Dedícate a la Contemplación.....y recibirás los dones del Espíritu Santo


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OFICIO DE LECTURAS (VIGILIAS / MAITINES)

PARA EL TIEMPO ORDINARIO AÑO PAR

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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SOLEMNIDADES DEL SEÑOR DURANTE EL TIEMPO ORDINARIO

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Semana 31
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Semana 33
Semana 34

 

Domingo después de Pentecostés

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-16

El gran misterio del designio de Dios

Hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que que-dan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».

Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios.

Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuan-do explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.

A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie. «¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?» Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Poemas teológicos (Sección 1: Poemas dogmáticos, 1, 1-4. 21-34; Sección 2: 1.2; 60-64. 75-84; Sección 3, 1-9; 42-45; 51: PG 37, 397-411)

La veneranda predicación de las tres luminarias

Cuando tomamos la resolución de dar a conocer a otros la divinidad —a la que los mismos seres celestiales no pueden adorar como se merece—, soy consciente de que es algo así como si nos embarcásemos en una diminuta chalupa dispuestos a surcar el mar inmenso, o como si nos dispusiéramos a conquistar los espacios aéreos tachonados de astros, provistos de unas minúsculas alas. Pero tú, Espíritu de Dios, estimula mi mente y mi lengua, trompeta sonora de la verdad, para que todos puedan gozar con el corazón inmerso en la plenitud de la divinidad.

Hay un solo Dios, sin principio, sin causa, no circunscrito por cosa alguna preexistente o futura; supratemporal, infinito, Padre excelente del Hijo Unigénito, bueno, grande, y que, siendo espíritu, no sufrió en el Hijo ninguno de los condicionamientos de la carne.

Otro Dios único, distinto en la persona, no en la divinidad, es la Palabra de Dios: él es la viva impronta del Padre, el Hijo único de quien no conoce principio, único del único, su igual, de forma que así como el Padre sigue siendo plenamente Padre, así el Hijo es el creador y gobernador del mundo, fuerza e inteligencia del Padre...

Cantaremos primero al Hijo, venerando la sangre que fue expiación de nuestros pecados... Efectivamente, sin perder nada de su divinidad, se inclinó como médico sobre mis pestilentes heridas. Era mortal, pero Dios. Del linaje de David, pero plasmador de Adán; revestido de carne, es verdad, pero ajeno a las obras de la carne. Tuvo madre, pero virgen: circunscrito, pero inmenso... Fue víctima, pero también pontífice; sacerdote, y, sin embargo, Dios. Ofrendó su sangre a Dios, pero purificó el mundo entero. La cruz lo ensalzó, pero los clavos crucificaron el pecado. Fue contado entre los muertos, pero resucitó de entre los muertos y resucitó a muchos muertos antes que él: en éstos residía la pobreza del hombre, en él la riqueza del espíritu. Pero tú no debes escandalizarte como si las realidades humanas fueran indignas de la divinidad; al contrario, en consideración a la divinidad, has de tener a máximo honor la condición terrena, que, por amor a ti, asumió el incorruptible Hijo de Dios.

Alma, ¿a qué esperas? Canta asimismo la gloria del Espíritu: no disocies en tu discurso lo que la naturaleza no ha dividido. Estremezcámonos ante la grandeza del Espíritu, igualmente Dios, por quien yo he conocido a Dios. El es evidentemente Dios y él me hace ser Dios ya aquí abajo: todopoderoso, autor de los diversos dones, inspirador de la himnodia del coro de los santos, dador de vida tanto a los seres celestes como a los terrestres, sentado en las alturas. Fuerza divina que procede del Padre, no está sujeto a poder alguno. No es Hijo —pues el Hijo santo del único Bien es sólo uno—, ni está al margen de la invisible divinidad, sino que disfruta de idéntico honor...

Trinidad increada, supranatural, buena, libre, igualmente digna de adoración, único Dios que gobierna el mundo con triple esplendor. Mediante el bautismo, y por obra de las tres divinas personas, me siento regenerado en el hombre nuevo, y, destruida la muerte, nazco a la luz vuelto a la vida... Y si Dios ha purificado todo mi ser, también yo debo adorarlo en la totalidad de su ser.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 

Domingo después de Pentecostés
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Solemnidad

EVANGELIO


Ciclo A: Jn 3, 16-18

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Carta 5 (PG 46, 1031)

En el santo Bautismo se nos imparte la gracia de la
inmortalidad por la
fe en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo

Como quiera que gracias al don de la santísima Trinidad se hacen partícipes de una fuerza vivificante los que, a partir de la muerte, son reengendrados a la vida eterna y por la fe son hechos dignos de esta gracia, así también esta gracia es imperfecta si en el bautismo de salvación es omitido el nombre de una cualquiera de las personas de la santísima Trinidad. En efecto, el misterio del segundo nacimiento no adquiere su plenitud en el solo nombre del Padre y del Hijo, sin el Espíritu Santo; ni tiene el bautismo capacidad de otorgarnos la vida perfecta en el solo nombre del Padre y del Espíritu, si se silencia al Hijo; ni en el Padre y el Hijo, omitido el Espíritu, se consuma la gracia de nuestra resurrección. Por eso tenemos depositada toda nuestra esperanza y la confianza de la salvación de nuestras almas en tres personas, que conocemos con estos nombres: creemos en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es fuente de la vida; y en el Hijo unigénito del Padre, que es el autor de la vida, según afirma el Apóstol; y en el Espíritu Santo de Dios, del que dice el Señor: El Espíritu es quien da vida.

Y como quiera que a nosotros, redimidos de la muerte, se nos imparte en el bautismo —como acabamos de decir—la gracia de la inmortalidad por la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, basados en esta razón creemos no estar autorizados a admitir en la santísima Trinidad nada servil, nada creado, nada indigno de la majestad del Padre; toda vez que una sola es nuestra vida, vida que conseguimos por la fe en la santísima Trinidad, y que indudablemente fluye del Dios de todo lo creado, como de su fuente, que se difunde a través del Hijo y que se consuma en el Espíritu Santo.

Teniendo, pues, esto por cierto y por bien sentado, accedemos a recibir el bautismo tal como se nos ha ordenado; creemos tal como hemos sido bautizados; sentimos tal como creemos; de suerte que, sin discrepancia alguna, nuestro bautismo, nuestra fe y nuestro modo de sentir están radicados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Y todos cuantos, acomodándose a esta regla de verdad, confiesan tres personas y pía y religiosamente las reconocen en sus propiedades, y creen que existe una sola divinidad, una sola bondad, un solo principado, una sola potestad y un solo poder, ni abrogan la potencia de la monarquía, ni se dejan arrastrar a la confesión del politeísmo, ni confunden las personas, ni se forjan una Trinidad con elementos dispares y heterogéneos, sino que aceptan con simplicidad el dogma de fe, colocando toda la esperanza de su salvación en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo: todos estos comparten con nosotros una misma forma de pensar. Pedimos a Dios tener también nosotros parte con ellos en el Señor.


Ciclo B: Mt 28, 16-20

HOMILÍA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, cap 1, 1-2: PG 51, 1514-1515)

Es necesario imponerse primero en la doctrina
del Señor y luego iniciarse en el bautismo

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la' tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.

Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.

El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.

Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres», entendiéndolo indudablemente de la libertad del alma, por la que se libera de la virulenta tiranía del diablo, al liberarse de la esclavitud del pecado.


Ciclo C: Jn 16, 12-15

HOMILÍA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 12, 55-56: PL 10, 468-472)

Bendito sea Dios por los siglos de los siglos

Según mi criterio, no es suficiente afirmar, en la confesión de mi fe, que el Señor Jesucristo, mi Dios y tu Unigénito, no es una mera criatura; ni soporto que se emplee una tal expresión al referirse a tu santo Espíritu, que procede de ti y es enviado por medio de él. Yo siento una gran veneración por las cosas que a ti te conciernen. Sabiendo que sólo tú eres el Ingénito y que el Unigénito ha nacido de ti, no se me ocurrirá no obstante decir queel Espíritu Santo ha sido engendrado, ni jamás afirmaré que ha sido creado. Me temo que, de esta manera de hablar, que me es común con el resto de tus representantes, pudieran derivarse para ti hasta ciertas mal disimuladas injurias. Según el Apóstol, tu Espíritu Santo sondea y conoce tus profundidades y tu abogado en favor mío te dice cosas que yo jamás sería capaz de decir: ¿y yo, a la potencia de su naturaleza permanente que procede de ti a través de tu Unigénito, no sólo la llamaré, sino que además la infamaré llamándola «creada»? Nada, sino algo que te pertenezca, puede penetrar tu intimidad: ni el abismo de tu inmensa majestad puede ser mensurado por fuerza alguna que te sea ajena o extraña. Todo lo que está en ti es tuyo: ni puede serte ajeno lo que es capaz de sondearte.

Para mí es inenarrable el que te dice, en favor mío, palabras que yo no puedo expresar. Pues, así como en la generación de tu Unigénito, antes de todos los tiempos, queda en suspenso toda ambigüedad de expresión y toda dificultad de comprensión, y resta solamente que ha sido engendrado por ti, así también, aun cuando no llegue a percibir con los sentidos la procesión de tu Espíritu Santo de ti a través de él, lo percibo no obstante con la conciencia.

En efecto, en las cosas espirituales soy tardo de comprensión, como dice tu Unigénito: No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo»; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Habiendo obtenido la fe de mi regeneración, no la entiendo; y poseo ya lo que ignoro. Renazco sin yo sentirlo, con sola la virtualidad de renacer. Al Espíritu no se le puede canalizar: habla cuando quiere, lo que quiere y donde quiere. Si, pues, desconozco el motivo de sus idas y venidas, aun siendo consciente de su presencia, ¿cómo podré colocar su naturaleza entre las cosas creadas y limitarla pretendiendo definir su origen? Todo se hizo por el Hijo, que en el principio estaba junto a ti, oh Dios, y la Palabra era Dios, como dice tu evangelista Juan. Y Pablo enumera todas las cosas creadas por medio de él: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Y mientras recuerda que todo ha sido creado en Cristo y por Cristo, del Espíritu Santo juzgó suficiente con indicar que es tu Espíritu.

Abrigando, como abrigo, los mismos sentimientos en tales materias que estos santos varones expresamente elegidos por ti, de suerte que no me atreveré a afirmar de tu Unigénito nada que, según su criterio, supere el nivel de mi propia comprensión, excepto que ha nacido; de idéntico modo tampoco diré de tu Espíritu Santo nada que, según ellos, vaya más allá de las posibilidades de la inteligencia humana, excepto que es tu Espíritu. Ni quiero perderme en una inútil pugna de palabras, sino mantenerme más bien en la perenne profesión de una fe inquebrantable.

Conserva, te lo ruego, esta incontaminada norma de mi fe y, hasta mi postrer aliento, concede esta voz a mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que he profesado en el Símbolo de mi nuevo nacimiento, cuando fui bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: a saber, que pueda siempre adorarte a ti, Padre nuestro, junto con tu Hijo, y merezca a tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito. Porque para mí, mi Señor Jesucristo es idóneo testigo para creer, él que dijo: Padre, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; él que permanece siempre Dios en ti, de ti y junto a ti. ¡Bendito él por los siglos de los siglos! Amén.

 

Jueves después de la Santísima Trinidad

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 24, 1-11

Vieron a Dios y comieron y bebieron

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Sube a mí con Aarón, Nadab y Abihú y los setenta ancianos de Israel, y prosternaos a distancia. Después se acercará Moisés solo, no ellos; y el pueblo que no suba». «Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:

«Haremos todo lo que dice el Señor».

Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor.

Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos».

Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos».

Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel: bajo los pies tenía una especie de pavimento, brillante como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, que pudieron contemplar a Dios, y después comieron y bebieron.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 10 (PG 77,1015-1018)

Se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa

¿Puede haber algo más agradable y delicioso para hombres piadosos y deseosos de la verdadera vida, que gozar perpetuamente de Dios y encontrar reposo pensando en él? Porque si los que comen y beben hasta la saciedad y secundan sus fluctuantes caprichos tienen un cuerpo robusto y pletórico de vida, ¿cuánto más quienes se preocupan del alma y se nutren de las tranquilas aguas de la divina predicación, brillarán vestidos del tisú de oro y brocados, como atestigua el profeta?

Pues bien, cuando, de la palestra espiritual, llegamos al final de los misterios vivíficos, y el Señor ha puesto a nuestra disposición, como viático de inmortalidad, dones que superan toda ponderación, ¡ánimo! cuantos en este mundo suspiráis por las delicias de los arcanos, y, hechos partícipes de la vocación celestial, vestidos de una fe sincera como de un vestido nupcial, dirijámonos con presteza a la mística cena. Cristo nos recibe hoy en un banquete, Cristo nos sirve hoy; Cristo, el enamorado de los hombres, nos recrea.

Es tremendo lo que se dice, formidable lo que se realiza. Es inmolado aquel ternero cebado; es sacrificado el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. El Padre se alegra: el Hijo se ofrece espontáneamente al sacrificio, que hoy no ejecutan ya los enemigos de Dios, sino él mismo, para significar que, por la salvación de los hombres, él ha padecido voluntariamente el suplicio. ¿Quieres que te demuestre cómo en lo que acabo de decir se contiene el signo de una realidad concreta?

No te fijes en la brevedad de mis palabras o en nuestra insignificancia, sino en la voz y en la autoridad de quienes con anterioridad predicaron estas cosas. ¿Te das cuenta de la gran dignidad del pregonero? Fíjate ahora y considera la fuerza de cuanto él ha predicho. Dice: La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa. Estas cosas, carísimo, son símbolo de cuanto ahora se realiza. Las delicias de este banquete, espléndido por la magnificencia y variedad de sus manjares, son para ti. Está presente el autor mismo de tal magnificencia, se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa, se ha mezclado el vino. Quien invita es el Rey de la gloria; el maestro de ceremonias es el Hijo de Dios; el Dios encarnado invita al Verbo: la Sabiduría subsistente de Dios Padre, que se construyó un templo no edificado por hombres, es la que distribuye su cuerpo como pan, y su sangre vivificante la escancia como vino. ¡Oh tremendo misterio!, ¡oh inefable designio del divino consejo!, ¡oh irrastreable bondad! El Creador se ofrece como alimento a la criatura, la misma vida se ofrece a los mortales como comida y bebida. Venid, comed mi cuerpo —nos exhorta—, y bebed el vino que he mezclado para vosotros. Yo mismo me he preparado como alimento, yo mismo me he mezclado para quienes lo deseen. Libremente me he encarnado, yo que soy la vida; voluntariamente quise ser partícipe de la carne y de la sangre, yo que soy el Verbo y la impronta hipostática del Padre, para salvaros. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 

Jueves después de la Santísima Trinidad
EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Solemnidad

EVANGELIO

Ciclo A: Jn 6, 51-59

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 272 (Edit Maurist t. 5, 1103-1104)

Cristo consagró en su mesa el misterio de la paz
y de nuestra unidad

Esto que veis sobre el altar de Dios es un pan y un cáliz: de ello dan testimonio vuestros mismos ojos; en cambio, vuestra fe os enseña a ver en el pan el cuerpo de Cristo, y en el cáliz la sangre de Cristo.

Os lo he dicho en breves palabras, y quizá a la fe le sea suficiente; pero la fe desea ser instruida. Podríais ahora replicarme: Nos has mandado que creamos, explícanoslo para que lo entendamos. Puede, en efecto, aflorar este pensamiento en la mente de cualquiera: Sabemos de quién tomó la carne nuestro Señor Jesucristo: de la Virgen María. De niño fue amamantado, alimentado, creció, llegó a la edad juvenil, fue muerto en el madero, fue bajado de la cruz, fue sepultado, resucitó al tercer día y, el día que quiso, subió al cielo llevándose allí su propio cuerpo; de allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos, allí está ahora sentado a la derecha del Padre: ¿cómo el pan puede ser su cuerpo? Y el cáliz, o lo que el cáliz contiene, ¿cómo puede ser su sangre?

Estas cosas, hermanos, se llaman sacramentos, porque una cosa es lo que se ve y otra lo que se sobreentiende. Lo que se ve tiene un aspecto corporal, lo que se sobreentiende posee un fruto espiritual. Si quieres comprender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol dirigiéndose a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros.

Por tanto, si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está colocado vuestro misterio: recibís vuestro misterio. A lo que sois respondéis: Amén, y al responder lo suscribís. En efecto, se te dice: El cuerpo de Cristo, y respondes: Amén. Sé miembro del cuerpo de Cristo y tu Amén será verdadero.

¿Y por qué, pues, en el pan? Para no aportar aquí nada de nuestra cosecha, escuchemos al mismo Apóstol, quien hablando de este sacramento dice: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo. Comprended y alegraos: unidad, verdad, piedad, caridad. El pan es uno: ¿quién es este único pan? Siendo muchos, formamos un solo cuerpo. Tened en cuenta que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Esto es lo que dijo el Apóstol hablando del pan. Qué es lo que hemos de entender por el cáliz nos lo insinúa claramente, aunque sin decirlo. Así como para obtener la especie visible del pan ha habido que fusionar muchos granos en una sola realidad, para que se verifique lo que la Escritura santa dice de los fieles: Todos pensaban y sentían lo mismo, lo mismo sucede con el vino. Recordad, hermanos, cómo se elabora el vino. Son muchos los granos que componen el racimo, pero el zumo de los granos se confunde en una realidad.

Así también, Cristo, el Señor, nos selló a nosotros, quiso que le perteneciéramos, consagró en su mesa el misterio de la paz y de nuestra unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no mantiene el vínculo de la paz, no recibe el misterio en favor suyo, sino como testimonio contra él.
 

Ciclo B: Mc 14, 12-16.22-26

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo. Homilía 82 sobre el evangelio de san Mateo (1: PG 58, 737-739)

He deseado enormemente comer esta comida pascual

Durante la cena, cogió el pan y lo partió. ¿Por qué instituyó este misterio durante la Pascua? Para que deduzcas de todos sus actos que él fue el legislador del antiguo Testamento, y que todas las cosas que en él se contienen fueron esbozadas con vistas a la nueva alianza. Por eso, donde estaba la figura, Cristo entronizó la verdad. La tarde era el símbolo de la plenitud de los tiempos, e indicaba que las cosas estaban tocando ya su fin. Pronunció la bendición, enseñándonos cómo hemos de celebrar nosotros este misterio, mostrando que no va forzado a la pasión y preparándonos a nosotros para que todo cuanto suframos lo sepamos soportar con hacimiento de gracias, y sacando del sufrimiento un refuerzo de la esperanza.

Pues si ya el tipo o la figura fue capaz de liberar de una tan grande esclavitud, con más razón liberará la verdad a la redondez de la tierra y redundará en beneficio de nuestra raza. Por eso Cristo no instituyó antes este misterio, sino tan sólo en el momento en que estaban para cesar las prescripciones legales. Abolió la más importante de las solemnidades judaicas, convocando a los judíos en torno a otra mesa mucho más santa, y dijo: Tomad y comed: esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.

Y ¿cómo no se turbaron al oír esto? Porque ya antes Cristo les había dicho muchas y grandes cosas de este misterio. Por eso ahora no se extiende en explicaciones, pues ya habían oído bastante sobre esta materia. En cambio, sí que les dice cuál es la causa de la pasión: el perdón de los pecados. Llama a su sangre «sangre de la nueva alianza», es decir, de la promesa y de la nueva ley. En efecto, esto es lo que ya antiguamente había prometido y lo confirma la nueva alianza. Y así como la antigua alianza ofreció ovejas y novillos, la nueva ofrece la sangre del Señor. Insinúa además en este pasaje que él tenía que morir: por eso hace alusión al testamento y menciona asimismo el antiguo: de ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera alianza. Nuevamente declara la causa de su muerte: Que será derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y añade: Haced esto en conmemoración mía.

¿No os dais cuenta cómo retrae y aparta a sus discípulos de los ritos judaicos? Que es como si dijera: Vosotros celebrabais aquella cena en conmemoración de los prodigios obrados en Egipto; celebrad la nueva cena en conmemoración mía. Aquella sangre fue derramada para salvar a los primogénitos; ésta, para el perdón de los pecados de todo el mundo. Esta es mi sangre —dice— que será derramada para el perdón de los pecados. Dijo esto, sin duda, tanto para demostrar que la pasión y la muerte son un misterio, como para, de esta forma, consolar nuevamente a sus discípulos.Y así como Moisés dijo: Es ley perpetua para vosotros, así dijo también él: En conmemoración mía, hasta que vuelva. Por eso afirma: He deseado enormemente comer esta comida pascual; es decir, he deseado haceros entrega de esta nueva realidad, daros una pascua con la cual os convertiré en hombres espirituales.

Y él mismo bebió también de él. Para evitar que al oír estas palabras replicasen: ¿Cómo? ¿Vamos a beber sangre y a comer carne?, y se escandalizaran —pues hablando en otra ocasión de este tema, muchos se escandalizaron de sus palabras—; pues bien, para que no tuvieran motivo de escándalo, él es el primero en dar ejemplo, induciéndolos a participar en estos misterios con ánimo tranquilo. Por esta razón, él mismo bebió su sangre.


Ciclo C: Lc 9, llb-17

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 24, sobre la primera carta a los Corintios (4: PG 61, 204-205)

Acerquémonos a Cristo con fervor

Cristo nos dio su carne para saciarnos, invitándonos a una amistad cada vez más íntima. Acerquémonos, pues, a él con fervor y con una ardiente caridad, y no incurramos en castigo. Pues cuanto mayores fueren los beneficios recibidos, tanto más gravemente seremos castigados si nos hiciéramos indignos de tales beneficios.

Los magos adoraron también este cuerpo recostado en un pesebre. Y siendo hombres irreligiosos y paganos, abandonando casa y patria, recorrieron un largo camino, y al llegar, lo adoraron con gran temor y temblor. Imitemos al menos a estos extranjeros nosotros que somos ciudadanos del cielo. Ellos se acercaron efectivamente con gran temor a un pesebre y a una gruta, sin descubrir ninguna de las cosas que ahora te es dado contemplar: tú, en cambio, no lo ves en un pesebre, sino sobre un altar; no contemplas a una mujer que lo tiene en sus brazos, sino al sacerdote que está de pie en su presencia y al Espíritu, rebosante de riqueza, que se cierne sobre las ofrendas. No ves simplemente, como ellos, este mismo cuerpo, sino que conoces todo su poder y su economía de salvación, y nada ignoras de cuanto él ha hecho, pues al ser iniciado, se te enseñaron detalladamente todas estas cosas. Exhortémonos, pues, mutuamente con un santo temor, y demostrémosle una piedad mucho más profunda que la que exhibieron aquellos extranjeros para que, no acercándonos a él temeraria y desconsideradamente, no se nos tenga que caer la cara de vergüenza.

Digo esto no para que no nos acerquemos, sino para que no nos acerquemos temerariamente. Porque así como es peligroso acercarse temerariamente, así la no participación en estas místicas cenas significa el hambre y la muerte. Pues esta mesa es la fuerza de nuestra alma, la fuente de unidad de todos nuestros pensamientos, la causa de nuestra esperanza: es esperanza, salvación, luz, vida. Si con este bagaje saliéramos de aquel sacrificio, con confianza nos acercaríamos a sus atrios sagrados, como si fuéramos armados hasta los dientes con armadura de oro.

¿Hablo quizá de cosas futuras? Ya desde ahora este misterio te ha convertido la tierra en un cielo. Abre, pues, las puertas del cielo y mira; mejor dicho, abre las puertas no del cielo sino del cielo de los cielos, y entonces contemplarás lo que se ha dicho. Todo lo que de más precioso hay allí, te lo mostraré yo aquí yaciendo en la tierra. Pues así como lo más precioso que hay en el palacio real no son los muros ni los techos dorados, sino el rey sentado en el trono real, así también en el cielo lo más precioso es la persona del Rey.

Y la persona del Rey te es dado contemplarla ya ahora en la tierra. Pues no te presento a los ángeles, ni a los arcángeles, ni a los cielos, ni a los cielos de los cielos, sino al mismo Señor de todos ellos. ¿Te das cuenta cómo en la tierra contemplas lo que hay de más precioso? Y no solamente lo ves, sino que además lo tocas; y no sólo lo tocas, sino que también lo comes; y después de haberlo recibido, te vuelves a tu casa. Purifica, por tanto, tu alma, prepara tu menté a la recepción de estos misterios.

 

Viernes posterior al segundo domingo
después de Pentecostés

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 28-39

El amor de Dios, manifestado en Cristo

Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

¿Cabe decir más? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios y que intercede por nosotros?

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como ovejas de matanza». Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 157, sobre las palabras del Apóstol (2-3: PL 38, 860-861)

Dios no perdonó a su propio Hijo

Hermanos, como hombres mansos y humildes, caminad por el camino recto, que nos indica el Señor. De él dice el salmo: Hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Ciertamente, en las dificultades de la presente vida, nadie puede conservar inalterable la paciencia, sin la cual es imposible salvaguardar la esperanza de la vida futura, si no es el hombre manso y humilde, que no opone resistencia a la voluntad de Dios, cuyo yugo es suave y cuya carga es ligera, aunque lo es solamente para los que creen en Dios, esperan en él y le aman.

Así pues, si sois mansos y humildes, no sólo amaréis sus consuelos, sino que soportaréis como buenos hijos incluso sus castigos; de este modo aguardaréis en la paciencia lo que esperáis sin ver. Vivid así, caminad así. Camináis efectivamente en Cristo, que dijo: Yo soy el camino. Cómo haya de caminarse en Cristo debéis aprenderlo no sólo de sus palabras, sino también de su ejemplo.

Y a este su propio Hijo el Padre no lo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, no ciertamente contra su voluntad o ante su oposición, sino queriéndolo igualmente; porque una misma es la voluntad del Padre y del Hijo, dada la igualdad de la naturaleza divina. Siendo, pues, de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; sino que, haciéndose singularmente obediente, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Pues él mismo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor. Así pues, el Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, para que él se entregase a sí mismo por nosotros.

El, el excelso, por medio del cual se hizo todo, fue efectivamente entregado en su condición de esclavo a la vergüenza de la gente y al desprecio del pueblo, a los ultrajes, a los azotes, a la muerte de cruz: él nos enseñó con el ejemplo de su pasión de cuánta paciencia hemos de revestirnos para caminar en él; y con el ejemplo de su resurrección nos ha confirmado en lo que pacientemente hemos de esperar de él.

Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia. Es cierto que esperamos lo que no vemos: pero somos el cuerpo de aquella Cabeza, en la que vemos ya realizadas nuestras actuales esperanzas. En efecto, de él se ha dicho que es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia, el primogénito, y así es el primero en todo. Y de nosotros está escrito: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia, seguros; porque el que resucitó es nuestra cabeza y conserva firme nuestra esperanza.

Y como nuestra cabeza, antes de resucitar, fue flagelado, ha reforzado nuestra paciencia. Pues está escrito: El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. No desmayemos, por tanto, en el castigo, para llegar a las alegrías de la resurrección. Pues hasta tal punto es verdad que castiga a sus hijos preferidos, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.

Teniendo, pues, fija la mirada en aquel que, sin culpa de pecado, fue flagelado, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación, no temamos ser rechazados cuando estamos bajo el peso del castigo; confiemos más bien en ser acogidos en base a la justificación.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS

 

Viernes posterior al segundo domingo
después de Pentecostés
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Solemnidad

EVANGELIO


Ciclo A: Mt 11, 25-30

HOMILÍA

San Buenaventura, El árbol de la vida (Opúsculo 3, 29-30.47: Opera omnia 8, 79)

En ti está la fuente viva

Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es este que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!

Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.

Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.

Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:

«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!

¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable! De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz».


Ciclo B: In 19, 31-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 213 (18: Edit Maurist 5, 942)

La lanza traspasó el costado de Cristo
y manó nuestro precio

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. Fíjate lo poco que cuesta pronunciar estas palabras y lo profundo que es su significado. Es Dios y es Padre: Dios por el poder, Padre por su bondad. ¡Qué felices somos los que en Dios hemos hallado a nuestro Padre! Creamos, pues, en él y prometámonos todo de su misericordia, porque es todopoderoso: por eso creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso.

Que nadie diga: no me puede perdonar los pecados. ¿Cómo no va a poder el todopoderoso? Pero insistes: he pecado mucho. Y yo te replico: pero es todopoderoso. Y tú vuelves a la carga: He cometido tales pecados, que nunca podré ser liberado o purificado. Respondo: y sin embargo, él es todopoderoso.

En el Símbolo decimos también: en el perdón de los pecados. Si esto no se diese en la Iglesia, no habría ninguna esperanza. Si en la Iglesia no hubiera perdón de los pecados, no habría ninguna esperanza de vida futura y de eterna liberación. Damos gracias a Dios por haber otorgado a la Iglesia este don.

He aquí que pronto os acercaréis a la fuente santa, seréis purificados en el bautismo, quedaréis renovados por el saludable baño del segundo nacimiento; al salir de aquel baño, estaréis limpios de todo pecado.

Todo el pasado que os perseguía será allí cancelado. Vuestros pecados eran semejantes a los egipcios que salieron en persecución de los israelitas: los persiguieron, pero hasta el mar Rojo. ¿Qué significa hasta el mar Rojo? Hasta la fuente bautismal consagrada por la cruz y la sangre de Cristo. Pues lo que es rojo, enrojece. ¿No ves cómo enrojece la heredad de Cristo? Pregunta a los ojos de la fe. Si ves la cruz, fíjate también en la sangre; si ves lo que cuelga, fijate en lo que derramó. La lanza traspasó el costado de Cristo y manó nuestro precio. Por eso, el bautismo, es decir, el agua en que sois inmersos, va marcado con el signo de Cristo, y es como si atravesareis el mar Rojo. Vuestros pecados son vuestros enemigos: os siguen, pero hasta el mar.

Una vez que hayáis entrado, vosotros saldréis, pero ellos serán aniquilados: lo mismo que ocurrió con los israelitas: ellos caminaban a pie enjuto, mientras que a los egipcios los cubrió el agua. Y ¿qué dice la Escritura? Y ni uno solo se salvó. Sean muchos o pocos tus pecados, sean graves o leves: ni el más pequeño se salvó. Pero como quiera que nuestra victoria se sitúa en este mundo, en el que nadie puede vivir sin pecado, el perdón de los pecados no es exclusivo de la sola ablución bautismal, sino que está también vinculado a la oración dominical y cotidiana, que recibiréis a los ocho días. En ella encontraréis algoasí como vuestro bautismo de cada día, para que podáis dar gracias a Dios, que otorgó a su Iglesia este don.


Ciclo C: Lc 15, 3-7

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 22, 3.27-30: CSEL 62, 489-490.502-504; PL 15, 1512.1520-1521)

Ven, Señor, busca a tu oveja

En su evangelio, el mismo Señor Jesús aseguró que el pastor deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la descarriada. Es la oveja centésima de la que se dice que se había descarriado: que la misma perfección y plenitud del número te instruya y te informe. No sin razón se le da la preferencia sobre las demás, pues es más valioso un consciente retorno del mal que un casi total desconocimiento de los mismos vicios. Pues el haber enmendado el alma enfangada en el vicio, liberándola de las trabas de la concupiscencia, no solamente es indicio de una virtud consumada, sino que es, además, signo eficaz de la presencia de la divina gracia. Ahora bien, enmendar el futuro es incumbencia de la atención humana; condonar el pretérito es competencia del divino poder.

Una vez encontrada la oveja, el pastor la carga sobre sus hombros. Considera atentamente el misterio: la oveja cansada halla el reposo, pues la extenuada condición humana no puede recuperar las fuerzas sino en el sacramento de la pasión del Señor y de la sangre de Jesucristo, que lleva a hombros el principado; de hecho, en la cruz cargó con nuestras enfermedades, para aniquilar en ella los pecados de todos. Con razón se alegran los ángeles, porque el que antes erró, ya no yerra, se ha olvidado ya de su error.

Me extravié como oveja perdida: busca a tu siervo, que no olvida tus mandatos. Busca a tu siervo, pues la oveja descarriada ha de ser buscada por el pastor, para que no perezca. Ahora bien: el que se extravió puede volver al camino, puede ser reconducido al camino. Ven, pues,

Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja extenuada; ven, pastor, guía a José como a un rebaño. Se extravió una oveja tuya mientras tú te detenías, mientras discurrías por los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven en busca de la descarriada. Ven, pero no con la vara, sino con la caridad y la mansedumbre del Espíritu.

Búscame, pues yo te busco. Búscame, hállame, recíbeme, llévame. Puedes hallar al que tú buscas; te dignas recibir al que hubieres encontrado, y cargar sobre tus hombros al que hubieras acogido. No te es enojosa esta piadosa carga, no te es oneroso transportar la justicia. Ven, pues, Señor, pues si es verdad que me extravié, sin embargo no olvidé tus mandatos; tengo mi esperanza puesta en la medicina. Ven, Señor, pues eres el único capaz de reconducir la oveja extraviada; y a los que dejares, no les causarás tristeza, y a tu regreso ellos mismos mostrarán a los pecadores su alegría. Ven a traer la salvación a la tierra y alegría al cielo.

Ven, pues, y busca a tu oveja, no ya por mediación de tus siervos o por medio de mercenarios, sino personalmente. Recíbeme en la carne, que decayó en Adán. Recíbeme como hijo no de Sara, sino de María, para que sea una virgen incorrupta, pero virgen de toda mancha de pecado por la gracia. Llévame sobre la cruz, que es salvación para los extraviados: sólo en ella encuentran descanso los fatigados, sólo en ella tienen vida todos los que mueren.

 

SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO

En lugar del domingo 1 del tiempo ordinario se celebra la fiesta del Bautismo del Señor.



LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Génesis 1, 1-2, 4a

La creación del cielo y de la tierra

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla: llamó Dios a la luz «día», y a la tiniebla «noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

Y dijo Dios: Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas. E hizo Dios una bóveda y separó las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda. Y así fue. Y llamó Dios a la bóveda «cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

Y dijo Dios: Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezcan los continentes. Y así fue. Y llamó a los continentes «tierra», y a la masa de las aguas la llamó «mar». Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: Verdee la tierra hierba verde, que engendre semilla y árboles frutales que den fruto según su especie, y que lleven semilla sobre la tierra. Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.

Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

Y dijo Dios: que existan lumbreras en la bóveda del cielo para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en la bóveda del cielo para dar luz sobre la tierra. Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, y la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

Y dijo Dios: Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros que vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo. Y creó Dios los cetáceos y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y Dios los bendijo diciendo: Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen sobre la tierra. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

Y dijo Dios: Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies. Y así fue. E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los reptiles según sus especies. Y vio Dios que era bueno.

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.

Y dijo Dios: Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra, y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra –a todo ser que respira–, la hierba verde les servirá de alimento. Y así fue.

Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día' sexto.

Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él descansó de todo el trabajo que Dios había hecho cuando creó.

Esta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 13 sobre el libro del Génesis (4: PG 12, 234-235)

Purificados por su palabra, Dios hace resplandecer en
nosotros la imagen del hombre celestial

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. El pintor de esta imagen es el Hijo de Dios. Y por tratarse de un pintor tan grande y de tanta calidad, su imagen puede ser afeada por la incuria, pero no borrada por la malicia. Pues la imagen de Dios permanece siempre en ti, aun cuando tú mismo superpongas la imagen del hombre terreno. Esta imagen del hombre terreno, que Dios no dibujó en ti, tú mismo te la vas pintando mediante la variada gama de tipos de malicia, cual si de una combinación de diversos colores se tratara. Por eso hemos de suplicar a aquel que dice por boca del profeta: He disipado como niebla tus rebeliones; como nube, tus pecados. Y cuando haya borrado en ti todos estos colores procedentes de los fraudes de la malicia, entonces resplandecerá en ti la imagen creada por Dios. Ya ves cómo las sagradas Escrituras traen a colación formas y figuras mediante las cuales aprenda el alma a conocerse y a purificarse a sí misma.

¿Quieres contemplar todavía esta imagen desde otra perspectiva? Hay cartas que Dios escribe y cartas que escribimos nosotros. Las cartas del pecado las escribimos nosotros. Escucha cómo se expresa el Apóstol: Borró —dice— el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Esto que el Apóstol llama protocolo, fue la caución de nuestros pecados. Pues cada uno de nosotros es deudor de aquello en que delinque y escribe la carta de sus pecados. Pues en el juicio de Dios —cuya apertura describe Daniel—, dice que se abrieron los libros, aquellos sin duda que contienen los pecados de los hombres. Estos libros los escribimos nosotros con las culpas que cometemos. Por donde consta que nuestras cartas las escribe el pecado; las de Dios, la justicia. Así, en efecto, lo dice el Apóstol: Vosotros sois una carta, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. Tienes, pues, en ti la carta de Dios, y la carta del Espíritu Santo. Pero si pecas, tú mismo firmas el protocolo del pecado.

Pero fíjate que con sólo acercarte una vez a la cruz de Cristo y a la gracia del bautismo, tu protocolo fue clavado en la cruz y borrado en la fuente bautismal. No vuelvas a escribir nuevamente lo que fue borrado, ni restaures lo que ha sido abolido; conserva en ti únicamente la carta de Dios; que permanezca en ti la Escritura del Espíritu Santo.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 2, 4b-25

La creación del hombre en el paraíso

Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia a la tierra, ni había hombre que cultivase el campo. Sólo un manantial salía del suelo y regaba la superficie del campo.

Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos: el primero se llama Pisón y rodea todo el territorio de Javilá, donde se da el oro; el oro del país es de calidad, y también se dan allí ámbar y ónice. El segundo río se llama Guijón, y rodea todo el país de Cus. El tercero se llama Tigris, y corre al este de Asiria. El cuarto es el Éufrates.

El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato al hombre: Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él tendrás que morir.

El Señor Dios se dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude».

Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre les pusiera.

Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.

Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. Y el hombre dijo:

—¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre.

Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

Los dos estaban desnudos, el hombre y la mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Libro sobre el Paraíso (1, 2-2, 6: CSEL 32, 266-267)

El Señor colocó al hombre en el paraíso como el sol
en el cielo, a la espera del reino de los cielos

El Señor plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

Puesto que leemos en el Génesis que Dios plantó un jardín hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado, hemos dado ya con el autor de este jardín. ¿Quién si no pudo crear un jardín sino el Dios omnipotente que lo dijo, y existió, el que no necesita nada de lo que se dignó crear? Fue él efectivamente el que plantó el jardín del que dice la Sabiduría: la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz. Buena es la plantación de los ángeles, buena la de los santos; se ha dicho, en efecto, que en aquel futuro reinado de la paz, los santos —que son figura de los ángeles— se sentarán bajo su parra y su higuera sin sobresalto.

Tenemos, pues, un jardín en el que abundan los árboles y los árboles frutales, árboles pletóricos de savia y vigor, de los que se ha escrito: Aclaman los árboles del bosque, árboles en perpetua floración a causa del frescor de los méritos, como aquel árbol plantado al borde de la acequia, cuyas hojas no se marchitan, porque todo él es fruto exuberante. Este es, pues, el jardín.

El paraje donde plantó el jardín se llama «delicias». Por lo cual dice el santo David: les das a beber del torrente de tus delicias. Has leído que en Edén nacía un río que regaba el jardín. Así pues, estos árboles plantados en el jardín son regados como por el flujo del torrente del espíritu. De él se dice igualmente en otro lugar: el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Se refiere a aquella ciudad, la Jerusalén de arriba que es libre, en la que pululan los diversos méritos de los santos. En este jardín colocó Dios al hombre que había plasmado. Y ten presente ya desde ahora que el hombre que Dios colocó en el jardínno es el hombre creado a imagen de Dios, sino el hombre en cuanto ser corpóreo; lo incorpóreo no puede ubicarse.

Y lo colocó en el jardín como el sol en el cielo, a la espera del reino de los cielos, como la creación está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Ahora bien, si jardín es el lugar donde habían brotado matorrales, puede decirse que el jardín es el alma que multiplica la semilla recibida, en la que una a una se plantan las virtudes, en la que estaba también el árbol de la vida, esto es, la sabiduría, como dice Salomón: la sabiduría no procede de la tierra, sino del Padre; pues es el reflejo de la luz eterna y emanación de la gloria del Omnipotente.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 3, 1-24

El primer pecado

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer:

–¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?

La mujer contestó a la serpiente:

–Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: «No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte».

La serpiente replicó a la mujer:

–No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.

La mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; y cogió un fruto, comió, se lo alargó a su marido, y él también comió.

Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Oyeron al Señor que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa; el hombre y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre:

–¿Dónde estás?

El contestó:

–Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.

El Señor Dios le replicó:

—¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que yo te prohibí comer? Adán respondió:

—La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.

El Señor Dios dijo a la mujer:

—¿Qué es lo que has hecho?

Ella respondió:

—La serpiente me engañó, y comí.

El Señor Dios dijo a la serpiente:

—Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.

A la mujer le dijo:

—Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará. Al hombre le dijo:

—Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotarán para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.

El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

El Señor Dios hizo pellizas para el hombre y su mujer y se las vistió.

Y el Señor Dios dijo:

-Mirad, el hombre es ya como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a echarle mano al árbol de la vida, coja de él, coma y viva para siempre.

Y el Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde le había sacado. Echó al hombre, y al oriente del jardín colocó a los querubines y la espada llameante que se agitaba, para cerrar el camino del árbol de la vida.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Carta primera (PG 77, 27-30)

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo para
que recibiéramos el ser hijos por adopción

Al introducir en el mundo a su primogénito, dice Dios: «Adórenlo todos los ángeles». Nosotros, en cambio, aunque estemos ungidos por el Espíritu Santo, seamos, por la gracia, contados entre los hijos de Dios y hasta se nos llame en ocasiones dioses, no olvidamos, sin embargo, la mediocridad de nuestra naturaleza. Procedemos efectivamente de la tierra y somos contados entre los siervos; mientras que él no está supeditado a las leyes de nuestra naturaleza, sino que, siendo Hijo por naturaleza y en verdad, es el Señor de todo el universo, y se ha dignado bajar desde los cielos hasta nosotros.

Los que hemos decidido mantenernos dentro de la ortodoxia, no osemos afirmar que Dios sea el padre de la carne, ni tampoco que la naturaleza divina ha nacido de una mujer antes de revestirse de la naturaleza humana: afirmamos que al Verbo, que de Dios tiene la naturaleza, y al hombre que nació perfecto de la Virgen santa, coincidiendo en la unidad, lo adoraremos como un único Señor y Cristo Jesús; de forma que a este único ni le excluyamos de la esfera de la divinidad en razón de la carne asumida, ni le incluyamos en los límites de la sola naturaleza humana en razón de la semejanza que comparte con nosotros.

Bien sentada esta doctrina, es fácil comprender por qué razón el Verbo, engendrado por Dios, soportó el voluntario anonadamiento, por qué motivo él, que por su naturaleza era libre, tomando la condición de siervo, se rebajó a sí mismo; de qué modo, finalmente, tiende una mano a los hijos de Abrahán y el Verbo-Dios se hace partícipe de la carne y de la sangre.

Porque si le consideramos como mero hombre semejante a nosotros, ¿cómo puede tender una mano a los hijos de Abrahán, como a algo naturalmente extraño y diferente de él? ¿Cómo pudo afirmarse que participó de nuestra propia carne, por la que se parece en todo a sus hermanos? Ya que quien se asemeja a otro, debe pasar de una forma desemejante a otra semejante.

Tendió, pues, el Verbo una mano a los hijos de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es sólo Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros. Ciertamente el Emmanuel está constituido por estas dos realidades, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también san Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 4, 1-24
Consecuencias del pecado

El hombre se llegó a Eva, su mujer; ella concibió, dio a luz a Caín, y dijo:

–He adquirido un hombre con la ayuda del Señor.

Después dio a luz a Abel, el hermano. Abel era pastor de ovejas, y Caín trabajaba en el campo..

Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del campo, y Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, y no se fijó en Caín ni en su ofrenda; por lo cual Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín:

—¿Por qué te enfureces y andas abatido? Cierto, si obraras bien, estarías animado; pero si no obras bien, el pecado acecha a tu puerta; y aunque viene por ti, tú puedes dominarlo.

Caín dijo a su hermano Abel:

—Vamos al campo.

Y cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató.

El Señor dijo a Caín:

—¿Dónde está Abel, tu hermano?

Respondió Caín:

—No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano? El Señor le replicó:

–¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Aunque trabajes la tierra, no volverá a darte su fecundidad. Andarás errante y perdido por el mundo.

Caín contestó al Señor:

—Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Hoy me destierras de aquí; tendré que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo; el que tropiece conmigo, me matará.

El Señor le dijo:

—El que mate a Caín lo pagará siete veces.

Y el Señor puso una señal a Caín para que, si alguien tropezase con él, no lo matara.

Caín salió de la presencia del Señor y habitó en Tierra Perdida, al este de Edén.

Caín se unió a su mujer, que concibió y dio a luz a Henoc. Caín edificó una ciudad y le puso el nombre de su hijo, Henoc.

Henoc engendró a Irad, Irad a Mejuyael, éste a Metusael y éste a Lamec.

Lamec tomó dos mujeres: una llamada Ada y otra llamada Sila. Ada dio a luz a Yabal, el antepasado de los pastores nómadas; su hermano se llamaba Yubal, el antepasado de los que tocan la cítara y la flauta.

Sila a su vez dio a luz a Tubalcaín, forjador de herramientas de bronce y hierro; tuvo una hermana que se llamaba Preciosa.

Lamec dijo a Ada y Sila, sus mujeres:

–Escuchadme, mujeres de Lamec, prestad oído a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz. Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete.

Adán se llegó otra vez a su mujer, que concibió, dio a luz un hijo y lo llamó Set, pues dijo:

–El Señor me ha dado un descendiente a cambio de Abel, asesinado por Caín.

También Set tuvo un hijo, que se llamó Enós, el primero que invocó el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 39 (11-14: PL 14, 1061-1062)

El sacrificio del justo Abel significó que el Señor Jesús iba
a ofrecerse por nosotros

Al comienzo del Libro está escrito de mí. Efectivamente, al comienzo del antiguo Testamento está escrito de Cristo que vendría para hacer la voluntad de Dios Padre relativa a la redención de los hombres, cuando se dice que Dios formó a Eva –figura de la Iglesia– como auxiliar del hombre. ¿Dónde si no podríamos encontrar ayuda mientras nos hallamos sometidos a la debilidad de nuestro cuerpo y a las turbulencias del mundo actual, más que en la gracia propia de la Iglesia, y en nuestra fe por la cual vivimos?

Al comienzo del Libro está escrito: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Quién sea este que así habla o a qué se refiere este sacramento, escucha a Pablo cuando dice: Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Por eso exhorta al hombre a que ame a su mujer como Cristo ama a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. ¿Puede haber salvación mayor que estar con Cristo y adherirse a él en una concreta unidad corporal, en la que no hay mancha ni huella alguna de pecado?

Al comienzo del Libro está escrito que Dios se fijó en la ofrenda del justo Abel, pero no se fijó en la ofrenda del fratricida. ¿No significó abiertamente que el Señor Jesús iba a ofrecerse por nosotros, para consagrar en su pasión la gracia del nuevo sacrificio y abolir el rito del pueblo fratricida? ¿Hay algo más expresivo que el hecho mismo de que el santo Patriarca ofreciera al hijo e inmolara un carnero? ¿No manifestó abiertamente que habría de ser la carne, y no la divinidad del Unigénito de Dios, la que tendría que ser sometida al tormento de la sagrada pasión?

Al comienzo del Libro está escrito que iba a venir un hombre con poder sobre las potestades celestiales. Lo cual se cumplió cuando el Señor Jesús vino a la tierra y los ángeles lo servían, como él mismo se dignó decir: Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Al comienzo del Libro está escrito: Será un cordero sin defecto, macho, de un año; toda la asamblea lo matará. Quién sea este cordero, lo habéis oído cuando se nos decía: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es el que fue muerto por todo el pueblo judío y todavía hoy sigue odiándole con odio implacable. Y ciertamente convenía que muriera por todos, para que en su cruz se llevara a cabo el perdón de los pecados y su sangre lavara las inmundicias del mundo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 6, 5-22; 7, 17-24
El castigo de Dios por el diluvio

Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón. Y dijo:

—Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado; al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me pesa de haberlos hecho.

Pero Noé alcanzó el favor del Señor.

Descendientes de Noé: Noé fue en su época un hombre recto y honrado y procedía de acuerdo con Dios, y engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet.

La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de crímenes. Dios vio la tierra corrompida, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder.

El Señor dijo a Noé:

—Veo que todo lo que vive tiene que terminar, pues por su culpa la tierra está llena de crímenes; los voy a exterminar con la tierra. Tú fabrícate un arca de madera resinosa con compartimientos, y calafatéala por dentro y por fuera. Sus dimensiones serán: ciento cincuenta metros de largo, veinticinco de ancho y quince de alto. Haz un tragaluz a medio metro del remate; una puerta al costado y tres cubiertas superpuestas. Voy a enviar el diluvio a la tierra, para que extermine a todo viviente que respira bajo el cielo; todo lo que hay en la tierra perecerá. Pero hago un pacto contigo: Entra en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres. Toma una pareja de cada viviente, es decir, macho y hembra, y métela en el arca, para que conserve la vida contigo: pájaros por especies, cuadrúpedos por especies, reptiles por especies; de cada una entrará una pareja contigo para conservar la vida. Reúne toda clase de alimentos y almacénalos para ti y para ellos.

Noé hizo todo lo que le mandó Dios.

El diluvió cayó durante cuarenta días sobre la tierra. El agua al crecer levantó el arca, de modo que iba más alta que el suelo.

El agua se hinchaba y crecía sin medida sobre la tierra, y el arca flotaba sobre el agua; el agua crecía más y más sobre la tierra, hasta cubrir las montañas más altas bajo el cielo; el agua alcanzó una altura de siete metros y medio por encima de las montañas. Y perecieron todos los seres vivientes que se mueven sobre la tierra: aves, ganado y fieras y todo lo que bulle en la tierra; y todos los hombres. Todo lo que respira por la nariz con aliento de vida, todo lo que había en la tierra firme murió. Quedó borrado todo lo que se yergue sobre el suelo; hombres, ganado, reptiles y aves del cielo fueron borrados de la tierra; sólo quedó Noé y los que estaban con él en el arca.

El agua dominó sobre la tierra ciento cincuenta días.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 22 sobre el Evangelio de san Lucas (7-10: SC 87. 306-308)

Producid el fruto que la conversión pide

Sobre nuestro siglo pende la amenaza de una gran ira: todo el mundo deberá sufrir la ira de Dios. La ira de Dios provocará la subversión de la inmensidad del cielo, de la extensión de la tierra, de las constelaciones estelares, del resplandor del sol y de la nocturna serenidad de la luna. Y todo esto sucederá por culpa de los pecados de los hombres. En todo tiempo, es verdad, la cólera de Dios se desencadenó únicamente sobre la tierra, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder; ahora, en cambio, la ira de Dios va a descargar sobre el cielo y la tierra: los cielos perecerán, tú permaneces –se dirige a Dios–, se gastarán como la ropa. Considerad la calidad y la extensión de la ira que va a consumir el mundo entero y a castigar a cuantos son dignos de castigo: no le va a faltar materia en que ejercerse. Cada uno de nosotros suministramos con nuestra conducta materia a la ira. Dice, en efecto, san Pablo a los Romanos: Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios

¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Producid el fruto que la conversión pide. También a vosotros que os acercáis a recibir el bautismo, se os dice: producid el fruto que la conversión pide. ¿Queréis saber cuáles son los frutos que la conversión pide? El amor es fruto del Espíritu, la alegría es fruto del Espíritu, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad la amabilidad, el dominio de sí y otras cualidades por el estilo. Si poseyéramos todas esas virtudes, habríamos producido los frutos que la conversión pide.

Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. Juan, el último de los profetas, profetiza aquí el rechazo del primer pueblo y la vocación de los paganos. A los judíos, que estaban orgullosos de Abrahán, les dice en efecto: Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; y refiriéndose a los paganos, añade: Porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. ¿De qué piedras se trata? No apuntaba ciertamente a piedras inanimadas y materiales: se refería más bien a los hombres insensibles y antaño obstinados que por haber adorado ídolos de piedra y de madera, se cumplió en ellos aquello que de los tales se canta en el salmo: Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos.

Realmente los que hacen y confían en los ídolos pueden parangonarse con sus dioses: insensibles e irracionales, se han convertido en piedras y leños. No obstante ver en la creación un orden, una armonía y una disciplina admirables; a pesar de ver la sorprendente belleza del cosmos, se niegan a reconocer al Creador a partir de la criatura; noquieren admitir que una organización tan perfecta postula una Providencia que la dirija: son ciegos y sólo ven el mundo con los ojos con que lo contemplan los jumentos y las bestias irracionales. No admiten la presencia de una razón, en un modo manifiestamente regido por la razón.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesís 8, 1 -22

El fin del diluvio

Entonces Dios se acordó de Noé y de todas las fieras y ganados que estaban con él en el arca; hizo soplar el viento sobre la tierra, y el agua comenzó a bajar; se cerraron las fuentes del océano y las compuertas del cielo, y cesó la lluvia del cielo. El agua se fue retirando de la tierra y disminuyó, de modo que a los ciento cincuenta días, el día diecisiete del mes séptimo, el arca encalló en el monte de Ararat.

El agua fue disminuyendo hasta el mes décimo, y el día primero de ese mes asomaron los picos de las montañas. Pasados cuarenta días, Noé abrió el tragaluz que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que voló de un lado para otro, hasta que se secó el agua de la tierra. Después soltó la paloma, para ver si el agua sobre la superficie estaba ya somera. La paloma, no encontrando dónde posarse, volvió al arca con Noé, porque todavía había agua sobre la superficie. Noé alargó el brazo, la agarró y la metió consigo en el arca. Esperó otros siete días y de nuevo soltó a la paloma desde el arca; ella volvió al atardecer con una hoja de olivo en el pico. Noé comprendió que el agua sobre la tierra estaba somera; esperó otros siete días, y soltó la paloma, que ya no volvió.

El año seiscientos uno, el día primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió el tragaluz del arca, miró y vio que la superficie estaba seca; el día diecisiete del mes segundo la tierra estaba seca.

Entonces dijo Dios a Noé:

–Sal del arca con tus hijos, tu mujer y tus nueras; todos los seres vivientes que estaban contigo, todos los animales, aves, cuadrúpedos o reptiles, hazlos salir contigo, para que bullan por la tierra y crezcan y se multipliquen en la tierra.

Salió, pues, Noé con sus hijos, su mujer y sus nueras; y todos los animales, cuadrúpédos, aves y reptiles salieron por grupos del arca.

Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar. El Señor olió el aroma que aplaca y se dijo:

—No volveré a maldecir la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud. No volveré a matar a los vivientes como acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 19 (3: CCL 41, 253-254) Han cambiado los signos, no la fe

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: leemos en efecto: Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero, ¿es que vas a prescindir del sacrificio?, ¿no vas a ofrecer nada?, ¿no vas a aplacar a Dios con alguna oblación? ¿Qué es lo que acabas de decir? Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Continúa, escucha y di: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Rechazando lo que ofrecías, has comprendido lo que has de ofrecer.

Ofrecías —según la tradición de los padres— víctimas de tus rebaños, que llevaban el nombre de sacrificios. Si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. No te interesan aquellos sacrificios, y no obstante buscas un sacrificio. Tu pueblo te dice: ¿Qué he de ofrecer, si no ofrezco lo queofrecía? El pueblo, efectivamente, es el mismo: unos mueren, otros nacen, pero el pueblo sigue siendo el mismo. Han cambiado los signos, no la fe. Han cambiado los signos con los que se significaba otra cosa, no la cosa significada. El carnero, el cordero y el cabrito significaban a Cristo: todo simbolizaba a Cristo.

El carnero, porque guía al rebaño: es el mismo que apareció enredado en las zarzas, cuando al padre Abrahán se le ordenó perdonar al hijo, pero no abandonar aquel lugar sin haber antes ofrecido un sacrificio. Isaac era Cristo, y el carnero era Cristo. Isaac llevaba la leña de su propio sacrificio: Cristo cargó con su propia cruz. El carnero ocupó el puesto de Isaac; Cristo no se sustituyó a sí mismo. Pero en Isaac y en el carnero está prefigurado Cristo.

El carnero estaba enredado en las zarzas por los cuernos; pregunta a los judíos dónde colocaron ellos la corona del Señor. Es cordero: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es toro: observa los cuernos de la cruz. Es cabrito por su condición pecadora como la nuestra. Todo esto está velado mientras sopla la brisa y las sombras se alargan.

Así pues, los antiguos padres creyeron en el mismo Cristo, el Señor; y no sólo en cuanto Verbo, sino en cuanto que, el hombre Cristo Jesús, es el mediador entre Dios y los hombres. Creyeron y, con su predicación y sus profecías, nos han transmitido esa misma fe. Por eso dice el Apóstol: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé».

Pues bien: cuando el santo David decía: Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías, se ofrecían aquellos sacrificios, que ahora ya no se ofrecen. Por tanto, mientras cantaba, profetizaba; despreciaba los presentes, preveía los futuros. Si te ofreciera un holocausto –dice–, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedarte sin sacrificios? De ningún modo.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.

 

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 9, 1-17

Pacto de Dios con Noé y su descendencia

Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciéndoles:

Creced, multiplicaos y llenad la tierra. Todos los animales de la tierra os temerán y os respetarán: aves del cielo, reptiles del suelo, peces del mar están en vuestro poder. Todo lo que vive y se mueve os servirá de alimento: os lo entrego, lo mismo que los vegetales. Pero no comáis carne con sangre, que es su vida. Pediré cuentas de vuestra sangre y vida, se las pediré a cualquier animal; y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano. Si uno derrama la sangre de un hombre, otro derramará la suya; porque Dios hizo al hombre a su imagen. Vosotros creced y multiplicaos, moveos por la tierra y dominadla.

Dijo Dios a Noé y a sus hijos:

—Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

Y ,Dios añadió:

—Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes. Saldrá el arco en las nubes, y al verlo recordaré mi pacto perpetuo: Pacto de Dios con todos los seres vivos con todo lo que vive en la tierra.

Dios dijo a Noé:

–Esta es la señal del pacto que hago con todo lo que vive en la tierra.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Comienza la carta a los Corintios (1: Funk 1,61-62)

Gracia y paz a vosotros de parte del Dios omnipotente

La Iglesia de Dios que peregrina en Roma, a la Iglesia de Dios que peregrina en Corinto: a los llamados y consagrados en la voluntad de Dios por nuestro Señor Jesucristo. Que la gracia y la paz se multipliquen entre vosotros de parte de Dios omnipotente por mediación de Jesucristo.

A causa de las súbitas y sucesivas calamidades y adversidades que nos han sobrevenido, consideramos, hermanos, habernos demorado demasiado en interesarnos de los problemas controvertidos entre vosotros. Nos referimos, queridos, a la impía y detestable sedición, absolutamente impropia de los elegidos de Dios, suscitada por un puñado de hombres audaces y temerarios con una insolencia tal, que vuestro nombre, celebrado e ilustre y digno de ser amado por todos, ha venido a ser gravemente ultrajado.

Porque, ¿quién que haya convivido un tiempo entre vosotros, no se hizo lenguas de vuestra fe adornada de todas las virtudes, firme y estable? ¿Quién no admiró vuestra sobria y modesta piedad para con Cristo? ¿Quién no encomió vuestro espléndido y generoso sentido de la hospitalidad? ¿Quién no os felicitó por vuestro conocimiento, cabal y seguro?

Todo lo hacíais ciertamente sin discriminaciones y caminabais según la ley de Dios, sumisos a vuestros dirigentes, tributando el debido honor a los presbíteros constituidos entre vosotros; recomendabais a vuestros jóvenes sentimientos de moderación y honestidad; mandasteis a las mujeres que se comportaran en todo con una conciencia intachable, honesta y casta, amando, sinceramente a sus maridos, y, manteniéndose dentro de los límites de la acostumbrada sumisión, les enseñasteis a administrar con seriedad los asuntos domésticos, conduciéndose con absoluta honestidad.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 11, 1-26

La dispersión del género humano

Toda la tierra hablaba una sola lengua con las mismas palabras. Al emigrar el hombre de oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros:

—Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos (emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de cemento). Y dijeron:

—Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos famosos, y para no dispersarnos por la superficie de la tierra.

El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres y se dijo:

—Son un solo pueblo con una sola lengua. Si esto no es más que el comienzo de su actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Voy a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo.

El Señor los dispersó por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.

Tenía Sem cien años cuando engendró a Arfaxad, dos años después del diluvio; después vivió quinientos años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Arfaxad treinta y cinco años cuando engendró a Sélaj; después vivió cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Sélaj treinta años cuando engendró a Héber; después vivió cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Héber treinta y cuatro años cuando engendró a Péleg; después vivió cuatrocientos treinta años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Péleg treinta años cuando engendró a Reú; des pués vivió doscientos nueve años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Reú treinta y dos años cuando engendró a Sarug; después vivió doscientos siete años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Sarug treinta años cuando engendró a Najor; después vivió doscientos años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Najor veintinueve años cuando engendró a Téraj; después vivió ciento diecinueve años, y engendró hijos e hijas.

Tenía Téraj setenta años cuando engendró a Abrán, Najor y Harán.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (2-3: Funk 1, 63-65)

Sed solícitos día y noche por la fraternidad universal

Todos erais humildes, completamente curados de la vanagloria, más amigos de obedecer que de mandar, más solícitos en dar que en recibir. Contentos con el viático de Cristo y cordialmente atentos a su enseñanza, habíais diligentemente aceptado sus palabras con amor, teniendo siempre ante vuestros ojos sus padecimientos.

De suerte que a todos vosotros os fue otorgada una paz profunda y radiante, junto con un insaciable deseo de hacer el bien. Sobre todos descendió además la plena efusión del Espíritu Santo; y llenos de su santa decisión y de una sincera disposicion de ánimo, levantabais con piadosa confianza vuestras manos al Dios omnipotente, suplicándole os fuera propicio si es que en algo involuntariamente habíais pecado.

Día y noche os mostrabais solícitos por la fraternidad universal, para que los elegidos de Dios obtuvieran la salvación mediante la misericordia y la conciencia. Erais sinceros y sencillos, perdonándoos mutuamente las ofensas. Teníais por abominable todo cuanto oliese a sedición o ruptura; os dolíais de los pecados de los demás y considerabais como vuestros sus propios defectos. Jamás os arrepentisteis de haber hecho el bien, dispuestos a toda forma de trabajo honrado. Adornados de un comportamiento virtuoso en toda la línea y digno de veneracibn, os conducíais según el temor de Dios, cuyos mandamientos y preceptos llevabais escritos en la amplitud de vuestro corazón.

Se os había otorgado todo el honor y la amplitud de corazón, y se cumplió lo escrito: Comió y bebió hasta saciarse, engordó mi cariño, y tiró coces. De aquí nacieron celos y envidias, contiendas y bandos, persecuciones y sediciones, guerra y cautividad. Así los sin honor se alzaron contra los honrados, los sin gloria contra los cubiertos de gloria, los necios contra los sabios, los jóvenes contra los ancianos. Por esta razón, se exiliaron la justicia y la paz, por haber cada cual abandonado el temor de Dios y haberse oscurecido su fe; por no andar por los caminos de sus mandamientos, ni vivir una vida digna de Cristo. Cada uno marcha más bien tras los apetitos de su depravado corazón, reasumiendo aquella inicua e impía envidia por la que la muerte entró en el mundo.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 12, 1-9; 13, 2-18 Vocación y bendición de Abrán

El Señor dijo a Abrán:

—Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.

Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

Abrán llevó consigo a Saray, su mujer; a Lot, su sobrino; todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Jarán. Salieron en dirección de Canaán y llegaron a la tierra de Canaán.

Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén y llegó a la encina de Moré (en aquel tiempo habitaban allí los cananeos).

El Señol se apareció a Abrán y le dijo:

—A tu descendencia le daré esta tierra.

El construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido.

Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante; construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor.

Abrán se trasladó por etapas al Negueb.

Abrán era muy rico en ganado, plata y oro. Desde el Negued se trasladó por etapas a Betel, al sitio donde había fijado en otro tiempo su tienda, entre Betel y Ay, donde había construido un altar; y allí invocó el nombre del Señor.

También Lot, que acompañaba a Abrán, poseía ovejas, vacas y tiendas; de modo que ya no podían vivir juntos en el país, porque sus posesiones eran inmensas y ya no cabían juntos. Por ello surgieron disputas entre los pastores de Abrán y los de Lot. (En aquel tiempo cananeos y fereceos ocupaban el país).

Abrán dijo a Lot:

—No haya disputas entre nosotros dos ni entre nuestros pastores, pues somos hermanos. Tienes delante todo el país, sepárate de mí: si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda.

Lot echó una mirada y vio que toda la vega del Jordán, hasta la entrada de Zoar, era de regadío (esto era antes de que el Señor destruyera a Sodoma y Gomorra): parecía un jardín del Señor, o como Egipto. Lot se escogió la vega del Jordán y marchó hacia levante; y así se separaron los dos hermanos.

Abrán habitó en Canaán; Lot en las ciudades de la vega, plantando las tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran malvados y pecaban gravemente contra el Señor.

El Señor habló a Abrán, después que Lot se había separado de él:

—Desde tu puesto dirige la mirada hacia el norte, mediodía, levante y poniente. Toda la tierra que abarques te la daré a ti y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo de la tierra: el que pueda contar el polvo de la tierra podrá contar a tus descendientes. Anda, pasea el país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar.

Abrán alzó la tienda y fue a establecerse junto al encinar de Mambré, en Hebrón, donde construyó un altar en honor del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (4-5: Funk 1, 65-69)

Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles

Ya veis, hermanos, cómo el fratricidio de Caín fue el resultado de la emulación y de la envidia. A causa de la emulación, nuestro padre Jacob tuvo que huir de la presencia de su hermano Esaú. La emulación hizo que José fuera perseguido a muerte y reducido a esclavitud. La emulación obligó a Moisés a huir de la presencia del Faraón, rey de Egipto, al oír que uno de su mismo pueblo decía: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio? Por emulación Aarón y María fueron confinados fuera del campamento.

La emulación hizo bajar vivos al abismo a Datán y Abirán, por haberse rebelado contra Moisés, el siervo de Dios. Por causa de la emulación no sólo tuvo David que soportar la envidia de los extranjeros, sino que además hubo de sufrir la persecución del rey Saúl.

Pero dejemos el ejemplo de los antiguos y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas de la Iglesia sufrieron persecución por envidia y emulación y lucharon hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que, por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida.

Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: encarcelado siete veces, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la Palabra en el oriente y en el occidente, su fe se hizo a todos patente, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 14, 1-24

Melquisedec bendice a Abrán victorioso

Siendo Amrafel rey de Senaar, Arioc rey de Elasar, Codorlahomer rey de Elam, Tideal rey de Pueblos, declararon la guerra a Bera, rey de Sodoma; a Birsa, rey de Gomorra; a Sinab, rey de Adma; a Seméber, rey de Seboín, y al rey de Bela (o Soar). Estos se reunieron en Valsidín (hoy el Mar Muerto).

Durante doce años habían sido vasallos de Codorlahomer, al decimotercero se rebelaron; el año decimocuarto vino Codorlahomer con sus reyes aliados y fue derrotando a los refaítas en Astarot Carnaín, a los zuzeos en Ham, a los emeos en Savé de Dosvillas y a los hurritas en los montes de Seír, junto a El Parán, al margen del desierto.

Después volvieron y entraron por Fuenteljuicio (que hoy se llama Cades) y sometieron el territorio amalecita y también a los amorreos, que habitaban en Pedregal de Palma. Entonces hicieron una expedición los reyes de Sodoma, Gomorra, Adma, Seboín y Bela (o Soar) y presentaron batalla en Valsidín a Codorlahomer, rey de Elam; Tideal, rey de Pueblos; Amrafel, rey de Senaar; Arioc, rey de Elasar: cinco reyes contra cuatro.

Valsidín está lleno de pozos de asfalto, y los reyes de Sodoma y Gomorra cayeron en ellos al huir, mientras que los otros escapaban a los montes. Los vencedores saquearon las posesiones de Sodoma y Gomorra con todas las provisiones y se fueron; al marcharse se llevaron también a Lot, sobrino de Abrán, con sus posesiones, pues Lot habitaba en Sodoma.

Un fugitivo vino y se lo contó a Abrán el Hebreo, que acampaba junto al encinar de Mambré el Amorreo, pariente de Escol y Aner, aliados de Abrán.

Cuando Abrán oyó que su sobrino había caído prisionero, reunió a los esclavos nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y persiguió a los enemigos hasta Dan; con su tropa cayó sobre ellos de noche y los persiguió hasta loba, al norte de Damasco; recuperó todas las posesiones y se trajo también a Lot, su hermano, con sus posesiones, las mujeres y la tropa.

Cuando Abrán volvía después de derrotar a Codorlahomer y los reyes aliados, el rey de Sodoma salió a su encuentro en el valle de Savé, que es Valderrey.

Melquisedec, rey de Salén, sacerdote de Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:

—Bendito sea Abrán de parte de Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos.

Y Abrán le dio el diezmo de todo.

El rey de Sodoma dijo a Abrán:

–Dame la gente, quédate con las posesiones.

Pero Abrán replicó:

—Juro por el Señor Dios Altísimo, creador de cielo y tierra, que no aceptaré una hebra ni una correa de sandalia ni nada de lo que te pertenece, para que no digas que has enriquecido a Abrán. Sólo acepto lo que han comido mis mozos y la parte de los que me acompañaron, Aner, Escol y Mambré; que ellos se lleven su parte.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (6-8: Funk 1,69-73)

De generación en generación, el Señor concedió un tiempo
de penitencia a los que deseaban convertirse a él

A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo. Por envidia fueron perseguidas muchas mujeres que, cual nuevas Danaides y Dirces, sufriendo graves y nefandos suplicios, corrieron hasta el fin de la ardua carrera de la fe y, superando la fragilidad de su sexo, obtuvieron un premio memorable. La envidia hizo que los ánimos de las esposas se retrajesen de sus maridos, trastornando así aquella afirmación de nuestro padre Adán: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! La emulación y la rivalidad destruyeron grandes ciudades e hicieron desaparecer totalmente poblaciones numerosas.

Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto debemos abandonar las preocupaciones inútiles y vanas, y poner toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y agrada a nuestro Hacedor. ,

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios, y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también, con juramento, de penitencia diciendo: Por mi vida –oráculo del Señor–, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a mí de todo corazón y decís: 'Padre', os escucharé como a mi pueblo santo».

Y en otro lugar dice así: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor–. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 15, 1-21

Alianza de Abrán con el Señor

Después de estos sucesos, Abrán recibió en visión la palabra del Señor:

—No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante.

Abrán contestó:

—Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?

Y añadió:

–No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará. La palabra del Señor le respondió:

–No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas. Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:

—Mira al cielo, cuenta la estrellas si puedes.

Y añadió:

–Así será tu descendencia.

Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber. El Señor le dijo:

—Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra.

El replicó:

—Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla? Respondió el Señor:

–Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves.

Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El Señor dijo a Abrán:

—Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años, pero saldrá con grandes riquezas. Yo juzgaré al pueblo a quien,han de servir, y al final saldrán cargados de riquezas. Tú te reunirás en paz con tus abuelos y te enterrarán ya muy viejo. A la cuarta generación volverán, pues hasta entonces no se colmará la culpa de los amorreos.

El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.

Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos:

–A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río (Éufrates): la tierra de los quenitas, quenizitas, cadmonitas, hititas, fereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guirgaseos y jebuseos.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (9-11: Funk 1, 73-75)

Abrahán, llamado amigo, fue hallado fiel

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.

Tengamos los ojos fijos en aquellos que incondicionalmente se pusieron al servicio de su magnífica gloria. Tomemos como ejemplo a Henoc, quien, hallado justo en la obediencia, fue trasladado sin pasar por la muerte. Noé fue hallado fiel, y se le confió la misión de predicar al mundo la regeneración y, por su medio, salvó el Señor a los animales que, en buena armonía, entraron con él en el arca.

Abrahán, llamado amigo, fue hallado fiel por haber obedecido los mandatos de Dios. Por obediencia, salió de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, para poder entrar en posesión de las promesas de Dios a cambio de una tierra escasa, de una parentela débil y de una casa pequeña.

Le dijo, en efecto, el Señor: Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Y cuando se hubo separado de Lot, nuevamente le dijo Dios: Desde tu puesto dirige la mirada hacia el norte, mediodía, levante y poniente. Toda la tierra que abarques te la daré a ti y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo de la tierra: el que pueda contar el polvo de la tierra podrá contar a tus descendientes. Y de nuevo: El Señor sacó afuera a Abrán y le dijo: «Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes: así será tu descendencia». Por su fe y su hospitalidad le fue concedido un hijo siendo ya viejo, y por obediencia se lo ofreció a Dios en sacrificio en uno de los montes que Dios le había indicado.

Por su hospitalidad y su piedad Lot salió ileso de Sodoma, mientras toda la región en torno era abrasada en el fuego y el azufre, con lo que el Señor puso de manifiesto que no abandona a los que esperan en él, pero castiga severamente a los que se apartan de sus mandatos. En efecto, la mujer de Lot quedó convertida hasta el día de hoy en estatua de sal, como símbolo de esta verdad: que los indecisos y los que dudan de la potencia de Dios se convierten en juicio y escarmiento para todas las generaciones.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 16, 1-16

Nacimiento de Ismael

Saray, la mujer de Abrán, no le daba hijos; pero tenía una sierva egipcia llamada Hagar.

Y Saray dijo a Abrán:

—El Señor no me deja tener hijos; llégate a tu sierva a ver si por ella tengo hijos.

Abrán aceptó la propuesta.

A los diez años de habitar Abrán en Canaán, Saray, la mujer de Abrán, tomó a Hagar, la esclava egipcia, y se la dio a Abrán, su marido, como esposa. El se llegó a Hagar y ella concibió. Y al verse encinta le perdió el respeto a su señora.

Entonces Saray dijo a Abrán.

Tú eres responsable de esta injusticia; yo he puesto en tus brazos a mi sierva, y ella al verse encinta me desprecia. El Señor juzgue entre nosotros dos.

Abrán dijo a Saray:

–En tu poder está tu esclava; trátala como te parezca. Saray la maltrató y ella se escapó.

El ángel del Señor la encontró junto a la fuente del desierto, la fuente del camino del Sur, y le dijo:

Hagar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y adónde vas?

Ella respondió:

Vengo huyendo de mi señora.

El ángel del Señor le dijo:

Vuelve a tu señora y sométete a ella.

Y el ángel del Señor añadió:

Haré tan numerosa tu descendencia, que no se podrá contar.

Y el ángel del Señor concluyó:

—Mira, estás encinta y darás a luz un hijo y lo llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un potro salvaje: su mano irá contra todos y la de todos contra él; vivirá separado de sus hermanos.

Hagar invocó el nombre del Señor, que le había hablado:

Tú eres Dios, que me ve (diciéndose): ¡He visto al que me ve!

Por eso se llama aquel pozo «Pozo del que vive y me ve», y está entre Cades y Bared.

Hagar dio un hijo a Abrán, y Abrán llamó al hijo que le había dado Hagar, Ismael. Abrán tenía ochenta y seis años cuando Hagar dio a luz a Ismael.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (12-13: Funk 1, 75-79)

Seamos humildes de corazón

Por su fe y su hospitalidad, Rajab, la prostituta, fue conservada incólume. Pues habiendo Josué, hijo de Nun, enviado espías a la ciudad de Jericó, se enteró el rey de aquel país de que habían venido a reconocer todo el país, y despachó gente para prenderlos y, una vez en su poder, matarlos. Pues bien, la hospitalaria Rajab, tomándolos los escondió en la azotea bajo los haces de lino. Cuando se presentaron los emisarios del rey diciendo: «Han entrado en tu casa unos espías que han venido a reconocer nuestro país, sácalos, pues así lo ordena el rey», ella respondió: «Es cierto que entraron en mi casa los hombres que buscáis, pero partieron inmediatamente y van ya su camino», indicándoles justamente la dirección contraria. Y a los espías les dijo: «Sé perfectamente que el Señor os ha entregado esta ciudad, pues una ola de terror y de temor ha caído sobre sus habitantes. Cuando la conquistéis, respetad mi vida y la vida de la casa de mi padre». Ellos le dijeron: «Se hará como lo has pedido. En cuanto te enteres de que nos acercamos a la ciudad, reúne a toda tu familia aquí, en tu casa. El que salga a la calle será responsable de su muerte». Además le ordenaron poner una señal, a saber, que una cinta roja colgara de la ventana de su casa, simbolizando de este modo que todos los que creen y esperan en Dios serían redimidos por la sangre del Señor. Ya veis, queridos, cómo esta mujer no sólo tenía la fe, sino también el espíritu de profecía.

Seamos, pues, hermanos, humildes de corazón, y deponiendo toda jactancia, ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el mismo Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.

Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia; perdonad, y se os perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad, y se os dará; no juzguéi. y no os juzgarán; como usareis la benignidad, así la usarán con vosotros; la misma medida que uséis la usarán con vosotros.

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia de sus consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis' . 17, 1-27

La circuncisión como signo de alianza entre Dios y Abrahán

Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo:

Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia con lealtad, y haré una alianza contigo: haré que te multipliques sin medida.

Abrán cayó de bruces y Dios le dijo:

Mira, éste es mi pacto contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Cumpliré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como pacto perpetuo. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, como posesión perpetua, y seré su Dios.

Dios añadió a Abrahán:

–Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones. Este es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones; circuncidaréis el prepucio, y será una señal de mi pacto con vosotros. A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados; también los esclavos nacidos en casa o comprados a extranjeros que no sean de vuestra raza. Circuncidad a los esclavos nacidos en casa o comprados. Así llevaréis en la carne mi pacto como pacto perpetuo. Todo varón incircunciso, que no ha circuncidado su prepucio, será apartado de su pueblo por haber quebrantado mi pacto.

Dios dijo a Abrahán:

Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré y te dará un hijo y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones.

Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo: «¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara va a dar luz a los noventa?».

Y Abrahán dijo a Dios:

Me contento con que conserves sano a Ismael en tu presencia.

Dios replicó:

No, es Sara quien te va a dar un hijo; lo llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un pacto perpetuo. En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer en extremo, engendrará doce príncipes y se hará un pueblo numeroso. Pero mi pacto lo establezco con Isaac, el hijo que te dará Sara el año que viene por estas fechas.

Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró.

Entonces Abrahán tomó a su hijo Ismael, a los esclavos nacidos en casa o comprados, a todos los varones de la casa de Abrahán, y los circuncidó aquel mismo día, como se lo había mandado Dios.

Abrahán tenía noventa y nueve años cuando se circuncidó; Ismael tenía trece años cuando se circuncidó. Aquel mismo día se circuncidaron Abrahán y su hijo Ismael. Y todos los varones de casa, nacidos en casa o comprados a extranjeros se circuncidaron con él.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (14-17: Funk 1, 79-85)

Ved qué dechado se nos propone

Así pues, es justo y santo, hermanos, obedecer a Dios antes de seguir a quienes por soberbia y espíritu de rebeldía se han constituido en cabecillas de una detestable rivalidad. Pues no sólo sufriríamos un no leve detrimento, sino que correríamos un grave riesgo si inconsideradamente nos confiáramos a los planes de unos hombres que urden rivalidades y sediciones con el fin de apartarnos de la rectitud y de la bondad. Seamos benévolos unos con otros, imitando las entrañas de misericordia y bondad de nuestro Creador.

Porque Cristo es de los humildes de corazón, no de los que se creen superiores al resto del rebaño. El Señor Jesús —que es el cetro de la majestad de Dios— no vino al mundo con ostentación de fasto y de poder, como estaba en su mano hacerlo, sino con humildad, conforme a lo que de él había dicho el Espíritu Santo. Dice, en efecto: El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

Ved, hermanos, qué dechado se nos propone: pues si el Señor se humilló hasta tal extremo, ¿qué no habremos de hacer nosotros, que por amor suyo hemos aceptado el yugo de su gracia?

Imitemos también a aquellos que erraban por el mundo, cubiertos de pieles de ovejas o de cabras, predicando la venida de Cristo; nos referimos a los profetas Elías, Eliseo y Ezequiel y, además, a todos los que recibieron la aprobación de Dios. Abrahán goza de un magnifico testimonio, pues se le llama «amigo de Dios»; y sin embargo, dirigiéndose a la gloria de Dios, dice con toda humildad: Yo soy polvo y ceniza.

A Moisés se le llama el más fiel de todos mis siervos, y por su ministerio juzgó Dios a Egipto con plagas y tormentos. Y a pesar de haber sido grandemente honrado, no habló con arrogancia, sino que al recibir el oráculo desde la zarza, dijo: ¿Quién soy yo para que me envíes?

 

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 18, 1-33

Promesa del nacimiento de Isaac e intercesión de Abrahán
en favor de Sodoma

El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

—Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.

Contestaron:

—Bien, haz lo que dices.

Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

—Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.

El corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado, y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

Después le dijeron:

—¿Dónde está Sara, tu mujer?

Contestó:

—Aquí, en la tienda.

Añadió uno:

—Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

Sara lo oyó, detrás de la entrada de la tienda. (Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos). Y Sara se rió por lo bajo, pensando:

«Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?».

Pero el Señor dijo a Abrahán:

¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: «¿De verdad que voy a tener un hijo, ya tan vieja?». ¿Hay algo difícil para Dios? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

Pero Sara, que estaba asustada, lo negó.

–No me he reído.

El replicó:

No lo niegues, te has reído.

Los hombres se levantaron y miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos. El Señor pensó:

«¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso; con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sus sucesores, para mantenerse en el camino del Señor haciendo justicia y derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido».

El Señor dijo:

La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa! Matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable, ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

El Señor contestó:

—Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos. Abrahán respondió:

Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

Respondió el Señor:

—No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

Abrahán insistió:

Quizá no se encuentren más que cuarenta.

El Señor respondió:

En atención a los cuarenta no lo haré.

Abrahán siguió hablando:

–Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

Contestó el Señor:

No lo haré si encuentro allí treinta.

Insistió Abrahán:

Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

Respondió el Señor:

En atención a los veinte no la destruiré.

Abrahán continuó:

Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

Contestó el Señor:

En atención a los diez no la destruiré.

Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue, y Abrahán volvió a su puesto.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (18-20: Funk 1, 85-89)

El Señor del universo ha querido que reinara la paz
y la concordia

¿Y qué diremos de David, tan espléndidamente acreditado por Dios? Dios habló de él en estos términos:

Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón; lo he ungido con óleo sagrado. Pero también él le dice a Dios: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Así pues, la humildad y sumisión obediencial de tantos y tales varones, que consiguieron de Dios un tan brillante testimonio, no sólo nos ha hecho mejores a nosotros, sino asimismo a las precedentes generaciones, y a todos cuantos, con temor y verdad, acogieron sus palabras. Habiendo, pues, participado de tantos, tan gloriosos e ilustres hechos, emprendamos nuevamente la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y no perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando cuán bueno se muestra él para con todas sus criaturas.

Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas de él recibidas; el día y la noche van haciendo su camino, tal como él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin transgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos, ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad donde Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar le dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos, que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también a las ordenaciones del Señor.

Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca; las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aun los más pequeños de los animales, uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

Así, en toda la creación, el Dueño y soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz y la concordia, pues él desea el bien de todas sus criaturas y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 19, 1-17.23-29

La destrucción de Sodoma

Los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot, que estaba sentado a la puerta de la ciudad, al verlos, se levantó a recibirlos y se prosternó rostro a tierra. Y dijo:

–Señores míos, pasad a hospedaros a casa de vuestro siervo. Lavaos los pies y por la mañana seguiréis vuestro camino.

Contestaron:

—No; pasaremos la noche en la plaza.

Pero él insistió tanto, que pasaron y entraron en su casa. Les preparó comida, coció panes y ellos comieron. Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad rodearon la casa: jóvenes y viejos, y toda la población hasta el último, Y le gritaban a Lot:

–¿Dónde están los hombres que han entrado en tu casa esta noche? Sácalos para que nos acostemos con ellos.

Lot se asomó a la entrada, cerrando la puerta al salir, y les dijo:

–Hermanos míos, no seáis malvados. Mirad, tengo dos hijas que no han tenido que ver con hombres; os las sacaré para que las tratéis como queráis, pero no hagáis nada a esos hombres que se han cobijado bajo mi techo.

Contestaron:

—Quítate de ahí; este individuo ha venido como inmigrante y ahora se mete a juez. Pues ahora te trataremos a ti peor que a ellos.

Y empujaban a Lot intentando forzar la puerta. Pero los visitantes alargaron el brazo, metieron a Lot en casa y cerraron la puerta. Y a los que estaban a la puerta, pequeños y grandes, los cegaron, de modo que no daban con la puerta.

Los visitantes dijeron a Lot:

Si hay alguien más de los tuyos, yernos, hijos, hijas, a todos los tuyos de la ciudad sácalos de este lugar. Pues vamos a destruir este lugar, porque la acusación presentada al Señor contra él es muy seria, y el Señor nos ha enviado para destruirlo.

Lot salió a decirles a sus yernos –prometidos a sus hijas–:

Vamos, salid de este lugar, que el Señor va a destruir la ciudad.

Pero ellos se lo tomaron a broma. Al amanecer, los ángeles urgieron a Lot:

–Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, para que no perezcan por culpa de Sodoma.

Y como no se decidía, les agarraron de la mano a él, a su mujer y a las dos hijas –el Señor los perdonaba–, los sacaron fuera y le dijeron:

–Ponte a salvo; no mires atrás. No te detengas en la vega; ponte a salvo en los montes, para no perecer. Salía el sol cuando Lot llegó a Zoar.

El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego desde el cielo. Arrasó aquellas ciudades y toda la vega; los habitantes de las ciudades y la hierba del campo.

La mujer de Lot miró atrás, y se convirtió en estatua de sal.

Abrahán madrugó y se dirigió al sitio donde había estado delante del Señor. Miró en dirección de Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que subía del suelo, como humo de horno.

Cuando el Señor destruyó las ciudades de la vega, se acordó de Abrahán y sacó a Lot de la catástrofe, al arrasar las ciudades en que había vivido Lot.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (21, 1—22, 5; 23, 1-2: Funk 1, 89-93)

No nos apartamos nunca de la voluntad de Dios

Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros en motivo de condenación, por no tener una conducta digna de Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la Escritura: El Espíritu del Señor es lámpara que sondea lo íntimo de las entrañas.

Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que no a Dios.

Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.

Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar.

Todo esto nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y, en su entrañable condescendencia, reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la duplicidad de ánimo, y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 21, 1-21

Nacimiento de Isaac

El Señor se fijó en Sara, como había dicho. El Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió, le dio un hijo al viejo Abrahán en el tiempo que había dicho Dios. Abrahán llamó Isaac al hijo que le había nacido, que le había dado Sara. Abrahán circuncidó a su hijo Isaac al octavo día, como le había mandado Dios. Tenía cien años Abrahán cuando le nació su hijo Isaac. Sara le dijo:

–Dios me ha hecho bailar de alegría, y el que se entere bailará conmigo.

Y añadió:

–¡Quién le habría dicho a Abrahán que Sara iba a criar hijos! Y, sin embargo, le he dado un hijo en su vejez.

El chico creció y lo destetaron. Y Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac.

Pero Sara vio que el hijo de Hagar, la egipcia, y de Abrahán jugaba con Isaac; y dijo a Abrahán:

Expulsa a esa criada y a su hijo; porque el hijo de esa criada no va a repartir la herencia con mi hijo Isaac.

Abrahán se llevó un disgusto, pues era hijo suyo. Pero Dios dijo a Abrahán:

No te aflijas por el muchacho y la criada: haz todo lo que dice Sara, porque Isaac es quien continúa tu descendencia. También al hijo de la criada lo convertiré en un gran pueblo; pues es descendiente tuyo.

Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, se lo cargó a hombros de Hagar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distanció de un tiro de arco. Pues se decía: «No puedo ver morir a mi hijo». Y se sentó aparte. El niño rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño y el ángel de Dios llamó a Hagar desde el cielo, y le dijo:

¿Qué te pasa, Hagar? No temas; porque Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande.

Dios le abrió los ojos, y divisó un pozo de agua; fue allá, llenó el odre y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero; vivió en el desierto de Farán, y su madre le buscó una mujer egipcia.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (24, 1-5; 27, 1—29, 1)

Dios es fiel en sus promesas

Consideremos, amadísimos hermanos, cómo Dios no cesa de alentarnos con la esperanza de una futura resurrección, de la que nos ha dado ya las primicias al resucitar de entre los muertos al Señor Jesucristo. Estemos atentos, amados hermanos, al mismo proceso natural de la resurrección que contemplamos todos los días: el día y la noche ponen ya ante nuestros ojos como una imagen de la resurrección: la noche se duerme, el día se levanta; el día termina, la noche lo sigue. Pensemos también en nuestras cosechas: ¿qué es la semilla y cómo la obtenemos? Sale el sembrador y arroja en tierra unos granos de simiente, y lo que cae en tierra, seco y desnudo, se descompone; pero luego, de su misma descomposición, el Dueño de todo, en su divina providencia, lo resucita, y de un solo grano saca muchos, y cada uno de ellos lleva su fruto.

Tengamos, pues, esta misma esperanza y unamos con ella nuestras almas a aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. Quien nos prohibió mentir, ciertamente no mentirá, pues nada es imposible para Dios, fuera de la mentira. Reavivemos, pues, nuestra fe en él y creamos que todo está, de verdad, en sus manos.

Con una palabra suya creó el universo, y con una palabra lo podría también aniquilar. ¿ Quién puede decirle: «qué has hecho»? O ¿quién puede resistir la fuerza de su brazo? El lo hace todo cuando quiere y como quiere, y nada dejará de cumplirse de cuanto él ha decretado. Todo está presente ante él, y nada se opone a su querer, pues el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra; sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón.

Siendo, pues, así que todo está presente ante él y que él todo lo contempla, tengamos temor de ofenderlo y apartémonos de todo deseo impuro de malas acciones, a fin de que su misericordia nos defienda en el día del juicio. Porque ¿quién de nosotros podría huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo podría acoger a un desertor de

Dios? Dice, en efecto, en cierto lugar, la Escritura: ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. ¿En qué lugar, pues, podría alguien refugiarse para escapar de aquel que lo envuelve todo?

Acerquémonos, por tanto, al Señor con un alma santificada, levantando hacia él nuestras manos puras e incontaminadas; amenos con todas nuestras fuerzas al que es nuestro Padre, amante y misericordioso, y que ha hecho de nosotros su pueblo de elección.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 22,1-19

Sacrificio de Isaac

Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán llamándolo:

¡Abrahán!

El respondió:

–Aquí me tienes.

Dios le dijo:

–Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.

Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día, levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos. Y Abrahán dijo a sus criados:

—Quedaos aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta allá para adorar a Dios, y después volveremos con vosotros.

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.

Isaac dijo a Abrahán, su padre:

–Padre.

Él respondió:

Aquí estoy, hijo mío.

El muchacho dijo:

—Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?

Abrahán contestó:

Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío. Y siguieron caminando juntos.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

—¡Abrahán, Abrahán!

El contesta:

Aquí me tienes.

El ángel le ordenó:

No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor provee»; por lo que se dice aún hoy «el monte donde el Señor provee».

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:

Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Abrahán volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba, y Abrahán se quedó a vivir en Berseba.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (30.31.32: Funk 1, 97-101)

Busquemos en Dios nuestra alabanza,
no en nosotros mismos

Siendo, pues, una porción santa, practiquemos todo lo concerniente a la santidad, huyendo la calumnia, la impureza y los abrazos culpables, las borracheras, el prurito de novedades, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes.

Busquemos la compañía de aquellos que han recibido la gracia de Dios. Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras palabras. Porque está escrito: ¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán? Bendito el hombre nacido de mujer, corto en días; no seas excesivo en tus palabras. Busquemos nuestra alabanza en Dios, no en nosotros mismos, pues Dios detesta a los que se alaban a sí mismos. Que el testimonio de nuestras buenas obras nos venga de los demás, como ocurrió con nuestros padres, que fueron justos. La temeridad, la arrogancia y la presunción son el patrimonio de los que Dios ha maldecido; mientras que la moderación, la humildad y la mansedumbre son el lote de los que Dios ha bendecido.

Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el principio. ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abrahán la bendición? ¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel.

El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo.

Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sino por el beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o inteligencia, ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el principio; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 24, 1-27
Abrahán manda buscar una mujer para Isaac

Abrahán era viejo, de edad avanzada, el Señor lo había bendecido en todo. Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas sus posesiones:

Pon tu mano bajo mi muslo, y júrame por el Señor Dios del cielo y de la tierra que cuando le busques mujer a mi hijo, no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa, y allí buscarás mujer a mi hijo Isaac.

El criado contestó:

Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abrahán replicó:

–De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, que me juró: «A tu descendencia daré esta tierra», enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento. Sólo que a mi hijo no lo lleves allá.

El criado puso su mano bajo el muslo de Abrahán, su amo, y le juró hacerlo así.

Entonces el criado cogió diez camellos de su amo, y llevando toda clase de regalos de su amo, se encaminó a Siria Entrerríos, ciudad de Najor. Hizo arrodillarse a los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo, al atardecer, cuando suelen salir las aguadoras. Y dijo:

–Señor Dios de mi amo Abrahán, dame hoy una señal propicia y trata con amor a mi amo Abrahán. Yo estaré junto a la fuente cuando las muchachas de la ciudad salgan a por agua. Diré a una de las muchachas: Por favor, inclina tu cántaro para que beba. La que me diga: Bebe tú, que voy a abrevar a tus camellos, ésa es la que has destinado para tu siervo Isaac. Así sabré que tratas con amor a mi amo.

No había acabado de hablar, cuando salía Rebeca —hija de Betuel, el hijo de Milcá, la mujer de Najor, el hermano de Abrahán— con el cántaro al hombro. La muchacha era muy hermosa y doncella; no había tenido que ver con ningún hombre. Bajó a la fuente, llenó el cántaro. Y subió.

El criado corrió a su encuentro y le dijo:

Déjame beber un poco de agua de tu cántaro.

Ella contestó:

Bebe, señor mío.

Y en seguida bajó el cántaro al brazo y le dio de beber. Cuando terminó le dijo:

Voy a sacar también para tus camellos, para que beban todo lo que quieran.

Y en seguida vació el cántaro en el abrevadero, corrió al pozo a sacar más y sacó para todos los camellos. El hombre la estaba mirando, en silencio, esperando a ver si el Señor daba éxito a su viaje o no.

Cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro de cinco gramos de peso, y se lo puso en la nariz, y dos pulseras de oro de diez gramos, y se las puso en las muñecas. Y le preguntó:

–Dime de quién eres hija y si en casa de tu padre encontraremos sitio para pasar la noche.

Ella contestó:

Soy hija de Betuel, el hijo de Milcá y Najor.

Y añadió:

Tenemos abundancia de paja y forraje y sitio para pasar la noche.

El hombre se inclinó, adorando al Señor, y dijo:

Bendito sea el Señor Dios de mi amo Abrahán, que no ha olvidado su amor y lealtad con su siervo. El Señor me ha guiado a la casa del hermano de mi amo.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (33-34: Funk 1, 101-103)

Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en Dios

¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de buenas obras. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. El, en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos y los embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros.

Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó el más excelente de todos los seres vivos y el máselevado por la dignidad de su inteligencia, el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice el Señor: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las bendijo, diciendo: Creced, multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien.

El buen operario toma con alegría el pan que se ha ganado con su trabajo; en cambio, el perezoso e indolente no se atreve a mirar a su amo a la cara. Es necesario, por tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto poseemos nos lo ha dado Dios. El, en efecto, ya nos ha prevenido, diciendo: Mirad, el Señor Dios llega, y viene con él su salario para pagar a cada uno su propio trabajo. De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la Escritura: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes y gritaban diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!».

Nosotros, pues, también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 24, 33-41.49-67

Isaac se casa con Rebeca

Cuando al criado de Abrahán le ofrecieron de comer, él rehusó:

No comeré hasta explicar mi asunto.

Y le dijeron:

Habla.

Entonces él comenzó:

Yo soy criado de Abrahán. El Señor ha bendecido inmensamente a mi amo y le ha hecho rico; le ha dado ovejas y vacas, oro y plata, siervos y siervas, camellos y asnos. Sara, la mujer de mi amo, ya vieja, le ha dado un hijo, que lo hereda todo. Mi amo me tomó juramento: Cuando le busques mujer a mi hijo, no la cogerás de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a casa de mi padre y mis parientes y allí le buscarás mujer a mi hijo. Yo le contesté: ¿Y si la mujer no quiere venir conmigo? El replicó: el Señor a quien agrada mi proceder, enviará un ángel contigo, dará éxito a tu viaje y encontrarás mujer para mi hijo en casa de mi padre y mis parientes; pero quedarás libre del juramento si, llegado a casa de mis parientes, no te la quieren dar: entonces quedarás libre del juramento. Por tanto, decidme si queréis o no queréis portaros con amor y lealtad con mi amo para actuar en consecuencia.

Labán y Betuel le contestaron:

Es cosa del Señor, nosotros no podemos responderte ni sí ni no. Ahí tienes a Rebeca, tómala y vete, y sea la mujer del hijo de tu amo, como el Señor ha dicho.

Cuando el criado de Abrahán oyó esto, se postró en tierra ante el Señor. Después sacó ajuar de plata y oro y vestidos y se los ofreció a Rebeca, y ofreció regalos al hermano y a la madre. Comieron y bebieron él y sus compañeros, pasaron la noche, y a la mañana siguiente se levantaron y dijeron:

Permitidme que vuelva a mi amo.

El hermano y la madre replicaron:

Deja que la chica se quede con nosotros unos diez días, después se marchará.

Pero él replicó:

–No me detengáis, después que el Señor ha dado éxito a mi viaje; permitidme volver a mi amo. Vamos a llamar a la chica y preguntarle su opinión.

Llamaron a Rebeca y le preguntaron:

¿Quieres ir con este hombre?

Ella respondió:

Sí.

Entonces despidieron a Rebeca y a su nodriza, al criado de Abrahán y a sus compañeros.

Y bendijeron a Rebeca:

Tú eres nuestra hermana, sé madre de miles y miles; que tu descendencia conquiste las ciudades enemigas.

Rebeca y sus compañeras se levantaron, montaron en los camellos y siguieron al hombre; y así se llevó a Rebeca el criado de Abrahán.

Isaac se había trasladado del «Pozo del que vive y ve» al territorio del Negueb. Una tarde salió a pasear por el campo; al alzar la vista vio que venían unos camellos. Rebeca, a su vez, alzó los ojos, y, viendo a Isaac, se apeó del camello, y dijo al criado:

¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a nuestro encuentro?

El criado respondió:

Es mi señor.

Entonces ella tomó el velo y se cubrió.

El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por mujer y la amó tanto que se consoló de la muerte de su madre.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (35-36: Funk 1, 105-107)

¡Qué grandes y maravillosos son los dones de Dios!

¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que están ya desde ahora al alcance de nuestro conocimiento. Y ¿cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.

Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. Y ¿cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre, con diligencia, lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia, maldad, avaricia, rivalidad, malicia y fraude, chismorreos y murmuraciones, odio a Dios, soberbia, presunción, vanagloria y falta de sensibilidad para la hospitalidad. Quienes esto hacen, se hacen odiosos a Dios; y no sólo los que lo hacen, sino también quienes lo aplauden y consienten. Dice, en efecto, la Escritura: Dios dice al pecador: «¿Por qué recitas mis preceptos, y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza, y te echas a la espalda mis mandatos?».

Este es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el Sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por él podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por él vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por él se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el reflejo de la gloria de Dios, tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Está, efectivamente, escrito: Envía a sus ángeles como a los vientos, a sus ministros como al rayo. En cambio, hablando de su Hijo, el Señor se expresa así: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Y de nuevo: Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos por estrado de tus pies. Y ¿quiénes son los enemigos? Los hombres perversos, que se oponen a su voluntad.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 25, 7-11.19-34

Muerte de Abrahán. Nacimiento de Esaú y Jacob

Abrahán vivió ciento setenta y cinco años. Abrahán expiró y murió en buena vejez, colmado de años, y se reunió con los suyos. Isaac e Ismael, sus hijos, lo enterraron en la cueva de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Sojar, el hitita, frente a Mambré. En el campo que compró Abrahán a los hititas fueron enterrados Abrahán y Sara, su mujer.

Muerto Abrahán, Dios bendijo a su hijo Isaac, y éste se estableció en «Pozo del que vive y ve».

Descendientes de Isaac, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac. Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel, el arameo, de Padán Aram, hermana de Labán, el arameo. Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. Dios lo escuchó, y Rebeca, su mujer, concibió. Pero las criaturas se agitaban en su vientre, y ella dijo:

—¿Y para esto he concebido yo?

Y fue a consultar al Señor, el cual respondió:

—Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos se separan en sus entrañas. Un pueblo vencerá al otro, el mayor servirá al menor.

Cuando llegó el parto, ella tenía gemelos en el vientre Salió primero uno, todo rojo, peludo como un manto, y lo llamaron Esaú. Salió después su hermano agarrando con la mano al talón de Esaú, y le llamaron Jacob. Isaac tenía sesenta años cuando nacieron.

Crecieron los chicos. Esaú se hizo experto cazador, hombre rústico, mientras que Jacob era un honrado beduino. Isaac prefería a Esaú, porque le gustaba comer la caza, y Rebeca prefería a Jacob. Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvió Esaú del campo, agotado. Esaú dijo a Jacob:

Dame un plato de esa cosa roja, que estoy agotado. Por eso se llamó Rojo (Edom).

Jacob le contestó:

Si me lo pagas hoy con los derechos de primogénito...

Esaú dijo:

—Estoy que me muero, ¿qué me importan los derechos de primogénito?

Jacob le dijo:

Júramelo primero.

Y él se lo juró, y vendió a Jacob los derechos de primogénito. Entonces Jacob dio a Esaú pan y potaje de lentejas; él comió y bebió, y se puso en camino. Así malvendió Esaú sus derechos de primogénito.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (37-38: Funk 1, 107-109

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo

Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo sus órdenes irreprochables. Pensemos en los soldados que militan a las órdenes de nuestros emperadores: con qué disciplina, con qué obediencia, con qué prontitud cumplen cuanto se les ordena. No todos son perfectos, ni tienen bajo su mando mil hombres, ni cien, ni cincuenta, y así de los demás grados; sin embargo, cada uno de ellos lleva a cabo, según su orden y jerarquía, las órdenes del emperador y de los jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos.

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo.

Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.

El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sal?io manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino que deje que sean los demás quienes lo hagan. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que, ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones.

Como quiera, pues que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA
Del libro del Génesis 27, 1-29

Isaac bendice a Jacob

Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor:

—Hijo mío.

Contestó:

—Aquí estoy.

El le dijo:

—Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después guisas un buen plato, como sabes que me gusta, y me lo traes para que coma, pues quiero darte mi bendición antes de morir.

Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo.

Salió Esaú al campo a cazar para su padre.

Y Rebeca dijo a su hijo Jacob:

—Acabo de oír a tu padre, que hablando con tu hermano Esaú le decía: «Tráeme caza y prepárame un guiso sabroso; comeré y después te bendeciré delante del Señor, antes de morirme». Ahora, hijo mío, escucha lo que te digo: Vete al rebaño, tráeme dos cabritos hermosos, y con ellos prepararé un guiso para tu padre, como a él le gusta. Se lo llevarás a tu padre para que coma, y así te bendecirá antes de morir.

Jacob respondió a Rebeca, su madre:

—Mira, mi hermano Esaú es velludo, y yo, en cambio, lampiño. A lo mejor al palparme mi padre descubre que soy un embustero, y me atraería maldición en vez de bendición.

Su madre le dijo:

–Yo cargo con la maldición, hijo mío. Tú obedéceme, ve y tráemelos.

El fue, cogió dos cabritos, se los trajo a su madre, y su madre preparó un guiso sabroso a gusto de su padre.

Rebeca tomó un traje de su hijo mayor, Esaú, el traje de fiesta, que tenía en el arcón, y vistió con él a Jacob, su hijo menor; con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan.

El entró en la habitación de su padre y dijo:

—Padre.

Respondió Isaac:

—Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?

Respondió Jacob a su padre:

—Soy Esaú, tu primogénito, he hecho lo que me mandaste; incorpórate, siéntate y come lo que he cazado; después me bendecirás tú.

Isaac dijo a su hijo:

—¡Qué prisa te has dado para encontrarla!

El respondió:

–El Señor, tu Dios, me la puso al alcance.

Isaac dijo a Jacob:

—Acércate, que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no.

Se acercó Jacob a su padre Isaac, y éste lo palpó, y dijo:

—La voz es la voz de Jacob, los brazos son los brazos de Esaú.

Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Y lo bendijo.

Le volvió a preguntar:

—¿Eres tú mi hijo Esaú?

Respondió Jacob:

—Yo soy.

Isaac dijo:

—Sírveme de la caza, hijo mío, que coma yo de tu caza, y así te bendeciré yo

Se la sirvió, y él comió. Le trajo vino, y bebió. Isaac le dijo:

—Acércate y bésame, hijo mío.

Se acercó y lo besó. Y al oler el aroma del traje, lo bendijo, diciendo:

—Aroma de un campo que bendijo el Señor es el aroma de mi hijo: que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (40-43: Funk 1, 109-115)

Los apóstoles salieron a anunciar la llegada
del reino de Dios

Siéndonos, pues, conocido todo esto y habiéndonos asomado a las profundidades del conocimiento divino, hagamos con orden todo lo que el Señor nos ha mandado hacer en los tiempos establecidos. A saber: dejó ordenado que las ofrendas y los ministerios sagrados se llevaran a cabo no a la ligera y sin orden ni concierto, sino a hora y tiempos bien determinados. Estableció incluso, con su voluntad soberana, dónde y por quiénes desea que sean celebradas, a fin de que haciéndolo todo con sensibilidad religiosa y según su beneplácito, sea aceptable a su voluntad. Así pues, quienes en los tiempos prescritos presentan sus ofrendas, ésos son aceptos a Dios y dichosos, pues que jamás yerran los que secundan los mandatos del Señor.

En efecto, al sumo sacerdote se le asignaban funciones bien precisas, los sacerdotes tenían sus propias responsabilidades, y los levitas cumplían sus servicios específicos. Los laicos debían atenerse a las normas establecidas para los laicos.

Procuremos, hermanos, participar con decoro en la acción de gracias, cada cual en su propio puesto, con conciencia recta, mirando de no incumplir las normas que regulan el propio ministerio. No en todas partes, hermanos, se ofrecen sacrificios cotidianos, votivos o de expiación por el pecado, sino únicamente en Jerusalén; y aun en Jerusalén, no en cualquier lugar, sino tan sólo en el atrio del templo, junto al altar, y una vez que el sumo sacerdote y los ministros anteriormente mencionados hubieran inspeccionado atentamente las víctimas. Los transgresores de las normas rituales, que contravienen la voluntad del Señor, son castigados con la muerte.

Ya veis, hermanos: cuanto mayor es el conocimiento que el Señor se dignó concedernos, tanto mayor es el peligro a que estamos expuestos. Los apóstoles nos predicaron el evangelio por encargo de nuestro Señor Jesucristo, Jesucristo fue enviado por Dios. Así pues, Cristo es enviado por Dios y los apóstoles fueron enviados por Cristo: ambas misiones proceden ordenadamente de la voluntad de Dios. De esta forma, recibido el encargo, con la absoluta certeza que les comunicaba la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, confirmados por la palabra de Dios, salieron a anunciar la llegada del reino de Dios con la inquebrantable confianza en el Espíritu Santo. Predicando la Palabra por países y ciudades, nombraron obispos y diáconos, para el servicio de los que iban a aceptar la fe, a aquellos de quienes les constaba, en el Espíritu, la genuina disponibilidad a la fe. Y ni siquiera esta disposición era nueva, pues muchos siglos antes la Escritura había hablado de obispos y diáconos. Leemos, en efecto, en un lugar de la Escritura: Te daré por obispos la paz, y por diáconos la justicia

Y ¿qué tiene de extraño que quienes recibieron de Dios en Cristo este encargo ordenaran a los susodichos ministros, cuando el bienaventurado Moisés –el más fiel de todos mis siervos– consignaba en los libros sagrados todo cuanto le era ordenado por Dios? Y a Moisés le imitaron los demás profetas, dando también ellos testimonio de lo que Dios había sancionado. Moisés, en efecto, habiendo estallado la rebelión a propósito del sacerdocio, y las tribus contendiesen entre sí sobre cuál de ellos debía ostentar este glorioso título, mandó a los jefes de las doce tribus que le trajesen varas y que cada uno escribiera en ellas su nombre. Habiéndolas recibido, hizo con ellas un manojo, sellólo con el sello de los jefes de las doce tribus y lo depositó ante el Señor en la tienda de la alianza. Cerró la tienda, sellando llaves y puertas, y les dijo: «Hermanos, la tribu cuya vara germine, ésa será la que Dios se elige para que ejerza el sacerdocio y realice las funciones sagradas». A la mañana siguiente convocó a todo el pueblo de Israel, seiscientos mil hombres, les mostró los sellos de los jefes de las tribus, abrió la tienda de la alianza y sacó las varas. Y se halló que la vara de Aarón no sólo había germinado, sino que había dado fruto.

¿Qué os parece, queridos? ¿Es que Moisés no sabía ya de antemano lo que iba a suceder? Ya lo creo que lo sabía; pero actuó de esta manera para que no se consolidase la rebelión y para que fuera glorificado el nombre del único verdadero Dios. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 27, 30-45

Esaú, suplantado por Jacob

Apenas terminó Isaac de bendecir a Jacob, mientras salía Jacob de la presencia de su padre, Isaac, su hermano Esaú volvía de cazar. También él preparó un guiso sabroso, y se lo llevó a su padre, y le dijo:

—Padre, incorpórate y come de la caza de tu hijo, y después me bendecirás tú.

Le preguntó Isaac, su padre:

—¿Quién eres tú?

Respondió él:

–Soy Esaú, tu hijo primogénito.

Isaac quedó presa de un terror indescriptible, y preguntó:

—Entonces, ¿quién es el que ha venido y me ha traído la caza? Yo la he comido antes que tú llegaras, lo he bendecido y quedará bendito.

Cuando oyó Esaú las palabras de su padre dio un grito atroz, y, amargado en extremo, dijo a su padre:

–Bendíceme a mí también, padre.

Dijo Isaac:

—Tu hermano ha hecho trampa y se ha llevado la bendición.

Respondió Esaú:

—Con razón se llama Jacob: ya es la segunda vez que me echa la zancadilla; primero me quitó mi privilegio de primogénito y ahora me ha quitado mi bendición.

Y añadió:

—¿No te queda otra bendición para mí?

Respondió Isaac a Esaú:

—Lo he nombrado señor tuyo y he declarado a sus hermanos siervos suyos; le he asegurado el trigo y el vino. ¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?

Respondió Esaú:

—¿Es que sólo tienes una bendición? Bendíceme también a mí, padre mío.

Esaú rompió a llorar a gritos. Isaac, su padre, le dijo:

—En tierra estéril, sin rocío del cielo, tendrás tu morada. Vivirás de la espada y servirás a tu hermano. Pero cuando te rebeles, sacudirás el yugo de tu cuello.

Esaú guardaba rencor a Jacob por la bendición que éste había recibido de su padre, y se decía: «Cuando llegue el luto de mi padre, mataré a mi hermano Jacob».

Le contaron a Rebeca lo que decía su hijo mayor, Esaú, y mandó llamar a Jacob, el hijo menor, y le dijo:

—Esaú, tu hermano; quiere matarte para vengarse. Por tanto, hijo mío, escúchame: huye a Jarán, a casa de Labán, mi hermano, y quédate con él una temporada hasta que se le pase la cólera a tu hermano, hasta que se le pase a tu hermano la ira contra ti y se olvide de lo que has hecho.

Después te haré traer de allí; no quiero verme privada de mis dos hijos en un solo día.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (44-45: Funk 1,115-119)

Los justos sufrieron persecución

Ya nuestros apóstoles conocieron, por nuestro Señor Jesucristo, que surgirían conflictos a propósito del nombre de obispo; por cuya causa, y previendo perfectamente el futuro, nombraron los mencionados obispos y, poco más tarde, establecieron el orden sucesorio, de modo que asumieran su ministerio otros varones probados Por consiguiente, quienes fueron nombrados por ellos y posteriormente por otros varones eximios, con el consentimiento de toda la Iglesia, que irreprochablemente sirvieron a la grey de Cristo con humildad, pacífica y desinteresadamente, y que por mucho tiempo se han granjeado el aprecio de todos: a éstos juzgamos injusto removerlos de su cargo. Cometeríamos, pues, un pecado no leve si deponemos de su puesto a los obispos que han desempeñado su cometido santa e intachablemente. Dichosos los presbíteros que nos han precedido y que obtuvieron una muerte cumplida y fructuosa: no tendrán que temer que nadie les remueva del puesto que se les ha asignado. Lo decimos porque ha llegado a nuestro conocimiento que vosotros habéis depuesto de su cargo a algunos santos varones, que lo ejercían intachable y honorablemente.

Hermanos, sois porfiados, y en lo tocante a la salvación, estáis inflamados de santa emulación. Habéis escudriñado diligentemente la Escritura santa, la verdadera, la inspirada por el Espíritu Santo. No se os oculta que en ella no hay nada injusto ni perverso. No hallaréis que los justos hayan sido rechazados por hombres santos. Los justos, es verdad, padecieron persecución, pero de parte de los inicuos; fueron encarcelados, pero por los impíos; fueron apedreados, pero por los malvados; fueron asesinados, pero por gente movida por un celo criminal e injusto. Todo esto lo soportaron con invicta paciencia.

Y ¿qué diremos, hermanos? ¿Fue Daniel arrojado al pozo de los leones por hombres temerosos de Dios? ¿O es que Ananías, Azarías y Misael fueron echados al horno encendido por quienes practicaban la magnífica y gloriosa religión del Altísimo? ¡De ninguna manera! ¿Quiénes fueron, pues, los que eso hicieron? Fueron hombres abominables y ricos de toda maldad; hombres que actuaron con tanto furor que arrojaron a los tormentos a quienes servían a Dios con pureza y santidad. Ignoraban que el Altísimo es defensor y escudo de quienes con pura conciencia adoran su santísimo nombre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

En cambio, los que lo soportaron todo con fe y paciencia heredaron gloria y honor, fueron exaltados por Dios y escritos en el libro de su memoria por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 28, 10—29, 14

La escalinata de Jacob

Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán.

Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño:

«Una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Angeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré donde quiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido».

Cuando Jacob se despertó dijo:

—Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía. Y, sobrecogido, añadió:

Qué terrible es este lugar: no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.

Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Almendrales.

Jacob hizo un voto diciendo:

Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios; y de todo lo que me des, te daré el diezmo.

Jacob continuó su viaje al país de los orientales. En campo abierto vio un pozo y tres rebaños de ovejas tumbadas cerca, pues los rebaños solían abrevar del pozo; la piedra que tapaba el pozo era grande, tanto que sólo cuando se reunían allí todos los pastores corrían la piedra de la boca del pozo, abrevaban los rebaños y volvían a tapar el pozo poniendo la piedra'en su sitio.

Jacob les dijo:

Hermanos, ¿de dónde sois?

Respondieron:

Somos de Jarán.

Les preguntó:

¿Conocéis a Labán, hijo de Najor?

Contestaron:

–Sí.

Les dijo:

¿Qué tal está?

Contestaron:

–Está bien; mira, su hija Raquel llega con el rebaño. El les dijo:

Todavía es pleno día y no es aún tiempo de reunir los rebaños; abrevad las ovejas y dejadlas pastar. Contestaron:

–No podemos hasta que se reúnan todos los pastores; entonces movemos la piedra, destapamos el pozo y abrevamos las ovejas.

Todavía estaba hablando, cuando llegó Raquel con las ovejas de su padre, pues era pastora. Cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán, su tío, se acercó, corrió la piedra de la boca del pozo y abrevó las ovejas de Labán, su tío; después besó a Raquel y rompió a llorar. Jacob explicó a Raquel que era pariente de su padre, hijo de Rebeca.

Ella corrió a contárselo a su padre. Cuando Labán oyó las noticias de Jacob, hijo de su hermana, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó, lo besó y lo llevó a su casa. Allí él contó a Labán todo lo sucedido.

Labán le dijo:

–Eres de mi carne y sangre.

Jacob se quedó con él un mes.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (46, 2-47, 4; 48, 1-6: Funk 1,119-123)

Busque cada uno no sólo su propio interés, sino también
el de la comunidad

Escrito está: Juntaos con los santos, porque los que se juntan con ellos se santificarán. Y otra vez, en otro lugar, dice: Con el hombre inocente serás inocente; con el elegido serás elegido, y con el perverso te pervertirás. Juntémonos, pues, con los inocentes y justos, porque ellos son elegidos de Dios. ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo? ¿A qué fin desgarramos y despedazamos los miembros de Cristo y nos sublevamos contra nuestro propio cuerpo, llegando a tal punto de insensatez que nos olvidamos de que somos los unos miembros de los otros?

Acordaos de las palabras de Jesús, nuestro Señor. Él dijo, en efecto: ¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros. Y, sin embargo, vuestra sedición es contumaz.

Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo, apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya desde entonces fomentabais las parcialidades. Mas aquella parcialidad fue menos culpable que la actual, pues al cabo os inclinabais a apóstoles acreditados por Dios y a un hombre acreditado por éstos.

Arranquemos, pues, con rapidez ese escándalo y postrémonos ante el Señor, suplicándole con lágrimas sea propicio con nosotros, nos reconcilie consigo y nos restablezca en el sagrado y puro comportamiento de nuestra fraternidad. Porque ésta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación. Enhorabuena que uno tenga carisma de fe, que otro sea poderoso en explicar los conocimientos, otro sabio en el discernimiento de discursos, otro casto en su conducta. El hecho es que cuanto mayor parezca uno ser, tanto más debe humillarse y buscar no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 31, 1-18

Jacob huye de Mesopotamia

Jacob oyó que los hijos de Labán decían

—Jacob se ha llevado toda la propiedad de nuestro padre y se ha enriquecido a costa de nuestro padre.

Jacob tuvo miedo de Labán, porque ya no lo trataba como antes. El Señor dijo a Jacob:

—Vuelve a la tierra de tu padre, tu tierra nativa, y allí estaré contigo.

Entonces Jacob hizo llamar a Raquel y Lía para que vinieran al campo de los rebaños, y les dijo:

—He observado el ademán de vuestro padre, ya no me trata como antes; pero el Dios de mis padres está conmigo. Vosotras sabéis que he servido a vuestro padre con todas mis fuerzas; pero vuestro padre me ha defraudado cambiándome diez veces el salario, aunque Dios no le ha permitido perjudicarme. Pues cuando decía: «Tu salario serán los animales manchados», todo el rebaño paría crías manchadas; cuando decía: «Tu salario serán los animales rayados», todo el rebaño paría crías rayadas. Dios le ha quitado el rebaño a vuestro padre y me lo ha dado a mí. Una vez, durante el celo, vi en sueños que todos los machos que cubrían eran rayados o manchados. El ángel de Dios me llamó en sueños: «Jacob»; yo contesté: «Aquí estoy». El me dijo: «Alza la vista y fíjate; todos los animales que cubren son rayados o manchados; he visto lo que Labán está haciendo contigo. Yo soy el Dios de Betel, donde ungiste una estela y me hiciste un voto. Ahora levántate, sal de esta tierra y vúelve a tu tierra nativa».

Raquel y Lía contestaron:

—¿Nos queda algo que heredar en nuestra casa paterna? Nos trata como extranjeras después de vendernos y de comerse nuestro precio. Toda la riqueza que Dios le ha quitado a nuestro padre nuestra era y de nuestros hijos. Por tanto, haz todo lo que Dios te manda.

Jacob se levantó, puso a los hijos y a las mujeres en los camellos, y guiando todo el ganado y todas las posesiones que había adquirido en Padán Aram, se encaminó a la casa de su padre, Isaac, en tierra de Canaán.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (49-50: Punk 1, 123-125)

¿Quién será capaz de explicar el vínculo del amor divino?

El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo que el amor divino establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros

Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia del amor, porque este amor nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le hansepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo Espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 32, 4-31

La lucha de Jacob

Jacob envió por delante mensajeros a Esaú, su hermano, al país de Seír, al campo de Edom, y les encargó:

—Así diréis a mi señor Esaú: «Esto dice tu siervo Jacob: He vivido con Labán y he estado con él hasta ahora; tengo vacas, asnos, ovejas, siervos y siervas; envío este mensaje a mi señor para alcanzar su favor».

Los mensajeros volvieron a Jacob, diciendo:

—Nos acercamos a tu hermano Esaú, y él salió a nuestro encuentro con cuatrocientos hombres.

Jacob se llenó de miedo y angustia, y dividió en dos campamentos su gente, sus posesiones, ovejas, vacas y camellos, calculando: «Si Esaú ataca un campamento y lo destroza, se salvará el otro». Y rezó: «Dios de mi padre Abrahán, Dios de mi padre Isaac, Señor, que me dijiste: Vuelve a tu tierra nativa, que allí te daré bienes, no merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo, pues con un bastón pasé este Jordán y ahora llevo dos caravanas; líbrame del poder de mi hermano Esaú, pues temo que venga y mate a las madres con los hijos. Tú me dijiste: Te daré bienes, haré tu descendencia como la arena innumerable de la playa».

Y pasó allí la noche. Luego, de lo que tenía a mano, escogió regalos para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte cabritos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas de leche con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte borricas y diez asnos. Y se los confió a sus criados en rebaños aparte, y les encargó:

–Id por delante, dejando un trecho entre cada rebaño. Y dio instrucciones al primero:

–Cuando te encuentre mi hermano Esaú y te pregunte: ¿De quién eres, adónde vas, para quién es eso que llevas?, responderás: Es de tu siervo Jacob, un regalo que envía a su señor Esaú; él viene detrás.

Lo mismo encargó al segundo y al tercero y a todos los que guiaban los rebaños:

–Esto diréis a Esaú cuando lo encontréis, y añadiréis: Mira, también tu siervo Jacob viene detrás de nosotros.

Pues se decía: «Me lo ganaré con los regalos que van por delante. Después me presentaré a él; quizá me reciba bien».

Los regalos pasaron delante; él se quedó aquella noche en el campamento. Todavía de noche, se levantó, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar cuanto poseía. Y él se quedó solo.

Un hombre luchó con él hasta la aurora, y viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.

Y el hombre le dijo:

—Suéltame, que llega la aurora.

Respondió:

—No te soltaré hasta que me bendigas.

Y le preguntó:

—¿Cómo te llarnas?

Contestó:

–Jacob.

Le replicó:

—Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.

Jacob, a su vez, preguntó:

—Dime tu nombre.

Respondió:

—¿Por qué me preguntas mi nombre?

Y le bendijo.

Jacob llamó a aquel lugar Penuel, diciendo:

—He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (51-52.54: Funk 1, 129.130)

Más le vale al hombre confesar sus caídas
que endurecer su corazón

Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos cometido seducidos por cualquier aliado del adversario, y aun aquellos que han encabezado sediciones y banderías deben acogerse a nuestra común esperanza. Pues los que, en su conducta, proceden con temor y caridad prefieren sufrir ellos mismos antes que sufran los demás; prefieren que se tenga mala opinión de ellos mismos antes que sea vituperada aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos viene de la tradición. Más le vale al hombre confesar sus caídas que endurecer su corazón, como se endureció el corazón de los que acaudillaron la rebelión contra Moisés, el siervo del Señor. Su condenación fue manifiesta, pues bajaron vivos al abismo, y la muerte es su pastor.

El Faraón con todo su ejército y todos los prefectos de Egipto, los carros y sus aurigas, todos quedaron sumergidos en el Mar Rojo y perecieron precisamente porque sus insensatos corazones se habían endurecido no obstante la abundancia de prodigios y milagros que Dios les mostró por mano de Moisés, su siervo.

Hermanos, nada en absoluto necesita el que es Dueño de todas las cosas; nada desea de nadie si no es el sacrificio de nuestra confesión. Dice, en efecto, David, el elegido: Alabaré el nombre de Dios con cantos, y le agradará más que un toro, más que un novillo con cuernos y pezuñas. Y de nuevo dice: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria. Pues mi sacrificio es un espíritu quebrantado.

Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea generoso?, ¿alguien que sea compasivo?, ¿hay alguno que se sienta lleno de caridad? Pues diga: «Si por mi causa vino la sedición, contienda o escisiones, yo me retiro y voy a donde queráis, y estoy pronto a cumplir lo que la comunidad ordenare, con tal de que el rebaño de Cristo se mantenga en paz con sus ancianos establecidos». El que esto hiciere se adquirirá una grande gloria en Cristo, y todo lugar lo recibirá, pues del Señor es la tierra y cuanto la llena. Así han obrado y así seguirán actuando quienes han llevado un comportamiento digno de Dios, del cual no cabe jamás arrepentirse.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 35, 1-29

Últimos años de Jacob

Dios dijo a Jacob:

—Anda, sube a Betel, haz allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú.

Jacob dijo a toda su familia y a toda su gente:

—Retirad los dioses extranjeros que tengáis, purificaos y cambiad de ropa; vamos a subir a Betel, donde haré un altar al Dios que me escuchó en el peligro y me acompañó en mi viaje.

Ellos entregaron a Jacob los dioses extranjeros que tenían y los pendientes que llevaban. Jacob los enterró bajo la encina que hay junto a Siquén. Durante su marcha caía el terror de Dios sobre las ciudades de la comarca y no persiguieron a los hijos de Jacob. Jacob, con toda su gente, llegó a Almendral, en tierra de Canaán, que hoy es Betel; levantó allí un altar y llamó al lugar Betel, porque allí se le había revelado Dios, mientras huía de su hermano.

Débora, nodriza de Rebeca, murió y la enterraron junto a Betel, bajo la encina, a la que llamaron Encina del llanto.

Al volver de Padán Aram, Dios se le apareció de nuevo a Jacob, y lo bendijo:

–Tu nombre es Jacob, pero ya no será Jacob; tu nombre será Israel.

Y le puso el nombre de Israel.

Dios añadió:

—Yo soy Dios Todopoderoso, crece, multiplícate: un pueblo, un grupo de pueblos nacerá de ti y saldrán reyes de tus entrañas. La tierra que di a Abrahán y a Isaac te la doy a ti, y a tus descendientes les daré esa misma tierra.

Dios se separó del lugar donde había hablado con él. Jacob erigió una estela de piedra en el lugar donde había hablado con Dios, derramó sobre ella una libación y la ungió con aceite. Y al lugar donde había hablado con Dios lo llamó Betel.

Después se marchó de Betel, y cuando faltaba un buen trecho para llegar a Efrata, Raquel sintió los dolores del parto; y cuando le apretaban los dolores, la comadrona le dijo:

No tengas miedo, que tienes un niño.

Estando para expirar, lo llamó Hijo Siniestro, y su padre lo llamó Hijo Diestro (Benjamín).

Murió Raquel y la enterraron en el camino de Efrata, hoy Belén, y Jacob erigió una estela sobre el sepulcro, que es hasta hoy la estela del sepulcro de Raquel.

Israel se marchó de allí y acampó al otro lado de Torre del Rebaño.

Mientras vivía Israel en aquella tierra, Rubén fue y se acostó con Bilha, concubina de su padre; Israel se enteró (y se disgustó mucho).

Los hijos de Jacob fueron doce. Hijos de Lía: Rubén, primogénito de Jacob, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y Benjamín. Hijos de Bilha, la sierva de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpa, la sierva de Lía: Gad y Aser. Estos son los hijos de Jacob nacidos en Padán Aram.

Jacob volvió a casa de Isaac, su padre, a Mambré, en Villa Arba, hoy Hebrón, donde había residido Abrahán e Isaac. Isaac vivió ciento ochenta años; expiró, murió y se reunió con los suyos, anciano y colmado de años, y lo enterraron Esaú y Jacob, sus hijos.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (56, 1-2.16; 57, 1-2; 58,1-2: Funk 1, 131-135)

Obedezcamos a su nombre santísimo y glorioso

Oremos, pues, también nosotros por quienes hubieran incurrido en algún fallo, para que se les conceda la docilidad y la humildad necesarias para someterse, no a nosotros, sino a la voluntad de Dios. De esta manera, el recuerdo misericordioso que de ellos hacemos ante Dios y sus santos, les será provechoso y perfecto. Aceptemos, queridos, la corrección, que nadie debe tomar a mal. Las advertencias que mutuamente nos hacemos unos a otros son buenas y sobremanera provechosas, pues nos unen a la voluntad de Dios. Ya veis, hermanos, qué gran favor es ser corregidos por el Señor; pues como Padre bueno que es, nos castiga para que, mediante su piadosa corrección, consigamos su misericordia.

Así pues, los que habéis sido los responsables de la sedición, someteos obedientemente a vuestros ancianos y recibid la corrección con espíritu de penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended la sumisión, deponiendo la arrogancia jactanciosa y altanera de vuestro lenguaje, pues os tiene más cuenta ser pequeños y considerados en el rebaño de Cristo que, por un puntillo de pundonor, ser excluidos de su esperanza.

Obedezcamos, pues, a su nombre santísimo y glorioso, evitando de este modo las amenazas que la Sabiduría profiere contra los desobedientes. Así habitaremos confiadamente a la sombra del dulcísimo nombre de su majestad.

Aceptad nuestro consejo, que no os pesará. Porque tan cierto como que vive Dios y vive nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, fe y esperanza de los elegidos, que todo el que cumpliere prontamente y en asidua humildad y justicia los mandatos y preceptos propuestos por Dios, será seleccionado y contado en el número de los que se salvan por Jesucristo, por medio del cual se le da a Dios la gloria por los siglos de los siglos.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 37, 2-4.12-36

José, vendido por sus hermanos

Sigue la historia de Jacob.

José tenía diecisiete años y pastoreaba el rebaño con sus hermanos; ayudaba a los hijos de Bilha y Zilpa, mujeres de su padre, y un día trajo a su padre malos informes acerca de sus hermanos. Israel amaba a José más que a todos los demás hijos, por ser él el hijo de la ancianidad. Le había hecho una túnica larga. Vieron sus hermanos cómo le prefería su padre a todos ellos y le aborrecieron hasta el punto de no poder siquiera saludarle.

Sus hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños de su padre.

Israel dijo a José:

Tus hermanos deben estar con los rebaños en Siquén; ven, que te voy a mandar adonde están ellos.

José le contestó:

—Aquí me tienes.

Su padre le dijo:

—Ve a ver cómo están tus hermanos y el ganado, y tráeme noticias.

Y lo envió desde el valle de Hebrón, y José se fue hacia Siquén.

Un hombre lo encontró dando vueltas por el campo, y le preguntó:

—¿Qué buscas?

Contestó José:

—Busco a mis hermanos; por favor, dime dónde están pastoreando.

El hombre respondió:

—Se han marchado de aquí, y les he oído decir que iban hacia Dotán.

José fue detrás de sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos le vieron de lejos y, antes de que se les acercara, conspiraron contra él para matarle, y se decían mutuamente:

Por ahí viene el soñador. Ahora, pues, venid, matémosle y echémosle en un pozo cualquiera y diremos que algún animal feroz lo devoró. Veremos entonces en qué paran sus sueños.

Rubén trató de librarlo de sus manos y les dijo:

–No le quitemos la vida. (Deseaba devolverlo a su padre). Y añadió:

Arrojadlo a un pozo, pero no le hagáis daño.

Cuando llegó José, sus hermanos lo despojaron de la túnica y lo arrojaron a un pozo sin agua. Estaban comiendo, cuando vieron a lo lejos una caravana de ismaelitas, que venían de Galaad, con los camellos cargados de especias —tragacanto, resina de lentisco y láudano— e iban a Egipto. Judá dijo entonces a sus hermanos:

¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? Vendámoslo a los ismaelitas y no pongamos en él las manos; al cabo, hermano nuestro y carne nuestra es

Al llegar los mercaderes sacaron a José del pozo y se lo vendieron por veinte monedas de plata. Y los mercaderes llevaron a José a Egipto.

Entre tanto, Rubén volvió al pozo, y al ver que José no estaba allí, se rasgó las vestiduras; volvió a sus hermanos y les dijo:

–El muchacho no está, ¿adónde voy yo ahora?

Ellos cogieron la túnica de José, degollaron un cabrito y empapando en sangre la túnica se la enviaron a su padre con este recado: Esto hemos encontrado, mira a ver si es la túnica de tu hijo o no. El, al reconocerla, dijo:

–Es la túnica de mi hijo; una fiera lo ha devorado, ha descuartizado a José.

Jacob rasgó su manto, se ciñó un sayal e hizo luto por su hijo muchos días. Todos sus hijos e hijas intentaron consolarlo, pero él rehusó el consuelo, diciendo:

De luto por mi hijo bajaré a la tumba.

Y su padre lloró.

Entre tanto, los madianitas lo vendieron en Egipto a Putifar, ministro y jefe de la guardia del Faraón.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (59, 1–60,4; 61, 3: Funk 1, 135-137)

La oración de los fieles

Si alguno no obedeciera a lo que el Señor mismo os ha dicho por mediación nuestra, sepa que incurrirá en culpa y correrá un peligro realmente grave. En cuanto a nosotros, seremos inocentes de tal pecado, y no cesaremos de pedir y de rogar para que el Artífice de todas las cosas conserve íntegro en todo el mundo el número de sus elegidos, por mediación de su amado siervo Jesucristo, por quien nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de la gloria de su nombre.

Haz que esperemos en tu nombre, tú que eres el origen de todo lo creado; abre los ojos de nuestro corazón, para que te conozcamos a ti, el solo altísimo en las alturas, el santo que reposa entre los santos; que terminas con la soberbia de los insolentes, que deshaces los planes de las naciones, que ensalzas a los humildes y humillas a los soberbios, que das la pobreza y la riqueza, que das la muerte, la salvación y la vida, el solo bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; que sondeas los abismos, que ves todas nuestras acciones, que eres ayuda de los que están en peligro, que eres salvador de los desesperados, que has creado todo ser viviente y velas sobre ellos; tú que multiplicas las naciones sobre la tierra y eliges de entre ellas a los que te aman por Jesucristo, tu Hijo amado, por quien nos has instruido, santificado y honrado.

Te pedimos, Señor, que seas nuestra ayuda y defensa. Libra a aquellos de entre nosotros que se hallan en tribulación, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, socorre a los necesitados, cura a los enfermos, haz volver a los miembros de tu pueblo que se han desviado; da alimento a los que padecen hambre, libertad a nuestros cautivos, fortaleza a los débiles, consuelo a los pusilánimes; que todos los pueblos de la tierra sepan que tú eres Dios y no hay otro, que Jesucristo es tu siervo, y que nosotros somos tu pueblo, el rebaño que tú guías.

Tú has dado a conocer la ordenación perenne del mundo, por medio de las fuerzas que obran en él; tú, Señor, pusiste los cimientos de la tierra, tú eres fiel por todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable por tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación y providente en el gobierno de las cosas creadas, bueno en estos dones visibles y fiel para los que en ti confían, benigno y misericordioso; perdona nuestras iniquidades e injusticias, nuestros pecados y delitos.

No tomes en cuenta todos los pecados de tus siervos y siervas, antes purifícanos en tu verdad y asegura nuestros pasos, para que caminemos en la piedad, la justicia y la rectitud de corazón, y hagamos lo que es bueno y aceptable ante ti y ante los que nos gobiernan.

Más aún, Señor, ilumina tu rostro sobre nosotros, para que gocemos del bienestar en la paz, para que seamos protegidos con tu mano poderosa, y tu brazo extendido nos libre del pecado y de todos los que nos aborrecen sin motivo.

Da la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes del mundo, como la diste a nuestros padres, que piadosamente te invocaron con fe y con verdad, pues obedecemos a tu nombre omnipotente y santísimo, así como a nuestros príncipes y gobernantes de la tierra.

Tú, Señor, les has dado la regia potestad por tu fuerza magnífica e inenarrable, para que conociendo la gloria y el honor que tú les otorgaste, nos sometamos a ellos sin oponernos a tu voluntad. Dales, Señor, la salud, la paz, la concordia, la firmeza, para que sin tropiezo ejerzan la potestad que les concediste. Porque tú, Señor, celeste rey de los siglos, das a los hombres gloria, honor y potestad sobre las cosas de la tierra. Guía, Señor, su consejo según lo que a ti te parece bien, a fin de que administrando piadosamente, en paz y en mansedumbre, la potestad que les has conferido, te tengan propicio.

A ti, el único que puede concedernos estos bienes y muchos más, te ofrecemos nuestra alabanza por Jesucristo, pontífice y abogado de nuestras almas, por quien sea a ti la gloria y la majestad, ahora y por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 39, 1-23

José en Egipto

Cuando llevaron a José a Egipto, Putifar, un egipcio ministro y mayordomo del Faraón, se lo compró a los ismaelitas que lo habían traído.

El Señor estaba con José y le dio suerte, de modo que lo dejaron en casa de su amo egipcio. Su amo, viendo que el Señor estaba con él y que hacía prosperar todo lo que él emprendía, le tomó afecto y lo puso a su servicio personal, poniéndolo al frente de su casa y encomendándole todas sus cosas. Desde que lo puso al frente de su casa y de todo lo suyo, el Señor bendijo la casa del egipcio en atención a José, y vino la bendición del Señor sobre todo lo que poseía, en casa y en el campo. Putifar lo puso todo en mano de José, sin preocuparse de otra cosa que del pan que comía. José era guapo y de buen tipo.

Pasado cierto tiempo, la mujer del amo puso los ojos en José y le propuso:

—Acuéstate conmigo.

El rehusó, diciendo a la mujer del amo:

–Mira, mi amo no se ocupa de nada de casa, todo lo suyo lo ha puesto en mis manos; no ejerce en casa más autoridad que yo, y no se ha reservado nada sino a ti, que eres su mujer. ¿Cómo voy a cometer yo semejante crimen pecando contra Dios?

Ella insistió un día y otro para que se acostase con ella o estuviese con ella, pero él no le hacía caso. Un día de tantos, entró él en casa a despachar sus asuntos, y no estaba en casa ninguno de los empleados; ella lo agarró por el traje y le dijo:

—Acuéstate conmigo.

Pero él soltó el traje en sus manos y salió afuera corriendo. Ella, al ver que le había dejado el traje en la mano y había corrido afuera, llamó a los criados y les dijo:

–Mirad, nos han traído un hebreo para que se aproveche de nosotros; ha entrado en mi habitación para acostarse conmigo, pero yo he gritado fuerte; al oír que yo levantaba la voz y gritaba, soltó el traje junto a mí y salió afuera corriendo.

Y retuvo consigo el manto hasta que volviese a casa su marido, y le contó la misma historia:

—El esclavo hebreo que trajiste ha entrado en mi habitación para aprovecharse de mí; yo alcé la voz y grité y él dejó el traje junto a mí y salió corriendo.

Cuando el marido oyó la historia que le contaba su mujer, «tu esclavo me ha hecho esto», montó en cólera, tomó a José y lo metió en la cárcel, donde estaban los presos del rey; así fue a parar a la cárcel.

Pero el Señor estaba con José, le concedió favores e hizo que cayese en gracia al jefe de la cárcel. Este encomendó a José todos los presos de la cárcel, de modo que todo se hacía allí según su deseo. El jefe de la cárcel no vigilaba nada de lo que estaba a su cargo, pues el Señor estaba con José, y cuanto éste emprendía, el Señor lo hacía prosperar.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (62-63: Funk 1, 141-143)

Mantened la concordia en la caridad y en la paz

Os hemos escrito, hermanos, con suficiente amplitud sobre lo que atañe a nuestra religión y que es utilísimo para todo el que quiera llevar una vida virtuosa en santidad y justicia. Nos hemos referido a todos los temas: la fe, la penitencia, la caridad sincera, la continencia, la castidad, la paciencia; os hemos recordado la necesidad de agradar al Dios omnipotente viviendo piadosamente en la justicia, en la verdad, en la generosidad, manteniendo la concordia con el perdón de las ofensas, la caridad, la paz, y una asidua equidad, como le agradaron nuestros padres –de que hicimos mención–, con espíritu de humildad hacia Dios, Padre y Creador, y hacia todos los hombres.

Y lo hemos hecho con tanta mayor satisfacción cuanto que sabíamos muy bien que escribíamos a hombres fieles y ejemplares, que han profundizado en la ciencia divina.

Es, pues, justo que quienes nos hemos acercado a tales y tan maravillosos ejemplos, sometamos al yugo la cerviz y, dando paso franco a la obediencia, acatemos a los que son guías de nuestras almas, a fin de que, apaciguada la vana sedición, podamos llegar sin ninguna cortapisa a la meta que nos propone la verdad.

Nos daréis un gozo y alegría grandes si, dóciles a cuanto os hemos escrito movidos por el Espiritu Santo, cortáis de raíz todo resentimiento y toda envidia, poniendo en práctica la exhortación a la paz y a la concordia que os hemos hecho en esta carta.

Os hemos enviado, además, hombres fieles y prudentes, que han vivido inculpablemente entre nosotros desde la juventud a la vejez. Ellos serán testigos entre nosotros y vosotros. Lo hemos hecho para que sepáis que toda nuestra preocupación ha tenido y tiene este objetivo: que recuperéis pronto la paz.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 41, 1-17a.25-45

Los sueños del Faraón

Pasaron dos años y el Faraón tuvo un sueño: Estaba en pie junto al Nilo cuando vio salir del Nilo siete vacas hermosas y bien cebadas que se pusieron a pastar en el carrizal. Detrás de ellas salieron del Nilo otras siete vacas flacas y mal alimentadas, y se pusieron junto a las otras a la orilla del Nilo, y las vacas flacas y mal alimentadas se comieron las siete vacas hermosas y bien cebadas. El Faraón despertó.

Tuvo un segundo sueño: siete espigas brotaban de un tallo, hermosas y granadas, y siete espigas secas y con tizón brotaban detrás de ellas. Las siete espigas secas devora a las siete espigas granadas y llenas. El Faraón despertó; había sido un sueño.

A la mañana siguiente, agitado, mandó llamar a todos los magos de Egipto y a sus sabios, y les contó el sueño, pero ninguno sabía interpretárselo al Faraón. Entonces el Copero Mayor dijo al Faraón:

—Tengo que confesar hoy mi pecado. Cuando el Faraón se irritó contra sus siervos y nos metió en la cárcel en casa del mayordomo a mí y al Panadero Mayor, él y yo tuvimos un sueño la misma noche; cada sueño con su propio sentido. Había allí con nosotros un joven hebreo, siervo del mayordomo; le contamos el sueño y él lo interpretó, a cada uno su interpretación. Y tal como él lo interpretó así sucedió: a mí me restablecieron en mi cargo, a él lo colgaron.

El Faraón mandó llamar a José. Lo sacaron aprisa del calabozo; se afeitó, se cambió de traje y se presentó al Faraón. El Faraón dijo a José:

—He soñado un sueño y nadie sabe interpretarlo. He oído decir de ti que oyes un sueño y lo interpretas. Respondió José al Faraón:

—Sin mérito mío, Dios dará al Faraón respuesta propicia.

Entonces el Faraón contó a José sus sueños.

José dijo al Faraón:

—Se trata de un único sueño: Dios anuncia al Faraón lo que va a hacer. Las siete vacas gordas son siete años y las siete espigas hermosas son siete años: el mismo sueño. Las siete vacas flacas y desnutridas que salían detrás de las primeras son siete años y las siete espigas vacías y con tizón son siete años de hambre. Es lo que he dicho al Faraón. Dios ha mostrado al Faraón lo que va a hacer. Van a venir siete años de gran abundancia en todo el país de Egipto; detrás vendrán siete años de hambre que harán olvidar la abundancia en Egipto, pues el hambre acabará con el país. No habrá rastro de abundancia en el país a causa del hambre que seguirá, pues será terrible. El haber soñado el Faraón dos veces indica que Dios confirma su palabra y que se apresura a cumplirla. Por tanto, que el Faraón busque a un hombre sabio y prudente y lo ponga al frente de Egipto; establezca inspectores que dividan el país en regiones y administren durante los siete años de abundancia. Que reúnan toda clase de alimentos durante los siete años buenos que van a venir, metan grano en los graneros por orden del Faraón y los guarden en las ciudades. Los alimentos servirán de provisiones para los siete años de hambre que vendrán después en Egipto, y así no perecerá de hambre el país.

El Faraón y sus ministros aprobaron la propuesta, y el Faraón dijo a sus ministros:

—¿Podemos encontrar un hombre como éste, dotado de un espíritu sobrehumano?

Y el Faraón dijo a José:

—Ya que el Señor te ha enseñado todo eso, nadie será tan sabio y prudente como tú. Tú estarás al frente de mi casa y todo el pueblo obedecerá tus órdenes; sólo en el trono te precederé.

Y añadió:

—Mira, te pongo al frente de todo el país.

Y el Faraón se quitó el anillo de sello de la mano y se lo puso a José; le vistió traje de lino y le puso un collar de oro al cuello. Le hizo sentarse en la carroza de sus lugartenientes y que gritasen delante de él: «De rodillas». Así lo puso al frente de Egipto.

El Faraón dijo a José:

—Yo soy el Faraón; sin contar contigo nadie moverá mano o pie en todo Egipto.

Y llamó a José Zafnat-Panej, y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. José salió a recorrer Egipto.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (64-65: Funk 1, 143-145)

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros y
con todos los llamados

Por lo demás, que el Dios que todo lo ve, el Señor de los espíritus y Dueño de toda carne, que eligió a nuestro Señor Jesucristo y a nosotros por él, para pueblo peculiar suyo, conceda a toda alma que invocare su glorioso y santo nombre, fe, temor, paz, paciencia, ecuanimidad, castidad y pureza, para que con rectitud pueda agradar a su nombre, por mediación del sumo sacerdote y protector nuestro Jesucristo, por el cual le sea dada a él la gloria y la majestad, el poder y el honor, ahora y por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Remitidnos en breve, con paz y alegría, a nuestros enviados: Claudio Efebo, Valerio Bitón y Fortunato, para que cuanto antes nos traigan la noticia de que la paz y la concordia, tan anhelada y deseada por nosotros, se han finalmente restablecido entre vosotros; de modo que también nosotros podamos alegrarnos lo antes posible del restablecimiento del orden entre vosotros.

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros y con todos los que, en cualquier lugar, han sido llamados por Dios a través de Jesucristo, por quien sea dada a Dios la gloria, el honor, el poder, la majestad y el reino eterno, por los siglos de los siglos. ¡Amén!



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 41, 5612, 26 ,;Is

Los hermanos de José van a Egipto

Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra.

Enterado Jacob de que había grano en Egipto, dijo a sus hijos:

¿A qué esperáis? He oído decir que hay grano en Egipto; bajad allá y compradnos grano, a ver si conservamos la vida y no morimos.

Bajaron, pues, diez hermanos de José a comprar grano en Egipto. Jacob no dejó marchar a Benjamín, hermano de José, con sus hermanos, temiendo que le sucediera una desgracia. Los hijos de Israel fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán.

José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra. Al ver a sus hermanos, José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente:

–¿De dónde venís?

Contestaron:

De la tierra de Canaán a comprar provisiones.

José reconoció a sus hermanos, pero no se les dio a conocer. Se acordó José de los sueños que había soñado, y les dijo:

—¡Sois espías! Habéis venido a observar las zonas desguarnecidas del país.

Contestaron:

No es así, señor; tus siervos han venido a comprar provisiones. Somos todos hijos de un mismo padre y gente honrada; tus siervos no son espías.

El insistió:

–No es cierto, habéis venido a observar las zonas desguarnecidas del país.

Respondieron:

Éramos doce hermanos, hijos de un mismo padre, en tierra de Canaán; el menor se ha quedado con su padre y el otro ha desaparecido.

José les dijo:

–Lo que yo decía, sois espías; pero os pondré a prueba: no saldréis de aquí, por vida del Faraón, si primero no me traéis a vuestro hermano menor. Despachad a uno de vosotros por su hermano, mientras los demás quedáis presos, y probaréis que vuestras palabras son verdaderas; de lo contrario, por vida del Faraón, que sois espías.

Y los hizo detener durante tres días. Al tercer día les dijo:

—Yo temo a Dios; por eso haréis lo siguiente y salvaréis la vida: si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.

Ellos aceptaron, y se decían:

—Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia.

Intervino Rubén:

—¿No os decía yo: «No pequéis contra el muchacho», y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.

Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró; después volvió a ellos y escogió a Simeón y le hizo encadenar en su presencia. José mandó que les llenasen los sacos de grano, que metieran el dinero pagado en cada saco y que les dieran provisiones para el camino.

Así se hizo. Cargaron el grano en los asnos y se marcharon.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón sobre la encarnación del Verbo (10: PG 25, 111-114)

Renueva los tiempos pasados

El Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no abandonó la naturaleza humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo destruyó la muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de corregir su descuido, adoctrinándolo, y restauró todas las cosas humanas con su eficacia y poder.

Estas afirmaciones de los teólogos hallan apoyo en el testimonio de los discípulos del Salvador, como se lee en sus escritos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos, nuestro Señor Jesucristo. Y en otro pasaje: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Más adelante, la Escritura prueba que el único que debía hacerse hombre era el Verbo de Dios, cuando dice: Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. Con estas palabras, da a entender que el único que debía librar al hombre de su corrupción era el Verbo de Dios, el mismo que lo había creado desde el principio.

Prueba además que el Verbo mismo tomó un cuerpo precisamente con el fin de ofrendarse por los que tenían cuerpos semejantes. Y así lo dice: Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Ya que, al inmolar su propio cuerpo, acabó con la ley que pesaba contra nosotros y renovó el principio de vida con la esperanza de la resurrección.

