y les prometiste: «Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo y daré a vuestros descendientes esa tierra de la que os hablé, para que la posean como heredad eterna».

14 Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo.

 

*•• El pasaje del Éxodo que hemos leído parece, a primera vista, que quiere describirnos la cólera de Dios contra Israel después de que éste hubiera violado las leyes de la alianza con la adoración del becerro de oro: «Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado. Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré» (Ex 32,9ss). Parece ser que Moisés consiguió hacer cambiar de opinión a Dios. Ahora bien, leído con mayor profundidad, no es así. Moisés está en la cima del monte, solo ante Dios. Ha permanecido fiel a la alianza de Dios con su pueblo. Moisés siente toda la confianza y el amor de Dios, pero siente también todo lo que le une al pueblo de Israel. No acepta que Dios le quiera elegir a cambio de la destrucción de Israel. Parte entonces de esta ira de Dios, ampliamente justificada a causa del pecado de su pueblo, para apelar a la intención más profunda y más divina de Dios, a su fidelidad a los padres y, por ello, también al pueblo. Moisés apela a la fidelidad de Dios, a su promesa de amor. Dios y el hombre están frente a frente. Nunca se ha mostrado Dios tan condescendiente con el hombre. Moisés consigue hacer salir lo más divino que hay en Dios, el corazón de Dios, que no cesa de latir de amor incluso frente a la miseria de su pueblo. Tiene, en efecto, razón san Pablo: «Si nosotros somos infieles, Dios permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo» (2 Tim 2,13).

 

Segunda lectura: 1 Timoteo 1,12-17

12 Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que me ha fortalecido, porque me ha juzgado digno de confianza al encomendarme el ministerio.

13 A mí, que primero fui blasfemo, perseguidor y violento, y que hallé misericordia, porque lo hacía por ignorancia estando fuera de la fe.

14 Pero la gracia de nuestro Señor se ha desbordado con la fe y el amor que me ha dado Cristo Jesús.

15 Es segura esta doctrina y debe aceptarse sin reservas: Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.

16 Precisamente por eso Dios me ha tratado con misericordia, y Jesucristo ha mostrado en mí, el primero, toda su generosidad, de modo que yo sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener la vida eterna.

17 Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

*• También el segundo texto de las lecturas de hoy habla de la misericordia de Dios. La misericordia es el rostro más expresivo y original de Dios, el rasgo que mejor le caracteriza. Pablo intenta además ocultar su personalidad para que pueda manifestarse en él con mayor claridad el don de la misericordia divina. No quiere retener nada para sí que no remita únicamente a la condescendencia sin límites del amor de Dios al hombre. Desea presentarse sólo como un puro producto de la misericordia divina. Dice dos veces que ha encontrado misericordia, y ello «de modo que yo sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él» (v. 16). Y, para poner aún más de relieve la misericordia de Dios, Pablo se pone en el último lugar, entre los pecadores. Se considera a sí mismo «el primero» (v. 15) de los pecadores, a fin de que pueda aparecer en él la expresión más clara de la misericordia infinita de Dios.

Pablo se siente cogido por Dios; desvestido, desnudo, libre al fin, para ser sumergido hasta el fondo en el océano del amor. Cuanto más se somete Pablo a la acción de Dios, tanto más apretado a sí lo mantiene éste, y no le suelta antes de haberle transformado, deificado, hasta que no se haya convertido él mismo en misericordia.

 

Evangelio: Lucas 15,1-32

En aquel tiempo,

1 todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle.

2 Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban: -Éste anda con pecadores y come con ellos.

3 Entonces Jesús les dijo esta parábola:

4 -¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra?

5 Y cuando da con ella, se la echa a los hombros lleno de alegría

6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!».

7 Pues os aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

8 ¿O qué mujer, si tiene diez monedas y se le pierde una, no enciende una lámpara, barre la casa y la busca con todo cuidado hasta encontrarla?

9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la moneda que se me había extraviado!».

10 Os aseguro que del mismo modo se llenarán de alegría los ángeles de Dios por un pecador que se convierta.

11 También les dijo: -Un hombre tenía dos hijos.

12 El menor dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde». Y el Padre les repartió el patrimonio.

13 A los pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino.

14 Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad.

15 Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos.

16 Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

17 Entonces recapacitó y se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre!

18 Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.

19 Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros».

20 Se puso en camino y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.

21 El hijo empezó a decirle: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».

22 Pero el padre dijo a sus criados: «Traed, en seguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies.

23 Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta,

24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado». Y se pusieron a celebrar la fiesta.

25 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos,

26 llamó a uno de los criados y le preguntó qué era lo que pasaba.

27 El criado le dijo: «Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano».

28 Él se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirle,

29 pero el hijo le contestó: «Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos.

30 Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado».

31 Pero el padre le respondió: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

32 Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

 

**• El evangelio presenta tres bellísimas parábolas sobre la misericordia de Dios. Éste no sólo es bueno y perdona al pecador que vuelve a él, sino alguien que, de manera afanosa, busca «al que estaba perdido hasta que lo encuentra». Así sucede en la parábola de la oveja perdida y de la moneda extraviada. En la tercera parábola, Dios es aún el padre que va hacia el hijo. Mira a lo lejos más allá del horizonte. Escruta los caminos por los que el hijo puede encontrar la vía del retorno. Apenas le divisa, cuando todavía se confunde con el horizonte lejano, siente un sobresalto de alegría. No se queda en casa esperándole, sino que corre a su encuentro, le abraza y le besa. Oye las palabras que el hijo le repite, pero su corazón está en otra parte. Ordena que le vistan con el mejor traje y hace preparar una gran fiesta para celebrar el regreso.

Sorprende que el evangelio, que antes había descrito con gran riqueza la partida del hijo hacia un país lejano, no mencione ahora el estado de ánimo del hijo. Sin embargo, Lucas quiere hacernos comprender algo: el amor tierno del padre respecto al hijo está ahora sobre el hijo, le envuelve por completo, y éste se encuentra literalmente sumergido por el ambiente festivo de alegría, de música y de danza (cf. v. 25). Todo es a imagen del desbordamiento de su inmensa alegría de padre. Nos maravilla verdaderamente esta búsqueda del hombre perdido por parte de Dios, a través de caminos y senderos escarpados. También nos sorprende que Dios no encuentre paz mientras no haya encontrado al que se había perdido. Pero precisamente así es ese Dios nuestro, absolutamente diferente, lleno de un amor que nunca hemos merecido, donde desaparece todo tipo de cálculo en su condescendencia sin límites. Este amor llega al corazón del hijo «perdido» y «encontrado».

 

MEDITATIO

El fragmento del evangelio celebra también, a través de las palabras y de las actitudes de Jesús, la misericordia infinita del Padre. Así es como Lucas introduce y da relieve a las tres bellísimas parábolas de Jesús sobre la misericordia. Se trata de una imagen sorprendente, que produce fascinación: «Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle. Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban: "Éste anda con pecadores y come con ellos"» (15,lss). Como es patente, no conocen el amor de Dios, no tienen idea de la superabundancia de su amor. Esta superabundancia recibe en la Escritura el nombre de «misericordia». Se revela sobre todo a aquellos que rechazan a Dios, como por ejemplo la oveja que se pierde o el hijo que le abandona y se marcha lejos.

Dios tendría todo el derecho a airarse y castigar, pero este sentimiento ni siquiera le roza. Dios deja hacer, no interviene; al contrario, corre al encuentro del hijo: «Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro lo abrazó y lo cubrió de besos» (15,20). Dios no quiere saber nada de nuestras excusas; sólo quiere manifestar su alegría: «Traed, en seguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado» (w. 22-24). Dios no quiere oír ninguna excusa; sólo quiere recubrirnos de su amor.

Dado que Dios es amor, se hace pequeño ante el hombre pobre y pecador. Quiere que aparezca únicamente el amor. Se identifica hasta tal punto con el hombre que también Él se hace pobre, hasta compartir con él la mesa y la reputación, para hacerse semejante a él en todo, hasta en la miseria. Precisamente en esto consiste la alegría del amor: en despojarse de todo, en hacerse pequeño y humilde para ponerlo todo en común. ¡Así es Jesús! «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo». El mal, el sufrimiento y la muerte han sido absorbidos en el amor de Dios. O sea, que todo ha sido asumido en su inmenso amor. No existe declaración más grande que la de Pablo a los filipenses: «Dios le exaltó; le dio el nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2,9), es decir, que el Padre le ha dado el misterio de la profundidad de su amor infinito.

La vida de Jesús no se explica más que por este amor que llega hasta la cruz. Jesús, al dársenos del todo, nos ofrece la salvación, esa vida bienaventurada que ahora se encuentra en germen, pero que un día se consumará en la alegría eterna. No existe la menor duda: Jesús encarna el amor de Dios que escandaliza a los justos (Mt 11,19): el Hijo pródigo es abrazado y festejado a su retorno, mientras que el hijo mayor, que ha permanecido siempre en casa junto al Padre, no tiene ningún derecho a estar celoso de él (Lc 15,11-32). Por ser bueno, Jesús va a buscar a la única oveja perdida, y las otras noventa y nueve deben estar contentas de que las haya dejado solas, puesto que la alegría de Dios por esa única oveja encontrada es mayor (Mt 18,12ss).

El evangelio nos invita hoy a mirar ese corazón que perdona las grandes deudas y que espera que el corazón del hombre se sienta inclinado a hacer lo mismo en pequeño (Mt 18,23-35).

 

ORATIO

Te adoramos y te glorificamos, Padre omnipotente, rico en gracia y misericordia. Te pedimos que nos hagas conocer en toda su belleza el corazón de tu Hijo, Jesús, ese corazón que tanto amó al mundo. Concédenos fijar los ojos en Jesús, contemplarlo, para comprender tu corazón amantísimo y el amor con que nos has amado a nosotros, que somos pequeños y frágiles. Concédenos comprender tu corazón para comprender nuestro mismo corazón y el corazón de los que nos han sido confiados, sobre todo el corazón de los que sufren y de los que viven sin esperanza. Danos el sentido de la historia, del pasado, del presente y del futuro. Enséñanos a comprender, a la luz de tu amor misericordioso, el sentido de los desórdenes y de los sufrimientos que advertimos cada día en nosotros y en las mujeres y en nuestro mundo.

Así podremos comprender lo que eres y quieres ser para todos nosotros. Te pedimos, por último, Padre, que nos hagas contemplar, por medio de Jesús, este ideal, para servir mejor a tu designio de salvación.

 

CONTEMPLATIO

El hijo mayor, que no ha recibido ninguna distinción particular, podría sentirse incomprendido con la respuesta del padre: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Para él, la justicia es la máxima de todas las virtudes; sin embargo, para el padre, «la misericordia es la plenitud de la justicia» (Tomás de Aquino), de suerte que «la misericordia saldrá siempre victoriosa en el juicio» (Sant 2,13). Si el justo hubiera podido comprender la actitud interior del padre, habría comprendido que había sido amado y preferido al hermano, porque le pertenecían a él no sólo ciertas cosas del padre, sino todo. Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente maravilloso.

Al creyente no le está permitido separar entre lo mío y lo tuyo, porque a los ojos del amor paterno ambas cosas son una sola. No se narra la impresión que las palabras del padre produjeron en el «justo». Corresponde ahora a cada uno de nosotros seguir adelante para contar la historia hasta el final (H. U. von Balthasar, Tu hai parole di vita eterna, Milán 1992, p. 84 [edición española: Tú tienes palabras de vida eterna, Encuentro, Madrid 1998]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Danos, oh Padre, la alegría del perdón».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hagamos de modo que cuando el Señor nos mire al corazón y a los ojos, no tenga que volverse hacia otro lado, sino que pueda complacerse en nosotros. «Mira el rostro de tu consagrado », imploramos con el salmo 83. Que, al mirarnos, Dios pueda, verdaderamente, ver el rostro de su Cristo en nosotros, que pueda complacerse en nosotros al encontrar en nuestro rostro los rasgos apacibles y puros de su Hijo amado. El Padre nos reconocerá, en efecto, al final, en el gran juicio, y nos dirá: «Venid, benditos...» si puede ver en nosotros la imagen de su Hijo, precisamente porque en él nos ha creado de nuevo a su imagen [...]. El «amor ardiente» que, al decir de san Benito, deben cultivar los monjes se expresa en concreto en ser siempre los primeros en honrar al otro, en honrar en el otro al Señor. Esta actitud nace del espíritu de fe. Si no se tiene fe, no se llega a «honrar» al Señor en el otro: se le puede respetar, pero el respeto es menos que el honor. Honrar al otro significa ponemos a nosotros mismos a sus pies, postrarnos ante él admirando lo que es (A. M. Cánopi, Mansuetudine volto del moñaco, Noci 1995, p. 572).

 

Día 16

Santos Cornelio y Cipriano (16 de septiembre)

 

Cornelio, nacido en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de sede vacante por la persecución de Dedo. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo le desterró a Civitavecchia, donde murió el 14 de septiembre. Fue sepultado en las catacumbas de S. Calixto. Cipriano, en cambio, había nacido en Cartago en torno al año 200, de padres paganos. Fue bautizado el año 248, poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 de septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 2,1-8

Querido hermano:

1 Te recomiendo ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres:

2 por los reyes y todos los que tienen autoridad, para que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna.

3 Esto es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador,

4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

5 Porque Dios es único, como único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo,

6 que se entregó a sí mismo para redimir a todos. Tal es el testimonio dado a su tiempo,

7 del cual he sido yo constituido heraldo y apóstol -digo la verdad, no miento- y maestro de todas las naciones en la fe y en la verdad.

8 Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados.

 

*•• Pablo -bueno será recordarlo- había dejado a Timoteo a la cabeza de la comunidad de Éfeso, donde había trabajado en la evangelización desde el año 54 al 57, y a continuación había predicho la insurrección de hombres que enseñarían «para arrastrar a los discípulos

detrás de ellos» (Hch 20,30). Ahora, en esta primera carta a Timoteo, tras haberle animado a participar «en este hermoso combate, conservando la fe y la buena conciencia» (l,18ss) contra los herejes, le recomienda «ante todo» la oración «por todos los hombres: por los reyes y todos los que tienen autoridad», porque Dios no excluye a nadie de la salvación. En el texto se manifiesta además el ansia del apóstol por el futuro cuando expresa el deseo de «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna».

El carácter universal de la oración, cuya necesidad presenta Pablo de manera insistente, está motivado, pues, por la voluntad salvífica universal de Dios, único creador del universo, como único es el mediador que reconcilia a todos los seres humanos entre sí y con Dios, redimiéndolos con su sangre. Ahora bien, la voluntad de Dios ni es absoluta ni está predeterminada. Está, en cierto sentido, «condicionada» a la libre determinación humana, que puede acoger o rechazar el don de Dios. Y en virtud de ese riesgo ínsito en la libertad humana es necesaria, por consiguiente, la oración. Por otra parte, la oración litúrgica tiene, en la comunidad cristiana, junto a un valor esencial, una importancia unificadora, expresada en el v. 8, antes incluso de tratar sobre los ministerios y su valor en la Iglesia.

 

Evangelio: Lucas 7,1-10

En aquel tiempo,

1 cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún.

2 Había allí un centurión que tenía un criado a quien quería mucho y que estaba muy enfermo, a punto de morir.

3 Oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniese a curar a su criado.

4 Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia: -Merece que se lo concedas,

5 porque ama a nuestro pueblo y ha sido él quien nos ha edificado la sinagoga.

6 Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el centurión envió unos amigos a que le dijeran: -Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa,

7 por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado.

8 Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes y digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.

9 Al oír esto Jesús, quedó admirado y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: -Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Y al volver a la casa, los enviados encontraron sano al criado.

 

**• El tercer evangelio presenta al centurión como alguien «temeroso de Dios», semejante al centurión de Hch 10,2. En la versión de Mateo parece mejor conseguida la espontaneidad del encuentro (es el centurión mismo quien habla a Jesús), mientras que en Lucas se comunica a través de intermediarios. La versión lucana subraya más la humildad del centurión que su fe. Según Mateo, el siervo era paralítico (cf. 8,6). Lucas, por su parte, no recuerda este particular y dice que está a punto de morir (cf. 7,2). Por otra parte, es un dato esencial para la historia sinóptica que el centurión no fuera judío, aunque como un prosélito había contribuido económicamente a la construcción de la sinagoga. De todos modos, se declara indigno de recibir a Jesús bajo su techo y, al mismo tiempo, manifiesta una gran fe en el poder de Jesús, un poder que considera absoluto y sin límites.

A propósito del v. 9: mientras los judíos alaban las buenas obras del centurión, Jesús alaba su fe. Lucas ha colocado este relato inmediatamente después del discurso dirigido por Jesús a los discípulos porque el Maestro quiere revelar ahora la eficacia de su Palabra para quien la acoge con confianza y humildad. Toda la atención del pasaje está concentrada en el diálogo entre Jesús y los enviados del oficial pagano, y culmina con la proclamación de Jesús en el v. 9. En las palabras de los amigos, más allá del riesgo de impureza legal en que hubiera podido incurrir Jesús, se exalta la autoridad y la eficacia de la Palabra del Maestro.

Por consiguiente, con la pequeña comparación tomada de la jerarquía y la disciplina militar, se muestra la confianza en la fuerza y la eficacia de la palabra de alguien que puede mandar a la enfermedad, incluso sin estar presente.

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra nos enseña hoy, en primer lugar, la importancia de la oración litúrgica, oración de la Iglesia por «.lodos los hombres», en particular por aquellos que ejercen el poder, a fin de que estén al servicio de la tranquilidad social. Dios Padre «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». La salvación es conocimiento de la verdad (cf. 2 Tim 2,25; 3,7). Cristo, testigo del Padre con su vida, lo fue en grado supremo con su muerte. El siervo del centurión -señala Lucas- estaba enfermo y a punto de morir. Jesús, con la autoridad que le viene de la obediencia al Padre hasta la muerte en la cruz, le libera de la muerte, le cura (cf. 7,10). La fe humilde del centurión se encuentra con la Palabra autorizada de Jesús, su conciencia de pobreza con la Palabra eficaz del Maestro. Y la confianza del oficial pagano media en la curación de su criado.

La oración litúrgica, recomendada en la primera lectura, intercede, dondequiera que se encuentre la Iglesia, junto al mediador Jesucristo y cura de las iras y de las contiendas, para «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna». El conocimiento de la verdad se convierte entonces en salvación integral de la persona, que en su vida diaria da testimonio de una vida colmada de piedad y transparente de dignidad humana, una dignidad madurada por su conciencia cristiana.

 

ORATIO

Oh Padre, liberador poderoso y guía seguro de nuestra historia, concédenos a través del hombre Jesucristo, muerto y resucitado en rescate por todos, reconocer los signos de tu Palabra incluso en las condiciones a veces paganas de nuestra vida cotidiana y social. Haznos capaces de recibir tu visita, de experimentar y dar testimonio de la eficacia curadora de la Palabra de nuestro único Maestro y Señor. Haznos comprender que la eficacia de la Palabra de Cristo se debe a su obediencia a tu voluntad, porque tú y él sois «una sola cosa». Y que, curados cada día por la Palabra tuya y suya, podamos ser testigos gratos y alegres de aquella fe que hace «levantar al cielo manos limpias».

 

CONTEMPLATIO

La naturaleza ha engendrado iguales a los hombres; sin embargo, en virtud de la diversidad de méritos y de tareas, un oculto designio ha sometido unos a otros. Ahora bien, esta diversidad, que fue añadida a causa de la culpa, ha sido sabiamente ordenada por el juicio divino a hacer que, por no estar todos en condiciones de recorrer de modo justo el camino de la vida, unos pudieran ser guiados por otros. Sin embargo, los santos, cuando están puestos en lo alto, no miran a la potestad jerárquica que hay en ellos, sino a la igualdad de la condición humana, y no les gusta presidir, sino ayudar a los hombres [...]

Cuando no tienen que corregir ninguna culpa, no se complacen en estar arriba en el poder, sino en ser iguales en la condición humana; y no sólo huyen de ser temidos, sino hasta de ser honrados más de lo debido. Y, en efecto, consideran que padecen un daño no leve en su humildad si se dan cuenta de que son estimados en más a causa del puesto que ocupan. Ésa fue la razón por la que el primer pastor de la Iglesia, al ver que se le rendía un honor excesivo cuando Cornelio se echó a sus pies para adorarlo, apeló de inmediato a la paridad de la condición y dijo: «¡Levántate, que también yo soy un hombre!» (Hch 10,26). ¿Quién no sabe, en efecto, que el hombre debe postrarse ante su Creador y no ante hombre alguno? (Gregorio Magno, cit. en Crescere nella fede, Magnano 1966, p. 99).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de que entres en mi casa; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede curado» (Lc 7,6b.7b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe absoluta nace de la experiencia de nuestra propia incapacidad para alcanzar la plenitud del ser sin la ayuda de la Palabra de Jesús. Esta constatación da ánimos a nuestro corazón para ir más allá de las obras posibles a nuestras capacidades humanas, más allá de los límites de nuestra confianza humana, más allá de los datos de nuestra razón natural y de nuestra experiencia normal, para echarnos, con un acto de confianza ilimitada, en los brazos de Jesús. «Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado» (Lc 7,6ss). La apertura total a la Palabra de Jesús debe renovar todo en la vida cristiana: la vida privada y la pública, el trabajo y los negocios, las amistades y las hostilidades, el pensamiento y la acción. Todo debe ser reevaluado en virtud de la Palabra y por la Palabra de Jesús. Y es que la dimensión cristiana no es el hombre más una serie de ideas procedentes del cristianismo, sino que es el hombre nuevo, el hombre nacido de Dios que, al liberarse de todo lo que nace de la carne, de la voluntad, de los deseos humanos, pasa de la dimensión humana a la de los hijos de Dios.

