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LECTIO DIVINA AGOSTO DE 2021

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Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

 

 

 

 

 

 

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

18° domingo del tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 16,2-4.12-15

En aquellos días,

2 la comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre.

4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley.

12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne y, por la mañana, os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío.

14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha.

15 Al verlo, se dijeron unos a otros: -¿Manhu? (es decir, ¿qué es esto?). Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.

 

*» El pueblo judío fue liberado de la esclavitud egipcia gracias a la intervención de Dios por medio de Moisés (Ex 13,17-15,21). Tras el paso del mar Rojo, empieza el camino por el desierto, que al principio se hizo difícil a causa de tres problemas: la falta de agua potable, la falta de alimento y la presencia de pueblos adversarios que salían a combatir contra Israel. Cuando llega la dificultad, el pueblo parece echar la culpa a Moisés y a Aarón: sólo a causa de los frágiles sueños de libertad de estas dos personas habían abandonado la seguridad de la esclavitud egipcia y habían emprendido el peligroso camino de la liberación: «¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan!» (v. 3).

Parece una rebelión contra los jefes. Moisés comprende que, en realidad, «no van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra el Señor» (v. 8). En el fondo, el verdadero problema no es la falta de alimento o de agua, sino la duda: «¿Está el Señor en medio de nosotros o no?» (Ex 17,7). A pesar de todo, Dios provee: con las fuentes de Elín (Ex 15,22-27) y con el agua que mana de la roca (Ex 17); llegan del cielo el maná y las codornices (Ex 16); los amalecitas son derrotados (Ex 17,8-16). En la relectura practicada por el salmista, el maná es un don del Dios fiel a «una generación rebelde y obstinada, una generación de corazón inconstante y espíritu infiel» (Sal 78,8).

El maná es una sustancia natural que tiene el aspecto de granos blancos dulces: se trata de la linfa que cae de la corteza de las ramas de una especie de tamarisco picadas por ciertos insectos que se alimentan de ella. El alimento del desierto «sabía como a torta de miel» (Ex 16,31). La dulzura de la que se habla aquí no es «culinaria», sino teológica, según el libro de la Sabiduría: «Aquel sustento manifestaba a tus hijos tu dulzura, ya que se acomodaba al gusto de quienes lo tomaban y se transformaba según los deseos de cada uno» (Sab 16,21).

 

Segunda lectura: Efesios 4,17.20-24

Hermanos:

17 Os digo, pues, y os recomiendo encarecidamente en el nombre del Señor, que no viváis como viven los no creyentes: vacíos de pensamiento. 20 ¡No es eso lo que vosotros habéis aprendido sobre Cristo!

21 Porque supongo que habéis oído hablar de él y que, en conformidad con la auténtica doctrina de Jesús, se os enseñó como cristianos

22 a renunciar a vuestra conducta anterior y al hombre viejo, corrompido por apetencias engañosas.

23 De este modo os renováis espiritualmente

24 y os revestís del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa.

 

*»• El apóstol prosigue su exhortación a vivir en la verdad, conservando la unidad del espíritu en el cuerpo de Cristo (Ef 4,1-6, cf. 17° domingo, ciclo B) y acogiendo la acción de la cabeza, que edifica su cuerpo, la Iglesia (Ef 4,7-16). El texto analiza la tarea del cristiano, contraponiendo la situación pagana con la cristiana (vv. 17-24): «Si un tiempo estabais muertos por vuestras culpas, sin esperanza, alejados, extranjeros, huéspedes, tiniebla [...], ahora sois luz en el Señor, cercanos, conciudadanos de los santos y familia de Dios (cf. Ef 2,1.12-13.19-22; 5,8).

Abandonar la vida pagana significa rechazar la propia autosuficiencia, la mala voluntad que mantiene prisionera la verdad, o sea, la vaciedad de pensamiento (cf. v. 17). Significa liberarse de todo lo que aleja la vida de la realidad humana, pensada y querida por el Creador; volver a encontrar como don un corazón sensible a todas las llamadas del bien, de la verdad, de la belleza (v. 18). De otro modo, el hombre queda consumido por una «avidez, insaciable» (v. 19), por la codicia de la posesión, con la que el hombre espera colmar su vacío. La vida cristiana, en cambio, consiste en «aprender sobre Cristo» (v. 20), poniendo su persona en el centro de la vida. Se trata de «aprender» y de ponerse en camino. No se trata de limitarse a los gestos materiales, sino de adoptar una conducta de vida conforme con el proyecto de Dios y con su voluntad (cf. Ef 1,10). Los cristianos ya han sido revestidos en el bautismo del «hombre nuevo» (v. 24). Ahora se trata de hacer aparecer, de una manera personal y concreta, este ser y esta vida, de un modo que corresponda a la realidad divina que han recibido: «Y eso no procede de vosotros, sino que es don de Dios» (Ef 2,8).

«Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5,7-8).

 

Evangelio: Juan 6,24-35

En aquel tiempo,

24 cuando se dieron cuenta de que ni

Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús.

25 Lo encontraron al otro lado y le dijeron: -Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?

26 Jesús les contestó: -Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

27 Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, le ha acreditado con su sello.

28 Entonces ellos le preguntaron: -¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?

29 Jesús respondió: -Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado.

30 Ellos replicaron: -¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra?

31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.

32 Jesús les respondió: -Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo.

33 El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.

34 Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre de ese pan.

35 Jesús les contestó: -Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.

 

*+• Tras la multiplicación de los panes, el evangelista Juan alude a la búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran junto a Cafarnaún y le dirigen esta pregunta: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?» (v. 25). Jesús no responde a lo que le preguntan, pero revela las verdaderas intenciones que han impulsado a la gente a buscarle, desenmascarando una mentalidad demasiado material (v. 26). Todos siguen a Jesús por el pan material, sin comprender la señal hecha por el profeta.

Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las ocasiones de adhesión y de amor. Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diversidad que existe entre el pan material y corruptible y ese otro «que da la vida eterna» (v. 27). Invita a la gente a superar el estrecho horizonte en el que vive, para pasar a la fe. Los interlocutores de Jesús le preguntan entonces: «¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?» (v. 28). Jesús exige una sola cosa: la adhesión al plan de Dios, es decir, «lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado» (v. 29).

La muchedumbre no está satisfecha (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso, el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24), para reconocer al profeta de los tiempos mesiánicos.

Jesús, en realidad, da verdaderamente el nuevo maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Pero sólo el que tiene fe puede recibir ese don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la ley, sino en el don del Hijo, que el Padre ofrece a los hombres, porque él es «el verdadero pan del cielo» (v. 33). La muchedumbre parece haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero, en realidad, no comprende el valor de lo que pide y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, evitando todo equívoco, precisa: « Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). Él es el don amoroso hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que han de creer: quien se adhiere a él da un sentido a su propia vida y consigue su propia felicidad.

 

MEDITATIO

Es menester ponerse en el lugar de los interlocutores de Moisés, de Aarón y de Jesús y comprender sus dificultades, unas dificultades reales. Los israelitas estaban cargados de razones para murmurar: ¿qué vida es esta que nos hacéis llevar en el desierto? ¿Valía la pena? ¿No estábamos mejor cuando estábamos peor? ¿Quién podría decir que están equivocados? Se trata de una vida de miseria y sin perspectivas, de una vida que se desarrolla en una inseguridad total. Una vida en la que se juegan la supervivencia.

También los interlocutores de Jesús tenían más de un motivo para mostrarse perplejos, dado que un hombre, aunque fuera prestigioso, se autoproclama «el pan de la vida». ¿No es un poco demasiado? ¿No se está exaltando? ¿No está exagerando, visto el éxito del milagro? Es cierto que es capaz de dar pan para comer; ahora bien, para llegar a considerarse el «pan bajado del cielo», el pan definitivo, queda todavía mucho trecho. Es preciso reconocer que los que murmuraban o se mostraban perplejos tenían sus buenas razones para hacerlo.

Y debo reconocer que también yo, si me hubiera encontrado en las mismas circunstancias, habría tenido más o menos las mismas reacciones, precisamente porque pienso normalmente que es necesario ser concretos, mantenerse con los pies en el suelo, no dejarse fascinar ni arrastrar por fáciles entusiasmos que, después, se revelan ilusorios. Y conmigo, también la gente de hoy, quizás la gran mayoría, habría tenido las mismas  reacciones razonables, sensatas, casi obvias. Y tanto más por el hecho de que nuestra sociedad nos ha educado para prever, calcular, usar la razón.

Sin embargo...

 

ORATIO

Fíjate, Señor, cómo ciertos pasos resultan difíciles. Y tú lo sabes bien, porque has puesto en nosotros el instinto de conservación, que es una de las fuerzas más poderosas que rigen la vida. Hoy te pido que hagas más poderoso aún este instinto, a saber: que lo extiendas a la Vida, a la vida que tú prometes, a la vida que debe durar para siempre, de suerte que pueda sentir dentro de mí las razones del corazón, las razones de la Vida, la pregunta sobre el cómo alimentarla.

Te pido que me hagas percibir este instinto vital superior al menos con la misma fuerza que el natural, para que mis decisiones sean prudentes y sabias, no ligadas sólo al sentido común, y tampoco estén dictadas por la facilidad para creer cualquier propuesta milagrera.

Otra cosa te pido aún: concédeme el espíritu de discernimiento, para que sepa distinguir entre la verdadera fe y las ilusiones, el carácter razonable de mi modo de pensar y la apertura a tu posible acción en el mundo.

Haz, oh Señor, que no desista nunca de ser un hombre bien arraigado en la realidad y, al mismo tiempo, abierto también a tu Realidad, a ti, que puedes sorprenderme y venir a mi encuentro en cualquier momento; a ti, que puedes dar la vuelta en un instante a la marcha normal de las cosas, para plantearme la pregunta radical sobre en qué pongo mi confianza.

 

CONTEMPLATIO

«Descarga en el Señor tus inquietudes y él te sostendrá» (Sal 55,23). ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Por qué andas afligido? El que te ha hecho se ocupa de ti. El que ya cuidaba de ti antes de que existieras ¿no cuidará de ti ahora que eres lo que él quiso que fueras? ¿No cuidará de ti el que «hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45). ¿Se desentenderá, te abandonará, te dejará solo a ti, que eres justo y vives en la fe? Al contrario, te colma de beneficios, te ayuda, te da aquí lo que es necesario, te defiende de las adversidades.

Concediéndote dones te consuela para que perseveres, quitándotelos te corrige para que no perezcas. El Señor cuida de ti, puedes estar tranquilo; te sostiene aquel que te ha hecho: no caerás de la mano de tu Creador (Agustín, Comentarios sobre los salmos, 38,18).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ¡ayúdame a creer!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada día trae consigo una sorpresa, pero sólo podemos verla, oírla, sentirla cuando llega, si la esperamos. No debemos tener miedo de acoger la sorpresa de cada día, tanto si llega como un dolor o como una alegría. Ella abrirá un nuevo espacio en nuestro corazón, un lugar en el que podremos acoger nuevos amigos y celebrar de un modo más pleno nuestra humanidad compartida.

Con todo, el optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo significa esperar que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política y otras cosas como éstas- mejoren. La esperanza es la verdadera confianza en que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho de conducirnos a la verdadera libertad. El optimista habla de cambios concretos en el futuro. La persona de esperanza vive en el momento presente sabiendo que en la vida todo está en buenas manos. Todos los grandes de la historia han sido personas de esperanza. Abrahán, Moisés, Rut, María, Jesús, Rumi, Gandhi..., todos ellos vivieron guardando en su corazón la promesa que les guiaba hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo habría de ser (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, pp. 10.25 [edición española: Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año, Ediciones Obelisco, Barcelona 2001]).

 

 

 

Día 2

Lunes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 11,4b-15

4 En aquellos días, los israelitas se pusieron a llorar diciendo: -¡Ojalá tuviéramos carne para comer!

5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos y melones, de los puerros, cebollas y ajos!

6 y ahora languidecemos, pues sólo vemos maná.

7 El maná era como la semilla del coriandro, y su color, como el del bedelio.

8 El pueblo se esparcía para recogerlo, y lo molían en molinos o lo machacaban en el almirez. Después lo cocían en una caldera y hacían tortas que sabían a pasta amasada con aceite.

9 Cuando el rocío caía sobre el campo por la noche, caía sobre él el maná.

10 Oyó Moisés cómo el pueblo se quejaba, reunido por familias a las puertas de las tiendas, provocando gravemente la ira del Señor, y muy contrariado se dirigió al Señor diciendo:

11 -¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo?

12 ¿Acaso lo he concebido yo o lo he dado a luz para que me digas: «Llévalo sobre tu regazo como lleva la nodriza a su criatura y condúcelo hacia la tierra que prometí a sus padres?

13 ¿Dónde puedo yo encontrar carne para todo este pueblo, que  viene a mí llorando y me dice: «Danos carne para comer»?.

14 Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí.

15 Si me vas a tratar así, prefiero morir. Pero si todavía gozo de tu confianza, pon fin a mi aflicción.

 

**• Reemprendemos el camino de Israel por el desierto. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, está cansado. No ha llegado aún a la tierra prometida. El desierto se convierte en el lugar de la tentación y de la prueba, de la murmuración y de la revuelta. Más que tener la mirada puesta en la salvación obtenida y en el don recibido de Dios, mira hacia atrás con nostalgia, hasta adoptar la inverosímil actitud de añorar los alimentos que comían en Egipto. ¡Mejor esclavos en Egipto que libres en el desierto con el maná de Dios! Un alimento ligero que sabía a pasta amasada con aceite y no llenaba el estómago; un pueblo descontento, prácticamente incapaz de reconocer los dones de Dios: la libertad y el alimento que viene del cielo.

Y con el pueblo, precisamente porque está ligado visceralmente a su destino, aparece la profunda crisis de Moisés, el caudillo decepcionado por su gente, que se queja a Dios. Es la suerte del mediador que debe identificarse con el destino de su pueblo y permanecer fiel a su Dios. La oración de Moisés, que anticipa los lamentos del salmista y de los profetas, es significativa también por su realismo. El amigo de Dios también puede enfadarse con él. Y es que el pueblo es del Señor, no de Moisés. Por esa razón, el audaz lamento del caudillo de Israel pone en tela de juicio, como una razón extrema, la fidelidad paterna y materna de Dios. Moisés le pide a Dios, de una manera indirecta, que sea padre y madre del pueblo que ha engendrado.

 

Evangelio: Mateo 14,13-21

En aquel tiempo,

13 Jesús, al enterarse de lo sucedido, se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas. La gente se dio cuenta y le siguió a pie desde los pueblos.

14 Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que traían.

15 Al anochecer, sus discípulos se acercaron a decirle: -El lugar está despoblado y es ya tarde; despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.

16 Pero Jesús les dijo: -No necesitan marcharse; dadles vosotros de comer.

17 Le dijeron: -No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.

18 Él les dijo: -Traédmelos aquí.

19 Y después de mandar que la gente se sentase en la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos y éstos a la gente.

20 Comieron todos hasta hartarse, y recogieron doce canastos llenos de los trozos sobrantes.

21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

**• El fragmento evangélico presenta a Jesús en medio del trabajo cotidiano de su ministerio: entre la soledad del desierto y la presencia en medio de las muchedumbres; entre el diálogo con el Padre, en el desierto, y el ministerio de la evangelización. Mateo subraya asimismo el aspecto subjetivo de la experiencia de Jesús, su compasión, que se hace efectiva a través de la manifestación concreta de una salvación que sale al encuentro de los deseos de quienes le siguen y esperan un milagro de él. Jesús, médico del cuerpo y del espíritu, cura a los enfermos (v. 14).

En medio del desierto, o bien en algún lugar solitario, fuera de los pueblos y de las ciudades, se presenta un problema humano, muy concreto: dar de comer a la muchedumbre de gente que le sigue. Enviarlos a sus casas es la respuesta obvia de los discípulos. Darles de comer la respuesta del corazón de Cristo. Ésa es también la respuesta de su omnipotencia de Mesías. Cinco panes y dos peces, sólo para comenzar, constituyen la base para un insólito milagro de multiplicación de los alimentos, un milagro destinado a saciar a una muchedumbre de más de cinco mil personas (v. 21).

Aparece aquí todo el sabor de una comida sagrada, de una comunión viva con Jesús, el Mesías, y, a través de él, con el Dios de la creación y de la vida. La acción de Jesús, típica de la tradición judía de la comida sagrada, que es reconocimiento del don de Dios, es litúrgica y eucarística: toma con sus manos los panes y los peces; pronuncia la bendición u oración de acción de gracias; parte los panes y los distribuye a los discípulos, que aprenden de Jesús el gesto del reparto. Una acción simbólica, un hecho real de largo alcance. Una acción que tiene que ver con nuestra eucaristía diaria, pan partido y multiplicado en todo el mundo.

 

MEDITATIO

Aunque no están ligadas entre sí de una manera estructural, ambas lecturas dejan entrever una unidad temática que recorre el mensaje bíblico de hoy.

En la lectura del libro de los Números encontramos un pueblo en camino, sometido al cansancio y a la prueba; un pueblo al que le resulta fácil ceder a la nostalgia del pasado cuando no se deja dirigir por el espíritu de fidelidad a la alianza estipulada con YHWH, sino por ese instinto mucho más fuerte del hambre y del placer que producen los alimentos, aunque se trate de ajos y cebollas.

El camino de Israel por el desierto fue considerado siempre por los Padres de la Iglesia un paradigma del itinerario del cristiano y de la Iglesia. El futuro produce espanto; el alimento «ligero» del espíritu no basta. La nostalgia del pasado está al acecho. El pueblo no capta la delicadeza de las exigencias de Dios. Todo camino cristiano tiene sus pruebas. Pero ¡ay del que mira hacia atrás! Al cristiano no le falta el alimento cotidiano, ni tampoco ese alimento ligero y cotidiano de la Palabra y del pan y el vino eucarísticos. Pero ¿qué es este alimento ligero para hacer frente a la pesadez de la vida diaria? Sin embargo, Dios no tiene otro alimento definitivo para darnos.

El episodio evangélico presenta a Jesús, cual nuevo  Moisés en el desierto, en medio de una muchedumbre cansada, hambrienta, enferma, a la que tal vez le cuesta un poco seguir a un Mesías del que lo espera todo, incluso una liberación política. La respuesta de Jesús es eficaz, milagrosa. Pero, en el fondo, Jesús no hace milagros cada día. Los signos que realiza necesitan también ser recibidos con fe, lo mismo que su persona. Por lo demás, Jesús no vive sino de la comunión diaria con el Padre y de la sencillez con la que comparte todo con sus discípulos. Y esto es suficiente. En el caso del cristiano, el maná cotidiano de la Palabra y de la eucaristía es también pan para el camino, viático para la jornada.

 

ORATIO

Nos sentimos reflejados, Señor, en la actitud del pueblo de Israel en el desierto También nosotros, aun recibiendo cada día el maná que nos ofrece la salvación, sentimos en el fondo de nuestro corazón nostalgias inconfesables de otros alimentos y de otras bebidas. La ligereza del alimento celestial a menudo no nos basta y, aun habiendo experimentado la libertad y la liberación con el éxodo del pecado, mirarnos hacia atrás, soñando con los ojos abiertos al pasado y olvidándonos casi del don de la liberación. Nuestro desierto se vuelve en ocasiones árido, y el camino por él se hace pesado, y de este modo nos dejamos engañar por espejismos, por paisajes absolutamente imaginarios. Señor Jesús, queremos ser peregrinos por el desierto de la vida, pero sin sentir nostalgia del pasado, sino tendiendo más bien hacia el futuro de una tierra de promisión. Más aún: deseamos no sólo no aumentar el número de los murmuradores decepcionados, sino expresarte nuestro agradecimiento por el alimento diario de la Palabra y de la eucaristía. Y contigo, como en la multiplicación de los panes y los peces, dirigir la mirada al Padre, darle gracias por su dones, compartiendo con todos la alegría de sentirnos amados por un Padre providente.

 

CONTEMPLATIO

Así pues, Jesús, en virtud de la fuerza que había dado a sus discípulos para alimentar también a los otros, les dijo: «Dadles vosotros de comer». Y ellos, sin negar que podían dar algunos panes, pero creyendo que eran muy pocos e insuficientes para alimentar a todos los que habían seguido a Jesús, no tenían en cuenta que, al tomar cualquier pan o palabra, Jesús los hace aumentar cuanto quiere, haciendo que sean suficientes para todos aquellos a quienes quiere alimentar, y dicen: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Cinco, porque tal vez entendían de una manera enigmática que los cinco panes son los discursos sensibles de las Escrituras, y por eso tienen el mismo número que los cinco sentidos; los peces, en cambio, son dos, y representan la palabra pronunciada y la interior, como «condumio» para los sentidos escondidos en las Escrituras, o bien tal vez la palabra llegada hasta ellos sobre el Padre y el Hijo Hasta que llevaron a Jesús estos cinco panes y estos dos peces, no aumentaron, no se multiplicaron, ni pudieron alimentar a muchos; pero cuando el Salvador los cogió, en primer lugar levantó los ojos al cielo, como para hacer descender, con los rayos de sus ojos, un poder que habría penetrado en aquellos panes y aquellos peces, destinados a alimentar a cinco mil hombres; en segundo lugar, bendijo los cinco panes y los dos peces, haciendo que aumentaran y se multiplicaran con la palabra y la bendición; y, en tercer lugar, los dividió, los partió y los dio a sus discípulos para que se los dieran a la muchedumbre [...]. Hasta este momento -me parece y hasta el fin del mundo, los doce canastos, llenos del pan de vida que las muchedumbres no fueron capaces de comer, están junto a los discípulos (Orígenes, Commento al vangelo di Matteo, Roma 1998, I, pp. 175-179, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Basta con tomar una palabra de allí para tener un viático para toda la vida» (Juan Crisóstomo).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Palabra de Dios es venerable como el cuerpo de Cristo. La mesa de las Escrituras, como la de la eucaristía, ofrece a los fieles un mismo y único Señor. Quien comulga la Palabra, como quien comulga el Pan de vida participa de Cristo Jesús. Del mismo modo que, cuando se distribuye el cuerpo de Cristo, llevamos buen cuidado de que no caiga nada en tierra, así también debemos tener el mismo cuidado de no dejar escapar de nuestro corazón la Palabra de Dios que nos es dirigida, hablando y pensando en otra cosa. Y es que quien escucha la Palabra de Dios de manera negligente no será menos culpable que el que, por negligencia, deja caer en tierra el cuerpo del Señor.

Palabra y eucaristía tienen la misma importancia, ambas son «venerables». Y la veneración que les debemos es la misma que adora al Señor presente en la Palabra y presente en la eucaristía. Aquí está presente bajo las especies del pan y el vino; allí, bajo la especie de las palabras humanas. Podemos hablar de una presencia real de Cristo en la Escritura, real como la presencia en la eucaristía, aun siendo esta última sacramental.

La escucha de la Palabra constituye siempre un excelente catecumenado que nos enseña a vivir según el Evangelio. Constituye asimismo una eficaz preparación - la mejor- para la liturgia eucarística propiamente dicha. Ahora bien, es infinitamente más que un arado que prepara la tierra de nuestro corazón para que pueda fructificar en ella, y, a buen seguro, más que una escuela de vida cristiana: es, esencialmente, celebración de Cristo presente en su Palabra, puesto que cuando en la iglesia se leen las Sagradas Escrituras es él quien habla (L. Deiss, Vivere la Parola ¡n comunitá, Turín 1976, pp. 304-306 [edición española: Celebración de la Palabra, Ediciones San Pablo, Madrid 1992]).

 

 

Día 3

Martes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 12,1-13

En aquellos días,

1 María y Aarón murmuraban contra Moisés a causa de la mujer cusita que éste había tomado por esposa.

2 Decían: -¿Acaso ha hablado el Señor sólo con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros? El Señor lo oyó.

3 Moisés era el hombre más humilde y sufrido del mundo.

4 El Señor dijo a Moisés, a Aarón y a María: -Id los tres a la tienda del encuentro. Así lo hicieron.

5 El Señor descendió en la columna de nube y se detuvo a la entrada de la tienda. Llamó a Aarón y a María, y ambos se acercaron.

6 El Señor les dijo: -Oíd mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta, yo me revelo a él en visión y le hablo en sueños.

7 Pero con mi siervo Moisés no hago esto, porque él es mi hombre de confianza.

8 A él le hablo cara a cara, a las claras y sin enigmas. Moisés contempla el semblante del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

9 El Señor se irritó contra ellos y se fue.

10 Apenas había desaparecido la nube de encima de la tienda, María apareció cubierta de lepra, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y la encontró cubierta de lepra.

11 Aarón dijo a Moisés: -Perdón, mi Señor. No nos hagas responsables del pecado que neciamente hemos cometido.

12 No dejes a María como un aborto, que sale ya medio consumido del vientre de su madre.

13 Moisés clamó entonces al Señor diciendo: -¡Oh Dios, sánala, por favor!

 

*•• El presente fragmento del libro de los Números introduce a los tres personajes clave del éxodo: Moisés, Aarón y María, su hermana. En medio de ellos está presente Dios como juez, amigo y protector de Moisés.

Tampoco entre los grandes hombres faltan piedras de tropiezo, habladurías y envidias. Éste es el caso de Aarón y María, incapaces de considerar a Moisés en toda su grandeza, como elegido de Dios, por el simple hecho de que había tomado como esposa a una mujer etíope. Quieren ser como él, tal vez más que él; ser investidos también ellos de un poder profético como el del caudillo de Israel. Pero Dios viene en ayuda de su siervo, le defiende y realiza un juicio solemne. El lugar de esta teofanía de YHWH es la «tienda del encuentro», lugar de la presencia (Shehinah) del mismo Dios, donde está presente con su gloria (kabod), simbolizada por la columna de nube y por la nube misma, que marca la presencia y el ausentarse de Dios (cf. w. 5.10).

Allí tiene lugar un juicio tan severo como sincero. Dios toma la defensa de Moisés. Entre la multitud de profetas presentes en el pueblo, es Moisés el profeta por excelencia; más aún, es el amigo y confidente de Dios. Las palabras con las que YHWH toma la defensa de Moisés son emotivas y ponen de manifiesto su singular elección como amigo y confidente: «A él le hablo cara a cara, a las claras y sin enigmas. Moisés contempla el semblante del Señor» (v. 8). El texto transmite la convicción del pueblo sobre la grandeza de Moisés, el amigo de Dios, del mismo modo que se revela en otros fragmentos del Pentateuco.

El castigo infligido a María nos parece excesivo. Sin embargo, se trata de un signo. Y, de nuevo, la oración confiada de Moisés, la audacia que muestra al pedir a Dios la curación, manifiesta de verdad que habla a Dios con la audacia confiada de un amigo.

 

Evangelio: Mateo 14,22-36

En aquel tiempo, después de haber saciado a la muchedumbre,

22 Jesús mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: -Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27 Pero Jesús les dijo en seguida: -¡Animo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo: -Ven. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús.

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: -¡Señor, sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca, y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: -Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

34 Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.

35 Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos.

36 Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que la tocaban quedaban sanos.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta otra jornada de la vida de Jesús. En este pasaje se narran aspectos de su vida diaria que la tradición sinóptica ha recogido. Nos referimos a los momentos de oración y de soledad que pueblan la vida del Maestro. «Después de despedirla [a la muchedumbre], subió al monte para orar a solas. Al llegarla noche estaba allí solo» (v. 23). La semejanza con la perícopa referida a Moisés, como orante y amigo de Dios, nos sugiere la aproximación de ambos personajes.

Ahora bien, aquí se trata de Jesús; no de un amigo, sino del Hijo mismo orando. Una oración intensa, que dura toda una noche. Un fragmento paralelo de Lucas (6,12), en el que se alude a que Jesús pasó una noche en oración antes de la elección de los discípulos, confirma esta costumbre del Señor, una costumbre que despertaba admiración en los discípulos.

Sobre el fondo de esta presentación del Maestro, que vive el misterio de su relación orante con Dios, se manifiesta asimismo su trascendencia divino-humana, caminando sobre las aguas. Las palabras del Maestro tranquilizan a los discípulos, que están llenos de miedo. El instintivo Pedro, acostumbrado a su mar de Galilea, quiere caminar sobre las aguas como Jesús. Prueba a hacerlo, pero está a punto de hundirse. El miedo a la muerte hace brotar de él una oración sentida y profunda, una oración en la que implora la salvación: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Con su reacción, Jesús, que reprocha a Pedro su miedo y denuncia su falta de fe (v. 31), se presenta a nuestros ojos como Salvador, a la luz de la revelación de su superioridad divina.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura ponen el acento en la presencia y en la intervención de Dios en la vida cotidiana. Es una presencia fuerte, que podríamos definir muy bien como teofánica, «manifestadora de Dios».

Una presencia majestuosa en la que nos demuestra que él se encuentra situado en el centro de la vida y de la historia y que le alcanzamos, siempre a una equidistancia entre su presencia y su trascendencia, a través del diálogo de la oración. Moisés aparece, en la primera lectura, como el confidente de Dios. La tienda aparece como el lugar visible donde Dios viene al encuentro de su pueblo y se deja encontrar. El Dios afable, dialogante, que toma la defensa de Moisés, manifiesta también su calidad de Dios amigo, dispuesto a defender a su elegido. Y también solícito a la hora de escuchar su oración.

Jesús, el Hijo predilecto, más grande que Moisés, es también un orante; más aún, es el lugar de la oración, la nueva tienda del encuentro donde Dios se hace presente, el nuevo templo donde Dios se reúne con los hombres. Jesús, mientras ora durante la noche, se convierte en la tienda del encuentro, misteriosamente iluminada por la columna de nube, por la gloria del Señor. Una gloria que le envuelve, aunque sea en pocos momentos -como en la Transfiguración-, y en la que se manifiesta

a los ojos de sus discípulos en toda su grandeza. El Jesús que camina sobre las aguas es el Dios del éxodo liberador, el Creador que domina sobre su criatura. Y es también el Dios que se manifiesta con el realismo de un hombre, no de un fantasma, a pesar del estupor que despierta verle caminar sobre las aguas del lago. De ahí que Jesús, ante esta revelación, pida fe en él, confianza en su persona. En la oración de Moisés se manifiesta nuestra oración de intercesión, que nos hace amigos y confidentes. En la oración de Pedro se manifiesta nuestra necesidad de salvación.

 

ORATIO

Señor, nos gustaría vivir en tu presencia, como Moisés, tu siervo amigo; como Jesús, tú Hijo amadísimo. Sabemos que, para Moisés, la tienda era el lugar del encuentro.

Mas para Jesús, también el cosmos era la tienda cubierta por la bóveda celeste, iluminada por las estrellas brillantes, lugar de la presencia de nuestro inmenso Padre y Creador.

Concédenos experimentar en la oración, prolongada también algunas veces durante la noche, tu viva participación en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana; concédenos sentir que siempre estás despierto para escuchar y acoger nuestra súplica. Queremos ser como Moisés, que hablaba contigo como un amigo habla con su amigo. Más aún, como Jesús, inmerso en tu corazón de Padre.

Concédenos la sabiduría de una oración de súplica como la de Pedro: «¡Señor, sálvame!». Pero también la generosa intercesión de la oración de Moisés por todas aquellas personas a las que amamos y queremos que se salven en el cuerpo y en el espíritu: «¡Oh Dios, sánalas, por favor!».

 

CONTEMPLATIO

Y Jesús subió a la montaña, a orar en un lugar apartado. ¿A orar por quién? Por las muchedumbres, a fin de que, después de haber comido los panes de la bendición, no hicieran nada contrario a la despedida que habían recibido de Jesús; y también por los discípulos, a fin de que, obligados por él a subir a la barca y a precederle en la orilla opuesta, no tuvieran que sufrir ningún mal en el mar, ni por parte de las olas que sacudían la barca, ni por parte del viento contrario.

Y me atrevería a decir que, gracias a la oración de Jesús, dirigida al Padre por sus discípulos, éstos no sufrieron ningún mal, a pesar de la furia del mar, de las olas y del viento que soplaba en contra suya [...]. Si un día tenemos que debatirnos en medio de pruebas ineludibles, recordemos que fue Jesús quien nos obligó a subir a la barca porque quería que le precediéramos en la otra orilla. No es posible, en efecto, llegar a la otra orilla sin sostener las pruebas de las olas y de los vientos contrarios. Después, cuando nos veamos rodeados de muchas y penosas dificultades y estemos cansados de navegar entre ellas durante tanto trecho con nuestras modestas fuerzas, deberemos pensar que nuestra barca está, precisamente en ese momento, en medio del mar, agitada por olas que quieren hacernos naufragar en la fe o en cualquier otra virtud [...]. Y cuando veamos que se nos aparece el Logos, nos sentiremos turbados hasta que hayamos comprendido claramente que el Salvador ha venido a nosotros [...].

Él nos hablará enseguida y nos dirá: «¡Animo! Soy yo, no temáis». Inmediatamente después, mientras Pedro esté todavía hablando y diciendo: «¡Señor, sálvame!», el Logos extenderá su mano, le ayudará, lo cogerá en el momento en que empieza a hundirse y le reprenderá por su poca fe y por haber dudado. Con todo, observa que no dice: «Incrédulo», sino: «¡Hombre de poca fe!», y que añade también: «¿Por qué has dudado y, aun teniendo la fe, te has inclinado hacia el lado contrario? (Orígenes, Commento al vangelo di Matteo I, Roma 1998, pp. 194-197, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Practicamos con una gran frecuencia la intercesión; oramos por nuestros padres, por aquellos que nos aman. Sin embargo, nuestra intercesión se limita, con excesiva frecuencia, a una llamada dirigida a Dios, aunque se trate de una llamada afligida y sincera: «¡Mira, Señor!», «¡Señor, ten piedad!», «¡Señor, ayúdanos! ¡Ven en ayuda de los que están necesitados!» [...]. Lo que hacemos es una especie de recordatorio, dirigido a Dios, de lo que sigue siendo imperfecto en este mundo. Pero ¿cuántas veces estamos dispuestos a hablar como hace Isaías cuando oye preguntar a Dios: «¿A quién enviaré?» (Is 6,8)? ¿Cuántas veces estamos dispuestos a levantarnos y a decir: «Aquí estoy, Señor, envíame»? Sólo de este modo puede convertirse nuestra intercesión en lo que es por naturaleza.

Interceder no quiere decir hablar al Señor en favor de aquellos que se encuentran en necesidad; significa dar un paso, un paso que nos lleva al corazón mismo de una situación, que nos leva allí de una manera definitiva y hace que no podamos echarnos atrás de ninguna manera, porque ahora nos hemos entregado y pertenecemos a esta situación. En una situación de máxima tensión, el corazón es el punto donde el choque se vuelve más violento y el tormento más cruel: ahí es donde se sitúa el acto de intercesión. Todo compromiso que se vuelve intercesión implica una solidaridad de la que ya no queremos prescindir.

Esta solidaridad la encontramos en Dios: él se compromete en el mismo instante en que nos llama con su Palabra a la existencia, sabiendo que le abandonaremos, que le perderemos y que será él quien deba encontrarnos de nuevo no allí donde él está, sino allí donde nos encontremos nosotros, con todo lo que eso implica (de una conferencia del metropolita A. Bloom, citado en E. Bianchi [ed.], Letture per ogni giorno, Leumann 1980, pp. 412ss).

 

 

Día 4

Miércoles de la 18ª semana del Tiempo ordinario o 4 de agosto, conmemoración de

San Juan María Vianney

 

LECTIO

Primera lectura: Números 13,1-3a.25b-14,1-26-30ss

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés:

2 -Envía a algunos hombres, un jefe de cada tribu, para que exploren la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas.

3 Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor. 25 A los cuarenta días regresaron los exploradores de la tierra.

26 Se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas en el desierto de Farán, en Cades; les informaron detalladamente y les mostraron los frutos de la tierra.

27 Éste fue su informe: -Fuimos a la tierra a la que nos enviasteis. Es una tierra que mana leche y miel; fijaos en sus frutos.

28 Pero el pueblo que la habita es fuerte y las ciudades están fortificadas y son grandes; hemos visto, incluso, descendientes de Anac.

29 Los amalecitas ocupan el desierto del Négueb; los hititas, los jobuseos y los amorreos habitan la montaña; y los cananeos, la costa y la ribera del Jordán.

30 Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés diciendo: -Iremos a conquistarla, pues somos capaces de ello.

31 Pero los que habían ido decían: -No podemos combatir contra ese pueblo; es más fuerte que nosotros.

32 Y empezaron a hablar mal entre los israelitas de la tierra que habían explorado diciendo: -La tierra que hemos explorado devora a sus habitantes. Los hombres que hemos visto son de gran estatura.

33 Hemos visto gigantes, descendientes de Anac. Nosotros a su lado parecíamos saltamontes, y así nos veían ellos.

14,1 Entonces toda la comunidad empezó a gritar, y el pueblo se pasó la noche llorando.

26  El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

27 -He oído las murmuraciones de los israelitas, ¿hasta cuándo tendré que soportar a esta comunidad malvada que murmura contra mí?

28 Respóndeles: Por mi vida, Palabra del Señor, que os trataré como merecen vuestras murmuraciones.

29 En este desierto caerán los cadáveres de todos los mayores de veinte años que fuisteis registrados y habéis murmurado contra mí.