Como la muerte había cobrado fuerzas contra los hombres, de los mismos hombres, por eso, se logró la victoria sobre la muerte y la resurrección para la vida por el mismo Verbo de Dios, hecho hombre para los hombres, y así pudo decir muy bien aquel hombre lleno de Cristo: Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Y lo demás que pone a continuación. Así que no morimos ya para ser condenados, sino para ser resucitados de entre los muertos. Esperamos la común resurrección de todos. A su tiempo nos la dará Dios, que la hace y la comunica.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 43,1-11a.13-17.26-34

Nuevo viaje de los hermanos de José a Egipto

El hambre apretaba en el país; cuando se terminaron los víveres que habían traído de Egipto, su padre les dijo:

–Volved a comprar provisiones.

Judá le contestó:

–Aquel hombre nos ha jurado: «No os presentéis ante mí si no me traéis a vuestro hermano». Si permites a nuestro hermano venir con nosotros, bajaremos a comprarte provisiones; si no lo dejas, no bajaremos, pues aquel hombre nos dijo: «No os presentéis ante mí si no me traéis a vuestro hermano».

Israel les dijo:

–¿Por qué me habéis dado este disgusto: decirle que teníais otro hermano?

Contestaron:

–Aquel hombre nos preguntaba por nosotros y por nuestra familia: «¿Vive todavía vuestro padre? ¿Tenéis hermanos?». Y nosotros respondimos a sus preguntas. ¿Cómo íbamos a suponer que nos iba a decir que lleváramos a nuestro hermano?

Judá dijo a su padre Israel:

–Deja que el muchacho venga conmigo, porque yendo podremos salvar la vida; de lo contrario, moriremos tú y nosotros y los niños. Yo salgo fiador de él; a mí me pedirás cuentas de él: si no te lo traigo y lo pongo delante de ti,rompes conmigo para siempre. Si no hubiéramos dado largas, ya estaríamos de vuelta la segunda vez.

Israel, su padre, les respondió:

—Si no hay más remedio, hacedlo; tomad productos del país en vuestras vasijas y llevádselos como regalo a aquel hombre. Tomad a vuestro hermano y volved a visitar a aquel hombre. Dios Todopoderoso lo haga compadecerse de vosotros y os suelte a vuestro hermano y deje a Benjamín. Si tengo que quedarme solo, me quedaré.

Ellos tomaron consigo los regalos, doble cantidad de dinero y a Benjamín; se encaminaron a Egipto y se presentaron a José. Cuando José vio a Benjamín, dijo a su mayordomo:

Hazlos entrar en casa; que maten y guisen, pues al mediodía comerán conmigo.

El mayordomo hizo lo que mandó José, y los hizo entrar en casa de José. Cuando José entró en casa, ellos le presentaron los regalos que habían traído y se postraron en tierra.

El les preguntó:

¿Qué tal estáis? ¿Qué tal está vuestro viejo padre, del que me hablasteis? ¿Vive todavía?

Contestaron:

—Tu siervo, nuestro padre, está bien, vive todavía. Y se inclinaron y se postraron.

Alzando la vista, vio José a Benjamín, su hermano, hijo de su madre, y preguntó:

¿Es éste el hermano menor, de quien me hablasteis? Y añadió:

Dios te dé su favor, hijo mío.

En seguida, conmovido por su hermano, le vinieron ganas de llorar y, entrando en la alcoba, lloró allí. Después se lavó la cara, y salió dominándose y mandó:

Servid la comida.

Le sirvieron a él por un lado, a ellos por otro y a los egipcios convidados por otro, pues los egipcios no pueden comer con los hebreos, ya que sería sacrilegio. Se sentaron frente a él, empezando por el primogénito y terminando por el menor, y se miraban asombrados. José les hacía pasar las porciones de su mesa, y la porción de Benjamín era cinco veces mayor. Así bebieron abundantemente con él.


SEGUNDA LECTURA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 90 (4.6: CCL 103, 372.373. 374)

El pueblo cristiano, apoyándose en la humildad,
se eleva a la cumbre de la virtud

El bienaventurado patriarca José, movido de la dulzura de una sincera caridad, trató de rechazar con la gracia de Dios, de su corazón el veneno de la envidia, del que le constaba estar inficionado el corazón de sus hermanos.

Así pues, al pueblo cristiano no le es lícito estar celoso, no le está permitido envidiar: apoyándose en la humildad, se eleva a la cumbre de la virtud. Escucha al bienaventurado apóstol Juan en su carta: El que odia a su hermano es un homicida; y de nuevo: Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos. El que aborrece –dice– a su hermano, camina en las tinieblas y no sabe adónde va; pues sin darse cuenta baja al infierno y, como ciego que es, se precipita en la pena, apartándose de la luz de Cristo, que nos amonesta y nos dice: Yo soy la luz del mundo, y El que cree en mí no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

¿Cómo, en efecto, va a poseer la paz del Señor o la caridad el que, dominado por los celos, es incapaz de permanecer en paz y seguridad? En cuanto a nosotros, hermanos, huyamos, con la gracia de Dios, de la ponzoña de los celos y de la envidia, y llevemos la dulzura de la caridad a nuestras relaciones no sólo con los buenos, sino también con los malos; así no nos reprobará Cristo por el pecado de envidia, antes nos felicitará y nos invitará al premio diciéndonos: Venid, benditos, heredad el reino.

Tengamos en las manos la sagrada Escritura y en la mente el pensamiento del Señor; que jamás cese la continua oración y persevere siempre la operación salvadora, de manera que cuantas veces el enemigo se acercare para tentarnos nos encuentre siempre ocupados en las buenas obras. Examine, pues, cada cual su propia conciencia, y si se descubre afectado por el veneno de la envidia ante la prosperidad de su hermano, arranque de su pecho las espinas y cardos, para que en él la semilla del Señor, cual en fértil campo, produzca un fruto multiplicado y la divina y espiritual cosecha se traduzca en ubérrima mies.

Piense cada cual en las delicias del paraíso y anhele el reino celestial, en el que Cristo solamente admite a los que tienen un solo corazón y una sola alma. Pensemos, hermanos, que «hijos de Dios» sólo pueden ser llamados los que trabajan por la paz, según lo que está escrito: En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros. Que el piadoso Señor os conduzca bajo su protección y por el camino de las buenas obras a este amor. A él el honor y la gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 44, 1-20.30-34

José y Benjamín

José encargó al mayordomo:

—Llénales los sacos de víveres, todo lo que quepa, y pon el dinero en la boca de cada saco, y mi copa de plata la metes en el saco del menor, junto con su dinero.

El hizo lo que le mandaban.

Al amanecer, los hombres se despidieron y salieron con los asnos. Apenas salidos, no se habían alejado de la ciudad, cuando José dijo al mayordomo:

Sal en persecución de esos hombres y, cuando los alcances, diles: «¿Por qué me habéis pagado mal por bien? ¿Por qué habéis robado la copa de plata en que bebe mi señor y con la que suele adivinar? Os habéis portado mal».

Cuando él les dio alcance, les repitió las palabras.

Ellos replicaron:

¿Por qué habla así nuestro señor? ¡Lejos de tus siervos obrar de tal manera! Mira, el dinero que habíamos encontrado en los sacos te lo trajimos desde la tierra de Canaán; ¿por qué íbamos a robar en casa de tu amo oro o plata? Si se la encuentras a uno de tus siervos, que muera, y nosotros seremos esclavos de nuestro señor.

Respondió él:

De acuerdo. Aquel a quien se la encuentre será mi esclavo, y los demás quedáis libres.

Cada uno bajó aprisa su saco, lo puso en tierra y lo abrió. El comenzó a examinarlos, empezando por el del mayor y terminando por el del menor, y encontró la copa en el saco de Benjamín. Ellos se rasgaron los vestidos, cargaron de nuevo los asnos y volvieron a la ciudad.

Judá y sus hermanos entraron en casa de José (él estaba allí todavía) y se echaron por tierra ante él.

José les dijo:

¿Qué manera es ésa de portarse? ¿No sabíais que uno como yo es capaz de adivinar?

Judá le contestó:

¿Qué podemos responder a nuestro señor? ¿Cómo probar nuestra inocencia? Dios ha descubierto la culpa de tus siervos. Esclavos somos de nuestro señor, lo mismo que aquel en cuyo poder se encontró la copa.

Respondió José:

Lejos de mí obrar de tal manera. Aquel en cuyo poder se encontró la copa será mi esclavo, los demás volveréis en paz a casa de vuestro padre.

Entonces Judá se acercó y dijo:

Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: «¿Tenéis padre o algún hermano?», y respondimos a mi señor: «Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora». Ahora, pues, si vuelvo a tu siervo, mi padre, sin llevar conmigo al muchacho, a quien quiere con toda el alma, cuando vea que falta el muchacho, morirá, y tu siervo habrá dado con las canas de tu siervo, mi padre, en el sepulcro, de pena. Además, tu siervo ha salido fiador por el muchacho ante mi padre, jurando: «Si no te lo traigo, rompes conmigo para siempre». Ahora, pues, deja que tu siervo se quede como esclavo de mi señor en lugar del muchacho, y que él vuelva con sus hermanos. ¿Cómo puedo yo volver a mi padre sin llevar conmigo al muchacho y contemplar la desgracia que se abatirá sobre mi padre?


SEGUNDA LECTURA

San Macario el Grande, Homilía 28 (atribuida) (PG 34, 710-711)

¡Ay del alma en la que no habita Cristo!

Así como en otro tiempo Dios, irritado contra los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que quebranta sus mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta afearla.

Y del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se cubre de tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y de la presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.

¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive! ¡Ay de la nave privada de piloto!, porque, embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar. ¡Ay del alma que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una tempestad invernal, terminará en el naufragio.

¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo, que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto, acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en hospedaje de todos los vicios.

Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por el pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 45,1-15.21—46, 7

Reconciliación de José con sus hermanos

José no pudo contenerse en presencia de su corte y ordenó:

–Salid todos de mi presencia.

Y no había nadie cuando se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron y la noticia llegó a casa del Faraón.

José dijo a sus hermanos:

Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?

Sus hermanos, perplejos, se quedaron sin respuesta. José dijo a sus hermanos:

Acercaos a mí.

Se acercaron, y les repitió:

Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros. Llevamos dos años de hambre en el país y nos quedan cinco años sin siembra ni siega. Dios me envió por delante para que podáis sobrevivir en este país, salvando vuestras vidas de modo admirable. Por eso no fuisteis vosotros quienes me enviasteis acá, sino Dios; me hizo ministro del Faraón, señor de su casa y gobernador de todo Egipto. Aprisa, subid a casa de mi padre y decidle: «Dice tu hijo José: Dios me ha hecho señor de Egipto, baja aquí a estar conmigo sin tardar; habitarás en la tierra de Gosén, estarás cerca de mí, tú con tus hijos y nietos, con tus ovejas, vacas y todas tus posesiones. Yo te mantendré allí, porque quedan cinco años de hambre, para que no te falte nada ni a ti, ni a tu familia, ni a los tuyos». Vosotros estáis viendo y también Benjamín está viendo que os hablo yo en persona. Contadle a mi padre todo mi poder en Egipto y todo lo que habéis visto, y traed pronto acá a mi padre.

Y echándose al cuello de Benjamín, rompió a llorar, y lo mismo hizo Benjamín; después besó, llorando, a todos sus hermanos. Sólo entonces le hablaron sus hermanos.

Así lo hicieron los hijos de Israel. José les dio carros, según las órdenes del Faraón, y provisiones para el viaje. Además, dio a cada uno una muda de ropa y a Benjamín trescientas monedas y cinco mudas. A su padre le envió diez asnos cargados de productos de Egipto, diez borricas cargadas de grano y vituallas para el viaje. Cuando los hermanos se despidieron para marcharse, él les dijo:

No riñáis por el camino.

Salieron, pues, de Egipto; llegaron a tierra de Canaán, a casa de su padre, Jacob, y le dieron la noticia:

—José está vivo y es gobernador de Egipto.

El se quedó frío, sin poder creerlo. Le contaron todo lo que les había dicho José, y cuando vio los carros que José había enviado para transportarlo, recobró el aliento Jacob, su padre.

Y dijo Israel:

¡Basta! Está vivo mi hijo José; iré a verlo antes de morir.

Israel, con todo lo suyo, se puso en camino; llegó a Berseba y allí ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac. Dios le dijo a Israel en una visión de noche:

—Jacob, Jacob.

Respondió:

Aquí estoy.

Dios le dijo:

—Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en un pueblo numeroso. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir; y José cerrará tus ojos.

Al salir Jacob de Berseba, los hijos de Israel hicieron montar a su padre con los niños y las mujeres en las carretas que el Faraón había enviado para transportarlos. Tomaron el ganado y las posesiones que habían adquirido en Canaán y emigraron a Egipto Jacob con todos sus descendientes: hijos y nietos, hijas y nietas y todos los descendientes los llevó consigo a Egipto.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 16 sobre el libro del Génesis (4: PG 12, 249-250)

Hambre de oír la palabra del Señor

Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que enviaré hambre al país; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor. ¿Ves qué clase de hambre es la que atenaza a los pecadores? ¿Ves cuál es el hambre que se abatirá sobre el país? El hombre terreno aspira a cosas terrenas y no es capaz de percibir lo que es propio del Espíritu de Dios, padece hambre de la palabra de Dios, no escucha los preceptos de la ley, desconoce la corrección de los profetas, ignora los consuelos apostólicos, no reacciona a la medicación del evangelio.

En cambio, para los justos y para los que meditan su ley día y noche, la sabiduría ha puesto su mesa, ha matado sus reses, ha mezclado su vino en la copa y lo anuncia a grandes voces, no para que acudan todos, no para que vengan a su banquete los opulentos, los ricos o los sabios de este mundo, sino para que vengan —si los hay— los inexpertos, es decir, si hay alguno que sea humilde de corazón, que en otro lugar se los denomina «pobres en el espíritu» pero ricos en la fe: éstos sí, éstos que acudan al banquete de la sabiduría y, saciados de sus manjares, conjuren el hambre que se abate sobre el país. Y tú, cuidado, no te vayan a tomar por un egipcio y te mueras de hambre; no sea que enfrascado en los negocios de este mundo, te alejes de los manjares de la sabiduría que a diario se ofrecen en las iglesias de Dios.

Porque si te haces el sordo a lo que se lee o comenta en la iglesia, es inevitable que padezcas hambre de la palabra de Dios. En cambio, si desciendes de la estirpe de Abrahán y conservas la nobleza de la raza de Israel, continuamente te alimenta la ley, te nutren los profetas y hasta los apóstoles te ofrecen opulentos banquetes. Los mismos evangelios te invitarán a sentarte con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino del Padre, para que allí comas del árbol de la vida y bebas el vino de la vid verdadera, el vino nuevo, en compañía de Cristo en el reino de su Padre. Pues de estos manjares no pueden ayunar ni padecer hambre los amigos del novio, mientras el novio está con ellos.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 49, 1-28.33

Jacob bendice a sus hijos

Jacob llamó a sus hijos y les dijo:

–Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro. Agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel:

Tú, Rubén, mi primogénito, mi fuerza y primicia de mi virilidad, primero en rango, primero en poder; precipitado como agua, no serás de provecho, porque subiste a la cama de tu padre profanando mi lecho con tu acción.

Simeón y Leví, hermanos, mercaderes en armas criminales. No quiero asistir a sus consejos, no he de participar en su asamblea, pues mataron hombres ferozmente y a capricho destrozaron bueyes. Maldita su furia, tan cruel, y su cólera inexorable. Los repartiré entre Jacob y los dispersaré por Israel.

A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu madre. Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león, o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos. Ata su burro a una viña, las crías a un majuelo; lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Sus ojos son más oscuros que el vino y sus dientes más blancos que la leche.

Zabulón habitará junto a la costa, será un puerto para los barcos, su frontera llegará hasta Sidón.

Isacar es un asno robusto que se tumba entre las alforjas; viendo que es bueno el establo y que es hermosa la tierra, inclina el lomo a la carga y acepta trabajos de esclavo.

Dan gobernará a su pueblo como las otras tribus de Israel. Dan es culebra junto al camino, áspid junto a la senda: muerde al caballo en la pezuña, y el jinete es despedido hacia atrás. Espero tu salvación, Señor.

Gad: le atacarán bandidos y él los atacará por la espalda.

El grano de Aser es sustancioso, ofrece manjar de reyes.

Neftalí es cierva suelta que tiene crías hermosas.

José es potro salvaje, un potro junto a la fuente, asnos salvajes junto al muro. Los arqueros los irritan, los desafían y los atacan. Pero el arco se les queda rígido y les tiemblan las manos y brazos ante el Campeón de Jacob, el Pastor y Piedra de Israel. El Dios de tu padre te auxilia, el Todopoderoso te bendice: bendiciones que bajan del cielo, bendiciones del océano, acostado en lo hondo, bendiciones de pechos y ubres, bendiciones de espigas abundantes, bendiciones de collados antiguos, ambición de colinas perdurables, bajen sobre la cabeza de José, coronen al elegido entre sus hermanos.

Benjamín es un lobo rapaz: por la mañana devora la presa, por la tarde reparte los despojos.

Estas son las doce tribus de Israel, y esto lo que su padre les dijo al bendecirlos, dando una bendición especial a cada uno.

Cuando Jacob terminó de dar instrucciones a sus hijos, recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 17 sobre el libro del Génesis (8.9: PG 12,260-261)

Cristo lava a su Iglesia con el baño del segundo nacimiento

Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Según la interpretación histórica, estas palabras parecen significar la abundancia de vino mediante la imagen de un campo fértil en vides. Pero nuestra interpretación mística nos introduce en una significación más noble. Pues la túnica de Cristo que se lava en vino simboliza ciertamente a la Iglesia, que él mismo se purificó en su propia sangre, una Iglesia sin mancha ni arruga. Pues –como dice el Apóstol– os rescataron no con oro ni plata, sino con la sangre preciosa del Unigénito de Dios. Por tanto, en el vino de esta sangre, es decir, en el baño del segundo nacimiento, Cristo lava a su Iglesia.

En efecto, por el bautismo fuimos sepultados en la muerte, en su sangre, esto es, somos bautizados en su muerte. Veamos ahora cómo lavó su túnica en sangre de uvas. La túnica es una prenda más cercana del cuerpo, más íntima que el manto. Así pues, los que en un primer momento fueron lavados en el baño, convirtiéndose así en su manto, en un segundo momento llegaron al sacramento de la sangre de uvas, es decir, se hicieron partícipes de un misterio más interior y más secreto, pasando a ser su túnica.

Efectivamente, se lava el alma en sangre de uvas cuando empieza a comprender la razón de este misterio. Pues una vez conocida y comprendida la virtud de la sangre del Verbo de Dios, cuanto más capaz se va haciendo el alma, tanto más pura es lavándose cada día para progresar en la ciencia; y, uniéndose a Dios, no sólo se convertirá en su túnica, sino que será un espíritu con él.

Sus ojos chispean de gracia a causa del vino. Apoyados en la autoridad apostólica, hemos dejado sentado más arriba que miembros de Cristo son todos los fieles que viven dignamente, y que los diversos miembros se especifican en función del servicio que cada uno de ellos ejerce para el bien de todo el cuerpo de la Iglesia. Así, serán pies de Cristo los que corren a hacer la paz, los que se apresuran a socorrer a los que padecen alguna necesidad. Serán manos de Cristo las que se tienden para practicar la misericordia, las que son portadoras de auxilio a los necesitados, las que prestan apoyo a los inválidos. Asimismo serán ojos de Cristo los que aportan a todo el cuerpo la luz de la ciencia. Como está escrito en el evangelio: La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso tales ojos son portadores de gracia, ya que la palabra de sabiduría tiene una pizca de sal, para ser agradable al auditorio. Pero el ojo no es calificado de portador de gracia únicamente porque proporciona expresión adecuada a la ciencia, sino porque, además, causa la gracia por sí mismo.

 

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-2, 12

Relaciones de Pablo con la Iglesia de Tesalónica

Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.

Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones.

Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.

Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda. Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil.

A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor –apoyados en nuestro Dios– para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones. Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo real, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre la carta a los Filipenses (PLS 1, 617-618)

Estad siempre alegres en el Señor

Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna; en cambio, las alegrías que son' según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos desmesuradamente ante los males que pudieran sobrevenirnos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.

En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas –Dios no lo permita– con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalonicenses 2, 13–3, 13

Amistad de Pablo con los Tesalonicenses

Hermanos: No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicarnos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.

De hecho, vosotros, hermanos, resultasteis imitadores de las Iglesias de Dios residentes en Judea, en Cristo Jesús, pues vuestros propios compatriotas os han hecho sufrir exactamente como a ellos los judíos, esos que mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos persiguieron a nosotros; esos que no agradan a Dios y son enemigos de los hombres; esos que estorban que hablemos a los gentiles para que se salven, colmando en todo tiempo la medida de sus pecados; pero el castigo los cogerá de lleno.

Por nuestra parte, hermanos, al poco tiempo de vernos privados de vosotros, lejos con la persona, no con el corazón, redoblamos los esfuerzos para ir a veros personalmente, tan ardiente era nuestro deseo; porque nos propusimos haceros una visita –y en particular, yo, Pablo, más de una vez–, pero Satanás nos cortó el paso. Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona ante nuestro Señor Jesús cuando venga? Sí, nuestra gloria y alegría sois vosotros.

Por eso, no pudiendo aguantar más, preferí quedarme solo en Atenas y mandé a Timoteo, hermano nuestro y compañero en el trabajo de Dios anunciando el Evangelio de Cristo, para que afianzase y alentase vuestra fe, y ninguno titubease en las dificultades presentes, pues sabéis bien que ése es nuestro destino. Cuando estábamos con vosotros, os predecíamos ya que nos esperaban dificultades, y sabéis que así ocurrió.

Por esa razón, yo no pude aguantar más y envié a uno que se informara de cómo andaba vuestra fe, temiendo que os hubiera tentado el tentador y que nuestras fatigas hubieran resultado inútiles.

Ahora Timoteo acaba de llegar y nos ha dado buenas noticias de vuestra fe y amor mutuo, añadiendo que conserváis buen recuerdo de nosotros y que tenéis tantas ganas de vernos como nosotros de veros. En medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe!

Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.
 

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 132 (PLS 1, 244-245)

La multitud de los creyentes
no era sino un solo corazón y una sola alma

Ved qué dulzura y qué delicia, convivir los hermanos unidos. Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.

Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único.

Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. El salmista añade una comparación para ilustrar esta dulzura y delicia, diciendo: Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba compuesto de substancias olorosas. Plugo a Dios que así fuese consagrado por primera vez su sacerdote; y también nuestro Señor fue ungido de manera invisible entre todos sus compañeros. Su unción no fue terrena; no fue ungido con el aceite con que eran ungidos los reyes, sino con aceite de júbilo. Y hay que tener en cuenta que, después de aquella unción, Aarón, de acuerdo con la ley, fue llamado ungido.

Del mismo modo que este ungüento, doquiera que se derrame, extingue los espíritus inmundos del corazón, así también por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia, como dice el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo. Así, del mismo modo que Dios halló su complacencia en la unción del primer sacerdote Aarón, también es una dulzura y una delicia convivir los hermanos unidos.

La unción va bajando de la cabeza a la barba. La barba es distintivo de la edad viril. Por esto, nosotros no hemos de ser niños en Cristo, a no ser únicamente en el sentido ya dicho, de que seamos niños en cuanto a la ausencia de malicia, pero no en el modo de pensar. El Apóstol llama niños a todos los infieles, en cuanto que son todavía débiles para tomar alimento sólido y necesitan de leche, como dice el mismo Apóstol: Os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalolicenses 4, 1-18

Vida santa y esperanza en la resurrección

Hermanos: Por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su herrnano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Acerca del amor fraterno no hace falta que os escriba porque Dios mismo os ha enseñado a amaron los unos a los otros. Como ya lo hacéis con todos los hermanos de Macedonia. Hermanos, os exhortamos a seguir progresando: esforzaos por mantener la calma, ocupándoos de vuestros propios asuntos y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos mandado. Así vuestro proceder será correcto ante los de fuera y no tendréis necesidad de nadie.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.

Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.

Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre las delicias de la vida futura (6: PG 51, 352-353)

Comportémonos de modo que, arrebatados en la nube,
estemos siempre con el Señor

Cristo había prometido la resurrección de los cuerpos, la inmortalidad, el encuentro con él en el aire, el rapto en la nube: estas realidades nos las demuestra con los hechos. ¿De qué modo? Después de muerto, resucitó, y durante cuarenta días convivió con sus discípulos para consolidar su certeza y mostrarles cómo serán nuestros cuerpos después de la resurrección.

Asimismo, el Señor, que, por la boca de Pablo, dijo: Seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire, también esto lo demostró con las obras. En efecto, después de la resurrección, estando para subir al cielo, en presencia de sus discípulos, lo vieron levantarse —dice— hasta que una nube se lo quitó de la vista. Ellos estaban con los ojos fijos en el cielo, viéndolo irse. Lo mismo ocurrirá con nuestro cuerpo: será consustancial al suyo, puesto que ambos proceden de un elemento común: cual es la cabeza, tal será el cuerpo; cual es el principio, así será el fin. Haciendo clara referencia a este tema, decía Pablo: El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Por tanto, si es conforme al modelo, recorrerá idéntica trayectoria y se elevará igualmente en las nubes. Espera tútambién esto mismo en la resurrección. Y como hasta aquel momento el tema del reino de los cielos era un tema no demasiado claro para el auditorio, por eso, subiendo al monte, se transfiguró en presencia de sus discípulos, mostrándoles un anticipo de la gloria futura y, veladamente, como en un espejo de adivinar, les mostró cómo había de ser nuestro cuerpo futuro.

Examinadas, pues, estas realidades, instruidos por las palabras y adoctrinados por lo que han visto nuestros ojos, comportémonos, carísimos, de modo que, arrebatados en la nube, estemos siempre con el Señor, y salvados por su gracia, gocemos de los bienes futuros, que todos nosotros consigamos alcanzar en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual el Padre, juntamente con el Espíritu Santo, reciba la gloria, el imperio, el honor, la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


 


MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalonicenses 5, 1-28

Conducta de los hijos de la luz

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.

Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Los que duermen, duermen de noche, los borrachos se emborrachan de noche; en cambio, nosotros, que pertenecemos al día, estemos despejados y armados: la fe y el amor mutuo sean nuestra coraza, la esperanza de la salvación nuestro casco. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis.

Os rogamos, hermanos, que apreciéis a ésos de vosotros que trabajan duro, haciéndose cargo de vosotros por el Señor y llamándoos al orden. Mostradles toda estima y amor por el trabajo que hacen. Entre vosotros tened paz.

Por favor, hermanos, llamad la atención a los ociosos, animad a los apocados, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos.

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía, sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad.

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Hermanos, rezad también por nosotros. Saludad a todos los hermanos con el beso ritual. Os conjuro por el Señor a que leáis esta carta a todos los hermanos.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros.


SEGUNDA LECTURA

Diadoco de Foticé, Capítulos sobre la perfección espiritual (6.26.27.30: PG 65, 1169.1175-1176)

El discernimiento de espíritus
se adquiere por el gusto espiritual

El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va ya segura en pos de la caridad.

Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan, guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios, y arrojando de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio. El mar, cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dónde se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los pescadores.

Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conocimiento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y gloriosa.

Por esto dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero sí que él contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre él y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.

La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento en que comienza a gozar de plena salud y a prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimentar la abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo de su sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que dice el Apóstol: Y ésta es mi oración: Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-12

Saludo y acción de gracias

Pablo, Silvano y Timoteo a los tesalonicenses que forman la Iglesia de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesu' cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente, y vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando. Esto hace que nos mostremos orgullosos de vosotros ante las Iglesias de Dios, viendo que vuestra fe permanece constante en medio de todas las persecuciones y luchas que sostenéis.

Así se pone a la vista la justa sentencia de Dios, que pretende concederos su reino, por el cual bien que padecéis; ya que será justo a los ojos de Dios pagar con aflicción a los que os afligen y con alivio a vosotros, los afligidos, junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele, viniendo del cielo con sus poderosos ángeles, en medio de un fuego llameante, para hacer justicia contra los que se niegan a reconocer a Dios y a responder al Evangelio denuestro Señor Jesús; su castigo será la ruina definitiva, lejos de la presencia del Señor y del esplendor de su fuerza, cuando venga él aquel día, para que en sus santos se manifieste su gloria, y en todos los que creyeron sus maravillas; y vosotros creísteis nuestro testimonio.

Teniendo esto presente, pedimos continuamente a nuestro Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; para que así Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13 (1.3.6.23: PG 33, 771-774.779.799.802)

Que la cruz sea tu gozo también en tiempo
de persecución

Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que también sabía de ello: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo.

Fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.

En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito?

El no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza; de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey; cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú, ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero; lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Tesalonicenses 2, 1-17

El día del Señor

Os rogamos, hermanos, a propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

Que nadie en modo alguno os desoriente. Primero tiene que llegar la apostasía y aparecer la impiedad en persona, el hombre destinado a la perdición, el que se enfrentará y se pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta instalarse en el templo de Dios, proclamándose él mismo Dios. ¿No recordáis que, estando aún con vosotros, os hablaba de esto? Sabéis lo que ahora lo frena, para que su aparición llegue a su debido tiempo. Porque esta impiedad escondida está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, aparecerá el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y aniquilará con el esplendor de su venida.

La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con toda la seducción que la injusticia ejerce sobre los que se pierden, en pago de no haber aceptado el amor de la verdad que los habría salvado. Por eso, Dios les manda un extravío que los incita a creer a la mentira; así, todos los que no dieron fe a la verdad y aprobaron la injusticia serán llamados a juicio.

Por vosotros, en cambio, debemos dar continuas gracias a Dios, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerzas para toda clase de palabras y de obras buenas.

SEGUNDA LECTURA

Homilía 18 de un autor espiritual del siglo IV (7-11: PG 34, 639-642)

Llegaréis a vuestra plenitud,
según la plenitud total de Cristo

Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia.

A veces lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.

Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que, si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de buenos o malos.

Otras veces experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos y despreciables.

Otras veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable.

Otras veces son como un hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y lanzándose al combate, pelea con valentía contra sus enemigos y los vence. Así también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu, arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.

Otras veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.

Otras veces, el Espíritu le otorga una inteligencia, una sabiduría y un conocimiento inefables, superiores a todo lo que pueda hablarse o expresarse.

Otras veces no experimenta nada en especial.

De este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados, según la voluntad de Dios, que así la favorece, ejercitándola de diversas maneras, con el fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el Padre celestial.

Pidamos también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos conceda la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme; así, con la ayuda de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos llegar a la perfección de la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.


 


SÁBADO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Tesalonicenses 3, 1-18

Exhortaciones y consejos

Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis la constancia de Cristo.

En nombre de nuestro Señor Jesucristo os mandamos: no tratéis con los hermanos que llevan una vida ociosa y se apartan de las tradiciones que recibieron de nosotros.

Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar.

Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a ésos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

Por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien, y si alguno no hace caso de lo que decimos en la carta, señaladlo con el dedo y hacedle el vacío, para que se avergüence. No que lo tratéis como a un enemigo, sino que le llaméis la atención como a un hermano.

Que el Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros.

La despedida va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros. Amén.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 33-36)

La actividad humana

La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más alto valor que las riquezas exteriores que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que tiene.

De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por sí solo que esa promoción se convierta en realidad.

De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género humano y constituya para el hombre, individual y socialmente considerado, un enriquecimiento y realización de su entera vocación.

Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde además a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias leyes y orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de cada una de las ciencias o artes.

Por esto, hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.

Pero si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.

 

DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,1-14

Acción de gracias en medio de las tribulaciones

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los santos que residen en toda Acaya: os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! El nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. Si nos toca luchar es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

Queremos que tengáis noticia, hermanos, de la lucha que tuvimos en Asia. Nos vimos abrumados tan por encima de nuestras fuerzas que perdimos toda esperanza de vivir. En nuestro interior dimos por descontada la sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino en Dios que resucita a los muertos. El nos salvó y nos salva de esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá salvando, si vosotros cooperáis pidiendo por nosotros; así, viniendo de muchos el favor que Dios nos haga, muchos le darán gracias por causa nuestra.

Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia: nos asegura que procedemos con todo el mundo, y sobre todo con vosotros, con la sencillez y sinceridad que Dios da, y no por talento natural, sino por gracia de Dios. Por ejemplo, en nuestras cartas no hay más de lo que leéis o entendéis; ya nos habéis entendido en parte, esperamos que entenderéis del todo que somos vuestro apoyo, como vosotros el nuestro, para el día de nuestro Señor Jesús.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre la segunda carta a los Corintios (4-5: PG 61, 397-399)

Eficacia de la oración

Muchísimas veces, cuando Dios contempla a una muchedumbre que ora en unión de corazones y con idénticas aspiraciones, podríamos decir que se conmueve hasta la ternura. Hagamos, pues, todo lo posible para estar concordes en la plegaria, orando unos por otros, como los corintios rezaban por los apóstoles. De esta forma, cumplimos el mandato y nos estimulamos a la caridad. Y al decir caridad, pretendo expresar con este vocablo el conjunto de todos los bienes; debemos aprender, además, a dar gracias con un más intenso fervor.

Pues los que dan gracias a Dios por los favores que los otros reciben, lo hacen con mayor interés cuando se trata de sí mismos. Es lo que hacía David, cuando decía: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre; es lo que el Apóstol recomienda en diversas ocasiones; es lo que nosotros hemos de hacer, proclamando a todos los beneficios de Dios, para asociarlos a todos a nuestro cántico de alabanza.

Pues si cuando recibimos un favor de los hombres y lo celebramos, disponemos su ánimo a ser más solícitos para merecer nuestro agradecimiento, con mayor razón nos granjearemos una mayor benevolencia del Señor cada vez que pregonamos sus beneficios. Y si, cuando hemos conseguido de los hombres algún beneficio, invitamos también a otros a unirse a nuestra acción de gracias, hemos de esforzarnos con mucho mayor ahínco por convocar a muchos que nos ayuden a dar gracias a Dios. Y si esto hacía Pablo, tan digno de confianza, con más razón habremos de hacerlo nosotros también.

Roguemos una y otra vez a personas santas que quieran unirse a nuestra acción de gracias, y hagamos nosotros recíprocamente lo mismo. Esta es una de las misiones típicas del sacerdote, por tratarse del más importante bien común. Disponiéndonos para la oración, lo primero que hemos de hacer es dar gracias por todo el mundo y por los bienes que todos hemos recibido. Pues si bien los beneficios de Dios son comunes, sin embargo tú has conseguido la salvación personal precisamente en comunidad. Por lo cual debes, por tu salvación personal, elevar una común acción de gracias, como es justo que por la salvación comunitaria ofrezcas a Dios una alabanza personal. En efecto, el sol no sale únicamente para ti, sino para todos en general; y sin embargo, en parte lo tienes todo: pues un astro tan grande fue creado para común utilidad de todos los mortales juntos. De lo cual se sigue que debes dar a Dios tantas acciones de gracias como todos los demás juntos; y es justo que tú des gracias tanto por los beneficios comunes como por la virtud de los otros.

Muchas veces somos colmados de beneficios a causa de los otros. Pues si se hubieran encontrado en Sodoma al menos diez justos, los sodomitas no habrían incurrido en las calamidades que tuvieron que soportar. Por tanto, con gran libertad y confianza, demos gracias a Dios en representación también de los demás: se trata de una antigua costumbre, establecida en la Iglesia desde sus orígenes. He aquí por qué Pablo da gracias por los romanos, por los corintios y por toda la humanidad.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 1, 15-2, 11

Por qué cambió el Apóstol sus planes de viaje

Hermanos: Con este convencimiento decidí empezar por visitaros, así os tocaría un regalo doble: pensé ir a Macedonia pasando por Corinto y volver de Macedonia otra vez para Corinto, para que vosotros me preparaseis el viaje a Judea. ¿Procedí a la ligera haciendo ese proyecto?; ¿o es que mis planes los organizo con miras humanas, quedándome entre el sí y el no?

¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego «no». Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. El nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

Dios me es testigo, por mi vida, que renuncié a ir a Corinto únicamente por consideración con vosotros; y no es que seamos señores de vuestra fe; como en la fe os mantenéis, somos cooperadores en vuestra alegría.

Tomé la decisión de no volver a causaros pena con mi visita. Si os entristezco yo, ¿quién me va a alegrar entonces, cuando el único capaz está triste por causa mía? Esto precisamente pretendía con mi carta, que, cuando fuera, no me causarais tristeza, vosotros, que debéis darme alegría; persuadido como estoy de que todos tenéis mi alegría por vuestra. De tanta pena y agobio como sentía, me puse a escribiros con muchas lágrimas, pero no era mi intención entristeceros, sino mostraros el amor tan especial que os tengo. El que ha dado el disgusto no me lo ha dado a mí, sino hasta cierto punto, para no exagerar, a todos vosotros.

Bástale a ése el correctivo que le ha impuesto la mayoría. Ahora, en cambio, más vale que lo perdonéis y animéis, no sea que la excesiva tristeza se lo lleve.

Por eso os recomiendo que confirméis la comunión con él; éste fue el propósito de mi carta, comprobar vuestro temple y ver si respondíais en todo. Si perdonáis algo, lo perdono yo también, porque mi perdón, si algo tengo que perdonar, sigue al vuestro, teniendo delante a Cristo; quiero evitar que me atrape Satanás, pues no se me ocultan sus intenciones.
 

SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Emesa, Sermón 14 (7-8: ed. E. M. Buytaert, Spicilegium S. Lovaniense 26 [1953], 326-328)

Los apóstoles predicaban a Jesús crucificado

Dos hombres entraban en la ciudad; dos hombres sin provisión de pan, sin dinero, sin túnica de repuesto. ¿Quién te imaginas que los recibía? ¿Qué puertas se les abrían? ¿Quién era el que los reconocía? ¿Qué hospedaje se les preparaba y dónde? ¿No te admira el poder de quien los envía y la fe de los que son enviados? Dos peregrinos hacían su entrada en la ciudad. ¿De qué eran portadores? ¿Qué es lo que predicaban? «Fue crucificado», decían. Para los judíos, eran hombres de humilde extracción, ignorantes, sin cultura, pobres. Su predicación: ¡la cruz! De ahí la fe. Pero el valor se abre paso a través de las dificultades. Se predica la cruz y los templos son destruidos; se predica la cruz y son vencidos los reyes. Se predica la cruz y los sabios son convencidos de error, las fiestas paganas son abolidas y sus dioses suprimidos.

¿Por qué te admiras de que se haya dado crédito a los apóstoles, o de que hayan sido capaces de creer, o de que se hayan convertido, o de que hayan sido acogidos? Que no se nos pasen por alto tantas maravillas. Unos peregrinos, desconocidos, que a nadie conocían, portadores de nada llamativo, recorrieron el mundo predicando al crucificado, oponiendo el ayuno a la crápula, la molesta castidad a la lascivia. Normas estas que tenían que resultarles poco menos que intolerables a gentes las menos predispuestas a aceptar unas exhortaciones de honestidad tan reñidas con sus nefandas costumbres.

Y sin embargo, se adueñaban de la gente y ocupaban ciudades. ¿Con qué efectivos? Con la fuerza de la cruz. El que los envió no les dio oro. Lo tenían –y en abundancia–los reyes. Pero les dio algo que los reyes son incapaces de adquirir o poseer: a unos hombres mortales les dio el poder de resucitar muertos; a ellos, hombres sujetos a la enfermedad, les autorizó a curar las enfermedades. Un rey no puede resucitar a un soldado de entre los muertos, y el mismo rey está sujeto a la enfermedad.

En cambio, quien los envió resucita y cura a los enfermos. Compara ahora las riquezas de los reyes y las riquezas de los apóstoles. Fíjate en la diversa condición social: el rey es noble, los apóstoles, humildes; pero siendo mortales, realizaron cosas divinas con la ayuda de Dios. Y si alguien pretende que los apóstoles no hicieron milagros, nuestra admiración sube de punto. En efecto, si resucitaron muertos, dieron vista a los ciegos, hicieron caminar a los cojos y limpiaron a los leprosos, mediante estos signos barrieron la irreligiosidad e implantaron la fe; es realmente admirable que no den fe a estos milagros de los que existe constancia escrita. Antes de la crucifixión los discípulos no hicieron milagro alguno; después de la crucifixión sí que los hicieron. Y si algo hicieron antes de la crucifixión, no tuvo resonancia alguna: mas cuando la sangre divina borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; cuando nosotros, inmundos, fuimos lavados en la sangre; cuando la muerte fue vencida por la muerte; cuando, por un hombre, Dios derrocó al que devoraba a los hombres; cuando, por la obediencia, dio muerte al pecado; cuando Adán fue rehabilitado por un Hombre; cuando por medio de la Virgen, fue cancelado el error originario, entonces es cuando los apóstoles obedecen y las sombras despiertan a los hombres que duermen.

Y es que la fuerza divina se había adueñado de aquellos a quienes les fue enviada. Ya no eran lo que eran, lo que éramos: habían sido revestidos. Y así como el hierro, antes de ser puesto en contacto con el fuego, es frío y en todo semejante a cualquier otro hierro, pero cuando es metido en el fuego y se vuelve incandescente, pierde su frigidez natural e irradia otra naturaleza incandescente, idéntica operación realizan los hombres mortales que se han revestido de Jesús. Así lo enseña Pablo cuando dice: Vivo yo, pero no soy yo –¡estoy muerto con una óptima muerte!–, es Cristo quien vive en mí.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 2, 12—3, 6

Pablo, ministro de una alianza nueva

Hermanos: Llegué a Troas para anunciar el Evangelio de Cristo, pues se presentaba una ocasión de trabajar por el Señor; pero, al no encontrar allí a Tito, mi hermano, no me quedé tranquilo; me despedí de ellos y salí para Macedonia.

Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y que, por medio nuestro, difunde en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para éstos, olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida que da vida. Pero, ¿quién está a la altura de esto? Por lo menos no somos como tantos otros que falsean la palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad, de parte de Dios y bajo la mirada de Dios, como miembros de Cristo.

¿Ya empezamos otra vez a hacernos la propaganda?; ¿será que, como algunos individuos, necesitamos presentarnos o pediros cartas de recomendación? Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. Sois una carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo.

No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, no de código escrito, sino de espíritu; porque la ley escrita mata, el Espíritu da vida.
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 92 (2: CCL 39, 1292)

Somos el incienso de Cristo

Bien sabéis, hermanos, que cuando nuestro Señor vino en la carne y predicaba el evangelio del reino, agradaba a unos y desagradaba a otros. Sobre él corrían diversas opiniones entre los judíos: Unos decían: «Es buena persona». Otros, en cambio: «No, que extravía a la gente». Así pues, unos hablaban bien de él, otros lo desacreditaban, lo cubrían de ironía y sarcasmo, lo ultrajaban. Para aquellos a quienes agradaba, se vistió de majestad; para aquellos, en cambio, a quienes desagradaba, se ciñó de poder. Imita también tú a tu Señor, para que puedas ser el vestido que él se ciñe; preséntate vestido de majestad a aquellos a quienes agradan tus obras; sé fuerte frente a los detractores.

Escucha cómo el apóstol Pablo, imitador de su Señor, supo también presentarse con majestad y con poder. Somos –dice– el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden. En efecto, los que aman el bien, se salvan; los que lo desprecian, perecen. El, por su parte, poseía el incienso; más aún: era el incienso. ¡Pero desdichados los que mueren incluso con el incienso!

Pues no dijo: para unos somos olor bueno, para otros olor malo; sino: Somos el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden. Y añade a renglón seguido: Para éstos, olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida que da vida. Para quienes era olor de vida que da vida, se vistió de majestad; para quienes era olor de muerte que mata, se ciñó de poder. Si te alegras tan sólo cuando te alaban los hombres y aprueban tus buenas obras, mientras que cejas en el bien obrar cuando te censuran, y piensas haber perdido el fruto de las buenas obras porque has topado con gente que te critica, señal de que no estás firme, señal de que no perteneces al orbe de la tierra que no vacila. El Señor, vestido y ceñido de poder. De esta majestad y este poder habla en otra parte el apóstol Pablo: Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia. He visto dónde está la majestad, dónde el poder: A través de honra y afrenta. En la honra, majestuoso; en la afrenta, poderoso. Unos le proclamaban digno de honra; otros le despreciaban como innoble. Confería majestad a aquellos a quienes agradaba; se ceñía de poder contra aquellos a quienes desagradaba. Y así va el Apóstol enumerando una serie de contraposiciones, para concluir diciendo: Los necesitados que todo lo poseen. Cuando todo lo posee, está vestido de majestad; cuando está necesitado, se ciñe de poder.


 

MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 3, 7–4, 4

Gloria del ministerio del nuevo Testamento

Hermanos: Aquel ministerio de muerte –letras grabadas en piedra– se inauguró con gloria; tanto que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su rostro, caduco y todo como era. Pues con cuánta mayor razón el ministerio del Espíritu resplandecerá de gloria. Si el ministerio de la condena se hizo con resplandor, cuánto más resplandecerá el ministerio del perdón. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable. Si lo caduco tuvo su resplandor, figuraos cuál será el de lo permanente. Teniendo una esperanza como ésta, procedemos con toda franqueza, no como hizo Moisés, que se echaba un velo sobre la cara para evitar que los israelitas fijaran la vista en el sentido de lo caduco. Tienen la mente obtusa, porque hasta el día de hoy el velo aquel cubre la lectura del antiguo Testamento sin quitarse, porque es Cristo quien lo destruye.

Hasta hoy, cada vez que leen los libros de Moisés, un velo cubre sus mentes; pero, cuando se vuelvan hacia el Señor, se quitará el velo. El Señor del que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

Por eso, encargados de este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, dejándonos de intrigas y no adulterando la palabra de Dios; sino que, mostrando nuestra sinceridad, nos recomendamos a la conciencia de todo hombre delante de Dios. Si nuestro Evangelio sigue velado es para los que van a la perdición, o sea, para los incrédulos: el dios de este mundo ha obcecado su mente para que no distingan el fulgor del glorioso Evangelio de Cristo, imagen de Dios.


SEGUNDA LECTURA

Del libro de la Imitación de Cristo (Lib 3, cap 14)

La fidelidad del Señor dura por siempre

Señor, tus juicios resuenan sobre mí con voz de trueno; el temor y el temblor agitan con violencia todos mis huesos, y mi alma está sobrecogida de espanto.

Me quedo atónito al considerar que ni el cielo es puro a tus ojos. Y si en los mismos ángeles descubriste faltas, y no fueron dignos de tu perdón, ¿qué será de mí?

Cayeron las estrellas del cielo, y yo, que soy polvo, ¿qué puedo presumir? Se precipitaron en la vorágine de los vicios aun aquellos cuyas obras parecían dignas de elogio; y a los que comían el pan de los ángeles los vi deleitarse con las bellotas de animales inmundos.

No es posible, pues, la santidad en el hombre, Señor, si retiras el apoyo de tu mano. No aprovecha sabiduría alguna, si tú dejas de gobernarlo. No hay fortaleza inquebrantable, capaz de sostenernos, si tú cesas de conservarla.

Porque, abandonados a nuestras propias fuerzas, nos hundimos y perecemos; mas, visitados por ti, salimos a flote y vivimos.

Y es que somos inestables, pero gracias a ti cobramos firmeza; somos tibios, pero tú nos inflamas de nuevo.

Toda vanagloria ha sido absorbida en la profundidad de tus juicios sobre mí.

¿Qué es toda carne en tu presencia? ¿Acaso podrá gloriarse el barro contra el que lo formó? ¿Cómo podrá la vana lisonja hacer que se engría el corazón de aquel que está verdaderamente sometido a Dios?

No basta el mundo entero para hacer ensoberbecer a quien la verdad hizo que se humillara, ni la alabanza de todos los hombres juntos hará vacilar a quien puso toda su confianza en Dios.

Porque los mismos que alaban son nada, y pasarán con el sonido de sus palabras. En cambio, la fidelidad del Señor dura por siempre.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 4, 5-18

Debilidad y confianza del Apóstol

Hermanos: Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.

Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.

Por eso, no nos desanimamos. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria. No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (89-90: CSEL 64, 324-326)

Ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro

¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque, si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?

En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. El es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.

¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? El miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe, porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.

Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio, y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.

¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: «Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir si tú le escondes tu rostro».



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 5, 1-21

La esperanza de la casa celestial. El ministerio de la reconciliación

Hermanos: Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano de hombre y que tiene una duración eterna en los cielos; y, de hecho, por eso suspiramos, por el anhelo de vestirnos encima la morada que viene del cielo, suponiendo que nos encuentre aún vestidos, no desnudos. Los que vivimos en tiendas suspiramos bajo ese peso, porque no querríamos desnudarnos del cuerpo, sino ponernos encima el otro, y que lo mortal quedara absorbido por la vida. Dios mismo nos creó para eso y como garantía nos dio el Espíritu.

En consecuencia, siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo.

Conscientes, pues, del temor debido al Señor, tratamos de sincerarnos con los hombres, que Dios nos ve como somos; y espero que vosotros en vuestra conciencia nos veáis también como somos. No estamos otra vez haciéndonos la propaganda, queremos nada más daros motivos para presumir de nosotros, así tendréis algo que responder a los que presumen de apariencias y no de lo que hay dentro. Si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros. Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.

Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 48 (14-15: CSEL 64, 368-370)

Cristo reconcilió el mundo con Dios
por su propia sangre

Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. El, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?». Contestó: «A los extraños». Jesús le dijo:

«Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.»

Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los demás.

Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es el rescate de todos los hombres.

¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay algun ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y dio su vida por nuestro rescate?

No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí nuestros trabajos. Y así, decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 6, 1-7, 1

Tribulaciones de Pablo y exhortación a la santidad

Hermanos: Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.

Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen.

Nos hemos desahogado con vosotros, corintios, sentimos el corazón ensanchado. Dentro de nosotros no estáis encogidos, sois vosotros los que estáis encogidos por dentro. Pagadnos con la misma moneda, os hablo como a hijos, y ensanchaos también vosotros.

No os unzáis al mismo yugo con los infieles: ¿qué tiene que ver la justicia con la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo?, ¿van a medias el fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios vivo; así lo dijo él: «Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo.» Por eso, salid de en medio de esa gente, apartaos, dice el Señor. No toquéis lo impuro, y yo os acogeré. Seré un padre para vosotros, y vosotros para mí hijos e hijas, dice el Señor omnipotente.

Estas promesas tenemos, queridos hermanos; por eso, limpiemos toda suciedad de cuerpo o de espíritu, para ir completando nuestra consagración en el temor de Dios.
 

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 13 sobre la segunda carta a los Corintios (1-2: PG 61, 491-492)

Sentimos el corazón ensanchado

Sentimos el corazón ensanchado. Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, así también la caridad tiene un poder dilatador, pues se trata de una virtud cálida y ardiente. Esta caridad es la que abría la boca de Pablo y ensanchaba su corazón. «No os amo sólo de palabra –es como si dijera–, sino que mi corazón está de acuerdo con mi boca; por eso os hablo confiadamente, con el corazón en la mano». Nada encontraríamos más dilatado que el corazón de Pablo, el cual, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes con el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello se dividiera o debilitara su amor, sino que se mantenía íntegro en cada uno de ellos. Y ello no debe admirarnos, ya que este sentimiento de amor no sólo abarcaba a los creyentes, sino que en su corazón tenían también cabida los infieles de todo el mundo.

Por esto, no dice simplemente: «Os amo», sino que emplea esta expresión más enfática: «Nos hemos desahogado con vosotros, sentimos el corazón ensanchado; os llevamos a todos dentro de nosotros, y no de cualquier manera, sino con gran amplitud.» Porque aquel que es amado se mueve con gran libertad dentro del corazón del que lo ama; por esto, dice también: Dentro de nosotros no estáis encogidos, sois vosotros los que estáis encogidos por dentro. Date cuenta, pues, de cómo atempera su reprensión con una gran indulgencia, lo cual es muy propio del que ama. No les dice: «No me amáis», sino: «No me amáis como yo», porque no quiere censurarles con mayor aspereza.

Y si vamos recorriendo todas sus cartas, descubrimos a cada paso una prueba de este amor casi increíble que tiene para con los fieles. Escribiendo a los romanos, dice: Tengo muchas ganas de veros; y también: Muchas veces he tenido en proyecto haceros una visita; como también: Pido a Dios que alguna vez por fin consiga ir a visitaros. A los gálatas les dice: Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto; y a los efesios: Por esta razón doblo las rodillas por vosotros; a los tesalonicenses: ¿Quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona? Añadiendo, además, que los lleva consigo en su corazón y en sus cadenas.

Asimismo escribe a los colosenses: Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y por todos los que no me conocen personalmente; busco que tengáis ánimos; y a los tesalonicenses: Como una madre cuida de sus hijos, os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaron no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas. Dentro de nosotros no estáis encogidos, dice. Y no les dice solamente que los ama, sino también que es amado por ellos, con la intención de levantar sus ánimos. Y da la prueba de ello, diciendo: Tito nos habló de vuestra añoranza, de vuestro llanto, de vuestra adhesión a mí.

 

 

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 7, 2-16

El arrepentimiento de los corintios
sirvió de consuelo al Apóstol

Hermanos: Concedednos esto: a nadie ofendimos, a nadie arruinamos, a nadie explotamos. No os estoy censurando, ya os tengo dicho que os llevo tan en el corazón que estamos unidos para vida y para muerte. Os hablo con toda franqueza: estoy muy orgulloso de vosotros, en toda esta lucha me siento lleno de ánimos y rebosando de alegría.

Ni cuando llegamos a Macedonia tuvo nuestro pobre cuerpo un momento de reposo: dificultades por todas partes, ataques por fuera y temores por dentro. Pero Dios, que da aliento a los deprimidos, nos animó con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino además con lo animado que venía de estar con vosotros; nos habló de vuestra añoranza, de vuestro llanto, de vuestra adhesión a mí; y esto me alegró todavía más.

Después de todo, no me arrepiento de haberos dado un disgusto con mi carta; por un momento me arrepentí, al ver que aquella carta os disgustó, aunque duró poco; pero ahora me alegro, no de vuestra pena, sino de que esa pena produjo arrepentimiento. La llevasteis como Dios quiere, de modo que no habéis salido perdiendo nada por causa nuestra. Porque llevar la pena como Dios quiere produce arrepentimiento saludable y decisivo; en cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte. Soportasteis la pena como Dios quiere, mirad ahora el resultado; cómo tomasteis la cosa a pecho y os excusasteis; qué indignacióny qué respeto, cómo despertó añoranza, adhesión y ansia de justicia. Habéis probado plenamente que no teníais culpa en el asunto. En realidad, lo que más me interesaba al escribiros no eran el ofensor y el ofendido, sino que descubrieseis delante de Dios el interés que tenéis por nosotros. Esto es lo que nos ha dado ánimos.

Además de estos ánimos, nos alegró enormemente lo feliz que se sentía Tito. Todos contribuisteis a que se sintiera a gusto. El sabía el buen concepto en que os tengo, y no me habéis desmentido; yo siempre os hablo con verdad, y cuando alardeaba de vosotros con Tito era la pura verdad. Siente cada vez más afecto por vosotros, sobre todo al recordar cómo respondisteis unánimes y las atenciones y respeto con los que lo recibisteis. Me alegra poder contar con vosotros en todo.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 14 sobre la segunda carta a los Corintios (1-2: PG 61, 497-499)

En toda esta lucha me siento rebosando de alegría

Nuevamente vuelve Pablo a hablar de la caridad, para atemperar la aspereza de su reprensión. Pues, después que los ha reprendido y les ha echado en cara que no lo aman como él los ama, sino que, separándose de su amor, se han juntado a otros hombres perniciosos, por segunda vez, suaviza la dureza de su reprensión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, esto es: «Amadnos». El favor que pide no es en manera alguna gravoso, y es un favor de más provecho para el que lo da que para el que lo recibe. Y no dice: «Amadnos», sino: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, expresión que incluye un matiz de compasión.

«¿Quién –dice– nos ha echado fuera de vuestra mente? ¿Quién nos ha arrojado de ella? ¿Cuál es la causa de que nos sintamos al estrecho entre vosotros?» Antes había dicho: Vosotros estáis encogidos por dentro, y ahora aclara el sentido de esta expresión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, añadiendo este nuevo motivo para atraérselos. Nada hay, en efecto, que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido.

Ya os tengo dicho —añade— que os llevo tan en el corazón, que estamos unidos para vida y para muerte. Muy grande es la fuerza de este amor, pues que, a pesar de sus desprecios, desea morir y vivir con ellos. «Porque os llevamos en el corazón, mas no de cualquier modo, sino del modo dicho». Porque puede darse el caso de uno que ame pero rehúya el peligro; no es éste nuestro caso.

Me siento lleno de ánimos. ¿De qué ánimos? «De los que vosotros me proporcionáis: porque os habéis enmendado y me habéis consolado así con vuestras obras». Esto es propio del que ama, reprochar la falta de correspondencia a su amor, pero con el temor de excederse en sus reproches y causar tristeza. Por esto, dice: Me siento lleno de ánimos y rebosando de alegría.

Es como si dijera: «Me habéis proporcionado una gran tristeza, pero me habéis proporcionado también una gran satisfacción y consuelo, ya que no sólo habéis quitado la causa de mi tristeza, sino que además me habéis llenado de una alegría mayor aún».

Y, a continuación, explica cuán grande sea esta alegría, cuando, después que ha dicho: Me siento rebosando de alegría, añade también: En toda esta lucha. «Tan grande –dice– es el placer que me habéis dado, que ni estas tan graves tribulaciones han podido oscurecerlo, sino que su grandeza exuberante ha superado todos los pesares que nos invadían y ha hecho que ni los sintiéramos».


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 8, 1-24

Pablo encarga la colecta para Jerusalén

Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aun por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad.

Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. En este asunto os doy sólo mi opinión: Ya que no sólo con la obra, sino incluso con la decisión, iniciasteis vosotros la colecta el año pasado, os conviene ahora llevarla a término; de modo que a la buena voluntad corresponda la realización, según vuestros medios.

Porque, si uno tiene buena voluntad, se le agradece lo que tiene, no lo que no tiene. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba».

Doy gracias a Dios, que ha puesto en el corazón de Tito este mismo afán por vosotros. No sólo recibió bien nuestra recomendación; su interés es tan grande, que espontáneamente se marchó a visitaros. Mandamos con él a un hermano que se ha hecho célebre en todas las Iglesias predicando el Evangelio; más aún, las Iglesias lo han elegido a votación para que sea nuestro compañero de viaje en esta obra de caridad que administramos para gloria del Señor y en prueba de nuestra buena voluntad. Evitamos así las posibles críticas por la administración de esta importante suma, porque nuestras intenciones son limpias ante Dios y ante los hombres.

Mandamos también con ellos a otro hermano nuestro, cuyo entusiasmo hemos comprobado muchas veces en muchos asuntos; ahora tiene aún más, por lo mucho que confía en vosotros. Si preguntan acerca de Tito, es compañero mío y colabora conmigo en vuestros asuntos. Los otros hermanos son delegados de las Iglesias y honra de Cristo. Dadles pruebas de vuestro amor y justificad con ellos y con las Iglesias nuestro orgullo por vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 25 (1: CCL 103, 111-112)

La misericordia divina y la misericordia humana

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios, aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad, y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 9, 1-15

Frutos espirituales de la colecta

Hermanos: Es superfluo escribiros sobre este ministerio en favor de los santos. Sé lo bien dispuestos que estáis y alardeo con los macedonios de que Acaya tiene hechos todos los preparativos desde el año pasado; vuestro fervor ha estimulado a la mayoría. Mandé a los hermanos para que en este punto nuestro orgullo no resultara un puro alarde; o sea, para que estéis preparados, como digo por ahí; pues, si los macedonios que vayan conmigo os encuentran impreparados, nosotros, por no decir vosotros, quedaremos en ridículo en este asunto. Por eso, juzgué necesario pedir a los hermanos que se me adelantasen y tuviesen preparadas de antemano las donaciones que habíais prometido. Así estarán a punto y parecerán un regalo, no una exigencia.

Recordad esto: el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta».

El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios; porque el desempeño de este servicio no sólo remedia la penuria de los santos, sino que hace que muchos den gracias a Dios.

Al comprobar el valor de esta prestación, muchos glorifican a Dios: primero, porque habéis profesado vuestrafe en el Evangelio de Cristo; después, por vuestra generosa solidaridad con ellos y con todos; finalmente, porque rezan a Dios por vosotros con gran cariño, al ver la extraordinaria gracia que os ha dado.

Demos gracias a Dios por su don inexpresable.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Homilía 3 sobre la caridad (6: PG 31, 266-267.275)

Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia

Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad justicia,y cosecharéis misericordia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?

Y tú, ¿serás avaro, tratándose de gastar en algo que ha de redundar en tanta gloria para ti? Recibirás la aprobación del mismo Dios, los ángeles te alabarán, todos los hombres que existen desde el origen del mundo te proclamarán bienaventurado; en recompensa por haber administrado rectamente unos bienes corruptibles, recibirás la gloria eterna, la corona de justicia, el reino de los cielos. Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. Ea, pues, reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante.

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 10, 1–11, 6
Apología del Apóstol

Hermanos: Yo, Pablo en persona, ese tan cobarde de cerca y tan valiente de lejos, os voy a dar un aviso con la suavidad y mesura de Cristo. Ahorradme, por favor, tener que hacer el valiente cuando vaya, porque soy muy capaz de descararme con esos que me achacan proceder con miras humanas. Aunque soy hombre y procedo como tal, no milito con miras humanas; las armas de mi servicio no son humanas, es Dios quien les da potencia para derribar fortalezas: derribamos sofismas y cualquier torreón que se yerga contra el conocimiento de Dios. Con esas armas cautivamos los entendimientos, para que obedezcan a Cristo, y estamos equipados para castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea completa.

Os fijáis sólo en apariencias. Si alguno está convencido de ser de Cristo, reflexione y verá que nosotros somos tan de Cristo como él. Aunque alardease un poco más de mi autoridad –y me la dio el Señor para construir vuestra comunidad, no para destruirla–, no pienso echarme atrás, no quiero dar la impresión de que os meto miedo sólo con cartas. Dicen ésos: «Las cartas, sí, son duras y severas, pero su aspecto es raquítico y su hablar detestable». El individuo que dice eso, sepa que cuando lleguemos vamos a ser en los hechos lo que somos de palabra en nuestras cartas.

No nos atrevemos a compararnos o a equiparamos con algunos de esos que se hacen la propaganda. ¡Qué estúpidos! Se miden con su propia medida y luego se comparan consigo mismos. No nos pasamos de la raya, nos atenemos a la medida y al radio de acción que Dios nos ha asignado, y que incluye también a Corinto. No hemos tenido que estirarnos como si no llegáramos hasta ahí: fuimos los primeros en ir a Corinto para predicar el Evangelio de Cristo. Tampoco rebasamos la medida porque alardeamos de sudores ajenos; nuestra esperanza era que, al crecer vuestra fe, pudiéramos ampliar aún más nuestro radio de acción y predicar el Evangelio en las regiones más allá de Corinto; y esto tampoco será alardear de territorio ajeno, entrando en campo ya labrado. El que se gloría que se gloríe del Señor, porque no está aprobado el que se recomienda él solo, sino el que está recomendado por el Señor.

Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis. Tengo celos de vosotros, los celos de Dios; quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta.

Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que aceptasteis, y lo toleráis tan tranquilos. ¿En qué soy yo menos que esos superapóstoles? En el hablar soy inculto, de acuerdo, pero en el saber no, como os lo he demostrado siempre y en todo.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18 (23 25: PG 33,1043-1047)

La Iglesia o convocación del pueblo de Dios

La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales.

Con toda propiedad se la llama Iglesia o convocación, ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro. Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra «convoca» es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote. Y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Reúneme al pueblo, y les haré oír mis palabras, para que aprendan a temerme. También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, desdeel fuego, el día de la iglesia o convocación; es como si dijera más claramente: «El día en que, llamados por el Señor, os congregasteis». También el salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo.

Anteriormente había cantado el salmista: En la iglesia bendecid a Dios, al Señor, estirpe de Israel. Pero nuestro Salvador edificó una segunda Iglesia, formada por los gentiles, nuestra santa Iglesia de los cristianos, acerca de la cual dijo a Pedro: Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

En efecto, una vez relegada aquella única iglesia que estaba en Judea, en adelante se van multiplicando por toda la tierra las Iglesias de Cristo, de las cuales se dice en los salmos: Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la iglesia de los fieles. Concuerda con esto lo que dijo el profeta a los judíos: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, añadiendo a continuación: Del oriente al poniente es grande entre las naciones mi nombre.

Acerca de esta misma santa Iglesia católica, escribe Pablo a Timoteo: Quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios vivo, columna y base de la verdad.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 11, 7-29

Contra los falsos apóstoles

Hermanos: ¿Hice mal en abajarme para elevaros a vosotros? Lo digo porque os anuncié de balde el Evangelio de Dios. Para estar a vuestro servicio, tuve que saquear a otras Iglesias, aceptando un subsidio; mientras estuve con vosotros, aunque pasara necesidad, no me aproveché de nadie; los hermanos que llegaron de Macedonia proveyeron a mis necesidades. Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Lo digo con la verdad de Cristo que poseo; nadie en toda Acaya me quitará esta honra. ¿Por qué?, ¿porque no os quiero? Bien lo sabe Dios.

Esto hago y seguiré haciendo para cortarles de raíz todo pretexto a esos que buscan pretextos para gloriarse de ser tanto como nosotros. Esos individuos son apóstoles falsos, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo, y no hay por qué extrañarse: si Satanás se disfraza de ángel resplandeciente, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de salvación; su final corresponderá a sus obras.

Lo repito, que nadie me tenga por insensato; y si no, aunque sea como insensato aceptadme, para que pueda presumir un poquito yo también. Dado que voy a presumir, lo que diga no lo digo en el Señor, sino disparatando. Son tantos los que presumen de títulos humanos, que también yo voy a presumir; pues, precisamente por ser sensatos, soportáis con gusto a los insensatos. Si uno os esclaviza, si os explota, si se lleva lo vuestro, si es arrogante, si os insulta en la cara, se lo aguantáis. ¡Qué vergüenza, verdad, ser yo tan débil!

Pues, si otros se dan importancia, hablo disparatando, voy a dármela yo también. ¿Que son hebreos?, también yo; ¿que son linaje de Israel?, también yo; ¿que son descendientes de Abrahán?, también yo; ¿que sirven a Cristo?, voy a decir un disparate: mucho más yo. Les gano en fatigas, les gano en cárceles, no digamos en palizas, y en peligros de muerte, muchísimos; los judíos me han azotado cinco veces, con los cuarenta golpes menos uno; tres veces he sido apaleado, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa.

Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18 (26-29: PG 33,1047-1050)

La Iglesia es la esposa de Cristo

«Católica»: éste es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios (porque está escrito: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, y lo que sigue), y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa.

En efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la católica, Dios —como dice Pablo— estableció en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia insuperable en las persecuciones.

Ella fue la que antes, en tiempo de persecución y de angustia, con armas ofensivas y defensivas, con honra y deshonra, redimió a los santos mártires con coronas de paciencia entretejidas de diversas y variadas flores; pero ahora, en este tiempo de paz, recibe, por gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los reyes, de los hombres constituidos en dignidad y de toda clase de hombres. Y la potestad de los reyes sobre sus súbditos está limitada por unas fronteras territoriales; la santa Iglesia católica, en cambio, es la única que goza de una potestad ilimitada en toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha puesto paz en sus fronteras.

En esta santa Iglesia católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de aquel artículo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado, creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos.

Por tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente los bienes de la vida eterna.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 11, 30-12, 13

El Apóstol presume de sus debilidades

Hermanos: Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad, y bien sabe Dios, el Padre del Señor Jesús, bendito sea por siempre, que no miento. En Damasco el gobernador del rey Aretas montó una guardia en la ciudad para prenderme; metido en un costal, me descolgaron por una ventana de la muralla, y así escapé de sus manos.

Toca presumir. Ya sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un cristiano que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetircon el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. De uno como ése podría presumir; lo que es yo, sólo presumiré de mis debilidades. Y eso que, si quisiera presumir, no diría disparates, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que se hagan una idea de mí sólo por lo que ven y oyen.

Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».

Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.

He disparatado, vosotros me obligasteis. Hablar en favor mío debería ser cosa vuestra; pues, aunque yo no sea nadie, en nada soy menos que esos superapóstoles. La marca de apóstol se vio en mi trabajo entre vosotros, en todo mi aguante y en las señales, portentos y milagros. ¿Qué tenéis que envidiar a las otras Iglesias, excepto que yo no he vivido a costa vuestra? Perdonadme esta injuria.


SEGUNDA LECTURA

Gualterio de San Víctor, Sermón (atribuido) sobre la triple gloria de la cruz (Sermón 3, 2.3.4: CCL CM 30, 250.251.252)

La cruz de Cristo, remedio, ejemplo y misterio

Por tres cosas debemos gloriarnos en la cruz: por ser remedio, ejemplo y misterio.

Llamamos remedio al mérito de la misma pasión y muerte de Cristo. En efecto, Cristo, inmune a todo pecado, el único libre entre los muertos, en nada deudor de la muerte; y sin embargo, por el gran amor con que nos amó, aceptó, en obediencia al Padre, la muerte que le era indebida en beneficio nuestro, que sí éramos deudores de la muerte. Y de esta suerte adquirió un mérito enorme, mérito del que nos hizo cesión, para que se nos aplicara a nosotros el fruto que en él habría revertido de haberlo necesitado. Tan grande fue este mérito que basta para la salvación de todos. La magnitud del mérito suele medirse por la magnitud del amor con que se obtiene. Siendo, pues, inmenso el amor de Cristo, inmenso es también el mérito de su muerte. Si todos los santos que han existido desde el comienzo del mundo y los que habrá hasta la consumación del mismo, estuvieran libres de todo pecado y murieran en pro de la justicia, la muerte de todos ellos juntos no sería tan meritoria como la sola muerte del Salvador, sufrida una vez por todas. Contemplando Pablo este incomparable tesoro de nuestra salvación, decía: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Que es como si dijera: Dios me libre de juzgarme digno de la gloria y de la salvación, si no es en virtud y por la eficacia y el mérito de la pasión del Señor. Pues en este remedio radica nuestra única esperanza.

A los que se les ha dado la oportunidad de actuar, al remedio han de añadir la imitación del ejemplo, ya que Cristo padeció su pasión por nosotros, para que sigáis sus huellas. Así pues, gloriarse en la cruz en razón del ejemplo consiste en imitarlo con alegría, a semejanza del Apóstol que se gloriaba en las tribulaciones. Y no sólo debemos imitar el ejemplo de la pasión para asegurarnos el remedio, sino también para acrecentar el brillo de la corona.

Llamamos misterio de la cruz a la mística significación del sagrado leño. Este madero tiene, en efecto, una forma cuadrangular. Pues bien: esta cuadratura de la cruz apunta a una cierta cuadratura de la caridad, de la que dice el Apóstol: Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo. Los que en sí mismos perciben esta cuadratura, no sin razón pueden gloriarse en el misterio de la cruz, lo mismo que condignamente se gozan en el remedio de la cruz los que poseen una fe sana y han renacido en Cristo. Pero quienes llevan en su cuerpo lasmarcas de Jesús, pueden gloriarse en el ejemplo de la cruz. Tres son, pues las cosas por las que hemos de gloriarnos en la cruz: el remedio que pertenece al nivel de la fe, el ejemplo que se sitúa en el orden de la operación, el misterio que se inscribe en el área de la dilección.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 12,14—13,13

Próxima y severa visita del Apóstol a los corintios

Hermanos: Por tercera vez estoy preparado para ir a Corinto, y tampoco ahora seré una carga. No me interesa lo vuestro, sino vosotros: no son los hijos quienes tienen que ganar para los padres, sino los padres para los hijos. Por mi parte, con muchísimo gusto gastaré, y me desgastaré yo mismo por vosotros. Os quiero demasiado, ¿es una razón para que me queráis menos?

Pase, dirán algunos, que yo no he sido una carga para vosotros; pero como soy tan astuto, os he cazado con engaño. Vamos a ver, de los que he mandado a Corinto, ¿de cuál me he servido para explotaros? Le pedí a Tito que fuera, y con él mandé al otro hermano, ¿se ha aprovechado Tito en algo de vosotros?; ¿no hemos procedido con el mismo espíritu?; ¿no hemos seguido las mismas huellas?

¿Pensáis que nos estamos defendiendo otra vez ante vosotros? Hablo en Cristo, delante de Dios, y todo es para construir vuestra comunidad, queridos hermanos, porque me temo que, cuando vaya, no os voy a encontrar como quisiera y que tampoco vosotros me vais a encontrar a mí como quisierais. Podría encontrar contiendas, envidias, animosidad, disputas, difamación, chismes, engreimientos, alborotos. Temo que cuando vaya, Dios me aflija otra vez por causa vuestra y tenga que ponerme de luto por muchos que pecaron antes y no se han convertido de la inmoralidad, libertinaje y desenfreno en que vivían.

Esta va a ser mi tercera visita. Todo asunto se resolverá basándose en la declaración de dos o tres testigos. Repito ahora ausente lo que dije en mi segunda visita a los antiguos pecadores y a todos en general, que, cuando vuelva, no tendré contemplaciones. Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su poder entre vosotros. Es verdad que fue crucificado por su debilidad, pero vive ahora por la fuerza de Dios. Nosotros compartimos su debilidad, pero por la fuerza de Dios compartiremos su vida para vuestro bien.

Poneos a la prueba, a ver si os mantenéis en la fe, someteos a examen; ¿no sois capaces de reconocer que Cristo Jesús está entre vosotros? A ver si es que no pasáis el examen. Pero reconoceréis, así lo espero, que nosotros sí lo hemos pasado. Pido a Dios que no hagáis nada malo; no nos interesa ostentar nuestros títulos, sino que vosotros practiquéis el bien, aunque parezca que nosotros no tenemos títulos. No tenemos poder alguno contra la verdad, sólo en favor de la verdad. Con tal que vosotros estéis fuertes, nos alegramos de ser nosotros débiles; todo lo que pedimos es que os enmendéis. Por esta razón, os escribo así mientras estoy fuera, para no verme obligado a ser tajante en persona con la autoridad que el Señor me ha dado para construir, no para derribar.

Y nada más, hermanos; alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 265 (7-8: CSEL 57, 645-646)

Necesidad de la penitencia cotidiana

Hace el hombre penitencia, antes de recibir el bautismo por los pecados precedentes, pero de tal modo quereciba asimismo el bautismo, como está escrito en los Hechos de los apóstoles, cuando hablando Pedro a los judíos les dice: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados.

Hace también el hombre penitencia si, después del bautismo cometiere un pecado tal, que mereciere ser excomulgado para luego ser reconciliado, como lo practican en todas las iglesias los que técnicamente son llamados «penitentes». De esta penitencia habla el apóstol Pablo cuando dice: Temo que, cuando vaya, Dios me aflija otra vez por causa vuestra y tenga que ponerme de luto por muchos que pecaron antes y no se han convertido de la inmoralidad, libertinaje y desenfreno en que vivían. Y esto lo escribía precisamente para aquellos que ya habían sido bautizados.

Está asimismo la penitencia casi cotidiana de los fieles buenos y humildes, por la que nos damos golpes de pecho diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y es evidente que no pedimos la condonación de las deudas que estamos seguros habérsenos condonado en el bautismo; sino aquellas otras que, si bien leves, frecuentemente se infiltran a través, de las fisuras de la humana fragilidad. Estas faltas, si se acumularan contra nosotros, nos gravarían y oprimirían como uno que otro pecado grave. ¿Qué más da que un barco naufrague bajo el ímpetu de una inmensa ola que lo envuelve y lo sumerge, o que se vaya a pique a consecuencia del agua que paulatinamente se va introduciendo en la sentina y que, al ser negligentemente ignorada o descuidada, acabe por inundar el barco y sumergirlo?

Por esta razón vigilan cual centinelas los ayunos, las limosnas y las oraciones. En las cuales, al decir: Perdónanos, como nosotros perdonamos, manifestamos que no faltan en nosotros cosas que hacernos perdonar. Y así, humillando nuestras almas con esta confesión, no cesamos en cierto modo de hacer, día tras día, penitencia.

DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1,1-12

El Evangelio de Pablo

Yo, Pablo, enviado no de hombres, nombrado apóstol no por un hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos, y conmigo todos los hermanos, escribimos a las Iglesias de Galacia. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para arrancarnos de este perverso mundo presente, conforme al designio de Dios, nuestro Padre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo. Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado —seamos nosotros mismos o un ángel del cielo—, ¡sea maldito! Lo he dicho y lo repito: si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea maldito! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?; ¿trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre la carta a los Gálatas (Prefacio: PL 35, 2105-2107)

Entendamos la gracia de Dios

El motivo por el cual el Apóstol escribe a los gálatas es su deseo de que entiendan que la gracia de Dios hace que no estén ya sujetos a la ley. En efecto, después de haberles sido anunciada la gracia del Evangelio, no faltaron algunos, provenientes de la circuncisión, que, aunque cristianos, no habían llegado a comprender toda la gratuidad del don de Dios y querían continuar bajo el yugo de la ley; ley que el Señor Dios había impuesto a los que estaban bajo la servidumbre del pecado y no de la justicia, esto es, ley justa en sí misma que Dios había dado a unos hombres injustos, no para quitar sus pecados, sino para ponerlos de manifiesto; porque lo único que quita el pecado es el don gratuito de la fe, que actúa por el amor. Ellos pretendían que los gálatas, beneficiarios ya de este don gratuito, se sometieran al yugo de la ley, asegurándoles que de nada les serviría el Evangelio si no se circuncidaban y no observaban las demás prescripciones rituales del judaísmo.

Ello fue causa de que empezaran a sospechar que el apóstol Pablo, que les había predicado el Evangelio, quizá no estaba acorde en su doctrina con los demás apóstoles, ya que éstos obligaban a los gentiles a las prácticas judaicas. El apóstol Pedro había cedido ante el escándalo de aquellos hombres, hasta llegar a la simulación, como si él pensara también que en nada aprovechaba el Evangelio a los gentiles si no cumplían los preceptos de la ley; de esta simulación le hizo volver atrás el apóstol Pablo, como explica él mismo en esta carta.

La misma cuestión es tratada en la carta a los Romanos. No obstante, parece que hay alguna diferencia entre una y otra, ya que en la carta a los Romanos dirime la misma cuestión y pone fin a las diferencias que habían surgido entre los cristianos procedentes del judaísmo y los procedentes de la gentilidad; mientras que en esta carta a los Gálatas escribe a aquellos que ya estaban perturbados por la autoridad de los que procedían del judaísmo y que los obligaban a la observancia de la ley. Influenciados por ellos, empezaban a creer que la predicación del apóstol Pablo no era auténtica, porque no quería que se circuncidaran. Por esto, Pablo empieza con estas palabras: Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio.

Con este exordio, insinúa, en breves palabras, el meollo de la cuestión. Aunque también lo hace en el mismo saludo inicial, cuando afirma de sí mismo que es enviado no de hombres, nombrado apóstol no por un hombre, afirmación que no encontramos en ninguna otra de sus cartas. Con esto demuestra suficientemente que los que inducían a tales errores lo hacían no de parte de Dios, sino de parte de los hombres; y que, por lo que atañe a la autoridad de la predicación evangélica, ha de ser considerado igual que los demás apóstoles, ya que él tiene la certeza de que es apóstol no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 1, 13-2, 10

Vocación y apostolado de Pablo

Hermanos: Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a losapóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.

Fui después a Siria y a Cilicia. Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente, sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mía.

Después, transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén en compañía de Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Les expuse el Evangelio que predico a los gentiles, aunque en privado, a los más representativos, por si acaso mis afanes de entonces o de antes eran vanos. Con todo, ni siquiera obligaron a circuncidarse a mi compañero Tito, que era griego. Di este paso por motivo de esos intrusos, de esos falsos hermanos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús. Querían esclavizarnos, pero ni por un momento cedimos a su imposición, para preservaros la verdad del Evangelio. En cambio, de parte de los que representaban algo (lo que fueran o dejaran de ser no me interesa, que Dios no mira eso), como decía, los más representativos no tuvieron nada que añadirme.

Al contrario, vieron que Dios me ha encargado de anunciar el Evangelio a los gentiles, como a Pedro de anunciarlo a los judíos; el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos me capacita a mí para la mía entre los gentiles. Reconociendo, pues, el don que he recibido, Santiago, Pedro y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de solidaridad, de acuerdo en que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los judíos. Una sola cosa nos pidieron: que nos acordáramos de sus pobres, y esto lo he tomado muy a pecho.


SEGUNDA LECTURA

Tertuliano, Tratado sobre la prescripción de los herejes (20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10: CCL 1, 201-204)

La predicación apostólica

Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles –palabra que significa «enviados»–, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás, Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas; así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; pero añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 2, 11–3, 14

El justo vivirá por su fe

Hermanos: Cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que encararme con él, porque era reprensible. Antes de que llegaran ciertos individuos de parte de Santiago, comía con los gentiles; pero cuando llegaron aquéllos, se retrajo y se puso aparte, temiendo a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron en esta simulación, tanto que el mismo Bernabé se vio arrastrado con ellos a la simulación.

Ahora que, cuando yo vi que su conducta no cuadraba con la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos:

«Si tú, siendo judío, vives a lo gentil y no a lo judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a las prácticas judías?».

Nosotros éramos judíos de nacimiento, no de esos paganos pecadores. Pero comprendimos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Ahora, si por buscar la justificación por medio de Cristo resultamos también nosotros unos pecadores, ¿qué?, ¿está Cristo al servicio del pecado? Ni pensarlo; o sea, que, si construyo de nuevo lo que demolí una vez, demuestro yo mismo ser culpable. Por mi parte, para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.

¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz! Contestadme a una sola pregunta: ¿recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe? ¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han sido en vano.

Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe? Lo mismo que con Abrahán, que creyó a Dios, y eso le valió la justificación.

Comprended, por tanto, de una vez que hijos de Abrahán son los hombres de fe. Además, la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la buena noticia: «Por ti serán benditas todaslas naciones». Así que son los hombres de fe los que reciben la bendición con Abrahán, el fiel.

En cambio, los que se apoyan en la observancia de la ley tienen encima una maldición, porque dice la Escritura: «Maldito el que no cumple todo lo escrito en el libro de la ley». Que en base a la ley nadie se justifica ante Dios es evidente, porque lo que está dicho es que «el justo vivirá por su fe», y la ley no arranca de la fe, sino que «el que la cumple vivirá por ella».

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 8 sobre el libro del Génesis (6.8.9: PG 12, 206-209)

El sacrificio de Abrahán

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio sacrificio era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es, a la vez, víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahán, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.

¿Qué es lo que sigue? Isaac —continúa la Escritura—dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Esta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahán, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».

Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahán. Algo debía prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras que miran al futuro. Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo.

Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne.

Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 3, 15-4, 7

El oficio de la ley

Hermanos: Hablo desde el punto de vista humano: un testamento debidamente otorgado nadie puede anularlo ni se le puede añadir una cláusula. Pues bien, las promesas se hicieron a Abrahán y a su descendencia (no se dice: «y a los descendientes», en plural, sino en singular: «y a tu descendencia», que es Cristo).

Quiero decir esto: Una herencia ya debidamente otorgada por Dios no iba a anularla una ley que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, dejando sin efecto la promesa; pues, en caso que la herencia viniera en virtud de la ley, ya no dependería de la promesa, mientras que a Abrahán Dios le dejó hecha la donación con la promesa.

Entonces, ¿para qué la ley? Se añadió para denunciar los delitos, hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa, y fue promulgada por ángeles, por boca de un mediador; pero este mediador no representa a uno solo, mientras que Dios es uno solo. Entonces, ¿contradice la ley a las promesas de Dios? Nada de eso. Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justificación dependería realmente de la ley.

Pero no, la Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree.

Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Quiero decir: mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, pues, aunque es dueño de todo, lo tienen bajo tutores y curadores, hasta la fecha fijada por su padre. Igual nosotros, cuando éramos menores, estábamos esclavizados por lo elemental del mundo.

Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba!» (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Carta 35 (4-6.13: PL 16 [ed. 1845] 1078-1079. 1081)

Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo

Dice el Apóstol que el que, por el espíritu, hace morir las malas pásiones del cuerpo vivirá. Y ello nada tiene de extraño, ya que el que posee el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Y hasta tal punto es hijo de Dios, que no recibe ya espíritu de esclavitud, sino espíritu de adopción final, al extremo de que el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para testificar que somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que él mismo clama en nuestros corazones: «¡Abba!» (Padre), como leemos en la carta a los Gálatas. Pero existe otro importante testimonio de que somos hijos de Dios: el hecho de que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo; es coheredero con Cristo el que es glorificado juntamente con él, y es glorificado juntamente con él aquel que, padeciendo por él, realmente padece con él.

Y, para animarnos a este padecimiento, añade que todos nuestros padecimientos son inferiores y desproporcionados a la magnitud de los bienes futuros, que se nos darán como premio de nuestras fatigas, premio que se ha de revelar en nosotros cuando, restaurados plenamente a imagen de Dios, podremos contemplar su gloria cara a cara.

Y, para encarecer la magnitud de esta revelación futura, añade que la misma creación entera está en expectación de esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios, ya que las criaturas todas están ahora sometidas al desorden, a pesar suyo, pero conservando la esperanza, ya que esperan de Cristo la gracia de su ayuda para quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad que con la gloria han de recibir los hijos de Dios; de este modo, cuando se ponga de manifiesto la gloria de los hijos de Dios, será una misma realidad la libertad de las criaturas y la de los hijos de Dios. Mas ahora, mientras esta manifestación no es todavía un hecho, la creación entera gime en la expectación de la gloria de nuestra adopción y redención, y sus gemidos son como dolores de parto, que van engendrando ya aquel espíritu de salvación, por su deseo de verse libre de la esclavitud del desorden.

Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia del Señor posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: «¡Abba!» (Padre), como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resucitarán, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno. Por esto, el Apóstol afirma, lleno de confianza, que en esperanza fuimos salvados. La esperanza, en efecto, es causa de salvación, como lo es también la fe, de la cual se dice en el evangelio: Tu fe te ha salvado.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 4, 8-31

La herencia divina y la libertad de la nueva alianza

Hermanos: Antes, cuando no sabíais de Dios, os hicisteis esclavos de seres que por su naturaleza no son dioses. Ahora que habéis reconocido a Dios, mejor dicho, que Dios os ha reconocido, ¿cómo os volvéis de nuevo a esos elementos sin eficacia ni contenido? ¿Queréis ser sus esclavos otra vez como antes? Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles.

Poneos en mi lugar, hermanos, por favor, que yo, por mi parte, me pongo en el vuestro. En nada me ofendisteis. Recordáis que la primera vez os anuncié el Evangelio con motivo de una enfermedad mía, pero no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire, aunque mi estado físico os debió tentar a eso; al contrario, me recibisteis como a un mensajero de Dios, como a Jesucristo en persona. Siendo esto así, ¿dónde ha ido a parar aquella dicha vuestra? Porque hago constar en vuestro honor que, a ser posible, os habríais sacado los ojos por dármelos. ¿Y ahora me he convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros?

El interés que ésos os muestran no es de buena ley; quieren aislaros para acaparar vuestro interés. Sería bueno, en cambio, que os interesarais por lo bueno siempre y no sólo cuando estoy ahí con vosotros. Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. Quisiera estar ahora ahí y matizar el tono de mi voz, pues con vosotros no encuentro medio.

Vamos a ver, si queréis someteros a la ley, ¿por qué no escucháis lo que dice la ley? Porque en la Escritura secuenta que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; el hijo de la esclava nació de modo natural, y el de la libre por una promesa de Dios.

Esto tiene un significado: Las dos mujeres representan dos alianzas. Agar, la que engendra hijos para la esclavitud, significa la alianza del Sinaí. El nombre de Agar significa el monte Sinaí, de Arabia, y corresponde a la Jerusalén de hoy, esclava ella y sus hijos. La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre, como dice la Escritura: «Alégrate, estéril, que no das a luz, rompe a gritar, tú que no conocías los dolores de parto, porque la abandonada tiene más hijos que la que vive con el mundo».

Y vosotros, hermanos, sois hijos por la promesa, como Isaac. Ahora bien, si entonces el que nació de modo natural perseguía al que nació por el Espíritu, lo mismo ocurre ahora. Pero, ¿qué añade la Escritura? «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre».

Resumiendo, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre la carta a los Gálatas (37-38: PL 35, 2131-2132)

Hasta ver a Cristo formado en vosotros

Dice el Apóstol: «Sed como yo, que, siendo judío de nacimiento, mi criterio espiritual me hace tener en nada las prescripciones materiales de la ley. Ya que yo soy como vosotros, es decir, un hombre». A continuación, de un modo discreto y delicado, les recuerda su afecto, para que no lo tengan por enemigo. Les dice, en efecto: En nada me ofendisteis, como si dijera: «No penséis que mi intención sea ofenderos».

En este sentido, les dice también: Hijos míos, para que lo imiten como a padre. Otra vez me causáis dolores de parto —continúa—, hasta que Cristo tome forma en vosotros.

Esto lo dice más bien en persona de la madre Iglesia, ya que en otro lugar afirma: Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.

Cristo toma forma, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus obras, que es nulo, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus pobres méritos; a éste puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo, ya que dice: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Cristo toma forma en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de Cristo el que vive unido a él con un amor espiritual.

El resultado de este amor es la imitación perfecta de Cristo, en la medida en que esto es posible. Quien dice que permanece en Cristo –dice san Juan– debe vivir como vivió él.

Mas como sea que los hombres son concebidos por la madre para ser formados, y luego, una vez ya formados, se les da a luz y nacen, puede sorprendernos la afirmación precedente: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. A no ser que entendamos este sufrir de nuevo dolores de parto en el sentido de las angustias que le causó al Apóstol su solicitud en darlos a luz para que nacieran en Cristo; y ahora de nuevo los da a luz dolorosamente por los peligros de engaño en que los ve envueltos. Esta preocupación que le producen tales cuidados, acerca de ellos, y que él compara a los dolores de parto, se prolongará hasta que lleguen a la medida de Cristo en su plenitud, para que ya no sean llevados por todo viento de doctrina.

Por consiguiente, cuando dice: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros, no se refiere al inicio de su fe, por el cual ya habían nacido, sino al robustecimiento y perfeccionamiento de la misma. En este mismo sentido, habla en otro lugar, con palabras distintas, de este parto doloroso, cuando dice: La carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias.


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 1-25

La libertad en la vida de los creyentes

Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

Con lo bien que corríais, ¿quién os cortó el paso para que no siguieseis la verdad? Ese influjo no venía del que os llama. Una pizca de levadura fermenta toda la masa.

Respecto de vosotros yo confío en que el Señor hará que estéis en pleno acuerdo con esto, pero el que os alborota, sea quien sea, cargará con su sanción. Por lo que a mí toca, hermanos, si es verdad que sigo predicando la circuncisión, ¿por qué todavía me persiguen? Ea, ya está neutralizado el escándalo de la cruz. ¡Ojalá se mutilasen del todo esos que os soliviantan!

Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.

¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 1-25

La libertad en la vida de los creyentes

Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

Con lo bien que corríais, ¿quién os cortó el paso para que no siguieseis la verdad? Ese influjo no venía del que os llama. Una pizca de levadura fermenta toda la masa.

Respecto de vosotros yo confío en que el Señor hará que estéis en pleno acuerdo con esto, pero el que os alborota, sea quien sea, cargará con su sanción. Por lo que a mí toca, hermanos, si es verdad que sigo predicando la circuncisión, ¿por qué todavía me persiguen? Ea, ya está neutralizado el escándalo de la cruz. ¡Ojalá se mutilasen del todo esos que os soliviantan!

Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.

Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no herederán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo (23-24: PG 35, 786-787)

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él, démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Arbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 25-6, 18

Avisos sobre la caridad y el celo

Hermanos: Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Hermanos, incluso si a un individuo se le cogiera en algún desliz, vosotros, los hombres de Espíritu, recuperad a ese tal con mucha suavidad; estando tú sobre aviso, no vayas a ser tentado también tú. Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Por supuesto, si alguno se figura ser algo, cuando no es nada, él mismo se engaña. Cada cual examine su propia actuación, y tenga entonces motivo de satisfacción refiriéndose sólo a sí mismo, no refiriéndose al compañero, pues cada uno tendrá que cargar con su propio bulto.

Cuando uno está instruyéndose en la fe, dé al catequista parte de sus bienes.

No os engañéis, con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. En una palabra: mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe.

Fijaos qué letras tan grandes, son de mi propia mano.

Esos que intentan forzaros a la circuncisión son ni más ni menos los que desean quedar bien en lo exterior; su única preocupación es que no los persigan por causa de la cruz de Cristo, porque la ley no la observan ni los mismos circuncisos; pretenden que os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne.

Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.


SEGUNDA LECTURA

Gualterio de San Víctor, Sermón 3 [atribuido] sobre la triple gloria de la Cruz (Sermón 3,5.6.7.9: CCL CM 30, 252.253.254.255)

El soldado de Cristo debe renunciar a su propia voluntad

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Por la gracia de Cristo, el mundo, es decir, las concupiscencias del mundo están crucificadas, mortificadas, extinguidas, de forma que no reinen en mí ni me dominen ni me arrastren en pos de sí; y yo al mundo, por los males que tolero.

Para que el mundo esté crucificado para nosotros y en nosotros, y nosotros para el mundo, el Señor nos amonesta con estas palabras: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, esto es, crucifique en sí al mundo, y cargue con su cruz, es decir, crucifíquese para el mundo. Pues lo mismo es que el mundo esté crucificado para sí que negarse a sí mismo, y tanto da estar crucificado para el mundo como cargar con la cruz. Si ya resulta difícil renunciar a nuestros planes, es decir, a los proyectos largamente acariciados, mucho más difícil es negarse a sí mismo, esto es, renunciar a la propia voluntad. Lo cual es, no obstante, necesario, si queremos seguir a Cristo. El soldado de Cristo debe, en efecto, renunciar a su propia voluntad en pro de la voluntad de otro, y no sólo debe abandonar una voluntad mala por una buena, sino incluso su propia buena voluntad por la voluntad buena del otro.

El imitador de Cristo no sólo debe abandonar la propia voluntad ante la voluntad del superior, sino ante la voluntad del igual y hasta del inferior. Renunciar a la propia voluntad ante la voluntad del mayor, ésta es la voluntad buena de Dios; posponer la propia voluntad a la voluntad del igual, ésta es la voluntad agradable de Dios; abandonar la propia voluntad en beneficio de la voluntad del menor, ésta es la voluntad perfecta de Dios.

Y cargue con su cruz, es decir, tolere lo amargo y lo duro por la justicia y la verdad. Esta es la enseñanza de Cristo: huir los placeres de la vida y vivir austeramente. Sabéis de sobra, hermanos, que, en la cítara, la cuerda se tiende flanqueada por dos listones de madera, pero para que suene bien antes debe secarse. Así también, nuestro citarista David secó en el desierto, al calor del sol, la cuerda de su carne, ayunando cuarenta días con sus cuarenta noches. Y entonces, perfectamente seca, la extendió en la cruz, la tocó con los dedos del amor, entonó un cántico de amor, moduló la voz de la compasión y prometió un acorde de misericordia, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Oh qué gran benignidad la del benignísimo Jesús, que en semejante trance tan benignamente oró por tan malignos enemigos!

 

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1, 1-11

Saludo. Acción de gracias

Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos que residen en Filipos, con sus obispos y diáconos. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Doy gracias a mi Dios cada vez que os menciono; siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio desde el primer día hasta hoy. Esta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo dentro, porque, tanto en la prisión como en mi defensa y prueba del Evangelio, todos compartís la gracia que me ha tocado.

Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os echo de menos, en Cristo Jesús. Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.


SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta de san Policarpo de Esmirna a los Filipenses (Caps 1, 1-2,3: Funk 1, 267-269)

Estáis salvados por gracia

Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.

Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 1, 12-26

Pablo juzga su obra

Quiero que sepáis, hermanos, que esto que me ocurre más bien ha favorecido al avance del Evangelio, pues la entera residencia del gobernador y todos los demás ven claro que estoy en la cárcel por Cristo, y la mayoría de los hermanos, alentados por mi prisión a confiar en el Señor, se atreven mucho más a hablar la palabra de Dios sin miedo. Es verdad que algunos anuncian a Cristo por envidia y antagonismo hacia mí; otros, en cambio, lo hacen con buena intención; éstos porque me quieren y saben que me han encargado de defender el Evangelio; los otros proclaman a Cristo por rivalidad, jugando sucio, pensando en hacer más penoso mi encarcelamiento.

¿Qué más da? Al fin y al cabo, de la manera que sea, con segundas intenciones o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro; y me seguiré alegrando, porque sé que esto será para mi bien, gracias a vuestras oraciones y al Espíritu de Jesucristo que me socorre. Lo espero con impaciencia, porque en ningún caso saldré derrotado; al contrario, ahora, como siempre, Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en este dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Convencido de esto, siento que me quedaré y estaré a vuestro lado, para que avancéis alegres en la fe, de modo que el orgullo que sentís por mí en Jesucristo rebose cuando me encuentre de nuevo entre vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 3 1-5, 2: Funk 1, 269-273)

Armémonos con las armas de la justicia

No os escribo, hermanos, estas cosas referentes a la justicia, por propia iniciativa, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en vuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aquella fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la esperanza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al prójimo. El que permanece en estas virtudes cumple los mandamientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.

La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él, armémonos con las armas de la justicia e instruyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y alejándose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos, ni de nuestros sentimientos, ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.

Y ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. De manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus palabras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compasivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 1, 27-2, 11

Exhortación a imitar a Cristo

Hermanos: Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, de modo que, ya sea que vaya a veros o que tenga de lejos noticias vuestras, sepa que os mantenéis firmes en el mismo espíritu y que lucháis juntos como un solo hombre por la fidelidad al Evangelio, sin el menor miedo a los adversarios; esto será para ellos signo de perdición, para vosotros de salvación, todo por obra de Dios. Porque a vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él, estando como estamos en el mismo combate; ése en que me visteis una vez y que ahora conocéis de oídas.

Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 6, 1-8, 2: Funk 1, 273-275)

Cristo nos ha dejado un ejemplo en su propia persona

Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.

Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor, y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.

Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor, el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 2, 12-30

Seguid actuando vuestra salvación

Queridos hermanos: Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, seguid actuando vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor.

Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. El día de Cristo, eso será una honra para mí, que no he corrido ni me he fatigadó en vano: Y, aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría; por vuestra parte, estad alegres y asociaos a la mía.

Con la ayuda del Señor Jesús, espero mandaros pronto a Timoteo, para animarme yo también recibiendo noticias vuestras; porque no tengo ningún otro amigo íntimo que se preocupe lealmente de vuestros asuntos; todos sin excepción buscan su interés, no el de Jesucristo.

De Timoteo, en cambio, conocéis la calidad, pues se puso conmigo al servicio del Evangelio como un hijo con su padre; éste es el que espero mandaros en cuanto barrunte lo que va a ser de mí; aunque, con la ayuda del Señor, confío en ir pronto personalmente.

Por otra parte, me considero obligado a mandaros de vuelta a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, al que enviasteis vosotros para atender a mi necesidad. El os echaba mucho de menos y estaba angustiado porque os habíais enterado de su enfermedad. De hecho, estuvo para morirse, pero Dios tuvo compasión de él; no sólo de él, también de mí, para que no me cayera encima pena tras pena. Os lo mando lo antes posible, para que, viéndolo, volváis a estar alegres, y yo me sienta aliviado. Recibidlo, pues, en el Señor con la mayor alegría; estimad a hombres como él, que por la causa de Cristo ha estado a punto de morir, exponiendo su vida para prestarme en lugar vuestro el servicio que vosotros no podíais.


SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 9, 1-11, 4: Funk 1, 275-279)

Andemos en la fe y en la justicia

Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella. Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?

No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 3, 1-16

El ejemplo de Pablo

Hermanos míos: Manteneos alegres, en el Señor. Repetiros lo ya dicho otras veces no me cuesta a mí nada y a vosotros os dará seguridad. ¡Ojo con esos perros, ojo con esos malos obreros, ojo con la mutilación! Porque los circuncisos somos nosotros, que damos culto con el Espíritu de Dios, y que ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne.

Aunque, lo que es yo, ciertamente tendría motivos para confiar en la carne, y si algún otro piensa que puede hacerlo, yo mucho más, circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados y, por lo que toca a la ley, fariseo; si se trata de intransigencia, fui perseguidor de la Iglesia; si de ser justo por la ley, era irreprochable.

Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús.

Los que somos maduros pensamos así. Y si en algún punto pensáis de otro modo, Dios se encargará de aclararos también eso. En todo caso, seamos consecuentes con lo ya alcanzado.
 

SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps. 12 1-14: Funk 1, 279-283)

Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo quese dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.



 

VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 3, 17-4, 9

Manteneos así en el Señor

Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Recomiendo a Evodia y lo mismo a Síntique que piensen lo mismo en el Señor; por supuesto, a ti en particular, leal compañero, te pido que las ayudes, pues ellas lucharon a mi lado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.


SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía a los Magnesios (Caps 1, 1-5,2: Funk 1, 191-195)

Es necesario no sólo llamarse cristianos,
sino serlo en realidad

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador: mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.

Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.

Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley de Jesucristo.

Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible, es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.

Es, pues, necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.

Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 4, 10-23

Generosidad de los filipenses con Pablo

Hermanos: Me alegré muchísimo en Cristo de que ahora por fin pudierais expresar el interés que sentís por mí; siempre lo habíais sentido, pero os faltaba la ocasión. Aunque ando escaso de recursos, no lo digo por eso; yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación.

Vosotros, los filipenses, sabéis además que, desde que salí de Macedonia y empecé a predicar el Evangelio, ninguna Iglesia, aparte de vosotros, me abrió una cuenta de haber y debe. Ya a Tesalónica me mandasteis más de una vez un subsidio para aliviar mi necesidad; no es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta. Este es mi recibo: por todo y por más todavía. Estoy plenamente pagado al recibir lo que me mandáis con Epafrodito: es un incienso perfumado, un sacrificio aceptable que agrada a Dios.

En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Saludad a todo santo en Cristo Jesús. Os mandan saludos los hermanos que están conmigo; os saludan también todos los santos, especialmente los que están al servicio del César. La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios (Caps 6 1-9, 2: Funk 1,195-199)

Una sola oración y una sola esperanza
en la caridad y en la santa alegría

Como en las personas de vuestra comunidad, que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó en estos últimos tiempos.

Así pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.

Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él —nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles—, así también vosotros nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto.

No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo. Por eso justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había enviado.

Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.

 

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 44, 21—45, 3

Ciro libera a Israel

Acuérdate de esto, Jacob; de que eres mi siervo, Israel. Te formé, y eres mi siervo, Israel, no te olvidaré.

He disipado como niebla tus rebeliones; como nube, tus pecados: vuelve a mí, que soy tu redentor.

Aclamad, cielos, porque el Señor ha actuado;
vitoread, simas de la tierra;
romped en aclamaciones, montañas,
y tú, bosque, con todos tus árboles;
porque el Señor ha redimido a Jacob y se gloría de Israel.

Así dice el Señor, tu redentor, que te formó en el vientre:
Yo soy el Señor, creador de todo;
yo solo desplegué el cielo, yo afiancé la tierra.
Y ¿quién me ayudaba?

Yo soy el que frustra los presagios de los magos
y muestra la necedad de los agoreros;
el que echa atrás a los sabios
y muestra que su saber es ignorancia;
pero realiza la palabra de sus siervos,
cumple el proyecto de sus mensajeros;
el que dice de Jerusalén: «Será habitada»,
y de las ciudades de Judá: «Serán reconstruidas»,
y levantaré sus ruinas;
el que dice al océano: «aridece»,
«secará tus corrientes»;
el que dice a Ciro: «Tú eres mi pastor
y cumplirás toda mi voluntad».

El que dice de Jerusalén: «Serás reconstruida»,
y del templo: «Será cimentado».

Así dice el Señor a su ungido, a Ciro,
a quien lleva de la mano:

Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes,
abriré ante él las puertas,
los batientes no se le cerrarán.

Yo iré delante de ti, allanándote los cerros;
haré trizas las puertas de bronce,
arrancaré los cerrojos de hierro,
te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos.

Así sabrás que yo soy el Señor,
que te llamo por tu nombre, el Dios de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios (Caps 10, 1—15: Funk 1, 199-203)

Tenéis a Cristo en vosotros

No permita Dios que permanezcamos insensibles ante la bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario de actuar, ya podríamos darnos por perdidos. Así pues, ya que nos hemos hecho discípulos suyos, aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre distinto del suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura, vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es Jesucristo. Impregnaos de la sal de Cristo, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis calificados.

Todo esto, queridos hermanos, no os lo escribo porque haya sabido que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como el menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor vuestro, no sea que piquéis en el anzuelo de la vana especulación, sino que tengáis plena certidumbre del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el gobierno de Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente por Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que ninguno de vosotros se aparte.

¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, si yo fuera digno de ello! Porque, si es cierto que estoy encadenado, sin embargo, no puedo compararme con uno solo de vosotros, que estáis sueltos. Sé que no os hincháis con mi alabanza, pues tenéis dentro de vosotros a Jesucristo. Y más bien sé que, cuando os alabo, os avergonzáis, como está escrito: El justo se acusa a sí mismo.

Poned, pues, todo vuestro empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo, a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de presbíteros, y a vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que entre vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual.

Como sé que estáis llenos de Dios, sólo brevemente os he exhortado. Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre alcanzar a Dios, y acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro. Necesito de vuestras plegarias a Dios y de vuestra caridad, para que la Iglesia de Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de vuestra Iglesia.

Os saludan los efesios desde Esmirna, de donde os escribo, los cuales están aquí presentes para gloria de Dios y que, juntamente con Policarpo, obispo de Esmirna, han procurado atenderme y darme gusto en todo. Igualmente os saludan todas las demás Iglesias en honor de Jesucristo. Os envío mi despedida, a vosotros que vivís unidos a Dios y que estáis en posesión de un espíritu inseparable, que es Jesucristo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Esdras 1, 1-8; 2, 68—3, 8

La vuelta del destierro. Restauración del culto

El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro, rey de Persia, a proclamar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así dice Ciro rey de Persia: Todos los reinos de la tierra los ha puesto en mis manos el Señor Dios del cielo, y me ha encargado edificarle un templo en Jerusalén de Judá. Los que pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe, y que suban a Jerusalén de Judá para reedificar el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los judíos supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar les proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas que quieran hacer voluntariamente para el templo del Dios de Jerusalén».

Entonces se pusieron en marcha los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, es decir, todos los que se sintieron impulsados por Dios a ir a reedificar el templo del Señor de Jerusalén. Sus vecinos les proporcionaron de todo: plata, oro, hacienda, ganado y otros muchos regalos, además de las ofrendas voluntarias.

El rey Ciro mandó sacar el ajuar del templo que Nabucodonosor se había llevado de Jerusalén para colocarlo en el templo de su dios. Ciro de Persia lo consignó al tesorero Mitrídates, que lo contó delante de Sesbasar, príncipe de Judá.

Cuando llegaron al templo de Jerusalén, algunos cabezas de familia hicieron donativos para que se reconstruyese en el mismo sitio. De acuerdo con sus posibilidades, entregaron al fondo del culto sesenta y un mil dracmas de oro, cinco mil minas de plata y cien túnicas sacerdotales.

Los sacerdotes, los levitas y parte del pueblo se establecieron en Jerusalén; los cantores, los porteros y los donados, en sus pueblos, y el resto de Israel, en los suyos.

Los israelitas se encontraban ya en sus poblaciones cuando al llegar el mes de octubre se reunieron todos a una en Jerusalén. Entonces Josué, hijo de Yosadac, con sus parientes los sacerdotes, y Zorobabel, hijo de Sealtiel, con sus parientes, se pusieron a construir el altar del Dios de Israel para ofrecer en él holocaustos, como manda la ley de Moisés, hombre de Dios. Levantaron el altar en su antiguo sitio —aunque intimidados por los colonos extranjeros— y ofrecieron en él al Señor los holocaustos matutinos y vespertinos.

Celebraron la fiesta de las Chozas, como está mandado, ofreciendo holocaustos según el número y el ritual de cada día; y siguieron ofreciendo el holocausto diario, el de principios de mes, el de las solemnidades dedicadas al Señor, y los ofrecieron voluntariamente al Señor.

El día primero de octubre comenzaron a ofrecer holocaustos al Señor. Pero aún no se habían echado los cimientos del templo. Entonces, de acuerdo con lo autorizado por Ciro de Persia, contrataron canteros y carpinteros, y dieron a los sidonios y tirios alimentos, bebidas y aceite para que enviasen a Jafa, por vía marítima, madera de cedro del Líbano.

A los dos años de haber llegado al templo de Jerusalén, el mes de abril, Zorobabel, hijo de Sealtiel; Josué, hijo de Yosadac, sus demás parientes sacerdotes y levitas, y todos los que habían vuelto a Jerusalén del cautiverio comenzaron la obra del templo, poniendo al frente de ella a los levitas mayores de veinte años.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 1, 5: CCL 142, 210-212)

La Jerusalén celestial está fundada como ciudad

Jerusalén está fundada como ciudad. Se expresa de este modo para demostrar que todo lo dicho se refiere no a un edificio corporal, sino a la construcción de la ciudad espiritual. Y como aquella interna visión de paz está formada de la reunión de los ciudadanos santos, la Jerusalén celestial está fundada como ciudad. La cual, sin embargo, mientras en esta tierra de peregrinación es flagelada y tundida con las tribulaciones, sus piedras van cada día siendo talladas a escuadra.

Y esa misma ciudad, es decir, la santa Iglesia destinada a reinar en el cielo, de momento se fatiga en la tierra. A sus ciudadanos les dice Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción. Y Pablo añade: Sois campo de Dios, sois edificio de Dios. Pero conviene tener en cuenta que esta ciudad posee ya aquí en la tierra su propio edificio: el comportamiento de los santos. Ahora bien, en un edificio una piedra sostiene a la otra, pues van colocadas una sobre otra, y la que sostiene a una es a su vez sostenida por otra. Exactamente ocurre en la santa Iglesia: cada cual es sostén del otro y sustentado por el otro. Pues los que están cercanos se sostienen recíprocamente, para que gracias a ellos se vaya levantando el edificio de la caridad. A este propósito nos advierte san Pablo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Y subrayando la eficacia de esta ley, añade: Amar es cumplir la ley entera.

Por tanto, si yo me negara a aceptaros tal cuales sois y vosotros rehusarais aceptarme tal cual yo soy, ¿cómo puede levantarse entre nosotros el edificio de la caridad? En un edificio —ya lo hemos dicho— la piedra que sostiene es a su vez, sostenida, pues así como yo soporto ahora el carácter de quienes todavía son novatos en la práctica del bien, así también a mí me soportaron los que me precedieron en el temor del Señor, y me sostuvieron para que a mi vez, después de haber sido sustentado, aprendiera a sustentar a los demás. Y ellos mismos fueron a su vez sustentados por sus antepasados.

En cambio, las piedras que se colocan en la cima y en el remate del edificio son ciertamente' sustentadas por las anteriores, pero ellas no sostienen a otras, ya que quienes nazcan en los últimos tiempos de la Iglesia, esto es, hacia el fin del mundo, son efectivamente tolerados por sus mayores a fin de que su conducta sea positivamente meritoria, pero al no ser seguidos de otros que por su medio debieran progresar, no soportan sobre ellos piedra alguna de este edificio de la fe. De momento, pues, ellos son sostenidos por nosotros, mientras nosotros somos sostenidos por otros. Pero todo el peso del edificio recae sobre el cimiento, ya que nuestro Redentor es el único que carga con las limitaciones de todos. De él dice Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. El cimiento sostiene las piedras sin ser sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todas nuestras deficiencias, mientras que en él no existe mal alguno que debiera ser soportado. Sólo el que sustenta toda la construcción de la santa Iglesia es capaz de cargar con nuestras deficiencias y pecados. El dice, por boca del profeta, de los que todavía viven perversamente: Se me han vuelto una carga que no soporto más.

Y no es que el Señor se canse de soportar, él, cuyo divino poder ninguna fatiga puede afectar, sino que, utilizando un lenguaje humano, llama trabajo a la paciencia que tiene con nosotros.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 4, 1-5. 24-5, 5

Oposición a la construcción del templo

Cuando los rivales de Judá y Benjamín se enteraron de que los desterrados estaban construyendo el templo del Señor, Dios de Israel, se presentaron a Zorobabel, a Josué y a los cabezas de familia, y les dijeron:

—Vamos a ayudaros, porque también nosotros servimos a vuestro Dios, igual que vosotros, y le ofrecemos sacrificios desde que Asaradón de Asiria nos instaló aquí.

Zorobabel, Josué y los demás cabezas de familia les respondieron:

—No edificaremos juntos el templo de nuestro Dios. Lo haremos nosotros solos, como ha mandado Ciro de Persia.

Entonces los colonos extranjeros se dedicaron a desmoralizar a los judíos y a intimidarlos para que dejasen de construir. Desde tiempos de Ciro hasta el reinado de Darío de Persia estuvieron sobornando consejeros que hiciesen fracasar sus planes.

Se suspendieron, pues, las obras del templo de Jerusalén y estuvieron paradas hasta el año segundo del reinado de Darío de Persia.

Entonces, el profeta Ageo y el profeta Zacarías, hijo de Idó, comenzaron a profetizar a los judíos de Judá y Jerusalén como legados en nombre del Dios de Israel. Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Yosadac, se pusieron a reconstruir el templo de Jerusalén, acompañados y alentados por los profetas de Dios. Pero Tatenay, sátrapa de Transeufratina, Setar Boznay y sus colegas se acercaron, y les dijeron:

—¿Quién os ha ordenado construir este templo y armar ese maderamen? ¿Cómo se llaman los hombres que han mandado construir este edificio?

Pero Dios velaba por las autoridades de Judá y les permitieron seguir las obras mientras no llegase un decreto de Darío y les entregasen el escrito.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 126 (2-3: CCL 40, 1857-1859)

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan
los albañiles

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa,es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero, si él no construye, en vano se cansan los albañiles. ¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Por esto, los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles. Como sabía que él mismo era interiormente edificado por el Señor, se lamentaba por aquéllos, temiendo haber trabajado inútilmente. Por tanto, nosotros os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también como operarios; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Y la casa de Dios es la misma ciudad. Pues la casa de Dios es el pueblo de Dios, ya que la casa de Dios es el templo de Dios. Y ¿qué es lo que dice el Apóstol? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Todos los fieles son la casa de Dios. Y no sólo los fieles presentes, sino también los que nos precedieron y ya han muerto, y todos los que vendrán después y que aún deben nacer a las realidades humanas hasta el fin del mundo: fieles innumerables congregados formando una sola realidad, pero cuyo número es conocido por Dios, según dice el Apóstol: El Señor conoce a los suyos. Aquellos granos que de momento gimen entre la paja, están destinados a formar un único montón, cuando al final de los tiempos la parva haya sido aventada. Así pues, toda la multitud de los santos fieles, que están a la espera de ser transformados de hombres en ángeles de Dios y ser colocados a la par con los ángeles, ángeles que ya no son peregrinos, pero que aguardan a que nosotros regresemos de nuestra peregrinación: todos juntos constituyen la única casa de Dios, una sola ciudad. Esa ciudad es Jerusalén. Posee centinelas: lo mismo que tiene albañiles que se afanan en su construcción, así también posee centinelas. A los centinelas se refiere el Apóstol cuando dice: Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Vigilaba el Apóstol, era guardián, vigilaba en la medida de sus posibilidades sobre aquellos a cuyo frente estaba. Lo mismo hacen los obispos. Pues si están colocados en un lugar más eminente es para que sobrevelen y en cierto modo protejan al pueblo.

Y de este puesto eminente habrá que dar peligrosa cuenta, a menos que ocupemos dicho puesto con aquel talante que nos sitúa por la humildad a vuestros pies, y oremos por vosotros para que os guarde aquel que conoce vuestros pensamientos. Nosotros podemos veros entrar y salir, pero hasta tal punto desconocemos lo que pensáis en vuestros corazones, que ni siquiera podemos ver lo que hacéis en vuestras casas. ¿Que cómo entonces ejercemos nuestro oficio de centinelas? Como hombres: en la medida de nuestras posibilidades, en la medida en que nos es dado. Nos esforzamos en nuestra misión de guardianes, pero nuestro esfuerzo sería en vano si no os guardara aquel que ve vuestros pensamientos. Os guarda cuando estáis despiertos y os guarda cuando dormís. El, en efecto, durmió una sola vez, en la cruz; pero resucitó y no vuelve a dormir. Sed Israel, porque no duerme ni reposa el guardián de Israel. ¡Animo, hermanos! Si deseamos escondernos a la sombra de las alas de Dios, seamos Israel. Nosotros velamos sobre vosotros como exigencia de nuestro oficio, pero deseamos ser custodiados juntamente con vosotros. Ante vosotros desempeñamos algo así como el oficio de pastores, pero respecto de aquel Pastor somosovejas igual que vosotros. Desde esta cátedra os hablamos como maestros; pero somos condiscípulos vuestros en esta escuela bajo aquel único Maestro.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Ageo 1, 1—2, 10

Exhortación a la reconstrucción del templo.
Gloria del templo futuro

El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote:

«Así dice el Señor: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo"».

La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo:

«¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora —dice el Señor de los ejércitos— meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota.

Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria —dice el Señor—.

Emprendéis mucho, resulta poco; metéis en casa, y yo lo aviento; ¿por qué? —oráculo del Señor de los ejércitos—. Porque mi casa está en ruinas, mientras vosotros disfrutáis cada uno de su casa. Por eso, el cielo os rehúsa el rocío, y la tierra os rehúsa la cosecha; porque he reclutado una sequía contra la tierra y los montes; contra el trigo, el vino, el aceite; contra los productos del campo, contra hombres y ganados; contra todas las labores vuestras».

Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote, y el resto del pueblo obedecieron al Señor; porque el pueblo, al oír las palabras del profeta

Ageo, tuvo miedo al Señor. Y dijo Ageo, mensajero del Señor, en virtud del mensaje del Señor, al pueblo:

«Yo estoy con vosotros —oráculo del Señor—».

El Señor movió el ánimo de Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judea, y el ánimo de Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote, y el del resto del pueblo; vinieron, pues, y emprendieron el trabajo del templo del Señor de los ejércitos, su Dios. El día catorce del sexto mes del año segundo del reinado de Darío.

El día veintisiete del séptimo mes vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo:

«Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote, y al resto del pueblo: "¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como si no existiese ante vuestros ojos? ¡Animo, Zorobabel —oráculo del Señor—! ¡Animo!, Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote. ¡Animo pueblo entero —oráculo del Señor—, a la obra, que yo estoy con vosotros —oráculo del Señor de los ejércitos—. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto, y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis.

Así dice el Señor: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes. Pondré en movimiento los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este templo —dice el Señor de los ejércitos—. Mía es la plata y mío es el oro —dice el Señor de los ejércitos—. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero —dice el Señor de los ejércitos—; y en este sitio daré la paz —oráculo del Señor de los ejércitos—"».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Ageo (14: PG 71. 1047 1050)

Es grande mi nombre entre las naciones

La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico, de Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.

Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Yo soy el Gran Rey —dice el Señor—, y mi nombre es respetado en las naciones; en todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda pura.

En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por quien podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.

Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de Dios por el Espíritu. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad, y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ageo 2, 11-24

Bendiciones futuras. Promesas hechas a Zorobabel

El segundo año de Darío, el veinticuatro del mes noveno, recibió el profeta Ageo esta palabra del Señor:

«Así dice el Señor de los ejércitos: Consulta a los sacerdotes el caso siguiente: "Si uno toca carne consagrada con la orla del vestido y toca con ella pan o caldo o vino o aceite o cualquier alimento, ¿quedan consagrados?"»

Los sacerdotes respondieron que no. Ageo añadió:

«Y si cualquiera de esas cosas toca un cadáver, ¿queda contaminada?»

Los sacerdotes respondieron que sí. Y Ageo replicó:

«Pues lo mismo le pasa a este pueblo y nación respecto a mí: todas las obras que me ofrecen están contaminadas. Ahora bien, fijaos en el tiempo antes de construir el templo: ¿cómo os iba? El montón que calculabais pesar veinte pesaba diez; calculabais sacar cincuenta cubos del lagar, y sacabais veinte. Hería con tizón y neguilla y granizo vuestras labores, y no os volvíais a mí —oráculo del Señor—. Ahora, mirando hacia atrás, fijaos en el día veinticuatro del mes noveno, cuando se echaron los cimientos del templo del Señor: ¿Quedaba grano en el granero? Viñas, higueras, granados y olivos no producían. A partir de ese día, los bendigo».

El veinticuatro del mismo mes recibió Ageo otra palabra del Señor:

«Di a Zorobabel, gobernador de Judea: "Haré temblar cielo y tierra, volcaré los tronos reales, destruiré el poder de los reinos paganos, volcaré carros y aurigas, caballos y jinetes morirán a manos de sus camaradas. Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, te tomaré, Zorobabel, hijo de Sealtiel, siervo mío —oráculo del Señor—; te haré mi sello, porque te he elegido —oráculo del Señor de los ejércitos—"».


SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Tratado contra Fabiano (Cap 28, 16-19: CCL 91A, 813-814)

La participación del cuerpo
y sangre de Cristo nos santifica

Cuando ofrecemos nuestro sacrificio, realizamos aquello mismo que nos mandó el Salvador; así nos lo atestigua el Apóstol, al decir: El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Nuestro sacrificio, por tanto, se ofrece para proclamar la muerte del Señor y para reavivar, con esta conmemoración, la memoria de aquel que por nosotros entregó su propia vida. Ha sido el mismo Señor quien ha dicho: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y, porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo; así, imitando la muerte de nuestro Señor, como Cristo murió al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios, también nosotros andemos en una vida nueva, y, llenos de caridad, muertos para el pecado, vivamos para Dios.

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado, y la participación del cuerpo y sangre de Cristo, cuando comemos el pan y bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insinuándonos, con ello, que también nosotros debemos morir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de Cristo en Dios, crucificando nuestra carne con sus concupiscencias y pecados.

Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a Dios y a su prójimo, aunque no lleguen a beber el cáliz de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la carne ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Zacarías 1, 1-2, 4

Visión sobre la reconstrucción de Jerusalén

El mes octavo del año segundo de Darío, recibió el profeta Zacarías, hijo de Baraquías, hijo de Guedí, el siguiente mensaje del Señor:

«El Señor está irritado contra vuestros padres. Les dirás: "Así dice el Señor de los ejércitos: Convertíos a mí —oráculo del Señor de los ejércitos—, y me convertiré a vosotros —dice el Señor de los ejércitos—. No seais como vuestros padres, a quienes predicaban los antiguos profetas: Así dice el Señor: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas obras'; pero no me obedecieron ni me hicieron caso —oráculo del Señor—. Vuestros padres ¿dónde moran ahora? Vuestros profetas ¿viven eternamente? Pero mis palabras y preceptos que mandé a mis siervos, los profetas, ¿no es verdad que alcanzaron a vuestros padres de modo que se convirtieron, diciendo: `Como el Señor de los ejércitos había dispuesto tratarnos por nuestra conducta y obras, así nos ha sucedido"

El veinticuatro del mes undécimo del segundo año del reinado de Darío, el Señor dirigió la palabra a Zacarías, hijo de Baraquías, hijo de Guedí:

En una visión nocturna se me apareció un jinete sobre un caballo alazán, parado en un hondón entre los mirtos; detrás de él había caballos alazanes, overos y blancos. Pregunté:

«¿Quiénes son, señor?»

Me contestó el ángel que hablaba conmigo:

«Te voy a enseñar quiénes son».

Y el que estaba entre los mirtos me dijo:

«A éstos los ha despachado el Señor para que recorran la tierra».

Ellos informaron al ángel del Señor, que estaba entre los mirtos:

«Hemos recorrido la tierra, y la hemos encontrado en paz y tranquila».

Entonces el ángel del Señor dijo:

«Señor de los ejércitos, ¿cuándo te vas a compadecer de Jerusalén y de los pueblos de Judá? Ya hace setenta años que estás airado contra ellos».

El Señor contestó al ángel que hablaba conmigo palabras buenas, frases de consuelo. Y el ángel que me hablaba me dijo:

«Proclama lo siguiente: "Así dice el Señor de los ejércitos: Siento celos de Jerusalén, celos grandes de Sión, y siento gran cólera contra las naciones confiadas que se aprovechan de mi breve cólera para colaborar al mal. Por eso, así dice el Señor: Me vuelvo a Jerusalén con compasión, y mi templo será reedificado —oráculo del Señor de los ejércitos—, y aplicarán la plomada a Jerusalén". Sigue proclamando: "Así dice el Señor de los ejércitos: Otra vez rebosarán las ciudades de bienes, el Señor consolará otra vez a Sión, Jerusalén será su elegida"».

Alcé la vista y vi cuatro cuernos. Pregunté al ángel que hablaba conmigo:

«¿Qué significan?»

Me contestó:

«Significan los cuernos que dispersaron a Judá, Israel y Jerusalén».

Después el Señor me enseñó cuatro herreros. Pregunté: «¿Qué han venido a hacer?»

Respondió:

«Aquéllos son los cuernos que dispersaron tan bien a Judá que nadie pudo levantar cabeza, y éstos han venido a espantarlos, a expulsar los cuernos de las naciones que embestían con los cuernos a Judá para dispersarla».


SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 12, sobre la compunción (2-3 Opera, Dublín 1957, pp. 112-114)

Luz perenne en el templo del Pontífice eterno

¡Cuán dichosos son los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela! Feliz aquella vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena y todo lo supera.

¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí, que, aun siendo vil, soy su siervo! Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmesurable y me encendiera con el fuego de su divina caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que los astros, y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.

¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca, y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.

Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro, dígnate encender tú mismo nuestras lámparas, para que brillen sin cesar en tu templo y de ti, que eres la luz perenne, reciban ellas la luz indeficiente con la cual se ilumine nuestra oscuridad, y se alejen de nosotros las tinieblas del mundo.

Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente.

Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a nosotros, que llamamos a tu puerta, para que, conociéndote, te amemos sólo a ti y únicamente a ti; que seas tú nuestro único deseo, que día y noche meditemos sólo en ti, y en ti únicamente pensemos. Alumbra en nosotros un amor inmenso hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser amado y querido; que esta nuestra dilección hacia ti invada todo nuestro interior y nos penetre totalmente, y hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos, que nada podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las aguas de la tierra y del firmamento, nunca llegarán a extinguir en nosotros la caridad, según aquello que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.

Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 2, 5-17

Visiones y exhortaciones a los desterrados

Alcé los ojos y vi a un hombre con un cordel de medir Pregunté:

—¿Adónde vas?

El me contestó:

—A medir a Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.

Entonces salió el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le vino al encuentro, diciendo:

—Corre y di a aquel joven: Jerusalén será ciudad abierta, por la multitud de hombres y ganados que hay dentro de ella; yo seré para ella —oráculo del Señor— una muralla de fuego en torno, y gloria dentro de ella.

¡Eh, eh!, huid del país del norte —oráculo del Señor—, que yo os dispersé a los cuatro vientos —oráculo del Señor—.

¡Eh, hijos de Sión, que habitáis en Babilonia, escapad! Porque así dice el Señor de los ejércitos a las naciones que os deportaron: El que os toca a vosotros, me toca a mí la niña de los ojos. Yo agitaré mi mano contra ellos, y serán botín de sus vasallos, y sabrán que el Señor de los ejércitos me ha enviado.

¡Alégrate y goza, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti —oráculo del Señor—.

Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío; habitaré en medio de ti, y comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti.

El Señor tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Calle toda carne ante el Señor, cuando se levanta en su santa morada!


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 146 (4-5.6: CCL 40, 2124-2125.2126)

El Señor mandó que todo se hiciese
en paz y concordia

El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel. Ved al Señor reconstruyendo Jerusalén, reuniendo a los deportados de su pueblo. Porque pueblo es Jerusalén y pueblo es Israel. Existe una Jerusalén eterna en los cielos, en la que también los ángeles son ciudadanos. Todos los ciudadanos de aquella ciudad gozan de la visión de Dios en aquella ciudad grande, espaciosa, celeste; para ellos el espectáculo es Dios mismo.

En cuanto a nosotros, vivimos desterrados de aquella ciudad: expulsados por el pecado para que no permaneciéramos en ella, y gimiendo bajo la carga de la mortalidad para que no volviéramos a ella. Fijóse Dios en nuestro destierro, y él, que reconstruye Jerusalén, restauró la parte derrumbada. ¿Que cómo la restauró? Reuniendo a los deportados de Israel. En efecto, cayó una parte y se convirtió en peregrina: Dios la miró con misericordia y salió en busca de quienes no le buscaban. ¿Cómo los buscó? ¿A quién envió a nuestro cautiverio? Envió al Redentor, según lo que dice el Apóstol: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Envió, pues, a nuestro cautiverio a su Hijo como Redentor. Lleva contigo, le dice, la alforja, y mete en ella el precio de los cautivos. Y efectivamente, se revistió de la mortalidad de la carne, en la que estaba la sangre, cuya efusión nos redimió. Con aquella sangre reunió a los deportados de Israel. Y si un día él reunió a los dispersos, ¿qué solicitud no deberemos desplegar ahora para que se congreguen los dispersos? Y si los dispersos fueron reunidos para que, de mano del artífice, entraran a formar parte del edificio, ¿cómo no deberán ser recogidos quienes, por impaciencia, cayeron en mano del artífice? El Señor reconstruye Jerusalén. A éste es a quien alabamos, a éste es a quien debemos alabar durante toda nuestra vida. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.

¿Cómo los reúne? ¿Qué hace para reunirlos? Él sana los corazones destrozados. Fíjate cómo se reúne a los deportados de Israel para sanar a los de corazón destrozado. Sana, pues, a los de corazón humillado, sana a los que confiesan las propias culpas, sana a quienes en sí mismos se castigan juzgándose con severidad, con el fin de hacerse capaces de experimentar su misericordia. A estos tales los sana; pero la total recuperación de la salud sólo se efectúa una vez que se haya superado la mortalidad, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad; cuando ya ninguna debilidad de la carne nos incitará, no ya al consentimiento, pero es que ni siquiera a la sugestión de la carne. El cuerpo, ciertamente —dice el Apóstol—, está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Esta es la garantía que ha recibido nuestro espíritu, a fin de que comencemos a servir a Dios en la fe, y, por la fe, seamos denominados justos, ya que el justo vive de fe.

Y todo lo que de momento lucha contra nosotros y nos opone resistencia es un producto derivado de la mortalidad de la carne. Vivificará —dice— también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros Para esto nos dio las arras, para obligarse a cumplir lo prometido. Porque, ¿qué puede hacer ahora en esta vida, cuando todavía somos confesores y aún no posesores? ¿Qué hará en esta vida? ¿Cómo se realizará la curación? Él sana los corazones destrozados Pero la total recuperación de la salud no se efectuará hasta el momento que dijimos. Y ahora, ¿qué? Venda las heridas. Que es como si dijera: el que sana los corazones destrozados, cuya total recuperación no se efectuará hasta la resurrección de los justos, de momento venda las heridas.

 

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 3, 1—4, 14

Promesa al príncipe Zorobabel
y al sumo sacerdote Josué

En aquellos días, el Señor me enseñó al sumo sacerdote, Josué, de pie ante el ángel del Señor. A su derecha estaba Satán acusándolo. El Señor dijo a Satán:

—El Señor te llama al orden, Satán, el Señor que ha escogido a Jerusalén te llama al orden. ¿No es ése un tizón sacado del fuego?

Josué estaba vestido con un traje sucio, en pie delante del ángel. Este dijo a los que estaban allí delante:

—Quitadle el traje sucio.

Y a él le dijo:

—Mira, aparto de ti la culpa y te visto de fiesta.

Y añadió:

—Ponedle en la cabeza una diadema limpia.

Le pusieron la diadema limpia y lo revistieron. El ángel del Señor asistía y dijo a Josué:

—Así dice el Señor: Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, también administrarás mi templo y guardarás mis atrios, y te dejaré acercarte con esos que están ahí. Escucha, pues, Josué, sumo sacerdote, tú y los compañeros que se sientan en tu presencia: Son figuras proféticas; mirad, yo enviaré a mi siervo Germen; la piedra que coloqué ante Josué —sobre una piedra, siete ojos—, en ella grabo una inscripción —oráculo del Señor de los ejércitos—: en un solo día destruiré la culpa de esta tierra. Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, se invitarán uno a otro bajo la parra y la higuera.

Volvió el ángel que hablaba conmigo y me despertó como se despierta a uno del sueño, y me dijo:

—¿Qué ves?

Contesté:

—Veo un candelabro de oro macizo con un cuenco en la punta, siete lámparas y siete tubos que enlazan con la punta. Y dos olivos junto a él, a derecha e izquierda.

Pregunté al ángel que hablaba conmigo:

—¿Qué significan, Señor?

El ángel que hablaba conmigo contestó:

—Pero ¿no sabes lo que significan?

Repuse:

—No, Señor.

Entonces él me explicó:

—Esas siete lámparas representan los ojos del Señor, que se pasean por toda la tierra.

Entonces yo pregunté:

—¿Y qué significan esos dos olivos a derecha e izquierda del candelabro?

Insistí:

—¿Qué significan los dos plantones de olivo junto a los dos tubos de oro que conducen el aceite?

Me dijo:

—Pero ¿no lo sabes?

Respondí:

—No, Señor.

Y me dijo:

—Son los dos ungidos que sirven al Dueño de todo el mundo.

Esto dice el Señor a Zorobabel:

—No cuentan fuerza ni riqueza, lo que cuenta es mi espíritu —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién eres tú, montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. El sacará la piedra de remate entre exclamaciones: «¡Qué bella, qué bella!»

El Señor me dirigió la palabra:

—Zorobabel con sus manos puso los cimientos de esta casa y con sus manos la terminará. Y así sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a vosotros. El que despreciaba los humildes comienzos gozará viendo en manos de Zorobabel la piedra emplomada.
 

SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Cuestiones a Talasio (63: PG 90, 667-670)

La luz que alumbra a todo hombre

La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo el celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

El, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, lacual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 8, 1-17.20-23

Promesa de salvación para Sión

Vino la palabra del Señor de los ejércitos:

«Así dice el Señor de los ejércitos: Siento gran celo por Sión, gran cólera en favor de ella.

Así dice el Señor: Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén. Jerusalén se llamará Ciudad Fiel, y el monte del Señor de los ejércitos, Monte Santo.

¡ Así dice el Señor de los ejércitos: De nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones. Las calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la calle.

Así dice el Señor de los ejércitos: Si el resto del pueblo lo encuentra imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos? —oráculo del Señor de los ejércitos—.

Así dice el Señor de los ejércitos: Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente, y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios con verdad y con justicia.

Así dice el Señor de los ejércitos: Fortaleced las manos, los que escuchasteis aquel día esta palabra de boca de los profetas, el día en que colocaron la primera piedra para construir el templo del Señor. Antes de aquel día, hombres y animales no recibían paga, no había paz para los que iban y venían, a causa del enemigo, y yo excitaba a unos contra otros. Pero ahora no trataré como en días pasados al resto de este pueblo —oráculo del Señor de los ejércitos—. La siembra está segura, la vid dará fruto, la tierra da cosechas, los cielos envían rocío, y todo lo daré en posesión al resto de este pueblo. Así como fuisteis maldición de las gentes, Judá e Israel, así os salvaré y seréis bendición. No temáis, fortaleced las manos.

Así dice el Señor de los ejércitos: Como decretaba desgracias contra vosotros, cuando me irritaron vuestros padres —dice el Señor de los ejércitos—, y no me arrepentía, así me arrepentiré en aquellos días, y decretaré bienes para Judá y Jerusalén: no temáis. Esto es lo que debéis cumplir: Decid la verdad al prójimo. Juzgad rectamente en los tribunales. Que nadie maquine en su corazón contra el prójimo. No améis jurar en falso. Que yo odio todo esto —oráculo del Señor—.

Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía vendrán pueblos y vecinos de ciudades populosas; los de una ciudad irán a los de otra y les dirán: «Vamos a aplacar al Señor». «Yo voy contigo a visitar al Señor de los ejércitos». Así vendrán pueblos numerosos y naciones poderosas a visitar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a aplacar al Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: En aquellos días, diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto y le dirán: «Vamos con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 26 sobre el evangelio de san Juan (4-6: CCL 36, 261-263)

Yo salvaré a mi pueblo

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer».

¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?

¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz?

Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.

Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es cierto que «cada cual va en pos de su apetito», ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

«Dichosos, por tanto —dice—, los que tienen hambre' y sed de la justicia —entiende, aquí en la tierra—, porque —allí, en el cielo— ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día».


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 6,1-5.14-22

Construcción del templo y celebración de la Pascua

El rey Darío ordenó investigar en la tesorería de Babilonia, que servía también de archivo, y resultó que en Ecbatana, la fortaleza de la provincia de Media, había un rollo redactado en los siguientes términos:

«Memorandum.

»El año primero de su reinado, el rey Ciro decretó a propósito del templo de Jerusalén: Constrúyase un templo donde ofrecer sacrificios y echen sus cimientos. Su altura será de treinta metros y su ancho de otros treinta. Tendrá tres hileras de piedras sillares y una hilera de madera nueva. Los gastos correrán a cargo de la corona. Además, los objetos de oro y plata de la casa de Dios, que Nabucodonosor trasladó del templo de Jerusalén al de Babilonia, serán devueltos al templo de Jerusalén para que ocupen su puesto en la casa de Dios».

De este modo, los ancianos de Judá adelantaron mucho en la construcción, como habían profetizado el profeta Ageo y Zacarías, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia.

El templo se terminó el día tres del mes de marzo, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas —los sacerdotes, los levitas y el resto de los deportados— celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos —uno por cada tribu—, como sacrificio expiatorio por todo Israel. Asignaron a los sacerdotes y a los levitas las categorías y los órdenes que les correspondían en el culto del templo de Jerusalén, como está escrito en la ley de Moisés.

Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes de abril; como los sacerdotes y los levitas se habían purificado a la vez, todos estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos. La comieron los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los que renunciando a la impureza de los colonos extranjeros, se unieron a ellos para servir al Señor, Dios de Israel. Celebraron con gozo las fiestas de los Azimos durante siete días; festejaron al Señor porque, cambiando la actitud del rey de Asiria, les dio fuerzas para trabajar en el templo del Dios de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 43 sobre el ayuno cuaresmal (1.2.3.4: CCL 138A, 252.253.254.255)

Somos templo del Dios vivo

Amadísimos, la doctrina apostólica nos amonesta a que, despojándonos de la vieja condición, con sus obras nos renovemos de día en día con un estilo de vida santa. Porque si somos templo de Dios y el Espíritu Santo es el huésped de nuestras almas, según dice el Apóstol: Vosotros sois templo de Dios vivo, hemos de trabajar con gran esmero para que la morada de nuestro corazón no sea indigna de tan gran huésped.

Y así como en las viviendas humanas se provee con encomiable diligencia la inmediata restauración de lo que la infiltración de humedades, la furia de las tormentas o el paso de los años ha deteriorado, de igual forma debemos ejercer una asidua vigilancia para que nada desordenado, nada impuro se infiltre en nuestras almas.

Y si bien es verdad que nuestro edificio no puede subsistir sin la ayuda de su artífice, y nuestra construcción es incapaz de mantenerse incólume sin la previa protección de su Creador, sin embargo, siendo nosotros piedras racionales y material vivo, la mano de nuestro autor nos ha estructurado de modo tal, que el mismo ser que es restaurado colabora con su propio constructor. Por tanto, que la sumisión humana no se sustraiga a la gracia divina nirenuncie a aquel bien sin el cual no puede ser buena. Y si, en la práctica de los mandamientos, hallare algo que le es personalmente imposible o muy difícil, que no se encierre en sí misma, sino recurra al que impone el precepto, pues lo impone precisamente para suscitar el deseo y prestar el correspondiente auxilio, como dice el profeta: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará. ¿O es que hay alguien tan insolente y soberbio que se tiene por tan inmaculado o inmune hasta el punto de no necesitar ya de renovación alguna? Una tal persuasión va totalmente descaminada, y encanece, en una insostenible presunción, todo el que se cree inmune de cualquier caída ante los asaltos de la tentación en la presente vida.

Pues aun cuando no hay corazón creyente que ponga en duda que ninguna región ni momento alguno escapa a la divina providencia, y que el éxito de los negocios seculares no depende del poder de las estrellas, que es nulo, sino que todo está regulado por la voluntad infinitamente justa y clemente del Rey soberano, pues como está escrito: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, sin embargo, cuando algunas cosas no suceden a la medida de nuestros deseos y cuando, debido a un error del juicio humano, la causa del inicuo recibe una solución más satisfactoria que la del justo, es realmente difícil y casi inevitable que tales eventos desorienten incluso a los espíritus fuertes, induciéndolos a una murmuración de crítica culpable. Hasta tal punto, que el mismo excelentísimo profeta David confiesa haberse sentido peligrosamente turbado por tales incongruencias. Por consiguiente, ya que son pocos los que poseen una tan sólida fortaleza que les ponga al abrigo de cualquier perturbación provocada por semejantes discriminaciones, y puesto que no sólo la adversidad, sino incluso la prosperidad corrompe a muchos fieles, es menester que despleguemos una diligente solicitud en curar las heridas de que está plagada la humana fragilidad.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 7, 6-28

Misión del sacerdote Esdras

Esdras subió de Babilonia. Era un letrado experto en la Ley que dio el Señor, Dios de Israel, por medio de Moisés. El rey le concedió todo lo que pedía porque el Señor, su Dios, estaba con él.

El año séptimo del rey Artajerjes, subieron a Jerusalén algunos israelitas, sacerdotes, levitas, cantores, porteros y donados. Llegaron a Jerusalén en julio del año séptimo del rey. El uno de marzo decidió salir de Babilonia y el uno de julio llegó a Jerusalén, con la ayuda de Dios, porque Esdras se había dedicado a estudiar la ley del Señor para cumplirla y para enseñar a Israel sus mandatos y preceptos.

Copia del documento que entregó el rey Artajerjes a Esdras, sacerdote-letrado, especialista en los preceptos del Señor y en sus mandatos a Israel:

«Artajerjes, rey de reyes, al sacerdote Esdras, doctor en la ley del Dios del cielo. Paz perfecta, etc.

»Dispongo que mis súbditos israelitas, incluidos sus sacerdotes y levitas, que deseen ir a Jerusalén puedan ir contigo. El rey y sus siete consejeros te envían para ver cómo se cumple en Judá y Jerusalén la ley de tu Dios, que te han confiado, y para llevar la plata y el oro que el rey y sus consejeros han ofrecido voluntariamente al Dios de Israel, que habita en Jerusalén, además de la plata y el oro que recojas en la provincia de Babilonia y de los dones que ofrezcan el pueblo y los sacerdotes al templo de su Dios en Jerusalén. Emplea exactamente ese dinero en comprar novillos, carneros y corderos, con las oblaciones y libaciones correspondientes, y ofrécelos en el altar del templo dedicado a vuestro Dios en Jerusalén. El oro y la plata que sobren lo emplearéis como mejor os parezca a ti y a tus hermanos, de acuerdo con la voluntad de vuestro Dios. Los objetos que te entreguen para el culto del templo de tu Dios los pondrás al servicio de Dios en Jerusalén. Cualquier otra cosa que necesites para el templo te la proporcionarán en la tesorería real.

»Yo, el rey Artajerjes, ordeno a todos los tesoreros de Transeufratina que entreguen puntualmente a Esdras, sacerdote, doctor en la ley del Dios del cielo, todo lo que les pida, hasta un total de tres mil kilos de plata, cien cargas de trigo, cien medidas de vino y cien de aceite; la sal sin restricciones. Hágase puntualmente todo lo que ordene el Dios del Cielo con respecto a su templo, para que no se irrite contra el reino, el rey y sus hijos. Y os hacemos saber que todos los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, donados y servidores de esa casa de Dios están exentos de impuestos, contribución y peaje.

»Tú, Esdras, con esa prudencia que Dios te ha dado, nombra magistrados y jueces que administren justicia a todo tu pueblo de Transeufratina, es decir, a todos los que conocen la ley de tu Dios, y a los que no la conocen, enséñasela.

»Al que no cumpla exactamente la ley de Dios y la orden del rey, que se le condene a muerte, o al destierro, o a pagar una multa, o a la cárcel».

Bendito sea el Señor, Dios de nuestros padres, que movió al rey a dotar el templo de Jerusalén y me granjeó su favor, el de sus consejeros y el de las autoridades militares. Animado al ver que el Señor, mi Dios, me ayudaba, reuní a algunos israelitas importantes para que subiesen conmigo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Carta sobre la virginidad (Cap 24: PG 46, 414-416)

Tú que has sido crucificado juntamente con Cristo,
ofrécete a Dios como sacerdote sin tacha

Puestos los ojos en aquel que es perfecto, con ánimo valeroso y confiado emprende esta magnifica navegación sobre la nave de la templanza, pilotada por Cristo e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.

Si es ya cosa grave cometer un solo pecado, y si precisamente por ello juzgas más seguro no arriesgarte a una meta tan sublime, ¿cuánto más grave no será hacer del pecado la ocupación de la propia existencia, y vivir absolutamente alejado del ideal de una vida pura? ¿Cómo es posible que quien vive inmerso en la vida terrena y está satisfecho con su pecado, escuche la voz de Cristo crucificado, muerto al pecado, que le invita a seguirle llevando a cuestas la cruz cual trofeo arrancado al enemigo, si no se ha dignado morir al mundo ni mortificar su carne? ¿Cómo puedes obedecer a Pablo, que te exhorta con estas palabras: Presenta tu cuerpo como hostia viva, santa, agradable a Dios, tú que tienes al mundo por modelo, tú que, ni transformado por un cambio de mentalidad ni decidido a caminar por esta nueva vida, te empeñas en seguir los postulados del hombre viejo?

¿Cómo puedes ejercer el sacerdocio de Dios tú que has sido ungido precisamente para ofrecer dones a Dios? Porque el don que debes ofrecer no ha de ser un don totalmente ajeno a ti, tomado, como sustitución, de entre los bienes de que estás rodeado, sino que ha de ser un don realmente tuyo, es decir, tu hombre interior, que ha de ser cual cordero inocente y sin defecto, sin mancha alguna ni imperfección. ¿Cómo podrás ofrecer a Dios estas mismas cosas, tú que no observas la ley que prohíbe que el impuro ejerza las funciones sagradas? Y si deseas que Dios se te manifieste, ¿por qué no escuchas a Moisés, que ordenó al pueblo abstenerse de las relaciones conyugales si quería contemplar el rostro de Dios?

Si estas cosas se te antojan baladíes: estar crucificado junto con Cristo, presentarte a ti mismo como hostia para Dios, convertirte en sacerdote del Altísimo y ser considerado digno de aquel grandioso resplandor de Dios, ¿qué cosas más sublimes podremos recomendarte si incluso las realidades que de ellas se seguirían van a parecerte deleznables? Del estar crucificado junto con Cristo se sigue la participación en su vida, en su gloria y en su reino; y del hecho de presentarse a Dios como oblación se consigue la conmutación de la naturaleza y dignidad humana por la angélica.

Ahora bien, el que es recibido por aquel que es el verdadero sacrificio y se une al sumo príncipe de los sacerdotes queda, por eso mismo, constituido sacerdote para siempre y la muerte no le impide permanecer indefinidamente. Por su parte, el fruto de aquel que se considera digno de ver a Dios no puede ser otro que éste: que se le considere digno de ver a Dios. Esta es la meta suprema de la esperanza, ésta es la plenitud de todo deseo, éste es el fin y la síntesis de toda gracia y promesa divina y de aquellos bienes inefables, que ni la inteligencia ni los sentidos son capaces de percibir.

Esto es lo que ardientemente deseó Moisés, esto es lo que anhelaron muchos profetas, esto es lo que ansiaron ver los reyes: pero únicamente son considerados dignos los limpios de corazón, que por eso mismo se les considera y son dichosos, porque ellos verán a Dios. Deseamos que tú te conviertas en uno de éstos, que, crucificado junto con Cristo, te ofrezcas a Dios como sacerdote sin tacha; que, convertido en sacrificio puro de castidad mediante una total y pura integridad, te prepares, con su ayuda, a la venida del Señor, para que también tú puedas contemplar, con corazón limpio, a Dios, según la promesa del mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, con quien sea dada la gloria al Dios todopoderoso, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 9, 1-9.15—10, 5

Disolución de los matrimonios prohibidos por la ley

Más adelante se me acercaron las autoridades para decirme:

—El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas han cometido las mismas abominaciones que los pueblos paganos, cananeos, hititas, fereceos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y amorreos; ellos y sus hijos se han casado con extranjeras, y la raza santa se ha mezclado con pueblos paganos. Los jefes y los consejeros han sido los primeros en cometer esta infamia.

Cuando me enteré de esto, me rasgué los vestidos y el manto, me afeité la cabeza y la barba y me senté desolado.

Todos los que respetaban la ley del Dios de Israel se reunieron junto a mí al enterarse de esta infamia de los deportados. Permanecí abatido hasta la hora de la oblación de la tarde. Pero al llegar ese instante acabé mi penitencia, y con los vestidos y el manto rasgados caí de rodillas, alcé mis manos al Señor, mi Dios, y dije:

—Dios mío, me avergüenzo y sonrojo de levantar mi rostro hacia ti, porque estamos hundidos en nuestros pecados y nuestro delito es tan grande que llega al cielo. Desde los tiempos de nuestros padres y hasta, el día de hoy hemos sido gravemente culpables, y por nuestros pecados nos entregaste a nosotros, a nuestros reyes y a nuestros sacerdotes en manos de reyes extranjeros, y a la espada, al cautiverio, al saqueo y al oprobio, como ocurre hoy. Pero ahora, en un instante, el Señor, nuestro Dios, se ha compadecido de nosotros, dejándonos algunos supervivientes y otorgándonos un resto en su lugar santo; nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado un poco en medio de nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia y nos dio ánimo para levantar el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas, concediéndonos un valladar en Judá y Jerusalén.