El episodio del centurión nos dice que, si queremos alcanzar la fe absoluta, debemos estar ante Jesús como la tierra de labor, aue se ofrece toda ella al sol y al cielo para que los gérmenes de vida que guarda puedan dar su fruto (G. Vannucci, La vita senza fine, Cemusco s.N. 1991, pp. 143ss)

 

Día 17

Martes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 3,1-13

Queridos hermanos:

1 Es doctrina segura que quien aspira al episcopado desea una noble función.

2 Pero es preciso que el obispo sea un hombre sin tacha, casado solamente una vez, sobrio, prudente, cortés, hospitalario, capaz de enseñar;

3 no dado al vino, ni violento, sino ecuánime, pacífico, desinteresado;

4 que sepa gobernar bien su propia casa y educar a sus hijos con autoridad y buen juicio,

5 pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?

6 Que no sea un recién convertido, no suceda que, dejándose llevar del orgullo, venga a caer en la misma condenación que el diablo.

7 Es necesario, además, que goce de buena fama ante los de fuera, para que no caiga en descrédito y en los lazos del diablo.

8 Asimismo, que los diáconos sean dignos, hombres de una sola palabra, que no abusen del vino, que eviten las ganancias ilícitas

9 y guarden el misterio de la fe con una conciencia limpia.

10 Que sean primero probados y luego, si resultan irreprochables, ejerzan el ministerio del diaconado.

11 Igualmente, que sus mujeres sean dignas, no murmuradoras, sobrias, fieles en todo.

12 Los diáconos han de ser hombres casados una sola vez, que sepan gobernar bien a sus hijos y sus propias casas,

13 pues los que desempeñan bien este ministerio alcanzarán un puesto de honor y mucha seguridad en la fe que tenemos en Cristo Jesús.

 

*» Pablo le habla a Timoteo de las cualidades que debe tener el obispo (y, a continuación, de las que deben adornar al diácono) en la Iglesia, para desarrollar un buen gobierno encaminado al servicio y a la administración. Se trata de unas tareas que en aquellos tiempos carecían de estima y de honor, y, por eso, eran poco ambicionadas. En consecuencia, desearlas, según Pablo, es una cosa buena, porque revela disponibilidad hacia la comunidad, que tiene necesidad de tales servicios.

La expresión «casado solamente una vez» (v. 2), que indica una de las cualidades requeridas, como también ocurría, por otra parte, con las viudas, que debían serlo de «un solo marido» (1 Tim 5,9), no debe ser entendida en el sentido de que el obispo esté obligado a casarse como por una orden, sino en el sentido de que, en el caso de que ya estuviera casado, no debe volver a casarse por segunda vez. Y tanto mejor si es célibe, como lo era él mismo, Pablo (cf. 1 Cor 7,8). Por consiguiente, se subraya la importancia de la fidelidad, que también era ya objeto de una consideración especial entre los paganos (cf. Cicerón, Ad Atticcum XII, 29).

La lista de las cualidades requeridas para el obispo, como ocurre también con la de los diáconos, no tiene nada de específico: se inspira en otras listas clásicas destinadas a las personas que ejercen alguna función en la Iglesia. Los w. 4ss lo verifican, tomando como punto de comparación el buen gobierno que se requiere en la familia. Las «mujeres», citadas en el v. 11 -dado el contexto en el que se está hablando de personas públicas: de los «ministros» de la Iglesia-, da la impresión de que son las conocidas «diaconisas». También ellas desarrollaban tareas de instrucción con las catecúmenas, de asistencia en su bautismo, y estaban encargadas de visitar a las mujeres enfermas y de asistir a las necesitadas. Una de esas diaconisas debió de ser Febe, citada en la carta a los Romanos como mujer «que está al servicio de la iglesia de Cencreas» (Rom 16,1). Como personas públicas, debían poseer muchas de las cualidades que se pedían a los obispos y diáconos.

Además de todo esto se pide que el obispo no sea un «recién convertido» y que los diáconos «sean primero probados», antes de ser elegidos para tales servicios, a fin de que no cedan a la soberbia y sean encontrados irreprensibles. El v. 13 concluye anunciado «un puesto de honor y mucha seguridad en la fe que tenemos en Cristo Jesús» para aquellos que hayan servido bien. Por consiguiente, el desarrollo del «ministerio» asignado a éstos lleva aparejado el honor a través del testimonio de la fe, y todo ello para el crecimiento de la Iglesia.

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 Algún tiempo después, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**• Se trata de otro gesto de misericordia, simétrico al del criado del centurión. Tal vez Lucas introduce este texto «suyo» para explicar la afirmación posterior del v. 22: «Las muertos resucitan». El evangelista le ha dado, de manera consciente, una forma particular a su relato, a lin de sugerir que Jesús es un nuevo Elías. En efecto, «el profeta» de Le 7,16 remite, más que Jn 6,14, a alguno de los grandes profetas de Israel, como Elías en el pensamiento popular. Detengámonos en algunos detalles particulares.

Si el Naín del Nuevo Testamento estaba situado en el lugar donde se encuentra el pueblo árabe de Neín, junto a Afula, el milagro tuvo lugar en las proximidades de Sunem, donde Eliseo disponía de una habitación (cf. 2 Re 4,8-10) y donde resucitó al hijo de la sunamita (4,35). Las semejanzas entre el relato de Naín y la historia sinóptica de la hija de Jairo (cf. Le 8,40-42.49-56) pueden ser fortuitas y normales. La atención recae, en ambos casos, sobre los padres, sometidos a la prueba de la pérdida de un hijo querido. Otro aspecto que merece atención es que del mismo modo que ocurre en el caso de la curación de la mano atrofiada (6,6-11), Jesús no realiza el milagro en respuesta a una petición explícita, ni ninguno de los interesados expresa una fe explícita. Por lo demás, la viuda no podía saber que Jesús tenía el poder excepcional de resucitar a los muertos. Los discípulos y la muchedumbre tampoco intervienen en el episodio, excepto al final. Es Jesús el personaje central.

Cuando tocó el féretro, se detuvieron los que lo llevaban, sorprendidos de que no tuviera miedo de incurrir en una impureza legal (Nm 19,16). Por otra parte, contrariamente a lo que hacían los profetas del Antiguo Testamento, que oraban a Dios para que volviera a dar vida a los muertos, Jesús pronuncia por su propia autoridad -en cuanto Señor- la orden dirigida directamente al muerto (cf. v. 14). El v. 15 deja entender que el féretro estaba abierto, justo lo contrario de las costumbres griegas.

Como ocurre en los relatos de la infancia y en otros de su evangelio y de Hechos, a Lucas le gusta señalar también aquí (v. 16) la alabanza coral a Dios por parte del pueblo, cautivo de un sentimiento religioso de respeto unido al «temor».

 

MEDITATIO

En la orden de que no llore, aparentemente paradójica, que da Jesús a la viuda, Lucas hace intuir desde el comienzo del texto el desenlace de este encuentro, dado que llama a Jesús con un título cargado de significado: «el Señor» (7,13b). Basta con la orden de Jesús para que el curso de los acontecimientos se invierta: Jesús restituye al joven vivo a su madre.

La reacción religiosa de la gente: «Alababan a Dios», introduce la exclamación: «Un gran profeta...», que ofrece la clave interpretativa de todo el episodio. Y Jesús, el gran profeta, Elías redivivo, a diferencia de éste, es el Señor.

Es Dios mismo el que interviene ahora de una manera eficaz para la salvación de su pueblo. Ésta es la «visita» por excelencia y definitiva de Dios: la resurrección de los muertos es un «signo» decisivo para quien sabe acogerlo. Jesús no sólo es el profeta que consuela curando enfermedades y aplazando la muerte, sino que –como Señor- es el vencedor de la muerte, el que inaugura el tiempo nuevo de la esperanza para todos los creyentes.

Ahora, frente a la lista de las cualidades requeridas para el «ministerio» de la autoridad en la Iglesia, según la primera lectura, vemos que la autoridad del Señor indica la cualidad esencial que los «ministerios» del obispo y de los diáconos deben presentar. Esta cualidad es la fidelidad en el testimonio y en el servicio. Una fidelidad basada en la obediencia a la Palabra, como demuestra toda misión profética del Antiguo y del Nuevo Testamento, y por excelencia la del profeta Jesús de Nazaret. No puede haber autoridad cristiana sin obediencia de los «ministros» a la Palabra de Dios, de suerte que les sea posible gobernar y guiar a la Iglesia no siguiendo criterios mundanos, sino siguiendo las exigencias de la misma Palabra. La búsqueda de la voluntad de Dios por parte de los pastores y del rebaño –aunque con papeles diferentes- ha de ser unívoca y concorde (cf. Hch 2,42). El poder sobre la muerte y sobre todo mal se comunica, a través de la línea de la obediencia y de la profecía, por el Profeta y Testigo fiel, a los apóstoles y a los diáconos, para el servicio a la comunión y a la vida en la Iglesia.

La alabanza a Dios: «Un gran profeta...» (v. 16), es la primera resurrección de los muertos en el corazón humano. Viene, después, el agradecimiento por las visitas y las grandes obras de Dios. Y, en consecuencia, la intercesión abre la conciencia de la persona a la estructura permanente de vida que es la conversión del corazón y la oración continua. Conversión y oración son, simultáneamente, dones del Espíritu y compromiso de la persona indispensables para obedecer y mandar en la Iglesia, para empezar a vivir como resucitados en el tiempo presente, como anticipo de la definitiva resurrección de los muertos.

 

ORATIO

Oh Padre, tú eres compasión infinita. En tu Hijo, Jesús, Señor de la historia, consolaste a la madre viuda con la resurrección de su hijo, antes incluso de que tuviera la fe y la voz para pedírtelo. Concédenos una confianza tal en tu Palabra que nos enseñe a prevenir las peticiones de los dolores más grandes de la vida; para que nuestras respuestas de vida, en vez de pertenecer sólo al orden de las palabras, se muestren eficaces en la solución de los problemas más graves de los hermanos. Y que sean portadoras de liberación evangélica de las opresiones y de las violencias de muerte.

Concédenos comprender y comunicar a todos que la Palabra, si es asimilada en la vida del discípulo, le da posibilidades de liberar de todo mal, así como capacidad para «dominar» toda la fuerza del Divisor, el «diablo». Y a través del camino de unidad interior, será capaz de vivir como resucitado y comunicar a los otros las posibilidades que encuentra cada día.

 

CONTEMPLATIO

Luego, ¿vamos a tener por cosa grande y de maravillar que el Artífice del universo haya de resucitar a cuantos le sirvieron santamente en confianza de fe buena, cuando hasta por medio de un ave nos manifiesta lo magnífico de su promesa? Dice, efectivamente, en alguna parte: Tú me resucitarás y yo te confesaré (Sal 27,7). Y: Me dormí y me tomó el sueño, pero me levanté, porque tú estás conmigo (Sal 3,6). Y Job igualmente dice: Y resucitarás esta carne mía, que ha sufrido todas estas cosas (Job 19,26).

Así pues, apoyados en esta esperanza, únanse nuestras almas a Aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. El que nos mandó no mentir, mucho menos mentirá Él mismo, pues nada hay imposible para Dios fuera del mentir. Reavivemos, pues, en nosotros su fe y démonos cuenta de que todo esta cerca de Él. Con una palabra de su magnificencia lo estableció todo y con una palabra puede trastornarlo todo. ¿Quién le dirá: Qué has hecho? ¿O quién contrastará la fuerza de su poder? (Sab 12,12).

Todo lo hará cuando quiera y como quiera, y no hay peligro que deje de cumplirse nada de cuanto Él ha decretado. Todas las cosas están delante de Él y nada escapa a su designio. Comoquiera que los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día se lo dice al día y la noche se lo cuenta a la noche, y no hay discursos ni hablas en que no se oigan sus voces (Sal 18,2-4). Ahora, pues, como sea cierto que todo es por Él visto y oído, temámosle y demos de mano a los execrables deseos de malas obras, a fin de ser protegidos por su misericordia e los juicios venideros. Porque ¿dónde podrá nadie de nosotros huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo acogerá a los desertores de Dios? Dice, en efecto, en algún paso la Escritura: ¿Adonde me escaparé y a dónde me esconderé de tu faz? Si me subiere al cielo, allí estás tú; si me alejare hasta los confines de la tierra, allí está tu diestra; si me acostare en los abismos, allí tu soplo (Sal 138,7-10). ¿Adonde, por ende, puede nadie retirarse o adonde escapar de Aquel que lo envuelve todo? Por lo tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando hacia Él nuestras manos puras e incontaminadas, amando al que es Padre nuestro clemente y misericordioso, que hizo de nosotros porción suya escogida (Clemente de Roma, «Carta primera», XXVI-XXIX, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 202-204).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién puede presumir de tener suficientes fuerzas para llegar a la ilimitada luz, a la perfecta floración humana a la que Cristo nos llama? ¿Quién nos ayudará a conseguir liberar nuestro ser interior de todas las durezas, de todos los miedos, de todos los condicionamientos de las instituciones humanas? ¿Quién dará a nuestra navecilla la fuerza para ir cada vez más hacia alta mar, lejos de todos los puertos construidos por el hombre?

El episodio de Lc 7,11-17 da la respuesta a estas preguntas que nacen de la constatación de nuestra insuficiencia. Sólo Jesús puede pronunciar las palabras salvadoras: «¡Levántate y recobra la vida!» (Lc 7,14). Ahora bien, ante su palabra debemos dejar de lado toda oposición, toda resistencia, como el cadáver del joven de Naín. Jesús es la Palabra de Dios que ha tomado la carne viva del hombre; su descenso a la humanidad concreta no ha concluido en la realidad del Hombre-Dios, sino que va asumiendo lentamente todo el hombre, aunque a través de la distinción de las naturalezas.

La redención significa para el hombre su ascenso a Cristo, su liberación de las fuerzas demoníacas que le deforman, llevada a cabo por la mano santa de Cristo. En el hombre redimido, ya no es el yo caído y dividido el que vive, sino Cristo (G. Vannucci, La vita senza fine, Cernusco s.N. 1991, p. 137).

 

Día 18

Miércoles de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 3,14-16

Querido hermano:

14 Te escribo esto con la esperanza de ir a verte pronto,

15 pero, por si tardo, quiero que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.

16 Es grande sin duda el misterio de nuestra religión: Cristo se ha manifestado como hombre mortal, el Espíritu ha dado testimonio de él, los ángeles lo han contemplado, ha sido predicado entre las naciones, creído en el mundo, elevado por Dios gloriosamente

.

**• Aunque esperaba poder ir cuanto antes a Efeso, Pablo quiso escribir a Timoteo para que, si tardaba, no le faltaran consejos aptos que le sirvieran de guía en la tarea de presidencia de la Iglesia. A esta última se la llama en el texto: «casa de Dios». Tanto en el sentido de edificio espiritual (cf. Ef 4,12; 1 Pe 2,4-6; etc.) como en el sentido de familia (cf. Tit 1,11; 1 Tim 1,16; 1 Pe 4,17), todos los cristianos son «familia de Dios» (cf. Ef 2,19). Al ser casa del Dios «vivo» -y no de una divinidad vana y muerta-, se comprende que la Iglesia pueda ser la «columna y fundamento» inquebrantable «de la verdad», sostenida por un apoyo de base todavía más sólido. Evidentemente, el pasaje se inspira en estas palabras de Jesús: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,17).

La imagen está tomada del arte de la construcción: Pablo tiene delante de sus ojos las estupendas columnatas que adornaban los más conocidos edificios públicos de Éfeso. Con este pasaje completa su doctrina sobre la Iglesia, presentada de manera más frecuente por él en su esencia interior de cuerpo de Cristo. Aquí, en cambio, insiste más en su aspecto externo y visible, en su poder de ministerio, aun cuando no pretende prescindir de la invisible presencia de la divinidad en ella, como demuestra en el v. 16.

La Iglesia es guardiana no de una determinada verdad filosófica, sino de un «misterio de fe» (cf. v. 9) revelado por el mismo Dios a sus santos (cf. Col 1,26). Un «misterio» que se concentra y se realiza en la persona de Cristo, el cual, después de su vida mortal, fue «elevado por Dios gloriosamente» y, convertido en «espíritu que da vida» (cf. 1 Cor 15,45), alimenta desde el interior, cimienta y compagina su Iglesia. Ahora sólo a través de la Iglesia se llega a Cristo.

Las dos proposiciones, «el Espíritu ha dado testimonio de él» y «los ángeles lo han contemplado» (v. 16), son más difíciles de interpretar. La primera de las dos puede poner de relieve la presencia del Espíritu en la obra de Cristo y en su prolongación, que es la Iglesia. La segunda hace referencia a los «ángeles» en general, que deberían ser los primeros en conocer los misterios de la vida del Señor y contemplaron la gloria de su humanidad en el momento de la ascensión. En otro lugar, Pablo habla asimismo de un «conocimiento» especial de los ángeles respecto a la «multiforme sabiduría de Dios» obtenida mediante la Iglesia (cf Ef 3,10), y de su sometimiento a Cristo (cf Flp 2,9-11; Ef 1,21; Col 2,10). Así pues, los primeros en ser «evangelizados» en Cristo fueron los ángeles y, a continuación, los paganos: de este modo queda claro por qué las dos expresiones se siguen inmediatamente.

 

Evangelio: Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor:

31 ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

32 Se parecen a esos muchachos que se sientan en la plaza y, unos a otros, cantan esta copla: «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: «Está endemoniado».

34 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores».

35 Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios.

 

*•*• Este pasaje evangélico exalta la figura de Juan el Bautista y la asocia a la de Jesús, frente a la generación de entonces, que rechazaba a ambos. La parábola de los muchachos caprichosos no hace más que ilustrar la actitud descrita en los w. 20-30. Aquí se presenta, por una parte, al pueblo y a los publicanos, que reconocieron el valor del bautismo de Juan, y, por otra, a los fariseos y a los maestros de la Ley, que rechazaron este bautismo y no entraron en el designio de Dios. Con todo, la actitud negativa de la generación de Juan y de Jesús no impedirá la realización del plan de Dios (cf. v. 30), porque «la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios». Esta «sabiduría» parece ser precisamente el sabio designio de Dios. Los sabios que lo justifican son aquellos que entran en este designio, reconociendo a Juan y a Jesús como enviados de Dios, venidos a anunciar un nuevo plan de salvación para el mundo.

Lo que los otros desatienden y desdeñan no es propiamente la vía ascética del Bautista o la vía «festiva» y magnánima de Jesús, sino fundamentalmente el proyecto de Dios.

 

MEDITATIO

A quien tiene miedo de verse implicado en el plan de Dios, todo gesto y comportamiento le parece ambiguo. En cambio, los «pequeños», los pobres, los pecadores y los excluidos, que no tienen que defender ni prejuicios ni esquemas, intuyen la lógica del obrar de Dios en la historia humana. Son los sabios de la comunidad cristiana, que, a lo largo de los siglos, continúan reconociendo en Jesús la revelación y la realización de un plan histórico de amor fiel, es decir, de la sabiduría divina.

La solidez de «la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo», de la primera lectura está alimentada por la fe de estos «pequeños», de los verdaderos discípulos del Señor. Éste, «misterio de nuestra religión», es tan grande y tan negado por los falsos maestros que alteran su Evangelio. Estos mismos son objeto de atención, en la continuación de la carta, por parte del apóstol, a fin de poner ampliamente en guardia a Timoteo.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre, reconocer en los «testigos» de nuestros días las huellas de vida de tu Hijo, acoger el don de tu fuerza, para que, como piedras vivas de tu «casa», podamos dar testimonio de la firmeza de su Palabra.

Y haz que, fundamentados en la roca que es Cristo, Hijo tuyo y hermano nuestro, podamos sostener el asalto y el peso de la incredulidad y de la indiferencia de nuestra humanidad. Te pedimos además que, adorando tu presencia en la historia de nuestros días, podamos ser instrumentos dóciles y eficaces de tu proyecto de amor para la salvación de todos los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Preguntemos ahora a los judíos: ¿es la austeridad una cosa buena? ¿Alabáis el ayuno? Entonces hubierais debido quedar persuadidos por Juan, hubierais debido aceptarle, creer en sus palabras, y esas palabras hubieran debido conduciros a Cristo. Y si responden que el ayuno es una práctica perjudicial e insoportable, entonces les diremos que hubieran debido dejarse convencer por Cristo y creer en él, que siguió un camino diferente del emprendido por Juan. Con uno u otro de estos dos diferentes modos de vivir hubieran entrado en el Reino de los Cielos.

Sin embargo, en vez de servirse de este doble medio que se les había ofrecido para salvarse, prefirieron echarse como fieras enfurecidas tanto sobre Juan como sobre Jesús. Por consiguiente, no debemos acusar de nada a los que no fueron creídos: toda la culpa recae sobre aquellos que no quisieron creer. Ningún hombre razonable alaba y vitupera al mismo tiempo dos cosas contrarias entre sí. Por ejemplo, a quien le gusta el hombre alegre y de buen humor no le gusta el de temperamento serio y severo [...].

Yo y Juan, dice Jesús en sustancia, tenemos el mismo pensamiento: nos hemos comportado, es cierto, de manera diferente, pero esta aparente diferencia no nos ha impedido tener el mismo fin. Más aún, precisamente nuestra perfecta unión, que apuntaba a un idéntico fin, nos impulsó a comportarnos de manera diferente: pues bien, ¿qué excusa os queda ahora? Por eso añade el Señor: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son hijos suyos». Es como si dijera: «Aunque vosotros no habéis querido creerme, no tenéis de todos modos ningún motivo para reprocharme» (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo secondo Matteo, Roma 1966, p. 177 [edición española: San Juan Crisóstomo: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios» (Lc 7,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién entra en el Reino? Todo el que se abre a la inmensidad de Dios. Todo lo que hay en el hombre religioso es preciso que se haga inmenso: conocimiento, corazón, amor, libertad, vida, las fuerzas físicas que pueden descubrir y vivir la comunión con todos los seres en la inmensidad en que vive la conciencia.

Por eso es necesaria la osadía, la energía más intensa, superar todos los pequeños miedos que paralizan la voluntad de seguir a Cristo, que nos invita a ir siempre más allá. Hace falta una voluntad pura, que busque únicamente la vida que es Cristo.

