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LECTIO DIVINA ENERO DE 2016 Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí
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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-
Día 1 de enero: Santa María, Madre de DiosSolemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la Octava de la Natividad del Señor y en el día de su Circuncisión. Los Padres del Concilio de Éfeso la aclamaron como <<Theotokos>>, porque en Ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros el Hijo de Dios, Príncipe de la Paz, cuyo nombre está sobre todo otro nombre. (elog. del Martiriologio Romano)
Primera lectura: Números 6,22-27 22 El Señor dijo a Moisés: 23 -Di a Aarón y a sus hijos: Así bendeciréis a los israelitas: 24 El Señor te bendiga y te guarde; 25 el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; 26 el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz. 27 Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré. ** El primer día del año civil la Iglesia celebra la fiesta de María, Madre de Dios, y, a pesar de que las lecturas bíblicas, además de concentrarse sobre María, ponen de relieve a su Hijo y su nombre, lo cual, lejos de reducir la función de María en la vida de la Iglesia, la subrayan justamente al colocarla como madre junto al Hijo. Esta lectura recuerda la antigua bendición que los sacerdotes impartían al pueblo la víspera de las solemnidades litúrgicas, especialmente en la fiesta del año nuevo. Bendecir al pueblo era prerrogativa del rey (cf. 2 Sm 6,18; 1 Re 8,14-55) y del sacerdote (cf. Dt 10,8; 21,5), que actuaban en nombre de Dios. La fórmula recuerda los favores que Dios concederá al pueblo que está en su presencia. Particularmente significativos son los dos términos que abren y cierran la fórmula: bendición («te bendiga»: v. 4) y paz («te conceda la paz»: v. 26). El primero indica la acción de Dios hacia el pueblo, que es benevolencia, protección y favor (cf. Sal 4,7; 31,17) y significa invocar sobre ellos su nombre (v. 27), para que el Señor sea fuente de salvación. El segundo indica el contenido de los dones de Dios, y se resume en el don mesiánico de la paz, esto es, de la plenitud de la felicidad (cf. Sal 121,6- 7; Jn 14,27). La palabra shalom tiene un significado bastante amplio y comprende plenitud, integridad de la vida, pero sobre todo el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo y con la naturaleza. En realidad es el hombre nuevo, plenamente abierto a Dios, de quien Jesús es figura y modelo, porque en él se realiza el encuentro de las libertades humana y divina. Y Dios la concede a quien la busca en la solidaridad entre los hombres.
Segunda lectura: Gálatas 4,4-7 Hermanos: 4 Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5 para liberarnos de la sujeción a la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios. 6 Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «Abba», es decir, «Padre». 7 De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios. *+ El célebre texto paulino es un fragmento cristológico que nos habla de Jesús, de María, terreno fecundo que ha acogido al Hijo de Dios, y de la experiencia cristiana. La venida de Jesús al mundo ha señalado la plenitud del tiempo y ha cumplido las antiguas promesas de un retorno del hombre a la vida de comunión con Dios: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberarnos de la sujeción de la ley» (w. 4-5). Dios tuvo la iniciativa de enviar a su Hijo y el hombre ha sido elevado de nuevo a la dignidad de hijo. Jesús entró históricamente así a formar parte de la humanidad a título pleno, sometiéndose a las leyes y a las condiciones humanas, y la humanidad, de algún modo, se ha identificado con Cristo formando con él una realidad única (cf. Rom 1,3). Y todo esto a través del vientre de una mujer, como un hombre cualquiera, en plena y normal humanidad. Pablo nos presenta aquí el esquema de toda acción liberadora: inmersión de Cristo en la pobreza humana, autoliberación con su fuerza divina y atracción a sí de la humanidad. Esta misión del Hijo ha tenido un único objetivo: revelar el auténtico sentido de la vida y posibilitarnos el llegar a ser realmente hijos adoptivos del mismo Padre (v. 7; cf. Rom 8,15-17). Y los signos que el Apóstol evidencia de esta real transformación son la plegaria confiada que el Espíritu Santo suscita en el corazón del creyente, haciéndole decir: «Abba, Padre» (v. 6) y haciéndolo sentirse ante Dios no siervo sino libre, con la libertad del Hijo de Dios. Y, en este divino proyecto, María ha sido el instrumento privilegiado. Llamar a María "Madre de Dios" significa, pues, conocer el corazón del misterio de la encarnación y de la misma historia de la salvación.
Evangelio: Lucas 2,16-21 16 Los pastores fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.17 Al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de este niño.18 Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados.19 María, por su parte, guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón. 20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho.21 A los ocho días, cuando lo circuncidaron, le pusieron el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel ya antes de la concepción.**• De nuevo se proclama en la liturgia el evangelio de la misa de la aurora de Navidad, con el añadido del v. 21 referente a la circuncisión de Jesús. El tema de la lectura es una reflexión posterior sobre el misterio de la encarnación. Los pastores van a la gruta de Belén, encuentran al Niño en el pesebre y, luego de adorarlo, refieren el hecho y todos quedan maravillados (w. 16- 18). Después se vuelven a sus rebaños en la alegría y la alabanza por la extraordinaria experiencia vivida (v. 20). Pasados los ocho días del nacimiento del Niño, fue celebrado el rito de la circuncisión, mediante el cual él entró a formar parte del pueblo elegido (cf. Gn 17,2-17) y se le impuso el nombre «Jesús», que quiere decir: «Dios salva» (cf. Mt 1,21). Ante todos estos acontecimientos María conserva todo en su corazón y medita todas estas cosas, dándoles el justo sentido: «María guardaba todos esos recuerdos y los meditaba en su corazón» (v. 19). María aparece así como la Madre que sabe interpretar los hechos del Hijo. Hay, pues, diversas actitudes que se pueden asumir ante el Cristo: la búsqueda pronta y gozosa de los pastores, el asombro y la alabanza de aquellos que intervienen en el hecho, el relato a otros de la experiencia vivida. Para el evangelista sólo María adopta la postura del verdadero creyente, porque ella sabe guardar con sencillez lo que escucha y meditar con fe lo que ve, para ponerlo todo en su corazón y transformar en plegaria la salvación que Dios le ofrece.
MEDITATIO Desde hace varios años, el primer día del año civil se celebra en todo el mundo "la jornada de la paz" en nombre de María, madre de Dios y madre de la Iglesia. La paz (= Shalom) es el don mesiánico por excelencia que Jesús resucitado ha traído a sus discípulos (cf. Jn 20,19- 21); es la salvación de los hombres y la reconciliación definitiva con Dios. Pero la paz de Cristo es también la paz del hombre, rica en valores humanos, sociales y políticos, que encuentra su fundamento, para decirlo con la Pacem in terris de Juan XXIII, en las condiciones de verdad, de justicia, de amor y de libertad, que son los cuatro pilares sobre los que se erige el edificio de la paz. La constante bendición de Dios en la primera alianza, la acción de Cristo realizada en favor de toda la humanidad y de cada uno de sus componentes, el mismo nombre impuesto a Jesús, que evoca su misión de salvador, todos son hechos orientados en la línea de la paz, de la alianza, de la fraternidad. Dios no ha creado al hombre para la guerra, sino para la paz y la fraternidad. El mal en todas sus múltiples formas se contrarresta sólo con una constante educación en la paz. Aquella paz que la Virgen María, Reina de la paz, nos puede obtener del Padre: la shalom bíblica viene de Dios y está ligada a la justicia. La raíz de la paz, no obstante, reside en el corazón del hombre, esto es, en el rechazo de la idolatría, porque no hay paz sin verdadera conversión, no hay paz sin tensiones (cf. Mt 10,34). La paz de Cristo no es como la del mundo, porque la de Cristo exige que nos alejemos de la mentalidad mundana. Con la venida de Cristo la paz nos ha sido ofrecida a cada uno de nosotros, porque brota del corazón de Dios, que es amor.
ORATIO Al inicio de este nuevo año, Señor, te rezamos volviendo la mirada hacia María, a la que, siendo la madre de tu Hijo y madre nuestra, puede hacer posible la civilización del amor y de la paz para toda la humanidad. Primeramente te queremos agradecer el don precioso de María: tú la elegiste, como flor incomparable y preciosa de la humanidad, para que Jesús pudiera venir a nosotros a traernos tu Palabra de vida, a darnos el Espíritu Santo consolador de los corazones y para que nos pudiéramos dirigir a ti llamándote Padre. Haznos capaces de seguir los caminos del evangelio de la paz, como ha caminado María en su peregrinaje terreno, viviendo en el silencio y oculta en el hogar doméstico, permaneciendo abiertos al anuncio de la "alegre noticia" que nos ha traído tu Hijo, sabiendo afrontar las pruebas de la vida con humildad y fe profundas, y confiando en ti en la hora de nuestro retorno a la casa del Padre donde tú nos esperas.Te rogamos de modo especial por la paz del mundo, convencidos de que es un deber de todos conocer los problemas que están detrás de las graves divisiones actuales para compartir y sostener todo camino y toda propuesta de paz y de justicia. Suscita gobernantes y hombres de paz que sepan actuar de manera que el desarrollo sea posible a todas las gentes por igual, y que la solidaridad sea tal que los países ricos prevean intervenciones capaces de elevar económicamente incluso a los países más pobres. Pero haz capaz a cada hombre de comprender que la auténtica paz y la verdadera felicidad vienen de ti, que eres el Dios de la paz.
CONTEMPLATIO ¡Cantadlo a la espera del alba, cantadlo suave, en el duro oído del mundo! Cantadlo de rodillas, cantadlo como envueltos en un velo, como cantan las mujeres encinta: el Poderoso se ha hecho dócil, el Infinito pequeño, el Fuerte sereno, el Altísimo humilde (...). ¡Niño que vienes de la eternidad, quiero elevar un canto a tu Madre! ¡Mi canto debe ser bello como la nieve iluminada por el alba! ¡Alégrate, virgen María, hija de mi tierra, hermana de mi alma, alégrate, gozo de mi gozo! ¡Soy como un vagabundo en la noche, pero tú eres mi techo bajo el firmamento! ¡Soy una copa sedienta, pero tú eres el mar abierto del Señor! ¡Alégrate, virgen María! Dichosos los que te proclaman dichosa! ¡Ya ningún corazón humano temerá! Tengo un único deseo, quiero repetirlo a todos: ¡una de vosotras ha sido elegida por el Señor! ¡Dichosos aquellos que te proclaman dichosa! (Gertrud Von le Fort, Himnos a la Iglesia, Madrid 1995).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «María guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL María Virgen, que por el anuncio del ángel acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su vientre y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de manera tan eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son «miembros de aquella cabeza», por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como Madre amantísima (LG 53). |
Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno Basilio de Cesárea de Capadocia, su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio de Nacianzo son conocidos como los «padres capadocios». Ellos llevaron a la práctica las enseñanzas del Concilio de Nicea sobre la doctrina trinitaria. Basilio (329-379) nació en una familia profundamente cristiana y recibió una esmerada preparación humanística. Hizo amistad en Atenas con Gregorio de Nacianzo y con él abandonó el mundo, dando origen a una nueva forma de vida comunitaria (monacato basiliano). Ordenado sacerdote y consagrado después obispo de Cesárea, se prodigó en obras caritativas y dio esplendor al culto divino. Ha dejado un rico patrimonio de obras teológicas, espirituales y homiléticas y un precioso epistolario. También Gregorio de Nacianzo (330-389/390), como Basilio, respiró el cristianismo desde su nacimiento, momento en el que su piadosísima madre lo ofreció al Señor. Fue educado en las mejores escuelas y se convirtió en un excelente retórico. Le esperaban los más altos cargos civiles cuando abandonó el mundo. Ordenado sacerdote y, después, obispo de Constantinopla, siguió siendo siempre, en primer lugar, un místico, cantor apasionado de la Santísima Trinidad; como poeta y teólogo, revela en sus escritos la experiencia y la inteligencia de los misterios de Cristo.
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,22-28 Hermanos: 22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, se queda sin el Padre; y todo el que acepta al Hijo, tiene también al Padre. 24 Vosotros debéis permanecer fíeles a lo que oísteis desde el principio. Si sois fieles a lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna. 26 Os he escrito estas cosas para poneros en guardia contra los que intentan seduciros. 27 En cuanto a vosotros, el Espíritu que habéis recibido de él permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; antes bien, ese Espíritu, que es fuente de verdad y no de mentira, os enseña todas las cosas. Así pues, permaneced en él, conforme a lo que os enseñó. 28 Sí, hijos míos, permaneced en él, para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no nos veamos avergonzados ante él el día de su gloriosa venida.
** El fragmento revela las líneas esenciales de la falsa doctrina divulgada por los "anticristos" en una época atormentada del final del siglo primero: Jesús no es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta herejía cristológica consideraba imposible que el Verbo se hubiese encarnado a la manera humana, auténtico escándalo para la mentalidad gnóstica. Pero para el apóstol Juan negar la divinidad de Jesús significaba no tener comunión con el Padre y la verdadera vida (w. 22-23); negar la unión de lo divino y lo humano en Jesús significaba ser "anticristo", porque lo humano en Jesús es el reflejo perfecto de lo divino, es el reflejo del Padre (cf. Jn 14,9). El cristiano debe permanecer fiel a la Palabra oída desde el principio, es decir, al misterio pascual en su integridad (muerte-resurrección) enseñado por los apóstoles. Sólo esta Palabra acogida en la fe, interiorizada y vivida en el Espíritu permite conservar la auténtica comunión con el Hijo y con el Padre (v. 24). Así pues, vivir en comunión con Dios significa poseer la promesa que Cristo ha hecho, es decir, «la vida eterna» (v. 25; 3,15; Jn 3,36). Y el creyente puede resistir al, seductor que enseña el error, vivir las radicales exigencias del evangelio y permanecer en la Palabra a la espera de la venida de Cristo porque ha recibido «la unción» del Espíritu Santo en el bautismo (v. 27). El Espíritu, fuerza interior que da la sabiduría, hace invencible y fuerte en la tentación al discípulo de Jesús, lo impulsa a la evangelización y lo hace confiado en el retorno del Señor (v. 28).
Evangelio: Juan 1,19-28 19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan: -Tú, ¿quién eres? 20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías. 21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No. 22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? 23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así: -Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor. 24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos. 25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas? 26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis. 27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. 28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
*» El texto es el testimonio del Bautista ante la delegación enviada por las autoridades de Jerusalén a Betania, al otro lado del Jordán (v. 28). A la pregunta: «Tú, ¿quién eres?» (v. 19), el Bautista confiesa, evitando cualquier malentendido acerca de su propia persona y de su propia misión, que no es el Cristo, el Salvador escatológico esperado. Este testimonio negativo en boca del Bautista es una auténtica confesión de fe en el mesianismo de Jesús. Siguen otras preguntas de los enviados a las que el Testigo responde diciendo no ser ni Elías (cf. Mal 3,1-3.23; Me 9,11; Mt 7,10) ni el profeta (cf. Dt 18,15; 1 Mac 14,41), personajes esperados para el tiempo mesiánico. El desconcierto de sus interlocutores es grande. El Bautista continúa explicando su propia identidad, definiéndose a sí mismo con las palabras del Segundo Isaías: «Voz que clama en el desierto» (v. 23) y prepara el camino al Cristo (cf. Is 40,3). Él no es la luz, es sólo la lámpara que arde y que testimonia la luz verdadera. Él no es la Palabra encarnada, es sólo la voz que prepara el camino con la purificación de los pecados y la conversión del corazón. Y a la ulterior insistencia de los fariseos sobre el motivo de su bautismo, Juan replica: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis» (v. 26). El bautismo de Juan no es el del tiempo de la salvación, sino un rito de iniciación para prepararse a la acogida del Mesías, que se encuentra ya entre el pueblo. El Bautista acerca su propia persona a la de Cristo para poner de relieve la dignidad y grandeza de Jesús, cuya vida tiene dimensiones de eternidad: Juan no es digno de prestarle el más humilde de los servicios: desatarle las sandalias. El testimonio del Bautista pretende, pues, suscitar la fe en todo hombre hacia el gran desconocido, el portador de la salvación, que vive entre los hombres.
MEDITATIO La fe del Bautista está orientada al anuncio de Jesús. El Mesías, pues, tanto en su aparecer como en el curso sucesivo de la historia humana, por él atravesada y revolucionada, no revela inmediata ni completamente su origen ni su misión. Es preciso que quien recibe de Dios el don de tocar el misterio de Cristo, reflexionando sobre los misterios de su historia, lo anuncie con la vida y la palabra, como el Bautista junto al Jordán. En efecto, el hombre forjado en la soledad del desierto se esconde y casi desaparece a la sombra de aquel que él presenta al mundo. Ésta, justamente, fue su misión: dar testimonio del Esperado que vive en medio de su pueblo. También el cristiano de hoy está llamado a ser anunciador del evangelio y la Palabra de Jesús, la voz que grita con la vida la verdad de Cristo, a pesar de la pobreza que experimenta y la fragilidad de sus palabras humanas. Cristiano es el hombre que se define en función de Cristo, de Aquel que viene siempre a los suyos para comunicar salvación y vida. Él da testimonio de Cristo, nos relaciona con él y le prepara su misión; es el heraldo que invita a volver al desierto para preparar espiritualmente el camino al Mesías; es el que reclama atención no para sí mismo, sino para el que está por llegar. Todo cristiano es un propagador de la Palabra de Dios en la aridez espiritual de nuestro mundo, el que allana el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo, y es testigo del evangelio con la propia vida.
ORATIO Señor Jesús, que has querido ser solidario con nosotros y solidario con el Padre, te pedimos nos enseñes a ser como el Bautista, auténticos testigos de tu amor a los hermanos. La tarea de tu testigo en el desierto fue la de empeñar su voz, sus fuerzas, su vida entera para que los hombres optasen por ti. Lo mismo nos ha dicho tu evangelista Juan, cuando ha recordado a su comunidad que el que no confiesa tu mesianismo no está en comunión contigo ni con el Padre (cf. 2,23). Te rogamos, por eso, que refuerces nuestra fe en ti, único salvador de la humanidad, haciéndonos experimentar el poder de tu Espíritu, que nos ha sido dado en el bautismo, y que es nuestra fuerza y nuestro apoyo espiritual. Jesús, el Bautista se declaró indigno de desatar las correas de tus sandalias, él, el más grande de los nacidos de mujer, y así dio de sí mismo un testimonio de extraordinaria humildad y de servicio. Enséñanos a no presumir nunca de nosotros mismos en ninguna circunstancia de la vida, a ser humildes incluso cuando nos son confiados cargos de prestigio y de éxito, conocedores de que todo nos viene de tu bondad y de los dones que tú nos has regalado. Queremos ser sólo un instrumento en tus manos para que tu reino de justicia y de amor se extienda al mundo entero. Queremos ser testigos de tu Palabra, siempre antigua y siempre nueva, que nos dejaste como testamento antes de tu retorno al Padre, la de la fe confesada ante toda la humanidad y del amor fraterno practicado con todos, sin acepción de personas.
CONTEMPLATIO ¿Quién es Jesús? Nosotros que tenemos este grandísimo y dulcísimo Nombre para repetírnoslo a nosotros mismos, nosotros que somos fieles, nosotros que creemos en Cristo, nosotros ¿sabemos bien quién es? ¿Sabríamos decirle una palabra directa y exacta: llamarlo verdaderamente por su nombre, invocarlo como luz del alma y repetirle: Tú eres el Salvador? ¿Sentir que nos es necesario y que no podemos estar sin él: es nuestro tesoro, nuestra alegría y felicidad, promesa y esperanza, nuestro camino, verdad y vida (...). El Cristo que llevamos a la humanidad es el "Hijo del Hombre", como él mismo se ha llamado. Es el primogénito, el prototipo de la humanidad nueva, es el Hermano, el Compañero, el Amigo por excelencia. Sólo de Él se puede decir con plena verdad que «conocía al hombre por dentro» (Jn 2,25). Es el enviado de Dios, no para condenar al hombre sino para salvarlo (Pablo VI, Discurso del 14 de marzo de 1965).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia» (cf. Jn 1,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Narciso es el protagonista de un relato antiguo. Era un ¡oven bellísimo que un día contempló su propia imagen reflejada en un espejo de agua. Se enamoró de ella ignorando que la imagen reflejada era él mismo. Se arrojó al agua y se ahogó. Ningún relato ¡lustra mejor cuan engañosa es la felicidad fundada en el culto de sí, pero para mucha gente el alfa y la omega de la búsqueda de la felicidad reside en el propio «yo». Si el problema está en esto, en esto se encuentra también la respuesta. ¿Se necesita una aportación externa? Sólo para enriquecerse con ella. Es la felicidad posesiva que descarta fríamente todo lo que podría atraer al hombre fuera del propio nido. El que padece esta enfermedad puede sentirse feliz exclusivamente de sí. Este "cerrarse en el propio capullo" se ha difundido de modo sorprendente en los últimos decenios. Se tiene la impresión de que todas las fronteras se cierran, que puertas y ventanas están atrancadas, que la calefacción central esté abierta al máximo. El lecho de plumas parece haberse convertido en el santuario de toda la familia. La publicidad colabora a la inflación del yo, como podemos constatar sobre los muros de nuestras calles: mi banco (mímame, mis dineros, mi interés, mi porvenir, mi seguridad...). "Tú" o "él" casi han desaparecido. La desaparición del espíritu de sacrificio produce una sociedad fría, que se hace también superconservadora. Se limita a preservar, no crea nada. ¡Y peor aún! Ante el sufrimiento, la búsqueda de la felicidad pierde su sentido: todo sufrimiento anula la felicidad. De este modo, el hombre se aleja de la verdad misteriosa para la cual la felicidad es bastante fuerte para integrar momentáneamente el sufrimiento y asumirlo. El sufrimiento contiene otra especie de felicidad, una felicidad de registro distinto, una felicidad que sólo conocen los que la han comprendido a la luz de la cruz, pero algo está claro para cada uno de nosotros: quien quiere ser feliz aquí abajo, debe estar dispuesto a dar cabida al sufrimiento (G. Danneels, Le stagioni della vita, Brescia 1998, 225-227). |
Segundo domingo después de Navidad LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 24,1-2.8-12 1 La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo; 2 en la asamblea del Altísimo abre su boca, se gloría en presencia del Poderoso: 8 Entonces el Creador del universo me dio órdenes, mi Hacedor fijó el lugar de mi morada. Me dijo: Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel. 9 Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y nunca dejaré de existir. 10 Ante él, en la santa tienda, presté servicio; y así me he establecido en Sión, 11 en la ciudad amada he hallado descanso, y en Jerusalén he asentado mi poder. 12 En el pueblo glorioso he echado raíces, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.
**• El texto del Eclesiástico es una de las muestras más bellas de la literatura sapiencial y narra un gran elogio a la Sabiduría divina, fuente viva que renueva toda cosa en la vida que Dios comparte con los hombres. La sabiduría en persona canta sus propias alabanzas en la presencia del Dios altísimo. Se presenta unida a Dios, pero, al mismo tiempo, distinta de él. Se identifica como persona con la Palabra de Dios (con la Tora) y como símbolo con la niebla que cubre la tierra, semejante al Espíritu de Dios que se cernía sobre el caos primordial de la creación (w. 2-3; Gn 1,2). Preexistía junto a Dios, teniendo su morada junto a su trono, y es eterna (w. 4-9). Recorrió el mundo y recibió la orden de establecerse en Israel: «Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel» (v. 8), ejerce su ministerio en Sión, tomando a Jerusalén, la ciudad santa, por morada, y haciendo de Israel un pueblo glorioso, porción del Señor, su heredad (w. 10- 11). En el Nuevo Testamento tal sabiduría es Jesús. El evangelista Juan, cuando nos habla del "Verbo", tiene como trasfondo este texto y lo utiliza refiriéndose a la teología de la Palabra y de la Sabiduría, en el sentido de fuerza que crea, revelación que ilumina, persona que vivifica. Juan, además, lo aplica a Cristo en su relación con el Padre (cf. Prov 8; Sab 6-9). Jesús, en efecto, es la Palabra última y definitiva de Dios, la auténtica Sabiduría hecha visible, la persona enviada por Dios como Hijo unigénito del Padre.
Segunda lectura: Efesios 1,3-6.15-18 3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Que desde lo alto del cielo Nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. 4 Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, 5 él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, 6 para que la gracia que derramó sobre nosotros, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria. 15 Por lo cual también yo, al conocer vuestra fe en Jesús, el Señor, y vuestro amor para con todos los creyentes, 16 no ceso de dar gracias a Dios por vosotros, recordándoos en mis oraciones. 17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente. 18 Que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados, cuál la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo.
**• Esta lectura consta de dos partes distintas. La primera (w. 3-6) contiene los primeros versículos del himno cristológico: el tema hace referencia a la historia de la salvación, cuyos protagonistas son el Padre, Cristo y el Espíritu, y cuya ley es el amor gratuito de Dios. El Padre es la fuente, el iniciador y el término de toda cosa. El Espíritu Santo es la garantía y la prenda de la heredad ofrecida al hombre. El Hijo, único mediador de la obra divina, es el que todo lo cumple y lleva a cabo con la entrega de sí hasta el don de la vida. El Padre, pues, que tiene la iniciativa de regalar la salvación, fruto de su obra, se sirve de «su Hijo querido» (v. 6) para actuarla. Así, la actividad de las tres personas divinas aspira a llevar la salvación al hombre, que está en el centro del designio de Dios, aunque el objetivo último de la historia de la salvación no sea el hombre, sino la gloria misma de Dios. Es para alegrarse y para permanecer sin aliento ante este designio que ocupaba en la mente de Dios un puesto anterior a la creación misma: estamos insertos en el amor que Dios siente por su Hijo querido. También nosotros estamos en el circuito trinitario de un amor desbordante y sin fin, envueltos por el abrazo de Dios. Y todo esto a través de la Iglesia en la que «en Cristo» llegamos a ser hijos adoptivos de Dios (cf. Rom 9,4; Gal 3,1-7). Todo es don gratuito emanado del corazón de Dios que ama a la humanidad apasionadamente. La segunda parte (w. 15-18) refleja los sentimientos de gratitud de Pablo hacia Dios por sus hermanos en la fe, sobre quienes invoca la sabiduría divina y los dones de la santidad plena y del amor verdadero. Evangelio: Juan 1,1-18
1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 2 Ya al principio ella estaba junto a Dios. 3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; 5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron. 6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. 7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. 8 No era él la luz, sino testigo de la luz. 9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. 10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. 11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. 12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. 13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios. 14 Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando: -Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo». 16 En efecto, de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. 17 Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús. 18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.
**• El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús-Palabra se hace en tres momentos. Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (w. 1-5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (w. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (w. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (w. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (w. 12-13). Y finalmente la encamación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.
. MEDITATIO Las lecturas bíblicas de este domingo evidencian que Jesús es el icono visible de Dios Padre. El Hijo, en efecto, mira incesantemente al Padre, que es la fuente de su misión. Todo le viene del Padre: la enseñanza, la actividad, el poder sobre la vida y sobre la muerte. «Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado» (Jn 7,16). «La Palabra que habéis escuchado no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn 14,24). El Hijo no hace nada por sí sólo, sino «como me ha enseñado el Padre, así hablo» (Jn 8,28). Jesús está a la escucha del Padre con mirada de contemplación interior y transmite sus palabras, es más, comunica tan bien la Palabra del Padre que Él mismo es, para el evangelista, la Palabra del Padre (Jn 1,1-2). Así Jesús es el perfecto revelador del amor del Padre, porque está siempre a la escucha de Dios, y es igualmente la Palabra misma del Padre. El culmen, sin embargo, de la revelación que Jesús ha transmitido no está en lo que ha enseñado con palabras, sino en la obra que ha testimoniado con su vida. Ha cumplido hasta el fondo la obra que el Padre le había confiado. Y la obra que expresa el don de sí, la cumple Jesús entregando su vida sobre la cruz, haciéndonos así hijos adoptivos del mismo Padre. Es desde la colina en que se alza la cruz desde donde la humanidad toma conciencia de la calidad del amor que Jesús de Nazaret le revela: un amor que supera toda lógica humana y viola las fronteras de Dios.