Señor, Dios de Israel, este resto que hoy sigue con vida demuestra que eres justo. Nos presentamos ante ti como reos, pues después de lo ocurrido no podemos enfrentarnos contigo.

Mientras Esdras, llorando y postrado ante el templo de Dios, oraba y hacía esta confesión,'una gran multitud de israelitas —hombres, mujeres y niños— se reunió junto a él llorando sin parar.

Entonces Secanías, hijo de Yejiel, descendiente de Elam, tomó la palabra y dijo a Esdras:

—Hemos sido infieles a nuestro Dios al casarnos con mujeres extranjeras de los pueblos paganos. Pero todavía hay esperanza para Israel. Nos comprometeremos con nuestro Dios a despedir todas las mujeres extranjeras y a los niños que hemos tenido de ellas, según decidas tú y los que respetan los preceptos de nuestro Dios. Cúmplase la ley. Levántate, que este asunto es competencia tuya y nosotros te apoyaremos. Actúa con energía.

Esdras se puso en pie e hizo jurar a los príncipes de los sacerdotes, a los levitas y a todo Israel que actuarían de esta forma. Ellos lo juraron.


SEGUNDA LECTURA

De una homilía antigua (Hom 6, 1-3: PG 34, 518-519)

Sobre el fundamento de la oración

Los que se acercan a Dios deben orar en gran quietud, paz y tranquilidad, sin acudir a gritos ineptos o confusos, sino dirigiéndose al Señor con la intención del corazón y la sobriedad del pensamiento.

Pues no es conveniente que el siervo de Dios viva en semejante estado de agitación, sino en la más completa tranquilidad y sabiduría, como dice el profeta: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Leemos que en los días de Moisés y de Elías, mientras que, en las apariciones con que fueron favorecidos, la majestad del Señor se hacía preceder de gran aparato de trompetas y de diversos prodigios, sin embargo, la misma venida del Señor se daba a conocer y se manifestaba en la paz, la tranquilidad y la quietud. Después —dice— se oyó una brisa tenue, y en ella estaba el Señor. De donde es lícito concluir que el descanso del Señor está en la paz y en la tranquilidad.

El cimiento que colocare el hombre y los comienzos con que comenzare permanecerán en él hasta el fin. Si comenzare a rezar con voz demasiado elevada y quejumbrosa, mantendrá idéntica costumbre hasta el final. Aunque, como quiera que el Señor está lleno de humanidad, sucederá que incluso a éste tal le prestará su auxilio. Es más, será la gracia misma la que lo mantendrá hasta el final en su manera de hacer, si bien es fácil de comprender que este modo de rezar es propio de los ignorantes ya que, amén del fastidio que produce en los demás, ellos mismos acusan turbación mientras oran.

Ahora bien, el verdadero fundamento de la oración es éste: vigilar los propios pensamientos y rezar con mucha tranquilidad y paz, de suerte que los demás no sufran escándalo de ningún tipo. Así pues, el que habiendo obtenido la gracia de Dios y la perfección, continuare hasta el final orando en la tranquilidad, será de gran edificación para muchos, porque Dios no quiere desorden, sino paz. En cambio, los que rezan a voz en grito se asemejan a los charlatanes y no pueden rezar en cualquier parte, ni en las iglesias, ni en las plazas; a lo sumo en lugares solitarios, donde se despachan a su gusto.

Por el contrario, los que rezan en la tranquilidad, edifican a todos donde quiera que oren. Debe el hombre emplear todas sus energías en controlar sus pensamientos y cortar por lo sano toda ocasión de imaginaciones peligrosas; debe concentrarse en Dios, sin abandonarse al capricho de los pensamientos, sino recoger estos pensamientos dispersos un poco por todas partes, sometiéndolos a una labor de discernimiento, distinguiendo los buenos y los malos. Es, pues, necesaria una gran dosis de diligente atención del espíritu, para saber distinguir las sugestiones externas provocadas por el poder del adversario.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Nehemías 1, 1—2, 8

Nehemías es enviado por el rey a Judea

Autobiografía de Nehemías, hijo de Jacalías:

El mes de diciembre del año veinte me encontraba yo en la ciudad de Susa cuando llegó mi hermano Jananí con unos hombres de Judá. Les pregunté por los judíos que se habían librado del destierro y por Jerusalén. Me respondieron:

—Los que se libraron del destierro están en la provincia pasando grandes privaciones y humillaciones. La muralla de Jerusalén está en ruinas y sus puertas consumidas por el fuego.

Al oír estas noticias lloré e hice duelo durante unos días ayunando y orando al Dios del cielo con estas palabras:

—Señor, Dios del cielo, Dios grande y terrible, fiel a la alianza y misericordioso con los que te aman y guardan tus preceptos: ten los ojos abiertos y los oídos atentos a la oración de tu siervo, la oración que día y noche te dirijo por tus siervos, los israelitas, confesando los pecados que los israelitas hemos cometido contra ti, tanto yo como la casa de mi padre. Nos hemos portado muy mal contigo, no hemos observado los preceptos, mandatos y decretos que ordenaste a tu siervo Moisés. Pero acuérdate de lo que dijiste a tu siervo Moisés: «Si sois infieles os dispersaré entre los pueblos; pero si volvéis a mí y ponéis en práctica mis preceptos, aunque vuestros desterrados se encuentren en los confines del mundo, allá iré a reunirlos y los llevaré al lugar que elegí para morada de mi nombre». Son tus siervos y tu pueblo, los que rescataste con tu gran poder y fuerte mano. Señor, mantén tus oídos atentos a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que están deseosos de respetarte. Haz que tu siervo acierte y logre conmover a ese hombre.

Yo era copero del rey.

Era el mes de marzo del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante y yo tomé la copa y se la serví. Nunca me había presentado ante él con cara triste. Y me dijo el rey:

—¿Qué te pasa que estás triste? Tú no estás enfermo, sino preocupado.

Me llevé un susto enorme y respondí al rey:

—Viva el rey eternamente. ¿Cómo no he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está en ruinas y sus puertas consumidas por el fuego?

El rey dijo:

—¿Qué es lo que pretendes?

Me encomendé al Dios del cielo y contesté al rey:

—Si a su majestad le parece bien, y si está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá y reconstruiré la ciudad donde están enterrados mis padres.

El rey y la reina, que estaba sentada a su lado, me preguntaron:

—¿Cuánto durará tu viaje y cuándo volverás? Al rey le pareció bien la fecha que le indiqué y me dejó ir.

Pero añadí:

—Ruego a su majestad que me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, para que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una carta dirigida a Asaf, encargado de los bosques reales, para que me suministren vigas de madera para los portones de la ciudadela del templo para el muro de la ciudad y para la casa donde me voy a instalar.

Por un favor de Dios, el rey me lo concedió todo.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 sobre la Ascensión del Señor (Opera omnia, Edit Cister. t. 5, 149-150)

Esperamos la celestial consolación

Con una grandeza de ánimo realmente digna de encomio, el pequeño rebaño, privado de la estimulante presencia del Pastor, pero sin dudar lo más mínimo de que él se cuidaba de ellos con paternal solicitud, llamaba a las puertas del cielo con devotas súplicas, en la seguridad de que las oraciones de los justos penetrarían en él, y de que el Señor no desoiría las súplicas de los pobres o de que no retornarían sin el acompañamiento de copiosas bendiciones. E insistían con paciente perseverancia, según el dicho del profeta: Si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

Con razón, pues, el oído de Dios escuchó la disposición de su corazón y no frustró la esperanza de quienes se mostraron magnánimos, longánimes y unánimes. Estas virtudes son testimonio irrecusable de fe, esperanza y caridad. En efecto, es evidente que la esperanza genera la longanimidad y la caridad da origen a la unanimidad. Pero ¿es igualmente cierto que la fe hace al hombre magnánimo? Sí, por cierto, y sólo ella. Pues todo aquello de lo que uno blasona, sin la fe como fundamento, no se apoya en aquella sólida grandeza de alma, sino sobre una cierta ventosa afectación o inane presunción. ¿Quieres escuchar a un hombre magnánimo? Dice: Todo lo puedo en aquel que me con forta.

Imitemos, hermanos, esta triple preparación si deseamos obtener la medida rebosante del Espíritu. Y si bien a cada uno —excepto a Cristo— se le ha dado el Espíritu con medida, sin embargo da la impresión de que el cúmulo de la medida rebosante excede en cierto modo la medida.

La magnanimidad se hizo patente en nuestra conversión; sea igualmente evidente la longanimidad en la consumación y la unanimidad en nuestro tenor de vida. Aquella celestial Jerusalén desea ser instaurada con almas de este temple, a quienes no falte ni la grandeza de la fe en asumir el yugo de Cristo, ni la longanimidad de la esperanza en el perseverar, ni la cohesión de la caridad, que es el ceñidor de la unidad consumada.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 2, 9-20

Nehemías prepara la reconstrucción de las murallas de Jerusalén

El rey me proporcionó también una escolta de oficiales y jinetes, y cuando me presenté a los gobernadores de Transeufratina, les entregué las cartas del rey.

Cuando el joronita Sanbalat y Tobías, el siervo amonita, se enteraron de la noticia, les molestó que alguien viniera a preocuparse por el bienestar de los israelitas

Llegué a Jerusalén y descansé allí tres días. Luego me levanté de noche con unos pocos hombres, sin decir a nadie lo que mi Dios me había inspirado hacer en Jerusalén. Sólo llevaba la cabalgadura que yo montaba. Salí de noche por la puerta del Valle, dirigiéndome a la Fuente del Dragón y a la Puerta de la Basura; comprobé que las murallas de Jerusalén estaban en ruinas y las puertas consumidas por el fuego. Continué por la Puerta de las Fuentes y la alberca real. Como allí no había sitio para la cabalgadura subí por el torrente, todavía de noche, y seguí inspeccionando la muralla. Volví a entrar por la Puerta del Valle y regresé a casa. Las autoridades no supieron adónde había ido ni lo que pensaba hacer. Hasta entonces no había dicho nada a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los notables ni a las autoridades, ni a los demás encargados de la obra. Entonces les dije:

—Ya veis la situación en que nos encontramos: Jerusalén está en ruinas y sus puertas incendiadas. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén y cese nuestra ignominia.

Les conté cómo el Señor me había favorecido y lo que me había dicho el rey. Ellos dijeron:

—Venga, a trabajar.

Y pusieron manos a la obra con todo entusiasmo.

Cuando se enteraron el joronita Sanbalat, Tobías, el siervo amonita, y el árabe Guesen, empezaron a burlarse de nosotros y a zaherirnos, comentando:

—¿Qué estáis haciendo? ¿Rebelaros contra el rey?

Les repliqué:

—El Dios del cielo hará que tengamos éxito. Nosotros, sus siervos, seguiremos construyendo. Y vosotros no tendréis terrenos, ni derechos, ni un nombre en Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Miqueas (Cap 3, 35-36; 37; 40; 41: PG 71, 689-692; 694; 702-703; 705)

Llama al Monte Sión «madre de los primogénitos»;
en ella estaremos juntamente con Cristo

Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa: quien crea en ella no quedará defraudado. Y si bien los arquitectos de Sión desecharon esta piedra probada y preciosa, sin embargo es ahora la piedra angular. Efectivamente, Cristo reinó sobre gentiles y circuncisos, a quienes, además, transformó en un hombre nuevo, haciendo las paces por su cruz y formando con ellos como un solo ángulo por la concordia del Espíritu. Pues está escrito: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo.

Y como quiera que mediante la santidad y la fe se conformaron plenamente con esta suma y preciosísima piedra angular, es correcto e imbuido de sabiduría lo que escribió san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, para ser templo santo, morada de Dios, por el Espíritu.

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor. En estas mismas palabras aparece ya con toda claridad la profecía que pronunciaba la constitución de la Iglesia con gente procedente del paganismo. Eliminado el Israel según la carne, habiendo cesado los sacrificios legales, suprimido el sacerdocio levítico, reducido a cenizas aquel famosísimo templo y destruida Jerusalén, Cristo fundó la Iglesia de la gentilidad y, como quien dice, al final de los tiempos, es decir, al final de este mundo, en ese momento se hizo uno de nosotros. Así pues, llama «monte» a la Iglesia, que es la casa de Dios vivo. Es realmente encumbrada, porque en ella no hay absolutamente nada bajo o vil, sino que el conocimiento de las verdades divinas la eleva a alturas sublimes. Por su parte, la vida misma de los que son justificados en Cristo y santificados por el Espíritu está construida a gran altura.

A nosotros nos interesa Cristo y hemos de considerar sus oráculos como el camino recto. En su compañía andaremos el camino no tan sólo en el mundo presente y en el pasado, sino sobre todo en el futuro. Es doctrina segura: los que ahora padecen juntos, caminarán siempre juntos, juntos serán glorificados, juntos reinarán. Interesa con especial apremio Cristo a todos aquellos que nada aman tanto como a Cristo, a los que dan esquinazo a las hueras distracciones del mundo, buscan con particular ahínco la justicia y lo que a él pueda agradarle, y miran de sobresalir en la virtud. Tenemos de esto un modelo en san Pablo, quien escribe: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Insiste nuevamente el profeta en que Israel no puede abandonar toda esperanza. Es verdad que fue castigado y rechazado o arrojado por su gravísima impiedad, como enemigo de Dios, como execrable y profano adorador de los ídolos, como culpable de no pocos homicidios. Dieron muerte a los profetas y, para colmo, colgaron de la cruz al mismo salvador y libertador universal. Y aun así, en atención a los padres, un resto consiguió la misericordia y la salvación, convirtiéndose en un gran pueblo.

En efecto, interpretar como pueblo numerosísimo la multitud de los justificados en Cristo, es legítimo y totalmente justo. Su verdadera nobleza, aquella que puede granjearle la admiración, reside en los bienes del alma y en la rectitud de corazón, es decir, en la santificación, la esperanza en Cristo, una fe genuina de admirable poder,una estupenda paciencia, ser el reino de Cristo en persona y adherirse a él como a único' maestro. Pues uno es nuestro Maestro: Cristo. Llama «monte de Sión» a la Jerusalén celestial, madre de los primogénitos, donde estaremos en compañía de Cristo.

 

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 3, 33—4, 17

Construcción de las murallas de Jerusalén

Cuando Sanbalat se enteró de que estábamos reconstruyendo la muralla, se indignó, y enfurecido, empezó a burlarse de los judíos, diciendo a su gente y a la guarnición samaritana:

—¿Qué hacen esos desgraciados judíos? ¿No hay nadie que se lo impida? ¿Van a ofrecer sacrificios? ¿Se creen que van a terminar en un día y a resucitar de montones de escombros unas piedras calcinadas?

El amonita Tobías, que se encontraba a su lado, dijo:

—Déjalos que construyan. En cuanto suba una zorra abrirá brecha en su muralla de piedra.

Escucha, Dios nuestro, cómo se burlan de nosotros. Haz que sus insultos recaigan sobre ellos y mándalos al destierro para que se burlen de ellos. No encubras sus delitos, no borres de tu vista sus pecados, pues han ofendido a los constructores.

Seguimos levantando la muralla, que quedó reparada hasta media altura. La gente tenía ganas de trabajar.

Cuando Sanbalat, Tobías, los árabes, los amonitas y los asdoditas se enteraron de que la reparación de la muralla de Jerusalén iba adelante —pues empezaban a cerrarse las brechas— lo llevaron muy a mal. Se confabularon para luchar contra Jerusalén y sembrar en ella la confusión. Encomendándonos a nuestro Dios, apostamos una guardia día y noche para vigilarlos.

Mientras los judíos decían: «Los cargadores se agotan y los escombros son muchos; nosotros solos no podemos construir la muralla», nuestros enemigos comentaban: «Que no sepan ni vean nada hasta que .hayamos penetrado en medio de ellos y los matemos; así detendremos las obras».

En esta situación, los judíos que vivían entre ellos, viniendo de diversos lugares, nos repetían una y otra vez que nos iban a atacar. Entonces aposté en trincheras detrás de la muralla y entre matorrales gente dividida por familias y armados con espadas, lanzas y arcos. Después de una inspección, dije a los notables, a las autoridades y al resto del pueblo:

—No les tengáis miedo. Acordaos del Señor, grande y terrible, y luchad por vuestros hermanos, hijos, hijas, mujeres y casas.

Al ver nuestros enemigos que estábamos informados, Dios desbarató sus planes y pudimos volver a la muralla, cada cual a su tarea. Con todo, desde aquel día la mitad de mis hombres trabajaba mientras la otra mitad estaba armada de lanzas, escudos, arcos y corazas. Las autoridades se preocupaban de todos los judíos. Los que construían la muralla y los cargadores estaban armados; con una mano trabajan y con la otra empuñaban el arma. Todos los albañiles llevaban la espada al cinto mientras trabajaban. Y el corneta iba a mi lado, pues había dicho a los notables, a las autoridades y al resto del pueblo: «El trabajo es tan grande y tan extenso, que debemos desperdigarnos a lo largo de la muralla, lejos unos de otros. En cuanto oigáis la corneta, dondequiera que estéis, venid a reuniros con nosotros. Nuestro Dios combatirá por nosotros». Así seguimos, unos trabajando y otros empuñando las lanzas, desde que despuntaba el alba hasta que salían las estrellas. Por entonces dije también al pueblo:

—Todos pernoctarán en Jerusalén con sus criados. De noche haremos guardia y de día trabajaremos.

Yo, mis hermanos, mis criados y los hombres de mi escolta dormíamos vestidos y con las armas al alcance de la mano.



SEGUNDA LECTURA

Beato Guerrico de Igny, Sermón 3 sobre la Resurrección del Señor (3.5: SC 202,250-252.256-258)

Velad, para que os ilumine la luz de la mañana

Velad, hermanos, orando incesantemente, velad y comportaos circunspectamente, teniendo especialmente en cuenta que ya ha amanecido la mañana del día sin ocaso después que la luz eterna ha retornado de los infiernos más serena y favorable para nosotros y la aurora nos ha regalado un nuevo sol. Realmente ya es hora de espabilarse, porque la noche está avanzada, el día se echa encima. Velad —repito--, para que os ilumine la luz de la mañana, es decir, Cristo, cuyo origen está dispuesto desde antiguo, preparado para renovar frecuentemente el misterio de su matinal resurrección en beneficio de quienes velan por él. Entonces sí, entonces cantarás con el corazón rebosante de júbilo: El Señor es Dios: él nos ilumina. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; esto es, cuando haya dejado brillar para ti la luz que tiene escondida entre sus manos, diciendo a quien es amigo suyo que ella es su lote y que le es posible acceder a ella.

¿Hasta cuándo dormirás, holgazán?, ¿cuándo sacudirás el sueño? Un rato duermes, un rato das cabezadas, un rato cruzas los brazos y descansas, y mientras tú duermes, sin que tú te apercibas, Cristo resucitará del sepulcro y, al pasar su gloria, no merecerás ver ni siquiera sus espaldas. Entonces, movido por una tardía penitencia, llorarás y dirás con los impíos: Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol.

En cambio, para vosotros, que honráis mi nombre — dice— os iluminará un sol de justicia, y el que procede con justicia, contemplarán sus ojos a un rey en su esplendor. Cierto que aquí se trata de la felicidad de la vida futura, pero, en cierta medida y a título gratuito, se nos concede asimismo para solaz de la vida presente, como lo prueba con meridiana claridad la resurrección de Cristo.

Resucite, pues, y reviva el espíritu de cada uno de nosotros tanto a una vigilante oración como a una actuación eficaz, para que, mediante una renovada y vívida energía, dé muestras de haber nuevamente participado en la resurrección de Cristo. Ahora bien, el primer indicio del hombre que vuelve a la vida es su actuación esforzada y diligente, pero su perfecta resurrección —en cuanto le es posible a este moribundo cuerpo— se produce cuando abre los ojos a la contemplación. Sin embargo, la inteligencia no se hace acreedora a esta gracia, si antes no ensancha el afecto con frecuentes suspiros y ardientes deseos, para hacerse capaz de una tan grande majestad.

Recabamos el provecho de la resurrección cuando, por la oración, se dilata el afecto; y conseguimos su perfección cuando el entendimiento es iluminado en orden a la contemplación. Esforzaos, pues, hermanos míos, en resucitar más y más, escalando estos grados de las virtudes y progresando en una vida gradualmente más santa, a fin de que —como dice el Apóstol— podáis llegar un día a la resurrección de Cristo de entre los muertos, él que vive y reina por todos los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 5, 1-19

Nehemías libera al pueblo de la opresión de los ricos

La gente sencilla, sobre todo las mujeres, empezaron a protestar fuertemente contra sus hermanos judíos. Unos decían: «Tenemos muchos hijos e hijas; que nos den trigo para comer y seguir con vida». Otros: «Pasamos tanta hambre, que tenemos que hipotecar nuestros campos, viñedos y casas para conseguir trigo». Y otros: «Hemos tenido que pedir dinero prestado para pagar el impuesto real. Somos iguales que nuestros hermanos, nuestros hijos son como los suyos, y, sin embargo, debemos entregar como esclavos a nuestros hijos e hijas; a algunas de ellas incluso las han deshonrado, sin que podamos hacer nada porque nuestros campos y viñas están en manos ajenas».

Cuando me enteré de sus protestas y de lo que sucedía me indigné y, sin poder contenerme, me encaré con los nobles y las autoridades. Les dije:

—Os estáis portando con vuestros hermanos como usureros.

Convoqué contra ellos una asamblea general, y les dije:

—Nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, rescatamos a nuestros hermanos judíos vendidos a los paganos. Y vosotros vendéis a vuestros hermanos para que luego nos los vendan a nosotros.

Se quedaron cortados, sin respuesta, y yo seguí:

—No está bien lo que hacéis. Sólo respetando a nuestro Dios evitaréis el desprecio de nuestros enemigos, los paganos. También yo, mis hermanos y mis criados les hemos prestado dinero y trigo. Olvidemos esa deuda. Devolvedles hoy mismo sus campos, viñas, olivares y casas, y perdonadles el dinero, el trigo, el vino y el aceite que les habéis prestado.

Respondieron:

—Se lo devolveremos sin exigir nada. Haremos lo que dices.

Luego me despojé de mi manto diciendo:

—Así despoje Dios de su casa y de sus bienes al que no cumpla su palabra, y que se quede despojado y sin nada. Toda la asamblea respondió:

—Amén.

Y alabó al Señor. El pueblo cumplió lo prometido.

Dicho sea de paso, desde el día en que me nombraron gobernador de Judá, cargo que ocupé durante doce años. desde el veinte hasta el treinta y dos del rey Artajerjes, ni yo ni mis hermanos comimos a expensas del cargo. Los gobernadores anteriores gravaban al pueblo, exigiéndole cada día cuatrocientos gramos de plata en concepto de pan y vino, y también sus servidores oprimían a la gente. Pero yo no obré así por respeto al Señor. Además, trabajé personalmente en la muralla, aunque yo no era terrateniente y todos mis criados se pasaban el día en la obra. A mi mesa se sentaban ciento cincuenta nobles y consejeros, sin contar los que venían de los países vecinos. Cada día se aderezaba un toro, seis ovejas escogidas y aves; cada diez días encargaba vino de todas clases en abundancia. Y a pesar de esto nunca reclamé la manutención de gobernador, porque bastante agobiado estaba ya el pueblo.

Dios mío, acuérdate para mi bien de todo lo que hice por esta gente.


SEGUNDA LECTURA

De una antigua homilía del siglo V (Hom 33: PG 34, 741-743)

Conviene orar y hacer votos a Dios
continua y atentamente

Debemos orar, pero no de una manera mecánica, ni por el gusto de enhebrar palabras, ni por la costumbre de guardar silencio o de ponerse de rodillas, sino con sobriedad, esperando a Dios con el espíritu recogido, cuando él decidiese hacerse presente y visitar al alma a través de sus facultades externas y por conducto de los órganos de los sentidos; de esta forma, tanto cuando convenga orar en silencio, como cuando haya que rezar en voz alta o incluso a gritos, la mente estará fija en Dios. Pues lo mismo que cuando el cuerpo realiza un trabajo cualquiera, todo él se concentra en la obra que se trae entre manos y todos sus miembros se ayudan unos a otros, así también el alma debe consagrarse toda ella a la petición y al amor del Señor, de modo que ni se entretenga en bagatelas o se deje distraer por las preocupaciones, sino que toda su esperanza y su expectación estén colocadas en Cristo.

De este modo seremos iluminados por aquel que enseña el método correcto de la oración de petición y sugiere una oración pura y espiritual, digna de Dios, y la adoración que se hace en espíritu y verdad. Y lo mismo que el mercader de profesión no se contenta con una sola fuente de ingresos, sino que especula sobre todos los medios a su alcance para aumentar y acumular ganancias, empleando su habilidad y su ingenio ya en uno ya en otro negocio; y pasando de uno a otro método, da de lado los mercados improductivos por otros más rentables: así también nosotros debemos adornar nuestra alma acudiendo a los más variados artificios, a fin de poder ganarnos la suprema y ' auténtica ganancia, es decir, Dios, que nos enseñe a orar en verdad. Con esta condición, Dios descansará en la buena intención del alma, haciendo de ella el trono de su gloria, poniendo en ella su asiento y descansando en ella.

Y así como una casa, mientras su dueño está presente abunda en ornato, belleza y decoro, así también el alma que alberga a su Dios y en la que Dios permanece, está colmada de belleza y decoro, ya que tiene como guía y huésped al Señor con todo el cortejo de sus espirituales tesoros. Y cuando el Señor viere que el alma vive recogida en la medida de sus posibilidades, que incesantemente busca a Dios, que le espera día y noche y que clama a él, de acuerdo con su mandato de orar constantemente en cualquier negocio, el Señor —de acuerdo con su promesa— le hará Justicia y, purificada de toda su malicia, se la elegirá como esposa sin mancha y sin reproche.

Por lo demás, si crees que esta doctrina es verdadera, como realmente lo es, examínate a ti mismo y mira si tu alma ha logrado realmente esa luz que la guíe, la verdadera comida y bebida, que es el Señor. En caso negativo, busca día y noche hasta conseguirlo. Por ejemplo, cuando mires al sol, pregúntate por el verdadero sol: pues, palabra de honor, eres ciego. Al ver la luz, mira a ver si tu alma ha logrado ya la luz buena y verdadera. Porque todas las cosas visibles son sombra de las auténticas realidades que interesan al alma. En efecto, al margen del hombre perceptible existe otro hombre interior, y otros ojos que Satanás cegó y otros oídos que taponó. Y Jesús vino precisamente para devolver la salud a este hombre interior. A él la gloria y el dominio con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos. Amén.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 8, 1-18

Lectura de la ley

Entonces todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que hay ante la Puerta del Agua. Dijeron al escriba Esdras que trajera el libro de la ley de Moisés que el Señor había prescrito a Israel. Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era a mediados de septiembre. Leyó el libro en la plaza que hay ante la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley.

Esdras, el escriba, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. A su derecha se encontraban Matitías, Sema, Anayas, Urías, Jelcías y Maseyas; a su izquierda, Fedayas, Misael, Malquías, Jasún, Jasbadana, Zacarías y Mesulán. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie. Esdras pronunció la bendición del Señor, Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió: «Amén, amén»; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor.

Los levitas Josué, Bani, Serebías, Yamin, Acub, Sabtay, Hodiyías, Meseyas, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán y Felayas explicaron la ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo, decían al pueblo entero, viendo que la gente lloraba al escuchar la lectura de la ley:

—Hoy es día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.

Y añadieron:

—Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

Los levitas acallaban al pueblo, diciendo:

—Silencio; no estéis tristes, que es un día santo.

Por fin el pueblo se fue a comer y beber, a repartir alimentos y a organizar una gran fiesta porque habían comprendido lo que les habían enseñado.

Al día siguiente, los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y los levitas se reunieron con el letrado Esdras para estudiar el libro de la ley. En la ley que había

mandado el Señor por medio de Moisés encontraron escrito: «Los israelitas habitarán en chozas durante la fiesta del mes de octubre».

Entonces pregonaron en todos sus pueblos y en Jerusalén:

—Id al monte y traed ramas de olivo, pino, mirto, palmera y de otros árboles frondosos para construir las chozas, como está mandado.

La gente fue, las trajo e hicieron las chozas; unos en la azotea, otros en sus patios, en los patios del templo, en la plaza de la Puerta del Agua y en la plaza de la Puerta de Efraín. Toda la asamblea que había vuelto del destierro hizo chozas, habitaron en ellas —cosa que no hacían los israelitas desde tiempos de Josué, hijo de Nun— y hubo una gran fiesta. Todos los días, del primero al último, leyó Esdras el libro de la ley de Dios. La fiesta duró siete días, y el octavo tuvo lugar una asamblea solemne, como está mandado.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, El pedagogo (Lib 1, cap 7: PG 8, 315-318)

Yo soy vuestro preceptor

Con razón el Logos es llamado pedagogo, pues a nosotros, niños, nos conduce a la salvación. Por eso ha dicho clarísimamente de sí mismo por boca del profeta Oseas: Yo soy vuestro preceptor. Pedagogía es, el culto divino, comprensivo de una educación en el servicio de Dios, de una introducción al conocimiento de la verdad y de una buena formación que conduce al cielo.

La palabra pedagogía es polivalente: está la pedagogía del que es conducido y enseñado y la del que conduce y enseña; pedagogía es, en tercer lugar, la misma formación recibida y, en cuarto lugar, las materias objeto del aprendizaje, por ejemplo, los mandamientos. Existe la pedagogía según Dios, que es la señalización del recto camino hacia la verdad, en orden a la contemplación de Dios, así como la indicación de una conducta santa que tiene como meta la eterna perseverancia. Como el general conduce a su ejército velando por la seguridad de sus soldados, y como el piloto maneja el timón de la nave atento a la salvación de los pasajeros, así también el pedagogo conduce a los niños a un tenor de vida saludable, en aras de su solicitud por nosotros. Y, en general, todo cuanto razonablemente pudiéramos pedir a Dios, lo obtendremos si obedecemos al pedagogo.

Ahora bien, así como no siempre el piloto se deja llevar por la marea, sino que a veces, poniendo proa a la tempestad, resiste a todas las borrascas, así tampoco el pedagogo expone al pequeño a los vientos que soplan en nuestro mundo, ni menos le abandona a merced de ellos, cual bajel, para que se estrelle entregándose a una vida bestial y licenciosa; al contrario, sólo cuando el ánimo del muchacho es impulsado a lo alto por el espíritu de verdad, empuña fuertemente el timón del niño —me estoy refiriendo a sus oídos—, y no lo suelta hasta haberle conducido, sano y salvo, al puerto celestial. Porque si lo que los hombres califican de costumbres patrias es de escasa duración, la formación recibida de Dios es una adquisición que permanece para siempre.

Nuestro pedagogo es el Dios santo, Jesús, el Logos que conduce a la humanidad entera; el mismo Dios, que ama a los hombres, es el pedagogo. De él habla el Espíritu Santo en un pasaje del Cántico: Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos; lo rodeó cuidando de él; lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. El Señor solo los condujo, no hubo dioses extraños con él. Aquí la Escritura nos presenta, según creo, al pedagogo, indicándonos cuál es su misión. Nuevamente se presenta a sí mismo como pedagogo, cuando se expresa así hablando en primera persona: Yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 9, 1-2.5-21

Liturgia penitencial. Oración de Esdras

El día veinticuatro de este mismo mes de octubre se reunieron los israelitas para ayunar, cubiertos de saco y polvo. La raza de Israel se separó de todos los extranjeros, y puestos en pie confesaron sus pecados y las culpas de sus padres.

Y los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabnías, Serebías Hodiyas, Sebanías y Petajías dijeron:

—Levantaos, bendecid al Señor, vuestro Dios, desde siempre y por siempre; bendecid su Nombre glorioso, que supera toda bendición y alabanza.

Y Esdras rezó:

«Tú, Señor, eres el único Dios. Tú hiciste los cielos, lo más alto de los cielos y todos sus ejércitos; la tierra y cuantos la habitan, los mares y cuanto contienen. A todos les das vida, y los ejércitos celestes te rinden homenaje.

Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán, lo sacaste de Ur de los caldeos y le pusiste por nombre Abrahán. Viste que su corazón te era fiel e hiciste con él un pacto para darle la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, jebuseos y guirgaseos, a él y a su descendencia. Y cumpliste la palabra porque eres leal.

Viste luego la aflicción de nuestros padres en Egipto, escuchaste sus clamores junto al Mar Rojo. Realizaste signos y prodigios contra el Faraón, contra sus ministros y toda la gente del país —pues sabías que eran altivos con ellos— y te creaste una fama que perdura hasta hoy. Hendiste ante ellos el mar, y cruzaron el mar a pie enjuto. Arrojaste al abismo a sus perseguidores, como una piedra en aguas turbulentas.

Con columna de nube los guiaste de día, con columna de fuego de noche, para iluminarles el camino que debían recorrer. Bajaste al monte Sinaí, hablaste con ellos desde el cielo. Les diste normas justas, leyes válidas, mandatos y preceptos excelentes. Les diste a conocer tu santo sábado, les diste preceptos, mandatos y leyes por medio de tu siervo Moisés. Les enviaste pan desde el cielo cuando tenían hambre, hiciste brotar agua de la roca cuando tenían sed. Y les ordenaste tomar posesión de la tierra que, mano en alto, habías jurado darles.

Pero ellos, nuestros padres, se mostraron altivos; poniéndose tercos desoyeron tus mandatos. No quisieron oír ni recordar los prodigios que hiciste en su favor. Tercamente se empeñaron en volver a la esclavitud de Egipto.

Pero tú, Dios del perdón, clemente y compasivo, paciente y misericordioso, no los abandonaste, ni siquiera cuando hicieron un becerro fundido y proclamaron: "Este es tu dios, que te sacó de Egipto", cometiendo una ofensa terrible.

Pero tú, por tu gran compasión, no los abandonaste en el desierto. No se alejó de ellos la columna de nube que los guiaba por el camino de día, ni la columna de fuego que de noche les iluminaba el camino que debían recorrer. Les diste tu buen espíritu para instruirlos, no les quitaste .de la boca tu maná, les diste agua en los momentos de sed. Cuarenta años los sustentaste en el desierto y nada les faltó; ni sus vestidos se gastaron ni se hincharon sus pies».


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre la unidad de la Iglesia católica (12-14: CCL 3, 257-259)

Cristo nos dio la paz y nos mandó que tuviéramos
un solo corazón y una sola alma

Cuando el Señor recomendó a sus discípulos la unanimidad y la paz, les dijo: Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, demostrando que se concede mucho no a la multitud, sino a la unanimidad de los suplicantes. Si dos de vosotros —dice— se ponen de acuerdo: pone como primera condición la unanimidad; antes había hablado de la paz y de la concordia y nos insistió en que leal y firmemente hagamos lo posible por ponernos de acuerdo.

Y ¿cómo puede estar de acuerdo con el hermano quien no lo está con el cuerpo de la misma Iglesia ni con toda la fraternidad? ¿Cómo pueden dos o tres reunirse en el nombre de Cristo, si consta que están separados de Cristo y de su evangelio? Pues no somos nosotros, sino ellos los que se han separado de nosotros. Y cuando poco después nacieron herejías y cismas y, al erigirse en conventículos diversos, abandonaron el principio y origen de la verdad.

El Señor habla de su Iglesia y habla a los que están en la Iglesia diciendo que si ellos estuvieran de acuerdo, si —según lo que él encargó y advirtió— reunidos, aunque sólo fueran dos o tres, orasen unánimemente, aunque —repito— sólo fueran dos o tres, podrían impetrar de la majestad de Dios lo que pidieren. Donde dos o tres están reunidos en mi nombre —dice—, allí estoy yo en medio de ellos. Es decir, afirmó que estaría con los sencillos y pacíficos, con los que temen a Dios y observan sus preceptos, aunque sólo fueran dos o tres, como estuvo con los tres jóvenes en el horno encendido. Y como eran sencillos para con Dios y permanecían unidos entre sí, metió dentro un viento húmedo que silbaba, y el fuego no les atormentó. Como asistió a los dos apóstoles encerrados en la cárcel porque eran sencillos y vivían en perfecta armonía: él, abiertas las puertas de la prisión, les mandó a la plaza pública para que transmitiesen al pueblo la palabra que fielmente predicaban. Por tanto, cuando en su predicación afirma y dice: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, no separó a los hombres de la Iglesia, él que instituyó y creó la Iglesia, sino que echándoles en cara a los pérfidos su discordia y recomendando oralmente la paz a los fieles, quiso demostrar que él está más bien con dos o tres que rezan con una sola alma, que con muchos disidentes; que puede conseguirse más con la oración concorde de unos pocos, que con la discorde de una multitud.

Por lo cual, cuando fijó las normas que deben presidir la oración, añadió estas palabras: Y cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas. Y al que va a presentar su ofrenda con la discordia en el corazón lo aparta del altar y le ordena que vaya primero a reconciliarse con su hermano, y entonces, ya en paz, que vuelva a presentar a Dios su ofrenda.

Cristo nos dio la paz, nos mandó que tuviéramos un solo corazón y una sola alma, y nos encargó que mantuviéramos incorruptos e inviolados los vínculos de la dilección y de la caridad.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 9, 22-37

Oración de Esdras (sigue)

Y Esdras rezó:

«Tú, Señor, les entregaste reinos y pueblos, repartiste a cada uno su región. Se apoderaron del país de Sijón, rey de Jesbón, de la tierra de Og, rey de Basán. Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, los introdujiste en la tierra que habías prometido a sus padres en posesión. Entraron los hijos para ocuparla y derrotaste ante ellos a sus habitantes, los cananeos. Los pusiste en sus manos, igual que a los reyes y a los pueblos del país, para que dispusieran de ellos a placer. Conquistaron fortalezas y una tierra fértil; poseyeron casas rebosantes de riquezas, pozos excavados, viñas y olivares, y abundantes árboles frutales; comieron hasta hartarse y engordaron y disfrutaron de tus dones generosos.

Pero, indóciles, se rebelaron contra ti, se echaron tu ley a las espaldas y asesinaron a tus profetas, que los amonestaban a volver a ti, cometiendo gravísimas ofensas. Los entregaste en manos de sus enemigos, que los oprimieron. Pero en su angustia clamaron a ti, y tú los escuchaste desde el cielo; y por tu gran compasión les enviaste salvadores que los salvaron de sus enemigos.

Pero al sentirse tranquilos hacían otra vez lo que repruebas; los abandonabas en manos de sus enemigos, que los oprimían; clamaban de nuevo a ti, y tú los escuchabas desde el cielo, librándolos muchas veces por tu gran compasión. Los amonestaste para que volvieran a tu ley, pero ellos, altivos, no obedecieron tus preceptos y pecaron contra tus normas, que dan la vida al hombre si las cumple. Volvieron la espalda con rebeldía; tercamente, no quisieron escuchar. Fuiste paciente con ellos durante muchos años, tu espíritu los amonestó por tus profetas, pero no prestaron atención y los entregaste en manos de pueblos paganos. Mas por tu gran compasión no los aniquilaste ni abandonaste, porque eres un Dios clemente y compasivo.

Ahora, Dios nuestro, Dios grande, valiente y terrible, fiel a la alianza y leal, no menosprecies las aflicciones que les han sobrevenido a nuestros reyes, a nuestros príncipes, sacerdotes y profetas, a nuestros padres y a todo el pueblo desde el tiempo de los reyes asirios hasta hoy. Eres inocente en todo lo que nos ha ocurrido, porque tú obraste con lealtad, y nosotros somos culpables.

Ciertamente, nuestros reyes, príncipes, sacerdotes y padres no cumplieron tu ley ni prestaron atención a los preceptos y avisos con que los amonestabas. Durante su reinado, a pesar de los grandes bienes que les concediste y de la tierra espaciosa y fértil que les entregaste, no te sirvieron ni se convirtieron de sus malas acciones.

Por eso estamos ahora esclavizados, esclavos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen sus frutos excelentes. Y sus abundantes frutos son para los reyes a los que nos sometiste por nuestros pecados, y que ejercen su dominio a su arbitrio sobre nuestras personas y ganados. Somos unos desgraciados».


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Los tapices (Lib 7, cap 7: PG 9, 450-451.458-459)

Hemos de honrar a Dios durante toda la vida

Se nos manda adorar y honrar al que estamos convencidos ser el Logos, el Salvador y el jefe y, por su medio, al Padre. Y no solamente hemos de hacerlo en determinados días, sino continuamente, durante toda la vida y de las más variadas formas.

En realidad, la raza escogida, justificada por el precepto, dice: Siete veces al día te alabo. No es, pues, en un lugar determinado, ni en un templo escogido, ni en ciertas fiestas o en días fijos, sino que durante toda la vida y en todas partes, el verdadero «gnóstico» —viva solo o en una comunidad que comparte su fe— honra a Dios, esto es, le da gracias por el conocimiento, vector de su vida.

Si ya la presencia de un hombre virtuoso, observante y respetuoso, no deja de conformar e influir beneficiosamente en aquel con quien convive, ¿cómo no se hará normalmente cada día mejor en todo: acciones, palabras y sentimientos, el que está continuamente en la presencia de Dios por el conocimiento, el estilo de vida y la acción de gracias? Tal es el que está persuadido de que Dios está en todas partes, sin estar circunscrito a lugares estables y determinados.

Viviendo, pues, toda nuestra vida como un día de fiesta, en la firme persuasión de que la omnipotencia divina llena el universo, lo alabamos cuando cultivamos los campos, navegamos al son de himnos, y en cualquier circunstancia de la vida nos comportamos paralelamente. El auténtico «gnóstico» vive íntimamente unido a Dios, y en todas las cosas hace gala de gravedad e hilaridad; gravedad por su constante atención a Dios, hilaridad por cuanto los dones de Dios los considera como bienes humanos.

Y aun cuando se nos den los bienes sin pedirlos, no por eso es superflua la oración de petición. La misma acción de gracias y la petición de cuanto puede colaborar a la conversión del prójimo son ya acciones típicas del «gnóstico». Con idéntica finalidad oró el mismo Señor, dando gracias por haber llevado a feliz término su ministerio, rogando que cuantos más mejor consiguiesen la sabiduría, y así los que se salvan den gloria a Dios por saberse salvados, y el que es el único bueno y el único salvador sea reconocido mediante el Hijo, por los siglos infinitos. Por otra parte, la misma fe por la que uno cree que ha de recibir lo que pide es una forma de petición, ínsita en el ánimo del «gnóstico».

Además, si la oración es una ocasión de conversar con Dios, no hemos de dejar pasar ni una sola ocasión de acceder a Dios. Ciertamente que la santidad del «gnóstico» en sintonía con la divina providencia, mediante una espontánea confesión, es una prueba fehaciente del perfecto don de Dios. La solicitud de la providencia, la santidad del «gnóstico» y la recíproca benevolencia del amigo de Dios son realidades interdependientes.

Dios no hace el bien por necesidad, sino que libremente otorga sus favores a quienes espontáneamente se convierten. La providencia que nos viene de lo alto no es en manera alguna servil, como si actuara en un proceso ascendente de peor a mejor, sino que las continuas actuaciones de la providencia se ejercen teniendo en cuentanuestra humana debilidad, como lo hace el pastor con sus ovejas, el rey con sus súbditos, y nosotros con nuestros superiores, que gobiernan a quienes les fueron encomendados, de acuerdo con las órdenes recibidas de Dios. Por tanto, son siervos y adoradores de Dios cuantos le prestan un acatamiento y le rinden un culto obsequioso y verdaderamente regio. Lo cual se realiza mediante una mentalidad recta y mediante el conocimiento.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 12, 27-47

Inauguración de las murallas de Jerusalén

Al inaugurar la muralla de Jerusalén buscaron a los levitas por todas partes para traerlos a Jerusalén a celebrar la inauguración con una fiesta y con acciones de gracias, al son de platillos, arpas y cítaras. Se reunieron los cantores del valle del Jordán, de la comarca de Jerusalén, de las aldeas de Netofat, de Bet-Guilgal y de los campos de Loma y Azmaut (porque los cantores se habían construido aldeas en las cercanías de Jerusalén). Los sacerdotes y los levitas se purificaron y luego purificaron al pueblo, las puertas y la muralla.

Mandé a las autoridades de Judá que subiesen a la muralla y organicé dos grandes coros. Uno iba por la derecha, encima de la muralla, hacia la Puerta de la Basura. Cerraban la marcha Oseas, la mitad de las autoridades de Judá, Azarías, Esdras, Mesulán, Judá, Benjamín, Semayas, Jeremías, sacerdotes con trompetas, Zacarías, hijo de Jonatán, hijo de Semayas, hijo de Matanías, hijo de Miqueas, hijo de Zacur, hijo de Asaf, y sus hermanos, Semayas, Azarel, Milalay, Guilalay, Maay, Netanel, Judá y Jananí, con los instrumentos de David. Esdras, el letrado, iba al frente de ellos.

Pasaron por la Puerta de la Fuente y, siguiendo en línea recta, subieron a la escalera de la Ciudad de David y bajaron por la cuesta de la muralla, junto al palacio de David, hasta la Puerta del Agua, a levante. El segundo coro, al que seguía yo con la mitad de las autoridades y los sacerdotes Eliaquín, Maseyas, Minyamín, Miqueas, Elioenay, Zacarías y Ananías, con trompetas, y Maseyas, Semayas, Eleazar, Uzí, Juan, Malquías, Elán, Ezer, se dirigió hacia la izquierda, por encima de la muralla, a lo largo de la Torre de los Hornos hasta el muro ancho, y continuó por la Puerta de Efraín, la Puerta Antigua, la Puerta del Pescado, la Torre de Jananel, y Torre de los Cien y la Puerta de los Rebaños, hasta detenerse en la Puerta de la Cárcel. Los dos coros se situaron en el templo de Dios; los cantores cantaban dirigidos por Yizrajías.

Aquel día ofrecieron sacrificios solemnes y hubo fiesta, porque el Señor los inundó de gozo; también las mujeres y los niños participaron en ella. La algazara de Jerusalén se escuchaba desde lejos.

Por entonces se nombraron los intendentes de los almacenes destinados a provisiones, ofrendas, primicias y diezmos, donde se guardaban, por campos y pueblos, las porciones que prescribe la ley para los sacerdotes y los levitas. Porque los judíos estaban contentos de los sacerdotes y levitas en funciones, que se ocupaban del culto de Dios y del rito de la purificación, como habían mandado David y su hijo Salomón, y también de los cantores y porteros. (Ya desde antiguo, en tiempos de David y Asaf, había jefe de cantores y cánticos de alabanza y de acción de gracias a Dios.) Y en tiempos de Zorobabel y de Nehemías todos los israelitas subvenían diariamente a las necesidades de los cantores y porteros, y hacían ofrendas sagradas a los levitas, igual que éstos a los descendientes de Aarón.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 47 (16-17: PL 14, 1152-1153)

Él mismo fundó su Iglesia

Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Si el Hijo de Dios es llamado templo, lo es en elsentido en que él mismo dijo de su cuerpo: destruid este templo y en tres días lo levantaré. Templo de Dios es realmente el cuerpo de Cristo, en el que se llevó a cabo la purificación de nuestros pecados. Templo de Dios es realmente aquella carne, en la que no pudo haber contagio alguno de pecado, antes bien ella fue la víctima sacrificada por el pecado de todo el mundo.

Templo de Dios fue realmente aquella carne, en que refulgía la imagen de Dios y en la que la plenitud de la divinidad habitaba corporalmente, ya que el mismo Cristo es esa plenitud. Por tanto, a él se le dice: Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Y ¿qué significa esto sino aquello que dijo: En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis, esto es, está en medio de vosotros y vosotros no lo veis? Si por el contrario se refiere al Padre, ¿qué significa: en medio de tu templo, sino que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo?

En este templo, pues, hemos recibido —dice— tu misericordia, esto es, a la Palabra que se hizo carne y acampó entre nosotros. Pues del mismo modo que Cristo es la redención, es también la misericordia. Porque, ¿cabe mayor misericordia que ofrecerse como víctima por nuestros delitos para lavar con su sangre al mundo, cuyo pecado de ningún otro modo hubiese sido posible abolir?

En efecto, si hablando de los santos, dijo el Apóstol: Vosotros sois el templo de Dios, y el Espíritu Santo habita en vosotros, con cuánta mayor razón no podré llamar templo de Dios a la humanidad del Señor Jesús, del que leemos que estuvo siempre lleno del Espíritu Santo, como él mismo lo atestigua, diciendo: Yo he sentido que una fuerza ha salido de mí, cuya fuerza sanaba las acerbas heridas de todos.

Lo que dijo de haber él recibido, junto con el pueblo, la misericordia de Dios en medio de su templo, puede entenderse también en el sentido de que él mismo fundó su Iglesia y la propagó para siempre; de que él mismo, junto con su Hijo unigénito, confirió realmente esta gracia a su pueblo, a la vez que le presentaba como constructor, diciendo: edificará una ciudad. Ciudad que, dilatada por todo el orbe de la tierra, hizo que la tierra se llenara de su alabanza y de su nombre. Pues si está escrito: La tierra está llena de su alabanza, lo está también: Se le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios padre.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 59, 1-15

Liturgia penitencial

Mira, la mano del Señor no es tan corta que no pueda salvar, ni es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean la separación entre vosotros y vuestro Dios; son vuestros pecados los que tapan su rostro, para que no os oiga; pues vuestras manos están manchadas de sangre, vuestros dedos, de crímenes; vuestros labios dicen mentiras, vuestras lenguas susurran maldades. No hay quien invoque la justicia ni quien pleitee con sinceridad; se apoyan en la mentira, afirman la falsedad, conciben el crimen y dan a luz la maldad.

Incuban huevos de serpiente y tejen telarañas: quien come esos huevos, muere; si se cascan, salen víboras. Sus telas no sirven para vestidos; son tejidos que no pueden cubrir. Sus obras son obras criminales, sus manos ejecutan la violencia. Sus pies corren al mal, tienen prisa para derramar sangre inocente; sus planes son planes criminales, destrozos y ruinas jalonan su camino. No conocen el camino de la paz, no existe el derecho en sus senderos; se abren sendas tortuosas; quien las sigue, no conoce la paz.

Por eso está lejos de nosotros el derecho y no nos alcanza la justicia; esperamos la luz, y vienen tinieblas; claridad, y caminamos a oscuras. Como ciegos vamos palpando lapared, andamos a tientas como gente sin vista; en pleno día tropezamos como al anochecer, en • pleno vigor estamos como muertos. Todos gruñimos como osos y nos quejamos como palomas. Esperamos en el derecho, pero nada, en la salvación, y está lejos de nosotros.

Porque nuestros crímenes contra ti son muchos, y nuestros pecados nos acusan; nuestros crímenes nos acompañan, y reconocemos nuestras culpas: rebelarnos y olvidarnos del Señor, volver la espalda a nuestro Dios, tratar de opresión y revuelta, urdir por dentro engaños; y así se tergiversa el derecho y la justicia se queda lejos, porque en la plaza tropieza la lealtad, y la sinceridad no encuentra acceso; la lealtad está ausente, y expolian a quien evita el mal.


SEGUNDA LECTURA

Selección de las Sentencias de los Padres y de los relatos de Juan Mosco y otros autores (Patericon 196: CSCO, Scriptores Aethiopici, t. 54, 118-121)

Haz penitencia y vuelve al Señor

Haz penitencia y vuelve al temor del Señor, tu Dios; esfuérzate en practicar el ayuno, la oración, la súplica y las lágrimas. Dame ocasión de hacer tu panegírico y haré que lleguen hasta tu Dios tus buenas obras, el suave olor de tus ayunos, de tus limosnas, de tu oración, de tu misericordia para con los pobres, a fin de que mi rostro rebose de gozo con mis hermanos los ángeles, y descienda sobre ti el Espíritu Santo, e inmediatamente serás contado con los justos y los buenos, que el día de la retribución escucharán una palabra de gozo.

Vuelve al Señor, oh alma, por la penitencia, pues te aproxima a Dios y Dios es bueno. ¿Qué es la penitencia? Apartarse del pecado, renunciar al deseo y abandonar la conducta anterior; aceptar una norma de vida a base de frecuentes ayunos, asidua oración, servicio diligente, todo ello acompañado de lágrimas noche y día.

Practica el amor a los pobres: Dios lo prefiere al sacrificio que sube a su presencia; huye de las delicias del cuerpo y atiende, en cambio, con solicitud a tu alma; purifica tus manchas a fin de que gustes qué bueno es el Señor: entonces descenderá sobre ti su luz, y quedarás a salvo de la tentación del enemigo, pues el Señor prometió acoger a quienes acuden a él, haciéndoles el don de su misericordia.

Escucha con atención: no frecuentes las reuniones mundanas, ni te des a la excesiva comida y bebida, no sea que pierdas lo que el Señor prometió a los buenos y justos. Y de esta forma, oh alma, con las limosnas que hicieres ahora se irá edificando tu morada y con el óleo de la misericordia arderá tu lámpara en el reino de los cielos. Da fe a a palabra que el Señor pronunció en el evangelio: Yo soy manso y humilde y mi carga es ligera; venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. ¡Oh pobre alma! Muchos son tus pecados, pero su misericordia es más grande que los pecados de todo el mundo. Acércate a su perdón y a su misericordia y hará brillar sobre ti su Espíritu. Ahoga en lágrimas tus pecados y descenderá sobre ti el bien.

Mira, acabo de exponerte con claridad todas las cosas y te he indicado el camino de la vida, que es la penitencia. Ella te ayudará a acercarte al Señor y te dará a gustar el manjar del paraíso. Arropa a los pobres con tu manto y protégelos del rigor del invierno; llena su estómago y multiplica tus ayunos.

Haz penitencia y vuelve al Señor, y acógete a su infinita misericordia, pues que se la prometió a cuantos le invocan. Oh alma, mira que nuestro Señor ha dicho: Nadie conoce su hora. Date prisa en alcanzar la salvación, presenta tu ofrenda y, en la palestra del hacer cotidiano, adquiere la paciencia, la humildad, el silencio de la lengua, la pureza, el amor a los pobres, y habrás cosechado la justicia. Si esto hicieres, los bienes lloverán sobre ti. Y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo del Señor, la magnificencia y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de los Proverbios 1, 1-7.20-33

Exhortación a elegir la sabiduría

Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel.

Para aprender sabiduría y doctrina, para comprender las sentencias prudentes, para adquirir disciplina y sensatez, derecho, justicia y rectitud, para enseñar sagacidad al inexperto, saber y reflexión al muchacho, lo escucha el sabio y aporta su enseñanza, el prudente adquiere habilidad para entender proverbios y dichos, sentencias y enigmas.

El temor del Señor es el principio del saber, los necios desprecian sabiduría y disciplina.

La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz; grita en lo más ruidoso de la ciudad, y en las plazas públicas pregona:

«¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, y vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, y vosotros, necios, odiaréis el saber? Volveos a escuchar mi reprensión, y os abriré mi corazón, comunicándoos mis palabras. Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión; pues yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando os alcance el terror.

Cuando os alcance como tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia, cuando os alcancen la angustia y la aflicción, entonces llamarán, y no los escucharé; me buscarán, y no me encontrarán. Porque aborrecían el saber y no escogían el temor del Señor; no aceptaron mis consejos, despreciaron mis reprensiones; comerán el fruto de su conducta, y se hartarán de sus planes. La rebeldía da muerte a los irreflexivos, la despreocupación acaba con los imprudentes; en cambio, el que me obedece vivirá tranquilo, seguro y sin temer ningún mal».


SEGUNDA LECTURA

San Efrén de Nísibe, Comentario sobre el Diatésaron (Cap 1, 18-19: SC 121, 52-53)

La palabra de Dios, fuente inagotable de vida

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 3,1-20

Cómo encontrar sabiduría

Hijo mío, no olvides mis instrucciones, guarda en el corazón mis preceptos, porque te traerán largos días, vida y prosperidad; no abandones la bondad y la lealtad, cuélgatelas al cuello, escríbelas en la tabla del corazón: alcanzarás favor y aceptación ante Dios y ante los hombres.

Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas; no te tengas por sabio, teme al Señor y evita el mal: y será salud de tu carne y jugo de tus huesos.

Honra a Dios con tus riquezas, con la primicia de todas tus ganancias; y tus graneros se colmarán de grano, tus lagares rebosarán de mosto.

Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque el Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido.

Dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia: adquirirla vale más que la plata, y su renta más que el oro; es más valiosa que las perlas, ni se le comparan las joyas; en la diestra trae largos años y en la izquierda honor y riquezas; sus caminos son deleitosos, y sus sendas son prósperas; es árbol de vida para los que la cogen, son dichosos los que la retienen.

El Señor cimentó la tierra con sabiduría y afirmó el cielo con inteligencia; con su saber se abren los veneros y las nubes destilan rocío.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 15 sobre diversas materias (PL 184, 577 579)

Hay que buscar la sabiduría

Trabajemos para tener el manjar que no se consume: trabajemos en la obra de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, para hacernos merecedores del denario cotidiano. Trabajemos para obtener la sabiduría, ya que ella afirma: Los que trabajan para alcanzarme no pecarán. El campo es el mundo —nos dice aquel que es la Verdad—; cavemos en este campo; en él se halla escondido un tesoro que debemos desenterrar. Tal es la sabiduría, que ha de ser extraída de lo oculto. Todos la buscamos, todos la deseamos.

Si queréis preguntar —dice la Escritura—, preguntad, convertíos, venid. ¿Te preguntas de dónde te has de convertir? Refrena tus deseos, hallamos también escrito. Pero, si en mis deseos no encuentro la sabiduría —dices—, dónde la hallaré? Pues mi alma la desea con vehemencia, y no me contento con hallarla, si es que llego a hallarla, sino que echo en mi regazo una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Y esto con razón. Porque, dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Búscala, pues, mientras puede ser encontrada; invócala, mientras está cerca.

¿Quieres saber cuán cerca está? La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón; sólo a condición de que la busques con un corazón sincero. Así es como encontrarás la sabiduría en tu corazón, y tu boca estará llena de inteligencia, pero vigila que esta abundancia de tu boca no se derrame a manera de vómito.

Si has hallado la sabiduría, has hallado la miel; procura no comerla con exceso, no sea que, harto de ella, la vomites. Come de manera que siempre quedes con hambre. Porque dice la misma sabiduría: El que me come tendrá más hambre. No tengas en mucho lo que has alcanzado; no te consideres harto, no sea que vomites y pierdas así lo que pensabas poseer, por haber dejado de buscar antes de tiempo. Pues no hay que desistir en esta búsqueda y llamada de la sabiduría, mientras pueda ser hallada, mientras esté cerca. De lo contrario, como la miel daña —según dice el Sabio— a los que comen de ella en demasía, así el que se mete a escudriñar la majestad será oprimido por su gloria.

Del mismo modo que es dichoso el que encuentra sabiduría, así también es dichoso, o mejor, más dichoso aún, el hombre que piensa en la sabiduría; esto seguramente se refiere a la abundancia de que hemos hablado antes.

En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de sabiduría o de prudencia: si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu boca sale la acción de gracias y la alabanza y si de ella salen también palabras de edificación. En efecto, por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Y además, lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su sabiduría) edificar al prójimo.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 8, 1-5.12-26

Alabanza de la sabiduría eterna

Oíd, la sabiduría pregona, la prudencia levanta la voz, en los montículos junto al camino, de pie junto a las sendas, junto a las puertas de la ciudad, pregonando a la entrada de los postigos:

«A vosotros, señores, os llamo, me dirijo a la gente: los inexpertos, aprended sagacidad; los necios, adquirid juicio».

Yo, sabiduría, soy vecina de la sagacidad y busco la compañía de la reflexión. El temor del Señor odia el mal. Yo detesto el orgullo y la soberbia, el mal camino y la boca falsa, yo poseo el buen consejo y el acierto, son mías la prudencia y el valor; por mí reinan los reyes, y los príncipes dan leyes justas; por mí gobiernan los gobernantes, y los nobles dan sentencias justas; yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí me encuentran; yo traigo riqueza y gloria, fortuna copiosa y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro, y mi renta vale más que la plata, camino por sendero justo, por las sendas del derecho, para legar riquezas a mis amigos y colmar sus tesoros.

El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.

Por tanto, hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría, dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día, guardando las jambas de mi puerta. Quien me alcanza, alcanza la vida y goza del favor del Señor. Quien me pierde se arruina a sí mismo, los que me odian aman la muerte.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón '2 contra los arrianos (78.81-82: PG 26, 311.319)

El conocimiento del Padre
por medio de la Sabiduría creadora y hecha carne

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo —dice, en efecto, el salmo— lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.

Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo —dice la Escritura—posee también al Padre, y también: El que me recibe, recibe al que me ha enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y en todos una participación creada de esta Sabiduría, con toda razón la verdadera y creadora Sabiduría se atribuye las propiedades de los seres, que tienen en sí una participación de la misma, cuando dice: El Señor me creó al comienzo de sus obras.

Mas, como en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.

Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero después, esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 9, 1-18

La sabiduría y la locura

La sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criadas para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad:

«Los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: "Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia".

Quien corrige al cínico se acarrea insultos; quien reprende al malvado, desprecio; no reprendas al cínico, pues te aborrecerá; reprende al sensato, que te lo agradecerá; instruye al docto, y será más docto; enseña al honrado, y aprenderá. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, y conocer al Santo es inteligencia. Por mí prolongarás tus días y se te añadirán años de vida; si eres sensato, lo serás para tu provecho; si te burlas, tú solo lo pagarás».

Doña Locura es bullanguera, la ingenua no tiene vergüenza, se sienta a la puerta de casa, en un asiento que domina la ciudad, para gritar a los transeúntes, a los que van derechos por el camino:

«Los inexpertos, que vengan aquí; quiero hablar a los faltos de juicio. El agua robada es más dulce, el pan a escondidas es más sabroso».

Y no saben que en su casa están los muertos, y sus invitados en lo hondo del abismo.


SEGUNDA LECTURA

Procopio de Gaza, Comentario sobre el libro de los Proverbios (Cap 9: PG 87, 1,1299-1303)

La sabiduría de Dios nos mezcló su vino
y puso su mesa

La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte visible y en parte invisible.

Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.

Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos.

Ha mezclado el vino en la copa y puesto la mesa. Y en el hombre que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.

Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual, como en una copa, por el misterio de la encarnación, tuvo lugar una mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos: «Los faltos de juicio, que vengan a mí. El insensato, que piensa en su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas».

Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: «Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación».


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 10, 6-32

Sentencias diversas

Baja la bendición sobre la cabeza del honrado, la boca malvada encubre violencia. El recuerdo del justo es bendito, el nombre del malvado se pudre. El hombre juicioso acepta el mandato, labios necios se arruinan.

Quien camina honradamente camina seguro, el tortuoso queda descubierto. El que guiña el ojo causa pesares, el que reprende abiertamente trae remedio. La boca del justo es manantial de vida, la boca del malvado es copa de vinagre. El odio provoca reyertas, el amor disimula las ofensas. En los labios del prudente hay sabiduría, la vara es para la espalda del falto de juicio.

El docto atesora saber, la boca del necio es ruina inminente. La fortuna del rico es su baluarte, la miseria es el terror del pobre. El salario del honrado es la vida, la ganancia del malvado es el fracaso. El que acepta la corrección va por camino de vida, el que rechaza la reprensión se extravía.

Labios embusteros encubren el odio, quien difunde calumnias es un insensato. En mucho charlar no faltará pecado, quien refrena los labios es sensato. Plata de ley la boca del honrado, mente perversa no vale nada. Labios honrados apacientan a muchos, los necios mueren por falta de juicio.

Hace prosperar la bendición divina, y nada le añade nuestra fatiga. El necio se divierte haciendo trampas, el hombre prudente es hábil. Al malvado le sucede lo que teme, pero al honrado se le da lo que desea. Pasa el huracán, desaparece el malvado; pero el honrado está firme para siempre. Vinagre a los dientes, humo a los ojos: eso es el holgazán para quien le da un encargo.

El temor del Señor prolonga la vida, los años de los malvados se acortan. La esperanza de los honrados es risueña, la ilusión del malvado fracasa. El Señor es refugio para el hombre cabal, y es terror para el malhechor. El honrado jamás vacilará, el malvado no habitará la tierra. De boca honrada brota sabiduría, la lengua tramposa será cortada. Labios honrados saben de afabilidad; la boca del malvado, de engaños.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 36 (65-66: CSEL 64, 123-125)

Abre tu boca a la palabra de Dios

En todo momento, tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto, te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.

Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.

Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca que te la llene. Pero no todos pueden percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos, sin embargo, se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.

Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero —dice-- que los hombres recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de iras y divisiones. Habla, oh hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.

Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que llama, y Cristo responde: Abreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor! El amor es Cristo.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 15, 8-9.16-17.25-26.29.33; 16, 1-9; 17, 5

El hombre ante Dios

El Señor aborrece el sacrificio del malvado, la oración de los rectos alcanza su favor. El Señor aborrece la conducta del malvado y ama al que busca la justicia. Más vale poco con temor de Dios que grandes tesoros con sobresalto. Más vale plato de verdura con amor que buey cebado con rencor.

El Señor arranca la casa del soberbio y planta los linderos de la viuda. El Señor aborrece los malos pensamientos y le gustan las palabras limpias. El Señor está lejos de los malvados y escucha la oración de los honrados. El temor del Señor es escuela de sabiduría, delante de la gloria va la humildad.

El hombre medita en su corazón, pero Dios le pone la respuesta en los labios. El hombre piensa que su conducta es limpia, pero es Dios quien pesa los corazones. Encomienda a Dios tus tareas, y te saldrán bien tus planes. El Señor da a cada cosa su destino: al malvado el día funesto.

El Señor aborrece al arrogante, tarde o temprano no quedará impune. Bondad y verdad reparan la culpa, el temor de Dios aparta del mal.

Cuando Dios aprueba la conducta de un hombre, lo reconcilia con sus enemigos. Más vale poco con justicia que muchas ganancias injustas. El hombre planea su camino, el Señor dirige sus pasos.

Quien se burla del pobre afrenta a su Hacedor, quien se alegra de su desgracia no quedará impune.
 

SEGUNDA LECTURA

Selección de las Sentencias de los Padres y de los relatos de Juan Mosco y otros autores (Patericon 142b: CSCO, Scriptores Aethiopici, t. 54, 62-64)

Considérate pecador si quieres llegar a ser justo

Dijo el sabio: El que oculta su crimen no prosperará, el que lo confiesa y se enmienda será compadecido. Soporta la iniquidad y el mundo lo tendrá por ignominia. El corazón del Señor se fija en los soberbios para humillarlos. La humildad es objeto de una misericordia eterna.

Hazte pequeño en todo quehacer humano y te exaltará sobre los príncipes del mundo; sea modesto tu talante ante cualquier hombre, y adelántate a saludarlos como a personas importantes. Quien se cree superior por su sabiduría, será considerado pequeño ante los hombres, aunque sea realmente sabio y docto, y es sabio sólo para sí mismo por sus descubrimientos. Dichoso quien se presta para cualquier trabajo, pues será exaltado sobre todos.

El que por el Señor se humilla y ante el Señor se empequeñece, da gloria al Señor; el que por el Señor padecehambre y sed, lo colmará de bienes; el que por el Señor reparte consuelo, lo vestirá de ornamentos gloriosos; el que es pobre y se aflige por el Señor, Dios lo consolará con aquellas verdaderas riquezas.

Desprecia tu vida a causa del Señor, para que tu fama se difunda —sin tú saberlo— por todos los días de tu vida. Considérate pecador si quieres llegar a ser justo. Sé humilde en tu propia sabiduría y no te jactes de tu saber. Frecuenta el trato de los buenos para, por su medio, acercarte al Señor. Cultiva la compañía de los humildes para que aprendas su modo de vivir.

Conviene que el monje tenga el corazón siempre preparado para cualquier obra celestial y que jamás dé cabida a la tristeza en sus pensamientos. Quien siembra entre espinas nunca llegará a cosechar: ya se pierde su alma con ese su afán de sobresalir, de acumular y con toda clase de malas obras. Los ojos del Señor se fijan en los humildes. La oración del humilde pasa directamente de la boca al oído. El espíritu de servicio y la humildad hacen al hombre Dios en la tierra. La fe y la misericordia pronto florecen en sabiduría.

Dichosos los que, por amor del Señor, se sumergen en las tribulaciones, sin ira ni tristeza: al desaparecer éstas, inmediatamente consiguen la salvación, acogidos al puerto de la Divinidad y se dirigen a la casa de Dios por el camino de las buenas obras, donde descansan de sus fatigas y gozan del fruto de su esperanza. Los que corren en alas de la esperanza no se sienten acobardados por las tribulaciones del camino ni desisten de la búsqueda. Y cuando finalmente salen del mar, contemplan y alaban al Señor que los ha salvado de la perdición y de una multitud de dificultades que ellos desconocían, pues nunca pensaron en hacer una exhibición.

Mejor es morir por el Señor que vivir en la ignominia y en la impotencia. Piensa siempre en lo que sucederá después de la muerte, y nunca en tu alma tendrá cabida la debilidad. Opta por hacer el bien según el Señor, y accederás a él. No te dejes seducir por el doble de corazón y sigue tu camino confiando en la gracia del Señor, no sea que te esfuerces en vano. Abriga en tu corazón la firme seguridad de que el Señor es misericordioso y que otorgará su gracia a los que lo buscan, y no en la medida de nuestras obras, sino según la medida de nuestro amor y de nuestra fe, como dice la Escritura: Que se cumpla lo que has creído.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 31, 10-31

Elogio de la mujer hacendosa

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida.

Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Es como nave mercante que importa el grano de lejos. Todavía de noche se levanta para dar la comida a los criados.

Examina un terreno y lo compra, con lo que ganan sus manos planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Le saca gusto a su tarea y aun de noche no se apaga su lámpara. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca.

Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Si nieva, no teme por la servidumbre, porque todos los criados llevan trajes forrados. Confecciona mantas para su uso, se viste de lino y de holanda. En la plaza su marido es respetado, cuando se sienta entre los jefes de la ciudad. Teje sábanas y las vende, provee de cinturones a los comerciantes.

Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad. Vigila la conducta de sus criados, no come su pan de balde.

Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza: «Muchas mujeres reunieron riquezas, pero tú las ganas a todas».

Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.


SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón en la Epifanía (Edit C.H. Talbot, SSOC, I, 1952, 40-41)

Sobre el pueblo bien dispuesto que se prepara para el Señor

Veamos cuál es el proceso para la celebración de unas bodas. Supongamos que uno quiere casarse con una mujer digna. Elige una entre muchas, envía emisarios que la informen de sus proyectos nupciales, que alaben su hermosura, ponderen sus riquezas, se hagan lenguas de su sabiduría. De esta forma, la doncella se enamora del pretendiente. El amor excita el deseo, el deseo provoca el encuentro, el encuentro predispone al consentimiento, y finalmente se celebra el banquete nupcial. Se prepara una gran variedad de manjares y bebidas, se matan animales, y se pone a disposición de los comensales un copioso surtido de cosas deliciosas.

Pues bien, alcemos los ojos y pasemos de lo corporal a lo espiritual. Dios, el Hijo de Dios subsistente en el seno del Padre, desde su morada observó a todos los habitantes de la tierra, y descubrió una entre muchas, e inmediatamente quedó prendado de su belleza. ¿De quién se trata? Lo diré de modo que lo entendáis. Se trata de aquella santa sociedad a la que él eligió antes de crear el mundo y la predestinó a ser llamada, justificada, glorificada. ¿Cómo la ve? No como nosotros, para quienes el pasado es un enigma, el futuro una incógnita y para quienes apenas si son claras las realidades que caen bajo el campo de nuestra observación. El ve con claridad toda aquella santa sociedad desde el primero al último de los elegidos. Y no los ve uno después del otro, ni uno ahora y luego otro, sino que de una vez, siempre y de idéntico modo abarca a toda aquella sociedad de suyo negra, pero blanca por obra suya; hermosa de suyo, prostituida a los demonios, preparada por obra suya para el dulcísimo abrazo. Esta es la que eligió, ésta a la que amó, y no por interés personal, sino para lavarla de su inmundicia, para sanar sus enfermedades, liberarla de la esclavitud, para, en su miseria, hacerla feliz uniéndola a sí.

Ahora bien, como esto no podía realizarlo a menos que la amada correspondiera libremente al amor del amante, envió mensajeros que lo anunciaran, alabaran su hermosura, ponderasen su sabiduría y se hiciesen lenguas de su poder y de sus riquezas. Tuvo ciertamente mensajeros, a quienes reveló sus secretos, mostrándoles, en una luz inefable, el misterio de su encarnación, lo profundo de la elección, lo ancho de la vocación, lo alto de las promesas y lo largo de la expectación. Así pues, lo que ellos aprendieron por revelación —como personas capaces de abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo—, esto es lo que ellos enseñaron a los demás. Pues, aun cuando la sociedad dichosa de todos los elegidos sea una sola, según lo dicho: Una sola es mi paloma, no obstante se llaman mensajeros del Salvador aquellos que, inspirados por él, anunciaron su venida.

Pero veamos ya cómo estos mensajeros inflaman a la esposa elegida en el amor del Señor. Dirigiéndose a ella, le dice el santo Moisés: Dios os suscitará un profeta como yo; a él le escucharéis en todo cuanto os dijere. Como yo, dice. Para aquellos tiempos, era ésta una gran alabanza. ¿Qué fiel de aquel tiempo no se inflamaría en amor a Cristo, sabiendo que sería semejante a Moisés? Tampoco Jeremías silenció sus alabanzas, pues dijo: Este es nuestro Dios y no hay otro fuera de él. Así que, hermanos, basten estos testimonios de las Escrituras, pues con estas poquísimas palabras puede muy bien el alma de esta elegida encenderse en ansias de su amor. El amor excitó el deseo, el deseo espiritual mereció el encuentro con el amado y de esta forma, con la fe como intermediario, se produjo el mutuo consentimiento: y fíjate, ya se está preparando el banquete nupcial.

 

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Job 1, 1-22

Job, privado de sus bienes

Había una vez en tierra de Hus un hombre que se llamaba Job; era un hombre justo y honrado, que temía a Dios y se apartaba del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y una servidumbre numerosa. Era el más rico entre los hombres de Oriente.

Sus hijos solían celebrar banquetes, un día en casa de cada uno, e invitaban a sus tres hermanas a comer con ellos. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Esto lo solía hacer Job cada vez.

Un día, fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó:

«¿De dónde vienes?»

Él respondió:

De dar vueltas por la tierra.

El Señor le dijo:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal».

Satanás le respondió:

«¿Y crees que teme a Dios de balde? ¡Si tú mismo lo has cercado y protegido, a él, a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se ensanchan por el país. Pero extiende la mano, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldecirá en tu cara».

El Señor le dijo:

«Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él no lo toques».

Y Satanás se marchó.

Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job y le dijo:

«Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido tus ovejas y pastores. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Una banda de caldeos, dividiéndose en tres grupos, se echó sobre los camellos y se los llevó, y apuñaló a los mozos. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto, y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó y los mató. Sólo yo pude escapar para contártelo».

Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:

«Desnudo. salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él:€l Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor».

A pesar de todo, Job no protestó contra Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el paralítico bajado por el techo (PG 51, 62-63)

Un certísimo ejemplo de paciencia

No sólo del nuevo, sino también del antiguo Testamento podemos sacar ejemplos estimulantes. En efecto, cuando oyes que Job después de la pérdida de su fortuna, después de la muerte de sus rebaños, perdió no uno ni dos ni tres, sino a todos sus numerosos hijos en la flor de la edad, después de tanta presencia de ánimo, aun cuando fueras el más débil de todos, fácilmente podrás consolarte y reanimarte.

Pues tú al menos, oh hombre que me escuchas, pudiste asistir a tu hijo enfermo, le viste postrado en el lecho, escuchaste sus últimas palabras y estuviste presente cuando exhaló su último aliento, le cerraste los ojos y la boca; en cambio él ni estuvo presente cuando sus hijos exhalaron el postrer aliento, ni los vio cuando expiraban. Bien al contrario, todos fueron sepultados en una sola tumba entre las paredes de su propia casa. Y no obstante, después de tantas y tan graves calamidades no lloró, ni se impacientó. Y ¿qué es lo que dijo? El Señor me lo quitó; como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Eso mismo hemos de repetir nosotros en cualquier contratiempo que nos sobreviniere, tanto si se trata de un quebranto en la fortuna, o de una enfermedad corporal, de un ultraje, de una calumnia u otra cualquier desgracia humana, repitamos: El Señor me lo dio, el Señor me lo Quitó como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Si nos penetramos de esta verdad, jamás sufriremos detrimento alguno, aun cuando tengamos que soportar desgracias sin cuento: dichas palabras te acarrearán más ganancias que pérdidas, más bienes que males, pues Dios se te mostrará propicio y destruirás la tiranía del enemigo. En efecto, apenas la lengua ha pronunciado tales palabras, inmediatamente el diablo se bate en retirada: y al retirarse él, se disipan asimismo las nubes de la tristeza y, con ella, al punto se ponen en fuga los pensamientos que nos afligen. De esta forma, además de los bienes de esta vida, conseguirás todos los que nos están reservados en el cielo. Tienes de ello un ciertísimo ejemplo en Job y en los apóstoles, quienes, habiendo despreciado por Dios los males de este mundo, consiguieron los bienes eternos.

Sigamos, pues, su ejemplo, y en todas las cosas que nos acaecieren demos gracias al buen Dios, de modo que vivamos sin percances la presente vida y disfrutemos de los bienes futuros, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder siempre, ahora y por la eternidad, y por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 2, 1-13

Job, herido con llagas malignas,
es visitado por sus amigos

Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó: ¿De dónde vienes?»

El respondió:

«De dar vueltas por la tierra».

El Señor le dijo:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado que teme a Dios y se aparta del mal. Pero tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin motivo, aunque todavía persiste en su honradez».

Satanás respondió:

«Piel por piel, por salvar la vida el hombre lo da todo. Pero extiende la mano sobre él, hiérelo en la carne y en los huesos, y apuesto a que te maldice en tu cara».

El Señor le dijo:

«Haz lo que quieras con él, pero respétale la vida».

Y Satanás se marchó. E hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla. Job cogió una tejuela para rasparse con ella, sentado en tierra entre la basura. Su mujer le dijo:

«¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete».

Él le contestó:

«Hablas como una necia: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?»

A pesar de todo, Job no pecó con sus labios.

Tres amigos suyos, Elifaz de Temán, Bildad de Suj y iSofar de Naamat, al enterarse de las desgracias que había sufrido, salieron de su lugar y se reunieron para ir a compartir su pena y consolarlo. Cuando lo vieron a distancia, no lo reconocían, y rompieron a llorar; se rasgaron el manto, echaron polvo sobre la cabeza y hacia el cielo, y se quedaron con él, sentados en el suelo, siete días con sus noches, sin decirle una palabra, viendo lo atroz de su sufrimiento.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 3, 15-16: PL 75, 606-608)

Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos
a aceptar los males?

El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro. En el bienaventurado Job, la vasija de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero, en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha.

En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así, el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 3, 1-16

Lamentaciones de Job

Job abrió la boca y maldijo su día diciendo:

«¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido un varón"! Que ese día se vuelva tinieblas, que Dios desde lo alto se desentienda de él, que sobre él no brille la luz, que lo reclamen las tinieblas y las sombras, que la niebla se pose sobre él, que un eclipse lo aterrorice, que se apodere de esa noche la oscuridad, que no se sume a los días del año, que no entre en la cuenta de los meses, que esa noche quede estéril y cerrada a los gritos de júbilo, que la maldigan los que maldicen el océano, los que entienden de conjurar al Leviatán; que se velen las estrellas de su aurora, que espere la luz y no llegue, que no vea el parpadear del alba; porque no me cerró las puertas del vientre y no escondió a mi vista tanta miseria.

¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos, con ellos descansan los prisioneros sin oír la voz del capataz; se confunden pequeños y grandes y el esclavo se libra de su amo.

¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?

Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua; me sucede lo que más temía, lo quemás me aterraba me acontece. Vivo sin paz y sin descaso, entre continuos sobresaltos».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,1,1—2, 2; 5,7: CSEL 33, 226-227.230-231)

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy

Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espejo, aún no cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 4, 1-21

Discurso de Elifaz

Respondió Elifaz de Temán:

—Si uno se atreviera a hablarte, no sé si lo aguantarías, pero ¿puede uno frenar las palabras? Tú que a tantos instruías y fortalecías los brazos inertes, que con tus palabras levantabas al que tropezaba y sostenías las rodillas que se doblaban, hoy que te toca a ti, ¿no aguantas?, ¿te turbas, hoy que todo te cae encima? ¿No era la religión tu confianza y una vida honrada tu esperanza? ¿Recuerdas un inocente que haya perecido?, ¿dónde se ha visto un justo exterminado? A los que aran maldad y miseria yo he visto cosecharlas. Sopla Dios y perecen, su aliento enfurecido los consume.

Aunque ruge el león y le hace coro la leona, a los cachorros les arrancan los dientes: muere el león falto de presa y las crías de la leona se dispersan. Oí furtivamente una palabra, apenas percibí su murmullo; en una visión de pesadilla, cuando el letargo cae sobre el hombre, me sobrecogió un terror, un temblor que estremeció todos mis huesos. Un viento me rozó la cara, se me erizó el vello. Estaba en pie —no lo conocía—, sólo una figura ante mis ojos, un silencio, después oí una voz:

«¿Puede el hombre llevar razón contra Dios?, ¿o un mortal ser puro frente a su creador? En sus mismos ángeles descubre faltas, ni aun a sus criados los encuentra fieles, pues ¿cómo estarán limpios ante su hacedor los que habitan en casas de arcilla, cimentadas de barro? Entre el alba y el ocaso se desmoronan; sin que se advierta, perecen para siempre; les arrancan las cuerdas de la tienda y mueren sin haber aprendido».
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 43, 68-70: CSEL 33, 278-280)

Cristo murió por todos

Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia revelaste a los humildes, y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen la misma humildad, ese mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición que lo situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal: pues era mortal en cuanto hombre, y era justo en cuanto Dios. Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz, por medio de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó la muerte de los impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó tener en común con ellos.

¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros, que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo poder para entregar su vida y tuvo poder para recuperarla. Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros.

Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos.

He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda contemplar las maravillas de tu voluntad. Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, me redimió con su sangre. No me opriman los insolentes; que yo tengo en cuenta mi rescate, y lo como y lo bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que comen de él y son saciados por él. Y alabarán al Señor los que lo buscan.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 5, 1-27

No rechaces la corrección del Señor

Respondió Elifaz de Temán:

—Grita, a ver si alguien te responde; ¿a qué ángel recurrirás? Porque el despecho mata al insensato y la pasión da muerte al imprudente. Yo vi a un insensato echar raíces y al momento vi maldita su morada, a sus hijos sin poder salvarse, atropellados sin defensa ante los jueces; sus cosechas las devoró el hambriento robándolas a través de los espinos, y el sediento se sorbió su hacienda.

No nace del barro la miseria, la fatiga no germina de la tierra: es el hombre quien engendra la fatiga, como las chispas alzan el vuelo.

Yo que tú, acudiría a Dios para poner mi causa en sus manos. El hace prodigios incomprensibles, maravillas sin cuento: da lluvia a la tierra, riega los campos, levanta a los humildes, da refugio seguro a los abatidos, malogra los planes del astuto para que fracasen sus manejos, enreda en sus mañas al artero y hace abortar las intrigas del taimado; así, en pleno día van a dar en las tinieblas, a plena luz van a tientas como de noche. Así Dios salva al pobre de la lengua afilada, de la mano violenta; da esperanza al desvalido y tapa la boca a los malvados.

Dichoso el hombre a quien corrige Dios: no rechaces el escarmiento del Todopoderoso, porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano; de seis peligros te salva y al séptimo no sufrirás ningún mal; en tiempo de hambre te librará de la muerte, y en la batalla, de la espada; te esconderá del látigo de la lengua, y aunque llegue el desastre no temerás, te reirás de hambres y desastres, no temerás a las fieras, harás pacto con los espíritus del campo y tendrás paz con las fieras, disfrutarás de la paz de tu tienda y al recorrer tu dehesa nada echarás de menos; verás una descendencia numerosa y a tus retoños como hierba del campo; bajarás a la tumba sin achaques, como una gavilla en sazón.

Todo esto lo hemos indagado y es cierto: escúchalo y aplícatelo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 1, 1-2, 3: CSEL 33, 283-285)

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica

Señor, ¿es que siendo tuya la eternidad ignoras acaso lo que te digo o ves en el tiempo lo que se hace en el tiempo? ¿Por qué entonces te cuento estas cosas? No ciertamente para que te enteres de mí, sino porque al narrarlas, potencio mi afecto y el de cuantos esto leyeren hacia ti, de modo que todos exclamemos: Grande es el Señor, y muy digno de alabanza. Lo he dicho y lo repetiré: lo hago por amor de tu amor.

Porque también oramos, y, no obstante, la Verdad dice: Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. Por tanto, al confesarte nuestras miserias y tus misericordias para con nosotros te manifestamos nuestro afecto, para que, llevando a cabo la obra que en nosotros comenzaste, nos libres definitivamente, de suerte que dejemos de ser miserables en nosotros y seamos felices en ti, ya que nos has llamado para que seamos pobres en el espíritu y sufridos y llorosos y sedientos de la justicia y misericordiosos y limpios de corazón y artífices de la paz. Mira, te he contado muchas cosas, las que pude y quise, porque fuiste tú primero el que quisiste que te alabara a ti, Señor, porque eres bueno, y porque es eterna tu misericordia.

Pero, ¿cuándo seré capaz de enunciar con la lengua de mi pluma todas tus exhortaciones, todas tus amenazas, consuelos y providencias, mediante las cuales me condujiste a predicar tu palabra y a administrar tu sacramento en favor de tu pueblo? Y en el supuesto de que fuera capaz de enunciar todo esto por su orden, cada minuto es para mí un tesoro. Y ya hace tiempo que ardo en deseos de meditar tu ley y de confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas hasta que la debilidad sea absorbida por la fortaleza. Y no quiero que se me vayan en otras ocupaciones las horas que me dejan libres las necesidades del cuerpo, la atención al alma y la ayuda que debemos a los hombres y la que no les debemos y, sin embargo, les prestamos.

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica, y que tu misericordia escuche mi deseo, un deseo que no sólo me quema a mí, sino que quiere ser útil a la caridad fraterna: y que así es, tú mismo lo lees en mi corazón. Que yo pueda ofrecerte en sacrificio el servicio de mi inteligencia y de mi lengua, y dame tú lo que yo pueda ofrecerte. Pues yo soy un pobre desamparado y rico con los que te invocan, y asumes con firmeza el cuidado de nosotros. Circuncida mis labios, interiores y exteriores, de toda temeridad y de toda mentira. Sean tus Escrituras mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas induzca a otros a engaño. Hazme caso, Señor, y ten piedad de mí; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y, en un segundo tiempo, luz de los que ven y energía de los fuertes, atiende a mi alma y escucha a quien te grita desde lo hondo.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del Libro de Job 6, 1-30

Respuesta de Job, afligido y abandonado de Dios

Respondió Job:

«Si pudiera pesarse mi aflicción y juntarse en la balanza mis desgracias, serían más pesadas que la arena; por eso desvarían mis palabras. Llevo clavadas las flechas del Todopoderoso y siento cómo absorbo su veneno, los terrores se han desplegado contra mí.

¿Rebuzna el asno salvaje ante la hierba?, ¿muge el buey ante el forraje?, ¿va uno a comer sin sal lo desabrido o a encontrarle gusto al suero de la leche? Lo que me daba asco es ahora mi alimento repugnante.

Ojalá se cumpla lo que pido y Dios me conceda lo que espero: que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida. Sería un consuelo para mí: aun torturado sin piedad, saltaría de gozo, por no haber renegado de las palabras del Santo. ¿Qué fuerzas me quedan para resistir?, ¿qué destino espero para tener paciencia?, ¿es mi fuerza la fuerza de la roca o es de bronce mi carne? Ya no encuentro apoyo en mí y la suerte me abandona.

Para el enfermo es la lealtad de los amigos, aunque olvide el temor del Todopoderoso; pero mis hermanos me traicionan como un torrente, como una torrentera cuando cesa el caudal: baja turbio por el deshielo arrastrando revuelta la nieve; pero con el primer calor se seca y en la canícula desaparece de su cauce. Por su culpa las caravanas cambian de ruta, se adentran en la inmensidad y se extravían; las caravanas de Temá lo buscan y los beduinos de Sabá cuentan con él; pero queda burlada su esperanza y, al llegar, se ven decepcionados.

Igual vosotros, os habéis vuelto nada, veis mi terror y tenéis miedo. ¿Os he pedido que soltéis por mí algún soborno de vuestro bolsillo, que me libréis de mi adversario y me rescatéis de un poder tiránico? Instruidme, que guardaré silencio; hacedme ver en qué me he equivocado. ¡Qué persuasivas son las palabras certeras!; pero ¿qué prueban vuestras pruebas? ¿Pretendéis cogerme en mis palabras cuando lo que dice uno desesperado es viento? Sería como sortearse un huérfano y tratar el precio de un amigo.

Ahora miradme atentamente: juro no mentir en vuestra cara. Otra vez, por favor, pero sin maldad; otra vez, que está en juego mi inocencia. ¿Hay maldad en mis labios?, ¿no pondera mi boca las palabras?»


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, 6: PG 13, 919-923)

¡Ánimo, soy yo!

Si en alguna ocasión llegáramos a caer en el escollo de las tentaciones, acordémonos de que Jesús nos apremió a subir a la barca de la prueba, queriendo que le adelantáramos a la otra orilla. Pues es imposible que quienes no hubieren soportado las tentaciones de las olas y del viento contrario, lleguen a la otra orilla. Así pues, cuando nos viéramos cercados por un sinfín de dificultades y, mediante un moderado esfuerzo hubiéramos logrado en cierto modo esquivarlas, pensemos que nuestra barca se encuentra en mar abierto, sacudida por las olas, que quisieran vernos naufragar en la fe o en otra virtud cualquiera. Pero cuando viéramos que es el espíritu del mal el que arremete contra nosotros, entonces hemos de concluir que el viento nos es contrario.

Ahora bien, cuando soportando el viento contrario hubieran transcurrido las tres vigilias de la noche, esto es, de las tinieblas que acompañan a la tentación, luchando denodadamente según la medida de nuestras fuerzas, procurando escapar al naufragio de la fe, entonces abrigamos la esperanza de que se acercará a nosotros el Hijo de Dios, al filo de la cuarta vigilia, cuando la noche está avanzada y el día se echa encima, para calmar nuestro agitado mar caminando sobre él.

Y cuando viéramos aparecérsenos el Verbo, quizá nos asustemos antes de caer en la cuenta de que estamos en presencia del Salvador; y, pensando ser un fantasma, gritaremos muertos de miedo. Pero él nos dirá en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Y si entre nosotros se hallare otro Pedro, más fuertemente conmovido por las palabras de aliento del Señor, ese Pedro en camino hacia una perfección que todavía no ha alcanzado, bajando de la barca —como huyendo de la tentación que lo acosaba—en un primer momento anduvo queriendo acercarse a Jesús sobre las aguas; pero siendo insuficiente todavía su fe y zarandeado por la duda, sentirá la fuerza del viento, le entrará miedo y empezará a hundirse. Pero no se hundirá, porque a gritos se dirigirá a Jesús, suplicándole: Señor, sálvame. E inmediatamente, también a este Pedro que le suplica diciendo: Señor, sálvame, el Verbo le tenderá la mano, socorrerá a este hombre, agarrándolo en el preciso momento en que comenzaba a hundirse, y echándole en cara su poca fe y el haber dudado. No obstante, observa que no le dijo: Incrédulo, sino: Hombre de poca fe, y que añadió: ¿Por qué has dudado?, como uno que si bien teniendo un poco de fe, vacila y no se comporta de modo contrario.

Momentos después, tanto Jesús como Pedro subieron a la barca y amainó el viento. Los de la barca, dándose cuenta de qué peligros habían sido salvados, lo adoraron diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 7, 1-21

Job se queja ante Dios de la tristeza de la vida

Job respondió, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo suspira por la sombra, como el jornalero aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?

Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba; me tapo con gusanos y con terrones, la piel se me rompe y me supura. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha; los ojos que me ven ya no me descubrirán, y cuando me mires tú, ya no estaré.

Como la nube pasa y se deshace, el que baja a la tumba no sube ya; no vuelve a su casa, su morada no vuelve a verlo. Por eso no frenaré mi lengua, hablará mi espíritu angustiado y mi alma amargada se quejará.

¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que me pongas un guardián? Cuando pienso que el lecho me aliviará yla cama soportará mis quejidos, entonces me espantas con sueños y me aterrorizas con pesadillas. Preferiría morir asfixiado, y la misma muerte, a estos miembros que odio.

No he de vivir por siempre; déjame, que mis días son un soplo. ¿Qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva?

Si he pecado, ¿qué te he hecho? Centinela del hombre, ¿por qué me has tomado como blanco, y me he convertido en carga para ti? ¿Por qué no me perdonas mi delito y no alejas mi culpa? Muy pronto me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 26, 37—29, 40: CSEL 33, 255-256)

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese que tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.

 

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 11,1-20

Sofar expone la doctrina tradicional

Sofar de Naamat habló a su vez y dijo:

«¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?, ¿hará callar a otros tu locuacidad?, ¿te burlarás sin que nadie te confunda? Tú has dicho: «Mi doctrina es limpia, soy puro ante tus ojos». Pero que Dios te hable, que abra los labios para responderte; él te enseñará secretos de sabiduría, retorcerá tus argucias, y sabrás que aun parte de tu culpa te la perdona.

¿Pretendes sondear el abismo de Dios o alcanzar los límites del Todopoderoso? El es la cumbre del cielo: ¿qué vas a saber tú?; es más hondo que el abismo: ¿qué sabes tú? Es más largo que la tierra y más ancho que el mar. Si se presenta y encarcela y cita a juicio, ¿quién se lo puede impedir? El conoce a los hombres falsos, ve su maldad y la penetra. Pero el mentecato cobrará sentido cuando un asno salvaje se domestique.

Si diriges tu corazón a Dios y extiendes las manos hacia él, si alejas tu mano de la maldad y no alojas en tu tienda la injusticia, podrás alzar la frente sin mancilla; acosado, no sentirás miedo, olvidarás tus desgracias o las recordarás como agua que pasó; tu vida resurgirá como un mediodía, tus tinieblas serán como la aurora; tendrás seguridad en la esperanza, te recogerás y te acostarás tranquilo, dormirás sin sobresaltos, y muchos buscarán tu favor. Pero a los malvados se les ciegan los ojos, no encuentran refugio, su esperanza es sólo un suspiro».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 10, 7-8.10: PL 75. 922.925-926)

La ley del Señor abarca muchos aspectos

La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuáles son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya quesólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, cómo esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 12, 1-25

Dios está por encima de toda sabiduría humana

Respondió Job:

«¡Qué gente tan importante sois, con vosotros morirá la sabiduría! Pero también yo tengo inteligencia y no soy menos que vosotros: ¿quién no sabe todo esto? Soy el hazmerreír de mi vecino, yo, que llamaba a Dios, y me escuchaba (¡el hazmerreír, siendo honrado y cabal!); una tea que no aprecia el satisfecho, pero que sirve a unos pies que vacilan; mientras tanto hay paz en las tiendas de los salteadores, y viven tranquilos los que desafían a Dios, pensando que lo tienen en su puño.

Pregunta a las bestias, y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán; a los reptiles del suelo, y te darán lecciones; te lo contarán los peces del mar; con tantos maestros, ¿quién no sabe que la mano de Dios lo ha hecho todo? En su mano está el respiro de los vivientes y el aliento del hombre de carne.

¿No distingue el oído las palabras, y no saborea el paladar los manjares? ¿No está en los ancianos la sabiduría, y la prudencia en los viejos? Pues él posee sabiduría y poder; la perspicacia y la prudencia son suyas. Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria; si retiene la lluvia, viene la sequía; si la suelta, se inunda la tierra.

El posee fuerza y eficacia, suyos son el engañado y el que engaña; conduce desnudos a los consejeros y hace enloquecer a los gobernantes, despoja a los reyes de sus insignias y les ata una soga a la cintura, conduce desnudos a los sacerdotes y trastorna a los nobles, quita la palabra a los confidentes y priva de sensatez a los ancianos, arroja desprecio sobre los señores y afloja el cinturón de los robustos; revelu lo más hondo de la tiniebla y saca a la luz las sombras, levanta pueblos y los arruina, dilata naciones y las destierra, quita el talento a los jefes y los extravía por una inmensidad sin caminos, por donde van a tientas en lóbrega oscuridad, tropezando como borrachos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lih 10, 47-48: PL 75, 946-947)

El testigo interior

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con éllo cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.


 


MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 13, 13-14, 6

Job apela al juicio de Dios

Respondiendo Job a sus amigos, dijo:

«Guardad silencio, que voy a hablar yo: venga lo que viniere, me lo jugaré todo, llevando en la palma mi vida, y, aunque me mate, lo aguantaré, con tal de defenderme en su presencia; esto sería ya mi salvación, pues el impío no comparece ante él.

Escuchad atentamente mis palabras, prestad oído a mi discurso: he preparado mi defensa y sé que soy inocente. ¿Quiere alguien contender conmigo? Porque callar ahora sería morir.

Asegúrame sólo estas dos cosas, y no me esconderé de tu presencia: que mantendrás lejos de mí tu mano y que no me espantarás con tu terror, después acúsame, y yo te responderé, o hablaré yo, y tú me replicarás: ¿Cuántos son mis pecados y mis culpas?; demuéstrame mis delitos y pecados; ¿por qué te tapas la cara y me tratas como a tu enemigo?, ¿por qué asustas a una hoja que vuela y persigues la paja seca? Apuntas en mi cuenta rebeldías, me imputas las culpas de mi juventud y me metes los pies en cepos, vigilas todos mis pasos y examinas mis huellas.

El hombre, nacido de mujer, corto de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar; se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla. ¿Y en uno así clavas los ojos y lo llevas a juicio contigo? ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? ¡Nadie!

Si sus días están definidos y sabes el número de sus meses, si le has puesto un límite infranqueable, aparta de él tu vista, para que descanse y disfrute de su paga como el jornalero».


SEGUNDA LECTURA

San Zenón de Verona, Tratado 15 (2: PL 11, 441-443)

Job era figura de Cristo

Job, en cuanto nos es dado a entender, hermanos muy amados, era figura de Cristo. Tratemos de penetrar en la verdad mediante la comparación entre ambos. Job fue declarado justo por Dios. Cristo es la misma justicia, de cuya fuente beben todos los bienaventurados; de él, en efecto, se ha dicho: Los iluminará un sol de justicia. Job fue llamado veraz. Pero la única verdad auténtica es el Señor, el cual dice en el Evangelio: Yo soy el camino y la verdad.

Job era rico. Pero, ¿quién hay más rico que el Señor? Todos los ricos son siervos suyos, a él pertenece todo el orbe y toda la naturaleza, como afirma el salmo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. El diablo tentó tres veces a Job. De manera semejante, como nos explican los Evangelios, intentó por tres veces tentar al Señor. Job perdió sus bienes. También el Señor, por amor a nosotros, se privó de sus bienes celestiales y se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros. El diablo, enfurecido, mató a los hijos de Job. Con parecido furor, el pueblo farisaico mató a los profetas, hijos del Señor. Job se vio manchado por la lepra. También el Señor, al asumir carne humana, se vio manchado por la sordidez de los pecados de todo el género humano.

La mujer de Job quería inducirlo al pecado. También la sinagoga quería inducir al Señor a seguir las tradiciones corrompidas de los ancianos. Job fue insultado por sus amigos. También el Señor fue insultado por sus sacerdotes, los que debían darle culto. Job estaba sentado en un estercolero lleno de gusanos. También el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mundo y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones.

Job recobró la salud y la fortuna. También el Señor, al resucitar, otorgó a los que creen en él no sólo la salud, sino la inmortalidad, y recobró el dominio de toda la naturaleza, como él mismo atestigua cuando dice: Todo me lo ha entregado mi Padre. Job engendró nuevos hijos en sustitución de los anteriores. También el Señor engendró a los santos apóstoles como hijos suyos, después de los profetas. Job, lleno de felicidad, descansó por fin en paz. Y el Señor permanece bendito para siempre, antes del tiempo y en el tiempo, y por los siglos de los siglos.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 18, 1-21

La luz del impío se apagará

Bildad de Suj habló a su vez y dijo:

«¿Hasta cuándo andarás a la caza de palabras? Reflexiona y luego hablaremos. ¿Por qué nos consideras unas bestias, y nos tienes por idiotas? Tú, que te despedazas con tu cólera, ¿podrás despoblar la tierra o mudar las rocas de su sitio? La luz del malvado se apaga y no brilla la llama de su hogar, se oscurece la luz de su tienda y se le apaga la lámpara, se acortan sus pasos vigorosos y sus propios planes lo derriban; sus pies lo llevan a la red y camina entre mallas, un lazo lo engancha por los tobillos y la trampa se cierra sobre él, hay nudos escondidos en el suelo y trampas en su senda.

Lo rodean terrores que lo espantan y dispersan sus pisadas; su vigor queda demacrado y la desgracia se pega a su costado, la enfermedad se ceba en su piel, devora sus miembros la primogénita de la Muerte; lo arrancan de la paz de su tienda para conducirlo al Rey de los terrores;el fuego se asienta en su tienda, y esparcen azufre en su morada; por debajo sus raíces se secan, por arriba su ramaje se marchita.

Su recuerdo se acaba en el país y se olvida su nombre a la redonda; expulsado de la luz a las tinieblas, desterrado del mundo, sin prole ni descendencia entre su pueblo, sin un superviviente en su territorio. De su destino se espantan los del poniente y los del levante se horrorizan: "¡Tal es la morada del malvado que no reconoce a Dios!"»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 2, 3-3, 5: CSEL 33, 282-284)

Mira, tu voz es mi gozo

Tuyo es el día, tuya es la noche: a una indicación tuya vuelan los instantes. Concédeme, pues, tiempo para meditar las profundidades de tu ley y no des con la puerta en las narices a quienes se acercan a llamar a ella. Pues no en vano quisiste que se escribieran los misteriosos secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos que en ellos se refugien y recojan, trisquen y pazcan, descansen y rumien?

Oh Señor, perfeccióname y revélamelos. Mira, tu voz es mi gozo, tu voz vale más que todos los placeres juntos. Dame lo que amo: pues amo, e incluso esto es don tuyo. No dejes abandonados tus dones ni desprecies tu hierba sedienta. Te contaré todo lo que descubriere en tus libros, para proclamar tu alabanza, abrevarme en ti y considerar las maravillas de tu ley, desde el principio en que creaste el cielo y la tierra, hasta el reino de tu ciudad santa, que, contigo, será perdurable.

Señor, ten piedad de mí y escucha mi deseo. Pues pienso que no es un deseo terreno: porque no ambiciono oro, ni plata, ni piedras o vestidos suntuosos, ni honores, ni cargos o deleites carnales, ni tampoco lo necesario para el cuerpo y para la presente vida de nuestra peregrinación, cosas todas que se darán por añadidura a todo el que busque el reino de Dios y su justicia.

Fijate, Dios mío, cuál es el origen de mi deseo. Me contaron los insolentes cosas placenteras, pero no según tu voluntad, Señor. He aquí el origen de mi deseo. Fíjate, Padre, mira, ve y aprueba, y sea grato ante el acatamiento de tu misericordia que yo halle gracia ante ti, para que me sean abiertos, al llamar yo, los íntimos secretos de tus palabras. Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el hombre de tu diestra, el hijo del hombre, a quien confirmaste como mediador tuyo y nuestro, por medio del cual nos buscaste cuando no te buscábamos, y nos buscaste para que te buscáramos, tu Palabra por la cual hiciste todas las cosas y, entre ellas, también a mí; tu Unigénito, por medio del cual llamaste a la adopción al pueblo de los creyentes, y, en él, también a mí: te lo suplico por aquel, que se sienta a tu derecha e intercede ante ti por nosotros, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer. Esos tesoros son los que yo busco en tus libros. Moisés escribió de él: lo dijo el mismo Cristo, lo dijo la Verdad.

Pueda yo escuchar y comprender cómo al principio creaste el cielo y la tierra. Lo escribió Moisés: lo escribió y se fue; marchó de aquí: de ti a ti, pues que ahora no está ante mí. Pues de estar, lo agarraría y le pediría conjurándolo por ti, que me explicara estas cosas, y yo prestaría la atención de mis oídos corporales a los sonidos que brotasen de su boca. Claro que si hablase en hebreo, en vano pulsaría a las puertas de mis sentidos ni de ello mi inteligencia sacaría provecho alguno; en cambio, si me hablara en latín, sabría lo que decía. Pero no pudiendo preguntarle a él, te ruego a ti, oh Verdad, de la que estando lleno él, dijo cosas verdaderas. Te ruego, Dios mío, te ruego, que perdones mis pecados; y tú que concediste a aquel siervo tuyo decir estas cosas, concédeme también a mí poder comprenderlas.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 19,1-29

Job, desesperado, renace a la esperanza

Respondió Job:

«¡Hasta cuándo seguiréis afligiéndome y aplastándome con palabras? Ya van diez veces que me sonrojáis y me ultrajáis sin reparo. Si es que he cometido un yerro, con ese yerro me quedo yo: ¿queréis cantar victoria echándome en cara mi afrenta? Pues sabed que es Dios quien me ha trastornado envolviéndome en sus redes.

Grito "violencia", y nadie me responde; pido socorro, y no me defienden; él me ha cerrado el camino, y no tengo salida; ha llenado de tinieblas mi sendero, me ha despojado de mi honor y me ha quitado la corona de la cabeza; ha demolido mis muros y tengo que marcharme, ha descuajado mi esperanza como un árbol; ardiendo en ira contra mí, me considera su enemigo. Llegan en masa sus escuadrones, apisonan caminos de acceso y acampan cercando mi tienda.

Mis hermanos se alejan de mí, mis parientes me tratan como a un extraño, me abandonan vecinos y conocidos y me olvidan los huéspedes de mi casa; mis esclavas me tienen por un extraño, les resulto un desconocido; llamo a mi esclavo, y no me responde, y hasta tengo que rogarle. A mi mujer le repugna mi aliento, y mi hedor a mis propios hijos; aun los chiquillos me desprecian, y me insultan si intento levantarme; mis íntimos me aborrecen, los más amigos se vuelven contra mí. Se me pegan los huesos a la piel, he escapado por un pelo.

¡Piedad, piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué me perseguís como Dios y no os hartáis de escarnecerme? ¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre; con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final me alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.

¡El corazón se me deshace en el pecho! Y si decís: "¿Cómo le perseguiremos, cómo hallaremos de qué acusarlo?" Temed la espada, porque la ira castiga las culpas, y sabréis que hay quien juzga».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 1, 1—2, 3 CSEL 33, 344-347)

Me llamaste para que te invocara

Te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me creaste y no te olvidaste del que se olvidó de ti. Te invoco en bien de mi alma, a la que tú preparas para acogerte con el deseo mismo que tú le inspiras. Ahora no abandones al que te invoca, tú que antes de que te invocase me preveniste con un insistente crescendo de los más variados reclamos, para que te oyera de lejos y me convirtiera y me llamaste para que te invocara.

Porque tú, Señor, borraste todos mis méritos malos, para no tener que retribuir las obras de mis manos, con las que te fallé, y previniste todos mis méritos buenos para poder retribuir las obras de tus manos, con las que me hiciste. Porque antes de que yo existiera, existías tú; yo no existía, para que me pudieras otorgar el don de la existencia: y he aquí que, no obstante, existo gracias a tu bondad que previno todo esto que me hiciste y de donde me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo era un bien tal con el que pudieras ser ayudado, Señor mío y Dios mío. Ni quieres que yo te sirva como si estuvieras fatigado de trabajar, o como si tu poder sufriera merma de no contar con mi ayuda. Ni eres como la tierra, que si no se la cultiva permanece inculta: si he de servirte y darte culto es para recibir el bien de ti, que me das el ser precisamente para colmarme de bienes.

En efecto: de la plenitud de tu bondad subsiste toda criatura, para que el bien —que a ti no podía serte de provecho ni, procediendo de ti, serte igual, y que, sin embargo, podía ser hecho por ti— no faltase. Porque, ¿qué pudieron merecer de ti el cielo y la tierra que tú creaste al principio? Que me digan los méritos que hicieron ante ti tanto la naturaleza espiritual como la corporal, que tú creaste en tu sabiduría, para que de ellas pendieran todas las cosas —si bien esbozadas e informes—, cada cual en su género, espiritual o corpóreo, que van a la deriva y en una lejanísima desemejanza tuya. Y aunque lo espiritual informe sea superior a un cuerpo formado, y un cuerpo formado sea preferible a la nada absoluta, todas, como en embrión, dependían de tu Palabra; y sin ella que habría de reconducirlas a tu unidad, no habrían podido ser formadas para ser totalmente buenas y ni siquiera recibir la existencia de ti, único y sumo Bien. ¿Qué pudieron merecer de ti para ser siquiera informes, cuando ni aun esto serían si no fuera por ti?

¿Qué pudo merecer de ti la materia corpórea para existir, aunque opaca y desordenada, ella que ni siquiera sería esto si tú no la hubieras creado? Por tanto, al no existir, mal podía hacer méritos ante ti para llegar a la existencia. O ¿qué pudo merecer de ti la incipiente criatura espiritual para que, aunque tenebrosa, tuviera una existencia fluctuante semejante al abismo, desemejante de ti, si la acción de tu Palabra no la hubiera reconvertido al mismo elemento primordial del que había sido formada, e, iluminada por ella, se transformase en luz, luz que sin ser exactamente igual a ti, es sin embargo conforme a la Forma igual a ti?

Para el espíritu creado lo bueno es estar siempre junto a ti, para no perder, alejándose de ti, la luz conquistada por su conversión a ti, por miedo de recaer en una vida semejante al abismo tenebroso. En otro tiempo, también nosotros —que en cuanto al alma, somos criaturas espirituales—, cuando te volvimos las espaldas, a ti que eres nuestra luz, fuimos efectivamente en esta vida tinieblas, y aún ahora nos debatimos entre los restos de nuestra oscuridad, hasta que seamos, en tu Unigénito, justicia como las altas cordilleras: ya que antes fuimos como tus sentencias: un océano inmenso.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 22, 1-30

Elifaz exhorta a Job a reconciliarse con Dios

Elifaz de Temán habló a su vez y dijo:

«¿Puede un hombre ser útil a Dios?, ¿puede un sabio serle útil? ¿Qué saca el Todopoderoso de que tú seas justo o qué gana si tu conducta es honrada? ¿Acaso te reprocha el que seas religioso o te lleva a juicio por ello? ¿No es más bien por tu mucha maldad y por tus innumerables culpas? Exigías sin razón prendas a tu hermano, arrancabas el vestido al desnudo, no dabas agua al sediento y negabas el pan al hambriento. Como hombre poderoso, dueño del país, privilegiado habitante de él, despedías a las viudas con las manos vacías, hacías polvo los brazos de los huérfanos.

Por eso te cercan lazos, te espantan terrores repentinos y oscuridad que no te deja ver, y te sumergen aguas desbordadas. ¿No es Dios la cumbre del cielo? ¡Y mira qué alto está el cenit sobre los astros! Tú dices: "¿Qué sabe Dios; puede distinguir a través de los nubarrones?, las nubes lo tapan y no le dejan ver cuando se pasea por la órbita del cielo".

¿Quieres tú seguir la vieja ruta que hollaron mortales perversos, arrastrados prematuramente cuando la riada inundó sus cimientos? Decían a Dios: "Apártate de nosotros, ¿qué puede hacernos el Todopoderoso?" El les había llenado la casa de bienes y ellos lo excluían de sus planes perversos. Los justos al verlo se alegraban, los inocentes se burlaban de ellos: "¡Se han acabado sus posesiones, el fuego ha devorado su opulencia!"

Reconcíliate y ten paz con él, y recibirás bienes; acepta la instrucción de su boca y guarda sus palabras en tu corazón; si vuelves al Todopoderoso, te restablecerá; aleja de tu tienda la injusticia, arroja al polvo tu oro, y tu metal de Ofir a los guijarros del torrente, y el Todopoderoso será tu oro y tu plata a montones; él será tu delicia y alzarás hacia él tu rostro; cuando le supliques, te escuchará, y tú cumplirás tus votos; lo que tú decidas, se hará, y brillará la luz en tus caminos porque,él humilla a los arrogantes y salva a los que se humillan. El librará al inocente, te librará por la limpieza de tus manos».
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 21, 31—22, 32: CSEL 33, 369-371)

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna y no pasa: por esa razón, en tu palabra se nos disuade aquel alejamiento de ti, cuando se nos dice: No os ajustéis a este mundo, a fin de que la tierra produzca —regada por la fuente de la vida— el alma viviente, en tu palabra, que por medio de tus evangelistas es vehículo del alma, imitando a los imitadores de tu Cristo.

Porque he aquí, Señor, Dios nuestro y nuestro creador, que cuando fueren apartados del amor del mundo aquellos afectos con los cuales moríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien y se cumpliere tu palabra proclamada por boca de tu Apóstol: No os ajustéis a este mundo, se seguirá también lo que inmediatamente añadiste diciendo: Sino transformaos por la renovación de la mente, no ya según la especie, es decir, imitando a los que nos han precedido, ni según el autorizado ejemplo de un hombre superior.

Pues no dijiste: «Hágase el hombre según su especie», sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que conozcamos cuál es tu voluntad. Por eso aquel ministro tuyo, que engendró hijos por el evangelio, para que no fueran siempre como niños, teniendo que alimentarlos con leche y llevarlos en brazos como una nodriza, les decía: Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto. Por lo cual no dices: «Hágase el hombre», sino: Hagamos; ni dices: «Según su especie», sino: A nuestra imagen y semejanza. Porque, el hombre, renovado en la mente y capaz de contemplar y comprender tu verdad, no tiene necesidad de aprendizaje humano para imitar su especie, sino que, teniéndote a ti por guía, él mismo llega a discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto; y le enseñas —pues ya es capaz— a ver la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad. Por eso, después de haber dicho en plural: Hagamos al hombre, continúa en singular: Y creó Dios al hombre; y habiendo dicho en plural: A nuestra imagen, concluye en singular: A imagen de Dios. Y así el hombre se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo y, hecho espiritual, tiene un criterio para juzgar todo lo que haya de juzgarse, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job

Job responde que los impíos quedan impunes

Respondió Job:

«Hoy también me quejo y me rebelo, porque su mano agrava mis gemidos. ¡Ojalá supiera cómo encontrarlo, cómo llegar a su tribunal! Presentaría ante él mi causa con la boca llena de argumentos, sabría con qué palabras me replica, y comprendería lo que me dice. ¿Pleitearía él conmigo haciendo alarde de fuerza? No; más bien tendría que escucharme. Entonces yo discutiría lealmente con él y ganaría definitivamente mi causa.

Pero me dirijo al levante, y no está allí; al poniente, y no distingo; lo busco al norte, y no lo veo; me vuelvo al mediodía, y no lo encuentro. Pero ya que él conoce mi conducta, que me examine, y saldré como el oro. Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse, no me aparté de sus mandatos y guardé en el pecho sus palabras. Pero él no cambia: ¿quién podrá disuadirlo? Realiza lo que quiere. El ejecutará mi sentencia y otras muchas que tiene pensadas. Por eso me turbo en su presencia y me estremezco al pensarlo; porque Dios me ha intimidado, el Todopoderoso me trastorna. ¡Ojalá me desvaneciera en las tinieblas y velara mi rostro la oscuridad!

¿Por qué el Todopoderoso no señala plazos para que sus amigos puedan presenciar sus intervenciones? Los malvados mueven los linderos, roban rebaños y pastores, se llevan el asno del huérfano y toman en prenda el buey de la viuda, echan del camino a los pobres y los miserables tienen que esconderse. Como asnos salvajes salen a su tarea, madrugan para hacer presa, el páramo ofrece alimento a sus crías; se procuran forraje en descampado o rebuscan en el huerto del rico; pasan la noche desnudos, sin ropa con que taparse del frío, los cala el aguacero de los montes y, a falta de refugio, se pegan a las rocas. Los malvados arrancaron del pecho al huérfano y toman en prenda al niño del pobre. Andan desnudos por falta de ropa; cargan gavillas y pasan hambre; exprimen aceite en el molino, pisan en el lagar y pasan sed. En la ciudad gimen los moribundos y piden socorro los heridos.

¿Y Dios no va a hacer caso a su súplica?»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 35, 50—38, 53: CSEL 33, 386-388)

Señor, nos lo has dado todo: la paz del descanso,
la paz del sábado, la paz sin ocaso

Señor Dios, danos la paz. Tú que nos lo has dado todo, danos la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Pues todo este hermosísimo orden de cosas muy buenas, cumplida su misión, deberá desaparecer: por eso en ellas pasó una mañana, pasó una tarde.

Pero el día séptimo no tiene ni tarde ni ocaso, porque tú lo santificaste para que durase eternamente, de modo que así como tú —después de tus obras maravillosas realizadas sin cansarte— descansaste el séptimo día, así la voz de tu libro nos advierte que también nosotros —después de nuestras obras, también muy buenas por tu gracia— descansaremos en ti el sábado de la vida eterna.

Pues incluso entonces descansarás en nosotros, lo mismo que ahora actúas en nosotros, y así tu descanso será entonces nuestro descanso, como estas obras nuestras son tuyas. Tú, Señor, actúas siempre y siempre descansas, ni ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo; y, sin embargo, eres tú el autor de las visiones temporales, del tiempo mismo y del descanso en el tiempo.

Así pues, nosotros vemos estas cosas que has hecho porque existen; en cambio tú, porque las ves, existen. Nosotros las vemos externamente porque existen, e internamente porque son buenas; tú, en cambio, las viste hechas en el mismo instante en que viste que debían ser hechas. En un tiempo, nosotros nos sentimos impulsados a obrar el bien, después de que nuestro corazón concibió de tu Espíritu; anteriormente nos sentíamos impulsados a obrar el mal, abandonándote a ti; tú, en cambio, único Dios bueno, nunca dejaste de hacer el bien. Es verdad que hay algunas obras nuestras que, gracias a ti, son buenas, pero no sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu infinita santidad. Tú, en cambio, como eres el bien que no necesita de otro bien, estás siempre en tu descanso, porque tú eres tu propio descanso.

¿Y qué hombre es capaz de hacer comprender esto a otro hombre?, ¿o un ángel a otro ángel?, ¿o qué ángel a un hombre? A ti hay que pedirlo, en ti hay que buscarlo, a ti hay que acudir: así, así se recibirá, así se encontrará, así se nos abrirá.

 

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 28, 1-28

Sólo Dios es sabio

Job dijo:

«Tiene la plata veneros; el oro, un lugar para refinarlo; el hierro se extrae de la tierra; al fundirse la piedra, sale el bronce. El hombre impone fronteras a las tinieblas, explora los últimos rincones, las grutas más lóbregas; perfora galerías inaccesibles, olvidadas del caminante; oscila suspendido, lejos de los hombres.

La tierra que da pan se trastorna con fuego subterráneo; sus piedras son yacimientos de zafiros, sus terrones tienen pepitas de oro. Su sendero no lo conoce el buitre, no lo divisa el ojo del halcón, no lo huellan las fieras arrogantes ni lo pisan los leones. El hombre echa mano al pedernal, descuaja las montañas de raíz; en la roca hiende galerías, atenta la mirada a todo lo precioso, ataja los hontanares de los ríos y saca lo oculto a la luz.

Pero la sabiduría, ¿de dónde se saca?, ¿dónde está el yacimiento de la prudencia? El hombre no sabe su precio, no se encuentra en la tierra de los vivos. Dice el océano: "No está en mí"; responde el mar: "No está conmigo". No se da a cambio de oro ni se le pesa plata como precio, no se paga con oro de Ofir, con ónices preciosos o zafiros, no la igualan el oro ni el vidrio, ni se paga con vasos de oro fino, no cuentan el cristal ni los corales, y adquirirla cuesta más que las perlas; no la iguala el topacio de Etiopía, ni se compara con el oro más puro.

¿De dónde se saca la sabiduría, dónde está el yacimiento de la prudencia? Se oculta a los ojos de las fieras y se esconde de las aves del cielo. Muerte y abismo confiesan: "De oídas conocemos su fama". Sólo Dios conoce su camino, él conoce su yacimiento, pues él contempla los límites del orbe y ve cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al trueno, entonces la vio y la calculó, la escrutó y la asentó. Y dijo al hombre: "Respetar al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia"».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 1,1,1—2, 2; 5, 5: CSEL 33, 1-5)

Nuestro corazón no halla sosiego
hasta que descanse en ti

Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Porque, al invocarlo, lo llamo para que venga a mí. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es que hay algo en mí, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mí, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si estoy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mí? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mí el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Correré tras estas palabras tuyas y me aferraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 29, 1-10; 30, 1.9-23

Job lamenta su desgracia

Job volvió a entonar sus versos, diciendo:

«¡Quién me diera volver a los viejos días, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba encima de mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, el Todopoderoso estaba conmigo y me rodeaban mis hijos! Lavaba mis pies en leche, y la roca me daba ríos de aceite.

Cuando salía a la puerta de la ciudad y tomaba asiento en la plaza, los jóvenes, al verme, se escondían, los ancianos se levantaban y se quedaban en pie, los jefes se abstenían de hablar, tapándose la boca con la mano, enmudecía la voz de los notables y se les pegaba la lengua al paladar.

Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres habría rehusado dejar con los perros de mi rebaño. Ahora, en cambio, me sacan coplas, soy el tema de sus burlas, me aborrecen, se distancian de mí y aun se atreven a escupirme a la cara. Dios ha soltado la cuerda de mi arco, y, desenfrenados contra mí, me humillan. A mi derecha se levanta una canalla que prepara el camino a mi exterminio; deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina y nadie los detiene; irrumpen por una ancha brecha al asalto, en medio del estruendo.

Se vuelven contra mí los terrores, se disipa como el aire mi dignidad y pasa como nube mi ventura. Ahora desahogaré mi alma: Me amenaza de día la aflicción; la noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. El me agarra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

Te pido auxilio, y no me haces caso; espero en ti, y me clavas la mirada. Te has vuelto mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas en vilo, me paseas y mesacudes en el huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde se dan cita todos los vivientes».
 

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (1-2: PG 88, 1695-1699)

La causa de toda perturbación
consiste en que nadie se acusa a sí mismo

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 31, 1-8.13-23.35-37

Justicia de Job en su vida pasada

Job dijo:

«Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en las doncellas. A ver, ¿qué suerte reserva Dios desde el cielo, qué herencia el Todopoderoso desde lo alto? ¿No reserva la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos? ¿He caminado con los embusteros, han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese Dios en balanza sin trampa y comprobará mi honradez. Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos, o se me pegó alguna mancha a las manos, ¡que otro coma lo que yo siembre y que me arranquen mis retoños!

Si denegué su derecho al esclavo o a la esclava cuando pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué responderé cuando me interrogue? El que me hizo amí en el vientre, ¿no lo hizo a él?, ¿no nos formó uno mismo a los dos?

Si negué al pobre lo que deseaba o dejé consumirse en llanto a la viuda; si comí el pan yo solo sin repartirlo con el huérfano —yo que desde joven lo cuidé como un padre, yo que lo guié desde niño–; si vi al pobre o al vagabundo sin ropa con qué cubrirse, y no me dieron las gracias sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano cuando yo contaba con el apoyo del tribunal, ¡que se me desprenda del hombro la paletilla, que se me despegue el brazo! Me aterra la desgracia que Dios envía, y me anonada su sublimidad.

¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma!, que responda el Todopoderoso, que mi rival escriba su alegato; lo llevaría al hombro o me lo ceñiría como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos y avanzaría hacia él como un príncipe».
 

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (2-3: PG 88, 1699)

La falsa paz de espíritu

El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizá alguien me objetará: «Si un hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?»

En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizá habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto, sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Este tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, más leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 32, 1-6; 33,1-22

Disertación de Elihú sobre el misterio de Dios

Los tres hombres no respondieron más a Job, convencidos de que era inocente. Pero Elihú, hijo de Baraquel, del clan de Ram, natural de Buz, se indignó contra Job porque pretendía justificarse frente a Dios. También se indignó contra los tres compañeros, porque, al no hallar respuesta, habían dejado a Dios por culpable. Elihú había esperado mientras ellos hablaban con Job, porque eran mayores que él; pero, viendo que ninguno de los tres respondía, Elihú, hijo de Baraquel, de Buz, indignado, intervino, diciendo:

«Yo soy joven, y vosotros sois ancianos; por eso, intimidado, no me atrevía a exponeros mi saber. Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso: Mira que ya abro la boca y mi lengua forma palabras con el paladar; hablo con un corazón sincero, mis labios expresan un saber acendrado. El soplo de Dios me hizo, el aliento del Todopoderoso me dio vida. Contéstame, si puedes; prepárate, ponte frente a mí. Yo soy obra de Dios, lo mismo que tú; también yo fui modelado en arcilla. No te trastornaré de terror ni me ensañaré contigo.

Tú lo has dicho en mi presencia, y yo te he escuchado: "Yo soy puro, no tengo delito; soy inocente, no tengo culpa; pero él halla pretextos contra mí, y me considera su enemigo, me mete los pies en el cepo y vigila todos mis pasos".

Protesto: en eso no tienes razón, porque Dios es más grande que el hombre. ¿Cómo te atreves a acusarlo de que no contesta a ninguna de tus razones? Dios sabe hablar de un modo o de otro, y uno no lo advierte: En sueños o visiones nocturnas, cuando el letargo cae sobre el hombre que está durmiendo en su cama, entonces le abre el oído y lo aterroriza con sus avisos, para apartarlo de sus malas acciones y protegerlo de la soberbia, para impedirle caer en la fosa y cruzar la frontera de la muerte.

Otras veces lo corrige con la enfermedad, con la agonía incesante de sus miembros, hasta que aborrece la comida y le repugna su manjar favorito; se le consume la carne, hasta que no se le ve, y los huesos, que no se veían, se le descubren; su alma se acerca a la fosa, y su vida a los exterminadores».
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 23, 23-24: PL 76, 265-266)

La verdadera enseñanza evita la arrogancia

Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso. Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.

A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia. Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad.

Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, seesfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras.

De ahí que Pablo, hablando a los tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.

Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que infunde una buena conducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del Señor: Les enseñaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos. El, en efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. El tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de su humanidad.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 38, 1-30

Dios confunde a Job

El Señor habló a Job desde la tormenta:

«¿Quién es ese que denigra mis designios con palabras sin sentido? Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás.

¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Dímelo, si es que sabes tanto. ¿Quién señaló sus dimensiones —si lo sabes— o quién le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de los ángeles? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"?

¿Has mandado en tu vida a la mañana o has señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la transforme como arcilla bajo el sello y la tiña como la ropa; para que les niegue la luz a los malvados y se quiebre el brazo sublevado? ¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano? ¿Te han enseñado las puertas de la muerte o has visto los portales de las sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz y dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su país o enseñarles el camino de casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido entonces y has cumplido tantísimos años.

¿Has entrado en los depósitos de la nieve, has observado los graneros del granizo, que reservo para la hora del peligro, para el día de la guerra y del combate? ¿Por dónde se divide el relámpago, por dónde se difunde el viento del este? ¿Quién ha abierto un canal para el aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para que llueva en las tierras despobladas, en la estepa que no habita el hombre, para que se sacie el desierto desolado y brote hierba en el páramo? ¿Tiene padre la lluvia?, ¿quién engendra las gotas del rocío?, ¿de qué senos salen los hielos?, ¿quien engendra la escarcha del cielo, para que seendurezca el agua como piedra y se cierre la superficie del lago?»
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 29, 2-4: PL 76, 478-480)

La Iglesia se asoma como el alba

Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial Por esto, dice acertadamente el Cantar de los cantares ¿Quién es esta que se asoma como el alba? Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.

Pero, además, si consideramos la naturaleza del amanecer o alba, hallaremos un pensamiento más sutil. El alba o amanecer anuncian que la noche ya ha pasado, pero no muestran todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tienen algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad somos como el alba o amanecer, porque en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Se dice a Dios, por boca del salmista: Ningún hombre vivo es inocente frente a ti. Y también está escrito: Todos faltamos a menudo.

Por esto, Pablo, cuando dice: La noche está avanzada no añade: «El día ha llegado», sino: El día se echa encima. Al decir, por tanto, que, después de la noche, el día se echa encima, no que ya ha llegado, enseña claramente que nos hallamos todavía en el alba, en el tiempo que media entre las tinieblas y el sol.

La santa Iglesia de los elegidos será pleno día cuando no tenga ya mezcla alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente iluminada con la fuerza de la luz interior. Por esto, con razón, la Escritura nos enseña el carácter transitorio de esta alba, cuando dice: Has señalado su puesto a la aurora, pues aquel a quien se le ha de asignar su puesto tiene que pasar de un sitio a otro. Y este puesto de la aurora no puede ser otro que la perfecta claridad de la visión eterna. Cuando haya sido conducida a esta perfecta claridad, ya no quedará en ella ningún rastro de tinieblas de la noche transcurrida. Este anhelo de la aurora por llegar a su lugar propio viene expresado por el salmo que dice: Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? También Pablo manifiesta la prisa de la aurora por llegar al lugar que ella reconoce como suyo, cuando dice que desea morir para estar con Cristo. Y también: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 40, 1-14; 42, 1-6

Job se somete a la majestad divina

El Señor habló a Job:

«¿Quiere el censor discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios, que responda».

Job respondió al Señor:

«Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada».

El Señor replicó a Job desde la tormenta:

«Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás: ¿Te atreves a violar mi derecho o a condenarme, para salir tú absuelto? Si tienes un brazo como el de Dios, y tu voz atruena como la suya, vístete de gloria y majestad, cúbrete de fasto y esplendor, derrama laavenida de tu cólera y abate con una mirada al soberbio, humilla con una mirada al arrogante y aplasta a los malvados; entiérralos juntos en el polvo y encadénalos en la tumba. Entonces yo también te alabaré: "Tu diestra te ha dado la victoria"».

Job respondió al Señor:

«Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti; yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido, hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Escúchame, que voy a hablar, yo te interrogaré, y tú responderás. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza».


SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 6 (PL 204, 466-467)

El Señor discierne los pensamientos
y sentimientos del corazón

El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.

Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio, u otra persona, o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.

Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.

La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.

Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios ante su presencia.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 42, 7-17

Dios rehabilita a Job ante sus adversarios

Cuando el Señor terminó de decir esto a Job, se dirigió a Elifaz de Temán:

«Estoy irritado contra ti y tus dos compañeros, porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job. Por tanto, tomad siete novillos y siete carneros, dirigíos a mi siervo Job, ofrecedlos en holocausto, y él intercederá por vosotros; yo haré caso a Job, y no os trataré como merece vuestra temeridad, por no haber hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job».

Fueron Elifaz de Temán, Bildad de Suj y Sofar de Naamat, hicieron lo que mandaba el Señor, y el Señor mostró su favor a Job.

Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones. Vinieron a visitarle sus hermanos y hermanas y los antiguos conocidos, comieron con él en su casa, le dieron el pésame y lo consolaron de la desgracia que el Señor le había enviado; cada uno le regaló una suma de dinero y un anillo de oro.

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos.

Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.


SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Cap 14, lec. 2)

El camino para llegar a la vida verdadera

Cristo en persona es el camino, por esto dice: Yo soy el camino. Lo cual tiene una explicación muy verdadera, ya que por medio de él podemos acercarnos al Padre.

Mas, como este camino no dista de su término, sino que está unido a él, añade: Y la verdad, y la vida; y, así, él mismo es a la vez el camino y su término. Es el camino según su humanidad, el término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre, dice: Yo soy el camino; en cuanto Dios, añade: Y la verdad, y la vida, dos expresiones que indican adecuadamente el término de este camino.

Efectivamente, el término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar, el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar, la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. Ahora bien, Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, con todo y que él mismo en persona es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Cristo es asimismo el camino para llegar a la vida, con todo y que él mismo en persona es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.

Por esto, el evangelista identifica el término de este camino con las nociones de verdad y vida, que ya antes ha aplicado a Cristo. En primer lugar, afirma que él es la vida, al decir que en la Palabra había vida; en segundo lugar, afirma que es la verdad, cuando dice que era la luz de los hombres, ya que luz y verdad significan lo mismo.

Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Este es el camino, camina por él. Y san Agustín dice: «Camina a través del hombre y llegarás a Dios». Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término.

Si buscas a dónde has de ir, adhiérete a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar repasa la verdad. Si buscas dónde has de quedarte, adhiérete a Cristo, porque él es la vida: Quien me alcanza alcanza la vida y goza del favor del Señor.

Adhiérete, pues, a Cristo, si quieres vivir seguro; es imposible que te desvíes, porque él es el camino. Por esto, los que a él se adhieren no van descaminados, sino que van por el camino recto. Tampoco pueden verse engañados, ya que él es la verdad y enseña la verdad completa, pues dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Tampoco pueden verse decepcionados, ya que él es la vida y dador de vida, tal como dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

 

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Libro del profeta Abdías 1-21

Vaticinio contra Edom

Visión de Abdías. Así dice el Señor a Edom:

Hemos oído un mensaje del Señor al embajador enviado a las naciones: «¡Arriba, a combatir contra ella!» Te convierto en la nación más pequeña y despreciable: tu arrogancia te sedujo; porque habitas en rocas escarpadas asentada en las cimas, piensas: ¿Quién me derribará en tierra? Pues aunque te remontes como un águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré —oráculo del Señor—. Si te invadieran salteadores o ladrones nocturnos, ¿no te robarían con medida? Si te invadieran vendimiadores, ¿no dejarían racimos? ¡Ay Esaú, destruido! Lo han registrado y requisado sus tesoros; te han empujado a la frontera tus aliados, tus amigos te han engañado y sometido, tus comensales te ponen trampas debajo. Pues aquel día —oráculo del Señor— acabaré con los sabios de Edom, con los prudentes del monte de Esaú y no le quedará habilidad. Se acobardarán tus soldados, Temán, y se acabarán los varones del monte de Esaú; por la violencia criminal contra tu hermano Jacob, te cubrirá la vergüenza y perecerás para siempre.

Aquel día estabas tú presente, el día que bárbaros capturaron su ejército, cuando extraños invadían la ciudad y se rifaban Jerusalén, tú eras uno de ellos. «No disfrutes del día de tu hermano, su día funesto, no te alegres por los judíos el día de su desastre, no hables con insolencia el día del aprieto, no entres en la capital de mi pueblo el día de su ruina, no disfrutes tú también de su desgracia el día de su ruina, no eches mano a sus riquezas el día de su ruina,no aguardes a la salida para matar a los fugitivos, no vendas a los supervivientes el día del aprieto».

Se acerca el día del Señor para todas las naciones: lo que hiciste te lo harán, te pagarán tu merecido. Como bebisteis en mi monte santo, beberán todas las naciones por turno, beberán, apurarán y desaparecerán sin dejar rastro. Pero en el monte Sión quedará un resto que será santo y la casa de Jacob recobrará sus posesiones. Jacob será el fuego, José será la llama, Esaú será la estopa: arderá hasta consumirse; no quedará superviviente al pueblo de Esaú —lo ha dicho el Señor—. Ocuparán el Negueb, el monte de Esaú, ocuparán la Sefela y Filistea, Benjamín y Galaad, los campos de Efraín, los campos de Samaría; los desterrados israelitas, esos desgraciados, ocuparán Canaán hasta Sarepta; los desterrados de Jerusalén que viven en Sefarad ocuparán los poblados del Negueb; después subirán victoriosos al monte Sión para gobernar el monte de Esaú, y el reino del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comienza el discurso sobre el bautismo (PG 415-418.419)

Venid a curaros los que os sentís enfermos

Mirad, el buen dispensador de todas las cosas, que renueva los años y gobierna los tiempos, ha hecho nacer el día santo en que solemos invitar a los huéspedes a la adopción de hijos, a los necesitados a la participación de la gracia, y a la purificación de los pecados a quienes se hallan manchados por la sordidez de los pecados. Esta es aquella antigua predicación que tuvo lugar poco antes de que el Salvador hiciera su aparición: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Y aunque yo no soy ni Juan ni David, sin embargo la bajeza del siervo no desvirtúa la ley del Señor. Pues si nosotros obedecemos las disposiciones emanadas de los que promulgan las leyes, no lo hacemos por reverencia hacia ellos, sino que nos sometemos a lo establecido por temor al poder del legislador. Viene la amnistía real condonando la pena a dos tipos de penados: la liberación a los encarcelados y la cancelación de la deuda a los deudores. Por eso también yo puedo ofrecer una adecuada medicina a estas dos categorías de personas, y confiadamente prometo que si se empeñan, recibirán la ayuda.

Y para que nadie piense que la medicina es demasiado cara, voy a señalar la medicación que ha de aplicarse a los enfermos. Pues a unos les prometo la salud por el agua y el baño, y mediante unas pocas lágrimas, hago desaparecer de los otros la enfermedad. Basta esta simple medicación y el don de Dios para que se produzca un resultado tan maravilloso: ser liberado de las llagas rebeldes, infligidas por la mordedura de la serpiente, sin necesidad de cauterios ni de bisturí. Venid, pues, a curaros los que os sentís enfermos: no descuidéis de hacerlo. Pues cuando una enfermedad es rebelde y crónica, nada puede contra ella ni el arte de curar. Pobres y necesitados, apresuraos: venid a recibir los dones del Rey; ovejas, acudid a ser marcadas con la señal de la cruz, que es salud y remedio contra los males. Dadme vuestros nombres, para que yo los imprima en libros sensibles y los escriba con tinta, y Dios los grabará en losas imperecederas, escribiéndolos —como antiguamente la ley hebrea— con su propio dedo.

Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Lavaos, apartad de mí vuestros pecados. Estas palabras hace ya mucho tiempo que fueron escritas pero su valor no se ha desvirtuado, sino que sigue en vigor y crece de día en día. Salid de la cárcel, os lo ruego. Aborreced los tenebrosos antros del vicio. Huid del diablo, guardián cruel de quienes están encadenados, que se alimenta de la desgracia de los pecadores y especula con ella.

Porque, del mismo modo que Dios se alegra con nuestras obras justas, así el autor del pecado se goza con nuestros delitos. Despójate del hombre viejo como de un vestido sucio, signo de infamia y deshonor, confeccionado con la muchedumbre de los pecados y entretejido con el miserable paño de la iniquidad. Recibe a cambio el vestido de la incorrupción, que Cristo te ofrece desempaquetado y extendido; no rechaces el don, para que el donante no se dé por ofendido. Durante mucho tiempo te has revolcado en el fango, corre a mi Jordán: Juan es el que llama, pero es Cristo quien te exhorta. El río de la gracia fluye por doquier: no tiene sus fuentes en Palestina ni desemboca en el vecino mar, sino que, bordeando la redondez de la tierra, entra en el paraíso y, a través de un recorrido inverso al de los cuatro ríos que allí nacen, introduce en el paraíso aguas mucho más preciosas que las que de allí se exportan. Pues tiene como riquísima fuente a Cristo, y, partiendo de él, inunda el mundo entero. Este río es dulce y potable, sin índice alguno de desagradable salobridad. Se convierte en dulce con la venida del Espíritu, como la fuente de Mará por el contacto con el madero.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Joel 1, 1.13—2, 11

El día del Señor está para venir

Palabra del Señor que recibió Joel, hijo de Fatuel.

Vestíos de luto y haced duelo, sacerdotes; llorad, ministros del altar; venid a dormir en esteras, ministros de Dios, porque faltan en el templo del Señor ofrenda y libación.

Proclamad el ayuno, congregad la asamblea, reunid a los ancianos, a todos los habitantes de la tierra, en el templo del Señor nuestro Dios, y clamad al Señor: ¡Ay de este día! Que está cerca el día del Señor, vendrá como azote del Dios de las montañas.

¿No estáis viendo cómo falta en el templo de nuestro Dios la comida y la fiesta y la alegría? Se han secado las semillas bajo los terrones, los silos están desolados, los graneros vacíos, porque la cosecha se ha perdido.

¡Cómo muge el ganado, está inquieta la vacada, porque no quedan pastos, y las ovejas lo pagan! A ti, Señor, te invoco, que el fuego se ha cebado en las dehesas de la estepa, la canícula abrasa los árboles silvestres. Hasta las bestias agrestes rugen a ti, porque están secas las cañadas y el fuego se ceba en las dehesas de la estepa.

Tocad la trompeta en Sión, gritad en mi monte santo tiemblen los habitantes del país: que viene, ya está cerca el día del Señor; día de oscuridad y tinieblas, día de nube y nubarrón, como negrura extendida sobre los montes, una horda numerosa y espesa; como ella, no la hubo jamás; después de ella, no se repetirá por muchas generaciones. En vanguardia el fuego devora, las llamas abrasan en retaguardia; delante la tierra es un vergel, detrás es una estepa desolada, nada se salva.

Su aspecto es de caballos, de jinetes que galopan; su estruendo, de carros rebotando por las montañas; como crepitar de llama que consume la paja, como ejército numeroso formado para la batalla; ante el cual tiemblan los pueblos, con los rostros enrojecidos. Corren como soldados, escalan aguerridos la muralla, cada cual avanza en su línea sin desordenar las filas; ninguno estorba al camarada, avanza cada cual por su calzada; aunque caigan al lado saetas, no se desbandan. Asaltan la ciudad, escalan las murallas, suben a las casas, penetran como ladrones por las ventanas. Ante ellos tiembla la tierra y se conmueve el cielo, sol y luna se oscurecen, los astros retiran su resplandor.

El Señor alza la voz delante de su ejército: son innumerables sus campamentos, son fuertes los que cumplen sus órdenes. Grande y terrible es el día del Señor: ¿quién le resistirá?


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46 420-422.426)

Abre tu alma a una educación esmerada

Imita a Josué, hijo de Nun: lleva el evangelio como él llevó el arca; abandona el desierto, o sea, el pecado; pasa el Jordán; date prisa a entrar en la escuela de la vida, regentada por Cristo, a la tierra que produce frutos portadores de alegría, a la tierra que, de acuerdo con la promesa, mana leche y miel. Arrasa a Jericó, es decir, las inveteradas costumbres, y no la dejes fortificada. Suelta de tu vida el cuervo voraz. Da tiempo a la paloma para que vuelva a ti, aquella paloma que el primer Jesús hizo simbólicamente bajar del cielo: inmune al engaño, mansísima y fecundísima. Esta paloma, si hallare un hombre purificado, bien probado y pulido como la plata, gustosamente habita en él, e, incubando el alma como se incuban los huevos, concibe y le da muchos hijos.

Estos hijos son las buenas acciones y las conversaciones honestas, la fe, la piedad, la justicia, la templanza, la castidad, la pureza. Estos son los hijos del Espíritu y nuestras posesiones. Abre tu alma como un libro y permítenos imprimir en él una educación esmerada, para que no sigas balbuciendo como los niños ni tengas una mentalidad infantil. Me avergonzaría de ti si, habiendo ya encanecido, hubieras de salir fuera con los catecúmenos cual niño inmaduro, incapaz de guardar un secreto cuando haya que desvelar un misterio. Únete al pueblo místico y aprende los discursos arcanos. Repite con nosotros lo que los serafines de seis alas dicen, cantando con los cristianos perfectos. Apetece el alimento que refocila el alma; gusta la bebida que alegra el corazón; ama el misterio que, de modo imperceptible, hace rejuvenecer a los ancianos.

Imita el ardiente deseo del eunuco etíope. Este, después de haber recogido y hecho sentar en la carroza junto a él a Felipe, enviado por el Espíritu, no se dio cuenta, durante el camino, de que no sólo leía, sino que aprendía la sabiduría de Isaías. Le tomó gusto a la interpretación, como le toma gusto el cachorro a la sangre del cordero degollado, ladró furiosamente a Felipe, hasta que fue conducido a la caza perfecta de la profecía que traía entre manos; y, sin diferirlo un momento, recibió el solicitado bautismo, sin esperar llegar a la posada, ni a una ciudad o pueblo, o a un lugar santificado, juzgando correctamente que cualquier agua es apta para el bautismo, a condición de que tenga fe el que lo recibe y esté presente la bendición del sacerdote que lo santifica.

Recibid el don de Cristo, puesto que quien recibe este sublime e incomparable beneficio, con gozo es agregado al número de los que reciben la adopción de hijos; y por este cambio a mejor, todos los conocidos y familiares reciben un inmenso placer y una gran alegría.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 12-27

Convertíos de todo corazón

Pues bien —oráculo del Señor—, convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas. Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios.

Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan:

«Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles, no se diga entre las naciones: `¿Dónde está su Dios?' El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo».

Entonces el Señor respondió a su pueblo diciendo:

«Mirad, os envío el trigo y el vino y el aceite hasta saciaros; y no os entregaré más al oprobio de las gentes, alejaré de vosotros al pueblo del norte, los dispersaré por tierra árida y yerma: la vanguardia hacia el mar de levante, la retaguardia hacia el mar de poniente; se esparcirá su hedor, se extenderá su pestilencia, porque intentó hacer proezas.

No temas, suelo, alégrate y regocíjate, porque el Señor hace cosas grandes. No temáis, animales del campo; germinarán las estepas, los árboles darán fruto, la vid y la higuera, su riqueza.

Hijos de Sión, alegraos, gozaos en el Señor, vuestro Dios, que os dará la lluvia temprana en su sazón, hará descender como antaño las lluvias tempranas y tardías. Las eras se llenarán de trigo, rebosarán los lagares de vino y aceite; os pagaré los años en que devoraban la langosta y el saltamontes, mi ejército numeroso que envié contra vosotros. Comeréis hasta hartaros, y alabaréis el nombre del Señor, Dios vuestro. Porque hizo milagros en vuestro favor, y mi pueblo no será confundido. Sabréis que yo estoy en medio de Israel, el Señor, vuestro Dios, el Único, y mi pueblo no será confundido jamás.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 427-430)

Amad los trofeos y las coronas que Dios tiene
preparados para sus atletas

Todos los santos arrostraron los peligros, movidos por su confianza en Dios y la libre confesión de su fe, y ofrecieron su cuerpo a quienes querían desgarrarlo y martirizarlo de mil maneras, pero ninguna dificultad logró doblegarlos o disuadirlos, en la esperanza de conseguir como premio de su sangre y de sus preclaras gestas el honor del reino de los cielos.

Por él aceptó Abrahán la orden de sacrificar a su hijo; Moisés hubo de bandearse entre las asperezas y dificultades del desierto, Elías llevó en la soledad una vida dura; y todos los profetas rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, oprimidos, maltratados. Por él y a causa del evangelio, los evangelistas fueron infamados y los mártires lucharon contra los tormentos de los tiranos.

Y todo el que es realmente hombre racional e imagen de Dios y se ha familiarizado con las realidades sublimes y celestiales, no quiere estar, ni ser resucitado junto con los hombres que vuelven a la vida, a menos de ser considerado digno de ser alabado por Dios y recibir los honores tributados al siervo bueno.

Con este propósito, también David hace suya la sed de la cierva para expresar lo vehemente de su deseo de Dios; ansía ver el rostro de Dios, para gozarse con unos abrazos que caen bajo el dominio de la inteligencia. Y Pablo desea ser despojado del cuerpo, como de un vestido pesado e incómodo, para estar con Cristo: ambos a dos no piensan sino en el gozo bienaventurado e indefectible. De no existir este amor, todo lo demás no pasa de ser —como muy bien dice el Predicador— vaciedad sin sentido.

Por tanto, cristianos, que compartís el mismo llamamiento, huid de este modo de pensar, digno de ladrones y maleantes, y no consideréis una suerte escapar del suplicio; amad más bien los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para los atletas de la justicia; anhelad sinceramente el bautismo, recibid el talento y cuidad de que no quede improductivo: de esta forma —como quiere la parábola— se os dará autoridad sobre diez ciudades. Pues quien, habiendo sido sepultado al recibir el bautismo, esconde su talento en tierra, oirá ciertamente lo que se le dijo al empleado negligente y holgazán. Quien recientemente ha sido iluminado y su modo de obrar no es consecuente con su fe, es como si hubiera cometido un delito.

Estuvo cautivo, reo de innumerables crímenes, vivió bajo el régimen del miedo al juicio y del terror al día de la cuenta. De repente, la benevolencia del rey abrió la cárcel, dejó en libertad a los malhechores. Alabado sea quien concedió la amnistía, el que, con su generosa bondad, conservó la vida a quienes no esperaban vivir. Que este tal tome conciencia de sí mismo y viva en la humildad: que no se gloríe, como si hubiera realizado una gran proeza, por el hecho de haber sido liberado de las cadenas. Porque elperdón de los crímenes es exponente de la misericordia del que lo ha concedido, no signo de la presunta rectitud del perdonado.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 28-3, 8

El juicio final

«Después de eso, derramaré mi Espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu aquel día. Haré prodigios en cielo y tierra: sangre, fuego, columnas de humo. El sol se entenebrecerá, la luna se pondrá como sangre, antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible.

Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán. Porque en el monte Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el Señor a los supervivientes que él llamó.

¡Atención!, en aquellos días, en aquel momento, cuando cambie la suerte de Judá y Jerusalén, reuniré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat: allí las juzgaré por sus delitos contra mi pueblo y heredad; porque dispersaron a Israel por las naciones, se repartieron mi tierra, se sortearon a mi pueblo, cambiaban a un muchacho por una ramera, vendían una ramera por unos tragos de vino.

