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LECTIO DIVINA MARZO DE 2016

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Martes de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 3,25.34-43

25 Entonces Azarías, de pie en medio del fuego, oró así

34 Por tu nombre, te lo pedimos: no nos abandones para siempre, no rompas tu alianza, no nos retires tu amor.

35 Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado;

36 a quienes prometiste descendencia numerosa como las estrellas del cielo, como la arena de la orilla del mar.

37 A causa de nuestros pecados, Señor, somos hoy el más insignificante de todos los pueblos y estamos humillados en toda la tierra.

38 No tenemos príncipes, ni jefes, ni profetas; estamos sin holocaustos, sin sacrificios, sin poder hacerte ofrendas ni quemar incienso en tu honor; no tenemos un lugar donde ofrecerte las primicias y poder así alcanzar tu favor.

39 Pero tenemos un corazón contrito y humillado; acéptalo como si fuera un holocausto de carneros y toros,

40 de millares de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y que te sirvamos fielmente, pues no quedarán defraudados quienes confían en ti.

41 Ahora queremos seguirte con todo el corazón, queremos serte fieles y buscar tu rostro. No nos defraudes, Señor;

42 trátanos conforme a tu ternura, según la grandeza de tu amor.

43 Sálvanos con tu fuerza prodigiosa y muestra la gloria de tu nombre.

 

**• La clave de lectura de la oración de Azarías está en la frase: "Muestra la gloria de tu nombre" (v. 43; cf. la primera petición del Padre nuestro en Mt 6,9). Azarías, en la prueba de la persecución, sólo teme una cosa: que en nombre de Dios pierda su gloria, es decir, su "peso", su poder. Nada más le infunde miedo: ni el ser reducidos a un "resto", ni la humillación (v. 37); ni siquiera la profanación del templo y la helenización, con la consiguiente destitución de los jefes religiosos y la abolición del culto oficial (v. 38; cf. 2 Mac 6,2). Estos acontecimientos, aunque dolorosos, no perjudican a Israel. El profeta los lee como una purificación providencial: en la prueba, el pueblo manifiesta un corazón contrito y un espíritu humilde agradables al Señor como verdadero sacrificio (vv. 40s) que vuelve dar gloria a su nombre.

Entonces renace la esperanza (v. 42). La fidelidad de Dios a las promesas hechas a los patriarcas sigue firme (vv. 35s); la grandeza de su misericordia todavía puede derramar la benevolencia y la bendición sobre el pueblo de la alianza (v. 42). Por ello, la súplica de Azarías se transforma en salmo penitencial (vv. 26-45), en himno de alabanza cantado al unísono por los tres jóvenes en el horno (vv. 52-90).

 

Evangelio: Mateo 18,21-35

21 Entonces se acercó Pedro a Jesús y le preguntó: - Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: - No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23 Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarlas le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: "¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!".

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello, diciendo: "¡Paga lo que debes!".

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: "¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!".

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera porque me lo suplicaste. "¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?".

32 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

33 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

 

**• Estamos en la segunda parte del discurso eclesial (Mt 18), dedicado especialmente al perdón de la ofensa personal. Pedro es el interlocutor de Jesús (v. 21), que piensa distanciarse del sombrío horizonte de la venganza a ultranza y sin límites (cf. venganza de Lamec en Gn 4,23s), manifestando estar dispuesto a perdonar "hasta siete veces", número muy significativo de su disponibilidad total al perdón (v. 21). En la respuesta de Jesús, se dilatan hasta el infinito los límites del perdón (v. 22). Es la nueva mentalidad a la que está llamado el cristiano.

Por ser paradójico, Jesús lo va a ilustrar con una parábola (vv. 23-34) estructurada en tres escenas contrapuestas y complementarias: encuentro del siervo deudor con su señor, encuentro del siervo perdonado de la deuda con otro siervo deudor a su vez del primero, nuevo encuentro entre el siervo y el señor.

