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OFICIO DE LECTURAS (VIGILIAS / MAITINES)

PARA EL TIEMPO DE CUARESMA

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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CUARESMA AÑO PAR

Miércoles de Ceniza Jueves después de Ceniza Viernes después de Ceniza Sábado después de Ceniza
  Domingo Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Homilía Domingo
Semana 1
Semana 2
Semana 3
Semana 4
Semana 5
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MIÉRCOLES DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 58, 1-12
El ayuno agradable a Dios

Así dice el Señor Dios:

«Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.

Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios».

«¿Para qué ayunar, si no haces caso?, ¿mortificarnos, si tú no te fijas?».

«Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces.

¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?

El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brótará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».

Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 48 (CCL 138A 279-280)

Todo el cuerpo de la Iglesia ha de estar purificado
de cualquier tipo de corrupción

Carísimos: entre todos los días que la devoción cristiana celebra con especiales muestras de honor, ninguno tan excelente como la festividad pascual, que consagra en la Iglesia de Dios la dignidad de todas las demás solemnidades. En realidad, hasta la misma generación materna del Señor está orientada a este sacramento, y el Hijo de Dios no tuvo otra razón de nacer, que la de poder ser crucificado. En efecto, en el seno de la Virgen fue asumida una carne mortal; en esta carne mortal se llevó a cabo la economía de la pasión; y, por un designio inefable de la misericordia de Dios, se convirtió en sacrificio de redención, en abolición del pecado y en primicias de la resurrección para la vida eterna. Y si consideramos lo que el mundo entero ha recibido por la cruz del Señor, reconoceremos que para celebrar el día de la Pascua con razón nos preparamos con un ayuno de cuarenta días, a fin de poder participar dignamente en los divinos misterios.

Pues no sólo los supremos pastores o los sacerdotes de segundo rango, ni solos los ministros de los sacramentos, sino todo el cuerpo de la Iglesia y la universalidad de los fieles ha de estar purificada de cualquier tipo de corrupción, para que el templo de Dios –que tiene como cimiento al mismo fundador– sea magnífico en todas sus piedras y luminoso en todas sus partes. Porque si es razonable que se embellezcan con toda clase de adornos las mansiones de los reyes y los palacios de los supremos jerarcas, de suerte que posean moradas más suntuosas aquellos que están en posesión de mayores méritos, ¡con qué esmero no habrá de edificar y con cuánto primor no convendrá decorar la mansión de la misma Deidad! Mansión que aun cuando no pueda iniciarse ni consumarse sin el concurso de su autor, exige sin embargo la colaboración de quien la construye, participando con la propia fatiga en su edificación. El material utilizado en la construcción de este templo es un material vivo y racional, que el espíritu de gracia incita para que voluntariamente se coadune en un todo compacto. Este material es amado y es buscado, para que a su vez busque el que no buscaba y ame el que no amaba, de acuerdo con lo que dice el apóstol san Juan: Nosotros debemos amarnos unos a otros, porque Dios nos amó primero.

Formando, pues, los fieles, global y singularmente considerados, un único y mismo templo de Dios, éste debe ser perfecto en la singularidad de sus miembros como lo es en la' universalidad. Y si bien la belleza de los miembros no es idéntica, ni es posible la igualdad de los méritos, dada la variedad de las partes, sin embargo el aglutinante de la caridad consigue una armoniosa comunión. Pues los que están vinculados por un santo amor, aun cuando no todos participen de los mismos beneficios de la gracia, todos no obstante se alegran mutuamente de sus bienes, y no puede serles extraño nada de lo que aman, por cuanto redunda en propio enriquecimiento la alegría que experimentan en el progreso ajeno.

 



JUEVES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Éxodo 1, 1-22

Opresión de Israel

Lista de los israelitas que fueron a Egipto con Jacob, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser. Descendientes directos de Jacob: setenta personas; José ya estaba en Egipto. Muerto José y sus hermanos y toda aquella generación, los israelitas crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo, e iban llenando todo el país.

Subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que no había conocido a José, y dijo a su pueblo:

«Mirad, el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra».

Así, pues, nombraron capataces que los oprimieran con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más. Hartos de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles.

El rey de Egipto ordenó a las comadronas hebreas —una se llamaba Séfora y otra Fua—:

«Cuando asistáis a las hebreas y les llegue el momento, si es niño lo matáis, si es niña la dejáis con vida».

Pero las comadronas temían a Dios y no hicieron lo que les mandaba el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los recién nacidos.

El rey de Egipto llamó a las comadronas y las interrogó:

«¿Por qué obráis así y dejáis con vida a las criaturas?». Contestaron al Faraón:

«Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias: son robustas, y dan a luz antes de que lleguen las comadronas».

Dios premió a las comadronas: el pueblo crecía y se hacía muy fuerte, y a ellas, como respetaban a Dios, también les dio familia.

Entonces el Faraón ordenó a toda su gente:

«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón sobre la Cuaresma (1-2; PL 54, 285-287)

Purificación espiritual por el ayuno y la misericordia

'Siempre, hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra, y la misma creación natural es, para cada fiel, verdadero adoctrinamiento que lo lleva a la adoración de Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay manifiestan la bondad y omnipotencia de su autor, y la admirable belleza de todos los elementos que le sirven está pidiendo a la criatura inteligente una acción de gracias.

Pero cuando se avecinan estos días, consagrados más especialmente a los misterios de la redención de la humanidad, estos días que preceden a la fiesta pascual, se nos exige, con más urgencia, una preparación y una purificación del espíritu.

Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos.

Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención.

Por ello, en estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo; así viviremos, en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica, y precisamente no sólo por el uso menguado de los alimentos, sino sobre todo ayunando de nuestros vicios.

Y no hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna, que, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad, de modo que, aun en medio de situaciones de fortuna desiguales, puedan ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles.

Porque el amor, que debemos tanto a Dios como a los hombres, no se ve nunca impedido hasta tal punto que no pueda querer lo que es bueno. Pues, de acuerdo con lo que cantaron los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, el que se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad es bienaventurado no sólo en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz.

Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas y, así, en razón de esta misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no sólo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres; de este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer limosna son semejantes en el amor y afecto con que la hacen.


 


VIERNES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 2, 1-22

Nacimiento y huida de Moisés

En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo qué hermoso era, lo tuvo escondido tres meses. No pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura, y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba.

La hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta entre los juncos, mandó a la criada a recogerla. La abrió, miró dentro, y encontró un niño llorando. Conmovida, comentó:

«Es un niño de los hebreos».

Entonces, la hermana del niño dijo a la hija del Faraón: «¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?».

Respondió la hija del Faraón:

«Anda».

La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del Faraón le dijo:

«Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré».

La mujer tomó al niño y lo crió. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo:

«Lo he sacado del agua».

Pasaron los años, Moisés creció, fue adonde estaban sus hermanos, y los encontró transportando cargas. Y vio cómo un egipcio mataba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a un lado y a otro, y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Al día siguiente, salió y encontró a dos hebreos riñendo, y dijo al culpable:

¿Por qué golpeas a tu compañero?».

El le contestó:

«¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio?».

Moisés se asustó pensando: «La cosa se ha sabido».

Cuando el Faraón se enteró del hecho, buscó a Moisés para darle muerte; pero Moisés huyó del Faraón y se refugió en el país de Madián. Allí se sentó junto a un pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, que salían a sacar agua y a llenar los abrevaderos para abrevar el rebaño de su padre. Llegaron unos pastores e intentaron echarlas. Entonces Moisés se levantó, defendió a las muchachas y abrevó su rebaño.

Ellas volvieron a casa de Raguel, su padre, y él les preguntó :

«¿Cómo hoy tan pronto de vuelta?».

Contestaron:

«Un egipcio nos ha librado de los pastores, nos ha sacado agua y ha abrevado el rebaño».

Replicó el padre:

«¿Dónde está?, ¿cómo lo habéis dejado marchar? Llamadlo para que venga a comer».

Moisés accedió a vivir con él, y éste le dio a su hija Séfora por esposa. Ella dio a luz un niño, y Moisés lo llamó Guersón, diciendo:

«Soy forastero en tierra extranjera».

Luego dio a luz otro a quien llamó Eliezer, porque dijo: «El Dios de mi padre es mi protección, me ha librado de la mano del Faraón».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración (PG 64, 462-466)

La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a untiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.


 


SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 3, 1-20

Vocación de Moisés y revelación del nombre del Señor

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño transhumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo:

«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza».

Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:

«Moisés, Moisés».

Respondió él:

«Aquí estoy».

Dijo Dios:

«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».

Y añadió:

«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob».

Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: '

«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, heveos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas».

Moisés replicó a Dios:

«¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?».

Respondió Dios:

«Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña».

Moisés replicó a Dios:

«Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?».

Dios dijo a Moisés:

«"Soy el que soy"; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy' me envía a vosotros"».

Dios añadió:

«Esto dirás a los israelitas: "El Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación".

Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: "El Señor Dios de vuestros padres, de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: `Os tengo presentes y veo cómo os tratan los egipcios. He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros al país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel". Ellos te harán caso, y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de Egipto y le diréis: "El Señor Dios de los hebreos nos ha encontrado, y nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios".

Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar si no es a la fuerza; pero yo extenderé la mano, heriré a Egipto con prodigios que haré en el país, y entonces os dejará marchar».


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado sobre las herejías (Lib 4, 13, 4-14, 1: SC 100, 534-540)

La amistad de Dios

Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y luego liberó a los que se le habían sometido, como él mismo dijo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes la aceptan.

Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de Adán, sino antes también de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo junto a él, y, a su vez, era glorificada por el Padre, como la misma Palabra dijo: Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.

Ni nos mandó que lo siguiésemos porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado.

Efectivamente, quienes se hallan en la luz no son los que iluminan a la luz, sino ésta la que los ilumina a ellos; ellos, por su parte, no dan nada a la luz, mientras que, en cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella.

Así sucede con el servir a Dios, que a Dios no le da nada, ya qué Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; él, en cambio, otorga la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, con lo que beneficia a los que lo sirven por el hecho de servirlo, y a los que lo siguen por el de seguirlo, sin percibir beneficio ninguno de parte de ellos: pues Dios es rico, perfecto y sin indigencia alguna.

Por eso él requiere de los hombres que lo sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que Dios es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.

En esto consiste precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, dando a entender que no lo glorificaban al seguirlo, sino que, por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos. Y por esto también dijo: Este es mi deseo: que éstos estén donde yo estoy y contemplen mi gloria.

 


DOMINGO I DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 5, 1-6, 1

Opresión del pueblo

En aquellos días, Moisés y Aarón se presentaron al Faraón y le dijeron:

«Así dice el Señor Dios de Israel: "Deja salir a mi pueblo, para que celebre mi fiesta en el desierto"». Respondió el Faraón:

«¿Quién es el Señor para que tenga que obedecerle dejando marchar a los israelitas? Ni reconozco al Señor ni dejaré marchar a los israelitas».

Replicaron ellos:

«El Dios de los hebreos nos ha llamado: tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto, para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios; de lo contrario, nos herirá con peste o espada».

El rey de Egipto les dijo:

«¿Por qué, Moisés y Aarón, soliviantáis al pueblo en su trabajo? Volved a transportar vuestras cargas. Ya son más numerosos que los naturales del país, y vosotros queréis que dejen de transportar cargas».

Aquel día el Faraón dio órdenes a los capataces y a los inspectores:

«No volváis a proveerles de paja para fabricar adobes, como hacíais antes; que ellos vayan y se busquen la paja. Pero la cantidad de adobes que hacían antes se la exigiréis sin disminuir nada. Son unos holgazanes, y por eso andan gritando: "Vamos a ofrecer sacrificios a nuestro Dios". Imponedles un trabajo pesado, y que lo cumplan; y no hagáis caso de sus mentiras».

Los capataces y los inspectores salieron, y dijeron al pueblo:

«Esto dice el Faraón: "No os proveeré de paja; id vosotros a buscarla donde la encontréis; y no disminuirá en nada vuestra tarea"».

El pueblo se dispersó por todo el país de Egipto para buscar la paja. Los capataces les apremiaban:

«Completad vuestro trabajo, la tarea de cada día, como cuando se os daba paja».

Los capataces golpeaban a los inspectores israelitas que habían nombrado, diciéndoles:

«¿Por qué no completáis hoy vuestra cantidad de adobes, como antes?».

Entonces, los inspectores israelitas fueron a reclamar al Faraón:

«¿Por qué tratas así a tus siervos? No nos dan paja, y nos exigen que hagamos adobes; tus siervos se llevan los golpes, pero tu pueblo es el culpable».

Contestó el Faraón:

«Holgazanes es lo que sois, holgazanes; por eso andáis diciendo: "Vamos a ofrecer sacrificios al Señor". Y, ahora, id a trabajar, no se os dará paja, y vosotros produciréis vuestra cantidad de adobes».

Los inspectores israelitas se vieron en un aprieto cuando les dijeron: «No disminuirá la cantidad de adobes diaria»; y, encontrando a Moisés y Aarón, que los esperaban a la salida del palacio del Faraón, les dijeron:

«El Señor os examine y os juzgue; nos habéis hecho odiosos al Faraón y a su corte, le habéis puesto en la mano una espada para que nos mate».

Moisés volvió al Señor y le dijo:

«Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo?, ¿por qué me has enviado? Desde que me presenté al Faraón para hablar en tu nombre, el pueblo es maltratado, y tú no has librado a tu pueblo».

El Señor respondió a Moisés:

«Pronto verás lo que voy a hacer al Faraón: a la fuerza los dejará marchar y aun los echará de su país».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 140 (13-15), Libro sobre la gracia del nuevo Testamento (CSEL 44, 164-166)

La pasión de Cristo como premio de la piedad

Para que por medio de Cristo se revelara la gracia del nuevo Testamento, que no dice relación con la vida temporal, sino con la eterna, no convenía que el hombre Cristo fuera propuesto como ejemplo de felicidad eterna. Esto explica la sujeción, la pasión, la flagelación, los salivazos, los desprecios, la cruz, las heridas y la misma muerte como a un vencido y derrotado, para que sus fieles supieran cuál era el premio que por la piedad cabía pedir y esperar de Aquel cuyos hijos han llegado a ser; no fuera que sus servidores se consagraran al servicio de Dios con la intención de conseguir —como una gran cosa—, la felicidad eterna, desdeñando y conculcando su fe, considerándola de escasísimo valor.

Por esta razón, el hombre-Cristo que es al mismo tiempo el Dios-Cristo, por cuya misericordiosísima humanidad y en cuya condición de siervo deberemos aprender lo que hemos de desdeñar en esta vida y lo que hemos de esperar en la otra, durante su pasión —en la que sus enemigos se consideraban los grandes vencedores—, hizo suya la voz de nuestra debilidad, en la que era también crucificado nuestro hombre viejo, y dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por la voz, pues, de nuestra debilidad, que en sí transfiguró nuestra cabeza, se dice en el salmo 21: Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado?, pues el que ora, si no es escuchado, se siente abandonado. Esta es la voz que Jesús transfiguró en sí mismo, a saber, la voz de su cuerpo, es decir, de su Iglesia, que iba a ser transformada de hombre viejo en hombre nuevo; a saber, la voz de su debilidad humana, a la que fue preciso negarle los bienes del antiguo Testamento, para que aprendiera de una vez a desear y a esperar los bienes del nuevo Testamento.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 6, 2-13

Segundo relato de la vocación de Moisés

En aquellos días, Dios dijo a Moisés:

«Yo soy el Señor. Yo me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob como "Dios todopoderoso", pero no les di a conocer mi nombre: "El Señor". Yo hice alianza con ellos prometiéndoles la tierra de Canaán, tierra donde habían residido como emigrantes. Yo también, al escuchar las quejas de los israelitas esclavizados por los egipcios, me acordé de la alianza; por tanto, diles a los israelitas: "Yo soy el Señor, os quitaré de encima las cargas de los egipcios, os rescataré de vuestra esclavitud, os redimiré con brazo extendido y haciendo justicia solemne. Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que soy el Señor, vuestro Dios, el que os quita de encima las cargas de los egipcios, os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión: Yo, el Señor"».

Moisés comunicó esto a los israelitas, pero no le hicieron caso, porque estaban agobiados por el durísimo trabajo. El Señor dijo a Moisés:

«Ve al Faraón, rey de Egipto, y dile que deje salir de su territorio a los israelitas».

Moisés se dirigió al Señor en estos términos:

«Si los israelitas no me escuchan, ¿cómo me escuchará el Faraón a mí, que soy tan torpe de palabra?».

El Señor habló a Moisés y Aarón, les dio órdenes para el Faraón, rey de Egipto, y para los israelitas, y les mandó sacar de Egipto a los israelitas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14, sobre el amor a los pobres (23-25: PG 35, 887-890)

Actualicemos unos con otros la bondad del Señor

Reconoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, ciertamente, de forma enigmática y como en un espejo, pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas?

Limitándonos a hablar de las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira?

¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco?

¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimento?

¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra?

¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes?

¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?

No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios, y nadie será pobre.

No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del profeta Amós: Escuchad, los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?».

Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y el agua a los que viven en ella, y a todos da, con abundancia, los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 6, 29-7, 25

Primera plaga de Egipto

El Señor dijo a Moisés:

«Yo soy el Señor. Repite al Faraón de Egipto todo lo que te digo».

Y Moisés le respondió al Señor:

«Soy torpe de palabra, ¿cómo me va a hacer caso el Faraón?».

El Señor dijo a Moisés:

«Mira, te hago ser un dios para el Faraón; y Aarón, tu hermano, será tu profeta. Tú dirás todo lo que yo te mande, y Aarón le dirá al Faraón que deje salir a los israelitas de su territorio. Yo pondré terco al Faraón y haré muchos signos y prodigios contra Egipto. El Faraón no os escuchará, pero yo extenderé mi mano contra Egipto y sacaré de Egipto a mis escuadrones, mi pueblo, los israelitas, haciendo solemne justicia. Para que los egipcios sepan que yo soy el Señor, cuando extienda mi mano contra Egipto y saque a los israelitas de en medio de ellos».

Moisés y Aarón hicieron puntualmente lo que el Señor les mandaba. Cuando hablaron al Faraón, Moisés tenía ochenta años, y Aarón ochenta y tres. El Señor dijo a Moisés y Aarón:

«Cuando os diga el Faraón que hagáis algún prodigio, le dirás a Aarón que coja su bastón y lo tire delante del Faraón, y se convertirá en una culebra».

Moisés y Aarón se presentaron al Faraón e hicieron lo que el Señor les había mandado. Aarón tiró el bastón delante del Faraón y de sus ministros, y se convirtió en una culebra.

El Faraón llamó a sus sabios y a sus hechiceros, y los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: cada uno tiró su bastón, y se convirtieron en culebras; pero el bastón de Aarón se tragó los otros bastones. Y el Faraón se puso terco y no les hizo caso, como había anunciado el Señor. El Señor dijo a Moisés:

«El Faraón se ha puesto terco y se niega a dejar marchar al pueblo. Acude mañana al Faraón, cuando salga al río, y espéralo a la orilla del Nilo, llevando contigo el bastón que se convirtió en serpiente. Y dile: "El Señor, Dios de los hebreos, me ha enviado a ti con este encargo: Deja salir a mi pueblo, para que me rinda culto en el desierto; hasta ahora no me has hecho caso. Ahora dice el Señor: Con esto sabrás que yo soy el Señor: con el bastón que llevo en la mano golpearé el agua del Nilo, y se convertirá en sangre; los peces del Nilo morirán, el río apestará y los egipcios no podrán beber agua del Nilo"».

El Señor dijo a Moisés:

«Dile a Aarón: "Coge tu bastón, extiende la mano sobre las aguas de Egipto: ríos, canales, estanques y aljibes", el agua se convertirá en sangre. Y habrá sangre por todo Egipto: en las vasijas de madera y en las de piedra».

Moisés y Aarón hicieron lo que el Señor les mandaba. Levantó el bastón y golpeó el agua del Nilo a la vista del Faraón y de su corte. Toda el agua del Nilo se convirtió en sangre. Los peces del Nilo murieron, el Nilo apestaba y los egipcios no podían beber agua, y hubo sangre por todo el país de Egipto.

Los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos, de modo que el Faraón se empeñó en no hacer caso, como lo había anunciado el Señor. El Faraón se volvió a palacio, pero no aprendió la lección. Los egipcios cavaban a los lados del Nilo buscando agua de beber, pues no podían beber el agua del Nilo. Se cumplieron siete días desde que el Señor había golpeado el Nilo.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (Caps 1-3: CSEL 3, 267-268)

El que nos dio la vida nos enseñó también a orar

Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, gobernalle del camino, garantía para la obtención de la salvación; ellos instruyen en la tierra las mentes dóciles de los creyentes, y los conducen a los reinos celestiales.

Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus siervos; pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, las que atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que estuvo presente en los profetas, pues ya no pide que se prepare el camino al que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos y mostrándonos el camino, de modo que quienes, ciegos y abandonados, errábamos antes en las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la luz de la gracia y alcanzáramos el camino de la vida, bajo la guía y dirección del Señor.

El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez, él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.

El Señor había ya predicho que se acercaba la hora en que los verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad; y cumplió lo que antes había prometido, de tal manera que nosotros, que habíamos recibido el espíritu y la verdad como consecuencia de su santificación, adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con sus normas.

¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de labios del Hijo, que es la verdad? De modo que orar de otra forma no es sólo ignorancia, sino culpa también, pues él mismo afirmó: Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.

Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus oídos.

Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuene en la voz, y, puesto que lo tenemos como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos; como pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz no será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras?



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 10, 21-11, 10

La plaga de las tinieblas
y el anuncio de la plaga de los primogénitos

El Señor dijo a Moisés:

«Extiende tu mano hacia el cielo, y se extenderá sobre el territorio egipcio una oscuridad palpable».

Moisés extendió la mano hacia el cielo, y una densa oscuridad cubrió el territorio egipcio durante tres días. No se veían unos a otros ni se movieron de su sitio durante tres días, mientras que todos los israelitas tenían luz en sus poblados. El Faraón llamó a Moisés y Aarón y les dijo:

«Id a ofrecer culto al Señor; también los niños pueden ir con vosotros, pero dejad las ovejas y las vacas».

Respondió Moisés:

«Tienes que dejarnos llevar víctimas para los sacrificios que hemos de ofrecer al Señor nuestro. También el ganado tiene que venir con nosotros, sin quedar ni una res, pues de ello tenemos que ofrecer al Señor, nuestro Dios, y no sabemos qué hemos de ofrecer al Señor hasta que lleguemos allá».

Pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejarlos marchar. El Faraón, pues, le dijo:

«Sal de mi presencia, y cuidado con volver a presentarte; si te vuelvo a ver, morirás inmediatamente». Respondió Moisés:

«Lo que tú dices: no volveré a presentarme».

El Señor dijo a Moisés:

«Todavía tengo que enviar una plaga al Faraón y a su país. Después os dejará marchar de aquí, es decir, os echará a todos de aquí. Habla a todo el pueblo: que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina utensilios de plata y oro».

El Señor hizo que el pueblo se ganase el favor de los egipcios; y también Moisés era muy estimado en Egipto por los ministros del Faraón y por el pueblo. Dijo Moisés:

«Así dice el Señor: "A medianoche yo haré una salida entre los egipcios": morirán todos los primogénitos de Egipto, desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado. Y se oirá un inmenso clamor por todo Egipto como nunca lo ha habido ni lo habrá. Mientras que a los israelitas ni un perro les ladrará, ni a los hombres ni a las bestias; para que sepáis que el Señor distingue entre egipcios e israelitas. Entonces todos estos ministros tuyos acudirán a mí y, postrados ante mí, me pedirán: "Sal con el pueblo que te sigue". Entonces saldré».

Y salió airado de la presencia del Faraón. Así, pues, el Señor dijo a Moisés:

«El Faraón no os hará caso, y así se multiplicarán mis prodigios en Egipto».

Y Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su territorio.


SEGUNDA LECTURA

Afraates, Demostración 11, sobre la circuncisión (11-12: PS 1, 498-503)

La circuncisión del corazón

La ley y la alianza fueron transformadas totalmente. Dios cambió el primer pacto, hecho con Adán, e impuso otro a Noé; luego, concertó otro también con Abrahán, que cambió para darle uno nuevo a Moisés. Y como la alianza mosaica no fue observada, otorgó otra en la última generación, alianza que, en adelante, ya no habría de cambiarse. Pues, a Adán, le había impuesto el precepto de que no comiera del árbol de la vida; para Noé, hizo aparecer el arco iris sobre las nubes; luego, a Abrahán, elegido ya a causa de su fe, le entregó la circuncisión, como señal para la posteridad; Moisés tuvo, a su vez, el cordero pascual, como propiciación para el pueblo.

Y cada uno de estos pactos era diferente de los otros. En efecto, la circuncisión que da por buena aquel que selló los pactos es la aludida por Jeremías: Quitad el prepucio de vuestros corazones. Y, si se mantuvo firme el pacto que Dios sellara con Abrahán, también éste es firme y fiel, y no podrá añadírsele ninguna otra ley, ya tenga su origen en los que se hallan fuera de la ley, ya en los sometidos a ella.

Dios, en efecto, dio a Moisés una ley con todos sus preceptos y observancias, pero como no la guardaron, abrogó lo mismo la ley que sus preceptos; y prometió que daría una alianza nueva que habría de ser distinta de la anterior, por más que no haya sino un mismo dador de ambas. Y ésta es la alianza que prometió que daría: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no hay circuncisión de la carne que sirva de señal del pueblo.

Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios fue otorgando distintas leyes a lo largo de las varias generaciones, y que dichas leyes estuvieron en vigor mientras a él le plugo, y luego quedaron anticuadas, de acuerdo con lo que el Apóstol dice: A través de muchas semejanzas, el reino de Dios fue subsistiendo en cada momento histórico de la antigüedad.

Efectivamente, nuestro Dios es veraz, y sus preceptos son fidelísimos; por eso cada uno de los pactos se mantuvo firme en su tiempo y se comprobó como verdadero, y ahora los que son circuncisos de corazón viven y se circuncidan de nuevo en el verdadero Jordán, que es el bautismo de la remisión de los pecados.

Josué, hijo de Nun, circuncidó por segunda vez al pueblo con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncidó por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todas las gentes que creyeron en él y se purificaron con el bautismo, y lo hizo con la espada de su palabra, más tajante que espada de doble filo. Josué, hijo de Nun, hizo pasar al pueblo a la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, prometió la tierra de la vida a todos los que estuvieran dispuestos a pasar el verdadero Jordán, creyeran y fueran circuncidados en su corazón.

Bienaventurados, pues, quienes fueron circuncidados en el corazón y volvieron a nacer de las aguas de la segunda circuncisión; éstos serán quienes reciban la herencia junto con Abrahán, guía fiel y padre de todas las gentes, porque su fe le valió la justificación.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 12, 1-20

La Pascua y los ázimos

Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

«Éste mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel:

"El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde•lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Nocomeréis de ella nada crudo ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y entrañas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y, si sobra algo, lo quemaréis.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.

Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las generaciones.

Durante siete días comeréis panes ázimos; el día primero, haréis desaparecer de vuestras casas toda levadura, pues el que coma algo fermentado será excluido de Israel. Así del primero al séptimo día. El día primero, hay asamblea litúrgica, y lo mismo el día séptimo: no trabajaréis en ellos; solamente prepararéis lo que haga falta a cada uno para comer.

Observaréis la ley de los ázimos, porque este mismo día sacó el Señor a sus legiones de Egipto: es la ley perpetua para todas vuestras generaciones. Desde el día catorce por la tarde al día veintiuno por la tarde, comeréis panes ázimos; durante siete días, no habrá levadura en vuestras casas, pues quien coma algo fermentado será excluido de la asamblea de Israel, sea forastero o indígena. No comáis nada fermentado, sino comed panes ázimos en todos vuestros poblados"».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 19 (2: PG 77, 823-825)

El verdadero cordero se inmoló por nosotros

Los israelitas en Egipto inmolaron un cordero siguiendo las órdenes e instrucciones de Moisés. Se les mandó añadir también panes ázimos y verduras amargas. Pues realmente así está escrito: Durante siete días comerás panes ázimos y verduras amargas. ¿Deberemos también nosotros estar eternamente ligados a los símbolos y a las figuras? ¿Qué pensar entonces de aquellas palabras de Pablo, que indudablemente era un experto en cuestiones legales y uno de los más insignes por su sabiduría, sabemos que la ley es espiritual? ¿Es que cabe dudar de un hombre –me pregunto–, portador de Cristo, que hablaba rectamente y que hubiera sido incapaz de propalar falsedades? ¿A título de qué deberemos también nosotros someternos a la antigua ley, desde el momento en que Cristo ha afirmado taxativamente: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán?

Así pues, aquel verdadero cordero, que quita el pecado del mundo, se inmoló también por nosotros, que estamos llamados a la santidad mediante la fe. Acerquémonos en su compañía a aquellos banquetes espirituales, sublimes y realmente santos, prefigurados en cierto modo por los ázimos prescritos en la ley, y que espiritualmente han de ser recibidos. De hecho, en las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada como símbolo de la iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan fermentado de los fariseos y saduceos, diciendo: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y saduceos. Igualmente, el doctísimo Pablo escribe a los santificados recomendándoles que se mantengan lo más alejados posible de la levadura de la impureza que mancha el alma: Barred –dice– la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos.

Para estar espiritualmente unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues, inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma alejada de todo lo que pudiera contaminarla. De este modo, libres de todo culpable remordimiento, podremos acercarnos dignamente a la comunión.

Pero hemos de añadir asimismo verduras amargas, es decir, hemos de aceptar la amargura de las arduas fatigas para poder llegar a la consecución de la paciencia. En primer lugar, ciertamente, por sí mismas. Sería efectivamente de lo más absurdo pensar que los hombres piadosos puedan conseguir la virtud de modo diverso, imponerse a la ajena estimación por medio de grandes fatigas, sin tener ellos mismos que superar luchas y dificultades, para dar de este modo un ejemplo luminoso y magnífico de fortaleza. Porque el camino de la virtud es áspero, está erizado de dificultades y es asequible a pocos. Es llano y fácil solamente para quienes lo recorren con ánimo alegre, sin temor a afrontar las dificultades, y ofreciéndose espontáneamente a las fatigas.

También a esto nos exhorta el mismo Cristo con estas palabras: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De libro del Exodo 12, 21-36

La plaga de los primogénitos

En aquellos días, Moisés llamó a todos los ancianos de Israel y les dijo:

«Escogeos una res por familia y degollad la víctima de Pascua. Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre del plato y untad de sangre el dintel y las dos jambas; y ninguno de vosotros salga por la puerta de casa hasta mañana. El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, y, cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, el Señor pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir. Cumplid la palabra del Señor: es ley perpetua para vosotros y vuestros hijos.

Y, cuando entréis en la tierra que el Señor os va a dar, según lo prometido, observaréis este rito. Y, cuando os pregunten vuestros hijos qué significa este rito, les responderéis: "Es el sacrificio de la Pascua, cuando el Señor pasó junto a las casas de los israelitas, hiriendo a los egipcios y protegiendo nuestras casas"».

El pueblo se inclinó y se prosternó. Y los israelitas fueron y pusieron por obra lo que el Señor había mandado a Moisés y Aarón.

A medianoche, el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de Egipto: desde el primogénito del Faraón, que se sientan el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo; y los primogénitos de los animales. Aquella noche se levantó el Faraón y su corte y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. Llamó a Moisés y a Aarón de noche y les dijo:

«Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los israelitas, id a ofrecer culto al Señor, como habéis pedido; llevaos también las ovejas y las vacas, como decíais; despedíos de mí y salid».

Los egipcios urgían al pueblo para que saliese cuanto antes del país, pues decían:

«Moriremos todos».

El pueblo sacó de las artesas la masa sin fermentar, la envolvió en mantas y se la cargó al hombro. Además, los israelitas hicieron lo que Moisés les había mandado: pidieron a los egipcios utensilios de plata y de oro y ropa; el Señor hizo que se ganaran el favor de los egipcios, que les dieron lo que pedían. Así despojaron a Egipto.


SEGUNDA LECTURA

Elredo de Rievaulx, Espejo de caridad (Lib 3, 5: PL 195, 582)

Debemos practicar la caridad fraterna
según el ejemplo de Cristo

Nada nos anima tanto al amor de los enemigos, en el que consiste la perfección de la caridad fraterna, como la grata consideración de aquella admirable paciencia con la que aquel que era el más bello de los hombres entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, y sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las cosas, a ser velados por los inicuos; aquella paciencia con la que presentó su espalda a la flagelación, y su cabeza, temible para los principados y potestades, a la aspereza de las espinas; aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos, y con la que, en fin, admitió pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre, sin dejar de mantenerse en todo momento suave, manso y tranquilo. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

¿Habrá alguien que, al escuchar aquella frase admirable, llena de dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos? Padre –dijo–, perdónalos. ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición?

Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. «Padre —dijo—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Son, desde luego, grandes pecadores, pero muy poco perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos. Crucifican; pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran sabido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo. Pero yo les había escondido mi rostro, y no pudieron conocer mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

En consecuencia, para que el hombre se ame rectamente a sí mismo, procure no dejarse corromper por ningún atractivo mundano. Y para no sucumbir ante semejantes inclinaciones, trate de orientar todos sus afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana del Señor. Luego, para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los atractivos de la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus enemigos con un verdadero amor.

Y para que este fuego divino no se debilite ante las injurias, considere siempre con los ojos de la mente la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 12, 37-49; 13, 11-16

Salida de los hebreos.
Leyes concernientes a la Pascua y a los primogénitos

En aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto, haciendo hogazas de pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse; y tampoco se llevaron provisiones.

La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Este es el rito de la Pascua: Ningún extranjero la comerá. Los esclavos que te hayas comprado, circuncídalos, y sólo entonces podrán comerla. Ni el criado ni el jornalero la comerán. La Pascua se ha de comer en una sola casa: no sacarás fuera nada de la carne y no le romperéis ningún hueso. La comunidad entera de Israel la celebrará. Y, si algún forastero que vive contigo quiere celebrar la Pascua del Señor, hará circuncidar a todos los varones de su casa, y sólo entonces podrá tomar parte en ella: será como un indígena. Pero ningún incircunciso la comerá. La misma ley vale para el indígena y para el forastero que vive con vosotros».

Y Moisés dijo al pueblo:

«Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, dedicarás al Señor todos los primogénitos: El primer parto de tus animales, si es macho, pertenece al Señor. La primera cría de asno la rescatarás con un cordero; si no la rescatas, la desnucarás. Pero los primogénitos de los hombres los rescatarás siempre.

Y cuando mañana tu hijo te pregunte: "¿Qué significa esto?", le responderás: "Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la esclavitud. El Faraón se había obstinado en no dejarnos salir; entonces el Señor dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, lo mismo de hombres que de animales. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho de los animales. Pero los primogénitos de los hombres los rescato".

Será para ti como señal sobre el brazo y signo en la frente de que con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto».


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 9-10)

Los interrogantes más profundos del hombre

El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga a sí mismo.

En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano.

Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.

Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como débil y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.

Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples maneras.

Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos.

Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.

Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que haya de encontrar la salvación.

Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro.

Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre.

 


DOMINGO II DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 13,17—14, 9

Camino hasta el mar Rojo

Cuando el Faraón dejó marchar al pueblo, Dios no los guió por el camino de Palestina, que es el más corto, porque dijo:

«No sea que, al verse atacados, se arrepientan y vuelvan a Egipto».

Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el desierto hacia el mar Rojo. Pero los israelitas habían salido de Egipto pertrechados. Moisés tomó consigo los huesos de José, según él había hecho jurar a los israelitas:

«Cuando el Señor cuide de vosotros, os llevaréis mis huesos de aquí».

Partieron de Sucot y acamparon en Etán, al borde del desierto.

El Señor caminaba delante de ellos: de día, en una columna de nubes, para guiarlos; de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos; para que pudieran caminar día y noche. No se apartaba delante de ellos ni la columna de nubes, de día, ni la columna de fuego, de noche. El Señor dijo a Moisés:

«Di a los israelitas que se vuelvan y acampen en Fehirot, entre Migdal y el mar, frente a Baal Safón; poned los campamentos mirando al mar. El Faraón pensará: "Los israelitas están copados en el país, el desierto les cierra el paso". Haré que el Faraón se empeñe en perseguiros y mostraré mi gloria derrotando al Faraón y a su ejército; para que sepan los egipcios que soy el Señor».

Así lo hicieron los israelitas. Cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el Faraón ysu corte cambiaron de parecer sobre el pueblo, y se dijeron:

«¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas».

Hizo preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el Faraón se empeñase en perseguir a los israelitas, mientras éstos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con caballos, carros y jinetes, y les dieron alcance mientras acampaban en Fehirot, frente a Baal Safón.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 5 sobre el libro del Exodo (3-4: Ed. Maurist. t. 2, 145-146)

Angosto y estrecho es el callejón que lleva a la vida

Veamos qué es lo que a continuación se le ordena a Moisés y qué ruta se le manda elegir. Se le ordena, en efecto: Di a los israelitas que se vuelvan y acampen en Fehirot, entre Migdal y el mar, frente a Baal Safón.

Tú quizá te imaginabas que el camino indicado por Dios era un camino llano y cómodo, sin ningún tipo de dificultad o esfuerzo. No, es una ascensión y una ascensión tortuosa. El camino que conduce a la virtud no es un descenso: se asciende y se asciende escarpadamente, trabajosamente.

Escucha también lo que dice el Señor en el evangelio: ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Fíjate hasta qué punto el evangelio concuerda con la ley. En la ley, el camino de la virtud se presenta como una subida tortuosa; en los evangelios se dice que el camino que conduce a la vida es angosto y estrecho. ¿No es verdad que hasta los mismos ciegos pueden claramente ver aquí que la ley y los evangelios han sido escritos por un solo y mismo Espíritu? Así pues, el camino que toman es una ascensión tortuosa; es, además, la ascensión a una cima o que conduce a una cima. La ascensión se refiere a la acción, la cima a la fe. De esta forma nos enseña que tanto en la acción como en la fe hay gran dificultad y mucho trabajo. En efecto, nos asaltan multitud de tentaciones y hallamos mil tropiezos en la vida de la fe, cuando nos proponemos vivir según Dios.

Viendo esto el Faraón, escucha lo que dice: «éstos están copados». Para el Faraón, yerran los que siguen a Dios, pues el camino de la sabiduría es un camino tortuoso, tiene muchas curvas, infinitas dificultades, innumerables desniveles.

Finalmente, cuando confiesas que hay un solo Dios, afirmando al mismo tiempo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, ¡qué tortuoso, difícil e intrincado debe parecer esto a los no creyentes! Y cuando seguidamente proclamas que el Señor de la majestad ha sido crucificado y que el Hijo del hombre ha bajado del cielo, ¡qué tortuosas y difíciles deben parecer tales afirmaciones! El que oye esto, si no lo oye con fe, dice que los justos yerran. Pero tú has de permanecer inconmovible y no poner en duda esta fe, en la certeza de que es Dios quien te muestra este camino de fe. Que no se andan los caminos de la vida sin sentir las marejadas de las tentaciones. Nos lo asegura el Apóstol cuando afirma: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido. Pues para quien va en busca de la vida perfecta, es preferible morir en ruta, que no ponerse siquiera en camino en busca de la perfección.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 14, 10-31

Paso del mar Rojo

En aquellos días, se acercaba el Faraón, los israelitas alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos y, muertos de miedo, gritaron al Señor. Y dijeron a Moisés:

«¿No había sepulcros en Egipto?, nos has traído a morir en el desierto; ¿qué es lo que nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: "Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto"?».