30 Ninguno de vosotros entrará en la tierra en la que había jurado estableceros con mi poder; sólo entrarán Caleb, hijo de Jefoné, y Josué, hijo de Nun.

31 Cargaréis con vuestra culpa durante cuarenta años, es decir, tantos como días estuvisteis explorando la tierra: año por día. Sabréis por experiencia lo que significa haberos alejado de mí.

32 Yo, el Señor, lo he dicho. Así trataré yo a esta comunidad perversa que se ha confabulado contra mí.

 

**• La forma fragmentaria con la que el leccionario nos presenta este pasaje nos invita a una lectura personal de toda la perícopa bíblica. Se trata de una perícopa compuesta de diferentes tradiciones y que presenta algunas contradicciones con el conjunto de los textos paralelos. Sobresalen aquí cuatro momentos: el envío de representantes de las doce tribus de Israel, por parte de Moisés, para que exploren la tierra prometida y la realización del mandato; la vuelta de los exploradores que traen los frutos de la tierra prometida y el relato de los mismos; el miedo del pueblo a causa de los aspectos negativos y exagerados relacionados con los habitantes de la tierra de Canaán y sus ciudades (tendrán que enfrentarse con hombres fuertes y con ciudades fortificadas, elementos que desaniman al pueblo a seguir su marcha hacia adelante); el lamento del pueblo y la nuevas nostalgias de la tierra de Egipto, con la consiguiente falta de confianza en Dios y en sus promesas.

En medio de las contradicciones, Moisés mantiene su fidelidad al Señor, señala al pueblo la tierra prometida y sus frutos, y pronuncia las palabras-clave de este relato -no incluidas en la lectura propuesta por el leccionario-, unas palabras que suponen una exhortación a la confianza basada en la fidelidad de Dios: «El Señor está de nuestra parte; él nos hará entrar en ella y nos la dará; es una tierra que mana leche y miel. No os rebeléis contra el Señor ni temáis a los habitantes de esa tierra, pues serán para nosotros pan comido. Ellos se han quedado sin defensa, y con nosotros está el Señor; no los temáis» (Nm 14,8ss). En estas palabras se manifiesta toda la confianza de Moisés en la fidelidad de Dios, capaz de vencer todo temor ante el oscuro panorama descrito por los exploradores, a pesar de la apetecible conquista de aquel territorio por los magníficos frutos que produce; un territorio presentado como una «tierra que mana leche y miel», la fórmula clásica para describir la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 15,21-28

En aquel tiempo,

21 Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón.

22 En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar: -Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.

23 Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían: -Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 Él respondió: -Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

25 Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó: -¡Señor, socórreme!

26 Él respondió: -No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos. Ella replicó:

27 -Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces Jesús le dijo: -¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides. Y desde aquel momento quedó curada su hija.

 

**• El fragmento evangélico que hemos leído prolonga la visión de la predicación de Jesús y de sus destinatarios, dirigida a una tierra prometida que se encuentra más allá de los confines de la nación y de los habitantes que hasta ahora han escuchado la voz de Jesús. Tiro y Sidón están situadas en los confines de Galilea, más allá de la frontera que hoy recibe el nombre de Rash-en-Naqura, en la frontera entre Israel y el Líbano. Es tierra de paganos, de fenicios. Jesús se desplaza hacia el norte, buscando tal vez un momento de distensión y de descanso tras el intenso ritmo de la predicación en Galilea. Se trata de un desplazamiento simbólico que anuncia la universalidad de la salvación. El encuentro con la mujer cananea, en este marco general, constituye un episodio emblemático. Es un encuentro entre un rabí y una mujer, una mujer que, por añadidura, es pagana. La actitud del Maestro expresa, al comienzo, la distancia y la desconfianza normal entre el pueblo elegido y los pueblos paganos. La insistente petición de la mujer cananea, absolutamente preocupada por la salud física y psíquica de su hija, expresa afecto materno y, al mismo tiempo, confianza en Jesús.

A las tres intensas imploraciones de la mujer le siguen tres actitudes de distanciamiento por parte de Jesús, actitudes casi incomprensibles para nosotros, a no ser por su alcance pedagógico. A la invocación de la mujer: «Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David» (v. 22), Jesús no le responde ni con una palabra. Al segundo intento insistente de mediación por parte de los discípulos sólo le responde con un rechazo que acentúa las distancias entre Israel y los demás pueblos (w. 23b-24). A la renovada petición de la cananea, que se postra ante Jesús, le corresponde una respuesta dura y enigmática: «No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos» (v. 26). Sin embargo, el instinto materno capta en el duro lenguaje empleado por Jesús una rendija de esperanza, y transforma la objeción del Maestro en una razón ineludible para obligarle a hacer el milagro: «También los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27). Su fe ha quedado probada. Ha superado el examen de amor. «¡Mujer, qué grande es tu fe!» (v. 28). El Reino de Dios se dilata con el amor de aquellos que han acogido, acogen y acogerán a Jesús más allá de todo límite terreno.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura que nos presenta la liturgia de hoy nos ofrecen la posibilidad de meditar sobre algunos aspectos de la realidad de nuestro Dios: su fidelidad y nuestra confianza. Dios es fiel a sus promesas; más aún, a fin de que no esperemos al último momento para ser confirmados en las pruebas por parte de su fidelidad, Dios anticipa en nuestra vida el goce de los bienes prometidos. Del mismo modo que los israelitas, cuando todavía estaban en el árido desierto, pudieron gozar de los frutos de la tierra prometida, gracias a los exploradores que confirmaron la verdad de las promesas de Dios, también con nosotros se muestra el Señor espléndido en sus dones definitivos y nos los hace probar de manera anticipada. Tenemos las primicias y la prenda de nuestra esperanza ya en este mundo. Sin embargo, todavía no hemos llegado a la meta; queda margen para la esperanza, puesto que los bienes prometidos no los poseemos plenamente, y delante de nosotros se presenta todavía un arduo camino, lleno de asechanzas y dificultades.

La confianza ilimitada de la cananea, la mujer extranjera que se confía a Jesús y desafía con su decidida perseverancia al corazón del Maestro, también supone para nosotros un motivo de ánimo. Dios espera de nosotros que mostremos una gran esperanza en él. Las primeras respuestas, aunque no sean definitivas, son ya un camino propedéutico para atrevernos a más. También las pruebas ahondan en nosotros el verdadero sentido de la confianza y purifican las motivaciones egoístas de nuestras preguntas, para convertirse en preguntas de salvación.

 

ORATIO

Señor, a menudo, en la experiencia cotidiana de nuestra vida, tenemos necesidad de saborear los frutos que nos tienes prometidos, de tener un anticipo de los signos de tu presencia en nuestra vida. En un mundo que se nos presenta todavía hoy frecuentemente como un desierto y no nos permite vislumbrar la tierra prometida, como un desierto vacío de tu presencia, hostil al mismo Evangelio, tenemos necesidad de alguna prueba efectiva de que estás con nosotros. Con todo, sabemos que «la esperanza no defrauda», porque tú mismo has infundido en nuestro corazón el Espíritu Santo, que es prenda de los bienes futuros.

Concédenos creer constantemente en tu amor, un amor que se revela siempre más grande que nuestro corazón. Haz que nuestro deseo engendre una fe más grande, como la fe de la mujer cananea, a la que tú mismo reconociste con admiración como merecedora del don que había implorado. Que también la prueba suponga para nosotros un motivo de esperanza y el incomprensible rechazo de nuestras oraciones por tu parte sea un motivo de purificación y de renovada audacia en nuestro creer en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Muchas veces he pensado si, como el sol estándose en el Cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza que no mudándose él de allí de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una misma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior salir sobre sí misma. En fin, yo no sé lo que digo, lo que es verdad es que con la presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando le ponen el fuego, se levanta en lo interior un vuelo, que yo no sé otro nombre que le poner, que, aunque no hace ruido, se hace movimiento tan claro que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de sí misma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a sentirse en sí, es con tan grandes ganancias y teniendo en tan poco todas las cosas de la tierra, para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien que no le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión los del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo adonde ha de ir a descansar.

Aunque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho provecho, son tan grandes los que deja en el alma que si no es por quien pasa no se sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del Demonio; que de la propia imaginación es imposible, ni el Demonio podría representar cosas que tanta operación y paz y sosiego y aprovechamiento dejan en el alma, en especial tres cosas muy en subido grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de ella, más se nos da a entender: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan baja, en comparación del Criador de tantas grande/as, la ha osado ofender, ni osa mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que puede aplicar para servicio de tan gran Dios (Teresa de Avila, «Moradas del castillo interior», VI, 5,9-10, en Obra completa de santa Teresa de Jesús, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 91998, pp. 542-543).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis» (Mt 7,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es preciso pasar a través del desierto y morar en él para recibir la gracia de Dios; es allí donde nos vaciamos, donde expulsamos de nosotros todo lo que no es Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejarle todo el sitio a Dios. Los judíos atravesaron el desierto. Moisés vivió en él antes de recibir su misión. San Pablo, cuando salió de Damasco, fue a pasar tres años en Arabia. También san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto. Es indispensable [...]. Es un tiempo de gracia. Es un período a través del que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto [...]. Le hacen falta este silencio, este recogimiento y este olvido de todo lo creado en medio de los cuales pone Dios en el alma su Reino y forma en ella el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios a través de la fe, de la esperanza, de la caridad [...]. Los frutos que pueda producir el alma más tarde serán exactamente proporcionales a la medida en que se haya formado en ella el nombre interior (Ch. de Foucauld, Opere spirítuali, Milán 1960, p. 761, passim [edición española: Obras espirituales, Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

Día 5

Jueves de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 20,1-13

En aquellos días,

1 la comunidad de Israel en su totalidad llegó al desierto de Sin el primer mes, y el pueblo acampó en Cades. Allí murió María, y allí fue sepultada.

2 No había agua para la comunidad, y ésta se amotinó contra Moisés y Aarón.

3 El pueblo se quejaba contra Moisés diciendo: -¡Ojalá hubiéramos muerto con nuestros hermanos ante el Señor!

¿Por qué habéis traído a la asamblea del Señor a este desierto, para que muramos nosotros y nuestros ganados?

5 ¿Por qué nos sacasteis de Egipto para traernos a este lugar maldito, donde no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni ganados, ni siquiera agua para beber?

6 Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad hacia la entrada de la tienda del encuentro. Cayeron rostro a tierra y se les manifestó la gloria del Señor.

7 El Señor dijo a Moisés:

8 -Toma el bastón y reúne a la comunidad. Cuando esté reunida, ordenad a la roca tú y tu hermano Aarón que dé agua, y harás brotar para ellos agua de la roca, y les darás de beber a ellos y a sus ganados.

9 Moisés tomó el bastón que estaba ante el Señor, como él le había ordenado,

10 convocó, junto con Aarón, a la comunidad delante de la roca y les dijo: -¡Oíd, rebeldes! ¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?

11 Entonces Moisés alzó el brazo y golpeó dos veces la roca con el bastón. Brotaron de ella aguas en abundancia, y bebieron todos, junto con sus ganados.

12 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: -Por no haber creído en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros quienes introduzcan a este pueblo en la tierra que yo le doy.

13 Éstas son las aguas de Meribá (es decir, de la Querella), donde los israelitas se querellaron con el Señor y él les mostró su santidad.

 

*•• Prosiguiendo el camino del pueblo de Israel por el desierto, según la narración sacerdotal del libro de los Números, nos encontramos con un conocido episodio del que también se habla en Ex 17,1-17. Es diferente el lugar: aquí se trata de Cades, donde fue sepultada María; según la versión del libro del Éxodo, fue Masa y Meribá, literalmente el lugar de la murmuración y de la prueba. Los dos caudillos, Moisés y Aarón, tienen que vérselas con las murmuraciones del pueblo: esta vez, después de aquella otra relacionada con el maná, la murmuración está relacionada con la subsistencia del pueblo por la falta de agua, cosa obvia en el largo trayecto que recorrieron por el desierto. De nuevo aparecen lamentaciones y maldiciones, la insoportable acusación contra los dos jefes que les llevaron al desierto, aunque en realidad la protesta va dirigida contra YHWH.

También esta vez se dirigen Moisés y Aarón al Señor, presente en la tienda del encuentro, lugar visible de la presencia y la proximidad de Dios. También esta vez el Dios condescendiente y compañero de viaje ofrece un remedio milagroso a la sequía: ordena a Moisés que golpee la roca con el bastón y brota de ella agua en abundancia tanto para el pueblo como para el ganado. Pero, esta vez, al episodio de Ex 17,1-17 se le añade un detalle: la duda de Moisés y de Aarón al ejecutar la orden del Señor (aunque el texto no lo diga de una manera explícita).

Se habla, en efecto, del castigo por su incredulidad y se anticipa ahora la suerte futura de Moisés y de Aarón: no entrarán en la tierra prometida. La conclusión de este episodio, señalada por el texto en el v. 13, es importante: los israelitas se han atrevido a contender con su Dios, pero éste es un Dios santo y fiel.

Pablo recuerda la lección enlazando el episodio del maná y el del agua de la roca, y los aplica a la vida cristiana: «Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual; [...] Sin embargo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios y fueron por ello aniquilados en el desierto» (1 Cor 10,3-5). Se trata de una invitación a permanecer fieles al Señor hasta el final.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: -Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: -¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

 

**• Este fragmento evangélico contiene el conocido e importante texto de la confesión de Pedro. Se desarrolla en cuatro momentos, con una fuerte tensión entre ellos. El primero está constituido por la pregunta de Jesús; el segundo, por las respuestas de los apóstoles y de Pedro, que se erige en portavoz de los discípulos con su acto de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. Viene, a continuación, la solemne promesa hecha a Pedro y, en él, a quien le suceda a la cabeza de la Iglesia. Todo concluye con un episodio de lo más enigmático: al oír las palabras de Jesús referentes a su suerte futura, Pedro, al que poco antes Jesús le había dirigido palabras de revelación de gran honor y responsabilidad, quiere disuadir al Maestro de ese destino y recibe de éste un reproche con palabras duras: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo» (v. 23).

He aquí algunas indicaciones para realizar una lectura fructuosa de este conocido pasaje. El marco en el que se desarrolla este episodio es, según muchos exégetas, Banias, lugar situado en las fuentes del Jordán, donde se encuentra una gran roca, evocada por Jesús en la frase que dirige a Pedro. Este último aparece aquí, tal como ocurre en otros episodios del evangelio, como el «corifeo», como el portavoz de la fe de los apóstoles. Las palabras de la confesión son esenciales, y contienen los títulos de Jesús: Mesías e Hijo de Dios (cf. v. 16). Las palabras de la respuesta de Jesús, que son fruto de la gracia del Padre, son solemnes: expresan el aprecio de la confesión del jefe de los discípulos y el cambio del nombre: de piedra, «Pedro». Y, sobre todo, contienen una serie de promesas expresadas con palabras constitutivas: sobre Pedro y sobre la roca de su fe edifica Jesús la casa, el templo de su asamblea o Iglesia (qahal en hebreo, ekklesía en griego). Hay aquí una referencia al nuevo templo {«edificaré»: v. 18) donde se reúne la nueva asamblea del Señor. Por consiguiente, Pedro es el fundamento y centro de la unidad y la comunión. Ahora bien, Pedro, a su vez, tiene como fundamento a Cristo, pues es Cristo el centro de la comunión eclesial.

El teólogo ortodoxo S. Boulgakov, muy cercano a la Iglesia católica, decía de este texto que su significado pleno se encuentra en la Iglesia católica, y la única razón que garantiza de hecho la existencia de la Iglesia católica es este texto. Ahora bien, a Pedro, en su confesión de fe, Jesús le pide fidelidad y la aceptación de su destino de cruz y de gloria.

 

MEDITATIO

Los dos episodios bíblicos de los que hemos intentado realizar una breve lectura exegética se desarrollan entre la murmuración, el acto de fe y la duda. Sin embargo, su lectura suscita reflexiones, meditaciones, contrastes, acercamientos. Por una parte, encontramos un pueblo decididamente en rebelión contra Moisés, pero también contra Dios.

La prueba y la murmuración, la tentación y la sublevación afectan asimismo a los sentimientos más humanos y se difunden como un contagio, como una peste, entre la población. Con todo, Dios es siempre paciente con nosotros y deja que la tentación nos pruebe y nos provoque, por eso pedimos en el Padrenuestro que no caigamos en la tentación y, en última instancia, que Dios no nos someta a la prueba, que es también un momento de verdad. También esta vez nos da Dios una respuesta válida, aunque pasajera, como hace en nuestra vida. No permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.

Por otra parte, la confesión de fe de Pedro nos coloca en la dirección apropiada de nuestra adhesión a Cristo, hijo del Dios vivo. En torno a la fe de Pedro y a la de sus sucesores nos convertimos en Iglesia, asamblea de Dios, fundamentada en la fe en Cristo. Debemos creer en la Iglesia y no sólo a la Iglesia. Creer en la Iglesia es acogerla como un don de Cristo y amarla; sentir con la Iglesia es también sentirla como algo nuestro, como algo vivo. A través de las vicisitudes del tiempo, debemos sufrir por la Iglesia y, si hiciera falta, sufrir a causa de la Iglesia. Sin perder nunca de vista al Señor de la Iglesia, sin poner como prioridad sólo a la Iglesia del Señor.

 

ORATIO

Somos con frecuencia, Señor, como el pueblo de Israel en el desierto, dispuestos a murmurar contra ti, superficialmente nostálgicos respecto a lo que hemos dejado a la espalda con nuestra conversión, nuestro bautismo, nuestra vocación eclesial. Nos espanta el futuro y no nos fiamos suficientemente de tus planes de salvación. Sin embargo, tu Palabra es una palabra que invita no sólo a creer, sino también a esperar, porque es palabra de promesa.

Concédenos el valor de confesar tu nombre de Mesías e Hijo del Dios vivo. En medio de las borrascas de la vida, en las incertidumbres, haznos recordar las promesas que hiciste a tu Iglesia. Una Iglesia que puede ser una barca traqueteada por las olas de las tempestades, pero siempre roca firme que tiene en ti, Señor de la Iglesia, su fundamento y su piedra angular. Concédenos, sobre todo, creer en ti incluso cuando te manifiestas y te proclamas Mesías crucificado y te revelas así en nuestra vida. Concédenos también saber esperar, con confianza, en tus promesas, hasta ese tercer día de la vida en el que tú, Señor victorioso, te muestras siempre fiel.

 

CONTEMPLATIO

No debemos sentirnos turbados cuando nos damos cuenta de que estamos sumergidos en las tinieblas, sobre todo si no sabemos la causa. Considera que esas tinieblas que te recubren te han sido dadas por la divina providencia, por razones que sólo Dios conoce. Algunas veces, en efecto, nuestra alma, anegada, es engullida por las olas. Tanto si nos dedicamos a la lectura de la Escritura como a la oración, hagamos lo que hagamos estamos encerrados cada vez más en las tinieblas. Ahora mismo el alma está llena de desesperación y miedo. La esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado por completo el alma. Ahora está llena de vacilación y de angustia.

Pero los que han sido probados por la turbación de una hora como ésta saben que a ella le sigue, finalmente, un cambio. Dios nunca deja durante todo un día al alma en ese estado, porque eso destruiría la esperanza [...]. Hay un tiempo para la prueba. Y hay un tiempo para el consuelo (Isaac de Nínive, Discorsi ascetici, 57, citado en O. Clément, Alie fonti con i Padri, Roma 1987, p. 184).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Abandonarse en Dios proporciona a nuestro corazón el reposo de las angustias del mundo, nos libera de la agitación del alma y del sufrimiento de los deseos insatisfechos. Nos da la calma, la tranquilidad y la paz [...]. El abandono en Dios impide al alma vagar por caminos lejanos, unos caminos que extenúan el cuerpo y abrevian la vida. Por esos caminos, en efecto, se consuman las fuerzas y el hombre avanza hacia la muerte. Abandonarse en Dios libera al alma y al cuerpo de las acciones difíciles, de las empresas fatigosas [...]. El que se ha abandonado del todo en Dios busca, entre os medios que procuran la subsistencia, sólo lo que puede proporcionarle un mayor reposo al cuerpo, el honor que se debe a sí mismo, la libertad del espíritu, el espacio necesario para practicar la religión, con la certeza de que esos medios nada añaden o quitan si no es por voluntad de Dios. Abandonarnos en Dios nos proporciona, por último, alegría en todas las situaciones en las que Dios se complace poner al hombre, aunque sean contrarias a su inclinación natural. Nos brinda la certeza de que Dios no nos hace más que bien en todas las cosas, como una madre que da el pecho a su hijo y lo lava aunque chille. Ésta es la imagen que sugiere el rey profeta: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre» (Bahya Ibn Paqüda, Le devoir du cceur, París 1972, pp. 252ss).

 

 

Día 6

Transfiguración del Señor

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue  introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y ví venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

*•• Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la obra de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.

Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).

Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.

 

O bien, la Segunda lectura: 2 Pedro 1,16-19

Queridos:

16 Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza.

17 Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».

18 Y ésta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo.

19 Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísima, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones.

 

**• Pedro y sus compañeros han contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de una gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías a las que Jesús da cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria {cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.

 

Evangelio: Mc 9, 2-10 
2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos,

3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.

4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.

5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»;

6 - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -.

7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.»

8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.»

 

*» Marcos conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos:  «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.» (9,1). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (9,2). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elías, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que han forjado y sostenido la fe del pueblo.

Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, una voz revela la identidad absolutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Marcos presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su radiante vencedor (v. 9).

  

MEDITATIO

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

 

ORATIO

Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.

Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.

Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.

 

CONTEMPLATIO

Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable».

Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elías, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado.

Nacido de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor,  Señor, y envuelto por la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con él. De ahí que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997).

 

 

 

Día 7

Sábado de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 6,4-13

En aquellos días, habló Moisés al pueblo diciendo:

4 Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.

5 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

6 Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo.

7 Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o levantado;

8 átalas a tu mano como signo, ponías en tu frente como señal,

9 escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas.

10 Cuando el Señor, tu Dios, te haya introducido en la tierra que ha de darte según juró a tus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob, una tierra con grandes y hermosas ciudades que tú no edificaste,

11 con casas repletas de toda clase de bienes que tú no llenaste, con cisternas excavadas que tú no excavaste, con viñas y olivos que tú no plantaste, entonces comerás y te saciarás.

12 Cuídate de no olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.

13 Respetarás al Señor, tu Dios; a él le servirás y en su nombre jurarás.

 

*•»> «Shema Yisra'el: 'Adonay 'Hohénü, 'Adonay ehadh...» Éste es uno de los textos más sagrados y más conocidos del Antiguo Testamento, la confesión de fe que Moisés enseña de los mismos labios de Dios al pueblo elegido. Son unas frases que todo judío piadoso debe decir tres veces al día, vuelto hacia Jerusalén. Unas palabras sagradas que acompañan la vida cotidiana del pueblo de la alianza y que fueron repetidas por millones de judíos en su triste peregrinación hacia la muerte en los hornos crematorios...

Primera afirmación: invitación a la confesión de fe en Dios, «nuestro Dios», «uno». De ahí se sigue, como consecuencia teológica más que lógica -porque se trata de algo vital, divino-, que debemos poner a Dios en el primer lugar, amándole «con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

La importancia de Dios en la vida del israelita piadoso, la fuerza educativa y ética de sus preceptos, se ponen aún más de relieve en los versículos siguientes. Éstos dibujan algo así como el habitat de su vida: definen la atmósfera vital en la que está inmerso, el tema sagrado del que tiene que hablar siempre, la conciencia que debe mantener día y noche, en casa y en el trabajo. Es un precepto que se convierte en proyecto educativo para los hijos. Y para que no se le olvide, el israelita piadoso materializa, por así decirlo, la exhortación de Moisés escribiendo los sagrados preceptos en las jambas de la puerta de casa. De esta severa amonestación procede asimismo el uso de llevar escritos en una cajita, sobre la frente y sobre los brazos, junto al corazón, los preceptos del Señor.

Y, como fondo, una promesa, no realizada todavía pero que se convierte en motor de esperanza para transformarse, a continuación, en memoria perenne: los dones de la tierra prometida. Y en un signo de fidelidad: el temor de Dios, su servicio, la proclamación de la alianza en su nombre.

 

Evangelio: Mateo 17,14-20

En aquel tiempo,

14 cuando llegaban a donde estaba la gente, se acercó un hombre, que se arrodilló ante Jesús,

15 diciendo: -¡Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene ataques y está muy mal! Muchas veces se cae al fuego y otras al agua;

16 se lo he traído a tus discípulos, pero no han podido curarlo.

17 Jesús respondió: -¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo aquí.

18 Jesús le increpó, y el demonio salió del muchacho, que quedó curado en el acto.

19 Después, los discípulos se acercaron en privado a Jesús y le preguntaron: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

20 Él les dijo: -Por vuestra falta de fe; os aseguro que si tuvierais una fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este monte: «Trasládate allá», y se trasladaría; nada os sería imposible.

 

*•• Estamos ante un típico fragmento evangélico que presenta una vez más a Jesús en su actividad milagrosa curadora, aspecto que produjo un fuerte impacto en las primeras comunidades cristianas. Éstas, inmersas en el ambiente judío y pagano, exaltaron la figura de Cristo como médico. Aquí se trata de un caso especial. La enfermedad reviste formas patológicas de carácter psíquico, achacables, por consiguiente, a fuerzas malignas y superiores que no es difícil atribuir en este contexto religioso a la acción de Satanás, el enemigo de Dios y, por tanto, enemigo del hombre.

Para nuestra mentalidad científica, los síntomas descritos por el padre de este desgraciado muchacho presentan las características de una crisis de epilepsia. Jesús aparece una vez más, como sucede con frecuencia en estas primicias de su evangelización, en contraste implacable con el diablo, origen del mal y de todos los males.

La indicación de que los discípulos no han conseguido curar al muchacho sirve para dejar bien claro que Jesús cuenta con una evidente superioridad sobre ellos. Para estar a la altura de Jesús, para realizar sus mismos milagros, es preciso contar con una fe auténtica, fuerte, que permite a los discípulos identificarse con él, con su persona, su misión y su fuerza. Sin embargo, su fe es todavía débil e insuficiente. Jesús, con unas palabras que tienen el sabor de la retórica y el lenguaje típicamente orientales, les invita a mostrarse atrevidos a la hora de pedir, a creer en su poder, hasta el absurdo. Les pide una fe capaz de trasladar montañas; y, en primer lugar, las de sus propios corazones.

 

MEDITATIO

La confesión del Dios vivo y único no es sólo una afirmación abstracta de la presencia de Dios y de su exclusiva calidad divina, frente a los muchos pequeños ídolos que pululan en nuestra sociedad, del mismo modo que pululaban en aquel tiempo en los pueblos junto a los que vivía Israel; la profesión de fe exige asimismo un compromiso de vida y, por consiguiente, incluye el reconocimiento de la exclusividad de Dios en la vida de todo creyente. Al Dios uno y único pertenecen el corazón, el alma, las fuerzas. Esta relación totalizadora y personal proporciona a la vida una relación viva, de alianza, una presencia que lo contagia todo. La vida de fe no es un cúmulo de actos de religiosidad, sino una relación viva y personal, una adhesión constante a un designio divino.

Desde este punto de vista, la densidad de la fe del pueblo de Israel también es motivo de estupor para nosotros los cristianos. Y nos resulta ejemplar el comportamiento de tantos «hermanos mayores» nuestros que viven este monoteísmo intenso y profundo de relación con Dios. Eso significa que Dios está en el primer puesto, y la opción por Dios como tarea prioritaria de los cristianos, incluso en medio de nuestra sociedad. Junto con esta pasión por Dios, que es celo por él, se lanza a todos una invitación para que no dejen de lado a Dios en la vida.

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, de Moisés y de los profetas -título que indica su presencia y su fidelidad en sus vidas- es, para nosotros, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. En efecto, en el Hijo y en su resurrección se revelan toda la fuerza, la ternura y la paternidad de nuestro Dios y de cuanto Jesús nos ha dicho y revelado de él. Él confirmó estas palabras del Antiguo Testamento y las vivió hasta el final. Jesús confiesa en la cruz al Padre y nos lo revela hasta el fondo. Ésta es la fe que mueve montañas, la adhesión total que comienza moviendo con fuerza las montañas del corazón que se interponen entre nuestro egoísmo y la realidad del Dios vivo.

 

ORATIO

Dios de nuestros padres en la fe, Dios de la creación, de la pascua, de la alianza, queremos tener la fe sencilla de tu pueblo, Israel, el pueblo de la antigua alianza. Quisiéramos ser cada uno de nosotros un «Shema' Yisra'el» vivo, a fin de proclamar a todos, con la pasión de los profetas y de los santos, que tú eres el único, que eres santo.

Cuando vemos que generaciones enteras de personas en nuestro siglo no han tenido una adecuada transmisión de la fe en ti, reconocemos la fuerza pedagógica de tu Palabra para el pueblo de la alianza. También hoy, ante esa indiferencia generalizada que se respira a nuestro alrededor, sentimos el mismo celo de los apóstoles a la hora de darte a conocer, de dar a conocer tu designio de amor, tu pasión por una humanidad necesitada del más profundo sentido religioso de la vida. Una humanidad enferma en el cuerpo y en el espíritu, a la que tú le sales al encuentro como médico divino.

Concédenos la fuerza de tu Espíritu, el único que puede hacer que te amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Tú, el Dios santo y único. Tú, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

 

CONTEMPLATIO

Y para haber ahora de tratar de la noche y desnudez activa desta potencia, para enterarla y formarla en esta virtud de la caridad de Dios, no hallé autoridad más conveniente que la que se escribe en el Deuteronomio, capítulo 6 (v. 5), donde dice Moisés: amarás a tu Señor Dios con todo corazón, con toda tu ánima y con toda tu fortaleza, en la cual se contiene todo lo que el hombre espiritual debe hacer y lo que yo aquí le tengo de enseñar para que de veras llegue a Dios por unión de voluntad por medio de la caridad; porque en ella se manda al hombre que todas las potencias y apetitos y operaciones y afecciones de su alma emplee en Dios, de manera que toda la habilidad y fuerza del alma no sirva más que para esto, conforme a lo que dice David, diciendo: Fortitudinem meam ad te custodiam (Sal 58,10).

La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es gobernado por la voluntad. Pues cuando estas potencias, pasiones y apetitos enderezan en Dios la voluntad y la desvían de todo lo que no es Dios, entonces guarda la fortaleza del alma para Dios, y así viene a amar a Dios de toda su fortaleza. Y para que esto el alma pueda hacer, tratemos aquí de purgar la voluntad de todas sus afecciones desordenadas, de donde nacen los apetitos, afectos y operaciones desordenados, de donde le nace también no guardar toda su fuerza a Dios. Estas afecciones o pasiones son cuatro, a saber: gozo, esperanza, dolor y temor. Las cuales pasiones, poniéndolas en obra de razón en orden a Dios, de manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela sino de lo que a esto tocare, ni tema sino sólo a Dios, está claro que enderezan y guardan la fortaleza del alma y su habilidad para Dios, porque cuanto más se gozare el alma en otra cosa que en Dios, tanto menos fuertemente se empleará su gozo en Dios, y cuanto más esperare otra cosa, tanto menos espera[rá] en Dios; y así de las demás (Juan de la Cruz, «Subida del Monte Carmelo», 1, 3, capítulo 16, lss, en Obras completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 141994, p. 426).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo te amo, Señor, fuerza mía» (Sal 17,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los fragmentos del Stema' constituyen el núcleo esencial y el elemento más antiguo de la oración cotidiana de la mañana y de la noche del pueblo de Israel. La ley oral comienza con la obligación de recitar cada día el Shema'. Para pronunciar esta oración se requiere el mayor fervor [...]. El Stema' ocupa el primer lugar porque proclama la unidad de Dios, nuestro amor por él, así como nuestro deber de reconocerle a través del estudio [...]. Si el amor y la justicia, la alegría y la angustia, el fasto y la miseria, la vida y la muerte provienen de la misma fuente, si todo lo que somos, poseemos y queremos, nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro poder, deriva del mismo amor, que da y recibe, del amor del Ser Uno y único, de él solo, entonces le pertenecemos de verdad. Le pertenecemos con todo nuestro ser, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas [...]. Ésta es la razón de que la continuación sea: «Amarás». Nuestra religión no es una visión conceptualista del mundo o una filosofía abstracta, sino que nos enseña el imperativo del deber y nos proporciona la consigna de la conducta moral: nos ordena amar a Dios y servirle con toda la más variada riqueza de nuestra vida y de nuestro ser. El hombre se entrega directamente al Dios Uno y único, se entrega sin divisiones y sin reservas, y precisamente esta entrega de sí mismo es lo que hace del hombre una personalidad armoniosa y sin contradicciones interiores (E. Munk, // mondo delle preghiere, Roma 1992, pp. 101-103).

 

 

Día 8

  19° domingo del tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,4-8

En aquel tiempo,

4 Elías se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía: -¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados.

5 Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo: -Levántate y come.

6 Elías miró y vio a su cabecera una hogaza cocida, todavía caliente, y un vaso de agua. Comió, bebió y se volvió a dormir.

7 De nuevo, el ángel del Señor le tocó y le dijo: -Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo.

8 Él se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

 

*» En tiempos de Elías reinaba Ajab en Israel: el soberano «ofendió con su conducta al Señor más que todos sus predecesores. No contento con imitar los pecados Jeroboán, hijo de Nabat, se casó con Jezabel, hija de Etbaal -un sacerdote de Astarté-, rey de los sidonios, y dio culto a Baal, adorándolo» (1 Re 16,30ss). A causa de la idolatría que se había extendido en el pueblo, Dios, por boca de Elías, anuncia y envía tres años de sequía.

La lluvia vuelve sólo después de que Elías haya avergonzado a los profetas de Baal, mostrando que hay realmente un solo Dios. Jezabel jura vengarse de Elías y le amenaza de muerte: «Elias se llenó de miedo y huyó para salvar su vida» (1 Re 19,3).

Como hiciera Moisés, tras la enésima lamentación del pueblo, se desahoga con el Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso lo he concebido yo [...]? Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí. Si me vas a tratar así, prefiero morir» (Nm 11,11-12.14-15). Elías acaba de comer y pide quedarse solo, alejado también de su criado (1 Re 19,3): no le queda otra cosa más que la invocación desesperada de la plegaria. Huye al desierto del sur para salvar su propia vida; sin embargo, una vez llegado allí, ora, paradójicamente, pidiendo la muerte: en su comportamiento se puede vislumbrar una particular ambivalencia.

La intervención del ángel produce un vuelco de la situación: el enviado de Dios no le habla de huida o de muerte, sino de «levantarse, comer y caminar» (vv. 5.7). Elias continúa huyendo (en efecto, Dios le preguntará: «¿Qué haces aquí, Elias?», deberías encontrarte en Israel), pero la hogaza que recibe es «pan del cielo» (Sal 104,40); el agua recuerda a la recibida como don por Israel cuando acababa de salir de Egipto (Ex 15; 17); los cuarenta días y las cuarenta noches recuerdan el tiempo transcurrido en el desierto antes del don de la tierra prometida; «el monte de Dios, el Horeb» (v. 8), hacia el que Elías se pone a caminar, es el lugar de las teofanías experimentadas por Moisés pero ahora ya no se trata de una fuga, sino de un éxodo que le conducirá al encuentro con Dios (1 Re 19,9-18).

 

Segunda lectura: Efesios 4,30-5,2

Hermanos:

30 no causéis tristeza al Espíritu Santo de Dios, que es como un sello impreso en vosotros para distinguiros el día de la liberación.

31 Que desaparezca de entre vosotros toda agresividad, rencor, ira, indignación, injurias y toda suerte de maldad.

32 Sed más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

5,1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos.

2 Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.

 

*»• ¿Le es posible a un hombre «hacer del amor la norma de su vida» {cf v. 2)? Sí, gracias al hecho de haber recibido como don en el bautismo el sello del Espíritu Santo que había sido prometido (cf. Ef 1,13; 4,30): es ésta una «idea fija» de la carta a los Efesios. El Espíritu se hace presente de un modo tan personal y respetuoso de la libertad que las decisiones del cristiano pueden «causarle tristeza» (v. 30). En el orden concreto, las cosas que disgustan al Espíritu enumeradas en el pasaje son aspectos que podemos encontrar en otros pasajes del Nuevo Testamento (por ejemplo, en Rom 1,29-31; Gal 5,19-21) o incluso en las obras helenísticas de tema moral. La «maldad» es la raíz que provoca toda división y todo mal; vibra interiormente en la «agresividad, rencor, ira»; se precipita contra los hermanos con la «indignación » y las «injurias» (v. 31). En este contexto se refiere Pablo, de modo particular, a los vicios que resquebrajan la vida comunitaria.

El crecimiento de la caridad pasa de la «bondad» a la «compasión» y a la cumbre del «perdón mutuo» (v. 32).  Entre las quince características de la caridad citadas en el «Himno a la caridad» (1 Cor 13,4-7), hay ocho negativas (lo que no hace la caridad: «No tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia») y otras seis que tienen que ver con la caridad en acción: «Todo lo aguanta» («es paciente y bondadosa [...] Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta»). ¿Qué es lo específico del perdón cristiano, dónde está el límite ante el que podríamos pretender detenernos? «A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida [literalmente, el metro] del don de Cristo» (Ef 4,7); «Los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Y vosotros «sed misericordiosos como también es misericordioso vuestro Padre» (Lc 6,36; cf. Mt 5,48). Así es para Juan (cf. 1 Jn 3,16), para Pablo (cf. Gal 2,20), para cada cristiano que quiera ser causa de alegría para el Espíritu Santo.