También vosotros, Tiro, Sidón y comarca filistea, ¿qué queréis de mí?, ¿queréis vengaros de mí?, ¿queréis que os las pague? Pues muy pronto haré recaer la paga sobre vosotros: porque me robasteis mi oro y mi plata, llevasteis a vuestros templos mis objetos preciosos; vendisteis los hijos de Judá y Jerusalén a los griegos para alejarlos de su territorio. Pues yo los sacaré del país donde los vendisteis, haré recaer la paga sobre vosotros; venderé vuestros hijos e hijas a los judíos, y ellos los venderán al pueblo remoto de los sabeos —lo ha dicho el Señor—».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 430-432)

Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo

El que ha recibido el baño del segundo nacimiento es como un recluta recientemente enrolado en los cuadros del ejército, pero que todavía no ha llevado a cabo hazaña alguna ni nada digno de un aguerrido soldado. Pues lo mismo que el recluta no se considera un hombre fuerte por el mero hecho de haberse ceñido el cinturón y vestido la clámide, ni se presenta confiadamente al rey hablándole como un familiar, ni le pide recompensas reservadas para quienes trabajaron y se portaron valerosamente; así tampoco tú, no pienses que, por haber conseguido la gracia, vas a poder vivir con los justos y compartir con ellos la herencia si antes no soportas muchos peligros por la fe, si no has declarado la guerra a la carne y, con ella, no hubieras resistido con valentía al diablo y a todas las saetas de los espíritus malignos.

Más aún, echemos mano, si os parece, de las mismas palabras del Señor, que serán pronunciadas en el juicio universal, y que aclara lo que venimos diciendo: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿Por qué razón? No porque os habéis revestido de incorruptibilidad, ni porque habéis lavado vuestros pecados, sino porque os habéis conducido correctamente en el área de la caridad. Y sigue a continuación el catálogo de los que fueron alimentados, saciada su sed, vestidos. Y con razón juzga así el Juez que no puede equivocarse. De hecho, la gracia es un don del Señor. Ahora bien, el que es honrado, lo es justamente por el comportamiento de la propia vida.

En cambio, nadie pide una recompensa por la gracia recibida, sino que más bien se convierte en deudor. Por lo cual, cuando fuéremos iluminados por el bautismo, debemos estar agradecidos a nuestro bienhechor. Y nuestra gratitud para con Dios consiste en practicar la misericordia con nuestros consiervos, en procurar nuestra salvación y en ejercitarnos en la virtud.

Abandonad, pues, vuestra inconsistente opinión, vosotros los que retrasáis el bautismo hasta la hora de la muerte, en la convicción de que la fe requiere a su hermana, la esperanza, o sea, la conducta que nace de la caridad de la vida. De ella nos haremos dignos por la voluntad y ayuda de Dios, a quien le es debida la adoración ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 3, 9-21

Después del juicio, la felicidad eterna

«Proclamadlo a las gentes, declarad la guerra santa; alistad soldados, vengan y lleguen todos los hombres de armas. Fundid los arados para espadas, las podaderas para lanzas, que diga el cobarde: «Me siento soldado». Venid presurosas, naciones vecinas, reuníos: el Señor llevará allá a sus guerreros.

Alerta, vengan las naciones al valle de Josafat: allí me sentaré a juzgar a las naciones vecinas. Mano a la hoz, madura está la mies; venid y pisad, lleno está el lagar. Rebosan las cubas, porque abunda su maldad. Turbas y turbas en el valle de la Decisión, se acerca el día del Señor en el valle de la Decisión.

El sol y la luna se oscurecen, las estrellas retiran su resplandor. El Señor ruge desde Sión, desde Jerusalén alza la voz, tiemblan cielo y tierra. El Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel.

Sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, que habita en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa, y no pasarán por ella extranjeros.

Aquel día, los montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá irán llenas de agua, brotará un manantial del templo del Señor, y engrosará el torrente de las Acacias. Egipto será un desierto, Edom se volverá árida estepa, porque oprimieron a los judíos, derramaron sangre inocente en su país. Pero Judá estará habitada por siempre, Jerusalén, de generación en generación. Vengará su sangre, no quedará impune, y el Señor habitará en Sión».


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 7 sobre el salmo 90 (1.3.5.6.12: Opera omnia, edit Cister. t. 4, 1966, 412-416. 421)

Vivimos en la esperanza

Vivimos, hermanos, en la esperanza y no nos desanimamos en la prueba presente, pues vivimos a la espera de los gozos indefectibles. Y esta nuestra espera no es vana ni incierta, apoyada como está en las promesas de la eterna verdad. Además, la comprobación de los dones presentes afianza la espera de los futuros, y la eficacia de la gracia presente hace en alto grado creíble la felicidad de la gloria prometida, que indudablemente ha de seguirle. En efecto, el Señor de los ejércitos, él es el Rey de la gloria.

Por lo cual, la piedad ha de sostener varonilmente en este siglo la confrontación, y habrá de padecer con ánimo sereno cualquier persecución. ¿Cómo no va a tolerarlo todo la piedad, ella que es útil para todo, y que tiene en su haber la promesa de la vida presente y de la futura? Resista esforzadamente al impugnador, pues el propugnador asistirá incansable al que resiste, ni faltará al que triunfa el liberalísimo remunerador. Su verdad te rodeará como un escudo.

Glorificad, pues, amadísimos, y llevad entretanto a Cristo en vuestro cuerpo, carga deleitable, peso suave, equipaje saludable, aun cuando a veces pueda antojársenos pesado, aun cuando en ocasiones golpee el costado y flagele al que se muestra recalcitrante, aun cuando alguna vez dome su brío con freno y brida y lo frene para colmo de felicidad. Escuchad, y escuchad en la alegría de vuestro corazón, lo que parece pertenecer a la promesa de la vida futura y es objeto de vuestra esperanza. Donde está vuestro tesoro, allí esté vuestro corazón.

Escuche, pues, el que, con el pensamiento y la avidez, se acerca ya al puerto de salvación; el que habiendo lanzado ante sí, cual áncora, su esperanza, parece haberse firmemente aferrado a aquella tierra envidiable, aguardando todos los días que dura su servicio a que le llegue el relevo. Este es sin ningún género de duda el principal y más seguro acercamiento al puerto; este tipo de vida, en que os desenvolvéis, es una preparación para la partida, es decir, para la llamada de Dios.

Esta, finalmente, es la gracia y la misericordia de Dios para con sus siervos y la visitación para sus santos: que como desentendiéndose de momento de su izquierda, centre toda su solícita protección sobre la derecha. Es lo que el profeta testifica de sí mismo: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. ¡Ojalá estés, oh buen Jesús, siempre a mi derecha! ¡Ojalá me agarres la mano derecha! Pues sé y estoy cierto de ello que no me dañará ninguna adversidad, si no me domina ninguna maldad.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Malaquías 1, 1-14; 2, 13-16

Vaticinio contra los sacerdotes negligentes
y contra el repudio

Mensaje del Señor a Israel por medio de Malaquías: «Dice el Señor: "Yo os amo." Objetáis: "¿En qué se nota que nos amas?" Oráculo del Señor: ¿No eran hermanos

Jacob y Esaú? Sin embargo, amé a Jacob y odié a Esaú, reduje sus montes a un desierto, su heredad a majadas de la estepa. Si Edom dice: "Aunque estemos deshechos, reconstruiremos nuestras ruinas", el Señor de los ejércitos replica: Ellos construirán, y yo derribaré. Y los llamarán Tierra Malvada, Pueblo de la Ira Perpetua del Señor. Cuando lo veáis con vuestros ojos, diréis: "La grandeza del Señor desborda las fronteras de Israel".

Honre el hijo a su padre, el esclavo a su amo. Pues, si yo soy padre, ¿dónde queda mi honor?; si yo soy dueño, ¿dónde queda mi respeto? El Señor de los ejércitos os habla a vosotros, sacerdotes que menospreciáis su nombre. Objetáis: "¿En qué despreciamos tu nombre?" Traéis al altar pan manchado, y encima preguntáis: "¿Con qué te manchamos?" Con pretender que la mesa del Señor no importa, que traer víctimas ciegas no es malo, que traerlas cojas o enfermas no es malo. Ofrecédselas a vuestro gobernador, a ver si le agradan y os congraciáis con él —dice el Señor de los ejércitos—. Eso traéis, y ¿os vais a congraciar con él?

Pues bien, dice el Señor de los ejércitos, aplacad a Dios para que os sea propicio. ¿Quién de vosotros os cerrará las puertas para que no podáis encender mi altar en vano? Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos.

Del oriente al poniente es grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones —dice el Señor de los ejércitos—.

Vosotros lo habéis blasfemado cuando decíais: "La mesa del Señor es despreciable; de ella se saca comida vil". Decís: "Vaya un trabajo"; y me despreciáis —dice el Señor de los ejércitos—. Cuando ofrecéis víctimas robadas, o cojas, o enfermas, ¿podrá agradarme la ofrenda de vuestras manos? —dice el Señor—. Maldito el embustero que tiene un macho en su rebaño, ofrecido en voto, y trae al Señor una víctima mediocre. Yo soy el gran Rey, y minombre es respetado en las naciones —dice el Señor de los ejércitos—.

Todavía hacéis otra cosa: cubrís de lágrimas el altar del Señor, de llanto y de gemidos, porque no mira vuestra ofrenda, ni la acepta complacido de vuestras manos. Vosotros preguntáis: "¿Cómo es eso?" Porque el Señor fue testigo en vuestro pleito con la mujer de vuestra juventud, a quien fuisteis infieles, aunque ella era vuestra compañera y esposa de la alianza. Uno solo la ha hecho, de carne y de espíritu; y ¿qué busca ese Uno? Descendencia divina. Custodiad vuestro espíritu, y no seáis infieles a la esposa de vuestra juventud. El que odiando rechaza —dice el Señor de Israel—, mancha su ropaje con violencias —dice el Señor de los ejércitos—. Custodiad vuestro espíritu y no seáis infieles».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios (Lib 10, 6: CCL 47, 278-279)

En todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre
y una ofrenda pura

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado.

Este es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.


 

 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Malaquías 3, 1-24: Vg 3, 1—4, 6

El día del Señor

Así dice el Señor:

«Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.

De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Os llamaré a juicio. Seré un testigo exacto contra hechiceros y adúlteros, y contra los que juran en falso, contra los que defraudan el salario al obrero, oprimen viudas y huérfanos, hacen injusticia al forastero, sin tenerme respeto —dice el Señor de los ejércitos—.

Yo el Señor, no he cambiado, pero vosotros, hijos de Jacob, no habéis terminado. Desde los tiempos de vuestros antepasados os apartáis de mis preceptos y no los observáis. Volved a mí, y volveré a vosotros —dice el Señor de los ejércitos—. Objetáis: "¿Por qué tenemos que volver?" ¿Puede un hombre defraudar a Dios como vosotros intentáis defraudarme? Objetáis: "¿En qué te defraudamos?" En los diezmos y tributos: habéis incurrido en maldición porque toda la nación me defrauda.

Traed íntegros los diezmos al tesoro del templo, para que haya sustento en mi templo; haced la prueba conmigo —dice el Señor de los ejércitos—, y veréis cómo os abro las compuertas del cielo y derrocho sobre vosotros bendiciones sin cuento. Os expulsaré la langosta para que no os destruya la cosecha del campo ni os despoje los viñedos de las fincas —dice el Señor de los ejércitos—. Todos los pueblos os felicitarán, porque seréis mi país favorito —dice el Señor de los ejércitos—.

Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes".

Entonces los hombres religiosos hablaron entre sí: "El Señor atendió y los escuchó". Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los hombres religiosos que honran su nombre. Me pertenecen —dice el Señor de los ejércitos— como bien propio, el día que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven.

Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir —dice el Señor de los ejércitos—, y no quedara de ellos ni rama ni raíz.

Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas; vosotros saldréis saltando como terneros del establo. Pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo las plantas de vuestros pies, el día en que yo actuaré —dice el Señor de los ejércitos—.

Recordad la ley de Moisés, mi siervo, que yo le entregué en el monte Horeb para todo Israel: preceptos y mandatos. Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra».
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (40.45)

Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga el reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género humano. Por otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. El es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

 

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Jonás 1, 1—2, 1.11

Vocación, fuga y naufragio de Jonás

El Señor dirigió la palabra a Jonás, hijo de Amitay: —Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama en ella que su maldad ha llegado hasta mí.

Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis, lejos del Señor.

Pero el Señor envió un viento impetuoso sobre el mar, y se alzó una gran tormenta en el mar, y la nave estaba a punto de naufragar.

Temieron los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras Jonás, que había bajado a lo hondo de la nave, dormía profundamente.

El capitán se le acercó y le dijo:

—¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu Dios; quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no perezcamos.

Y decían unos a otros:

—Echemos suertes para ver por culpa de quién nos viene esta calamidad.

Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.

Le interrogaron:

—Dinos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad? ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?

El les contestó:

—Soy un hebreo; adoro al Señor Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme.

Temieron grandemente aquellos hombres y dijeron: —¿Qué has hecho? (Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que él había declarado).

Entonces le preguntaron:

—¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el mar? Porque el mar seguía embraveciéndose.

El contestó:

—Levantadme y arrojadme al mar, y el mar se os aplacará, pues sé que por mi culpa os sobrevino esta terrible tormenta.

Pero ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no podían, porque el mar seguía embraveciéndose.

Entonces invocaron al Señor, diciendo:

—¡Ah Señor, que no perezcamos por culpa de este hombre; no nos hagas responsables de una sangre inocente! Tú eres el Señor que obras como quieres.

Levantaron, pues, a Jonás y lo arrojaron al mar; y el mar calmó su cólera.

Y temieron mucho al Señor aquellos hombres. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos.

El Señor envió un gran pez a que se comiera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches
i seguidas.

El Señor dio orden al pez y vomitó a Jonás en tierra firme.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (83-85: PL 14, 1129-1130)

Sobre el signo de Jonás

Mira si también discrepa del evangelio lo que leemos de Jonás que, bajando a lo hondo de la nave, dormía profundamente. En este hecho se nos anticipa una figura de la sagrada pasión. Lo mismo que Jonás dormía en la nave, y roncaba confiado, sin miedo a ser sorprendido, así nuestro Señor Jesucristo, que dio cumplimiento a aquella figura con el sacramento de su muerte, en tiempos del evangelio durmió en la barca; y lo mismo que Jonás estuvo tres días y tres noches seguidas en el vientre del pez, así el Hijo del hombre estuvo tres días y tres noches en el seno de la tierra, en la pasión de su cuerpo. El cual, una vez que se resucitó de la muerte, y sacudió el sueño de su cuerpo resucitando para la salvación universal, visitó a sus discípulos.

Este es, pues, el verdadero Jonás, que dio su vida para redimirnos. Por esa razón fue cogido en vilo y arrojado al mar, para ser capturado y devorado por el pez y, acogido en el vientre del pez, poder evacuar su interior. Si quieres saber de qué pez se trata, escucha a Job que dice: ¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que pongas un guardián? ¿Quién es éste? Lo sabrás ciertamente cuando leas que nuestro Señor Jesucristo se llevó cautiva a la cautividad; ya que derrotado el adversario y el enemigo, nosotros, que gemíamos en la cautividad, por Cristo comenzamos a disfrutar de libertad.

Además, la misma oración del santo Jonás nos dice que se trata de los misterios de la pasión del Señor. Dice efectivamente: En el peligro grité al Señor y me escuchó desde el vientre del abismo. ¿Te has fijado que no dice: desde el vientre del pez, sino: desde el vientre del abismo? Pues el Señor no bajó al vientre del pez, sino al vientre del abismo para que los que estaban en el abismo fueran liberados de cadena perpetua.

Y ¿quién es el que sacrificó al Señor un sacrificio de alabanza y de aclamación, sino el príncipe de todos los sacerdotes, que por todos nosotros hizo votos al Señor y los cumplió? Sólo él pudo obtener semejante resultado. Pues lo mismo que Jonás fue arrojado al mar y el mar calmó su cólera, así también nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para salvar al mundo, pacificando por su sangre todos los seres, los del cielo y los de la tierra. Así que con su venida redimió a todos los hombres y con sus obras —resucitando muertos, sanando enfermos, infundiendo en el corazón del hombre el temor de Dios— los incitó al culto de Dios. Él fue quien, por nosotros, sacrificó al Señor un sacrificio de salvación, y ofreció víctimas dignas de nuestra conversión; él fue el que se durmió y se despertó.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jonás 3, 1—4, 11

Conversión de los ninivitas
y airada reacción de Jonás contra Dios

De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás:

—Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré.

Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme, tres días hacían falta para atravesarla). Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando:

—¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!

Los ninivitas creyeron a Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños.

Llegó la noticia al rey de Nínive: se levantó del trono, dejó el manto, se vistió de sayal y se sentó en tierra, y mandó proclamar a Nínive en nombre suyo y del gobierno:

—Que hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de sayal hombres y animales; invoquen con ahínco a Dios, conviértase cada cual de su mala vida y de las injusticias cometidas. ¡Quién sabe si Dios se arrepentirá y nos dará respiro, si aplacará el incendio de su ira, y no pereceremos!

Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Jonás sintió un disgusto enorme, y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos:

—Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que «erescompasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las amenazas». Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir.

Respondióle el Señor:

—¿Y tienes tú derecho a irritarte?

Jonás había salido de la ciudad, y estaba sentado al oriente. Allí se había hecho una choza y se sentaba a la sombra, esperando el destino de la ciudad.

Entonces hizo crecer el Señor un ricino, alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarlo del ardor del sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino.

Pero el Señor envió un gusano, cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó el ricino, que se secó. Y cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano bochornoso; el sol hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer. Deseó Jonás morir, y dijo:

—Más vale morir que vivir.

Respondió el Señor a Jonás:

—¿Crees que tienes derecho a irritarte por el ricino? Contestó él:

—Con razón siento un disgusto mortal.

Respondióle el Señor:

—Tú te lamentas por el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y en la que hay gran cantidad de ganado?


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Jonás (Cap 3, 23—4, 29: PG 71, 631.638)

El Señor es pronto a la misericordia
y salva a los que hacen penitencia

Y vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida. El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia, perdona inmediatamente los antiguos pecados, y cuando los hombres dejan de pecar, él también deja de airarse y planea cosas mejores. Y al comprobar que el alma hace buenos propósitos, se revela manso, difiere la condena y otorga el perdón. Pues dice la verdad cuando afirma: ¿Por qué queréis morir, casa de Israel? —oráculo del Señor—. No me complazco en la muerte del que muere, sino en que cambie de conducta y viva. Cuando, en cambio, habla de la «maldad» con que había amenazado, no has de entenderlo en sentido de «perfidia», sino más bien como equivalente a «ira», de donde emana la aflicción prometida. Pues nuestro Dios no comete la maldad, él que tanto ama la virtud.

¡Oh incomparable e incomprensible clemencia! ¿Dónde encontrar palabras capaces de ensalzarla debidamente? ¿Con qué boca podremos entonar dignos cantos de acción de gracias al misericordioso y buen Dios? Aleja de nosotros nuestros delitos, etc. Fíjate, por favor, cómo Jonás, a destiempo y sin razón, se muestra disgustado, cuando lo correcto, y cual convenía a una persona santa, hubiera sido aplaudir la conducta del Señor y secundar con entusiasmo sus designios. Si tú te lamentas —dice—, más aún, sientes un disgusto mortal porque se te secó el ricino, que brota una noche y perece la otra, ¿cómo no voy a sentir yo la suerte de una gran metrópoli, donde habitan más de ciento veinte mil hombres, que por su edad no alcanzan a distinguir la derecha de la izquierda? Los niños, en efecto, no saben todavía distinguir estas cosas: por eso es justo ser más benévolos con ellos, porque no han pecado. Pues, ¿qué? ¿Qué pecados podían haber cometido quienes todavía no distinguían sus manos?

Cuando a continuación hace mención de los animales de carga y cree justo tener compasión de ellos, esta actitud es consecuencia de su gran bondad. Pues si el justo se compadece de las almas de los mismos jumentos, y esto cede en su honor, ¿qué de extraño tiene que el Dios del universo perdone y se compadezca también de los justos?

Lo mismo Cristo: dándose a sí mismo como precio de redención, salvó a todos: pequeños y grandes, sabios eignorantes, ricos y pobres, judíos y griegos. Por eso, podemos decir con pleno derecho: Tú socorres a hombres y animales, Señor: ¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 9, 1—10, 2

Promesa de salvación para Sión

Una palabra del Señor en territorio de Jadrac, con residencia en Damasco; porque al Señor le pertenecen la capital de Siria como todas las tribus de Israel; y también la vecina Jamat; y Tiro y Sidón, las habilísimas. Tiro se construyó una fortaleza, amontonó plata como polvo, y oro como barro de la calle; pero el Señor la desposeerá, arrojará al mar sus riquezas, y ella será pasto del fuego.

Ascalón, al verlo, temblará; Gaza se retorcerá; y también Ecrón, por el fracaso de la que era su esperanza. Perecerá el rey de Gaza; Ascalón quedará deshabitada. En Asdod habitarán bastardos; y aniquilaré el orgullo de los filisteos. Les arrancaré la sangre de la boca y las comidas nefandas de los dientes: entonces un resto de ellos será de nuestro Dios, será como una tribu de Judá, y Ecrón como los jebuseos.

Pondré una guarnición en mi casa contra los que merodean, y no volverá a pasar el tirano, porque ahora vigilo con mis ojos.

Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo. Volved a la plaza fuerte, cautivos esperanzados; hoy te envío un segundo mensajero. Tenderé a Judá como un arco y lo cargaré con Efraín; Sión, te convierto en espada de campeón, e incitaré a tus hijos contra los de Grecia.

El Señor se les aparecerá disparando saetas como rayos, el Señor tocará la trompeta y avanzará entre huracanes del sur. El Señor de los ejércitos será su escudo; se tragarán como carne a los honderos, beberán como vino su sangre, se llenarán como copas o como salientes del altar.

Aquel día, el Señor los salvará, y su pueblo será como un rebaño en su tierra, como piedras agrupadas en una diadema. ¿Cuál es su riqueza, cuál es su belleza? Un trigo que desarrolla a los jóvenes, un vino que desarrolla a las jóvenes.

Implorad del Señor las lluvias tempranas y tardías, que el Señor envía los relámpagos y los aguaceros, da pan al hombre y hierba al campo. En cambio, los fetiches prometen en vano, los agoreros ven falsedades, cuentan sueños fantásticos, consuelan sin provecho. Por eso, vagan perdidos como ovejas sin pastor.


SEGUNDA LECTURA

San Andrés de Creta, Sermón 9, sobre el domingo de Ramos (PG 97, 1002)

Mira a tu rey, que viene a ti justo y victorioso

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.

Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 10, 3—11, 3

Liberación y regreso de Israel

Así dice el Señor:

«Contra los pastores se enciende mi cólera, tomaré cuentas a los machos cabríos. El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño, la casa de Judá, y hará de él su corcel real en la batalla. Ellos proveerán remates y estacas para las tiendas, ellos, los arcos guerreros y los capitanes; todos juntos serán como soldados que pisan el lodo de la calle en la batalla; pelearán porque el Señor está con ellos, y los jinetes saldrán derrotados. Haré aguerrida a la casa de Judá, daré la victoria a la casa de José, los repatriaré pues me dan lástima, y serán como si no los hubiera rechazado. Yo soy el Señor, su Dios, que les responde.

Efraín será como un soldado, se sentirá alegre, como si hubiera bebido; sus hijos, al verlo, se alegrarán, se sentirán gozosos con el Señor. Silbaré para reunirlos, pues los redimí, y serán tan numerosos como antes. Si los dispersé por varias naciones, allá lejos criarán hijos, se acordarán de mí y volverán.

Los repatriaré desde Egipto, los reuniré en Asiria, los conduciré a Galaad y al Líbano, y no les quedará sitio. Entonces atravesarán un mar hostil: golpearé el mar agitado, y se secará el fondo del Nilo. Será abatido el orgullo de Asiria y arrancado el cetro de Egipto; con la fuerza del Señor, avanzarán en su nombre». Oráculo del Señor.

Abre tus puertas, Líbano, que el fuego se cebe en tus cedros. Gime, ciprés, que ha caído el cedro, han talado los árboles próceres; gemid, encinas de Basán, que ha caído la selva impenetrable. Oíd: gimen los pastores, porque han asolado sus pastos; oíd: rugen los leones, porque han aso-lado la espesura del Jordán.


SEGUNDA LECTURA

Agustín de Hipona, Sermón 21 (1-4: CCL 41, 276-278)

El corazón del justo se gozará en el Señor

El justo se alegra con el Señor, espera en él, y se felicitan los rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y el corazón. Tales son las palabras que dirige Dios a la mente y la lengua del cristiano: El justo se alegra no con el mundo, sino con el Señor. Amanece la luz para el justo —dice otro salmo—, y la alegría para los rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de esta alegría. En un salmo oyes: El justo se alegra con el Señor, y en otro: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.

¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la clara visión ¿Cuán-do llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que dice Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.

Ahora amamos en esperanza. Por esto, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él.

Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Amalo, y se te acercará; ámalo, y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti, si lo amas? Dios es amor.

Me dirás: «¿Qué es el amor?» El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 11, 4—12, 8

Parábola de los pastores

Así dice el Señor, mi Dios:

«Apacienta las ovejas para la matanza, los compradores las matan impunemente, los vendedores dicen: "¡Bendito el Señor! Me hago rico"; los pastores no las perdonan. No perdonaré más a los habitantes del país —oráculo del Señor—. Entregaré a cada cual en manos de su prójimo, en manos de su rey; ellos devastarán la tierra, sin que haya quien los salve».

Yo, entonces, apacenté el rebaño de ovejas para la matanza, por cuenta de los tratantes de ganado. Tomé dos varas: a una la llamé Hermosura; a la otra la llamé Concordia, y apacenté el ganado. Eliminé los tres pastores en un mes: estaba yo irritado con ellos, y ellos conmigo, y dije:

«Ya no pastorearé; quien quiera morir, que muera; la que quiera perecer, que perezca; las que queden se comerán unas a otras».

Tomé la vara Hermosura y la rompí, para romper mi alianza con los pueblos. Al terminar aquel día la alianza, los tratantes de ovejas que me vigilaban comprendieron que había sido palabra del Señor. Yo les dije:

«Si os parece, pagadme salario; y, si no, dejadlo».

Ellos pesaron mi salario: treinta dineros. El Señor me dijo:

«Échalo en el tesoro del templo: es el precio en que me aprecian».

Tomé, pues, los treinta dineros, y los eché en el tesoro del templo. Rompí la segunda vara, Concordia, para romper la hermandad de Judá e Israel. El Señor me dijo:

«Toma tus aperos de un pastor torpe, porque yo suscitaré un pastor que no vigile a los que se extravían ni bus-que lo perdido, ni cure lo quebrado, ni alimente lo sano, sino que se coma la carne del ganado cebado, arrancándole las pezuñas. Ay del pastor torpe, que abandona el rebaño; la espada contra su brazo, contra su ojo derecho; su brazo se secará, se apagará su ojo derecho».

Oráculo. Palabra del Señor para Israel. Oráculo del Señor que desplegó el cielo, cimentó la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él:

«Mirad: voy a hacer de Jerusalén una copa embriaga-dora para todos los pueblos vecinos; también Judá estará en el asedio de Jerusalén.

Aquel día, haré de Jerusalén una piedra caballera para todos los pueblos: cuando se alíen contra ella todas las naciones del mundo, el que intente levantarla se herirá con ella.

Aquel día —oráculo del Señor—, haré que se espanten los caballos y se asusten los jinetes; pondré mis ojos en Judá y cegaré los caballos de los paganos. Las tribus de Judá se dirán: «Los vecinos de Jerusalén cobran fuerzas gracias al Señor de los ejércitos, su Dios».

Aquel día, haré de las tribus de Judá un incendio en la espesura, una tea en las gavillas: se cebarán a derecha e izquierda en todos los pueblos vecinos; mientras Jerusalén seguirá habitada en su sitio. El salvará las tiendas de Judá como antaño: así ni la dinastía davídica ni los vecinos de Jerusalén mirarán con orgullo a Judá».

Aquel día, escudará el Señor a los vecinos de Jerusalén: el más flojo será un David, el sucesor de David será un dios, un ángel del Señor al frente de ellos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, comentario sobre el Cantar de los cantares (Cap 2: PG 44, 802)

Oración del buen pastor

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargas-te sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues —dice el texto sagrado—, dónde pasto-reas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciar-me del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 12, 9-12a; 13, 1-9

La salvación en Jerusalén

Así dice el Señor:

«Aquel día, me dispondré a aniquilar a los pueblos que invadan a Jerusalén. Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.

Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido. Hará duelo el país, familia por familia.

Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.

Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, aniquilaré de la tierra los nombres de los ídolos, y no serán invocados. Y lo mismo haré con sus profetas, y el espíritu impuro, lo aniquilaré. Si se pone uno a profetizar, le dirán el padre y la madre que lo engendraron: "No quedarás vivo, porque has anunciado mentiras en nombre del Señor"; y el padre y la madre que lo engendraron lo tras-pasarán porque pretendió ser profeta.

Aquel día, se avergonzarán los profetas de sus visiones y profecías, y no vestirán mantos peludos para engañar. Dirán: "No soy profeta, sino labrador; desde mi juventud, la tierra es mi ocupación". Le dirán: "¿Qué son esas heridas entre tus brazos?" Y él responderá: "Me hirieron en casa de mis amantes".

Álzate, espada, contra mi pastor, contra mi ayudante —oráculo del Señor—. Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas, volveré mi mano contra las crías. En toda la tierra — oráculo del Señor— serán exterminados dos tercios y que-dará una tercera parte. Pasaré a fuego esa tercera parte, la purificaré como se purifica la plata, la depuraré como se acrisola el oro. El invocará mi nombre, y yo le responderé; yo diré: "Pueblo mío", y él dirá: "Señor, Dios mío"».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Eudes, Tratado sobre el reino de Jesús (Parte 3, 4: Opera omnia 1, 310-312)

El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia

Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.

Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 14,1-21

Tribulaciones y gloria de Jerusalén
en los últimos tiempos

Así dice el Señor:

«Mirad que llega el día del Señor, en que se repartirá, botín en medio de ti. Movilizará a todas las naciones contra Jerusalén: conquistarán la ciudad, saquearán las casas, violarán a las mujeres; la mitad de la población marchará al destierro, el resto del pueblo no será expulsado de la ciudad. Porque el Señor saldrá a luchar contra esas naciones, como cuando salía a luchar en la batalla.

Aquel día, asentará los pies sobre el monte de los Olivos, a oriente de Jerusalén, y los dividirá por el medio con una vega dilatada de levante a poniente; la mitad del monte se apartará hacia el norte, la otra mitad hacia el sur. El valle de Hinón quedará bloqueado, porque el valle entre los dos montes seguirá su dirección. Y vosotros huiréis, como cuan-do el terremoto en tiempos de Ozías, rey de Judá. Y vendrá el Señor, mi Dios, con todos sus consagrados.

Aquel día no habrá luz, sino frío y hielo. Será un día único, conocido del Señor. Sin día ni noche, pues por la noche habrá luz.

Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén, la mitad hacia el mar oriental, la mitad hacia el mar occidental, en verano como en invierno.

El Señor reinará sobre todo el orbe; aquel día será el Señor único, y único será su nombre. Todo el país se allanará, desde Gaba hasta Rimón, al sur de Jerusalén. Esta ciudad estará alta y habitada, desde la Puerta de Benjamín hasta la Puerta Vieja, y hasta la Puerta de los Picos, desde la torre de Jananel hasta las Bodegas del Rey. Habitarán en ella, y no será destruida, sino que habitarán en Jerusalén con seguridad.

A todos los pueblos que lucharon contra Jerusalén el Señor les impondrá el siguiente castigo: se les pudrirá la carne mientras estén en pie, se les pudrirán los ojos en las cuencas, se les pudrirá la lengua en la boca.

Aquel día, los asaltará un pánico terrible enviado por el Señor: cuando uno agarre la mano de un camarada, el otro volverá su mano contra él. Hasta Judá luchará con Jerusalén. Arrebatarán las riquezas de los pueblos vecinos: plata, oro y trajes innumerables. Los caballos, mulos, asnos, camellos y demás animales que haya en los campamentos sufrirán el mismo castigo.

Los supervivientes de las naciones que invadieron Jerusalén vendrán cada año a rendir homenaje al Rey, al Señor de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de las Chozas. La tribu que no suba a Jerusalén a rendir homenaje al Rey no recibirá lluvia en su territorio. Si alguna tribu egipcia no acude, el Señor la castigará como castiga a los que no van a celebrar la fiesta de las Chozas. Esa será la pena de Egipto y de las naciones que no vengan a celebrar la fiesta de las Chozas.

Aquel día, aun los cascabeles de los caballos llevarán escrito: "Consagrado al Señor"; los calderos del templo serán tan santos como las bandejas del altar. Todo caldero en Jerusalén y en Judá estará consagrado al Señor de los ejércitos. Los que vengan a sacrificar los usarán para guisar en ellos.

Y, aquel día, ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos».


SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Conferencia sobre el Credo (Opúsculos teológicos 2, Turín 1954, pp. 216-217)

Me saciaré de tu semblante

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es por-que en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que des-canse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colma-do su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: Él sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí super-abundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía suma-mente agradable, ya que cada cual verá a los demás bien-aventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.

 

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Qohelet 1, 1-18

Vanidad de todas las cosas

Discurso de Qohelet, hijo de David, rey de Jerusalén:

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?

Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar.

Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol. Si de algo se dice: «Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.

Yo, Qohelet, fui rey de Israel en Jerusalén. Me dediqué a investigar y a explorar con método todo lo que se hace bajo el cielo. Una triste tarea ha dado Dios a los hombres para que se atareen con ella. Examiné todas las acciones que se hacen bajo el sol: todo es vanidad y caza de viento, torcedura imposible de enderezar, pérdida imposible de calcular.

Y pensé para mí: «Aquí estoy yo, que he acumulado tanta sabiduría, más que mis predecesores en Jerusalén; mi mente alcanzó sabiduría y mucho saber. Y a fuerza de trabajo comprendí que la sabiduría y el saber son locura y necedad». Y comprendí que también eso es caza de viento, pues a más sabiduría, más pesadumbre, y aumentando el saber se aumenta el sufrir.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Capítulos sobre la caridad (Centuria 1, cap 1, 4-5.16-17.23-24.26-28.30-40: PG 90, 962-967)

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades

La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.

El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.

Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.

El que me ama dice el Señor— guardará mis mandamientos. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.

Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo, y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud más bien que a los malos.

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino, sobre todo, con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.

El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.

El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.

No digáis —advierte el profeta Jeremías—: «Somos templo del Señor». Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación». Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: También los demonios creen y tiemblan.

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 2, 1-3.12-26

Vanidad de los placeres y sabiduría humana

Me dije: «Vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres»; y también resultó vanidad. A la risa dije «locura», y a la alegría, «¿qué consigues?» Exploré atentamente, guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar cómo el hombre bajo el cielo podrá disfrutar los días contados de su vida.

¿Qué hará el hombre que sucederá al rey? Lo que ya habían hecho.

Me puse a examinar la sabiduría, la locura y necedad, y observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas. El sabio lleva los ojos en la cara, el necio camina en tinieblas. Pero comprendí que una suerte común les toca a todos, y me dije: «La suerte del necio será mi suerte, ¿para qué fui sabio?, ¿qué saqué en limpio?»; y pensé para mí: «También esto es vanidad». Pues nadie se acordará jamás del necio ni tampoco del sabio, ya que en los años venideros todo se olvidará. ¡Ay, que ha de morir el sabio como el necio!

Y así, aborrecí la vida, pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es vanidad y caza de viento. Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor, ¿y quién sabe si será sabio o necio? El heredará lo que me costó tanto esfuerzo y habilidad bajo el sol. También esto es vanidad.

Y concluí por desengañarme de todo el trabajo que me fatigó bajo el sol. Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

El único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo; y aun esto he visto que es don de Dios. Pues ¿quién come y goza sin su permiso? Al hombre que le agrada le da sabiduría y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y caza de viento.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 5 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 683-686)

El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza

Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo.

Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.

Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros, unos necios por Cristo, que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza». Por esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.

¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿ Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?»

A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 3, 1-22

Diversidad de los tiempos

Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.

¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.

Y comprendí que el único bien del hombre es alegrarse y pasarlo bien en la vida. Pero que el hombre coma y beba y disfrute del producto de su trabajo es don de Dios.

Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede añadir ni restar. Porque Dios exige que lo respeten. Lo que fue ya había sido, lo que será ya fue, pues Dios da alcance a lo que huye.

Otra cosa observé bajo el sol: en la sede del derecho, el delito; en el tribunal de la justicia, la iniquidad; y pensé: «Al justo y al malvado los juzgará Dios. Hay una hora para cada asunto y un lugar para cada acción». Acerca de los hombres, pensé así: «Dios los prueba para que vean que por sí mismos son animales». Pues es una la suerte de hombres y animales: muere uno y muere el otro, todos tienen el mismo aliento, y el hombre no supera a los animales. Todos son vanidad. Todos caminan al mismo lugar, todos vienen del polvo, y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube arriba y el aliento del animal baja a la tierra?

Y así observé que el único bien del hombre es disfrutar de lo que hace: ésa es su paga; pues nadie lo ha de traer a disfrutar de lo que vendrá después de él.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 702-703)

Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir

Tiene su tiempo —leemos— el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.

Tiene su tiempo —dice— el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.

Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.

Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.

Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. El, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.

No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Esta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.

Yo —dice el Señor— doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 5, 9—6, 8

Vanidad de las riquezas

El codicioso no se harta de dinero, y el avaro no lo aprovecha; también esto es vanidad. Aumentan los bienes y aumentan los que se los comen, y lo único que saca el dueño es verlo con sus ojos. Dulce es el sueño del obrero, coma mucho o coma poco; el que se harta de riquezas no logra conciliar el sueño.

Hay un mal morboso que he observado bajo el sol: riquezas guardadas que perjudican al dueño. En un mal negocio pierde sus riquezas, y el hijo que le nació se queda con las manos vacías. Como salió del vientre de su madre así volverá: desnudo; y nada se llevará del trabajo de sus manos. También esto es un mal morboso: tiene que irse igual que vino, y ¿qué sacó de tanto trabajo? Viento. Toda su vida come en tinieblas, entre muchos disgustos, enfermedades y rencores.

Esta es mi conclusión: lo bueno y lo que vale es comer y disfrutar, a cambio de lo que se fatiga el hombre bajo el sol los pocos años que Dios le concede. Tal es su paga. Si a un hombre le concede Dios bienes y riquezas y la capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede alegría interior.

Yo he visto bajo el sol una desgracia que pesa sobre los hombres: Dios concedió a un hombre riquezas y bienes de fortuna, sin que le falte nada de cuanto puede desear; pero Dios no le concede disfrutarlas, porque un extraño las disfruta. Esto es vanidad y dolencia grave.

Supongamos que un hombre tiene cien hijos y vive muchos años: si no puede saciarse de sus bienes, por muchos que sean sus días, yo afirmo: «Mejor es un aborto, que llega en un soplo y se marcha a oscuras, y la oscuridad encubre su nombre; no vio el sol ni se enteró de nada ni recibe sepultura, pero descansa mejor que el otro. Y si no disfruta de la vida, aunque viva dos veces mil años, ¿no van todos al mismo lugar?»

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida?


SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Comentario sobre el libro del Qohelet (PL 23, 1057-1059)

Buscad los bienes de arriba

Si a un hombre le concede Dios bienes y riqueza y capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede vida interior. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Este, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: No pensará mucho en los años de su vida.

Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que aparezca Cristo, vida nuestra.

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida? Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los dientes, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.

Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.

Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para la boca, y el estómago no se llena, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida, anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida, es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 6,12—7, 29

No apures tu sabiduría

¿Quien sabe lo que valen en la vida del hombre esos días contados de su tenue vida, que transcurren como sombra? ¿Y quién le dice al hombre lo que va a pasar después bajo el sol?

Más vale buena fama que buen perfume, y el día de la muerte que el del nacimiento. Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas, porque en eso acaba todo hombre; y el vivo, que se lo aplique. Más vale sufrir que reír, pues dolor por fuera cura por dentro. El sabio piensa en la casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta.

Más vale escuchar la reprensión de un sabio que escuchar la copla de un necio, porque el jolgorio de los necios es como crepitar de zarzas bajo la olla. Eso es otra vanidad. Las presiones perturban al sabio, y el soborno le quita el juicio. Más vale el fin de un asunto que el principio, y más vale paciencia que arrogancia.

No te dejes arrebatar por la cólera, porque la cólera se aloja en el pecho del necio. No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora?» Eso no lo pregunta un sabio. Buena es la sabiduría acompañada de patrimonio, y mejor es ver la luz del sol. A la sombra de la sabiduría, como a la sombra del dinero; pero aventaja la sabiduría, porque da vida a su dueño.

Observa la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él ha torcido? En tiempo de prosperidad disfruta, en tiempo de adversidad reflexiona: Dios ha creado los dos contrarios para que el hombre no pueda averiguar su fortuna. Lo bueno es agarrar lo uno y no soltar lo otro, porque el que teme a Dios de todo sale bien parado. De todo he visto en mi vida, sin sentido: gente honrada que fracasa por su honradez, gente malvada que prospera por su maldad. No exageres tu honradez ni apures tu sabiduría ¿para qué matarse? No exageres tu maldad, no seas necio: ¿para qué morir malogrado?

La sabiduría hace al sabio más fuerte que diez jefes en una ciudad. No hay en el mundo nadie tan honrado que haga el bien sin pecar nunca. No hagas caso de todo lo que se habla ni escuches a tu siervo cuando te maldice, pues sabes muy bien que tú mismo has maldecido a otros muchas veces.

Todo esto lo he examinado con método, pensando llegar a sabio, pero me quedé muy lejos. Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará?

Me puse a indagar a fondo, buscando sabiduría y recta valoración, procurando conocer cuál es la peor necedad, la necedad más absurda, y descubrí que es más trágica que la muerte la mujer cuyos pensamientos son redes y lazos y sus brazos cadenas. El que agrada a Dios se librará de ella, el pecador quedará cogido en ella.

Mira lo que he averiguado, dice Qohelet, cuando me puse a averiguar paso a paso: estuve buscando sin encontrar. Si entre mil encontré sólo un hombre, entre todas ésas no encontré una mujer. Mira lo único que averigüé: Dios hizo al hombre equilibrado, y él se buscó preocupaciones sin cuento.


SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 1, sobre la fe (3-5: Opera omnia, Dublín 1957, pp. 62-66)

La insondable profundidad de Dios

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy —dice— un Dios de cerca, no de lejos. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él —como dice el Apóstol— vivimos, nos movemos y existimos.

¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios nadie lo ha visto jamás tal cual es. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Estas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.

¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara, con razón, a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará? Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y, por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.

Busca, pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso racional al que es inefable, te quedarás muy lejos, más de lo que estabas; pero si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 8, 5-9, 10

El consuelo del sabio

El que cumple los mandatos no sufrirá nada malo. El sabio atina con el momento y el método, pues cada asunto tiene su momento y su método. El hombre está expuesto a muchos males, porque no sabe lo que va a suceder y nadie le informa de lo que va a pasar. El hombre no es dueño de su vida ni puede encarcelar su aliento; no es dueño del día de la muerte ni puede librarse de la guerra. Ni la maldad librará a su dueño. Todo esto lo he observado fijándome en todo lo que sucede bajo el sol, mientras un hombre domina a otro para su mal.

También he observado esto: sepultan a los malvados, los llevan a lugar sagrado, y la gente marcha alabándolos por lo que hicieron en la ciudad. Y ésta es otra vanidad: que la sentencia dictada contra un crimen no se ejecuta en seguida; por eso, los hombres se dedican a obrar mal, porque el pecador obra cien veces mal y tienen paciencia con él. Ya sé yo eso: «Le irá bien al que teme a Dios, porque lo teme», y aquello: «No le irá bien al malvado, el que no teme a Dios será como sombra, no prosperará».

Pero en la tierra sucede otra vanidad: hay honrados a quienes toca la suerte de los malvados, mientras que a los malvados les toca la suerte de los honrados. Y esto lo considero vanidad.

Yo alabo la alegría, porque el único bien del hombre es comer y beber y alegrarse; eso le quedará de sus trabajos durante los días de su vida que Dios le conceda vivir bajo el sol.

Me dediqué a obtener sabiduría observando todas las tareas que se realizan en la tierra: los ojos del hombre no conocen el sueño ni de día ni de noche. Después observé todas las obras de Dios: el hombre no puede averiguar lo que se hace bajo el sol. Por más que el hombre se fatigue buscando, no lo averiguará; y aunque el sabio pretenda saberlo, no lo averiguará.

He reflexionado sobre todo esto y he llegado a esta conclusión: aunque los justos y los sabios con sus obras están en manos de Dios, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia. Todo lo que tiene el hombre delante es vanidad, porque una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece, al justo y al pecador, al que jura y al que tiene reparo en jurar. Esto es lo malo de todo lo que sucede bajo el sol: que una misma suerte toca a todos. El corazón de los hombres está lleno de maldad; mientras viven, piensan locuras, y después, ¡a morir!

¿Quién es preferible? Para los vivos aún hay esperanza, pues vale más perro vivo que león muerto. Los vivos saben que han de morir; los muertos no saben nada, no reciben un salario cuando se olvida su nombre. Se acabaron sus amores, odios y pasiones, y jamás tomarán parte en lo que se hace bajo el sol.

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras; lleva siempre vestidos blancos, y no falte el perfume en tu cabeza, disfruta la vida con la mujer que amas, todo lo que te dure esa vida fugaz, todos esos años fugaces que te han concedido bajo el sol; que ésa es tu suerte mientras vives y te fatigas bajo el sol. Todo lo que esté a tu alcance hazlo con empeño, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el abismo adonde te encaminas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 8, 6: PG 98, 1071-1074)

Mi corazón se alegra en el Señor

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitanto toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 11, 7-12, 13

Sentencias sobre la vejez

Dulce es la luz, y los ojos disfrutan viendo el sol. Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, recordando que los años oscuros serán muchos y que todo lo que viene es vanidad.

Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que atrae a los ojos; y sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehuye los dolores del cuerpo: niñez y juventud son efímeras.

Acuérdate de tu Hacedor durante tu juventud, antes de que lleguen los días aciagos y alcances los años en que dirás: «No les saco gusto». Antes de que se oscurezca la luz del sol, la luna y las estrellas, y a la lluvia siga el nublado. Ese día temblarán los guardianes de casa y los robustos se encorvarán, las que muelen serán pocas y se pararán, las que miran por las ventanas se ofuscarán, las puertas de la calle se cerrarán y el ruido del molino se apagará, se debilitará el canto de los pájaros, las canciones se irán callando, darán miedo las alturas y rondarán los terrores.

Cuando florezca el almendro, y se arrastre la langosta, y no dé gusto la alcaparra, porque el hombre marcha a la morada eterna, y el cortejo fúnebre recorre las calles. Antes de que se rompa el hilo de plata, y se destroce la copa de oro, y se quiebre el cántaro en la fuente, y se raje la polea del pozo, y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Vanidad de vanidades, dice Qohelet, todo es vanidad. Qohelet, además de ser un sabio, enseñó al pueblo lo que él sabía. Estudió, inventó y formuló muchos proverbios. Qohelet procuró un estilo atractivo y escribió la verdad con acierto.

Las sentencias de los sabios son como aguijadas o como clavos bien clavados de los que cuelgan muchos objetos: las pronuncia un solo pastor.

Un último aviso, hijo mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo.

En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre; que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, buenas y malas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 10, 2: PG 98, 1138-1139)

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto, Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.

Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo dé su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue, en verdad, sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque, en realidad, no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y, por esto, hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.

Pero, también ahora, es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura, y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés, cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él, dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

 

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Qohelet 1, 1-18

Vanidad de todas las cosas

Discurso de Qohelet, hijo de David, rey de Jerusalén:

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?

Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar.

Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol. Si de algo se dice: «Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.

Yo, Qohelet, fui rey de Israel en Jerusalén. Me dediqué a investigar y a explorar con método todo lo que se hace bajo el cielo. Una triste tarea ha dado Dios a los hombres para que se atareen con ella. Examiné todas las acciones que se hacen bajo el sol: todo es vanidad y caza de viento, torcedura imposible de enderezar, pérdida imposible de calcular.

Y pensé para mí: «Aquí estoy yo, que he acumulado tanta sabiduría, más que mis predecesores en Jerusalén; mi mente alcanzó sabiduría y mucho saber. Y a fuerza de trabajo comprendí que la sabiduría y el saber son locura y necedad». Y comprendí que también eso es caza de viento, pues a más sabiduría, más pesadumbre, y aumentando el saber se aumenta el sufrir.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Capítulos sobre la caridad (Centuria 1, cap 1, 4-5.16-17.23-24.26-28.30-40: PG 90, 962-967)

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades

La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.

El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.

Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.

El que me ama dice el Señor— guardará mis mandamientos. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.

Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo, y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud más bien que a los malos.

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino, sobre todo, con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.

El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.

El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.

No digáis —advierte el profeta Jeremías—: «Somos templo del Señor». Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación». Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: También los demonios creen y tiemblan.

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 2, 1-3.12-26

Vanidad de los placeres y sabiduría humana

Me dije: «Vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres»; y también resultó vanidad. A la risa dije «locura», y a la alegría, «¿qué consigues?» Exploré atentamente, guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar cómo el hombre bajo el cielo podrá disfrutar los días contados de su vida.

¿Qué hará el hombre que sucederá al rey? Lo que ya habían hecho.

Me puse a examinar la sabiduría, la locura y necedad, y observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas. El sabio lleva los ojos en la cara, el necio camina en tinieblas. Pero comprendí que una suerte común les toca a todos, y me dije: «La suerte del necio será mi suerte, ¿para qué fui sabio?, ¿qué saqué en limpio?»; y pensé para mí: «También esto es vanidad». Pues nadie se acordará jamás del necio ni tampoco del sabio, ya que en los años venideros todo se olvidará. ¡Ay, que ha de morir el sabio como el necio!

Y así, aborrecí la vida, pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es vanidad y caza de viento. Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor, ¿y quién sabe si será sabio o necio? El heredará lo que me costó tanto esfuerzo y habilidad bajo el sol. También esto es vanidad.

Y concluí por desengañarme de todo el trabajo que me fatigó bajo el sol. Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

El único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo; y aun esto he visto que es don de Dios. Pues ¿quién come y goza sin su permiso? Al hombre que le agrada le da sabiduría y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y caza de viento.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 5 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 683-686)

El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza

Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo.

Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.

Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros, unos necios por Cristo, que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza». Por esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.

¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿ Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?»

A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 3, 1-22

Diversidad de los tiempos

Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.

¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.

Y comprendí que el único bien del hombre es alegrarse y pasarlo bien en la vida. Pero que el hombre coma y beba y disfrute del producto de su trabajo es don de Dios.

Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede añadir ni restar. Porque Dios exige que lo respeten. Lo que fue ya había sido, lo que será ya fue, pues Dios da alcance a lo que huye.

Otra cosa observé bajo el sol: en la sede del derecho, el delito; en el tribunal de la justicia, la iniquidad; y pensé: «Al justo y al malvado los juzgará Dios. Hay una hora para cada asunto y un lugar para cada acción». Acerca de los hombres, pensé así: «Dios los prueba para que vean que por sí mismos son animales». Pues es una la suerte de hombres y animales: muere uno y muere el otro, todos tienen el mismo aliento, y el hombre no supera a los animales. Todos son vanidad. Todos caminan al mismo lugar, todos vienen del polvo, y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube arriba y el aliento del animal baja a la tierra?

Y así observé que el único bien del hombre es disfrutar de lo que hace: ésa es su paga; pues nadie lo ha de traer a disfrutar de lo que vendrá después de él.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 702-703)

Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir

Tiene su tiempo —leemos— el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.

Tiene su tiempo —dice— el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.

Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.

Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.

Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. El, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.

No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Esta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.

Yo —dice el Señor— doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 5, 9—6, 8

Vanidad de las riquezas

El codicioso no se harta de dinero, y el avaro no lo aprovecha; también esto es vanidad. Aumentan los bienes y aumentan los que se los comen, y lo único que saca el dueño es verlo con sus ojos. Dulce es el sueño del obrero, coma mucho o coma poco; el que se harta de riquezas no logra conciliar el sueño.

Hay un mal morboso que he observado bajo el sol: riquezas guardadas que perjudican al dueño. En un mal negocio pierde sus riquezas, y el hijo que le nació se queda con las manos vacías. Como salió del vientre de su madre así volverá: desnudo; y nada se llevará del trabajo de sus manos. También esto es un mal morboso: tiene que irse igual que vino, y ¿qué sacó de tanto trabajo? Viento. Toda su vida come en tinieblas, entre muchos disgustos, enfermedades y rencores.

Esta es mi conclusión: lo bueno y lo que vale es comer y disfrutar, a cambio de lo que se fatiga el hombre bajo el sol los pocos años que Dios le concede. Tal es su paga. Si a un hombre le concede Dios bienes y riquezas y la capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede alegría interior.

Yo he visto bajo el sol una desgracia que pesa sobre los hombres: Dios concedió a un hombre riquezas y bienes de fortuna, sin que le falte nada de cuanto puede desear; pero Dios no le concede disfrutarlas, porque un extraño las disfruta. Esto es vanidad y dolencia grave.

Supongamos que un hombre tiene cien hijos y vive muchos años: si no puede saciarse de sus bienes, por muchos que sean sus días, yo afirmo: «Mejor es un aborto, que llega en un soplo y se marcha a oscuras, y la oscuridad encubre su nombre; no vio el sol ni se enteró de nada ni recibe sepultura, pero descansa mejor que el otro. Y si no disfruta de la vida, aunque viva dos veces mil años, ¿no van todos al mismo lugar?»

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida?


SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Comentario sobre el libro del Qohelet (PL 23, 1057-1059)

Buscad los bienes de arriba

Si a un hombre le concede Dios bienes y riqueza y capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede vida interior. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Este, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: No pensará mucho en los años de su vida.

Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que aparezca Cristo, vida nuestra.

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida? Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los dientes, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.

Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.

Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para la boca, y el estómago no se llena, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida, anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida, es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.


 


JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 6,12—7, 29

No apures tu sabiduría

¿Quien sabe lo que valen en la vida del hombre esos días contados de su tenue vida, que transcurren como sombra? ¿Y quién le dice al hombre lo que va a pasar después bajo el sol?

Más vale buena fama que buen perfume, y el día de la muerte que el del nacimiento. Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas, porque en eso acaba todo hombre; y el vivo, que se lo aplique. Más vale sufrir que reír, pues dolor por fuera cura por dentro. El sabio piensa en la casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta.

Más vale escuchar la reprensión de un sabio que escuchar la copla de un necio, porque el jolgorio de los necios es como crepitar de zarzas bajo la olla. Eso es otra vanidad. Las presiones perturban al sabio, y el soborno le quita el juicio. Más vale el fin de un asunto que el principio, y más vale paciencia que arrogancia.

No te dejes arrebatar por la cólera, porque la cólera se aloja en el pecho del necio. No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora?» Eso no lo pregunta un sabio. Buena es la sabiduría acompañada de patrimonio, y mejor es ver la luz del sol. A la sombra de la sabiduría, como a la sombra del dinero; pero aventaja la sabiduría, porque da vida a su dueño.

Observa la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él ha torcido? En tiempo de prosperidad disfruta, en tiempo de adversidad reflexiona: Dios ha creado los dos contrarios para que el hombre no pueda averiguar su fortuna. Lo bueno es agarrar lo uno y no soltar lo otro, porque el que teme a Dios de todo sale bien parado. De todo he visto en mi vida, sin sentido: gente honrada que fracasa por su honradez, gente malvada que prospera por su maldad. No exageres tu honradez ni apures tu sabiduría ¿para qué matarse? No exageres tu maldad, no seas necio: ¿para qué morir malogrado?

La sabiduría hace al sabio más fuerte que diez jefes en una ciudad. No hay en el mundo nadie tan honrado que haga el bien sin pecar nunca. No hagas caso de todo lo que se habla ni escuches a tu siervo cuando te maldice, pues sabes muy bien que tú mismo has maldecido a otros muchas veces.

Todo esto lo he examinado con método, pensando llegar a sabio, pero me quedé muy lejos. Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará?

Me puse a indagar a fondo, buscando sabiduría y recta valoración, procurando conocer cuál es la peor necedad, la necedad más absurda, y descubrí que es más trágica que la muerte la mujer cuyos pensamientos son redes y lazos y sus brazos cadenas. El que agrada a Dios se librará de ella, el pecador quedará cogido en ella.

Mira lo que he averiguado, dice Qohelet, cuando me puse a averiguar paso a paso: estuve buscando sin encontrar. Si entre mil encontré sólo un hombre, entre todas ésas no encontré una mujer. Mira lo único que averigüé: Dios hizo al hombre equilibrado, y él se buscó preocupaciones sin cuento.


SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 1, sobre la fe (3-5: Opera omnia, Dublín 1957, pp. 62-66)

La insondable profundidad de Dios

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy —dice— un Dios de cerca, no de lejos. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él —como dice el Apóstol— vivimos, nos movemos y existimos.

¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios nadie lo ha visto jamás tal cual es. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Estas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.

¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara, con razón, a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará? Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y, por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.

Busca, pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso racional al que es inefable, te quedarás muy lejos, más de lo que estabas; pero si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 8, 5-9, 10

El consuelo del sabio

El que cumple los mandatos no sufrirá nada malo. El sabio atina con el momento y el método, pues cada asunto tiene su momento y su método. El hombre está expuesto a muchos males, porque no sabe lo que va a suceder y nadie le informa de lo que va a pasar. El hombre no es dueño de su vida ni puede encarcelar su aliento; no es dueño del día de la muerte ni puede librarse de la guerra. Ni la maldad librará a su dueño. Todo esto lo he observado fijándome en todo lo que sucede bajo el sol, mientras un hombre domina a otro para su mal.

También he observado esto: sepultan a los malvados, los llevan a lugar sagrado, y la gente marcha alabándolos por lo que hicieron en la ciudad. Y ésta es otra vanidad: que la sentencia dictada contra un crimen no se ejecuta en seguida; por eso, los hombres se dedican a obrar mal, porque el pecador obra cien veces mal y tienen paciencia con él. Ya sé yo eso: «Le irá bien al que teme a Dios, porque lo teme», y aquello: «No le irá bien al malvado, el que no teme a Dios será como sombra, no prosperará».

Pero en la tierra sucede otra vanidad: hay honrados a quienes toca la suerte de los malvados, mientras que a los malvados les toca la suerte de los honrados. Y esto lo considero vanidad.

Yo alabo la alegría, porque el único bien del hombre es comer y beber y alegrarse; eso le quedará de sus trabajos durante los días de su vida que Dios le conceda vivir bajo el sol.

Me dediqué a obtener sabiduría observando todas las tareas que se realizan en la tierra: los ojos del hombre no conocen el sueño ni de día ni de noche. Después observé todas las obras de Dios: el hombre no puede averiguar lo que se hace bajo el sol. Por más que el hombre se fatigue buscando, no lo averiguará; y aunque el sabio pretenda saberlo, no lo averiguará.

He reflexionado sobre todo esto y he llegado a esta conclusión: aunque los justos y los sabios con sus obras están en manos de Dios, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia. Todo lo que tiene el hombre delante es vanidad, porque una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece, al justo y al pecador, al que jura y al que tiene reparo en jurar. Esto es lo malo de todo lo que sucede bajo el sol: que una misma suerte toca a todos. El corazón de los hombres está lleno de maldad; mientras viven, piensan locuras, y después, ¡a morir!

¿Quién es preferible? Para los vivos aún hay esperanza, pues vale más perro vivo que león muerto. Los vivos saben que han de morir; los muertos no saben nada, no reciben un salario cuando se olvida su nombre. Se acabaron sus amores, odios y pasiones, y jamás tomarán parte en lo que se hace bajo el sol.

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras; lleva siempre vestidos blancos, y no falte el perfume en tu cabeza, disfruta la vida con la mujer que amas, todo lo que te dure esa vida fugaz, todos esos años fugaces que te han concedido bajo el sol; que ésa es tu suerte mientras vives y te fatigas bajo el sol. Todo lo que esté a tu alcance hazlo con empeño, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el abismo adonde te encaminas.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 8, 6: PG 98, 1071-1074)

Mi corazón se alegra en el Señor

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitanto toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 11, 7-12, 13

Sentencias sobre la vejez

Dulce es la luz, y los ojos disfrutan viendo el sol. Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, recordando que los años oscuros serán muchos y que todo lo que viene es vanidad.

Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que atrae a los ojos; y sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehuye los dolores del cuerpo: niñez y juventud son efímeras.

Acuérdate de tu Hacedor durante tu juventud, antes de que lleguen los días aciagos y alcances los años en que dirás: «No les saco gusto». Antes de que se oscurezca la luz del sol, la luna y las estrellas, y a la lluvia siga el nublado. Ese día temblarán los guardianes de casa y los robustos se encorvarán, las que muelen serán pocas y se pararán, las que miran por las ventanas se ofuscarán, las puertas de la calle se cerrarán y el ruido del molino se apagará, se debilitará el canto de los pájaros, las canciones se irán callando, darán miedo las alturas y rondarán los terrores.

Cuando florezca el almendro, y se arrastre la langosta, y no dé gusto la alcaparra, porque el hombre marcha a la morada eterna, y el cortejo fúnebre recorre las calles. Antes de que se rompa el hilo de plata, y se destroce la copa de oro, y se quiebre el cántaro en la fuente, y se raje la polea del pozo, y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Vanidad de vanidades, dice Qohelet, todo es vanidad. Qohelet, además de ser un sabio, enseñó al pueblo lo que él sabía. Estudió, inventó y formuló muchos proverbios. Qohelet procuró un estilo atractivo y escribió la verdad con acierto.

Las sentencias de los sabios son como aguijadas o como clavos bien clavados de los que cuelgan muchos objetos: las pronuncia un solo pastor.

Un último aviso, hijo mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo.

En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre; que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, buenas y malas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 10, 2: PG 98, 1138-1139)

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto, Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.

Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo dé su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue, en verdad, sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque, en realidad, no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y, por esto, hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.

Pero, también ahora, es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura, y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés, cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él, dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

 

 

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a Tito 1, 1-16

La misión de Tito

Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, para promover la fe de los elegidos de Dios, y el conocimiento de la verdad, según nuestra religión y la esperanza de la vida eterna. Dios, que no miente, había prometido esa vida desde tiempos inmemoriales; al llegar el momento, la ha manifestado abiertamente con la predicación que se me ha confiado, según lo dispuso Dios nuestro Salvador.

Querido Tito, verdadero hijo mío en la fe que compartimos: te deseo la gracia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús Salvador nuestro.

Mi intención al dejarte en Creta era que pusieras en regla lo que faltaba y establecieses presbíteros en cada ciudad, siguiendo las instrucciones que te di. El candidato, que sea un hombre sin tacha, fiel a su única mujer, con hijos creyentes, que no sean indóciles ni acusados de mala conducta. Porque el obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable, no arrogante; ni colérico, ni dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo de lo bueno, prudente, justo, fiel, dueño de sí. Debe mostrar adhesión a la doctrina cierta, para ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios.

Porque hay mucho insubordinado, charlatán y embaucador, sobre todo entre los judíos convertidos, y hay que taparles la boca. Revuelven familias enteras, enseñando lo que no se debe, y todo para sacar dinero. Fue uno de su tierra, un profeta de ellos, quien dijo: «Cretenses, siempre

embusteros, bichos malos, estómagos gandules», y tenía razón en lo que dijo. Por este motivo, repréndelos enérgicamente, para que estén saludables en la fe. Que se dejen de dar oídos a fábulas judaicas y a preceptos de hombres que vuelven la espalda a la verdad. Todo es limpio para los limpios; en cambio, para los sucios y faltos de fe no hay nada limpio: hasta la mente y la conciencia la tienen sucia. Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten, por esa detestable obstinación que los incapacita para cualquier acción buena.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Regla pastoral (Lib 2, 4: PL 77, 30-31)

El pastor debe saber guardar silencio con discreción
y hablar cuando es útil

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lomismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras Aquéllos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

Quien quiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES

PRIMERA LECTURA

De la carta a Tito 2, 1--, 2

Exhortación a los fieles

Querido hermano: Por tu parte, habla de lo que es conforme a la sana doctrina.

Di a los ancianos que sean sobrios, serios y prudentes; que estén robustos en la fe, en el amor y en la paciencia. A las ancianas, lo mismo: que sean decentes en el porte, que no sean chismosas ni se envicien con el vino, sino maestras en lo bueno, de modo que inspiren buenas ideas a las jóvenes, enseñándoles a amar a los maridos y a sus hijos, a ser moderadas y púdicas, a cuidar de la casa, a ser bondadosas y sumisas a los maridos, para que no se desacredite la palabra de Dios.

A los jóvenes, exhórtalos también a ser prudentes, presentándote en todo como un modelo de buena conducta. En la enseñanza, sé íntegro y grave, con un hablar sensato e intachable, para que la parte contraria se abochorne, no pudiendo criticarnos nada.

Los esclavos, que sean sumisos a sus amos y que procuren dar satisfacción en todo; que no sean respondones ni sisen; al contrario, muestren completa fidelidad y honradez y hagan honor a lo que Dios nuestro Salvador nos enseña.

Porque ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras. De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad; que nadie te mire por encima del hombro.

Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén dispuestos a toda forma de trabajo honrado, sin insultar ni buscar riñas, sean condescendientes y amables con todo el mundo.

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre Caín y Abel (Lib 1, 9, 34. 38-39: CSEL 32, 369.371-372)

Hay que orar especialmente por todo el cuerpo de la Iglesia

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo. Alabar a Dios es lo mismo que hacer votos y cumplirlos. Por eso, se nos dio a todos como modelo aquel samaritano que, al verse curado de la lepra juntamente con los otros nueve leprosos que obedecieron la palabra del Señor, volvió de nuevo al encuentro de Cristo y fue el único que glorificó a Dios, dándole gracias. De él dijo Jesús: No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios. Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».

Con esto el Señor Jesús en su enseñanza divina te mostró, por una parte, la bondad de Dios Padre y, por otra, te insinuó la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia: te mostró la bondad del Padre, haciéndote ver cómo se complace en darnos sus bienes, para que con ello aprendas a pedir bienes al que es el mismo bien; te mostró la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia, no para que tú repitas sin cesar y mecánicamente fórmulas de oración, sino para que adquieras el espíritu de orar asiduamente. Porque, con frecuencia, las largas oraciones van acompañadas de vanagloria, y la oración continuamente interrumpida tiene como compañera la desidia.

Luego te amonesta también el Señor a que pongas el máximo interés en perdonar a los demás cuando tú pides perdón de tus propias culpas; con ello, tu oración se hace recomendable por tus obras. El Apóstol afirma, además, que se ha de orar alejando primero las controversias y la ira, para que así la oración se vea acompañada de la paz del espíritu y no se entremezcle con sentimientos ajenos a la plegaria. Además, también se nos enseña que conviene orar en todas partes: así lo afirma el Salvador, cuando dice, hablando de la oración: Entra en tu aposento.

Pero, entiéndelo bien, no se trata de un aposento rodeado de paredes, en el cual tu cuerpo se encuentra como encerrado, sino más bien de aquella habitación que hay en tu mismo interior, en la cual habitan tus pensamientos y moran tus deseos. Este aposento para la oración va contigo a todas partes, y en todo lugar donde te encuentres continúa siendo un lugar secreto, cuyo solo y único árbitro es Dios.

Se te dice también que has de orar especialmente por el pueblo de Dios, es decir, por todo el cuerpo, por todos los miembros de tu madre, la Iglesia, que viene a ser como un sacramento del amor mutuo. Si sólo ruegas por ti, también tú serás el único que suplica por ti. Y, si todos ruegan solamente por sí mismos, la gracia que obtendrá el pecador será, sin duda, menor que la que obtendría del conjunto de los que interceden si éstos fueran muchos. Pero, si todos ruegan por todos, habrá que decir también que todos ruegan por cada uno.

Concluyamos, por tanto, diciendo que, si oras solamente por ti, serás, como ya hemos dicho, el único intercesor en favor tuyo. En cambio, si tú oras por todos, también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas también parte del todo. De esta manera, obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros. En lo cual no existe ninguna arrogancia, sino una mayor humildad y un fruto más abundante.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a Tito 3, 3-15

El baño del segundo nacimiento

Hermanos: Antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre; no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

Esto es mucha verdad y en ello quiero que seas categórico, para que los que ya creen en Dios pongan empeño en señalarse en hacer el bien. Eso es lo bueno y lo útil para los demás. En cambio, a las cuestiones estúpidas, las genealogías, disputas y peleas sobre la ley, dales de lado; son inútiles y sin sustancia. Al que introduzca división, llámalo al orden hasta dos veces; luego no tengas que ver con él. Comprende que un individuo así está desviado y peca, condenándose él mismo.

Cuando te mande a Artemas o a Fortunato, procura ir a encontrarme a Nicópolis, donde pienso pasar el invierno. A Zenas el abogado y a Apolo esmérate en proveerlos para el viaje, de modo que nada les falte, y que aprendan los nuestros en particular a señalarse en hacer el bien, atendiendo a las necesidades urgentes; así no serán improductivos.

Recuerdos de todos los que están conmigo. Saluda tú a nuestros amigos en la fe. La gracia os acompañe a todos.


SEGUNDA LECTURA

De un sermón del siglo IX (Sermón 4, 2-7: SC 161, 170-175)

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados

Hermanos: Habéis oído con frecuencia hablar de que existen dos hombres: Adán y Cristo: Adán es el hombre viejo, Cristo el nuevo. Así pues, el que es malo es viejo, por su imitación de aquel que, en el paraíso, fue soberbio y desobediente. En cambio el que es bueno es nuevo, por su imitación de aquel que dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y del que el Apóstol dice: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.

Ahora bien, como este tiempo en que vivimos es llamado nuevo, amonestamos a los que son viejos por su mala vida, que se hagan nuevos por su buena conducta. Exhortamos a los que ya son nuevos por sus buenas obras, que traten de renovarse, en este tiempo nuevo, por obras cada vez mejores. Por ejemplo, el que es nuevo por la castidad absteniéndose de actos impuros, que se renueve renunciando a la misma delectación de dichos actos. Paralelamente, el que es humilde y obediente, misericordioso y paciente, es necesario que se renueve orando todos los días y progresando en esas mismas virtudes, según lo que está escrito: Caminarán de virtud en virtud.

Carísimos, que ninguno de vosotros se crea seguro por el hecho de haber sido bautizado, porque así como no todos los que en el estadio cubren la carrera se llevan la corona, esto es, el premio, sino únicamente el que llega el primero, así también no todos los que tienen fe se salvan, sino únicamente los que perseveran en la buena obra comenzada. Y lo mismo que el que compite con otro se impone toda clase de privaciones, así también vosotros debéis absteneros de todos los vicios, para poder superar al diablo, vuestro perseguidor. Y puesto que el Señor os ha llamado ya por la fe a su viña, es decir, a la unidad de la santa Iglesia, vivid y comportaos de suerte que podáis recibir, de la liberalidad de Dios, el denario, esto es, la felicidad del reino.

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados, diciendo: Son tantos los pecados en los que he andado envuelto hasta la vejez y la edad decrépita, que ya no puedo pensar en merecer el perdón, máxime teniendo en cuenta que han sido los pecados los que me han abandonado a mí y no yo a ellos. En absoluto, este tal no debe desesperar de la misericordia de Dios, porque unos son llamados a la viña de Dios al amanecer, otros a media mañana, otros al mediodía, otros a media tarde y otros al atardecer, o sea, unos son llamados al servicio de Dios en la niñez, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez y otros en la edad decrépita.

Y lo mismo que nadie debe desesperar, en razón de la edad, si quisiere convertirse a Dios, así ninguno debe sentirse seguro en base a la sola fe; antes bien, ha de sentir verdadero horror por lo que está escrito: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Que hemos sido llamados por la fe, lo sabemos; pero ignoramos si somos de los escogidos. Así pues, tanto más humilde ha de ser cada uno cuanto que ignora si ha sido escogido.

Que Dios todopoderoso os conceda no ser del número de aquellos que pasaron el Mar Rojo a pie enjuto, comieron el maná en el desierto, bebieron la bebida espiritual y acabaron muriendo en aquel mismo desierto a causa de sus murmuraciones, sino de aquellos otros que entraron en la tierra prometida y, trabajando fielmente en la viña de la Iglesia, merecieron recibir el denario de la felicidad eterna; así podréis, junto con Cristo, vuestra cabeza, de cuyo cuerpo vosotros sois miembros, reinar por todos los siglos de los siglos. Amén.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,1-20

Misión de Timoteo, Pablo, predicador del Evangelio

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Al salir para Macedonia, te encargué que no te movieras de Efeso; tenías que mandarles a algunos que no enseñaran doctrinas diferentes ni se ocuparan de fábulas e interminables genealogías, cosas que llevan más a discusiones que a formar en la fe como Dios quiere. Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Algunos han fallado en esto y se han dado a vanas palabrerías; pretenden ser maestros de la ley, cuando no saben lo que dicen, ni entienden de lo que dogmatizan.

Sabemos que la ley es cosa buena, siempre que se use legítimamente, sabiendo esto: que no ha sido instituida para el justo; está para los criminales e insubordinados, para los impíos y pecadores, sacrílegos y profanadores, para los parricidas, matricidas y asesinos; para los libertinos, invertidos y traficantes de esclavos; para los mentirosos, perjuros y para todo lo demás que se oponga a la sana enseñanza según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que me han confiado.

Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano.

Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y, por eso, se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Te encomiendo dar estas instrucciones, Timoteo, hijo mío, ateniéndome a los dichos inspirados que te designaron ya hace tiempo; apoyado en ellos, presta servicio en este noble combate, armado de fe y de buena conciencia. Algunos se desentendieron de ella y han naufragado en la fe, entre ellos Himeneo y Alejandro; yo los entregué a Satanás para que aprendan a no decir blasfemias.


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Carta 161, al obispo Anfiloquio (1-2: PG 32, 630-631)

Actúa con valentía, cual experto timonel

Bendito sea Dios, que en cada generación elige a los que son de su agrado, segrega los instrumentos de elección, y de ellos se sirve para el ministerio de los santos; que también ahora a ti que —según tu propia confesión—nos rehuías no a nosotros, sino la vocación que por nuestro medio sospechabas iba a recaer sobre ti, te ha envuelto en las inextricables redes de la gracia, te ha situado en el corazón mismo de Pisidia, a fin de que pesques hombres para el Señor y saques del abismo a la luz a los que el diablo cazó para que hagan su propia voluntad.

Y puesto que cuantos esperan en Cristo son un solo pueblo, y los que son de Cristo forman una única Iglesia aunque con nombres diversos según los lugares en que se encuentra enclavada, también tu patria chica se goza y se alegra por los designios divinos, y lejos de pensar que ha perdido a uno de sus hijos, está segura de haber adquirido a cambio todas las Iglesias. Lo único que pido a Dios es que, presente, me conceda ver y, ausente, oír tus progresos en la predicación del evangelio y la buena organización de las Iglesias.

Por tanto, actúa con valentía, sé fuerte y avanza al frente del pueblo que el Altísimo ha confiado a tus cuidados. Y cual experto timonel, sortea con ánimo esforzado cualquier tempestad que los vientos de la herejía puedan desatar; mantén tu navío a flote por entre las olas salobres y amargas de doctrinas adulteradas; confía en la bonanza que el Señor producirá tan pronto como suene una voz capaz de despertarlo, e increpe al viento y al oleaje.

Mi ya larga enfermedad me lleva a marchas forzadas al inevitable desenlace. Por tanto, si quieres venir a verme no esperes que te señale una fecha, pues bien sabes que para el corazón de un padre ningún momento es inoportuno para abrazar a su amado hijo, y que el afecto sincero vale más que cualquier discurso.

No te me quejes de que el cargo es superior a tus fuerzas. Pues si debieras sobrellevarlo tú solo, no sólo sería pesado, sino sencillamente intolerable. Pero si el Señor te ayuda a llevarlo, encomienda al Señor tus afanes, que él te sustentará.

Consiénteme un consejo, uno solo: cuida, por lo que más quieras, de no dejarte arrastrar por las malas costumbres como los demás, antes bien procura —con esa sabiduría que Dios te ha dado— convertir en bien los resultados reprobables que ellos precedentemente obtuvieron. Cristo, en efecto, te envió no para que sigas a los otros, sino para que tú mismo camines al frente de los que se salvan.

Te ruego además que pidas por mí, a fin de que, si todavía sigo con vida, sea juzgado digno de verte juntamente con tu Iglesia; si, por el contrario, recibo la orden de partir ya de aquí, para que os veamos allá arriba junto a Dios a ti y a tu Iglesia: a ésta como a vid rebosante de buenas obras, y a ti como a experto agricultor y empleado solícito que ha distribuido a sus horas la comida a la servidumbre, recibiendo la recompensa debida al administrador fiel y cuidadoso.

Todos los que están conmigo saludan a tu piedad. Te deseo salud y gozo en el Señor. Que él te conserve iluminado por los dones del Espíritu y la sabiduría.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 2, 1-15

Invitación a la oración

Querido hermano: Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro.

Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: éste es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol —digo la verdad, no miento—, maestro de los gentiles en fe y verdad.

Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones.

Por lo que toca a las mujeres, que vayan convenientemente arregladas, compuestas con decencia y modestia, sin adornos de oro en el peinado, sin perlas ni vestidos suntuosos; adornadas con buenas obras, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas. La mujer, que escuche la enseñanza, quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres, le corresponde estar quieta, porque Dios formó primero a Adán y luego a Eva. Además a Adán no lo engañaron, fue la mujer quien se dejó engañar y cometió la transgresión, pero llegará a salvarse por la maternidad, con tal que persevere con fe, amor y una vida santa y modesta.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la primera carta a Timoteo (1-2: PG 62, 529-531)

Que toda nuestra oración esté impregnada
de acción de gracias

El sacerdote es algo así como el padre de todo el orbe. Conviene, pues, que se cuide de todos, como Dios, cuyo sacerdote es. Por eso dice: Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias... Dos son por tanto los bienes que de aquí se derivan: se disipa la aversión que sentimos hacia los extraños, pues nadie puede odiar a aquel por quien ora; y ellos mismos se hacen mejores, bien porque se reza por ellos, bien porque ellos mismos deponen la ojeriza que nos tienen. Pues nada es más eficaz en la corrección como amar y ser amado.

Piensa cuál no debería ser el impacto al enterarse los que urdían asechanzas, flagelaban, torturaban y mataban, de que sus víctimas elevaban a Dios fervorosas oraciones por ellos, que tales sufrimientos les infligían.

¿No ves cómo el Apóstol quiere que el cristiano supere a todos? Es lo que sucede con los niños: aun cuando el bebé, llevado en brazos de su padre, propine a éste frecuentes manotazos en la cara, no por eso disminuye un ápice el afecto paterno; pues lo mismo ocurre con los extraños: aunque nos hieran, no debemos aflojar en nuestra benevolencia para con ellos.

¿Qué significa el inciso: lo primero de todo? Quiere decir: en el culto cotidiano. Los iniciados saben muy bien que cada día se hacen súplicas mañana y tarde; saben que, en todo el mundo, elevamos oraciones por los reyes y por todos los que ejercen la autoridad.

Fíjate lo que dice y cómo, para hacer más aceptable la recomendación, apunta a las ventajas que se siguen. Dice: para que podamos llevar una vida tranquila y apacible. Esto es, el bienestar de ellos revierte en tranquilidad nuestra. Y ya antes, en la carta a los Romanos, exhortando a los cristianos a obedecer a la autoridad civil, dijo: No sólo por miedo, sino también por motivos de conciencia.

Oraciones —dice—, plegarias, súplicas, acciones de gracias. Porque hay que dar gracias a Dios incluso por los bienes otorgados a otros: por ejemplo, por hacer salir su sol sobre malos y buenos y por mandar la lluvia a justos e injustos. ¿Te das cuenta cómo el Apóstol trata de unirnos y aglutinarnos no sólo mediante la oración, sino también a través de la acción de gracias? Pues lo que nos impulsa a dar gracias a Dios por los bienes del prójimo, nos estimula también a amarle y a abrigar para con él buenos sentimientos.

Ahora bien, si hemos de dar gracias por aquellos que viven en nuestro entorno, con más razón habremos de hacerlo por aquellos que se nos acercan abiertamente o de incógnito, espontánea o forzadamente; y también por aquellos que se nos antojan molestos, pues Dios todo lo dispone para nuestro bien. Por tanto, que toda nuestra oración esté impregnada de acción de gracias. Y si se nos manda rezar por los prójimos, y no sólo por los fieles, sino también por los infieles, ¡juzga por ti mismo la gravedad que reviste el orar contra los hermanos!


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 3, 1-16

Los ministros de la Iglesia

Querido hermano: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque el obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una Iglesia de Dios? Que no sea recién convertido, por si se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo. Se requiere, además, que tenga buena fama entre los de fuera, para evitar el descrédito y que lo atrape el diablo.

También los diáconos tienen que ser responsables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a sacar dinero, conservando la fe revelada con una conciencia limpia. También éstos tienen que ser probados primero, y, cuando se vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio. Las mujeres, lo mismo, sean respetables, no chismosas, sensatas y de fiar en todo. Los diáconos sean fieles a su mujer y gobiernen bien sus casas y sus hijos, porque los que se hayan distinguido en el servicio progresarán y tendrán libertad para exponer la fe en Cristo Jesús.

Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me retraso; quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la asamblea de Dios vivo columna y base de la verdad.

Sin discusión, grande es el misterio que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a los Tralianos (Caps 1, 1-3, 2; 4,1-2; 6,1; 7, 1-8, 1: Funk 1, 203-209)

Os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la amada de Dios, Padre de Jesucristo, la Iglesia santa que habita en Trales del Asia, digna de Dios y escogida, que goza de paz, tanto en el cuerpo como en el espíritu, a causa de la pasión de Jesucristo, el que nos da una esperanza de resucitar como él; mi mejor saludo apostólico y mis mejores deseos de que viváis en la alegría.

Sé que tenéis sentimientos irreprochables e inconmovibles, a pesar de vuestros sufrimientos, y ello no sólo por vuestro esfuerzo, sino también por vuestro buen natural: así me lo ha manifestado vuestro obispo Polibio, quien, por voluntad de Dios y de Jesucristo, ha venido a Esmirna y se ha congratulado conmigo, que estoy encadenado por Cristo Jesús; en él me ha sido dado contemplar a toda vuestra comunidad y por él he recibido una prueba de cómo vuestro amor para conmigo es según Dios, y he dado gracias al Señor, pues de verdad he conocido que, como ya me habían contado, sois auténticos imitadores de Dios.

En efecto, al vivir sometidos a vuestro obispo como si se tratara del mismo Jesucristo, sois, a mis ojos, como quien anda no según la carne, sino según Cristo Jesús, que por nosotros murió a fin de que, creyendo en su muerte, escapéis de la muerte. Es necesario, por tanto, que, como ya lo venís practicando, no hagáis nada sin el obispo; someteos también a los presbíteros como a los apóstoles de Jesucristo, nuestra esperanza, para que de esta forma nuestra vida esté unida a la de él.

También es preciso que los diáconos, como ministros que son de los misterios de Jesucristo, procuren, con todo interés, hacerse gratos a todos, pues no son ministros de los manjares y de las bebidas, sino de la Iglesia de Dios. Es, por tanto, necesario que eviten, como si se tratara de fuego, toda falta que pudiera echárseles en cara.

De manera semejante, que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como si fuera la imagen del Padre, y a los presbíteros como si fueran el senado de Dios y el colegio apostólico. Sin ellos no existe la Iglesia. Creo que estáis bien persuadidos de todo esto. En vuestro obispo, a quien recibí y a quien tengo aún a mi lado, contemplo como una imagen de vuestra caridad; su misma manera de vivir es una magnífica lección, y su mansedumbre una fuerza.

Mis pensamientos en Dios son muy elevados, pero me pongo a raya a mí mismo, no sea que perezca por mi vanagloria. Pues ahora sobre todo tengo motivos para temer y me es necesario no prestar oído a quienes podrían tentarme de orgullo. Porque cuantos me alaban, en realidad, me dañan. Es cierto que deseo sufrir el martirio, pero ignoro si soy digno de él. Mi impaciencia, en efecto, quizá pasa desapercibida a muchos, pero en cambio a mí me da gran guerra. Por ello, necesito adquirir una gran mansedumbre, pues ella desbaratará al príncipe de este mundo.

Os exhorto, no yo, sino la caridad de Jesucristo, a que uséis solamente el alimento cristiano y a que os abstengáis de toda hierba extraña a vosotros, es decir, de toda herejía.

Esto lo realizaréis si os alejáis del orgullo y permanecéis íntimamente unidos a nuestro Dios, Jesucristo, y a vuestro obispo, sin apartaros de las enseñanzas de los apóstoles. El que está en el interior del santuario es puro, pero el que está fuera no es puro: quiero decir con ello que el que actúa a espaldas del obispo y de los presbíteros y diáconos no es puro ni tiene limpia su conciencia.

No os escribo esto porque me haya enterado que tales cosas se den entre vosotros, sino porque os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 4, 1—5, 2

Los maestros de la mentira. Los ancianos

Querido hermano: El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos abandonarán la fe, por dar oídos a inspiraciones erróneas y enseñanzas de demonios, de impostores hipócritas, embotados de conciencia. Esos prohibirán el matrimonio y el comer ciertos alimentos, que Dios creó para que los gustaran con gratitud los fieles que conocen la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno; no hay que desechar nada, basta tomarlo con agradecimiento, pues la palabra de Dios y nuestra oración lo consagran. Si propones estas cosas a los hermanos, servirás bien a Cristo Jesús, alimentándote con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que has seguido siempre. En cambio, evita esas fábulas profanas de viejas.

Tú ejercítate en la piedad. El ejercicio corporal es útil por poco tiempo; en cambio, la piedad es útil para siempre, pues tiene una promesa para esta vida y para la futura. Este dicho es mucha verdad y todos deberían hacerlo suyo; y éste es el objetivo de nuestras fatigas y luchas, pues tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, salvador de todos los hombres, sobre todo de los fieles. Prescribe estas cosas y enséñalas.

Nadie te desprecie por ser joven; sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez.

Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos de los presbíteros. Preocúpate de esas cosas ydedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan.

Con un hombre anciano no seas duro, exhórtalo como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; a las mujeres de edad, como a madres; y a las jóvenes, con la mayor discreción, como a hermanas.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Tralianos (Caps 8, 1-9, 2; 11, 1—13 3: Funk 1, 209-211)

Convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es
como la carne del Señor, y por medio de la caridad,
que es como su sangre

Revestíos de mansedumbre y convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre. Que ninguno de vosotros tenga nada contra su hermano. No deis pretexto con ello a los paganos, no sea que, ante la conducta insensata de algunos de vosotros, los gentiles blasfemen de la comunidad que ha sido congregada por el mismo Dios, porque ¡ay de aquel por cuya ligereza ultrajan mi nombre!

Tapaos, pues, los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús, descendiente del linaje de David, hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió como hombre, que fue perseguido verdaderamente bajo Poncio Pilato y verdaderamente también fue crucificado y murió, en presencia de los moradores del cielo, de la tierra y del abismo y que resucitó verdaderamente de entre los muertos por el poder del Padre. Este mismo Dios Padre nos resucitará también a nosotros, que amamos a Jesucristo, a semejanza del mismo Jesucristo, sin el cual no tenemos la vida verdadera.

Huid de los malos retoños: llevan un fruto mortífero, y si alguien gusta de él, muere al momento. Estos retoños no son plantación del Padre. Si lo fueran, aparecerían como ramas de la cruz y su fruto sería incorruptible; por esta cruz, Cristo os invita, como miembros suyos que sois, a participar en su pasión. La cabeza, en efecto, no puede nacer separada de los miembros, y Dios, que es la unidad, promete darnos parte en su misma unidad.

Os saludo desde Esmirna, juntamente con las Iglesias de Asia, que están aquí conmigo y que me han confortado, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas, que llevo por doquier a causa de Cristo, mientras no ceso de orar para ser digno de Dios, ellas mismas os exhortan: perseverad en la concordia y en la oración de unos por otros. Conviene que cada uno de vosotros, y en particular los presbíteros, reconfortéis al obispo, honrando así a Dios Padre, a Jesucristo y a los apóstoles.

Deseo que escuchéis con amor mis palabras, no sea que esta carta se convierta en testimonio contra vosotros. No dejéis de orar por mí, pues necesito de vuestro amor ante la misericordia de Dios, para ser digno de alcanzar aquella herencia a la que ya me acerco, no sea caso que me consideren indigno de ella.

Os saluda la caridad de los esmirniotas y de los efesios. Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro, porque soy el último de toda la comunidad. Os doy mi adiós en Jesucristo a todos vosotros, los que estáis sumisos a vuestro obispo, según el querer de Dios; someteos también, de manera semejante, al colegio de los presbíteros. Y amaos todos, unos a otros, con un corazón unánime.

Mi espíritu se ofrece como víctima por todos vosotros, y no sólo ahora, sino que se ofrecerá también cuando llegue a la presencia de Dios. Aún estoy expuesto al peligro, pero el Padre es fiel y cumplirá, en Cristo Jesús, mi deseo y el vuestro. Deseo que también vosotros seáis hallados en él sin defecto ni pecado.

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 5, 3-25

Las viudas y los presbíteros

Querido hermano: El subsidio de viuda dáselo a las viudas de verdad. Pero, si una viuda tiene hijos o nietos, que éstos aprendan primero su deber con la propia familia, y a corresponder por lo que han recibido de sus progenitores. Esto agrada a Dios.

La viuda de verdad, la que está sola en el mundo, tiene su esperanza puesta en Dios, y se dedica a las súplicas y a las oraciones, de día y de noche.

En cambio, la de malas costumbres, aunque esté en vida, está muerta. Insiste en esto: que sean irreprochables. La que no mira por los suyos, y en particular por los de su familia, ha renegado de la fe y es peor que un incrédulo.

Para que una viuda sea inscrita en el grupo hace falta: que no tenga menos de sesenta años, que se haya casado una sola vez, que esté acreditada por sus buenas obras; o sea, por haber educado a los hijos, haber dado hospitalidad, haber lavado los pies a los santos, haber asistido a los atribulados, haber practicado toda clase de buenas obras.

A las viudas jóvenes no las apuntes, pues, cuando su sensualidad se contrapone a Cristo, quieren casarse otra vez y se ven condenadas por haber roto su compromiso anterior. Además, se acostumbran a ir de casa en casa sin hacer nada; y no sólo no hacen nada, sino que chismorrean y se meten en todo, hablando de lo que no conviene. Quiero que las viudas jóvenes se casen, tengan hijos, se ocupen de su casa y no den pie a las críticas de los adversarios, porque ya algunas se han descarriado, siguiendo a Satanás. La fiel que tenga viudas en su familia, que las asista, para que la Iglesia no esté sobrecargada y pueda asistir a las realmente viudas.

Los presbíteros que dirigen bien merecen doble honorario, sobre todo los que se atarean predicando y enseñando, porque dice la Escritura: «No le pondrás bozal al buey que trilla», y también: «El obrero merece su jornal». No admitas una acusación contra un presbítero, a menos que esté apoyada por dos o tres testigos. A los que pequen repréndelos públicamente, para que los demás escarmienten.

Por Dios, por Jesucristo y por los ángeles elegidos te pido encarecidamente que observes estas normas excluyendo todo prejuicio y sin ser parcial en nada. A ninguno le impongas las manos a la ligera, ni te hagas cómplice de pecados ajenos; tú consérvate honesto.

Deja de beber agua sola, toma un poco de vino, por el estómago y tus frecuentes indisposiciones.

Los pecados de algunos son tan manifiestos que van antes que ellos al juicio; los de otros, en cambio, salen a relucir después. Las buenas obras lo mismo, o son manifiestas o, si no lo son, no pueden quedar ocultas.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a los Efesios (1-3: Funk 2, 183-185)

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, a la bendecida con plenitud de bendición por la majestad de Dios Padre, a la predestinada antes de los siglos a ser enteramente objeto de una gloria permanente, inmutable, unida y escogida mediante un sufrimiento real, por voluntad del Padre y de Jesucristo, nuestro Dios; a la iglesia digna de todo encomio establecida en Efeso de Asia, mi cordialísimo saludo en Jesucristo y en una alegría sin tacha.

Significativo en Dios me ha parecido vuestro sugestivo nombre, nombre que habéis conquistado en buena lid porvuestra fe y caridad en Cristo Jesús, nuestro Salvador. Imitadores como sois de Dios, vivificados por la sangre de Dios, habéis realizado una obra de verdadera fraternidad cristiana. Pues apenas os enterasteis de que yo venía procedente de Siria, encadenado por el nombre común y por nuestra común esperanza, esperando, gracias a vuestras oraciones, tener la dicha de luchar con las fieras en Roma, para poder de este modo llegar a ser verdadero discípulo, os apresurasteis a venir a mi encuentro. Porque fue realmente a toda vuestra comunidad a la que yo recibía, en nombre de Dios, en la persona de Onésimo, varón de una caridad increíble y obispo vuestro según la carne, a quien os ruego améis según Jesucristo y os esforcéis todos por asemejaros a él. Bendito el que os ha concedido la gracia de ser dignos de tal obispo.

Respecto a Burro, mi compañero de servicio, diácono vuestro según Dios, y una auténtica bendición de Dios, me gustaría que permaneciera a mi lado: sería una honra para vosotros y para vuestro obispo. En cuanto a Croco, digno de Dios y de vosotros, a quien yo recibí como una prueba de vuestra caridad, me ha servido de gran consuelo. Que el Padre de Jesucristo le conforte también a él, juntamente con Onésimo, Burro, Euplo y Frontón, en cuyas personas os he visto a todos, en la caridad. ¡Ojalá pudiera gozar para siempre de vosotros, si es que me consideráis digno! Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seais en todo santificados.

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad.

Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 6, 1-10

Los siervos. Los falsos maestros

Querido hermano: Los que están bajo yugo de esclavitud consideren a sus amos dignos de todo respeto, para que no se maldiga a Dios y a nuestra doctrina. Los que tienen amos creyentes no los tengan en menos porque sean hermanos; al contrario, sírvanlos mejor, pues los que reciben el beneficio son creyentes y amigos.

Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa distinta, sin atenerse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir atendiendo sólo a las palabras. Esto provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad, que se han creído que la piedad es un medio de lucro.

Es verdad que la piedad es una ganancia, cuando uno se contenta con poco. Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. En cambio, los que buscan riquezas caen en tentaciones, trampas y mil afanes absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (4-6: Funk 2, 183-185)

En la concordia de la unidad

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de una o dos personas, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

Así pues, quien no acude a la reunión de los fieles, ese tal da pruebas de creerse autosuficiente, y ha pronunciado ya su propia sentencia. Pues está escrito: Dios resiste a los soberbios. Procuremos, pues, no enfrentarnos con el obispo, si queremos estar sometidos a Dios.

Y cuanto más silencio guarda el obispo, tanto más hay que temerle. Pues aquel a quien el dueño de casa coloca al frente de su administración, hemos de recibirlo con los mismos honores con que honraríamos al que lo ha colocado en ese puesto. De donde se sigue que hemos de mirar al obispo como al mismo Señor.

Por lo que a vosotros se refiere, Onésimo en persona se hace lenguas de vuestra espléndida disciplina basada en Dios, diciendo que todos vivís conforme a la verdad y que entre vosotros ninguna herejía tiene carta de ciudadanía. Al contrario, no dais oído a nadie que no os hable de Jesucristo según verdad.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 6, 11-21

Última exhortación

Querido hermano: Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo esto; practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos.

En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.

A los ricos de este mundo, insísteles en que no sean soberbios, ni pongan su confianza en riqueza tan incierta, sino en Dios, que nos procura todo en abundancia para que lo disfrutemos. Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y dispuestos a compartir: y así acumularán un capital sólido para el porvenir y alcanzarán la vida verdadera.

Querido Timoteo, conserva el depósito, apartándote de charlatanerías irreverentes y de las objeciones de esa mal llamada ciencia; algunos que la prometían se han desviado de la fe. La gracia esté con vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (7-9: Funk 2, 189-193)

Todo lo hacéis en Cristo Jesús

Hay quienes, taimadamente, alardean del nombre cristiano, pero hacen cosas indignas de Dios. A estos tales debéis evitarlos como a bestias salvajes. Son efectivamente perros rabiosos, que muerden a traición. ¡Guardaos bien de ellos, pues sufren una enfermedad incurable! Existe un médico, a la vez carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios encarnado, vida verdadera sujeta a la muerte, hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible: Jesucristo, nuestro Señor.

Que nadie, pues, os engañe, como, en efecto, no os dejáis engañar, siendo como sois íntegramente de Dios. Pues desde el momento en que ninguna discordia capaz de atormentaros hace blanco en vosotros, es señal de que vivís según Dios. Soy el último de vuestros esclavos y me entrego como oblación por vosotros, Efesios, la iglesia celebrada por los siglos. Los carnales no pueden realizar las obras espirituales, ni los espirituales las obras de la carne, como tampoco la fe puede llevar a cabo las obras de la infidelidad, ni la infidelidad puede producir obras de fe. Y las mismas cosas que hacéis según la carne, son espirituales, pues todo lo hacéis en Jesucristo.

He conocido también a algunos itinerantes que os han visitado, portadores de malas doctrinas; no les habéis permitido sembrarlas entre vosotros, tapándoos los oídos, para no dar acogida a los errores que van propalando en la convicción de que sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, elevadas a lo alto mediante la palanca de Jesucristo, que es la cruz, utilizando como cabria al Espíritu Santo: vuestra fe es vuestro cabrestante, y la caridad, la rampa que os eleva hacia Dios.

Así pues, todos sois además compañeros de ruta, portadores de Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de los vasos sagrados, enteramente adornados de los mandamientos de Jesucristo. Por mi parte, estoy contento de haber merecido la gracia de conversar con vosotros por medio de esta carta, y de congratularme con vosotros porque, siguiendo los postulados de otra vida, no amáis sino solo a Dios.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-18

Pablo exhorta a Timoteo a ser fuerte
en el cumplimiento del deber

Pablo, apóstol de Jesucristo por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido: te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día. Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre, Eunice, y que estoy seguro tienes también tú.

Por esta razón te recuerdo que reavives el fuego de la gracia de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. Por tanto, no tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Al contrario, toma parte en los duros trabajos del evangelio, según la fuerza de Dios: él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo; y ahora esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal por medio del evangelio.

De este evangelio me han nombrado heraldo, apóstol y maestro, y ésta es la razón de mi penosa situación presente; pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.

Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano; guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

Ya sabes que todos los de Asia me han vuelto la espalda, entre otros, Figelo y Hermógenes. Dios tenga misericordia de Onesíforo y familia, pues él me ha dado tantas veces aliento y no se ha avergonzado de que esté en la cárcel; al contrario, al llegar a Roma me buscó sin descanso hasta que dio conmigo. Que el Señor le conceda alcanzar su misericordia en el último día. Por lo demás, los servicios que prestó en Efeso tú los conoces mejor que nadie.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (10-12: Funk 2, 195-197)

Las cadenas, perlas espirituales

Sed también constantes en orar por los demás hombres. Hay efectivamente en ellos esperanza de conversión, para que lleguen a la participación de Dios. Permitidles que aprendan de vosotros, al menos por el testimonio de las obras. Responded a sus arrebatos con vuestra mansedumbre, a sus arrogancias con vuestra humildad, a sus blasfemias con vuestras oraciones, a sus errores con vuestra firmeza en la fe, a sus brusquedades con vuestra dulzura, sin tratar de pagarles en la misma moneda. Que nos consideren como hermanos suyos por nuestra amabilidad, pero como a imitar, tratemos de ser únicamente imitadores del Señor,—¿quién ha sido más injustamente tratado que él?, ¿quién ha sido sometido a mayores privaciones o a mayores escarnios?—, para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino permaneced en toda pureza y templanza en Jesucristo, tanto corporal como espiritualmente.

Es la etapa final. En adelante, que la increíble paciencia de Dios nos haga enrojecer y temamos no se convierta en objeto de nuestra condenación. Porque una de dos: o bien tememos el castigo inminente, o amamos la gracia presente. Lo que importa es ser hallados en Cristo Jesús para entrar en la verdadera vida. Fuera de él no ha de importaros nada: por él poseo yo estas mis cadenas, verdaderas perlas espirituales, con las cuales quisiera yo resucitar gracias a vuestra oración, de la que siempre desearía participar, para ser hallado en la herencia de los cristianos de Efeso, que en todo momento estuvieron en sintonía con los apóstoles por la fuerza de Jesucristo.

Sé quién soy y a quiénes escribo: yo soy un condenado, vosotros habéis alcanzado misericordia; yo expuesto al peligro, vosotros, sobre seguro. Sois estación de paso de los que son arrebatados a Dios, iniciados en los misterios por Pablo, el hombre santificado, el hombre garantizado, el hombre digno de ser proclamado dichoso. ¡Ojalá me encuentren sobre sus huellas cuando consiga a Dios! El en todas sus cartas os tiene presentes en Cristo Jesús.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 2, 1-21

Exhortación a la constancia en el trabajo y
en la persecución

Por tanto, hijo mío, saca fuerzas de la gracia de Cristo Jesús, y lo que me oíste decir, garantizado por muchos testigos, confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros. Toma parte en los trabajos como buen soldado de Cristo Jesús; ningún soldado én activo se enreda en asuntos civiles si quiere tener contento al que lo ha enrolado. Tampoco un atleta recibe el premio si no compite conforme al reglamento. El labrador que suda es el primero que tiene derecho a una parte de la cosecha. Reflexiona sobre esto que te digo, que el Señor te lo hará comprender.

Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Sígueles recordando todo esto, avisándoles seriamente en nombre de Dios que no disputen sobre palabras; no sirve para nada y es catastrófico para los oyentes. Esfuérzate por presentarte ante Dios y merecer su aprobación como un obrero irreprensible que predica la verdad sin desviaciones.

A las charlatanerías profanas dales de lado, porque se irán haciendo cada vez más impías, y la enseñanza de esa gente corroerá como una gangrena; entre ellos están Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad pretendiendo que la resurrección se ha efectuado ya y trastornando la fe de algunos. A pesar de todo, el sólido cimiento de Dios está firme y lleva esta inscripción: «El Señor conoce a los suyos» y «quien invoca el nombre del Señor aléjese de la maldad».

En una casa grande no hay sólo utensilios de oro y plata, también los hay de madera y de barro, unos para usos nobles, otros para usos bajos. Si uno quiere ser utensilio para usos nobles, consagrado y útil a su dueño, disponible para toda obra buena, tiene que limpiarse bien de todo eso.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (13-15: Funk 2, 197-201)

Nada mejor que la paz en Cristo

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras.

El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.


 


 

 

VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 2, 22-3, 17

Se avecinan tiempos difíciles

Huye las pasiones juveniles, esmérate en la rectitud y la fidelidad, en el amor fraterno y la paz con los que invocan al Señor limpiamente. Niégate a discusiones estúpidas y superficiales, sabiendo que acaban en peleas; y uno que sirve al Señor no debe pelearse, sino ser amable con todos; debe ser hábil para enseñar, sufrido, suave para corregir a los contradictores; puede que Dios les conceda enmendarse y comprender la verdad; entonces recapacitarán y se zafarán del lazo del diablo que los tiene ahora cogidos y sumisos a su voluntad.

Ten presente que en los tiempos finales va a haber momentos difíciles; la gente será egoísta e interesada, serán arrogantes, soberbios, difamadores, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin corazón, implacables y calumniadores, gente sin control, inhumanos y enemigos de todo lo bueno; traidores, temerarios, presuntuosos, amigos del placer en vez de amigos de Dios. Tendrán semblante de piedad, pero serán la negación de su esencia. No te juntes con gente de ésa; y a ellos pertenecen los que se cuelan por las casas y cautivan a mujerzuelas cargadas de pecados, zarandeadas por múltiples caprichos, que están siempre aprendiendo, pero son incapaces de llegar a conocer la verdad. Yanes y Yambres se opusieron a Moisés; exactamente lo mismo se oponen éstos a la verdad: mentes degeneradas, hombres incapacitados para la fe. Pero no irán más adelante, pues todos echarán de ver su insensatez, como les pasó a aquéllos.

Tú, en cambio, seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta, mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquía, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones padecí! Pero de todas me libró el Señor. Por otra parte, todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido. En cambio, esos perversos embaucadores irán de mal en peor, extraviando a los demás y extraviándose ellos mismos. Pero tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quién lo aprendiste, y que desde niño conoces la sagrada Escritura. Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación.

Toda escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (16-19: Funk 2,201-203)

La cruz es para nosotros salvación y vida eterna

No os llaméis a engaño, hermanos míos. Los que perturban las familias no heredarán el reino de Dios. Ahora bien, si los que así perturban el orden material son reos de muerte, ¿cuánto más los que corrompen con sus falsas enseñanzas la fe que proviene de Dios, por la cual fue crucificado Cristo? Estos tales, manchados por su iniquidad, irán al fuego inextinguible, como también los que les hacen caso.

Para esto el Señor recibió el ungüento en su cabeza, para infundir en la Iglesia la incorrupción. No os unjáis con el repugnante olor de las enseñanzas del príncipe de este mundo, no sea que os lleve cautivos y os aparte de la vida que tenemos prometida. ¿Por qué no somos todos prudentes, si hemos recibido el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué nos perdemos neciamente, no reconociendo el don que en verdad nos ha enviado el Señor?

Mi espíritu es el sacrificio expiatorio de la cruz, la cual para los incrédulos es motivo de escándalo, mas para nosotros es salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio?, ¿dónde está el sofista?, ¿dónde la jactancia de los llamados cuerdos? Porque nuestro Dios, Jesús el Mesías, fue concebido en el seno de María según la economía de Dios: del linaje, sí, de David, pero por obra del Espíritu Santo. El cual nació y fue bautizado, para purificar el agua con su pasión.

Al príncipe de este mundo le pasó desapercibida la virginidad de María, su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios sonados llevados a cabo en el silencio de Dios. ¿Cómo entonces fueron manifestados a los siglos? Un astro brilló en el cielo más que todos los astros: su luz era inexpresable y su novedad asombró a todos. Todos los demás astros, a una con el sol y la luna, hicieron coro a este astro, el cual proyectaba su luz superior a la de todos los demás. Se produjo una gran confusión, pues no acababan de explicarse de dónde procedía aquella novedad tan distinta de ellos. Así es como quedó destruida toda magia y disuelto todo lazo de maldad. Se disiparon las tinieblas de la ignorancia, y el antiguo imperio quedó abatido cuando apareció Dios en forma humana para conducirnos a la novedad de la vida perdurable: comenzaba a ser realidad lo que Dios había proyectado. No es extraño que todo se conmoviera, porque se estaba fraguando la abolición de la muerte.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 4, 1-22

Última exhortación de Pablo

Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir. Porque vendrá un tiempo en que la gente no soportará la doctrina sana, sino que, para halagarse el oído, se rodearán de maestros a la medida de sus deseos; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas.

Tú estate siempre alerta: soporta lo adverso, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu servicio. Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.

Procura venir cuanto antes; Dimas me ha dejado, enamorado de este mundo presente, y se ha marchado a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia; Tito, a Dalmacia; sólo Lucas está conmigo. Coge a Marcos y tráetelo contigo, pues me ayuda bien en la tarea. A Fortunato lo he mandado a Efeso.

El abrigo que me dejé en Tróade en casa de Carpo, tráetelo al venir, y los libros también, sobre todo los de pergamino. Alejandro el metalúrgico se ha portado muy mal conmigo; Dios le pagará lo que ha hecho. Ten cuidado con él también tú, porque a lo que yo digo se opuso violentamente. La primera vez que me defendí ante el tribunal, todos me abandonaron y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos. Amén!

Recuerdos a Prisca, y a Aquila, y a Onesíforo y familia. Erasto se quedó en Corinto. A Trófimo lo dejé enfermo en Mileto. Procura venir antes del invierno. Recuerdos de Eúbulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos.

El Señor te acompañe. La gracia os acompañe.


SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (20-21: Funk 2, 203-205)

Doy mi vida por vosotros

Si Jesucristo se dignare, por vuestras oraciones, concederme esta gracia y tal fuere su voluntad, en una segunda carta que tengo pensado escribiros os explicaré la economía —que apenas he esbozado— relativa al hombre nuevo, Jesucristo: economía basada en su fe y en su amor, en su pasión y en su resurrección. Máxime si el Señor me hace saber que vosotros, toda la comunidad y cada uno en particular, en la gracia que viene de su nombre, os reunís en una sola fe y en Jesucristo, nacido del linaje de David según la carne, hijo del hombre e hijo de Dios, dispuestos a obedecer al obispo y al colegio presbiteral en una concordia sin fisuras, partiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto contra la muerte y remedio para vivir siempre en Jesucristo.

Doy mi vida por vosotros y por los que, a gloria de Dios, habéis enviado a Esmirna, desde donde os escribo rebosando gratitud para con Dios y amor para con Policarpo lo mismo que para con vosotros. Acordaos de mí como Jesucristo se acuerda de vosotros. Orad por la Iglesia de Siria, desde donde soy conducido a Roma cargado de cadenas, a mí que soy el último de los fieles de aquella comunidad, pero que se me ha concedido la gracia de ser escogido para gloria de Dios.

Manteneos firmes en Dios Padre, en Jesucristo, nuestra común esperanza.

 

 

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 1-11

Exhortación sobre el camino de salvación

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros. Crezca vuestra gracia y paz por el conocimiento de Dios y de Jesús, nuestro Señor.

Su divino poder nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su propia gloria y potencia. Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que reina en el mundo por la ambición, y participar del mismo ser de Dios.

En vista de eso, poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor. Estas cualidades, si las poseéis y van creciendo, no permiten ser remisos e improductivos en la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las tiene es un cegato miope que ha echado en olvido la purificación de sus antiguos pecados.

Por eso, hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca; y os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 92 (1.2.3: PL 54, 454-455)

Cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia

Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga, sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 12-21

Testimonio de los apóstoles y los profetas

Queridos hermanos: Nunca dejaré de recordaros estas cosas, aunque ya las sabéis y seguís firmes en la verdad que llegó hasta vosotros. Mientras habito en esta tienda de campaña, creo deber mío refrescaros la memoria, sabiendo que pronto voy a dejarla, como me lo comunicó nuestro Señor Jesucristo. Pondré empeño en que, incluso después de mi muerte, siempre que haga falta, tengáis la posibilidad de acordaros de esto.

Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida 1 de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. El recibió de Dios Padre honra, y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Este es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada.

Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 35 sobre el evangelio de san Juan (8-9: CCL 36, 321-323)

Llegarás a la fuente, verás la luz

Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.

No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la Sublime Gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz —dice traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y —como dice también el apóstol Pablo— iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.

Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos?

Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos —dice el mismo Juan—, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2,1-9

Los falsos maestros

Queridos hermanos: No faltaron falsos profetas en el pueblo judío, y lo mismo entre vosotros habrá falsos maestros que introducirán bajo cuerda sectas perniciosas; por negar al Señor que los rescató, se acarrean una rápida ruina. Muchos los seguirán en su libertinaje, y por ese motivo el camino verdadero se verá difamado. Llevados de la codicia, os explotarán con discursos artificiosos. Pero hace mucho tiempo que su sentencia no huelga, y que su ruina no duerme.

Dios no perdonó a los ángeles que pecaron; al contrario, los precipitó en las lóbregas mazmorras del infierno, guardándolos para el juicio. Aunque puso al seguro a ocho personas, contando a Noé, el pregonero de la justicia, tampoco perdonó a la humanidad antigua: al contrario, mandó el diluvio sobre aquel mundo de impíos. A las ciudades de Sodoma y Gomorra las condenó, reduciéndolas a ceniza, dejándolas como ejemplo a los impíos del futuro. Pero salvó al justo Lot, atormentado por la desenfrenada conducta de aquella gente nefanda; aquel justo, con lo que veía y oía mientras convivía con ellos, día tras día sentía despedazarse su espíritu recto por sus obras inicuas. Sabe el Señor sacar a los piadosos de la prueba; a los malvados, en cambio, sabe irlos castigando, guardándolos para el día del juicio.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 37 sobre el Cantar de los cantares (5-7: Opera omnia, Edit. Cister. t. 2, 1958, 12-14)

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor

Si estamos bajo el dominio de la ignorancia de Dios, ¿cómo vamos a esperar en aquel a quien ignoramos? Y si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podremos ser humildes, pensando ser algo, cuando en realidad no somos nada? Y sabemos que ni los soberbios ni los desesperanzados tendrán parte o comunión en la herencia de los santos.

Considera, pues, ahora conmigo con cuánto cuidado y solicitud debemos desterrar de nosotros estos dos tipos de ignorancia, el primero de los cuales es el origen de todo pecado, y el segundo, de su consumación; cómo, por el contrario, los dos conocimientos opuestos —de Dios y de nosotros mismos— son respectivamente el principio y la perfección de la sabiduría; uno el temor del Señor y el otro la caridad.

Porque, así como el principio de la sabiduría es temer al Señor, así el principio de todo pecado es la soberbia; y como el amor de Dios se atribuye a sí mismo la perfección de la sabiduría, así la desesperación reclama para sí la consumación de toda malicia. Y así como de tu propio conocimiento nace en ti el temor de Dios, y del conocimiento de Dios se origina el amor al mismo, así, contrariamente, de tu personal desconocimiento surge la soberbia, y de la ignorancia de Dios procede la desesperación. Así, pues, la ignorancia de ti mismo te acarrea la soberbia, pues engañado por una mentalidad ciega y falaz, te crees mejor de lo que en realidad eres. Precisamente en esto consiste la soberbia, aquí está la raíz de todo pecado: en considerarte a tus ojos mejor de lo que eres ante Dios, mejor de lo que eres en realidad.

No existe, pues, peligro alguno, por más que te humilles, por más que te consideres menos de lo que eres, es decir, menos de lo que la Verdad te valora. Es, en cambio, un gran mal y un peligro horrendo si te crees superior, por poco que sea, a lo que en realidad eres, o si en tu apreciación te prefieres aunque sólo sea a uno de los que tal vez la Verdad juzga igual o superior a ti. Un ejemplo aclarará la idea: si pretendes pasar por una puerta cuyo dintel es excesivamente bajo, en nada te perjudicará por más que te inclines; te perjudicará, en cambio, si te yergues aun cuando no sea más que un dedo sobre la altura de la puerta, de suerte que te arrearás un coscorrón y te romperás la cabeza. Así ocurre a nivel espiritual: no hay que temer en absoluto una humillación por grande que sea, pero hemos de tener un gran horror y temor al más mínimo movimiento de temeraria presunción. Por lo tanto, oh hombre, no te atrevas a compararte con los que son superiores o inferiores a ti, no te compares con algunos ni siquiera con uno solo. Porque ¿qué sabes tú, oh hombre, si aquel uno, a quien consideras como el más vil y miserable de todos, qué sabes —insisto— si, merced a un cambio operado por la diestra del Altísimo, no llegará a ser mejor que tú y que otros en sí, o si lo es ya en Dios?

Por eso el Señor quiso que eligiéramos no un puesto mediano ni el penúltimo, ni siquiera uno de los últimos, sino que dijo. Vete a sentarte en el último puesto, de modo que sólo tú seas el último de todos los comensales, y no te prefieras, ni aun oses compararte, a ninguno.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2, 9-22

Amenazas a los pecadores

Queridos hermanos: Sabe el Señor sacar a los piadosos de la prueba; a los malvados, en cambio, sabe irlos castigando, guardándolos para el día del juicio. Sobre todo a los que se van tras los deseos infectos de la carne y menosprecian toda autoridad.

Temerarios y suficientes, maldicen sin temblar a seres gloriosos, mientras los ángeles, superiores a ellos en fuerza y poder, no se atreven a echar una maldición formal ante el Señor. Estos, al revés, son como animales, nacidos y destinados a que los cacen y los maten, por maldecir lo que no conocen; y se corromperán con su misma corrupción, cobrando daño por daño. Su idea del placer es la francachela en pleno día. ¡Qué asco y qué vergüenza cuando banquetean con vosotros, regodeándose en sus placeres! Se comen con los ojos a las mujerzuelas y no se hartan de pecar; engatusan a la gente insegura, se saben todas las mañas de la codicia y están destinados a la maldición. Se extraviaron, dejando el camino recto y metiéndose por la senda de Balaán de Bosor, que se dejó sobornar por la injusticia. Pero tuvo quien le echase en cara su delito: una acémila muda, hablando con voz humana, detuvo el desatino del profeta.

Son fuentes agotadas, brumas arrastradas por la tormenta, las lóbregas tinieblas los aguardan. Vocean pomposas vaciedades y, atizando los deseos de la carne y el desenfreno, engatusan a los que apenas empiezan a apartarse de los que viven en el extravío. Les prometen libertad, ellos, los esclavos de la corrupción: pues, cuando uno se deja vencer por algo, queda hecho su esclavo.

Si después de haber escapado de los miasmas del mundo, gracias al conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, otra vez se dejan enredar y vencer por ellos, el final les resulta peor que el principio. Más les habría valido no conocer el camino de la justicia que, después de conocerlo, volverse atrás del mandamiento santo que les transmitieron. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan acertado: «El perro vuelve a su propio vómito», y: «Cerda lavada se revuelca en el fango».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 1 sobre el amor a los pobres (PG 46, 459-462)

No desprecies a los pobres
como si fuesen de ningún valor

No desprecies a los pobres que arrastran su miseria como si fuesen de ningún valor. Considera quiénes son y reconocerás su dignidad: son la presencialización del Salvador. En efecto, Cristo, en su bondad, les ha transferido su propia persona para que, a semejanza de los soldados que, frente al enemigo que ataca, blanden, cual escudo, las insignias reales, a fin de que a la vista de la efigie del soberano, se quebrante y refrene el ímpetu de los asaltantes, así también los pobres puedan, gracias a la representación de Cristo que ostentan, doblegar, calmar y apiadar a cuantos ignoran la compasión o aborrecen francamente a los pobres. Ellos son los administradores de los bienes que también nosotros esperamos; los porteros del reino de los cielos, que abren las puertas a los buenos y compasivos, y la cierran a los malos e inhumanos; ellos son también unos severos fiscales y unos magníficos abogados. Pero acusan o defienden, no con discursos, sino con sola su presencia, al comparecer ante el juez. Gritan lo que se ha hecho contra ellos y lo proclaman con mayor claridad, exactitud y eficacia que cualquier pregonero, en presencia de quien escudriña los corazones y conoce todos los pensamientos de los hombres y lee los movimientos secretos del alma. Por causa de ellos se nos describe con todo lujo de detalles aquel tremendo juicio, del que a menudo habéis oído hablar.

Veo, en efecto, allí al Hijo del hombre venir del cielo, avanzando sobre los aires como si caminase sobre la tierra, escoltado de miríadas de ángeles. Veo a continuación el trono de la gloria, erigido en un lugar excelso, y, sentado en él, al Rey. Veo entonces que todas las familias humanas, los pueblos y las naciones que pasaron por esta vida, que respiraron este aire y contemplaron la luz de este sol, están alineados ante el tribunal, divididos en dos grupos.

Oigo que a los situados a la derecha se les llama corderos y a los situados a la izquierda se los denomina cabritos, nombres que responden a la categoría moral de cada grupo. Oigo al Rey que los interroga y anota sus justificaciones. Oigo lo que ellos responden al Rey. Advierto, finalmente, que cada uno es adornado según sus méritos. A los que fueron buenos y compasivos y llevaron una vida intachable, se les premia con el descanso eterno en el reino de los cielos, en cambio, a los inhumanos, y a los malvados, se les condena al suplicio del fuego, y del fuego eterno. Como sabéis, todas estas cosas se explican en el evangelio con toda diligencia.

Me inclino a creer que esta descripción tan detallada de aquel juicio, que parece un cuadro pintado al vivo, no tiene otra finalidad que inculcarnos la beneficiencia e inducirnos a practicar la benevolencia. En ella va facturada la vida. Ella es la madre de los pobres, la maestra de los ricos, la bondadosa nodriza de sus pupilos, la protectora de los ancianos, la despensa de los necesitados, el puerto común de los miserables, la que se cuida de todas las edades, la que atiende en todas las aflicciones y calamidades.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 1-10

Dios es fiel a sus promesas

Ésta es ya, queridos hermanos, la segunda carta que os escribo. En las dos os refresco la memoria, para que vuestra mente sincera recuerde los dichos de los santos profetas de antaño y el mandamiento del Señor y Salvador, comunicado por vuestros apóstoles. Sobre todo, tened presente que en los últimos días vendrán hombres que se burlarán de todo y procederán como les dictan sus deseos. Esos preguntarán: «¿En qué ha quedado la promesa de suvenida? Nuestros padres murieron, y desde entonces todo sigue como desde que comenzó el mundo».

Esos pretenden ignorar que originariamente existieron cielo y tierra; la palabra de Dios los sacó del agua y los estableció entre las aguas; por eso, el mundo de entonces pereció inundado por el agua. Y la misma palabra tiene reservados para el fuego el cielo y la tierra de ahora, guardándolos para el día del juicio y de la ruina de los impíos.

Queridos hermanos, no perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 1: PG 8, 59-63)

Llevemos desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa
aguardando la aparición gloriosa del gran Dios

El Señor se compadece, castiga, exhorta, amonesta, conserva, guarda y, en compensación de la doctrina que nos ha enseñado, promete en la sobreabundancia de su generosidad, el reino de los cielos, sin percibir de nosotros otro fruto que el de nuestra propia salvación. De hecho, el vicio se ceba en la destrucción del hombre, mientras que la verdad, que cual abeja inocua se posa en las cosas, sólo se alegra de la felicidad de los hombres.

Conoces lo que promete; conoces también con qué afecto ama al género humano. Por tanto, acércate y participa de esta gracia. Ahora bien, no has de considerar «nuevo» mi cántico, como se llama nuevo un objeto o una casa. De hecho él fue engendrado antes de la aurora de los siglos, y en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

En cierto sentido, también nosotros somos anteriores a la creación del mundo, en cuanto que preexistíamos en Dios mismo en razón de nuestra futura creación. Somos, pues, criaturas racionales del Verbo divino, es decir, de la inteligencia divina, y por él somos llamados «primeros», puesto que en el principio ya existía la Palabra. Palabra que por existir ya antes de ser echados los cimientos del mundo, fue el divino principio de todas las cosas, y lo sigue siendo; pero como quiera que, en los últimos tiempos quiso asumir aquel venerable nombre de Cristo, considerado ya antiguamente como santo, yo lo llamo Cántico nuevo.

Así pues, este Verbo que es Cristo, no sólo fue causa de nuestra preexistencia, sino que, además, es causa de nuestra existencia feliz, y en estos últimos tiempos se ha manifestado a los hombres como el único que es a la vez Dios y hombre. En efecto, enseñados por él a vivir rectamente, somos reexpedidos a la vida eterna. Pues, como dice aquel divino apóstol del Señor: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo.

En conclusión: el cántico nuevo es el del Verbo, que existía en el principio. El que ya existía desde antiguo, ha aparecido ahora como Salvador, me refiero al Verbo que estaba junto a Dios y por medio del cual se hizo todo. Se manifestó en la condición de maestro: y el que como artífice del mundo nos dio la vida en la primera creación, adoptando el talante de maestro nos enseñó la norma del bien vivir, a fin de otorgarnos después, corno Dios, la vida eterna.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 11-18

Exhortación a esperar la venida del Señor

Hermanos: Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.

Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación, como os escribió nuestro querido hermano Pablo con el saber que Dios le dio. En todas sus cartas habla de esto, es verdad que hay en ellas pasajes difíciles, que esos ignorantes e inestables tergiversan, como hacen con las demás Escrituras, para su propia ruina.

Así pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 1 (24: CCL 122, 170-171)

El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre

Habiendo dispuesto nuestro Señor y Redentor que sus elegidos entrasen, a través de los trabajos de la presente vida, en aquella vida de futura felicidad, exenta de trabajo, describe en su evangelio unas veces los sudores de los combates temporales y otras las palmas de los premios eternos, de modo que al oír lo inevitable de la lucha, caigan en la cuenta de que en esta vida no deben aspirar al descanso y, por otra parte, la dulzura de la futura retribución haga más llevaderos los males transitorios, que esperan ser remunerados con bienes eternos.

El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Este texto designa clarísimamente el día del juicio final, cuando con gran poder y gloria vendrá a juzgar al mundo el que en otro tiempo vino, en la humildad y la abyección, a ser juzgado por el mundo; cuando con rigor de juez exigirá la perfección de las obras de aquellos a quienes, con largueza misericordiosa, había previamente distribuido la gracia de sus dones; cuando, pagando a cada uno según su conducta, conducirá a sus elegidos al reino del Padre, mientras que arrojará a los réprobos con el diablo al fuego eterno.

Bellamente se dice que el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre. Realmente el Hijo del hombre vendrá con la gloria del Padre, porque el que en la naturaleza humana es menor que el Padre, en su divinidad posee una y misma gloria con el Padre, siendo como es verdadero hombre y verdadero Dios en todo el rigor de la expresión.

Y con razón llena de alegría a los justos y de terror a los contumaces lo que sigue: Y entonces pagará a cada uno según su conducta, pues los que obrando ahora el bien son afligidos por la inicua opresión de los malvados, esperan con ánimo confiado el momento en que el justo juez los librará no sólo de las injurias de los injustos, sino que les entregará la recompensa debida a su justicia y a su paciencia. En cambio, los que viviendo licenciosamente tachan de negligencia la paciencia del juez, al arrepentirse demasiado tarde, serán fulminados por la justa sentencia de eterna condenación. Sintoniza con esta evangélica sentencia lo que dice el salmista: Voy a cantar la bondad y la justicia, Señor.

Dice que va a cantar primero la misericordia y, luego, la justicia. Y con razón. Porque el Señor, que en su primera venida amablemente nos confió un depósito, nos lo exigirá y con todo rigor en la segunda. Y es, por el contrario, justo que el perverso, que desprecia la misericordia que Dios le brinda, sienta un terror pánico ante el estricto juicio del Señor.

Ahora bien, el que tiene conciencia de haber recibido agradecido la gracia de la misericordia, es normal que espere alegre la decisión de la justicia y, en consecuencia, espontáneamente entone un canto a su juez pregonando su bondad y su justicia. Mas como es un misterio para todos el día del juicio universal, como es incierto para cada cual la hora de su muerte, y la presente aflicción podría parecer demasiado larga a los que vivían en la ignorancia del momento en que recibirían por fin el descanso prometido, quiso el piadoso Maestro manifestar anticipadamente los goces de la eterna promesa a algunos de sus discípulos mientras todavía vivían en la tierra, a fin de que tanto los que lo habían visto, como todos a quienes llegase la noticia de lo ocurrido pudiesen sobrellevar más fácilmente las actuales adversidades, recordando frecuentemente el don de la futura retribución que esperaban. Por eso prosigue el texto: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Judas 1-8.12-13.17-25

Reprensión a los impíos y exhortación a los fieles

Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los llamados que ama Dios Padre, y custodia Jesucristo. Crezca vuestra misericordia, paz y amor.

Queridos hermanos, pongo siempre mucho empeño en escribiros acerca de nuestra salvación; y me veo obligado a mandaros esta carta, para animaros a combatir por esa fe que se transmitió a los santos de una vez para siempre.

La razón es que se han infiltrado ciertos individuos que incurren en la condenación anunciada antiguamente por la Escritura, impíos que han convertido en libertinaje la gracia de nuestro Dios y rechazan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo.

Aunque lo sabéis de sobra, quiero, sin embargo, traeros a la memoria que el Señor, después de haber sacado al pueblo de Egipto, exterminó más tarde a los que no creyeron; y que a los ángeles que no se mantuvieron en su rango y abandonaron su propia morada los tiene guardados para el juicio del gran día, atados en las tinieblas con cadenas perpetuas. También Sodoma y Gomorra, con las ciudades circunvecinas, por haberse entregado a la inmoralidad como éstos, practicando vicios contra naturaleza, quedan ahí como ejemplo, incendiadas en castigo perpetuo.

Lo mismo pasa con éstos: sus desvaríos los llevan a contaminar la carne, ,a rechazar todo señorío, a maldecir a seres gloriosos. Son éstos los que en vuestras comidas fraternas —qué vergüenza— banquetean sin recato, echándose pienso. Nubes sin lluvia que se llevan los vientos; árboles que en otoño no dan fruto y que, arrancados de cuajo, mueren por segunda vez; olas encrespadas del mar, coronadas por la espuma de sus propias desvergüenzas; estrellas fugaces a quienes está reservada la lobreguez de las eternas tinieblas.

Vosotros, queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos decían que en el tiempo final habrá quienes se rían de todo y procedan como les dictan sus deseos impíos Son éstos los que se constituyen en casta, siendo hombres de instintos y sin espíritu. Vosotros, en cambio, queridos hermanos, idos asentando sobre el cimiento de vuestra santa fe, orad movidos por el Espíritu Santo y manteneos así en el amor de Dios, aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna. ¿Titubean algunos? Tened compasión de ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por la carne.

Al único Dios, nuestro salvador, que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha, gloria y majestad, dominio y poderío, por Jesucristo, nuestro Señor, desde siempre y ahora y por todos los siglos. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 256 (1.2.3: PL 38, 1191-1193

Cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal

Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonanos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención, los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo; hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios —dice el Apóstol—, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.

 

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Ester 1, 1-3.9-13.15-16.19; 2, 5-10.16-17

Repudio de Vasti y elección de Ester

Era en tiempo del rey Asuero, aquel Asuero cuyo imperio abarcaba ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía.

El año tercero de su reinado, el rey, que residía en la acrópolis de Susa, ofreció un banquete a todos los generales y oficialidad del ejército persa y medo, a la nobleza de palacio y a los gobernadores de las provincias. Por su parte, la reina Vasti ofreció un banquete a las mujeres del palacio real de Asuero.

El séptimo día, cuando el rey estaba alegre por el vino, ordenó a Maumán, Bazata, Jarbona, Bagatá, Abgatá, Zetar y Carcás, los siete eunucos adscritos al servicio personal del rey Asuero, que le trajeran a la reina Vasti con su corona real, para que los generales y el pueblo admirasen su belleza, porque era muy hermosa. Pero, cuando los eunucos le transmitieron la orden del rey, la reina Vasti no quiso ir. El rey tuvo un acceso de ira y montó en cólera; luego consultó a los letrados, porque los asuntos del rey se solían consultar a los expertos en derecho, y les preguntó:

«¿Qué sanción hay que imponer a la reina Vasti por no haber obedecido la orden del rey Asuero, transmitida por los eunucos?»

Ante el rey y los grandes del reino, respondió Memucán:

«La reina Vasti no sólo ha faltado al rey, sino a todos los gobernadores y a todos los súbditos que tiene el rey Asuero en las provincias. Si al rey le parece bien, publique un decreto real, que se incluirá en la legislación de Persia y Media con carácter irrevocable, prohibiendo que Vasti se presente al rey Asuero y otorgando el título de reina a otra mejor que ella».

En la acrópolis de Susa vivía un judío llamado Mardoqueo, hijo de Yaír, de Semeí, de Quis, benjaminita, que había sido deportado desde Jerusalén con Jeconías, rey de Judá, entre los cautivos que se llevó Nabucodonosor, rey de Babilonia. Mardoqueo había criado a Edisa, es decir, Ester, prima suya, huérfana de padre y madre. La muchacha era muy guapa y atractiva, y, al morir sus padres, Mardoqueo la adoptó por hija.

Cuando se promulgó el decreto real, llevaron a muchas chicas a la acrópolis de Susa, bajo las órdenes de Hegeo, y llevaron también a Ester a palacio y se la encomendaron a Hegeo, guardián de las mujeres.

A Hegeo le gustó la muchacha y, como le agradó, le dio inmediatamente las cremas de tocador y los alimentos y le asignó siete esclavas, escogidas del palacio real; después la trasladó, con sus esclavas, a un apartamento mejor dentro del harén. Ester no dijo de qué raza ni de qué familia era, porque Mardoqueo se lo había prohibido.

En el año séptimo del reinado de Asuero, el mes de enero, o sea, el mes Tebet, llevaron a Ester al palacio real, al rey Asuero, y el rey la prefirió a las otras mujeres, tanto que la coronó, nombrándola reina en vez de Vasti.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (8, 15.17-9 18: CSEL 44, 56-57.59-60)

Que nuestro deseo de la vida eterna
se ejercite en la oración

¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor,, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 3, 1-15

Los judíos, en peligro

En aquellos días, el rey Asuero ascendió a Amán, hijo de Hamdatá, de Agag. Le asignó un trono más alto que el de los ministros colegas suyos. Todos los funcionarios de palacio, según orden del rey, rendían homenaje a Amán doblando la rodilla, pero Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla. Los funcionarios de palacio le preguntaron:

«¿Por qué desobedeces la orden del rey?»

Y como se lo decían día tras día sin que les hiciera caso, lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas, pues les había dicho que era judío.

Amán comprobó que Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla, y montó en cólera. Pero no se contentó con echar mano sólo a Mardoqueo; como le habían dicho a qué raza pertenecía, pensó aniquilar con él a todos los judíos del imperio de Asuero.

El año doce del reinado de Asuero, el mes primero, o sea, el mes de abril, se hizo ante Amán el sorteo, llamado «pur», por días y por meses. La suerte cayó en el mes doce, o sea, el mes de marzo. Amán dijo al rey Asuero: «Hay una raza aislada, diseminada entre todas las razas de las provincias de tu imperio. Tienen leyes diferentes de los demás y no cumplen los decretos reales. Al rey no le conviene tolerarlos. Si a vuestra majestad le parece bien, decrete suexterminio, y yo entregaré a la hacienda diez mil monedas de plata para el tesoro real».

El rey se quitó el anillo del sello y se lo entregó a Amán, hijo de Hamdatá, de Agag, enemigo de los judíos, diciéndole:

«Haz con ellos lo que te parezca, y quédate con el dinero».

Los notarios del reino fueron convocados para el día trece del mes primero. Y, tal como ordenó Amán, redactaron un documento destinado a los sátrapas reales, a los gobernadores de cada una de las provincias y a los jefes de cada pueblo, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua. Estaba escrito en nombre del rey Asuero y sellado con el sello real.

A todas las provincias del imperio llevaron los correos cartas ordenando exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, niños y viejos, chiquillos y mujeres, y saquear sus bienes el mismo día: el día trece del mes de marzo, o sea, el mes de Adar.

El texto de la carta, con fuerza de ley para todas y cada una de las provincias, se haría público a fin de que todos estuviesen preparados para aquel día. Obedeciendo al rey, los correos partieron veloces. El edicto fue promulgado en la acrópolis de Susa, y, mientras el rey y Amán banqueteaban, toda Susa quedó consternada.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (9,18—10, 20: CSEL 44, 60-63)

Debemos, en ciertos momentos, amonestarnos
a nosotros mismos con la oración vocal

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabrassuperfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 4, 1-8;15, 2-3; 4, 9-17

Amán intenta la ruina de todos los judíos

Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal, se echó ceniza y salió por la ciudad lanzando gritos de dolor. Y llegó hasta la puerta del palacio real, que no podía franquearse llevando un sayal.

De provincia en provincia, según se iba publicando el decreto real, todo era un gran duelo, ayuno, llanto y luto para los judíos; muchos se acostaron sobre saco y ceniza.

Las esclavas y los eunucos de Ester fueron a decírselo, y la reina quedó consternada; mandó ropa a Mardoqueo para que se vistiera y se quitara el sayal, pero Mardoqueo no la aceptó.

Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos reales al servicio de la reina, y le mandó ir a Mardoqueo para informarse de lo que pasaba y por qué hacía aquello. Hatac fue a hablar con Mardoqueo, que estaba en la plaza, ante la puerta de palacio. Mardoqueo le comunicó lo que había pasado: le contó en detalle lo del dinero que Amán había prometido ingresar en el tesoro real a cambio del exterminio de los judíos y le dio una copia del decreto que había sido promulgado en Susa ordenando el exterminio de los judíos, para que se la enseñará a Ester y le informara; y que mandase a la reina presentarse al rey, intercediendo en favor de los suyos. Que les dijese:

«Acuérdate de cuando eras pequeña, y yo te daba de comer. El virrey Amán ha pedido nuestra muerte. Invoca al Señor, habla al rey en favor nuestro, líbranos de la muerte».

Hatac transmitió a Ester la respuesta de Mardoqueo, y Ester le dio este recado para Mardoqueo:

«Los funcionarios reales y la gente de las provincias del imperio saben que, por decreto real, cualquier hombre o mujer que se presente al rey en el patio interior sin haber sido llamado es reo de muerte; a no ser que el rey, extendiendo su cetro de oro, le perdone la vida. Pues bien, hace un mes que el rey no me ha llamado».

Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester, ordenó que le contestaran:

«No creas que por estar en palacio vas a ser tú la única que quede con vida entre todos los judíos. ¡Ni mucho menos! Si ahora te niegas a hablar, la liberación y la ayuda les vendrán a los judíos de otra parte, pero tú y tu familia pereceréis. Quizá has subido al trono para esta ocasión».

Entonces Ester envió esta respuesta a Mardoqueo:

«Vete a reunir a todos los judíos que viven en Susa; ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días con sus noches. Yo y mis esclavas haremos lo mismo y, al acabar, me presentaré ante el rey, incluso contra su orden. Si hay que morir, moriré».

Mardoqueo se fue a cumplir las instrucciones de Ester.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (11, 21-12, 22: CSEL 44, 63-64)

Sobre la oración dominical

A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.

Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.

Y cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.

Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades.

Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente. Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 14, 1-19

Oración de la reina Ester

En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor. Se despojó de sus ropas lujosas y se vistió de luto; en vez de perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura, y se desfiguró por completo, cubriendo con sus cabellos revueltos aquel cuerpo que antes se complacía en adornar. Luego rezó así al Señor, Dios de Israel:

«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro.

Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido.

Nosotros hemos pecado contra ti dando culto a otros dioses; por eso, nos entregaste a nuestros enemigos. ¡Eres justo, Señor!

Y no les basta nuestro amargo cautiverio, sino que se han comprometido con sus ídolos, jurando invalidar el pacto salido de tus labios, haciendo desaparecer tu heredad y enmudecer a los que te alaban, extinguiendo tu altar y la gloria de tu templo, y abriendo los labios de los gentiles para que den gloria a sus ídolos y veneren eternamente a un rey de carne.

No entregues, Señor, tu cetro a los que no son nada. Que no se burlen de nuestra caída. Vuelve contra ellos sus planes, que sirva de escarmiento el que empezó a atacarnos.

Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices.

A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo, y sabes que odio la gloria de los impíos, que me horroriza el lecho de los incircuncisos y de cualquier otro extranjero.

Tú conoces mi peligro. Aborrezco este emblema de grandeza que llevo en mi frente cuando aparezco en público. Lo aborrezco como un harapo inmundo, y en privado no lo llevo. Tu sierva no ha comido a la mesa de Amán, ni estimado el banquete del rey, ni bebido vino de libaciones. Desde el día de mi exaltación hasta hoy, tu sierva sólo se ha deleitado en ti, Señor, Dios de Abrahán.

¡Oh Dios poderoso sobre todos! Escucha el clamor de los desesperados, líbranos de las manos de los malhechores, y a mí, quítame el miedo».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (12, 22-13, 24: CSEL 44, 65-68)

Nada hallarás que no se encuentre
en esta oración dominical

Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?

Y si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y, aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualidades que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Al citar estas tres propiedades, se habla de la conciencia recta, aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 5,1-5; 7,1-10

El rey y Amán asisten al convite de Ester.
Ejecución de Amán

Al tercer día, Ester se puso sus vestidos de reina y llegó hasta el patio interior del palacio, frente al salón del trono. El rey estaba sentado en su trono real, en el salón, frente a la entrada. Cuando vio a la reina Ester, de pie en el patio, la miró complacido, extendió hacia ella el cetro de oro que tenía en la mano, y Ester se acercó a tocar el extremo del cetro. El rey le preguntó:

«¿Qué te pasa, reina Ester? Pídemelo, y te daré hasta la mitad de mi reino».

Ester dijo:

«Si le agrada al rey, venga hoy con Amán al banquete que he preparado en su honor».

El rey dijo:

«Avisad en seguida a Amán que haga lo que quiere Ester».

El rey y Amán fueron al banquete con la reina Ester. El rey volvió a preguntar a Ester, en medio de los brindis:

«Reina Ester, pídeme lo que quieras y te lo doy. Aunque me pidas la mitad de mi reino, la tendrás».

La reina Ester respondió:

«Majestad, si quieres hacerme un favor, si te agrada, concédeme la vida —es mi petición— y la vida de mi pueblo —es mi deseo—. Porque mi pueblo y yo hemos sido vendidos para el exterminio, la matanza y la destrucción. Si nos hubieran vendido para ser esclavos o esclavas, me habría callado, ya que esa desgracia no supondría daño para el rey».

El rey preguntó:

«¿Quién es? ¿Dónde está el que intenta hacer eso?» Ester respondió:

«¡El adversario y enemigo es ese malvado, Amán!»

Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina. Y el rey, en un acceso de ira, se levantó del banquete y salió al jardín del palacio, mientras Amán se quedó para pedir por su vida a la reina Ester, pues comprendió que el rey ya había decidido su ruina. Cuando el rey volvió del jardín del palacio y entró en la sala del banquete, Amán estaba inclinado sobre el diván donde se recostaba Ester, y el rey exclamó:

«¿Y se atreve a violentar a la reina, ante mí, en mi palacio?»

Nada más decir esto, taparon la cara a Amán, y Harbona, uno de los eunucos del servicio personal del rey, sugirió:

«Precisamente en casa de Amán han instalado una horca de veinticinco metros de alto; la ha preparado Amán para Mardoqueo, que salvó al rey con su denuncia».

El rey ordenó:

«¡Ahorcadlo allí!»

Ahorcaron a Amán en la horca que había levantado para Mardoqueo; y la cólera del rey se calmó.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (14, 25-26: CSEL 44, 68-71)

No sabemos pedir lo que nos conviene

Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.


 


VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro de la profecía de Baruc 1, 14—2, 5; 3,1-8

Oración del pueblo penitente

Leed este documento que os enviamos y haced vuestra confesión en el templo el día de fiesta y en las fechas oportunas, diciendo así:

«Confesamos que el Señor, nuestro Dios, es justo, y a nosotros nos abruma hoy la vergüenza: a los judíos y vecinos de Jerusalén, a nuestros reyes y gobernantes, a nuestros sacerdotes y profetas y a nuestros padres; porque pecamos contra el Señor no haciéndole caso, desobedecimos al Señor, nuestro Dios, no siguiendo los mandatos que el Señor nos había dado.

Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor, nuestro Dios, hemos rehusado obedecerle. Por eso nos persiguen ahora las desgracias y la maldición con que el Señor conminó a Moisés, su siervo, cuando sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel. No obedecimos al Señor, nuestro Dios, que nos hablaba por medio de sus enviados, los profetas; todos seguimos nuestros malos deseos, sirviendo a dioses ajenos y haciendo lo que el Señor, nuestro Dios, reprueba.

Por eso, el Señor cumplió las amenazas que había pronunciado contra nuestros gobernadores, reyes y príncipes, y contra israelitas y judíos. Jamás sucedió bajo el cielo lo que sucedió en Jerusalén —según lo escrito en la ley de Moisés—, que la gente se comió a sus hijos e hijas; el Señor los sometió a todos los reinos vecinos, dejó desolado su territorio, haciéndolos objeto de burla y baldón para los pueblos a la redonda donde los dispersó. Fueron vasallos y no señores, porque habíamos pecado contra el Señor, nuestro Dios, desoyendo su voz.

Señor todopoderoso, Dios de Israel, un alma afligida y un espíritu que desfallece gritan a ti. Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre, nosotros morimos para siempre. Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha las súplicas de los israelitas que ya murieron y las súplicas de los hijos de los que pecaron contra ti: ellos desobedecieron al Señor, su Dios, y a nosotros nos persiguen las desgracias.

No te acuerdes de los delitos de nuestros padres; acuérdate hoy de tu mano y de tu nombre. Porque tú eres el Señor, Dios nuestro, y nosotros te alabamos, Señor. Nos infundiste tu temor para que invocásemos tu nombre y te alabásemos en el destierro y para que apartásemos nuestro corazón de los pecados con que te ofendieron nuestros padres. Mira, hoy vivimos en el destierro donde nos dispersaste, haciéndonos objeto de burla y maldición, para que paguemos así los delitos de nuestros padres, que se alejaron del Señor, nuestro Dios».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (14, 27—15, 28: CSEL 44, 71-73)

El Espíritu intercede por nosotros

Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquier otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene. Esta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportunamente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee, y allí nada podrá desear que no sea conveniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración, mientras vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva, y su luz nos hará ver la luz; aquel día, en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero, como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz, hemos de decir que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que nos conviene. Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia; docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál, es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios, que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede por los santos es para significar que incita a los fieles a interceder, del mismo modo que también se dice: Se trata de una prueba del Señor, vuestro Dios, para ver si lo amáis, es decir, para que vosotros conozcáis si lo amáis. El Espíritu, pues, incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con perseverancia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la profecía de Baruc 3, 9-15.24—4,4

La salvación de Israel es obra de la sabiduría

Escucha, Israel, mandatos de vida; presta oído para aprender prudencia. ¿A qué se debe, Israel, que estés aún en país enemigo, que envejezcas en tierra extranjera, que estés contaminado entre los muertos, y te cuenten con los habitantes del abismo? Es que abandonaste la fuente de la sabiduría. Si hubieras seguido el camino de Dios, habitarías en paz para siempre. Aprende dónde se encuentra la prudencia, el valor y la inteligencia; así aprenderás dónde se encuentra la vida larga, la luz de los ojos y la paz. ¿Quién encontró su puesto o entró en sus almacenes?

¡Qué grande es, Israel, el templo de Dios; qué vastos son sus dominios! El es grande y sin límites, es sublime y sin medida. Allí nacieron los gigantes, famosos en la antigüedad, corpulentos y belicosos; pero no los eligió Dios ni les mostró el camino de la inteligencia; murieron por su falta de prudencia, perecieron por falta de reflexión. ¿Quién subió al cielo para cogerla, quién la bajó de las nubes? ¿Quién atravesó el mar para encontrarla y comprarla a precio de oro? Nadie conoce su camino ni puede rastrear sus sendas.

El que todo lo sabe la conoce, la examina y la penetra. El que creó la tierra para siempre y la llenó de animales cuadrúpedos; el que manda a la luz, y ella va, la llama, y le obedece temblando; a los astros que velan gozosos en sus puestos de guardia, los llama, y responden: «Presentes», y brillan gozosos para su Creador. El es nuestro Dios, y no hay otro frente a él; investigó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo, Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres.

Es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la guarden vivirán; los que la abandonen morirán. Vuélvete, Jacob, a recibirla, camina a la claridad de su resplandor; no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero. ¡Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor!


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 3, 19-21: CSEL 62, 50-53)

En la sombra observamos las palabras de Dios

Aquí vivimos en la sombra y, en consecuencia, en la sombra observamos las palabras de Dios. Y, para echar mano de un ejemplo, antes ciertamente vivíamos bajo la sombra de la ley, cuando observábamos las lunas nuevas y los sábados, que eran sombra de lo que tenía que venir. Ahora, en cambio, viviendo según el evangelio, seguimos la sombra de las palabras de Dios. Natanael es visto bajo la higuera, David afirma esperar a la sombra de las alas del Señor Jesús, Zaqueo subió a una higuera para ver a Cristo.

También sobre nosotros extiende Jesús sus manos, para cubrir a todo el mundo con su sombra. ¿Cómo no vamos a estar en la sombra, los que nos hemos acogido al amparo de su cruz? ¿Cómo no vamos a estar en la sombra, si el Crucificado nos defiende de la malignidad del siglo y de los incentivos del cuerpo? ¿O es que olvidamos quizá que el Verbo de Dios, al venir, al mundo, no vino como el Verbo existente en el principio junto al Padre, sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo? Vino en una nubecilla y, siendo la fuerza del Altísimo, cubrió a María con su sombra para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

Pues bien, lo mismo que él, al nacer de la Virgen, se despojó de su rango, así a nosotros nos parecen transfiguradas las palabras de Dios al leerlas en el evangelio, pues sus contenidos se vislumbran en las Escrituras como en un espejo de adivinar, ya que no es posible, aquí en la tierra, comprender toda la verdad. Pero cuando venga la madurez, las palabras divinas ya no resplandecerán como transfiguradas a través de un abatimiento o de imágenes veladas, sino que brillarán en toda la plenitud y expresividad de la verdad.

Dijo el Apóstol: Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres; todo fue creado por él y para él. Una misma es, pues, la Palabra que obra en cada cual, y, al obrar en cada uno, obra todo en todos. Esta Palabra, única junto al Padre, se diversifica en una pluralidad, pues de su plenitud todos hemos recibido. Por eso, si consideras cada una de las cosas que han sido creadas en él, descubrirás que, en cada una de ellas, la Palabra —de la que somos partícipes según nuestra capacidad de comprensión— es una sola. En mí es una palabra humana, en otro es celeste, en varios una palabra angélica, los hay que tienen la palabra de las dominaciones y de las potestades. Existe la palabra de justicia, de castidad, de prudencia, de piedad y hasta de fuerza. De modo que una sola Palabra es una pluralidad de palabras, y una pluralidad de palabras forman una sola Palabra. No resulta difícil comprender esto si tenemos en cuenta lo que leemos: que el espíritu de sabiduría tolo lo puede. Por tanto, no debe crear dificultad alguna el que a unos se le haya dado la palabra apostólica, a otros la profética, a otros la angélica, a otros la palabra obradora de milagros; sin embargo, la Palabra es única, que se reparte a cada uno según su propia capacidad o según la libérrima generosidad de Dios.

Así pues, en este mundo veo, como en un espejo de adivinar, esta Palabra que es el origen de toda palabra, y en consecuencia no puedo observar todas las palabras de Dios; pero cuando cara a cara contemple su gloria, entonces viviré y, viviendo de la Vida, observaré también las palabras divinas.