Moisés respondió al pueblo:

«No tengáis miedo; estad firmes, y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad en silencio».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y, tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros. Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón, de sus carros y de los guerreros».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa, y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran trabar contacto.

Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos en medio del mar, todos los caballos del Faraón y los carros con sus guerreros.

Mientras velaban al amanecer, miró el Señor al campamento egipcio, desde la columna de fuego y nube, y sembró el pánico en el campamento egipcio. Trabó las ruedas de sus carros y las hizo avanzar pesadamente. Y dijo Egipto:

«Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto».

Dijo el Señor a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a su encuentro, y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón, que lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Israel vio la mano grande del Señor obrando contra los egipcios, y el pueblo temió al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Catequesis 3 (24-27: SC 50, 165-167)

Moisés y Cristo

Los judíos pudieron contemplar milagros. Tú los verás también, y más grandes todavía, más fulgurantes que cuando los judíos salieron de Egipto. No viste al Faraón ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos. Los judíos traspasaron el mar; tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron de los egipcios; tú te has visto libre del maligno. Ellos escaparon de la esclavitud en un país extranjero; tú has huido de la esclavitud del pecado, mucho más penosa todavía.,

¿Quieres conocer de otra manera cómo has sido honrado con mayores favores? Los judíos no pudieron, entonces, mirar de frente el rostro glorificado de Moisés, siendo así que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos; tú, en cambio, has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo afirma: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor.

Ellos tenían entonces a Cristo que los seguía; con mucha más razón, nos sigue él ahora. Porque, entonces, el Señor los acompañaba en atención a Moisés; a nosotros, en cambio, no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia docilidad. Para los judíos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti, después del éxodo de esta vida, está el cielo. Ellos tenían, en la persona de Moisés, un guía y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guía y nos gobierna.

¿Cuál era, en efecto, la característica de Moisés? Moisés –dice la Escritura– era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo Espíritu que le es íntimamente consubstancial. Moisés levantó, en aquel tiempo, sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná; nuestro Moisés levanta hacia el cielo sus manos y nos consigue un alimento eterno. Aquél golpeó la roca e hizo correr un manantial; éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Por esta razón, la mesa se halla situada en medio, como una fuente, con el fin de que los rebaños puedan, desde cualquier parte, afluir a ella y abrevarse con sus corrientes salvadoras.

Puesto que tenemos a nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de espirituales favores, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de recibir gracia y piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y salvador Jesucristo, por quien sean dados al Padre, con el Espíritu Santo, gloria, honor y poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 16, 1-18.35

La lluvia de maná en el desierto

Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, entre Elim y Sinaí, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.

La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad».

El Señor dijo a Moisés:

«Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. El sexto día prepararán lo que hayan recogido, y será el doble de lo que recogen a diario».

Moisés y Aarón dijeron a los israelitas:

«Esta tarde sabréis que es el Señor quien os ha sacado de Egipto, y mañana veréis la gloria del Señor. He oído vuestras protestas contra el Señor; ¿nosotros qué somos para que murmuréis de nosotros? Esta tarde os dará a comer carne y mañana os saciará de pan; os ha oído murmurar de él; ¿nosotros qué somos? No habéis murmurado de nosotros, sino del Señor».

Moisés dijo a Aarón:

«Di a la comunidad de los israelitas: "Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones"».

Mientras Aarón hablaba a la asamblea, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube. El Señor dijo a Moisés:

«He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: "Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios"».

Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron:

«¿Qué es esto?»

Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:

«Es el pan que el Señor os da de comer. Estas son las órdenes del Señor: que cada uno recoja lo que pueda comer: un celemín por cabeza para todas las personas que vivan en una tienda».

Así lo hicieron los israelitas: unos recogieron más, otros menos. Y, al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: había recogido cada uno lo que podía comer.

Los israelitas comieron maná durante cuarenta años hasta que llegaron a tierra habitada; comieron maná hasta atravesar la frontera de Canaán.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 140 (4-6: CCL 40, 2028-2029)

La pasión de todo el cuerpo de Cristo

Señor, te he llamado, ven deprisa. Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo solo, lo dice el Cristo total. Pero se refiere, sobre todo, a su cuerpo personal; ya que, cuando se encontraba en este mundo, Cristo oró con su ser de carne, oró al Padre con su cuerpo, y, mientras oraba, gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo sino la pasión de los mártires de la Iglesia?

Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero si, en cambio, la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamado, ven deprisa, sino también: Escucha mi voz cuando te llamo.

Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios con él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto acepto a Dios. Aquella ofrenda de la tarde se convirtió en ofrenda matutina por la resurrección. La oración brota, pues, pura y directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 17, 1-16

El agua de la piedra. Lucha contra Amalec

En aquellos días, la asamblea de los israelitas se marchó del desierto de Sin, por etapas, según las órdenes del Señor, y acamparon en Rafidín, donde el pueblo no encontró agua de beber. El pueblo riñó con Moisés, diciendo

«Danos agua de beber».

El les respondió:

«¿Por qué me reñís a mí y tentáis al Señor?».

El pueblo torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?». Clamó Moisés al Señor y dijo:

«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».

Respondió el Señor a Moisés:

«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

«¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?». Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré de pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano».

Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol.

Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada. El Señor dijo a Moisés:

«Escríbelo en un libro de memorias y léeselo a Josué:

"Borraré la memoria de Amalec bajo el cielo"».

Moisés levantó un altar y lo llamó «Señor, mi estandarte», diciendo:

«Una mano en el estandarte del Señor; el Señor está en guerra con Amalec de generación en generación».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 3: PG 68, 275-278)

Las brillantes gestas de Cristo

Moisés subió al monte, a la misma cima de una montaña para contemplar desde allí la batalla y asistir a la acertada actuación de Josué durante la lucha. Y mientras Moisés tenía en alto la mano, Israel era el más fuerte; mientras la tenía baja, se debilitaba Israel y prevalecía Amalec. En realidad, no sólo Israel en su totalidad, pero ni siquiera quienes aisladamente consideraron como un gran honor asemejarse a Cristo, enarbolando su oprobio, es decir, su cruz venerable, pueden en modo alguno ser vencidos por el diablo ni por otro enemigo cualquiera empeñado en destruirlo. Las manos extendidas al cielo son una clara figura de la cruz.

También se nos dice que a Moisés le pesaban las manos y que las mantenía en alto no sin dificultad. Cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Esta piedra probada, angular, preciosa, de cimiento, es Cristo, sobre el cual se sientan extendiendo las manos, es decir, tomando la cruz, los israelitas más dóciles y obedientes: aquel pequeño resto según la gracia de la elección, que es confirmado y conservado por Cristo, juez y sumo sacerdote a la vez, del que Jur y Aarón eran figura.

Así pues, Cristo reúne en su única persona las prerrogativas de ambos: juez y sumo sacerdote. El conservaba para la salvación en la fe al resto de Israel elegido por puro favor. Este creo que es el significado de aquellas palabras proféticamente pronunciadas por boca de Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.

En efecto, cuando cayó Amalec, que ofrecía resistencia, el Señor dijo a Moisés: Escríbelo en un libro de memorias y léeselo a Josué. Pues aquellas brillantes gestas de Cristo debían ser confiadas, para continua y eterna memoria, a los escritos de los santos evangelistas. Se ordenó además que este escrito se lo leyeran a Josué: pues las gestas de aquellos santos varones, cual dones celestes, o como alabanzas y encomios están dedicadas a Cristo.

Desbaratado, pues, y vencido Amalec, Moisés levantó un altar a Dios, y lo llamó: «Señor, mi estandarte». También este altar es figura de Cristo, pues se constituyó en Señor nuestro y en nuestro estandarte al debelar al príncipe de este mundo, al aplastar el poder de la muerte, y al ofrecerse a sí mismo por nosotros como hostia inmaculada de suave olor para Dios Padre. Por tanto, aquel altar fue figura de Cristo, cuyo nombre adecuado y verdadero es: «Señor, mi estandarte».

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 18, 13-27

Moisés nombra jueces

En aquellos días, Moisés se sentó a resolver los asuntos del pueblo, y todo el pueblo acudía a él, de la mañana a la noche. Viendo el suegro de Moisés todo lo que hacía éste por el pueblo, le dijo:

«¿Qué es lo que haces con el pueblo? ¿Por qué estás sentado tú solo mientras todo el pueblo acude a ti, de la mañana a la noche?».

Moisés respondió a su suegro:

«El pueblo acude a mí para que consulte a Dios; cuando tienen pleito, vienen a mí a que se lo resuelva, y a que les explique las leyes y mandatos del Señor».

El suegro de Moisés le replicó:

«No está bien lo que haces; os estáis matando tú y el pueblo que te acompaña; la tarea es demasiado gravosa y no puedes despacharla tú solo. Acepta mi consejo, y que Dios esté contigo: tú representas al pueblo ante Dios, y le presentas sus asuntos; inculcas al pueblo los mandatos y preceptos, le enseñas el camino que debe seguir y las acciones que debe realizar. Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles, temerosos de Dios, sinceros, enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte; ellos administrarán justicia al pueblo regularmente: los asuntos graves que te los pasen a ti, los asuntos sencillos que los resuelvan ellos; así os repartiréis la carga, y tú podrás con la tuya. Si haces lo que te digo, y Dios te da instrucciones, podrás resistir, y el pueblo se volverá a casa en paz».

Moisés aceptó el consejo de su suegro e hizo lo que le decía. Escogió entre todos los israelitas gente hábil y los puso al frente del pueblo, como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte. Ellos administraban justicia al pueblo regularmente: los asuntos complicados se los pasaban a Moisés, los sencillos los resolvían ellos.

Moisés despidió a su suegro, y éste se volvió a su tierra.


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 127 (1-3: CSEL 24, 628-630)

Del verdadero temor de Dios
¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!

Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que tener en cuenta que nunca se habla sólo de él, como si el temor fuera suficiente para conducir la fe hasta su consumación, sino que se le añaden o se le anteponen muchas otras cosas por las que pueda comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor; como podemos deducir de lo dicho por Salomón en los Proverbios: Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor.

Vemos, en efecto, a través de cuántos grados se llega al temor del Señor. Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda suerte de menesteres intelectuales, así como buscarla y tratar de dar con ella; entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Pues, por lo que se refiere a la manera común del pensar humano, no es así como se acostumbra a entender el temor.

El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que lo suscitan en nosotros.

En cambio, del temor del Señor, así está escrito: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se lo encuentra en el miedo, sino en el razonamiento doctrinal; no brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento de la verdad.

Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos, pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien.

Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero, cuando habla de sí mismo, se denomina a sí mismo «camino», y muestra la razón de llamarse así, cuando dice: Nadie va al Padre, sino por mí.

Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder encontrar el único que es bueno, ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Pues hay caminos en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las diversas obras de los mandamientos, y son bienaventurados los que andan por ellos, en el temor de Dios.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 19, 1-19; 20, 18-21

Promesa de la alianza
y aparición del Señor en el Sinaí

Aquel día, a los tres meses de salir de Egipto, los israelitas llegaron al desierto de Sinaí: saliendo de Rafidín, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon allí, frente al monte. Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde el monte, diciendo:

«Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mivoz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa". Estas son las palabras que has de decir a los israelitas».

Moisés convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado. Todo el pueblo, a una, respondió:

«Haremos todo cuanto ha dicho el Señor».

Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor; y el Señor le dijo:

«Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar lo que te digo, y te crea en adelante».

Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho. Y el Señor le dijo:

«Vuelve a tu pueblo, purifícalos hoy y mañana, que se laven la ropa y estén preparados para pasado mañana; pues el Señor bajará al monte Sinaí a la vista del pueblo. Traza un límite alrededor y prepara al pueblo, avisándole: "Cuidado con subir al monte o acercarse a la falda; el que se acerque al monte es reo de muerte. Lo ejecutaréis, sin tocarlo, a pedradas o con flechas, sea hombre o animal; no quedará con vida. Sólo cuando suene el cuerno, podrán subir al monte"».

Moisés bajó del monte adonde estaba el pueblo, lo purificó y le hizo lavarse la ropa. Después les dijo:

«Estad preparados para el tercer día, y no toquéis a vuestras mujeres».

Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios y se detuvieron al pie del monte. Todo el Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en forma de fuego. Subía humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno.

Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Y dijeron a Moisés:

«Háblanos tú, y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos».

Moisés respondió al pueblo:

«No temáis: Dios ha venido para probaros, para que tengáis presente su temor, y no pequéis».

El pueblo se quedó a distancia, y Moisés se acercó hasta la nube donde estaba Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4,16, 1-5: SC 100, 564-572)

La alianza del Señor

Moisés dice al pueblo en el Deuteronomio: El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb; no hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros.

¿Por qué razón no la hizo con nuestros padres? Porque la ley no ha sido instituida para el justo; y los padres eran justos, tenían la eficacia del decálogo inscrita en sus corazones y en sus almas, amaban a Dios, que los había creado, y se abstenían de la injusticia con respecto al prójimo: razón por la cual no había sido necesario amonestarlos con un texto de corrección, ya que llevaban la justicia de la ley dentro de ellos.

Pero cuando esta justicia y este amor hacia Dios cayeron en olvido y se extinguieron en Egipto, Dios, a causa de su mucha misericordia hacia los hombres, tuvo que manifestarse a sí mismo mediante la palabra.

Con su poder, sacó de Egipto al pueblo para que el hombre volviese a seguir a Dios; y afligía con prohibiciones a sus oyentes, para que nadie despreciara a su Creador.

Y lo alimentó con el maná, para que recibiera un alimento espiritual, como dice también Moisés en el Deuteronomio: Te alimentó con el maná, que tus padres no conocieron, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.

Exigía también el amor hacia Dios e insinuaba la justicia que se debe al prójimo, para que el hombre no fuera injusto ni indigno para con Dios, preparando de antemano al hombre, mediante el decálogo, para su amistad y la concordia que debe mantener con su prójimo; cosas todas provechosas para el hombre, ya que Dios no necesita nada de él.

Efectivamente, todo esto glorificaba al hombre, completando lo que le faltaba, esto es, la amistad de Dios; pero a Dios no le era de ninguna utilidad, pues Dios no necesitaba del amor del hombre.

En cambio, al hombre le faltaba la gloria de Dios, y era absolutamente imposible que la alcanzara, a no ser por su empeño en agradarle. Por eso, dijo también Moisés al pueblo: Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra.

A fin de preparar al hombre para semejante vida, el Señor dio, por sí mismo y para todos los hombres, las palabras del decálogo: por ello, estas palabras continúan válidas también para nosotros, y la venida en carne de nuestro Señor no las abrogó, antes al contrario les dio plenitud y universalidad.

En cambio, aquellas otras palabras que contenían sólo un significado de servidumbre, aptas para la erudición y el castigo del pueblo de Israel, las dio separadamente, por medio de Moisés, y sólo para aquel pueblo, tal como dice el mismo Moisés: Yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor.

Aquellos preceptos, pues, que fueron dados como signo de servidumbre a Israel han sido abrogados por la nueva alianza de libertad; en cambio, aquellos otros que forman parte del mismo derecho natural y son origen de libertad para todos los hombres, quiso Dios que encontraran mayor plenitud y universalidad, concediendo con largueza y sin límites que todos los hombres pudieran conocerlo como padre adoptivo, pudieran amarlo y pudieran seguir, sin dificultad, a aquel que es su Palabra.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 20, 1-17

Promulgación de la ley en el Sinaí

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:

«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí.

No te harás idolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

No cometerás adulterio.No robarás.

No darás testimonio falso contra tu prójimo.

No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre la huida del mundo (Caps 6, 36; 7, 44; 9, 52)

Unirse a Dios, único bien verdadero

Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por lo tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción.

Este es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, porque es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y, por lo tanto, todo lo bueno es divino, y todo lo divino es bueno; por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes, sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles, al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.

Hemos muerto con Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. No vivimos ya aquella vida nuestra, sino la de Cristo, una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para herirlo.

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir estando aquí, y estar, al mismo tiempo, junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a base de apariencias, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.

Conque si Dios es nuestro refugio y se halla en el cielo y sobre los cielos, es hacia allí hacia donde hay que huir, donde está la paz, donde nos aguarda el descanso de nuestros afanes y la saciedad de un gran sábado, como dijo Moisés: El descanso de la tierra os servirá de alimento. Pues la saciedad, el placer y el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su felicidad. Huyamos, pues, como los ciervos, hacia las fuentes de las aguas; que sienta sed nuestra alma como la sentía David. ¿Cuál es aquella fuente? Óyele decir: En ti está la fuente viva. Y que mi alma diga a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues Dios es esa fuente.

 


DOMINGO III DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 22,19—23, 9

Leyes sobre forasteros y pobres
(Código de la alianza)

Así dice el Señor:

«El que ofrezca sacrificios a los dioses –fuera del Señor– será exterminado.

No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.

Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.

No blasfemarás contra Dios y no maldecirás a los jefes de tu pueblo.

No retrasarás la oferta de tu cosecha y de tu vendimia. Me darás el primogénito de tus hijos; lo mismo harás con tus bueyes y ovejas: durante siete días quedará la cría con su madre, y el octavo día me la entregarás. Sed santos para mí y no comáis carne de animal despedazado en el campo: echádsela a los perros.

No harás declaraciones falsas: no te conchabes con el culpable para testimoniar en favor de una injusticia. No seguirás en el mal a la mayoría: no declararás en un proceso siguiendo a la mayoría y violando el derecho. No favorecerás al poderoso en su causa.

Cuando encuentres extraviados el buey o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda.

No violarás el derecho de tu pobre en su causa.

Abstente de las causas falsas: no harás morir al justo ni al inocente, ni absolverás al culpable; porque yo no declaro inocente a un culpable. No aceptarás soborno, porque el soborno ciega al perspicaz y falsea la causa del inocente.

No vejarás al forastero: conocéis la suerte del forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto».


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Tratado sobre los grados de la humildad y la soberbia (III, 6: Opera omnia, Edit. Cisterc. 3, 1963, 20-21)

Para tener un corazón sensible a la miseria ajena,
es necesario que primero reconozcas la tuya propia

Puesto que en el conocimiento de la verdad se dan tres grados, voy a intentar distinguirlos, para que así aparezca más claro a cuál de los tres corresponde el duodécimo grado de humildad.

Como es sabido, buscamos la verdad en nosotros, en nuestros prójimos, en sí misma. En nosotros, juzgándonos a nosotros mismos; en nuestros prójimos, compadeciéndonos de sus males; en sí misma, contemplándola con puro corazón. Ten presente tanto el número como el orden. Que la misma Verdad te enseñe primero lo que debes buscar en el prójimo antes que en sí misma. Después de lo cual comprenderás por qué has de buscarla antes en ti que en el prójimo.

En efecto, en la enumeración de las bienaventuranzas que el Señor detalló en el Discurso del monte, colocó a los misericordiosos antes que a los limpios de corazón. Pues los misericordiosos captan en seguida la verdad en sus prójimos al cubrirlos con su personal afecto, al conformarse con ellos por la caridad hasta el punto de sentir como propios sus bienes y sus males: enferman con los enfermos, se abrasan con los que sufren escándalo. Se han acostumbrado a estar alegres con los que ríen y a llorar con los que lloran. Purificada por la caridad fraterna la mirada del corazón, se deleitan contemplando la verdad en sí misma, por cuyo amor toleran los males ajenos. En cambio, los que no se identifican de este modo con los hermanos, sino que por el contrario insultan a los que lloran o envidian a los que están alegres –ya que al no experimentar en sí mismos lo que los otros sienten, no pueden tampoco compartir sus sentimientos–, ¿cómo podrían detectar la verdad en el prójimo? Con razón puede aplicárseles el dicho popular: Ignora el sano lo que siente el enfermo, o el harto lo que sufre el hambriento. Tanto más familiarmente se compadece el enfermo del enfermo y el hambriento del hambriento cuanto están más cercanos en el sufrimiento. Y al igual que la verdad pura sólo el corazón puro es capaz de contemplarla, así también la miseria del hermano es sentida con mayor realismo por un corazón sensible a la miseria.

Ahora bien, para tener un corazón sensible a la miseria ajena, es necesario que primero reconozcas la tuya propia, para que, mirándote a ti, descubras los sentimientos del prójimo y aprendas en ti mismo cómo prestarle ayuda, exactamente a ejemplo de nuestro Salvador, que quiso padecer para aprender a compadecer, vivir la miseria para saber ser misericordioso a fin de que, como de él está escrito: Aprendió sufriendo, a obedecer, aprendiera también a tener misericordia. Y no es que antes no supiera ser misericordioso aquel cuya misericordia no tiene ni principio ni fin, sino que aprendió por experiencia temporal lo que ya sabía por naturaleza desde la eternidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 24, 1-18

Conclusión de la alianza en el monte

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Sube a mí con Aarón, Nadab y Abihú y los setenta ancianos de Israel, y prosternaos a distancia. Después se acercará Moisés solo, no ellos; y el pueblo que no suba».

Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:

«Haremos todo lo que dice el Señor».

Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos».

Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos».

Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel: bajo los pies tenía una especie de pavimento, brillante como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, que pudieron contemplar a Dios, y después comieron y bebieron. El Señor dijo a Moisés:

«Sube hacia mí al monte, que allí estaré yo para darte las tablas de piedra con la ley y los mandatos que he escrito para que se los enseñes».

Se levantó Moisés y subió con Josué, su ayudante, al monte de Dios; a los ancianos les dijo:

«Quedaos aquí hasta que yo vuelva; Aarón y Jur están con vosotros; el que tenga algún asunto que se lo traiga a ellos».

Cuando Moisés subió al monte, la nube lo cubría, y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube. La gloria del Señor apareció a los israelitas como fuego voraz sobre la cumbre del monte. Moisés se adentró en la nube y subió al monte, y estuvo allí cuarenta días con sus noches.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 205 (1: 1 de Cuaresma: Edit. Maurist., t. 5, 919-920)

Esta cruz no es cruz de solos cuarenta días,
sino de toda la vida

Comenzamos hoy la observancia cuaresmal nuevamente presentada con rito solemne, con cuya ocasión también a vosotros se os debe una solemne exhortación por parte nuestra, a fin de que la palabra de Dios presentada por nuestro ministerio nutra el corazón de quienes ayunan en el cuerpo. De esta suerte el hombre interior, alimentado con su manjar especial, podrá llevar a término la maceración del hombre exterior y soportarlo con mayor entereza. Pues es muy conveniente a nuestra devoción que, quienes nos disponemos a celebrar la pasión del Señor crucificado ya próxima, nos fabriquemos nosotros mismos la cruz de la represión de los placeres carnales, como dice el Apóstol: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y deseos.

De esta cruz debe continuamente pender el cristiano durante toda esta vida que discurre en medio de tentaciones. No es este tiempo de arrancar clavos, de los que se dice en el salmo: Traspasa mis carnes con los clavos de tu temor. Las carnes son las concupiscencias carnales; los clavos, los preceptos de la justicia: con estos clavos nos tras pasa el temor de Dios, por cuanto nos crucifica como víctima aceptable para él. Por eso nuevamente dice el Apóstol: Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Es, pues, aquella cruz de la que el siervo de Dios no se avergüenza, sino que más bien se gloría de ella diciendo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en el cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Esta cruz, no es cruz de solos cuarenta días, sino de toda la vida. Por eso, Moisés, Elías y el mismo Señor ayunaron cuarenta días, para insinuarnos en Moisés, en Elías y en el mismo Señor, esto es, en la ley, en los profetas y en el mismo evangelio, que se nos iba a tratar de igual modo, para que no nos ajustemos ni nos apeguemos a este mundo, sino que crucifiquemos al hombre viejo.

Vive siempre así, oh cristiano: si no quieres que tus pies se hundan en el fango, no bajes de la cruz. Y si esto hemos de hacerlo durante toda la vida, ¿cuánto más durante estos días de Cuaresma, en los cuales no sólo se vive, sino que además, está simbolizada la presente vida?

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 32, 1-20

El becerro de oro

En aquellos días, viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar del monte, acudió en masa ante Aarón y le dijo:

«Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros; pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos lo que le ha pasado».

Aarón les contestó:

«Quitadles los pendientes de oro a vuestras mujeres, hijos e hijas, y traédmelos».

Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro, y se los trajeron a Aarón. El los recibió y trabajó el oro a cincel y fabricó un novillo de fundición. Después les dijo:

«Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto».

Después edificó un altar en su presencia y proclamó:

«Mañana es fiesta del Señor».

Al día siguiente, se levantaron, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión, el pueblo se sentó a comer y beber, y después se levantaron a danzar.

El Señor dijo a Moisés:

«Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto"».

Y el Señor añadió a Moisés:

«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre"».

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas de la alianza en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas. Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés:

«Se oyen gritos de guerra en el campamento». Contestó él:

«No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo».

Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los israelitas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 43 (PL 52, 320.322)

La oración llama, el ayuno intercede,
la misericordia recibe

Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.

El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le suplica.

Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro.

Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.

En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.

Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a sí mismo para darse.

Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.

Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 33, 7-11.18-23; 34, 5-9.29-35

Plena revelación de Dios a Moisés

En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenía que visitar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro.

Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés. Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su tienda. El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después él volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda. Moisés pidió al Señor:

«Enséñame tu gloria».

Le respondió:

«Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quien quiero y favorezco a quien quiero; pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida».

Y añadió:

«Ahí tienes un sitio donde puedes ponerte junto a la roca; cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca, y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado; y, cuando retire la mano, podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás».

El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando:

«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad: Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación».

Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo:

«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».

Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí.

Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le habían mandado. Los israelitas veían la piel de su cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Teófilo de Antioquía, Libro a Antólico (Lib 1, 2.7: PG 6, 1026-1027.1035)

Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios

Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te diré a mi vez: «Muéstrame tú al hombre que hay en ti», y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón.

Pues de la misma manera que los que ven con los ojos del cuerpo perciben con ellos las realidades de esta vida terrena y advierten las diferencias que se dan entre ellas –por ejemplo, entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo negro, lo deforme y lo bello, lo proporcionado y lo desproporcionado, lo que está bien formado y lo que no lo está, lo que es superfluo y lo que es deficiente en las cosas—, y lo mismo se diga de lo que cae bajo el dominio del oído –sonidos agudos, graves o agradables–, eso mismo hay que decir de los oídos del corazón y de los ojos de la mente, en cuanto a su poder para captar a Dios.

En efecto, ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones.

El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona, de la misma manera, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios.

Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría. Pues por medio de la Palabra y de la sabiduría se hizo todo. Efectivamente, la Palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos. Su sabiduría está por encima de todo: Dios, con su sabiduría, puso el fundamento de la tierra; con su inteligencia, preparó los cielos, con su voluntad, rasgó los abismos, y las nubes derramaron su rocío.

Si entiendes todo esto y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe y el temor de Dios han de tener la absoluta preferencia de tu corazón, y entonces entenderás todo esto. Cuando te despojes de lo mortal y te revistas de la inmortalidad, entonces verás a Dios de manera digna. Dios hará que tu carne sea inmortal junto con el alma, y entonces, convertido en inmortal, verás al que es inmortal, con tal de que ahora creas en él.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 34, 10-28

Segundo código de la alianza

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Yo voy a hacer un pacto en presencia de tu pueblo: haré maravillas como no se han hecho en ningún país ni nación, para que el pueblo con el que vives vea las obras terribles que voy a hacer por medio de ti.

Cumple lo que yo te mando hoy; expulsaré por delante de ti a amorreos, cananeos, hititas, fereceos, heveos y jebuseos. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar; porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares, quebrarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados.

No te postres ante dioses extraños, porque el Señor se llama Dios celoso, y lo es.

No hagas alianza con los habitantes de la tierra, porque se prostituyen con sus dioses, y, cuando les ofrezcan sacrificios, te invitarán a comer con ellos.

Ni tomes a sus hijas por mujeres para tus hijos, pues se prostituirán sus hijas con sus dioses y prostituirán a tus hijos con sus dioses.

No te hagas estatuas de dioses.

Guarda la fiesta de los ázimos: comerás ázimos durante siete días por la fiesta del mes de Abib, según te mandé; porque en ese mes saliste de Egipto.

Todo primer nacido macho que abra el vientre es mío, sea ternero o cordero. El primer nacido del borrico lo rescatarás con un cordero, y, si no lo rescatas, le romperás la cerviz. Al mayor, al primero de tus hijos, lo rescatarás, y nadie se presentará ante mí con las manos vacías.

Seis días trabajarás, y al séptimo descansarás, en la siembra o en la siega.

Celebra la fiesta de las semanas al comenzar la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha al terminar el año.

Tres veces al año se presentarán todos los varones al Señor de Israel. Cuando desposea a las naciones delante de ti y ensanche tus fronteras, nadie codiciará tus campos, si subes a visitar al Señor, tu Dios, tres veces al año.

No ofrezcas nada fermentado con la sangre de mi sacrificio. De la víctima de la Pascua no quedará nada para el día siguiente.

Ofrece en el templo del Señor, tu Dios, las primicias de tus tierras. No cuezas el cabrito en la leche de la madre». El Señor dijo a Moisés:

«Escribe estas palabras: de acuerdo con estas palabras hago alianza contigo y con Israel».

Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos.


SEGUNDA LECTURA

Tertuliano, Tratado sobre la oración (Caps 28-29: CCL 1, 273-274)

El sacrificio espiritual

La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? –dice el Señor–. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones, la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada. ¿ Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el evangelio: Se acerca la hora –dice– en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.

Nosotros somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos.

Esta víctima, ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad, intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.

¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!

Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego, de las fieras y del hambre, y, sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su eficacia.

¡Cuánto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen por su nombre.

En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.

La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie.

Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración.

¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 35, 30-36, 1; 37, 1-9

Construcción del santuario y del arca

En aquellos días, Moisés dijo a los israelitas:

«El Señor ha escogido a Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá, y lo ha llenado de un espíritu de sabiduría, de prudencia y de habilidad para su oficio, para que proyecte y labre oro, plata y bronce, para que talle piedras y las engaste, para que talle madera y para las demás tareas. También le ha dado talento para enseñar a otros, lo mismo que a Ohliab, hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan. Los ha llenado de habilidad para que proyecten y realicen cualquier clase de obras: bordar en púrpura violácea, roja o escarlata y en lino, proyectar y realizar toda clase de trabajos».

Besalel, Ohliab y todos los artesanos a quienes el Señor había dotado de habilidad y destreza para ejecutar los diversos trabajos del santuario realizaron lo que el Señor había ordenado.

Besalel hizo el arca de madera de acacia, de dos codos y medio de larga por uno y medio dé ancha y uno y medio de alta. La revistió de oro de ley por dentro y por fuera, y le aplicó alrededor un listón de oro. Fundió oro para hacer cuatro anillas, que colocó en los cuatro ángulos, dos a cada lado. Hizo también unos varales de madera de acacia y los revistió de oro. Metió los varales por las anillas laterales del arca, para poder transportarla.

Hizo también una placa de oro de ley, de dos codos y medio de larga por uno y medio de ancha. En sus dos extremos hizo dos querubines cincelados en oro: cada uno arrancando de un extremo de la placa, y cubriéndola con las alas extendidas hacia arriba. Estaban uno frente a otro, mirando al centro de la placa.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 11, cap. 10: PC 74, 543-546)

Cristo se consagró a sí mismo por nuestros pecados

Y por ellos me santifico yo. Según los usos legales, santificado se dice de lo que se ofrece a Dios en concepto de don o de oblación, como por ejemplo todos los primogénitos de Israel: Santifícame todos los primogénitos israelitas, dijo Dios a Moisés, es decir, consagra y ofrece y considéralo sagrado.

Así pues, utilizándose la palabra santificar como sinónima de consagrar y ofrecer, decimos que el Hijo se santificó a sí mismo por nosotros. Pues se ofreció como sacrificio y víctima santa a Dios Padre, reconciliando el mundo con él y devolviendo la amistad a quien la había perdido, a saber, al género humano. El es nuestra paz, dice la Escritura.

En realidad, sabemos que nuestro retorno a Dios ha sido únicamente posible por obra de Cristo Salvador, que nos ha hecho partícipes del Espíritu de santificación. El Espíritu es, en efecto, quien nos pone en relación con Dios y quien –por decirlo así– nos une a él; recibido el Espíritu, nos convertimos en partícipes y consortes del mismo ser de Dios, lo recibimos por medio del Hijo y, en el Hijo, recibimos también al Padre.

De él nos escribe, en efecto, el sabio Juan: En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y san Pablo, ¿qué dice? Como sois hijos –dice–, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba!» (Padre). Tanto que si por cualquier eventualidad estuviéramos privados del Espíritu Santo, no se podría en absoluto conocer que Dios está en nosotros; y si no se nos hubiese enriquecido con el don del Espíritu, que es lo que nos coloca entre los hijos de Dios, en modo alguno seríamos hijos de Dios.

Y ¿cómo hemos sido elevados o cómo se nos ha hecho partícipes de la naturaleza divina, si ni habita Dios en nosotros, ni le estamos unidos por la participación del Espíritu a que hemos sido llamados? Y sin embargo, la verdad es que somos partícipes y consortes de aquella naturaleza que todo lo supera, y somos llamados templos de Dios. El Unigénito, en efecto, se santificó, es decir, se consagró por nuestros pecados, y se ofreció a Dios Padre como hostia santa de suave olor, para que apartado lo que en cierto modo separa de Dios a la naturaleza humana, esto es el pecado, nada nos impida estar unidos a él participando de su naturaleza, por obra –se entiende– del Espíritu Santo que nos devuelve a la imagen primitiva renovándonos en la justicia y la santidad.

Pues si el pecado aparta y separa al hombre de Dios, la justicia, en cambio, nos une a él y nos coloca en cierto modo junto al mismísimo Dios Padre. Porque hemos sido justificados por la fe en Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. En él, que es como las primicias del género humano, fue restaurada toda la naturaleza del hombre para una vida renovada y, volviendo a su condición primordial, fue reformada para la santidad.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 40, 16-38

Es erigido el tabernáculo.
El Señor se manifiesta en la nube

En aquellos días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le había mandado.

El día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Colocó el documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Colocó también la mesa en la tienda del encuentro, en la parte norte del santuario y fuera de la cortina. Sobre ella colocó los panes presentados al Señor; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Colocó el candelabro en la tienda del encuentro, en la parte sur del santuario, frente a la mesa; encendió las lámparas en presencia del Señor; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Puso el altar de oro en la tienda del encuentro, frente a la cortina; y sobre él quemó el incienso del sahumerio; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Después colocó la antepuerta del santuario. Puso el altar de los holocaustos a la puerta del santuario de la tienda del encuentro, y sobre él ofreció el holocausto y la ofrenda; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Colocó el barreño entre la tienda del encuentro y el altar, y echó agua para las abluciones. Moisés, Aarón y sus hijos se lavaban manos y pies cuando iban a entrar en la tienda del encuentro para acercarse al altar; como el Señor se lo había ordenado a Moisés.

Alrededor del santuario y del altar levantó el atrio, y colocó la antepuerta a la entrada del mismo. Y así acabó la obra Moisés.

Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor llenaba el santuario.

Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14, sobre el amor a los pobres (38.40: PG 35, 907-910)

Sirvamos a Cristo en los pobres

Dichosos los misericordiosos –dice la Escritura–, porque ellos alcanzarán misericordia. No es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dice el salmo: Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte la limosna –dice el Apóstol– que lo hagacon agrado; pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que, cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admirable. Un espléndido premio. Escucha: Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa solamente, como algunos, no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo, ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos, antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos tabernáculos, por el mismo Cristo, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

 


DOMINGO IV DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 8, 1-17; 9, 22-24

Consagración de los sacerdotes

En aquellos días, el Señor habló a Moisés:

«Toma a Aarón y a sus hijos, los vestidos, el aceite de la unción, el novillo del sacrificio expiatorio, los dos carneros y el cestillo de panes ázimos, y convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro».

Moisés cumplió el mandato del Señor, y se congregó la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro. Moisés dijo a la asamblea:

«Esto es lo que el Señor manda hacer».

Después hizo acercarse a Aarón y a sus hijos, y los hizo bañarse. A Aarón le vistió la túnica y le ciñó la banda, le puso el manto y encima le colocó el efod, sujetándolo con el cíngulo. Le impuso el pectoral con los urim y tumim. Le puso un turbante en la cabeza y, en el lado frontal del mismo, le impuso la flor de oro, la diadema santa, como el Señor se lo había ordenado.

Moisés, tomando después el aceite de la unción, ungió la morada y cuanto en ella había. Y los consagró. Salpicó con el aceite siete veces sobre el altar, y ungió el altar con todos sus utensilios, el barreño y su peana, para consagrarlos. Luego derramó aceite sobre la cabeza de Aarón, y lo ungió para consagrarlo. Después Moisés hizo acercarse a los hijos de Aarón, les vistió la túnica, les ciñó la banda y les puso sobre la cabeza las birretas; como el Señor se lo había ordenado.

Hizo traer el novillo del sacrificio expiatorio. Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza de la víctima. Moisés la degolló y, tomando sangre, untó con el dedo los salientes del altar por todos los lados: así purificó el altar. Derramó la sangre al pie del altar,'y así lo consagró para expiar en él. Tomó toda la grasa que envuelve las vísceras, el lóbulo del hígado, los dos riñones con su grasa, y lo dejó quemarse sobre el altar. El resto del novillo, la piel, carne e intestinos, lo quemó fuera del campamento; como el Señor se lo había ordenado.

Aarón, alzando las manos sobre el pueblo, lo bendijo; y, después de haber ofrecido el sacrificio expiatorio, el holocausto y el sacrificio de comunión, bajó. Aarón y Moisés entraron en la tienda del encuentro. Cuando salieron, bendijeron al pueblo. Y la gloria del Señor se mostró a todo el pueblo. De la presencia del Señor salió fuego que devoró el holocausto y la grasa. Al verlo, el pueblo aclamó y cayó rostro a tierra.


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Demostración evangélica (Lib 5,3: PG 22, 366-367)

Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice:
santo, inocente, sin mancha

Reflexionemos sobre aquellas palabras: Tú eres sacerdote eterno. Pues no dice: Serás lo que antes no eras; ni tampoco: lo que antes eras, pero ahora no eres; sino que dice: eres y seguirás siendo sacerdote eterno únicamente por voluntad de aquel que dijo: Yo soy el que soy. Y precisamente porque su sacerdocio no comenzó en el tiempo, ni Cristo procede de la tribu de Leví, ni fue ungido con un óleo material preparado por especialistas, su sacerdocio no tendrá fin ni será establecido para solos los judíos, sino para todos los pueblos. Por todas estas razones, lo desvincula del sacerdocio aaronítico que tenía valor de figura, y lo proclama sacerdote según el rito de Melquisedec. Y ciertamente que es maravillosa la realidad del símbolo para quien observe cómo nuestro Salvador Jesús –que es el Ungido de Dios–, cumple, según el rito del propio Melquisedec y a través de sus ministros, todo lo que hace referencia al sacerdocio que se ejerce entre los hombres.

Como Melquisedec —que era sacerdote de los paganos– y a quien jamás le vemos ofreciendo sacrificios de animales, sino tan sólo pan y vino incluso en el momento de bendecir a Abrahán, así también hizo en primer lugar nuestro Señor y Salvador en persona; y posteriormente sus sucesores —sacerdotes para todos los pueblos—, con la ofrenda espiritual del pan y del vino según las normas de la Iglesia, nos hacen presente el misterio de aquel cuerpo y de aquella sangre salutífera; aquel misterio que, tantos siglos antes, había Melquisedec aprendido por obra del Espíritu de Dios, y había prefigurado sirviéndose de imágenes de la realidad futura, como lo atestigua el mismo Moisés, cuando dice: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote de Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y bendijo a Abrahán.

