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LECTIO DIVINA  MES DE SEPTIEMBRE DE 2012

Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

 

DOMINGO LUNES MARTES MIÉRCOLES JUEVES VIERNES SÁBADO
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LECTIO DIVINA de los Santos

San Gregorio Magno (3 de septiembre)

Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre)

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre)

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)

Santos Cornelio y Cipriano (16 de septiembre)

Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires (20 de septiembre)

San Mateo (21 de septiembre)

Santos Cosme y Damián (26 de septiembre)

San Vicente de Paúl (27 de septiembre)

Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre)

San Jerónimo (30 de septiembre)

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

Oficio de Lecturas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Día 1

Sábado de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

26 Hermanos, considerad quienes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir que lo haga en el Señor.

 

**• Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes. Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.

Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso nadie puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.

El tema de la «jactancia» le resulta entrañable a Pablo. Éste no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.

Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos lodo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, sino que «el que quiera presumir que lo haga en el Señor» (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos, y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo, fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco, y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

*• Con el tema de la vigilancia hemos vuelto a la relación amo-criado. Aquí se pone de relieve el aspecto dinámico y fecundo de la espera. Los talentos, dispensados a cada uno según su capacidad, nos han sido dados para explotarlos y negociar con ellos. La parábola parece fácil de descifrar, pero sería un error reducir su mensaje a una enseñanza moralista genérica y obvia.

En realidad, los talentos no son simplemente las cualidades dadas a cada uno en el momento del nacimiento, sino, sobre todo, lo que Jesús ha venido a traernos: la salvación, el amor del Padre, la vida en abundancia, el Espíritu.

Se trata de tesoros que hemos de multiplicar y difundir hasta su vuelta «después de mucho tiempo (v. 19a). Todo don es al mismo tiempo un compromiso del que «hemos de dar cuenta» con seriedad.

Son tres los siervos que entran en escena uno tras otro, dos «buenos y fieles» y otro «malvado». Con pocas palabras y de una manera estereotipada, Jesús cuenta el encuentro del amo con los siervos buenos, que son alabados y premiados con la participación en la alegría del señor (w. 20-23). El espacio reservado al siervo malvado es más amplio (w. 24-28). La excusa que formula en defensa de su propia conducta revela todo su mundo interior. «Señor, sé que eres hombre duro»: ésa es la imagen que tiene de su señor. «Tuve miedo y escondí tu talento en tierra». El talento recibido es aún «tu talento», no un don, sino una deuda. Su actitud frente al señor es la de un esclavo temeroso. «Aquí tienes lo tuyo»: piensa que la  restitución del talento es un acto de justicia hacia el acreedor; sin embargo, es un insulto, un desprecio del don, un rechazo del amor. Por eso se le impone un duro castigo.

 

MEDITATIO

El fragmento paulino de hoy -en particular, la frase final: «El que quiera presumir, que lo haga en el Señor»- hace pensar en María y en su canto del Magníficat. Ella, recordando su propia vida, descubre en ésta, con conmoción,

el proyecto grandioso de Dios, reconoce que es bienaventurada porque Dios ha hecho grandes cosas en ella, sierva humilde. Presumiendo en el Señor, María «proclama su grandeza». Se trata de un encuentro estupendo entre la gracia generosa del Creador y la gracia humilde de la criatura, entre la gratuidad pura y la gratitud sincera.

El siervo malvado de la parábola, por el contrario, ha empequeñecido a su señor. Ve y juzga a su amo con la medida de su mezquindad, con la tacañería de su corazón. En vez de estarle agradecido por el talento recibido y de sentirse bienaventurado por la ocasión que se le da de desarrollar su capacidad, se cierra en su inercia, en su miedo y en su tristeza. Nos viene a la mente, por asociación espontánea, la figura de otro hombre, el primero, Adán. Nos viene a la mente el diálogo entre Dios y Adán después del primer pecado: A la pregunta de Dios: «¿Dónde estás?», le responde: «... tuve miedo y me escondí» (Gn 3,9ss). ¿No será que, en la raíz del pecado, se encuentra siempre una sospecha mezquina sobre la inmensa bondad de Dios?

 

ORATIO

Señor Jesús, tanto tú como tu madre, María, ensalzasteis en un Magníficat al Padre. Al ver regresar a tus discípulos «llenos de alegría» de la misión, porque habían podido multiplicar los talentos que tú les habías entregado y habían podido recoger los frutos visibles de su actividad misionera, le dijiste al Padre: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Le 10,21). Contagiado por la alegría de tus discípulos y movido por el Espíritu, también tú estabas exultante. Al contemplar la grandeza del Padre y su ternura con sus criaturas pequeñas y humildes, tu corazón se llenaba de admiración y salieron de tu boca aquellas palabras.

Deja, oh Jesús, que nos unamos a tu oración de alabanza, del mismo modo que nos asociaste a ti en la oración del Padre nuestro. Alégrate también por nosotros, tus discípulos de hoy, cuando, por tu gracia, consigamos hacer algo con nuestros talentos, y considéranos en el número de los «pequeños» por los que ensalzaste en tu Magníficat al Padre.

 

CONTEMPLATIO

Mas notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad. Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección.

Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni sólo con los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él. ¿Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con la que el Señor da a entender la bienaventuranza toda (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 78, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Puse toda mi esperanza en el Señor; él se inclinó hacia mi y escuchó mi grito» (Sal 39,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando los cristianos decimos que creemos en la vida eterna que nos será dada, esta espera de lo que debe venir no es, en primer lugar, algo particularmente extraño. Por lo general, se habla de la esperanza de la vida eterna con un cierto pathos afectado, y lejos de mí criticarla, en caso de que se trate de una convicción seria. Pero me sucede siempre algo extraño cuando oigo hablar de este modo. Me parece que todos los esquemas de la imaginación, con los que se intenta explicar la vida eterna, la mayoría de las veces se adaptan muy poco al corte radical que se produce con la muerte. Nos imaginamos la vida eterna, que extrañamente ya ha sido señalada como «el más allá» y como lo que hay «después» de la muerte, demasiado repleta de aquellas realidades que nos han sido confiadas aquí: como continuación de la vida, como encuentro con aquellos que estaban junto a nosotros, como alegría y paz, como banquete y júbilo, como todo esto y otras cosas semejantes, que nunca cesarán y que siempre continuarán. Temo que la radical incomprensibilidad de lo que significa realmente vida eterna se vea minimizada, y que lo que nosotros llamamos, en esta vida eterna, contemplación directa de Dios sea rebajado a una alegre ocupación ¡unto a tantas otras que llenan nuestra vida; la inexpresable enormidad de que la misma absoluta divinidad, desnuda y simple, entre en nuestra angosta dimensión de criaturas no tiene que ser percibida como auténtica... (K. Rahner, «Erfahrung eines Theologuen», en Vor dem Geheimnis Gottes den Menschen verstehen, Munich 1984, pp. 118ss).

 

 

Día 2

22º domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8

Moisés habló al pueblo y dijo:

1 Y ahora, Israel, escucha las leyes y los preceptos que os enseño a practicar para que viváis y entréis en posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros antepasados.

2 No añadiréis nada a lo que yo os mando ni quitaréis nada, sino que guardaréis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, que yo os prescribo.

6 Guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos, que al oír todas estas leyes dirán: «Esta gran nación es ciertamente un pueblo sabio y sensato».

7 Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo está el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

8 Y ¿qué nación hay tan grande que tenga leyes y preceptos tan justos como esta ley que yo os promulgo hoy?

 

         **• El fragmento está tomado del libro del Deuteronomio, cuyos autores se encuentran entre los miembros de los círculos levíticos, atentos a la historia y perspicaces custodios de la tradición religiosa y cultural, próximos al profetismo y conscientes de los peligros que amenazan al pueblo, marcado por desequilibrios sociales y olvidado de los compromisos de la alianza. El libro se presenta como la colección de tres grandes discursos pronunciados por Moisés la víspera de su muerte y de la entrada de Israel en la tierra prometida. El propósito de los autores es recordar a sus contemporáneos la historia de la elección y de la alianza que le une a YHWH: si la fidelidad a ella es prenda de vida (cf. Dt 4,1), la infidelidad -en la que están viviendo- lo es de muerte.

           Nuestro pasaje se sitúa, en el libro, inmediatamente después de la reevocación de las etapas del viaje por el desierto. La primera palabra: «Escucha», es una palabra clave en todo el Deuteronomio y, en cierto sentido, en toda la piedad judía. «Escucha, Israel...» (Dt 6,4) recita el comienzo de la profesión de fe repetida a diario por el israelita piadoso. Israel ha sido llamado, en virtud de la elección divina, a escuchar la ley que YHWH le da y a ponerla en práctica, sin alterarla (v. 2). Como efecto de la obediencia, Israel vivirá y tendrá fama entre los otros pueblos. Se distinguirá de ellos y eso será motivo de gloria: será reconocido como «pueblo sabio y sensato» (v. 6), cuyas leyes y normas son justas (v. 8). Más todavía, la fidelidad a la alianza, manifestada en la observancia de la Ley, hará evidente la proximidad de Dios a su pueblo (v. 7): una realidad impensable para el hombre, fuente de estupor y de gratitud (cf. Sal 34,19; 46; 145,18).

 

Segunda lectura: Santiago l,17-18.21b-22.27

Hermanos míos queridísimos:

17 Toda dádiva buena, todo don perfecto, viene de arriba, del Padre de las luces, en quien no hay cambios ni períodos de sombra.

18 Por su libre voluntad nos engendró, mediante la Palabra de la verdad, para que seamos los primeros frutos entre sus criaturas. Acoged con mansedumbre la Palabra que, injertada en vosotros, tiene poder para salvaros.

22 Poned, pues, en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

27 La religiosidad auténtica y sin tacha a los ojos de Dios Padre consiste en socorrer a huérfanos y viudas en su tribulación y en mantenerse incontaminado del mundo.

 

         **• Este domingo empezamos a leer algunos fragmentos de la carta de Santiago. La atribución de este texto inspirado es objeto de controversia. Los exégetas parecen estar de acuerdo en considerar que el autor puso el escrito bajo el nombre de Santiago, «hermano del Señor» y primer responsable de la comunidad de Jerusalén (cf. Hch 12,17; 15,13ss; Gal 1,19), para conferirle autoridad. Es posible que hubiera recogido en él palabras o contenidos que procedían efectivamente de Santiago.

        El pasaje que hemos leído se compone de diferentes versículos cuyo punto de convergencia es la «la Palabra de la verdad». Por medio de la Palabra, Dios Padre engendró a los cristianos (v. 18) no sólo en el acto creador, sino -tal como aquí se entiende- en el momento del renacimiento en el bautismo. Éste es por excelencia el don que nos ha otorgado el Padre, el cual no cambia, ni en sí mismo ni en su libre obrar (v. 17). Él ha hecho a los cristianos hijos suyos y ellos son los primeros entre todas las criaturas que experimentan ya esa vida nueva (v. 18b), que rebosará cuando se consume la bienaventuranza eterna.

        Santiago sabe que la Palabra de Dios, que revela la verdad sobre Dios y sobre el hombre, tiene una fuerza intrínseca, pero sólo da fruto en plenitud con la colaboración del creyente. Es menester que la Palabra encuentre sitio en el corazón del hombre, un corazón que esté disponible para escucharla y ponerla en práctica, exento de espíritu de polémica. Entonces se convierte en portadora de salvación; sin embargo, si la Palabra es escuchada pero no acogida, entonces se alimenta en el hombre una falsa relación con Dios que crea la ilusión de lo contrario (vv. 21b-22).

        Está muy claro -afirma el autor sagrado- en qué consiste la auténtica manifestación de la fe: en cuidar de todos los que están desamparados, indefensos, oprimidos, en no seguir la mentalidad mundana ni sus pseudovalores.

        Contra la tentación, que acecha al creyente de todos los tiempos, de separar el culto y el estilo de vida (cf. Is 1,11-15; Am 5,21-24), la carta de Santiago «traduce » con términos prácticos e inequívocos el perenne dicho del Señor: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca. [...] Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena» (Mt 7,24ss).

 

Evangelio: Marcos 7,1 -8a. 14-15.21-23

En aquel tiempo,

1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús

2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas

3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados;

4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen, y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-.

5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?

6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

7 En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos.

8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferrais a la tradición de los hombres.

14 Y llamando de nuevo a la gente, les dijo: -Escuchadme todos y entended esto:

15 Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre.

21 Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,

22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez.

23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.

 

         **• El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de importancia capital, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que hemos leído toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas calificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo- relacionada con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (cf. vv. 3ss; Lv 11-15; Dt 14,3-21) habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por YHWH. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones («la tradición de los antepasados»: v. 5) por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Is 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios (v. 8).

          En los vv. 14ss se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: «Escuchadme todos». Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador (cf. Gn 1), y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona humana, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor.

 

MEDITATIO

        La Palabra que hemos escuchado hoy nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque «tenemos muchas cosas que hacer».

        La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca. La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da la fuerza necesaria para vivir de manera coherente.

        Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.

 

ORATIO

        Venimos a ti, Señor, con el corazón que tenemos, repleto de sentimientos que nos esforzamos en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No somos gente que te sea extraña: somos tus hijos, somos miembros del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que hemos recibido, formamos parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estamos lejos de ti con el corazón y no nos damos cuenta de que tú estás siempre cerca de nosotros, tú, el único de quien tenemos una atormentadora necesidad.

        Repítenos una vez más que no te encontraremos multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándonos del hermano y de la hermana. Repítenos que el amor -y sólo el amor- nos hace puros. Y nosotros, acogiendo tu don, renovados en la mente y en el corazón, te diremos: «Tú eres nuestro Señor».

 

CONTEMPLATIO

        Es el corazón el que engendra tanto los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente. Eso es lo que el Señor censura.

        La gracia esconde su presencia en los bautizados mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es voluntad [de Dios] que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia espiritual (Diadoco de Foticé, Cento considerazioni sulla fede, Roma 1978, pp. 92-95, passim [edición española: Obras completas, Ciudad Nueva, Madrid 1999; también existe edición catalana en Claret, Barcelona 1981]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú estás junto a nosotros, Señor, Dios nuestro, cada vez que te invocamos» (cf. Dt 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La lucha espiritual es un movimiento esencial de la vida espiritual cristiana. Se trata de una lucha interior, no dirigida contra seres exteriores a uno mismo, sino contra las tentaciones, los pensamientos, las sugestiones y las dinámicas que llevan a la consumación del mal. Pablo, sirviéndose de imágenes bélicas y deportivas (la carrera, el boxeo), habla de la vida cristiana como de un esfuerzo, de una tensión interior por permanecer en la fidelidad a Cristo, que implica desenmascarar las dinámicas a través de las cuales se abre camino el pecado en el corazón del hombre, para poder combatirlo en el mismo momento en que surge. El lugar de esta batalla es, en efecto, el corazón. Vigilancia y atención son la «fatiga del corazón» (Barsanufio) que permite al creyente llevar a cabo su purificación: es del corazón, en efecto, de donde brotan las intenciones malvadas y es el corazón el que debe transformarse en morada de Cristo gracias a la fe.

        En este sentido, la «custodia del corazón» constituye la obra por excelencia del hombre espiritual, la única verdaderamente esencial. En esta lucha es menester ejercitarse: es preciso, en primer lugar, saber discernir nuestras propias tendencias pecaminosas, nuestras propias debilidades, las tendencias negativas que nos marcan de un modo particular; en consecuencia, Tiernos de llamarlas por su nombre, asumirlas y no removerlas y, por último, sumergirnos en la larga y fatigosa lucha dirigida a hacer reinar en nosotros la Palabra y la voluntad de Dios.

        El órgano de esta lucha es el corazón, entendido en sentido bíblico como órgano de la decisión y de la voluntad, no sólo de los sentimientos. La capacidad de lucha espiritual, el aprendizaje del arte de la lucha (Sal 144,1; 18,35), resulta esencial para la acogida de la Palabra de Dios en el corazón humano. Los expertos en la vida espiritual saben que esta lucha es más dura que todas las luchas externas, pero conocen asimismo el fruto de la pacificación, de la libertad, de la docilidad y de la caridad que produce (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999).

 

 

Día 3

San Gregorio Magno (3 de septiembre)

 

Fue un hombre de acción, dotado de una rica personalidad y de un carácter amable. Nació en el año 540 en el seno de la familia senatorial de los Anicii. Fue primero prefecto de Roma, después monje benedictino, representante del papa en Constantinopla y, por último, papa en unos tiempos particularmente difíciles, a saber: durante las persecuciones de los bárbaros.

Desempeñó un gran papel en la Iglesia como organizador de la vida religiosa -en particular en el aspecto litúrgico- y también como escritor. Como buen administrador, estuvo atento tanto a los asuntos sociales y políticos como a las cuestiones internas de la vida de la Iglesia universal. Tienen una importancia particular sus homilías, sus obras exegéticas, las cartas y el famoso Libro de la regla pastoral. Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, por haber prestado una particular atención al hablar y escribir sobre el misterio de la Palabra de Dios. Murió en Roma en el año 604.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 34,11-16

11 Esto dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré.

12 Como un pastor cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así cuidaré yo a mis ovejas y las reuniré de todos los lugares por donde se habían dispersado en día de oscuros nubarrones.

13 Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones y las llevaré a su tierra; las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país.

14 Las apacentaré en pastos escogidos y pastarán en los montes altos de Israel; allí descansarán en cómodo aprisco y pacerán pingües pastos por los montes de Israel.

15 Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a la majada, oráculo del Señor.

16 Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada; vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda y robusta; las apacentaré como se debe.

 

**• El texto que hemos leído, dirigido a los gobernantes del pueblo, emplea la imagen del pastor retomando el tema de Jr 23,1-6. Dios reprocha a los reyes y a todos cuantos ejercían alguna autoridad en Israel no haber cumplido con su deber, haber faltado a su función de guías del pueblo. Todo lo que han hecho al rebaño-Israel ha sido nefasto, deletéreo y mortal: han pensado más en sí mismos que en el pueblo, han ejercido la violencia con sus hermanos, han provocado la dispersión poniéndolos en manos de los pueblos vecinos. Al echar en cara al rey sus culpas, Dios anuncia que le quitará al pueblo de las manos y que él mismo se encargará de su custodia, gobernando personalmente a su rebaño como rey y mesías (vv. 11-16; cf. Is 40,11; Sal 22).

No se trata, por consiguiente, de sustituir a unos jefes indignos por otros en la guía del pueblo, no se trata de un cambio de orden, sino del anuncio de una verdadera teocracia. Esta profecía encontrará una primera realización cuando, con el retorno del exilio de Babilonia, el «resto de Israel» ya no tenga un rey, sino la anunciada teocracia.

Ezequiel inaugura también la «nueva» teocracia divina en la que Cristo, verdadero pastor del pueblo, «pone a sus enemigos como escabel de sus pies»: entonces es cuando Dios mismo alimenta a su pueblo, atiende a sus necesidades y se hace cargo de los deseos de todos.

 

Evangelio: Juan 10,11-16

En aquel tiempo, dijo Jesús:

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;

12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,

15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

 

**• El evangelista presenta otra revelación de Jesús: «Yo soy el buen pastor» (vv. 11.14). Jesús es el pastor «bueno» que da cumplimiento a las promesas de Dios y a las expectativas del pueblo (cf. Miq 5,3; Ez 34,23-31; Jr 3,15). Más aún, no es sólo el pastor que cumple y hace realidad todas las cualidades del pastor, conduciendo al rebaño a lugares seguros y a pastos abundantes, sino que llega incluso a entregarse a sí mismo, hasta privarse de su propia vida por los otros. De este modo, realizando un acto mesiánico, instaura con las ovejas una nueva relación de conocimiento íntimo, de comunión recíproca y de intercambio de amor, según el modelo del amor que el Padre tiene a todos los hombres y, más aún, según la relación de amor y d e intercambio de vida que existe entre el Padre y el Hijo.

Jesús revela su misterio en polémica con los falsos pastores, con los responsables del pueblo, que desarrollan su misma misión, aunque de modo diferente, como mercenarios. Estos obreros asalariados no defienden al rebaño en los momentos difíciles arriesgando su vida; más aún, lo abandonan para salvarse a sí mismos, porque no aman a las ovejas que les han sido confiadas en custodia. Juan piensa aquí en los adversarios de Jesús y de la Iglesia, en los jefes que desprecian a la gente sencilla, que expulsan de la sinagoga a los seguidores del Maestro, hombres contrarios a Dios e inclinados sólo a su interés, hasta el punto de eliminar al Hijo de Dios. Jesús, por el contrario, arriesga la vida por las ovejas (v. 11), conoce a las ovejas con un conocimiento amoroso, sus ovejas le reconocen y les regala una vida duradera (v. 14); no permite que nadie las robe porque las ha recibido todas de la mano de su Padre. Este conocimiento entre Jesús y sus discípulos es una presencia íntima del uno en el otro, comprensión y  confianza recíprocas, unión de corazones y pensamiento; es plena penetración de amor porque se apoya sobre una comunión de vida. Este amor implica a todo hombre, sin distinciones, para que todos puedan escuchar su voz y puedan encontrarse en «un solo rebaño» y bajo «un solo pastor» (v. 16).

 

MEDITATIO

En el texto de Juan vemos perfilarse dos períodos en la actividad del pastor, dos períodos en los que su actividad se ejerce en campos diferentes. El primer período está ligado a un lugar, y la tarea esencial del pastor es en ese momento hacer salir a las ovejas del redil: se trata del período de la vida terrena de Jesús. El segundo período, que sigue a la exaltación ligada a la ofrenda de su vida, concierne a las ovejas venidas de todas partes: es el tiempo de la Iglesia, que vive bajo la guía del Señor glorificado. Ésta es, en definitiva, la revelación que el Pastor-Jesús nos propone a los hombres en nombre del Padre, un designio de salvación y de amor que encuentra su cima en el acontecimiento de la cruz y de la resurrección (cf. 1 Jn 4,9). Un proyecto y una misión entre los hombres que tiene dos protagonistas: el Padre y el Hijo. El amor del Padre por el Hijo y por el mundo, y el amor del Hijo por el Padre y por el mundo. Y Jesús manifiesta ese amor a través de la obediencia total y filial al designio del Padre y en la libre entrega de sí mismo los hombres, a los que ofrece espontáneamente su vida en la cruz, para recuperarla después en el acontecimiento de la resurrección.

Jesús, que es el rostro del Padre, guía también hoy a su comunidad cristiana, a pesar de los peligros, a ver en él al único buen pastor. Todo discípulo, por tanto, tiene en el buen pastor un modelo perfecto para imitar, porque en él reconoce el amor, a saber: ha visto cómo «él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3,16).

 

ORATIO

Oh, Espíritu de Dios, luz de la verdad, ayúdanos a discernir lo verdadero y lo justo. Disipa nuestras ilusiones y muéstranos la realidad. Haz que reconozcamos el lenguaje del buen pastor y lo distingamos de cualquier otra voz. Muéstranos la voluntad del Padre bueno para que todas nuestras decisiones estén orientadas a él.

Te rogamos también que nos ayudes a vislumbrar en los acontecimientos los signos de tu presencia y a acoger las justas exigencias de renovación. Concédenos la perspicacia sobrenatural que nos haga descubrir las exigencias de la caridad para acogerlas con amor generoso. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor.Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey, y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuan caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras.

Aquellos, en cambio, a quienes la Palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con la que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

Quienquiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido (Gregorio Magno, Regla pastoral, II, 4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El buen pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios nos recomienda en todas las páginas de sus libros a sus hijos pobres, a sus hijos desheredados. Escuchemos su voz: seamos los padres, los hermanos, los hijos de estos infelices; seamos su consuelo, su refugio, su asilo, su hogar, su casa paterna.

Así seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús; su consuelo, su refugio, su ayuda, su hogar, su casa. No nos inquietemos por aquellos a quienes no les falta nada, por aquellos en quienes piensan todos. Ocupémonos de aquellos a quienes les falta todo, de aquellos en quienes no piensa nadie. Seamos los amigos de aquellos que no tienen amigos. Meditemos sobre las llagas de Lázaro en vez de hacer regalos al rico, aun cuando esto sea bueno. Seamos los padres, los hermanos, los hijos de los abandonados, de los desheredados, de los miserables; seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús [...].

¡Cuánto debemos estimar a cada ser humano! ¡Cuánto debemos amar a cada ser humano! Cada uno de ellos es un hijo de Dios. Dios quiere que sus hijos se amen entre ellos. Como un padre tierno quiere que sus hijos se amen entre ellos. Amemos a cada hombre porque es hermano nuestro y porque Dios quiere que le consideremos y le amemos tiernísimamente como tal, porque es hijo de Dios amado y adorado. Porque ha costado la sangre de nuestro Señor, ha sido cubierto por su sangre como por un manto, ha sido amado por Dios y por Jesús hasta consumar por él el sacrificio del Calvario, ha sido amado por Dios hasta dar por él su Hijo, ha sido amado por Jesús en asociación, imitación, unión, conformidad perfecta con Dios y, por eso, hasta inmolarse a sí mismo por él. Amemos a este hombre al que

Dios ama en todos los instantes de su vida, al que da, con una paciencia y bondad infinitas, hasta el último minuto de su existencia, los medios para vivir eternamente en el cielo tomando parte de un modo maravilloso en la heredad divina. Estimemos, amemos desde lo hondo del corazón a cada hombre con la mirada puesta en Dios, nuestro Padre común (Charles de Foucauld, Opere spirituali, Milán 1960, pp. 84-86 [edición española: Obras espirituales, Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

 

Día 4

Martes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,10b-16

Hermanos: el Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

11 Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios.

12 En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado.

13 Y de esto es de lo que hablamos no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios.

14 El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.

15 Por el contrario, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no depende del juicio de nadie.

16 Porque ¿quién conoce el pensamiento del Señor para poder darle lecciones? Nosotros, sin embargo, poseemos el modo de pensar de Cristo.

 

**• Pablo, queriendo profundizar en su propio pensamiento, afirma que ninguna persona, contando sólo con sus propias fuerzas, puede conocer a Dios, ni tampoco el misterio de la salvación que quiere entregarnos a todos.

Todo es gracia, y sólo por gracia podemos participar nosotros en la salvación. Esto es posible porque tenemos la revelación del Padre; es más, por medio de Cristo podemos decir que conocemos en cierto modo hasta los secretos de Dios, y nuestro lenguaje, apoyado por el Espíritu Santo, consigue balbucear algo verdadero y auténtico de lo que se refiere a la vida de Dios. Ahora bien, nosotros hemos recibido también el Espíritu que viene de Dios, es decir, el don de Dios por excelencia, del que nos viene el don de la sabiduría. De este modo entramos en sintonía con el mensaje revelado; más aún, se establece una simpatía entre nosotros y todo lo que nos es comunicado. Quien no acoge este don no lo saborea a fondo y no puede comprender el misterio, los secretos de Dios, sino que queda escandalizado. Lo que debería ser sabiduría se convierte para ellos simplemente en locura.

Por último, nosotros poseemos también «el modo de pensar de Cristo» (v. 16), a saber, estamos iluminados por la luz del Evangelio sobre lo que complace a Dios simplemente porque es verdadero, justamente porque se ha realizado en Cristo Jesús: en su vida terrena y de modo señalado en su muerte y resurrección. Poseer el modo de pensar de Cristo es una expresión cargada de significado apocalíptico, es decir, revelador, y no debe ser entendida en una acepción básicamente ética.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño. 36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

**• El trayecto que separa Nazaret de Cafarnaún es relativamente corto y Jesús lo recorre con el solo objetivo de enseñar y curar. Éstos son, según Lucas, los dos modos con los que Jesús muestra la autoridad de la que está investido. La de Jesús es una palabra eficaz: realiza lo que significa. Los gestos de Jesús son terapéuticos: llevan consuelo y vida a todos los que los necesitan.

Las palabras y los gestos son el tejido conectivo de todo el Evangelio: Lucas lo afirma tanto en Lc 24,19 como en Hch 1,1. En el fragmento de hoy, que da testimonio del comienzo del ministerio público de Jesús, encontramos una confirmación más que evidente de lo que decimos. Jesús quiere ser escuchado y acogido por el hombre, por cada hombre, por todo el hombre: por eso habla a su corazón y, al mismo tiempo, cura su cuerpo. La eficacia de la Palabra de Jesús se traduce en una intervención de liberación: un pobre enfermo es liberado de un demonio inmundo. Comienza así el combate frontal entre Jesús y el demonio, algo necesario para que Jesús pueda manifestar a cada persona que él ha venido como salvador en el sentido más cabal del término, esto es, como el que redime del reino de Satanás y nos rescata para Dios y para su Reino.