ORATIO Señor Jesús, el apóstol Juan nos dice al final de su prólogo: «A Dios nadie lo ha visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha revelado » (Jn 1,18). Así, ningún hombre sobre esta tierra ha visto nunca ni podrá ver el rostro de Dios. Pero tú, Jesús, que eres el Hijo amado del Padre, la Sabiduría misma de Dios, e impronta de su Ser, nos lo has manifestado y nos lo has hecho conocer. A través de ti, el Padre se ha revelado con palabras humanas y especialmente en la misión que tú has cumplido entre nosotros, hasta entregarte por amor nuestro sobre el madero de la cruz. Desde entonces en adelante acogerte o rechazarte a ti, es acoger o rechazar al Padre: y, en consecuencia, nuestra salvación. Señor Jesús, te damos gracias por habernos hecho hijos verdaderos del mismo Padre y por habernos llamado amigos. Sabemos cuánto has sufrido por nosotros con la condena a la cruz, pero tú nos has enseñado que no hay «un amor más grande que éste: dar la vida por los amigos» (Jn 15,13). Te queremos pedir también que nos concedas un corazón grande y generoso para todos nuestros hermanos, a pesar de nuestros pecados, para amarlos como nos has amado tú. Tú te has revelado como Palabra viva del Padre y nosotros, por el contrario, somos a menudo palabras humanas y vacías que no dan cabida a tu evangelio de verdad. Enséñanos lo que verdaderamente vale en la vida, esto es, escuchar la voz secreta que habla en nuestro interior. Si escucháramos esta palabra interior, comprenderíamos lo que dice san Agustín: «He aquí el gran secreto: el sonido de la palabra golpea nuestros oídos, pero el maestro se encuentra en lo más íntimo».
CONTEMPLATIO La morada de mi Dios está allí, está más allá de mi alma. Allí habita, desde allí me ve, desde allí me ha creado (...), desde allí me llama, me guía y me conduce al puerto. El que tiene en lo más alto de los cielos una morada invisible, posee también una tienda sobre la tierra. Su tienda es la Iglesia aún itinerante. Es aquí donde hay que buscarlo, porque en la tienda se encuentra el camino que conduce a su morada. En la casa de Dios hay una fiesta perpetua (...). La armonía de esta fiesta encanta el oído del que camina en esta tienda y contempla las maravillas realizadas por Dios para la redención de sus fieles. Y así gustamos ya una secreta dulzura, podemos vislumbrar ya, con lo más alto de nuestro espíritu, la vida que no cambia (...). ¿Por qué, pues, te turbas, alma mía? Y el alma responde en lo secreto: «¿Estoy, quizás, desde ahora, en seguro? ¿Quizás el demonio, mi enemigo, no me espía? ¿Y quieres que no me inquiete, estando todavía exiliada lejos de la casa de Dios?». «Espera en Dios». En la espera, encuentra a tu Dios aquí abajo en la esperanza (...). ¿Por qué esperar? Porque él es mi Dios, la salvación de mi rostro. La salvación no puede venirme de mí mismo. Lo diré, lo confesaré: mi Dios es la «salvación de mi rostro» (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 41,9).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo» (Ef 1,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Dios, después de haber hablado en múltiples ocasiones y de muchas maneras por los profetas, «ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,1 -2). Envió, pues, a su Hijo, esto es, el Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que habitase entre ellos y les explicase los secretos de Dios (cf. Jn 1,1 -8). Jesucristo, pues, Verbo hecho carne, enviado como «hombre a los hombres» (Ad Diognetum), «habla las palabras de Dios» (Jn 3,34) y lleva a cumplimiento la obra de la salvación que le ha confiado el Padre (cf. Jn 5,36; 17,4). Por eso, viéndolo a él se ve también al Padre (cf. Jn 14,9) con toda su presencia y con su manifestación, con palabras y obras, con signos y milagros, y especialmente con su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos y, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, cumple y completa la revelación y la corrobora con el testimonio divino que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. La economía cristiana, pues, en cuanto es alianza nueva y definitiva, no pasará, y no se debe esperar ninguna nueva revelación pública antes de la manifestación gloriosa del Señor Jesucristo (cf. 1 Timó,14;Tit2,13)(DV4). |
Segundo Lunes después de Navidad
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 3,7-10 7 Hijos míos, que nadie os engañe. Quien practica la justicia es justo, como Él es justo. 8 Quien comete pecado procede del diablo, porque desde el principio el diablo peca. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del diablo. 9 El que ha nacido de Dios no comete pecado, porque la semilla divina permanece en Él; no puede pecar, porque ha nacido de Dios. 10 La distinción entre los hijos de Dios y los del diablo es Ésta: quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios.
**• Juan, frente a la herejía gnóstica, afirma que el criterio distintivo de los hijos de Dios es una conducta recta y justa: «Quien practica la justicia es justo» (v. 7), como Jesús, que acató la voluntad del Padre. Por el contrario, «quien comete pecado procede del diablo» (v. 8). El combate entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, implica también al cristiano. El pecado, en efecto, es contrario al mundo de Dios y el que peca no puede ser hijo de Dios, sino hijo del diablo, porque Cristo es el vencedor del mal. Él ha instaurado los tiempos de la salvación (cf. 1,7; 2,2; 3,5) y llama a sus seguidores a combatir el pecado (cf. Heb 12,1-4), a practicar la justicia (cf. 2,29; 3,10). Se puede, pues, poseer la filiación divina o la filiación humana: la primera procede de la acción de Dios en el corazón del creyente que se abre al Espíritu; la segunda nace en el corazón del que rechaza a Dios y vende el propio corazón al diablo. Así, «Quien ha nacido de Dios no comete pecado» (v. 9) porque «una semilla divina», esto es, la Palabra de Dios, rica por la fuerza del Espíritu, habita en el cristiano y lo colma (cf. Jn 3,5; Me 4,3-8.14-20; Rom 8,14; Tit 3,5). El hijo de Dios, que hace crecer y fructificar en sí la semilla de la Palabra, no podrá pecar jamás, porque ha hecho sitio a Dios, permaneciendo en Cristo, que actúa en su vida. La condición esencial, sin embargo, es la apertura constante al Espíritu de Dios viviendo una actitud de conversión continua. Entonces los signos concretos del cristiano serán la disponibilidad a la voluntad de Dios y el amor fraterno (v. 10).
Evangelio: Juan 1,35-42 35 Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos. 36 De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo: -Éste es el Cordero de Dios. 37 Los dos discípulos le oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió y, viendo que lo seguían, les preguntó: -¿Qué buscáis? Ellos contestaron: -Rabí (que quiere decir Maestro), ¿dónde vives? 38 Él les respondió: -Venid y lo veréis. Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde. 40 Uno de los dos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era Andrés, el hermano de Simón Pedro. 41 Encontró Andrés en primer lugar a su propio hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo). 42 Y lo llevó a Jesús. Jesús, al verlo, le dijo: -Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro).
*» Es el segundo testimonio público del Bautista sobre Jesús el que provoca el seguimiento de algunos de sus discípulos tras el Maestro (w. 35-37). El texto presenta, armónicamente fundidos, el hecho histórico de la llamada de los primeros discípulos, descrito como descubrimiento del misterio de Cristo, y el mensaje teológico sobre la fe y sobre el seguimiento de Jesús. En este fragmento el evangelista nos presenta los rasgos característicos del verdadero camino para poder convertirse en discípulos de Cristo. Todo comienza con el testimonio y el anuncio de un testigo cualificado, en este caso el del Bautista («Éste es el Cordero de Dios»: v. 36), al que sigue un camino de auténtico discipulado («Siguieron a Jesús»: v. 37). Este seguimiento florece más tarde en un encuentro hecho de experiencia personal y de comunión con el Maestro («fueron... vieron... se quedaron con Él»: w. 38-39). El coloquio entre Jesús y los discípulos versa sobre el sentido existencial de la identidad del Maestro que los invita a una experiencia de vida con él. Esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe («hemos encontrado al Mesías»: v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión. En efecto, Andrés, después de haber hecho tal experiencia, conduce a su hermano hasta Jesús, que le cambia el nombre de Simón por Pedro, esto es, Cefas, para indicar la misión que desarrollará en la Iglesia. El interés fundamental del fragmento se concentra, pues, sobre el origen de la fe y de su transmisión mediante el testimonio. Estamos ante un itinerario de fe y ante el descubrimiento del misterio de Jesús, a través del gradual conocimiento y adhesión de los discípulos, luego de la primera manifestación de Jesús como Mesías.
MEDITATIO Leyendo el evangelio uno queda fascinado por el misterio de la persona de Jesús y por su gran humanidad, que colma y satisface las aspiraciones fundamentales del hombre. Buscar quién es Jesús es descubrirlo a través del comportamiento de las personas que se encuentran con Él. Penetrar en el misterio de Jesús significa observar el mundo que lo rodea y descubrir el modo en que él se relaciona con los otros. La llamada de discípulos tras el Maestro es un hecho que se repite en todo tiempo de la Iglesia. Es importante que un testigo sepa leer los acontecimientos de su vida y, penetrando por experiencia en lo íntimo del corazón de Jesús, sepa indicarlo a los otros. También la misión del Bautista, cuando Jesús se presentó en el Jordán, estaba para terminar: el amigo del esposo debe saber retirarse cuando llega el esposo (cf. Jn 3,29-30) para ceder el puesto a otro. Jesús, que no es de este mundo sino que viene del Padre, debe tomar la iniciativa en la vida de todo hombre. Él pasa siempre entre nosotros, esperando que alguno recoja el testimonio de quien lo anuncia. En la vida de cada uno de nosotros hay un día, un encuentro que ha marcado un cambio radical de nuestra existencia: la llamada personal e imprevisible de Dios con vistas a nuestra misión. Con frecuencia Él, para llamarnos, se sirve de otros "Juan Bautista", que pueden ser los padres, un amigo, un sacerdote, un libro, un retiro espiritual u otra cosa, pero es Él quien nos llama a seguirlo para construir un mundo nuevo. El peligro es que pase en vano por nosotros, por no haberlo escuchado atentamente.
ORATIO Señor, cada día somos llamados a optar por pertenecerte o rechazarte. Es absurdo, además de peligroso, intentar conciliar lo incompatible. Has puesto en nuestros corazones de creyentes una fuerza, un germen divino: tu Palabra vivificada por el Espíritu Santo. Ella nos posibilita resistir al antiguo tentador y vencer el mal. Tú nos dijiste con palabras del evangelista Juan que «el que ha nacido de Dios no puede pecar» (1 Jn 3,9), porque somos tus hijos y para nosotros vivir es pertenecerte. Esta impecabilidad, sin embargo, no es una realidad ya adquirida sino, más bien, una conquista personal por realizar día a día con tu ayuda y con renuncias, sacrificios, mortificaciones, haciendo fructificar las semillas que son tu Palabra y tu gracia. Recibimos las dos en el bautismo y continuamente las alimentas con las innumerables gracias actuales que tú, Señor, das a quienes creen en ti. Nuestro compromiso quiere ser, pues, el de decirte "sí" en el "dejarnos hacer" por tu Espíritu, poniendo en práctica tu Palabra para "obrar en justicia", que es compromiso de amor fraterno y entrega de nuestra vida a quien tiene necesidad de nuestra ayuda. Señor, haz que en nuestra existencia cotidiana te sepamos buscar siempre con el mismo deseo de los primeros discípulos. A veces te buscamos sin saber quién eres ni dónde podemos encontrarte. Haznos ver cuál es tu morada en nuestro mundo y haz que nuestras fuerzas estén siempre al servicio de los pequeños y de los pobres, entre los cuales has elegido vivir.
CONTEMPLATIO Hijo de Dios, en tu amor has venido a nosotros para hacer nuevas todas las cosas. Dame tu amor para que yo hable de tu amor a quien me escucha. Dios Altísimo, tú bajaste de los cielos para habitar con nosotros, pecadores. Para que yo pueda contar la belleza de tu amor, concédeme subir donde tú habitas. En tu amor ardiente permite que mi boca anuncie con garra tu buena noticia, concédeme cantar a plena voz tu gloria entre las gentes de esta tierra. Venid, hermanos amadísimos. Hemos nacido de un solo bautismo. Queremos amar: el amor es la riqueza grande de quien lo posee. Por el agua bautismal habéis llegado a ser hermanos del Hijo único. Venid, pues, y gustemos con sabiduría cuanto habla del amor. Hoy me conmuevo al hablaros del amor. El amor es delicia, venid y gustad su salvación. Sólo si el amor entra en tu corazón, tus pensamientos se harán luminosos como luz. Sí, tu inteligencia se abrirá a los misterios de Dios (Giacomo de Sarug, Cántico dell'Amor, en Fascicoli di meditazione 39, 3-5).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con Él» (Jn 1,39). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Maestro, ¿dónde vives?». Enséñame los caminos que conducen a mí mismo, revélame el refugio profundo que tu amor gratuito ha querido construirse en lo íntimo de mi ser. Haz que, recorriendo hacia atrás uno tras otro los senderos de mi vida consciente, reencuentre siempre en sus orígenes tu gracia misericordiosa que previene mis iniciativas y me ofrece mis verdaderos valores (...). El Señor está presente también en las pequeñas ocasiones en que nos ofrece hacer el bien o aceptar el sufrimiento; está presente en estas modestias moradas como en las hostias consagradas: bajo las especies de la contrariedad fortuita, del visitante inoportuno, de la enfermedad fastidiosa o del trabajo ingrato, de un sacrificio que se nos pide, de una obediencia mediocre. Bajo estas especies está presente moralmente, como está presente corporalmente bajo las especies eucarísticas. Y mi vida transcurre próxima a estas moradas; y el curso tortuoso de mis jornadas lo encuentra en cada momento. Pero yo soy demasiado ciego para advertirlo y descuido las ocasiones de hacer el bien o de aceptar el sufrimiento, como se descuidan las casas deshabitadas o los tugurios en ruinas ¡unto a la carretera. «Venid y ved». Señor, ábreme los ojos: que yo aprenda a conocerte en cada una de tus presencias humildes y aprenda a encontrarte en la prosa santificante de mi deber cotidiano. Porque tú habitas justo aquí. Y es en este deber humilde, sea cual sea, donde estoy seguro de encontrarte, no sólo de paso y como furtivamente, sino de modo estable y permanente... (P. Charles, La priére des hommes, París 1957). |
Segundo Martes después de Navidad LECTIO Primera lectura: 1 Juan 3,11-21 Hermanos: 11 Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros. 12 No como Caín, que era del maligno, y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. 13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. 15Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna. 16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. 17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de Él, ¿cómo puede permanecer en Él el amor de Dios? 18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad. 19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios, aporque si ella nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. 21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza.
*+• El motivo fundamental de la buena noticia cristiana es el de la caridad fraterna y generosa desde el primer momento de la conversión (2,7-11). Sólo el amor auténtico a los hermanos salva y da vida, después de haber destruido la muerte (v. 14; Jn 5,24). El contrario del amor es el odio, el que impulsó a Caín a matar al justo Abel, el que movió a los incrédulos, enemigos de Dios, a matar a Cristo y a sus discípulos (cf. Jn 15,20). El odio es el signo de que este mundo está inmerso en la muerte y es la causa de su propia ruina con la práctica de la mentira y con una neta cerrazón a la verdad (w. 12,15). El amor a los hermanos, por el contrario, injerta al hombre en el reino de la vida (v. 14) y permite gestos concretos de amor ante las necesidades del prójimo (w. 17-18). La práctica del verdadero amor es la vivida por Jesús, que dio su prueba suprema de bondad entregando la propia vida (Jn 10,11.15-18). Hacia este alto ideal toda comunidad cristiana debe crecer y fructificar como comunión de amor (cf. Jn 15,12-13; Hch 4,32). La plena disponibilidad que Cristo ha demostrado sobre la cruz debe animar al cristiano a vivir también la forma más alta del amor: el «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12), y debe tener presente que el amor sin obras está muerto. Entonces, dar y compartir los propios bienes (w. 17-18) será siempre una obligación para aquellos que con confianza se han comprometido en el seguimiento de Cristo (w. 19-21; Jn 21,17), seguros de que «Dios es más grande que nuestro corazón». Con esta condición el discípulo vivirá en la paz y el amor del Padre.
Evangelio: Juan 1,43-51 43 Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: -Sígueme. 44 Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro. 45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: -Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. 46 Exclamó Natanael: -¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y lo verás. 47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna. 48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió: -Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera. 49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. 50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! 51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del nombre.
**• La escena describe la vocación de Felipe y de Natanael, modelo de discipulado y de seguimiento, que tiene analogías con los relatos de llamada narrados en los sinópticos (cf. Me 2,14; Mt 8,22; 9,9; 19,21; Le 9,59). Los hechos no se desarrollan junto al Jordán, sino mientras Jesús camina hacia Galilea. Ha comenzado el tiempo de su misión. Es un sucederse y un intercambiarse de miradas y de encuentros. Jesús se propone primero a Felipe en el marco de los acontecimientos cotidianos, llamándolo a su seguimiento. Después, Felipe invita a Natanael a encontrar a Jesús: «Ven y verás» (v. 46). Felipe no intenta aclarar o resolver la duda inicial del compañero, sino que prefiere invitarlo a una experiencia personal con el Maestro, la misma que ha vivido él anteriormente y que ha cambiado su vida. Sólo la fe ayuda a superar los motivos de escándalo y de autosuficiencia humana. Y Jesús la suscita realmente en Natanael, que consiente en acoger el misterio del Hijo del hombre. Jesús revela al futuro discípulo su conocimiento personal porque en él no hay doblez: él es el verdadero israelita piadoso y recto, apasionado por la Escritura, que sabe confesar su propia pobreza ante Dios (cf. Sal 22). El hombre, tocado en lo íntimo de su ser, por la alabanza del Maestro y por el profundo conocimiento que este tiene de él, se rinde a la evidencia y reconoce en Jesús al Mesías, y confiesa: «Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el rey de Israel» (v. 49). Natanael, como los otros discípulos que lo han precedido en el encuentro con Cristo, se encuentra en el nivel de la fe auténtica y abierta a ulteriores revelaciones que Jesús hará inmediatamente (w. 50-51). Jesús es el Mesías prometido y esperado para el fin de los tiempos.
MEDITATIO Muchas veces el evangelio se concentra en el misterio del Jesús terreno. Él es el hijo de José, de la pequeña aldea de Nazaret. Es de origen humilde pero tiene la fuerza y la autoridad para decir: «Sigúeme» (Jn 1,43). Jesús invita al hombre a buscarlo porque sólo se deja encontrar por los que lo buscan. Una serie de experiencias de los discípulos (cf. Jn 1,35-51) permite penetrar en el misterio. Este se abre con el «permanecer con» Jesús y se concluye con la exultante alegría de la confesión de fe en el Mesías, sobre quien suben y bajan los ángeles de Dios (cf. Jn 1,51). En el testimonio de fe de los discípulos participa también el cielo. Jesús es verdaderamente el único revelador de Dios y el eslabón que liga al hombre con el cielo. También todo cristiano auténtico está ante la "casa de Dios" y a las "puertas del cielo", prefiguradas por la persona histórica de Jesús, donde se contempla el misterio del "Hijo del hombre" (cf. Dn 7,13). El hombre Jesús es el Hijo del hombre, es el Verbo encarnado y el hombre glorificado por la resurrección, que revela con autoridad al Padre. Es la gloria de Dios, es el nexo de unión de cielo y tierra, es el mediador entre Dios y los hombres, es la nueva escala de Jacob, de la que Dios se sirve para dialogar con el hombre. En Jesús encuentra el hombre el espacio ideal para experimentar la acción salvífica de Dios, cuya aceptación o rechazo por parte del hombre comporta un juicio de salvación o de condena (cf. Jn 3,14; 11,51; 12,32). La progresión en la revelación del misterio tiene dos razones: una objetiva, que hace referencia al misterio mismo que conserva su zona de sombra, y otra subjetiva, en cuanto es necesario que todo hombre conquiste su madurez mediante la experiencia, que es nuestro modo de crecer. A todo creyente corresponde recorrer este itinerario experiencial.
ORATIO Señor Jesús, brota espontánea una pregunta ante la palabra del apóstol Juan que nos interpela: ¿cómo debemos comportarnos para vivir como verdaderos hijos de Dios? Por su mediación, Tú nos has indicado el camino a seguir, el del amor fraterno, practicado no sólo con palabras, sino «con hechos y en la verdad» (cf. 1 Jn 3,18). Es el camino de un amor llevado hasta dar la vida por los otros, de un amor sincero y desinteresado que incluye también al propio enemigo. No siempre resulta fácil practicar este exigente camino. Pero Tú nos has indicado también el camino para practicar este precepto tuyo: empezar a buscarte y a responder a tus llamadas cotidianas, para llegar, poco a poco, a vivir la realidad más exigente del evangelio. De todos modos necesitamos, Señor, que Tú nos guíes y nos corrijas cuando nos desviamos del camino justo, porque solos no podemos hacer nada, sin tu ayuda y tu mano que nos guía. Toma siempre la iniciativa en nuestra vida y no te canses de llamarnos una y otra vez a Ti. Llévanos gradualmente a descubrir que Tú eres el único Señor de nuestra vida y que a través de ti podemos alcanzar al Padre tuyo y Padre nuestro. Queremos vivir en el único amor divino que es rico en sorpresas continuas. Señor Jesús, tu mirada, que revela tu humanidad y tu divinidad, nos ayude a acercarnos a ti con mirada sencilla y sincera, como la de tus primeros discípulos, para tener siempre confianza en cada hombre, nuestro hermano.
CONTEMPLATIO Nuestro Padre celestial, desde la eternidad, nos ha llamado y nos ha elegido en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro viviente de la eterna Sabiduría: nosotros, pues, debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas. Justamente así comienzan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, los cantos que nunca tendrán fin. La primera melodía del canto celestial es el amor hacia Dios y hacia el prójimo: Dios Padre ha enviado a su Hijo para enseñárnosla. Jesucristo, el que nos ha amado desde siempre, desde el día de su concepción en el vientre santo de la Virgen, cantaba en su espíritu gloria y honor a su Padre del cielo, serenidad y paz a todos los hombres de buena voluntad. Y, en efecto, todo cuanto de más sublime y más gozoso se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios y amar al prójimo por referencia a Dios, por Dios y en Dios. Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará para nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos tras él, sea aquí abajo en la tierra, sea en el coro de la gloria de Dios (beato Juan Ruysbroeck, Les sept degrés de l'amour spirituel, Bruselas 1922, 248-249).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Aunque nuestra conciencia nos condene, Dios es más grande que nuestra conciencia» (1 Jn 3,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Amad sobre todo a los pobres, los pequeños, los pecadores, los despreciados que son a su vez la más viva encarnación de Cristo, las ovejas más amadas y predilectas de su grey. Amadlos como son, con su aspecto de miseria y de pecado. Este es su mayor título para vuestro amor. El Salvador no ha venido por los justos, sino por los pecadores. "Hacerse uno de ellos" es enriquecerse con su contacto, despojándose de la ilusión de deber llevarles siempre alguna cosa. Esto requiere un alma totalmente abierta y disponible. El amor, el auténtico amor, es muy exigente: amar como ama Cristo Jesús; estar dispuestos a dar la propia vida como Jesús por los pequeños, los más miserables de nuestros hermanos. Es por esto, y sólo por esto, que seréis reconocidos como sus discípulos y sus amigos. Preferid siempre a los más pequeños de entre los pobres, los que el mundo rechaza, los que no encuentran otro lugar donde refugiarse que bajo los arcos del acueducto o los fosos de las ruinas romanas (...). Id en busca del miserable, del condenado, del culpable que se esconde y tiene vergüenza, preguntándose quién podrá amarlo aún como amigo. Por esto buscamos aproximarnos a los encarcelados en la miseria moral de sus prisiones (Magdalena de Jesús, 8ran/ di lettere alie Piccole Sorelle, inédito). |
Miércoles de la 2ª semana: Epifanía del Señor Liturgia de las Horas de hoy Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías siete eventos: Su Epifanía ante sus tíos Zacarías y Santa Isabel, los pastores, los Reyes Magos, la profetisa Ana y el "visionario Simeón", a San Juan Bautista en el Jordán y su Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná. La Epifanía que más celebramos en la Navidad es la tercera. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad. Antes de presentarse al mundo, Dios se presentó a su familia: sus tíos. Y luego a los humildes y desheredados de la tierra hasta llegar a los Reyes Magos que hoy celebramos. Pensemos un poco en quién es nuestra familia, quiénes nos acogen en esta vida y quienes nos han conducido hasta que lleguemos a la Gloria Celestial. De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar a los que se ha querido representar de distintas razas como representación de los tres continentes conocidos de la época
LECTIO Primera lectura: Isaías 60,1-6 1 Levántate y brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti. 2 Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria. 3 A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora. 4 Alza la vista y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. 5 Al verlo te pondrás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar, y te traerán los tesoros de las naciones. 6 Te inundará un tropel de camellos, y dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor. **• La profecía, canto poético y glorioso, es una visión de universalismo y de unidad de todos los pueblos en camino hacia Jerusalén (cf. Jr 12,15-16; 16,19-21; Miq 4,1-3; Sof 3,9-10; Zac 8,20-23). El profeta ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa en dos grupos bien diferenciados: uno formado por los hijos y las hijas de Israel que vuelven del exilio (v. 4), y el otro formado por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios, que ilumina la colina de Sión. Isaías, entonces, se dirige al pueblo que escucha diciendo: «Levántate, revístete de luz... alza los ojos en tomo y mira» (w. 1-4). Ha terminado el tiempo del cansancio y del lamento y ha comenzado el de la alegría y la esperanza. Es preciso que la humanidad salga del propio individualismo y pesimismo y entre en la certeza de una vida nueva, que se alcanza dejando las tinieblas y caminando hacia la ciudad luminosa, cuyo esplendor procede de Dios: «Sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz» (w. 2-3; Ap 21,9-27).El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén celeste y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. Dios mismo será el faro que orienta y atrae los pasos de los pueblos, de las gentes y de los reyes hacia su Señor. Y en Jerusalén tendrá lugar la gran manifestación y será desvelado lo escondido. En el nacimiento de Jesús los evangelistas verán la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía.
Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6 Hermanos: 2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros: 3 Se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación . 5 Un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas; 6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio. **• Pablo reconoce que la misión que se le ha confiado es la de llevar el evangelio a los gentiles, y explica que el designio salvífico de Dios, concerniente a la humanidad entera llamada a caminar a la luz del único Dios y Padre, ha llegado ya a su plenitud. Y este secreto del misterio de Dios es la llamada a la universalidad y a la unidad de los pueblos: «los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo» (v. 6). Y el Apóstol se siente impulsado, como colaborador de esta misión de Jesús, a trabajar por la difusión del evangelio.El verdadero signo e instrumento de esta visión universal de la salvación querida por Dios es la Iglesia. Ésta tiene como tarea la unidad de los pueblos, sea llevando a todos a la fe en Jesús mediante el anuncio del evangelio, sea tratando de crear vínculos de comunión y de fraternidad, a pesar de las apariencias y de las múltiples diversidades. Ante un mundo todavía dividido, pero deseoso de comunión, se proclama con alegría y con fe que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, que él llama a todos a participar en la comunión trinitaria. En efecto, mediante la comunión con Jesús, cabeza de la Iglesia, es posible la comunión auténtica entre los hombres. Esta unidad y paz universal, que siempre ha buscado el hombre de todos los tiempos, está ahora al alcance de todos por el nacimiento del Hijo de Dios. Es él el que ha hecho realidad el misterio de Dios, esto es, reunir a todas las gentes. Porque a esto hemos sido llamados: a vivir en la paz como verdaderos hermanos y a permanecer unidos como hijos del mismo Padre.