Con razón, pues, y con la interposición de un juramento, se le prometieron tales cosas a aquel de quien ahora tratamos: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Y ahora escucha lo que dice el apóstol Pablo a este respecto: De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. Y añade: De aquellos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, dura para siempre, tiene un sacerdocio exclusivo. De aquí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 16, 2-2

Fiesta de la expiación

En aquellos días, mandó el Señor a Moisés:

«Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier fecha en el santuario, de la cortina hacia dentro, hasta la cubierta que tapa el arca. Así no morirá. Porque yo me muestro en una nube sobre la cubierta del arca.

Así entrará Aarón en el santuario: Con un novillo para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Se vestirá la túnica sagrada de lino, se cubrirá con calzones de lino, se ceñirá una banda de lino y se pondrá un turbante de lino. Son vestiduras sagradas: las vestirá después de haberse bañado.

Además, recibirá de la asamblea de los israelitas dos machos cabríos para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Aarón ofrecerá su novillo víctima expiatoria, y hará la expiación por sí mismo y por su casa. Después tomará los dos machos cabríos y los presentará ante el Señor a la entrada de la tienda del encuentro. Echará a suerte los dos machos cabríos: uno le tocará al Señor y el otro a Azazel. Tomará el que haya tocado en suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio expiatorio. El que tocó en suerte a Azazel lo presentará vivo ante el Señor, hará la expiación por él y después lo mandará al desierto, a Azazel.

Aarón ofrecerá su novillo, víctima expiatoria, y hará la expiación por sí mismo y por su casa; y lo degollará. Tomará del altar que está ante el Señor un incensario lleno de brasas y un puñado de incienso de sahumerio pulverizado, pasando con ellos dentro de la cortina. Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente; después, frente a la cubierta, salpicará siete veces la sangre con el dedo.

Degollará el macho cabrío, víctima expiatoria, presentado por el pueblo; llevará su sangre dentro de la cortina, y hará igual que con la sangre del novillo: la salpicará sobre la cubierta y delante de ella. Así hará la expiación por el santuario, por todas las impurezas y delitos de los israelitas, por todos sus pecados.

Lo mismo hará con la tienda del encuentro, establecida entre ellos, en medio de sus impurezas. Mientras esté haciendo la expiación por sí mismo, por su casa y por toda la asamblea de Israel, desde que entra hasta que sale, no habrá nadie en la tienda del encuentro. Después saldrá, irá al altar, que está ante el Señor, y hará la expiación por él: tomará sangre del novillo y del macho cabrío, irá untando con ella los salientes del altar. Salpicará la sangre con el dedo siete veces sobre el altar. Así lo santificará y lo purificará de las impurezas de los israelitas.

Acabada la expiación del santuario, de la tienda del encuentro y del altar, Aarón presentará el macho cabrío vivo. Con las dos manos puestas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará las iniquidades y delitos de los israelitas, todos sus pecados; se los echará en la cabeza al macho cabrío, y después, con el encargado de turno, lo mandará al desierto.

El macho cabrío se lleva consigo, a región baldía, todas las iniquidades de los israelitas. El encargado lo soltará en el desierto. Después Aarón entrará en la tienda del encuentro, se quitará los vestidos de lino que se había puesto para entrar en el santuario y los dejará allí. Se bañará en lugar santo y se pondrá sus propios vestidos. Volverá a salir, ofrecerá su holocausto y el holocausto del pueblo. Hará la expiación por sí mismo y por el pueblo, y dejará quemarse sobre el altar la grasa de la víctima expiatoria. El que ha llevado el macho cabrío a Azazel lavará sus vestidos, se bañará, y después podrá entrar en el campamento.

Las víctimas expiatorias, el macho cabrío y el carnero, cuya sangre se introdujo para expiar en el santuario, se sacarán fuera del campamento; y se quemará piel, carne e intestinos. El encargado de quemarlos lavará sus vestidos, se bañará, y después podrá entrar en el campamento.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 9 sobre el libro del Levítico (5.10: PG 12, 515.523)

Cristo es nuestro sumo sacerdote, nuestra propiciación

Una vez al año, el sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se hallan el propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar del incienso, en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote.

Si pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año con el pueblo, aquel año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos que, en este año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario, es decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió hasta el trono del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder por cuantos creen en él.

Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a reconciliar a los hombres con el Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Y, de manera semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.

De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo llegue a su fin.

Dice el precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente.

Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados.

No pases por alto el detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene de oriente, pues de allí proviene el hombre cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz del día, para que no andes nunca en tinieblas ni en ellas aquel día supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la paz.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 19, 1-18. 31-37

Preceptos para con el prójimo

El Señor habló a Moisés:

«Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles:

"Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.

Respetad a vuestros padres y guardad mis sábados. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No acudáis a ídolos ni os hagáis dioses de fundición. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Cuando ofrezcáis al Señor sacrificios de comunión, hacedlo de forma que os sean aceptados. Se comerá la víctima el día mismo de su inmolación o al día siguiente. Lo que sobre se quemará al tercer día. Lo que se come al tercer día es de desecho e inadmisible. El transgresor cargará con su culpa, por haber profanado lo santo del Señor, y será excluido de su pueblo.

Cuando seguéis la mies de vuestras tierras, no desovillarás el campo, ni espigarás después de segar. Tampoco harás el rebusco de tu viña ni recogerás las uvas caídas. Se lo dejarás al pobre y al forastero. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el Señor.

No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezos al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano. No andarás con cuentos de aquí para allá, ni declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.

No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

No acudáis a nigromantes ni consultéis adivinos. Quedaréis impuros. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Alzate ante las canas y honra al anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

Cuando un forastero se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque forasteros fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No daréis sentencias injustas ni cometeréis injusticias en pesos y medidas. Tened balanzas precisas, pesas y fanegas y cántaros exactos. Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de Egipto.

Cumplid todas mis leyes y mandatos poniéndolos por obra. Yo soy el Señor"».


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 10 sobre la Cuaresma (3-5: PL 54, 299-301)

Del bien de la caridad

Dice el Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de su corazón; si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo, y, a fin de hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una misericordia perseverante.

Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no admite verse encerrada por ningún término.

Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la caridad, por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello; quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma santificados deben poner especial empeño en conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.

Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar ofrendas de misericordia, para conceder, por nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros.

La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los pobres y los impedidos por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede faltar materia para la largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da.

Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Levítico 26, 3-17.38-45

Bendiciones y maldiciones

Así dice el Señor:

«Si seguís mi legislación y cumplís mis preceptos poniéndolos por obra, yo os mandaré la lluvia a su tiempo: la tierra dará sus cosechas y los árboles sus frutos. La trilla alcanzará a la vendimia y la vendimia a la sementera.

Comeréis hasta saciaros y habitaréis tranquilos en vuestra tierra.

Pondré paz en el país y dormiréis sin alarmas. Descartaré las fieras y la espada no cruzará vuestro país.

Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros a filo de espada. Cinco de vosotros pondrán en fuga a cien, y cien de vosotros, a diez mil. Vuestros enemigos caerán ante vosotros a filo de espada.

Me volveré hacia vosotros y os haré crecer y multiplicaros, manteniendo mi pacto con vosotros.

Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.

Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. Caminaré con vosotros y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.

Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí las coyundas de vuestro yugo, os hice caminar erguidos.

Pero si no me obedecéis y no ponéis por obra todos estos preceptos, si rechazáis mis leyes y detestáis mis mandatos, no poniendo por obra todos mis preceptos y rompiendo mi pacto, entonces yo os trataré así: despacharé contra vosotros el espanto, la tisis y la fiebre, que nublan los ojos y consumen la vida; sembraréis en balde, pues vuestros enemigos se comerán la cosecha; me enfrentaré con vosotros y sucumbiréis ante vuestros enemigos; vuestros contrarios os someterán y huiréis sin que nadie os persiga.

Pereceréis en medio de los pueblos. El país enemigo os devorará.

Los que sobrevivan de vosotros, se pudrirán en país enemigo por su culpa y la de sus padres. Confesarán su culpa y la de sus padres: de haberme sido infieles y haber procedido obstinadamente contra mí; por lo que también yo procedí obstinadamente contra ellos, y los llevé a país enemigo, para ver si se doblegaba su corazón incircunciso y expiaban su culpa.

Entonces yo recordaré mi pacto con Jacob, mi pacto con Isaac, mi pacto con Abrahán: me acordaré de la tierra. Pero ellos tendrán que abandonar la tierra, y así ella disfrutará de sus sábados, mientras queda desolada en su ausencia. Expiarán la culpa de haber rechazado mis mandatos y haber detestado mis leyes.

Pero aun con todo esto, cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré hasta el punto de exterminarlos y romper mi pacto con ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios. Recordaré en favor de ellos el pacto con los antepasados, a quienes saqué de Egipto, a la vista de los pueblos, para ser su Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 45 (23-24: PG 36, 654-655)

Vamos a participar en la Pascua

Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura). Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.

Qué cosa sea aquella bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él enseñárnoslo e impartir esta doctrina a sus discípulos. Pues la doctrina de aquel que alimenta es también alimento.

Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles.

Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y pezuñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo.

Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias.

Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo.

Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos.

Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 3, 1-13; 8, 5-11

Legislación levítica

Ésta es la historia de Aarón y Moisés cuando el Señor habló a Moisés en el monte Sinaí.

Nombres de los hijos de Aarón: Nadab, el primogénito, Abihú, Eleazar e Itamar. Estos son los nombres de los aaronitas ungidos como sacerdotes, a quienes consagró sacerdotes. Nadab y Abihú murieron sin hijos, en presencia del Señor, cuando ofrecieron al Señor fuego profano en el desierto de Sinaí. Eleazar e Itamar oficiaron como sacerdotes en vida de su padre, Aarón.

El Señor dijo a Moisés:

—Haz que se acerque la tribu de Leví y ponla al servicio del sacerdote Aarón. Harán la guardia tuya y de toda la asamblea delante de la tienda del encuentro y desempeñarán las tareas del santuario. Guardarán todo el ajuar de la tienda del encuentro y harán la guardia en lugar de los israelitas y desempeñarán las tareas del santuario. Aparta a los levitas de los demás israelitas y dáselos a Aarón y a sus hijos como donados. Al extraño que se meta se le dará muerte.

El Señor dijo a Moisés:

—Yo he elegido a los levitas de entre los israelitas en sustitución de los primogénitos o primeros partos de los israelitas. Los levitas me pertenecen, porque me pertenecen los primogénitos. Cuando di muerte a los primogénitos en Egipto, me consagré todos los primogénitos de Israel, de hombres y animales. Me pertenecen. Yo soy el Señor.

El Señor dijo a Moisés:

—Escoge entre los israelitas a los levitas y purifícalos con el siguiente rito: Los rociarás con agua expiatoria. Luego se pasarán la navaja por todo el cuerpo, se lavarán los vestidos y se purificarán. Después cogerán un novillo con la ofrenda correspondiente de flor de harina amasada con aceite. Y tú cogerás otro novillo para el sacrificio expiatorio. Harás que se acerquen los levitas a la tienda del encuentro y convocarás toda la asamblea de Israel.

Puestos los levitas en presencia del Señor, los demás israelitas les impondrán las manos. Aarón, en nombre de los israelitas, se los presentará al Señor con el rito de la agitación, para desempeñar las tareas del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Carta 11 (PG 91, 454-455)

La misericordia de Dios para con los penitentes

Quienes anunciaron la verdad y fueron ministros de la gracia divina, cuantos desde el comienzo hasta nosotros trataron de explicar, en sus respectivos tiempos, la voluntad salvífica de Dios hacia nosotros, dicen que nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él.

Y, para manifestarlo de una manera más propia de Dios que todas las otras cosas, la Palabra divina de Dios Padre, el primero y único reflejo insigne de la bondad infinita, sin que haya palabras que puedan explicar su humillación y descenso hasta nuestra realidad, se dignó, mediante su encarnación, convivir con nosotros; y llevó a cabo, padeció y habló todo aquello que parecía conveniente para reconciliarnos con Dios Padre, a nosotros, que éramos sus enemigos; de forma que, extraños como éramos a la vida eterna, de nuevo nos viéramos llamados a ella.

Pues no sólo sanó nuestras enfermedades con la fuerza de los milagros, sino que, habiendo aceptado las debilidades de nuestras pasiones y el suplicio de la muerte —como si él mismo fuera culpable, siendo así que se hallaba inmune de toda culpa—, nos liberó, mediante el pago de nuestra deuda, de muchos y tremendos delitos y, en fin, nos aconsejó, con múltiples enseñanzas, que nos hiciéramos semejantes a él, imitándolo con una condescendiente benignidad y una caridad más perfecta hacia los demás.

Por ello clamaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Por ello añadió que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que, precisamente, había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para restablecer en el hombre la imagen divina empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: Os digo que habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, lo dejó en el mesón para que lo cuidaran, y, si bien dejó lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió pagar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró que era un padre excelente aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo, al que abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y al que agasajó con amor paterno, sin pensar en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras, sino que, lleno de misericordia, la puso sobre sus hombros y la volvió, incólume, junto a las otras.

Por ello dijo también: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Y también: Cargad con mi yugo; es decir, llama «yugo» a los mandamientos, o sea, a la vida de acuerdo con el Evangelio; y llama «carga» a la penitencia, que puede parecer a veces algo más pesado y molesto: Porque mi yugo es llevadero —dice— y mi carga ligera.

Y de nuevo, al enseñarnos la justicia y la bondad divina, manda y dice: Sed santos, perfectos, compasivos, como lo es vuestro Padre. Y también: Perdonad, y seréis perdonados. Y: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 9, 15—10, 10.33-36

La columna de nube

Cuando montaban la tienda, la nube cubría el santuario sobre la tienda de la alianza, y desde el atardecer al amanecer se veía sobre el santuario una especie de fuego. Así sucedía siempre: la nube lo cubría y de noche se veía una especie de fuego. Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Y donde se detenía la nube, acampaban. A la orden del Señor se ponían en marcha y a la orden del Señor acampaban. Mientras estaba la nube sobre el santuario, acampaban. Y si se quedaba muchos días sobre el santuario, los israelitas, respetando la prohibición del Señor, no se ponían en marcha. A veces la nube se quedaba pocos días sobre el santuario; entonces, a la orden del Señor, acampaban, y a la orden del Señor se ponían en marcha. Otras veces se quedaba desde el atardecer hasta el amanecer, y cuando al amanecer se levantaba, se ponían en marcha. O se quedaba un día y una noche, y cuando se levantaba, se ponían en marcha. A veces se quedaba sobre el santuario dos días o un mes o más tiempo aún; durante este tiempo los israelitas seguían acampados sin ponerse en marcha. Sólo cuando se levantaba se ponían en marcha. A la orden del Señor acampaban y a la orden del Señor se ponían en marcha. Respetaban la orden del Señor comunicada por Moisés.

El Señor dijo a Moisés:

—Haz dos trompetas de plata labrada para convocar a la comunidad y poner en marcha el campamento. Alto que de las dos trompetas se reunirá contigo toda la comunidad a la entrada de la tienda del encuentro. Al toque de una sola, se reunirán contigo los jefes de clanes. Al primer toque agudo se pondrán en movimiento los que acampan al este. Al segundo, los que acampan al sur. Se les dará un toque para que se pongan en marcha. Para convocar a la asamblea se dará un toque, pero no agudo.

Se encargarán de tocar las trompetas los sacerdotes aaronitas. Es ley perpetua para vuestras generaciones. Cuando en vuestro territorio salgáis a luchar contra el enemigo que os oprima, tocaréis a zafarrancho. Y el Señor, vuestro Dios, se acordará de vosotros y os salvará de vuestros enemigos. También los días de fiesta, festividades y principios de mes tocaréis las trompetas anunciando los holocaustos y sacrificios de comunión. Y vuestro Dios se acordará de vosotros. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Partieron del monte del Señor y anduvieron por espacio de tres días. Durante todo el tiempo el arca de la alianza del Señor marchaba al frente de ellos, buscándoles un lugar donde descansar. Desde que se pusieron en marcha, la nube del Señor iba sobre ellos. Cuando el arca se ponía en marcha, Moisés decía:

«¡Levántate, Señor! Que se dispersen tus enemigos, huyan de tu presencia los que te odian».

Y cuando se detenía el arca, decía:

«Descansa, Señor, entre las multitudes de Israel».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 5: PG 68, 394-395)

La Iglesia sigue a Cristo doquiera que va

Lo que hasta aquí hemos dicho se refiere al sentido histórico. Es hora ya de pasar al sentido espiritual. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra aquel verdadero santuario, que es la Iglesia, la gloria de Cristo la cubrió; pues no otra cosa significa –según creo– el hecho de que aquel primitivo santuario fuera cubierto por la nube.

Así pues, Cristo inundó a la Iglesia de su gloria; y para los que están inmersos en la tenebrosa noche de la ignorancia y del error, resplandece como el fuego, irradiando una espiritual ilustración; a aquellos, en cambio, que ya han sido iluminados y en cuyo corazón amaneció el día espiritual, les brinda sombra y protección, y los nutre con el rocío espiritual, esto es, con los consuelos de lo alto, donación del Espíritu Santo; por eso se dice que aparecía de noche como fuego, y de día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban de ilustración y de iluminación para llegar al conocimiento de Dios; en cambio, los más avanzados y los ya ilustrados por la fe requerían protección y ayuda, para poder soportar con valentía el bochorno de la presente vida y el peso de la jornada: pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.

Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Pues la Iglesia sigue a Cristo doquiera que va, y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta de aquel que la llama a la salvación.

¿Y qué hemos de entender por este nuestro acampar y ponernos en marcha en pos de Cristo que nos precede y nos guía?

No existe diferencia alguna entre estas dos expresiones de la Escritura, ya que tanto el ponerse en marcha siguiendo a la nube como acampar al detenerse ella, es como una figura de nuestra voluntad, que desea estar con Dios.

Sin embargo, si quisiéramos afinar al máximo la comprensión del tema a la que convocamos lo más sutil de nuestra inteligencia, diríamos: que existe un primer punto de partida y es el que va de la infidelidad a la fe, de la ignorancia al conocimiento, del desconocimiento del que por naturaleza y en realidad de verdad es Dios a la clara visión del que es al mismo tiempo Señor y Creador del universo.

A continuación del ya mencionado, existe un segundo punto de partida, enormemente útil, cuando de una vida disoluta y desarreglada tratamos de llegar a un mejoramiento de sentimientos y acciones.

Existe un tercer punto de partida todavía más noble y excelente, cuando de un estado de imperfección pasamos a la perfección de comportamientos y creencias.

¿O es que no tendemos gradualmente a una mayor configuración con Cristo, cuando crecemos hacia el hombre perfecto, hacia la medida de Cristo en su plenitud? Esto es probablemente lo que san Pablo nos dice cuando escribe: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 11, 4-6. 10-30

Efusión del espíritu sobre los ancianos y Josué

En aquellos días, la masa que iba con el pueblo estaba hambrienta, y los israelitas se pusieron a llorar con ellos, diciendo:

«¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná».

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor:

«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: "Danos de comer carne".

Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas».

El Señor respondió a Moisés:

«Tráeme setenta ancianos de Israel que te conste que son ancianos al servicio del pueblo, llévalos a la tienda del encuentro y que esperen allá contigo. Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.

Al pueblo le dirás: "Purificaos para mañana, pues comeréis carne. Habéis llorado pidiendo al Señor: `¡Quién nos diera de comer carne! Nos iba mejor en Egipto'. El Señor os dará de comer carne. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os produzca náusea y la vomitéis. Porque habéis rechazado al Señor, que va en medio de vosotros, y habéis llorado ante él diciendo: `¿Por qué salimos de Egipto?'».

Replicó Moisés:

«El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, ¿y tú dices: "Les daré carne para que coman un mes entero"? Aunque matemos las vacas y las ovejas, no les bastará, y aunque reuniera todos los peces del mar, no les bastaría».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si se cumple mi palabra o no».

Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta ancianos y los colocó alrededor de la tienda. El Señor bajó en la nube, habló con él y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar en seguida.

Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobreellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:

«Eldad y Medad están profetizando en el campamento».

Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:

«Señor mío, Moisés, prohíbeselo».

Moisés le respondió:

«¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!»

Moisés volvió al campamento con los ancianos de Israel.


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 37-38)

Que toda la actividad del hombre se purifique
en el misterio pascual

La sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso, que es un gran bien para el hombre, también encierra un grave peligro, pues una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, no le queda al hombre o al grupo más que el interés propio, excluido el de los demás.

De esta forma, el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre, por otro lado, amenaza con destruir al mismo género humano.

Si alguno, por consiguiente, se pregunta de qué manera es posible superar esa mísera condición, sepa que para el cristiano hay una respuesta: toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y ser llevada a su perfección en la cruz y resurrección de Cristo.

Pues el hombre, redimido por Cristo y hecho nueva criatura en el Espíritu Santo, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. De Dios las recibe y, como procedentes continuamente de la mano de Dios, las mira y las respeta.

Por ellas da gracias a su Benefactor y, al disfrutar de todo lo creado y hacer uso de ello con pobreza y libertad de espíritu, llega a posesionarse verdaderamente del mundo, como quien no tiene nada, pero todo lo posee. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

La Palabra de Dios, por quien todo ha sido hecho, que se hizo carne y acampó en la tierra de los hombres, penetró como hombre perfecto en la historia del mundo, tomándola en sí y recapitulándola. El es quien nos revela que Dios es amor y, al mismo tiempo, nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por consiguiente, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor.

En consecuencia, a quienes creen en el amor divino les asegura que el camino del amor está abierto para el hombre, y que el esfuerzo por restaurar una fraternidad universal no es una utopía. Les advierte, al mismo tiempo, que esta caridad no se ha de poner solamente en la realización de grandes cosas, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida.

Al admitir la muerte por todos nosotros, pecadores, el Señor nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar también la cruz, que la carne y el mundo cargan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia.

Constituido Señor por su resurrección, Cristo, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, obra ya en los corazones de los hombres por la virtud de su Espíritu, no sólo excitando en ellos la sed de la vida futura, sino animando, purificando y robusteciendo asimismo los generosos deseos con que la familia humana se esfuerza por humanizar su propia vida y someter toda la tierra a este fin.

Pero son diversos los dones del Espíritu: mientras llama a unos para que den abierto testimonio con su deseo de la patria celeste y lo conserven vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, preparando así, con este ministerio, la materia del reino celeste.

A todos, sin embargo, los libera para que, abnegado el amor propio y empleado todo el esfuerzo terreno en la vida humana, dilaten su preocupación hacia los tiempos futuros, cuando la humanidad entera llegará a ser una oblación acepta a Dios.

 


DOMINGO V DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 12, 1-15

Humildad y grandeza de Moisés

María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. Dijeron:

–¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?

El Señor lo oyó.

Moisés era el hombre de más aguante del mundo. El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María:

–Salid los tres hacia la tienda del encuentro.

Y los tres salieron.

El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor les dijo:

–Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no por enigmas contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.

Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida, como nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel descolorida.

Entonces Aarón dijo a Moisés:

–Perdón, Señor. No nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No le dejes a María como un aborto que sale del vientre con la mitad de la carne comida.

Moisés suplicó al Señor:

–Por favor, cúrala

El Señor respondió:

—Si su padre le hubiera escupido a la cara, había quedado infamada siete días. Confinadla siete días fuera del campamento y al séptimo día se incorporará de nuevo.

La confinaron siete días fuera del campamento, y el pueblo no se puso en marcha hasta que María se incorporó a ellos.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 7 sobre el libro de los Números (1-2: Ed. GCS t. 8, 37 40: SC 29, 133-136)

Por la penitencia, nos purificamos de la impureza de
nuestra lepra

Dice el Apóstol: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro. Me pregunto qué lección sacar del texto que se nos ha leído. Aarón y María murmuraron contra Moisés, por lo cual fueron castigados; María fue incluso herida de lepra. Este castigo reviste una importancia tal, que durante la semana que duró la lepra de María, el pueblo de Dios no prosiguió su marcha hacia la tierra prometida y no se desplazó la tienda del encuentro.

La primera lección que yo saco de este episodio —útil y necesaria lección—, es que no debo calumniar a mi hermano ni hablar mal de mi prójimo ni abrir la boca para criticar, no digo ya a los santos, pero es que a ninguno, viendo la magnitud de la indignación de Dios y la gravedad del castigo infligido.

Éstos, pues, por haber murmurado contra Moisés, tienen la lepra en el alma, son leprosos en «el hombre interior», por cuya razón son excluidos del campamento de la Iglesia de Dios. Así pues, los herejes que critican a Moisés o los miembros de la Iglesia que hablan mal de sus hermanos o murmuran contra su prójimo, todos cuantos están tocados de semejante vicio, tienen indudablemente un alma leprosa.

Gracias a la intercesión del gran sacerdote Aarón, María sanó al séptimo día; nosotros, en cambio, si a causa del vicio de la detracción, contraemos la lepra del alma, permaneceremos leprosos e inmundos hasta el fin de la semana de este mundo, es decir, hasta el momento de la resurrección. A menos que, mientras es posible la penitencia, nos corrijamos y, retornados al Señor Jesús y humillándonos en su presencia, nos purifiquemos mediante la penitencia de la impureza de nuestra lepra.

Pero escucha a continuación la alabanza que el Espíritu Santo hace de Moisés: El Señor -dice- bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor les dijo:

-Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no por enigmas contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.

Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve.

¡Ved de qué castigo se hicieron acreedores los detractores y qué elogios se granjeó aquel a quien ellos criticaban! Ellos la vergüenza, él el honor; ellos la lepra, él la gloria; ellos el oprobio, él la magnificencia.

Por eso, el Apóstol, explicando el significado de las figuras y de los símbolos, dice: Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.

Ves cómo Pablo interpreta los símbolos de la ley y nos descubre su sentido, explicando además cómo la roca que seguía a Moisés era una imagen. Pues la roca era Cristo. Ahora Dios habla cara a cara por medio de la ley. Antiguamente el bautismo estaba simbolizado en la nube y en el mar; ahora, la regeneración se opera en realidad, en el agua y en el Espíritu Santo. Entonces y en símbolo, el manjar era el maná; ahora y en realidad, la carne de Cristo es el verdadero alimento, como él mismo dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 12,16—13, 3.17-33

Son enviados los exploradores a Canaán

En aquellos días, el pueblo marchó de Haserot y acampó en el desierto de Farán.

El Señor dijo a Moisés:

«Envía gente a explorar el país de Canaán, que yo voy a entregar a los israelitas: envía uno de cada tribu, y que todos sean jefes».

Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor, todos eran jefes de los israelitas. Moisés los envió a explorar el país de Canaán, diciéndoles:

«Subid por este desierto hasta llegar a la montaña. Observad cómo es el país; y sus habitantes, si son fuertes o débiles, escasos o numerosos; y cómo es la tierra, buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; y cómo es la tierra, fértil o estéril, con árboles o sin ellos. Sed valientes y traednos frutos del país».

Era la estación en que maduran las primeras uvas. Subieron ellos y exploraron el país, desde Sin hasta Rejob, junto a la entrada de Jamat. Subieron por el desierto y llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Tolmay, hijos de Anac. Hebrón había sido fundada siete años antes que Soán de Egipto. Llegados a Torrente del Racimo, cortaron un ramo con un solo racimo de uvas, lo colgaron en una vara y lo llevaron entre dos. También cortaron granadas e higos. Ese lugar se llama Torrente del Racimo, por el racimo que cortaron allí los israelitas.

Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país; y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad israelita, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y les contaron:

«Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas (hemos visto allí hijos de Anac). Amalec vive en la región del desierto, los hititas, jebuseos y amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán».

Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés y dijo: «Tenemos que subir y apoderarnos de esa tierra, porque podemos con ella».

Pero los que habían subido con él replicaron:

«No podemos atacar al pueblo, porque es más fuerte que nosotros».

Y desacreditaban la tierra que habían explorado delante de los israelitas:

«La tierra que hemos cruzado y explorado es una tierra que devora a sus habitantes; el pueblo que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí gigantes, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y así nos veían ellos».


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núm 9).

La Iglesia, sacramento visible de la unidad

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–. Alianzanueva que estableció Cristo, es decir, el nuevo Testamento en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se congregara en unidad, no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios.

Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo, son hechos por fin una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, que antes era «no pueblo», y ahora es «pueblo de Dios».

Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, y ahora, después de haber conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos.

Este pueblo tiene como propia condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

Tiene por ley el mandato de amar como el mismo Cristo nos amó. Tiene, por último, como fin, la dilatación del reino de Dios, iniciado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por él mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, y la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Este pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no abarque a todos los hombres, y no raras veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen más firme de unidad, de esperanza y de salvación para todo el géneró humano.

Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal, y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.

Y así como al pueblo de Israel según la carne, peregrino en el desierto, se le llama ya Iglesia, así al nuevo Israel, que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente, se le llama también Iglesia de Cristo, porque proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes, que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 14, 1-25

Murmuración del pueblo e intercesión de Moisés

En aquellos días, toda la comunidad empezó a dar gritos, y el pueblo lloró toda la noche. Los israelitas murmuraban contra Moisés y Aarón, y toda la comunidad les decía:

«¡Ojalá muriéramos en Egipto o en este desierto, ojalá muriéramos! ¿Por qué nos ha traído el Señor a esta tierra, para que caigamos a espada, y nuestras mujeres e hijos caigan cautivos? ¿No es mejor volvernos a Egipto?».

Y se decían unos a otros:

«Nombraremos un jefe y volveremos a Egipto».

Moisés y Aarón se echaron rostro en tierra ante toda la comunidad israelita. Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefoné, dos de los exploradores, se rasgaron los vestidos y dijeron a la comunidad israelita:

«La tierra que hemos recorrido en exploración es una tierra excelente. Si el Señor nos aprecia, nos hará entrar en ella y nos la dará: es una tierra que mana leche y miel. Pero no os rebeléis contra el Señor ni temáis al pueblo del país, pues nos los comeremos. Su sombra protectora se ha apartado de ellos, mientras que el Señor está con nosotros; ¡no temáis!».

Pero la comunidad entera hablaba de apedrearlos, cuando la gloria del Señor apareció en la tienda del encuentro ante todos los israelitas. El Señor dijo a Moisés:

«¿Hasta cuándo me rechazará este pueblo?, ¿hasta cuándo no me creerán, con todos los signos que he hecho entre ellos? Voy a herirlo de peste y a desheredarlo. De ti sacaré un pueblo grande, más numeroso que ellos».

Moisés replicó al Señor:

«Se enterarán los egipcios, pues de en medio de ellos sacaste tú a este pueblo con tu fuerza, y se lo dirán a los habitantes de esta tierra. Han oído que tú, Señor, estás en medio de este pueblo, que tú, Señor, te dejas ver cara a cara, tu nube está sobre ellos, y tú caminas delante en columna de nube, de día, y en columna de fuego, de noche. Si ahora das muerte a este pueblo como a un solo hombre, oirán la noticia las naciones y dirán: "El Señor no ha podido llevar a este pueblo a la tierra que les había prometido, por eso los ha matado en el desierto". Por tanto, muestra tu gran fuerza, como lo has prometido. Señor, lento a la cólera y rico en piedad, que perdonas la culpa y el delito, pero no dejas impune, que castigas la culpa de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, perdona la culpa de este pueblo, por tu gran piedad, pues lo has traído desde Egipto hasta aquí».

El Señor respondió:

«Perdono, como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena la tierra!, todos los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba ya van diez veces, y no han escuchado mi voz, no verán la tierra que prometí a sus padres; y los que me han rechazado tampoco la verán. Pero a mi siervo Caleb, que tiene otro espíritu y me fue enteramente fiel, lo haré entrar en la tierra que ha visitado, y sus descendientes la poseerán. (Amalecitas y cananeos habitan en el valle». Mañana os dirigiréis al desierto, camino del mar Rojo».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (4, 10 11: PG 14, 997-999)

Cristo, al tiempo de su pasión, no rehusó morir
por los impíos y los injustos

Cuando nosotros estábamos todavía sin fuerza, Cristo en el tiempo fijado, murió por los impíos —difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo; puede ser que esté dispuesto a morir por un hombre bueno—. Deseando Pablo exponer más ampliamente las cualidades del amor que —como nos había dicho— ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo, explica los motivos por los que debemos comprender esto, advirtiéndonos que Cristo no murió por los píos, sino por los impíos. En realidad, antes de convertirnos a Dios, éramos impíos y, ciertamente, Cristo aceptó por nosotros la muerte antes de que abrazáramos la fe. Lo que indudablemente no hubiera hecho de no abrigar hacia nosotros una grande e infinita caridad: y eso tanto nuestro Señor Jesucristo en persona muriendo por los impíos, como Dios Padre entregando a su Unigénito para redención de los impíos.

Si difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo y cualquiera de nosotros dudaría en aceptar la muerte aun cuando el motivo de la misma fuera justo, ¡qué grande es Cristo y cuán inmensa no ha de ser su caridad para con nosotros, él que, al tiempo de su pasión, no rehusó morir por los impíos y los injustos! Esta es la prueba irrecusable de su bondad realmente infinita.

A buen seguro que si no procediera de aquella divina esencia y no fuera Hijo de tal Padre, del que se dijo: No hay nadie bueno más que uno: Dios Padre, no hubiera podido derrochar tal caudal de bondad para con nosotros. Y puesto que de una semejante prueba de amor se deduce que precisamente él es ese único bueno, quizá haya alguien dispuesto a morir por este bueno.

Pues desde el momento en que uno se dé cuenta del caudal de bondad con que Cristo le ha enriquecido y de la caridad que ha derramado en su corazón, no sólo deseará morir por este bueno, sino que querrá morir heroicamente. Es lo que sucede de hecho con harta frecuencia, cuando aquellos en cuyos corazones la caridad de Crissto se ha derramado con largueza, se ofrecen a sus perseguidores espontáneamente y con toda valentía, para confesar el nombre de Cristo en presencia de todo el mundo, ángeles y hombres, de modo que están dispuestos a padecer no sólo ultrajes por su nombre, sino a sufrir la muerte por este bueno, muerte que difícilmente uno acepta por un justo. Pues es tan grande el amor de la vida presente que, aun cuando la muerte acaeciere por razones justas, difícilmente se encuentra quien la acepte con resignación. Sólo la muerte que se acepta por Dios, se la acepta con heroísmo; cualquier otra muerte apenas si se la tolera aunque sea justa o sea tributo de la simple condición humana.

Pero la prueba del amor que Dios nos tiene nos la ha dado en esto: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ya que ahora estamos justificados por su sangre, con más razón seremos salvados por él de la cólera. Habiendo dicho el Apóstol que Cristo, en el tiempo fijado, murió por los impíos, ahora quiere demostrar la inmensidad de la caridad de Dios para con los hombres con este razonamiento: si el amor de Dios para con los impíos y pecadores fue tan grande que por su salvación les entregó a su Hijo único, ¿cuánto más amplia y abundante no lo será para con los convertidos, para con los que —como él mismo dice— han sido comprados y redimidos por su sangre?

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 16,1-11.16-35

Motín de Córaj, Datán y Abirán

Córaj, hijo de Yishar, hijo de Quehat, levita; Datán y Abirán, hijos de Eliab, y On, hijo de Pélet, rubenitas, se rebelaron contra Moisés, y con ellos doscientos cincuenta hombres, jefes de la asamblea, escogidos para su cargo y de buena reputación. Se amotinaron contra Moisés y Aarón, diciendo:

—Ya está bien. Toda la comunidad es sagrada y en medio de ella está el Señor, ¿por qué os ponéis encima de la asamblea del Señor?

Moisés al oírlo, se echó por tierra y dijo a Córaj y a sus secuaces:

—Mañana hará saber el Señor quién le pertenece: al consagrado lo hará acercarse, al escogido lo hará acercarse. Haced, pues, lo siguiente: Córaj y todos sus secuaces, coged los incensarios, poned en ellos fuego y echad incienso mañana. El hombre que el Señor escoja le está consagrado. Ya está bien, levitas.

Moisés dijo a Córaj:

—Escuchadme, levitas: ¿todavía os parece poco? El Dios de Israel os ha apartado de la asamblea de Israel para que estéis cerca de él, prestéis servicio en su templo y estéis a disposición de la asamblea para servirle. A ti y a tus hermanos levitas se os ha acercado. ¿Por qué reclamáis también el sacerdocio? Tú y tus secuaces os habéis rebelado contra el Señor, pues ¿quién es Aarón para que protestéis contra él?

Después dijo a Córaj:

—Mañana, tú y tus secuaces os presentaréis al Señor, y también Aarón con ellos. Que cada uno coja su incensario, eche incienso y lo ofrezca al Señor. Cada uno de los doscientos cincuenta su incensario, y tú y Aarón el vuestro.

Cogió, pues, cada uno su incensario, puso fuego, echó incienso y se colocaron a la entrada de la tienda del encuentro con Moisés y Aarón. También Córaj reunió a sus secuaces a la entrada de la tienda del encuentro.

La gloria del Señor se mostró a todos los reunidos, y el Señor dijo a Moisés y a Aarón:

—Apartaos de ese grupo, que los voy a consumir al instante.

Ellos cayeron rostro a tierra y oraron: «Dios, Dios de los espíritus de todos los vivientes, uno solo ha pecado, ¿y vas a irritarte contra todos?»

El Señor respondió a Moisés:

—Di a la gente que se aparte de las tiendas de Córaj: Datán y Abirán.

Moisés se levantó y se dirigió a donde estaban Datán y Abirán, y le siguieron las autoridades de Israel, y dijo a la asamblea:

—Apartaos de las tiendas de estos hombres culpables y no toquéis nada de lo suyo para no comprometeros con sus pecados.

Ellos se apartaron de las tiendas de Córaj, Datán y Abirán, mientras Datán y Abirán, con sus mujeres, hijos y niños, salieron a esperar a la entrada de la tienda.

Dijo entonces Moisés:

—En esto conoceréis que es el Señor quien me ha enviado a actuar así y que no obro por cuenta propia. Si ésos mueren de muerte natural, según el destino de todos los hombres, es que el Señor no me ha enviado; pero si el Señor hace un milagro, si la tierra se abre y se los traga con los suyos, y bajan vivos al abismo, entonces sabréis que estos hombres han despreciado al Señor.

Apenas había terminado de hablar, cuando el suelo se resquebrajó debajo de ellos, la tierra abrió la boca y se los tragó con todas sus familias, y también a la gente de Córaj con sus posesiones. Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.

Al ruido, todo Israel, que estaba alrededor, echó a correr, pensando que los tragaba la tierra. Y el Señor hizo estallar un fuego que consumió a los doscientos cincuenta hombres que habían llevado el incienso.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 9: PG 68, 587-589)

Hemos de adorar en espíritu y en verdad

Existen magníficos ejemplos de caridad, tanto de la caridad para con Dios como de la que tiene al prójimo como objetivo, y en estos dos preceptos radica el cumplimiento de la ley. Y todo el que llegue a este grado de gloria, será ilustre y digno de admiración y se le tendrá por uno de los más fieles siervos de Dios, cuando Cristo proclame en alta voz: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor.

Entrará, pues, y entrará inmediatamente en aquella celestial Jerusalén, habitará en aquellas mansiones celestiales y disfrutará de unos bienes que superan nuestra capacidad de comprensión y de expresión. Algo de esto insinúa el profeta Isaías cuando dice: Tus ojos verán a Jerusalén, morada tranquila, tienda estable, cuyas estacas no se arrancarán, cuyas cuerdas no se soltarán; porque –como dicen las Escrituras– la representación de este mundo se termina; en cambio, aquella esperanza de los bienes futuros es firmísima e inconmovible.

