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OFICIO DE LECTURAS (VIGILIAS / MAITINES)

PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO , NAVIDAD Y EPIFANÍA

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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ADVIENTO NAVIDAD EPIFANÍA

 

 

 

 

 

ADVIENTO AÑO PAR

  Domingo Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Homilía Domingo
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4            
  17 de diciembre 18 de diciembre 19 de diciembre 20 de diciembre 21 de diciembre 22 de diciembre 23 de diciembre 24 de diciembre

ADVIENTO AÑO IMPAR

  Domingo Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Homilía Domingo
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4            
  17 de diciembre 18 de diciembre 19 de diciembre 20 de diciembre 21 de diciembre 22 de diciembre 23 de diciembre 24 de diciembre

 

 

 

TIEMPO DE NAVIDAD

TIEMPO DE EPIFANÍA

  AÑO PAR AÑO IMPAR HOMILÍAS
25 de diciembre
Sagrada Familia
29 de diciembre  
30 de diciembre  
31 de diciembre  
1 de enero: Santa María
Domingo II de Navidad
2 de enero  
3 de enero  
4 de enero  
5 de enero  
6 de enero  
7 de enero  

 

  AÑO PAR AÑO IMPAR HOMILÍAS
Epifanía del Señor
7 de enero  
8 de enero  
9 de enero  
10 de enero  
11 de enero  
12 de enero  
Bautismo del Señor

 

 

 

 

 

1. TIEMPO DE ADVIENTO


DOMINGO I DE ADVIENTO (año par)


PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del profeta Isaías 1, 1-18

Acusación al pueblo

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, de Yotán, de Acaz y de Ezequías, reyes de Judá.

Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y elevado, y ellos se han rebelado contra mí. Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre del dueño; Israel no conoce, mi pueblo no recapacita».

¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza de malvados, hijos degenerados! Han abandonado al Señor, despreciado al Santo de Israel.

¿Dónde seguiros hiriendo, si acumuláis delitos? La cabeza es una llaga, el corazón está agotado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: llagas, cardenales, heridas recientes, no exprimidas ni vendadas ni aliviadas con ungüento.

Vuestra tierra devastada, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos, ante vosotros, los devoran extranjeros. Desolación como en la catástrofe de Sodoma.

Y Sión, la capital, ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:

«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos y de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.

Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.

Entonces, venid, y litigaremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15 (1-3: PG 33, 870-874)

Las dos venidas de Cristo

Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.

Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.

En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.

No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor, diremos eso mismo en la segunda; y saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.

El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y yo callé.

Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.

De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí la primera venida.

Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos—. ¿ Quién podrá resistir el día de su venida, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.

Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas en estos términos: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.

Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 1, 21-27; 2, 1-5

Juicio y salvación de Sión. Asamblea de los pueblos

¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel! Antes llena de derecho, morada de justicia. Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está aguado, tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda.

Oráculo del Señor de los ejércitos, el héroe de Israel: «Tomaré satisfacción de mis adversarios, venganza de mis enemigos. Volveré mi mano contra ti: te limpiaré de escoria en el crisol, separaré de ti la ganga; te daré jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño: entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel. Sión será redimida con el derecho, los repatriados, con la justicia».

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre lasmontañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor».

Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Carlos Borromeo, Cartas pastorales (Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)

Sobre el tiempo de Adviento

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 2, 6-22; 4, 2-6

Juicio de Dios

Has desechado, Señor, a tu pueblo, a la casa de Jacob; porque está llena de adivinos de oriente, de agoreros filisteos, y han pactado con extraños. Su país está lleno de plata y oro, y sus tesoros no tienen número; su país está lleno de caballos, y sus carros no tienen número; su país está lleno de ídolos, y se postran ante las obras de sus manos, que fabricaron sus dedos.

Pues será doblegado el mortal, será humillado el hombre, y no podrá levantarse. Métete en las peñas, escóndete en el polvo, ante el Señor terrible, ante su majestad sublime.

Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será ensalzado aquel día, que es el día del Señor de los ejércitos: contra todo lo orgulloso y arrogante, contra todo lo empinado y engreído, contra todos los cedros del Líbano, contra todas las encinas de Basán, contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, contra todas las altas torres, contra todas las murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los navíos opulentos.

Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día, y los ídolos pasarán sin remedio. Se meterán en las cuevas de las rocas, en las grietas de la tierra, ante el Señor terrible, ante su majestad sublime, cuando se levante, aterrando la tierra.

Aquel día arrojará el hombre sus ídolos de plata, sus ídolos de oro –que se hizo para postrarse ante ellos– a los topos y a los murciélagos; y se meterá en las grutas de las rocas y en las hendiduras de las peñas.

Dejad de confiar en el hombre que tiene el respiro en la nariz: ¿qué vale?

Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel. A los que queden en Sión, a los restantes en Jerusalén, los llamarán santos: los inscritos en Jerusalén entre los vivos.

Cuando lave el Señor la suciedad de las mujeres de Sión y friegue la sangre de dentro de Jerusalén, con el soplo del juicio, con el soplo ardiente, creará el Señor en el templo del monte Sión y en su asamblea una nube de día, un humo brillante, un fuego llameante de noche. Baldaquino y tabernáculo cubrirán su gloria: serán sombra en la canícula, refugio en el aguacero, cobijo en el chubasco.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 45 (9.22.26.28: PG 36, 634-635.654.658-659.662)

¡Qué admirable intercambio!

El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.

Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.

El, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.

¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana, para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.

Convenía que la naturaleza humana fuera santificada - mediante la asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda su actuación.

El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida celestial.

A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para el Espíritu con la previa purificación del agua.

Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 5, 1-7

Contra la viña del Señor

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.

Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.

Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía

hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?

Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 en el Adviento del Señor (1-3: Opera omnia, Edit. cister. 4, 1966, 188-190)

Vendrá a nosotros la Palabra del Señor

Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama —nos dice— guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la cumplen. Es como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.

Si es así como guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará todo.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 16, 1-5; 17, 4-8

Sión, refugio de los moabitas. Conversión de Efraín

Enviad reses al soberano del país, desde la Peña del desierto al Monte Sión. Como pájaro espantado, nidada dispersa, van las hijas de Moab por los vados del Arnón.

«Danos consejo, toma una decisión; adensa tu sombra como la noche, en pleno mediodía; esconde a los fugitivos, no descubras al prófugo. Da asilo a los fugitivos de Moab, sé tú su escondrijo ante el devastador».

Cuando cese la opresión, termine la devastación y desaparezca el que pisoteaba el país, se fundará en la clemencia un trono: sobre él se sentará con lealtad, bajo la tienda de David, un juez celoso del derecho, dispuesto a la justicia.

Aquel día la riqueza de Jacob quedará pobre, y macilenta la gordura de su cuerpo: como el segador abraza la mies y su brazo siega las espigas; como se espigan los rastrojos del valle de Refaín y queda sólo un rebusco; como al varear el olivo quedan dos o tres aceitunas en lo alto de la copa, y cuatro o cinco en las ramas fecundas –oráculo del Señor, Dios de Israel–.

Aquel día el hombre mirará a su Hacedor, sus ojos contemplarán al Santo de Israel; y ya no mirará los altares, hechura de sus manos, ni contemplará las estelas y cipos que fabricaron sus dedos.


SEGUNDA LECTURA

San Efrén de Nísibe, Comentario sobre el «Diatésaron» (cap 18, 15-17: SC 121, 325-328)

Vigilad, pues vendrá de nuevo

Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.

Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su venida, no se advierte con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a un cambio constante, estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún, continúan todavía. La última venida del Señor, en efecto, será semejante a la primera. Pues, del mismo modo que los justos y los profetas lo deseaban, porque creían que aparecería en su tiempo, así también cada uno de los fieles de hoy desea recibirlo en su propio tiempo, por cuanto que Cristo no ha revelado el día de su aparición. Y no lo ha revelado para que nadie piense que él, dominador de la duración y del tiempo, está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que el mismo Señor ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que él mismo ha detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran que el advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.

Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad entonces no está dirigida por la voluntad, sino por los impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor –por ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía–, es el enemigo quien domina al alma y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.

Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como dice la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón; y también: Me he levantado y estoy contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo ello, nosotros, encargados de este ministerio, no nos acobardamos.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 19, 16-25

Futura conversión de Egipto y Asiria

Aquel día, los egipcios serán como mujeres, se asustarán y temblarán ante la mano del Señor de los ejércitos, que él agita contra ellos. Judea será el espanto de Egipto: sólo mentársela le producirá terror, por el plan que el Señor de los ejércitos planea contra él.

Aquel día habrá en Egipto cinco ciudades que hablarán la lengua de Canaán y que jurarán por el Señor de los ejércitos; una de ellas se llamará Ciudad del Sol.

Aquel día, en medio de Egipto, habrá un altar del Señor, y un monumento al Señor junto a la frontera. Serán signo y testimonio del Señor de los ejércitos en tierra egipcia. Si claman al Señor contra el opresor, él les enviará un salvador y defensor que los libre. El Señor se manifestará a Egipto, y Egipto, aquel día, reconocerá al Señor. Le ofrecerán sacrificios y ofrendas, harán votos al Señor y los cumplirán. El Señor herirá a Egipto con una plaga y lo curará; ellos volverán al Señor, él los escuchará y los curará.

Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria: Asiria entrará en Egipto, y Egipto en Asiria; y los egipcios con los asirios servirán a Dios.

Aquel día, Israel será mediador entre Egipto y Asiria, será bendito en medio de la tierra; porque el Señor de los ejércitos lo bendice, diciendo: «Bendito mi pueblo, Egipto, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad».


SEGUNDA LECTURA

San Anselmo de Cantorbery, Proslógion (1: Opera omnia, ed. Schmitt, Seckau [Austria] 1938, 1, 97-100)

El deseo de contemplar a Dios

Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Señor, sino estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?

Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.



SÁBADO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 21, 6-12

El vigía anuncia la caída de Babilonia

Así me ha dicho el Señor: «Ve y coloca un vigía: lo que vea, que lo anuncie. Si ve gente montada, un par de jinetes, montados en jumentos o montados en camellos, que preste atención, mucha atención y que grite: "Lo veo."»

Como vigía, Señor, yo mismo estoy de pie toda la jornada, y en mi centinela yo sigo erguido toda la noche.

Mirad: llega gente montada, un par de jinetes, y anuncian: «Ha caído, ha caído Babilonia; las estatuas de sus dioses yacen destrozadas por tierra».

Pueblo mío, trillado en la era, lo que he escuchado del Señor de los ejércitos, Dios de Israel, yo te lo anuncio.

Oráculo contra Duma. Uno me grita desde Seír: «Vigía, ¿qué queda de la noche? Vigía, ¿qué queda de la noche?» Responde el vigía: «Vendrá la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad, venid otra vez».


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Sobre los bienes de la paciencia (13.15: CSEL 3, 406-408)

La esperanza nos sostiene

Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta esperanza lleguen a dar su fruto.

Pues no vamos en pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la advertencia del apóstol Pablo cuando dice: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así pues, la esperanza y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y esperamos.

En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos que obran el bien y guardan sus tesoros en el cielo, para obtener el ciento por uno, que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.

Estas palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera, echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó.

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridad es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites aguanta sin límites. Indica, pues, que la caridad puede permanecer, porque es capaz de sufrirlo todo.

Y en otro pasaje escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Con esto enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz si no se ayudan mutuamente los hermanos y no mantienen el vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia.

 

DOMINGO II DE ADVIENTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 22, 8b-23

Contra la soberbia de Jerusalén y de Sobná

Aquel día, inspeccionabais el arsenal, en el palacio de maderas, y descubríais cuántas brechas tenía la ciudad de David; recogíais el agua del aljibe de abajo, hacíais recuento de las casas de Jerusalén, demolíais casas para reforzar la muralla; entre los dos muros hicisteis un depósito para el agua del aljibe viejo. Pero no os fijabais en el que lo hacía, ni mirabais al que lo dispuso hace tiempo.

El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día a llanto y a luto, a raparos y a ceñir sayal; pero ahora: fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, «a comer y a beber, que mañana moriremos».

Me ha revelado al oído el Señor de los ejércitos: «Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis» —lo ha dicho el Señor de los ejércitos–.

Así dice el Señor de los ejércitos: «Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobná, que se labra en lo alto un sepulcro y excava en la piedra una morada: "¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te labras aquí un sepulcro? Mira: el Señor te aferrará con fuerza y te arrojará con violencia, te hará dar vueltas y vueltas como un aro, sobre la llanura dilatada. Allí morirás, allí pararán tus carrozas de gala, baldón de la corte de tu señor.

Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá.

Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna"».


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Cap 40: PG 24, 366-367)

Una voz grita en el desierto

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 

LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 24, 1-18

Manifestación del Señor en su gran día

Mirad al Señor, que hiende la tierra y la resquebraja, devasta la superficie y dispersa a sus habitantes: lo mismo plebe que sacerdote, esclavo que señor, esclava que señora, comprador que vendedor, prestatario que prestamista, acreedor que deudor. Queda rajada la tierra, despojada del todo, porque el Señor ha pronunciado esta palabra.

Languidece y descaece la tierra, desfallece y descaece el orbe, desfallecen la altura y el suelo de la tierra, empecatada bajo sus habitantes que violaron la ley, quebrantaron los mandatos, rescindieron el pacto perpetuo. Por eso, la maldición se ceba en la tierra, y lo pagan sus habitantes; por eso se consumen los habitantes del orbe, y quedan hombres contados.

Languidece el mosto, desfallece la vid, gime el corazón alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el alborozo de las cítaras. Ya no beben vino entre canciones, el licor sabe amargo al que lo bebe. La ciudad, desolada, se derrumba; están cerradas las entradas de las casas. Se lamentan en las calles porque no hay vino, han pasado las fiestas, han desterrado el alborozo del país. En la ciudad quedan sólo escombros, y la puerta está herida de ruina.

Sucederá en medio de la tierra y entre los pueblos, como en el vareo de la aceituna o en la rebusca después de la vendimia. Ellos levantarán la voz vitoreando en honor del Señor: Aclamad desde el mar, responded desde oriente, glorificando al Señor; desde las islas del mar, el nombre del Señor, Dios de Israel. Desde el confín de la tierra oímos cánticos: «Gloria al Justo».

Pero yo digo: «¡Qué dolor, qué dolor, ay de mí!». Los traidores traicionan, los traidores traman traiciones. Pánico y zanja y cepo contra ti, habitante del país: el que huya del grito de pánico caerá en la zanja; el que salga del fondo de la zanja quedará cogido en el cepo. Se abren las compuertas de lo alto y retiemblan los cimientos de la tierra.


SEGUNDA LECTURA

San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo (Libro 2, cap 22, núms. 3-4)

La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.

Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo —que es una Palabra suya, que no tiene otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.

En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.

Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 24, 19–25, 5

El reino de Dios. Acción de gracias

Aquel día se tambaleará y se bamboleará la tierra, temblará y retemblará la tierra, se moverá y se removerá la tierra; vacilará y oscilará la tierra como un borracho, cabeceará como una choza. Tanto le pesará su pecado, que se desplomará y no se alzará más.

Aquel día juzgará el Señor a los ejércitos del cielo en el cielo, a los reyes de la tierra en la tierra. Se van agrupando, presos en la mazmorra, y quedan encerrados; pasados muchos días, comparecerán a juicio. La Cándida se sonrojará, el Ardiente se avergonzará, cuando reine el Señor de los ejércitos en el monte Sión y en Jerusalén, glorioso delante de su senado.

Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias; porque realizaste maravillas, antiguos designios firmes y seguros. Convertiste la ciudad en escombros, la plaza fuerte en derribo, el castillo enemigo en ruina que jamás será reconstruida.

Por eso te glorifica un pueblo fuerte, la capital de los tiranos te respeta: porque fuiste baluarte del pobre, baluarte del desvalido en la angustia, reparo del aguacero, sombra de la canícula. Porque el ánimo de los tiranos es aguacero de invierno, es canícula estival el tumulto del enemigo: tú mitigas la canícula con sombra de nubes, tú humillas el canto de los tiranos.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núm 48)

Índole escatológica de la Iglesia peregrinante

La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección sino cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, con el género humano, también el universo entero —que está íntimamente unido al hombre y por él alcanza su fin– será perfectamente renovado en Cristo.

Porque Cristo, levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres; habiendo resucitado de entre los muertos, envió su Espíritu vivificador sobre sus discípulos, y por él constituyó a su cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Ahora, sentado a la diestra del Padre, actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a sí más estrechamente y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, hacerlos partícipes de su vida gloriosa.

Por tanto, la restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia, en la cual, por la fe, somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que, con la esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y trabajamos por nuestra salvación.

La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza verdaderamente a realizarse, en cierto modo, en el siglo presente, pues la Iglesia, ya en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta, santidad.

Y hasta que lleguen los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante –en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo– lleva consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas, que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 25, 6–26, 6

El banquete del Señor. Cántico de los redimidos

El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. –Lo ha dicho el Señor–.

Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte, y Moab será pisoteado en su suelo, como se pisa la paja en el agua del muladar. Allí dentro extenderá las manos, como las extiende el nadador al nadar; pero él humillará su orgullo y los esfuerzos de sus manos. Los altos baluartes de sus murallas los humillará y doblegará, los arrojará al suelo, al polvo».

Aquel día se cantará este canto en el país de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confia en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 109 (1-3: CCL 40, 1061-1063)

Las promesas de Dios se nos conceden por su Hijo

Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su cumplimiento.

El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos.

Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas.

Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación.

Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios —a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza—, no sólo entregó la escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido.

Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por él.

Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció.

Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 26, 7-21

Cántico de los justos. Promesa de resurrección

La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo.

Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe.

Si se muestra favor al impío, no aprende justicia: en tierra de honradez obra mal, sin ver la grandeza del Señor.

Señor, tu mano está alzada, pero no la miran; que miren avergonzados tu celo por el pueblo, que un fuego devore a tus enemigos.

Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, Dios nuestro, nos dominaron señores distintos a ti; pero nosotros sólo a ti reconocemos, e invocamos tu nombre.

Los muertos no viven, las sombras no se alzan; porque tú los juzgaste, los aniquilaste y extirpaste su memoria.

Señor, multiplicaste el pueblo; multiplicaste el pueblo y manifestaste tu gloria, ensanchaste los confines del país.

Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento; no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo.

¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.

Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera.

Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará más a sus muertos.


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 147 (PL 52, 594-595)

El amor desea ver a Dios

Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboracion encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.

Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.

Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso lo incitó a combatir y lo retuvo conel abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.

Y asimismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.

Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho de espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.

Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.

El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?

El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.

Y por esto mismo, el amor que anhela ver a Dios, aunque carezca de juicio, lo que sí tiene es un afán de piedad.

Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor enséñame tu gloria.

Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de sus errores.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 27, 1-13

La viña del Señor volverá a ser cultivada

Aquel día castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino.

A la viña hermosa le cantaréis: «Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego, para que no falte su hoja, la guardo noche y día.

No me enfado más: si brotan zarzas y cardos, saldré a luchar contra ellos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo, que haga las paces conmigo».

Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. ¿Lo ha herido como hiere a los que lo hieren? ¿Lo ha matado como mueren los que lo matan? Lo castigas espantándolo y expulsándolo, arrollándolo con viento impetuoso, como al tamo en día de solano.

Con esto se expiará la culpa de Jacob, y éste será el fruto de alejar su pecado: convertir las piedras de los altares en piedra caliza triturada, y no erigir cipos ni estelas. La plaza fuerte está solitaria, como mansión desdeñada, abandonada como un desierto. Allí pastan novillos, se tumban y consumen sus ramas. Al secarse el ramaje, lo quiebran, vienen mujeres y le prenden fuego. Porque es un pueblo insensato; por eso su Hacedor no se apiada, su Creador no los compadece.

Aquel día, el Señor trillará las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; pero vosotros, israelitas, seréis espigados uno a uno.

Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y vendrán los dispersos del país de Asiria y los prófugos del país de Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 5,19, 1; 20, 2; 21, 1: SC 153, 248-250.260-264)

Eva y María

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre.

Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.

Con estas palabras se proclama de antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.

Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.

Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 29, 1-8

Juicio de Dios contra Jerusalén

¡Ay Ariel, Ariel, ciudad que sitió David! Añadid años a años, gire el ciclo de las fiestas, y asediaré a Ariel, y habrá llanto y lamento. Serás para mí como Ariel, y te sitiaré como David, te estrecharé con trincheras y alzaré baluartes contra ti.

Humillada, hablarás desde el suelo y tu palabra sonará apagada desde el polvo; como voz de fantasma desde el suelo, desde el polvo, susurrará tu palabra. Será como polvareda el tropel de tus enemigos, como nube de tamo el tropel de tus agresores.

Pero de improviso, de repente, te auxiliará el Señor de los ejércitos, con trueno y terremoto y gran estruendo, con huracán y vendaval y llamas devoradoras. Acabará como sueño o visión nocturna el tropel de los pueblos que combaten a Ariel, sus trincheras, sus baluartes, sus sitiadores.

Como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta con la garganta reseca, así será el tropel de los pueblos que combaten contra el monte Sión.


SEGUNDA LECTURA

Beato Isaac de Stella, Sermón 51 (PL 194, 1862-1863.1865)

María y la Iglesia

El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben.

Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él.

Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo:.uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.

Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.

Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María, y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.

También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María, y singularmente de cada alma fiel.

Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel.

 


DOMINGO
III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y segunda lecturas se toman del día 17; el Evangelio y la Homilía son los propios del domingo III.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 29, 13-24

Anuncio del juicio del Señor

Dice el Señor: «Ya que este pueblo se me acerca con la boca, y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y su culto a mí es precepto humano y rutina, yo seguiré realizando prodigios maravillosos: fracasará la sabiduría de sus sabios, y se eclipsará la prudencia de sus prudentes».

¡Ay de los que ahondan para esconderle sus planes al Señor! Hacen sus obras en la oscuridad, diciendo: «¿Quién nos ve, quién se entera?».

¡Qué desatino! Como barro que se considerase alfarero; como obra que dijera del que la hizo: «No me ha hecho»; como cacharro que dijera del alfarero: «No entiende».

Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.

Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los pobres gozarán con el Santo de Israel; porque se acabó el opresor, terminó el cínico; y serán aniquilados los despiertos para el mal, los que van a coger a otro en el hablar y, con trampas, al que defiende en el tribunal, y por nada hunden al inocente.

Así dice a la casa de Jacob el Señor, que rescató a Abrahán: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel».

Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 293 (3: PL 38, 1328-1329)

Juan era la voz, Cristo es la Palabra

Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció, como si dijera: Esta alegría mía está colmada. Reteníamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del alma.

¿Quieres ver cómo pasa la voz, mientras que la divinidad de la Palabra permanece? ¿Qué ha sido del bautismo de Juan? Cumplió su misión y desapareció. Ahora el que se frecuenta es el bautismo de Cristo. Todos nosotros creemos en Cristo, esperamos la salvación en Cristo: esto es lo que la voz hizo sonar.

Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.

Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor». La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio. Allanad el camino del Señor, como si dijera: «Yo resueno para introducir la palabra en el corazón; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino».

¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente»? ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio.

Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo.

Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 



LUNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 30, 18-26

Promesa de la felicidad futura

El Señor espera para apiadarse, aguanta para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en él.

Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá.

Aunque el Señor te dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Este es el camino, camina por él».

Tendrás por impuros tus ídolos chapeados de plata y tus estatuas adornadas de oro; los arrojarás como inmundicia, los llamarás basura.

Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano de la cosecha del campo será rico y sustancioso; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con bieldo y horquilla.

En todo monte elevado, en toda colina alta, habrá ríos y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres. La luz de la Cándida será como la luz del Ardiente, y la luz del Ardiente será siete veces mayor. Cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe.


SEGUNDA LECTURA

Guillermo de San Teodorico, Tratado sobre la contemplación de Dios (9-11: SC 61, 90-96)

Él nos amó primero

Tú eres en verdad el único Señor, tú, cuyo dominio sobre nosotros es nuestra salvación; y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser salvados por ti.

¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de quehemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados?

Por esto has querido que el Hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados, y ningún otro puede salvar.

El nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo.

Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros; pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte.

Por eso, habiendo hablado antiguamente a nuestros padres por los profetas, en distintas ocasiones y de muchas maneras, en estos últimos días nos has hablado por medio del Hijo, tu Palabra, por quien los cielos han sido consolidados y cuyo soplo produjo todos sus ejércitos.

Para ti, hablar por medio de tu Hijo no significó otra cosa que poner a meridiana luz, es decir, manifestar abiertamente, cuánto y cómo nos amaste, tú que no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros. El también nos amó y se entregó por nosotros.

Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso, que, en medio del silencio que mantenían todos los seres –es decir, el abismo del error–, vino desde el trono real de los cielos a destruir enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor.

Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, hasta los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti.

Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, no existe justicia tampoco.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor; pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero; y te adelantas en el amor a todos los que te aman.

Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí a todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 30, 27-33; 31, 4-9

Jerusalén será salvada de los asirios

Mirad: el Señor en persona viene de lejos, arde su cólera con espesa humareda; sus labios están llenos de furor, su lengua es fuego devorador; su aliento es torrente desbordado que alcanza hasta el cuello: para cribar a los pueblos con criba de exterminio, para poner bocado de extravío en la quijada de las naciones.

Vosotros entonaréis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se alegrará el corazón al compás de la flauta, mientras vais al monte del Señor, a la Roca de Israel. El Señor hará oír la majestad de su voz, mostrará su brazoque descarga con ira furiosa y llama devoradora, con tormenta y aguacero y pedrisco.

A la voz del Señor temblará Asiria, golpeada con la vara. Cada golpe de la vara de castigo que el Señor descargue sobre ella se dará entre panderos y cítaras y danzas. Que está preparada hace tiempo en Tofet, está dispuesta, ancha y profunda, una pira con leña abundante: y el soplo del Señor, como torrente de azufre, le prenderá fuego.

Me lo ha dicho el Señor: «Como gruñe el león y sus cachorros con su presa, y se reúne contra ellos un tropel de pastores, pero ellos no se asustan de sus voces ni se intimidan por su tumulto, así bajará el Señor de los ejércitos a combatir sobre el Monte Sión, sobre su cumbre. Como un ave aleteando, el Señor de los ejércitos protegerá a Jerusalén: protección liberadora, rescate salvador.

Hijos de Israel, volved a él de lo hondo de vuestra rebelión. Aquel día, todos rechazaréis los ídolos de plata y los ídolos de oro que hicieron vuestras manos pecadoras.

Asiria caerá bajo una espada no humana, espada no de mortal la devorará; y si sus jóvenes escapan de la espada, caerán en trabajos forzados. Despavorida escapará su peña, y sus jefes huirán espantados de su estandarte». Oráculo del Señor, que tiene una hoguera en Sión, un horno en Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

Del libro de la Imitación de Cristo (Lib 2, cap 2-3)

Sobre la humildad y la paz

No te importe mucho quién está por ti o contra ti, sino busca y procura que esté Dios contigo en todo lo que haces. Ten buena conciencia y Dios te defenderá.

Al que Dios quiere ayudar no le podrá dañar la malicia de alguno.

Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios.

Él sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él.

A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión.

Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros y sin dificultad satisface a los que lo odian. Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su abatimiento lo levanta a gran honra.

Al humilde descubre sus secretos y lo atrae dulcemente a sí y lo convida.

El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.

No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior a todos.

Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.

El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado. El hombre apasionado aun el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.

El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a buena parte.

El que está en buena paz de ninguno sospecha.

El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega ni deja descansar a los otros. Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le convendría.

Piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.

Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo. Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas y no quieres oír las disculpas ajenas.

Más justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano.

Sufre a los otros si quieres que te sufran.

 



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 31, 1-3; 32, 1-8

El reino de la verdadera justicia

¡Ay de los que bajan a Egipto por auxilio y buscan apoyo en su caballería! Confian en los carros, porque son numerosos, y en los jinetes, porque son fuertes; sin mirar al Santo de Israel ni consultar al Señor.

Pues él también es hábil para traer desgracias y no ha revocado su palabra. Se alzará contra la casa de los malvados, contra el auxilio de los malhechores.

Los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son carne y no espíritu. El Señor extenderá su mano: tropezará el protector y caerá el protegido, los dos juntos perecerán.

Mirad: un rey reinará con justicia y sus jefes gobernarán según derecho. Serán abrigo contra el viento, reparo del aguacero, acequias en el secano, sombra de roca maciza en tierra reseca.

Los ojos de los que ven no estarán cenados, y los oídos de los que oyen atenderán; la mente precipitada aprenderá sensatez, la lengua tartamuda será ágil y hablará con soltura. Ya no llamarán noble al necio, ni tratarán de excelencia al pícaro, pues el necio dice necedades, y su corazón planea el crimen: practica el vicio y habla falsamente del Señor, deja vacío al hambriento y le quita el agua al sediento.

El pícaro usa malas artes y maquina sus intrigas: perjudica a los pobres con mentiras y al desvalido que defiende su derecho. En cambio, el noble tiene planes nobles y está firme en su noble sentir.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 20, 4-5: SC 100, 634-640)

Cuando venga Cristo, Dios será visto por todos
los hombres

Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.

Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios.

Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

Los profetas, pues, anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo que dice también el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Ciertamente, según su grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues el Padre es incomprensible.

Sin embargo, según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el hombre no puede, lo puede Dios.

El hombre por sí mismo no puede ver a Dios, pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.

Pues del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida divina.

 



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 32, 15-33, 6

Promesa de salvación. Expectación de los fieles

En aquellos días, cuando se derrame sobre nosotros un aliento de lo alto, el desierto será un vergel, el vergel parecerá una selva; en el desierto morará la justicia, y en el vergel habitará el derecho: la obra de la justicia será la paz, la acción del derecho, la calma y tranquilidad perpetuas.

Mi pueblo habitará en dehesas de paz, en moradas tranquilas, en mansiones sosegadas; aunque sea abatida la selva, aunque sea humillada la ciudad. Dichosos vosotros que sembráis junto al agua, y dais suelta al toro y al asno.

¡Ay de ti, devastador, nunca devastado; saqueador, nunca saqueado! Cuando acabes de devastar, te devastarán a ti; cuando termines de saquear, te saquearán a ti.

Piedad, Señor, que esperamos en ti: sé nuestro brazo por la mañana y nuestra salvación en el peligro.

A tu voz potente se desbandarán los pueblos; al levantarte tú, se dispersaron las naciones. Se recogía botín como se recoge la langosta, se abalanzaban a él como se abalanza el saltamontes.

El Señor es excelso, porque habita en la altura; él llenará a Sión de justicia y derecho, y la fidelidad será su adorno. La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro.


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, del Concilio Vaticano II (Núms 3-4)

Cristo, plenitud de la revelación

Dios, al crear y conservar todas las cosas por su Palabra, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, pero, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.

Después de su caída, alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras.

A su tiempo, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo, al que después de los patriarcas instruyó por Moisés y por los profetas para que lo reconociera como Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperara al Salvador prometido; de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio. Después que, en distintas ocasiones y de muchas maneras, Dios habló por los profetas, ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo.

Pues envió a su Hijo, es decir, la Palabra eterna, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, la Palabra hecha carne, «hombre enviado a los hombres», habla las palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió.

Por tanto, Jesucristo —ver al cual es ver al Padre—, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, con señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, completa la revelación y confirma, con el testimonio divino, que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

 



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 33, 7-24

La salvación futura

Oíd: los heraldos gimen en la calle, los mensajeros de paz lloran amargamente; están destruidas las calzadas y ya no transitan caminantes. Ha roto la alianza, despreciando a los testigos, no respetando al hombre. Languidece y se marchita el país, el Líbano se descolora y queda mustio, el Sarión es una estepa, están pelados el Basán y el Carmelo.

Dice el Señor: «Ahora me pongo en pie, ahora me yergo, ahora me alzo. Concebiréis paja y pariréis rastrojo, mi aliento como fuego os consumirá; los pueblos serán calcinados, como cardos segados arderán. Los lejanos, escuchad lo que he hecho; los cercanos, reconoced mi fuerza».

Temen en Sión los pecadores, y un temblor agarra a los perversos: «¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador, quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?».

El que procede con justicia y habla con rectitud y rehúsa el lucro de la opresión, el que sacude la mano rechazando el soborno y tapa su oído a propuestas sanguinarias, el que cierra los ojos para no ver la maldad: ése habitará en lo alto, tendrá su alcázar en un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua.

Contemplarán tus ojos a un rey en su esplendor y verán un país dilatado, y pensarás sobrecogido: «¿Dónde está el que contaba, dónde está el que pesaba, dónde el que contaba las torres?» Ya no verás al pueblo violento, a la gente que pronuncia extrañamente en una lengua oscura que no se entiende.

Contempla a Sión, ciudad de nuestras fiestas: tus ojos verán a Jerusalén, morada tranquila, tienda estable, cuyas estacas no se arrancarán, cuyas cuerdas no se soltarán.

Allí el Señor es nuestro campeón, en un lugar de ríos y canales anchísimos; no lo surcarán barcas de remo ni los cruzará la nave capitana. Porque el Señor nos gobierna, el Señor nos da leyes, el Señor es nuestro rey, él es nuestra salvación.

Los cordajes están flojos, no sujetan el mástil ni tensan las velas. Entonces el ciego repartirá enorme botín, y hasta los cojos se darán al saqueo. Y ningún habitante dirá: «Me siento mal», pues al pueblo que allí habita le han perdonado la culpa.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 37 (13-14: CCL 38, 391-392)

Tu deseo es tu oración

Los gemidos de mi corazón eran como rugidos. Hay gemidos ocultos que nadie oye; en cambio, si la violencia del deseo que se apodera del corazón de un hombre es tan fuerte que su herida interior acaba por expresarse con una voz más clara, entonces se busca la causa; y uno piensa para sí: «Quizá gima por aquello, y quizá fue aquello loque le sucedió». ¿Y quién lo puede entender como no sea aquel a cuya vista y a cuyos oídos llegaron los gemidos? Por eso dice que los gemidos de mi corazón eran como rugidos, porque los hombres, si por casualidad se paran a escuchar los gemidos de alguien, las más de las veces sólo oyen los gemidos exteriores; y en cambio no oyen los gemidos del corazón.

¿Y quién iba a poder interpretar la causa de sus gemidos? Añade por ello: Todo mi deseo está en tu presencia. Por tanto, no ante los hombres, que no son capaces de ver el corazón, sino que todo mi deseo está en tu presencia. Que tu deseo esté en su presencia; y el Padre, que ve en lo escondido, te atenderá.

Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua también es la oración. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin cesar. ¿Acaso sin cesar nos arrodillamos, nos prosternamos, elevamos nuestras manos, para que pueda afirmar: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar. Pero existe otra oración interior y continua, que es el deseo. Cualquier cosa que hagas, si deseas aquel reposo sabático, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo.

Tu deseo continuo es tu voz, es decir, tu oración continua. Callas cuando dejas de amar. ¿Quiénes se han callado? Aquellos de quienes se ha dicho: Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría.

La frialdad en el amor es el silencio del corazón; el fervor del amor es el clamor del corazón. Mientras la caridad permanece, estás clamando siempre; si clamas siempre, deseas siempre; y si deseas, te acuerdas de aquel reposo.

Todo mi deseo está en tu presencia. ¿Qué sucederá si delante de Dios está el deseo y no el gemido? Pero ¿cómo va a ocurrir esto, si el gemido es la voz del deseo?

Por eso añade el salmo: No se te ocultan mis gemidos. Para ti no están ocultos; sin embargo, para muchos hombres lo están. Algunas veces el humilde siervo de Dios afirma: No se te ocultan mis gemidos. De vez en cuando puede advertirse que también sonríe el siervo de Dios: ¿puede acaso, por su risa, deducirse que murió en su corazón aquel deseo? Si tu deseo está en tu interior también lo está el gemido; quizá el gemido no llega siempre a los oídos del hombre, pero jamás se aparta de los oídos de Dios.

 



SÁBADO

El sábado de la semana III de Adviento, por caer siempre después del 16 de diciembre, todo el Oficio se toma del día correspondiente del mes.

 


 

DOMINGO IV DE ADVIENTO

La primera y segunda lecturas son las del día correspondiente del mes, y se encuentran en su respectivo lugar, el Evangelio y la Homilía son los asignados para el domingo IV. Cuando el domingo IV coincide con la Vigilia de Navidad, se toman del domingo el Evangelio y la Homilía del Ciclo A.

 


17 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 45, 1-13

La salvación de Israel por medio de Ciro

Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán.

Yo iré delante de ti, allanándote los cerros; haré trizas las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro, te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos. Así sabrás que yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, el Dios de Israel.

Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí.

Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto.

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia: yo, el Señor, lo he creado».

¡Ay del que pleitea con su artífice, loza contra el alfarero! ¿Acaso dice la arcilla al artesano: «Qué estás haciendo», o: «Tu vasija no tiene asas»? ¡Ay del que le dice al padre: «¿Qué engendras?», o a la mujer: «¿Por qué te retuerces?».

Así dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: «Y vosotros, ¿vais a pedirme cuentas de mis hijos? ¿Me vais a dar instrucciones sobre la obra de mis manos? Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre; mis propias manos desplegaron el cielo, y doy órdenes a su entero ejército. Yo le he suscitado para la victoria y allanaré todos sus caminos: él reconstruirá mi ciudad, libertará a mis deportados sin precio ni rescate», dice el Señor de los ejércitos.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Carta 31 (2-3: PL 54, 791-793)

El misterio de nuestra reconciliación

De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada Virgen María y como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree descendiente de aquella estirpe que en el Evangelio se le atribuye.

Pues dice Mateo: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán; y a continuación viene el orden de su origen humano hasta llegar a José, con quien se hallaba desposada la madre del Señor.

Lucas, por su parte, retrocede por los grados de ascendencia y se remonta hasta el mismo origen del linaje humano, con el fin de poner de relieve que el primer Adán y el último Adán son de la misma naturaleza.

Para enseñar y justificar a los hombres, la omnipotencia del Hijo de Dios podía haber aparecido, por supuesto, del mismo modo que había aparecido ante los patriarcas y los profetas, es decir, bajo apariencia humana: por ejemplo, cuando trabó con ellos un combate o mantuvo una conversación, cuando no rehuyó la hospitalidad que se le ofrecía y comió los alimentos que le presentaban.

Pero aquellas imágenes eran indicios de este hombre; y las significaciones místicas de estos indicios anunciaban que él había de pertenecer en realidad a la estirpe de los padres que le antecedieron.

Y, en consecuencia, ninguna de aquellas figuras era el cumplimiento del misterio de nuestra reconciliación, dispuesto desde la eternidad, porque el Espíritu Santo aún no había descendido a la Virgen ni la virtud del Altísimo la había cubierto con su sombra, para que la Palabra hubiera podido ya hacerse carne dentro de las virginales entrañas, de modo que la Sabiduría se construyera su propia casa; el Creador de los tiempos no había nacido aún en el tiempo, haciendo que la forma de Dios y la de siervo se encontraran en una sola persona; y aquel que había creado todas las cosas no había sido engendrado todavía en medio de ellas.

Pues de no haber sido porque el hombre nuevo, encarnado en una carne pecadora como la nuestra, aceptó nuestra antigua condición y, consustancial como era con el Padre, se dignó a su vez hacerse consustancial con su madre, y, siendo como era el único que se hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza, la humanidad hubiera seguido para siempre bajo la cautividad del demonio. Y no hubiésemos podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza.

Por esta admirable participación ha brillado para nosotros el misterio de la regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por cuya virtud Cristo fue concebido y nació, hemos nacido de nuevo de un origen espiritual.

Por lo cual, el evangelista dice de los creyentes: Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.



18 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 46, 1-13

Contra los dioses de Babilonia

Se encorva Bel, se desploma Nebo; sus imágenes las cargan sobre bestias y acémilas, y las estatuas que lleváis en andas son una carga abrumadora; a una se encorvan y se desploman: incapaces de librar al que los lleva, ellos mismos marchan al destierro.

Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quien he cargado desde el vientre materno, a quien he llevado desde las entrañas: hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta las canas yo os sostendré; yo lo he hecho y yo os seguiré llevando, yo os sostendré y os libraré.

¿A quién me compararéis, me igualaréis o me asemejaréis, que se me pueda comparar? Sacan oro de la bolsa y pesan plata en la balanza; asalarian un orfebre que les fabrique un dios, se postran y hasta lo adoran. Se lo cargan a hombros, lo transportan; donde lo ponen, allí se queda; no se mueve de su sitio. Por mucho que le griten, no responde, no los salva del peligro.

Recordadlo y meditadlo, reflexionad, rebeldes, recordando el pasado predicho. Yo soy Dios, y no hay otro; no hay otro Dios como yo.

De antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo: «Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo». Llamo al buitre de oriente, de tierra lejana al hombre de mi designio. Lo he dicho y haré que suceda, lo he dispuesto y lo realizaré.

Escuchadme, los desanimados, que os creéis lejos de la victoria: yo acerco mi victoria, no está lejos; mi salvación no tardará; traeré la salvación a Sión y mi honor será para Israel.


SEGUNDA LECTURA

De la carta a Diogneto (caps. 8, 5-9, 6 Funck 1, 325-327)

Dios ha revelado su caridad por medio de su Hijo

Nadie pudo ver ni dar a conocer a Dios sino que fue él mismo quien se reveló. Y lo hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues el Señor y Creador de todas las cosas, que lo hizo todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no sólo amó a los hombres, sino que fue también paciente con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno, bueno, incapaz de ira y veraz; más aún, es el único bueno; y cuando concibió en su mente algo grande e inefable, lo comunicó únicamente con su Hijo.

Mientras mantenía en lo oculto y reservaba sabiamente su designio, podía parecer que nos tenía olvidados y no se preocupaba de nosotros; pero, una vez que, por medio de su Hijo querido, reveló y manifestó todo lo que se hallaba preparado desde el comienzo, puso a la vez todas las cosas a nuestra disposición: la posibilidad de disfrutar de sus beneficios, y la posibilidad de verlos y comprenderlos. ¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a imaginar jamás tanta generosidad?

Así pues, una vez que Dios ya lo había dispuesto todo en compañía de su Hijo, permitió que, hasta la venida del Salvador, nos dejáramos arrastrar, a nuestro arbitrio, por desordenados impulsos, y fuésemos desviados del recto camino por nuestros voluptuosos apetitos; no porque, en modo alguno, Dios se complaciese con nuestros pecados, sino por tolerancia; ni porque aprobase aquel tiempo de iniquidad, sino porque era el creador del presente tiempo de justicia, de modo que, ya que en aquel tiempo habíamos quedado convictos por nuestras propias obras de ser indignos de la vida, la benignidad de Dios se dignase ahora otorgárnosla, y una vez que habíamos puesto de manifiesto que por nuestra parte no seríamos capaces de tener acceso al reino de Dios, el poder de Dios nos concediese tal posibilidad.

Y cuando nuestra injusticia llegó a su colmo y se puso completamente de manifiesto que el suplicio y la muerte, su recompensa, nos amenazaban, al llegar el tiempo que Dios había establecido de antemano para poner de manifiesto su benignidad y poder (¡inmensa humanidad y caridad de Dios!), no se dejó llevar del odio hacia nosotros, ni nos rechazó, ni se vengó, sino que soportó y echó sobre sí con paciencia nuestros pecados, asumiéndolos compadecido de nosotros, y entregó a su propio Hijo como precio de nuestra redención: al santo por los inicuos, al inocente por los culpables, al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales. ¿Qué otra cosa que no fuera su justicia pudo cubrir nuestros pecados? ¿Por obra de quién, que no fuera el Hijo único de Dios, pudimos nosotros quedar justificados, inicuos e impíos como éramos?

¡Feliz intercambio, disposición fuera del alcance de nuestra inteligencia, insospechados beneficios: la iniquidad de muchos quedó sepultada por un solo justo, la justicia de uno solo justificó a muchos injustos!



19 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 47, 1.3b-15

Lamentación sobre Babilonia

Baja, siéntate en el polvo, joven Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, capital de los caldeos, que ya no te volverán a llamar blanda y refinada. Tomaré venganza inexorable.

Nuestro redentor, que se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel, dice: «Siéntate y calla, entra en las tinieblas, capital de los caldeos, que ya no te llamarán Señora de reinos.

Airado contra mi pueblo, profané mi heredad, la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos, abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: "Seré señora por siempre jamás", sin considerar, esto, sin pensar en el desenlace.

Pues ahora escúchalo, lasciva, que reinabas confiada, que te decías: "Yo y nadie más. No me quedaré viuda, no perderé a mis hijos." Las dos cosas te sucederán, de repente, en un solo día: viuda y sin hijos te verás a la vez, a pesar de tus muchas brujerías y del gran poder de tus sortilegios.

Tú te sentías segura en tu maldad, diciéndote: "Nadie me ve"; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: "Yo y nadie más". Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar, caerá sobre ti un desastre que no podrás aplacar; vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no te imaginabas.

Insiste en tus sortilegios, en tus muchas brujerías, que han sido tu tarea desde joven; quizá te aprovechen, quizá lo espantes. Te has cansado con tus muchos consejeros: que se levanten y te salven los que conjuran el cielo, los que observan las estrellas, los que pronostican cada mes lo que va a suceder.

Mira, se han convertido en paja que el fuego consume, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse ni hogar para sentarse enfrente. En eso han parado tus traficantes, con quienes te atareabas desde joven: cada uno se pierde por su lado, y no hay quien te salve».


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 3, 20, 2-3: SC 34, 342-344)

La economía de la encarnación redentora

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiacion que es propia de éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis». Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.



20 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 48, 1-11

Dios, único dueño del tiempo venidero

Escuchad esto, casa de Jacob, que lleváis el nombre de Israel, que brotáis de la semilla de Judá, que juráis por el nombre del Señor, que invocáis al Dios de Israel, pero sin verdad ni rectitud, aunque tomáis nombre de la ciudad santa y os apoyáis en el Dios de Israel, cuyo nombre es «Señor de los ejércitos».

El pasado lo predije de antemano: de mi boca salió y lo anuncié; de repente lo realicé y sucedió. Porque sé que eres obstinado, que tu cerviz es un tendón de hierro y tu frente es de bronce, por eso te lo anuncio de antemano, antes de que te suceda te lo predigo, para que no digas: «Mi ídolo lo ha hecho, mi estatua de leño o metal lo ha ordenado». Lo que escuchaste lo verás todo, ¿y no lo anunciarás?

Y ahora te predigo algo nuevo, secretos que no conoces; ahora son creados, y no antes, ni de antemano los oíste, para que no digas: «Ya lo sabía». Ni lo habías oído ni lo sabías, aún no estaba abierta tu oreja; porque yo sabía lo pérfido que eres, que desde el vientre de tu madre te llaman rebelde.

Por mi nombre doy largas a mi cólera, por mi honor la reprimo para no aniquilarte. Mira, yo te he refinado como plata, te he probado en el crisol de la desgracia; por mí, por mí lo hago: porque mi nombre no ha de ser profanado, y mi gloria no la cedo a nadie.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Homilía 4 sobre las excelencias de la Virgen Madre (8-9: Opera Omnia, Edit. Cister. 4, 1966, 53-54)

Todo el mundo espera la respuesta de María

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.

Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.

Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.

¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillezvirginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

Aquí está –dice la Virgen– la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.



21 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 48, 12-21; 49, 9b-13

El nuevo éxodo

Así dice el Señor: «Escúchame, Jacob, Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último. Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los llamo, se presentan juntos.

Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos lo ha predicho? Mi amigo cumplirá mi voluntad sobre Babilonia y la raza de los caldeos.

Yo mismo, yo he hablado y yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa. Acercaos y escuchad esto: no hago predicciones en secreto, y desde que sucede, allí estoy yo». Y ahora el Señor Dios me ha enviado con su Espíritu.

Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues.

Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería como arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí».

¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo, publicadlo hasta el confin de la tierra. Decid: El Señor ha redimido a su siervo Jacob. No pasaron sed cuando los guió por la estepa, hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y manó agua.

Por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán.

Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio de san Lucas (Lib 2, 19.22-23.26-27: CCL 14, 39-42)

La visitación de santa María Virgen

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espiritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!

Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.

Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.

Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.

El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.



22 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 49, 14–50, 1

Restauración de Sión

Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí; los que te construyen van más aprisa que los que te destruyen, los que te arrasaban se alejan de ti.

Levanta los ojos en torno y mira: todos se reúnen para venir a ti; por mi vida —oráculo del Señor— a todos los llevarás como vestido precioso, serán tu cinturón de novia. Porque tus ruinas, tus escombros, tu país desolado, resultarán estrechos para tus habitantes, mientras se alejarán los que te devoraban. Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: «Mi lugar es estrecho, hazme sitio para habitar». Pero tú dices: «¿Quién me engendró a éstos? Yo, sin hijos y estéril, ¿quién los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde vienen éstos?».

Así dice el Señor: «Mira, con la mano hago seña a las naciones, alzo mi estandarte para los pueblos: traerán a tus hijos en brazos, a tus hijas las llevarán al hombro. Sus reyes serán tus ayos; sus princesas, tus nodrizas; rostro en tierra, te adorarán, lamerán el polvo de tus pies, y sabrás que yo soy el Señor, que no defraudo a los que esperan en mí.

¿Se le puede quitar la presa a un soldado, se le escapa su prisionero al vencedor? Si le quitan a un soldado el prisionero y se le escapa la presa al vencedor, yo mismo defenderé tu causa, yo mismo salvaré a tus hijos.

Haré a tus opresores comerse su propia carne, se embriagarán de su sangre como de vino; y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu redentor es el Héroe de Jacob».

Así dice el Señor: «¿Dónde está el acta de repudio con que despedí a vuestra madre? ¿O a cuál de mis acreedores os he vendido? Mirad, por vuestras culpas fuisteis vendidos, por vuestros crímenes fue repudiada vuestra madre».


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Exposición sobre el evangelio de san Lucas (Lib 1, 46-55: CCL 120, 37-39)

Cántico de María

María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

«El Señor –dice– me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.

Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende a toda criatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.

Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la salvación.



23 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 51, 1-11

Promesa de salvación para los descendientes de Abrahán

Escuchadme, los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: Mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron; mirad a Abrahán, vuestro padre; a Sara, que os dio a luz: cuando lo llamé, era uno, pero lo bendije y lo multipliqué.

El Señor consuela a Sión, consuela a sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, su yermo en jardín del Señor; allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Hacedme caso, pueblos, dadme oído, naciones, pues de mí sale la ley, mis mandatos son luz de los pueblos. En un momento haré llegar mi victoria, amanecerá como el día mi salvación, mi brazo gobernará los pueblos: me están aguardando las islas, ponen su esperanza en mi brazo.