 

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Tobías 1, 1-25

Piedad del anciano Tobit

Historia de Tobit, hijo de Tobiel, de Ananiel, de Aduel, de Gabael, de la familia de Asiel, de la tribu de Neftalí, deportado desde Tisbé —al sur de Cades de Neftalí, en la Galilea, por encima de Jasor, detrás de la ruta occidental, al norte de Safed— durante el reinado de Salmanasar, rey de Asiria.

Yo, Tobit, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive, de Asiria.

De joven, cuando estaba en Israel, mi patria, toda la tribu de nuestro padre Neftalí se separó de la dinastía de David y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como lugar de sus sacrificios, en la que había sido edificado y consagrado a perpetuidad el templo, morada de Dios.

Todos mis parientes, y la tribu de nuestro padre Neftalí, ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboán, rey de Israel, había puesto en Dan, en la serranía de Galilea; mientras que muchas veces era yo el único que iba a las fiestas de Jerusalén, como se lo prescribe a todo Israel una ley perpetua. Yo corría a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas, y lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el culto; el diezmo del trigo y del vino, de aceite, de las granadas, de las higueras y demás árboles frutales se lo daba a los levitas que oficiaban en Jerusalén. El segundo diezmo lo cambiaba en dinero, juntando lo de seis años, y cuando iba cada año a Jerusalén lo gastaba allí. El tercer diezmo lo daba cada tres años a los huérfanos y a las viudas y a los prosélitos agregados a Israel. Lo comíamos según lo prescrito en la ley de Moisés acerca de los diezmos, y según el encargo de Débora, madre de mi abuelo Ananiel (porque mi padre murió, dejándome huérfano).

De mayor, me casé con una mujer de mi parentela llamada Ana; tuve de ella un hijo y le puse de nombre Tobías.

Cuando me deportaron a Asiria como cautivo, vine a Nínive. Todos mis parientes y compatriotas comían manjares de los gentiles, pero yo me guardé muy bien de hacerlo. Y como yo tenía muy presente a Dios, el Altísimo quiso que me ganara el favor de Salmanasar, y llegué a ser su proveedor. Hasta que murió; yo solía ir a Media, y allí hacía las compras en casa de Gabael, hijo de Gabri, en Ragués de Media, y allí dejé en depósito unos sacos con trescientos kilos de plata.

Cuando murió Salmanasar, su hijo Senaquerib le sucedió en el trono. Las rutas de Media se cerraron y ya no pude volver allá.

En tiempo de Salmanasar hice muchas limosnas a mis compatriotas: di mi pan al hambriento y mi ropa al desnudo, y si veía a algún israelita muerto y arrojado tras la muralla de Nínive, lo enterraba. Así, enterré a los que mató Senaquerib al volver huyendo de Judea; el Rey del cielo lo castigó por sus blasfemias, y él, despechado, mató a muchos israelitas; yo cogí los cadáveres y los enterré a escondidas; Senaquerib mandó buscarlos, pero no aparecieron. Un ninivita fue a denunciarme al rey, diciéndole que era yo el que los había enterrado. Me escondí, y cuando me cercioré de que el rey lo sabía y que me buscaban para matarme, huí lleno de miedo. Entonces me confiscaron todos los bienes; se lo llevaron todo para el tesoro real y me dejaron únicamente a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.

No habían pasado cuarenta días cuando a Senaquerib lo asesinaron sus dos hijos; huyeron a los montes de Ararat, y su hijo Asaradón le sucedió en el trono. Asaradón puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de la hacienda pública, con autoridad sobre toda la administración.

Ajicar intercedió por mí y pude volver a Nínive. Durante el reinado de Senaquerib de Asiria, Ajicar había sido copero mayor, canciller, tesorero y contable, y Asaradón lo repuso en sus cargos. Ajicar era de mi parentela, sobrino mío.

Durante el reinado de Asaradón regresé a casa; me devolvieron a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 73 (1-4: CCL 23, 305-307)

Todo para gloria de Dios

El buen cristiano debe alabar siempre a su Padre y Señor, y ha de procurar en todo su gloria, como dice el Apóstol: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. Fijaos cómo ha de ser, según la mente del Apóstol, el almuerzo de los cristianos: en él ha de predominar el manjar de la fe de Cristo sobre las viandas materiales; ha de alimentar más al hombre la frecuente invocación del nombre del Señor que la variada y copiosa aportación de manjares; que la religión sacie mejor al hambriento que el mismo alimento. Todo —dice— para gloria de Dios. Es decir, que Cristo quiere que todos nuestros actos se hagan con él, como cómplice o como testigo. Y la razón es ésta: que las cosas buenas las hagamos con él como autor, y renunciemos a realizar las malas en razón de nuestra unión con él. Quien es consciente de tener a Cristo como compañero, se avergüenza de hacer cosas malas. Cristo en las cosas buenas es nuestra ayuda, en las malas es nuestro conservador.

Por eso, al levantarnos por la mañana, debemos dar gracias al Salvador y, antes de toda acción profana, realizar algún acto de piedad, por haber él velado nuestro descanso y nuestro sueño mientras dormíamos en nuestros lechos. Al levantarnos, pues, debemos dar gracias a Cristo y llevar a cabo, bajo la señal del Salvador, todo el trabajo de la jornada. ¿No es verdad que cuando todavía eras pagano solías escrutar diligentemente los signos e indagar con gran cuidado qué señales eran favorables para tal o cual negocio? No quiero que en adelante yerres cuanto al número. Has de saber que en la única señal de Cristo radica la prosperidad de todas las cosas. Quien en esta señal comenzare a sembrar, conseguirá el fruto de la vida eterna; el que en esta señal emprendiere un viaje, llegará hasta el cielo. Por tanto, hemos de orientar todos nuestros actos inspirados por este nombre, y referir a él todos los movimientos de nuestra vida, pues que, como dice el Apóstol: En él vivimos, nos movemos y existimos.

Igualmente, cuando el atardecer clausura la jornada debemos alabar al Señor con el salterio y cantar melodiosamente himnos a su gloria, a fin de que, consumado el combate de nuestras obras, merezcamos como los vencedores el descanso, y el olvido del sueño sea algo así como la palma debida a nuestras fatigas. A hacer esto, hermanos, no sólo nos impulsa la razón: nos lo aconsejan los mismos ejemplos. ¿No vemos, en efecto, cómo las diminutas avecillas, cuando la aurora abre las puertas a la claridad del día, se ponen a cantar armoniosamente en aquellas especie de celdas que son sus nidos, y lo hacen solícitamente antes de salir, como si quisieran acariciar a su Creador con la suavidad de su canto, al no poder hacerlo con las palabras?; ¿y cómo cada una de ellas, al no poder confesarlo, le rinde el homenaje de su canto, de suerte que parece dar gracias con mayor devoción la que más dulcemente canta? Y ¿no hacen otro tanto al final de la jornada?

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 2, 1-3, 6

La desgracia de Tobit, el hombre justo

En nuestra fiesta de Pentecostés (la fiesta de las Semanas) me prepararon una buena comida. Cuando me pusea la mesa, llena de platos variados, dije a mi hijo, Tobías:

—Hijo, anda a ver si encuentras a algún pobre de nuestros compatriotas deportados a Nínive, uno que se acuerde de Dios con toda su alma, y tráelo para que coma con nosotros. Te espero, hijo, hasta que vuelvas.

Tobías marchó a buscar a algún israelita pobre, y cuando volvió, me dijo:

—Padre.

Respondí:

—¿Qué hay, hijo?

Repuso:

—Padre, han asesinado a un israelita. Lo han estrangulado hace un momento, y lo han tirado ahí, en la plaza.

Yo pegué un salto, dejé la comida sin haberla probado, recogí el cadáver de la plaza y lo metí en una habitación para enterrarlo cuando se pusiera el sol. Cuando volví, me lavé y comí entristecido, recordando la frase del profeta Amós contra Betel: «Se cambiarán vuestras fiestas en luto, vuestros cantos en elegías», y lloré. Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y lo enterré.

Los vecinos se me reían:

—¡Ya no tiene miedo! Lo anduvieron buscando para matarlo por eso mismo, y entonces escapó; pero ahora ahí lo tenéis, enterrando muertos.

Aquella noche, después del baño, fui al patio y me tumbé junto a la tapia, con la cara destapada porque hacía calor; yo no sabía que en la tapia, encima de mí, había un nido de gorriones; su excremento caliente me cayó en los ojos y se me formaron nubes. Fui a los médicos a que me curaran; pero cuantos más ungüentos me daban, más vista perdía, hasta que quedé completamente ciego. Estuve sin vista cuatro años. Todos mis parientes se apenaron por mi desgracia, y Ajicar me cuidó dos años, hasta que marchó a Elimaida.

En aquella situación, mi mujer, Ana, se puso a hacer labores para ganar dinero. Los clientes le daban el importe cuando les llevaba la labor terminada; el siete de marzo, al acabar una pieza y mandársela a los clientes, éstos le dieron el importe íntegro y le regalaron un cabrito para que lo trajese a casa. Cuando llegó, el cabrito empezó a balar. Yo llamé a mi mujer, y le dije:

—¿De dónde viene ese cabrito? ¿No será robado? Devuélveselo al dueño, que no podemos comer nada robado. Ana me respondió:

—Me lo han dado de propina, además de la paga.

Pero yo no le creía, y abochornado por su acción, insistí en que se lo devolvieran al dueño. Entonces me replicó:

—Y ¿dónde están tus limosnas? ¿Dónde están tus obras de caridad? ¡Ya ves lo que te pasa!

Profundamente afligido, sollocé, me eché a llorar y empecé a rezar entre sollozos:

«Señor, tú eres justo; todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me castigues por mis pecados, miserrores y los de mis padres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus mandatos. Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones donde nos has dispersado. Sí, todas tus sentencias son justas cuando me tratas así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido lealmente en tu presencia. Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me quiten la vida y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más vale morir que vivir después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor. Porque más vale morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Opúsculo sobre el consuelo de la muerte (Sermón 1, 5-7: PG 56, 297-298)

Jesús es vida incluso para los que abandonan este mundo

El mismo Señor que es incapaz de mentir, clama: Yo soy —dice— la resurrección y la vida: el,que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Bien clara es, hermanos carísimos, la voz divina: el que cree en Cristo y guarda sus mandatos, aunque haya muerto, vivirá. Abriéndose a esta voz el bienaventurado apóstol Pablo y aferrándose a ella con toda la energía de la fe, enseñaba: No quiero, hermanos —dice—, que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis. ¡Oh admirable expresión la del Apóstol! En una sola palabra y ya antes de exponer la doctrina, da por sentada la resurrección. Pues llama «durmientes» a los que murieron, de modo que, al afirmar que duermen, da por segura su resurrección. Para que no os aflijáis —dice— por los difuntos como los hombres sin esperanza.

Que se aflijan los hombres sin esperanza; alegrémonos, en cambio, nosotros que somos hijos de la esperanza. Y cuál sea nuestra esperanza, lo recuerda el mismo Apóstol diciendo: Si creemos que Cristo ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él. Pues Jesús es para nosotros salvación mientras todavía vivimos en el mundo y, además, vida cuando lo abandonamos. Para mí —dice el Apóstol— la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Una ganancia realmente, ya que la muerte prematura nos ahorra las angustias y tribulaciones de una prolongada vida.

Pero tal vez te preguntes: ¿Cómo serán los que resuciten de entre los muertos? Escucha a tu mismo Señor, que dice: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Pero ¿a qué evocar el resplandor del sol, cuando es preciso que los fieles se vayan transformando según el modelo de la claridad del mismo Cristo, el Señor? Lo atestigua el apóstol Pablo: Nosotros somos —dice— ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo, él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Se transformará indudablemente esta carne mortal según el modelo de la claridad de Cristo. Lo mortal se vestirá de inmortalidad, pues se siembra lo débil, resucita fuerte. En adelante, la carne no temerá la corrupción, no padecerá hambre, ni sed, ni enfermedad, ni adversidad. Pues una paz inalterable es también garantía de una firme seguridad de la vida. Pero muy distinta es la gloria de la vida celeste, donde se nos proporcionará un indefectible gozo.

Teniendo todo esto presente en su fina sensibilidad, decía el bienaventurado apóstol Pablo: Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Y todavía decía abiertamente enseñando: Mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. ¿Qué es lo que hacemos nosotros, hombres de poca fe, que nos angustiamos y nos deprimimos cuando alguno de nuestros seres queridos parte para el Señor? ¿Qué es lo que hacemos nosotros, que preferimos peregrinar en este mundo, a ser conducidos a la presencia de Cristo?

Sí, toda nuestra vida no es en realidad más que una peregrinación, pues, al igual que los peregrinos de este mundo, no tenemos morada estable, trabajamos, sudamos, caminamos caminos difíciles, llenos de peligros. Y con todo y estar amenazados por tantos peligros, no sólo no deseamos ser nosotros mismos liberados, sino que nos lamentamos y lloramos como perdidos a los que ya han sido liberados. ¿Qué es lo que Dios nos ha dado por medio de su Unigénito, si todavía tenemos miedo a la causa de la muerte? ¿A qué gloriarnos de haber renacido del agua y del Espíritu, si la partida de este mundo nos contrista? En esto consiste la esencia de la fe cristiana: en esperar, después de la muerte, la verdadera vida; tras la salida, el retorno.

Dando, pues, acogida a las palabras del Apóstol, demos ya confiados gracias a Dios, que nos ha dado la victoria sobre la muerte por Cristo, nuestro Señor, a quien corresponde la gloria y el poder, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 3, 7-25

La desgracia de Sara. Su oración

Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio Asmodeo fue matando a todos los maridos cuando iban a unirse con ella, según costumbre. La criada le dijo:

—Eres tú la que matas a tus maridos. Te han casado ya con siete y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos nunca ni un hijo ni una hija tuya!

Entonces Sara, profundamente afligida, se echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse. Pero lo pensó otra vez, y se dijo:

—¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre de puro dolor. Será mejor no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así ya no tendré que oír más insultos.

Extendió las manos hacia la ventana y rezó:

«Bendito eres, Dios misericordioso. Bendito tu nombre por los siglos. Que te bendigan todas tus obras por los siglos. Hacia ti levanto ahora mi rostro y mis ojos. Manda que yo desaparezca de la tierra para no oír más insultos. Tú sabes, Señor, que me conservo limpia de todo pecado con varón, conservo limpio mi nombre y el de mi padre, en el destierro. Soy hija única; mi padre no tiene otro hijo que pueda heredarlo, ni pariente próximo, o de la familia, con quien poder casarme. Ya se me han muerto siete, ¿para qué vivir más? Si no quieres matarme, Señor, escucha cómo me insultan».

En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos: a Tobit, limpiándole la vista, para que pudiera ver la luz de Dios, y a Sara, la de Ragüel, dándola como esposa a Tobías, hijo de Tobit, librándola del maldito demonio Asmodeo (pues Tobías tenía más derecho a casarse con ella que todos los pretendientes). En el mismo momento Tobit pasaba del patio a casa y Sara de Ragüel bajaba del piso de arriba.


SEGUNDA LECTURA

San Germán de Constantinopla, Tratado [atribuido] sobre la contemplación de los bienes eclesiásticos (PG 98, 442-443)

Todos nosotros te glorificamos a ti, Dios nuestro,
en medio de una profunda tranquilidad

Padre nuestro, que estás en los cielos. Realmente él es el Padre de todos nosotros y a todos nos conserva en el ser. ¿Le llamas Padre? Regula tu vida como el Hijo, de que seas grato y puedas complacer a ese Padre tuyo que está en los cielos. Porque, ¿quién mijitando a las órdenes del poderoso príncipe de este mundo y del mundo infernal, que ha adoptado como hijo, se atreverá, con sus malas obras, llamar Padre al Autor y al Señor de todo bien? Consta que este tal a quien llama Padre no es al Señor de los ejércitos, sino al adversario, cuyas obras realiza. Oh hombre, ¿llamas Padre a Dios? Muy bien dicho, pues es Padre y Autor de todos nosotros: pero date prisa en cumplir aquellos deberes que agraden a tu Padre. Si, por el contrario, tus obras son malas, es evidente que invocas al diablo como padre, pues él es el jefe de los malos. Por tanto huye inmediatamente de él, y trata de agradar a tu buen Padre y procreador tuyo.

Santificado sea tu nombre. El nombre es el del Hijo de Dios y que nosotros llevamos. El es Cristo y, nosotros, cristianos, y de su nombre hemos derivado nuestro apellido. Cierto, Dios es realmente santo: lo que pedimos es que su nombre sea santificado en nosotros, lo cual constituye nuestra propia tarea en perfecto acuerdo con la razón:haga santo y absolutamente puro nuestro cuerpo, para que sea hallado irreprochable el día del juicio. ¿Es que tal vez Dios no es santo? Evidentemente que lo es; pero tú oras: Santificado sea tu nombre en mí, para que los hombres vean mis buenas obras y te den gloria a ti, Padre y hacedor mío.

Venga a nosotros tu reino. El reino de Dios es el Espíritu Santo. Lo dice el mismo Señor: El reino de Dios está dentro de vosotros. En efecto, al Espíritu Santo, juntamente con el Padre y con el Hijo, le corresponde reinar, pues él santifica e ilumina a las potestades espirituales y angélicas, a los ejércitos celestiales y a todo hombre que viene al mundo y cree en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El es realmente Rey de la tierra, de todo lo visible e invisible. Pero así como una ciudad asediada por el enemigo pide refuerzos al rey, así también nosotros, asediados por los poderes adversos y por los pecados, recurrimos a Dios en busca de auxilio para que nos libere. ¿Lo llamas Rey? Conviértete en soldado espiritual, de forma que agrades al Rey que te ha enrolado en su ejército. Y ¿qué? ¿Es que Dios no es rey, dado que su reino está por venir? Ciertamente es un rey universal. Pero así como una ciudad asediada... (según el ejemplo antes alegado). Otra explicación: al decir el profeta: Dios reinó sobre las naciones, empleando el pretérito en lugar del futuro, por esta razón rezamos a grandes voces: Venga a nosotros tu reino, Señor, sobre nosotros que somos las naciones.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. La voluntad de Dios Padre es la economía de su Hijo. En el cielo, los ángeles viven en la concordia y en la común armonía: por eso, también nosotros buscamos vivir en un amor sincero. Todo cuanto quieres y persigues, se hace en el cielo: haz lo posible para que esto mismo se haga en la tierra. El sentido es éste: Señor, así como en el cielo se hace tu voluntad, y todos los ángeles viven en paz, y no hay entre ellos ni agredido ni agresor, no hay ni ofendido ni ofensor, no hay quien declare la guerra ni quien la sufra, sino que todos te glorifican en medio de una profunda tranquilidad, paralelamente hágase tu voluntad también entre nosotros los hombres que habitamos la tierra, para que todas las naciones, a una voz y con un solo corazón, te glorifiquemos a ti, hacedor y Padre de todos nosotros.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 4, 1-6.16.20-23; 5, 1-14.21-22

Preparativos para el viaje de Tobías

Aquel día Tobit se acordó del dinero que había depositado en casa de Gabael, en Ragués de Media, y pensó para sus adentros: «He pedido la muerte. ¿Por qué no llamo a mi hijo Tobías y le informo sobre ese dinero antes de morir?» Entonces llamó a su hijo Tobías, y cuando se presentó, le dijo:

—Hazme un entierro digno. Honra a tu madre, no la abandones mientras viva. Tenla contenta y no la disgustes en nada. Acuérdate, hijo, de los muchos peligros que pasó por tu causa cuando te llevaba en su seno. Y cuando muera ella, entiérrala junto a mí en la misma sepultura. Hijo, acuérdate del Señor toda tu vida. No consientas en pecado ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras de caridad toda tu vida, y no vayas por caminos injustos, porque a los que obran bien les van bien los negocios. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos. Porque no todas las naciones aciertan en sus proyectos; es el Señor quien, según su designio, da todos los bienes o humilla hasta lo profundo del abismo.

Bien, hijo, recuerda estas normas; que no se te borren de la memoria.

Y ahora te comunico que en casa de Gabael, el de Gabri, en Ragués de Media, dejé en depósito trescientos kilos de plata. No te apures porque seamos pobres; si temes a Dios, huyes de todo pecado y haces lo que le agrada al Señor, tu Dios, tendrás muchas riquezas.

Tobías respondió a su padre, Tobit:

—Padre, haré lo que me has dicho. Pero ¿cómo podré recuperar ese dinero de Gabael, si ni él ni yo nos conocemos? ¿Qué contraseña puedo darle para que me reconozca y se fíe de mí y me dé el dinero? Además, no conozco el camino de Media.

Tobit le dijo:

—Gabael me dio un recibo, y yo le di el mío, firmamos los dos el contrato, después lo rompí por la mitad y cogimos cada uno una parte, de modo que una quedó con el dinero. ¡Veinte años hace que dejé en depósito ese dinero! Bien, hijo, búscate un hombre de confianza que pueda acompañarte, y le pagaremos por todo lo que dure el viaje. Vete a recuperar ese dinero.

Tobías salió a buscar un guía experto que lo acompañase a Media. Cuando salió se encontró con el ángel Rafael, parado; pero no sabía que era un ángel de Dios. Le preguntó:

—¿De dónde eres, buen hombre?

Respondió:

—Soy un israelita compatriota tuyo y he venido aquí buscando trabajo.

Tobías le preguntó:

—¿Sabes, por dónde se va a Media?

Rafael le dijo:

—Sí. He estado allí muchas veces y conozco muy bien todos los caminos. He ido a Media con frecuencia, parando en casa de Gabael, el paisano nuestro que vive en Ragués de Media. Ragués está a dos días enteros de camino desde Ecbatana, porque queda en la montaña.

Entonces Tobías le dijo:

—Espérame aquí, buen hombre, mientras voy a decírselo a mi padre. Porque necesito que me acompañes; ya te lo pagaré.

El otro respondió:

—Bueno, espero aquí, pero no te entretengas.

Tobías fue a informar a su padre, Tobit:

—Mira, he encontrado a un israelita compatriota nuestro.

Tobit le dijo:

—Llámamelo, que yo me entere de qué familia y de que tribu es, y a ver si es de confianza para acompañarte, hijo. Tobías salió a llamarlo:

—Buen hombre, mi padre te llama.

Cuando entró, Tobit se adelantó a saludarlo. El ángel le respondió:

—¡Que tengas salud!

Pero Tobit comentó:

—¿Qué salud puedo tener? Soy un ciego que no ve la luz del día. Vivo en la oscuridad, como los muertos, que ya no ven la luz. Estoy muerto en vida: oigo hablar a la gente, pero no la veo.

El ángel le dijo:

—Animo, Dios te curará pronto; ánimo.

Entonces Tobit le preguntó:

—Mi hijo Tobías quiere ir a Media. ¿Podrías acompañarlo como guía? Yo te lo pagaré, amigo.

—Él respondió:

—Sí. Conozco todos los caminos. He ido a Media muchas veces, he atravesado sus llanuras y sus montañas; sé todos los caminos.

Tobit le preguntó:

—Amigo, ¿de qué familia y de qué tribu eres? Dímelo. Rafael respondió:

—¿Qué falta te hace saber mi tribu?

Tobit dijo:

—Amigo, quiero saber exactamente tu nombre y apellido. Rafael respondió:

—Soy Azarías, hijo del ilustre Ananías, compatriota tuyo.

Entonces Tobit le dijo:

—¡Seas bien venido, amigo! No te me enfades si he querido saber exactamente de qué familia eres. Ahora resulta que tú eres pariente nuestro, y de muy buena familia. Yo conozco a Ananías y a Natán, los dos hijos del ilustre Semeyas. Iban conmigo a adorar a Dios en Jerusalén, y no han tirado por mal camino. Los tuyos son buena gente. Bien venido, hombre; eres de buena cepa.

Y añadió:

—Te daré como paga una dracma diaria y la manutención, lo mismo que a mi hijo. Acompáñale, y ya añadiré algo a la paga.

Rafael respondió:

—Lo acompañaré. No tengas miedo: sanos marchamos y sanos volveremos; el camino es seguro.

Tobit le dijo:

—Amigo, Dios te lo pague.

Luego llamó a Tobías y le habló así:

—Hijo, prepara el viaje y vete con tu pariente. Que el Dios del cielo os proteja allá y os traiga de nuevo sanos y salvos. Que su ángel os acompañe con su protección, hijo.

Tobías besó a su padre y a su madre y emprendió la marcha, mientras Tobit le decía:

—Buen viaje!


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)

Ésta es la luz: es una y uno son todos
cuantos la ven y la aman

¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.

Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio, esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a alabarte por ella, oh Dios, creador del universo, la asumen en tu himno, sin ser asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo. Resisto a las seducciones de los ojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.

¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la cual, día y noche, suspira mi alma.

Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me librarás, Señor, me librarás porquetengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con dolor, por haber caído completamente.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 6,1-22

El viaje de Tobías

Cuando salieron el muchacho y el ángel, el perro se fue con ellos. Caminaron hasta que se les hizo de noche, y acamparon junto al río Tigris. El muchacho bajó al río a lavarse los pies, y un pez enorme saltó del río intentando arrancarle un pie. Tobías dio un grito, y el ángel le dijo:

—¡Cógelo, no lo sueltes!

Tobías sujetó al pez y lo sacó a tierra. Entonces, el ángel le dijo:

—Abrelo, quítale la hiel, el corazón y el hígado, y guárdalos, porque sirven como remedios; los intestinos, tíralos. El chico abrió el pez y juntó la hiel, el corazón y el hígado, luego asó un trozo de pez, lo comió y saló el resto. Siguieron su camino juntos hasta llegar a Media. Entonces Tobías preguntó al ángel:

—Amigo Azarías, ¿qué remedios se sacan del corazón, del hígado y de la hiel del pez?

El ángel respondió:

—Si a un hombre o a una mujer le dan ataques de un demonio o un espíritu malo, se queman allí delante el corazón y el hígado del pez, y ya no le vuelven los ataques. Y si uno tiene nubes en los ojos, se le unta con la hiel; luego se sopla y se cura.

Habían entrado ya en Media, y estaban cerca de Ecbatana, cuando Rafael dijo al chico:

—Amigo Tobías.

El respondió:

—¿Qué?

Rafael dijo:

—Hoy vamos a hacer noche en casa de Ragüel. Es pariente tuyo, y tiene una hija llamada Sara. Es hija única. Tú eres el pariente con más derecho a casarse con ella y a heredar los bienes de su padre. La muchacha es formal, decidida y muy guapa, y su padre es de buena posición.

Luego siguió:

—Tú tienes derecho a casarte con ella. Escucha, amigo. Esta misma noche hablaré al padre acerca de la muchacha, para que te la reserve como prometida. Y cuando volvamos de Ragués hacemos la boda. Estoy seguro de que Ragüel no va a poner obstáculos ni la va a casar con otro. Se expondría a la pena de muerte, según la ley de Moisés, sabiendo como sabe que su hija te pertenece a ti antes que a cualquier otro. De manera que escucha, amigo. Esta misma noche vamos a tratar acerca de la muchacha y hacemos la petición de mano. Luego, cuando volvamos de Ragués, la recogemos y la llevamos con nosotros a tu casa.

Tobías le dijo:

—Amigo Azarías, he oído que ya se ha casado siete veces, y todos los maridos han muerto en la alcoba la noche de bodas cuando se acercaban a ella. He oído decir que los mataba un demonio, y como el demonio no le hace daño a ella, pero mata al que quiere acercársele, yo, como soy hijo único, tengo miedo de morirme y de mandar a la sepultura a mis padres del disgusto que les iba a dar. Y no tienen otro hijo que pueda enterrarlos.

El ángel le preguntó:

—¿Y no te acuerdas de las recomendaciones que te hizo tu padre: que te casaras con una de la familia? Mira, escucha, amigo, no te preocupes por ese demonio; tú cásate con ella; sé que esta misma noche te la darán como esposa. Y cuando vayas a entrar en la alcoba, coge un poco del hígado y del corazón del pez y échalo en el brasero del incienso. Al esparcirse el olor, en cuanto el demonio lo huela, escapará y ya no volverá a aparecer cerca de ella. Cuando vayas a unirte a ella, levantaos antes los dosy orad pidiendo al Señor del cielo que os conceda su misericordia y que os proteja. No temas, que ella te está destinada desde la eternidad; tú la salvarás, ella irá contigo, y pienso que te dará hijos muy queridos. No te preocupes.

Al oír Tobías lo que iba diciendo Rafael, y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, le tomó cariño y se enamoró de ella.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Sermón sobre la ascensión de Cristo (PG 46, 690-691)

Éste es el grupo que busca al Señor

¡Qué agradable compañero es el profeta David en todos los caminos de la vida humana! ¡Qué apropiado para todas las edades espirituales! ¡Qué cómodo resulta para cualquier grado o condición de las almas que avanzan por los caminos del espíritu! Juega con los que ante Dios son niños o muchachos; se asocia a los hombres maduros en el combate y la lucha; instruye a la juventud; sostiene a los ancianos. Se pone al servicio de todos: arma de los soldados, es entrenador de púgiles, palestra de los luchadores, corona de los vencedores; animador en los banquetes; en los funerales, consuelo de los que lloran.

En uno de estos salmos quiere que seas oveja llevada a pastar por Dios y goces de este modo de la abundancia de todos los bienes, teniendo a disposición hierba, pienso y agua refrescante. Este pastor modelo se te ofrece como alimento, tienda, camino, guía, todo, y oportunamente distribuye su gracia en cualquier necesidad. Con todo lo cual David enseña a la Iglesia que lo primero que debes hacer es convertirte en oveja del buen pastor, conducido a los pastos y a las fuentes de la divina doctrina mediante una buena catequesis de iniciación, para que seas sepultado por el bautismo con él en la muerte, sin que una muerte semejante tenga por qué darte miedo.

Esta, en realidad, no es la verdadera muerte, sino su sombra y su imagen. Pues aunque camine —dice— en las sombras de la muerte, nada temo a lo malo que pudiera ocurrirme, porque tú vas conmigo. Además, el cayado del espíritu consuela. Pues el Espíritu es el Consolador. A continuación, ofrece un místico banquete, aderezado en oposición a la mesa de los demonios, ya que mediante la idolatría los demonios atormentaron la vida de los hombres y a los demonios se opone la mesa del Espíritu. A este propósito, unge la cabeza con el óleo del espíritu, añadiendo el vino que alegra el corazón; infunde en el alma aquella sobria embriaguez y, apartando la mente de las cosas caducas e inestables, la conduce a las eternas. Realmente, el que está bajo los efectos de una tal embriaguez, permuta esta breve vida por la inmortalidad, y habita en la casa del Señor por años sin término.

Después de habernos obsequiado en uno de los salmos tan espléndidamente, en otro que le sigue inmediatamente levanta el ánimo a placeres todavía mayores y más perfectos, cuyo significado os voy a explicar, si os parece, en pocas palabras.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena. Oh hombre, ¿qué tiene, pues, de extraño que nuestro Dios haya aparecido en la tierra y haya vivido entre los hombres? El fue quien creó y fundó la tierra. Por tanto nada tiene de insólito ni de absurdo que el Señor venga a su propia casa. Porque no ha plantado su tienda en tierra extraña, sino en la que él mismo fabricó y dio consistencia, el que fundó la tierra sobre los mares e hizo que estuviera afianzada sobre las corrientes fluviales. Y ¿cuál fue la razón de su venida? No otra sino la de conducirte sobre el monte, liberado ya de la vorágine del pecado y triunfalmente sentado sobre la carroza del reino, es decir, sobre el cortejo de las virtudes.

En efecto, no te es lícito subir a aquel monte, si no te haces acompañar por el cortejo de las virtudes, fueras de manos inocentes, estuvieres exento de toda culpa; si, siendo limpio de corazón, apartares tu alma de toda vanidad y no engañares a tu prójimo dolosamente. La bendición será el premio de una tal ascensión; a éste, Dios le abrirá los tesoros de su misericordia. Este es el grupo que buscaal Señor, ascendiendo 'a lo alto por la escala de la virtud, del grupo que viene a tu presencia, Dios de Jacob.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 7,1.9-20;8,4-16

Boda de Tobías y Sara

Al llegar a Ecbatana, le dijo Tobías:

—Amigo Azarías, llévame derecho a casa de nuestro pariente Ragüel.

El ángel lo llevó a casa de Ragüel. Lo encontraron sentado a la puerta del patio; se adelantaron a saludarlo, y él les contestó:

—Tanto gusto, amigos; bien venidos.

Luego los hizo entrar en casa. Ragüel los acogió cordialmente y mandó matar un carnero.

Cuando se lavaron y bañaron, se pusieron a la mesa. Tobías dijo a Rafael:

—Amigo Azarías, dile a Ragüel que me dé a mi pariente Sara.

Ragüel lo oyó, y dijo al muchacho:

—Tú come y bebe y disfruta a gusto esta noche. Porque, amigo, sólo tú tienes derecho a casarte con mi hija, Sara, y yo tampoco puedo dársela a otro, porque tú eres el pariente más cercano. Pero, hijo, te voy a hablar con toda franqueza. Ya se la he dado en matrimonio a siete de mi familia, y todos murieron la noche en que iban a acercarse a ella. Pero bueno, hijo, tú come y bebe, que el Señor cuidará de vosotros.

Tobías replicó:

—No comeré ni beberé mientras no dejes decidido este asunto mío.

Ragüel le dijo:

—Lo haré. Y te la daré como prescribe la ley de Moisés. Dios mismo manda que te la entregue, y yo te la confío. A partir de hoy, para siempre, sois marido y mujer. Es tuya desde hoy para siempre. ¡El Señor del cielo os ayude esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz!

Llamó a su hija, Sara. Cuando se presentó, Ragüel le tomó la mano y se la entregó a Tobías, con estas palabras:

—Recíbela conforme al derecho y a lo prescrito en la ley de Moisés, que manda se te dé por esposa. Tómala y llévala enhorabuena a casa de tu padre. Que el Dios del cielo os dé paz y bienestar.

Luego llamó a la madre, mandó traer papel y escribió el acta del matrimonio: «Que se la entregaba como esposa conforme a lo prescrito en la ley de Moisés». Después empezaron a cenar.

Ragüel llamó a su mujer, Edna, y le dijo:

—Mujer, prepara la otra habitación, y llévala allí.

Edna se fue a arreglar la habitación que le había dicho su marido. Llevó allí a su hija y lloró por ella. Luego, enjugándose las lágrimas, le dijo:

—Animo, hija. Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo. Animo, hija.

Y salió.

Cuando Ragüel y Edna salieron, cerraron la puerta de la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara:

—Mujer, levántate, vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que tenga misericordia de nosotros y nos proteja.

Se levantó, y empezaron a rezar pidiendo a Dios que los protegiera. Rezó así:

«Bendito eres, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por los siglos de los siglos. Que te bendigan el cielo y todas tus criaturas por los siglos. Tú creaste a Adán, y como ayuda y apoyo creaste a su mujer, Eva: de los dos nació la raza humana. Tú dijiste: "No está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude". Si yo me caso con esta prima mía no busco satisfacer mi pasión, sino que procedo lealmente. Dígnate apiadarte de ella y de mí, y haznos llegar juntos a la vejez».

Los dos dijeron:

—Amén, amén.Y durmieron aquella noche.

Ragüel se levantó, llamó a los criados y fueron a cavar una fosa; pues se dijo:

—No sea que haya muerto, y luego se rían y se burlen de nosotros.

Cuando terminaron la fosa, Ragüel marchó a su casa, llamó a su mujer y le dijo:

—Manda a una criada que entre a ver si está vivo; porque si está muerto, lo enterramos, y así nadie se entera.

Encendieron el candil, abrieron la puerta y mandaron dentro a la criada. Entró y encontró a los dos juntos, profundamente dormidos, y salió a decir:

—Está vivo, no ha ocurrido nada.

Entonces Ragüel alabó al Dios del cielo:

«Bendito eres, Dios, digno de toda bendición sincera. Seas bendito por siempre. Bendito eres por el gozo que me has dado: no pasó lo que me temía, sino que nos has tratado según tu gran misericordia».


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 14 (CCL 122, 95-96)

El tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio
de la encarnación, el Señor se unió a la Iglesia

El que nuestro Señor y Salvador, invitado a unas bodas, no sólo se dignara aceptar la invitación, sino que además hiciera allí un milagro para que continuase la alegría de los convidados, al margen del simbolismo de los celestes misterios, confirma incluso literalmente la fe de los que rectamente creen.

Efectivamente, si el tálamo inmaculado y unas bodas celebradas con la debida castidad implicasen culpabilidad, el Señor no habría acudido a ellas y menos habría querido consagrarlas con el primero de sus signos. Ahora bien, como quiera que la castidad conyugal es buena, la continencia vidual mejor, y óptima la perfección virginal, con el fin de dar su visto bueno a la libre elección de todos los estados, distinguiendo sin embargo el mérito de cada uno de ellos, se dignó nacer del inviolado seno de la virgen María, es bendecido poco después por las proféticas palabras de Ana, la viuda, y, ya joven, es invitado a la celebración de unas bodas, bodas que él honra con la exhibición de su poder.

Pero la alegría del celeste simbolismo va mucho más allá. En efecto, el Hijo de Dios, que había de obrar milagros en la tierra, acudió a unas bodas para enseñarnos que él en persona era aquel de quien bajo la figura del sol, había cantado el salmista: El sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo. Y él mismo, en cierto pasaje, dice de sí mismo y de sus fieles: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.

Y realmente, la encarnación de nuestro Salvador, ya desde el momento en que comenzó a ser prometida a los padres, ha sido siempre esperada entre las lágrimas y el luto de muchos santos, hasta su venida. Paralelamente, una vez que, después de la resurrección, hubo subido al cielo, toda la esperanza de los santos está pendiente de su retorno. Y sólo durante el tiempo en que vivió entre los hombres, no pudieron éstos llorar ni guardar luto, puesto que tenían ya con ellos, incluso corporalmente, al que espiritualmente amaron. Así pues, el esposo es Cristo, su esposa es la Iglesia, los hijos del esposo, o sea, de su unión nupcial, son cada uno de sus fieles; el tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio de la encarnación, el Señor se unió a su Iglesia.

No fue, pues, por casualidad, sino debido a un auténtico misterio, por lo que acudió a unas bodas en la tierra, celebradas a estilo humano, el que descendió del cielo a la tierra para desposarse con la Iglesia por amor espiritual: su tálamo fue el seno de su madre virginal, en el que Dios se unió a la naturaleza humana, y del cual salió como el esposo a desposarse con la Iglesia. El primer lugar donde se celebraron los festejos nupciales fue Judea, en donde elHijo de Dios se dignó hacerse hombre, donde quiso consagrar a la Iglesia con la participación de su cuerpo, donde la confirmó en la fe con el don de su Espíritu; pero cuando todos los pueblos fueron llamados a la fe, el gozo festivo de estas mismas bodas alcanzó hasta los límites del orbe de la tierra.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 10, 8-11, 17

La vuelta a casa de Tobías

Cuando pasaron los catorce días de fiesta que Ragüel había jurado hacer a su hija por la boda, Tobías fue a decirle:

—Déjame marchar, porque estoy seguro de que mi padre y mi madre piensan que no volverán a verme. Te ruego, padre, que me dejes marchar a mi casa. Ya te dije en qué situación los dejé.

Ragüel respondió:

—Quédate, hijo, quédate conmigo. Yo mandaré un correo a tu padre, Tobit, con noticias tuyas.

Pero Tobías repuso:

—No, no. Por favor, déjame volver a mi casa.

Entonces Ragüel, sin más, entregó a Tobías su mujer, Sara, y la mitad de sus bienes, criados y criadas, vacas y ovejas, burros y camellos, ropa, dinero y vajilla. Los despidió sanos y salvos, diciéndole a Tobías:

—Salud, hijo. Que tengas buen viaje. El Señor del cielo os guíe, a ti y a tu mujer, Sara. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos.

Luego dijo a su hija, Sara:

—Ve a casa de tu suegro. Desde ahora ellos son tus padres, como los que te hemos dado la vida. ¡Ojalá puedas honrarlos mientras vivan! Vete en paz, hija. A ver si mientras vivo no oigo más que buenas noticias tuyas.

Los abrazó y les dejó marchar.

Edna se despidió de Tobías:

—Hijo y pariente querido, que el Señor te lleve a casa. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos. Delante de Dios te confío a mi hija, Sara. No la disgustes nunca. Anda en paz, hijo. Desde ahora yo soy tu madre y Sara tu hermana. ¡Ojalá viviéramos todos juntos toda la vida!

Los besó y los despidió sanos y salvos.

Así marchó Tobías de casa de Ragüel, sano y salvo, alegre y alabando al Señor de cielo y tierra, rey del universo, por el éxito del viaje.

Cuando estaban cerca de Casarín, frente a Nínive, dijo Rafael:

—Tú sabes en qué situación quedó tu padre. Vamos a adelantarnos a tu mujer y preparar la casa en lo que llegan los demás.

Caminaron los dos juntos, y Rafael le dijo:

—Ten a mano la hiel.

(El perro fue detrás de ellos).

Ana estaba sentada, oteando el camino por donde tenía que llegar su hijo. Tuvo el presentimiento de que llegaba, y dijo al padre:

—Mira, viene tu hijo con su compañero:

Rafael dijo a Tobías antes de llegar a casa:

—Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las nubes de los ojos se contraigan y se le desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz.

Ana fue corriendo a arrojarse al cuello de su hijo, diciéndole:

—Te veo, hijo, ya puedo morirme.

Y se echó a llorar.

Tobit se puso en pie, y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías fue hacia él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, le agarró la mano y le dijo:

—Animo, padre.

Le echó el remedio, se lo aplicó y luego con las dos manos le quitó como una piel de los lagrimales. Tobit se le arrojó al cuello, llorando, mientras decía:

—Te veo, hijo, luz de mis ojos.

Luego añadió:

«Bendito sea Dios, bendito su gran nombre, benditos todos sus santos ángeles. Que su nombre glorioso nos proteja, porque si antes me castigó ahora veo a mi hijo,Tobías».

Tobías entró en casa contento y bendiciendo a Dios a voz en cuello. Luego le contó a su madre lo bien que les había salido el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel:

—Está ya cerca, a las puertas de Nínive.

Tobit salió al encuentro de su nuera, hacia las puertas de Nínive. Iba contento y bendiciendo a Dios, y los ninivitas al verlo caminar con paso firme y sin ningún lazarillo, se sorprendían. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 en la fiesta de Todos los Santos (2-3.6; Opera omnia, Edit. Cister. t. 5, 1968, 362-363.365)

Apresurémonos al encuentro de los que nos esperan

Otro tipo de santidad que, a lo que creo, ha de ser honrado de modo especial es el de los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero: éstos, después de numerosos combates, triunfan ya coronados en el cielo, por haber competido según el reglamento. ¿Existe todavía un tercer género de santos? Sí, pero oculto. Porque hay santos que todavía militan, que todavía luchan; aún corren, sin haber logrado todavía el premio.

Quizá alguien me tache de temerario al llamar santos a estos tales; y sin embargo yo conozco a uno de éstos que no se avergonzó de decir a Dios: Protege mi vida, porque soy santo. Así también el Apóstol: confidente de los secretos divinos, dice más claramente: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio para ser santos. He aquí la diversidad de nombres con que es denominada la santidad: unos son llamados santos porque han conseguido ya la perfección de la santidad; a otros, en cambio, se les llama santos por la sola predestinación a la santidad.

Una santidad de este tipo sólo Dios la conoce; está oculta, y ocultamente en cierto modo es celebrada. A decir verdad, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia, y todo lo que el hombre tiene por delante resulta incierto. Celebremos, pues, a estos santos en el corazón de Dios, porque el Señor conoce a los suyos y sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. Celebrémosles también ante aquellos espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación; pues a nosotros se nos prohíbe alabar a un hombre mientras vive. Y ¿cómo podría ser segura la alabanza, cuando ni la misma vida es segura? El atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento, dice aquella celestial trompeta. Y escucha ahora las condiciones de la competición de boca del mismo Legislador: El que persevere hasta el final se salvará. No sabes quién va a perseverar, desconoces quién competirá conforme al reglamento, ignoras quién conseguirá la corona.

Alaba la virtud de aquellos cuya victoria es ya segura; ensalza con devotos cánticos a aquellos de cuyas coronas puedes con seguridad congratularte. Su recuerdo, cual otras tantas chispas, mejor dicho, como ardentísimas antorchas, enciende en las almas fervorosas un vivísimo deseo de verlos y abrazarlos.

Nos espera aquella asamblea de los primogénitos y nos despreocupamos de ella; nos desean los santos y no les hacemos ni caso; los justos nos esperan y nosotros conscientemente los ignoramos. Despertémonos, hermanos, de una vez; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, aspiremos a los bienes de arriba. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos al encuentro de los que nos esperan, anticipémonos con el deseo del alma a los que nos esperan.

 

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 2, 1-6; 3, 7; 4, 1-2.8-17

El pueblo en peligro, ora

El año dieciocho, el día veintidós del primer mes, en el palacio de Nabucodonosor, rey de Asiria, se deliberó sobre la venganza contra toda la tierra, como el rey había dicho.

El rey convocó a todos sus ministros y grandes del reino, les expuso su plan secreto y decretó la destrucción de aquellos territorios. Se aprobó la destrucción de cuantos no habían hecho caso a la embajada de Nabucodonosor. Y en cuanto acabó el consejo, Nabucodonosor, rey de Asiria, llamó a Holofernes, generalísimo de su ejército, segundo en el reino, y le ordenó:

—Así dice el Emperador, dueño de toda la tierra: Cuando salgas de mi presencia, toma contigo hombres de probado valor, hasta ciento veinte mil de infantería y un fuerte contingente de caballería, doce mil jinetes, y ataca a todo occidente, porque no hicieron caso de mi embajada.

Entonces Holofernes bajó con su ejército hacia el litoral, dejó guarniciones en las plazas fuertes y se llevó gente escogida para servicios auxiliares.

Cuando los israelitas de Judea se enteraron de lo que Holofernes, generalísimo de Nabucodonosor, rey de Asiria, había hecho a aquellas naciones, saqueando sus templos y entregándolos al pillaje, se aterrorizaron, temblando por Jerusalén y el templo de su Dios.

Todos los israelitas gritaron fervientemente a Dios, humillándose ante él. Ellos y sus mujeres, hijos y ganados, los forasteros, criados y jornaleros, se vistieron de sayal.

Y los que vivían en Jerusalén, incluso mujeres y niños, se postraron ante el templo, cubierta la cabeza con ceniza, extendiendo el sayal ante el Señor. Cubrieron el altar con un sayal y gritaron a una voz, fervientemente, al Dios de Israel, pidiéndole que no entregara sus hijos al pillaje, ni a sus mujeres al cautiverio, ni a la destrucción las ciudades que habían heredado, ni el templo a la profanación y las burlas humillantes de los gentiles.

El Señor acogió su clamor y se fijó en su tribulación. En toda Judea la gente ayunó muchos días seguidos, y también en Jerusalén, ante el templo del Señor todopoderoso. El sumo sacerdote, Joaquín, todos los sacerdotes y ministros al servicio del Señor ofrecían el holocausto diario, las ofrendas y dones voluntarios de la gente, ceñidos con sayal y con ceniza en sus turbantes, y gritaban al Señor con todas sus fuerzas para que protegiera a la casa de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración (PG 64, 462-463.466)

La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 5, 1-25

Ajior, amonita, dice en presencia de Holofernes
la verdad acerca de Israel

A Holofernes, generalísimo del ejército asirio, le llegó el aviso de que los israelitas se estaban preparando para la guerra: habían cerrado los puertos de la sierra, habían fortificado las cumbres de los montes más altos y llenado de obstáculos las llanuras.

Holofernes montó en cólera. Convocó a todos los jefes moabitas, a los generales amonitas y a todos los gobernadores del litoral, y les habló así:

—Cananeos: decidme qué gente es ésa de la sierra, qué ciudades tienen, con qué fuerzas cuentan y en qué basan su poder y su fuerza, qué rey les gobierna y manda su ejército y por qué no se han dignado venir a mi encuentro, a diferencia de lo que han hecho todos los pueblos de occidente.

Ajior, jefe de todos los amonitas, le respondió:

—Escucha, alteza, lo que dice tu siervo. Te diré la verdad sobre ese pueblo que vive en la sierra, ahí cerca. Tu siervo no mentirá. Esa gente desciende de los caldeos. Al, principio estuvieron en Mesopotamia, por no querer seguir a los dioses de sus antepasados, que residían en Caldea. Abandonaron la religión de sus padres y adoraron al Dios del cielo, al que ellos reconocían por Dios; pero los caldeos los expulsaron de la presencia de sus dioses, y tuvieron que huir a Mesopotamia. Allí residieron mucho tiempo; pero su Dios les mandó salir de allí y marchar al país de Canaán, donde se establecieron, y abundaron en oro, plata y muchísimo ganado. Después bajaron a Egipto a causa de un hambre que se abatió sobre el país de Canaán, y allí estuvieron mientras encontraron alimento. Allí crecieron mucho, hasta ser un pueblo innumerable. Pero el rey de Egipto la emprendió contra ellos y los explotó en el trabajo de las tejeras, humillándolos y esclavizándolos.

Ellos gritaron a su Dios, y él castigó a todo el país de Egipto con plagas incurables; así, los egipcios los expulsaron de su presencia. Dios secó ante ellos el Mar Rojo y los condujo por el camino del Sinaí y de Cades Barnea. Expulsaron a todos los moradores de la estepa, se asentaron en el país amorreo y exterminaron por la fuerza a todos los de Jesbón. Luego pasaron el Jordán y tomaron posesión de toda la sierra, después de expulsar a los cananeos, fereceos, jebuseos, a los de Siquén y a todos los guirgaseos, y residieron allí mucho tiempo. Mientras no pecaron contra su Dios, prosperaron, porque estaba con ellos un Dios que odia la injusticia. Pero cuando se apartaron del camino que les había señalado, fueron destrozados con muchas guerras y deportados a un país extranjero; el templo de su Dios fue arrasado, y sus ciudades, conquistadas por el enemigo. Pero ahora se han convertido a su Dios; han vuelto de la dispersión, han ocupado Jerusalén, donde está su templo, y repoblado la sierra, que había quedado desierta. Así que, alteza, si esa gente se ha desviado pecando contra su Dios, comprobemos esa caída y subamos a luchar contra ellos. Pero si no han pecado, déjalos, no sea que su Dios y Señor los proteja y quedemos mal ante todo el mundo.

Cuando Ajior acabó, se levantaron protestas de todos los que estaban en pie en torno a la tienda. Los oficiales de Holofernes, todos los del litoral y los moabitas querían despedazarlo:

—¡No tenemos miedo a los israelitas! Son un pueblo sin ejército ni fuerza para aguantar un combate duro. ¡Hala, vamos allá! Serán un bocado para tu ejército, general Holofernes.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes. Comienza el Opúsculo sobre la oración (1-2: PG 11,415-418)

Esto es lo que hay que pedir en la oración

Las realidades que, por su absoluta elevación, exceden al hombre y superan ampliamente nuestra caduca naturaleza, y resultan imposibles de comprender a la especie racional y mortal, estas mismas realidades se hacen accesibles por voluntad de Dios y mediante la multiforme e inmensa gracia que él ha derramado en los hombres por Jesucristo, ministro para nosotros de la gracia infinita, y mediante la cooperación del Espíritu Santo. Y por cuanto le es imposible a la naturaleza adquirir la sabiduría, por la cual fueron creadas todas las cosas —pues, según David, Dios lo hizo todo con sabiduría—, lo imposible se hace posible gracias a nuestro Señor Jesucristo, al que Dios ha hecho para vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

¿Quién se atreverá a negar que le es imposible al hombre investigar las realidades celestes? Y sin embargo, esto que de suyo es imposible lo convierte en posible la multiforme gracia de Dios: pues el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, ése tal vez investigó las realidades celestes, pues que oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. ¿Quien osará afirmar que el hombre puede conocer la mente del Señor? Y si nadie conoce lo íntimo de Dios sino tan sólo el Espíritu de Dios, resulta que al hombre le es imposible conocer lo íntimo de Dios. Cómo, no obstante, esto llegue a ser posible, escucha: Nosotros —dice— hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.

Una de las cosas imposibles, dada nuestra congénita debilidad, es, a mi modo de ver, todo intento de tratar de la oración de una manera competente y digna de Dios, clarificar y enseñar qué y cómo hemos de orar, qué es lo que en la oración hemos de decir a Dios, cuáles son los momentos más adecuados para dedicarlos a la oración a Dios y cuáles los más oportunos para la oración misma. Pues —como dice el Apóstol— nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.

Ahora bien, es necesario no sólo orar, sino además orar como conviene, y pedir lo que conviene. Pues aun cuando llegáramos a comprender lo que conviene pedir en la oración, ese conocimiento no sería suficiente si no añadiéramos a nuestra oración aquel como conviene. Y a la inversa, ¿de qué nos aprovecharía orar como conviene, si no supiéramos lo que nos conviene pedir?

De estos dos requisitos, el primero, es decir, pedir lo que conviene, pertenece al contenido de la oración; el segundo, pedir como conviene, atañe a la actitud del orante. Contenidos de la oración son, por ejemplo: Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura; rezad por los que os calumnian; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies; cuando recéis no uséis muchas palabras, y otras cosas por el estilo.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 6,1-7.10—7,1.4-5

Ajior, entregado a los israelitas

Cuando se calmó el alboroto de los que rodeaban el consejo, Holofernes, generalísimo del ejército asirio, dijo a Ajior, en presencia de toda la tropa extranjera y todos los moabitas:

—Y ¿quién eres tú, Ajior, y los mercenarios de Efraín para ponerte a profetizar así, diciendo que no luchemos contra los israelitas porque su Dios los protegerá? ¿Qué Dios hay fuera de Nabucodonosor? El va a enviar su poder y los exterminará de la faz de la tierra, sin que su Dios pueda librarlos. Nosotros, sus siervos, los aplastaremos como a un solo hombre. No podrán resistir al empuje de nuestra caballería. Los barreremos. Sus montes se emborracharán con su sangre, sus llanuras rebosarán cadáveres. No podrán aguantar a pie firme ante nosotros, sino que perecerán totalmente, dice el rey Nabucodonosor, dueño de toda la tierra. Porque ha hablado, y no pronuncia palabras vacías. Y en cuanto a ti, Ajior, mercenario amonita, que has dicho esas frases en un momento de sinrazón, no volverás a verme hasta que castigue a esa gente escapada de Egipto. Entonces, cuando yo vuelva, la espada de mis soldados y la lanza de mis oficiales te traspasarán el costado, y caerás entre los heridos. Mis esclavos te van a llevar a la montaña y te dejarán en alguna ciudad de los desfiladeros; no perecerás hasta que seas exterminado con ellos. Y si por dentro confías en que no nos apoderaremos de ellos no estés cabizbajo. Lo he dicho; no quedará una palabra sin cumplirse.

Después ordenó a los esclavos que estaban en la tienda que echasen mano a Ajior y lo llevasen a Betulia para entregarlo a los israelitas. Los israelitas bajaron de la ciudad, se acercaron a Ajior, lo desataron, lo llevaron a Betulia y se lo presentaron a los jefes de la ciudad, que eran, en aquel entonces, Ozías, de Miqueas, de la tribu de Simeón; Cabris, de Gotoniel, y Carmis, hijo de Melquiel. Convocaron a todos los ancianos de la ciudad, y también los jóvenes y las mujeres fueron corriendo a la asamblea. Pusieron a Ajior en medio de la gente, y Ozías le preguntó qué había pasado.

Al día siguiente Holofernes ordenó a su ejército y a las tropas aliadas que levantaran el campamento y avanzaran hacia Betulia, ocuparan los puertos de la sierra y atacaran a los israelitas.

Cuando los israelitas vieron aquella multitud, comentaron aterrorizados:

—Estos van a barrer la faz de la tierra, ni los montes más altos, ni las colinas, ni los barrancos aguantarán tanto peso.

Cada cual empuñó sus armas, encendieron hogueras en las torres y estuvieron en guardia toda la noche.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2: PG 11, 418-422)

Cómo hemos de orar

Y ¿cómo hemos de orar? Quiero —dice el Apóstol—que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones. Por lo que toca a las mujeres, que vayan convenientemente adornadas, compuestas con decencia y modestia, sin adornos de oro en el peinado, sin perlas ni vestidos suntuosos; adornadas con buenas obras, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas.

Sobre el modo de orar es instructivo también el siguiente texto: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Pues ¿qué mejor ofrenda puede poner en el altar de Dios la naturaleza racional que el suave aroma de la plegaria presentada por un alma que no es consciente del desagradable olor de pecado personal alguno? Conociendo Pablo estos testimonios y muchos más que pudo espigar en la ley, en los profetas y en la plenitud evangélica y explicarlos uno por uno con variedad y abundancia; viendo después de todo cuán lejos estaba de saber qué hemos de pedir en la oración, dijo, y no sólo por modestia, sino con toda verdad: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero señala a continuación cómo puede subsanar este defecto quien, consciente de su ignorancia, trata no obstante de hacerse digno de ver cancelada esta deficiencia. Dice, en efecto: Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Ahora bien, el Espíritu que en el corazón de los bienaventurados grita: ¡Abba! (Padre), sabiendo muy bien que los gemidos lanzados por quienes cayeron o se hicieron reos de transgresión, lejos de mejorarla, agravan su situación, intercede ante Dios con gemidos inefables, haciendo suyos nuestros gemidos en su infinita bondad y misericordia. Y viendo, en su sabiduría, que nuestra alma se hunde en el polvo y está encarcelada en nuestra condición humilde, intercede ante Dios con gemidos, pero no con unos gemidos cualquiera, sino con unos gemidos inefables, es decir, afines a aquellas palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir.

Pero este Espíritu, no contento con interceder, intensifica y renueva con insistencia su oración, en favor de aquellos que —es mi opinión— salen vencedores. De estos tales era san Pablo cuando decía: Pero en todo esto vencemos fácilmente. Pero es probable que el Espíritu ore simplemente por aquellos que no dan la talla como para vencer fácilmente, pero tampoco para ser vencidos, sino que sencillamente vencen.

Además, el texto: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, es similar a aquel: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia. En realidad, nuestra inteligencia es incapaz de rezar, si previamente y casi oyéndole ella, no ora el Espíritu; como tampoco puede cantar y alabar al Padre en Cristo con un cántico melodioso y rítmico y una voz armoniosa, si el Espíritu que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios no se anticipa a alabar y a celebrar a aquel cuya profundidad penetra y comprende como sólo él puede hacerlo.


 


MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 8,1a.9b-14.28-32; 9,1-6. 14. 19

Judit se preocupa por la suerte de su pueblo

Entonces se enteró de la situación Judit, hija de Merarí, quien mandó a su ama de llaves a llamar a Cabris y Carmis, concejales de la ciudad, y cuando se presentaron les dijo:

—Escuchadme, jefes de la población de Betulia. Ha sido un error eso que habéis dicho hoy a la gente, obligándoos ante Dios, con juramento, a entregar la ciudad al enemigo si el Señor no os manda ayuda dentro de este plazo. Vamos a ver: ¿quiénes sois vosotros para tentar hoy a Dios y poneros públicamente por encima de él? ¡Habéis puesto a prueba al Señor todopoderoso, vosotros, que nunca entenderéis nada! Si sois incapaces de sondear la profundidad del corazón humano y de rastrear sus pensamientos, ¿cómo vais a escrutar a Dios, creador de todo, conocer su mente, entender su pensamiento? No, hermanos, no enojéis al Señor, nuestro Dios.

Entonces Ozías le dijo:

—Todo lo que has dicho es muy sensato, y nadie te va a llevar la contraria: porque no hemos descubierto hoy tu prudencia; desde pequeña conocen todos tu inteligencia y tu buen corazón. Pero es que la gente se moría de sed y nos forzaron a hacer lo que dijimos, comprometiéndonos con juramento irrevocable. Tú, que eres una mujer piadosa, reza por nosotros, para que el Señor mande la lluvia, se nos llenen los aljibes y no perezcamos.

Judit les dijo:

—Escuchadme. Voy a hacer una cosa que se comentará de generación en generación entre la gente de nuestra raza. Esta noche os ponéis junto a las puertas. Yo saldré con mi ama de llaves, y en el plazo señalado para entregar la ciudad al enemigo, el Señor socorrerá a Israel por mi medio.

Era el momento en que acababan de ofrecer en el templo de Jerusalén el incienso vespertino. Judit se echó ceniza en la cabeza, y postrada en tierra, se descubrió el sayal que llevaba a la cintura y gritó al Señor con todas sus fuerzas:

«Señor, Dios de mi padre Simeón, al que pusiste una espada en la mano para vengarse de los extranjeros que desfloraron vergonzosamente a una doncella, la desnudaron para violentarla y profanaron su seno deshonrándola. Aunque tú habías dicho: "No hagáis eso", lo hicieron. Por eso entregaste sus jefes a la matanza, y su lecho, envilecido por engaño, con engaño quedó ensangrentado: heriste a esclavos con amos, y a los amos en sus tronos, entregaste sus mujeres al pillaje, sus hijas a la cautividad; sus despojos fueron presa de tus hijos queridos, que, encendidos por tu celo, y horrorizados por la mancha inferida a su sangre, te habían pedido auxilio. ¡Dios, Dios mío, escucha a esta viuda! Tú hiciste aquello, y lo de antes y lo de después. Tú proyectas el presente y el futuro, lo que tú quieres, sucede, tus proyectos se presentan y dicen: "Aquí estamos". Pues todos tus caminos están preparados, y tus designios, previstos de antemano. Haz que todo el pueblo y todas las tribus vean y conozcan que tú eres el único Dios, Dios de toda fuerza y de todo poder, y que no hay nadie que proteja a la raza israelita fuera de ti».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2.5: PG 11, 422-423. 430-434)

Dios lo sabe todo antes de que suceda

Según creo, fue uno de los discípulos de Jesús quien, consciente de cuán lejos está la debilidad humana del recto modo de orar, opinión que vio enormemente reforzada al escuchar las doctas y sublimes palabras pronunciadas por el Salvador en su oración al Padre, dijo, una vez que el Señor hubo terminado su oración: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

Pero, ¿cómo es posible que un hombre educado en la disciplina de la ley, oyente consagrado del mensaje de los profetas, cliente asiduo de las sinagogas no supiera orar de alguna manera hasta que vio rezar al Señor en cierto lugar? Y ¿qué es lo que el mismo Juan enseñaba sobre la oración a sus discípulos cuando, procedentes de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, acudían a él a que los bautizara? A no ser que pensemos que al ser él más que profeta, había tenido ciertas intuiciones acerca de la oración, que él probablemente transmitía en secreto a los que se lepresentaban antes del bautismo para ser instruidos y no a todos los que acudían a ser bautizados.

Algunas de estas oraciones, realmente espirituales por rezarlas el Espíritu en el corazón de los santos, están redactadas con una densa, recóndita y admirable doctrina.

Tenemos, por una parte, la oración de Ana en el primer libro de Samuel: ésta, mientras rezaba y rezaba hablando para sí, no necesitaba de texto escrito. En cambio, en el libro de los Salmos, el salmo ochenta y nueve es la oración de Moisés, el hombre de Dios, y el ciento uno, la oración del afligido que, en su angustia, derrama su llanto ante el Señor. Estas oraciones, al ser realmente compuestas y formuladas por el Espíritu, están también llenas de preceptos de la divina Sabiduría, de suerte que de las promesas que en ellas se hacen, puede decirse: ¿Quién será el sabio que comprenda, el prudente que lo entienda?

Siendo, pues, tan difícil disertar sobre la oración, tanto que necesitamos que el Padre nos ilumine, que el Verbo primogénito nos adoctrine y que el Espíritu coopere con nosotros, para poder entender y decir algo digno de tan sublime argumento, yo ruego como hombre, repito, ruego que se me conceda su ubérrimo y espiritual conocimiento y me abra la explicación de las oraciones recogidas en los evangelios.

Pero, ¿qué necesidad hay de elevar oraciones a aquel que antes de que recemos conoce ya lo que necesitamos? Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. En efecto, es justo que quien es Padre y Creador del universo, que ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho, proporcione saludablemente a cada cual lo que le conviene, aunque no se lo pidan, comportándose como un padre que, al educar a sus niños, no espera a que se lo pidan, pues o bien son absolutamente incapaces de hacerlo, o debido a su inexperiencia muchas veces desean tener cosas contrarias a su propia utilidad o inoportunas. Y nosotros los hombres distamos más del modo de pensar de Dios que cualquier niño del pensamiento de sus padres. Y es de creer que Dios no se limita a prever las cosas futuras, sino también a predeterminarlas, y nada puede acaecer al margen de lo previamente ordenado por él.

Voy a transcribir aquí las mismas palabras que escribiste en la carta que me enviaste: «Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil. Si todo sucede según la voluntad de Dios y sus determinaciones son irrevocables, ni puede cambiarse nada de lo que él quiere, la oración es vana».

Pienso que es útil plantear de entrada estas dificultades, que nos ayudarán a resolver las objeciones que hacen al hombre más indolente de cara a la oración.


 

 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 10, 1-5.11-16; 11, 1-6.18-21

Judit se presenta a Holofernes

Cuando Judit terminó de suplicar al Dios de Israel, cuando acabó sus rezos, se puso en pie, llamó al ama de llaves y bajó a la casa, en la que pasaba los sábados y días de fiesta: se despojó del sayal, se quitó el vestido de luto, se bañó, se ungió con un perfume intenso, se peinó, se puso una diadema y se vistió la ropa de fiesta que se ponía en vida de su marido, Manasés; se calzó las sandalias, se puso los collares, las ajorcas, los anillos, los pendientes y todas sus joyas. Quedó bellísima, capaz de seducir a los hombres que la viesen. Luego entregó a su ama de llaves un odre de vino y una aceitera; llenó las alforjas con galletas, un pan de frutas secas y panes puros; empaquetó las provisiones y se las dio al ama.

Cuando caminaban derecho por el valle, les salió al encuentro una avanzadilla asiria, que les echó el alto: —¿De qué nación eres, de dónde vienes y adónde vas? Judit respondió:

—Soy hebrea, y huyo de mi gente porque les falta poco para caer en vuestras manos. Quisiera presentarme a Holofernes, vuestro generalísimo, para darle informaciones auténticas; le enseñaré el camino por donde puede pasar y conquistar toda la sierra sin que caiga uno solo de sus hombres.

Mientras la escuchaban, admiraban aquel rostro, que les parecía un prodigio de belleza, y le dijeron:

—Has salvado la vida apresurándote a bajar para presentarte a nuestro jefe. Ve ahora a su tienda; te escoltarán hasta allá algunos de los nuestros. Y cuando estés ante él, no tengas miedo; dile lo que nos has dicho, y te tratará bien.

Eligieron a cien hombres, que escoltaron a Judit y su ama de llaves hasta la tienda de Holofernes.

Holofernes le dijo:

—Animo, mujer, no tengas miedo; 'yo no he hecho nunca daño a nadie que quiera servir a Nabucodonosor, rey del mundo entero. Incluso si tu gente de la sierra no me hubiese despreciado, yo no blandiría mi lanza contra ellos. Pero ellos se lo han buscado. Bien, dime por qué te has escapado y te pasas a nosotros. Viniendo has salvado la vida. Animo, no correrás peligro ni esta noche ni después. Nadie te tratará mal. Nos portaremos bien contigo, como con los siervos de mi señor, el rey Nabucodonosor.

Entonces Judit le dijo:

—Permíteme hablarte, y acoge las palabras de tu esclava. No mentiré esta noche a mi señor. Si haces caso a las palabras de tu esclava, Dios llevará a buen término tu campaña, no fallarás en tus planes. Pues ¡por vida de Nabucodonosor, rey del mundo entero, que te ha enviado para poner en orden a todos, y por su Imperio! Gracias a ti no sólo le servirán los hombres, sino que por tu poder hasta las fieras, y los rebaños, y las aves del cielo vivirán a disposición de Nabucodonosor y de su casa. Porque hemos oído hablar de tu sabiduría y tu astucia, y todo el mundo comenta que tú eres el mejor en todo el Imperio, el consejero más hábil y el estratega más admirado.

Las palabras de Judit agradaron a Holofernes, y sus oficiales, admirados de la prudencia de Judit, comentaron:

—En toda la tierra, de punta a cabo, no hay una mujer tan bella y que hable tan bien.

Y Holofernes le dijo:

—Dios ha hecho bien enviándote por delante de los tuyos para darnos a nosotros el poder y destruir a los que despreciaron a mi señor. Eres tan guapa como elocuente. Si haces lo que has dicho, tu Dios será mi Dios, vivirás en el palacio del rey Nabucodonosor y serás célebre en todo el mundo.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (6: PG 11, 438)

Dios preordena todas las cosas

«Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil». Pero es que aun en la hipótesis de que Dios no conociera el futuro, no por eso dejaríamos de ejecutarlo ni de desearlo; lo que les ocurre a las cosas en función de la presciencia divina es que todo aquello que depende de nuestra libertad es útilmente ordenado al gobierno del universo y a la armónica disposición de lo creado. De donde se deduce que si Dios conoce previamente todo lo que cae bajo el dominio de nuestro libre albedrío, es lógico que cada cosa sea ordenada por la providencia según una auténtica escala de valores. Y el contenido de la oración de una persona, sus disposiciones, lo que cree y lo que desea obtener, serán conocidos de antemano, y una vez preconocidos, serán integrados en el orden de la providencia. Es como si dijera: a este orante que ha rezado con insistencia, lo escucharé en razón de su misma oración; en cambio, a este otro no lo escucharé o porque no es digno de ser escuchado, o porque me va a pedir lo que a él no le sería conveniente recibir o no sería decoroso que yo se lo concediera.

O también: a éste no le escucharé, por ejemplo, a causa de su misma oración; lo escucharé por él mismo. Que si alguno se siente turbado por el hecho de que al ser infalible la presciencia que Dios tiene de las cosas futuras, parece imponerse a las mismas una especie de necesidad, a este tal hay que responderle que Dios conoce esto mismonecesariamente, esto es, que aquel hombre no quiere ni necesaria ni firmemente lo mejor, o,que de tal modo va a querer lo peor, que será incapaz en el futuro de un cambio en mejor.

E inversamente —dice Dios—: cuando aquel otro me pida algo se lo concederé, por ser digno de mí, dado que él no rezará indignamente, ni se conducirá negligentemente en la oración. A este tal, apenas haya comenzado a orar, le concederé lo que solicita y mucho más sin comparación de lo que pide o concibe: es conveniente que yo le venza en generosidad y le conceda mucho más de lo que es capaz de pedir. Y puesto que va a continuar siendo así, le enviaré un ángel custodio, que desde ese preciso momento comience a colaborar en su salvación y lo asista siempre; en cambio, aquel otro que va a ser mejor que éste, le enviaré un ángel más digno.

A un tercero que, tras haberse consagrado a una doctrina por demás elevada, acabará por rajarse y recurrir a concepciones terrenas, le retiraré aquel magnífico colaborador: retirado el cual, según su merecido, inmediatamente un poder maligno tomará el relevo, que a la primera ocasión que se le presente para tender insidias a tu tibieza, la aprovechará en seguida induciéndole al pecado, al haberse él mismo mostrado pronto a pecar.

Esta es más o menos la forma en que se expresará —es de creer— aquel que todo lo preordena.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 12, 1—13, 6

El banquete de Holofernes

Holofernes ordenó que llevaran a Judit a donde tenía su vajilla de plata, y mandó que le sirvieran de su misma comida y de su mismo vino. Pero Judit dijo:

—No los probaré, para no caer en pecado. Yo me he traído mis provisiones.

Holofernes le preguntó:

—Y si se te acaba lo que tienes, ¿de dónde sacamos una comida igual? Entre nosotros no hay nadie de tu raza. Judit le respondió:

—¡Por tu vida, alteza! No acabaré lo que he traído antes de que el Señor haya realizado su plan por mi medio.

Los oficiales de Holofernes la llevaron a su tienda. Judit durmió hasta la medianoche, se levantó antes del relevo del amanecer y mandó este recado a Holofernes:

—Señor, ordena que me permitan salir a orar.

Holofernes ordenó a los guardias de corps que la dejaran salir.

Así pasó Judit tres días en el campamento. Después de lavarse suplicaba al Señor, Dios de Israel, que dirigiera su plan para exaltación de su pueblo. Luego, purificada, volvía a su tienda y allí se quedaba hasta que, a eso del atardecer, le llevaban la comida.

El cuarto día, Holofernes ofreció un banquete exclusivamente para su personal de servicio, sin invitar a ningún oficial, y dijo al eunuco Bagoas, que era su mayordomo

—Vete a ver si convences a esa hebrea que tienes a tu cargo para que venga a comer y beber con nosotros. Porque sería una vergüenza no aprovechar la ocasión de acostarme con esa mujer. Si no me la gano, se va a reír de mí.

Bagoas salió de la presencia de Holofernes, entró donde Judit y le dijo:

—No tenga miedo esta niña bonita de presentarse a mi señor como huésped de honor, para beber y alegrarse con nosotros, pasando el día como una mujer asiria de las que viven en el palacio de Nabucodonosor.

Judit respondió:

—¿Quién soy yo para contradecir a mi señor? Haré en seguida lo que le agrade; será para mí un recuerdo feliz hasta el día de mi muerte.

Se levantó para arreglarse. Se vistió y se puso todas sus joyas de mujer. Su doncella entró delante y le extendió en el suelo, ante Holofernes, el vellón de lana que le había dado Bagoas para que se recostase allí a diario mientras comía.

Judit entró y se sentó. Al verla, Holofernes se turbó, y le agito la pasión con un deseo violento de unirse a ella (desde la primera vez que la vio esperaba la ocasión de seducirla), y le dijo:

—Anda, bebe; alégrate con nosotros.

Judit respondió:

—Claro que beberé, señor. Hoy es el día más grande de toda mi vida.

Y comió y bebió ante Holofernes, tomando de lo que le había preparado su doncella.

Holofernes, entusiasmado con ella, bebió muchísimo vino, como no había bebido en toda su vida.

Cuando se hizo tarde, el personal de servicio se retiró en seguida. Bagoas cerró la tienda por fuera, después de hacer salir a los sirvientes. Todos fueron a acostarse, rendidos por lo mucho que habían bebido.

En la tienda quedaron sólo Judit y Holofernes, tumbado en el lecho, completamente borracho.

Judit había ordenado a su doncella que se quedara fuera de la alcoba y la esperase a la salida como otros días. Había dicho que saldría para hacer oración, y había hablado de ello con Bagoas.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (7-8: PG 11, 439-442)

Sobre la oración asidua

Respecto a las objeciones que se aducen contra la oración hecha para obtener que salga el sol, hay que decir lo que sigue. Ya hemos explicado cómo Dios se sirve del libre albedrío de cuantos vivimos en la tierra y cómo oportunamente lo ordena hacia determinadas utilidades de las realidades terrenas. Pues de idéntica manera hemos de admitir que, sirviéndose de las leyes necesarias, firmes y estables, que sabiamente rigen el curso del sol, de la luna y de las estrellas, haya Dios ordenado el ornato del cielo y las órbitas astrales teniendo en cuenta la utilidad del universo. Ahora bien, si no es inútil mi oración elevada por lo que depende de nuestro albedrío, mucho menos lo será por lo que depende del albedrío de aquellos cuerpos celestes, cuyo curso normal cede en utilidad de todas las cosas.

Por lo demás, no está fuera de propósito servirse de este ejemplo para incitar a los hombres a que recen y ponerlos en guardia contra la negligencia en la oración. No es necesario hablar mucho, ni pedir fruslerías, ni solicitar bienes terrenos, ni hay que acceder a la oración con un corazón irritado o con la perturbación en el alma. Como tampoco es imaginable que alguien pueda vacar a la oración sin la pureza de corazón, ni es posible que en la oración consiga el perdón de los pecados si antes no perdonare de corazón al hermano que le pide perdón por las injurias que le ha inferido.

Ahora bien, pienso que la ayuda que Dios promete al que ora como es debido o procura conseguirlo en la medida de sus fuerzas, puede venirle por varios cauces. Y en primer lugar, será de grandísimo provecho que, al recogerse para rezar, lo haga con la disposición de quien se coloca delante de Dios y habla con él, consciente de que le está presente y lo mira.

Y así como ciertas imágenes sensibles, refrescadas en la memoria, turban los pensamientos a que ellas dan origen, cuando la mente reflexiona sobre las mismas, así también hemos de creer en la utilidad del recuerdo de Dios que está presente y que sorprende todos los movimientos del alma, hasta los más recónditos, cuando ella se dispone a agradar como presente, como inspector, como escudriñador de todo espíritu, a aquel que penetra el corazón y sondea las entrañas. Y aun en el supuesto de que quien de tal modo se prepara a la oración no hubiera de reportar ninguna otra utilidad, no sería pequeña ventaja para el alma el permanecer en semejante disposición durante todo el tiempo de la oración. Los que asiduamente se entregan a la oración saben por experiencia hasta qué punto libra delpecado y cómo estimula a la virtud esta frecuente dedicación a la oración.

En efecto, si el recuerdo y la evocación de un hombre cuerdo y sabio nos estimula a imitarlo y muchas veces refrena nuestras malas inclinaciones, ¡cuánto más el recuerdo de Dios, Padre de todos, que implica la oración, no ayudará a quienes abrigan la persuasión de estar delante y hablar con Dios que les está presente y les escucha!



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 13, 6-31

Muerte de Holofernes y acción de gracias

Cuando salieron todos, sin que quedara en la alcoba nadie, ni chico ni grande, Judit, de pie junto al lecho de Holofernes, oró interiormente:

«Señor, Dios todopoderoso, mira ahora benévolo a lo que voy a hacer para exaltación de Jerusalén. Ha llegado el momento de ayudar a tu heredad y de cumplir mi plan, hiriendo al enemigo que se ha levantado contra nosotros».

Avanzó hacia la columna del lecho, que quedaba junto a la cabeza de Holofernes, descolgó el alfanje y, acercándose al lecho, agarró la melena de Holofernes y oró:

—¡Dame fuerza ahora, Señor, Dios de Israel!

Le asestó dos golpes en el cuello con todas sus fuerzas, y le cortó la cabeza.

Luego, haciendo rodar el cuerpo de Holofernes, lo tiró del lecho y arrancó el dosel de las columnas. Poco después salió, entregó a su ama de llaves la cabeza de Holofernes y el ama la metió en la alforja de la comida. Luego salieron las dos juntas para orar como acostumbraban. Atravesaron el campamento, rodearon el barranco, subieron la pendiente de Betulia y llegaron a las puertas de la ciudad.

Judit gritó desde lejos a los centinelas:

«¡Abrid, abrid la puerta! Dios, nuestro Dios, está con nosotros, demostrando todavía su fuerza en Israel y su poder contra el enemigo. ¡Acaba de pasar hoy!»

Cuando los de la ciudad la oyeron, bajaron en seguida hacia la puerta y convocaron a los concejales. Todos fueron corriendo, chicos y grandes. Les parecía increíble que llegara Judit. Abrieron las puertas y las recibieron; luego hicieron una gran hoguera para poder ver, y se arremolinaron en torno a ellas.

Judit les dijo gritando:

«¡Alabad a Dios, alabadlo! Alabad a Dios, que no ha retirado su misericordia de la casa de Israel; que por mi mano ha dado muerte al enemigo esta misma noche».

Y sacando la cabeza guardada en la alforja, la mostró, y dijo:

—Esta es la cabeza de Holofernes, generalísimo del ejército asirio. Este es el dosel bajo el que dormía su borrachera. ¡El Señor lo hirió por mano de una mujer! Vive el Señor que me protegió en mi camino; os juro que mi rostro sedujo a Holofernes para su ruina, pero no me hizo pecar. Mi honor está sin mancha.

Todos se quedaron asombrados, y postrándose en adoración a Dios, dijeron a una voz:

—Bendito eres, Dios nuestro, que has aniquilado hoy a los enemigos de tu pueblo.

Y Ozías dijo a Judit:

«Que el Altísimo te bendiga, hija, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador de cielo y tierra, que enderezó tu golpe contra la cabeza del general enemigo. Los que recuerden esta hazaña de Dios jamás perderán la confianza que tú inspiras. Que el Señor te engrandezca siempre y te dé prosperidad, porque no dudaste en exponer tu vida, ante la humillación de nuestra raza, sino que vengaste nuestra ruina procediendo con rectitud en presencia de nuestro Dios».

Todos aclamaron:

—¡Así sea, así sea!


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (9-10: PG 11, 442-446)

Sobre la oración pura

Lo que acabamos de decir, hay que demostrarlo con el testimonio de las divinas Escrituras, por este orden: El que ora ha de alzar las manos puras, perdonando a todos las injurias recibidas, rechazando de su alma de tal forma cualquier perturbación, que a nadie guarde resentimiento. Más aún: para que ningún pensamiento extraño distraiga su mente es necesario que durante la oración olvide todo cuanto no dice relación con la oración. ¿Quién podrá dudar de que este estado de ánimo es el mejor, tal como enseña san Pablo en su primera carta a Timoteo, diciendo: Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones?

En efecto, cuando los ojos de la mente están tan elevados que ya no se fijan en las realidades terrenas ni se recrean en la contemplación de cosas materiales, planean a tales alturas que pueden permitirse despreciar todo lo corruptible y dedicarse exclusivamente al Uno, de modo que no piensan más que en Dios, a quien hablan reverente y humildemente en la seguridad de ser escuchados. ¿Cómo tales ojos no van a progresar enormemente, si con la cara descubierta, reflejan la gloria del Señor y se van transformando en su imagen con resplandor creciente? Ahora bien, ¿cómo es posible que el alma, segregada del cuerpo y elevada en seguimiento del Espíritu, y que no sólo va en pos del Espíritu, sino que es transformada en él, no se convierta en espiritual, depuesta la naturaleza animal?

Y si ya es una gran cosa el olvido de las ofensas, hasta el punto de que en él, como en un compendio, se contiene toda la ley, según lo que dice el profeta Jeremías: No fue ésta la orden que di a vuestros padres cuando los saqué de Egipto, sino que les ordené: Que nadie entre vosotros recuerde allá en su corazón la injuria que recibió de su prójimo; cuando nos acercamos a la oración olvidando las ofensas, observamos el precepto del Salvador, que dice: Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros; está claro que cuando nos ponemos a orar con tales disposiciones, hemos ya obtenido un magnífico resultado.

Cuanto antecede, lo hemos dicho en la hipótesis de que de la oración no sacáramos ningún otro provecho: sería ya un óptimo resultado si llegáremos a comprender cómo hemos de orar y lo pusiéramos por obra. Es evidente que quien así ora, mientras todavía está hablando, fijos los ojos en el poder del que le escucha, oirá aquello: Aquí estoy, siempre que antes de la oración se haya liberado de toda ansiedad con respecto a la providencia. Es lo que significan aquellas palabras: Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia. Pues quien se contenta con cuanto sucede, está libre de toda atadura y jamás extenderá su mano contra Dios, el cual dispone todo lo que quiere para probamos; más aún, no se le ocurrirá siquiera murmurar allá en lo íntimo de su corazón y menos en un lenguaje audible a los hombres. Parece como si los que no se atreven a maldecir la providencia de viva voz o con toda el alma por las cosas que ocurren, pretendieran ocultar al Señor del universo lo que de mala gana soportan, imitando a los malos siervos, que no se atreven a desobedecer abiertamente las órdenes de sus amos.

 

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Ben Sirá 1, 1-20

El misterio de la Sabiduría divina

Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará? La altura del cielo, la anchura de la tierra, la hondura del abismo, ¿quién los rastreará? Antes que todo fue creada la sabiduría; la inteligencia y la prudencia, antes de los siglos.

La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló?; la destreza de sus obras, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo; está sentado en su trono.

El Señor en persona la creó, la conoció y la midió, la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen.

El temor del Señor es gloria y honor, es gozo y corona de júbilo; el temor de Dios deleita el corazón, trae gozo y alegría y vida larga. El que teme al Señor tendrá buen desenlace, el día de su muerte lo bendecirán.

El principio de la sabiduría es temer al Señor; ya en el seno se crea con el fiel. Asienta su cimiento perpetuo entre los hombres y se mantiene con su descendencia. La plenitud de la sabiduría es temer al Señor, con sus frutos sacia a los fieles; llena de tesoros toda su casa, y de sus productos las despensas.

La corona de la sabiduría es temer al Señor; sus brotes son la paz y la salud. Dios hace llover la inteligencia y la prudencia, y exalta la gloria de los que la poseen. La raíz de la sabiduría es temer al Señor, y sus ramos son una vida larga.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (10-11 PG 11, 446-

Nuestro ángel custodio reza con nosotros

Además, mediante la pureza de corazón de que hemos hablado se hará partícipe de la oración del Verbo de Dios, que está también en medio de cuantos lo reconocen y jamás está ausente de las oraciones que se le dirigen, y ora al Padre junto con el hombre, cuyo mediador es. El Hijo de Dios es efectivamente el Pontífice de nuestra oblación y nuestro abogado junto al Padre; ora por los que oran, exhorta con los que exhortan. Pero no rezará, como por sus íntimos, por aquellos que no rezan asiduamente en su nombre, ni se constituirá en valedor ante Dios —como si ya fueran suyos— de aquellos que no obedecen los preceptos que él nos ha dado: hay que orar siempre sin desanimarse.

Y no es sólo el Pontífice el que ora con los que dignamente rezan, sino también los ángeles, que tienen más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, así como también los santos que descansan ya en el Señor. Todo esto queda fuera de cualquier duda si pensamos que Rafael presentaba a Dios el memorial de la oración de Tobit y de Sara.

Ahora bien, una de las principales virtudes, es —según la palabra divina— la caridad para con el prójimo, caridad que hemos de pensar poseen mucho más acendrada los santos que descansan ya en el Señor para con los que luchan en la vida, que los que todavía se hallan en la lábil condición humana y apoyan la lucha de los más débiles. Pues no sólo aquí en la tierra y mediante la caridad fraterna se cumple aquello: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan, sino que es además necesario que la caridad de quienes abandonaron esta vida diga: Aparte de todo, la preocupación por todas las comunidades. ¿Quién enferma sin que yo enferme?¿ Quién cae sin que a mí me dé fiebre?,máxime cuando Cristo ha declarado estar él enfermo en cada uno de sus santos; y que está asimismo en la cárcel, desnudo, es huésped, tiene sed, siente hambre.

¿Quién de entre los actuales lectores del evangelio ignora que Cristo refiere a su persona y considera como propio cuanto sucede a los creyentes? Si los ángeles de Dios se acercaron a Jesús y lo servían, no hemos de pensar que los ángeles hayan prestado este servicio exclusivamente durante el breve período de la presencia corporal de Cristo entre los hombres, y cuando todavía se hallaba en medio de los suyos no como quien está a la mesa, sino como el que sirve. ¡Cuán numerosos no serán verosímilmente los ángeles al servicio de Jesús que quiere reunir uno a uno a los hijos de Israel y congregar a los judíos de la diáspora, y que salva a los que le temen y lo invocan! ¡Cuántos colaboran más aún que los apóstoles al incremento y difusión de la Iglesia!

Ellos son, pues, los que, enterados en el momento de la oración por el mismo orante de las cosas que necesita, y como si hubieran recibido una delegación ilimitada, cumplen lo que pueden. Es Dios quien, al tiempo de la oración, reúne en un mismo lugar tanto al orante como al que puede venir en su ayuda, el cual, impulsado por su liberalidad, es incapaz de despreciar al que tales cosas necesita. Y para que cuando esto ocurra nadie piense que sucede casualmente, el mismo para quien hasta los pelos de la cabeza de los santos están contados, en el preciso momento de la oración une oportunamente y ofrece al necesitado que reza con fe el ángel que solícitamente le prestará el servicio requerido. Paralelamente hemos de pensar que a veces los ángeles —que son los inspectores y ministros de Dios— se hacen presentes a este o a aquel orante para contribuir a la actualización de las cosas solicitadas por él. Más aún: nuestro ángel custodio —incluso el de aquellos que son los más pequeños en la Iglesia—, que está viendo siempre el rostro del Padre celestial y contempla la divinidad de Dios nuestro creador, ora con nosotros, y ayuda en la medida de sus posibilidades a la realización de lo que pedimos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 2, 1-23

Paciencia en la tentación

Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido.

Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza; porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza.

Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él, y te allanará el camino.

Los que teméis al Señor esperad en su misericordia, y no os apartéis para no caer; los que teméis al Señor confiad en él, que no retendrá vuestro salario hasta mañana; los que teméis al Señor esperad bienes, gozo perpetuo y salvación.

Fijaos en las generaciones pretéritas: ¿quién confió en el Señor y quedó defraudado?, ¿quién esperó en él y quedó abandonado?, ¿quién gritó a él y no fue escuchado?

Porque el Señor es clemente y misericordioso, perdona el pecado y salva del peligro.

Ay del corazón cobarde, de las manos inertes; ay del hombre que va por dos caminos; ay del corazón que no confía, porque no alcanzará protección; ay de los que abandonáis la esperanza, ¿qué haréis cuando venga a tomar cuentas el Señor?

Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras, los que lo aman siguen sus caminos; los que temen al Señor buscan su favor, los que lo aman cumplen la ley; los que temen al Señor disponen el corazón y se humillan delante de él.

Entreguémonos en manos de Dios y no en manos de un hombre, pues como es su grandeza así es su misericordia.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (12-13: PG 11, 451-455)

Ser constantes en orar

Al margen de estas cosas que están pletóricas de virtud, pienso que las mismas palabras pronunciadas por los santos en la oración, máxime cuando al orar rezan llevados del Espíritu, pero rezan también con la inteligencia, contienen una virtud divina, la cual, a una con la luz que brota del pensamiento del orante y que su voz emite, está llamada a extinguir el virus espiritual que las potencias adversas inoculan en las almas de quienes descuidan la oración y no observan lo que nos recomienda san Pablo de acuerdo con las enseñanzas de Cristo: Sed constantes en orar.

Pues la ciencia, la razón o la fe lanza desde el alma del santo en oración una especie de dardo destinado a destruir y a herir mortalmente a los espíritus enemigos de Dios, que intentan enredarnos en los lazos del pecado. Además, como quiera que los actos de virtud y el cumplimiento de los preceptos son el complemento natural de la oración, es constante en orar el que a la oración une las buenas obras y las buenas obras a la oración. El precepto: Sed constantes en orar únicamente podemos considerarlo posible si afirmamos que toda la vida del hombre santo es algo así como una sublime y continua oración, de la que la comúnmente llamada oración constituye una parte. Esta oración debe hacerse no menos de tres veces al día, como queda patente en el caso de Daniel, quien, bajo la amenaza de un gravísimo peligro, oraba tres veces al día.

La última oración viene indicada con estas palabras: El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Y sin este tipo de oración no pasaremos bien ni siquiera las horas nocturnas, pues dice el profeta David: A medianoche me levanto para darte gracias por tus justos mandamientos; y en los Hechos de los apóstoles se nos cuenta que, en Filipos, a medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, de forma que los demás presos los oían.

Ahora bien, si Jesús ora y no ora en vano, sino que mediante la oración obtiene lo que sin ella quizá no hubiera llegado a conseguir, ¿quién de nosotros minusvalorará la oración? Dice efectivamente Marcos: Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Y las palabras: Yo sé que tú me escuchas siempre, pronunciadas por el Señor y recogidas por el evangelista, demuestran que quien ora siempre, es siempre escuchado.

Y si en este preciso momento cada uno de nosotros, recordando agradecido los beneficios recibidos, se propusiera alabar a Dios por ellos, ¿cuántas cosas no nos podría contar? Con frecuencia, y por uno cualquiera de sus santos, el Señor rompió los colmillos de los leones, que se derritieron como agua que se escurre. Con frecuencia hemos oído también que los transgresores de los divinos mandamientos, vencidos en un primer momento y tragados por la muerte, fueron salvados de una desgracia tan grande mediante la penitencia, dado que, aun cuando estaban encerrados en el vientre de la muerte, nunca desesperaron de la salvación.

Después de la enumeración de aquellos a quienes la oración ha sido de provecho, he creído necesario decir estas cosas con el propósito de apartar, a cuantos aspiran a una vida espiritual en Cristo, de pedir en la oración cosas insignificantes y terrenas, y para exhortar a los lectores de este opúsculo que se orienten hacia las gracias místicas, de las que lo hasta el presente expuesto son simples figuras.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 3, 1-18

Deberes de los hijos para con los padres

Hijos míos, escuchad a vuestro padre; obrad como os digo, y os salvaréis.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.

El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha; el que teme al Señor honra a los padres y sirve a sus padres como a señores.

Hijo mío, en palabra y obra honra a tu padre, y vendrán sobre ti toda clase de bendiciones; la bendición del padre hace echar raíces, la maldición de la madre arranca lo plantado.

No busques honra en la humillación de tu padre, porque no sacarás honra de ella; la honra de un hombre es la honra de su padre, y la deshonra de la madre es vergüenza de los hijos.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia; no lo abochornes mientras seas fuerte.

La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor.

Quien desprecia a su padre es un blasfemo, quien insulta a su madre irrita a su Creador.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (13-14: PG 11, 455-459)

Vosotros que aspiráis a ser espirituales,
pedid bienes celestiales en la oración

Toda oración sobre asuntos espirituales y místicos de que hemos hecho mención nace invariablemente de un alma que procede no dirigida por la carne, sino que, con el Espíritu, da muerte a las obras de la carne, que toma más en consideración lo que el sentido anagógico descubre a los exegetas que el posible beneficio recibido por quienes oran según la letra.

Y nosotros mismos hemos de procurar que nuestra alma no sea estéril, sino que la ley espiritual hemos de escucharla con oídos espirituales, para curarnos de la esterilidad y merecer ser escuchados como Ana y Ezequías; y ser, además, liberados de las insidias de los enemigos del mal, como Mardoqueo, Ester y Judit.

Además, el que sabe de qué cetáceo es figura el gran pez que se tragó a Jonás comprende que es aquel del que dice Job: Que le maldigan los que maldicen el día, los que entienden de conjurar al Leviatán. Este tal, si por cualquier falta de infidelidad, viniese a parar al vientre del cetáceo, arrepentido orará y saldrá de allí. Y una vez salido, si persevera en la obediencia a los mandatos de Dios, podrá, inflamado por el Espíritu de profecía, ser ocasión de salvación también ahora para tantos ninivitas a punto de perecer; pero no deberá llevar a mal la bondad de Dios, ni deseará que Dios persevere en su propósito de destruir a quienes se arrepienten.

Y aquel gran prodigio que leemos hizo Samuel recurriendo a la oración, puede realizarlo espiritualmente también hoy cualquiera de los incondicionales de Dios, que por eso mismo se ha hecho acreedor a ser escuchado. Está efectivamente escrito: Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos. Estamos en la siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor para que envíe una tronada y un aguacero. Y el mismo Señor dice a todos los santos y verdaderos discípulos de Cristo: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y realmente, en este tiempo de la siega, Dios realizó una obra maravillosa en presencia de quienes hacen caso de los profetas: al invocar a Dios aquel que está unido al Espíritu Santo, Dios truena desde el cielo y envía un aguacero que riega las almas, de suerte que el que antes estaba en pecado, tema grandemente a Dios, a la par que la atención que Dios presta a las súplicas del mediador del beneficio, demuestra su santidad digna de profunda veneración.

Después de haber expuesto los beneficios que los santos obtuvieron mediante la oración, comprenderemos aquel dicho: «Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura». Todos los símbolos y las figuras son cosas secundarias en comparación con las verdaderas y espirituales. Por eso, cuando el Verbo de Dios nos exhorta a imitar las oraciones de los santos, de modo que consigamos en realidad de verdad lo que ellos obtuvieron sólo en figura, dice con gran precisión que los magníficos y celestiales bienes están como bosquejados en las realidades terrenas e insignificantes. Que es como si dijera: Vosotros que deseáis ser espirituales, pedid en la oración los bienes del cielo, para que conseguidos, como celestiales seáis herederos del reino de los cielos, y como grandes, disfrutéis de los máximos bienes; en cuanto a los bienes terrenos y de poca monta de que tenéis necesidad para el mantenimiento del cuerpo, el Padre os los facilitará en la medida de vuestras necesidades.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 3, 19-4,11

Humildad y soberbia

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.

No pretendas lo que te sobrepasa ni escudriñes lo que se te esconde; atiende a lo que te han encomendado, pues no te importa lo profundo y escondido; no te preocupes por lo que te excede, aunque te enseñen cosas que te desbordan, ¡son tan numerosas las opiniones de los hombres, y sus locas fantasías los extravían!

El terco saldrá malparado; el que ama lo bueno lo conseguirá; el terco se acarrea desgracias, el cobarde añade pecado a pecado. (Donde faltan los ojos, falta la luz; donde falta inteligencia, no hay sabiduría).

No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.

El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.

El agua apaga el fuego ardiente y la limosna expía el pecado.

Al bienhechor lo recuerdan más tarde, cuando resbale encontrará apoyo.

Hijo mío, no te burles de la vida del afligido, no deprimas al que sufre amargamente; no le gruñas al necesitado ni te cierres al ánimo abatido; no exasperes al que se siente abatido ni aflijas al pobre que acude a ti, ni niegues limosna al indigente; no rechaces la súplica del pobre, ni le des ocasión de maldecirte: si en la amargura de su dolor clama contra ti, su Hacedor escuchará su clamor.

Hazte simpático a la asamblea, inclina la cabeza ante el que manda, haz caso del pobre y responde a su saludo con llaneza; libra al oprimido del opresor y no te repugne hacer justicia.

Sé padre para los huérfanos y marido para las viudas, y Dios te llamará hijo y su favor te librará de la desgracia.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (28: PG 11, 522-523)

Da a cada uno lo que le es debido

Nosotros debemos y tenemos que cumplir ciertos deberes, y no sólo dando, sino hablando con afabilidad y cubriendo ciertas obligaciones. Más aún: tenemos en cierto modo la obligación de mostramos afectuosos con los demás. Y estas deudas o bien las saldamos haciendo lo que nos manda la ley divina, o bien, haciendo caso omiso de la recta razón, no las pagamos y nos constituimos en deudores. Idéntica escala de valores hemos de aplicar a las deudascon los hermanos: tanto con los hermanos que juntamente con nosotros han sido regenerados.en Cristo por las palabras de la religión, como con aquellos que han sido engendrados por la misma madre y el mismo padre que nosotros.

Tenemos asimismo unos especiales deberes para con nuestros conciudadanos, y otros comunes hacia todos los hombres; unos deberes concretos para con quienes tienen la edad de nuestros padres, y otros para con aquellos a quienes es justo honrar como a hijos o como a hermanos. Por tanto, quien no cumple sus deberes para con los hermanos, se convierte en deudor de cuanto ha omitido; e igualmente, si fallamos a los hombres en aquellas cosas que, por un humanísimo espíritu de sabiduría, estamos obligados a prestarles, se acrece la deuda. Aún más: por lo que a nosotros mismos se refiere, debemos ciertamente servirnos del cuerpo, y no extenuarlo entregándonos al placer; pero debemos preocuparnos también del alma y vigilar la vehemencia del carácter, así como el lenguaje, para que esté exento de acritud, sea útil y nunca ocioso. Si no cumplimos estos deberes para con nosotros mismos, la deuda es mucho más grave.

Además, como ante todo y sobre todo somos obra y hechura de Dios, debemos conservar hacia él un afecto particular, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser. Si no lo hiciéramos, nos convertiríamos en deudores de Dios, pecando contra el Señor. Y en tal caso, ¿quién rezará por nosotros? Pues como en el primer libro de Samuel dice Elí: Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor, ¿quién intercederá por él?

También somos deudores de Cristo, que nos redimió con su propia sangre, como un esclavo es deudor de su comprador, que ha pagado por él el precio estipulado. Tenemos contraída una deuda incluso con el Espíritu Santo, deuda que saldamos cada vez que no ponemos triste a aquel con el cual Dios nos ha marcado para el día de la liberación final; y no contristándolo, con su ayuda y con la acción vivificante que ejerce sobre nuestra alma, producimos los frutos que es justo espere de nosotros.

Por otra parte, aun cuando no sabemos exactamente cuál es nuestro ángel custodio, que está viendo siempre el rostro del Padre celestial, a una atenta consideración no se le escapa que somos también deudores de él. Más todavía: Si hemos sido dados en espectáculo público para ángeles y hombres, hemos de tener en cuenta que, así como quien ofrece un espectáculo está obligado a desempeñar este o aquel papel en presencia de los espectadores, y sino lo hiciere, sería multado por reírse del público, así también nosotros debemos exhibir ante el mundo entero, ante todos los ángeles y el género humano todo lo que la sabiduría está dispuesta a enseñarnos, si no oponemos resistencia.

Al margen de estos deberes de alcance más bien universal, existe un deber determinado para con la viuda, de la cual se cuida la Iglesia; está también el deber para con el diácono y para con el presbítero; y está finalmente el gravísimo deber para con el obispo, deber que de no ser saldado, el Salvador de la Iglesia universal nos pedirá cuentas el día del juicio.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 5, 1-6, 4

La recompensa divina

No confíes en tus riquezas ni digas: «Soy poderoso»; no confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones.

No digas: «¿Quién me podrá?», porque el Señor te exigirá cuentas; no digas: «He pecado y nada malo me ha sucedido», porque él es un Dios paciente; no digas: «el Señor es compasivo y borrará todas mis culpas».

No te fíes de tu perdón para añadir culpas a culpas, pensando: es grande su compasión y perdonará mis muchasculpas; porque tiene compasión y cólera y su ira recae sobre los malvados.

No tardes en volverte a él ni des largas de un día para otro; porque su furor brota de repente, y el día de la venganza perecerás.

No confíes en riquezas injustas, que no te servirán el día de la ira.

No avientes con cualquier viento ni sigas cualquier dirección.

Sé consecuente en tu pensar y coherente en tus palabras; sé rápido para escuchar y calmoso para responder; si está en tu poder, responde al prójimo, y si no, mano a la boca.

El hablar trae honra y trae deshonra, la lengua del hombre es su ruina.

No seas falso ni murmures con tu lengua; para el ladrón se hizo la vergüenza, y la afrenta del prójimo para el falso.

No hagas daño, ni poco ni mucho, no te hagas enemigo en vez de amigo, pues ganarás mala fama, baldón y afrenta: de hombre perverso y doblado.

No caigas víctima de tu pasión, pues excitará sus fuerzas contra ti, comerá tus hojas, arrancará tus frutos y te dejará como árbol seco; la pasión violenta destruye a su amo y lo hace el hazmerreír de su enemigo.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (28-33: PG 11, 526. 527.558-562)

Todos tenemos potestad para perdonar los pecados
cometidos contra nosotros

Ahora bien, si tantos son nuestros acreedores, no es menos cierto que también nosotros tenemos deudores. Los hay que nos deben en cuanto hombres, otros en calidad de ciudadanos, de padres, de hijos; están los deberes de las mujeres para con los maridos y de los amigos para con los amigos. Pues bien: si alguno de nuestros numerosos deudores se mostrare menos solícito en devolvernos los servicios que nos adeuda, debemos reaccionar con humanidad, sin recordar las injurias, antes bien trayendo a la memoria las deudas propias, no solamente para con los hombres, sino para con el mismo Dios, y que tantas veces nos hemos resistido a saldar.

Teniendo, pues, presentes las deudas que no hemos pagado, sino que más bien hemos defraudado en el pasado, cuando debimos prestar al prójimo tal o cual favor, seremos más indulgentes con quienes nos deben y no nos pagan las deudas; máxime si no echamos en olvido lo que hemos pecado contra Dios y las palabras inicuas que hemos pronunciado contra el Excelso, bien por ignorancia de la verdad, bien por intolerancia de la adversidad en la vida.

Porque si no aceptamos ser condescendientes con nuestros deudores, correremos idéntica suerte que aquel empleado que se negó a condonar la deuda del compañero que le debía cien denarios. Habiéndosele perdonado la deuda —según nos cuenta la parábola evangélica—, a continuación el Señor ordenó que lo encadenaran, y le exigió el pago de lo que anteriormente le había perdonado. Y dijo: ¡Siervo malvado y haragán! ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Metedlo en la cárcel hasta que pague toda la deuda. Y el Señor concluye: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Todos tenemos, pues, potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros, como se ve claramente en las palabras: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en estas otras: Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo.

Una vez que haya tratado sobre las diversas partes de la oración, creo que habrá llegado el momento de poner fin a este opúsculo. Me parece que son cuatro las partes de la oración que me toca describir y que hallo dispersas en las Escrituras, y a cuyo modelo debe cada cual reducir, como a un todo, su propia oración.

Estas son las partes de la oración. Según la capacidad de cada cual, al principio y como en el exordio de la oración,hay que dar gloria a Dios, por Cristo conglorificado, en el Espíritu Santo coalabado. Después cada cual debe situar la acción de gracias universal por los beneficios concedidos a la comunidad y luego las gracias personales recibidas de Dios. A la acción de gracias parece oportuno le suceda la dolida acusación ante Dios de sus propios pecados y la petición, en primer lugar, de la medicina que lo libere del hábito y de la inclinación al pecado, y luego, del perdón de los pecados cometidos. En cuarto lugar y después de la confesión me parece que ha de añadirse la súplica implorando los magníficos bienes celestiales, tanto para sí mismo como para toda la comunidad humana, para los familiares y para los amigos.

Y por encima de todo esto, la oración debe finalizar por la glorificación de Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pues es justo que una oración que comenzó por la glorificación, con la glorificación termine, alabando y glorificando al Padre de todos, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 6, 5-37

La amistad. El gozo de la sabiduría es suave

Una voz suave aumenta los amigos, unos labios amables aumentan los saludos.

Sean muchos los que te saludan, pero confidente, uno entre mil; si adquieres un amigo, hazlo con tiento, no te fíes en seguida de él; porque hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y te afrentan descubriendo tus riñas; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti; si te alcanza la desgracia, cambian de actitud y se esconden de tu vista.

Apártate de tu enemigo y sé cauto con tu amigo.

Al amigo fiel tenlo por amigo; el que lo encuentra, enchentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor; un amigo fiel es un talismán: el que teme a Dios lo alcanza; su camarada será como él y sus acciones como su fama.

Hijo mío, desde la juventud busca la instrucción, y hasta la vejez encontrarás sabiduría.

Acércate a ella como quien ara y siega, esperando abundante cosecha; cultivándola trabajarás un poco, y en seguida comerás sus frutos.

Al necio le resulta fatigosa, y el insensato no puede con ella; lo oprime como piedra pesada, y no tarda en sacudírsela.

Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo: mete los pies en su cepo y ofrece el cuello a su yugo, arrima el hombro para cargar con ella y no te irrites con sus cadenas; con toda el alma acude a ella, con todas tus fuerzas sigue sus caminos; rastréala, búscala, y la alcanzarás; cuando la poseas, ya no la sueltes; al fin alcanzarás su descanso, y se te convertirá en placer, sus cadenas se volverán baluarte; su coyunda, traje de gala; su yugo, joya de oro; sus correas, cintas de púrpura; como traje de gala la llevarás, te la pondrás como corona festiva.

Si quieres, hijo mío, llegarás a sabio; si te empeñas, llegarás a sagaz; si te gusta escuchar, aprenderás, si prestas oído, te instruirás.

Procura escuchar las explicaciones, no se te escape un proverbio sensato; observa quién es inteligente, y madruga para visitarlo, que tus pies desgasten sus umbrales.

Reflexiona sobre el temor del Altísimo y medita sin cesar sus mandamientos: él te dará la inteligencia y según tus deseos te hará sabio.
 

SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Tratado sobre la amistad espiritual (Lib 2: Edit J. Dubois, 53-57)

Un amigo fiel es un talismán

Entre los valores humanos nada Se apetece más santamente, nada se busca con mayor utilidad, nada es más difícil de encontrar, ninguna experiencia es más dulce, ni se retiene con mayor índice de rentalibilidad que la amistad, pues tiene un fruto para esta vida presente y para la futura. Porque la amistad sazona con su suavidad todas las demás virtudes, anula con su fuerza los vicios, hace más llevadera la adversidad, administra bien la prosperidad, hasta el punto de que, sin amigos, apenas si es posible la felicidad entre los mortales. Puede parangonarse con una bestia el hombre que no tiene con quién congratularse en los días de prosperidad ni compartir sus tristezas en los momentos difíciles; a quién descubrir sus negros pensamientos, a quién comunicar las ideas sublimes o luminosas que se le ocurrieren y que se sitúan al margen de lo ordinario. ¡Pobre del solo si cae: no tiene quien lo levante! Y solo absolutamente está quien sin un amigo está.

Y, por el contrario, ¡qué felicidad, qué seguridad, qué dicha tener alguien con quien puedas hablar como contigo mismo!, ¡a quien no temas confesar tus eventuales fallos!, ¡ a quien puedas revelar sin rubor tus posibles progresos en la vida espiritual!, ¡a quien puedas confiar todos los secretos de tu corazón y comunicarle tus proyectos!

¿Puede haber cosa más agradable que unir así un alma a otra alma y hacer de dos un solo ser, sin temer jactancia alguna, sin recelar ninguna sospecha, sin que uno se sienta dolido de ser por el otro corregido, sin que deba notar o censurar adulación ninguna en las alabanzas del otro? Un amigo fiel —dice el Sabio— es un talismán. ¡Muy bien dicho! No hay efectivamente revulsivo más enérgico, ni más eficaz, ni más cualificado para nuestras heridas en todas las temporales eventualidades, que tener alguien que sepa venir a nuestro encuentro, sufriendo con nosotros, en toda desgracia, y congratulándose con nosotros en los sucesos prósperos, de modo que —como dice el Apóstol—, arrimando los dos el hombro, se ayuden mutuamente a llevar sus cargas. Con una salvedad: que cada uno siente más llevadera la injuria propia que la del amigo.

Así pues, la amistad hace más espléndidos los momentos de prosperidad y, al comunicarlas y compartirlas, más llevaderas las adversidades. El amigo fiel es, pues, un magnífico talismán. Porque —y en esto compartimos la opinión con los paganos— el amigo nos es mucho más útil que el agua y el fuego. En todo trabajo, en cualquier empresa, en las cosas ciertas como en las dudosas, en un acontecimiento cualquiera, en cualquier condición, en público y en privado, en toda decisión, en casa o en la calle, en todas partes es grata la amistad, necesario el amigo, útil la gracia.

Y, lo que excede a toda ponderación, la amistad es un grado cercano a la perfección, que consiste en el amor y conocimiento de Dios: de esta forma el hombre, de amigo del hombre, se convierte en amigo de Dios, según lo que el Salvador dice en el evangelio: Ya no os llamo siervos, sino amigos míos.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 7, 24-40

Deberes para con los hijos, los padres,
los sacerdotes, los pobres

Si tienes ganado, cuida de él; si te es útil, consérvalo; si tienes hijos, edúcalos; cuando aún son jóvenes, búscales mujer; si tienes hijas, vigila su cuerpo, y no seas indulgente con ellas; casar una hija es gran tarea, pero dásela a hombre prudente; si tienes mujer, no la aborrezcas, pero no te fíes de una que no te gusta.

Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los afanes de tu madre; recuerda que ellos te engendraron, ¿qué les darás por lo que te dieron?

Teme a Dios de todo corazón y honra a sus sacerdotes consagrados; ama a tu Hacedor con todas tus fuerzas y no abandones a sus servidores; honra a Dios y respeta al sacerdote, y dale su porción como está mandado: grano escogido, contribución para el culto, sacrificios rituales ofrendas consagradas.

Extiende tu mano también al pobre, para que sea completa tu bendición; sé generoso con todos los vivos, y a los muertos no les niegues tu piedad; no des largas a los afligidos y guarda luto con los que están de luto; no rehúyas al que está enfermo, y él te querrá.

En todas tus acciones piensa en el desenlace, y nunca pecarás.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, 1-2: PG 31,1514-1515)

Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad
discípulos míos

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de san Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.

Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos, y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.

El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.

Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna; con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».

 

 

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 10, 6-22

Contra la soberbia

Por ninguna ofensa devuelvas mal al prójimo, no marches por el camino de la soberbia; la soberbia es odiosa al Señor y a los hombres; para los dos es delito de opresión; el imperio pasa de nación a nación a causa de la violencia de la soberbia.

¿Por qué se ensoberbece el polvo y ceniza, si aun en vida se pudren sus entrañas?

Un achaque ligero, y el médico perplejo: hoy rey, mañana cadáver.

Muere el hombre y hereda gusanos, lombrices, orugas, insectos.

Esencia de la soberbia es la rebeldía humana, que aleja el corazón de su Hacedor; pues el pecador es aljibe de insolencia y fuente que mana planes perversos; por eso Dios le envía terribles plagas y lo castiga hasta acabar con él.

Dios derribó del trono a los soberbios y sentó sobre él a los oprimidos; el Señor arrancó las raíces de los pueblos y plantó en su lugar a los oprimidos; el Señor borró las huellas de los pueblos y los destruyó hasta los cimientos; los borró del suelo y los aniquiló y acabó con su apellido en la tierra.

No es digna del hombre la insolencia, ni la crueldad del nacido de mujer.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, 2.3: PG 31,1515-1519)

Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí

El que cree en el Señor y se acredita idóneo para enseñar, es preciso que primero aprenda a abstenerse de todo pecado; después a apartarse de todo lo que, por agradable que pueda parecer, por diversos motivos lo distrae de la obediencia debida al Señor. Pues es imposible que quien comete pecado, se enreda en los negocios de esta vida o anda preocupado por las cosas necesarias para la vida, sea siervo del Señor, ni menos discípulo de aquel que no dijo al joven: Anda, vente conmigo, antes de haberle mandado vender todos sus bienes y dar el dinero a los pobres. Más todavía: ni esto mismo le ordenó, antes de haber confesado; él mismo: Todo esto lo he cumplido.

Por tanto, quien todavía no ha conseguido el perdón de los pecados, ni ha sido purificado de ellos en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino que sirve al diablo y está encadenado por el pecado que mora en él, no puede servir al Señor, que ha afirmado con sentencia sin apelación posible: Quien comete pecado es esclavo del pecado. El esclavo no se queda en la casa para siempre.

Más aún: el gran beneficio de la bondad divina, concedido mediante la encarnación de nuestro Señor Jesucristo, resulta evidente además por lo dicho en otro lugar con estas precisas palabras: Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos. Y en otro lugar, considerando la bondad de Dios en Cristo, y ésta más admirable todavía, dice: Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.

De los textos aducidos y de otros paralelos, y si no hemos recibido la gracia de Dios en vano, resulta absolutamente necesario que primeramente hemos de liberarnos del dominio del diablo, que al hombre vendido al pecado le induce a cometer el mal que no quiere; y en segundo lugar que cada cual, después de haber renunciado a todas las realidades presentes y a sí mismo, y de haberse apartado de las preocupaciones de la vida, ha de hacerse discípulo del Señor, como él mismo dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga; esto es: hágase discípulo mío.

Y cuando haya sido concedido el perdón de los pecados, entonces el hombre recibirá del que nos ha redimido, de Jesucristo nuestro Señor, la liberación del pecado, de modo que pueda acceder a la Palabra. Y ni aun entonces será cualquiera digno de seguir al Señor, quien no dijo al joven: Anda, vente conmigo, sin antes haberle dicho: Vende lo que tienes y da el dinero a los pobres. Más todavía; ni esto mismo lo ordenó antes de haberse confesado exento de cualquier transgresión, diciendo haber cumplido todo lo que el Señor había dicho.

Por lo cual, en esta materia es asimismo necesario guardar un orden. Pues no se nos enseña a despreciar tan sólo los bienes que por cualquier razón poseemos y que nos son necesarios para la vida, sino que se nos manda despreciar también los derechos y las obligaciones que por ley natural o positiva están vigentes entre nosotros; pues dice Jesucristo nuestro Señor: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Lo cual hay que entenderlo asimismo del resto de nuestros prójimos, e indudablemente con mucha más razón de los extraños y de aquellos que no profesan nuestra misma fe. Y añade a continuación: El que no coge su cruz y me sigue, no es de digno mí. Y el Apóstol, que ha puesto en práctica todo esto, escribe para nuestra instrucción: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 11, 12-30

Confiar en Dios solamente

Hay quien es pobre y vagabundo, anda falto de lo necesario, pero el Señor se fija en él para hacerle bien y lo levanta del polvo, le hace levantar la cabeza, y muchos se asombran al verlo.

Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza, todo viene del Señor; sabiduría, prudencia y sensatez proceden del Señor, castigo y camino recto proceden del Señor. La ignorancia y la oscuridad se crearon para los criminales, y el mal acompaña a los malvados; pero el don del Señor es para el justo, y su favor asegura el éxito.

Uno se hace rico a tuerza de privaciones, y le toca esta recompensa: cuando dice: «Ahora puedo descansar, ahora comeré de mis pensiones», no sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.

Hijo mío, cumple tu deber, ocúpate de él, envejece en tu tarea; no admires las acciones del perverso, espera en el Señor y aguarda su luz; porque está al alcance del Señor enriquecer en un instante al pobre. La bendición del Señor es la suerte del justo, y a su tiempo florece su esperanza.

No digas: «He despachado mis asuntos, y ahora, ¿qué me queda?» No digas: «Ya tengo bastante, ¿qué mal me puede suceder?» El día dichoso te olvidas de la desgracia, el día desgraciado te olvidas de la dicha; fácil es para Dios, a la hora de la muerte, pagar al hombre su conducta. Un mal momento, y te olvidas de los placeres; cuando llega el fin del hombre, se revela su historia. Antes de que muera, no declares dichoso a nadie; en el desenlace se conoce al hombre.
 

SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 494-495)

Siento en mi interior la voz de una agua viva que me
habla y me dice: «Ven al Padre»

Nuestra vida en Cristo nace, es verdad, en este mundo y aquí tiene sus comienzos, pero logrará la perfección y se consumará en el mundo futuro, cuando lleguemos al día sin fin. Pero ni este tiempo presente ni el futuro son capaces de introducir e inocular en las almas de los hombres este tipo de vida de que estamos hablando, a menos que aquí tenga sus comienzos.

Pues lo cierto es que de momento la carne difunde las tinieblas por doquier, y la niebla y la corrupción que allí existen no pueden poseer la incorrupción. Por eso san Pablo pensaba que partir de esta vida para estar con Cristo le era enormemente beneficioso: Por un lado —dice—, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. La vida futura no aportará felicidad alguna a quienes la muerte sorprenda desprovistos de las facultades y de los sentidos necesarios a tal tipo de vida, sino que en aquel mundo feliz e inmortal vivirán muertos y desventurados. Es verdad que amanece el día y que el sol difunde sus luminosos rayos, pero no es ése el momento de que se forme el ojo. De idéntica forma, aquel día a los amigos les será permitido participar en los misterios juntamente con el Hijo de Dios y escuchar de su boca lo que él ha oído a su Padre, pero es absolutamente necesario que esos mismos amigos se acerquen provistos de oídos.

Este mundo presente alumbra al hombre totalmente interior, al hombre nuevo creado a imagen de Dios; y este hombre plasmado y troquelado aquí, una vez ya perfecto, es engendrado para aquel mundo perfecto y que jamás envejece. Lo mismo que el feto vive en las tinieblas y en la noche todo el tiempo que permanece en el claustro materno, y la naturaleza lo va preparando para que pueda respirar al nacer a esta luz y lo dispone para la vida que lo va a recibir conformándolo a determinados cánones o reglas, así ocurre también con los santos. Es lo que dice el apóstol Pablo escribiendo a los Gálatas: Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. Con una diferencia: que los niños nonatos no conocen esta vida, mientras que los bienaventurados, ya en este mundo, conocen muchas cosas del mundo futuro. Y esta diferencia radica en que los primeros todavía no han disfrutado de esta vida, que sólo más tarde conocerán, pues en los oscuros lugares en que de momento habitan, no se filtra ni un rayo de luz, como tampoco tiene noticia de ninguna de las realidades en las que nuestra vida presente se apoya y la sustentan. En cambio, nuestra situación es completamente distinta: como la vida que esperamos está como fusionada y fundida con esta vida, y el sol que allí luce nos alumbra también a nosotros por la bondad de Dios, el ungüento celeste ha sido derramado en las regiones pestilentes y el pan de los ángeles ha sido distribuido también a los hombres.

Por cuya razón, a los hombres santos se les concede, ya en esta vida mortal, no sólo informarse y prepararse para la vida futura, sino incluso vivir y actuar conforme a ella. Conquista la vida eterna, dice Pablo en la primera carta a Timoteo. Y san Ignacio: «Siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: Ven al Padre».


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 14, 22-15, 10

Felicidad del hombre sabio

Dichoso el hombre que piensa en la sabiduría y pretende la prudencia, el que presta atención a sus caminos y se fija en sus sendas; sale tras ella a espiarla y acecha junto a su portal, mira por sus ventanas y escucha a su puerta, acampa junto a su casa y clava sus estacas junto a su pared, pone su tienda junto a ella y se acomoda como un buen vecino, pone nido en su ramaje y mora entre su fronda, se protege' del bochorno a su sombra y habita en su morada.

El que teme al Señor obrará así, observando la ley alcanzará la sabiduría.

Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como la esposa de la juventud; lo alimentará con pan de sensatez y le dará a beber agua de prudencia; apoyado en ella no vacilará, y confiado en ella no fracasará; lo ensalzará sobre sus compañeros para que abra la boca en la asamblea; alcanzará gozo y alegría, le dará un nombre perdurable.

No la alcanzan los hombres falsos ni la verán los arrogantes, se queda lejos de los cínicos y los embusteros no se acuerdan de ella; su alabanza desdice en boca de malvado, porque no se la otorga Dios; la boca del sabio la pronuncia y el que la posee la enseña.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 502-503)

A través de los sacramentos, el sol de justicia penetra
en este mundo tenebroso

Según se desprende de cuanto llevamos dicho, la vida en Cristo no es sólo un deseo que se hará realidad en el más allá, sino que está ya presente para los santos, y según ella viven y a ella ajustan su comportamiento. Seguidamente expondremos los motivos por los que se nos concede vivir de tal modo y por qué Pablo habla de andar en una vida nueva; explicaremos también cómo Cristo se une y se adhiere a los que se portan de este modo y cuál es el nombre que hemos de dar a esta realidad.

Así pues, del plan de acción que tenemos entre manos, parte depende de Dios y parte se adjudica a nuestra solicitud y diligencia; la primera es obra exclusivamente suya, la segunda requiere además un denodado esfuerzo por parte nuestra o, si se prefiere, es únicamente realizada por nosotros en la medida en que se apoya en la gracia, en la medida en que no malversamos el tesoro, ni extinguimos la lámpara ya encendida; es decir, cuando nada hacemos que obstaculice la vida y genere la muerte. Todo bien y toda virtud humana se ordena efectivamente a esto: a que nadie vuelva la espada contra sí mismo, ni ponga en fuga la felicidad, ni deponga la corona de su cabeza, pues Cristo mismo en persona es quien, de modo realmente inefable, siembra en nuestras almas la propia esencia de la vida.

Él está realmente presente y fortalece aquellos principios vitales que él nos trajo con su venida.

Y está presente no primariamente porque comulga con nosotros tomando parte en nuestras comidas, nuestros encuentros, o en la diaria convivencia, sino de un modo mucho mejor y más perfecto, gracias al cual, hechos concorpóreos y partícipes de su vida, nos convertimos en miembros suyos, en su pertenencia. Y así como no hay lengua capaz de expresar la bondad que le impulsó a amar hasta a los mismos enemigos, colmándolos de tan inmensos beneficios, y mucho menos todavía la unión con que se entraña con sus amigos, y que supera ampliamente cualquier unión que el alma puede imaginar o expresar, así también la modalidad de su presencia y de su beneficencia es digna de admiración y exclusiva del único que hace maravillas. En efecto, a quienes simbólica y figurativamente —como en representación pictórica— imitan la muerte que él verdaderamente padeció para darnos vida, Cristo la renueva y la instaura en la realidad misma y se la concede a quienes participan de su vida.

De hecho, en los sagrados misterios que simbolizan su sepultura y anuncian su muerte, nosotros somos engendrados, plasmados e íntimamente unidos al Salvador por maravillosa manera. Estos sagrados misterios son los que hacen que —como dice Pablo— en él vivamos, nos movamos y existamos. Efectivamente, el bautismo nos da la oportunidad de ser y subsistir totalmente en Cristo. Este estrecho abrazo lo primero que hace es introducir en la vida a los que yacen en la muerte y en la perdición. Por su parte, la santa unción perfecciona y completa al neonato, comunicándole las energías propias de esta vida. Finalmente, la sagrada Eucaristía contiene y conserva esta vida en todo su vigor. Y es que la misión e incumbencia del pan de vida es conservar a los renacidos y mantener la vida. En resumidas cuentas, que por el pan vivimos, por la unción nos movemos, después de haber recibido en el bautismo la existencia. De esta suerte, vivimos en este mundo visible una vida que está ordenada al mundo invisible, y no precisamente mudando de lugar, sino cambiando de vida y de modo de vivir.

Así pues, por estos santos misterios, como por otras tantas ventanas, penetra en este tenebroso mundo el Sol de justicia, da muerte a la vida según el mundo, nos excita a la vida celestial, y la luz del mundo vence al mundo, realidad que indica mediante estas palabras: Yo he vencido al mundo. En un cuerpo frágil y mortal, él ha injertado una vida estable y eterna.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 15, 11-22

Libertad del hombre

No digas: «Mi pecado viene de Dios», porque él no hace lo que odia; no digas: «El me ha extraviado», porque no necesita de hombres inicuos; el Señor aborrece la maldad y la blasfemia, los que temen a Dios no caen en ella.

El Señor creó al hombre al principio y lo entregó en poder de su albedrío; si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad, ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.

Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.


SEGUNDA LECTURA

Pedro de Blois, Sermón 54, sobre el sacrificio del altar (PL 207, 720-721)

Cristo por nosotros se hizo pan

La ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Por tanto, si Cristo es la verdad, mejor, porque él es la verdad, si creemos en Cristo, creamos también a Cristo. Es él mismo el que dice: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; él es el maná reconfortante, él es el cordero que en la ley era inmolado y manducado: efectivamente se nos da en comida y precio el mismo que alimentó a nuestros padres con el maná; nos alimenta con el pan cumpliendo de esta forma lo que está escrito: Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.

Lo almacenado son los sacrificios de la antigua ley, que ofrecían Aarón y sus hijos sacrificando las crías de las ovejas, derramando la sangre de los novillos y de los cabritos. Lo añejo almacenado fueron el pan y el vino ofrecidos por Melquisedec, que prefiguraba el sacramento de Cristo, respecto a quien había jurado el Padre: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Para hacer sitio a lo nuevo había que sacar los sacrificios legales y comer lo añejo almacenado, en cuanto que el hombre comió pan de ángeles, que Dios, en su bondad, preparó para los pobres desde los tiempos antiguos.

La asunción de nuestra naturaleza es el pan de que nos alimentamos. Porque Cristo ha convertido en trigo el heno de nuestra carne, para alimentarnos con flor de harina. Se ha convertido en pan para nosotros, porque el corazón del hombre hay que sembrarlo y multiplicarlo en un corazón bueno; se ha convertido para nosotros en grano de trigo, en pan que da vigor para consuelo de esta mísera vida, para sostenimiento de la fatiga del camino; es pan en la palabra de doctrina, pan en el ejemplo de la vida, pan de la gracia espiritual, pan de la gloria inacabable. Ésta es —dice-- la nueva alianza sellada con mi sangre.

Esta alianza nos ha sido confirmada con la muerte de Cristo, para que nuestra existencia esté unida a él en una muerte como la suya, muramos al mundo y nuestra vida esté con Cristo escondida en Dios. De acuerdo con esta alianza hemos de ordenar los sacrificios, de modo que el hombre, ofreciéndose en su integridad como hostia viva y agradable a Dios, presente ante todo el sacrificio de lapenitencia. Mi espíritu —dice— es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

El segundo sacrificio es el ejercicio de la misericordia, sacrificio que en atención a su exquisita excelencia, el Señor no lo llama sacrificio, sino justicia, diciendo: Misericordia quiero y no sacrificios. De este sacrificio está escrito: Ofreced sacrificios de justicia.

Existe un tercer sacrificio que consiste íntegramente en la enjundia y la manteca y que procede de los entresijos del alma y de las profundidades del corazón con exclusividad. Me refiero al sacrificio de alabanza. Deseando el profeta presentar este sacrificio que procede de la fertilidad del corazón y de la plenitud de la caridad, dijo: Me saciaré como de enjundia y de manteca.

El primer sacrificio se refiere a mí, el segundo al prójimo, el tercero a Dios. Pero todos los refiero a Dios y los ofrezco por Dios. No obstante, si queremos ofrecer sacrificios en el régimen de la alianza de Cristo, único es el modo y uno solo el mensaje; el orden es éste: que así como se nos manda encomendar a Dios nuestros afanes, así depositemos la fe de los sacrificios en su palabra. Que el hombre crea más a Cristo que a sí mismo, para que su espíritu sea creíble a Dios, niéguese a sí mismo y siga a Cristo con la esperanza y la fe; porque él es el camino y la verdad y la vida.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 16, 24—17, 14

El hombre, rey de la creación

Escuchadme y aprended sabiduría, prestad atención a mis palabras, voy a exponer con ponderación mi pensamiento y con modestia mi doctrina.

Cuando al principio creó Dios sus obras y las hizo existir, les asignó sus funciones; determinó para siempre su actividad y sus dominios por todas las edades; y no desfallecen ni se cansan ni faltan a su obligación.

Ninguna estorba a su compañera, nunca desobedecen las órdenes de Dios.

Después el Señor se fijó en la tierra y la colmó de sus bienes; cubrió su faz con toda clase de vivientes, que han de volver a ella.

El Señor formó al hombre de tierra y le hizo volver de nuevo a ella; le concedió un plazo de días contados y le dio dominio sobre la tierra; lo revistió de un poder como el suyo y lo hizo a su propia imagen; impuso su temor a todo viviente, para que dominara a bestias y aves.

Les formó boca y lengua y ojos y oídos y mente para entender; los colmó de inteligencia y sabiduría y les enseñó el bien y el mal; les mostró sus maravillas, para que se fijaran en ellas, para que alaben el santo nombre y cuenten sus grandes hazañas.

Les concedió inteligencia, y en herencia una ley que da vida; hizo con ellos alianza eterna enseñándoles sus mandamientos.

Sus ojos vieron la grandeza de su gloria y sus oídos oyeron la majestad de su voz.

Les ordenó abstenerse de toda idolatría y les dio preceptos del prójimo.
 

SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1 PG 150, 498-499)

La bondad de Dios es inexplicable

El que se une a Dios es un espíritu con él. Lo mismo que la bondad de Dios es inexplicable y su amor para con el género humano rebasa toda capacidad de expresión, por cuanto es únicamente equiparable a la sola bondad divina, así su unión con los que ama supera bajo todos los aspectos cualquiera unión que pudiéramos imaginar, ni puede ser explicada por comparaciones, dada su dignidad.

Por esta razón, la Escritura hubo de recurrir a numerosos ejemplos para expresar aquella estrechísima unión, no bastando uno solo. Unas veces echa mano del simbolismo del morador y la casa, otras del de la vid y los sarmientos, la unión esponsal, o también los miembros y la cabeza, sin que ninguno de ellos satisfaga plenamente, ya que ninguno nos permite captar la verdad en toda su crudeza. La correlación más exacta es la que media entre unión y amor y caridad. Pero, ¿hay algo que pueda equipararse al amor divino?

En segundo lugar, entre las cosas que parece pueden significar la compenetración y la unión, tenemos en primer lugar la unión nupcial y el vínculo existente entre los miembros y la cabeza. Pero incluso estas realidades distan muchísimo y están muy lejos de darnos una idea clara de la unión divina. En efecto, la unión conyugal nunca unirá a los cónyuges hasta el extremo de que uno esté en el otro y en él viva, como vemos que ocurre con Cristo y la Iglesia. Por eso, el santo Apóstol, después de haber dicho del matrimonio: Es éste un gran misterio, añade inmediatamente: Yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia, significando no ser aquéllas, sino éstas las bodas dignas de admiración.

En cuanto a los miembros, están unidos a la cabeza, y viven gracias a esta conexión y cópula, rota la cual mueren. En cambio estos miembros parecen más unidos a Cristo que a su cabeza, y viven más realmente de él que de la ligazón que los une a la cabeza. Buen ejemplo tenemos de ello en los mártires, que gustosos afrontaron la muerte, mientras que no quisieron ni oír hablar de separarse de Cristo. De hecho, ofrecieron con gozo la cabeza y sus miembros al verdugo, pero nadie consiguió apartarlos o alejarlos de Cristo ni por una simple palabra de abjuración.

Ahora bien, ¿quién está tan unido a otro como a sí mismo? Y sin embargo, esta misma unión o fusión es inferior y menos perfecta que aquélla. Cada uno de los espíritus bienaventurados es uno e idéntico a sí mismo, y no obstante está más unido al Salvador que a sí mismo, porque le ama más que a sí mismo. Confirma nuestra manera de pensar Pablo, que deseaba ser un proscrito lejos de Cristo por el bien de los judíos, para de esta suerte acrecer la gloria de Cristo.

Y si tan grande es el amor humano, imposible valorar adecuadamente el amor divino. Porque si los que son malos han sabido dar pruebas de tanta bondad, ¿qué diremos de aquella bondad? Si, pues, el amor es tan excelente y tan eximio, preciso es que la fusión a la que el amor empuja a los amantes humille la inteligencia humana hasta tal punto que no pretenda siquiera intentar captarla acudiendo a parangón o semejanza alguna.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 17, 13-31

Exhortación a la conversión

Los caminos del hombre están siempre en presencia de Dios, no se ocultan a sus ojos.

(Sus caminos desde la niñez se inclinan al mal, no son capaces de transformar en corazones de carne los de piedra).

(Cuando dividió sobre la tierra las naciones) puso un jefe sobre cada nación, pero Israel es la porción del Señor.

(Por ser su primogénito lo educa y porque le dio la luz de su amor no lo abandona).

Todas sus obras están ante él como el sol, sus ojos observan siempre sus caminos; no se le ocultan sus injusticias, todos sus pecados están a su vista.

(El Señor, que es bueno y conoce a su criatura, no los rechaza ni abandona, sino que los perdona).

El Señor guarda, como sello suyo, la limosna del hombre, y su caridad, como niña del ojo.

Después se levantará para retribuirlas y hará recaer sobre ellos lo que merecen.

A los que se arrepienten Dios los deja volver, y reanima a los que pierden la paciencia.

Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas; retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia y detesta de corazón la idolatría.

En el Abismo, ¿quién alaba al Señor como los vivos que le dan gracias?

El muerto, como si no existiera, deja de alabarlo, el que está vivo y sano alaba al Señor.

¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él!

El hombre no es como Dios, pues ningún hijo de Adán es inmortal; ¿qué hay más brillante que el sol? —pues también tiene eclipses— (carne y sangre maquinan el mal).

Dios pasa revista al ejército celeste, cuánto más a los hombres de polvo y ceniza.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 10: PG 8, 223-228)

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios

Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón. Quien busca a Dios, negocia activamente su propia salvación. ¿Encontraste a Dios? Posees la vida. Busquemos, pues, a fin de seguir viviendo. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande».

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios: está cimentado sobre la justicia y en él se hallan esculpidas las sentencias de la verdad. En efecto, ¿dónde inscribir la justicia sino en el alma prudente?, ¿dónde la caridad?, y el pudor, ¿dónde?, y la mansedumbre, ¿dónde? Tales son, a mi juicio, los divinos caracteres que los hombres han de imprimir en su alma, deben seguidamente considerar la sabiduría como un buen punto de partida para cualquier etapa sobre los caminos de la vida; ver en esta misma sabiduría un puerto de salvación, al abrigo de tempestades; por ella son buenos padres para con sus hijos los que se refugiaron junto al Padre, son buenos hijos para con sus padres los que han conocido al Hijo, son buenos maridos para con sus mujeres los que se acuerdan del Esposo, son buenos amos para con sus criados los que han sido liberados de la peor de las esclavitudes.

Y vosotros que habéis malversado tantos años viviendo en la impiedad, ¿no se os acabará cayendo la cara de vergüenza por haberos comportado más irracionalmente que los animales carentes de razón? Habéis sido primeramente niños, luego adolescentes, después jóvenes, y más tarde hombres, pero jamás virtuosos. Respetad al menos la ancianidad; cuando habéis llegado ya al ocaso de la vida entrad en razón; conoced a Dios aunque no sea más que al final de la existencia, para que este final de vuestra vida ceda el paso al comienzo de vuestra salvación.

Así pues, ¡cuánto mejor es para el hombre no querer apetecer desde un principio lo que está prohibido, que obtener el objeto de sus deseos! Vosotros, por el contrario, no soportáis lo que la salud comporta de austeridad. Y sin embargo, lo mismo que, de entre los alimentos, nos deleitan los que son dulces y los preferimos atraídos por lo agradable de su gusto, y no obstante son los amargos, que hieren e irritan el paladar, los que nos curan y restituyen la salud, e incluso lo amargo de la medicación fortalece y robustece a las personas delicadas de estómago, así también la costumbre nos resulta agradable y nos cosquillea, pero acaba empujándonos al abismo, mientras que la verdad nos eleva al cielo. La verdad es, de entrada, más ruda, pero después es «una excelente nodriza para los jóvefies»; la verdad es un grave y honesto gineceo y un prudente senado. No es de difícil acceso, ni imposible de conseguir; al contrario, está cerquísima y habita en nosotros como en una casa, y, como insinúa simbólicamente aquel hombre adornado de toda clase de sabiduría que fue Moisés, reside en estos tres miembros nuestros: en las manos, en la boca y en el corazón. Aquí tenemos un auténtico símbolo de la verdad, para cuya consecución se necesitan insobornablemente estos tres requisitos: la voluntad, la acción y la palabra.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 24,1-23

La sabiduría en la creación y en la historia de Israel

La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos, diciendo:

«Yo salí de la boca del Altísimo, como primogénita de todas las criaturas. Yo hice amanecer en el cielo una luz sin ocaso y como niebla cubrí la tierra; habité en el cielo con mi trono sobre columna de nubes; yo sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo; regí las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones; subyugué con mi valor los corazones de poderosos y humildes. Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar.

Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: "Habita en Jacob, sea Israel tu heredad".

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesará jamás. E'n la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de dos santos.

Crecí como cedro del Líbano y como ciprés del monte Hermón, crecí como palmera de Engadí y como rosal de Jericó, como olivo hermoso en la pradera y como plátano junto al agua. Perfumé como cinamomo y espliego y di aroma como mirra exquisita, como incienso y ámbar y bálsamo, como perfume de incienso en el santuario.

Como terebinto extendí mis ramas, un ramaje bello y frondoso; como vid hermosa retoñé: mis flores y frutos son bellos y abundantes. Yo soy la madre del amor puro, del temor, del conocimiento y de la esperanza santa. En mí está toda gracia de camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de virtud.

Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará; el que me honra poseerá la vida eterna».

Todo esto es el libro de la alianza del Altísimo, la ley que nos dio Moisés como herencia para la comunidad de Jacob y como promesa para Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 6, 3.5.6.7: SC 100, 442.446.448-454)

El Padre es conocido por la manifestación del Hijo

Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo es quien cumple este beneplácito del Padre; el Padre, en efecto, envía, mientras que el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, aunque invisible e inconmensurable por lo que a nosotros respecta, es conocido por su Verbo, y, aunque inexplicable, el mismo Verbo nos lo ha expresado. Recíprocamente, sólo el Padre conoce a su Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y, por esto, el Hijo nos revela el conocimiento del Padre por la manifestación de sí mismo, ya que el Padre es conocido por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.

Para esto el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de él, y para que todos los que creyesen en él mereciesen ser recibidos en la incorrupción y en el lugar del eterno consuelo (porque creer en él es hacer su voluntad).

Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada, al Artífice que la ha modelado y, a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado. Sobre esto hablan todos de manera semejante, pero no todos creen de manera semejante. También el Verbo se anunciaba a sí mismo y al Padre a través de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo oyó de manera semejante, pero no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se mostró a sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos creyeron por igual en él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían al Padre era el Hijo.

El Hijo, pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a perfección todas las cosas desde el principio hasta el fin, y sin él nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del Padre y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido decía el Señor: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Las palabras se lo quiera revelar no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo en la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere el Padre. Y, por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en él.

 

 

 

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 26, 1-4. 12-23

Mujer buena y mujer malvada

Dichoso el marido de una mujer buena: se doblarán los años de su vida.

La mujer hacendosa hace prosperar al marido, él cumplirá sus días en paz.

Mujer buena es buen partido que recibe el que teme al Señor: sea rico o pobre, estará contento y tendrá cara alegre en toda sazón.

Mujer adúltera tiene ojos engreídos, y se la conoce en los párpados.

Vigila bien a la moza impúdica, para que no aproveche la ocasión de fornicar; guárdate de sus ojos impudentes, y no te extrañe que te ofenda.

Porque abre la boca como viajero sediento y bebe de cualquier fuente a mano; se sienta frente a cualquier estaca y abre aljaba a cualquier flecha.

Mujer hermosa deleita al marido, mujer prudente lo robustece; mujer discreta es don del Señor: no se paga un ánimo instruido; mujer modesta duplica su encanto: no hay belleza que pague un ánimo casto.

El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella en su casa bien arreglada; lámpara que luce en candelabro sagrado es un rostro hermoso sobre un tipo esbelto; columnas de oro sobre plintos de plata son piernas firmes sobre pies hermosos.


SEGUNDA LECTURA

San Lorenzo de Brindisi, Homilía 1 en el lunes después de Pentecostés (5-6: Opera omnia, t. 8, 1943, 85-87)

Tanto amó Dios al mundo

Éste es el antídoto contra el mortífero veneno del pecado: una fe verdadera y viva en Cristo, una fe activa en la práctica del amor, del amor, sí, y de la caridad de Dios, ya que quien no tiene la caridad de Dios, no tiene a Dios: El que no ama permanece en la muerte.

Esta es la causa de la condenación, éste es el motivo por el que el mundo merece ser juzgado y condenado: que la luz vino al mundo, Dios se ha hecho hombre, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, la criatura al Creador, los errores, los vicios, los pecados, la muerte a la verdad, a las virtudes, a la gracia y a la vida eterna; prefirieron el mal al bien, llamando al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas.

Atención, pues, hermano, no sea que prefieras las tinieblas a la luz. Algo tienes que amar, pues al corazón le es tan connatural el amor como al fuego el calor y la luz al sol. Como objeto del amor se te proponen la luz y las tinieblas, Dios y el mundo, la virtud y el vicio, la vida y la muerte, el bien y el mal. Mira lo que vas a elegir: si prefieres las tinieblas a la luz, lo amargo a lo dulce, permaneces en la muerte. Dios es luz, el mundo, tiniebla; Dios es oro, el mundo, barro.

¡Ah, por favor, no seamos ingratos! Si Dios nos ama de todo corazón como un padre a sus muy amados hijos, más aún, como una madre amantísima —¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré—, amemos nosotros a Dios, como unos hijos buenos aman al mejor de los padres. Fíjate, oh hombre, cómo te amó Dios, que entregó a su Hijo único por ti, por tu salvación personal: Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí; Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Tanto amó Dios al mundo. Cuando el pueblo de Israel era gravemente oprimido en Egipto por la cruel tiranía del Faraón, Dios, movido a compasión, bajó del cielo y se apareció a Moisés. Se le apareció envuelto en las llamas de un fuego ardentísimo y en medio de las zarzas. ¿Qué significa todo esto? Cuando alguien quiere ponderar su gran amor por el amigo, dice: «¡Por ti me arrojaría al fuego!» Por eso Dios se apareció envuelto en llamas y en medio de las zarzas para demostrarnos el vehementísimo amor que siente por nosotros y que estaba dispuesto a padecer atroces tormentos por nosotros, como lo demuestra la pasión de Cristo.

Por esta razón, cuando bajó a entregarnos la ley, descendió también envuelto en llamas y en medio de tinieblas. Las llamas designan la pasión de las penas; las tinieblas, la muerte y la privación de todos los bienes; pues para dar al hombre la fuerza sobrenatural de observar la ley y así tener acceso a la vida eterna, para esto tenía que venir Dios a sufrir muchos tormentos y a morir. Así es de sabio, próvido, justo, fuerte, paciente, pío, leal el amor divino, adornado de toda clase de virtud.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



 

LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 27, 25-28, 9

Contra la ira y la venganza

El que guiña el ojo trama algo malo, y nadie lo apartórá de ello; en tu presencia su boca es melosa, admira tus palabras; después cambia de lenguaje y procura cogerte en tus palabras.

Muchas cosas detesto, pero ninguna como a él, porque el Señor mismo lo detesta.

Tira una piedra a lo alto y te caerá en la cabeza: un golpe a traición reparte heridas; el que cava una fosa caerá en ella, el que tiende una red quedará cogido en ella; al que hace el mal se le volverá contra él, aunque no sepa de dónde le viene.

Burlas e insultos le tocarán al insolente, pues la venganza lo acecha como un león.

Los que se alegran de la caída de los buenos se consumirán de pena antes de morir.

El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas.

Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.

¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?

No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?

Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?

Piensa en tu fin y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 515-518)

Sobre la victoria de Cristo

El Señor mismo, libre de todo pecado, murió entre los ultrajes del pueblo; y asumiendo como hombre la defensa y tutela de los hombres, aceptó el martirio y liberó a su estirpe de la culpa; dio a los cautivos la libertad, que él, como Dios y Señor, no necesitaba.

Estos son, pues, los caminos a través de los cuales nos llegó la verdadera vida, gracias a la muerte del Salvador. En cuanto al modo de hacer derivar esta vida a nuestras almas, tenemos la iniciación en los misterios, esto es, el baño, la unción y la participación en la sagrada mesa. Cristo viene a quienes esto hicieren, habita en ellos, se une y apega a ellos, elimina el pecado, les comunica su vida y su fortaleza, les hace partícipes de su victoria, corona a los purificados y los proclama triunfadores en la Cena.

Ahora bien, ¿a qué se debe el que la victoria y la corona nos vengan a través del baño, la unción y el banquete, cuando son más bien el premio a la fatiga, al sudor y a los peligros? Pues porque si bien, al participar de estos misterios, no luchamos ni nos fatigamos, sin embargo celebramos su combate, aplaudimos su victoria, adoramos su trofeo y manifestamos nuestro amor al esforzado, eximio e increíble luchador; asumimos aquellas llagas, aquellas heridas y aquella muerte y, en cuanto nos es posible, las reivindicamos como nuestras; y gustamos de la carne del que estaba muerto, pero ha vuelto a la vida. En consecuencia, no disfrutamos ilícitamente de los bienes derivados de aquella muerte y de aquellas luchas.

Esto es exactamente lo que pueden merecernos el baño y la cena: me refiero a una cena sobria y a las modestas delicias de la unción; pues cuando recibimos la iniciación, detestamos al tirano, lo escupimos y nos apartamos de él. Mientras que al fortísimo luchador lo aclamamos, lo admiramos, lo adoramos y lo amamos de todo corazón; y de la sobreabundancia del amor nos alimentamos como de pan, andamos sobrados como de agua.

Resulta, pues, evidente que por nosotros él aceptó esta batalla y que no rehusó morir, para que nosotros venciéramos. Por lo tanto, no es ni ilógico ni absurdo que nosotros consigamos la corona al participar de estos misterios. Nosotros pusimos de nuestra parte todo el ardor y el entusiasmo de que somos capaces, y enterados de que esta fuente tenía la eficacia derivada de la muerte y sepultura de Cristo, lo creímos todos, nos acercamos espontáneamente y nos sumergimos en las aguas bautismales. Cristo no es distribuidor de dones despreciables ni se contenta con mediocridades, sino que a cuantos se acercan a él imitando su muerte y sepultura los recibe con los brazos abiertos, otorgándoles no una corona cualquiera, ni siquiera comunicándoles su propia gloria, sino que se da a sí mismo, vencedor y coronado.

Y cuando salimos de la fuente bautismal, llevamos al mismo Salvador en nuestras almas, en la cabeza, en los ojos, en las mismas entrañas, en todos y cada uno de los miembros, limpio de pecado, libre de toda corrupción, tal como resucitó y se apareció a los discípulos y subió a los cielos; tal como ha de volver a exigirnos cuentas del tesoro confiado.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 29, 1-16; 31, 1-4

Préstamos, limosnas y riqueza

El hombre compasivo presta a su prójimo, el que le echa una mano guarda el mandamiento.

Presta a tu prójimo cuando lo necesita, y paga pronto lo que debes al prójimo; cumple la palabra y séle fiel, y en todo momento obtendrás lo que necesitas.

Muchos procuraron obtener un préstamo y perjudicaron al que les prestó: hasta conseguirlo le besan las manos, ante las riquezas del prójimo humillan la voz; a la hora de devolver dan largas y piden una prórroga.

Importunando, apenas recobrará la mitad, y lo considerará un hallazgo; en otro caso se quedará sin dinero y se habrá echado un enemigo de balde, que le pagará con maldiciones e insultos, con injurias, en vez de honor.

Muchos se retraen no por maldad, sino temiendo que los despojen sin razón.

Con todo, sé generoso con el pobre, no le des largas en la limosna; por amor a la ley recibe al menesteroso, y en su indigencia no le despidas vacío; pierde tu dinero por el hermano y el prójimo, no lo eches a perder bajo una piedra; invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, y te producirá más que el oro; guarda limosnas en tu despensa, y ellas te librarán de todo mal; mejor que escudo resistente o poderosa lanza, lucharán contra el enemigo a tu favor.

Las vigilias del rico acaban con su salud, la preocupación por el sustento aleja el sueño, la enfermedad grave no le deja dormir.

El rico trabaja para amasar una fortuna, y descansa acumulando lujos; el pobre trabaja, y le faltan las fuerzas, y si descansa, pasa necesidad.