Ahora bien, cuando se disuelvan las cosas presentes, conviene que se nos encuentre santos e inmaculados en su presencia, venerándole con hostias espirituales como Salvador y Redentor y observando una conducta santa, intachable y conforme a los preceptos evangélicos. Este venerable género de vida, digno de toda admiración, se lo bosquejó ya la ley a aquellos hombres primitivos, cuando ordenó sacrificar animales y presentar oblaciones cruentas; les mandó además consagrar a Dios las décimas y las primicias, y finalmente, les prescribió la presentación de ofrendas de acción de gracias por los beneficios recibidos. Pero estableció que todo esto no se hiciera fuera del tabernáculo.

Además, la ley consagró a Dios a la selecta estirpe de los levitas, con lo cual nos dio una figura que nos concernía: pues en las sagradas Escrituras se nos llama raza elegida sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, a nosotros que por añadidura entramos en un tabernáculo más verdadero, construido por Dios y no por el hombre, es decir, en la Iglesia. Y no para agradar al Creador de todas las cosas con becerros y machos cabríos, sino porque, adornados con una fe recta e inmaculada,quemamos víctimas espirituales en olor de suavidad, con una comprensión mucho más profunda. Esos son los sacrificios que agradan a Dios; y los que lo adoran –como dijo nuestro Salvador– deben adorarlo en espíritu y en verdad.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 20, 1-13; 21, 4-9

El agua de Meribá y la serpiente de bronce

En aquellos días, la comunidad entera de los israelitas llegó al desierto de Sin el mes primero, y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron. Faltó agua al pueblo, y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo riñó con Moisés, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él, nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni granados ni agua para beber?».

Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la tienda del encuentro, y, delante de ella, se echaron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:

«Coge el bastón, reúne la asamblea, tú con tu hermano Aarón, y, en presencia de ellos, ordenad a la roca que dé agua. Sacarás agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus bestias».

Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba; ayudado de Aarón, reunió la asamblea delante de la roca, y les dijo:

«Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos sacaros agua de esta roca?».

Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos veces, y brotó agua tan abundantemente que bebió toda la gente y las bestias. El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a esta comunidad en la tierra que les voy a dar».

(Esta es la fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron con el Señor, y él les mostró su santidad).

Desde el monte Hor se encaminaron hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés:

«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo».

El Señor envió contra el pueblo serpientes venen osas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:

«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».

Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:

«Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.


SEGUNDA LECTURA

Dídimo de Alejandría, Tratado sobre la santísima Trinidad (Lib 2, 13-14: PG 39, 691-698)

El misterio del agua

La piscina es la oficina de la Trinidad para la salvación de todos los hombres fieles, y a los que en ella se lavan, los cura de la mordedura de la serpiente y, permaneciendo virgen, se convierte en madre de todos por obra del Espíritu Santo.

En ella, en efecto, recibimos la distribución de todos los carismas; en ella se refrendan y se suscriben las gracias del paraíso celestial; en ella, el que creó nuestra alma la toma por esposa, conforme al dicho de Pablo: Quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen fiel. Pero, ¿por qué no mencionar –siquiera brevemente– lo que de más grande y sublime hay en ella? Aquel a quien los ángeles en el cielo no osan llamar padre, nosotros aprendemos a llamarlo así en la tierra sin temor alguno Esto es lo que canta el Salmista en el salmo 26: Mi padre y mi madre me abandonaron, que es como si dijera: pues Adán y Eva no mantuvieron la inmortalidad. Pero el Señor me recoge, que es como si dijera: Me ha dado a la piscina por madre y al Altísimo por padre y por hermano al Salvador, que por nosotros fue bautizado. Ahora efectivamente estoy de veras regenerado y salvado, pues ya no oigo: Llorad al muerto, porque se ha extinguido la luz, sino aquella voz tan deseada: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, ungiendo, lavando, vistiendo a cada uno inseparablemente con toda mi persona, y alimentando con mi cuerpo y mi sangre.

Pero es llegado el momento de recoger una parte de los testimonios de la Escritura, procedentes del antiguo Testamento, y relativos al Espíritu de Dios y al bautismo de la inmortalidad: en la medida de lo posible, lo pondré por escrito.

Conociendo desde siempre la indivisa e inefable Trinidad, la debilidad y fragilidad del género humano, al producir de la nada el húmedo elemento, dispuso el remedio para los hombres y la salud que habría de obtenerse a través del agua Por eso consta que el Espíritu Santo, cuando se cernía sobre las aguas, en el mismo momento las santificó, y les comunicó una fuerza vital y las fecundó.

Esto queda suficientemente demostrado por el hecho de que, al bautizarse el Señor, apareció el Espíritu Santo sobre las aguas del Jordán y se posó sobre él. Apareció en aquella ocasión en forma de paloma, por ser éste un animal simple. Por eso dice el Señor: Sed sencillos como palomas.

También el diluvio, que purificó el mundo de su inveterada perversión, preanunciaba en cierto modo, de manera mística y velada, la expiación de los pecados que había de operarse a través de la piscina sagrada. Y la misma arca, que salvó a los que en ella entraron, era imagen de la venerable Iglesia y de la feliz esperanza que en ella tiene su origen. Y la paloma, que trajo al arca una hoja de olivo y anunció que la tierra estaba ya seca, significaba la venida del Espíritu Santo y la reconciliación con el cielo; pues el olivo es símbolo de la paz.

Igualmente el Mar Rojo, que acogió a los israelitas que no vacilaron ni dudaron, y los liberó de los males que, en Egipto, les esperaban de parte del Faraón y de su ejército —y, en consecuencia, toda la historia de su huida de Egipto—, era un símbolo de la salvación que nosotros conseguimos en el bautismo.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 22, 1-8a.20-35

Balaán se dispone a maldecir a Israel

Los israelitas siguieron adelante y acamparon en la estepa de Moab, al otro lado del Jordán, frente a Jericó. Balac, hijo de Sipor, vio cómo había tratado Israel a los amorreos, y Moab tuvo miedo de aquel pueblo tan numeroso; Moab tembló ante los israelitas. Y dijo a los senadores de Madián:

—Esa horda va a apacentarse en nuestra comarca como un buey que pace la hierba de la pradera.

Balac, hijo de Sipor, era entonces rey de Moab. Y despachó correos a Balaán, hijo de Beor, que habitaba en Petor, junto al Éufrates, en tierra de amonitas, para que lo llamaran, diciéndole:

—Ha salido de Egipto un pueblo que cubre la superficie de la tierra, y se ha establecido frente a nosotros. Ven, por favor, a maldecirme a ese pueblo, que me excede en número, a ver si logro derrotarlo y expulsarlo de la región. Pues sé que el que tú bendices queda bendecido y el que tú maldices queda maldecido.

Los senadores de Moab y de Madián fueron con el precio del conjuro a donde estaba Balaán y le transmitieron el mensaje de Balac. El les dijo:

—Dormid esta noche aquí y os comunicaré lo que el Señor me diga.

Dios vino de noche a donde estaba Balaán y le dijo:

—Ya que esos hombres han venido a llamarte, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga.

Balaán se levantó de mañana, aparejó la borrica y se fue con los jefes de Moab. Al verlo ir, se encendió la ira de Dios, y el ángel del Señor se plantó en el camino haciéndole frente. El iba montado en la borrica, acompañado de los criados. La borrica, al ver al ángel del Señor plantado en el camino, con la espada desenvainada en la mano, se desvió del camino y tiró por el campo. Pero Balaán le dio de palos para volverla al camino.

El ángel del Señor se colocó en un paso estrecho, entre viñas, con dos cercas a ambos lados. La borrica, al ver al ángel del Señor, se arrimó a la cerca, pillándole la pierna a Balaán contra la tapia. El la volvió a golpear.

El ángel del Señor se adelantó y se colocó en un paso angosto, que no permitía desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Al ver la borrica al ángel del Señor, se tumbó debajo de Balaán. El enfurecido, se puso a golpearla.

El Señor abrió la boca de la borrica y ésta dijo a Balaán:

—¿Qué te he hecho para que me apalees por tercera vez?

Contestó Balaán:

–Que te burlas de mí. Si tuviera a mano un puñal, ahora mismo te mataría.

Dijo la borrica:

—¿No soy yo tu borrica, en la que montas desde hace tiempo? ¿Me solía portar contigo así?

Contestó él:

–No.

Entonces el Señor abrió los ojos de Balaán, y éste vio al ángel del Señor plantado en el camino con la espada desenvainada en la mano, e inclinándose se postró rostro en tierra.

El ángel del Señor le dijo:

—¿Por qué golpeas a tu burra por tercera vez? Yo he salido a hacerte frente, porque sigues un mal camino. La borrica me vio y se apartó de mí tres veces. Si no se hubiera apartado, ya te habría matado yo a ti, dejándola viva a ella.

Balaán respondió al ángel del Señor:

—He pecado, porque no sabía que estabas en el camino, frente a mí. Pero ahora, si te parece mal mi viaje, me vuelvo a casa.

El ángel del Señor respondió a Balaán :

—Vete con esos hombres; pero dirás únicamente lo que yo te diga.

Y Balaán prosiguió con los ministros de Balac.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Catequesis para adultos (31-32. 33.39: PL 40, 333.334.338)

Por nosotros los hombres, envió Dios a su único Hijo,
para ser muerto por nosotros y para nosotros

Desde el comienzo del género humano hasta el fin del mundo seguirán existiendo dos ciudades, que ahora se hallan físicamente mezcladas, si bien separadas en sus aspiraciones: la ciudad de los inicuos y la ciudad de los santos, dos ciudades que en el día del juicio serán incluso corporalmente separadas.

Todos los hombres y todos los espíritus que humildemente buscan la gloria de Dios y no la propia, y siguen a Dios por el camino de la piedad, pertenecen a una misma sociedad. Sin embargo, el Dios lleno de misericordia se muestra paciente incluso con los hombres impíos y les da un plazo para que se arrepientan y corrijan. Pues si es verdad que borró a todos mediante el diluvio, a excepción de un único justo con su familia, a quien quiso salvar en el arca, es porque sabía que los demás no tenían voluntad de corregirse. No obstante, durante los cien años que duró la construcción del arca, se les predicaba el inminente castigo que se iba a abatir sobre ellos; y si se hubiesen convertido a Dios, Dios les hubiera perdonado, como más tarde perdonó a la ciudad de Nínive que hizo penitencia. Con el sacramento del diluvio —del que los justos fueron liberados por el leño del arca— se preanunciaba la futura Iglesia, a la que Cristo, su rey y su Dios, libró del naufragio a este mundo mediante el misterio de su cruz. Pues no ignoraba Dios que incluso de aquellos que habían sido salvados en el arca, nacerían hombres malos, que habían nuevamente de cubrir la tierra con sus perversiones. Y sin embargo, exhibió una muestra del juicio futuro y preanunció la liberación de los santos mediante el misterio del madero.

Pero ni siquiera entonces faltaron justos que buscaran piadosamente a Dios y vencieran la soberbia del diablo, ciudadanos de aquella ciudad santa, a quienes curó la futura humillación de Cristo, su rey, revelada por el Espíritu Santo. Entre éstos, fue elegido Abrahán, piadoso y fiel siervo de Dios, a quien le fue demostrado el misterio del Hijo de Dios, de modo que los creyentes de todos los pueblos, imitando su fe, fueran llamados hijos suyos en las generaciones venideras. De él nació aquel pueblo que adoraría al único verdadero Dios, que hizo el cielo y la tierra. En este pueblo fue con mayor evidencia prefigurada la futura Iglesia. Se componía de una muchechumbre de gente carnal, que daba culto a Dios sólo por los beneficios materiales. Pero entre esta muchedumbre había un resto con la mira puesta en el futuro descanso y que buscaba la patria celestial. A este resto le fue proféticamente revelada la futura humillación de Dios, nuestro rey y nuestro Señor Jesucristo, para que en virtud de esta fe, fueran sanados del tumor de la soberbia. No sólo las palabras, sino la misma vida, el matrimonio, los hijos y las acciones de aquellos hombres que precedieron en el tiempo al nacimiento del Señor, fueron una profecía de este tiempo en que, por la fe en la Pasión de Cristo, se congrega la Iglesia con hombres de todos los pueblos. Y en todo esto se preanunciaban los misterios espirituales, que se refieren a Cristo y a la Iglesia. De esta Iglesia eran también miembros aquellos santos, que vivieron en esta tierra antes de que Cristo, el Señor, naciera según la carne.

Pues la ley se cumple sólo cuando, no por codicia de bienes temporales, sino por amor al legislador, se observa lo que él mandó ¿Quién no se esforzará en devolver al Dios justísimo y misericordiosísimo el amor con que él nos amó primero a nosotros injustísimos y llenos de soberbia, hasta el punto de que, por nosotros, no sólo envió a su único Hijo a vivir en nuestra compañía, sino a ser muerto por nosotros y para nosotros?

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 24, 1-19

Oráculos de Balaán

Viendo Balaán que el Señor tenía a bien bendecir a Israel, no anduvo como las otras veces en busca de presagios, sino que se volvió hacia el desierto, y tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El Espíritu del Señor vino sobre él y entonó sus versos:

«Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del hombre de los ojos perfectos, oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Todopoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos.

¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente. Sale un héroe de su descendencia, domina sobre pueblos numerosos. Su rey es más alto que Agag y su reino descuella. Dios lo sacó de Egipto embistiendo como un búfalo. Devorará a las naciones enemigas y triturará sus huesos, los traspasará con sus flechas. Se agazapa y se tumba como un león, o como una leona, ¿quién lo desafiará? Bendito quien te bendiga, maldito quien te maldiga».

Balac entonces, irritado contra Balaán, dio una palmada y dijo:

—Te he llamado para maldecir a mi enemigo y ya lo has bendecido tres veces Pues ahora escapa a tu patria. Te había prometido riquezas, pero el Señor te deja sin ellas.

Balaán contestó:

–Ya se lo dije yo a los correos que enviaste: Aunque Balac me regale su palacio lleno de oro y plata, no puedo quebrantar el mandato del Señor haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que el Señor me diga lo diré.

«Ahora me vuelvo a mi pueblo, pero antes te explicaré lo que este pueblo hará al tuyo en el futuro». Y recitó sus versos:

«Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del hombre de ojos perfectos, oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Todopoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos.

Lo veo, pero no es ahora; lo contemplo, pero no será pronto. Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel. Triturará la frente de Moab y el cráneo de los hijos de Set; se adueñará de Edom, se apoderará de Seir, Israel ejercerá el poder, Jacob dominará y acabará con los que queden en la capital».

Por tanto, no sólo no debemos avergonzamos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriamos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió, con toda su fidelidad, que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo, después de habernos justificado, dejará de damos lo que es justo? El, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.

El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un título de gloria. Y, siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas –que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros—, sino que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón Güelferbitano 3 (PLS 2, 545-546)

Gloriémonos también nosotros
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo

La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de los hombres, que él mismo había creado?

Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aun aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros. ¿Dónde estaban o quienes eran los impíos, cuando por ellos murió Cristo? ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar el Señor de darles su vida, si él mismo les entregó su muerte? ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?

Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.

Porque, ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. Porque no habría poseído lo que era necesario para morir por nosotros, si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida a los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho partícipe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él, por la suya, posibilidad de morir. El hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio: tomó de nuestra naturaleza la condición mortal, y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 58, 1-12

El ayuno agradable a Dios

Así dice el Señor Dios:

«Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.

Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios».

«¿Para qué ayunar, si no haces caso?, ¿mortificarnos, si tú no te fijas?».

«Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces.

¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?

El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy".

Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas».

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 58, 6-7.9; Mt 25, 31.34.35
 
R./ El ayuno que yo quiero es éste -dice el Señor-: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.»
V./ Cuando venga el Hijo del hombre, dirá a los de su derecha: «Venid, tuve hambre, y me disteis de comer.»
R./ Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.»
 


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (Caps 7, 4-8, 5-9. 1; 13, 1-4; 19, 2: Funck 1, 71-73.77-78.87)

Convertíos

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también, con juramento, de la penitencia diciendo: Por mi vida —oráculo del Señor—, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a mí de todo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mi pueblo santo».

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e, implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.

Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia, ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.

Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia; perdonad, y se os perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad, y se os dará; no juzguéis, y no os juzgarán; como usareis la benignidad, asi la usarán con vosotros; la medida que uséis la usarán con vosotros.

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia a sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Comoquiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.

 

RESPONSORIO                    Cf. Is 55,7; Jl 2, 13; Ez 33, 11
 
R./ Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad. Porque es comprensivo y misericordioso, se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.
V./ El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva.
R./ Porque es comprensivo y misericordioso, se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.


 
ORACIÓN
 
Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Deuteronomio 1, 1.6-18

Últimas exhortaciones de Moisés en Moab

Palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán, es decir, en el desierto o estepa que hay frente a Espadaña, entre Farán a un lado y Tofel, Alba, Aldeas y Dorada al otro lado:

«El Señor, nuestro Dios, nos dijo en el Horeb:

"Basta ya de vivir en estas montañas. Poneos en camino y dirigíos a las montañas amorreas y a las poblaciones vecinas de la estepa, la sierra, la Sefela, el Negueb y la costa. O sea, el territorio cananeo, el Líbano y hasta el Río Grande, el Eufrates. Mirad, ahí delante te he puesto la tierra; entra a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob".

Entonces yo os dije:

"Yo solo no doy abasto con vosotros, porque el Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois más numerosos que las estrellas del cielo. Que el Señor, vuestro Dios, os haga crecer mil veces más, bendiciéndoos como os ha prometido; pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestra carga, vuestros asuntos y pleitos? Elegid de cada tribu algunos hombres hábiles, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes vuestros".

Me contestasteis que os parecía bien la propuesta. Entonces yo tomé algunos hombres hábiles y expertos, y los nombré jefes vuestros: para cada tribu jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y además alguaciles. Y di a vuestros jueces las siguientes normas:

"Escuchad y resolved según justicia los pleitos de vuestros hermanos, entre sí o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado ardua, pasádmela, y yo la resolveré".

En la misma ocasión os mandé todo lo que teníais que hacer».

 

RESPONSORIO                    Dt 1, 8.10; Gal 3, 8
 
R./ Mirad: yo os entrego esa tierra; id y tomad posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus descendientes”. * El Señor, su Dios, los ha multiplicado, y hoy son tan numerosos como las estrellas del cielo.
V./ Dios le adelantó a Abrahán la buena noticia, de que por él serían benditas todas las naciones.
R./ El Señor, su Dios, los ha multiplicado, y hoy son tan numerosos como las estrellas del cielo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Discurso 3 contra los judíos (PG 48, 867-868)

,Ayunamos por nuestros pecados, pues vamos a acercarnos
a los sagrados misterios

¿Por qué ayunamos durante estos cuarenta días? En el pasado, muchos se acercaban a los sagrados misterios temerariamente y sin ninguna preparación, especialmente en estos días en que Cristo se entregó a sí mismo. Por ese motivo, los Padres, conscientes del daño que podía derivarse de ese acercarse irresponsablemente a los misterios, juzgaron oportuno prescribir cuarenta días de ayuno, de oraciones, de escucha de la palabra de Dios y de reuniones, para que todos, diligentemente purificados por la plegaria, la limosna, el ayuno, las vigilias, las lágrimas, la confesión y las demás obras, podamos acercarnos a los sagrados misterios con la conciencia limpia, según nuestra capacidad receptiva. La experiencia nos dice que, con esta unánime decisión, aseguraron, incluso para los tiempos venideros, algo grande y excelente, consiguiendo hacernos llegar a la habitual observancia del ayuno.

De hecho, aunque durante todo el año, nosotros no nos cansamos de predicar y proclamar el ayuno, nadie presta atención a nuestras palabras. En cambio, al solo anuncio de la Cuaresma, aunque nadie estimule, aunque nadie exhorte, hasta el más negligente se reanima y acoge las exhortaciones y las incitaciones que nos hace el mismo tiempo cuaresmal.

Por tanto, si alguno te pregunta por qué ayunas, no digas que es por la Pascua, ni siquiera por la cruz. En efecto, no ayunamos ni por la Pascua ni por la cruz, sino a causa de nuestros pecados, pues vamos a acercarnos a los sagrados misterios. Además, la Pascua no es motivo de ayuno o de luto, sino de alegría y de gozo.

Finalmente, la cruz tomó sobre sí el pecado, fue expiación por todo el mundo y reconciliación de un odio inveterado, abrió las puertas del cielo, devolvió a la amistad a los que antes eran enemigos, nos hizo subir al cielo, colocó a nuestra naturaleza a la derecha del trono, y nos concedió otros innumerables bienes.

Así que no debemos llorar y afligirnos por todas estas cosas, sino gozarnos y alegrarnos. El mismo san Pablo dice: Dios me libre de gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Y de nuevo: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

En el mismo sentido se expresa claramente san Juan: Tanto amó Dios al mundo. ¿Cómo le amó? Dejando perder todas las demás cosas, levantó una cruz. Después de haber dicho: Tanto amó Dios al mundo, añadió: que entregó a su Hijo único para que lo crucificaran, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Luego si la cruz es motivo de amor y de glorificación, no digamos que nos afligimos por ella. Nunca jamás lloremos por la cruz, sino por nuestros pecados. Por eso ayunamos.

 

RESPONSORIO                    Cf. Bar 3, 2; Sal 105, 6
 
R./ Enmendémonos de nuestros pecados, cometidos por ignorancia, para que sorprendidos por la muerte, no busquemos el tiempo de hacer penitencia sin encontrarlo. * Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra Tí.
V./ Hemos pecado como nuestros padres, obramos el mal, hemos sido ímpios.
R./ Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra Tí.


 
ORACIÓN
 
Tu gracia, Señor, inspire nuestras acciones, las sostenga y acompañe, para que todo nuestro trabajo brote de ti, como una fuente, y a ti tienda, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 



VIERNES DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 4, 1-8.32-40

Discurso de Moisés al pueblo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de nuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro, Dios, que yo os mando hoy. Vuestros ojos han visto lo que el Señor hizo en Baal Fegor; el Señor, tu Dios, exterminó, en medio de ti, a todos los que se fueron con el ídolo de Fegor; en cambio, vosotros, que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos con vida.

Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.

Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente". Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?

Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él.

Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad.

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».

 

RESPONSORIO                    Cf. Dt 4, 1; 6, 3; Sal 80, 9-10
 
R./ Escucha, Israel, los preceptos del Señor, escríbelos en tu corazón como en un libro * y te daré una tierra que mana leche y miel.
V./ ¡Ojalá me escucharas Israel! No haya en ti un dios extraño, no te postres ante un dios extranjero.
R./ Y te daré una tierra que mana leche y miel.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el diablo tentador (2, 6: PG 49, 263-264)

Cinco caminos de penitencia

¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Este es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes –hablo de la limosna–, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

 

RESPONSORIO                    Cf. Tb 12, 8; Lc 6, 37-38
 
R./ Buena es la oración con ayuno; mejor es hacer limosna que atesorar oro. * La limosna purifica de todo pecado.
V./ Perdonad, y seréis perdonados; dad y se os dará.
R./ La limosna purifica de todo pecado.


 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que nos ayudes a continuar animosos estos días de penitencia que acabamos de empezar y que nuestras prácticas externas de penitencia estén siempre acompañadas por la sinceridad de un corazón que desea convertirse. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 



SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 5, 1-22

El decálogo

Moisés convocó a los israelitas y les dijo:

Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy os predico, para que los aprendáis, los guardéis y los pongáis por obra.

El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb. No hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros, con los que estamos vivos hoy, aquí. Cara a cara habló el Señor con vosotros en la montaña, desde el fuego. Yo mediaba entonces entre el Señor y vosotros, anunciándoos la palabra del Señor, porque os daba miedo aquel fuego y no subisteis a la montaña.

El Señor dijo: «Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí.

No te harás ídolos: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen. Pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso, porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor, tu Dios, te ha mandado. Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas; pero el día séptimo es día de descanso dedicado al Señor, tu Dios. No haréis trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el forastero que resida en tus ciudades; para que descansen como tú, el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado.

Honra a tu padre y a tu madre, como te mandó el Señor; así prolongarás la vida y te irá bien en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

Ni cometerás adulterio.

Ni robarás.

Ni darás testimonio falso contra tu prójimo.

Ni pretenderás la mujer de tu prójimo. Ni codiciarás su casa, ni sus tierras, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él».

Estos son los mandamientos que el Señor pronunció con voz potente ante toda vuestra asamblea, en la montaña, desde el fuego y los nubarrones. Y, sin añadir más, los grabó en dos losas de piedra y me las entregó.

 

RESPONSORIO                    Ez 20, 19; Jn 15, 10
 
R./ Yo soy el Señor, vuestro Dios. Seguid mis preceptos, * guardad mis normas y ponedlas en práctica.
V./ Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
R./ Guardad mis normas y ponedlas en práctica.
 


SEGUNDA LECTURA

Pablo VI, Constitución apostólica «Paenitemini» (AAS t. 58. 1966, 178-179)

Rasgad los corazones, no las vestiduras

La Iglesia —que durante el Concilio ha examinado con mayor atención sus relaciones, no sólo con los hermanos separados, sino también con las religiones no cristianas–ha descubierto con gozo cómo casi en todas partes y en todos los tiempos la penitencia ocupa un papel de primer plano, por estar íntimamente unida al íntimo sentido religioso que penetra la vida de los pueblos más antiguos, y a las expresiones más elaboradas de las grandes religiones que marchan de acuerdo con el progreso de la cultura.

En el antiguo Testamento se descubre cada vez con una riqueza mayor, el sentido religioso de la penitencia. Aunque a ella recurra el hombre después del pecado para aplacar la ira divina, o con motivo de graves calamidades, o ante la inminencia de especiales peligros, o más frecuentemente para obtener beneficios del Señor, sin embargo, podemos advertir que el acto penitencial externo va acompañado de una actitud interior de «conversión», es decir, de reprobación y alejamiento del pecado y de acercamiento a Dios. Se priva del alimento y se despoja de sus propios bienes (el ayuno va generalmente acompañado de la oración y de la limosna), aun después que el pecado ha sido perdonado, e independientemente de la peticlon de gracias, se ayuna y se emplea el cilicio para someter a aflicción el alma, para humillarse ante Dios, para volver la mirada al Señor Dios, para disponerse a la oración, para «comprender» más íntimamente las cosas divinas, para prepararse al encuentro con Dios.

La penitencia es, consiguientemente —ya en el antiguo Testamento—, un acto religioso, personal, que tiene como término el amor y el abandono en el Señor: ayunar para Dios, no para sí mismo. Así había de establecerse también en los diversos ritos penitenciales sancionados por la ley. Cuando esto no se realiza, el Señor se lamenta con su pueblo: No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces... Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro.

No falta en el antiguo Testamento el aspecto social de la penitencia: las liturgias penitenciales de la antigua alianza no son solamente una toma de conciencia colectiva del pecado, sino que también constituyen la condición de pertenencia al pueblo de Dios.

También podemos advertir que la penitencia se presenta, antes de Cristo, igualmente, como medio y prueba de perfección y santidad: Judit, Daniel, la profetisa Ana y otras muchas almas elegidas, servían a Dios noche y día con ayunos y oraciones, con gozo y alegría.

Finalmente, encontramos en los justos del antiguo Testamento, quienes se ofrecen a satisfacer, con su penitencia personal, por los pecados de la comunidad; así lo hizo Moisés en los cuarenta días que ayunó para aplacar al Señor por las culpas del pueblo infiel; sobre todo así se nos presenta la figura del Siervo de Yavé, el cual soportó nuestros sufrimientos y sobre el cual cargó el Señor todos nuestros crímenes.

Sin embargo, todo esto no era más que sombra de lo que había de venir. La penitencia —exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad y objeto de un precepto especial de la revelación divina– adquiere en Cristo y en la Iglesia dimensiones nuevas, infinitamente más vastas y profundas.

 

RESPONSORIO                    Jl 2, 13; Jer 25, 5
 
R./ Desgarrad vuestro corazón y no vuestras vestiduras, * volved al Señor vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo.
V./ Abandone cada cual su mal camino y sus malas acciones.
R./ Volved al Señor vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo.
 
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


DOMINGO I DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 6, 4-25

La ley del amor

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.

Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que juró a tus padres –a Abrahán, Isaac y Jacob– que te había de dar, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, comerás hasta hartarte. Pero, cuidado: no olvides al Señor que te sacó de Egipto, de la esclavitud. Al Señor, tu Dios, temerás, a él solo servirás, sólo en su nombre jurarás.

No seguiréis a dioses extranjeros, dioses de los pueblos vecinos. Porque el Señor, tu Dios, es un dios celoso en medio de ti. No se encienda la ira del Señor, tu Dios, contra ti y te extermine de la superficie de la tierra. No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba como en Masá. Guardarás los preceptos del Señor, vuestro Dios, las normas y mandatos que te ordenó. Harás lo que al Señor, tu Dios, le parece bueno y recto, y así te irá bien, entrarás y tomarás posesión de esta tierra buena, que prometió el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos, como te dijo el Señor.

Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: "¿Qué son esas normas, esos mandatos y decretos que os mandó el Señor, vuestro Dios?", le responderás a tu hijo: "Eramos esclavos del Faraón en Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte. El Señor hizo signos y prodigios grandes y perniciosos contra el Faraón y toda su corte, ante nuestros ojos. A nosotros nos sacó de allí, para traernos y darnos la tierra que tenía prometida a nuestros padres. Y nos mandó cumplir todos estos mandatos, temiendo al Señor, nuestro Dios, por nuestro bien perpetuo, para que siguiéramos con vida, como hoy. Sólo tendremos justificación si ponemos por obra estos preceptos, ante el Señor, nuestro Dios, como nos lo tiene ordenado"».

 

RESPONSORIO                      Dt 6, 3.5; 7, 9
 
R./ Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te ha ordenado el Señor; * reconoce que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor a los que lo aman.
V./ Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
R./ Reconoce que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor a los que lo aman.
 


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (49-50: Funck 1, 123-125)

¿Quién será capaz de explicar el vínculo del amor divino?

El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo que el amor divino establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.

Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia del amor, porque este amor nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                      1Jn 4, 16.7
 
R./ Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. * Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
V./ Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios.
R./ Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
 
 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor todopoderoso, que las celebraciones y las penitencias de esta Cuaresma nos ayuden a progresar en el camino de nuestra conversión: así conoceremos mejor y viviremos con mayor plenitud las riquezas inagotables del misterio de Cristo. El, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 7, 6-14; 8, 1-6

Israel, pueblo elegido

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo: «Tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de lkesclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto. Así sabrás que el Señor, tu Dios, es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos, por mil generaciones. Pero paga en su persona a quien lo aborrece, acabando con él. No se hace esperar, paga a quien lo aborrece, en su persona. Pon por obra estos preceptos y los mandatos y decretos que te mando hoy.

Si escuchas estos decretos y los mantienes poniéndolos por obra, también el Señor, tu Dios, te mantendrá la alianza y el favor que prometió a tus padres: te amará, te bendecirá y te hará crecer. Bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tus tierras, tu trigo, tu mosto y tu aceite, las crías de tus reses y el parto de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres darte. Serás bendito entre todos los pueblos; no habrá estéril ni impotente entre los tuyos ni en tu ganado.

Todos los preceptos que yo os mando hoy ponedlos por obra; así viviréis, creceréis, entraréis y conquistaréis la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros padres. Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no.

El te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. Tus vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años; para que reconozcas que el Señor, tu Dios, te ha educado, como un padre educa a su hijo, para que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, sigas sus caminos y lo temas».

 

RESPONSORIO                      1Jn 4, 10; Cf. Is 63, 8.9
 
R./ Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. * Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él.
V./ El Señor es nuestro salvador; con amor él nos ha rescatado.
R./ Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núms 2.16)

Yo salvaré a mi pueblo

El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó,sino que les otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación, en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.

Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue ya prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, fue constituida en los últimos tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal.

Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos.

Y, en primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas, y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.

Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando profesar la fe de Abrahán, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.

Este mismo Dios tampoco está lejos de aquellos otros que, entre sombras e imágenes, buscan al Dios desconocido, puesto que es el Señor quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven.

Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de Cristo, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta.

La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida.

 

RESPONSORIO                      Ef 1, 9.10; Col 1, 19-20
 
R./ Dios estableció de antemano según su designio misericordioso, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, * lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
V./ Pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud, y por Él reconciliar consigo todas las cosas.
R./ Lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.


 
ORACIÓN
 
Conviértenos a ti, Dios salvador nuestro, y ayúdanos a progresar en el conocimiento de tu palabra, para que así la celebración de esta Cuaresma dé en nosotros fruto abundante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 9, 7-21.25-29

Pecados del pueblo e intercesión de Moisés

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Recuerda y no olvides que provocaste al Señor, tu Dios, en el desierto: desde el día que saliste de Egipto hasta que llegasteis a este lugar habéis sido rebeldes al Señor; en el Horeb provocaste al Señor, y el Señor se irritó con vosotros y os quiso destruir. Cuando yo subí al monte a recibir las losas de piedra, las tablas de la alianza que concertó el Señor con vosotros, me quedé en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Luego el Señor me entregó las dos losas de piedra, escritas de la mano de Dios; en ellas estaban todos los mandamientos que os dio el ,Señor en la montaña, desde el fuego, el día de la asamblea.

Pasados los cuarenta días y cuarenta noches, me entregó el Señor las dos losas de piedra, las tablas de la alianza, y me dijo:

"Levántate, baja de aquí en seguida, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han apartado del camino que les marcaste, se han fundido un ídolo".

El Señor me añadió:

"He visto que este pueblo es un pueblo terco. Déjame destruirlo y borrar su nombre bajo el cielo; de ti haré un pueblo más fuerte y numeroso que él".

Yo me puse a bajar de la montaña, mientras la montaña ardía; llevaba en las manos las dos losas de la alianza. Miré, y era verdad. Habíais pecado contra el Señor, vuestro Dios, os habíais hecho un becerro de fundición. Pronto os apartasteis del camino que el Señor os había marcado. Entonces agarré las losas, las arrojé con las dos manos y las estrellé ante vuestros ojos. Luego, me postré ante el Señor cuarenta días y cuarenta noches, como la vez anterior, sin comer pan ni beber agua, pidiendo perdón por el pecado que habíais cometido, haciendo lo que parece mal al Señor, irritándolo, porque tenía miedo de que la ira y la cólera del Señor contra vosotros os destruyese. También aquella vez me escuchó el Señor.

Con Aarón se irritó tanto el Señor que quería destruirlo, y entonces tuve que interceder también por Aarón. Después cogí el pecado que os habíais fabricado, el becerro, y lo quemé, lo machaqué, lo trituré hasta pulverizarlo como ceniza, y arrojé la ceniza en el torrente que baja de la montaña.

Me postré ante el Señor, estuve postrado cuarenta días y cuarenta noches, porque el Señor pensaba destruiros. Oré al Señor, diciendo:

"Señor mío, no destruyas a tu pueblo, la heredad que redimiste con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano fuerte. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob, no te fijes en la terquedad de este pueblo, en su crimen y su pecado, no sea que digan en la tierra de donde nos sacaste: `No pudo el Señor introducirlos en la tierra que les había prometido', o: `Los sacó por odio, para matarlos en el desierto'. Son tu pueblo, la heredad que sacaste con tu esfuerzo poderoso y con tu brazo extendido".

 

RESPONSORIO                      Cf. Ex 32, 11.13.14; 33, 3.17
 
R./ Moisés suplicó al Señor su Dios, diciendo: ¿Por qué, Señor, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo? Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, a los cuales juraste darles una tierra que mana leche y miel. * Y el Señor renunció a mandar el mal con que había amenazado a su pueblo.
V./ Dijo el Señor a Moisés: Has hallado gracia a mis ojos, y yo te conozco por tu nombre.
R./ Y el Señor renunció a mandar el mal con que había amenazado a su pueblo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 14 sobre la carta a los Romanos (8: PG 60, 534-535)

¿Qué es lo que Dios no ha hecho por nosotros?

¿Qué es, pues, lo que Dios no ha hecho por nosotros? Por nosotros hizo tanto el mundo corruptible como el incorruptible; por nosotros permitió que los profetas fueran mal acogidos; por nosotros los envió a la cautividad; por nosotros permitió que fueran arrojados al horno y que soportaran males sin cuento.

Por nosotros suscitó a los profetas y también a los apóstoles; por nosotros entregó al Unigénito; quiso sentarnos a su derecha; por nosotros padeció oprobios, pues dice: Las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Sin embargo, después de tantas y tales deserciones, él no nos abandona, sino que nos exhorta de nuevo y predispone a otros para que intercedan por nosotros, para poder otorgarnos su gracia. Es el caso de Moisés. Le dice, en efecto: Déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos, para inducirle a interceder por ellos.

Y otro tanto en la actualidad, otorgándonos el don de la plegaria. Y obraba así, no porque tenga necesidad de nuestras súplicas, sino para que nosotros, creyéndonos a salvo, no nos hiciéramos peores. Por eso dice a menudo a los israelitas que se reconcilia con ellos por amor a David o a cualquier otro, reservándose de este modo una coartada para la reconciliación. Si bien es verdad que quedaría mejor él, si dijera que deponía su indignación espontáneamente y no porque otro se lo pedía. Pero no era esto lo que Dios pretendía; lo que Dios quería era evitar que el trámite de reconciliación no fuera para los que habían de salvarse motivo de infravaloración. Por eso decía a Jeremías: No intercedas por este pueblo, que no te escuchará. Y no es que quisiera que el profeta dejase de orar; lo que quería era atemorizarlos. El profeta, que así lo comprendió, no cesó de suplicar.

Y así como a los ninivitas, al comunicarles la sentencia sin fijar límites de tiempo ni insinuarles resquicio alguno de esperanza, les inspiró un profundo terror induciéndolos a penitencia, lo mismo hace en este pasaje: mete la preocupación en el ánimo de los israelitas, hace al profeta más venerable a sus ojos, para ver si al menos así le escuchan. Luego, comoquiera que padecían un mal sin remedio y no reaccionaban tampoco ante las amenazas de los profetas que les enviaba, primero les intima que permanezcan allí; y al mostrarse renuentes y planear la evasión a Egipto, Dios condesciende, no sin rogarles que eviten caer en la impiedad de los egipcios. Como tampoco en esto le hicieron caso, manda con ellos al profeta para que no se esquinasen totalmente con él.

¿Y qué es lo que los profetas no padecían por su causa? Aserrados, exilados, ultrajados, lapidados, sufrieron una infinidad de otros graves tormentos. Y no obstante todo esto, los israelitas acudían a ellos una y otra vez. Samuel no cesó nunca de llorar a Saúl, a pesar de haber sufrido ultrajes y tratos intolerables por su culpa: toda injuria estaba olvidada. Jeremías, por su parte, compuso para el pueblo judío unas lamentaciones que puso por escrito; y habiéndole concedido el jefe de la guardia persa facultad para vivir en seguridad y libertad donde quisiese, prefirió a su casa el compartir la suerte de los infelices de su pueblo y una mísera morada en tierra extranjera.

 

RESPONSORIO                      St 5,10-11; Jud 8, 27b
 
R./ Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. * Mirad cómo proclamaron felices a los que sufrieron con paciencia.
V./ Es para corrección que Dios castiga a los que nos acercamos a Él.
R./ Mirad cómo proclamaron felices a los que sufrieron con paciencia.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, mira con amor a tu familia y, a los que moderan su cuerpo con la penitencia, aviva en su espíritu el deseo de poseerte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 10, 12-11, 9.26-28

Es preciso servir a Dios solo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita, con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan y vestido. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. El será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.