Bueno será destacar, por último, dos efectos secundarios de la intervención de Jesús: de este modo suscita «asombro» (v. 36) en algunos y su fama se difunde por toda la comarca. Es posible que aquí se entienda por asombro el sentimiento de estupor y temor que le asalta a toda criatura frente a la manifestación del misterio del Dios tremendum et fascinans.

 

MEDITATIO

La primera lectura de esta liturgia de la Palabra suscita una pregunta: ¿qué significa en concreto la expresión «nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo»? Vale la pena que nos detengamos en la búsqueda del sentido profundo que, ciertamente, está escondido en esta frase paulina.

A la luz de la cita veterotestamentaria de Is 40,13 es cierto que nadie puede decir que conoce el pensamiento del Señor-Dios. Nos encontramos ante esa teología apofática -que prefiere callar antes que hablar- cultivada antes y también ahora sobre todo por los místicos y los contemplativos. Ahora bien, la referencia a Is 64,3 que encontramos en 2,9 nos hace saber que Dios ha preparado (esto es, revelado), para aquellos que le aman, cosas que el ojo humano nunca vio ni el oído humano oyó jamás. Así pues, por divina benevolencia, se ha hecho posible al hombre lo que es humanamente imposible.

De este modo se abre ante nosotros una nueva vía de conocimiento. Gracias a los dones divinos que caracterizan a los tiempos de Jesús, sobre todo gracias al don del Espíritu Santo, se desentraña ante nosotros un horizonte nuevo sobre el que podemos conocer lo que complace a Dios y reconocerlo con alegría interior.

Como hijos en el Hijo, como oyentes de la Palabra, como discípulos del Evangelio, podemos decir muy bien, como Pablo, que «poseemos el modo de pensar de Cristo »: no porque lo hayamos descubierto con nuestro ingenio, sino porque lo hemos acogido con alegría. Tras la estela de Is 55,9 quizás podamos decir que los pensamientos de Cristo no son nuestros pensamientos y que nuestros caminos no son sus caminos; sin embargo, apoyados sobre el fundamento de las palabras de Pablo, podemos alimentar certezas que conocen la solidez de la roca.

 

ORATIO

Señor Jesús, tus planes son inescrutables. Tomaste a un asesino como Pablo para difundir tu nombre, elegiste a un pescador como Pedro para hacerle jefe de tu Iglesia, recurriste a una adúltera para manifestar tu misericordia.

¡Oh Señor, tus caminos son misteriosos! Agustín sigue siendo un ejemplo de conversión para aquellos que están atormentados y encallados en el mal, Francisco, de libertino, se hizo promotor de la paz; Gorbachov, el comunista, se convirtió en tu instrumento para acabar con la guerra fría.

¡Oh Señor, tus gestos son locuras para la sabiduría humana! Asumes la debilidad de un niño para destruir a los poderosos; pones la otra mejilla a quien te golpea y perdonas a quien te ofende; mueres para dar a todos la vida y la salvación.

¡Oh Señor, eres justamente incomprensible! Sin embargo, a la luz del Espíritu también yo puedo reconocer en medio de mis muchas vicisitudes la presencia de tu amor y decir: todo es gracia.

 

CONTEMPLATIO

Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.

Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna.

Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros. Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías (Juan Eudes, Tratado sobre el admirable Corazón de Jesús, 1, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo» (1 Cor 2,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esta sencilla experiencia me proporcionó una alegría muy profunda, puesto que supe que Jesús me mostraba que aquel a quien amamos y adoramos en el Santísimo Sacramento es aquel a quien amamos y servimos en los más pobres entre los pobres.

Nuestra adoración al Santísimo Sacramento no tiene valor si descuidamos a Jesús, presente también en el último de nuestros hermanos, en el más pobre entre los pobres, en el más pecador entre los pecadores, en el más débil entre los débiles. A la mañana siguiente le conté todo a nuestra madre Teresa, la cual me confirmó que ésa era en verdad la experiencia de nuestro carisma.

Cualquier cosa que hagamos al último de estos hermanos suyos es como si se la hiciéramos a él, y nos recompensa por ello dos veces, aquí en la tierra y con la vida eterna en los cielos. Nuestra madre Teresa nos decía siempre: «Las nuestras son humildes palabras de amor dirigidas a los más pobres entre los pobres en la obra de Dios. No somos trabajadoras sociales, sino contemplativas que viven en el corazón del mundo (hermana Mary Nirmala Joshi, sucesora de la madre Teresa de Calcuta).

 

 

 

Día 5

Miércoles 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,1-9

1 Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente inmadura, como a niños en Cristo.

2 Os di a beber leche y no alimento sólido porque aún no podíais asimilarlo. Tampoco ahora podéis,

3 pues seguís siendo inmaduros. Mientras haya entre vosotros envidias y discordias, ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos?

4 Pues cuando uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo de Apolo», ¿no estáis procediendo demasiado a lo humano?

5 Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores por medio de los cuales llegasteis a la fe; cada uno, según el don que el Señor le concedió.

6 Yo planté y Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios.

7 Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta.

8 El que planta y el que riega forman un todo; cada uno, sin embargo, recibirá su recompensa conforme a su trabajo.

9 Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica.

 

**• La lectura comienza con una clara distinción entre «gente inmadura» y hombres que «poseen el Espíritu» (v. 1). La primera expresión, según Pablo, se refiere a personas abandonadas a sus propias fuerzas y guiadas por criterios humanos: gentes que podrían ser calificadas de personas «subdesarrolladas» desde el punto de vista espiritual, tal vez también como personas que no han experimentado todavía la plenitud de la vida. Los hombres que poseen el Espíritu son aquellos que, de una manera libre y consciente, han entrado en una nueva mentalidad, en un modo de vida que comparte la novedad de Cristo.

¿Cómo se manifiesta la inmadurez de algunos cristianos? En que se deleitan en crear facciones, en sembrar discordias y en esparcir envidias. Procediendo así, en vez de contribuir a edificar la comunidad, tienden a destruirla, y no sólo con los. pensamientos, que alimentan, sino también y sobre todo con las actitudes que asumen. Sin embargo, prosigue el apóstol, a todos les es posible vivir y comportarse como hombres que ¿poseen el Espíritu», con la condición de que comprendamos bien qué es Pablo y qué es Apolo: ministros (esto es, siervos), simples colaboradores de Dios.

La iniciativa de la salvación corresponde sólo al Señor, sólo a él le pertenecen el mérito y el honor. Por consiguiente, es preciso saber y reconocer" que el protagonista -más aún, el único verdadero realizador de la salvación- es Dios. Él es quien hace crecer lo que los siervos se han limitado a plantar y a regar. Es él quien salva a todos los que, mediante la escucha de la predicación, se abren al diálogo que lleva al descubrimiento de la verdad.

También es preciso respetar el orden jerárquico entre los agentes que colaboran en la obra de la salvación: Dios está siempre en primer lugar; después, todos los demás. Por su parte, Pablo está sinceramente dispuesto a ponerse en el último lugar.

 

Evangelio: Lucas 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús

38 salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le rogaron que la curase.

39 Entonces Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y la calentura desapareció. La mujer se levantó inmediatamente y se puso a servirles.

40 Al ponerse el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

41 Salían también de muchos los demonios gritando: -Tú eres el Hijo de Dios.

Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al hacerse de día, salió hacia un lugar solitario. La gente lo buscaba y, cuando lo encontraron, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos. 43 Él les dijo: -También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios, porque para esto he sido enviado.

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

**• Esta página evangélica presenta dos momentos muy distintos: por un lado, la curación de la suegra de Simón en el marco de otras curaciones (w. 38ss y 40ss); por otro, la autoconciencia de Jesús sobre su misión evangelizadora (v. 43). En cuanto al primer momento es oportuno poner de relieve que la curación habilita para el servicio: por lo general, a Lucas le gusta sacar a la luz este binomio. Es también obligado explicitar el hecho de que las curaciones de los enfermos, en cuanto liberación del demonio, se convierten en ocasión de auténticas profesiones de fe cristológica (véase aquí en el v. 41, y también en el fragmento precedente en el v. 34). Poco importa que sean los demonios quienes profesen esta fe (alguien los ha caracterizado también como «los teólogos de Jesús»).

En la segunda parte del fragmento evangélico, Lucas se convierte en testigo e intérprete de dos acontecimientos fundamentales: el hecho de la evangelización, como característica esencial del cristianismo, y la conciencia mesiánica de Jesús, que explota sobre todo en la necesidad que tiene de anunciar el Reino de Dios. Se trata de una necesidad providencial, porque está inscrita en el designio salvífico de Dios. Jesús, por su parte, no puede sustraerse a este deber concreto, porque ésa es su misión: «Porque para esto he sido enviado» (4,43; cf. también Le 10,16).

 

MEDITATIO

Evangelización y nueva evangelizarían (esta última expresión se repite ahora de manera pacífica en nuestro vocabulario) son términos bastante difundidos en nuestros días. Se habla también, de una manera bastante espontánea, de evangelización de las culturas o de inculturación de la fe. ¿Es posible clarificar estos términos a la luz de la página evangélica que hemos leído hoy? Parece ser que sí.

«Debo anunciar...»: en primer lugar, se requiere una sacudida que despierte la conciencia de todo cristiano a la ineludible tarea de ser testigo del Evangelio en todas las situaciones de la vida. También el Concilio Vaticano II ha subrayado y confirmado esta necesidad, y ha querido fundamentarla en el acontecimiento sacramental del bautismo. Podemos remitirnos al n. 10 de la Lumen gentium o al n. 3 de la Apostolicam actuositatem. «Debo anunciar la Buena Noticia de Dios»: parece indispensable recordar que el objeto de la evangelización no es la Iglesia, sino el Reino de Dios: este término ha de ser entendido no en un sentido puramente local, como si hubiera que entrar en un determinado lugar, dentro de un recinto bien establecido; hemos de entenderlo más bien en un sentido espiritual destinado a señalar, en primer lugar, la soberanía de Dios a la que estamos sometidos y la comunidad de salvación que camina hacia el Reino.

«Para esto he sido enviado»: es como decir que no hay evangelización sin misión. No es indispensable una misión apostólica; es suficiente con referirse -como hace el Concilio Vaticano II - al bautismo y a la vocación que hemos abrazado. De ellos nos viene no sólo el derecho a ser servidores de la Palabra aquí y ahora, sino que también recibimos las energías espirituales necesarias para tal misión.

 

ORATIO

Oh Señor, libérame de la envidia, que mina mi crecimiento y toda relación interpersonal. El fuerte deseo de tener lo que pertenece a los otros crea divisiones y rivalidades; libérame de los celos, definidos por Dryden como «ictericia del alma», sentimiento que desencadena frustración, cólera y rencor en quien dirige a otro la atención que desea tener para sí mismo, sentimiento que contamina la vida ajena y envenena la propia.

Concédeme, en cambio, la libertad que no teme las críticas ni quiere atraer las alabanzas, que conduce a la anchura de miras y está hecha de humildad, tolerancia e inteligencia, que está exenta de intereses egoístas y cree en la colaboración de cada uno contigo, único y verdadero artífice. Oh Señor, haz que tenga siempre ante mí tu divisa trinitaria: «Uno para todos».

 

CONTEMPLATIO

La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: «Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades», se aplican con toda verdad a ella misma. Y, por su parte, ella añade de buen grado, siguiendo a san Pablo: «Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!».

Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: «Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia»; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa. Vínculos recíprocos entre la Iglesia y la evangelización (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nosotros somos colaboradores de Dios» (1 Cor 3,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Según un cuento que aparece en el Talmud, Dios quería dar su Tora a los romanos, pero éstos no la quisieron, porque una ley que prohibía matar y vengarse era demasiado contraria a sus inclinaciones. Entonces Dios ofreció la Tora a los griegos, pero éstos no quisieron una ley que prohibía desear a las mujeres y cometer adulterio. Más tarde ofreció Dios la Tora a los persas, pero éstos nada quisieron saber de una ley que impone decir la verdad. Y así Dios tuvo que endosársela a los pobres judíos. Es un hecho que la conciencia de Israel no es una conciencia triunfalista. Saben que son los siervos de Dios; de él han recibido el don de la Tora, pero este don es un gravamen, es un compromiso.

El Concilio habla del carácter profético de los cristianos, de su carácter real y de su carácter sacerdotal, y este carácter, que todo cristiano posee y debe ejercer en servicio a los otros, es la condición de la comunicación que Dios ha hecho a su pueblo (P. Rossano, «Speranza e storia dal punto di vista bíblico », en E. Gandolfo [ed.], Speranza e storia: speranza cristiana e speranze del nostro tempo, Roma 1971, pp. 93ss).

 

 

 

Día 6

Jueves de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,18-23

Hermanos:,

18 Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio.

19 Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios. Pues dice la Escritura: Dios es quien atrapa a los sabios en su astucia.

20 Y también: El Señor conoce los pensamientos de los sabios y sabe que son vanos.

21 Por tanto, que nadie presuma de quienes no pasan de ser hombres. Porque todo es vuestro:

22 Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro.

23 Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.

 

**• Pablo retoma la reflexión sobre el binomio «sabiduría »/«necedad» y la completa con dos referencias veterotestamentarias: su atención se había concentrado en la necedad de la predicación (l,18.21) y en la necedad de la cruz (1,23), así como en la necedad de la fe (2,5). Ahora se dilata el discurso y se aplica a la vida cristiana como tal. En efecto, el «vivir en Cristo», en su conjunto, incluye el compromiso de asumir la novedad de vida que Cristo ha predicado y que anuncia su cruz, aun cuando esta opción parezca paradójica y escandalosa al mundo en que vivimos. En un segundo momento, Pablo perfecciona el discurso sobre la escala de valores y lo hace con una expresión enormemente rica y elocuente:

- «Todo es vuestro» (v. 22b): hemos de señalar que aquí no se hace referencia a Pablo, Apolo o Cefas, sino a todo creyente y a la comunidad de los mismos. El pensamiento de Pablo es claro e inequívoco: los primeros y últimos destinatarios del mensaje salvífico no son los ministros, sino todos los que acogen el mensaje de la predicación.

- «Pero vosotros sois de Cristo» (v. 23a): todos, vosotros y nosotros, pertenecemos, dice el apóstol, a Cristo mediante la fe. Esta conciencia la tuvieron ya los primeros cristianos cuando, en Antioquía de Siria, recibieron el nombre de cristianos (cf. Hch 11,26), y es algo que pertenece al depósito de la fe cristiana. Ser de Cristo significa tener una relación especial con él, en virtud de la llamada recibida, de la Palabra escuchada, del don de la gracia acogida.

- «Y Cristo es de Dios» (v. 23b): aquí encontramos reafirmado de nuevo el primado de Dios Padre, origen y fin de todo y de todos. De este modo dibuja el apóstol ante nosotros un itinerario teológico persuasivo y cautivador.

 

Evangelio: Lucas 5,1-11

En aquel tiempo,

1 estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genesaret y la gente se agolpaba para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.

4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y lo siguieron.

 

*•• En primer lugar, nos hace ver Lucas que la gente escuchaba «la Palabra de Dios» (v. 2). Esta expresión, que tiene un sabor casi técnico, nos remite al contexto eclesial para el que Lucas escribe su evangelio: se trata de una comunidad que vive su fe poniendo en el centro de ella precisamente «la Palabra de Dios», esto es, Jesús como Palabra de revelación y la predicación apostólica al mismo tiempo. Lucas pone asimismo de relieve que Jesús «se sentó y estuvo enseñando» (v. 3b): también esta nota nos lleva a considerar el relato evangélico como íntimamente ligado a la vida de la primitiva comunidad cristiana, en la que era normal y continuo el paso de la evangelización a la catequesis. «Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (v. 5b): Lucas quiere resaltar aquí la autoridad de la Palabra de Jesús; más aún, la suprema autoridad que ésta encarna. Sabemos, en efecto, que toda palabra que salía de la boca de Jesús estaba dotada -no sólo para los apóstoles, sino

también para la gente- de una particular autoridad: «¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder» (4,36).

«Dejaron todo y lo siguieron» (v. 11): esta expresión nos recuerda el radicalismo evangélico, que Lucas ilustrará también a través del relato de los Hechos de los Apóstoles, y también en diferentes momentos de la narración evangélica. En esta página quiere indicarnos Lucas que el seguimiento de Jesús implica un radicalismo no sólo en la opción personal, sino también en la decisión de separarse de todo lo que de un modo u otro pueda disminuir la fuerza de la adhesión a Jesús.

 

MEDITATIO

La vocación de los primeros discípulos, con el relieve dado a la figura de Simón Pedro, merece una ulterior atención. Parece, en efecto, que es posible señalar algunos pasajes que destacan este peculiar encuentro entre Jesús y Simón Pedro. No será difícil reconocer en ellos algunos rasgos de nuestra experiencia de vida cristiana.

En primer lugar, un paso de la decepción a la confianza: un experto pescador como Pedro sabe que después de ciertas noches de pesca no se puede esperar gran cosa. La experiencia constituye también para nosotros un punto de referencia seguro para nuestras elecciones y para ciertas decisiones. Sin embargo, Pedro da crédito a la Palabra de Jesús y se confía a su eficacia.

Del estupor al reconocimiento de su ser pecador: la conciencia de Pedro se ilumina en pleno día por el contacto vivo con Jesús, y no sólo por el milagro que ha tenido lugar. Es cierto que el milagro sacude la conciencia y la interpela de un modo drástico, pero la referencia principal y última se dirige a la persona de Jesús, frente al que Pedro reconoce que es un pobre pecador, como todos.

De pecador a pescador de hombres: Pedro advierte que Jesús ha entrado en su vida no sólo para atraerlo hacia sí, sino para ganar, a través de él, a otras personas para la novedad de la vida cristiana. Su profesión de pescador queda transformada de ahora en adelante.

Del dejarlo todo al seguimiento de Jesús: como leemos con frecuencia en el relato evangélico, toda vocación se califica no tanto por lo que se deja como por aquel al que uno se adhiere. También Pedro advirtió esta necesidad y no hizo trampas al tomar su decisión.

 

ORATIO

Oh Señor, me sedujiste y me dejé seducir. Yo buscaba algo significativo en medio de una vida fácil, pero sin brío, en medio del aburrimiento mortal de tantos días siempre iguales. Tu amor arcano y misterioso me atemorizaba y por eso he resistido durante varios años, hasta que una insatisfacción insoportable me ha plegado a tu irresistible seducción. Me has lanzado a una nueva forma de vida, manifestándome una misión que, desde ese mismo momento, ha sostenido toda mi vida, aun en medio de contradicciones paradójicas y situaciones difíciles, imposibles de vivir desde el punto de vista humano.

Seguirte supuso una maravillosa oportunidad para Pedro, para mí y para todos los que han sido llamados. En efecto, como afirma Victor Frankl, tener un «porqué en la vida permite hacer frente a cualquier cómo».

 

CONTEMPLATIO

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó a la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del Reino de los Cielos (Mt 16,19). Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los Cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos (Jn 20,22ss).

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tenía el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y si se dirige a Pedro con preferencia a los demás es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor (san Agustín, Sermón 295, l-2.4.7ss, en PL38, 1348-1351).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«No digo eso», replicó Francisco. «Pero me parece que es difícil aceptar la realidad. En verdad, nadie la acepta en bloque. Aspiramos siempre a añadir, en cierto modo, un palmo a nuestra estatura. Éste es el fin de casi todas nuestras acciones. Incluso cuando creemos trabajar por el Reino de Dios, no buscamos otra cosa que hacernos más grandes, hasta el día en que, derrotados, no nos queda más que esta única desmesurada realidad: Dios existe. Entonces descubrimos que sólo él es omnipotente, que sólo él es santo, que sólo él es bueno.

El hombre que acepta esta realidad y se complace en ella, encuentra la serenidad en su corazón. Dios existe y es todo. Pase lo que le pase, existe Dios y existe la luz de Dios. Basta con que Dios sea Dios. El hombre que acepta íntegramente a Dios se vuelve capaz de aceptarse a sí mismo. Se libera de toda voluntad particular. Ya nada estorba en él el juego divino de la creación. Su voluntad se ha vuelto más sencilla y, al mismo tiempo, extensa y profunda como el mundo. La sencilla y pura voluntad de Dios que abarca y acoge todo» (E. Leclerc, Sapienza d¡ un povero, Milán 1978, p. 145 [edición española: Sabiduría de un pobre, Marova, Madrid 1978]).

 

Día 7

Viernes 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 4,1-5

Hermanos:

1 Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

2 Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fíeles.

3 En cuanto a mí, bien poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo.

4 De nada me remuerde la conciencia, mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor.

5 Así pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor, él iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca.

 

*»• En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar -afirma Pablo-, somos «ministros de Cristo», esto es, servidores, siervos: nada más (v. la). Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: "Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (Le 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.

Somos también «administradores de los misterios de Dios» (y. Ib), esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles» (v. 2): el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor, pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (w. 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.

 

Evangelio: Lucas 5,33-39

En aquel tiempo,

33 los maestros de la Ley y los fariseos le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.

34 Jesús les contestó: -¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras el novio está con ellos?

35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.

36 Les puso también este ejemplo: -Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo, y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo.

37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán.

38 El vino nuevo se echa en odres nuevos.

39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».

 

*» De aquí en adelante la liturgia de la Palabra presenta tres páginas evangélicas que relatan tres polémicas mantenidas por Jesús con los discípulos de Juan el Bautista y con los fariseos: una tiene que ver con la práctica del ayuno y dos con la observancia del sábado.

Sabemos que la limosna, la oración y el ayuno constituyen tres compromisos inderogables para los discípulos de Cristo (cf. Mt 6,1-18), pero lo que importa a Jesús es el modo en que sus discípulos aceptan hacer limosna, orar y ayunar. También este pasaje evangélico confirma la importancia del espíritu con el que el ayuno puede y debe ser practicado. La alegoría matrimonial nos impulsa a considerar a Jesús como «el esposo» (w. 34ss), cuya presencia hoy no puede dejar de ser considerada motivo de alegría, y cuya ausencia mañana será, a buen seguro, motivo de tristeza. La espiritualidad cristiana no podrá separarse nunca de algunas expresiones personalísimas que pueden configurar una relación nuestra no sólo de hijos con su padre, sino también de esposa con esposo. Sabemos que ya desde el Antiguo Testamento se ha desarrollado ampliamente la alegoría matrimonial para iluminar tanto las relaciones de Israel con su Señor como las relaciones de todo creyente con su Dios.

No es difícil caer en la cuenta de que se distingue aquí con bastante claridad los tiempos de Jesús de los tiempos de la Iglesia (es ésta una perspectiva fuertemente lucana, como, por otra parte, han puesto de relieve no pocos exégetas). La Iglesia está representada por los invitados que participan de la alegría del esposo; sin embargo, en otras ocasiones está representada por la esposa o por el amigo del esposo, que está cerca de él y lo escucha (cf Jn 25,30).

 

MEDITATIO

Siempre es útil reflexionar sobre la novedad traída por Cristo y atestiguada por el Evangelio: novedad que el fragmento de Lucas que acabamos de meditar pone de manifiesto con las parábolas del traje nuevo y del vino nuevo. Señalemos, en primer lugar, el carácter paradójico con el que narra Lucas la primera parábola: en efecto, no habla simplemente de un pedazo de tela para ponerlo en un traje viejo, sino de la acción de alguien que «corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo». Está claro que Lucas quiere censurar la actitud de aquellos que, al rechazar la novedad del evangelio, acaban por estropear lo que es nuevo sin llevar a su consumación lo que es viejo.

«Nuevo» puede ser entendido en referencia al Antiguo Testamento: en este caso, el verdadero discípulo de Jesús desde los comienzos de su experiencia de fe intuye que la Palabra de Jesús llega como cumplimiento de las profecías y que su adhesión de fe a Jesús le pone en continuidad con todos aquellos que antes de Cristo ya se abrieron a la escucha de la Palabra de Dios y se dejaron guiar por los profetas. «Nuevo» puede ser entendido asimismo en referencia a los maestros alternativos que, con todos los medios posibles, hacían prosélitos también en tiempos de Jesús; en este caso, los apóstoles y los discípulos se encontraron en la necesidad de tomar decisiones drásticas {cf. Jn 6,60-69) para no dejarse hipnotizar por falsos maestros y por guías ciegos e hipócritas {cf. Mt 23,15-17). «Nuevo», por último, puede ser entendido igualmente en referencia a ciertas actitudes que caracterizaban la vida de los discípulos de Jesús antes de su encuentro con el maestro: en este caso, el discípulo de Jesús advierte el deber de dejar para tomar, de abandonar para recibir, de perder para encontrar.

 

ORATIO

Oh Señor, sácanos del surco de nuestros hábitos. La tarea principal de una persona que quiere madurar es, paradójicamente, la de alcanzar la inocencia de un niño. Oh Señor, dame una mente fresca, inocente, llena de porqués y, por eso mismo, abierta y capaz de conocimiento infinito.

«Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo.» Oh Señor, concédeme el sentido del buen gusto, que no me mantenga encerrado en lo «viejo», sino que, aun apreciándolo, sepa captar la novedad de tu gracia, dotada siempre de originalidad y elegancia espiritual. Los discípulos de Juan ayunan; los tuyos comen y beben. Oh Señor, concédeme ese sentido del equilibrio que no me liga a la fuerza a normas y prácticas ya superadas, sino que a través de intuiciones afortunadas me conduce a tomar decisiones espontáneas y adaptadas a todo tipo de situaciones.

 

CONTEMPLATIO

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras. Y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma (Pseudo-Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración, en PG 64, 462-466).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Fundamento mi comprensión del mundo, de los otros y de mí mismo en la figura simbólica del siervo de YHWH O, bien, en un amor que no puede ser arrebatado sino ofrecido. El siervo de YHWH, «el cordero de Dios», es exactamente lo contrario que el «chivo expiatorio», ese que todos están de acuerdo en excluir para preservar la unidad del grupo. En el cristianismo, por el contrario, el grupo ha sido fundado por una víctima que fue excluida por los otros, pero que, aceptando ser excluida, denunció y puso al desnudo el sistema del «chivo expiatorio». Con la lógica simbólica de la víctima conforme, la cruz queda sustraída a una interpretación puramente punitiva, en términos de retribución (la sangre derramada a cambio de la Salvación), un hecho al que Job ya había puesto término con su propio sufrimiento. El extraordinario poder de Jesús reside en un sacrificio consentido que va a destruir de manera definitiva todo el sistema que se fundamenta en la víctima. Eso es lo que subraya san Juan cuando hace decir a Jesús: «Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia voluntad» (P. Ricoeur, entrevista aparecida en el diario Awen/re el 8 de septiembre de 1999).

 

Día 8

 

Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre)

 

La fiesta del nacimiento de María se remonta al siglo V, momento en el que se edificó una iglesia en Jerusalén, en el lugar donde los apócrifos imaginaban que había estado la casa de Joaquín y Ana, padres de la madre de Jesús.

Las razones de la elección del día 8 de septiembre no nos son conocidas (la fijación de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nueve meses antes, en el calendario litúrgico, es tardía).

La Iglesia oriental solemniza la natividad de María como inicio del año litúrgico; las primeras celebraciones en Occidente (a partir de Roma) aparecen en el siglo VII.

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 8,28-30

Hermanos:

28 Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios.

29 Porque a los que conoció de antemano, los destinó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos.

30 Y a los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación, les comunicó su gloria.

 

*+• Esta perícopa constituye un fruto de la maduración de una fe asimilada por el mismo autor de la Carta a los Romanos: el apóstol Pablo; y presenta además la preocupación por la difusión de este mensaje a fin de que sea cada vez mayor el número de los destinatarios que lo reciban, se convenzan de él y se sirvan del mismo.

El marco del escultural pasaje es trinitario: el Espíritu acompaña y enseña (vv. 26ss), Cristo consolida la comunión en el amor (vv. 31-39), Dios Padre mantiene el proyecto eterno de manifestar su propia paternidad divina a través de la entrega a los hombres de la filiación y de la fraternidad con Cristo, primogénito de muchos hermanos.