Derramemos a manos llenas la vida, la alegría, el perdón, la belleza, el canto: entraremos en el Reino. No las dudas morales, sino el aliento a toda expresión de bien, de servicio, de entrega de sí: ésa es la puerta del Reino. Esta alegre apertura a Cristo- Vida nos prepara para la unión con él. No se trata de una flor que nos ofrece su belleza, no es el canto de un pajarillo que nos hace soñar, no es un amanecer o un ocaso, ni es una mirada de amor que se queden mudos a la hora de dar las gracias. Cuando entremos en el Reino, cuando a través de nuestra danza gozosa entremos en consciente armonía con el universo, más viva será la fuerza de entrega y de ofrenda en nosotros. Vivirá en nosotros Dios, la energía que concede al hombre llegar a ser Cristo IM„C

 

 

Día 19

Jueves de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 4,12-16

Querido hermano:

12 Que nadie te tenga en poco por tu juventud; trata de ser un modelo para los creyentes por tu palabra, tu conducta, tu amor, tu fe y tu pureza.

13 Mientras llego, aplícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza.

14 No hagas estéril el don que posees y que te fue conferido gracias a una intervención profética, cuando los presbíteros te impusieron las manos.

15 Medita estas cosas y entrégate completamente a ellas para que todos puedan ver tu aprovechamiento.

16 Cuídate y cuida tu enseñanza; persevera en estas cosas, pues, si haces esto, te salvarás a ti y salvarás a los que te escuchen.

 

**• Pablo sigue desarrollando otros consejos a fin de que Timoteo ejerza su misión de gobierno con el ejemplo de su propia vida (v. 12), tomando fuerzas de la gracia de su propia consagración episcopal (v. 14). La salvación de un apóstol está condicionada a la de los otros (v. 16): se salvará a sí mismo si salva a los otros.

La referencia al carácter tímido y reservado de Timoteo no exonera a Pablo de recordarle que, cuanto más se esfuerce en ser modelo en toda virtud para los fieles, manifestando a todos su «aprovechamiento» (v. 15), tanto más fácil le resultará ganarse el respeto de los otros. El v. 14 hace referencia a la doctrina del que hoy llamamos sacramento del orden: aparece, en primer lugar, un rito, la «imposición de las manos». Este rito, usado ya en el Antiguo Testamento para expresar la transmisión de poderes y de cargos (cf. Dt 34,9), tiene en el Nuevo Testamento, además de los significados de bendición, de curación y de otorgamiento del Espíritu Santo a persona ya bautizadas, el de consagración de determinados individuos para ciertas funciones públicas (cf. Hch 6,6; 14,23; 13,3).

En segundo lugar, aparece una intervención profética no precisada (del tipo de la de 1,18), el otorgamiento de un «carisma», o sea, de un don gratuito permanente («que posees»), aunque puede debilitarse e incluso extinguirse, si se descuida y no se alimenta. En nuestro lenguaje teológico lo llamamos hoy «gracia sacramental», que es la que nos suministra desde el interior las ayudas necesarias para cumplir los deberes de nuestro propio estado.

 

Evangelio: Lucas 7,36-50

En aquel tiempo,

36 un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 En esto, una mujer, una pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume,

38 se puso detrás de Jesús junto a sus pies y, llorando, comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó para sus adentros: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora».

40 Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo que decirte una cosa. Él replicó: -Di, Maestro.

41 Jesús prosiguió: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.

42 Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?

43 Simón respondió: -Supongo que aquél a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Así es.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

45 No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.

47 Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.

48 Entonces dijo a la mujer: -Tus pecados quedan perdonados.

49 Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?».

50 Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

 

*+• Ya habían acusado antes a Jesús de comer con los pecadores (cf. v. 34). Ahora se muestra como el Mesías misericordioso, que recibe el homenaje de una pecadora desconocida. La acción tiene lugar mientras Jesús está sentado a la mesa en casa de un fariseo que le había invitado, cosa que ya había sucedido en otras ocasiones análogas. Por lo general, los comensales comían tendidos en sus divanes. Eso explica la facilidad con la que la pecadora se pudo acercar a los pies de Jesús, llorando sobre ellos y secándolos con sus cabellos.

Su gesto y las palabras de Jesús hacen suponer que esta mujer le conocía ya y que ya había recibido su perdón. Las lágrimas derramadas antes de la unción serían, pues, más de alegría que de arrepentimiento. El perfume era algo de uso común en Palestina; con todo, era más bien inusual ungir los pies y no la cabeza (como sucede en Me 14,3). Es posible que la pecadora arrepentida deseara honrar a Jesús con una unción, pero las circunstancias sólo le permitieron ungirle los pies.

El fariseo deja suponer en su reflexión que no considera a Jesús profeta; sin embargo, el Maestro manifiesta el don de clarividencia respondiendo a su objeción antes incluso de que el fariseo la manifieste. La respuesta de Jesús toma la forma de una parábola que explica, en esencia, que amará más al prestamista el deudor al que se le perdonó una mayor cantidad. Esta mujer ha mostrado mucho amor, porque, tal vez antes, se le había perdonado mucho. Según el v. 50 fue su fe la que la salvó. Esto se refiere claramente al perdón que ha recibido.

 

MEDITATIO

En este capítulo de Lucas, Jesús, después de haber curado al criado del centurión y haber resucitado al hijo de la viuda de Naín, realiza esta curación existencial, perdonando a una pecadora desconocida. El fariseo está preocupado por la impureza legal a la que se expone Jesús dejándose tocar los pies por una mujer notoriamente pecadora. Jesús, por el hecho de callar y dejarla hacer, compromete su reputación de hombre de Dios, de profeta reconocido por el pueblo (cf. 7,16).

La pregunta de Jesús a Simón interrumpe el curso de las sospechas. Le implica en la trama de la parábola viviente que se desarrolla en su casa. Evidentemente, él es el deudor que ama poco, porque da a entender que se le ha perdonado poco. El diálogo que sigue no deja escapatoria al fariseo, que estaba al principio tan seguro de su justicia. Los gestos de bienvenida y de veneración de la mujer respecto a Jesús, de los que el fariseo se consideraba dispensado, le han hecho pasar a la parte del agravio, y a la pecadora, a la parte de la misericordia.

Para Lucas, existe un íntimo vínculo entre el perdón de los pecados y el amor generoso. El espíritu de profecía, recomendado por Pablo a Timoteo en su ministerio al servicio de la iglesia de Efeso, ha de ser cultivado con humildad. Ésta nos libera de la ilusión farisaica del que se olvida que es pecador y considera a los otros como peores que él; porque es la fe lo que engendra el perdón salvador, es decir, la plena comunión de vida que es la paz de Dios. Y es la capacidad de perdonar de una manera constante y profunda lo que guarda al corazón humano de toda vana seguridad.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre de misericordia, la sabiduría del corazón, a fin de que podamos reconocer las visitas de tu perdón, incluso en los momentos lamentables y embarazosos de nuestra jornada y de nuestra vida, y para que, por medio del compromiso con las necesarias acogidas y la superación de nuestros gustos personales, podamos experimentar aquel éxodo de nosotros mismos que es el único que puede abrirnos a la luz de tu presencia y a la fuerza de tu amor misericordioso.

Una luz y una fuerza que son las únicas que pueden cambiar el corazón del hombre y hacerlo misericordioso con sus hermanos -en especial con los más necesitados-, tras las huellas de Cristo Jesús, tu Hijo y nuestro Señor.

 

CONTEMPLATIO

Ahora bien, el vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es la remisión de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica poderosamente de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de una manera inefable el odio al pecado y el amor a las virtudes.

Inmediatamente hace que ésta odie lo que amaba y ame ardientemente aquello de lo que tenía horror, y gima intensamente por ambas cosas, pues se acuerda de haber amado, para su condena, el mal que odia y haber odiado el bien que ama.

¿Quién se atreverá a decir, en efecto, que un hombre -aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados- puede perecer si es visitado por la gracia del Espíritu Santo? Así pues, dado que el pecador no se convierte sino en el momento en que es iluminado por el Espíritu Santo, ¿qué podemos concluir, sino que, del mismo modo que huye de la muerte del pecado execrándolo, así vive también de la justicia, a la que se convierte deseándola?

Es acogido de inmediato en la vida después de la muerte si, en la conversión, recibe tal fuego de amor que consume en el alma toda la herrumbre que el pecado había acumulado en ella. Ésa es la razón de que se le diga a la mujer pecadora: «Le han sido perdonado sus muchos pecados porque ha amado mucho» (Lc 7,47) (Gregorio Magno, cit. en Crescere nellafede, Magnano 1996, 120ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Le han sido perdonados sus muchos pecados porque ha amado mucho» (Lc 7,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El episodio narrado en el evangelio nos revela una visión diferente de las raíces de la moral. La moral que informa la conciencia de los comensales fariseos es unilateral: la fuente de la moral es Dios; nosotros, los justos, somos sus testigos y tutores; los pecadores están excluidos y son inmundos. «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora» (Lc 7,39).

La nueva moral, destinada a informar la conciencia después de Jesucristo, nace de la necesidad de encuentro e integración entre la luz y las tinieblas, la gracia y el pecado. Un encuentro integrador que traza un camino hacia un heroísmo nuevo, que ya no es el heroísmo del superhombre, del justo, sino el rechazo de la heteronomía del mal, de la proyección del mal y del pecado sobre el chivo expiatorio. El camino cristiano tiende hacia la integración de la sombra de una manera decidida y libre, abandonado deliberadamente todo dualismo y la lógica del tercero excluido. En este episodio, ni Jesús es el misericordioso ni los fariseos son los puritanos duros, pero Jesús es el único que no tiene ligada la mente a esquemas preconcebidos: mira con ojo virginal tanto a los fariseos como a la pecadora. Invita a los primeros a sacrificar sus esquemas teóricos y a mirar con otros ojos la realidad viva; responde con respetuosa veneración a la búsqueda de amor perseguida por la pecadora anónima, ofreciéndole el perdón y la fuerza de perdonarse a sí misma: «Has amado mucho, mucho te ha sido perdonado» [cf. Le 7,47) (G. Vannucci, La vita senza fine, Cernusco s.N. 1991, pp. 140ss).

 

Día 20

Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires

 

A principios del siglo XVII, el cristianismo entró en Corea y el Evangelio se fue extendiendo por las familias con el testimonio de los laicos. Según los datos que se tienen, en el año 1836 entraron en Corea los primeros sacerdotes europeos. A partir de esas fechas, las autoridades coreanas comenzaron a perseguir a los cristianos. En esas persecuciones murieron estos dos santos ¡unto con otro centenar de mártires. Andrés Kim fue el primer sacerdote coreano, y Pablo Chong, un insigne misionero laico.

El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II los proclamó santos junto con otros 115 compañeros que derramaron su sangre por la fe en Cristo en el siglo XIX.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 6,2c-12

Querido hermano:

2 Esto es lo que has de enseñar y recomendar.

3 Si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las saludables palabras de nuestro Señor Jesucristo y a las enseñanzas de la religión,

4 es que está cegado por el orgullo y es un ignorante que sufre la enfermedad de promover discusiones y polémicas. De ahí surgen las envidias, los pleitos, las maledicencias, las suspicacias;

5 de ahí, las discusiones interminables de hombres corrompidos y sin escrúpulos que ven en la religión un negocio.

6 La religión es ciertamente de gran provecho cuando uno se contenta con lo necesario,

7 pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él.

8 Hemos de contentarnos con tener alimento y vestido.

9 Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición.

10 Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han acarreado a sí mismos muchos sinsabores.

11 Pero tú, hombre de Dios, evita todo esto, practica la honradez, la religiosidad, la fe, el amor, la paciencia y la dulzura.

12 Mantente firme en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna para la cual has sido llamado y de la cual has hecho solemne profesión delante de muchos testigos.

 

**• Pablo advierte, de una manera decidida, que, por el hecho de que los amos sean cristianos en vez de paganos, los siervos no han de caer en la tentación de estimarlos en menos por ser «hermanos» en la fe {cf v. 2); en efecto, no por el hecho de que el Evangelio valore indistintamente a todos los hombres, de modo que ya no haya «ni esclavo ni libre» {cf. Gal 3,28), ha abolido las diferencias de papel y de posición en la sociedad. Más aún, les han de servir mejor y con más amor precisamente por ser hermanos y amados por Dios y, por consiguiente, estar dotados de mayor sensibilidad para comprender el beneficio que prestan los esclavos con su servicio a los mismos amos.

El problema de la dignidad y de los derechos de los esclavos queda planteado así por la enseñanza de Pablo en otro plano: no sólo los amos, sino también los siervos procuran sus «beneficios» a los hombres, y no sólo beneficios económicos. La referencia posterior al compromiso de «enseñar y recomendar» a todos la verdad {cf v. 2) trae de nuevo a la mente de Pablo la sombra de los falsos maestros, que se separan con su enseñanza de las «saludables palabras» de Cristo (v. 3), transmitidas por la enseñanza apostólica, las únicas que son aptas para incrementar una auténtica vida según «las enseñanzas de la religión» (v. 3; cf. Tit 1,1). Falsos maestros marcados sobre todo por la codicia y la soberbia {cf w. 4-10), que son los dos resortes secretos que les inducen a presentarse como maestros improvisados.

El apóstol responde con fina ironía a estos falsos maestros diciéndoles que la religión genuina representa un gran provecho precisamente porque enseña a saber contentarse con lo que cada uno tiene {cf v. 6). El amor al dinero (v. 10) acaba también con la tranquilidad del espíritu, creando un verdadero martirio de preocupaciones y de pruebas para la fe.

En contraposición a los falsos maestros, Timoteo debe intentar conseguir -y el apóstol le anima a ello- las virtudes teologales y las morales de la honradez con Dios y con los hombres, de la religiosidad sincera, de la paciencia junto con la dulzura (v. 11), a ejemplo de Cristo, que pudo decir de sí mismo: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

 

Evangelio: Lucas 8,1-3

En aquel tiempo,

1 Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los Doce

2 y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios;

3 Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le asistían con sus bienes.

 

**• Los apóstoles, qué duda cabe, acompañan a Jesús en su vida itinerante, pero es la presencia de mujeres lo que constituye el centro de atención de este fragmento, sobre todo en los w. 2ss, que son propios de Lucas. El v. 1 sugiere que Jesús evangelizaba de manera sistemática las ciudades y el campo. Para Lucas, Dios manifiesta ya la presencia del Reino en su empeño activo de salvar a la humanidad. Dios obra ahora en el ministerio de Jesús y realizará su Reino en el futuro. Pero, en el fragmento que nos ocupa, el evangelista se propone sobre todo indicar el papel que tuvieron las mujeres en la tarea de la evangelización. «Iban con él» junto con los Doce. Más adelante dirá Lucas, de manera insistente, que las mujeres que estaban presentes en el Calvario «habían acompañado» a Jesús durante su ministerio (23,49.55).

El v. 2 habla de personas a las que Jesús «había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades», como se dice ya en 6,18 y 7,21. Los evangelistas sabían distinguir entre exorcismos y curaciones; a este respecto, unos textos se presentan claros y otros lo son menos. Es posible que, en el caso de María Magdalena, el número siete, expresión de plenitud, se refiera a un gran caso de posesión, de posesión repetida (cf. Le 11,26). Magdala, pueblo del que procedía casi con seguridad esta María, es un nombre que no aparece explícitamente en el Nuevo Testamento, pero que puede ser identificado con Tariquea, citado con frecuencia por el historiador Flavio Josefo.

De Juana y Susana carecemos de otras fuentes de información. Si Cusa y su mujer eran personas objeto de consideración en la cristiandad primitiva, se comprende su mención por parte de Lucas (8,3). Todas estas mujeres -nos dice el evangelista- «asistían» a Jesús y a los Doce con sus bienes. Se usa el mismo verbo griego para hablar de las mujeres que estuvieron presentes en la crucifixión: «Que habían seguido a Jesús y le habían asistido cuando estaba en Galilea» (Me 15,41).

 

MEDITATIO

Lucas se detiene para presentarnos a la pequeña comunidad itinerante que acompañaba a Jesús en sus desplazamientos apostólicos, una comunidad que sirve de modelo para la vida de la Iglesia a la que va dirigido el Evangelio. Para las costumbres rabínicas de la época, era impensable esta mención de las mujeres en el séquito de Jesús a la par con los Doce. Si estos últimos fueron elegidos por Jesús mediante una llamada de palabra, aquéllas fueron elegidas con un gesto de bienvenida y misericordia.

La situación de segregación y de marginación social y religiosa a la que estaba relegada la mujer en el ambiente sociopolítico de tiempos de Jesús fue superada por Cristo con el anuncio que hizo del Reino de Dios por pueblos y ciudades y se hace visible en la pequeña comunidad formada en torno a su persona.

La codicia del dinero, recordada en la primera lectura, encuentra en la comunión de bienes de la primera comunidad cristiana el camino para la liberación de todo miedo y prevención.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre de gracia y bondad, abrirnos a la presencia de tu Reino, iniciado en la tierra con la encarnación de tu Hijo, a fin de que, liberados de todo preconcepto y miedo, podamos formar comunidades cristianas de hermanos y hermanas capaces de entablar unas relaciones nuevas, caracterizadas por la libertad y la solidaridad en el servicio.

Concédenos asimismo que nuestro corazón no se ciegue por el orgullo ni sea cautivado por la fiebre de los sofismas y de las cuestiones ociosas, como nos advierte el apóstol. Aleja de la Iglesia de tu Hijo, santa aunque pecadora, las envidias, los litigios, las maledicencias, las malas sospechas, los conflictos originados por los hombres de mente corrompida y carentes de verdad. Sobre todo, libéranos de la avidez y de la sed de ganancias.

Haznos experimentar la ebriedad de esta soberana libertad vivida y enseñada por Cristo y por la comunidad apostólica de los orígenes.

 

CONTEMPLATIO

La Iglesia primitiva era pobre, pero libre. La persecución no le quitaba la libertad de su regimiento, y tampoco el despojo violento de sus bienes perjudicaba en nada a su verdadera libertad. No tenía vasallaje, ni protección, y menos aún tutela o abogacía: bajo estas poco fiables y traidoras denominaciones se introdujo la servidumbre de los bienes eclesiásticos. Desde aquella hora le fue imposible a la Iglesia mantener sus antiguas máximas sobre lo adquirido, al gobierno y al uso de sus bienes materiales. Y el olvido de estas máximas, que quitaban a tales bienes todo lo que tienen de halagüeño y de corruptor, la condujo al extremo peligro. [Una de estas máximas] era que el clero no usara los bienes eclesiásticos sino por pura necesidad para su propio sustento, empleando lo sobrante en obras piadosas, especialmente para aliviar a los indigentes. Lo necesario les estaba asegurado de hecho a los apóstoles con el derecho a vivir en las casas de los fieles que les recibieran, que al acogerlos recibían bastante más de lo que les daban.

El apóstol Pablo informó a su discípulo Timoteo de esta doctrina cuando le escribió: «La religión es ciertamente de gran provecho cuando uno se contenta con lo necesario, pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él. Hemos de contentarnos con tener alimento y vestido» (1 Tm 6,6-8). De este modo, la entrada en el clero equivalía, en los buenos tiempos de la Iglesia, a una profesión de pobreza evangélica (A. Rosmini, Delle cinque piaghe della santa Chiesa V, 133.151, passim [edición española: Las cinco llagas de la Santa Iglesia, Edicions 62; Península]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que habían accedido a la fe tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lucas, Mateo y Marcos emplean una misma palabra para calificar la presencia de estas mujeres: el verbo aiakonéin, que significa «servir» (de donde proceden los términos «diaconía» y «diácono»). Lucas añade: «Le asistían con sus bienes». Eso puede significar que ponían sus riquezas a disposición de Jesús. Sin embargo, frecuentemente este verbo griego tiene un sentido más amplio: se trata de todo lo que tiene alguien a su disposición para servir a los otros. Creo que sería más exacto traducir: «Le asistían con todo lo que tenían».

Parece, pues, que hubo de hecho un ministerio de mujeres en el evangelio, ordenado a la persona de Jesús, y que Jesús no lo rechazó. A estas mujeres, a las que curó y salvó, las acogió junto a él. Pero no fue siempre así: cuando el endemoniado que curó en la tierra de los gerasenos le pidió quedarse con él, Jesús le envió a que fuera a dar testimonio de su curación en su ciudad, a decir lo que Dios había hecho por él (Me 5,18-20). No quiso recibir de él ese «servicio». Le convirtió en un enviado, en un apóstol de vanguardia, en un instrumento del Reino.

Sin embargo, Jesús aceptó que María de Magdala y muchas otras le siguieran y le sirvieran. Y la presencia de estas mujeres -cuya mayor parte estaba constituida por antiguas enfermas, pecadoras, poseídas por el demonio- debía plantear problemas y tal vez provocar escándalo. Si Jesús lo quiso, debía tener razones bien precisas. Y para la mujer, es muy importante intentar esclarecerlas.

Siguiendo el hilo del evangelio, podemos percibir que el servicio de estas mujeres se llevó a cabo de modo paralelo a la revelación del misterio de Cristo. Así es: en cada etapa de la revelación de este único misterio encontramos a una mujer disponible para Dios (G. Blaquiére, // dono di essere donna, Milán 21985 [edición española: La gracia de ser mujer, Palabra, Madrid 1988]).

 

Día 21

San Mateo (21 de septiembre)

 

Es él mismo quien nos cuenta su conversión empleando unos términos extremadamente sencillos (Mt 9,1-9). Por su parte, Lucas se complace en poner de relieve que, en aquella circunstancia, el banquete era signo del amor misericordioso de Jesús a todos los pecadores.