SEGUNDA LECTURA

Beato Guerrico de Igny, Sermón en la solemnidad de Todos los Santos (5.6.7: SC 202, 508.510.512.514)

¡Oh preclara herencia de los pobres!

Gloriémonos, hermanos, de ser pobres por Cristo; pero procuremos ser humildes con Cristo. Nada más detestable que un pobre soberbio, nada más miserable: pues ahora lo atenaza la pobreza y la soberbia lo esclavizará para siempre. En cambio, un pobre humilde, si bien es abrasado y purificado en el crisol de la pobreza, exulta con el refrigerio que le procura la riqueza de la conciencia, se consuela con la promesa de una santa esperanza, sabiendo y experimentando que es suyo el reino de Dios, que lo lleva ya dentro de sí como en germen o en raíz, a saber, como primicia del Espíritu y prenda de la herencia eterna.

Le habéis sacado, si no me equivoco, gusto a vuestra tarea: adquiriendo los bienes supremos a cambio de cosas despreciables y dignas tan sólo de ser arrojadas por la ventana. Efectivamente, no reina Dios por lo que unp come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo. Y si estamos convencidos de esto, ¿por qué confesamos paladinamente que el reino de Dios está dentro de nosotros? Lo que está dentro de nosotros es realmente nuestro, pues nadie puede arrebatárnoslo contra nuestra voluntad.

¡Oh preclara herencia de los pobres!, ¡oh dichosa posesión de quienes nada tienen! Ciertamente no sólo nos proporcionas todo cuanto necesitamos, sino que abundas entoda clase de gloria, desbordas todo tipo de alegría, como la medida rebosante que os verterán: Realmente tú traes riqueza, fortuna copiosa y bien ganada.

Vosotros, pues, que sois amigos de la pobreza y os es grata la humildad de espíritu, habéis recibido de la Verdad inmutable la seguridad de poseer el reino de los cielos, aseverando, que es vuestro y guardándooslo fielmente en depósito, a condición sin embargo de que vosotros mismos conservéis en vuestro pecho esta esperanza hasta el final con la cooperación de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea el honor y la gloria por todos los siglos de los siglos.



 

MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 35, 1-21

Sinceridad en el culto a Dios

El que observa la ley hace una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos ofrece sacrificio de acción de gracias, el que hace favores ofrenda flor de harina, el que da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

Apartarse del mal es agradable a Dios, apartarse de la injusticia es expiación.

No te presentes a Dios con las manos vacías: esto es lo que pide la ley.

La ofrenda del justo enriquece el altar, y su aroma llega al Altísimo.

El sacrificio del justo es aceptado, su ofrenda memorial no se olvidará.

Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas; cuando ofreces, pon buena cara, y paga de buena gana los diezmos.

Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más.

No lo sobornes, porque no lo acepta, no confíes en sacrificios injustos; porque es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; mientras corren las lágrimas por las mejillas y el gemido se añade a las lágrimas, sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 4 (PG 51, 179-180)

Piensa en qué misterios te es dado participar

Qué duda cabe de que la asiduidad en escuchar la sagrada predicación es cosa buena; pero esta obra buena resultaría perfectamente inútil, si no fuera acompañada de la utilidad que se deriva de la obediencia.

Por tanto, para que no os reunáis aquí en vano, debéis trabajar con gran celo —como varias veces os he pedido encarecidamente y no me cansaré de repetirlo— por traer aquí otros hermanos, por exhortar a los que yerran, por aconsejar y no sólo de palabra, sino también con el ejemplo. La doctrina que se expone es de mayor peso si va avalada por la conducta y el tenor de vida. Aunque no pronuncies palabra, con sólo salir de la asamblea litúrgica y manifestar a los hombres que no asistieron a la sinaxis, a través de tu talante exterior, de la mirada, de la voz, de tu modo de andar y de toda la modesta compostura del resto del cuerpo el provecho que de la reunión has recabado, es ya una valiosa exhortación y un consejo.

Pues hemos de salir de aquí como si saliéramos del Santo de los santos, como caídos del cielo, hechos más modestos, filosofando, diciendo y haciéndolo todo moderada y comedidamente. De modo que al ver la esposa a su marido de vuelta de la asamblea, el padre al hijo, el hijo al padre, el siervo a su señor, el amigo al amigo, el enemigo al enemigo, todos caigan en la cuenta de la utilidad que hemos sacado de esta reunión: y se darán cuenta si advierten que volvéis más sosegados, más pacientes y más religiosos.

Piensa en qué misterios te ha sido dado participar, tú que estás ya iniciado, con quiénes ofreces aquel místico canto, con quiénes entonas el himno tres veces santo. Demuestra a los profanos que has danzado con los Serafines, que perteneces al pueblo celestial, que formas parte del coro de los ángeles, que has conversado con el Señor, que te has reunido con Cristo. Si de tal modo nos comportáramos, no necesitaríamos de discursos para con los que no asistieron a nuestra asamblea, sino que del provecho que nosotros hemos sacado se darían cuenta del propio perjuicio, y acudirían prontamente para poder disfrutar de idénticas ventajas.

Cuando vieren con sus propios ojos la hermosura de vuestra alma, aun cuando fueren los más estúpidos de los hombres, arderán en deseos de vuestra eximia belleza. Si ya la belleza corporal es capaz de suscitar la admiración en los espectadores, mucho más puede conmoverles la hermosura del alma, e incitarles a un parecido celo.

Adornemos, pues, nuestro hombre interior, y recordemos en la calle lo que aquí se dijere: allí es donde las circunstancias nos exigen no echarlo en olvido. Como el atleta demuestra en la arena lo que ha aprendido en la palestra, así también nosotros debemos manifestar en nuestras relaciones exteriores lo que aquí hubiéramos oído.


 


JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 38, 25-39,15

Comparación entre los oficios manuales
y el estudio de la sabiduría

El ocio del escritor aumenta su sabiduría, el que está poco ocupado se hará sabio. ¿Cómo se hará sabio el que agarra el arado y su orgullo es manejar la aguijada?

El que guía los bueyes, dirige los toros y no habla más que de novillos; se desvela por arreglar el establo y se preocupa de trazar los surcos.

Lo mismo el artesano y el tejedor, que emplean la noche como el día.

Los que esculpen relieves de sellos procurando variar el diseño se esfuerzan por imitar la vida y se desvelan por terminar la tarea.

Lo mismo el herrero, sentado junto al yunque, mientras estudia el trabajo del hierro; el soplo del fuego le seca la carne, mientras brega en el calor del horno; el ruido del martillo lo ensordece, mientras se fija en el modelo de la herramienta; se esfuerza por dar término a su tarea y se desvela por perfilar la obra.

Lo mismo el alfarero, sentado al trabajo, hace girar el torno con los pies, siempre preocupado por su tarea y trabajando para producir mucho; con el brazo modela la arcilla y ablanda su resistencia con los pies; se esfuerza por terminar el barnizado y se desvela por tener caliente el horno.

Todos éstos se fían de su destreza y son expertos en su oficio; sin su trabajo la ciudad no tiene casas ni habitantes ni transeúntes; con todo, no los eligen senadores ni descuellan en la asamblea, no toman asiento en el tribunal ni discuten la justa sentencia, no exponen su doctrina o su decisión ni entienden de proverbios; aunque mantienen la vieja creación, ocupados en su trabajo artesano.

En cambio, el que se entrega de lleno a meditar la ley del Altísimo indaga la sabiduría de sus predecesores y estudia las profecías, examina las explicaciones de autores famosos y penetra por parábolas intrincadas, indaga el misterio de proverbios y da vueltas a enigmas.

Presta servicio ante los poderosos y se presenta ante los jefes, viaja por países extranjeros probando el bien y el mal de los hombres; madruga por el Señor, su creador, y reza delante del Altísimo, abre la boca para suplicar pidiendo perdón de sus pecados.

Si el Señor lo quiere, él se llenará de espíritu de inteligencia; Dios le hará derramar sabias palabras, y él confesará al Señor en su oración; Dios guiará sus consejos prudentes, y él meditará sus misterios; Dios le comunicará su doctrina y enseñanza, y él se gloriará de la ley del Altísimo.

Muchos alabarán su inteligencia, que no perecerá jamás; nunca faltará su recuerdo, y su fama vivirá por generaciones; los pueblos contarán su sabiduría, y la asamblea anunciará su alabanza; mientras vive, tendrá renombre entre mil, que le bastará cuando muera.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 2: PG 70, 975-978)

En Cristo nos convertimos en una criatura nueva

El mismo nombre de «iglesia» connota ya una pluralidad de personas que creen en Cristo: ministros y pueblo, pastores y doctores, súbditos. Todos éstos fueron a su debido tiempo renovados en Cristo, a saber, cuando el Señor Dios brilló en nuestros corazones. Entonces sí, entonces fuimos conducidos a una novedad de vida, de costumbres y de instituciones, y también de culto.

Nos despojamos del inveterado hábito de pecar y, en Cristo, nos convertimos en una criatura nueva, iniciados en sus leyes y pedagogía y conducidos a una conducta noble y amable. Por lo cual, el sapientísimo Pablo escribe a los llamados por medio de la fe, y unas veces les dice: Despojaos de la vieja condición humana, corrompida por deseos de placer, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador. Y otras añade: No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

Nos habla asimismo de crucificar nuestra vieja condición humana, para revestirnos de la nueva mediante una conducta y una vida en Cristo. Renovémonos, pues, también en razón del culto: unos —los seguidores del culto judío— abandonando las sombras y las figuras; pues en lo sucesivo ya no recurrirán a las víctimas de toros y del incienso, sino a fragantísimos sahumerios espirituales y no materiales, otros —los requisados y reclutados de entre las multitudes paganas— pasarán a ritos mejores: a aquellos ritos sin confrontación posible, debido a su incomparable elevación y a su misma excelencia.

En efecto, ya no tendrán que soportar la antigua opacidad de la mente, sino que, una vez recibida la divina e inteligible iluminación, se convertirán en santos y verdaderos adoradores. Dejarán de adorar a la criatura y a la materia muda e insensible, renunciarán a las adivinaciones y encantamientos y, para decirlo de una vez, dejando las costumbres más repugnantes y abandonando las pasiones mas execrables, estarán adornados de todas las virtudes y serán expertos en la doctrina de la verdad. Esta renovación nos atañe a nosotros; el ser nuevas criaturas es obra de Cristo.

El Dios del universo ha prometido que salvará con salvación eterna a todos, es decir, tanto a los que son hijos de Abrahán según la carne, como a los que son considerados hijos de Abrahán en virtud de la promesa, a fin de que se abstengan de acciones innobles e indecorosas, y esto permanentemente. En efecto, depuesto en Cristo el profano pecado y desatado el yugo de la diabólica tiranía, habiendo repudiado al mismo tiempo la corrupción y habiéndonos revestido de la incorrupción, permaneceremos para siempre en estas condiciones. Efectivamente, el pecado ya no nos insultará más, ni Satanás podrá someternos nuevamente a la antigua tiranía. E incluso el imperio de la muerte será enteramente subvertido, desapareciendo para siempre, sometido en Cristo, por quien y con quien le sea dado a Dios Padre la gloria y el poder, juntamente con el Espíritu Santo por siglos eternos. Amén.



 

VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 42, 15-26; 43, 29-37

La gloria de Dios en la creación

Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios son creadas y de su voluntad reciben su tarea.

El sol sale mostrándose a todos, la gloria del Señor se refleja en todas sus obras. Aun los santos de Dios no bastaron para contar las maravillas del Señor. Dios fortaleció sus ejércitos, para que estén firmes en presencia de su gloria.

Sondea el abismo y el corazón, penetra todas sus tramas, declara el pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna.

Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le hace falta un maestro. ¡Qué amables son todas tus obras!, y eso que no vemos más que una chispa.

Todas viven y duran eternamente y obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?

Aunque siguiéramos, no acabaríamos; la última palabra: «El lo es todo». Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras; el Señor es temible en extremo, y son admirables sus palabras.

Los que ensalzáis al Señor, levantad la voz, esforzaos cuanto podáis, que aún queda más; los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas, y no os canséis, porque no acabaréis.

¿Quién lo ha visto, que pueda describirlo?, ¿quién lo alabará como él es? Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor, y a sus fieles les da sabiduría.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón contra los paganos (40-42: PG 25, 79-83)

El Verbo del Padre embellece, ordena y contiene
todas las cosas

El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a todo lo creado, como óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro Señor y salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo conveniente, según a él le parece adecuado. Nadie ciertamente negará el orden que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios quien así lo ha querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no habría motivo alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario, el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de Dios.

Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios, que procede del Dios bueno, del Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las cosas creadas, y que es el Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya providencia ilumina todo el mundo presente por él creado. El, que es el Verbo bueno del Padre bueno dispuso con orden todas las cosas, uniendo armónicamente lo que era entre sí contrario. El, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene todas las cosas.

Aquel, por tanto, que por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas no quiso que se movieran y actuaran por sí mismas, no fuera a ser que volvieran a la nada, sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno, providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto que participa de la verdadera existencia del Verbo del Padre y essecundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera conservada por el Verbo, el cual es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; por él y en él se mantiene todo, lo visible y lo invisible, y él es la cabeza de la Iglesia, como nos lo enseñan los ministros de la verdad en las sagradas Escrituras.

Este Verbo del Padre, omnipotente y santísimo, lo penetra todo y despliega en todas partes su virtualidad, iluminando así lo visible y lo invisible; mantiene él unidas en sí mismo todas las cosas y a todas las incluye en sí, de tal manera que nada queda privado de la influencia de su acción, sino que a todas las cosas y a través de ellas, a cada una en particular y a todas en general, es él quien les otorga y conserva la vida.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 51, 1-17

Acción de gracias a Dios, que libra a los suyos
de la tribulación

Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.

Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales. Me auxiliaste con tu gran misericordia: del lazo de los que acechan mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros: del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.

Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las puertas del abismo, invoqué al Señor:

«Tú eres mi padre, tú eres mi fuerte salvador, no me abandones en el peligro, a la hora del espanto y turbación; alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica».

El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me puso a salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 4: PG 70, 1090-1091)

Demos gracias a Dios Padre que nos ha sacado
del dominio de las tinieblas

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. No está fuera de propósito, sino en perfecta sintonía con una correctísima exposición, aplicar estas palabras al coro de los santos apóstoles, e incluso a todos los que creen en el Señor, Cristo Jesús, han sido instruidos por el Espíritu y, en consecuencia, tienen el ánimo y la mente ampliamente iluminados; que fueron hechos partícipes de los divinos carismas y merecieron contemplar, con los ojos puros del alma, las profundidades de la Escritura divinamente inspirada; y que consiguieron una recta y evangélica forma de vivir, una prudencia y un conocimiento típicos de los santos.

Pues bien, todos éstos, al entonar odas gratulatorias, afirman haber recibido una lengua de iniciado, esto es, una lengua que les permite hablar con conocimiento de causa y explicar correctamente los misterios divinos: que les permite discernir cuándo y cómo es oportuno servirse de palabras de aliento. Es lo que hicieron los discípulos del Señor cuando inundaron y saturaron los ánimos y los corazones con la sana e inmaculada doctrina de la fe cristiana, y presentaron a cuantos se acercaron a escuchar ladivina predicación, uno u otro aspecto del mensaje evangélico atendiendo a las necesidades de cada oyente.

Pues a los que todavía eran niños les ofrecieron acertadamente la leche de una sencilla instrucción o el discurso catequético; en cambio, a los que habían alcanzado la edad del hombre perfecto y habían llegado a la medida de Cristo en su plenitud, les dieron un manjar sólido y altamente nutritivo. Esta fue realmente la lengua de iniciado y el don de ciencia para saber cuándo conviene hablar; dicen habérseles dado por la mañana, esto es, en el ánimo y en el corazón el esplendor del día, la iluminación de la luz divina e inteligible, la aparición del lucero del alba. Comprenderemos mejor esto con las palabras de san Pablo, que escribe: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su celeste caridad en la luz.

En efecto, el dios de este mundo ha cegado a los infieles, para que la luz del evangelio de Cristo no brillara para ellos. En cambio, para nosotros ha salido el sol de justicia, envolviendo las mentes en la divina luz, de suerte que seamos llamados hijos de la luz y lo seamos realmente. Pues en el momento mismo en que aceptemos la fe en Cristo y Cristo nos ilumine con su luz, se nos da por añadidura un oído especial, es decir, una facultad y una capacidad de oír insólita e inusitada. Por ejemplo: nosotros estamos convencidos de que la ley desempeña una función de pedagogo; y cuando escuchamos la ley de Moisés, esa misma ley la comprendemos con otros oídos, traducimos los símbolos a la realidad y transformamos la sombra en un germen de contemplación espiritual. Pues, mediante Cristo, la disciplina, es decir, la predicación evangélica y su mistagogía, nos enseña a interpretar espiritualmente la ley, y podríamos decir que abre los oídos de los que creyeron en Cristo.

 

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de la Sabiduría 1, 1-15

Alabanza de la sabiduría divina

Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas, y se revela a los que no desconfían. Los razonamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, sometido a prueba, pone en evidencia a los necios. La sabiduría no entra en el alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado.

El espíritu educador y santo rehúye la estratagema, levanta el campo ante los razonamientos sin sentido y se rinde ante el asalto de la injusticia. La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al deslenguado; Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.

Por eso, quien habla impíamente no tiene escapatoria, no podrá eludir la acusación de la justicia. Se indagarán los planes del incrédulo, el informe de sus palabras llegará hasta el Señor, y quedarán probados sus delitos, porque un oído celoso lo escucha todo y no le pasan inadvertidos cuchicheos ni protestas. Guardaos, por tanto, de protestas inútiles y absteneos de la maledicencia; no hay frase solapada que caiga en el vacío; la boca calumniadora mata.

No os procuréis la muerte con vuestra vida extraviada ni os acarreéis la perdición con las obras de vuestras manos; Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 19, 36-40: PL 15, 1480-1482)

Cristo penetra el alma y la ilumina cual reflejo
de la luz eterna

Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables. El Señor está cerca de todos, pues es omnipresente; si le ofendemos, no podemos huir de él; ni engañarle si en algo faltamos; ni lo perdemos si le adoramos. Dios todo lo escudriña, todo lo ve, asiste a cada uno, diciendo: Yo soy un Dios de cerca. Y ¿cómo podría Dios estar ausente de algún sitio, cuando de su Espíritu se lee: El Espíritu del Señor llena la tierra? Porque donde está el Espíritu del Señor, allí está el Señor Dios. ¿No lleno yo el cielo y la tierra? —oráculo del Señor—. Y ¿de dónde está ausente el que todo lo llena? ¿O cómo podemos todos recibir de su plenitud, si no se acerca a todos?

Sabiendo, pues, que Dios está en todas partes, y que llena el cielo y la tierra y los mares, dice David: ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? En qué pocas palabras ha expresado que Dios está en todas partes y que donde está Dios, allí está también presente su Espíritu, y que donde quiera que esté el Espíritu de Dios, allí está Dios. En este pasaje está expresada la unión existente en la Trinidad.

En realidad, todo esto lo ha dicho el Hijo de Dios por boca del profeta, hablando en la persona del Hombre, que por su encarnación bajó a la tierra, por su resurrección subió al cielo, por la muerte del cuerpo penetró en el infierno, para liberar a los que allí estaban prisioneros. O bien, si prefieres entenderlo como referido al profeta, no debes perder de vista que siempre que está presente la mano y la diestra de Dios, es decir, Cristo, allí está Dios Padre y el santo Espíritu de Dios.

Porque, ¿cómo podremos dudar de que, al avanzar el día, el sol difunde sus rayos por todo el orbe e ilumina todas las cosas, si su presencia es advertida por los mismos invidentes mediante un progresivo calentamiento de la atmósfera? ¿En dónde no penetra su calor? ¿A dónde no alcanzan sus rayos cuando, disipada la tiniebla de la noche o de las nubes, ilumina la redondez de la tierra? Brilla en el cielo, reverbera en el mar, abrasa en la tierra. Así pues, no te cabe duda de que el sol resplandece por doquier: ¿y dudas de que Dios brille por doquier en la persona de quien es el reflejo de su gloria y la impronta de su ser?

¿Qué es lo que no penetra el Verbo de Dios, esplendor eterno que ilumina incluso los ocultos sentimientos del alma, donde este nuestro sol no puede penetrar? Pues la Palabra de Dios es una espada espiritual, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. De ella dice a María el honrado Simeón: Y a ti una espada te traspasará el alma: así quedará clara la actitud de muchos corazones.

Penetra, pues, el alma y la ilumina cual reflejo de la luz eterna. Y si bien está difusamente presente por todas y sobre todas las potestades, ya que por todos —buenos o malos— nació de la Virgen, calienta sólo al que se acerca a él. Porque así como el que cierra las ventanas de su casa y elige un lugar oscuro para habitar, rechaza la luz del sol, así también el que se vuelve de espaldas al Sol de justicia no puede disfrutar de su resplandor, vive en las tinieblas y, mientras los demás se gozan de la luz, él mismo es causa de su propia ceguera.

Abrele, pues, de par en par las ventanas, para que ilumine toda tu casa con el fulgor del verdadero sol; abre los ojos para que veas al Sol de justicia nacer para ti. La Palabra de Dios llama a tu puerta, y dice: Si alguien me abre, entraré. En realidad, ninguna puerta está atrancada para Dios, ninguna puerta le está cerrada a la luz eterna: pero él no se digna franquear el dintel de la malicia, se resiste a penetrar los conventículos de la iniquidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 1, 16—2, la.10-24

Necios razonamientos de los impíos contra el justo

Los impíos llaman a voces y con gestos a la muerte, se consumen por ella, creyéndola su amiga; hacen pacto con ella, pues merecen ser de su partido.

Se dijeron, razonando equivocadamente:

«Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil, es claro, no sirve para nada. Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios.

Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él».

Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 10, 10-11: PL 14, 1332-1334)

Eres, oh hombre, una obra maestra, animada
por la potencia creadora de Dios

Oh hombre, conócete a ti mismo. Conócete, alma, pues no estás hecha de tierra ni formada de barro, sino que Dios te insufló e hizo de ti un ser vivo. Eres una obra maestra, animada por la potencia creadora de Dios. Preocúpate de ti, como manda la ley: de ti, es decir, de tu alma. No te dejes atrapar por las cosas seculares y mundanas, ni te entretengan las terrenas. Dirígete con todo el impulso de tu ser hacia aquel cuyo soplo te creó.

Grande es el hombre y algo precioso el varón misericordioso; pero lo que hay que hallar es un hombre veraz. Aprende, oh hombre, de dónde procede tu grandeza, en qué sentido eres precioso. La tierra te presenta como algo vil, pero la virtud hace de ti un ser glorioso, la fe raro, la imagen precioso. ¿O es que hay algo más precioso que la imagen de Dios, que es lo primero que debe infundirte la fe, para que en tu corazón resplandezca una reproducción aproximada del Creador, no ocurra que quien interrogue tu mente, no reconozca a su autor?

¿Hay algo tan precioso como la humildad, por la que, conociendo la naturaleza del cuerpo y la del alma, te sometas al alma y aprendas a gobernar el cuerpo? Eres, pues, oh hombre, una gran obra de Dios y grande es asimismo lo que Dios te ha dado. Mira de no perder el grán don que Dios te ha hecho, de ser creado a imagen suya, para no merecer ser más gravemente castigado. En efecto, Dios no sanciona a su imagen, sino al que, habiendo sido hecho a semejanza de Dios, fue incapaz de conservar el don recibido. Se sanciona, pues, aquello que ha dejado de ser imagen de Dios, es decir, se castiga tu pecado. Porque Dios no condena su imagen, ni la envía a aquel fuego eterno; lo que venga es más bien su imagen en aquel que hainjuriado su imagen: ya que, por obra de la malicia, dejas de ser el hombre que eras, y de hombre te has convertido en un mulo.

Por tanto, la imagen es vengada, no condenada. Se la venga como repudiada, no se la condena como rea. De hecho, al pecar, comenzaste a ser otra cosa, y dejaste de ser lo que eras. Entonces, ¿cómo se castiga en ti lo que en ti no se encuentra? Pues de encontrarse en ti la imagen y semejanza de Dios, comenzarías a ser digno no de suplicio, sino de premio. De esta forma, aquella imagen, por la que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios, no es condenada, sino premiada. Se te condena en aquello en que te has convertido, transformándote en serpiente, en mulo, en caballo. La Escritura ya nos ha condenado bajo estos nombres, pues despojados del ornamento de la imagen celeste, perdimos incluso el nombre de hombre al no haber sabido retener la gracia propia del hombre.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 3, 1-19

Los justos poseerán el reino

La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraban su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz.

La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente.

Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.

Los impíos serán castigados por sus razonamientos: menospreciaron al justo y se apartaron del Señor; desdichado el que desdeña la sabiduría y la instrucción: vana es su esperanza, baldíos sus afanes e inútiles sus obras; necias son sus mujeres, depravados sus hijos y maldita su posteridad.

Dichosa la estéril irreprochable que desconoce la unión pecaminosa: alcanzará su fruto el día de la cuenta; y el eunuco que no cometió delitos con sus manos ni tuvo malos deseos contra el Señor: por su fidelidad recibirá favores extraordinarios y un lote codiciable en el templo del Señor. Pues quien se afana por el bien obtiene frutos espléndidos; la sensatez es tronco inconmovible.

Los hijos de los adúlteros no llegarán a la madurez, y la prole ilegítima desaparecerá. Si llegan a viejos, nadie les hace caso, al fin tendrán una vejez ignominiosa; si fallecen antes, no tendrán esperanza ni quien los tranquilice el día de la sentencia; el final de la gente perversa es cruel.


SEGUNDA LECTURA

Gregorio de Palamás, Homilía 25 (PG 151, 322-323)

Dios es admirable en sus santos

Realmente Dios es admirable en sus santos. Por eso, al decir el salmista-profeta: Dios es admirable en sus santos, añadió: Él es quien da fuerza y poder a su pueblo. Considerad y comprended la fuerza de la palabra profética; dice que Dios da la fuerza y el poder a todo su pueblo, pues Dios no es parcial con nadie, y que es admirable en solos sus santos.

Dios distribuye desde lo alto a todos las riquezas de su gracia, pues él es la fuente de la salvación y de la luz, de la que perennemente fluyen la misericordia y la clemencia. Pero gozan de su fuerza y de su gracia en orden a la práctica y perfeccionamiento de la virtud, o para hacer milagros, no todos indiscriminadamente, sino los que consiguieron su buen propósito y, mediante las obras, dieron pruebas de la eficiencia de su caridad para con Dios; los que, apartándose radicalmente de las torpezas e infamias, y adhiriéndose firmemente a los mandatos divinos, tienen los ojos del alma fijos en Cristo, verdadero sol de justicia. Cristo no se limita a prestar desde el cielo el auxilio de su brazo a los que luchan invisiblemente, sino que mediante la exhortación evangélica le oímos decir con nuestros propios oídos: Todo el que se ponga de mi parte ante los hombres, también yo me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. ¿Veis cómo no podemos hacer abierta confesión de nuestra fe en Cristo, si él no nos da valentía con su cooperación? Nuestro Señor Jesucristo no se pronunciará en favor nuestro en el mundo futuro, ni nos presentará y unirá al Padre altísimo, si nosotros no le damos ocasión para ello.

Y pensemos que cada santo, por ser siervo de Dios, se ha pronunciado por Cristo en esta vida temporal, ante unos hombres mortales; más aún, en un breve espacio de tiempo de este mundo y ante unos pocos hombres mortales. En cambio, nuestro Señor Jesucristo, como es Dios y Señor del cielo y tierra, se pronunciará a favor nuestro en aquel mundo eterno y perenne, ante Dios Padre rodeado de ángeles, arcángeles y de todas las potestades celestiales, en presencia de todos los hombres, desde Adán hasta el fin del mundo: pues todos resucitarán y comparecerán ante el tribunal de Dios. Y entonces, en presencia de todos, viéndolo todos, proclamará, glorificará y coronará a los que, hasta el final, hubieren confesado su fe en él.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 4, 1-20

Verdadera y falsa felicidad

Más vale ser virtuoso, aunque sin hijos; la virtud se perpetúa en el recuerdo: la conocen Dios y los hombres. Presente, la imitan; ausente, la añoran; en la eternidad, ceñida la corona, desfila triunfadora, victoriosa en la prueba de los trofeos bien limpios.

La familia innumerable de los impíos no prosperará: es retoño bastardo, no arraigará profundamente ni tendrá base firme; aunque por algún tiempo reverdezcan sus ramas, como está mal asentado, lo zarandeará el viento y lo descuajarán los huracanes. Se troncharán sus brotes tiernos, su fruto no servirá: está verde para comerlo, no se aprovecha para nada; pues los hijos que nacen de sueños ilegales son testigos de cargo contra sus padres a la hora del interrogatorio.

El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso; vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años; que las canas del hombre son la prudencia; la edad avanzada, una vida sin tacha.

Agradó a Dios, y Dios lo amó; vivía entre pecadores, y Dios se lo llevó; lo arrebató para que la malicia no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma; la fascinación del vicio ensombrece la virtud, el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia.

Madurando en pocos años, llenó mucho tiempo; como su alma era agradable a Dios, lo sacó aprisa de en medio de la maldad; lo vieron las gentes, pero no lo entendieron, no reflexionaron sobre ello; la gracia y la misericordia son para los elegidos del Señor y la visitación para sus santos.

El justo fallecido condena a los impíos que aún viven, y una juventud colmada velozmente, a la vejez longeva del perverso; la gente verá el final del sabio y no comprenderá lo que el Señor quería de él, ni por qué lo puso al seguro.

Lo mirarán con desprecio, pero el Señor se reirá de ellos; se convertirán en cadáver sin honra, baldón entre los muertos para siempre; pues los derribará cabeza abajo, sin dejarles hablar, los zarandeará desde los cimientos, y los arrasará hasta lo último; vivirán en dolor y su recuerdo perecerá.

Comparecerán asustados cuando el recuento de sus pecados y sus delitos los acusarán a la cara.


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Damiani, Opúsculo 11 (56.10: PL 145, 235-236. 239)

La comunión de los santos en la unidad de la fe

La Iglesia de Cristo posee una estructura tan compacta gracias a la mutua caridad, que es místicamente una en la pluralidad y plural en su singularidad; hasta el punto de que no sin razón toda la Iglesia universal es singularmente presentada como la única esposa de Cristo, y cada alma en particular es considerada, en virtud del misterio sacramental, como la Iglesia en su plenitud.

De todo lo cual podemos claramente deducir que si toda la Iglesia es designada en la persona de un solo hombre y esa misma Iglesia es lógicamente llamada virgen única, la santa Iglesia es simultáneamente una en todos y toda en cada uno: simple en la pluralidad gracias a la unidad de fe, y múltiple en la singularidad gracias a la fuerza cohesiva de la caridad y la diversidad de carismas, ya que todos proceden del Uno.

Así pues, aunque diversificada por la multiplicidad de personas, la santa Iglesia está fundida en la unidad por el fuego del Espíritu Santo: por eso, aun cuando en su existencia corporal parezca geográficamente dividida, esta comprobación en nada consigue mermar la integridad del misterio de su íntima unidad. Pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Pues bien, este Espíritu, que indudablemente es uno y múltiple: —uno en la majestad de la esencia, múltiple en la diversidad de sus carismas—, es el que permite a la Iglesia santa —que él plenifica— ser una en su universalidad y universal en su parcialidad.

Por consiguiente, si los que creen en Cristo son una misma cosa, donde quiera que está visiblemente un miembro, allí está también místicamente presente todo el cuerpo. Donde se da una verdadera unidad de fe, esta unidad no admite la soledad en uno, ni en la pluralidad tolera el cisma de la diversidad. En realidad, ¿qué dificultad hay en que de una sola boca salga una diversidad de voces, voces que si son plurales por la lengua, es una misma fe la que las alterna? En efecto, toda la Iglesia es indudablemente un solo cuerpo.

Si, pues, toda la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y nosotros somos miembros de la Iglesia, ¿qué inconveniente hay en que cada uno de nosotros nos sirvamos de las palabras de nuestro cuerpo, esto es, de la Iglesia, con la cual formamos realmente una unidad? Un ejemplo: si siendo muchos formamos una sola cosa en Cristo, en él cada uno de nosotros se posee íntegramente, hasta tal punto que, aunque parezcamos estar por la soledad de los cuerpos, muy alejados de la Iglesia, le estamos no obstante siempre íntimamente presentes en virtud del inviolable sacramento de la unidad. De esta suerte, lo que es de todos, lo es también de cada uno; y lo que para algunos es singularmente especial, es asimismo común a todos en la integridad de la fe y de la caridad. Rectamente, pues, puede el pueblo clamar: Misericordia, Dios mío, misericordia.

Nuestros santos Padres decretaron que la existencia de esta indisoluble unión y comunión de los fieles en Cristo debía adquirir un grado de certeza tal que la introdujeron en el símbolo de la profesión de fe católica, y nos ordenaron repetirla habitualmente entre los mismos rudimentos de la fe cristiana. Porque inmediatamente después de haber dicho: Creo en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, añadimos a renglón seguido: en la comunión de los santos, para que al mismo tiempo que testimoniamos nuestra fe, en Dios, afirmemos también lógicamente la comunión de la Iglesia, que es una sola cosa con él. Esta es efectivamente la comunión de los santos en la unidad de la fe: que los que creen en el único Dios han renacido en un solo bautismo, han sido confirmados por un mismo Espíritu Santo, han sido invitados a la misma vida eterna en virtud de la gracia de adopción.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 5, 1-24

El juicio de Dios

Aquel día el justo estará en pie sin temor delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación imprevista; dirán entre sí, arrepentidos, entre sollozos de angustia:

«Este es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injuriosas, nosotros insensatos; su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra.

¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios y comparte la herencia de los santos? Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol; nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor.

¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas; o como pájaro que vuela por el aire sin dejar vestigio de su paso; con su aleteo azota el aire leve, lo rasga con un chillido agudo, se abre camino agitando las alas, y luego no queda señal de su ruta; o como flecha disparada al blanco: cicatriza al momento el aire hendido y no se sabe ya su trayectoria; igual nosotros: nacimos y nos eclipsamos, no dejamos ni una señal de virtud, nos malgastamos en nuestra maldad».

Sí, la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que el vendaval arrastra; se disipa como el humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche.

Los justos, en cambio, viven eternamente, reciben de Dios su recompensa, el Altísimo cuida de ellos. Recibirán la noble corona, la rica diadema de manos del Señor; con su diestra los cubrirá, con su brazo izquierdo los escudará.

Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos; vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como casco un juicio insobornable; empuñará como escudo su santidad inexpugnable; afilará la espada de su ira implacable y el universo peleará a su lado contra los insensatos.

Saldrán certeras ráfagas de rayos del arco bien tenso de las nubes y volarán hacia el blanco; la catapulta de su ira lanzará espeso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad; se levantará contra ellos su aliento poderoso que los aventará como un huracán, la iniquidad arrasará toda la tierra y los crímenes derrocarán los tronos de los soberanos.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado de la vida en Cristo (Lib 6: PG 150, 678-679)

Cristo en persona es nuestro arquetipo

Los que están poseídos por el amor de Dios y de la virtud deben estar prontos a soportar incluso las persecuciones y, si la ocasión se presenta, no han de rehusar exilarse y hasta aceptar alegremente las mayores afrentas, en la certeza de los grandes y preciosísimos premios que les están reservados en el cielo.

El amor de los combatientes hacia el caudillo y remunerador de la lucha produce este efecto: infunde en elfos una convicción de fe en los premios que todavía no están a la vista y les comunica una sólida esperanza en los premios futuros. De esta forma, pensando y meditando continuamente en la vida de Cristo, les inspira sentimientos de moderación y les mueve a compasión de la fragilidad de que son conscientes; les hace además delicados, justos, humanos y modestos, instrumentos de paz y de concordia, y, de tal suerte ligados a Cristo y a la virtud, que por ellos no sólo están prontos a padecer, sino que soportan serenamente los insultos y se alegran en las persecuciones. En una palabra, de estas meditaciones podemos sacar aquellos bienes inconmensurables que son el ingrediente de la felicidad. Y así, en aquel que es el sumo bien, podemos conservar la inteligencia, tutelar la habitual buena compostura, hacer mejor el alma, custodiar las riquezas recibidas en los sacramentos y mantener limpia e intacta la túnica real.

Pues bien: así como es propio de la naturaleza humana estar dotada de una inteligencia y actuar de acuerdo con la razón, así debemos reconocer que para contemplar las cosas de Cristo nos es necesaria la meditación. Sobre todo cuando sabemos que el arquetipo en el que los hombres han de inspirarse, tanto si se trata de hacer algo en sí mismos, como si se trata de marcar la dirección a los demás, es únicamente Cristo. El es el primero, el intermedio y el último que mostró a los hombres la justicia, tanto la justicia en relación con uno mismo como la que regula el trato y la conveniencia social. Por último, él mismo es el premio y la corona que se otorgará a los combatientes.

Por tanto, debemos tenerle siempre presente, repasando cuidadosamente todo cuanto a él se refiere y, en la medida de lo posible, tratar de comprenderlo, para saber cómo hemos de trabajar. La calidad de la lucha condiciona el premio de los atletas: fijos los ojos en el premio, arrostran los peligros, mostrándose tanto más esforzados cuanto más bello es el premio. Y al margen de todo esto, ¿hay alguien que desconozca la razón que le indujo a Cristo a comprarnos al precio de sola su sangre? Pues ésta es la razón: no hay nadie más a quien nosotros debemos servir ni por quien debemos emplearnos a fondo con todo lo que somos: cuerpo, alma, amor, memoria y toda la actividad mental. Por eso dice Pablo: No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.

De hecho, en el principio la naturaleza humana fue creada con miras al hombre nuevo; tanto la inteligencia como la voluntad a él están ordenadas: la inteligencia, para conocer a Cristo, y el apetito o el deseo para que corramos tras él, la memoria para llevarlo en nosotros, porque cuando éramos plasmados, él en persona nos sirvió de arquetipo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 6, 1-27

Hay que amar la sabiduría

La sabiduría es mejor que la fuerza, y el hombre prudente mejor que el poderoso. Escuchad, pues, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios.

Repentino y estremecedor vendrá contra vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso.

Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.

Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; losaborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

Su comienzo auténtico es un deseo de instrucción; el afán por la instrucción es amor; el amor es la observancia de sus leyes; la custodia de las leyes es garantía de incorruptibilidad; la incorruptibilidad acerca a Dios; por tanto, el deseo de la sabiduría conduce al reino. Así que, si os gustan los tronos y los cetros, soberanos de las naciones, respetad la sabiduría, y reinaréis eternamente.

Os voy a explicar lo que es la sabiduría y cuál es su origen, sin ocultaros ningún secreto; me voy a remontar al comienzo de la creación, dándola a conocer claramente, sin pasar por alto la verdad. No haré el camino con la podrida envidia, que con la sabiduría ni se trata.

Muchedumbre de sabios salva al mundo, y rey prudente da bienestar al pueblo. Por tanto, dejaos instruir por mi discurso, y sacaréis provecho.


SEGUNDA LECTURA

Beato Guigo el Cartujo, Sobre la vida contemplativa (Cap 3, 6-7: SC 163, 84-86.94-96)

Buscaba tu rostro, Señor

La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide, la contemplación la saborea. La lectura es como un manjar sólido que uno se lleva a la boca, la meditación lo mastica y tritura, la oración le coge gusto, la contemplación es la misma dulzura que alegra y restablece. La lectura toca la corteza, la meditación penetra en la médula, la oración consiste en la expresión del deseo, y la contemplación radica en la delectación de la dulzura obtenida.

Viendo, pues, el alma que no puede alcanzar por sí misma la tan deseada dulzura del conocimiento y de la experiencia, y que cuanto más ella se engríe, tanto más Dios se aleja de ella, se humilla y se refugia en la oración, diciendo: Señor, que no te dejas ver sino por los limpios de corazón, investigo leyendo, meditando en qué consiste y cómo puede conseguirse la verdadera pureza de corazón para, mediante ella, poder conocerte al menos en parte.

Buscaba tu rostro, Señor, tu rostro, Señor, buscaba, largamente he meditado en mi corazón, y en mi meditación creció el fuego y el deseo de conocerte más. Mientras me partes el pan de la sagrada Escritura, y en la fracción del pan te me das a conocer, y cuanto más te conozco, tanto más deseo conocerte, no ya en la corteza de la letra, sino en el sabroso conocimiento de la experiencia. No pido esto, Señor, en razón de mis méritos, sino atendiendo a tu misericordia. Pues confieso ser una indigna pecadora; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Dame, pues, Señor, las arras de la futura herencia, una gota al menos de la lluvia celestial para refrescar mi sed, pues desfallezco de amor.

Con éstas o parecidas ardientes invocaciones, el alma inflama su deseo, muestra así su afecto, con estas encantadoras palabras reclama al esposo. Por su parte, el Señor, cuyos ojos miran a los justos y sus oídos escuchan no sólo sus gritos, sino que está pendiente de ellos, no espera el final de la súplica, sino que irrumpiendo en mitad de la oración, se mezcla rápidamente en ella, y sale presuroso al encuentro del alma que lo ansía, la cabeza cuajada del rocío de la celestial dulzura, perfumado con los más exquisitos ungüentos; recrea al alma fatigada, sacia a la hambrienta, engorda a la desnutrida, hace que se olvide de las realidades terrenas, la vivifica haciéndola maravillosamente morir en el olvido de sí misma, y, embriagándola, la hace sobria.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 7, 15-30

La sabiduría es imagen de Dios

Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como corresponde a ese don, pues él es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y el talento.

El me otorgó un conocimiento infalible de los seres, para conocer la trama del mundo y las propiedades de los elementos; el comienzo y el fin y el medio de los tiempos, la sucesión de los solsticios y el relevo de las estaciones; los ciclos anuales y la posición de las estrellas; la naturaleza de los animales y la furia de las fieras; el poder de los espíritus y las reflexiones de los hombres; las variedades de plantas y las virtudes de las raíces; todo lo sé, oculto o manifiesto, porque la sabiduría, artífice del cosmos, me lo enseñó.

En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos.

La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.

Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la sabiduría no la puede el mal.
 

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón 2 contra los arrianos (78.79: PG 26, 311.314)

Las obras de la creación, reflejo de la Sabiduría eterna

En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: El Señor me estableció al comienzo de sus obras. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Esta es la razón por la que afirmó también el Señor: El que os recibe a vosotros me recibe a mí, pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras.

Por esta razón precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismó se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por quéarguye san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa.

Y dice también el Eclesiastés: La sabiduría serena el rostro del hombre; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora». Eso no lo pregunta un sabio.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen; pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: El Señor me estableció al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella, por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos.

 

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 8, 1-21

La sabiduría debe pedirse a Dios

La sabiduría alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto. La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras.

Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo? Y, si es la inteligencia quien lo realiza, ¿quién es artífice de cuanto existe, más que ella? Si alguien ama la rectitud, las virtudes son fruto de sus afanes; es maestra de templanza y prudencia, de justicia y fortaleza; para los hombres no hay en la vida nada más provechoso que esto. Y si alguien ambiciona una rica experiencia, ella conoce el pasado y adivina el futuro, sabe los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas, comprende de antemano los signos y prodigios, y el desenlace de cada momento, de cada época.

Por eso, decidí unir nuestras vidas, seguro de que sería mi consejera en la dicha, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza. Gracias a ella, me elogiará la asamblea, y, aun siendo joven, me honrarán los ancianos; en los procesos, lucirá mi agudeza, y seré la admiración de los monarcas; si callo, estarán a la expectativa; si tomo la palabra, prestarán atención, y si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca.

Gracias a ella, alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. Gobernaré pueblos, someteré naciones; soberanos temibles se asustarán al oír mi nombre; con el pueblo me mostraré bueno y, en la guerra, valeroso. Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra.

Esto es lo que yo pensaba y sopesaba para mis adentros: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría; su amistad es noble deleite; el trabajo de sus manos, riqueza inagotable; su trato asiduo, prudencia; conversar con ella, celebridad; entonces me puse a dar vueltas, tratando de llevármela a casa.

Yo era un niño de buen natural, dotado de un alma buena; mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara. Al darme cuenta de que sólo me la ganaría si Dios me la otorgaba —y saber el origen de esta dádiva suponía ya buen sentido—, me dirigí al Señor y le supliqué.


SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 6 (PL 204, 451-453)

La palabra de Dios es viva y eficaz

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo. Los que buscan a Cristo, palabra, fuerza y sabiduría de Dios, descubren por esta expresión de la Escritura toda la grandeza, fuerza y sabiduría de aquel que es la verdadera palabra de Dios y que existía ya antes del comienzo de los tiempos y, junto al Padre, participaba de su misma eternidad. Cuando llegó el tiempo oportuno, esta palabra fue revelada a los apóstoles, por ellos el mundo la conoció, y el pueblo de los creyentes, la recibió con humildad. Esta palabra existe, por tanto, en el seno del Padre, en la predicación de quienes la proclaman y en el corazón de quienes la aceptan.

Esta palabra de Dios es viva, ya que el Padre le ha concedido poseer la vida en sí misma, como el mismo Padre posee la vida en sí mismo. Por lo cual, hay que decir que esta palabra no sólo es viva, sino que es la misma vida, como afirma el propio Señor, cuando dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Precisamente porque esta palabra es la vida, es también viva y vivificante; por esta razón, está escrito: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Es vivificante cuando llama a Lázaro del sepulcro, diciendo al que estaba muerto: Lázaro, ven afuera.

Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos, y su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz.

Es eficaz en la creación del mundo, eficaz en el gobierno del universo, eficaz en la redención de los hombres. ¿Qué otra cosa podríamos encontrar más eficaz y más poderosa que esta palabra? ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Esta palabra es eficaz cuando actúa y eficaz cuando es proclamada; jamás vuelve vacía, sino que siempre produce fruto cuando es enviada.

Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 


LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 8, 21b-9, 19

Oración para obtener la sabiduría

Me dirigí, pues, al Señor y le supliqué, diciendo de todo corazón:

Dios de mis padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus criaturas, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón: dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes; pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada.

Tú me has escogido como rey de tu pueblo y gobernante de tus hijos e hijas, me encargaste construirte un templo en tu monte santo y un altar en la ciudad de tu morada, copia del santuario que fundaste al principio.

Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos.

Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato.

Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor; así aceptarás mis obras, juzgaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre.

Pues, ¿qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita.

Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo?

Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada; y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Sobre los principios (Lib 2, 6, 2: PG 11, 210-211)

Sobre el misterio de la encarnación del Verbo

De todas las cosas milagrosas y magníficas que de Cristo pueden referirse, hay una que rebasa absolutamente la admiración de que es capaz la mente humana y que la fragilidad de nuestra mortal inteligencia no acierta a comprender o imaginar: que la omnipotencia de la divina majestad, la misma Palabra del Padre, la propia sabiduría de Dios, en la cual fueron creadas todas las cosas, visibles e invisibles, se haya dejado encerrar dentro de los límites de aquel hombre que hizo su aparición en Judea, como nos asegura la fe. Más aún: que la sabiduría de Dios haya entrado en el seno de una mujer, que nació como un niño entre vagidos y lloros lo mismo que los demás niños; finalmente, que, según se nos informa, se sintió turbado ante la muerte, como él mismo confiesa diciendo: Me muero de tristeza; y, por último, que fue condenado a la muerte que los hombres tienen por más ignominiosa, si bien resucitó al tercer día.

Y como hallamos en él rasgos humanos que en nada parecen diferenciarle de la común fragilidad de los mortales, y rasgos hasta tal punto divinos que no son atribuibles sino a aquella primera e inefable naturaleza de la deidad, la humana inteligencia queda como paralizada por la ansiedad, y víctima de estupor ante comprobaciones tan dignas de admiración no sabe adónde dirigirse, a qué atenerse o qué partido tomar. Si se siente inclinado a reconocerlo como Dios, lo contempla mortal; si lo considera hombre, he aquí que lo ve retornar de entre los muertos cargado de despojos y derrocado el imperio de la muerte.

Por lo cual, hemos de proceder en nuestra contemplación con gran temor y reverencia, para que de tal modo se demuestre en una y misma persona la realidad de ambas naturalezas, que ni se piense nada indigno ni indecoroso de aquella divina e inefable sustancia, ni tampoco se consideren unos acontecimientos históricos como falsas o ilusorias apariencias. Expresar estas cosas a un auditorio humano y tratar de explicarlas con palabras, es algo que supera las fuerzas tanto de nuestro mérito como de nuestro ingenio. Y pienso que incluso rebasaba la misma capacidad de los santos apóstoles; y hasta es muy posible que la explicación de este misterio transcienda todo el orden de las potencias celestes.


 


MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 10, 1-11,4

La sabiduría salvó al justo

La sabiduría fue quien protegió al padre del mundo en su soledad, a la primera criatura modelada por Dios; lo levantó de su caída y le dio el poder de dominarlo todo.

Se apartó de ella el criminal iracundo, y su saña fratricida le acarreó la ruina. Por su culpa vino el diluvio a la tierra, y otra vez la salvó la sabiduría, pilotando al justo en un tablón de nada.

Cuando la barahúnda de los pueblos, concordes en la maldad, ella se fijó en el justo y lo preservó sin tacha ante Dios, manteniéndolo entero sin ablandarse ante su hijo.

Cuando la aniquilación de los impíos, ella puso a salvo al justo, fugitivo del fuego llovido sobre la Pentápolis; testimonio de su maldad, aún está ahí el yermo humeante, los árboles frutales de cosechas malogradas y la estatua de sal que se yergue, monumento al alma incrédula. Pues, dejando a un lado la sabiduría, se mutilaron ignorando el bien, y además legaron a la historia un recuerdo de insensatez, para que su mal paso no quedara oculto.

La sabiduría sacó de apuros a sus adictos. Al justo que escapaba de la ira de su hermano lo condujo por sendas llanas; le mostró el reino de Dios y le dio a conocer los santos; dio éxito a sus tareas e hizo fecundos sus trabajos; lo protegió contra la codicia de los explotadores y lo enriqueció; lo defendió de sus enemigos y lo puso a salvo de asechanzas; le dio la victoria en la dura batalla, para que supiera que la piedad es más fuerte que nada.

No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de caer  en pecado; bajó con él al calabozo y no lo dejó en la prisión, hasta entregarle el cetro real y el poder sobre sus tiranos; demostró la falsedad de sus calumniadores y le concedió gloria perenne.

Al pueblo santo, a la raza irreprochable, lo libró de la nación opresora; entró en el alma del servidor de Dios, que hizo frente a reyes temibles con sus prodigios y señales. Dio a los santos la recompensa de sus trabajos y los condujo por un camino maravilloso; fue para ellos sombra durante el día y resplandor de astros por la noche. Los hizo atravesar el mar Rojo y los guió a través de aguas caudalosas; sumergió a sus enemigos, y luego los sacó a flote de lo profundo del abismo. Por eso los justos despojaron a los impíos y cantaron, Señor, un himno a tu santo nombre, ensalzando a coro tu brazo victorioso; porque la sabiduría abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los niños.

Coronó con el éxito sus obras por medio de un santo profeta. Atravesaron un desierto inhóspito, acamparon en terrenos intransitados; hicieron frente a ejércitos hostiles y rechazaron a sus adversarios. Tuvieron sed y te invocaron: una roca áspera les dio agua y les curó la sed una piedra dura.
 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 21 sobre diversas materias (1-3: Opera omnia, Edit Cister t. 6, 1, 1970, 168-170)

La ciencia de los santos consiste en sufrir aquí
temporalmente y deleitarse eternamente

El Señor condujo al justo por sendas llanas, le mostró el reino de Dios, y le dio a conocer los santos. Dio éxito a sus tareas e hizo fecundos sus trabajos. Justo es el que desde el principio del discurso se acusa a sí mismo; justo es también el que vive por la fe; justo es asimismo el que va seguro. El primero es indudablemente bueno porque está a punto de emprender el camino; el segundo es mejor porque ya corre por él; el tercero es óptimo porque se aproxima ya al final del camino.

El Señor condujo al justo por sendas llanas. Las sendas del Señor son sendas rectas, sendas deleitosas, sendas plenas, sendas planas. Rectas, sin desviaciones, porque conducen a la vida; deleitosas sin detritos, porque enseñan la pureza; plenas de una muchedumbre, porque todo el mundo está ya dentro de la red de Cristo; planas, sin ninguna dificultad porque comunican suavidad. Su yugo es efectivamente suave y su carga ligera.

Le mostró el reino de Dios. El reino de Dios se concede, se promete, se muestra, se percibe. Se concede en la predestinación, se promete en la vocación, se muestra en la justificación y se percibe en la glorificación. A eso se refiere aquel texto: Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el reino. Y así se expresa también el Apóstol: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. En la predestinación se manifiesta la gracia; en la vocación, la potencia; en la justificación, la alegría; en la exaltación, la gloria.

Y le dio la ciencia de los santos (Vulg.). La ciencia de los santos consiste en sufrir aquí temporalmente y deleitarse eternamente. La ciencia de los malos sigue un proceso inverso: está la ciencia del mundo que enseña la vanidad y está la ciencia de la carne que enseña la voluptuosidad.

Dio éxito a sus tareas. ¿Acaso nosotros mismos no tenemos éxito en nuestras tareas cuando todo lo que hacemos lo realizamos bajo el signo de la unidad, de modo que entre nosotros no haya pesas desiguales y medidas desiguales, pues ambas cosas las aborrece el Señor? ¡Ay de nosotros si nos alegrásemos, a no ser en Cristo y por Cristo! ¡Ay de nosotros si ofreciéramos una pobreza venal!

E hizo fecundos sus trabajos: bien aquí abajo en la perseverancia, manteniéndose firme hasta el final en la justicia; bien allí arriba en la gloria, gozándose eternamente. Felices ambos complementos, pues aquí abajo el justo muere colmado de días, y allí arriba nace para años sin término. Colmado en ambos sitios: aquí de gracia, allí de gloria, pues el Señor da la gracia y la gloria. Amén.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 11, 20b-12, 2.11b-19

La misericordia y la paciencia de Dios

Todo lo tenías predispuesto, Señor, con peso, número y medida.

Desplegar todo tu poder está siempre a tu alcance; ¿quién puede resistir la fuerza de tu brazo? Porque el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.

Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y losreprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor. Si les indultaste los delitos, no fue porque tuvieras miedo a nadie. Porque ¿quién puede decirte: «Qué has hecho»? ¿Quién protestará contra tu fallo? ¿Quién te denunciará por el exterminio de las naciones que tú has creado? ¿Quién se te presentará como vengador de delincuentes?

Además, fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todos, ante quien tengas que justificar tu sentencia; no hay rey ni soberano que pueda desafiarte por haberlos castigado.

Eres justo, gobiernas el universo con justicia y estimas incompatible con tu poder condenar a quien no merece castigo. Tu poder es el principio de la justicia, y tu sabiduría universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres.

Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.


SEGUNDA LECTURA

Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia (Cap 134: ed. latina, Ingolstadt 1583, ff. 215v-216)

Cuán bueno y cuán suave es, Señor,
tu Espíritu para con todos nosotros

El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta manera:

«¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo. Pero yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él.

Y así, cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura y me complací en crearlo a mi imagen y semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno.

Lo enriquecí también al darle inteligencia, para que, en la sabiduría de mi Hijo, comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en fuego intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien. Di también al hombre la voluntad, para que pudiera amar, y así tuviera parte en aquel amor que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que con su inteligencia conoce y contempla.

Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el hombre, para que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar así al gozo inefable de mi contemplación eterna. Pero, como ya te he dicho otras muchas veces, el cielo estaba cerrado a causa de la desobediencia de vuestro primer padre, Adán; por esta desobediencia, vinieron y siguen viniendo al mundo todos los males.

Pues bien, para alejar del hombre la muerte causada por su desobediencia, yo, con gran amor, vine en vuestra ayuda, entregándoos con gran providencia a mi Hijo unigénito, para socorrer, por medio de él, vuestra necesidad. Y a él le exigí una gran obediencia, para que así el género humano se viera libre de aquel veneno con el cual fue infectado el mundo a causa de la desobediencia de vuestro primer padre. Por eso, mi Hijo unigénito, enamorado de mi voluntad, quiso ser verdadera y totalmente obediente y se entregó, con toda prontitud, a la muerte afrentosa de la cruz, y, con esta santísima muerte, os dio a vosotros la vida, no con la fuerza de su naturaleza humana, sino con el poder de su divinidad».


 

JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 13, 1-10; 14, 15-21; 15, 1-6

El sabio condena los ídolos

Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es partiendo de las cosas buenas que están a la vista y no reconocieron al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire leve, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes, regidoras del mundo.

Si, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza; y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo; pues por la magnitud y belleza de las criaturas, se percibe por analogía al que les dio el ser.

Con todo, a éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran, y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven.

Pero ni siquiera éstos son perdonables, pues, si lograron saber tanto que fueron capaces de desvelar el principio del cosmos, ¿cómo no descubrieron antes a su Señor?

Son unos desgraciados, ponen su esperanza en seres inertes, los que llamaron dioses a las obras de sus manos humanas, al oro y la plata labrados con arte, y a figuras animales, o a una piedra inservible, obra de mano antigua.

Un padre, desconsolado por un luto prematuro, hace una imagen del hijo malogrado, y al que antes era un hombre muerto, ahora lo venera como un dios e instituye misterios e iniciaciones para sus subordinados; luego arraiga con el tiempo esta impía costumbre y se observa como ley.

También por decreto de los soberanos se daba culto a las estatuas; como los hombres viviendo lejos no podían venerarlos en persona, representaron a la persona remota haciendo una imagen visible del rey venerado, para así, mediante esta diligencia, adular presente al ausente.

La ambición del artista, atrayendo aun a los que no lo conocían, promovió este culto; en efecto, queriendo tal vez halagar al potentado, lo favorecía, forzando hábilmente el parecido, y la gente, atraída por el encanto de la obra, juzga ahora digno de adoración al que poco antes veneraba como hombre.

Este hecho resultó una trampa para el mundo: que los hombres, bajo el yugo de la desgracia y del poder, impusieron el nombre incomunicable a la piedra y al leño.

Pero tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, tienes mucha paciencia y gobiernas el universo con misericordia. Aunque pequemos, somos tuyos, acatamos tu poder; pero no pecaremos, sabiendo que te pertenecemos. Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad.

No nos extraviaron las malas artes inventadas por los hombres, ni el trabajo estéril de los pintores —figuras realizadas con manchas polícromas—; su contemplación apasiona a los necios, que se entusiasman con la imagen sin aliento de un ídolo muerto. Están enamorados del mal y son dignos de tales esperanzas, tanto los autores como los entusiastas y los adoradores.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Carta 8 (11: PG 32, 263-266)

El Espíritu Santo, que lo ha creado todo, es Dios

El Espíritu del Señor llena la tierra. Hallamos mencionados en la Escritura tres tipos de creación: uno, el primero, la creación del ser del no ser; el segundo, la transformación de peor a mejor; el tercero, la resurrección de los muertos. En todos los tres hallamos al Espíritu Santo actuando junto al Padre y al Hijo.

La creación de los cielos: ¿Qué es lo que dice ya David? La palabra del Señor hizo el.cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos.

El hombre es creado nuevamente por el bautismo. El que es de Cristo es una criatura nueva. Y ¿qué es lo que el mismo Salvador dice a sus discípulos? Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ya ves que también aquí el Espíritu Santo está presente junto con el Padre y el Hijo.

¿Y qué me dices de la resurrección de los muertos, una vez que hayamos desaparecido y vuelto a nuestro polvo inicial? Pues somos tierra y a la tierra volveremos, y enviará su Espíritu Santo, nos creará, y repoblará la faz de la tierra. Pero oigamos nuevamente al que fue arrebatado hasta el tercer cielo. ¿Qué es lo que dice? Sois templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros. Ahora bien: todo templo es templo de Dios; es así que somos templo del Espíritu Santo, luego el Espíritu Santo es Dios. También se habla del templo de Salomón, pero en el sentido de que fue él quien lo construyó. Y si a este nivel somos templo del Espíritu Santo, el Espíritu Santo es Dios. En efecto: quien creó todas las cosas es Dios; y si lo somos, en el sentido de que él es adorado y habita en nosotros, estamos confesando que él es Dios. Pues está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Que si a ellos les desagrada la palabra Dios, aprendan lo que este nombre significa.

En realidad, lo llamamos Dios porque lo ha creado y lo inspecciona todo. Ahora bien, si se llama Dios en virtud de que lo ha creado todo y lo inspecciona todo, y por otra parte, el Espíritu conoce lo íntimo de Dios, lo mismo que el espíritu que hay en nosotros conoce nuestras intimidades, resulta que el Espíritu Santo es Dios. Más aún: si la espada del Espíritu es toda palabra de Dios, el Espíritu Santo es Dios, ya que es espada de aquel de quien es también llamado palabra. Y si además es llamado diestra del Padre: la diestra del Señor es poderosa, se sigue que el Espíritu Santo es de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 16, 2b-13.20-26

Beneficios de Dios para con su pueblo

A tu pueblo, Señor, lo favoreciste, y, para satisfacer su apetito, le proporcionaste codornices, manjar desusado; así, mientras los otros, hambrientos, perdían el apetito natural, asqueados por los bichos que les habías enviado, éstos, después de pasar un poco de necesidad, se repartían un manjar desusado. Pues era justo que a los opresores les sobreviniera una necesidad sin salida, y a éstos se les mostrara sólo cómo eran torturados sus enemigos.

Pues cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les asustó un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba no en virtud de lo que veía, sino gracias a ti, Salvador de todos.

Así convenciste a nuestros enemigos de que eres tú quien libra de todo mal; a ellos los mataron a picaduras alacranes y moscas, sin que hubiera remedio para sus vidas, porque tenían merecido este castigo; a tus hijos, en cambio, ni los dientes de culebras venenosas los pudieron, pues acudió a curarlos tu misericordia. Los aguijonazos les recordaban tus oráculos —y en seguida sanaban—para que no cayeran en profundo olvido y se quedaran sin experimentar tu acción benéfica. Porque no los curó hierba ni emplasto, sino tu palabra, Señor, que lo sanaba todo. Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, llevas a las puertas del infierno y haces regresar.

A tu pueblo, por el contrario, lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo queuno quería. Nieve y hielo aguantaba el fuego sin derretirse, para que se supiera que el fuego —ardiendo en medio de la granizada y centelleando entre los chubascos— aniquilaba los frutos de los enemigos; pero el mismo, en otra ocasión, se olvidó de su propia virtud, para que los justos se alimentaran. Porque la creación, sirviéndote a ti, su hacedor, se tensa para castigar a los malvados y se distiende para beneficiar a los que confían en ti.

Por eso también entonces, tomando todas las formas, estaba al servicio de tu generosidad, que da alimento a todos, a voluntad de los necesitados, para que aprendieran tus hijos queridos, Señor, que no alimenta al hombre la variedad de frutos, sino que es tu palabra quien mantiene a los que creen en ti.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 7, 7-8: PL 15, 1282-1283)

En el tiempo de nuestra humillación,
la esperanza nos consuela

En el tiempo de nuestra humillación, la esperanza nos consuela, y la esperanza no defrauda. Llama tiempo de humillación para nuestra alma al tiempo de la tentación, pues nuestra alma se ve humillada cuando es entregada al tentador para ser probada con rudos trabajos, para que luche y combata, experimentando el choque con las potencias contrarias. Pero en estas tentaciones se siente vigorizada por la palabra de Dios.

Esta es, en efecto, la sustancia vital de nuestra alma, de la que se alimenta, se nutre y por la que se gobierna. No hay cosa que pueda hacer vivir al alma dotada de razón como la palabra de Dios. Así como esta palabra de Dios crece en nuestra alma cuando se la acepta, se la entiende y se la comprende, en idéntica proporción crece también su alma; y, al contrario, en la medida en que disminuye en nuestra alma la palabra de Dios, en la misma medida disminuye su propia vida.

Y así como esta conexión de nuestra alma y nuestro cuerpo es animada, alimentada y sostenida por el espíritu vital, así también nuestra alma es vivificada por la palabra de Dios y la gracia espiritual. En consecuencia, posponiendo todo lo demás, debemos poner todo nuestro interés en recoger las palabras de Dios, almacenándolas en nuestra alma, en nuestros sentidos, en nuestra solicitud, en nuestras consideraciones y en nuestros actos, a fin de que nuestro comportamiento sintonice con las palabras de las Escrituras y en nuestros actos no haya nada disconforme con la serie de los mandamientos celestiales, pudiendo así decir: Tu promesa me da vida.

Los insolentes me insultan sin parar, pero yo no me aparto de tus mandatos. El mayor pecado del hombre es la soberbia, pues de ella se originó nuestra culpa. Este fue el primer dardo con que el diablo nos hirió y abatió. Porque si el hombre, engañado por la persuasión de la serpiente, no hubiera pretendido ser como Dios, conociendo el bien y el mal, que no podía discernir a fondo a causa de la fragilidad humana; si, además, había aceptado las reglas del juego: ser arrojado de aquella felicidad paradisíaca por una temeraria usurpación; repito, si el hombre, no contento con sus propias limitaciones, no hubiera atentado a lo prohibido, nunca habría recaído sobre nosotros la herencia de la culpa cruel.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 18,1-16;19, 3-9

La noche de Pascua

Tus santos, Señor, tenían una luz magnífica; los otros, que oían sus voces sin ver su figura, los felicitaban por no haber padecido como ellos; les daban gracias porque no se desquitaban de los malos tratos recibidos y les pedían por favor que se marcharan.

Entonces les proporcionaste una columna de fuego que los guiara en el viaje desconocido y un sol, inofensivo, para sus andanzas gloriosas. Los otros merecían quedarse sin luz, prisioneros de las tinieblas, por haber tenido recluidos a tus hijos que iban a transmitir al mundo la luz incorruptible de tu ley.

Cuando decidieron matar a los niños de los santos —y se salvó uno solo, expósito—, en castigo les arrebataste sus hijos en masa, y los eliminaste a todos juntos en las aguas formidables. Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti.

Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

Hacían eco los gritos destemplados de los enemigos, y cundía el clamor quejumbroso del duelo por sus hijos; idéntico castigo sufrían el esclavo y el amo, el plebeyo y el rey padecían lo mismo; todos sin distinción tenían muertos innumerables, víctimas de la misma muerte; los vivos no daban abasto para enterrarlos, porque en un momento pereció lo mejor de su raza. Aunque la magia los había hecho desconfiar de todo, cuando el exterminio de los primogénitos confesaron que el pueblo aquel era hijo de Dios.

Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado; llevaba como espada afilada tu orden terminante; se detuvo y lo llenó todo de muerte; pisaba la tierra y tocaba el cielo.

Antes de terminar los funerales, llorando junto a las tumbas de los muertos, tramaron otro plan insensato, y a los que habían expulsado con súplicas, los perseguían como fugitivos. Hasta este extremo los arrastró su merecido sino y los hizo olvidarse del pasado, para que remataran con sus torturas el castigo pendiente, y mientras tu pueblo realizaba un viaje sorprendente, toparon ellos con una muerte insólita.

Porque toda la creación, cumpliendo tus órdenes, fue configurada de nuevo en su naturaleza, para guardar incólumes a tus siervos. Se vio la nube dando sombra al campamento, la tierra firme emergiendo donde había antes agua, y el violento oleaje hecho una vega verde; por allí pasaron, en formación compacta, los que iban protegidos por tu mano, presenciando prodigios asombrosos.

Retozaban como potros y triscaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.
 

SEGUNDA LECTURA

Guillermo de san Teodorico, Sobre la contemplación de Dios (10: SC 61, 91-94)

La palabra todopoderosa vino desde el trono real

¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados? Por esto has querido, Señor, que el hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados, y ningún otro puede salvar; él nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo. Esta es la justicia vigente entre los hombres: Amame, porque yo te amo. Raro será el que pueda decir: Te amo, para que me ames.

Es lo que tú hiciste. Tú que —como grita y predica el siervo de tu amor— nos has amado primero. Así es, desde luego: tú nos amaste primero, para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros; pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte. Por eso, habiendo hablado antiguamente a nuestros padres por los profetas, en distintas ocasiones y de muchas maneras, en estos últimos días nos has hablado por medio del Hijo, tu Palabra, por quien los cielos han sido hechos, y cuyo aliento produjo sus ejércitos.

Para ti, hablar por medio de tu Hijo no significó otra cosa que poner a meridiana luz, es decir, manifestar abiertamente, cuánto y cómo nos amaste, tú que no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros. El también nos amó y se entregó por nosotros. Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso, que, en medio del silencio que mantenían todos los seres —es decir, el abismo del error—, vino desde el trono real como inflexible debelador del error, como dulce propugnador del amor.

Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, hasta los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti.

Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a este afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, tampoco existe justicia. Y tú, Señor, que eres justo, querías salvarnos justamente, tú que a nadie salvas o condenas sino justamente; tú que defiendes nuestra causa y nuestro derecho, sentado en tu trono para juzgar según justicia, pero según la justicia que tú creaste; con esto se les tapa la boca a todos y el mundo entero queda convicto ante Dios, pues tú te compadeces de quien quieres, y favoreces a quien quieres.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados justamente, si no te hubiéramos amado; y no hubiéramos podido amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice el apóstol de tu amor, y como ya hemos dicho, Tú nos amaste primero; y te adelantas en el amor a todos los que te aman.

 

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el primer libro de los Macabeos 1, 1-24

Victoria y soberbia de los griegos

Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra quedó en paz bajo su mando él se engrió y se llenó de orgullo; reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que tuvieron que pagarle tributo.

Pero después cayó en cama y, cuando vio cercana la muerte, llamó a los generales más ilustres, educados con él desde jóvenes, y les repartió el reino antes de morir. A los doce años de reinado, Alejandro murió, y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio; al morir Alejandro, todos hicieron la corona real, y después sus hijos durante muchos años, multiplicando las desgracias en el mundo.

De ellos brotó un vástago perverso: Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.

Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos:

«¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»

Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal.

Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos. Invadió Egipto con un fuerte ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota. Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas. Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país.

Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y Jerusalén con un fuerte ejército. Entró con arrogancia en el santuario, cogió el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios, la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes, los incensarios de oro, la cortina y las coronas, arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo; se incautó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró, y se lo llevó todo a su tierra, después de verter mucha sangre y de proferir fanfarronadas increíbles.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (N. 78)

Naturaleza de la paz

La paz no consiste en una mera ausencia de guerra, ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias, ni nace del dominio despótico, sino que, con razón, se define como obra de la justicia. Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana y que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombres que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena.

En efecto, aunque fundamentalmente el bien común del género humano depende de la ley eterna, en sus exigencias concretas está, con todo, sometido a las continuas transformaciones ocasionadas por la evolución de los tiempos; la paz no es nunca algo adquirido de una vez para siempre, sino que es preciso irla construyendo y edificando cada día. Como además la voluntad humana es frágil y está herida por el pecado, el mantenimiento de la paz requiere que cada uno se esfuerce constantemente por dominar sus pasiones, y exige de la autoridad legítima una constante vigilancia.

Y todo esto es aún insuficiente. La paz de la que hablamos no puede obtenerse en este mundo si no se garantiza el bien de cada una de las personas y si los hombres no saben comunicarse entre sí espontáneamente y con confianza las riquezas de su espíritu y de su talento. La firme voluntad de respetar la dignidad de los otros hombres y pueblos y el solícito ejercicio de la fraternidad son algo absolutamente imprescindible para construir la verdadera paz. Por ello, puede decirse que la paz es también fruto del amor, que supera los limites de lo que exige la simple justicia.

La paz terrestre nace del amor al prójimo, y es como la imagen y el efecto de aquella paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el mismo Hijo encarnado, príncipe de la paz, ha reconciliado por su cruz a todos los hombres con Dios, reconstruyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo. Así ha dado muerte en su propia carne al odio y, después del triunfo de su resurrección, ha derramado su Espíritu de amor en el corazón de los hombres.

Por esta razón, todos los cristianos quedan vivamente invitados a que, realizando la verdad en el amor, se unan a aquellos hombres que, como auténticos constructores de la paz, se esfuerzan por instaurarla y rehacerla. Movidos por este mismo espíritu, no podemos menos de alabar a quienes, renunciando a toda intervención violenta en la defensa de sus derechos, recurren a aquellos medios de defensa que están incluso al alcance de los más débiles, con tal deque esto pueda hacerse sin lesionar los derechos y los deberes de otras personas o de la misma comunidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 1, 43-64

La persecución de Antíoco

En aquellos días el rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

El rey despachó correos a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con órdenes escritas: tenían que adoptar la legislación extranjera, se prohibía ofrecer en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones, guardar los sábados y las fiestas; se mandaba contaminar el santuario y a los fieles, construyendo aras, templos y capillas idolátricas, sacrificando cerdos y animales inmundos; tenían que dejar incircuncisos a los niños y profanarse a sí mismos con toda clase de impurezas y abominaciones, de manera que olvidaran la ley y cambiaran todas las costumbres. El que no cumpliese la orden del rey tenía pena de muerte.

En estos términos escribió el rey a todos sus súbditos. Nombró inspectores para toda la nación, y mandó que en todas las ciudades de Judá, una tras otra, se ofreciesen sacrificios. Se les unió mucha gente, todos traidores a la ley, y cometieron tales tropelías en el país que los israelitas tuvieron que esconderse en cualquier refugio disponible.

El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la ley, lo ajusticiaban, según el decreto real.

Como tenían el poder, todos los meses hacían lo mismo a los israelitas que se encontraban en las ciudades. El veinticinco de cada mes sacrificaban sobre el ara pagana encima del altar de los holocaustos. A las madres que circuncidaban a sus hijos, las mataban, como ordenaba el edicto, con las criaturas colgadas al cuello; y mataban también a sus familiares y a los que habían circuncidado a los niños.

Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Nn. 82-83)

Necesidad de inculcar sentimientos que llevan a la paz

Procuren los hombres no limitarse a confiar sólo en el esfuerzo de unos pocos, descuidando su propia actitud mental. Pues los gobernantes de los pueblos, como gerentes que son del bien común de su propia nación y promotores al mismo tiempo del bien universal, están enormemente influenciados por la opinión pública y por los sentimientos del propio ambiente. Nada podrían hacer en favor de la paz si los sentimientos de hostilidad, desprecio, y desconfianza, y los odios raciales e ideologías obstinadas dividieran y enfrentaran entre sí a los hombres. De ahí la urgentísima necesidad de una reeducación de las mentes y de una nueva orientación de la opinión pública.

Quienes se consagran a la educación de los hombres, sobre todo de los jóvenes, o tienen por misión educar la opinión pública consideren como su mayor deber el inculcar en todas las mentes sentimientos nuevos, que llevan a la paz. Es necesario que todos convirtamos nuestro corazón y abramos nuestros ojos al mundo entero, pensando en aquello que podríamos realizar en favor del progreso del género humano si todos nos uniéramos.

No deben engañarnos las falsas esperanzas. En efecto, mientras no desaparezcan las enemistades y los odios y no se concluyan pactos sólidos y leales para el futuro de una paz universal, la humanidad, amenazada ya hoy por graves peligros, a pesar de sus admirables progresos científicos, puede llegar a conocer una hora funesta en la que ya no podría experimentar otra paz que la paz horrenda de la muerte. La Iglesia de Cristo, que participa de las angustias de nuestro tiempo, mientras denuncia estos peligros, no pierde con todo la esperanza; por ello, no deja de proponer al mundo actual, una y otra vez, con oportunidad o sin ella, aquel mensaje apostólico: Ahora es tiempo favorable, para que se opere un cambio en los corazones, ahora es día de salvación.

Para construir la paz es preciso que desaparezcan primero todas las causas de discordia entre los hombres, que son las que engendran las guerras; entre estas causas deben desaparecer principalmente las injusticias. No pocas de estas injusticias tienen su origen en las excesivas desigualdades económicas y también en la lentitud con que se aplican los remedios necesarios para corregirlas. Otras injusticias provienen de la ambición de dominio, del desprecio a las personas, y, si queremos buscar sus causas más profundas, las encontraremos en la envidia, la desconfianza, el orgullo y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar tantos desórdenes, de ahí se sigue que, aun cuando no se llegue a la guerra, el mundo se ve envuelto en contiendas y violencias.

Además, como estos mismos males se encuentran también en las relaciones entre las diversas naciones, se hace absolutamente imprescindible que, para superar o prevenir esas discordias y para acabar con las violencias, se busque, como mejor remedio, la cooperación y coordinación entre las instituciones internacionales, y se estimule sin cesar la creación de organismos que promuevan la paz.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 6, 12-31

El martirio de Eleazar

Recomiendo a todos aquellos a cuyas manos llegue este libro que no se dejen desconcertar por estos sucesos; piensen que aquellos castigos no pretendían exterminar nuestra raza, sino corregirla; pues es señal de gran bondad no dejar mucho tiempo a los impíos, sino darles en seguida el castigo; pues el Señor soberano no ha determinado tratarnos como a los otros pueblos, que para castigarlos espera pacientemente a que lleguen al colmo de sus pecados, no nos condena cuando ya hemos llegado al límite de nuestros pecados. Por eso no retira nunca de nosotros su misericordia, y aunque corrige a su pueblo con desgracias, no lo abandona. Quede esto dicho como advertencia. Después de esta pequeña digresión, volvamos a nuestra historia.

A Eleazar, uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza, para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.

Algunos de los encargados, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ilegítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa dada por Dios, respondió sin cortarse, diciendo en seguida.

¡Enviadme al sepulcro! No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo para que aprendan a arrostrar una muerte noble y voluntaria, por amor a nuestra santa y venerable ley.

Dicho esto se fue en seguida al suplicio.

Los que lo llevaban, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola de poco antes. Pero él, a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros.

Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma los sufro con gusto por temor a él.

De esta manera, terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino también a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.


SEGUNDA LECTURA

Beato Ammonio, ermitaño, Carta 9 (2-5: PO t. 10, fasc. 6, 590-593)

Muchos son los males que sufre el justo

Yo, vuestro padre, he tenido que soportar graves tentaciones, manifiestas u ocultas, y me mostré fuerte en la esperanza y en la oración, y mi Señor me libró. Ahora también vosotros, carísimos, que habéis recibido la bendición de Dios, aceptad asimismo las tentaciones hasta que las hayáis superado, y sólo entonces recibiréis una medida colmada y se os aumentará para vuestro prestigio, y desde el cielo os darán aquel gozo que ahora ignoráis.

Y ¿qué significa superar las tentaciones y cuál es el remedio contra ellas? Este: Jamás perdáis el ánimo, sino más bien rogad confiadamente a Dios de todo corazón, y conservad la paciencia en cualquier eventualidad: entonces la tentación os dejará en paz. Así es como fue tentado Abrahán y salió de la prueba como un atleta vencedor. Esta es la razón de que se escribiera aquello: Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor. Y todavía Santiago, en su carta, se expresa así: ¿Sufre alguno de vosotros? Rece. Ya veis cómo todos los justos, en el momento de la tentación, han recurrido a Dios.

Está igualmente escrito: Fiel es Dios, y no permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. Y ahora es Dios quien actúa en vosotros para purificar vuestro corazón. Pues si no os amara, no consentiría que fuerais tentados. En efecto, está escrito: Dios reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Por tanto, los fieles necesitan de la tentación. No son de los elegidos quienes no han pasado por la experiencia de la tentación: llevan puesto el hábito, pero niegan la virtud. Por eso nos decía el abad Antonio: «Hombre sin tentaciones no puede entrar en el reino de los cielos». Y el bienaventurado Pedro escribió también en su Carta: Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe —de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego— llegará a ser alabanza y gloria.

Y ya sabéis que ésta es la razón por la cual, al principio y mediante una operación espiritual, se otorga el gozo del Espíritu Santo, una vez comprobada la pureza del corazón. A continuación, y una vez otorgado el gozo y la dulzura, el Espíritu se aleja de ellos y los abandona. La señal de un tal comportamiento es ésta: Se comporta así con el alma que busca y teme a Dios; se aleja, se retira y deja en el abandono a todos los hombres, hasta haber comprobado si le buscarán o no. Hay personas que una vez que Dios las ha abandonado y se ha alejado de ellas, abatidas por la tristeza, se sientan y, paralizadas por el tedio, permanecen inmóviles. De hecho, no rezan a Dios para que les libere de aquella tristeza y poder recuperar aquel gozo y aquella dulzura que experimentaron al principio, sino que por negligencia y a causa de su propia voluntad se mantienen alejadas de la dulzura de Dios. Por esta razón se vuelven carnales y poseen sólo la apariencia, no la realidad de la virtud. Estos tales tienen obcecados los ojos e ignoran las obras de Dios.

Si, por el contrario, cayeren en la cuenta de lo insólito de aquella tristeza y cuán alejada está del prístino gozo, recen a Dios con lágrimas y ayunos; entonces Dios por su misericordia, viendo la sinceridad de su corazón y que lo suplican con toda el alma, renunciando radicalmente a su propia voluntad, les concede un gozo mayor que el primero y los confirma más todavía. Este es el comportamiento que observa con todas las almas que buscan a Dios.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 7, 1-19

El martirio de los siete hermanos

Arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarles a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás:

—¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.

Fuera de sí, el rey ordenó poner al fuego las sartenes y ollas. Las pusieron al fuego inmediatamente, y el rey ordenó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de todos, que le arrancaran el cuero cabelludo y le amputaran las extremidades a la vista de los demás hermanos y de su madre.

Cuando el muchacho estaba ya inutilizado del todo, el rey mandó aplicarle fuego y freírlo; todavía respiraba. Mientras se esparcía a lo ancho el olor de la sartén, los

otros con la madre se animaban entre sí a morir noblemente:

—El Señor Dios nos contempla, y de verdad se compadece de nosotros, como declaró Moisés en el cántico de denuncia contra Israel: «Se compadecerá de sus siervos».

Cuando murió así el primero, llevaron al segundo al suplicio; le arrancaron los cabellos con la piel, y le preguntaban si pensaba comer antes que lo atormentasen miembro a miembro. El respondió en la lengua materna:

¡No comeré!

Por eso también él sufrió a su vez el martirio como el primero. Y estando para morir, dijo:

—Tú, malvado, nos arrancas la vida presente. Pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.

Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente:

—De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio. Espero recobrarlas del mismo Dios.

El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba a la muerte, dijo:

Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.

Después sacaron al quinto, y lo atormentaban. Pero él, mirando al rey, le dijo:

Aunque eres un simple mortal, haces lo que quieres porque tienes poder sobre los hombres. Pero no te creas que Dios ha abandonado a nuestra nación. Espera un poco y ya verás cómo su gran poder te tortura a ti y a tu descendencia.

Después de éste llevaron al sexto, y cuando iba a morir, dijo:

No te engañes neciamente. Nosotros sufrimos esto porque hemos pecado contra nuestro Dios; por eso hanocurrido estas cosas extrañas. No pienses que vas a quedar impune tú, que te has atrevido a luchar contra Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Los tapices (Lib 4, 7: PG 8, 1255.1259.1263.1266.1267)

Dichosos los que derraman su sangre por causa de Dios

Todos cuantos ejecutan los mandatos del Salvador, en cada una de sus acciones son mártires, es decir, testigos, haciendo lo que él quiere, llamándolo consiguientemente Señor, y dando testimonio con los hechos de que están convencidos de que lo es de verdad; éstos han crucificado su carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. A los hombres débiles les parece violentísima la muerte con que se da testimonio cruento al Señor, ignorando que esta puerta de la muerte es el principio de la verdadera vida: no quieren comprender ni los honores que se rinden después de la muerte a los que vivieron santamente, ni los suplicios de quienes se condujeron injusta y licenciosamente, y no me refiero tan sólo al testimonio de nuestras Escrituras, pero es que ni siquiera a los discursos de los suyos quieren dar oídos. Pues Pitágoras escribe a Teano: «En realidad, la vida sería un suculento banquete para los malvados que mueren después de haber cometido toda clase de fechorías, si el alma no fuese inmortal: la muerte sería para ellos una ganancia».

Sabemos que Dios hace que todas las cosas contribuyan al bien de los que le aman, de los que han sido llamados según su voluntad. A los que de antemano conoció, a ésos los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que sea él el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. Fíjate cómo el martirio se nos enseña por conducto del amor. Y si quisieras ser mártir para obtener la remuneración de los buenos, nuevamente oirás: Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia. Y Pedro dice: Dichosos vosotros si tenéis que sufrir por causa de la justicia.

Así pues, el gnóstico jamás considerará la vida material como el fin de la vida, sino que tratará más bien de ser siempre feliz, bienaventurado y amigo regio de Dios, y aun cuando alguien quisiere tildarle de infamia, castigarlo con el destierro o con la confiscación de los bienes o, finalmente, condenarlo a muerte, nunca podrá privarle de la libertad y, sobre todo, nada podrá separarlo del amor de Dios: El amor todo lo aguanta, todo lo soporta, porque está convencido de que la divina providencia lo gobierna todo con justicia.

Aunque somos hombres y procedemos como tales, no militamos con miras humanas; las armas de nuestro servicio no son humanas, es Dios quien les da potencia para derribar fortalezas: derribamos sofismas y cualquier torreón que se yerga contra el conocimiento de Dios. Pertrechado con estas armas el gnóstico dice: ¡Oh Señor, bríndame la ocasión y acepta mi actuación; que me suceda cualquier cosa grave y terrible: yo desprecio los peligros porque tengo mi amor puesto en ti!

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Y, por encima de todo, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos vosotros los que todavía moráis en el cuerpo, como los antiguos justos, tomando posesión de la tranquilidad del alma y de la inmunidad de las pasiones.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 7, 20-41

Martirio de los siete hermanos. La madre y el último hijo

Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua.

Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni formé con los elementos vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. El, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley.

Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando.

Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le daría algún cargo. Pero como el muchacho no hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo, se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma:

Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y te crié tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira al cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contiene y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y lo mismo da el ser al hombre. No temas a ese verdugo; ponte a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos.

Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo:

¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los preceptos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no te escaparás de las manos de Dios. Pues nosotros sufrimos por nuestros pecados. Y si el Dios vivo se ha enojado un momento para corregirnos y educarnos, volverá a reconciliarse con sus siervos. Pero tú, impío, el hombre más criminal de todos, no te ensoberbezcas neciamente con vanas esperanzas, mientras alzas la mano contra los siervos de Dios, que todavía no has escapado de la sentencia de Dios, vigilante poderoso. Mis hermanos, después de soportar ahora un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida eterna; en cambio, tú, por sentencia de Dios, pagarás la pena que merece tu soberbia. Yo, lo mismo que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, suplicando a Dios que se apiade pronto de mi raza, que tú tengas que confesarlo, entre tormentos y azotes, como único Dios, y que la ira del Todopoderoso, que se ha abatido justamente sobre todo mi pueblo, se detenga en mí y en mis hermanos.

El rey, exasperado y no aguantando aquel sarcasmo, se ensañó contra éste muchísimo más que contra los otros, y aquel muchacho murió sin mancha, con total confianza en el Señor.

La madre murió la última después de sus hijos.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Sermón 2 sobre la consolación de la muerte (4-5: PG 56, 301-302)

Cristo atestigua la resurrección futura, y, con él,
los apóstoles, los mártires y la madre de los Macabeos

Comprueba solamente esto: si Cristo ha prometido la resurrección; y cuando bajo el peso de una nube de testimonios hayas comprobado la existencia de una tal promesa, más aún, cuando tengas en tu poder la certísima garantía del mismo Cristo, el Señor, confirmado en la fe, deja ya de temer la muerte. Pues quien todavía teme, es que no cree; y el que no cree contrae un pecado incurable, ya que, con su incredulidad, se atreve a inculpar a Dios o de impotencia o de mentira.

No es ésta la opinión de los bienaventurados apóstoles, no es ésta la manera de pensar de los santos mártires. Los apóstoles, en virtud de esta predicación de la resurrección, predican que Cristo ha resucitado y anuncian que, en él, los muertos resucitarán, no rehusando ni la muerte, ni los tormentos, ni las cruces. Por tanto, si todo asunto queda confirmado por boca de dos o tres testigos, ¿cómo puede ponerse en duda la resurrección de los muertos, avalada por tantos y tan cualificados testigos, que apoyan su testimonio con el derramamiento de su sangre?

Y los santos mártires, ¿qué? ¿Tuvieron o no tuvieron una esperanza firme en la resurrección? Si no la hubieran tenido, ciertamente no habrían acogido como la máxima ganancia una muerte envuelta en tantas torturas y sufrimientos: no pensaban en los suplicios presentes, sino en los premios futuros. Conocían el dicho: Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno.

Escuchad, hermanos, un ejemplo de fortaleza. Una madre exhortaba a sus siete hijos: no lloraba, se alegraba más bien. Veía a sus hijos lacerados por las uñas, mutilados por el hierro, fritos en la sartén. Y no derramaba lágrimas, no prorrumpía en lamentos, sino que con solicitud materna exhortaba a sus hijos a mantenerse firmes. Aquella madre no era ciertamente cruel, sino fiel: amaba a sus hijos, pero no delicada, sino virilmente. Exhortaba a sus hijos a la pasión, pasión que ella misma aceptó gozosa. Estaba segura de su resurrección y de la de sus hijos.

¿Qué diré de tantos hombres, mujeres, jóvenes y doncellas? ¡Cómo jugaron con la muerte! ¡Con qué enorme rapidez pasaron a engrosar la milicia celeste! Y eso que, de haber querido, podían haber seguido viviendo, puesto que les pusieron en la alternativa: vivir, negando a Cristo, o morir, confesando a Cristo. Pero prefirieron despreciar esta vida temporal y aceptar la eterna, ser excluidos de la tierra para convertirse en ciudadanos del cielo.

Después de esto, hermanos, ¿existe algún lugar para la duda? ¿Dónde puede albergarse todavía el miedo a la muerte? Si somos hijos de los mártires, si queremos ser un día compañeros suyos, no nos contriste la muerte, no lloremos a nuestros seres queridos que nos precedieron en el Señor. Si, no obstante, nos empeñásemos en llorar, serán los mismos santos mártires los que se burlarán de nosotros y nos dirán: ¡Oh fieles! ¡Oh vosotros que ansiáis el reino de Dios! ¡Oh vosotros los que, angustiados, lloráis y os lamentáis por vuestros seres queridos que han muerto delicadamente en sus lechos y sobre colchón de plumas! ¿Qué hubierais hecho de haberlos visto torturar y asesinar por los paganos a causa del nombre del Señor?


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 2, 1.15-28.42-50.65-70

Rebelión y muerte de Matatías

Por entonces, surgió Matatías, hijo de Juan, de Simeón, sacerdote de la familia de Yoarib; aunque oriundo de Jerusalén, se había establecido en Modín.

Los funcionarios reales encargados de hacer apostatar por la fuerza llegaron a Modín, para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías se reunió con sus hijos, y los funcionarios del rey le dijeron:

«Eres un personaje ilustre, un hombre importante en este pueblo, y estás respaldado por tus hijos y parientes. Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones, y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de grandes del reino, os premiarán con oro y plata y muchos regalos».

Pero Matatías respondió en voz alta:

«Aunque todos los súbditos en los dominios del rey le obedezcan, apostatando de la religión de sus padres, y aunque prefieran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la alianza de nuestros padres.

El cielo nos libre de abandonar la ley y nuestras costumbres. No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda».

Nada más decirlo, se adelantó un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modín, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatías se indignó, tembló de cólera y en un arrebato de ira santa corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. Y entonces mismo mató al funcionario real, que obligaba a sacrificar, y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Fineés a Zimrí, hijo de Salu. Luego empezó a gritar a voz en cuello por la ciudad:

«¡El que sienta celo por la ley y quiera mantener la alianza, ¡que me siga!».

Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenía. Entonces se les añadió el grupo de los Leales, israelitas aguerridos, todos los voluntarios de la ley; se les sumaron también como refuerzos todos los que escapaban de cualquier desgracia. Organizaron un ejército y descargaron su ira contra los pecadores y su cólera contra los apóstatas. Los que se libraron fueron a refugiarse entre los paganos.

Matatías y sus partidarios organizaron una correría, derribando las aras, circuncidando por la fuerza a los niños no circuncidados que encontraban en territorio israelita y persiguiendo a los insolentes. La campaña fue un éxito, de manera que rescataron la ley de manos de los paganos y sus reyes, y mantuvieron a raya al malvado.

Cuando le llegó la hora de morir, Matatías dijo a sus hijos:

«Hoy triunfan la insolencia y el descaro; son tiempos de subversión y de ira. Hijos míos, sed celosos de la ley y dad la vida por la alianza de nuestros padres. Hijos míos, sed valientes en defender la ley, que ella será vuestra gloria. Mirad, sé que vuestro hermano Simeón es prudente; obedecedle siempre, que él será vuestro padre. Y Judas Macabeo, aguerrido desde joven, será vuestro caudillo y dirigirá la guerra contra el extranjero. Ganaos a todos los que guardan la ley y vengad a vuestro pueblo; pagad a los paganos su merecido y cumplid cuidadosamente los preceptos de la ley».

Y después de bendecirlos, fue a reunirse con sus antepasados. Murió el año ciento cuarenta y seis. Lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín, y todo Israel le hizo solemnes funerales.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Nn. 88-90)

Papel de los cristianos en la construcción de la paz

Los cristianos deben cooperar, con gusto y de corazón, en la edificación de un orden internacional en el que se respeten las legítimas libertades y se fomente una sincera fraternidad entre todos; y eso con tanta mayor razón cuanto más claramente se advierte que la mayor parte de la humanidad sufre todavía una extrema pobreza, hasta tal punto que puede decirse que Cristo mismo, en la persona de los pobres, eleva su voz para solicitar la caridad de sus discípulos.

Que se evite, pues, el escándalo de que, mientras ciertas naciones, cuya población es muchas veces en su mayoría cristiana, abundan en toda clase de bienes, otras, en cambio, se ven privadas de lo más indispensable y sufren a causa del hambre, de las enfermedades y de toda clase de miserias. El espíritu de pobreza y de caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo.

Hay que alabar y animar, por tanto, a aquellos cristianos, sobre todo a los jóvenes, que espontáneamente se ofrecen para ayudar a los demás hombres y naciones. Más aún, es deber de todo el pueblo de Dios, animado y guiado por la palabra y el ejemplo de sus obispos, aliviar, según las posibilidades de cada uno, las miserias de nuestro tiempo; y esto hay que hacerlo, como era costumbre en la antigua Iglesia, dando no solamente de los bienes superfluos, sino aun de los necesarios.

El modo de recoger y distribuir lo necesario para las diversas necesidades, sin que haya de ser rígida y uniformemente ordenado, llévese a cabo, sin embargo, con toda solicitud en cada una de las diócesis, naciones e incluso en el plano universal, uniendo siempre que se crea conveniente la colaboración de los católicos con la de los otros hermanos cristianos. En efecto, el espíritu de caridad, lejos de prohibir el ejercicio ordenado y previsor de la acción social y caritativa, más bien lo exige. De aquí que sea necesario que quienes pretenden dedicarse al servicio de las naciones en vía de desarrollo sean oportunamente formados en instituciones especializadas.

Por eso, la Iglesia debe estar siempre presente en la comunidad de las naciones para fomentar o despertar la cooperación entre los hombres; y eso tanto por medio de sus órganos oficiales como por la colaboración sincera y plena de cada uno de los cristianos, colaboración que debe inspirarse en el único deseo de servir a todos.

Este resultado se conseguirá mejor si los mismos fieles, en sus propios ambientes, conscientes de la propia responsabilidad humana y cristiana, se esfuerzan por despertar el deseo de una generosa cooperación con la comunidad internacional. Dése a esto una especial importancia en la formación de los jóvenes, tanto en su formación religiosa como civil.

Finalmente, es muy de desear que los católicos, para cumplir debidamente su deber en el seno de la comunidad internacional, se esfuercen por cooperar activa y positivamente con sus hermanos separados, que como ellos profesan la caridad evangélica, y con todos aquellos otros hombres que están sedientos de verdadera paz.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 3, 1-26

Judas Macabeo

En aquellos días, sucedió a Matatías su hijo Judas, apodado Macabeo. Le apoyaban todos sus hermanos y todos los partidarios de su padre; llenos de entusiasmo seguían luchando por Israel

Judas dilató la fama de su pueblo; vistió la coraza como un gigante, ciñó sus armas y entabló combates, protegiendo sus campamentos con la espada. Fue un león en sus hazañas, un cachorro que ruge por la presa; rastreó y persiguió a los apóstatas, quemó a los agitadores del pueblo. Por miedo a Judas, los apóstatas se acobardaron, los malhechores quedaron consternados; por su mano triunfó la liberación.

Hizo sufrir a muchos reyes, alegró a Jacob con sus hazañas, su recuerdo será siempre bendito. Recorrió las ciudades de Judá, exterminando en ella a los impíos; apartó de Israel la cólera divina. Su renombre llenó la tierra, porque reunió a un pueblo que perecía.

Apolonio reunió un ejército extranjero y un gran contingente de Samaria para luchar contra Israel. Cuando lo supo Judas, salió a hacerle frente, lo derrotó y lo mató. Los paganos tuvieron muchas bajas, y los supervivientes huyeron. Al recoger los despojos, Judas se quedó con la espada de Apolonio, y la usó siempre en la guerra. Cuando Serón, general en jefe del ejército sirio, se enteró de que Judas había reunido en torno a sí un partido numeroso de hombres adictos en edad militar, se dijo:

«Voy a ganar fama y renombre en el imperio, luchando contra Judas y los suyos, esos que desprecian la orden del rey».

Se le sumó un fuerte ejército de gente impía, que subieron con él para ayudarle a vengarse de los israelitas. Cuando llegaba cerca de la cuesta de Bejorón, Judas le salió al encuentro con un puñado de hombres; pero, al ver el ejército que venía de frente, dijeron a Judas:

«¿Cómo vamos a luchar contra esa multitud bien armada, siendo nosotros tan pocos? Y además estamos agotados, porque no hemos comido en todo el día».

Judas respondió:

«No es difícil que unos pocos envuelvan a muchos, pues a Dios lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. El Señor los aplastará ante nosotros. No los temáis».

Nada más terminar de hablar, se lanzó contra ellos de repente. Derrotaron a Serón y su ejército, lo persiguieron por la bajada de Bejorón hasta la llanura. Serón tuvo unas ochocientas bajas, y los demás huyeron al territorio filisteo. Judas y sus hermanos empezaron a ser temidos, una ola de pánico cayó sobre las naciones vecinas. Su fama llegó a oídos del rey, porque todos comentaban las batallas de Judas.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5, sobre la fe y el símbolo (10-11 PG 33, 518-519)

La fe realiza obras que superan las fuerzas humanas

La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.

¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.

La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito: Uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar.

Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría decir a una montaña que viniera aquí, y vendría. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.

Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza. Porque así como el grano de , mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes prometidos.

Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas humanas.

 

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 4, 36-59

Purificación y dedicación del templo

En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo».

Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. Vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas incendiadas, la maleza creciendo en los atrios como matorrales en una ladera y las dependencias del templo derruidas. Se rasgaron las vestiduras e hicieron gran duelo, echándose ceniza en la cabeza y postrándose rostro en tierra. Al toque de corneta, gritaron hacia el cielo.

Judas ordenó a sus hombres que tuvieran en jaque a los de la acrópolis, hasta que terminaran de purificar el templo. Eligió sacerdotes sin defecto corporal, observantes de la ley, que purificaron el templo y arrojaron a un lugar inmundo las piedras que lo contaminaban.

Luego deliberaron qué hacer con el altar de los holocaustos profanado, y se les ocurrió una buena idea: Destruirlo; así no les serviría de oprobio por haberlo profanado los gentiles. Así que lo destruyeron, y colocaron las piedras en el monte del templo, en un sitio a propósito, hasta que viniese un profeta y resolviese el caso.

Luego cogieron piedras sin tallar, como manda la ley, y levantaron un altar nuevo, igual que el anterior. Restauraron el templo y consagraron el interior del edificio y los atrios. Renovaron todos los utensilios sagrados y metieron en el templo el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron los candiles del candelabro, para que alumbraran el templo. Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron la cortina, quedó ultimado todo el trabajo.

El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito.

Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos.

Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5, sobre la fe y el símbolo (12-13: PG 33, 519-523)

Sobre el símbolo de la fe

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.

Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de opinión, te dijera lo contrario, o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues, si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado —seamos nosotros mismos o un ángel del cielo—, ¡sea maldito!

Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa exactamente cada una de sus afirmaciones. Porque tenéis que saber que el símbolo de la fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resumen toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo que nos da a conocer el antiguo y el nuevo testamento.

Velad, pues, hermanos, y conservad cuidadosamente la tradición que ahora recibís y grabadla en el interior de vuestro corazón.

Poned todo cuidado, no sea que el enemigo, encontrando a alguno de vosotros desprevenido y remiso, le robe este tesoro, o bien se presente algún hereje que, con sus errores, contamine la verdad que os hemos entregado. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito.,, Os recomiendo —como dice el Apóstol—, en presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión, que guardéis sin mancha la fe que habéis recibido, hasta el día de la manifestación de Cristo Jesús.

Ahora se te hace entrega del tesoro de la vida, pero el Señor, el día de su manifestación, te pedirá cuenta de él, cuando aparezca como el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él la gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 12, 32-46

Sacrificio por los difuntos

Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate, y los judíos tuvieron unas cuantas bajas.

Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara aliado y dirigiera la batalla. En la lengua materna lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga.

Judas congregó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado, y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, porque ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos, para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos.

Todos vieron claramente que aquélla era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a con{! servarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.

Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso, hizo una expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.


SEGUNDA LECTURA
(Repetida en TO Semana 09)

San Gregorio de Nacianzo, Sermón /, en honor de su hermano Cesáreo (23-24: PG 35, 786-787)

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Arbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 6, 1-17

Muerte de Antíoco

El rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que había en Persia una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que en otro tiempo había sido rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.

Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judea había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el ara sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y habían hecho lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey.

Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que tuvo una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus amigos y les dijo:

—El sueño ha huido de mis ojos. Me siento abrumado de pena, y me digo: «¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, que era feliz y querido cuando era poderoso!» Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judea, sin motivo. Reconozcoque por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera.

Llamó a Filipo, un grande del reino, y lo puso al frente de todo el Imperio. Le dio su corona, su manto real y el anillo, encargándole de la educación de su hijo Antíoco y de prepararlo para reinar.

El rey Antíoco murió allí el año ciento cuarenta y nueve. Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey, alzó por rey a su hijo Antíoco, criado por él de pequeño, y le dio el sobrenombre de Eupátor.
 

SEGUNDA LECTURA

Juan de Fécamp, Confesión teológica (Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126)

Cristo, como buen pastor, intercede
por nosotros, miserables

Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e irreprochable.

Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes de la única y suma divinidad.

Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.

El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna conciencia pecadora pueda escapar.

Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas, para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 9, 1-22

Muerte de Judas en batalla

Demetrio, en cuanto oyó que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y Alcimo al territorio de Judá con el ala derecha del ejército. Emprendieron la marcha por el camino de Guilgal, tomaron al asalto Mesalot de Arbela y asesinaron a mucha gente.

El mes primero del año ciento cincuenta y dos acamparon frente a Jerusalén, pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. Judas acampaba en Elasa con tres mil soldados y, al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos desertaron del campamento, y sólo quedaron ochocientos. Judas vio que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, y se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. Aunque desalentado, dijo a los que quedaban:

«¡Hala, contra el enemigo! A lo mejor podemos presentarles batalla».

Los suyos intentaban convencerle:

«Es completamente imposible. Pero, si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros, y entonces les daremos la batalla. Ahora somos pocos».

Judas repuso:

«¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama».

El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de corneta. Los de Judas también tocaron las cornetas, y el suelo retembló por el fragor de los ejércitos. El combate se entabló al amanecer y duró hasta la tarde.

Judas vio que Báquides y lo más fuerte del ejército estaba a la derecha; se le juntaron los más animosos, destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Asdod. Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se volvieron en persecución de Judas y sus compañeros. El combate arreció, y hubo muchas bajas por ambas partes. Judas cayó también, y los demás huyeron.

Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. Lo lloraron, y todo Israel le hizo solemnes funerales, entonando muchos días esta elegía:

«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!»

No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre el bien de la muerte (Caps 3, 9; 4, 15: CSEL 32, 710.716-717)

En toda ocasión, llevemos en el cuerpo
la muerte de Jesús

Dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Existe, pues, en esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en toda ocasión y por todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte, vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida sin la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria.

Yo mismo no sabría decir si la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma vida. Pues me hace dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro . hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo.

Imita, pues, la muerte del Señor quien se aparta de la vida según la carne y aleja de sí aquellas injusticias de las que el Señor dice por Isaías: Abre las prisiones injustas, haz saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, rompe todos los cepos.

El Señor, pues, quiso morir y penetrar en el reino de la muerte para destruir con ello toda culpa; pero, a fin de que la naturaleza humana no acabara nuevamente en la muerte, se nos dio la resurrección de los muertos: así, por la muerte, fue destruida la culpa y, por la resurrección, la naturaleza humana recobró la inmortalidad.

La muerte de Cristo es, pues, como la transformación del universo. Es necesario, por tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar: debes pasar de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso, dice la Escritura: Que mi muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado como ellos, para que desaparezcan mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Daniel 1, 1-21

Unos jóvenes israelitas se mantienen fieles
en el palacio del rey de Babilonia

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios.

El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos o inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales pasarían a servir al rey.

Entre ellos había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El jefe de eunucos les cambió los nombres, llamando a Daniel, Belsázar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac; y a Azarías, Abdénago. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo:

«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza».

Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarías:

«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado».

Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres.

Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños.

Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.

Daniel estuvo en palacio hasta el año primero del reinado de Ciro.
 

SEGUNDA LECTURA

Comienza la homilía de un autor del siglo II (Caps 1, 1-2,7: Funk 1, 145-149)

Cristo quiso salvar a los que estaban a punto de perecer

Hermanos: Debemos mirar a Jesucristo como miramos a Dios, pensando que él es el juez de vivos y muertos; y no debemos estimar en poco nuestra salvación. Porque, si estimamos en poco a Cristo, poco será también lo que esperamos recibir. Aquellos que, al escuchar sus promesas, creen que se trata de dones mediocres, pecan, y nosotros pecamos también si desconocemos de dónde fuimos llamados, quién nos llamó y a qué fin nos ha destinado y menospreciamos los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros.

¿Con qué pagaremos al Señor o qué fruto le ofreceremos que sea digno de lo que él nos dio? ¿Cuántos son los dones y beneficios que le debemos? El nos otorgó la luz, nos llama, como un padre, con el nombre de hijos, y, cuando estábamos en trance de perecer, nos salvó. ¿Cómo, pues, podremos alabarlo dignamente o cómo le pagaremos todos sus beneficios? Nuestro espíritu estaba tan ciego que adorábamos las piedras y los leños, el oro y la plata, el bronce y todas las obras salidas de las manos de los hombres; nuestra vida entera no era otra cosa que una muerte. Envueltos, pues, y rodeados de oscuridad, nuestra vida estaba recubierta de tinieblas, y Cristo quiso que nuestros ojos se abrieran de nuevo, y así la nube que nos rodeaba se disipó.

El se compadeció, en efecto, de nosotros y, con entrañas de misericordia, nos salvó, pues había visto nuestro extravío y nuestra perdición y cómo no podíamos esperar nada fuera de él que nos aportara la salvación. Nos llamó cuando nosotros no existíamos aún y quiso que pasáramos de la nada al ser.

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Al decir: Alégrate, la estéril, se refería a nosotros, pues estéril era nuestra Iglesia antes de que le fueran dados sus hijos. Al decir: Rompe a cantar, la que no tenías dolores, se significan las plegarias que debemos elevar a Dios, sin desfallecer, como desfallecen las que están de parto. Lo que finalmente se añade: Porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, se dijo para significar que nuestro pueblo parecía al principio estar abandonado del Señor, pero ahora, por nuestra fe, somos más numerosos que aquel pueblo que se creía posesor de Dios.

Otro pasaje de la Escritura dice también: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esto quiere decir que hay que salvar a los que se pierden. Porque lo grande y admirable no es el afianzar los edificios sólidos, sino los que amenazan ruina. De este modo, Cristo quiso ayudar a los que perecían y fue la salvación de muchos, pues vino a llamarnos cuando nosotros estábamos ya a punto de perecer.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 2, 26-47

Visión de la estatua y de la piedra.
El reino eterno de Dios

En aquellos días, el rey preguntó a Daniel:

«¿De modo que eres capaz de contarme el sueño y de explicarme su sentido?»

Daniel repuso:

«El secreto de que habla su majestad no lo pueden explicar ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos, pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos. Este es el sueño que viste estando acostado:

Te pusiste a pensar en lo que iba a suceder, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, no es que yo tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes; si me han revelado el secreto es para que le explique el sentido al rey, y así puedas entender lo que pensabas.

Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.

Este era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.

Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro.

Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro.

Este es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta».

Entonces Nabucodonosor se postró rostro en tierra rindiendo homenaje a Daniel y mandó que le ofrecieran sacrificios y oblaciones. El rey dijo a Daniel:

«Sin duda que tu Dios es Dios de dioses y Señor de reyes; él revela los secretos, puesto que tú fuiste capaz de explicar este secreto».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 3-4, 5; 7, 1-6: Funk 1, 149-152)

Confesemos a Dios con nuestras obras

Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar, no ha permitido quequienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre. Esta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo Señor, pues esto solo no nos salvará. Está escrito, en efecto: No todo el que me dice: «Señor, Señor» se salvará, sino el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mí, malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados; y si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que si uno lucha en los combates corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es expulsado fuera del estadio.

¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 3, 8-12.19-23.91-97

La estatua de oro del rey.
Los jóvenes librados del horno

En aquellos días, unos caldeos fueron al rey a denunciar a los judíos:

«¡Viva el rey eternamente! Su majestad ha decretado que, cuando escuchen tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, se postren adorando la estatua de oro, y el que no se postre en adoración será arrojado a un horno encendido. Pues bien, hay unos judíos, Sidrac, Misac y Abdénago, a quienes has encomendado el gobierno de la provincia de Babilonia, que no obedecen la orden real, ni respetan a tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has erigido».

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Así, vestidos con sus pantalones, camisas, gorros y demás ropa, los ataron y los echaron en el horno encendido.

La orden del rey era severa, y el horno estaba ardiendo; sucedió que las llamas abrasaron a los que conducían a Sidrac, Misac y Abdénago; mientras los tres, Sidrac, Misac y Abdénago, caían atados en el horno encendido.

El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros:

«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?»

Le respondieron:

«Así es, majestad».

Preguntó:

«¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino».

Y, acercándose a la puerta del horno encendido, dijo: «Sidrac, Misac y Abdénago, siervos del Dios Altísimo, salid y venid».

Sidrac, Misac y Abdénago salieron del horno. Los sátrapas, ministros, prefectos y consejeros se apretaron para ver a aquellos hombres a prueba de fuego: no se les había quemado el pelo, los pantalones estaban intactos, ni siquiera olían a chamuscados. Nabucodonosor entonces dijo:

«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo. Por eso, decreto que quien blasfeme contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, de cualquier pueblo, nación o lengua que sea, sea hecho pedazos y su casa sea derribada. Porque no existe otro Dios capaz de librar como éste».

El rey dio cargos a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.


SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 8, 1-9,11: Funk 1, 152-156)

El arrepentimiento de un corazón sincero

Hagamos penitencia mientras vivimos en este mundo. Somos, en efecto, como el barro en manos del artífice. De la misma manera que el alfarero puede componer de nuevo la vasija que está modelando, si le queda deforme o se le rompe, cuando todavía está en sus manos, pero, en cambio, le resulta imposible modificar su forma cuando la ha puesto ya en el horno, así también nosotros, mientras estamos en este mundo, tenemos tiempo de hacer penitencia y debemos arrepentirnos con todo nuestro corazón de los pecados que hemos cometido mientras vivimos en nuestra carne mortal, a fin de ser salvados por el Señor. Una vez que hayamos salido de este mundo, en la eternidad, ya no podremos confesar nuestras faltas ni hacer penitencia.

Por ello, hermanos, cumplamos la voluntad del Padre, guardemos casto nuestro cuerpo, observemos los mandamientos de Dios, y así alcanzaremos la vida eterna. Dice, en efecto, el Señor en el Evangelio: Si no fuisteis de fiar en lo menudo, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Porque os aseguro que el que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar. Esto es lo mismo que decir: «Guardad puro vuestro cuerpo e incontaminado el sello de vuestro bautismo, para que seáis dignos de la vida eterna».

Que ninguno de vosotros diga que nuestra carne no será juzgada ni resucitará; reconoced, por el contrario, que ha sido por medio de esta carne en la que vivís por la que habéis sido salvados y habéis recibido la visión. Por ello, debemos mirar nuestro cuerpo como si se tratara de un templo de Dios. Pues, de la misma manera que habéis sido llamados en esta carne, también en esta carne saldréis al encuentro del que os llamó. Si Cristo, el Señor, el que nos ha salvado, siendo como era espíritu, quiso hacerse carne para podernos llamar, también nosotros, por medio de nuestra carne, recibiremos la recompensa.

Amémonos, pues, mutuamente, a fin de que podamos llegar todos al reino de Dios. Mientras tenemos tiempo de recobrar la salud, pongámonos en manos de Dios, para que él, como nuestro médico, nos sane; y demos los honorarios debidos a este nuestro médico. ¿Qué honorarios? El arrepentimiento de un corazón sincero. Porque él conoce de antemano todas las cosas y penetra en el secreto de nuestro corazón. Tributémosle, pues, nuestras alabanzas no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón, a fin de que nos acoja como hijos. Pues el Señor dijo: Mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre.

 

 

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 4, 36-59

Purificación y dedicación del templo

En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo».

Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. Vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas incendiadas, la maleza creciendo en los atrios como matorrales en una ladera y las dependencias del templo derruidas. Se rasgaron las vestiduras e hicieron gran duelo, echándose ceniza en la cabeza y postrándose rostro en tierra. Al toque de corneta, gritaron hacia el cielo.

Judas ordenó a sus hombres que tuvieran en jaque a los de la acrópolis, hasta que terminaran de purificar el templo. Eligió sacerdotes sin defecto corporal, observantes de la ley, que purificaron el templo y arrojaron a un lugar inmundo las piedras que lo contaminaban.

Luego deliberaron qué hacer con el altar de los holocaustos profanado, y se les ocurrió una buena idea: Destruirlo; así no les serviría de oprobio por haberlo profanado los gentiles. Así que lo destruyeron, y colocaron las piedras en el monte del templo, en un sitio a propósito, hasta que viniese un profeta y resolviese el caso.

Luego cogieron piedras sin tallar, como manda la ley, y levantaron un altar nuevo, igual que el anterior. Restauraron el templo y consagraron el interior del edificio y los atrios. Renovaron todos los utensilios sagrados y metieron en el templo el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron los candiles del candelabro, para que alumbraran el templo. Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron la cortina, quedó ultimado todo el trabajo.

El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito.

Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos.

Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5, sobre la fe y el símbolo (12-13: PG 33, 519-523)

Sobre el símbolo de la fe

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.

Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de opinión, te dijera lo contrario, o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues, si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado —seamos nosotros mismos o un ángel del cielo—, ¡sea maldito!

Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa exactamente cada una de sus afirmaciones. Porque tenéis que saber que el símbolo de la fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resumen toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo que nos da a conocer el antiguo y el nuevo testamento.

Velad, pues, hermanos, y conservad cuidadosamente la tradición que ahora recibís y grabadla en el interior de vuestro corazón.

Poned todo cuidado, no sea que el enemigo, encontrando a alguno de vosotros desprevenido y remiso, le robe este tesoro, o bien se presente algún hereje que, con sus errores, contamine la verdad que os hemos entregado. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito.,, Os recomiendo —como dice el Apóstol—, en presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión, que guardéis sin mancha la fe que habéis recibido, hasta el día de la manifestación de Cristo Jesús.

Ahora se te hace entrega del tesoro de la vida, pero el Señor, el día de su manifestación, te pedirá cuenta de él, cuando aparezca como el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el únicoposeedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él la gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 12, 32-46

Sacrificio por los difuntos

Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate, y los judíos tuvieron unas cuantas bajas.

Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara aliado y dirigiera la batalla. En la lengua materna lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga.

Judas congregó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado, y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, porque ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos, para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos.

Todos vieron claramente que aquélla era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a con{! servarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.

Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso, hizo una expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.


SEGUNDA LECTURA
(Repetida en TO Semana 09)

San Gregorio de Nacianzo, Sermón /, en honor de su hermano Cesáreo (23-24: PG 35, 786-787)

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Arbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 6, 1-17

Muerte de Antíoco

El rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que había en Persia una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que en otro tiempo había sido rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.

Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judea había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el ara sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y habían hecho lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey.

Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que tuvo una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus amigos y les dijo:

—El sueño ha huido de mis ojos. Me siento abrumado de pena, y me digo: «¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, que era feliz y querido cuando era poderoso!» Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judea, sin motivo. Reconozcoque por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera.

Llamó a Filipo, un grande del reino, y lo puso al frente de todo el Imperio. Le dio su corona, su manto real y el anillo, encargándole de la educación de su hijo Antíoco y de prepararlo para reinar.

El rey Antíoco murió allí el año ciento cuarenta y nueve. Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey, alzó por rey a su hijo Antíoco, criado por él de pequeño, y le dio el sobrenombre de Eupátor.
 

SEGUNDA LECTURA

Juan de Fécamp, Confesión teológica (Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126)

Cristo, como buen pastor, intercede
por nosotros, miserables

Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e irreprochable.

Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes de la única y suma divinidad.

Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.

El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna conciencia pecadora pueda escapar.

Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas, para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 9, 1-22

Muerte de Judas en batalla

Demetrio, en cuanto oyó que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y Alcimo al territorio de Judá con el ala derecha del ejército. Emprendieron la marcha por el camino de Guilgal, tomaron al asalto Mesalot de Arbela y asesinaron a mucha gente.

El mes primero del año ciento cincuenta y dos acamparon frente a Jerusalén, pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. Judas acampaba en Elasa con tres mil soldados y, al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos desertaron del campamento, y sólo quedaron ochocientos. Judas vio que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, y se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. Aunque desalentado, dijo a los que quedaban:

«¡Hala, contra el enemigo! A lo mejor podemos presentarles batalla».

Los suyos intentaban convencerle:

«Es completamente imposible. Pero, si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros, y entonces les daremos la batalla. Ahora somos pocos».

Judas repuso:

«¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama».

El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de corneta. Los de Judas también tocaron las cornetas, y el suelo retembló por el fragor de los ejércitos. El combate se entabló al amanecer y duró hasta la tarde.

Judas vio que Báquides y lo más fuerte del ejército estaba a la derecha; se le juntaron los más animosos, destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Asdod. Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se volvieron en persecución de Judas y sus compañeros. El combate arreció, y hubo muchas bajas por ambas partes. Judas cayó también, y los demás huyeron.

Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. Lo lloraron, y todo Israel le hizo solemnes funerales, entonando muchos días esta elegía:

«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!»

No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre el bien de la muerte (Caps 3, 9; 4, 15: CSEL 32, 710.716-717)

En toda ocasión, llevemos en el cuerpo
la muerte de Jesús

Dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Existe, pues, en esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en toda ocasión y por todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte, vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida sin la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria.

Yo mismo no sabría decir si la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma vida. Pues me hace dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro . hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo.

Imita, pues, la muerte del Señor quien se aparta de la vida según la carne y aleja de sí aquellas injusticias de las que el Señor dice por Isaías: Abre las prisiones injustas, haz saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, rompe todos los cepos.

El Señor, pues, quiso morir y penetrar en el reino de la muerte para destruir con ello toda culpa; pero, a fin de que la naturaleza humana no acabara nuevamente en la muerte, se nos dio la resurrección de los muertos: así, por la muerte, fue destruida la culpa y, por la resurrección, la naturaleza humana recobró la inmortalidad.

La muerte de Cristo es, pues, como la transformación del universo. Es necesario, por tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar: debes pasar de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso, dice la Escritura: Que mi muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado como ellos, para que desaparezcan mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Daniel 1, 1-21

Unos jóvenes israelitas se mantienen fieles
en el palacio del rey de Babilonia

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios.

El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos o inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales pasarían a servir al rey.

Entre ellos había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El jefe de eunucos les cambió los nombres, llamando a Daniel, Belsázar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac; y a Azarías, Abdénago. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo:

«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza».

Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarías:

«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado».

Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres.

Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños.

Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.

Daniel estuvo en palacio hasta el año primero del reinado de Ciro.
 

SEGUNDA LECTURA

Comienza la homilía de un autor del siglo II (Caps 1, 1-2,7: Funk 1, 145-149)

Cristo quiso salvar a los que estaban a punto de perecer

Hermanos: Debemos mirar a Jesucristo como miramos a Dios, pensando que él es el juez de vivos y muertos; y no debemos estimar en poco nuestra salvación. Porque, si estimamos en poco a Cristo, poco será también lo que esperamos recibir. Aquellos que, al escuchar sus promesas, creen que se trata de dones mediocres, pecan, y nosotros pecamos también si desconocemos de dónde fuimos llamados, quién nos llamó y a qué fin nos ha destinado y menospreciamos los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros.

¿Con qué pagaremos al Señor o qué fruto le ofreceremos que sea digno de lo que él nos dio? ¿Cuántos son los dones y beneficios que le debemos? El nos otorgó la luz, nos llama, como un padre, con el nombre de hijos, y, cuando estábamos en trance de perecer, nos salvó. ¿Cómo, pues, podremos alabarlo dignamente o cómo le pagaremos todos sus beneficios? Nuestro espíritu estaba tan ciego que adorábamos las piedras y los leños, el oro y la plata, el bronce y todas las obras salidas de las manos de los hombres; nuestra vida entera no era otra cosa que una muerte. Envueltos, pues, y rodeados de oscuridad, nuestra vida estaba recubierta de tinieblas, y Cristo quiso que nuestros ojos se abrieran de nuevo, y así la nube que nos rodeaba se disipó.

El se compadeció, en efecto, de nosotros y, con entrañas de misericordia, nos salvó, pues había visto nuestro extravío y nuestra perdición y cómo no podíamos esperar nada fuera de él que nos aportara la salvación. Nos llamó cuando nosotros no existíamos aún y quiso que pasáramos de la nada al ser.

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Al decir: Alégrate, la estéril, se refería a nosotros, pues estéril era nuestra Iglesia antes de que le fueran dados sus hijos. Al decir: Rompe a cantar, la que no tenías dolores, se significan las plegarias que debemos elevar a Dios, sin desfallecer, como desfallecen las que están de parto. Lo que finalmente se añade: Porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, se dijo para significar que nuestro pueblo parecía al principio estar abandonado del Señor, pero ahora, por nuestra fe, somos más numerosos que aquel pueblo que se creía posesor de Dios.

Otro pasaje de la Escritura dice también: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esto quiere decir que hay que salvar a los que se pierden. Porque lo grande y admirable no es el afianzar los edificios sólidos, sino los que amenazan ruina. De este modo, Cristo quiso ayudar a los que perecían y fue la salvación de muchos, pues vino a llamarnos cuando nosotros estábamos ya a punto de perecer.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 2, 26-47

Visión de la estatua y de la piedra.
El reino eterno de Dios

En aquellos días, el rey preguntó a Daniel:

«¿De modo que eres capaz de contarme el sueño y de explicarme su sentido?»

Daniel repuso:

«El secreto de que habla su majestad no lo pueden explicar ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos, pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos. Este es el sueño que viste estando acostado:

Te pusiste a pensar en lo que iba a suceder, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, no es que yo tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes; si me han revelado el secreto es para que le explique el sentido al rey, y así puedas entender lo que pensabas.

Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.

Este era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.

Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro.

Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro.

Este es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta».

Entonces Nabucodonosor se postró rostro en tierra rindiendo homenaje a Daniel y mandó que le ofrecieran sacrificios y oblaciones. El rey dijo a Daniel:

«Sin duda que tu Dios es Dios de dioses y Señor de reyes; él revela los secretos, puesto que tú fuiste capaz de explicar este secreto».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 3-4, 5; 7, 1-6: Funk 1, 149-152)

Confesemos a Dios con nuestras obras

Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar, no ha permitido quequienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre. Esta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo Señor, pues esto solo no nos salvará. Está escrito, en efecto: No todo el que me dice: «Señor, Señor» se salvará, sino el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mí, malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados; y si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que si uno lucha en los combates corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es expulsado fuera del estadio.

¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 3, 8-12.19-23.91-97

La estatua de oro del rey.
Los jóvenes librados del horno

En aquellos días, unos caldeos fueron al rey a denunciar a los judíos:

«¡Viva el rey eternamente! Su majestad ha decretado que, cuando escuchen tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, se postren adorando la estatua de oro, y el que no se postre en adoración será arrojado a un horno encendido. Pues bien, hay unos judíos, Sidrac, Misac y Abdénago, a quienes has encomendado el gobierno de la provincia de Babilonia, que no obedecen la orden real, ni respetan a tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has erigido».

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Así, vestidos con sus pantalones, camisas, gorros y demás ropa, los ataron y los echaron en el horno encendido.

La orden del rey era severa, y el horno estaba ardiendo; sucedió que las llamas abrasaron a los que conducían a Sidrac, Misac y Abdénago; mientras los tres, Sidrac, Misac y Abdénago, caían atados en el horno encendido.

El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros:

«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?»

Le respondieron:

«Así es, majestad».

Preguntó:

«¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino».

Y, acercándose a la puerta del horno encendido, dijo: «Sidrac, Misac y Abdénago, siervos del Dios Altísimo, salid y venid».

Sidrac, Misac y Abdénago salieron del horno. Los sátrapas, ministros, prefectos y consejeros se apretaron para ver a aquellos hombres a prueba de fuego: no se les había quemado el pelo, los pantalones estaban intactos, ni siquiera olían a chamuscados. Nabucodonosor entonces dijo:

«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo. Por eso, decreto que quien blasfeme contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, de cualquier pueblo, nación o lengua que sea, sea hecho pedazos y su casa sea derribada. Porque no existe otro Dios capaz de librar como éste».

El rey dio cargos a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.


SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 8, 1-9,11: Funk 1, 152-156)

El arrepentimiento de un corazón sincero

Hagamos penitencia mientras vivimos en este mundo. Somos, en efecto, como el barro en manos del artífice. De la misma manera que el alfarero puede componer de nuevo la vasija que está modelando, si le queda deforme o se le rompe, cuando todavía está en sus manos, pero, en cambio, le resulta imposible modificar su forma cuando la ha puesto ya en el horno, así también nosotros, mientras estamos en este mundo, tenemos tiempo de hacer penitencia y debemos arrepentirnos con todo nuestro corazón de los pecados que hemos cometido mientras vivimos en nuestra carne mortal, a fin de ser salvados por el Señor. Una vez que hayamos salido de este mundo, en la eternidad, ya no podremos confesar nuestras faltas ni hacer penitencia.

Por ello, hermanos, cumplamos la voluntad del Padre, guardemos casto nuestro cuerpo, observemos los mandamientos de Dios, y así alcanzaremos la vida eterna. Dice, en efecto, el Señor en el Evangelio: Si no fuisteis de fiar en lo menudo, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Porque os aseguro que el que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar. Esto es lo mismo que decir: «Guardad puro vuestro cuerpo e incontaminado el sello de vuestro bautismo, para que seáis dignos de la vida eterna».

Que ninguno de vosotros diga que nuestra carne no será juzgada ni resucitará; reconoced, por el contrario, que ha sido por medio de esta carne en la que vivís por la que habéis sido salvados y habéis recibido la visión. Por ello, debemos mirar nuestro cuerpo como si se tratara de un templo de Dios. Pues, de la misma manera que habéis sido llamados en esta carne, también en esta carne saldréis al encuentro del que os llamó. Si Cristo, el Señor, el que nos ha salvado, siendo como era espíritu, quiso hacerse carne para podernos llamar, también nosotros, por medio de nuestra carne, recibiremos la recompensa.

Amémonos, pues, mutuamente, a fin de que podamos llegar todos al reino de Dios. Mientras tenemos tiempo de recobrar la salud, pongámonos en manos de Dios, para que él, como nuestro médico, nos sane; y demos los honorarios debidos a este nuestro médico. ¿Qué honorarios? El arrepentimiento de un corazón sincero. Porque él conoce de antemano todas las cosas y penetra en el secreto de nuestro corazón. Tributémosle, pues, nuestras alabanzas no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón, a fin de que nos acoja como hijos. Pues el Señor dijo: Mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre.

 


DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 7, 1-17.23-27

La visión del Hijo del hombre que recibe el reino

El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño, visiones de su fantasía, estando en la cama. Al punto escribió lo que había soñado.

Tuve una visión nocturna: los curo vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas.

La primera era como un león con alas de águila; la estaba mirando, cuando le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron una mente humana.

La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: «¡Arriba! Come carne en abundancia».

Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.

Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos, y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias.

Durante la visión miré y vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó:

Su vestido era blanco como nieve
su cabellera como lana limpísima;
su trono, llamas de fuego;
sus ruedas, llamaradas.
Un río impetuoso de fuego
brotaba delante de él.
Miles y miles le servían,
millones estaban a sus órdenes.

Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada.

Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello. El me contestó explicándome el sentido de la visión:

--Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo.

Después me dijo:

--La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y la triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo, e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Lo dejarán los santos en su poder, durante un año, y otro año, y otro año y medio. Pero cuando se siente el tribunal a juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 283-286)

Cristo se rebajó, para que siendo el primero en regresar
al reino, fuera para nosotros el principio y el camino
hacia la gloria real

Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. ¿Ves cómo en estas palabras no pide el comienzo de la glorificación, sino la renovación de la que ya poseía antes, y que esto lo pide hablando como hombre? Además, que al Hijo se le ha dado todo en atención a la encarnación, cualquier estudioso podrá comprenderlo y deducirlo de numerosos textos de la Escritura, pero particularmente de aquella horrible visión de Daniel, en la cual dice haber visto a un anciano, sentado en el trono, y que miles y miles le servían y millones estaban a sus órdenes. Y añade: Y vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él le fue dado poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.

¿No ves cómo aquí se nos describe detalladamente todo el misterio de la encarnación? ¿Ves en qué sentido se dice que el Hijo recibió el reino de manos del Padre? No se trata de la simple descripción del profeta, sino que nos asegura que apareció una especie de hombre. Como está escrito: Se despojó de su rango, pasando por uno de tantos, para que siendo el primero en regresar al reino, fuera para nosotros el principio y el camino hacia la gloria real. Y habiendo asumido una vida según la naturaleza humana, por nosotros se rebajó hasta la muerte de sucuerpo en beneficio de todos, para liberarnos de la muerte y de la corrupción, dada la semejanza .que con nosotros tiene al haberse, en cierto modo, confundido con nosotros y haciéndonos partícipes de la vida eterna: así, aunque como Dios sea el Señor de la gloria, sin embargo ha cargado sobre sí con nuestra vergüenza, para reconducir la naturaleza humana al honor regio.

De hecho, como dice Pablo, es el primero en todo: es el camino, la puerta, la primicia de todos nuestros bienes; el paso de la muerte a la vida, de la corrupción a la incorrupción, de la debilidad a la fortaleza, de la esclavitud a la adopción de los hijos de Dios, de la vergüenza y la ignominia al honor y la gloria regios.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 5,1-2.5-9.13-17.25-30 6, 1

Juicio de Dios en el banquete de Baltasar

En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas.

De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban.

A gritos, mandó que vinieran los astrólogos, magos y adivinos, y dijo a los sabios de Babilonia:

«El que lea y me interprete ese escrito se vestirá de púrpura, llevará un collar de oro y ocupará el tercer puesto en mi reino».

Acudieron todos los sabios del reino, pero no pudieron leer lo escrito ni explicar al rey su sentido. Entonces el rey Baltasar quedó consternado y palideció, y sus nobles estaban perplejos.

Cuando trajeron a Daniel ante el rey, éste le preguntó:

«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Aquí me han traído los sabios y los astrólogos para que leyeran el escrito y me explicaran su sentido, pero han sido incapaces de hacerlo. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino».

Entonces Daniel habló así al rey:

«Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido.

Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido". La interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido": tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas».

Baltasar mandó vestir a Daniel de púrpura, ponerle un collar de oro y pregonar que tenía el tercer puesto en el reino.

Baltasar, rey de los caldeos, fue asesinado aquella misma noche, y Darío, el medo, le sucedió en el trono a la edad de sesenta y dos años.


SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (10, 1-12,1; 13, 1: Funk 1, 157-159)

Perseveremos en la esperanza

Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado y esforcémonos por vivir ejercitando la virtud con el mayor celo; huyamos del vicio, como del primero de nuestros males, y rechacemos la impiedad, a fin de que el mal no nos alcance. Porque, si nos esforzamos en obrar el bien, lograremos la paz. La razón por la que algunos hombres no alcanzan la paz es porque se dejan llevar por temores humanos y posponen las promesas futuras a los gozos presentes. Obran así porque ignoran cuán grandes tormentos están reservados a quienes se entregan a los placeres de este mundo y cuán grande es la felicidad que nos está preparada en la vida eterna. Y si ellos fueran los únicos que hicieran esto, sería aún tolerable; pero el caso es que no cesan de pervertir a las almas inocentes con sus doctrinas depravadas, sin darse cuenta que de esta forma incurren en una doble condenación: la suya propia y la de quienes los escuchan.

Nosotros, por tanto, sirvamos a Dios con un corazón puro, y así seremos justos; porque si no servimos a Dios y desconfiamos de sus promesas, entonces seremos desgraciados. Se dice, en efecto, en los profetas: Desdichados los de ánimo doble, los que dudan en su corazón, los que dicen: «Todo esto hace tiempo que lo hemos oído, ya fue dicho en tiempo de nuestros padres; hemos esperado, día tras día, y nada de ello se ha realizado». ¡Oh insensatos! Comparaos con un árbol; tomad, por ejemplo, una vid: primero se le cae la hoja, luego salen los brotes, después puede contemplarse la uva verde, finalmente aparece la uva ya madura. Así también mi pueblo: primero sufre inquietudes y tribulaciones, pero luego alcanzará la felicidad.

Por tanto, hermanos míos, no seamos de ánimo doble, antes bien perseveremos en la esperanza, a fin de recibir nuestro galardón, porque es fiel aquel que ha prometido dar a cada uno según sus obras. Si practicamos, pues, la justicia ante Dios, entraremos en el reino de los cielos y recibiremos aquellas promesas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.

Estemos, pues, en todo momento en expectación del reino de Dios, viviendo en la caridad y en la justicia, pues desconocemos el día de la venida del Señor. Por tanto, hermanos, hagamos penitencia y obremos el bien, pues vivimos rodeados de insensatez y de maldad. Purifiquémonos de nuestros antiguos pecados y busquemos nuestra salvación arrepintiéndonos de nuestras faltas en lo más profundo de nuestro ser. No adulemos a los hombres ni busquemos agradar solamente a los nuestros; procuremos, por el contrario, edificar con nuestra vida a los que no son cristianos, evitando así que el nombre de Dios sea blasfemado por nuestra causa.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 6, 4-27

Daniel en el foso de los leones

Daniel sobresalía entre los ministros y los sátrapas por su talento extraordinario, de modo que el rey decidió ponerlo al frente de todo el reino. Entonces los ministros y los sátrapas buscaron algo de qué acusarle en su administración del reino; pero no le encontraron ninguna culpa ni descuido, porque era hombre de fiar, que no cometía errores ni era negligente.

Aquellos hombres se dijeron:

—No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un delito de carácter religioso.

Entonces los ministros y sátrapas fueron a decirle al rey:

—¡Viva siempre el rey Darío! Los ministros del reino, los prefectos, los sátrapas, consejeros y gobernadores están de acuerdo en que el rey debe promulgar un edicto sancionando que en los próximos treinta días nadie haga oración a otro dios que no seas tú, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones. Por tanto, majestad, promulga esa prohibición y sella el documento, para que sea irrevocable, como ley perpetua de medos y persas.

Así, el rey Darío promulgó y firmó el decreto.

Cuando Daniel se enteró de la promulgación del decreto subió al piso superior de su casa, que tenía ventanas orientadas hacia Jerusalén. Y, arrodillado, oraba dando gracias a Dios tres veces al día, como solía hacerlo.

Aquellos hombres lo espiaron y lo sorprendieron orando y suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey:

—Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración a cualquier dios fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?

El rey contestó:

—El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.

Ellos le replicaron:

—Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios.

Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres le urgían diciéndole:

—Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas un decreto o edicto real es válido e irrevocable.

Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones. El rey dijo a Daniel:

—¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras fielmente!

Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a su palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir.

Madrugó y fue corriendo al foso de los leones. Se acercó al foso y gritó:

—¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras fielmente?

Daniel le contestó:

—¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió a su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.

El rey se alegró mucho; mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que habían calumniado a Daniel, y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No habían llegado al suelo y ya los leones los habían atrapado y despedazado.

Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra:

«¡Paz y bienestar! Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. El es el Dios vivo, que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin».


SEGUNDA LECTURA

De una homilía de un autor del siglo II (Caps 13, 2-14, 5: Funk 1, 159-161)

La Iglesia viva es el cuerpo de Cristo

Dice el Señor: Todo el día, sin cesar, ultrajan mi nombre entre las naciones; y también en otro lugar: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira.

Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis sólo a los que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo ni amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros, y con ello el nombre de Dios es blasfemado.

Así, pues, hermanos, si cumplimos la voluntad de Dios perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, que fue creada antes que el sol y la luna, pero si no cumplimos la voluntad del Señor, seremos de aquellos de quienes afirma la Escritura: Vosotros convertís mi casaen una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos pertenecer a la Iglesia de la vida, para alcanzar así la salvación.

Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó, el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en los últimos tiempos para llevarnos a la salvación.

Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en 'el Espíritu Santo, pues nuestra carne es como la imagen del Espíritu, y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto quiere decir, hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así tengáis parte en el Espíritu. Y si afirmamos que la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la carne deshonra la Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo. Con la ayuda del Espíritu Santo, esta carne puede, por tanto, llegar a gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para sus elegidos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Daniel 8, 1-26

Visión del carnero y el macho cabrío.
Victorias y derrotas de los reyes griegos

El año tercero del rey Baltasar, yo, Daniel, tuve otra visión (después de la que ya había tenido). Me vino la visión estando yo en Susa, capital de la provincia de Elam, mientras me encontraba junto al río Ulay.

Alcé la vista y vi junto al río, en pie, un camero de altos cuernos, uno más alto y detrás del otro. Vi que el carnero embestía a poniente, a norte y a sur, y no había fiera que le resistiera ni quien se librase de su poder; hacía lo que quería, alardeando.

Mientras yo reflexionaba, apareció un macho cabrío que venía de poniente, atravesando toda la tierra sin tocar el suelo; tenía un cuerno entre los ojos.

Se acercó al carnero de los dos cuernos, que había visto de pie junto al río, y se lanzó contra él furiosamente. Lo vi llegar junto al carnero, revolverse contra él y herirlo; le rompió los dos cuernos, y el carnero quedó sin fuerza para resistir. Lo derribó en tierra y lo pateó, sin que nadie librase al carnero de su poder.

Entonces el macho cabrío hizo alarde de su poder. Pero al crecer su poderío, se le rompió el cuerno grande y le salieron en su lugar otros cuatro orientados hacia los cuatro puntos cardinales.

De uno de ellos salió otro cuerno pequeño que creció mucho, apuntando hacia el sur, hacia el este, hacia La Perla.

Creció hasta alcanzar el ejército del cielo, derribó al suelo algunas estrellas de ese ejército y las pisoteó. Creció hasta alcanzar al general del ejército, le arrebató el sacrificio cotidiano y socavó los cimientos del templo. Le entregaron el ejército y el sacrificio expiatorio; la lealtad cayó por los suelos, mientras él actuaba con gran éxito.

Entonces oí a dos santos que hablaban entre sí. Uno preguntaba:

«¿Cuánto tiempo abarca la visión de los sacrificios cotidiano y expiatorio, de la desolación del santuario y del ejército pisoteado?» El otro contestaba: «Dos mil trescientas tardes y mañanas; después el santuario será reivindicado».

Yo, Daniel, seguía mirando y procurando entender la visión cuando apareció frente a mí, en pie, una figura humana. Oí una voz humana junto al río Ulay que gritaba: «Gabriel, explícale a éste la visión».

Se acercó adonde yo estaba, al acercarse caí espantado de bruces; pero él me dijo: «Hombre, has de comprender que la visión se refiere al final».

Mientras él hablaba, seguí de bruces, aletargado; él me tocó y me puso en pie. Después me dijo: «Yo te explicaré lo que sucederá en el tiempo final de la cólera; porque se trata del plazo final».

El carnero de dos cuernos que viste representa los reyes de Media y Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia; el cuerno grande entre sus ojos es el jefe de la dinastía. Los cuatro cuernos que salieron al quebrarse el primero son cuatro reyes de su estirpe, pero no de su fuerza.

Al final de sus reinados, en el colmo de sus crímenes, se alzará un rey osado, experto en enigmas, de fuerza indomable, prodigiosamente destructivo, que actuará con gran éxito. Destruirá a poderosos, a un pueblo de santos. Con su astucia hará triunfar el fraude en sus acciones. Se creerá grande y destruirá con toda calma a muchos. Se atreverá con el Príncipe de los príncipes, pero su intervención humana fracasará.

La visión en que hablaban de tardes y mañanas es auténtica. Pero tú sella la visión, porque se refiere a un futuro remoto».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 15, 1-17, 2: Funk 1, 161-167)

Convirtámonos a Dios, que nos llama

Creo que vale la pena tener en cuenta el consejo que os he dado acerca de la continencia; el que lo siga no se arrepentirá, sino que se salvará a sí mismo por haberlo seguido y me salvará a mí por habérselo dado. No es pequeño el premio reservado al que hace volver al buen camino a un alma descarriada y perdida. La mejor muestra de agradecimiento que podemos tributar a Dios, que nos ha creado, consiste en que tanto el que habla como el que escucha lo hagan con fe y con caridad.

Mantengámonos firmes en nuestra fe, justos y santos, para que así podamos confiadamente rogar a Dios, pues él nos asegura: Clamarás al Señor, y te responderá: «Aquí estoy». Estas palabras incluyen una gran promesa, pues nos demuestran que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Ya que nos beneficiamos todos de una benignidad tan grande, no nos envidiemos unos a otros por los bienes recibidos. Estas palabras son motivo de alegría para los que las cumplen, de condenación para los que las rechazan.

Así, pues, hermanos, ya que se nos ofrece esta magnífica ocasión de arrepentirnos, mientras aún es tiempo convirtámonos a Dios, que nos llama y se muestra dispuesto a acogernos. Si renunciamos a los placeres terrenales y dominamos nuestras tendencias pecaminosas, nos beneficiaremos de la misericordia de Jesús. Daos cuenta que llega el día del juicio, ardiente como un horno, cuando el cielo se derretirá y toda la tierra se licuará como el plomo en el fuego, y entonces se pondrán al descubierto nuestras obras, aun las más ocultas. Buena cosa es la limosna como penitencia del pecado; mejor el ayuno que la oración, pero mejor que ambos la limosna; el amor cubre la multitud de los pecados, pero la oración que sale de un corazón recto libra de la muerte. Dichoso el que sea hallado perfecto en estas cosas, porque la limosna atenúa los efectos del pecado.

Arrepintámonos de todo corazón, para que no se pierda ninguno de nosotros. Si hemos recibido el encargo de apartar a los idólatras de sus errores, ¡cuánto más debemos procurar no perdernos nosotros que ya conocemos a Dios! Ayudémonos, pues, unos a otros en el camino del bien, sin olvidar a los más débiles, y exhortémonos mutuamente a la conversión.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 9, 1-4.18-27

Plegaria y visión de Daniel

El año primero de Darío, hijo de Asuero, medo de linaje y rey de los caldeos, el año primero de su reinado, yo, Daniel, leía atentamente en el libro de las profecías de Jeremías el número de años que Jerusalén había de quedar en ruinas: eran setenta años. Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, sayal y ceniza. Oré y me confesé al Señor, mi Dios:

«Dios mío, inclina tu oído y escúchame; abre los ojos y mira nuestra desolación y la ciudad que lleva tu nombre; pues, al presentar ante ti nuestra súplica, no confiamos en nuestra justicia, sino en tu gran compasión. Escucha, Señor; perdona, Señor; atiende, Señor; actúa sin tardanza, Dios mío, por tu honor. Por tu ciudad y tu pueblo, que llevan tu nombre».

Aún estaba hablando y suplicando y confesando mi pecado y el de mi pueblo, Israel, y presentando mis súplicas al Señor, mi Dios, en favor de su monte santo; aún estaba pronunciando mi súplica, cuando aquel Gabriel que había visto en la visión llegó volando hasta mí, a la hora de la ofrenda vespertina. Al llegar, me habló así:

«Daniel, acabo de salir para explicarte el sentido. Al principio de tus súplicas, se pronunció una sentencia, y yo he venido para comunicártela, porque eres un predilecto. ¡Entiende la palabra, comprende la visión!:

Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y tu ciudad santa; para encerrar el delito, sellar el pecado, expiar el crimen, para traer una justicia perenne, para sellar la visión y al profeta y ungir el lugar santísimo.

Has de saberlo y comprenderlo: desde que se decretó la vuelta y la reconstrucción de Jerusalén hasta el Príncipe ungido pasarán siete semanas; durante sesenta y dos semanas estará reconstruida con calles y fosos, en tiempos difíciles.

Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán al Ungido inocente; vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo. El final será un cataclismo, y hasta el fin están decretadas guerra y destrucción. Hará una alianza firme con muchos durante una semana, durante media semana hará cesar ofrendas y sacrificios y pondrá sobre el altar el ídolo abominable, hasta que el fin decretado le llegue al destructor».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 18,1—20,5 Funk 1, 167-171)

Practiquemos el bien, para que al fin nos salvemos

Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los impíos, que serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un gran pecador y de que no he logrado todavía superar la tentación ni las insidias del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por temor al juicio futuro, trato al menos de irme acercando a la perfección.

Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del Dios de verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está escrito, nos salvemos todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os pido por favor que os arrepintáis de todo corazón, con lo que obtendréis la salvación y la vida. Obrando así, serviremos de modelo a todos aquellos jóvenes que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios. No tomemos a mal ni nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de retornarnos al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por nuestra doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas tendencias.

Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que obedecen estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda un tiempo feliz; volverá a la vida junto con sus antecesores y gozará de una felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.

Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.

Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y Autor de nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la verdad y la vida celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


 


VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 10,1-21

Visión de un hombre y aparición del ángel

El año tercero de Ciro, rey de Persia, Daniel, llamado Belsazar, recibió una palabra: palabra cierta, un ejército inmenso. Comprendió la palabra, entendió la visión:

Por entonces yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía manjares exquisitos, no probaba vino ni carne, ni me ungía durante las tres semanas. El día veinticuatro del mes primero, estaba yo junto al Río Grande, el Tigris. Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro; su cuerpo era como crisólito, su rostro como un relámpago, sus ojos como antorchas, sus brazos y piernas como destellos de bronce bruñido, sus palabras resonaban como una multitud.

Yo sólo veía la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no veía la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo; al ver aquella magnífica visión, me sentí desfallecer, mi semblante quedó desfigurado, y no lograba dominarme.

Entonces oí ruido de palabras y, al oírlas, caí en un letargo con el rostro en tierra. Una mano me tocó, me sacudió poniéndome a cuatro pies. Luego me habló:

«Daniel, predilecto: fijate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque me han enviado a ti».

Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando. Me dijo:

«No temas, Daniel. Desde el día aquel en que te dedicaste a estudiar y a humillarte ante Dios, tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas. El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días; Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia. Pero ahora he venido a explicarte lo que ha de suceder a tu pueblo en los últimos días. Porque la visión va para largo».

Mientras me hablaba así, caí de bruces y enmudecí. Una figura humana me tocó los labios; abrí la boca y hablé al que estaba frente a mí:

«La visión me ha hecho retorcerme de dolor y no puedo dominarme. ¿Cómo hablará este esclavo a tal Señor? ¡Si ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento!»

De nuevo, una figura humana me tocó y me sujetó. Después me dijo:

«No temas, predilecto; ten calma, sé fuerte».

Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije: «Me has dado fuerzas, Señor, puedes hablar»

Me dijo: «¿Sabes para qué he venido? Tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando termine, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda en mis luchas si no es vuestro príncipe, Miguel».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t. 1: PG 70, 1151-1155)

Ha aparecido Cristo, nuestra paz

Nosotros, que hemos sido llamados por él, hemos conocido su gloria; y no nos acercamos a Cristo, Salvador y juez universal, como a un hombre, pues, aunque la Palabra se hizo carne, creemos no obstante que es Dios por naturaleza y que, nacido de Dios Padre por modo misterioso, está sobre toda criatura, resplandece rutilante sobre el supremo solio, domina sobre todos y tiene una mano derecha fortísima, capaz de conservar fácilmente bajo su dominio a quienes quisiere, y nada absolutamente puede superar o elevarse, por así decirlo, sobre su poder.

Pero Israel no lo comprendió así. Convivieron con él como con cualquiera semejante a nosotros y no como con Dios hecho hombre. Por eso le dijeron en cierta ocasión: ¿Quién eres tú? y ¿por quién te tienes? Y también: No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios. En cambio —dice él— los que fueren llamados al conocimiento de la verdad contemplarán mi gloria, pues yo, el que hablaba por los profetas, aquí estoy.

En efecto, el Señor Dios se nos ha aparecido, como está escrito: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. En este texto hay que subrayar lo siguiente: que Dios Padre esencialmente ha creado todas las cosas por medio del Hijo y por su medio nos ha hablado a nosotros en estos últimos tiempos: pero no como si él fuese otro hijo según la carne, nacido de una mujer, sino que el Verbo es el único Hijo encarnado en razón de la humanidad asumida, que es además el creador de las edades del mundo.