Levantad los ojos al cielo, mirad abajo, a la tierra: el cielo se disipa como humo, la tierra se consume como ropa, sus habitantes mueren como mosquitos; pero mi salvación dura por siempre, mi victoria no tendrá fin.

Escuchadme, los entendidos en derecho, el pueblo que lleva mi ley en el corazón: no temáis la afrenta de los hombres, no desmayéis por sus oprobios: pues la polilla los roerá como a la ropa, como los gusanos roen la lana; pero mi victoria dura por siempre, mi salvación de edad en edad.

¡Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor, despierta como antaño, en las antiguas edades! ¿No eres tú quien destrozó al monstruo y traspasó al dragón? ¿No eres tú quien secó el mar y las aguas del gran océano, el que hizo un camino por el fondo del mar para que pasaran los redimidos?

Los rescatados del Señor volverán, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán.


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Tratado contra la herejía de Noeto (caps 9-12: PG 10, 815-819)

Manifestación del misterio escondido

Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro arbitrio ni según nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer en las santas Escrituras.

Cuando sólo existía Dios y nada había aún que coexistiera con él, el Señor quiso crear al mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso y cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada coexistía con Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y cuando quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo predeterminado, manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.

Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la creatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el Padre empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al contemplarlo, pudiera alcanzar la salvación.

El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto, todas las cosas fueron hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el Padre.

Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar bajo la moción del Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración del poder del Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.

La Palabra, pues, se hizo visible, como dice san Juan. Y repitió en síntesis todo lo que dijeron los profetas, demostrando así que es realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. Y más adelante: El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.


 

24 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 51,17—52, 2.7-10

Se anuncia a Jerusalén la Buena Nueva

¡Espabílate, espabílate, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el cuenco del vértigo. Entre los hijos que engendró, no hay quien la guíe; entre los hijos que crió, no hay quien la lleve de la mano.

Esos dos males te han sucedido, ¿quién te compadece? Ruina y destrucción, hambre y espada, ¿quién te consuela? Tus hijos yacen desfallecidos en las encrucijadas, como antílope en la red, repletos de la ira del Señor, de la amenaza de tu Dios.

Por tanto, escúchalo, desgraciada; borracha, y no de vino. Así dice el Señor, tu Dios, defensor de su pueblo:

«Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber del cuenco de mi ira; lo pondré en las manos de tus verdugos, que decían a tu cuello: "Dóblate, que pasemos encima"; y presentaste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes».

¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión, vístete el traje de gala, Jerusalén, santa ciudad!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. Sacúdete el polvo, ponte en pie, Jerusalén cautiva; desata las correas de tu cuello, Sión cautiva.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.

Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señordesnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 185 (PL 38, 997-999)

La fidelidad brota de la tierra y la justicia
mira desde el cielo

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así –como dice la Escritura–: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.

 

DOMINGO I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 6, 1-13

La vocación del profeta Isaías

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían. Y se gritaban uno a otro, diciendo:

«¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!».

Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:

«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos».

Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:

«Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».

Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?».

Contesté:

«Aquí estoy, mándame».

El replicó:

«Vete y di a ese pueblo: "Oíd con vuestros oídos, sin entender; mirad con vuestros ojos, sin comprender". Embota el corazón de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane».

Pregunté:

«¿Hasta cuándo, Señor?».

Y me contestó:

«Hasta que queden las ciudades sin habitantes, las casas sin vecinos, los campos desolados. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país. Y, si queda en él uno de cada diez, de nuevo serán destrozados; como una encina o un roble que, al talarlos, dejan sólo un tocón. Este tocón será semilla santa».

 

RESPONSORIO                    Cf. Ex 3, 7; 4, 13; Sal 79, 2
 
R./ Perdóname, Señor: mira la opresión de tu pueblo y envía a quien quieras; * ven a salvarnos, como lo has prometido.
V./ Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tu que estás sentado sobre querubines.
R./ Ven a salvarnos, como lo has prometido.

 

SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón 1 sobre la venida del Señor (PL 195, 209-210)

Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor

Debéis saber, carísimos hermanos, que este santo tiempo que llamamos Adviento del Señor, nos recuerda dos cosas: por eso nuestro gozo debe referirse a estos dos acontecimientos, porque doble es también la utilidad que deben reportarnos.

Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor, a saber: aquella dulcísima venida por la que el más bello de los hombres y el deseado de todas las naciones, es decir, el Hijo de Dios, manifestó a este mundo su presencia visible en la carne, presencia largamente esperada y ardientemente deseada por todos los padres: es la venida por la que vino a salvar a los pecadores. La segunda venida –que hemos de esperar aún con inquebrantable esperanza y recordar frecuentemente con lágrimas— es aquella en la que nuestro Señor, que primero vino oculto en la carne, vendrá manifiesto en su gloria, como de él cantamos en el Salmo: Vendrá Dios abiertamente, esto es, el día del juicio, cuando aparecerá para juzgar.

De su primera venida se percataron sólo unos pocos justos; en la segunda se manifestará abiertamente a justos y réprobos, como claramente lo insinúa el Profeta cuando dice: Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. Propiamente hablando, el día que dentro de poco celebraremos en memoria de su nacimiento nos lo presenta nacido, es decir, que nos recuerda más bien el día y la hora en que vino a este mundo; en cambio este tiempo que celebramos como preparación para la Navidad, nos recuerda al Deseado, esto es, el gran deseo de los santos padres que vivieron antes de su venida.

Con muy buen acuerdo ha dispuesto en consecuencia la Iglesia que en este tiempo se lean las palabras y se traigan a colación los deseos de quienes precedieron la primera venida del Señor. Y este su deseo no lo celebramos solamente un día, sino durante un tiempo más bien largo, pues es un hecho de experiencia que si sufre alguna dilación la consecución de lo que ardientemente deseamos, una vez conseguido nos resulta doblemente agradable.

A nosotros nos corresponde, carísimos hermanos, seguir los ejemplos de los santos padres y recordar sus deseos, para así inflamar nuestras almas en el amor y el deseo de Cristo. Pues debéis saber, hermanos, que la celebración de este tiempo fue establecida para hacernos reflexionar sobre el ferviente deseo de nuestros santos padres en relación con la primera venida de nuestro Señor, y para que aprendamos, a ejemplo suyo, a desear ardientemente su segunda venida.

Debemos considerar los innumerables beneficios que nuestro Señor nos hizo con su primera venida, y que está dispuesto a concedérnoslos aún mayores con su segunda venida. Dicha consideración ha de movernos a amar mucho su primera venida y a desear mucho la segunda. Y si no tenemos la conciencia tan tranquila como para atrevernos a desear su venida, debemos al menos temerla, y que este temor nos mueva a corregirnos de nuestros vicios: de modo que si aquí no podemos evitar el temor, al menos que, cuando venga, no tengamos miedo y nos encuentre tranquilos.

 

RESPONSORIO                Cf. Jer 3, 10
 
R./ Escuchad la palabra del Señor, naciones, y anunciadla en las islas más lejanas, * y decid: Vendrá nuestro Salvador.
V./ Anunciadlo y que se oiga en todas partes; proclamad la nueva, pregonadla a voz en grito.
R./ Y decid: Vendrá nuestro Salvador.
 
 

ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 7, 1-17
Ante el temor de la guerra, el signo del Emmanuel

Reinaba en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pecaj, hijo de Romelía, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla; pero no lograron conquistarla. Llegó la noticia al heredero de David:

«Los sirios acampan en Efraín».

Y se agitó su corazón y el del pueblo, como se agitan los árboles del bosque con el viento. Entonces el Señor dijo a Isaías:

«Sal al encuentro de Acaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la Alberca de Arriba, junto a la Calzada del Batanero, y le dirás: "¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes ante esos dos cabos de tizones humeantes, la ira ardiente de Rasín y los sirios y del hijo de Romelía. Aunque tramen tu ruina diciendo: `Subamos contra Judá, sitiémosla, apoderémonos de ella, y nombraremos en ella rey al hijo de Tabeel'. Así dice el Señor: No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín, capitán de Damasco; Samaria es capital de Efraín, y el hijo de Romelía, capitán de Samaria. Dentro de cinco o seis años, Efraín, destruido, dejará de ser pueblo. Si no creéis, no subsistiréis"».

El Señor volvió a hablar a Acaz:

«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Acaz:

«No la pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Dios:

«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.

Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Antes que aprenda el niño a rechazar el mal y a escoger el bien, quedará abandonada la tierra de los dos reyes que te hacen temer. El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo, sobre tu dinastía, días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá».

 

RESPONSORIO                 Lc 1, 31.32
 
R./ Concebirás y darás a luz un hijo, * y lo llamarás Jesús.
V./ El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
R./ Y lo llamarás Jesús.
 


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 14, (4-5: CSEL 22, 86-88)

El cimiento de nuestro edificio es Cristo

El primero y más importante escalón que ha de ascender el que tiende a las cosas celestiales es habitar en esta tienda y allí –apartado de las preocupaciones seculares y abandonando los negocios de este mundo– vivir toda la vida, noche y día, a imitación de muchos santos, que jamás se apartaron de la tienda.

Bajo el nombre de «monte» —sobre todo tratándose de cosas celestiales–, hemos de imaginar lo más grande y sublime. ¿Y hay algo más sublime que Cristo? ¿y más excelso que nuestro Dios? «Su monte» es el cuerpo que asumió de nuestra naturaleza y en el que ahora habita, sublime y excelso sobre todo principado y potestad y por encima de todo nombre. Sobre este monte está edificada la ciudad que no puede permanecer oculta, pues como dice el Apóstol: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Por consiguiente, como los que son de Cristo han sido elegidos en el cuerpo de Cristo antes de que existiera el mundo, y la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo es el cimiento de nuestro edificio así como la ciudad edificada sobre el monte, luego Cristo es aquel monte en el que se pregunta quién podrá habitar.

En otro salmo leemos de este mismo monte: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? Y lo corrobora Isaías con estas palabras: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob». Y de nuevo Pablo: Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo. Ahora bien: si toda nuestra esperanza de descanso radica en el cuerpo de Cristo y si, por otra parte, hemos de descansar en el monte, no podemos entender por monte más que el cuerpo que asumió de nosotros, antes del cual era Dios, en el cual era Dios y mediante el cual transformó nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con tal que clavemos en su cruz los vicios de nuestro cuerpo, para resucitar según el modelo del suyo.

A él, en efecto, se asciende después de haber pertenecido a la Iglesia, en él se descansa desde la sublimidad del Señor, en él seremos asociados a los coros angélicos cuando también nosotros seamos ciudad de Dios. Se descansa, porque ha cesado el dolor producido por la enfermedad, ha cesado el miedo procedente de la necesidad, y gozando todos de plena estabilidad, fruto de la eternidad, descansarán en los bienes fuera de los cuales nada puedan desear.

Por eso a la pregunta: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?, responde el Espíritu Santo por el profeta: El que procede honradamente y practica la justicia. En la respuesta, pues, se nos dice que el que procede honradamente y vive al margen de cualquier mancha de pecado es aquel que, después del baño bautismal, no se ha vuelto a manchar con ningún tipo de inmundicia, sino que permanece inmaculado y resplandeciente. Ya es una gran cosa abstenerse de pecado, pero todavía no es éste el descanso que sigue al camino recorrido: en la pureza de vida se inicia el camino, pero no se consuma. De hecho el texto continúa: Y practica la justicia. No basta con proyectar el bien: hay que ejecutarlo; y la buena voluntad no basta con iniciarla: hay que consumarla.

 

RESPONSORIO                  Cf. Heb 7, 4.2.3
 
R./ Considerad ahora cuán grande es éste, que viene a salvar a los pueblos: * Él es el rey de justicia, sin comienzo de días, ni fin de vida.
V./ Ha entrado por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec.
R./ Él es el rey de justicia, sin comienzo de días, ni fin de vida.
 
 
ORACIÓN
 
Concédenos, Señor Dios nuestro, permanecer alertas a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías

El hijo del profeta es propuesto como señal

El Señor me dijo:

—Coge una tabla grande, y escribe con caracteres ordinarios: «Pronto-al-saqueo, Presto-al-botín».

Entonces yo tomé dos testigos fieles: Urías, sacerdote, y Zacarías, hijo de Baraquías.

Me llegué a la profetisa; ella concibió y dio a luz un hijo. El Señor me dijo:

—Ponle por nombre Pronto-al-saqueo, Presto-al-botín. Porque antes que el niño aprenda a decir «papá, mamá», las riquezas de Damasco y el despojo de Samaria serán llevadas a presencia del rey de Asiria.

El Señor volvió a dirigirme la palabra:

Ya que ese pueblo ha despreciado el agua de Siloé, que corre mansa, por la arrogancia de Rasín y del hijo de Romelía, sabed que el Señor hará subir contra ellos las aguas del Éufrates, torrenciales e impetuosas: (el rey de Asiria, con todo su ejército); remontan las orillas, desbordan las riberas, invaden Judá, rebosan, crecen y alcanzan hasta el cuello. Y se extenderán sus bordes hasta cubrir la anchura de la tierra, ¡oh Dios-con-nosotros!

Sabedlo, pueblos, y seréis derrotados; escuchadlo, países lejanos: armaos, que seréis derrotados; armaos, que seréis derrotados. Haced planes, que fracasarán; pronunciad amenazas, que no se cumplirán, porque tenemos a Dios-con-nosotros.

Así me dijo el Señor, mientras su mano me agarraba y me apartaba del camino de este pueblo:

No llaméis aliados a los que ese pueblo llama aliados, no temáis ni os asuste lo que él teme. Al Señor de los ejércitos llamaréis Santo, él será vuestro temor, él será vuestro terror. El será piedra de tropiezo y roca de precipicio para las dos casas de Israel, será lazo y trampa para los habitantes de Jerusalén: tropezarán en ella muchos, caerán, se destrozarán, se enredarán y quedarán cogidos.

Guardo el testimonio, sello la instrucción para mis discípulos. Y aguardaré al Señor, que oculta su rostro a la casa de Jacob, y esperaré en él. Y yo con mis hijos, los que me dio el Señor, seremos signos y presagios para Israel, como testimonio e instrucción de parte del Señor de los ejércitos, que habita en el monte Sión.

 

RESPONSORIO                   Cf. Jer 31, 10
 
R./ Escuchad la palabra del Señor, naciones, y anunciadla en las islas más lejanas, * y decid: Vendrá nuestro Salvador.
V./ Anunciadlo y que se oiga en todas partes; proclamad la nueva, pregonadla a voz en grito.
R./ Y decid: Vendrá nuestro Salvador.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 1, or. 2: PG 70, 67-71)

Visión escatológica de la Iglesia

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles. Esta profecía ha tenido cumplimiento en beneficio de los mortales en esta etapa final, esto es, en las postrimerías de este mundo, en que se manifestó el Verbo unigénito de Dios hecho carne, nacido de mujer; cuando él se representó y presentó a sí mismo la mística Judea o Jerusalén, es decir, la Iglesia, como una virgen casta, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada, como está escrito.

Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos pos sus sendas». No creo que sea necesario acudir a largas explicaciones para demostrar que todos los pueblos fueron constreñidos e integrados en la Iglesia por la fe: pues los mismos acontecimientos están ahí, patentes y verídicos, para atestiguarlo. La multitud de las naciones no recibió el llamamiento a través de la pedagogía de la ley ni por medio de los santos profetas; fue más bien congregada por una gracia divina y misteriosa, que iluminaba las inteligencias y les infundía, por medio de Cristo, el deseo de la salvación.

Primero suben, después cuidan de que se les anuncie la palabra de Dios y prometen marchar por los caminos del Señor, es decir, por las sendas del evangelio, al cual se entra por la purificación que viene de la fe. Pues los que desean ser instruidos en los caminos del Señor, se sobrentiende que han de comenzar abjurando de su inveterado error de profanidad. De lo contrario no tendría sentido la apetencia de cosas mejores, si no ha precedido la abdicación del pasado. ¿Y cuál es su mistagogo? ¿Quién los condujo al conocimiento de la verdad y los llevó a la persuasión de que, calificando de ridículas las anteriores creencias, se lanzaran a abrazar la fe nueva? ¿Es que no fue Dios? El fue quien iluminó sus inteligencias y corazones y los movió a decir y a sentir al unísono: De Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor.

Así, pues, el profeta predijo el tiempo de la vocación y conversión de los gentiles, al decir: Cuando Dios, Rey y Señor del universo, juzgue a las gentes, esto es, cuando ejerza su derecho de juzgar y de hacer justicia sobre todos los pueblos. Prevaleció la injusticia entre los pueblos que mutuamente se destruían y se entregaban a todo género de crueldad y disolución. Pero una vez suprimido este estado de cosas, Dios instauró el reinado de la justicia y la rectitud.

Cuando sobre las naciones reinó Cristo, que es la paz, desaparecieron de en medio las disensiones, las contiendas, las refriegas y toda clase de apetencias; desaparecieron asimismo las consecuencias negativas de la guerra, y el miedo a que las guerras dan origen. Todo esto lo consiguió la voluntad de aquel que nos dijo: La paz os dejo, mi paz os doy.

 

RESPONSORIO                    Cf. Sal 71, 3; Is 56,1
 
R./ Juro, dice el Señor, que no me irritaré más contra la tierra: * Traigan los montes paz al pueblo, y justicia los collados, y una alianza de paz será estable en Jerusalén.
V./ Muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia.
R./ Traigan los montes paz al pueblo, y justicia los collados, y una alianza de paz será estable en Jerusalén.
 
 

ORACIÓN
 
Señor y Dios nuestro, acoge favorablemente nuestras súplicas y ayúdanos con tu amor en nuestro desvalimiento; que la presencia de tu Hijo, ya cercano, nos renueve y nos libre de volver a caer en la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 8, 23b-9, 6
El príncipe de la paz

En otro tiempo humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro los quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego.

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

 

RESPONSORIO                     Lc 1, 32.33; Is 9,5
 
R./ El Señor Dios le dará el trono de David su padre; * y reinará para siempre sobre la casa de Jacob.
V./ Será llamado: Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de La Paz.
R./ Y reinará para siempre sobre la casa de Jacob.
 


SEGUNDA LECTURA

Pedro de Blois, Sermón 3 sobre la venida del Señor (PL 207, 569-572)

Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario,
para pagar a cada uno su propio trabajo

Siguiendo el consejo del Apóstol, llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios. Hay una religión del hombre para con el Señor, una honradez para con el prójimo y una sobriedad para consigo mismo. La venida del Señor puede sernos perniciosa, si no la esperamos religiosa, sobria y honradamente. Tres son las venidas del Señor: la primera en la carne, la segunda en el alma, la tercera en el juicio. La primera tuvo lugar a medianoche, la segunda por la mañana, la tercera al mediodía. Respecto a la primera venida citemos las palabras de verdad del evangelio: A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo!». Pienso que era medianoche cuando, en medio de un profundo silencio, la noche llegó a la mitad de su carrera. Era noche para los judíos, cuyos ojos había oscurecido la malicia para que no pudieran ver. Y lo mismo el pueblo de los paganos, que caminaba en tinieblas. Llega el esposo y se oye una voz.

Rompióse el silencio en la noche. Llegó el que ilumina lo escondido en las tinieblas; ahuyentó la noche e hizo el día. ¿Y por qué a medianoche se oyó una voz, sino porque cuando un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche en su carrera, la Palabra todopoderosa decidió descender desde el trono real de los cielos, conociendo los profetas la venida de Cristo, prorrumpieron en gritos de triunfo y alegría, rompiendo de la noche el profundo silencio? Grande era ciertamente el griterío, al que singular y colectivamente se sumó el coro de los profetas.

Si queremos que la venida de Cristo nos sea causa de redención, preparémonos para su llegada, como nos amonesta el profeta en la persona de Israel: Prepárate, Israel, y sal al encuentro del Señor que se acerca. También vosotros, hermanos, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

La primera venida pertenece ya al pasado. Cristo apareció en el mundo y vivió entre los hombres. Cristo vino para dar personalmente cumplimiento a la ley por nosotros; y como, según el Apóstol, un testamento sólo adquiere validez a la muerte del testador, Cristo convalidó el testamento de nuestra redención en la cruz de palabra, por el Espíritu y con las obras.

Nos encontramos en el tiempo de la segunda venida, a condición sin embargo de que seamos tales que Cristo se digne venir a nosotros. Pero podemos estar seguros de que, si le amamos, él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros. Esta venida a nosotros es incierta.

Por lo que se refiere a la tercera venida, hay una cosa ciertísima: que vendrá; y una cosa inciertísima: cuándo vendrá. ¿Hay algo más cierto que la muerte? Y sin embargo nada más incierto que la hora de la muerte. En esta vida sólo podemos estar seguros de una cosa: de que no estamos seguros. Tan pronto estamos sanos como caemos enfermos; tan pronto nos sonríen todos los éxitos como se dan cita todas las desgracias; hoy existimos, mañana dejamos de existir: la muerte no perdona ni edad ni sexo.

¡Dichoso el que puede decir confiado: Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme! Este tal percibe el fruto de gracia de la primera venida, y recogerá de la segunda venida el fruto de salvación y de gloria. La primera da acceso a la segunda, y ésta prepara para la tercera. La primera venida fue oculta y humilde, la segunda es secreta y admirable; la tercera será manifiesta y terrible. En la primera vino a nosotros, para entrar en la segunda dentro de nosotros; en la segunda entró dentro de nosotros, para no tener que venir en la tercera contra nosotros. En la primera venida nos otorgó su misericordia, en la segunda nos confiere su gracia, y en la tercera nos dará la gloria, porque el Señor da la gracia y la gloria.

El Señor dará a los santos la recompensa de sus trabajos. De esta venida él mismo dice: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Que Cristo Jesús, a quien hemos recibido como salvador y esperamos como juez, nos salve, no según las malas obras que hayamos hecho nosotros, sino según su gran misericordia.

 

RESPONSORIO                Cf. Sab 10, 17
 
R./ He aquí que nuestro rey vendrá, con todos sus santos, * a otorgar la recompensa de sus trabajos.
V./ He aquí que el Señor, el rey de los reyes vendrá.
R./ A otorgar la recompensa de sus trabajos.

 
ORACIÓN
 
Señor y Dios nuestro, prepara nuestros corazones con la fuerza de tu Espíritu, para que cuando llegue Jesucristo, tu Hijo, nos encuentre dignos de sentarnos a su mesa y él mismo nos sirva en el festín eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 10, 5-21

El día del Señor

¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor! Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no eran los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar naciones numerosas.

Decía:

¿No son mis ministros reyes? ¿No fue Calno como Cárquemis? ¿No fue Jamat como Arpad? ¿No fue Samaría como Damasco? (Como mi mano alcanzó aquellos reinos, de ídolos e imágenes mayores que los de Jerusalén y Samaría). Lo que hice con Samaria y sus imágenes, ¿no lo voy a hacer con Jerusalén y sus ídolos? (Cuando termine el Señor toda su tarea en el Monte Sión y en Jerusalén, castigará el corazón orgulloso del rey de Asiria, la arrogancia altanera de sus ojos).

El decía:

Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y derribé como un héroe a sus jefes. Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las alas, quien abriese el pico para piar.

¿Se envanece el hacha contra quien la blande? ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su gordura; y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego.

La luz de Israel se convertirá en fuego, su Santo será llama: arderá y consumirá sus zarzas y sus cardos en un solo día. El esplendor de su bosque y de su huerto lo consumirá Dios de médula a corteza, un consumirse de carcoma. Arboles contados quedarán en su bosque, un niño los podrá numerar.

Aquel día, el resto de Israel, los supervivientes de Jacob, no volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán sinceramente en el Señor, el Santo de Israel. Un resto volverá, un resto de Jacob, al Dios guerrero.

 

RESPONSORIO             Jl 2, 1.2; 2 Pe 3,10
 
R./ Tiemblen todos los habitantes del país, porque llega el día del Señor, porque está cerca. * Día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa nube.
V./ El día del Señor llegará como un ladrón, en aquel día los cielos desaparecerán por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella será consumida.
R./ Día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa nube.
 


SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 10 sobre el admirable nacimiento de san Juan Bautista, el Precursor (PL 142, 1019-1020)

Mira, yo envío mi mensajero delante de ti

Para repeler y ahuyentar las densísimas y negras tinieblas de la ignorancia y de la muerte, que el autor de las tinieblas había introducido en el mundo, tuvo que venir la luz que ilumina a todo el mundo. Ahora bien: era natural que a esta inefable y eterna luz le precediera un sinnúmero de antorchas temporales y humanas. Me estoy refiriendo a los patriarcas de la antigua alianza. Iluminados y adoctrinados con su virtud, su ejemplaridad y su enseñanza, los pueblos fieles —disipada la calígine de la inveterada ceguera— fueron capaces de conocer si no en su totalidad, sí al menos en parte, aquella gran luz que se avecinaba.

Fueron, pues, antorchas: pero antorchas sin luz propia ni recibida de otra fuente, sino derivada de aquella suprema luz que los iluminaba. Es decir, que fueron amantes de los preceptos celestiales: unos antes de la ley, otros bajo la ley y otros finalmente bajo los jueces, los reyes y los profetas; pregoneros de los misterios del nacimiento del Señor, de su pasión, resurrección y ascensión. Tras ellos, apareció fulgurante Juan, el Precursor del Señor, quien con meridiana claridad, expuso públicamente las predicciones de todos los patriarcas y los vaticinios de los profetas.

Este hombre santo no sólo fue justo, sino que nació de padres justos. Justo en la predicación, justo en toda su conducta, justo en el martirio. El arcángel Gabriel anunció su nacimiento, su justicia, su santidad y toda su intachable conducta; y la narración evangélica trazó ampliamente su retrato. No hay palabras de humana sabiduría capaces de expresar los dones de santidad y de gracia celestial de que el Precursor del Señor fue enriquecido; pero no debemos silenciar lo que de él y a él se le dijo.

¿Pero qué puede añadir a un hombre tan grande la palabra de un pobre hombre? ¿Qué podrá decir en su elogio la pequeñez humana, cuando habla de él nada menos que la suma e inefable Trinidad? Habla de él Dios Padre en un salmo, habla también en el evangelio. En el salmo: Enciendo una lámpara para mi ungido. De él escribe el santo evangelista: Él era la lámpara que ardía y brillaba. En el evangelio se le dice: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar.

Algunos testimonios que el Espíritu Santo enuncia a través de Isaías y Jeremías aludiendo primariamente a la persona del Salvador, pueden ser convenientemente atribuidos, según el magisterio celeste y el sentido católico, a la persona de su Precursor. De él dio testimonio mucho más claramente el Espíritu Santo del que estuvo repleto desde el vientre materno: a la llegada de la Madre del Señor —como nos cuenta el evangelio—, saltó milagrosamente de alegría, no por instinto natural, sino al impulso de la gracia. El mismo Señor Jesús, de quien Juan dio testimonio diciendo: Este es el cordero de Dios, éste es el que quita el pecado del mundo, durante su vida pública afirmó de él: No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; al decir que es el más grande de los nacidos de mujer, insinuó que estaba exento del vicio de ligereza y de amor a los placeres; afirmó que era un profeta y un super-profeta; y aquel a quien él, con el poder de su divinidad, adornó con tal cúmulo de privilegios en virtud y gracia, que superó los méritos de todos los mortales, es llamado por Dios mensajero y fue enviado delante de él a preparar los caminos de la salvación, tal como el Señor nos lo enseñó aduciendo un oráculo del profeta Malaquías.

 

RESPONSORIO            Cf. Jn 5, 35; Mal 3, 1; Mc 1, 4
R./ Éste es el precursor inmediato, lámpara que arde delante del Señor, * es Juan quien preparó al Señor el camino en el desierto y señaló al Cordero de Dios, iluminando las mentes de los hombres.
V./ Apareció Juan en el desierto, predicando un bautismo de conversión.
R./ Es Juan quien preparó al Señor el camino en el desierto y señaló al Cordero de Dios, iluminando las mentes de los hombres.
 

ORACIÓN
 
Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que nuestros pecados retardan. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 11, 1-16
La raíz de Jesé. Retorno del resto del pueblo de Dios

Así dice el Señor:

«Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.

Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su pueblo: los que queden en Asiria y Egipto, en Patros y en Cus y en Elam, en Senar y en Hamat y en las islas. Izará una enseña para las naciones, para reunir a los dispersos de Israel, y congregará a los desperdigados de Judá, de los cuatro extremos del orbe. Cesará la envidia de Efraín y se acabarán los rencores de Judá: Efraín no envidiará a Judá, ni Judá tendrá rencor contra Efraín. Hombro con hombro marcharán contra Filistea a occidente, y unidos despojarán a los habitantes de oriente: Edom y Moab caerán en sus manos, y los hijos de Amón se les someterán.

El Señor secará el golfo del mar de Egipto, y alzará la mano contra el río; con su soplo potente herirá sus siete canales, que se pasarán en sandalias. Y habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la tuvo Israel cuando subió de Egipto».

 

RESPONSORIO                Is 5, 26; 56, 8; 55, 13
 
R./ El Señor izará una enseña para un pueblo remoto, * y reunirá a los dispersos de Israel.
V./ Será para gloria del Señor, para señal eterna que no será borrada.
R./ Y reunirá a los dispersos de Israel.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 5: PG 70, 850-851)

Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta
toda nuestra esperanza

El Verbo nacido de la Virgen era y es siempre Rey y Señor del universo. Pero después de la encarnación asumió la condición propia de la naturaleza humana. Así, pues, podemos creer con verdad y sin ningún género de duda que fue hecho a semejanza nuestra. Por lo cual, cuando se afirma que ha recibido el dominio sobre todas las cosas, hay que entenderlo referido a su naturaleza humana, no a la preeminencia divina por la que sabemos que él es ya Señor del universo. Dios le llama Jacob e Israel, en cuanto nacido, según la carne, de la sangre de Jacob, llamado también Israel. Dice en efecto: Jacob es mi siervo, a quien sostengo; Israel, mi elegido, a quien prefiero. Pues el Padre cooperaba con el Hijo y obraba maravillas como si procedieran de su propio poder. Y es realmente el elegido, porque es el más bello de los hombres; el estimado, por ser el amado en quien el Padre Dios descansa. Por lo cual dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Lo que se dice de él que fue ungido según el modo humano y hecho partícipe del Espíritu Santo, cuando es él el que comunica el Espíritu y el que santifica la criatura, lo aclaró al decir: Sobre él he puesto mi Espíritu. Se nos dice en efecto que, una vez bautizado el Señor, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se posó sobre él. Ahora bien: si en su condición de hombre recibió el Espíritu Santo en el momento del bautismo, esto pudo ocurrir en muchas otras ocasiones. Porque no fue santificado en cuanto Dios al recibir el Espíritu, ya que es él el que santifica, sino en cuanto hombre en atención a la economía divina.

Así pues, fue ungido para juzgar a las naciones. El juicio a que aluden estas palabras es llamado juicio justo: condenando a Satanás que las tiranizaba, justificó a las naciones. Es lo que él mismo nos enseñó, diciendo: Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Condenó, pues, a muerte al que se había apoderado de toda la tierra, reservando para su juicio santo a los que se habían dejado engañar por él. Pero —dice— no gritará, no clamará, no voceará por las calles. El Salvador y Señor del universo se comportó en el tiempo de su peregrinación, con mucha discreción y humildad, y como sin estrépito, sino silenciosa y calladamente a fin de no quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante.

Y ¿qué es lo que hará y cómo gobernará a las naciones? Promoverá fielmente el derecho. Aquí «derecho» parece sinónimo de «ley». Pues está escrito de Dios, Señor de Israel y del mundo entero: Tú administras la justicia y el derecho, tú actúas en Jacob. Proclamó en toda su verdad el derecho o la ley medio oculta en las figuras; mostró, con el oráculo evangélico, el estilo de vida acepto a sus ojos, y transformó el culto de la ley basado en la letra, en un culto radicado en la verdad.

El evangelio fue predicado por toda la tierra y sus vaticinios quedaron como esculpidos. Pues está escrito: Tu justicia es justicia eterna, tu voluntad es verdadera. En su nombre —dice— esperarán las naciones. Una vez que le hayan reconocido como verdadero Dios, aunque sea un Dios encarnado, depositarán en él su confianza, como dice el salmista: Tu nombre es su gozo cada día. Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza.

 

RESPONSORIO                  Cf. Mi 4, 9; Is 40, 27
 
R./ Jerusalén, pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué clamas? * ¿Han perecido tus consejeros, que un espasmo te atenaza? No temas, te salvaré y te libraré.
V./ ¿Por qué dices, Jacob, y hablas, Israel: Oculto está mi camino para el Señor, y a mi Dios se le pasa mi derecho?
R./ ¿Han perecido tus consejeros, que un espasmo te atenaza? No temas, te salvaré y te libraré.
 
ORACIÓN
 
Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 13, 1-22a
El día del Señor

Oráculo contra Babilonia, que recibió el profeta Isaías hijo de Amós:

Sobre un monte pelado izad la enseña, gritadles con fuerza agitando la mano, para que entren por las puertas de los príncipes. Yo he dado órdenes a mis consagrados, he reclutado a los soldados de mi ira, entusiastas de mi honor.

Escuchad: tumulto en los montes, como de gran muchedumbre, escuchad: alboroto de reinos, naciones reunidas. El Señor de los ejércitos revista su ejército para el combate. Van llegando de tierra lejana, del confín del cielo: el Señor con las armas de su ira, para devastar la tierra.

Ululad, que está cerca el día del Señor: como azote del Todopoderoso llegará. Por eso los brazos desfallecerán desmayarán los corazones humanos, espasmos y angustias los agarrarán, se retorcerán como parturienta. Unos a otros se mirarán espantados; rostros febriles, sus rostros. Mirad: llega el día del Señor, implacable, con cólera e incendio de ira, para hacer de la tierra una desolación y exterminar de ella a los pecadores. Los astros del cielo, las constelaciones, no destellan luz; se entenebrece el sol al salir, la luna no irradia su luz.

Tomaré cuentas al orbe de su maldad, a los perversos de su crimen. Terminaré con la soberbia de los insolentes, el orgullo de los tiranos lo humillaré. Haré a los hombres más escasos que el oro; a los mortales, más que el metal de Ofir. Porque sacudiré el cielo y se moverá la tierra de su sitio. Por la cólera del Señor, el día del incendio de su ira. Y serán como cierva acosada, como rebaño que nadie congrega: uno se vuelve a su pueblo, el otro huye a su tierra. Al que alcanzan lo atraviesan, al que agarran lo matan a espada. Estrellan a los niños ante sus ojos, saquean sus casas, violan sus mujeres.

Mirad: yo incito contra ellos a los medos, que no estiman la plata ni les importa el oro: sus arcos acribillan a los jóvenes, no perdonan a los niños, sus ojos no se apiadan de las criaturas.

Quedará Babilonia, la perla de los reinos, joya y orgullo de los caldeos, como Sodoma y Gomorra en la catástrofe de Dios. Jamás la habitarán ni la poblarán de generación en generación. El beduino no acampará allí ni apriscarán los pastores. Apriscarán allí las fieras, los búhos llenarán sus casas, anidará allí el avestruz y los chivos brincarán; aullarán las hienas en las mansiones y los chacales en los palacios de placer.

Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán.

 

RESPONSORIO             Cf. Jl 2, 11.12.13; Ap 6, 17.16
 
R./ El día del Señor es grande y terrible: ¿quién podrá soportarlo? * Volved al Señor vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo.
V./ Ha llegado el día grande de la ira del que está sentado en el trono y del Cordero: ¿quién podrá resistir?
R./ Volved al Señor vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 88, (1-3: (CCL 23, 359-360)
Todavía hoy la voz de Juan nos interpela

La Escritura divina no cesa de hablar y gritar, como se escribió de Juan: Yo soy la voz que grita en el desierto. Pues Juan no gritó solamente cuando, anunciando a los fariseos al Señor y Salvador, dijo: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios, sino que hoy mismo sigue su voz resonando en nuestros oídos, y con el trueno de su voz sacude el desierto de nuestros pecados. Y aunque él duerme ya con la muerte santa del martirio, su palabra sigue todavía viva. También a nosotros nos dice hoy: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Así, pues, la Escritura divina no cesa de gritar y hablar.

Todavía hoy Juan grita y dice: Preparad los caminos del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Se nos manda preparar el camino del Señor, a saber: no de las desigualdades del camino, sino la pureza de la fe. Porque el Señor no desea abrirse un camino en los senderos de la tierra, sino en lo secreto del corazón.

Pero veamos cómo ese Juan que nos manda preparar el camino del Señor, se lo preparó él mismo al Salvador. Dispuso y orientó todo el curso de su vida a la venida de Cristo. Fue en efecto amante del ayuno, humilde, pobre y virgen. Describiendo todas estas virtudes, dice el evangelista: Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

¿Cabe mayor humildad en un profeta que, despreciando los vestidos muelles, cubrirse con la aspereza de la piel de camello? ¿Cabe fidelidad más ferviente que, la cintura ceñida, estar siempre dispuesto para cualquier servicio? ¿Hay abstinencia más admirable que, renunciando a las delicias de esta vida, alimentarse de zumbones saltamontes y miel silvestre?

Pienso que todas estas cosas de que se servía el profeta eran en sí mismas una profecía. Pues el que el Precursor de Cristo llevara un vestido trenzado con los ásperos pelos del camello, ¿qué otra cosa podía significar sino que al venir Cristo al mundo se iba a revestir de la condición humana, que estaba tejida de la aspereza de los pecados? La correa de cuero que llevaba a la cintura, ¿qué otra cosa demuestra sino esta nuestra frágil naturaleza, que antes de la venida de Cristo estaba dominada por los vicios, mientras que después de su venida ha sido encarrilada a la virtud?

 

RESPONSORIO                   Lc 1, 17.76
 
R./ Él irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, * para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
V./ Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos.
R./ Para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que para librar al hombre de la antigua esclavitud del pecado enviaste a tu Hijo a este mundo, concede a los que esperamos con devoción su venida alcanzar la gracia de la libertad verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO II DE ADVIENTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 14, 1-21

Liberación del pueblo

El Señor se apiadará de Jacob, volverá a escoger a Israel y a establecerlo en su patria. Los extranjeros se asociarán a ellos, se incorporarán a la casa de Jacob. Las poblaciones los irán recogiendo y los llevarán a su lugar, la casa de Israel los poseerá como siervos y siervas en la tierra del Señor. Cautivarán a sus cautivadores, dominarán a sus opresores. Y el día en que el Señor te dé reposo de tus penas y temores, y de la dura esclavitud en que serviste, entonarás este cantar contra el rey de Babilonia:

¡Cómo ha acabado el tirano, ha acabado su arrogancia! ¡Ha quebrado el Señor el cetro de los malvados, la vara de los dominadores, al que golpeaba furioso a los pueblos con golpes incesantes y oprimía iracundo a las naciones con opresión implacable! La tierra entera descansa tranquila, gritando de júbilo. Hasta los cipreses se alegran de tu suerte, y los cedros del Líbano:

«Desde que yaces no sube el talador contra nosotros».

El Abismo en lo profundo se estremece al salir a tu encuentro: en tu honor despierta a las sombras, a los potentados de la tierra; levanta de su trono a los reyes de las naciones, y cantan a coro diciendo:

¡También tú consumido como nosotros, igual que nosotros, abatidos al abismo tu fasto y el son de tus arpas! Por debajo tu lecho son gusanos; tu cobertor, lombrices. ¿Cómo has caído del cielo, lucero hijo de la aurora, y estás derrumbado por tierra, agresor de naciones? Tú, que decías en tu corazón:

«Escalaré los cielos, por encima de los astros divinos levantaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Asamblea, en el vértice del cielo; escalaré la cima de las nubes, me igualaré al Altísimo».

¡Ay, abatido al Abismo, al vértice de la sima! Los que te ven se te quedan mirando, meditan tu suerte:

«¿Es éste el que hacía temblar la tierra y estremecerse los reinos, que dejaba el orbe desierto, arrasaba sus ciudades y no soltaba a sus prisioneros?».

Los reyes de los pueblos descienden a sepulcros de piedra, todos reposan con gloria, cada cual en su morada. A ti, en cambio, te han arrojado a la tumba, como carroña asquerosa; te han cubierto de muertos traspasados a espada, como cadáver pisoteado. No te juntarás a ellos en el sepulcro porque arruinaste tu país, asesinaste a tu pueblo. No se nombrará jamás la estirpe del malvado. Preparad la matanza de sus hijos por la culpa de su padre: no sea que se levanten y se adueñen de la tierra y cubran el orbe de ruinas.

 

RESPONSORIO               Cf. Is 14, 1; Hab 2, 3
 
R./ Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán. El Señor se apiadará de Jacob * y volverá a escoger a Israel.
V./ El que ha de venir vendrá y no tardará, y ya no habrá temor en nuestra tierra, porque él es nuestro salvador.
R./ Y volverá a escoger a Israel.

 

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 19, 30-32: CSEL 62, 437-439)

Adelantémonos a la salida del sol,
salgamos a su encuentro

Invitados por una tan extraordinaria gracia eclesial y por los premios prometidos a la devoción, adelantémonos a la salida del sol, salgamos a su encuentro antes de que nos diga: Aquí estoy. El Sol de justicia anhela ser precedido y espera que se le preceda.

Escucha cómo espera y desea ser precedido. Dice al ángel de la Iglesia de Pérgamo: A ver si te arrepientes, que, si no, iré en seguida. Al ángel de la Iglesia de Laodicea: Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos. Sí, podrá entrar. Pues resucitado corporalmente, ni las mismas puertas atrancadas fueron capaces de retenerle, sino que inesperadamente se presentó a los apóstoles encerrados en el cenáculo. Pero desea poner a prueba el ardor de tu devoción; la de los apóstoles la tenía bien experimentada. Quizá sea él quien te preceda en la tribulación, pero en las épocas de paz desea ser precedido.

Tú procura preceder a este sol que ves: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Si te adelantas a la salida de este sol, acogerás a Cristo-Luz. Primero él brillará allá en el hondón de tu corazón; y al decirle tú: Mi espíritu en mi interior madruga por ti, hará resplandecer la luz mañanera en las horas nocturnas, si meditas las palabras de Dios. Mientras meditas, tienes luz: y viendo la luz —luz de la gracia, no del tiempo—dirás: La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. Y cuando el día te sorprenda meditando la Palabra de Dios y esta tan grata ocupación de orar y salmodiar sea las delicias de tu alma, nuevamente dirás al Señor Jesús: A las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo.

Siguiendo las enseñanzas de Moisés, el pueblo judío, por medio de sus ancianos elegidos precisamente para este ministerio, repite las sagradas Escrituras noche y día ininterrumpidamente; y si al anciano le preguntamos sobre otra cuestión, no sabría hacer otra cosa que repetir la serie de la sagrada Escritura. Entre ellos no hay tiempo para los temas mundanos: la Escritura es el único tema de sus conversaciones; unos se suceden en la recitación, para que jamás cese el sagrado resonar de los mandatos celestiales. Y tú, cristiano, que tienes a Cristo por maestro, ¿duermes y no te avergüenzas de que pueda decirse de ti: Este pueblo ni con los labios me honra; el pueblo judío me honraba al menos con los labios, en cambio tú ni siquiera con los labios? Si el corazón del que le honra siquiera con los labios está lejos de Dios, ¿cómo puede el tuyo estar cerca de Dios, tú que ni con los labios le honras? ¡Qué esclavizado te tienen el sueño, los intereses del mundo, las preocupaciones de esta vida, las cosas de esta tierra!

Divide al menos tu tiempo entre Dios y el mundo. O bien, cuando no puedas ocuparte en público de los negocios de este mundo porque te lo impide la oscuridad de la noche, date a Dios, dedícate a la oración y, para evitar el sueño, canta salmos, defraudando a tu sueño con un fraude sagaz. Acude temprano a la iglesia llevando las primicias de tus buenos propósitos; y, después, si te reclaman los asuntos cotidianos de la vida, no te faltarán motivos para decir: Mis ojos se adelantan a las vigilias, meditando tu promesa, y marcharás tranquilo a tus ocupaciones.

¡Qué hermoso es comenzar la jornada con himnos y cánticos, con las bienventuranzas que lees en el evangelio! ¡Qué promesa de prosperidad ser bendecido por la palabra de Cristo y, mientras canturreas interiormente las bendiciones del Señor, te inspire el deseo de alguna virtud, para que puedas reconocer también en ti mismo la eficacia de la divina bendición.

 

RESPONSORIO
 
R./ He aquí que vendrá el Señor, el príncipe de los reyes de la tierra * dichosos los que estarán preparados para ir a su encuentro: tendrán su parte en la ciudad santa, Jerusalén.
V./ El Señor vendrá y no tardará.
R./ Dichosos los que estarán preparados para ir a su encuentro: tendrán su parte en la ciudad santa, Jerusalén.


 
ORACIÓN
 
Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 34, 1-17

Juicio del Señor sobre Edom

Acercaos, pueblos, a escuchar; naciones, atended: escuche la tierra y los que la llenan, el orbe y cuanto produce; porque el Señor está airado con todas las naciones, enojado con todos sus ejércitos, los consagra al exterminio, los entrega a la matanza. Arrojan a los caídos, y de los cadáveres sube el hedor; los montes chorrean sangre y los collados se empapan; el cielo se abarquilla como un pliego y se marchitan sus ejércitos, como se alacian los pámpanos, como se alacia la hoja de la higuera.

Porque la espada del Señor se embriaga en el cielo: miradla bajar hacia Edom para ejecutar a un pueblo proscrito. La espada del Señor chorrea sangre, ya está grasienta de sebo, sangre de corderos y machos cabríos, sebo de entrañas de carneros. Porque el Señor hace carnicería en Bosra, gran matanza en Edom. Y caen juntos los búfalos con toros y novillos. Se empapa la tierra de su sangre, el polvo está grasiento de sebo; porque es el día de la venganza del Señor, año de desquite para la causa de Sión.

Sus torrentes se transforman en pez, el polvo en azufre; su país se vuelve pez ardiente, que no se apaga de día ni de noche, y su humo sube perpetuamente; de edad en edad quedará desolada, por siglos de siglos nadie la transitará.

Se adueñan de ella la corneja y el mochuelo, la lechuza y el cuervo la habitan. El Señor aplica sobre ella la plomada del caos y el nivel del vacío. No queda nombre con que llamar su reino, y sus jefes vuelven a la nada. En sus palacios crecen espinos; en sus torreones, cardos y ortigas. Se convierte en cubil de chacales, en guarida de crías de avestruz; se reúnen hienas y gatos salvajes, el chivo llama a su compañero, allí descansa el búho y encuentra su guarida; la serpiente anida y pone, incuba y empolla sus huevos; allí se juntan los buitres, y no falta el macho a la hembra.

Estudiad el libro del Señor: ni uno solo de ellos falta, porque lo ha mandado la boca del Señor, y su aliento los ha reunido. Echa la suerte para ellos y su mano les reparte a cordel el país; lo poseerán para siempre, de edad en edad lo habitarán.

 

RESPONSORIO
 
R./ Ha llegado el tiempo en que comienza el juicio por la casa de Dios; y si empieza así por nosotros, ¿qué fin tendrán los que rechazan el mensaje de Dios? * Y si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?
V./ Dios no encuentra fieles ni a sus criados.
R./ Y si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?
 


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 11, 36-40: PL 10, 423-425)

El Hijo entregará al reinado de Dios,
a los que él llamó al reino

Todo le ha sido sometido a Cristo, a excepción del que le ha sometido todo. Entonces también el Hijo se someterá al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos. Así pues, la primera fase de este misterio es la total sumisión de las cosas a Cristo; y entonces él mismo se someterá al que le ha sometido todo: y así como nosotros somos súbditos de Cristo que reina en su cuerpo glorioso, así y en virtud del mismo misterio, el que reina en la gloria de su cuerpo se someterá al que le ha sometido todo. Nos sometemos a la gloria de su cuerpo, para participar en la claridad con que reina en el cuerpo, pues seremos configurados a su cuerpo.

Y la verdad es que los evangelios se hacen lenguas de la gloria del que ya ahora reina en su cuerpo. Leemos en efecto estas palabras del Señor: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de haber visto llegar al Hijo del hombre en su reino. Y a los apóstoles efectivamente se les mostró la gloria del que venía a reinar en su cuerpo, pues el Señor se les apareció revestido en su gloriosa transfiguración, revelándoles la claridad de su cuerpo real. Y al prometer a los apóstoles una participación de su gloria se expresó así: Así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.

¿Es que no todos tienen bien abiertos los oídos naturales y corporales para escuchar lo que se nos ha dicho, de modo que sea necesaria la exhortación del Señor a escuchar? Mas queriendo el Señor insinuar el conocimiento de un misterio, reclama una escucha atenta de su enseñanza. Al fin del tiempo, en efecto, arrancarán de su reino a los corruptores. Tenemos pues al Señor reinando según la claridad de su cuerpo, mientras son apartados los corruptores. Y estamos nosotros también configurados a la gloria de su cuerpo en el reino del Padre, refulgentes como la luz del sol. Este será el traje de etiqueta en su reino tal como lo demostró a sus apóstoles cuando se transfiguró en el monte.

Y entregará el reino a Dios Padre: no como si lo concediera en virtud de su propio poder, sino que, a nosotros configurados ya a la gloria de su cuerpo, nos entregará como reino a Dios. Nos entregará pues, como un reino, según este pasaje del evangelio: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El Hijo entregará al reinado de Dios, a los que él llamó a su reino y a quienes prometió la bienaventuranza de este misterio, diciendo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Cuando llegue a reinar, arrancará a los corruptores, y entonces los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. Y entregará a Dios Padre el reino, y entonces los que entregase a Dios como reino, verán a Dios. Qué clase de reino sea éste, él mismo lo declaró cuando dijo a los apóstoles: El reino de Dios está dentro de vosotros. El que reina entregará el reino. Y si alguien quiere saber quién es este que entrega el reino, escuche: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Todo lo que acabamos de decir se refiere al sacramento del cuerpo, pues Cristo es las primicias de los resucitados de entre los muertos. ¿Y por qué secreta razón resucitó Cristo de entre los muertos? Nos lo aclara el Apóstol al decir: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Así que la muerte y la resurrección en Cristo son correlativas a su condición de hombre. Reina en este su cuerpo ya glorioso hasta que, eliminadas las potencias adversas y vencida la muerte, someta a todos los enemigos.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Dios del cielo hará surgir un reino que nunca será destruido, y no pasará a otro pueblo: * pulverizará y aniquilará a todos los demás reinos.
V./ El reinado del mundo es de nuestro Señor y de su  Cristo: él reinará por los siglos de los siglos.
R./ Pulverizará y aniquilará a todos los demás reinos.


 
ORACIÓN
 
Señor, suban a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 35, 1-10

Retorno de los redimidos a través del desierto

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, desbordando de gozo y alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión; ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis». Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.