Mateo escribió un evangelio para la comunidad judeocristiana: esto se deduce de la estructura del mismo evangelio, que presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como aquel que trae la ley del amor al nuevo pueblo de Dios. A continuación, Mateo pone una particular atención a la Iglesia, convocada, salvada e instituida por Jesús. Sólo él entre los evangelistas sinópticos conoce el término «Iglesia», exactamente en dos lugares: 16,18 y 18,17.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13

Hermanos:

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

 

**• Pablo, al presentarse directamente como prisionero por el nombre del Señor, confiere una particular autoridad a su exhortación a vivir «con dignidad» la vocación cristiana. En virtud de esa vocación, todos los creyentes forman «un solo cuerpo» en Cristo Jesús, y eso exige un nuevo modo de vida, más allá del alejamiento de todo sentimiento de animosidad y discordia, para no romper «la unidad» llevada a cabo por el Espíritu Santo.

Es, efectivamente, el Espíritu Santo el que compagina el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si los miembros se oponen entre ellos, ¿cómo podrá organizarse el cuerpo? La primera ley de vida es, pues, la armonía, la «paz», que es el indispensable cemento de la unidad. Se imponen, por consiguiente, motivos teológicos que impongan al cristiano la unidad espiritual con los hermanos: todo en su vida ha de tener un carácter de sociabilidad y una dimensión comunitaria. Es único el cuerpo de la Iglesia, y está animado por un único «Espíritu»; única es la «esperanza» de la salvación eterna a la que nos llama la fe en Cristo; único es el «Señor» Jesús, que ha roto el muro de la división y de la enemistad {cf. 2,14) y ha proporcionado a todos los mismos medios de salvación; la fe y el bautismo. Sin embargo, el motivo fundamental de esta unidad reside en la universal paternidad de Dios, que está presente en todo redimido con su acción y con su inhabitación mediante la gracia.

La clara profesión de fe trinitaria, contenida en nuestro pasaje, fundamenta el valor de los «carismas» aquí enumerados. De ellos se describe también el fin hacia el cual deben converger en la economía del cuerpo místico de Cristo: un fin eminentemente social, a saber: la edificación completa de este cuerpo, que se obtendrá cuando todos hayamos alcanzado la «perfecta unidad» de fe y de «conocimiento» amoroso de Cristo.

De este modo, la perfección personal y colectiva expresará la medida en «que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los publícanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo: -No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

        *+• Cafarnaún estaba situada en los confines del territorio de Herodes Antipa con el de su hermano Filipo, sobre la arteria comercial que conducía desde Damasco al Mediterráneo. Esto explica la presencia de numerosos encargados del cobro de las tasas, la odiada clase de los publicanos, en aquella zona.

Toda la atención del texto está centrada en la prontitud de la respuesta de Mateo, presentado como «Leví, hijo de Alfeo» en Marcos y Lucas, respecto a la llamada de Jesús, y también en el tipo de gente que asiste al banquete, tal vez de despedida, que Mateo ofrece a sus ex colegas a fin de subrayar la seriedad de su opción. El hecho de ver a muchos publícanos y pecadores comiendo con Jesús y con sus discípulos escandaliza a los fariseos, porque en Oriente comer juntos significaba comunidad de vida y de sentimientos. Al conversar con los publicanos y los pecadores, Jesús muestra que está en la línea de la «misericordia» y reprocha a los fariseos su legalismo, que los hace insensibles a las auténticas necesidades del Espíritu, además de incapaces de comprender las auténticas necesidades del prójimo.

 

MEDITATIO

El problema de las comidas tomadas en común por cristianos de procedencia pagana y los de origen judío fue muy importante en la primera generación cristiana. Mateo, ya evangelista, quiere presentar una enseñanza de Cristo a su Iglesia. El Maestro, tanto de palabra como con el ejemplo, les ofrece una lección: Dios exige de nosotros sobre todo gestos de misericordia, más que actos cultuales.

Jesús, al llamar a Mateo y sentarse a la mesa con los pecadores, aparece como aquel que ha realizado la voluntad de Dios. Y toda su misión de llamada misericordiosa a los pecadores a la salvación ha sido el cumplimiento de la Palabra de Dios expresada en las Escrituras.

Frente al Dios discriminador presentado por el culto de los judíos de estricta observancia, el Dios revelado por la palabra y por la acción de Jesús es un Dios de misericordia, un Dios que acoge a los perdidos y les ofrece una nueva posibilidad de rehacerse; hasta alcanzar, mediante su gracia, la «perfecta unidad» interior, que en la primera lectura es «hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre y Dios de misericordia, reconocer en nuestra historia personal la llamada fundamental de la vida que tu Hijo y Señor nuestro nos dirige con amor.

Concédenos, oh Padre y Dios de bondad, responderte afirmativamente con prontitud y generosidad, incluso a través de las grandes y pequeñas ocasiones de nuestro vivir cotidiano, a fin de que podamos realizar con fidelidad la obra que, de una manera personal y comunitaria, nos has dado para realizar en la Iglesia.

Y que el mundo, frente al testimonio de unidad del cristiano y de la Iglesia, pueda convertirse y creer en tu amor misericordioso, un amor que hemos visto y contemplamos en el rostro y en la acción de Jesucristo en la tierra.

 

CONTEMPLATIO

Gracias, Señor, por la compasión tan grande que te has dignado dispensar por nuestra redención, y te ruego: haz que podamos ser en verdad partícipes eternamente de esta redención y de la salvación eterna que hay en ti. ¿Quién al oír decir al apóstol: «Esta palabra es verdadera: Jesucristo ha venido a este mundo para salvar a los pecadores», no pronunciará al mismo tiempo una alabanza y una oración ni dirá: «A ti, Señor, la alabanza, a ti la acción de gracias, porque en tu gran misericordia buscas la vida y no la muerte del pecador. Dígnate, Señor, concedernos tu justificación por nuestros pecados y salvarnos con la salvación eterna»?

Cuando oímos, pues, las palabras de Cristo con las que se nos refieren o prometen sus beneficios, debemos abundar, como nos enseña el apóstol, en acciones de gracias a él. Ahora bien, el ánimo de aquel que ama y está repleto de deseo, una vez realizada la acción de gracias, debe añadir la oración para ser hecho digno de sus promesas (Juan el Cartujo).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día esta Palabra: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Le 19,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las palabras «quiero misericordia, no sacrificios» (Mt 9,13) marcan un importante paso hacia adelante de la conciencia humana, pero, por desgracia, después de dos mil años, son muy pocos los que se han dado cuenta de esto: el paso de la religión del Padre a la del Hijo. El Padre experimentado como Soberano absoluto, como el Juez inapelable, que premia a los buenos y castiga a los pecadores; la conciencia necesitada de sacrificios expiatorios, de machos cabríos sobre los que depositar los pecados propios y los comunitarios. Por otra parte, la conciencia solar, creadora y portadora de vida. El árbol frutal da con arrebato sus frutos, y su alegría aumenta con el crecimiento de la abundancia de los frutos; no castiga a los animales y a los hombres que los comen; su tarea es sustentar a las criaturas que tienen necesidad de sus dones. Del mismo modo, el seguidor de la religión del Hijo vive para distribuir la misericordia, no para levantar altares sobre los que inmolar víctimas.

La experiencia cristiana se encuentra en el fatigoso y laborioso camino que va de la religión del Padre, del Rigor y del Juicio irreformable, a la religión del Hijo, que no juzga, no condena, no culpa a ninguna criatura, sino que con mano generosa distribuye amor y misericordia, no apaga el pábilo vacilante, no quiebra la caña cascada. Moisés había declarado que el hombre es la imagen de Dios en la creación; Cristo nos dice que el Hijo y los hijos del hombre están llamados a despojarse del temor y del temblor de los siervos, y a abrirse a la alegría vital de sentirse hijos de Dios (G. Vannucci).

 

Día 22

25° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Amos 8,4-7

4 Escuchad esto los que aplastáis al pobre y tratáis de eliminar a la gente humilde;

5 vosotros, que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva, para poder vender el trigo; el sábado, para dar salida al grano? Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio y falsearemos las balanzas para robar;

6 compraremos al desvalido por dinero, y al pobre por un par de sandalias; venderemos hasta el salvado del trigo».

7 El Señor lo ha jurado, por el honor de Jacob: nunca olvidaré lo que han hecho.

 

**• La lectura profética de la liturgia de hoy nos proporciona un triste cuadro de la sociedad israelita del tiempo del profeta Amos, durante el reinado de Jeroboán II en Samaría. El oráculo constituye una violenta denuncia de la explotación de los pobres, muy particularizada en sus mínimos detalles, con el fin de describir ampliamente la situación de injusticia social de la época. Una época que, en buena parte, podría reflejar también la nuestra, que tal vez sea incluso más grave.

La mayor preocupación de estos traficantes es aumentar su comercio, vaciar sus sacos de trigo y de grano. Vender, vender siempre a toda costa o –mejor defraudar y engañar cada vez más. Amos denuncia algunas de sus prácticas: los comerciantes hacen trampas en las cantidades de las ventas, disminuyen las medidas, aumentan el precio y usan balanzas amañadas.

El deseo de beneficio es tan fuerte que ya no celebran las fiestas del Señor; es más: no ven la hora de que éstas pasen de prisa para volver a sus comercios. Están dominados por eso que hoy podríamos llamar «sociedad de consumo». En esta situación, son los pobres y los menesterosos los que salen perdiendo. Son transformados en mercancía y quedan reducidos a sobrevivir en un nivel menos que humano. De ahí la cólera de Amos contra estas injusticias y contra los que las practican. Lo dice con severidad: «El Señor lo ha jurado, por el honor de Jacob: nunca olvidaré lo que han hecho» (v. 7).

En esta lectura del texto de Amos comienza el tema del dinero injusto, que tendrá su continuación en el evangelio. Con todo, la injusticia no está en el dinero, sino en el modo como se trata al hermano, al que Dios pide que amemos como nos amamos a nosotros mismos. Las palabras de Amos son más que actuales. Nos recuerdan el «sentido» de los bienes de la tierra, que están al servicio del hombre, en vistas a la comunión y a la fraternidad, nunca a la explotación.

 

Segunda lectura: 1 Timoteo 2,1-8

Querido hermano:

1 Te recomiendo ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres:

2 por los reyes y todos los que tienen autoridad, para que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna.

3 Esto es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador,

4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

5 Porque Dios es único, como único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo,

6 que se entregó a sí mismo para redimir a todos. Tal es el testimonio dado a su tiempo,

7 del cual he sido yo constituido heraldo y apóstol -digo la verdad, no miento- y maestro de todas las naciones en la fe y en la verdad.

8 Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados.

 

**• Pablo esboza en esta carta el ordenamiento más antiguo de la Iglesia: en primer lugar, la oración (capítulo 2); a continuación, más adelante, el ministerio del gobierno de la Iglesia (capítulo 3). En la Iglesia, todo empieza con la oración, y ésta, a su vez, es antes que nada una oración universal, mundial. La oración de la Iglesia no es, por tanto, de entrada, una oración por la prosperidad de la comunidad religiosa y de sus miembros, y sólo en segundo lugar también por el mundo, sino al contrario: el mundo exterior, los hombres de todos los pueblos y culturas, son lo primero, y la prosperidad de la Iglesia deriva, por consiguiente, de ahí.

Para Pablo, la Iglesia es, esencialmente, la que intercede por el conjunto; es la luz de Dios que se irradia en el conjunto. Es la luz de Dios sobre el mundo. En este sentido, la oración no tiene que ver únicamente con las personas y las cosas limitadas a su propio ámbito (como los miembros de la jerarquía y el pueblo cristiano), sino con la totalidad del mundo y de la sociedad. En concreto, la intención de la oración tiene como objeto la comunidad terrena. Se ora por el emperador (¡Nerón, en el caso que nos ocupa!), por los gobernadores de las provincias y por todos los que han sido confiados a su responsabilidad. La Iglesia debe hacer todo esto porque es la luz de Dios en el mundo y no hay salvación sin la Iglesia. De una manera indirecta, ora también por ella misma, porque, para ser luz del mundo, debe ser realmente luminosa. A la Iglesia no le importa que la persigan, sino que el mundo, con el emperador a la cabeza, se convierta.

En este sentido, la oración de la comunidad cristiana es por todo el mundo, o sea, por todos, a fin de que la voluntad salvífica de Dios no tenga límites. No puede quedarse encerrada en sí misma. La Iglesia no entra en cuanto tal en el plano político, en el económico o en el social. Su tarea es otra: debe hacer todo lo posible para que la luz de la fraternidad predicada por Cristo y la caridad penetren en estos ámbitos. En este sentido, la Iglesia es maestra de todas las naciones, también de las paganas. Su esperanza no tiene confines. Por eso la oración no tiene límites de espacio. No por nada dice Pablo que la oración cristiana puede ser hecha «en todo lugar», o bien «en todo momento» (Ef 6,18), o también «incesantemente» (1 Tes 5,17). Estas expresiones son normales en el apóstol. La voluntad salvífica de Dios no tiene límites.

 

Evangelio: Lucas 16,1-13

En aquel tiempo,

1 decía también Jesús a sus discípulos: -Había un hombre rico que tenía un administrador, a quien acusaron ante su amo de malversar sus bienes.

2 El amo lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque no vas a poder seguir desempeñando ese cargo».

3 El administrador se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita la administración? Cavar ya no puedo; pedir limosna me da vergüenza.

4 Ya sé lo que voy a hacer para que alguien me reciba en su casa cuando me quiten la administración».

5 Entonces llamó a todos los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?».

6 Le contestó: «Cien barriles de aceite». Y él le dijo: «Toma tu recibo, siéntate y escribe en seguida cincuenta».

7 A otro le dijo: «Y tú, ¿cuánto debes?». Le contestó: «Cien sacos de trigo». Él le dijo: «Toma tu recibo y escribe ochenta».

8 Y el amo alabó a aquel administrador inicuo, porque había obrado sagazmente. Y es que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su propia gente que los que pertenecen a la luz.

9 Así que os digo: Haceos amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengáis que dejarlos, os recibirán en las moradas eternas.

10 El que es de dar en lo poco lo es también en lo mucho. Y el que es injusto en lo poco lo es también en lo mucho.

11 Pues si no fuisteis de fiar en los bienes de este mundo, ¿quién os confiará el verdadero bien?

12 Y si no fuisteis de fiar administrando bienes ajenos, ¿quién os confiará lo que es vuestro?

13 Ningún criado puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará a otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.

 

*•• Lucas narra la parábola que llamamos del «administrador infiel», pero que tal vez sería mejor llamar del «administrador astuto». Jesús nos señala precisamente la habilidad con la que ha sido capaz de salir del enredo. «Y el amo alabó a aquel administrador inicuo, porque había obrado sagazmente. Y es que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su propia gente que los que pertenecen a la luz» (v. 8). El cálculo sagaz del administrador consiste en el hecho de que, cuando tenga lugar el despido, será recibido en casa de aquellos a quienes ha disminuido la deuda. Ha usado la riqueza que su señor le había confiado para hacerse amigos. El señor, que a buen seguro es Cristo (cf. Le 16,6 y 11, 39), no alaba en absoluto el engaño, sino la astucia con la que «los que pertenecen a este mundo» se muestran más hábiles que los cristianos.

La enseñanza de Jesús es muy clara: los bienes son un obstáculo insuperable para el Reino; los ricos, que no invierten sus bienes en el gran río del Amor, no entrarán en el Reino. Dios y el dinero se oponen de manera frontal, como dos señores entre los que es preciso elegir: «Ningún criado puede servir a dos amos» (v. 13). O sea, no podemos servir a Dios y a este dinero, que Jesús llama «deshonesto» y que personifica en un poder absoluto opuesto al suyo -un poder que forma parte del reino de las tinieblas-. Jesús invita, en cambio, a sus discípulos a prevenir el posible despido dando su dinero en limosnas para ser recibidos «en las moradas eternas» (7,9). Este dinero tan peligroso puede ser convertido. Puede llegar a ser un tesoro para el Reino si es invertido por pura caridad en los hermanos. De este modo, el dinero puede convertirse también en una llave capaz de abrir el Reino. Ahora bien, con una condición: que sea gastado en obras de caridad.

 

MEDITATIO

«Ningún criado puede servir a dos amos..., no podéis servir a Dios y al dinero». Se trata de una declaración muy fuerte e incisiva, que pone claramente de manifiesto lo que está en juego. Es preciso saber elegir con precisión entre Dios y el dinero, o sea, entre el Dios del amor y el dios del dinero. El evangelio no subraya la falta de honestidad del administrador, sino la astucia de la que hace gala en la preparación de su futuro.

El Señor nos invita a preparar nuestro futuro y a darle cuentas de su gestión con la entrega de nuestros bienes a los pobres mediante un reparto que sea justo. La riqueza no es algo maldito en sí misma, sino un servicio y un don a los hermanos que el Señor nos da, una voluntad de compartir con ellos. Ahora bien, la riqueza puede ser asimismo un riesgo permanente. Una vez que la sed de riquezas se apodera de nosotros, ya no nos suelta. Tiende a someternos y a hacerse con todo nuestro interés. De este modo, poco a poco, Dios acaba por convertirse en algo secundario o, peor aún, acaba por convertirse en un adversario peligroso que es preciso eliminar absolutamente de nuestra propia vida. Por el contrario, cuanto más se convierte Dios en nuestro único amor, en el único sol de nuestra vida, en el todo de nuestro corazón, tanto más se debilita el amor a la riqueza, hasta desaparecer por completo, como en san Francisco de Asís, para quien Dios se convirtió en el único tesoro para compartir con los hermanos. O -como él mismo decía- en su «caja de caudales celestial».

El Señor nos invita en la liturgia de hoy a practicar un discernimiento de lo que es esencial, de modo que nos desprendamos del dinero o -mejor- separemos el dinero de nosotros mismos para compartirlo como puro don de amor. En realidad, el problema principal no es apartar el dinero de nosotros, sino convertirlo en un valor para el Reino. Se trata de introducir el dinero en la corriente justa a través de la cual se abre la gracia de Dios un camino hasta nuestro corazón. Precisamente al lugar donde el amor de Dios impregna todo lo que constituye nuestra persona y donde, poco a poco, el amor lo invade todo hasta brillar como fuego incandescente de amor. Entonces tiene lugar el milagro: el dinero queda invertido en el Reino de Dios. Ya no hay «riqueza inicua». Ahora, a través del amor a los necesitados, fructificará al ciento por uno.

Esa es la razón de que Pablo insista tanto en la necesidad de la oración: «Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados» (1 Tim 2,8). La pureza del corazón, desprendido de todo y orientado a Dios, es necesaria para que nuestra oración sea luz en un mundo plagado de injusticias, en donde el dinero se convierte con frecuencia en una trampa oscura para los hermanos.

 

ORATIO

Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús, por tu inmenso amor. Te pedimos la gracia de conocerte cada día más íntimamente, a fin de amarte con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra vida. Sí, Jesús, tu amor nos abraza, nos rodea: somos en ti y podemos contemplar en todos los hombres tu amor, que se entrega. Cada hombre y cada mujer están envueltos por tu mismo fuego de amor. También lo están nuestros pecados, todas las situaciones que encontramos, la pobreza y la miseria que descubrimos cada día a nuestro alrededor.

Haznos crecer, Jesús, en este amor tuyo. Concédenos la gracia de llegar a un conocimiento cada vez más profundo e íntimo de ti, oh Señor, que te has hecho hombre por nosotros, para amarnos cada vez con mayor intensidad y enseñarnos a amar con tu mismo amor. Imploramos esta gracia del Padre a través de ti, Jesús, que vives y reinas con él en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Del amor a Dios nace el amor al prójimo, y el amor al prójimo alimenta el amor a Dios. Quien se olvida de amar a Dios no puede amar al prójimo; en cambio, progresamos en el más auténtico amor a Dios si antes nos alimentamos en el seno de su amor mediante el amor al prójimo. Puesto que el amor a Dios engendra el amor al prójimo, el Señor, que por medio de la ley había dicho: «Ama a tu prójimo» (Lv 19,18), dijo antes: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5); es decir, su amor debe echar raíces antes en el terreno de nuestro corazón, para que germine después a través de las ramas del amor fraterno.

Y que, a su vez, el amor de Dios se alimenta del amor al prójimo lo afirma Juan, el cual nos advierte: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). El amor a Dios nace, es cierto, por medio del temor, pero al crecer se transforma en afecto (Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job VII, 28).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia» (Gaudium et spes 69).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El testimonio de la pobreza evangélica reviste diversas formas, que van desde el compromiso para desarraigar la pobreza a poner todos los bienes a disposición de la causa evangélica; desde llevar una vida sobria a compartir la vida de los más pobres. Cada Instituto tiene su forma de pobreza. Lo importante es que no sea sólo decorativa o de sólo palabras, sino que se caracterice por la entrega y la austeridad personal.

En el sínodo sobre la Vida consagrada, impresionó la intervención del japonés monseñor Soto, que confesó cándidamente que había comprendido a fondo el valor de la pobreza leyendo esta frase de santa Clara: «Amo la pobreza, porque fue amada por Jesús». Ahí reside el significado de la pobreza religiosa (P. G. Cabra, /conos de la vida consagrada, Sal Terrae, Santander 1999, p. 157).

 

Día 23

San Pío de Pietrelcina

 

         San Pío de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de edad. Ordenado el 10 de agosto de 1910. Asignado a San Giovanni Rotondo en 1916, vivió allí hasta su muerte. Recibió los estigmas el 20 de septiembre, 1918. Los llevó por 50 años. Entró en la Vida Eterna el 23 de septiembre, 1968. Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del 2002.

         "Solo quiero ser un fraile que reza...” “Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío

         El Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo, amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios.

         Famoso confesor. El Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían esperar dos semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 1,1-6

1 El año primero de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la Palabra del Señor anunciada por Jeremías, despertó el Señor el espíritu de Ciro, que en todo su Reino hizo proclamar de palabra y por escrito el siguiente edicto:

2 Habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encomendado construirle un templo en Jerusalén, que está en la región de Judá.

3 El que de vosotros pertenezca a ese pueblo, que su Dios lo acompañe y suba a Jerusalén, que está en la región de Judá, a reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel.

4 Y a los que pertenezcan a ese pueblo, vivan donde vivan, ayúdenles sus convecinos con plata, oro, bienes, ganado y otros donativos voluntarios para el templo de Dios que está en Jerusalén.