Evangelio: Mateo 2,1-12 1 Jesús nació en Belén, un pueblo de Judea, en tiempo del rey Herodes. Por entonces unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén, 2 preguntando: -¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. 3 Al oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Entonces convocó a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. 5 Ellos le respondieron: -En Belén de Judea, pues así está escrito en el profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, ni mucho menos, la menor entre las ciudades principales de Judá; porque de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel. 7 Entonces Herodes, llamando aparte a los sabios, hizo que le informaran con exactitud acerca del momento en que había aparecido la estrella, 8 y los envió a Belén con este encargo: -Id e informaos bien sobre ese niño; y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo. 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en oriente los guió hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, se llenaron de una inmensa alegría. 11 Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra. 12 Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino.
**• La epifanía es la manifestación pública de la salvación traída por Jesús, Rey universal. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y con referencias del Antiguo Testamento (cf. Is 60,1-6; Nm 23-24; 1 Re 10,1-13; Miq 5,1), y nos habla de una revelación extraordinaria que conduce a los Magos o sabios a descubrir al Rey de los Judíos, como Rey del universo. Respecto a los Magos, sólo en el siglo V fue fijado su número (en base a los dones ofrecidos) y en el siglo VIII les fueron dados los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero para Mateo, los Magos son personajes ilustres, primicia de los paganos, que exaltan la dignidad de Jesús, protagonista del evangelio: ellos lo buscan («¿Dónde está el rey de los Judíos, que acaba de nacer?»: v. 2), reconocen al Mesías {«Postrándose en tierra lo adoraron »: v. 11) y apreciaron su sencillez y pobreza («Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro (al rey), incienso (a Dios) y mirra (al hombre)»: v. 1 lbc). Por el contrario, Herodes y Jerusalén se turban ante la noticia del nacimiento del Mesías (v. 3) y lo buscan para matarlo. El niño nacido en Belén es el portador de la buena nueva. Pero asume, sin embargo, el rostro de un prófugo, porque se ve obligado a huir a Egipto. Es el Mesías buscado y rechazado, porque su bandera será la cruz.Jesús es signo de contradicción: marginado por su pueblo y buscado con esperanza por los de lejos. Belén, entonces, será la nueva Sión, la ciudad universal de las naciones (w. 5-6.8), y Jerusalén será descartada. El nuevo pueblo de Dios, heredero de las antiguas promesas, es la continuación del antiguo, pero estará formado por todos aquellos que buscan y reconocen «la estrella de la mañana» (2 Pe 1,19) con disponibilidad interior.MEDITATIO Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte.Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín). En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.
ORATIO Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres. Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos «llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo» (Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones.Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre. Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.
CONTEMPLATIO La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido.Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «¡Levántate, brilla, porque viene tu luz!» (Is 60,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú que estás por encima de nosotros, Tú que eres uno de nosotros, Tú que estás también en nosotros, puedan todos verte también en mí, pueda yo prepararte el camino, pueda yo darte gracias por cuanto me sucede. Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros. Móntenme en tu amor como quieres que todos vivan en el mío. Que todo en mi ser se encamine a tu gloria y que yo no desespere jamás. Porque estoy en tus manos, y en ti todo es fuerza y bondad. Dame sentidos puros, para verte... Dame sentidos humildes, para oírte... Dame sentidos de amor, para servirte... Dame sentidos de fe, para morar en ti... (Dag Hammarskjóld). |
Jueves de la 2ª semana de Navidad o San Raimundo de Peñafort
Raimundo nació en torno a 1175. Pertenecía a la nobleza catalana. Recibió instrucción filosófica en Barcelona y jurídica en Bolonia. Fue ordenado sacerdote en 1220 y en 1222 decidió entrar en la orden de predicadores. Se convirtió en un célebre confesor y en un sabio canonista, hasta el punto de que, en 1230, Gregorio IX lo quiso como confesor propio en Roma. Fue el tercer sucesor de santo Domingo. Escribió obras de moral, de derecho y la Summa de casibus sobre el sacramento de la penitencia. Murió en Barcelona el ó de enero de 1275. Fue canonizado en 1601. Es patrón de los estudiosos de derecho canónico. LECTIO Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6 Hermanos: 22 Lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. 23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio. 24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. 1 Queridos míos, no deis crédito a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Haced, más bien, un discernimiento para ver si viene de Dios, porque han irrumpido en el mundo muchos falsos profetas. 2 En esto conoceréis que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre, son de Dios; 3 pero si no lo reconocen, no son de Dios. Son más bien del anticristo, del cual habéis oído que tiene que venir, y ahora ya está en el mundo. 4 Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido, porque es más grande el que está en vosotros que el que está en el mundo. 5 Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha. 6 Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha. El que no conoce a Dios no nos escucha. En esto reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
**• El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo {«que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo»: v. 23a), después el amor fraterno (« que nos amemos los unos a los otros»: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos. En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor «venido en carne mortal» (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25 12 Al oír Jesús que Juan había sido encarcelado, se volvió a Galilea. 13 Dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún, junto al lago, en el término de Zabulón y Neftalí; 14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: 15 Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí , camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. 16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló. 17 Desde entonces empezó Jesús a predicar diciendo: -Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos. 23 Jesús corría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo. 24 Su fama llegó a toda Siria; le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y él los curó. 25 Y le siguió mucha gente de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.
** El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiría (733 a.C): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertios, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17). Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
MEDITATIO Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres. «El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
ORATIO Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida cuando estabas entre nosotros. Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste. Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y problemas que nos agobian en la vida. Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano que sufre o pasa necesidad.
CONTEMPLATIO Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí -como dice el profeta brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible. Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que Él mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: «Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible» (Romano il Melode, Inni, Cinisello Balsamo 1981, 213-214).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt4,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno {...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia? Y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios (Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965). |
Viernes de la segunda semana de Navidad LECTIO Primera lectura: 1 Juan 4,7-10 7 Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. 9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él. 10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.
**• Esta pequeña joya de san Juan es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno del que el autor ha hablado ya en la carta desde un punto de vista negativo (cf. 3,11.15.22). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque «el amor procede de Dios» (v. 7) y porque «Dios es amor» (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y «conoce a Dios» (v. 7). Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la comunidad de san Juan, que creían amar a Dios porque sentían la necesidad de conocerlo. La naturaleza del amor, para san Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado «primero», por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la encarnación del hijo de Dios, sin el cual los hombres hubieran continuado pobres e incapaces de conocer el verdadero amor y poseer la vida (w. 9-10); Rom 3,25; 5,8; 2 Cor 5,21). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor providente de un Padre. Y sólo conoce verdaderamente a Dios el que lo ama recorriendo el camino que conduce al amor al hermano (cf. Me 12,29-31): «En esto reconocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35; cf. 1 Jn 4,12-20). Evangelio: Marcos 6,34-44 34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. 35 Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle: -El lugar está despoblado y ya es muy tarde. 36 Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas del contorno y se compren algo de comer. 37 Jesús les replicó: -Dadles vosotros de comer. Ellos le contestaron: -¿Cómo vamos a comprar nosotros pan por valor de doscientos denarios para darles de comer? 38 Él les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron, le dijeron: -Cinco panes y dos peces. 39 Jesús mandó que se sentaran todos por grupos sobre la hierba verdad, 40 y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. 41 Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces entre todos. 42 Comieron todos hasta quedar saciados, 43 y recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado. 44 Los que comieron los panes eran cinco mil hombres.
**• Jesús es presentado como el Buen Pastor que se compadece de la muchedumbre que lo sigue porque son «ovejas sin pastor» (v. 34), y, entonces, como un nuevo Moisés, primero instruye al pueblo (= la comunidad cristiana) con su palabra (= Palabra de Dios) y después la alimenta multiplicando los panes y los peces (= eucaristía). En este menester incluye también a sus discípulos (= la Iglesia): «Dadles vosotros mismos de comer» (v. 37). El tema teológico que está en el trasfondo de todo el relato es la llamada a la asamblea de los hijos de Israel en el desierto y a la celebración eucarística de los primeros discípulos de Jesús. Los detalles que se mencionan hacen referencia a estos hechos: el lugar desierto, la hierba verde, las personas sentadas en pequeños grupos (cf. Ex 18,25), y siguen el alzar los ojos al cielo, la bendición, la fracción del pan, la distribución de los panes con la ayuda de los discípulos (cf. Jn 6,1-13; 1 Cor 11,23-34; Mt 26,26-29; Me 14,22-25; Le 22,14-20). Cinco mil hombres comen hasta saciarse y sobran «doce canastos llenos de trozos de pan y de pescado» (v. 43). Nada debe perderse de la mesa preparada por Jesús. Los discípulos no se maravillan tanto del poder milagroso de su Maestro, cuanto del poder que tiene para dar a los hombres lo necesario para vivir bien cada día. Las palabras que dice y los hechos que Jesús realiza a favor de la humanidad no son sólo hermosas palabras o cosas astrales o teóricas, sino realidades que inciden sobre la vida y la historia humanas y las transforman abriendo el horizonte ilimitado de la comunión con Dios.
MEDITATIO El milagro de la multiplicación de los panes nos introduce simbólicamente en el gran y extraordinario misterio del pan de vida. El relato es importante y todos los evangelistas lo refieren y lo ponen en el centro de la actividad pública de Jesús. El Maestro realiza el milagro porque tiene compasión de la multitud (cf. Me 6,34), pero se trata también de un signo querido por el Cristo para revelarse a sí mismo. Estamos frente al nuevo milagro del maná (cf. Ex 16) realizado por Jesús, nuevo Moisés, revelador escatológico y mediador de los signos de Dios (cf. Ex 4,1-9), en un nuevo éxodo: es el símbolo de la eucaristía, verdadero alimento del pueblo de Dios. Se necesita comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús Es revelación divina que el pan posee la eficacia de comunicar una vida más allá de la muerte. Es Jesús, pan de vida, que da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien en la fe interioriza su Palabra y asimila su vida. La escucha interior de Jesús es alimentarse con el pan celestial y saciar el hambre que todo hombre tiene en sí mismo. Como el Padre es la fuente de la vida del Hijo, y en él toda obra de salvación encuentra su origen en el Padre, así el que participa de la eucaristía encuentra en Cristo la vida divina. Jesús recibe la vida del Padre y la da al creyente no sólo en el tiempo presente, sino al final de la historia, con aquella vida eterna que es amor, participación en el misterio pascual de Cristo, en el misterio de una carne vivificada por el Espíritu, que permite establecer un vínculo profundo con Dios, como el que existe entre el Padre y el Hijo.
ORATIO Señor, tú eres un Dios que nos ha dado infinitas pruebas de amor y de bondad, no sólo creando el universo y el pequeño mundo en el que vivimos, sino también dándonos la vida y la inteligencia, por medio de la cual podemos gustar las bellezas creadas para nosotros y puestas a nuestra disposición. Pero, por encima de todo, te has demostrado Padre, dándonos la mayor prueba de tu inmenso amor al enviarnos a tu Hijo amado como Salvador, don precioso y extraordinario que sólo tu inmensa bondad podía pensar. Verdaderamente eres un Dios de amor. Has tomado la iniciativa en la vida humana y no has permitido que permaneciéramos alejados de ti para siempre, como enemigos tuyos. Has establecido una estrecha alianza con tu pueblo elegido, a pesar de las muchas traiciones, y además nos has dado definitivamente, por medio de tu Hijo, la Iglesia como madre y lugar de salvación. Te has mostrado grande de corazón ofreciéndonos el don renovado del maná, esto es, del pan de la Palabra y de la eucaristía, sacramentos de tu amor divino. Te has preocupado también de saciar el hambre del hombre en sus necesidades espirituales y materiales, demostrando una predilección especial por los pobres y los que sufren. Nunca has olvidado llamar a ti incluso a aquellos que se sienten suficientes y seguros, porque sólo tú eres la seguridad del hombre y la felicidad que llena el corazón. Gracias por tu amor generoso y sin recato que nos hace descubrir tu verdadera identidad.
CONTEMPLATIO Amor que ardes sin extinguirte jamás, dulce Cristo, Jesús bueno, caridad, Dios mío, enciéndeme todo en el fuego de tu amor, de tu afecto, de tu deseo, de tu caridad, de tu júbilo y de tu gozo, de tu alegría y tu ternura, del ansia ardiente de ti, ansia santa y buena, casta y limpia; para que, colmado de la ternura de tu amor, consumido por la llama de tu caridad, yo te ame, dulce y bello Señor mío, de todo corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas. Tu amor, auténtico y santo, colma de ternura y de sosiego el alma que le pertenece, la ilumina con la luz límpida de la visión interior. Oh pan suavísimo, sana el gusto de mi corazón, para que sienta la ternura de tu amor. Te suplico, por el misterio de tu santa encarnación y nacimiento, infundas en mi pecho tu inagotable ternura y caridad, para que yo no piense ya en nada terreno o carnal, sino que sólo te ame a ti, en ti sólo piense, a ti sólo desee, sólo a ti tenga en los labios y en el corazón (Juan de Fécamp, Confessio theologica).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Dios mío, bienaventurada Trinidad, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven sobre la tierra y librando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro Reino; en una palabra: deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, Dios mío, que seáis vos mismo mi santidad. Puesto que me habéis amado hasta darme vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos: yo os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor. Siento en mi corazón inmensos deseos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. No quiero amontonar méritos para el cielo, sino trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro corazón sagrado y de salvar almas que os amen eternamente. En la tarde de esta vida compareceré ante vos con las manos vacías. No os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son imperfectas a vuestros ojos. Quiero, por ello, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otra cosa que Vos, mi Amado (Teresa de Jesús, La oración, Fuenlabrada 1972). |
Sábado de la segunda semana de Navidad LECTIO Primera lectura: 1 Juan 4,11-18 11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. 12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección. 13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu. 14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo. 15 Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. 16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. 17 Nuestro amor alcanza la plenitud cuando esperamos confiados el día del juicio, porque también nosotros compartimos en este mundo su condición. 18 En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la perfección en el amor.
*+• Después de habernos dicho que Dios es amor, Juan ilumina a la comunidad de fe acerca de las consecuencias prácticas de esta afirmación para la vida cristiana. Primero, para poseer a Dios la vía maestra es el amor mutuo. Este medio es la condición para que el amor de Dios habite en los creyentes como presencia experiencial y sea «perfecto» a imitación del amor vivido por Cristo (v. 12). Segundo, la posesión del Espíritu es el don que guía en el propio camino interior de vida espiritual (v. 13). Tercero, la fe en Jesús Salvador del mundo: Si alguno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (v. 15). Sólo quien cree en el Hijo de Dios hecho hombre, como testificaron los primeros discípulos del Señor, conoce y ama a Dios. El amor a Dios debe crecer y será auténtico en el cristiano sólo cuando haya sustituido al temor y al miedo (w. 17-18). Por tanto, cuando el discípulo de Jesús se presente al juicio final tendrá una cierta familiaridad con su Maestro y tendrá «confianza en el día del juicio» (v. 17a), porque el amor con el que Jesús ha amado a los suyos será el mismo que habrá vivido cada miembro de la comunidad cristiana respecto a sus hermanos: «porque también nosotros compartimos en este mundo su condición» (v. 17b). Ésta es la perfección del amor: fiarse de Dios en el día del juicio, porque Él tratará a los creyentes no con el castigo, sino como a hijos amados. La confianza de los cristianos en Dios se convierte así en certeza de victoria porque su fe y la presencia de Cristo los ha acompañado en su crecimiento en el amor.
Evangelio: Marcos 6,45-52 45 Luego mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la gente. 46 Cuando los despidió, se fue al monte para orar. 47 Al anochecer, estaba la barca en medio del lago, y Jesús solo en tierra. 48 Viéndolos cansados de remar, ya que el viento les era contrario, se les acercó hacia el final de la noche caminando sobre el lago. Hizo ademán de pasar de largo, 49 pero ellos, al verlo caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar. 50 Porque todos lo habían visto y se habían asustado. Pero Jesús les habló inmediatamente y les dijo: -¡Ánimo! Soy yo. No tengáis miedo. 51 Subió entonces con ellos a la barca y el viento se calmó. Ellos quedaron más asombrados todavía, 52 ya que no habían entendido lo de los panes y su mente seguía embotada.
>•• Tras la multiplicación de los panes Jesús ordena a sus discípulos partir solos con la barca, mientras él se retira al monte para orar en un silencioso encuentro con el Padre (v. 46). Si su oración es solitaria con el Padre por una parte, por otra es solidaria con sus discípulos. Éstos, en efecto, se encuentran en dificultades remando sobre el mar de las pruebas de sus vidas: la noche los sorprende, el viento contrario hace difícil su camino. Entonces Él va a su encuentro caminando sobre el mar (cf. Job 9,8; Sal 76,20; Is 43,16). Jesús no quiere imponérseles con su milagro e «hizo ademán de pasar de largo» (v. 48). Sin embargo, ante su turbación (creían ver un "fantasma") y su grito, se les acerca, calma el viento y les dice: «.¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 50). El estupor de los discípulos, unido a la falta de fe en Jesús, inunda sus corazones, porque no habían comprendido el signo de los panes ni la identidad misma de su Maestro, como Mesías e Hijo de Dios. Las perspectivas de Jesús y las de sus discípulos son diversas: «su mente seguía embotada» (v. 52), como en otro tiempo lo tuvo Israel en el desierto. Para reconocer el rostro del propio Maestro, la comunidad debe tener el coraje de acogerlo en la propia barca y confiar en él en el camino difícil de la experiencia cristiana, invocándolo con oración ardiente, convencida de que el mundo hostil a Dios pondrá a prueba su fe.
MEDITATIO La vida cristiana tiene una doble dimensión: vertical y horizontal. La primera nos hace tomar conciencia del infinito amor del Padre, que es amor y «ha enviado a su Hijo como salvador del mundo» (cf. 1 Jn 4,14) y quiere vivir en comunión con nosotros, sus hijos queridos. La unión perfecta entre Dios y el creyente se realiza primero en el contacto con la Palabra de Dios y después participando en la mesa eucarística. Nuestra carne y nuestra sangre se mezclan, entonces, con la carne y la sangre de Dios. Y somos transformados y divinizados. «No somos nosotros quienes transformamos a Dios en nosotros», afirma san Agustín, «somos nosotros los transformados en Dios». La eucaristía es, pues, el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, garantía de la comunión con el Cuerpo de Cristo y participación en la solidaridad, como expresión del mandato de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). La segunda dimensión, el amor a los hermanos, es consecuencia y signo del amor a Dios (cf. 1 Jn 4,12). También este aspecto de la caridad fraterna tiene su plena realización en el misterio eucarístico: «Participando realmente del Cuerpo del Señor en el partir el pan, somos elevados a la comunión con Él entre nosotros» (LG 11). Este amor se hace en el cristiano una fuerza transformante y operativa, capaz de alejar todo temor, porque el que ama no tiene miedo y el que come y bebe el cuerpo y la sangre de Cristo tendrá la plenitud de la vida.
ORATIO Padre santo, a ti, que eres la plenitud del amor, te agradecemos el don que nos has hecho de Jesús-Eucaristía, pan de vida partido para nosotros y alimento de nuestra vida espiritual, personal y comunitaria. No pudiste hacernos regalo más hermoso: dejarnos la persona misma de tu Hijo, perennemente presente entre nosotros, bajo las especies del pan y el vino eucarísticos en todos los ángulos de la tierra. Pero nosotros queremos corresponder a tu inmenso don procurando vivir en comunión constante contigo a través de los signos que el apóstol Juan nos ha presentado: el amor mutuo entre los hermanos, la fe en tu Hijo Jesucristo y la acogida de la presencia del Espíritu Santo en nosotros por el sacramento del bautismo. Sólo este camino de fe nos da la certeza de tu amor y de tu paz. A veces nos sentimos fatigados y cansados al recorrer este camino y hasta tenemos miedo de confiar en ti y de mirarte, como los discípulos en la barca cuando tú andabas sobre las aguas, porque vemos que muchas de nuestras aspiraciones se frustran y un viento contrario dificulta nuestra marcha cotidiana. Padre bueno, intervén en nuestra vida cuando estamos inquietos y sin esperanza, y devuélvenos el coraje de subirte a nuestra barca para caminar hacia ti con renovada confianza, porque tú eres la única certeza segura y la verdad de la vida.
CONTEMPLATIO Quiero daros una imagen del Padre (...). Imaginad que la tierra tuviera un cerco, esto es, un círculo trazado con un compás en el centro. Pensad que este círculo fuera el mundo, Dios el centro del círculo y los radios que van del cerco al centro las vidas, o sea los modos de vivir de los hombres. Así, en cuanto los santos (= radios del círculo) avanzan hacia el centro procurando acercarse a Dios, a medida que avanzan, se acercan a Dios y también los unos a los otros y, cuanto más se acercan a Dios más se aproximan unos a otros, y viceversa, cuanto más se aproximan unos a otros, más se acercan a Dios. Ésta es la esencia del amor: cuando estamos lejos y no amamos a Dios, igualmente estamos distantes del prójimo. Si, por el contrario, amamos a Dios, cuanto más nos acercamos a Él por el amor, otro tanto nos unimos en el amor al prójimo, y en tanto nos unimos al prójimo, tanto estamos unidos a Dios. Dios nos haga dignos de escuchar lo que nos ayuda y cumplirlo. Pues cuanto más procuramos poner en práctica lo que escuchamos, tanto más Dios nos ilumina y nos muestra su voluntad (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 1979, 124-126).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección» (1 Jn 4,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a ser los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en tí, Dios mío», definen bien este itinerario. Sé que el hecho de estar a la búsqueda constante de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de alguna manera, he encontrado ya. ¿Cómo puedo buscar la belleza y la verdad, sin que la belleza y la verdad me sean conocidas en lo íntimo de mi corazón? Llegar a ser los amados significa dejar que la verdad de ser amados se encarne en toda cosa que pensamos, decimos o hacemos. Esto supone un largo y doloroso proceso de apropiación o, mejor, de encarnación. Mientras «sentirme amado» sea poco más de un bello pensamiento o una idea sublime suspendida sobre mi vida para evitar convertirme en un deprimido, nada cambia verdaderamente. Lo que se requiere es llegar al amor en la vida banal de cada día y, poco a poco, colmar el vacío que existe entre lo que sé que soy y las innumerables realidades específicas de la vida cotidiana. Llegar a ser el amado significa impregnar la normalidad de lo que soy y, por tanto, de lo que pienso, digo y hago hora tras hora, con la verdad que me ha sido revelada de lo alto (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).
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Lunes 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 1,1-8 1 Había un hombre, natural de Rama, un sufita de los montes de Efraín, que se llamaba Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Eliú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. 2 Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Feniná. Feniná tenía hijos, pero Ana no los tenía. 3 Este hombre subía todos los años desde su pueblo a adorar y ofrecer sacrificios al Señor todopoderoso en Silo, donde los hijos de Eli, Jofní y Pinjas, eran sacerdotes del Señor. 4 Llegado el día, Elcaná ofrecía el sacrificio y daba a su mujer Feniná y a todos sus hijos e hijas sus raciones; 5 mientras que a Ana le daba sólo una, y eso que él prefería a Ana; pero el Señor la había hecho estéril. 6 Su rival la insultaba para humillarla porque el Señor la había hecho estéril. 7 Y así, año tras año; cada vez que subían al templo del Señor, le insultaba de este modo. Una vez Ana se puso a llorar y no quería comer. 8 Entonces su marido Elcaná le dijo: - Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿No valgo yo para ti más que diez hijos?
**• Según algunos investigadores, los libros de Samuel son los más modernos de toda la Biblia. Dios se hace presente en el hombre, y el hombre es un hombre «verdadero», un hombre que es pecador, aunque también generoso y con todas las contradicciones propias del ser humano. Dios ya no se manifiesta. Está presente en la piedad de David, en su generosidad, en el arrepentimiento por su pecado. El hombre es el sacramento de Dios. El carácter propio de los libros de Samuel es este humanismo, cuya figura más prestigiosa es David. Sin embargo, hay una multitud de personajes vivos que forman su corona: Samuel, Saúl, Jonatán... Lo primero que debemos destacar es esto: da la impresión de que Dios interviene cuando parece que todo ha llegado al final. Y así sucede en todo el desarrollo del libro: Israel está derrotado; parece excluida cualquier posibilidad de salvación; todo parece acabado. Pero en lo oculto, en medio del silencio, prepara Dios la resurrección de la nación. A un niño, llevado por su madre a servir en el templo, se le va a confiar el mensaje de la derrota, pero con este mismo mensaje se le concederá también el comienzo de una nueva era para el pueblo de Dios. Va a ser Samuel quien consagre al primer rey de Israel. Ana concibe y da a luz un hijo. Tras el llanto, la oración. Hay un cierto vínculo entre la oración y la concesión de lo que se pide. Samuel será una de las más grandes «figuras» veterotestamentarias de Jesús, en quien se cumplirán las promesas de Dios.
Evangelio: Marcos 1,14-20 14 Después de que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la Buena Noticia de Dios. 15 Decía: - Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. 16 Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: - Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres. 18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron. 19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. 20 Jesús los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
*•• Estos versículos muestran de manera concreta lo que significa la llamada de Jesús: «Creed en el Evangelio» (v. 15). Muestran la actitud nueva y radical del cristiano. Las dos escenas de vocación están estructuradas del mismo modo. Señalemos el dinamismo de la llamada: el Jesús que llama está siempre en movimiento. Se trata, en efecto, de la llamada a un nuevo éxodo, hacia el camino inaudito y nuevo del Evangelio: «Venid detrás de mí» (v. 17). «Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron.» Todo este dinamismo se desprende de la mirada y de la llamada de Jesús. No se trata de una iniciativa que parte del hombre, no se trata de un camino del hombre, sino del camino de Dios entre los hombres. La confianza y la entrega a la persona de Jesús hacen posible el seguimiento. Está claro que ir con Jesús es una perspectiva que reclama las opciones indicadas aquí de modo vago con el verbo «dejar»: se trata de un dejar con la mirada puesta en una realización; de un dejar que no empobrece. ¿Es posible dejar? Sí, porque él nos precede con una mirada penetrante que realiza y devana una identidad: es la mirada con la que Jesús nos invita, creando una relación personal con cada uno. El Jesús que pasa y ve, dice una palabra en este momento presente, pero es una palabra cargada con una promesa futura, que se convierte en la estructura de todo abandono y de todo seguimiento. Jesús va al encuentro del hombre en su vida cotidiana para cambiar su destino. Jesús proyecta, mediante su ver y su fijarse, una especie de energía. Se trata de una mirada que elige, que transmite una fuerza, que revela una identidad y la hace posible. Jesús no ve a pescadores, sino a personas que tienen un nombre y desarrollan una profesión; una mirada que los hace despegar de las arenas movedizas en las que habían caído.
MEDITATIO Ana conoce por propia experiencia la dureza de las relaciones humanas. Es una persona que, como otras muchas, junto al dolor agudo de la propia pobreza personal, debe experimentar la aflicción de la humillación que le infligen los otros. Y a esto le añade aún una nota ulterior de tristeza el hecho de que todo esto lo produzca una persona implicada en la práctica religiosa. Esto mismo puede pasar también en nuestros días. A las normas cultuales, observadas de modo sereno, no les acompaña una obligada atención para instaurar relaciones marcadas por la fraternidad. El culto a Dios no prosigue, tras la obligada preocupación por nosotros mismos, en la escrupulosa atención a las pasiones que se agitan en nosotros y pueden causar heridas a nuestro hermano, sino que se eclipsa con la explosión de sentimientos espontáneos que son vividos hasta alcanzar una brutalidad lacerante. Particularmente preciosa se presenta la actitud benévola de Elcaná, que pone todo su empeño en consolar y pacificar a la mujer amada. Se muestra como un hombre que, al encontrar en el templo la misericordia y la ternura de Dios, es capaz de reproducirla en el ámbito familiar. El tiempo nuevo que se está gestando, inaugurado por el Señor, tiene como característica dominante la creación de nuevas relaciones marcadas por la misericordia. Por otra parte, por haberla manifestado de una manera radical en su existencia terrena, el Verbo que nos habló ha sido definido como «irradiación de la gloria de Dios e impronta de su sustancia».