Amarás al Señor, tu Dios, guardarás sus consignas, sus decretos y preceptos, mientras te dure la vida.

Sabedlo hoy: No se trata de vuestros hijos, que ni entienden ni han visto la instrucción de vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su brazo extendido, los signos y hazañas que hizo en medio de Egipto contra el Faraón, rey de Egipto, y contra todo su territorio; lo que hizo al ejército egipcio, a sus carros y caballos: precipitó sobre ellos las aguas del mar Rojo cuando os perseguían y acabó con ellos el Señor, hasta el día de hoy; lo que hizo con vosotros en el desierto, hasta que llegasteis a este lugar; lo que hizo con Datán y Abirón, hijos de Eliab, hijo de Rubén: la tierra abrió sus fauces y se los tragó con sus familias y tiendas, con su servidumbre y ganado, en medio de todo Israel; se trata de vosotros, que habéis visto con vuestros ojos las grandes hazañas que hizo el Señor.

Guardaréis fielmente los preceptos que yo os mando hoy; así seréis fuertes, entraréis y tomaréis posesión de la tierra adonde cruzáis para conquistarla; prolongaréis vuestros años sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios,prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana leche y miel.

Mirad: Hoy os pongo delante bendición y maldición; la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os desviáis del camino que hoy os marco, yendo detrás de dioses extranjeros, que no habíais conocido».

 

RESPONSORIO                      1 Cor 7, 19; Fil 3,3; Gal 6, 15
 
R./ Amemos a Dios, porque él nos amó primero. En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos; * y sus mandamientos no son pesados.
V./ Quien guarda su palabra posee el perfecto amor de Dios.
R./ Y sus mandamientos no son pesados.
 


SEGUNDA LECTURA

Diadoco de Foticé, Capítulos sobre la perfección espiritual (Caes 12.13.14: PG 65, 1171-1172)

Hay que amar solamente a Dios

El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad.

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros.

 

RESPONSORIO                      Jn 3, 16; 1Jn 4, 10
 
R./ Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, * para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
V./ En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero.
R./ Para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.


 
ORACIÓN
 
Señor, mira complacido a tu pueblo que desea entregarse a ti con una vida santa; y a los que dominan su cuerpo con la penitencia transfórmales interiormente mediante el fruto de las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 12, 1-14

La ley del único templo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

–Mandatos y decretos que pondréis por obra en la tierra que el Señor, Dios de tus padres, va a darte en posesión mientras dure vuestra vida sobre la tierra.

«Destruirás todos los santuarios donde esos pueblos, que vosotros vais a desposeer, daban culto a sus dioses, en el alto de los montes, sobre las colinas, bajo cualquier árbol frondoso; demoleréis sus altares, destrozaréis sus estelas, quemaréis sus mayos, derribaréis las imágenes de sus dioses y extirparéis sus nombres de aquel lugar.

No los imitarás al dar culto al Señor, vuestro Dios. Vosotros iréis a visitar la morada del Señor, el lugar que el Señor, vuestro Dios, se elija en una de sus tribus, para poner allí su nombre. Allí ofreceréis vuestros holocaustos y sacrificios: los diezmos y ofertas, votos y ofrendas voluntarias y los primogénitos de vuestras reses y ovejas. Allí comeréis tú y tu familia, en la presencia del Señor, vuestro Dios, y festejaréis todas las empresas que el Señor, tu Dios, haya bendecido.

No haréis entonces lo que nosotros hacemos hoy aquí: cada uno lo que bien le parece, porque no habéis alcanzado todavía vuestro reposo, la heredad que va a darte el Señor, tu Dios. Cuando crucéis el Jordán, y habitéis la tierra que el Señor, vuestro Dios, va a repartiros en heredad, y ponga fin a las hostilidades con los enemigos que os rodean, y viváis tranquilos, llevaréis al lugar que se elija el Señor, vuestro Dios, para morada de su nombre todo lo que os tengo ordenado: vuestros holocaustos, sacrificios, diezmos, ofertas y lo mejor de vuestros votos que hayáis hecho al Señor, y haréis fiesta en presencia del Señor, vuestro Dios, vuestros hijos e hijas, vuestros siervos y siervas, y el levita que vive en tu vecindad y no le tocó nada en el reparto de vuestra herencia.

¡Cuidado! No ofrecerás sacrificios en cualquier santuario que veas, sino sólo en el lugar que el Señor se elija en una de tus tribus: allí ofrecerás tus holocaustos y allí harás lo que te tengo ordenado».

 

RESPONSORIO                      2 Re 21, 7-8; 2Cor 6, 16
 
R./ En este templo pondré mi nombre para siempre. No soportaré que el pie de Israel vaya errando, * con tal que procuren hacer todo lo que les he mandado.
V./ Nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos.
R./ Con tal que procuren hacer todo lo que les he mandado.
 


SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Carta 14 (36-37: CCL 91, 429-431)

Cristo vive siempre para interceder en nuestro favor

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo». Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto, nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo, decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo».

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo, fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Pero, al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.

 

RESPONSORIO                      Heb 4, 16.15
 
R./ Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, * a fin de obtener misericordia y hallar gracia para el momento oportuno.
V./ Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades.
R./ A fin de obtener misericordia y hallar gracia para el momento oportuno.


 
ORACIÓN
 
Concédenos, Señor, la gracia de conocer y practicar siempre el bien, y, pues sin ti no podemos ni siquiera existir, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 15, 1-18

Remisión de las deudas

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cada siete años harás la remisión. Así dice la ley sobre la remisión: Todo acreedor condonará la deuda del préstamo hecho a su prójimo; no apremiará a su prójimo, porque ha sido proclamada la remisión del Señor. Podrás apremiar al extranjero, pero lo que hayas prestado a tu hermano lo condonarás.

Es verdad que no habrá pobres entre los tuyos, porque te bendecirá el Señor, tu Dios, en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte para que la poseas en heredad, a condición de que obedezcas al Señor, tu Dios, poniendo por obra este precepto que yo te mando hoy. El Señor, tu Dios, te bendecirá como te he dicho: tú prestarás a muchos pueblos y no pedirás prestado, dominarás a muchos pueblos y no serás dominado.

Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre. Abrele la mano y préstale a la medida de su necesidad.

Cuidado, no se te ocurra este pensamiento rastrero: `Está cerca el año séptimo, año de remisión' y seas tacaño con tu hermano pobre y no le des nada, porque apelará al Señor contra ti, y resultarás culpable. Dale, y no de mala gana, pues por esa acción bendecirá el Señor, tu Dios, todas tus obras y todas tus empresas.

Si se te vende tu hermano, hebreo o hebrea, te servirá seis años, y al séptimo lo dejarás en libertad. Cuando lo dejes irse en libertad, no lo despidas con las manos vacías: cárgalo de regalos de tu ganado, de tu era y de tu lagar, y le darás según te haya bendecido el Señor, tu Dios. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor, tu Dios, te redimió; por eso yo te impongo hoy esta ley. Pero si él te dice: `No quiero marcharme, porque me he encariñado contigo y con tu casa' –porque le iba bien contigo–, coge un punzón, clávale la oreja a la puerta y será tu esclavo para siempre, y lo mismo harás con tu esclava. No te parezca muy duro dejarlo irse en libertad; el haberte servido seis años equivale al salario de un jornalero, y además el Señor, tu Dios, bendecirá cuanto hagas».

 

RESPONSORIO                      Lc 6, 35-37
 
R./ Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio. * Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.
V./ Perdonad y seréis perdonados
R./ Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Asterio de Amasea, Homilía 13 (PG 40, 355-358. 362)

Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.

Pensad en los tesoros de su benignidad, pues, habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia, y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.

Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados, y los liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el nuevo hombre floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso.

Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los evangelios, y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y benignidad, tratemos de aprender estas virtudes.

Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la imagen del pastor de las cien ovejas, que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube a montañas altas y empinadas, y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada.

Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes. Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.

Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente.

 

RESPONSORIO                      Cf. Zac 7, 9; Mt 6, 14
 
R./ Practicad la justicia y la fidelidad. * Ejerced la piedad y la misericordia cada uno con su hermano.
V./ Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.
R./ Ejerced la piedad y la misericordia cada uno con su hermano.


 
ORACIÓN
 
Que tu pueblo, Señor, como preparación a las fiestas de Pascua, se entregue a las penitencias cuaresmales, y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 16, 1-17

Celebración de las fiestas

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Respeta el mes de abril celebrando la Pascua del Señor, tu Dios, porque el mes de abril te sacó de Egipto el Señor, tu Dios. Como víctima pascual, inmolarás al Señor, tu Dios, una res mayor o menor en el lugar que se elija el Señor, tu Dios, por morada de su nombre.

No acompañarás la comida con pan fermentado. Durante siete días, comerás panes ázimos, pan de aflicción, porque saliste de Egipto apresuradamente; así recordarás toda tu vida tu salida de Egipto. Durante siete días, no se ha de ver levadura en todo tu territorio. De la carne inmolada la tarde del primer día no quedará nada para el día siguiente. No puedes sacrificar la víctima pascual en cualquiera de los poblados que el Señor va a darte. Sólo en el lugar que elija el Señor por morada de su nombre. Allí, al atardecer, sacrificarás la Pascua, a la caída del sol, hora en que saliste de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar que elija el Señor, y a la mañana siguiente emprenderás el regreso a tu casa. Durante seis días, comerás panes ázimos, y el séptimo habrá asamblea en honor del Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno.

Contarás siete semanas; a partir del día en que metas la hoz en la mies, contarás siete semanas, y celebrarás la fiesta de las Semanas en honor del Señor, tu Dios. La oferta voluntaria que hagas será en proporción a lo que te haya bendecido el Señor. Celebrarás la fiesta en presenciadel Señor, tu Dios, con tus hijos e hijas, esclavos y esclavas y el levita de tu vecindad, con los emigrantes, huérfanos y viudas que haya entre los tuyos, en el lugar que elija el Señor, tu Dios, por morada de su nombre. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto; guarda y cumple todos estos preceptos.

La fiesta de las Chozas la celebrarás durante siete días, cuando hayas recogido la cosecha de tu era y tu lagar. Celebrarás la fiesta con tus hijos e hijas, esclavos y esclavas, con los levitas, emigrantes, huérfanos y viudas de tu vecindad. Harás fiesta siete días en honor del Señor, tu Dios, en el lugar que se elija el Señor. Lo festejarás porque el Señor, tu Dios, ha bendecido tus cosechas y tus tareas.

Tres veces al año irán todos los varones en peregrinación al lugar que el Señor se elija: por la fiesta de los Ázimos, por la fiesta de las Semanas y por la fiesta de las Chozas. Y no se presentarán al Señor con las manos vacías. Ofreced cada uno vuestro don según la bendición que os haya dado el Señor.

 

RESPONSORIO                      Ex 12, 5.6.13; 1Pe 1, 18-19
 
R./ El cordero será sin defecto; toda la asamblea de la comunidad de Israel lo inmolará entre dos luces. * La sangre será vuestra señal: no habrá entre vosotros plaga exterminadora.
V./ Habéis sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin tacha y sin mancilla.
R./ La sangre será vuestra señal: no habrá entre vosotros plaga exterminadora.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4,18, 1-2.4.5: SC 100, 596-598.606.610-612)

La oblación pura de la Iglesia

El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia, cuando dijo: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Hay que ofrecer a Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor, tu Dios, con las manos vacías; de este modo, el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.

Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía sacrificios, y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación, puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios, nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y, por esto, los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio.

Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos gratos en todo, ofreciéndole, con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su creación.

Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando, con nuestra ofrenda, nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu. Pues, del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección.

 

RESPONSORIO                      Heb 10, 1.14; Ef 5, 2
 
R./ No conteniendo, en efecto, la ley más que una sombra de los bienes futuros, no la realidad misma de las cosas, no puede llevar a la perfección, mediante unos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año. * Cristo, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados.
V./ Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma.
R./ Cristo, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados.


 
ORACIÓN
 
Dios, Padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


DOMINGO II DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 18, 1-22

Los levitas. Los verdaderos y los falsos profetas

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Los sacerdotes levitas, la tribu entera de Leví, no se repartirán la herencia con Israel; comerán de la heredad del Señor, de sus oblaciones; no tendrá parte en la heredad de sus hermanos: el Señor será su heredad, como le dijo.

Estos serán los derechos sacerdotales: Si uno del pueblo sacrifica un toro o una oveja, dará al sacerdote una espalda, las quijadas y el cuajar. Le darás las primicias de tu trigo, tu mosto y tu aceite, y la primera lana al esquilar tu rebaño. Porque el Señor, tu Dios, los eligió para siempre, a él y a sus hijos, de entre todas las tribus, para que estén al servicio personal del Señor.

Si un levita residente en cualquier poblado de Israel se traslada por voluntad propia al lugar elegido por el Señor, podrá servir personalmente al Señor, su Dios, como el resto de sus hermanos levitas que están allí al servicio del Señor, y comerá una parte lo mismo que los demás. Se exceptúan los sacerdotes adivinos.

Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no imites las abominaciones de esos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus hijos o hijas; ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que practica eso es abominable para el Señor. Y, por semejantes abominaciones, los va a desheredar el Señor, tu Dios. Sé íntegro en tu trato con el Señor, tu Dios:esos pueblos que tú vas a desposeer escuchan a astrólogos y vaticinadores; pero a ti no te lo permite el Señor, tu Dios.

Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea:

"No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir". El Señor me respondió:

"Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá".

Y si te preguntas: "¿Cómo distinguir si una palabra no es palabra del Señor?". Cuando un profeta hable en nombre del Señor y no suceda ni se cumpla su palabra, es algo que no dice el Señor: ese profeta habla por arrogancia, no le tengas miedo».

 

RESPONSORIO                    Dt 18, 18; Lc 20, 13; Jn 6,  14
 
R./ Les suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca * y él les dirá todo lo que yo le mande.
V./ Enviaré mi hijo muy querido; éste es ciertamente el profeta que ha de venir al mundo.
R./ Y él les dirá todo lo que yo le mande.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 3, cap 3: PG 73, 427-434)

Abiertamente se nos predica el misterio de Cristo

Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas.

El Deuteronomio es una especie de repetición y como una recapitulación de los libros de Moisés. Fíjate cómo de nuevo se nos predica aquí abiertamente el misterio de Cristo, conscientemente prefigurado, por sutilísima contemplación, en la persona de Moisés: Un profeta de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. Así pues, la mediación de Moisés, puesto al servicio del pueblo para manifestarle los decretos divinos, fue instituida para apuntalar la debilidad de los hombres de aquel entonces. Da el paso del tipo a la realidad y contemplarás a través de esta figura, al mediador entre Dios y los hombres, Cristo, poniendo, en dicción humana, al servicio de los dóciles, cuando por nosotros nació de una mujer, la inefable voluntad de Dios Padre, conocida únicamente por él, en cuanto que como Hijo, procede de él y en cuanto que él mismo es la sabiduría, que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

Ahora bien: no pudiendo nosotros ver con los ojos corporales la divina, inefable, pura y simple gloria de la divinidad que todo lo trasciende –no puede ver nadie mi rostro, dice, y quedar con vida–, por eso fue necesario que el Verbo unigénito de Dios asumiera nuestra débil condición, se revistiera, por un inescrutable designio divino, de este cuerpo mortal y nos manifestara la soberana voluntad de Dios Padre, diciendo: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Y también: Yo no he hablado en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir.

Por tanto, hemos de considerar que si Moisés, que manifestaba a los hijos de Israel los decretos divinos, es el tipo de Cristo, su mediación, es una mediación de servicio; en cambio la de Cristo es una mediación voluntaria y mística, como de uno que toca por su propia naturaleza los dos extremos de los que es mediador y a ambos pertenece, a saber: a la humanidad de la que es mediador y al Padre en cuanto que es Dios.

Cristo es –como se ha dicho– el fin de la institución legal; Cristo es la plenitud de la ley y de los profetas.

 

RESPONSORIO                    Mt 8, 17; Is 53, 6
 
R./ Él tomó nuestras flaquezas * y cargó con nuestras enfermedades.
V./ El Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
R./ Y cargó con nuestras enfermedades.

 
ORACIÓN
 
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 24,1—25, 4

Mandamientos para con el prójimo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Si uno se casa con una mujer, y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, y ella sale de la casa y se casa con otro, y el segundo también la aborrece, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, o bien muere el segundo marido, el primer marido, que la despidió, no podrá casarse otra vez con ella, pues está contaminada; sería una abominación ante el Señor; no eches un pecado sobre la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad.

Si uno es recién casado, no está obligado al servicio militar ni a otros trabajos públicos; tendrá un año de licencia para disfrutar de la mujer con quien se ha casado.

No tomarás en prenda las dos piedras de un molino, ni siquiera la muela, porque sería tomar en prenda una vida.

Si descubren que uno ha secuestrado a un hermano suyo israelita, para explotarlo o venderlo, el secuestrador morirá; así extirparás la maldad de ti.

Tened cuidado con las afecciones de la piel, cumplid exactamente las instrucciones de los sacerdotes levitas: cumplid lo que yo les he mandado. Recuerda lo que hizo el Señor, tu Dios, a María cuando salisteis de Egipto.

Si haces un préstamo cualquiera a tu hermano, no entres en su casa a recobrar la prenda; espera afuera, y el prestatario saldrá a devolverte la prenda. Y, si es pobre, no te acostarás sobre la prenda; se la devolverás a la caída del sol, y asi él se acostará sobre su manto y te bendecirá, y tuyo sera el mérito ante el Señor, tu Dios.

No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al Señor, y tú serás culpable.

No serán ejecutados los padres por culpas de los hijos ni los hijos por culpas de los padres; cada uno será ejecutado por su propio pecado.

No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que allí te redimió el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy cumplir esta ley.

Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda. Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy cumplir esta ley.

Cuando dos hombres tengan un pleito, vayan a juicio y los juzguen, absolviendo al inocente y condenando al culpable, si el culpable merece una paliza, el juez lo hará tenderse en tierra, y en su presencia le darán los azotes que merece su delito; le podrán dar hasta cuarenta y no más, no sea que excedan el número, la paliza sea excesiva y tu hermano quede infamado a tus ojos.

No le pondrás bozal al buey que trilla».

 

RESPONSORIO                    Mc 12, 32-33; Sir 35, 2-3
 
R./ Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Dios es único; * amarlo con todo el corazón y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
V./ Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza; apartarse del mal es complacer al Señor. 
R./ Amarlo con todo el corazón y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núm 48)

Santidad del matrimonio y de la familia

El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne, con la íntima unión de personas y de obras se ofrecen mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando, más plenamente cada día, el sentido de su propia unidad.

Esta íntima unión, por ser una donación mutua de dos personas, y el mismo bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su indisoluble unidad.

Cristo, el Señor, bendijo abundantemente este amor multiforme que brota del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el modelo de su unión con la Iglesia.

Pues, así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento del matrimonio. Permanece, además, con ellos para que, así como él amó a su Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo, los esposos, por la mutua entrega, se amen mutuamente con perpetua fidelidad.

El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la obra redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y se vean ayudados y confortados en su sublime papel de padre y madre.

Por eso, los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado, gracias a este sacramento particular; en virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos por el espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda impregnada de fe, esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la glorificación de Dios.

De ahí que, cuando los padres preceden con su ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentran más fácilmente el camino de la bondad, de la salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad y del deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso, deber que les incumbe a ellos principalmente.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la soledad de la vejez.

 

RESPONSORIO                    Ef 5, 32.25.33
 
R./ Este misterio es grande: lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. * Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
V./ Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer debe respetar a su marido.
R./ Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, Padre santo, que para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad, ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado y a entregarnos al cumplimiento filial de tu santa ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 26, 1-19

Profesión de fe de los hijos de Abrahán

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad, cuando tomes posesión de ella y la habites, tomarás primicias de todos los frutos que coseches de la tierra que va a darte tu Dios, los meterás en una cesta, irás al lugar que el Señor, tu Dios, haya elegido para morada de su nombre, te presentarás al sacerdote que esté en funciones por aquellos días, y le dirás:

"Hoy confieso ante el Señor, mi Dios, que he entrado en la tierra que el Señor juró a nuestros padres que nos daría a nosotros".

El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:

"Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado".

Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios. Y harás fiesta con el levita y el emigrante que viva en tu vecindad, por todos los bienes que el Señor, tu Dios, te haya dado, a ti y a tu casa.

Cuando termines de repartir el diezmo de todas tus cosechas, cada tres años, el año del diezmo, y se lo hayas dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, para que coman hasta hartarse en tus ciudades, recitarás ante el Señor, tu Dios:

"He apartado de mi casa lo consagrado; se lo he dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, según el precepto que me diste. No he quebrantado ni olvidado ningún precepto. No he comido de ello estando de luto, ni lo he apartado estando impuro, ni se lo he ofrecido a un muerto. He escuchado la voz del Señor, mi Dios, he cumplido todo lo que me mandaste. Vuelve los ojos desde tu santa morada, desde el cielo, y bendice a tu pueblo, Israel, y a esta tierra que nos diste, como habías jurado a nuestros padres, una tierra que mana leche y miel".

Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma.

Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones: Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho».

 

RESPONSORIO                    Cf. 1Pe 2, 9.10; Dt 7, 7.8
 
R./ Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido; vosotros que en un tiempo erais "no pueblo", ahora sois el pueblo de Dios. * Vosotros que en un tiempo estabais excluidos de la misericordia, ahora habéis recibido misericordia.
V./ El Señor os ha elegido por el amor que os tiene y os ha librado de la casa de la servidumbre.
R./ Vosotros que en un tiempo estabais excluidos de la misericordia, ahora habéis recibido misericordia.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 8: PC 68, 574-575)

Después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía

En el antiguo Testamento hallamos perfectamente prefigurado de muchas maneras el misterio de Cristo y, en cierto modo se nos describe la Pasión del Salvador, por la que hemos sido liberados de todo el mal que pudiera perturbarnos y que nos había arrojado a una irremediable miseria. La disposición relativa a la condonación, en el año séptimo, de las deudas prefiguraba el tiempo de la remisión universal; e incluso el hecho de que el castigo de los azotes no debía rebasar los cuarenta golpes, nos está indicando el tan anhelado tiempo de la salvación operada por aquel Hijo unigénito después que hubo asumido la carne, tiempo en que sus cicatrices nos curaron. El fue triturado por nuestros crímenes cuando los israelitas lo cubrieron de insultos y Pilato lo hizo flagelar, mientras nosotros éramos liberados de las penas y del suplicio.

Hubo efectivamente un tiempo en que los golpes de flagelo infligidos al pecador eran muchos, pero Cristo fue flagelado por nosotros: como murió por todos, también por todos fue flagelado, habiéndose puesto en lugar de todos.

Pero la ley no permite que se exceda el número de cuarenta golpes, porque hasta la venida de Cristo los suplicios no debían rebasar la medida: en cierto modo les pone coto y, al mismo tiempo, preanuncia el tiempo de la remisión. Las figuras contienen, de hecho, en germen la belleza de la verdad.

Es también interesante notar que Israel, por haber ofendido a Dios, vagó cuarenta años por el desierto: Dios había jurado no introducirlos en la tierra prometida; pero transcurrido este tiempo su ira se aplacó, y sus hijos pasaron el Jordán y entraron en aquella tierra, porque su indignación no superó los cuarenta años.

Así pues, fue clara figura de todo esto el hecho de que algunos recibieran hasta cuarenta azotes, ya que a este número estaba condicionado el tiempo de la remisión, recordándonos el místico tránsito del Jordán y también aquellos cuchillos de piedra, es decir, la circuncisión espiritual, y asimismo aquella soberana potestad de Jesús. Porque, después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía.

 

RESPONSORIO                    Is 53, 5; 1 Pe 2, 24
 
R./ Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades.El castigo que nos trae la paz recayó sobre él. * Por sus heridas hemos sido curados.
V./ Él llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
R./ Por sus heridas hemos sido curados.


 
ORACIÓN
 
Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protege a tu Iglesia en el peligro y mantenla en el camino de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 29, 1-5.9-28

Maldición contra los transgresores de la alianza

En aquellos días, Moisés convocó a todo Israel y les dijo:

«Vosotros sois testigos de todo lo que el Señor hizo en Egipto contra el Faraón, sus ministros y todo su país: aquellas grandes pruebas que vieron vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no os ha dado inteligencia para entender, ni ojos para ver, ni oídos para escuchar, hasta hoy:

"Yo os he hecho caminar cuarenta años por el desierto; no se os gastaron los vestidos que llevabais ni se os gastaron las sandalias de los pies; no comisteis pan ni bebisteis vino ni licor; para que reconozcáis que yo, el Señor, soy vuestro Dios".

Vosotros os habéis colocado hoy en presencia del Señor, vuestro Dios —vuestros jefes de tribu, concejales y magistrados, y todos los hombres de Israel; vuestros niños y mujeres, y los emigrantes que están en el campamento (tus aguadores y leñadores)—, para entrar en alianza con el Señor, tu Dios, y aceptar el pacto que el Señor, tu Dios, concluye contigo hoy; en virtud de él, te constituye pueblo suyo, y él será tu Dios, como te dijo y como había jurado a tus padres, a Abrahán, Isaac y Jacob.

No sólo con vosotros concluyo esta alianza y este pacto; lo concluyo con el que está hoy aquí con nosotros, en presencia del Señor, y con el que hoy no está aquí con nosotros. Vosotros sabéis que habitamos en Egipto y que cruzamos por medio de todos aquellos pueblos, vimos sus ídolos monstruosos, de piedra y leño, de plata y oro.

Que no haya nadie entre vosotros, hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy del Señor, vuestro Dios, yendo a dar culto a los dioses de estos pueblos; que no arraiguen en vosotros plantas amargas y venenosas, alguien que al escuchar los términos de este pacto se felicite diciendo por dentro: "Tendré paz, aunque siga en mi obstinación", pues la riada se llevará secano y regadío, porque el Señor no está dispuesto a perdonarlo; su ira y su celo se encenderán contra ese hombre, se asentará sobre él la maldición de este código, y el Señor bórrará su nombre bajo el cielo; el Señor lo apartará, para su perdición, de todas las tribus de Israel, según las maldiciones que sancionan la alianza, escritas en este código.

Las generaciones venideras, los hijos que os sucedan y los extranjeros que vengan de lejanas tierras, cuando vean las plagas de esta tierra, las enfermedades con que las castigará el Señor –azufre y sal, tierra calcinada, donde no se siembra, ni brota ni crece la hierba, catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, Adamá y Seboín, arrasadas por la ira y la cólera del Señor–, todos esos pueblos se preguntarán:

"¿Por qué trató el Señor así a esta tierra? ¿Qué significa esta cólera terrible?".

Y les responderán:

"Porque abandonaron la alianza del Señor, Dios de sus padres, el pacto que hizo con ellos al sacarlos de Egipto; porque fueron a dar culto a dioses extranjeros, postrándose ante ellos –dioses que no conocían, dioses que no les había asignado–; por eso, la ira del Señor se encendió contra esta tierra, haciendo recaer sobre ella todas las maldiciones escritas en este código; por eso, el Señor los arrancó de su suelo con ira, furor e indignación, y los arrojó a una tierra extraña, como sucede hoy".

Lo oculto es del Señor, nuestro Dios, lo revelado es nuestro y de nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todos los artículos de esta ley».

 

RESPONSORIO                    Cf. Gal 3, 13-14; Dt 8, 14
 
R./ Cristo se ha hecho Él mismo maldición por nosotros, a fin de que llegara a las gentes la bendición de Abraham, * para que por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa.
V./ Dios nos sacó del país de Egipto, de la casa de la servidumbre.
R./ Para que por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa.
 


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 61 sobre el Cantar de los cantares (3-5: Opera omnia, edic. cisterciense, 2, 1958, 150-151)

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.

Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza, y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.

Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.

Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios.

 

RESPONSORIO                    Rom 5, 10.8
 
R./ Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
V./ Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
R./ Mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
 
ORACIÓN
 
Señor, guarda a tu familia en el camino del bien que tú le señalaste, y haz que, protegida por tu mano en sus necesidades temporales, tienda con mayor libertad hacia los bienes eternos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 30, 1-20

Promesa de perdón después del destierro

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando se cumplan en ti todas estas palabras –la bendición y la maldición que te he propuesto– y las medites, viviendo entre los pueblos adonde te expulsará el Señor, tu Dios, te convertirás al Señor, tu Dios; escucharás su voz, lo que yo te mando hoy, con todo el corazón y con toda el alma, tú y tus hijos. El Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, compadecido de ti; el Señor, tu Dios, volverá y te reunirá, sacándote de todos los pueblos por donde te dispersó; aunque tus dispersos se encuentren en los confines del cielo, el Señor, tu Dios, te reunirá, te recogerá allí; el Señor, tu Dios, te traerá a la tierra que habían poseído tus padres, y tomarás posesión de ella; te hará el bien y te hará crecer más que tus padres; el Señor, tu Dios, circuncidarátu corazón y el de tus descendientes para que ames al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, y así vivas.

El Señor, tu Dios, mandará estas maldiciones contra tus enemigos, los que te habían perseguido con saña, y tú te convertirás, escucharás la voz del Señor, tu Dios, y cumplirás todos los preceptos suyos que yo te mando hoy. El Señor, tu Dios, hará prosperar tus empresas, el fruto de tu vientre, el fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, porque el Señor, tu Dios, volverá a alegrarse contigo de tu prosperidad, como se alegraba con tus padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley, si te conviertes al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?"; ni está más allá del mar, no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?". El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces lo que yo te mando hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.

Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob».

 

RESPONSORIO                    Cf. Jer 29, 13-14; Mt 7, 7
 
R./ Me buscaréis y me encontraréis, dice el Señor; si me buscaréis de todo corazón, * me dejaré encontrar por vosotros, y cambiaré vuestra suerte.
V./ Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
R./ Me dejaré encontrar por vosotros, y cambiaré vuestra suerte.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Mediocre de Nápoles, Sermón 7 (PLS 4, 785-786)

Ama al Señor y sigue sus caminos

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.

Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.

El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.

 

RESPONSORIO                    Cf. Sab 9, 10.4
 
R./ Envía Señor, la Sabiduría de los cielos santos, para que a mi lado participe en mis trabajos * y sepa yo lo que te es agradable.
V./ Dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono.
R./ Y sepa yo lo que te es agradable.


 
ORACIÓN
 
Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 31, 1-15.23

Últimas palabras de Moisés

En aquellos días, cuando Moisés terminó de decir estas palabras a los israelitas, añadió:

«He cumplido ya ciento diez años, y me encuentro impedido; además, el Señor me ha dicho: "No pasarás ese Jordán". El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. El destruirá delante de ti esos pueblos, para que te apoderes de ellos. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor. El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus tierras, que arrasó. Cuando el Señor os los entregue, haréis con ellos lo que yo os he ordenado. ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, que el Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará».

Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel:

«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres; y tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».

Moisés escribió esta ley y la consignó a los sacerdotes levitas que llevan el arca de la alianza del Señor, y a todos los concejales de Israel, y les mandó:

«Cada siete años, el año de la Remisión, por la fiesta de las Chozas, cuando todo Israel acuda a presentarse ante el Señor, tu Dios, en el lugar que él elija, se proclamará esta ley frente a todo el pueblo. Congregad al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al emigrante que viva en tu vecindad, para que oigan y aprendan a respetar al Señor, vuestro Dios, y pongan por obra todos los artículos de esta ley, mientras os dure la vida en la tierra que vais a tomar en posesión, cruzan& el Jordán. Hasta sus hijos, aunque no tengan uso de razón, han de escuchar la ley, para que vayan aprendiendo a respetar al Señor, vuestro Dios».

El Señor dijo a Moisés:

«Está cerca el día de tu muerte. Llama a Josué, presentaos en la tienda del Encuentro, y yo le daré mis órdenes».

Moisés y Josué fueron a presentarse a la tienda del Encuentro. El Señor se les apareció en la tienda, en una columna de nubes, que fue a colocarse a la entrada de la tienda. El Señor ordenó a Josué:

«Sé fuerte y valiente, que tú has de introducir a los israelitas en la tierra que he prometido. Yo estaré contigo».

 

RESPONSORIO                    Dt 31, 7.8; Cf. Prov 3, 26
 
R./ Sé fuerte y valiente, porque el Señor marchará delante de ti. * Él estará contigo, no temas.
V./ El Señor estará a tu lado y guardará tu pie de caer en el cepo.
R./ Él estará contigo, no temas.
 
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Fisher, Comentario sobre el salmo 101 (Opera omnia, edic. 1597, pp. 1588-1589)

Las maravillas de Dios

Primero, Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, con grandes portentos y prodigios; los hizo pasar el mar Rojo a pie enjuto; en el desierto, los alimentó con manjar llovido del cielo, el maná y las codornices; cuando padecían sed, hizo salir de la piedra durísima un perenne manantial de agua; les concedió la victoria sobre todos los que guerreaban contra ellos; por un tiempo, detuvo de su curso natural las aguas del Jordán; les repartió por suertes la tierra prometida, según sus tribus y familias. Pero aquellos hombres ingratos, olvidándose del amor y munificencia con que les había otorgado tales cosas, abandonaron el culto del Dios verdadero y se entregaron, una y otra vez, al crimen abominable de la idolatría.

Después, también a nosotros, que, cuando éramos gentiles, nos sentíamos arrebatados hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que nos venía, Dios nos arrancó del olivo silvestre de la gentilidad, al que pertenecíamos por naturaleza, nos injertó en el verdadero olivo del pueblo judío, desgajando para ello algunas de sus ramas naturales, y nos hizo partícipes de la raíz de su gracia y de la rica sustancia del olivo. Finalmente, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros como oblación y víctima de suave olor, para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado.

Todo ello, más que argumentos, son signos evidentes del inmenso amor y bondad de Dios para con nosotros; y, sin embargo, nosotros, sumamente ingratos, más aún, traspasando todos los límites de la ingratitud, no tenemos en cuenta su amor ni reconocemos la magnitud de sus beneficios, sino que menospreciamos y tenemos casi en nada al autor y dador de tan grandes bienes; ni tan siquiera la extraordinaria misericordia de que usa continuamente con los pecadores nos mueve a ordenar nuestra vida y conducta conforme a sus mandamientos.

Ciertamente, es digno todo ello de que sea escrito para las generaciones futuras, para memoria perpetua, a fin de que todos los que en el futuro han de llamarse cristianos reconozcan la inmensa benignidad de Dios para con nosotros y no dejen nunca de cantar sus alabanzas.

 

RESPONSORIO                    Sal 67, 27; 95, 1
 
R./ Bendecid a Dios en vuestras asambleas, * bendecid al Señor, vosotros del linaje de Israel.
V./ Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra.
R./ Bendecid al Señor, vosotros del linaje de Israel.


 
ORACIÓN
 
Concédenos, Dios todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las fiestas de Pascua limpios de pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 32, 48-52; 34, 1-12

Muerte de Moisés

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Sube al monte Abarín, monte Nebo, que está en Moab, mirando a Jericó, y contempla la tierra que voy a dar en propiedad a los israelitas. Después morirás en el monte y te reunirás a los tuyos, lo mismo que tu hermano Aarón murió en monte Hor y se reunió a los suyos. Porque os portasteis mal conmigo en medio de los israelitas, en la fuente de Meribá, en Cadés, en el desierto de Sin, y no reconocisteis mi santidad en medio de los israelitas. Verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los israelitas».

Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Fasga, que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, el territorio de Neftalí, de Efraín y de Manasés, el de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar; y le dijo:

«Esta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: "Se la daré a tu descendencia. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella"».

Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dicho el Señor. Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés en la estepa de Moab treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.

Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos; los israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor había mandado a Moisés.

Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.

 

RESPONSORIO                    Sir 45, 1-3; Hch 7, 35
 
R./ Moisés fue amado por Dios y por los hombres, su memoria está envuelta en bendiciones. Lo hizo en gloria comparable a los santos. * Lo engrandeció para temor de los enemigos y por su palabra puso fin a los prodigios.
V./ A este Moisés Dios envió como jefe y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza.
R./ Lo engrandeció para temor de los enemigos y por su palabra puso fin a los prodigios.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 18.22)

El misterio de la muerte

El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.

Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones, y de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.

Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: «¡Abba!» (Padre).

 

RESPONSORIO                    Sal 26, 1; 22, 4
 
R./ El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * El Señor es el refugio de mi vida, ¿de quién tendré miedo?
V./ Aunque camine por valle oscuro no temeré, porque tú vas conmigo.
R./ El Señor es el refugio de mi vida, ¿de quién tendré miedo?


 
ORACIÓN
 
Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permites participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal, dirígenos tú mismo en el camino de la vida, para que lleguemos a alcanzar la luz en la que habitas con tus santos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


DOMINGO III DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta a los Hebreos 1,1—2, 4

El Hijo, heredero de todo
y encumbrado sobre los ángeles

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

Por una parte, habla así de los ángeles: «Envía a sus ángeles como a los vientos, a sus ministros como al rayo». En cambio, del Hijo: «Tu trono, oh Dios, permanece para siempre», y también: «Cetro de rectitud es tu cetro real. Has amado la justicia y odiado la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha distinguido de tus compañeros, ungiéndote con perfume de fiesta». Otra vez se expresa así: «Tú, Señor, en los comienzos cimentaste la tierra; obra de tus manos son los cielos; ellos perecerán, tú permaneces; se gastarán como la ropa, los liarás como una capa, serán como vestido que se muda. Pero tú eres siempre el mismo, tus años no se acabarán». Y ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: «Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos por estrado de tus pies»? ¿Qué son todos sino espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación?

Por esa razón, para no ir a la deriva, tenemos que prestar más atención a lo aprendido. Pues, si la ley dictada por ángeles tuvo validez, y otra transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos una salvación tan excepcional? Una que fue anunciada al principio por el Señor y que nos han confirmado los que la oyeron, mientras Dios añadía su testimomo con portentosas señales, con variados milagros y distribuyendo dones del Espíritu Santo según su voluntad.

 

RESPONSORIO                    Heb 1, 3; 12, 2
 
R./ Jesucristo es el resplandor de la gloria del Padre, la imagen de su ser y, con su poderosa palabra, sostiene el universo; * y, después de haber llevado a cabo la expiación de nuestros pecados, se ha sentado a la diestra de la Majestad en los cielos.                  
V./ El caudillo de nuestra fe, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz.
R./ Y, después de haber llevado a cabo la expiación de nuestros pecados, se ha sentado a la diestra de la Majestad en los cielos.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre la carta a los Hebreos (3: PG 63, 23.24-25)

Siendo como era Dios y Señor, no rehusó asumir
la condición de esclavo

Y dijo Dios: Que exista la luz. Pero también el Hijo crea con sola su palabra, puesto que sosteniendo el universo, es decir, gobernándolo, conserva en el ser las cosas perecederas. Conservar el mundo no es menos importante que crearlo; y puestos a darles el calificativo de admirable, conservar es más admirable que crear. Pues crear es sacar algo de la nada; conservar en la existencia las cosas creadas, siempre propensas a la aniquilación, y mantener unidos elementos entre sí dispares, es algo realmente grande y admirable e indicio de gran poder.

Sosteniendo o llevando. Aquí indica que no es pequeño todo lo creado, pero esto en sí grande es para él una nonada. Y a continuación nos enseña nuevamente que esto lo hace sin esfuerzo, diciendo: con su palabra poderosa. Acertadamente dice con su palabra, pues como en nosotros la palabra es algo sutil y tenue, debía puntualizarque en Dios la palabra no es sutil ni tenue. Y así como Juan dice: En la palabra había vida, significando la fuerza y el poder de conservar en el ser, ya que él es la vida de todas las cosas, así también Pablo dice: sosteniendo el universo con su palabra poderosa. El —dice— realizó la purificación de los pecados.