El centro del mensaje paulino está en un anuncio de fe: hay un nacimiento como don del amor de Dios, un acompañamiento de la vida nueva, una consumación en la participación de la gloria.

 

Evangelio: Mateo 1,1-16.18-23

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed;

Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel;

Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros).

 

»*• El exordio del evangelio según Mateo representa una especie de consulta del registro civil sobre Jesús: es como una letanía de nacimientos. Más o menos, todos los antepasados han sido protagonistas en una etapa de la historia; en el nacimiento y en la vida de muchos de ellos resultó determinante la intervención del Señor.

Al final de la lista, el evangelista -discípulo de Cristo sumiso a la cultura judía- sitúa a José, esposo de María, «de la cual nació Jesús, llamado Mesías» (v. 16). José no tuvo ninguna presencia, sino sólo proximidad y contigüidad, en el acontecimiento de la encarnación, revelado como misterio matrimonial entre la Virgen y el Espíritu Santo. También José recibió este anuncio. También él fue madurando en la fe la comprensión del nacimiento de aquel que fue engendrado en María, su esposa, por el Espíritu Santo y estaba destinado a salvar al pueblo de sus pecados (v. 21). También él secundó la Palabra divina, obediente, silencioso, activo.

 

MEDITATIO

La meditación en la fiesta del nacimiento de María se enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.

Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia del nacimiento.

Semejante observación podría parecer una obviedad; sin embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.

El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas (el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.

 

ORATIO

Santa María, hija del Dios de la vida, criatura nacida en medio de la alegría, arca de la gracia plasmada por el Espíritu, salve. Madre del Viviente, canta aún por nosotros la alabanza al Todopoderoso y guía la gratitud por toda vida que nace y madura junto a nosotros.

Mujer destinada por adelantado a la existencia para abrir la vida al Hijo del hombre, el vencedor de la muerte con su resurrección, acompáñanos en el camino y en las pausas de la vida. Virgen solitaria, presencia amorosa y servicial en nuestra historia, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien fueron hechos el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne, sin perder la divinidad.

Hasta la Palabra se junta y une con la carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el mismo esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja virgen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad. ¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente interrogar así a una virgen y pulsar inoportunamente con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que ella, llena de rubor, me responde y me alecciona: ¿Me preguntas de dónde me ha venido todo esto?

Me ruborizo al responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te dé la respuesta». Dime, ángel, ¿de dónde le ha venido eso a María? Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Le 1,28).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta antífona litúrgica: «María, virgen madre de Dios, bendita y digna de toda alabanza, nosotros celebramos tu nacimiento: ruega por nosotros al Señor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín, tu marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno.

Y Joaquín salió y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el consejo de los ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.

Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones, porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día. [...]

Y los meses de Ana se cumplieron y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y,  transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y la llamó María.

Y cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que torne cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el gran sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti/ hasta el último día, el Señor hará ver la redención por El concedida a los hijos de Israel (Protoevangelio de Santiago IV, 2-4; V, 2; Vil, 2).

 

Día 9

23° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 35,4-7a

4 Decid a los cobardes: «¡Animo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros».

5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán,

6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa;

7 el páramo se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial.

 

**• Al juicio de Dios sobre los pueblos enemigos de Israel (Is 34) le sirve de contrapaso la gloria del pueblo elegido (Is 35). La prosperidad y la fecundidad de Israel, fruto de la radical transformación llevada a cabo por la intervención divina, celebran la magnificencia y el poder de YHWH. Los que han sufrido las atrocidades de la opresión enemiga reciben el anuncio de una palabra de consuelo, una palabra que les invita a tener ánimo porque Dios intervendrá en su ayuda. La venida de Dios castiga a los culpables y premia a los inocentes, según la ley del talión.

La salvación divina aparece descrita, sobre la base de la doctrina de la retribución temporal, como una curación completa de las enfermedades físicas: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos brincan, los mudos cantan (vv. 5-6a). También la naturaleza recibe una nueva vitalidad: el desierto y la estepa reciben un riego abundante, la tierra árida se vuelve rica en manantiales (vv. 6b-7a).

Los profetas contemplan esa perspectiva ideal para expresar el cumplimiento de la expectativa mesiánica.

El Mesías que ha de venir inaugurará unos tiempos en los que no habrá más sufrimiento y hasta la muerte será destruida {cf Is 25,7ss). Jesús asumirá los signos de la curación radical del hombre, para introducir a sus oyentes en la comprensión de la verdad de su persona y de su misión {cf Mt 11,2-6).

 

Segunda lectura: Santiago 2,1-5

1 Hermanos míos, no mezcléis con favoritismos la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo, Señor de la gloria.

2 Supongamos que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y espléndidamente vestido y entra también un pobre con traje raído. 3 Si os fijáis en el que va espléndidamente vestido y le decís: «Siéntate cómodamente aquí», y al pobre le decís: «Quédate ahí de pie o siéntate en el suelo, a mis pies»,

4 ¿no estáis actuando con parcialidad y os estáis convirtiendo en jueces que actúan con criterios perversos?

5 Escuchad, mis queridos hermanos, ¿no eligió Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?

 

** Santiago pide a los cristianos que no contradigan la fe profesada con un comportamiento incoherente. Interpelando directamente a los destinatarios de la carta, les invita a no caer en la práctica de favoritismos basándose en la riqueza: atenciones con los ricos, ninguna consideración con los pobres (v. 3). Quien muestra semejante actitud demuestra no creer en Jesucristo, Señor de la gloria (v. 1); son otros sus «señores»: el primero de todos la riqueza. Ésta es la primera asechanza, contra la cual no se cansaron de lanzar invectivas los profetas {cf. Am 6,1-7; Is 5,8-12; Miq2,lss), sintetizadas por Jesús en esta advertencia categórica: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

A Jesús se le llama aquí «Señor de la gloria» porque su cuerpo, después de la resurrección, es un cuerpo glorificado y también porque es la revelación de la gloria del Padre. La gloria, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, se ha hecho carne en Jesús, se ha hecho visible {cf. Jn 1,14). Practicar discriminaciones significa no reconocer esta manifestación de Dios y no acoger la consiguiente revelación de que todos los hombres, criaturas suyas, son iguales. Esto es algo particularmente grave, dado que tiene lugar con ocasión de las celebraciones litúrgicas (v. 2), o sea, precisamente cuando más evidente tenía que ser la identidad cristiana de la comunidad, en su unidad con Dios y entre los miembros que la componen. Los cristianos que practican el favoritismo demuestran que siguen teniendo una mentalidad mundana, alejada de la que se configura con el modo de obrar de Dios, y por eso no es auténtico el culto que le tributan {cf Sant 1,27).

Dios escoge a los pobres y le da la vuelta a su condición, enriqueciéndoles con la fe en este mundo y dándoles después la vida eterna (v. 5). A lo largo de toda la revelación, aparece de manera constante la preferencia de Dios por los pobres, o sea, por esos que, sin buscar la seguridad en el poder o en los bienes terrenos, cuentan sólo con él; por esos que, indefensos y despreciados, «le aman» (v. 5b), es decir, viven con él en un clima de confianza, de confidencia, de agradecimiento.

 

Evangelio: Marcos 7,31-37

En aquel tiempo,

31 dejó Jesús el territorio de Tiro y marchó de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

32 Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaron que le impusiera la mano.

33 Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva.

34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: -Eííalha (que significa: ábrete).

35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

36 Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban.

37 Y en el colmo de la admiración decían: -Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

 

**• La sección del evangelio en la que se encuentra el fragmento litúrgico de hoy está atravesada por el tema de la incomprensión de que es objeto la persona de Jesús.

El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales, que le permitirán escuchar la Palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. El hombre que recibe el milagro es un pagano que ha sido llevado a Jesús mientras este último atravesaba el territorio de la Decápolis (v. 31), situado al este del lago de Tiberíades, hasta donde había llegado la fama del Maestro como taumaturgo.

El relato de esta curación es propio del evangelio de Marcos. No se alude a la fe del que recibe el milagro ni del que le acompaña (v. 32): es la totalidad de la persona del hombre la que se abre a la fe y al reconocimiento de quien le cura. Jesús obra el milagro apartándolo de la gente (v. 33) y ordenando guardar silencio sobre lo ocurrido (v. 36): la consigna del «secreto mesiánico» recibe aquí un énfasis particular. El anuncio del Evangelio y la adhesión de fe deben ser los únicos «signos» inequívocos de la inauguración de los tiempos mesiánicos.

El milagro va acompañado de una gran riqueza de gestos: la introducción de los dedos en los oídos, el contacto con la saliva (elemento considerado como medicamentoso en la antigüedad), el suspiro, la palabra transmitida por el evangelista en arameo (vv. 33ss). Algunos de estos gestos se han conservado en el rito del bautismo.

En virtud de la enorme admiración provocada por el milagro (v. 37), la muchedumbre no guarda la consigna del silencio (v. 36). La admiración está expresada con una afirmación que recuerda los relatos de la creación y de la liberación de la esclavitud. «Todo lo ha hecho bien» (v. 37a) remite a la expresión del libro del Génesis según la cual Dios vio que eran buenas todas las cosas creadas (cf. Gn 1). «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (v. 37b) y, por consiguiente, cumple la promesa del rescate de la esclavitud de Babilonia y del retorno a la patria anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 35,1-10). Jesús, por tanto, lleva a cabo una nueva creación y la salvación definitiva.

 

MEDITATIO

La muchedumbre, que iba a Jesús con el peso de sus propias enfermedades y con la confianza en su curación, nos sirve de espejo. Nos vemos a nosotros mismos en estos rostros: nosotros, como ellos, estamos dispuestos a acudir allí donde se intuye como posible la solución práctica de nuestros problemas contingentes, y mejor si resulta barato... Nos escapa el sentido profundo de la curación que da Jesús. Tal vez porque no sentimos necesidad de ninguna otra cosa.

La Palabra de Dios que hemos oído hoy nos brinda la ocasión de volver a descubrir la alegría de haber sido bautizados: el bautismo, mucho más que una curación total, es un nuevo nacimiento que nos abre una vida nueva.

Ser bautizado comporta un estilo de vida radicalmente renovado, en el que nuestros mismos sentidos captan la realidad en su densidad profunda y en el que las acciones, consecuentemente, expresan una lógica diferente de la que supone el egocentrismo. El bautizado es la persona cuyos ojos se abren a la belleza de la creación, cuyos oídos se abren a la Palabra de la misericordia y de la salvación, cuyos brazos se abren para abrazar a todo hombre y a toda mujer, sin discriminaciones de ningún tipo, puesto que ha reconocido en Dios al creador y al salvador de todos.

 

ORATIO

Gloria a ti, Señor, que haces todas las cosas buenas y hermosas. Gloria a ti, que cuidas de todo lo que has creado y das a cada ser la posibilidad de conocer tu belleza y tu bondad.

Haz que nos sacudamos el torpor de la mediocridad y, prolongando los límites de nuestros deseos, exclusivamente terrenos y materiales, nos atrevamos a probar tu don: la salvación, que es tu misma presencia vivificante.

Haz que descubramos cómo los bienes que nos das se multiplican al compartirlos, sobre todo con quienes se encuentran en condiciones de indigencia.

Enséñanos que la gratuidad es la verdadera liberación, la verdadera curación de nuestros males. Concédenos el coraje de pasar por esta experiencia. Tal vez entonces comprenderemos mejor que tú eres el Salvador y que nosotros, los bautizados, vivimos la nueva vida que nos has dado.

 

CONTEMPLATIO

El sordomudo que fue curado de manera admirable por el Señor simboliza a todos aquellos hombres que, por gracia divina, merecen ser liberados del pecado provocado por el engaño del diablo. En efecto, el hombre se volvió sordo a la escucha de la Palabra de vida después de que, hinchado de soberbia, escuchó las palabras mortales de la serpiente dirigidas contra Dios; se volvió mudo para el canto de las alabanzas del Creador desde que se preció de hablar con el seductor.

Dado que el sordomudo no podía ni reconocer ni orar al Salvador, sus amigos le condujeron al Señor y le suplicaron por su salvación. Así debemos conducirnos en la curación espiritual: si alguien no puede ser convertido por la obra de los hombres para la escucha y la profesión de la verdad, que sea llevado ante la presencia de la piedad divina y se pida la ayuda de la mano divina para salvarle. No se retrasa la misericordia del médico celestial si no vacila ni disminuye la intensa súplica de los que oran (Beda el Venerable, Omelie sul vangelo, Roma 1990, pp. 316ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo has hecho bien, Señor Jesús» {cf. Me 7,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los 'am ha'aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él» (J. Dobraczynski, Lettere di Nicodemo, Brescia 41981 [edición española: Cartas de Nicodemo, Editorial Herder, Barcelona 1977]).

 

Día 10

Lunes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 5,1-8

Hermanos:

1 Es cosa pública entre vosotros un caso de lujuria de tal gravedad que ni siquiera entre los no cristianos suele darse, pues uno de vosotros vive con su madrastra como si fuera su mujer.

2 Y vosotros estáis tan orgullosos, cuando deberíais vestir luto y excluir de entre vosotros al que ha cometido tal acción.

3 Pues yo, por mi parte, aunque estoy corporalmente ausente, me siento presente en espíritu y, como tal, he juzgado ya al que así se comporta.

4 Reunido en espíritu con vosotros, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo,

5 he decidido entregar ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora, él se salva el día en que el Señor se manifieste.

6 La cosa no es como para presumir. ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?

7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado.

8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

 

La primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto puede ser considerada como un conjunto de respuestas a otros tantos problemas presentados al apóstol por aquella comunidad. Más aún, todo bien considerado, la respuesta no es múltiple, sino única: Pablo, en efecto, se remonta espontáneamente desde las diferentes problemáticas de la vida eclesial de Corinto al centro de la fe cristiana: el misterio pascual de Jesús.

En el caso que nos ocupa aquí, se trata de un caso de inmoralidad que aflige a la comunidad de Corinto: el asunto es extremadamente grave y no puede ser silenciado. Pero lo que más sorprende es el hecho de que, en vez de acumular prohibiciones o recomendaciones más o menos paternalistas, Pablo se remite al acontecimiento pascual, que, así como ha caracterizado la vida de

Cristo, debe caracterizar también la vida de todo cristiano y la vida de cualquier comunidad cristiana auténtica: «Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva» (v. 7).

La imagen se deja interpretar más bien con facilidad: tenemos delante el binomio «viejo» / «nuevo», y con él pretende Pablo remover no sólo una especie de pereza espiritual, sino también y sobre todo una adhesión estática y nostálgica a lo que con la venida de Cristo ha sido definitivamente superado. La comunidad de Corinto está amenazada, pues, con permanecer asentada en las posiciones de siempre, perdiendo el ritmo de marcha inaugurado por la presencia de Jesús. «... pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta» (w. 7b-8): ésta es la motivación pascual ofrecida por Pablo a una comunidad que debe vivir su propia fe en términos de gloriosa novedad, a fin de celebrar la fiesta superando toda referencia pasiva y servil a un pasado que ha encontrado ahora su plena realización.

 

Evangelio: Lucas 6,6-11

6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha.

7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado, y tener así un motivo para acusarle.

8 Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: -Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se puso de pie.

9 Jesús les dijo: -Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Y, mirándolos a todos, dijo al hombre: -Extiende tu mano. Él lo hizo, y su mano quedó restablecida.

11 Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer contra Jesús.

 

**• La atención de Lucas vuelve sobre la polémica en torno al sábado; sin embargo, esta vez toma como ocasión una intervención taumatúrgica de Jesús a favor de un hombre que tenía la mano atrofiada y al que el Nazareno le ha restituido una saltad perfecta. La acción milagrosa desencadena el espíritu critico de sus adversarios, como antes había sucedido ya con respecto a la actitud de los discípulos de Jesús, que habían cogido y comido espigas de trigo en día de sábado. El contraste es aún más fuerte, pues una determinada mentalidad farisea hubiera deseado no sólo inmovilizar a los discípulos de Jesús, sino también bloquear la capacidad taumatúrgica del Maestro. Es absurda e inaceptable esta pretensión de los fariseos y de los maestros de la Ley, cuya presencia crítica y maldad de pensamiento señala Jesús. Éste lee en el corazón del hombre: tanto en el de quienes le escuchan y le siguen como en el de quienes le espían y quisieran sorprenderle en un fallo.

Una vez realizada la acción taumatúrgica, Jesús se enfrenta a sus adversarios no tanto en el terreno de lo que es lícito hacer en día de sábado como en este otro: «¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?» (v. 9). La certeza que anima a Jesús es tal que no espera la respuesta de sus adversarios: la da por descontado, y lo mismo haríamos nosotros si nos atenemos con fidelidad a las indicaciones de su magisterio. Es inútil recordar que lo que Jesús ha hecho y ha dicho desencadena en sus adversarios tal rabia que se juran a sí mismos condenarlo a muerte. Antes de matarlo físicamente lo condenan a muerte espiritualmente: en la raíz de esto encontramos siempre la intolerancia y la violencia.

 

MEDITATIO

Todo creyente -más aún, toda persona- advierte la necesidad de ver con claridad en el gran tema de la libertad humana. Hay interrogantes que no podemos eludir: ¿qué valor tienen las leyes? ¿Hasta qué punto nos urge la misma Ley de Dios? Y, a continuación: ¿son propiamente iguales todas las leyes? ¿Existe un cierto espacio para una interpretación liberadora? ¿Cómo compaginar en la vida diaria la autoridad con la libertad, la norma escrita con la autodeterminación? Las páginas evangélicas dedicadas al sábado nos ofrecen algunos haces de luz.

La Ley -toda ley- debe ser considerada como don de Dios a su pueblo, tanto al antiguo como al nuevo, incluso a todo hombre y mujer que quiera prestar un oído activo a la Palabra portadora de la verdad. Si conseguimos considerar la Ley, toda ley de Dios, como don, entonces se abre ante nosotros un camino que hemos de recorrer con la libertad más genuina y auténtica. La Ley, toda ley, se nos ofrece como luz para nuestros pasos, como lámpara que ilumina nuestro camino. En consecuencia, es preciso confesar nuestra necesidad de disponer de una luz capaz de iluminar incluso los pliegues más íntimos de nuestro corazón, capaz de hacer luz en los ángulos más oscuros de nuestra vida, capaz de orientar nuestras decisiones en el acontecer de la historia.

La Ley, toda ley, se nos ofrece como pedagogo, es decir, como institución capaz de educarnos en el ejercicio de la libertad: la psicológica, con la que afirmamos nuestra dignidad frente a toda posible reducción a instrumento, y la evangélica, con la que reconocemos el primado de Dios y la prioridad de Cristo en cada una de nuestras decisiones.

 

ORATIO

Señor Jesús, ¡qué alivio me supone verte obrar con valor siguiendo la nueva ley del amor, a pesar de estar seguro de que tus adversarios habrían de reaccionar de manera negativa! ¡Qué alegría ver tu seguridad, sostenida sólo por tu amor liberador, en contraste con la mezquindad de los fariseos, dirigida sólo a mostrar su impecable observancia! ¡Qué luz supone percibir una nueva Ley respetuosa de la libertad, una autoridad atenta únicamente a la promoción de la libertad de los otros! ¡Qué consuelo oír a Pablo agitar a la comunidad de Corinto para que sustituya la levadura vieja por ázimos nuevos de sinceridad y de verdad!

Oh Señor, libéranos de la ceguera de los fariseos, que por amor a la Ley llegaron a matarte y, para defender sus tradiciones, no tenían escrúpulos a la hora de pisotear al prójimo.

 

CONTEMPLATIO

Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.

Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos. La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.

Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra (Melitón de Sardes, Homilía sobre la pascua, 2.7, 100-103).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado» (1 Cor 5,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia -a saber, el conjunto de los cristianos- está llamada a valorar desapasionadamente las situaciones y a rechazar cuanto sofoca al hombre, su dignidad, sus valores. Rechaza, por consiguiente, todo materialismo que pretendiera inspirar un mundo nuevo, aunque sabe reconocer, no obstante, sobre todo en la masa de los hombres que esperan y preparan este mundo nuevo, los auténticos valores que son el reconocimiento del hombre, la solidaridad, el compromiso y el sacrificio. Por otra parte, mientras reconoce y alienta toda auténtica libertad, no deja de poner en guardia, a pesar de todo, contra los peligros de una búsqueda despreocupada, que acaba siempre en beneficio de un número limitado de personas, las cuales subordinan e instrumentalizan prácticamente para sus propios fines a la gran masa, exteriormente libre, pero sustancialmente condicionada y dominada en todos los aspectos de la vida.

La Iglesia se encuentra así -para repetir una definición de Pablo VI- como «conciencia crítica de la humanidad». Por tanto, deberá señalar valerosamente en cada situación las injusticias que deben ser eliminadas y sugerir soluciones más humanas, sintiéndose solidaria con quienes luchan en favor de una mayor justicia para sí mismos y para los hermanos (L. Bettazzi, La Chiesa fra gl¡ uomini, Roma 1972, pp. 27ss [edición catalana: i'Església entre els homes, Publicacions de l'Abadia de Montserrat, Barcelona 1974]).

 

 

Día 11

Martes 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 6,1-11

Hermanos:

1 Cuando alguno de vosotros tiene un litigio con otro hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto a un tribunal no cristiano, en lugar de resolverlo entre creyentes?

2 ¿Acaso no sabéis que son los creyentes quienes juzgarán al mundo? Pues si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿no vais a ser competentes para juzgar causas más pequeñas?

3 ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¡Pues mucho más las cosas de esta vida!

4 Y, sin embargo, cuando tenéis que recurrir a los tribunales para las cosas de esta vida, elegís como jueces a quienes nada cuentan en la Iglesia.

5 Para vergüenza vuestra os lo digo. ¿Es que no hay entre vosotros algún entendido capaz de ser juez entre sus hermanos?

6 ¡Pleiteáis hermano contra hermano, y lo hacéis ante jueces no cristianos!

7 Ya es triste cosa para vosotros andar pleiteando unos contra otros. ¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?

8 ¡Pero no! Sois vosotros los que injuriáis y despojáis, y para colmo, a los hermanos.

9 ¿O es que no sabéis que los malvados no tendrán parte en el Reino de Dios? No os engañéis: ni los lujuriosos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales,

10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores tendrán parte en el Reino de Dios.

11 Y esto es lo que erais algunos de vosotros, pero habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios.

 

*+• De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad.

Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención. El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (w. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.

A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (w. 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de arbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.

Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.

 

Evangelio: Lucas 6,12-19

12 Por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos y llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

17 Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,

18 que habían venido para escucharlo y para que los curara de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,

19 y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

 

**• Siguiendo una indicación que le resulta entrañable, refiere Lucas que Jesús se retira a la montaña para orar y se pasa allí toda la noche (v. 12). Aunque la relación entre la oración de Jesús y la elección de los Doce no aparece de manera explícita, a la luz de la fe es más que legítimo establecer una relación íntima entre la seriedad de la acción que Jesús va a realizar y su actitud orante frente al Padre. La elección de los Doce está emparejada a una llamada: «Llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13). La vocación y la misión son inseparables entre sí: en caso contrario, la misión, en vez de equivaler al ministerio, se reduce a ser un oficio. Por otra parte, la vocación, sin el atraque en la misión, sería una acción incompleta.

«A quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13b): da la impresión de que Lucas cae aquí en un anacronismo, puesto que, a lo que parece, apóstol es un término típicamente pascual. Pero conocemos muchos de estos flash-back llevados a cabo no sólo por Lucas, sino también por Juan. Esto no supone ningún problema para nosotros; es más, nos alegra ver la luz pascual proyectada sobre el tiempo del ministerio público de Jesús, como para decir que esa misma luz se proyecta de hecho en nuestra vida y en nuestra historia. Por último, la relación de Jesús con la muchedumbre se caracteriza, una vez más, de un doble modo: la gente viene para escuchar a Jesús y para ser curada de sus enfermedades (v. 18). En ambos casos se trata, para Lucas, de una «fuerza» que da autoridad a su enseñanza y eficacia a sus acciones taumatúrgicas.

 

MEDITATIO

Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy, parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia.

Como es sabido, ésta es una de las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad. Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.

El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia, sino, antes aún, su salvador: la Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su ministerio público (cf. Mt 10,lss) le corresponde otra más importante después de la resurrección (cf. Mt 28,16-20).

Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de nuestra fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es objeto de nuestro testimonio.

 

ORATIO

Oh Señor, es propio del hombre discreto hacer brotar modos de comportamiento cada vez más honestos, unidos a la progresiva transparencia de la vida: concédeme envejecer así. Es propio del hombre discreto poseer calma en su juicio, lo que le hace imparcial en todo y le libera de toda corrupción: concédeme relacionarme así. Es propio del hombre discreto tener un respeto profundo por los otros, así como la capacidad de abrirse a los juicios ajenos: concédeme alegrarme así. Es propio del hombre discreto valorar la vida con todas sus sombras y todas sus luces: concédeme crecer así. Es propio del hombre discreto favorecer el crecimiento de la persona sin retorsiones, castigos inútiles, prejuicios y cierres: concédeme obrar así.

Oh Señor, concédeme la discreción, esa ciencia práctica de la vida y de la fe que me hace libre desde el punto de vista emocional, capaz de discernimiento y justo en el juicio para señalar a todos el camino hacia el bien.

 

CONTEMPLATIO

Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.

Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente: nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno, es el Señor.

Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».

Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna (san Columbano, Instrucción 13 sobre Cristo fuente de vida, 2ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo» (1 Cor 6,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

-¿Tienes una buena noticia para darme y me haces suspirar tanto por ella?

-¿Yo una buena noticia? Tengo el infierno en el corazón, ¿y tendré una buena noticia para ti? Dime, si lo sabes, cuál es esa buena noticia que esperas a través de mí.

-Que Dios ha tocado tu corazón y quiere hacerte suyo, respondió con calma el cardenal.

-¡Dios! ¡Dios! ¡Si lo viera! ¡Si pudiera sentirlo! ¿Dónde está ese Dios?

-¿Tú me lo preguntas? ¿Tú? ¿Y quién lo tiene más cerca que tú? ¿No lo sientes en el corazón, no sientes que lo oprime, que lo agita, que no te deja estar, y, al mismo tiempo, te atrae, te hace presentir una esperanza de quietud, de consuelo, de un consuelo que será pleno, inmenso, en cuanto lo reconozcas, lo confieses, lo implores?

-¡Es cierto! Tengo algo aquí que me oprime, que me corroe. Pero ese Dios, si es que existe, si es lo que dicen, ¿qué quiere hacer de mí? [...].

-¿Qué puede hacer Dios contigo? ¿Perdonarte? ¿Salvarte? ¿Llevar a cabo en ti la obra de la redención? ¿No son cosas magníficas y dignas de él? Piensa. Si yo que soy un hominicaco, un miserable, y estoy lleno de mí mismo, si yo, tal cual soy, me atormento ahora de este modo por tu salud, que por ella daría con gozo (él me es testigo) estos pocos días que me quedan, ¡piensa! ¡cuánta, cómo debe de ser la caridad de aquel que me infunde ésta tan imperfecta, pero tan viva! ¡Cómo te ama, cómo te quiere! ¡Cómo debe de ser el que me manda y me inspira con un amor por ti que me devora! (A. Manzoni, I promessi sposi, diálogo entre Federico Borromeo y el Anónimo [edición española: Los novios, Círculo de Lectores, Barcelona 1997]).

 

Día 12

Miércoles 23ª semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 7,25-31

Hermanos:

25 Acerca de las personas solteras, no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, mi consejo como quien, por la misericordia del Señor, es digno de crédito.

26 Sigo creyendo, en efecto, que, debido al momento excepcional que vivimos, es bueno que el hombre permanezca como está.

27 ¿Estás casado? No busques la separación. ¿Eres soltero? No busques mujer.

28 Aunque si te casas, no pecas, y tampoco peca la doncella si se casa. Quisiera, sin embargo, ahorraros las tribulaciones temporales que éstos sufrirán.

29 Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;

30 los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran;

31 los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar.