ORATIO Te invoco, Señor de mi vida; a ti dirijo mis deseos y mis palabras. Haz que yo escuche tu voz. Ella me llama, desde el mar en que nos debatimos para no ahogarnos, a ti, orilla por la que suspiramos. Que tu Palabra nos encuentre dispuestos a dejar y cortar las redes de las que tú nos liberas, redes que nos mantienen atados a lo que está destinado a morir. Haz que nuestra mirada pueda reconocerte en los acontecimientos cotidianos, que nuestro corazón vuelva a pensar en ti y que encuentren paz los pensamientos. Que nuestro afecto permanezca estrechamente ligado a ti y florezcan la amistad y la fraternidad en nuestra tierra. Que la justicia, la paz y la alegría vuelvan a reinar entre los hombres.
CONTEMPLATIO No quieras buscar ninguna cosa fuera del Señor; busca al Señor y él te escuchará; y mientras todavía estés hablando, te dirá: «Estoy aquí». ¿Qué significa «Estoy aquí»? Estoy presente. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? Todo lo que puedo darte es nada en comparación conmigo. Tómame a mí mismo, goza de mí, acércate a mí. Aún no puedes hacerlo del todo, pero tócame con la fe y quedarás inseparablemente unido a mí, y yo te libraré de todos tus fardos, para que puedas adherirte a mí por completo (Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 33, 9ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios» (Mc 1,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú caminas a mi lado Tú caminas a mi lado, Señor. No deja huellas en la tierra tu paso. No te veo: siento y respiro tu presencia en cada tallo de hierba, en cada átomo de aire que me nutre. Por el sendero oscuro que discurre entre los prados me llevas a la iglesia de la aldea, mientras arde la puesta del sol detrás del campanario. Todo en mi vida ardió y se consumió como la hoguera que ahora prende a occidente y dentro de poco será cenizas y sombra: sólo me queda salva esta pureza de infancia que remonta, intacta, el curso de los años por la alegría de volver a encontrarte. No me abandones más. Hasta que no caiga mi última noche -aunque sea esta misma-, colma sólo de ti desde los rocíos a los astros, y transfórmame en gota de rocío para tu sed y en luz de astro para tu gloria (A. Negri, Fons Ámoris, Milán 1946). |
Martes de la 1ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 1,9-20 En aquellos días, 9 después de comer y beber en Silo, Ana se levantó. El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del santuario del Señor. 10 Ella, llena de amargura, estuvo suplicando al Señor, bañada en lágrimas, 11 y le hizo esta promesa: - Señor todopoderoso, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí, si no olvidas a tu sierva y le das un hijo varón, yo lo consagraré al Señor por todos los días de su vida y la navaja no pasará por su cabeza. 12 Como ella prolongaba su oración ante el Señor, Elí se puso a observar sus labios, 13 pero Ana hablaba para sí; sus labios se movían, pero no se oía su voz. Entonces Elí pensó que estaba borracha 14 y le dijo: - ¿Hasta cuándo seguirás borracha? A ver si se te pasa el efecto del vino. 15 Ana respondió: - No, señor mío; es que soy una mujer desgraciada. No he bebido vino ni licor; estoy desahogando mi corazón ante el Señor. 16 No tomes a tu sierva por una mujer perdida, pues por el exceso de mi pena y mi dolor he estado hablando hasta ahora. 17 Elí le dijo: - Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido. 18 Ella dijo: - Que tu sierva alcance tu favor. Y se fue por su camino. Después comió y ya no parecía la misma. 19 Se levantaron de madrugada, adoraron al Señor y se volvieron a su casa, a Rama. Elcaná se acostó con Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. 20 Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, pues dijo: - ¡Al Señor se lo pedí!
**• Ana reza para que el Señor le conceda el don de los hijos. Su oración es personal. No la hace en voz alta, pues Dios está en lo más íntimo del hombre y le escucha, conoce sus sentimientos más secretos, más escondidos. Elí se equivoca al juzgar a la mujer. Ve que mueve los labios, pero no oye ninguna voz. Piensa que está borracha, pero Ana reza con intensidad y su oración manifiesta una oración del corazón. Ana vive en esta oración una auténtica relación con Dios; no ve a Elí, todo se vuelve extraño, se olvida del mundo que le rodea, habla al Señor, sólo se abre a él. La oración verdadera es la oración en la que el hombre se encuentra con Dios en la intimidad de su corazón. Así fue la oración de Ana. Esto nos dice que, en la oración, el corazón del hombre debe unirse al corazón de Dios. Elí parece no comprender la oración de Ana; ahora bien, en su oración silenciosa, esta mujer habla con Dios, está en comunión con él y Dios la escucha. Dice el texto que Ana, tras el augurio del sacerdote, cambia de rostro: antes estaba triste, amargada, lloraba; ahora se serena al acoger el deseo de Elí como una promesa de Dios. Para Ana, la palabra del sacerdote es eficaz, como si Dios hubiera escuchado su oración: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido». Ana ya está segura; aún no se ha unido con su esposo, pero le ha bastado la palabra de Elí para estar segura de que Dios ha escuchado ya su oración. Dios prepara los acontecimientos más importantes de la historia de la salvación con medios muy pobres, escondido y con humildad. Cuando Dios calla, es señal de que actúa en lo más hondo, pero el hombre no se da cuenta; y eso que, en realidad, lo que Dios ha preparado se realiza para la salvación del hombre.
Evangelio: Marcos 1,21-28 En aquel tiempo, 21 llegaron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar a la gente 22 que estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la Ley. 23 Había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 - ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quien eres: el Santo de Dios! 25 Jesús le increpó diciendo: - ¡Cállate y sal de ese hombre! 26 El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él 27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: - ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! 28 Pronto se extendió su fama por todas partes en toda la región de Galilea.
*+ En este fragmento de Marcos encontramos dos temas entrelazados: la enseñanza de Jesús, repleta de autoridad, y su poder de expulsar a los demonios. El evangelista quiere mostrar, en primer lugar, que la enseñanza de Jesús posee una eficacia extraordinaria. Su autoridad consiste en realizar lo que dice, en hacerse obedecer y liberar del mal. Jesús no enseña como los maestros de la Ley, sino como alguien que está investido del Espíritu Santo (Mc 1,9-11). Marcos se complace en poner el acento en la figura de Jesús como Maestro: ya desde el comienzo de su evangelio, en nuestro fragmento, aparece Jesús como alguien que enseña. La Palabra de Jesús nos pone frente a frente con el poder mismo de Dios. Tiene lugar, a continuación, el choque con el «espíritu inmundo». En el grito del hombre poseído resuena la cita de una frase de la Escritura: «¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido...?» (1 Re 17,18). Esta frase del libro de los Reyes está dirigida al profeta Elias por una mujer cuyo hijo se encuentra enfermo de gravedad y al que cura el profeta. Cambiando «hombre de Dios» por «Jesús de Nazaret», nos presenta Marcos a Jesús como el verdadero profeta que cura. Jesús es el Santo de Dios, sus palabras están dotadas del poder divino. La Palabra de Jesús es una palabra que renueva, transforma y rehace al hombre.
MEDITATIO Jesús experimentó la muerte «por la gracia de Dios». Eso nos dice de modo paradójico el autor de la Carta a los Hebreos. Por nuestra parte, no nos sentimos inclinados a unir la gracia con el sufrimiento. Solemos considerar como una gracia que se nos dispense del mismo, mientras que interpretamos el dolor como un signo de la privación de la gracia. Ahora bien, dado que esta última es, más que un don, Dios mismo que se acerca a nosotros con benevolencia, interpretamos la presunta falta de gracia como ausencia o muerte de Dios. Sin embargo, el caso de Ana parece confirmar esta convicción: esta mujer advierte como un don de Dios la liberación de la aflicción de su esterilidad. También el hombre que es liberado de la esclavitud del diablo en el evangelio recibe la curación y el don de una vida serena. Todo esto nos recuerda que el fin último del proyecto de Dios consiste en liberar al hombre de todo mal. La nueva creación, llevada a cabo por Dios mismo, no prevé la presencia del dolor. Sin embargo, en la situación presente, dado que el hombre no se encuentra aún en la realidad ideal del mundo futuro, sino que debe participar en la dramática lucha contra el mal, y no algunas veces o en ciertas circunstancias excepcionales, sino como una situación ordinaria, el amor que se asigna a Dios como puro don gratuito no sólo soporta, no sólo acepta, sino que desea la travesía del desierto del dolor. Esto no vale para esbozar los rasgos de una filosofía universal del dolor (cf. Heb 2,9). Vale para comprender la calidad del amor de Cristo por los hombres y, por consiguiente, el amor de Dios. No presenta argumentos indiscutibles para la «defensa de Dios», pero puede poner en marcha al creyente para revivir la misma gracia. ¿Bastará con esta convicción para crear la resignación o el consuelo? En el fondo, el elemento decisivo no consiste en este buen resultado de carácter psicológico. A quien ama le basta con saber amar y con saber que Dios puede apreciar como acontecimiento providencial precisamente la «estupidez» de mi incomprensible sufrimiento.
ORATIO Oh Dios, te invoco a la puesta del sol: ayúdame a orar y a concentrar en ti mis pensamientos, porque por mí mismo no sé hacerlo. Hay oscuridad dentro de mí, pero junto a ti está la luz; estoy solo, pero sé que tú no me abandonas; estoy asustado, pero junto a ti está la ayuda; estoy inquieto, pero junto a ti está la paz; en mí está la amargura, pero junto a ti está la paciencia; no comprendo tus caminos, pero tú conoces el mío (D. Bonhoeffer).
CONTEMPLATIO Tu deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, continua será tu oración. No en vano dijo el apóstol: «Orad sin cesar». ¿Acaso doblamos las rodillas, postramos el cuerpo o levantamos las manos sin interrupción para que pueda afirmar: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que no podemos orar sin cesar. Ahora bien, hay otra oración interior y continua, y es el deseo. Hagas lo que hagas, si deseas aquel reposo sabático, no interrumpas nunca la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo. Tu continuo deseo será tu voz, es decir, tu oración continua. Callarás si dejas de amar. [...] La frialdad en la caridad es el silencio del corazón; el fervor de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad permanece constante, clamarás siempre; si clamas siempre, siempre desearás (Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 37, 14).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ana se presentó al Señor y elevó a él su oración» (cf. 1 Sm 1,9ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL A modo de imagen, voy a partir de la experiencia de ciertos monjes de los primeros tiempos de la Iglesia, allá por los siglos III y IV. De noche se mantenían de pie, en posición de espera. Se erguían allí, al aire libre, derechos como árboles, con las manos levantadas hacia el cielo, vueltos hacia el lugar del horizonte por el que debía salir el sol de la mañana. Su cuerpo, habitado por el deseo, esperaba durante toda la noche la llegada del día. Esa era su oración. No pronunciaban palabras. ¿Qué necesidad tenían de ellas? Su Palabra era su mismo cuerpo en actitud de trabajo y de espera. Este trabajo del deseo era su oración silenciosa. Estaban allí, nada más. Y cuando llegaban por la mañana los primeros rayos del sol a las palmas de sus manos, podían detenerse y reposar. Había llegado el sol. Esta espera, de la que es imposible decir si es más corporal o espiritual, si es más específicamente conceptual o afectiva, se encuentra en la experiencia espiritual. Siempre será para nosotros una tentación constante pretender identificar a Dios con algo de orden afectivo o bien de orden racional, de orden físico o bien de orden cerebral. La espera afecta a todo nuestro ser. Y lo que llega a nosotros es, precisamente, el rayo que, iluminando las palmas de nuestras manos y cambiando poco a poco el paisaje, nos anuncia que viene el sol, diferente a lo que la noche nos permite conocer (M. de Certeau, Ma¡ senza l'altro Magnano 1993).
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Miércoles 1ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 3,1-10.19ss En aquellos días, 1 el joven Samuel estaba al servicio del Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no eran frecuentes las visiones. 2 Un día estaba Elí acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. 3 La lámpara de Dios todavía no se había apagado. Samuel estaba durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. 4 El Señor llamó a Samuel: - ¡Samuel, Samuel! Él respondió: - Aquí estoy. 5 Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Elí respondió: - No te he llamado, vuelve a acostarte. Y Samuel fue a acostarse. 6 Pero el Señor lo llamó otra vez: - ¡Samuel! Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Respondió Elí: - No te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte. 7 (Samuel no conocía todavía al Señor. No se le había revelado aún la Palabra del Señor.) 8 Por tercera vez llamó el Señor a Samuel: - ¡Samuel! Él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: - Vete a acostarte y, si te llaman, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Samuel fue y se acostó en su sitio. 10 Vino el Señor, se acercó y lo llamó como las otras veces: - ¡Samuel, Samuel! Samuel respondió: - Habla, que tu siervo escucha. 19 Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. 20 Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor.
**• Samuel había sido entregado al Señor para el servicio del templo. En éste había permanecido durante años en silencio, conocido sólo por Dios. Ahora le llama el Señor. ¿Para qué le llama el Señor? En la vocación de Samuel podemos intuir de inmediato el estilo de la llamada de Dios. Llama a cada uno por su nombre: «¡Samuel, Samuel!». Esto significa que su llamada es siempre una llamada personal y no anónima; que es una llamada original dirigida a cada uno; que quien nos llama nos conoce por medio de un verdadero conocimiento de amor. Sin embargo, Samuel no está en condiciones de conocer de inmediato la voz de Dios. Si bien, por una parte, afloran objetivamente dificultades para reconocer la voz de Dios (su trascendencia y su carácter imprevisible), meditando el pasaje podemos descubrir en él, no obstante, la paciente pedagogía de Dios encaminada a insertarse en el corazón del hombre. Dios se adapta; llama de manera gradual; le da tiempo al hombre; le renueva su llamada. Samuel recibe la llamada por primera, por segunda, por tercera vez... En este punto intervienen los intermediarios que pueden servir para ayudar a la voz del Dios que llama; en el caso de Samuel, es el anciano sacerdote Eli, que con su sensatez le sugiere al joven Samuel cómodebe comportarse (v. 9). Esto nos hace ver que en la llamada interviene, casi estructuralmente, la presencia de mediaciones humanas; a menudo resulta indispensable la ayuda de alguien para salir de la duda, de la inseguridad. Pero eso no es todo: hemos de subrayar la absoluta disponibilidad de Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (w. 9ss). Sólo una atenta vigilancia y disponibilidad para «no dejar escapar vacía ni una sola de sus palabras» puede llevar al llamado, antes o después, a reconocer la voz de Dios, a acogerla y a dejarse guiar por ella.
Evangelio: Marcos 1,29-39 En aquel tiempo, 29 al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles. 32 Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar, pues sabían quién era. 35 Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. 36 Simón y sus compañeros fueron a buscarle. 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: - Todos te buscan. 38 Jesús les contestó: - Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido. 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios.
*• Con este fragmento concluye Marcos la primera jornada mesiánica de Jesús. Ésta representa un poco la actividad de la jornada típica seguida por sus discípulos y por los que leen el evangelio con tal sorpresa y admiración que les hace preguntarse: «¿Quién es éste?» (Mc 1,27). El primer milagro que el evangelio nos ofrece parece de tan poca monta que corre el riesgo de pasar desapercibido: el milagro sigue siendo un signo que remite a otra cosa; así, la simple curación de una fiebre, que ciertamente no llama la atención, lleva en sí un significado fundamental. La suegra de Pedro vuelve a estar en condiciones de «servir». Este «servir», con el que se cierra este primer milagro, encierra el programa mesiánico de Jesús, que está entre nosotros «como el que sirve» (Lc 22, 27). Esa es la característica fundamental dejada por Jesús en herencia a sus discípulos antes de morir; en este sentido, la suegra de Pedro se convierte en el prototipo del creyente liberado que puede ofrecer su servicio a los hermanos. Igualmente significativa es la salida nocturna de Jesús a orar en un lugar desierto, colocada al término de una dura jornada de evangelización. Podemos considerar esta oración de Jesús como su éxodo de la fatiga cotidiana para encontrarse con el Padre. Y gracias a esta oración podrá responder a Pedro: «Vamos a otra parte», superando la fácil tentación que supone un fácil mesianismo ligado al «todos te buscan». Toda la población está agolpada en la plaza, todos le buscan, pero Jesús no vuelve atrás y se va a «otra parte», para que llegue allí también su salvación.
MEDITATIO Las lecturas de hoy ponen de relieve, en diferentes planos, el papel principal que debe ejercer Dios en la vida de todo creyente. Jesús, ante las invitaciones de la gente de su medio, elige dar prioridad a la misión recibida del Padre; y Samuel, con la disponibilidad conquistada tras cierto trabajo, se vuelve disponible para seguir la voluntad de Dios en su vida. En todo caso, la propensión a abrirnos a la voluntad de Dios y, a continuación, la actuación práctica de éste suscitan al mismo tiempo la adquisición de dos estados de ánimo diferentes y complementarios entre sí. Ser elegidos por Dios como colaboradores suyos suscita un sentimiento de alegría desconcertante, de maravilla inesperada y de reverente aprensión. Afirmar, como María, «hágase en mí según tu Palabra » no significa aprender a resignarse, sino que implica, en primer lugar, abrirse, con una admiración empapada de alegría, a un proyecto seductor. Pero, la correspondencia a tanto don exige atravesar y superar las pruebas. Esto no implica siempre la necesidad de asumir un compromiso doloroso (aunque sea necesaria la disponibilidad para el mismo), pero sí requiere, en todo caso, la capacidad de discernimiento. No respondemos a Dios con la verdad si la obediencia vivida no nos habilita para adquirir cierta sintonía con él, de modo que advirtamos intuitivamente, mediante un sexto sentido espiritual, lo que se nos pide de vez en cuando. Una condición ulterior para esta correspondencia natural cotidiana es la oración prolongada y perseverante, ésa de la que nos da testimonio Jesús, dispuesto a buscar a su Dios hasta la llegada de la aurora.
ORATIO ¿Qué soy yo para ti, Señor? ¿Por qué deseas ser amado por mí hasta el punto de que te inquietas si no lo hago? ¡Como si no fuera ya una gran desventura no amarte...! Dime, te lo ruego, Señor, Dios misericordioso, ¿qué eres tú para mí? Dilo, que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón, Señor, están ante ti; ábrelos y dile a mi alma: «Yo soy tu salvación». Perseguiré esta voz y así te alcanzaré (Agustín de Hipona).
CONTEMPLATIO Intentamos comprender la vocación con la que nacen los elegidos: no han sido elegidos por haber creído, sino que han sido elegidos a fin de que crean. El mismo Señor nos revela bastante bien el sentido cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros». En efecto, si hubieran sido elegidos por haber creído, evidentemente habrían sido ellos los primeros en elegirlo al creer en él, y por eso habrían merecido ser elegidos. Ahora bien, el que dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», excluye por completo esta hipótesis. Sin embargo, está fuera de duda que también ellos le han elegido cuando creyeron en él. Cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», quiere dar a entender esto: no fueron ellos quienes le eligieron para poder ser elegidos, sino que fue él quien les eligió a fin de que lo eligieran (Agustín de Hipona, La predestinación de los santos 17,34).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Habla, Señor!» (cf. 1 Sm 3,9-10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El magno e inefable diálogo entre Dios y el hombre que constituye nuestra religión supone, en el hombre mismo, una actitud receptiva particular. Si el hombre busca y escucha la Palabra de Dios, la Verdad salvadora entra en el alma y engendra nuevas relaciones entre Dios y el hombre: la fe, la vida sobrenatural. Pero si el hombre no escucha, Dios habla en vano; se abre un drama tremendo. En la Biblia aparece por doquier esta alternativa decisiva, la escucha del hombre es, por excelencia, un acto racional y voluntario, pleno y consciente del obsequio tributado al Dios que revela, pero supone la maduración interior, trabajada por la gracia, de una disposición innata y honesta para el encuentro con Dios. Como edad de la crisis y edad de la elección, la juventud está más expuesta a padecer el influjo arreligioso y antirreligioso de nuestro tiempo. Ahora bien, en cuanto edad del pensamiento y edad del amor, la juventud es la más capaz de comprender el valor religioso de la vida y de dar a su piedad un profundo significado personal, que adquiere a menudo una dramática expresión moral, una especie de fidelidad inmolada y total, plena de impulso apasionado, si bien todavía poco segura, como un vuelo, aunque espléndida y generosa, precisamente como un vuelo milagroso realizado en los cielos del heroísmo y de la poesía. Esto tiene lugar cuando el sentido religioso se pronuncia -como tormento, como atractivo, como alegría, poco importa- de un modo tan vigoroso que constituye un juego íntimo y sublime de libertad y de obligación, y se vuelve determinante desde el punto de vista moral. Es entonces, por lo general, cuando la voz interior se revela, no ya como propia, sino como eco de otra voz, lejana y próxima, la de Dios (G. B. Montini, Sul senso religioso, 1957 [edición española: El sentido religioso, Ediciones Sígueme, Salamanca 1964]).
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Jueves de la 1ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 4,1-11 1 En aquellos días, los filisteos se reunieron para atacar a Israel. Los israelitas acamparon en Eben Ezer, mientras que los filisteos estaban acampados en Afee. 2 Puestos los filisteos en orden de batalla, se entabló el combate e Israel fue batido por los filisteos, que mataron en el campo de batalla a unos cuatro mil hombres. 3 El pueblo volvió al campamento y los ancianos dijeron: - ¿Por qué nos ha hecho sufrir hoy el Señor esta derrota frente a los filisteos? Vayamos a Silo a buscar el arca de la alianza del Señor, para que venga con nosotros y nos libre de nuestros enemigos. 4 El pueblo mandó gente a Silo para que trajeran el arca de la alianza del Señor todopoderoso, que se sienta sobre los querubines. Los dos hijos de Eli, Jofní y Pinjas, venían con el arca de la alianza de Dios. 5 Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, los israelitas lanzaron el grito de guerra y la tierra retemblaba. 6 Al oír los filisteos el griterío, dijeron: - ¿A qué se debe ese clamor tan grande en el campamento de los hebreos? Y cayeron en la cuenta de que el arca del Señor había llegado al campamento. 7 A los filisteos les entró miedo, y decían: - Ha venido Dios al campamento. ¡Ay de nosotros! Esto no había sucedido nunca. 8 ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos salvará de la mano de esa divinidad tan poderosa? Es la que castigó a Egipto con toda clase de plagas y epidemias. 9 Cobrad ánimo y sed fuertes, filisteos, para no servir a los hebreos como ellos os han servido a vosotros. Sed hombres y luchad. 10 Los filisteos fueron al combate. Israel fue batido y huyó cada uno a su tienda. Fue una gran derrota; cayeron de Israel treinta mil hombres de infantería, 11 el arca de Dios fue capturada y los dos hijos de Eli, Jofní y Pinjas, murieron.
*»• La protagonista de este fragmento es el arca. Los hebreos consideraban el arca de la alianza como el «signo» visible de la presencia invisible de Dios, y con este signo alimentaban su fe. He aquí que ahora los filisteos se disponen en orden de batalla contra Israel, e Israel sucumbe. Tiene lugar una gran derrota, y caen cuatro mil muertos; Israel se vuelve esclavo de los vencedores, pero antes de darse por vencido, Israel cree disponer aún de un arma invencible: el arca. Dios se ha ligado a Israel con el pacto de la alianza, e Israel llevará el arca santa al campo de batalla. Ahora los mismos filisteos ya no se sienten seguros de la victoria. Se inicia de nuevo la batalla y, desastre terrible para Israel, les arrebatan la misma arca de Dios. Capturada ésta, Israel queda como abandonado de Dios; Israel queda sin su Dios. Haber llevado el arca de Dios al campo de batalla supone haber provocado aún más el castigo de Dios, que permite que el arca, signo de la alianza, sea arrebatada a Israel. Es la derrota total. Eli, por medio de sus hijos, habría continuado guiando a Israel, pero también éstos han muerto en la batalla, y hasta el mismo Eli, al recibir la noticia de la derrota, cae en el umbral del santuario y muere (4,13.18). Es el final. Sin embargo, no es así: Dios ha llamado a Samuel, su vocación es ya el comienzo de una nueva historia. A pesar de todo, Dios permanece fiel a la alianza. Samuel vive aún a la sombra del santuario, pero el Señor le conoce. En su misma vocación, Dios le hace partícipe de su designio: desde ese mismo momento se convierte Samuel en alguien que representa ahora al pueblo santo y lleva consigo el destino de la nación.
Evangelio: Marcos 1,40-45 En aquel tiempo, 40 se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: - Si quieres, puedes limpiarme. 41 Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: - Quiero, queda limpio. 42 Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Entonces lo despidió, advirtiéndole severamente: 44 - No se lo digas a nadie; vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste a ellos. 45 Él, sin embargo, tan pronto como se fue, se puso a divulgar a voces lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él desde todas partes.
**• Con este nuevo milagro hace estallar Jesús una auténtica revolución: no se aleja del leproso, como quería la Ley; no rechaza el contacto con él, no teme ninguna amenaza. Su propuesta no consiste ya en separarse del inmundo, sino en la transformación por contagio vital que va del puro al inmundo. Jesús encarna al hombre puro y sagrado que «contagia» y atrae a su propia esfera al hombre inmundo y no sagrado. El leproso «se le acercó» (v. 40): no se trata sólo de un movimiento espacial, sino también de un movimiento del espíritu, porque le dice a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Con la venida de Jesús cayó el muro de la Ley (cf. Ef 2,14ss), porque Dios, el Santo, el Justo, se hizo en todo solidario con nosotros, enseñándonos el acceso a él. El gesto de extender la mano indica el poder de Jesús, que se manifiesta también por medio de su Palabra imperiosa: «Quiero, queda limpio» (v. 41). La salvación no está ya en la separación y en la marginación, sino en la reintegración, porque con Jesús ha entrado en el mundo el poder salvífico mismo de Dios. En el acontecimiento histórico de Jesús se ha hecho «visible» el poder sanador de Dios, que se pone de parte de los pobres, de los últimos de la sociedad de los hombres. Jesús inaugura una sociedad nueva, una sociedad que no margina a nadie, que no separa, que no excluye, sino que es consciente de poseer el poder mismo de Dios que le ha sido dado por Jesús. Precisamente porque Jesús ha abolido el sistema que separaba lo puro de lo inmundo tal como se entendía en el mundo judío, queda libre el cristiano para Dios y para el prójimo.
MEDITATIO Hoy se nos vuelve a proponer la cuestión decisiva para la vida de la fe: «¡Escuchad al Señor!». La Carta a los Hebreos la plantea como actitud válida para cada día. Decía un antiguo eremita: «Una voz invoca desde el fondo de tu corazón: ¡Conviértete hoy!». Allí donde no permanece con suficiente vigor este propósito, se abre camino el riesgo del endurecimiento del corazón. En efecto, la escucha obediente o el rechazo desobediente no es una simple cuestión de audición física, ni siquiera una cuestión de buena voluntad. El creyente debe desarrollar una «sensibilidad» propia al respecto. Sólo con un empeño permanente se adquiere la sensibilidad suficiente para percibir la voz del Señor o para advertir sus inspiraciones.De rebote, se corre el peligro atestiguado por el pueblo de Israel, tal como aparece en la lectura de hoy. Éste intenta construir una relación religiosa con Dios totalmente aparente, porque, a pesar de todo el aparato cultual desplegado y a pesar de las intenciones declaradas, no tiene ninguna seria intención de someterse a la decisión de Dios ni de respetar su voluntad, tal como se encuentra expresada en sus mandamientos. Los textos bíblicos nos recuerdan así una verdad que es bastante obvia: el primer paso hacia una relación auténtica con Dios consiste en la recuperación de una honestidad que aborrece toda ficción. El Señor, por su parte, se compromete a destruir, aun aceptando el riesgo de desfigurar y de provocar una crisis de fe en los hombres, todo aparato religioso que no parta de él y sea expresión de su auténtica voluntad. A veces, el desacralizador más radical es el mismo Señor. Frente a su santidad no resiste ninguna ambigüedad. Antes o después, queda el hombre al desnudo y debe elegir con autenticidad (o bien rechazar sin fingir).