Después de haber hablado de las cosas grandes y admirables concernientes a la conservación y gobierno del universo, pasa a tratar de la solicitud de Dios para con los hombres. Y aunque aquél «sosteniendo el universo» es una expresión general y globalizadora, esta de ahora es de mayor alcance: pues en realidad es también una expresión general y globalizante, ya que, por lo que a él atañe, vino a salvar a todos.

Lo mismo hace Juan: habiendo dicho: en la palabra había vida, refiriéndose a su providencia, luego añade: y la vida era la luz, aclarando lo dicho: y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas. En este texto señala las dos pruebas máximas de su amor providente: que realizó la purificación de los pecados, y que esta purificación la realizó por sí mismo.

Y en muchos pasajes puedes comprobar que se gloría no sólo de habernos reconciliado con Dios, sino además de que esta reconciliación la realizó por medio del Hijo. Por eso, habiendo dicho: está sentado a la derecha y habiendo realizado la purificación de los pecados, y hecha una alusión a la cruz, habla seguidamente de la resurrección y de la ascensión.

Sabiendo esto, no debemos avergonzarnos lo más mínimo ni enorgullecernos. Pues si él, siendo Dios y Señor e Hijo de Dios, no rehusó la condición de esclavo, con mucha mayor razón debemos adaptarnos a todo, por abyecto y humilde que sea.

 

RESPONSORIO                    Cf. Heb 1, 3; 12, 2
 
R./ Cristo Jesús, que es el resplandor de la gloria del Padre e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, * ahora está sentado a la diestra de Dios en las alturas.
V./ Iniciador y consumador de la fe, él, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz.
R./ Ahora está sentado a la diestra de Dios en las alturas.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 2, 5-18

Jesús, guía de la salvación,
semejante en todo a sus hermanos

Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del que estamos hablando; de ello dan fe estas palabras: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que mires por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, todo lo sometiste bajo sus pies». En efecto, puesto a someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero ahora no vemos todavía que todo le esté sometido.

Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.

Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Y en otro lugar: «En él pondré yo mi confianza». Y también: «Aquí estoy yo con los hijos, los que Dios me ha dado».

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo.

Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

 

RESPONSORIO                    Heb 2, 11.17; Bar 3, 38
 
R./ El que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen; por eso Cristo tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, * para ser misericordioso y sumo sacerdote fiel.
V./ Dios apareció en la tierra y convivió entre los hombres.
R./ Para ser misericordioso y sumo sacerdote fiel.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Fisher, Comentario sobre el salmo 129 (Opera omnia, ed. 1579 p. 1610)

Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre

Cristo Jesús es nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló en el ara de la cruz por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio. La sangre que se derramó para nuestra redención no fue la de los becerros y los machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del inocentísimo Cordero, Cristo Jesús, nuestro salvador.

El templo en el que nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era hecho por manos de hombres, sino que había sido levantado por el solo poder de Dios; pues Cristo derramó su sangre a la vista del mundo: un templo ciertamente edificado por la sola mano de Dios.

Y este templo tiene dos partes: una es la tierra, que ahora nosotros habitamos; la otra nos es aún desconocida a nosotros, mortales.

Así, primero, ofreció su sacrificio aquí en la tierra, cuando sufrió la más acerba muerte. Luego, cuando revestido de la nueva vestidura de la inmortalidad entró por su propia sangre en el santuario, o sea, en el cielo, presentó ante el trono del Padre celestial aquella sangre de inmenso valor, que había derramado una vez para siempre en favor de todos los hombres, pecadores.

Este sacrificio resultó tan grato y aceptable a Dios, que así que lo hubo visto, compadecido inmediatamente de nosotros, no pudo menos que otorgar su perdón a todos los verdaderos penitentes.

Es además un sacrificio perenne, de forma que no sólo cada año (como entre los judíos se hacía), sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo, para que no dejemos de tener la ayuda más imprescindible.

Por lo que el Apóstol añade: Consiguiendo la liberación eterna.

De este santo y definitivo sacrificio se hacen partícipes todos aquellos que llegaron a tener verdadera contrición y aceptaron la penitencia por sus crímenes, aquellos que con firmeza decidieron no repetir en adelante sus maldades, sino que perseveran con constancia en el inicial propósito de las virtudes. Sobre lo cual, san Juan se expresa en estos términos: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

 

RESPONSORIO                    Rom 5, 10.8
 
R./ Si cuando éramos pecadores, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
V./ Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
R./ Mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.


 
ORACIÓN
 
Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 3, 1-19

Jesús, enviado de la fe que profesamos

Hermanos santos que compartís el mismo llamamiento celeste, considerad al enviado y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús, fiel al que lo nombró, como lo fue Moisés en la entera familia de Dios. Pero el honor concedido a Jesús es superior al de Moisés, pues el que funda la familia tiene mayor dignidad que la familia misma. Si cada familia tiene un fundador, quien lo ha fundado todo es Dios. Moisés, ciertamente, fue fiel, como criado, en la entera familia de Dios; su misión era transmitir lo que Dios dijera. Cristo, en cambio, como hijo que es, está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos nosotros, con tal que mantengamos firme esa seguridad y esa honra que es la esperanza.

Por eso, como dice el Espíritu Santo: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón, como cuando la rebelión, cuando la prueba del desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres y me tentaron, a pesar de haber visto mis obras durante cuarenta años; por eso me indignécontra aquella generación, y dije: "Siempre tienen el corazón extraviado; no han conocido mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso"».

¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.

En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos firme hasta el final la actitud del principio, dado que dice: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón, como cuando la rebelión". ¿Quiénes se rebelaron al oírlo? Ciertamente, todos los que salieron de Egipto por obra de Moisés. Y ¿contra quiénes se indignó durante cuarenta años? Contra los que habían pecado, cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto. Y ¿a quién juró que no entrarían en su descanso sino a los rebeldes? Y vemos que no pudieron entrar por falta de fe.

 

RESPONSORIO                    Cf. Heb 3, 6; Ef 2, 21
 
R./ Cristo, como hijo, está al frente de su propia casa: * y su casa somos nosotros.
V./ En Cristo toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo sano en el Señor.
R./ Y su casa somos nosotros.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 11, cap 8: PG 74, 506-507)

Cristo, pontífice y mediador

Cristo intercede por nosotros como hombre de Dios y reconciliador y mediador de los hombres. El es realmente nuestro sumo y santísimo pontífice que, ofreciéndose por nosotros, aplaca con sus súplicas el ánimo de su Progenitor. El es, en efecto, víctima y sacerdote, él es el mediador y el sacrificio inmaculado, el verdadero cordero que quita el pecado del mundo.

Un cierto tipo y sombra de la mediación de Cristo manifestada en los últimos tiempos, fue aquella antigua mediación de Moisés; y el pontífice de la ley prefiguró al pontífice que estaba por encima de la ley. Los preceptos legales son efectivamente sombras de la verdad. Por eso, el hombre de Dios, Moisés, y con él, el venerable Aarón, fueron los eternos mediadores entre Dios y la asamblea del pueblo, unas veces aplacando la ira de Dios provocada por los pecados de los israelitas e implorando la suprema bondad sobre aquellos corazones arrepentidos; otras veces haciendo votos, bendiciendo, y ofreciendo los sacrificios legales y las ofrendas por el pecado según ordena la ley; otras, finalmente, presentando acciones de gracias por los beneficios recibidos de Dios.

Cristo, que en los últimos tiempos brilló como pontífice y mediador, superando tipos y figuras, ruega ciertamente por nosotros como hombre, pero derrama su bondad sobre nosotros juntamente con Dios Padre en cuanto Dios, distribuyendo sus dones a los que son dignos. Es lo que abiertamente nos enseña Pablo, al decir: Os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Así pues, quien ruega como hombre, es el mismo que distribuye dones como Dios. Siendo como es pontífice santo, inocente y sin mancha, se ofrece a sí mismo no por su propia fragilidad —como ordena la ley a los sacerdotes—, sino por la salvación de nuestras almas. Hecho esto una sola vez por nuestros pecados aboga por nosotros ante el Padre. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Es decir, por todos los que, por medio de la ley, iban a ser llamados a la justicia y a la santificación procedentes de toda nación y raza.

 

RESPONSORIO                    Heb 4, 14.16; Rom 3, 25
 
R./ Teniendo, pues, tal sumo sacerdote, Jesús el Hijo de Dios, * acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio en el momento oportuno.
V./ Dios lo destinó a ser instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe.
R./ Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio en el momento oportuno.


 
ORACIÓN
 
Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 4, 1-13

Empeñémonos en entrar en el descanso del Señor

Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad. También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que los que salieron de Egipto por obra de Moisés; pero el mensaje que oyeron de nada les sirvió, porque no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado.

En efecto, entramos en el descanso los creyentes, de acuerdo con lo dicho: «He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso», y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo. Acerca del día séptimo se dijo: «Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho». En nuestro pasaje añade: «No entrarán en mi descanso».

Ya que, según esto, quedan algunos por entrar en él, y los primeros que recibieron la buena noticia no entraron por su rebeldía, Dios señala otro día, «hoy», al decir, mucho tiempo después, por boca de David, lo antes citado: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón».

Claro que, si Josué les hubiera dado el descanso, no habría hablado Dios de otro día después de aquello; por consiguiente, un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa, él también, de sus tareas, como Dios de las suyas. Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, siguiendo aquel ejemplo de rebeldía.

Además, la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

 

RESPONSORIO                    Gen 2, 3.2; Heb 4, 10
 
R./ Dios bendijo el día séptimo y lo santificó, * y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.
V./ Pues quien entra en su descanso, también él descansa de sus trabajos, al igual que Dios de los suyos.
R./ Y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 3: PG 68, 290-291)

Cristo se ofreció a sí mismo por nosotros y se sometió
espontáneamente a la muerte

La ciudad santa es la Iglesia, cuyos habitantes —a mi modo de ver— son los que van camino de la perfecta santidad alimentados por el pan vivo. También aquel bendito de David se acuerda de esta tan augusta y admirable ciudad, diciendo: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Cristo, que es la vida y dador de vida, estableció su morada en nosotros: por eso aleja de los consagrados al exterminador. Pues, una vez instituida aquella sagrada mesa, veladamente significada por la hora de aquella cena, ya no le está permitido vencer. Nos libertó Cristo, prefigurado en la persona de David. Pues al ver que los habitantes del país eran presa de la muerte, se erigió en abogado defensor de nuestra causa, se sometió espontáneamente a la muerte y paró los pies al exterminador afirmando que la culpa era suya. Y no porque él personalmente hubiera cometido pecado alguno, sino porque, como dice la Escritura, fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores –aunque personalmente no conoció el pecado–, haciéndose por nosotros un maldito.

Además, Cristo afirma ser más equitativo que sea el pastor y no las ovejas, quien expíe las penas: pues, como buen pastor, él dio la vida por las ovejas. Después, por inspiración divina, el santo David erigió un altar en el mismo sitio en que había visto detenerse el ángel exterminador, y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión. Por la era del jebuseo has de entender la Iglesia: cuando Cristo llegó a ella y finalmente se detuvo, la muerte quedó destruida, y el exterminador retiró aquella mano que antes todo lo arrasaba con la violencia de su furor. La Iglesia es efectivamente la casa de aquella vida, que es vida por su misma naturaleza, es decir, de Cristo.

Decimos que la era de Arauná es la Iglesia, basados en cierta similitud figurativa. En ella, cual gavillas de trigo, se recogen aquellos que, en el campo de las preocupaciones seculares, son segados por los santos segadores, es decir por la predicación de los apóstoles y evangelistas, para ser almacenados en la era celestial y depositados, como trigo ya limpio, en los graneros del Señor, esto es, en aquella celestial Jerusalén; una vez depuestas las inútiles y superfluas no sólo acciones, sino incluso sensaciones del alma, que puedan ser parangonadas con la paja.

Cristo dijo efectivamente a los santos apóstoles: ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y de nuevo: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

Pienso que apellidó mies espiritual a la muchedumbre de los que habían de creer, y que llamó santos segadores a los que en la mente y en la boca tienen aquella palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos.

Esta era espiritual, es decir, la Iglesia, Cristo la compró por medio kilo de plata, lo cual supone un precio considerable; pues él mismo se dio por ella y en ella erigió un altar. Y siendo al mismo tiempo sacerdote y víctima, se ofreció a sí mismo, a semejanza y en figura de los bueyes de la trilla, convirtiéndose en holocausto y sacrificio de comunión.

 

RESPONSORIO                    Jn 10, 15.18; Jer 12, 7
 
R./ Yo doy mi vida por las ovejas. * Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente.
V./ He abandonado mi casa, he rechazado mi heredad, he entregado lo que más quería al poder de la enemigos.
R./ Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente.


 
ORACIÓN
 
Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 4, 14–5, 10

Jesucristo, sumo sacerdote

Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Porque todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto ,a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón.

Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec.

 

RESPONSORIO                    Heb 5, 8-9.7
 
R./ Aun siendo Hijo, aprendió la obediencia con lo que padeció, * y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
V./ En los días de su vida mortal ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas, y fue escuchado por su actitud reverente.
R./ Y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 26 (3: PG 77, 926)

Cristo se hizo pontífice misericordioso

Cristo se hizo por nosotros pontífice misericordioso siguiendo poco más o menos el siguiente proceso. La ley promulgada a los israelitas mediante el ministerio de los ángeles, disponía que quienes hubieran incurrido en alguna falta debían satisfacer la pena correspondiente y esto inmediatamente. Lo atestigua el sapientísimo Pablo cuando escribe: Al que viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres testigos. Por eso, los que según lo prescrito por la ley, ejercían el ministerio sacerdotal, no ponían ningún interés ni se preocupaban de usar de misericordia con los que habían delinquido por negligencia. En cambio, Cristo se hizo pontífice misericordioso. Y no sólo no exigió de los hombres pena alguna en reparación de los pecados, sino que los justificó a todos por la gracia y la misericordia. Nos hizo además adoradores en espíritu y puso ante nuestros ojos clara y abiertamente la verdad, es decir, aquel módulo de vida honesta, que encontramos meridianamente explanado en el sublime mensaje evangélico.

Y no mostró la verdad condenando las prescripciones mosaicas y subvirtiendo las antiguas tradiciones, sino más bien disipando las sombras de la letra de la ley y conmutando el contenido de las figuras en una adoración y en un culto en espíritu y en verdad. Por eso declaraba expresamente: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.

Por tanto, quien da el paso de las figuras a la realidad, no anula las figuras, sino que las perfecciona. Pasa como con los pintores, quienes al aplicar la variada gama de colores al bosquejo inicial, no lo anulan, sino que lo hacen resaltar con mayor nitidez: algo parecido hizo Cristo perfilando aquellas rudas figuras hasta transmitirles la sutileza de la verdad. Pero Israel no comprendió este misterio, a pesar de que la ley y los profetas lo habían preanunciado de diversas maneras, y no obstante que las innumerables acciones de Cristo, nuestro Salvador, les hubieran podido inducir a creer que, aunque manifestándose como hombre según una singular decisión de la Providencia en favor nuestro, él seguía siendo lo que siempre fue, es decir, Dios.

Por esta razón, realizó cosas que exceden las posibilidades humanas e hizo milagros que sólo Dios puede hacer: resucitó de los sepulcros a muertos que ya olían mal y que presentaban señales de descomposición, dio luz a los ciegos, increpó con autoridad a los espíritus inmundos cual creador de todo; con un simple gesto curó a los leprosos, realizando además, otras muchas maravillas imposibles de enumerar y que superan nuestra capacidad admirativa. Por eso decía: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras.

 

RESPONSORIO                    Heb 4, 15-16; Is 53, 12
 
R./ No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, habiendo sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado. * Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, al fin de alcanzar misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio en el momento oportuno.
V./ Él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores.
R./ Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, al fin de alcanzar misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio en el momento oportuno.


 
ORACIÓN
 
Te pedimos humildemente, Señor, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 5, 11-6, 8

Exhortación a escuchar enseñanzas de cosas más perfectas

Hermanos: De eso nos queda mucho por decir y es difícil explicarlo, porque os habéis vuelto indolentes para escuchar. Cierto, con el tiempo que lleváis deberíais ser ya maestros, y, en cambio, necesitáis que se os enseñen de nuevo los rudimentos de los primeros oráculos de Dios; habéis vuelto a necesitar leche, en vez de alimento sólido; y, claro, los que toman leche están faltos de juicio moral, porque son niños. El alimento sólido es propio de adultos, que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada en distinguir lo bueno de lo malo.

Por eso prescindamos ya de prolegómenos al Mesías y vamos a lo adulto, sin echar más cimientos de conversión de las obras muertas y fe en Dios, de enseñanza sobre abluciones e imposición de manos, resurrección de muertos y juicio final. Esto precisamente vamos a hacer, si Dios lo permite.

Pues para los que fueron iluminados una vez, han saboreado el don celeste y participado del Espíritu Santo, han saboreado la palabra favorable de Dios y los dinamismos de la edad futura, si apostatan es imposible otra renovación, volviendo a crucificar para que se arrepientan ellos al Hijo de Dios, es decir, exponiéndolo al escarnio. Además, cuando una tierra se embebe de las lluvias frecuentes y produce plantas útiles para los que la labran, está participando de una bendición de Dios; pero si da espinas y cardos, es tierra de desecho a un paso de la maldición, y acabará quemada.

 

RESPONSORIO                    Sal 94, 8; Heb 3, 12
 
R./ Debiendo ser ya maestros con el tiempo que lleváis, os habéis vuelto tales que necesitáis leche y no manjar sólido. * El alimento sólido es propio de perfectos.
V./ Os di a beber leche; no os ofrecí manjar sólido, porque aún no lo admitíais.
R./ El alimento sólido es propio de perfectos.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre la segunda carta a los Corintios (4-5: PG 61, 397-399)

Eficacia de la oración

Muchísimas veces, cuando Dios contempla a una muchedumbre que ora en unión de corazones y con idénticas aspiraciones, podríamos decir que se conmueve hasta la ternura. Hagamos, pues, todo lo posible para estar concordes en la plegaria, orando unos por otros, como los corintios rezaban por los apóstoles. De esta forma, cumplimos el mandato y nos estimulamos a la caridad. Y al decir caridad, pretendo expresar con este vocablo el conjunto de todos los bienes; debemos aprender, además, a dar gracias con un más intenso fervor.

Pues los que dan gracias a Dios por los favores que los otros reciben, lo hacen con mayor interés cuando se trata de sí mismos. Es lo que hacía David, cuando decía: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre; es lo que el Apóstol recomienda en diversas ocasiones; es lo que nosotros hemos de hacer, proclamando a todos los beneficios de Dios, para asociarlos a todos a nuestro cántico de alabanza.

Pues si cuando recibimos un favor de los hombres y lo celebramos, disponemos su ánimo a ser más solícitos para merecer nuestro agradecimiento, con mayor razón nos granjearemos una mayor benevolencia del Señor cada vez que pregonamos sus beneficios. Y si, cuando hemos conseguido de los hombres algún beneficio, invitamos también a otros a unirse a nuestra acción de gracias, hemos de esforzarnos con mucho mayor ahínco por convocar a muchos que nos ayuden a dar gracias a Dios. Y si esto hacía Pablo, tan digno de confianza, con más razón habremos de hacerlo nosotros también.

Roguemos una y otra vez a personas santas que quieran unirse a nuestra acción de gracias, y hagamos nosotros recíprocamente lo mismo. Esta es una de las misiones típicas del sacerdote, por tratarse del más importante bien común. Disponiéndonos para la oración, lo primero que hemos de hacer es dar gracias por todo el mundo y por los bienes que todos hemos recibido. Pues si bien los beneficios de Dios son comunes, sin embargo tú has conseguido la salvación personal precisamente en comunidad. Por lo cual, debes por tu salvación personal elevar una común acción de gracias, como es justo que por la salvación comunitaria ofrezcas a Dios una alabanza personal. En efecto, el sol no sale únicamente para ti, sino para todos en general; y sin embargo, en parte lo tienes todo: pues un astro tan grande fue creado para común utilidad de todos los mortales juntos. De lo cual se sigue, que debes dar a Dios tantas acciones de gracias, como todos los demás juntos; y es justo que tú des gracias tanto por los beneficios comunes, como por la virtud de los otros.

Muchas veces somos colmados de beneficios a causa de los otros. Pues si se hubieran encontrado en Sodoma al menos diez justos, los sodomitas no habrían incurrido en las calamidades que tuvieron que soportar. Por tanto, con gran libertad y confianza, demos gracias a Dios en representación también de los demás: se trata de una antigua costumbre, establecida en la Iglesia desde sus orígenes. He aquí por qué Pablo da gracias por los romanos, por los corintios y por toda la humanidad.

 

RESPONSORIO                    Cf. Joel 2, 17
 
R./ En el ayuno y en el llanto los sacerdotes oraban diciendo: * Perdona, Señor, a tu pueblo, y no entregues tu heredad al oprobio.
V./ Entre el vestíbulo y el altar los sacerdotes lloren y digan:
R./ Perdona, Señor, a tu pueblo, y no entregues tu heredad al oprobio.


 
ORACIÓN
 
Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones para que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 6, 9-20

La fidelidad de Dios, garantía de nuestra esperanza

Queridos amigos, en vuestro caso estamos ciertos de lo mejor y de lo conducente a la salvación. Porque Dios no es injusto para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes. Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla vuestra esperanza, y no seáis indolentes, sino imitad a los que, con fe y perseverancia, consiguen lo prometido.

Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: «Te llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente». Abrahán, perseverando, alcanzó lo prometido.

Los hombres juran por alguien que sea mayor y, con la garantía del juramento, queda zanjada toda discusión. De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró por nosotros, como precursor, Jesús, sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

 

RESPONSORIO                    cf. Heb 6, 19.20; 7, 25.24
 
R./ En el santuario Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec; * siempre vivo, intercede por nosotros.
V./ Él posee un sacerdocio perpetuo: por eso puede salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios.
R./ Siempre vivo, intercede por nosotros.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 85 (1: CCL 39, 1176-1177)

Jesucristo ora por nosotros, ora en nosotros
y es invocado por nosotros

No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.

Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

Por lo cual, cuando se dice algo de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en profecía, que parezca referirse a alguna humillación indigna de Dios, no dudemos en atribuírsela, ya que él tampoco dudó en unirse a nosotros. Todas las criaturas le sirven, puesto que todas las criaturas fueron creadas por él.

Y, así, contemplamos su sublimidad y divinidad, cuando oímos: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho; pero, mientras consideramos esta divinidad del Hijo de Dios, que sobrepasa y excede toda la sublimidad de las criaturas, lo oímos también en algún lugar de las Escrituras como si gimiese, orase y confesase su debilidad.

Y entonces dudamos en referir a él estas palabras, porque nuestro pensamiento, que acababa de contemplarlo en su divinidad, retrocede ante la idea de verlo humillado; y, como si fuera injuriarlo el reconocer como hombre a aquel a quien nos dirigíamos como a Dios, la mayor parte de las veces nos detenemos y tratamos de cambiar el sentido; y no encontramos en la Escritura otra cosa sino que tenemos que recurrir al mismo Dios, pidiéndole que no nos permita errar acerca de él.

Despierte, por tanto, y manténgase vigilante nuestra fe; comprenda que aquel al que poco antes contemplábamos en la condición divina aceptó la condición de esclavo, asemejado en todo a los hombres e identificado en su manera de ser a los humanos, humillado y hecho obediente hasta la muerte; pensemos que incluso quiso hacer suyas aquellas palabras del salmo, que pronunció colgado de la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, es invocado por nosotros como Dios, pero él ruega como siervo; en el primer caso, le vemos como creador, en el otro como criatura; sin sufrir mutación alguna, asumió la naturaleza creada para transformarla y hacer de nosotros con él un solo hombre, cabeza y cuerpo. Oramos, por tanto, a él, por él y en él, y hablamos junto con él, ya que él habla junto con nosotros.

 

RESPONSORIO                    Jn 16,24.23
 
R./ Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre: * Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado.
V./ En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.
R./ Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado.


 
ORACIÓN
 
Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


DOMINGO IV DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 7, 1-10

Melquisedec, tipo del perfecto sacerdote

Hermanos: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, cuando Abrahán regresaba de derrotar a los reyes, lo abordó y lo bendijo, recibiendo de él el diezmo del botín.

Su nombre significa «rey de justicia», y lleva también el título de rey de Salén, es decir, «rey de paz». Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.

Considerad lo grande que debía de ser éste para que Abrahán, el patriarca, le diera el diezmo de lo mejor del botín. Mientras a los hijos de Leví, que reciben el sacerdocio, les manda la ley cobrar un diezmo al pueblo, es decir, a sus hermanos, a pesar de que todos descienden de Abrahán, Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, percibe el diezmo de Abrahán y bendice al depositario de las promesas. Ahora bien, está fuera de discusión que lo que es más bendice a lo que es menos.

Y aquí los que cobran el diezmo son hombres que mueren, mientras allí fue uno de quien se declara que vive. Además, por así decir, en la persona de Abrahán también Leví, el que ahora cobra el diezmo, lo pagó; pues estaba ya presente en su padre, cuando a éste lo encontró Melquisedec.

 

RESPONSORIO                Cf. Gen 14, 18; Sal 109, 4; Heb 7, 3.16
 
R./ Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino: era sacerdote del Dios Altísimo, a semejanza del Hijo de Dios. * A él el Señor ha jurado: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
V./ Cristo ha sido constituido sacerdote no por ley de prescripción carnal, sino por el poder de una vida indefectible.
R./ A él el Señor ha jurado: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del Génesis (Lib 2, 7-9: PG 69, 99-106)

Estableció a Melquisedec como imagen y figura de Cristo

Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

No puede decirse que el Hijo de Dios, en cuanto Palabra engendrada por el Padre, había ejercido el sacerdocio; ni que pertenecía a la estirpe sacerdotal, sino en cuanto que se hizo hombre por nosotros. Como se le da el título de profeta y de apóstol, se le da asimismo el de sacerdote, en virtud de la naturaleza humana que asumió. Los oficios serviles corresponden a quien se encuentra en una situación de siervo. Y ésta ha sido para él una situación de anonadamiento: el que es igual que el Padre y es asistido por el coro de los serafines y servido por millares de ángeles, después de haberse anonadado, sólo entonces es proclamado sacerdote de los consagrados y del verdadero tabernáculo. Es santificado juntamente con nosotros, él que es superior a toda criatura. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos».

Por eso Dios que santifica, cuando se hizo hombre y habitó entre nosotros, hasta el punto de llamarse hermano nuestro en razón de su naturaleza humana, entonces se afirma que se santificó con nosotros. Le fue posible ejercer el sacerdocio y santificarse con nosotros gracias a la humanidad que había asumido: todo esto hemos de referirlo a su anonadamiento, si queremos pensar rectamente. Estableció, pues, a Melquisedec como imagen y figura de Cristo, por lo cual puede denominarse «rey de justicia y rey de paz». Este título conviene místicamente sólo al Emmanuel: él es efectivamente el autor de la justicia y de la paz, de las que nos ha hecho don a los hombres. Depuesto el yugo del pecado, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo. De nuestra miserable condición de pecadores, que nos había hecho esclavos separándonos de Dios, hemos obtenido la paz con Dios Padre, purificados y unidos a él por medio del Espíritu; pues el que se une al Señor es un espíritu con él.

Después afirma san Pablo que la bendición invocada sobre Abrahán y la ofrenda del pan y del vino eran símbolo y figura de un sacerdocio más excelente.

Así pues, somos bendecidos cada vez que acogemos como don del cielo y viático para la vida aquellos dones místicos y arcanos. Somos bendecidos por Cristo y por la oración que ha dirigido al Padre por nosotros. Efectivamente, Melquisedec bendijo a Abrahán con estas palabras: Bendito sea el Dios altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y nuestro Señor Jesucristo, nuestro intercesor: Padre santo —dijo—, santifícalos en la verdad.

De la misma interpretación de los nombres deduce Pablo por qué Melquisedec es figura de Cristo; como ejemplo, pone expresamente ante nuestros ojos su peculiar tipo de sacerdocio: Melquisedec ofreció pan y vino. Por eso dice de él: No se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.

 

RESPONSORIO                    Heb 5, 5.6; 7, 20-21
 
R./ Cristo no se apropió la gloria del sumo sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: * Tu eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.
V./ Los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras Jesús lo fue bajo juramento de aquél que dijo:
R./ Tu eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.


 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que por tu Palabra hecha carne has reconciliado contigo admirablemente al género humano, haz que el pueblo cristiano se apreste a celebrar las próximas fiestas pascuales con una fe viva y con una entrega generosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 7, 11-28

El sacerdocio eterno de Cristo

Si alguno se hace perfecto por medio del sacerdocio levítico —pues en él se basaba la legislación dada al pueblo—, ¿qué falta hacía que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y que no se le llame de la línea de Aarón?

Porque cambiar el sacerdocio lleva consigo forzosamente cambiar la ley; y ese de que habla .el texto pertenece a una tribu diferente, de la que ninguno ha tenido que ver con el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor nació en Judá, y de esa tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio.

Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea no en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Es decir, por una parte se deroga una disposición anterior, por ser ineficaz e inútil —pues la ley no consiguió hacer perfecto nada—, y, en cambio, se introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios.

Aquí no falta, además, un juramento (pues aquéllos fueron sacerdotes sin garantía de juramento, éste, en cambio, por el juramento que le hicieron al decirle: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: "Tú eres sacerdote eterno"»), señal de que él, Jesús, es garante de una alianza más valiosa.

De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. El no necesita ofrecer sacrificios cada día —como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo—, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.

 

RESPONSORIO                    Sal 109, 4; Gen 14, 18
 
R./ El Señor ha jurado y no se arrepiente: * Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
V./ Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino: era sacerdote del Dios Altísimo.
R./ Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.
 


SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre la verdadera fe a Pedro (Cap 22, 62: CCL 91A, 726.750-751)

Él mismo se ofreció por nosotros

En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don gratísimo de aquel sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho hombre, había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por nosotros.

Pues, según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. El, como Dios verdadero y verdadero sumo sacerdote que era, penetró por nosotros una sola vez en el santuario, no con la sangre de los becerros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era precisamente lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba cada año con la sangre en el santuario.

El es quien, en sí mismo, poseía todo lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio, él mismo fue Dios y templo: el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado.

Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era Dios quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su forma de siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma de Dios, lo realizó conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.

Ten, pues, por absolutamente seguro, y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor, el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían, en tiempos del antiguo Testamento, sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca de ofrecer, por todo el universo de la tierra, el sacrificio del pan y del vino, con fe y caridad.

Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la sangre de Cristo; la carne que él mismo, sin pecado como se hallaba, había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de derramar en remisión también de nuestros pecados; en cambio, en este sacrificio se trata de la acción de gracias y del memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que, siendo como era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el bienaventurado Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.

Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de modo evidente lo que ya nos ha sido dado.

En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que había de morir a manos de los impíos; en este sacrificio, en cambio, se le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua el Apóstol al decir: Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

 

RESPONSORIO                    Col 1, 21-22; Rom 3, 25
 
R./ A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos por vuestros pensamientos y obras malas, Cristo os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte de su cuerpo de carne, * para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él.
V./ Dios lo destinó a ser instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe.
R./ Para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él.


 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 8, 1-13

El sacerdocio de Cristo en la nueva alianza

Hermanos: Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre.

En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira —le dijo Dios—, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña».

Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores. En efecto, si la primera hubiera sido perfecta, no tendría objeto la segunda.

Pero a los antiguos les echa en cara:

«Mirad que llegan días —dice el Señor—, en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ellos fueron infieles a mi alianza, y yo me desentendí de ellos —dice el Señor—. Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "¡Conoce al Señor!", porque todos me conocerán, del menor al mayor, pues perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados».

Al decir «alianza nueva», dejó anticuada la anterior; y lo que está anticuado y se hace viejo está a punto de desaparecer.

 

RESPONSORIO                    cf. Heb 8, 1-2; 9, 24
 
R./ Tenemos un sumo sacerdote tan grande que se sentó a la derecha del Omnipotente en los cielos, ministro del santuario y de la Tienda verdadera, * para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro.
V./ Cristo no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, figura del verdadero, sino en el mismo cielo.
R./ Para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 60 sobre la Pasión del Señor (1-2: CCL 138A, 363-365)

En la inmolación de Cristo está la verdadera Pascua
y el único sacrificio

Amadísimos: El sacramento de la pasión del Señor, decretado desde tiempo inmemorial para la salvación del género humano y anunciado de muchas maneras a todo lo largo de los siglos precedentes, no esperamos ya que se manifieste, sino que lo adoramos cumplido. Para informarnos de ello concurren tanto los nuevos como los antiguos testimonios, pues lo que cantó la trompeta profética, nos lo hace patente la historia evangélica, y como está escrito: Una sima grita a otra sima con voz de cascadas; pues a la hora de entonar un himno a la gloriosa generosidad de Dios sintonizan perfectamente las voces de ambos Testamentos, y lo que estaba oculto bajo el velo de las figuras, resulta evidente a la luz de la revelación divina. Y aunque en los milagros que el Salvador hacía en presencia de las multitudes, pocos advertían la presencia de la Verdad, y los mismos discípulos, turbados por la voluntaria pasión del Señor, no se evadieron al escándalo de la cruz sin afrontar la tentación del miedo, ¿cómo podría nuestra fe comprender y nuestra conciencia recabar la energía necesaria, si lo que sabemos consumado, no lo leyéramos preanunciado?

Ahora bien: después que con la asunción de la debilidad humana la potencia de Cristo ha sido glorificada, las solemnidades pascuales no deben ser deslucidas por la aflicción indebida de los fieles; ni debemos con tristeza recordar el orden de los acontecimientos, ya que de tal manera el Señor se sirvió de la malicia de los judíos, que supo hacer de sus intenciones criminales, el cumplimiento de su voluntad de misericordia.

Y si cuando Israel salió de Egipto, la sangre del cordero les valió la recuperación de la libertad, y aquella fiesta se convirtió en algo sagrado, por haber alejado, mediante la inmolación de un animal, la ira del exterminador, ¿cuánto mayor gozo no debe inundar a los pueblos cristianos, por los que el Padre todopoderoso no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, de modo que, en la inmolación de Cristo, la Pascua pasara a ser el verdadero y único sacrificio, mediante el cual fue liberado, no un solo pueblo de la dominación del Faraón, sino todo el mundo de la cautividad del diablo?

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 22.23; Lev 17, 11
 
R./ Según la ley, sin efusión de sangre no hay remisión: * por eso era necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran purificadas con víctimas más excelentes que aquéllas.
V./ El Señor dijo: Yo os he concedido poner la sangre en el altar para hacer expiación por vuestras vidas.
R./ Por eso era necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran purificadas con víctimas más excelentes que aquéllas.


 
ORACIÓN
 
Señor, que las saludables prácticas de la Cuaresma dispongan los corazones de tus hijos, para que celebren dignamente el misterio pascual y extiendan por todas partes el anuncio de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 9, 1-10

Confrontación entre la expiación de la antigua
y nueva Alianza

La primera alianza tenía reglas para el culto y el santuario terrestre. La tienda tenía un primer recinto, llamado «santo», donde estaban el candelabro, la mesa y los panes presentados; detrás de la segunda cortina estaba el recinto llamado «santísimo»; había allí un altar de oro para el incienso y el arca de la alianza toda recubierta de oro; en éste se guardaban una urna de oro con el maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de la alianza. Encima estaban los querubines de la gloria, cubriendo con su sombra el lugar de la expiación. Pero no es ahora el momento de perderse en detalles.

Construido todo de esta manera, en el primer recinto entran los sacerdotes continuamente para celebrar el culto; pero en el segundo entra una vez al año el sumo sacerdote solo y además llevando sangre para ofrecerla por él mismo y por las faltas del pueblo. Con esto da a entender el Espíritu Santo que mientras esté en pie el primer recinto, el camino que lleva al santuario no está patente.

Esto es un símbolo de la situación actual; según él, se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo con alimentos, bebidas y abluciones diversas, observancias exteriores impuestas hasta que llegara el momento de poner las cosas en su punto.

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 14; 1 Jn 2, 2
 
R./ La sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, * purifica nuestra conciencia de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo.
V./ Él es víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
R./ Purifica nuestra conciencia de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 11 sobre la segunda carta a los Corintios (3-4: PG 61, 478-480)

Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar
nuestros pecados

El Padre envió al Hijo para que, en su nombre, exhortara y asumiera el oficio de embajador ante el género humano. Pero como quiera que, una vez muerto, él se ausentó, nosotros le hemos sucedido en la embajada, y os exhortamos en su nombre y en nombre del Padre. Pues aprecia tanto al género humano, que le dio a su Hijo, aun a sabiendas de que habrían de matarlo, y a nosotros nos ha nombrado apóstoles para vuestro bien. Por tanto, no creáis que somos nosotros quienes os rogamos: es el mismo Cristo el que os ruega, el mismo Padre os suplica por nuestro medio.

¿Hay algo que pueda compararse con tan eximia bondad? Pues ultrajado personalmente como pago de sus innumerables beneficios, no sólo no tomó represalias, sino que además nos entregó a su Hijo para reconciliamos con él. Mas quienes lo recibieron, no sólo no se cuidaron de congraciarse con él, sino que para colmo lo condenaron a muerte.

Nuevamente envió otros intercesores, y, enviados, es él mismo quien por ellos ruega. ¿Qué es lo que ruega? Reconciliaos con Dios. No dijo: Recuperad la gracia de Dios, pues no es él quien provoca la enemistad, sino vosotros; Dios efectivamente no provoca la enemistad. Más aún: viene como enviado a entender en la causa.

Al que no había pecado –dice–, Dios lo hizo expiar nuestros pecados. Aun cuando Cristo no hubiera hecho absolutamente nada más que hacerse hombre, piensa, por favor, lo agradecidos que debiéramos de estar a Dios por haber entregado a su Hijo por la salvación de aquellos que le cubrieron de injurias. Pero la verdad es que hizo mucho más, y por si fuera poco, permitió que el ofendido fuera crucificado por los ofensores.

Dice: Al que no había pecado, sino que era la misma justicia, lo hizo expiar nuestros pecados: esto es, toleró que fuera condenado como un pecador y que muriese como un maldito: pues maldito todo el que cuelga de un árbol. Era ciertamente más atroz morir de este modo, que morir simplemente. Es lo que él mismo viene a sugerir en otro lugar: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Considerad, pues, cuántos beneficios habéis recibido de él.

En consecuencia, si amamos a Cristo como él se merece, nosotros mismos nos impondremos el castigo por nuestros pecados. Y no porque sintamos un auténtico horror por el infierno, sino más bien porque nos horroriza ofender a Dios; pues esto es más atroz que aquello: que Dios, ofendido, aparte de nosotros su rostro. Reflexionando sobre estos extremos, temamos ante todo el pecado: pecado significa castigo, significa infierno, significa males incalculables. Y no sólo lo temamos, sino huyamos de él y esforcémonos por agradar constantemente a Dios: esto es reinar, esto es vivir, esto es poseer bienes innumerables. De este modo entraremos ya desde ahora en posesión del reino y de los bienes futuros, bienes que ojalá todos consigamos por la gracia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

 

RESPONSORIO                    1Pe 2, 22.24; Is 53, 5
 
R./ Él no cometió pecado y no se halló engaño en su boca: llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, * a fin de que,muertos al pecado, vivamos para la justicia.
V./ El castigo que nos trae La Paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido curados.
R./ A fin de que,muertos al pecado, vivamos para la justicia.