Pero ha aparecido Cristo, nuestra paz, que ha removido el obstáculo del pecado y nos ha reconciliado con el Padre, uniéndonos a él: y por él efectivamente tenemos acceso al Padre. Que es como si dijera: lo mismo que si viniera alguien veloz y rápido con la noticia de que los enemigos han sido cogidos prisioneros, anunciase la paz y proclamase la buena noticia, así se presentó en el mundo encarnado el Salvador de todos, y fue constituido mediador de paz ante Dios Padre, después de haber eliminado a Satanás y haber quitado de en medio a todos sus satélites; y como quiera que urge el tiempo en que todos cuantos lo desean pueden participar de todos los bienes, él está siempre cerca de los que creyeron en él y que gustan y secundan las cosas de Cristo, a fin de poder llegar a participar plenamente de las gracias celestiales y ser colmados de toda buena esperanza: de hecho, el Salvador es rico en toda clase de bienes.


 


SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 12, 1-13

Profecía sobre el último día y la resurrección

El ángel me dijo:

«Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Tú, Daniel, guarda estas palabras y sella el libro hasta el momento final. Muchos lo repasarán y aumentarán su saber».

Yo, Daniel, vi a otros dos hombres de pie a ambos lados del río. Y pregunté al hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río:

«¿Cuándo acabarán estos prodigios?»

El hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río, alzó ambas manos al cielo, y le oí jurar por el que vive eternamente:

«Un año y dos años y medio. Cuando acabe la opresión del pueblo santo, se cumplirá todo esto».

Yo oí sin entender y pregunté:

«Señor, ¿cuál será el desenlace?»

Me respondió:

«Ve, Daniel. Las palabras están guardadas y selladas hasta el momento final. Muchos se purificarán y acendrarán y blanquearán; los malvados seguirán en su maldad, sin entender; los maestros comprenderán. Desde que supriman el sacrificio cotidiano y coloquen el ídolo abominable pasarán mil doscientos noventa días. Dichoso el que aguarde hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días. Tú, vete y descansa. Te alzarás a recibir tu destino al final de los días».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Tomo 10, 20: PG, 14, 370-371)

Cristo hablaba del templo de su cuerpo

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los amadores de su propio cuerpo y de los bienes materiales —se deja entender que hablamos aquí de los judíos—, los que no aguantaban que Cristo hubiera expulsado a los que convertían en mercado la casa de su Padre, exigen que les muestre un signo para obrar como obra. Así podrán juzgar si obra bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a recibir. El Salvador, como si hablara en realidad del templo, pero hablando de su propio cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? responde: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según una interpretación unitaria, pueden considerarse figuras de la Iglesia, ya que ésta se halla construida de piedras vivas, hecha templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, que, a su vez, también es templo. En cambio, si tenemos en cuenta aquel otro pasaje: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión y conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y descoyunta, como sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de Cristo: Tengo los huesos descoyuntados. Descoyuntados por los continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el templo será restaurado, y el cuerpo resucitará el día tercero; tercero, porque viene después del amenazante día de la maldad, y del día de la consumación que lo seguirá.

Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues de la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues, como Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fiesta


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 3, 13-17

HOMILÍA

San Gregorio de Neocesarea, Homilía 4 [atribuida], en la santa Teofanía (PG 10, 1182-1183)

Vino a nosotros el que es el esplendor
de la gloria del Padre

Estando tú presente, me es imposible callar, pues yo soy la voz, y precisamente la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Al nacer, yo hice fecunda la esterilidad de la madre que me engendró, y, cuando todavía era un niño, procuré medicina a la mudez de mi padre, recibiendo de ti, niño, la gracia de hacer milagros.

Por tu parte, nacido de María la Virgen según quisiste y de la manera que tú solo conociste, no menoscabaste su virginidad, sino que la preservaste y se la regalaste junto con el apelativo de Madre. Ni la virginidad obstaculizó tu nacimiento ni el nacimiento lesionó la virginidad, sino que ambas realidades: nacimiento y virginidad —realidades contradictorias si las hay—, firmaron un pacto, porque para ti, Creador de la naturaleza, esto es fácil y hacedero.

Yo soy solamente hombre, partícipe de la gracia divina; tú, en cambio, eres a la vez Dios y hombre, pues eres benigno y amas con locura el género humano. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Tú que eras al principio, y estabas junto a Dios y eras Dios mismo; tú que eres el esplendor de la gloria del Padre; tú que eres la imagen perfecta del padre perfecto; tú que eres la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; tú que para estar en el mundo viniste donde ya estabas; tú que te hiciste carne sin convertirte en carne; tú que acampaste entre nosotros y te hiciste visible a tus siervos en la condición de esclavo; tú que, con tu santo nombre como con un puente, uniste el cielo y la tierra: ¿tú acudes a mí? ¿Tú, tan grande, a un hombre como yo?, ¿el Rey al precursor?, ¿el Señor al siervo? Pues aunque tú no te hayas avergonzado de nacer en las humildes condiciones de la humanidad, yo no puedo traspasar los límites de la naturaleza. Tengo conciencia del abismo que separa la tierra del Creador. Conozco la diferencia existente entre el polvo de la tierra y el Hacedor. Soy consciente de que la claridad de tu sol de justicia me supera con mucho a mí, que soy la lámpara de tu gracia. Y aun cuando estés revestido de la blanca nube del cuerpo, reconozco no obstante tu dominación. Confieso mi condición servil y proclamo tu magnificencia. Reconozco la perfección de tu dominio, y conozco mi propia abyección y vileza. No soy digno de desatar la correa de tu sandalia; ¿cómo, pues, voy a atreverme a tocar la inmaculada coronilla de tu cabeza? ¿Cómo voy a extender sobre ti mi mano derecha, sobre ti que extendiste los cielos como una tienda y cimentaste sobre las aguas la tierra? ¿Cómo abriré mi mano de siervo sobre tu divina cabeza? ¿Cómo lavar al inmaculado y exento de todo pecado? ¿Cómo iluminar a la misma luz? ¿Qué oración pronunciaré sobre ti, sobre ti que acoges incluso las plegarias de los que no te conocen?

 

RESPONSORIO                     Mt 3, 16-17; Lc 3, 22
 
R./ Hoy, en el Jordán, apenas bautizado el Señor, se abrieron los cielos y él vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Y la voz del Padre dijo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como de paloma; y vino sobre él una voz del cielo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
 


Ciclo B: Mc
1, 6b-11

HOMILIA

San Gregorio de Antioquía, Homilía 2 en el Bautismo de Cristo (5.6.9.10: PG 88, 1875-1879.1882-1883)

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto

Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Éste es el que sin abandonar mi seno, entró en el seno de María; el que inseparablemente permaneció en mí y en ella habitó no circunscrito; el que indivisiblemente está en los cielos, y moró en el seno de la Virgen inmaculada.

No es uno mi Hijo y otro el hijo de María; no es uno el que yació en la gruta y otro el que fue adorado por los Magos; no es uno el que fue bautizado y otro distinto el exento de bautismo. Sino: éste es mi Hijo; el mismo en quien la mente piensa y contemplan los ojos; el mismo invisible en sí y visto por vosotros; sempiterno y temporal; el mismo que, siéndome consustancial por su divinidad, es consustancial a vosotros por su humanidad en todo, menos en el pecado.

Este es mi Mediador y el de sus hermanos, ya que por sí mismo reconcilia conmigo a los que habían pecado. Este es mi Hijo y cordero, sacerdote y víctima: es al mismo tiempo oferente y oblación, el que se convierte en sacrificio y el que lo recibe.

Este es el testimonio que dio el Padre de su Unigénito al bautizarse en el Jordán. Y cuando Cristo se transfiguró en el monte delante de sus discípulos y su rostro desprendía una luminosidad tal que eclipsaba los rayos del sol, también entonces se volvió a oír aquella voz: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

Si dijera: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, escuchadlo. Si dijera: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, escuchadlo porque dice la verdad. Si dijera: El Padre que me ha enviado es más que yo, inscribid esta manera de hablar en la economía de su condescendencia. Si dijera: Esto es mi cuerpo que se reparte entre vosotros para el perdón de los pecados, contemplad el cuerpo que él os muestra, contemplad el cuerpo que, tomado de vosotros, se ha convertido en su propio cuerpo, cuerpo destrozado por vosotros. Si dijera: Esta es mi sangre, pensad en la sangre del que habla con vosotros, no en la sangre de otro cualquiera.

Dios nos ha llamado a la paz y no a la discordia. Permanezcamos en nuestra vocación. Estemos con reverente temor en torno a la mística mesa, en la cual participamos de los misterios celestes. Guardémonos de ser al mismo tiempo comensales y mutuamente intrigantes; unidos en el altar por la comunión y sorprendidos fuera en flagrante delito de discordia. No sea que el Señor tenga que decir también de nosotros: «Hijos engendré y elevé y con mi carne los alimenté, pero ellos renegaron de mí».

Quiera el Salvador del mundo y Autor de la paz reunir en la tranquilidad a sus iglesias; conservar a este su santo rebaño. Que él proteja al pastor de la grey; que reúna en su aprisco a las ovejas descarriadas, de modo que no haya más que una grey y un solo redil. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                     Jn 1, 32. 34. 33
 
R./ He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. * Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
V./ El que me envió a bautizar con agua, me dijo: El hombre sobre quien veas bajar y quedarse el Espíritu es el que bautiza con Espíritu Santo.
R./ Yo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios.
 


Ciclo C: Lc 3, 15-16.21-22

HOMILÍA

San Hipólito de Roma, Sermón [atribuido] en la santa Teofanía (PG 10, 858-859)

¡Venid al bautismo de la inmortalidad!

Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. ¿No ves cuántos y cuán grandes bienes hubiéramos perdido si el Señor hubiese cedido a la disuasión de Juan y no hubiera recibido el bautismo? Hasta el momento los cielos estaban cerrados e inaccesibles las empíreas regiones. Habíamos descendido a las regiones inferiores y éramos incapaces de remontarnos nuevamente a las regiones superiores. ¿Pero es que sólo se bautizó el Señor? Renovó también el hombre viejo y volvió a hacerle entrega del cetro de la adopción. Pues al punto se le abrió el cielo. Se ha efectuado la reconciliación de lo visible con lo invisible; las jerarquías celestes se llenaron de alegría; sanaron en la tierra las enfermedades; lo que estaba escondido se hizo patente; los que militaban en las filas de los enemigos, se hicieron amigos.

Has oído decir al evangelista: Se le abrió el cielo. A causa de estas tres maravillas: porque habiendo sido bautizado Cristo, el Esposo, era indispensable que se le abrieran las espléndidas puertas del tálamo celeste; asimismo era necesario que se alzaran los celestes dinteles al descender el Espíritu Santo en forma de paloma y dejarse oír por doquier la voz del Padre. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible. Éste es mi Hijo amado que apareció aquí abajo, pero sin separarse del seno del Padre: apareció y no apareció. Una cosa es lo que apareció, porque –según las apariencias– el que bautiza es superior al bautizado. Por eso el padre hizo descender sobre el bautizado el Espíritu Santo. Y así como en el arca de Noé el amor de Dios al hombre estuvo simbolizado por la paloma, así también ahora el Espíritu, bajando en forma de paloma cual portadora del fruto del olivo, se posó sobre aquel que así era testimoniado. ¿Por qué? Para dejar también constancia de la certeza y solidez de la voz del Padre y robustecer la fe en las predicciones proféticas hechas con mucha anterioridad. ¿Cuáles? La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Este es el que se llamó hijo de José y es mi Unigénito según la esencia divina.

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la generación del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. A vosotros que todavía vivís en las tinieblas de la ignorancia, os traigo el fausto anuncio de la vida. Venid de la servidumbre a la libertad, de la tiranía al reino, de la corrupción a la incorrupción. Pero me preguntaréis: ¿Cómo hemos de ir? ¿Cómo? Por el agua y el Espíritu Santo. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el Paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

 

RESPONSORIO                     Cf. Mt 3, 16-17
 
R./ El Espíritu de Dios apareció en forma de paloma, y he aquí una voz del cielo: * Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.
V./ Se abrieron los cielos sobre él y la voz del Padre dijo:
R./ Éste es mi Hijo, el predilecto, en quien me he complacido.


 

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA
 
De la carta a los Romanos 4, 1-25
 
Abrahán, justificado por la fe
 
Veamos el caso de Abrahán, antepasado de nuestra raza. ¿Aceptó Dios a Abrahán por sus obras? Si es así, tiene de qué estar orgulloso; pero de hecho, delante de Dios no tiene de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber».
 
Pues bien, a uno que hace un trabajo, el jornal no se le cuenta como un favor, sino como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios absuelve al culpable, esa fe se le cuenta en su haber.
 
También David llama dichoso al que Dios cuenta como inocente, prescindiendo de sus obras: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito».
 
Ahora bien: esta bienaventuranza ¿se refiere sólo al circunciso o también al no circunciso? Hemos quedado en que «la fe de Abrahán se le contó en su haber», pero ¿cuándo se le contó: antes o después de circuncidarse? Antes, no después, y la circuncisión se le dio como señal, como sello de la justificación obtenida por la fe antes de estar circuncidado; así es padre de todos los no circuncisos que creen, contándoseles también a ellos en su haber, y al mismo tiempo de todos los circuncisos que, además de estar circuncidados, siguen las huellas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán antes de circuncidarse.
 
No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Además, si el ser herederos dependiera de observar la ley, la fe quedaría sin contenido y la promesa anulada, porque la ley no trae más que reprobación; en cambio, donde no hay ley no hay violación posible.
 
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos».
 
Al encontrarse con Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia». No vaciló en la fe aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte por la gloria dada a Dios al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual se le contó en su haber. Y no sólo por él está escrito: «Sede contó», sino también por nosotros, a quienes se contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
 
RESPONSORIO                    Heb 11,17.19; Rom 4,17
 
R./ Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». * Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos.
V./ La promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe.
R./ Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos.
 
 
SEGUNDA LECTURA
 
Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 7: PG 14, 981-985)
 
Abrahán creyó en lo que había de venir, nosotros creemos
en lo que ya ha venido
 
Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber. No escribió esto Moisés para que lo leyera Abrahán, que hacía tiempo estaba muerto, sino para que, de su lectura, sacáramos nosotros provecho para nuestra fe, en la convicción de que si creemos en Dios como él creyó, también a nosotros se nos contará en nuestro haber, a nosotros que creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo. Veamos por qué, al confrontar nuestra fe con la de Abrahán, saca Pablo a colación el tema de la resurrección.
 
¿Es que Abrahán creyó en el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, cuando Jesús todavía no había resucitado de entre los muertos? Quisiera ahora considerar qué es lo que pensaba Pablo al prometernos que así como al creyente Abrahán la fe se le contó en su haber, así también a nosotros se nos contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús.
 
Cuando le fue ordenado sacrificar a su hijo único, Abrahán creyó que Dios era capaz de resucitarlo de entre los muertos; creyó asimismo que aquel asunto no concernía únicamente a Isaac, sino que la plena realización del misterio estaba reservada a su posteridad, es decir, a Jesús. Por eso, ofrecía gozoso a su único hijo, porque en este acto veía no la extinción de su posteridad, sino la reparación del mundo y la renovación de todo el género humano, que se llevó a cabo por la resurrección del Señor. Por eso dice de él el Señor: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.
 
Consideradas así las cosas, se ve muy oportuna la comparación entre la fe de Abrahán y la de quienes creen en aquel que resucitó al Señor Jesús; pues lo que él creyó que había de venir, eso es lo que nosotros creemos ya venido.
 
RESPONSORIO                    Rom 4,20-21.18
 
R./ Ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, * pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
V./ Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos.
R./ Pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.


 
EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 
EVANGELIO

Ciclo A: In 11 29-34.

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 191-194)

Aquel Cordero, aquella víctima inmaculada, fue llevado al
matadero por todos nosotros

Hemos de explicar quién es ése que está ya presente, y cuáles fueron las motivaciones que indujeron a bajar hasta nosotros al que vino del cielo. Dice en efecto: Este es el Cordero de Dios, Cordero que el profeta Isaías nos había predicho, diciendo: Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía. Cordero prefigurado ya antes por la ley de Moisés. Sólo que entonces la salvación era parcial y no derramaba sobre todos su misericordia: se trataba de un tipo y una sombra. Ahora, en cambio, aquel cordero, enigmáticamente en otro tiempo prefigurado, aquella víctima inmaculada, es llevada por todos al matadero, para que quite el pecado del mundo, para derribar al exterminador de la tierra, para abolir la muerte muriendo por todos nosotros, para cancelar la maldición que pesaba sobre la humanidad, para anular finalmente la vieja condena: Eres polvo y al polvo volverás, para que sea él el segundo Adán, no de la tierra, sino del cielo, y se convierta en origen de todo el bien de la naturaleza humana, en solución de la muerte introducida en el mundo, en mediador de la vida eterna, en causa del retorno a Dios, en principio de la piedad y de la justicia, en camino, finalmente, para el reino de los cielos.

Y en verdad, un solo cordero murió por todos, preservando así toda la grey de los hombres para Dios Padre: uno por todos, para someternos todos a Dios; uno por todos, para ganarlos a todos; en fin, para que todos no vivan ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Estando efectivamente implicados en multitud de pecados y siendo, en consecuencia, esclavos de la muerte y de la corrupción, el Padre entregó a su Hijo en rescate por nosotros, uno por todos, porque todos subsisten en él y él es mejor que todos. Uno ha muerto por todos, para que todos vivamos en él.

La muerte que absorbió al Cordero degollado por nosotros, también en él y con él se vio precisada a devolvernos a todos la vida. Todos nosotros estábamos en Cristo, que por nosotros y para nosotros murió y resucitó. Abolido, en efecto, el pecado, ¿quién podía impedir que fuera asimismo abolida por él la muerte, consecuencia del pecado? Muerta la raíz, ¿cómo puede salvarse el tallo? Muerto el pecado, ¿qué justificación le queda a la muerte? Por tanto, exultantes de legítima alegría por la muerte del Cordero de Dios, lancemos el reto: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, infierno, tu aguijón?

Como en cierto lugar cantó el salmista: A la maldad se le tapa la boca, y en adelante no podrá ya seguir acusando a los que pecan por fragilidad, porque Dios es el que justifica. Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, para que nosotros nos veamos libres de la maldición del pecado.

 

RESPONSORIO                    Ex 12, 5.6.13; 1Pe 1, 18.19
 
R./ Vuestro cordero sea sin defecto; toda la asamblea de Israel lo inmolará al atardecer. * La sangre en vuestras casas será la señal: para vosotros no existirá flagelo de exterminio.
V./ Fuisteis liberados con la sangre preciosa de Cristo, como la de un cordero sin defecto y sin mancha.
R./ La sangre en vuestras casas será la señal: para vosotros no existirá flagelo de exterminio.
 


Ciclo B: Jn
1,35-42

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 18, 41-43: PL 15, 1542-1544)

El que busca a Cristo, busca también su tribulación y
no rehúye la pasión

Dice la Sabiduría: Me buscarán los malos y no me encontrarán. Y no es que el Señor rehusara ser hallado por los hombres, él que se ofrecía a todos, incluso a los que no le buscaban, sino porque era buscado con acciones tales, que los hacía indignos de encontrarlo. Por lo demás, Simeón, que lo aguardaba, lo encontró.

Lo encontró Andrés y dijo a Simón: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). También Felipe dice a Natanael: Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Y con el fin de mostrarle cuál es el camino para encontrar a Jesús, le dice: Ven y verás. Así pues, quien busca a Cristo, acuda no con pasos corporales, sino con la disposición del alma; que lo vea no con los ojos de la cara, sino con los interiores del corazón. Pues al Eterno no se le ve con los ojos de la cara, ya que lo que se ve es temporal; lo que no se ve, es eterno.

Y Cristo no es temporal, sino nacido del Padre antes de los tiempos, como Dios que es y verdadero Hijo de Dios; y como poder sempiterno y supratemporal, al que ningún límite temporal es capaz de circunscribir; como vida metatemporal, a quien jamás podrá sorprenderle el día de la muerte. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

¿Oyes lo que dice el Apóstol? Al pecado —dice— murió de una vez para siempre. Una vez murió Cristo por ti, pecador: no vuelvas a pecar después del bautismo. Murió una vez por toda la colectividad, y una vez —y no frecuentemente— muere por cada individuo en particular. Eres pecado, oh hombre: por eso el Padre todopoderoso hizo a su Cristo pecado. Lo hizo hombre para que cargara con nuestros pecados. Por mí, pues, murió el Señor Jesús al pecado: para que nosotros, por su medio, obtuviéramos la justificación de Dios. Por mí murió, para resucitar por mí. Murió una vez y una vez resucitó. Y tú has muerto con él, con él has sido sepultado, y con él, en el bautismo, has resucitado: cuida de que, pues has muerto una vez, no vuelvas a morir más. En adelante, ya no morirás al pecado, sino al perdón: no sea que habiendo resucitado, mueras por segunda vez. Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. ¿Es que la muerte le había dominado? Sí, puesto que al decir: la muerte ya no tiene dominio sobre él, muestra el dominio de la muerte. ¡No eches a perder este beneficio, oh hombre! Por ti Cristo se sometió al dominio de la muerte, a fin de liberarte del yugo de su dominación. El acató la servidumbre de la muerte, para otorgarte la libertad de la vida eterna.

Por tanto, el que busca a Cristo, busca también su tribulación y no rehúye la pasión. En el peligro grité al Señor, y me escuchó poniéndome a salvo. Buena es, pues, la tribulación que nos hace dignos de que el Señor nos escuche poniéndonos a salvo. Ser escuchado por el Señor es ya una gracia. Por eso, quien busca a Cristo, no rehúye la tribulación; quien no la rehúye, es hallado por el Señor. Y no la rehúye quien medita los mandatos del Señor con la adhesión cordial y con las obras.

 

RESPONSORIO                    1 Pe 2, 21; Is 53, 4
 
R./ Cristo padeció por vosotros * dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas.
V./ Él cargo sobre sí nuestros sufrimientos y sobre sus espaldas nuestros dolores.
R./ Dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas.
 


Ciclo C: Jn 2,1-12

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 223-226)

Cristo santifica, con su presencia, la fuente misma de la
generación humana

Oportunamente comienza Cristo a realizar milagros, aun cuando la ocasión de iniciar su obra de taumaturgo parezca ofrecida por circunstancias casuales. Pues como se celebraban unas bodas —castas y honestas bodas, es verdad—, a las que está presente la madre del Salvador, vino también él con sus discípulos aceptando una invitación, no tanto para participar en el banquete, cuanto por hacer el milagro, y de esta forma santificar la fuente misma de la generación humana, en lo que concierne sobre todo a la carne.

Era efectivamente muy conveniente que quien venía a renovar la misma naturaleza humana y a reconducirla en su totalidad a un nivel más elevado, no se limitara a impartir su bendición a los que ya habían nacido, sino que preparase la gracia también para aquellos que habían de nacer, santificando su nacimiento. Con su presencia cohonestó las nupcias, él que es el gozo y la alegría de todos, para alejar del alumbramiento la inveterada tristeza. El que es de Cristo es una criatura nueva. Y Pablo insiste: Lo antiguo ha cesado, lo nuevo ha comenzado. Vino, pues, con sus discípulos a las bodas. Convenía, en efecto, que acompañasen al taumaturgo los que tan aficionados a lo maravilloso eran, para que recogieran como alimento de su fe la experiencia del portento.

En eso, comienza a faltar el vino de los convidados, y su madre le ruega quiera poner en juego su acostumbrada bondad y benignidad. Le dice: No les queda vino. Le exhorta a realizar el milagro, dando por supuesto que tiene el poder de hacer cuanto quisiera.

Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Respuesta del Salvador perfectamente calculada. Pues no era oportuno que Jesús se apresurara a realizar milagros ni que espontáneamente se ofreciera a hacerlos, sino que el milagro debería ser fruto de la condescendencia a una petición, teniendo en cuenta, al conceder la gracia, más la utilidad real, que la admiración de los espectadores. Además, las cosas deseadas resultan más gratas, si no se conceden inmediatamente. De esta suerte, al ser diferida un tanto la concesión, la esperanza sublima la petición. Por otra parte, Cristo nos demostró con su ejemplo el gran respeto que se debe a los padres, al acceder, en atención a su madre, a hacer lo que hacer no quería.

 

RESPONSORIO                    Is 43, 19; 2 Cor 5, 17
 
R./ He aquí que hago nuevas todas las cosas * precisamente ahora germinan, ¿no os dais cuenta?
V./ Si uno está en Cristo es una criatura nueva; las cosas viejas han pasado, he aquí que está naciendo las nuevas.
R./ Precisamente ahora germinan, ¿no os dais cuenta?

 

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 4, 12-23

HOMILÍA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 114 (1.4: CCL 104, 593-595)

Inclinaos bajo la poderosísima mano de Dios

Mientras se nos leía el santo evangelio, carísimos hermanos, hemos escuchado: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos El Reino de los cielos es Cristo, de quien nos consta ser conocedor de buenos y malos y árbitro de todas las cosas. Por tanto, anticipémonos a Dios en la confesión de nuestro pecado y castiguemos antes del juicio todos los errores del alma. Corre un grave riesgo quien no cuida enmendar por todos los medios el pecado. Sobre todo debemos hacer penitencia, sabiendo como sabemos que habremos de dar cuenta de las causas de nuestra negligencia.

Reconoced, amadísimos, la gran piedad de nuestro Dios para con nosotros al querer que reparemos mediante la satisfacción y antes del juicio, la culpa del pecado cometido; pues si el justo juez no cesa de prevenirnos con sus avisos, es para no tener un día que echar mano de la severidad. No sin motivo, amadísimos, nos exige Dios arroyos de lágrimas, a fin de compensar con la penitencia lo que perdimos por la negligencia. Pues sabe bien nuestro Dios que no siempre el hombre es constante en sus propósitos: frecuentemente peca en el actuar y vacila en el hablar. Por eso le enseñó el camino de la penitencia, a fin de que pueda reconstruir lo destruido y reparar lo arruinado. Así pues, el hombre, seguro del perdón, debe siempre llorar la culpa. Y aun cuando la condición humana esté trabajada por muchas dificultades, que nadie caiga en la desesperación, porque Dios es paciente y gustosamente dispensa a todos los enfermos los tesoros de su misericordia.

Pero es posible que alguien del pueblo se diga: ¿Y por qué he de temer si no he hecho nada malo? Escucha lo que sobre este particular dice el apóstol Juan: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Que nadie os engañe, amadísimos: el peor de los pecados es no entender los pecados. Porque todo el que reconoce sus delitos puede reconciliarse con Dios mediante la penitencia: y no hay pecador más digno de lástima, que el que cree no tener nada de qué lamentarse. Por lo cual, amadísimos, os exhorto a que, según está escrito, os inclinéis bajo la poderosísima mano de Dios, y puesto que nadie está libre de pecado, nadie se crea exento de la obligación de satisfacer. Pues peca ya por presunción de inocencia el que se tiene por inocente. Puede uno ser menos culpable, pero inocente, nadie: existe ciertamente diferencia entre pecador y pecador, pero nadie está inmune de culpa. Por eso, amadísimos, los que sean reos de culpas más graves, pidan perdón con mayor confianza; y quienes se mantienen limpios de faltas graves, recen para no mancharse, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Hch 17, 30-31; 14, 16
 
R./ Pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, * Dios anuncia ahora en todas partes  a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
V./ En las generaciones pasadas, permitió que cada pueblo anduviera por su camino.
R./ Dios anuncia ahora en todas partes  a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia.
 


Ciclo B: Mc 1, 14-20

HOMILÍA

Tertuliano, Tratado sobre la penitencia (2, 3-7; 4,1-3: CCL 1, 322-323; 326)

Arrepiéntete y te salvaré

Después de tantos y tan grandes delitos de la humana temeridad, iniciados en Adán, el cabeza de serie del género humano; después de la condena del hombre y del mundo, su lote; después de ser expulsado del paraíso y sometido a la muerte, habiendo Dios llevado nuevamente a sazón su misericordia, consagró en sí mismo la penitencia: rasgada la sentencia de la antigua condena, determinó perdonar a su obra y su imagen.

Más aún: se escogió un pueblo y lo colmó de innumerables muestras de su bondad; y habiendo comprobado repetidas veces su obstinada ingratitud, no cesó de exhortarlo a penitencia mediante la predicación de todos los profetas. Por último, habiendo prometido la gracia con la que, al final de los tiempos, habría de iluminar el mundo entero por medio de su Espíritu, dispuso que esta gracia fuera precedida por el bautismo de penitencia, para de este modo disponer previamente mediante la confirmación de la penitencia, a los que gratuitamente pensaba llamar a tomar posesión de la promesa destinada a la estirpe de Abrahán.

Juan no se cansa de repetir: Convertíos. Y es que se acercaba la salvación de las naciones, es decir, se acercaba el Señor trayendo la salvación, de acuerdo con la promesa de Dios. El cual le había asignado como colaboradora la penitencia, con la misión de purificar las almas, de modo que todo lo que el antiguo error había manchado, todo lo que la ignorancia había contaminado en el corazón del hombre, todo esto fuera barrido, erradicado y arrojado fuera por la penitencia, disponiendo así en el corazón humano una morada limpia para el Espíritu Santo que estaba para llegar, en la que él se instale a gusto con todo el séquito de sus dones celestiales. Una sola es la titulación de estos dones: la salvación del hombre, precedida de la abolición de los antiguos pecados; ésta es la razón de ser de la penitencia, ésta su tarea, tarea que sale por los fueros de la divina misericordia: ventaja para el hombre, servicio para Dios.

El que asignó una pena judicial a los delitos cometidos bien en la carne bien en el alma, de acción o de intención; éste mismo prometió el perdón, previa penitencia, cuando dijo al pueblo: «Arrepiéntete y te salvaré». Y nuevamente dice: Por mi vida —dice el Señor —no me complazco en la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva. Luego la penitencia es una vida preferible a la muerte. Tú, pecador, semejante a mí —mejor dicho, inferior a mí: pues eneso de pecar te llevo ventaja—, lánzate a ella, abrázate a ella como se agarra el náufrago a la tabla de salvación. Ella te sacará del oleaje del pecado en que estás a punto de naufragar, y te conducirá al puerto de la divina clemencia. Coge al vuelo la ocasión de una inesperada felicidad, para que tú que en otro tiempo no eras ante el Señor más que una gotita en un cubo, tamo de la era, vasija de barro, puedas convertirte en árbol, en aquel árbol que se planta al borde de la acequia, no se marchitan sus hojas y da fruto en sazón; aquel árbol que no conoce ni el fuego ni el hacha del leñador.

 

RESPONSORIO                    Est 4, 17b; Jud 9, 18 vulgata
 
R./ Concédenos Señor, tiempo de penitencia * y no cierres la boca de quienes te alaban.
V./ Recuerda tu alianza e inspira las palabras de mis labios.
R./ Y no cierres la boca de quienes te alaban.
 


Ciclo C: Lc 1, 1-4; 4, 14-21

HOMILÍA

Orígenes, Homilía 32 sobre el evangelio de san Lucas (2-6: SC 87, 386-392)

Hoy, en esta reunión, habla el Señor

Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.

Cuando lees: Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan, cuida de no juzgarlos dichosos únicamente a ellos, creyéndote privado de doctrina. Porque si es verdad lo que está escrito, el Señor no hablaba sólo entonces en las sinagogas de los judíos, sino que hoy, en esta reunión, habla el Señor. Y no sólo en ésta, sino también en cualquiera otra asamblea y en toda la tierra enseña Jesús, buscando los instrumentos adecuados para transmitir su enseñanza. ¡Orad para que también a mí me encuentre dispuesto y apto para ensalzarlo!

Después fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido». No fue mera casualidad, sino providencia de Dios, el que, desenrollando el libro, diera con el capítulo de Isaías que hablaba proféticamente de él. Pues si, como está escrito, ni un solo gorrión cae en el lazo sin que lo disponga vuestro Padre y si los cabellos de la cabeza de los apóstoles están todos contados, posiblemente tampoco el hecho de que diera precisamente con el libro del profeta Isaías y concretamente no con otro pasaje, sino con éste, que subraya el misterio de Cristo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido —no olvidemos que es el mismo Cristo quien proclama este texto—, hay que pensar que no sucedió porque sí o fue producto del juego de la casualidad, sino que ocurrió de acuerdo con la economía y la providencia divina.

Terminada la lectura, Jesús, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. También ahora, en esta sinagoga, en esta asamblea, podéis —si así lo deseáis— fijar los ojos en el Salvador. Desde el momento mismo en que tú dirijas la más profunda mirada de tu corazón a la Sabiduría, a la Verdad y al Unigénito de Dios, para sumergirte en su contemplación, tus ojos están fijos en Jesús. ¡Dichosa la asamblea, de la que la Escritura atestigua que los ojos de todos estaban fijos en él! ¡Qué no daría yo porque esta asamblea mereciera semejante testimonio, de modo que los ojos de todos: catecúmenos y fieles, hombres, mujeres y niños, tuvieran en Jesús fijos los ojos! Y no los ojos del cuerpo, sino los del alma. En efecto, cuando vuestros ojos estuvieren fijos en él, su luz y su mirada harán más luminosos vuestros rostros, y podréis decir: «La luz de tu rostro nos ha marcado, Señor». A él corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos Amén.

 

RESPONSORIO                    Jl 1, 14; Mc 1, 15
 
R./ Proclamad un ayuno santo, * convocad la asamblea, reunid a los jefes, a todos los habitantes del país en la casa de vuestro Dios y llamad a gritos al Señor.
V./ Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios.
R./ Convocad la asamblea, reunid a los jefes, a todos los habitantes del país en la casa de vuestro Dios y llamad a gritos al Señor.

 

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 112a

HOMILÍA

San Hilario de Poitiers, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (Cap 4, 1-3.9: PL 9, 931-934)

Cristo promulga el código de la vida celestial

Habiéndose congregado en tomo a Jesús un gran gentío, sube a la montaña y se pone a enseñar; es decir, se sitúa en la soberana elevación de la majestad paterna, y promulga el código de la vida celestial. No hubiera, en efecto, podido entregarnos estatutos de eternidad, sino situado en la eternidad. A continuación, el texto se expresa así: Abriendo la boca, se puso a enseñarles. Hubiera sido más rápido decir simplemente habló. Pero como estaba instalado en la gloria de la majestad paterna y enseñaba la eternidad, por eso se pone de manifiesto que la articulación de la boca humana obedecía al impulso del Espíritu que hablaba.

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Señor había ya enseñado con su ejemplo que hay que renunciar a la gloria de la ambición humana, diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Y como por boca del profeta había advertido que estaba dispuesto a elegirse un pueblo humilde y que se estremece ante sus palabras, puso los fundamentos de la dicha perfecta en la humildad de espíritu.

Hemos, pues, de aspirar a la sencillez, esto es: recordar que somos hombres, hombres a quienes se les ha dado posesión del reino de los cielos, hombres conscientes de que, siendo el resultado de una combinación de gérmenes pobrísimos y deleznables, son procreados en orden a este hombre perfecto y para comportarse —con la ayuda de Dios— según este modelo de sentir, programar, juzgar y actuar.

Nadie piense que algo es suyo, que es de su propiedad: a todos se nos han dado, por donación de un padre común, unos mismos cauces para entrar en la vida y se han puesto a nuestra disposición idénticos medios para disfrutar de ella. A ejemplo de ese óptimo Padre, que nos ha dado todas estas cosas, debemos nosotros convertirnos en émulos de esa bondad que él ha derrochado en nosotros, de manera que seamos buenos con todos y estemos firmemente convencidos de que todo es común a todos; que no nos corrompa ni la provocativa fastuosidad del siglo ni la codicia de riquezas ni la ambición de la vanagloria, sino estemos más bien sometidos a Dios y, en razón de la comunión de vida, estemos unidos a todos por el amor a la vida común, estimando además que, desde el momento en que Dios nos ha llamado a la vida, nos tiene preparado un gran premio, premio y honor que nosotros hemos de merecer con las obras de la presente vida Y así, con esta humildad de espíritu, por la que esperamos alcanzar de Dios tanto un indulto general en el presente y mayores dones en el porvenir, será nuestro el reino de los cielos.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. En último término, recompensa con la perfecta felicidad a quienes, por causa de Cristo, están dispuestos a soportarlo todo por él: pues él es la justicia.

A éstos, además de reservárseles el reino, se les promete una sustanciosa recompensa, es decir, a los pobres de espíritu en su desprecio del mundo, a los marginados por la pérdida de los bienes presentes u otras desventuras, a los confesores de la justicia celeste contra las maldiciones de los hombres, finalmente, a los gloriosos mártires de las promesas de Dios, en una palabra, a todos los que han gastado su vida como testimonio de su eternidad.

 

RESPONSORIO                    Sal 18, 9-10; 1 Jn 2, 17
 
R./ Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. * El temor del Señor es puro y eternamente estable.
V./ El mundo pasa, y su concupiscencia.
R./ El temor del Señor es puro y eternamente estable.
 


Ciclo B: Mc 1, 21-28

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 25 sobre el evangelio de san Mateo (1: PG 57, 327-328)

Enseñaba como quien tiene autoridad

Llegó a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza. Era ciertamente lógico que la muchedumbre se sintiera abrumada por el peso de sus palabras y desfalleciera ante la sublimidad de sus preceptos. Pero no. Era tal el poder de convicción del Maestro, que no sólo convenció a muchos de sus oyentes causándoles una profunda admiración, sino que, por el solo placer de escucharle, muchos no acertaban a separarse de él, aun después de acabado el discurso. De hecho, cuando hubo bajado del monte, no se dispersaron sus oyentes, sino que le siguió toda la concurrencia: ¡tanto amor a su doctrina supo infundirles! Y lo que sobre todo admiraban era su autoridad.

Pues Cristo no hablaba apoyando sus afirmaciones en la autoridad de otro, como lo hacían los profetas o el mismo Moisés, sino dejando siempre claro que era él en quien residía la autoridad. En efecto, después de haber aducido testimonios legales, solía añadir: Pero yo os digo. Y cuando sacó a colación el día del juicio, se presentaba a sí mismo como juez que debía decretar premio o castigo. Un motivo más para que se hubieran turbado los oyentes.

Porque si los letrados, que le habían visto demostrar con obras su poder, intentaron apedrearle y le arrojaron fuera de la ciudad, ¿no era lógico que cuando exhibía sólo palabras como prueba de su autoridad, los oyentes se escandalizaran, máxime ocurriendo esto al comienzo de su predicación, antes de haber hecho una demostración de su poder? Y, sin embargo, nada de esto ocurrió. Y es que, cuando el hombre es bueno y honrado, fácilmente se deja persuadir por los razonamientos de la verdad. Justamente por eso, los letrados, a pesar de que los milagros de Jesús pregonaban su poder, se escandalizaban, mientras que el pueblo, que solamente había oído sus palabras, le obedecían y le seguían. Es lo que el evangelista daba a entender, cuando decía: Le siguió mucha gente. Y no gente salida de las filas de los príncipes o de los letrados, sino gente sin malicia y de sincero corazón.

A lo largo de todo el evangelio verás que son éstos los que se adhieren al Señor. Pues cuando hablaba, lo escuchaban en silencio, sin interrumpirlo ni interpelar al orador, sin tentarlo ni acechar la ocasión, como hacían los fariseos; son finalmente los que, una vez terminado el discurso, lo siguen llenos de admiración.

Mas tú considera, te ruego, la prudencia del Señor y cómo sabe variar según la utilidad de los oyentes, pasando de los milagros a los discursos y de éstos nuevamente a los milagros. De hecho, antes de subir al monte curó a muchos, para allanar el camino a lo que se disponía a decir. Y después de terminado este extenso discurso, vuelve nuevamente a los milagros, confirmando los dichos con los hechos. Y como quiera que enseñaba como quien tiene autoridad, a fin de que este modo de enseñar no sonara a arrogancia u ostentación, hace lo mismo con las obras y, como quien tiene autoridad, cura las enfermedades. De esta forma, no les da ocasión de turbarse al oírle hablar con autoridad, ya que con autoridad obra también los milagros.

 

RESPONSORIO                    Bar 3, 36-37.38; Jn 1, 1-2
 
R./ Este es nuestro Dios, y no hay quien se le pueda comparar; rastreó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo Jacob, se lo mostró a su amado Israel. * Después apareció en el mundo y vivió en medio de los hombres.
V./ En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio junto a Dios.
R./ Después apareció en el mundo y vivió en medio de los hombres.
 


Ciclo C: Lc 4, 21-30

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib. 5, t. 5: PG 70, 1351-1358)

Cristo es portador de una buena noticia para los pobres
de toda la tierra

Cristo, a fin de restaurar el mundo y reconducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra, mejorándolo todo y renovando, como quien dice, la faz de la tierra, asumió la condición de siervo —no obstante ser el Señor del universo— y trajo la buena noticia a los pobres, afirmando que precisamente para eso había sido enviado.

Son pobres y como tales hay que considerar a los que se debaten en la indigencia de todo. bien, no les queda esperanza alguna y, como dice la Escritura, están en el mundo privados de Dios. Pertenecen a este número los que venidos del paganismo, han sido enriquecidos por la fe en él, han conseguido un tesoro celestial y divino, me refiero a la predicación del evangelio de salvación, mediante la cual han sido hechos partícipes del reino celestial y de la compañía de los santos, y herederos de unos bienes que ni la imaginación ni el humano lenguaje son capaces de abarcar. Pues, como está escrito: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

A no ser que lo que aquí se nos quiere decir es que a los pobres en el espíritu Cristo les ha otorgado el polifacético ministerio de los carismas. Llama quebrantados de corazón a los que poseen un ánimo débil y quebradizo y son incapaces de enfrentarse a los asaltos de las tentaciones y de tal modo están sometidos a ellas, que se dirían sus esclavos. A éstos les promete la salud y la medicina, y a los ciegos les da la vista.

Por lo que se refiere a quienes dan culto a la criatura, y dicen a un leño: «Eres mi padre»; a una piedra: «Me has parido» y luego no conocieron al que por naturaleza es verdadero Dios, ¿qué otra cosa son sino ciegos y dotados de un corazón privado de la luz divina e inteligible? A éstos el Padre les infunde la luz del verdadero conocimiento de Dios, pues fueron llamados mediante la fe y le conocieron; más aún, fueron conocidos de él. Siendo como eran hijos de la noche y de las tinieblas, se convirtieron en hijos de la luz, porque para ellos despuntó el día, salió el Sol de justicia y brilló el resplandeciente lucero.

Estimo que no existe inconveniente alguno en aplicar todo lo dicho a los hermanos nacidos en el seno del judaísmo. También ellos eran pobres, tenían el corazón desgarrado, estaban como cautivos y yacían en las tinieblas. Vino Cristo y, con preferencia a los demás, anunció a los israelitas las faustas y preclaras gestas de su presencia; vino, además, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite. Año de gracia fue aquel en que, por nosotros, Cristo fue crucificado. Fue entonces cuando nos convertimos en personas gratas a Dios Padre y cuando, por medio de Cristo, dimos fruto. Es lo que él nos enseñó, cuando dijo: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Por Cristo, vino efectivamente el consuelo sobre los afligidos de Sión, y su ceniza se trocó en gloria. De heclo, dejaron de llorarla y de lamentarse por ella, y comenzaron, en el colmo de su alegría, a predicar y anunciar el evangelio.

 

RESPONSORIO                    Is 35, 4.5-6; Mt 11, 5
 
R./ ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; * entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo.
V./ Los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados.
R./ Entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo.

 

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 13-16

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Romanos 12, 20 (2: PG 51, 174)

La lámpara no luce para sí, sino para los que viven
en tinieblas

¡No podéis imaginaros cómo me escuece el alma al recordar las muchedumbres, que como imponente marea, se congregaban los días de fiesta y ver reducidas ahora a la mínima expresión aquellas multitudes de antaño! ¿Dónde están ahora los que en las solemnidades nos causan tanta tristeza? Es a ellos a quienes busco, ellos por cuya causa lloro al caer en la cuenta de la cantidad de ellos que perecen y que estaban salvos, al considerar los muchos hermanos que pierdo, cuando pienso en el reducido número de los que se salvan, hasta el punto de que la mayor parte del cuerpo de la Iglesia se asemeja a un cuerpo muerto e inerte.

Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia. Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino para reconducir al que yerra.

Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y ¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la virtud?

Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual, conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.

Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.

 

RESPONSORIO                    Prov 4, 18; 1 Cor 13, 8
 
R./ La senda del justo es aurora luminosa, * crece su luz hasta hacerse mediodía.
V./ El amor no pasa nunca.
R./ Crece su luz hasta hacerse mediodía.
 


Ciclo B: Mc 1, 29-39

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 18 (PL 52, 246-249)

Dios busca a los hombres, no las cosas de los hombres

La lectura evangélica de hoy enseña al oyente atento por qué el Señor del cielo y restaurador del universo entró en los hogares terrenos de sus siervos. Aunque nada tiene de extraño que afablemente se haya mostrado cercano a todos, él que clementemente había venido a socorrer a todos.

Conocéis ya lo que movió a Cristo a entrar en la casa de Pedro: no ciertamente el placer de recostarse a la mesa, sino la enfermedad de la que estaba en la cama; no la necesidad de comer, sino la oportunidad de curar; la obra del poder divino, no la pompa del banquete humano. En casa de Pedro no se escanciaban vinos, sino que se derramaban lágrimas. Por eso entró allí Cristo, no a banquetear, sino a vivificar. Dios busca a los hombres, no las cosas de los hombres; desea dispensar bienes celestiales, no aspira a conseguir los terrenales. En resumen: Cristo vino en busca nuestra, no en busca de nuestras cosas.

Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre. Entrando Cristo en casa de Pedro, vio lo que venía buscando. No se fijó en la calidad de la casa, ni en la afluencia de gente, ni en los ceremoniosos saludos, ni en la reunión familiar; no paró mientes tampoco en el decoro de los preparativos: se fijó en los gemidos de la enferma, dirigió su atención al ardor de la que estaba bajo la acción de la fiebre. Vio el peligro de la que estaba más allá de toda esperanza, e inmediatamente pone manos a la obra de su deidad: ni Cristo se sentó a tomar el alimento humano, antes de que la mujer que yacía en cama se levantara a las cosas divinas. La cogió de la mano, y se le pasó la fiebre. Veis cómo abandona la fiebre a quien coge la mano de Cristo. La enfermedad no se resiste, donde el autor de la salud asiste; la muerte no tiene acceso alguno, donde entró el dador de la vida.

Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él con su palabra expulsó los espíritus. El anochecer se produce al acabarse el día del siglo, cuando el mundo bascula hacia la puesta de la luz de los tiempos. Al caer de la tarde viene el restaurador de la luz, para introducirnos en el día sin ocaso, a nosotros que venimos de la noche secular del paganismo.

Al anochecer, es decir, en el último momento, la piadosa y solemne devoción de los apóstoles nos ofrece a Dios Padre, a nosotros procedentes del paganismo: son expulsados de nosotros los demonios, que nos imponían el culto a los ídolos. Desconociendo al único Dios, servíamos a innumerables dioses en nefanda y sacrílega servidumbre.

Como Cristo ya no viene a nosotros en la carne, viene en la palabra: y dondequiera que la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo, allí la fe nos libera de la servidumbre del demonio, mientras que los demonios, de impíos tiranos, se han convertido en prisioneros. De aquí que los demonios, sometidos a nuestro poder, son atormentados a nuestra voluntad. Lo único que importa, hermanos, es que la infidelidad no vuelva a reducirnos a su servidumbre: pongámonos más bien, en nuestro ser y en nuestro hacer, en manos de Dios, entreguémonos al Padre, confiémonos a Dios: pues la vida del hombre está en manos de Dios; en consecuencia, como Padre dirige las acciones de sus hijos, y como Señor no deja de preocuparse por su familia.

 

RESPONSORIO                    Is 61,  1.2; Jn 8, 42
 
R./ El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, * para curar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor.
V./ Yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.
R./ Para curar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor.
 


Ciclo C: Lc 5, 1-11

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 43 (5-6: PL 38, 256- 257)

Cristo eligió para apóstoles a unos pescadores

Estando el bienaventurado Pedro con otros dos discípulos de Cristo, el Señor, Santiago y Juan, en la montaña con el mismo Señor, oyó una voz venida del cielo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. Recordando este episodio, el mencionado Apóstol escribe en su Carta: Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Y luego continúa diciendo: Esto nos cerciora la palabra de los profetas. Se oyó aquella voz del cielo, y se cercioró la palabra de los profetas.

Este Pedro, que así habla, fue pescador: y en la actualidad es un inestimable timbre de gloria para un orador, ser capaz de comprender al pescador. Esta es la razón por la que el apóstol Pablo, hablando de los primeros cristianos, les decía: Fijaos, hermanos, en vuestra asamblea; no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios; lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar al fuerte. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta.

Si para dar comienzo a su obra, Cristo hubiera elegido un orador, el orador hubiera dicho: «He sido elegido en consideración a mi elocuencia». Si hubiera escogido a un senador, el senador hubiera dicho: «He sido escogido en atención a mi dignidad». Finalmente, si primeramente hubiera elegido a un emperador, el emperador hubiera dicho: «He sido elegido en consideración a mi poder». Descansen los tales y aguarden todavía un poco. Descansen un poco: no se prescinda de ellos ni se les desprecie; sean tan sólo aplazados quienes pueden gloriarse de sí mismos y en sí mismos.

Dame —dice— ese pescador, dame a ese ignorante, dame ese analfabeto, dame a ese con quien no se digna hablar el senador, ni siquiera al comprarle la pesca: dame a ese. Y cuando le haya colmado de mis dones, quedará patente que soy yo quien actúo. Aunque bien es verdad que me propongo hacer lo mismo con el senador, el orador y el emperador: lo haré llegado el momento también con el senador, pero con un pescador mi actuación es más evidente. Puede el senador gloriarse de sí mismo, y lo mismo el orador y el emperador: en cambio el pescador sólo puede gloriarse en Cristo. Que venga, que venga primero el pescador a enseñar la humildad que salva; por su medio será más fácilmente conducido a Cristo el emperador.

Acordaos, pues, del pescador santo, justo, bueno, lleno de Cristo, en cuyas redes, echadas por todo el mundo, había de ser pescado, junto con los demás, este pueblo africano; acordaos, pues, que él había dicho: Esto nos cerciora la palabra de los profetas.

 

RESPONSORIO                    1 Cor 1, 27-29; Is 33, 18
 
R./ Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. * Ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
V./ ¿Dónde está el que pedía cuentas, dónde el que pesaba los tributos, dónde el que contaba las torres?
R./ Ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

 

 

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 17-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón sobre el discurso del Monte (1, 9, 21: CCL 35, 22-23)

Para que conservemos la inocencia en el corazón

Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos; es decir, si no sólo cumplís aquellos preceptos menos importantes que vienen a ser como una iniciación para el hombre, sino además estos que yo añado, yo que no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud, no entraréis en el reino de los cielos.

Pero me dirás: Si cuando al hablar, unas líneas más arriba, de aquellos preceptos menos importantes, afirmó que, en el reino de los cielos, será menos importante el que se saltare uno solo de estos preceptos, y se lo enseñare así a los hombres, y que será grande quien los cumpla y enseñe –de donde se sigue que el tal estará en el reino de los cielos, pues se le tiene por grande en él–, ¿qué necesidad hay de añadir nuevos preceptos a los mínimos de la ley, si puede estar ya en el reino de los cielos, puesto que es tenido por grande quien los cumpla y enseñe? En consecuencia dicha sentencia hay que interpretarla así: Pero quien los cumpla y enseñe así, será grande en el reino de los cielos, esto es, no en la línea de esos preceptos menos importantes, sino en la línea de los preceptos que yo voy a dictar. Y ¿cuáles son estos preceptos?

Que seáis mejores que los letrados y fariseos –dice–, porque de no ser mejores, no entraréis en el reino de los cielos. Luego quien se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante; pero quien los cumpla y enseñe, no inmediatamente habrá de ser tenido ya como grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos no será tan poco importante como el que se los saltare. Para poder ser grande e idóneo para el reino, debe cumplir y enseñar como Cristo ahora enseña, es decir, que sea mejor que los letrados y fariseos.

La justicia de los fariseos se limita a no matar; la justicia de los destinados a entrar en el reino de los cielos ha de llegar a no estar peleado sin motivo. No matar es lo mínimo que puede pedirse, y quien no lo cumpla será el menos importante en el reino de los cielos. En cambio, el que cumpliere el precepto de no matar, no inmediatamente será tenido por grande e idóneo para el reino de los cielos, pero al menos sube un grado.

Llegará a la perfección si no anda peleado sin motivo; y si esto cumple, estará mucho más alejado del homicidio. En consecuencia, quien nos enseña a no andar peleados, no deroga la ley de no matar, sino que le da plenitud, de suerte que conservemos la inocencia: en el exterior, no matando; en el corazón, no irritándonos.

 

RESPONSORIO                    Prov 19, 16; Sant 1, 25
 
R./ Quien guarda el precepto guarda su vida, * quien descuida su conducta morirá.
V./ El que se concentra en una ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichoso al practicarla.
R./ Quien descuida su conducta morirá.
 


Ciclo B: Mc 1, 40-45

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 25 sobre el evangelio de san Mateo (1-2: PG 57, 328-329)

Grande es la prudencia y la fe del que se acerca

Se acercó un leproso, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Grande es la prudencia y la fe del que se acerca. Pues no interrumpe el discurso ni irrumpe en medio de los oyentes, sino que espera el momento oportuno; se le acerca cuando Cristo ha bajado del monte. Y le ruega no superficialmente, sino con gran fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una justa opinión de él.

Porque no dijo: «Si se lo pides a Dios», ni: «Si haces oración», sino: Si quieres, puedes limpiarme. Tampoco dijo: «Señor, límpiame»; sino que todo lo deja en sus manos, le hace señor de su curación y le reconoce la plenitud de poder. Mas el Señor, que muchas veces habló de sí humildemente y por debajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí para confirmar la opinión de quienes contemplaban admirados su autoridad? Quiero: queda limpio. Aun cuando hubiera el Señor realizado ya tantos y tan estupendos milagros, en ninguna parte hallamos una expresión que se le parezca.

Aquí, en cambio, para confirmar la opinión que de su autoridad tenía tanto el pueblo en su totalidad como el leproso, antepuso este: quiero. Y no es que lo dijera y luego no lo hiciera, sino que la obra secundó inmediatamente a la palabra. Y no se limitó a decir: quiero: queda limpio, sino que añade: Extendió la mano y lo tocó. Lo cual es digno de ulterior consideración. En efecto, ¿por qué si opera la curación con la voluntad y la palabra, añade el contacto de la mano? Pienso que lo hizo únicamente para indicar que él no estaba sometido a la ley, sino por encima de la ley, y que en lo sucesivo todo es limpio para los limpios.

El Señor, en efecto, no vino a curar solamente los cuerpos, sino también para conducir el alma a la filosofía. Y así como en otra parte afirma que en adelante no está ya prohibido comer sin lavarse las manos —sentando aquella óptima ley relativa a la indiferencia de los alimentos—, así actúa también en este lugar enseñándonos que lo importante es cuidar del alma y, sin hacer caso de las purificaciones externas, mantener el alma bien limpia, no temiendo otra lepra que la lepra del alma, es decir, el pecado. Jesús es el primero que toca a un leproso y nadie se lo reprocha.

Y es que aquel tribunal no estaba corrompido ni los espectadores estaban trabajados por la envidia. Por eso, no sólo no lo calumniaron, sino que, maravillados ante semejante milagro, se retiraron adorando su poder invencible, patentizado en sus palabras y en sus obras.

Habiéndole, pues, curado el cuerpo, mandó el Señor al leproso que no lo dijera a nadie, sino que se presentase al sacerdote y ofreciera lo prescrito en la ley. Y no es que lo curase de modo que pudiera subsistir duda alguna sobre su cabal curación: pero lo encargó severamente no decirlo a nadie, para enseñarnos a no buscar la ostentación y la vanagloria. Ciertamente él sabía que el leproso no se iba a callar y que había de hacerse lenguas de su bienhechor; hizo, sin embargo, lo que estaba en su mano.

En otra ocasión, Jesús mandó que no exaltaran su persona, sino que dieran gloria a Dios; en la persona de este leproso quiere exhortarnos el Señor a que seamos humildes y que huyamos la vanagloria; en la persona de aquel otro leproso, por lo contrario, nos exhorta a ser agradecidos y no echar en olvido los beneficios recibidos. Y en cualquier caso, nos enseña a canalizar hacia Dios toda alabanza.

 

RESPONSORIO                    Sal 37, 4.3; Jer 17,14
 
R./ No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor; no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados. * Cúrame, Señor, y quedaré curado; ponme a salvo y a salvo quedaré.
V./ Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí.
R./ Cúrame, Señor, y quedaré curado; ponme a salvo y a salvo quedaré.
 


Ciclo C: Lc 6, 17.20-26

HOMILÍA

San Cromacio de Aquileya, Sermón 39 (SC 164, 216-220)

Hemos de trabajar por la paz, para que se nos llame
«los hijos de Dios»

Cuando nuestro Señor y Salvador recorría numerosas ciudades y regiones, predicando y curando todas las enfermedades y todas las dolencias, al ver el gentío –como nos refiere la lectura que acabamos de oír– subió a la montaña. Con razón el Dios Altísimo sube a una altura, para allí predicar sublimes doctrinas a hombres deseosos de escalar las más sublimes virtudes.

Y es justo que la ley nueva se predique en una montaña, ya que la ley de Moisés fue dada en un monte. Esta consta de diez preceptos, destinados a iluminar y reglamentar la vida presente; aquélla consta de ocho bienaventuranzas, ya que conduce a sus seguidores a la vida eterna y a la patria celestial.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Por tanto, los sufridos han de ser de carácter tranquilo y sinceros de corazón. Que su mérito no es irrelevante lo evidencia el Señor, cuando añade: Porque ellos heredarán la tierra. Se refiere a aquella tierra de la que está escrito: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Así pues, heredar esa tierra equivale a heredar la inmortalidad del cuerpo y la gloria de la resurrección eterna.

La mansedumbre no sabe de soberbia, ignora la jactancia, desconoce la ambición. Por eso, no sin razón exhorta en otro lugar el Señor a sus discípulos, diciendo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. No los que deploran la pérdida de seres queridos, sino los que lloran los propios pecados, los que con lágrimas lavan sus delitos; o también los que lamentan la iniquidad de este mundo o lloran los pecados ajenos.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los hijos de Dios». Fíjate en el inmenso mérito de los que trabajan por la paz, pues ya no son llamados siervos, sino «los hijos de Dios». Y no sin razón, pues quien ama la paz, ama a Cristo, el autor de la paz, a quien el apóstol Pablo llamó «paz», cuando dijo: El es nuestra paz. En cambio, quien no ama la paz, propugna la discordia, pues ama al diablo que es el autor de la discordia. En efecto, él fue el primero en sembrar la discordia entre Dios y el hombre, pues arrastró al hombre a la transgresión del precepto de Dios. Y si el Hijo de Dios bajó del cielo, fue justamente para condenar al diablo, autor de la discordia, y hacer las paces entre Dios y el hombre, reconciliando al hombre con Dios y devolviendo al hombre el favor divino. Por lo cual, hemos de trabajar por la paz, para merecer ser llamados «los hijos de Dios», ya que sin la paz no sólo perdemos el nombre de hijos, sino el mismo nombre de siervo, pues dice el Apóstol: Buscad la paz, sin la cual nadie puede agradar a Dios.

 

RESPONSORIO                    Mt 5, 9.12
 
R./ Bienaventurados los que trabajan por la paz, * porque serán llamados hijos de Dios.
V./ Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en cielo.
R./ Porque serán llamados hijos de Dios.

 

DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 5, 38-48

HOMILÍA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre los celos y la envidia (12-13.15: CSEL 3, 427-430)

Que nuestras obras proclamen la generosidad de Dios

Conviene no olvidar el nombre que Cristo da a su pueblo y con qué título denomina a su grey. Lo llama ovejas, para que la inocencia cristiana se adecue a las ovejas; lo llama corderos, para que la simplicidad de la mente imite la natural simplicidad de los corderos. ¿Por qué el lobo se cubre con piel de oveja?, ¿por qué infama al rebaño de Cristo quien se finge cristiano?

Ampararse con el nombre de Cristo y no seguir las huellas de Cristo, ¿qué otra cosa es sino traicionar el nombre de Dios, desertar del camino de la salvación? Sobre todo cuando el mismo Cristo enseña y declara que entra en la vida quien guarda los mandamientos y llama prudente a quien escucha sus palabras y las pone en práctica; más aún, califica de doctor eminente en el reino de los cielos a quien enseñe y cumpla lo que enseña: pues sólo entonces aprovechará al predicador lo que recta y útilmente hubiere predicado, si él mismo pone por obra lo que oralmente ha enseñado.

Y ¿hay algo sobre lo que el Señor haya insistido tanto a sus discípulos, algo, entre sus saludables avisos y celestiales preceptos, cuya guarda y custodia haya inculcado tanto como que nos amemos mutuamente también nosotros con el mismo amor con que él mismo amó a sus discípulos? Y ¿cómo va a conservar la paz y la caridad del Señor quien, a causa de los celos, no consigue ser ni pacífico ni amable?

Por eso, el mismo apóstol Pablo, después de enumerar los méritos de la paz y de la caridad, después de enseñar yafirmar rotundamente que de nada le aprovecharía ni la fe ni las limosnas ni siquiera los sufrimientos típicos del confesor o del mártir, de no mantener íntegras e invioladas las exigencias del amor, añadió lo siguiente: El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia, enseñando de este modo y demostrando que sólo puede mantener la caridad el que es comprensivo, servicial e invulnerable a los celos y al rencor. Asimismo, cuando, en otro pasaje, exhorta al hombre ya plenificado por el Espíritu Santo y convertido en hijo de Dios por el nacimiento celeste, a no buscar más que las realidades espirituales y divinas, agrega y dice: Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente débil, como a cristianos todavía en la infancia. Y todavía seguís los bajos instintos. Mientras haya entre vosotros envidiasy contiendas, es que os guían los bajos instintos y que procedéis como gente cualquiera.

Por otra parte, no podemos ser portadores de la imagen del hombre celestial si no nos asemejamos a Cristo desde los comienzos de nuestra vida espiritual. Lo cual implica dejar de ser lo que habías sido y comenzar a ser lo que no eras, para que en ti brille la filiación divina, para que tu conducta deifica corresponda a tu calidad de hijo de Dios, para que en tu modo de vivir digno y encomiable sea Dios glorificado. Es Dios mismo quien nos exhorta y nos estimula a ello, prometiendo reciprocidad a quienes glorifican a Dios. Dice en efecto: Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian. Para formarnos y prepararnos a esta glorificación, el Señor e Hijo de Dios –apuntando a su semejanza con Dios Padre– nos dice en su evangelio: Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Yo, en cambio, os digo: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

 

RESPONSORIO                    Mt 5, 44-45; Ef 4, 32
 
R./ Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, * para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.
V./ Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
R./ Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.
 


Ciclo B: Mc 2, 1-12

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Tratado sobre el sacerdocio (Lib 3, 3-6: PG 48, 643-644)

Todas estas cosas las realizan las manos consagradas
de los sacerdotes

Quien atentamente considere qué gran cosa sea poder aproximarse a aquella dichosa y simple naturaleza, aun siendo hombre y hombre plasmado de carne y sangre, comprenderá perfectamente el inmenso honor de que la gracia del Espíritu ha revestido a los sacerdotes. Pues por sus manos se realizan no sólo los mencionados misterios, sino otros ministerios en nada inferiores, tanto en razón de su propia dignidad, como a causa de nuestra salvación. En efecto, a personas que moran en la tierra y en la tierra tienen sus ocupaciones se les ha encomendado la administración de los tesoros del cielo, y han recibido un poder que Dios no otorgó ni a los ángeles ni a los arcángeles. Pues no se les dijo a ellos: Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. En verdad que los que, en la tierra, ejercen la autoridad, tienen también el poder de atar, pero sólo los cuerpos; en cambio el poder vinculante del sacerdote afecta al alma y penetra los cielos: y todo lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, lo ratifica Dios allá arriba, y la sentencia de los siervos es confirmada por el mismo Señor.

¿Y qué es lo que les otorgó sino la plena potestad sobre las cosas celestiales? Dice en efecto: A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. ¿Puede haber poder mayor que éste? El Padre ha confiado al Hijo el juicio de todos: y veo que el Hijo ha delegado en los sacerdotes esta potestad de juzgar. Han sido encumbrados a un poderío tal, como si hubiesen sido ya trasladados al cielo y, liberados de nuestras pasiones, hubieran traspasado las fronteras dela humana naturaleza. Porque si nadie puede entrar en el reino de los cielos si no naciere de agua y de Espíritu; y si al que no comiere la carne del Salvador y no bebiere su sangre, se le priva de la vida eterna; y todas estas cosas no se confieren sino por medio de aquellas sagradas manos, es decir, por las manos sacerdotales, ¿quién sin su ayuda podrá escapar al fuego del infierno, o alcanzar las coronas reservadas a los elegidos?

A ellos, precisamente a ellos, les ha sido confiada la misión del nacimiento espiritual y la regeneración por el bautismo: por ellos nos revestimos de Cristo, somos sepultados con el Hijo de Dios y nos convertimos en miembros de aquella bienaventurada cabeza. Ellos son los autores de nuestra divina generación, a saber, de aquella feliz regeneración, la de la libertad verdadera y de la filiación por la gracia.

 

RESPONSORIO                    Mt 28, 18; Jn 20, 22-23; 3, 35
 
R./ Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra: * Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
V./ El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.
R./ Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
 


Ciclo C: Lc 6, 27-38

HOMILÍA

San León Magno, Tratado 17 (1-4: CCL 138, 68-71)

Tu bienhechor te quiere espléndido

La doctrina legal, amadísimos, presta un inestimable servicio a la normativa evangélica, ya que algunos mandatos antiguos han pasado a la nueva observancia, y la misma práctica religiosa demuestra que el Señor Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud. Habiendo, en efecto, cesado los signos con los que se anunciaba la venida de nuestro Salvador, y cumplidas las figuras, que la presencia de la realidad hizo desaparecer, todas las prescripciones emanadas de la piedad, bien como norma de conducta, bien para asegurar la pureza del culto divino, continúan vigentes entre nosotros y en la misma forma en que se promulgaron, y todo lo que estaba de acuerdo con ambos Testamentos, no ha sufrido mutación alguna.

Pues bien, para suplicar a Dios sigue siendo eficacísima la petición avalada por obras de misericordia, porque quien no distrae su atención del pobre, inmediatamente se atrae la atención de Dios, como él mismo dice: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; perdonad y seréis perdonados. ¿Hay algo más benigno que esta justicia? ¿Qué más clemente que esta retribución, en la que la sentencia del juez se deja a la discreción del juzgado? Dad —dice— y se os dará. ¡Con qué rapidez es amputada la preocupada desconfianza y la morosa avaricia, de suerte que la humanidad pueda segura erogar lo que la verdad promete recompensar!

¡Sé constante, cristiano generoso! Da y recibirás, siembra y cosecharás, esparce y recogerás. No temas el dispendio ni te inquiete la incertidumbre de los rendimientos. Tu hacienda, bien administrada, aumenta. Ambiciona la justa ganancia de la misericordia y corre tras el comercio de las ganancias eternas. Tu bienhechor te quiere espléndido, y el que te da para que tengas, te manda que des, diciendo: Dad y se os dará. Has de aceptar con alegría la condición de esta promesa.

Y aun cuando no tengas sino lo que has recibido, sin embargo, no puedes no tener lo que has de dar. El que ame el dinero y desee multiplicar desmesuradamente sus riquezas, ejerza más bien este santo lucro y se enriquezca mediante el arte de este tipo de usuras: no esté al acecho de las necesidades de los menesterosos, no sea que, a causa de beneficios simulados, caiga en los lazos de unos deudores insolventes, sino constitúyase en acreedor y usurero de aquel que dice: Dad y se os dará y La medida que uséis la usarán con vosotros.

Así, pues, amadísimos, vosotros que de todo corazón habéis dado fe a las promesas del Señor, huyendo la inmundísima lepra de la avaricia, usad sabia y piadosamente de los dones de Dios. Y puesto que os gozáis de su generosidad, procurad hacer a otros partícipes de vuestra felicidad.

 

RESPONSORIO                    Lc 6, 35-36; Sal 144, 8
 
R./ El Altísimo es bueno con los malvados y desagradecidos. * Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
V./ El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
R./ Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

 

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 6, 24-34

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 62 sobre el evangelio de san Lucas (Edit R.R. Tonneau: CSCO t. 70, 160-164)

Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia

Al oír estas palabras, ¿qué conclusiones los discípulos han de tomar y qué decisiones prácticas han de adoptar? Ciertamente éstas: han de abandonar en manos de Dios la preocupación por el alimento, y acordarse de lo que dijo aquel santo varón: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará. Sí, él da con largueza a los santos lo necesario para la vida, y ciertamente no miente al decir: No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir... Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.

Era sumamente útil —necesario incluso— que los que son investidos de la dignidad apostólica tuvieran un alma liberada del apetito de riquezas y nada aborrecieran tanto como la acumulación de donativos, contentándose más bien con los que Dios les proporciona, pues, como está escrito: La codicia es la raíz de todos los males. Convenía, por tanto, que a toda costa se mantuvieran al margen y plenamente liberados de aquel vicio que es la raíz y madre de todos los males, agotando —valga la expresión— toda su diligencia en ocupaciones realmente necesarias: en no caer bajo el yugo de Satanás. De esta forma, caminando al margen de las preocupaciones mundanas, infravalorarán los apetitos carnales y desearán únicamente lo que Dios quiere.

Y al igual que los más aguerridos soldados, al salir al combate, no llevan consigo más que las armas necesarias para la guerra, lo mismo aquellos a quienes Cristo enviaba en ayuda de la tierra y a asumir la lucha, en pro de los que estaban en peligro, contra los poderes que dominan este mundo de tinieblas, es más, a luchar contra el mismo Satanás en persona, convenía que estuvieran liberados de las fatigas de este mundo y de toda preocupación mundana de modo que, bien ceñidos y con las armas espirituales en las manos, pudieran luchar denodadamente contra los que bloquean la gloria de Cristo y sembraron de ruinas la tierra entera; es un hecho que indujeron a sus habitantes a adorar a la criatura en lugar de al Creador y a ofrecer culto a los elementos del mundo.

Tened embrazado el escudo de la fe, puesta la coraza de la justicia y por espada la del Espíritu Santo, toda palabra de Dios. Con estos pertrechos, era inevitable que fueran intolerables para sus enemigos, sin llevar entre su impedimenta nada digno de mancha o culpa, es decir, el afán de poseer, de atesorar ilícitas ganancias y andar preocupados en su custodia, cosas todas que apartan al alma humana de una vida grata a Dios ni la permiten elevarse a él sino que más bien le cortan las alas y la hunden en aspiraciones materiales y terrenas.

 

RESPONSORIO                    Mt 6, 31. 32-33
 
R./ No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. * Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
V./ Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura.
R./ Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
 


Ciclo B: Mc 2, 18-22

HOMILÍA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 34, 1.2.3: SC 100, 846848; 850854)

Trayéndose a sí mismo, Cristo nos trajo toda novedad

Leed con mayor atención el evangelio que nos han transmitido los apóstoles; leed también atentamente las profecías y hallaréis que toda la actividad, toda la doctrina y toda la pasión de nuestro Señor estaba predicha en ellas. Y si se os ocurriese pensar: entonces, ¿qué de nuevo nos ha traído el Señor con su venida?, sabed que trayéndose a sí mismo, nos trajo toda novedad, él que previa-mente había sido anunciado. Y lo que se predicaba eraesto: que la Novedad vendría a innovar y a vivificar al hombre.

Y si la venida del Rey es anunciada de antemano por los siervos que él envió, es para preparar a los que habrían de recibir a su propio Señor. Pero una vez llegado el Rey y sus súbditos han sido colmados de la alegría previamente anunciada, han recibido la libertad que procede de él y participan de su visión; ahora que han escuchado sus palabras y disfrutado de sus dones, ya ninguna persona sensata se preguntará qué de nuevo ha aportado el Rey sobre los que anunciaron su venida: ha aportado su propia persona y ha hecho donación a los hombres de los bienes anunciados con anterioridad, bienes que los ángeles ansían penetrar.

El con su venida lo ha plenificado todo y aún hoy sigue plenificando en la Iglesia, hasta la consumación final, la nueva Alianza preanunciada por la ley. Ahora bien, ¿cómo habrían los profetas podido predecir la venida del Rey y preevangelizar la paz que él iba a instaurar, y preanunciar todo lo que Cristo hizo de palabra y de obra, además de su pasión, y predicar el nuevo Testamento, si hubieran recibido la inspiración profética de otro dios, de un dios que —según vosotros— ignoraba al Padre inenarrable y su reino y sus disposiciones, unas disposiciones cumplimentadas por el Hijo de Dios al venir a la tierra en los últimos tiempos?

Todos los profetas anunciaron de hecho unas mismas cosas, pero no se verificaron en ningún personaje de la antigüedad. Porque de haberse verificado en alguno de los antiguos, no habría razón para que, los profetas que vivieron con posterioridad, profetizasen que estas cosas habrían de cumplirse en los últimos tiempos. Pero la verdad es que no existe ningún personaje ni entre los padres ni entre los profetas ni entre los antiguos reyes en quien se haya realizado un sola de estas profecías en forma propia y específica. Todos, es verdad, profetizaron los padecimientos de Cristo, pero ellos estuvieron muy lejos de padecer sufrimientos tales como los por ellos predichos. Y los signos predichos a propósito de la Pasión del Señor en ningún otro se cumplieron.

En resumen: los profetas no se referían a ningún otro, sino al Señor, en quien concurrieron todos los signos predichos.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 68.70; 1 Jn 4, 10
 
R./ El Señor ha visitado y redimido a su pueblo, * según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
V./ Nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
R./ Según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
 


Ciclo C: Lc 6, 39-45

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Lucas (Cap 6: PG 72, 602-603)

Los discípulos llamados a ser los iniciadores y maestros
del mundo entero

Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine el aprendizaje, será como su maestro. Los bienaventurados discípulos estaban llamados a ser los iniciadores y maestros del mundo entero. Por eso era conveniente que aventajasen a los demás en una sólida formación religiosa: necesitaban conocer el camino de la vida evangélica, ser maestros consumados en toda obra buena, impartir a sus alumnos una doctrina clara, sana y ceñida a las reglas de la verdad; como quienes ya antes habían fijado su mirada en la Verdad y poseían una mente ilustrada por la luz divina. Sólo así evitarían convertirse en ciegos, guías de ciegos. En efecto, los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no podrán conducir al conocimiento de la verdad a quienes se encuentran en idénticas y calamitosas condiciones. Pues de intentarlo, ambos acabarán cayendo en el hoyo de las pasiones.

A continuación y para cortar de raíz el tan difundido morbo de la jactancia, de modo que en ningún momento intenten superar el prestigio de los maestros, añade: Un discípulo no es más que su maestro. Y si ocurriera alguna vez que algunos discípulos hicieran tales progresos, que llegaran a equipararse en mérito a sus antecesores, incluso entonces deben permanecer dentro de los límites de la modestia de los maestros y convertirse en sus imitadores.

Es lo que atestiguará Pablo, diciendo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Por tanto, si el maestro se abstiene de juzgar, ¿por qué tú dictas sentencia? No vino efectivamente a juzgar al mundo, sino para usar con él de misericordia. Cuyo sentido es éste: si yo —dice— no juzgo, no juzgues tú tampoco, siendo como eres discípulo. Y si por añadidura, eres más culpable que aquel a quien juzgas, ¿cómo no se te caerá la cara de vergüenza? El Señor aclara esto mismo con otra comparación. Dice: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?

Con silogismos que no tienen vuelta de hoja trata de persuadirnos de que nos abstengamos de juzgar a los demás; examinemos más bien nuestros corazones y tratemos de expulsar las pasiones que anidan en ellos, implorando el auxilio divino. El Señor sana los corazones destrozados y nos libra de las dolencias del alma. Si tú pecas más y más gravemente que los demás, ¿por qué les reprochas sus pecados, echando al olvido los tuyos? Así pues, este mandato es necesariamente provechoso para todo el que desee vivir piadosamente, pero lo es sobre todo para quienes han recibido el encargo de instruir a los demás.

Y si fueren buenos y capaces, presentándose a sí mismos como modelos de la vida evangélica, entonces sí que podrán reprender con libertad a quienes no quieren imitar su conducta, como a quienes, adhiriéndose a sus maestros, no dan muestras de un comportamiento religioso.

 

RESPONSORIO                    2 Tim 2, 2; Sal 77, 5-6
 
R./ Lo que has oído de mí, a través, de muchos testigos, * eso mismo confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros.
V./ El Señor mandó a nuestros padres que le enseñaran a sus hijos, para que lo supiera la generación siguiente.
R./ Eso mismo confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros.

 

DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO

Ciclo A: Mt 7, 21-27

HOMILÍA

Epifanio el Latino, Comentario a los evangelios (Hom 21: PLS 3, 854-855)

Fundemos en Cristo nuestra fe

Puesto que un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, se sigue que por el fruto se conoce al árbol. Si, pues, somos árboles sanos, es decir, hombres justos, piadosos, fieles, misericordiosos, demos frutos de santidad y justicia, ya que si fuéramos árboles dañados, esto es, hombres impíos, dolosos, codiciosos y pecadores seríamos talados, se entiende, por la divina espada de dos filos en el día del juicio, y arrojados al fuego eterno. Allá se hará el discernimiento del bien y el mal, como habéis oído en la presente lectura: El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

Por eso, nuestro Señor que nos quiere inconmovibles hasta el fin y salvos para siempre, no a través del ocio sino a través de la fatiga, después de todas las bienaventuranzas y de los innumerables preceptos, concluyó su discurso con esta parábola, para enseñarnos que será salvo, quien perseverare hasta el fin.

En la casa edificada sobre roca, que ninguna adversa tempestad consiguió abatir, quiso significar nuestra firme fe en Cristo, que ninguna tentación diabólica es capaz de conmover. Sólo luchando contra el diablo con armas espirituales, mereceremos —vencido el enemigo— recibir la corona. La casa es, pues, la santa Iglesia —o nuestra fe—, cimentada sobre el nombre de Cristo, como el mismo Señor dijo al bienaventurado apóstol Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Por tanto, mientras nos está permitido edificar, cimentemos en Cristo nuestra fe y enriquezcámonos interiormente con obras santas, para que, cuando llegue la tempestad –que es el enemigo solapado–, más que destruirnos, sufra él una derrota. Y ahora mismo el enemigo está entre nosotros, se oculta en lo íntimo del corazón, como dice el Apóstol: Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Por lo cual, amados míos, quien en la prosperidad hubiere edificado sabia y sólidamente, en la adversidad es hallado no sólo más fuerte sino también más digno de alabanza, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida, que el Señor ha prometido a los que lo aman.

Por lo tanto, amadísimos, vigilemos, actuemos denodadamente, trabajemos para que, con la ayuda de Cristo, superemos lo adverso y consigamos la prosperidad eterna.

 

RESPONSORIO                    Ef 4, 15; Prov 4, 18
 
R./ Realizando la verdad en el amor, * hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo.
V./ La senda del justo es aurora luminosa, crece su luz hasta hacerse mediodía.
R./ Hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo.
 


Ciclo B: Mc 2, 23—3,6

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 91 (1-2: CCL 39, 1278-1280)

Nuestro sábado es el gozo en el sosiego
de nuestra esperanza

Dios no nos enseña otro cántico que el cántico de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que nuestra fe se afiance en él mientras todavía no lo vemos; creyendo en aquel a quien no vemos, para que nos gocemos al verlo y, a nuestra fe, le suceda la visión de la luz, cuando ya no se nos dirá: «Cree lo que no ves», sino: «Alégrate, porque ves».

Pues si amamos a quien no vemos, ¡cómo le amaremos cuando lo veamos! Crezca, pues, nuestro deseo. No somos cristianos sino con miras al siglo futuro: que nadie ponga su esperanza en los bienes presentes, que nadie se prometa la felicidad del mundo por el mero hecho de ser cristiano; disfrute, no obstante, de la felicidad presente si puede, como pueda, cuando pueda y cuanto pueda. Cuando la tenga, agradezca el consuelo de Dios; cuando le falte, agradezca la justicia de Dios: Es bueno dar gracias al Señor, y tañer para tu nombre, oh Altísimo.

El título del salmo 91 es éste: Salmo. Cántico. Para el día del sábado. Fijaos que también hoy es sábado. Los judíos lo celebran actualmente con cierto ocio corporal, lánguido y relajado. Hacen fiesta, pero es para entregarse a frivolidades; y habiendo sido Dios quien instituyó el sábado, ellos dedican el sábado a hacer lo que Dios prohíbe. Nuestro ocio consiste en abstenerse de las obras malas. También a nosotros Dios nos impone el sábado. ¿Cuál? Primero considerad dónde radica este sábado: nuestro sábado radica en el interior, en el corazón. Muchos, en efecto, descansan corporalmente, pero su conciencia vive en la agitación. Ningún hombre malo puede disfrutar del sábado, pues su conciencia no le deja un momento de reposo y se ve obligado a vivir en la turbación.

En cambio, quien tiene una buena conciencia, está tranquilo y esa misma tranquilidad es el sábado del corazón. Tiene el alma puesta en el Señor de las promesas, y si por ventura sufre al presente, se distiende con la esperanza puesta en el futuro, y se serena toda nube de tristeza, como dice el Apóstol: Que la esperanza os tenga alegres. Y ese mismo gozo en el sosiego de nuestra esperanza, es nuestro sábado. Esto es lo que se recomienda, esto es lo que se canta en el presente salmo: de qué modo el cristiano ha de vivir el sábado de su corazón, esto es, en el ocio, la tranquilidad y la serenidad de su propia conciencia, que nada sabe de perturbaciones. Por eso este salmo nos dice cuál es el origen de las perturbaciones que suelen afligir al hombre y te enseña a observar el sábado en tu corazón.

 

RESPONSORIO                    Sal 26, 13. 4; Heb 13, 14
 
R./ Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. * Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
V./ No tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura.
R./ Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
 


Ciclo C: Lc 7, 1-10

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 62 (1.3-4: PL 38, 414-416)

La humilde fe del centurión

Mientras se nos leía el evangelio, hemos oído el elogio de nuestra fe en base a su humildad. Habiendo prometido el Señor Jesús ir a casa del centurión para curar a su criado, él respondió: No soy yo quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y quedará sano. Confesándose indigno, se hizo digno de que Jesús entrase, no entre las cuatro paredes de su casa, sino en su corazón. Pues no hubiese hablado con tanta fe y humildad, si no albergase ya en su corazón a aquel a quien no se creía digno de recibir en su casa. Menguada habría sido la dicha si el Señor Jesús hubiera entrado dentro de sus cuatro paredes, y no estuviera aposentado en su corazón. Efectivamente, Jesús, maestro de humildad de palabra y con su ejemplo, se recostó asimismo a la mesa en casa de un soberbio fariseo, llamado Simón. Pero aun estando recostado en su casa, el Hijo del hombre no encontraba en su corazón dónde reclinar su cabeza.

Estaba, pues, recostado el Señor en casa del fariseo soberbio. Estaba en su casa, como acabo de decir, pero no estaba en su corazón. En cambio, no entró en la casa de este centurión, pero se posesionó de su corazón. El elogio de su fe tiene como base la humildad. Dijo en efecto: No soy yo quién para que entres bajo mi techo. Y el Señor: Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe: se entiende, en el Israel según la carne.

Porque según el espíritu, este centurión era ya israelita. El Señor había venido al Israel según la carne, es decir, a los judíos, a buscar primero allí las ovejas perdidas. En cuyo pueblo y de cuyo pueblo había también él asumido el cuerpo: Ni en Israel he encontrado tanta fe, afirma Jesús. Nosotros, como hombres, podemos medir la fe del hombre; él que veía el interior del hombre, él a quien nadie podía engañar, dio testimonio al corazón de aquel hombre, oyendo las palabras de humildad y pronunciando una sentencia de curación.

¿Y qué fue lo que le indujo a semejante conclusión? Porque yo —dijo— también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «ve», y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace. Soy una autoridad con súbditos a mis órdenes, pero sometido a otra autoridad superior a mí. Por tanto —reflexiona— si yo, un hombre sometido al poder de otro, tengo el poder de mandar, ¿qué no podrás tú de quien depende toda potestad? Y el que esto decía era un pagano, centurión para más señas. Se comportaba allí como un soldado, como un soldado con grado de centurión; sometido a autoridad y constituido en autoridad; obediente como súbdito y dando órdenes a sus subordinados.

Y si bien el Señor estaba incorporado al pueblo judío, anunciaba ya que la Iglesia habría de propagarse por todo el orbe de la tierra, a la que más tarde enviaría a los Apóstoles: él, no visto pero creído por los paganos, visto y muerto por los judíos.

Y así como el Señor, sin entrar físicamente en la casa del centurión —ausente con el cuerpo, presente con su majestad—, sanó no obstante su fe y su misma familia, así también el Señor en persona sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; entre las demás gentes ni nació de una virgen, ni padeció, ni recorrió sus caminos, ni soportó las penalidades humanas, ni obra las maravillas divinas. Nada de esto en los otros pueblos. Y sin embargo, a propósito de Jesús se cumplió lo que se había dicho: Un pueblo extraño fue mi vasallo. ¿Pero cómo, si es un pueblo extraño? Me escuchaban y me obedecían. El mundo entero oyó y creyó.

 

RESPONSORIO                    Heb 11, 6; Is 7, 9
 
R./ Sin fe es imposible complacerle, pues * el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.
V./ Si no creéis, no subsistiréis.
R./ El que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.

 

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 9, 9-13

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 58 (1,7: CCL, 39, 733-734)

He venido a llamar a los pecadores a que se conviertan

Existe otra clase de fuertes que presumen, no de riqueza, ni de fuerza física, ni de haber temporalmente desempeñado algún cargo importante, sino de su justicia. Este tipo de fuertes ha de ser evitado, temido, rehuido, no imitado, precisamente porque presumen —repito— no de tipo, ni de bienes de fortuna, ni de estirpe, ni de honores —¿quién no ve que todos estos títulos son temporales, lábiles, caducos y pasajeros?—, sino que presumen de su propia justicia. Este tipo de fortaleza es el que impidió a los judíos pasar por el ojo de una aguja.

Pues presumiendo de justos y teniéndose por sanos, rehusaron la medicina y mataron al mismo médico. No ha venido a llamar a estos fuertes, a estos sanos, aquel que dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Estos eran los fuertes que insultaban a los discípulos de Cristo, porque su maestro entraba en casa de los enfermos y comía con los enfermos.

¿Cómo es que —dicen— vuestro maestro come con publicanos y pecadores? ¡Oh fuertes, que no tenéis necesidad de médico! Esta vuestra fortaleza no es síntoma de salud, sino de insania. ¡Dios nos libre de imitar a estos fuertes! Pues es de temer que a alguien se le ocurra imitarlos.

En cambio, el doctor de humildad, partícipe de nuestra debilidad, que nos hizo partícipes de su divinidad, y que bajó del cielo para esto: para mostrarnos el camino y hacerse él mismo camino, se dignó recomendarnos muy particularmente su propia humildad. Por eso no desdeñó ser bautizado por el siervo, para enseñarnos a confesar nuestros pecados, a aceptar nuestra debilidad para llegar a ser fuertes, prefiriendo hacer nuestras las palabras del Apóstol, que afirma: Cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Por el contrario, los que pretendieron ser fuertes, esto es, los que presumieron de su virtud teniéndose por justos, tropezaron con el obstáculo de esa Piedra: confundieron el Cordero con un cabrito, y como lo mataron como cabrito no merecieron ser redimidos por el Cordero. Estos son los mismos fuertes que arremetieron contra Cristo, alardeando de su propia justicia. Escuchad a estos fuertes: Cuando algunos de Jerusalén, enviados por ellos a prender a Cristo, no se atrevieron a ponerle la mano encima, les dijeron: ¿Por qué no lo habéis traído? Respondieron: Jamás ha hablado nadie así. Y aquellos fuertes replicaron: ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Sólo esa gente que no entiende de la ley.

Se pusieron al frente de una turba enferma que corría tras del médico; por eso, porque eran fuertes y, lo que es más grave, con su fortaleza arrastraron tras de sí también a toda la turba, acabaron por matar al médico universal. Pero él, precisamente por haber muerto, elaboró con su sangre un medicamento para los enfermos.

 

RESPONSORIO                                    Mc 2, 17; Is 55, 8
 
R./ Jesús lo oyó y les dijo: * «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
V./ Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos.
R./ «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
 


Ciclo B: Mc 3, 20-35

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 71 (1.13.14.19.20: PL 38, 445.451-452.454-456)

La penitencia obtiene el perdón en esta vida,
valedero para la futura

La lectura evangélica que acabamos de oír plantea un arduo problema, que no estamos en situación de resolver con nuestras solas fuerzas: pero nuestra capacidad nos viene de Dios, en la medida en que somos capaces de recibir u obtener su ayuda:

En Marcos hallamos escrito: Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Quien blasfemare de cualquier modo contra el Espíritu Santo, no habría motivo para estar indagando de qué tipo de blasfemia se trata, pues se referiría a toda blasfemia, sin excepción. Pero no se puede pensar que a los paganos, a los judíos, a los herejes y a toda esa caterva de hombres que, con sus diversos errores y contradicciones, blasfeman contra el Espíritu Santo, se les quite toda esperanza de perdón si llegaren a enmendarse. No queda más remedio que en el pasaje en que se dice: El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, haya de entenderse no del que de cualquier modo blasfemare contra el Espíritu Santo, sino del que lo hiciere de un modo tal, que su pecado resulte irremisible.

Para disponernos a la vida eterna, que se nos otorgará en el último día, el primer don que Dios nos concede al abrazar la fe es el perdón de los pecados. Pues mientras ellos permanecieren en nosotros, somos en cierto modo enemigos de Dios y estamos alejados de él a causa de nuestra depravación. En efecto, la Escritura no nos miente cuando dice: Son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios. Por tanto, Dios no deposita en nosotros sus bienes, sin antes retirar nuestros males. Aquéllos crecen en la medida en que decrecen éstos; ni llegarán aquéllos a su plenitud en tanto éstos no hayan totalmente desaparecido. Hemos, pues, de admitir que el primer beneficio que recibimos de la bondad divina es el perdón de los pecados en el Espíritu Santo. Pues en el Espíritu Santo —por el que el pueblo de Dios es congregado en la unidad— es arrojado el espíritu inmundo, que está en guerra civil.

Contra este don gratuito, contra esta gracia de Dios habla el corazón impenitente. Pues bien, esta impenitencia es precisamente la blasfemia contra el Espíritu, que no tendrá perdón ni en esta vida ni en la futura. En efecto, contra el Espíritu Santo, en quien son bautizados los que reciben el perdón de los pecados y al que la Iglesia recibe para que a quien perdonare los pecados le queden perdonados, contra este Espíritu habla, o con el pensamiento o con la lengua, palabras perversas e impías en exceso aquel que, cuando la paciencia de Dios le estimula a penitencia, con la dureza de su corazón impenitente se está almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.

Esta impenitencia contra la que clamaban al unísono el pregonero y el juez, diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de Dios, esta empedernida impenitencia es la que no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra, pues la penitencia obtiene el perdón en esta vida, valedero para la futura.

 

RESPONSORIO                    1 Tes 5, 9-10; Col 1, 13
 
R./ Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros * para que, despiertos o dormidos, vivamos con él.
V./ Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor.
R./ Para que, despiertos o dormidos, vivamos con él.
 


Ciclo C: Lc 7, 11-17

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 98 (1-3: PL 38, 591-592)

La Madre Iglesia se regocija por los hombres
que cada día resucitan espiritualmente

Los milagros de nuestro Señor y Salvador Jesucristo conmueven, es verdad, a todos los creyentes que los escuchan, pero a unos y a otros de muy diversa manera. Pueslos hay que, impresionados por sus milagros corporales, no aciertan a intuir milagros mayores; otros, en cambio, los prodigios que escuchan realizados en los cuerpos, los admiran ahora ampliamente realizados en las almas.

Al cristiano no ha de caberle la menor duda de que también ahora son resucitados los muertos. Pero si bien es verdad que todo hombre tiene unos ojos capaces de ver resucitar muertos, como resucitó el hijo de esta viuda de que hace un momento nos hablaba el evangelio, no lo es menos que no todos tienen ojos para ver resucitar a hombres espiritualmente muertos, a no ser los que previamente resucitaron en el corazón. Es más importante resucitar a quien vivirá para siempre que resucitar al que ha de volver a morir.

De la resurrección de aquel joven se alegró su madre viuda; de los hombres que cada día resucitan espiritualmente se regocija la Madre Iglesia. Aquél estaba muerto en el cuerpo; éstos, en el alma. La muerte visible de aquél visiblemente era llorada; la muerte invisible de éstos ni se la buscaba ni se la notaba.

La buscó el que conocía a los muertos: y conocía a los muertos únicamente el que podía devolverles la vida. Pues de no haber venido el Señor para resucitar a los muertos, no habría dicho el Apóstol: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Oyes que duerme cuando dice: despierta tú que duermes: pero comprende que está muerto cuando escuchas: Levántate de entre los muertos. Muchas veces se llama durmientes a los visiblemente muertos. Y realmente, para quien es capaz de resucitarlos, todos duermen. Para ti, un muerto es un muerto sin más: por más que lo sacudas, por más que lo pellizques, por más que le pegues no se despierta. Para Cristo, en cambio, dormía aquel muchacho a quien dijo: ¡Levántate!, e inmediatamente resucitó. Nadie despierta tan fácilmente en el lecho, como Cristo en el sepulcro.

Nuestro Señor Jesucristo quería que se entendiera también espiritualmente lo que hacía corporalmente. Pues no acudía al milagro por el milagro, sino para que lo que hacía fuese admirable para los testigos presenciales y verdadero para los hombres intelectuales.

Pasa lo mismo con el que, no sabiendo leer, contempla el texto de un códice maravillosamente escrito: pondera ciertamente la habilidad del copista y admira la delicadeza de los trazos, pero ignora su significado, no capta el sentido de aquellos rasgos: es un ciego mental de buen criterio visual. Otro, en cambio, encomia la obra de arte y capta su sentido: éste no sólo puede ver, lo que es común a todos, sino que, además, puede leer, cosa que no es capaz de hacer quien no aprendió a leer. Así ocurrió con los que vieron los milagros de Cristo sin comprender su significado, sin intuir lo que en cierto modo insinuaban a los espíritus inteligentes: se admiraron simplemente del hecho en sí; otros, por el contrario, admiraron los hechos y comprendieron su significado. Como éstos debemos ser nosotros en la escuela de Cristo.

 

RESPONSORIO                    Jn 11, 25.26; Rom 6, 23
 
R./ «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; * y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre».
V./ La paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.
R./ Y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre».

 

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 9, 36—10, 8

HOMILÍA

San Agustín-de Hipona, Tratado 15 sobre el evangelio de san Juan (32: CCL 36, 163-164)

Así se alegran lo mismo el sembrador y el segador

Cristo ardía en deseos de realizar su misión y se disponía a enviar obreros. Había, pues, que enviar segadores. Con todo, tiene razón el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. ¿Cómo es esto? ¿Envía segadores y no sembradores? Y ¿a dónde envía los segadores? A donde otros habían trabajado. Pues donde ya se había trabajado, ciertamente se había sembrado y lo sembrado había ya madurado y esperaba la hoz y la trilla.

¿A dónde había de enviar los segadores? A donde ya los profetas habían predicado: ellos son los sembradores. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. ¿Quienes trabajaron? El mismo Abrahán, Isaac y Jacob. Leed sus trabajos: todos son una profecía de Cristo; por eso son sembradores. ¡Cuánto no tuvieron que sufrir Moisés y el resto de los patriarcas y todos los profetas en los fríos de la sementera! Luego en Judea la mies estaba ya a punto de siega. En verdad que estaba ya como en sazón aquella mies, cuando tantos miles de hombres llevaban el precio de sus bienes y, poniéndolo a disposición de los apóstoles y aligerados los hombros de los fardos seculares, seguían a Cristo, el Señor. Realmente la mies estaba en sazón.

Y ¿qué pasó después? De aquella mies se esparcieron unos cuantos granos, sembraron la redondez de la tierra y brotó otra mies, que se cosechará al fin de los tiempos. De esta mies se dice: Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. A esta mies no serán enviados los apóstoles, sino los ángeles: Los segadores —dice— son los ángeles. Esta mies crece entre la cizaña y espera ser purificada al final. Aquella otra mies a la que primero fueron enviados los discípulos y en donde trabajaron los profetas, estaba ya dorada para la siega. Y sin embargo, hermanos, fijaos lo que se dice: Así se alegran lo mismo sembrador y segador. Trabajaron en épocas diferentes; pero serán colmados de idéntico gozo: como salario recibirán todos la vida eterna.

 

RESPONSORIO                    Lc 10, 2; cf. Jud 8, 33
 
R./ La mies es abundante y los obreros pocos; * rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
V./ Rogad, y el Señor librará a Israel por mi mano.
R./ Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
 


Ciclo B: Mc 4, 26-34

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 7 [atribuida] (PG 64, 21-26)

Cristo es el grano que ha disipado las tinieblas y ha renovado la Iglesia

¿Hay algo más grande que el reino de los cielos y más pequeño que un grano de mostaza? ¿Cómo ha podido Cristo comparar la inmensidad del reino de los cielos con esta pequeñísima semilla tan fácil de medir? Pero si examinamos bien las propiedades del grano de mostaza, hallaremos que el parangón es perfecto y muy apropiado.

¿Qué es el reino de los cielos sino Cristo en persona? En efecto, Cristo dice refiriéndose a sí mismo: Mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros. Y ¿hay algo más grande que Cristo según su divinidad, hasta el punto de que hemos de oír al profeta que dice: Él es nuestro Dios y no hay otro frente a él: investigó el camino del saber y se lb dio a su hijo Jacob, a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres?

Pero, asimismo, ¿hay algo más pequeño que Cristo según la economía de la encarnación, que se hizo inferior a los ángeles y a los hombres? Escucha a David explicar en qué se hizo menor que los ángeles: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles. Y que David dijo esto de Cristo, te lo interpreta Pablo, cuando dice: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.

¿Cómo se ha hecho al mismo tiempo reino de los cielos y grano? ¿Cómo pueden ser lo mismo el pequeño y el grande? Pues porque en virtud de su inmensa misericordia para con su criatura, se puso al servicio de todos, para ganarlos a todos. Por su propia naturaleza era Dios, lo es y lo será, y se ha hecho hombre por nuestra salvación. ¡Oh grano por quien fue hecho el mundo, por quien fueron disipadas las tinieblas y renovada la Iglesia! Este grano, suspendido de la cruz, tuvo tal eficacia que, aun cuando él mismo estaba clavado, con sola su palabra raptó al ladrón del madero y lo trasladó a las delicias del paraíso; este grano, herido por la lanza en el costado, destiló para los sedientos una bebida de inmortalidad; este grano de mostaza, bajado del madero y depositado en el huerto, cubrió toda la tierra con sus ramas; este grano, depositado en el huerto, hincó sus raíces hasta el infierno, y tomando consigo las almas que allí yacían, en tres días se las llevó al cielo.

Por tanto, el reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y lo sembró en su huerto. Siembra este grano de mostaza en el huerto de tu alma. Si tuvieres este grano de mostaza en el huerto de tu alma, te dirá también a ti el profeta: Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña.

Y si quisiéramos discutir más a fondo este tema, descubriríamos que la parábola le compete al mismo Salvador. En efecto, él es pequeño en apariencia, de una breve vida en este mundo, pero grande en el cielo. El es el Hijo del hombre y Dios, por cuanto es Hijo de Dios; supera todo cálculo: es eterno, invisible, celestial, que es comido únicamente por los creyentes; fue triturado y, después de su pasión, se volvió tan blanco como la leche; éste es más alto que todas las hortalizas; él es el indivisible Verbo del Padre; éste es en quien los pájaros del cielo, es decir, los profetas, los apóstoles y cuantos han sido llamados pueden cobijarse; éste es quien con su propio calor cura los males de nuestra alma; bajo este árbol somos cubiertos de rocío y protegidos de los ardores de este mundo; éste es el que al morir fue sembrado en la tierra y allí fructificó; y al tercer día resucitó a los santos sacándolos de los sepulcros; éste es el que por su resurrección apareció como el más grande de todos los profetas; éste es el que conserva todas las cosas mediante el Aliento que procede del Padre; éste es el que sembrado en la tierra creció hasta el cielo, el que sembrado en su propio campo, es decir, en el mundo, ofreció al Padre todos cuantos creían en él. ¡Oh semilla de vida sembrada en la tierra por Dios Padre! ¡Oh germen de inmortalidad que reconcilias con Dios a los mismos que tú alimentas! Diviértete bajo este árbol y danza con los ángeles, glorificando al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Mc 4, 26-28; Jn 12, 24
 
R./ El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. * La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
V./ En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
R./ La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
 


Ciclo C: Lc 7, 36 -8, 3

HOMILÍA

Anfiloquio de Iconio, Homilía sobre la mujer pecadora (PG 61, 745-751)

Dios no nos pide otra cosa que la conversión

Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. ¡Oh gracia inenarrable!, ¡oh inefable bondad! El es médico y cura todas las enfermedades, para ser útil a todos: buenos y malos, ingratos y agradecidos. Por lo cual, invitado ahora por un fariseo, entra en aquella casa hasta el momento repleta de males. Dondequiera que moraba un fariseo, allí había un antro de maldad, una cueva de pecadores, el aposento de la arrogancia. Pero aunque la casa de aquel fariseo reuniese todas estas condiciones, el Señor no desdeñó aceptar la invitación. Y con razón.

Accede prontamente a la invitación del fariseo, y lo hace con delicadeza, sin reprocharle su conducta: en primer lugar, porque quería santificar a los invitados, y también al anfitrión, a su familia y la misma esplendidez de los manjares; en segundo lugar, acepta la invitación del fariseo porque sabía que iba a acudir una meretriz y había de hacer ostensión de su férvido y ardiente anhelo de conversión, para que, deplorando ella sus pecados en presencia de los letrados y los fariseos, le brindara oportunidad de enseñarles a ellos cómo hay que aplacar a Dios con lágrimas por los pecados cometidos.

Y una mujer de la ciudad, una pecadora —dice—, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas. Alabemos, pues, a esta mujer que se ha granjeado el aplauso de todo el mundo. Tocó aquellos pies inmaculados, compartiendo con Juan el cuerpo de Cristo. Aquél, efectivamente, se apoyó sobre el pecho, de donde sacó la doctrina divina; ésta, en cambio, se abrazó a aquellos pies que por nosotros recorrían los caminos de la vida.

Por su parte, Cristo —que no se pronuncia sobre el pecado, pero alaba la penitencia; que no castiga el pasado, sino que sondea el porvenir—, haciendo caso omiso de las maldades pasadas, honra a la mujer, encomia su conversión, justifica sus lágrimas y premia su buen propósito; en cambio, el fariseo, al ver el milagro queda desconcertado y, trabajado por la envidia, se niega a admitir la conversión de aquella mujer: más aún, se desata en improperios contra la que así honraba al Señor, arroja el descrédito contra la dignidad del que era honrado, tachándolo de ignorante: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando.

Jesús, tomando la palabra, se dirige al fariseo enfrascado en tal tipo de murmuraciones: Simón, tengo algo que decirte. ¡Oh gracia inefable!, ¡oh inenarrable bondad! Dios y el hombre dialogan: Cristo plantea un problema y traza una norma de bondad, para vencer la maldad del fariseo. El respondió: Dímelo, maestro. Un prestamista tenía dos deudores. Fíjate en la sabiduría de Dios: ni siquiera nombra a la mujer, para que el fariseo no falsee intencionadamente la respuesta. Uno —dice— le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos. Perdonó a los que no tenían, no a los que no querían: una cosa es no tener y otra muy distinta no querer. Un ejemplo: Dios no nos pide otra cosa que la conversión: por eso quiere que estemos siempre alegres y nos demos prisa en acudir a la penitencia. Ahora bien, si teniendo voluntad de convertirnos, la multitud de nuestros pecados pone de manifiesto lo inadecuado de nuestro arrepentimiento, no porque no queremos sino porque no podemos, entonces nos perdona la deuda. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos.

¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: —Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: —Has juzgado rectamente. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: —¿Ves a esta mujer pecadora, a la que tú rechazas y a la que yo acojo? Desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados. Porque tú, al recibirme como invitado, no me honraste con un beso, no me perfumaste con ungüento; ésta, en cambio, que impetró el olvido de sus muchos pecados, me ha hecho los honores hasta con sus lágrimas.

Por tanto, todos los aquí presentes, imitad lo que habéis oído y emulad el llanto de esta meretriz. Lavaos el cuerpo no con el agua, sino con las lágrimas; no os vistáis el manto de seda, sino la incontaminada túnica de la continencia, para que consigáis idéntica gloria, dando gracias al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él la gloria, el honor y la adoración, con el Padre y el Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lev 23, 28.29; Hch 3, 19
 
R./ No haréis en ese día trabajo alguno, porque es el día de la Expiación, en el que se hace la expiación por vosotros en presencia del Señor, vuestro Dios. * Arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.
V./ El que no ayune ese día será excluido de su pueblo.
R./ Arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

 

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 10, 26-33

HOMILÍA

San Atanasio de Alejandría, Tratado sobre la encarnación del Verbo (29-30: PG 25, 146-147)

El Salvador ha resucitado; Cristo vive;
Cristo es la vida misma

Si mediante la señal de la cruz y la fe en Cristo conculcamos la muerte, habrá que concluir, a juicio de la verdad, que es Cristo y no otro quien ha conseguido la palma y el triunfo sobre la muerte, reduciéndola casi a la impotencia. Si además añadimos que la muerte —antes prepotente y, en consecuencia, terrible—, es despreciada a raíz de la venida del Salvador, de su muerte corporal y de su resurrección, es lógico deducir que la muerte fue aniquilada y vencida por Cristo, al ser él izado en la cruz.

Cuando, transcurrida la noche, el sol asoma e ilumina con sus rayos la faz de la tierra, a nadie se le ocurre dudar de que es el sol el que, esparciendo su luz por doquier ahuyenta las tinieblas inundándolo todo con su esplendor. Así también, cuando la muerte comenzó a ser despreciada y pisoteada tras la venida del Salvador en forma humana para salvarnos y de su muerte en la cruz, aparece perfectamente claro que fue el mismo Salvador quien, manifestándose corporalmente, destruyó la muerte y consigue cada día en sus discípulos nuevos trofeos sobre ella.

Si alguien viere a unos hombres, naturalmente pusilánimes, lanzarse confiadamente a la muerte sin temer la corrupción del sepulcro ni rehuir el descenso a los infiernos, sino provocarla con alegre disposición de ánimo; que no temen los tormentos, antes bien prefieren, por amor a Cristo, la muerte a la presente vida; más aún, si alguien fuera testigo de hombres, mujeres y hasta de tiernos niños que, a impulsos de su amor a Cristo, corren apresuradamente al encuentro con la muerte, ¿quién sería tan necio, tan incrédulo o tan ciego de entendimiento que no comprendiera y reconociera que ese Cristo —a quien tales hombres rinden un testimonio fidedigno— es el que concede y otorga a cada uno de ellos la victoria sobre la muerte y destruye su poder en todos aquellos que creen en él y llevan marcada la señal de la cruz?

Lo que acabamos de decir es un argumento no despreciable de que la muerte ha sido aniquilada por Cristo y de que la cruz del Señor ha sido izada como enseña contra ella. Respecto a que Cristo, común Salvador de todos y vida verdadera, haya obrado la inmortal resurrección del cuerpo, resulta mucho más evidente de los hechos que de las palabras para quienes conservan sano el ojo del alma.

Pues bien, si la muerte ha sido destruida y todos tienen el poder de vencerla por medio de Cristo, con mucha más razón la venció y la destruyó primeramente él en su propio cuerpo. Habiendo, pues, dado muerte a la muerte, ¿qué otra alternativa quedaba sino resucitar el cuerpo y erigirlo en trofeo de su victoria? ¿Y cómo hubiera podido comprobarse que la muerte había sido destruida, si no hubiera resucitado el cuerpo del Señor? Si lo dicho no fuera para alguien prueba suficiente en orden a demostrar su resurrección, preste fe a nuestras palabras al menos en base a lo que es comprobable con los ojos.

Pues si un muerto no puede hacer absolutamente nada: su recuerdo permanece vivo apenas hasta el sepulcro, y luego se desvanece; y si sólo los vivos pueden actuar y ejercer cierta influencia sobre los hombres: que lo compruebe quien quiera y, hechas las oportunas averiguaciones, juzgue por sí mismo y confiese la verdad. Pues bien: si el Salvador realiza entre los hombres tantas y tan estupendas cosas; si por doquier convence silenciosamente a tantos griegos y bárbaros a que abracen su fe y obedezcan todos su doctrina, ¿habrá todavía quien dude de que el Salvador ha resucitado, de que Cristo vive, más aún, de que es la vida misma?

 

RESPONSORIO                    2 Cor 4, 11; Sal 43, 23
 
R./ Continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; * para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
V./ Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.
R./ Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
 


Ciclo B: Mc 4, 35-41

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 43 (1-3: PL 38, 424-425)

A una orden de Cristo se produce la calma

Me dispongo a hablaros, con la gracia de Dios, sobre la lectura del santo evangelio que acabamos apenas de escuchar, para exhortaros en él a que frente a las tempestades y marejadas de este mundo, no duerma la fe en vuestros corazones. Porque —se dice— «no es cierto que Cristo, el Señor, tuviera dominio sobre la muerte, como no es verdad que lo tuviera sobre el sueño: ¿o es que el sueño no venció muy a pesar suyo al Todopoderoso mientras navegaba?». Si tal pensáis, duerme Cristo en vosotros; si por el contrario está en vela, vigila vuestra fe. Dice el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Luego también el sueño de Cristo es el signo de un sacramento. Los navegantes son las almas que surcan este mundo en el madero. También aquella barca era figura de la Iglesia. Además, todos y cada uno son templo de Dios y cada cual navega en su corazón: y no naufraga, a condición de que piense cosas buenas.

¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

El que dormía en tu corazón, no quiso vengarse. Despiértale, piensa en él. Su recuerdo es su palabra; su recuerdo es su voz de mando. Y si en ti vela Cristo, te dirás a ti mismo: ¿Qué clase de hombre soy yo, que quiero vengarme? ¿Quién soy yo para permitirme amenazar a otro hombre? Prefiero morir antes que vengarme. Si cuando estoy jadeante, rojo de ira y sediento de venganza abandonare este cuerpo, no me recibirá aquel que no quiso vengarse no me recibirá aquel que dijo: Dad y se os dará, perdonad y seréis perdonados. Por tanto, refrenaré mi ira, y retornaré a la paz de mi corazón. Increpó Cristo al mar y se hizo la calma.

Y lo que acabo de decir de la iracundia, tomadlo como norma en todas vuestras tentaciones. Nace la tentación: es el viento; te alteras: es el oleaje. Despierta a Cristo, que hable contigo. Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! Que ¿quién es éste a quien el mar obedece? Suyo es el mar, porque él lo hizo. Por medio de la Palabra se hizo todo. Imita más bien a los vientos y al mar: obedece al Creador. A una orden de Cristo el mar oye, ¿y tú te haces el sordo? Oye el mar, cesa el viento, ¿y tú estás que bufas? ¿Qué? Lo digo, lo hago, lo realizo: ¿qué otra cosa es eso sino bufar y negarse a recobrar la calma a una palabra de Cristo?

En los momentos de perturbación, no os dejéis vencer por el oleaje. No obstante y puesto que al fin y al cabo somos hombres, si soplare el viento, si se alborotan las pasiones de nuestra alma, no desesperemos: despertemos a Cristo, para que podamos navegar con bonanza y arribar al puerto de la patria.

 

RESPONSORIO                    Sal 68, 2.18.16
 
R./ Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello. * No escondas tu rostro a tu siervo: estoy en peligro, respóndeme enseguida.
V./ Que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino, que no se cierre la poza sobre mí.
R./ No escondas tu rostro a tu siervo: estoy en peligro, respóndeme enseguida.
 


Ciclo C: Lc 9, 18-24

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 39 sobre el evangelio de san Lucas (Edit R.M. Tonneau, CSCO Script Syri 70,110-115)

Pedro hace una precisa profesión de fe en Cristo

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Así pues, el Salvador y Señor de todos se presentaba a sí mismo como modelo de una vida digna a sus santos discípulos cuando oraba solo, en su presencia. Pero tal vez había algo que preocupaba a sus discípulos y que provocaba en ellos pensamientos no del todo rectos. En efecto, veían hoy orar a lo humano al que la víspera habían visto obrar prodigios a lo divino. En consecuencia, no carecería de fundamento que se hiciesen esta reflexión: «¡Qué cosa tan extraña! ¿Hemos de considerarlo como Dios o como hombre?».

Con el fin de poner coto al tumulto de semejantes cavilaciones y tranquilizar su fluctuante fe, Jesús les plantea una cuestión, conociendo perfectamente de antemano lo que decían de él los que no pertenecían a la comunidad judía e incluso lo que de él pensaban los israelitas. Quería efectivamente apartarlos de la opinión de la muchedumbre y buscaba la manera de consolidar en ellos una fe recta. Les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Una vez más es Pedro el que se adelanta a los demás, se constituye en portavoz del colegio apostólico, pronuncia palabras llenas de amor a Dios y hace una profesión de fe precisa e intachable en él, diciendo: El Mesías de Dios. Despierto está el discípulo, y el predicador de las verdades sagradas se muestra en extremo prudente. En efecto, no se limita a decir simplemente que es un Cristo de Dios, sino el Cristo, pues «cristos» hubo muchos, así llamados en razón de la unción recibida de Dios por diversos títulos: algunos fueron ungidos como reyes, otros como profetas, otros finalmente, como nosotros, habiendo conseguido la salvación por este Cristo, Salvador de todos, y habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, hemos recibido la denominación de «cristianos». Por tanto, son ciertamente muchos los «cristos» en base a una determinada función, pero única y exclusivamente él es el Cristo de Dios Padre.

Una vez que el discípulo hubo hecho la confesión de fe, les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y anadió: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado y ejecutado y resucitar al tercer día. Pero, ¿no era ésa una razón de más para que los discípulos lo predicaran por todas partes? Esta era efectivamente la misión de aquellos a quienes él había consagrado para el apostolado. Pero, como dice la sagrada Escritura: Cada asunto tiene su momento. Convenía que su predicación fuera precedida de la plena realización de aquellos misterios que todavía no se habían cumplido. Tales son: la crucifixión, la pasión, la muerte corporal, la resurrección de entre los muertos, este gran milagro y verdaderamente glorioso por el cual se comprueba que el Emmanuel es verdadero Dios e Hijo natural de Dios Padre.

En efecto, la total destrucción de la muerte, la supresión de la corrupción, el espolio del infierno, la subversión de la tiranía del diablo, la cancelación del pecado del mundo, la apertura a los habitantes de la tierra de las puertas del cielo y la unión del cielo y de la tierra: todas estas cosas son, repito, la prueba fehaciente de que el Emmanuel es Dios verdadero. Por eso les ordena cubrir temporalmente el misterio con el respetuoso velo del silencio hasta tanto que todo el proceso de la economía divina haya llegado a su natural culminación. Entonces, es decir, una vez resucitado de entre los muertos, dio orden de revelar el misterio al mundo entero, proponiendo a todos la justificación por la fe y la purificación mediante el santo bautismo. Dijo efectivamente: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Así pues, Cristo está con nosotros y en nosotros por medio del Espíritu Santo y habita en nuestras almas. Por el cual y en el cual sea a Dios Padre la alabanza y el imperio, junto con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO                    Lc 22, 32; Mt 16, 17b
 
R./ Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. * Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos.
V./ Porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
R./ Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos.

 

DOMINGO XIII DELTIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 10, 37-42

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 96 (1-4: PL 38, 584-586)

Si quieres seguir a Cristo, vuélvete a la cruz; soporta,
aguanta, manténte firme

Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena. Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, yo me he mantenido en la senda penosa. Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.

Todos sabemos de qué no es capaz el amor. El amor es no pocas veces hasta réprobo y lascivo. ¡Cuántas cosas duras no tuvieron que tolerar los hombres, cuántas cosas indignas e intolerables no hubieron de soportar para lograr el objeto de su amor!

Pues bien, siendo en su mayoría los hombres cuales son sus amores, ni es preciso preocuparse tanto de cómo se vive cuanto de saber elegir lo que es digno de ser amado, ¿por qué te admiras de que quien ama a Cristo y quiere seguir a Cristo, amando se niegue a sí mismo? Pues si es verdad que el hombre se pierde amándose, no hay duda de que se encuentra negándose.

¿Quién no ha de querer seguir a Cristo, en quien reside la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad? Bueno le es seguir a Cristo, pero conviene considerar el camino. Porque cuando el Señor Jesús pronunció estas palabras, todavía no había resucitado de entre los muertos. Todavía no había padecido, le esperaba la cruz, el deshonor, los ultrajes, la flagelación, las espinas, las heridas, los insultos, los oprobios, la muerte. Un camino casi desesperado; te acobarda; no quieres seguirlo. ¡Síguelo! Erizado es elcamino que el hombre se ha construido, pero Cristo lo ha allanado recorriéndolo fatigosamente de retorno.

Pues ¿quién no desea caminar hacia la exaltación? A todo el mundo le deleita la grandeza: pues bien, la humildad es la escala para ascender a ella. ¿Por qué alzas el pie más allá de tus posibilidades? ¿Quieres caer en vez de ascender? Da un primer paso y ya has iniciado la ascensión. No querían respetar esta gradación de la humildad aquellos dos discípulos, que decían: Señor, concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Aspiraban a la cima sin tener en cuenta las escalas intermedias. El Señor se las indicó. ¿Qué es lo que les respondió? ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Vosotros que aspiráis a la cúpula de la grandeza, ¿sois capaces de beber el cáliz de la humildad? Por eso no se contentó con, decir: Que se niegue a sí mismo y me siga, sino que intercaló: Que cargue con su cruz y me siga.

¿Qué significa: Cargue con su cruz? Soporte cualquier molestia: y así que me siga. Bastará que se ponga a seguirme imitando mi vida y cumpliendo mis preceptos, para que al punto aparezcan muchos contradictores, muchos que intenten impedírselo, muchos que querrán disuadirle, y los encontrará incluso entre los seguidores de Cristo. A Cristo acompañaban aquellos que querían hacer callar a los ciegos. Si quieres seguirle, acepta como cruz las amenazas, las seducciones y los obstáculos de cualquier clase; soporta, aguanta, manténte firme. Estas palabras del Señor parecen una exhortación al martirio. Si arrecia la persecución, ¿no debe despreciarse todo por amor a Cristo?


Ciclo B: Mc 5, 21-43

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 34 (1.5: CCL 34,193.197-199)

Realmente, para Dios la muerte es un sueño

Todas las perícopas evangélicas, carísimos hermanos, nos ofrecen los grandes bienes de la vida presente y de la futura. Pero la lectura de hoy es un compendio perfecto de esperanza, y la exclusión de cualquier motivo de desesperación.

Pero hablemos ya del jefe de la sinagoga, que, mientras conduce a Cristo a la cabecera de su hija, deja expedito el camino para que la mujer se acerque a Cristo. La lectura evangélica de hoy comienza así: Se acercó un jefe de la sinagoga, y al verlo se le echó a sus pies, rogándole con insistencia: Señor mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Conocedor del futuro como era, a Cristo no se le ocultaba que iba a producirse el encuentro con la susodicha mujer: de ella había de aprender el jefe de los judíos que a Dios no hay que moverlo de sitio, ni llevarlo de camino, ni exigirle una presencia corporal, sino creer que Dios está presente en todas partes, íntegramente y siempre; que puede hacerlo con sola una orden, sin esfuerzo; infundir ánimo, no deprimirlo; ahuyentar la muerte no con la mano, sino con su poder; prolongar la vida no con el arte, sino con el mandato.

Mi niña está en las últimas; ven. Que es como si dijera: Aún conserva el calor de la vida, aún se notan síntomas de animación, todavía respira, todavía el señor de la casa tiene una hija, todavía no ha descendido a la región de los muertos; por tanto, date prisa, no dejes que se le vaya el alma. En su ignorancia, creyó que Cristo no podía resucitar a la muerta sino tomándola de la mano. Esta es la razón por la cual Cristo, cuando, al llegar a la casa, vio que a la niña se la lloraba como perdida, para mover a la fe a los ánimos infieles, dijo que la niña no estaba muerta, sino dormida, a fin de infundirles esperanza, pensando que era más fácil despertar del sueño que de la muerte. La niña —dice— no está muerta, está dormida.

Y realmente, para Dios la muerte es un sueño, pues Dios devuelve más rápidamente a la vida que despierta un hombre del sueño a un dormido; y tarda menos Dios en infundir el calor vivificante a unos miembros fríos con el frío de la muerte de lo que puede tardar un hombre en infundir el vigor a los cuerpos sepultados en el sueño. Escucha al Apóstol: En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos despertarán. El bienaventurado Apóstol, al no hallar palabras capaces de expresar la velocidad de la resurrección, acudió a los ejemplos. Porque, ¿cómo hubiera podido imprimir celeridad al discurso allí donde la potencia divina se adelanta incluso a esa misma celeridad? ¿O en qué sentido podía expresarse en categorías de tiempo, allí donde se nos otorga una realidad eterna no sometida al tiempo? Así como el tiempo dio paso a la temporalidad, así excluyó el tiempo la eternidad.


Ciclo C: Lc 9, 51-62

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 1 para el domingo de las kalendas de noviembre (2: Opera omnia, Edit Cister t. 5, 305)

Sigámoslo con el empeño de una vida santa

En distintas ocasiones y de muchas maneras no sólo habló Dios por los profetas, sino que fue visto por los profetas. Lo conoció David hecho poco inferior a los ángeles; Jeremías lo vio incluso viviendo entre los hombres; Isaías nos asegura que lo vio unas veces sobre un trono excelso, y otras no sólo inferior a los ángeles o entre los hombres, sino como leproso, es decir, no sólo en la carne, sino en una carne pecadora como la nuestra.

También tú, si deseas verlo sublime, cuida de ver primero a Jesús humilde. Vuelve primero los ojos a la serpiente elevada en el desierto, si deseas ver al Rey sentado en su trono. Que esta visión te humille, para que aquélla exalte al humillado. Que ésta reprima y cure tu hinchazón, para que aquélla colme y sacie tu deseo. ¿Lo ves anonadado? Que no sea ociosa esta visión, pues no podrías ociosamente contemplar al exaltado. Cuando lo vieres tal cual es, serás semejante a él; sé ya desde ahora semejante a él, viéndolo tal cual por ti se ha hecho él.

Pues si ni en la humildad desdeñas ser semejante a él, seguramente te esperará también la semejanza con él en la gloria. Nunca permitirá él que sea excluido de la comunión en la gloria el que haya participado en su tribulación. Finalmente, hasta tal punto no desdeña admitir consigo en el reino a quien hubiere compartido su pasión, que el ladrón que le confesó en la cruz estuvo aquel mismo día con él en el paraíso. He aquí por qué dijo también a los Apóstoles: Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas y yo os transmito el reino. Y dado que si sufrimos con él también reinaremos con él, sea entre tanto, hermanos, nuestra meditación Cristo, y éste crucificado. Grabémosle como un sello en nuestro corazón, como un sello en nuestro brazo. Abracémosle con los brazos de un amor recíproco, sigámoslo con el empeño de una vida santa. Este es el camino por el que se nos muestra él mismo, que es la salvación de Dios, pero no ya privado de belleza y esplendor, sino con tanta claridad, que su gloria llena la tierra.

 

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 11, 25-30

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 1 sobre la cruz y el ladrón (5: PG 49, 405-408)

Imitemos al Señor

Imitemos al Señor y oremos por los enemigos. Imita al Señor: fue crucificado y abogó ante el Padre por sus verdugos. Pero me dirás: ¿Cómo puedo yo imitar al Señor? Si quieres, puedes. Pues si no pudieras imitarle, ¿cómo habría dicho: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón? Si no pudieras imitarle, no hubiera dicho Pablo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Por lo demás, si no quieres imitar al Señor, imita a tu consiervo Esteban, pues que él imitó al Señor. Lo mismo que Cristo oraba al Padre por los que le crucificaban, así el siervo, mientras le apedreaban, acosado por todas partes, aguantando las pedradas y haciendo caso omiso deldolor que los golpes le causaban, decía: Señor, no les tengas en cuenta este pecado.

¿Quieres que te muestre otro consiervo que ha soportado tormentos mucho más graves? Dice Pablo: He sido apaleado tres veces por los judíos, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Y ¿qué responde a esos malos tratos? Por el bien —dice— de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. ¿Quieres que te presente a otro no ya del nuevo sino del antiguo Testamento? Pues esto es lo más maravilloso de todo: que aquellos a quienes todavía no se les había mandado amar a los enemigos, sino que vivían bajo la ley del talión —ojo por ojo y diente por diente— hubieran llegado a la sabiduría apostólica. Escucha lo que dice Moisés, él que fue repetidas veces lapidado por los judíos y objeto de su desprecio: O perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro. ¿No ves cómo cada uno de estos justos antepone la seguridad de los demás a la propia salvación? Tú no has pecado: ¿por qué entonces quieres correr la misma suerte que los culpables? Y responden: Porque si los demás sufren, no le encuentro sentido a mi prosperidad.

Así pues, ¿qué perdón podremos esperar si, mientras el Señor y sus siervos, tanto del nuevo como del antiguo Testamento, nos exhortan a orar por los enemigos, nosotros, por el contrario, oramos contra los enemigos? Por favor, hermanos, no hagamos semejante cosa, que cuanto más numerosos son los ejemplos, tanto mayor será nuestro castigo, si no los imitamos. Más valioso es orar por los enemigos que por los amigos; y también más ventajoso. Si amáis —dice— a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?

Si, pues, oramos sólo por los amigos, no somos mejores que los paganos y publicanos; en cambio, cuando amamos a los enemigos nos hacemos, en lo que cabe, semejantes a Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos. Seamos, pues, semejantes al Padre: Sed perfectos —dice el Señor— como vuestro Padre celestial es perfecto, para que merezcamos conseguir el reino de los cielos, por la gracia y la bondad del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, a quien corresponden el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


Ciclo B: Mc 6, 1-6

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 31 sobre el evangelio de san Juan (3-4: CCL 36, 294-295)

El Padre mismo me ha enviado

Escuchad a la Palabra de Dios, hermanos, ved cómo les reafirmó en su aserción y lo que ellos respondieron: Éste sabemos de dónde viene; y también: El Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis. Lo que equivale a decir: Me conocéis y no me conocéis; o lo que es lo mismo: conocéis de dónde vengo y no conocéis de dónde vengo. Conocéis de dónde vengo: Jesús de Nazaret, cuyos padres también conocéis. En este aspecto, únicamente quedaba oculto el parto virginal, del que, no obstante, el marido era testigo de excepción: él, en efecto, habría podido fielmente indicar cómo había sucedido, siendo el único que podía conocerlo en calidad de marido. Excepción hecha, pues, del parto virginal, lo sabían todo de Jesús en cuanto hombre: su fisonomía, su patria, su familia y su pueblo natal, todo les era conocido. Con razón, pues, dijo: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo, según la carne y la fisonomía humana que tenía; en cambio, según la divinidad: Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis; para que le conozcáis, debéis creer en aquel a quien ha enviado y le conoceréis, pues a Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Finalmente, después de haber dicho: Sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis, para mostrarles de dónde podía venirles el conocimiento de lo que desconocían, añadió: Yo lo conozco. Por tanto, preguntadme a mí para llegar a conocerlo. ¿Que por qué lo conozco yo? Pues porque procedo de él y él me ha enviado. Magnífica afirmación de una doble verdad: Procedo —dice— de él, porque el Hijo procede del Padre, y todo lo que el Hijo es, es de aquel cuyo Hijo es.

Esta es la razón por la que decimos que el Señor Jesús es Dios de Dios; del Padre no decimos que sea Dios de Dios, sino sólo que es Dios. Y decimos que el Señor Jesús es Luz de Luz; del Padre no decimos que sea Luz de Luz, sino sólo que es Luz. A esto se refiere lo que dijo: Procedo de él. Y si ahora vosotros me veis en la carne es porque él me ha enviado. Cuando oyes: Él me ha enviado, no pienses en una diferencia de naturaleza, sino en la «autoridad» del que engendra.


Ciclo C: Lc 10, 1-12.17-20

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 101 (1.2.3.11: PL 38, 605.606.607.610)

Envió Cristo a los segadores con la hoz del evangelio

En la lectura evangélica que acaba de proclamársenos, se nos invita a indagar cuál sea la mies de la que dice el Señor: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Entonces agregó a sus doce discípulos —a quienes nombró apóstoles— otros setenta y dos y los mandó a todos —como se deduce de sus palabras— a la mies ya en sazón.

¿Cuál era, pues, aquella mies? Esa mies no hay que buscarla ciertamente entre los gentiles, donde nada se había sembrado. No queda otra alternativa que entenderla de la mies que había en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la mies, a esta mies mandó a los segadores: a los gentiles no les envió segadores, sino sembradores. Debemos, por consiguiente, entender que la cosecha se llevó a cabo en el pueblo judío, y la sementera en los pueblos paganos. De entre esta mies fueron elegidos los apóstoles, pues, al segarla, ya estaba madura, porque la habían previamente sembrado los profetas. Es una delicia contemplar los campos de Dios y recrearse viendo sus dones y a los obreros trabajando en sus campos.

Estad, pues, atentos y deleitaos conmigo en la contemplación de los campos de Dios y, en ellos, dos clases de mies: una, ya cosechada, y otra todavía por cosechar: cosechada ya en el pueblo judío, todavía por cosechar en los pueblos paganos. Vamos a tratar de demostrarlo. Y ¿cómo hacerlo sino acudiendo a la Escritura de Dios, el dueño de la mies? Pues bien, en el presente capítulo hallamos escrito: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. En otro lugar el Señor dijo a sus discípulos: ¿No decís vosotros que todavía queda lejos el verano? Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega. Y añadió: Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. Trabajaron Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, los profetas; trabajaron sembrando y al llegar el Señor se encontró con una mies ya madura. Enviados segadores con la hoz del evangelio, acarrearon las gavillas a la era del Señor, donde había de ser trillado Esteban.

En este momento aparece en escena Pablo, y es enviado a los gentiles. Y al hacer valer la gracia que él ha recibido como un don particular y personal, no oculta este extremo. El nos dice efectivamente en sus escritos que fue enviado a predicar el evangelio allí donde el nombre de Cristo era desconocido. Y como aquella cosecha es ya una cosa hecha, fijémonos en esta mies, que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor, ya que él estaba presente en los apóstoles y porque el mismo Cristo recolectó. Sin él, en efecto, ellos no pueden hacer nada, mientras que él es perfecto sin ellos. Por eso les dijo: Porque sin mí no podéis hacer nada. Y una vez que Cristo se decidió a sembrar entre los gentiles, ¿qué es lo que dice? Salió el sembradora sembrar. Y allí son enviados los obreros a segar.

Que estos apóstoles de Cristo, predicadores del evangelio, que no se detienen a saludar a nadie por el camino, esto es, que no buscan ni hacen otra cosa que anunciar el evangelio con genuina caridad, vengan a casa y digan: Paz a esta casa. No lo dicen sólo de boquita: escancian de lo que están llenos; predican la paz y poseen la paz. Así pues, el que rebosa paz y saluda: Paz a esta casa, si allí hay gente de paz descansará sobre ellos su paz.

 

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 13, 1-23

HOMILÍA

San Atanasio de Alejandría, Homilía [atribuida] sobre la sementera (2.3.4: PG 28, 146-150)

Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento

Pasaba el Señor por unos sembrados: el grano de trigo por entre las mieses; aquel grano de trigo espiritual, que cayó en un lugar concreto y resucitó fecundo en el mundo entero. El dijo de sí mismo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

Pasaba, pues, Jesús por unos sembrados: el que un día habría de ser grano de trigo por su virtud nutritiva, de momento es un sembrador, conforme se dice en los evangelios: Salió el sembrador a sembrar. Jesús, es verdad, esparce generosamente la semilla, pero la cuantía del fruto depende de la calidad del terreno. Pues en terreno pedregoso fácilmente se seca la semilla, y no por impotencia de la simiente, sino por culpa de la tierra, pues mientras la semilla está llena de vitalidad, la tierra es estéril por falta de profundidad. Cuando la tierra no mantiene la humedad, los rayos solares penetrando con más fuerza resecan la simiente: no ciertamente por defectuosidad en la semilla, sino por culpa del suelo.

Si la semilla cae en una tierra llena de zarzas, la vitalidad de la semilla acaba siendo ahogada por las zarzas, que no permiten que la virtualidad interior se desarrolle, debido a un condicionante exterior. En cambio, si la semilla cae en tierra buena no siempre produce idéntico fruto, sino unas veces el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno. La semilla es la misma, los frutos diversos, como diversos son también los resultados espirituales en los que son instruidos.

Salió, pues, el sembrador a sembrar: en parte lo hizo personalmente y en parte a través de sus discípulos. Leemos en los Hechos de los apóstoles que, después de la lapidación de Esteban, todos —menos los apóstoles— se dispersaron, no que se disolvieran a causa de su debilidad; no se separaron por razones de fe, sino que se dispersaron. Convertidos en trigo por virtud del sembrador y transformados en pan celestial por la doctrina de vida, esparcieron por doquier su eficacia.

Así pues, el sembrador de la doctrina, Jesús, Hijo unigénito de Dios, pasaba por unos sembrados. El no es únicamente sembrador de semillas, sino también de enseñanzas densas de admirable doctrina, en connivencia con el Padre. Este es el mismo que pasaba por unos sembrados. Aquellas semillas eran ciertamente portadores de grandes milagros.

Veamos ahora lo concerniente a la semilla en el momento de la sementera, y hablemos de los brotes que la tierra produce en primavera, no para abordar técnicamente el tema, sino para adorar al autor de tales maravillas. Van los hombres y, según su leal saber y entender, uncen los bueyes al arado, aran la tierra, ahuecan las capas superiores para que no se escurran las lluvias, sino que empapando profundamente la tierra hagan germinar un fruto copioso. La semilla, arrojada a una tierra bien mullida, goza de una doble ventaja: primero, la profundidad y la frialdad de la tierra; segundo, permanece oculta, a resguardo de la voracidad de las aves. El hombre hace ciertamente todo lo que está en su mano; pero no está asu alcance el hacer fructificar. Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento. Cuando la semilla comienza a brotar y crece, de la espiga se desprende y el fruto lo indica si se trata de trigo o de cizaña.

Habéis comprendido lo que acabo de decir; ahora debo dar un paso más y apuntar a realidades más espirituales. Por medio de los apóstoles, sembró Jesús la palabra del reino de los cielos por toda la tierra. El oído que ha escuchado la predicación la retiene en su interior; y echa hojas en tanto en cuanto frecuente asiduamente la Iglesia. Y nos reunimos en un mismo local tanto los productores de trigo como de cizaña; así el infiel como el hipócrita, para manifestar con mayor verismo lo que se predica. Nosotros, los agricultores de la Iglesia, vamos metiendo por los sembrados el azadón de las palabras, para cultivar el campo de modo que dé fruto. Desconocemos aún las condiciones del terreno: la semejanza de las hojas puede con frecuencia inducir a error a los que presiden. Pero cuando la doctrina se traduce en obras y adquiere solidez el fruto de las fatigas, entonces aparece quién es fiel y quién es hipócrita.



Ciclo B: Mc 6, 7-13

HOMILÍA

San Gregorio Magno, Homilía 17 sobre los evangelios (5.6.7.8: PL 76, 1140-1142)

Sobre el servicio de la predicación

No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a .saludar a nadie por el camino. El predicador ha de tener tanta confianza en Dios que, aunque no se provea de lo necesario para la presente vida, esté sin embargo segurísimo de que nada le ha de faltar, no ocurra que por tener la atención centrada en las cosas temporales, descuide de proveer a los demás las realidades eternas.

Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. La paz que se ofrece por boca del predicador, o descansa en la casa, si en ella hay gente de paz, o vuelve al mismo predicador; porque o bien habrá allí alguno predestinado a la vida y pondrá en práctica la palabra celestial que oye, o bien si nadie quisiere oír, el mismo predicador no quedará sin fruto, pues a él vuelve la paz, por cuanto el Señor le recompensará dándole la paga por el trabajo realizado.

Y ved cómo quien prohibió llevar ni alforja ni talega concede los necesarios medios de subsistencia a través de la misma predicación, pues agrega: Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. Si nuestra paz es aceptada, justo es que nos quedemos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, y así recibamos una retribución terrena de aquellos a quienes ofrecemos los premios de la patria celestial. De este modo, la recompensa que se recibe en la presente vida debe estimularnos a tender con más entusiasmo a la recompensa futura. Por lo cual, un predicador ya curtido no debe predicar para recibir la recompensa en esta tierra, sino que ha de recibir la recompensa para poder seguir predicando. Porque quien predica para recibir aquí la paga, en prestigio o en metálico, se priva indudablemente de la recompensa eterna. En cambio, quien predica buscando agradar a los hombres para atraerlos con sus palabras al amor del Señor, no al suyo propio, o bien percibe una retribución para no caer extenuado en el ministerio de la predicación a causa de su pobreza, éste ciertamente recibirá su recompensa en la patria celestial, porque durante su peregrinación sólo recibió lo estrictamente necesario.

Y ¿qué hacemos nosotros, oh pastores, que no sólo recibimos la recompensa, sino que para colmo no somos operarios? Recibimos, ya lo creo, los frutos de la santa Iglesia para nuestro cotidiano sustento, y sin embargo no nos empleamos a fondo en la predicación en beneficio de la Iglesia eterna. Pensemos cuál será la penalización subsiguiente al hecho de haber percibido un salario sin haber llenado la jornada laboral. Mirad: nosotros vivimos de las ofrendas de los fieles; y ¿qué hacemos por las almas de losfieles? Invertimos en gastos personales lo que los fieles ofrecieron para remisión de sus pecados, y sin embargo no nos afanamos, como sería justo, en luchar, con la dedicación a la plegaria o a la predicación, contra esos mismos pecados.


Ciclo C: Lc 10, 25-37

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 10 sobre la carta a los Hebreos, capítulo 6 (4: PG 63, 88-89)

Debemos atender a todos por igual

Todo fiel es santo, en la medida en que es fiel; aun cuando viva en el mundo y sea seglar, es santo. Por tanto, si vemos a un hombre del mundo en dificultades, echémosle una mano. Ni debemos mostrarnos obsequiosos únicamente con los que moran en los montes: ciertamente, ellos son santos tanto por la vida como por la fe; los que viven en el mundo son santos por la fe y muchos también por la vida. No suceda que si vemos a un monje en la cárcel, entremos a visitarlo; pero si se trata de un seglar, no entremos: también éste es santo y hermano. Y, ¿qué hacer, me dirás, si es un libertino y un depravado? Escucha a Cristo que dice: No juzguéis y no os juzgarán. Tú hazlo por Dios.

Pero ¿qué es lo que digo? Aunque al que viéramos en apuros fuera un pagano cualquiera, nuestra obligación es ayudarlo; y, para decirlo de una vez, debemos socorrer a todo hombre a quien hubiera ocurrido una desgracia: ¡con mayor razón a un fiel seglar! Oye lo que dice san Pablo: Trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. De hecho, el que pretende favorecer únicamente a los que viven en soledad y dijere, examinándolos con curiosidad: «Si no es digno, si no es justo, si no hace milagros, no lo ayudo», ya ha quitado a la limosna buena parte de su mérito; más aún, poco a poco le irá quitando hasta ese poco que le resta. Por tanto, es también limosna la que se hace tanto a los pecadores como a los reos. La limosna consiste en esto: en compadecerse no de los que hicieron el bien, sino de los que pecaron. Y para que te convenzas de ello, escucha esta parábola de Cristo.

Dice así: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que después de haberlo molido a palos, lo abandonaron en el camino herido y medio muerto. Por casualidad, un levita pasó por allí y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo; lo mismo hizo un sacerdote: al verlo, pasó de largo. Vino finalmente un samaritano y se interesó por él: le vendó las heridas, las untó con aceite, lo montó sobre su asno, lo llevó a la posada, y dijo al posadero: cuida de él. Y extremando su generosidad, añadió: Yo te daré lo que gastes. Después Jesús preguntó: ¿Cuál de éstos se portó como prójimo? Y el letrado qué contestó: El que practicó la misericordia con él, hubo de oír: anda, pues, y haz tú lo mismo.

Reflexiona sobre el protagonista de la parábola. Jesús no dijo que un judío hizo todo esto con un samaritano, sino que fue un samaritano el que hizo todo aquel derroche de liberalidad. De donde se deduce que debemos atender a todos por igual y no sólo a los de la misma familia en la fe, descuidando a los demás. Así que también tú si vieres que alguien es víctima de una desgracia, no te pares a indagar: tiene él derecho a tu ayuda por el simple hecho de sufrir. Porque si sacas del pozo al asno a punto de ahogarse sin preguntar de quién es, con mayor razón no debe indagarse de quién es aquel hombre: es de Dios, tanto si es griego como si es judío: si es un infiel, tiene necesidad de tu ayuda.

 

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 13, 24-43

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 46 sobre el evangelio de san Mateo (2-3: PG 58, 478-480)

Lo mismo que la levadura hace fermentar toda la masa,
así vosotros convertiréis el mundo entero

El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Lo mismo que la levadura hace fermentar toda la masa, así vosotros convertiréis el mundo entero. Y no me digas: ¿Qué podemos hacer doce hombres perdidos entre una tan gran muchedumbre? Pues precisamente el mero hecho de que no rehuyáis mezclaros con las multitudes hace inmensamente más espléndida vuestra eficacia. Y lo mismo que la levadura hace fermentar la masa cuando se la aproxima a la harina —y no cuando tan sólo se la aproxima, sino cuando se la aproxima tanto que se mezcla con ella, pues no dijo simplemente puso, sino amasó—, así también vosotros, aglutinados y unidos con vuestros impugnadores, acabaréis por superarlos.

Y lo mismo que la levadura queda envuelta en la masa, pero no perdida en ella, sino que paulatinamente va inyectando su virtualidad a toda la masa, exactamente igual sucederá en la predicación. Así pues, no tenéis por qué temer si os he predicho muchas tribulaciones: de esta forma resaltará más vuestro temple y acabaréis superándolo todo.

Pues es Cristo el que da a la levadura esa virtud. Por eso a los que creían en él los mezcló con la multitud, para que comuniquemos a los demás nuestra comprensión. Que nadie se queje, pues, de su pequeñez, pues el dinamismo de la predicación es enorme, y lo que una vez ha fermentado, se convierte en fermento para los demás.

Y así como una chispa que cae sobre la leña prende en ella y la convierte en llamas, que a su vez prenden fuego a otros troncos, exactamente ocurre con la predicación. Sin embargo, Jesús no habló de fuego, sino de levadura. ¿Por qué? Pues porque en el primer caso no todo procede del fuego, sino también de la leña que arde; en cambio, en el segundo ejemplo la levadura lo hace todo por su misma virtualidad.

Ahora bien, si doce hombres hicieron fermentar toda la tierra, piensa cuán grande no será nuestra maldad, pues siendo tan numerosos, no conseguimos convertir a los que todavía quedan, siendo así que debiéramos estar en situación de hacer fermentar a mil mundos. Pero ellos —me dirás— eran apóstoles. ¿Y eso qué significa? ¿Es que ellos no participaban de tu misma condición? ¿No vivían en las ciudades? ¿Es que disfrutaron de las mismas cosas que tú? ¿No ejercieron sus oficios? ¿Eran acaso ángeles? ¿Acaso bajaron del cielo? Pero me replicarás: ellos hicieron milagros. ¿Hasta cuándo echaremos mano del pretexto de los milagros para encubrir nuestra apatía? ¿Qué milagros hizo Juan que tuvo pendientes de sí a tantas ciudades? Ninguno, como atestigua el evangelista: Juan no hizo ningún milagro.

Y el mismo Cristo, ¿qué es lo que decía al dar normas a sus discípulos? ¿Haced milagros para que los hombres los vean? En absoluto. Entonces, ¿qué es lo que les decía? Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. ¿Ves cómo es necesario en todas partes que la vida sea buena y esté llena de buenas obras? Pues por sus frutos —dice— los conoceréis.


Ciclo B Mc 6, 30-34

HOMILÍA

Basilio de Seleucia, Homilía 26 (2: PG 85, 306-307)

Yo soy el que cura a las ovejas enfermas

Con razón Cristo, siendo Pastor, exclamaba: Yo soy el buen Pastor. Yo soy el que curo a las enfermas, sano a las delicadas, vendo a las heridas, hago volver a las descarriadas, busco a las perdidas. He visto al rebaño de Israel presa de la enfermedad, he visto al ovil irse a la morada de los demonios, he visto a la grey acosada por los demonios lo mismo que si fueran lobos. Y lo que he visto, no lo dejé desprovisto.

Pues yo soy el buen Pastor: no como los fariseos que envidian a las ovejas; no como los que inscriben en su lista de suplicios, los que para la grey fueron beneficios; no como quienes deploran la liberación de los males y se lamentan de las enfermedades curadas. Resucita un muerto, llora el fariseo; es curado un paralítico y se lamentan los letrados; se devuelve la vista a un ciego y los sacerdotes se indignan; un leproso queda limpio y se querellan los sacerdotes. ¡Oh altivos pastores de la desdichada grey, que tienen como delicias propias las calamidades del rebaño!

Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. Por sus ovejas, el pastor se deja conducir al matadero como un cordero: no rehúsa la muerte, no juzga, no amenaza con la muerte a los verdugos. Como tampoco la pasión era fruto de la necesidad, sino que voluntariamente aceptó la muerte por las ovejas: Tengo poder para quitar la vida y tengo poder para recuperarla. Expía la desgracia con la desgracia, remedia la muerte con la muerte, aniquila el túmulo con el túmulo, arranca los clavos y socava los cimientos del infierno. La muerte mantuvo su imperio, hasta que Cristo aceptó la muerte; los sepulcros eran una pesadilla e infranqueables las cárceles, hasta que el Pastor, descendiendo, llevó la fausta noticia de su liberación a las ovejillas que estaban prisioneras. Lo vieron los infiernos dar la orden de partida; lo vieron repitiendo la llamada de la muerte a la vida.

El buen pastor da la vida por las ovejas. Por este medio procura granjearse la amistad de las ovejas. Y a Cristo lo ama el que escucha solícito su voz. Sabe el pastor separar los cabritos de las ovejas. Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿En recompensa de qué? Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis: pues lo que das a los míos, de mí lo cosechas. Yo, por su causa, estoy desnudo, soy huésped, peregrino y pobre: suyo es el don, pero mía la gracia. Sus súplicas me desgarran el alma.

Sabe Cristo dejarse vencer por las plegarias y las dádivas de los pobres, sabe perdonar grandes suplicios en base a pequeños dones. Extingamos el fuego con la misericordia, ahuyentemos las amenazas contra nosotros mediante la observancia de la mutua amistad, abramos unos para con otros las entrañas de misericordia, habiendo nosotros mismos recibido la gracia de Dios en Cristo, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
 

Ciclo C: Lc 10, 38-42

HOMILÍA

San Gregorio Magno, Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 2, 8-9: CCL 142, 230-231)

Sobre la vida activa y la vida contemplativa

La vida activa consiste en dar pan al hambriento, enseñar la sabiduría al ignorante, corregir al que yerra, reconducir al soberbio al camino de la humildad, cuidar al enfermo, proporcionar a cada cual lo que le conviene y proveer los medios de subsistencia a los que nos han sido confiados.

La vida contemplativa, en cambio, consiste, es verdad, en mantener con toda el alma la caridad de Dios y del prójimo, pero absteniéndose de toda actividad exterior y dejándose invadir por solo el deseo del Creador, de modo que ya no encuentre aliciente en actuar, sino que, descartada cualquier otra preocupación, el alma arda en deseos de ver el rostro de su Creador, hasta el punto de que comienza a soportar con hastío el peso de la carne corruptible y apetecer con todo el dinamismo del deseo unirse a los coros angélicos que entonan himnos, confundirse entre los ciudadanos del cielo y gozarse en la presencia de Dios de la eterna incorrupción.

Buen modelo de estos dos tipos de vida fueron aquellas dos mujeres, a saber, Marta y María, de la cuales una se multiplicaba para dar abasto con el servicio, mientras la otra, sentada a los pies del Señor, escuchaba las palabras de su boca. Como Marta se quejase de que su hermana no se preocupaba de echarle una mano, el Señor le contestó: Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. Fíjate que no se reprueba la parte de Marta, pero se alaba la de María. Ni se limita a decir que María ha elegido la parte buena, sino la parte mejor, para indicar que también la parte de Marta era buena. Y por qué la parte de María sea la mejor, lo subraya a continuación diciendo: Y no se la quitarán.

En efecto, la vida activa acaba con la muerte. Pues ¿quién puede dar pan al hambriento en la patria eterna, en la que nadie tendrá hambre? ¿Quién puede dar de beber al sediento, si nadie tiene sed? ¿Quién puede enterrar a los muertos, si nadie muere? Por tanto, mientras la vida activa acaba en este mundo, la vida contemplativa, iniciada aquí, se perfecciona en la patria celestial, pues el fuego del amor que aquí comienza a arder, a la vista del Amado, se enardece todavía en su amor.

Así pues, la vida contemplativa no cesará jamás, pues logra precisamente su perfección al apagarse la luz del mundo actual.

 

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 13, 44-52

HOMILÍA

Orígenes, Homilías sobre el evangelio de san Mateo (Lib 10, 9-10: SC 162, 173-177)

Las perlas finas conducen a la perla de gran valor

El texto que buscaba perlas finas puedes compararlo con éste: Buscad y hallaréis; y con este otro: Quien busca, halla. ¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo, perla a propósito de la cual dice Pablo: Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo: al decir «todo» se refiere a las perlas finas; y al puntualizar: «con tal de ganar a Cristo», apunta a la única perla de gran valor.