 

**• Pablo recuerda a las personas solteras una verdad fundamental y les dirige algunas exhortaciones. La verdad es ésta: «el tiempo se acaba» (y. 29). La expresión griega deberíamos traducirla así al pie de la letra: «El tiempo ha plegado las velas», una imagen bastante expresiva y que alude al arte náutico. El pensamiento del apóstol parece ser este: sea cual sea el lapso de tiempo que discurra entre hoy y la parusía, es decir, el retorno glorioso del Señor, el mundo futuro está ya presente en cualquier caso, en medio de nosotros gracias al poder del Señor; mediante la muerte y resurrección de Jesús, Dios ha inaugurado ya en nosotros y entre nosotros la novedad de su Reino. A esta luz, la vida célibe, elegida libre y alegremente por el Reino (cf. Mt 19,12), lejos de ser un desprecio por el matrimonio, constituye un signo escatológico que tiende a orientar nuestra espera y la ajena hacia la alegría última. Las exhortaciones son la consecuencia lógica de la verdad anunciada.

En primer lugar, es preciso vivir la espiritualidad del «como si» (w. 29-31): la linealidad del pensamiento paulino no necesita ulteriores comentarios. Viene, a continuación, la lógica de «lo que es mejor» (cf. 7,9: «Es  mejor casarse que abrasarse»; 7,38.40: «El que da a su hija en matrimonio hace bien, y el que no la da hará todavía mejor»). Está claro que Pablo pretende proponer a nuestra libertad aquello que, por su experiencia personal y por el amor que le une indisolublemente a Cristo, está convencido de que es lo mejor para desear y para llevar a cabo.

En segundo lugar -aunque sólo se trata de un consejo personal y no de un mandato recibido del Señor-, aconseja Pablo que cuando alguien acceda a la fe en Cristo continúe viviendo, como casado o como célibe virgen, en la situación en la que se encontraba antes. Pero lo que más cuenta -y en esto se basa la enseñanza de Pablo tanto para los casados como para los célibes- vírgenes- es la conciencia de que todos hemos «sido comprados a buen precio» (7,23), como es obvio, por Cristo Jesús, mediante su muerte y resurrección. Es siempre el misterio pascual el que proyecta luz sobre nuestra vida.

 

Evangelio: Lucas 6,20-26

En aquel tiempo,

20 Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

22 Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.

24 En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

25 ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!

26 ¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!

 

*•• Comienza aquí -y continúa hasta Lc 8,3- la llamada «pequeña inserción» de Lucas respecto a Marcos, su fuente. Lucas, a diferencia de Mateo, reduce las bienaventuranzas de ocho a cuatro, pero a las cuatro bienaventuranzas añade cuatro amenazas. Según la opinión de los exégetas, Lucas nos ofrece una versión de las palabras de Jesús más próxima a la verdad histórica, y esto tiene una particular relevancia. Con todo, bueno será recordar que la mediación de varios evangelistas a la hora de referir las enseñanzas de Jesús no traiciona la verdad del mensaje; al contrario, la centran y la releen para el bien de su comunidad.

Tanto las ocho bienaventuranzas de Mateo como las cuatro de Lucas pueden ser reducidas a una sola: la bienaventuranza -esto es, la fortuna y la felicidad- de quien acoge la Palabra de Dios a través de la predicación de Jesús e intenta adecuar su vida a ella. El verdadero discípulo de Jesús es, al mismo tiempo, pobre, apacible, misericordioso, trabaja por la paz, es limpio de corazón, etc. Por el contrario, quien no acoge la novedad del Evangelio sólo merece amenazas, que, en boca de Jesús, corresponden a otras tantas profecías de tristeza e infelicidad. La versión lucana de las bienaventuranzas- amenazas se caracteriza asimismo por una contraposición entre el «ya» y el «todavía no», entre el presente histórico y el futuro escatológico. Como es obvio, la comunidad para la que escribía Lucas tenía necesidad de que le recordaran que no sólo debía traducir su fe en actos de caridad evangélica, sino que también tenía que mantener viva la esperanza mediante la plena adhesión a la enseñanza, más radical, de las bienaventuranzas evangélicas.

 

MEDITATIO

La liturgia de hoy nos presenta un tema fuerte para nuestra meditación, un tema de gran actualidad: ¿qué es lo bueno para el cristiano en materia de matrimonio y de virginidad? ¿Qué es lo mejor? ¿Qué es lo mandado y qué lo que sólo se aconseja?

La intervención directa de Pablo en la vida de la comunidad cristiana de Corinto brilla por su claridad y por su equilibrio. No sabría yo decir hasta qué punto su experiencia previa ha influido en este modo de «ver» la situación de vida de los cónyuges y de los célibes-vírgenes: no se trata de investigar en el ánimo de Pablo con instrumentos psicoanalíticos más o menos correctos.

Sabemos, sin embargo, que el encuentro con Cristo resucitado, a partir de Damasco, imprimió una nueva dirección a su vida, pero hizo nacer también en él una nueva mentalidad y, por consiguiente, una nueva facultad de juicio.

Decíamos claridad y equilibrio: la primera nos lleva a considerar el matrimonio y la virginidad como dos opciones de vida dignas ambas de la persona humana, ambas buenas según la bondad de la economía de la creación,

ambas conformes con la novedad de vida de quien cree en Cristo, ambas compatibles no sólo con la lógica evangélica, sino también con su radicalismo evangélico, ambas ricas en espiritualidad, ambas «lugares» en los que se puede vivir la caridad en grado sumo, ambas capaces de conducir a los creyentes a las más elevadas cumbres de la santidad. La de Pablo es también una enseñanza extremadamente equilibrada, y ello por un motivo simple y persuasivo al mismo tiempo: Pablo no impone nada a nadie, consciente como es de que sólo una opción personal libre y alegre es digna de la persona humana y nadie, ni siquiera Dios y mucho menos Cristo, puede hacer violencia al santuario de la conciencia humana.

 

ORATIO

Oh Señor, poco a poco va pasando la escena de este mundo: pasa la juventud con todas sus fuerzas, desaparecen personas queridas y amigas, se van los momentos de fama y de gloria, se reduce nuestro campo de acción y nuestras ideas son reemplazadas por otras.

Oh Señor, poco a poco aparece el gran más allá: más allá del tiempo que corre veloz llevándose consigo cosas, personas y sucesos; más allá del hombre de todos los tiempos, que advierte este vertiginoso pasar sin poder captar de modo pleno el desarrollo de los hechos; el gran «más allá» que plasma una nueva visión, que hace más viva la fe, que enciende deseos de paraíso.

Oh Señor, poco a poco se perfila el mundo nuevo: se respira aire puro, se abre camino la fascinación de lo trascendente, nos sentimos fortificados por la inmortalidad que da sentido a la vida, aceptamos el misterio que permite caminar con fe y esperanza hacia un futuro prometedor.

¡Ven, Señor Jesús!

 

CONTEMPLATIO

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor. Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había sido solamente en semejanza (Pedro Crisólogo, Sermón 148, en PL 52, 596-598).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sé que el tiempo trabaja de por sí para la eternidad. Sé que el plan de Dios se realiza de todos modos y que Cristo se ha encarnado en la historia y nadie podrá suprimir esta encarnación jamás. Sé que el mismo mal coopera al bien... Dios es superior a Satanás... Mil años son menos que un día para la eternidad. Y nadie sabe lo que puede pasar mañana. Lo que no ha pasado en veinte siglos puede suceder tal vez esta noche o dentro de otros veinte siglos. «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder» (Hch 1,7). Pero eso no nos pertenece. Esto pertenece a Dios, y nosotros debemos actuar... Yo soy de hoy. Soy responsable de esta historia, del presente en el que he sido llamado a vivir.

«No les queda vino»: éste era el objetivo de toda mi vida religiosa. Conseguir cantar las nupcias cristianas; y volver a llevar a nuestros comedores a Jesús y a su madre; y convertir las lágrimas en cálices de alegría; y proveer por su mediación a nuestras consumibles ebriedades (David M. turoldo, extractos de una entrevista).

 

Día 13

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre)

 

Juan Crisóstomo nació en Antioquía hacia el año 349. Ordenado sacerdote, se entregó con gran celo a la predicación. En el año 397 fue llamado a la sede episcopal de Constantinopla, donde se puso enteramente al servicio del rebaño que le había sido confiado. Su palabra clara e incisiva -hasta el punto de merecerle el sobre nombre de «Crisóstomo» («boca de oro»)- no perdonó la corrupción de la corte imperial. Así fue como, al incurrir en el odio de los poderosos, fue enviado al exilio. Primero a Bitinia, de donde fue llamado muy pronto por la reacción del pueblo; pero un segundo y más duro exilio en Armenia fue fatal para su salud. Murió el 14 de septiembre del año 407 en Comana Poética, en la actual Turquía.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

 

*»• Pablo ha presentado a los efesios el cuadro grandioso del designio de Dios realizado en Cristo y les ha mostrado cuál es el lugar de los creyentes en el interior de este misterio (vv. 1-3). Ahora les indica en qué se debe concretar su colaboración responsable. De una manera significativa, abre su exhortación aludiendo a la gloria y, al mismo tiempo, al límite de su propia condición: «Yo, el prisionero por amor al Señor» (v.1). Apoyándose en su experiencia, Pablo puede afirmar que si bien la elevada vocación que han recibido requiere una conducta adecuada, esta conducta es posible a cada uno en cualquier situación de la vida (vv. 2ss). Es preciso mantener despierta la conciencia de la meta a la que tienden las virtudes sencillas y cotidianas que ha enumerado: la unidad de la Iglesia querida a imagen de la Trinidad (vv. 4-6). Y precisamente la Trinidad es la fuente divina de la que brota la múltiple variedad de los dones y carismas que Cristo ha distribuido en la Iglesia para la edificación de su cuerpo místico, en la unidad de la fe y del amor (vv. 7-13).

 

Evangelio: Juan 10,11 -16

En aquel tiempo, dijo Jesús:

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;

12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Este, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,

15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

 

**• Al presentarse como el buen pastor, Jesús nos revela que es el verdadero guía de su pueblo. La fisionomía del buen pastor emerge en esta perícopa por contraste con la figura del mercenario; la diferencia entre uno y otro se manifiesta de manera evidente en el momento en el que el rebaño está en peligro. Entonces, el mercenario, que en realidad sólo busca su propio interés, se preocupa únicamente por salvarse a sí mismo, mientras que el buen pastor, que ama y conoce a sus ovejas, sacrifica la vida por su salvación. La comunión que Jesús establece con los suyos está modelada sobre la relación que tiene con su Padre: como él y el Padre son una sola cosa, del mismo modo quiere recoger a todos en la unidad del amor (vv. 15ss).

 

MEDITATIO

Las palabras que hemos escuchado describen bien la  figura y la vida de san Juan Crisóstomo. Como profundo conocedor del misterio de Cristo y brillante predicador, se negó a un fácil éxito al precio de componendas.

Sin embargo, mostró a lo vivo las exigencias de la vocación cristiana, censurando valientemente la inmoralidad de la corte imperial; y por eso padeció la persecución y el exilio, mostrándose «humilde, amable y paciente» (cf. Ef 4,2). Como pastor bueno y solícito con las necesidades del pueblo, supo sacrificar su \ida para defender la integridad de la fe del rebaño que le había sido confiado.

Su luminosa doctrina, su extensa obra homilética y la liturgia que de él toma nombre son un vínculo de unidad entre las Iglesias.

 

ORATIO

Santo Dios, Tú habitas entre tus santos. Tú eres alabado por los serafines con el himno que te proclama tres veces santo y glorificado por los querubines y adorado por todos los poderes celestiales. Tú has creado todo de la nada. Tú creaste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza y los adornaste con todos los dones de tu gracia. Tú das sabiduría y entendimiento al suplicante y no te olvidas del pecador, sino que has establecido el arrepentimiento como camino de la salvación.

Has permitido que nosotros, tus indignos siervos, estemos ahora delante de la gloria de tu santo altar y te ofrezcamos adoración y alabanza. Maestro, acepta este himno que te proclama tres veces santo también de los labios de nosotros, pecadores, y asístenos con tu bondad. Perdona nuestras transgresiones voluntarias e involuntarias, santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos poder adorarte y servirte en santidad todos los días de nuestra vida, por la intercesión de la santa

Madre de Dios y de todos los santos en quienes te has complacido a través de todos los tiempos (Juan Crisóstomo, Trisagion).

 

CONTEMPLATIO

Mira, deseo aliviar una vez más las llagas de tu tristeza.

¿Qué es lo que turba tu alma? No tienes que abatirte; sólo hay una cosa a la que debes temer, oh Olimpíade, una única prueba: el pecado y nada más, no he cesado nunca de repetírtelo; todo lo demás son fábulas, ya se trate de insidias o de odios o calumnias o insultos o acusaciones o confiscaciones o exilios o espadas afiladas o alta mar u hostilidades de todo el mundo. Sea cual sea la naturaleza de estos males, son efímeros y caducos, porque golpean a un cuerpo mortal, sin traer consigo ningún daño al alma vigilante. Nada de cuanto sucede te debe turbar: ora sin cesar al Dios al que adoras, que haga un signo sólo y todo se disolverá en un instante.

Mas si, a pesar de tus oraciones, no se ha disuelto nada, es porque Dios actúa así a menudo: no disuelve las desventuras desde el comienzo, repito, sino cuando han llegado a su cumbre; entonces, de un trazo lo transforma todo en bonanza y dirige la situación hacia desenlaces inesperados. En efecto, Dios puede concedernos no sólo los beneficios que esperamos y deseamos, sino muchos más e infinitamente más grandes.

No te turbes, pues; mantente, más bien, siempre llena de gratitud y de alabanza a Dios, por todo; invócale, ruégale, suplícale. El Señor no se deja sorprender por las situaciones difíciles, aunque todo se haya precipitado a una ruina extrema (Juan Crisóstomo, Lettere dall'esilio, Milán 1975, pp. 73ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita durante el día la Palabra: «Para mí, la vida es Cristo, y morir significa una ganancia» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La crisis de valores que estamos viviendo y la quiebra actual de los ideales nos invitan a hacer nuestra la experiencia de los antiguos Padres de la fe, comprometiéndonos a reconstruir con ellos una humanidad más justa y más pura, y a liberarnos a nosotros y a los demás de la alienación y de la agresividad. Por eso es actual la compunción -que para Juan Crisóstomo es la revuelta interior contra el mal-. Modelo de conversión radical es este mismo santo, que ya de joven abrazó la aspereza de la soledad contra el ambiente corrupto y corruptor. El Evangelio -repetirá con frecuencia- proclama bienaventurados no a los opresores, ni a los poderosos, sino a los que tienen hambre de justicia y a los que saben comprenderlos; no a los lujuriosos, sino a los limpios de corazón capaces de mirar las cosas de aquí abajo a la luz de Dios; no a los violentos, sino a los portadores de paz. Nunca se cansó de recordar estos principios a sus fieles.

El amor, para los cristianos, es caridad divina que une a los hermanos. En las cartas del exilio, es impresionante la vuelta de Juan Crisóstomo al tema del amor a Dios y al prójimo, de la caridad sentida como pasión viva y casi loca, fuente de verdadera alegría, cima de la pureza. Es hombre, en el sentido cabal del término, quien vive la unión entre los hermanos recordando a Dios en cada uno de ellos. Es capaz de comprender este amor -añade- sólo quien está en sintonía con el corazón de Cristo (C. Riggi, «Introduzione», en Juan Crisóstomo, La vera conversione, Roma 1984, pp. 7-9 [edición española: La verdadera conversión, Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

Día 14

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)

 

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.

 

LECTIO

Primera lectura: Número 21,4b-9

En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.

8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.

El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.

 

Evangelio: Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

 

**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.

El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.

 

MEDITATIO

Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él («El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.

Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.

Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.

Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.

Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

 

ORATIO

Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.

Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.

Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,

por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;

por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;

por ti ha salido la verdadera luz,

la noche maldita ha sido vencida.

Tú hiciste hundirse para los creyentes

el panteón de las naciones;

eres tú el alma de la paz

que une a los hombres en Cristo mediador.

Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.

Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;

rige nuestra morada.

Que en la cruz se consolide nuestra fe,

que en ella se prepare nuestra corona.

(Paulino de Ñola.)

 

CONTEMPLATIO

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vió bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.

Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M. Maddalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).

 

Día 15

Nuestra Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre)

 

La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María ¡uxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 5,7-9

7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente,

9 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.

 

*»• Esta breve perícopa es, evidentemente, cristológica. El contexto subraya la filiación divina y la identidad sacerdotal de Cristo. Es también hijo de María el hijo de Dios que no fue eximido de la muerte ni de los padecimientos, sino que a través de ellos se hizo perfecto y se convirtió en causa de salvación. La muerte y los padecimientos son herencia de toda persona humana. Por consiguiente, ni siquiera María, aunque fuera madre de Dios, fue eximida del dolor.

La palabra clave que une al hijo con la madre -y después a los discípulos de él - es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor, cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una via matris dolorosae.

 

Evangelio: Lucas 2,33-35

En aquel tiempo,

33 su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

 

**• Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la «presentación de Jesús en el templo», donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel.

Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.

 

MEDITATIO

Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt 13,17b-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.

Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).

Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.

El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.

 

ORATIO

Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, salve. Nueva Eva, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida.

Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular, se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...

Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].

En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M. Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).

 

Día 16

Santos Cornelio y Cipriano (16 de septiembre)

 

Cornelio, nacido en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de sede vacante por la persecución de Dedo.

El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo le desterró a Civitavecchia, donde murió el 14 de septiembre. Fue sepultado en las catacumbas de S. Calixto. Cipriano, en cambio, había nacido en Cartago en torno al año 200, de padres paganos. Fue bautizado el año 248, poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 de septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 5,1-5

Hermanos:

1 Así pues, quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo.

2 Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios.

3 Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

4 la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza.

5 Una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

 

**• Estar en paz en presencia de la divina santidad: en eso consiste la verdadera bienaventuranza y la fuerza del hombre redimido en Cristo y consolidado en la justicia de esta fe. Las dificultades nos brindan la ocasión de señalar en quién hemos creído y hasta qué punto la gracia ha penetrado todo nuestro ser arraigándolo en Dios, nuestra única esperanza. Las tribulaciones y sufrimientos, vividos y ofrecidos en el Señor, no devuelven al hombre rebelde a la situación «antinatural» del mal.

La paciencia, es decir, el padecimiento hecho nuestro con nuevas razones de amor, se convierte en virtud sólida y resistente, plenitud provocadora de gracia pascual.

 

Evangelio: Mateo 10,17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

 

*» El Señor no exonera de los sufrimientos a sus propios discípulos. Sin embargo, en la evolución real de la historia -que, a pesar de la redención, prosigue su curso con la lucha entre el bien y el mal- les promete su ayuda poderosa y un sentido nuevo. Lo que decimos está en continuidad con la obra redentora, en la que es ineludible el odio contra sus enviados y amigos, porque lo mismo le sucedió a él. Con todo, el Espíritu del Padre hará también sus testimonios intachables por su verdad. En consecuencia, a pesar suyo, la misma persecución se pondrá al servicio del Evangelio: en efecto, creará las condiciones favorables y extremas para dar razón del Reino de una manera eficaz.

 

MEDITATIO

Cipriano a Cornelio, hermano en el episcopado:

Sabemos, amadísimo hermano, de tu fe, de tu fortaleza y de tu abierto testimonio. Todo ello te honra a ti y me proporciona a mí tanta alegría que me hace considerarme partícipe y socio de tus méritos y de tus empresas.

Siendo, en efecto, una la Iglesia, uno e inseparable el amor, única e inseparable la armonía de los corazones, ¿qué sacerdote, al proclamar las alabanzas de otro sacerdote, no se alegrará como de su propia gloria? ¿Y qué hermano no se sentirá feliz con la alegría de los propios hermanos? Ciertamente, no podéis imaginaros el contento y la gran alegría que hemos tenido aquí al saber de vosotros cosas tan hermosas y conocer las pruebas de fortaleza que estáis dando.

Tú has sido el guía de los hermanos en la defensa de la fe, y la misma confesión del guía se ha fortalecido todavía más con el testimonio de los hermanos. Así, mientras has precedido a los otros en el camino de la gloria, y mientras te has mostrado dispuesto a confesar el primero y por todos, has persuadido también al pueblo a confesar la misma fe. Por todo esto, nos resulta difícil expresaros qué es lo que más debemos elogiar en vosotros, si tu fe pronta e inquebrantable o la inseparable caridad de los hermanos. Se ha manifestado en todo su esplendor el valor del obispo como guía de su pueblo, y se ha mostrado luminosa y grande la fidelidad del pueblo en plena solidaridad con su obispo. Por medio de todos vosotros, a Iglesia de Roma ha dado su magnífico testimonio, toda ella unida en un solo espíritu y una sola voz.

De este modo ha brillado, hermano queridísimo, la fe que el apóstol comprobaba y elogiaba en vuestra comunidad. Ya entonces preveía él mismo y celebraba casi proféticamente su valor y su indomable fortaleza. Ya entonces reconocía los méritos que os darían tanta gloria.

Exaltaba las empresas de los padres, previendo las de sus hijos. Con su plena concordia, con su fortaleza, habéis dado a todos los cristianos un luminoso ejemplo de unión y de constancia.

Queridísimo hermano, el Señor, en su providencia, nos avisa que es inminente la hora de la prueba. Dios, en su bondad y en su premura por nuestra salvación, nos da sus benéficos consejos de cara a nuestro próximo combate. Pues bien, en nombre de la caridad, que nos une recíprocamente, ayudémonos perseverando con todo el pueblo en ayunos, en vigilias y en la oración.

Éstas son para nosotros las armas celestiales que nos harán firmes, fuertes y perseverantes. Éstas son las armas espirituales y los dardos divinos que nos protegerán.

Recordémonos mutuamente en la concordia y fraternidad espiritual. Roguemos siempre y en todo lugar los unos por los otros y busquemos cómo aliviar nuestros sufrimientos con la mutua caridad (Carta 60, 1-2; CSL III, 691-692, 694-695).

 

ORATIO

Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación, lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que -animado de una nueva vida por el baño del agua de salvación- dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? [...] Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí. Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo (Cipriano de Cartago).

 

CONTEMPLATIO

Algunas sentencias de sabiduría de san Cipriano:

«Nunca le faltará la luz a quien tiene la Luz en su corazón. Nunca le faltará la luz ni el sol a quien tiene a Cristo como luz y como sol».

«No son los mártires quienes hacen el Evangelio, sino que por medio del Evangelio es corno se llega a mártir».

«No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre».

«No puede poseer la túnica de Cristo quien escinde y divide a su Iglesia».

«No es posible dividir la unidad».

«Nada le faltará a quien tiene a Dios consigo, con tal de que no le falte Dios».

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día este pensamiento de san Cipriano: «Dios no busca nuestra sangre, sino nuestra fe».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La compleja y atribulada vida religiosa de Cipriano nos conduce ante todo a una realidad: amar a Dios es amar a la Iglesia.

Es ésta una verdad grande, comprometedora, aunque, desgraciadamente, muy desatendida en nuestros días. El Señor no se ha separado de sus fieles, precisamente por la Iglesia. Una Iglesia cuyas culpas y sombras no ignoró el obispo Cipriano, pero una Iglesia a la que amó también de una manera impresionante.

Precisamente, la unidad parece ser uno de los temas más entrañables a Cipriano: «La Iglesia es sólo una, como la luz, aunque los rayos del sol sean muchos». ¿Cómo no ver aquí una llamada muy seria dirigida también a nosotros? Hoy, que sentimos la tentación de enfatizar las disparidades, incluso notables, que existen entre pueblo y pueblo en el modo de vivir la propia fe, las palabras de Cipriano nos invitan a favorecer de todas las maneras posibles la unidad y a superar cualquier barrera individualista, conscientes de nuestra vocación a creer en un solo Señor, dirigidos a un solo Padre, bajo la acción de un solo Espíritu.

A siglos de distancia, el mismo mensaje nos sigue interpelando de manera ardiente. ¿Seremos capaces, serán capaces nuestras comunidades de prestar una humilde y obediente escucha a ejemplo de la primera Iglesia? (A. Ballestrero, «Presentazione», en Crisüant con coraggio, Roma 1985, 7-9, passim).

 

 

Día 17

Lunes 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 11,17-26

Hermanos: no puedo alabar el que vuestras reuniones os perjudiquen en lugar de aprovecharos.

18 En primer lugar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea, hay entre vosotros divisiones. Y en parte lo creo,

19 pues hasta es conveniente que haya disensiones entre vosotros, para que salgan a la luz los auténticos cristianos.

20 El caso es que, cuando os reunís en asamblea, ya no es para comer la cena del Señor,

21 pues cada cual empieza comiendo su propia cena, y así resulta que mientras uno pasa hambre, otro se emborracha.

22 Pero ¿es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿En tan poco tenéis la Iglesia de Dios, que no os importa avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué voy a deciros? ¿Esperáis que os felicite? ¡Pues no es como para felicitaros!

23 Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que os he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía».

25 Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía».

26 Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga.

 

*+- La institución de la eucaristía es una enseñanza recibida de la tradición apostólica que se remonta a Jesús (v. 23), y Pablo tiene el deber de transmitirla a las distintas comunidades. Sobre el valor histórico de estos dos verbos («recibir»-«transmitir») meditaremos más adelante; aquí vamos a considerar el valor que, según Pablo, tiene la celebración eucarística para la vida de la comunidad cristiana de Corinto.

La eucaristía es, en primer lugar una llamada, una vocación divina: no puede ni debe ser reducida a una mera convergencia de diferentes sujetos, aunque sea con intenciones respetables y dignas de alabanza. Al contrario, cada vez que la comunidad se reúne para celebrar la eucaristía, obedece a una invitación-mandato del Señor Jesús. Dicho aún con mayor precisión, la eucaristía es un hacer memoria del Señor muerto y resucitado: no puede ni debe ser alterada su fuerza sobrenatural, que nos pone en comunión personal con aquel de quien hacemos memoria.

La fórmula «Haced esto en memoria mía» (w. 24ss), que Pablo comparte con Lucas (22,19), no deja lugar a ninguna duda. Los exégetas señalan que Jesús no pretende dejar aquí a sus discípulos un testamento cualquiera, sino un auténtico memorial (según la terminología técnica hebrea: zíkkarón).

Hoy, con una terminología exquisitamente más teológica, diríamos «memoria eficaz y actualizadora», capaz de producir lo que significa. La eucaristía es también comer la cena del Señor: no puede ni debe ser alterada esta dimensión convival de la eucaristía. Éste es el signo elegido por Jesús, un signo que la tradición apostólica respeta de manera escrupulosa; a falta de este signo, no tendríamos el fruto de la presencia sacramental de Jesús y de la eficacia salvífica de su muerte y resurrección.

 

Evangelio: Lucas 7,1-10

En aquel tiempo,

1 cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún.

2 Había allí un centurión que tenía un criado a quien quería mucho y que estaba muy enfermo, a punto de morir.

3 Oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniese a curar a su criado.

4 Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia: -Merece que se lo concedas

5 porque ama a nuestro pueblo y ha sido él quien nos ha edificado la sinagoga.

6 Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el centurión envió unos amigos a que le dijeran: -Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa,

7 por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado.

8 Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes y digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.

9 Al oír esto Jesús, quedó admirado y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: -Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Y al volver a la casa, los enviados encontraron sano al criado.

 

*»• El relato de la curación que Lucas nos refiere en este fragmento se concentra más en la fe que obtiene el milagro que en el milagro mismo. La figura del centurión pagano asume de este modo un valor emblemático: no hay duda de que Lucas desea entregarnos un modelo tomado precisamente del mundo pagano.

La fe del centurión se compone de humildad y de confianza: ambas actitudes lo hacen no sólo abierto al don que va a recibir, sino también a la comunidad de los discípulos de Jesús, a la que pueden pertenecer personas de diferente extracción sociológica. Hay un detalle que nos sorprende y que tiene una gran actualidad. Mientras los ancianos judíos recomiendan el centurión a Jesús en virtud de algunos favores que les había hecho («Merece que se lo concedas»: v. 4), el centurión envía a decir a Jesús: «Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa» (v. 6). Está claro que para Jesús son más eficaces estas palabras, marcadas por una humildad grande y sincera, que las otras –demasiado interesadas- con las que los ancianos le formulan su recomendación.

Señalemos, por último, que, como Mateo, también Lucas considera este hecho un preludio de la llegada de los paganos a la Iglesia: el asunto le interesa aún más porque él y sólo él sentirá la necesidad de dedicar la segunda parte de su obra, los Hechos de los Apóstoles, a este gran acontecimiento. Se entrevé así el tema de la apertura universalista de la salvación traída por Jesús.