En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces, sino que caminarán los redimidos y volverán por ella los rescatados del Señor.

Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

 

RESPONSORIO
 
R./ Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, vosotros, cobardes de corazón, sed fuertes; no temáis, dice el Señor, porque vengo * a romper el yugo de vuestra esclavitud.
V./ Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, a resarcir y a salvarnos.
R./ A romper el yugo de vuestra esclavitud.
 


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 2 (31.34 35.37: CSEL 22, 60.63.64.65)

Cristo regirá como pastor las naciones
que se le han confiado

Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Recibió en herencia las naciones que pidió. Y las pidió cuando dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. En esto consiste su herencia: en dar a toda carne la vida eterna, en que todas las naciones bautizadas y adoctrinadas, sean regeneradas para la vida: no ya sometidas –según el famoso cántico de Moisés– a la dominación de Israel ni divididas según el número de los hijos de Dios, sino integradas en la familia del Señor y consideradas como domésticas de Dios, trasladadas finalmente del injusto, culpable y perverso derecho de los dominadores al eterno reino de Dios. Pues ya no es sólo Israel la porción del Señor, ni Jacob el único lote de su heredad, sino la totalidad de las naciones, divididas antes según el número de los hijos de Dios, pero reducidas ahora a la unidad y constituyendo el único pueblo del único Dios. Y del eterno Heredero, primogénito de entre los muertos, todos estos resucitados son la eterna herencia.

Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. A muchos que, o piensan equivocadamente o ignoran la fuerza o propiedad del lenguaje del Señor, este texto les parece contrario a la bondad de Dios, es decir, que a las naciones que pidió en posesión y se le concedieron en heredad, el Hijo de Dios vaya a gobernarlas con el terror del cetro de hierro y las quiebre como si fuesen objetos de alfarería. Ningún hombre honrado da o recibe algo que tiene la intención de destruir. Y el que no quiere la muerte sino la conversión del pecador, no parece que actuaría según la predisposición de su naturaleza, ni quebrara con cetro de hierro a los que pidió se le dieran como herencia. Los gobernarás, es decir, los regirás como pastor, teniendo buen cuidado de regirlos con afecto de pastor: pues él es el buen pastor y nosotros somos sus ovejas, por las que dio su vida.

Por el antiguo Testamento sabemos que a la predicación de la palabra se la llama «cetro». Leemos en efecto: Cetro de rectitud es tu cetro real. Cetro de rectitud es aquel que con su doctrina nos guía por el camino justo y útil; cetro real es indudablemente la doctrina del reino. Isaías llama «cetro» al Señor en persona en razón de la útil y moderada predicación de su doctrina: Brotará –dice– un cetro del tronco de Jesé. Y para que la palabra «cetro» no sugiriese a alguno la idea de una tiránica severidad, se apresuró el profeta a añadir: Y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor. De esta manera con la suavidad de la flor mitiga la severidad del cetro, pues el terror de la doctrina nos hace anhelar a todos el estado de una felicidad perfecta. Con este cetro regirá el Señor los pueblos que le han sido entregados: un cetro incorruptible, no caduco ni frágil, sino de hierro, es decir, inflexible y, debido a la solidez de su naturaleza, firmísimo.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Señor viene con poder como un pastor, el apacentará su rebaño, * las reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderitos y guía con cuidado a las ovejas madres.
V./ Yo soy el buen pastor: el buen pastor da la vida por las ovejas.
R./ Las reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderitos y guía con cuidado a las ovejas madres.


 
ORACIÓN
 
Señor y Dios nuestro, que has manifestado tu salvación hasta los confines de la tierra, concédenos esperar con alegría la gloria del nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Rut 1, 1-22

Fidelidad de Rut

En tiempo de los Jueces hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Se llamaba Elimélec; su mujer Noemí y sus hijos Majlón y Kilión. Eran efrateos, de Belén de Judá. Llegados a la campiña de Moab, se establecieron allí.

Elimélec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, Majlón y Kilión, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos.

Al enterarse de que el Señor se había ocupado de su pueblo, dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. En compañía de sus dos nueras salió del lugar donde residía, y emprendieron el regreso al país de Judá. Noemí dijo a sus dos nueras:

Andad, volveos cada una a vuestra casa. Que el Señor os trate con piedad, como vosotras lo habéis hecho con mis muertos y conmigo. El Señor os conceda vivir tranquilas en casa de un nuevo marido.

Las abrazó. Ellas, rompiendo a llorar, le replicaron:

¡De ningún modo! Volvemos contigo a tu pueblo.

Volveos, hijas. ¿A qué vais a venir conmigo? ¿Creéis que podré tener más hijos para casaros con ellos? Andad, volveos, hijas, que soy demasiado vieja para casarme. Y aunque pensara que me queda esperanza, y me casara esta noche, y tuviera hijos, ¿vais a esperar a que crezcan, vais a renunciar, por ellos, a casaros? No, hijas. Mi suerte es más amarga que la vuestra, porque la mano del Señor se ha desatado contra mí.

De nuevo rompieron a llorar. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.

Noemí le dijo:

—Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios.  Vuélvete tú con ella.

Pero Rut contestó:

—No insistas en que te deje y me vuelva. A donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y si no, que el Señor me castigue.

Al ver que se empeñaba en ir con ella, Noemí no insistió más. Y siguieron caminando las dos a Belén. Cuando llegaron, se alborotó toda la población, y las mujeres decían:

—¡Si es Noemí!

Ella corregía:

—No me llaméis Noemí. Llamadme Mara, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena marché, y el Señor me trae vacía. No me llaméis Noemí, que el Señor me afligió, el Todopoderoso me maltrató.

Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.

 

RESPONSORIO
 
R./ En el monte de Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el Señor a los supervivientes * que él llamó.
V./ Levantaré la tienda caída de David, levantaré sus ruinas, para que posean las primicias de Edom y de todas las naciones.
R./ Que el llamó.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 1: PG 70, 859-861)

Su gloria llenará la tierra

Nuevo es el himno, o el cántico, como corresponde a la novedad de las cosas: El que es de Cristo es una criatura nueva. Pues está escrito: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Los israelitas fueron rescatados de la tiranía de los egipcios por la mano del sapientísimo Moisés: fueron liberados del trabajo de los ladrillos y de los vanos sudores de las preocupaciones terrenas, de la sevicia de los capataces y de la crueldad del faraón. Atravesaron por medio del mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, atravesaron el Jordán a pie enjuto, entraron en la tierra prometida.

Pues bien: todo esto se renueva en nosotros de un modo incomparablemente mejor que en la antigüedad. En efecto, nos hemos emancipado, no de la esclavitud carnal sino de la espiritual, y en vez de las preocupaciones terrenas, hemos sido liberados de toda mancha de codicia carnal; no nos hemos librado de los capataces egipcios ni de un tirano impío y despiadado, hombre al fin y al cabo como nosotros, sino más bien de los malvados y nefandos demonios que nos inducen al pecado, y del jefe de semejante grey, o sea, de Satanás.

Hemos atravesado, como un mar, el oleaje de la presente vida con su cortejo de innumerables y vanas agitaciones. Hemos comido el maná espiritual e intelectual, y el pan del cielo que da vida al mundo; hemos bebido el agua que brotaba de la roca, es decir, de las aguas cristalinas de Cristo, abundantes, deliciosas. Hemos atravesado el Jordán a través del inapreciable don del bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, de la que el mismo Salvador hace mención cuando dice: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Era por tanto conveniente que por estos acontecimientos nuevos el reino de Cristo, esto es, todos los que sumisos le obedecen, cantaran un cántico nuevo. Y este himno o, lo que es lo mismo, esta digna glorificación, debe ser cantado no sólo por los judíos, sino desde el uno al otro confín de la tierra, es decir, por todos cuantos viven en la tierra entera. En otro tiempo Dios se manifestaba en Judá y en solo Israel era grande su fama. Pero una vez que hemos sido llamados por Cristo al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra están llenos de su gloria. Así lo afirma el salmista: Su gloria llenará la tierra.

 

RESPONSORIO
 
R./ Gritad de alegría, montes, * porque la luz del mundo, el Señor, viene con poder.
V./ Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella, todos los que la amáis.
R./ Porque la luz del mundo, el Señor, viene con poder.


 
ORACIÓN
 
Señor, Dios todopoderoso, que nos mandas abrir camino a Cristo, el Señor, no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos la llegada saludable del que viene a sanarnos de todos nuestros males. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 2, 1-13

Encuentro de Booz con Rut

Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente de muy buena posición llamado Booz, de la familia de Elimélec. Rut, la moabita, dijo a Noemí:

Déjame ir al campo, a espigar donde me admitan por caridad.

Noemí respondió:

Anda, hija.

Se marchó y se fue a espigar en las tierras, siguiendo a los segadores. Fue a parar a una de las tierras de Booz, de la familia de Elimélec, y en aquel momento llegaba él de Belén y saludó a los segadores:

¡A la paz de Dios!

Respondieron:

¡Dios te bendiga!

Luego preguntó al mayoral:

¿De quién es esa chica?

El mayoral respondió:

Es una chica moabita, la que vino con Noemí de la campiña de Moab. Me dijo que la dejase espigar detrás de los segadores hasta juntar unas gavillas. Desde que llegó por la mañana ha estado en pie hasta ahora, sin parar un momento.

Entonces Booz dijo a Rut:

Escucha, hija. No vayas a espigar a otra parte, no te vayas de aquí ni te alejes de mis tierras. Fíjate en qué tierra siegan los hombres y sigue a las espigadoras. Dejo dicho a mis criados que no te molesten. Cuando tengas sed, vete donde los botijos y bebe de lo que saquen los criados.

Rut se echó, se postró ante él por tierra y le dijo:

Yo soy una forastera, ¿por qué te he caído en gracia y te has interesado por mí?

Booz respondió:

—Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida. El Señor te pague esta buena acción. El Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces.

Ella dijo:

—Ojalá sepa yo agradarte, señor; me has tranquilizado y has llegado al corazón de tu servidora, aunque no soy ni una criada tuya.

 

RESPONSORIO
 
R./ Me compadeceré de la «No-compadecida», * y diré a «No-es-mi-pueblo», y él responderá: «Tú eres mi Dios».
V./ Vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur.
R./ Y diré a «No-es-mi-pueblo», y él responderá: «Tú eres mi Dios».
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t l: PG 70, 563-566)

Por la fe en Cristo hemos sacudido el enojoso
y pesado yugo del pecado

Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros. A la enseñanza de los misterios de la fe se une con toda naturalidad y lógica el tema de la resurrección de los muertos. Por eso al sernos conferido el bautismo y hacer la confesión de nuestra fe, afirmamos esperar la futura resurrección y así lo creemos.

Pero la muerte prevaleció contra nuestro primer padre Adán a causa de la transgresión, y como una fiera taimada y cruel le acechó y se apoderó de él. Desde entonces toda la tierra es un coro de lamentos y lloros, lágrimas y cantos fúnebres. Pero cesaron al venir Cristo, el cual, vencida la muerte, resucitó al tercer día convirtiéndose en modelo de la naturaleza humana para vencerla definitivamente.

Él es el primogénito de entre los muertos y primicia de todos los que duermen. A las primicias le seguirá todo el resto, empezando por los últimos, esto es, por nosotros. Así pues, el llanto se trocó en gozo, se rasgó el saco y hemos sido revestidos por Dios con la alegría de Cristo, de modo que, gozosos, podemos exclamar: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón —dice—de la muerte es el pecado. Así que ha sido enjugada toda lágrima. Pues abrigando la esperanza de que muy pronto nos reuniremos con los muertos, no nos dejaremos arrastrar por una excesiva tristeza como los hombres sin esperanza. La culpabilidad del pueblo parece dar razón de la presencia de la muerte: por ella fuimos inducidos a la desobediencia y al pecado, éste abrió las puertas a la muerte, y la muerte dominó a todos los habitantes de la tierra.

Pero como a muchos les costaba aceptar el misterio de la resurrección por parecerles increíble dada su misma magnificencia, el santo profeta se vio obligado a añadir: Ha hablado la boca del Señor.

Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios de quien esperamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte».

Conoceréis —dice— al que propina la alegría, además del vino; conoceréis también al que unge con ungüento a los que en Sión tienen menos capacidad para entender: conoceréis que es realmente Dios e Hijo de Dios por naturaleza, aun cuando se haya manifestado en forma de siervo, hecho hombre para salvación y vida de todos, y en todo semejante al hombre terreno menos en el pecado. Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara; celebremos su salvación.

Pienso que estas palabras se refieren sobre todo a los israelitas, quienes bien nutridos con las palabras de Moisés y no ignorando las predicciones de los santos profetas, esperaron en su tiempo, la venida de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor. De hecho, Zacarías el padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó que Dios había suscitado una fuerza de salvación para el pueblo. También Simeón, tomando en brazos al Niño dijo: Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos

Y cuando hayan reconocido a su salvador y redentor, al que es la esperanza de todos los hombres, al anunciarlo por los profetas, entonces dirán: Aquí está nuestro Dios. Y reconocerán al mismo tiempo que la mano del Señor se posará sobre este monte. Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que por «monte» debe entenderse la Iglesia, pues en ella se nos da el descanso. Hemos efectivamente oído decir a Cristo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Y es que por la fe en él hemos sacudido el enojoso y molesto peso del pecado. Este descanso tiene además otra motivación: nos vemos libres del terror al suplicio que hubiéramos debido padecer y de las penas que por nuestros pecados hubiéramos tenido que pagar. Y no para ahí la benevolencia de Cristo, nuestro salvador para con nosotros: hay que añadir los bienes que todavía esperamos: la posesión del reino de los cielos, la vida interminable y eterna, y la ausencia de los males que suelen ser el obligado cortejo de la tristeza.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mirad, el Señor vendrá; bajará con esplendor y poder * para visitar a su pueblo en la paz y establecer para él la vida eterna.
V./ Mirad, el Señor del universo vendrá con poder.
R./ Para visitar a su pueblo en la paz y establecer para él la vida eterna.


 
ORACIÓN
 
Despierta, Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo, para que por el misterio de su venida podamos servirte con pureza de espíritu. Por nuestro señor Jesucristo. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 2,14-23

Regreso de Rut junto a Noemí

Cuando llegó la hora de comer, Booz dijo a Rut:

Acércate, coge pan y moja la rebanada en la salsa.

Ella se sentó junto a los segadores, y él le ofreció grano tostado. Rut comió hasta quedar satisfecha, y todavía le sobró. Después se levantó a espigar, y Booz ordenó a los criados:

Aunque espigue entre las gavillas, no la riñáis, y hasta podéis tirar algunas espigas del manojo y las dejáis, y no la reprendáis cuando las recoja.

Rut estuvo espigando en aquel campo hasta la tarde; después vareó lo que había espigado y sacó media fanega de cebada. Se la cargó y marchó al pueblo. Enseñó a su suegra lo que había espigado, sacó lo que le había sobrado de la comida y se lo dio. Su suegra le preguntó:

—¿Dónde has espigado hoy y con quién has trabajado? ¡Bendito el que se ha interesado por ti!

Rut le contó:

El hombre con el que he trabajado hoy se llama Booz.

Noemí dijo a su nuera:

Que el Señor le bendiga; el Señor, que no deja de apiadarse de vivos y muertos.

Y añadió:

Ese hombre es pariente nuestro, uno de los que tienen que responder por nosotras.

Entonces siguió Rut, la moabita:

—También me dijo que no me apartase de su criados hasta que no le acaben toda la siega.

Y Noemí dijo:

—Hija, más vale que salgas con sus criadas, y así no te molestarán en otra parte.

Así, pues, Rut siguió con las criadas de Booz, espigando hasta acabar la siega de la cebada y del trigo. Vivía con su suegra.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Señor ha redimido a su pueblo * según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
V./ El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo.
R./ Según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 1: PG 70, 593-594)

Israel echará brotes y flores

Hagamos las paces con él, hagamos las paces nosotros los que venimos, hijos de Jacob. Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. Como si los judíos hubieran renunciado al amor y a la fe en Cristo, salvador del universo, como si el Amado los hubiese rechazado y hubiese trasladado su vocación a los paganos, y Cristo quisiera, por medio de los santos apóstoles, cazar en su red a todos los hombres hasta el confín de la tierra, el santo profeta se presenta como consejero de confianza a todas las gentes de todos los lugares, y les dice: «Israel se alejó, el primogénito tiró coces», reniega de su fe, se portó como un impío con su redentor. Nosotros, en cambio, que venimos —es decir, que pronto vendremos: vendremos de cualquier ángulo: de las tinieblas a la luz, de la griega ignorancia al conocimiento del verdadero Dios, del pecado a la justicia— hagamos las paces con él, esto es, depuesta la prístina aversión, estemos en paz con Dios.

Así, pues, eliminando el pecado y renunciando a Satanás, no habiendo nadie que pueda alejarnos y separarnos de Cristo, demos plena fe a sus profecías, hagamos lo que él quiere y dice, dobleguemos nuestra cerviz a la predicación del evangelio. Así es como haremos las paces con él, como dice asimismo el sapientísimo Pablo a los creyentes convertidos del paganismo: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estemos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Después de haber exhortado a los que vienen a la fe, el profeta se dirige a los santos apóstoles en persona. Y habiendo comprendido —o habiéndole revelado el Espíritu Santo— que todo el mundo debe ser conducido a Dios, lleno de entusiasmo, exclama en un arranque de alegría: Los hijos de Jacob brotarán, Israel florecerá, y sus frutos cubrirán la tierra. Los discípulos del Señor han nacido de la estirpe de Jacob, llamado también Israel. Pero después que desde la salida del sol hasta el ocaso, a toda la tierra alcanzó su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje, la muchedumbre de los paganos ha sido llamada al conocimiento de Dios y —según la expresión del profeta— el orbe entero se llenó de sus frutos. ¿Frutos de quién? De Israel naturalmente, esto es, de todos aquellos que proceden de la estirpe de Israel. Pues el fruto de los sudores apostólicos son los creyentes, a quienes Pablo llama «mi gozo y mi corona». Los que por ellos se han salvado, son realmente la gloria y los propagandistas de los santos mistagogos.

 

RESPONSORIO
 
R./ Yo os consolaré; en Jerusalén seréis consolados. Vosotros lo veréis y se alegrará vuestro corazón; * vuestros huesos florecerán como la hierba. La mano del Señor se manifestará a sus siervos.
V./ Como sois participes de los sufrimientos, así lo seréis también de la consolación.
R./ Vuestros huesos florecerán como la hierba. La mano del Señor se manifestará a sus siervos.


 
ORACIÓN
 
Señor, que tu pueblo permanezca en vela aguardando la venida de tu Hijo, para que, siguiendo las enseñanzas de nuestro Salvador, salgamos a su encuentro, cuando él llegue, con las lámparas encendidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 3,1-18

Promesa de Booz

Un día su suegra dijo a Rut:

Hija, tengo que buscarte un hogar donde vivas feliz. Resulta que Booz, con cuyas criadas has estado trabajando, es pariente nuestro. Esta noche va a aventar la parva de cebada. Tú lávate, perfúmate, ponte el manto y baja a la era. Que no te vea mientras come y bebe. Y cuando se eche a dormir, fíjate dónde se acuesta; vas, le destapas los pies y te acuestas allí. El te dirá lo que has de hacer.

Rut respondió:

Haré todo lo que me dices.

Después bajó a la era e hizo exactamente lo que le había encargado su suegra.

Booz, comió, bebió y le sentó bien. Luego fue a acostarse a una orilla del pez de cebada. Rut se acercó de puntillas, le destapó los pies y se acostó.

A medianoche el hombre sintió un escalofrío, se incorporó y vio una mujer echada a sus pies. Preguntó:

¿Quién eres?

Ella dijo:

Soy Rut, tu servidora. Extiende tu manto sobre tu servidora, pues a ti te toca responder por mí.

El dijo:

–El Señor te bendiga, hija. Esta segunda obra de caridad es mejor que la primera, porque no te has buscado un pretendiente joven pobre o rico. Bien, hija, no tengas miedo, que haré por ti lo que me pidas; pues ya saben todos los del pueblo que eres una mujer de cualidades. Es verdad que a mí me toca responder por ti, pero hay otro pariente más cercano que yo. Esta noche quédate aquí, y mañana por la mañana, si él quiere cumplir su deber familiar, que lo haga enhorabuena; si él no quiere, lo haré yo, ¡vive Dios! Acuéstate hasta mañana.

Ella durmió a sus pies hasta la mañana, y se levantó cuando la gente todavía no llega a reconocerse (pues Booz no quería que supiesen que la mujer había ido a la era).

Booz dijo:

Trae el manto y sujeta fuerte.

Le midió seis medidas de cebada, la ayudó a cargarlas y Rut volvió al pueblo. Al llegar a casa de su suegra, ésta le preguntó:

¿Qué tal, hija?

Rut le contó lo que Booz había hecho por ella, y añadió:

También me regaló estas seis medidas de cebada, diciéndome: «No vas a volver a casa de tu suegra con las manos vacías».

Noemí dijo:

Estáte tranquila, hija, hasta que sepas cómo se resuelve el asunto; que él no descansará hasta dejarlo arreglado hoy mismo.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece; él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, * para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria.
V./ Ha mirado la humillación de su esclava.
R./ Para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 45 (16-17: CSEL 64, 340-342)

Vino el perdón, y saltaron las cadenas del pecado

A la llegada del Salvador, los poderes adversos con sus legiones se estremecieron y fueron intimados a salir de los cuerpos humanos. Ellos rogaron se les permitiese entrar en los puercos. Conturbados los poderes maléficos, necesariamente hubieron de turbarse los adoradores de los ídolos, y el reino del pecado comenzar a declinar. Se trataba de un reino oneroso, que había subyugado con cruel esclavitud los ánimos de todos los pecadores, pues quien comete pecado es esclavo del pecado. El reino del pecado es el reino de la muerte, que dominó largos años en todo el mundo. Por eso dice el Apóstol: La muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que había de venir.

Vino la realidad, y cesó la figura; vino la vida, y se esfumó el reino de la muerte; vino el perdón, y saltaron las cadenas del pecado. Anteriormente, hasta los delitos más leves caían bajo la ley de la muerte; después de la venida del divino Salvador, incluso las más graves infamias son susceptibles de perdón. Se siente resquebrajarse el reino de las fuerzas espirituales del mal que habitan en el aire, pues con la predicación de la doctrina evangélica ha comenzado a disminuir el culto a los ídolos y el atractivo del pecado. Se cuartea la perfidia a medida que la fe va tomando carta de ciudadanía en el corazón de los pueblos. Pierde pie el reino del pecado cuando se lee: Que el pecado no siga dominando en vuestro cuerpo mortal. Todos los reinos de la perfidia se tambalearon a la voz del Señor que dice: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.

El Altísimo hizo oír su voz y la siguieron todos los pueblos paganos, huyendo de la dura servidumbre del pecado, de la atrocidad de la muerte eterna y de la intolerable servidumbre de toda clase de infamias, al prometerse a los agobiados el descanso, a los cautivos la liberación, a los esclavos la libertad, y, sacudido el yugo férreo del rey de Babilonia, ser sustituido en la cerviz de los fieles por el suave yugo de Cristo, para evitar que el enemigo volviera a ligar nuevamente el cuello libre de los paganos con las cadenas de su iniquidad. Pues Cristo libera a los que ata y desata a los que encadena.

El Señor hizo oír su voz en la pasión y temblaron todos los elementos; la tierra entera se conmovió para acabar con los ritos paganos y —como está escrito— La tierra y cuanto contiene fuera posesión del Señor; para que cesasen las falsas predicciones de los augures y el conocimiento de la fe y el amor de la piedad abolieran el sacrificio de la impiedad.

El Señor hace cada día oír su voz y esta voz resuena en cada corazón, para que el que crea con rectitud de corazón abandone todo deseo terreno, y todo sentimiento de las almas interiores pase con pía convicción, del error, de la corrupción de la lujuria y de la disolución al conocimiento de los misterios celestes, y de la maldad a la virtud.

 

RESPONSORIO
 
R./ Pronto nos vendrá del Señor la salvación; él romperá el yugo pesado, y abrirá las cadenas de nuestros pecados, * porque es poderoso.
V./ Dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra.
R./ Porque es poderoso.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que amanezca en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, Cristo, tu Hijo, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos manifieste como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.


PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 4, 1-22

La boda

Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento pasaba por allí el pariente del que había hablado Booz. Lo llamó:

—Oye, ven y siéntate aquí.

El otro llegó y se sentó.

Booz reunió a diez concejales y les dijo:

Sentaos aquí.

Y se sentaron.

Entonces Booz dijo al otro:

Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: «Cómprala ante los aquí presentes, los concejales, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti».

El otro dijo:

–La compro.

Booz prosiguió:

–Al comprarle esa tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.

Entonces el otro dijo:

—No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.

Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel.

Así que el otro dijo a Booz:

Cómpralo tú.

Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Booz dijo a los concejales y a la gente:

—Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?

Todos los allí presentes respondieron:

—Somos testigos.

Y los concejales añadieron:

—¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos que construyeron la casa de Israel! ¡Que tenga riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que por los hijos que el Señor te dé de esta joven tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!

Así fue como Booz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:

—Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.

Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:

—¡Noemí ha tenido un niño!

Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

Lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.

 

RESPONSORIO
 
R./ Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
V./ Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.
R./ Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín, obispo, Comentario sobre los salmos (Sal 118, 81; Sermón 20,1)
 
Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra (Sal 118, 81). Bueno es este consumirse, pues indica deseo del bien que aún no se ha conseguido pero la anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje elegido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición (1Pe 2,9); y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de los siglos, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando el cielo.

Testigo de esto es el anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc 2,29-30). Dios lo había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo Señor (cf. Lc 2,26). El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron (Mt 13,17); de suerte que también de ellos es esta voz: Me consumo ansiando tu salvación.

Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin de los siglos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8 vulg), como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el apóstol: Solo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación (2Tim 4,8). Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice a sí mismo: Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en la gloria (Col 3,4). Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio de los siglos, ni cesará hasta el fin de ellos, fuera del tiempo en que el Verbo, hecho hombre, permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. Por eso, en las palabras del salmo, se oye la voz de todo el cuerpo de Cristo que gime en este mundo: Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra. Esta palabra es la promesa. Y es esta la esperanza que hace aguardar con paciencia lo que los creyentes no ven todavía.
 
 

RESPONSORIO
 
R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.
V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.
R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.
 
 

(o bien)

 

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos —impulsos nefandos— de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne —como dice la Escritura—, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

 

RESPONSORIO
 
R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.
V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.
R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 

ORACIÓN
 
Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15

Vaticinio sobre el hijo de David

En aquellos días, cuando David se estableció en su casa, le dijo al profeta Natán:

«Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, y el arca de la alianza del Señor está debajo de unos toldos». Natán le respondió:

«Anda, haz lo que tienes pensado, que Dios está contigo».

Pero aquella noche recibió Natán esta palabra de Dios:

«Ve a decir a mi siervo David: «Así dice el Señor: No serás tú quien me construya la casa para habitar. Desde el día en que liberé a Israel hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de tienda en tienda y de santuario en santuario. Y en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé gobernar a mi pueblo, que me construyese una casa de cedro?».

Pues bien, di esto a mi siervo David:

«Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel. Yo he estado contigo en todas tus empresas; he aniquilado a todos tus enemigos. Te haré famoso, como a los más famosos de la tierra; daré una tierra a mi pueblo, Israel, lo plantaré para que viva en ella sin sobresaltos, sin que vuelvan a abusar de él los malvados como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel, y humillé a todos sus enemigos; además, te comunico que el Señor te dará una dinastía.

Y cuando te llegue el momento de irte con tus padres, estableceré después de ti un descendiente tuyo, a uno de tus hijos, y consolidaré su reino. El me edificará un templo, y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, él será para mí un hijo; y no le retiraré mi lealtad, como se la retiré a tu predecesor. Lo estableceré para siempre en mi casa y en mi reino, y su trono permanecerá eternamente».

Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.

 

RESPONSORIO
 
R./ Yo te he sacado del campo, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel; he estado contigo en todas tus empresas. * Consolidaré tu reino para siempre.
V./ Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono por todas las edades.
R./ Consolidaré tu reino para siempre.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Miqueas, 7 (72: PG 71, 774-775)

Los hombres de fe son los que reciben la bendición
con Abrahán el fiel

Realmente el misterio de Cristo nos colma de estupor, y la excelencia de su bondad para con nosotros supera toda capacidad de admiración. Por eso, el profeta Habacuc, estupefacto ante la economía de la encarnación, se expresa con toda claridad: Señor, he oído tu fama, me ha impresionado tu obra. Pues el Unigénito, igual por naturaleza a Dios Padre, de rico que era en cuanto Dios se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza, para salvar lo que estaba perdido, consolidar lo débil, vendar las heridas, dar vida a lo muerto, purificar la impureza y honrar con la adopción filial a los que eran siervos por naturaleza. Que todos lo aclamen: ¿Quién como tú, oh Dios? Sí, es bueno hasta el punto de no recordar las injurias y perdonar los pecados del resto de su heredad, bajo cuyo nombre hay que incluir a los creyentes de Israel, ya que la gran mayoría fue a la ruina más completa por negarse a creer.

Y no contuvo su ira como memorial. Fuimos arrojados en Adán, pero recibidos en Cristo. Si por la transgresión de uno —dice— murieron todos, así por la justicia de uno solo vivirán muchos. Cesó de airarse: Porque Dios es misericordioso. En el momento de la conversión, esto es, de la encarnación o, lo que es lo mismo, de la asunción de la naturaleza humana, arrojó simbólicamente al mar los pecados de todos. Y como —dice— prometió a los santos padres Abrahán y Jacob multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, les dará —dice— lo que les prometió. Serán llamados padres de muchas naciones, esto es, no sólo de los descendientes de Israel según la carne, sino también de aquellos que son llamados hijos según la promesa.

Estos son los que, procedentes de la incircuncisión o de la circuncisión forman por la fe una sola unidad espiritual. Pues está escrito: No todos los descendientes de Israel son pueblo de Israel; es lo engendrado en virtud de la promesa lo que cuenta como descendencia. Los hombres de fe son los que reciben la bendición con Abrahán el fiel. Y por bendición puede entenderse la gracia de Cristo, por el cual y en el cual sea dada gloria a Dios Padre en unión del Espíritu Santo por los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO
 
R./ La Escritura, previendo que Dios justificaría a los paganos por la fe, anunció con antelación a Abraham: En ti serán bendecidas todas las naciones. * Por consiguiente, los que viven de la fe son bendecidos con Abraham que creyó.
V./ Dios dijo a Abraham: Heme aquí, mi alianza está contigo y tú serás padre de una multitud de pueblos.
R./ Por consiguiente, los que viven de la fe son bendecidos con Abraham que creyó.
 
 

ORACIÓN
 
Escucha, Señor, nuestras plegarias e ilumina las tinieblas de nuestro espíritu con la venida de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 4, 1-7

Pueblos numerosos suben al monte del Señor

Así dice el Señor:

«Sucederá al final de los tiempos: El monte del templo estará plantado sobre la cumbre de los montes, y se alzará por encima de los collados; confluirán hacia él las gentes. Irán pueblos numerosos diciendo: "Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén".

Defenderá el derecho entre las gentes, enjuiciará a pueblos numerosos y distantes. Fundirán sus espadas para arados, sus lanzas para podaderas; no alzará un pueblo contra otro la espada, ni aprenderán más a hacer la guer.ra..Cada uno habitará bajo sú parra y su higuera sin sobresaltos. Que lo ha`dicho el Señor de los ejércitos».

Todos los pueblos andan cada cual en nombre de su dios; pero nosotros andamos en nombre del Señor, Dios nuestro, por siempre jamás.

«Aquel día —oráculo del Señor —reuniré a los inválftlos, congregaré a los dispersos, a los que afligí. Los inválidos serán el resto, los desterrados se harán un pueblo fuerte. Sobre ellos reinará el Señor en el monte de Sión, desde ahora y por siempre».

 

RESPONSORIO
 
R./ Irán pueblos numerosos diciendo: Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. * Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
V./ Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará saber todas las cosas.
R./ Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Malaquías, 3 (32: PG 72, 330-331)

Vendrá el Señor y su doctrina superará a la ley

Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras proféticas han sido muy oportunamente acomodadas al misterio de Cristo. Dios Padre le hizo para nosotros Emmanuel: justicia, santificación y redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de la deshonestidad, camino hacia un modo de vivir más santo y digno, puerta de acceso a la vida eterna; por él fueron enderezadas todas las cosas, derrocado el poder del diablo, reencontrada la justicia.

Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras parecen anunciar al Bautista. Pues el mismo Cristo dijo en otro lugar: El es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de mí para que prepare el camino ante ti». Esto mismo lo confirma san Juan cuando interpelaba a los que acudían a él para recibir el bautismo de conversión de esta manera: Yo os bautizo con agua, pero detrás de mí viene uno, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias: él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Fíjate cómo Cristo vino de improviso después de su Precursor: se mantuvo oculto a todos los judíos, apareciendo entre ellos de un modo repentino e inesperado. Decimos que al santo Bautista se le llama «ángel»: no por naturaleza, ya que Juan nació de una mujer, hombre como nosotros, sino porque se le confió la misión de predicarnos y anunciarnos a Cristo, misión típicamente angélica. Juan es «ángel» por su oficio, no por su condición de ángel.

Se dice que entrará en el santuario, bien porque la Palabra se hizo carne y en ella habitó como en un santuario, santuario que asumió del castísimo cuerpo de la santísima Virgen; bien en cuanto hombre perfecto, alma y cuerpo, que según la fe fue formado sin intermediario, por la divina providencia; o sencillamente por santuario se entiende Jerusalén, como ciudad santa y consagrada a Dios; o también la Iglesia de la que Jerusalén era tipo. Por lo demás, su venida o presencia Cristo la promulgó mediante muchas y estupendas obras: Proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo, como está escrito. Entrará, pues, el Señor –dice– a quien vosotros buscáis, los que decís en vuestro apocamiento: ¿Dónde está el Dios de la justicia? Vendrá, pues, y su doctrina superará a la ley, a los símbolos y a las figuras. Y será el mensajero de la alianza, otrora anunciado por boca de Dios Padre. En cierto pasaje de los libros santos se le dice al doctor Moisés: Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande.

Que Cristo es el mensajero del nuevo Testamento, lo atestigua Isaías de esta manera hablando de él: Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: maravilla de Consejero. Consejero indudablemente de Dios Padre.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Señor nos enseñará sus caminos y podremos seguir sus senderos. * Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
V./ Desde Sión, esplendor de belleza, Dios resplandece.
R./ Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
 
 

ORACIÓN
 
Señor y Dios nuestro, que por medio de tu Hijo nos has transformado en nuevas criaturas, mira con amor esta obra de tus manos y, por la venida de Cristo, tu Unigénito, límpianos de las huellas de nuestra antigua vida de pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 4,14—5, 7

El Mesías será nuestra paz

Así dice el Señor:

«Por ahora, todavía se junta la tropa, preparan el asedio contra nosotros, golpean con el cetro la mejilla al gobernador de Israel. Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.

Si Asur se atreve a invadir nuestra tierra, a pisar nuestros palacios, le enfrentaremos siete pastores y ocho príncipes, que por la espada dominarán la tierra de Asiria, la tierra de Nimrod por la daga. Y los librará de Asiria cuando invada nuestra tierra, cuando pise nuestras fronteras.

El resto de Jacob será, en medio de numerosos pueblos, como rocío del Señor, como lluvia sobre el verde, que no necesita esperar a los hombres, ni contar con los humanos. El resto de Jacob será, en medio de numerosos pueblos, como un león entre las fieras salvajes, como cachorro en una manada de ovejas, que penetra, pisa y destroza impune».

 

RESPONSORIO
 
R./ Belén, ciudad del Dios altísimo, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyo origen es antiguo, de tiempo inmemorial; se mostrará grande hasta los confines de la tierra. * Y él será nuestra paz.
V./ Dictará la paz a las naciones y su dominio llegará de un mar a otro mar.
R./ Y él será nuestra paz.
 


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 60 (5-6: CSEL 22, 205-207)

Cuando entregare el reino a Dios Padre,
Cristo reinará con los que son reyes

Me darás la heredad de los que veneran tu nombre. Añade días a los días del rey, que sus años alcancen varias generaciones; que reine siempre en presencia de Dios.

La heredad del santo es esta: la vida, la incorrupción, el reino y la coeterna comunión con Dios. Esta heredad no sólo se promete a Israel, sino a los que veneran el nombre de Dios. Son eternos los días del rey: bien porque los santos, al no ser siervos del pecado, poseen la dignidad real según aquello del Apóstol: Ya habéis conseguido el reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos; bien porque, en el presente texto, el mismo profeta es rey o bien porque el que se sienta a la derecha del Padre en el reino eterno debe reinar hasta hacer de sus enemigos estrado de sus pies. Y no es que hasta entonces él no fuese rey, sino que cuando entregare el reino a Dios Padre, Cristo reinará con los que son reyes.

Todo esto me parece que explique cómo a los días del rey puedan añadirse más días, por varias generaciones, mientras él reina para siempre en presencia de Dios. De hecho, el tiempo que él debe reinar hasta hacer de sus enemigos estrado de sus pies, abarca de una a otra generación, porque la generación de entre los muertos sigue a esta generación del nacimiento espiritual; pero el salmo predice además la eternidad del rey, que reina para siempre en presencia de Dios. Pues Cristo es el primogénito de entre los muertos.

De esta nueva generación habla el Señor a los apóstoles con estas palabras: Creedme, cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Así pues, Cristo nos muestra el tiempo de esta generación, y hasta que ésta no llegue, siempre cabe la posibilidad de añadir a los días del rey días y años. El, por lo demás, permanecerá en presencia de Dios como rey eterno, una vez que haya elevado a los redimidos a la categoría de reyes del cielo y coherederos de la eternidad, y los haya entregado como reino a Dios Padre.

En este nuevo estado, hechos copartícipes, concorpóreos y conformes con él, libres ya del dominio de la corrupción y de la muerte, y enriquecidos con la plenitud de Dios, añade el espíritu del profeta: ¿Quién de entre ellos irá en busca de tu gracia y tu lealtad? Estas generaciones no carecerán ya de su gracia y de su lealtad, pues en él han sido regeneradas de entre los muertos para la vida y permanecieron en la esperanza de la gloria de Dios; entonces, entregadas por él como reino a Dios Padre, serán recibidas como reyes, totalmente perfectos en la gracia y la lealtad de Cristo, dichosos por haber sido por él redimidos para la vida y admitidos al encuentro con el Padre. Después de lo cual, no se pedirá más a Dios la gracia y la lealtad, enriquecidos como están de la plenitud de Dios.

 

RESPONSORIO
 
R./ El Señor espera para hacernos gracia; por eso se levantará para tenernos compasión, porque el Señor es un Dios justo; * dichosos los que esperan en él.
V./ Se aparecerá a los que lo esperan para su salvación.
R./ Dichosos los que esperan en él.
 
 

ORACIÓN
 
Concédenos Dios Todopoderoso, que la fiesta ya cercana del nacimiento de tu Hijo nos reconforte en esta vida y nos obtenga la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 7, 7-13

La ciudad de Dios espera la salvación

Yo miro atento al Señor, espero en Dios, mi salvador; mi Dios me escuchará.

No te alegres, enemiga, de mi desgracia: si caí, me alzaré; si me siento en tinieblas, el Señor es mi luz. Soportaré la ira del Señor, pues pequé contra él, en tanto juzga mi causa y me hace justicia; me conducirá a la luz, y veré su justicia.

Mi enemiga al verlo, se cubrirá de vergüenza, la que me decía: «¿Dónde está tu Dios?». Mis ojos gozarán pronto, viéndola pisoteada como lodo en la calle.

Es el día de reconstruir tu cerca, es el día de ensanchar tus lindes, el día en que vendrán a ti desde Asiria hasta Egipto, del Nilo al Éufrates, de mar a mar, de monte a monte.

El país con sus habitantes quedará desolado en pago de sus malas acciones.

 

RESPONSORIO
 
R./ Yo miro atento al Señor, * espero en Dios, mi salvador.
V./ Espero tu salvación, Señor.
R./ Espero en Dios, mi salvador.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 11, 4-6: CSEL 62, 234-236)

Cristo es el camino para los que buscan a Dios

El que es santo y teme al Señor no acierta a desear sino la salvación de Dios, que es Cristo Jesús. Le ama, le desea, a él tiende con todas sus fuerzas, fomenta su recuerdo, a él se abre, con él se expansiona, y sólo teme una cosa: perderle. Por eso, cuanto mayor es el deseo del alma ganosa de unirse a su Salvador, tanto más le consume la espera. Y esta consunción, es verdad, produce una disminución de fragilidad, pero opera al mismo tiempo una asunción de la virtud. Por lo cual, el justo después de haber dicho: Mi alma está sedienta de ti, añadió: Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.

Quien tiene sed, desea estar siempre junto a la fuente y parece no tener otro anhelo y otro deseo que el del agua, cuyo simple contacto le sacia. Cuando tu diestra sostiene mi alma y le comunica algo de su fortaleza, la hace ser lo que no era, hasta el punto de poder decir: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Un ejemplo te demostrará que este desfallecimiento es producido por la gran intensidad del deseo: Mi alma –dice– se consume y anhela los atrios del Señor. Cómo se consume el alma ansiando la salvación de Dios, nos lo enseña Jeremías: La palabra del Señor era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía. Inflamado de este mismo deseo, dice David: Me consumo ansiando tu salvación, y espero en tu palabra.

Esperó en la palabra, anunciada como próxima a venir, y que puede identificarse con la Palabra de Dios. O bien esperó en la palabra el que dio fe a la palabra celestial que anunciaba la venida de nuestro Señor Jesucristo o proclamaba su gloria. Así que, el profeta reflexionando en lo que había leído y reconociendo que, mientras permanecía en el cuerpo y como ligado a esta vida por los vínculos del deseo, estaba alejado de la salvación de Dios, anhelaba, deseaba, se consumía y se deshacía en afectos por ver si lograba ser posesión de Aquel por quien suspiraba, como él mismo dice: Desahogo ante él mis afanes. Se consume su espíritu, mejor, se consume el espíritu de todo aquel que se niega a sí mismo para unirse a Cristo.

En efecto, Cristo es el camino para los que buscan al Señor. Deseemos también nosotros con ardor aquella eterna salvación de Dios; no amemos el dinero que es el amor de los avaros. Elévese, pues, nuestra alma desconfiando de sus propias fuerzas y adhiriéndose a la salvación de Dios, que es Cristo, el Señor Jesús. Él es la salvación, la verdad, la fortaleza y la sabiduría. Quien desconfía de sí mismo para adherirse a la Fuerza, pierde lo que le es propio para recibir lo que es eterno.

 

RESPONSORIO
 
R./ Examinemos nuestra conducta, escrudiñémosla, volvamos al Señor. * Levantemos en nuestras manos nuestro corazón hacia el Dios del cielo.
V./ Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano.
R./ Levantemos en nuestras manos nuestro corazón hacia el Dios del cielo.

 

ORACIÓN
 
Señor que la venida salvadora de tu Hijo alegre a tus siervos, a quienes ahora entristece el peso de sus culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 7, 14-20

La salvación consiste en el perdón de las culpas

Pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo.

Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios.

Que los pueblos, al verlo, se avergüencen, a pesar de su valentía; que se lleven la mano a la boca y se tapen los oídos; que muerdan el polvo como culebras o sabandijas; que salgan temblando de sus baluartes, que teman y se asusten ante ti, Señor, Dios nuestro.

¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?

No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos.

Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.

 

RESPONSORIO
 
R./ Nuestro Dios volverá a compadecerse, * extinguirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
V./ Todos los profetas aseguran que cuantos tengan fe en él recibirán por su nombre el perdón de sus pecados.
R./ Extinguirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
 


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón sobre la encarnación del Verbo (8-9: PG 25, 110-111)

El Verbo de Dios vino por su benignidad hacia nosotros

Como Cristo es el Verbo del Padre y es infinitamente superior a todos, sólo él podía renovar todas las cosas; sólo él fue capaz de expiar por todos y por todos interceder ante el Padre.

Con esta misión vino al mundo el Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que estaba junto a su Padre.

Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Viendo efectivamente que el género humano caminaba a la ruina, dominado por la muerte a causa de la corrupción; considerando que las amenazas de Dios y el castigo infligido por la culpa no conseguían sino corroborar nuestra corrupción y que era absurdo abrogar la ley antes de que se cumpliera; considerando además que no parecía conveniente destruir su propia creación; viendo finalmente que todos los hombres eran reos de muerte, tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiese resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo, y no de cualquier manera, sino que asumió un cuerpo puro, no mancillado por concurso de varón, formado en las entrañas de una Virgen inviolada, intacta y desconocedora de varón.

Poderoso como es y creador de todas las cosas, se construyó en el seno de la Virgen un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción y a la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.

Y sabiendo el Verbo que la corrupción de los hombres no podía ser sanada sino con su muerte, y no pudiendo morir como Verbo por ser inmortal e Hijo del Padre, por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.

De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos. De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma incorrupción a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.

 

RESPONSORIO
 
R./ Cristo siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. * Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo.
V./ Dios nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
R./ Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo.
 
 

ORACIÓN
 
Que tu gracia, Señor, nos prepare y nos acompañe siempre a los que esperamos anhelantes la venida de tu Hijo, a fin de que obtengamos los auxilios necesarios para la vida presente y para llegar con felicidad a la futura. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO

El sábado de la semana III de Adviento, por caer siempre después del 16 de diciembre, todo el Oficio se toma del día correspondiente del mes.


 

DOMINGO IV DE ADVIENTO

La primera y segunda lecturas son las del día correspondiente del mes, y se encuentran en su respectivo lugar; el evangelio y la homilía son los asignados para el domingo IV. Cuando el domingo IV coincide con la Vigilia de Navidad, se toma el evangelio y la homilía del domingo del Ciclo A.

FERIAS PRIVILEGIADAS DE ADVIENTO

17 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 40, 1-11

Consolad a Jerusalén

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».

Una voz grita:

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos —ha hablado la boca del Señor—».

Dice una voz:

«Grita».

«¿Qué debo gritar?».

Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».

Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión: alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá:

«Aquí está vuestro Dios».

Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.

 

RESPONSORIO
 
R./ Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle: * ya ha cumplido su milicia, su culpa está pagada.
V./ A Jerusalén me vuelvo con piedad; aún consolará el Señor a Sión y aún elegirá a Jerusalén.
R./ Ya ha cumplido su milicia, su culpa está pagada.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 2: PG 70, 955-958)

Dios Padre lo ha hecho para nosotros
misericordia y justicia

Ya antes hablamos largamente de Ciro, rey de medos y persas, que devastó la región de Babilonia y la arrasó por la fuerza, mitigó la esclavitud que en ella sufría Israel y aflojó las cadenas de su cautividad, reconstruyó el templo de Jerusalén, y fue incitado contra los caldeos por el mismo Dios, que le abrió las puertas de bronce y quebró los cerrojos de hierro.

Pero en dicha narración se trataba de un hecho particular, ya que únicamente los israelitas debían ser colocados en condiciones de tranquilidad y liberados de la angustia de la cautividad. Inmediatamente después, todo el interés de la narración se centra en el Emmanuel, enviado por Dios Padre para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para liberar del mal a los que se hallaban inevitablemente encadenados por sus pecados; para atraer nuevamente a sí a todos los moradores de la tierra, rescatados ya de la tiranía del diablo, y conducirlos de esta forma, por su mediación, a Dios Padre.

De este modo, se convirtió en el mediador entre Dios y los hombres, y por él somos reconciliados con el Padre en un solo espíritu, porque —como dice la Escritura— él es nuestra paz. Él restauró el lugar sagrado, esto es, su templo, que es la Iglesia. Pues él se la colocó ante sí como una virgen pura, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Por lo cual, nos es dado ver en Ciro y en sus gestas una maravillosa figura de los divinos y admirables beneficios concedidos por Dios a todos los habitantes de la tierra. Y este es el fin por el que estas gestas fueron recordadas.

Alégrese, pues, el cielo superior, esto es, los que viven en la ciudad del más-allá, afincados en una morada ilustre y admirable: los ángeles y los arcángeles. Decimos que fue motivo de alegría para los espíritus celestiales la conversión a Dios, por medio de Cristo, Salvador de todos nosotros, de los extraviados habitantes de la tierra, la recuperación de la vista por los ciegos, en una palabra, la salvación de lo que estaba perdido. Si se alegran ya por un solo pecador que hace penitencia, ¿cómo dudar de que exulten de gozo al contemplar salvado a todo el mundo? Por eso dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria.

Entendemos por misericordia la caridad —que es el cumplimiento de la ley—, acompañada de la justicia evangélica, cuyo dispensador y doctor es, para nosotros, Cristo. Puede afirmarse también que la misericordia y la justicia, que nace y brota de la tierra, son nuestro Señor Jesucristo en persona, pues Dios Padre lo ha hecho para nosotros misericordia y justicia, si es que realmente hemos obtenido en él misericordia y, justificados con el perdón de las culpas pasadas, hemos recibido de él la justicia, que puede hacernos herederos de todos los bienes, y es el camino de nuestra salvación.

Y si a la tierra se le manda germinar la justicia, que nadie se ofenda, teniendo en cuenta que el salmista dice también de Dios Padre y del mismo Emmanuel: Obró la justicia en medio de la tierra. Cristo, en efecto, no se trajo nuestra carne de lo alto de los cielos, sino que, según la carne, nació de una mujer, una de las que están en la tierra. Así pues, cuando se dice que Cristo es fruto y germen de la tierra, debes entender —como acabo de decir— que nació según la carne de una mujer especialmente elegida para este ministerio, aun cuando era una más de las criaturas de la tierra.

 

RESPONSORIO
 
R./ Alégrese los cielos, exulte la tierra, prorrumpan los montes en gritos de alegría, * pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido.
V./ En sus días florecerá la justicia, y la paz abundará.
R./ Pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido.
 
 

ORACIÓN
 
Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



18 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 40, 12-18.21-31

Grandeza del Señor

¿Quién ha medido a puñados el mar o mensurado a palmos el cielo, o a cuartillos el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la balanza los montes y en la báscula las colinas? ¿Quién ha medido el aliento del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente?

Mirad, las naciones son gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de la balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano, el Líbano no basta para la leña, sus fieras no bastan para el holocausto. En su presencia, las naciones todas como si no existieran, valen para él nada y vacío.

¿Con quién compararéis a Dios, qué imagen vais a contraponerle? ¿No sabéis, no lo habéis oído, no os lo han anunciado de antemano? ¿No habéis comprendido quién fundó la tierra?

El que habita sobre el círculo de la tierra —sus habitantes parecen saltamontes-; el que tendió como toldo el cielo y lo despliega como tienda que se habita; el que reduce a nada los príncipes y convierte a los gobernantes en nulidad: apenas plantados, apenas sembrados, apenas arraigan sus brotes en tierra, sopla sobre ellos y se agostan, y el vendaval los arrebata como tamo.