ORATIO Concédeme, Señor Jesús, entrar contigo en la voluntad del Padre: que yo quiera lo que quiere él, que yo crea que él quiere siempre la salvación. Concédeme, con la fuerza del Espíritu, desear y pedir la verdadera curación.
CONTEMPLATIO Los malvados llevan a cabo muchas acciones contra la voluntad de Dios, pero éste posee tanta sabiduría y poder que todos los acontecimientos que parecen contrarios a su voluntad tienden a los objetivos y fines que él mismo ha previsto como buenos y justos. Por eso, cuando se dice que Dios ha cambiado de voluntad, de suerte que se muestra, por ejemplo, indignado con aquellos con quienes se mostraba indulgente, son ellos los que han cambiado, no Él, y en cierto sentido lo encuentran cambiado en las adversidades que padecen. Del mismo modo cambia el sol para los ojos enfermos y, en cierto modo, se convierte de apacible en irritante, de agradable en inoportuno (Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, XXII, 2). En todo caso, por muy fuertes que puedan ser las voluntades de los ángeles o de los hombres, buenos o malos, favorables o contrarios a lo que quiere Dios, la voluntad del Omnipotente es siempre invencible; no puede ser nunca mala, puesto que, incluso cuando inflige males, es justa, y si es justa, a buen seguro, no es mala. El Dios omnipotente, ya sea que por misericordia experimente misericordia por quien quiere, ya sea que por el juicio endurezca a quien quiere, no lleva a cabo injusticia alguna, no realiza nada contra su propia voluntad y todo lo que quiere lo hace (Agustín de Hipona, Manual XXVI, 102).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Quiero, queda limpio» (Mc 1,41).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No te pido que me cures: sería ofensiva la demanda que no puedes escuchar. Lo que pido es que me salves, que no me dejes para siempre sometido a esta muerte cotidiana. Pido que la Nada no venza y no vuelva yo a necesitar encenderme de deseos, y viva infeliz allí como ahora aquí, solo y alejado. Tú sabes lo que me cuestas en remordimientos y lo que yo te cuesto a ti por gracia: que no se interrumpa la competición. Yo, arrepintiéndome, y tú, teniendo piedad de mí, pues es necesidad para mí fallar y para ti continuar perdiendo. Así te pienso: un Dios siempre expuesto a locuras, a contentarse por cómo somos, a perder siempre: oh Luz incandescente y piadosa. (D. M. Turoldo, Canil ultimi, Milán 1991).
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Viernes 1ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 8,4-7.10-22a En aquellos días, 4 todos los ancianos de Israel se reunieron, fueron a ver a Samuel a Rama 5 y le dijeron: - Mira, tú ya eres viejo y tus hijos no se comportan como tú. Así que nómbranos un rey para que nos gobierne, como se hace en todas las naciones. 6 A Samuel le desagradó que le pidiesen un rey para que les gobernara, y se puso a invocar al Señor. 7 Pero el Señor le dijo: - Haz caso al pueblo en todo lo que te diga, porque no te rechazan a ti; es a mí a quien rechazan; no me quieren como rey. 10 Samuel transmitió lo que le había dicho el Señor al pueblo, que le pedía un rey. 11 Y les dijo: - Así gobernará el rey que va a regiros: tomará a vuestros hijos y los pondrá al servicio de sus carros y sus caballos, haciéndoles correr ante su carroza; 12 los empleará como jefes y capataces; les hará trabajar sus campos, segar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. 13 A vuestras hijas las tomará para perfumeras, cocineras y panaderas. 14 Os quitará vuestros mejores campos, viñas y olivares para dárselos a sus servidores. 15 Os exigirá los diezmos de vuestras mieses y vuestras viñas para dárselos a sus cortesanos y ministros. 16 Se adueñará de vuestros siervos y siervas, de vuestros mejores bueyes y asnos, para emplearlos en sus trabajos. 17 Os exigirá el diezmo de vuestros rebaños, y vosotros mismos seréis sus esclavos. 18 Entonces gritaréis contra el rey que vosotros mismos habéis elegido, pero el Señor no os responderá. 19 El pueblo no quiso escuchar a Samuel, e insistió: - No; queremos tener un rey. 20 Así seremos como las demás naciones. Nuestro rey nos gobernará y marchará al frente de nosotros para luchar en la guerra. 21 Samuel escuchó las palabras del pueblo y se las transmitió al Señor. 22 El Señor le respondió: - Atiende a su ruego y nómbrales un rey.
*»• Con este texto nos encontramos en un momento crucial de la historia de la salvación: la institución de la monarquía. Como en todas las demás etapas de esta historia, la Biblia sitúa en un primerísimo plano la causa primera: Dios. El pueblo pide un rey. ¿Qué significa que Samuel no quiera dar un rey al pueblo? Dios mismo parece de acuerdo con Samuel y no acepta la petición del pueblo. Dios quiere que el hombre se abandone a él sin más garantía que la fe. La garantía es él mismo, que permanece fiel a su pacto. Lo que le falta a Israel es la fe. El hombre no es capaz de abandonarse nunca hasta el fondo. Por eso se adapta el Señor y sale al encuentro de la debilidad del hombre. El pueblo de Israel debe fiarse de Dios. El pueblo quiere un rey como las otras naciones, quiere tener seguridad, una garantía humana más clara y continua. Pedir garantías es, en el fondo, no fiarse por completo de Dios. «No te rechazan a ti; es a mí a quien rechazan; no me quieren como rey» (v. 7), dice el Señor. Samuel avisa al pueblo: estáis pidiendo un rey, pero si lo obtenéis seréis sus siervos, vuestras cabezas serán propiedad suya y, sin embargo, pedís un rey. El pueblo insiste: sólo un jefe podría llevar a cabo la unidad de las tribus. Hasta Samuel, Israel no era una nación; de vez en cuando se reunía en el santuario, pero la unión entre las tribus era pobre. Tener un rey supuso para Israel tener conciencia al fin de ser una nación. Para Samuel, era difícil aceptar la novedad, pero el pueblo está en condiciones de insistir: «Tus hijos no se comportan como tú» (v. 5). Al final interviene el mismo Dios y exhorta a Samuel a que dé un rey al pueblo.
Evangelio: Marcos 2,1-12 1 Después de algunos días entró de nuevo en Cafarnaún y se corrió la voz de que estaba en casa. 2 Acudieron tantos que no cabían ni delante de la puerta. Jesús se puso a anunciarles el Mensaje. 3 Le llevaron entonces un paralítico entre cuatro, 4 Pero, como no podían llegar hasta él a causa del gentío, levantaron la techumbre por encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. 5 Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: - Hijo, tus pecados te son perdonados. 6 Unos maestros de la Ley que estaban allí sentados comenzaron a pensar para sus adentros: 7 - ¿Cómo habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? 8 Jesús, percatándose en seguida de lo que estaban pensando, les dijo: - ¿Por qué pensáis eso en vuestro interior? 9 ¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decirle: "Levántate, carga con tu camilla y vete"? 10 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo: 11 - Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. 12 El paralítico se puso en pie, cargó en seguida con la camilla y salió a la vista de todos, de modo que todos se quedaron maravillados y daban gloria a Dios diciendo: - Nunca hemos visto cosa igual.
*»• Con el fragmento evangélico de hoy comienzan una serie de controversias sobre la Ley (2,1-3,6). Éstas conducen a Jesús, desde el principio de su actividad, al choque con el poder religioso y civil. En el presente fragmento aparece la narración de un milagro. El punto focal se encuentra en el v. 10, en donde se declara el núcleo de la controversia y, junto con él, el objetivo del milagro: «Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados». El milagro mismo no es más que la demostración de este poder de reconciliación con Dios que reivindica Jesús. La atención se traslada de un mal físico a un mal más profundo, el pecado, que mantiene al hombre «paralizado» en sí mismo y en unas formas rígidas, incapaz de «caminar» y de avanzar según el plan de Dios. El significado quebrantador de tal afirmación es captado de inmediato por los maestros de la Ley; sin embargo, éstos no están dispuestos a aceptar la «blasfemia» que supone que este hombre pueda perdonar los pecados, porque «¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» (v. 7). Pero Jesús responde aumentando la dosis sin equívocos: «Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa"» (w. 10-11). El milagro es, por consiguiente, signo de su poder de reconciliación con Dios, y eso implica la superación de la ley que separa al hombre de Dios. Este poder, reservado sólo a Dios, se le entrega ahora al hombre en el Hijo del hombre, Jesús. Ésa es la blasfemia del Evangelio que será motivo de la condena de Jesús. Quien acoge, es decir, quien tiene fe en esta «blasfemia», puede levantarse, como el paralítico, y ponerse a caminar. La muchedumbre que ha estado presente, y que ha entrevisto algo del misterio de Jesús, expresa su propia admiración y prorrumpe en una exclamación que es una profundísima entrada en la fe: «Nunca hemos visto cosa igual» (v. 12).
MEDITATIO Dios se adecúa a menudo a la inmadurez del hombre y lo acompaña a través de sus circunlocuciones desviadas. El Señor no comunica de inmediato su voluntad de manera radical y plena, porque no somos capaces de recibirla. La elección que está llevando a cabo Israel, la de querer un rey, es una de esas circunlocuciones. El pueblo deberá esperar el fracaso de su iniciativa para darse cuenta de que el único verdadero rey es el Señor. Sólo entonces encontrará reposo. Entre tanto, Dios mismo tiene paciencia y acompaña al pueblo para que la complicación que ellos mismos se han buscado no les resulte fatal. No son, en efecto, las estructuras jerárquicas ni los expedientes los que salvan, sino YHWH, única fuente de vida para el pueblo elegido: él le propone incesantemente su voluntad por medio de los profetas, y llama a todos para que vuelvan a poner en él toda la confianza a través de una relación personal y vital. A esta misma relación de confianza plena, cuyos confines son rebasados cada vez por la Palabra eficaz de Jesús, nos llama el Evangelio: perdonar los pecados va más allá del simple gesto «mecánico» y «utilitarista» de la curación. El Nazareno, con su atrevida afirmación, pide a los maestros de la Ley que superen la imagen de Dios que se han creado («¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?»: v. 7), para poder recibir el anuncio de la fuerza liberadora del Reino. También a nosotros se nos pide hoy que no nos dejemos condicionar por la rigidez de las estructuras mentales y de las instituciones humanas, y que seamos capaces de darnos cuenta –con ojo avizor- de la presencia activa de un Dios que, con gestos gratuitos e inesperados, se hace encontrar en nuestros límites.
ORATIO Concédenos, Padre, una fe capaz de abrir los techos, una fe capaz de deslizar nuestras camillas -ésas en las que yacemos con el corazón encogido-, para deslizarnos dentro, en lo vivo de la vida, en el corazón de la historia; para que nos encontremos frente a Jesús. Una vez perdonados por él, curados por él -de las mil pretensiones sobre la vida y sobre la historia-, podremos volver a nuestra casa y con nuestros seres queridos, ya sanos y agradecidos. Como quienes saben que todo lo reciben como don: el ser en el mundo, el ser guiados tras los acontecimientos del mundo.
CONTEMPLATIO Puede pasar que un hombre se diga a sí mismo: «Las Escrituras nos engañan», y todos sus miembros desistan de hacer el bien; y que, entregando por dentro hasta los miembros del hombre interior -lo que constituye una cosa muy grave- deje de hacer el bien y se diga a sí mismo: «¿De qué sirve hacer el bien?». ¿Podemos, hermanos, levantar al que piensa así y ha perdido la facultad de hacer obras buenas en todos sus miembros interiores, como si fuera paralítico, abrir el techo de esta Escritura y presentarlo al Señor? Ved, en efecto, que estas palabras son oscuras, están encubiertas; y yo entreveo a alguien con el alma paralítica. Veo este techo, y bajo el techo veo a Cristo escondido. Haré, en lo que pueda, lo que se alaba en aquellos que, una vez abierto el techo, presentaron el paralítico a Cristo, a fin de que éste le dijera: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Porque de este modo salvó al hombre interior de la parálisis, perdonándole los pecados y reforzando su fe. Pero había allí hombres que no disponían de ojos capaces de ver que el paralítico interior estaba ya curado, y creyeron que el Médico que lo curaba blasfemaba. Ese Médico realizó entonces algo también en el cuerpo del paralítico, algo que sirviera para sanar la parálisis interior de los que habían dicho tales cosas. Realizó cosas que ellos pudieran ver, y dichas a su modo de creer. Quienquiera que seas, tan enfermo y débil de corazón que quieres renunciar a las obras buenas, y estás preso de una parálisis interior, haz fuerza para ver si, una vez abierto este techo, podemos presentarte al Señor (Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 36, 3,3).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Levantaron la techumbre y descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico» (Mc 2,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL ¿Qué piden estos hombres, hoy, en la presente «maduración» histórica? ¿Qué piden en este punto tan elevado - a pesar de todo- del proceso histórico de la civilización humana? Todo está puesto en tela de juicio: las bases de todo el edificio humano -bases económicas, bases sociales, bases políticas, bases culturales, bases religiosas- están o bien quebrantadas o bien sacudidas; todos los valores están sometidos a crítica y a revisión, como si todas las cosas, todas las ¡deas, todas las normas, tuvieran que ser introducidas otra vez en un crisol nuevo para ser recuperadas, para ser sometidas a una nueva forma y a una nueva medida. ¿Entonces? ¿Nos retiraremos desanimados de la «contemplación », ciertamente no consoladora, del espectáculo del mundo presente? Esta «invasión de las aguas» que ha roto los diques más firmes, que ha puesto todo en tela de juicio, que lo ha mezclado todo, que ha roto todos los moldes precisos de cuerpo social, ¿acabará asustándonos o apagará en nosotros, o debilitará al menos, la osadía constructiva de la esperanza? Bien al contrario, la esperanza verdadera -la esperanza teologal- florece lozana precisamente en los momentos más críticos de la «fractura»: cuando todo está destrozado, cuando todo parece acabado, cuando los límites de la ruptura más áspera han sido alcanzados, entonces nace, de improviso, como por milagro, el arco iris de la esperanza. Cuando el invierno se encuentra en el punto álgido de sus rigores, ya está firmemente construida la primavera: termina la nieve y apuntan las flores. Es el misterio siempre renovado de la divina creación, tanto en el cosmos como, más aún, en la historia. Es casi una ley -por así decirlo- del comportamiento de Dios con respecto a la historia de los hombres. La «dialéctica histórica» de Dios no se encuadra en el esquema de la «dialéctica histórica» del hombre; tiene una andadura diferente: procede a menudo a través de paradojas, por inversiones: vence a la prudencia con la estupidez, a la grandeza con el oprobio (G. La Pira, Lettere alie claustral! Vil, Milán 1978).
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Sábado 1ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 9,1-4.10.17-19;10,1 9,1 Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afíaj, benjaminita; un hombre de buena posición. 2 Tenía un hijo llamado Saúl. Era un buen mozo; no había entre los israelitas ninguno más esbelto que él, pues sobrepasaba a todos de los hombros para arriba. 3 Un día que se le perdieron las asnas a Quis, éste dijo a su hijo Saúl: - Llévate a uno de los criados y vete a buscar las asnas. 4 Recorrieron las montañas de Efraín y la región de Salisá, pero no las encontraron; recorrieron la región de Salín, y nada; luego la de Benjamín, y tampoco las encontraron. 10 Entonces fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios. 17 Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó: - Mira, es el hombre del que te hablé; éste es el que regirá a mi pueblo. 18 Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad y le dijo: - Indícame, por favor, dónde está la casa del vidente. 19 Samuel le respondió: - Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy comeréis conmigo y mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que tienes en tu corazón. 10,1 Entonces Samuel tomó la vasija de aceite, derramó el aceite sobre la cabeza de Saúl y le besó diciendo: - En verdad, el Señor te unge como jefe de su heredad. Tendrás poder sobre el pueblo del Señor y le librarás de las manos de los enemigos que lo rodean.
**• En el centro de la perícopa de hoy encontramos a Saúl. Con el capítulo 9 comienza para Israel una nueva historia. La historia de la monarquía comienza con la aparición de Saúl, hijo de Quis. ¿Por qué se presenta su genealogía? ¿Qué puede significar? ¿Por qué tantos nombres que nada nos dicen a nosotros? ¿Qué importancia puede tener la genealogía de Saúl? Sin embargo, las genealogías tienen siempre una gran importancia en los libros del Antiguo Testamento. El personaje del que nos habla el libro es el término de toda una historia, que, aunque sea privada, es siempre historia de Israel. La historia empieza con la búsqueda de las asnas perdidas. Quis, el padre de Saúl, ha perdido sus asnas, y su hijo va a buscarlas. Así actúa el Señor. Los comienzos de la historia son de una humanidad que desconcierta, aunque nos parezca que no dicen nada. Dios convierte la vida del hombre en una continua sorpresa. Saúl va en busca de las asnas y regresa siendo rey de Israel. No tiene nada que llevar al vidente. Saúl va a casa del vidente para saber si alguien ha encontrado las asnas. Encuentra a Samuel y éste le consagra rey. Así actúa Dios. Su vida tiene la dimensión del amor gratuito de Dios. Saúl vivirá la tragedia de tener que vivir una realeza que el pueblo de Dios no estaba preparado para recibir, a pesar de haberla reclamado. El pueblo querrá volverse atrás, pero no podrá hacerlo. Dios debe realizar su plan en contra de la voluntad de los que ahora se le resisten. Abandonarse a la voluntad de Dios no es fácil. Queremos que Dios actúe, pero cuando lo hace y nos pide sumisión y obediencia, nos rebelamos; pretendemos que Dios siga nuestra voluntad, no que nosotros sigamos la suya.
Evangelio: Marcos 2,13-17 En aquel tiempo, 13 Jesús volvió a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. 14 Al pasar, vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: - Sígueme. El se levantó y le siguió. 15 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos, pues eran ya muchos los que le seguían. 16 Los maestros de la Ley del partido de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: - ¿Por qué come con publicanos y pecadores? 17 Jesús lo oyó y les dijo: - No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
**• En el pasaje de hoy se entiende la fe como seguimiento de Cristo. Se cuenta que Jesús «al pasar vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió» (v. 14). Leví se encuentra con Jesús y se hace cristiano en pleno ejercicio de su profesión «mundana». En todas las profesiones se puede «seguir» a Jesús, hacer lo que él hace. No pensaban así los fariseos, que reprocharon a Jesús que comiera «con publicanos y pecadores» (v. 16). Para los fariseos, ciertas profesiones eran incompatibles con la religiosidad judía, porque impedían observar el sábado y otras leyes. Para Jesús, en cambio, no hay profesiones que excluyan del discipulado cristiano. Lo que impide ser discípulo de Cristo es creerse «justo» y «sano», esto es, no sentirse necesitado de salvación. «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (v. 17). La cura que les aplica es estar con ellos, no excluirlos, no condenarlos, no juzgarlos. Ésa es la cura del mal interior del hombre. Esta paciencia, esta misericordia, esta longanimidad, es lo que constituye su cura. Es hermoso contemplar esta imagen de Jesús como médico; su terapia puede durar toda una vida, es decir, no puede ser excluida nunca, porque la terapia es su presencia, su estar con nosotros. El Señor parece querer decirnos que la conversión más difícil es la del justo o la de los que se consideran como tales.
MEDITATIO La Palabra del Señor actúa de manera eficaz. Penetra en nuestro corazón, lo pone al desnudo, lo juzga. Esta Palabra corresponde, sin embargo, al Hijo, que es capaz de compadecerse de nuestras debilidades y quiere presentarse como nuestro intercesor. La eficacia y la misericordia aparecen en el obrar de Dios en la vida de Saúl. El texto pone de relieve el proyecto gratuito de Dios, que precede a toda iniciativa por parte de Saúl. Pone de manifiesto cómo se despliega su acción utilizando situaciones normales, casi triviales, en la vida de las personas. Saúl no recibe un cargo honorífico, sino la habilitación para un servicio. La gracia sólo nos hace sentir su acción en nosotros cuando nos habilita en concreto para algún ministerio. Todo tiene lugar en lo escondido, sin clamor alguno. La eficacia de la Palabra no tiene nada que ver con el clamor mundano. Esto mismo aparece con más fuerza aún en el episodio narrado por el evangelio. La llamada de Leví anuncia la fuerza de la Palabra. También en este caso se despliega la total gratuidad del amor divino que llama: no hay ningún mérito, ninguna preparación por parte del elegido. También él se encuentra inmerso en el laborío de la vida, un laborío marcado, además, por la negatividad. Esta vez, no obstante, el signo de la misericordia suscita clamor. Este tipo de fama no ayuda al Señor, que debe dar cuentas de su misericordia.
ORATIO Dame, Señor, un corazón atento y límpido; un corazón deseoso de encontrarte allí donde me encuentre, y de seguirte, es decir, de imitarte, desde el lugar en el que me encuentre. Un corazón atento para poder reconocer tus pasos en mi historia; en la pequeña, en la de todos los días, y en la grande, la que lleva los colores fuertes de la alegría o del dolor, de la esperanza que nos hace volar o de la desesperación que nos aplasta. Un corazón límpido, porque sólo la mirada de quien es profundamente puro y libre es capaz de ver..., de verte. Un corazón deseoso de encontrarte, porque ése es el camino seguro para descubrirte ya presente... Un corazón que quiera seguirte, porque sólo el camino del Evangelio, que eres tú, conduce a la vida plena y verdadera.
CONTEMPLATIO Pasa el Señor... ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones temporales. ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones transitorias. Considerad con mucha atención cuántas acciones suyas han pasado. Nació de la Virgen María, pero ¿acaso nace continuamente? Fue amamantado cuando era niño, pero ¿acaso está chupando la leche continuamente? Fue pasando por las distintas edades hasta la juventud, pero ¿acaso creció de continuo físicamente? También los mismos milagros por él realizados pasaron: nosotros los leemos y los creemos. Tales hechos fueron escritos para que puedan ser leídos y, en consecuencia, pasaban una vez realizados. Por último, y para no detenernos en muchos otros hechos, fue crucificado, pero ¿acaso está colgado de continuo en la cruz? Fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo; ahora ya no muere más... su divinidad es permanente y la inmortalidad de su cuerpo ya no tendrá fin. Sin embargo, y a pesar de ello, todas las acciones que llevó a cabo Jesús en el tiempo pasaron, pero fueron escritas para ser leídas y son anunciadas para ser creídas. Por consiguiente, Jesús pasó a través de todas esas acciones... Jesús pasa también ahora... Me explicaré: cuando se leen los hechos que llevó a cabo el Señor mientras pasaba, siempre se nos presenta al Jesús que pasa... ¿Comprendéis, hermanos, lo que digo? No sé, efectivamente, cómo expresarme, pero todavía sé menos cómo callar. Pues bien, esto es lo que digo, y lo digo de manera abierta. Porque temo no sólo al Jesús que pasa, sino también al Jesús que permanece, por eso no puedo callar (Agustín de Hipona, Sermón 88, 10.9 y 14.13).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús «pasa»: en el carácter opaco y al mismo tiempo transparente de las cosas que acaecen. Pasa: en la superposición de las inspiraciones, que iluminan el corazón. Pasa: en la pobreza y en la desesperación del hombre. «Pasa»: por la rendija del egoísmo humano encerrado en sí mismo. Pasa: en la decepción de las cosas que se prometen y no se cumplen. Pasa: en la seguridad del bienestar y en la fatua satisfacción del llamado «nuevo rico». Pasa y vuelve: como la lanzadera de un telar. Como el amante encarnizado que no se resigna a la renuncia de su propio amor. Pasa cuando menos te lo esperas: así atraviesa el Señor tu vida. Pasa y se va; pasa y se queda, al mismo tiempo. De todos modos, deja huellas visibles y sensibles de su paso: la atracción de una invitación persistente, el clamor de una Palabra que no es posible callar, el tormento de un deseo que renace, la alegría de un compromiso que agita las fuerzas del hombre... Jesús pasa. Es uno de los muchos transeúntes con los que nos cruzamos en la calle. Son incontables los que nos «pasan» a derecha e izquierda, los que saltan, obstaculizan, cortan la calle, nos observan con una perfecta indiferencia. Muchos, demasiados, no se dan cuenta de nada. Pasan y no ven. Jesús pasa y «ve»... Se da cuenta de nosotros. De mí. Ve: en el corazón. A través de los deseos y las aspiraciones profundas. Ve: no tanto los rasgos de nuestra fisonomía y las actitudes de nuestro comportamiento. Ve: la dimensión interior del hombre: pensamientos, deseos, afectos, intenciones, disponibilidad, propósitos. La dureza del corazón ve y hace ver. Ve: la verdad entera que hay en el hombre. Me ve a mí... Jesús necesita encontrar en nosotros al hombre. Al hombre es a quien dirige su Palabra divina (F. Berra, lo ho scelto voi, Roma 1990, pp. 41-43).
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2° domingo del tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: Isaías 62,1-5 1 Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré hasta que su liberación brille como luz y su salvación llamee como antorcha. 2 Los pueblos verán tu liberación y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor. 3 Serás corona espléndida en manos del Señor, corona real en la palma de tu Dios. 4 Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Desolada», sino que te llamarán «Mi preferida», y a tu tierra, «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. 5 Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; como goza el esposo con la esposa, así gozará contigo tu Dios.
*»• Estamos en tiempos del edicto de Ciro. En él se concede a los exiliados judíos la vuelta a su patria y la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén (538 a. de C). El texto recoge la visión del profeta sobre la ciudad santa, envuelta por el amor de Dios. Está descrita con una terminología tomada de una fiesta de bodas. Se trata de un anuncio salvífico de consolación y de esperanza: Dios es fiel, perdona y vuelve a acoger a su pueblo, aun cuando sea pecador y se haya alejado del pacto de la alianza. El encuentro del Señor con Jerusalén es «liberación», esto es, signo de la acción salvífica de Dios; es «gloria», signo de su presencia amorosa en medio de su pueblo; es «salvación», puesto que Dios se ha acordado del «resto de Israel» y ha manifestado la fidelidad de su amor (cf. Os 2,15-25). El pasaje de Isaías tiene cierta sintonía con el evangelio (Jn 2,1-12). Primero viene el motivo de la alianza, descrita con la imagen de unos esponsales: «Serás corona espléndida en manos del Señor, corona real en la palma de tu Dios» (v. 3); a continuación está el motivo de la gloria: «Los pueblos verán tu liberación y los reyes tu gloria» (v. 2). Estos dos motivos, presentes asimismo en el texto de Juan, los aplica la liturgia a Cristo.
Segunda lectura: 1 Corintios 12,4-11 Hermanos: 4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. 5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. 7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos. 8 Porque a uno el Espíritu le capacita para hablar con sabiduría, mientras a otro el mismo Espíritu le otorga un profundo conocimiento. 9 Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades, 10 a otro el poder de realizar milagros, a otro el hablar en nombre de Dios, a otro el distinguir entre espíritus falsos y verdaderos, a otro el hablar un lenguaje misterioso, y a otro, en fin, el don de interpretar ese lenguaje. 11 Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere.