 
ORACIÓN.
 
Señor Dios, que premias los méritos de los justos y concedes el perdón a los pecadores que se arrepienten y hacen penitencia, escucha benignamente nuestras súplicas y, por la humilde confesión de nuestras culpas, otórganos tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 9, 11-28

Cristo, sumo sacerdote, con su propia sangre,
ha entrado en el santuario una vez para siempre

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos nide becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Mirad, para disponer de una herencia, es preciso que conste de la muerte del testador; pues un testamento adquiere validez en caso de defunción; mientras vive el testador, todavía no tiene vigencia. De ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera alianza. Cuando Moisés acabó de leer al pueblo todas las prescripciones contenidas en la ley, cogió la sangre de los becerros y las cabras, además de agua, lana escarlata e hisopo, y roció primero el libro mismo y después al pueblo entero, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace Dios con vosotros». Con la sangre roció, además, el tabernáculo y todos los utensilios litúrgicos. Según la ley, prácticamente todo se purifica con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón. Bueno, estos esbozos de las realidades celestes tenían que purificarse por fuerza con tales ritos, pero las realidades mismas celestes necesitan sacrificios de más valor que éstos.

Pues Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres –imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces –como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo–. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.

 

RESPONSORIO                    Heb 9, 28; Is 53, 11
 
R./ Cristo, después de haberse ofrecido una vez para quitar los pecados de la multitud, * aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.
V./ Mi justo siervo justificará a muchos y cargará con sus iniquidades.
R./ Aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación.
 


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 3, 8: PG 14, 950-951)

Sin derramamiento de sangre no hay perdón

Examinemos ahora cada uno de los nombres que se le han dado al Salvador y consideremos con mayor diligencia el porqué y el significado de cada uno de estos atributos. Así caerás en la cuenta de que ciertamente en él quiso Dios que residiera toda la plenitud de la divinidad corporalmente, de que él mismo es el lugar de la expiación, el pontífice y el sacrificio que se ofrece por el pueblo.

Sobre su calidad de pontífice habla claramente David en el salmo y el apóstol Pablo escribiendo a los Hebreos. Que sea también sacrificio, lo atestigua Juan cuando dice: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En su calidad de sacrificio, se convierte, por su sangre, en víctima de propiciación por los pecados del pasado; esta propiciación llega, por el camino de la fe, a cada uno de los creyentes. Si no nos otorgara la remisión de los pecados del pasado, no tendríamos la prueba de que la redención se he operado ya.

Ahora bien: constándonos de la remisión de los pecados, es seguro que se ha llevado a cabo la propiciación mediante la efusión de su preciosa sangre: pues sin derramamiento de sangre —como dice el Apóstol— no hay perdón de los pecados.

Pero para que no creas que Pablo es el único en dar a Cristo el título de víctima de propiciación, escucha cómo también Juan está perfectamente de acuerdo en este tema, cuando dice: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Así pues, por la renovada propiciación de la sangre de Cristo se opera la remisión de los pecados del pasado, con la tolerancia de Dios, en la espera de mostrar su justicia salvadora.

La tolerancia de Dios radica en que el pecador no es inmediatamente castigado cuando comete el pecado, sino que, como el Apóstol dice en el mismo lugar, por la paciencia, Dios le empuja a la conversión; y se nos dice que en esto manifiesta Dios su justicia. Y con razón añade: en este tiempo; pues la justicia de Dios consiste, en este tiempo presente, en la tolerancia; la del futuro, en la retribución.

 

RESPONSORIO                    Ef 1, 9-10; Col 1, 19-20
 
R./ Dios estableció, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, el designio de hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, * lo que esté en los cielos y lo que está en la tierra.
V./ Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y por él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz.
R./ Lo que esté en los cielos y lo que está en la tierra.


 
ORACIÓN
 
Padre lleno de amor, concédenos que, purificados por la penitencia y santificados por la práctica de buenas obras, sepamos mantenernos siempre fieles a tus mandamientos y lleguemos libres de culpa a las fiestas de la Pascua. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10,1-10

Nuestra santificación por la oblación de Cristo

Hermanos: La ley, que presenta sólo sombra de los bienes definitivos y no la imagen auténtica de la realidad, siempre, con los mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecerlos. Si no fuera así, habrían dejado de ofrecerse, porque los ministros del culto, purificados una vez, no tendrían ya ningún pecado sobre su conciencia. Pero en estos mismos sacrificios se recuerdan los pecados año tras año. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.

Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: `Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad'».

Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley.

Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

 

RESPONSORIO                    Heb 10, 5-7.4; Sal 39, 7-8
 
R./ Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio me has formado un cuerpo. No te agradaron holocaustos y sacrificios por el pecado. Entonces dije: * He aquí que vengo, Señor, para hacer tu voluntad.
V./ Es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo dice:
R./ He aquí que vengo, Señor, para hacer tu voluntad.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Carta 67 (47-50: PL 16,1253-1254)

Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó

El médico bueno, que cargó con nuestras enfermedades, sanó nuestras dolencias, y sin embargo, no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote; pero el Padre, dirigiéndose a él, le dijo: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Y en otro lugar le dice también: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Y como había de ser el tipo de todos los sacerdotes, asumió una carne mortal, para, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentar oraciones y súplicas a Dios Padre. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer, para enseñarnos a ser obedientes y así convertirse para nosotros en autor de salvación. Y de este modo, consumada la pasión y, llevado él mismo a la consumación, otorgó a todos la salud y cargó con el pecado de todos.

Por eso se eligió a Aarón como sacerdote, para que en la elección sacerdotal no prevaleciera la ambición humana, sino la gracia de Dios; no el ofrecimiento espontáneo ni la propia usurpación, sino la vocación celestial, de modo que ofrezca sacrificios por los pecados, el que pueda comprender a los pecadores, por estar él mismo –dice–envuelto en debilidades. Nadie debe arrogarse este honor; Dios es quien llama, como en el caso de Aarón; por eso Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó.

Finalmente, como la sucesión aaronítica efectuada de acuerdo con la estirpe, tuviera más herederos de la sangre, que partícipes de la justicia, apareció –según el tipo de aquel Melquisedec de que nos habla el antiguo Testamento– el verdadero Melquisedec, el verdadero rey de la paz, el verdadero rey de la justicia, pues esto es lo que significa el nombre: sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. Esto puede decirse igualmente del Hijo de Dios, que no conoció madre en aquella divina generación, ni tuvo padre en el nacimiento de la virgen María; nacido antes de los siglos únicamente de Padre, nacido de sola la Virgen en este siglo, ni sus días pudieron tener comienzo, él que existía desde el principio. Y ¿cómo podría tener fin la vida de quien es el autor de la vida de todos? El es el principio y el fin de todas las cosas. Pero es que, además, esto lo aduce como ejemplo. Pues el sacerdote debe ser como quien no tiene ni padre ni madre: en él no debe mirarse la nobleza de su cuna, sino la honradez de sus costumbres y la prerrogativa de las virtudes.

Debe haber en él fe y madurez de costumbres: no lo uno sin lo otro, sino que ambas cosas coincidan en la misma persona juntamente con las buenas obras y acciones. Por eso el apóstol Pablo nos quiere imitadores de aquellos que, por la fe y la paciencia, poseen en herencia las promesas hechas a Abrahán, quien, por la paciencia, mereció recibir y poseer la gracia de bendición que se le había prometido. El profeta David nos advierte que debemos ser imitadores del santo Aarón, a quien para nuestra imitación, colocó entre los santos del Señor, diciendo: Moisés y Aarón con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre.

 

RESPONSORIO                    Heb 5, 4.6; Sir 45, 16
 
R./ Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. * Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue llamado por Dios sacerdote, a semejanza de .
V./ El Señor le eligió entre todos los vivientes para presentarle la ofrenda.
R./ Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue llamado por Dios sacerdote, a semejanza de Melquisedec.


 
ORACIÓN
 
Señor Dios, que nos proporcionas abundantemente los auxilios que necesita nuestra fragilidad, haz que recibamos con alegría la redención que nos otorgas y que la manifestemos a los demás con nuestra propia vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10, 11-25

Perseverancia en la fe

Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —dice el Señor—: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente», añade: «Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes». Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de la mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día.

 

RESPONSORIO            cf. Heb 9, 15; 10, 20.19; 1 Pe 3, 22
 
R./ Cristo es mediador de una nueva Alianza * y ha inaugurado para nosotros, a través de su carne, la vía nueva para entrar en el santuario.
V./ Está a la diestra de Dios, después de haber vencido la muerte para hacernos herederos de la vida eterna.
R./ Y ha inaugurado para nosotros, a través de su carne, la vía nueva para entrar en el santuario.
 


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión del Señor (3-4: PL 54, 366-367)

Contemplación de la pasión del Señor

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos, ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?

Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.

Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión es fruto de la condición humana del Señor?

Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina.

Nuestro es lo que, por tres días, yació exánime en el sepulcro y, al tercer día, resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

 

RESPONSORIO                    cf. 1 Cor 1, 18.23
 
R./ La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden, * más para nosotros, llamados a la salvación, es fuerza de Dios.
V./ Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
R./ Más para nosotros, llamados a la salvación, es fuerza de Dios.
 
 
ORACIÓN
 
Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 


DOMINGO V DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10, 26-39

Expectación del juicio

Hermanos: Si, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, nos obstinamos en el pecado, ya no quedan sacrificios por los pecados, queda sólo la perspectiva pavorosa de un juicio y el furor de un fuego dispuesto a devorar a los enemigos.

Al que viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres testigos. Cuánto peor castigo pensáis que merecerá uno que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha juzgado impura la sangre de la alianza que lo había consagrado y que ha ultrajado al Espíritu de la gracia. Sabemos muy bien quién dijo aquello: «Mío es el desquite, yo daré a cada cual su merecido», y también: «El Señor juzgará a su pueblo». Es horrendo caer en manos del Dios vivo.

Recordad aquellos días primeros, cuando, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: ya sea cuando os exponían públicamente a insultos y tormentos, ya cuando os hacíais solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes.

No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor. Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

 

RESPONSORIO                    Heb 10, 35. 36; Lc 21, 19
 
R./ No perdáis vuestra confianza; tenéis necesidad de constancia, * para que, cumpliendo la voluntad de Dios, podáis alcanzar la promesa.
V./ Siendo constantes, salvaréis vuestras vidas.
R./ Para que, cumpliendo la voluntad de Dios, podáis alcanzar la promesa.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 21 sobre la carta a los Hebreos (2-3: PG 63, 150-152)

Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios
y alcanzar la promesa

Dice el Apóstol: Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la recompensa. Por eso, necesitáis una sola cosa: esperar todavía un poquito, sin combatir aún. Habéis llegado ya a la corona; habéis soportado luchas, cadenas, tribulaciones; os han confiscado los bienes. ¿Qué más podéis hacer? Sólo os resta perseverar con valentía, para ser coronados. Sólo os queda esto por soportar: la prolongada espera de la futura corona. ¡Qué gran consuelo!

¿Qué pensaríais de un atleta que, después de haber vencido y superado a todos sus adversarios y no teniendo ya nadie con quien combatir, finalmente, cuando debiera ser coronado, no supiera esperar la llegada de quien debe imponerle la corona, y no teniendo paciencia para esperar, quisiera salir y marcharse como quien es incapaz de soportar la sed y el calor estival? ¿Qué es lo que el mismo Apóstol nos dice apuntando a esta posibilidad? «Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso».

Y para que no digan: «¿Cuándo llegará?», les conforta con la Escritura, para la cual este compás de espera es una no pequeña merced. Dice en efecto: «Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor».

Este es un gran consuelo: mostrar que incluso los que siempre han obrado rectamente pueden echarlo todo a perder por indolencia: Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Estas palabras fueron escritas para los Hebreos, pero es una exhortación que vale también para muchos hombres de hoy. Y ¿para quiénes concretamente? Para aquellos de ánimo débil y mezquino. Porque, cuando ven que los malos saben conducir bien sus propios negocios y ellos no, se afligen, se dejan invadir por la tristeza ylo soportan mal. Les desearían más bien penas y castigos, esperando para ellos el premio por las propias fatigas. Un poquito de tiempo todavía –decía hace un momento Pablo–, y el que viene llegará sin retraso.

Por eso, diremos a los desidiosos y negligentes: de seguro que nos llegará el castigo, vendrá ciertamente; la resurrección está ya a las puertas. Y ¿cómo lo sabemos?, preguntará alguno. No diré que por los profetas, pues mis palabras no van dirigidas a solos los cristianos. Son muchas las cosas que ha predicado Cristo: si no se hubieran acreditado de verdaderas, no deberíais creer tampoco éstas; mas si, por el contrario, las cosas que él anunció de antemano han tenido cumplimiento, ¿a qué dudas de las otras? Sería más difícil creer si nada hubiera sucedido, que no creer cuando todo se ha verificado. Lo aclararé más todavía con un ejemplo: Cristo predijo que Jerusalén sería objeto de una destrucción tal, como no la había habido igual hasta el momento, y que jamás sería reconstruida en su primitivo esplendor: y la profecía realmente se cumplió. Predijo que vendría una gran tribulación, y así sucedió.

Predijo que la predicación habría de difundirse como un grano de mostaza y nosotros comprobamos que día a día esa semilla invade todo el universo. Predijo: En el mundo tendréis luchas: pero tened valor: Yo he vencido al mundo, es decir, ninguno os vencerá; y vemos que también esto se ha cumplido. Predijo que el poder del infierno no prevalecería contra la Iglesia, aunque fuera perseguida, y que nadie sería capaz de neutralizar la predicación, y la experiencia da testimonio de que así ha sucedido.

 

RESPONSORIO                    Ap 3, 19.3
 
R./ Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. * Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
V./ Si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
R./ Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que enciendas nuestros corazones en aquel mismo amor con que tu Hijo ama al mundo y que lo impulsó a entregarse a la muerte por salvarlo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 1-19

Testimonio de la fe de los santos

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por la fe, sabemos que la palabra de Dios configuró el universo, de manera que lo que está a la vista no proviene de nada visible.

Por la fe, Abel ofreció un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella, sigue hablando después de muerto.

Por fe, fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraban, porque Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le acreditó que había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerle, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.

Por fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, tomó precauciones y construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y consiguió la justicia que viene de la fe.

Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas —y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa— mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando la patria, pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad

Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa,del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.

 

RESPONSORIO                    Heb 11,17. 19; Rm 4, 17
 
R./ Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abraham a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a aquel que era el depositario de las promesas; * concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
V./ Creyó en aquel que da la vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.
R./ Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 5 (7: PG 77, 495-498)

Por nuestra salvación, Cristo se hizo obediente al Padre

Esta es la historia de todo lo ocurrido que, consignada en los Libros sagrados, describe, como en un cuadro, el misterio del Salvador, consumado hasta en sus más ínfimos detalles. Es incumbencia nuestra adaptar la luz espléndida de la verdad a los acontecimientos que sucedieron en figura, y explicar con mayor claridad y uno por uno todos los sucesos que hemos propuesto. De esta forma, les resultará más fácil a los creyentes captar claramente el abstruso y recóndito misterio del amor.

Tomó, pues, el bienaventurado Abrahán al muchacho y se fue de prisa al lugar que Dios le había indicado. El muchacho era conducido al sacrificio por su padre, como símbolo y confirmación de que no debe atribuirse al poder humano o a la maldad de los enemigos el hecho de que Jesucristo, nuestro Señor, fuera conducido a la cruz, sino a la voluntad del Padre, el cual permitió —de acuerdo con una decisión previamente pactada— que él sufriese la muerte en beneficio de todos. Es lo que en un momento dado el mismo Jesús dio a entender a Pilato: No tendrías —dijo— ninguna autoridad sobre mí, si no te lo hubieran dado de lo alto; y en otro momento, dirigiéndose a su Padre del cielo, se expresó así: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, y se lo cargó a su hijo Isaac. Igualmente los judíos, sin vencer ni coaccionar el poder de la naturaleza divina que eventualmente les fuera contrario, sino permitiéndolo así el eterno Padre en cumplimiento de un acuerdo anteriormente tomado y al que en cierto modo ellos servían sin saberlo, cargaron la cruz sobre los hombros del Salvador. Como testigo de ello —un testigo ajeno a cualquier sospecha de mentira—, podemos aducir al profeta Isaías, que se expresa de este modo: Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él nuestra iniquidad.

Cuando finalmente el patriarca llegó al sitio que le había dicho Dios, con mucha destreza y arte construyó un altar; sin duda para darnos con esto a entender, que la cruz impuesta a nuestro Salvador y que los hombres tenían por un simple leño, a los ojos del Padre común de la humanidad era considerada como un grandioso y excelso altar, erigido para la salvación del mundo e impregnado del incienso de una víctima santa y purísima.

Por eso Cristo, mientras su cuerpo era flagelado y al mismo tiempo escupido por los atrevidísimos judíos, decía, por el profeta Isaías, estas palabras: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. Pues el Padre es un solo Dios, y Jesucristo, un solo Señor: ¡bendito él por siempre! El cual, desdeñando la ignominia por nuestra salvación, y hecho obediente al Padre, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, para que habiendo el Salvador dado su vida por nosotros y en nuestro lugar, pudiera a su vez resucitarnos de entre los muertos, vivificados por el Espíritu Santo; situarnos en el domicilio celestial, abiertas de par en par las puertas del cielo y colocar en la presencia del Padre y ante sus ojos, aquella naturaleza humana, que desde tiempo inmemorial se le había sustraído huyendo de él por el pecado.

Amados hermanos, que por estas egregias hazañas de nuestro Salvador, prorrumpan las bocas de todos en alabanza, y que todas las lenguas se afanen en componer cantos de alabanza en su honor, haciendo suyo aquel dulcísimo cántico: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas. Asciende una vez consumada la obra de la salvación humana. Y no sólo sube, sino que: subiste a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombres.

 

RESPONSORIO                    Fil 2, 6.8; Is 53, 5
 
R./ Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; * él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
V./ El castigo que nos trae La Paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido curados.
R./ Él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.


 
ORACIÓN
 
Señor, Dios nuestro, que por el amor inefable que nos tienes nos enriqueces con toda clase de bendiciones, concédenos pasar de nuestras antiguas faltas a una vida nueva, para prepararnos convenientemente a la gloria del reino celestial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 20-31

Fidelidad de los patriarcas

Por la fe también bendijo Isaac el futuro de Jacob y de Esaú. Por la fe bendijo Jacob al morir a cada uno de los hijos de José, y «se postró apoyándose en el puño de su bastón». Por la fe, José, estando para morir, mencionó el éxodo de los hijos de Israel y dio disposiciones acerca de sus restos.

Por la fe, a Moisés recién nacido lo escondieron sus padres, viendo que el niño era hermoso, y sin temor al decreto del rey. Por la fe, Moisés, ya crecido, rehusó ser adoptado por la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios al goce efímero del pecado. Estimaba mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto, pues miraba a la recompensa. Por la fe se marchó de Egipto, sin temer la cólera del rey; fue tenaz como si viera al Invisible.

Por la fe celebró la pascua y untó la sangre, para que el exterminador no tocase a los primogénitos de ellos. Por la fe atravesaron el Mar Rojo como tierra firme, y al intentar lo mismo los egipcios, se ahogaron. Por la fe se derrumbaron los muros de Jericó a los siete días de dar vueltas alrededor. Por la fe, Rajab, la prostituta, no pereció con los rebeldes, por haber acogido amistosamente a los espías.

 

RESPONSORIO                    cf. Heb 11, 24-25.26.27
 
R./ Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado; * tenía los ojos puestos en la recompensa que viene de Dios.
V./ Estimaba el oprobio de Cristo como riqueza mayor que los tesoros de Egipto; y por fe salió de Egipto.
R./ Tenía los ojos puestos en la recompensa que viene de Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 22 (1: Edit. Maurist. t. 5, 116-118)

Todo se escribió como ya ocurrido,
pero preanunciando el futuro

Antes que naciera Abrahán existo yo. Él es efectivamente el Verbo de Dios, por cuyo medio se hicieron todas las cosas; pero, colmando de su Espíritu a los profetas, predijo por su medio que había de venir en la carne. Ahora bien, la pasión está estrechamente ligada a su encarnación, pues no habría podido padecer lo que el evangelio nos refiere, sino en aquella carne mortal y pasible que había asumido.

En el evangelio leemos que, cuando el Señor fue clavado en la cruz, los soldados que le crucificaron se repartieron su ropa; y habiendo descubierto que la túnica era sin costura, tejida toda de una pieza, no quisieron rasgarla, sino que la echaron a suertes, para que aquel a quien le tocara la tuviera entera. Esta túnica significaba la caridad, que no puede ser dividida.

Estos acontecimientos narrados en el evangelio, fueron muchos años antes cantados en el salmo como ya sucedidos, mientras preanunciaban acontecimientos futuros: Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Todo se escribió como ya ocurrido, mientras se anuncia de antemano el suceso futuro. Y no sin motivo las cosas venideras se han escrito como ya ocurridas.

Cuando se decía que la Iglesia de Cristo tenía que extenderse a todo el mundo, pocos eran los que lo decían y muchos los que se reían. Ahora ya se ha confirmado lo que mucho antes se había predicho: la Iglesia está esparcida por todo el mundo. Hace más de mil años le había sido prometido a Abrahán: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Vino Cristo, de la estirpe de Abrahán, y todas las naciones han sido ya bendecidas en Cristo. Se predijeron persecuciones, y las persecuciones vinieron provocadas por los reyes adoradores de ídolos. A causa de estos enemigos del nombre de Cristo, la tierra pululó de mártires. De la semilla de esta sangre derramada ha germinado la mies de la Iglesia. No en vano la Iglesia oró por sus enemigos: muy a menudo han acabado aceptando la fe.

También se dijo que los mismos ídolos acabarían por ser abatidos en el nombre de Cristo: esto lo encontramos también en las Escrituras. Hasta no hace mucho, los cristianos leían esto, pero sin verlo; lo esperaban como algo futuro y así se fueron de esta vida: no lo vieron, pero en la convicción de que había de suceder, en esta creencia se fueron con el Señor; en nuestro tiempo también esto nos es dado ver. Todo lo que anteriormente se predijo de la Iglesia, vemos que se ha cumplido; ¿sólo queda por venir el día del juicio? Y éste que todavía no es más que un anuncio, ¿no se va a cumplir? ¿Hasta tal punto somos empedernidos y duros de corazón que, al leer las Escrituras y comprobar que todo lo que se escribió, absolutamente todo, se ha cumplido a la letra, y desesperamos del cumplimiento del resto?

¿Qué es lo que queda en comparación de lo que vemos ya cumplido? Dios que nos ha mostrado tantas cosas, ¿va a defraudarnos en lo que aún queda? Vendrá el juicio a dar la recompensa por los méritos: a los buenos bienes, a los malos males. Seamos buenos, y esperemos seguros al juez.

 

RESPONSORIO                    1 Pe 1, 10.12; Mt 13, 17
 
R./ Investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros. * Les fue revelado que no en beneficio propio sino en favor vuestro eran ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.
V./ ¡Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron!
R./ Les fue revelado que no en beneficio propio sino en favor vuestro eran ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.


 
ORACIÓN
 
Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu santa voluntad, para que, en nuestros días, crezca en santidad y en número el pueblo dedicado a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 32-40

Ejemplos de los santos del antiguo testamento

Hermanos, ¿para qué seguir? No me da tiempo para referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, Samuel y los profetas; éstos, por medio de la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia, obtuvieron promesas, amordazaron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, derrotaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus caídos.

Pero otros fueron tundidos a golpes y rehusaron el rescate para obtener una resurrección mejor; otros pasaron por la prueba de la flagelación ignominiosa, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los serraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados; el mundo no era digno de ellos: vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra.

Y todos éstos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido; Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, para que no llegaran sin nosotros a la perfección.

Unos perecieron entre tormentos, rehusando la libertad por alcanzar una gloriosa resurrección; otros sufrieron escarnios y azotes, sin que faltasen cadenas y cárceles.
 
Fueron apedreados, aserrados por medio, torturados; murieron al filo de la espada, anduvieron fugitivos de una parte a otra, vestidos de piel de oveja y de cabra, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados -no era el mundo digno de ellos-, y anduvieron errantes por desiertos y montes, por cavernas y simas de la tierra.
 
Y ninguno de ellos alcanzó el cumplimiento de las promesas, aunque habían recibido la aprobación de Dios por el testimonio de su fe. Dios había dispuesto para nosotros algo mejor, de modo que sin nosotros no llegasen ellos a la consumación en la gloria.


 
RESPONSORIO                    Cf. Heb 11, 39; cf. 12, 1; cf. Sir 44, 7. 10. 11
 
R./ Todos éstos recibieron la aprobación de Dios por el testimonio de su fe; en consecuencia, teniendo en torno nuestro tan grande nube de testigos, * corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.
V./ Todos éstos fueron la gloria de su tiempo; su esperanza no se acabó, sus bienes perduran.
R./ Corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.
 


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Libro sobre el Espíritu Santo (Cap 15, 35: PG 32 127-130)

Es una sola la muerte en favor del mundo
y una sola la resurrección de entre los muertos

Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo.

Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el imitador de Cristo: Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica, es el comienzo de una vida nueva. Por esto, antes de comenzar esta vida nueva, es necesario poner fin a la anterior. En esto sucede lo mismo que con los que corren en el estadio: éstos, al llegar al fin de la primera parte de la carrera, antes de girar en redondo, necesitan hacer una pequeña parada o pausa, para reemprender luego el camino de vuelta; así también, en este cambio de vida, era necesario interponer la muerte entre la primera vida y la posterior, muerte que pone fin a los actos precedentes y da comienzo a los subsiguientes.

¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de los que son bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por esto el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne, según aquellas palabras del Apóstol: Fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con él, ya que el bautismo en cierto modo purifica el alma de las manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal, según está escrito: Lávame: quedaré más blanco que la nieve. Por esto reconocemos un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos, y de ambas es figura el bautismo.

 

RESPONSORIO                    cf. Mc 14, 36.38
 
R./ En el huerto del Getsemaní, Jesús oraba: ¡Abbá, Padre! ¡Todo es posible para ti; aparta de mí esta copa! * Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.
V./ El espíritu está pronto, pero la carne es débil.
R./ Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.


 
ORACIÓN
 
Dios misericordioso, ilumina los corazones de tus hijos que tratan de purificarse por la penitencia de la Cuaresma y, ya que nos infundes el deseo de servirte con amor, dígnate escuchar paternalmente nuestras súplicas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 12, 1-13

Teniendo a Cristo por guía, corramos en la carrera

Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».

Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, será que sois bastardos y no hijos.

Más aún, tuvimos por educadores a nuestros padres carnales, y los respetábamos. ¿No nos sujetaremos, con mayor razón, al Padre de nuestro espíritu, para tener vida? Porque aquéllos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en cambio, en la medida de lo útil, para que participemos de su santidad.

Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.

 

RESPONSORIO                    Heb 12, 2; Flp 2, 8
 
R./ Jesús, caudillo y consumador de la fe, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia; * y está sentado a la diestra del trono de Dios.
V./ Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
R./ y está sentado a la diestra del trono de Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 28 sobre la carta a los Hebreos (2: PG 63, 195)

Para aprender a correr rectamente, fijémonos en Cristo

Corramos —dice el Apóstol— en la carrera que nos toca. Seguidamente presenta a Cristo, que es el primero y el último, como motivo de consuelo y de exhortación: Fijos los ojos —dice— en el que inició y completa nuestra fe: Jesús. Es lo que el mismo Jesús decía incansablemente a sus discípulos: Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! Y de nuevo: Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Fijos los ojos, dice: esto es, para aprender a correr, fijémonos en Cristo. Pues así como en todas las artes y competiciones fijándonos en los maestros, se nos va grabando en la mente un arte, deduciendo de la observación algunas reglas, aquí sucede lo mismo: si queremos competir, si queremos aprender a competir diestramente, no apartemos los ojos de Cristo, que es quien inició y completa nuestra fe.

Y esto, ¿qué es lo que quiere decir? Quiere decir que Cristo mismo nos infundió la fe, él la inició. Lo declaraba Cristo a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y Pablo dice también: Entonces podré conocer como Dios me conoce. Y si Cristo es quien nos inició, también es él quien completa nuestra fe. Él renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia. Es decir, si hubiese querido, no hubiera padecido, ya que él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Lo dice él mismo en los evangelios: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí. Le hubiera, pues, sido fácil, de haberlo querido, evitar la cruz, pues como él mismo afirmó: Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Por tanto, si el que en modo alguno merecía ser crucificado, por nosotros soportó la cruz, ¿cuánto más justo no será que nosotros lo soportemos todo con ánimo varonil?

Renunciando —dice— al gozo inmediato, soportó la cruz despreciando la ignominia. ¿Qué significa: despreciando la ignominia? Eligió —dice— una muerte ignominiosa. Como no estaba sometido al pecado, la eligió, enseñándonos a ser audaces frente a la muerte, despreciándola olímpicamente.

Y escucha ahora cuál será el fin: Está sentado a la derecha del trono de Dios. ¿Ves cuál es el premio de la competición? También san Pablo escribe sobre el tema y dice:

Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble. Se refiere a Cristo en su condición de hombre. Y aun cuando no se nos hubiera prometido ningún premio por la competición, bastaría —y con creces— un ejemplo tal para persuadirnos a soportar espontáneamente todos los contratiempos; pero es que además se nos prometen premios, y no unos premios cualquiera, sino magníficos e inefables premios.

Por lo cual, cuando también nosotros hayamos padecido algo semejante, pensemos en Cristo antes que en los apóstoles. ¿Y eso? Pues porque toda su vida estuvo llena de ultrajes; oía continuamente hablar mal de él, hasta el punto de llamársele loco, seductor, impostor. Y esto se lo echaban en cara, mientras él les colmaba de beneficios, hacía milagros y les mostraba las obras de Dios.

 

RESPONSORIO                    Rom 8, 15; Gal 4, 6
 
R./ No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor. * Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.
V./ La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo.
R./ Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.


 
ORACIÓN
 
Escucha nuestras súplicas, Señor, y mira con amor a los que han puesto su esperanza en tu misericordia; límpialos de todos sus pecados, para que perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 12, 14-29

El acceso al monte del Dios vivo

Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación. sin la cual nadie verá al Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos. Y porque nadie se prostituya y profane como Esaú, que por un solo plato vendió sus derechos de primogénito. Sabéis que más tarde quiso heredar la bendición, pero fue excluido, pues no obtuvo la retractación, por más que la pidió hasta con lágrimas.

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. No podían soportar lo que mandaba: «Quien toque el monte, aunque sea un animal, morirá apedreado». Y tan terribleera el espectáculo, que Moisés exclamó: «Estoy temblando de miedo».

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

Cuidado con rechazar al que habla, pues, si aquéllos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo. Su voz entonces hizo vacilar la tierra, pero ahora tiene prometido esto: «La última vez haré vacilar no sólo la tierra, sino también el cielo». Esa «última vez» indica la desaparición de lo que vacila, por ser creado, para que quede lo inconmovible.

Por eso, nosotros, que recibimos un reino inconmovible, estemos agradecidos; sirvamos así a Dios como a él le agrade, con meticuloso esmero, porque nuestro Dios es fuego devorador.

 

RESPONSORIO                    Dt 5, 23. 24; cf. Hb 12, 22
 
R./ Vosotros, cuando oísteis la voz que salía de la tiniebla, mientras el monte ardía, os acercasteis a Moisés y le dijisteis: * «El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza.»
V./ Ahora os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo.
R./ El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza.
 


SEGUNDA LECTURA

San Justino I Apología en defensa de los cristianos 66-67
 
La celebración de la Eucaristía
 
A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.

Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarno.

Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.

El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.

Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.

Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.
 
 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 13, 1; Lc 22, 19
 
R/. Jesús, cuando había de pasar de este mundo al Padre, como memorial de su muerte instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre.
V/. Dando su cuerpo como alimento, su sangre como bebida, dijo: «Haced esto en conmemoración mía.»
R/. Instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre.
 
(o bien, esta segunda lectura)
 
 

San Agustín de Hipona, Tratado 84 sobre el evangelio de san Juan (1-2: CCL 36, 536-538)

La plenitud del amor

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nádie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.

Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.

Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. El era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.

Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.

 

RESPONSORIO                    1 Jn 4, 9.11.19.10
 
R./ En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: Él ha mandado a su Hijo unigénito en el mundo, para que nosotros tengamos por Él la vida. * Si Dios nos ha amado, también nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros.
V./ Él nos ha amado primero y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados.
R./ Si Dios nos ha amado, también nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros.


 
ORACIÓN
 
Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 13,1-25

Vida cotidiana e imitación de Cristo

Hermanos: Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella, algunos recibieron sin saberlo la visita de unos ángeles. Acordaos de los que están presos, como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados, como si estuvierais en su carne.

Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará.

Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: «Nunca te dejaré ni te abandonaré»; así tendremos valor para decir: «El Señor es mi auxilio: nada temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?».

Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas, lo importante es robustecerse interiormente por gracia y no con prescripciones alimenticias, que de nada valieron a los que las observaban. Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo; porque los cadáveres de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote al santuario para el rito de la expiación, se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.

Obedeced con docilidad a vuestros dirigentes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas, así lo harán con alegría y sin lamentarse, con lo que salís ganando.

Rezad por nosotros: estamos convencidos de tener la conciencia limpia, ya que nuestra voluntad es proceder en todo noblemente; pero os ruego encarecidamente que lo hagáis para que me recibáis de vuelta cuanto antes.

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. El realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Por favor, hermanos, tolerad que os mande el sermón con estas breves líneas.

Sabed que han puesto en libertad a Timoteo, si viene pronto, irá conmigo a veros.

Recuerdos a todos vuestros dirigentes y a todos los consagrados. Los italianos os saludan. La gracia os acompañe a todos.

 

RESPONSORIO                    Heb 13, 13-14; 1Cro 29, 15
 
R./ Salgamos hacia Jesús fuera del campamento, cargando con su oprobio. * Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura.
V./ Ante ti, Señor, somos emigrantes y extranjeros; nuestra vida terrena no es más que una sombra.
R./ Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 33 sobre la carta a los Hebreos (3-4: PG 63, 229-230)

Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre,
murió fuera de las murallas

De la figura tomó el Apóstol la idea de sacrificio, y la comparó con el modelo primitivo, diciendo: Los cadáveres de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote al santuario para el rito de la expiación, que se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Los sacrificios antiguos eran figura del nuevo; por eso Cristo cumplió plenamente las profecías muriendo fuera de las murallas. Da a entender asimismo, que Cristo padeció voluntariamente, demostrando que aquellos sacrificios no se instituyeron porque sí, sino que tenían el valor de figura y su economía no estaba al margen de la pasión, pues la sangre clama al cielo.

Ya ves que somos partícipes de la sangre que era introducida en el santuario, en el santuario verdadero; partícipes del sacrificio del que sólo participaba el sacerdote. Participamos pues, de la realidad. Por tanto, somos partícipes, no del oprobio, sino de la santidad: el oprobio era causa de la santidad; sin embargo, lo mismo que él soportó ser infamado, hemos de hacer nosotros; si salimos con él fuera de las murallas, tendremos parte con él.

Y ¿qué significa: Salgamos a encontrarlo? Significa compartir sus sufrimientos, soportar con él los ultrajes.. pues no sin motivo murió fuera de las murallas, sino para que también nosotros carguemos con su cruz, siendo extraños al mundo y esforzándonos por permanecer así. Y lo mismo que él fue escarnecido como un condenado, así lo seamos también nosotros.

Por su medio, ofrezcamos a Dios un sacrificio. ¿Qué sacrificio? Nos lo aclara él mismo: el fruto de unos labios que profesan su nombre, esto es, preces, himnos, acciones de gracias; este es el fruto de los labios. En el antiguo Testamento se ofrecían ovejas, bueyes y terneros, y los daban al sacerdote. No ofrezcamos nada de esto nosotros, sino acción de gracias y, en la medida de lo posible, la imitación de Cristo en todo. Brote esto de nuestros labios. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios. Démosle este sacrificio, para que lo ofrezca al Padre. Por lo demás, no se ofrecen sino por el Hijo, o mejor, por un corazón quebrantado.

Siendo la acción de gracias por todo cuanto por nosotros padeció el fruto de unos labios que profesan su nombre, soportémoslo todo de buen grado, sea la pobreza, la enfermedad o cualquiera otra cosa, pues sólo él sabe el bien que nos reporta. Porque nosotros –dice– no sabemos pedir lo que nos conviene. Por consiguiente, si no sabemos pedir lo que nos conviene de no sugerírnoslo el Espíritu Santo, ¿cómo podremos saber el bien que nos reporta? Procuremos, pues, ofrecer acciones de gracias por todos los beneficios, y soportémoslo todo con ánimo esforzado.

 

RESPONSORIO                    Rm 8, 17; 5, 9
 
R./ Somos herederos de Dios y coherederos de Cristo,  * ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.
V./ Justificados por su sangre, seremos salvados por Él de la cólera.
R./ Ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.


 
ORACIÓN
 
Señor, tú que realizas sin cesar la salvación de los hombres y concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma, gracias más abundantes, dígnate mirar con amor a tus elegidos y concede tu auxilio protector a los catecúmenos y a los bautizados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

DOMINGO I DE CUARESMA


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 4,1-11

HOMILÍA

San Gregorio de Nacianzo, Discurso 40 (10: PG 36, 370-371)

El cristiano dispone de medios para superar las tentaciones

Si el tentador, el enemigo de la luz, te acomete después del bautismo –y ciertamente lo hará, pues tentó incluso al Verbo, mi Dios, oculto en la carne, es decir, a la misma Luz velada por la humanidad— sabes cómo vencerlo: no temas la lucha. Opónle el agua, opónle el Espíritu contra el cual se estrellarán todos los ígneos dardos del Maligno.

Si te representa tu propia pobreza —de hecho no dudó hacerlo con Cristo, recordándole su hambre para moverle a transformar las piedras en panes– recuerda su respuesta. Enséñale lo que parece no haber aprendido; opónle aquella palabra de vida, que es pan bajado del cielo y da la vida al mundo. Si te tienta con la vanagloria —como lo hizo con Jesús cuando lo llevó al alero del templo y le dijo: Tírate abajo, para demostrar tu divinidad— no te dejes llevar de la soberbia. Si en esto te venciere, no se detendrá aquí: es insaciable y lo quiere todo; se muestra complaciente, de aspecto bondadoso, pero acaba siempre confundiendo el bien con el mal. Es su estrategia.

Este ladrón es un experto conocedor incluso de la Escritura. Aquí el está escrito se refiere al pan; más abajo, se refiere a los ángeles. Y en efecto, está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos. ¡Oh sofista de la mentira! ¿Por qué te callas lo que sigue?

Pero aunque tú lo calles, yo lo conozco perfectamente. Dice: caminaré sobre ti, áspid y víbora, pisotearé leones y dragones; protegido y amparado —se entiende— por la Trinidad.

Si te tienta con la avaricia, mostrándote en un instante todos los reinos como si te pertenecieran y exigiéndote que le adores, despréciale como a un miserable. Amparado por la señal de la cruz, dile: También yo soy imagen de Dios; todavía no he sido, como tú, arrojado del cielo por soberbio; estoy revestido de Cristo; por el bautismo, Cristo se ha convertido en mi heredad; eres tú quien debe adorarme.

Créeme, a estas palabras se retirará, vencido y avergonzado, de todos aquellos que han sido iluminados, como se retiró de Cristo, luz primordial.

Estos son los beneficios que el bautismo confiere a aquellos que reconocen la fuerza de su gracia; éstos son los suntuosos banquetes que ofrece a quienes sufren un hambre digna de alabanza.