¿A quién podéis compararme, que me asemeje? —dice el Santo—.

Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta es su fuerza, que no falta ninguno.

¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo Israel: «mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?». ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?

El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.

 

RESPONSORIO
 
R./¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? * ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
V./ ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto?
R./ ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 806-807)

Mirad: viene con su salario, y su recompensa lo precede

Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Con estas palabras muestra a quienes se les ha confiado el ministerio de la divina y salutífera predicación, es decir, a los santos apóstoles y evangelistas e incluso —para decirlo de una vez por todas— a quienes en el correr de los tiempos iban a ser puestos al frente de la grey racional y se confiaría la celebración de los divinos misterios, cómo podrían llegar los amigos de Dios a adquirir celebridad y a cubrirse de gloria. No conviene —viene a decir el texto- que los predicadores del evangelio, al anunciar a todos y en todas partes la gloria y la salvación de Dios, lo hagan tímidamente y como en voz baja, como si buscaran pasar desapercibidos, sino como situados en un lugar eminente, y más visibles que los demás, convencidos de su sin igual libertad y libres de todo miedo. Alza, pues, la voz, no temas, dice el profeta. Di a las ciudades de Judá: Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Al decir mira, no permite que la esperanza de su venida se proyecte sobre un futuro lejano; demuestra más bien que el Redentor vendrá pronto, en breve: mejor, que está ya ahí, a las puertas. Pues parece como invitarles a extender el brazo y señalar con el dedo al que anuncian. Y que no ha de venir como uno de los santos profetas ni como un orante cualquiera sino con la autoridad del Señor y con el poder y dominio propios de un Dios, lo indica claramente al decir: Llega con poder, y su brazo manda.

Y que este misterio de la divina economía no iba a ser infructuoso para el que por nosotros se hizo nuestro, soportó la cruz y murió en ella, lo demuestra diciendo: Mirad, viene con su salario, y su recompensa lo precede. Y señala cuál va a ser el premio, fruto de su muerte según la carne. Dice en efecto: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Así que no carece de premio ni es infructuosa esta economía.

Además, sus rebaños le siguieron y se apacentaron ante sus ojos; y ante sus ojos y con el poder de su brazo, reunió a los corderos. Los creyentes en él, cual ovejas acabadas de engendrar y recientemente nacidas, han sido introducidos en la nueva vida, es decir, han conseguido de lo alto la regeneración por mediación del Espíritu. Por consiguiente, lo primero que apetecen es la leche auténtica y son alimentados como los niños; pero después van creciendo hasta conseguir la medida de Cristo en su plenitud. Los corderos son alimentados y algunas madres o preñadas reciben los cuidados oportunos. Bajo la imagen de los corderos recién nacidos podemos ver, y con razón, representados a los paganos convertidos.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mira, vengo pronto y traigo la recompensa conmigo, dice el Señor, * para dar a cada uno según sus obras.
V./ Estas palabras son ciertas y verdaderas. Vengo pronto.
R./ Para dar a cada uno según sus obras.
 
 

ORACIÓN
 
Concédenos, Señor, a los que vivimos oprimidos por la antigua esclavitud del pecado ser liberados por el nuevo y esperado nacimiento de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



19 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 41, 8-20

Promesa de un nuevo éxodo

Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus extremos, a quien dije: «Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado». No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa.

Mira: se avergonzarán derrotados los que se enardecen contra ti; serán aniquilados, y perecerán los que pleitean contra ti; los buscarás sin encontrarlos a los que pelean contra ti; serán aniquilados, dejarán de existir los que guerrean contra ti. Porque yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra, y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio».

No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio —oráculo del Señor—», tu redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los triturarás, harás paja de las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel.

Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos, y alerces juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mirad a mi siervo, en quien tengo mis complacencias; * en él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.
V./ El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de en medio de ti, de entre tus hermanos.
R./ En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.
 


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 61a, (1-3: CCL 23, 249.250-251)

La Navidad del Señor está cerca

Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se adelanta a mi predicación. El mundo con sus mismas angustias nos está indicando la inminencia de algo que lo mejorará, y desea, con impaciente espera, que el resplandor de un sol más espléndido ilumine sus tinieblas.

Pues mientras este sol, y teniendo en cuenta la brevedad de las horas, teme que su curso se esté acabando, indica que abriga cierta esperanza de que su ciclo anual sufra una transformación. Esta expectación de la criatura nos persuade también a nosotros a esperar que el nacimiento de Cristo, nuevo sol, ilumine las tinieblas de nuestros pecados; a desear que el sol de justicia disipe, con la fuerza de su nacimiento, la densa niebla de nuestras culpas; a pedir que no consienta que el curso de nuestra vida se cierre con una trágica brevedad, sino más bien se prolongue gracias a su poder.

Así pues, ya que hemos llegado a conocer la Navidad del Señor incluso por las indicaciones que el mundo nos ofrece, hagamos también nosotros lo que acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo empieza a incrementar la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las lindes de nuestra justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a ricos y pobres, sea también una nuestra liberalidad para con los indigentes y peregrinos; y del mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la oscuridad de sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.

Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del cuerpo. Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos suntuosos pueden cubrir los miembros, pero son incapaces de adornar la conciencia, si bien es cierto que ir impecablemente vestido mientras se procede con sentimientos corrompidos es vergüenza mucho más odiosa. Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre interior, para que el vestido del hombre exterior esté igualmente adornado; limpiemos las manchas espirituales, para que nuestros vestidos sean resplandecientes. De nada sirve ir espléndidamente vestidos si la infamia mancilla el alma. Cuando la conciencia está en tinieblas, el cuerpo entero estará a oscuras. Tenemos un poderoso detergente para limpiar las manchas de la conciencia. Está escrito en efecto: Dad limosna y lo tendréis todo limpio. Buen mandato éste de la limosna: trabajan las manos y queda limpio el corazón.

 

RESPONSORIO
 
R./ Ahora vendrá nuestra Salvación, el Redentor anunciado por Gabriel y concebido por María; * el Señor, viene a liberar al hombre perdido, que él mismo había plasmado.
V./ Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, haz brillar tu rostro, y seremos salvos.
R./ El Señor, viene a liberar al hombre perdido, que él mismo había plasmado.


 
ORACIÓN
 
Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



20 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 41, 21-29

El Señor, único Dios, es quien anuncia al liberador Ciro

Presentad vuestro pleito, dice el Señor; aducid vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob; que se adelanten y nos anuncien lo que va a suceder:

Narradnos vuestras predicciones pasadas y prestaremos atención; anunciadnos el futuro, y conoceremos el desenlace; narrad los sucesos futuros, y sabremos que sois dioses. Haced algo, bueno o malo, que nos demos cuenta y lo veamos todos. Mirad, vosotros sois nada; vuestras obras, vacío; es abominable elegiros.

Yo lo he suscitado en el norte, y ha venido; en oriente lo llamé por su nombre; pisará gobernantes como barro, como pisa el alfarero la arcilla. ¿Quién lo anunció de antemano para que se supiera, por adelantado, para que dijeran: «¿Tiene razón?».

Ninguno lo narra, ninguno lo anuncia, nadie oye vuestro discurso. Lo anuncié yo el primero en Sión y envié un heraldo a Jerusalén. Busqué: pero entre ellos no había nadie, ningún consejero a quien preguntarle para que me informara. Todos juntos eran nada; sus obras, vacío; aire y nulidad sus estatuas.

 

RESPONSORIO
 
R./ Les suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca; * y él les dirá todo lo que yo les mande.
V./ Enviaré a mi amado Hijo; éste es ciertamente el profeta que ha de venir al mundo.
R./ Y él les dirá todo lo que yo les mande.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 4: PG 70,1035-1038)

El profeta inspirado vaticinó al Dios-con-nosotros

Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.

Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre —pues de ella nació según la carne—, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar —repito— según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?

Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzasdel mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.

Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, dice el Señor; * y será llamado Consejero maravilloso, Dios fuerte.
V./ Se sentará sobre el trono de David y reinará para siempre.
R./ Y será llamado Consejero maravilloso, Dios fuerte.


 
ORACIÓN
 
Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



21 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 10-25

Himno al Dios salvador. Ceguera de Israel

Cantad al Señor un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra; muja el mar y lo que contiene, las costas y sus habitantes; alégrese el desierto con sus tiendas, los cercados que habita Cadar; exulten los habitantes de Petra, clamen desde la cumbre de las montañas; den gloria al Señor, anuncien su alabanza en las costas.

El Señor sale como un héroe, excita su ardor como un guerrero, lanza el alarido, mostrándose valiente frente al enemigo.

«Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; como parturienta grito, jadeo y resuello. Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques; conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.

Esto es lo que pienso hacer, y no dejaré de hacerlo. Retrocederán avergonzados los que confían en el ídolo, los que dicen a la estatua: «Tú eres nuestro Dios».

Sordos, escuchad y oíd; ciegos, mirad y ved:

¿Quién es ciego sino mi siervo, quién es sordo sino el mensajero que envío? ¿Quién es ciego como mi enviado, quién es sordo como el siervo del Señor? Mirabas mucho sin sacar nada, con los oídos abiertos no te enterabas.

El Señor, por amor de su justicia, quería glorificar y engrandecer su ley; pero son un pueblo saqueado y despojado, atrapados todos en cuevas, encerrados en mazmorras. Lo saqueaban, y nadie lo libraba; lo despojaban, y nadie decía: «Devuélvelo».

¿Quién de vosotros prestará oído, y atento escuchará el futuro? ¿Quién entregó a Jacob al saqueo, a Israel al despojo? ¿No fue el Señor contra quien pecamos no queriendo seguir sus caminos ni obedecer su ley? Derramó sobre él el ardor de su ira, el furor de la guerra; lo rodeaban sus llamas, y no se daba cuenta; lo quemaban y no hacía caso.

 

RESPONSORIO
 
R./ Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; * ante ellos convertiré las tinieblas en luz, lo escabroso en llano.
V./ El que me sigue no camina en tinieblas.
R./ Ante ellos convertiré las tinieblas en luz, lo escabroso en llano.
 


SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 1 en la Navidad del Señor (PL 142, 993-994)

Mirad, llegan días en que suscitaré a David
un vástago legítimo

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Si el Señor prometió a sus fieles estar con ellos todos los días, ¡cuánto más se nos ha de hacer presente el día de su nacimiento, si acentuamos el fervor de nuestro servicio! El que dice por Salomón: Yo —la sabiduría— salí de la boca del Altísimo, la primogénita de la creación; y de nuevo: El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas En un tiempo remoto fui formada; y por Jeremías dice: Yo lleno el cielo y la tierra, es el mismo que, nacido por un admirable designio de la economía divina, es colocado en un pesebre. Aquel a quien Salomón nos muestra existiendo eternamente antes de los siglos, Jeremías afirma no estar ausente de ningún lugar.

No puede faltarnos el que existe desde siempre, y en todas partes está presente. La veracidad y autenticidad de los testimonios de los antiguos vates sobre la eternidad de Cristo y sobre la inmensidad de su divina presencia, la pregona aquella sonora trompeta del mensajero celestial: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. Y el mismo Salvador a los judíos en el evangelio: Antes que naciera Abrahán existo yo. Pero comoquiera que poseía el ser antes de que existiera Abrahán o, mejor, antes de la creación, desde siempre y en unión con Dios Padre, quiso sin embargo nacer en el tiempo de la descendencia de Abrahán. De hecho, Dios Padre le dijo a Abrahán: Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia.

También el santo patriarca David mereció el insigne privilegio de una promesa semejante, cuando Dios Padre, instruyéndole en el secreto de su sabiduría, dijo: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. Y el profeta Isaías al considerar, bajo la acción del Espíritu Santo, la magnificencia de este nobilísimo vástago y la sublimidad y excelencia de su dulcísimo fruto, vaticinó así: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país.

Estos dos padres que, con preferencia a otros, recibieron de modo muy explícito la promesa de la venida del Salvador, en la genealogía del Señor según san Mateó, merecieron justamente un primero y destacado lugar. El exordio del evangelio según san Mateo suena así: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Con estas palabras del evangelio están de acuerdo tanto los oráculos de los profetas como la predicación apostólica. Que el Mediador entre Dios y los hombres debía nacer, según la carne, del linaje de Abrahán, el profeta Isaías se preocupó por inculcarlo de manera tajante, cuando dijo en la persona de Dios Padre: Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien cogí.

Aquel que, liberado de las tinieblas de la ignorancia e iluminado con la luz de la fe, llamó, en el evangelio, Hijo de Dios al Hijo de David, mereció recibir no sólo la luz del espíritu, sino también la corporal. Cristo, el Señor, quiere ser llamado con este nombre, porque sabe que no se nos ha dado otro nombre que pueda salvar al mundo. Por lo cual, amadísimos hermanos, para merecer ser salvados por él que es el Salvador, digamos todos individualmente: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! Amén.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mirad que vienen días, dice el Señor, en que suscitaré a David un germen justo, que reinará como rey prudente, y practicará el derecho y la justicia en la tierra; * y éste es el nombre con que lo llamarán: Señor-nuestra-justicia.
V./ En sus días, Judá estará a salvo e Israel habitará seguro.
R./ Y éste es el nombre con que lo llamarán: Señor-nuestra-justicia.


 
ORACIÓN
 
Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



22 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 43, 1-13

Liberación de Israel

Y ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob; el que te formó, Israel:

No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará.

Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador. Como rescate tuyo entregué a Egipto, a Etiopía y Sabá a cambio de ti; porque eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te amo; entregué hombres a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida: no temas, que contigo estoy yo; desde oriente traeré a tu estirpe, desde occidente te reuniré.

Diré al Norte: «Entrégalo»; al Sur: «No lo retengas»; tráeme a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra; a todos los que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que hice y formé.

Sacad al pueblo ciego, aunque tiene ojos; a los sordos, aunque tienen oídos; que se reúnan las naciones y se junten los pueblos: ¿Quién de ellos puede contárnoslo o informarnos de predicciones pasadas? Que presenten testigos para justificarse, que los oigamos, y diremos: «Es verdad».

Vosotros sois mis testigos –oráculo del Señor– y mis siervos, a quienes escogí, para que supierais y me creyerais, para que comprendierais quién soy yo. Antes de mí no habían frabricado ningún Dios y después de mí ninguno habrá: Yo, yo soy el Señor; fuera de mí no hay salvador. Yo predije, y salvé; yo anuncié, y no teníais dios extranjero.

Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—; yo soy Dios, desde siempre lo soy. No hay quien libre de mi mano; lo que yo hago, ¿quién lo deshará?

 

RESPONSORIO
 
R./ Vosotros sois mis testigos - oráculo del Señor - y mis siervos, a quienes escogí, * para que supierais y me creyerais, para que comprendierais que soy yo.
V./ El que ha venido del cielo está por encima de todos y habla como testigo de cosas que ha visto y oído.
R./ Para que supierais y me creyerais, para que comprendierais que soy yo.
 


SEGUNDA LECTURA

De unos sermones antiguos traducidos del griego al latín (Sermón 12: PLS 4, 770-771)

Nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación

Puesto que ha llegado el tiempo de hablar a vuestra venerable caridad de la venida y encarnación del Señor, no son días éstos en que se pueda callar. Regocíjate, Sión; mira que viene tu rey. Regocíjate, pues, Sión, es decir, nuestra alma, pensando en los bienes futuros, rechazando de sí los males. Mira, viene a habitar en medio de ti. ¿Quién es este morador sino el que quiso hacernos suyos, congregarnos y confirmarnos como pueblo predilecto? Este morador es aquel de quien en otro lugar cantó el profeta, diciendo: Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Cuando este morador se posesione de nuestro mundo interior, hará de modo que en nosotros todo sea santo, perfecto, irreprensible. Que él posea a quienes redimió, perfeccione lo que comenzó, conduzca a la meta a quienes sacó de Babilonia. Este nuestro morador descansa en nosotros, es glorificado en nosotros, cuando los hombres vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo. De este Padre somos hijos no a causa de nuestra obsequiosidad o de nuestros méritos ni tampoco de nuestro buen comportamiento, sino que por su misericordia hemos recibido la libertad y hemos sido escogidos para la adopción de hijos.

Así pues, Dios es glorificado en nosotros de este modo: cuando progresamos en sentimientos de caridad, hacemos lo que él mandó y nos mantenemos firmes en lo que él ordenó. Entonces es Dios glorificado en nosotros. Ahora sabemos que nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación, piedad y gracia gratuita. Y cuando vemos que de la arcilla del suelo él nos eleva a los premios celestiales, alégrese y regocíjese el corazón de los creyentes: busque nuestra alma al Señor, no como muerta sino como exuberante de vida.

¿Cómo pagaremos al Señor por estos bienes? Dobleguemos la cerviz, agachemos la cabeza y golpeémonos el pecho, repitiendo lo que dijo el publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y como en su piedad perfecciona lo imperfecto, prosigue diciendo: Se escribían todas en tu libro. Alegraos por tantos beneficios, regocijaos de tantas bondades: no os apropiéis lo que de él habéis recibido, no sea que perdáis lo que tenéis. Debéis saber que nada poseéis que no hayáis recibido: Y, si lo habéis recibido, no os gloriéis como si no lo hubierais recibido, para que lo que habéis recibido se os mantenga y el bien de que carezcáis, se os dé en plenitud. Amén.

 

RESPONSORIO
 
R./ Todos los profetas dan testimonio de él: todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados. * Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
V./ La promesa es para cuantos llame el Senor Dios nuestro.
R./ Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.


 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que con la venida de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de los bienes de su redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



23 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 43, 18-28

Renovación de Israel

No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; te glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

Pero tú no me invocabas, Jacob; tú te esforzabas por mí, Israel; no me ofrecías ovejas en holocausto, no me honrabas con tus sacrificios; yo no te avasallé exigiéndote ofrendas, ni te cansé pidiéndote incienso; no me comprabas canela con dinero, no me saciabas con la grasa de tus sacrificios; pero me avasallabas con tus pecados, y me cansabas con tus culpas.

Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados; recuérdamelo tú, y discutiremos; cuéntamelo tú, y saldrás absuelto.

Ya tu primer padre pecó, tus jefes se rebelaron contra mí; por eso profané a príncipes consagrados, entregué a Jacob al externimio y a Israel a los insultos.

 

RESPONSORIO
 
R./ Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? * Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.
V./ Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
R./ Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.
 


SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Tratado sobre el salmo 84 (CCL 78,107-108)

El que nació una vez de María, nace a diario en nosotros

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. ¡Qué amistad más excelente! La misericordia y la fidelidad se encuentran. ¿Eres pecador? Escucha lo que dice: «Misericordia». ¿Eres santo? Escucha lo que dice: «Fidelidad». Ni desesperes si eres pecador, ni te ensoberbezcas si eres santo. Ensayemos otra interpretación.

Dos son los pueblos creyentes: uno integrado por los paganos y otro formado por los judíos. A los judíos se les prometió un salvador; a nosotros que vivíamos al margen de la ley, no se nos prometió. Por tanto, la misericordia se ejercita con el pueblo de los paganos, la fidelidad, en el de los judíos, ya que se cumplió lo que se les había prometido, es decir, lo prometido a los padres tuvo su cumplimiento en los hijos.

La justicia y la paz se besan. Mirad lo que dice: la justicia y la paz se besan. Es lo mismo que dijo anteriormente: misericordia y fidelidad. Pues misericordia equivale a paz, y fidelidad es sinónimo de justicia. Si alguna cosa dice relación con la paz, dice relación con misericordia; y si algo tiene que ver con la fidelidad, tiene que ver con justicia. Mirad en efecto lo que dice: La justicia y la paz se besan. Esto es, la misericordia y la fidelidad se hicieron amigas, es decir, judíos y paganos están bajo el cayado de un solo pastor: Cristo.

La fidelidad brota de la tierra. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. El que dijo: Yo soy la verdad, brotó de la tierra. Y ¿cuál es esta verdad que ha brotado de la tierra? Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Y en otro lugar: Tú, oh Dios, ganaste la victoria en medio de la tierra. Mirad, la verdad, el Salvador, brotó de la tierra, es decir, de María.

Y la justicia mira desde el cielo. Era justo que el Salvador tuviera compasión de su pueblo. Mirad lo que dice: ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! La verdad brota de la tierra, esto es, el Salvador. Y de nuevo: Y la justicia mira desde el cielo. La justicia, esto es, el Salvador. ¿Cómo brotó de la tierra? ¿Cómo miró desde el cielo?

Brotó de la tierra, naciendo como hombre; miró desde el cielo, porque Dios está siempre en los cielos. Esto es, brotó, es verdad, de la tierra, pero el que nació de la tierra está siempre en el cielo. Esto es, apareció en la tierra sin abandonar el cielo, pues está en todas partes. Miró, porque mientras pecábamos, apartaba de nosotros su vista. Lo que dice es esto: Es justo que el alfarero tenga compasión de la obra de sus manos, que el pastor se compadezca de su rebaño. Nosotros somos su pueblo, somos sus criaturas. Para esto, pues, brotó de la tierra y miró desde el cielo: para cumplir toda justicia y tener compasión de su obra.

Finalmente, para que sepáis que la palabra «justicia» no connota crueldad, sino misericordia, mirad lo que dice: El Señor nos dará la lluvia. Para esto miró desde el cielo: para compadecerse de sus obras. Y nuestra tierra dará su fruto. La fidelidad brotó de la tierra, así, en pretérito. Ahora se expresa en futuro: Y nuestra tierra dará su fruto.

No debéis desesperar por haber nacido una sola vez de María: a diario nace en nosotros. Y la, tierra dará su fruto: También nosotros, si queremos, podemos engendrar a Cristo. Y la tierra dará su fruto: del que se confeccione el pan celestial. De él dice: Yo soy el pan bajado del cielo.

Todo lo dicho se refiere a la misericordia de Dios, que vino precisamente para salvar al género humano.

 

RESPONSORIO
 
R./ Misericordia y verdad s encontrarán: justicia y paz se abrazarán. * El Señor esparcirá su bien, y nuestra tierra dará su fruto.
V./ Nos indicará sus caminos, y seguiremos sus sendas.
R./ El Señor esparcirá su bien, y nuestra tierra dará su fruto.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



24 de diciembre


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 44, 1-8.21-23

Regeneración de Israel

Y ahora, escucha, Jacob, siervo mío; Israel, mi elegido: Así dice el Señor que te hizo, que te formó en el vientre y te auxilia:

No temas, siervo mío, Jacob, mi cariño, mi elegido; voy a derramar agua sobre lo sediento y torrentes en el páramo; voy a derramar mi aliento sobre tu estirpe, y mi bendición sobre tus vástagos. Crecerán como hierba junto a la fuente, como sauces junto a las acequias. Uno dirá: «Soy del Señor»; otro se pondrá el nombre de Jacob; uno se tatuará en el brazo: «Del Señor», y se apellidará Israel.

Así dice el Señor, Rey de Israel, su redentor, el Señor de los ejércitos:

Yo soy el primero y yo soy el último; fuera de mí no hay dios. ¿Quién se parece a mí? Que se levante y hable, que lo explique y me lo exponga. ¿Quién anunció de antemano el porvenir, quién nos predice lo que ha de suceder? No temáis, no tembléis: ¿No lo anuncié y lo predije por adelantado? Vosotros sois testigos: ¿Hay un dios fuera de mí? No existe roca que yo conozca.

Acuérdate de esto, Jacob; de que eres mi siervo, Israel. Te formé, y eres mi siervo, Israel, no te olvidaré. He disipado como niebla tus rebeliones; como nube tus pecados: vuelve a mí, que soy tu redentor.

Aclamad, cielos, porque el Señor ha actuado; vitoread, simas de la tierra, romped en aclamaciones, montañas, y tú, bosque, con todos tus árboles; porque el Señor ha redimido a Jacob y se gloría en Israel.

 

RESPONSORIO
 
R./ Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; * di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios».
V./ Alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén.
R./ Di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios».
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

Todos verán la salvación de Dios

Habiendo cantado el profeta la liberación de Israel y el perdón de los pecados de Jerusalén; habiendo solicitado para ella el consuelo —un consuelo ya próximo y como quien dice, pisando los talones a lo ya dicho—, añadió: viene nuestro salvador. Le precede como precursor enviado por Dios el Bautista, que en el desierto de Judá grita y dice: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios.

Habiéndoselo revelado el Espíritu, también el bienaventurado Zacarías, el padre de Juan, profetizó diciendo: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos. De él dijo el mismo Salvador a los judíos: Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pues el sol de justicia y la luz verdadera es Cristo.

La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando dice: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas: que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro salvador. Mas una vez que se hizo hombre y carne —como dice la Escritura—, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

Se ha enderezado todo lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador.

 

RESPONSORIO
 
R./ Sed perseverantes: veréis la salvación que el Señor obrará por vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis: * mañana saldréis: el Señor estará con vosotros.
V./ Purificaos, hijos de Israel, dice el Señor, y estad preparados.
R./ Mañana saldréis: el Señor estará con vosotros.


 
ORACIÓN
 
Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

EVANGELIOS DOMINGO 1º DE ADVIENTO


Ciclo
A: Mt 24, 37-44

HOMILÍA

Pascasio Radberto, Exposición sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, cap 24: PL 120, 799-800)

Velad, para estar preparados

Velad, porque no sabéis el día ni la hora. Siendo una recomendación que a todos afecta, la expresa como si solamente se refiriera a los hombres de aquel entonces. Es lo que ocurre con muchos otros pasajes que leemos en las Escrituras. Y de tal modo atañe a todos lo así expresado, que a cada uno le llega el último día y para cada cual es el fin del mundo el momento mismo de su muerte. Por eso es necesario que cada uno parta de este mundo tal cual ha de ser juzgado aquel día. En consecuencia, todo hombre debe cuidar de no dejarse seducir ni abandonar la vigilancia, no sea que el día de la venida del Señor lo encuentre desprevenido.

Y aquel día encontrará desprevenido a quien hallare desprevenido el último día de su vida. Pienso que los apóstoles estaban convencidos de que el Señor no iba a presentarse en sus días para el juicio final; y sin embargo, ¿quién dudará de que ellos cuidaron de no dejarse seducir, de que no abandonaron la vigilancia y de que observaron todo lo que a todos fue recomendado, para que el Señor los hallara preparados? Por esta razón, debemos tener siempre presente una doble venida de Cristo: una, cuando aparezca de nuevo y hayamos de dar cuenta de todos nuestros actos; otra diaria, cuando a todas horas visita nuestras conciencias y viene a nosotros, para que cuando viniere, nos encuentre preparados.

¿De qué me sirve, en efecto, conocer el día del juicio si soy consciente de mis muchos pecados?, ¿conocer si viene o cuándo viene el Señor, si antes no viniere a mi alma y retornare a mi espíritu?, ¿si antes no vive Cristo en mí y me habla? Sólo entonces será su venida un bien para mí, si primero Cristo vive en mí y yo vivo en Cristo. Y sólo entonces vendrá a mí, como en una segunda venida, cuando, muerto para el mundo, pueda en cierto modo hacer mía aquella expresión: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Considera asimismo estas palabras de Cristo: Porque muchos vendrán usando mi nombre. Sólo el anticristo y sus secuaces se arrogan falsamente el nombre de Cristo, pero sin las obras de Cristo, sin sus palabras de verdad, sin su sabiduría. En ninguna parte de la Escritura hallarás que el Señor haya usado esta expresión y haya dicho: Yo soy el Cristo. Le bastaba mostrar con su doctrina y sus milagros lo que era realmente, pues las obras del Padre que realizaba, la doctrina que enseñaba y su poder gritaban: Yo soy el Cristo con más eficacia que si mil voces lo pregonaran. Cristo, que yo sepa, jamás se atribuyó verbalmente este título: lo hizo realizando las obras del Padre y enseñando la ley del amor. En cambio, los falsos cristos, careciendo de esta ley del amor, proclamaban de palabra ser lo que no eran.

 

RESPONSORIO                    Hch 17, 30-31; 14, 16
 
R./ Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, * Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
V./ En las generaciones pasadas, Dios permitió que cada pueblo anduviera por su camino.
R./ Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
 

 


Ciclo B: Mc 13, 33-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 18 (1-2: CCL 61, 245-246)

A Dios no le gusta condenar, sino salvar

Viene nuestro Dios, y no callará. Cristo, el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá manifiestamente. Al presentarse veladamente, sólo se dio a conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente, vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad: en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren incluso los buenos.

Los hombres que creen en las realidades presentes, pero no en las futuras, observan que los bienes y los males de la vida presente son participados indistintamente por buenos y malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo que en estas miserias se debaten no sólo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna del juicio.

Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan. Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos. Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda impiedad, y pagará a cada uno según sus obras.

Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia? Porque es bueno contigo, porque es tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.

 

RESPONSORIO                    Is 30, 18; Heb 9, 28
 
R./ El Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: * dichosos los que esperan en él.
V./ Aparecerá para salvar a los que lo esperan.
R./ Dichosos los que esperan en él.
 


Ciclo C: Lc 21, 25-28.34-36

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 4 en el Adviento del Señor (1, 3-4: Opera omnia, edit. cister. 4, 1966, 182-185)

Aguardamos al Salvador

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio, aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Entonces los justos brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre.

Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo; que buscado para proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.

 

RESPONSORIO                    Lc, 21, 34-35; Dt 32,35
 
R./ Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. * Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
V./ El día de su ruina se acerca, y se precipita su destino.
R./ Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.

 


EVANGELIOS DOMINGO 2º DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 3, 1-12

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 109 (1; PL 38,636)

Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos

Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre.

Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.

 

RESPONSORIO                    Jer 4, 7-8.9; Rom 11, 26
 
R./¡Señor. actúa por el honor de tu nombre! Ciertamente son muchas nuestras rebeldías, hemos pecado contra ti. * Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
V./ Está escrito: Llegará de Sión el Libertador; alejará los crímenes de Jacob; y ésta será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.
R./ Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
 


Ciclo B: Mc 1, 1-8

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 22 sobre el evangelio de san Lucas (1-2: SC 87, 301-302)

Allanad los senderos del Señor

Veamos qué es lo que se predica a la venida de Cristo. Para comenzar, hallamos escrito de Juan: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Lo que sigue se refiere expresamente al Señor y Salvador. Pues fue él y no Juan quien elevó los valles. Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo.

Mas cuando vino el Señor Jesús y envió el Espíritu Santo como lugarteniente suyo, todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no sólo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios.

Diariamente podemos comprobar cómo estas palabras: elévense los valles, encuentran su plena realización en los paganos; y cómo en el pueblo de Israel, despojado ahora de su antigua grandeza, se cumplen estas otras: Desciendan los montes y las colinas. Este pueblo fue en otro tiempo un monte y una colina, y ha sido abatido y desmantelado. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Ahora bien, si dijeras que estos montes y colinas abatidos son las potencias enemigas que se yerguen contra los mortales, no dices ningún despropósito. En efecto, para que estos valles de que hablamos sean allanados, necesario será realizar una labor de desmonte en las potencias adversas, montes y colinas.

Pero veamos si la profecía siguiente, relativa a la venida de Cristo, ha tenido también su cumplimiento. Dice en efecto: Que lo torcido se enderece. Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error–, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido. Porque ¿de qué te serviría que Cristo haya venido un día en la carne, si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida sea una realidad diaria en nuestras vidas y podamos exclamar: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Vino, pues, mi Señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino expedito, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada y decirte: Mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17; Mc 1, 4
 
R./ Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, * para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
V./ Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
R./ Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
 


Ciclo C: Lc 3, 1-6

HOMILIA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 en el Adviento del Señor (9-10: Opera omnia, edit. Cist. 4, 1966, 167-169)

Todos verán la salvación de Dios

Hora es ya de que consideremos el tiempo mismo en que vino el Salvador. Vino, en efecto –como sin duda bien sabéis– no al comienzo, no a la mitad, sino al final de los tiempos. Y esto no se hizo porque sí, sino que, conociendo la Sabiduría la propensión de los hijos de Adán a la ingratitud, dispuso muy sabiamente prestar su auxilio cuando éste era más necesario. Realmente atardecía y el día iba ya de caída; el Sol de justicia se había prácticamente puesto por completo, de suerte que su resplandor y su calor eran seriamente escasos sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era francamente insignificante y, al crecer la maldad, se había enfriado el fervor de la caridad.

Ya no se aparecían ángeles ni se oía la voz de los profetas; habían cesado como vencidos por la desesperanza, debido precisamente a la increíble dureza y obstinación de los hombres. Entonces yo digo –son palabras del hijo–: «Aquí estoy». Oportunamente, pues, llegó la eternidad, cuando más prevalecía la temporalidad. Porque –para no citar más que un ejemplo– era tan grande en aquel tiempo la misma paz temporal, que al edicto de un solo hombre se llevó a cabo el censo del mundo entero.

Conocéis ya la persona del que viene y la ubicación de ambos: de aquel de quien procede y de aquel a quien viene; no ignoráis tampoco el motivo y el tiempo de su venida. Una sola cosa resta por saber: es decir, el camino por el que viene, camino que hemos también de indagar diligentemente, para que, como es justo, podamos salirle al encuentro. Sin embargo, así como para operar la salvación en medio de la tierra, vino una sola vez en carne visible, así también, para salvar las almas individuales, viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: Nuestro aliento vital es el Ungido del Señor. Y para que comprendas que esta venida es oculta y espiritual, dice: A su sombra viviremos entre las naciones. En consecuencia, es justo que si el enfermo no puede ir muy lejos al encuentro de médico tan excelente, haga al menos un esfuerzo por alzar la cabeza e incorporarse un tanto en atención al que se acerca.

No tienes necesidad, oh hombre, de atravesar los mares ni de elevarte sobre las nubes y traspasar los Alpes; no, no es tan largo el camino que se te señala: sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo. Pues la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Sal a su encuentro con la compunción del corazón y la confesión sobre los labios, para que al menos salgas del estercolero de tu conciencia miserable, pues sería indigno que entrara allí el Autor de la pureza.

Lo dicho hasta aquí se refiere a aquella venida, con la que se digna iluminar poderosamente las almas de todos y cada uno de los hombres.

 

RESPONSORIO                    Lc 3, 3.6; Heb 10, 37
 
R./ Juan recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: * Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!
V./ Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso.
R./ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!

 

 

 

DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.

 

 PRIMERA LECTURA

 Del libro de Rut 4, 1-22

 La boda

 Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento pasaba por allí el pariente del que había hablado Booz. Lo llamó:

 —Oye, ven y siéntate aquí.

 El otro llegó y se sentó.

 Booz reunió a diez concejales y les dijo:

 Sentaos aquí.

 Y se sentaron.

 Entonces Booz dijo al otro:

 Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: «mprala ante los aquí presentes, los concejales, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti».

 El otro dijo:

 –La compro.

 Booz prosiguió:

 –Al comprarle esa tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.

 Entonces el otro dijo:

 —No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.

 Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel.

 Así que el otro dijo a Booz:

 Cómpralo tú.

 Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Booz dijo a los concejales y a la gente:

 —Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?

 Todos los allí presentes respondieron:

 —Somos testigos.

 Y los concejales añadieron:

 —¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos que construyeron la casa de Israel! ¡Que tenga riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que por los hijos que el Señor te dé de esta joven tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!

 Así fue como Booz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:

 —Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.

 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:

 —¡Noemí ha tenido un niño!

 Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 Lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.

 

RESPONSORIO

R./ Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

V./ Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.

R./ Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

 

SEGUNDA LECTURA

 

San Agustín, obispo, Comentario sobre los salmos (Sal 118, 81; Sermón 20,1)

 

Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra (Sal 118, 81). Bueno es este consumirse, pues indica deseo del bien que aún no se ha conseguido pero la anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje elegido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición (1Pe 2,9); y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de los siglos, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando el cielo.

Testigo de esto es el anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc 2,29-30). Dios lo había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo Señor (cf. Lc 2,26). El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron (Mt 13,17); de suerte que también de ellos es esta voz: Me consumo ansiando tu salvación.

Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin de los siglos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8 vulg), como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el apóstol: Solo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación (2Tim 4,8). Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice a sí mismo: Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en la gloria (Col 3,4). Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio de los siglos, ni cesará hasta el fin de ellos, fuera del tiempo en que el Verbo, hecho hombre, permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. Por eso, en las palabras del salmo, se oye la voz de todo el cuerpo de Cristo que gime en este mundo: Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra. Esta palabra es la promesa. Y es esta la esperanza que hace aguardar con paciencia lo que los creyentes no ven todavía.

 

RESPONSORIO

 R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 (o bien)

 San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

 Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

 Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos impulsos nefandos de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne como dice la Escritura, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

 Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

 Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

 

RESPONSORIO                    Cf. Za 14, 5. 8. 9

R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * El Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 

ORACIÓN

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


EVANGELIOS DOMINGO IV DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 1, 18-24

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 5 en la vigilia de Navidad (CCL 122, 32-36)

¡Oh grande e insondable misterio!

En breves palabras, pero llenas de verismo, describe el evangelista san Mateo el nacimiento del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, por el que el Hijo de Dios, eterno antes del tiempo, apareció en el tiempo Hijo del hombre. Al conducir el evangelista la serie genealógica partiendo de Abrahán para acabar en José, el esposo de María, y enumerar —según el acostumbrado orden de la humana generación— la totalidad así de los genitores como de los engendrados, y disponiéndose a hablar del nacimiento de Cristo, subrayó la enorme diferencia existente entre éste y el resto de los nacimientos: los demás nacimientos se producen por la normal unión del hombre y de la mujer mientras que él, por ser Hijo de Dios, vino al mundo por conducto de una Virgen. Y era conveniente bajo todos los aspectos que, al decidir Dios hacerse hombre para salvar a los hombres, no naciera sino de una virgen, pues era inimaginable que una virgen engendrara a ningún otro, sino a uno que, siendo Dios, ella lo procreara como Hijo.

Mirad —dice—: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»). El nombre que el profeta da al Salvador, «Dios-con-nosotros», indica la doble naturaleza de su única persona. En efecto, el que es Dios nacido del Padre antes de los tiempos, es el mismo que, en la plenitud de los tiempos, se convirtió, en el seno materno, en Emmanuel, esto es, en «Dios-con-nosotros», ya que se dignó asumir la fragilidad de nuestra naturaleza en la unidad de su persona, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, esto es, cuando de modo admirable comenzó a ser lo que nosotros somos, sin dejar de ser lo que era asumiendo de forma tal nuestra naturaleza que no le obligase a perder lo que él era.

Dio, pues, a luz María a su hijo primogénito, es decir, al hijo de su propia carne; dio a luz al que, antes de la creación, había nacido Dios de Dios, y en la humanidad en que fue creado, superaba ampliamente a toda creatura. Y él le puso —dice— por nombre Jesús.

Jesús es el nombre del hijo que nació de la virgen, nombre que significa —según la explicación del ángel— que él iba a salvar a su pueblo de los pecados. Y el que salva de los pecados, salvará igualmente de las corruptelas de alma y cuerpo, secuela del pecado.

La palabra «Cristo» connota la dignidad sacerdotal o regia. En la ley, tanto los sacerdotes como los reyes eran llamados «cristos» por el crisma, es decir, por la unción con el óleo sagrado: eran un signo de quien, al manifestarse en el mundo como verdadero Rey y Pontífice, fue ungido con aceite de júbilo entre todos sus compañeros.

Debido a esta unción o crisma, se le llama Cristo; a los que participan de esta unción, es decir, de esta gracia espiritual, se les llama «cristianos». Que él, por ser nuestro Salvador, nos salve de los pecados; en cuanto Pontífice, nos reconcilie con Dios Padre; en su calidad de Rey se digne darnos el reino eterno de su Padre, Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Is 7, 14; 1 Jn 4, 10
 
R./ Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, * y le pondrá por nombre Enmanuel.
V./ Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
R./ Y le pondrá por nombre Enmanuel.

 


Ciclo B: Lc 1, 26-38

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 3 en el Adviento (CCL 122, 14-17)

Concebirás y darás a luz un hijo

La lectura del santo evangelio que acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien —depuesta la nociva vetustez— podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida, procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol, cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.

Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder temporal. Como dice el Apóstol: El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Y reinará en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal, que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando, al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 38.35
 
R./ María contestó: «He aquí la esclava del Señor; * hágase en mí según tu palabra».
V./ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios.
R./ Hágase en mí según tu palabra.

 


Ciclo C: Lc 1, 39-45

HOMILÍA

Beato Guerrico de Igny, Sermón 2 en el Adviento del Señor (1-4: SC 166, 104-116)

¡Mira que viene el Rey!

Mira que viene el Rey, salgamos al encuentro de nuestro Salvador. Bellamente se expresa Salomón: Agua fresca en garganta sedienta es la buena noticia de tierra lejana. Y ciertamente es buena la noticia que nos anuncia la venida del Salvador, la reconciliación del mundo y los bienes del siglo futuro. Este tipo de noticias son agua refrigerante y bebida saludable de sabiduría para el alma que tiene sed de Dios. Y de hecho, quien anuncia a esa alma la venida u otros misterios del Salvador, le saca y le brinda aguas con gozo de las fuentes de la salvación, de suerte que a quien se lo anuncia –sea éste Isaías u otro o cualquiera de los profetas— parece como si incluso esta alma le respondiera con las palabras de Isabel, ya que ha sido abrevada con el mismo Espíritu que ella: ¿Quién soy yo para que me visite mi Señor? En cuanto tu anuncio llegó a mis oídos, mi espíritu saltó de alegría en mi corazón, tratando de salir al encuentro de Dios su Salvador.

Levántese, pues, nuestro espíritu con gozosa alegría, y corra al encuentro de su Salvador y, desde lejos, adore y salude al que está ya en camino, aclamándolo y diciendo: Ven, Señor, sálvame, y quedaré a salvo; ven, que brille tu rostro y nos salve. Esperamos en ti, sé nuestra salvación en el peligro. Así es como los profetas y los justos, muchos siglos antes, corrían, con el deseo y el afecto, al encuentro de Cristo que estaba por venir, deseando ver, a ser posible, con sus propios ojos lo que vislumbraba su espíritu.

Aguardamos el día aniversario del nacimiento de Cristo que, Dios mediante, se nos ha prometido contemplar próximamente. Y la Escritura parece exigirnos un gozo tal, que nuestro espíritu, elevándose sobre sí mismo, trate en cierto modo de salir al encuentro de Cristo que se acerca, se proyecte con el deseo hacia el porvenir e, incapaz de moratorias, se esfuerce desde ahora en rastrear el futuro. Pues estoy convencido de que los innumerables textos de las Escrituras que nos animan a salir a su encuentro, se refieren no sólo a la segunda, sino también a la primera venida. ¿Cómo? me preguntarás. De esta forma: así como en la segunda venida saldremos a su encuentro con el movimiento y la exultación del cuerpo, así hemos de salirle al encuentro en la primera venida con el afecto y la exultación del corazón.

Y la verdad es que —en este tiempo intermedio que corre entre la primera y la última venida del Señor– esta visita personal del Señor se efectúa con relativa frecuencia, habida cuenta del mérito y del esfuerzo de cada cual, y tiene la misión de conformarnos con la primera venida y prepararnos para la definitiva. Esta es efectivamente la motivación de su actual venida a nosotros: que no se frustre su primera venida a nosotros, ni, en la final, venga airado contra nosotros. Con su primera venida cuida de reformar nuestra propensión a la soberbia, configurándola según el modelo de su humildad, de la que en su primera venida nos dio pruebas fehacientes; y lo hace para después transformar nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, que nos mostrará cuando nuevamente vuelva.

A nosotros, en cambio, hermanos, que todavía no tenemos el consuelo de tan sublime experiencia, para que podamos esperar pacientemente la venida del Señor, consuélenos mientras tanto una fe cierta y una conciencia pura, que pueda decir con la misma dicha y fidelidad de Pablo: Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio, es decir, hasta la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 42.45
 
R./¡Bendita tú entre las mujeres, * y bendito el fruto de tu vientre!
V./ Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
R./ Y bendito el fruto de tu vientre.

 

 


 

 

2. TIEMPO DE NAVIDAD

25 de diciembre
NATIVIDAD DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 40, 1-8

La venida del Señor

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».

Una voz grita:

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos –ha hablado la boca del Señor–».

Dice una voz:

«Grita».

Respondo:

«¿Qué debo gritar?».

«Toda carne es hierba, y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 1 en la Navidad del Señor (13: PL 54,190193

Reconoce, cristiano, tu dignidad

Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Fiesta


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21–6, 4

La vida cristiana en la familia

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Gristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. «Honra a tu padre y a tu madre» es el primer mandamiento, al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra».

Padres, vosotros no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría el Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Hom 3: PG 44, 827-830)

El niño Jesús que nos ha nacido, es la verdadera luz,
la verdadera vida y la justicia verdadera

El niño Jesús que nos ha nacido y que, en los que le reciben, crece diversamente en sabiduría, edad y gracia, no es idéntico en todos, sino que se adapta a la capacidad e idoneidad de cada uno, y en la medida en que es acogido, así aparece o como niño o como adolescente o como perfecto. Es lo que ocurre con el racimo de uvas: no siempre se muestra idéntico en la vid, sino que va cambiando al ritmo de las estaciones: germina, florece, fructifica, madura y se convierte finalmente en vino.

Así pues, la viña, en el fruto todavía no maduro ni apto para convertirse en vino, contiene ya la promesa, pero debe esperar la plenitud de los tiempos. Mientras tanto, el fruto no está en modo alguno desprovisto de atractivo: en vez de halagar al gusto, halaga al olfato; en la espera de la vendimia, conforta los sentidos del alma con la fragancia de la esperanza. La fe cierta y segura de la gracia que espera es motivo de gozo para quienes esperan pacientemente conseguir el objeto de la esperanza. Es exactamente lo que sucede con el racimo de Chipre: promete vino, no siéndolo aún; pero mediante la flor –la flor es la esperanza–, garantiza la gracia futura.

Y como quiera que quien plenamente se adhiere a la ley del Señor y la medita día y noche, se convierte en árbol perenne, pingüe con el frescor de aguas vivas y fructificando a su tiempo, por esta razón la viña del Esposo, que hunde sus raíces en el ubérrimo oasis de Engadí, esto es, en la profunda meditación regada y alimentada por la sagrada Escritura, produjo este racimo pletórico de flor y de vitalidad, fija la mirada en quien lo plantó y lo cultivó. ¡Qué bello cultivo, cuyo fruto refleja la belleza del Esposo!

El es en verdad la verdadera luz, la verdadera vida y la justicia verdadera, como se lee en la Sabiduría y en otros lugares paralelos. Y cuando alguien, con sus obras, se convierte en lo que él es, al contemplar el «racimo» de su conciencia, ve en él al mismo Esposo, pues intuye la luz de la verdad en el esplendor y la pureza de su vida. Por eso dice aquella fértil vid: «Mío es el racimo que florece y germina». El es el verdadero racimo, que a sí mismo se exhibe en el madero y cuya sangre es alimento y salvación para cuantos la beben y se alegran en Cristo Jesús, nuestro Señor, al cual la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



 

29 de diciembre
DÍA V DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Cantar de los cantares 1, 1-12

La Iglesia, esposa de Cristo, anhela el amor de su rey

¡Que me bese con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores, es mejor el olor de tus perfumes. Tu nombre es como un bálsamo fragante, de ti se enamoran las doncellas. ¡Ah, llévame contigo, sí, corriendo; a tu alcoba condúceme, rey mío: a celebrar contigo nuestra fiesta y alabar tus amores más que el vino! ¡Con razón de ti se enamoran!

Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén, como las tiendas de Cadar, los pabellones de Salomón. No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado: enfadados conmigo, mis hermanos de madreme pusieron a guardar sus viñas; y mi viña, la mía, no la supe guardar.

Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado en la siesta, para que no vaya perdida por los rebaños de tus compañeros.

Si no lo sabes, tú, la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pastar tus cabritos en los apriscos de los pastores. Amada, te pareces a la yegua de la carroza del Faraón. ¡Qué bellas tus mejillas con los pendientes, tu cuello con los collares! Te haremos pendientes de oro, incrustados de plata.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Hom 1: PG 44, 765-766.783.786)

Exultemos y alegrémonos en ti

Escuchad el misterio del Cantar de los cantares todos cuantos, siguiendo el consejo de Pablo, os habéis convenientemente despojado del hombre viejo con todas sus obras y seducciones, como si se tratara de un sórdido vestido y, por la pureza de vida, os habéis revestido del resplandeciente ropaje con que el Señor se mostró en el monte de la transfiguración; escuchad cuantos, por la caridad que es su manto, os habéis revestido del mismo Jesucristo, nuestro Señor, y a él os habéis asemejado en la participación de la impasibilidad y en el incremento de divinización. Voy a exponer este tema al tratar de la contemplación mística del Cantar de los cantares. Estas doncellas que crecieron en la virtud y, por su edad, entraron ya en el tálamo de los divinos misterios, aman al Esposo por su belleza y lo atraen hacia sí por el amor. Pues el Esposo es tal que no permanece insensible a este amor y corresponde a su deseo. Y así dice por boca de la Sabiduría: Yo amo a los que me aman (Pr 8,17).

Las almas que, como está escrito, siguen al Señor Dios, se atraen el amor del Esposo, de un esposo que no está sujeto a la corrupción. La causa de su amor es el buen olor del ungüento tras el cual corren sin detenerse, olvidándose de lo que queda atrás y lanzándose a lo que está por delante (F1p 3,13). Tras de ti corremos —dice—, al olor de tus perfumes (Ct 1,3). Cuanto más perfecta es el alma, con tanta mayor vehemencia se lanza a la meta, y así consigue prontamente el objetivo que motivó su carrera, juzgándosela digna de los más recónditos tesoros. Por eso dice: El rey me condujo a su alcoba (Ct 1,3). Pues, al abrigar el deseo de acceder al bien siquiera fugazmente y al conseguir únicamente aquella porción de belleza que se adecua a la intensidad de su deseo, anhela ser juzgada digna, por la iluminación del Verbo, de algo equivalente al beso. Logrado su deseo y admitida por la contemplación a más profundos arcanos, exclama gozosa haber llegado, no sólo al vestíbulo de los bienes, sino a las primicias del Espíritu, gracias al cual —como por un beso— se le ha considerado digna de escrutar las profundidades de Dios y ver y oír en los umbrales del paraíso, como dice el gran san Pablo, cosas que el ojo no puede ver y palabras que no es posible repetir (iCo 2,9; cf 2Co 12,4).

Las palabras que siguen a continuación nos introducen en el misterio de la Iglesia. En efecto, los que primero fueron iluminados por la gracia y primero contemplaron al Verbo y le sirvieron, no se reservaron este bien, sino que transmitieron a la posteridad esa misma gracia. Por eso, a la esposa que primero fue colmada de delicias y tuvo el privilegio de entrar en la alcoba del Esposo y oír de su misma boca aquellas inefables palabras, las doncellas le dicen: Exultemos y alegrémonos en ti (Ct 1,4).