 

Evangelio: Juan 6,41-51

En aquel tiempo,

41 los judíos comenzaron a murmurar de él porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo».

42 Decían: -Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?

43 Jesús replicó: -No sigáis murmurando.

44 Nadie puede aceptarme si el Padre, que me envió, no se lo concede, y yo lo resucitaré el último día.

45 Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí.

46 Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.

47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna.

48 Yo soy el pan de la vida.

49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron.

50 Éste es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.

51 Jesús añadió: -Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

 

**• Las precedentes revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «yo he bajado del cielo» (v. 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que empieza a murmurar y se muestra hostil. Es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerle como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una discusión inútil con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre su dureza de corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.

La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios a la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es la escucha del Padre (v. 45b). Estamos frente a la enseñanza interior del Padre y a la de la vida de Jesús, que brota de la fe obediente del creyente a la Palabra del Padre y del Hijo.

Escuchar a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere es la de dejarse atraer por él escuchando con docilidad su Palabra de vida. Aquí es donde precisa el evangelista la relación entre fe y vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «el que come» de Jesús-pan no muere. Es Jesús, pan de vida, el que dará la inmortalidad a quien se alimente de él, a quien interiorice su Palabra y asimile su vida en la fe.

 

MEDITATIO

No es raro oír la expresión: «¡Basta, no puedo más!». La vida, en determinados momentos, es verdaderamente dura. ¿Y quién la siente difícil, desagradable, insoportable durante años y años? La experiencia de Elías está presente como nunca en la condición humana, especialmente en los que se toman en serio la tarea a favor o en apoyo de los otros que les ha sido confiada: «¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados».

Esta experiencia, típica de la condición humana, marcada por el límite y por la precariedad, por la vulnerabilidad y por la fragilidad, puede ser el comienzo de una invocación que se abre al misterio de Dios. Dios quiere que sus hijos tomen conciencia de que él está presente en sus vidas. Elías le mandó un ángel con un pan; a nosotros nos envía a su Hijo, que se hace pan de vida, pan para nuestra vida, pan para sostenernos en el camino, pan para no dejarnos solos en las misiones difíciles.

El pan que nos ofrece contiene todas las atenciones que tiene con nosotros. Es el punto de llegada de la acción creadora del Padre, de la obra de reconstrucción llevada a cabo por el Hijo; es pan siempre tierno por la obra del Espíritu. Ese pan es memorial de una historia infinita de amor: con él también nos sostiene, nos alienta, nos invita a reemprender el camino, con el mismo corazón y la misma audacia recordada y encerrada en el pan de vida.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mi mente para que pueda comprender que la eucaristía es «memorial de la muerte del Señor». En ese pan has puesto «todo deleite», porque en él has puesto toda tu historia de amor conmigo y con el mundo. Con ese pan quieres recordarme todo el amor que sientes por mí, un amor que ha llegado a su cumbre insuperable en la muerte y resurrección de tu Hijo, de suerte que yo no pueda dudar ya nunca.

Oh Señor, ese pan que recibo con tanta ligereza contiene verdaderamente todo tu amor por mí, contiene el recuerdo de tus maravillas y la cumbre de las maravillas de tu amor. Y contiene asimismo el recuerdo de que este amor tuyo te ha costado mucho y me sugiere que, si deseo amarte a ti y a mis hermanos, no debo reparar en costes.

Refuerza mi pequeño corazón, demasiado pequeño para comprender; ilumínale sobre los costes del amor, para que no se desanime, para que se reanime, reemprenda el camino, no se achique y esté seguro de que contigo y por ti vale la pena caminar y sudar aún un poco, especialmente cuando tenemos que desarrollar tareas delicadas. ¡Todavía un poco, que la meta no está lejos!

 

CONTEMPLATIO

Los que, cayendo en las insidias que les tienden, han tomado el veneno extinguen su poder mortífero con otro fármaco. Así también, del mismo modo que ha entrado en las vísceras del hombre el principio mortal, debe entrar asimismo en ellas el principio saludable, a fin de que se distribuya por todas las partes de su cuerpo la virtud salvífica. Dado que habíamos probado el alimento disgregador de nuestra naturaleza, tuvimos necesidad de otro alimento que reúna lo que está disgregado, para que, entrado en nosotros, obre este medicamento de salvación como antídoto contra la fuerza destructora presente en nuestro cuerpo. ¿Y qué es este alimento? Ninguna otra cosa que aquel cuerpo que se reveló más potente que la muerte y fue el comienzo de nuestra vida (Gregorio de Nisa, La gran catequesis, 37, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo» (1 Re 19,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico... es la historia de la vida de cada día que llena los periódicos y las pantallas de los televisores [...]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible.

¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino [...] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo (H. J. M. Nouwen, La forza delta sua presenza, Brescia 52000, pp. 82ss).

 

Día 9

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), patrona de Europa

       Nació de padres judíos en Breslau el año 1891. Estudió filosofía en Breslau y Gottinga, se hizo discípula de Husserl y al clasificar los escritos de A. Reinach conoció a su viuda, fervorosa cristiana. En 1921 leyó la biografía de santa Teresa de Ávila. Tras haber buscado durante largo tiempo la verdad, recibió el don de la fe y se convirtió a la Iglesia católica. Recibió el Bautismo el día 1 de enero de 1922. Desde ese momento, sirvió a Dios ejerciendo su oficio de profesora y publicando obras filosóficas. En 1933 ingresó en las Carmelitas Descalzas de Colonia y cambió de nombre. Impelida a ausentarse de su patria a causa de la persecución de los judíos, fue acogida en el convento de las Carmelitas de Echt (Holanda) en diciembre de 1938. Fue detenida por la Gestapo el 2 de agosto de 1942 y deportada al campo de concentración de Auschwitz (Polonia). Allí murió el 9 de agosto de 1942 en la cámara de gas. Juan Pablo II la canonizó en 1998, y la nombró copatrona de Europa en 1999.- Oración: Dios de nuestros padres, que guiaste a tu mártir santa Teresa Benedicta al conocimiento de tu Hijo crucificado y a imitarle hasta la muerte, concédenos por su intercesión que todos los hombres reconozcan en Cristo a su Salvador y, por medio de Él, puedan contemplarte para siempre. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. 

 

Primera Lectura: Oseas 2, 16b 17de. 21-22

16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
17 Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto.
18 Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: "Marido mío", y no me llamará más: "Baal mío."
19 Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre.
20 Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia del campo, con el ave del cielo, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré lejos de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,
22 te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.

 

Evangelio: Mateo 25, 1-13

 1 «Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio.

2 Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes.

3 Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite;

4 las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.

5 Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron.

6 Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!"

7 Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.

8 Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan."

9 Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis."

10 Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!"

12 Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco."

13 Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

 

++** El tema principal de esta parábola es la necesidad de estar preparados en todo tiempo como hijos de Dios para la llegada del Señor Jesucristo desde los cielos, para traer el juicio a las naciones, y la entrada culminante al reino eterno. La identificación de las diez vírgenes, cinco de ellas prudente y cinco insensatas, es clave para ir aclarando el propósito de la parábola. Las cinco prudentes representan aquellos que hacen la voluntad de Dios esperando el novio, acorde al mandamiento dado por el Señor Jesucristo, y las cinco insensatas son los que no están preparados para la venida del Señor, pues se quedan estancados en no hacer la voluntad de Dios.

       El Señor Jesucristo en el episodio de la tentación que vivió en el desierto, nos enseña que la fortaleza espiritual, viene por el pan diario, la palabra de Dios, pero si pensamos que fuimos a la iglesia el domingo, y lo que recibimos nos sostendrá hasta el próximo, entonces nuestra mente y corazón no se prepara para los días de la semana, y no soportamos la tentación; aunque todas las vírgenes se durmieron en la parábola, lo que se enfatiza en su preparación para la boda; es exactamente lo que nuestro Salvador nos llama a que comamos diariamente del pan de vida, para poder resistir, soportar, aguardar con paciencia hasta la venida de nuestro Señor y Salvador desde el cielo, con sus ángeles en llama de fuego.

 

**• Santa Teresa Benedicta de la Cruz, su nombre como monja carmelita, siempre buscó, siempre esperó con ansia al Esposo, del que nos habla el evangelio de hoy. Desde su fe judía, poco a poco, se fue acercando al catolicismo. En el verano de 1921, cayó en sus manos la autobiografía de Teresa de Ávila. Después de leerla durante toda la noche, afirmó: “Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad”. Y después de un cierto tiempo, ingresó en las carmelitas contemplativas.

¿Cómo podemos leer los cristianos de hoy esta parábola del reino de Dios y las diez doncellas? Hace tiempo que el Esposo, que Cristo Jesús ha llegado a nuestra vida, nos ha seducido, nos ha invitado a seguirle, hemos prometido seguirle donde quiera que vaya. Lo nuestro, cada mañana, al despertar la aurora, es mantenernos en contacto con él, agudizar nuestro oído para escuchar sus palabras de vida, es abrirle, más y más, nuestro corazón, para que se apodere de él, y sea el rey y señor de nuestra vida, el que rija y dirija nuestro pasos.

Edith Stein, posteriormente Teresa Benedicta de la Cruz, nació en la ciudad alemana de Breslavia el 12 de octubre de 1891. Falleció en Auschwiitz el 9 de agosto de 1942. Juan Pablo II la canonizó el 11 de octubre de 1998. Es copatrona de Europa

MEDITATIO

Jesús no buscó para sí, durante su vida, cargos públicos ni puestos de prestigio, tampoco se dejó impresionar por los títulos honoríficos de la gente que tenía delante, ni por su experiencia, ni por los años, ni por las canas: miraba a cada hombre a los ojos sin ninguna timidez, leía hasta el fondo sus pensamientos e intenciones.

Jesús, para liberarnos de todo desvarío de grandeza y permitirnos construir verdaderas comunidades, nos indicó el camino del hacernos niños, la vía de la infancia espiritual recorrida sabiamente por santa Teresa del Niño Jesús. Lo que une no es la habilidad real o presunta, sino la «pequeñez» acogida en el Hijo, el hacerse como niños los unos ante los otros y ante Dios. Hacerse como niños no es poner en marcha un proceso de involución, sino llevar a cabo un cambio radical, una conversión radical, en nuestro modo de ser ante Dios y ante los otros. Hacerse como un niño es hacer sitio a la confianza que el pequeño muestra frente a sus padres, a la serenidad y al optimismo con que mira al futuro. El niño se abre cada día, con una disponibilidad siempre fresca, a las nuevas experiencias. Hacerse como un niño es fiarse, no temer «enredos», no hacer cálculos, no preguntarse si y cuánto ganaremos. Hacerse como un niño es olvidar lo que hemos hecho y lo que hemos sufrido, no encerrarnos en nosotros mismos con resentimiento o malhumorados por las amarguras que hemos pasado. Lo que mantiene la unión no es el acuerdo impecable y perfecto, sino el perdón recibido y otorgado de manera constante.

Conseguir el corazón, la mente y los ojos de un niño se convierte realmente en una conquista. Y está fuera de duda que la vive de un modo más consciente y pleno precisamente quien ha vivido más, quien más se ha entregado, quien más ha sufrido. La comunidad se construye sobre todo cuando tiene en su centro, como valor absoluto, a aquel que se hizo el último y siervo de todos: al Señor crucificado, revelación del Dios amor que se hizo pequeño para acoger a los pequeños. Llegar a ser niños es una espiritualidad que puede crecer con los años.

 

ORATIO

Señor, ¿debo ser como un niño del evangelio? ¿Yo, Señor, a quien tanto gusta mandar y hacer que los otros se plieguen a mi voluntad? ¿Yo, que deseo ser el más grande? ¿Yo, que deseo tener siempre razón y obligar a los otros a callar para hacerme escuchar el primero?

¿Yo, que estallo de cólera para conseguir imponer mis caprichos? ¿Precisamente yo, Señor?

Tómame, Señor, como aprendiz, para llegar a ser un niño del evangelio. Enséñame tu mandamiento: a amar a Dios sobre todas las cosas y a servir al prójimo en primer lugar. Enséñame a estar atento a tu Palabra, que cambia la vida. Llévame lejos del orgullo y de la mentira. Instruye mi espíritu para que pueda buscarte y seguirte con todo el corazón. ¡Oh Señor, me gustaría tanto llegar a ser un niño del evangelio! (Ch. Singer - A. Hari, Incontrare Gesú Cristo oggi, Bolonia 1994 [edición española: Encontrar a Jesucristo hoy, Editorial Verbo Divino, Estella 1993]).

 

CONTEMPLATIO

Oh Dios, Padre, gracias por habernos revelado lo más profundo de tu ser, por habernos dicho que en ti no hay sólo potencia, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Sí, porque eres Padre, infinitamente Padre.

Nosotros no lo sabíamos antes, no podíamos-saberlo; ha sido necesario que nos enviases a tu Hijo para que lo  descubriéramos. Él se hizo niño y así pudo decirnos que nos hiciéramos como niños para formar parte de tu Reino.

Él, que era Dios, con una grandeza infinita, se hizo tan pequeño, tan humilde ante nosotros que sólo los ojos de la fe y los ojos de los sencillos lo pueden reconocer.

Vino como niño para hacer desaparecer todos nuestros miedos y poner dentro de nosotros tanto amor y confianza que pudiéramos abandonarnos felices como niños en tus manos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Creo cada vez más en el Evangelio, en su sencillez, y comprendo la preocupación con que hablaba Jesús a sus íntimos: «Si no os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos». Hacerse niños no es una cosa fácil para hombres minados por el orgullo como nosotros. Y por eso nos advirtió Jesús con tanta dureza: «No entraréis».

Sé que no seré creído, pero afirmo sin el menor asomo de duda que el comienzo en serio de la vida espiritual tiene lugar cuando el hombre lleva a cabo un auténtico acto de humildad, v, con frecuencia, la propedéutica de la fe en la mayoría de los nombres, o la maduración de la misma en otros, queda bloqueada, envenenada, torturada, prolongada al infinito por la incapacidad para llegar a ser niños y echarse en los brazos del misterio de Dios con un alma de chiquillo... Sí, hacerse pequeños, más pequeños aún, lo más pequeños posible: ése es el gran secreto de la vida mística.

Y cuando quedamos reducidos a un punto, sin más consistencia que la del alma que mira, o la del corazón que ama, entonces hemos de acostumbrarnos a invertir la posición, la eterna posición del orgullo, la difícil posición del yo que se cree siempre el centro del universo (C. Carretto, Al ai lá delle cose, Asís 251998 [edición española: Más allá de las cosas, Ediciones San Pablo, Madrid 1995]).

 

 

 

Día 10

San Lorenzo

 

Diácono de la Iglesia de Roma. Según la tradición, era de origen español, concretamente de Huesca. Sufrió el martirio durante la persecución del emperador Valeriano el 10 de agosto del año 258, cuatro días después que el papa Sixto II y sus otros diáconos. Acusado de administrar incalculables bienes, declaró ante los jueces que la única riqueza de la Iglesia eran los pobres, atendidos solícitamente con las limosnas de la comunidad cristiana. Fue condenado a morir a fuego lento en la parrilla, y hasta el último momento puso de manifiesto su entereza y buen humor. Su sepulcro y la basílica a él dedicada se hallan en el Campo Verano de Roma, en el cementerio que luego tomó su nombre, y su culto se difundió pronto en toda la Iglesia.- Oración: Señor Dios nuestro, encendido en tu amor, san Lorenzo se mantuvo fiel a tu servicio y alcanzó la gloria en el martirio; concédenos, por su intercesión, amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-10

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

 

*»• Son muchas las pobrezas humanas: espirituales, materiales, culturales, morales. Mas no hay ninguna a la que no pueda llegar y colmar la caridad. Dios mismo se muestra siempre espléndido, como fuente de su seno trinitario, en todo impulso dinámico y consiguiente fecundidad de frutos. La criatura se convierte en su instrumento.

Cuanto más da, más goza del amor divino, porque éste se trasvasará aún en mayor cantidad y se verterá en ella al encontrar una plena consonancia. Por eso recogerá con largueza: Dios mismo cultivará cuanto siembra y hará fructificar la obra del justo realizada con su amor.

 

Evangelio: Juan 12,24-26

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.

25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

 

**• Unirse al Hijo es entrar en la dinámica de amor que le hace una sola cosa con el Padre. «Servir» al Hijo significa «reinar» en él y con él en el corazón del Padre, y constituirá la complacencia de su paternidad divina.

Servir al Hijo es asociarse a él y a su obra redentora. Jesús no deja sobrentendidos a la exigencia de tal seguimiento: por amor al Padre y al hombre, el Hijo se entrega por completo, da su propia vida en una muerte destinada al misterio de una fecundidad que inserta la inmediatez histórica en un horizonte trascendente. También el discípulo se ve llamado así a perpetuar en el tiempo un acto de amor de valor eterno y divino.

 

MEDITATIO

Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo se presentó al juez con los pobres de Roma, declarando: «¡Aquí están los tesoros de la Iglesia!». De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que, invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de suave olor, porque un espíritu contrito es un sacrificio a Dios». El papa Dámaso (384) escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso mártir».

El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: «Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia, como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor» (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).

 

ORATIO

El Soberano y Señor te ha dado, oh mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmortales. Por eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, oh bienaventurado Lorenzo coronado.

Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso, archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, oh hombre de mente divina {de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).

 

CONTEMPLATIO

[San Lorenzo], como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia [la de Roma]. En ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. [...] Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.

También nosotros, hermanos, si amarnos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. [...]

Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. [...] Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar (Agustín de Hipona, Sermón 304).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El perfume agradable corresponde, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la dimensión estrictamente constitutiva de la teología del sacrificio. En Pablo, es expresión de una vida que se ha vuelto pura, de la que no se desprende ya el mal olor de la mentira y de la corrupción, de la descomposición de la muerte, sino el soplo refrescante de la vida y del amor, la atmósfera que es conforme a Dios y sana a los hombres. La imagen del perfume agradable está unida también a la del hacerse pan: el mártir se ha vuelto como Cristo; su vida se ha convertido en don. De él no procede el veneno de la descomposición del ser vivo por el poder de la muerte; de él emana la fuerza de la vida: edifica vida, del mismo modo que el buen pan nos hace vivir. Su entrega en el cuerpo de Cristo ha vencido el poder de la muerte: el mártir vive y da vida precisamente con su muerte y, de este modo, entra él mismo en el misterio eucarístico. El mártir es fuente de fe.

La representación más popular de esta teología eucarística del martirio la encontramos en el relato de san Lorenzo sobre la parrilla, que ya desde tiempos remotos fue considerado como la imagen de la existencia cristiana: las angustias y las penas de la vida pueden convertirse en ese fuego purificador que lentamente nos va transformando, de suerte que nuestra vida llegue a ser don para Dios y para los hombres (J. Ratzinger, Conferenza per ¡I XXIII Congresso eucarístico nazionale, Bolonia 1997).

 

 

Día 11

Santa Clara

 

Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido  comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 34,1-12

En aquellos días,

1 Moisés subió desde los llanos de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisga, enfrente de Jericó, y el Señor le mostró toda la tierra: desde Galaad hasta Dan.

2 Todo Neftalí, la tierra de Efraín y Manases, toda la tierra de Judá hasta el mar Mediterráneo,

3 el Négueb, el distrito del valle de Jericó, la Ciudad de las Palmeras, hasta Segor,

4 y le dijo: -Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob, diciendo: Se la daré a tu descendencia. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella.

5 Moisés, siervo del Señor, murió allí, en la tierra de Moab, como había dispuesto el Señor.

6 Lo enterraron en el valle, en tierra de Moab, enfrente de Bet Peor. Nadie hasta hoy conoce su sepultura.

7 Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían apagado sus ojos, ni se había debilitado su vigor.

8 Los israelitas lloraron a Moisés durante treinta días en los llanos de Moab, cumpliendo así los días de luto por su muerte.

9 Josué, hijo de Nun, estaba lleno de espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. Los israelitas le obedecieron, como el Señor había mandado a Moisés.

10 No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara.

11 Nadie ha vuelto a hacer los milagros y maravillas que el Señor le mandó hacer en el país de Egipto contra el faraón, sus siervos y su territorio.

12 No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha realizado las tremendas hazañas que él realizó a la vista de todo Israel.

 

*•• Las alturas del monte Nebo, desde donde se divisa el bellísimo y extenso panorama de la tierra prometida, se nos han vuelto familiares desde que, el 20 de marzo de 2000, Juan Pablo II, en su peregrinación jubilar a Tierra Santa, se asomó desde las alturas del templo dedicado a Moisés para conmemorar lo que hoy nos propone la Escritura. Por parte del Señor, que habla una vez más a Moisés, la tierra es como el sello de la fidelidad a él, al pueblo, pero también a los patriarcas que han recibido las promesas: Abrahán, Isaac, Jacob...

También en este momento se muestra Dios fiel a sí mismo y a sus propias palabras y promesas: «Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella» (v. 4b). A continuación, tiene lugar la muerte y la sepultura de Moisés. Éste es el «siervo del Señor», en la doble acepción que tiene este término en la Escritura: el honor de la elección para servir al Señor y ejecutar sus designios; la entrega total y efectiva a su plan de salvación. El libro sagrado sella la narración de la muerte del gran caudillo con el elogio típico dedicado a los hombres que han dejado huella en la historia, pero con los rasgos característicos e irrepetibles de Moisés, aquel «con quien el Señor trataba cara a cara» (v. 10), signo máximo de familiaridad.

Moisés fue el hombre de los grandes signos y milagros, en especial el hombre del éxodo, de la pascua de la libertad y de la liberación. Su tumba queda como un memorial, y su persona se acerca ahora a la estirpe de los antiguos patriarcas. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es también el Dios de Moisés. Y Josué asume ahora la responsabilidad de conducir al pueblo hasta la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Por eso, si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

**• El capítulo 18 de Mateo lleva, en algunas ediciones de la Biblia, el significativo título de «discurso eclesiástico». Este capítulo introduce, en efecto, temas típicamente eclesiales, en el sentido primitivo de cuestiones referentes a la comunidad de Jesús, a la nueva comunidad que él ha fundado. Tras las instrucciones encaminadas a acoger el Reino como los niños y a la conversión -ésta es la condición para entrar en la familia de Jesús y vivir según sus enseñanzas- y el discurso sobre la salvación de todos, encontramos algunas enseñanzas esenciales y progresivas.

La primera tiene que ver con la corrección fraterna en la comunidad de Jesús, un momento importante en una comunidad de pecadores para llegar a la conversión. Se trata de una actitud que manifiesta el cuidado que los hermanos y las hermanas de la familia de Jesús deben tener los unos de los otros en un clima de amor verdadero, exento de hipocresía y que llega incluso a la corrección fraterna. Aparecen tres momentos progresivos de gran finura psicológica: la corrección en privado, la corrección en compañía de un testigo, a fin de reforzar la autoridad de la corrección con la presencia de un hermano, y, por último, el recurso a la asamblea. El límite final es la expulsión de la persona indigna de la comunión como un remedio medicinal extremo, casi para provocar -en la soledad y en la lejanía- la nostalgia del retorno a la comunión fraterna.

La segunda enseñanza refuerza la conciencia de una comunidad en la que la autoridad del amor de Cristo se transmite a los responsables. Con las palabras clásicas, de indudable sabor semítico, «atar» y «desatar» indica Jesús el poder que transmite a los suyos. Por último, Jesús habla de la oración en común, una oración que será escuchada por el Padre si se hace en su nombre, en unión con Él y en Él. A esta oración unánime y unida le garantiza Jesús su presencia y la eficacia de su intercesión celestial.

 

MEDITATIO

Le place a Dios confiar sus tesoros a quienes no se consideran con derecho a recibirlos y a quienes no parecen ser especialmente idóneos para la tarea. ¡Extraña lógica la de Dios! De hecho, a menudo no la comprendemos, y ahí están nuestras opciones para demostrarlo. Para nosotros, es absurdo no perseguir el poder, la riqueza, el prestigio, no intentar afirmarnos sobre los otros.

Dios ha recorrido un camino diferente, aun siendo omnipotente y omnisciente y origen de todas las cosas. De este modo, el Padre nos quiere hacer comprender que él no puede ser asido ni poseído por el hombre, sino recibido como don. Cuanto más llenos estemos de nosotros mismos, en peores condiciones de acogerlo nos encontraremos.

Mirando a Francisco de Asís, Clara comprendió la verdad de este modo de ser del Dios de Jesús, comprendió su belleza. Su vida pobre, defendida con pasión y humilde tenacidad, se nos ofrece ahora a nosotros como ejemplo. Clara escogió la pobreza porque es el medio que eligió primeramente el Señor Jesús para hacernos conocer su amor y el del Padre sin posibilidad de equívocos.

Este amor fue vivido por Clara con las hermanas que se le unieron, y lo irradiaba por encima de los muros del monasterio: «Clara callaba, mas su fama era un clamor. Se recataba en su celda, mientras su nombre y su vida se pronunciaban en las ciudades», escribía el papa en la bula de canonización. Pobre de bienes, débil por la larga enfermedad, Clara encontró reposo en el Señor vivo y presente, como ella misma dijo al final de su vida: «Desde que conocí la gracia de Dios por medio de su siervo Francisco, ninguna tribulación ha sido dura, ninguna fatiga...».

 

ORATIO

«Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó y, después de que te creó, puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Y añadió: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!» («Proceso de canonización de santa Clara», 3,20, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.332).

 

CONTEMPLATIO

Oh reina nobilísima: Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.

Porque, si sufres con él, reinarás con él (Rom 8,17); si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2 Tim 2,11-12).

Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del Reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos (Clara de Asís, «Segunda carta a Inés de Praga», 20-23, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.288).

 

ACTIO

    Repite a menudo durante el día la oración de santa Clara: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana [...].

Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.

Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.

La contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios, sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a Inés «alegría de los ángeles » [Carta tercera 3, 11) y registra de un modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador (E. Bianchi, La cont&nplazione ¡n Francesco e Chiara a'Asshi, Magnano 1995).

 

Día 12

Jueves de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 3,7-10a.1.13-17

En aquellos días,

7 el Señor dijo a Josué: -Hoy voy a comenzar a engrandecerte a la vista de todo Israel, para que sepan que estaré contigo como estuve con Moisés.

8 Darás esta orden a los sacerdotes que llevan el arca de la alianza: Cuando lleguéis a la orilla del Jordán, os detendréis.

9 Y Josué dijo a los israelitas: -Acercaos y escuchad las palabras del Señor, vuestro Dios.

10 Y añadió: -Ésta es la señal de que el Dios vivo está en medio de vosotros y de que expulsará ante vosotros a los cananeos:

11 el arca de la alianza del dueño de toda la tierra va a atravesar delante de vosotros el Jordán.

13 En cuanto los sacerdotes que llevan el arca del Señor, dueño de toda la tierra, pisen las aguas del Jordán, éstas quedarán cortadas, y las que bajan de arriba se detendrán formando un muro.

14 Cuando el pueblo levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes llevaban el arca de la alianza delante del pueblo.

15 Y en cuanto éstos llegaron al Jordán y metieron sus pies en el agua (el Jordán se desborda por sus orillas en el tiempo de la siega),

16 las aguas que venían de arriba se detuvieron formando un embalse que llegaba muy arriba, hasta Adán, la ciudad que está cerca de Sartán, y las que bajaban al mar de Araba, el mar Muerto, quedaron separadas de las otras mientras el pueblo pasaba a la altura de Jericó.

17 Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estuvieron en medio del Jordán como en tierra seca, mientras todo Israel atravesaba por el cauce seco, hasta que pasó todo el pueblo.

 

*• La entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida está descrita en el libro de Josué como una solemne procesión litúrgica. En el centro se encuentra el arca de la alianza: es el lugar de la presencia de YHWH en medio de su pueblo, el memorial de la alianza, puesto que el arca contiene las tablas de la ley. La repetición del nombre del arca por seis veces en este fragmento -llamada también en el texto «arca de la alianza del dueño de toda la tierra» (v. 11)- marca casi rítmicamente el paso de la presencia de Dios a la cabeza de su pueblo. Es siempre el Dios fiel quien precede y acompaña al pueblo. Habla a Josué, como antes hablaba a Moisés, y el nuevo caudillo interpreta y transmite la voz de Dios.

Ante la tierra prometida se repite lo mismo que sucedió en el paso del mar Rojo. Las aguas se detienen y el pueblo al que acompaña el arca de la alianza cruza el río a través de un sendero seco. Así, de una manera simétrica, el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad, aunque fuera en el desierto, y la entrada en la tierra prometida están marcados por la intervención maravillosa de YHWH.

El salmo 113, salmo responsorial de la liturgia de la Palabra de hoy, asocia el recuerdo del mar Rojo y del río Jordán, implicados en un prodigio semejante: «El mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás... ¿Qué te pasa, mar, que huyes; a ti, Jordán, que te echas atrás?» (w. 3.5). Es el Dios soberano que pasa y, con su pueblo, atraviesa ahora el umbral de la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 18,21-19,1

En aquel tiempo

18.21 se acercó Pedro y le preguntó: -Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: -No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23  Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: «¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!».

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello diciendo: «¡Paga lo que debes!».

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: «¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!».

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo, sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera, porque me lo suplicaste.

33 ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?».

34 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

19.1 Cuando Jesús terminó este discurso, se marchó de Galilea y se dirigió a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.

 

*+• El presente texto evangélico nos transmite una enseñanza esencial. Toda la sustancia del discurso se encuentra precisamente en la pregunta que hace Pedro a Jesús a propósito de las veces que debemos perdonar al hermano que nos ofende. Se trata de un hermano, y por eso tiene que ser perdonado siempre, hasta la paradoja. No sólo «siete veces», un número que indica plenitud, sino incluso un número inverosímil de «setenta veces siete», que es como un número infinito, que significa «siempre», sin poner límites a la misericordia. Ahora bien, en realidad la clave de comprensión de la enseñanza de Jesús se encuentra no sólo en el número ilimitado de las veces que se debe conceder el perdón al hermano que nos ofende, sino en la calidad misma del perdón que hemos de conceder. Se trata de un perdón que no se reduce a una fórmula o a una mal disimulada obligación de perdonar porque no se puede hacer otra cosa. La calidad del perdón incide en su mismo sentido Debe tener la calidad del perdón de Dios, y debe llegar al corazón, lugar de la verdad, de los sentimientos y de las venganzas, del amor verdadero y del perdón sincero. Un corazón que perdona es un corazón misericordioso. Perdonar «de corazón» (v. 35) significa sellar con el amor verdadero el perdón que se concede. Dado que alguien nos ha perdonado así, sin límite en el número de veces, no podemos nosotros poner límites al amor misericordioso del perdón.

 

MEDITATIO

La magna procesión con el arca de la alianza que precede a la entrada del pueblo en la tierra prometida nos habla de la presencia de Dios en medio del pueblo y, también, del pacto de amor de Dios con el mismo. Es un pacto gratuito, en el que Dios tiene la iniciativa de la caridad superabundante, pero también un pacto que exige por parte del pueblo la fidelidad a la alianza a través del cumplimiento del doble mandato del amor a Dios y del amor al prójimo, con los preceptos de las tablas de la ley, que son como la presencia de la fidelidad de Dios, encerrada en el arca. Delante de esta presencia de Dios se renuevan los prodigios del éxodo.

Nosotros sabemos que la crisis en el cumplimiento de la alianza por parte del pueblo, a lo largo de la historia de Israel, acaeció sobre todo por una negligencia en la observancia tanto del amor a Dios como del amor al prójimo. Aun cuando el pueblo permaneció fiel en cierto modo a unos ritos que honraban a Dios, los profetas le reprochaban la falta de atención al prójimo, al huérfano, a la viuda, a los pequeños. Dios no pide sacrificios, sino misericordia.

La enseñanza de Jesús se sitúa en el mismo plano de continuidad de la predicación profética, aunque con una propuesta inaudita, la del perdón ofrecido al hermano sin condiciones de tiempo y de número: perdonar siempre, perdonar a todos, perdonar sin pedir cuentas, perdonar de corazón. En el fondo de la enseñanza de la parábola está la lógica divina de la imitación del Padre celestial, que nos ofrece a nosotros, si no tenemos el corazón endurecido, un perdón sin límites. Perdonar es la última palabra del amor. Es amor gratuito, el único que, junto con la misericordia, puede ir más allá de la justicia.

 

ORATIO

Señor, cada día te pedimos, con las palabras que tu Hijo nos enseñó, que nos perdones nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Esta petición, a la que san Agustín llamaba «nuestra medicina cotidiana» -porque necesitamos ser perdonados y abrir el corazón al perdón-, es como un bálsamo para nuestras heridas.

Estamos heridos cuando pecamos y sentimos la necesidad de una efusión de caridad, del Espíritu Santo que nos vuelve a sanar, porque él es la remisión de nuestros pecados. Pero tenemos endurecido el corazón y, por consiguiente, una herida escondida, una esclerosis oculta, cuando nos negamos a perdonar a alguien, a acogerle en nuestro amor.

Concédenos, Señor, recitar siempre las palabras de tu Hijo con toda sinceridad, contar siempre en el corazón con un suplemento de caridad para ir más allá de la lógica de la venganza, de la condena, de la autojustificación.

No sabemos perdonar ni podemos perdonar sin ese suplemento de caridad divina que es la gracia del Espíritu Santo. Tú, que manifiestas tu omnipotencia con la misericordia y el perdón, amplía nuestra capacidad de amar y de perdonar, extendiendo también de corazón el perdón a aquellos que nos han hecho daño.

 

CONTEMPLATIO

Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13,1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla, pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión [...].

No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf. Mt 18,21-22; Le 17,3-4). Si se trata de ofensas (de «pecados» según Le 11,4, o de «deudas» según Mt 6,12), de hecho nosotros somos siempre deudores: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rom 13,8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf. 1 Jn 3,19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la eucaristía (cf. Mt 5,23-24): Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión y los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (san Cipriano, Dom. oral. 23: PL 4, 535C-536A) (Catecismo de la Iglesia católica nn. 2843.2845).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cristo subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás que a Pedro, que le había preguntado cuántas veces debería perdonar al prójimo, le indicó la cifra simbólica de "setenta veces siete", queriendo decir con ello que debería saber perdonar a todos y siempre. Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia con el mal, con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje como condición del perdón.

Así pues, la estructura fundamental, de la justicia penetra siempre en el campo de la misericordia. Esta, sin embargo, tiene la fuerza de conferir a la justicia un contenido nuevo, que se expresa de la manera más sencilla y plena en el perdón (Juan Pablo II, carta encíclica Dives in misericordia, del 30 de noviembre de 1980, n. 14).

 

 

Día 13

 Viernes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,1-13

En aquellos días,

1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y oficiales. Todos se presentaron ante Dios.

2 Josué dijo a todo el pueblo: -Así dice el Señor, Dios de Israel: Vuestros antepasados, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, vivían antiguamente en Mesopotamia y servían a otros dioses.

3 Pero yo tomé a vuestro padre Abrahán de Mesopotamia y le hice recorrer toda la tierra de Canaán; multipliqué su descendencia y le di a Isaac.

4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.

5 Envié después a Moisés y a Aarón, y castigué a Egipto realizando prodigios. Después os saqué de allí.

6 Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con carros y caballos hasta el mar Rojo.

7 Ellos clamaron al Señor, y él interpuso densas tinieblas entre vosotros y los egipcios e hizo irrumpir contra ellos el mar, que los anegó. Con vuestros propios ojos habéis visto lo que yo hice en Egipto. Después vivisteis mucho tiempo en el desierto.

8 Os introduje en la tierra de los amorreos, que viven al otro lado del Jordán; ellos combatieron contra vosotros, pero yo os los entregué; ocupasteis su tierra, porque yo los exterminé ante vosotros.

9 Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, salió a combatir contra Israel y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijese.

10 Pero yo no escuché a Balaán, y él no tuvo más remedio que bendeciros; así os libré de su poder.

11 Después, pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; los jefes de Jericó combatieron contra vosotros, así como los amorreos, pereceos, cananeos, hititas, guergueseos, jeveos y jebuseos, pero yo os los entregué.

12 Mandé delante de vosotros tábanos que pusieron en fuga a los dos reyes amorreos. Esto no se lo debéis a vuestra espada ni a vuestro arco.

13 Os he dado una tierra por la que vosotros no habíais sudado, unas ciudades que no edificasteis y en las que ahora vivís; coméis los frutos de las viñas y de los olivos que no habéis plantado.