5 Los jefes de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu había despertado Dios, se dispusieron a subir a Jerusalén para reconstruir el templo del Señor.

6 Todos sus convecinos les dieron plata, oro, bienes, ganado, objetos preciosos y otros donativos voluntarios.

 

*•• El libro de Esdras, redactado hacia el año 300 a. de C, narra el regreso a la patria de los exiliados en Babilonia, tras el edicto de Ciro (538 a. de C.)> y la consiguiente obra de reconstrucción civil y religiosa de la comunidad. La restauración pondrá de manifiesto los pilares de la vida judía del postexilio: la ley, el sacerdocio y el templo, signo de la presencia divina y garantía de esperanza para el futuro.

Los primeros versículos del libro cuentan la puesta en marcha de toda la historia (w. 1-4), interpretada como el cumplimiento de la promesa divina {«para que se cumpliera la Palabra del Señor»). El decreto de Ciro es expresión del plan providencial e indica los dos temas centrales de la obra: el deseo de ser pueblo de Dios de una manera visible y la reconstrucción del templo y de la ciudad, que había quedado devastada después de la ocupación y destrucción babilónicas del año 586 a. de C.

La pronta y firme decisión de muchos de adherirse al decreto de Ciro es atribuida por el autor a la intervención del Espíritu de Dios, que suscita en los ánimos entusiasmo hacia el proyecto de retorno a la patria de los exiliados de Babilonia y de reconstrucción del templo del Señor (v. 5). El Espíritu de Dios infunde además generosidad incluso en los otros judíos, que, aunque no participan en el retorno, colaboran en el proyecto de reconstrucción con abundantes ayudas económicas.

Lo que sucede es, en definitiva, análogo a la experiencia del éxodo, que figura en el centro de la confesión de fe de Israel. Por eso la terminología del presente fragmento recuerda el expolio de los egipcios a la salida de Egipto y se sugiere precisamente una analogía entre los dos acontecimientos: esto configura el retorno de Babilonia como un segundo éxodo y permite confirmar la continuidad de la obra divina que vela por el cumplimiento de las promesas.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.

17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto.

18 Prestad atención a cómo escucháis: al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

*» Tenemos aquí tres dichos recogidos por Lucas en una sección que tiene, como hilo conductor, la Palabra de Dios. El primer dicho (v. 16) es una advertencia a los discípulos, a fin de que no teman ni mantengan «prisionera» la Palabra por miedo. Es lo que da a entender la paradoja de una lámpara encendida cubierta y puesta en un sitio donde no alumbra. El discípulo tendrá que asumir la responsabilidad de esta Palabra, que es pública y debe ser visible para todos. El segundo dicho (v. 17) está conectado con el primero y en él aparece de nuevo una advertencia a los discípulos de Jesús que, por alguna razón, mantienen la Palabra encerrada en su corazón o bien la comunican sólo a unos pocos iniciados: el resultado es que el anuncio queda desatendido.

El tercer dicho (v. 18) aclara los dos precedentes. El anuncio de la Palabra, el hacerla visible, depende antes que nada de la importancia dada por el discípulo a la escucha, a la actitud interior con la que escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Es preciso que la escucha sea adecuada, que corresponda a la importancia de la Palabra de Dios comunicada al discípulo. Se puede escuchar, pero escuchar mal, y, en este caso, más que ser ocasión de crecimiento, se convierte en ocasión de juicio: «Al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». En consecuencia, es decisivo escuchar bien, porque sólo así se enriquece el corazón. Si se escucha mal -o no se escucha- se pierde una importante oportunidad: no se crece, sino que más bien se va hacia la perdición de uno mismo.

 

MEDITATIO

Hay una condición previa para poder entrar en un diálogo profundo con Dios y acoger su plan de amor sobre nosotros, en especial cuando su voluntad nos pide que salgamos de nosotros mismos, de nuestras certezas, y nos pongamos otra vez en camino hacia nuevas metas.

Esta condición es la escucha sincera de su Palabra. Contando con la fuerza y con el apoyo del Espíritu que acompaña a la escucha dócil de la misma, podemos hacer frente a situaciones difíciles y emprender nuevos recorridos, precisamente como el Señor pidió a los exiliados judíos que, sostenidos por la gracia de Dios, dejaron sus prósperos intereses consolidados en la región de Babilonia, para volver a Jerusalén y empezar con generosidad la empresa de la reconstrucción del pueblo de Dios y de su ciudad.

Es preciso estar dispuestos a la pronta obediencia a Dios, porque sólo a quien se pone «en religiosa escucha» lo emplea el Señor para sus planes en beneficio de la humanidad. Esta escucha requiere que no pongamos restricciones de ningún tipo. El Señor y su Palabra son, en efecto, la única causa digna a la que podemos dedicar todo lo que somos: porque «al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». Si escuchamos la Palabra con las disposiciones requeridas (escucha integral, constante y obediente, anclada en la existencia), experimentaremos la luz del Evangelio y llegaremos a ser sus testigos eficaces, convincentes, porque éste no es una doctrina iniciática, sino la noticia del amor de Dios, que llega fácilmente a los otros sólo cuando nosotros lo hemos experimentado en primera persona.

 

ORATIO

Señor, concédenos tu Santo Espíritu para que podamos entrar en un verdadero diálogo contigo y acoger con generosidad tu plan de amor sobre cada uno de nosotros.

Haznos solícitos a tu Palabra, para que, mientras estemos a la escucha atenta y dócil de la misma, tú, Señor, suscites en cada uno de nosotros el deseo ardiente de volver a ponernos en camino contigo, abandonando el exilio de nuestras ilusorias seguridades. Ayúdanos a redescubrir, como hiciste con los exiliados vueltos de Babilonia a la tierra de tu promesa, la alegría de emprender de nuevo contigo el trabajo de la edificación de tu pueblo, la fatiga fecunda de ser Iglesia.

Entonces experimentaremos también la liberación del miedo y seremos verdaderos y creíbles testigos, conscientes de tu llamada para ser colocados en el lucernario que da luz a todos los que están en la casa. Sólo así podremos convertirnos en un signo luminoso de esperanza para este mundo nuestro.

 

CONTEMPLATIO

«[Estamos] muy confiados en Dios, nuestro Señor, que ha de manifestar su nombre en la China. Vuestra santa caridad lleve un cuidado especial en encomendarnos a todos a Dios: tanto a los que se quedan en Japón como a nosotros, que vamos a la China [...]. Por la experiencia que tengo del Japón, hacen falta algunas cosas a los padres que han de ir a fructificar en las almas y principalmente a los que deben ir a las universidades.

La primera es que hayan sido muy probados y perseguidos en el mundo, y que tengan mucha experiencia y gran conocimiento interior de sí mismos, porque en el Japón han de ser perseguidos bastante más de lo que por ventura lo fueron nunca en Europa. Es una tierra fría y de poco vestuario; no duermen en camas porque no las hay; es estéril de mantenimiento; desprecian a los extranjeros, de modo principal a los que van a predicar la ley de Dios -eso hasta que llegan a gustar a Dios-. Los padres del Japón siempre serán perseguidos, y los que van a las universidades me parece que no podrán llevar consigo las cosas necesarias para decir misa, a causa de los muchos ladrones que hay en las tierras por las que deben pasar [...].

Nuestras ideas sobre Dios y la salvación de las almas son tan opuestas a las suyas que no debemos maravillarnos de que nos persigan, y no sólo con palabras... Nosotros no buscamos, a buen seguro, litigios, pero el miedo no nos impedirá hablar de la gloria de Dios y de la salvación de las almas... (J. Brodrick, San Francesco Saverio, Parma 1961, pp. 362.416, passim [edición española: San Francisco Javier, Espasa-Calpe, Madrid]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Un antiguo alumno mío, que se ha vuelto agnóstico, me repite a menudo: «La Iglesia ha llegado a la agonía, es inútil que usted se agote en poner dentro de la misma cesta los trozos que quedan». Pues bien, no [...]. Mi vida dominicana me permite grandes espacios de silencio y de recogimiento. Son los momentos en que se deposita la memoria de las heridas, de los fracasos, de los arañazos, de los celos (el gran mal eclesiástico), de las inquietudes por el futuro, y en los que se hace más profunda la conciencia de la gracia de Dios. Siento entonces subir a mi espíritu algunos versículos de salmos, de relatos evangélicos, de la literatura joánea, de las cartas apostólicas, en particular de la carta a los Efesios.

Este flujo de versículos que pueblan mi memoria creyente se conecta con las palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Pedro: «Señor, ¿a quién ¡remos?». Desde hace dos mil años, hombres y mujeres de «toda pobreza», volviendo sobre esta confesión de fe, la han releído a la luz de su experiencia y de su deseo. La han considerado capaz de dar un sentido a su vida [...]. Pedro da razón de su adhesión radical a Cristo: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de Pedro aparece de inmediato como el hilo conductor del destino de todos los grandes santos, heridos también ellos por la vida, atormentados también ellos por la vida [...]. Por eso afirmo que mientras haya hombres y mujeres que buscan el sentido de su vida y otros que pronuncian el nombre de Cristo, sabiendo lo que significa, habrá cristianos [...].

La Iglesia de Dios es, al mismo tiempo, revelación y actualización de su ternura, capaz de abrazar el destino humano en lo concreto de aquellas cosas que le hacen feliz, pero también - y tal vez sobre todo- en aquellas cosas que le hunden en la desesperación.

Dios no quiere que la humanidad carezca de esperanza, y la humanidad tampoco quiere estar sin ella. No sé qué es lo que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a ser en los siglos futuros. Ahora bien, en mi fe, creo que en el día del Señor ella será sierva de la misericordia-fidelidad (J.-M. R. Tillard, «Ragioni per sperare», en Testimoni del 30 de noviembre de 2000).

 

Día 24

 

 

Martes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 6,7-8.12b. 14-20

En aquellos días [el rey Darío escribió a los gobernadores de la región situada al otro lado del Eufrates diciendo]:

7 Dejad que prosigan las obras de ese templo de Dios y que el gobernador de Judá y los dirigentes de los judíos reconstruyan el templo de Dios en su emplazamiento original.

8 Y sobre vuestro proceder con los dirigentes de los judíos en lo que toca a la reconstrucción del templo de Dios, dispongo lo siguiente:

12 De los ingresos reales procedentes de los tributos del otro lado del Eufrates, se entregará puntualmente el dinero necesario para que no se interrumpan las obras. Yo, Darío, he publicado este decreto. Cúmplase puntualmente.

14 Los dirigentes de los judíos reanudaron con éxito la reconstrucción, alentados por el profeta Ageo y el profeta Zacarías, hijo de Ido, y la terminaron felizmente conforme al mandato del Dios de Israel y a la orden de Ciro, de Darío y de Artajerjes, reyes de Persia.

15 Terminaron la reconstrucción del templo de Dios el día tercero del mes de Adar en el año sexto del reinado de Darío.

16 Los israelitas, sacerdotes, levitas y demás repatriados celebraron jubilosos la dedicación del templo de Dios.

17 Con motivo de ella ofrecieron cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y, como sacrificio expiatorio por todo Israel, doce machos cabríos conforme al número de las tribus de Israel.

18 Organizaron de nuevo a los sacerdotes por turnos, y a los levitas según sus clases en orden al servicio de Dios en Jerusalén, como está escrito en el libro de Moisés.

19 Los repatriados celebraron la pascua el día catorce del primer mes.

20 Sacerdotes y levitas se habían purificado como un solo hombre; todos estaban puros. Así que inmolaron la pascua por todos los repatriados, por sus hermanos los sacerdotes y por ellos mismos.

 

**• A la misiva de los dirigentes de Judá, que se defienden de la acusación de sediciosos y rebeldes por haber querido reconstruir el templo, responde ahora el emperador persa, Darío. Éste acepta la tesis de los ancianos y permite proseguir los trabajos de construcción del templo; más aún, pide incluso que recen en él por su persona (cf. v. 10) y manda que se haga uso de fondos tomados del tesoro de la satrapía aqueménida para la reedificación del templo, además de la contribución económica de la próspera comunidad judía que se había quedado en tierras de Babilonia.

Si importante es el apoyo de la autoridad imperial, más decisivo se muestra aún el aliento proporcionado por la palabra profética. El texto subraya que es, en efecto, la palabra inspirada de los profetas Ageo y Zacarías lo que infunde confianza y perseverancia en la realización del proyecto de construcción del templo del Señor, querido por los dirigentes de Judá (v. 14).

El autor bíblico señala que detrás de los decretos de Darío y Artajerjes está el mandato de Dios, más aún «del Dios de Israel», que actúa para volver a dar fuerza, unidad y esperanza al pueblo que ha vuelto del exilio y debe reorganizar su propia vida social y religiosa en torno a tres realidades que serán los pilares de la comunidad en el período postexílico: el templo, el sacerdocio y la ley. La solemne dedicación del templo, el reinicio del culto legítimo y la celebración de una pascua ecuménica («como un solo hombre»: v. 20) indican esta nueva y decisiva etapa en la vida del pueblo de Dios, que experimenta así la permanente actualidad de las magnalia Dei durante el éxodo.

 

Evangelio: Lucas 8,19-21

En aquel tiempo,

19 se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío.

20 Entonces le pasaron aviso: -Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él les respondió: -Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• Lucas propone en su evangelio un ejemplo de escucha de la Palabra que se convierte en «práctica» de la misma Palabra. Así, al recordar un episodio en el que su madre y sus hermanos van a ver a Jesús, Lucas suprime toda referencia a lo que pudiera hacer suponer la existencia de una tensión entre Jesús y su familia de origen, porque para el evangelista lo decididamente importante es concentrarse en la figura espiritual de la madre de Jesús: «Se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío» (v. 19). La venida de sus familiares proporciona a Jesús la ocasión para brindar una enseñanza decisiva sobre el verdadero parentesco con él, un parentesco no creado por vínculos de sangre, sino por la escucha obediente y activa de la Palabra.

Como es obvio, sus parientes carnales no están excluidos de esta posibilidad. Todos están incluidos, empezando por su madre. Lucas quiere confirmar la importancia de la nueva familia que se reúne en torno a Jesús, una familia engendrada por la Palabra. Por otra parte, está clara la intención del texto, a saber: afirmar el primado absoluto de la Palabra de Dios. Es la Palabra lo que nos pone en comunión con Jesús; es la Palabra la

que forma su comunidad.

Esta última experimenta, de manera paradójica, un engendramiento de Cristo en su propio interior, un acogerle en la fe que hace nacer a la vida nueva. Entre los distintos miembros se experimenta, por consiguiente, una relación de fraternidad, comprensible a la luz del hecho de que éstos se reconocen como «hermanos en Cristo» e «hijos del mismo Padre». Lucas recuerda después que esta Palabra no se puede quedar en una escucha superficial y no activa: requiere, efectivamente, una escucha atenta y activa, exige su traducción a la práctica moral de la existencia (v. 21).

 

MEDITATIO

Una de las problemáticas más candentes de la sociedad actual es la de la familia. En ella emergen graves dificultades debidas a la falta de valores y a la disgregación de las relaciones. Ahora bien, tal vez para poder superar la incómoda situación actual no basten las consultas psicosociológicas y las intervenciones legislativas y sea preciso volver al mensaje evangélico sobre la familia.

Descubrimos así que Jesús, aun reconociendo el altísimo valor de la familia en cuanto arraigada en la intención originaria del Creador, relativiza su importancia. El fragmento evangélico que hemos leído hoy nos recuerda que el valor de la familia es inferior y está subordinado al de la nueva familia del Reino. Esta exigencia de radicalismo a la hora de reconocer la urgencia de la llamada a la conversión y a la acogida del Reino es lo que explica ciertas exigencias de Jesús que, de otro modo, estarían en contradicción con sus enseñanzas sobre el valor de la familia. Jesús nos pide que, por encima de todo, obre en nosotros la pasión por el Reino: en definitiva, una acogida activa, generosa, de las exigencias señaladas por su Palabra, que nos incita a colaborar en la edificación del pueblo de Dios.

Volvemos a encontrar así el ideal que los profetas Ageo y Zacarías intentaban infundir en el pueblo de los exiliados vueltos a Jerusalén y un tanto incómodos por las dificultades de la empresa. Ser creyentes, escuchar como María la Palabra y ponerla en práctica como ella vivir su consiguiente bienaventuranza..., no significa entrar en una esfera de enrarecidos goces intimistas sino convertirse en colaboradores activos del sueño de Dios: hacerse una familia de hijos e hijas tan grande como toda la humanidad.

 

ORATIO

Reconozco ante ti, Señor, la belleza de la llamada a formar parte de la familia del Reino, a experimentar en ella la ternura y la fuerza del amor del Padre que me quiere como hijo suyo, a convertirme cada vez más en tu hermano y amigo.

Con la ayuda de tu gracia, quisiera llegar a ser cada vez más semejante a María, tu madre y nuestra madre modelo de obediencia inteligente y activa a tu Palabra.

Deseo entrar como ella en una escucha silenciosa y adoradora de la Palabra de Dios, único camino para comprender el proyecto divino sobre mí. El silencio interior tan necesario en mi vida, me separará de mí mismo, de mi pequeño mundo cerrado, para llevarme al firmamento de tu Espíritu. Entonces me sentiré verdaderamente «uno» con mis hermanos y hermanas en Cristo.

 

CONTEMPLATIO

Todos los miembros, pastores, laicos y religiosos, participan, cada uno a su manera, de la naturaleza sacramental de la Iglesia; igualmente, cada uno desde su propio puesto debe ser signo e instrumento tanto de la unión con Dios cuanto de la salvación del mundo. Para todos, en efecto, existe el doble aspecto de la vocación:

a) a la santidad: en la Iglesia todos, pertenezcan a la jerarquía o sean guiados por ella, son llamados a la santidad (LG 39);

b) al apostolado: la Iglesia entera es impulsada por el Espíritu Santo a cooperar en la realización del plan divino (LG 17; cf. AA 2; AG 1, 2, 3, 4, 5).

Por consiguiente, antes de considerar la diversidad de los dones, oficios y ministerios, es preciso admitir como fundamento la común vocación a la unión con Dios para la salvación del mundo. Ahora bien, esta vocación requiere en todos, como criterio de participación en la comunión eclesial, el primado de la vida en el Espíritu; en virtud del mismo ocupan el primer lugar la escucha de la Palabra, la oración interior, la conciencia de ser miembro de todo el Cuerpo, junto con la preocupación por la unidad, el fiel cumplimiento de la propia misión, el don de sí en el servicio y la humildad de la penitencia (nota directiva Mutuae relationes, 4, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me doy prisa para guardar tus mandatos sin tardanza» (Sal 118,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cierto: en el estado definitivo no viviremos aislados, sino en festiva y gratificante comunión. Una comunión extraordinaria y singular, ante todo con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y después con la multitud de los santos y santas, con la comunidad de los salvados, con la gratificante compañía de la humanidad de todos los tiempos.

Es fácil que el «grado de complacencia» y «gratificación» en esa gozosa comunión dependa del grado de «propensión fraterna» que hayamos cultivado y promovido aquí, en esta tierra. La comunidad escatológica, con sus promesas de felicidad, sostiene el empeño por la realización, aquí abajo, de la vida fraterna, con sus fatigas y desilusiones.

Por su parte, una fraternidad que crece en la cotidiana oscuridad se convierte en rayo de luz que preanuncia la luz solar de la fraternidad definitiva, gozosa y fuente de felicidad. Con su constancia en la fatiga de la construcción preanuncia la grandeza del premio y la fuerza de atracción de la meta. Con su característico «¡qué bello es que los hermanos vivan unidos!» preanuncia la bienaventurada y beatificante fraternidad definitiva.

Con su gozo habitual, con su «habitat» que permite a las personas florecer, crecer, expandirse y dar fruto, con su clima sereno y fraternal, está indicando la línea de llegada final, donde viviremos todo eso en plenitud y sin sombra alguna (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guía práctica, Sal Terrae, Santander 1999, p. 158)

 

 

Día 25

Miércoles de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 9,5-9

5 A la hora del sacrificio vespertino salí de mi postración y, con el vestido y el manto rasgados, caí de rodillas y extendí mis manos hacia el Señor, mi Dios, suplicando:

6 -Dios mío, estoy confundido y avergonzado. No me atrevo a levantar mi rostro hacia ti, Dios mío, porque nuestras iniquidades han sobrepasado nuestra cabeza y nuestros delitos llegan hasta el cielo.

7 Desde los tiempos de nuestros antepasados hasta hoy hemos sido culpables. Por nuestros crímenes hemos sido entregados nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes a reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo y al oprobio, como sucede hoy.

8 Mas he aquí que de pronto el Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su misericordia dejándonos un resto y dándonos un refugio estable en su lugar santo. Así, nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y ha aliviado nuestra esclavitud.

9 Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha desamparado en medio de la esclavitud, sino que ha hecho que nos granjeáramos el favor de los reyes de Persia y nos ha dado un respiro para reconstruir el templo de nuestro Dios y para poner en pie sus ruinas, proporcionándonos un refugio seguro en Judá y Jerusalén.

 

**• Describe Esdras aquí a las personas que se reúnen a su alrededor para apoyar su política de restauración de la comunidad judía. Son aquellas que se estremecen por la Palabra de Dios {cf. 9,4): con estas personas se pone a orar Esdras. Su oración, semejante a la de Neh 9, tiene una clara impronta penitencial, como una confesión de los pecados, o, mejor aún, es una especie de predicación penitencial en forma de oración. El reformador, con los vestidos penitenciales, con el manto del luto, inicia su súplica usando la primera persona del singular, pero después pasa inmediatamente al plural, como para unir consigo a la comunidad pecadora del pasado y del presente.

La historia de Israel está presentada como una historia de infidelidad que dura hasta el presente (v. 7); es una confesión general de la culpa, un reconocimiento de la legitimidad del castigo divino al pueblo. En los w. 8ss, en forma de una reflexión sobre el tiempo presente, se subraya que la benevolencia divina no ha menguado en absoluto y que toda la situación actual está marcada, por así decirlo, por la experiencia de esa benevolencia, como indican claramente las diferentes expresiones: «nos ha mostrado su misericordia», «un resto», «un refugio estable», «ha iluminado nuestros ojos», «ha aliviado nuestra esclavitud».