 

30 de diciembre
DÍA VI DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 1, 12—2, 7

Coloquio del Esposo y de la Esposa, esto es,
de Cristo y de la Iglesia

Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume. Mi amado es para mí una bolsa de mirra que descansa en mis pechos; mi amado es para mí como un ramo florido de ciprés de los jardines de Engadí.

¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas.

¡Qué hermoso eres, mi amado, qué dulzura y qué hechizo! Nuestra cama es de frondas y las vigas de casa son de cedro, y el techo de cipreses.

Soy un narciso de Sarón, una azucena de las vegas.

Azucena entre espinas es mi amada entre las muchachas.

Manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los jóvenes: a su sombra quisiera sentarme y comer de sus frutos sabrosos. Me metió en su bodega y contra mí enarbola su bandera de amor. Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡desfallezco de amor! Ponme la mano izquierda bajo la cabeza y abrázame con la derecha.

¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y las gacelas de los campos, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario sobre el Cantar de los cantares (Cap 2: PG 44, 802)

Oración al buen pastor

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues –dice el texto sagrado–, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solicita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.




31 de diciembre
DÍA VII DENTRO DE
LA
OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 2, 8–3, 5

La Esposa busca al Esposo, cuya voz ha oído

¡Oíd, que llega mi amado saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo; es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías.

Habla mi amado y me dice:

«¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos de la higuera, la flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura».

Agarradnos las raposas, las raposas pequeñitas, que destrozan nuestras viñas, nuestras viñas florecidas.

¡Mi amado es mío y yo soy suya, del pastor de azucenas! Mientras sopla la brisa y las sombras se alargan, retorna, amado mío, imita al cervatillo por montes y quebradas.

En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad:

«¿Visteis al amor de mi alma?».

Pero apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo agarré y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas.

¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y gacelas de los campos os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor hasta que él quiera!


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comentario al Cantar de los cantares (Hom 5: PG 44, 859-862.863.874.875)

Dios se ha manifestado en la carne

Oíd, que llega saltando sobre los montes. ¿Cuál es el sentido de estas palabras? Posiblemente nos revelan ya el mensaje evangélico, esto es, la manifestación de la economía del Verbo de Dios, anunciada con anterioridad por los profetas y manifestada mediante la aparición del Señor en la carne. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. La oración une a Dios la naturaleza humana, después de haberla iluminado previamente por medio de los profetas y los preceptos de la ley. De modo que en las «ventanas» vemos prefigurados a los profetas que dan paso a la luz, y en las «celosías» el entramado de los preceptos legales: ambos, ley y profetas, introducen el esplendor de la verdadera luz. Pero la plena iluminación sólo se realizó cuando, a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, se les apareció la verdadera luz por su unión con la naturaleza humana. Así pues, en un primer momento los rayos de las visiones proféticas, reverberando en el alma y acogidos en la mente a través de ventanas y celosías, infunden en nosotros el deseo de contemplar el sol a cielo abierto, para comprobar, en un segundo momento, que el objeto de nuestros deseos se ha convertido en realidad.

¡Levántate, amada mía, hermosa mía, paloma mía, ven a mí! ¡Cuántas verdades nos revela el Verbo en estas pocas palabras! Vemos, en efecto, cómo el Verbo va conduciendo a la esposa de virtud en virtud, como a través de los peldaños de una escalera. Comienza por enviar un rayo de su luz por las ventanas proféticas o por medio de las celosías de los preceptos de la ley, invitándola a que se acerque a la luz; para que se embellezca cual paloma formada en la luz; luego, cuando la esposa ha absorbido toda la belleza de que era capaz, nuevamente, y como si hasta el presente no le hubiera comunicado ningún bien, la atrae a una participación de bienes supereminentes, de suerte que el nivel de perfección ya conseguido aviva ulteriormente su deseo, y debido al esplendor de la belleza ante la que tan pequeña se siente, abriga la sensación de estar apenas iniciando su ascensión hacia Dios.

Por eso, después de haberla despertado, le dice nuevamente: Levántate, y cuando la ve acercarse la anima diciendo: Ven. Pues ni al que de verdad se levanta se le quitará la posibilidad de levantarse de nuevo, ni al que corre tras el Señor le faltará jamás amplio y dilatado espacio para llevar a cabo esta divina carrera. Conviene, pues, estar siempre prontos a levantarnos y a estar a la escucha; conviene no desistir en la carrera, aun cuando estemos próximos a la meta. En resumen: cuantas veces oigamos decir: Levántate y Ven, tantas se nos ofrece la posibilidad de progresar en la bondad.



 

1 de enero
Octava de Navidad

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA
MADRE DE DIOS


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 2, 9-17

Cristo, semejante en todo a sus hermanos

Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.

Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Y en otro lugar: «En él pondré yo mi confianza». Y también: «Aquí estoy yo con los hijos, los que Dios me ha dado».

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 140 (6. 11 CSEL 44; 158-159. 162-163)

Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley

Pero cuando se cumplió el tiempo de que la gracia, oculta en el antiguo Testamento, iba a revelarse en el nuevo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Bajo este nombre comprende la lengua hebrea a cualquier mujer, casada o soltera.

Y para que conozcas a qué hijo envió y quiso que naciese de una mujer, y sepas cuán grande es ese Dios que, por la salvación de los fieles, se dignó asumir nuestra humilde condición, atiende ahora al evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Así pues, este Dios, Palabra de Dios, mediante la cual se hizo todo, es el Hijo de Dios, inmutable, omnipresente, incircunscrito, y, al no ser susceptible de división, está íntegro en todas las partes; está presente incluso en la mente de los impíos, aun cuando ellos no lo vean, de la misma manera que la luz natural no es percibida por los ojos del ciego. Resplandece también entre aquellas tinieblas a que alude el Apóstol, cuando dice: Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor.

Envió, pues, Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Se sometió a la observancia de la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, es decir, a los que la ley tenía como esclavos del pecado por la letra que mata, ya que es imposible cumplir plenamente el precepto sin la vivificación del espíritu. Porque el amor de Dios, que es la plenitud de la ley, ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Por lo cual, después de haber dicho: para rescatar a los que estaban bajo la ley, añadió a renglón seguido: Para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Así distingue la gracia de este beneficio de aquella naturaleza del Hijo, que fue enviado Hijo, no por adopción, sino por generación eterna; de este modo, hecho partícipe de la naturaleza de los hijos de los hombres, puede adoptar a los hombres haciéndoles partícipes de su propia naturaleza. Por esto mismo, al decir: les dio poder para ser hijos de Dios, aclaró el modo para evitar que se interpretase de un nacimiento carnal. Dio semejante poder a los que creen en su nombre y, por la gracia espiritual, renacen no de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, poniendo inmediatamente en evidencia el misterio de esta reciprocidad. Y como si, asombrados por tamaña maravilla, no osáramos aspirar a conseguirla, añade inmediatamente: Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Como si dijera: No desesperéis, oh hombres, de poder llegar un día a ser hijos de Dios, cuando el mismo Hijo de Dios, es decir, la Palabra de Dios, se hizo carne y acampó entre nosotros. Haced otro tanto, espiritualizaos y vivid en aquel que se hizo carne y acampó entre vosotros. En adelante no debemos desesperar nosotros, hombres, de poder llegar a ser, por la participación de la Palabra, hijos de Dios, ahora que el Hijo de Dios ha llegado a ser, por la participación de la carne, hijo del hombre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



 

DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD
entre el 2 y el 5 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el 6 de enero. Las lecturas primera y segunda, del día correspondiente del mes.



2 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 4, 1-5, 1

Cristo desea el amor de la Iglesia, su Esposa

¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos de paloma, por entre el velo; tu pelo es un rebaño de cabras descolgándose por las laderas de Galaad. Son tus dientes un rebaño esquilado recién salido de bañar, cada oveja tiene mellizos, ninguna hay sin corderos. Tus labios son cinta de escarlata, y tu hablar, melodioso; tus sienes, entre el velo, son dos mitades de granada. Es tu cuello la torre de David, construida con sillares, de la que penden miles de escudos, miles de adargas de capitanes. Son tus pechos dos crías mellizas de gacela paciendo entre azucenas.

Mientras sopla la brisa y se alargan las sombras me voy al monte de la mirra, iré por la colina del incienso. ¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto!

Ven desde el Líbano, novia mía, ven; baja del Líbano, desciende de la cumbre del Amaná, de la cumbre del Senir y del Hermón, de las cuevas de los leones, de los montes de las panteras. Me has enamorado, hermana y novia mía, me has enamorado con una sola de tus miradas, con una vuelta de tu collar.

¡Qué bellos tus amores, hermana y novia mía; tus amores son mejores que el vino! Y tu aroma es mejor que los perfumes. Un panal que destila son tus labios, y tienes, novia mía, miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos es fragancia del Líbano.

Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín cerrado, fuente sellada. Tus brotes son jardines de granados con frutos exquisitos, nardo y enebro y azafrán, canela y cinamomo, con árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos y aromas. La fuente del jardín es pozo de agua viva que baja desde el Líbano.

Despierta, cierzo; llégate, austro; orea mi jardín, que exhale perfumes. Entra, amor mío, en tu jardín a comer de sus frutos exquisitos.

Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis amigos.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 15 sobre el Cantar de los cantares (4-6: Opera omnia. Edit. Cister. 1957, 1, 84-86)

Jesús es miel en la boca, melodía en el oído,
júbilo en el corazón

Reconozco este nombre por haberlo leído en Isaías: A sus siervos —dice— les dará otro nombre. El que quiera felicitarse en el país, se felicitará por el Dios veraz. ¡Oh nombre bendito, óleo difundido por doquier! ¿Hasta dónde? Desde el cielo hasta Judea, y desde allí fluye por toda la tierra; y desde todos los confines del orbe la Iglesia canta: Tu nombre es óleo derramado. Y bien derramado ciertamente, puesto que no sólo se difundió por cielos y tierra, sino que alcanzó a los mismos infiernos, de modo que al nombre de Jesús se dobla toda rodilla –en el cielo, en la tierra y en el infierno—, diciendo: Tu nombre es óleo derramado. Ved a Cristo, ved a Jesús: ambos nombres fueron infundidos a los ángeles, ambos difundidos entre los hombres, entre aquellos hombres que, cual bestias, se revolcaban en su propia miseria, salvando así a hombres y animales de acuerdo con la sobreabundante misericordia de Dios. ¡Qué grandeza y qué humildad la de este nombre!

Humilde sí, pero saludable. Si no fuera humilde no se derramaría sobre mí; y si no fuese saludable no me habría rescatado. Soy partícipe de este nombre, y también de su herencia. Soy cristiano, hermano de Cristo soy. Y si soy lo que afirmo, entonces soy heredero de Dios y coheredero con Cristo. Y ¿qué tiene de extraño que el nombre del Esposo sea un nombre derramado, cuando es derramado el mismo Esposo? Pues él se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Finalmente dice: Estoy como agua derramada. La plenitud de la divinidad, habitando corporalmente en la tierra, fue derramada para que cuantos estamos revestidos de un cuerpo mortal participáramos de esta plenitud y, saturados de este perfume vital, exclamáramos: Tu nombre es óleo derramado.

Existe indudablemente una cierta analogía entre el óleo y el nombre del Esposo, y no sin motivo el Espíritu Santo subrayó esta interrelación. No sé si a vosotros se os ocurrirá alguna razón más convincente; yo la descubro en la triple función del óleo: luce, alimenta, unge. Fomenta el fuego, nutre el cuerpo, alivia el dolor: luz, alimento, medicina. Lo mismo podemos afirmar del nombre del Esposo: predicado, ilumina; meditado, nutre; invocado, alivia y unge.

¿De dónde piensas que ha surgido sobre la faz de la tierra una tan grande y súbita luz de fe, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios, en el resplandor de este nombre, a su luz admirable, de modo que, iluminados por ellos y viendo la luz en este resplandor, pueda con razón afirmar Pablo: Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor? El mismo Apóstol recibió el encargo de llevar este nombre ante los reyes y los paganos, y ante los hijos de Israel. Y lo llevaba como una antorcha que iluminaba la patria, y pregonaba por doquier: La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Y lo mostraba a todos como candil sobre el candelero, anunciando por todas partes a Jesús, y éste crucificado.

¡Cómo brilló esta luz y cómo deslumbró los ojos de todos los presentes cuando, saliendo cual relámpago de la boca de Pedro, fortaleció materialmente los pies y los tobillos de un lisiado e iluminó a muchos ciegos en el espíritu! ¿No es cierto que arrojó ascuas encendidas cuando gritó: En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar?

Pero el nombre de Jesús no es solamente luz: es también alimento ¿O es que no te sientes reconfortado cada vez que lo recuerdas? ¿Hay algo que como él nutra adecuadamente el espíritu del que lo medita? ¿Hay algo que como él calme el tumulto de los sentidos, dé vigor a las virtudes, fomente las costumbres buenas y honestas y alimente los castos afectos? Al alma le resulta poco apetitoso cualquier alimento si no va sazonado con este óleo; le resulta insípido si no va condimentado con esta sal. Si escribes, no me sabe a nada si no leo allí el nombre de Jesús; si hablas o predicas, no me sabe a nada si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.



3 de enero

PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 5, 2-6, 3

La esposa busca y alaba al Esposo

Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo a mi amado que me llama:

«Ábreme, amada mía, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío; mis rizos, del relente de la noche».

Ya me quité la túnica, ¿cómo voy a ponérmela de nuevo? Ya me lavé los pies, ¿cómo voy a mancharlos otra vez? Mi amor mete la mano por la abertura: me estremezco al sentirlo, al escucharlo se me escapa el alma.

Ya me he levantado a abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura. Yo misma abro a mi amado; abro, y mi amado se ha marchado ya. Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. Me encontraron los guardias que rondan la ciudad. Me golpearon e hirieron, me quitaron el manto los centinelas de las murallas.

Muchachas de Jerusalén, os conjuro que si encontráis a mi amado le digáis..., ¿qué le diréis?..., que estoy enferma de amor.

¿Qué distingue a tu amado de los otros, tú, la más bella? ¿Qué distingue a tu amado de los otros que así nos conjuras?

Mi amado es blanco y sonrosado, descuella entre diez mil. Su cabeza es de oro, del más puro; sus rizos son racimos de palmera, negros como los cuervos. Sus ojos, dos palomas a la vera del agua que se bañan en leche y se posan al borde de la alberca. Sus mejillas, macizos de bálsamo que exhalan aromas; sus labios son lirios con mirra que fluye. Sus brazos, torneados en oro, engastados con piedras de Tarsis; su cuerpo es de marfil labrado, todo incrustado de zafiros; sus piernas, columnas de mármol apoyadas en plintos de oro.

Gallardo como el Líbano, juvenil como un cedro; es muy dulce su boca, todo él pura delicia. Así es mi amado, mi amigo, muchachas de Jerusalén.

¿Adónde fue tu amado, la más bella de todas las mujeres? ¿Adónde fue tu amado? Queremos buscarlo contigo.

Ha bajado mi amado a su jardín, a los macizos de las balsameras, el pastor de jardines a cortar azucenas. Yo soy para mi amado y mi amado es mío, el pastor de azucenas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 27 sobre el Cantar de los cantares (7.9 Opera omnia. Edit. Cister. 1957,I,186-188)

Habitaré y caminaré con ellos

Luego que el divino Emmanuel implantó en la tierra el magisterio de la doctrina celeste, luego que por Cristo y en Cristo se nos manifestó la imagen visible de aquella celestial Jerusalén, que es nuestra madre, y el esplendor de su belleza, ¿qué es lo que contemplamos sino a la Esposa en el Esposo, admirando en el mismo y único Señor de la gloria al Esposo que se ciñe la corona y a la Esposa que se adorna de sus joyas? El que bajó es efectivamente el mismo que subió, pues nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo: el mismo y único Señor, esposo en la cabeza y esposa en el cuerpo. Y no en vano apareció en la tierra el hombre celestial, él que convirtió en celestiales a muchos hombres terrenales haciéndolos semejantes a él, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: Igual que el celestial son los hombres celestiales.

Desde entonces en la tierra se vive como en el cielo, pues, a imitación de aquella soberana y dichosa criatura, también ésta que viene desde los confines de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, se une al esposo celeste con un vínculo de casto amor; y si bien no le está todavía como aquélla unida por la visión, está ya desposada por la fe, según la promesa de Dios, que dice por el profeta: Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad. Por eso se afana en conformarse más y más al modelo celestial, aprendiendo de él a ser modesta y sobria, pudorosa y santa, paciente y compasiva, aprendiendo finalmente a ser mansa y humilde de corazón. Con semejante conducta procura agradar, aunque ausente, a aquel a quien los ángeles desean contemplar, a fin de que, inflamada de angélico ardor, se comporte como ciudadana de los santos y miembro de la familia de Dios, se comporte como la amada, se comporte como la esposa.

Ven, mi elegida, y pondré en ti mi trono. ¿Por qué te acongojas ahora, alma mía, por qué te me turbas? ¿Crees que podrás disponer en tu interior un lugar para el Señor? Y ¿qué lugar, en nuestro interior, podrá parecernos idóneo para tanta gloria, capaz de tamaña majestad? ¡Ojalá pudiera merecer siquiera adorar al estrado de sus pies! ¡Quién me diera seguir al menos las huellas de cualquier alma santa, que el Señor se escogió como heredad! Mas si él se dignase derramar en mi alma la unción de su misericordia, y dilatarla como se dilata una piel engrasada, de modo que también yo pudiera decir: Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón, quizá pudiera a mi vez mostrarle en mí mismo, si no una sala grande arreglada con divanes, donde pueda sentarse a la mesa con sus discípulos, sí al menos un lugar donde pueda reclinar su cabeza. Veo en lontananza a aquellas almas realmente dichosas, de las cuales se ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos.



4 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 6, 4-7, 10

Alabanza de la Esposa

Eres bella, amiga mía, como Tirsá, igual que Jerusalén tu hermosura; terrible como escuadrón a banderas desplegadas. ¡Aparta de mí tus ojos, que me turban! Tus cabellos son un hato de cabras que se descuelgan por las cuestas de Galaad; y la hilera de tus dientes como un rebaño esquilado, recién salido del baño: cada oveja con mellizos y ninguna sin corderos. Tus sienes, por entre el velo, dos mitades de granada.

Si sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, sin número las doncellas, una sola es mi paloma, sin defecto; una sola, predilecta de su madre. Al verla, la felicitan las muchachas, y la alaban las reinas y concubinas.

¿Quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas?

Bajé a mi nogueral a examinar los brotes de la vega, a ver si ya las vides florecían, a ver si ya se abrían los botones de los granados; y, sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe.

Vuélvete, vuélvete, Sulamita; vuélvete, vuélvete, para que te veamos.

¿Qué miráis en la Sulamita cuando danza en medio de dos coros?

Tus pies hermosos en las sandalias, hija de príncipe; esa curva de tus caderas como collares, labor de orfebre; tu ombligo, una copa redonda, rebosando de licor; y tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas; tus pechos, como crías mellizas de gacela; tu cuello es una torre de marfil; tu cabeza se yergue semejante al Carmelo; tus ojos, dos albercas de Jesbón, junto a la Puerta Mayor; es el perfil de tu nariz igual que el saliente del Líbano, que mira hacia Damasco; tus cabellos de púrpura, con trenzas, cautivan a un rey.

¡Qué hermosa estás, qué bella, qué delicia en tu amor! Tu talla es de palmera; tus pechos, los racimos. Yo pensé: treparé a la palmera a coger sus dátiles; son para mí tus pechos como racimos de uvas; tu aliento, como aroma de manzanas. ¡Ay, tu boca es vino generoso que fluye acariciando y moja los labios y los dientes!


SEGUNDA LECTURA

Julián de Vézelay, Sermón 1 sobre la Navidad (SC 192, 45.52.60)

Venga también ahora la Palabra del Señor a quienes la
esperamos en silencio

Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa descendió desde el trono real de los cielos. Este texto de la Escritura se refiere a aquel sacratísimo tiempo en que la Palabra todopoderosa de Dios vino a nosotros para anunciarnos la salvación, descendiendo del seno y del corazón del Padre a las entrañas de una madre. Pues Dios, que en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo, de quien dijo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo. Descendió, pues, a nosotros la Palabra de Dios desde el trono real de los cielos, humillándose para enaltecernos, haciéndose pobre para enriquecernos, encarnándose para deificamos.

Y para que el pueblo que iba a ser redimido abrigara una confiada esperanza en la venida y la eficacia de esta Palabra, es calificada de todopoderosa. Tu Palabra —dice–todopoderosa. Ya que si esta Palabra no fuera todopoderosa, el hombre condenado y sujeto a toda clase de miserias no sabría esperar con esperanza firme ser por ella liberado del pecado y de la pena del pecado. Así pues, para que el hombre perdido estuviera cierto de su salvación, se califica de todopoderosa a la Palabra que venía a salvarlo.

Y fíjate hasta qué punto es todopoderosa: no existía el cielo ni las maravillas que hay bajo el cielo; ella lo dijo y existió. Hecho de la nada por la omnipotencia de esta Palabra, que, sin solución de continuidad, creó simultáneamente la materia junto con la forma. Dijo la Palabra: Hágase el mundo, y el mundo existió. Dijo: Hágase el hombre, y el hombre existió.

Ahora bien: la recreación no fue tan fácil como la creación: creó imperando, recreó muriendo; creó mandando, recreó padeciendo. Vuestros pecados —dice— me han dado mucho quehacer. No me causó fatiga la administración y el gobierno de la máquina del universo, pues alcanzo con vigor de extremo a extremo y gobierno el universo con acierto. Sólo el hombre, violando continuamente la ley dada y establecida por mí, me ha dado quehacer con sus pecados. Ved por qué, bajando del trono real, no desdeñé el seno de la virgen ni hacerme uno con el hombre en su abyección. Recién nacido, se me envuelve en pañales y se me acuesta en un pesebre porque en la posada no se encontró sitio para el Creador del mundo.

Así pues, todo estaba en el más profundo silencio: callaban en efecto los profetas que lo habían anunciado, callaban los apóstoles que habían de anunciarlo. En medio de este silencio que hacía de intermediario entre ambas predicaciones, se percibía el clamor de los que ya lo habían predicado y el de aquellos que muy pronto habían de predicarlo. Pues mientras un silencio sereno lo envolvía todo, la Palabra todopoderosa, esto es, el Verbo del Padre, descendió desde el trono real de los cielos. Con expresión feliz se nos dice que en medio del silencio vino el mediador entre Dios y los hombres: hombre a los hombres, mortal a los mortales, para salvar con su muerte a los muertos.

Y ésta es mi oración: que venga también ahora la Palabra del Señor a quienes le esperamos en silencio; que escuchemos lo que el Señor Dios nos dice en nuestro interior. Callen las pasiones carnales y el estrépito inoportuno; callen también las fantasías de la loca imaginación, para poder escuchar atentamente lo que nos dice el Espíritu, para escuchar la voz que nos viene de lo alto. Pues nos habla continuamente con el Espíritu de vida y se hace voz sobre el firmamento que se cierne sobre el ápice de nuestro espíritu; pero nosotros, que tenemos la atención fija en otra parte, no escuchamos al Espíritu que nos habla.



5 de enero


PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares 7, 11-8, 7

Últimas palabras de la Esposa y elogio del amor

Yo soy de mi amado y él me busca con pasión. Amado mío, ven, vamos al campo, al abrigo de los enebros pasaremos la noche, madrugaremos para ver las viñas, para ver si las viñas florecen, si ya se abren las yemas y si echan flores los granados, y allí te daré mi amor... Perfuman las mandrágoras y a la puerta hay mil frutas deleitosas, frutas secas que he guardado, mi amado, para ti.

¡Oh si fueras mi hermano y criado a los pechos de mi madre! ¡Al verte por la calle te besaría sin temor a burlas, te metería en casa de mi madre, en la alcoba en que me crió, te daría a beber vino aromado, licor de mis granados. Pone la mano izquierda bajo mi cabeza y me abraza con la derecha.

¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor hasta que él quiera!

¿Quién es esa que sube del desierto apoyada en su amado? Bajo el manzano te desperté, allí donde tu madre te dio a luz con dolores de parto.

Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, escruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina; las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa se haría despreciable.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 31 sobre el Cantar de los cantares 8-10 (Opera omnia. Edit Cisterc. 1957, I, 224-226)

Él es el pastor, él es pasto, él es la redención

Por todas las páginas de este Cántico encontrarás al Verbo oculto bajo el florido ropaje de imágenes de este tipo. Por esta razón, cuando el profeta dice: Al ungido del Señor, al que era nuestro aliento: a su sombra viviremos entre los pueblos, pienso que quiere decirnos que ahora vemos como en un espejo de adivinar, sin llegar todavía al cara a cara. Y esto precisamente mientras vivimos entre los pueblos, pues cuando vivamos entre los ángeles será otra cosa. Entonces, en posesión ya de una inalterable felicidad, veremos como ellos a Dios tal cual es, es decir, no a través de sombras, sino en su esencia divina.

Y así como afirmamos que los antiguos vivieron entre sombras y figuras, mientras que a nosotros nos ha inundado la luz de la misma verdad gracias a Cristo presente en la carne, así también creo que no habrá nadie que niegue que, en comparación con la vida venidera, nosotros mismos vivimos en el entretanto en una especie de penumbra de la verdad, a no ser que quiera contradecir al Apóstol cuando afirma: Inmaduro es nuestro conocer e inmadura nuestra profecía; y aquello: No es que haya conseguido el premio. ¿Cómo no va a haber diferencia entre el que camina en la fe y el que goza ya de la visión? Así pues, el justo vive de la fe, el santo goza en la visión. De aquí que el hombre santo vive aquí en la tierra en la sombra de Cristo, mientras el santo ángel se gloría de la espléndida luz de la gloria.

La sombra de la fe es providencial, pues acomoda el volumen luminoso a la capacidad del ojo débil y lo prepara para los esplendores de la luz. Está escrito en efecto: Ha purificado sus corazones con la fe. Pues la fe no apaga la luz, sino que la conserva. La sombra de la fe me preserva, custodiado en el secreto de su fidelidad, todo lo que el ángel ve abiertamente, para revelármelo a su debido tiempo. Por lo demás, la misma Madre de Dios vivía en la sombra de la fe, pues que se le dijo: Dichosa tú, que has creído. Tuvo además la sombra que proyectaba el cuerpo de Cristo la que oyó: La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y no puede ser despreciable la sombra proyectada por la fuerza del Altísimo. Hay en la carne de Cristo una verdadera fuerza, que cubrió a la Virgen con su sombra, hasta el punto de que lo que era imposible para una mujer mortal, una vez concebido el cuerpo vivificante, fue hecha capaz de ser portadora de la presencia de la majestad y de soportar la luz inaccesible. Es una fuerza tal, que desarticula todas las fuerzas enemigas. Fuerza y sombra que pone en fuga a los demonios y protege a los hombres. Mejor dicho: fuerza que vigoriza, sombra que refresca.

Así, pues, vivimos en la sombra de Cristo cuantos caminamos en la fe y nos alimentamos de su carne para tener vida, porque la carne de Cristo es verdadera comida. Y quién sabe si precisamente por esto Cristo es descrito en este pasaje con el atuendo de pastor, al que la esposa se dirige, como a un pastor cualquiera, diciéndole: Avísame dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado en la siesta. Buen pastor que da su vida por sus ovejas. Da su vida por ellas: la vida como precio, la carne como alimento. ¡Qué maravilla! El es el pastor, él es el pasto, él es la redención.



6 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae en los días 7 u 8.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Profeta Isaías 42, 1-8

El siervo humilde del Señor

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos».
 

SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón 3 en la manifestación del Señor (PL 195, 228-229)

¡Levántate, brilla, que llega tu luz!

Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. Ésta es la Jerusalén que el Señor Jesús, que es la verdadera y suprema paz, construye con piedras vivas; la Jerusalén que tiende a su contemplación, en la firme creencia de que con su visión será definitivamente dichosa. Esta Jerusalén es la santa Iglesia, es cualquier comunidad santa, es cualquier alma santa.

Levántate –dice–, brilla, Jerusalén. Con razón se le dice: Levántate a la que yacía; con razón se le dice: brilla a la que estaba ciega. Yacía ciega en las tinieblas, en los errores, en la iniquidad. Y se le dice: Levántate, porque ya se había inclinado el que iba a levantarla; se le dice: brilla, porque estaba ya presente el que iba a iluminarla. ¿Qué otra cosa nos grita hoy la nueva estrella desde el cielo, sino: Levántate, brilla? La señal del nacimiento del Señor apareció en el cielo para que del amor a las cosas terrenales nos elevemos al amor de las cosas celestiales. Y esta señal fue una estrella, para que comprendiéramos que su nacimiento nos iba a iluminar.

Ahora bien: ¿a quién gritaba la estrella su mensaje? Indudablemente a aquella reina Jerusalén, que vino solícita de los confines de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, cuyo nombre significa pacífico. Por eso aquélla es verdaderamente Jerusalén, es decir, visión de paz, porque venía a ver al pacífico. Esta reina simboliza la Iglesia formada por los paganos, pues ella misma era pagana. A su vez, la Iglesia es indudablemente reina, pues rige a gran cantidad de pueblos y naciones. De ella dice David: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro.

Esta Iglesia comienza a nacer hoy entre aquellos paganos que vieron la estrella y comprendieron su significado. Así pues, esta reina viene hoy desde los confines de la tierra para contemplar a aquel de quien se dijo: Y aquí hay uno que es más que Salomón. Realmente era más que Salomón, porque aquél era simplemente Salomón, esto es, pacífico, mientras que éste es de tal modo pacífico, que es al mismo tiempo la paz en persona, como dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Y así, se llama a nuestra reina Jerusalén, es decir, visión de paz, porque hacia la paz se dirigía presurosa. Y muy expresivamente también se le llama a nuestra reina, reina de Saba, pues Saba significa cautividad. La Iglesia es efectivamente reina de Saba, puesto que ordena y conduce con acierto este pueblo cautivo, con el cual peregrina lejos de aquel reino, en el que no existe ni cautividad ni miseria. Reino que ella misma recibirá el día del juicio, cuando el Señor le diga: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Esta reina, es decir, la Iglesia santa formada por los paganos, hasta que llegó este día yacía en tinieblas; hasta que llegó este día permaneció ciega. Pero hoy se le dice: Levántate, brilla.



7
de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae el día 8.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 54, 1-17

Alegría y hermosura de la nueva ciudad

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas, porque te extenderás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte; no te sonrojes, que no te afrentarán. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, ya no recordarás la afrenta de tu viudez. El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero –dice el Señor, tu redentor–.

Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–.

¡Afligida, zarandeada, desconsolada! Mira, yo mismo coloco tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos. Tendrás firme asiento en la justicia. Estarás lejos de la opresión, y no tendrás que temer; y del terror, que no se te acercará.

Si alguien te asedia, no es de parte mía; si lucha contigo caerá frente a ti. Yo he creado al herrero que sopla en las brasas y saca una herramienta; y yo he creado al devastador funesto: ninguna arma forjada contra ti resultará, ninguna lengua que te acuse en juicio logrará condenarte. Esta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la victoria que yo les doy —oráculo del Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 1 en alabanza de santa María (4.5.6.9.10 PG 65, 683-687.690-691)

Venía a salvar, pero le era también necesario morir

Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo —como nos enseña la fe— Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. Adoptó por madre a una esclava quien por naturaleza no conoce madre y que, sin embargo, apareció sobre la tierra sin padre, según la economía divina.

Observa en primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo. Ni siquiera un ángel hubiera podido redimir al género humano: el precio del rescate no hubiera sido suficiente. No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa para sacar al hombre del pecado.

¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

¡Oh prodigio realmente estupendo! Negoció y obtuvo para los demás la inmortalidad el que por naturaleza era inmortal. A nivel de encarnación, jamás existió, ni existe ni existirá un ser semejante, a excepción del nacido de María, Dios y hombre: y no sólo por el mero hecho de haberse adecuado a la multitud de reos susceptibles de redención, sino porque era, bajo tantos aspectos, superior a ellos. Pues en cuanto Hijo, conserva inmutable la misma naturaleza que su Padre; como creador del universo, posee plenos poderes; como misericordioso, posee una inmensa e inagotable misericordia; finalmente, como pontífice, está a nuestro lado cual idóneo intercesor. Bajo cualquiera de estos aspectos, jamás hallarás ningún otro que se le pueda comparar. Considera, por ejemplo, su clemencia: Entregado espontáneamente y condenado a muerte, destruyó la muerte que hubieran debido sufrir los que le crucificaban; trocó en saludable la perfidia de quienes lo mataban y que se convertían por eso mismo en obradores de iniquidad.

Venía a salvar, pero le era también necesario morir. Siendo Dios, el Emmanuel se hizo hombre; la naturaleza que era nos trajo la salvación, la naturaleza asumida soportó la pasión y la muerte. El que está en el seno del Padre es el mismo que se encarna en el seno de la madre; el que reposa en el regazo de la madre es el mismo que camina sobre las alas del viento. El mismo que en los cielos es adorado por los ángeles, en la tierra se sienta a una misma mesa con los recaudadores.

¡Oh gran misterio! Veo los milagros y proclamo la divinidad; contemplo sus sufrimientos y no niego la humanidad. Además, el Emmanuel, en cuanto hombre, abrió las puertas de la humanidad, pero en cuanto Dios ni violó ni rompió los sellos de la virginidad. Más aún: salió del útero como entró por el oído: nació del modo como fue concebido. Entró sin pasión y salió sin corrupción.

 

 

2. TIEMPO DE NAVIDAD

25 de diciembre

NATIVIDAD DEL SEÑOR
Solemnidad

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 9, 1-6

La liberación

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.

Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.

Porque la bota que pisa con estrépito y la capa empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego.

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre:

Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz.

Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino.

Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre.

El celo del Señor lo realizará.

 

 RESPONSORIO    Cf. Lc 1, 45
 
R./ Dichosa es María, Madre de Dios, cuyo seno ha quedado intacto: * hoy ha dado a luz el Salvador del mundo.
V./ Dichosa la que ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor.
R./ hoy ha dado a luz el Salvador del mundo.
 
 

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 149 (PL 52, 598-599)

Paz es el nombre personal de Cristo

Al llegar el Señor y Salvador nuestro, y al hacer su aparición corporal, los ángeles, dirigiendo los coros celestiales, evangelizaban a los pastores diciendo: Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo. Utilizando las mismas palabras de los santos ángeles, también nosotros os anunciamos una gran alegría. Hoy, en efecto, la Iglesia está en paz; hoy la nave de la Iglesia ha llegado a puerto; hoy, carísimos, es ensalzado el pueblo de Dios y humillados los enemigos de la verdad; hoy Cristo se alegra y el diablo gime; hoy los ángeles viven en la exultación y los demonios están en la confusión. ¿Qué más diré? Hoy Cristo, que es el rey de la paz, enarbolando su paz puso en fuga las divisiones, llenó de confusión a la discordia y, como al cielo con el esplendor del sol, así ilumina a la Iglesia con el fulgor de la paz. Porque hoy os ha nacido un salvador.

¡Qué deseable es la paz! ¡Qué fundamento más estable es la paz para la religión cristiana y qué ornato celeste para el altar del Señor! ¿Qué podríamos decir en elogio de la paz? La paz es el nombre personal de Cristo, como dice el Apóstol: Cristo es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Ahora bien: así como ante la visita de un rey se limpian las plazas y toda la ciudad es un festín de luces y flores, de modo que no haya nada que ofenda la vista del ilustre visitante, lo mismo ahora: ante la venida de Cristo, rey de la paz, hay que quitar de en medio toda tristeza y, ante el resplandor de la verdad, debe ponerse en fuga la mentira, desaparecer la discordia, resplandecer la concordia.

Por eso, aun cuando en la tierra los santos hacen el panegírico de la paz, donde sus elogios logran la cota máxima es en el cielo: la alaban los santos ángeles y dicen: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Ya veis, hermanos, cómo todas las criaturas del cielo y de la tierra se intercambian el don de la paz: los ángeles del cielo anuncian la paz a la tierra, y los santos de la tierra alaban al unísono a Cristo, que es nuestra paz, ascendido ya a los cielos; y los místicos coros cantan a una sola voz: ¡Hosanna en el cielo!

Digamos, pues, también nosotros con los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, que humilló al diablo y exaltó a Cristo; gloria a Dios en el cielo, que puso en fuga a la discordia y consolidó la paz.

 

RESPONSORIO   
 
R./ Hoy desciende desde el cielo sobre nosotros la paz verdadera: * hoy los cielos destilan miel por todo el mundo.
V./ Amaneció para nosotros el día de una nueva redención, día que fue preparado desde siglos, alegría sin fin.
R./ hoy los cielos destilan miel por todo el mundo.


 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-6, 4

La vida cristiana en la familia

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.

Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. «Honra a tu padre y a tu madre es el primer mandamiento al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra».

Padres, vosotros no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría el Señor.

 

RESPONSORIO                    Cf. Ef 6, 1-2.3; Lc 2, 51
 
R./ Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, * honrad al padre y a la madre porque esto es justo.
V./ Jesús partió con ellos a Nazaret y les estaba sometido.
R./ Honrad al padre y a la madre porque esto es justo.
 


SEGUNDA LECTURA

Pablo VI, Alocución en Nazaret (5 enero 1964)

El ejemplo de Nazaret

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente, recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

 

   RESPONSORIO                 2Cor 13, 11; Ef 5, 19; Col 3,23
 
R./ Estad alegres, buscad lo que es perfecto, animaos unos a otros, tened un mismo sentir, vivid en paz, * cantad y salmodiad al Señor de todo corazón.
V./ Todo cuanto hagáis, hacerlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
R./ Cantad y salmodiad al Señor de todo corazón.


 
ORACIÓN
 
Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo, concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


29 de diciembre
DÍA V DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,1-14

Acción de gracias y súplica

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre.

En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Este se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la gracia de Dios. Fue Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor en el Espíritu.

Por esta razón, nosotros, desde que nos enteramos, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios.

El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

 

RESPONSORIO                    Col 1, 12. 13; St 1, 17
 
R./ Damos gracias a Dios Padre, * que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
V./ Toda dádiva preciosa y todo don excelente provienen de lo alto, del Creador de los astros.
R./ Que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón en la Epifanía del Señor (1-2: PL 183, 141-143)

En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de la divinidad

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.

 

RESPONSORIO                    Ef 1, 5-6; Rm 8,29
 
R./ Dios nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, * para alabanza de la gloria de su gracia.
V./ A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
R./ Para alabanza de la gloria de su gracia.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca, tú que has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Hijo. Que vive y Reina contigo. Amén.
 
 


 


30 de diciembre
DÍA VI DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 1, 15—2, 3

Cristo, cabeza de la Iglesia; Pablo, su ministro

Hermanos: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. El es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Antes estabais también vosotros alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, Dios os ha reconciliado para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia.. La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que escuchasteis. Es el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, y yo, Pablo, fui nombrado su ministro.

Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza

que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que él me da.

Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer.

 

RESPONSORIO                    Col 1, 18.17
 
R./ Cristo es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia, el primogénito de los que resucitan de entre los muertos, * para qué sea él el primero en todo.
V./ Él es anterior a todo, y todo subsiste en él:
R./ Para qué sea él el primero en todo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Refutación de todas las herejías (Cap 10, 33-34: PG 16, 3452-3453)

La Palabra hecha carne nos diviniza

No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros impulsos del corazón, como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.

Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.

Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios.

Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser conocido por él es la suerte de su elegido.

No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, porque Cristo es el Dios que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya, mostrando, por su impronta en ti, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.

 

RESPONSORIO                    Jn 1,14; Ba 3,38
 
R./ La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único, * lleno de gracia y de verdad.
V./ Apareció en la tierra y vivió entre los hombres,
R./ Lleno de gracia y de verdad.
 
 

ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne, líbranos del yugo con que nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


 


31 de diciembre
DÍA VII DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 2, 4-15

Nuestra fe en Cristo

Hermanos: Que nadie os desoriente con discursos capciosos, pues, aunque corporalmente estoy ausente, mi espíritu está con vosotros, alegrándome de veros en vuestro puesto y de la firmeza de vuestra fe en Cristo.

Por tanto, ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded según él. Arraigados en él, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, y rebosad agradecimiento.

Cuidado con que haya alguno que os capture con esa teoría que es una insulsa patraña forjada y transmitida por hombres, fundada en los elementos del mundo y no en Cristo.

Porque es en Cristo en quien habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él, que es cabeza de todo principado y autoridad, habéis obtenido vuestra plenitud.

Por él fuisteis también circuncidados con una circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con él, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados.

Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo.

 

RESPONSORIO                    Cf. Col 2, 9.10.12
 
R./ En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad: él es Señor de todas las potencias de la tierra y del cielo; * vosotros participáis de su plenitud.
V./ Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en el poder de Dios,
R./ Vosotros participáis de su plenitud.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 6 en la Natividad del Señor (2-3: PL 54, 213-216)

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz

Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo.

Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo,

Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión.

Cualquier hombre que cree –en cualquier parte del mundo–, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.

Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición, nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos.

Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos enseña, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido.

¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor?

La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.

Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación, que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad, sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz: y así dice el Apóstol: El es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

 

RESPONSORIO                    Ef 2, 13-14, 5
 
R./ Vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que * de los dos pueblos hizo uno.
V./ Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca.
R./ De los dos pueblos hizo uno.
 
 

ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que has establecido el principio y plenitud de toda religión en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo, te suplicamos nos concedas la gracia de ser contados entre los miembros vivos de su Cuerpo, porque sólo en él radica la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


 


1 de enero
Octava de Navidad

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA
MADRE DE DIOS


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 2, 9-17

Cristo, semejante en todo a sus hermanos

Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.

Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Y en otro lugar: «En él pondré yo mi confianza». Y también: «Aquí estoy yo con los hijos, los que Dios me ha dado».

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 28
 
R./ Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Creador del universo. * Engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre.
V./ Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.
R./ Engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre.
 


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Carta a Epicteto (5-9: PG 26 1058. 1062-1066)

La Palabra tomó de María nuestra condición

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de para que creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 42
 
R./ No hay alabanza digna de ti, virginidad inmaculada y santa. * Porque en tu seno has llevado al que ni el cielo puede contener.
V./ Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
R./ Porque en tu seno has llevado al que ni el cielo puede contener.
 
 
ORACIÓN
 
Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



 

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el 6 de enero. Las lecturas primera y segunda, del día correspondiente del mes.


 


2 de enero


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 2, 16-3, 4

Vida nueva en Cristo

Hermanos: Nadie tiene que dar juicio sobre lo que coméis o bebéis, ni en cuestión de fiestas, lunas nuevas o sábados. Eso era sombra de lo que tenía que venir; la realidad es Cristo. Que no vaya a descalificaros ninguno que se recrea en humildades y devociones a ángeles, que se enfrasca en sus visiones y se engríe tontamente con las ideas de su carne; ése se desprende de la cabeza, que por las junturas y tendones da al cuerpo entero alimento y cohesión, haciéndolo crecer como Dios quiere.

Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo? No tomes, no pruebes, no toques de cosas que son todas para el uso y consumo, según las consabidas prescripciones y enseñanzas humanas. Eso tiene fama de sabiduría por sus voluntarias devociones, humildades y severidad con el cuerpo; pero no tiene valor ninguno, sirve para cebar la carne.

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra,

 

RESPONSORIO                    Col 3, 1-2; Lc 12, 34
 
R./ Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. * Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
V./ Donde está vuestro tesoro, ahí está vuestro corazón.
R./ Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
 


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo (Cap 26, 61.64: PG 32, 179-182.186)

El Señor vivifica su cuerpo en el Espíritu

De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano, así también la actuación del Espíritu es propia del alma purificada.

Asimismo, como reside la palabra en el alma, unas veces como algo pensado en el corazón, otras veces como algo que se profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo, cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros corazones: Abba (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Ahora bien, así como entendemos el todo distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu según la distribución de sus dones. Ya que todos somos efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos ha sido concedida.

Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que necesitan.

Dios fue quien puso en el cuerpo los miembros, cada uno de ellos como quiso. Y los miembros sienten la misma solicitud unos por otros, en virtud de la comunicación espiritual del mutuo afecto que les es propia. Esa es la razón de que cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.

Del mismo modo, cada uno de nosotros estamos en el Espíritu, como las partes en el todo, ya que hemos sido bautizados en un solo cuerpo, en nombre y virtud de un mismo Espíritu.

Y como al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la samaritana. Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región, pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la hizo cambiar de manera de pensar, al decirle que había que adorar en Espíritu y verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo como la verdad.

De la misma manera que decimos que la adoración tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre, decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que el Espíritu expresa en sí mismo la divinidad del Señor.

Así pues, de modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria de Dios mediante la iluminación del Espíritu; y su huella nos conduce hacia aquel de quien es huella y sello, sin dejar de compartir el mismo ser.

 

 RESPONSORIO                   1Cor 2, 2.10; Ef 3,5
 
R./ No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado. * El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.
V./ Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu.
R./ El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.


 
ORACIÓN
 
Concede, Señor, una fe inquebrantable a tu pueblo, que confiesa y proclama que tu Hijo único, eterno y glorioso como tú, nación de la Virgen María, tomando un cuerpo humano como el nuestro; haz que, por ese misterio inefable, nos veamos libres de las adversidades de esta vida y merezcamos ir después a disfrutar del gozo que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



3 de enero


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 3, 5-16

Vida del hombre renovado en Cristo

Hermanos: Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!

No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

 

RESPONSORIO                    Cf. Ga 3, 27-28
 
R./ Todos los que hemos sido bautizados en Cristo nos hemos revestido de Cristo: * todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.
V./ Ya no hay distinción entre judío y gentil, ni entre libre y esclavo, ni entre hombre y mujer.
R./ Todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 17 sobre el evangelio de san Juan (7-9: CCL 36, 174-175)

El doble precepto de la caridad

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero ee amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponerte primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios —dice— es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. ni luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemosllegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

 

RESPONSORIO                    1Jn 4, 10-11. 16
 
R./ Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. * Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
V./ Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
R./ Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
 
 
ORACIÓN
 
Dios Todopoderoso, tú has dispuesto que por el nacimiento virginal de tu Hijo, su humanidad no quedará sometida a la herencia del pecado: por este admirable misterio, humildemente te rogamos que cuantos hemos renacido en Cristo a una vida nueva, no volvamos otra vez a la vida caduca de la que nos sacaste. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



 

4 de enero


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 3, 17—4, 1

Vida de la familia cristiana

Hermanos: Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos como conviene en el Señor.

Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos humanos, no en lo que se ve, para quedar bien, sino de todo corazón por temor del Señor. Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres: sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. Servid a Cristo Señor. Mirad que al injusto le pagarán sus injusticias, y no hay favoritismos.

Amos, procurad a los esclavos lo que es justo y la igualdad, sabiendo que también vosotros tenéis un amo en el cielo.

 

RESPONSORIO                     Col 3, 17
 
R./ Todo lo que de palabra o de obra realicéis, * sea todo en nombre de Jesús.
V./ Ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
R./ Sea todo en nombre de Jesús.
 


SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Capítulos de las cinco centurias (Centuria 1, 8-13: PG 90,1182-86)

Misterio siempre nuevo

La Palabra de Dios, nacida una vez en la carne (lo que nos indica la querencia de su benignidad y humanidad), vuelve a nacer siempre gustosamente en el espíritu para quienes lo desean; vuelve a hacerse niño, y se vuelve a formar en aquellas virtudes; y la amplitud de su grandeza no disminuye por malevolencia o envidia, sino que se manifiesta a sí mismo en la medida en que sabe que lo puede asimilar el que lo recibe, y así, al mismo tiempo que explora discretamente la capacidad de quienes desean verlo, sigue manteniéndose siempre fuera del alcance de su percepción, a causa de la excelencia del misterio.

Por lo cual, el santo Apóstol, considerando sabiamente la fuerza del misterio, exclama: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre; ya que entendía el misterio como algo siempre nuevo, al que nunca la comprensión de la mente puede hacer envejecer.

Nace Cristo Dios, hecho hombre mediante la incorporación de una carne dotada de alma inteligente; el mismo que había otorgado a las cosas proceder de la nada. Mientras tanto, brilla en lo alto la estrella del Oriente y conduce a los Magos al lugar en que yace la Palabra encarnada; con lo que muestra que hay en la ley y los profetas una palabra místicamente superior, que dirige a las gentes a la suprema luz del conocimiento.

Así pues, la palabra de la ley y de los profetas, entendida alegóricamente, conduce, como una estrella, al pleno conocimiento de Dios a aquellos que fueron llamados por la fuerza de la gracia, de acuerdo con el designio divina

Dios se hace efectivamente hombre perfecto, sin alterar nada de lo que es propio de la naturaleza, a excepción del pecado (pues ni el mismo pecado era propio de la naturaleza).

Se hace efectivamente hombre perfecto a fin de provocar, con la vista del manjar de su, carne, la voracidad insaciable y ávida del dragón infernal; y abatirlo por completo cuando ingiriera una carne que habría de convertírsele en veneno, porque en ella se hallaba oculto el poder de la divinidad. Esta carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana, ya que el mismo poder divino presente en aquélla habría de restituir la naturaleza humana a la gracia primera.

Y así como el dragón, deslizando su veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido con su sabor la naturaleza, de la misma manera, al tratar de devorar la carne del Señor, se vio corrompido y destruido por la virtud de la divinidad que en ella residía.

Inmenso misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre misterio; pues, ¿de qué modo puede la Palabra hecha carne seguir siendo su propia persona esencialmente, siendo así que la misma persona existe al mismo tiempo con todo su ser en Dios Padre? ¿Cómo la Palabra, que es toda ella Dios por naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas: ni de la divina, en cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo hombre?

Sólo la fe capta estos misterios, ella precisamente que es la sustancia y la base de todas aquellas realidades que exceden la percepción y razón de la mente humana en todo su alcance.

 

RESPONSORIO                    Jn 1, 14. 1
 
R./ La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; * y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
V./ Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.
R./ Y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
 
 

ORACIÓN
 
Dios Todopoderoso, que tu Salvador, luz de redención que surge en el cielo, amanezca también en nuestros corazones y los renueve siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


 

5 de enero


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 4, 2-18

Conclusión de la carta

Hermanos: Sed constantes en la oración; que ella os mantenga en vela dando gracias a Dios. Rezad al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos dé ocasión de predicar y de exponer el misterio de Cristo, por el que estoy en la cárcel; pedid que lo publique con el lenguaje que debo.

Con los de fuera proceded con sabiduría, aprovechando las ocasiones; vuestra conversación sea siempre agradable, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno.