 

**• Memoria, reconocimiento, gratuidad. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se recuerda a menudo la historia del pueblo a partir de Abrahán, que es su padre en la fe y en torno al cual se vuelven a enlazar constantemente los hilos de la memoria. En la magna asamblea de Siquén, celebrada cuando el pueblo se ha adentrado ya en la tierra prometida, se renueva de manera solemne la alianza con YIIWII. Con cierta estructura ritual, y antes de la renovada adhesión de fe por parte del pueblo, Josué traza las grandes líneas de la historia de Israel, presidida siempre por la presencia del Señor; transmite la memoria de las admirables obras realizadas por el Señor, en su nombre, como una historia llevada a cabo por Dios mismo con sus siervos. Se trata del relato de todo lo que YIIWII ha ido haciendo a lo largo de una peregrinación que arranca con los antepasados de Abrahán, hasta el momento presente, en el que se ven realizadas las promesas que le fueron hechas al amigo de Dios, a nuestro padre en la fe. En una síntesis vertiginosa se pasa revista a los padres y a los patriarcas de la historia del pueblo: Abrahán, Isaac, Jacob y sus hijos, que bajaron a Egipto. Después se recuerda el acontecimiento maravilloso de la liberación de Egipto, presente siempre en la memoria, como acontecimiento clave de la historia de Dios con el pueblo, la entrada en la tierra prometida y las dificultades superadas como los habitantes de esta tierra.

Todo es historia de Dios en favor del pueblo, que debe captar siempre y en todo la gratuidad de los dones de Dios, a fin de responder también con un corazón repleto de gratitud. Con este sentimiento se concluye la profesión de fe, memoria histórica de las obras de Dios. El pueblo tiene ahora una tierra que no ha sudado, habita en ciudades que no ha edificado, come el fruto de viñas y olivos que no ha plantado (v. 13).  Todo es don de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,3-12

En aquel tiempo,

3 se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?

4 Jesús respondió: -¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra,

5 y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo?

6 De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

7 Replicaron: -Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella"?

8 Jesús les dijo: -Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así.

9 Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra comete adulterio.

10 Los discípulos le dijeron: -Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse.

11 Él les dijo: -No todos pueden hacer esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede.

12 Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello; otros, porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del Reino de los Cielos. Quien pueda poner esto en práctica que lo haga.

 

*+• No falta en la predicación de Jesús una precisión relativa a los temas más fundamentales de la vida. Jesús no rehúye la confrontación con la realidad humana, sino que ilumina con una nueva luz los puntos críticos de la vida de los hombres.

En el caso que nos ocupa se trata del matrimonio en el proyecto original del Creador. El Maestro, a la luz del relato fundacional del Génesis, recuerda la dualidad y la reciprocidad de la naturaleza humana creada por Dios en la pareja complementaria: «varón y hembra». La pareja es signo de un don recíproco, manifestado en la unión conyugal, que expresa la entrega total de ambas personas, la una a la otra. Se trata de un proyecto de Dios que no puede separar el hombre. En la práctica, es la afirmación del proyecto original de un matrimonio único e indisoluble.

Jesús ratificó esta misma doctrina siguiendo el itinerario de lo que había venido a realizar: cumplir la ley y no aboliría. Ahora bien, se trata de un reconocimiento que no siempre se ha llevado a cabo; es más, una sociedad demasiado machista ha hecho prevalecer sobre la debilidad de la mujer el repudio de ésta, como si sólo ella pudiera ser culpable. El restablecimiento del equilibrio de los derechos y de los deberes entre el hombre y la mujer en el matrimonio es también propio de Jesús.

Por otra parte, el Maestro -célibe por decisión propia, aunque esto era un hecho muy singular en su cultura afirma de su propia cosecha, con fórmulas que encierran algo de enigmático, que se puede optar también por el celibato: no por la comodidad de no tener problemas, sino para dedicarse por completo al servicio del Reino. Sin embargo, esta opción, según nos explica Jesús, es un don que viene de lo alto.

 

MEDITATIO

Uno de los aspectos fundamentales de la oración bíblica es el agradecimiento. El recuerdo agradecido de las obras realizadas por Dios en la historia del pueblo de Israel suscita la alabanza de bendición. Toda modalidad de oración que, con razón, se llama berakhah, «bendición» dirigida a Dios por sus beneficios, es una memoria. Antes incluso de ser una oración de súplica es una invocación de alabanza.

Como se dice con frecuencia, la oración judía es narrativa, cuenta la historia de Dios a través de la historia del hombre, a diferencia de la oración de los paganos dirigida a sus dioses, que era una súplica interesada, una invocación destinada a obtener beneficios, dado que, en verdad, poco podían contar de las cosas hechas por los dioses en favor de los hombres. No ocurre así con Israel, un pueblo que sabía orar y que, de hecho, oraba relatando, poniendo ante su Señor y ante el pueblo las maravillas de Dios, las grandes obras realizadas por él. Por eso el «Credo» del pueblo que aparece en la lectura del libro de Josué es una narración de sus obras.

Asimismo, sólo a partir de este principio de la gratuidad de Dios se puede comprender la lección que nos presenta el Evangelio. El matrimonio y la virginidad son dos vocaciones, dos proyectos de amor, en el designio de Dios. Tanto el uno como la otra no son opción del hombre, sino proyecto de Dios. Más aún, son un proyecto complementario de dos vocaciones que, si sólo fueran opción del hombre, serían dos deformaciones, sujetas a sus veleidades. Así, quien vive la gracia del matrimonio, único e indisoluble, acepta y respeta la vocación del propio cónyuge. Y quien vive la virginidad por el Reino de Dios no lleva a cabo una opción egoísta o se resigna a un expediente de impotencia de amar. Viven todos, a partir de Dios, una opción de amor y de servicio recíproco en la comunidad que Jesús vino a fundar.

 

ORATIO

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Todas tus obras destinadas a nosotros son acciones de amor y de misericordia. También hoy te bendecimos con nuestra acción de gracias, que tiene la eucaristía como su momento culminante.

En realidad, la historia de la salvación tiene como meta y síntesis la encarnación, la pasión y la resurrección de Jesús, tu amadísimo Hijo. En él se han cumplido todas las promesas, nos han sido dados todos los bienes, se han aclarado todos los enigmas, se han realizado todas las profecías.

Te damos gracias, oh Padre, por nuestra pequeña historia de salvación, hecha a partir de acontecimientos, de encuentros, de relaciones. Todo nos dice que eres tú quien teje con nosotros una historia de amor y que llevas a su cumplimiento, con la fuerza de tu Espíritu, tu designio de misericordia. Haz que cada uno de nosotros sepa reconocer en cada acontecimiento tu presencia y pueda decir, de verdad, que todo es gracia, porque «es eterna tu misericordia».

También te damos gracias por el don precioso del matrimonio y de la virginidad, por las familias y por las personas consagradas. Haz que seamos fieles a tu designio de amor, de un amor que es santo y fecundo.

 

CONTEMPLATIO

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado -mejor dicho, que ha de ser salvado, ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados-, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor nos dice a todos: El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo. Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanaglorien; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a Aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a Él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila, porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz (Agustín de Hipona, Sermón 96,9, en PL 38, col. 588).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Porque es eterna su misericordia» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos.

En efecto, dice acertadamente san Juan Crisóstomo: «Quien condena el matrimonio priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente en comparición con un mal no es un gran bien, pero lo que es mejor aún que bienes por todos considerados tales, es ciertamente un bien en grado superlativo».

En la virginidad, el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna. La persona virgen anticipa así en su carne el mundo nuevo de la resurrección futura. En virtud de este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento. Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre, «hasta encenderlo mayormente de caridad hacia Dios y hacia todos los hombres», la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande; es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por esto, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios. Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios (Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 16).

 

Día 14

 Día 14 de agosto, conmemoración de

San Maximiliano Kolbe

 

Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,14-29

14 "Ahora, pues, temed a Yahveh y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid a Yahveh.
15 Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh."
16 El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para servir a otros dioses.
17 Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos.
18 Además Yahveh expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos a Yahveh, porque él es nuestro Dios."
19 Entonces Josué dijo al pueblo: "No podréis servir a Yahveh, porque es un Dios santo, es un Dios celoso, que no perdonará ni vuestras rebeldías ni vuestros pecados.
20 Si abandonáis a Yahveh para servir a los dioses del extranjero, él a su vez traerá el mal sobre vosotros y acabará con vosotros, después de haberos hecho tanto bien."
21 El pueblo respondió a Josué: "No; nosotros serviremos a Yahveh."
22 Josué dijo al pueblo: "Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido a Yahveh para servirle." Respondieron ellos: "¡Testigos somos!" -
23 "Entonces, apartad los dioses del extranjero que hay en medio de vosotros e inclinad vuestro corazón hacia Yahveh, Dios de Israel."
24 El pueblo respondió a Josué: "A Yahveh nuestro Dios serviremos y a sus voz atenderemos."
25 Aquél día, Josué pactó una alianza para el pueblo; le impuso decretos y normas en Siquem.
26 Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Tomó luego una gran piedra y la plantó allí, al pie de la encina que hay en el santuario de Yahveh.
27 Josué dijo al todo el pueblo: "Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que Yahveh ha hablado con nosotros; ella será testigo contra vosotros para que no reneguéis de vuestro Dios."
28 Y Josué despidió al pueblo cada uno a su heredad.
29 Después de estos acontecimientos, murió Josué, hijo de Nun, siervo de Yahveh, a la edad de 110 años.

 

**• Memoria, reconocimiento, gratuidad. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se recuerda a menudo la historia del pueblo a partir de Abrahán, que es su padre en la fe y en torno al cual se vuelven a enlazar constantemente los hilos de la memoria. En la magna asamblea de Siquén, celebrada cuando el pueblo se ha adentrado ya en la tierra prometida, se renueva de manera solemne la alianza con YIIWII. Con cierta estructura ritual, y antes de la renovada adhesión de fe por parte del pueblo, Josué traza las grandes líneas de la historia de Israel, presidida siempre por la presencia del Señor; transmite la memoria de las admirables obras realizadas por el Señor, en su nombre, como una historia llevada a cabo por Dios mismo con sus siervos. Se trata del relato de todo lo que YIIWII ha ido haciendo a lo largo de una peregrinación que arranca con los antepasados de Abrahán, hasta el momento presente, en el que se ven realizadas las promesas que le fueron hechas al amigo de Dios, a nuestro padre en la fe. En una síntesis vertiginosa se pasa revista a los padres y a los patriarcas de la historia del pueblo: Abrahán, Isaac, Jacob y sus hijos, que bajaron a Egipto. Después se recuerda el acontecimiento maravilloso de la liberación de Egipto, presente siempre en la memoria, como acontecimiento clave de la historia de Dios con el pueblo, la entrada en la tierra prometida y las dificultades superadas como los habitantes de esta tierra.

Todo es historia de Dios en favor del pueblo, que debe captar siempre y en todo la gratuidad de los dones de Dios, a fin de responder también con un corazón repleto de gratitud. Con este sentimiento se concluye la profesión de fe, memoria histórica de las obras de Dios. El pueblo tiene ahora una tierra que no ha sudado, habita en ciudades que no ha edificado, come el fruto de viñas y olivos que no ha plantado (v. 13).  Todo es don de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,13-15

13 Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían.

14 Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.»

15 Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.

 

*+•  Jesús contrapone los niños a sus discípulos. Estos son “mayores”, adultos, serios y no admiten las molestias que causan los niños: Son juguetones, preguntones, pesados, por supuesto no entienden de la Ley y algo que se le parezca, son “hombres sin hacer todavía” y, por tanto, una carga… Por todo esto los discípulos no quieren que se acerquen a Jesús. Él es el Maestro que les habla del Reino de los cielos. Una realidad que ellos no entiende muy bien y los niños menos… Pero Jesús con sus palabras les desconcierta: “De los que son como ellos, es el Reino de los cielos”. La compañía eterna con Jesús, será para los que se hacen con los niños…

         ¿Y qué ve Jesús en ellos para decir que el Reino de los cielos les pertenece?. Supongo que Jesús pensaría de inmediato en su madre María: La “niña de Dios”, la que fue salvada la primera después de Jesús, la que desde el cielo nos enseña con su vida a ser niños.Ella fue pura, no conoció la concupiscencia del pecado, siempre quiso ser “la esclava del Señor” y la soberbia de ser, tener y poder, nunca la rozó: Siempre dependiente de Dios y feliz de que fuera así, era confiada, abandonada totalmente en Dios para acoger y hacer en todo su voluntad.

         Como Él es Santo, todo lo que hace con ella es santo. Era como los niños, feliz, feliz de que Dios sea Dios y Ella una humilde criatura que ama a su Señor y sobre todo se deja amar por El. Los niños se sienten felices porque son amados y se dejan querer con un gozo inmenso. Siempre se sienten predilectos porque son amados. Los niños le recuerdan a Jesús a la “llena de gracia” y hermosura, la más bella criatura salida de sus manos. Por ello, los bendice con gozo y ora por ellos.

 

MEDITATIO

Dar la vida es manifestar la cumbre del amor, dijo Jesús. Eso es lo que hizo él, y a eso mismo nos llama a nosotros. Aparecen los vértigos, como si estuviéramos al borde de un abismo. Estamos así instintivamente aferrados a nuestra vida, una vida que sentimos muy breve y frágil... La retenemos de una manera tenaz entre nuestras manos. De la vida como posesión a la vida como don: ése es el gran desafío, que revela - a nosotros mismos antes que a los otros- «quiénes somos» y «quiénes queremos ser».

«Podríamos decir que el banco de prueba del valor y, por consiguiente, del significado de una persona es, para el hombre contemporáneo, la "cotidianidad". En el caso del padre Kolbe, ¿cuántos son capaces de pensar, frente a una experiencia tan extraordinaria, que ésta estuvo preparada por toda una vida llevada bajo la enseña de una "cotidianidad extraordinaria", que, tal vez, sea la única que está en condiciones de madurar para los grandes momentos?» (G. Barra). Dar la vida no es cuestión de un momento, sino una opción fundamental repetida cada día: la de decir «sí» a la oferta de amistad que Dios nos propone. No es cuestión de un impulso del corazón en algún momento especial, sino de gestos concretos ordinarios que saben de calor, de compartir con los demás, de entrega verdadera. Esto es posible para todos, para cada uno que acoja la llamada del Señor y le responda con el amor a los hermanos. Es «en el marco de una vida entregada y empleada realmente por un ideal tan arrollador donde puede madurar y donde se puede comprender el acto sublime que coronó la existencia del padre Maximiliano, la consumación cruenta de una oblación constante realizada a lo largo de toda una vida, el sello a una fidelidad indefectible a lo "terrible cotidiano"» (G. Barra).

 

ORATIO ( Algunas invocaciones de san Maximiliano María Kolbe )

«Reina en mí, oh Dios mío, y permíteme difundir en todos tu Reino a través de la  Inmaculada».

«Oh María, concebida sin pecado, ora por nosotros, los que recurrimos a ti, y por cuantos no lo hacen; en particular, por los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te han sido encomendados».

«¡Gloria a la Inmaculada por todo!»

«¡Oh Inmaculada, soy tuyo!»

«Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día» (Consagración cotidiana a María de la Milicia de la Inmaculada).

 

CONTEMPLATIO (Algunos dichos de san Maximiliano María Kolbe:)

 «Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en nuestro propio perfeccionamiento».

«La humildad es lo más difícil de conquistar en el trabajo por nuestra propia santificación».

«La oración es una condición indispensable para la regeneración y para la vida de toda alma».

«Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza a través de la Inmaculada».

«Sin un espíritu de penitencia y de renuncia de nosotros mismos no se puede ser amor».

«Sin amor, no puede haber virtud alguna; con amor, todas».

«Busca sólo la gloria de Dios, con serenidad».

«El amor mutuo es lo principal».

«Trabaja, a través de la Inmaculada, por la salvación de las almas».

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y medita durante el día esta expresión típica de Maximiliano María Kolbe: «Sólo el amor crea».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.

«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas délos hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.

«Sólo el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la magna y profunda herencia.  La herencia espiritual de san Maximiliano María Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener «algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho, actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María Kolbe y en muchos de sus seguidores (L. Faccenda [ed.], «Un cuore donato. San Massimiliano María Kolbe», suplemento a Milizia Mariana 4 [1994] 11; 51ss; 75).

 

Día 15

La Asunción de la Virgen

Primera lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,1-6a.10a-b

11  Se abrió entonces en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza.

12,1 Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

2 Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor.

3 Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas.

4 Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso al acecho delante de la mujer que iba a dar a luz, con ánimo de devorar al hijo en cuanto naciera.

5 La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a regir todas las naciones con vara de hierro, el cual fue puesto a salvo junto al trono de Dios,

6 mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.

10 Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios. Ya está aquí la potestad de su Cristo.

 

**• El pasaje que hemos leído presenta una visión del apocalipsis. En ella se mezclan figuras y realidades de tal modo que no siempre es fácil interpretar con exactitud el significado de las imágenes empleadas. Por otra parte, en el lenguaje profético y apocalíptico conviene con frecuencia detenerse en el nivel de la sugerencia, a fin de comprender mejor el texto mismo. Este último puede ser presentado así como uno de nuestros sueños reveladores, un sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos...

Este sueño está compuesto antes que nada de cielo. Se está llevando a cabo algo que está por encima de nosotros, algo que nos incluye. La lucha entre la mujer, el niño, el dragón y los ejércitos angélicos no tienen que ver con acontecimientos al margen de nosotros, sino que se cumplen en nuestro mismo cielo. Más aún, se trata de una lucha final, porque en ella se juega nuestra vida o la muerte. Lo muestra bien la señal de la mujer (12,lss). Ésta es casi una reina, soberana sobre la luna (es decir, sobre el «otro» lado de nuestra conciencia, sobre nuestra naturaleza más inconsciente) y sobre las estrellas (las doce estrellas se refieren a las doce tribus de Israel, o sea, que esta figura también es soberana de la historia, que, aun sin saberlo nosotros, está a nuestra espalda). Esta señal constituye el lado vivo de nuestra realidad; más aún, el lado más fecundo, el lado que nos impulsa a continuar la vida, la señal que nos permite albergar la esperanza de un día nuevo.

Sin embargo, esta señal no está exenta de dolor y de peligro (12,3ss). La mujer grita por los dolores del parto y, al mismo tiempo, teme al dragón que quiere devorar al niño. Si nos dejamos cautivar por este sueño, sentiremos lo que significa que nuestro sueño de una vida nueva esté en peligro, nos daremos cuenta de hasta qué punto están temblando por dentro nuestros deseos, nos preguntaremos si conseguiremos ver de verdad la luz,  experimentaremos el dolor que la nueva vida provoca en nosotros... La lucha se está produciendo precisamente en nuestro instante de vida.

Y el niño nace y, contrariamente a las expectativas negativas, es arrebatado al cielo para defenderlo deldragón, que es derrotado por los ejércitos angélicos (12,5ss). Podría parecer un consuelo barato en nuestro sueño. Sin embargo, si creemos que nuestro sueño expresa una verdad, comprenderemos de inmediato que no se trata de esto: se trata de la exacta percepción, del presentimiento confiado de que, de verdad, precisamente en nuestra vida, «ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios» (12,10).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 15,20-26

Hermanos:

20 Cristo ha resucitado de entre los muertos como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte.

21 Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos.

22 Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo todos retornarán a la vida.

23 Pero cada uno en su puesto: como primer fruto, Cristo; luego, el día de su gloriosa manifestación, los que pertenezcan a Cristo.

24 Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre.

25 Pues es necesario que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

26 El último enemigo a destruir será la muerte.

 

**• Pablo subraya también en otras ocasiones que el anuncio de la resurrección se encuentra en el centro del mensaje cristiano (cf. Rom 1,4; Gal 1,2-4; etc.): «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).

También en este caso, después de haber vuelto a llamar a los fieles a compartir un mismo camino de fe, les vuelve a presentar el evangelio inicial, el que anuncia que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó el tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss). Como corolario, intenta dar posibles explicaciones de la resurrección, frente a posibles objeciones.

En el fragmento que nos presenta la liturgia de hoy, la resurrección está vinculada con su acontecimiento primero: Jesucristo. En efecto, el «primer» hombre, Adán, es figura de un ser para la muerte, que introduce la muerte-pecado en la naturaleza humana; el hombre «nuevo» Jesús, en cambio, trae la vida y a través de él tiene lugar la resurrección. La lectura cristológica de la resurrección no es obvia; más aún, sirve para valorarla como un acontecimiento de gracia y evitar lecturas simplemente naturalistas o moralistas. La resurrección es el don de la vida de Dios en Cristo: no se trata de un premio para quien se ha portado bien o de la evolución natural de las cosas... La resurrección es la Vida nueva que irrumpe en nuestra vida, es la Vida de la gracia, que transforma todo nuestro ser y hace que nuestro espíritu y nuestro cuerpo puedan ver el rostro de Dios y seamos elevados al cielo. Éste es el verdadero anuncio de la derrota definitiva de la muerte, que ya no es considerada como pecado y dolor, sino que se convierte en la puerta santa, en el último paso hacia el encuentro con el Señor de nuestra vida.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

43 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*»• El encuentro entre dos madres se convierte, en los relatos de la infancia del evangelio según Lucas, en un momento importante de conexión y de continuidad entre la historia de la salvación contada en el Antiguo Testamento y la nueva historia que está a punto de empezar con el nacimiento de Jesús; por eso, Isabel saluda en María a la madre «de su Señor» (cf. v. 43) y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo (w. 41-45). La presencia misteriosa del Espíritu nos muestra ya que ambas madres forman parte de un mismo plan de salvación, mediante el cual el designio de Dios sobre el mundo encuentra su cumplimiento no a través de las grandes gestas de la historia -aunque sí en su interior-, no a través de las glandes intuiciones de los filósofos o de los matemáticos griegos -aunque sí junto a ellos-, sino a través de la esperanza de dos mujeres de Israel, que reconocen en lodo lo que les está pasando una obra que les supera. No por nada se convierte el cántico mariano en elenco de esta historia que está por detrás y frente a la historia de los manuales, exaltando a su Autor misterioso (v. 47).

La «humildad de su sierva», a la que el Señor dirige su mirada (cf. w. 48-50), no se queda en una simple indicación exterior. Se trata de la humildad de quien está tan bajo que ve mejor la semilla que está a punto de nacer, de quien se pone en una posición de pura acogida (cf. Lc 1,38), de modo que consigue ver la profundidad de todo lo que está sucediendo y no se deja distraer por otros acontecimientos más ruidosos pero menos reales.

En el fondo, se trata de la humildad de quien acoge en sí la verdad de la historia. Precisamente por eso, la humildad de María no le impide reconocerse incluso como destinataria privilegiada del amor de Dios y profetizar que la historia la recordará por esto (y con ello se inserta una vez más en el ejército de todos los orantes del Antiguo Testamento). De esta perspectiva parte el recuerdo de las obras realizadas por el verdadero Señor de la historia (w. 51-53).

Y esta historia se cumple en la salvación llevada a quienes históricamente no tienen salvación -los humildes, los hambrientos- y en la dispersión de cuantos tienen una salvación confeccionada por ellos a su medida y, por eso, no pueden confiar en la obra de Otro (como los soberbios, los poderosos, los ricos...). Estos dos aspectos de la historia parecen combatirse recíprocamente: Desplegó la fuerza de su brazo» (v. 51) es una expresión dotada de connotaciones militares (cf. Sal 118,16); sin embargo, la profecía de María descubre, en realidad, en la historia un único aspecto de salvación; a saber: la proximidad del Señor. Tanto más por el hecho de que este Señor demuestra ser fiel también a sus propias promesas (w. 54ss) y, por consiguiente, digno asimismo de confianza. Para quien tiene ojos humildes, capaces de ver la humildad de la historia de la salvación, el Dios en quien se puede confiar permanece como confirmación de la bendición que él mismo ha dirigido a Israel y a su pueblo, de la promesa que el niño que da saltos en el seno de Isabel y el niño que está creciendo en el seno de María llevan con ellos.

 

MEDITATIO

La persona de María encierra y realiza en sí misma un camino particular de fe a pesar de la elección que la consideró no afectada por el pecado original y que la hizo Madre de Dios, «la que avanzaba "en la peregrinación de la fe"» (Redemptoris Mater 25). Este avanzar por el camino de la fe la convierte también en un posible modelo para todo el que quiere comprender lo que significa reconocer el total señorío de Dios sobre su propia vida.

Este señorío encuentra su realización ya en el ámbito de nuestro camino de crecimiento humano. A medida que el señorío de Dios entra en nuestra historia conseguimos ver con unos ojos nuevos la realidad que nos rodea. Nuestros ojos no ven ya sólo los abusos, las injusticias de quienes oprimen al débil, las mentiras de quienes tienen la soberbia en su propia lengua, la riqueza que se convierte en muerte del pobre... Poco a poco nuestros ojos se vuelven semejantes a los de María, a esos ojos que la hacen capaz de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia en favor de la justicia y de la paz, y nos damos cuenta de cómo nosotros mismos podemos volvernos, a nuestra vez, historia de liberación, precisamente como María, si nos confiamos a este anuncio.

El señorío de Dios encuentra también su realización en nuestro camino de fe. Con María nos damos cuenta de que somos «siervos del Señor», llamados a proclamar la obra del Señor y sus maravillas, llamados a «engrandecer» su presencia en nuestra vida. Con María no tenemos miedo a reconocer frente al mundo nuestra elección, no tenemos miedo a llamarnos siervos e hijos de Dios, no tenemos miedo a la obra que el Espíritu Santo está realizando en nosotros. Este camino se realiza a través de la oración, a través del servicio y a través del testimonio, junto con María, que fue capaz de hacer efectivos, en su propia carne, su oración del Magníficat, su servicio a los otros (la visitación fue antes que nada respuesta a una necesidad de Isabel) y su anuncio de liberación.

El último anuncio de este señorío de Dios sobre nuestra vida tiene lugar cuando conseguimos comprender que éste no permanece extraño a nuestra corporeidad. Lo podemos intuir ya en el anuncio de la encarnación o sentirlo en nuestra vida a través de la corporeidad de los distintos sacramentos. La realidad de la resurrección, que para nuestra naturaleza humana se vuelve ya eficaz en la asunción de María al cielo, es la última llamada a abandonar asimismo nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios. Hasta nuestro cuerpo, con sus necesidades ínfimas y con sus deseos más elevados, con sus gritos de «¡tengo hambre!» y sus «¡te amo!», está incluido en el Reino de Dios. El cuerpo de María, que llevó en él el cuerpo del Verbo encarnado e hizo frente también al dolor de la historia, se vuelve en su asunción la promesa y la realización del hecho de que nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras necesidades, no puedan apartarse de la presencia divina que ha tocado nuestra vida.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Padre, porque has elegido a María, mujer humilde y pobre, para dar cumplimiento a tus promesas, a las promesas que hiciste a Abrahán, que «tuvo fe y esperó contra toda esperanza» (cf. Rom 4,18). En ella nos has mostrado cómo obras, puesto que no miras el exterior o la grandeza, sino que actúas simplemente por tu amor. Ayúdame a darme cuenta de que también yo estoy llamado a este amor y a confiarme a este anuncio sin miedos.

Te doy gracias, Verbo eterno, porque en María, con tu encarnación, has tocado nuestro cuerpo mortal y, en ti, lo has hecho capaz de acoger la santidad de Dios. Todo lo que has hecho en la historia, con tus palabras y con tus acciones, se convierte para nosotros en llamada y promesa de un mundo nuevo, de un mundo que sea de verdad el reino del Padre. Ayúdanos a creer en ti, ayúdanos a sentir que tu historia es la historia verdadera del mundo, la historia capaz de vencer nuestras ansias, nuestras necesidades.

Te doy gracias, Espíritu del Padre y del Hijo, porque tu acción misteriosa ha cambiado el sentido de la historia. Tu poder tocó el seno de María y la preparó para la venida del Verbo de Dios. Tu poder ha transformado las palabras de una pobre mujer en un anuncio capaz de revolucionar la historia, en una profecía de verdadera liberación. Tu poder santificó un cuerpo destinado al polvo y lo convirtió en un cuerpo glorioso, capaz de lo infinito. Que tu poder nos ayude también a nosotros a confiar nuestros sueños y nuestros deseos a este anuncio de resurrección, para que consigamos rea lizar también en nuestra vida el acto de fe total que fue el de María.

 

CONTEMPLATIO

Nuestra celebración consiste, en realidad, más en la indicación del misterio que en su explicación. Y aunque yo quisiera anteponer el silencio al habla, ésta última se ve forzada por el afecto, dando lugar a las palabras, y cede a éstas, aunque no tengan coraje y no ignoren su debilidad, que es demasiado grande respecto a la posibilidad de satisfacer de una manera adecuada el arcano del prolongado silencio [...].

Por eso, ¡ánimo!, obedecedme a mí, que soy buen consejero, y corred al encuentro con la Madre de Dios. Y mientras ahora estáis relucientes por la acción y por la palabra, y resplandecéis por todos lados gracias a la belleza de la virtud, quiera el mismo Cristo recogeros y recibiros al mismo tiempo en el místico banquete. Y os lo muestra claramente con el hecho de que hoy traslada a su Madre siempre virgen, de cuyo seno, y aun siendo Dios, tomó arcanamente nuestra forma, de los lugares terrenos como reina de nuestra naturaleza, dejando el poder del misterio sin anuncio, aunque no del todo incomunicable.

En efecto, ella vino en el nacimiento y, sin embargo, tuvo una condición extraordinaria. Aquella que procuró la vida, sube para un viaje de nueva vida y se traslada al lugar incorruptible, principio de vida (Andrés de Creta,Omelie mañane, Roma 1987, pp. 133, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

María, en su canto de alabanza, no engrandeció a Dios sólo de una manera abstracta por haber «levantado a los humildes» y haber «llenado de bienes a los hambrientos», sino que lo hizo indudablemente también porque conocía esta bajeza ante Dios mejor que cualquier otra criatura: Dios, el poderoso, en efecto, «ha mirado la humildad de su sierva», y por esa mirada proyectada sobre ella, no por su ensalzamiento, ella se alegra por «la grandeza del Señor». Si bien María era materialmente pobre, no se alegra por los dones materiales que le fueron concedidos [...], sino por el don inaudito de una maternidad mesiánica, que no era tanto un don hecho a ella personalmente como un acto de misericordia hacia su «siervo Israel», que ha obtenido la «semilla de Abrahán»por la que había suspirado tanto tiempo. En su opción en favor de los pobres, María es perfectamente ella misma, no se ha alienado en absoluto en «otra María».

        Sabe que ha llegado a ser Madre de una manera única e incomparable por pura gracia, y Madre no sólo de su único Hijo, sino, en él, de todos aquellos que mediante él y en él se han convertido en hijos e hijas de Dios en la Iglesia. (Y cuando aquí hablamos de Iglesia, sus confines permanecen indefinidos, porque la gracia de la redención de Cristo ha llegado, en efecto, a todos los hombres que nacieron antes que él y después de él.) «La mediación de María está ligada, efectivamente, a su maternidad, posee un carácter específicamente materno» (Redemptoris Mater 38) y, por eso, ella es el centro de la «comunión de los santos», «está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos» (Redemptoris Mater 41), de esa capacidad de ser-para-los-otros en el Reino de Dios como coronamiento sobrenatural de la estupenda posibilidad ya en el plano natural, o sea, de la capacidad de poderse apoyar y ayudar recíprocamente (H. U. von Balthasar, «Commento all'enciclica "Redemptoris Mater"», en H. U. von Balthasar - J. Ratzinger, María. II si di Dios all'uomo. Introduzione e commento alfencíclica «Redemptoris Mater», Brescia 31988, pp. 5óss, passim).

 

 

Día 16

Lunes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 2,11-19

En aquellos días,

11 los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos.

12 Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados, que les había sacado de Egipto; se fueron tras los dioses de los pueblos vecinos y los adoraron, provocando con ello la ira del Señor.

13 Abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y Astarté.

14 La ira del Señor se encendió contra Israel; los entregó en manos de salteadores que los saquearon, los dejó vendidos a sus enemigos del contorno, y no fueron capaces de resistirlos.

15 Siempre que emprendían una expedición, el Señor se ponía en contra de ellos y fracasaban, como el mismo Señor les había dicho y jurado. Llegaron a una situación desesperada.

16 Entonces el Señor suscitó jueces que los libraron de las bandas de salteadores.

17 Pero tampoco hacían caso a los jueces. Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron. Se apartaron pronto del camino que habían seguido sus antepasados; ellos habían sido dóciles a los mandamientos del Señor, pero no les imitaron.

18 Cuando el Señor hacía surgir jueces, él estaba con el juez y los libraba de sus enemigos mientras vivía el juez, porque el Señor se compadecía al oírlos gemir bajo la tiranía de sus opresores.

19 Pero cuando moría el juez, volvían a pecar y se comportaban peor que sus antepasados; se iban tras otros dioses, les daban culto y los adoraban, sin abandonar sus maldades ni su conducta obstinada.

 

**• Comenzamos hoy la lectura del libro de los Jueces, que se prolongará hasta el próximo jueves. Narra la historia del establecimiento de Israel entre las poblaciones de la tierra de Canaán y los cambios que todo esto acarreó: el paso de la vida nómada del desierto al aprendizaje de la agricultura -que requiere estabilidad- y a la red de relaciones con pueblos desconocidos que tenían unas estructuras religiosas, sociales y políticas consolidadas.

La tarea era cualquier cosa menos sencilla: se trataba de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro socialmente significativo, mientras convivían con otros pueblos que, con sus tradiciones, sus cultos sugestivos, sus instituciones, constituían una continua provocación y una invitación a integrarse en su sistema de vida. Vivir en esta situación, sin perder la propia identidad, requeriría antes que nada la transmisión genuina y la acogida sincera del patrimonio constituido por los acontecimientos de la historia del pueblo con Dios, algo que –de hecho- había ido apagándose.

La Palabra de hoy presenta el marco teológico en el que se lee la historia de Israel. El don de la tierra debería reavivar continuamente la conciencia de la alianza, de la fidelidad de YHWH y de la pertenencia a él, como pueblo suyo, con una misión. La realidad, sin embargo, es diferente. Después de la generación de los ancianos, que sobrevivieron a Josué, surgió otra generación «que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel» (v. 10).

Con una expresión cargada de sufrimiento, se retrata el comportamiento del pueblo de Dios: «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos. Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados»  (w. 1 lss). El pecado -la idolatría- conduce a la disgregación, a las luchas intestinas, a la depravación moral, y engendra todo tipo de dolor, hasta llegar a la pérdida de la libertad y a nuevas experiencias ¿olorosas de esclavitud.

En esta situación, tras probar el castigo, y con una función educativa, madura la exigencia de cambio de vida y nace la oración de invocación a Dios para que salve a su pueblo. Dios escucha la oración, y su intervención liberadora se concreta en la elección y el envío de un «juez» (liberador, salvador).

Sobre este fondo emerge de nuevo el amor misericordioso y la fidelidad de YHWH. Eso es lo que la Palabra transmite, como experiencia que supera los confines del espacio y el tiempo, para reconducir a la comunión con Dios, fuente de vida, de bendición, de futuro. Así es la pedagogía divina: Dios está presente en el dolor del pueblo y de cada uno de sus miembros, y ofrece de nuevo, a su libertad, el bien de la comunión con él, de la justicia y de la paz. El castigo no es sólo retribución por el pecado, sino también lugar de visitación y de revelación del amor misericordioso de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,16-22

En aquel tiempo,

16 se acercó uno a Jesús y le preguntó: -Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?

17 Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

18 Él le preguntó: -¿Cuáles? Jesús contestó: -No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio;

19 honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

20 El joven le dijo: -Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

21 Jesús le dijo: -Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.

22 Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes.

 

*+• Jesús prosigue con decisión el camino hacia Jerusalén junto con los suyos, a quienes ya ha anunciado la pasión y el acontecimiento de la resurrección, pero éstos no comprenden. A lo largo del camino prosigue la obra de formación de sus discípulos. Además, tiene que hacer frente a los escribas y a los fariseos, que, como siempre, intentan cogerle con engaños; acoge a los más pequeños y enseña con autoridad.

El evangelio de hoy nos hace tomar parte en el encuentro de Jesús con un joven rico. Éste lleva en sí mismo la exigencia de una vida cada vez más elevada, pero siente que todavía le falta algo. Su pensamiento, según la educación que ha recibido y según la tradición, sigue  la lógica del hacer, la lógica de las «obras buenas». Le pide al Maestro alguna indicación nueva, adecuada a sus aspiraciones y capaz de saciar su insatisfacción. De ahí la pregunta que plantea: «¿Qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?» (v. 16). Anda buscando. Jesús le ayuda a emprender un camino. Lo esencial no es preguntarse qué se puede hacer de bueno; lo esencial es buscar a aquel que es bueno, a Dios, observando los mandamientos y amando al prójimo como a sí mismo (v. 17). Jesús quiere introducirle en una relación más verdadera con Dios -«entrar en la vida»- proponiéndole de nuevo, entre los mandamientos, punto de referencia para el joven, los que rigen nuestra relación con los otros, y añade lo que se dice en el Levítico (19,18), para hacerle pasar de la atención a sí mismo a la atención a los demás, al prójimo. Ante la insistencia del joven: «¿Qué me falta aún?», Jesús le responde ofreciéndole el don del seguimiento de la criatura nueva: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme».