 

MEDITATIO

En la primera lectura de hoy, Pablo confía a sus comunidades un precioso bien testamentario mediante dos verbos técnico-teológicos («recibir»-«transmitir»: cf. asimismo 1 Cor 15,3). Nos preguntamos qué puede enseñarnos este binomio, sobre todo en vistas a nuestro modo de ser una comunidad eucarística.

En primer lugar, aparece aquí la autoconciencia apostólica de Pablo, un rasgo -decíamos también- autobiográfico, aunque en el sentido más elevado del término. En efecto, el apóstol no quiere darse a conocer por sus características personales, sino por su misión, una misión a la que no puede sustraerse. Un elemento esencial e irrenunciable de tal misión apostólica es precisamente la transmisión de la memoria de lo que Jesús dijo e hizo la víspera de su pasión. En segundo lugar, se percibe la centralidad de la eucaristía en el tesoro de las verdades que los apóstoles están obligados a transmitir (por ejemplo, como en 1 Cor 15,3, la verdad histórico-salvífica del acontecimiento de la resurrección de Jesús).

Es como decir que la comunidad cristiana -y dentro de ella todo verdadero discípulo de Jesús- no puede vivir y mucho menos atestiguar su propia fe si no tiene en el centro de su vida la eucaristía, considerada precisamente como memoria actualizadora del misterio pascual y, por ello, capaz de producir también en nosotros la gracia del misterio que significa. En tercer lugar, se percibe de manera concreta la verdad del dicho: «La eucaristía hace la Iglesia». Sería demasiado poco considerar y afirmar que la Iglesia «hace», es decir, celebra la eucaristía: sería reductor y unilateral. Es preciso que nos remontemos más arriba, al acontecimiento de la pascua de Jesús, del que la eucaristía es «memoria» fiel y actualizadora.

 

ORATIO

Oh Señor, la gracia es sólo iniciativa tuya: no es un proyecto humano, y mucho menos puede ser merecida.

Gracias, Señor, por tus dones gratuitos. Oh Señor, tu gracia me precede siempre, anticipando los tiempos y los plazos y superando todas mis expectativas.

Que aprenda yo, Señor, a gozar contigo y con mi prójimo por tus dones, por todo signo de tu bondad paterna.

Oh Señor, tu gracia no es nunca abstracta o genérica: la experimentamos siempre de manera concreta en el espacio y en el tiempo y fluye de ordinario en nuestra vida cotidiana. Que yo te reconozca, Señor, mientras caminas conmigo.

Oh Señor, sólo un corazón libre de pretensiones, de prejuicios, de rencores y de orgullo está dispuesto a recibir tu gracia. Hazme capaz de recibirte, Señor, y de apreciar tus sorpresas: sólo así podré experimentar tu amor.

Oh Señor, lo que tú me dices, en lo secreto del corazón, es siempre un gran don para mí, quizás el don más precioso. Gracias, Señor, por la discreción, por la oportunidad y por la abundancia con las que me entregas tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete, en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras, y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia (Tomás de Aquino, Opúsculo 57, 1-4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros» (1 Cor 11,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las vidas de los santos católicos bullen de milagros, y no hay razón para dudar de que un gran porcentaje de ellos sean auténticos.

El máximo, el genuino milagro, son los santos mismos; el resto está por añadidura. En los manuales de apologética no se ha probado casi nunca a extraer una «prueba» de los milagros de los santos, a diferencia de lo que es, o al menos era, habitual con los de Jesús.

Sin embargo, es de presumir que tanto los unos como los otros, en su mayor parte (no todos necesariamente) han sido milagros discretos, hechos diríamos casi en voz baja, y que han sido los biógrafos (en el caso de Jesús, los evangelistas y sus fuentes) los que han subido el volumen, y lo hicieron precisamente porque eran milagros cuyo carácter extraordinario podía ser llevado a un grado pleno de conciencia sólo después, en el relato de los testigos y en los otros que se originarían a partir de aquí. En más de un caso se ha dado ciertamente un posterior engrandecimiento de los hechos. ¿Quién sabe si los miles de personas hambrientas en el desierto no se dieron cuenta sino en un segundo momento de que había tenido lugar algo anormal? (H. U. von Balthasar, "I miracoli sottovoce", en id., Cattolico, Milán 1977, pp. 1 OOss [edición española: Católico: aspecto del misterío, Encuentro, Madrid 1 988]).

 

Día 18

Martes 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,12-14.27-31a

Hermanos:

12 del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo.

13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también del mismo Espíritu.

14 Por su parte, el cuerpo no está compuesto de un solo miembro, sino de muchos.

27 Ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro.

28 Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los que hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje misterioso.

29 ¿Son todos apóstoles? ¿Hablan todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer milagros

30 o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o pueden todos interpretar ese lenguaje?

31 En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos.

 

**• Tras haber tratado sobre los sacramentos del bautismo y de la eucaristía como acontecimientos centrales en la vida de los primeros cristianos de Corinto, Pablo dedica tres capítulos de esta carta suya a la problemática de las relaciones entre los carismas y los ministerios en el interior de la misma comunidad.

Al comienzo del capítulo 12, Pablo afirma que la autenticidad de los carismas depende de la pureza de la profesión de fe: «Nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: "Maldito sea Jesús". Como tampoco nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (v. 3). Existe, por tanto, una pluralidad de carismas, pero su fuente es una sola: la divina Trinidad (w. 4-6). Inmediatamente después, afirma el apóstol que la manifestación del Espíritu Santo a través de los diversos carismas ha sido dada a cada uno para la utilidad común, o sea, para el bien de toda la comunidad.

En este punto se inserta el discurso más exquisitamente teológico: Pablo quiere hacer comprender que los dones que recibimos y los servicios que estamos llamados a prestar tienen su fundamento en la gracia que recibimos por medio de los sacramentos, en virtud de los cuales formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Todos, en efecto, «hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo» y «todos hemos bebido también del mismo Espíritu» para formar un solo cuerpo (v. 13).

La unidad no suprime la diversidad de los miembros, de los dones y de los ministerios; al contrario, la garantiza y la exalta reconduciéndola a su fuente divina (dicho con mayor precisión, trinitaria) y la orienta a su destino comunitario (dicho de modo más exacto, eclesial).

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 En aquel tiempo, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**- Este fragmento es exclusivo de Lucas, y por eso podemos analizarlo con la intención de recoger algunas características típicas del tercer evangelista. Es una tarea que no resultará difícil.

Los exégetas señalan que a Lucas le gusta relacionar a Jesús con el profeta Elias {cf. 1 Re 17,10-24) y también con el profeta Elíseo (2 Re 4,18-37): en ambos casos se narra la resurrección de dos hijos únicos de madres viudas.

Sabemos asimismo que Lucas presta una atención particular a las mujeres, tanto en el tercer evangelio como en los Hechos. También aquí la figura de la madre viuda que ha perdido a su único hijo produce un impacto en Jesús, el cual «al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores» (v. 13). En esta atención particular de Jesús no debemos reconocer sólo un rasgo de su psicología, sino también, desde un punto de vista histórico, la opción realizada por él en favor de los débiles y de los marginados, y está fuera de toda duda que la mujer, en aquella sociedad, pertenecía a esta categoría de personas.

Por último, Jesús es aclamado como profeta; más aún, como «un gran profeta» (v. 16): según Lucas, este título tiene una peculiar carga de significado. Jesús es profeta no sólo por lo que «dice», y lo ha manifestado desde el primer gran discurso pronunciado en la sinagoga de Nazaret (4,14ss), sino también por lo que «hace» (acciones, gestos, amenazas) y, sobre todo, por el modo como se comporta (siente compasión, o sea, se conmueve por dentro compartiendo el sufrimiento de aquella madre). De este modo se manifiesta Jesús como un profeta en el sentido más cabal del término: no sólo porque lleva la Palabra de la revelación de parte de Dios, sino también porque se pone completamente de parte de los hombres.

 

MEDITATIO

Quien lea completo el capítulo 12 de la primera Carta a los Corintios podrá captar el pensamiento de Pablo en toda su extensión y genialidad. Como ya hemos señalado, el primer pensamiento de Pablo tiene que ver con la relación entre los carismas y los ministerios, por un lado, y la ortodoxia de la fe, por otro. Ésta debe ser el punto de referencia de la ortopraxis.

En segundo lugar, el apóstol considera indispensable probar la relación entre los carismas recibidos y su origen trinitario. Seguimos estando en el ámbito de la fe, pero es evidente que Pablo habla aquí no de una Trinidad abstracta o hiperuránica, sino de la Trinidad «económica», esto es, considerada en relación con nuestra vida y con la vida de la comunidad. El paso posterior que establece Pablo tiene que ver con la relación entre la dimensión personal y la dimensión comunitaria de los carismas particulares: obviamente, para acabar con toda pretensión de privatizar el don divino y constreñirlo a intereses individuales o de categoría.

Tras la relación entre carismas-ministerios y vida sacramental (de lo que ya hemos hablado en la lee do), Pablo ilustra ulteriormente su pensamiento con un doble apólogo: en el primero, haciendo hablar a los miembros del cuerpo humano, hace comprender que la belleza y la armonía de una comunidad se basan en la variedad de sus miembros, todos solícitos en contribuir al bienestar de la misma comunidad. De este modo se expresa el principio de la complementariedad en orden a la unidad.

En el segundo apólogo, el apóstol ilustra otra ley, típica del cuerpo humano y de toda auténtica comunidad, incluida la cristiana. Se trata del principio de la subsidiariedad, por el que todos los miembros, incluidos los más nobles, tienen necesidad de los otros, hasta de los más humildes. En consecuencia, no puede haber división en la comunidad, del mismo modo que no debe haber división en el cuerpo humano (12,15-26).

 

ORATIO

Con la vida, Señor, nos has confiado a cada uno de nosotros una misión para que la llevemos a término, pero una misión que también hemos de defender contra quienes, por ignorancia o por interés, intentan imponernos otra. ¡Oh Señor, haznos fuertes!

Con la vida, Señor, nos has otorgado cualidades únicas e irrepetibles que nos hacen idóneos para llevar a cabo nuestro servicio, en el mundo y en la Iglesia, para tu gloria, para nuestra realización y para el bien de los hermanos. ¡Oh Señor, haznos disponibles!

Con la vida, Señor, nos has sumergido en el mundo que cada uno de nosotros, con su nota característica, debe contribuir a mejorar, conscientes de que notas diferentes conducen a una bellísima armonía y resultan indispensables para la realización de tu único designio de salvación. ¡Oh Señor, haznos solidarios! Con la vida, Señor, nos has hecho partícipes de tu vida: iconos vivientes de tu vida de amor y de comunión, señores de lo creado para tu gloria. ¡Oh Señor, danos un corazón agradecido y humilde!

 

CONTEMPLATIO

Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios, y lo enriquece con las virtudes, sino que «distribuye sus dones a cada uno según quiere» (1 Cor 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Cor 12,7).

Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.

Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,19-21) (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 12).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro» (1 Cor 12,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Señor, a nosotros nos resulta más fácil reconocer tu presencia en la hostia consagrada que en los miles de hermanos y hermanas miserables que sufren y penan por las calles y en los arrabales de todo el mundo. ¿Cómo podemos pasar por las calles de la ciudad con el pan, signo de tu presencia y de tu deseo de un mundo nuevo y en el que se comparta, indiferentes a los niños y a los adultos que yacen abandonados por nosotros? Concédenos la gracia de adorar tu presencia en el pan eucarístico de modo que reconozcamos y honremos tu presencia en todo ser humano, sobre todo en los hermanos y en las hermanas más marginados...

Si te presentas en una «favela» distribuyendo alimentos y vestidos, todos te aclamarán como un benefactor, pero si, en cambio, te aventuras a poner el dedo en la llaga y denuncias las causas de tanta miseria, entonces te acusarán de subversivo, de «comunista».

Si revolución es sinónimo de cambio radical y profundo, entonces yo soy un revolucionario, porque deseo reformas de base sin más pérdida de tiempo. ¡Ya llevamos un siglo de retraso! Forma parte de nuestro deber intentar lo posible y lo imposible para poner fin al escándalo del siglo XX: dos tercios de la humanidad se encuentran sumergidos aún en una situación de miseria y de hambre (Dom Hélder Cámara).

 

Día 19

Miércoles 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos:

12,31 en todo caso, aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún, os voy a mostrar un camino que supera a todos.

13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

2 Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

3 Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

4 El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.

5 No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

8 El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo.

9 Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios;

10 pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño.

12 Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce.

13 Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.

 

*• En el centro de los capítulos dedicados a la relación entre carismas y ministerios, Pablo pone el llamado «Himno al amor», una de las páginas más bellas de sus cartas y, tal vez, también de todo el Nuevo Testamento.

El apóstol, en primer lugar, lleva buen cuidado en presentar el amor como el carisma más grande, como el camino mejor, como el que supera a todos. Por consiguiente, está claro que el «Himno al amor» no es para Pablo un puro desahogo espiritual y evasivo, sino que quiere que sea considerado en lo concreto de una vida cristiana, individual y comunitaria, que necesita un centro, además de un fundamento. Pablo recomienda a los primeros cristianos que aprendan a amar como Dios ama: por los mismos motivos, con la misma intensidad, de un modo lineal e incondicionado, con una carga afectiva inagotable. En segundo lugar, el apóstol deja entender que los cristianos deben amar como Cristo ama: con la disponibilidad total de sí mismos, con una plena apertura a los otros, con el deseo de caminar juntos. Por último, Pablo demuestra que, por su propia naturaleza, el amor cristiano -cuyo nombre es más exactamente «caridad»- está ligado indisolublemente a la fe y ala esperanza (con ellas forma una tríada de fundamental importancia: las llamadas «virtudes teologales»), pero, comparada con ellas, la caridad es netamente superior, precisamente por su origen divino, por su participación cristológica y por su destino comunitario.

 

Evangelio: Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor:

31 ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

32 Se parecen a esos muchachos que se sientan en la plaza y, unos a otros, cantan esta copla: «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: «Está endemoniado».

34 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores».

35 Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios.

 

*» Tras haber comparado a Jesús con el profeta Elías, ahora Lucas lo considera en relación con Juan el Bautista.

Las diferencias entre ambos son evidentes y significativas, pero el objetivo principal del evangelista consiste en dar a conocer el favor con el que el pueblo, tras haber seguido a Juan, acoge ahora a Jesús, y en desmantelar la actitud falaz e incrédula de los fariseos y de los maestros de la Ley. De ahí que sea necesario leer también los w. 29ss, que preceden a este fragmento evangélico.

Jesús, para censurar a sus contemporáneos, se vale de una comparación que deja entrever su duro juicio. La pregunta del v. 31 es, a buen seguro, retórica, y debemos referirla no a todos los contemporáneos de Jesús, sino sólo (cf. w. 33ss) a aquellos que no han escuchado al precursor y ahora no quieren prestar oído a la predicación del Nazareno. La comparación presenta a algunos niños obstinados en su negativa a participar tanto en la alegría de las bodas como en la tristeza de los funerales. Semejante obstinación hace pensar en aquella otra con la que algunos judíos rechazaron la Palabra de Dios, personificada en Jesús. No es la diferente actitud de Juan y de Jesús lo que justifica su reacción, sino únicamente su corazón, que se ha vuelto impermeable a toda invitación a la penitencia y a la conversión. Desde un punto de vista histórico, merecen atención dos expresiones; la primera se refiere a Juan: «Está endemoniado » (v. 33), y la otra a Jesús: «Ahí tenéis a un comilón y aun borracho, amigo de los publícanos y pecadores» (v. 34). Son dos modos un tanto expeditivos, aunque claramente reveladores de una mentalidad cerrada en sí misma y únicamente capaz de condenar sin piedad.

La expresión final, relativa a la sabiduría «acreditada por todos los que son sabios» (Mateo escribe: «por sus obras»), nos hace pensar en otra categoría, diametralmente opuesta, de personas. Se trata de esas que andan a la búsqueda de la verdad, se dejan interpelar por toda predicación auténtica y se abren al Espíritu de Dios, que obra a través de las palabras y las obras de Jesús.

 

MEDITATIO

Tras haber analizado el «Himno al amor», queremos preguntarnos ahora sobre el valor de las palabras con las que lo introduce Pablo: «Aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que supera a todos».

Nos preguntamos: ¿por qué presenta Pablo el amor como «un camino que supera a todos»? En primer lugar, porque contempla a contraluz la caridad con la que Jesús nos amó hasta morir y resucitar. Nos encontramos de nuevo ante el misterio pascual, que, como ya hemos dicho, se halla en el vértice de toda la enseñanza de Pablo en esta carta suya. Se trata, por tanto, de la via crucis, que se vuelve también via lucis para quien, con todas sus fuerzas, se mantiene fiel a las reglas del discipulado y, por consiguiente, a la ley fundamental del amor. También Lucas, discípulo de Pablo, en los Hechos (9,2; 22,4; 24,22), pretendiendo caracterizar con una imagen dinámica el cristianismo como seguimiento de Cristo, lo presenta como «el camino» y no como una doctrina, aunque algunas traducciones van en este sentido. La imagen orienta necesariamente a la realidad, y ésta, según Lucas, puede ser caracterizada como la comunidad de los que han elegido ir por los caminos del mundo para recordar a todos que sólo Cristo Jesús es el camino que hemos de recorrer para llegar a la salvación.

En este marco general podemos comprender con mayor facilidad la carga de significado inserta en la autodefinición de Jesús: «Yo soy el camino», referida por Juan (14,6). De este modo, la reflexión teológica del Nuevo Testamento llega a su cima, sobre todo porque el evangelista Juan deja entender con claridad que Jesús es «el camino» por ser «la verdad y la vida».

 

ORATIO

¡Oh Señor, libéranos de un corazón endurecido! Así eran los corazones de los fariseos y de los maestros de la Ley, encerrados en su testarudez y en su presunta justicia, cegados por el poder, por la ambición y por el orgullo de no ser segundos de nadie.

¡Oh Señor, abre nuestro corazón a tu luz! Sólo así nuestra inteligencia, activada por un bien superior, descubierto pero no experimentado aún, podrá remover los obstáculos que la bloquean en su egoísmo, y nuestra voluntad podrá orientarse hacia ti, sin perder tiempo o sin esconderse detrás de miedos injustificados.

¡Señor, danos un corazón sencillo! Sólo de este modo no se nos comparará con los niños caprichosos que rechazan toda invitación; al contrario, como niños intrépidos podremos aventurarnos en el mundo de tus maravillas, encantados de tu amor misterioso, imposible de catalogar, y de seguir descubriendo siempre cosas nuevas con renovado ardor.

¡Oh Señor, haz que nuestro corazón sea semejante al tuyo! No es, a buen seguro, una pretensión ni siquiera una veleidad lo que te pedimos. Hay en nosotros un vivo deseo de conocer tus pensamientos, de compartir tus proyectos y de andar por tus caminos.

 

CONTEMPLATIO

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el salmista: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Y el mismo Señor dice en los evangelios: Al que beba del agua que yo le daré, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Y en otro lugar: El que cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Así pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento. ¿Y de qué alimento se trata? De aquel mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la comunión eucarística de su santo cuerpo, tendremos, más adelante, acceso a la unión con su cuerpo santo. Y es lo que el salmo que comentamos da a entender cuando dice: Preparas los trigales, porque este alimento ahora nos salva y nos dispone además para la eternidad.

A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede un gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias del Espíritu Santo cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de la profecía, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales y el dominio sobre los demonios sometidos. Estos dones nos penetran como llovizna y, recibidos, proliferan en multiplicidad de frutos (Hilario de Poitiers, Comentario al salmo 64, en CSEL 22, 245ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor» (1 Cor 13,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Debemos amar a Dios, éste es nuestro «primer deber»... Amarle significa obedecerle: «Quien me ama guardará mi Palabra». Si Dios nos manda, mediante la voz de sus representantes, seguirle en su vida pública y ser obreros evangélicos ¡unto a él, sigámosle en este trabajo, obedezcamos, obedezcamos siempre, e imitémosle en esta vida de evangelización, seamos también en ella pobres, abyectos, recogidos como él, seamos su imagen en todos los aspectos, tan pequeños, tan rebajados como él, «no más grandes que nuestro Maestro». Pero si no se nos llama a la vida del apóstol, entonces abstengámonos bien de darnos a nosotros mismos una vocación que sólo a Dios corresponde conceder, no nos arroguemos sus derechos y estemos atentos a no escogernos, a no enviarnos a nosotros mismos. Permanezcamos entonces ¡untos allí donde él, con su ejemplo, nos enseña a estar hasta que no seamos llamados a la vida de la evangelización, permanezcamos ¡unto a él en la humilde casa de Nazaret como obreros, artesanos, viviendo con el trabajo de un humilde oficio, pobres, abyectos, despreciados, oscuros, escondidos, recogidos en este retiro, en esta soledad, en este silencio, en esta sepultura que la pobreza tanto ayuda a obtener (Ch. de Foucauld, Opere spirituali: antología, Milán 1961, pp. 171ss [edición española: Obras espirituales, San Pablo, Madrid 1998]).

 

Día 20

Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires (20 de septiembre)

 

A principios del siglo XVII, el cristianismo entró en Corea y el Evangelio se fue extendiendo por las familias con el testimonio de los laicos. Según los datos que se tienen, en el año 1836 entraron en Corea los primeros sacerdotes europeos. A partir de esas fechas, las autoridades coreanas comenzaron a perseguir a los cristianos. En esas persecuciones murieron estos dos santos ¡unto con otro centenar de mártires. Andrés Kim fue el primer sacerdote coreano, y Pablo Chong, un insigne misionero laico.

El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II los proclamó santos junto con otros 115 compañeros que derramaron su sangre por la fe en Cristo en el siglo XIX.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Mac 7,1-2.9-14

1 Siete hermanos fueron apresados junto con la madre y obligados a comer carnes de cerdo prohibidas; y por negarse a comerlas, fueron azotados con zurriagos y vergajos de toro.

2 Uno de ellos, en nombre de todos, dijo: «¿Qué buscas o qué quieres de nosotros? Todos estamos dispuestos a morir antes que quebrantar las leyes patrias» (y murió el primero).

9 El segundo, a punto de expirar, dijo: «Tú, criminal, nos quitas la vida presente, pero el rey del mundo nos dará después una vida eterna a los que morimos por sus leyes».

10 A continuación fue torturado el tercero. Le mandaron sacar la lengua; la sacó rápidamente

11 y extendió las manos con valor, diciendo con gallardía: «Del cielo he recibido estos miembros, y ahora los desprecio por amor de sus leyes, porque sé que un día el mismo cielo me los devolverá».

12 El rey y cuantos estaban con él se maravillaron del ánimo y valor del joven, que así despreciaba los tormentos.

13 Muerto éste, sometieron al cuarto a los mismos tormentos.

14 Ya a punto de morir, dijo: «Es preferible sucumbir a manos de hombres, teniendo en Dios la esperanza de ser resucitados de nuevo por él. Pero para ti no habrá resurrección para la vida».

 

*•• No se había manifestado tan claramente en la Biblia la fe en la resurrección como en este libro de los Macabeos. En la sala donde se tortura a estos siete hermanos, en lugar de los gritos de dolor ellos proclaman la fe en resurrección y la certeza del premio que se concederá a los que son fieles hasta la muerte.

El rey Antíoco Epifanes pretendía implantar el culto a los dioses griegos en territorio judío. Esto supuso un enorme sufrimiento para todos los que se mostraban observantes del culto y de la Ley, según la tradición de los padres, y se manifestaban contrarios al cambio que pretendían imponer los dominadores de turno, en este caso los seleucidas. Este relato se convertirá en modelo para las posteriores actas martiriales y hará surgir entre la población un vivo sentido de resistencia frente a la persecución religiosa.

El fragmento que hemos leído en esta fiesta de los mártires coreanos se detiene en las confesiones del segundo, del tercero y del cuarto de los siete hermanos, que afirman la fe en la resurrección.

Son significativos también el número 7, que indica la totalidad la familia destruida en la vida de esta tierra, y la figura de la madre, que remite a la nueva vida que éstos esperan del Creador.

 

Evangelio: Jn 15,18-21

18 Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.

19 Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, pues yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.

20 Recordad que os he dicho: «El criado no es más que su amo». Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si han rechazado mi doctrina, también rechazarán la vuestra.

21 Todas estas cosas harán con vosotros por mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.

 

**• En estos pocos versículos el evangelista está reflejando una experiencia que ya vive la comunidad joánica: la persecución. Jesús vino como expresión de amor del Padre para implantar el amor y formar la comunidad de los que se aman. Como antítesis a este amor está el odio, expresado en el rechazo y la persecución. A los seguidores de Jesús les espera la misma suerte que corrió el Maestro: serán odiados y perseguidos por el mundo.

¿Qué significa para el cristiano «no ser del mundo«?

Como sarmientos unidos a la cepa, los discípulos de Jesús han pasado con él de la muerte a la vida. Muerte al «mundo«: a los criterios y modos de actuar contrarios al Evangelio; a las injusticias del poder y de la riqueza, aunque estén institucionalizadas; al abuso y opresión del débil; a toda estructura de pecado personal y social.

 

MEDITATIO

«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros» (Jn 15,18). Éste es el misterio de la vida empezada en Cristo y prolongada en los cristianos.

Sorprende constatar cómo el martirio acompaña al nacimiento de las comunidades cristianas, en Jerusalén, en Samaría, en Roma y hasta los confines de la tierra.

La lista de mártires que figuran en el canon de los santos es interminable. Abundan en el martirologio cristiano jerarcas y religiosos, pero no falta tampoco el testimonio de muchos laicos. Con el sacerdote Andrés Kim, cuyo martirio celebramos hoy, figura el laico Pablo Chong como representante de muchos otros laicos, hombres y mujeres, casados y solteros, ancianos, jóvenes y niños, que sellaron con su sangre los comienzos de la fe cristiana en Corea.

El testimonio de estos mártires es para nosotros una imagen viva. Ellos son un desafío a la hora de construir, como sarmientos unidos a la vid, la sociedad contemporánea.

Nos estimulan a no dejar que falte en este mundo un rayo de la luz del Espíritu que ilumine el camino de la existencia humana.

El mismo año (1988) en que Juan Pablo II canonizó a estos mártires de la fe, escribió a todos los fieles cristianos laicos del mundo insistiéndoles en la responsabilidad de vivir y proclamar la fe recibida en el bautismo. La exhortación se titula Christifideles laici. De esa carta extraemos la oración que hoy os invitamos a rezar.

 

ORATIO

María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, contigo damos gracias a Dios por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos. Virgen del Magníficat, llénanos de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión. Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.

Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios. Tú, que junto a los apóstoles has estado en oración en el cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.

Virgen Madre, guíanos y mantennos para que vivamos siempre como auténticos hijos de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos y amigos muy queridos: caed en la cuenta de que Dios, al principio de los tiempos, creó el cielo y la tierra y todo lo que existe. Meditad también por qué y para qué creó al hombre a su imagen y semejanza.

Si en este valle de lágrimas no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni seguir viviendo. Por la gracia de Dios hemos venido a este mundo y también por su gracia hemos recibido el bautismo y hemos entrado a formar parte de la Iglesia.

Convertidos así en discípulos del Señor, llevamos un nombre glorioso. Pero ¿de qué nos serviría un nombre tan excelso si no correspondiera a la realidad? Si así fuera, no tendría sentido haber venido a este mundo y formar parte de la Iglesia; peor aún, esto equivaldría a traicionar al Señor y su gracia. Mejor sería no haber nacido que recibir la gracia del Señor y pecar contra él (de la última exhortación de san Andrés Kim).

 

ACTIO

Recuerda el día de tu bautismo. Busca la fecha o alguna foto, si existe. Después, respóndete a esta pregunta: ¿Qué he hecho yo de mi bautismo?

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables padecimientos; con su pasión fundó la Iglesia y la hace crecer con los sufrimientos de los fieles. Por más que los poderes del mundo la opriman y la ataquen, nunca podrán derrotarla.

Después de la ascensión de Jesús, desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, la Iglesia santa va creciendo por todas las partes en medio de tribulaciones.

También ahora, durante cincuenta o sesenta años, desde que la santa Iglesia penetró en nuestra Corea, los fieles han sufrido persecución, y aún hoy mismo la persecución se recrudece, de tal manera que muchos compañeros en la fe -entre ellos yo mismo- están encarcelados, como también vosotros os halláis en plena tribulación. Si todos formamos un solo cuerpo, ¿cómo no sentiremos una profunda tristeza? ¿Cómo dejaremos de experimentar el dolor, tan humano, de la separación? No obstante, como dice la Escritura, Dios se preocupa del más pequeño cabello de nuestra cabeza y, con su omnisciencia, lo cuida.