*•• La Iglesia de Corinto era una comunidad vivaz y carismática, pero la acechaban dos peligros: el de hacerse la ilusión de que la presencia del Espíritu era suficiente para garantizar la fidelidad a la tradición, la corrección moral, la unión comunitaria; y el de sobrevalorar, de una manera indebida, algunos carismas -como el de las lenguas- a costa de otros -como los carismas del servicio-. Pablo, al intervenir en esta situación, comunica a la comunidad de Corinto una afirmación fundamental, válida para todas las comunidades cristianas: la variedad de los dones procede del Espíritu. Éste es rico y no puede manifestarse de un solo modo. A renglón seguido realiza una segunda afirmación fundamental. La variedad de los dones, para que sea signo del Espíritu, debe cumplir una condición: la edificación común. Detrás de la variedad del don de cada uno está la caridad, el carisma mejor y común. Sólo con esta condición se puede hablar de la presencia del Espíritu en la comunidad. La caridad es capacidad de colaboración entre creyentes, es amor a Cristo, antes que entre nosotros, y conduce a acuerdos dinámicos, de conversión, y no simplemente estáticos, de sistematización.
Evangelio: Juan 2,1-12 En aquel tiempo, 1 hubo una boda en Cana de Galilea. La madre de Jesús estaba invitada. 2 También lo estaban Jesús y sus discípulos. 3 Se les acabó el vino y, entonces, la madre de Jesús le dijo: -No les queda vino. 4 Jesús le respondió: -Mujer, no intervengas en mi vida; mi hora aún no ha llegado. 5 La madre de Jesús dijo entonces a los que estaban sirviendo: -Haced lo que él os diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra, de las que utilizaban los judíos para sus ritos de purificación, de unos ochenta o cien litros cada una. 7 Jesús dijo a los que servían: -Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. 8 Una vez llenas, Jesús les dijo: -Sacad ahora un poco y llevádselo al maestresala. Ellos cumplieron sus órdenes. 9 Cuando el maestresala degustó el vino nuevo sin saber su procedencia (sólo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al novio 10 y le dijo: -Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad y, cuando los invitados ya han bebido bastante, saca el más corriente. Tú, en cambio, has reservado el de mejor calidad para última hora. 11 Esto sucedió en Cana de Galilea. Fue el primer signo realizado por Jesús. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. 12 Después, Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días.
*•• El gesto realizado por Jesús en Cana es una manifestación mesiánica, una epifanía en la que el mismo Jesús se manifiesta, a diferencia del bautismo en el Jordán, donde es el Padre quien revela el significado profundo de Cristo. El episodio tiene una gran importancia en Juan, porque es el primero y el modelo de todos los «signos», el que encierra el sentido de los distintos gestos de Jesús. El doble significado del «signo» está indicado al final del relato: revela la gloria de Cristo y conduce a la fe (v. 11). Algunos detalles de la manifestación de Jesús en Cana, como la abundancia del vino, su óptima calidad y el hecho de que sustituye al agua preparada para las abluciones rituales, son rasgos mesiánicos que sacan a la luz a Jesús como Mesías, que inaugura la nueva alianza y la nueva ley. También el marco de la fiesta nupcial, en el que tiene lugar el milagro, pone de manifiesto a Jesús como esposo mesiánico, que celebra las bodas mesiánicas con la Iglesia, su esposa, simbolizada por María, la mujer de la verdadera fe. Estas bodas mesiánicas, por otra parte, tienden absolutamente hacia la «hora» de la cruz y la resurrección. Desde esta perspectiva es como se comprende la naturaleza de la «gloria» que se manifiesta en Cana. Para Juan, es en la cruz donde se manifiesta la gloria. Esta última no es otra cosa que el esplendor y el poder del amor de Dios, que se entrega. En consecuencia, para el discípulo, abandonarse a Jesús significa abandonarse a la lógica del amor hasta sus consecuencias más radicales, como la fe de María, que acepta la aparente negativa y se deja llevar hacia una expectativa superior.
MEDITATIO Todos los textos de hoy nos hablan de la extraordinaria novedad que nos ha traído Jesús con su presencia y su acción mesiánica. En el «signo» de Cana nos entrega el mejor vino e inaugura, de manera simbólica, los tiempos nuevos queridos por Dios y anunciados por los profetas (cf. Is 62,1-5). La gran novedad que ha traído Jesús al mundo, tal como atestiguan los evangelios, es la entrega de su Espíritu, del que cada uno tiene una manifestación en la comunidad para el servicio del bien común, como nos recuerda Pablo. El Espíritu de Jesús es la fuente viva del amor filial a Dios y del amor fraterno a los otros. Y este amor es la antítesis del egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y nos lleva a considerarnos el centro del universo. Ésta es la convicción evangélica confirmada por la experiencia: sin el Espíritu que nos comunica Jesús somos incapaces de salir de nosotros mismos y de abrirnos a Dios y a los olios. En consecuencia, somos viejos, en el sentido evangélico del término, y permanecemos anclados en el petado y en la muerte. Como nos recuerda la Gaudium el sprs, el que nos hace «nuevos» -es decir, capaces de amar de una manera desinteresada a los otros- es el Espíritu que Dios infunde, por medio de Cristo resucitado, en el corazón de cada hombre de buena voluntad (CS 22 y 38). Él nos hace nuevos en el corazón, el centro mas profundo de nuestro ser, cumpliendo así las antiguas profecías (cf. Ez 11,19; 36,26). Jesús decía a los fariseos que el vino nuevo debe ponerse «en odres nuevos» (cf Mt 9,17; Me 2,22; Le 3,37ss), porque sólo éstos pueden contenerlo. Debemos preguntarnos hasta qué punto somos nosotros, efectiva mente, «odres nuevos», capaces de ofrecer espacio al «vino nuevo» del Espíritu que él nos ofrece. Es probable que volvamos a recaer más de una vez en el viejo régimen del egoísmo y que nuestros corazones alberguen actitudes y modos de sentir que no pertenecen al Reino de la novedad querida por Dios. A nosotros nos corresponde pedir insistentemente al Padre el Espíritu que nos renueva (Lc 11,13).
ORATIO Oh Padre, que has querido hacer de tu Hijo el hombre nuevo, colmado de tu Espíritu, y por medio de él lo derramas en los corazones de los hombres, renovándolos de una manera radical, te pedimos con confianza e insistencia, tal como él mismo nos ha enseñado a hacerlo, que te dignes llenar nuestros corazones de su presencia y de su fuerza. Si tú nos lo otorgas, podremos salir de la condición de hombres viejos, movidos por el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, y podremos llegar a ser de verdad hombres nuevos. Seremos capaces de amarte a ti como hijos y a los otros hombres y mujeres como hermanos y hermanas. Y la alegría profunda que nos proporcionará nuestra nueva condición llenará cada momento de nuestra jornada. No dejes que entren en nuestros corazones otros espíritus: el espíritu del orgullo, de la vanidad, de la envidia, de la avidez... Estos espíritus pertenecen al mundo viejo y llevan a la muerte, pero nosotros queremos vivir. Tú, que «amas la vida», arranca de nosotros esos espíritus, para que el Espíritu vivificante, que viene de ti a través de tu Hijo amado, pueda ocupar todo nuestro espacio interior.
CONTEMPLATIO El corazón de María es un tesoro inmenso; su boca es su canal; sin embargo, no se abre con frecuencia: por eso es menester dilatar nuestro propio ánimo, a fin de recibir con avidez algunas palabras y considerarlas bien. En este momento María ruega a su Hijo en cuanto madre. Es preciso que prestemos atención a esto: desde que María dijo: «He aquí la esclava del Señor», ya no ora como esclava, sino como madre. Tenemos que contemplar los ojos de María cuando mira con humilde modestia a su amado Hijo para hacerle esta petición. Es preciso que consideremos su corazón y sus sentimientos. En esta circunstancia quiere dos cosas: la manifestación de la gloria del Hijo, y el bien y el consuelo de los convidados; dos deseos y dos voluntades dignos del amor perfecto del corazón de María. La caridad perfecta intenta procurar también los bienes temporales no por lo que son en sí, sino para el consuelo espiritual de las almas. María es omnipotencia suplicante: «No tienen vino», dice. La segunda cosa que debemos observar es ésta: la vida de María es una vida de silencio. Cuando tenía necesidad de hablar, lo hacía con el menor número de palabras posible; también con su Hijo hablaba sólo en el silencio. La conversación de Jesús con María era absolutamente interior: sus palabras exteriores se pueden contar con los dedos de las manos. Aquí María está obligada a hablar, y lo hace empleando sólo tres palabras. En tercer lugar, María demuestra que conoce el gran mandamiento de nuestro Señor sobre la oración; a saber: que ésta no consiste en hablar mucho. Indicando lo que era necesario, nos enseña un modo extraordinario de orar, y Jesús ha visto su deseo en su corazón y en sus ojos. He aquí una manera más que perfecta de orar: abrir los pliegues del corazón ante nuestro dulcísimo Maestro y reposar, después, nuestro ánimo en él, abandonándonos a su gran amor y a su infinita misericordia y esperando, en una contemplación de amor, el efecto de su ternura con nosotros (F.-M. Libermann, Commentaire de Saint Jean, Brujas 1958, pp. 118ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (Ap 19,9).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No conseguiremos nunca agotar la riqueza de significados de los «signos» del evangelista Juan. En el primero de ellos se nos revela Jesús como alguien que da vino a los esposos de Cana. Las bodas necesitan alegría: «¿Acaso pueden ayunar los invitados a la boda cuando el esposo está con ellos?», dice Jesús. El vino está en su sitio en una fiesta de bodas, porque el vino simboliza todo lo que la vida puede tener de agradable: la amistad, el amor humano y, en general, toda la alegría que puede ofrecer la tierra, aunque con su ambigüedad. Quisiéramos que este vino, que es la alegría de vivir, «el vino que alegra el corazón del hombre», no faltara nunca. Se lo deseamos a todos los esposos. Pero falta en algunas ocasiones. Les faltó a los esposos de Cana: «No tienen vino». Jesús hubiera podido responder: si no tienen, que lo compren. El hecho es que el vino es la alegría de vivir, algo que no se puede comprar ni fabricar, y es difícil estar sin ella. Y este vino, del que los esposos tienen necesidad, pero que nunca podrían darse a sí mismos, este vino –decíamoslo «crea» Jesús del agua, porque se trata de un vino nuevo. Juan quiere decirnos que el vino nuevo es bueno, nunca probado hasta entonces: es Jesús mismo. El vino se muestra significativo como don de Jesús: está al final, es bueno, es abundante. Es signo del tiempo de la salvación. El vino es así «la sangre derramada» de Cristo por nosotros, es el sino de la caridad, de la entrega de sí, algo tan importante para poder vivir como cristianos. El vino de las bodas de Cana, ese esperado vino bueno, es el don de la caridad de Cristo, el signo de la alegría que trae la venida del Mesías. Las fiestas de los hombres acaban de esa forma que tan bien describe el maestresala: la tristeza del lunes. Jesús, en cambio, es «el sábado sin noche», como decía san Agustín: cuando pensamos que la fiesta se acaba -«No tienen vino»-, aparece el vino bueno, conservado hasta ese momento, el vino nuevo jamás probado antes (A. S. Bessone, Prediche Della domenica. Ánno C, Biella 1992, pp. 185-190, passim). |
Lunes 2ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 15,16-23 En aquellos días, 16 Samuel dijo a Saúl: - Deja que te diga lo que el Señor me ha dicho esta noche. Él le dijo: - Habla. 17 Continuó Samuel: - ¿No es cierto que, a pesar de considerarte a ti mismo insignificante, eres el jefe de todas las tribus de Israel y que el Señor te ungió como rey de Israel? 18 El Señor te mandó a esta expedición diciéndote: «Vete y consagra al exterminio a esos pecadores amalecitas, y hazles la guerra hasta acabar con ellos». 19 ¿Por qué no has obedecido la orden del Señor? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín, haciendo lo que desagrada al Señor? 20 Respondió Saúl: - ¡Yo he obedecido la orden del Señor! Fui a la expedición a la que él me mandó, traje a Agag, rey de Amalee, y consagré al exterminio a los amalecitas. 21 Sólo que la gente reservó del botín ovejas y vacas, las primicias de lo consagrado al exterminio, para ofrecérselo en sacrificio al Señor, tu Dios, en Guigal. 22 Samuel respondió: ¿Acaso no se complace más el Señor en la obediencia a su Palabra que en holocaustos y sacrificios? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de carnero. 23 La rebeldía es como un pecado de superstición, y la arrogancia, como un crimen de idolatría. Por haber rechazado la Palabra del Señor, él te rechaza a ti como rey.
*» El episodio aquí narrado revela la orientación última del corazón de Saúl: busca conservar el reino siguiendo la lógica de las conveniencias políticas, antes que obedecer al Señor y hacer depender su vida de su elección. Saúl, reprendido por el profeta, disimula la culpa cometida levantando una polvareda de pretextos; justo lo contrario de lo que hará David. Éste, por el contrario, confesará abiertamente su pecado. El elemento más digno de destacar en el relato figura en la declaración de Samuel: la obediencia tiene más valor que el sacrificio. Se trata de una conquista relevante del pensamiento religioso: se pasa a valorar más la experiencia vivida que los actos de culto -que pueden estar disociados de la práctica de la fe-; se da más relieve a la actitud interior de la persona que a los actos externos. La obediencia vivida con amor será el elemento que caracterice la ofrenda sacerdotal y existencial de Jesús.
Evangelio: Marcos 2,18-22 18 Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decir a Jesús: -¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y los tuyos no? 19 Jesús les contestó: -¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no tiene sentido que ayunen. 20 Llegará un día en que el novio les será arrebatado. Entonces ayunarán. 21 Nadie cose un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, porque lo añadido tirará de él, lo nuevo de lo viejo, y el rasgón se hará mayor. 22 Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque el vino reventará los odres, y se perderán vino y odres. El vino nuevo en odres nuevos.
*>•• El comportamiento de los discípulos ofrece el motivo para una polémica ulterior de los maestros de la Ley contra Jesús. ¿Por qué no ayunan ellos como hacen, en cambio, los discípulos de Juan y de los fariseos? El ataque lanzado contra Jesús, en vez de perjudicarle, le brinda una nueva posibilidad de revelarnos su misterio. Jesús es «el Esposo», extensamente prefigurado en el Antiguo Testamento (Is 62,5; 61,10; Os; Cant; Ez 16), que, por fin, está en medio de su pueblo. Por consiguiente, ha llegado el tiempo de la salvación, y el tiempo del ayuno ha dejado de tener sentido, puesto que la presencia de Cristo abre el tiempo de la fiesta y de la alegría. Habrá todavía días en que será arrebatado el Esposo, con violencia, a la compañía de sus hermanos (cf. Me 14,43ss), pero ahora ha hecho irrupción en la historia la novedad absoluta. Con la presencia de Jesús ha entrado en el tiempo algo irreductiblemente diferente. El vestido de la ley no puede tolerar el paño nuevo representado por Jesús. En el banquete de bodas de Dios con la humanidad, del que Cristo nos ha hecho partícipes, está ahora el vino nuevo del Espíritu, que rompe los odres viejos de los corazones endurecidos.
MEDITATIO Las dos lecturas que nos han sido propuestas constituyen una clara invitación a fijar la mirada de nuestro corazón en Jesús. Él es el sumo sacerdote que, verdaderamente, puede sentir justa compasión por nosotros, dado que pagó con «con grandes gritos y lágrimas» su solidaridad con nosotros y «aprendió a obedecer a través del sufrimiento». Por eso permanece ahora siempre vivo en presencia del Padre como memorial santo y agradable a Dios por todos nosotros. Se nos ha abierto, por fin, el camino para acceder al corazón del Padre, con la certeza de que seremos escuchados más allá de nuestro deseo. En efecto, no sólo él nos representa a todos ante Dios, sino que es también la presencia viva de Dios en medio de los hombres, es el Esposo que nos hace sentar a cada uno de nosotros en su banquete de alegría y de fiesta, donde no está permitido ayunar, porque ahora está con nosotros para siempre, hasta el final de los días. Estamos, por tanto, ante una palabra que nos afecta profundamente y constituye un verdadero «evangelio», la Buena Noticia que esperábamos. Nuestra ignorancia y nuestro error -nuestro extravío- han encontrado al final a alguien que está en condiciones de darles un nombre y cambiarlos, con la certeza de que nada de cuanto es nuestro carece de valor. Dios nos ama, Dios me ama. Él es quien recoge nuestras lágrimas en su odre -pues son preciosas para él- y cambia nuestro lamento en danza (cf. Sal 55,9; 29,12).
ORATIO Señor Jesús, tu recuerdo irrumpe en la monotonía de nuestras jornadas como un toque de fiesta. Mientras a nuestro alrededor parece imperar la mordaza de un despiadado egoísmo, tú sabes decir aún la palabra que abre los corazones a la alegría y a la esperanza. Tú eres la novedad absoluta, el vino nuevo y espumoso que rompe los odres endurecidos de nuestras presuntas certezas. Hoy quisiéramos no sentirnos bien en el vestido viejo de nuestras ideas preconcebidas. Envía de nuevo al Espíritu del Padre para que permitamos al paño nuevo y robusto de tu divina humanidad revestirnos con los vestidos de la salvación. Será el vestido festivo que nos permitirá sentarnos contigo en el banquete de bodas, saborear el vino de la alegría, comer ese pan que no tiene otra cosa sino la perpetuación de tu entrega de amor por nosotros. Haz que tengamos parte en tu mesa, conscientes del precio de los «gritos y lágrimas» que tú derramaste por nosotros. Haz que también nosotros, viviendo contigo y en el Espíritu en obediencia al Padre, llevemos a cumplimiento su designio de salvación y lleguemos a ser testigos de su amor eterno para todos los hermanos.
CONTEMPLATIO La mortificación del alma consiste en que uno no desee en su corazón los bienes de este mundo y sus satisfacciones pasajeras, ni se complazca en vagar con su pensamiento en la codicia de las cosas terrenas, sino que su espíritu anhele continuamente, con impaciencia y con una expectativa incesante, la esperanza de las realidades futuras, de la vida nueva. En verdad es ésta la mortificación de quien está muerto con Cristo, nuestra resurrección. Con todo, no es posible alcanzar esta mortificación sin la ayuda del Espíritu Santo. Oh Cristo, que en tu amor moriste por mí, hazme morir al pecado y despójame del hombre viejo, a fin de que me encuentre en todo momento en novedad de vida ante ti, como en el mundo nuevo. Tú, el Dios a quien los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener; tú, que has elegido un templo entre nosotros para morada, hazme digno de convertirme en lugar donde habite tu caridad. Los santos, atraídos por tu amor, se olvidaron de sí mismos, se volvieron locos detrás de ti y, en su ebriedad, se unieron a ti en todo momento sólo por amor, y ya nunca se volvieron atrás. Tú has embriagado, en efecto, con el estupor de tus misterios a quienes habían bebido de esta dulce fuente, para que tuvieran sed de tu caridad (Isaac de Nínive, Capitoli sulla conoscenza di Dio I, 87ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Has cambiado mi lamento en danza» (Sal 29,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La eucaristía protege al mundo y, de una manera secreta, lo ilumina. El hombre encuentra en ella su filiación perdida, alcanza su propia vida en la de Cristo, el amigo fiel que comparte con él el pan de la necesidad y el vino de la fiesta. El pan es su cuerpo, y el vino es su sangre; y en esta unidad ya nada nos separa de nada ni de nadie. ¿Qué puede ser más grande? Es la alegría de la pascua, la alegría de la transfiguración del universo. Y nosotros recibimos esta alegría en comunión con todos nuestros hermanos, vivos y muertos, en la comunión de los santos y con la ternura de la Madre. Por eso ahora ya nada puede darnos miedo. Hemos conocido el amor que Dios siente por nosotros, hemos llegado a ser «dioses». Ahora todo tiene un sentido. Tú, tú también, tienes un sentido. No morirás. Aquellos a quienes amas, aunque los creas muertos, no morirán. Todo lo que vive, todo lo que es bello, hasta la última brizna de hierba, incluso ese breve momento en que has sentido palpitar la vida en tus venas, todo estará vivo, para siempre. Hasta el dolor, hasta la muerte, tienen un sentido, se convierten en senderos de la vida. Todo está ya vivo. Porque Cristo ha resucitado. Existe aquí abajo un lugar en el que ya no hay separación, sino sólo el gran amor, la magna alegría. Ese lugar es el cáliz, en el corazón de la Iglesia. Y desde allí también en tu corazón (Patriarca Atenágoras I, cit. en Dialoghi con Atenagora, entrevista realizada por O. Clément, Turín 1972, p. 337).
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Martes 2ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 16,1-13 En aquellos días, 1 el Señor dijo a Samuel: - ¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Yo te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque me he elegido un rey entre sus hijos. 2 Samuel preguntó: - ¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me mata. El Señor le contestó: - Llevarás contigo una ternera y dirás: «He venido para ofrecer un sacrificio al Señor». 3 Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que tienes que hacer; me ungirás al que yo te diga. 4 Samuel hizo lo que le había dicho el Señor. Cuando llegó a Belén, los ancianos de la ciudad salieron preocupados a su encuentro y le dijeron: - ¿Es para bien tu venida? 5 Respondió: - Sí, he venido para ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio. Él purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrifico. 6 Al entrar ellos, vio a Eliab y se dijo: «Seguramente, éste es el ungido del Señor». 7 Pero el Señor dijo a Samuel: - No te fijes en su aspecto ni en su gran estatura, que yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón. 8 Después, Jesé llamó a Abinadab y le hizo pasar delante de Samuel, que dijo: - Tampoco es éste el elegido del Señor. 9 Jesé hizo pasar a Sama, pero Samuel dijo lo mismo: - Tampoco es éste el elegido del Señor. 10 Jesé hizo pasar a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel le dijo: - A ninguno de éstos ha elegido el Señor. 11 Entonces, Samuel preguntó a Jesé: - ¿Son éstos todos tus muchachos? Él contestó: - Falta el más pequeño, que está guardando el rebaño. Samuel le dijo: - Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que haya venido. 12 Jesé mandó a por él. Era rubio, de hermosos ojos y de buena presencia. El Señor dijo: - Levántate y úngelo, porque es éste. 13 Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu del Señor entró en David a partir de aquel día. Samuel se puso en camino y volvió a Rama.
**• Samuel, afligido por el fin miserable de Saúl, representa al hombre desalentado que añora el pasado y se deja dominar por el abatimiento. Dios le anima y emprende con él una nueva historia. El profeta, de manera semejante a Abrahán, debe partir sin saber a dónde va, mostrándose disponible a las indicaciones de la voluntad de Dios que se le manifiesten. El Señor no nos rechaza ni nos vuelve la espalda. Dios actúa con absoluta libertad, suscitando la sorpresa. Sólo Él conoce el corazón de los hombres y los valora con verdad. Y no sólo esto: también puede actuar a través de personas desaventajadas, por motivos sociales, culturales e incluso por motivos morales (como hará con san Pablo).
Evangelio: Marcos 2,23-28 Sucedió que 23 un sábado pasaba Jesús por entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas según pasaban. 24 Los fariseos le dijeron: - ¿Te das cuenta de que hacen en sábado lo que no está permitido? 25 Jesús les respondió: - ¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que lo acompañaban? 26 ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la ofrenda, que sólo a los sacerdotes les era permitido comer, y se los dio además a los que iban con él? 27 Y añadió: - El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. 28 Así que el Hijo del hombre también es señor del sábado.
**• Este breve relato pretende resaltar la autoridad definitiva de Jesús. Marcos no se muestra claro en absoluto al establecer el objeto de la transgresión de los discípulos. Quizás no hubieran debido trabajar en sábado para prepararse la comida, sino haber previsto ya esto el día anterior. De todos modos, es a Jesús, más que a los discípulos, a quien se pone en tela de juicio. Por otra parte, aparece una comparación entre él y David. Si, por motivos superiores, el antiguo rey podía pasar por encima de la Ley, mucho más puede hacerlo Jesús. Más aún, Jesús posee una autoridad tal que puede abrogar el sábado y sustituirlo por otro día de fiesta. Todo esto no está precisado con claridad, aunque se capte con claridad en los pliegues del discurso.
MEDITATIO Dios se revela como el Señor del tiempo y de la historia: es libertad absoluta, no reducible a ninguna medida humana, ni siquiera religiosa. La libertad soberana de Dios coincide con su amor, un amor que se manifiesta en la predilección por los más pequeños, en mirar más allá de las apariencias, en el reconocimiento del primado de la persona humana afirmado en la creación y nunca desmentido. Me pregunto si me muestro en mi vida realmente como hijo de este Dios, si acojo su libertad esclava del amor y la hago mía. Las decisiones de Dios me desorientan cuando infringen -o por lo menos ponen en crisis- el statu quo. Es más sencillo referirme a reglas claras y precisas que poner en el centro a la persona, a toda persona, cada una con sus exigencias, con sus características, que pueden resultarme instintivamente desagradables, que puedo considerar inadecuadas... La Palabra de Dios me invita y me provoca hoy a ser capaz de discernir la verdad de las cosas, recordándome que Dios es Señor de todo.
ORATIO Ven, Espíritu Santo. Me confío a tu soplo: enséñame a moverme en los espacios de Dios, donde los pequeños son los mayores, donde la atención al otro vale más que la Ley escrita. Ayúdame a discernir lo que cuenta, más allá de cualquier apariencia, bajo cualquier resplandor inmediato, más allá de cualquier voz seductora o convincente. Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, que no me quede prisionero de mis ideas sobre el hombre o sobre Dios, hasta el punto de que, por miedo a tener que modificarlas, pueda dejar de encontrar al hombre, de encontrar a Dios...
CONTEMPLATIO Comprendo que los más pequeños acontecimientos de nuestra vida están dirigidos por Dios. [...] Cuando nuestra buena Madre me propuso convertirme en su ayudante, lo confieso, hermano, me quedé vacilante. Considerando las virtudes de las santas carmelitas que me rodean, me parecía que la Madre habría servido mejor a sus intereses espirituales escogiendo a otra hermana en vez de a mí; sólo el pensamiento de que Jesús no se habría fijado tanto en mis obras imperfectas como en mi buena voluntad me hizo aceptar el honor de participar en sus trabajos apostólicos. No sabía entonces que había sido él mismo, nuestro Señor, que se sirve de los instrumentos más ineptos para llevar a cabo sus maravillas, quien me escogió (Teresa de Lisieux, Lettere, en Gli scritti, Roma 1970, p. 693 [edición española: Cartas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1954]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón» (1 Sm 16,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Todos los movimientos naturales están regidos por leyes análogas a las de la gravedad material. Sólo la gracia constituye una excepción. Es preciso esperar siempre que las cosas sucedan en conformidad con la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural. Gravedad. En general, lo que esperamos de los otros está determinado por los efectos de la gravedad en nosotros; lo que recibimos de ellos está determinado por los efectos de la gravedad en ellos. En algunas ocasiones (por casualidad), ambos hechos coinciden; con frecuencia, no. [...] El hombre tiene la fuente de su energía moral, así como la de su energía física (alimento, respiración) en el exterior. Por lo general, la encuentra, y eso le crea la ilusión -incluso respecto a su propio físico- de que su ser lleva en sí mismo el principio de su propia conservación. Sólo la privación hace sentir la necesidad. Y, en caso de privación, no se le puede impedir dirigirse hacia cualquier objeto comestible. Existe un solo remedio: una clorofila que le permita alimentarse de luz. No juzgar. Todas las culpas son iguales. Existe una sola culpa: no tener la capacidad de alimentarse de luz. Porque, una vez abolida esta capacidad, son posibles todas las culpas. Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envía. No existe el bien fuera de esta capacidad (S. Weil, L'ombra e la grazia, Milán 31 996, pp. 15-17 [edición española: La gravedad y la gracia, Editorial Trotta, Madrid 1994]). |
Miércoles de la 2ª semana del Tiempo ordinario o San Sebastián
Sebastián,
hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado
en Milán. Llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era
respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de
cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los
sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado
entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por
causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al
emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a
Jesucristo.