De todo lo que a mí se refiere os informará Tíquico, hermano querido, ministro fiel y compañero en el servicio del Señor; os lo mando precisamente para eso, para que sepáis de nosotros y os dé ánimos. Con él va Onésimo, fiel y querido hermano, que es uno de los vuestros; ellos os pondrán al corriente de todo lo que hay por aquí.

Os saluda Aristarco, que está preso conmigo, Marcos, el primo de Bernabé (ya tenéis instrucciones sobre él: en caso que vaya a visitaros, recibidlo), y también Jesús, por otro nombre Justo; éstos son los únicos judíos que trabajan conmigo por el reino de Dios, y han sido un alivio para mí. Os saluda vuestro Epafras, siervo de Cristo Jesús; con sus oraciones no cesa de luchar en favor vuestro para que os mantengáis cabales y convencidos, cualquiera que sea la voluntad de Dios. Yo soy testigo del mucho trabajo que se toma por vosotros y también por los de Laodicea y Hierápolis. Os saludan Lucas, el querido médico, y Dimas.

Saludad a los hermanos de Laodicea, a Ninfa y a la iglesia que se reúne en su casa. Cuando hayáis leído vosotros esta carta, haced que se lea también en la Iglesia de Laodicea, y la de allí leedla también vosotros. Decidle a Arquipo que considere el ministerio que el Señor le ha dado y que lo cumpla.

El saludo, de mi mano: Pablo. Acordaos de que estoy en la cárcel. La gracia esté con vosotros.

 

RESPONSORIO                    Cf. Col 4, 3; cf. Sal 50, 17
 
R./ Oremos unos por otros, para que Dios nos abra una puerta para la predicación de la palabra, * para que podamos anunciar el misterio de Cristo.
V./ El Señor abra nuestros labios, y proclame nuestra boca su alabanza.
R./ Para que podamos anunciar el misterio de Cristo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 194 (3-4: PL 38,1016-1017)

Seremos saciados con la visión de la Palabra

¿Qué ser humano podría conocer todos los tesoros de sabiduría y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque, siendo rico, se hizo pobrepor vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre: pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían quitado.

¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para los que lo temen, y llevó a cabo para los que esperan en él!

Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para reformamos a semejanza de Dios: y, convertido en hijo del hombre –él, que era único Hijo de Dios—, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios; y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los hizo libres para que contemplasen la forma de Dios.

Pues ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven aquellas riquezas divinas sino para colmamos? ¿Y para qué la inmensidad de aquella dulzura sino para saciarnos? Muéstranos al Padre 'y nos basta.

Y en algún salmo, uno de nosotros, o en nosotros, o por nosotros, le dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Pues él y el Padre son una misma cosa: y quien lo ve a él ve también al Padre. De modo que el Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Volviendo a nosotros, nos mostrará su rostro; y nos salvaremos y quedaremos saciados, y eso nos bastará.

Pero mientras eso no suceda, mientras no nos muestre lo que habrá de bastarnos, mientras no le bebamos como fuente de vida y nos saciemos, mientras tengamos que andar en la fe y peregrinemos lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de justicia y anhelamos con inefable ardor la belleza de la forma de Dios, celebremos con devota obsequiosidad el nacimiento de la forma de siervo.

Si no podemos contemplar todavía al que fue engendrado por el Padre antes que el lucero de la mañana, tratemos de acercarnos al que nació de la Virgen en medio de la noche. No comprendemos aún que su nombre dura como el sol; reconozcamos que su tienda ha sido puesta en el sol.

Todavía no podemos contemplar al Único que permanece en su Padre; recordemos al Esposo que sale de su alcoba. Todavía no estamos preparados para el banquete de nuestro Padre; reconozcamos al menos el pesebre de nuestro Señor Jesucristo.

 

RESPONSORIO                    1Jn 1, 2; 5, 20
 
R./ La vida se ha manifestado, y nosotros hemos visto y os anunciamos esta vida eterna, * que estaba con el Padre y se nos ha manifestado.
V./ Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia, para que conozcamos al Dios verdadero y para que estemos en él, su verdadero Hijo, el cual es Dios verdadero y es vida eterna.
R./ Que estaba con el Padre y se nos ha manifestado.


 
ORACIÓN
 
Señor, que has comenzado de modo admirable la obra de la redención de los hombres con el nacimiento de tu Hijo, concédenos, te rogamos, una fe tan sólida que, guiados por el mismo Jesucristo, podamos alcanzar los premios eternos que nos has prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



6 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae en los días 7 u 8.


PRIMERA LECTURA

Como en el año par, p. 130.

SEGUNDA LECTURA

Como en la fiesta del bautismo del Señor, p. 970.



7 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae el día 8.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 61, 1-11

El Espíritu del Señor sobre su siervo

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos.

Los llamarán «Robles del Justo», plantados para gloria del Señor. Reconstruirán las viejas ruinas, levantarán los antiguos escombros; renovarán las ciudades en ruinas, los escombros de muchas generaciones.

Se presentarán extranjeros a pastorear vuestros rebaños, y forasteros serán vuestros labradores y viñadores. Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios». Comeréis la opulencia de los pueblos, y tomaréis posesión de sus riquezas.

A cambio de su vergüenza y sonrojo, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua.

Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen; les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo.

Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con' mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 61,1; Jn 16, 28; 8, 42
 
R./ El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido, me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; * a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad.
V./ Yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado.
R./ A pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 13 del Tiempo (PL 39, 1097-1098)

Dios se hizo hombre para que el hombre
se hiciera Dios

Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios; hoy se hace hombre el Señor de los ángeles para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles.

Hoy se cumple aquella profecía que dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador. El Creador ha sido creado para que fuera encontrado el que se había perdido. Esto es lo que el hombre reconoce en los salmos: Antes de ser humillado, pequé. El hombre pecó y se convirtió en reo; Dios nació como hombre para que fuera liberado el reo. El hombre cayó, pero Dios descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia.

Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre: Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre; la sola palabra de Dios fecunda a aquella que no conoce varón. Es al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu, y no por el amor humano o por la concupiscencia de la carne.

 

RESPONSORIO                    1Jn 4,14; 1,9
 
R./ Nosotros hemos visto y damos testimonio: * El Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo.
V./ Para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.
R./ El Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que con la venida de tu Hijo has hecho resplandecer sobre el mundo un luz nueva, concédenos que así como Jesucristo, al nacer de la Virgen María, ha querido compartir nuestra condición humana, así también nosotros lleguemos a compartir en su reino la gloria de su divinidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

TIEMPO DE EPIFANÍA
6 de enero

o bien
Domingo que ocurre entre los días 2 y 8 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 60, 1-22

Revelación de la gloria del Señor sobre Jerusalén

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

A los rebaños de Cadar los reunirán para ti y los carneros de Nebayot estarán a tu servicio; subirán a mi altar como víctimas gratas, y honraré mi noble casa.

¿Quiénes son ésos. que vuelan como nubes y como palomas al palomar? Son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su plata y su oro, por la fama del Señor, tu Dios, del Santo de Israel, que así te honra.

Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te herí en mi cólera, con mi favor te compadezco.

Tus puertas estarán siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán: para traerte las riquezas de los pueblos guiados por sus reyes. El pueblo y el rey que no se te sometan perecerán, las naciones serán exterminadas.

Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estrado.

Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los que te despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel.

Estuviste abandonada, aborrecida y deshabitada, pero te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las edades.

Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo, el Señor, soy tu salvador, que el Héroe de Jacob es tu redentor.

En vez de bronce te traeré oro, en vez de hierro te traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por magistrados la paz, y por gobernantes la justicia.

No se oirán más violencias en tu tierra, ni dentro de tus fronteras ruina o destrucción; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas «Alabanza».

Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua y se cumplirán los días de tu luto.

En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía.

El pequeño crecerá hasta mil, y el menor se hará pueblo numeroso: Yo soy el Señor y apresuraré el plazo.
 

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 66 (3-5 CSEL 22, 271-273)

¡Oh Dios, que te alaben los pueblos!

Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y tenga piedad de nosotros. Necesitamos la bendición de Dios para que su rostro nos ilumine, para que la luz de su conocimiento irradie sobre nuestros corazones entenebrecidos, para que el espíritu de su majestad disipe la oscuridad de nuestra inteligencia y así podamos gloriarnos diciendo: Brille sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. Esta iluminación de su rostro sobre nosotros es don de su misericordia, misericordia que inició su obra en nosotros con la remisión de los pecados. Las palabras que siguen a continuación nos aclaran el por qué se pide la iluminación del rostro de Dios sobre nosotros.

Para que conozcamos en la tierra tus caminos y en todos los pueblos tu salvación. Según la correcta versión griega, pedimos ser iluminados por el rostro de Dios para que sea conocido en la tierra el camino de Dios, que es la doctrina de la vida religiosa: por ella, en efecto, se camina hacia Dios. Y la doctrina de la vida religiosa es Cristo. En los evangelios él mismo se identifica con esa doctrina al decir: Yo soy la verdad, y el camino, y la vida. Y de nuevo: Nadie va al Padre sino por mí.

Que Jesús sea el salvador, basta analizar el significado de la palabra para caer en la cuenta, pues en hebreo Jesús significa salvador. La confirmación de este aserto la tenemos en lo que dice el ángel hablando con José de María: Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Así pues, el ángel afirma que la razón de que se le llame Jesús es porque él está llamado a ser el salvador del pueblo. Los apóstoles se confiesan incapaces de predicar el mensaje evangélico si no son iluminados, si no irradian algo del esplendor del rostro del Señor. Pues, según el evangelio, también ellos son luz del mundo.

Pero el Señor es la luz verdadera que ilumina a apóstoles y profetas para que también ellos puedan ser luz. A toda esta predicación profética y apostólica debe seguir la alabanza de los pueblos y la alegría por la remisión de los pecados; y no tan sólo por la remisión de los pecados, sino también por la certeza de que el mismo que ha perdonado los pecados juzgará a los pueblos con equidad, y conducirá por el camino de la vida a todas las naciones de la tierra que, abandonando el error de la idolatría, son instruidas en el conocimiento de Dios. Por eso añade el salmista: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra.

La expresión «que te alaben los pueblos» parece designar a los creyentes o a los que en el futuro creerán procedentes de las doce tribus de Israel, mientras que las palabras «que todos los pueblos te alaben» no excluyen a pueblo alguno. El texto «cantan de alegría las naciones, porque rige el mundo con justicia y gobierna las naciones de la tierra» indica como causa de la alegría la esperanza del juicio eterno y el ingreso de las naciones en el camino de la vida.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



7 de enero
o bien
LUNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 54, 1-17

Alegría y hermosura de la nueva ciudad

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas, porque te extenderás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte; no te sonrojes, que no te afrentarán. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, ya no recordarás la afrenta de tu viudez. El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero –dice el Señor, tu redentor–.

Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–.

¡Afligida, zarandeada, desconsolada! Mira, yo mismo coloco tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos. Tendrás firme asiento en la justicia. Estarás lejos de la opresión, y no tendrás que temer; y del terror, que no se te acercará.

Si alguien te asedia, no es de parte mía; si lucha contigo caerá frente a ti. Yo he creado al herrero que sopla en las brasas y saca una herramienta; y yo he creado al devastador funesto: ninguna arma forjada contra ti resultará, ninguna lengua que te acuse en juicio logrará condenarte. Esta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la victoria que yo les doy —oráculo del Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 1 en alabanza de santa María (4.5.6.9.10 PG 65, 683-687.690-691)

Venía a salvar, pero le era también necesario morir

Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo —como nos enseña la fe— Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. Adoptó por madre a una esclava quien por naturaleza no conoce madre y que, sin embargo, apareció sobre la tierra sin padre, según la economía divina.

Observa en primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo. Ni siquiera un ángel hubiera podido redimir al género humano: el precio del rescate no hubiera sido suficiente. No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa para sacar al hombre del pecado.

¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

¡Oh prodigio realmente estupendo! Negoció y obtuvo para los demás la inmortalidad el que por naturaleza era inmortal. A nivel de encarnación, jamás existió, ni existe ni existirá un ser semejante, a excepción del nacido de María, Dios y hombre: y no sólo por el mero hecho de haberse adecuado a la multitud de reos susceptibles de redención, sino porque era, bajo tantos aspectos, superior a ellos. Pues en cuanto Hijo, conserva inmutable la misma naturaleza que su Padre; como creador del universo, posee plenos poderes; como misericordioso, posee una inmensa e inagotable misericordia; finalmente, como pontífice, está a nuestro lado cual idóneo intercesor. Bajo cualquiera de estos aspectos, jamás hallarás ningún otro que se le pueda comparar. Considera, por ejemplo, su clemencia: Entregado espontáneamente y condenado a muerte, destruyó la muerte que hubieran debido sufrir los que le crucificaban; trocó en saludable la perfidia de quienes lo mataban y que se convertían por eso mismo en obradores de iniquidad.

Venía a salvar, pero le era también necesario morir. Siendo Dios, el Emmanuel se hizo hombre; la naturaleza que era nos trajo la salvación, la naturaleza asumida soportó la pasión y la muerte. El que está en el seno del Padre es el mismo que se encarna en el seno de la madre; el que reposa en el regazo de la madre es el mismo que camina sobre las alas del viento. El mismo que en los cielos es adorado por los ángeles, en la tierra se sienta a una misma mesa con los recaudadores.

¡Oh gran misterio! Veo los milagros y proclamo la divinidad; contemplo sus sufrimientos y no niego la humanidad. Además, el Emmanuel, en cuanto hombre, abrió las puertas de la humanidad, pero en cuanto Dios ni violó ni rompió los sellos de la virginidad. Más aún: salió del útero como entró por el oído: nació del modo como fue concebido. Entró sin pasión y salió sin corrupción.



8 de enero
o bien
MARTES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 55, 1-13

La alianza eterna se ofrece a todos
en la palabra del Señor

Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar; vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David: a él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones; tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti: por el Señor tu Dios; por el santo de Israel, que te honra.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más que vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo

Saldréis con alegría, os llevarán seguros: montes y colinas romperán a cantar ante vosotros y aplaudirán los árboles silvestres. En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán: serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero.


SEGUNDA LECTURA

San Fulberto de Chartres, Carta 5 (PL 141, 198-199)

El misterio de nuestra salvación

No nos resulta difícil sopesar la diversidad de naturalezas en Cristo. En efecto: uno es el nacimiento o la naturaleza en que, en frase de san Pablo, nació de una mujer, nació bajo la ley; otra por la que en el principio estaba junto a Dios; una es la naturaleza por la que, engendrado de la virgen María, vivió humilde en la tierra, y otra por la que, eterno y sin principio, creó el cielo y la tierra; una es la naturaleza en la que se afirma que fue presa de la tristeza, que el cansancio le rindió, que padeció hambre, que lloró, y otra en virtud de la cual curó paralíticos, hizo caminar a los tullidos, dio la vista al ciego de nacimiento, calmó con su imperio las turgentes olas, resucitó muertos.

Siendo así las cosas, es necesario que quien desee llevar el nombre de cristiano con coherencia y sin perjuicio personal, confiese que Cristo, en quien reconocemos dos naturalezas, es a la vez verdadero Dios y hombre verdadero. Así, una vez asegurada la verdad de las dos naturalezas, la fe verdadera no confunda ni divida a Cristo, verdadero en los dolores de su humanidad y verdadero en los poderes de su divinidad. Pues en él la unidad de persona no tolera división y la realidad de la doble naturaleza no admite confusión. En él no subsisten separados Dios y hombre, sino que Cristo es al mismo tiempo Dios y hombre. Efectivamente, Cristo es el mismo Dios que con su divinidad destruyó la muerte; el mismo Hijo de Dios que no podía morir en su divinidad, murió en la carne mortal que el Dios inmortal había asumido; y este mismo Cristo Hijo de Dios, muerto en la carne, resucitó, pues muriendo en la carne, no perdió la inmortalidad de su divinidad.

Sabemos con plena certeza que, siendo pecadores por el primer nacimiento, el segundo nos ha purificado; siendo cautivos por el primer nacimiento, el segundo nos ha liberado; siendo terrenos por el primer nacimiento, el segundo nos hace celestes; siendo carnales por el vicio del primer nacimiento, el beneficio del segundo nacimiento nos hace espirituales; por el primer nacimiento somos hijos de ira, por el segundo nacimiento somos hijos de gracia. Por tanto, todo el que atenta contra la santidad del bautismo, sepa que está ofendiendo al mismo Dios, que dijo: El que no nazca de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

Constituye, por tanto, una gracia de la doctrina de la salvación, conocer la profundidad del misterio del bautismo, del que el Apóstol afirma: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Conmorir y ser sepultados con Cristo tiene como meta poder resucitar con él, poder vivir con él.



9 de enero
o bien
MIÉRCOLES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 56, 1-8

Extranjeros y eunucos, admitidos en la casa del Señor

Así dice el Señor:

Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria.

Dichoso el hombre que obra así, dichoso el mortal que persevera en ello, que guarda el sábado sin profanarlo y guarda su mano de obrar el mal.

No diga el extranjero que se ha dado al Señor: «El Señor me excluirá de su pueblo». No diga el eunuco: «Yo soy un árbol seco». Porque así dice el Señor:

A los eunucos que guardan mis sábados, que deciden lo que me agrada y perseveran en mi alianza, les daré en mi casa y en mis murallas un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no se extinguirá.

A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 36 (1-2 CCL 138, 195-196)

Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios

El día en que Cristo, Salvador del mundo, se manifestó por primera vez a los paganos, hemos de celebrarlo,amadísimos, con todos los honores y sentir allá en el hondón de nuestro corazón el gozo que sintieron los tres magos cuando, incitados y guiados por la nueva estrella, pudieron adorar, contemplándolo con sus propios ojos, al Rey del cielo y tierra, en quien habían previamente creído en virtud de solas promesas.

Y aunque el relato evangélico se refiera concretamente a los días en que tres hombres —no adoctrinados por la predicación profética ni instruidos por el testimonio de la ley– vinieron de una remotísima región del Oriente para conocer a Dios, sin embargo, vemos que esto mismo, aunque de modo más claro y con mayor abundancia, se realiza hoy en todos los llamados a la luz de la fe. Así se cumple la profecía de Isaías: El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. Y de nuevo: Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.

Por eso, cuando vemos que hombres infatuados por la sabiduría mundana y alejados de la fe de Jesucristo son arrancados del abismo de sus errores y conducidos al conocimiento de la luz verdadera, es indudable que está allí actuando el esplendor de la gracia divina, y lo que de luz nueva aparece en esos entenebrecidos corazones es una participación de la misma estrella, de suerte que a las almas tocadas por su fulgor las impresiona primero con el milagro, para conducirlas luego, precediéndolas, a adorar al Señor.

Y si quisiéramos considerar atentamente cómo es posible, para todos los que se acercan a Cristo por los caminos de la fe, aquella triple clase de dones, ¿no descubriríamos que esta ofrenda se realiza en el corazón de cuantos rectamente creen en Cristo? Saca efectivamente oro del tesoro de su corazón quien reconoce a Cristo como Rey del universo; ofrece mirra quien cree que el Unigénito de Dios asumió una verdadera naturaleza humana; venera a Cristo con una especie de incienso quien confiesa que en nada es desemejante de la majestad del Padre.



10 de enero
o bien
JUEVES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 59, 15-20

El Señor viene

La lealtad está ausente, y expolian a quien evita el mal. El Señor contempla disgustado que ya no existe justicia. Ve que no hay nadie, se extraña de que nadie intervenga. Entonces su brazo le dio la victoria, y su justicia lo mantuvo: por coraza se puso la justicia y por casco la salvación, por traje se vistió la venganza y por manto se envolvió en la indignación. A cada uno va a pagar lo que merece: a su enemigo, furia; a su adversario, represalia.

Los de occidente temerán al Señor, los de oriente respetarán su gloria; porque vendrá como torrente encajonado, empujado por el aliento del Señor. Pero a Sión vendrá el Redentor para alejar los crímenes contra Jacob –oráculo del Señor–.

Por mi parte, dice el Señor, éste es mi pacto con ellos: el espíritu mío, que te envié; las palabras mías, que puse en tu boca, no caerán de tu boca, de la boca de tus hijos, de la boca de tus nietos, desde ahora y por siempre —lo dice el Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 9 en el día de Pentecostés (PL 142, 1015-1016)

El que por nosotros se hizo mortal, es confesado
Rey y Señor

Nace Cristo de una Virgen inmaculada, para que el maculado nacimiento humano se remontara a su origen espiritual. Quiso ser circuncidado según la ley para demostrar que él es el autor de la ley, y para que nosotros, circuncidados a ejemplo suyo en el gozo del Espíritu, es decir, instruidos en las cosas celestiales, fuéramos capaces de entrar en la construcción de la celeste edificación.

Luego, adorado por los magos, recibe la significativa ofrenda de los tres dones, para que quien por nosotros se había hecho mortal, fuera reconocido como Rey y Señor de los siglos. Quiso también ser presentado en el templo y aceptó que se ofrecieran por él una tórtola y una paloma, dándonos ejemplo, para que cuando nos acerquemos al altar, inmolemos víctimas de castidad, de inocencia y de las demás virtudes.

A los doce años se queda en el templo sin saberlo la Virgen Madre. Se le busca inmediatamente con rapidez y solicitud amorosa, y se le encuentra sentado en medio de los maestros, no enseñando, sino aprendiendo y escuchando. Y al preguntarle su madre por qué se quedó sin decírselo, le responde que está en la casa de su Padre. Estos episodios de la infancia de Jesús tienen el refrendo de la autoridad de la fe católica. Indudablemente, cuando Jesús es buscado por su madre, se le reconoce como verdadero hombre; y cuando asegura que es conveniente que él esté en la casa de su Padre, todo creyente le reconoce como verdadero y único Hijo de Dios. Sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas, nos indica que nadie debe arrogarse el ministerio de la predicación antes de llegar a la edad adulta.

Conviene también saber que el magisterio de la Iglesia no aprueba de la infancia de Jesús más que datos de los que el evangelio nos ha conservado. Sin embargo —y ahí está la fe de los creyentes para corroborarlo—, Jesús recorrió todo el abanico de las debilidades inherentes a la humanidad asumida, a excepción del pecado, si bien el Dios oculto en el hombre permaneció siempre impasible. Y aun cuando el Hijo de Dios no tenía ninguna necesidad de ser limpiado o purificado, sin embargo en un día concreto de su vida y en un determinado momento, esto es, a los treinta años de edad, recibió aquel singular y singularmente saludable misterio del bautismo. Y al recibirlo, lo santificó; y al santificarlo lo legó, como don celeste, a todos los fieles para que por su medio fueran santificados.

Pero si es cierto que concedió la posibilidad de bautizar a los ministros de la Iglesia, se reservó para sí —reivindicándola como prerrogativa singular— la potestad de bautizar. Tenemos la prueba en la voz divina que habló a san Juan, varón de gran mérito, cuando Jesús no dudó dirigirse a él para ser bautizado: Aquel sobre quien veas —dijo— bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Pues bien, el amigo del Esposo, es fiel y humilde Precursor, aquel de quien afirmó la Verdad no haber nacido de mujer otro más grande que él, aquel a quien la sagrada palabra del evangelio nos presenta bautizando y predicando el bautismo, dice: Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás, él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.



11 de enero
o bien
VIERNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Baruc 4, 5-29

Sión consuela y anima a sus hijos

¡Ánimo, pueblo mío, que llevas el nombre de Israel! Os vendieron a los gentiles, pero no para ser aniquilados; por la cólera de Dios contra vosotros os entregaron a vuestros enemigos, porque irritasteis a vuestro Creador sacrificando a demonios y no a Dios; os olvidasteis del Señor eterno que os había criado, y afligisteis a Jerusalén, que os sustentó. Cuando ella vio que el castigo de Dios se avecinaba, dijo:

Escuchad, habitantes de Sión, Dios me ha enviado una pena terrible: vi cómo el Eterno desterraba a mis hijos e hijas; yo los crié con alegría, los despedí con lágrimas de pena. Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos. Si estoy desierta es por los pecados de mis hijos, que se apartaron de la ley de Dios. No hicieron caso de sus mandatos ni siguieron la vía de sus preceptos, ni entraron por el camino que los educara para su justicia. Que se acerquen los vecinos de Sión, recuerden que el Eterno llevó cautivos a mis hijos e hijas.

Y yo, ¿qué puedo hacer por vosotros? Sólo el que os envió tales desgracias os librará del poder enemigo. Marchad, hijos, marchad, mientras yo quedo sola. Me he quitado el vestido de la paz, me he puesto el sayal de suplicante, gritaré al Eterno toda mi vida.

¡Animo, hijos! Gritad a Dios para que os libre del poder enemigo. Yo espero que el Eterno os salvará, el Santo ya me llena de alegría, porque muy pronto el Eterno, vuestro Salvador, tendrá misericordia de vosotros.

Si os expulsó entre duelos y llantos, Dios mismo os devolverá a mí con gozo y alegría sin término. Como hace poco los vecinos de Sión os vieron marchar cautivos, así pronto os verán salvados por vuestro Dios, nimbados con la gloria y el esplendor del Eterno.

Hijos, soportad con fortaleza el castigo que Dios os ha enviado; si tus enemigos te dieron alcance, muy pronto verás su perdición y pondrás el pie sobre sus cuellos. Mis niños mimados recorrieron caminos ásperos, los robó el enemigo como a un rebaño.

¡Animo, hijos, gritad a Dios! Que el que os castigó se acordará de vosotros. Si un día os empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño. El que os mandó las desgracias, os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 49 sobre el Antiguo Testamento (2-3 CCL 41, 614-616)

Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis
en el que Él ha enviado

Interrogado el Señor cuál era el trabajo de Dios, respondió: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado. Podría haber contestado nuestro piadoso Dios: El trabajo de Dios es la justicia. Ahora bien: si la justicia es el trabajo de Dios, según acabo de decir, ¿cómo puede consistir el trabajo de Dios en lo que el Señor afirma, es decir, en creer en él, si creer en él no fuera la misma justicia? Pero –me dirás– acabamos de oír al Señor: Éste es el trabajo de Dios: que creáis en él; en cambio, tú nos dices que el trabajo de Dios es la justicia. Demuéstranos que creer en Cristo es la justicia.

¿Te parece –y con esto respondo a tu justa objeción–, te parece que creer en Cristo no es justicia? ¿Qué es, entonces? Ponle un nombre a este trabajo. Si reflexionas atentamente sobre lo que has oído, estoy seguro que me responderás: Este trabajo se llama fe: creer en Cristo se llama fe. De acuerdo: creer en Cristo se llama fe. Escucha ahora tú otro texto de la Escritura: El justo vive de la fe. Obrad la justicia, creed: El justo vive de la fe. Es difícil que viva mal quien cree bien. Creed de todo corazón, creed sin claudicaciones, creed sin vacilaciones, sin argumentar contra esta misma fe acudiendo a humanas sospechas. Se llama fe precisamente porque se hace lo que se dice (fit quod dicitur).

Si ahora yo te pregunto: ¿Crees?, tú me respondes: Creo. Pues bien, haz lo que dices y eso es la fe. Yo, es verdad, puedo oír la voz del que me contesta, pero no me es posible ver el corazón del que cree. ¿Pero es que yo conduje a la viña, yo que no puedo ver el corazón? Ni conduzco, ni asigno la tarea, ni preparo el denario de la paga. Soy vuestro compañero de trabajo. Trabajo en la viña según las posibilidades que él se ha dignado poner a mi alcance. El que me contrató conoce el espíritu con que trabajo. Para mí –dice el Apóstol–, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros. Vosotros podéis oír mi voz, pero no podéis ver mi corazón. Presentémonos todos ante Dios con el corazón en la mano y realicemos nuestra tarea con ahínco. No disgustemos al que nos ha contratado, para poder recibir el salario con la frente bien alta.

También nosotros, carísimos, podremos contemplar recíprocamente nuestro corazón, pero más tarde. De momento nos hallamos rodeados de las tinieblas de nuestra mortalidad, y caminamos guiados por la antorcha de la Escritura, como dijo el apóstol Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo cual, carísimos, y en fuerza a esta fe por la que creemos en Dios, en comparación con los infieles, nosotros somos el día. Cuando aún no éramos creyentes, éramos, como ellos, noche; ahora somos luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Tinieblas en vosotros, luz en el Señor. El mismo Apóstol dice en otro lugar: Porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Somos, pues, día en comparación con los infieles. Mas en comparación con aquel día en que resucitarán los muertos y esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, somos noche todavía. A nosotros, como si estuviéramos ya en el día, nos dice el apóstol Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios. Y comoquiera que aún es de noche, ¿qué es lo que sigue?: Y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Pero esto no es ya el trabajo: es la recompensa. Le veremos tal cual es: ésta es la recompensa. Entonces brillará el día más luminoso. Pero ya en este día conduzcámonos con dignidad; ahora que todavía es noche no nos juzguemos unos a otros. Considerad que cuando el apóstol Pablo dice: Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad, no se opone ni disiente de su coapóstol Pedro, que dice: Hacéis muy bien en prestarle atención —se refiere a la palabra divina—, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.



12 de enero
o bien
SÁBADO DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Baruc 4, 30–5, 9

Alegría de la nueva Jerusalén

¡Ánimo, Jerusalén! El que te dio su nombre te consuela.

Malditos los que te hicieron mal y se alegraron de tu caída; malditas las naciones que esclavizaron a tus hijos, maldita la ciudad que los aceptó. Como se alegró de tu caída y disfrutó de tu ruina, llorará su propia desolación. Le quitaré la población de que se enorgullece y su arrogancia se convertirá en duelo. El Eterno le enviará un fuego que arderá muchos días, y la habitarán largos años los demonios.

Mira hacia levante, Jerusalén, contempla el gozo que Dios te envía. Ya llegan los hijos que despediste, reunidos por la palabra del Santo en oriente y occidente, ya llegan alegres y dando gloria a Dios.

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da, envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad».

Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria como llevados en carroza real.

Dios ha mandado abajarse a los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad guiado por la gloria de Dios; ha mandado alboscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 45 (1-3 CCL 23, 182-183)

La navidad y el bautismo de Cristo son mi misterio
y mi salvación

Hoy ha salido para el mundo el verdadero sol, hoy en las tinieblas del siglo ha surgido la luz. Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios; el Señor asumió la forma de esclavo para que el siervo se convierta en Señor; el morador y creador de los cielos habitó en la tierra para que el hombre, colono de la tierra, pueda emigrar a los cielos.

¡Oh día más lúcido que cualquier sol! ¡Oh momento más esperado de todos los siglos! Lo que anhelaban los ángeles, lo que ni serafines ni querubines ni coros celestiales conocieron, esto es lo que se ha revelado en nuestros días; lo que ellos veían como en un espejo y a través de imágenes, nosotros lo contemplamos en su misma realidad. El que habló al pueblo de Israel por boca de Isaías, Jeremías y demás profetas, ahora nos habla por su Hijo. ¡Qué diferencia entre el antiguo y nuevo Testamento! En aquél, Dios hablaba a través de la nube; a nosotros nos habla a cielo despejado; allí Dios se mostraba en la zarza, aquí Dios nace de la Virgen; allí era el fuego el que consumía los pecados del pueblo, aquí es un hombre el que perdona los pecados del pueblo, mejor dicho, es el Señor que perdona a sus siervos, pues nadie, fuera de Dios, puede perdonar pecados.

Tanto si el Señor Jesús nació hoy como si hoy es el día de su bautismo –existen al respecto opiniones diversas y podemos adherirnos a la que mejor nos parezca—, una cosa es clara: que tanto si hoy es el día en que nació de la Virgen como si es el día en que renació en el bautismo, su nacimiento –en la carne y en el espíritu– es en provecho nuestro: ambos misterios son míos, mía es la utilidad que redunda de ellos. El Hijo de Dios no tenía necesidad ni de nacer ni de ser bautizado, pues no había cometido pecado para que se le perdonase en el bautismo. Pero su humildad es nuestra sublimidad, su cruz es nuestra victoria, su patíbulo es nuestro triunfo.

Coloquemos alegres esta señal sobre nuestros hombros, enarbolemos el estandarte de la victoria, más aún, grabemos ese lábaro en nuestras frentes. Cuando el diablo vea esta señal en el dintel de nuestras puertas, se estremecerá, y los que no temen los dorados capitolios, temen la cruz; los que no se arredran ante los cetros reales, la púrpura y el fasto de los césares, se echan a temblar ante las maceraciones y los ayunos de los cristianos.

Alegrémonos, pues, carísimos hermanos, y levantemos al cielo en forma de cruz la manos puras. Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Las mismas aves cuando se elevan a las alturas y planean en el aire, con las alas extendidas imitan la cruz. Y las mismas cruces artísticas son verdaderos trofeos y botín de guerra, cruces que debemos llevar no sólo en la frente, sino también en nuestras almas, para que, armados de esta guisa, caminemos sobre áspides y víboras en Cristo Jesús, a quien se debe la gloria por los siglos de los siglos.



Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Fiesta


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 1-9; 49, 1-9

El siervo del Señor, con su mansedumbre,
es luz de las naciones

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír».

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»

Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confin de la tierra.»

Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido.»

Así dice el Señor: «En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz"; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 35 (4-5 CCL 64, 52-53)

Del seno de la Virgen nació el que es Siervo
y Señor a la vez

Creo que sobre la pobreza y sufrimientos del Señor hemos aducido testimonios muy válidos de dos santos, de los cuales uno vio y testimonió, mientras que el otro fue elegido tan sólo para testimoniar. Escuchemos todavía nuevos testimonios sobre la condición servil del Señor tomados de estos testigos fiables, o mejor, escuchemos lo que de sí mismo dice el mismo Señor por boca de ambos. Veamos lo que dice: Habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel. Advirtamos que asumió la condición de siervo para reunir al pueblo.

Estaba yo —dice— en las entrañas maternas, y el Señor pronunció mi nombre. Escuchemos cuál es el nombre que el Padre le da: Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros». ¿Cuál si no es el nombre de Cristo sino el de «Hijo de Dios»? Escucha un nuevo texto. Hablando de María a José, también Gabriel había dicho: Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús. Escucha ahora la voz de Dios: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá: pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo.

Advierte el misterio: del seno de la Virgen nació el que es Siervo y Señor a la vez —siervo para trabajar, señor para mandar—, a fin de implantar el reinado de Dios en el corazón del hombre. Ambos son uno: no uno del Padre y otro de la Virgen, sino que el mismo que antes de los siglos fue engendrado por el Padre se encarnará más tarde en el seno de la Virgen. Por eso se le llama Siervo y Señor: siervo por nosotros, mas, por la unidad de la naturaleza divina, Dios de Dios, príncipe de príncipe, igual de igual; pues no pudo el Padre engendrar un ser inferior a él y afirmar al mismo tiempo que en el Hijo tiene sus complacencias.

Gran cosa es para ti —dice— que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob. Emplea siempre términos adecuados a su dignidad: Gran Dios y gran siervo, pues al encarnarse no perdió los atributos de su grandeza, ya que su grandeza no tiene fin. Así pues, es igual en cuanto Hijo de Dios, asumió la condición de siervo al encarnarse, sufrió la muerte aquel cuya grandeza no tiene fin, porque el fin de la ley es Cristo, y con eso se justifica a todo el que cree, para que todos creamos en él y le adoremos con profundo afecto. Bendita servidumbre que a todos nos otorgó la libertad, bendita servidumbre que le valió el «nombre-sobre-todo-nombre», bendita humildad que hizo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 

 

TIEMPO DE EPIFANÍA

6 de enero
o bien
domingo que ocurre entre los días 2 y 8 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 60, 1-22

Revelación de la gloria del Señor sobre Jerusalén

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

A los rebaños de Cadar los reunirán para ti y los carneros de Nebayot estarán a tu servicio; subirán a mi altar como víctimas gratas, y honraré mi noble casa.

¿Quiénes son ésos que vuelan como nubes y como palomas al palomar? Son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su plata y su oro, por la fama del Señor, tu Dios, del Santo de Israel, que así te honra.

Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te herí en mi cólera, con mi favor te compadezco.

Tus puertas estarán siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán: para traerte las riquezas de los pueblos guiados por sus reyes. El pueblo y el rey que no se te sometan perecerán, las naciones serán exterminadas.

Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estrado.

Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los que te despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel.

Estuviste abandonada, aborrecida y deshabitada, pero te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las edades.

Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo, el Señor, soy tu salvador, que el Héroe de Jacob es tu redentor.

En vez de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, te traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por magistrados la paz, y por gobernantes la justicia.

No se oirán más violencias en tu tierra, ni dentro de tus fronteras ruina o destrucción; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas «Alabanza».

Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua y se cumplirán los días de tu luto.

En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía.

El pequeño crecerá hasta mil, y el menor se hará pueblo numeroso: Yo soy el Señor y apresuraré el plazo.

 

RESPONSORIO                     Is 60, 1.3
 
R./ Levántate y resplandece, Jerusalén, pues llega tu luz * y la gloria del Señor alborea sobre ti.
V./ Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada.
R./ Y la gloria del Señor alborea sobre ti.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 3 en la Epifanía del Señor (1-3.5: PL 54, 240-244)

Dios ha manifestado su salvación en todo el mundo

La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.

De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para que de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.

Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.

Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso, quien, según palabras del Apóstol, nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.

Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.

También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.

Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.

Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO
 
R./ Éste es el día glorioso en que se manifestó a las naciones el Salvador del mundo, al cual anunciaron los profetas y adoraron los ángeles. * Los magos, al ver su estrella, se llenaron de júbilo y acudieron a ofrecerle dones.
V./ Ha amanecido para nosotros un día sagrado: venid, naciones, a adorar al Señor.
R./ Los magos, al ver su estrella, se llenaron de júbilo y acudieron a ofrecerle dones.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



7 de enero

o bien
LUNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 61, 1-11

El Espíritu del Señor sobre su siervo

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos.

Los llamarán «Robles del Justo», plantados para gloria del Señor. Reconstruirán las viejas ruinas, levantarán los antiguos escombros; renovaran las ciudades en ruinas, los escombros de muchas generaciones.

Se presentarán extranjeros a pastorear vuestros rebaños, y forasteros serán vuestros labradores y viñadores. Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios». Comeréis la opulencia de los pueblos, y tomaréis posesión de sus riquezas.

A cambio de su vergüenza y sonrojo, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua.

Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen; les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo.

Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

 

RESPONSORIO                     Is 61, 1; Jn 8, 42
 
R./ El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, * para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía de los cautivos, la libertad a los prisioneros.
V./ Yo procedo y vengo del Padre; no he venido por cuenta propia, sino que he sido enviado por él.
R./ Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía de los cautivos, la libertad a los prisioneros.
 


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 160 (PL 52, 620-622)

El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros

Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.

Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.

Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.

Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá.

Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.

Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.

Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de la nuevaprogenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa.

 

RESPONSORIO
 
R./ Tres fueron los dones preciosos que los magos ofrecieron al Señor en aquel día, y que encerraban en sí tres divinos misterios: * el oro, que lo reconocía como rey poderoso; el incienso, que lo proclamaba como sumo sacerdote; y la mirra, que profetizaba su muerte y sepultura.
V./ Los magos adoraron en la cuna al autor de nuestra salvación y de sus tesoros, le ofrecieron presentes, llenos de un místico simbolismo.
R./ El oro, que lo reconocía como rey poderoso; el incienso, que lo proclamaba como sumo sacerdote; y la mirra, que profetizaba su muerte y sepultura.


 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que tu divina luz ilumine nuestros corazones; con ella avanzaremos a través de las tinieblas del mundo, hasta llegar a la patria donde todo es eterna claridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



8 de enero
o bien
MARTES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 62, 1-1

Se acerca la redención

Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.

Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.

Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.

Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas: nunca callan, ni de día ni de noche; los que se lo recordáis al Señor no os deis descanso; no le deis descanso hasta que la establezca, hasta que haga de Jerusalén la admiración de la tierra.

El Señor lo ha jurado por su diestra y por su brazo poderoso: «Ya no entregaré tu trigo para que se lo coman tus enemigos; ya no se beberán extranjeros tu vino, por el que tú trabajaste. Los que lo cosechan lo comerán, y alabarán al Señor; los que lo vendimian lo beberán en mis atrios sagrados».

Pasad, pasad por las puertas, despejad el camino del pueblo; allanad, allanad la calzada, limpiadla de piedras, alzad una enseña para los pueblos.

El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra: Decid a la hija de Sión: «Mira a tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede; los llamarán "Pueblo santo", "Redimidos del Señor", y a ti te llamarán "Buscada", "Ciudad no abandonada"».

 

RESPONSORIO                     Cf. Is 62, 2-3
 
R./ Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria. Te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.
V./ Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
R./ Te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.
 


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Sermón (atribuido) en la santa Teofanía (2.6-8.10: PG 10.854.858-859.862)

El agua y el Espíritu

Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales.

El que se halla presente en todas partes y jamás se ausenta, el que es incomprensible para los ángeles y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Este es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina».

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu: y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo.

A él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                     Cf. Jn 1, 32.34.33
 
R./ He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
V./ El que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.»
R./ Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos poder transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



9 de enero
o bien

MIÉRCOLES DESPUÉS DEL DOMINGO
DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

De libro del profeta Isaías 63, 7-19

El pueblo, en su abandono,
recuerda las misericordias del Señor

Voy a recordar las misericordias del Señor, las alabanzas del Señor: todo lo que hizo por nosotros el Señor, sus muchos beneficios a la casa de Israel, lo que hizo con su compasión y con su gran misericordia.

El dijo: «Son mi pueblo, hijos que no engañarán». Él fue su salvador en el peligro: no fue un mensajero ni un enviado; él en persona los salvó, con su amor y su clemencia los rescató, los liberó y los llevó siempre, en los tiempos antiguos.

Pero ellos se rebelaron e irritaron su santo espíritu; entonces él se volvió su enemigo y guerreó contra ellos.

Se acordaron de los tiempos antiguos y de Moisés, su siervo: ¿Dónde está el que sacó de las aguas al pastor de su rebaño? ¿Dónde el que metió en su pecho su santo espíritu, el que estuvo a la derecha de Moisés, guiándolo con su brazo glorioso, el que dividió el mar ante ellos, ganándose renombre perpetuo, el que los hizo andar por el fondo del mar como caballos por la estepa, y como a ganado que baja a la cañada no los dejó tropezar? El espíritu del Señor los llevó al descanso: así condujiste a tu pueblo, ganándote renombre glorioso.

Otea desde el cielo, mira desde tu morada santa y gloriosa: ¿Dónde está tu celo y tu fortaleza, tu entrañable ternura y compasión?

No la reprimas, que tú eres nuestro padre: Abrahán no sabe de nosotros, Israel no nos reconoce; tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor».

Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¿Por qué un tirano se apodera de tu pueblo santo y enemigos pisotean tu santuario? Hace tiempo que somos los que tú no gobiernas, los que no llevan tu nombre.

¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!

 

RESPONSORIO                     Cf. Is 63, 19; 59, 11
 
R./ Señor, somos los que tú no gobiernas, los que no llevan tu nombre. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
V./ Esperamos en el derecho, pero nada; en la salvación, y está lejos de nosotros.
R./ ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
 
 


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 7 en la santa Epifanía (1-2: PG 65, 758-759)

La santificación de las aguas

Cristo apareció en el mundo, y, al embellecerlo y acabar con su desorden, lo transformó en brillante y jubiloso. Hizo suyo el pecado del mundo y acabó con el enemigo del mundo. Santificó las fuentes de las aguas e iluminó las almas de los hombres. Acumuló milagros sobre milagros cada vez mayores.

Y así, hoy, tierra y mar se han repartido entre sí la gracia del Salvador, y el universo entero se halla bañado en alegría; hoy es precisamente el día que añade prodigios mayores y más crecidos a los de la precedente solemnidad.

Pues en la solemnidad anterior, que era la del nacimiento del Salvador, se alegraba la tierra, porque sostenía al Señor en el pesebre; en la presente festividad, en cambio, que es la de las Teofanías, el mar es quien salta y se estremece de júbilo; y lo hace porque en medio del Jordán encontró la bendición santificadora.

En la solemnidad anterior se nos mostraba un niño débil, que atestiguaba nuestra propia imperfección; en cambio, en la festividad de hoy se nos presenta ya como un hombre perfecto, mostrando que procede, como perfecto que es, de quien también lo es. En aquel caso, el Rey vestía la púrpura de su cuerpo; en éste, la fuente rodea y como recubre al río.

Atended, pues, a estos nuevos y estupendos prodigios. El Sol de justicia que se purifica en el Jordán, el fuego sumergido en el agua, Dios santificado por ministerio de un hombre.

Hoy la creación entera resuena de himnos: Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el que viene en todo momento: pues no es ahora la primera vez.

Y ¿de quién se trata? Dilo con más claridad, por favor, santo David: El Señor es Dios: él nos ilumina. Y no es sólo David quien lo dice, sino que el apóstol Pablo se asocia también a su testimonio y dice: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos. No «para unos cuantos», sino para todos: porque la salvación a través del bautismo se otorga a todos, judíos y griegos; el bautismo ofrece a todos un mismo y común beneficio.

Fijaos, mirad este diluvio sorprendente y nuevo, mayor y más prodigioso que el que hubo en tiempos de Noé. Entonces, el agua del diluvio acabó con el género humano; en cambio, ahora, el agua del bautismo, con la virtud de quien fue bautizado por Juan, retorna los muertos a la vida. Entonces, la paloma con la rama de olivo figuró la fragancia del olor de Cristo, nuestro Señor; ahora, el Espíritu Santo, al sobrevenir en forma de paloma, manifiesta la misericordia del Señor.

 

RESPONSORIO
 
R./ Hoy se nos ha mostrado el que es Luz de Luz, al que Juan bautizó en el río Jordán. Creemos que ha nacido de María, la Virgen.
V./ El cielo se abrió sobre él, y se ha dejado oír la voz del Padre.
R./ Creemos que ha nacido de María, la Virgen.
 
ORACIÓN
 
Señor, luz radiante de todas las naciones, concede a los pueblos de la tierra gozar de una paz estable, e ilumina nuestros corazones con aquella luz espléndida que condujo a nuestros padres al conocimiento de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



10 de enero
o bien
JUEVES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 63, 19b-64, 11

Se implora la visita de Dios

¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia, como un fuego, que prende en los sarmientos o hace hervir el agua! Para mostrar a tus enemigos tu nombre, para que tiemblen ante ti las naciones, cuando hagas portentos inesperados. Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia.

Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos.

Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.

Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. Tus santas ciudades son un desierto, Sión se ha vuelto un desierto, y Jerusalén un yermo.

Nuestro templo, nuestro orgullo, donde te alabaron nuestros padres, ha sido pasto del fuego, y lo que más queríamos está reducido a escombros. ¿Te quedas insensible a todo esto, Señor, te callas y nos afliges sin medida?

 

RESPONSORIO                     Cf. Is 56, 1; Mi 4, 9-10; Is 43, 3
 
R./ Jerusalén, mi salvación está para llegar; ¿por qué te dejas abatir por la tristeza? ¿Es que no tienes consejero, que te atormenta el dolor? No temas, voy a salvarte y te libraré.
V./ Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador.
R./ No temas, voy a salvarte y te libraré.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2, cap 2: PG 73, 751-754)

Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne

Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días —se refiere a los del Salvador— derramaré mi Espíritu sobre toda carne.

Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer —de acuerdo con la divina Escritura—, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.

Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación —más aún, antes de todos los siglos—, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo —pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes—, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos usarnuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.

 

RESPONSORIO                     Ez 37, 27-18; Jer 31, 31; Heb 8, 8
 
R./ Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.
V./ Haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva.
R./ Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.
 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que por medio de tu Hijo has hecho clarear para todos los pueblos la aurora de tu eternidad, concede a tu pueblo reconocer la gloria de su Redentor y llegar un día a la luz eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



11 de enero
o bien
VIERNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 65, 13-25

El cielo nuevo y la tierra nueva

Así dice el Señor Dios:

«Mirad: mis siervos comerán, y vosotros pasaréis hambre; mirad: mis siervos beberán, y vosotros tendréis sed; mirad: mis siervos estarán alegres, y vosotros avergonzados; mirad: mis siervos cantarán de puro contento, y vosotros gritaréis de dolor y aullaréis con el corazón desgarrado.

Legaréis vuestro nombre a mis elegidos como fórmula de imprecación. A vosotros el Señor os dará muerte, y a sus siervos les dará otro nombre. El que quiera felicitarse en el país, se felicitará por el Dios veraz, el que quiera jurar en el país, jurará por el Dios veraz; porque se olvidarán las angustias de antaño y hasta de mi vista desaparecerán.

Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantas; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito.

Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos, no construirán para que otro habite ni plantarán para que otro coma; porque los años de mi pueblo serán los de un árbol, y mis elegidos podrán gastar lo que sus manos fabriquen.

No se fatigarán en vano, no engendrarán hijos para la catástrofe, porque serán semilla bendita del Señor, y, como ellos, sus descendientes. Antes que me llamen, yo les responderé, aún estarán hablando, y los habré escuchado.

El lobo y el cordero pastarán juntos, el león con la vaca comerá paja. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo», dice el Señor.

 

RESPONSORIO                     Ap 21, 1.3.4
 
R./ Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos.»
V./ Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte; porque el primer mundo ha pasado.
R./ «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos.»
 


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 100, en la Epifanía (1-3: CCL 23, 398-400)

Los misterios del bautismo del Señor

Nos refiere el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para bautizarse y que allí mismo quiso verse consagrado con los misterios celestiales

Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor –por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después– viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.

Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre lo abraza con su voz y dice: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo. La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.

De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.

No faltará quien diga: «¿por qué quiso bautizarse, si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.

Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza.

Así es como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas les dejaban paso.

Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo. Efectivamente, la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.

 

RESPONSORIO                     Jn 1, 29; Is 53, 11
 
R./ Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios.» «Éste es el que quita el pecado del mundo.»
V./ Justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
R./ «Éste es el que quita el pecado del mundo.»
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, tú que has anunciado al mundo, por medio de la estrella, el nacimiento del Salvador, manifiéstanos siempre este misterio y haz que cada día avancemos en su contemplación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



12 de enero
o bien

SÁBADO DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 66, 10-14.18-23

La salvación universal

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en. crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos, y su cólera a sus enemigos.

Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones.

Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hastá mi monte santo de Jerusalén –dice el Señor–, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas –dice el Señor–.

Como el cielo nuevo y la tierra nueva que voy a hacer durarán ante mí –oráculo del Señor–, así durará vuestra estirpe y vuestro nombre. Cada luna nueva y cada sábado, vendrá todo mortal a postrarse ante mí» –dice el Señor–.

 

RESPONSORIO                     Is 66,  18.19; Jn 17, 6.18
 
R./ Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán para ver mi gloria y la anunciarán a las naciones.
V./ He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo; como tú me enviaste, así los envío yo también.
R./ Vendrán para ver mi gloria y la anunciarán a las naciones.
 