Preciosa es la lámpara para los que viven en tinieblas, y su uso necesario hasta que salga el sol; preciosa era asimismo la gloria que irradiaba el rostro de Moisés y pienso que también el de los profetas: espectáculo tan maravilloso que, gracias a él, nos abrimos a la posibilidad de contemplar la gloria de Cristo, gloria a la que el Padre rinde testimonio, diciendo: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable, y nosotros necesitamos, en un primer momento, de una gloria que acepte ser abolida para dar paso a una gloria más excelente, lo mismo que tenemos necesidad de un conocimiento «limitado», que se acabará cuando llegue lo perfecto. Así, toda alma que accede a la primera infancia y camina hacia la perfección necesita, hasta que se cumpla el tiempo, de pedagogo, tutores y curadores, para que al llegar a la edad prefijada por su padre, el que en nada se diferenciaba de un esclavo, siendo dueño de todo, reciba, una vez liberado, de mano del pedagogo, de los tutores y curadores, sus bienes patrimoniales, análogos a la perla de gran valor y a la futura perfección que acaba con lo que es limitado, en el momento en que es capaz de acceder a la excelencia del conocimiento de Cristo, después de haberse ejercitado en aquellos conocimientos que, por decirlo así, subyacen al conocimiento de Cristo.

Pero la gran masa, que no ha captado la belleza de las numerosas perlas de la ley, ni el conocimiento todavía «limitado» que se encuentra en todas las profecías, se imaginan poder encontrar, sin antes haber aclarado y comprendido perfectamente tales riquezas, la única perla de gran valor y contemplar la excelencia del conocimiento de Cristo, en comparación de la cual puede decirse que todo lo que ha precedido a tan elevado y perfecto conocimiento, sin ser por propia naturaleza basura, aparece como tal, pues se la puede comparar al estiércol que el dueño de la viña echa alrededor de la higuera, para que produzca más fruto.

Así pues, todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de recoger piedras, esto es, perlas finas y, después de haberlas recogido, tiempo de encontrar la única perla de gran valor, momento en que es preciso ir a vender todo lo que uno tiene, y comprarla.


Ciclo B: Jn 6, 1-15

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2,3: SC 93, 248-252)

Se nos invita a la fe, que es el trabajo de Dios

Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Ellos le hablaban de trabajos, en plural; él les responde del trabajo de Dios, en singular, indicando que todas las obras buenas proceden de una única obra buena. Y la fe activa en la práctica del amor es precisamente el trabajo de Dios y el principio en nosotros del bien obrar, ya que sin fe es imposible complacer a Dios.

Preguntando, pues, ellos cuáles son los trabajos que Dios quiere y como todavía no tenían fe, sin la cual no podían ocuparse de los trabajos de Dios, les invita a la fe que es el trabajo que Dios quiere, esto es, que crean en el que Dios ha enviado. Comprendiendo que Jesús se refería a él mismo, le replicaron: ¿ Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Mira cómo los judíos piden signos; no les basta el signo de los cinco panes. El haber repartido aquellos panes de cebada les parece insuficiente para creer que Cristo es tan poderoso como para poder dar un alimento imperecedero. Pero es que ni siquiera Moisés, por medio del cual se les dio el maná, hizo tales promesas. Comparan, pues, el signo hecho por Moisés con este signo de los cinco panes en gradación de mayor a menor, como si no fuera digno de crédito lo que de sí mismo había afirmado. Y así insisten: Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo».

A lo que habían dicho los judíos de que a los padres les fue dado a comer pan del cielo, responde Cristo demostrando que el verdadero pan del cielo no es el que les dio Moisés, sino el que el Padre les da ahora. Les replicó, pues, Jesús: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Ellos, interpretándolo carnalmente, le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Lo mismo que la mujer samaritana al oírle decir: El que bebe de esta agua no vuelve a tener sed, inmediatamente se imaginó que hablaba de la sed física, y, deseosa de no padecer más esa necesidad temporal, dijo: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla; así también éstos piden: Señor, danos de ese pan: naturalmente, para que nos sacie y nunca nos falte. Esta es la razón por la que después del milagro de los cinco panes, querían proclamarlo rey.

Pero Jesús les invita nuevamente a fijar la atención en su propia persona, y les desvela más claramente a qué tipo de pan se refería. Dice: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. La expresión: El que viene a mí equivale a ésta: El que cree en mí; y la frase: No pasará hambre es correlativa a esta otra: No pasará nunca sed. El sentido de ambas correlaciones es efectivamente la saciedad eterna, en la que no habrá lugar para la necesidad.


Ciclo C: Lc 11, 1-13

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 14 (CCL 122, 272-273.277-279)

Éstos son los bienes que principalmente hemos de pedir

Deseando nuestro Señor y Salvador que lleguemos a los goces del reino celestial, nos enseñó a pedirle estos mismos goces y prometió dárnoslos si se los pedimos: Pedid —dice— y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Debemos reflexionar seriamente y con la máxima atención, carísimos hermanos, sobre el mensaje de que son portadoras estas palabras del Señor, puesto que se nos asegura que el reino de los cielos no es patrimonio de ociosos y desocupados, sino que se dará, será hallado y se abrirá a quienes lo pidan, lo busquen y llamen a sus puertas.

Así pues, la entrada en el reino hemos de pedirla orando, hemos de buscarla viviendo honradamente y hemosde llamar a sus puertas perseverando. Porque no es suficiente limitarse a pedirlo de palabra, sino que hemos de indagar diligentemente cuál ha de ser nuestra conducta para merecer conseguir lo que pedimos, según la afirmación del que afirma: No todo el que me dice Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése entrará en el reino de los cielos.

Por lo tanto, es necesario, hermanos míos, que pidamos asiduamente, que oremos constantemente, que nos postremos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Y para merecer ser escuchados, consideremos solícitamente cómo quiere que vivamos, qué es lo que nos mandó hacer nuestro creador. Recurramos al Señor y a su poder, busquemos continuamente su rostro. Y para que merezcamos hallarlo y contemplarlo limpiémonos toda suciedad de cuerpo o de espíritu, pues el día de la resurrección sólo subirán al cielo los que hayan conservado la castidad del cuerpo, únicamente los limpios de corazón podrán contemplar la gloria de la Divina Majestad.

Y si deseamos saber lo que él quiere que pidamos, escuchemos aquello del evangelio: Buscad el reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura. Buscar el reino de Dios y su justicia significa desear los dones de la patria celestial, quiere decir indagar incesantemente cuál es el comportamiento adecuado para conseguirlos, no ocurra que si llegáramos a desviarnos del camino que a ellos nos conduce, nos veamos imposibilitados de alcanzar la meta que nos habíamos propuesto. Estos son, carísimos hermanos, los bienes que principalmente hemos de pedir a Dios, ésta es la justicia del reino que preferencialmente hemos de buscar, es decir, la fe, la esperanza y la caridad, porque, como está escrito: El justo vivirá por su fe; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea; y amar es cumplir la ley entera; porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo».

Por eso el Señor amablemente nos promete que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. Con lo cual quiere indudablemente indicarnos que los que son malos por naturaleza pueden hacerse buenos mediante la aceptación de la gracia del Espíritu. Promete que el Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden, porque lo mismo la fe, la esperanza y la caridad, como cualesquiera otros bienes celestiales que deseamos obtener, se nos conceden únicamente por el don del Espíritu Santo.

Siguiendo sus huellas, en la medida de lo posible, pidamos, amadísimos hermanos, a Dios Padre que, por la gracia de su Espíritu, nos guíe por el camino recto de la fe, una fe activa en la práctica del amor. Y a fin de que merezcamos obtener los bienes deseados, procuremos vivir de manera que no seamos indignos de un tal Padre, antes bien, esforcémonos por conservar, con cuerpo siempre íntegro y alma pura, el misterio del segundo nacimiento, mediante el cual y en el bautismo nos convertimos en hijos de Dios. Pues es seguro que, si observamos los mandamientos del Padre eterno, nos remunerará con la herencia de una bendición eterna, preparada para nosotros desde el principio por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina con Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 14, 13-21

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2,3: SC 93, 252-254)

Cristo, en su dignidad, es siempre deseable

El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed. En la actualidad, Cristo, sabiduría del Padre, no es manducado hasta la saciedad del deseo, sino hasta el deseo de la saciedad; y cuanto más se saborea su suavidad, tanto más se agudiza el deseo. Por esta razón, los que me comen tendrán más hambre, hasta que llegue la hartura. Pero cuando sacie de bienes sus anhelos, entonces ya no pasarán hambre ni sed.

Estas palabras: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed, pueden también entenderse de la vida futura, pues existe en aquella eterna saciedad una especie de avidez, producto no de la indigencia sino de la felicidad, de modo que desean siempre comer quienes nunca quieren comer ni nunca sienten náuseas en la hartura. Existe, en efecto, una saciedad sin fastidio y un deseo sin suspiros.

Pues Cristo, en su dignidad, es siempre admirable y es además siempre deseable. Son cosas que los ángeles ansían penetrar. Por eso, cuando se le tiene, se le desea, y cuando se le posee, se le busca, como está escrito: Buscad continuamente su rostro. Pues se busca siempre a quien se le ama para poseerle siempre. Por lo cual, incluso los que lo encuentran siguen buscándolo, y los que lo comen tienen más hambre, y los que lo beben tienen más sed; pero es una búsqueda sin ansiedad; es un hambre que elimina cualquiera otra hambre; es una sed que apaga toda otra sed. No es fruto de la indigencia, sino de una felicidad consumada. De la necesidad fruto de la indigencia se dice: El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. En cambio, de la que es producto de la felicidad se dice: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed.

Para los que creen en él, Cristo es alimento y bebida, pan y vino. Pan cuando vigoriza y da fuerzas, bebida o vino cuando alegra. Todo cuanto en nosotros hay de fuerte, sólido y firme, alegre y agradable en el cumplimiento de los mandamientos de Dios, en soportar los males, en la ejecución de la obediencia, en la defensa de la justicia; todo eso es vigor y firmeza de este pan, o la alegría de esta bebida. ¡Dichosos los que obran alegre y varonilmente! Y como nadie es capaz de hacer esto por solas sus fuerzas, dichosos los que desean con avidez practicar lo que es justo y honesto, y ser en todo confortados y regocijados por aquel que dice: Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia. Y si Cristo es pan y es bebida en la medida de la presente fortaleza y alegría de los justos, ¿cuánto más no lo será en el futuro en la medida en que entonces será de los justos?
 

Ciclo B: Jn 6, 24-35

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 18, 26-29: PL 15, 1461-1463)

Cristo bebió mis amarguras para darme la suavidad de su gracia

Soy pequeño y despreciable, pero no olvido tus decretos. Dispongo de la augusta participación de los sacramentos celestiales. Ahora me cabe el honor de participar de la mesa celestial; mis banquetes ya no los riega el agua de la lluvia, no dependen de los productos del campo, ni del fruto de los árboles. Para mi bebida no necesito acudir a los ríos ni a las fuentes: Cristo es mi alimento, Cristo es mi bebida; la carne de Dios es mi alimento, y la sangre de Dios es mi bebida. Para saciarme, ya no estoy pendiente de la recolección anual, pues Cristo se me ofrece diariamente.

No tendré ya que temer que las inclemencias del tiempo o la esterilidad del campo me lo disminuya, mientras persista en una diligente y piadosa devoción. Ya no deseo que descienda sobre mí una lluvia de codornices, que antes provocaban mi admiración; ni tampoco el maná, que antes prefería a todos los demás alimentos, pues los padres que comieron el maná siguieron teniendo hambre. Mi alimento es tal que si uno lo come no pasará más hambre. Mi alimento no engorda el cuerpo, sino que fortalece el corazón del hombre.

Antes consideraba maravilloso el pan del cielo, pues está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Pero no era aquel el pan verdadero, sino sombra del futuro. El Pan del cielo, el verdadero, me lo reservó el Padre. Descendió para mí del cielo aquel pan de Dios, que da vida a este mundo. Este es el pan de vida: y el que come la vida no puede morir. Pues ¿cómo puede morir quien se alimenta de la vida?

¿Cómo va a desfallecer quien posee en sí mismo una sustancia vital? Acercaos a él y saciaos, pues es pan; acercaos a él y bebed, pues es la fuente; acercaos a él y quedaréis radiantes, pues es luz; acercaos a él y seréis liberados, pues donde hay el Espíritu del Señor, hay libertad; acercaos a él y seréis absueltos, pues es el perdón de los pecados. ¿Me preguntáis quién es éste? Oídselo a él mismo, que dice: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Le habéis oído, le habéis visto y no habéis creído en él: por eso estáis muertos; creed al menos ahora, para que podáis vivir. Del cuerpo de Dios brotó para mí una fuente eterna; Cristo bebió mis amarguras para darme la suavidad de su gracia.


Ciclo C: Lc 12, 13-21

HOMILÍA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14, sobre el amor a los pobres (20-22: PG 35, 882-886)

Vayamos de una vez en pos del Verbo,
busquemos aquel descanso

No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el rico en su riqueza, no se gloríe el soldado de su valor, aunque hubieren escalado la cima del saber, de la riqueza o del valor. Voy a añadir a la lista nuevos paralelismos: Ni se gloríe el famoso y célebre en su gloria; ni el que está sano, de su salud; ni el guapo, de su hermosa presencia; ni el joven, de su juventud; en una palabra, que ningún soberbio o vanidoso se gloríe en ninguna de aquellas cosas que celebran los mortales. En todo caso, el que se gloríe que se gloríe sólo en esto: en conocer y buscar a Dios, en dolerse de la suerte de los desgraciados y en hacer reservas de bien para la vida futura.

Todo lo demás son cosas inconsistentes y frágiles y, como en el juego del ajedrez, pasan de unos a otros, mudando de campo; y nada es tan propio del que lo posee que no acabe por esfumarse con el andar del tiempo o haya de transmitirse con dolor a los herederos. Aquéllas, en cambio, son realidades seguras y estables, que nunca nos dejan ni se dilapidan, ni quedan frustradas las esperanzas de quienes depositaron en ellas su confianza.

A mi parecer, ésta es asimismo la causa de que los hombres no tengan en esta vida ningún bien estable y duradero. Y esto —como todo lo demás— lo ha dispuesto así de sabiamente la Palabra creadora y aquella Sabiduría que supera todo entendimiento, para que nos sintamos defraudados por las cosas que caen bajo nuestra observación, al ver que van siempre cambiando en uno u otro sentido, ora están en alza ora en baja padeciendo continuos reveses y, ya antes de tenerlas en la mano, se te escurren y se te escapan. Comprobando, pues, su inestabilidad y variabilidad, esforcémonos por arribar al puerto de la vida futura. ¿Qué no haríamos nosotros de ser estable nuestra prosperidad si, inconsistente y frágil como es, hasta tal punto nos hallamos como maniatados por sutiles cadenas y reducidos a esta servidumbre por sus engañosos placeres, que nos vemos incapacitados para pensar que pueda haber algo mejor y más excelente que las realidades presentes, y eso a pesar de escuchar y estar firmemente persuadidos de que hemos sido creados a imagen de Dios, imagen que está arriba y nos atrae hacia sí?

El que sea sabio, que recoja estos hechos. ¿Quién dejará pasar las cosas transitorias? ¿Quién prestará atención a las cosas estables? ¿Quién reputará como transeúntes las cosas presentes? Dichoso el hombre que, dividiendo y deslindando estas cosas con la espada de la Palabra que separa lo mejor de lo peor, dispone las subidas de su corazón, como en cierto lugar dice el profeta David, y, huyendo con todas sus energías de este valle de lágrimas, busca los bienes de allá arriba, y, crucificado al mundo juntamente con Cristo, con Cristo resucita, junto con Cristo asciende, heredero de una vida que ya no es ni caduca ni falaz: donde no hay ya serpiente que muerde junto al camino ni que aceche el talón, como puede comprobarse observando su cabeza.

Considerando esto mismo, también el bienaventurado Miqueas dice atacando a los que se arrastran por tierra y tienen del bien sólo el ideal: Acercaos a los montes eternos: pues ¡arriba, marchaos!, que no es sitio de reposo. Son más o menos las mismas palabras, con las cuales nos anima nuestro Señor y Salvador, diciendo: Levantaos, vamos de aquí. Jesús dijo esto no sólo a los que entonces tenía como discípulos, invitándoles a salir únicamente de aquel lugar —como quizá alguno pudiera pensar—, sino tratando de apartar siempre y a todos sus discípulos de la tierra y de las realidades terrenas, para elevarlos al cielo y a las realidades celestiales.

Vayamos, pues, de una vez en pos del Verbo, busquemos aquel descanso, rechacemos la riqueza y abundancia de esta vida. Aprovechémonos solamente de lo bueno que hay en ellas, a saber: redimamos nuestras almas a base de limosnas, demos a los pobres nuestros bienes, para enriquecernos con los del cielo.

 

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A: Mt 14, 22-33

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 76 (1.4.5.6.8.9: PL 38, 479-483)

¡Señor, sálvame, que me hundo!

El evangelio que se nos ha proclamado y que recoge el episodio de Cristo, el Señor, andando sobre las aguas del mar, y del apóstol Pedro, que al caminar sobre las aguas titubeó bajo la acción del temor, dudando se hundía y confiando nuevamente salió a flote, nos invita a ver en el mar un símbolo del mundo actual y en el apóstol Pedro la figura de la única Iglesia.

En efecto, Pedro en persona —él, el primero en el orden de los apóstoles y generosísimo en el amor a Cristo— con frecuencia responde personalmente en nombre de todos. Cuando el Señor Jesús preguntó quién decía la gente que era él, mientras los demás discípulos le informan sobre las distintas opiniones que circulaban entre los hombres, al insistir el Señor en su pregunta y decir: Y vosotros, ¿quién decís que soy?, Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. La respuesta la dio uno en nombre de muchos, la unidad en nombre de la pluralidad.

Contemplando a este miembro de la Iglesia, tratemos de discernir en él lo que procede de Dios y lo que procede de nosotros. De este modo no titubearemos, sino que estaremos cimentados sobre la piedra, estaremos firmes y estables contra los vientos, las lluvias y los ríos, esto es, contra las tentaciones del mundo presente. Fijaos, pues, en ese Pedro que entonces era figura nuestra: unas veces confía, otras titubea; unas veces le confiesa inmortal y otras teme que muera. Por eso, porque la Iglesia tiene miembros seguros, los tiene también inseguros, y no puede subsistir sin seguros ni sin inseguros. En lo que dijo Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, significa a los seguros; en el hecho de temblar y titubear, no que-riendo que Cristo padeciera, temiendo la muerte y no reconociendo la Vida, significa a los inseguros de la Iglesia. Así pues, en aquel único apóstol, es decir, en Pedro, el primero y principal entre los apóstoles, en el que estaba prefigurada la Iglesia, debían estar representados ambos tipos de fieles, es decir, los seguros y los inseguros, ya que sin ellos no existe la Iglesia.

Este es también el significado de lo que se nos acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Y a una orden del Señor, Pedro caminó efectiva-mente sobre las aguas, consciente de no poder hacerlo por sí mismo. Pudo la fe lo que la humana debilidad era incapaz de hacer. Estos son los seguros de la Iglesia. Ordénelo el Dios hombre y el hombre podrá lo imposible. Ven —dijo —. Y Pedro bajó y echó a andar sobre las aguas: pudo hacerlo porque lo había ordenado la Piedra. He aquí de lo que Pedro es capaz en nombre del Señor; ¿qué es lo que puede por sí mismo? Al sentir la fuerza delviento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame, ¡que me hundo! Confió en el Señor, pudo en el Señor; titubeó como hombre, retornó al Señor. En seguida extendió la ayuda de su diestra, agarró al que se estaba hundiendo, increpó al desconfiado: ¡Qué poca fe!

Bueno, hermanos, que hemos de terminar el sermón. Considerad al mundo como si fuera el mar: viento huracanado, tempestad violenta. Para cada uno de nosotros, sus pasiones son su tempestad. Amas a Dios: andas sobre el mar, bajo tus pies ruge el oleaje del mundo. Amas al mundo: te engullirá. Sabe devorar, que no soportar, a sus adoradores. Pero cuando al soplo de la concupiscencia fluctúa tu corazón, para vencer tu sensualidad invoca su divinidad. Y si tu pie vacila, si titubeas, si hay algo que no logras superar, si empiezas a hundirte, di: ¡Señor, sálvame, que me hundo! Pues sólo te libra de la muerte de la carne, el que en la carne murió por ti.


Ciclo B: Jn 6, 41-52

HOMILÍA

Ruperto de Deutz, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 6, 51-52: CCL CM 9, 356-357)

Y el pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Puesto que los convidados de mi Padre fueron dispersados por la muerte a causa del manjar prohibido que había comido su progenitor, bajan-do sus almas a los infiernos y siendo sus cuerpos depositados en el sepulcro, también yo, que soy el pan de los ángeles, seré dispersado, descendiendo a los infiernos donde las almas pasan hambre, según aquella sustancia de que se alimentan los ángeles, y, según el cuerpo, seré enterrado en el vientre de la tierra, donde reposan sus cuerpos: allí permaneceré tres días y tres noches, como estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre del pez, de forma que las almas, recreadas con la visión de Dios, revivirán, y los cuerpos, muchos resucitarán ahora, y todos los demás en el futuro. Y más tarde, al resto, es decir, a todos aquellos que todavía viven corporalmente en este mundo, se les dará aquí ese mismo pan adaptado a su módulo vital, esto es, en el verdadero sacrificio del pan y del vino según el rito de Melquisedec.

Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Este es el mayor consuelo para los pobres, a los que el Espíritu del Señor que vino sobre mí me envió a anunciarles la buena noticia; sea ésta, repito, la mayor, la incomparable congratulación para todas las naciones esparcidas por la tierra, que pediré y recibiré del Padre en herencia o posesión. Pues la participación en este pan de vida de aquellos a quienes el Padre que me ha enviado, selló y dio este pan, no será inferior a la de los antiguos padres. Porque al descender a ellos para saciarlos de mí, cuando el infierno me hubiere mordido y yo me hubiere convertido en su aguijón, en muerte de la muerte para los encerrados en sus entrañas, entregado a los santos y justos hambrientos, para que todos recobren la vida, entonces yo daré el pan a este resto. En este pan no está ausente la realidad de mi misma carne o cuerpo que, sacado del vientre del cetáceo sano y salvo, volverá a sentarse a la derecha del Padre por toda la eternidad. El hombre vivo comerá, de un modo adecuado a él, el mismo pan de los ángeles que yo le daré; este pan se lo da el Padre a los que murieron, para que lo coman y resuciten: ahora las almas, el último día los cuerpos.

Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Realmente, aquel a quien el Padre nos dio como pan de los ángeles, para que asumiera la carne y muriera a fin de poder dar vida a los muertos, él que es el pan celestial nos da el pan terreno, pan que él transforma en su propia carne para poder dar la vida eterna a los vivientes que son capaces de comerlo. De esta forma, el Verbo, que es el pan de los ángeles, se hizo carne, no convirtiéndose en carne, sino asumiendo la carne; de esta forma el mismo Verbo, ya hecho carne, se hace pan visible, no convertido en pan, sino asumiendo el pan e incorporándolo a la unidad de su persona.

Por consiguiente, como de nuestra carne —asumida en la Virgen María—, confesamos que es verdadero Dios a causa de la unidad de persona, así también de este pan visible —que la divinidad invisible del mismo Verbo asumió y convirtió en su propia carne—, confesamos con plena y católica fe que es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto: Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo, o sea, para que el mundo redimido coma y beba, después de haber previamente lavado, mediante el bautismo, la mancha producida por el antiguo manjar que la serpiente ofreció e indujo a que comiera.
 

Ciclo C: Lc 12, 32-48

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 14, 11-13: PL 15, 1394-1395)

Que la Palabra de Dios sea lámpara para mis pasos

Sea la fe precursora de tu camino, sea la Escritura divina tu camino. Bueno es el celestial guía de la palabra. Enciende tu candil en esta lámpara, para que luzca tu ojo interior, que es la lámpara de tu cuerpo. Tienes multitud de lámparas: enciéndelas todas, porque se te ha dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.

Donde la oscuridad es muy densa, se necesitan muchas lámparas, para que en medio de tan profundas tinieblas brille la luz de nuestros méritos. Estas son las lámparas que la ley dispuso que ardieran continuamente en la tienda del encuentro. En efecto, la tienda del encuentro es este nuestro cuerpo, en el cual vino Cristo a través de un templo más grande y más perfecto, como está escrito, para entrar en el santuario por su propia sangre y purificar nuestra conciencia de la mancha y de las obras muertas; de este modo, en nuestros cuerpos, que mediante el testimonio y calidad de sus actos manifiestan lo oculto y escondido de nuestros pensamientos, brillará, cual otras tantas lámparas, la clara luz de nuestras virtudes. Éstas son las lámparas encendidas, que día y noche lucen en el templo de Dios. Si conservas en tu cuerpo el templo de Dios, si tus miembros son miembros de Cristo, lucirán tus virtudes, que nadie conseguirá apagar, a menos que las apague tu propio pecado. Resplandezca la solemnidad de nuestras fiestas con esta luz de mente pura y afectos sinceros.

Brille, pues, siempre tu lámpara. Reprende Cristo incluso a los que, sirviéndose de la lámpara, no siempre la utilizan, diciendo: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. No nos gocemos eventualmente de la luz. Se goza eventualmente el que en la Iglesia escuchó la palabra y se alegra; pero en saliendo de ella se olvida de lo que oyó y no se preocupa más. Este es el que deambula por su casa sin lámpara; y, en consecuencia, camina en tinieblas, el que se ocupa de actividades propias de las tinieblas, vestido de las vestiduras del diablo y no de Cristo. Esto sucede cada vez que no luce la lámpara de la palabra. Por tanto, no descuidemos jamás la palabra de Dios, que es para nosotros origen de toda virtud y una cierta potenciación de todas nuestras obras.

Si los miembros de nuestro cuerpo no pueden actuar correctamente sin luz —pues sin luz los pies vacilan y las manos yerran—, ¿con cuánta mayor razón no habrán de referirse a la luz de la palabra los pasos de nuestra alma y las operaciones de nuestra mente? Pues existen también unas manos del alma, que tocan acertadamente —como tocó Tomás las señales de la resurrección del Señor—, si nos ilumina la luz de la palabra presente. Que esta lámpara permanezca encendida en toda palabra y en toda obra. Que todos nuestros pasos, externos e internos, se muevan a la luz de esta lámpara.

 

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo
A: Mt 15, 21-28

HOMILÍA

San Atanasio de Alejandría, Carta Pascual 7 (6-8: PG 26, 1393-1394)

El Señor otorgó a la mujer el fruto de su fe

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Conviene, pues, que los santos y amantes de la vida en Cristo se eleven al deseo de este alimento, y digan suplicantes: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Siendo esto así, también nosotros, hermanos míos, debemos dar muerte a todo lo terreno que hay en nosotros y alimentarnos del pan vivo con fe y caridad para con Dios; tanto más cuando sabemos que sin fe es imposible participar de este pan. El mismo Salvador, al tiempo de hacer una llamada general para que todos acudieran a él, decía: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. E inmediatamente después de haber hecho mención de la fe, sin la cual nadie debiera tomar este alimento, dijo: Como dice la Escritura: de las entrañas del que cree en mí manarán torrentes de agua viva. Por esta razón, él mismo alimentaba continuamente con sus palabras a los discípulos, esto es, a los creyentes, y les comunicaba la vida con la presencia de su divinidad.

En cambio, a aquella mujer cananea, que todavía no había accedido a la fe, ni se dignó siquiera responderla, aun cuando estaba muy necesitada de ser por él alimentada. Actuó de esta forma, no por desprecio —ini pensar-lo!—, pues de lo contrario no se hubiera dirigido al país de Tiro y Sidón, sino porque todavía no era creyente y porque a causa de su origen no podía exhibir derecho alguno. Con razón obró así, hermanos míos, pues de nada servían sus ruegos antes de haber recibido la fe, puesto que sus ruegos debían estar en sintonía con su fe.

Por lo cual, quien se acerca a Dios, ante todo es necesario que crea en él, y entonces él le concederá lo que pide. Porque, como enseña Pablo, sin fe es imposible agradar a Dios. Careciendo, pues, ella todavía de fe y siendo además extranjera, hubo de oír de labios del maestro: No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero inmediatamente, dirigiéndose a la que había humillado con palabras tan duras y que, liberada de su paganismo había conseguido la fe, no la trata ya como a un perro, sino como a una persona humana, y le dice: ¡Mujer, qué gran-de es tu fe! Habiendo ella creído, en seguida él le otorgó el fruto de su fe, y le dijo: Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quédó curada su hija.


Ciclo B: Jn 6, 51-59

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentarios elegantes [glaphyra] sobre el libro del Exodo (Lib 2, 3: PG 69, 455-459)

Nuestro Señor Jesucristo nos alimenta para la vida eterna

El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

Pienso que el maná es sombra y tipo de la doctrina y dones de Cristo, que proceden de lo alto y nada tienen de terreno, sino que están más bien en franca oposición con esta carnal execración y que en realidad son pasto no sólo de los hombres, sino también de los ángeles. En efecto, el Hijo nos ha manifestado en sí mismo al Padre, y por medio de él hemos sido instruidos en la razón de ser de la santa y consustancial Trinidad, y hasta nos ha introducido egregiamente en el camino de todas las virtudes.

De hecho, el recto y sincero conocimiento de estas realidades es alimento del espíritu. Ahora bien, Cristo ha impartido en abundancia la doctrina a plena luz y de día. También el maná fue dado a los antepasados al irrumpir el día y a plena luz. Efectivamente, en nosotros, los creyentes, ya ha despuntado el día, como está escrito, y el lucero ha nacido en todos los corazones, y ha salido el sol de justicia, es decir, Cristo, el dador del maná inteligible. Y que aquel maná sensible fuera algo así como una figura, y éste, en cambio, el maná verdadero, Cristo mismo nos lo asegura con todas las garantías, cuando dice a los judíos: Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron.

El, por el contrario, es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Nuestro Señor Jesucristo nos alimenta para la vida eterna tanto con sus preceptos que estimulan a la piedad, como mediante sus místicos dones. El es, pues, realmente en persona aquel maná divino y vivificante.

El que comiere de él, no experimentará la futura corrupción y escapará a la muerte; no así los que comieron el maná sensible, pues el tipo no era portador de salvación, sino que era únicamente figura de la verdad. Al hacer Dios caer el maná del cielo en forma de lluvia, manda que cada uno recoja lo que pueda comer, y si quiere, puede recoger también para los que vivan en la misma tienda. Que cada uno —dice— recoja lo que pueda comer y para todas las personas que vivan en cada tienda. Que nadie guarde para mañana. Debemos estar bien imbuidos de la doctrina divina y evangélica.

Así pues, Cristo distribuye la gracia en igual medida a pequeños y grandes, y a todos alimenta igualmente para la vida; quiere reunir con los demás a los más débiles y que los fuertes se sacrifiquen por sus hermanos hasta asumir sobre sí los trabajos de ellos, y hacerles partícipes de la gracia celestial. Esto es lo que —a mi juicio— dijo a los mismos santos apóstoles: Gratis habéis recibido, dad gratis. Así pues, los que recogieron para sí abundante maná, se apresuraron a repartirlo entre los que vivían bajo las mismas tiendas, esto es, en la Iglesia. Exhortaban efectivamente los discípulos a todos y los estimulaban a las cosas más nobles; comunicaban a todos en abundancia la gracia que de Cristo habían conseguido.


Ciclo C: Lc 12, 49-53

HOMILÍA

Pedro de Blois, Sermón 25 (PL 207, 635-637)

He venido a prender fuego en el mundo

Cristo, que recibió el Espíritu sin medida, dio dones a los hombres y no cesa de repartirlos. De su plenitud todos hemos recibido, y nada se libra de su calor. Tiene una hoguera en Sión, un horno en Jerusalén. Este es el fuego que Cristo ha venido a prender en el mundo. Por eso también se apareció en lenguas de fuego sobre los apóstoles, para que una ley de fuego fuera predicada por lenguas de fuego. De este fuego dice Jeremías: Desde el cielo ha lanzado un fuego que se me ha metido en los huesos. Porque en Cristo el Espíritu Santo habitó plena y corporalmente. Y es él quien derramó de su Espíritu sobre todos: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y añade: Hay diversidad de dones, hay diversidad de servicios y hay diversidad de funciones, pero un mismo y único Espíritu que reparte a cada uno en particular como a él le parece.

En función de esta diversidad de carismas el Espíritu es designado a veces como fuego, otras como óleo, como vino o como agua. Es fuego porque siempre inflama en el amor, y porque una vez que prende no deja de arder, esto es, de amar ardientemente. He venido —dice— a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! El Espíritu Santo es óleo en razón de sus diversas propiedades. Es connatural al aceite flotar sobre todos los demás líquidos. Así también la gracia del Espíritu Santo, que con su amor generoso desborda los méritos y deseos de los que le suplican, es más excelente que todos los dones y que todos los bienes. El aceite es medicinal, porque mitiga los dolores; y también el Espíritu Santo es verdadera-mente óleo, porque es el Consolador. El aceite por naturaleza no puede mezclarse; y el Espíritu Santo es unafuente con la que ninguna otra puede entrar en comunión.

Tenemos, pues, que el Espíritu Santo es designado unas veces como fuego y otras como óleo. En efecto, dos veces les fue dado el Espíritu a los apóstoles: la primera antes de la pasión, y la segunda después de la resurrección. Observa lo grande que es en ellos la fuente del ardor: no basta con verter aceite, hay que calentarlo; no basta con acercar el fuego, hay que rociar el fuego con aceite. Inflamados por este fuego los discípulos, salieron del consejo contentos, gloriándose en las tribulaciones. El lengua-je del príncipe de los apóstoles era éste: Dichosos vos-otros, si tenéis que sufrir por Cristo. Se os ha dado —dice— la gracia no sólo de creer en Jesucristo, sino también de padecer por él.

El Espíritu Santo es vino que alegra el corazón del hombre. Este vino no se echa en odres viejos. El Espíritu Santo es agua: El que tenga sed —dice—, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. El Espíritu Santo es más dulce que la miel: oremos, pues, con espíritu de humildad, al Espíritu Santo, para que derrame sobre nuestros corazones el rocío de su bendición, la llovizna de sus dones espirituales y una lluvia copiosa para lavar nuestras conciencias; infunda el aceite de júbilo y el incendio de su amor en nuestros corazones Jesucristo, a quien el Padre ungió, en quien depositó la plenitud de la unción y de la bendición, para que todos recibiéramos de su plenitud. A él el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 16, 13-20

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 54 sobre el evangelio de san Mateo (1-2: PG 58, 533-536)

Cristo entregó las llaves a aquel que extendió
la Iglesia por todo el orbe de la tierra

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás ./, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso. ¿Por qué Pedro es proclamado dichoso? Por haberlo confesado propiamente Hijo. No podemos conocer por otro medio al Hijo sino por el Padre, ni al Padre, sino por el mismo Hijo. Aquí tenemos palmaria-mente demostrada tanto la igualdad de honor, como la consustancialidad. ¿Y qué le respondió Cristo? Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú te llamarás Cefas. Puesto que tú —dice— has proclamado a mi Padre, yo nombro al que te engendró. Lo que equivale a decir: Lo mismo que tú eres hijo de Jonás, yo soy el Hijo de mi Padre.

En realidad, parecería superfluo decir: Tú eres hijo de Jonás: pero como Pedro añadió «Hijo de Dios», para demostrar que él era Hijo de Dios, lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, de la misma sustancia que el Padre, por eso añadió aquel inciso. Ahora te digo yo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», esto es, sobre la fe que has confesado.

Con esto declara que iban a ser muchos los que aceptarían la fe y, elevando los sentimientos del apóstol, lo constituye pastor de su Iglesia. Y el poder del infierno no la derrotará. Y si a ella no la derrotarán, mucho menos me derrotarán a mí. Así que no te turbes, cuando oyeres que he sido entregado y crucificado. A continuación le concede una nueva distinción: Te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué significa ese te daré? Lo mismo que el Padrete ha dado capacidad para que me conocieras, así también yo te daré.

Y no dijo: «Rogaré al Padre», no obstante tratarse de una gran demostración de autoridad y de un don de inefable valor, sino: Te daré. Pero pregunto: ¿qué es lo que das? Las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo ¿Y cómo el conceder sentar-se a la derecha y a la izquierda no va a estar en poder de quien dijo: Te daré? ¿No ves cómo eleva a Pedro a una más sublime opinión de él, cómo se revela a sí mismo, y cómo, mediante esta doble promesa, demuestra que él es el Hijo de Dios? Lo que propiamente es competencia exclusiva de solo Dios, eso es lo que Cristo promete dar a Pedro. A saber: perdonar pecados, mantener inconmovible a la Iglesia en medio de tantas agitaciones, convertir a un pescador en alguien más firme que la roca, aunque todo el mundo se ponga en contra. Lo mismo le decía el Padre a Jeremías: que le convertiría en columna de hierro, en muralla de bronce. Pero con esta diferencia: Jeremías era colocado frente a un solo pueblo; Pedro, en cambio, frente a todo el mundo.

Me gustaría preguntar a quienes pretenden ver disminuida la dignidad del Hijo, ¿cuáles son mayores: los dones que el Padre concede a Pedro o los que le otorga el Hijo? Porque el Padre le hace la revelación del Hijo; en cambio el Hijo le comisiona para que propague por todo el mundo tanto el conocimiento del Padre como el suyo propio, otorga a un hombre mortal todo poder en el cielo, al entregar las llaves a aquel que extendió la Iglesia por todo el orbe de la tierra, y mostró ser más firme que los cielos, pues dijo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.


Ciclo B: Jn 6, 61-70

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2, 3: SC 93, 296-300)

Sobre la fe de los apóstoles

Entre los discípulos de Cristo había quienes creían y quienes no creían, y entre los no creyentes se encontraba Judas, que lo iba entregar. Cristo los conocía a todos: a los creyentes y a los incrédulos; al que lo iba a entregar y a los que iban a separarse de él.

Pero antes que se separen los que han de dejarlo, les aclara que la fe no es de todos, sino de aquellos a quienes el Padre les concede acercarse a él. Pues el misterio de la fe no puede revelarlo nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo. Es él quien a unos otorga el don de creer y a otros no. Por qué a algunos no les otorga este don, él lo sabe: a nosotros no nos es dado saberlo; y ante una realidad tan incomprensible y tan escondida a nuestros ojos, no nos cabe otra posibilidad que exclamar y decir llenos de admiración: ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

Muchos de los discípulos que no habían creído se echa-ron atrás y se fueron, no en pos de Jesús sino en pos de Satanás. Entonces dijo Jesús a los Doce que se habían quedado con él: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Si nos apartamos de ti, ¿dónde encontraremos la vida y la verdad?, ¿dónde encontraremos al autor de la vida?, ¿dónde a un doctor de la verdad como tú? Tú tienes palabras de vida eterna. Tus palabras, escuchadas con reverencia y conservadas con fe profunda, dan la vida eterna. Tus palabras nos prometen la vida eterna mediante la administración de tu cuerpo y de tu sangre.

Y nosotros, dando fe a tus palabras, creemos y sabemos que tú mismo eres el Mesías, el Hijo de Dios; es decir, creemos que tú eres la vida eterna, y que en tu carne y entu sangre no nos das sino lo que tú eres. Creemos —dice—y sabemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; esto es, creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios; por tanto, es normal que tú tengas palabras de vida eterna, y todo lo que has dicho respecto a comer tu carne y a beber tu sangre, creemos y sabemos que es verdad, porque tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

No dijo sabemos y creemos, sino creemos y sabemos Esto puede entenderse de aquel conocimiento que se va formando en la mente mediante el crecimiento de la fe. De este conocimiento está escrito: Si no creéis, no podréis comprender. Ya la misma fe es cierto conocimiento incluso en aquellos que creen simplemente, sin comprender las razones de la fe. En cambio, el conocimiento que llega a ser formulado en conceptos es propio de aquellos que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada para conocer más plenamente las razones de la fe, siempre prontos para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a todo el que se la pidiere.


Ciclo C: Lc 13, 22-30

HOMILÍA

San Anselmo de Cantorbery, Carta 112 (Opera omnia, t. 3, 1946, 244-246)

Da amor y recibe el reino; ama y toma

Carísimos hermanos, Dios va pregonando que ha puesto en venta el reino del cielo. Este reino de los cielos es tal, que su beatitud y su gloria no hay ojo mortal que pueda contemplarlas, ni oído que pueda oírlas, ni corazón capaz de imaginarlas. Pero para que de algún modo puedas imaginártelo,, piensa: el que allí merezca reinar encontrará en el cielo y en la tierra todo lo que deseare, y lo que no deseare no lo hallará ni en el cielo ni en la tierra. Y el amor que reinará entre Dios y los que allí estén y de éstos entre sí será tan grande, que todos se amarán mutuamente como a sí mismos, pero todos amarán más a Dios que a sí mismos. Por eso, en el cielo nadie querrá más que lo que Dios quiere; y lo que uno quisiere, eso lo querrán todos; y lo que quiere uno o todos juntos, esto mismo lo querrá Dios. Por lo cual, si uno cualquiera tuviere un deseo, lo verá realizado, tanto si se refiere a sí mismo, a los demás, a cualquier criatura e incluso al mismo Dios. Y así, cada cual por separado será un rey perfecto, pues lo que cada uno quisiere, eso se realizará; y todos juntos con Dios serán un solo rey y como un solo hombre, ya que todos querrán una misma cosa, y lo que quisieren eso se hará. Esta es la recompensa que desde el cielo pregona Dios que está a la venta.

Si alguien pregunta por el precio, se le responderá: No necesita precio terreno el que quiere dar el reino del cielo, ni nadie puede dar a Dios algo que no tenga, pues suyo es cuanto existe. Y sin embargo, Dios no da gratuitamente una cosa de tanto valor, pues no la da a quien no ama. En efecto, nadie da lo que le es caro a aquel para quien no es caro. Pues bien, como Dios no necesita de tus bienes, y como por otra parte no debe dar un bien tan valioso a quien no se preocupa de amarlo, sólo exige amor, sin el cual no debe dar nada. Por tanto, da amor y recibe el reino; ama y toma.

Ahora bien: como reinar en el cielo no es otra cosa que confundirse de tal modo con Dios y con todos los santos, ángeles y hombres, por el amor, en una sola voluntad, que todos juntos no ejercen más que un solo y único poder, ama a Dios más que a ti mismo, y comienzas ya a tener lo que allí deseas perfectamente poseer. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres —con tal que éstos no estén en desacuerdo con Dios—, y ya empiezas a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, concordarán entonces Dios y todos los santos con tu voluntad. Si quieres, pues, ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.

Pero no podrás poseer este amor perfecto si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen el corazón lleno de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quiere Dios o lo que quiere otro hombre, mientras no esté en contra de Dios. Por eso se dedican asiduamente a la oración y a los coloquios y meditaciones sobre las realidades celestiales, porque les es dulce desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en aquel a quien tanto aman. Por eso ríen con los que están alegres, lloran con los que lloran, se compadecen de los desgraciados, dan limosna a los pobres: porque aman a los demás hombres como a sí mismos. Por eso desprecian las riquezas, los primeros puestos, los placeres y el ser honra-dos o alabados. Pues el que esto ama, fácilmente hará algo contra Dios y contra el prójimo. Así pues, estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Por lo tanto, el que desee tener aquel amor perfecto, con el que se compra el reino de los cielos, que ame el desprecio, la pobreza, el trabajo, la sujeción, como hacen los hombres santos.

 

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 12, 21-27

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 5: PG 68, 391-395)

La Iglesia sigue a Cristo por doquier

El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. O lo que es lo mismo: El que quisiera ser discípulo mío que emprenda denodada-mente la misma carrera de sufrimientos que he seguido yo, recorra prácticamente el mismo camino y ámelo: ese tal hallará descanso en mi compañía y gozará de mi intimidad. Esto es efectivamente lo que él pedía para nosotros a Dios Padre, cuando decía: Este es mi deseo: que ellos estén conmigo, donde yo estoy.

Estamos también junto con Cristo de otra manera: cuando caminamos todavía sobre la tierra, pero vivimos no carnal, sino espiritualmente, estableciendo nuestra morada y nuestro descanso en lo que a él le agradare. En el libro de los Números tienes una imagen de esta realidad: Cuando se montó la tienda en el desierto, dice que la nube cubría el santuario; que Dios mandó a los hijos de Israel ponerse en marcha o acampar al ritmo de la nube, respetando diligentemente los tiempos establecidos para la partida. Con lo cual puso en guardia a los tentados de desidia sobre lo peligrosa que era la transgresión de estas normas.

Miremos de penetrar ahora el significado espiritual de esta figura. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra el realmente verdadero santuario, es decir, la Iglesia, quedó inundado por la gloria de Cristo, pues no otra cosa significa, a mi juicio, el dato según el cual aquel antiguo santuario fue cubierto por la nube.

Así pues, Cristo inundó la Iglesia con su gloria, con esta salvedad: para los que todavía viven en la ignorancia y el error, envueltos en las tinieblas y en la noche, esta gloria resplandece como fuego, irradiando una iluminación espiritual; en cambio, a los que ya han sido iluminados y en cuyos corazones ha amanecido el día espiritual les proporciona sombra y protección, y los inunda de rocío espiritual, esto es, de los sobrenaturales consuelos del Espíritu. Esto es lo que significa que de noche se aparece en forma de fuego y durante el día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban ser ilustrados e iluminados, a fin de llegar al conocimiento de Dios; otros, en cambio, situados en un estadio superior e iluminados ya por la fe, estaban faltos de protección y ayuda para soportar animosamente el calor de la presente vida y el peso de la jórnada, pues: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.

Por último, cuando se levantaba la nube, se ponía asimismo en marcha el santuario, y simultáneamente lo ha-cían los hijos de Israel: la Iglesia sigue a Cristo pordoquier y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta del que la llama a la salvación. .


Ciclo B: Mc 7, 1-8a.14-15.21-23

HOMILÍA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 12,1—13,3: SC 100, 508-516)

Tanto en la ley como en el evangelio, el primero
y principal mandamiento es amar a Dios

La tradición de sus mayores que ellos afectaban observar como derivada de la ley era contraria a la ley dada por Moisés. Por eso dice Isaías: Tus taberneros echan agua al vino, indicando que al austero precepto de Dios los mayo-res habían mezclado una tradición aguada, esto es, una ley adulterada y contraria a la Ley, como lo manifestó el Señor, diciéndoles: ¿Por qué vosotros anuláis el manda-miento de Dios por mantener vuestra tradición?

Y no sólo anularon la ley de Dios por sus transgresiones, echando agua al vino, sino erigiendo en contra de ella su propia ley, ley que todavía hoy se llama «farisaica». En esta ley quitan unas cosas, añaden otras e interpretan no pocas a su capricho. De todo esto se sirven particular-mente sus propios maestros.

Queriendo reivindicar dichas tradiciones, no quisieron someterse a la ley de Dios, que los orientaba hacia la venida de Cristo, antes bien, recriminaban al Señor por-que curaba en sábado, cosa que ciertamente —como ya dijimos— la ley no prohibía, ya que, en cierto modo, ella también curaba circuncidando al hombre en sábado, pero se cuidaban muy bien de inculparse a sí mismos por transgredir el precepto de Dios en nombre de la tradición y de la mencionada ley farisaica, no teniendo en cuenta el principal mandamiento de la ley, que es el amor a Dios.

Siendo éste el primero y principal precepto y el segun-do el amor al prójimo, el Señor enseñó que estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Y él mismo no nos dio ningún mandamiento mayor que éste, pero lo renovó, mandando a sus discípulos amar a Dios de todo corazón y a los demás como a sí mismos.

Y Pablo dice que amar es cumplir la ley entera, y que cuando hayan desaparecido todos los demás carismas; quedarán la fe, la esperanza y el amor, pero que el más grande de los tres es el amor; y que ni el conocimiento sin el amor a Dios vale para nada, ni tampoco el conocer todos los secretos, ni la fe, ni la profecía, sino que todo es vaciedad y vanidad sin el amor; que el amor hace al hombre perfecto, y que quien ama a Dios es un hombre cabal en este mundo y en el futuro: pues jamás dejaremos de amar a Dios, sino que cuanto más le contemplemos, más lo amaremos.

Siendo, pues, en la ley y en el evangelio el primero y principal mandamiento amar al Señor Dios de todo corazón, y el segundo, semejante a él, amar al prójimo como a sí mismo, es evidente que uno e idéntico es el autor tanto de la ley como del evangelio. Así que, siendo unos mismos, en ambos Testamentos, los mandamientos funda-mentales de la vida, apuntan a un mismo Señor, el cual dio, es verdad, preceptos particulares adaptados a cada Testamento, pero propuso en ambos unos mismos mandamientos, los más importantes y sublimes, sin los cuales no es posible salvarse.


Ciclo C: Lc 14, 1.7-14

HOMILÍA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón en la anunciación del Señor (Edit C.H. Talbot, SSOC vol 1, 78-80)

Sobre la verdadera humildad

Realmente, hermanos, no puede subsistir en nosotros la humildad si no se nutre de un saludable temor, ni la obediencia si no la hace amable el espíritu de piedad, ni la justicia si no está imbuida de la ciencia espiritual, ni la paciencia si no es sostenida por el espíritu de fortaleza, ni la misericordia si no va alimentada por el don de consejo, ni la pureza de corazón si no es conservada por la inteli-gencia de las realidades celestes, ni la caridad si no es vivificada por la sabiduría.

Todas estas virtudes se encuentran, y plenamente, en Cristo, en el que el bien no se halla parcialmente, sino en toda su plenitud. En su nacimiento resplandece la humildad, al despojarse de su rango y tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos; en la sumisión a sus padres, la obediencia, cuando, dando de mano a sus intereses, bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Y en su doctrina fue respetuoso de la justicia, diciendo: Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

En la pasión dio pruebas de paciencia, pues ofreció su espalda a los que lo flagelaban, las mejillas a los salivazos, la cabeza a las espinas, la mano a la caña. Y, sin embargo, en todas estas situaciones —como dice el profeta— no gritará, no clamará, no voceará por las calles, pues como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Experimentaron ciertamente su misericordia los ciegos a quienes devolvió la vista, los leprosos que quedaron limpios, los muertos a quienes resucitó y, sobre todo, la adúltera a quien absolvió, la mujer pecadora a la que acogió, el paralítico cuyos pecados perdonó.

Y como no hay mayor prueba de caridad que amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian e interceder por los que nos calumnian, podemos sopesar el amor de Cristo por aquellas palabras con que, a punto ya de morir, oró por sus verdugos, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Por tanto, hermanos, habiendo el Espíritu Santo infundido su temor en nuestros corazones, para que mediante su asidua meditación -como una rumia del alimento de salvación— se vigorice interiormente nuestra humildad, procuremos revestirlo exteriormente con una conducta honesta, tratando de quedar bien no sólo ante los hombres.

 

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 18,15-20

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 139 (PL 52, 573-575)

El número prescrito no limita, sino que dilata el perdón

Lo mismo que el oro se esconde en la tierra, así el sentido divino se oculta en las palabras humanas. Por eso, siempre que se nos proclama la palabra evangélica, debe la mente ponerse alerta y el ánimo prestar atención, para que el entendimiento pueda penetrar el secreto de la ciencia celeste. Digamos por qué el Señor comienza hoy con estas palabras: Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo. ¡Animo, hermano! Te lo manda Dios: perdona, perdona los pecados; sé misericordioso ante el delito, perdona los agravios de que has sido objeto, no pierdas ahora los poderes divinos que tienes; todo lo que tú no perdonares en otro, te lo niegas a ti mismo en otro.

Repréndelo como juez, perdónalo como hermano, pues unida la caridad a la libertad y la libertad fusionada con la caridad expele el terror y anima al hermano: cuando el hermano te hiere está febricitante, cuando delinque está enfurecido, está fuera de sí, ha perdido todo sentimiento de humanidad: quien no acude en su ayuda por la compasión, quien no le cura mediante la paciencia, quien no le sana perdonándolo, no está sano, está malo, enfermo, no tiene entrañas, demuestra haber perdido los sentimientos humanitarios. El hermano está furioso, achácalo a enfermedad: tú ayúdalo como a hermano; todo lo que haga en semejante situación ponlo en el haber de la fiebre, y lo ocurrido no podrás imputarlo al hermano; y tú prudentemente echarás a la enfermedad la culpa y al hermano, el perdón; de esta suerte, su salud redundará en honor tuyo y el perdón te acarreará el premio.

Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo. Perdona al que peca, perdona al que se arrepiente, para que cuando a tu vez pecares, el perdón se te conceda como compensación, no como donación. Siempre es bueno el perdón, pero cuando es debido, resulta doblemente dulce. Aquel que, perdonando, se ha asegura-do ya el perdón antes de pecar, ha evitado el castigo, ha prevenido al juez en su favor, ha eludido el juicio.

Si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ¡lo siento , lo perdonarás. ¿Por qué constriñe con la ley, reduce en el número y pone un límite a un perdón al que tanto nos apremia por la misericordia y que tan fácilmente concede por la gracia? ¿Y si en lugar de siete te ofende ocho veces? ¿Va a prevalecer el número sobre la gracia?, ¿puede contraponerse el cálculo a la bondad?, ¿puede una sola culpa condenar al castigo a quien siete veces consecutivas ha obtenido ya el perdón? De ninguna manera. Si se proclama dichoso al que perdonó siete veces, mucho más dichoso será el que perdona setenta veces siete.

Olvidado de este mandato, Pedro interroga al Señor diciendo: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por tanto, el número prescrito no limita, sino que dilata el perdón, y a lo que el precepto pone un límite, lo asume ilimitadamente la libre voluntad; de suerte que si perdona-res hasta el límite de lo que manda el precepto, otro tanto se te computará a obediencia, se te computará a premio. Y si el número siete septuplicado por días, meses y años implica la concesión de la totalidad del perdón, calcule el cristiano y juzgue el oyente qué cotas no alcanzará el número siete septuplicado setenta veces siete. Entonces cesará realmente toda forma contractual de débitos y créditos, entonces se abolirá de verdad cualquier condición servil, entonces llegará aquella libertad sin fin, entonces será recuperado el campo eterno e inmortal, entonces llegará el verdadero perdón, cuando será incluso abolida la misma necesidad de pecar, cuando, cancelada toda inmundicia, el mundo dejará de ser inmundo, cuando con el retorno de la vida dejará de existir la muerte, cuando, establecido el reinado de Cristo, el diablo perecerá definitivamente.

Orad, hermanos, para que el Señor aumente en nosotros la fe y podamos finalmente creer, ver y poseer todos estos bienes.


Ciclo B: Mc 7, 31-37

HOMILÍA

San Lorenzo de Brindisi, Homilía 1 en el domingo XI de Pentecostés (1.9.11.12: Opera omnia, t. 8, 124.134.136-138)

Todo lo ha hecho bien

Lo mismo que la ley divina dice, narrando la obra de la creación del mundo: Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno, así el evangelio, al narrar la obra de la redención y de la re-creación, dice: Todo lo ha hecho bien, ya que los árboles sanos dan frutos buenos y un árbol sano no puede dar frutos malos. Así como el fuego de suyo no puede dar más que calor y es absolutamente imposible que dé frío; y lo mismo que el sol no puede por menos de producir luz y es impensable que produzca tinieblas, así también Dios no puede sino hacer el bien, puesto que es la misma e infinita bondad, la luz sustancial, sol de luz infinita, fuego de infinito calor: Todo lo ha hecho bien.

Unamos hoy con sencillez nuestras voces a las de la santa multitud y digamos: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos. En realidad, la muchedumbre dijo esto por inspiración del Espíritu Santo, como la burra de Balaán; es el Espíritu Santo el que habla por boca de la turba: Todo lo ha hecho bien, es decir: éste es el verdadero Dios, que todo lo hace bien, pues hace oír a los sordos y hablar a los mudos, cosa que sólo el poder divino es capaz de realizar. De un caso particular se pasa a la totalidad: éste ha obrado un milagro que sólo Dios puede realizar, luego éste es Dios, que todo lo hizo bien: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a losmudos, esto es, está investido de una fuerza y un poder divinos.

Todo lo ha hecho bien. La ley dice que Dios todo lo hizo bueno; el evangelio, en cambio, dice que todo lo ha hecho bien: hacer las cosas buenas y hacer las cosas bien no son conceptos inmediatamente convertibles. Muchos hacen cosas buenas, pero no las hacen bien: tales las obras de los hipócritas, ciertamente buenas, pero realizadas con mal ánimo y con perversa y torcida intención; Dios, al contrario, todas sus obras las ha hecho buenas y bien: El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones. Todo lo hiciste con sabiduría, esto es, sapientísima y óptimamente; por eso dicen: Todo lo ha hecho bien.

Y si Dios hizo todas sus obras buenas y bien por nosotros, sabiendo que nuestra alma se deleita en las cosas buenas, ¿por qué —pregunto— no nos afanamos por hacer todas nuestras obras buenas y bien, sabiendo que Dios se deleita en tales obras?

Y si me decís: ¿Qué es lo que debemos hacer para merecer gozar eternamente de los beneficios divinos?, os lo resumiré en una sola frase: lo que hace la esposa y una buena mujer para con su marido —pues no en vano la Iglesia es llamada esposa de Cristo y de Dios—, y entonces Dios se conducirá con nosotros como un buen esposo con la esposa a la que tiernamente ama. Es lo que dice el Señor por boca de Oseas: Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor. De esta forma, hermanos, seremos felices ya en esta vida, este mundo se nos convertirá en un paraíso, seremos alimentados, como los hebreos, con el maná celeste en el desierto de esta vida, si a ejemplo de Cristo y según nuestras fuerzas, todas nuestras obras las hiciéremos bien, de suerte que de cada uno de nosotros pueda decirse: Todo lo ha hecho bien. Nos llena de confusión, hermanos, la comprobación de que siendo nosotros buenos por naturaleza, como creados a imagen de Dios, seamos, sin embargo, malos por nuestras acciones; por naturaleza, semejantes a Dios; por nuestras malas obras, semejantes al diablo.


Ciclo C: Lc 14, 25-33

HOMILÍA

Juan Casiano, Conferencias (Conf 3, cap 6-7: PL 564-567

Sobre las tres renuncias

Nos toca ahora hablar de las renuncias. Tanto la tradición de los padres como la autoridad de las sagradas Escrituras demuestran que son tres, renuncias que cada uno de nos-otros ha de trabajar con ahínco en ponerlas por obra.

Mediante la primera despreciamos todas las riquezas y bienes materiales del mundo; mediante la segunda rechazamos las costumbres, vicios y pasiones de la vida pasada, tanto del alma como de la carne; mediante la tercera apartamos nuestra mente de todos los bienes presentes y visibles, para centrarnos exclusivamente en la contemplación de las realidades futuras y en el anhelo de lo invisible. Que estas tres renuncias deban ser actuadas paralela-mente, leemos habérselo ordenado el Señor ya a Abrahán, cuando le dijo: Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre.

Primero dijo: sal de tu tierra, esto es, de los bienes de este mundo y de las riquezas terrenas; en segundo lugar: sal de tu patria, esto es, del modo de vivir, de las costumbres y vicios del pasado, cosas todas tan estrechamente vinculadas a nosotros desde nuestro nacimiento, que se han convertido en parientes nuestros en base a una especie de afinidad y consanguinidad; en tercer lugar: sal de la casa de tu padre, esto es, de todo recuerdo de este mundo, que cae bajo el campo de observación de nuestros ojos. Y saliendo con el corazón de esta casa temporal y visible, dirigimos nuestros ojos y nuestra mente a aquella casa en la que habitaremos para siempre. Lo cual cumpliremos cuando, siendo hombres y procediendo como tales, comenzaremos a militar en las filas del Señor guiados no por miras humanas, confirmando con las obras y la virtud aquella sentencia del bienaventurado Apóstol: Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo.

Por este motivo, de nada nos serviría haber emprendido con toda la devoción de nuestra fe la 'primera renuncia, si no pusiéremos por obra la segunda con el mismo empeño e idéntico ardor. Y así, una vez conseguida ésta, podremos llegar asimismo a aquella tercera renuncia, mediante la cual, saliendo de la casa de nuestro primer padre, centramos toda la atención de nuestra alma en los bienes celestiales.

Así pues, mereceremos obtener la verdadera perfección de la tercera renuncia cuando nuestra mente, no debilitada por contagio alguno de crasitud carnal, sino purificada de todo afecto y apego terreno mediante un habilísimo trabajo de lima, a través de la incesante meditación de las divinas Escrituras y el ejercicio de la contemplación, se hubiere trasladado de tal modo al mundo de lo invisible que, atenta sólo a las realidades soberanas e incorpóreas, no advierta que está todavía envuelta en la fragilidad de la carne y circunscrita a un determinado lugar.

 

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 18, 21-35

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 83 (2-4: PL 38, 515-516)

Perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores

El Señor nos propuso esta parábola para nuestra instrucción y, al advertirnos, demostró no querer nuestra perdición. Lo mismo —dice-- hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Ya veis, hermanos, la cosa está clara y la advertencia es útil: le debemos prestar una obediencia saludable, de suerte que se cumpla lo mandado. Porque todo hombre está en deuda con Dios y es al mismo tiempo acreedor de su hermano. ¿Quién puede no considerarse deudor de Dios sino aquel en quien no puede hallarse pecado? Y ¿quién es el que no tiene a su hermano por acreedor sino aquel a quien nadie ha ofendido? ¿Crees que pueda darse en todo el género humano alguien que no esté personal-mente implicado en algún pecado contra su hermano? Por tanto, todo hombre es un deudor, que a su vez tiene acreedores. Por eso, Dios que es justo te ha dado para con tu deudor una regla, que él mismo observará contigo.

Dos son, en efecto, las obras de misericordia que nos liberan, y que el mismo Señor ha brevemente expuesto en el evangelio: Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará. La primera —perdonad y seréis perdonados— se refiere al perdón; la segunda —dad y se os dará—, en cambio, se refiere a la prestación de un servicio. Dos ejemplos. Referente al perdón: tú quieres ser perdonado cuando pecas y tienes a tu vez otro al que tú puedes perdonar. Referente a la prestación de un servicio: te pide un mendigo, y tú eres el mendigo de Dios. En efecto, cuando oramos, todos somos mendigos de Dios: estamos a la puerta de un gran propietario, más aún, nos postramos ante él, suplicamos entre sollozos deseando recibir algo, y ese algo es Dios.

¿Qué te pide el mendigo? Pan. Y tú, ¿qué es lo que pides a Dios, sino a Cristo, el cual dijo: Yo soy el pan vivo que ha baja-do del cielo? ¿Deseáis ser perdonados? Perdonad: Per-donad y seréis perdonados. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.

Si consideramos nuestros pecados y contabilizamos los cometidos por obra, de oídas, de pensamiento y mediante innumerables movimientos desordenados, me parece que nos acostaremos sin una blanca. Por eso, a diario pedimos, a diario llamamos importunando en la oración a Dios para que nos oiga, a diario nos postramos y decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué deudas? ¿Todas o sólo algunas? Responderás: Todas. Pues haz tú lo mismo con tu acreedor. Tú mismo te fijas esta norma, tú mismo pones esta condición. A este pacto y a este compromiso te remites cuando oras y dices: Perdónanos, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.


Ciclo B: Mc 8, 27-35

HOMILÍA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 159 (1.4-6: CCL 104, 652-654)

No es duro lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena

El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz. Parece duro, carísimos hermanos, y se considera como grave lo que en el evangelio mandó el Señor, diciendo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo. Pero no es duro lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena.

Y ¿a dónde hay que seguir a Cristo, sino a donde Cristo ha ido? Sabemos, en efecto, que resucitó, que subió al cielo: allá hay que seguirlo. No hay que ceder a la desesperanza, y no porque el hombre sea capaz de algo, sino porque él lo ha prometido. Muy lejano nos quedaba el cielo, hasta que nuestra cabeza subió al cielo. Pero ahora, ¿cómo vamos a desesperar llegar allí, si somos miembros de aquella cabeza? Y ¿por qué razón? Pues porque la tierra es campo del miedo y del dolor: sigamos a Cristo donde está la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad.

Sólo que quien desee seguir a Cristo ha de prestar oído a lo que dice el Apóstol: Quien dice que permanece en Cristo, debe vivir como él vivió. ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde como él lo fue: no desprecies su humildad, si deseas alzarte a su sublimidad. El camino se volvió escabroso al pecar el hombre; pero se ha vuelto transitable desde que Cristo, al resucitar, lo allanó, y de estrechísimo sendero se ha convertido en calzada real. Por esta calza-da se corre con los pies gemelos de la humildad v-de la caridad. Aquí todos aspiran a las cimas de la caridad: pero el primer peldaño es la humildad. ¿A qué viene eso de quemar etapas? Quieres caer, no ascender. Empieza por el primer peldaño, el de la humildad, y ya comenzaste la ascensión.

Por eso, nuestro Señor y salvador no se contentó con decir: Que se niegue a sí mismo, sino que añadió: Que cargue con su cruz y me siga. ¿Qué significa: Que cargue con su cruz? Soporte cualquier molestia: y así que me siga. Bastará que se ponga a seguirme imitando mi vida y cumpliendo mis preceptos, para que al punto aparezcan muchos contradictores, muchos que intenten impedírselo; hallará no sólo muchos que se burlen de él, sino también muchos perseguidores. Y esto, no sólo entre los paganos, sino incluso entre aquellos que, con el cuerpo, parecen estar dentro de la Iglesia, pero que en realidad están fuera por la perversidad de las obras, y, blasonando únicamente del nombre de cristianos, no cejan de perseguir a los buenos cristianos. Por tanto, si tú deseas seguir a Cristo, toma en seguida su cruz: soporta a los malos, mantente firme.

Así pues, si queremos cumplir lo que dijo el Señor: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga, esforcémonos en poner en práctica, con la ayuda de Dios, lo que dice el Apóstol: Teniendo qué comer y qué vestir nos basta; no nos ocurra que apeteciendo los bienes terrenos más allá de la estricta necesidad, busquemos enriquecernos, nos enredemos en mil tentaciones, nos creemos necesidades absurdas y nocivas, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Que el Señor se digne librarnos con su protección de semejante tentación, él que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.


Ciclo C: Lc 15, 1-32

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 168 (PL 52, 639-641)

Cristo nos buscó en la tierra: busquémosle nosotros
en el cielo

Ocurre siempre, ésa es la verdad, que al hallar lo que habíamos perdido, estrenamos un nuevo caudal de alegría, y nos resulta más grato hallar lo perdido, que no haber perdido lo que diligentemente custodiamos. No obstante, esta parábola es más bien una ponderación de la misericordia divina que la consignación de una costumbre humana; y expresa una gran verdad. Abandonar las cosas grandes y amar las cosas pequeñas es propio de la potestad divina, no de la codicia humana: pues Dios llama al ser lo que no existe y de tal forma va en busca de lo perdido, que no desatiende lo que deja; y de tal suerte encuentra lo perdido, que no pierde lo que estaba guardado. No se trata, pues, de un pastor terreno, sino celestial; y esta parábola tomada globalmente no está calcada sobre ocupaciones humanas, sino que encubre misterios divinos. El mismo factor numérico lo pone en evidencia, cuando dice: Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una... Ya veis cómo este pastor se ha dolido de la pérdida de una oveja como si todo el rebaño que tenía a su derecha hubiera derivado hacia su izquierda; y por eso, dejando las noventa y nueve, va tras de esa única, la busca, para encontrar a todas en esa única, para reintegrarlas todas en una.

Pero expliquemos ya el secreto de la celestial parábola. Ese hombre que-tiene cien ovejas es Cristo. El buen pastor, el pastor piadoso que en una única oveja, es decir, en Adán, había personificado toda la grey del género humano, colocó a esta oveja en el ameno jardín de Edén, la colocó en verdes praderas. Pero ella se olvidó de la voz del pastor, al dar oídos a los aullidos del lobo, perdió los apriscos de la salvación y acabó toda ella cosida de letales heridas. En busca de ella se vino Cristo al mundo, y la halló en el seno de un campo virginal.

Vino en la carne de su nacimiento e izándola sobre la cruz, la cargó sobre los hombros de su Pasión y, en el colmo de la alegría de la resurrección, la llevó mediante la ascensión colocándola en lo más elevado de la mansión celestial. Reúne a los amigos y vecinos, es decir, a los ángeles, y les dice: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.

Se felicitan y se congratulan los ángeles con Cristo por el retorno de la oveja del Señor, ni se indignan de verla presidirles desde el mismísimo trono de la majestad, pues la envidia fue ahuyentada del cielo con la expulsión del diablo: ni era posible que el pecado de envidia penetrara en las mansiones eternas por medio del Cordero que había quitado el pecado del mundo. Hermanos, Cristo nos buscó en la tierra: busquémosle nosotros en el cielo; él nos condujo a la gloria de su divinidad: llevémosle nosotros en nuestro cuerpo con toda santidad: Glorificad —dice el Apóstol— y llevad a Dios en vuestro cuerpo. Lleva a Dios en su cuerpo aquel que no carga con pecado alguno en las obras de su carne

 

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO

Ciclo A: Mt 20, 1-16a

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 87 (1.5.6: PL 38, 530. 531.532.533)

El denario es la vida eterna

Acabáis de escuchar la parábola evangélica de los jornaleros de la viña, que encaja perfectamente con la presente estación. Pues nos hallamos ahora en la época de la vendimia material. Y digo material, porque existe una vendimia espiritual, en la que Dios se goza con los frutos de su viña. El reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña.

Y ¿qué significa el gesto ése de pagar el jornal empezando por los últimos? ¿No leemos en otro pasaje del evangelio que todos recibirán simultáneamente la recompensa? Leemos efectivamente en otro texto del evangelio que el rey dirá a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Si, pues, todos han de recibir el denario a la vez, ¿cómo entender lo que aquí se dice sobre que primero recibirán el jornal los contratados al atardecer, y, por último, los del amanecer? Si consigo explicarme de modo que logréis entenderlo, loado sea Dios. Pues a él debéis agradecerle cuanto se os da por mi mano: porque lo que yo os doy no os lo doy de mi cosecha.

Si preguntas, por ejemplo, quién de los dos jornaleros recibió primero la paga: el que la recibió después de una hora de trabajo o el que la recibió después de una jornada laboral de doce horas, todo el mundo responderá que quien la recibió al cabo de tan sólo una hora, la recibió antes que quien la recibió después de doce horas. Así pues, aunque todos cobraron al mismo tiempo, sin embargo, como unos recibieron el jornal al cabo de una hora y los otros después de doce horas, se dice que aquéllos lo recibieron primero, puesto que lo recibieron en breve espacio de tiempo.

Los primeros justos —Abel, Noé—, que son como los llamados a primera hora, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Posteriormente, otros justos después de ellos —tales como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos—, llamados a media mañana, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Otros justos: Moisés, Aarón y los que como ellos fueron llamados al mediodía, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Después de ellos, los santos profetas, llamados como al caer la tarde, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Al fin del mundo, todos los cristianos, cual los llamados a la hora undécima, recibirán junto con ellos la felicidad de la resurrección. Todos la recibirán al mismo tiempo, pero fijaos después de cuánto tiempo la recibirán los primeros. Por tanto, si los primeros llamados reciben la felicidad después de tanto tiempo, mientras que nosotros la recibimos después de un breve intervalo, aunque todos la recibamos simultáneamente, parece como si nosotros la recibiéramos primero, por aquello de que nuestro galardón no se hará esperar.

En cuanto a la retribución, todos seremos iguales: los últimos igual que los primeros, y los primeros igual que los últimos, pues aquel denario es la vida eterna, y en la vida eterna todos serán iguales. Y aunque según la diversidad de méritos, diversamente resplandecerán, en lo que atañe a la vida eterna, será igual para todos. Lo que para todos es eterno, mal podría ser para unos más largo y más corto para otros: lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. Diferentemente brillarán allí la castidad conyugal y la integridad virginal; uno será el fruto de las buenas obras y otra la corona del martirio; pero en lo que a vivir eternamente se refiere, ni éste vivirá más que aquél, ni aquél más que éste. Todos vivirán una vida sin fin, si bien cada cual con su brillo y aureola peculiar. Y aquel denario es la vida eterna.


Ciclo B: Mc 9, 29-36

HOMILÍA

San Máximo de Turín, Sermón 48 (1-2: CCL 23, 187-188)

Por la humildad se llega al reino; por la sencillez
se entra en el cielo

Si habéis escuchado con atención la lectura evangélica habréis podido comprender el respeto que se debe a los ministros y sacerdotes de Dios y la humildad con que los mismos clérigos deben prevenirse unos a otros. En efecto, preguntado el Señor por sus discípulos quién de ellos sería el más grande en el reino de los cielos, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. De donde deducimos que por la humildad se llega al reino, por la sencillez se entra en el cielo.

Por tanto, quien desee escalar la cima de la divinidad esfuércese por conseguir los abismos de la humildad; quien desee preceder a su hermano en el reino debe antes anticipársele en el amor, como dice el Apóstol: Estimando a los demás más que a uno mismo. Supérele en obsequiosidad, para poder vencerle en santidad. Pues si el hermano no te ha ofendido es acreedor al don de tu amor; y si te hubiere tal vez ofendido, es mayormente acreedor al regalo de tu superación. Esta es efectivamente la quintaesencia del cristianismo: devolver amor por amor y responder con la paciencia a quien nos ofende.

Así pues, quien más paciente fuere en soportar las injurias, más potente será en el reino. Porque al imperio de los cielos no se llega mediante una brillante ejecutoria avalada por la fastuosidad de las riquezas, sino mediante la humildad, la pobreza, la mansedumbre. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! En consecuencia, quien estuviere hinchado de honores y cargado de oro, cual jumento sobrecargado, no conseguirá pasar por el angosto camino del reino. Y en el preciso momento en que crea haber llegado, la puerta estrecha, al no dar cabida a su carga, le impedirá entrar y le obligará a retroceder. La puerta del cielo le resulta al rico tan angosta como estrecha le es al camello el ojo de una aguja. Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos.


Ciclo C: Lc 16, 1-13

HOMILÍA

Autor del siglo IV, Homilía 48 (1-6: PG 34, 807-811)

Sobre la perfecta fe en Dios

Queriendo el Señor conducir a sus discípulos a la fe perfecta, dijo en el evangelio: El que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado; el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar. ¿Qué es lo menudo?, ¿qué es lo importante?

Lo menudo son los bienes de esta vida, que él prometió dar a los que creen en él, tales como el sustento, el vestido y otros subsidios corporales, como la salud y cosas por el estilo, ordenándonos taxativamente que no andemos agobiados por estas cosas, sino que esperemos confiadamente en él, pues Dios es la providencia de quienes a él se acogen, providencia segura y total.

Lo importante son los dones de la vida eterna e incorruptible, que él prometió conceder a cuantos crean en él y a los que continuamente están pendientes de estas cosas y a él acuden en su demanda, porque así está ordenado: Vosotros, en cambio, buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. En estas cosas menudas y temporales se demostrará si uno cree en Dios, que prometió concedérnoslas, a condición sin embargo de que no andemos agobiados por tales cosas, sino que únicamente nos preocupemos de las realidades futuras y eternas.

Y quedará perfectamente asentado que uno cree en los bienes incorruptibles y busca de verdad los bienes eternos si conserva una fe sana en dichos bienes. En efecto, cada uno de los que aceptaron la palabra de verdad debe probarse a sí mismo y examinarse, o ser examinado y probado por maestros del espíritu, cuáles son las razones de su fe y cuáles las motivaciones de su entrega a Dios: debe sopesar si cree realmente y de verdad apoyado en la palabra de Dios, o si cree más bien inducido por la opinión que él se ha formado sobre la justificación y la fe.

Toda persona tiene a su alcance la posibilidad de comprobar y demostrarse a sí mismo si es fiel en lo menudo — me refiero a los bienes temporales. ¿De qué forma? Escucha: ¿Te crees digno del reino de los cielos?, ¿te confiesas hijo de Dios nacido de arriba?, ¿te consideras coheredero de Cristo, destinado a reinar eternamente con él y a gozar de las delicias en la arcana luz por siglos incontables e infinitos, exactamente como Dios? Me contestarás sin duda: Ciertamente: ésa es precisamente la razón por la que he dejado el mundo y me he entregado en cuerpo y alma al Señor.

Examínate, pues, y mira si no te retienen todavía las preocupaciones terrenas, o el desmedido afán del sustento y del vestido corporal, o bien otros intereses y el confort, como si tú fueras capaz de proveerte por ti mismo de lo que se te ha ordenado no preocuparte en absoluto, es decir, de tu vida. Pues si estás convencido de poder conseguir los bienes inmortales, eternos, permanentes y carentes de envidia, mucho más convencido has de estar de que el Señor te otorgará estos bienes caducos y terrenos, que él concede incluso a los hombres impíos y hasta a los mismos pájaros, habiéndote él mismo enseñado a no preocuparte lo más mínimo de estas cosas.

Tú, pues, que te has hecho peregrino de este mundo, debes obtener una nueva y peregrina fe, un modo de pensar y de vivir superior al de todos los hombres de este mundo. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo por los siglos. Amén.

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 21, 28-32

HOMILÍA

Clemente de Alejandría, Libro sobre la salvación de los ricos (39-40: PG 9, 643-646)

La verdadera penitencia consiste en no recaer en las mismas faltas

El que de todo corazón se convierte a Dios tiene las puertas abiertas, y el Padre recibe con los brazos abiertos al hijo realmente arrepentido. Ahora bien, la verdadera penitencia consiste en no recaer en las mismas faltas, arrancando de raíz los pecados por los que reconoce ser reo de muerte. Eliminados éstos, Dios volverá a morar nuevamente en ti. Cristo afirmó que, en el cielo, cuando un pecador se convierte y hace penitencia, el Padre y los ángeles experimentan un grandísimo e incomparable gozo y una alegría festiva. Por eso exclamará también: Quiero misericordia y no sacrificios. No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como la lana.

En efecto, sólo Dios puede perdonar los pecados y no imputar los delitos; lo que no obsta para que también a nosotros nos tenga mandado perdonar cada día a los hermanos arrepentidos. Y si nosotros, que somos malos, sabemos dar cosas buenas, ¿cuánto más el Padre de misericordia, aquel buen Padre de todo consuelo, que rebosa de entrañas de misericordia y es rico en clemencia, propenso a usar de una infinita paciencia y que aguarda a quienes se convierten? Convertirse sinceramente significa acabar con el pecado y no volver más la vista a lo que queda atrás.

Así pues, Dios otorga el perdón de las culpas pasadas; el no reincidir en el futuro queda a la responsabilidad de cada cual. Y arrepentirse supone dolerse de las faltas cometidas, y pedir con insistencia al Padre que las eche definitivamente en olvido, él que es el único capaz de, en su misericordia, dar por no hecho lo hecho, y abolir con el rocío del Espíritu los delitos de la vida pasada.

¿Quieres tú, ladrón, que se te perdone tu delito? Deja de robar. Devuelve, y con creces, lo que has robado. Tú que eres un testigo falso, aprende a ser veraz; tú que eres un perjuro, abstente del juramento y rompe con los demás afectos viciosos. Tal vez resulte imposible romper inmediatamente y a la vez con los afectos inveterados; pero la cosa resultará viable si contamos con la gracia de Dios, las oraciones de los amigos y la ayuda fraterna, unido todo a una verdadera penitencia y a una asidua meditación.


Ciclo B: Mc 9, 37-42.44.46-47

HOMILÍA

Ricardo de San Víctor, Tratado sobre los cuatro grados de la caridad violenta (42-45: Ed. G. Dumeige, Paris 1955, 171-175)

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos

Cuando en este mundo un alma ha sido consumida por el fuego divino, ablandada hasta la médula y plenamente licuada, ¿qué otra cosa queda por hacer sino proponerle lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto como una fórmula de virtud a la que totalmente se atenga? Así como un metal licuado fácilmente se desliza a niveles inferiores hacia los que halla una vía expedita, así también el alma, en semejante estado, espontáneamente se somete a todo tipo de obediencia y gustosamente se inclina ante cualquier humillación acatando el orden de la divina dispensación.

Así pues, en este estado del alma se le propone el mismo modelo de humildad de Cristo. Por eso se le dice: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Este es el modelo de la humildad de Cristo al que debe conformarse todo el que quiera alcanzar el grado supremo de la caridad consumada, ya que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Por tanto, escalaron las someras cimas de la caridad y se encuentran instalados ya en el cuarto grado de la caridad quienes están dispuestos a dar la vida por los amigos y están en situación de cumplir aquello del Apóstol: Sed imitadores de Dios, como hijos queridos.

En el tercer grado el alma se gloría en Dios, en el cuarto se humilla por Dios. En el tercer grado se configura según el modelo de la caridad divina, en el cuarto en cambio se configura según el modelo de la humildad cristiana. En el tercer grado en cierto modo muere en Dios, en el cuarto es como si resucitase en Cristo. Por eso, quien se encuentra en el cuarto grado puede decir con verdad: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Este tal se convierte en una criatura nueva: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Quien ha muerto a sí mismo en el tercer grado es como si en el cuarto resucitase de entre los muertos y ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él, porque su vivir es un vivir para Dios.

Así que, en este grado, el alma se hace en cierto modo inmortal e impasible. ¿Cómo va a ser mortal si no puede morir? O ¿cómo puede morir si no es capaz de separarse de quien es la vida? De sobra sabemos de quién es esta afirmación: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. ¿Cómo, pues, va a morir el que es incapaz de separarse de él? ¿No da la impresión de ser en cierto modo impasible aquel que se muestra insensible a los daños que le causan, que se alegra ante cualquier injuria y acepta como un honor lo que se le hace con ánimo de fastidiarle, según aquella sentencia del Apóstol: Muy a gusto —dice— presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo? Permanece en cierto modo impasible quien se complace en los sufrimientos y los ultrajes que se le infieren por causa de Cristo.


Ciclo C: Lc 16, 19-31

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 33 A, sobre el antiguo Testamento (4: CCL 41, 421-422)

Lo que se aprende en la escuela de Cristo maestro

Atiende al evangelio, y mira y examina los pensamientos de los dos hombres de la parábola: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. No te seduzca la felicidad de aquel que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Era un soberbio, un impío; vanos eran sus pensamientos y vanos sus apetitos. Cuando murió, en ese mismo día perecieron sus planes.

En cambio, un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal. Calló el nombre del rico, pero mencionó el nombre del pobre. Dios silenció el nombre que andaba en boca de todos, mientras que mencionó el que todos silenciaban. No te extrañe, por favor. Dios se limitó a decir lo que encontró escrito en su libro. De los impíos está efectivamente escrito: No sean inscritos en tu libro. Paralelamente, a los apóstoles que se felicitaban de que en el nombre del Señor se les sometían los demonios, para que no cediesen a la vanidad y a la jactancia como suele ocurrir a los hombres, aun tratándose de un hecho tan relevante y de un'poder tan insigne, Jesús les dijo: No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Pues bien, si Dios, morador del cielo, calló el nombre del rico, es porque no lo halló escrito en el cielo. Pronunció el nombre del pobre porque lo halló allí escrito, mejor dicho, porque él mandó inscribirlo allí.

Observad ahora a aquel pobre. Dijimos, hablando de los pensamientos del rico impío, preclaro, que se vestía de púrpura y lino y que banqueteaba espléndidamente cada día, que, al morir, perecieron todos sus planes. Al contrario, el mendigo Lázaro estaba echado en el portal del rico, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Aquí quiero verte, cristiano: se describe la muerte de estos dos hombres. Poderoso es ciertamente Dios para dar la salud en esta vida, para eliminar la pobreza, para dar al cristiano el necesario sustento. Pero supongamos que Dios nada de esto hiciera: qué elegirías: ¿ser como aquel pobre o como aquel rico? No te ilusiones. Escucha el final y observa la mala elección. A buen seguro que aquel pobre, piadoso como era, al verse inmerso en las angustias de la vida presente, pensaba que un día se acabaría aquella vida y entraría en posesión del eterno descanso. Murieron ambos, pero en ese día no perecieron los planes de aquel mendigo.

Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. En ese día se realizaron todos sus deseos. Cuando exhaló su espíritu y la carne volvió a la tierra de donde salió, no perecerán sus planes, pues que espera en el Señor su Dios. Esto es lo que se aprende en la escuela de Cristo maestro, esto es lo que espera el alma del fiel oyente, éste es el certísimo premio del Salvador.

 

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 21, 33-43

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 4: PG 70, 1042-1043)

Sobre el juicio pronunciado por el Padre

Laborioso era para el Verbo el asumir nuestra condición humana y descender hasta nuestra pequeñez. Pero —se dijo— mi derecho lo lleva el Señor y mi salario lo tiene mi Dios. Conoce el Padre las fatigas que he pasado por salvarlos. Por tanto, también él ha pronunciado ya su juicio.

¿Quieres conocer el juicio del Padre y cuál es la sentencia dictada contra ellos? Escucha lo que el Salvador dice a los responsables judíos: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Y añade poco después: envió sus criados para percibir los frutos que le correspondían, y todos fueron maltratados. Cuando finalmente envió también a su propio hijo, conspiraron contra él y se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, efectivamente, lo mataron.

Después de haberles propuesto esta parábola, el Señor toma nuevamente la palabra y les pregunta: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». A lo que Cristo replicó: Por eso os digo: Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Lo que, finalmente, sucedió.

En efecto, fueron colocados al cuidado de las viñas otros viñadores, expertos labradores, esto es, los discípulos del Señor. Bajo su custodia, las nubes hicieron caer la lluvia, pero con la orden expresa de no regar en adelante la viña de los judíos. Gracias a ellos, Cristo pudo vendimiar no espinas, sino uvas. Y efectivamente hemos aprendido a decir: El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.

Alguien podría también sugerir esta otra explicación: que el Padre tenía muy presentes los trabajos del Hijo y que por eso pronunció un juicio justo. Observa nuevamente conmigo la fuerza de las palabras y considera la economía divina, que el sapientísimo Pablo nos explica a su vez, diciendo: Siendo el Hijo por su condición divina igual al Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, haciéndose obediente al Padre hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por cuya causa Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre, de modo que a su nombre toda rodilla se doble. Porque el Verbo era y es Dios; pero después de ser proclamado hombre y serlo verdaderamente, ascendió a su gloria con su propio cuerpo. Fue efectivamente reconocido como Dios, y no se fatigó en vano, pues esta economía de salvación redundó en gloria suya, ya que no hizo de él un ser insólito y extraño, sino que le señaló como salvador y redentor del mundo. Conocido lo cual ocurrió que el cielo, la tierra e incluso el abismo cayeran de rodillas ante él.


Ciclo B: Mc 10, 2-16

HOMILÍA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 37, sobre Mateo 19, 1-12 (5-7: PG 36, 287-291)

Es éste un gran misterio

Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo? Nuevamente lo ponen a prueba los fariseos, nuevamente los que leen la ley no entienden la ley, nuevamente los que se dicen intérpretes de la ley necesitan de otros maestros. No bastaba con que los saduceos le hubieran tendido una trampa a propósito de la resurrección, que los letrados le interrogaran sobre la perfección, los herodianos a propósito del impuesto, y otros sobre las credenciales de su poder. Todavía hay quien quiere sondearlo a propósito del matrimonio, a él que no es susceptible de ser tentado, a él que instituyó el matrimonio, a él que creó todo este género humano a partir de una primera causa.

Y él, respondiéndoles, les dijo: ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer? Entiendo que este problema que me habéis planteado —dijo—, concierne a la estima y al honor de la castidad, y requiere una respuesta humana y justa. Pues observo que sobre esta cuestión hay muchos mal predispuestos y que acarician ideas injustas e incoherentes.

Porque ¿qué razón hay para usar la coacción contra la mujer, mientras se es indulgente con el marido, al que se le deja en libertad? En efecto, si una mujer hubiere consentido en deshonrar el tálamo nupcial, quedaría obligada a expiar su adulterio, penalizándola legalmente con durísimas sanciones; ¿por qué, pues, el marido que hubiera violado con el adulterio la fidelidad prometida a su mujer queda absuelto de toda condena? Yo no puedo en modo alguno dar mi aprobación a esta ley, estoy en completa disconformidad con dicha tradición.

Los que sancionaron esta ley eran hombres, y por eso fue promulgada en contra de la mujer; y como quiera que pusieron a los hijos bajo la patria potestad, dejaron al sexo débil en la ignorancia y el abandono. ¿Dónde está, pues, la equidad de la ley? Uno es el creador del varón y de la mujer, ambos fueron formados del mismo barro, una misma es la imagen, única la ley, única la muerte, una misma la resurrección. Todos hemos sido procreados por igual de un varón y de una mujer: uno e idéntico es el deber que tienen los hijos para con sus progenitores.

¿Con qué cara exiges, pues, una honestidad con la que tú no correspondes? ¿Cómo pides lo que no das? ¿Cómo puedes establecer una ley desigual para un cuerpo dotado de igual honor? Si te fijas en la culpabilidad: pecó la mujer, mas también Adán pecó: a ambos engañó la serpiente, induciéndolos al pecado. No puede decirse que una era más débil y el otro más fuerte. ¿Prefieres hacer hincapié en la bondad? A ambos salvó Cristo con su pasión. ¿O es que se encarnó sólo por el hombre? No, también por la mujer. ¿Padeció la muerte sólo por el hombre? También a la mujer le deparó la salvación mediante su muerte.

Pero me replicarás que Cristo es proclamado descendiente de la estirpe de David y quizá concluirás de aquí que a los hombres les corresponde el primado en el honor. Lo sé, pero no es menos cierto que nació de la Virgen, lo que es válido igualmente para las mujeres. Serán, pues —dice—, los dos una sola carne: por consiguiente, la carne, que es una sola, tenga igual honor.

Ahora bien, san Pablo —incluso con su ejemplo— da a la castidad carácter de ley. Y ¿qué es lo que dice y en qué se funda? Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Es hermoso para una mujer reverenciar a Cristo en su marido; es igualmente hermoso para el marido no menospreciar a la Iglesia en su mujer. Que la mujer —dice— respete al marido, como a Cristo. Por su parte, que el marido dé a su esposa alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia.


Ciclo C: Lc 17, 5-10

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 147 (3: CCL 40, 2140-2141)

Despierta a tu fe, mira la vida futura con los ojos de la fe

Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. Luego existe otra vida. Que cada cual interrogue al Cristo de su fe: pero la fe duerme. Con razón fluctúas, pues Cristo duerme en la barca. Dormía efectivamente Jesús en la barca, y la barca desaparecía entre las olas encrespadas. Fluctúa, pues, el corazón cuando Cristo duerme. Cristo está siempre en vela. ¿Qué significa entonces: «Cristo duerme?» Que duerme tu fe. ¿Por qué eres todavía zarandeado por la tempestad de la duda? Despierta a Cristo, despierta a tu fe: mira la vida futura con los ojos de la fe; por esa vida has creído tú, por esa vida has sido signado tú con la señal de aquel que vivió esta vida para mostrarte lo despreciable que es la vida que amabas y cuán deseable es la vida en la que tú no creías.

Si, pues, despertares la fe y fijares los ojos de la fe en las realidades últimas y en los goces del siglo futuro de que disfrutaremos a raíz de la segunda venida del Señor, una vez celebrado el juicio, después de haber entregado el reino a los santos; si pensares en aquella vida y en el ocioso negocio de aquella vida, del que con frecuencia os hemos hablado, carísimos, entonces no zozobrará nuestro negocio, nuestro ocioso negocio lleno de una dulzura sin igual, no interrumpido por molestia alguna, no condicionado por la fatiga, no mediatizado por nube alguna.

Y ¿cuál será nuestro negocio? Alabar a Dios, amarle y alabarle; alabarle en el amor, amarle en las alabanzas. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. ¿Porqué razón, sino porque estarán amándote siempre? ¿Por qué razón, sino porque estarán viéndote siempre? Esto supuesto, hermanos míos, ¿cuál será el espectáculo que se nos ofrecerá en la visión de Dios? Nosotros, hermanos, si no perdemos de vista nuestra condición de miembros suyos, si le ansiamos, si perseveramos, lo veremos y nos gozaremos. Aquella ciudad estará compuesta por ciudadanos ya purificados, y no se admitirá en ella a ningún sedicioso o turbulento; aquel enemigo que, por envidia, hace ahora todo lo posible para que no lleguemos a la patria, allí no podrá acechar a ninguno, pues ni siquiera se le permitirá el acceso a ella. En efecto, si ahora es excluido del corazón de los creyentes, ¿cómo no va a ser excluido de la ciudad de los vivientes? ¿Qué no será, hermanos, qué no será —os pregunto— vivir en aquella ciudad, si simplemente hablar de ella reporta tanto gozo?

Hemos de preparar nuestros corazones para esta vida futura; quien dispone su corazón para la vida futura, desprecia totalmente la presente; y, despreciada ésta, podrá esperar tranquilo el día que el Señor nos amonestó a esperar con temor.

 

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A: Mt 22, 1-14

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 90 (1.5.6: PL 38, 559.561-563)

El traje de fiesta es el amor

Todos los fieles conocen la parábola de las bodas del hijo del rey y su banquete, así como la magnificencia de la mesa del Señor, dispuesta para quienes tengan la voluntad de gustarla. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?»

¿De qué se trata, pues? Indaguemos, hermanos míos, quienes de entre los fieles tienen algo que no tienen los malos, y ése será el traje de fiesta. Si dijéramos que son los sacramentos, ya veis que son comunes a buenos y malos. ¿Quizá el bautismo? Sin el bautismo, en efecto, nadie llega a Dios; pero no todo el que ha recibido el bautismo llega a Dios. En consecuencia, no puedo entender por traje de fiesta el bautismo, me refiero al sacramento en sí, pues es un traje que veo así en los buenos como en los malos. Podría ser el altar o lo que se recibe en el altar. Vemos que muchos comen, pero se comen y beben su propia sentencia. ¿De qué se trata, pues? ¿Del ayuno? Pero también ayunan los malos. ¿De la asistencia a la Iglesia? También acuden los malos. ¿Cuál es, pues, el traje de fiesta aquél? Este es el traje de fiesta: Esa orden —dice el Apóstol—tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Este es el traje de fiesta.

Pero no un amor cualquiera, pues muchas veces parecen amarse incluso hombres cómplices de una mala conciencia. Pero en ellos no hallamos ese amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera. Un amor así es el traje de fiesta.

Dice el Apóstol: Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Ya podría —dice—tener todo esto, si no tengo a Cristo, no soy nada. ¿Es que la profecía no sirve para nada? ¿Es que el conocimiento de todos los secretos es inútil? No es que estas cosas no sean nada: soy yo el que no soy nada si, poseyendo esos carismas, no tengo amor. ¡Cuántos bienes no sirven de nada si falta el único Bien! Si no tengo amor, aunque repartiese cuantiosas limosnas a los pobres, aunque llegase en la confesión del nombre de Cristo hasta el derramamiento de sangre o hasta dejarme quemar vivo, estas cosas pueden también llevarse a cabo por amor a la gloria y estar en consecuencia desprovistas de valor salvífico. Como quiera que la vanagloria puede hacer estériles acciones que la divina caridad haría sobremanera fecundas, el mismo Apóstol enumera dichas acciones, que tú puedes escuchar: Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. Este es el traje de fiesta. Examinaos: si lo tenéis, estad tranquilos en el banquete del Señor.

El traje de fiesta tiene como finalidad honrar la unión conyugal, esto es, se le pone en honor del esposo y de la esposa. Conocéis al esposo: es Cristo. Conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la Esposa, honrad al Esposo. Si os mostráis obsequiosos con los desposados, os convertiréis en hijos suyos. En esto, pues, habéis de progresar. Amad al Señor, y así aprenderéis a amaros a vosotros mismos. De suerte que si al amar al Señor os amarais a vosotros mismos podréis con toda seguridad amar al prójimo como a vosotros mismos.


Ciclo B: Mc 10, 17-30

HOMILÍA

San Clemente de Alejandría, Libro sobre la salvación de los ricos (Caps 5.10: PG 9, 610.614)

Si quieres ser perfecto

Estas palabras pertenecen al evangelio de Marcos, pero exactamente la misma idea aparece en los demás sinópticos donde, con palabras a veces un tanto diferentes, se recoge idéntica doctrina. Y debemos estar plenamente convencidos de que el Salvador nunca se expresó en forma puramente humana, sino que su enseñanza estuvo siempre informada por una divina y mística sabiduría; de que no debemos escuchar sus palabras carnalmente, sino que debemos indagar y profundizar el sentido en ellas oculto mediante una adecuada investigación y poniendo en juego toda la diligencia y sagacidad de nuestra inteligencia.

Si quieres ser perfecto. Luego no era todavía perfecto, ya que nada hay más perfecto que lo perfecto. Además, aquel si quieres expresa de manera contundente y divina la libre facultad de elección de su colocutor. Efectivamente, en el hombre —en su calidad de ser libre— reside la libre elección de la voluntad; en Dios —en su calidad de Señor y árbitro— reside la capacidad de dar. Y da a los que quieren y rezan y con el mayor empeño se esfuerzan por conseguir la propia salvación. Pues Dios no coacciona —la coacción es, en efecto, enemiga de Dios—, sino que da a los que buscan, otorga a los que piden, abre a los que llaman. Por tanto, si quieres, si verdaderamente quieres y no te engañas a ti mismo, procúrate lo que te falta.

Una cosa te falta; lo que te queda por hacer y que es bueno, pero ya al margen de la ley, que no lo da la ley, que no cae dentro de la ley, es propio de los que poseen la verdadera vida. En una palabra, el que había cumplido toda la ley desde pequeño y que había dicho de sí cosas tan grandes y soberbias, con todas ellas no pudo adquirir esa única cosa, que es privativa del Salvador, para arrebatar la vida eterna, cuyo deseo le había movido a dar aquel paso. Se marchó pesaroso, abrumado por las exigencias de una vida, a propósito de la cual había venido a suplicar al Maestro. En realidad, no ambicionaba de verdad la vida, como parecía deducirse de sus palabras; lo único que buscaba es granjearse reputación de buena voluntad: podía ciertamente afanarse por hacer una multitud de cosas, pero era incapaz de hacer aquella única cosa, aquella obra de salvación que debía conducirle a la perfección. Para esta obra era débil e indolente.

Lo mismo que el Señor dijo a Marta cuando, afanada en multitud de ocupaciones, andaba inquieta y nerviosa para dar abasto con el servicio, y tachaba de negligente a su hermana, que, abandonando el servicio, sentada a los pies del Señor, prestaba la atención de una discípula: Andas inquieta con tantas cosas; María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán, así también a éste: le manda que, dando de lado toda enervante ocupación, se centre en una sola y se siente a los pies de la gracia de aquel que personalmente le propone la vida eterna.


Ciclo C: Lc 17, 11-19

HOMILÍA

San Bruno de Segni, Comentario sobre el evangelio de san Lucas (Parte 2, 40: PL 165, 426-428)

Grande es el poder de la fe

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos.

¿Qué otra cosa son esos diez leprosos sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, psíquicamente todos los hombres eran leprosos; corporalmente no todos lo eran. Es verdad que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo. Pero veamos lo que sigue: Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Igual nos pasa a nosotros: nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Para sanar, para ser curados de la lepra de nuestros pecados, gritemos a voz en cuello y digamos: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón. El grito del corazón es más agudo. El clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más sublime ante el trono de Dios. Al verlos, les dijo Jesús: Id a presentaros a los sacerdotes. En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Escuchen esto los pecadores y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados. En efecto, muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas, antes de presentarse al sacerdote. Arrepentimiento y perdón coinciden en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente vivirá y no morirá. Pero considere bien cómo ha de convertirse. Que escuche lo que dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto.

Rasgad los corazones y no las vestiduras. Que quien se convierte, conviértase interiormente, de corazón, pues Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. En este uno están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales o han sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo, sino que imitan a Cristo, lo siguen, le alaban, lo adoran, le dan gracias y no se apartan de su servicio.

Y Jesús le dijo: levántate, vete: tu fe te ha salvado. Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual —como dice el Apóstol— es imposible agradar a Dios. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente.

 

 

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 22, 15-21

HOMILÍA

San Lorenzo de Brindisi, Homilía l en el domingo 22 después de Pentecostés (2.3.4.6: Opera omnia, t. 8, 335-336.-339-340.346)

Tú, cristiano, eres la moneda del impuesto

En el evangelio de hoy se plantean dos interrogantes: uno el que los fariseos plantean a Cristo; otro, el que Cristo plantea a los fariseos; aquél es totalmente terreno, éste, enteramente celestial y divino; aquél es producto de una supina ignorancia y de una refinadísima malicia; éste, de la suprema sabiduría y de la suma bondad.

¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios: hay que dar —dice— a cada uno lo suyo. Sentencia llena realmente de celestial sabiduría y doctrina. Enseña, en efecto, que existe una doble esfera de poder: una, terrena y humana; otra, celestial y divina. Enseña que se nos exige una doble obediencia, que hemos de observar tanto las leyes humanas como las divinas, y que hemos de pagar un doble impuesto: uno al César y otro a Dios. Al César el denario, que lleva grabada la cara y la inscripción del César; a Dios lo que lleva impresa la imagen y la semejanza divina: La luz de tu rostro está impresa en nosotros (Vg).

Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Tú, cristiano, eres ciertamente un hombre: luego eres la moneda del impuesto divino, eres el denario en el que va grabada la efigie y la inscripción del divino emperador. Por eso te pregunto yo con Cristo: ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Me respondes: De Dios. Te replico: ¿Por qué, pues, no le devuelves a Dios lo que es suyo?

Pero si realmente queremos ser imagen de Dios, es necesario que seamos semejantes a Cristo. El es, en efecto, la imagen de la bondad de Dios e impronta de su ser; y Dios a los que había escogido, los predestinó a ser imagen de su Hijo. Por su parte, Cristo pagó realmente al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, observando a la perfección las dos losas de la ley divina, rebajándose hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz, y estuvo perfectísimamente dotado de todas las virtudes tanto internas como externas.

Brilla hoy en Cristo una suma prudencia, con la cual sorteó los lazos de los enemigos, dándoles una prudentísima y sapientísima respuesta; brilla asimismo la justicia, con la cual nos enseña a dar a cada uno lo suyo. Por esta razón, él mismo quiso pagar también el impuesto, dando por él y por Pedro un didracma; brilla la fortaleza del alma, con la cual enseñó libremente la verdad, es decir, que debía pagarse al César el impuesto, sin temer a los judíos que se sentían vejados por esto. Este es el camino de Dios que Cristo enseña conforme a la verdad.

Así pues, el que en la vida, en las costumbres y las virtudes se asemeja y conforma a Cristo, ése representa de verdad la imagen de Dios; la restauración de esta divina imagen consiste en una perfecta justicia: Pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. A cada cual lo suyo.


Ciclo B: Mc 10, 35-45

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 7 contra los anomeos (4-5: PG 48, 773-775)

No es tiempo de coronas y de premios, sino de luchas

Mientras Jesús iba subiendo a Jerusalén, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos, Santiago y Juan, y le dijeron: Ordena que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a la izquierda. En cambio, el otro evangelista pone esta petición en boca de los hijos. Sin embargo, no existe discrepancia alguna, ni tenemos por qué detenernos en tales minucias. La verdad es que, habiendo enviado por delante a la madre para preparar el terreno, después que ella hubo hablado, fueron ellos quienes presentaron la petición, sin saber, desde luego, lo que pedían, pero pidiéndolo efectivamente. Pues aun siendo apóstoles, eran, no obstante, todavía muy imperfectos, como polluelos que se remueven en el nido por no haberles aún crecido las alas. Porque es muy útil que sepáis que, antes de la pasión, los apóstoles andaban como inmersos en un mar de ignorancia, por lo cual increpándolos les decía: A estas alturas, ¿tampoco vosotros sois capaces de entender? ¿No acabáis de entender que no hablaba de panes al deciros: Mucho cuidado con la levadura de los fariseos? Y de nuevo: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. ¿Te das cuenta de que no tenían ideas claras acerca de la resurrección? El evangelista lo subraya, diciendo: Pues hasta entonces no habían entendido que él había de resucitar de entre los muertos. Y si esto desconocían, con mayor razón ignoraban otras cosas, como por ejemplo lo referente al reino de los cielos, a nuestras primicias y a la ascensión a los cielos. Arrastrándose sobre la tierra, eran todavía incapaces de levantar el vuelo a las alturas.

Imbuidos, pues, como estaban de esta opinión, y esperando como esperaban que de un momento a otro iba Jesús a instaurar el reino en Jerusalén, eran incapaces de asimilar otra cosa. Convencimiento que el otro evangelista subraya diciendo que los apóstoles creían ya próximo el advenimiento de su reino, al que se imaginaban como uno de tantos reinos de la tierra; pensaban que se dirigía a Jerusalén a inaugurar su reino, y no a la cruz y a la muerte. Pues aun cuando lo habían oído mil veces, su entendimiento estaba bloqueado a la comprensión de estas realidades.

No habiendo, pues, alcanzado todavía un evidente y exacto conocimiento de los dogmas, sino creyendo dirigirse a un reino terreno y que Jesús iba a reinar en Jerusalén, tomándolo aparte en el camino, estimando que la ocasión era pintiparada, le formulan esta petición. Pues habiéndose separado del grupo de los discípulos, y como si todo dependiese de su arbitrio, piden un puesto de privilegio y que se les aseguren los cargos más importantes, como quienes pensaban que las cosas estaban ya tocando a su fin y que el asunto estaba a punto de cerrarse, y que era llegado el tiempo de las coronas y de los premios. Lo cual era el colmo de la inconsciencia.

Pues bien, hecha esta petición, escucha lo que les responde Jesús: No sabéis lo que pedís. No es tiempo de coronas y de premios, sino de combates, luchas, sudores, de pruebas y de peleas. Esto es lo que significa la frase: No sabéis lo que pedís. Todavía no habéis probado las cárceles, aún no habéis salido a la palestra para combatir. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? En este pasaje llama cáliz y bautismo a su cruz y a su muerte: cáliz, por la avidez con que lo apura; bautismo, porque por medio de su muerte iba a purificar el orbe de la tierra; y no sólo lo redimía de este modo, sino mediante la resurrección, si bien ésta no le resultaba penosa. Les dice: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, refiriéndose de este modo a la muerte. Santiago fue efectivamente decapitado, y Juan fue varias veces condenado a muerte. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Vosotros, ciertamente, moriréis, os matarán, conseguiréis la corona del martirio; pero en cuanto a que seáis los primeros, no me toca a mí concederlo: lo recibirán los que luchan, en base a su mayor esfuerzo, en atención a su mayor prontitud de ánimo.


Ciclo C: Lc 18, 1-8

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Sobre el Padrenuestro (PG 44,1119. 1123-1126)

Se aparta de Dios quien no se une a él en la oración

La palabra de Dios nos ha legado una metodología de la oración, mediante la cual expone a sus dignos discípulos que con ahínco y seriedad buscan la ciencia de la oración la forma de conciliarse la atención de Dios a través de las palabras de la oración.

Se aparta de Dios quien no se une a él en la oración. Por tanto, lo primero que debéis aprender sobre la oración es esto: que hay que orar siempre sin desanimarse. Pues mediante la oración logramos estar con Dios. Y el que con Dios está, lejos del enemigo está. La oración es el sostén y el escudo de la honestidad, el freno de la ira, el sedante y el control de la soberbia. La oración es el sello de la virginidad, garantía de la fidelidad conyugal, esperanza de los que velan, fertilidad de los agricultores, salvación de los navegantes. Y pienso que aunque nos pasásemos toda la vida conversando con Dios, orando y dándole gracias, estaríamos tan lejos de recompensarlo como se merece, como si en ningún momento hubiéramos abrigado el propósito de remunerar a nuestro bienhechor.

El tiempo extenso se divide en tres partes: pasado, presente y futuro. En cada uno de estos tres tiempos se descubren los beneficios del Señor. Si consideras el presente, por él vives; si el futuro, él es para ti la esperanza de lo que esperas; si el pasado, no existirías si previamente él no te hubiera creado. Tu mismo nacimiento es un don divino. Y una vez nacido te ves rodeado de bienes, ya que, como dice el Apóstol, en él tienes la vida y el movimiento. La esperanza de los bienes futuros pende de la misma eficacia. Tú eres únicamente dueño del presente. Por eso, aunque te pases la vida entera dando gracias a Dios, apenas si cubrirás la gracia del tiempo presente: ya que en el entretanto eres incapaz de excogitar la manera de compensar las deudas del tiempo futuro.

Y nosotros, que tan lejos estamos de poder ofrecer una adecuada acción de gracias, no demostramos ni siquiera la gratitud de alma que nos es posible, pues no dedicamos a la llamada de Dios, no digo ya toda la jornada, pero es que ni una mínima parte del día. ¿Quién ha devuelto el prístino esplendor a la imagen de Dios deslucida en mí por el pecado? ¿Quién me conduce a la primitiva felicidad, a mí expulsado del paraíso, privado del árbol de la vida y arrojado al báratro de una vida material?

No hay ningún sensato, dice la Escritura. Porque si realmente reflexionásemos sobre estas realidades, tributaríamos a Dios, a lo largo de nuestra vida, una acción de gracias continuada y asidua. En cambio, ahora una gran mayoría del género humano está totalmente absorbida por preocupaciones exclusivamente materiales.

Pero ha llegado el momento de considerar la sentencia relativa a la cantidad de palabras que, en la medida de lo posible, deben integrar la oración. Pues es evidente que, si diéremos con la fórmula adecuada de presentar la petición, nos sería dado conseguir lo que quisiéramos. Y ¿cuál es la normativa a este respecto? Cuando recéis —dice—no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.

 

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 22, 34-40

HOMILÍA

De un antiguo sermón sobre el amor a Dios y al prójimo (PL 3, 312-313)

Éste es el camino que recorrió Cristo

Me dispongo a hablar a vuestra caridad sobre la misma caridad de la que el Señor dijo: Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, y amarás al prójimo como a ti mismo. Y lo ha querido así porque estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Amarás, pues, a tu Dios y amarás a tu hermano, porque quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Amaos, pues, carísimos hermanos. Amad a los amigos. Amad a los enemigos. ¿Qué perderéis por intentar ganar a muchos? Oigamos al mismo Señor en persona que nos dice en el evangelio: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros.

Mirad cómo amó a todos el mismo Señor, que nos mandó amarnos unos a otros. Amó a sus discípulos que le seguían, como a compañeros. Amó a los judíos que le perseguían, como a enemigos. Predicó a los discípulos el reino de los cielos: ellos lo oyeron, y, dejándolo todo, le siguieron. Y les dijo: Si hacéis lo que yo os mando, ya no os llamo siervos, sino amigos.

Eran, pues, amigos los que, creyendo, hacían lo que les mandaba. Oró por ellos cuando dijo: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo. Pero, ¿es que oró por los amigos y se olvidó de los enemigos? Escucha y aprende. En el curso de su pasión, viendo que los judíos se ensañaban con él, pidiendo a gritos su crucifixión, clamó con voz potente al Padre y dijo: Padre, perdónalos. porque no saben lo que hacen. Como si dijera: Los cegó su propia maldad, que los perdone tu gran bondad. Y su petición ante el Padre no cayó en el vacío, pues en lo sucesivo fueron muchos los judíos que creyeron. Y la sangre que derramaron, crueles, la bebieron, creyentes. Y se convirtieron en seguidores, los que habían sido perseguidores.

Este es el camino que recorrió Cristo. Sigámosle, para que nuestro nombre de «cristianos» no carezca de sentido.


Ciclo B: Mc 10, 46-52

HOMILÍA

Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 11: PG 8, 230-234)

Acojamos la luz y hagámonos discípulos del Señor

La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. Recibe a Cristo, recibe la facultad de ver, recibe la luz, para que conozcas a fondo a Dios y al hombre. El Verbo, por el que hemos sido iluminados, es más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila. Y ¿cómo no va a ser deseable el que ha iluminado la mente envuelta en tinieblas y ha agudizado los ojos del alma portadores de luz?

Lo mismo que sin el sol, los demás astros dejarían al mundo sumido en la noche, así también, si no hubiésemos conocido al Verbo y no hubiéramos sido iluminados por él, en nada nos diferenciaríamos de los volátiles, que son engordados en la oscuridad y destinados a la matanza. Acojamos, pues, la luz, para poder dar acogida también a Dios. Acojamos la luz y hagámonos discípulos del Señor. Pues él ha hecho esta promesa al Padre: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Alábalo, por favor, y cuéntame la fama de tu Padre. Tus palabras me traen la salud. Tu cántico me instruirá. Hasta el presente he andado a la deriva en mi búsqueda de Dios; pero si eres tú, Señor, el que me iluminas y por tu medio encuentro a Dios y gracias a ti recibo al Padre, me convierto en tu coheredero, pues no te avergüenzas de llamarme hermano tuyo.

Pongamos, pues, fin, pongamos fin al olvido de la verdad; despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios, después de haber previamente hecho subir hasta él esta exclamación: «Salve, oh luz». Una luz del cielo ha brillado ante nosotros, que antes vivíamos como encerrados y sepultados en la tiniebla y sombra de muerte; una luz más clara que el sol y más agradable que la misma vida. Esta luz es la vida eterna y los que de ella participan tienen vida abundante. La noche huye ante esta luz y, como escondiéndose medrosa, cede ante el día del Señor. Esta luz ilumina el universo entero y nada ni nadie puede apagarla; el occidente tenebroso cree en esta luz que llega de oriente.

Es esto lo que nos trae y revela la nueva creación: el Sol de justicia se levanta ahora sobre el universo entero, ilumina por igual a todo el género humano, haciendo que el rocío de la verdad descienda sobre todos, imitando con ello a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres. Este Sol de justicia traslada el tenebroso occidente llevándolo a la claridad del oriente, clava a la muerte en la cruz y la convierte en vida; arrancando al hombre de la corrupción lo encumbra hasta el cielo; él cambia la corrupción en incorrupción, y transforma la tierra en cielo, él el labrador de Dios, portador de signos favorables, que incita a los pueblos al bien y les recuerda las normas para vivir según la verdad; él nos ha gratificado con una herencia realmente magnífica, divina, inamisible; él diviniza al hombre mediante una doctrina celestial, metiendo su ley en su pecho y escribiéndola en su corazón. ¿De qué leyes se trata?, porque todos conocerán a Dios, desde el pequeño al grande; les seré propicio —dice Dios—, y no recordaré sus pecados.

Recibamos las leyes de vida; obedezcamos la exhortación de Dios. Aprendamos a conocerle, para que nos sea propicio. Ofrezcámosle, aunque no lo necesita, el salario de nuestro reconocimiento, de nuestra docilidad, cual si se tratara del alquiler debido a Dios por nuestra morada aquí en la tierra.


Ciclo C: Lc 18, 9-14

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre la penitencia (4-5 PG 49, 289-292)

Sé humilde y te habrás librado de los lazos del pecado

He enumerado diversos canales de penitencia, para hacerte fácil, mediante la diversidad de vías, el acceso a la salvación. Y ¿cuál es entonces este tercer canal? La humildad: sé humilde y te habrás librado de los lazos del pecado. También aquí la Escritura nos ofrece una demostración en la parábola del fariseo y el publicano. Subieron —dice— al templo a orar un fariseo y un publicano. El fariseo se puso a hacer el inventario de sus virtudes: Yo —dice— no soy pecador como todo el mundo, ni como ese publicano. ¡Miserable y desdichada alma!, has condenado a todo el mundo, ¿por qué te metes también con tu prójimo? ¿No te bastaba con condenar a todo el mundo, que tienes que condenar también al publicano?

¿Y qué hacía el publicano? Adoró con la cabeza profundamente inclinada, y dijo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y al mostrarse humilde, quedó justificado. Así pues, al bajar del templo el fariseo había perdido la justicia, el publicano la había recuperado: las palabras vencieron a las obras. Efectivamente, el fariseo, a pesar de las obras, perdió la justicia; el publicano, en cambio, se granjeó la justicia por la humildad de sus palabras. Bien es verdad que la suya no era propiamente humildad: la humildad, en efecto, se da cuando uno que es grande se humilla a sí mismo. La actitud del publicano no fue humildad, sino verdad: sus palabras eran verdaderas, pues él era pecador.

Porque, ¿hay cosa peor que un publicano? Buscaba sacar partido de las desgracias del prójimo, aprovechándose de los sudores ajenos; y sin el menor respeto a las penalidades de los demás, sólo estaba atento a redondear sus ganancias. Enorme era, en consecuencia, el pecado del publicano. Ahora bien, si el publicano, con todo y ser un pecador, al dar muestras de humildad, se granjeó un don tan grande, ¿cuánto mayor no lo conseguirá el que está adornado de virtudes y se comporta con humildad?

Por tanto, si confiesas tus pecados y eres humilde, quedas justificado. ¿Quieres saber quién es verdaderamente humilde? Fíjate en Pablo, que era verdaderamente humilde: él el maestro universal, predicador espiritual, instrumento elegido, puerto tranquilo que, no obstante su físico modesto, recorrió el mundo entero como si tuviera alas en los pies.

Mira con qué humildad y modestia se define a sí mismo como inexperto y amante de la sabiduría, como indigente y rico. Humilde era cuando decía: Yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol. Esto es ser verdaderamente humilde: rebajarse en todo y declararse el menor de todos. Piensa en quién era el que pronunciaba estas palabras: Pablo, ciudadano del cielo, aunque todavía revestido del cuerpo, columna de las Iglesias, hombre celeste. Es tal, en efecto, la potencia de la virtud, que transforma al hombre en ángel y hace que el alma, cual si estuviera dotada de alas, se eleve al cielo.

Que Pablo nos enseñe esta virtud; procuremos ser imitadores de esta virtud.

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 23, 1-12

HOMILÍA

San Orsiesio, Libro que, al morir, legó a los hermanos (Nn. 23,35.38: ed. Lefort, Louvain 1932, 124-125; 132-133.134)

Somos hombres de fe para salvar el alma

Seamos iguales, hermanos, desde el más pequeño hasta el mayor, tanto el rico como el pobre, perfectos en la concordia y la humildad, para que también de nosotros pueda decirse: Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba. Que nadie busque su propio regalo, mientras ve al hermano pasar apuros, no sea que tenga que oír el reproche del profeta: ¿No os creó el mismo Dios? ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿Por qué, pues, cada cual se desentiende de su hermano profanando la alianza de vuestros padres? Judá traiciona, en Israel se cometen abominaciones Por eso y de acuerdo con lo que el Señor y Salvador ordenó a sus apóstoles, diciendo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado; y en esto conoceréis que sois discípulos míos, nosotros debemos amarnos mutuamente y dar pruebas de que realmente somos siervos de nuestro Señor Jesucristo y discípulos de los cenobios.

El que camina de día no tropieza; en cambio, el que camina en la noche tropieza, porque carece de luz. Pero nosotros —como dice el Apóstol— no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en otro lugar: Todos sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo sois de la noche ni de las tinieblas Luego si somos hijos de la luz, debemos conocer lo que es propio de la luz y producir frutos de luz fructificando en toda obra buena: porque lo que se manifiesta, luz es.

Si volvemos al Señor de todo corazón y con corazón sencillo seguimos los mandatos de sus, santos y de nuestro Padre, abundaremos en toda clase de obras buenas. Pero si nos dejamos vencer por los placeres de la carne, en pleno día iremos palpando la pared como si de medianoche se tratara, y no encontraremos el camino de la ciudad donde habitamos, de la que se dice: Pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida, por haber despreciado la ley que Dios les entregó, y no haber escuchado la voz de los profetas; por eso no pudieron llegar al descanso prometido.

Siendo tan grande la clemencia de nuestro Señor y Salvador, que nos incita a la salvación, volvamos a él nuestros corazones, pues ya es hora de espabilarse. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Hijitos míos, amemos en primer lugar a Dios con todo el corazón, y luego amémonos mutuamente unos a otros, acordándonos de los mandamientos de nuestros Dios y Salvador, en los que nos dice: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas.


Ciclo B: Mc 12, 28b-34

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón Mai 14 (1-2: PLS 2, 449-450)

Al crecer el amor, el alma se siente segura

No ignoramos que los corazones de vuestra caridad se nutren abundantemente cada día con las exhortaciones de las divinas Escrituras y con el alimento de la Palabra de Dios. Sin embargo, movidos por aquel deseo de caridad mutua en que arden nuestros corazones, debemos decir algo a vuestra caridad. Y ¿de qué hablaros, sino de la misma caridad?

La caridad es de esos temas de los que si uno quiere hablar no necesita elegir un determinado texto que le dé pie para tratar de él, ya que no hay página que no hable del amor. Testigo de ello es el Señor, como nos lo confirma el evangelio. Pues que habiéndole preguntado un letrado cuál es el mandamiento principal de la ley, respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; y amarás al prójimo como a ti mismo. Y para que no sigas buscando en las páginas santas, añadió inmediatamente: Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Y si estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas, ¿cuánto más el evangelio?

En efecto, la caridad renueva al hombre; pues lo mismo que la codicia envejece al hombre, así la caridad lo rejuvenece. Por eso, gimiendo dice el salmista zarandeado por la codicia: Mis ojos envejecen por tantas contradicciones. Que la caridad pertenezca al hombre nuevo, lo indica el Señor cuando dice: Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros. Luego si el amor sostiene la ley y los profetas —y la ley y los profetas parecen condensar el antiguo Testamento—, ¿cómo no va a pertenecer al exclusivo dominio del amor el evangelio —que es clarísimamente denominado nuevo Testamento—, máxime cuando el Señor condensó su mandamiento en el solo «amaos unos a otros» Más aún: calificó de nuevo su mandamiento, vino para renovarnos, nos hizo hombres nuevos y nos prometió una nueva heredad: y ésta, eterna.

Pero ya entonces hubo hombres enamorados de Dios, que le amaron desinteresadamente y purificaron sus corazones con el casto deseo de verlo; hombres que, alzando el velo de las antiguas promesas, llegaron a intuir el futuro nuevo Testamento, y comprendieron que todo lo que en el antiguo Testamento fue mandado o prometido según la vieja condición, era figura del nuevo Testamento, figuras que, en los últimos tiempos, el Señor habría de llevar a su pleno cumplimiento. Lo dice taxativamente el Apóstol con estas palabras: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienesnos ha tocado vivir en la última de las edades. Ocultamente, pues, se preanunciaba el nuevo Testamento y se preanunciaba en aquellas antiguas figuras.

Pero llegado el tiempo del nuevo Testamento, comenzó a ser abiertamente predicado el nuevo Testamento y a comentarse y explicarse aquellas figuras, demostrando cómo había de entenderse el nuevo Testamento, donde estaba prometido el antiguo. Moisés era, desde luego, predicador del antiguo Testamento; pero aun siendo predicador del antiguo, era intérprete del nuevo: al pueblo carnal le anunciaba el antiguo; él, que era espiritual, intuía el nuevo. En cambio, los apóstoles eran predicadores y ministros del nuevo Testamento, pero no en el sentido de que entonces no existiera, lo que más tarde habían de manifestar los apóstoles.

Luego, la caridad está presente tanto en uno como en otro Testamento: en el antiguo, la caridad está más velada y más evidente el temor; en el nuevo la caridad es más evidente, y menos el temor. Pues cuanto más crece la caridad, tanto más disminuye el temor. Porque al crecer la caridad, el alma se siente segura; y donde la seguridad es absoluta, desaparece el temor, como dice asimismo el apóstol Juan: El amor perfecto expulsa el temor.


Ciclo C: Lc 19, 1-10

HOMILÍA

Juan Lanspergio, Homilía en la dedicación de una iglesia (Opera omnia, t. 1, 1888, 701-702)

La perfecta conversión a Dios

La perfecta conversión a Dios amputa de raíz el pecado. Pues la codicia es para muchos la raíz y la ocasión de pecar. Para erradicarla, promete Zaqueo dar a los pobres la mitad de sus bienes: Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Mira qué progresos no ha hecho de repente Zaqueo iluminado por Cristo. Y si quiso declarar públicamente este su propósito fue para defender a Cristo contra los murmuradores y evidenciar el gran tacto que el Señor ha usado con él: no lo había evitado despectivamente por su condición de publicano, sino que dirigiéndose a él con benevolencia e invitándose a sí mismo sin esperar la invitación, le había repentinamente conducido, como con un poderoso revulsivo, a la penitencia y a la conversión; y lo mismo que en el pasado había sido ávido de dinero, deseaba ahora con idéntica premura desprenderse de él.

Pues no se contenta con prometer dar en el futuro a los pobres o restituir a aquellos de quienes se había aprovechado, sino que habla en presente y dice: Mira, doy y restituyo. Doy limosna, restituyo lo defraudado. Y aunque lo primero que hay que hacer es restituir en efectivo lo injustamente adquirido, para que la limosna pueda ser agradable a Dios, sin embargo, en este caso y para demostrar su voluntaria decisión de dar no sólo lo que debía, sino lo que podía y tenía la voluntad de dar generosamente, habla antes de dar limosna que de restituir.

Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Indicando la salvación operada «en esta casa», Cristo se está refiriendo al alma de Zaqueo, que deseando, esforzándose, amando y obedeciendo ha conseguido la salvación. A esta alma la denomina aquí casa de Dios, porque Dios habita en el alma. Jesús había efectivamente venido al mundo a salvar lo que estaba perdido.

Por esta razón debió frecuentar la compañía de quienes le constaba que necesitaban de su ayuda y buscaban un remedio de salvación. Es como si hubiera querido replicar a los murmuradores: ¿A qué os indignáis conmigo porque hablo con un pecador, porque adelantándome a su invitación me invito yo a su casa? Si he venido al mundo ha sido por gente de esta clase, no para que continúen siendo pecadores, sino para que se conviertan y tengan vida en mí. No me fijo en lo que el pecador ha hecho hasta el presente, sino que sopeso lo que va a hacer en el futuro. Le ofrezco mi gracia y mi amistad, que os la ofrezco igualmente a todos vosotros, si es que la queréis. Si éste la acepta, si viene a mí, si de pecador se convierte en justo, ¿por qué me calumniáis a mí por haberme hospedado en casa de un pecador, desde el momento en que juzgáis equivocadamente a un pecador, que se ha convertido en amigo de Dios? También él es hijo de Abrahán, no nacido de su sangre, sino por ser imitador de la fe y de la devoción de Abrahán.

Que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia de conocerle, amarlo y confiar en él; de modo que nada nos agrade, nada nos atraiga sino lo que a la divina voluntad le es grato y no sea contrario a nuestra salvación. ¡Bendito él por siempre! Amén.

 

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 25, 1-13

HOMILÍA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 40 en la festividad del bautismo (46: PG 36, 426-428)

Salgamos al encuentro de Cristo, el esposo,
con las espléndidas lámparas de la fe

La pausa que harás ante el gran santuario inmediatamente después del bautismo simboliza la gloria de la vida futura. El canto de los salmos, a cuyo ritmo serás recibido, es el preludio de aquella himnodia. Las lámparas que encenderás son figura de aquella procesión de antorchas, con que, cual radiantes almas vírgenes, no adormiladas por la pereza o la indolencia, saldremos al encuentro de Cristo, el esposo, con las radiantes lámparas de la fe, a fin de que no se presente de improviso, sin nosotros saberlo, aquel cuya venida esperamos, y nosotros, desprovistos de combustible y de aceite, careciendo de buenas obras, seamos excluidos del tálamo nupcial.

Mi imaginación me representa aquella triste y miserable escena. Estará presente aquel que, al oírse la señal, exigirá que salgan a su encuentro. Entonces todas las almas prudentes le saldrán al encuentro con una luz espléndida y con sobreabundante provisión de aceite; las restantes, muy azoradas, pedirán intempestivamente aceite a las que están bien surtidas. Pero el esposo entrará a toda prisa y las prudentes entrarán junto con él; en cambio, a las necias que emplearon el tiempo en que debieran entrar en el aderezo de sus lámparas, se les prohibirá el ingreso y se lamentarán a grandes voces, comprendiendo, demasiado tarde, el daño que se han acarreado con su negligencia y su desidia. La puerta de entrada al tálamo nupcial, que ellas mismas culpablemente se cerraron, no les será abierta por más que lo pidan y supliquen.

No imitéis tampoco a aquellos que rehusaron participar en las bodas que el buen padre preparó para el óptimo esposo, poniendo como excusa, bien que acaba de casarse, bien el campo recientemente comprado, bien la yunta de bueyes mal adquirida: privándose de este modo de unos bienes mayores por la solicitud de cosas insignificantes y fútiles.

Tampoco tendrá allí puesto el orgulloso y el arrogante, como tampoco el perezoso y el indolente, ni el que va vestido con un traje sucio o impropio de una fiesta nupcial, aun cuando en esta vida se hubiere considerado digno de semejante honor y se hubiere furtivamente confundido entre los demás, lisonjeándose con una esperanza ilusoria.

Y después, ¿qué? Una vez entrados allí, el esposo sabe muy bien lo que va a enseñarnos, y cómo se entretendrá con las almas que le acompañaron al entrar. Pienso que se entretendrá con ellas introduciéndolas en los más excelentes y puros misterios. ¡Ojalá que también nosotros nos hagamos partícipes de tales misterios, tanto los que esto os enseñamos como los que aprendéis. En Cristo Señor nuestro, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos. Amén.


Ciclo B: Mc 12, 38-44

HOMILÍA

San Paulino de Nola, Carta 34 (2-4: CSEL 29, 305-306)

Demos al Señor, que recibe en la persona de cada pobre

¿Tienes algo —dice el Apóstol— que no hayas recibido? Por tanto, amadísimos, no seamos avaros de nuestros bienes como si nos perteneciesen, sino negociemos con ellos como con un préstamo. Se nos ha confiado la administración y el uso temporal de los bienes comunes, no la eterna posesión de una cosa privada. Si en la tierra la consideras tuya sólo temporalmente, podrás hacerla tuya eternamente en el cielo. Si recuerdas a aquellos empleados del evangelio que recibieron unos talentos de su Señor y lo que el propietario, a su regreso, dio a cada uno en recompensa, reconocerás cuánto más ventajoso es depositar el dinero en la mesa del Señor para hacerlo fructificar, que conservarlo intacto con una fidelidad estéril; comprenderás que el dinero celosamente conservado, sin el menor rendimiento para el propietario, se tradujo para el empleado negligente en un enorme despilfarro y en un aumento de su castigo.

Recordemos también a aquella viuda, que olvidándose de sí misma y preocupada únicamente por los pobres, pensando sólo en el futuro, dio todo lo que tenía para vivir, como lo atestigua el mismo juez. Los demás —dice— han echado de lo que les sobra; pero ésta, más pobre tal vez que muchos pobres —ya que toda su fortuna se reducía a dos reales—, pero en su corazón más espléndida que todos los ricos, puesta su esperanza en solas las riquezas de la eterna recompensa y ambicionando para sí solo los tesoros celestiales, renunció a todos los bienes que proceden de la tierra y a la tierra retornan. Echó lo que tenía, con tal de poseer los bienes invisibles. Echó lo corruptible, para adquirir lo inmortal. No minusvaloró aquella pobrecilla los medios previstos y establecidos por Dios en orden a la consecución del premio futuro; por eso tampoco el legislador se olvidó de ella y el árbitro del mundo anticipó su sentencia: en el evangelio hace el elogio de la que coronará en el juicio.

Negociemos, pues, al Señor con los mismos dones del Señor; nada poseemos que de él no hayamos recibido, sin cuya voluntad ni siquiera existiríamos. Y sobre todo, ¿cómo podremos considerar algo nuestro, nosotros que, en virtud de una hipoteca importante y peculiar, no nos pertenecemos, y no ya tan sólo porque hemos sido creados por Dios, sino por haber sido por él redimidos?

Congratulémonos por haber sido comprados a gran precio, al precio de la sangre del propio Señor, dejando por eso mismo de ser personas viles y venales, ya que la libertad consistente en ser libres de la justicia es más vil que la misma esclavitud. El que así es libre, es esclavo del pecado y prisionero de la muerte. Restituyamos, pues, sus dones al Señor; démosle a él, que recibe en la persona de cada pobre; demos, insisto, con alegría, para recibir de él la plenitud del gozo, como él mismo ha dicho.


Ciclo C: Lc 20, 27-38

HOMILÍA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 5, 2—5, 4: SC 100, 428-436)

Yo soy la resurrección y la vida

Nuestro Señor y maestro, en la respuesta que dio a los saduceos, que niegan la resurrección, y que además afrentaban a Dios violando la ley, confirma la realidad de la resurrección y depone en favor de Dios, diciéndoles: Estáis muy equivocados, por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios. Y acerca de la resurrección —dice—de los muertos, ¿no habéis leído lo que dice Dios: «Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?» Y añadió: No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. Con estas palabras manifestó que el que habló a Moisés desde la zarza y declaró ser el Dios de los padres, es el Dios de los vivos.

Y ¿quién es el Dios de los vivos sino el único Dios, por encima del cual no existe otro Dios? Es el mismo Dios anunciado por el profeta Daniel, cuando al decirle Ciro, el persa: ¿Por qué no adoras a Bel?, le respondió: Yo adoro al Señor, mi Dios, que es el Dios vivo. Así que el Dios vivo adorado por los profetas es el Dios de los vivos, y lo es también su Palabra, que habló a Moisés, que refutó a los saduceos, que nos hizo el don de la resurrección, mostrando a los que estaban ciegos estas dos verdades fundamentales: la resurrección y Dios. Si Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, y, no obstante, es llamado Dios de los padres que ya murieron, es indudable que están vivos para Dios y no perecieron: son hijos de Dios, porque participan de la resurrección.

Y la resurrección es nuestro Señor en persona, como él mismo afirmó: Yo soy la resurrección y la vida. Y los padres son sus hijos; ya lo dijo el profeta: A cambio de tus padres tendrás hijos. Así pues, el mismo Cristo es juntamente con el Padre el Dios de los vivos, que habló a Moisés y se manifestó a los padres.

Esto es lo que, enseñando, decía a los judíos: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio y se llenó de alegría. ¿Cómo así? Abrahán creyó a Dios y le fue computado como justicia. Creyó, en primer lugar, que él es el Creador del cielo y de la tierra, el único Dios, y, en segundo lugar, que multiplicaría su linaje como las estrellas del cielo. Es el mismo vocabulario de Pablo: Como lumbreras del mundo. Con razón, pues, abandonando toda su parentela terrena, seguía al Verbo de Dios, peregrinando con el Verbo, para morar con el Verbo. Con razón los apóstoles, descendientes de Abrahán, dejando la barca y al padre, seguían al Verbo de Dios. Con razón también nosotros, abrazando la misma fe que Abrahán, cargando con la cruz —como cargó Isaac con la leña— lo seguimos.

Efectivamente, en Abrahán aprendió y se acostumbró el hombre a seguir al Verbo de Dios. De hecho, Abrahán, secundando, en conformidad con su fe, el mandato del Verbo de Dios, consintió ofrecer en sacrificio a Dios su unigénito y amado hijo, para que también Dios tuviese a bien consentir en el sacrificio de su Hijo unigénito en favor de toda su posteridad, es decir, por nuestra redención. Por eso Abrahán, profeta como era, viendo en espíritu el día de la venida del Señor y la economía de la pasión, por la cual él mismo y todos los que creyeran como él comenzarían a estrenar la salvación, se llenó de intensa alegría.

 

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 25, 14-30

HOMILÍA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (68-69: PG 13, 1709-1710)

El justo siembra para el espíritu, y del Espíritu
cosechará vida eterna

Mi impresión, a propósito del presente pasaje, es ésta: que el justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna. En realidad, todo lo que «otro», es decir, el hombre justo, siembra y recoge para la vida eterna, lo cosecha Dios, pues el justo es posesión de Dios, que siega donde no siembra, sino el justo.

Lógicamente diremos también que el justo reparte limosna a los pobres y que el Señor recoge en sus graneros todo lo que el justo ha repartido en limosnas a los pobres. Segando lo que no sembró y recogiendo lo que no esparció, considera y estima como ofrecido a sí mismo todo lo que se sembró o se esparció en los fieles pobres, diciendo a los que hicieron el bien al prójimo: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, etc. Y porque quiere segar donde no sembró y recoger donde no esparció, al no encontrar nada dirá a los que no le dieron la oportunidadde segar y recoger: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado por el Padre para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre y no me disteis de comer, etc. Porque realmente es duro, como dice Mateo, o austero, según la expresión de Lucas, pero sólo para los que abusan de la misericordia de Dios por propia negligencia y no para su conversión, como dice el Apóstol: Fíjate en la bondad y en la severidad de Dios; para los que cayeron, severidad; para ti, su bondad, con tal que no te salgas de su bondad.

Pues para el que piensa que Dios es bueno, seguro de conseguir su perdón si se convierte a él, para él Dios es bueno. Pero para el que considera que Dios es bueno, hasta el punto de no preocuparse de los pecados de los pecadores, para ese Dios no es bueno, sino exigente. Pues Dios arde en ira contra los pecados de los hombres que le desprecian. Sin embargo, para que no dé la impresión de que Cristo siega lo que no hemos sembrado y recoge lo que no hemos esparcido, sembremos para el espíritu y esparzamos en los pobres, y no escondamos el talento de Dios en la tierra.

Porque no es buena esa clase de temor ni nos libra de aquellas tinieblas exteriores, si fuéremos condenados como empleados negligentes y holgazanes. Negligentes, porque no hemos hecho uso de la acendrada moneda de las palabras del Señor, con las cuales hubiéramos podido negociar y regatear el mensaje cristiano, y adquirir los más profundos misterios de la bondad de Dios. Holgazanes, porque no hemos traficado con la palabra de Dios la salvación, nuestra o la de los demás, cuando hubiéramos debido depositar el dinero de nuestro Señor, es decir, sus palabras, en el banco de los oyentes, que, como banqueros, todo lo examinan, todo lo someten a prueba, para quedarse con el dogma bueno y verdadero, rechazando el malo y falso, de suerte que cuando vuelva el Señor pueda recibir la palabra que nosotros hemos encomendado a otros con los intereses y, por añadidura, con los frutos producidos por quienes de nosotros recibieron la palabra. Pues toda moneda, esto es, toda palabra que lleva grabada la impronta real de Dios y la imagen de su Verbo, es legítima.


Ciclo B: Mc 13, 24-32

HOMILÍA

Gregorio de Palamás, Homilía 26 (PG 151, 339-342)

¡Ojalá que en el siglo futuro nos hallemos también
nosotros agregados a la muchedumbre de los salvados!

Los que tuvieren una fe recta en nuestro Señor Jesucristo y mostraren su fe con las obras; los que, atentos a sí mismos, se purificaren de la inmundicia de sus pecados mediante la confesión y la penitencia; los que se ejercitaren en las virtudes opuestas a los vicios: en la templanza, la castidad, la caridad, la limosna, la justicia y la verdad, todos éstos, resucitados, escucharán al mismo rey de los cielos: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, y así reinaran con Cristo, partícipes con él de un reino celestial y pacífico, viviendo eternamente en una luz inefable que no conoce ocaso ni noche que la interrumpa, conversando con los santos que fueron al principio en medio de las inenarrables delicias del seno de Abrahán, donde no hay dolor, ni luto, ni llanto.

Una es en efecto la cosecha de las espigas inanimadas; de las intelectuales —me estoy refiriendo al género humano— uno es también —y ya lo hemos mencionado—el segador, que congrega a la fe, del campo de la incredulidad, a los que reciben a los pregoneros del evangelio. Los segadores de esta mies son los apóstoles y sus sucesores y, en el tiempo de la Iglesia, los doctores. De éstos dijo Cristo: El segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y los doctores de la piedad recibirán una recompensa tanto mayor cuantas más personas convencidas reúnan para la vida eterna.

Existe todavía otra mies: el traslado de cada uno de nosotros, después de la muerte, de la vida presente a la futura. Esta mies no tiene como segadores a los apóstoles, sino a los ángeles, que, en cierto modo, son superiores a los apóstoles, ya que una vez hecha la recolección, eligen y separan —como al trigo de la cizaña— a los malos de los buenos: a los buenos los llevarán al reino de los cielos, y a los malos al horno encendido.

La puesta en escena de todo esto, descrita en el evangelio de Cristo, la veremos otro día, cuando Cristo nos conceda el tiempo y las palabras para hacerlo. ¡Ojalá que también nosotros, que ahora somos el pueblo elegido de Dios, una nación consagrada, la Iglesia del Dios vivo, segregados de todos los hombres impíos e irreligiosos, así también en el siglo futuro nos hallemos segregados de los que son cizaña, y unidos a la muchedumbre de los salvados, en Cristo nuestro Señor! ¡Bendito él por siempre! Amén.


Ciclo C: Lc 21, 5-19

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 95 (14.15: CCL 39, 1351-1353)

No pongamos resistencia a su primera venida,
y no temeremos la segunda

Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Vino una primera vez, pero vendrá de nuevo. En su primera venida pronunció estas palabras que leemos en el Evangelio: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre viene sobre las nubes. ¿Qué significa: Desde ahora? ¿Acaso no ha de venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda.

¿Qué debe hacer el cristiano, por tanto? Servirse de este mundo, no servirlo a él. ¿Qué quiere decir esto? Que los que tienen han de vivir como si no tuvieran, según las palabras del Apóstol: Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina. Quiero que os ahorréis preocupaciones. El que se ve libre de preocupaciones espera seguro la venida de su Señor. En efecto, ¿qué clase de amor a Cristo es el de aquel que teme su venida? ¿No nos da vergüenza, hermanos? Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida.

¿De verdad lo amamos? ¿No será más bien que amamos nuestros pecados? Odiemos el pecado, y amemos al que ha de venir a castigar el pecado. El vendrá, lo queramos o no; el hecho de que no venga ahora no significa que no haya de venir más tarde. Vendrá, y no sabemos cuando; pero, si nos halla preparados, en nada nos perjudica esta ignorancia.

Aclamen los árboles del bosque. Vino la primera vez, y vendrá de nuevo a juzgar a la tierra; hallará aclamándolo con gozo, porque ya llega, a los que creyeron en su primera venida.

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Y les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber, y lo que sigue.

Y a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron practicar la misericordia. ¿Y a dónde irán? Id al fuego eterno. Esta mala noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias. ¿Cuál es la mala noticia? Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Los que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Esta es la justicia y la fidelidad de que habla el salmo.

¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da de lo que te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? Estas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.

 

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Solemnidad

EVANGELIO


Ciclo
A: Mt 25, 31-46

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 9: PG 74, 266)

Cuando aparezca Cristo, entonces también vosotros
apareceréis juntamente con él, en la gloria

Después de su resurrección de entre los muertos, de-vuelta a su primitivo estado nuestra naturaleza, liberado el hombre de la corrupción, en calidad de primicias y en su primer templo, ascendió Jesús a Dios Padre, que está en los cielos. Pero transcurrido un breve intervalo de tiempo descenderá nuevamente —según creemos—, y volverá otra vez a nosotros en la gloria de su Padre, acompañado de sus santos ángeles, para convocar a todos, buenos y malos, al tremendo tribunal.

En efecto, todas las criaturas comparecerán a juicio: y retribuyendo lo que es equitativo de acuerdo con el mérito de la vida, dirá a los que estarán situados a su izquierda, esto es, a cuantos en el pasado se guiaron por sentimientos mundanos: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. En cambio, a los de su derecha, es decir, a los santos y a los buenos, les dirá: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Convivirán, pues, y conreinarán con Cristo y disfrutarán con grandísimo placer de los bienes celestiales, hechos semejantes a él en la resurrección, liberados de los lazos de la antigua corrupción, rodeados de larga e inefable vida para vivir eternamente con el Señor que vive para siempre. Y que han de vivir incesantemente con Cristo quienes hubieran vivido una vida buena y virtuosa, contemplando su divina e inefable belleza, lo declaraba Pablo cuando decía: Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados dos con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.

Y dirigiéndose a quienes se esforzaron en mortificar las concupiscencias mundanas, dice nuevamente: Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en la gloria. Por lo cual, para resumir en pocas palabras la fuerza y el significado de este texto, diré que los que aman los males del mundo caerán en el infierno y serán arrojados lejos de la presencia de Cristo; en cambio, los amantes de la virtud y cuantos hubieren custodiado íntegras las arras del Espíritu convivirán con él, vivirán en su compañía y contemplarán su divina hermosura. Será —dice— el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor.


Ciclo B: In 18, 33b-37

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 115 sobre el evangelio de san Juan (2-5: CCL 36, 644-646).

El reino de Cristo hasta el fin del mundo

Mi reino no es de este mundo. Su reino radica aquí pero sólo hasta el fin del mundo. En efecto, la siega es el fin del mundo, momento en que vendrán los segadores, es decir, los ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados, lo cual no sería factible si su reino no estuviera aquí. Y sin embargo no es de aquí, porque está en el mundo como peregrino. Por eso dice a su reino: No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo.

Luego eran del mundo, cuando no eran reino suyo, sino que pertenecían al príncipe del mundo. Es, por tanto, del mundo todo lo que en el hombre es creado, sí, por el Dios verdadero, pero ha sido engendrado de la viciada y condenada estirpe de Adán; y se ha convertido en reino, ya no de este mundo, todo lo que a partir de entonces ha sido regenerado en Cristo. De esta forma, Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. De este reino dice: Mi reino no es de este mundo, o Mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo: con que, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy rey. Y a continuación añadió: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. De donde se deduce claramente que aquí se refiere a su nacimiento en el tiempo cuando, encarnado, vino al mundo, no a aquel otro sin principio por el cual era Dios, y por medio del cual el Padre creó el mundo. Para esto dijo haber nacido, o sea, ésta es la razón de su nacimiento, y para esto ha venido al mundo —naciendo ciertamente de una virgen—, para ser testigo de la verdad. Pero como la fe no es de todos, añadió y dijo: Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Oye mi voz, pero con los oídos interiores, es decir, obedece mi voz, lo cual equivale a decir: Me cree. Siendo, pues, Cristo testigo de la verdad, da realmente testimonio de sí mismo. Suya es efectivamente esta afirmación: Yo soy la verdad. Y en otro lugar dice también: Yo doy testimonio de mí mismo. En cuanto a lo que añade: Todo el que es de la verdad, escucha mi voz, alude a la gracia con que llama a los predestinados.

Pilato le dijo: Y ¿qué es la verdad? Y no esperó a escuchar la respuesta, sino que dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: Yo no encuentro en él ninguna culpa. Me supongo que cuando Pilato preguntó: ¿Qué es la verdad? le vino inmediatamente a la memoria la costumbre de los judíos de que por Pascua les pusiera a un preso en libertad, y por eso no le dio tiempo a Jesús para que respondiera qué es la verdad, a fin de no perder tiempo, al recordar la costumbre que podía ser una coartada para ponerle en libertad con motivo de la Pascua. Pues no cabe duda de que lo deseaba ardientemente. Pero no consiguió apartar de su pensamiento la idea de que Jesús era el rey de los judíos, como si allí —como lo hizo él en el título de la cruz la misma Verdad lo hubiera clavado, esa verdad de la que él había preguntado qué era.


Ciclo C: Lc 23, 35-43

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la cruz y el ladrón (1, 3-4: PG 49, 403-404)

La cruz, símbolo del reino

Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No tuvo la audacia de decir: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino antes de haber depuesto por la confesión la carga de sus pecados. ¿Te das cuenta de lo importante que es la confesión? Se confesó y abrió el paraíso. Se confesó y le entró tal confianza que, de ladrón, pasó a pedir el reino. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la cruz? ¿Pides el reino? Y, ¿qué es lo que ves que te lo sugiera? Ante ti tienes los clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz —dice— es el símbolo del reino. Por eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir por sus súbditos. Lo dijo él mismo: El buen pastor da la vida por las ovejas: luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio su vida, por eso lo llamo rey: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

¿Ves cómo la cruz es el símbolo del reino? ¿Quieres otra confirmación de esta verdad? No la dejó en la tierra, sino que la tomó y se la llevó consigo al cielo. Y ¿cómo me lo demuestras? Muy sencillamente: porque en aquella su gloriosa y segunda venida aparecerá con ella, para que aprendas que la cruz es algo honorable. Por eso la llamó su «gloria».

Pero veamos cómo vendrá con la cruz, pues en este tema conviene poner las cartas boca arriba. Dice el evangelio: Si os insisten: «Mira, que Cristo está en el sótano», no os lo creáis; «mirá, que está en el desiterto», no vayáis. Hablaba de este modo de su segunda venida en gloria, previniéndonos contra los falsos cristos y contra el anticristo, para que nadie, seducido, cayera en sus lazos.

Como antes de Cristo debe aparecer el anticristo, para que nadie, buscando al pastor, caiga en manos del lobo, por eso te doy una señal para que identifiques la venida del pastor. Pues como la primera venida fue de incógnito, para que no pienses que la segunda ocurrirá de parecida manera, te doy esta contraseña. Y con razón la primera venida la realizó como de incógnito, pues vino a buscar lo que estaba perdido. Pero no así la segunda. Pues, ¿cómo? Porque igual que el relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así ocurrirá con la venida del Hijo del hombre. Inmediatamente se hará patente a todos y nadie tendrá que preguntar si Cristo está aquí o está allí.

Igual que cuando brilla el relámpago no es necesario preguntar si se ha producido o no, así también en la venida de Cristo: no será necesario indagar si Cristo ha venido o no ha venido. Pero el problema era si aparecerá con la cruz, pues no nos hemos olvidado de lo prometido. Escucha, pues, lo que sigue. Entonces, dice. Entonces; pero, ¿cuándo? Cuando venga el Hijo del hombre, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor. Aquel día será tal la intensidad de la luz que se oscurecerán hasta las estrellas más luminosas. Entonces las estrellas caerán; entonces brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre. ¿Ves cuál es el poder de la señal de la cruz?

Y al igual que al hacer un rey su entrada en una ciudad, los soldados le preceden llevando las insignias del soberano, precursoras de su llegada, así también, al bajar el Señor de los cielos, le precederán los ejércitos de ángeles y arcángeles enarbolando el glorioso lábaro de la cruz, y anunciándonos de esta suerte su entrada real.