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 17,32-33.37.40-51 En aquellos días, 32 David dijo a Saúl: - Que nadie se desanime a causa de ese filisteo. Tu siervo irá a batirse con él. 33 Saúl le respondió: - Tú no puedes ir a batirte con ese filisteo, porque eres un muchacho, mientras que él es un guerrero desde su juventud. 37 Pero David le replicó: - El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las zarpas del oso, me librará de las manos de ese filisteo. Entonces Saúl le dijo: - ¡Vete, y que el Señor te ayude! 40 Tomó su cayado, escogió en el torrente cinco cantos bien lisos y los metió en su zurrón, y con la honda en la mano se dirigió hacia el filisteo. 41 El filisteo se iba acercando poco a poco a David, precedido de su escudero. 42 Al ver a David, se burló de él, porque era joven, rubio y de buena presencia. 42 El filisteo dijo a David: - ¿Es que soy un perro, para que vengas contra mí con un cayado? 43 Y maldijo a David invocando a sus dioses. 44 Después, le dijo: - Acércate, que yo daré tus carnes a las aves del cielo y a las bestias del campo. 45 David le respondió: - Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. 46 Hoy mismo te entregará el Señor en mi poder, te mataré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo como pasto a las aves del cielo y a las bestias de la tierra. Toda la tierra sabrá que Israel tiene un Dios. 47 Y toda esa multitud aprenderá que el Señor no salva con espada ni con lanza; él es el Señor de la guerra y os entregará en nuestro poder. 48 Cuando el filisteo se dispuso a avanzar contra David, éste salió corriendo a su encuentro, 49 metió la mano en el zurrón y cogió una piedra; la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra. 50 Así, con la honda y la piedra, venció David al filisteo. Lo mató de un golpe, sin empuñar la espada. 51 David fue corriendo hasta donde estaba el filisteo, le sacó la espada de la vaina, lo remató y le cortó la cabeza. Los filisteos, al ver muerto a su héroe, se dieron a la fuga.
**• El choque entre los que se desafían es interpretado como una confrontación entre el Dios vivo y los dioses impotentes, de suerte que se pueda reconocer con claridad la presencia activa de Dios e invitar a todos al reconocimiento de su esplendor. La perícopa pone de relieve tres elementos: la fe de David, que hace frente a una situación ignominiosa para el pueblo y para la fe en Dios; la impotencia del muchacho, pero también su fe en la Providencia (experimentada ya en muchas ocasiones); el contenido religioso del desafío que se basa en la confrontación entre los dioses y el único Dios verdadero. De este modo, aparece con toda nitidez que una fe auténtica puede hacer frente y solucionar las dificultades más erizadas.
Evangelio: Marcos 3,1-6 En aquel tiempo, 1 entró de nuevo Jesús en la sinagoga y había allí un hombre que tenía la mano atrofiada. 2 Le estaban espiando para ver si lo curaba en sábado y tener así un motivo para acusarle. 3 Jesús dijo entonces al hombre de la mano atrofiada: - Levántate y ponte ahí en medio. 4 Y a ellos les preguntó: - ¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o destruirla? Ellos permanecieron callados. 5 Mirándoles con indignación y apenado por la dureza de su corazón, dijo al hombre: - Extiende la mano. Él la extendió, y su mano quedó restablecida. 6 En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para planear el modo de acabar con él.
**• Se nos da a conocer en este texto la quinta y última controversia de Jesús con sus adversarios. El clima ha degenerado: el Maestro parece indignado y amargado; sus interlocutores se muestran obstinados y rencorosos, hasta proyectar la eliminación física de su adversario. Por una parte, Jesús lleva a cabo con una fidelidad extrema su ministerio profético, haciendo frente de manera valiente a la situación (vuelve a entrar en la sinagoga, pone al enfermo en el centro de la sala, continúa proponiendo una institución sabática que esté al servicio del hombre); por otra, se rechaza toda incitación a reconsiderar su figura y a plantear la posibilidad de la autenticidad de su mensaje. El drama vivido en esta ocasión se repetirá más veces hasta el final. Hacer bien al hombre le cuesta a Dios la eliminación de su propio Hijo.
MEDITATIO La Palabra de Dios nos habla hoy de victoria: la victoria de David sobre el filisteo; la de Jesús sobre la parálisis del hombre y sobre la interpretación opresiva de la Ley por parte de los fariseos. La victoria es el desenlace positivo de una lucha: en los episodios que nos ha presentado la Escritura podemos leer nuestras experiencias personales de lucha. Es posible que en alguna ocasión nos hayamos encontrado en situaciones que hemos sentido como superiores a nosotros; tal vez, hemos sentido que nos encontrábamos en dificultades que se presentaban como superiores a nuestras fuerzas, frente a las que considerábamos inadecuados los medios que estaban a nuestra disposición. O bien nos hemos sentido en alguna ocasión bloqueados, incapaces de actuar, condenados a la impotencia, reducidos a objetos de la fría conmiseración de los otros. La Palabra del Señor nos alcanza, precisamente, en situaciones de este tipo y nos invita a atrevernos a lo que a nosotros nos parece imposible: a atrevernos en el nombre del Señor, esto es, contando con su fuerza, con la capacidad que él nos comunica con su Espíritu. Es preciso que nos expongamos tal como somos, con nuestros escasos medios, con nuestros límites, con nuestras parálisis; es preciso que entremos en juego sin esperar ser idóneos para hacerlo. Y pase lo que pase. Y contra toda previsión razonable, la lucha se convierte en victoria, una victoria que, para nosotros –y tal vez también para los que tenemos cerca-, tiene la forma de la liberación de las presuntas o reales esclavitudes interiores.
ORATIO Te alabo, Señor, porque me invitas continuamente a crecer, a dar un paso adelante y, a continuación, otro más. No hay impedimentos de talla: tú me has creado para que fuera una persona viva, y nada puede ser obstáculo para tu proyecto. Te alabo porque me liberas de todo miedo que me bloquee, de todo sentido de inferioridad que me paralice: cuando acojo tu Palabra dispuesto a darle cuerpo en mi vida, sin reservas, me doy cuenta de que sales victorioso en mí. Te alabo porque también en mí y a través de mí continúas obrando tus maravillas de amor, de bien, de vida, y llevas la liberación a otros hermanos.
CONTEMPLATIO Te muestro un camino espiritual que no necesita fatiga o lucha del cuerpo, aunque exige fatiga del alma, atención del intelecto y pensamiento vigilante, y se sirve del auxilio del temor y del amor de Dios. Con este método podrás poner en fuga fácilmente a toda la falange de los enemigos, como el bienaventurado David –uno solo- mató al gigante de los filisteos mediante la fe y la confianza en Dios. [...] Si quieres conseguir la victoria y poner en fuga fácilmente a la falange de los filisteos espirituales, entra en ti mismo mediante la oración y la sinergia de Dios, sumérgete en las profundidades del corazón, localiza a estos tres poderosos gigantes del diablo, a saber: el olvido, el descuido y la ignorancia, apoyo de los filisteos espirituales. (Marcos el Asceta, Lettera al Monaco Nicola, en La Filocalia, Turín 1982,1, pp. 225ss [edición española: La filocalia de la oración de Jesús, Sígueme, Salamanca, '1998]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo voy contra ti en nombre del Señor» (1 Sm 17,45).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL En mi clase -cuenta en una carta [su autora es Rose, una muchacha ugandesa de diecinueve años, estudiante de una escuela media superior]- se sentaban conmigo en el mismo banco cinco muchachas bagando [la tribu más importante del sur del país, situada en la región de Kampala]. Un día decidieron echarme. Llamaron a sus amigas bagando y ocuparon mi sitio. Cuando llegué, empezaron a insultarme diciendo que era buciga y que toaos los buciga, los batolo y los balongo [todas ellas tribus del norte] debían volverse a su tierra. Entonces intervino una muchacha del norte: «Si es así, ¿cómo es posible que estemos en el poder? ¿No veis que no habéis conseguido ni siquiera gobernar vuestro propio territorio? Salvo prueba en contrario, el presidente no es bagando» [Obote, que gobernaba por entonces en Uganda, pertenecía, en efecto, a la tribu de los lango, tribu del norte]. Inmediatamente después -prosigue el relato de Rose-, se produjo una agitación en la clase. La muchacha del norte estaba decidida a llegar a las manos y me invitó a que la acompañara. «¡Vamos a pegarles!», me dijo. Yo la retuve. «No, no debemos comportarnos como ellas. "Perdónales, poraue no saben lo aue hacen". ¿Acaso somos diferentes nosotras de ellas? ¿Es posible que alguna tenga tres ojos y las otras dos? ¿Acaso no somos hijas del mismo Creador?». La invité a que rezara conmigo, a fin de que el Señor cambiara sus corazones. Pasado este episodio, busqué otro sitio, pero después me pregunté: «¿Por qué no escapó Jesucristo cuando fue insultado por la gente, sino que se quedó con ellos? Yo, sin embargo, estoy huyendo de estas muchachas porque me insultan. ¿Cómo podrán darse cuenta de que las quiero bien?». Regresé y volví a sentarme detrás de ellas. Dirigí una plegaria en silencio a María y también las muchachas permanecieron tranquilas. Durante el recreo, intenté saludar y hablar con una de ellas. Cuando llegué a casa, le pedí a la Virgen María que cambiara el corazón de mis condiscípulos. Al volver a la escuela, una de ellas, llamada Angela, se levantó y me preguntó: «¿Cómo estás, Rose?». Respondí a su saludo de manera cordial. Las otras estudiantes se quedaron estupefactas al ver que Angela me saludaba, y me dijeron: «Es posible que esa muchacha quiera darte veneno. No vayas con ella». Yo recé con el corazón y empecé a conversar y a jugar con ellas. Una muchacha se les acercó y dijo: «¿Por qué jugáis con ella? ¿No sabéis que es una guerrillera?». Yo le respondí que todos éramos criaturas de Dios. Toda la clase se quedó sorprendida al verme jugar con ellas y vernos amigas. Si alguna trae dulces o avellanas, las comparte con las otras, y yo hago lo mismo. Cuando otras estudiantes preguntan el porqué, mis amigas responden: «Lo pasado, pasado. Rose nos ha dicho que todos somos criaturas de Dios, y es verdad» (E. Castelli, La difficile speranza, Milán 1986, pp. 49ss [edición española: Uganda: la difícil esperanza, Encuentro, Madrid 1987]). |
Viernes 2ª semana del Tiempo ordinario o San Vicente, diácono y mártir (+304) San Vicente era un diácono español, y su martirio se hizo tan famoso que San Agustín le dedicó cuatro sermones. Era diácono o ayudante del Obispo de Zaragoza, España, San Valerio. Como el Obispo tenía dificultades para hablar bien, encargaba a Vicente la predicación de la doctrina cristiana. El Emperador Diocleciano decretó la persecución contra los cristianos y el gobernador Daciano hizo poner presos al Obispo Valerio y a su secretario Vicente. Les ofrecieron muchos regalos y premios si dejaban la religión de Cristo. Vicente dijo: "Estamos dispuestos a padecer todos los sufrimientos posibles, con tal de permanecer fieles a la religión de Nuestro Señor Jesucristo". Entonces Daciano desterró al Obispo y se dedicó a hacer sufrir a Vicente las más espantosas torturas. El primer martirio fue un tormento llamado: "el potro", que consistía en amarrarle cables a los pies y a las manos y tirar en cuatro direcciones distintas al mismo tiempo. Vicente, fiel a su nombre que significa "valeroso", aguantó este terrible suplicio rezando y sin dejar de proclamar su amor a Jesucristo. El segundo tormento fue apalearlo. El cuerpo de Vicente quedó masacrado y envuelto en sangre. Pero siguió declarando que no admitía más dioses que el Dios verdadero, ni más religión sino la de Cristo. Y vino el tercer tormento: la parrilla al rojo vivo. Lo extendieron sobre una parrilla calientísima erizada de picos al rojo vivo. Los verdugos echaban sal a sus heridas. Vicente no hacía sino alabar y bendecir a Dios. San Agustín dice: "El que sufría era Vicente, pero el que le daba tan grande valor era Dios". Dios cuando manda una pena, concede también el valor para sobrellevarla. El tirano mandó que lo llevaran a un oscuro calabozo cuyo piso estaba lleno de vidrios cortantes y que lo dejaran amarrado y de pie hasta el día siguiente para seguirlo atormentando. El poeta Prudencio dice: "El calabozo era un lugar más negro que las mismas tinieblas; era una noche eterna donde nunca penetraba la luz". Pero a medianoche el calabozo se llenó de luz. A Vicente se le soltaron las cadenas. El piso se cubrió de flores. Se oyeron músicas celestiales. Y una voz le dijo: "Ven valeroso mártir a unirte en el Cielo con el grupo de los que aman a Nuestro Señor". Al oír este hermoso mensaje, San Vicente murió de emoción. El carcelero se convirtió al Cristianismo, y el perseguidor lloró de rabia al día siguiente, al sentirse vencido por este valeroso diácono. LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 24,3-21 En aquellos días, 3 Saúl tomó consigo tres mil hombres escogidos en todo Israel y marchó en busca de David y de su gente hasta las Rocas de las Gamuzas. 4 Cuando llegó a los rediles de las ovejas que hay junto al camino, Saúl entró para hacer sus necesidades en una cueva que hay allí. David y sus hombres estaban en el fondo de la cueva. 5 Los hombres de David le dijeron: - Mira, éste es el día al que se refería el Señor cuando te dijo: «Yo entrego a tu enemigo en tu poder; trátale como te parezca». David se levantó y cortó sigilosamente la orla del manto de Saúl. 6 Después empezó a latirle fuertemente el corazón por haber cortado la orla del manto de Saúl. 7 Y dijo a sus hombres: - Dios me libre de hacerle daño alguno, porque él es el ungido del Señor. 8 Con estas palabras, David reprimió a sus hombres y no les permitió lanzarse sobre Saúl. Saúl salió de la cueva y prosiguió su camino. 9 Después se levantó David, salió de la cueva y se puso a gritar detrás de él: - ¡Mi señor! ¡Majestad! Saúl miró hacia atrás y David cayó rostro en tierra y se postró. 10 Después dijo a Saúl: - ¿Por qué haces caso a la gente que dice que David busca tu ruina? 11 Hoy mismo puedes ver con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos en la cueva. Me incitaron a matarte, pero yo te he respetado, pues me dije: «No haré daño alguno a mi señor, porque él es el ungido del Señor». 12 Mira, padre mío, mira la orla de tu manto en mi mano. Puesto que he cortado la orla de tu manto y no te he matado, reconoce y comprueba que no hay en mí maldad ni rebeldía y que no he pecado contra ti. Tú, en cambio, intentas a toda costa quitarme la vida. 13 Que el Señor sea nuestro juez y que Él me vengue de ti, pero yo no te tocaré. 14 Como dice el viejo proverbio: «De los malos, la malicia». Pero yo no te tocaré. 15 ¿Contra quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigues? ¡A un perro muerto, a una pulga! 16 Que el Señor juzgue y pronuncie sentencia entre nosotros dos. Él examinará, defenderá mi causa y me librará de tu poder. 17 Cuando David terminó de decir estas palabras a Saúl, éste dijo: - ¿Es ésa tu voz, David, hijo mío? Saúl se puso a llorar 18 y dijo a David: - Tú eres inocente y yo no, porque tú me has hecho el bien y yo te hecho el mal. 19 Hoy has demostrado que te portas bien conmigo, pues el Señor me puso en tus manos y no me mataste. 20 Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja continuar tranquilo su camino? Que el Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo. 21 Ahora reconozco que tú serás rey y que la realeza de Israel será estable en tus manos.
**• El acto de benevolencia ejercido por David respecto a su adversario, más que un gesto de perdón, es un acto de fe en la acción providencial de Dios, justo juez, que intervendrá para defender, a su tiempo y a su modo, a su «pobre» que es ahora perseguido. La comparación entre ambos pone de relieve, con una enorme claridad, la diversa calidad de los personajes y hace aún más evidente el motivo del repudio de uno y de la elección de otro. David, como guerrero y político, ha sentido la tentación de eliminar a su adversario, que ha caído a merced de sus manos, pero se retiene, sabiendo que su vida está guiada por el Señor; no es él quien debe garantizarse su propio futuro a toda costa, incluso cediendo al mal, sino esperarlo pacientemente de Dios. Saúl, por el contrario, quiere tomar las riendas él mismo, hasta el punto de pretender forzar los acontecimientos y planear incluso un crimen, en caso de que le parezca conveniente. Ahora Saúl, observando la diferente calidad de la perspectiva de vida elegida por David con respecto a la suya, puede intuir que es precisamente David alguien con el que Dios puede contar y que la gracia presente en la vida del muchacho héroe le hace capaz de realizar una mejor «justicia» también en las relaciones solidarias entre los hombres.
Evangelio: Marcos 3,13-19 En aquel tiempo, Jesús 13 subió al monte, llamó a los que quiso y se acercaron a él. 14 Designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar 15 con poder de expulsar a los demonios. 16 Designó a estos doce: a Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro; 17 a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; 18 a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo 19 y Judas Iscariote, el que lo entregó.
*+• Jesús se constituye una nueva familia (como se sugerirá en 3,35), es decir, según su mensaje, intenta formar un grupo de personas que estén dispuestas a acogerlo, aunque también deba realizar en ellos el milagro de la conversión. Sin embargo, aun cuando al hablar de familia se quiere acentuar la relación personal y afectiva que deberá reinar entre Jesús y sus discípulos, uno a uno, el grupo recibe también de inmediato un valor estructural más amplio: son el nuevo Israel, los que constituirán los fundamentos de la futura Iglesia. El evangelista carga de solemnidad el hecho. Tiene lugar sobre el monte, esto es, sobre el lugar típico de la proximidad con Dios. Todo depende de la gracia, y nada de la buena voluntad de los discípulos: Cristo los llama, los elige con una soberanía absoluta, y también es él quien los «constituye» en comunidad. El grupo es convocado para que sus componentes se dirijan a él (v. 13) y, antes que nada, para estar con él (v. 14). El nuevo pueblo se constituye en torno a la persona del Señor, que se sitúa, de manera escandalosa para un judío, como referencia absoluta, asumiendo la función que debería corresponder a la Ley. Sus discípulos reciben su mismo poder de expulsar los demonios, señal de que podrán ser realmente los ejecutores plenipotenciarios en el ejercicio de la fuerza del Evangelio. Aparece, por tanto, el motivo de la misión como prioridad concomitante a la relación personal.
MEDITATIO No sorprenden ya las faltas de fidelidad, por lo frecuentes que son: se falta a una promesa hecha, se traiciona la confianza y la amistad, y todo ello con desenvoltura, como si formara parte de la naturaleza misma de las cosas. La sospecha casi parece obligada en las relaciones humanas, hasta el punto de qué son noticia los gestos de lealtad, que sorprenden las relaciones que se mantienen a lo largo del tiempo y que despierta admiración quien, aun a costa de sacrificios, no falta a la palabra dada. Si he sido creado a semejanza del Dios fiel a sus promesas, ¿puedo acaso ser diferente de él? Hoy se me pone a David como ejemplo a quien mirar. Los apóstoles, llamados a vivir con Jesús y a compartir su misión, aprendieron que la lealtad y la fidelidad implican la entrega de sí. No son éstas prerrogativas exclusivas del cristiano; son cualidades humanas que hacen al hombre persona libre, no esclavo de los instintos caprichosos, de las emociones pasajeras y fluctuantes. La fe me ayuda en mi formación para la fidelidad precisamente porque me hace conocer al Dios fiel, me hace echar raíces profundas en la roca de los valores que no pasan. Y, de este modo, puedo hacer promesas que duren para siempre. Y así, como los apóstoles, en virtud de la fidelidad de Jesús, puedo comprometerme a permanecer con él para siempre. ¡Palabras duras en este tiempo de la cultura del instante y de lo provisional! El Señor me invita boy a redescubrir la belleza de quien compromete toda su vida por valores que ha reconocido como esenciales. ¿No haré yo lo mismo?
ORATIO Señor, yo soy de los que están contigo desde hace tiempo, pero me doy cuenta de que mi corazón no late aún en sintonía con el tuyo. Tal vez, repito a veces tus palabras, pero con frecuencia no las pongo en práctica. Hoy quiero reconocer ante ti la lentitud -quizás también la pereza- con la que procedo para vencer al mal con el bien. Los pensamientos y los deseos de venganza me ocupan, tal vez, de una manera sutil y les doy seguimiento «golpeando» con palabras duras y gestos bruscos a aquellos por quienes me siento herido. Si no pongo en marcha la venganza es porque, a veces, no se me presenta la ocasión propicia... Quiero tomar conciencia, Señor, de los proyectos de revancha que formulo de manera silenciosa y convertirlos en magnanimidad. Sé muy bien, Señor, que no los llevaré a buen puerto gracias a mi destreza, sino a tu fuerza, al poder del amor que tú me comunicas y que vence al mal de cualquier modo que se manifieste.
CONTEMPLATIO La opción que hice de sufrir sólo por amor debes hacerla tú también si quieres ser semejante a mí. Así le complace a mi Padre. Fíjate, cuando en Getsemaní salí de la oración tan inflamado de amor, yo mismo fui al encuentro de mis enemigos. Así has de hacer tú también: sal a su encuentro, no temas. Yo fui entregado con un beso de mi amado discípulo. Así tú también debes alegrarte si eres engañada y añigida por quien te quiere bien. [...] Reconoce que tienes que estar mucho más agradecida a los te hacen el mal que a los que te hacen el bien. Aquéllos purifican tu alma, la hacen bella, graciosa, agradable en mi presencia (Camilla Battista da Varano, / ricordi di Gesú, Milán 1985, pp. 59ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, haz que seamos capaces de hacer el bien a quien nos hace el mal» (cf. 1 Sm 24,18).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Excelencia: Al enviarle el Impegno con Cristo no me esperaba ni un consentimiento ni un cumplido. [...] No pretendo imponer a otros mis puntos de vista personales; es más, gozo con las divergencias de opiniones que encaminan a la discusión y la provocan, si fuera necesario, exponiendo y defendiendo mis ideas con ese calor que sabe a «categórico», dada la poca costumbre, arraigada también entre nosotros, del hablar un tanto franco. Por otra parte, los motivos del libro no son intocables, especialmente ahora que todo es sometido a revisión con tal desconfianza en nuestras consideraciones y con tal radicalismo que nos debería preocupar más seriamente. [...] Su Excelencia sabe bien que no soy ni un desilusionado ni un defraudado y aue mi carrera termina con la misa. ¿Acaso le he pedido algo a lo largo de treinta años? ¿Acaso me he quejado de las tareas que me ha confiado? ¿No sería más lógico pensar que si alguien habla de tal modo que pierde la benevolencia de los de fuera y de los de dentro o es un loco o está obligado a decir, con una voz más fuerte que la que marcan las conveniencias, lo que muchos piensan y no se atreven a decir? [...] No me parece dar mala fama ni a mi diócesis ni a mi obispo; sin embargo, y no una sola vez, he oído decir de mí que «ni siquiera su obispo está contento de usted». Ahora bien, mi obispo no habrá oído que don Mazzolari haya dicho una palabra que no sea afectuosa y de admiración respecto a los suyos y a la diócesis. No tengo tiempo para las murmuraciones y las habladurías. Discuto las opiniones, no a las personas, y a rostro descubierto, en voz alta y con tal pasión que puede parecer «una pretensión de infalibilidad». [...] La pena que me produce no contar con su confianza es grande, pero no por eso disminuye mi veneración, y pidiéndole perdón de rodillas por mi audacia, le beso el anillo con el mismo afecto filial. Su sacerdote Primo Mazzolari (P. Mazzolari, Obedientísimo ¡n Cristo... Lettere al Vescovo 7077-1959, Cinisello B. 21996, pp. 153ss y 157). |
Domingo 3º del tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10 2 El día primero del séptimo mes, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley y, ante la asamblea compuesta por hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón, 3 lo estuvo leyendo en la plaza de la Puerta de las Aguas desde la mañana hasta el mediodía. Todo el pueblo, hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón, escuchaban con atención la lectura del libro de la ley. 4 Esdras, el escriba, estaba de pie sobre un estrado de madera levantado al efecto. 5 Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo, pues estaba más alto que todos, y, al abrirlo, todo el pueblo se puso en pie. 6 Esdras bendijo al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: -Amén, amén. Después se postraron y, rostro en tierra, adoraron al Señor. 8 Leían el libro de la ley de Dios clara y distintamente, explicando el sentido, para que pudieran entender lo que se leía. 9 El gobernador Nehemías, el sacerdote escriba Esdras y los levitas que instruían al pueblo dijeron a todos: -Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios: no estéis tristes ni lloréis. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley. 10 Nehemías añadió: -Id a casa y comed manjares apetitosos, bebed licores dulces y mandad su porción a los que no han preparado nada, pues este día ha sido consagrado a nuestro Señor. ¡No os aflijáis, pues el Señor se alegra al veros fuertes!
*• Corre el año 444 a. de C. y en Jerusalén, por vez primera después del exilio, se ha reunido el pueblo en asamblea festiva para celebrar la liturgia de la Palabra, a la que sigue una comida en común. En el texto, que habla de la promulgación de la ley realizada por el sacerdote y escriba Esdras, tenemos la estructura tradicional de la asamblea litúrgica. La alianza se celebra con alegría, pero con la mirada dirigida hacia el futuro: el pueblo eleva su alabanza a Dios (v. 6); a continuación, el escriba, desde arriba del estrado de madera, abre el libro de la ley, y algunos lectores elegidos proclaman fragmentos del Deuteronomio frente a toda la asamblea, en escucha silenciosa. Sigue la explicación del texto con unas palabras de actualización sobre la observancia religiosa del pacto (w. 4ss). El pueblo - a la escucha de la Palabra de Dios, una palabra que compromete- entra en un proceso de conversión, llora su propio pecado y la traición infligida a la alianza (v. 9). Esdras interviene entonces y, reconociendo el sincero arrepentimiento del pueblo, invita a todos a la alegría, a la fiesta y al banquete en honor del Señor: «Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios» (v. 10). Hay que desterrar todo duelo o lamento entre el pueblo, porque Dios ha condonado todas las deudas y se ha mostrado misericordioso con su pueblo.
Segunda lectura: 1 Corintios 12,12-3la Hermanos: 12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. 13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también del mismo Espíritu. 14 Por su parte, el cuerpo no está compuesto de un solo miembro, sino de muchos. 15 Si el pie dijera: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», ¿dejaría por esto de pertenecer al cuerpo? 16 Y si el oído dijera: «Como no soy ojo, no soy del cuerpo», ¿dejaría por esto de pertenecer al cuerpo? 17 Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podría oír? Y si todo fuera oído, ¿cómo podría oler? 18 Con razón Dios ha dispuesto cada uno de los miembros en el cuerpo como le pareció conveniente. 19 Pues si todo se redujese a un miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? 20 Por eso, aunque hay muchos miembros, el cuerpo es uno. 21 Y el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito», ni la cabeza puede decir a los pies: «No os necesito». 22 Al contrario, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles son los más necesarios, 23 y a los que consideramos menos nobles los rodeamos de especial cuidado. Asimismo, tratamos con mayor decoro a los que consideramos más indecorosos, 24 mientras que los que son presentables no lo necesitan. Dios mismo distribuyó el cuerpo dando mayor honor a lo que era menos noble, 25 para que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos de los otros. 26 ¿Que un miembro sufre? Todos los miembros sufren con él. ¿Que un miembro es agasajado? Todos los miembros comparten su alegría. 27 Ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es un miembro. 28 Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los que hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje misterioso. 29 ¿Son todos apóstoles? ¿Hablan todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer milagros 30 o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o pueden todos interpretar ese lenguaje? 31 En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos.