 

RESPONSORIO                      Mt 4, 1. 3. 2
 
R./ Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. * El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se vuelvan pan».
V./ Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
R./ El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se vuelvan pan».
 


Ciclo B: Mc 1, 12-15

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 60 (2-3: CCL 39, 766)

En Cristo fuimos tentados, en él vencimos al diablo

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde los confines de la tierra, no es uno solo; y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo, y todos nosotros somos sus miembros. ¿Y quién es ese único hombre que clama desde los confines de la tierra? Los que invocan desde los confines de la tierra son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra. De manera que quien clama desde los confines de la tierra es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Y ¿qué es lo que pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco desde los confines de la tierra. O sea: «Esto que pido, lo pido desde los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.

Pero, ¿por qué ha invocado así? Porque tenía el corazón abatido. Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero no con gran gloria, sino con graves tentaciones.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Este que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza los precedió.

De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria.

Si hemos sido tentados en él, también en él vencemos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.

 

RESPONSORIO                      Sal 90, 2-3; 4c. 5a
 
R./ Di al Señor: Mi refugio y fortaleza mía, Dios mío, en quien confío. * Él te librará de la red del cazador, de la peste destructora.
V./ Él te librará de la red del cazador, de la peste destructora.
R./ Su fidelidad es escudo y armadura: no temerás los terrores de la noche.
 


Ciclo C: Lc 4, 1-13

HOMILÍA

Orígenes, Comentario al Cantar de los cantares (Hom 3: GCS t. 8, 221, 19-223, 5)

Jesús fue tentado por el diablo para que la Iglesia
aprendiera que a Cristo se llega a través
de muchas tribulaciones y tentaciones

La vida de los mortales está llena de insidiosos lazos, llena de un entramado de engaños tendidos al género humano por aquel intrépido cazador, según el Señor, llamado Nemrod. Y ¿quién sino el diablo, es el verdadero intrépido cazador, que osó rebelarse incluso contra Dios? De hecho, a los lazos de las tentaciones y a las trampas de las insidias se les llama redes del diablo. Y como el enemigo había tendido estas redes por doquier y había cazado en ellas a casi todos, fue necesario que se presentase alguien lo suficiente fuerte y poderoso para romperlas, dejando así vía libre a sus seguidores. Por lo cual, el mismo Salvador, antes de llegar a la unión nupcial con la Iglesia, es tentado por el diablo, para, vencidas las redes de las tentaciones, verla a través de ellas y a través de ellas llamarla a sí, enseñándola claramente y haciéndole patente que a Cristo ha de llegar no por el ocio y los deleites, sino a través de muchas tribulaciones y tentaciones. En realidad, no hubo ningún otro capaz de superar estas redes, pues, como está escrito, todos pecaron; y nuevamente la Escritura dice: No hay en el mundo nadie tan honrado que haga el bien sin pecar nunca. Y de nuevo: Nadie está limpio de pecado, ni el hombre de un solo día.

En consecuencia, nuestro Señor y Salvador, Jesús, es el único que no cometió pecado, pero el Padre le hizo expiar nuestros pecados, para que, en una condición pecadora como la nuestra, y haciéndolo víctima por el pecado condenara el pecado. Se acercó, pues, a estas redes, pero él fue el único que no quedó enredado en ellas; al contrario, rotas y destruidas las redes, dio a su Iglesia el coraje de pisotear los lazos, caminar sobre las redes y proclamar con entusiasmo: Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos.

Y ¿quién fue el que rompió la trampa? El único que no pudo ser retenido en ella, pues aunque murió, murió porque quiso y no como nosotros, forzados por las exigencias del pecado. El es el único que estuvo libre entre los muertos. Y porque estuvo libre entre los muertos, por eso, vencido el que tenía el dominio sobre la muerte, liberó a los que eran esclavos de la muerte. Y no sólo se resucitó a sí mismo de entre los muertos, sino que suscitó a la vida a los esclavos de la muerte y los sentó en el cielo con él. Pues al subir Cristo a lo alto llevando cautivos, se llevó no sólo las almas, sino que resucitó asimismo los cuerpos, como lo atestigua el evangelio: Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron, se aparecieron a muchos y entraron en la Ciudad santa del Dios vivo, en Jerusalén.

 

RESPONSORIO                      Lc 22, 28-29; 12, 32
 
R./ Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, * y yo preparo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí.
V./ No temas, pequeño rebaño, porque a mi Padre le ha parecido bien daros su reino.
R./ Y yo preparo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí.

 


DOMINGO II DE CUARESMA


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 17,1-9

HOMILÍA

San León Magno, Sermón 51 (3-4.8: PL 54, 310-311.313

La ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo

El Señor puso de manifiesto su gloria ante los testigos que había elegido, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo, semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.

En aquella transfiguración se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida.

Pero con no menor providencia se estaba fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Cosa que el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Pero, en aquel milagro, hubo también otra lección para confirmación y completo conocimiento de los apóstoles. Pues aparecieron, en conversación con el Señor, Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, para que se cumpliera con toda verdad, en presencia de aquellos cinco hombres, lo que está escrito: Toda palabra quede confirmada por boca de dos o tres testigos.

¿Y pudo haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anuncio resuena la trompeta de ambos Testamentos y concurren las antiguas enseñanzas con la doctrina evangélica?

Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí, y el esplendor de la actual gloria ponía de manifiesto, a plena luz, a aquel que los anteriores signos habían prometido bajo el velo de sus misterios; porque, como dice san Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se cumplieron, a la vez, la promesa de las figuras proféticas y la razón de los preceptos legales, ya que, con su presencia, atestiguó la verdad de las profecías y, con su gracia, otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.

Que la predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de .todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual el mundo ha sido redimido. Que nadie tema sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida; pues el Señor echó sobre sí toda ladebilidad de nuestra condición, y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió.

En efecto, ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.

 

RESPONSORIO                    Cf. Hb 12, 22.24.25Sal 94, 8
 
R./ Vosotros os habéis acercado a Jesús, mediador de la nueva alianza. Guardaos de rechazar al que os habla. * Si los hebreos que rechazaron a los que pronunciaban los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros, si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo.
V./ Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto
R./ Si los hebreos que rechazaron a los que pronunciaban los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros, si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo.
 


Ciclo B: Mc 9,1-9

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 9 en la transfiguración del Señor (PG 77, 1011-1014)

Hablaban de la muerte que Jesús iba a consumar
en Jerusalén

Jesús subió a una montaña con sus tres discípulos preferidos. Allí se transfiguró en un resplandor tan extraordinario y divino, que su vestido parecía hecho de luz. Se les aparecieron también Moisés y Elías conversando con Jesús: hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén, o sea, del misterio de aquella salvación que había de operarse mediante su cuerpo, de aquella pasión —repito—que habría de consumarse en la cruz. Pues la verdad es que la ley de Moisés y los vaticinios de los santos profetas preanunciaron el misterio de Cristo: las losas de la ley lo describían como en imagen y veladamente; los profetas, en cambio, lo predicaron en distintas ocasiones y de muchas maneras, diciendo que en el momento oportuno aparecería en forma humana y aceptaría morir en la cruz por la salvación y la vida de todos.

Y el hecho de que estuviesen allí presentes Moisés y Elías conversando con Jesús, quería indicar que la ley y los profetas son como los dos aliados de nuestro Señor Jesucristo, presentado por ellos como Dios a través de las cosas que habían preanunciado y que concordaban entre sí. En efecto, no disuenan de la ley los vaticinios de los profetas: y, a mi modo de ver, de esto hablaban Moisés y Elias, el más grande de los profetas.

Habiéndose aparecido, no se mantuvieron en silencio, sino que hablaban de la gloria que el mismo Jesús iba a consumar en Jerusalén, a saber, de la pasión y de la cruz y, en ellas, vislumbraban también la resurrección. Pensando quizá el bienaventurado Pedro que había llegado el tiempo del reinado de Dios, gustoso se quedaría a vivir en la montaña; de hecho, y sin saber lo que decía, propone la construcción de tres chozas. Pero aún no había llegado el fin de los tiempos, ni en la presente vida entrarán los santos a participar de la esperanza a ellos prometida. Dice, en efecto, Pablo: El trasformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, es decir, de la condición gloriosa de Cristo.

Ahora bien, estando estos planes todavía en sus comienzos, sin haber llegado aún a su culminación, sería una incongruencia que Cristo, que por amor había venido al mundo, abandonase el proyecto de padecer voluntariamente por él. Conservó, pues, aquella naturaleza infraceleste, con la que padeció la muerte según la carne y la borró por su resurrección de entre los muertos.

Por lo demás y al margen de este admirable y arcano espectáculo de la gloria de Cristo, ocurrió además otro hecho útil y necesario para consolidar la fe en Cristo, no sólo de los discípulos, sino también de nosotros mismos. Allí, en lo alto, resonó efectivamente la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

 

RESPONSORIO                    Lc 9, 29-31
 
R./ Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y su túnica se volvió blanca y fulgurante. * Y he aquí que dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, aparecidos en su gloria.
V./ Hablaban de su partida que debía cumplirse en Jerusalén.
R./ Y he aquí que dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, aparecidos en su gloria.
 


Ciclo C: Lc 9, 28b-36

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 45 (2: PL 14, 1188-1189)

Sólo Jesús es la luz verdadera y eterna

Fue el mismo Señor Jesús el que quiso que al monte subiera únicamente Moisés a recibir la ley, aunque no sin Jesús (Josué). Y en el evangelio, de entre los discípulos, a solos Pedro, Santiago y Juan les fue revelada la gloria de su resurrección. De esta manera, quiso mantener oculto su misterio, y frecuentemente recomendaba que no fueran fáciles en hablar a cualquiera de lo que habían visto, a fin de que las personas débiles, incapaces por su carácter vacilante de asimilar la virtualidad de los sacramentos, no sufrieran escándalo alguno.

Por lo demás, el mismo Pedro no sabía lo que decía, cuando se creyó obligado a construir tres chozas para el Señor y para sus siervos. Inmediatamente después fue incapaz de resistir el fulgor de la gloria del Señor, que lo transfiguraba: cayó en tierra y con él cayeron también los hijos del trueno, Santiago y Juan; una nube los cubrió con su sombra, y no fueron capaces de levantarse hasta que Jesús se acercó, los tocó y les mandó levantarse, deponiendo todo temor.

Entraron en la nube para conocer cosas arcanas y ocultas, y allí oyeron la voz de Dios que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. ¿Qué significa: Éste es mi Hijo, el amado? Esto: No te equivoques, Simón, pensando que el Hijo de Dios puede ser parangonado con los siervos. Este es mi Hijo, ni Moisés es mi Hijo ni Elías es mi Hijo, aunque el uno dividiera en dos partes el mar, y el otro clausurara el cielo. Pero si es cierto que ambos vencieron la naturaleza de los elementos, fue con la fuerza de la palabra de Dios, de la que fueron simples instrumentos; en cambio, éste es el que solidificó las aguas, cerró el cielo con la sequía y, cuando quiso, lo abrió enviando la lluvia.

Cuando se requiere un testimonio de la resurrección, se estipulan los servicios de los siervos; cuando se manifiesta la gloria del Señor resucitado, desaparece el esplendor de los siervos. En efecto, cuando el sol sale, neutraliza los focos de las estrellas y toda su luz se desvanece ante el astro del día. ¿Cómo, pues, podrían verse las estrellas humanas a la plena luz del eterno Sol de justicia y de aquel divino fulgor? ¿Dónde están ahora aquellas luces que milagrosamente brillaban ante vuestros ojos? El universo entero es pura tiniebla en comparación con la luz eterna. Afánense otros en agradar a Dios con sus servicios: sólo él es la luz verdadera y eterna, en la que el Padre tiene sus complacencias. También yo encuentro en él mis complacencias, considerando como mío todo lo que ha hecho él, y aspirando a que cuanto yo he hecho se considere realmente como obra del Hijo. Escuchadle cuando dice: Yo y el Padre somos uno. No dijo: yo y Moisés somos uno. No dijo que él y Elías eran partícipes de la misma gloria divina. ¿Por qué queréis construir tres chozas? La choza de Jesús no está en la tierra, sino en el cielo. Lo oyeron los apóstoles y cayeron al suelo despavoridos. Se acercó el Señor, les mandó levantarse y les ordenó que no contaran a nadie la visión.

 

RESPONSORIO                    Mt 17, 9. 7
 
R./ Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: * No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre sea resucitado de entre los muertos.
V./ Jesús se acercó, y tocando a los discípulos presa del temor, les dijo: Levantaos, no temáis. Y les ordenó:
R./ No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre sea resucitado de entre los muertos.

 


DOMINGO III DE CUARESMA


EVANGELIO

Ciclo A: Jn 4, 5-42

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 15 sobre el evangelio de san Juan (10-12.16-17: CCL 36, 154-156)

Llega una mujer de Samaria a sacar agua

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua.

Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

 

RESPONSORIO                    Jn 7, 37-39; 4, 13
 
R./ Jesús clamaba en alta voz: «El que tenga sed que venga a mí, y que beba el que cree en mí; brotarán de su seno torrentes de agua viva». * Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que a él se unieran por la fe.
V./ El que beba del agua que yo le dé no tendrá ya sed jamás.
R./ Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que a él se unieran por la fe.
 


Ciclo B: Jn 2, 13-25

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 130 (1-3: CCL 40, 1198-1200)

Somos las piedras vivas con las que se edifica
el templo de Dios

Con frecuencia hemos advertido a vuestra Caridad que no hay que considerar los salmos como la voz aislada de un hombre que canta, sino como la voz de todos aquellos que están en el Cuerpo de Cristo. Y como en el Cuerpo de Cristo están todos, habla como un solo hombre, pues él es a la vez uno y muchos. Son muchos considerados aisladamente; son uno en aquel que es uno. El es también el templo de Dios, del que dice el Apóstol: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros: todos los que creen en Cristo y creyendo, aman. Pues en esto consiste creer en Cristo: en amar a Cristo; no a la manera de los demonios, que creían, pero no amaban. Por eso, a pesar de creer, decían: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? Nosotros, en cambio, de tal manera creamos que, creyendo en él, le amemos y no digamos: ¿Qué tenemos nosotros contigo?, sino digamos más bien: «Te pertenecemos, tú nos has redimido».

Efectivamente, todos cuantos creen así, son como las piedras vivas con las que se edifica el templo de Dios, y como la madera incorruptible con que se construyó aquella arca que el diluvio no consiguió sumergir. Este es el templo –esto es, los mismos hombres– en que se ruega a Dios y Dios escucha. Sólo al que ora en el templo de Dios se le concede ser escuchado para la vida eterna. Y ora en el templo de Dios el que ora en la paz de la Iglesia, en la unidad del cuerpo de Cristo. Este Cuerpo de Cristo consta de una multitud de creyentes esparcidos por todo el mundo; y por eso es escuchado el que ora en el templo. Ora, pues, en espíritu y en verdad el que ora en la paz de la Iglesia, no en aquel templo que era sólo una figura.

A nivel de figura, el Señor arrojó del templo a los que en el templo buscaban su propio interés, es decir, los que iban al templo a comprar y vender. Ahora bien, si aquel templo era una figura, es evidente que también en el Cuerpo de Cristo –que es el verdadero templo del que el otro era una imagen– existe una mezcolanza de compradores y vendedores, esto es, gente que busca su interés, no el de Jesucristo.

Y puesto que los hombres son vapuleados por sus propios pecados, el Señor hizo un azote de cordeles y arrojó del templo a todos los que buscaban sus intereses, no los de Jesucristo.

Pues bien, la voz de este templo es la que resuena en el salmo. En este templo —y no en el templo material— se ruega a Dios, como os he dicho, y Dios escucha en espíritu y en verdad. Aquel templo era una sombra, figura de lo que había de venir. Por eso aquel templo se derrumbó ya. ¿Quiere decir esto que se derrumbó nuestra casa de oración? De ningún modo. Pues aquel templo que se derrumbó no pudo ser llamado casa de oración, de la que se dijo: Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. Y ya habéis oído lo que dice nuestro Señor Jesucristo: Escrito está: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos».

¿Acaso los que pretendieron convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos, consiguieron destruir el templo? Del mismo modo, los que viven mal en la Iglesia católica, en cuanto de ellos depende, quieren convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos; pero no por eso destruyen el templo. Pero llegará el día en que, con el azote trenzado con sus pecados, serán arrojados fuera. Por el contrario, este templo de Dios, este Cuerpo de Cristo, esta asamblea de fieles tiene una sola voz y como un solo hombre canta en el salmo. Esta voz la hemos oído en muchos salmos; oigámosla también en éste. Si queremos, es nuestra voz; si queremos, con el oído oímos al cantor, y con el corazón cantamos también nosotros. Pero si no queremos, seremos en aquel templo como los compradores y vendedores, es decir, como los que buscan sus propios intereses: entramos, sí, en la Iglesia, pero no para hacer lo que agrada a los ojos de Dios.

 

RESPONSORIO                    Ap 21, 3; 1Co 3, 16.17
 
R./ Ésta es la morada de Dios con los hombres: el Espíritu de Dios habita en vosotros. * Santo es el templo de Dios que sois vosotros.
V./ Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él.
R./ Santo es el templo de Dios que sois vosotros.
 


Ciclo C: Lc 13, 1-9

HOMILÍA

Pablo VI, Constitución apostólica «Paenitemini» (AAS t. 58, 1966, pp. 179-180)

Convertíos y creed en la Buena Noticia

Cristo, que en su vida siempre hizo lo que enseñó, antes de iniciar su ministerio, pasó cuarenta días y cuarenta noches en la oración y el ayuno, e inauguró su misión pública con este mensaje gozoso: Convertíos y creed en la Buena Noticia. Estas palabras constituyen, en cierto modo, el compendio de toda vida cristiana.

Al reino anunciado por Cristo se puede llegar solamente por la «metánoia», es decir, por esa íntima y total transformación y renovación de todo el hombre —de todo su sentir, juzgar y disponer— que se lleva a cabo en él a la luz de la santidad y caridad de Dios, santidad y caridad que, en el Hijo, se nos ha manifestado y comunicado con plenitud.

La invitación del Hijo de Dios a la «metánoia» resulta mucho más indeclinable en cuanto que él no sólo la predica, sino que él mismo se ofrece como ejemplo. Pues Cristo es el modelo supremo de penitentes; quiso padecer la pena por los pecados que no eran suyos, sino de los demás.

Con Cristo, el hombre queda iluminado con una luz nueva, y consiguientemente reconoce la santidad de Dios y la gravedad del pecado; por medio de la palabra de Cristo se le transmite el mensaje que invita a la conversión y concede el perdón de los pecados, dones que consigue plenamente en el bautismo. Pues este sacramento lo configura de acuerdo con la pasión, muerte y resurrección del Señor, y bajo el sello de este misterio plantea toda la vida futura del bautizado.

Por ello, siguiendo al Maestro, cada cristiano tiene que renunciar a sí mismo, tomar su cruz, participar en los sufrimientos de Cristo; transformado de esta forma en una imagen de su muerte, se hace capaz de meditar la gloria de la resurrección. También siguiendo al Maestro, ya no podrá vivir para sí mismo, sino para aquel que lo amó y se entregó por él y tendrá también que vivir para los hermanos, completando en su carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.

Además, estando la Iglesia íntimamente unida a Cristo, la penitencia de cada cristiano tiene también una propia e íntima relación con toda la comunidad eclesial, pues no sólo en el seno de la Iglesia, en el bautismo, recibe el don de la «metánoia», sino que este don se restaura y adquiere nuevo vigor por medio del sacramento de la penitencia, en aquellos miembros del Cuerpo místico que han caído en el pecado. «Porque quienes se acercan al sacramento de la penitencia reciben por misericordia de Dios el perdón de las ofensas que a él se le han infligido, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que han producido una herida con el pecado y la cual coopera a su conversión con la caridad, con el ejemplo y con la oración» (LG 11). Finalmente, también en la Iglesia el pequeño acto penitencial impuesto a cada uno en el sacramento, se hace partícipe de forma especial de la infinita expiación de Cristo, al paso que, por una disposición general de la Iglesia, el penitente puede íntimamente unir a la satisfacción sacramental todas sus demás acciones, padecimientos y sufrimientos.

De esta forma la misión de llevar en el cuerpo y en el alma la muerte del Señor, afecta a toda la vida del bautizado, en todos sus momentos y expresiones.

 

RESPONSORIO                    Lv 23, 28.29; Hch 3, 19
R./ Es el día de la expiación, para expiar por vosotros delante del Señor, vuestro Dios. * Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados.
V./ El que no se mortifique ese día será exterminado de entre su pueblo
R./ Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados.

 


DOMINGO IV DE CUARESMA


EVANGELIO

Ciclo A: In 9, 1-41

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Carta 80 (1-6: PL 16, 1271- 1272)

La carne de nuestro barro recibe la luz de la vida eterna,
mediante el sacramento del bautismo

Has escuchado, hermano, la lectura del evangelio, en la que se narra que, al pasar el Señor Jesús, vio a un ciego de nacimiento. Ahora bien, si el Señor lo vio, no pasó de largo: por consiguiente tampoco nosotros debemos pasar de largo junto al ciego que el Señor juzgó no deber evitar, máxime tratándose de un ciego de nacimiento, detalle éste que no en vano el evangelista subrayó.

Porque existe una ceguera que reduce la capacidad visual y es ordinariamente provocada por una enfermedad; y existe una ceguera causada por una exudación humoral y que, a veces, suprimida la causa, es también curada por la ciencia médica. Digo esto para que te des cuenta de que, la curación de este ciego de nacimiento, no es fruto de la habilidad médica, sino del poder divino. En efecto, el Señor le hizo don de la salud, no ejerció la medicina, ya que el Señor Jesús sanó a los que ningún otro consiguió curar. Corresponde efectivamente al creador rectificar las deficiencias de la naturaleza, puesto que él es autor de la misma. Por eso añadió: Mientras estoy en elmundo, soy la luz del mundo. Que es como si dijera: todos los ciegos podrán recuperar la vista, con tal de que me busquen a mí que soy la luz. Contempladlo también vosotros y quedaréis radiantes, de modo que podáis ver.

A continuación, una pregunta: ¿Qué sentido tiene que quien devolvía la vida con imperio y proporcionaba la salud mediante una orden, diciendo al muerto: Ven afuera, y Lázaro salió del sepulcro; diciendo al paralítico: Levántate, coge tu camilla, y el paralítico se levantó y comenzó a transportar su propia camilla, en la que era llevado cuando tenía dislocados todos sus miembros? ¿qué sentido tiene, vuelvo a preguntar, el que escupiera e hiciera barro, y se lo untara en los ojos al ciego, y le dijera: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado); y fue, se lavó, y volvió con vista? ¿Cuál es la razón de todo esto? Una muy importante, si no me engaño: pues ve más aquel a quien Jesús toca.

Considera al mismo tiempo su divinidad y su fuerza santificadora. Como luz, tocó y la infundió; como sacerdote y prefigurando el bautismo, llevó a cabo los misterios de la gracia espiritual. Escupió, para que advirtieras que el interior de Cristo es luz. Y ve realmente, quien es purificado por lo que procede del interior de Cristo. Lava su saliva, lava su palabra, como está escrito: Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado.

El que hiciera barro y se lo untara en los ojos al ciego, ¿qué otra cosa significa, sino que debes caer en la cuenta de que es uno mismo el que devolvió al hombre la salud untándole con barro, y el que de barro modeló al hombre? ¿y que la carne de nuestro barro recibe la luz de la vida eterna, mediante el sacramento del bautismo? Vete también tú a Siloé, esto es, al enviado del Padre, según aquello: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Que te lave Cristo, para que veas. Acude al bautismo: es el momento oportuno. Acude presuroso, para que puedas decir: Fui, me lavé y empecé a ver; para que también tú puedas repetir: Era ciego y ahora veo; para que tú puedas decir como dijo aquel inundado de luz: La noche está avanzada, el día se echa encima.

 

RESPONSORIO                    Hb 10, 23s; Mc 16,16
 
R./ Purificados los corazones de toda mala conciencia y lavado el cuerpo con agua pura, mantengamos firme la confesión de la esperanza. * Pues fiel es el autor de la promesa.
V./ Quien crea y sea bautizado, será salvo.
R./ Pues fiel es el autor de la promesa.
 


Ciclo B: Jn 3, 14-21

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Tratado sobre la Providencia (17, 1-8: PG 52, 516-518)

Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a
la muerte por nosotros

Honrando como honramos por tan diversos motivos a nuestro común Señor, ¿no debemos, sobre todo, honrarlo, glorificarlo y admirarlo por la cruz, por aquella muerte tan ignominiosa? ¿O es que Pablo no aduce una y otra vez la muerte de Cristo como prueba de su amor por nosotros? Y morir, ¿por quiénes? Silenciando todo lo que Cristo ha hecho para nuestra utilidad y solaz, vuelve casi obsesivamente al tema de la cruz, diciendo: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros. De este hecho, san Pablo intenta elevarnos a las más halagüeñas esperanzas, diciendo: Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! El mismo Pablo tiene esto por motivo de gozo y de orgullo, y salta de alegría escribiendo a los Gálatas: Dios me libre de gloriarme si no en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Y ¿por qué te admiras de que esto haga saltar, brincar y alegrarse a Pablo? El mismo que padeció tales sufrimientos llama al suplicio su gloria: Padre –dice–, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo.

Y el discípulo que escribió estas cosas, decía: Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado, llamando gloria a la cruz. Y cuando quiso poner en evidencia la caridad de Cristo, ¿de qué echó mano Juan? ¿De sus milagros?, ¿de las maravillas que realizó?, ¿de los prodigios que obró? Nada de eso: saca a colación la cruz, diciendo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Y nuevamente Pablo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?

Y cuando desea incitarnos a la humildad, de ahí toma pie su exhortación y se expresa así: Tened entre vosotros los sentimientos de una vida en Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

En otra ocasión, dando consejos acerca de la caridad, vuelve sobre el mismo tema, diciendo: Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor.

Y, finalmente, el mismo Cristo, para demostrar cómo la cruz era su principal preocupación y cómo su pasión primaba en él, escucha qué es lo que le dijo al príncipe de los apóstoles, al fundamento de la Iglesia, al corifeo del coro de los apóstoles, cuando, desde su ignorancia, le decía: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte: Quítate –le dijo—de mi vista, Satanás, que me haces tropezar. Con lo exagerado del reproche y de la reprimenda, quiso dejar bien sentado la gran importancia que a sus ojos tenía la cruz.

¿Por qué te maravillas, pues, de que en esta vida sea la cruz tan célebre como para que Cristo la llame su «gloria» y Pablo en ella se gloríe?

 

RESPONSORIO                    2Co 5, 14s; Rm 8, 32
 
R./ El amor de Cristo nos apremia al pensar que Cristo murió por todos, * para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos.
V./ Él no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.
R./ Para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos.
 


Ciclo C: Lc 15,1-3.11-32

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 138 (5-6: CCL 40, 1992-1993)

Me alejé mucho, y tú estabas aquí

De lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. ¿Qué significa de lejos? Mientras todavía estoy en camino, antes de llegar a la patria, tú penetras mis pensamientos. Atiende a aquel hijo menor, pues también él se ha convertido en cuerpo de Cristo, Iglesia procedente de la gentilidad. Y es que el hijo menor había emigrado a un país lejano. Porque había un hombre que tenía dos hijos: el mayor no había ido lejos, sino que trabajaba en el campo, y simboliza a los santos que, en tiempo de la ley, cumplían las obras y preceptos de la ley.

En cambio, el género humano, que había derivado hacia el culto a los ídolos había emigrado a un país lejano. ¿Qué más lejano de aquel que te hizo, que la hechura que tú mismo te hiciste? Así, pues, el hijo menor emigró a un país lejano, llevando consigo toda su fortuna y —según nos informa el evangelio— la derrochó viviendo perdidamente. Y empezando a pasar necesidad, fue y se ajustó con un hombre principal de aquella región, quien lo mandó a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Después de tanto trabajo, estrechez, tribulación y necesidad, se acordó de su padre, y decidió volver a casa. Se dijo: Me pondré en camino adonde está mi padre. Reconoce ahora su voz que dice; me conoces cuando me siento o me levanto. Me senté en la indigencia, me levanté por el deseo de tu pan. De lejos penetras mis pensamientos. Por eso dice el Señor en el evangelio que el padre echó a correr al encuentro del hijo que regresaba. Realmente, como de lejos había penetrado sus pensamientos, distingues mi camino y mi descanso. Mi camino, dice. ¿Cuál, sino el malo, el que él había recorrido, apartándose del padre, como si pudiera ocultarse a los ojos del vengador, o como si hubiera podido ser humillado por aquella extrema necesidad o ser ajustado para guardar cerdos, sin la voluntad del padre que quería flagelarlo lejano, para recibirlo cercano?

Así pues, como un fugitivo capturado, perseguido por la legítima venganza de Dios, que nos castiga en nuestros afectos, por cualquier sitio que vayamos y en cualquier lugar adonde hubiéramos llegado; como un fugitivo capturado —repito— dice: Distingues mi camino y mi descanso. ¿Qué significa mi camino? Aquel por el que anduve. ¿Qué significa mi descanso? El término de mi peregrinación. Distingues mi camino y mi descanso. Aquella mi meta lejana no era lejana a tus ojos: me alejé mucho, y tú estabas aquí. Distingues mi camino y mi descanso.

Todas mi sendas te son familiares. Las conocías antes de que yo las andara, antes de que yo caminara por ellas, y permitiste que yo anduviera en la fatiga, mis propios caminos para que, si en un momento dado decidiera abandonar ese trabajoso camino, regresara a tus sendas. Porque no hay dolo en mi lengua. ¿Por qué dijo esto? Porque, te lo confieso, anduve por mis sendas, me alejé de ti; me aparté de ti, con quien me iba bien, y mi propio bien fue un mal para mí sin ti. Pues de haberme ido bien sin ti, quizá no hubiera querido volver a ti. Por lo cual, confesando éste sus pecados, declarando que el cuerpo de Cristo está justificado no por sí mismo, sino por la gracia de Cristo, dijo: No hay dolo en mi lengua.

 

RESPONSORIO                    Lc 15, 18.19; 17-18
 
R./ Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; no soy digno de llamarme hijo tuyo; * trátame como a uno de tus siervos.
V./   ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré:
R./ Trátame como a uno de tus siervos.

 


DOMINGO V DE CUARESMA

EVANGELIO

Ciclo A: Jn 11, 1-45

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 63 (PL 52, 375-377)

Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro
ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos

Regresando de ultratumba, Lázaro sale a nuestro encuentro portador de una nueva forma de vencer la muerte, revelador de un nuevo tipo de resurrección. Antes de examinar en profundidad este hecho, contemplemos las circunstancias externas de la resurrección, ya que la resurrección es el milagro de los milagros, la máxima manifestación del poder, la maravilla de las maravillas.

El Señor había resucitado a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, pero lo hizo restituyendo simplemente la vida a la niña, sin franquear las fronteras de ultratumba. Resucitó asimismo al hijo único de su madre, pero lo hizo deteniendo el ataúd, como anticipándose al sepulcro, como suspendiendo la corrupción y previniendo la fetidez, como si devolviera la vida al muerto antes de que la muerte hubiera reivindicado todos sus derechos. En cambio, en el caso de Lázaro todo es diferente: su muerte y su resurrección nada tienen en común con los casos precedentes: en él la muerte desplegó todo su poder y la resurrección brilla con todo su esplendor. Incluso me atrevería a decir que si Lázaro hubiera resucitado al tercer día, habría evacuado toda la sacramentalidad de la resurrección del Señor: pues Cristo volvió al tercer día a la vida, como Señor que era; Lázaro fue resucitado al cuarto día, como siervo.

Mas, para probar lo que acabamos de decir, examinemos algunos detalles del relato evangélico. Dice: Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Al expresarse de esta manera, intentan pulsar la fibra sensible, interpelan al amor, apelan a la caridad, tratan de estimular la amistad acudiendo a la necesidad. Pero Cristo, que tiene más interés en vencer la muerte que en repeler la enfermedad; Cristo, cuyo amor radica no en aliviar al amigo, sino en devolverle la vida, no facilita al amigo un remedio contra la enfermedad, sino que le prepara inmediatamente la gloria de la resurrección.

Por eso, cuando se enteró —dice el evangelista—de que Lázaro estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Fijaos cómo da lugar a la muerte, licencia al sepulcro, da libre curso a los agentes de la corrupción, no pone obstáculo alguno a la putrefacción ni a la fetidez; consiente en que el abismo arrebate, se lleve consigo, posea. En una palabra, actúa de forma que se esfume toda humana esperanza y la desesperanza humana cobre sus cotas más elevadas, de modo que lo que se dispone a hacer se vea ser algo divino y no humano.

Se limita a permanecer donde está en espera del desenlace, para dar él mismo la noticia dp la muerte, y anunciar entonces su decisión de ir a casa de Lázaro. Lázaro —dice— ha muerto, y me alegro. ¿Es esto amar? Se alegraba Cristo porque la tristeza de la muerte en seguida se convertiría en el gozo de la resurrección. Me alegro por vosotros. Y ¿por qué por vosotros? Pues porque la muerte y la resurrección de Lázaro era ya un bosquejo exacto de la muerte y resurrección del Señor, y lo que luego iba a suceder con el Señor, se anticipa ya en el siervo. Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos.

 

RESPONSORIO                    Jn 11, 21.40.33.41
R./   Marta y María fueron al encuentro de Jesús diciendo: Señor, si hubieras estado aquí, Lázaro no habría muerto. * Le dice Jesús: Marta, si crees verás la gloria de Dios.
V./ Jesús, viendo llorar a la muchedumbre, se conmovió profundamente y rompió a llorar; fue al sepulcro y gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y el muerto revivió.
R./ Le dice Jesús: Marta, si crees verás la gloria de Dios.
 


Ciclo B: Jn 12, 20-33

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro de los Números (2: PG 69, 619-623)

Cristo brotó en medio de nosotros como una espiga
de trigo; murió y produce mucho fruto

Cristo fue la primicia de este trigo, él el único que escapó de la maldición, precisamente cuando quiso hacerse maldición por nosotros. Es más, venció incluso a los agentes de la corrupción, volviendo por sí mismo a la existencia libre entre los muertos. De hecho resucitó derrotando la muerte, y subió al Padre como don ofrecido, cual primicia de la naturaleza humana, renovada en la incorruptibilidad. Efectivamente, Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres —imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

Que Cristo sea aquel pan de vida bajado del cielo; que además perdone los pecados y libere a los hombres de sus transgresiones ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como víctima de suave olor, lo podrás comprender perfectamente si, con los ojos de la mente, lo contemplas como aquel novillo sacrificado y como aquel macho cabrío inmolado por los pecados del pueblo. Cristo, en efecto, ofreció su vida por nosotros, para cancelar los pecados del mundo.

Por lo tanto, así como en el pan vemos a Cristo como vida y dador de vida, en el novillo lo vemos inmolado, ofreciéndose nuevamente a Dios Padre en olor de suavidad; y en la figura del macho cabrío lo contemplamos convertido por nosotros en pecado y en víctima por los pecados, así también podemos considerarlo como una gavilla de trigo. Qué puede representar esta gavilla, os lo explicaré en pocas palabras.

El género humano puede ser comparado a las espigas de un campo: nace en cierto modo de la tierra, se desarrolla buscando su normal crecimiento, y es segado en el momento en que la muerte lo cosecha. El mismo Cristo habló de esto a sus discípulos, diciendo: ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna.

Los habitantes de la tierra pueden, pues, compararse y con razón, a la mies de los campos. Y Cristo, modelado según nuestra naturaleza, nació de la Santísima Virgen cual espiga de trigo. En realidad, es el mismo Cristo quien se da el nombre de grano de trigo: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Por esta razón, Cristo se convirtió por nosotros en anatema, es decir, en algo consagrado y ofrecido al Padre, a la manera de una gavilla o como las primicias de la tierra. Una única espiga, pero considerada no aisladamente, sino unida a todos nosotros que, cual gavilla formada de muchas espigas, formamos un solo haz.

Pues bien, esta realidad es necesaria para nuestra utilidad y provecho y suple el símbolo del misterio. Pues Cristo Jesús es uno, pero puede ser considerado –y lo es realmente– como apretada gavilla, por cuanto contiene en sí a todos los creyentes, con una unión preferentemente espiritual. De lo contrario, ¿cómo por ejemplo hubiera podido escribir san Pablo: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él? Siendo él uno de nosotros, comulgamos con él en un mismo cuerpo y, mediante la carne, hemos conseguido la unión con él. Y ésta es la razón por la que, en otro lugar, él mismo dirige a Dios, Padre celestial, estas palabras: Padre, éste es mi deseo: que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.

 

RESPONSORIO                    Jn 12, 31-32.24
 
R./ Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. * Yo, cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
V./ En verdad os digo: si el grano caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto.
R./ Yo, cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
 


Ciclo C: Jn 8, 1-11

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Carta 26 (11-20: PL 16, 1088-1090)

Observa los misterios de Dios y la clemencia de Cristo

Los letrados y los fariseos le habían traído al Señor Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Y se la habían traído para ponerle a prueba: de modo que si la absolvía, entraría en conflicto con la ley; y si la condenaba, habría traicionado la economía de la encarnación, puesto que había venido a perdonar los pecados de todos.

Presentándosela, pues, le dijeron: Hemos sorprendido a esta mujer en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?

Mientras decían esto, Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Y como se quedaron esperando una respuesta, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. ¿Cabe sentencia más divina: que castigue el pecado el que esté exento de pecado? ¿Cómo podrían, en efecto, soportar a quien condena los delitos ajenos, mientras defiende los propios? ¿No se condena más bien a sí mismo, quien en otro reprueba lo que él mismo comete?

Dijo esto, y siguió escribiendo en el suelo. ¿Qué escribía? Probablemente esto: Te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo. Escribía en el suelo con el dedo, con el mismo dedo que había escrito la ley. Los pecadores serán escritos en el polvo, los justos en el cielo, como se dijo a los discípulos: Estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, y, sentándose, reflexionaban sobre sí mismos. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Bien dice el evangelista que salieron fuera, los que no querían estar con Cristo. Fuera está la letra; dentro, los misterios. Los que vivían a la sombra de la ley, sin poder ver el sol de justicia, en las sagradas Escrituras andaban tras cosas comparables más bien a las hojas de los árboles, que a sus frutos.

Finalmente, habiéndose marchado letrados y fariseos, quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús, que se disponía a perdonar el pecado, se queda solo, como él mismo dice: Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pues no fue un legado o un nuncio, sino el Señor en persona, el que salvó a su pueblo. Queda solo, pues ningún hombre puede tener en común con Cristo el poder de perdonar los pecados. Este poder es privativo de Cristo, que quita el pecado del mundo. Y mereció ciertamente ser absuelta la mujer que —mientras los judíos se iban— permaneció sola con Jesús.

Incorporándose Jesús, dijo a la mujer: ¿Dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha lapidado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. Observa los misterios de Dios y la clemencia de Cristo. Cuando la mujer es acusada, Jesús se inclina; y se incorpora cuando desaparece el acusador: y es que él no quiere condenar a nadie, sino absolver a todos. ¿Qué significa, pues: Anda, y en adelante no peques más? Esto: Desde el momento en que Cristo te ha redimido, que la gracia corrija a la que la pena no conseguiría enmendar, sino sólo castigar.

 

RESPONSORIO                    Is 54, 10; Rm 11, 19
 
R./ Mi amor de tu lado no se apartará. * Mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que usa misericordia contigo.
V./ Los dones y la vocación de Dios son irrevocables.
R./ Mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que usa misericordia contigo.