¿Cómo, por tanto, esta gran persecución podría ser considerada de otro modo que como una decisión del Señor o como un premio o castigo suyo?

Buscad, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo.

No olvidéis el amor fraterno, sino ayudaos mutuamente... Aquí estamos veinte... Si alguno es ejecutado, os ruego que no os olvidéis de su familia...

Está ya cerca el combate definitivo. Os ruego que os mantengáis en la fidelidad, para que, finalmente, nos congratulemos juntos en el cielo. Recibid el beso de mi amor».

(Extracto de la carta de despedida de Andrés Kim.)

 

Día 21

San Mateo (21 de septiembre)

 

Es él mismo quien nos cuenta su conversión empleando unos términos extremadamente sencillos (Mt 9,1-9). Por su parte, Lucas se complace en poner de relieve que, en aquella circunstancia, el banquete era signo del amor misericordioso de Jesús a todos los pecadores.

Mateo escribió un evangelio para la comunidad judeocristiana: esto se deduce de la estructura del mismo evangelio, que presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como aquel que trae la ley del amor al nuevo pueblo de Dios. A continuación, Mateo pone una particular atención a la Iglesia, convocada, salvada e instituida por Jesús. Sólo él entre los evangelistas sinópticos conoce el término «Iglesia», exactamente en dos lugares: 16,18 y 18,17.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13

Hermanos:

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

 

**• Pablo, al presentarse directamente como prisionero por el nombre del Señor, confiere una particular autoridad a su exhortación a vivir «con dignidad» la vocación cristiana. En virtud de esa vocación, todos los creyentes forman «un solo cuerpo» en Cristo Jesús, y eso exige un nuevo modo de vida, más allá del alejamiento de todo sentimiento de animosidad y discordia, para no romper «la unidad» llevada a cabo por el Espíritu Santo.

Es, efectivamente, el Espíritu Santo el que compagina el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si los miembros se oponen entre ellos, ¿cómo podrá organizarse el cuerpo? La primera ley de vida es, pues, la armonía, la «paz», que es el indispensable cemento de la unidad. Se imponen, por consiguiente, motivos teológicos que impongan al cristiano la unidad espiritual con los hermanos: todo en su vida ha de tener un carácter de sociabilidad y una dimensión comunitaria. Es único el cuerpo de la Iglesia, y está animado por un único «Espíritu»; única es la «esperanza» de la salvación eterna a la que nos llama la fe en Cristo; único es el «Señor» Jesús, que ha roto el muro de la división y de la enemistad {cf. 2,14) y ha proporcionado a todos los mismos medios de salvación; la fe y el bautismo. Sin embargo, el motivo fundamental de esta unidad reside en la universal paternidad de Dios, que está presente en todo redimido con su acción y con su inhabitación mediante la gracia.

La clara profesión de fe trinitaria, contenida en nuestro pasaje, fundamenta el valor de los «carismas» aquí enumerados. De ellos se describe también el fin hacia el cual deben converger en la economía del cuerpo místico de Cristo: un fin eminentemente social, a saber: la edificación completa de este cuerpo, que se obtendrá cuando todos hayamos alcanzado la «perfecta unidad» de fe y de «conocimiento» amoroso de Cristo.

De este modo, la perfección personal y colectiva expresará la medida en «que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los publícanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo: -No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

        *+• Cafarnaún estaba situada en los confines del territorio de Herodes Antipa con el de su hermano Filipo, sobre la arteria comercial que conducía desde Damasco al Mediterráneo. Esto explica la presencia de numerosos encargados del cobro de las tasas, la odiada clase de los publicanos, en aquella zona.

Toda la atención del texto está centrada en la prontitud de la respuesta de Mateo, presentado como «Leví, hijo de Alfeo» en Marcos y Lucas, respecto a la llamada de Jesús, y también en el tipo de gente que asiste al banquete, tal vez de despedida, que Mateo ofrece a sus ex colegas a fin de subrayar la seriedad de su opción. El hecho de ver a muchos publícanos y pecadores comiendo con Jesús y con sus discípulos escandaliza a los fariseos, porque en Oriente comer juntos significaba comunidad de vida y de sentimientos. Al conversar con los publicanos y los pecadores, Jesús muestra que está en la línea de la «misericordia» y reprocha a los fariseos su legalismo, que los hace insensibles a las auténticas necesidades del Espíritu, además de incapaces de comprender las auténticas necesidades del prójimo.

 

MEDITATIO

El problema de las comidas tomadas en común por cristianos de procedencia pagana y los de origen judío fue muy importante en la primera generación cristiana. Mateo, ya evangelista, quiere presentar una enseñanza de Cristo a su Iglesia. El Maestro, tanto de palabra como con el ejemplo, les ofrece una lección: Dios exige de nosotros sobre todo gestos de misericordia, más que actos cultuales.

Jesús, al llamar a Mateo y sentarse a la mesa con los pecadores, aparece como aquel que ha realizado la voluntad de Dios. Y toda su misión de llamada misericordiosa a los pecadores a la salvación ha sido el cumplimiento de la Palabra de Dios expresada en las Escrituras.

Frente al Dios discriminador presentado por el culto de los judíos de estricta observancia, el Dios revelado por la palabra y por la acción de Jesús es un Dios de misericordia, un Dios que acoge a los perdidos y les ofrece una nueva posibilidad de rehacerse; hasta alcanzar, mediante su gracia, la «perfecta unidad» interior, que en la primera lectura es «hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre y Dios de misericordia, reconocer en nuestra historia personal la llamada fundamental de la vida que tu Hijo y Señor nuestro nos dirige con amor.

Concédenos, oh Padre y Dios de bondad, responderte afirmativamente con prontitud y generosidad, incluso a través de las grandes y pequeñas ocasiones de nuestro vivir cotidiano, a fin de que podamos realizar con fidelidad la obra que, de una manera personal y comunitaria, nos has dado para realizar en la Iglesia.

Y que el mundo, frente al testimonio de unidad del cristiano y de la Iglesia, pueda convertirse y creer en tu amor misericordioso, un amor que hemos visto y contemplamos en el rostro y en la acción de Jesucristo en la tierra.

 

CONTEMPLATIO

Gracias, Señor, por la compasión tan grande que te has dignado dispensar por nuestra redención, y te ruego: haz que podamos ser en verdad partícipes eternamente de esta redención y de la salvación eterna que hay en ti. ¿Quién al oír decir al apóstol: «Esta palabra es verdadera: Jesucristo ha venido a este mundo para salvar a los pecadores», no pronunciará al mismo tiempo una alabanza y una oración ni dirá: «A ti, Señor, la alabanza, a ti la acción de gracias, porque en tu gran misericordia buscas la vida y no la muerte del pecador. Dígnate, Señor, concedernos tu justificación por nuestros pecados y salvarnos con la salvación eterna»?

Cuando oímos, pues, las palabras de Cristo con las que se nos refieren o prometen sus beneficios, debemos abundar, como nos enseña el apóstol, en acciones de gracias a él. Ahora bien, el ánimo de aquel que ama y está repleto de deseo, una vez realizada la acción de gracias, debe añadir la oración para ser hecho digno de sus promesas (Juan el Cartujo).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día esta Palabra: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Le 19,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las palabras «quiero misericordia, no sacrificios» (Mt 9,13) marcan un importante paso hacia adelante de la conciencia humana, pero, por desgracia, después de dos mil años, son muy pocos los que se han dado cuenta de esto: el paso de la religión del Padre a la del Hijo. El Padre experimentado como Soberano absoluto, como el Juez inapelable, que premia a los buenos y castiga a los pecadores; la conciencia necesitada de sacrificios expiatorios, de machos cabríos sobre los que depositar los pecados propios y los comunitarios. Por otra parte, la conciencia solar, creadora y portadora de vida. El árbol frutal da con arrebato sus frutos, y su alegría aumenta con el crecimiento de la abundancia de los frutos; no castiga a los animales y a los hombres que los comen; su tarea es sustentar a las criaturas que tienen necesidad de sus dones. Del mismo modo, el seguidor de la religión del Hijo vive para distribuir la misericordia, no para levantar altares sobre los que inmolar víctimas.

La experiencia cristiana se encuentra en el fatigoso y laborioso camino que va de la religión del Padre, del Rigor y del Juicio irreformable, a la religión del Hijo, que no juzga, no condena, no culpa a ninguna criatura, sino que con mano generosa distribuye amor y misericordia, no apaga el pábilo vacilante, no quiebra la caña cascada. Moisés había declarado que el hombre es la imagen de Dios en la creación; Cristo nos dice que el Hijo y los hijos del hombre están llamados a despojarse del temor y del temblor de los siervos, y a abrirse a la alegría vital de sentirse hijos de Dios (G. Vannucci).

 

Día 22

Sábado 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,35-37.42-49

Hermanos:

35 alguno preguntará: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?

36 ¡Insensato! Lo que tú siembras no germina si antes no muere.

37 Y lo que siembras no es la planta entera que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla.

42 Así sucederá también con la resurrección de los muertos.

43 Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor;

44 se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, hay también un cuerpo espiritual,

45 como dice la Escritura: Adán, el primer hombre, fue creado como un ser con vida. El nuevo Adán, en cambio, es espíritu que da vida.

46 Y no apareció primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual.

47 El primer hombre procede de la tierra y es terrestre; el segundo procede del cielo.

48 El terrestre es prototipo de los terrestres; el celestial, de los celestiales. 49 Y así como llevamos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celestial.

 

*"•• Llevando hasta el final su enseñanza sobre la resurrección de Jesús y la nuestra, Pablo se plantea una pregunta: «¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?» (v. 35). Se intuye el tono triste y desconsolado del apóstol al constatar que los cristianos de aquella comunidad fueran secuaces de una mentalidad materialista, que tiende a disociar el cuerpo del espíritu. Tal insensatez no le parece soportable, sobre todo, porque no tiene presente ni cuenta con el misterio pascual de la muerte y la resurrección. Los cristianos no pueden renunciar a esta verdad.

La resurrección, para Pablo, inaugura una novedad absoluta en la vida de Cristo y en la de los cristianos: el paso de un cuerpo animal a un cuerpo espiritual está inscrito en el designio salvífico de Dios. Por eso no es posible proyectar sobre el cuerpo espiritual nuestras experiencias relativas al cuerpo animal. La relación entre el primer hombre, Adán, y Cristo, el último Adán, es también bastante iluminadora: Pablo establece una clara relación entre la economía de la creación y la de la redención, para afirmar que la novedad de Cristo no consiste en tener la vida, sino en dar la vida nueva a todos. Será un don integral, en el sentido de que tendrá que ver con todo el hombre -cuerpo, alma y espíritu- para una experiencia de vida nueva y eterna, de suerte que, tras haber sido hermanos del primer hombre, Adán, y habiendo llevado la imagen del hombre de tierra, seremos asimismo hermanos del último Adán, Cristo, llevando la imagen del hombre celestial.

 

Evangelio: Lucas 8,4-15

En aquel tiempo,

4 se reunió mucha gente venida de todas las ciudades, y Jesús les dijo esta parábola:

5 -Salió el sembrador a sembrar su semilla. Mientras iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino; fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.

6 Otra parte cayó en terreno pedregoso y nada más brotar se secó, porque no tenía humedad.

7 Otra cayó entre cardos y, al crecer junto con los cardos, éstos la sofocaron.

8 Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio como fruto el ciento por uno. Y concluyó: -Quien tenga oídos para oír que oiga.

9 Sus discípulos le preguntaron qué significaba esa parábola.

10 Él les dijo: -A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios; a los demás todo les resulta enigmático, de manera que miran pero no ven, y oyen pero no entienden.

11 La parábola significa lo siguiente: la semilla es el mensaje de Dios.

12 La semilla que cayó al borde del camino se refiere a los que oyen el mensaje, pero luego viene el diablo y se lo arrebata de sus corazones, para que no crean ni se salven.

13 La semilla que cayó en terreno pedregoso se refiere a los que al oír el mensaje lo aceptan con alegría, pero no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero cuando llega la hora de la prueba se echan atrás.

14 La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje, pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez.

15 La semilla que cayó en tierra buena se refiere a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia.

 

**• Lucas va diseminando, a lo largo de todo su evangelio, una abundante enseñanza de Jesús en parábolas. Aquí refiere la primera, la más famosa, y, para él, también ciertamente la más importante: la parábola del sembrador. Sin embargo, para ser más exactos, habría que llamarla «la parábola de la semilla». En efecto, la atención del narrador parece concentrarse no tanto en los gestos del sembrador como en el destino de las semillas lanzadas por él. El comienzo de la explicación de la parábola va también en el mismo sentido: «La semilla es el mensaje de Dios» (v. 11).

De manera espontánea, surge una pregunta: ¿por qué quiso caracterizar Jesús el comienzo de su ministerio público con esta parábola? ¿Acaso había advertido ya las dificultades que tenían los hombres de su tiempo para escuchar su predicación, y tal vez también las dificultades que experimentaban sus oyentes para perseverar en la escucha y en la práctica? La respuesta parece ser afirmativa, si consideramos sobre todo la pregunta que le dirigen sus discípulos y la respuesta que les da Jesús (w. 9ss). Pero la parábola tal vez tenga un alcance todavía mayor: en los diferentes destinos de la semilla lanzada podemos entrever no sólo los diferentes modos con los que sus contemporáneos reaccionaban a la oferta de la Palabra, sino también las diferentes actitudes con las que, a lo largo de la historia de la salvación, ha reaccionado y sigue reaccionando la humanidad a la presencia de los testigos de Dios y a su predicación. Leída así, la parábola de la semilla prolonga su mensaje a lo largo de todos los siglos de la historia, antes y después de Cristo, y llega hasta nosotros.

 

MEDITATIO

El mensaje de Pablo sobre el acontecimiento de la resurrección de Cristo, un mensaje que compromete a todo el hombre, nos lleva a meditar sobre el valor del cuerpo en la vida cristiana y en la historia de la salvación.

Una meditación enormemente oportuna hoy, en una sociedad que, por un lado, exalta el cuerpo humano hasta idolatrarlo y, por otro, lo instrumentaliza hasta denigrarlo. Frente a esta mentalidad, bueno será recordar, aunque sea de una manera sucinta, el mensaje bíblico sobre el cuerpo humano.

Éste, el cuerpo humano, es, en primer lugar, un bien de la creación: Dios nos lo ha dado como signo de su bondad paterna, como algo capaz de hablarnos de él, además de ser instrumento para hablar entre nosotros. Según la mente del Creador, nosotros somos nuestro cuerpo: somos un cuerpo animado o, también, un espíritu encarnado. Ya desde este punto de vista el cuerpo humano es un bien precioso y digno del máximo respeto. El cuerpo humano está también en el centro de nuestra fe desde que Dios, para redimir a la humanidad, quiso encarnarse, esto es, asumir de una mujer (Gal 4,4) un cuerpo en todo semejante al nuestro. La encarnación de Dios es la demostración más clara de que, incluso después del pecado original y después de todos los pecados de toda la humanidad, el cuerpo humano constituye para Dios un instrumento siempre válido para alcanzar los fines más elevados de su providencia.

El cuerpo humano, gracias a la resurrección de Cristo, se encuentra también en el vértice de nuestra fe. El cuerpo de Cristo, en cuanto cuerpo resucitado, es primicia o anticipo de todos nuestros cuerpos destinados a la novedad de vida mediante la resurrección final.

El cuerpo humano -este cuerpo nuestro- lleva en sí mismo, por tanto, los gérmenes de una esperanza de vida que no decaerá nunca. Se trata de una realidad santa y sacrosanta no sólo por las bendiciones que recibe, sino por el destino que le espera.

 

ORATIO

Tu Palabra, Señor, cae sobre mi camino para mostrarme la dirección que tú quieres darle a mi vida, pero mis puntos de vista no me permiten escucharla ni acogerla en lo hondo de mi corazón, en el centro de mi existencia.

Tu Palabra, Señor, quiere germinar en mi vida, pero con excesiva frecuencia mis miedos la ahogan y la mortifican.

Tu Palabra, Señor, llama a mi corazón, pero una espesa red de negatividad no la deja respirar. Haz fértil, Señor, esta tierra mía, para que tu Palabra pueda vivir en mí y, a través de mí, en los otros, en el ambiente en el que vivo e intento servir a la causa de tu Reino. Alimenta, Señor, esta vida mía, a fin de que tu Palabra crezca en mí y a mi alrededor, para bien de mi prójimo y gloria de tu nombre. Refuerza, oh Señor, mi voluntad y mi perseverancia, para que tu Palabra dé frutos copiosos y duraderos en este segmento de mi vida y en el extenso horizonte de la historia.

Tu Palabra, Señor, es luz para mis pasos, es fuego que inflama, es agua que refresca y calma la sed, es espada cortante y penetrante, es viático para mi camino: ¡gracias, Señor!

 

CONTEMPLATIO

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.

Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de opinión, te dijera lo contrario o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado -seamos nosotros mismos o un ángel del cielo-, ¡sea maldito!

Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa exactamente cada una de sus afirmaciones.

Porque tenéis que saber que el símbolo de la fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resacado sumen toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo que nos da a conocer el Antiguo y el Nuevo Testamento (Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5 sobre la fe y el símbolo,

12-13, en PG 33, 519-523).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y así como llevamos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celestial» (1 Cor 15,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Un sacerdote empezó así su homilía en un funeral: «Mi predicación tendrá como tema el juicio». Entre la gente se produjo un movimiento de sorpresa atemorizada. Y prosiguió: «El juicio consiste en susurrar al oído de un Dios misericordioso y compasivo la historia de mi vida, esa historia que nunca he conseguido contar».

Muchos de nosotros tienen una historia propia - o al menos una parte de ella- que nunca han sido capaces de contar a nadie por miedo a no ser comprendidos o por su incapacidad para comprenderse a sí mismos: la ignorancia del lado más oscuro de nuestra vida escondida - o más sencillamente, la vergüenza hace la cosa bastante difícil para mucha gente. Nuestra verdadera historia no la contamos nunca o la contamos sólo a medias.

Pero cuando estemos con Dios, podremos susurrarla libre y totalmente a aquel oído misericordioso y compasivo. Después de todo, es precisamente eso lo que Dios ha querido siempre, mientras esperaba nuestro retorno a casa con él. Nos acogerá como a sus hijos pródigos, ahora arrepentidos y humildes, entre sus brazos. Entre esos brazos empezaremos a contar nuestra historia, y él dará comienzo a ese principio curativo y preparatorio que nosotros llamamos purgatorio (B. Hume, Pellegrini in cammino verso Dio, Roma 1984, pp. 22óss [edición española: Ser un peregrino, Ediciones Sígueme, Salamanca 1986]).

 

Día 23

25° domingo del tiempo ordinario

 

Primera lectura: Sabiduría 2,12.17-20

Dijeron los impíos:

12 «Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la ley y nos reprocha las faltas contra la educación recibida.

17 Veamos si es verdad lo que dice, comprobemos cómo le va al final.

18 Porque si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus adversarios.

19 Probémoslo con ultrajes y tortura: así veremos hasta dónde llega su paciencia y comprobaremos su resistencia.

20 Condenémoslo a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo librará».

 

**• En el capítulo 2 del libro de la Sabiduría, los impíos -esto es, los que desconocen a Dios, o han renegado de él de algún modo, abandonando la observancia de la Ley- declaran su concepción de la existencia. La vida, completamente circunscrita dentro del horizonte terreno, efímera y transeúnte, es para gozarla sin escrúpulos (vv. 6-12a).

El «justo», es decir, cualquiera que sea fiel a YHWH y a sus mandamientos, sigue unos criterios de vida diametralmente opuestos a los del impío y, por consiguiente, siente como un reproche el comportamiento del justo, su misma presencia (vv. 12b. 14). De ahí su decisión de ensañarse con él, diciendo, en plan sarcástico, que quiere verificar la autenticidad de la fe que profesa (vv. 17-20). Aparece un crescendo en las persecuciones que se le infligen, hasta llegar a la sentencia de muerte (v. 20a).

Los impíos esperan probar de este modo la consistencia de la paciencia y de la resistencia demostradas por el justo (v. 19), así como la consistencia de la seguridad que ha declarado en el apoyo que le da Dios, su salvador y liberador (vv. 18.20b).

El sarcástico desafío lanzado por los impíos, repetido contra los justos de todos los tiempos, vivirá su último acto en el Gólgota, donde el justo ve atendida su petición de salvación resucitando (cf. Heb 5,7).

 

Segunda lectura: Santiago 3,16-4,3

Carísimos:

3,16 Porque donde hay envidia y ambición, allí reina el desorden y toda clase de maldad.

17 En cambio, la sabiduría de arriba es en primer lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera.

18 En resumen, los que promueven la paz van sembrando en paz el fruto que conduce a la salvación.

4,1 ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esas pasiones que os han convertido en un campo de batalla?

2 Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis, pero no podéis conseguir nada; os enzarzáis en guerras y contiendas, pero no obtenéis porque no pedís;

3 pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.

 

**• La fe auténtica se manifiesta en las obras, del mismo modo que la verdadera sabiduría se reconoce por sus frutos {cf. Sant 3,13). El autor de la carta de Santiago pone en guardia contra los falsos maestros, es decir, contra aquellos cuyas palabras no edifican la comunidad en la concordia, sino que fomentan las divisiones internas. Quien sólo se preocupa de sí mismo y se encierra de manera egoísta en la búsqueda de su propia gratificación, se comporta de tal modo que crea desorden y turbación en los otros (3,16). Por el contrario, quien acoge la sabiduría, don que Dios concede a quien se lo pide {cf. Sab 8,21), vive de una manera límpida, sincera, recta.

El elenco de adjetivos calificativos de «la sabiduría de arriba» (3,17) está compuesto, probablemente, teniendo en cuenta la situación concreta de los destinatarios de la carta y pone de relieve las virtudes que más necesitan.

De ese elenco se desprenden los rasgos de una comunidad minada por las divisiones, los personalismos, las rivalidades. Santiago la exhorta a compararse con el don de Dios y con la urgencia de encarnarlo en un estilo de vida tolerante, propio de quien acoge a los otros sin discriminaciones, preocupado no por aparentar, sino por ser. Ése es el estilo de vida de quien construye la «paz», que es el bien supremo, compendio de cualquier otro (3,18).

Los cristianos están invitados a descubrir de modo decidido las raíces de las discordias y de las divisiones que laceran la comunidad (4,1a). Santiago los identifica con el deseo desordenado de poseer, que engendra conflictos, primero en el mismo interior de la persona (4,1b) y, en consecuencia, después con los otros (4,2). Y no sólo esto, sino que provoca asimismo la ruptura de la relación con Dios, de suerte que la oración queda vaciada de sentido y reducida a una apariencia hipócrita.

Y es que no se puede orar a Dios con un corazón alejado de él (4,3; c £ l s 29,13).

 

Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera,

31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días resucitará.

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino?

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 -El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 

** El evangelista recoge en este fragmento otro dicho de Jesús referente al desenlace de su misión: va a ser entregado en manos de los hombres y le darán muerte (v. 3lab). El verbo «entregar», conjugado en pasiva y sin complemento, sugiere que es Dios quien realiza la acción.

La pasión y la muerte de Jesús no son «padecidas» por Dios, que es incluso el protagonista: es él quien, a través del recorrido doloroso de su Hijo, reconciliará consigo al mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección de Jesús (v. 31c).

Marcos subraya una vez más que los discípulos no comprenden y, para resaltar la distancia que media entre la palabra del Maestro y su mentalidad -en última instancia, la mentalidad de la comunidad cristiana-, pone, a renglón seguido, otros dos dichos de Jesús. En el primero se afirma que la jerarquía entre los discípulos está estructurada siguiendo el criterio del servicio y del ponerse en el último lugar: en esto se fundamenta la verdadera grandeza (vv. 34ss). El segundo dicho une la acogida a Jesús -y por eso al Padre que le envía- a la de un niño (v. 37). El niño, cuya escasa consideración positiva en el mundo antiguo resulta muy conocida, es imagen de todos los que no son considerados dignos de atención y de estima; sin embargo, son precisamente ellos quienes reciben el don del amor de Jesús -cosa que significa mediante el abrazo (v. 36)- y se convierten en sacramento del mismo Jesús, como él es sacramento del Padre.

 

MEDITATIO

La «sabiduría» absolutamente terrena alaba el éxito personal y lo persigue a toda costa. Para el protagonismo que se autoalaba, cualquier persona a la que considere impedimento para su propia supremacía puede ser eliminada sin escrúpulos. En todos los tiempos, también en el nuestro, aparece la formación de círculos de poder que atraen a su alrededor grupos de seguidores acríticos, en los que instilan el sentido de la lucha contra los otros partidos.

Este mecanismo, ínsito en el hombre en el estadio instintivo, ha sido alcanzado por el anuncio de la pascua de Jesús, que propone su superación. Se trata del don de Dios que se ofrece a todos: quien lo acoge se convierte en obrero de la paz y no de la división. Es el puesto del criado, ocupado por Jesús en primer lugar, el que garantiza el primado en el amor. Es el niño, el débil, el «sin voz», el que se revela como puente lanzado sobre las aguas cenagosas del egoísmo humano, donde nos sorprende el abrazo del Padre.

 

ORATIO

A veces, Señor, la pequeñez de mi ser criatura me parece inadecuada e insuficiente para contener mis grandes deseos. Y hago de todo para acabar con aquellos a quienes advierto como límites a mi necesidad de expandirme, de «sentirme grande»: ser más que los otros, recibir más que los otros, contar más que los otros.

Tú sales al encuentro de esta prepotente necesidad de sobresalir y me propones ponerla al servicio del amor, haciéndome el último de todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más dócil, el más misericordioso, acogedor con todos...

Envía de lo alto tu Espíritu de sabiduría, para que haga de mi vida una obra de paz.

 

CONTEMPLATIO

Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz.

Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna. Por eso es grandemente

vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor.

Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante.

Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros y no quiere abajarse por su voluntad! Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros (Francisco de Asís, Admoniciones, 6.18.19, en Fuentes Franciscanas, edición electrónica, versión de Patricio Grandón, OFM).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Me 9,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante» (Le 9,46). Sabemos bien quién es el que siembra esta discusión entre las comunidades cristianas. Pero tal vez no tengamos bastante presente que no puede formarse ninguna comunidad cristiana sin que, antes o después, nazca esta discusión en ella. En cuanto se reúnen los hombres, ya empiezan a observarse unos a otros, a juzgarse, a clasificarse según un orden determinado. Y con ello ya empieza, en el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible, invisible y a menudo inconsciente lucha a vida o muerte.

Lo importante es que cada comunidad cristiana sepa que, ciertamente, en algún pequeño rincón «surgirá entre sus componentes la discusión sobre quién es el más importante». Es la lucha del hombre natural por su autojustificación. Ese hombre se encuentra a sí mismo sólo en la confrontación con los otros, en el juicio, en la crítica al prójimo. La autojustificación y la crítica van siempre de la mano, lo mismo que la justificación por la gracia y el servicio van siempre unidos. Como es cierto que el espíritu de autojustificación sólo puede ser superado por el

espíritu de la gracia, los pensamientos particulares dispuestos a criticar quedan limitados y sofocados si no les concedemos nunca el derecho a abrirse camino, excepto en la confesión del pecado.

Una regla fundamental de toda vida comunitaria será prohibir al individuo hablar del hermano cuando esté ausente. No está permitido hablar a la espalda, incluso cuando nuestras palabras puedan tener el aspecto de benevolencia y de ayuda, porque, disfrazadas así, siempre se infiltrará de nuevo el espíritu de odio al hermano con la intención de hacer el mal. Allí

donde se mantenga desde el comienzo esta disciplina de la lengua, cada uno de los miembros llevará a cabo un descubrimiento incomparable: dejará de observar continuamente al otro, de juzgarle, de condenarle, de asignarle el puesto preciso donde se le pueda dominar y hacerle así violencia. La mirada se le ensanchará y al mirar a los hermanos, plenamente maravillado, reconocerá por vez primera la gloria y la grandeza del Dios creador. Dios crea al otro a imagen y semejanza de su Hijo, del Crucificado: también a mí me pareció extraña esta imagen, indigna de Dios, antes de que la hubiera comprendido (D. Bonhoeffer, La vita comune, Brescia '1981 [edición española: Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).