Se trata de un paso radical: la puerta estrecha que conduce a la vida y hace entrar en el Reino de Dios y participar en la salvación. Jesús habla a la libertad del joven -las dos indicaciones del Maestro están introducidas con un «si quieres»- para que decida en su corazón. La respuesta va acompañada por un adjetivo doloroso: «El joven se fue muy triste». Su tesoro estaba constituido por las riquezas y por todo lo que está ligado a ellas y ellas hacen posible. ¿Acaso no son los bienes un signo de la bendición de Dios, tal como le había enseñado? De hecho, se han convertido en su verdadero ídolo, aunque practique los mandamientos. No es libre por dentro. Da limosna a los pobres, pero no comparte con ellos sus bienes y su vida. Nos viene a la mente el encuentro de Jesús con los pequeños a lo largo del mismo camino que le lleva a Jerusalén: «De los que son como ellos es el Reino de los Cielos» (v. 14).

 

MEDITATIO

El Dios de los Padres no sustrae a su pueblo de los condicionamientos sociales ni de los riesgos de la debilidad humana en su encuentro con otras culturas y religiones.

Educa y perdona: educa en el sufrimiento y en el perdón, para que su pueblo pueda descubrir que la fuente de la libertad, interior y social, se basa en la relación de comunión, confianza y abandono entre sus manos y en el amor al prójimo.

«Escucha, Israel» (Dt 6,4). El pecado de idolatría, que puede tener muchísimos rostros, nos separa de Dios y nos divide a unos de otros. En consecuencia, tanto el hombre como el pueblo caen en la esclavitud de sí mismos y, por eso, se convierten en esclavos de otros. El verdadero peligro no son los pueblos de alrededor, ni sus tradiciones, ni siquiera las mismas riquezas; el peligro está en la división que llevamos en nosotros y que alimentamos entre nosotros. Está en apartar la mirada del Señor. No podemos ser fuente si no estamos unidos al manantial. Ésa es la razón de que no baste con la observancia de los mandamientos: es posible observarlos y no conocer ni a Dios ni su designio.

Y cuando, como dice el evangelista, el Maestro presenta al joven el verdadero rostro de Dios y le invita a seguirle, el joven se aleja porque el ídolo de la riqueza le ha vuelto esclavo e invidente. A causa de sus obras y de sus bienes, se niega a pasar por la «puerta estrecha» que conduce a la vida: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme». Así es como se habría encarnado en el joven el amor al prójimo y al primero de sus prójimos, que era el Maestro a quien se había dirigido y el que le había mirado con una mirada llena de amor.

El mensaje sigue siendo actual. Nos invita a la vigilancia y a la humildad que, en medio del pecado y del dolor, no tiene miedo de elevar una voz sincera que implora la reconciliación y la vida: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo» (estribillo del salmo responsorial).

 

ORATIO

Enséñanos, Padre, a amar nuestra época, una época maravillosa y dramática. Haz que, escuchando a tu Hijo, aprendamos a acoger a nuestro prójimo, a dialogar con todas las personas, con todas las culturas y con todas las religiones. La humanidad de hoy es la tierra donde tu habitas y obras, invitándonos a «venderlo» todo para seguirte. Danos unos ojos que sepan ver tu presencia, unos oídos que oigan tu Palabra y los gemidos de los pobres, un corazón colmado de sabiduría y amante, dócil y fuerte. ¡Custódianos! Los ídolos de nuestra sociedad son atrayentes, fascinan y destruyen. Custodia a tu Iglesia y alimenta en todos el fuego que ardía en el corazón de tu Hijo: dar la vida para que la humanidad se transforme en tu familia, rica de alegría y de Espíritu Santo.

 

CONTEMPLATIO

Y como la Ley había enseñado desde antaño a los seres humanos que debían seguir a Cristo, éste lo aclaró a aquel que le preguntaba qué debía hacer para heredar la vida, respondiendo: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Y como él le preguntase: «¿Cuáles?», el Señor continuó: «No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,17-19). De este modo exponía por grados los mandamientos de la Ley, como un ingreso a la vida para quienes quisieran seguirlo: diciéndoselo a uno, se dirigía a todos. Y habiéndole él respondido: «Todo esto he cumplido» -aunque tal vez no lo había hecho, pues le había dicho: «Guarda los mandamientos»-, Jesús lo probó en sus apetitos, diciéndole: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y, luego, ven y sígueme» (Mt 19,20-21).

A quienes esto hicieren les prometió la parte que corresponde a los apóstoles, y no predicó a otro Dios Padre a aquellos que lo seguían, fuera de aquel al que la Ley había anunciado desde el principio; ni a otro Hijo; ni a otra Madre, Entimesis del Eón que provino de la pasión y el desecho; ni la Plenitud de treinta Eones, que, como ya hemos probado, es inconsistente y vacía; ni toda esa fábula que los demás herejes han fabricado. Más bien, les enseñaba a observar los mandamientos que Dios estableció desde el principio, a fin de vencer la concupiscencia con obras buenas y seguir a Cristo. Y como distribuir entre los pobres lo que se posee deshace las viejas avaricias, Zaqueo puso en claro: «Desde hoy doy la mitad de mis bienes a los pobres, y, si en alguna cosa he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más» (Lc 19,8) (Ireneo de León, Adversus haereses IV, 12, 5).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt6,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que se indica con el término bíblico «corazón» no coincide en absoluto con el centro emocional de los psicólogos. Los judíos pensaban con el corazón, ya que éste integra todas las facultades del espíritu humano; la razón y la intuición no son nunca extrañas a las opciones y a las simpatías del corazón. El hombre es un ser visitado, la verdad habita en él y lo plasma desde el interior, precisamente en la fuente de su ser. Su relación con el contenido de su propio corazón, lugar de la «inhabitación », constituye su conciencia moral, y es allí donde el Verbo le habla. El hombre puede hacer que su propio corazón se vuelva «lento para creer» (Lc 24,25), cerrado, duro hasta el punto de doblarse a fuerza de dudas (Sant 1,8), y puede llegar incluso a la descomposición demoníaca en «muchos» (cf. Me 5,9). La separación de la raíz trascendente es locura en sentido bíblico.

«Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21). El hombre se define por el contenido de su propio corazón, por el objeto de su propio amor. San Serafín de Sarov llama al corazón «altar de Dios», lugar de su presencia y órgano de su receptividad. Haciéndose eco de Descartes, decía el poeta Baratynskij: «Amo ergo sum». El corazón tiene el primado jerárquico en la estructura del ser humano, sólo si en él se vive la vida posee una intencionalidad originaria imantada como la aguja de una brújula: «Nos has creado para ti, Señor, y sólo en ti encontrará su paz nuestro corazón», dice san Agustín (P. Evdokimov, La donna e la salvezza del mondo, Milán 1989, pp. 46.48 [edición española: La mujer y la salvación del mundo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1980]).

 

Día 17

Martes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 6,11-24a

En aquellos días,

11 el ángel del Señor vino a sentarse bajo el terebinto de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar para ocultárselo a Madián.

12 El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -El Señor está contigo, valiente guerrero.

13 Gedeón le respondió: -Por favor, mi señor, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos pasa todo esto? ¿Qué ha sido de todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando nos dicen que el Señor nos sacó de Egipto? Ahora nos ha abandonado y nos ha entregado en poder de Madián.

14 El Señor le miró y le dijo: -Vete, que con tu fuerza salvarás a Israel del poder de Madián. Yo te envío.

15 Gedeón respondió: -Por favor, Señor, ¿cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre.

16 Respondió el Señor: -Yo estaré contigo, y tú derrotarás a Madián como si fuese un solo hombre.

17 Gedeón insistió: -Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien me habla.

18 Por favor, no te vayas de aquí hasta que yo vuelva. Yo traeré mi ofrenda y la depositaré ante ti. Él le dijo: -Me quedaré aquí hasta que vuelvas.

19 Gedeón se fue, aderezó un cabrito y, con una medida de harina, hizo panes sin levadura; puso la carne en su cesta y el caldo en una olla, los llevó bajo el terebinto y se lo presentó.

20 El ángel de Dios le dijo: -Toma la carne y los panes sin levadura, ponlos sobre esta piedra y vierte el caldo. Gedeón lo hizo así.

21 Entonces el ángel del Señor extendió el bastón que tenía en su mano y tocó la carne y los panes sin levadura. Salió fuego de la roca y consumió la carne y los panes sin levadura, y el ángel del Señor desapareció de su vista.

22 Gedeón se dio cuenta de que era el ángel del Señor y dijo: -¡Ah, Señor, Señor! ¿He visto cara a cara al ángel del Señor?

23 El Señor le respondió: -La paz sea contigo. Nada temas, no morirás.

24 Gedeón levantó allí un altar al Señor y lo llamó Señor de la Paz.

 

** «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta, y el Señor los entregó en poder de Madián durante siete años» (6,1). Los acontecimientos relacionados con Gedeón que se narran en la lectura de hoy sacan de nuevo a la luz los criterios de lectura de la historia: pecado-castigo, invocación-salvación, a lo que sigue un períodocde paz. El pecado de los israelitas es la infidelidad a la alianza: no escuchan la voz del Señor y veneran a los dioses de los amorreos (v. 7). El pecado está difundido y habita incluso en la casa de Joás, padre de Gedeón, donde había construido un altar a Baal y plantado un árbol sagrado (v. 25). Las incursiones de los madianitas son leídas como castigos de Dios. Son cada vez más duras y despiadadas, hasta el punto de que, por miedo a ellos, los israelitas «tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes» (v. 2), a fin de poder defenderse; utilizaban, además, lugares escondidos para desgranar el trigo y protegerse de los robos. En este clima de degradación moral y religiosa, de gran pobreza y de miedo, había crecido Gedeón. Sin embargo, también él había vibrado ante las palabras del profeta enviado por Dios para despertar a su pueblo (w. 7-10). Y había invocado a gritos la salvación.

El encuentro de Gedeón con el ángel del Señor tiene lugar en este contexto de dolor y de esperanza. El diálogo en el que se teje la narración de su vocación nos ofrece un ejemplo de la relación de amor de Dios con su pueblo y de confianza, como educador, respecto a la persona que ha elegido para la misión de juez, es decir, para salvar a su pueblo. Invita a Gedeón a derribar el altar construido por su padre, a cortar el árbol sagrado y a construir un nuevo altar «al Señor, su Dios», en la cima de la roca, donde ofrece un cabrito en holocausto, consumido con el fuego de la leña del árbol sagrado. El temor queda vencido por la certeza interior de la presencia del Señor -«Yo te envío», «Yo estaré contigo»-, madurada en la relación con él en momentos significativos: el sacrificio ofrecido bajo el terebinto, el fuego que devora la carne y los panes sin levadura, el altar testigo del encuentro con el ángel del Señor, los signos del vellón de lana y del rocío, la prueba de fe en el poder de Dios, que le pedía que hiciera frente con trescientos hombres al poder de los madianitas. Los israelitas gozaron del bien de la paz durante la vida de Gedeón, pero, después de su muerte, «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33).

 

Evangelio: Mateo 19,23-30

En aquel tiempo,

23 Jesús dijo a sus discípulos: -Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos.

24 Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

25 Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

26 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.

27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo: -Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?

28 Jesús les contestó: -Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*• El encuentro con el joven y su desenlace reavivan una cuestión que asalta al hombre desde siempre: ¿puede entrar un rico en el Reino de los Cielos? La liturgia de hoy nos proporciona la respuesta de Jesús. Presenta ésta un realismo desconcertante y nos abre a un «más allá» imposible para la mente humana, revelador del poder de Dios. Éste es el horizonte sobre el que están llamados a moverse sus discípulos. La paradoja pone de manifiesto el obstáculo que constituyen las riquezas para entrar en el Reino cuando se convierten en el «amo» del hombre. En el fondo, el obstáculo es la idolatría; al dios-dinero se le puede llegar a rendir «culto» una vez más con sacrificios humanos: ¡el prójimo! ¿Acaso fue por esto por lo que el Maestro le recordó el pasaje de Lv 19,18 al joven rico? También nos viene a la mente Mt 25,31-45. Los discípulos se quedan consternados. ¿Quién podrá salvarse, si se pone en relación la debilidad humana, en la que figura el apego a la riqueza, con las exigencias de radicalismo propias del Reino?

La salvación es un don amoroso por parte de Dios; ningún hombre -por pobre o rico que sea- puede salvarse a sí mismo. El compromiso personal, incluido el dejarlo todo, no puede ser el precio que tiene la conquista de la salvación, sino expresión de acogida del don. No hay lugar en el Reino para una mentalidad fiscal que se preocupa de la recompensa. Los discípulos llevan todavía sobre sí signos de esta mentalidad: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?». ¿Cuál será nuestra recompensa?

El Maestro lleva a los Doce al interior del designio de Dios: el don de la salvación para ellos es la participación en la misma gloria del Hijo del hombre, cuando haya llegado a su plenitud la regeneración del mundo; se sentarán con él a juzgar al pueblo de Israel, porque han compartido su misión con él. Y ya desde ahora tendrán cien veces más, porque lo han dejado todo «por su causa», para ser sus discípulos. Los criterios para evaluar quién será el primero y quién el último no siguen la lógica humana ni la clasificación llevada a cabo por los hombres, sino la del Reino: la relación vital con Cristo, el único verdadero tesoro, el don del Padre.

 

MEDITATIO

«Para Dios todo es posible». Nada es imposible para Dios (cf. Mt 19,26; Gn 18,14; Jr 32,17); ni siquiera el mal que el pueblo hizo ante sus ojos (cf. Jue 6,1) pudo detener su amor ni debilitar su paciente acción de padre que cuida de su propio hijo (cf. Os 11,1-7). La elección de Gedeón, como la de los otros jueces, es expresión de este amor indomable y respetuoso con la libertad. Transforma el sufrimiento en ámbito de llamada a la comunión para la reconquista de nuestra propia dignidad; suscita entre el pueblo a hombres y mujeres repletos de su Espíritu, para que sean apoyo y guía, salvadores de los enemigos y obreros de la paz. Los forma.

Gedeón ha sido guardado ya de las contaminaciones idolátricas en su casa paterna. Dios lo va forjando en la prueba hasta el absurdo de pedirle que crea en la victoria sobre Madián cuando no cuenta con un fuerte ejército, sino sólo con un reducido número de hombres fuertes de su misma fe.

Mateo nos muestra al Maestro en una delicada acción educativa, con la que conduce a sus discípulos a mirar en lo profundo de su corazón y a abrirse a perspectivas de futuro. El Señor Jesús ve a los suyos a la luz del designio del Padre sobre ellos, sentados ya a su lado, porque creen y aman, le siguen a pesar de sus debilidades y de una sensibilidad circunscrita a los confines de la experiencia humana. Estos confines no son el freno, sino que son el lugar de la presencia del médico divino que ha venido a sanar. El obstáculo es la huida («tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes»: Jue 6,2) o bien el «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33), el «corazón endurecido». El canto al Evangelio hace resonar en la comunidad de los creyentes la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» Éste es el camino del discípulo del «corazón nuevo», que conoce, cree y ama.

 

ORATIO

Te pido, Señor, junto con mis hermanos y mis hermanas,  el don del silencio, para acoger tu misterio y tu persona. Concédenos la sabiduría del corazón y danos la fuerza de ánimo para superar la tentación diaria de aprisionar en nuestra inteligencia tu Palabra y tu inmenso amor o de estar hartos de la observancia fría y desinteresada de tus mandamientos.

Tú eres nuestra esperanza, Señor. Concédenos un corazón capaz de acoger cada día tu invitación a venderlo todo para seguirte, capaz de transformar la comunión contigo en servicio a los hermanos. La Iglesia, tu esposa, llama a grandes voces para reavivar la fe de sus hijos y para anunciar con alegría la «Buena Noticia» a todo el mundo. Haz descender sobre nosotros tu Espíritu como descendió sobre los dones ofrecidos por Gedeón y los consumió. Que tu fuego transforme nuestra vida en hostia agradable a ti para la salvación del mundo.

 

CONTEMPLATIO

 La lección evangélica, hermanos, que hace poco resonó en nuestros oídos, más bien que expositor, necesita ejecutor.

¿Hay algo más diáfano que estas luminosas palabras: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos? ¿Qué voy, pues, a decir yo? Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

¿Quién no ama la vida?, pero ¿quién hay con voluntad de guardar los mandamientos? Y si no quieres observar los mandamientos, ¿cómo quieres la vida? Si eres perezoso para el trabajo, ¿por qué te apresuras al salario?

El joven rico dice haber guardado los mandamientos y entonces se le proponen otros mandamientos superiores: Si quieres ser perfecto, una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Nada perderás en ello; más bien, tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme. ¿De qué te aprovecharía si, haciéndolo, no me siguieres?

Retiróse, pues, mohíno y descontento, según oísteis, por tener grandes riquezas. Ahora, pues, lo que a él se le dice a nosotros se nos dice. Es el Evangelio la boca de Cristo, quien, sentado ya en el cielo, no deja de hablar en la tierra. No seamos nosotros sordos...

Alejóse triste aquel rico, y dijo el Señor: ¡Qué difícil es la entrada en el Reino de los Cielos para quien tiene riquezas!

Y hasta qué punto es ello difícil lo mostró en una semejanza donde la dificultad es verdadera imposibilidad. Porque todo lo imposible es difícil, mas no todo lo difícil es imposible.

La dificultad aquí mírala en la semejanza: Verdaderamente os digo que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que la entrada de un rico en el Reino de los Cielos. ¡Un camello por el ojo de una aguja! Si dijera una pulga, ya sería imposible.

Oyendo esto, los discípulos, se atristaron y dijeron: Si es así, ¿quién podrá salvarse? ¿Quién de los ricos?

Escuchad los pobres a Cristo. En este pueblo de Dios a quien yo hablo son la mayoría pobres. ¡Oh pobres! Entrad, a lo menos vosotros, en el Reino de los Cielos. Oídme, sin embargo, una palabra. Cualesquiera que seáis los que de pobres os gloriáis, huid de la soberbia, para que no se la acaparen los ricos piadosos; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos humildes; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos piadosos; guardaos de la ebriedad, para que no os venzan los ricos sobrios. Si ellos no deben gloriarse de sus riquezas, no vayáis a gloriaros vosotros de vuestra pobreza.

Oigan los ricos, si alguno hay aquí, oigan al apóstol: Mándales a los ricos de este mundo. Porque hay ricos del otro: los pobres son los ricos del otro mundo; los apóstoles eran ricos, los ricos del otro mundo, pues decían: Como quienes nada tienen y todo lo poseen.

Al objeto de concretar a qué suerte de ricos se refiere, puso lo de este mundo. Oigan, por ende, al apóstol los ricos de este mundo: Mándales, dice, a los ricos de este mundo que no alberguen sentimientos de altanería. La soberbia es el gusano principal de las riquezas, polilla dañosa que todo lo roe y hace polvo. Mándales, pues, que no alberguen sentimientos de altanería ni pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura que, a lo mejor, te acuestas rico y te levantas pobre. No pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura (son palabras del apóstol), sino en Dios vivo, dice.

El ladrón te quita el oro; a Dios, ¿quién te lo quita? ¿Qué tiene un rico si a Dios no tiene? ¿Qué no tiene un pobre si tiene a Dios? No pongan, en consecuencia, la esperanza en las riquezas, sino en Dios vivo, que nos provee de todo con abundancia para que disfrutemos, y, junto con todas las cosas, se nos da también a sí mismo (san Agustín, «Sermón 85», 1-3, en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 70-73).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada día podemos constatar que el Evangelio se revela con mayor profundidad, gracia y discernimiento a los corazones sencillos que cuentan con una fe firme. El Evangelio, sin embargo, no revela la verdad como una hipótesis global que deba ser aceptada o rechazada en bloque. Al contrario, se dirige a cada corazón de una manera específica y personal, revelando a cada hombre la verdad de un modo adecuado a su estructura espiritual, al nivel de su fe, a su grado de aceptación de la verdad, en un flujo continuo de revelación que crece con el crecimiento de la fe y el paso del tiempo.

Es oportuno que el lector del evangelio se acerque a la verdad contenida en él desde la perspectiva y con el espíritu que adoptaron los evangelistas, de modo que reciba las palabras del Espíritu allí contenidas. No es ciertamente intención nuestra hacer más ardua la tarea del lector; al contrario, le estamos  proporcionando la clave de lectura del misterio del Evangelio. Si el  lector obedece al Espíritu del Evangelio, si se compromete a consentirlo y somete su propia mente a la verdad, entonces es la verdad misma la que se transfigurará ante él, haciéndose igual a la contemplada por el evangelista. Entonces infundirá al lector el soplo del Espíritu del Evangelio y su flujo inefable, que le trasladarán con la mente y con el corazón directamente de la palabra al cara a cara con la persona de Jesucristo.

De esta manera se realiza el milagro del Evangelio: «Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Aquí queda transfigurada la historia y Cristo se manifiesta como Dios por el testimonio del Espíritu en nuestros corazones (Matta El Meskin, Comunione nell'amore, Magnano 1999, pp. 85ss).

 

Día 18

Miércoles de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 9,6-15

En aquel tiempo,

6 todos los nobles de Siquén y los de Bet Miló se reunieron y proclamaron rey a Abimélec junto al terebinto que hay en Siquén.

7 Informado de esto, Yotán subió a la cumbre del monte Garizín y desde allí gritó: ¡Oídme, nobles de Siquén, y que Dios os escuche!

8 Una vez, los árboles quisieron elegirse un rey. Dijeron al olivo: «Sé nuestro rey».

9 Pero el olivo les respondió: «¿Voy a renunciar yo al aceite con el cual se honra a Dios y a los hombres para ir a balancearme sobre los árboles?».

10 Entonces dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros».

11 Pero la higuera respondió: «¿Voy a renunciar yo a la dulzura de mi fruto para ir a balancearme sobre los árboles?».

12 Entonces dijeron a la vid: «Ven tú y reina sobre nosotros».

13 Pero la vid respondió: «¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para ir a balancearme sobre los árboles?».

14 Entonces dijeron a la zarza: «Ven tú y reina sobre nosotros».

15 Y la zarza les respondió: «Si de verdad queréis que sea vuestro rey, venid y cobijaos bajo mi sombra; y, si no, que salga fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano».

 

**• El deseo de seguridad y de un guía fuerte impulsa a los israelitas a pedir a Gedeón que se convierta en rey (8,22). La respuesta de Gedeón remite a los israelitas a la verdad de su ser como pueblo cuyo único rey es Dios (8,23), pero, a pesar de ello, la presión psicológica ejercida por las poblaciones presentes impulsa a Israel a querer un rey. De ahí surge una dolorosa experiencia: Abimélec, hijo de Gedeón, nacido de una mujer cananea, se hace proclamar rey después de haber matado, «sobre una misma piedra» (9,5), a sus hermanos. Sólo se salvó el hijo pequeño, Yotán, «porque se había escondido». El pasaje que nos propone hoy la liturgia recoge el discurso dirigido por este último a los señores de Siquén.

Yotán intenta convencerles de la inutilidad -más aún, de la peligrosidad- de un rey. Para ello echa mano de una fábula tomada de la sabiduría popular. La negativa del olivo, de la higuera y de la vid y la aceptación de la zarza pretenden demostrar la peligrosidad del tirano y la ruina a la que conduce su dominio. Pero nadie le escuchó. La realeza de Abimélec resultará destructora para la gente de Siquén y será ruinosa para el mismo Abimélec, muerto por la mano de una mujer y por la espada de un joven. La narración recuerda el señorío de Dios, en el que sólo el pueblo goza de plena dignidad y ve atendidos sus propios deseos de paz y de libertad.

 

Evangelio: Mateo 20,1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña.

2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña.

3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo

4 y les dijo: «Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo».

5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo.

6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: «¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?».

7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a la viña».

8 Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros».

9 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno.

10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más, pero también ellos cobraron un denario cada uno.

11 Al recibirlo, se quejaban del dueño,

12 diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor».

13 Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario?

14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti,

15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

16 Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 

**• El marco de referencia de la parábola es la misión de Jesús siguiendo el mandato recibido del Padre (cf. Jn 3,15-17). Él, como peregrino, está realizando su «santo viaje» (Sal 84,6) hacia Jerusalén, donde tendrá lugar «su hora». El Maestro, con fino arte pedagógico, partiendo de una experiencia que está a la vista de todos, quiere revelar una vez más el verdadero rostro de Dios, rico en misericordia y bondad. La experiencia es la del dueño que se acerca al lugar de reunión de los pobres que esperan que alguien en busca de obreros los contrate para su viña. En función de la necesidad, llama en diferentes horas, desde muy de mañana hasta media tarde. Ya había convenido con los primeros el salario de la jornada, pero a los últimos les paga lo mismo. Y este comportamiento del dueño suscita una reacción de queja (v. 12): ese comportamiento no es aceptable, es injusto.

El diálogo pone de manifiesto el verdadero problema: en el fondo, no es la cuestión del salario lo que irrita a los obreros que se quejan, sino el verse equiparados a los últimos. Se quejan, por envidia, de la «bondad» del dueño. Ése es el verdadero objeto del conflicto. La parábola cuenta la experiencia de Jesús, que acoge y llama a los pecadores, a los publícanos, a las prostitutas, a los que andan por las calles y las plazas: todos ellos están invitados a entrar en el Reino de Dios, como los fariseos y los maestros de la Ley. Pero éstos, los primeros que fueron contratados para trabajar en la viña, no se quedan; se sienten superiores, se quejan, se niegan por envidia y por celos. Es el misterio del corazón endurecido. Son como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo o de la misericordia (Lc 15,25-32), que no comprende a su padre y no acepta que perdone al hermano tránsfuga y dilapidador. Jesús prosigue mostrando con esta parábola la acción amorosa y salvífica de Dios. Presenta el nuevo mensaje formativo para los suyos.

No olvidemos que Jesús está en camino hacia Jerusalén. Quiere preparar a sus discípulos para entrar en la visión del Padre y para que hagan suya la lógica del amor universal. Inmediatamente después de esta parábola (Mt 20,17-19), Mateo coloca el tercer anuncio de la pasión. Jerusalén, en efecto, va a ser el lugar de la plena manifestación del amor de Dios, el lugar donde el ágape divino, destruyendo todo muro de división, se convierte en el principio vital de una nueva solidaridad entre todos, a la manera de la Trinidad. Ya no hay primeros ni últimos, sino que todos son hijos y obreros corresponsables en la viña del Señor, la humanidad.

 

MEDITATIO

«...en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21). La primera lectura es una palabra de verdad a la luz del amor clarividente. Nos conduce a dialogar como hijos con el Padre que ha salido a nuestro encuentro para decidir de nuevo con él: «¿Quién es nuestro rey?». La respuesta no puede recorrer con el pensamiento la doctrina aprendida en los bancos de la escuela o en la universidad. La respuesta es vivir bajo el señorío de Dios en la peregrinación cotidiana. Es un salto de fe renovado y confiado. La tentación de buscar a una persona fuerte que dé seguridad o de elaborar proyectos nuestros a los que «obedecer» está siempre al alcance de la mano, y hoy de un modo agudo, apremiante y solapado.

El Padre se muestra celoso de nuestra libertad. Quiere que sea una conquista nuestra a través de una opción de comunión con él y con los hermanos. «El Señor reinará sobre vosotros» (Jue 8,23). «Yo, Abimélec, reinaré sobre vosotros» (cf. Jue 9,1-6). Ésta es la opción existencial. Es doloroso constatar a dónde llevan el orgullo, el poder y la violencia que se refugia en el corazón. La «zarza» proclamada rey ha ahogado toda la vida. «¡Mató incluso a sus hermanos!». ¡Inhumano! ¿Qué sociedad puede hacer de semejante rey, de un líder cegado por el poder o -lo que es más- dependiente de su propia necesidad de afirmación? ¿Por qué no se escucha la voz de quien, iluminado por su Señor, como Yotán, el hermano menor escapado del exterminio, ve con amplitud de miras y teniendo en cuenta en su corazón el bien de su propia gente?

 

ORATIO

Señor, he comprendido la belleza de la oración que has puesto en nuestro corazón: Padre, venga a nosotros tu Reino. Es un Reino de justicia, de amor y de paz, de verdad y de vida; es la humanidad transformada por el amor en familia de Dios. He comprendido, Señor, la belleza de la basílica de San Pedro: es la casa donde tú reúnes a todos los pueblos, el templo de la unidad y de la comunión, el lugar de oración y de encuentro contigo, donde cada uno, unido a tu Madre, canta las obras admirables del Padre en su propia lengua y todos, juntos, manifiestan la belleza del Evangelio del amor. El camino, Señor de la esperanza, es largo, fatigoso, erizado de obstáculos nuevos y oscuros. En primer lugar dentro de nosotros mismos. Parece más lógico y democrático escoger un rey, con el deseo inconsciente de poder condicionarlo a nuestros propios fines. Tú, Señor de la vida, sana esta necedad nuestra, individual y colectiva. Que tu amor no se dé por vencido, a pesar de la dureza de nuestros corazones. Continúa llamando a cada uno por su nombre, a cualquier hora. Que no haya discriminaciones dentro de nuestro ánimo, sino que todos tengan sitio, como obreros de tu viña e hijos del Padre que está en los cielos. La lógica de tu amor fascina. Que esté en ti el estilo y la respiración de nuestro «santo viaje» hacia la plenitud de la vida y de la historia.

 

CONTEMPLATIO

Desde todos los ángulos resulta evidente que la parábola del dueño de la viña y los obreros va dirigida tanto a los que desde la primera edad se dan a la virtud como a los que se dan en edad avanzada e incluso más tarde.

A los primeros, para que no se ensoberbezcan ni insulten a los que vienen a la undécima hora; a los últimos, para que sepan que pueden recuperarlo todo en breve tiempo. Puesto que, en efecto, el Señor había hablado antes de fervor y de celo, de renuncia a las riquezas, de desprecio a todo lo que se posee -lo cual requiere un gran esfuerzo y un ardor juvenil- para encender en los que le escuchaban la llama del amor y dar tono a su voluntad, demuestra ahora que también los que han llegado tarde pueden recibir la recompensa de toda la jornada.

Ahora bien, no lo dice de una manera explícita por temor a que éstos se ensoberbezcan y se muestren negligentes y descuidados; muestra, en cambio, que todo es obra de su bondad y que, gracias a ella, no serán olvidados, sino que recibirán también bienes inefables. Esta es la finalidad principal que se propone Cristo en la presente parábola (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo, 64,3ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente» (Ef 1,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El «espíritu de sabiduría y de revelación» que nos permite conocer plenamente al Padre de la gloria se nos da en Cristo mediante el sello del Espíritu Santo. Nosotros podemos ver ahora todas las cosas en Jesús no en virtud de una particular luz intelectual  (esto será el don del entendimiento), sino por connaturalidad, por instinto divino -como diría santo Tomás-, desde el momento en que estamos en Jesús, que se encuentra en el centro del misterio de la salvación, y estamos en Dios, que se encuentra en el origen, en lo alto. El conocimiento por connaturalizad ha sido comparado a menudo, en la tradición patrística y espiritual, al gusto. Noto que un alimento está dulce o salado no por un razonamiento, ni siquiera por el análisis químico de los componentes de la sal o del azúcar; lo noto por una sintonía connatural entre la sal, el azúcar y mis papilas gustativas. De modo análogo sucede con el don de la sabiduría: noto que un hecho, una acción, un comportamiento, un pensamiento, concuerda con el plan de Dios porque estoy en Jesús, que se encuentra en el centro de ese plan, porque amo al Padre, que es el autor de ese designio.

En consecuencia, la sabiduría está ligada más bien a la caridad que a la fe; la sabiduría es el refluir de un grandísimo amor al Padre y a Jesús que se convierte en gusto del misterio de Dios. Pablo, en la carta a los Efesios (1,16c), pide esa sabiduría precisamente para los suyos y para nosotros (C. M. Martini, Uomin¡ e donne dello Spirito, Cásale Monf. 1998, pp. 69ss [edición española: Hombres y mujeres del Espíritu: meditaciones sobre los dones del Espíritu Santo, Sal Terrae, Santander 1998]).

 

 

Día 19

Jueves de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 11,29-32.33b-39a

En aquellos días,

29 el espíritu del Señor se apoderó de Jefté,  que recorrió Galaad y Manases, llegó a Mispá de Galaad y desde allí pasó al territorio de Amón. 30 Jefté hizo el siguiente voto al Señor: -Si entregas en mi poder a los amonitas,

31 el primero que salga por la puerta de mi casa para venir a mi encuentro,  cuando regrese vencedor, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.

32 Jefté marchó a la guerra contra los amonitas, y el Señor los entregó en su poder.

33 Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron humillados ante los israelitas.

34 Cuando Jefté regresaba a su casa de Mispá, salió a su encuentro su hija danzando y tocando el pandero. Era hija única, pues Jefté no tenía más hijos.

35 Al verla, rasgó sus vestidos y gritó: -¡Ah, hija mía, me has destrozado; tú eres la causa de mi desgracia, porque me he comprometido ante el Señor y no puedo desdecirme!

36 Ella le dijo: -Si te has comprometido ante el Señor, padre mío, cumple tu promesa respecto a mí, ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los amonitas.

37 Y añadió: -Concédeme esta gracia: déjame libre dos meses; durante ellos recorreré los montes con mis compañeras, llorando por tener que morir sin hijos. Él le dijo: -Vete.

38 Y la dejó libre durante dos meses. Ella y sus compañeras recorrieron los montes llorando, porque iba a morir sin hijos.

39 Pasados los dos meses, volvió a su casa, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.

 

**• La lectura de hoy suscita en nosotros sentimientos  de incomodidad y de desconcierto frente a la decisión irreflexiva de Jefté. Una vez más, nos encontramos sumergidos en la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios y en el sufrimiento que sigue a su pecado: «Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidón, Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces, el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas. Éstos afligieron y oprimieron durante dieciocho años a todos los israelitas» (Jue 10,6-8). Desde lo hondo del dolor del pueblo se levanta la plegaria de invocación al Señor unida al reconocimiento de su propio pecado y a las acciones de liberación de los falsos dioses (cf. 10,15ss).

La elección de un liberador por parte de Dios recae en Jefté, hijo de una prostituta, convertido en jefe de un grupo de aventureros con los que llevaba a cabo sus correrías, tras haber sido desheredado y expulsado de la casa de los suyos. A él se dirigen los ancianos de Galaad para combatir contra los amonitas. La narración señala que «el espíritu del Señor se apoderó de Jefté» (11,29) y los amonitas fueron humillados ante los israelitas (v. 33).

El voto de Jefté de sacrificar una vida humana nos desconcierta, aunque se puede explicar por la contaminación de los usos del tiempo; es algo que contrasta con la prohibición de los sacrificios humanos según la ley del Señor. Todo esto muestra el largo camino que deberá recorrer el pueblo todavía para liberarse de ciertos tipos de religiosidad peligrosos y equívocos, que no respetan a la persona humana ni la relación con Dios nacida de la alianza del Sinaí. El verdadero culto que Dios acepta, tal como celebra la comunidad en el salmo responsorial, es la obediencia a la Palabra: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio; entonces yo digo: 'Aquí estoy"... Y llevo tu ley en las entrañas» (Sal 40,7.9).

 

Evangelio: Mateo 22,1-14

En aquel tiempo,

1 Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:

2 -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo.

3 Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir.

4 De nuevo envió otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda».

5 Pero ellos no hicieron caso, y unos se fueron a su campo y otros a su negocio.

6 Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron.

7 El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad.

8 Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos.

9 Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis».

10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y la sala se llenó de invitados.

11 Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda.

12 Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado.

13 Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes».

14 Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.

 

*» El fragmento de hoy forma parte de una nueva sección del evangelio de Mateo, la última antes de los acontecimientos de la pasión (Mt 21,1-25,46). Jesús está en el templo. Se dirige a los judíos, que, de una manera malévola, le han preguntado con qué autoridad enseña y realiza sus obras. Les dirige tres parábolas muy fuertes: la parábola de los dos hijos (21,28-32), la de los viñadores homicidas (21,33-46) y, por último, la del banquete de bodas (22,1-14). Esta última es la que hemos escuchado en el evangelio proclamado hoy. Las imágenes a las que hace referencia Jesús son bien conocidas de todo buen israelita: las bodas y el banquete, es decir, las imágenes con las que se describe el Reino anunciado por los profetas, unas imágenes que preludian la comunión gozosa y definitiva de Dios con su pueblo {cf. 25,1-12).

A diferencia de la versión de Lucas (14,16-24), en la de Mateo no se trata ya de una invitación a una «gran cena» (Lc 14,16), sino al banquete organizado por el rey para celebrar las bodas de su propio hijo. Esto hace más grave e injustificada la negativa por parte de los invitados, que rechazan el plan de Dios. El Antiguo Testamento había prometido la unión nupcial entre Dios y su pueblo {cf., por ejemplo, Jr 2,2; 31,3; Ez 16,1-43.59-63); el nombre de «Esposo» es uno de los títulos que Dios se da a sí mismo (Is 54,5). La parábola referida por Mateo presenta a Jesús como el Esposo prometido {cf. 9,15) y pone el acento en la gravedad del comportamiento de los invitados. Las motivaciones del rechazo son mezquinas: mi trabajo es más importante que el banquete. A algunos les fastidia hasta tal punto el banquete que llegan a insultar e incluso matar a los siervos que les llevan la invitación. La indignación del rey y su intervención de castigo no detiene su amor por su hijo. La invitación al banquete de bodas del hijo se dirige ahora a invitados insospechados. Jesús pretende revelar que la salvación, rechazada por su pueblo, se ofrece ahora a los paganos. Este discurso les resulta duro a los judíos, que ni le aceptan a él ni aceptan tampoco su enseñanza ni el universalismo de su invitación a formar parte del Reino.