Se pone, por consiguiente, un gran énfasis en la experiencia -aun en medio de la precariedad de la situación presente- de la bondad de Dios y de su asistencia al pueblo de los exiliados, a los hombres del retorno. Se interpreta, por tanto, de una manera penitencial la propia situación, pero se vislumbran ya los signos de la liberación, que pasan a través de las experiencias concretas, históricas, de una historia leída de manera «providencial», o sea, guiada por la mano providente de Dios.

Así, Esdras recuerda que el pueblo de los exiliados se granjeó el favor de los reyes de Persia (v. 9), que permitieron al pueblo revivir y restaurar las ruinas de Jerusalén y volver a levantar el templo del Señor. En sustancia, la experiencia de la misericordia prevalece sobre la experiencia del castigo, y el sentimiento de estar protegidos por el Señor hace alegre y consolador incluso este momento de luto y penitencia. En efecto, no se trata de convencer a Dios para que perdone, sino de reconocer los signos de su perdón ya en acto.

 

Evangelio: Lucas 9,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús convocó a los Doce y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

2 Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

3 Y les dijo: -No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas.

4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

5 Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

6 Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.

 

**• La misión de los Doce hunde sus raíces en el proyecto de Jesús de reunir al pueblo de Israel en torno al anuncio de la salvación; por eso implica también, en la tarea de mensajeros del Reino, a los Doce (más adelante también a los setenta y dos discípulos: cf. Le 10,lss), enviándoles por toda Galilea. El discurso de Jesús a sus enviados se refiere, más que a los contenidos de su predicación, a las indicaciones sobre el estilo que deberá tener el apóstol: desde el equipaje que debe llevar al comportamiento que tiene que seguir en el lugar en donde le den hospedaje.

Lucas presenta la misión de los Doce como la prolongación del mismo ministerio de Jesús. Así, los «convoca» como ya había hecho cuando les llamó en el monte para constituir el grupo de los Doce (cf. 6,12ss). Su tarea, para la que están autorizados y habilitados por el poder y por la autoridad que les confiere Jesús, consistirá en liberar a las personas de las fuerzas que intentan mantenerlas esclavas (enfermedades y demonios) y en anunciarles la proximidad del Reino de Dios.

Jesús imparte instrucciones concretas a los enviados. Estas instrucciones insisten en la necesidad de adaptarse a las situaciones e imponen pobreza de medios, para que éstos no se vuelvan más importantes que el fin y para que los apóstoles puedan proceder de manera veloz y ligera sirviendo al proyecto del que los ha enviado: «No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (y. 3). Más aún, precisamente a través de la pobreza de medios experimentarán los Doce la asistencia divina, mostrarán su disponibilidad generosa y la voluntad de confiarse únicamente a la defensa que les asegura la fuerza de la Palabra anunciada.

«Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar» (v. 4). La palabra de la predicación suscita, en quien la acoge, disponibilidad y apertura y crea un clima de auténtica fraternidad que el misionero será el primero en gozar. Quedarse en una casa y no ir de casa en casa indica, según algunos intérpretes, la desautorización de una obsesión proselitista; para otros sería, más bien, una invitación ulterior a la pobreza: deben contentarse con lo que puede ofrecer una casa, sin malgastar tiempo y fuerzas en la búsqueda de sitios más confortables.

Según Lucas, no les faltarán, como ya le había pasado a Jesús, los rechazos y las oposiciones. Mas para los que no aceptan el mensaje del Reino estas palabras suponen, más que una condena, una puesta en guardia. Al apóstol se le pide que les hagan comprender la grave situación en la que corren el riesgo de caer cuando se cierran a la alegre noticia (v. 5).

 

MEDITATIO

El Evangelio es el anuncio del eterno plan de Dios, manifestado en Jesucristo, de convocar a un pueblo para que experimente su proximidad, la fuerza de un amor que transforma todas las situaciones e «ilumina nuestros ojos», porque, como a los exiliados de Babilonia, Dios nos libera de la esclavitud de nuestro pecado, del desierto de nuestra desesperación. El Evangelio sigue siendo en nuestros días curación y liberación. Sin embargo, no puede ser anunciado sin que haya alguien que esté dispuesto a ponerse a su servicio, que acepte salir de los estrechos límites de sus intereses y sueños privados, individualistas, para ir hacia los otros. Nuestra misión, para ser como la de los Doce, para ser auténtica de verdad, deberá caracterizarse por algunos sin y por algunos con.

A buen seguro, sin la tentación del poder y la eficiencia, sino con una dedicación plena y con humildad: precisamente a través de nuestras limitaciones y las de los medios de que disponemos experimentaremos la fuerza de la Palabra que anunciamos, una Palabra que nos trasciende y nos custodia. La misión nos pide, sin embargo, disponibilidad para participar no sólo en el poder de Cristo, sino también en su destino de ser rechazado y perseguido.

Deberemos ser capaces también de reconocer los signos de la nueva humanidad plasmada por el Evangelio, signos que serán las diferentes formas de acogida, de solidaridad, de fraternidad. Si predicar y curar es la misma actividad de Jesús, nuestra acción apostólica de discípulos y discípulas debe convertirse también al final en comunión con el destino de nuestro Maestro.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Señor, por haberme hecho encontrar la alegre noticia de tu amor a la humanidad, que ha hecho brillar mi rostro y llenado mi corazón de alegría. En tu Evangelio he encontrado refugio, consuelo, curación, liberación y fuerza.

Te pido que me colmes de tu Santo Espíritu, para que no haya nada más querido a mi corazón que la causa del Evangelio y para que pueda anunciarlo a los hermanos y hermanas con firmeza de fe y con generosidad de obras.

Te pido la gracia de vivir esta tarea de evangelización de modo alegre, libre de preocupaciones enredadoras, solícito al bien de mis hermanos y hermanas, sin fiarme demasiado de mí mismo, sino confiando más bien en el poder de tu nombre. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El propósito de ajustar su vida a una regla (proposito regolare) por parte de los predicadores de Tolosa no era una novedad: seguían en la línea de la Predicación de Narbona. Es fácil ver en ello la voluntad concreta de Domingo y de los suyos de proseguir aquella «imitación de los apóstoles» cuya norma y ejemplo les había dado Diego: «Ir a predicar a pie la palabra de la verdad evangélica» y practicar la pobreza de tipo «evangélico». Si hubiera dudas sobre la interpretación de esta última frase, la práctica constante de Domingo, a partir de 1206, bastaría para disiparlas.

La pobreza evangélica de la que habla el documento de 1215 introduce, como es obvio, el rechazo de toda cabalgadura, prohíbe llevar dinero consigo, exige que los predicadores se adapten al alojamiento y al alimento que les ofrezcan sus anfitriones casuales, implica la mendicidad de puerta en puerta y todos los otros puntos de la regula apostólica. Con mayor razón, excluye toda propiedad reditual. Giordano lo confirma, precisando el motivo: «...a fin de que la preocupación por los bienes temporales no fuera obstáculo para el ministerio de la predicación». Reconocemos en ello el espíritu de Domingo: vivir de limosna no era sólo imitar al Salvador y a los apóstoles, sino también una liberación espiritual; el santo lo había experimentado durante la misión de Narbona (H. Vicaire, Storia di san Domenico, Roma 1983, p. 324 [edición española: Historia de santo Domingo, Editorial Científico-Médica, Barcelona 1964]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Exaltad con vuestra vida al Rey de los siglos» (Tob 13,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El apóstol es un pobre. Siempre lo ha sido si es un verdadero apóstol. Pero hoy especialmente se siente inmerso en una gran pobreza en sus relaciones con un mundo mucho más fuerte y atrevido, frente al que se siente muchas veces desarmado, inferior, sin argumentos incisivos, sin asideros o puntos de contacto, sin medios eficaces [...].

Sucede que, a pesar de todo, a pesar de toda buena voluntad, a pesar de todos los medios usados, podrás sentirte perdidamente pobre. Has trabajado toda una jornada, te has roto la cabeza con un montón de obstáculos, te has lanzado a fondo perdido, has agotado tus recursos, te has empleado como mejor podías, te habías preparado meticulosamente para todo lo que tenías que hacer, no habías dejado pasar nada por alto, y te parece que llegas a tu habitación con las manos vacías. Y surge en ti la duda: ¿habré conseguido algo? ¿Habrá sido inútil todo este trabajo? ¿Cómo saber si está bien o mal lo que he hecho? ¡Parecían todos tan lejos de mis y de tus preocupaciones, Señor! jSi tuviese siquiera a alguien con quien intercambiar en dos palabras esta impresión, en quien confiar esta sensación de vacío! ¿No será tal vez inútil todo mi trabajar? ¡La gente marcha por caminos tan distintos! Me aceptan hasta un cierto punto, mientras no pretendo que den el salto a la fe. Veo entonces dibujarse una valoración; me siento entonces solo con mi secreto y mi pasión no comprendida; me siento entonces mirado incluso como algo extraño y anacrónico. ¡Lástima, parecen decir, que una persona tan moderna y capaz se obstine todavía e insista en ciertas cosas que no son necesarias!

¡Qué cansancio continuar en este camino de razonamientos e intentos tan distintos! ¿Es que no va a haber una vía de salida?

¿No se está haciendo este mundo cada vez más selvático?

¿Vale tal vez la pena seguir dándome, dándome, dándome, para unos frutos que desde hace años estoy esperando en vano?

¡Siervo trabajador, y siervo inútil: eso es lo que te sientes en esos momentos! Sin embargo, es ahora cuando te estás jugando tu mañana: si te paras aquí a saborear tu propia amargura - y es fácil, porque el vacío flama al vacío, el abismo llama al abismo-, caerás en la amargura y el desconsuelo. Percibirás sólo el límite de tus fuerzas, gustarás únicamente la insignificancia de tu pobreza.

Pero si vuelves la mirada a tu riqueza, si ese gris y lejano vacío lo llenas pronto con Aquel en cuyo nombre has trabajado y sudado y aceptado un resultado incierto, sellarás en ese momento, con la potencia del amor, ese día comenzado por amor, vivido en el amor, aceptado en todo con amor.

Y estarás llenando tu pobreza con tu tesoro, y así en adelante lo sentirás más tuyo todavía, cercano a ti como nunca, como nunca, tu fuerza superabundante (P. G. Cabra, Amarás con todas tus fuerzas (Pobreza), Sal Terrae, Santander 31982, pp. 59.61-62).

 

 

Día 26

Santos Cosme y Damián

 

La leyenda y la devoción popular de los santos Cosme y Damián sobrepasan con mucho los documentos históricos de sus vidas y milagros. Estos santos están tan lejanos de nosotros en la historia (siglo III) que los ríos que han salido de aquellas fuentes de información han llegado hasta nosotros por cauces de leyenda.

Según una tradición muy antigua, estos santos tienen su tumba en Ciro (Siria). Son presentados como hermanos y gemelos. Se dice también que eran médicos de profesión. Convertidos al cristianismo, dieron testimonio de su fe hasta la muerte, la cual les sobrevino en la persecución de Diocleciano.

Lo que san Pablo cuenta de sí mismo (2 Cor 11,16-33) lo aplican los devotos al martirio de los santos Cosme y Damián: fueron arrojados a la cárcel encadenados, pasaron por agua y por fuego, fueron crucificados, asaeteados y, finalmente, decapitados. Este martirio ocurrió por el año 300. Pronto corrió su fama desde Oriente hasta Occidente.

Son muchos los templos y parroquias en todo el mundo que están dedicados a estos dos santos. Igualmente, también desde muy antiguo los han tomado por patronos protectores los médicos y boticarios.

 

LECTIO

Primera lectura: Ageo 1,1-8

1 El año segundo del reinado de Darío, el día primero del sexto mes, el Señor dirigió esta palabra, por medio del profeta Ageo, al gobernador de Judá, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y al sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac:

2 Así dice el Señor todopoderoso: Este pueblo dice que no ha llegado aún el momento de reconstruir el templo del Señor.

3 Entonces el Señor les dirigió esta palabra por medio del profeta Ageo:

4 ¿Pensáis acaso que sí es tiempo de que vosotros habitéis en casas confortables, mientras la casa del Señor está en ruinas?

5 Pues ahora así dice el Señor todopoderoso: Fijaos bien en vuestra situación:

6 sembráis mucho, pero recogéis poco; coméis, pero os quedáis con hambre; bebéis, pero seguís sedientos; os vestís, pero no entráis en calor, y el que trabaja a jornal guarda su salario en saco roto.

7 Pues esto es lo que dice el Señor todopoderoso: Fijaos bien en vuestra situación;

8 subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él y en él manifestaré mi gloria, dice el Señor.

 

*» El mensaje del profeta Ageo, del que no sabemos prácticamente nada, anima a los exiliados, vueltos a Jerusalén, en su obra de reconstrucción de la ciudad y de reedificación de la casa del Señor. Es precisamente la necesidad de reconstruir el templo lo que constituye el centro de su mensaje. El profeta considera, en efecto, que para obtener la bendición del Señor, para gozar de una vida verdaderamente rica de sentido, es preciso que el pueblo sienta y haga suya la causa del templo, causa de la presencia visible, sensible, de Dios en Israel.

La lectura de hoy presenta el primer oráculo de Ageo, una apremiante invitación a reconstruir el templo y a superar las prolongadas pausas impuestas a los trabajos por las dificultades encontradas. Frente a un pueblo que, probablemente, subraya la dificultad presentada por el compromiso de la empresa, el profeta contrapone la solicitud de quien siente la causa del templo como infinitamente más importante que la construcción de una casa cómoda y segura para sí mismo.

Los hombres con los que el Señor quiere reconstruir su comunidad deben ser, por consiguiente, personas que antepongan a la búsqueda de su propio interés personal la búsqueda del bien común, del bienestar del pueblo. Y este bien no puede realizarse sin la reedificación del templo, para significar la presencia bendecidora del Señor en medio del mismo. Es más, las carencias y las dificultades económicas adelantadas por los hombres del retorno, para justificar los retrasos en los trabajos de reparación del templo, las atribuye el profeta precisamente a esta falta de bendición.

Es menester, qué duda cabe, apresurarse; de otro modo, el pueblo, privado de impulso y de entusiasmo espiritual, experimentará la insensatez de una vida a la que siempre le falta algo, porque, en definitiva, carece de un fin digno, de una causa que valga la entrega generosa de la propia vida: «Coméis, pero os quedáis con hambre; bebéis, pero seguís sedientos; os vestís, pero no entráis en calor» (v. 6). Es un hecho que el pueblo no se siente movido con una solicitud plena por el objetivo absolutamente más importante para los individuos y para la comunidad, o sea, la reconstrucción de la casa del Señor: «Subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él» (v. 8).

 

Evangelio: Lucas 9,7-9

En aquel tiempo,

7 el tetrarca Herodes oyó todo lo que estaba sucediendo y no sabía qué pensar, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos,

8 otros que Elías había aparecido, otros que uno de los antiguos profetas había resucitado.

9 Herodes dijo: -Yo mandé decapitar a Juan. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo decir tales cosas? Y buscaba una ocasión para conocerlo.

 

**• Jesús, al constituir el grupo de los Doce y enviarles en misión, muestra su voluntad de reunir al pueblo de Israel para el tiempo de la salvación (cf. 9,lss). ¿Cómo reacciona ante este hecho el mundo del poder? Lucas nos refiere la perplejidad de Herodes Antipas, que no consigue situar al Nazareno en ninguno de sus esquemas. Frente al torbellino de opiniones que circulan sobre Jesús, Herodes no sabe qué pensar de él. El evangelista se hace eco de que la gente capta algo de la grandeza de Jesús, puesto que lo compara con un profeta, con Elías e incluso con Juan redivivo, pero, a pesar de todo, es incapaz de captar la novedad presente en Jesús.

«Ybuscaba una ocasión para conocerlo» (v. 9). Querer enterarse personalmente de quién era realmente Jesús sería una cosa positiva si ese deseo estuviera movido por intenciones serias, como ocurrirá con Zaqueo {cf Lc 19,3). Sin embargo, no es éste el caso de Herodes. El hecho de que se confiese cínicamente a sí mismo, sin remordimientos, que hizo decapitar al Bautista y de haber hecho callar de este modo una voz que le era hostil –tal vez más incómoda para su imagen pública que inquietante para su corrupta conciencia- muestra que la suya es sólo una curiosidad superficial y veleidosa. Todo esto quedará claro en el relato de la pasión (Lc 23,8-10). Heredes representa al hombre curioso que no quiere convertirse en discípulo de Jesús, pero al que le gustaría ver fenómenos religiosos extraordinarios, incluso algún signo obrado por Jesús; representa ese «prurito de oír cosas nuevas» contra el que también nos hablará san Pablo y que constituye una forma degenerada del sentimiento religioso.

 

MEDITATIO

Los oráculos de Ageo siguen conservando una gran actualidad para nosotros, porque también hoy vemos a la Iglesia de Dios como su casa necesitada de cuidados, de servicio celoso y animoso, de testimonio apasionado y perseverante. Continúa siendo válido el aviso del profeta, que ha resonado de diferentes modos en el corazón de los grandes santos -como Francisco de Asís, por ejemplo-, que se sintieron llamados a trabajar, con todas las fibras de su persona, en la edificación del pueblo de Dios: «Subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él».

Trabajar por la Iglesia de Dios, a través de la diversidad de carismas y de ministerios, es un compromiso fatigoso, pero es también una pasión que da sentido a la vida, una causa digna a la que dedicar nuestra propia vida. Se perfila así una figura de creyente y de discípulo que se encuentra en las antípodas de una religiosidad falta de compromiso, que es sólo curiosidad de sensacionalismos y se muestra sólo charla inútil y superficial, precisamente como la que representa el miserable Heredes Antipas en los evangelios.

El deseo de seguir a Jesús es sincero cuando hay disponibilidad para implicarse en persona, para ponerse al servicio de su sueño de reunir al pueblo de Dios para el tiempo de la salvación. En caso contrario, la aventura religiosa es inútil, incluso perjudicial, porque se reduce a la búsqueda de signos estrepitosos, de apariciones, de fenómenos que atraen la curiosidad de muchos, pero coincide con la incapacidad para saber reconocer la novedad de Dios -dador de sentido y bendición- en nuestra vida.

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, infunde en mí el deseo de seguirte cada día y de sentir amor por tu templo, por tu Iglesia, especialmente cuando me parece decrépita, ofuscada por tantos defectos y pecados.

Con tu ayuda, quiero imitar a tus santos, que se han entregado por completo a la reparación de las ruinas de tu casa, olvidándose de sí mismos y de los pequeños ideales.

Yo soy discípulo tuyo: enséñame, oh Señor Jesús, no a buscar signos prodigiosos, sino a custodiar tu Palabra.

No permitas que me convierta en una persona simplemente curiosa, superficial, movida por el «prurito de oír cosas nuevas»; ayúdame más bien a ser un siervo tuyo atento y generoso, que sólo busca tu gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión. La vida de comunión «será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo [...]. De este modo, la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión». Más aun, «la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera» (Christifideles laici, nn. 31ss).

En los fundadores y fundadoras aparece siempre vivo el sentido de la Iglesia, que se manifiesta en su plena participación en la vida eclesial en todas sus dimensiones, y en la diligente obediencia a los pastores, especialmente al romano pontífice. En este contexto de amor a la santa Iglesia, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim 3,15), se comprenden bien la devoción de Francisco de Asís por «el señor papa», el filial atrevimiento de Catalina de Siena con quien ella llama «dulce Cristo en la tierra», la obediencia apostólica y el sentiré cum Ecclesia de Ignacio de Loyola, la gozosa profesión de fe de Teresa de Jesús: «Soy hija de la Iglesia», como también el anhelo de Teresa de Lisieux: «En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor».

Semejantes testimonios son representativos de la plena comunión eclesial en la que han participado santos y santas, fundadores y fundadoras, en épocas muy diversas de la historia y en circunstancias a veces harto difíciles. Son ejemplos en los que deben fijarse de continuo las personas consagradas, para resistir a las fuerzas centrífugas y disgregadoras, particularmente activas en nuestros días (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita consecrata, n. 46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se alegre Israel por su Creador» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien se siente amado por un Amor absoluto, incondicionado e inexplicable, siente de inmediato el impulso de hacer presente y operante este amor a los otros. Porque siente su pobreza total y la de todo hermano privado de esta sólida riqueza. Porque ve la nada en quien no se deja aferrar por esta única consistencia. Porque advierte la vanidad de toda existencia que no esté envuelta por el Amor creador y beatificante.

Es el amor que lleva a la misión. El amor que quiere responder al Amor. El amor que ha intuido que el Absoluto es misterio de amor que quiere envolver todo en su realidad. La misión, antes que ser una tarea, es exigencia apremiante del hombre tocado en las profundidades de su existencia por la fulgurante y dulcísima certeza de ser amado. Amado de tal modo que no puede dejar de verterse sobre los otros; es un río que no puede ser contenido porque es impetuoso, se desborda, invade los territorios por los que pasa y resulta imposible de detener.

«La Iglesia es el cuerpo de la caridad en la tierra. Es el vínculo vivo entre aquellos que han sido quemados por esta llama divina [...]. jAy de mí si no evangelizara! Si dejo de evangelizar significa que se ha retirado de mí la caridad. Si dejo de sentir la necesidad de comunicar la llama, quiere decir que ésta ha dejado de arder en mí [...]. Al escogernos, Dios no nos ha escogido contra los otros, sino para los otros» (H. de Lubac) (P. G. Cabra, Amarás con todas tus fuerzas (Pobreza), Sal Terrae, Santander 31982).