SEGUNDA LECTURA

San Fausto de Riez, Sermón 5, en la Epifanía (2: PLS 3, 560-562)

Las nupcias de Cristo y de la Iglesia

A los tres días hubo unas bodas. ¿Qué otras bodas pueden ser éstas, sino las promesas y gozos de la salvación humana? Las mismas que se celebran evidentemente o bien a causa de la confesión de la Trinidad, o bien por la fe en la resurrección, como se indica en el misterio del número tres.

Así como también, en otra de las lecturas evangélicas, se acoge con cantos y música, y con atuendos nupciales, la vuelta del hijo más joven, o sea, la conversión del pueblo gentil.

Por eso, como el esposo que sale de su alcoba, descendió el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia, que había de congregarse de entre los gentiles, a la cual dio sus arras y su dote: las arras, cuando Dios se unió con el hombre; la dote, cuando se inmoló por su salvación. Por arras entendemos la redención actual, y por dote, la vida eterna. Todas estas cosas eran, para quienes las veían, otros tantos milagros; para quienes las entendían, otros tantos misterios. Porque, si nos fijamos bien, de alguna manera en la misma agua se da una cierta analogía del bautismo y de la regeneración. Pues, mientras una cosa se transforma en otra, mientras la creatura inferior se transforma en algo superior mediante una secreta conversión, se lleva a cabo el misterio del segundo nacimiento. Se cambian súbitamente las aguas que luego van a cambiar a los hombres.

Así pues, por el poder de Cristo, en Galilea el agua se convierte en vino –esto es, concluye la ley y le sucede la gracia; se aparta lo que no eratmás que sombra y se hace presente la verdad; lo carnal se sitúa junto a lo espiritual; la antigua observancia se trasmuta en Nuevo Testamento; como dice el Apóstol: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado–; y como el agua aquella que se contenía en las tinajas, sin dejar de ser en absoluto lo que era, comenzó a ser lo que no era, de la misma manera la ley, manifestada por el advenimiento de Cristo, no perece, sino que se mejora.

Si falta el vino, se saca otro: el vino del Antiguo Testamento es bueno, pero el del Nuevo es mejor; el Antiguo Testamento, que observan los judíos, se diluye en la letra, mientras que el Nuevo, que es el que nos atañe, convierte en gracia el sabor de la vida.

Se trata de «buen vino» siempre que oigas hablar de un buen precepto de la ley: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero es mejor y más fuerte el vino del Evangelio, como cuando oyes decir: Yo, en cambio, os digo. Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.

 

RESPONSORIO                     Tob 13, 13; Lc 13, 29
 
R./ Ciudad de Dios, una luz esplendente te iluminará. Vendrán a ti de lejos muchos pueblos. Y traerán ofrendas para adorar en ti al Señor.
V./ Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur.
R./ Y traerán ofrendas para adorar en ti al Señor.
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, tú que nos has hecho renacer a una nueva vida por medio de tu Hijo, concédenos que la gracia nos modele a imagen de Cristo, en quien nuestra naturaleza mortal se une a tu naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fiesta


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 1-9; 49,1-9

El siervo del Señor, con su mansedumbre,
es luz de las naciones

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír».

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo

flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso».

Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel —tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido».

Así dice el Señor: «En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz"; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas».

 

RESPONSORIO                     Cf. Mt 3, 16.17; Lc 3, 22
 
R./ Hoy en el Jordán, bautizado el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu, en forma de paloma, se posó sobre él, y resonó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»
V./ Bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
R./ «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»
 


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 39, en las sagradas Luminarias (14-16.20: PG 36, 350-351.354.358-359)

El bautismo de Cristo

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices,,le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.

Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    
 
R./ Hoy se han abierto los cielos, y el mar se ha vuelto dulce, la tierra se alegra, los montes y colinas saltan de gozo. Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.
V./ ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás?
R./ Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EVANGELIOS DOMINGO 1º DE ADVIENTO


Ciclo
A: Mt 24, 37-44

HOMILÍA

Pascasio Radberto, Exposición sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, cap 24: PL 120, 799-800)

Velad, para estar preparados

Velad, porque no sabéis el día ni la hora. Siendo una recomendación que a todos afecta, la expresa como si solamente se refiriera a los hombres de aquel entonces. Es lo que ocurre con muchos otros pasajes que leemos en las Escrituras. Y de tal modo atañe a todos lo así expresado, que a cada uno le llega el último día y para cada cual es el fin del mundo el momento mismo de su muerte. Por eso es necesario que cada uno parta de este mundo tal cual ha de ser juzgado aquel día. En consecuencia, todo hombre debe cuidar de no dejarse seducir ni abandonar la vigilancia, no sea que el día de la venida del Señor lo encuentre desprevenido.

Y aquel día encontrará desprevenido a quien hallare desprevenido el último día de su vida. Pienso que los apóstoles estaban convencidos de que el Señor no iba a presentarse en sus días para el juicio final; y sin embargo, ¿quién dudará de que ellos cuidaron de no dejarse seducir, de que no abandonaron la vigilancia y de que observaron todo lo que a todos fue recomendado, para que el Señor los hallara preparados? Por esta razón, debemos tener siempre presente una doble venida de Cristo: una, cuando aparezca de nuevo y hayamos de dar cuenta de todos nuestros actos; otra diaria, cuando a todas horas visita nuestras conciencias y viene a nosotros, para que cuando viniere, nos encuentre preparados.

¿De qué me sirve, en efecto, conocer el día del juicio si soy consciente de mis muchos pecados?, ¿conocer si viene o cuándo viene el Señor, si antes no viniere a mi alma y retornare a mi espíritu?, ¿si antes no vive Cristo en mí y me habla? Sólo entonces será su venida un bien para mí, si primero Cristo vive en mí y yo vivo en Cristo. Y sólo entonces vendrá a mí, como en una segunda venida, cuando, muerto para el mundo, pueda en cierto modo hacer mía aquella expresión: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Considera asimismo estas palabras de Cristo: Porque muchos vendrán usando mi nombre. Sólo el anticristo y sus secuaces se arrogan falsamente el nombre de Cristo, pero sin las obras de Cristo, sin sus palabras de verdad, sin su sabiduría. En ninguna parte de la Escritura hallarás que el Señor haya usado esta expresión y haya dicho: Yo soy el Cristo. Le bastaba mostrar con su doctrina y sus milagros lo que era realmente, pues las obras del Padre que realizaba, la doctrina que enseñaba y su poder gritaban: Yo soy el Cristo con más eficacia que si mil voces lo pregonaran. Cristo, que yo sepa, jamás se atribuyó verbalmente este título: lo hizo realizando las obras del Padre y enseñando la ley del amor. En cambio, los falsos cristos, careciendo de esta ley del amor, proclamaban de palabra ser lo que no eran.

 

RESPONSORIO                    Hch 17, 30-31; 14, 16
 
R./ Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, * Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
V./ En las generaciones pasadas, Dios permitió que cada pueblo anduviera por su camino.
R./ Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
 


Ciclo B: Mc 13, 33-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 18 (1-2: CCL 61, 245-246)

A Dios no le gusta condenar, sino salvar

Viene nuestro Dios, y no callará. Cristo, el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá manifiestamente. Al presentarse veladamente, sólo se dio a conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente, vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad: en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren incluso los buenos.

Los hombres que creen en las realidades presentes, pero no en las futuras, observan que los bienes y los males de la vida presente son participados indistintamente por buenos y malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo que en estas miserias se debaten no sólo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna del juicio.

Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan. Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos. Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda impiedad, y pagará a cada uno según sus obras.

Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia? Porque es bueno contigo, porque es tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.

 

RESPONSORIO                    Is 30, 18; Heb 9, 28
 
R./ El Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: * dichosos los que esperan en él.
V./ Aparecerá para salvar a los que lo esperan.
R./ Dichosos los que esperan en él.
 


Ciclo C: Lc 21, 25-28.34-36

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 4 en el Adviento del Señor (1, 3-4: Opera omnia, edit. cister. 4, 1966, 182-185)

Aguardamos al Salvador

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio, aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Entonces los justos brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre.

Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo; que buscado para proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.

 

RESPONSORIO                    Lc, 21, 34-35; Dt 32,35
 
R./ Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. * Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
V./ El día de su ruina se acerca, y se precipita su destino.
R./ Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.

 

EVANGELIOS DOMINGO 2º DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 3, 1-12

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 109 (1; PL 38,636)

Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos

Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre.

Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.

 

RESPONSORIO                    Jer 4, 7-8.9; Rom 11, 26
 
R./¡Señor. actúa por el honor de tu nombre! Ciertamente son muchas nuestras rebeldías, hemos pecado contra ti. * Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
V./ Está escrito: Llegará de Sión el Libertador; alejará los crímenes de Jacob; y ésta será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.
R./ Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
 


Ciclo B: Mc 1, 1-8

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 22 sobre el evangelio de san Lucas (1-2: SC 87, 301-302)

Allanad los senderos del Señor

Veamos qué es lo que se predica a la venida de Cristo. Para comenzar, hallamos escrito de Juan: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Lo que sigue se refiere expresamente al Señor y Salvador. Pues fue él y no Juan quien elevó los valles. Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo.

Mas cuando vino el Señor Jesús y envió el Espíritu Santo como lugarteniente suyo, todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no sólo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios.

Diariamente podemos comprobar cómo estas palabras: elévense los valles, encuentran su plena realización en los paganos; y cómo en el pueblo de Israel, despojado ahora de su antigua grandeza, se cumplen estas otras: Desciendan los montes y las colinas. Este pueblo fue en otro tiempo un monte y una colina, y ha sido abatido y desmantelado. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Ahora bien, si dijeras que estos montes y colinas abatidos son las potencias enemigas que se yerguen contra los mortales, no dices ningún despropósito. En efecto, para que estos valles de que hablamos sean allanados, necesario será realizar una labor de desmonte en las potencias adversas, montes y colinas.

Pero veamos si la profecía siguiente, relativa a la venida de Cristo, ha tenido también su cumplimiento. Dice en efecto: Que lo torcido se enderece. Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error–, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido. Porque ¿de qué te serviría que Cristo haya venido un día en la carne, si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida sea una realidad diaria en nuestras vidas y podamos exclamar: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Vino, pues, mi Señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino expedito, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada y decirte: Mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17; Mc 1, 4
 
R./ Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, * para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
V./ Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
R./ Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
 


Ciclo C: Lc 3, 1-6

HOMILIA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 en el Adviento del Señor (9-10: Opera omnia, edit. Cist. 4, 1966, 167-169)

Todos verán la salvación de Dios

Hora es ya de que consideremos el tiempo mismo en que vino el Salvador. Vino, en efecto –como sin duda bien sabéis– no al comienzo, no a la mitad, sino al final de los tiempos. Y esto no se hizo porque sí, sino que, conociendo la Sabiduría la propensión de los hijos de Adán a la ingratitud, dispuso muy sabiamente prestar su auxilio cuando éste era más necesario. Realmente atardecía y el día iba ya de caída; el Sol de justicia se había prácticamente puesto por completo, de suerte que su resplandor y su calor eran seriamente escasos sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era francamente insignificante y, al crecer la maldad, se había enfriado el fervor de la caridad.

Ya no se aparecían ángeles ni se oía la voz de los profetas; habían cesado como vencidos por la desesperanza, debido precisamente a la increíble dureza y obstinación de los hombres. Entonces yo digo –son palabras del hijo–: «Aquí estoy». Oportunamente, pues, llegó la eternidad, cuando más prevalecía la temporalidad. Porque –para no citar más que un ejemplo– era tan grande en aquel tiempo la misma paz temporal, que al edicto de un solo hombre se llevó a cabo el censo del mundo entero.

Conocéis ya la persona del que viene y la ubicación de ambos: de aquel de quien procede y de aquel a quien viene; no ignoráis tampoco el motivo y el tiempo de su venida. Una sola cosa resta por saber: es decir, el camino por el que viene, camino que hemos también de indagar diligentemente, para que, como es justo, podamos salirle al encuentro. Sin embargo, así como para operar la salvación en medio de la tierra, vino una sola vez en carne visible, así también, para salvar las almas individuales, viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: Nuestro aliento vital es el Ungido del Señor. Y para que comprendas que esta venida es oculta y espiritual, dice: A su sombra viviremos entre las naciones. En consecuencia, es justo que si el enfermo no puede ir muy lejos al encuentro de médico tan excelente, haga al menos un esfuerzo por alzar la cabeza e incorporarse un tanto en atención al que se acerca.

No tienes necesidad, oh hombre, de atravesar los mares ni de elevarte sobre las nubes y traspasar los Alpes; no, no es tan largo el camino que se te señala: sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo. Pues la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Sal a su encuentro con la compunción del corazón y la confesión sobre los labios, para que al menos salgas del estercolero de tu conciencia miserable, pues sería indigno que entrara allí el Autor de la pureza.

Lo dicho hasta aquí se refiere a aquella venida, con la que se digna iluminar poderosamente las almas de todos y cada uno de los hombres.

 

RESPONSORIO                    Lc 3, 3.6; Heb 10, 37
 
R./ Juan recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: * Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!
V./ Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso.
R./ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!

 

 

DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.

 

 PRIMERA LECTURA

 Del libro de Rut 4, 1-22

 La boda

 Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento pasaba por allí el pariente del que había hablado Booz. Lo llamó:

 —Oye, ven y siéntate aquí.

 El otro llegó y se sentó.

 Booz reunió a diez concejales y les dijo:

 Sentaos aquí.

 Y se sentaron.

 Entonces Booz dijo al otro:

 Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: «mprala ante los aquí presentes, los concejales, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti».

 El otro dijo:

 –La compro.

 Booz prosiguió:

 –Al comprarle esa tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.

 Entonces el otro dijo:

 —No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.

 Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel.

 Así que el otro dijo a Booz:

 Cómpralo tú.

 Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Booz dijo a los concejales y a la gente:

 —Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?

 Todos los allí presentes respondieron:

 —Somos testigos.

 Y los concejales añadieron:

 —¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos que construyeron la casa de Israel! ¡Que tenga riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que por los hijos que el Señor te dé de esta joven tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!

 Así fue como Booz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:

 —Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.

 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:

 —¡Noemí ha tenido un niño!

 Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 Lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.

 

RESPONSORIO

R./ Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

V./ Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.

R./ Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

 

SEGUNDA LECTURA

 

San Agustín, obispo, Comentario sobre los salmos (Sal 118, 81; Sermón 20,1)

 

Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra (Sal 118, 81). Bueno es este consumirse, pues indica deseo del bien que aún no se ha conseguido pero la anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje elegido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición (1Pe 2,9); y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de los siglos, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando el cielo.

Testigo de esto es el anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc 2,29-30). Dios lo había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo Señor (cf. Lc 2,26). El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron (Mt 13,17); de suerte que también de ellos es esta voz: Me consumo ansiando tu salvación.

Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin de los siglos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8 vulg), como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el apóstol: Solo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación (2Tim 4,8). Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice a sí mismo: Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en la gloria (Col 3,4). Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio de los siglos, ni cesará hasta el fin de ellos, fuera del tiempo en que el Verbo, hecho hombre, permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. Por eso, en las palabras del salmo, se oye la voz de todo el cuerpo de Cristo que gime en este mundo: Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra. Esta palabra es la promesa. Y es esta la esperanza que hace aguardar con paciencia lo que los creyentes no ven todavía.

 

RESPONSORIO

 R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 (o bien)

 San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

 Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

 Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos impulsos nefandos de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne como dice la Escritura, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

 Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

 Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

 

RESPONSORIO                    Cf. Za 14, 5. 8. 9

R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * El Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 

ORACIÓN

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


Ciclo A:
Mt 11, 2-11

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio de san Lucas (Lib 5, 93-95.99-102.109: CCL 14, 165-166.167-168.171-177)

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». No es sencilla la comprensión de estas sencillas palabras, o de lo contrario este texto estaría en contradicción con lo dicho anteriormente. ¿Cómo, en efecto, puede Juan afirmar aquí que desconoce a quien anteriormente había reconocido por revelación de Dios Padre? ¿Cómo es que entonces conoció al que previamente desconocía mientras que ahora parece desconocer al que ya antes conocía? Yo —dice— no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu Santo...». Y Juan dio fe al oráculo, reconoció al revelado, adoró al bautizado y profetizó al enviado Y concluye: Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el elegido de Dios. ¿Cómo, pues, aceptar siquiera la posibilidad de que un profeta tan grande haya podido equivocarse, hasta el punto de no considerar aún como Hijo de Dios a aquel de quien había afirmado: Éste es el que quita el pecado del mundo?

Así pues, ya que la interpretación literal es contradictoria, busquemos el sentido espiritual. Juan –lo hemos dicho ya– era tipo de la ley, precursora de Cristo. Y es correcto afirmar que la ley –aherrojada materialmente como estaba en los corazones de los sin fe, como en cárceles privadas de la luz eterna, y constreñida por entrañas fecundas en sufrimientos e insensatez– era incapaz de llevar a pleno cumplimiento el testimonio de la divina economía sin la garantía del evangelio. Por eso, envía Juan a Cristo dos de sus discípulos, para conseguir un suplemento de sabiduría, dado que Cristo es la plenitud de la ley.

Además, sabiendo el Señor que nadie puede tener una fe plena sin el evangelio —ya que si la fe comienza en el antiguo Testamento no se consuma sino en el nuevo—, a la pregunta sobre su propia identidad, responde no con palabras, sino con hechos. Id —dice a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Y sin embargo, estos ejemplos aducidos por el Señor no son aún los definitivos: la plenificación de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Por eso, completa sus anteriores afirmaciones añadiendo: ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Es verdad que la cruz se presta a ser motivo de escándalo incluso para los elegidos, pero no lo es menos que no existe mayor testimonio de una persona divina, nada hay más sobrehumano que la íntegra oblación de uno solo por la salvación del mundo; este solo hecho lo acredita plenamente como Señor. Por lo demás, así es cómo Juan lo designa: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En realidad, esta respuesta no va únicamente dirigida a aquellos dos hombres, discípulos de Juan: va dirigida a todos nosotros, para que creamos en Cristo en base a los hechos.

Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Pero, ¿cómo es que querían ver a Juan en el desierto, si estaba encerrado en la cárcel? El Señor propone a nuestra imitación a aquel que le había preparado el camino no sólo precediéndolo en el nacimiento según la carne y anunciándolo con la fe, sino también anticipándosele con su gloriosa pasión. Más que profeta, sí, ya que es él quien cierra la serie de los profetas; más que profeta, ya que muchos desearon ver a quien éste profetizó, a quien éste contempló, a quien éste bautizó.

 

RESPONSORIO                    Is 35, 4-6; Mt 11,5
 
R./ Dios viene a salvarnos; entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos. * Entonces el cojo saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
V./ Los ciegos recuperan la vista, los tullidos caminan, los leprosos son curados, los sordos oyen.
R./ Entonces el cojo saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
 


Ciclo B:
Jn 1, 6-8.19-28

HOMILÍA

Ruperto de Deutz, Tratado sobre las obras del Espíritu Santo (Lib III, cap 3: SC 165, 26-28)

En medio de vosotros hay uno que no conocéis

El bautismo de Juan es el bautismo del siervo; el bautismo de Cristo es el bautismo del Señor. El bautismo de Juan es un bautismo de conversión; el bautismo de Cristo es un bautismo para el perdón de los pecados. Mediante el bautismo de Juan, Cristo fue manifestado; mediante su propio bautismo, es decir, mediante su pasión, Cristo fue glorificado. Juan habla así de su bautismo: Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Por lo que a Cristo se refiere, una vez recibido el bautismo de Juan, habla así de su bautismo: Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Finalmente, mediante el bautismo de Juan el pueblo se preparaba para el bautismo de Cristo; mediante el bautismo de Cristo el pueblo se capacita para el reino de Dios.

No cabe duda de que los que fueron bautizados con el bautismo de Juan –de Juan que decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después–, y salieron de esta vida antes de la pasión de Cristo, una vez que Cristo fue bautizado en su pasión, fueron absueltos de sus pecados por graves que fueran, entraron con él en el paraíso y con él vieron el reino de Dios. En cambio, los que despreciaron el plan de Dios para con ellos y, sin haber recibido el bautismo de Juan, abandonaron la luz de esta vida antes del susodicho bautismo de la pasión de Cristo, de nada les sirvió el antiguo remedio de la circuncisión; como tampoco les aprovechó la pasión de Cristo ni fueron sacados del infierno, porque no pertenecían al número de aquellos de quienes decía Cristo: Y por ellos me consagro yo.

Por otra parte, tampoco conviene olvidar que quienes recibieron el bautismo de Juan y sobrevivieron al momento en que, glorificado Jesús, fue predicado el evangelio de su bautismo, si no lo recibieron, si no juzgaron necesario ser bautizados con su bautismo, de nada les valió el haber recibido el bautismo de Juan. Consciente de ello el apóstol Pablo, habiendo encontrado unos discípulos, les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Y de nuevo: Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? –se sobreentiende: si ni siquiera habéis oído hablar de un Espíritu Santo—, respondiendo ellos: El bautismo de Juan, les dijo: El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo.

¡Qué enorme diferencia entre el bautismo del siervo, en el que ni mención se hacía del Espíritu Santo, y el bautismo del Señor que no se confiere sino en el nombre del Espíritu Santo, a la vez que en el nombre del Padre y del Hijo, y en el que se otorga el Espíritu Santo para el perdón de los pecados! Luego bajo un nombre común, ambas realidades son denominadas bautismo; mas a pesar de la identidad de nombre el sentido profundo es muy diferente.

 

RESPONSORIO                    Jn 1, 29-30. 27; Mt 3, 11
 
R./ Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: Después de mí viene un hombre superior a mí porque era antes que yo, * al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
V./ Yo bautizo con agua: él os bautizará en Espíritu Santo.
R./ Al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
 


Ciclo C: Lc 3, 10-18

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 26 sobre el evangelio de san Lucas (3-5: SC 87, 341-343)

Seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta
consiga derribar

El bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Si eres santo, serás bautizado en el Espíritu, si pecador, serás sumergido en el fuego. Un mismo e idéntico bautismo se convertirá para los indignos y pecadores en fuego de condenación, mientras que a los santos, a los que con fe íntegra se convierten al Señor, se les otorgará la gracia del Espíritu Santo y la salvación.

Ahora bien, aquel de quien se afirma que bautiza con Espíritu Santo y fuego, tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Quisiera descubrir la razón por la que nuestro Señor tiene la horca y cuál es ese viento que, al soplar, dispersa por doquier la leve paja, mientras que el grano de trigo cae por su propio peso en un mismo lugar: de hecho, sin el viento no es posible separar el trigo de la paja.

Pienso que aquí el viento designa las tentaciones que, en el confuso acervo de los creyentes, demuestran quiénes son la paja, y quiénes son grano. Pues cuando tu alma ha sucumbido a una tentación, no es que la tentación te convierta en paja, sino que, siendo como eras paja, esto es, ligero e incrédulo, la tentación ha puesto al descubierto tu verdadero ser. Y por el contrario, cuando valientemente soportas las tentaciones, no es que la tentación te haga fiel y paciente, sino que esas virtudes de paciencia y fortaleza, que albergabas en la intimidad, han salido a relucir con la prueba: «¿Piensas –dice el Señor– que al hablarte así tenía yo otra finalidad sino la de manifestar tu justicia?». Y en otro lugar: Te he hecho pasar hambre para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones.

De idéntica forma, la tempestad no permite que se mantenga en pie un edificio construido sobre arena; por tanto, si te dispones a construir, construye sobre roca. La tempestad desencadenada no logrará derrumbar lo cimentado sobre roca; pero lo cimentado sobre arena se tambalea, demostrando así que no está bien cimentado. Por consiguiente, antes que se desate la tormenta, antes de que arrecien los vientos, y los ríos salgan de madre, mientras aún está todo en calma, centremos toda nuestra atención en los cimientos de la construcción, edifiquemos nuestra casa con los variados y sólidos sillares de los divinos preceptos, de modo que, cuando se cebe la persecución y arrecie la tormenta suscitada contra los cristianos, podamos demostrar que nuestro edificio está construido sobre la roca, que es Cristo Jesús.

Y si alguien –no lo quiera Dios– llegare a negarlo, piense éste tal que no negó a Cristo en el momento en que se visibilizó la negación, sino que llevaba en sí inveterados los gérmenes y las raíces de la negación: en el momento de la negación se hizo patente su realidad interior, saliendo a la luz pública.

Oremos, pues, al Señor para que seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar, cimentado sobre la roca, es decir, sobre nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Mt 3, 11
 
R./ El que viene después de mí es más poderoso que yo y yo no soy digno ni de llevarle las sandalias. * Él os bautizará en Espíritu santo y fuego.
V./ Juan rindió testimonio, diciendo:
R./ Él os bautizará en Espíritu santo y fuego.

 


 

EVANGELIOS DOMINGO IV DE ADVIENTO


Ciclo A:
Mt 1, 18-24

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 5 en la vigilia de Navidad (CCL 122, 32-36)

¡Oh grande e insondable misterio!

En breves palabras, pero llenas de verismo, describe el evangelista san Mateo el nacimiento del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, por el que el Hijo de Dios, eterno antes del tiempo, apareció en el tiempo Hijo del hombre. Al conducir el evangelista la serie genealógica partiendo de Abrahán para acabar en José, el esposo de María, y enumerar —según el acostumbrado orden de la humana generación— la totalidad así de los genitores como de los engendrados, y disponiéndose a hablar del nacimiento de Cristo, subrayó la enorme diferencia existente entre éste y el resto de los nacimientos: los demás nacimientos se producen por la normal unión del hombre y de la mujer mientras que él, por ser Hijo de Dios, vino al mundo por conducto de una Virgen. Y era conveniente bajo todos los aspectos que, al decidir Dios hacerse hombre para salvar a los hombres, no naciera sino de una virgen, pues era inimaginable que una virgen engendrara a ningún otro, sino a uno que, siendo Dios, ella lo procreara como Hijo.

Mirad —dice—: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»). El nombre que el profeta da al Salvador, «Dios-con-nosotros», indica la doble naturaleza de su única persona. En efecto, el que es Dios nacido del Padre antes de los tiempos, es el mismo que, en la plenitud de los tiempos, se convirtió, en el seno materno, en Emmanuel, esto es, en «Dios-con-nosotros», ya que se dignó asumir la fragilidad de nuestra naturaleza en la unidad de su persona, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, esto es, cuando de modo admirable comenzó a ser lo que nosotros somos, sin dejar de ser lo que era asumiendo de forma tal nuestra naturaleza que no le obligase a perder lo que él era.

Dio, pues, a luz María a su hijo primogénito, es decir, al hijo de su propia carne; dio a luz al que, antes de la creación, había nacido Dios de Dios, y en la humanidad en que fue creado, superaba ampliamente a toda creatura. Y él le puso —dice— por nombre Jesús.

Jesús es el nombre del hijo que nació de la virgen, nombre que significa —según la explicación del ángel— que él iba a salvar a su pueblo de los pecados. Y el que salva de los pecados, salvará igualmente de las corruptelas de alma y cuerpo, secuela del pecado.

La palabra «Cristo» connota la dignidad sacerdotal o regia. En la ley, tanto los sacerdotes como los reyes eran llamados «cristos» por el crisma, es decir, por la unción con el óleo sagrado: eran un signo de quien, al manifestarse en el mundo como verdadero Rey y Pontífice, fue ungido con aceite de júbilo entre todos sus compañeros.

Debido a esta unción o crisma, se le llama Cristo; a los que participan de esta unción, es decir, de esta gracia espiritual, se les llama «cristianos». Que él, por ser nuestro Salvador, nos salve de los pecados; en cuanto Pontífice, nos reconcilie con Dios Padre; en su calidad de Rey se digne darnos el reino eterno de su Padre, Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Is 7, 14; 1 Jn 4, 10
 
R./ Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, * y le pondrá por nombre Enmanuel.
V./ Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
R./ Y le pondrá por nombre Enmanuel.
 


Ciclo B: Lc 1, 26-38

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 3 en el Adviento (CCL 122, 14-17)

Concebirás y darás a luz un hijo

La lectura del santo evangelio que acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien —depuesta la nociva vetustez— podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida, procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol, cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.

Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder temporal. Como dice el Apóstol: El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Y reinará en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal, que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando, al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 38.35
 
R./ María contestó: «He aquí la esclava del Señor; * hágase en mí según tu palabra».
V./ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios.
R./ Hágase en mí según tu palabra.
 


Ciclo C: Lc 1, 39-45

HOMILÍA

Beato Guerrico de Igny, Sermón 2 en el Adviento del Señor (1-4: SC 166, 104-116)

¡Mira que viene el Rey!

Mira que viene el Rey, salgamos al encuentro de nuestro Salvador. Bellamente se expresa Salomón: Agua fresca en garganta sedienta es la buena noticia de tierra lejana. Y ciertamente es buena la noticia que nos anuncia la venida del Salvador, la reconciliación del mundo y los bienes del siglo futuro. Este tipo de noticias son agua refrigerante y bebida saludable de sabiduría para el alma que tiene sed de Dios. Y de hecho, quien anuncia a esa alma la venida u otros misterios del Salvador, le saca y le brinda aguas con gozo de las fuentes de la salvación, de suerte que a quien se lo anuncia –sea éste Isaías u otro o cualquiera de los profetas— parece como si incluso esta alma le respondiera con las palabras de Isabel, ya que ha sido abrevada con el mismo Espíritu que ella: ¿Quién soy yo para que me visite mi Señor? En cuanto tu anuncio llegó a mis oídos, mi espíritu saltó de alegría en mi corazón, tratando de salir al encuentro de Dios su Salvador.

Levántese, pues, nuestro espíritu con gozosa alegría, y corra al encuentro de su Salvador y, desde lejos, adore y salude al que está ya en camino, aclamándolo y diciendo: Ven, Señor, sálvame, y quedaré a salvo; ven, que brille tu rostro y nos salve. Esperamos en ti, sé nuestra salvación en el peligro. Así es como los profetas y los justos, muchos siglos antes, corrían, con el deseo y el afecto, al encuentro de Cristo que estaba por venir, deseando ver, a ser posible, con sus propios ojos lo que vislumbraba su espíritu.

Aguardamos el día aniversario del nacimiento de Cristo que, Dios mediante, se nos ha prometido contemplar próximamente. Y la Escritura parece exigirnos un gozo tal, que nuestro espíritu, elevándose sobre sí mismo, trate en cierto modo de salir al encuentro de Cristo que se acerca, se proyecte con el deseo hacia el porvenir e, incapaz de moratorias, se esfuerce desde ahora en rastrear el futuro. Pues estoy convencido de que los innumerables textos de las Escrituras que nos animan a salir a su encuentro, se refieren no sólo a la segunda, sino también a la primera venida. ¿Cómo? me preguntarás. De esta forma: así como en la segunda venida saldremos a su encuentro con el movimiento y la exultación del cuerpo, así hemos de salirle al encuentro en la primera venida con el afecto y la exultación del corazón.

Y la verdad es que —en este tiempo intermedio que corre entre la primera y la última venida del Señor– esta visita personal del Señor se efectúa con relativa frecuencia, habida cuenta del mérito y del esfuerzo de cada cual, y tiene la misión de conformarnos con la primera venida y prepararnos para la definitiva. Esta es efectivamente la motivación de su actual venida a nosotros: que no se frustre su primera venida a nosotros, ni, en la final, venga airado contra nosotros. Con su primera venida cuida de reformar nuestra propensión a la soberbia, configurándola según el modelo de su humildad, de la que en su primera venida nos dio pruebas fehacientes; y lo hace para después transformar nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, que nos mostrará cuando nuevamente vuelva.

A nosotros, en cambio, hermanos, que todavía no tenemos el consuelo de tan sublime experiencia, para que podamos esperar pacientemente la venida del Señor, consuélenos mientras tanto una fe cierta y una conciencia pura, que pueda decir con la misma dicha y fidelidad de Pablo: Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio, es decir, hasta la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 42.45
 
R./¡Bendita tú entre las mujeres, * y bendito el fruto de tu vientre!
V./ Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
R./ Y bendito el fruto de tu vientre.

 

EVANGELIO DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

25 de diciembre
 

Mt 1, 1-25
(para los tres ciclos)

Ciclo A:

HOMILÍA

Teodoto de Ancira, Sermón en la Natividad del Salvador (Edic Schwartz, ACO t. 3, parte 1,157-159. Cf. La vie spirituelle, dic. 1967, 509-510)

El Dueño de todo vino en forma de siervo

El Dueño de todo vino en forma de siervo, revestido de pobreza, para no ahuyentar la presa. Habiendo elegido para nacer la inseguridad de un campo indefenso, nace de una pobrecilla virgen, inmerso en la pobreza, para, en silencio, dar caza al hombre y así salvarlo. Pues de haber nacido en medio del boato, y si se hubiera rodeado de riqueza, los infieles habrían dicho, y con razón, que había sido la abundancia de riqueza la que había operado la transformación de la redondez de la tierra. Y si hubiera elegido Roma, entonces la ciudad más poderosa, hubieran pensado que era el poderío de sus ciudadanos el que había cambiado el mundo.

De haber sido el hijo del emperador, su obra benéfica se habría inscrito en el haber de las influencias. Si hubiera nacido hijo de un legislador, su reforma social se habría atribuido al ordenamiento jurídico. Y ¿qué es lo que hizo? Escogió todo lo vil y pobre, todo lo mediocre e ignorado por la gran masa, a fin de dar a conocer que la divinidad era la única transformadora de la tierra. He aquí por qué eligió una madre pobre, una patria todavía más pobre, y él mismo falto de recursos.

Aprende la lección del pesebre. No habiendo lecho en que acostar al Señor, se le coloca en un pesebre, y la indigencia de lo más imprescindible se convierte en privilegiado anuncio de la profecía. Fue colocado en un pesebre para indicar que iba a convertirse en manjar incluso de los irracionales. En efecto, viviendo en la pobreza y yaciendo en un pesebre, la Palabra e Hijo de Dios atrae a sí tanto a los ricos como a los pobres, a los elocuentes como a los de premiosa palabra.

Fíjate cómo la ausencia de bienes dio cumplimiento a la profecía, y cómo la pobreza ha hecho accesible a todos a aquel que por nosotros se hizo pobre. Nadie tuvo reparo en acudir por temor a las soberbias riquezas de Cristo; nadie sintió bloqueado el acceso por la magnificencia del poder: se mostró cercano y pobre, ofreciéndose a sí mismo por la salvación de todos.

Mediante la corporeidad asumida, el Verbo de Dios se hace presente en el pesebre, para hacer posible que todos, racionales e irracionales, participen del manjar de salvación. Y pienso que esto es lo que ya antes había pregonado el profeta, desvelándonos el misterio de este pesebre: Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no recapacita. El que es rico, por nosotros se hizo pobre, haciendo fácilmente perceptible a todos la salvación con la fuerza de la divinidad. Refiriéndose a esto decía asimismo el gran Pablo: Siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que nosotros, con su pobreza, nos hagamos ricos.

Pero, ¿quién era el que enriquecía?, ¿de qué enriquecía?, y, ¿cómo se hizo él pobre por nosotros? Dime, por favor: ¿quién, siendo rico, se ha hecho pobre con mi pobreza? ¿Quizá el que apareció hecho hombre? Pero éste nunca fue rico, sino que nació pobre de padres pobres. ¿Quién, pues, era rico y con qué nos enriquecía el que por nosotros se hizo pobre? Dios —dice— enriquece a la criatura. Es, pues, Dios quien se hizo pobre, haciendo suya la pobreza del que se hacía visible; él es efectivamente rico en su divinidad, y por nosotros se hizo pobre.

 

RESPONSORIO
 
R./ ¡Oh rey del cielo al cual todo el mundo está sometido! Es puesto en un establo aquel que sostiene el mundo, * yace en un pesebre y truena sobre las nubes.
V.    El que rige el cielo y la tierra y gobierna todo el universo,
R./ Yace en un pesebre y truena sobre las nubes.
 


Ciclo B:

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 145 (PL 52, 588)

Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel

Es mi propósito hablaros hoy, hermanos, de cómo nos relata el santo evangelista el misterio de la generación de Cristo. Dice: El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, ¿cómo se compagina esta bondad con la resolución de no discutir la gravidez de su esposa? Las virtudes no pueden sostenerse separadamente: la equidad desprovista de bondad se convierte en severidad, y la justicia sin piedad se torna crueldad. Con razón, pues, a José se le califica de bueno, porque era piadoso; y de piadoso, por ser bueno. Al pensar piadosamente, se libra de la crueldad; al juzgar benignamente, observó la justicia; al no querer erigirse en acusador, rehuyó la sentencia. Se requemaba el alma del justo perpleja ante la novedad del evento: tenía ante sí una esposa preñada, pero virgen; grávida del don no menos que del pudor; solícita por lo concebido, pero segura de su integridad; revestida de la función maternal, sin perder el decoro virginal.

¿Cuál debía ser la conducta del esposo ante tal situación? ¿Acusarla de infidelidad? No, pues él era testigo de su inocencia. ¿Airear la culpa? Tampoco, pues era él el guardián de su pudor. ¿Inculparla de adulterio? Menos aún, pues estaba plenamente convencido de su virginidad. ¿Qué hacer, entonces? Piensa repudiarla en secreto, pues ni podía ir por ahí aireando lo sucedido ni ocultarlo en la intimidad del hogar. Decide repudiarla en secreto y confía a Dios todo el negocio, ya que nada tiene que comunicar a los hombres.

José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará al pueblo de los pecados. Veis, hermanos, cómo una sola persona representa toda una raza, veis cómo un solo individuo lleva la representación de toda una estirpe, veis cómo en José se da cita la serie genealógica de David.

José, hijo de David. Nacido de la vigésima octava generación, ¿por qué se le llama hijo de David, sino porque en él se desvela el misterio de una estirpe, se cumple la fidelidad de la promesa, y en la carne virginal luce ya el sello de la sobrenatural concepción de un parto celeste? La promesa de Dios Padre hecha a David estaba expresada en estos términos: El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono». Del fruto de tu vientre: sí, fruto de tu vientre, de tu seno, sí, porque el huésped celeste, el supremo morador de tal modo descendió al receptáculo de tus entrañas que ignoró las limitaciones corporales; y de tal modo salió del claustro materno, que dejó intacto el sello de la virginidad, cumpliéndose de esta manera lo que se canta en el Cantar de los cantares: Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín cerrado, fuente sellada.

La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Concibió la virgen, pero del Espíritu; parió la virgen, pero a aquel que había predicho Isaías: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»).

 

RESPONSORIO
 
R./ Dichosa la estirpe de la cual nació Cristo. * ¡Gloria a la Virgen que concibió al Rey del cielo!
V./ ¡Todas las gentes te llamarán dichosa, oh santa virgen María!
R./ ¡Gloria a la Virgen que concibió al Rey del cielo!”

 

Ciclo C:

HOMILÍA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón 1 de la Natividad del Señor (PL 195, 226-227)

Hoy nos ha nacido un Salvador

Hoy, en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador: El Mesías, el Señor. La ciudad de que aquí se habla es Belén, a la que debemos acudir corriendo, como lo hicieron los pastores, apenas oído este rumor. Así es como soléis cantar —en el himno de María, la Virgen—: «Cantaron gloria a Dios, corrieron a Belén». Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Ved por qué os dije que debéis amar. Teméis al Señor de los ángeles, pero amadle chiquitín; teméis al Señor de la majestad, pero amadle envuelto en pañales; teméis al que reina en el cielo, pero amadle acostado en un pesebre. Y ¿cuál fue la señal que recibieron los pastores? Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El es el Salvador, él es el Señor. Pero, ¿qué tiene de extraordinario ser envuelto en pañales y yacer en un establo? ¿No son también los demás niños envueltos en pañales? Entonces, ¿qué clase de señal es ésta? Una señal realmente grande, a condición de que sepamos comprenderla. Y la comprendemos si no nos limitamos a escuchar este mensaje de amor, sino que, además, albergamos en nuestro corazón aquella claridad que apareció junto con los ángeles. Y si el ángel se apareció envuelto en claridad, cuando por primera vez anunció este rumor, fue para enseñarnos que sólo escuchan de verdad, los que acogen en su alma la claridad espiritual.

Podríamos decir muchas cosas sobre esta señal, pero como el tiempo corre, insistiré brevemente en este tema. Belén, «casa del pan», es la santa Iglesia, en la cual se distribuye el cuerpo de Cristo, a saber, el pan verdadero. El pesebre de Belén se ha convertido en el altar de la Iglesia. En él se alimentan los animales de Cristo. De esta mesa se ha escrito: Preparas una mesa ante mí. En este pesebre está Jesús envuelto en pañales. La envoltura de los pañales es la cobertura de los sacramentos. En este pesebre y bajo las especies de pan y vino está el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo. En este sacramento creemos que está el mismo Cristo; pero está envuelto en pañales, es decir, invisible bajo los signos sacramentales. No tenemos señal más grande y más evidente del nacimiento de Cristo como el hecho de que cada día sumimos en el altar santo su cuerpo y su sangre; como el comprobar que a diario se inmola por nosotros, el que por nosotros nació una vez de la Virgen.

Apresurémonos, hermanos, al pesebre del Señor; pero antes y en la medida de lo posible, preparémonos con su gracia para este encuentro de suerte que asociados a los ángeles, con corazón limpio, con una conciencia honrada y con una fe sentida, cantemos al Señor con toda nuestra vida y toda nuestra conducta: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 2, 10-12
 
R./ El ángel dijo a los pastores: os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: * Hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador que es el Cristo Señor.
V./ Encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.
R./ Hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador que es el Cristo Señor.

 

 

EVANGELIOS DE LA SAGRADA FAMILIA


Ciclo A:
Mt 2, 13-15.19-23

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el día de Navidad (PG 56, 392)

Junto al Niño Jesús están María y José

Entró Jesús en Egipto para poner fin al llanto de la antigua tristeza; suplantó las plagas por el gozo, y convirtió la noche y las tinieblas en luz de salvación.

Entonces fue contaminada el agua del río con la sangre de los tiernos niños. Por eso entró en Egipto el que había convertido el agua en sangre, comunicó a las aguas vivas el poder de aflorar la salvación y las purificó de su fango e impureza con la virtud del Espíritu. Los egipcios fueron afligidos y, enfurecidos, no reconocieron a Dios. Entró, pues, Jesús en Egipto y, colmando las almas religiosas del conocimiento de Dios, dio al río el poder de fecundar una mies de mártires más copiosa que la mies de grano.

¿Qué más diré o cómo seguir hablando? Veo a un artesano y un pesebre; veo a un Niño y los pañales de la cuna, veo el parto de la Virgen carente de lo más imprescindible, todo marcado por la más apremiante necesidad; todo bajo la más absoluta pobreza. ¿Has visto destellos de riqueza en la más extrema pobreza? ¿Cómo, siendo rico, se ha hecho pobre por nuestra causa? ¿Cómo es que no dispuso ni de lecho ni de mantas, sino que fue depositado en un desnudo pesebre? ¡Oh tesoro de riqueza, disimulado bajo la apariencia de pobreza! Yace en el pesebre, y hace temblar el orbe de la tierra; es envuelto en pañales, y rompe las cadenas del pecado; aún no sabe articular palabra, y adoctrina a los Magos induciéndolos a la conversión.

¿Qué más diré o cómo seguir hablando? Ved a un Niño envuelto en pañales y que yace en un pesebre: está con él María, que es Virgen y Madre; le acompañaba José, que es llamado padre.

José era sólo el esposo: fue el Espíritu quien la cubrió con su sombra. Por eso José estaba en un mar de dudas y no sabía cómo llamar al Niño. Esta es la razón por la que, trabajado por la duda, recibe, por medio del ángel, un oráculo del cielo: José, no tengas reparo en llevarte a tu mujer, pues la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu Santo cubrió a la Virgen con su sombra. Y ¿por qué nace de la Virgen y conserva intacta su virginidad? Pues porque en otro tiempo el diablo engañó a la virgen Eva; por lo cual a María, que dio a luz siendo virgen, fue Gabriel quien le comunicó la feliz noticia. Es verdad que la seducida Eva dio a luz una palabra que introdujo la muerte; pero no lo es menos que María, acogiendo la alegre noticia, engendró al Verbo en la carne, que nos ha merecido la vida eterna.

 

RESPONSORIO                    Mt 2, 13-15
 
R./ Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto * y permanece allí hasta que te avise.
V./ Para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: de Egipto llamé a mi Hijo.
R./ Y permanece allí hasta que te avise.
 


Ciclo B: Lc 2, 22-40

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 12 sobre diversas materias (PG 77, 1042.1047.1050)

Al asumir la condición de esclavo, Cristo, en cierto modo,
fue contado entre los siervos

Acabamos de ver al Emmanuel acostado en un pesebre como un niño recién nacido, envuelto en pañales según la humana costumbre, pero divinamente celebrado por el santo ejército de los ángeles. Estos serán los encargados de anunciar a los pastores su nacimiento. Pues Dios Padre otorgó a los celestes espíritus este altísimo privilegio: ser los primeros en predicar a Cristo. Acabamos de ver también hoy cómo Cristo se somete a las leyes mosaicas; más aún, hemos visto cómo Dios, el legislador, se sometía, como un hombre cualquiera, a sus propias leyes. Esta es la razón por la que el sapientísimo Pablo nos da esta lección: Cuando éramos menores estábamos esclavizados por lo elemental del mundo. Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley.

Así pues, Cristo rescató de la maldición de la ley a los que estaban bajo la ley, pero no a los que eran observantes de la ley. Y ¿cómo los rescató? Cumpliéndola. O dicho de otro modo, mostrándose morigerado y obediente en todo a Dios Padre, a fin de reparar los pecados de prevaricación cometidos en Adán. Pues está escrito que así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. Por tanto,sometió como nosotros la cerviz al yugo de la ley, y lo hizo por razones de justicia.

Convenía, en efecto, que él cumpliera toda la justicia. Pues al asumir realmente la condición de siervo, quedaba, por su humanidad, inscrito en el número de los súbditos: pagó, como uno de tantos, a los que cobraban el impuesto de las dos dracmas, aun cuando por su calidad de Hijo era naturalmente libre y exento del tributo.

Ahora bien, al verle observar la ley, cuidado no te escandalices ni lo catalogues entre los siervos, a él que es libre; esfuérzate más bien en penetrar la profundidad del plan divino. Al cumplirse, pues, los ocho días, en cuya fecha y por prescripción de la ley, era costumbre practicar la circuncisión de la carne, le impusieron un nombre, y precisamente el nombre de Jesús, que significa Salvación del pueblo.

Tal fue, en efecto, el nombre que Dios Padre eligió para su Hijo, nacido de mujer según la carne. Pues fue ciertamente en ese momento cuando de manera muy especial se llevó a cabo la salvación del pueblo: y no de un solo pueblo, sino de muchos, mejor, de todas las naciones y de la universalidad de la tierra. A un mismo tiempo fue circuncidado y se le impuso el nombre, convirtiéndose efectivamente Cristo en luz que alumbra a las naciones y, a la vez, en gloria de Israel. Y si bien hubo en Israel algunos injustos, obstinados e insensatos, no obstante un resto fue salvado y glorificado por Cristo. Las primicias fueron los discípulos del Señor, cuya gloria resplandece en todo el mundo. Otra gloria de Israel es que Cristo, según la carne, procede de su raza, si bien, en cuanto Dios, está sobre todos y es bendito por los siglos. Amén.

Nos presta, pues un buen servicio el sapientísimo evangelista al relatarnos todo lo que por nosotros y para nosotros soportó el Hijo hecho carne, sin desdeñarse en asumir nuestra pobreza, a fin de que le glorifiquemos como Redentor, como Señor, como Salvador y como Dios, porque a él y, con él a Dios Padre, le es debida la gloria y el poder, juntamente con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 2, 3b-33
 
R./ Tu salvación preparaste, oh Dios, ante todos los pueblos. * Luz para iluminar a los pueblos y gloria de tu pueblo Israel.
V./ El padre y la madre de Jesús se llenaron de estupor oyendo las cosas que se decían de él.
R./ Luz para iluminar a los pueblos y gloria de tu pueblo Israel.
 


Ciclo C: Lc 2, 41-52

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 18 sobre el evangelio de san Lucas (2-5: Edit GCS 9, 112-113)

Angustiados buscamos a Jesús

Cuando Jesús cumplió doce años, se quedó en Jerusalén. Sus padres, que no lo sabían, lo buscan solícitamente y no lo encuentran. Lo buscan entre los parientes, lo buscan en la caravana, lo buscan entre los conocidos: y no lo encuentran entre ellos. Jesús es, pues, buscado por sus padres: por el padre que lo había alimentado y acompañado al bajar a Egipto. Y sin embargo no lo encuentran con la rapidez con que lo buscan. A Jesús no se le encuentra entre los parientes y consanguíneos; no se le encuentra entre los que corporalmente le están unidos. Mi Jesús no puede ser hallado en una nutrida caravana. Aprende dónde lo encuentran quienes lo buscaban, para que buscándolo también tú puedas encontrarlo como José y María. Al ir en su busca —dice— lo encontraron en el templo. En ningún otro lugar, sino en el templo; y no simplemente en el templo, sino en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Busca, pues, tú también a Jesús en el templo, búscalo en la Iglesia, búscalo junto a los maestros que hay en el templo y no salen de él. Si de esta forma lo buscas, lo encontrarás.

Por otra parte, si alguien se tiene por maestro y no posee a Jesús, éste tan sólo de nombre es maestro y, en consecuencia, no podrá ser hallado Jesús en su compañía, Jesús es la Palabra y la Sabiduría de Dios. Le encuentran sentado en medio de los maestros, y no sólo sentado, sino haciéndoles preguntas y escuchándolos.

También en la actualidad está Jesús presente, nos interroga y nos escucha cuando hablamos. Todos —dice— quedaban asombrados. ¿De qué se asombraban? No de sus preguntas, con ser admirables, sino de sus respuestas. Formulaba preguntas a los maestros y, como a veces eran incapaces de responderle, él mismo daba la respuesta a las cuestiones planteadas. Y para que la respuesta no sea un simple expediente para llenar tu turno en la conversación, sino que esté imbuida de doctrina escriturística, déjate amaestrar por la ley divina. Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno. Aquella respuesta versaba sobre los asuntos que Moisés ignoraba y acerca de los cuales el Señor le instruía. Unas veces es Jesús quien pregunta, otras, es el que responde. Y, como más arriba hemos dicho, si bien sus preguntas eran admirables, mucho más admirables sin embargo, eran sus respuestas.