Mateo llama la atención de la comunidad cristiana sobre un aspecto decisivo: la invitación, la llamada, es gratuita, pero es también exigente. Describe este aspecto mostrando al rey que honra a sus invitados saludando a cada uno y agradeciéndole la asistencia, como es costumbre. Pero uno de los invitados no se ha puesto el traje de boda (w. 11-14). La intervención del rey también aquí se muestra severa. Mateo pretende dar a entender que, para entrar en el mundo nuevo y ser discípulo de Cristo, no basta con recibir la invitación externamente; es preciso revestirse por dentro del traje que expresa la novedad de vida: creer, ser fieles, escuchar la voluntad divina y ponerla en práctica, vigilar, realizar obras de justicia. Eso es lo que recuerda el canto al evangelio {cf 19,7-9), óptima clave de lectura del texto de Mateo para nosotros.

 

MEDITATIO

El drama personal de Jefté, a causa de un voto inaudito contrario a la ley de Dios, agita a nuestro personaje, padre victorioso, y destruye -junto con la felicidad de la única hija- toda esperanza. El relato es un acontecimiento de revelación: muestra a dónde puede llevar el contagio con usos y costumbres que son contrarios a la dignidad de la persona. Por otra parte, conduce a purificar la idea que nos hacemos de Dios, a liberarla de visiones toscas y mortificantes, a sanar la relación con él: el verdadero sacrificio grato a Dios, que es amor, es la escucha, dejarse educar por él, seguirle, creer, amar al prójimo.

Nuestra fuerza es la fidelidad de Dios, que cuida de su pueblo, generación tras generación, y nos implica a todos nosotros como colaboradores de su obra de salvación. La persona -sea quien sea- no es nunca un precio que debamos pagar para garantizarnos la consecución de un objetivo. Hay itinerarios que constituyen un compromiso constante, personal y comunitario, bajo la acción del Espíritu. Sin embargo, hay que pasar siempre por una «puerta estrecha»: perder nuestra propia vida por Cristo y el Evangelio (cf. Le 9,24), a fin de reencontrarnos a nosotros mismos en la verdad de la «imagen y semejanza» de Dios. El silencio contemplativo y acogedor del misterio de Dios es su espacio. ¿Por qué tiene el hombre miedo de acoger' la vida que se nos ofrece en el Hijo? Es la pregunta que surge al considerar, a la luz del fragmento evangélico que hemos leído, a la humanidad de hoy. Precisamente por esto, al ponernos el traje nupcial -el vestido de oro de Cristo resucitado, símbolo de novedad de vida-, se nos invita a salir a lo largo de las encrucijadas de los caminos, a los transportes públicos, a los lugares de reunión lúdica y allí donde se está apagando el hombre en su dignidad, para llamar. El evangelio de hoy no nos habilita para realizar una lectura introspectiva. Nos invita a entregarnos a nosotros mismos y a abrir caminos valientes para anunciar por todas partes el misterio pascual - a saber: al Esposo muerto y resucitado- a todas las generaciones, a fin de celebrar la vida con ellas. Sin memoria no hay ni un presente fecundo ni un futuro de esperanza.

 

ORATIO

El misterio del rechazo y la tenacidad del amor. Hasta el castigo, Señor de la vida y de la luz, nace de tu amor, que quiere abrir con cada uno -persona o pueblo el camino hacia la casa del Padre. Tú, Señor, nos guardas como el águila que protege a su nidada, nos enseñas a volar hacia lo alto para darnos la posibilidad de ver todo con ojos que la obra del Espíritu ha hecho penetrantes, nos atraes a ti con vínculos de amor, nos revelas quiénes somos y cuáles son los verdaderos destinos del mundo. Y, a pesar de todo esto, nuestros bienes, nuestros asuntos, nuestros pensamientos, nuestras verdades, las llamadas del consumismo y del hedonismo, nos resultan tan atrayentes que te damos la espalda. Es la ceguera de un Jefté que, aun con las mejores intenciones, sacrifica vidas humanas. Es la dureza del corazón modelado en el horno de los egoísmos colectivos. Es la luz fría que contamina las relaciones entre los hombres y con el orden creado.

Quisiera asir algo del secreto de tu amor, apoderarme de él y poder traducir yo también los gemidos del hombre en mi entrega por ellos, en el amor que se consuma al comunicar vida y esperanza.

 

CONTEMPLATIO

«Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda. Le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». Él se quedó callado"» (Mt 22,1 lss). Los invitados a la boda, recogidos de los setos y las esquinas, de las plazas y de los lugares más diversos, habían llenado la sala del banquete real. Pero después, cuando llegó el rey para ver a los comensales reunidos en torno a su mesa, es decir, pacificados en cierto modo en su fe (del mismo modo que en el día del juicio habrá que ver a los convidados para distinguir los méritos de cada uno), encontró a uno que no llevaba el traje de boda. En este uno están incluidos todos los que son solidarios en la realización del mal. El traje de boda son los preceptos del Señor y las obras que se realizan según el espíritu de la ley y del Evangelio. Éstos son el traje del hombre nuevo. Si uno que lleva el nombre de cristiano es encontrado en el momento del juicio sin el traje de boda -es decir, el traje del hombre celestial- y lleva, en cambio, el traje manchado -o sea, el traje del hombre viejo-, será recogido de inmediato y se le dirá: «Amigo, ¿cómo has entrado?».

Le llama «amigo» porque es uno de los invitados a la boda, y reprende su descaro porque con su traje inmundo ha contaminado la pureza de la boda. «Él se quedó callado», dice Jesús. En aquel momento, en efecto, ya no será posible arrepentirse, ni será posible negar la culpa, puesto que los ángeles y el mismo mundo serán testigos de nuestro pecado. «Entonces el rey dijo a los servidores: "Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes"» (Mt 22,13). El ser atado de pies y manos, el llanto, el rechinar de dientes, están para demostrar la verdad de la resurrección. O bien, se le ata las manos y los pies para que desista de obrar el mal y de correr a derramar sangre. En el llanto y el rechinar de dientes se manifiesta, de una manera metafórica, la gravedad de los tormentos (Jerónimo, Commento al vangelo di Matteo III, 22,8-11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los invitados al banquete de boda del Cordero » (Ap 19,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué es una fiesta, sino la superabundancia de la belleza, la existencia convertida en algo semejante a un juego, liberada de la utilidad, de la gravedad, el intercambio de la amistad, una vida tan intensa que hace olvidar la misma muerte? La fiesta es espontaneidad y fraternidad, la magna celebración que nos une con lo ilimitado.

En el Occidente moderno, las virtudes de la seriedad, del ahorro, del trabajo, de «la voluntad en voluntad», han apagado las luces de la fiesta, han invertido en poder tecnológico lo que Georges Bataille llamaba la «parte maldita» de toda civilización, pero que también podríamos llamar la «parte sagrada». El hombre, definido por su racionalidad y por su poder, ha permitido que sus facultades de celebración se atrofiaran. No cabe duda de que existe un punto de encuentro ideal entre el ocaso de la fiesta y la ausencia de Dios en una cotidianidad que se ha vuelto unidimensional. En realidad, si Cristo no ha resucitado, la muerte tendrá siempre la última palabra, y los días que sigan a las fiestas serán siempre días de ceniza y de soledad. Ahora bien, si Cristo ha resucitado, la Pascua es en verdad «la fiesta de las fiestas», cada eucaristía es «la fiesta de las fiestas», y a través de la lucha cotidiana, a través del mismo martirio, podremos encontrarnos en este estado de fiesta.

El vínculo entre la fiesta de la Iglesia y la contemplación es muy estrecho: la fiesta proporciona a cada uno una primera experiencia del Dios vivo, abre los ojos del corazón a su presencia y nos hace capaces de descubrir por un instante el icono del rostro, la llama de las cosas. La fiesta nos revela a cada ser y a cada cosa como un milagro, y ésa es la razón por la que, en torno al hombre santificado, también el mundo se pone de fiesta, recobrando en el milagro su propia transparencia original (O. Clément, Riflessioni sull'uomo, Milán 1973, pp. 168-170 [edición española: Soore el hombre, Ediciones Encuentro, Madrid 1983]).

 

Día 20

San Bernardo

 

Bernardo, primer abad de Clairvaux (Claraval) y doctor de la Iglesia, nació el año 1090 en el seno de una familia noble de Borgoña. Inflamado por el Espíritu y enardecedor de almas desde su juventud, entró a los 20 años en el monasterio de Cíteaux, conquistando para el ideal monástico a muchos jóvenes nobles.

Tras ser nombrando en 1115 abad de Claraval, convirtió muy pronto su monasterio en un cenáculo de vida espiritual y en un auditorio del Espíritu Santo. Fue llamado por príncipes, obispos y papas, refutó herejías, defendió los derechos de la Iglesia y al papa legítimo. Como doctor de la unión mística con el Verbo y cantor sublime de la Virgen María, es autor de numerosos tratados, cartas y sermones. Murió en 1 153, llorado en Claraval por más de 700 monjes y siendo padre de más de 160 monasterios.

LECTIO

Primera lectura: Rut 1,1.3-8a.14b-16.22

1 Una vez, en tiempo de los jueces, hubo hambre en Palestina, y un hombre de Belén de Judá emigró al país de Moab con su mujer y sus dos hijos.

3 Murió Elimélec, marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos,

4 que se casaron con dos moabitas, una llamada Orfá y la otra Rut. Vivieron allí unos diez años,

5 al cabo de los cuales murieron también Majlón y Kilión, quedando sola Noemí, sin hijos y sin marido.

6 Al enterarse de que el Señor había bendecido a su pueblo, proporcionándole alimento, Noemí se dispuso a abandonar Moab en compañía de sus dos nueras.

7 Partió con las dos del lugar en el que residían y emprendieron el regreso hacia el país de Judá.

8 Entonces Noemí les dijo: -Volveos a casa de vuestra madre.

14 Después, Orfá besó a su suegra y regresó a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.

15 Noemí le dijo: -Mira, tu cuñada se vuelve a su pueblo y a su dios; vete tú también con ella.

16 Rut le dijo: -No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, viviré; tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios.

22 Así fue como Noemí regresó de Moab con su nuera Rut. Cuando llegaron a Belén, empezaba la siega de la cebada.

 

*•• El relato del libro de Rut está ambientado en el tiempo de los jueces (v. 1), es decir, en un período en el que el camino del pueblo, nacido de la alianza del Sinaí, conoce graves conflictos en su interior y con las poblaciones de la tierra de Canaán, experimenta las fatigas de la maduración de su propia identidad y carga con las consecuencias de las mezclas religiosas. El contenido de la lectura es la historia de una familia obligada a dejar a su propia gente a causa de una carestía, para buscar refugio y sostén en otra parte. El texto de hoy presenta a Elimélec y Noemí con sus dos hijos, que se casan con dos moabitas, Orfá y Rut. La atención se centra en esta última y en su relación con Noemí después de la muerte del cabeza de familia y de sus dos hijos a continuación. Su prematura desaparición induce a pensar que la descendencia de Elimélec se ha extinguido y que a Noemí no le queda más que el recuerdo de los sueños de futuro.

El relato conduce con delicadeza al lector a seguir los pasos interiores de Rut, las decisiones que la llevan a compartir la fe y la vida de Noemí y de su gente, a descubrir el designio de Dios sobre ella y sobre el pueblo. Rut dará descendencia a la familia de Elimélec, y esta «extranjera» se convertirá en antepasada de David: su hijo Obed se convierte en padre de Jesé, padre de David. Mateo inserta a Rut en la genealogía que conduce a José «el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo » (Mt 1,5.16). Todo nace de una decisión tomada en un clima de respeto y de amor entre dos criaturas, Rut y Noemí, como signo del resto de Israel fiel a su Señor; se trata de la decisión de Rut de abandonar a su propia gente para ir a donde la lleva el Señor: «Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios» (v. 16).

Rut es una de las figuras bíblicas que causan asombro no sólo por la dignidad de su persona y por su amor atento respecto a Noemí, sino también porque revela el amor universal de Dios, que implica a cada persona en la realización de su designio de amor. El Señor ha puesto su mirada en ella, en una extranjera. Se trata de un acto educativo destinado a ir abriendo poco a poco los horizontes de su pueblo a todas las gentes. Todos son hijos suyos.

 

Evangelio: Mateo 22,34-40

En aquel tiempo,

34 cuando los fariseos oyeron que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron,

35 y uno de ellos, experto en la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 -Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

37 Jesús le contestó: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.

38 Éste es el primer mandamiento y el más importante.

39 El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo.

 40 En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas.

 

*+• Jesús se encuentra todavía en el templo. La confrontación con los fariseos se vuelve cada vez más áspera. El contexto del evangelio de hoy está marcado por la voluntad de los fariseos de tender una trampa más a Jesús para obligarle a tomar posición frente a un tema religioso, como ya intentaron hacer con la cuestión del tributo al César (Mt 22,15-22) y, posteriormente, los saduceos con el problema de la resurrección de los muertos (w. 23-33).

Señala Mateo que los fariseos se habían reunido para decidir el argumento; el que interviene es, por consiguiente, su portavoz (w. 34ss). El objeto de la pregunta está tomado de un debate que estaba de actualidad en las escuelas rabínicas: ¿cuál es, entre todos, el primero de los mandamientos? Quieren conocer la opinión del nuevo maestro sobre cuál es el principio que inspira la ley. Nada más simple y correcto, a primera vista. La respuesta de Jesús está montada sobre dos citas: una tomada del Deuteronomio (6,5) y otra del Levítico (19,18). Esos dos textos constituían el corazón de la espiritualidad del pueblo de Israel. El primero, el mandamiento del amor total a Dios, estaba escrito en las jambas de las puertas, bordado en las mangas, y era recitado por la mañana y por la noche, para que estuviera siempre presente en el ánimo del creyente, como celebración continua de la alianza. El auditorio no podía dejar de estar de acuerdo.

La novedad que aporta Jesús se encuentra en los versículos 39 y 40. Se trata del vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo, a los que declara inseparables y de igual importancia. Por otra parte, está la relación del mandamiento del amor con toda la revelación bíblica de la voluntad de Dios con su pueblo; los dos mandamientos constituyen el punto de apoyo, el centro de donde brota todo lo demás, el que ilumina, purifica y transforma todo.

Una ley tiene valor si está penetrada por el amor. Las buenas obras tienen valor en la medida en que son obras de amor a Dios y al prójimo. Eso es lo que proclamaban los profetas cuando llamaban a la conversión del corazón. Jesús lo puede afirmar porque «conoce al Padre» {cf. Jn 7,29). Él no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento; por consiguiente, es su intérprete autorizado y el realizador de la ley de vida expresada en la voluntad del Padre (cf. Mt 5,17.20; 7,29). Lo mostrará en su entrega en la cruz. El conflicto se convierte, una vez más, en lugar de revelación y en acontecimiento formativo para los suyos.

 

MEDITATIO

Bernardo eligió ser monje, es decir, discípulo de Cristo, y lo fue durante la mayor parte de su propia vida, durante más de cuarenta años. Su experiencia monástica -el deseo de Dios y de ser una sola cosa con él- nos suministra la clave para la interpretación de su vida y de su vastísima obra. Como dice el evangelio, buscando antes que nada el Reino de Dios, todo le fue dado por añadidura: una admirable sabiduría en las cosas divinas y humanas, una capacidad extraordinaria para fascinar a las almas y llevarlas a Cristo, una genialidad sorprendente y un discernimiento iluminado puesto al servicio de la Iglesia.

Bernardo, hombre dotado de dones de la naturaleza y de la gracia, escritor brillante de estilo fascinante e imperecedero, hombre de pensamiento reconocido y apreciado entre los más grandes del siglo, fue antes que nada un amante del silencio del claustro, un enamorado del Verbo, un lector asiduo de la Escritura: la palabra de la Biblia forja su predicación y sus escritos, el amor divino absorbe su contemplación y le hace doctor de la caridad. La largura, la anchura, la altura y la profundidad del misterio de Dios que vive Bernardo y al que conduce tienen un carácter eminentemente vital, místico, y, en este sentido concreto, es siempre actual.

El calor de su humanidad se vuelve transparencia, pedagogía, espejo donde se refleja la proximidad de Dios al camino del hombre, en la vía que conduce al encuentro con Él.

 

ORATIO

Señor Dios mío, ¿por qué no anulas mi pecado? ¿Por qué no eliminas mi iniquidad? Así, tras descargarme del grave peso de mi voluntad, podré respirar bajo el leve peso de la caridad e, impulsado por tu Espíritu, que es espíritu de libertad, recibiré de él el testimonio para mi espíritu de que también yo soy uno de tus hijos y existo sobre esta tierra como imitador tuyo (Bernardo de Claraval, Liber de diligendo Deo, 36).

Dichoso aquel que, en todo lugar, te toma como guía, Señor Jesús. Que nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, te sigamos, por medio de ti y hacia ti, porque tú eres el camino, la verdad y la vida: el camino por el ejemplo que das, la verdad por la promesa que haces, la vida por la recompensa que concedes. Tú tienes, en efecto, las palabras de vida eterna; nosotros reconocemos y creemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, Dios por encima de todo, bendito por los siglos (Bernardo de Claraval, Sermoni dell'Ascensione 2, 6).

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos de san Bernardo:

«El motivo para amar a Dios es Dios mismo».

«A Dios le buscamos con el deseo».

«No buscarías a Dios si antes no hubieras sido buscado por él, ni amarías a Dios si antes no hubieras sido amado por él».

«Dios mismo infunde en el alma el deseo, que no es otra cosa más que una inspirada avidez de santo amor».

«Quien se adhiere a Dios forma un solo espíritu con él».

«La obediencia vuelve a abrir el ojo que la desobediencia había cegado».

«Ver a Dios no es otra cosa más que ser como él es».

«Ésta es la alegría perfecta: tener una sola voluntad con Dios».

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día con san Bernardo: «La medida del amor es amar sin medida».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El fin del hombre es el reconocimiento de la verdad, que es Dios, lo que implica el conocimiento de la relación del hombre con Dios, que es una relación de indigencia. Como el obstáculo es el orgullo, el remedio es la humildad; la condición es la gracia, el encuentro con Dios en Cristo. El resultado es la estima del hombre por su dignidad recuperada de imagen de Dios: mientras que la ignorancia de sí y el orgullo disminuyen el valor del hombre, la humildad, reconocimiento de la necesidad de Dios, pero también de la capacidad de Dios que hay en el hombre, revela a éste lo que él mismo es. De este modo, «sale» de él mismo y se eleva, crece, «se extiende» a nuevas dimensiones, las del amor a Dios y al prójimo. El ser humilde se vuelve manso, misericordioso. Así, la fe vivida y, por así decirlo, transformada en humildad, en caridad, hace, según los modos de hablar de nuestro tiempo, salir al «mí mismo» del «yo»: despierta al yo a la libertad del «mí mismo», le hace convertirse en persona en presencia de Dios, en comunión de solidaridad con todos.

En Bernardo está siempre presente este mensaje de gloria, condicionado por su mensaje de humildad, este realismo extremo en la consideración de la miseria del hombre, y esta confianza indefectible en la gloria que está ya en él y no espera más que manifestar sus efectos. La función de la expresión literaria será hacer ver un poco de esta luz oculta que percibe la mirada de la fe. En Bernardo, como también en otros grandes espirituales que fueron escritores, la intensidad de la experiencia explica el carácter ferviente, apasionado de la expresión y, por consiguiente, la parte de exageración que ésta pueda tener: tanto si evoca las profundidades de nuestra bajeza o la sublimidad de las visitas del Verbo, parece ir a veces demasiado lejos, rebasar los límites de lo razonable y, en todo caso, de lo normal y de lo habitual. A decir verdad, se limita simplemente a revelar, a propósito de él mismo, lo que puede ser el caso de todos.

Sus escritos manifiestan un pensamiento a la vez contemplativo y tan comprometido como es posible. Cada uno de ellos empezó siendo un acto bien preciso, pero en cada uno de ellos alcanza Bernardo lo universal. Cuanto más lúcido es un ser sobre sí mismo, más ilumina a los otros sobre ellos mismos (J. Leclercq, Bernardo de Claraval, Edicep, Valencia 1991, pp. 212-213).

 

 

Día 21

Día 21 de agosto, conmemoración dr

San Pío X, papa 

Giuseppe Sarto nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en el seno de una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo en Treviso; en 1884, obispo de Mantua; en 1893, patriarca de Venecia, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue «renovar todo en Cristo». Murió el 20 de agosto de 1914. Su Catecismo se hizo célebre.

 

LECTIO

Primera lectura: Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17

2,1 Tenía Noemí, por parte de su marido, Elimélec, un pariente muy rico llamado Booz.

2 Un día, Rut, la moabita, dijo a su suegra: -Déjame ir a espigar al campo de aquel que me lo permita. Ella le respondió: -Vete, hija mía.

3 Fue Rut a espigar a un campo detrás de los segadores y, casualmente, vino a caer en una finca de Booz, de la familia de Elimélec.

8 Booz dijo a Rut: -Escucha, hija mía: no vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí. Sigue detrás de mis criados.

9 Fíjate en qué campo están segando y ve detrás de ellos. Mandaré a mis criados que no te molesten. Y cuando tengas sed, vas y bebes de sus mismos cántaros.

10 Rut se postró en tierra y le dijo: -¿Por qué te has fijado en mí interesándote por una extranjera?

11 Booz le respondió: -Me han contado cómo te has portado con tu suegra después de la muerte de tu marido y que has dejado a tus padres y a tu patria para venir a un pueblo desconocido para ti.

4,13 Booz se casó con Rut; se unió a ella y el Señor hizo que concibiera y tuviera un hijo.

14 Las mujeres decían a Noemí: -Bendito sea el Señor, que ha hecho que no te faltase un heredero para que el nombre del difunto se conserve en Israel.

15 El niño será tu consuelo y amparo en la vejez, pues te lo ha dado tu nuera, que tanto te quiere, y es para ti mejor que siete hijos.

16 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo.

17 Las vecinas decían: -A Noemí le ha nacido un hijo. Y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 

*» El texto que acabamos de leer está dotado de una belleza única. No sólo por la historia que une a Rut con Booz, sino porque continúa siendo un acontecimiento revelador del amor de Dios, que no hace acepción de personas y quiere hacer participar a su pueblo de su amor de Padre para todos. La comprensión de esto será lenta y progresiva. El acontecimiento de la inserción de una extranjera, en virtud del matrimonio por levirato, en una familia israelita y, lo que es más, en el linaje de David, traza un camino pedagógico concreto en esta dirección.

Podemos distinguir dos partes en el texto. La primera es el encuentro con Booz, sugerido por la intuición femenina, además de ocasionado por la necesidad (2,1-11). El encuentro está envuelto por la fuerza moral de la moabita, que encuentra gracia a los ojos de Booz en virtud del profundo amor que ha demostrado a Noemí (v. 11). La narración del capítulo 3, donde se manifiesta el sentido de la responsabilidad de Noemí respecto a Rut (3,1), sirve de fondo a lo que la liturgia nos propone  en la segunda parte del texto (4,13-17). Por otro lado, nos ayuda a comprender el desarrollo de los acontecimientos, guiados por la confianza en el Señor, que ilumina los sentimientos e inspira las decisiones; esos acontecimientos conducen al matrimonio de Booz con la moabita, elevada por los ancianos a la altura de Raquel y Lía, progenitoras de la casa de Israel (4,11). En el texto no sólo sobresalen Booz y Rut, cuya descendencia prosigue en el hijo que «el Señor hizo que concibiera», sino que destaca también la figura de Noemí, bendecida por su gente. Tanto su vida como la de su nuera constituyen el testimonio de un amor fiel y de la presencia activa de Dios.

El libro de Rut se abría con los acontecimientos dolorosos de una familia obligada a dejar Belén para emigrar a la tierra de Moab; ahora se cierra con un cántico de esperanza y de alabanza al Señor, celebrado en el lugar del retorno, en la contemplación gozosa de lo que el Señor ha llevado a cabo en dos mujeres, las verdaderas protagonistas. No es la pertenencia étnica lo que cuenta ni lo que garantiza la paz, la fecundidad, el futuro; son más bien los sentimientos, las actitudes, las decisiones según el corazón del Dios de los Padres, presente en los pliegues de la historia humana. Eso es lo que hace que el relato de Rut tenga una fuerza impresionante en su suavidad y belleza. Dios ha puesto en ella algo de sí mismo, algo que, en su desarrollo cotidiano y sencillo, manifiesta la vida de Rut.

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2 -En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos.

3 Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen,

4 Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen a las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

5 Todo lo hacen para que les vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto;

6 les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas;

7 que les saluden por la calle y les llamen maestros.

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás.

12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*•• Mateo registra el crecimiento de la oposición del mundo religioso oficial hacia la persona y la enseñanza del Maestro. La liturgia de hoy propone a nuestra escucha la primera parte de la severa reprimenda de Jesús dirigida contra los maestros de la Ley y los fariseos (23,1-12). Reconoce a los maestros de la Ley y a los fariseos su autoridad magisterial (están sentados en la cátedra de Moisés; por eso han de ser escuchados: w. 2ss), pero advierte al auditorio de que no deben seguirles en sus obras. Jesús contesta con vigor, como pastor que ama a su rebaño, y conoce los peligros en los que incurren, su incoherencia y el haber convertido la tarea que les había sido encomendada en un instrumento de búsqueda de sí mismos, de afirmación de su propio yo, de prestigio, por considerarse superiores a los demás. Un dato ejemplar de esto lo constituye la alteración del significado de los mismos signos -las filacterias y los flecos- que hubieran debido recordarles la Palabra del Señor y «todos sus mandamientos para ponerlos en práctica» (cf. Nm 15,38ss; Dt 6,4-9); sin embargo, «todo lo hacen para que les vea la gente» (v. 5).

El discurso es duro. El perfil que traza del maestro de la Ley y del fariseo es demoledor y da razón de las ásperas invectivas que les lanza (w. 13-37). Sobre este fondo, en el que sólo el amor mueve a Jesús, se puede intuir algo de su profundo dolor y de su apesadumbrado lamento por la ciudad de Jerusalén (w. 37-39). Ésta es la imagen con la que Mateo cierra el capítulo.

El peligro que supone un fariseísmo solapado y enmascarado -el de la fractura entre el decir y el poner en práctica- siempre está presente; va ligado a la fragilidad humana y era el peligro que acechaba a las comunidades cristianas, a las que el Espíritu iba agregando nuevos miembros procedentes tanto del mundo pagano como del judío, en tiempos de Mateo. El evangelio de hoy tiene una función purificadora y de maduración de la comunidad cristiana para conducirla a la plena fidelidad a su Señor. La segunda parte del evangelio (w. 8-12) describe algunos rasgos de la misma: todos son hermanos, porque son hijos de un único Padre; todos son discípulos de un solo Maestro, Cristo Jesús. «El señorío de Dios, la filiación divina y la fraternidad son las categorías fundamentales de la comunidad (y del Evangelio): la autoridad está a su servicio, debe revelarlas, defenderlas, hacerlas resaltar, nunca oscurecerlas» (B. Maggioni).

 

MEDITATIO

Pío X era un hombre de ánimo muy sencillo y dispuesto a ceder cuando la caridad de Cristo pedía un noble sacrificio. Su figura dulce y humilde, animada por una fuerza interior que se manifestaba con una irresistible fuerza interior, le hizo aparecer de inmediato como un santo, y a la santidad llamaba a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes. Toda su vida de sacerdote y de obispo había sido una aspiración continua a convertirse en el buen pastor de las almas. La vida de piedad, a la que el pontífice dio un grandísimo impulso, además de la incitación a la educación catequética, tomaron vigor gracias a los decretos que se refieren al sacramento de la eucaristía. Justamente, Pío X fue llamado el papa de la eucaristía.

La restauración cristiana querida por Pío X respondía a su inmenso deseo de hacer bien a todos. Había sido siempre el hombre de la inagotable caridad material y espiritual, y como pontífice brilló en él aún más viva y universal esta sublime virtud, que le convertía realmente en el «dulce Cristo en la tierra» (A. Saba, Storia della Chiesa, Turín 1945, IV, pp. 350-357, passim).

 

ORATIO

Oración al Sagrado Corazón de Jesús muy estimada por Pío X:

«Oh Corazón amoroso, en vos pongo toda mi confianza, pues de mi debilidad lo temo todo y lo espero todo de vuestra bondad».

 

CONTEMPLATIO

Nadie, por tanto, cuando piensa que sólo con ella, entre todos, estuvo unido Jesús durante treinta años con esas relaciones de intimidad familiar que unen siempre a un hijo con su madre, pondrá en duda que, especialmente por mediación de María, se nos ha abierto el mejor camino para conocer a Jesús. En efecto, los maravillosos misterios del nacimiento y de la niñez de Cristo, y sobre todo el de la Encarnación, que constituye el principio y el fundamento de nuestra fe, ¿a quién podían ser más manifiestos que a su Madre? Ésta no sólo «conservaba en su corazón» lo que había sucedido en Belén o en el templo de Jerusalén, sino que también fue partícipe de los pensamientos de Cristo y de sus deseos escondidos; de modo que puede decirse que ella había vivido la vida misma de su Hijo. Nadie, pues, conoció a Cristo tan íntimamente como ella; por consiguiente, no puede haber maestro o guía más apto que ella para el conocimiento de Cristo (Pío X, carta encíclica Ad diem illum laetissimum, en el 50° aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción, 2 de febrero de 1904).

 

ACTIO

Medita hoy sobre este deseo del papa Pío X: «Deseo que el pueblo rece en medio de la belleza».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen evangélica de Jesús, buen pastor, le resulta entrañable a la tradición cristiana desde los tiempos de las catacumbas; la liturgia la proyecta gustosa sobre las figuras de los obispos que han seguido con fidelidad al Señor. Es la imagen que mejor le sienta a san Pío X, es la clave interpretativa más prometedora de su persona y de su obra. El pontificado de Pío X duró algo más de un decenio, pero se mostró riquísimo en iniciativas y «reformas», encaminadas a hacer más profunda la vida interior de la Iglesia y a un mejor empleo de sus energías apostólicas.

Tal empeño de reforma fue pensado y querido por Pío X como respuesta a su solicitud preponderantemente pastoral. Me complace señalar dos intervenciones particularmente representativas del compromiso apostólico del santo pontífice, ambas dirigidas -no por casualidad- al alimento de las almas: la renovación de la catequesis y las nuevas disposiciones alentaron un acceso más amplio a la eucaristía. Era una firme convicción de nuestro santo que sólo un profundo conocimiento de la verdad cristiana podía alimentar una piedad auténtica en la Iglesia y preservar la fe de hundirse en las erróneas concepciones filosóficas y teológicas de la época. Si bien la defensa del patrimonio auténtico de la fe puesta en práctica por Pío X no estuvo exenta de algunas exageraciones -sobre las que todavía hoy tanto se discute-, no se puede poner en absoluto en duda el ansia y el compromiso pastorales de uno de los más celosos y generosos pastores que ha tenido la Iglesia (M. Ce, «San Pió X, il buon Pastare», en Famiglia cristiana, 5 de junio de 1985, 8-10).

 

 

Día 22

21° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,1-2a. 15-17.18b

En aquellos días:

1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y oficiales. Todos se presentaron ante Dios.

2 Josué dijo a todo el pueblo:

15 -Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis. Yo y los míos serviremos al Señor.

16 El pueblo respondió: -Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses.

17 El Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres. Él ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido y en todas las naciones que hemos atravesado.

18 Así que también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

 

        **• El libro de Josué narra tres acontecimientos: el paso del Jordán y la conquista de la tierra prometida (capítulos 1-12); la distribución del territorio entre las tribus (capítulos 13-21); las acciones con las que concluye la vida de Josué, en particular su último discurso y la asamblea de Siquén (capítulos 22-24). El pueblo ya ha recibido ahora el don de «una tierra por la que vosotros no habíais sudado, unas ciudades que no edificasteis y en las que ahora vivís; coméis los frutos de las viñas y de los olivos que no habéis plantado» (Jos 24,13): Dios se muestra fiel a la promesa que había guiado y sostenido los pasos de Abrahán, Isaac, Jacob... (cf Gn 12,7; 26,3; 28,13...) Josué se despide de Israel y pone al pueblo frente a la responsabilidad de sus propias decisiones. La decisión de adherirse o rechazar a Dios siempre tiene como fundamento la presencia eficaz del Señor. Del mismo modo que en las solemnes profesiones de fe de Dt 6,21-24; 26,5-9 y Neh 9,7-25, también Josué propone a la fe de los presentes el recuerdo de las intervenciones de Dios a favor de su pueblo (vv. 2-13). Por consiguiente, «escoged hoy a quién queréis servir» (v. 15): también podéis rechazar lo que el Señor ha realizado por vosotros (volviendo a los dioses que eran adorados antes de la vocación de Abrahán o escogiendo las divinidades adoradas por los amorreos, a los que vosotros mismos habéis derrotado al conquistar la tierra); por mi parte, yo, con mi casa, escojo y os exhorto a que también vosotros escojáis aceptar la predilección de Dios, sirviéndole «con integridad y fidelidad» (v. 14). La asamblea de Israel escoge a Dios, renueva el acto de fe y concluye una alianza (vv. 16-28).

        Josué, al proponer la renovación de la alianza, subraya el momento de la decisión: «hoy» (v. 15). La respuesta del pueblo y la estipulación de la alianza siguen la cadencia de la repetición del pronombre de primera persona plural «nosotros», «nuestro» (vv. 16-18.21.24.27). Es interesante señalar que tanto la voz de Dios (cf. Nm 14,20-23) como el estudio exegético moderno afirman que quienes sancionaron la alianza en Siquén (v. 1) no eran los mismos que atravesaron realmente el desierto, sino que se trata de sus descendientes. Como en todo acto de fe, el que lo realiza hace presente y actualiza para sí la historia de la salvación.

 

Segunda lectura: Efesios 5,21-32

Hermanos:

21 Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo.

22 Que las mujeres respeten a sus maridos como si se tratase del Señor,

23 pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia.

24 Y como la Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres a sus maridos.

25 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella

26 para hacerla santa, purificándola por medio del agua y la Palabra.  

27 Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida: una Iglesia inmaculada.

28 Igualmente, los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama,

29 pues nadie odia a su propio cuerpo; antes bien, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia,

30 que es su cuerpo, del cual nosotros somos miembros.

31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo.

32 Gran misterio éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y la Iglesia.

 

        *» El texto forma parte de un código de comportamiento destinado a la familia de Dios (Ef 5,21-6,9; cf. Col 3,18; 1 Pe 3,1-6). En los tiempos en que fue escrito pudo haber desempeñado una función de respuesta a ciertas acusaciones dirigidas a los cristianos en el sentido de que amenazaban la estabilidad del tejido social, puesto que exigían cierta igualdad entre todos los fieles.

            A las mujeres se les dice que «respeten a sus maridos» (v. 22); los esposos, a su vez, deberán «amar» a sus consortes.  Pero eso no basta. El fragmento se abre y se cierra con una referencia explícita a Cristo y a la Iglesia (vv. 21.32). Por otra parte, las exhortaciones, apenas enunciadas, están motivadas desde una perspectiva específicamente cristiana: «como si se tratase del Señor» (v. 22), «como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia» (v. 23), «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (vv. 25.29). En este caso, «como» no tiene un valor comparativo, sino causal: vivid en la caridad recíproca, «porque» el mismo Señor obró de este modo.

        La Iglesia ha encontrado en Cristo a su «salvador» (v. 23), al que la hace «santa» y «pura» (v. 26), «esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida: una Iglesia inmaculada» (v. 27). En el antiguo Oriente había costumbre de lavar y adornar a la novia, que era presentada a continuación al novio por los amigos de la boda. Ahora bien, aquí es el mismo Cristo quien ha lavado a su Iglesia de toda huella de suciedad «por medio del agua y la Palabra» (v. 26) -esto es, el bautismo- para presentarla a sí mismo. Esta irresistible belleza de la Iglesia se manifestará espléndidamente en la plenitud de los tiempos, pero Pablo nos asegura que es ya una característica que, aunque todavía sombreada, le pertenece como don. Cristo ha querido realizar personalmente respecto a la Iglesia lo que el Génesis describía como la vocación de todo hombre y de toda mujer (Gn 2,24).

 

Evangelio: Juan 6,60-69

En aquel tiempo,

60 muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron: -Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?

61 Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban su enseñanza, les preguntó: -¿Os resulta difícil aceptar esto?

62 ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?

63 El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida.

64 Pero algunos de vosotros no creen. Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar.

65 Y añadió: -Por eso os dije que nadie puede aceptarme si el Padre no se lo concede.

66 Desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con él.

67 Jesús preguntó a los Doce: -¿También vosotros queréis marcharos?

68 Simón Pedro le respondió: -Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna.

69 Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

 

        **• Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, los discípulos muestran su malestar por las afirmaciones «irracionales» de su Maestro, unas afirmaciones difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto que él, el «Preexistente», viene precisamente del cielo (cf. Jn 3,13-15).