Los discípulos deberán aprender a imitar al Padre celestial (v. 35). La deuda del siervo es enorme, las cifras son a todas luces hiperbólicas, pero el señor tiene lástima (v. 27: se utiliza el mismo verbo para describir los sentimientos de Jesús en la muerte del amigo Lázaro): manifestando su gran magnanimidad con un perdón gratuito. Pero este siervo se encuentra con un colega que le debe una cifra irrisoria (vv. 28-30). Esperaríamos que inmediatamente le perdonase la pequeña ciencia, pero no sucede así y su reacción es despiadada. La gracia recibida no transformó su corazón. Por eso pasamos a la última escena- es digno de juicio y del castigo divino. La conclusión es clara: el perdón del hombre a su hermano condiciona el perdón del Padre,

 

MEDITATIO

San Ambrosio indica que Dios creó al hombre para tener alguien a quien perdonar y revolar así el rostro de su amor desconcertante, que es disponibilidad ilimitada al perdón a cualquier precio, incluso el más elevado, como es la sangre de su Hijo. Pero amor pide amor, y la misericordia de Dios desea inspirar la misma disposición en el hombre, pecador perdonado, en relación con sus hermanos. ¿De qué nos sirve haber experimentado la misericordia divina si no permitimos que se transparente en nuestro rostro, en nuestra vida? Quien no acepta perdonar al hermano muestra no reconocer la gravedad del propio pecado.

El perdón de Dios sería vano si no permitimos que se plasme a su imagen y semejanza, pues él es un Dios "piadoso y misericordioso, lento a la ira y rico en amor". Jamás podremos pagar la enorme deuda de nuestros pecados, de nuestra ciega ingratitud... pero él los perdona pidiéndonos hacer lo mismo: perdonar de corazón "hasta setenta veces siete" al hermano, será en la tierra el comienzo de una gran fiesta que culminará en el cielo: fiesta de la reconciliación, gloria de los hijos que Dios se ha adquirido al precio de la sangre del Hijo, en el Espíritu Santo derramado para el perdón de los pecados.

 

ORATIO

¡Qué inmenso es tu corazón, oh Padre bueno y misericordioso, lento a la ira y rico en amor! ¡Nos sentimos tan tacaños y mezquinos ante tu magnanimidad...!

Tú nos has llamado gratuitamente a la vida y quieres que la gastemos por ti y los hermanos en plenitud de donación. Sólo así podemos ser felices. Pero qué lejos estamos de participar en esta extraña lógica en la que el que más ama parece perder, en la que se es grande en la medida que nos hacemos pequeños.

Enséñanos a recordar tu amor, que no dudó en darnos lo que tenía de más precioso, tu amado Hijo, aun sabiendo que somos siervos despiadados: capaces, claro está, de recibir todo y acoger el perdón de nuestras inmensas deudas, pero sin estar dispuestos a hacer lo mismo con nuestros deudores. Abre los ojos de nuestro corazón, para que sepamos reconocer, en lo ordinario de cada día, las mil ocasiones que se presentan de verter en los hermanos una medida de amor "apretada, rellena, rebosante": la misma que tú viertes en nuestro interior cada vez que tocamos fondo en nuestra pobreza.

 

CONTEMPLATIO

Al predicar las bienaventuranzas, el Señor antepuso los misericordiosos a los limpios de corazón. Y es que los misericordiosos descubren en seguida la verdad en sus prójimos. Proyectan hacia ellos sus afectos y se adaptan de tal manera que sienten como propios los bienes y los males de los demás. La verdad pura únicamente la comprende el corazón puro, y nadie siente tan vivamente la miseria del hermano como el corazón que asume su propia miseria.

Para que sientas tu propio corazón en la miseria de tu hermano, necesitas conocer primero tu propia miseria. Así podrás vivir en ti sus problemas, y se despertarán iniciativas de ayuda fraterna. Éste fue el programa de acción de nuestro Salvador: quiso sufrir para saber compadecerse, se hizo miserable para aprender a tener misericordia. Por eso se ha escrito de él: "Aprendió por sus padecimientos la obediencia" (I leb 5,8) (Bernardo de Claraval, Tratado sobre los grados de humildad y soberbia, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tú eres, Señor, bueno e indulgente" (Sal 85,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que cuenta es soportar al otro en todas las facetas de su carácter, incluso las difíciles y desagradables, y callar sus errores y pecados -también los que ha cometido contra nosotros-; aceptar y amar sin descanso: todo esto se acerca al perdón.