*» Este texto de Pablo presenta a la comunidad cristiana como el «cuerpo» de Cristo. Su densidad eclesiológica es sorprendente. Veamos algunos de sus rasgos característicos. El cuerpo es «uno», pero hay en él una rica pluralidad y diversidad de miembros. El fundamento del cuerpo se encuentra únicamente en Cristo: «Así también Cristo» (v. 12). De este modo, el apóstol nos conduce de golpe a la raíz: la comunidad no es simplemente como un cuerpo; es el cuerpo de Cristo. Antes de desarrollar la comparación, Pablo indica también la razón que nos convierte en cuerpo de Cristo: el bautismo y el don del I espíritu (v. 13). Por consiguiente, en primer lugar está la comunión con el Señor: ésta es la raíz que da razón tanto de la diversidad como de la variedad. En tercer lugar, Pablo nos dice que las diferencias sociológicas (ser esclavo o libre) e incluso las religiosas (ser judío o pagano) pierden importancia y quedan abolidas. A continuación, afirma que surgen otras diferencias sobre distintas bases: las nuevas diferencias presentes en la comunidad son funciones y servicios, no dignidades y división. De esta suerte, la originalidad de cada uno de los creyentes no actúa en ventaja propia, sino de toda la comunidad. Las diferencias son necesarias. El cuerpo ya no sería tal si no fuera resultado de miembros diferentes. Así ocurre también con la comunidad: cada uno ejerce en la Iglesia una función insustituible, como cada célula en el organismo humano. En consecuencia, la verdadera amenaza contra la unidad de la Iglesia no procede de la variedad de los dones del Espíritu, sino que, en caso de que la hubiera, provendría del intento de erigirse por encima de los otros por parte de alguno de los dones, o de la negativa a servir, o de la pretensión de prescindir de los demás: «Y el ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza puede decir a los pies: "No os necesito"» (v. 21).
Evangelio: Lucas 1,1-4; 4,14-21 1.1 Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros, 2 según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra, 3 me ha parecido también a mí, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde el principio, escribirte una exposición ordenada, ilustre Teófilo, 4 para que llegues a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido. 14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca. 15 Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él. 16 Llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. 17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos "ya proclamar un año de gracia del Señor. 20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él. 21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.
*»• Tras haber expuesto el objetivo de su evangelio, Lucas, como escritor serio y digno de fe, cuenta el episodio de Nazaret. El evangelista sitúa el discurso en la sinagoga al comienzo de la actividad pública de Jesús y lo convierte en el discurso inaugural y programático del Mesías. Cristo lee el pasaje de Is 61,lss, pero modifica su significado. Hace una lectura actualizadora del texto profético, una lectura que acentúa la obra de liberación y la universalidad de la salvación: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21). Jesús, sin realizar aplicaciones morales, atrae la atención sobre el acontecimiento que se está desarrollando: su venida da cumplimiento a la expectativa del profeta. De este modo se proclama Mesías, se identifica con su expectativa, que se cumple «hoy» en su persona. El «hoy» es, precisamente, la novedad de Jesús. Con él han empezado los últimos tiempos, que se prolongan en el tiempo de la Iglesia y en nuestro tiempo. Por otra parte, la misión que Jesús ha inaugurado está dirigida de un modo particular a los pobres y a los últimos. Como dice Isaías, Jesús dirige la «alegre noticia» a los pecadores, a los oprimidos y a los marginados de toda condición, porque Dios ama a cada hombre, sin diferencias. Para Cristo, cada hombre vale y es precioso a sus ojos. Frente a Dios no hay marginados; más aún, para él, los últimos serán los primeros que poseerán el Reino y la vida verdadera. Sólo la «noticia» de Jesús es capaz de sacudir e infundir dignidad y esperanza a todo hombre marginado.
MEDITATIO El evangelio de hoy nos pone ante los ojos una puesta en práctica del modelo de celebración litúrgica trazado por la primera lectura. En ella es el mismo Jesús el protagonista principal. Es él quien da su sentido acabado a las palabras proféticas que le entregan como texto para proclamar. Lucas pone así de relieve una de las dimensiones más características de la actividad de Jesús en el cumplimiento de su misión mesiánica: la opción en favor de los más menesterosos. Basta con echar una mirada, incluso superficial, a los evangelios para darse cuenta de que esta opción preside enteramente su acción. Allí donde Jesús encuentra a un pobre, a un excluido, a un marginado, a un oprimido -tanto por las enfermedades o los malos espíritus como por los otros hombres-, toma posición a favor de él. Así lo hizo con los pecadores, los enfermos, las mujeres, los extranjeros, los niños... Y se explica fácilmente que obrara así, si tenemos presente que su corazón, como el de su Padre del cielo, está lleno de pasión por la vida de todos y, antes que nada, por los que viven peor. Como el Padre y con él, también Jesús se enternece ante aquellos que han sido dejados «medio muertos» por los caminos de la vida, como le ocurrió al hombre de la parábola del «buen samaritano» (cf. Le 10,30-35), o ante el hijo que, tras haberse alejado con insolencia de su casa, vuelve a ella cansado y extenuado (Lc 15,11-24). Y de la conmoción pasa a la acción de una tierna y solícita acogida. Este modo de comportarse por parte de Jesús nos interpela seriamente. Nos invita a revisar el modo como nosotros mismos nos comportamos en cuanto personas y en cuanto comunidades que declaran ser sus seguidores. Desde hace algunos años, una ola de pauperismo evangélico está sacudiendo a la Iglesia. Se ha desarrollado en muchos -individuos y grupos, comunidades pequeñas o Iglesias continentales enteras- la conciencia de la llamada al servicio de los más pobres, de los últimos. Estamos llamados a nivel universal, como Iglesia, a hacer nuestra la opción de Jesús por los más menesterosos (cf. Sollicitudo rei socialis). ¿Se ha vuelto esto una realidad en nuestra vida personal y comunitaria? ¿Desemboca todo esto, verdaderamente, en un compromiso serio y concreto, como el de Jesús? Sus palabras deben sacudirnos siempre: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).
ORATIO Tu ejemplo, Señor, nos impresiona. Al leer los evangelios te vemos realizar, con coherencia y firmeza, las palabras que resumen tu misión, preanunciada desde hacía siglos en la profecía mesiánica de Isaías: te acercas sobre todo a los más pobres y pequeños, a los que encuentras más menesterosos, porque son los más débiles y los más indefensos, porque son despreciados, marginados o excluidos por los otros. Tu amor se muestra universal precisamente porque, como tu Padre, te ocupas preferentemente de ellos. Y te ocupas de ellos no sólo de palabra, sino con hechos concretos y con el ejemplo de tu misma vida. Danos también a nosotros tu Espíritu, el Espíritu con el que el Padre te ungió y el que te impulsa a llevar adelante tu misión en este mundo. Si él nos impulsa también a nosotros, haremos las obras que tú has hecho e incluso otras más grandes aún (cf. Jn 14,12), al servicio de los pobres y de los pequeños de la humanidad.
CONTEMPLATIO En verdad, hermanos míos, cuando la turbación interior o las angustias nos abatan, encontraremos en las Sagradas Escrituras el consuelo que necesitamos. «Y sabemos que cuanto fue escrito en el pasado lo fue para enseñanza nuestra, a fin de que, a través de la perseverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, tengamos esperanza» (Rom 15,4). Os lo aseguro: no nos puede sobrevenir ninguna contrariedad, ninguna tristeza, ninguna amargura que, desde el mismo momento en que se abre el texto sagrado, no desaparezca enseguida o no se vuelva soportable. Se trata del campo al que se acerca Isaac al ponerse el sol para meditar; y Rebeca, que ha venido a su encuentro, calma con su dulzura el dolor que había hecho presa en él (Gn 24,64). ¡Cuántas veces, oh Jesús, declina el día y llega la noche! ¡Cuántas veces todo me resulta amargo y todo lo que veo se me convierte en un peso! Si alguien me habla, le escucho con pena. Mi corazón se ha endurecido como una piedra. ¿Qué hacer en momentos semejantes? Salgo para meditar en el campo, abro el libro sagrado, leo e imprimo en esta cera mis pensamientos. Y he aquí que Rebeca –es decir, tu gracia, Señor- viene de inmediato hacia mí y con su luz disipa mis tinieblas, expulsa el dolor, rompe mi dureza. ¡Cuan dignos de compasión son aquellos que, afligidos por la tristeza, no entran en este campo donde se encuentra la alegría! (Elredo de Rievaulx, Omelie su Isaia, 26).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos. A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. Él era el ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes. Los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías. Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos. Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas a resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes allanar su llegada (E. de Luca, Ora prima, Magnano 1997, pp. 75-77, passim).
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Viernes 3ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 11,1-4a.5-10a.l3-17 1 Al año siguiente, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab, a sus oficiales y a todo Israel, los cuales asolaron el país de los amonitas y sitiaron Raba. David se quedó en Jerusalén. 2 Una tarde, paseando después de la siesta por la terraza del palacio, vio a una mujer bañándose. Era muy bella. 3 David mandó que se informasen acerca de ella, y le dijeron: - Es Betsabé, hija de Alian, mujer de Urías, el hitita. 4 Entonces David envió unos a que se la trajeran. 5 La mujer concibió y mandó decir a David: - Estoy embarazada. 6 Entonces David envió este mensaje a Joab: - Mándame a Urías, el hitita. Joab se lo envió. 7 Cuando llegó Urías, David, le pidió noticias sobre Joab, el ejército y la marcha de la guerra. 8 Después le dijo: - Baja a tu casa y lávate los pies. Cuando Urías salió de palacio, se le mandó detrás un obsequio de la mesa real para él. 9 Pero Urías durmió a la puerta del palacio con los guardias de su señor y no bajó a su casa. 10 Comunicaron a David que Urías no había bajado a su casa. 11 Al día siguiente, David le invitó a comer y beber con él y Urías se emborrachó. Al anochecer salió para acostarse junto a los guardias de su señor, pero no bajó a su casa. 14 A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio del propio Urías. 15 Decía en ella: «Poned a Urías en primera línea, en el punto más duro de la batalla, y dejadlo solo para que lo hieran y muera». 16 Joab, que estaba sitiando la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. 17 Los habitantes de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab; cayeron muchos oficiales del ejército de David, y murió también Urías, el hitita.
**• El fragmento narra el famoso episodio del pecado de David: la primera parte relata el adulterio (w. 2-5); la segunda (w. 6ss), el homicidio. La introducción (v. 1), que nos muestra el contexto de la guerra contra los amonitas, subraya que, mientras el ejército pone sitio a la ciudad enemiga, David se queda ocioso en Jerusalén: ¿es posible que se encuentre en esta dejadez la raíz del pecado? En la segunda parte, el pecado se va apoderando cada vez más del corazón del rey y lo arrastra con un ritmo creciente de perfidia. David intenta primero engañar a Urías y ocultar el adulterio (v. 8), pero no tiene éxito en su intento. En efecto, Urías, cumpliendo las leyes de pureza que impedían las relaciones conyugales en el curso de las acciones de guerra, no va a casa de su mujer (w. 9.13). Ahora no le queda al rey más que el delito: tras ser enviado a primera línea, Urías pierde la vida a mano de los enemigos (w. 15-17). El relato, en su sencillez, es preciso y no muestra ninguna reticencia a la hora de acusar al rey; el libro de las Crónicas, que se muestra más obsequioso con David, calla el episodio.
Evangelio: Marcos 4,26-34 En aquel tiempo, 26 decía Jesús a la gente: - Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en la tierra. 27 Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo. 28 La tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. 29 Y cuando el fruto está a punto,en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega. 30 Proseguía diciendo: - ¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? 31 Sucede con él lo que con un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas. 32 Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra. 33 Con muchas parábolas como éstas, Jesús les anunciaba el mensaje, acomodándose a su capacidad de entender. 34 No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado.
**• El pasaje incluye dos comparaciones destinadas a ilustrar la idea del Reino. La primera (w. 26-29), que recuerda la parábola del sembrador, compara el Reino con el campesino que, tras la siembra, espera inactivo el crecimiento de la semilla hasta el momento de la siega. Dos son al menos los niveles de lectura de esta breve parábola. La siembra puede representar la predicación del Evangelio, una predicación confiada a los discípulos: Jesús les invita a que tengan paciencia, porque la semilla de la Palabra actúa por su propia virtud y da fruto según modos y tiempos que el hombre no puede conocer ni acelerar a su gusto. La semilla se desarrolla sin que el campesino sepa cómo, y la tierra produce por sí misma el grano: sólo «cuando el fruto está a punto» (v. 29), esto es, cuando el Reino se haya manifestado en su gloria, será necesario volver a ponerse a la obra. Ahora bien, podemos ver también en el sembrador la acción de Dios: ha enviado al mundo su Palabra, ahora espera que dé fruto (cf. Is 55,10ss), y, en el tiempo de la siega, metáfora del juicio final, empuñará la hoz. La segunda comparación (w. 30-32) representa el Reino como el grano de mostaza del que nace un gran árbol. También aquí se trata de un mensaje de confianza, un mensaje importante para la comunidad primitiva, que hubiera podido caer en el desánimo. No importa que sus miembros sean pocos y pequeños; es más, la Palabra de Dios dará frutos inconmensurables, aunque no por nuestros méritos, sino por la gracia. La conclusión (w. 33ss) retoma el tema del doble lenguaje de Jesús: parábolas para el gran público, explicación en privado sólo para los discípulos.
MEDITATIO El Señor realiza su designio de salvación, y los hombres son simples instrumentos en sus manos. No nos corresponde a nosotros decidir cuándo y en qué medida dará fruto la semilla: el crecimiento tiene lugar en secreto, mientras nosotros nos ocupamos de otras cosas, y es un crecimiento desproporcionado en comparación con nuestras expectativas. No podemos influir de ninguna manera: ni de modo positivo, acelerando los tiempos; ni de modo negativo, frenando con nuestro pecado la eficacia de la Palabra. Sin embargo, esto no debe desanimarnos, ni disminuir nuestro compromiso. En realidad, las lecturas de hoy nos envían un gran mensaje de esperanza y de confianza: nos ha sido confiada una tarea para la que somos inadecuados, aunque, a pesar de todo, nuestra colaboración es importante. Sólo debemos abstenernos de sentirnos atosigados por la expectativa del resultado: éste no se encuentra en nuestras manos, no nos corresponde a nosotros medir el efecto, y, tal vez, no veamos nunca los resultados. Sólo al final empuñaremos la hoz: al final de nuestra vida recogeremos el fruto de nuestro trabajo, y la siega será una fiesta alegre si hemos sabido esperar con serenidad, confiados en la obra del Padre. Confiar en Él, ése es el secreto: sin huir de las responsabilidades y sin maquinar engaños para encubrir nuestras culpas. David creyó haber obrado con astucia y haber enmascarado la traición, pero el Señor ve en lo secreto de los corazones y sabrá intervenir.
ORATIO Haznos pacientes, Señor, confiados en tu Palabra. A nosotros nos resulta difícil esperar a que llegue el tiempo de la cosecha: quisiéramos ver enseguida el resultado de nuestras acciones, programamos todo de manera detallada y creemos tener bajo control todo el proceso. Ahora bien, sólo tú sabes el momento en el que tu Palabra mostrará su poder. Sólo tú sabes cuándo llegará el momento de empuñar la hoz. La semilla crece, no por nuestros méritos, sino sólo por tu gracia. Haznos dóciles, Señor, respetuosos con los tiempos de maduración, respetuosos con los hermanos a quienes hablamos en tu Nombre. Quisiéramos que todos nos siguieran cuando hablamos de ti: tal vez confundamos el testimonio en favor del Evangelio con el éxito de nuestras iniciativas. Haznos capaces de esperar tu venida, aunque en ocasiones nos parezca que está muy lejana. Atráenos a ti: estamos ansiosos de participar en la gran fiesta de la cosecha en tu Reino.
CONTEMPLATIO «Plantar» significa evangelizar y atraer a la fe; «irrigar» significa bautizar con palabras solemnes. [...] Si Dios da efecto a la salvación, no hay en ello gloria alguna para el hombre. [...] «Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada;Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7). O bien lo plantado puede morir, o bien lo regado acostumbra [a veces] a no llegar a la fecundidad si Dios no le otorga una vida sana. En consecuencia, por lo que respecta al honor divino, nada corresponde al hombre. Sin embargo, en lo que respecta al ministerio, es preciso que reciba el honor como siervo, no como si se esperara algo de él, produciendo ofensa a Dios (Ambrosiaster, Comentario a la primera carta a los Corintios, Roma 1989, pp. 60ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Era el tiempo en el que se procedía a una violenta persecución contra todas las religiones en China. Tuve noticias de que muchos obispos, sacerdotes, hermanas y simples fieles estaban en la cárcel o en campos de trabajos forzados. Habían sido condenados por su fe en Cristo. Recuerdo las santas misas que celebré en la habitación de mi albergue. Sólo el jefe de la delegación de la que formaba parte conocía mi identidad sacerdotal. ¡Ay de mí si los chinos la hubieran descubierto! Sin embargo, me había traído de Hong Kong una botellita de vino, hostias y algunas hojas de papel con las partes móviles de la misa. Me levantaba a las dos o a las tres de la noche y celebraba la misa en la habitación del albergue, con el mínimo de luz, para no levantar sospechas. Ofrecía yo el divino sacrificio por todos los hermanos cristianos chinos que sabía que estaban en la cárcel, en campos de trabajos forzados o en la clandestinidad. Aquellas misas nocturnas me conmovían. Estaba llevando a cabo un gesto misionero en China. Dice el Concilio que la eucaristía es «la fuente y la cima de la evangelización» (PO 5). Es Dios, en efecto, quien evangeliza y convierte los corazones, a través de la obra del misionero, aunque también de modos misteriosos que sólo él conoce. ¿Qué gesto misionero más auténtico puede haber, por consiguiente, que celebrar la misa en la China de la «revolución cultural», cuando estaba prohibido cualquier gesto público de culto? (P Gheddo, // Vangelo delle 7.7 9, Bolonia 1991, pp. 162ss).
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Sábado 3ª semana del Tiempo ordinario LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 12,1 -7a. 10-17 En aquellos días, 1 el Señor envió al profeta Natán, que se presentó a David, y le dijo: - Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. 2 El rico tenía muchas ovejas y vacas. 3 El pobre no tenía nada más que una corderilla que había comprado. La había criado, y había crecido con él y con sus hijos; comía de su bocado, bebía de su vaso y dormía en su seno; era como una hija para él. 4 Un día llegó un huésped a casa del rico y éste no quiso tomar de sus ovejas ni de sus vacas para servir al viajero, sino que robó al pobre la corderilla y se la sirvió al huésped. 5 David se enfureció contra aquel hombre y dijo a Natán: - Vive el Señor que el que ha hecho tal cosa merece la muerte, 6 y pagará cuatro veces el valor de la corderilla por haber hecho esto y haber obrado sin piedad. 7 Entonces Natán dijo a David: - ¡Ese hombre eres tú! Así dice el Señor, Dios de Israel: la espada no se apartará nunca de tu casa, por haberme despreciado y haber tomado a la mujer de Urías, el hitita. 8 Así dice el Señor: Yo haré que el mal te venga de tu propia familia; a tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a tu prójimo para que se acueste con ellas a la luz del sol que nos alumbra. 12 Tú lo has hecho en secreto, pero yo lo haré a la vista de todo Israel y a la luz del sol que nos alumbra. 11 David dijo a Natán: - He pecado contra el Señor. Entonces Natán le respondió: - El Señor perdona tu pecado. No morirás. 14 Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha nacido. Y Natán se marchó a su casa. 15 El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y se puso muy malo. 16 David rogó a Dios por el niño: ayunó, se retiró y pasó la noche acostado en el suelo. 17 Los ancianos de su casa le insistieron para que se levantara del suelo, pero él no quiso ni tomó alimento alguno con ellos.
**• Tras haber hecho morir a Urías, David tomó a Betsabé como mujer. Pero el Señor no deja impune el delito y envía al profeta Natán para que mueva el corazón del rey a la conversión. Natán le cuenta la célebre parábola del hombre rico que toma para sí la única corderilla del vecino (w. 1-4). David es un rey justo y pronuncia con indignación la inmediata condena del hombre: debe morir (v. 5). Pero se produce entonces el giro dramático del relato: Natán no se demora más en relatos simbólicos, sino que habla con dura claridad: «¡Ese hombre eres tú!» (v. 7). La palabra del profeta obtiene el efecto para el que ha sido pronunciada: David reconoce su pecado y la plegaria de arrepentimiento que brota de su corazón encuentra su expresión en el salmo 50. Con todo, el drama no ha concluido. David no es rechazado por el Señor, que se mantiene fiel a la promesa de no alejarse de él como se había alejado de Saúl; sin embargo, llega el castigo, un castigo terrible que David padece impotente y postrado por el dolor: el niño, fruto del adulterio, enferma y muere.
Evangelio: Marcos 4,35-41 35 Aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: - Pasemos a la otra orilla. 36 Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca, tal como estaba. Otras barcas lo acompañaban. 37 Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse. 38 Jesús estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y le despertaron, diciéndole: - Maestro, ¿no te importa que perezcamos? 39 Él se levantó, increpó al viento y dijo al lago: - ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y a ellos les dijo: - ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis te? 41 Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: - ¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?
*• La tempestad calmada sigue al discurso sobre las parábolas (Mc 4,1-34) e inaugura una sección que incluye cuatro milagros (4,35-5,43). El arranque (w. 35ss) inserta el episodio en la situación espacio-temporal precedente: es el mismo día, estamos aún en el lago. La iniciativa parte de Jesús, que decide «pasar a la otra orilla». Sin embargo, los discípulos son sujetos activos. Éstos «lo llevaron en la barca» y se quedaron después solos luchando contra la tempestad, mientras Jesús dormía. La primera parte del relato (w. 35-37) contempla un ritmo creciente de los acontecimientos hasta el drama. El v. 38 es central, y subraya el contraste entre la serenidad de Jesús y el ansia de los discípulos. Casi se han invertido las relaciones: Jesús se confía, tranquilo, a la pericia de los marineros, pero los angustiados discípulos no confían en la presencia de Jesús, incluso le lanzan reproches: «¿No te importa que perezcamos? » (v. 38). En la segunda parte (w. 39ss), la decidida intervención de Jesús resuelve el drama. Basta una orden y callan tanto el fragor de la tempestad como el vocear aterrorizado de los discípulos: la pregunta de Jesús (v. 40) queda sin respuesta. El miedo que se ha apoderado de los discípulos es síntoma de falta de fe. La manifestación del poder de Jesús sobre los elementos transforma el miedo en temor de Dios: los discípulos no tienen todavía claro quién es Jesús y sólo intuyen que hay en él algo que les llena de espanto.
MEDITATIO La pregunta sobre la identidad de Jesús es una constante en el evangelio de Marcos (cf. Me 1,27). La familiaridad con él no facilita mucho las cosas a los discípulos; más aún, habituarse a tenerlo como compañero de camino, tomarlo con ellos en su propia barca, puede engendrar la ilusión de haberse apoderado de él. Pero la inesperada tempestad supone para ellos un brusco despertar, un despertar que pone en crisis la confianza en el Maestro, y casi oímos la decepción en sus voces: «¿No te importa que perezcamos?». Cuántas veces nos sentimos tranquilos, al amparo de nuestras comunidades bien organizadas, protegidos por la asiduidad a los ritos y tranquilizados por lecturas edificantes. Incluso cuando nos aventuramos a salir al exterior, creemos seguir teniendo con nosotros al Señor, aunque, en realidad, no nos fiamos hasta el fondo de él: a la primera adversidad, a los primeros fracasos, le reprochamos habernos abandonado. La fragilidad, la incertidumbre, la duda, nos parece que son sólo de los otros: nosotros conocemos bien el catecismo, ¡qué diantre! Sin embargo, también temblamos apenas se levanta el viento: somos nosotros los discípulos desconcertados y temerosos, somos nosotros David el pecador. «¡Ese hombre eres tú!», nos dice también a nosotros el profeta.
ORATIO Socorre nuestra fragilidad, Señor, y humilla nuestro orgullo. Abre nuestros ojos para que reconozcamos nuestro pecado. Nos jactamos ante los otros, como si el don de formar parte de tu rebaño fuera una garantía y no una gracia inmerecida. Ayúdanos a comprender que el conocimiento de tu Evangelio es un don que debemos comunicar a los otros, y no una posesión que debemos guardar celosamente. Sostennos en las pruebas, para que no caigamos en la tentación de considerar el mal como un desmentido de tu bondad. Te acusamos a menudo de estar lejos, de no ver ni oír nuestros lamentos; merecemos tus reproches mucho más que tus discípulos: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?». No eres tú el que duerme, Señor. Somos nosotros los que no conseguimos verte. Perdónanos y ten piedad de nuestra poca fe.
CONTEMPLATIO Es bueno no caer, o bien caer y volver a levantarse. Y si llegamos a caer, es bueno no desesperar y no volvernos extraños al amor que tiene el Soberano por el hombre. Si lo quiere, puede tener, en efecto, misericordia de nuestra debilidad. Tan solo hemos de limitarnos a no alejarnos de él, a no sentirnos angustiados si nos sentimos forzados por los mandamientos, y no hemos de sentirnos abatidos si no llegamos a nada. [...] No debemos tener prisa ni replegarnos, sino volver a empezar siempre de nuevo. [...] Espéralo, y él tendrá misericordia de ti, bien con la conversión, bien con pruebas, bien con cualquier otra providencia que ignoras (Pedro Damasceno, Libro secondo. Ottavo discorso, en La filocalia, Turín 1982, I, p. 94 [edición española: La filocalia de la oración de Jesús, Sígueme, Salamanca 51998]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «David dijo: "He pecado contra el Señor"» (2 Sm 12,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL [La historia de David] llena de sensatez, no es lejana para nosotros, porque David es un gran modelo para todos los tiempos. Nos enseña cómo a partir de pequeñas desatenciones puede entrar el hombre en graves dificultades, y si no mantiene la mirada fija en Dios cae en errores cada vez más grandes para cubrir los precedentes. Dios, sin embargo, es rico en misericordia e interviene para ayudarnos a volver a encontrar lo mejor de nosotros, a volver a encontrar lo que el Espíritu ha puesto como don en nuestro corazón: el amor a la verdad, a la justicia, a la lealtad. Nos reconocemos en David porque en cada uno de nosotros está el corazón malvado del que procede el desorden. Por eso nos invitan el salmo 50 y el relato [del segundo libro de Samuel] a reflexionar en serio: no podemos presumir de estar exentos de la culpa sólo porque no seamos reyes o no tengamos el poder de David. Es nuestra condición humana la que se encuentra en un destino de desorden y, por eso, corre el riesgo de convertirnos, al menos en las pequeñas circunstancias, en prisioneros de nosotros mismos, incapaces de reconocernos y de confesarnos pecadores. Sólo la gracia de Dios, continuamente invocada y acogida, vuelve a ponernos cada día en la verdad. [Reflexionemos] sobre todo el contexto de la historia de Betsabé y de Urías, preguntándonos en la oración por qué los libros sagrados han querido contar tales acontecimientos y otorgar tanto espacio a la descripción de este pecado de David y tanta importancia a la sucesión (cf. 1 Reyes). Sólo así nos será posible comprender la figura de David en todo su significado y, en consecuencia, comprender la historia de la salvación, comprender que en el rostro de Cristo resplandecen la luz de Dios y la esperanza de los hombres (C. M. Martini, David peccatore e creciente, Milán - Cásale Monf. 1989, pp. 75-78, passim [edición española: David, pecador y creyente, Editorial Salterrae, Santander 1996]).
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