 

Día 24

Lunes 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 3,27-35

Hijo mío:

27 no niegues un favor a quien tenga derecho si está en tus manos concedérselo.

28 Si tienes, no digas a tu prójimo: «Vuelve otro día, mañana te daré».

29 No maquines contra tu prójimo mientras vive a tu lado confiado.

30 No pleitees con un hombre sin motivo, si no te ha hecho ningún mal.

31 No envidies al hombre violento, ni imites su conducta,

32 pues el Señor aborrece al perverso y da a los rectos su confianza.

33 El Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada de los justos;

34 puede burlarse de los arrogantes, pero concede su favor a los humildes.

35 La herencia de los sabios es el honor, pero los necios acumulan deshonra.

 

**• El libro de los Proverbios es un libro humilde, aunque sólo en apariencia. La convicción de la que parte es que toda la sabiduría presente en el mundo, tanto en las cosas como en el hombre, es una huella de la sabiduría divina. Hasta la sabiduría que se expresa en las formas más humildes y cotidianas -la sabiduría del sentido común, de la razón, de la experiencia- viene de Dios. Seguirla es obedecer a Dios; ignorarla significa traicionar el designio de Dios. Bajo esta luz, profundamente religiosa, es como debemos comprender todas las máximas del libro de los Proverbios, reconociendo un valor de imperativo moral no sólo a la palabra de los profetas y a la Ley, sino también al significado de las cosas y a la fuerza de la experiencia.

El pasaje que nos presenta hoy la liturgia insiste en las relaciones con el prójimo: no hay que negar un favor, no se debe decir: «Vuelve otro día, mañana te daré» (v. 28), no hay que maquinar engaños, ni pleitear, ni envidiar, ni imitar la conducta del malvado (w. 29-32). En el interior de estos mandatos, y casi de improviso, hace su aparición una afirmación muy bella: «Y da a los rectos su confianza» (v. 32b). Así queda ya perfilada la figura del sabio en sus coordenadas fundamentales: la corrección y la benevolencia en las relaciones con el prójimo, la convicción de que la confianza en Dios vale más que cualquier otra cosa.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.

17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto.

18 Prestad atención a cómo escucháis, porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

**• Los dichos de Jesús que hemos leído hoy .-probablemente diseminados en su origen- han sido recogidos por Lucas en una sección (8,4-21) que tiene como tema la Palabra de Dios. Desde esta perspectiva los leemos nosotros.

El primero de ellos (v. 16) parece temer el riesgo del anonimato: no se pone una luz debajo de la cama. La advertencia parece dirigida a los cristianos que -por miedo o porque consideran inútil hacerlo- no se exponen en público. La Palabra es pública y visible: esconderla es un modo de hacerla morir.

El segundo dicho (v. 17) parece temer más bien el riesgo del secreto. La advertencia va dirigida a los grupos cristianos que se cierran en sí mismos y anuncian la Palabra en secreto, sólo a los iniciados. Porque la Palabra, en virtud de su naturaleza misionera, es para todos.

El tercer dicho (v. 18) es más difícil. A buen seguro, llama la atención sobre la importancia de la escucha; más aún, sobre los modos como se escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Hay quien no escucha, pero hay también quien escucha mal. ¿Qué significado hemos de dar a esta afirmación, un tanto enigmática: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener»? ¿Qué significa el «porque» (literalmente, gar [en efecto]: v. 18b) que condiciona estrechamente el crecimiento o la pérdida a la escucha de la Palabra? Quizás signifique que es importante escuchar bien, porque es precisamente la escucha lo que enriquece. Quien no escucha o escucha mal se empobrece. No sólo no crece, sino que pierde también lo que considera tener. La escucha de la Palabra es, por consiguiente, el camino necesario para el crecimiento en la fe. Si falta, desaparece la fe.

 

MEDITATIO

Jesús nos habla de la necesidad de iluminar. Pero habla también de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la única luz que viene de Cristo, el Señor. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las de Cristo, y de proponer así cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día, constantemente, nuestra propia lámpara con la luz de Cristo. Es la lumen Christi la que ilumina el mundo, no mi luz. Esta última puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo.

Y, llegados aquí, el problema se vuelve serio, porque la luz de la que habla Jesús no es sólo doctrina, sino también testimonio, es decir, doctrina que se hace vida, que transforma la vida: que afecta a mi modo de ser, a mi modo de valorar las cosas. Soy luz cuando difundo la doctrina de Cristo con los criterios de Cristo, esto es, con humildad y pobreza. Cuando no hablo, por ejemplo, de humildad desde una posición de poder, cuando no anuncio la pobreza con medios que hablan de abundancia de bienes. Soy, en suma, luz puesta en el candelero cuando represento -lo menos lejos posible- el modo de ser, de obrar, de pensar y de hablar de Jesús.

Es bueno reflexionar un poco sobre esto, porque en este sector son grandes las ilusiones. Pensar que iluminamos sólo porque decimos las palabras de Jesús, sin dejar iluminar nuestra propia vida con la luz de Jesús, es como cubrir con una vasija la lámpara. Es como afirmar algo sin la prueba de los hechos. Es adoctrinar, no evangelizar.

 

ORATIO

Estás viendo, Señor, que estoy preocupado por hablar de tu doctrina más que por reproducir tu vida. Estás viendo cómo pongo demasiado entre paréntesis tu modo de ser, que dio tanto impacto a tus palabras, pensando que evangelizar o ser guía para los hermanos y hermanas se reduce a una cuestión de conocimiento y de transmisión de ideas.

Pero eres tú quien debe vivir en mí, para que yo pueda comunicar tus palabras y ser guía de los otros. Si tú, mi amado Señor, no vives dentro de mí, tus palabras saldrán sin efecto de mis «labios impuros», porque mi corazón será demasiado diferente del tuyo, mis criterios prácticos de valoración estarán demasiado alejados de los tuyos. Ayúdame a buscarte a ti antes que a las palabras, a modelarme siguiendo tu imagen antes que a usarte para decir las cosas que debo decir.

Para esto necesito también sentirte más cerca, más íntimo, más amigo, más familiar, más presente en mi vida. No me dejes, no me abandones a mis ilusiones, no me dejes recorrer hasta el final mis atajos, mi constante tentación de reducirte a idea o a simple mensaje.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro.

Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28).

¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!

¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.

Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.

El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. El que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el mundo.

Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.

Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 8, San Pablo, Madrid 1997, pp. 106-107).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El liderato cristiano del futuro no debe ser ya un liderato de poder y de control, sino un liderato de impotencia y de humildad, en el que se manifieste Jesucristo, siervo doliente de Dios.

Como es obvio, no estoy hablando de un liderato psicológicamente débil, en el que el líder cristiano sea simplemente una víctima pasiva de la manipulación de su ambiente. No, estoy hablando de un liderato en el que se renuncia constantemente al poder y se opta por el amor. Se trata de un verdadero liderato espiritual. La impotencia y la humildad en la vida no son, a buen seguro, las del hombre que no tiene espina dorsal y deja que sean los otros quienes decidan por él; se trata, más bien, de la impotencia y la humildad de quien está totalmente enamorado de Jesús hasta el punto de seguirle allí a donde le lleve, con la seguridad de que, con Él, encontrará la vida y la encontrará en abundancia. Es preciso que el líder del futuro sea radicalmente pobre y que, cuando viaje, no lleve consigo más que el bastón -«no pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas» (Mc 6,8)-. ¿De qué sirve ser pobre? Sirve sólo para brindarnos la posibilidad de guiar a los otros dejándonos guiar. Deberemos depender así de las reacciones positivas o negativas de aquellos entre quienes andemos, y seremos llevados verdaderamente allí a donde quiera llevarnos el Espíritu de Jesús. La riqueza y el bienestar nos impiden discernir el camino de Jesús. Escribe Pablo a Timoteo: «Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9).

Si puede haber aún una esperanza para la Iglesia del futuro, ésa es la esperanza de una Iglesia pobre, cuyos guías estén dispuestos a dejarse guiar (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesü, Brescia 31997, pp. 59ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

Día 25

Martes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 21,1-6.10-13

1 El corazón del rey es acequia en manos del Señor, él lo inclina hacia donde le place.

2 El hombre considera rectos sus caminos, pero es el Señor quien pesa los corazones.

3 Practicar la justicia y el derecho agrada al Señor más que los sacrificios.

4 Ojos altaneros, corazón engreído y luz del malvado, todo pecado.

5 Los proyectos del diligente traen ganancia, y los del alocado, indigencia.

6 Hacer fortuna con lengua mentirosa, vanidad efímera y trampa mortal.

10 El malvado en su deseo alienta el mal y nunca se apiada de su prójimo.

11 Cuando se castiga al arrogante se hace cauto el imprudente, cuando se instruye al sabio, aumenta su saber.

12 El justo observa la casa del malvado y ve cómo se precipita a la ruina.

13 Quien cierra su oído a la súplica del pobre no será escuchado cuando clame.

 

*»• El libro de los Proverbios está constituido por una amplia colección de máximas y sentencias, en las que se ha ido sedimentando la sabiduría de todas las generaciones de Israel. Su propósito es convertir a todo israelita en un verdadero hombre: fuerte, dueño de sí, interiormente libre, trabajador, hábil, leal. No se trata aún del retrato del discípulo del Evangelio, pero sí de la premisa indispensable para poder serlo. No es posible ser discípulo si no se es hombre. Me parece que éste es el valor global de todo el libro. Pues, a decir verdad, muchos proverbios podrían resultar decepcionantes la primera vez que se leen. ¿Siguen teniendo valor? A buen seguro, los proverbios dotados de sentido común perfectamente actuales son numerosos. Pero lo importante, sobre todo, es su valor global. Sugieren comportamientos que están más allá de la alianza y de su moral. Pero se trata de un sano humanismo que tiene precisamente como finalidad crear un  hombre apto para las opciones morales y para los compromisos de la alianza.

Las virtudes que nos sugiere el fragmento litúrgico que hemos leído hoy son las habituales, presentadas sin un orden preciso: no presumir de uno mismo ni de su propia rectitud; practicar la justicia, la humildad y la diligencia; no ser mentirosos ni violentos en los negocios; no cerrar el oído a la súplica del pobre. La súplica o el grito del pobre van siempre dirigidos en la Biblia al Señor antes que al hombre. Escucharlos significa responder en nombre del Señor.

 

Evangelio: Lucas 8,19-21

En aquel tiempo,

19 se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío.

20 Entonces le pasaron aviso: -Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él les respondió: -Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• El breve cuadro que Lucas bosqueja es de gran fineza y rara profundidad. No aparece polémica alguna respecto a los parientes de Jesús, cosa que sí aparece en los pasajes paralelos de Marcos y de Mateo. Lucas se concentra en el único punto que le interesa de verdad: la escucha y la práctica de la Palabra son las únicas cosas que nos hacen parientes de Jesús, miembros de su nueva familia.

«Se presentaron su madre y sus hermanos» (v. 19): Lucas emplea, para decir esto, un verbo que expresa el deseo de ver a Jesús, y la conjugación en singular pone de relieve la figura de la madre, que es el sujeto. Para el evangelista, la venida de los familiares representa una ocasión que permite pronunciar a Jesús su dicho sobre los verdaderos parientes: la escucha activa de la Palabra crea un vínculo más fuerte que la sangre. Es ésta una posibilidad que no excluye a los parientes que han venido a visitarle, sino que los incluye. En definitiva, Lucas exalta la familia engendrada por la Palabra, sin sentir la necesidad de contraponerla drásticamente a la constituida por los vínculos de sangre.

 

MEDITATIO

Escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica produce el milagro de llegar a ser madre y hermano y hermana de Jesús. Del mismo modo que María escuchó la Palabra y, después, se convirtió en Madre, así puede sucederte a ti en este momento si acoges la Palabra que hoy se te dirige. Jesús quiere crecer en el mundo, y el camino privilegiado para ello eres tú, porque quiere crecer en ti, quiere que tu vida sea siempre más cristiforme, quiere que tú le representes cada vez mejor. Si acoges su Palabra, si la contemplas, si la conservas, si le dejas espacio, si intentas no olvidarla durante el día, si la conviertes en guía de tu acción, Jesús crecerá en ti, en tu ambiente y en el mundo. Y tú adquirirás la misma dignidad de María, porque lo engendrarás de nuevo para nuestro tiempo. Sé devoto de la Virgen, para que te enseñe cómo recibir la Palabra, cómo darle carne, cómo hacerla vida, cómo transformar la acción de hoy en una generación y en un crecimiento de Jesús en ti y en tu ambiente.

 

ORATIO

Hoy te ruego, oh Virgen María, que me ayudes a recibir la Palabra para darle carne, para darle vida. Sabes que ando muy lejos de estas excelencias, esto es, de ver mi vida como un engendramiento de Jesús en el mundo.

Yo, pobre pecador, yo, tan inmerso en mil cosas, puedo acercarme a ti, Madre de mi Salvador, y llegar a ser yo también «madre» de aquel que me salva. Me parecen cosas tan elevadas que rozan lo inaprensible.

Condúceme con suavidad al interior de este misterio, abre mis ojos para que vean las cosas maravillosas que la Palabra puede llevar a cabo en mí, dame un corazón capaz de comprender el mundo nuevo en el que son introducidos los oyentes de la Palabra. Quédate junto a mí, oh Madre, para que pueda continuar, con temor y temblor, pero asimismo con admiración y reconocimiento, tu obra también al comienzo de este tercer milenio.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.

De ahí que María sea dichosa también porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno (san Agustín, Sermón 25, 7ss).

Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.

Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres, una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos. También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.

Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel (Isaac de Stella, Sermón 51, en PL 194, 1862-1863.1865).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Con frecuencia, en el Medievo se representaba a María de rodillas frente al niño en el pesebre y adorándolo. En estas figuras expresaban los artistas lo que Lucas dijo con estos cinco verbos: ha dado a luz, ha envuelto, ha depositado, ha conservado y ha meditado. María siente el misterio de este nacimiento.

Piensa una vez y otra constantemente en su propio corazón lo que ha sucedido. Medita el misterio de su propio hijo para darse cuenta de este niño. María es, para Lucas, la mujer que cree. Con ella nos dibuja una imagen de cómo nosotros también podemos creer en la encarnación de Dios en Jesucristo. Nuestra reacción no puede expresarse mejor que con estas palabras: conservar y meditar, observar y volver a decirlas siempre en nuestro corazón. Debemos conservar la Palabra de Dios en el corazón, debemos compararla con la realidad en la que nos encontremos, hasta que la Palabra se entreabra a nosotros y reconozcamos a la luz de la Palabra nuestra realidad de un modo nuevo, hasta que caigamos de rodillas maravillados frente al misterio del amor de Dios en nuestra vida (Anselm Grün, Natale, celebrare un nuovo inizio, Brescia 1999, pp. 12óss).

 

Día 26

Santos Cosme y Damián (26 de septiembre)

 

La leyenda y la devoción popular de los santos Cosme y Damián sobrepasan con mucho los documentos históricos de sus vidas y milagros. Estos santos están tan lejanos de nosotros en la historia (siglo III) que los ríos que han salido de aquellas fuentes de información han llegado hasta nosotros por cauces de leyenda.

Según una tradición muy antigua, estos santos tienen su tumba en Ciro (Siria). Son presentados como hermanos y gemelos. Se dice también que eran médicos de profesión. Convertidos al cristianismo, dieron testimonio de su fe hasta la muerte, la cual les sobrevino en la persecución de Diocleciano.

Lo que san Pablo cuenta de sí mismo (2 Cor 11,16-33) lo aplican los devotos al martirio de los santos Cosme y Damián: fueron arrojados a la cárcel encadenados, pasaron por agua y por fuego, fueron crucificados, asaeteados y, finalmente, decapitados. Este martirio ocurrió por el año 300. Pronto corrió su fama desde Oriente hasta Occidente.

Son muchos los templos y parroquias en todo el mundo que están dedicados a estos dos santos. Igualmente, también desde muy antiguo los han tomado por patronos protectores los médicos y boticarios.

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 3,1-9

1 Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento les alcanzará.

2 A los ojos de los necios parecía que habían muerto, y su partida fue considerada como una desgracia;

3 su salida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están en paz.

4 Pues si en opinión de los hombres han sido castigados, su esperanza está rebosante de inmortalidad.

5 Por una ligera pena recibirán grandes favores, porque Dios los probó y los encontró dignos de él.

6 Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un sacrificio de holocausto.

7 A la hora de su visita brillarán como chispa que se propaga en los rastrojos.

8 Juzgarán las naciones y dominarán sobre los pueblos, y el Señor reinará sobre ellos para siempre.

9 Los que confían en él comprenderán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor, pues para sus elegidos hay gracia y misericordia.

 

*•• El hombre del Antiguo Testamento constata que con frecuencia a los justos no les sonríe la vida, mientras que los impíos disfrutan de toda clase de placeres. Y se pregunta: ¿dónde está la justicia de Dios? El autor de la Sabiduría responde: no todo termina aquí. Los amigos de Dios pasarán a gozar de una vida con él, mientras que los impíos llegarán a un final trágico, apartados de Dios, la fuente de todo bien. Intenta descubrir lo que lleva a la vida y no a la muerte. Es una reflexión sobre las grandes cuestiones humanas: la vida, la muerte, el amor, el sufrimiento, el mal, la relación con Dios y con los demás, la vida social... Toda esta reflexión está fundida en el crisol de la fe en el Dios único. La única forma de conseguir la sabiduría es tener una relación estrecha y llena de respeto con ese Dios, que es lo que la Biblia llama el temor de Dios. Es necesario ir más allá de lo que se presenta a los ojos de los necios, de los que miran con la mirada miope y superficial del tiempo que acaba.

Hay que superar el tiempo de la prueba, y entonces quedará satisfecha la esperanza del justo, de cada ser humano que haya esperado contra toda esperanza. Los justos recibirán grandes favores, brillarán, juzgarán y dominarán sobre los pueblos. Reinarán con el Señor. Estarán en paz. Estarán en el regazo de Dios.

 

Evangelio: Mateo 10,28-33

28 No tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder el alma y el cuerpo en el fuego.

29 ¿No se venden dos pájaros por unos cuartos? Y, sin embargo, ninguno de ellos cae en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están contados.

31 Así que no tengáis miedo; vosotros valéis más que una bandada de pájaros.

32 Al que me confiese delante de los hombres, le confesaré también yo delante de mi Padre celestial;

33 pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial».

 

*•• La muerte violenta que sufrieron los santos Cosme y Damián la habían sufrido ya el Maestro y muchos de los primeros discípulos. En los versículos del evangelio que se proclaman hoy, Mateo se dirige a una comunidad misionera que necesitaba ser animada y fortalecida, pues algunos de sus miembros habían sucumbido a la persecución.

Para hacer frente a aquella situación compuso una especie de «manual del misionero cristiano». La triple exhortación «no tengáis miedo» (Mt 10,26.28.31) introduce tres motivos de confianza: la fuerza del Evangelio es imparable; cualquier pérdida sólo puede ser parcial; Dios cuidará de ellos. Todo ello debe animar a los discípulos a dar siempre testimonio de Jesús.

Las palabras «no temáis«, «no tengáis miedo», aparecen frecuentemente en el Antiguo Testamento para expresar la seguridad de la ayuda de Dios a sus siervos. Estas palabras de consuelo y valentía se dirigen en el evangelio a los discípulos para que superen las dificultades que acarrea la persecución. Nada debe impedirles la proclamación abierta del mensaje de Jesús. Nadie puede arrebatarles la vida. La solicitud del Padre llega hasta límites insospechados. Sus seguidores sólo deben tener una confianza inquebrantable en Él y seguir adelante, anunciando el mensaje.

Según el libro de los Hechos de los apóstoles, a los creyentes en Jesucristo se les llamó «discípulos«, «cristianos» y «los del camino». El evangelio de hoy propone un nuevo nombre: «los que no tienen miedo». Y es que el miedo entra en cualquier cultura: quienes no tienen nada, sufren la amenaza de la carencia. Quienes tienen en abundancia, sufren la angustia existencial, el frenesí del tener.

«No tengáis miedo». Estas palabras de Jesús nos invitan a la confianza sin límites. La fuente secreta de fuerza la tenemos en la ternura y el amor de Dios. Esa confianza nos convierte, además, en signos para los otros, a pesar de nuestra debilidad. Es un mensaje de confianza que debe llenarnos de alegría y animarnos a continuar siendo mensajeros.

 

MEDITATIO

El precio de la muerte de todos los santos mártires es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba el momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo. Fueron comprados los fieles y los mártires, pero la fe de los mártires ha sido ya comprada, y su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos.

Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.

Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación. ¿De qué copa se trata? Sin duda, de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconoceremos por las palabras de Cristo cuando dice: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz- De este mismo cáliz afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No», dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor» ¿Cómo podían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires y, por medio de ellos, en la tierra vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor. (Sermón 329 de san Agustín, en el natalicio de los mártires.)

 

ORATIO

Reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo, san José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián y de todos los santos; por cuyos méritos y oraciones concédenos en todo tu protección.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

(Plegaria encáustica I.)

 

CONTEMPLATIO

«Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12). Qué bien cuadran estas palabras de Cristo a los testigos de la fe, insultados, perseguidos y martirizados, pero nunca vencidos por la fuerza del mal.

Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, los mártires manifestaron que el amor es más fuerte que la muerte. Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado. «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). En estas palabras de Cristo se habla de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.

La preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio.

Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzado. Más aún, que crezca. Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

Elevo mi oración al Señor para que la inmensa muchedumbre de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre. (De la homilía de Juan Pablo II el tercer domingo de pascua del año 2000.)

 

ACTIO

Repite con frecuencia en la jornada de hoy la frase del evangelio: «Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la carta de san Pablo a los Romanos 8,7 8-39:

Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la creación está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, ya que la creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que la creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve ¿cómo puede esperarlo? Si esperamos lo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia.

Igualmente, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque no sabemos lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Y el que penetra los corazones conoce los pensamientos del Espíritu y sabe que lo que pide para los creyentes es lo que Dios quiere. Y sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, de los que han sido elegidos según su designio. Porque a aquellos que de antemano conoció también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó los llamó; y a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los hizo partícipes de su gloria. ¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los hijos de Dios? Dios es el que absuelve.

¿Quién será el que condene? Cristo Jesús, el que murió; mejor dicho, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y el que intercede por nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Dice la Escritura: Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día, somos como ovejas destinadas al matadero. Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

Día 27

San Vicente de Paúl (27 de septiembre)

 

Vicente de Paúl nació en Pouy, en las Landas (sudoeste de Francia), el año 1581, en el seno de una familia modesta, que le orientó al estado eclesiástico. Tras ser ordenado sacerdote en 1600, estuvo buscándose a sí mismo durante un decenio. El fracaso de los diferentes progresos de vida le hizo redescubrir el sacerdocio como servicio a los pobres y como compromiso de vida. Reunió grupos de laicos comprometidos con los pobres (la Caridad, hoy Voluntariado vicenciano: 1617), y sacerdotes y hermanos para la evangelización de los pobres (Congregación de la Misión: 1625). En una época que marginaba a la mujer, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad (1633), con lo que permitió a muchachas de toda condición asumir un compromiso de dedicación a los últimos. Influyó en las opciones estratégicas del Estado francés y, sobre todo, con ocasión de graves calamidades (guerras y devastaciones), fue el organizador y el animador de la caridad para la sociedad de su tiempo. Murió en París el 27 de septiembre de 1660.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

Hermanos:

26 considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio, para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil, para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir, que lo haga en el Señor.

 

**• Dos son los puntos focales de este pasaje: llamada y pequeñez. Dios llama, según su designio de amor, a la fe y a la salvación. Seguirle es participar en esta salvación.

Pero ¿quién responde? No los «grandes» de este mundo, o sea, los sabios, los poderosos, los nobles. Dios se confía a una predicación que es acogida por esclavos, gente burda, meretrices y descargadores del puerto de Corinto, es decir, por los «pequeños», mientras que es rechazada por los sofistas arrogantes y por los fariseos.

Los «intelectuales de este mundo» son aquellos que razonan según la lógica intramundana, que rechazan la lógica de la cruz, buscan el poder y se glorían de sus obras. El compromiso del cristiano es elegir con quién está: con los humildes, y por consiguiente con Cristo, o con los grandes de este mundo.

 

Evangelio: Mateo 25,31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.

32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.

34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;

36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme».

37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?

38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?

39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?».

40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

41 Después dirá a los del otro lado: «Apartaos de mí, malditos, íd al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.

42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;

43 fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis».

44 Entonces responderán también éstos diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?».

45 Y él les responderá: «Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo».

46 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

 

»•• El fragmento nos presenta la venida del Hijo del hombre en su gloría y la «separación» de la gente. Se encuentra, con toda probabilidad, frente a toda la humanidad.

El Pastor lleva a cabo el discernimiento y coloca en lugares diferentes a las ovejas y a los cabritos. El motivo de este juicio es el comportamiento que han tenido con los «pequeños», y la sentencia suscitará estupor en todos, dado que nadie tendrá conciencia de haber acogido o rechazado al Señor en los oprimidos y en los pobres. Toda asamblea litúrgica es un juicio, un juicio que nos separa del mundo y nos pone frente a las necesidades del mismo.

Si todo creyente se hace pan-partido-y-entregado, entonces es capaz de ver al Señor y será salvado por él.

 

MEDITATIO

San Vicente de Paúl fue durante diez años un sacerdote que se buscaba a sí mismo y que buscaba una sistematización que le conviniera. Los pobres habían estado siempre ante sus ojos, pero nunca se había fijado en ellos. Distribuía limosnas, sobre todo durante el tiempo que estuvo junto a la reina Margot, entre 1608 y 1610, pero no practicaba la caridad. Más tarde, una serie de ardientes acontecimientos le cambiaron por dentro. Le dio la vuelta a la pirámide de sus prioridades. Cuando se dio cuenta del hambre doble de las masas - a saber: el hambre de la Palabra y el hambre de Pan se sintió comprometido personalmente. Comprendió que debía dejar de buscarse y buscar. Más eso sin ningún frenesí activista. No fue nunca un protagonista de la caridad. No hacía, sino que hacía hacer. Indicó a la Iglesia de su tiempo cómo hacerse Iglesia de los pobres. Repetía: «No me basta con amar yo a Dios si mi prójimo no le ama». En un momento en el que triunfaba el misticismo, invitó a amar a Dios, pero «a expensas de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente». No quería que los suyos se sintieran privilegiados: «Nosotros vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de la pobre gente». Y ofreció un criterio ineludible para el servicio: «Los pobres son nuestros amos y señores... En el paraíso son grande señores y les corresponde a ellos abrirnos la puerta a nosotros». Por eso «no podemos garantizarnos mejor la felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio a los pobres, en brazos de la Providencia».

 

ORATIO

Apresúrate, María, Entre los olivos de plata acariciados por una brisa. En tu correr se hacen misioneros todos los pobres, se levantan los cojos, gritan los mudos, y los ciegos despiertan el arpa y la cítara. Alegraos, misioneras de la portería y de la enfermería; ella lleva vuestra voz y vuestro deseo secreto. Ella se hace voz por vosotras, mujeres de cincuenta años, llamada a estar con los locos. Ella corre por los sin nombre, los cualquiera, las viudas grises y un poco tristes condenadas a la pensión.

No te guía un fuego y una nube porque tú eres antorcha que ilumina las fortalezas negras como tus ojos.

Eres la nube blanca que indica el puerto a los desterrados, perdidos y confusos. Mujer de ayer y de mañana, haz que la Iglesia renazca, mujer encorvada, ya sin voz. Nuestras lámparas se apagan; vierte tú el aceite que no hemos podido comprar a tiempo. Vuelve a dar canto y pureza a nuestros jóvenes. Querernos vivir el Evangelio, ser también nosotros Palabra de Dios. Apresúrate contra el tiempo, llega antes de la noche, para que en nuestras iglesias reine la alegría y la alegría se vista de cantos de púrpura.

¿No ves cómo también el cielo se ha enamorado de ti y la tierra abre un camino llano?

El desierto grita de exultación y con tus exiliados pasos se siente recompensado de la soledad desesperada. Mujer soñada antes del tiempo, mujer sin edad, inmaculada y reina, hasta las estrellas brillan de alegría y te sirven de diadema y de festivo cortejo. No has tenido amoríos, esbelta niña de piel ambarina, sino mujeres de arrugas y de pensamiento, que han respirado olores de viejos y han subido las escalas de tétricas soledades.