 

Día 27

San Vicente de Paúl

 

Vicente de Paúl nació en Pouy, en las Landas (sudoeste de Francia), el año 1581, en el seno de una familia modesta, que le orientó al estado eclesiástico. Tras ser ordenado sacerdote en 1600, estuvo buscándose a sí mismo durante un decenio. El fracaso de los diferentes progresos de vida le hizo redescubrir el sacerdocio como servicio a los pobres y como compromiso de vida. Reunió grupos de laicos comprometidos con los pobres (la Caridad, hoy Voluntariado vicenciano: 1617), y sacerdotes y hermanos para la evangelización de los pobres (Congregación de la Misión: 1625). En una época que marginaba a la mujer, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad (1633), con lo que permitió a muchachas de toda condición asumir un compromiso de dedicación a los últimos. Influyó en las opciones estratégicas del Estado francés y, sobre todo, con ocasión de graves calamidades (guerras y devastaciones), fue el organizador y el animador de la caridad para la sociedad de su tiempo. Murió en París el 27 de septiembre de 1660.

 

LECTIO

Primera Lectura 1,15b-2,9

1,15 El año segundo del reinado de Darío,

2.1 el día veinticuatro del mes séptimo, el profeta Ageo recibió esta palabra del Señor:

2 Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá; al sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y al resto del pueblo:

3 ¿Queda entre vosotros alguno que viera este templo en su antiguo esplendor? ¿Y no os parece que el de ahora no vale nada?

4 Sin embargo, ánimo Zorobabel -oráculo del Señor-; ánimo, sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac; ánimo, pueblo todo de la tierra, oráculo del Señor; manos a la obra, que yo estoy con vosotros, oráculo del Señor todopoderoso.

5 Siguen en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, y mi espíritu se halla en medio de vosotros; no temáis.

6 Porque así dice el Señor todopoderoso: Dentro de muy poco haré temblar cielos y tierra, mares y continentes;

7 haré temblar a todas las naciones. Acudirán todas las naciones con sus tesoros, y yo llenaré de gloria este templo, dice el Señor de los ejércitos. 8 Mía es la plata y mío el oro, oráculo del Señor todopoderoso.

9 La gloria de este segundo templo superará la del primero, dice el Señor de los ejércitos y en este lugar estableceré la paz, oráculo del Señor todopoderoso.

 

**• Es el segundo oráculo, que sigue, aproximadamente a un mes de distancia, al precedente. Es probable que este oráculo fuera proferido con ocasión de la «fiesta de las chozas», durante la cual se acostumbraba a festejar la dedicación del primer templo, el de Salomón (cf. 1 Re 8,2). El profeta Ageo refiere que los ancianos, que conservan el recuerdo del antiguo templo, no pueden dejar de señalar la diferencia entre la antigua construcción, suntuosa y cubierta de dorados, y la nueva, tan pobre. Nace en ellos un sentimiento de decepción y casi de desánimo. El riesgo consiste en que esto produzca de nuevo una especie de letargo espiritual y constituya un freno en los trabajos de restauración y en la reedificación de la comunidad. En consecuencia, se impone dar ánimos, y a ello exhorta el profeta. Esos ánimos se basan en la promesa de Dios, que está de una manera indefectible con los suyos.

A la promesa de la presencia Dios el profeta añade otra: se producirá un desconcierto del universo, y las naciones y los pueblos de la tierra considerarán Jerusalén el centro de su vida. Acudirán a ella devotamente, llevando dones y materiales que harán el segundo templo más suntuoso que el de Salomón, para exhibir exteriormente la misteriosa presencia de Dios en medio de su pueblo.

Será la presencia de un Dios reconocido como Señor de toda la tierra y como dador de la paz para todos los pueblos. Nótese la paradoja del título «Señor de los ejércitos», que subraya el señorío de Dios, con el fruto del mismo señorío, que es exactamente la shalóm.

 

Evangelio: Lucas 9,18-22

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

 

**• La confesión de Pedro, reconocimiento humano del mesiazgo de Jesús, corresponde perfectamente a la confesión de la filiación divina de Jesús por parte del Padre (Lc 9,28-36). Lucas omite toda indicación topográfica, mientras que, siguiendo la preocupación que le caracteriza, señala que Jesús se encontraba en un lugar apartado orando. El tercer evangelista conecta siempre los momentos importantes de la vida de Jesús con la oración, para animar también a su comunidad a permanecer en una constante actitud de oración. Por otra parte, hace comprender que los discípulos sólo pueden entrar en los misterios del Reino gracias a la intercesión orante de Jesús.

La pregunta de Jesús a los discípulos quiere conducirles a una comprensión más plena de su identidad, más allá de las opiniones inadecuadas de la gente, referidas aquí únicamente para preparar el momento culminante de la respuesta de Pedro. Este capta la verdadera identidad de Jesús y no le identifica ya con un profeta del pasado, sino que indica su novedad mesiánica de una manera decidida. Lucas, como los otros dos sinópticos, recuerda que Jesús impone silencio a los discípulos no, a buen seguro, para desmentir a Pedro, sino para disipar todo posible equívoco sobre la propia identidad mesiánica. Jesús, para evitar cualquier posible malentendido, precisa que el Cristo de Dios coincide con el Hijo del hombre, que debe ser rechazado, sufrir y morir (v. 22). La realeza de Dios, que el Mesías deberá realizar en la tierra, es una realeza que pasa por la experiencia de la pasión y de la muerte. Nótese que el «es necesario que...» (Lc 13,33; 17,25; 24,46) indica que el plan de Dios, revelado a Israel en las Escrituras, prevé también el rechazo de Cristo por parte de los hombres.

A los tres primeros verbos que expresan la obra del hombre se asocia un cuarto verbo, «resucitar» -atestiguado aquí en griego en la forma de la pasiva teológica-, para indicar la poderosa acción de Dios en Jesús, que se manifiesta precisamente en la resurrección.

 

MEDITATIO

La primera pregunta dirigida por Jesús a los Doce puede resultarnos bastante neutra también a nosotros: «¿Quién dice la gente que soy yo?», mientras que la segunda es fuertemente comprometedora: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Como los apóstoles, es posible que también nosotros nos planteemos sobre Jesús preguntas semejantes a las suyas, aunque sin dirigirnos a él en la oración. Nuestra mente está enloquecida por un montón de opiniones, críticas y rumores de los medios de comunicación, que, con excesiva frecuencia, ponen todo en el mismo plano, desde la publicidad a la moral, desde la fe a la magia.

Sin embargo, la respuesta a la pregunta sobre quién es verdaderamente Jesucristo para nosotros es un asunto serio, que implica el sentido de nuestra persona y de nuestro vivir comunitario, si de verdad seguimos a Jesús.

Ésa es la razón de que, si bien es cómodo referir las opiniones ajenas sobre Jesús -que reflejan criterios y modos de pensar triviales, no comprometidos-, es mucho más arduo y decisivo, pero no por ello menos absolutamente necesario, formular nuestra convicción personal sobre él.

Y, como a los Doce, también a cada uno de nosotros nos impone Jesús ese silencio que se vuelve contemplación, a fin de ayudarnos a vencer la natural resistencia al misterio de una salvación atravesada por el dolor y la impotencia. En efecto, nadie podrá anunciar la fe de una manera auténtica si no afronta previamente una purificación de los modos personales de pensar el mundo de Dios, modos influenciados por lógicas y expectativas mundanas, carnales, incapaces de vislumbrar la voluntad de Dios y de comprender los caminos misteriosos con los que él realiza su plan de salvación.

 

ORATIO

Hoy quiero confesar, Señor, mi fe en ti.

Tú eres el Hijo eterno del Padre,

y por tu amor a nosotros

decidiste compartir nuestra vida

y vivir nuestra muerte.

Tú eres el Esperado de tu pueblo,

el heredero de la promesa hecha a David,

el preanunciado por los profetas,

la esperanza de los justos.

Tú eres el Redentor, y con tu sangre

nos has obtenido el perdón de nuestros pecados.

Tú eres el camino que nos conduce al Padre.

Tú eres la verdad que nos revela

el misterio del amor de Dios.

Tú eres la vida del mundo,

porque sólo en ti hay salvación.

En ti creo y en ti espero.

Amén.

 

CONTEMPLATIO

Esta palabra parece dura a muchos: «Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús» (Lc 9,23) [...].

¿Por qué, pues, temes tomar la cruz por la cual se va al Reino?

En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz.

Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.

Si contra tu voluntad la llevas, cargaste y aséstela más pesada, y, sin embargo, conviene que la sufras.

Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo librarse?

¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación?

Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque «convenía -dice- que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos, y así entrase en su gloria» (Lc 24,26). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real que es la vía de la santa cruz?

No es según la inclinación humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerlo en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado; sufrir todo lo adverso y dañoso, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si te miras a ti mismo, no podrás por ti solo cosa alguna de estas; mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo y hará que te estén sujetos el mundo y la carne [...].

Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor, crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres, y de verdad que lo hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males sino sufrir. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo y tener parte con Él [...]. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos y a todos los que desean seguirle a que lleven la cruz, y dice: «Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24; Le 9,23) (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, San Pablo, Madrid 1997, II, 12, pp. 118-124 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres el Dios de mi defensa, el Dios de mi alegría» (Sal 42,2.4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El mundo no reconoce la luz que brilla en la oscuridad. No lo ha hecho nunca. Pero tanto hoy como en el pasado hay personas que, en medio de este mundo, viven con la conciencia de que Jesús está vivo y mora dentro de nosotros, que ha superado el poder de la muerte y ha abierto el camino hacia la gloria. Saben que quien odió a Jesús también les puede odiar a ellos, y quien le mató también les puede matar a ellos. Sin embargo, no tienen miedo de dar testimonio de él, aun sabiendo que su testimonio no será sólo de palabras, sino también de sangre. No tienen miedo del martirio porque el Resucitado, presente en su ser íntimo, les ha llenado de un amor más fuerte que la muerte. Son los protagonistas del gran mandato de Jesús: «Id y anunciad».

Deben anunciar a todos los hermanos y hermanas que están dispuestos a recibir a Jesús lo que han visto y oído. Deben ir sin demora, sin esperar, sin vacilar, poniéndose en camino y volviendo a los lugares de donde han venido y hacer saber a los que han dejado en sus escondites que no hay nada de lo que tener miedo, porque Cristo está verdaderamente vivo (P. G. Cabra, Come te stesso, Brescia 31994 [edición española: Y al prójimo como a ti mismo: La misión, Sal Terrae, Santander 1987]).

 

Día 28

Sábado de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Zacarías 2,5-9.14ss

5 Yo, Zacarías, levanté la vista y tuve una visión. Vi un hombre con un cordel de medir en la mano.

6 Le pregunté: -¿Adonde vas? Me respondió: -A medir Jerusalén, para averiguar su anchura y su longitud.

7 Cuando ya se marchaba el ángel que estaba hablando conmigo, otro ángel le salió al encuentro

8 y le dijo: -Corre y di a ese joven: Jerusalén será ciudad abierta por la cantidad de hombres y animales que habrá en ella.

9 Y yo seré para ella, oráculo del Señor, una muralla de fuego alrededor, y con mi presencia la colmaré de gloria.

14 Salta de gozo, alégrate, Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti, oráculo del Señor.

15 Ese día, numerosas naciones se incorporarán al Señor; se harán pueblo mío; yo habitaré en medio de ti y sabrás que el Señor todopoderoso es quien me ha enviado a ti.

 

**• Tenemos aquí el relato de la tercera visión del profeta Zacarías. Ésta sigue a la de los cuatro jinetes y los obreros que se contraponen a los cuatro cuernos, que representan a los pueblos hostiles. La visión que hemos leído hoy nos muestra a un hombre con un cordel de medir en la mano: el plano inmediato y evidente de la visión sugiere el retorno de los exiliados, que empiezan a reconstruir la ciudad santa devastada, pero el mensaje se ensancha y se convierte en una profecía del tiempo mesiánico, en el que Jerusalén no es ya simplemente una ciudad como las otras, sino una ciudad muy floreciente, que vive bajo la protección del Señor, gloria de la ciudad, es decir, lo que asegura su verdadero valor.

Encontramos de nuevo el tema de la presencia fiel del Señor en medio de su pueblo, de un Dios que habita en medio de la hija de Sión. Esa presencia se convierte en causa de atracción de los pueblos y, por consiguiente, causa de una experiencia de salvación cuyos confines se vuelven cada vez más universales. El sueño de Zacarías es el de una unidad de los hombres, que, adhiriéndose al Señor, se convierten en un solo pueblo. No queda suprimido el pensamiento del privilegio de Israel, pero se sueña más bien en una comunidad santa, cuyos límites se dibujan no tanto por motivos de pertenencia étnica como de fidelidad a la Palabra del Señor. El plan de Dios va, por tanto, mucho más allá de las perspectivas humanas, que son las de una expansión de la ciudad protegida por el Señor.

 

Evangelio: Lucas 9,43b-45

En aquel tiempo,

43 todos estaban admirados de las cosas que hacía. Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

44 -Vosotros escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.

45 Pero ellos no entendían lo que quería decir; les resultaba tan oscuro que no llegaban a comprenderlo, y tenían miedo de hacerle preguntas sobre ello.

 

*»• El segundo anuncio de la pasión viene detrás del relato de la curación del niño epiléptico (Lc 9,37-42); así, estas palabras suenan -si ello es posible- todavía más duras, difíciles de aceptar por parte de los discípulos, porque contrastan con el estupor generalizado que suscitan las acciones milagrosas de Jesús. «Vosotros escuchad atentamente estas palabras» (v. 44). Es preciso que los discípulos comprendan la identidad profunda de Jesús como Hijo del hombre, cuya misión se revelará precisamente a través del sufrimiento y del rechazo que le espera. Aquí se impone una aclaración exegética sobre el título de «Hijo del hombre». Éste parece tomado del libro de Daniel, y se trata de una figura misteriosa que recibe el poder de Dios y lo ejerce en favor del hombre, al contrario que las bestias, que ejercen un poder que se han arrogado por sí mismas y quieren hacer reinar un orden bestial, antihumano. «Hijo del hombre» es, por consiguiente, un título contrario al de «hijo de la bestia» y no al de «Hijo de Dios». Este último, en cambio, es el título pascual que expresa la relación de intimidad total entre el Padre y Jesús.

La predicción de la pasión anuncia el «ser entregado en manos de los hombres», que, además de indicar el destino de Jesús, implica también una manifestación paradójica del rostro de Dios. Se trata de la llamada pasiva teológica alusiva al plan divino que se realiza en la «entrega» del Hijo. Dicho con otras palabras, Dios, en su voluntad inescrutable, deja a Jesús en manos de los impíos, pero esta dramática entrega se convertirá en fuente de salvación para la humanidad.

Lucas señala, a continuación, que los discípulos no comprendían, porque la perspectiva de la pasión de Jesús choca de manera radical con la lógica mundana.  Será preciso que la luz de la Pascua haga caer el velo de sus ojos (cf. Le 24,16.31). El miedo a preguntarle (v. 45) señala la permanencia de una cierta distancia como discípulos, la falta de una comunión plena con el Maestro. Éste sigue siendo fundamentalmente incomprendido por ellos.

 

MEDITATIO

Los «anuncios de la pasión» no son simples previsiones. Deben recordarnos a nosotros, sus discípulos, que el camino de la cruz es un paso obligado del que nadie puede huir, si no queremos ser infieles a Jesús. Precisamente el desconcertante modo de obrar de Dios en el misterio del Hijo del hombre debería recordarnos que el Reino es la irrupción de una «contrahistoria» en la historia de los hombres y de las mujeres, historia que parece sometida a la voluntad de los poderosos, de los «primeros», que, a buen seguro, no pueden reconocerse como seguidores del Hijo del hombre.

Se trata de una historia alternativa, real y no ficticia, en la que no cuentan ni la fuerza, ni la riqueza, ni la inteligencia, sino el abandono humilde y confiado a la voluntad divina. No se trata de exaltar aquí una espiritualidad dolorista, sino de comprender qué es lo que verdaderamente nos interesa. Si la verdadera sabiduría consiste en escoger la vida, entonces nuestra sabiduría de discípulos de Jesús consiste en saber escoger morir a nosotros mismos y aceptar convertirnos en don para tener acceso a la vida plena, a ejemplo suyo.

De este modo accedemos también a la vertiente luminosa de los anuncios de pasión, o sea, al anuncio de la resurrección. El misterio pascual, comprendido en su totalidad, se convierte en el fundamento de la esperanza en la reconciliación y unidad de la humanidad: «Ese día numerosas naciones se incorporarán al Señor; se harán pueblo mío; yo habitaré en medio de ti».

 

ORATIO

Ayúdanos, Señor, a permanecer en tu presencia sin temores y sin fugas, contemplándote a ti, el Hijo amado del Padre, que no te avergüenzas de llamar a los hombres «hermanos» y sabes compadecerte de nuestras debilidades porque has sido probado en todo para beneficio nuestro.

Adoramos, oh Señor, tu cruz y alabamos y glorificamos tu santa resurrección.

Concédenos que, a través de la contemplación de tu misterio pascual, nos renovemos a semejanza tuya. Y como por nuestro nacimiento habíamos llevado en nosotros la imagen del hombre carnal, haz que por la acción del Espíritu Santo pueda crecer en nosotros la criatura nueva que ha nacido en tu muerte.

 

CONTEMPLATIO

Quien dice «sí» a la gracia ha obtenido ya la remisión de los pecados [...].

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el Reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama.

Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»- y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios. La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, Palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada.

Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 15-17 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor rescatará a Jacob y lo librará de una mano más fuerte» (Jr 31,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el mundo que nos rodea se hace una distinción radical entre

la alegría y el sufrimiento [...].

La muerte, la enfermedad, las miserias humanas..., todo esto es menester quitarlo de la vista, porque nos aparta de la felicidad por la que luchamos [...].

La visión que Jesús nos ofrece presenta un fuerte contraste con esta visión mundana. Jesús mostró, tanto con su enseñanza como con su vida, que la verdadera alegría se oculta con frecuencia en medio del sufrimiento y que la danza de la vida empieza en el dolor. El dice: «Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto... El que no pierde su vida no puede encontrarla; si el Hijo del hombre no muere, no puede enviar al Espíritu». A los dos discípulos que estaban abatidos después de su pasión y su muerte, les dice Jesús: «¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?».

Aquí se revela un modo de vida completamente nuevo. Este es el modo en que puede abrazarse el dolor no por el deseo del sufrimiento, sino por la certeza de que del dolor nacerá algo nuevo. Jesús llama a nuestros dolores «dolores de parto». Dice: «La mujer cuando está de parto se siente angustiada, porque ha llegado su hora, pero cuando ya ha dado a luz al niño no se acuerda más de la angustia, por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16,21).

La cruz se ha convertido en el símbolo más poderoso de esta nueva visión. La cruz es un símbolo de muerte y de vida, de sufrimiento y de alegría, de fracaso y de victoria. La cruz es la que nos muestra el camino.

Siempre seguirá siendo muy difícil para nosotros abrazar el sufrimiento, confiar en que esto nos traerá una nueva vida. No obstante, hay experiencias que demuestran la verdad del camino que Jesús nos enseña [...].

Las lágrimas de dolor y las lágrimas de alegría no deberían estar tan separadas. Si tratamos al dolor como a un amigo - o, en palabras de Jesús, «cargamos con nuestra cruz»-, descubriremos  que la resurrección está, de hecho, muy cerca de nosotros [...].

Un modo muy importante de aceptar nuestro sufrimiento es sacarlo de su aislamiento y compartirlo con alguien que pueda recibirlo. Gran parte de nuestro dolor se queda oculto incluso para nuestros amigos más próximos. Cuando nos sentimos solos, deberíamos acudir a alguien en quien confiemos y decirle: «Estoy solo. Necesito tu ayuda y tu compañía». Cuando nos sentimos con ansiedad, sexualmente menesterosos, irritados o amargados, deberíamos atrevemos a pedirle a un amigo que nos dé compañía y acoja nuestro dolor.

Con demasiada frecuencia pensamos o decimos: «No quiero molestar a mis amigos con mis problemas; ya tienen suficiente con los suyos». Pero la verdad es que honramos a nuestros amigos cuando les confiamos nuestras luchas. ¿No decimos nosotros mismos a nuestros amigos, cuando nos ocultan sus sentimientos por miedo o vergüenza: «Por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué has guardado este secreto durante tanto tiempo?». Evidentemente, no es el caso de comunicar a cualquiera nuestros sufrimientos ocultos. Pero yo creo que si realmente deseamos alcanzar la madurez espiritual, Dios nos enviará los amigos que necesitamos.

Muchos de nuestros sufrimientos no nacen del dolor mismo, sino de nuestra sensación de estar aislados en medio de nuestro dolor [...]. Jesús carga con el sufrimiento de todos y lo transforma en una ofrenda de compasión a su Padre. Este es, en efecto, el camino que tenemos que seguir (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41998, pp. 33-45 passim).

 

Día 29

26° domingo del tiempo ordinario

Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

 

El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salaria. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.

Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 12,1).

De Gabriel -«fuerza de Dios», al pie de la letra- dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Lc 1,19). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Le 1,1 1 -20) y el de Jesús (Lc 1,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21 ss).

Rafael -que significa «Dios ha curado»- figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 12,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.

 

LECTIO

Primera lectura: Amos 6,1a.4-7

Así dice el Señor Omnipotente:

1 ¡Ay de los que se sienten seguros en Sión y viven confiados en el monte de Samaría.

4 Duermen en camas de marfil; se apoltronan en sus divanes; comen los corderos del rebaño y los terneros del establo;

5 canturrean al son del arpa, inventando, como David, instrumentos musicales;

6 beben el vino en elegantes copas y se ungen con delicados perfumes, sin dolerse por la ruina de José.

7 Por eso irán al destierro a la cabeza de los deportados, y se acabará la orgía de los disolutos.

 

*• También este domingo nos presenta la liturgia el gran riesgo que supone la riqueza, un riesgo que no es puramente imaginario, sino real, porque la riqueza puede secar el corazón.