        La incredulidad de los discípulos respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que el «Espíritu es quien da la vida; la cante no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (v. 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don que tiene el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, no logrando liberarse de la esclavitud de la carne. A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre, que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.

 

MEDITATIO

        El lenguaje de Jesús es duro no porque sea incomprensible, sino porque resulta difícil de aceptar, sobre todo por las consecuencias que implica. La cuestión del «lenguaje» en la transmisión de la fe es importante, pero la realidad de la fe, aunque sea expuesta en el lenguaje más actualizado, será siempre «dura». En estos años se ha introducido la lengua hablada en la liturgia, aunque no por ello han aumentado los que participan. Y no es sólo por una cierta extrañeza cultural del mundo bíblico, sino porque la Palabra resuena con toda su dureza.

        La Palabra, en su contenido esencial, implica una elección, una alianza del tipo de la propuesta por Josué; implica elecciones no siempre fáciles ni siempre indoloras. Y frente a los compromisos que dan la impresión de echar a perder la vida, nos sentimos tentados, también nosotros los discípulos, a pensar como la mayoría: la Iglesia exagera en sus demandas, quiere complicar la vida, la Palabra ha de ser interpretada, las nuevas condiciones de la sociedad no permiten vivir siguiendo ciertos parámetros del pasado...

        A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna». Somos frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de vida eterna.

 

ORATIO

        Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame tu Espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En efecto, «sólo tú tienes palabras de vida eterna».

 

CONTEMPLATIO

        Los que se retiraron no eran pocos; eran muchos. Eso tiene lugar tal vez para consuelo nuestro: puede suceder, en efecto, que alguien diga la verdad y no sea comprendido y que incluso los que le escuchan se alejen escandalizados. Este hombre podría arrepentirse de haber dicho la verdad: «No hubiera debido hablar así, no hubiera debido decir estas cosas». Al Señor le pasó esto: habló y perdió a muchos discípulos, y se quedó con pocos. Pero no se turbó, porque desde el principio sabía quién habría de creer y quién no. Si a nosotros nos sucede algo semejante, nos quedamos turbados.

        Encontraremos consuelo en el Señor, sin dispensarnos, a pesar de todo, de la prudencia en el hablar (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 27, 8).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sólo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna» (cf. Jn 6,68b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La experiencia de los que se encuentran en misión es que sólo rara vez es posible ofrecer el pan que da la vida y curar verdaderamente un corazón que ha sido destrozado. Ni siquiera el mismo Jesús curó a todos, ni tampoco cambió la vida cíe todos.

        La mayor parte de la gente simplemente no cree que sean posibles los cambios radicales. Los que se encuentran en misión sienten el deber de desafiar persistentemente a sus compañeros de viaje a escoger la gratitud en vez del resentimiento, y la esperanza en vez de la desesperación. Las pocas veces en que se acepta este desafío son suficientes para nacer su vida digna de ser vivida. Ver aparecer una sonrisa en medio de las lágrimas significa ser testigo de un milagro: el milagro de la alegría. Desde el punto de vista estadístico, nada de todo esto es demasiado interesante. Los que te preguntan: ¿cuántas personas habéis reunido? ¿Cuántos cambios habéis aportado? ¿Cuántos males habéis curado? ¿Cuánta alegría habéis creado?, recibirán siempre respuestas decepcionantes. Ni Jesús ni sus seguidores tuvieron gran éxito. El mundo sigue siendo todavía un mundo oscuro, lleno de violencia, de corrupción, opresión y explotación. Probablemente, lo será siempre.

        La pregunta no es «¿a qué velocidad y cuántos?», sino «¿dónde y cuándo?». ¿Dónde se celebra la eucaristía? ¿Dónde están las personas que se reúnen en torno a la mesa partiendo el pan ¡untas? ¿Cuándo tiene lugar esto? [...] ¿Hay personas que, en medio de este mundo que se encuentra bajo el poder del mal, viven con la conciencia de que él vive y mora dentro de nosotros, de que él ha superado el poder de la muerte y ha abierto el camino de la gloria? ¿Hay personas que se reúnen alrededor de la mesa y que hacen en memoria suya lo que él hizo? ¿Hay  personas que continúan contándose sus historias de esperanzas y que marchan juntas a ocuparse de sus semejantes, sin pretender resolver toaos los problemas, sino llevar una sonrisa a un moribundo y una pequeña esperanza a un niño abandonado? (H. J. M. Nouwen, La forza aella sua presenza, Brescia 52000, pp. 85ss).

 

Día 23

Lunes de la 21ª semana del Tiempo ordinario o 23 de agosto, conmemoración de

Santa Rosa de Lima  

Santa Rosa de Lima nació en la capital de Perú en 1586. Su nombre de pila es Isabel. Cuando el obispo Toribio de Mogrovejo la confirmó, le impuso el nombre de Rosa. Sus padres, además de ser pobres y humildes, sufrieron un revés de fortuna y Rosa colaboró con todas sus fuerzas al sostenimiento de la familia. Cuando sus padres le instaron a que se casase, ella se resistió. Quería vivir consagrada al Señor e hizo voto de virginidad.

        Cuando conoció la historia de santa Catalina de Siena, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo como ella. Esto le causó no pocas incomprensiones y burlas de sus parientes y conocidos, pero ella todo lo soportaba con benevolencia. Su propia salud se vio dañada por la austeridad con la que vivía. El 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, murió en casa de un dignatario del gobierno, donde servía desde hacía tres años.

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 1,2b-5.8b-10

Hermanos:

2 Siempre os recordamos en nuestras oraciones.

3 Ante Dios, que es nuestro Padre, hacemos sin cesar memoria de la actividad de vuestra fe, del esfuerzo de vuestro amor y de la firme esperanza que habéis puesto en nuestro Señor Jesucristo.

4 Conocemos bien, hermanos amados de Dios, cómo se realizó vuestra elección.

5 Porque el Evangelio que os anunciamos no se redujo a meras palabras, sino que estuvo acompañado de la fuerza del Espíritu Santo y de una convicción profunda. Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien.

8 Por todas partes se ha extendido la fama de vuestra fe, de suerte que nada tenemos que añadir por nuestra parte.

9 Ellos mismos refieren la acogida que nos dispensasteis y cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero

10 y para vivir con la esperanza de que su Hijo, Jesús, a quien resucitó de entre los muertos, se manifieste desde el cielo y nos libere de la ira que se acerca.

 

**• La primera carta a los Tesalonicenses es la más antigua de las cartas atribuidas con seguridad al apóstol Pablo. La liturgia nos ofrece una lectura casi continua de la misma, permitiéndonos así conocer de más cerca un texto bíblico que puede ser considerado como un testigo esencial de lo que hay en los fundamentos de nuestra fe. En apariencia, el desarrollo de la carta parece ceñirse más bien a la resolución de una serie de cuestiones prácticas y su tono es preponderantemente exhortativo. Pablo anima, elogia, agradece; en alguna ocasión reprende y llama a la observancia de los principios fundamentales de la fe en Cristo. En realidad, todo el escrito está impregnado por un único sentimiento, por una misma expectativa: que Cristo vuelva pronto en su gloria. Esto es mucho más que una verdad abstracta a la que haya que adherirse. Es la certeza basada en la experiencia desconcertante del Espíritu Santo, comunicada a través de la predicación apostólica.

Esto es lo que aparece confirmado por la argumentación central del pasaje que nos presenta la liturgia de hoy (v. 5): el anuncio del Evangelio llevado a cabo por el apóstol ha suministrado a los tesalonicenses la prueba de la presencia y de la acción del Espíritu de Jesús resucitado; en particular, éste se ha manifestado en la fuerza (dynamis) de los prodigios y signos milagrosos y en la «convicción profunda» o plenitud de la fe en Cristo con la que Pablo ha hablado y actuado. Es la misma fe que une al apóstol con los destinatarios de la misiva, una fe íntegra que apunta directamente a la meta, Jesús, objeto de una «firme esperanza» (v. 3), capaz de orientar el compromiso cotidiano en la comunidad, tanto de Pablo {«Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien»: v. 5) como de los mismos tesalonicenses (v. 8).

El origen y el «motor» de todo esto es el amor de Dios: el lenguaje de la elección (v. 4) pretende significar la absoluta libertad de la iniciativa divina; se trata de la libertad del amor de Dios, que es absolutamente imprevisible y gratuito. Un amor libre y que libera, así es el Cristo esperado en la gloria de su última venida (v. 10).

 

Evangelio: Mateo 23,13-22

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

13 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás la puerta del Reino de los Cielos! Vosotros no entráis, y a los que quieren entrar no les dejáis.

15 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo lo hacéis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros!

16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el santuario no compromete, pero si uno jura por el oro del santuario queda comprometido!».

17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que santifica el oro?

18 También decís: «Jurar por el altar no compromete, pero si uno jura por la ofrenda que hay sobre él queda comprometido».

19 ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que la santifica?

20 Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que hay encima;

21 el que jura por el santuario, jura por él y por quien lo habita;

22 el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él.

 

*+• La liturgia nos propone estos días uno de los textos más ásperos de todo el Nuevo Testamento, un texto duro que, aparentemente, se concilia mal con el mensaje de acogida y perdón destinado a todos los hombres, en especial a los enemigos, propio del cristianismo de Jesús. Es opinión difundida entre los intérpretes que los «ayes» de Mateo tienen que ser leídos sobre el fondo del «sermón del monte», que representa, en cierto modo, su imagen especular. Ahora bien, el motivo por el que palabras de tal alcance pueden entrar a justo título en el anuncio de la Buena Noticia está escondido por el evangelista en una breve nota que encontramos al comienzo del capítulo: el discurso, que tiene por objeto a los maestros de la Ley y a los fariseos, está dirigido por Jesús «a los discípulos y a la muchedumbre» (Mt 23,1). Asume, por tanto, un doble valor: es una polémica abierta con la sinagoga, que juzga como herética a la comunidad mateana, pero es, al mismo tiempo, una autocrítica que debe ser aplicada en el interior de la comunidad.

La hipocresía o falsedad (hypokrités era en su origen el actor, el que se pone una máscara) anda al acecho cada vez que se propone como única verdadera religión a una que, en realidad, prescinde de Dios, sustituyéndolo por la casuística de los «comportamientos que salvan». ¿De qué se ocupan los hipócritas? De cosas importantes como el templo, el oro, el altar, la ofrenda... y olvidan a Aquel que habita en el templo, a Aquel que está sentado en el trono (cf. w. 21ss).

 

MEDITATIO

Los textos bíblicos proclamados en este día de Santa Rosa de Lima han sido seleccionados porque marcaron para ella la dirección de su vida. Conocido Cristo, no quiso saber nada de otros esposos. Luchó contra el deseo de sus padres de que se casara e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Viendo lo que Cristo sufrió y el valor de la pasión, ella misma dijo: «Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con la que los hombres han de ser medidos». Y ella misma se fijó con un alfiler al cuero cabelludo la corona de rosas que su madre le puso en la cabeza un día de fiesta familiar. La unión a Jesús, como el sarmiento a la vid, la llevó a vivir en plenitud el mandamiento del amor. Un día en que su madre le reprendió por atender en casa a pobres y enfermos, Rosa le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».

Amante de la soledad, dedica gran parte del tiempo a la contemplación y desea introducir también a otros en los arcanos de la «oración secreta», divulgando para ello libros espirituales. Anima a los sacerdotes para que atraigan a todos al amor a la oración. Recluida frecuentemente en la pequeña ermita que se hizo en el huerto de sus padres, abrirá su alma a la obra misionera de la Iglesia con celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios». Por ellos desea dar su vida, y se entrega a duras penitencias para ganarlos a Cristo. Durante quince años soportará una gran aridez espiritual como crisol purificador. También destaca por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.

 

ORATIO

Señor, tú has querido que santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, sin apartarse del mundo, se consagrara a ti en la penitencia; concédenos por su intercesión que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos.

 

CONTEMPLATIO

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte si conociera las balanzas con que los hombres han de ser medidos» (de los escritos de santa Rosa de Lima).

 

ACTIO

Pide hoy la paz, la justicia y la salud para todos los peruanos y, con santa Rosa de Lima, repite con frecuencia: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan de que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.

Guárdense las personas de pecar y de equivocarse. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».

Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo, y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma».

Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces para anunciar la grandeza, la hermosura y la riqueza de la gracia (de los escritos de santa Rosa de Lima al médico Castillo).

 

Día 24

San Bartolomé

 

A Bartolomé, de Cana de Galilea, uno de los Doce, se le identifica habitualmente con Natanael, el amigo del apóstol Felipe (Jn 1,43-51; 22,2). Carecemos de noticias históricas precisas sobre su actividad apostólica. Diversas tradiciones le sitúan en diferentes regiones del mundo y eso hace pensar que, efectivamente, su radio de acción fue muy amplio. Una tradición refiere que Bartolomé habría sido desollado vivo, según la costumbre penal de los persas, y que de este modo habría consumado su martirio. Recibe veneración en Roma, en la isla Tiberina.

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 21,9b-14

El ángel se dirigió a mí y me dijo:

9 «¡Ven! Te mostraré la novia, la esposa del Cordero».

10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,

11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.

12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión; tres al mediodía y tres al poniente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares, en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

 

*»• El libro del Apocalipsis define a la Iglesia como la ciudad santa, como don de Dios: en ella se recogen las doce tribus de Israel, esto es, el nuevo Israel de Dios.

Las murallas de esta ciudad se apoyan sobre el cimiento de los doce apóstoles. Según el mismo Juan, la Iglesia puede ser llamada también «la novia, la esposa del Cordero», para indicar el vínculo de amor único e irrepetible que une a Dios con la humanidad, a Cristo con la Iglesia.

El apóstol, todo apóstol, participa asimismo de este amor y se convierte en testigo de él con su ministerio apostólico, pero sobre todo con la entrega de su sangre.

Esa es la razón de que, al final de la lectura, se llame expresamente a los Doce «apóstoles del Cordero»: si la Iglesia es apostólica, lo es no sólo por el ministerio confiado por Jesús a los Doce, sino también y sobre todo por la participación de los Doce en el misterio pascual de Jesús.

 

Evangelio: Juan 1,45-51

En aquel tiempo,

45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: -Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.

46 Exclamó Natanael: -¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y lo verás.

47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió: -Antes de que Felipe te llamara, te ví yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te ví debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

*•• El elogio de Natanael formulado por Jesús es claro e inequívoco: «Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna» (v. 47). Del contexto inmediato se infiere el significado más amplio y más profundo que posee esta afirmación de Jesús. En Natanael no se excluye sólo la doblez, sino que se afirma sobre todo el amor a la verdad. De este modo, Jesús nos ofrece también a nosotros una rendija para comprender el fondo del alma de este apóstol.

Natanael se revela ante todo como un hombre que busca: se manifestará también así con ocasión de la primera aparición del Señor resucitado. De la búsqueda pasa Natanael enseguida al acto de fe. Su inteligencia se abre al misterio que se desvela; su ánimo se abre al descubrimiento de un bien mayor, un bien del que desde hace tiempo está sediento.

Natanael se convierte así en imagen viviente de todo verdadero creyente que, a la luz de la Palabra de Dios, aguza su capacidad visual interior y, por medio de la fe, reconoce en Jesús a su único Salvador.

 

MEDITATIO

También Natanael, como otros apóstoles antes que él, llega al descubrimiento de Jesús no sin una cierta fatiga.

En su caso, debe superar, en primer lugar, el handicap de su excesivo conocimiento veterotestamentario. Es justamente verdad -como leemos en el Eclesiastés- que el saber excesivo engendra dolor: sólo cuando haya alcanzado a la sencillez y a la transparencia del encuentro personal, podrá reconocer Natanael en Jesús al Hijo de Dios.

En segundo lugar, Natanael debe superar asimismo una especie de desconcierto, el que provocó en él su primer encuentro con Jesús, quien demuestra conocerle muy bien. Mas Natanael tiene necesidad de entablar un diálogo con aquel que le sorprende y, al mismo tiempo, le cautiva. Sólo el diálogo interpersonal es la vía segura para el conocimiento recíproco, el conocimiento que lleva a la experiencia y a la entrega de nosotros mismos en el amor.

Ahora bien, yo diría que Natanael debe superar también la mediación del amigo Felipe, respecto a la cual, de primeras, muestra cierto escepticismo. Sólo cuando haya tomado la decisión de ir al encuentro del Nazareno, le reconocerá por lo que Jesús es verdaderamente. La amistad puede ser, a buen seguro, una gran ayuda para el descubrimiento de la verdad, pero, cuando la verdad es Alguien, sólo el encuentro personal puede satisfacer la búsqueda.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú naciste en Belén, «la más pequeña de las cabezas de partido de Judea». Allana ante mí el camino que conduce hasta ti, pequeño entre los pequeños, verdadero hombre entre los hombres, hijo de María y José.

Señor Jesús, te criaste en Nazaret, un pueblo del que nadie esperaba nada bueno. Enséñame también a mí, como revelaste a tus otros discípulos, el secreto de la espiritualidad de Nazaret, pueblo donde viviste durante treinta años, secreto del que se desprende el mensaje del silencio, del amor, del trabajo.

Señor Jesús, tú quisiste elegir Jerusalén como ciudad de tu martirio y de tu pascua: dame el valor de subir contigo y detrás de ti hasta la ciudad santa, en donde deben morir los verdaderos profetas, ciudad amada por todos tus discípulos.

Señor Jesús, tú recorriste los caminos de Palestina, país pequeño e insignificante a los ojos de los grandes, pero elegido, amado y privilegiado por ti. Enséñame a valorar las cosas según tus criterios, según tus proyectos.

 

CONTEMPLATIO

Ved ahí cómo, según los preceptos del Evangelio, debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis [...], porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas.

Velad por vuestra vida; [...] los que perseveren en la fe serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta y, en tercer lugar, la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos». ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! (Didaché,  según la versión de E. Backhouse y C. Tylor, Historia de la Iglesia primitiva, Editorial Clie, www.clie.es).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta Palabra: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.

El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica... y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.

Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompañado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.

Este hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios para siempre (Madeleine Delbréf).

 

 

 

Día 25

  

Miércoles de la 21ª semana del Tiempo ordinario o 25 de agosto, conmemoración de

San José de Calasanz

        San José de Calasanz nació en Huesca en el año 1557. Era tal su devoción a la Virgen que él quería llamarse José de la Madre de Dios. Sus padres pudieron y le dieron una esmerada educación y formación. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lérida y fue ordenado sacerdote. En el año 1592, se fue a Roma persiguiendo un puesto honorífico y se encontró con la miseria infantil en los barrios de la ciudad. Dejó de perseguir honores y fundó las Escuelas Pías (escuelas gratuitas). Con la enseñanza del catón y del ábaco introducía también el catecismo y la oración de la corona de doce estrellas pidiendo la protección de la Virgen.

           El 25 de agosto del año 1648, a la edad de 92 años, este gran apóstol pasó a la eternidad. Pío XII le declaró celestial patrono ante Dios de todas las escuelas populares cristianas del mundo.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,9-13

9 Recordad, hermanos, nuestras penas y fatigas; recordad cómo trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el Evangelio de Dios.

10 Vosotros sois testigos, y Dios lo es también, de que nuestra conducta fue limpia, justa e irreprochable con vosotros los creyentes.

11 Sabéis que tuvimos con cada uno de vosotros la misma relación que un padre tiene con sus hijos,

12 exhortándoos, animándoos y urgiéndoos a llevar una vida digna del Dios que os ha llamado a su Reino y a su gloria.

13 Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues, al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes.

 

**• Estas palabras del apóstol Pablo ponen claramente de manifiesto que la predicación del Evangelio entre los tesalonicenses se ha convertido ahora en una experiencia común de vida, en una especie de «libro abierto» capaz de hablar a los creyentes el lenguaje de Dios.

Pablo no tiene necesidad de recurrir a argumentaciones refinadas, a demostraciones de tipo filosófico. Le basta con traer a la memoria de sus hermanos en Cristo lo que ha sufrido y trabajado entre ellos, su oficio humilde (tejedor de tiendas) pero digno, que le ha permitido no tener necesidad del favor de nadie, para estar libre de todo y al servicio del Evangelio. Del mismo modo que los discípulos y las muchedumbres habían sido testigos de los «signos» realizados por Jesús, así también la vida misma del apóstol se convierte en signo que da testimonio de la misión que ha recibido de Dios ante los hombres de su tiempo.

Como sello de la autenticidad de tal misión están la gratitud y la alabanza que brotan del corazón de Pablo: el apóstol contempla la obra del Señor que se lleva a cabo a través de su trabajo entre los hombres, restituyéndolos a la dignidad de hijos de Dios. Ésta es la recompensa para quien anuncia el Evangelio, la alegría de las bodas de Cana, del agua transformada en vino, palabra de hombre que el Espíritu transforma, dentro de los corazones, en Palabra que salva.

 

Evangelio: Mateo 23,27-32

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

27 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre!

28 Lo mismo pasa con vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad.

29 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mausoleos de los justos!

30 Decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado en la muerte de los profetas».

31 Pero lo que atestiguáis es que sois hijos de quienes mataron a los profetas.

32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros antepasados!

 

*• Los sepulcros de los que habla el evangelio de hoy eran en realidad los llamados «osarios», o sea, los lugares donde se guardaban los restos mortales de los difuntos aproximadamente un año después de haber sido enterrados; en esas «moradas» el hombre había perdido ya por completo sus propios rasgos: era sólo un montoncito de huesos, sin forma.

La imagen recuerda de manera poderosa la visión de los «huesos secos» del profeta Ezequiel (cf. Ez 37,1-14), con la diferencia de que aquí los restos mortales están ocultos a la vista por la blancura de la cal de los sepulcros. Del mismo modo, el aspecto imponente de los monumentos levantados a los profetas intenta ocultar las injusticias y las abominaciones realizadas contra ellos por los antepasados. Sepulcros para esconder, monumentos para no recordar, para desviar la atención de algo que, sin embargo, puede ser aún Palabra poderosa de Dios que llama a la conversión, la palabra de los profetas.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios viene a nosotros en la forma débil de una palabra de hombre: un humilde tejedor de tiendas, un profeta incomprendido objeto de burlas y perseguido por sus mismos hermanos, por los hermanos de su pueblo. Una palabra que interpela, pero que deja libre de acoger y reconocer la manifestación de Dios para nosotros.

Cuando alguien acoge la palabra del profeta, ésta obra como lo que verdaderamente es: Palabra de Dios, capaz de hacer volver a la vida, de transformar los huesos secos en carne viva, de volver a dar forma y dignidad allí donde el hombre ha perdido el sentido y la dirección de su propia existencia. Así es la palabra de Pablo para los cristianos de Tesalónica, y su vida es testimonio de una existencia llevada a cabo según el Evangelio.

El fragmento de Mateo presenta, en cambio, la condición de los que se niegan a dejarse interrogar por la Palabra. Éstos son como aquellos sepulcros: están cerrados, perfectamente sellados y «en su sitio», y hasta pueden suscitar admiración con su aspecto imponente. De este modo, no sale la podredumbre, pero al precio de no dejar entrar la vida en ellos, para transformar, para cambiar. Son sepulcros y nada más, «osarios» sin futuro, sin esperanza.

 

ORATIO

Cuántas veces, Señor, nos sentimos «en nuestro sitio», nos atrincheramos tras nuestra respetabilidad, encerramos nuestras pobrezas, nuestros sufrimientos y nuestras desilusiones en una fortaleza construida a base de éxitos, de autosuficiencia, mientras que se van apagando en nosotros poco a poco la alegría de vivir, la confianza en el sentido de las cosas que nos pasan... Entonces te suplicamos: líbranos, Señor, de la autosuficiencia.

Sólo si nos declaramos pobres, sólo si tenemos el valor de descubrir nuestros huesos secos, sólo si dejamos de aislarnos dentro de nuestros sepulcros podremos reconocer y acoger a los mensajeros de tu Palabra, a aquellos que vienen a nosotros sin suscitar clamor, a veces desfigurados por la fatiga y por el sufrimiento, llevando consigo la alegría y la paz de tu evangelio. Que vengan estos mensajeros a soplar en nosotros tu Espíritu, para que a la luz de tu Palabra encontremos en nosotros mismos la pasión por la vida, el coraje de esperar, la certeza de que todo está en tus manos. Nosotros mismos seremos transformados entonces en mensajeros y en testigos de la plenitud de vida que tú das a la humanidad que está en expectativa.

 

CONTEMPLATIO

En nuestros días, hay muchos que se parecen a aquéllos [los escribas y los fariseos hipócritas], bien adornados por fuera, pero por dentro llenos de iniquidad. En verdad también ahora hay quien se atarea y pone gran empeño en limpiar y embellecer el exterior, mientras que se olvida de purificar su alma.

Si fuera posible abrir la conciencia de cada uno, cuántos gusanos, cuánta podredumbre y qué inimaginable hedor encontraríamos allí dentro. Deseos deshonestos y perversos, más sucios que los mismos gusanos (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No endurezcáis el corazón» (cf. Sal 94,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hay sitios en los que eres completamente impotente. Sólo quieres curarte a ti mismo, combatir tus tentaciones y seguir siendo dueño de ti. Pero no puedes hacerlo solo. Cada vez que intentas hacerlo te sientes más desanimado. Te ves obligado a reconocer tu impotencia.

La disponibilidad para abandonar el deseo de dominar tu vida revela una cierta confianza. Cuanto más abandones tu obstinada necesidad de conservar el poder, más entrarás en contacto con Aquel que tiene el poder de curarte y de guiarte. Y cuanto más entres en contacto con ese poder divino, más fácil te resultará confesar a los otros y a ti mismo tu fundamental impotencia.

Piensa en ti mismo como si fueras una pequeña semilla plantada en un suelo fértil. Todo lo que tienes que hacer es permanecer allí y confiar en que el terreno contenga todo lo que necesitas para crecer. Este crecimiento se produce también cuando no lo notas. Quédate tranquilo, reconoce tu impotencia y ten fe en que un día te darás cuenta de todo lo que has recibido (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 1997, pp. 50ss, passim [edición española: La voz interior del amor, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

Día 26

Día 26 de agosto, conmemoración de

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars

 

Teresa Jornet e Ibars nació en Aytona (Lérida), en el año 1843, en el seno de una familia de labradores de recia fe cristiana. Siendo aún adolescente, se sintió llamada a ayudar a la sociedad de su tiempo, cuyo ambiente racionalista y anticlerical tuvo que padecer. La ciudad aragonesa de Fraga fue clave en su formación: en ella cursó los estudios de Magisterio, que empezó a ejercer en Argensola, pueblecito de la diócesis de Vich (Barcelona). Ingresó en las Clarisas de Briviesca  (Burgos). Una figura clave en su vocación fue la del padre Saturnino López Novoa: él concibió el proyecto que llevó a cabo la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados junto con un grupo de jóvenes en Barbastro (Huesca) el 11 de octubre de 1872. A su muerte, acaecida en Liria (Valencia) en 1897, la orden ya contaba con 103 asilos en España y América. La «sembradora de amor» fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974. Ha sido declarada patrona de la ancianidad.

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 3,7-13

7 Por eso, hermanos, en medio de todas las tribulaciones y congojas que hemos tenido que soportar por vosotros, nos hemos sentido confortados por vuestra fe,

8 hasta el punto de que ahora comenzamos a vivir de nuevo, al saber que vosotros os mantenéis fieles al Señor.

9 ¿Cómo podremos agradecer a Dios suficientemente esta alegría desbordante con la que, gracias a vosotros, nos regocijamos delante de nuestro Dios?

10 Día y noche rogamos a Dios con insistencia que nos conceda veros personalmente para completar lo que aún falta a vuestra fe.

11 ¡Que Dios, nuestro Padre, y Jesús, nuestro Señor, dirijan nuestros pasos hacia vosotros!

12 ¡Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros y hacia todos tan grande como el que nosotros sentimos por vosotros!

13 En fin, que cuando Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus elegidos os encuentre interiormente fuertes e irreprochables como consagrados delante de Dios, nuestro Padre.

 

*•• Por fin, al regreso de Tito de la «visita pastoral» a los cristianos de Tesalónica, Pablo consigue tener la confirmación del progreso realizado por éstos en el camino de la fe. Sólo entonces las nubes que oscurecían su ánimo con presentimientos angustiosos dejan el sitio al consuelo, el mismo que puede experimentar el corazón de un padre al saber que sus hijos están bien, que están seguros.

Hay, con todo, un deseo en el corazón de Pablo que espera aún ser escuchado: no estará en paz hasta que haya podido ver de nuevo en persona a la comunidad, reemprendiendo el hilo del diálogo que ciertas circunstancias dolorosas interrumpieron (probablemente fue a causa de la hostilidad de los judíos) al obligar a los misioneros a dejar la ciudad. El amor que el anuncio del Evangelio ha suscitado en el corazón del apóstol es como una espada que lo traspasa día y noche: su mente, sus sentimientos, su memoria, están habitados por una inquietud irreprimible por el bien de aquellos a quienes la Palabra engendró en un tiempo a la vida de la gracia. Ahora lo pone todo en manos de Dios, dándole gracias e intercediendo entre lágrimas, puesto que es el Señor de todo.

Dado que tal amor no procede del hombre, sino que es la presencia misma del Señor en la tierra, la medida de su santidad entre los hombres, Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a que se conviertan en imitadores suyos, como él lo es de Cristo: en su caridad todos serán transformados a su imagen, de día en día, hasta que venga el Señor.

 

Evangelio: Mateo 24,42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

42 Así que velad, porque no sabéis qué día llegará vuestro Señor.

43 Tened presente que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa.

44 Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

45 Portaos como el criado fiel y sensato, a quien el amo pone al frente de su servidumbre para que les dé de comer a su debido tiempo.

46 Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe.

47 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

48 Sin embargo, si ese criado es malo y piensa: «Mi amo tarda»,

49 y se pone a golpear a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos,

50 cuando su amo llegue, el día en que menos lo espera y a la hora en que menos piensa,

51 le castigará con todo rigor y le tratará como se merecen los hipócritas. Entonces llorará y le rechinarán los dientes.

 

**• El tema de la parábola contenida en el capítulo 24 de Mateo es el de la vigilancia, un tema particularmente entrañable al primer evangelio, puesto que la comunidad mateana advierte con preocupación la cuestión del retraso de la parusía. Como ocurre con los cristianos de Pablo, la expectativa de una venida inminente de Cristo glorioso está contradicha por el discurrir del tiempo, marcado por los acontecimientos dolorosos a los que la Iglesia todavía tiene que hacer frente. De ahí que la comunidad pospascual elabore una serie de motivos y topos (de los que las parábolas de los capítulos 24 y 25 de Mateo constituyen un ejemplo) útiles para comunicar el sentido del tiempo que discurre entre la resurrección y la venida del Cristo glorioso.

La parábola se dirige en particular al que ha sido nombrado sustituto por su amo durante el tiempo en que esté ausente. Es un tiempo de prueba en la relación entre el criado y su Señor. La parábola presenta en momentos sucesivos los dos desenlaces opuestos, ambos posibles y separados por un límite sutilísimo. El criado fiel es calificado también de «sensato» (v. 45); en suma, no parece impulsado por motivos morales particulares y no se fía de proceder como si el amo no estuviera, sino que obra como si éste tuviera que volver de un momento a otro.

Sin embargo, es superficial el comportamiento de quien piensa que podrá contar con un tiempo a su propia disposición, en el que podrá disponer de los bienes para su propio disfrute. El momento en el que deberá rendir cuentas vendrá -antes o después- para cada uno (v. 50), y entonces tendrá lugar la recompensa o el castigo, sin términos medios y sin posibilidad de apelación: bienaventuranza para unos, que serán admitidos para el papel de administradores de todos los bienes (v. 47), y desesperación para los otros, a quienes el amo les quitará para siempre todo lo que creían poseer (v. 51).

 

MEDITATIO

Desde el día en que Pablo se puso a sí mismo al servicio del Evangelio, su vida se convirtió en puro don para aquellos que le habían sido confiados: él les pertenece y ellos le pertenecen a él. Éste es el «amor de unos hacia otros y hacia todos», en el que también están invitados a entrar los tesalonicenses. No hay ninguna otra vía para la salvación, no hay ningún otro camino para llevar a su consumación el camino emprendido tras las huellas de Jesucristo: sólo dejándonos transformar por el agapé podremos estar seguros un día de que el Señor, a su venida entre los santos, nos reconocerá como suyos.

La parábola de Mateo tiene su paralelo lucano en el tema del administrador infiel (Lc 12,42ss). Precisamente, esta comparación nos permite poner de manifiesto el vocabulario propio de Mateo, que habla simplemente de «siervo fiel / infiel», subrayando así que todos los protagonistas de la historia dependen de un único amo, que está por encima de todos, tengan o no responsabilidades particulares. Si la tarea de cada dülos («criado») no puede ser más que la de servir y esperar a que vuelva el propietario de los bienes que le han sido confiados –y confiados sólo de una manera temporal-, el Señor tiene, en cambio, la facultad y el derecho de volver a los suyos, a su casa, en cualquier momento. Por eso es preciso que nosotros, los criados, estemos «siempre preparados».

 

ORATIO

Gracias, Señor, por habernos llamado a tu servicio. Nos has entregado los bienes de esta tierra y el cuidado de nuestros hermanos más pequeños; te has fiado de nosotros. Este tiempo es para nosotros un tiempo de prueba: administrar en tu lugar no es tarea fácil. ¿Qué pides de nosotros, Padre de toda sabiduría?

Nos pides que miremos a tu Hijo, Jesús, su misericordia, su sacrificio, recordando sus palabras: «El siervo no es más que su Señor... Os he dado ejemplo para que, como he hecho yo, hagáis también vosotros» {cf. Jn 13,15ss), y vivir en esta solicitud fraterna el tiempo presente como algo que no nos pertenece, hasta tu vuelta a casa.

 

CONTEMPLATIO

Pasarán las cosas visibles y vendrán las que esperamos, más bellas que las actuales. Sin embargo, que nadie indague con curiosidad el momento: «No os corresponde a vosotros», dice el Señor, «saber los tiempos y los momentos que el Padre ha establecido por su propia autoridad» (Hch 1,7). Y no hay que tener el atrevimiento de dormirse con una indolente negligencia.

Dice aún, en efecto: «Vigilad, porque el Hijo del hombre viene en una hora en que no lo esperáis» (Mt 24,42.44). Ahora bien, dado que convenía que nosotros conociéramos las señales del fin, y a fin de que esperáramos a Cristo, movidos por un impulso divino, los apóstoles van al Maestro de una manera providencial y le preguntan: «Dinos cuándo ocurrirá esto y cuál será la señal de tu venida y del fin de este mundo» (Mt 24,3). Esperamos de nuevo que vengas. Asegúranos, por tanto, a fin de que no adoremos a alguien en tu lugar, dicen. Abriendo su divina y bienaventurada boca, les respondió: «Cuidad de que nadie os engañe» (Mt 24,4).

No se trata, por consiguiente, de una historia de acontecimientos pasados, sino que es una profecía de los futuros, que a buen seguro acontecerán. Nosotros no profetizamos, porque no somos dignos de ello, pero presentamos las profecías escritas e indicamos las señales que las indican. Mira tú cuáles son las que ya se han cumplido y cuáles quedan aún por cumplirse. Y mantente en guardia (Cirilo de Jerusalén, «Catechesi XV agli illuminandi» 4, en Catechesi prebattesimali e mistagogiche, Milán 1994, pp. 458ss, passim [edición española: Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Enséñanos, Señor, a contar nuestros días» (Sal 89,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra vida es una breve oportunidad de decir «sí» al amor de Dios. La muerte es la definitiva ida a casa, a ese amor. ¿Deseamos realmente ir a casa? Parece como si la mayor parte de nuestros esfuerzos estuvieran encaminados a aplazar todo lo posible esta ida a casa.

Escribiendo a los cristianos de Filipos, el apóstol Pablo muestra una actitud radicalmente diferente. Dice: «Desearía haber partido y estar ya con Cristo; éste es, con mucho, mi mayor deseo. No obstante, por vosotros, lo que más me urge es seguir vivo en este cuerpo». El deseo más profundo de Pablo es estar completamente unido a Dios por medio de Cristo, y este deseo le hace mirar la muerte como una «ganancia». Su otro deseo, sin embargo, es seguir vivo en su cuerpo y llevar a cabo su misión. Esto Fe ofrece una oportunidad para hacer un trabajo fructífero (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid '1995, pp. 149).

 

Día 27

Día 27 de agosto, conmemoración de

Santa Mónica

Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. «Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana» [Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del «hijo de tantas lágrimas».

Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia»: «Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu» (/feícUX, 10,24).

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,1-8

1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor, a que pongáis en práctica lo que aprendisteis de nosotros en lo que al comportaros y agradar al Señor se refiere, para que progreséis más y más cada día.

2 Sabéis qué normas os dimos de parte de Jesús, el Señor.

3 Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como consagrados a él y huyáis de la impureza.

4 Que cada uno de vosotros viva santa y decorosamente con su mujer,

5 sin dejarse arrastrar por la pasión, como se dejan arrastrar los paganos, que no conocen a Dios.

6 Y que en este punto nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el Señor toma venganza de todo esto,  como ya os lo dejamos dicho y recalcado.