Quien adopta una postura similar en las relaciones con los otros, con su padre, su amigo, su mujer, su marido, también en las relaciones con extraños, con todos los que encuentra, sabe bien lo difícil que es. A veces se verá impulsado a decir: "No, ya no puedo más, no logro soportarlo; estoy al límite de mi paciencia; esto no puede seguir así: 'Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano si peca contra mí?'. ¿Cuánto tiempo tendré que soportar su dureza contra mí, que me ofenda y hiera; sus faltas de atención y delicadeza; que continúe haciéndome mal? Señor, ¿cuántas veces?'.

Esto deberá acabar, alguna vez tendremos que llamar al error por su nombre; no, no es posible que siempre se pisotee mi derecho. '¿Hasta siete veces?'" [...].

Es un verdadero tormento preguntarme: "¿Cómo me las arreglaré con este individuo, cómo podré soportarlo? ¿Dónde comienza mi derecho en mis relaciones con él?". Ya está: hagamos como Pedro, vayamos a Jesús, vayamos a plantearle siempre esa pregunta.

Si acudimos a otro o nos preguntamos a nosotros mismos, quedaremos desasistidos o la ayuda recibida será fatal. Jesús sí nos puede ayudar. Pero sorprendentemente: "No te digo hasta siete veces -responde a Pedro-, sino hasta setenta veces siete"; y sabe muy bien que es la única manera de ayudarle (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1995, 96-98, passim).

 

 

 

Día 2

Miércoles de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,1.5-9

Moisés habló al pueblo y dijo:

1 Y ahora, Israel, escucha las leyes y los preceptos que os enseño a practicar, para que viváis y entréis en posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros antepasados.

5 Mirad, os he enseñado leyes y preceptos como el Señor mi Dios me mandó, para que los pongáis en práctica en la tierra a la que vais a entrar para tomar posesión de ella,

6 guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos, que, al oír todas estas leyes, dirán: "Esta gran nación es ciertamente un pueblo sabio y sensato".

7 Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tengan dioses tan cercanos a ella como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?

8 ¿Y qué nación hay tan grande que tenga leyes y preceptos tan justos como esta Ley que yo os promulgo hoy?

9 Pero presta atención y no te olvides de lo que has visto con tus ojos; recuérdalo mientras vivas y cuéntaselo a tus hijos y a tus nietos".

 

*> En los tres primeros capítulos del Deuteronomio Moisés habla a Israel recordándole la historia para subrayar la fidelidad de Dios con su pueblo. En el c. 4 se sacan las consecuencias: se pide al pueblo una respuesta que manifieste absoluta fidelidad a Dios, que se traduzca en la práctica de las leyes y normas que, por orden del Señor, enseñó Moisés de acuerdo con lo que él mismo aprendió. Éstas no constituyen sólo una condición para entrar en posesión de la tierra (v. 1), sino también y sobre todo una tarea concreta a cumplir, una "vocación" (v. 56): pues, de hecho, un estilo de vida inspirado en dichas ordenanzas hará a Israel objeto de estima y admiración de otros pueblos, que apreciarán la sabiduría superior y podrán reconocer la proximidad extraordinaria de su Dios. Israel se convertirá así, en medio de las naciones, en testimonio del Dios vivo y verdadero, que ama al hombre y se hace presente cuando se invoca su nombre, revelado a Moisés (v. 7). Por consiguiente, la lealtad a Dios se manifiesta en una serie de acciones expresadas en los mandamientos. No hay que entender los mandamientos como simples prohibiciones, sino como respuesta de amor. Y como se basan en anteriores beneficios de Dios, para poder practicarlos libremente es indispensable recordar la historia de salvación: traer a la memoria las obras del Señor ayuda al pueblo a crecer en gratitud a Dios y en la observancia de sus leyes, de generación en generación (v. 3).