La invectiva de Amos va dirigida contra «los que se sienten seguros en Sión» (v. 1). Se trata de una denuncia histórica y ética de un valor incomparable, a propósito de dos montañas (el monte Sión, situado en Jerusalén, y el monte Garizín, situado en Samaría) que se disputan, de una manera casi mágica, una promesa segura de salvación. Ocho siglos más tarde encontramos aún la misma contienda. La samaritana preguntará a Jesús dónde se debe adorar a Dios, si en Jerusalén o en el monte Garizín (Jn 4,20ss). Amos condena con vehemencia la confianza mágica en un lugar -sea éste Jerusalén o Samaría- considerado como talismán o fetiche para encubrir los desórdenes y las injusticias de cada día. El lujo desconsiderado y desvergonzado vivido delante de todo un pueblo es una ofensa vergonzosa a los pobres y una provocación mortal para los hermanos.

Cuando la riqueza llega a tales desórdenes no es difícil pensar que pueden estallar de un momento a otro la ruina y la destrucción. Ningún lugar o ningún templo les podrán salvar de la ruina: «Se acabará la orgía de los disolutos» (Am 6,16). ¿No deberíamos volver a plantear en términos de prospectivas futuras nuestro consumismo absurdo, que se ha convertido hoy en un hábito difundido?

 

Segunda lectura: 1 Timoteo 6,11-16

Querido hermano:

11 Tú, hombre de Dios, evita todo esto, practica la honradez, la religiosidad, la fe, el amor, la paciencia y la dulzura.

12 Mantente firme en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna para la cual has sido llamado y de la cual has hecho solemne profesión delante de muchos testigos.

13 Te exhorto ante Dios, que da la vida a todas las cosas, y ante Jesucristo, que dio testimonio de la verdad ante Poncio Pilato,

14 a que guardes este precepto sin mancha ni culpa hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo,

15 que en su momento llevará a cabo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes, el Señor de los señores,

16 el único que posee la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él, honor y poder eterno. Amén.

 

**• Timoteo, discípulo de Pablo, ya ha tomado su decisión, y lo ha hecho públicamente, «delante de muchos testigos» (v. 12), precisamente como el mismo Jesús tomó su decisión y dio su testimonio ante Pilato y todo el pueblo. De ahora en adelante se trata sólo de perseverar en la decisión implícita tomada en el bautismo y, de este modo, conquistar «la vida eterna» (v. 12), aunque esta perseverancia exige una larga lucha o –como escribe Pablo- «el noble combate de la fe» (v. 12). Pero este «conquistar la vida eterna» no es fruto de esfuerzos humanos, sino únicamente don de Dios. Decidirse por Dios, dar testimonio de él, significa confesar delante de muchos testigos que Dios nos ha aferrado y llamado a combatir el buen combate de la fe.

 

Evangelio: Lucas 16,19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y todos los días celebraba espléndidos banquetes.

20 Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido en el portal y cubierto de úlceras,

21 que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus úlceras.

22 Un día, el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado.

23 Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno.

24 Y gritó: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas».

25 Abrahán respondió: «Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora, él está aquí consolado mientras tú estás atormentado.

26 Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros».

27 Replicó el rico: «Entonces te ruego, padre, que lo envíes a mi casa paterna,

28 para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento».

29 Pero Abrahán le respondió: «Ya tienen a Moisés y a los profetas, ¡que los escuchen!».

30 Él insistió: «No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán».

31 Entonces Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto».

 

** La parábola es altamente emotiva y, en ciertos momentos, también profundamente dramática. Los personajes principales son dos. Por una parte, aparece un rico que goza opíparamente de su fortuna. No importa que ésta sea material, intelectual o religiosa. Probablemente, se trate de las tres. Por otra, aparece un pobre -hambriento, enfermo, abandonado- que está «tendido en el portal» (v. 20).

Toda la escena se encuentra aquí. Lucas subraya de modo violento la fractura que existe entre la vida despreocupada del rico y la miseria del pobre «cubierto de úlceras» (v. 20), tendido en el portal. Entre ambos existe un fuerte contraste, manifestado de manera clara por el mandamiento del amor fraterno y por las vigorosas palabras de Jesús: «Bienaventurados vosotros, los pobres», «Ay de vosotros, los ricos» (6,20-24). En el fondo, el verdadero pobre es el rico, pues no ha llegado a comprender el misterio profundo del corazón de Jesús. Su vida no puede acabar más que en la profunda oscuridad del sepulcro, o sea, en el infierno del fracaso y de la impotencia total. El mendigo también muere. Pero, a través de la muerte, su persona queda liberada de los sufrimientos y privaciones y es «llevada por los ángeles al seno de Abrahán» (y. 22), cumplimiento y realización de todas las promesas de Dios.

En este contexto se sitúa Abrahán y su coloquio con el hombre rico. La fractura practicada por nuestro egoísmo entre la pobreza y la riqueza subsiste también en el más allá. Se convierte en un abismo insuperable. Ni siquiera Abrahán consigue superarlo. Por otra parte, la oración del hombre rico dirigida a Abrahán, a fin de que Lázaro pueda ir a casa de sus hermanos y advertirles, carece de sentido: «Ya tienen a Moisés y a los profetas, ¡que los escuchen!» (v. 29). Quien ha elegido un tipo de vida contrario al amor se queda privado para siempre de la gracia del amor y, en consecuencia, imposibilitado para el encuentro de amor con los hermanos.

 

MEDITATIO

La parábola del hombre rico y de Lázaro es de una notable sencillez: Dios nos sitúa ante el juicio que emite sobre cada uno de nosotros y ante la conversión que se nos pide. El rico epulón descubre, por desgracia demasiado tarde, quién es verdaderamente el Señor. Llegado aquí, no tiene otro remedio que pedirle que Lázaro vaya a advertir a sus hermanos para que cambien de vida y no tengan que caer en el lugar de tormento en el que él se encuentra. Pero Abrahán le responde: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto» (Lc 16,31).

El problema que nos presenta el evangelio es, precisamente, el de comprender que la conversión requiere la escucha de la Palabra de Dios. Para convertirnos es absolutamente necesario que escuchemos con atención la Palabra de Dios. Es preciso que permitamos a la Palabra bajar a nuestro corazón. Ahora bien, para que podamos recibirla de manera fructuosa, es menester abrirle nuestro corazón, a fin de permitirle penetrar hasta el fondo.

La conversión es siempre un problema de corazón, o sea, un problema de interioridad, de abandono fundamental de todo, con la intención de dejar que Dios disponga de toda nuestra vida. Podemos decir también que la conversión significa aflojar los dedos, aferrados a algo de una manera espasmódica, para caer por completo en las manos de Dios (Mt 6,25ss), o sea, para depender únicamente de él.

El verdadero pobre, cuando es tal, está totalmente suspendido del amor de Dios. Se muestra en todo libre y disponible a su amor. El rico, en cambio, se endurece cada vez más en este mundo. Justamente por eso no le resulta fácil comprender a los pobres, porque no capta el valor de la vida humana y, por consiguiente, tampoco el de la conversión. El testimonio que debemos dar de nuestra fe es, precisamente, la conversión, que compromete de una manera incondicionada toda la existencia como un todo, incluida una confianza total en la gracia de Dios. Ahora bien, ese testimonio exige una larga lucha. Significa confiarse sin vacilaciones a Dios, que nos ha escogido desde la eternidad. No es nunca conquista nuestra, sino un deber de amor al que sólo se puede responder con amor.

No se va al cielo «tumbado en cómodos divanes». No es posible vivir sin preocuparnos del pueblo que está seriamente amenazado. «Se acabará la orgía de los disolutos». Es preciso «ir al exilio a la cabeza de los deportados». El rico epulón no fue condenado simplemente por su riqueza, sino porque no fue capaz de ofrecer su ayuda al pobre, que carecía de todo y, enfermo, se estaba muriendo al lado de su puerta. El pecado es la riqueza que permite que los pobres mueran junto a su propia puerta; es la falta de solidaridad que separa a los hombres.

 

ORATIO

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo diste, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta (san Ignacio de Loyola).

 

CONTEMPLATIO

En la pobreza del discípulo y del apóstol puede captar el destinatario del Evangelio el signo mismo del contenido del mensaje. La pobreza del predicador es, por así decirlo, el sacramento, es decir, la manifestación visible del Evangelio y del hombre que se deja comprometer por el Evangelio. El corazón de la alegre nueva: que viene el Reino de Dios y pasa la figura de este mundo, que el Crucificado es el Resucitado y que muerte significa vida, pero que la vida verdadera pasa siempre a través de la muerte..., todo esto no lo puede anunciar el apóstol sólo de palabra, sino que tiene que hacerlo con su mismo modo de vivir. Él mismo debe encarnar este mensaje. La cruz de Cristo y la esperanza en la resurrección se configuran en el estar-crucificados-con-Cristo de los apóstoles, que después pasa a significar: «Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos» (cf. 1 Cor 4,1 lss). En la pobreza del apóstol es posible captar el mensaje de la cruz y la resurrección. El predicador se convierte así en signo viviente de su mensaje, el signo de que la figura de este mundo pasa y el Señor viene a liberarnos [...].

Ahora bien, la pobreza debe expresar al mismo tiempo una consagración en favor del prójimo. Si queremos seguir a Jesús es preciso que estemos dispuestos a dar todo lo que poseemos a los pobres. Así como la pobreza de Jesús sirve para expresar su amor por los hombres -«siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8,9)-, así también la pobreza de los discípulos sirve para amar a todos los hombres, pero sobre todo a los más pobres, como hermanos y hermanas de Jesús. La pobreza conduce a la solidaridad con los pobres, a una mayor solidaridad en el amor.

Sólo quien es pobre puede ser de verdad amigo de los pobres, de los pequeños, de los marginados [...]. Deberemos plantearnos, pues, una seria pregunta: ¿quiénes son los «predilectos» en nuestra comunidad? ¿Lo son los pobres, como lo fueron para Jesús, o los ricos, los «bien educados», los «más válidos» y los «distinguidos», ésos con quienes es posible «dialogar»? ¿Quién representa el objeto particular de nuestro interés y de nuestro amor? (G. Greshake, Essere preti. Teología e spiritualitá del ministero sacerdotale, Brescia 1984, p. 193ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos» (Sal 145,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La experiencia de un camino de pobreza es un camino de liberación, de alegría y de entusiasmo -porque nos une íntimamente a Cristo-, y nos hace gustar de una manera imprevista la fuerza de la cruz, su capacidad de renovar hasta las situaciones más estancadas, aparentemente más irritantes por su inmovilismo.

El momento del descubrimiento de las páginas del evangelio supone, para todos, un poco de gusto, de atención, de compromiso con un mayor ejercicio de austeridad, de pobreza, de penitencia, de renuncia. Sin este esfuerzo, esas páginas se quedan como mudas; cuando se ha dado algún paso en este sentido, aunque sea simple, entonces las palabras de Jesús se vuelven actuales y resonantes, adquieren relieve y nos damos cuenta de que vivimos algo de la alegría y el entusiasmo de los Doce, que caminaban por los caminos de Palestina siguiendo a Jesús después de haberle dicho: «Pues bien, Maestro, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (C. M. Martini, Dizionario spirituale. Piccola auida perl'anima, Cásale Monf. 1997, p. 138 [edición española: Diccionario espiritual: pequeña guía para el alma, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998]).

 

Día 30

San Jerónimo

 

Nacido en Estridón el año 340, recibió una excelente instrucción en Roma, que completó con una serie de viajes por Oriente y Occidente, entablando amistad con los más famosos y cultos Padres orientales. Era un hombre tenaz, fuerte, austero y de gran erudición. Fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una traducción de los textos originales de la Biblia al latín. Se marchó a Belén, donde llevó a cabo experiencias de vida monástica, de penitencia y de estudio. Se dedicó especialmente a la traducción y al comentario de los libros de la Sagrada Escritura. Le debemos numerosos comentarios y tratados exegéticos; su producción literaria y su competencia bíblica le sitúan entre los mayores doctores de la Iglesia latina, y es también el patrón de los biblistas.

Además de los susodichos libros, dejó muchos tratados polémicos, una colección de Cartas muy interesantes, así como la traducción de las obras de Orígenes. Tras una vida dispensada en el amor a Cristo y a la Iglesia, murió en Belén en el año 420.

 

LECTIO

Primera lectura: Zacarías 8,1-8

En aquellos días,

1 el Señor todopoderoso me dirigió esta palabra:

2 Así dice el Señor todopoderoso: Siento un amor profundo por Sión y me abraso de pasión por ella.

3 Así dice el Señor todopoderoso: Voy a volver a Sión, voy a habitar en medio de Jerusalén. Jerusalén será llamada «ciudad fiel», y el monte del Señor todopoderoso, «monte santo».

4 Así dice el Señor todopoderoso: Ancianos y ancianas volverán a sentarse en las plazas de Jerusalén; cada uno con el bastón en la mano por lo avanzado de su edad.

5 Y las plazas de la ciudad estarán llenas de niños y niñas, que jugarán en ellas.

6 Así dice el Señor todopoderoso: En aquellos días, esto parecerá  imposible al resto del pueblo, pero no me lo parecerá a mí, oráculo del Señor todopoderoso.

7 Así dice el Señor todopoderoso: Voy a liberar a mi pueblo del país del sol levante y del país del sol poniente.

8 Y los traeré para que vivan en Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré para ellos un Dios fiel y salvador.

 

         *»• Empieza aquí una sección de Zacarías con fuerte sentido mesiánico. El texto es una especie de mosaico de pequeños oráculos de salvación. Los dos primeros sugieren el motivo conductor: la fidelidad de Dios al pacto -en virtud de la cual el Señor ama profundamente a Sión y no tolera los abusos ni los sufrimientos padecidos por su pueblo- será la razón del retorno de los exiliados a Jerusalén y fuente del perdón con el que se curan las infidelidades pasadas, que fueron causa del exilio. Renace así una ciudad santificada por la Palabra de Dios, fiel y dócil a ella (v. 3).

         Viene, a continuación, una serie de oráculos de prosperidad. En ellos aparecen temas acostumbrados, como la multiplicación del número de los habitantes, una prodigiosa longevidad, una fecundidad inesperada (w. 4-6) y, sobre todo, el retorno de todos los exiliados, incluso de los que habían lindado emprender la aventura de la vuelta a la patria. A la objeción presentada por algunos de que este sueño es irrealizable desde el punto de vista humano, el profeta responde recordando que lo imposible para los hombres es posible para Dios: «Esto parecerá imposible al resto del pueblo, pero no me lo parecerá a mí» (v. 6). El versículo es verdaderamente la cima de esta sección, porque fundamenta en la fidelidad y en el poder de Dios una serie de expectativas, una esperanza  que de otro modo podría parecer sólo un optimismo irreal. Sin embargo, se trata de la certeza de la salvación llevada a cabo por Dios (cf. v. 7), por el Dios de la alianza, fiel y justo.

 

Evangelio: Lucas 9,46-50

En aquel tiempo,

46 surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante.

47 Jesús, al darse cuenta de la discusión, tomó a un niño, lo puso junto a sí

48 y les dijo: -El que acoge a este niño en mi nombre a mí me acoge, y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado, porque el más pequeño entre vosotros es el más importante.

49 Juan tomó la palabra y le dijo: -Maestro, hemos visto a uno expulsar demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no pertenece a nuestro grupo.

50 Jesús les dijo: -No se lo prohibáis, que el que no está contra vosotros está de vuestra parte.

 

         **• La comunidad de Jesús no es una comunidad de hombres y mujeres perfectos. Las discusiones que hemos oído sobre quién sería el más importante –según Lucas- aparecerán incluso durante la última cena de Jesús con los discípulos (Lc 22,24). Como antídoto a sus deseos de grandeza meramente humanos, Jesús contrapone el inesperado modelo del niño, un modelo que deberá iluminar la problemática planteada por las relaciones en el interior de la comunidad, formada por miembros muy sensibles al honor y al prestigio humano (v. 47). Jesús no presenta aquí al niño como alguien que carece de espíritu de rivalidad, sino como alguien que carece de grandeza, alguien que en el estatus social de la época no contaba en absoluto. En definitiva, los discípulos, a quienes se dirige Jesús poniendo al niño junto a sí, aunque no desprecian al pequeño, no desean ciertamente volver a ser como él.

          Con este gesto, que para los discípulos es desconcertante, se manifiesta de manera visible el mandato de negarse a sí mismo, de renunciar a la autoglorificación. Un signo de esta renuncia a los sueños de gloria autónoma será precisamente la acogida y la atención que los discípulos habrán de reservar a los que no cuentan desde el punto de vista humano, a los que son pequeños, irrelevantes (v. 48). Sin embargo, a través de esta atención a los débiles, a los insignificantes, se abrirán a la acogida del mismo Dios.

          Lucas pone a continuación un dicho sobre las relaciones de la comunidad con el exterior. Contra el «no pertenece a nuestro grupo» (v. 49) -la motivación aducida por Juan para prohibir el ejercicio del exorcismo a un extraño-, Jesús pide por encima de todo que se sepa reconocer el bien allí donde se encuentre y que se abandone la lógica de la competencia. Tal vez, Juan desconfía del exorcista irregular no porque tema la posibilidad de que se sirva del nombre de Jesús como si se tratara de un instrumento, sino porque aquél, con su práctica sustraída a los controles de su grupo, puede disminuir a los ojos de los otros el prestigio de los discípulos. De ahí, pues, la instrucción de Jesús («el que no está contra vosotros está de vuestra parte»: v. 50), que les ayudará a superar la insidia del triunfalismo.

 

MEDITATIO

          Las lecturas de hoy nos presentan diversas provocaciones. El texto de Zacarías es casi un himno al poder de Dios, un Dios que es verdaderamente el Dios de lo imposible y que quiere hablar en medio de su pueblo para siempre. De ahí que la profecía sea una exhortación a la esperanza y a saber reconocer cómo Dios conduce a su realización, con una fidelidad infalible, su maravilloso plan de salvación. Con todo, el estilo que le caracteriza es paradójico: pasa por caminos muy alejados de nuestra lógica humana, caminos que son ilustrados de una manera eficaz por la figura del niño. La persona misma de Dios se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor a todos nosotros.

          Por otra parte, el niño representa también la denuncia dirigida por Jesús a sus discípulos, alejados con frecuencia de una plena adhesión a la lógica evangélica en el marco de la vida eclesial. El mismo síntoma de la incomprensión de las exigencias evangélicas aparece en el intento de monopolizar la fe en él (véase el episodio del exorcista extraño). Se trata de una voluntad de acaparar el poder de Jesús, ignorando que el poder y la gloria del nombre de Jesús superan los mismos confines de la comunidad.

          Esta última debe recordar más bien en todas las ocasiones que cualquier curación, liberación o victoria sobre las fuerzas del mal no procede de ella, sino sólo de aquel Nombre que supera a todos, incluida la Iglesia.

 

ORATIO

          Oh Padre, tú que eliges a los pequeños y a los pobres, tú que les revelas a ellos los misterios de tu Reino, ayúdame a caminar por los caminos de la humildad y de la sencillez. Quiero imitar a tu hijo, Jesús, «dócil y humilde de corazón», y hacerme como él «siervo» de mis hermanos y hermanas. Sé que mi «hombre viejo» intenta impedir que me rinda a tu amor, alimentando en mí el orgullo, la presunción y la ingratitud. Sé también, no obstante, que a ti nada te es imposible y que con tu Espíritu puedes renovarme, realizando en mí las maravillas de las que sólo tú eres capaz.

          Crea, pues, en mí, oh Padre celestial, un corazón dócil, alejado de triunfalismos, colmado de gratitud por el inmerecido amor con el que has revestido mi vida, un corazón ajeno a las envidias y a las rivalidades, pero capaz de gozar sinceramente con cada semilla de bien que has sembrado en el mundo.

 

CONTEMPLATIO

          Nadie puede ir al conocimiento de Dios si no lo hace por el camino de la humildad. El camino para ensalzarse es humillarse. Por el camino de la humildad es como el hombre encuentra gracia a los ojos de Dios y paz con los otros hombres. Un rey de corona que tuviera que enviar a una muchacha a cierto país no la pondría encima de un rocín salvaje, feroz y extraño, sino sobre una caballería tranquila, de paso suave: de este modo, el Señor no pone su gracia en los soberbios, sino en los humildes (Egidio de Asís, / detti, Milán 1964, pp. 68.71).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos serán mi pueblo, y yo seré para ellos un Dios fiel y salvador» (Zac 8,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

          El pequeño monje era hijo de su tiempo, es decir, de nuestro tiempo. Los esfuerzos de sus contemporáneos para promover todas las grandezas del hombre le entusiasmaban; por amor a la humanidad, por su honor y su gloria, también él intentaba ser grande. Así, desde el comienzo de su profesión, se sintió un tanto desorientado por ciertas máximas evangélicas. Intuía de una manera confusa que su rica personalidad podría incurrir en riesgos. Por eso redactó estas notas: «Si quieres hacerte pequeño, no desprecies la grandeza da los otros (excitado por una admiración no dirigida a él). Si descubres que eres pequeño, no concluyas que eres una perla (después de ciertas fulgurantes iluminaciones sobre su pequeñez).

          Quien se considera "extremadamente pequeño", raramente lo es; los verdaderos pequeños saben que están en los comienzos de la pequeñez (un día que se había mostrado humilde en todo y para todo). Si no puedes admirar tu virtud, no admires tu arrepentimiento (el día que se apartó de todo para encerrarse en elremordimiento). Tu gran hombre lo llevas en ti; san Pablo lo llama el hombre viejo (una noche que había concluido brillantemente cierto asunto). La importancia de los grandes hombres no cambia nada de lo que tú eres: precisamente porque Dios es grande eres tú pequeño (el día que el corazón del pequeño monje latía de admiración). No llegar el último con eí aspecto de alguien que ha ganado el Tour de Francia (un día en que se encontraba maravillosamente pequeño). Sé pequeño, pero sin creer que un gramo tuyo vale lo que un kilo de tu hermano (como arriba)» (M. Delbrél, // piccolo moñaco. Taccuino spirituale, Turín 1990, pp. 53-55).