7 Pues no nos llamó Dios a vivir impuramente, sino como consagrados a él. 8 Por tanto, el que desprecia esta norma de conducta no desprecia a un hombre, sino a Dios, que es quien os da su Espíritu Santo.

 

**• Tras haber recordado el pasado, agradeciendo a Dios todo lo que ha tenido a bien obrar en la comunidad, Pablo mira ahora hacia el futuro. Para ello recurre sobre todo al lenguaje de la exhortación.

La «santificación» (haghiasmós) de la que se habla en este fragmento de la carta consiste precisamente en el proceso que tiene como resultado final la haghiosyne, o sea, la «santificación» auténtica. Nos encontramos en la definición de una actividad que todavía está en pleno desarrollo, en la que concurren, por un lado, el compromiso y la libre adhesión del creyente y, por otro, la obra del Espíritu Santo, que interviene configurando a la criatura a imagen de Dios. Todo esto tiene lugar en el «cuerpo» del hombre, está inscrito en su carne y habla el lenguaje que le corresponde desde la creación.

El santo, por consiguiente, no es alguien que viva fuera de la realidad terrena, en una dimensión inmaterial. Es más bien alguien que toma sobre sí, día a día, la voluntad de Dios, haciendo que toda su vida se adhiera a ella. El tema de la pornéia se refiere a todo lo que tiene que ver con las pasiones carnales en el ámbito sexual; se trata, por tanto, de algo muy concreto en lo que el cristiano está llamado a practicar una opción que va a contracorriente, según la mentalidad del tiempo, y a custodiar su cuerpo como un don recibido de Dios, preparándolo ya desde ahora para recibir en plenitud el Espíritu Santo en la vida eterna.

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

 

**• También esta parábola gira en torno al tema de la vigilancia, como confirma la invitación final: «Así pues, vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Sin embargo, ésta, en su procedimiento narrativo, contiene ciertas particularidades que la hacen única.

En primer lugar, el escenario nupcial: la fiesta por excelencia, en el Antiguo Oriente, es la que se celebra con ocasión de las bodas. En ella todo debe concurrir a comunicar el lenguaje de la alegría y de la vida. El banquete, las luces, los trajes, la música, las danzas y, no precisamente en último lugar, el cortejo nupcial que acompaña al esposo a lo largo del camino: todo está al servicio de los esposos, todo se hace en su honor. Sabemos por el evangelio que la falta de vino (cf. el episodio de las bodas de Cana: Jn 2,lss) podía representar un grave motivo de vergüenza y de vituperio para la familia recién constituida, pues era como decir que no estaba en condiciones de ocupar el puesto que se le había asignado en la comunidad.

No era anormal que el esposo se retrasara bastante; tal como discurren las cosas en Oriente, no es posible prever con certeza en estas ocasiones un tiempo para su llegada, y por eso era justificable el adormecimiento después de horas y horas de espera en el camino. Pero la luz de las lámparas debía permanecer encendida para salir al encuentro del esposo en el momento en que se señalara su presencia. Sólo las jóvenes sensatas estarán preparadas en el momento oportuno, mientras que las otras, al ver languidecer la luz de sus lámparas, no podrán hacer otra cosa que ir en busca de aceite, en un último intento desesperado... aunque inútil.

Llega el esposo, se forma el cortejo, entra en el banquete, se cierra la puerta. El llanto de las excluidas obtiene como respuesta un «os aseguro que no os conozco» (v. 12), expresión que subraya la distancia, la interrupción de las relaciones, la no comunión entre ellas y el esposo.

 

MEDITATIO

Mónica es una «santa»; por tanto, una «mujer» verdadera.

En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la «mujer virtuosa» del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la «viuda» del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer (léase Mulieris dignitatem VIII, 30). Esta misión de «guardián del hombre» la realizó Mónica a fondp. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa «genialidad absolutamente femenina», a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre «pagano» dotado de un carácter muy difícil, «al que -dice de manera cruda Agustín- «fue entregada» (Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), «se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos» (ibíd.).

Desplegando «las grandes energías del espíritu femenino», sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es «la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre» {Mulieris dignitatem VIII, 30).

El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: «Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» {De Ordine II, 50,52). Mónica es la madre, por tanto, de una «doble maternidad»: «Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna» {Confesiones VIII, 17).

Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.

 

ORATIO

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

¡Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía! {Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).

 

CONTEMPLATIO

Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.

Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.

Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia  que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Agustín de Hipona, Confesiones IX, 10,23-24,passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de Agustín: «Quien es feliz tiene a Dios» {De vita beata II, 11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.

En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.

Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su madre ha «alcanzado la cumbre de la filosofía» y se declara discípulo suyo. La «filosofía» de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape, S. Agostino. Mia madre).

NO LLORES SI ME AMAS...(S. Agustín)

¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieras oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos!

¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos los horizontes,
los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso!

¡Si por un instante pudieras contemplar, como yo, 
la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

¡Cómo! ¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme; cuando la muerte venga a romper las ligaduras,  como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día, que Dios ha fijado y conoce, tu alma venga a este Cielo en que te ha precedido la mía, ese día volverás a ver a aquel que te amaba y que siempre te ama, y encontrarás tu corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme, pero transfigurado, extático y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando contigo, que me llevarás de la mano por los senderos nuevos de la luz y de la vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

Enjuga tu llanto y no llores si me amas...

Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.

La muerte no es nada.

No he hecho nada más que pasar al otro lado.

Yo sigo siendo tú.

Tú sigues siendo yo.

Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.

Dame el nombre que siempre me diste.

Háblame como siempre me hablaste.

No emplees un tono distinto.

No adoptes una expresión solemne, ni triste, sigue riendo de lo que nos hacia reír juntos.

Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo.

Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue, sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra.

La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado,

¿Por qué habría de estar yo fuera de tus pensamientos?

¿sólo porque estoy fuera de tu vista?. No estoy lejos... tan solo a la vuelta del camino.

 

Lo ves, todo está bien…

Volverás a encontrar mi corazón, volverás a encontrar su ternura acendrada. Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas.

 

Con todo mi cariño, con toda tu alegría

 

S Agustín. (Tu amado)

 

 

Día 28

Día 28 de agosto, conmemoración de

San Agustín

 

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aquí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,9-12

Hermanos:

9 Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros.

10 Y así lo practicáis con todos los hermanos que residen en Macedonia. Sin embargo, hermanos, os exhortamos a que progreséis más y más

11 y a que os apliquéis a vivir pacíficamente, ocupándoos cada uno en lo vuestro y trabajando con vuestras propias manos como os lo tenemos recomendado.

12 Así os ganaréis el respeto de los que no son cristianos y no tendréis necesidad de nadie.

 

** La caridad descrita por Pablo en este pasaje de la primera carta a los Tesalonicenses tiene un carácter específico que dice mucho sobre la naturaleza de la santidad cristiana. Amarse los unos a los otros, poner en práctica el «amor fraterno», significa, en primer lugar, «vivir pacíficamente» (v. 11), o sea, no ir en busca de pretextos para litigios y choques en el interior de la comunidad. Más concretamente aún, «ocuparse cada uno de lo suyo» (cf v. 11): la enemistad surge con frecuencia de  las habladurías, de la intromisión en los asuntos de los otros, del hablar fútil de la gente.

«.Trabajando con vuestras propias manos» (v. 11) significa hacer que vayan bien las cosas que tienen que ver con nosotros, de modo particular en el oficio que se nos ha encargado. La anotación «con vuestras propias manos » podría pretender poner el acento en la nobleza del trabajo manual, el mismo que desarrollaba Pablo (probablemente, tejía tiendas), a pesar de ser despreciado por los que lo consideraban cosa de esclavos y preferían dedicarse al ocio para no ensuciarse las manos. Es el ocio lo que engendra las malas tendencias en la comunidad, como en cualquier otra sociedad humana. Pablo lo sabe y por eso da una orden precisa al respecto. Motivo: dar testimonio, ante los no creyentes, de la integridad de la opción cristiana, con una vida ordenada y activa, y dar testimonio del amor, ante los hermanos en la fe, de una manera concreta, que empieza por no ser una carga para nadie.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

**• La situación descrita presenta un cuadro bastante familiar en las costumbres domésticas del antiguo Próximo Oriente, a no ser por un detalle particular: la enormidad de las cantidades confiadas a los criados, lo que hace pensar en un Señor grande y confiere más peso al juicio final.

Era costumbre que el amo que salía para un largo viaje confiara sus riquezas a los más fieles de sus siervos. El dinero lo confiaba a los más despabilados, a los que pudieran hacer buenos negocios que beneficiaran al señor. No debe extrañarnos que se otorgara tanta confianza a unos simples esclavos: no era raro que éstos fueran personas de cierta cultura y capacidad, como atestigua la misma Biblia (pensemos, por ejemplo, en José en Egipto, que se convirtió en administrador de todos los bienes del faraón: cf. Gn 37ss). El hombre de la parábola distribuye, en efecto, su dinero en función de las capacidades que atribuye a sus criados (v. 15) y es obvio que en los tres casos espera que éstos lo hagan fructificar con los medios lícitos que tienen a su disposición (el más común: una especie de «depósito bancario»; cf. v. 27).

Mientras que la obra de los dos primeros criados no suscita ningún asombro particular (hacen lo que el amo esperaba de ellos), la obra del tercero aparece como algo insensato. ¿Qué significa el gesto de enterrar el talento? Según la legislación rabínica, si alguien robaba el dinero enterrado no tenía que ser restituido a su legítimo propietario, por lo que tal vez el criado pensaba ponerse así al abrigo de posibles sorpresas desagradables. Ciertamente, no parece tomarse a pecho la causa de su rico señor. De este siervo no sabemos nada, pero sí sabemos lo que no le interesa: hacer negocios para su Señor. El motivo del miedo (v. 25) parece más bien una excusa aducida para justificar la ineptitud de su comportamiento, pues lo que alega es también contradictorio (cf. v. 26: si el siervo hubiera tenido miedo de verdad, habría tenido un motivo más para despabilarse y desviar de él la ira de su amo). La sentencia final (w. 28-30) proyecta el relato sobre el fondo del juicio escatológico.

 

MEDITATIO

Las palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como «suspiro de identidad»; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él «el orden del amor» y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

 

ORATIO

A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3).

 

CONTEMPLATIO

No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día esta expresión de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras» {Comentario a la primera carta de Juan VII, 8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni).

 

Día 29

22° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8

Moisés habló al pueblo y dijo:

1 Y ahora, Israel, escucha las leyes y los preceptos que os enseño a practicar para que viváis y entréis en posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros antepasados.

2 No añadiréis nada a lo que yo os mando ni quitaréis nada, sino que guardaréis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, que yo os prescribo.

6 Guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos, que al oír todas estas leyes dirán: «Esta gran nación es ciertamente un pueblo sabio y sensato».

7 Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo está el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

8 Y ¿qué nación hay tan grande que tenga leyes y preceptos tan justos como esta ley que yo os promulgo hoy?

 

        **• El fragmento está tomado del libro del Deuteronomio, cuyos autores se encuentran entre los miembros de los círculos levíticos, atentos a la historia y perspicaces custodios de la tradición religiosa y cultural, próximos al profetismo y conscientes de los peligros que amenazan al pueblo, marcado por desequilibrios sociales y olvidado de los compromisos de la alianza. El libro se presenta como la colección de tres grandes discursos pronunciados por Moisés la víspera de su muerte y de la entrada de Israel en la tierra prometida. El propósito de los autores es recordar a sus contemporáneos la historia de la elección y de la alianza que le une a YHWH: si la fidelidad a ella es prenda de vida (cf. Dt 4,1), la infidelidad -en la que están viviendo- lo es de muerte.

        Nuestro pasaje se sitúa, en el libro, inmediatamente después de la reevocación de las etapas del viaje por el desierto. La primera palabra: «Escucha», es una palabra clave en todo el Deuteronomio y, en cierto sentido, en toda la piedad judía. «Escucha, Israel...» (Dt 6,4) recita el comienzo de la profesión de fe repetida a diario por el israelita piadoso. Israel ha sido llamado, en virtud de la elección divina, a escuchar la ley que YHWH le da y a ponerla en práctica, sin alterarla (v. 2). Como efecto de la obediencia, Israel vivirá y tendrá fama entre los otros pueblos. Se distinguirá de ellos y eso será motivo de gloria: será reconocido como «pueblo sabio y sensato» (v. 6), cuyas leyes y normas son justas (v. 8). Más todavía, la fidelidad a la alianza, manifestada en la observancia de la Ley, hará evidente la proximidad de Dios a su pueblo (v. 7): una realidad impensable para el hombre, fuente de estupor y de gratitud (cf. Sal 34,19; 46; 145,18).

 

Segunda lectura: Santiago 1,17-18.21b-22.27

Hermanos míos queridísimos:

17 Toda dádiva buena, todo don perfecto, viene de arriba, del Padre de las luces, en quien no hay cambios ni períodos de sombra.

18 Por su libre voluntad nos engendró, mediante la Palabra de la verdad, para que seamos los primeros frutos entre sus criaturas. Acoged con mansedumbre la Palabra que, injertada en vosotros, tiene poder para salvaros.

22 Poned, pues, en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

27 La religiosidad auténtica y sin tacha a los ojos de Dios Padre consiste en socorrer a huérfanos y viudas en su tribulación y en mantenerse incontaminado del mundo.

 

        **• Este domingo empezamos a leer algunos fragmentos de la carta de Santiago. La atribución de este texto inspirado es objeto de controversia. Los exégetas parecen estar de acuerdo en considerar que el autor puso el escrito bajo el nombre de Santiago, «hermano del Señor» y primer responsable de la comunidad de Jerusalén (cf. Hch 12,17; 15,13ss; Gal 1,19), para conferirle autoridad. Es posible que hubiera recogido en él palabras o contenidos que procedían efectivamente de Santiago.

        El pasaje que hemos leído se compone de diferentes versículos cuyo punto de convergencia es la «la Palabra de la verdad». Por medio de la Palabra, Dios Padre engendró a los cristianos (v. 18) no sólo en el acto creador, sino -tal como aquí se entiende- en el momento del renacimiento en el bautismo. Éste es por excelencia el don que nos ha otorgado el Padre, el cual no cambia, ni en sí mismo ni en su libre obrar (v. 17). Él ha hecho a los cristianos hijos suyos y ellos son los primeros entre todas las criaturas que experimentan ya esa vida nueva (v. 18b), que rebosará cuando se consume la bienaventuranza eterna.

        Santiago sabe que la Palabra de Dios, que revela la verdad sobre Dios y sobre el hombre, tiene una fuerza intrínseca, pero sólo da fruto en plenitud con la colaboración del creyente. Es menester que la Palabra encuentre sitio en el corazón del hombre, un corazón que esté disponible para escucharla y ponerla en práctica, exento de espíritu de polémica. Entonces se convierte en portadora de salvación; sin embargo, si la Palabra es escuchada pero no acogida, entonces se alimenta en el hombre una falsa relación con Dios que crea la ilusión de lo contrario (vv. 21b-22).

        Está muy claro -afirma el autor sagrado- en qué consiste la auténtica manifestación de la fe: en cuidar de todos los que están desamparados, indefensos, oprimidos, en no seguir la mentalidad mundana ni sus pseudovalores. Contra la tentación, que acecha al creyente de todos los tiempos, de separar el culto y el estilo de vida (cf. Is 1,11-15; Am 5,21-24), la carta de Santiago «traduce » con términos prácticos e inequívocos el perenne dicho del Señor: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca. [...] Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena» (Mt 7,24ss).

 

Evangelio: Marcos 7,1-8a. 14-15.21-23

En aquel tiempo,

1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús

2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas

3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados;

4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen, y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-.

5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?

6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

 En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos.

8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferrais a la tradición de los hombres.

14 Y llamando de nuevo a la gente, les dijo: -Escuchadme todos y entended esto:

15 Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre.

21 Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,

22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez.

23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.

 

        **• El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de importancia capital, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que hemos leído toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas calificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo- relacionada con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (cf. vv. 3ss; Lv 11-15; Dt 14,3-21) habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por YHWH. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones («la tradición de los antepasados»: v. 5) por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Is 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios (v. 8).

        En los vv. 14ss se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: «Escuchadme todos». Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador (cf. Gn 1), y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona humana, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor.

 

MEDITATIO

        La Palabra que hemos escuchado hoy nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque «tenemos muchas cosas que hacer».

        La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca. La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da la fuerza necesaria para vivir de manera coherente.

        Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.

 

ORATIO

        Venimos a ti, Señor, con el corazón que tenemos, repleto de sentimientos que nos esforzamos en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No somos gente que te sea extraña: somos tus hijos, somos miembros del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que hemos recibido, formamos parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estamos lejos de ti con el corazón y no nos damos cuenta de que tú estás siempre cerca de nosotros, tú, el único de quien tenemos una atormentadora necesidad.

        Repítenos una vez más que no te encontraremos multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándonos del hermano y de la hermana. Repítenos que el amor -y sólo el amor- nos hace puros. Y nosotros, acogiendo tu don, renovados en la mente y en el corazón, te diremos: «Tú eres nuestro Señor».

 

CONTEMPLATIO

        Es el corazón el que engendra tanto los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente. Eso es lo que el Señor censura.

        La gracia esconde su presencia en los bautizados mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es voluntad [de Dios] que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia espiritual (Diadoco de Foticé, Cento considerazioni sulla fede, Roma 1978, pp. 92-95, passim [edición española: Obras completas, Ciudad Nueva, Madrid 1999; también existe edición catalana en Claret, Barcelona 1981]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú estás junto a nosotros, Señor, Dios nuestro, cada vez que te invocamos» (cf. Dt 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La lucha espiritual es un movimiento esencial de la vida espiritual cristiana. Se trata de una lucha interior, no dirigida contra seres exteriores a uno mismo, sino contra las tentaciones, los pensamientos, las sugestiones y las dinámicas que llevan a la consumación del mal. Pablo, sirviéndose de imágenes bélicas y deportivas (la carrera, el boxeo), habla de la vida cristiana como de un esfuerzo, de una tensión interior por permanecer en la fidelidad a Cristo, que implica desenmascarar las dinámicas a través de las cuales se abre camino el pecado en el corazón del hombre, para poder combatirlo en el mismo momento en que surge. El lugar de esta batalla es, en efecto, el corazón. Vigilancia y atención son la «fatiga del corazón» (Barsanufio) que permite al creyente llevar a cabo su purificación: es del corazón, en efecto, de donde brotan las intenciones malvadas y es el corazón el que debe transformarse en morada de Cristo gracias a la fe.

        En este sentido, la «custodia del corazón» constituye la obra por excelencia del hombre espiritual, la única verdaderamente esencial. En esta lucha es menester ejercitarse: es preciso, en primer lugar, saber discernir nuestras propias tendencias pecaminosas, nuestras propias debilidades, las tendencias negativas que nos marcan de un modo particular; en consecuencia, Tiernos de llamarlas por su nombre, asumirlas y no removerlas y, por último, sumergirnos en la larga y fatigosa lucha dirigida a hacer reinar en nosotros la Palabra y la voluntad de Dios.

        El órgano de esta lucha es el corazón, entendido en sentido bíblico como órgano de la decisión y de la voluntad, no sólo de los sentimientos. La capacidad de lucha espiritual, el aprendizaje del arte de la lucha (Sal 144,1; 18,35), resulta esencial para la acogida de la Palabra de Dios en el corazón humano. Los expertos en la vida espiritual saben que esta lucha es más dura que todas las luchas externas, pero conocen asimismo el fruto de la pacificación, de la libertad, de la docilidad y de la caridad que produce (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999).

 

Día 30

Lunes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,13-18

13 No queremos, hermanos, dejaros en la ignorancia acerca de los que han muerto, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza.

14 Nosotros creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado y que, por tanto, Dios llevará consigo a los que han muerto unidos a Jesús.

15 Y esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Que nosotros, los que estamos vivos, los que aún quedamos, cuando venga el Señor no tendremos preferencia sobre los que han muerto.

16 Pues cuando se dé la orden, cuando se oiga la voz del arcángel y resuene la trompeta divina, el Señor mismo bajará del cielo, y los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar.

17 Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados junto con ellos entre nubes y saldremos por los aires al encuentro del Señor. De este modo estaremos siempre con el Señor.

18 Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras.

 

**• Con la lectura de hoy, la primera carta a los Colosenses entra de lleno en la cuestión escatológica, cuestión a la que tiende todo el escrito. Pablo realiza uno de los pocos intentos de la literatura neotestamentaria de describir el retorno del Señor, el día de la parusía. El lenguaje al que recurre es el lenguaje estereotipado de la literatura apocalíptica: la voz del arcángel Miguel, que asistirá a Dios en su juicio, el toque de trompeta, la bajada del cielo y la ascensión posterior entre nubes, en el aire, con el cortejo formado por los bienaventurados; como siempre, el lenguaje apocalíptico recurre a una serie de imágenes que han de ser descodificadas como auténticas metáforas. La orden celestial (voz del arcángel y toque de la trompeta divina) indica que el tiempo de la venida de Cristo es un tiempo fijado, un kairós que tendrá lugar en la historia según un designio preciso.

Ese proyecto puede ser intuido, podemos entreverlo por inspiración divina, pero, en última instancia, permanece escondido en las profundidades de Dios. «El Señor mismo (cf. v. 16), Jesús, deberá esperar la señal celestial para iniciar su retorno entre los hombres. La afirmación más problemática contenida en este texto («los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados...»: w. 16b-17a) trata también la cuestión del tiempo; Pablo, que se encuentra en el comienzo de su ministerio, está convencido de que el fin llegará pronto, de que no pasará esa generación antes de haber visto volver al Señor en la gloria; en sus palabras captamos la urgencia de esa manifestación.

Esta última será la liberación definitiva de todos los que se han mantenido fieles a la Palabra. Por último, la vida eterna está descrita también en relación con el tiempo, en relación con Cristo: «Estaremos siempre con el Señor» (v. 17).

 

Evangelio: Lucas 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús

16 llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido para anunciar

la Buena Noticia a los pobres;

me ha enviado a proclamar

la liberación a los cautivos

y dar vista a los ciegos,

a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar

un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó.

Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación;

29 se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

**• La perícopa del capítulo 4 de Lucas que hemos leído contiene el discurso programático de Jesús y representa una especie de «puerta de entrada», al comienzo de su ministerio, para el relato del Evangelio y de los Hechos. Aquí, en efecto, se encuentran admirablemente concentrados todos los temas típicos de la teología lucana: el cumplimiento de las Escrituras, la proclamación del Evangelio a los pobres, Jesús como profeta cscatológico (comparado con Elías y Eliseo), el anuncio del Reino de Dios a las naciones.

En el centro encontramos la Palabra de Jesús en función interpretativa: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura...» (v. 21). ¿Qué Escritura? La de Isaías en la que el profeta es enviado a «proclamar un año de gracia del Señor». Queda claro así que este tiempo de gracia es el hoy de Jesús, su existencia histórica, que realiza el proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad: los pobres, los prisioneros, los ciegos y los oprimidos son, en primer lugar, los que no conocen al Señor, su rostro de gracia y de misericordia, que Jesús va a revelar. Ellos son «las ovejas perdidas de la casa de Israel», pero también los paganos, los extranjeros, a quienes está destinado el mensaje, rechazado por los paisanos de Jesús, como atestigua la reacción de los habitantes de Nazaret.

 

MEDITATIO

El tema del tiempo es de nuevo protagonista de la liturgia de la Palabra: tiempo de Dios que ha sido anunciado por los profetas del Antiguo Testamento en su calidad salvífica, que se manifiesta especialmente en relación con los oprimidos, con los que andan lejos de su gracia. Con la venida de Cristo se inaugura el kairós, da comienzo el cumplimiento, se abre el paso al último acto de la historia de la salvación.

El que acoge el anuncio de Jesús el nazareno y reconoce en su persona la venida del Reino de Dios participa desde ahora en la gracia prometida en la antigua alianza, en el jubileo de la historia que se realiza de una vez por todas. A quien no rechaza la revelación del humilde hijo del carpintero, la liberación le llega hoy, en el día de salvación que Cristo ha hecho surgir.

Desde la venida del Señor, los hombres viven en el único día, un día que tiene como aurora su nacimiento en el portal de Belén y por ocaso la parusía. Éste es el hoy de la fe. Cuando más tarde descienda del cielo el Señor y seamos llevados con él, el hoy de la fe dejará su sitio al para siempre de la visión beatífica, en el que él será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

 

ORATIO

Te alabamos, Dios de toda gracia.

Como lo hacía tu pueblo liberado del país de Egipto, también nosotros recordamos tus acciones liberadoras en nuestras vidas: nosotros, los pobres: ...cuánta pobreza en el corazón de estos hijos del bienestar a toda costa; nosotros, los prisioneros: ...víctimas de un sistema creado por nosotros mismos para garantizarnos todas las libertades, para permitirnos todos los deseos inútiles; nosotros, los ciegos: ...incapaces de reconocerte como Señor de la historia, a pesar de todo lo que has hecho por nosotros; nosotros, los oprimidos: ...sin fuerzas para levantar la mirada al lugar donde está nuestra verdadera casa, donde tú nos esperas.

Padre de toda gracia, seguimos teniendo necesidad de escuchar tu anuncio de salvación, de oírte pronunciar aquel «Hoy se ha cumplido... para vosotros», a fin de que se vean sacudidas en sus cimientos nuestras débiles y humanas seguridades y, por fin, liberados de todo peso, podamos salir a tu encuentro en tu eterno hoy.

 

CONTEMPLATIO

Es posible que la Sagrada Escritura haya querido esconder un misterio en la frase «proclamar el año del Señor». Los días futuros serán diferentes, incomparables con los que vemos hoy en el mundo, y también serán diferentes los meses y diferente el calendario. Por tanto, si los tiempos serán renovados por completo, nuevo será en el futuro el año portador de gracia. Estas cosas han sido anunciadas a fin de que, después de haber pasado de la ceguera a la clara visión, y de la esclavitud a la libertad, curados de nuestras múltiples heridas, lleguemos al «año de gracia del Señor».

Jesús, después de haber leído estas palabras, «enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él» (Lc 4,20). También ahora, si lo queréis, en esta sinagoga, en esta asamblea que formamos, pueden clavarse vuestros ojos en el Salvador. Cuando consigáis dirigir la mirada más profunda de vuestro corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad del Hijo único de Dios, entonces vuestros ojos verán a Jesús. Feliz asamblea aquella de la cual atestigua la Escritura que «todos los ojos estaban clavados en él» (Orígenes, Homilías sobre el evangelio de Lucas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hoy se ha cumplido esta Escritura» (Lc 4,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

         Aquí tocamos otro error de fondo. Hay «devotos» que se ilusionan con saltar fuera del presente para zambullirse en la espera del Reino futuro. De este modo, piensan permanecer fieles a lo eterno, descuidando la historia. No se dan cuenta de que lo eterno expresa la misma actualidad en las contingencias históricas. Y que por eso la traición al tiempo equivale a la traición a lo eterno. Esos tales conciben el más allá como algo totalmente separado de la tierra. No captan el nexo que existe entre ambos reinos. ¡Qué equivocación! «La salvación, el Reino de Dios, no sobrevuelan el mundo como nubes entre el cielo y la tierra, sino que están verdaderamente dentro, se preparan dentro del mundo» (Y. Congar). «La eternidad no es una especie de añadido futuro a la vida, de prolongación lineal de nuestra existencia hacia el infinito; la eternidad se encuentra ya en lo íntimo del hombre, es fruto de su obrar espiritual» (K. Rahner) [...].

En consecuencia, el presente, el hoy, contiene ya, para el cristiano, el germen del futuro. Para él ya ha comenzado verdaderamente el futuro. Y su fidelidad al presente se resuelve, en sustancia, en una fidelidad al futuro (A. Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 1993 [edición española: Evangelios molestos, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).

 

Día 31

  Martes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 5,1-6.9-11

1 En cuanto al tiempo y a las circunstancias, no tenéis, hermanos, necesidad de que se os escriba.

2 Sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche.

3 Cuando los hombres hablen de paz y seguridad, entonces, caerá sobre ellos la ruina de improviso, igual que los dolores de parto sobre la mujer embarazada, y no podrán escapar.

4 Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas. Por tanto, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón.

5 Todos vosotros sois hijos de la luz, hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.

6 Por consiguiente, no durmamos como hacen los demás, sino vigilemos y vivamos sobriamente.

9 Porque no nos ha destinado Dios al castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,

10 que murió por nosotros a fin de que, tanto despiertos como dormidos, vivamos unidos a él.

11 Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros, como ya lo venís haciendo.

 

*• Hemos llegado al final de la primera carta a los Tesalonicenses. En este capítulo conclusivo vuelven a emerger todos los temas desarrollados hasta ahora con la fuerza de una última y decisiva exhortación: «No durmamos» (v. 6).

Los cristianos de Tesalónica tenían ante ellos el ejemplo de los que se encandilaban con la bienaventuranza de un mundo vano, se abandonaban al ocio, a las habladurías, a los vicios de la vida nocturna; estaban convencidos de que nada podría perturbar su seguridad (Cf. v. 3), seguros de que se habían construido una paz duradera. Tal vez ésos pertenecían a la misma comunidad creyente, aunque, a buen seguro, su estilo de vida era más semejante al de los paganos, que no creían en la llegada del juicio de Dios.

Eso es lo que distingue a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas: la fe en el día del juicio, en su carácter ineludible. Es seguro que vendrá, y lo hará como un ladrón, que actúa por sorpresa cuando la noche ya está avanzada, o como los dolores de una mujer encinta, que se notan cuando la naturaleza ya ha dado vía libre al proceso del parto. Saber que todo esto ha de suceder -y sucederá de manera imprevista- convierte a los cristianos en «gente de luz», en personas que tienen los ojos bien abiertos, que conocen el sentido y el fin de este mundo. Los creyentes, al contrario de los que duermen, que andan a tientas en la oscuridad, tienen confianza en la salvación que Dios ha llevado a cabo por medio de Cristo Jesús. Por eso no temen aquello de lo que los otros hombres tienen miedo, o sea, la muerte, porque ésta no es más que un sueño (cf. el v. 10: «tanto despiertos como dormidos») que no tiene poder para separarnos del Señor.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 desde allí se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño.

36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

*»• Da comienzo la «jornada de Cafarnaún», modelo para los discípulos de cómo usó el maestro el tiempo que le fue dado vivir en esta tierra. El día es un sábado, lo que añade un significado particular, como veremos en los próximos días.

Jesús desarrolla su primera actividad en la sinagoga, en medio de los creyentes, de sus hermanos en la fe. Aquí «habla con autoridad», o sea, que su enseñanza no se limita a repetir las enseñanzas tradicionales, a repasar, como perlas de un collar, las sentencias de los maestros antiguos (según la costumbre rabínica). Jesús, al contrario, interpreta la Escritura siguiendo una nueva inspiración, revelando significados hasta ahora desconocidos; en vez de volver a recorrer el surco de la tradición, opta por inaugurar un nuevo camino, un camino capaz de interpelar las conciencias (la gente «estaba admirada de su enseñanza»: v. 32).

Los gestos de Jesús provocan asimismo la manifestación de la verdad. Su manera de proceder frente al endemoniado no se puede comparar con la de los exorcistas comunes judíos, obligados a recurrir a fórmulas y ritos destinados a alejar al Maligno. Aquí es el demonio mismo, voz del mal, el que toma la iniciativa, porque se siente amenazado en su propio ser por la simple presencia de Jesús, que es la presencia misma de la Santidad divina. El bien y el mal, la vida y la muerte, se enfrentan ya en duelo desde el comienzo de su ministerio y frente a él se descubren los secretos de los corazones: desde este momento se inaugura la «crisis», el «juicio» de Dios.

       

MEDITATIO

El lenguaje empleado por Pablo juega con una especie de equívoco entre los términos «dormir» y «estar despierto». En el lenguaje común de los cristianos, «los que duermen» eran los difuntos, aquellos que habían cerrado los ojos a la luz del día en espera de ser despertados por la resurrección. La muerte, como siempre, suscita espanto y angustia. Así era para los cristianos de Tesalónica, y lo mismo nos pasa a nosotros... Dado que debemos morir, ¿acaso no valdrá la pena disfrutar de la vida, aprovechar cada ocasión de placer, de los que «la moral» parece querer privarnos? Entonces, carpe diem, y no pensemos más. La idea de Pablo es que los que están convencidos de estar despiertos y de haberlo comprendido todo, en realidad «duermen», tienen ofuscados los ojos de la mente y viven en la oscuridad más total. Están más muertos que los muertos, más en la oscuridad que ellos; estos últimos, en efecto, pronto serán despertados para la vida eterna, mientras que aquéllos seguirán siendo siempre esclavos de las tinieblas.

Lo que marca la diferencia es la fe en el «Santo de Dios», cuya muerte tiene el poder de hacernos renacer para siempre a la vida, porque él ha vencido a la muerte y ha condenado al Maligno a la derrota. Al mismo tiempo, Cristo se pone como piedra de tropiezo para todos aquellos que se esconden en las tinieblas, obligándoles a salir a la luz, a declarar su propia identidad. Éste es el juicio de Dios que el Mesías ha inaugurado con su venida: acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar la vida, la salvación, acoger o rechazar a Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu presencia en medio de nosotros es piedra de tropiezo para nuestras conciencias; tu vida produce el escándalo o el asombro por el milagro, revelando el secreto de los corazones: ¿quién ha de perder con tu venida? Tú has venido a salvar a la humanidad.

Sin embargo, has venido trayendo la espada –la espada de la Palabra-, la espada de doble filo que penetra hasta el punto más profundo del alma, allí donde el hombre pronuncia su juicio: quien no está contigo está contra ti.

Como el Dios de la creación, has puesto un límite a las tinieblas que había en nosotros, has marcado para siempre su límite: quien pierde su vida para servirte, quien confía su propia vida a tu Palabra, quien renuncia a los honores del mundo para ir detrás de ti lleva en él tu misma luz, vive de tu misma vida. Por último, como juez divino, nos has enseñado a fijar nuestros ojos en la realidad eterna, a ver más allá de las apariencias, a no tener miedo de la muerte, para vivir ya desde ahora en la alegría de nuestra vida contigo.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente moriremos, pero no estaremos predestinados a la muerte como antes, cuando estábamos encadenados a la muerte por el pecado. Si es así, se puede decir con razón que no moriremos. En efecto, hay algunos que escaparán de la muerte, pero también serán transformados. Existe el dominio de la muerte, ese del que, una vez muertos, no seremos admitidos a volver a la vida. Pero dado que no moriremos y después de la muerte viviremos de nuevo -y con una vida mejor- está claro que este morir no es muerte, sino dormición.

Así pues, si el mismo Señor de la vida y de la muerte -vida de toda la creación, resurrección de los muertos, luz del mundo, que con su muerte ha aniquilado al que tiene el poder de la muerte-, obligado por su amor a los seres humanos, pensó que no debía pasar inmune ni siquiera por esta ley, y si, para hacerse semejante a nosotros en todo y mostrar que esta bajada a la tierra se había vuelto necesaria, él mismo asumió la misma obligación nuestra, ¿cómo no podría estar claro que las almas de todos están invitadas a ser trasladadas a aquellos lugares resplandecientes que convienen de modo claro a la sagrada condición de los santos (Andrés de Creta, Omelie mañane, Roma 1987, pp. 152ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros con estas palabras» (cf. 1 Tes 5,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ciertamente, también a nosotros, hombres de hoy, nos visitan el sufrimiento y el luto, la melancolía y el dolor por el inconsolable sufrimiento del pasado, por el sufrimiento de los muertos. Ahora bien, todavía son más fuertes -al parecer- nuestra reticencia a hablar de la muerte en general y nuestra insensibilidad hacia los muertos. ¿Acaso no son demasiado pocos los que mantienen, o intentan mantener, una relación de amistad o fraternidad con los muertos? ¿Quién se da cuenta de su insatisfacción, de su silenciosa protesta contra nuestra indiferencia, contra la rapidez con la que los olvidamos para ocuparnos de los asuntos cotidianos? Por lo general, no tenemos ninguna dificultad para rebatir éstos o análogos problemas, porque los rechazamos o denunciamos como situados «fuera de la realidad». Pero, entonces, ¿qué idea tenemos de la realidad? ¿Acaso sólo la fugacidad y el carácter amorfo de nuestra conciencia infeliz, la trivialidad de nuestras preocupaciones? [...].

Ahora bien, si nos quedamos demasiado tiempo como esclavos de la absurdidad y de la indiferencia hacia los muertos, al final no podremos hacer más que promesas triviales a los vivos [...]. En esta situación, nosotros, los cristianos, confesamos nuestra esperanza en la resurrección de los muertos no en virtud de una utopía bien construida, sino en virtud del testimonio de la resurrección de Cristo, que constituye desde el comienzo el núcleo de nuestra comunidad cristiana. Lo que los discípulos atestiguaron no era fruto de sus vanos deseos, sino que se trataba de una realidad que se impuso contra todas las dudas y les hizo proclamar: «Verdaderamente, ha resucitado el Señor» (Lc 24,34). El programa de la esperanza de la resurrección de los muertos, basado en el acontecimiento pascual, nos abre a todos un futuro, a los vivos y a los muertos (Sínodo alemán, en Facciamo l'uomo, Brescia 1991).