Por tanto, para que también nosotros podamos escucharlo y pueda él plantearnos problemas, roguémosle y busquémosle en medio de fatigas y dolores, y entonces podremos encontrar al que buscamos. No en vano está escrito: Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Conviene que quien busca a Jesús no lo busque negligente, disoluta o eventualmente, como hacen muchos que, por eso, no consiguen encontrarlo. Digamos, por el contrario: «¡Angustiados te buscamos!», y una vez dicho, él mismo responderá a nuestra alma que lo busca afanosamente y en medio de la angustia, diciendo: ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

 

RESPONSORIO                    Lc 2, 47; Is 45, 15
 
R./ Todos los que lo oían estaban llenos de estupor a causa de su inteligencia y de sus respuestas. * Al verlo, sus padres quedaron estupefactos.
V./ Es verdad, tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador.
R./ Al verlo, sus padres quedaron estupefactos.

 

1 de enero
Octava de Navidad

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS


EVANGELIO:
LC 2, 16-21

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 15 sobre la encarnación del Verbo (1-3: PG 77,1090-1091)

La santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios

Profundo, grande y realmente admirable es el misterio de la religión, ardientemente deseado incluso por los santos ángeles. Dice, en efecto, en cierto pasaje uno de los discípulos del Salvador, refiriéndose a lo que los santos profetas dijeron acerca de Cristo, Salvador de todos nosotros: Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el evangelio con la fuerza del Espíritu enviado desde el cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar. Y a la verdad, cuantos inteligentemente se asomaron a este gran misterio de la religión, al encarnarse Cristo, daban gracias por nosotros diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama.

Pues aun siendo por su misma naturaleza verdadero Dios, Verbo que procede de Dios Padre, consustancial y coeterno con el Padre, resplandeciente con la excelencia de su propia dignidad, y de la misma condición del que lo había engendrado, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó de santa María la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Y de este modo quiso humillarse hasta el anonadamiento el que a todos enriquece con su plenitud. Se anonadó por nosotros sin ser coaccionado por nadie, sino asumiendo libremente la condición servil por nosotros, él que era libre por su propia naturaleza. Se hizo uno de nosotros el que estaba por encima de toda criatura; se revistió de mortalidad el que a todos vivifica. El es el pan vivo para la vida del mundo.

Con nosotros se sometió a la ley quien, como Dios, era superior a la ley y legislador. Se hizo –insisto– como uno de los nacidos cuya vida tiene un comienzo, el que existía anterior a todo tiempo y a todos los siglos; más aún, él que es el Autor y Hacedor de los tiempos.

¿Cómo, entonces, se hizo igual a nosotros? Pues asumiendo un cuerpo en la santísima Virgen: y no es un cuerpo inanimado, como han creído algunos herejes, sino un cuerpo informado por un alma racional. De esta forma nació hombre perfecto de una mujer, pero sin pecado. Nació verdaderamente, y no sólo en apariencia o fantásticamente. Aunque, eso sí, sin renunciar a la divinidad ni dejar de ser lo que siempre había sido, es y será: Dios. Y precisamente por esto afirmamos que la santísima Virgen es Madre de Dios. Pues como dice el bienaventurado Pablo: Un solo Dios, el Padre, de quien procede el universo; y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el universo. Lejos de nosotros dividir en dos hijos al único Dios y Salvador, al Verbo de Dios humanado y encarnado.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 42
 
R./ Dichosa eres, oh Virgen María, * has llevado en tu seno a Cristo el Señor.
V./ Bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu seno.
R./ Has llevado en tu seno a Cristo el Señor.

 

 

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el 6 de enero.


EVANGELIO: Jn 1, 1-18

HOMILÍA

Orígenes, Sobre los principios (Lib 2, cap 6,1-2: sobre la encarnación de Cristo: PG 16, 209-211)

Con el mayor temor y reverencia hemos de contemplar
el misterio de Cristo

Si tenemos en cuenta lo que la Escritura santa nos refiere de su majestad y no perdemos de vista que Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, y que por medio de él fueron creadas todas las cosas: visibles e invisibles; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él, que es la cabeza de todos, comprobamos la imposibilidad de poner por escrito el misterio de la gloria del Salvador.

Si, pues, consideramos tantas y tales cosas como se han dicho sobre la naturaleza del Hijo de Dios, nos llenará de asombro y de estupor el que una naturaleza tan por encima de todo lo creado, desde la altura de su majestad, se haya rebajado hasta el anonadamiento, haciéndose hombre y viviendo entre los hombres.

Él mismo, antes de hacerse visible en un cuerpo mortal, envió a los profetas en calidad de precursores y mensajeros de su venida. Y después de su ascensión a los cielos, mandó a los santos apóstoles, investidos con los poderes de su divinidad –hombres imperitos e indoctos, escogidos de entre los publicanos y los pescadores– a recorrer toda la tierra, para que, de toda raza y de la universalidad de los pueblos, le congregasen un pueblo santo que creyera en él.

Mas, entre todos los milagros y prodigios que de él conocemos, hay uno que excede muy particularmente toda capacidad de admiración de la inteligencia humana: la fragilidad de la inteligencia mortal no llega a comprender ni siquiera a intuir que tan inmenso poder de la divina majestad, el mismo Verbo del Padre y la propia Sabiduría de Dios, por medio de la cual fueron creadas todas las cosas: visibles e invisibles, hayamos de creer que estaba circunscrita dentro de los límites de aquel hombre que apareció en Judea. Más aún, esa fe nos invita a aceptar que la Sabiduría de Dios penetró en el seno de una mujer, que nació hecho niño, que prorrumpió en vagidos como cualquier otro niño que llora. Y por fin, lo que se nos cuenta de él que se turbó en presencia de la muerte, como el mismo Jesús confesó diciendo: Me muero de tristeza; y para colmo, que fue conducido a una muerte, considerada por los hombres como la más ignominiosa, aunque resucitase al tercer día.

Ahora bien: cuando observamos en él rasgos tan profundamente humanos, que en nada parece diferenciarse del común de los mortales y, por el contrario, otros tan típicamente divinos que no riman con ningún otro sino con aquella primera e inefable naturaleza de la deidad, la inteligencia humana se angustia y, presa de inmenso estupor, no sabe a qué atenerse, a qué ha de aferrarse, qué dirección tomar. Si lo siente Dios, lo ve mortal; si lo considera hombre, lo ve volver de entre los muertos cargado de botín, después de haber destruido el dominio de la muerte. Por lo cual, hemos de contemplarlo con el mayor temor y reverencia.

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 9, 1
 
R./ Un día santo resplandece para nosotros: venid gentes, adoremos al Señor. * El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande.
V./ Venid a adorarlo, él es el Señor nuestro Dios.
R./ El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande.

 

TIEMPO DE EPIFANÍA

6 de enero
o bien
Domingo que ocurre entre los días 2 y 8 de enero


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Solemnidad

EVANGELIO

Mt 2, 1-12 (los tres ciclos)

HOMILÍA

Ciclos A y C:

San Basilio Magno, Homilía sobre la generación de Cristo (PG 31, 1471-1475)

Recibamos también nosotros esa inmensa alegría en nuestros corazones

La estrella vino a pararse encima de donde estaba el niño. Por lo cual, los magos, al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Recibamos también nosotros esa inmensa alegría en nuestros corazones. Es la alegría que los ángeles anuncian a los pastores. Adoremos con los Magos, demos gloria con los pastores, dancemos con los ángeles. Porque hoy ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. El Señor es Dios: él nos ilumina, pero no en la condición divina, para atemorizar nuestra debilidad, sino en la condición de esclavo, para gratificar con la libertad a quienes gemían bajo la esclavitud. ¿Quién es tan insensible, quién tan ingrato, que no se alegre, que no exulte, que no se recree con tales noticias? Esta es una fiesta común a toda la creación: se le otorgan al mundo dones celestiales, el arcángel es enviado a Zacarías y a María, se forma un coro de ángeles, que cantan: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama.

Las estrellas se descuelgan del cielo, unos Magos abandonan la paganía, la tierra lo recibe en una gruta. Que todos aporten algo, que ningún hombre se muestre desagradecido. Festejemos la salvación del mundo, celebremos el día natalicio de la naturaleza humana. Hoy ha quedado cancelada la deuda de Adán. Ya no se dirá en adelante: Eres polvo y al polvo volverás, sino: «Unido al que viene del cielo, serás admitido en el cielo». Ya no se dirá más: Parirás hijos con dolor, pues es dichosa la que dio a luz al Emmanuel y los pechos que le alimentaron. Precisamente por esto un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado.

Súmate tú también a los que, desde el cielo, recibieron gozosos al Señor. Piensa en los pastores rezumando sabiduría, en los pontífices adornados con el don de profecía, en las mujeres rebosantes de gozo: bien cuando María es invitada a alegrarse por Gabriel, bien cuando Isabel siente a Juan saltar de alegría en su vientre. Ana que hablaba de la buena noticia, Simeón que lo tomaba en sus brazos, ambos adoraban en el niño al gran Dios y, lejos de despreciar lo que veían, ensalzan la majestad de su divinidad. Pues la fuerza divina se hacía visible a través del cuerpo humano como la luz atraviesa el cristal, refulgiendo ante aquellos que tenían purificados los ojos del corazón. Con los cuales ojalá nos hallemos también nosotros, contemplando a cara descubierta la gloria del Señor como en un espejo, para que también nosotros nos vayamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la gracia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
 

Ciclo B:

HOMILÍA

San Odilón de Cluny, Sermón 2 en la Epifanía del Señor (PL 142, 997-998)

Cristo se ha manifestado hoy al mundo

Hoy Cristo se ha manifestado al mundo, hoy ha recibido el sacramento del bautismo y, al recibirlo, lo ha consagrado con su presencia. Hoy –como lo atestigua la fe de los creyentes– en el curso de unas bodas, ha convertido el agua en vino. Espiritualmente se convierte el agua en vino, porque, abolida la letra de la ley, en Cristo brilla la gracia del evangelio. Se bautiza Cristo y es renovado el mundo; se bautiza Cristo: se despoja del hombre viejo y se reviste del hombre nuevo. Es expulsado aquel primer hombre que, hecho de tierra, era terreno; se reviste del segundo que, por proceder del cielo, es celestial. Cuando Cristo fue bautizado, el misterio del santo bautismo fue consagrado por la presencia de toda la Trinidad: se oyó la voz del Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; el Espíritu Santo apareció en forma de paloma y, Jesús, como Hijo único, quiso ser bautizado por san Juan. Sobre este tema escribe san Hilario con una belleza tal, que traduce la ortodoxia de sus convicciones. Y aunque tanto la encarnación de la Palabra como el misterio del bautismo, sean obra de toda la Trinidad, sin embargo sólo el Hijo fue bautizado por Juan, como sólo el Hijo nació de la Virgen, y pasó, sin pecado, a través de todas las pasiones de la mortalidad asumida, y permaneció siempre impasible según la naturaleza de la divinidad.

Este día es ya de suyo festivo; mas la misma proximidad de la fiesta de Navidad le confiere una especial solemnidad. Cuando Dios es adorado en un niño, se subraya el honor del parto virginal. Cuando al hombre-Dios se le ofrecen regalos, se adora la dignidad del niño divino. Al encontrar a María con el niño, se predica la verdadera humanidad de Cristo y la integridad de la Madre de Dios.

En efecto, así se expresa el evangelista: Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Los regalos que los Magos ofrecen, revelan arcanos sacramentos de Cristo. Al darle oro, lo proclaman rey; al ofrecerle incienso, adoran a Dios; al presentarle la mirra, confiesan al hombre mortal. Nosotros, por nuestra parte, creamos que Cristo asumió nuestra mortalidad para, con su única muerte, abolir nuestra doble muerte. Cómo Cristo se manifestó hombre mortal y cómo pagó su tributo a la muerte, lo tienes escrito en Isaías: Como un cordero fue llevado al matadero. Nuestra fe en la realeza de Cristo la tenemos atestiguada por la autoridad divina. En efecto, él mismo dice de sí en el salmo: Yo mismo he sido establecido rey por él, es decir, por Dios Padre. Y que sea Rey de reyes, nos lo asevera por boca de la Sabiduría: Por mí reinan los reyes, y los príncipes dan leyes justas. Y que Jesús sea realmente Dios y Señor, lo testifica el mundo entero por él creado. Pues él mismo dice en el evangelio: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Y el santo evangelista: Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada. Si se reconoce que todo fue creado por él, y en él tiene su consistencia, es lógico creer que todas las cosas reconocieron su venida.

 

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Domingo después del 6 de enero

Fiesta


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 3, 13-17

HOMILÍA

San Gregorio de Neocesarea, Homilía 4 [atribuida], en la santa Teofanía (PG 10, 1182-1183)

Vino a nosotros el que es el esplendor
de la gloria del Padre

Estando tú presente, me es imposible callar, pues yo soy la voz, y precisamente la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Al nacer, yo hice fecunda la esterilidad de la madre que me engendró, y, cuando todavía era un niño, procuré medicina a la mudez de mi padre, recibiendo de ti, niño, la gracia de hacer milagros.

Por tu parte, nacido de María la Virgen según quisiste y de la manera que tú solo conociste, no menoscabaste su virginidad, sino que la preservaste y se la regalaste junto con el apelativo de Madre. Ni la virginidad obstaculizó tu nacimiento ni el nacimiento lesionó la virginidad, sino que ambas realidades: nacimiento y virginidad —realidades contradictorias si las hay—, firmaron un pacto, porque para ti, Creador de la naturaleza, esto es fácil y hacedero.

Yo soy solamente hombre, partícipe de la gracia divina; tú, en cambio, eres a la vez Dios y hombre, pues eres benigno y amas con locura el género humano. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Tú que eras al principio, y estabas junto a Dios y eras Dios mismo; tú que eres el esplendor de la gloria del Padre; tú que eres la imagen perfecta del padre perfecto; tú que eres la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; tú que para estar en el mundo viniste donde ya estabas; tú que te hiciste carne sin convertirte en carne; tú que acampaste entre nosotros y te hiciste visible a tus siervos en la condición de esclavo; tú que, con tu santo nombre como con un puente, uniste el cielo y la tierra: ¿tú acudes a mí? ¿Tú, tan grande, a un hombre como yo?, ¿el Rey al precursor?, ¿el Señor al siervo? Pues aunque tú no te hayas avergonzado de nacer en las humildes condiciones de la humanidad, yo no puedo traspasar los límites de la naturaleza. Tengo conciencia del abismo que separa la tierra del Creador. Conozco la diferencia existente entre el polvo de la tierra y el Hacedor. Soy consciente de que la claridad de tu sol de justicia me supera con mucho a mí, que soy la lámpara de tu gracia. Y aun cuando estés revestido de la blanca nube del cuerpo, reconozco no obstante tu dominación. Confieso mi condición servil y proclamo tu magnificencia. Reconozco la perfección de tu dominio, y conozco mi propia abyección y vileza. No soy digno de desatar la correa de tu sandalia; ¿cómo, pues, voy a atreverme a tocar la inmaculada coronilla de tu cabeza? ¿Cómo voy a extender sobre ti mi mano derecha, sobre ti que extendiste los cielos como una tienda y cimentaste sobre las aguas la tierra? ¿Cómo abriré mi mano de siervo sobre tu divina cabeza? ¿Cómo lavar al inmaculado y exento de todo pecado? ¿Cómo iluminar a la misma luz? ¿Qué oración pronunciaré sobre ti, sobre ti que acoges incluso las plegarias de los que no te conocen?

 

RESPONSORIO                     Mt 3, 16-17; Lc 3, 22
 
R./ Hoy, en el Jordán, apenas bautizado el Señor, se abrieron los cielos y él vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Y la voz del Padre dijo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como de paloma; y vino sobre él una voz del cielo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
 


Ciclo B: Mc
1, 6b-11

HOMILIA

San Gregorio de Antioquía, Homilía 2 en el Bautismo de Cristo (5.6.9.10: PG 88, 1875-1879.1882-1883)

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Éste es el que sin abandonar mi seno, entró en el seno de María; el que inseparablemente permaneció en mí y en ella habitó no circunscrito; el que indivisiblemente está en los cielos, y moró en el seno de la Virgen inmaculada.

No es uno mi Hijo y otro el hijo de María; no es uno el que yació en la gruta y otro el que fue adorado por los Magos; no es uno el que fue bautizado y otro distinto el exento de bautismo. Sino: éste es mi Hijo; el mismo en quien la mente piensa y contemplan los ojos; el mismo invisible en sí y visto por vosotros; sempiterno y temporal; el mismo que, siéndome consustancial por su divinidad, es consustancial a vosotros por su humanidad en todo, menos en el pecado.

Este es mi Mediador y el de sus hermanos, ya que por sí mismo reconcilia conmigo a los que habían pecado. Este es mi Hijo y cordero, sacerdote y víctima: es al mismo tiempo oferente y oblación, el que se convierte en sacrificio y el que lo recibe.

Este es el testimonio que dio el Padre de su Unigénito al bautizarse en el Jordán. Y cuando Cristo se transfiguró en el monte delante de sus discípulos y su rostro desprendía una luminosidad tal que eclipsaba los rayos del sol, también entonces se volvió a oír aquella voz: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

Si dijera: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, escuchadlo. Si dijera: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, escuchadlo porque dice la verdad. Si dijera: El Padre que me ha enviado es más que yo, inscribid esta manera de hablar en la economía de su condescendencia. Si dijera: Esto es mi cuerpo que se reparte entre vosotros para el perdón de los pecados, contemplad el cuerpo que él os muestra, contemplad el cuerpo que, tomado de vosotros, se ha convertido en su propio cuerpo, cuerpo destrozado por vosotros. Si dijera: Esta es mi sangre, pensad en la sangre del que habla con vosotros, no en la sangre de otro cualquiera.

Dios nos ha llamado a la paz y no a la discordia. Permanezcamos en nuestra vocación. Estemos con reverente temor en torno a la mística mesa, en la cual participamos de los misterios celestes. Guardémonos de ser al mismo tiempo comensales y mutuamente intrigantes; unidos en el altar por la comunión y sorprendidos fuera en flagrante delito de discordia. No sea que el Señor tenga que decir también de nosotros: «Hijos engendré y elevé y con mi carne los alimenté, pero ellos renegaron de mí».

Quiera el Salvador del mundo y Autor de la paz reunir en la tranquilidad a sus iglesias; conservar a este su santo rebaño. Que él proteja al pastor de la grey; que reúna en su aprisco a las ovejas descarriadas, de modo que no haya más que una grey y un solo redil. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                     Jn 1, 32. 34. 33
 
R./ He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. * Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
V./ El que me envió a bautizar con agua, me dijo: El hombre sobre quien veas bajar y quedarse el Espíritu es el que bautiza con Espíritu Santo.
R./ Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
 


Ciclo C: Lc 3, 15-16.21-22

HOMILÍA

San Hipólito de Roma, Sermón [atribuido] en la santa Teofanía (PG 10, 858-859)

¡Venid al bautismo de la inmortalidad!

Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. ¿No ves cuántos y cuán grandes bienes hubiéramos perdido si el Señor hubiese cedido a la disuasión de Juan y no hubiera recibido el bautismo? Hasta el momento los cielos estaban cerrados e inaccesibles las empíreas regiones. Habíamos descendido a las regiones inferiores y éramos incapaces de remontarnos nuevamente a las regiones superiores. ¿Pero es que sólo se bautizó el Señor? Renovó también el hombre viejo y volvió a hacerle entrega del cetro de la adopción. Pues al punto se le abrió el cielo. Se ha efectuado la reconciliación de lo visible con lo invisible; las jerarquías celestes se llenaron de alegría; sanaron en la tierra las enfermedades; lo que estaba escondido se hizo patente; los que militaban en las filas de los enemigos, se hicieron amigos.

Has oído decir al evangelista: Se le abrió el cielo. A causa de estas tres maravillas: porque habiendo sido bautizado Cristo, el Esposo, era indispensable que se le abrieran las espléndidas puertas del tálamo celeste; asimismo era necesario que se alzaran los celestes dinteles al descender el Espíritu Santo en forma de paloma y dejarse oír por doquier la voz del Padre. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible. Éste es mi Hijo amado que apareció aquí abajo, pero sin separarse del seno del Padre: apareció y no apareció. Una cosa es lo que apareció, porque –según las apariencias– el que bautiza es superior al bautizado. Por eso el padre hizo descender sobre el bautizado el Espíritu Santo. Y así como en el arca de Noé el amor de Dios al hombre estuvo simbolizado por la paloma, así también ahora el Espíritu, bajando en forma de paloma cual portadora del fruto del olivo, se posó sobre aquel que así era testimoniado. ¿Por qué? Para dejar también constancia de la certeza y solidez de la voz del Padre y robustecer la fe en las predicciones proféticas hechas con mucha anterioridad. ¿Cuáles? La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Este es el que se llamó hijo de José y es mi Unigénito según la esencia divina.

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la generación del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. A vosotros que todavía vivís en las tinieblas de la ignorancia, os traigo el fausto anuncio de la vida. Venid de la servidumbre a la libertad, de la tiranía al reino, de la corrupción a la incorrupción. Pero me preguntaréis: ¿Cómo hemos de ir? ¿Cómo? Por el agua y el Espíritu Santo. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el Paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

 

RESPONSORIO                     Cf. Mt 3, 16-17
 
R./ El Espíritu de Dios apareció en forma de paloma, y he aquí una voz del cielo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Se abrieron los cielos sobre él y la voz del Padre dijo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.

 

EVANGELIOS DOMINGO 1º DE ADVIENTO


Ciclo
A: Mt 24, 37-44

HOMILÍA

Pascasio Radberto, Exposición sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, cap 24: PL 120, 799-800)

Velad, para estar preparados

Velad, porque no sabéis el día ni la hora. Siendo una recomendación que a todos afecta, la expresa como si solamente se refiriera a los hombres de aquel entonces. Es lo que ocurre con muchos otros pasajes que leemos en las Escrituras. Y de tal modo atañe a todos lo así expresado, que a cada uno le llega el último día y para cada cual es el fin del mundo el momento mismo de su muerte. Por eso es necesario que cada uno parta de este mundo tal cual ha de ser juzgado aquel día. En consecuencia, todo hombre debe cuidar de no dejarse seducir ni abandonar la vigilancia, no sea que el día de la venida del Señor lo encuentre desprevenido.

Y aquel día encontrará desprevenido a quien hallare desprevenido el último día de su vida. Pienso que los apóstoles estaban convencidos de que el Señor no iba a presentarse en sus días para el juicio final; y sin embargo, ¿quién dudará de que ellos cuidaron de no dejarse seducir, de que no abandonaron la vigilancia y de que observaron todo lo que a todos fue recomendado, para que el Señor los hallara preparados? Por esta razón, debemos tener siempre presente una doble venida de Cristo: una, cuando aparezca de nuevo y hayamos de dar cuenta de todos nuestros actos; otra diaria, cuando a todas horas visita nuestras conciencias y viene a nosotros, para que cuando viniere, nos encuentre preparados.

¿De qué me sirve, en efecto, conocer el día del juicio si soy consciente de mis muchos pecados?, ¿conocer si viene o cuándo viene el Señor, si antes no viniere a mi alma y retornare a mi espíritu?, ¿si antes no vive Cristo en mí y me habla? Sólo entonces será su venida un bien para mí, si primero Cristo vive en mí y yo vivo en Cristo. Y sólo entonces vendrá a mí, como en una segunda venida, cuando, muerto para el mundo, pueda en cierto modo hacer mía aquella expresión: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Considera asimismo estas palabras de Cristo: Porque muchos vendrán usando mi nombre. Sólo el anticristo y sus secuaces se arrogan falsamente el nombre de Cristo, pero sin las obras de Cristo, sin sus palabras de verdad, sin su sabiduría. En ninguna parte de la Escritura hallarás que el Señor haya usado esta expresión y haya dicho: Yo soy el Cristo. Le bastaba mostrar con su doctrina y sus milagros lo que era realmente, pues las obras del Padre que realizaba, la doctrina que enseñaba y su poder gritaban: Yo soy el Cristo con más eficacia que si mil voces lo pregonaran. Cristo, que yo sepa, jamás se atribuyó verbalmente este título: lo hizo realizando las obras del Padre y enseñando la ley del amor. En cambio, los falsos cristos, careciendo de esta ley del amor, proclamaban de palabra ser lo que no eran.

 

RESPONSORIO                    Hch 17, 30-31; 14, 16
 
R./ Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, * Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
V./ En las generaciones pasadas, Dios permitió que cada pueblo anduviera por su camino.
R./ Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
 

 


Ciclo B: Mc 13, 33-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 18 (1-2: CCL 61, 245-246)

A Dios no le gusta condenar, sino salvar

Viene nuestro Dios, y no callará. Cristo, el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá manifiestamente. Al presentarse veladamente, sólo se dio a conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente, vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad: en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren incluso los buenos.

Los hombres que creen en las realidades presentes, pero no en las futuras, observan que los bienes y los males de la vida presente son participados indistintamente por buenos y malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo que en estas miserias se debaten no sólo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna del juicio.

Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan. Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos. Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda impiedad, y pagará a cada uno según sus obras.

Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia? Porque es bueno contigo, porque es tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.

 

RESPONSORIO                    Is 30, 18; Heb 9, 28
 
R./ El Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: * dichosos los que esperan en él.
V./ Aparecerá para salvar a los que lo esperan.
R./ Dichosos los que esperan en él.
 


Ciclo C: Lc 21, 25-28.34-36

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 4 en el Adviento del Señor (1, 3-4: Opera omnia, edit. cister. 4, 1966, 182-185)

Aguardamos al Salvador

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio, aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Entonces los justos brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre.

Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo; que buscado para proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.

 

RESPONSORIO                    Lc, 21, 34-35; Dt 32,35
 
R./ Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. * Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
V./ El día de su ruina se acerca, y se precipita su destino.
R./ Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.

 


EVANGELIOS DOMINGO 2º DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 3, 1-12

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 109 (1; PL 38,636)

Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos

Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre.

Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.

 

RESPONSORIO                    Jer 4, 7-8.9; Rom 11, 26
 
R./¡Señor. actúa por el honor de tu nombre! Ciertamente son muchas nuestras rebeldías, hemos pecado contra ti. * Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
V./ Está escrito: Llegará de Sión el Libertador; alejará los crímenes de Jacob; y ésta será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.
R./ Oh esperanza de Israel, su salvador en el tiempo de la angustia, ¡no nos abandones!
 


Ciclo B: Mc 1, 1-8

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 22 sobre el evangelio de san Lucas (1-2: SC 87, 301-302)

Allanad los senderos del Señor

Veamos qué es lo que se predica a la venida de Cristo. Para comenzar, hallamos escrito de Juan: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Lo que sigue se refiere expresamente al Señor y Salvador. Pues fue él y no Juan quien elevó los valles. Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo.

Mas cuando vino el Señor Jesús y envió el Espíritu Santo como lugarteniente suyo, todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no sólo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios.

Diariamente podemos comprobar cómo estas palabras: elévense los valles, encuentran su plena realización en los paganos; y cómo en el pueblo de Israel, despojado ahora de su antigua grandeza, se cumplen estas otras: Desciendan los montes y las colinas. Este pueblo fue en otro tiempo un monte y una colina, y ha sido abatido y desmantelado. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel. Ahora bien, si dijeras que estos montes y colinas abatidos son las potencias enemigas que se yerguen contra los mortales, no dices ningún despropósito. En efecto, para que estos valles de que hablamos sean allanados, necesario será realizar una labor de desmonte en las potencias adversas, montes y colinas.

Pero veamos si la profecía siguiente, relativa a la venida de Cristo, ha tenido también su cumplimiento. Dice en efecto: Que lo torcido se enderece. Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error–, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido. Porque ¿de qué te serviría que Cristo haya venido un día en la carne, si no viniera también a tu alma? Oremos para que su venida sea una realidad diaria en nuestras vidas y podamos exclamar: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Vino, pues, mi Señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino expedito, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada y decirte: Mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él.

 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17; Mc 1, 4
 
R./ Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, * para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
V./ Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
R./ Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
 


Ciclo C: Lc 3, 1-6

HOMILIA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 en el Adviento del Señor (9-10: Opera omnia, edit. Cist. 4, 1966, 167-169)

Todos verán la salvación de Dios

Hora es ya de que consideremos el tiempo mismo en que vino el Salvador. Vino, en efecto –como sin duda bien sabéis– no al comienzo, no a la mitad, sino al final de los tiempos. Y esto no se hizo porque sí, sino que, conociendo la Sabiduría la propensión de los hijos de Adán a la ingratitud, dispuso muy sabiamente prestar su auxilio cuando éste era más necesario. Realmente atardecía y el día iba ya de caída; el Sol de justicia se había prácticamente puesto por completo, de suerte que su resplandor y su calor eran seriamente escasos sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era francamente insignificante y, al crecer la maldad, se había enfriado el fervor de la caridad.

Ya no se aparecían ángeles ni se oía la voz de los profetas; habían cesado como vencidos por la desesperanza, debido precisamente a la increíble dureza y obstinación de los hombres. Entonces yo digo –son palabras del hijo–: «Aquí estoy». Oportunamente, pues, llegó la eternidad, cuando más prevalecía la temporalidad. Porque –para no citar más que un ejemplo– era tan grande en aquel tiempo la misma paz temporal, que al edicto de un solo hombre se llevó a cabo el censo del mundo entero.

Conocéis ya la persona del que viene y la ubicación de ambos: de aquel de quien procede y de aquel a quien viene; no ignoráis tampoco el motivo y el tiempo de su venida. Una sola cosa resta por saber: es decir, el camino por el que viene, camino que hemos también de indagar diligentemente, para que, como es justo, podamos salirle al encuentro. Sin embargo, así como para operar la salvación en medio de la tierra, vino una sola vez en carne visible, así también, para salvar las almas individuales, viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: Nuestro aliento vital es el Ungido del Señor. Y para que comprendas que esta venida es oculta y espiritual, dice: A su sombra viviremos entre las naciones. En consecuencia, es justo que si el enfermo no puede ir muy lejos al encuentro de médico tan excelente, haga al menos un esfuerzo por alzar la cabeza e incorporarse un tanto en atención al que se acerca.

No tienes necesidad, oh hombre, de atravesar los mares ni de elevarte sobre las nubes y traspasar los Alpes; no, no es tan largo el camino que se te señala: sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo. Pues la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Sal a su encuentro con la compunción del corazón y la confesión sobre los labios, para que al menos salgas del estercolero de tu conciencia miserable, pues sería indigno que entrara allí el Autor de la pureza.

Lo dicho hasta aquí se refiere a aquella venida, con la que se digna iluminar poderosamente las almas de todos y cada uno de los hombres.

 

RESPONSORIO                    Lc 3, 3.6; Heb 10, 37
 
R./ Juan recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: * Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!
V./ Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso.
R./ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. ¡Y toda carne verá la salvación de Dios!

 

 

 

DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.

 

 PRIMERA LECTURA

 Del libro de Rut 4, 1-22

 La boda

 Booz fue a la plaza del pueblo y se sentó allí. En aquel momento pasaba por allí el pariente del que había hablado Booz. Lo llamó:

 —Oye, ven y siéntate aquí.

 El otro llegó y se sentó.

 Booz reunió a diez concejales y les dijo:

 Sentaos aquí.

 Y se sentaron.

 Entonces Booz dijo al otro:

 Mira, la tierra que era de nuestro pariente Elimélec la pone en venta Noemí, la que volvió de la campiña de Moab. He querido ponerte al tanto y decirte: «mprala ante los aquí presentes, los concejales, si es que quieres rescatarla, y si no, házmelo saber; porque tú eres el primero con derecho a rescatarla y yo vengo después de ti».

 El otro dijo:

 –La compro.

 Booz prosiguió:

 –Al comprarle esa tierra a Noemí adquieres también a Rut, la moabita, esposa del difunto, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad.

 Entonces el otro dijo:

 —No puedo hacerlo, porque perjudicaría a mis herederos. Te cedo mi derecho; a mí no me es posible.

 Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel.

 Así que el otro dijo a Booz:

 Cómpralo tú.

 Se quitó la sandalia y se la dio. Y entonces Booz dijo a los concejales y a la gente:

 —Os tomo hoy por testigos de que adquiero todas las posesiones de Elimélec, Kilión y Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos. ¿Sois testigos?

 Todos los allí presentes respondieron:

 —Somos testigos.

 Y los concejales añadieron:

 —¡Que a la mujer que va a entrar en tu casa la haga el Señor como Raquel y Lía, las dos que construyeron la casa de Israel! ¡Que tenga riqueza en Efrata y renombre en Belén! ¡Que por los hijos que el Señor te dé de esta joven tu casa sea como la de Fares, el hijo que Tamar dio a Judá!

 Así fue como Booz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí:

 —Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.

 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo:

 —¡Noemí ha tenido un niño!

 Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 Lista de los descendientes de Fares: Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David.

 

RESPONSORIO

R./ Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. * Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

V./ Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo.

R./ Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

 

SEGUNDA LECTURA

 

San Agustín, obispo, Comentario sobre los salmos (Sal 118, 81; Sermón 20,1)

 

Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra (Sal 118, 81). Bueno es este consumirse, pues indica deseo del bien que aún no se ha conseguido pero la anhela avidísima y vehementísimamente. ¿Y quién dice esto? El linaje elegido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición (1Pe 2,9); y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de los siglos, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando el cielo.

Testigo de esto es el anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc 2,29-30). Dios lo había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo Señor (cf. Lc 2,26). El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron (Mt 13,17); de suerte que también de ellos es esta voz: Me consumo ansiando tu salvación.

Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin de los siglos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8 vulg), como se prometió por el profeta Ageo. Por esto dice el apóstol: Solo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación (2Tim 4,8). Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice a sí mismo: Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en la gloria (Col 3,4). Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Este deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio de los siglos, ni cesará hasta el fin de ellos, fuera del tiempo en que el Verbo, hecho hombre, permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. Por eso, en las palabras del salmo, se oye la voz de todo el cuerpo de Cristo que gime en este mundo: Me consumo ansiando tu salvación, espero en tu palabra. Esta palabra es la promesa. Y es esta la esperanza que hace aguardar con paciencia lo que los creyentes no ven todavía.

 

RESPONSORIO

 R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz, y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * el Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 (o bien)

 San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

 Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

 Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

 Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos impulsos nefandos de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne como dice la Escritura, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

 Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

 Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

 

RESPONSORIO                    Cf. Za 14, 5. 8. 9

R./ He aquí que vendrá el Señor, mi Dios, y todos sus santos con él; aquel día brillará una gran luz y aguas vivas saldrán de Jerusalén: * El Señor será rey sobre toda la tierra.

V./ He aquí que él vendrá con potencia, y tendrá en su mano el reino, el poder y el dominio.

R./ El Señor será rey sobre toda la tierra.

 

ORACIÓN

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


EVANGELIOS DOMINGO IV DE ADVIENTO


Ciclo A: Mt 1, 18-24

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 5 en la vigilia de Navidad (CCL 122, 32-36)

¡Oh grande e insondable misterio!

En breves palabras, pero llenas de verismo, describe el evangelista san Mateo el nacimiento del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, por el que el Hijo de Dios, eterno antes del tiempo, apareció en el tiempo Hijo del hombre. Al conducir el evangelista la serie genealógica partiendo de Abrahán para acabar en José, el esposo de María, y enumerar —según el acostumbrado orden de la humana generación— la totalidad así de los genitores como de los engendrados, y disponiéndose a hablar del nacimiento de Cristo, subrayó la enorme diferencia existente entre éste y el resto de los nacimientos: los demás nacimientos se producen por la normal unión del hombre y de la mujer mientras que él, por ser Hijo de Dios, vino al mundo por conducto de una Virgen. Y era conveniente bajo todos los aspectos que, al decidir Dios hacerse hombre para salvar a los hombres, no naciera sino de una virgen, pues era inimaginable que una virgen engendrara a ningún otro, sino a uno que, siendo Dios, ella lo procreara como Hijo.

Mirad —dice—: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»). El nombre que el profeta da al Salvador, «Dios-con-nosotros», indica la doble naturaleza de su única persona. En efecto, el que es Dios nacido del Padre antes de los tiempos, es el mismo que, en la plenitud de los tiempos, se convirtió, en el seno materno, en Emmanuel, esto es, en «Dios-con-nosotros», ya que se dignó asumir la fragilidad de nuestra naturaleza en la unidad de su persona, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, esto es, cuando de modo admirable comenzó a ser lo que nosotros somos, sin dejar de ser lo que era asumiendo de forma tal nuestra naturaleza que no le obligase a perder lo que él era.

Dio, pues, a luz María a su hijo primogénito, es decir, al hijo de su propia carne; dio a luz al que, antes de la creación, había nacido Dios de Dios, y en la humanidad en que fue creado, superaba ampliamente a toda creatura. Y él le puso —dice— por nombre Jesús.

Jesús es el nombre del hijo que nació de la virgen, nombre que significa —según la explicación del ángel— que él iba a salvar a su pueblo de los pecados. Y el que salva de los pecados, salvará igualmente de las corruptelas de alma y cuerpo, secuela del pecado.

La palabra «Cristo» connota la dignidad sacerdotal o regia. En la ley, tanto los sacerdotes como los reyes eran llamados «cristos» por el crisma, es decir, por la unción con el óleo sagrado: eran un signo de quien, al manifestarse en el mundo como verdadero Rey y Pontífice, fue ungido con aceite de júbilo entre todos sus compañeros.

Debido a esta unción o crisma, se le llama Cristo; a los que participan de esta unción, es decir, de esta gracia espiritual, se les llama «cristianos». Que él, por ser nuestro Salvador, nos salve de los pecados; en cuanto Pontífice, nos reconcilie con Dios Padre; en su calidad de Rey se digne darnos el reino eterno de su Padre, Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Is 7, 14; 1 Jn 4, 10
 
R./ Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, * y le pondrá por nombre Enmanuel.
V./ Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
R./ Y le pondrá por nombre Enmanuel.

 


Ciclo B: Lc 1, 26-38

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 3 en el Adviento (CCL 122, 14-17)

Concebirás y darás a luz un hijo

La lectura del santo evangelio que acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien —depuesta la nociva vetustez— podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida, procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol, cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.

Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder temporal. Como dice el Apóstol: El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Y reinará en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal, que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando, al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 38.35
 
R./ María contestó: «He aquí la esclava del Señor; * hágase en mí según tu palabra».
V./ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios.
R./ Hágase en mí según tu palabra.

 


Ciclo C: Lc 1, 39-45

HOMILÍA

Beato Guerrico de Igny, Sermón 2 en el Adviento del Señor (1-4: SC 166, 104-116)

¡Mira que viene el Rey!

Mira que viene el Rey, salgamos al encuentro de nuestro Salvador. Bellamente se expresa Salomón: Agua fresca en garganta sedienta es la buena noticia de tierra lejana. Y ciertamente es buena la noticia que nos anuncia la venida del Salvador, la reconciliación del mundo y los bienes del siglo futuro. Este tipo de noticias son agua refrigerante y bebida saludable de sabiduría para el alma que tiene sed de Dios. Y de hecho, quien anuncia a esa alma la venida u otros misterios del Salvador, le saca y le brinda aguas con gozo de las fuentes de la salvación, de suerte que a quien se lo anuncia –sea éste Isaías u otro o cualquiera de los profetas— parece como si incluso esta alma le respondiera con las palabras de Isabel, ya que ha sido abrevada con el mismo Espíritu que ella: ¿Quién soy yo para que me visite mi Señor? En cuanto tu anuncio llegó a mis oídos, mi espíritu saltó de alegría en mi corazón, tratando de salir al encuentro de Dios su Salvador.

Levántese, pues, nuestro espíritu con gozosa alegría, y corra al encuentro de su Salvador y, desde lejos, adore y salude al que está ya en camino, aclamándolo y diciendo: Ven, Señor, sálvame, y quedaré a salvo; ven, que brille tu rostro y nos salve. Esperamos en ti, sé nuestra salvación en el peligro. Así es como los profetas y los justos, muchos siglos antes, corrían, con el deseo y el afecto, al encuentro de Cristo que estaba por venir, deseando ver, a ser posible, con sus propios ojos lo que vislumbraba su espíritu.

Aguardamos el día aniversario del nacimiento de Cristo que, Dios mediante, se nos ha prometido contemplar próximamente. Y la Escritura parece exigirnos un gozo tal, que nuestro espíritu, elevándose sobre sí mismo, trate en cierto modo de salir al encuentro de Cristo que se acerca, se proyecte con el deseo hacia el porvenir e, incapaz de moratorias, se esfuerce desde ahora en rastrear el futuro. Pues estoy convencido de que los innumerables textos de las Escrituras que nos animan a salir a su encuentro, se refieren no sólo a la segunda, sino también a la primera venida. ¿Cómo? me preguntarás. De esta forma: así como en la segunda venida saldremos a su encuentro con el movimiento y la exultación del cuerpo, así hemos de salirle al encuentro en la primera venida con el afecto y la exultación del corazón.

Y la verdad es que —en este tiempo intermedio que corre entre la primera y la última venida del Señor– esta visita personal del Señor se efectúa con relativa frecuencia, habida cuenta del mérito y del esfuerzo de cada cual, y tiene la misión de conformarnos con la primera venida y prepararnos para la definitiva. Esta es efectivamente la motivación de su actual venida a nosotros: que no se frustre su primera venida a nosotros, ni, en la final, venga airado contra nosotros. Con su primera venida cuida de reformar nuestra propensión a la soberbia, configurándola según el modelo de su humildad, de la que en su primera venida nos dio pruebas fehacientes; y lo hace para después transformar nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, que nos mostrará cuando nuevamente vuelva.

A nosotros, en cambio, hermanos, que todavía no tenemos el consuelo de tan sublime experiencia, para que podamos esperar pacientemente la venida del Señor, consuélenos mientras tanto una fe cierta y una conciencia pura, que pueda decir con la misma dicha y fidelidad de Pablo: Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio, es decir, hasta la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 42.45
 
R./¡Bendita tú entre las mujeres, * y bendito el fruto de tu vientre!
V./ Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
R./ Y bendito el fruto de tu vientre.

 

 

 

Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fiesta


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 3, 13-17

HOMILÍA

San Gregorio de Neocesarea, Homilía 4 [atribuida], en la santa Teofanía (PG 10, 1182-1183)

Vino a nosotros el que es el esplendor
de la gloria del Padre

Estando tú presente, me es imposible callar, pues yo soy la voz, y precisamente la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Al nacer, yo hice fecunda la esterilidad de la madre que me engendró, y, cuando todavía era un niño, procuré medicina a la mudez de mi padre, recibiendo de ti, niño, la gracia de hacer milagros.

Por tu parte, nacido de María la Virgen según quisiste y de la manera que tú solo conociste, no menoscabaste su virginidad, sino que la preservaste y se la regalaste junto con el apelativo de Madre. Ni la virginidad obstaculizó tu nacimiento ni el nacimiento lesionó la virginidad, sino que ambas realidades: nacimiento y virginidad —realidades contradictorias si las hay—, firmaron un pacto, porque para ti, Creador de la naturaleza, esto es fácil y hacedero.

Yo soy solamente hombre, partícipe de la gracia divina; tú, en cambio, eres a la vez Dios y hombre, pues eres benigno y amas con locura el género humano. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Tú que eras al principio, y estabas junto a Dios y eras Dios mismo; tú que eres el esplendor de la gloria del Padre; tú que eres la imagen perfecta del padre perfecto; tú que eres la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; tú que para estar en el mundo viniste donde ya estabas; tú que te hiciste carne sin convertirte en carne; tú que acampaste entre nosotros y te hiciste visible a tus siervos en la condición de esclavo; tú que, con tu santo nombre como con un puente, uniste el cielo y la tierra: ¿tú acudes a mí? ¿Tú, tan grande, a un hombre como yo?, ¿el Rey al precursor?, ¿el Señor al siervo? Pues aunque tú no te hayas avergonzado de nacer en las humildes condiciones de la humanidad, yo no puedo traspasar los límites de la naturaleza. Tengo conciencia del abismo que separa la tierra del Creador. Conozco la diferencia existente entre el polvo de la tierra y el Hacedor. Soy consciente de que la claridad de tu sol de justicia me supera con mucho a mí, que soy la lámpara de tu gracia. Y aun cuando estés revestido de la blanca nube del cuerpo, reconozco no obstante tu dominación. Confieso mi condición servil y proclamo tu magnificencia. Reconozco la perfección de tu dominio, y conozco mi propia abyección y vileza. No soy digno de desatar la correa de tu sandalia; ¿cómo, pues, voy a atreverme a tocar la inmaculada coronilla de tu cabeza? ¿Cómo voy a extender sobre ti mi mano derecha, sobre ti que extendiste los cielos como una tienda y cimentaste sobre las aguas la tierra? ¿Cómo abriré mi mano de siervo sobre tu divina cabeza? ¿Cómo lavar al inmaculado y exento de todo pecado? ¿Cómo iluminar a la misma luz? ¿Qué oración pronunciaré sobre ti, sobre ti que acoges incluso las plegarias de los que no te conocen?

 

RESPONSORIO                     Mt 3, 16-17; Lc 3, 22
 
R./ Hoy, en el Jordán, apenas bautizado el Señor, se abrieron los cielos y él vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Y la voz del Padre dijo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como de paloma; y vino sobre él una voz del cielo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
 


Ciclo B: Mc
1, 6b-11

HOMILIA

San Gregorio de Antioquía, Homilía 2 en el Bautismo de Cristo (5.6.9.10: PG 88, 1875-1879.1882-1883)

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Éste es el que sin abandonar mi seno, entró en el seno de María; el que inseparablemente permaneció en mí y en ella habitó no circunscrito; el que indivisiblemente está en los cielos, y moró en el seno de la Virgen inmaculada.

No es uno mi Hijo y otro el hijo de María; no es uno el que yació en la gruta y otro el que fue adorado por los Magos; no es uno el que fue bautizado y otro distinto el exento de bautismo. Sino: éste es mi Hijo; el mismo en quien la mente piensa y contemplan los ojos; el mismo invisible en sí y visto por vosotros; sempiterno y temporal; el mismo que, siéndome consustancial por su divinidad, es consustancial a vosotros por su humanidad en todo, menos en el pecado.

Este es mi Mediador y el de sus hermanos, ya que por sí mismo reconcilia conmigo a los que habían pecado. Este es mi Hijo y cordero, sacerdote y víctima: es al mismo tiempo oferente y oblación, el que se convierte en sacrificio y el que lo recibe.

Este es el testimonio que dio el Padre de su Unigénito al bautizarse en el Jordán. Y cuando Cristo se transfiguró en el monte delante de sus discípulos y su rostro desprendía una luminosidad tal que eclipsaba los rayos del sol, también entonces se volvió a oír aquella voz: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

Si dijera: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, escuchadlo. Si dijera: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, escuchadlo porque dice la verdad. Si dijera: El Padre que me ha enviado es más que yo, inscribid esta manera de hablar en la economía de su condescendencia. Si dijera: Esto es mi cuerpo que se reparte entre vosotros para el perdón de los pecados, contemplad el cuerpo que él os muestra, contemplad el cuerpo que, tomado de vosotros, se ha convertido en su propio cuerpo, cuerpo destrozado por vosotros. Si dijera: Esta es mi sangre, pensad en la sangre del que habla con vosotros, no en la sangre de otro cualquiera.

Dios nos ha llamado a la paz y no a la discordia. Permanezcamos en nuestra vocación. Estemos con reverente temor en torno a la mística mesa, en la cual participamos de los misterios celestes. Guardémonos de ser al mismo tiempo comensales y mutuamente intrigantes; unidos en el altar por la comunión y sorprendidos fuera en flagrante delito de discordia. No sea que el Señor tenga que decir también de nosotros: «Hijos engendré y elevé y con mi carne los alimenté, pero ellos renegaron de mí».

Quiera el Salvador del mundo y Autor de la paz reunir en la tranquilidad a sus iglesias; conservar a este su santo rebaño. Que él proteja al pastor de la grey; que reúna en su aprisco a las ovejas descarriadas, de modo que no haya más que una grey y un solo redil. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                     Jn 1, 32. 34. 33
 
R./ He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. * Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
V./ El que me envió a bautizar con agua, me dijo: El hombre sobre quien veas bajar y quedarse el Espíritu es el que bautiza con Espíritu Santo.
R./ Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
 


Ciclo C: Lc 3, 15-16.21-22

HOMILÍA

San Hipólito de Roma, Sermón [atribuido] en la santa Teofanía (PG 10, 858-859)

¡Venid al bautismo de la inmortalidad!

Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. ¿No ves cuántos y cuán grandes bienes hubiéramos perdido si el Señor hubiese cedido a la disuasión de Juan y no hubiera recibido el bautismo? Hasta el momento los cielos estaban cerrados e inaccesibles las empíreas regiones. Habíamos descendido a las regiones inferiores y éramos incapaces de remontarnos nuevamente a las regiones superiores. ¿Pero es que sólo se bautizó el Señor? Renovó también el hombre viejo y volvió a hacerle entrega del cetro de la adopción. Pues al punto se le abrió el cielo. Se ha efectuado la reconciliación de lo visible con lo invisible; las jerarquías celestes se llenaron de alegría; sanaron en la tierra las enfermedades; lo que estaba escondido se hizo patente; los que militaban en las filas de los enemigos, se hicieron amigos.

Has oído decir al evangelista: Se le abrió el cielo. A causa de estas tres maravillas: porque habiendo sido bautizado Cristo, el Esposo, era indispensable que se le abrieran las espléndidas puertas del tálamo celeste; asimismo era necesario que se alzaran los celestes dinteles al descender el Espíritu Santo en forma de paloma y dejarse oír por doquier la voz del Padre. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible. Éste es mi Hijo amado que apareció aquí abajo, pero sin separarse del seno del Padre: apareció y no apareció. Una cosa es lo que apareció, porque –según las apariencias– el que bautiza es superior al bautizado. Por eso el padre hizo descender sobre el bautizado el Espíritu Santo. Y así como en el arca de Noé el amor de Dios al hombre estuvo simbolizado por la paloma, así también ahora el Espíritu, bajando en forma de paloma cual portadora del fruto del olivo, se posó sobre aquel que así era testimoniado. ¿Por qué? Para dejar también constancia de la certeza y solidez de la voz del Padre y robustecer la fe en las predicciones proféticas hechas con mucha anterioridad. ¿Cuáles? La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Este es el que se llamó hijo de José y es mi Unigénito según la esencia divina.

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la generación del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. A vosotros que todavía vivís en las tinieblas de la ignorancia, os traigo el fausto anuncio de la vida. Venid de la servidumbre a la libertad, de la tiranía al reino, de la corrupción a la incorrupción. Pero me preguntaréis: ¿Cómo hemos de ir? ¿Cómo? Por el agua y el Espíritu Santo. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el Paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

 

RESPONSORIO                     Cf. Mt 3, 16-17
 
R./ El Espíritu de Dios apareció en forma de paloma, y he aquí una voz del cielo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Se abrieron los cielos sobre él y la voz del Padre dijo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.