La naturaleza se queda sin palabras, porque jamás de los jamases habría imaginado mujeres así.

(Luigi Mezzadri.)

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos del san Vicente de Paúl:

«La perfección no consiste en los éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios».

«Ocupémonos de los asuntos de Dios y él se ocupará de los nuestros».

«La Providencia de Dios no nos faltará nunca mientras nosotros no faltemos a su servicio».

«No hay mejor manera de garantizarnos la felicidad eterna que viviendo y muriendo al servicio de los pobres, en brazos de la Providencia».

«Toda nuestra vida no es más que un instante, que huye y se disipa pronto. Los setenta y seis años de vida que he pasado no me parecen ahora más que un sueño y un instante. Y ya no me queda nada, excepto el pesar de este momento».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de san Vicente de Paúl: «Sin decir una palabra, si estáis llenos de Dios, tocaréis los corazones con vuestra sola presencia».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Decir san Vicente de Paúl es decir caridad. Los pobres son al santo como el santo a los pobres. No olvidemos que, en el momento en que Vicente se asomó a la vida, la Iglesia de Francia salía de una de las páginas más oscuras de su historia: las guerras de religión. Se combatía en nombre de Dios. En aquellos momentos, la Iglesia católica sufría una continua hemorragia.

Fueron muchos los que se marcharon de ella. Cuando acabó el combate físico quedaron las ruinas. Había que reconstruir las iglesias, pero había que rehacer la Iglesia. Un grupo de sacerdotes se comprometió en la tarea: Bérulle, Duval, Bourgoing, Condren y Vicente. No pidieron la intervención del Estado. Estos sacerdotes, antes de cambiar el mundo, se cambiaron a sí mismos.

Decía el santo en uno de sus textos: «Está escrito que busquemos el Reino de Dios. No es más que una frase, pero me parece que encierra muchas cosas. Nos enseña a aspirar siempre a eso que se nos recomienda, a fatigarnos de continuo por el Reino de Dios y a no permanecer en un estado de inercia e indolencia, a reflexionar en nuestra propia vida íntima a fin de regularla bien y no en las cosas externas para encontrar placer en ellas. Buscar significa preocuparse, significa acción. Buscad a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras lo buscó fuera de él no lo encontró; buscadlo en vuestra alma, la morada que le es agradable: éste es el lugar donde sus siervos que procuran poner en práctica todas las virtudes, las establecen.

Es necesaria la vida interior, y en ella deben converger todos nuestros esfuerzos: si faltamos en esto, faltamos a todo, y los que ya han faltado deben humillarse, implorar la misericordia de Dios y enmendarse. Si hay algún hombre en el mundo que tiene necesidad de ello, es este miserable que os habla: yo caigo, recaigo, salgo a menudo fuera de mí y entro en mí rara vez; acumulo culpas sobre culpas; ésta es la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que doy».

 

Día 28

Viernes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 3,1-11

1 Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:

2 Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de arrancar y tiempo de plantar,

3 tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de construir,

4 tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar,

5 tiempo de tirar piedras y de recogerlas, tiempo de abrazarse y de separarse,

6 tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar,

7 tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar,

8 tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz.

9 ¿Qué provecho saca el que se afana de sus fatigas?

10 He observado la tarea que Dios impone a los hombres para que se ocupen de ella.

11 Todo lo hizo hermoso a su tiempo, e hizo reflexionar al hombre sobre la eternidad, pero el hombre no llegará a desentrañar totalmente la obra de Dios.

 

*» Qohélet está particularmente impresionado por el misterio del tiempo. Cada cosa tiene su duración y todo tiene su momento; todo sucede en el tiempo fijado, para cada cosa hay un momento oportuno. ¿Pero cómo conocer estos tiempos oportunos y cómo garantizárnoslos?

Parece ser que el hombre no puede intervenir en el engranaje del tiempo. Este último tiene sus ritmos. En el fondo, la vida es sencilla, está hecha de unas cuantas actitudes básicas que continuamente se repiten: nacer y morir, amar y odiar, sufrir y gozar, unirse y separarse, callar y hablar, salvar y destruir, y otras así. El hombre, con todos sus afanes y sus deseos, está encerrado dentro de estos elementos, combinados de diferentes modos. La vida humana está como dentro de un círculo que el hombre no consigue romper.

Ciertamente, habrá un sentido («Todo lo hizo hermoso a su tiempo»), pero el hombre no lo comprende. Dios ha puesto en el hombre la exigencia del conjunto y la necesidad de interrogarse sobre la existencia más allá de cada momento particular. Sin embargo, es una necesidad que queda insatisfecha. El hombre -apenas sale de cada momento- advierte la contradicción. El presente no siempre corresponde al pasado. En efecto, a un pasado de justicia puede sucederle un presente de fracaso, y viceversa. El hombre anticipa el futuro, lo sueña y desearía alcanzarlo, pero le huye. Saliendo de él de vez en cuando y conectando el presente con el pasado, el hombre descubre que las cuentas no salen. ¿La conclusión?

No nos queda más que fiarnos de Dios (en esto consiste el temor de Dios, según Qohélet), aunque es una medida de prudente sabiduría no perder el presente, el único tiempo que posee el hombre.

 

Evangelio: Lucas 9,18-22

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -¿Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

 

**• Lucas vuelve al tema del evangelio de ayer. La pregunta es la misma. Sin embargo, ahora es el propio Jesús quien la dirige a sus discípulos. ¿Quién es Jesús?

La respuesta de la gente es múltiple: en ellas se manifiesta la conciencia de un cierto «misterio», pero no van más allá de los esquemas religiosos comunes. Tampoco la respuesta de los discípulos es completa: por lo menos, puede ser entendida mal, y por eso Jesús «les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie» (v. 21). No basta, en efecto, con reconocer que Jesús es el Mesías.

¿Qué Mesías? Es la cruz lo que suprime todos los malos entendidos. Estamos aquí en el centro de la fe: creer en un Mesías que será crucificado. El «es necesario» del texto es muy significativo: la cruz no es un incidente; es algo querido, forma parte del plan de Dios. Ésta es la novedad inesperada, escandalosa para muchos. La presencia de Dios se manifiesta en el camino de la cruz, es decir, en la entrega de sí mismo, en el rechazo de toda imposición, en el amor que acepta ser contradicho y aparentemente derrotado. A buen seguro, si el don de sí mismo siguiera siendo inútil y quedara derrotado, no podría ser en modo alguno el signo de Dios; lo es, no obstante, porque el camino de la cruz conduce a la resurrección.

Es precisamente en la entrega de sí mismo, que no se echa atrás ni siquiera frente a la muerte, donde está encerrada la victoria de Dios.

 

MEDITATIO

Qohélet prosigue su reflexión sobre la vanidad de las cosas aplicándola a la vanidad del hacer. Con la suerte de los hombres pasa como con los columpios: unas veces está arriba y otras abajo, un día se encuentra en la prosperidad y al siguiente en la desventura. Un día, exaltado; al otro, olvidado. Las pantallas de la televisión son el gran escenario de este tipo de vanidad: personajes aplaudidos y envidiados se ven echados al fango de un momento a otro. Los rostros aparecen y desaparecen. Los nuevos rostros hacen olvidar, y olvidan de buena gana, a los rostros viejos, que, probablemente, les han preparado el camino. De vez en cuando se oye que ha muerto algún personaje importante: uno o dos minutos de «conmovida» conmemoración y, a continuación, prosigue el espectáculo. El que asiste se pregunta si valía la pena aparecer tanto para desaparecer después con tanta rapidez. El circo de los medios de comunicación necesita mitos para exaltar y para olvidar: personajes siempre nuevos e interesantes, que respondan a los gustos del momento, y necesita cambiarlos cuando los gustos cambien. La movilidad del sentir marca asimismo la movilidad de la fortuna del que acaricia este sentir. Al volver a ver fragmentos evocadores del pasado, caemos en la cuenta de la falta de sentido del ridículo de muchos ídolos que habíamos admirado. Así ocurre con los otros, así ocurre conmigo, con mis actitudes y con mis poses del pasado. Sólo espero que, el día del juicio, no se me condene a volver a ver la película de mi vida, con mis vanidades y mi autocomplacencia.

Efectivamente, es bueno reflexionar sobre la fragilidad y fugacidad de las vicisitudes humanas, para aproximarnos un poco a la sabiduría del corazón.

 

ORATIO

Así las cosas, ¿vale la pena vivir, Señor, si, después, todo se resuelve en una pompa de jabón? Es ésta una pregunta que aflora algunas veces también en nosotros los creyentes, probablemente tentados a precipitarnos sobre las buenas ocasiones, a fin de arrancarle a esta breve vida lo poco que puede dar. Pero tú me indicas hoy una roca segura a la que puedo aferrarme, la roca del «Cristo de Dios», continuamente proclamada por Pedro en medio de las oleadas del tiempo, de las modas, de los pensamientos, de la variedad de las vicisitudes humanas. La suerte y la fortuna de la vida pueden cambiar, pero tu Hijo sigue siendo «el Cristo de Dios» y mirándole, puedo estar seguro de que vale la pena vivir.

Él es tu espejo, imagen del Dios invisible, punto de la eternidad plantado en el tiempo. Él me habla siempre de tu amor, la medicina que cura las heridas y los insultos del tiempo.

Imprime en mi corazón la misma profesión de fe de Pedro, a fin de vencer mis ansias y mis miedos. Haz atento mi corazón al sonido y a la música del amor que canta continuamente, para no dejarme envolver por el inexorable fluir y por el imprevisible transcurrir de todas las cosas.

 

CONTEMPLATIO

Gran cosa es el amor; bien sobremanera grande; él solo hace ligero todo lo pesado y lleva con igualdad todo lo desigual.

Pues lleva la carga sin carga y hace dulce y sabroso todo lo amargo.

El amor noble de Jesús nos impulsa a hacer grandes cosas y nos mueve a desear siempre lo más perfecto.

El amor quiere estar arriba y no ser detenido de ninguna cosa baja.

El amor quiere ser libre y ajeno a toda afición mundana, por que no se impida su vida interior ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal o caiga por algún daño. Nada hay más dulce que el amor, nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más cabal ni mejor en el cielo ni en la tierra, porque el amor nació de Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino con el mismo Dios.

El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no detenido.

Todo lo da por todo, y todo lo tiene en todo, porque descansa en un sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino que se vuelve al Dador sobre todos los bienes.

El amor muchas veces no guarda modo, mas se enardece sobre todo modo.

El amor no siente la carga ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede, no se queja de que le manden lo imposible, porque cree que todo lo puede y le conviene.

Para todo, pues, sirve, y muchas cosas cumple y pone por obra, en las cuales el que no ama desfallece y cae.

El amor siempre vela, y durmiendo no se duerme; fatigado, no se cansa; angustiado, no se angustia; espantado, no se espanta, sino como viva llama y ardiente antorcha, sube a lo alto y se remonta con seguridad (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, III, 5, San Pablo, Madrid 1997, pp. 136-138).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te bendigo, Señor, por el tiempo de tu gracia» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Señor, a cada uno de nosotros puede pasarle que no vea con claridad, que deje de sentir la seguridad de una referencia, porque todos los valores que nos rodean vacilan y pierden consistencia.

Señor, si un día todo me parece insensato, si ya no sé dónde echar la cabeza, a quién escuchar y dónde encontrar apoyo, dame la fuerza de dirigirme a ti como por un instinto visceral.

A mi alrededor todo es misterio, y yo mismo lo soy en primer lugar. Pero tu misterio, Señor, es tan grande como satisfactorio en todas sus dimensiones. Lo que tú me ofreces supera por completo lo que los hombres pueden ofrecerme con sus ideologías, sus gnosis, sus sincretismos. Además, creer no supone comprenderlo todo: tu amor, tu perdón, tu mensaje, tu pasión, tu muerte, tu vida.

Todo puede desaparecer; basta con que tú permanezcas. Sólo tú das sentido a todo y, en primer lugar, a mí mismo. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Y sé que es verdad porque lo he visto en tu vida y en la vida de los que viven de la tuya. Sin ti, yo no existiría. Que yo esté contigo, en ti (R. Latourelle, «L'infinito di senso, Gesü Cristo», en La cosa p'tú importante per la Chiesa del 2000, Bolonia 1999, pp. 37ss).

 

Día 29

Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre)

 

El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salaria. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.

Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 12,1).

De Gabriel -«fuerza de Dios», al pie de la letra- dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Le 1,19). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Le 1,1 1 -20) y el de Jesús (Le 1,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21 ss).

Rafael -que significa «Dios ha curado»- figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 12,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

**• A Daniel se le concede la visión de acontecimientos futuros (vv. 1-8) y, de un modo más profundo, se le hace partícipe del juicio de Dios sobre ellos y sobre toda la historia (vv. 9ss). Más allá de las apariencias, los poderosos de este mundo no son nada; el Señor es el verdadero y único Rey (v. 9c). Una corte inmensa de ángeles le sirve y le asiste en la realización de su designio. La contemplación del profeta se vuelve después todavía más penetrante: se le concede vislumbrar cuál es ese designio.

Ve, en efecto, aparecer un «hijo de hombre» de origen divino (viene, de hecho, sobre las nubes), a quien Dios confía la soberanía universal, un poder eterno y su mismo Reino, que las fuerzas del mal nunca podrán destruir (v. 14). El «Hijo de hombre» es, por consiguiente, el centro y el fin del proyecto de Dios sobre la historia, pero su cumplimiento -anticipado ahora en la profecía- tendrá lugar en el tiempo establecido y los ángeles colaborarán en ello.

 

Evangelio: Juan 1,47-51

En aquel tiempo,

47 Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, y comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió:

-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

**• Se trata de una visión de la realidad que va más allá de la percepción inmediata; esta perícopa la revela. «Ven y verás», había sido la invitación de Felipe a Natanael. Y Jesús, al ver a Natanael que venía a su encuentro, exclama: «Ve [así al pie de la letra] un israelita...».

Su ver es un «conocer», que llega al mismo tiempo al corazón y a los acontecimientos que vive el hombre (v. 48).De este sentirse vistos/conocidos en todos los aspectos de la propia vida nace la apertura a la fe y la disponibilidad al seguimiento (v. 49). Entonces es cuando Jesús puede prometer al discípulo la entrada en una visión de la realidad semejante a la que tiene él mismo: «¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! [...] veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (vv. 50ss), es decir, que el discípulo comprenderá la inmensa profundidad del misterio de Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.

El mundo trascendente de Dios -el cielo- está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.

 

MEDITATIO

Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término.

El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.

Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. Él ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.

 

ORATIO

Con un ánimo repleto de esperanza y de confianza, de gratitud y de alegría, corremos a ti, oh Padre, para darte gracias... El camino del hombre a lo largo de los senderos del tiempo es un viaje arriesgado, pero tú has puesto a nuestro lado compañeros atentos que nos sirven con intelecto de amor. Te damos gracias por el arcángel Miguel, que nos ayuda a combatir el buen combate de la fe. Te damos gracias por el arcángel Gabriel, que viene a nosotros envuelto de misterio y deposita en nuestro corazón tu Palabra, para que ésta se vuelva en nosotros, como en María, obediencia y vida.

Te damos gracias por el arcángel Rafael, que, en la hora de nuestros miedos y enfermedades, nos coge de la mano y nos conduce por el recto camino para que no nos desviemos del camino de la salvación.

Te damos gracias, oh Padre, que de mil modos te haces presente a nosotros, nos guardas como a la niña de tus ojos, nos proteges a la sombra de tus alas, nos haces gustar ya desde ahora la dulzura de la íntima comunión contigo.

 

CONTEMPLATIO

No debemos creer que se confíe un determinado encargo a un ángel por casualidad: por ejemplo, a Rafael el encargo de curar y medicar; a Gabriel, el de apoyar en el combate contra las pasiones; a Miguel, el de ocuparse de las oraciones y de las súplicas de los mortales. Cada uno de ellos ha recibido estas tareas por los méritos, las inclinaciones, y las capacidades de las que dio pruebas antes de la creación de este mundo. Entonces se asignó a cada uno este o aquel ministerio; otros merecieron ser asignados al orden de los ángeles y actuar bajo este o aquel arcángel, este o aquel guía de su orden. Todo esto fue ordenado por el apropiado y justo juicio de Dios y dispuesto por aquel que ha juzgado y analizado los méritos de cada uno: así, a uno le ha sido confiada la Iglesia de los efesios, y a otro, la de los esmirniotas (cf. Ap 2,1.8); éste es el ángel de Pedro, aquél el de Pablo (cf. Hch 12,7; 27,23). A cada uno de los más pequeños de la Iglesia se le ha asignado este o aquel ángel, que contempla cada día el rostro de Dios (cf. Mt 18,10), y se señala al ángel que se disponga en torno a los que temen a Dios.

No debemos pensar que todo esto sucede así de manera accidental o por casualidad, ni siquiera porque hayan sido creados tales por naturaleza, para evitar que también a este respecto se acuse al Creador de parcialidad.

Creamos, más bien, que todo fue asignado por Dios, absolutamente justo y rector imparcial del universo, según los méritos, las capacidades, la energía y el ingenio de cada uno (Orígenes, I principi, 1, 8, 1, Turín [existe edición catalana en Alpha, Barcelona 1998]).

 

ACTIO

Repite el nombre del arcángel Miguel, que significa: «¿Quién como Dios?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Según los Padres, los ángeles personifican las potencias celestes y han sido puestos por Dios junto a los pueblos como guías. Los ángeles toman una parte muy activa en la existencia histórica del mundo: llevan a cabo, bajo la guía del arcángel Miguel, una batalla contra los demonios, potencias de la nada y remedos de los ángeles, y salvaguardan el orden cósmico. Según san Basilio, los ángeles del Juicio «pesan» las almas. Ellos, que asisten a toda acción divina, están presentes de un modo particular en el martirio. La escala de Jacob los muestra como mensajeros de Dios. Están como «adheridos» a la Palabra y a la voluntad de Dios y las personifican. Cuando Dios decide curar, su voluntad toma la figura del ángel Rafael.

Cada vez que un ángel aparece es para transmitir y realizar algo de parte de Dios. Los ángeles muestran el «cielo», puesto que existen y actúan en un sentido que va de Dios hacia los hombres. Aunque mantiene su poder de revelación directa, Dios se revela la mayoría de las veces por medio de los ángeles, que son como los portadores de sus energías, de su luz y de su revelación.

Hasta el punto de que los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en el encinar de Mambré son considerados, sobre todo en la tradición iconográfica, como las figuras de las tres Personas divinas, el icono de la Trinidad. El ángel es un lugar teofánico, manifestación viviente de Dios: el nombre de Dios está en él y con el nombre su presencia (P. Evdokimov, La santitá nella traaizione della Chiesa ortodossa, Fossano 1977, pp. 12óss).

 

Día 30

San Jerónimo (30 de septiembre)

 

Nacido en Estridón el año 340, recibió una excelente instrucción en Roma, que completó con una serie de viajes por Oriente y Occidente, entablando amistad con los más famosos y cultos Padres orientales. Era un hombre tenaz, fuerte, austero y de gran erudición. Fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una traducción de los textos originales de la Biblia al latín. Se marchó a Belén, donde llevó a cabo experiencias de vida monástica, de penitencia y de estudio. Se dedicó especialmente a la traducción y al comentario de los libros de la Sagrada Escritura. Le debemos numerosos comentarios y tratados exegéticos; su producción literaria y su competencia bíblica le sitúan entre los mayores doctores de la Iglesia latina, y es también el patrón de los biblistas.

Además de los susodichos libros, dejó muchos tratados polémicos, una colección de Cartas muy interesantes, así como la traducción de las obras de Orígenes. Tras una vida dispensada en el amor a Cristo y a la Iglesia, murió en Belén en el año 420.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 3,14-17

Querido:

14 Tú, por tu parte, permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido

15 y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo.

16 Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud,

17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien.

 

*•• Pablo presenta a su discípulo Timoteo algunas normas de vida; entre éstas, la custodia y la transmisión del depósito, o sea, de la tradición recibida de los apóstoles, que debe ser conservada intacta, sin ceder a componendas ni a contaminaciones, y ser entregada así, transparente, mediante la predicación del Evangelio, a la futura generación. El fundamento de esta tradición apostólica es la Sagrada Escritura, arma eficaz para combatir los errores de los falsos doctores. Ésta, en efecto, ha sido inspirada por Dios, y es apta para enseñar y convencer a los débiles y para formar en la justicia a todo creyente (vv. 15ss). El Evangelio de Jesús, no obstante, como alegre anuncio de la salvación, será siempre «signo de contradicción» (Le 2,34) entre los hombres y, en el interior de la comunidad cristiana, elemento de juicio para algunos y de discernimiento para otros.

La enseñanza del apóstol a su discípulo Timoteo, por tanto, está clara: «Permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste» (v. 14), a fin de vivir según Dios y de salvarte a ti mismo y a los otros. En consecuencia, el anuncio del Señor, realizado con valor y franqueza sobre el fundamento de la Palabra de Dios, no debe cansar nunca al discípulo y, vivido con fe obediente, debe producir la experiencia de Dios que conduce a la salvación a todo el que busca la verdadera vida y la paz.

 

Evangelio: Mateo 13,47-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;

48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos,

50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los  dientes.

51 Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos le contestaron: -Sí.

52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del

Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

 

*»- Mateo refiere la parábola de la red echada al mar que recoge toda clase de peces, buenos y malos, como en la palabra de la buena semilla y la cizaña. Sin embargo, la reflexión del evangelista en el texto pone el acento sobre la situación que se creará al fin del mundo.

El Reino de Dios deberá ser cribado en todos sus componentes, se sacará la red a la orilla y será examinado el contenido de la pesca. Entonces los malvados recibirán el justo castigo y será eliminado el mal; a saber: todos los hombres pecadores, mientras tengan tiempo, deben reflexionar sobre esta realidad futura y obrar en consecuencia para proceder a una adecuada conversión de vida.

La enseñanza de Jesús es clara: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52); esto es, el nuevo discípulo del Reino de Dios debe atesorar los bienes recibidos. En consecuencia, es discípulo de Jesús el que ha escuchado la Palabra y comprende los misterios del Reino. Éste es como la tierra buena que recibe la simiente y la hace fructificar tras haber recibido el don de la palabra del Padre. Posee, en efecto, no sólo la revelación de las Escrituras correspondientes a la primera alianza, sino también el conocimiento del misterio del Reino y la vida misma del Reino, que es la palabra del Evangelio.

Debe servirse de todo este inmenso tesoro tanto para ser personalmente un testigo creíble de la voluntad salvífica de Dios como para llevar a los otros al conocimiento de la verdad plena y hacerla vivir en la fe obediente.

 

MEDITATIO

El evangelio de Mateo nos introduce en el misterio del Reino de Dios, presente y activo en la persona de Jesús.

El discípulo del Reino, que ha descubierto el tesoro escondido en el campo o la perla preciosa, no puede permanecer inactivo. En efecto, debe llevar a cabo una opción en su vida, como el pescador laborioso que, cuando lleva la red a la orilla, separa los peces buenos de los malos. Y su alegría será tanto más grande cuanto mayor abundancia de peces buenos encuentre en la red, de suerte que pueda repartir también entre sus familiares y amigos.

La necesidad del trabajo apostólico está determinada también por la misma naturaleza del Reino. Jesús lo afirma con toda claridad: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52). Estas palabras del Maestro significan esto para nosotros: todo hombre puede ser comparado con el señor de una casa que, viviendo en medio del bienestar de su casa, saber abrir su despensa llena de novedades y provisiones para hacer participar a sus huéspedes y amigos de su felicidad. La novedad que posee es el Evangelio, y ese conocimiento de vida lo da con alegría a los suyos. Dicho con otras palabras, el discípulo del Reino, para llegar a la fe adulta y adherirse a Jesús, debe dar un salto cualitativo, debe dejarse engendrar de «nuevo», «de lo alto», a través de un nuevo nacimiento, y comunicar este nuevo nacimiento a los otros.

El hombre que quiera experimentar una vida nueva y poseer el Reino debe liberarse de la realidad pasada, hacer espacio con generosidad al misterio del Reino y hacer la experiencia de la persona de Jesús, adhiriéndose con fe a su revelación. En efecto, Jesús ha inaugurado con su venida los tiempos definitivos. Y ha sonado la hora histórica también para cada uno de nosotros. A ésta se accede sólo a través de un «renacimiento», o sea, adhiriéndonos a la revelación de Cristo, que hemos de vivir y dar a los hermanos.

 

ORATIO

¡Padre santo! Te damos gracias por tu santo nombre, que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso!, que a causa de tu nombre has creado todo cuanto existe y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello.

A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor!, acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el Reino que le has preparado, porque a ti sólo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos! (Didaché).

 

CONTEMPLATIO

Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que tus manos no dejen nunca el texto sagrado.

Asimila lo que debes enseñar y mantente unido a la palabra de la fe, que es conforme a la enseñanza, a fin de que puedas exhortar basándote en una doctrina sana y puedas refutar victoriosamente a los adversarios.

«Permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido», dispuesto siempre a dar satisfacción a todo el que te pida explicaciones respecto a la esperanza que hay en ti.

Que tus acciones no desmientan a tus palabras, a fin de que no suceda que, cuando prediques en la iglesia, comente alguien en su interior: «¿Por qué, entonces, tu no actúas así?». ¡Hombre, muy bonito!, un maestro disertando sobre el ayuno con la barriga llena; hasta un ladrón puede censurar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y la palabra deben estar de acuerdo

Cuando hables en la Iglesia, no suscites aclamaciones populares, sino gemidos; las lágrimas de los que te escuchan son tu mejor elogio; el discurso del sacerdote debe tomar su sabor de la lectura de la Biblia. No quiero que seas alguien que declama, que grita y que charla sin decir nada, sino u n experto en teología y muy instruido en los misterios de tu Dios.

Es propio de ignorantes hacerse admirar por la gente mal preparada, recurriendo a artificios lingüísticos y a una rápida pronunciación. Sólo una persona con la cara tan dura como el bronce se pone a explicar a menudo lo que no sabe y, tras haber persuadido a los otros, pretende incluso ser un pozo de ciencia (Jerónimo, Epístola 52, ad Nepotianum presbyterum, 7ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras del san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo» (Jerónimo, Comentario al libro de Isaías, prólogo).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano es el hombre que ya no busca su salvación, su libertad y su justicia en sí mismo, sino únicamente en Jesucristo.

Sabe que la Palabra de Dios en Jesucristo lo declara culpable aunque él no tenga conciencia de su culpabilidad, y que esta misma palabra lo absuelve y justifica aun cuando no tenga conciencia de su propia justicia. El cristiano ya no vive por sí mismo, de su autoacusación y su autojustificación, sino de la acusación y justificación que provienen de Dios. Vive totalmente sometido a la palabra que Dios pronuncia sobre él declarándole culpable o justo. El sentido de su vida y de su muerte ya no lo busca en el propio corazón, sino en la palabra que le llega desde fuera, de parte de Dios.

Este es el sentido de aquella afirmación de los reformadores: nuestra justicia es una «justicia extranjera» que viene de fuera (extra nos). Con esto nos remiten a la palabra que Dios mismo nos dirige, y que nos interpela desde fuera. El cristiano vive íntegramente de la verdad de la Palabra de Dios en Jesucristo. Cuando se le pregunta: ¿dónde está tu salvación, tu bienaventuranza, tu justicia?, nunca podrá señalarse a sí mismo, sino que señalará a la Palabra de Dios en Jesucristo. Esta Palabra le obliga a volverse continuamente hacia el exterior, de donde únicamente puede venirle esa gracia justificante que espera cada día como comida y bebida. En sí mismo no encuentra sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera. Pues bien, ésta es la Buena Noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada día en la Palabra de Dios, que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia, inocencia y felicidad.

Esta palabra ha sido puesta por Dios en boca de los hombres para que sea comunicada a los hombres y transmitida entre ellos. Quien es alcanzado por ella no puede por menos de transmitirla a otros. Dios ha querido que busquemos y hallemos su Palabra en el testimonio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; son ellos quienes verdaderamente pueden quitarle siempre sus incertidumbres y desesperanzas. Queriendo arreglárselas por sí mismo no hace sino extraviarse todavía más. Necesita del hermano como portador y anunciador de la Palabra divina de salvación (D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Sígueme, Salamanca 92003, 13-15).