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

Dijo Jesús:

17 No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• La persona y las enseñanzas de Jesús desconciertan a sus contemporáneos: de hecho, constituyen una novedad radical. La perícopa de hoy nos deja entrever el interrogante que suscitaban y, a la vez, refleja la delicada situación de las primeras generaciones cristianas en sus relaciones con el judaísmo.

El evangelio según Mateo, destinado en primer lugar a una comunidad judeocristiana, presenta a Jesús como el nuevo Moisés que promulga en el monte la nueva Ley: las bienaventuranzas. Pero no por ello quedan abolidas la Ley y los profetas; más bien, llegan a su plenitud en Cristo.

El mismo Jesús manifiesta un gran aprecio de la Torah, que a lo largo de los siglos prepara a Israel para una vida de comunión con Dios. Esta comunión se nos concede ahora, por gracia, en plenitud: en Jesús Dios se hace Emmanuel, Dios-con-nosotros. Los antiguos preceptos en su plenitud, en Cristo, permanecerán como norma perenne. Jesús lo afirma con suma autoridad, como evidencia el texto griego donde aparece la palabra original: "Amén" (v. 18), frecuente en boca de Jesús y después del resto del Nuevo Testamento y de la Iglesia primitiva. Ni siquiera los minúsculos signos de la Ley -esto es, los preceptos secundarios serán anulados, y de su observancia o inobservancia dependerá la suerte definitiva de cada uno. De hecho, por lógica, y de acuerdo con el estilo oriental, ser considerado mínimo en el Reino de los Cielos significa ser excluido, como parece en el v. 20.

 

MEDITAIK)

El hombre se caracteriza por el deseo infinito de vida y felicidad, sed nunca plenamente apagada y que lo convierte en un incansable buscador de Dios. Y, sin embargo, hoy quizás más que nunca, nos enfrentamos a un nuevo fenómeno, el de una humanidad cansada e intolerante: los caminos antiguos -¿o viejos?- no satisfacen; los nuevos aparecen con mucha frecuencia como auténticos callejones sin salida y suscitan escepticismo o desesperación.

Las lecturas de la presente liturgia nos vuelven a llevar a un camino concreto, "recto"; es decir, que lleva directamente a su fin. Su punto de partida es la escucha de la Palabra y exige humildad y obediencia. El paso a seguir consiste en llevar a la práctica la Palabra cada día.

La meta es el encuentro con la Palabra, Jesús y, por consiguiente, la felicidad, la bienaventuranza. El camino puede parecer exigente, pero para quien camina se convierte en estímulo para ensanchar el corazón. No se trata tanto de practicar con rigor los preceptos, sino de seguir a una persona paso a paso, a Jesús. La palabra ley puede parecer hoy sinónimo de esclavitud, legalismo, algo frío o a hipocresía. Por el contrario, ¿hay algo más estupendo que el verdadero amor, que siempre busca y encuentra nuevos modos de darse?

Precisamente, esta fidelidad absoluta a la enseñanza del Señor puede hacer radicalmente nueva nuestra vida incluso a los ojos de los demás. La fidelidad a mandatos antiguos nos hará testigos de la perenne novedad:

Jesús, el Señor, está con nosotros, y en él encontramos plenitud de gozo hasta en el cotidiano trabajo de la existencia.

 

ORATIO

Señor, en tu gran bondad nos has mostrado el camino a seguir para llegar a la meta de la eterna comunión contigo. Con frecuencia hemos preferido escuchar otras voces diferentes de la tuya, nos hemos adherido a normas más de acuerdo con nuestros gustos, hemos querido abrir atajos alternativos para encontrar una felicidad ilusoria...

¡Perdónanos, Señor! Ayúdanos a volver a empezar, a comenzar partiendo de la escucha humilde y fiel de tu Palabra, de caminar dócil y generosamente por tus mandamientos: éstos son los pasos -pequeños pero seguros- que nos conducirán a un amor grande contigo y con los hermanos; son pasos humildes que nos pueden hacer "grandes" en tu Reino. Enséñanos a caminar detrás de ti, Jesús, nuestro verdadero maestro, para que nuestra vida, renovada en la escuela de la caridad, testimonie al mundo el gozo del Evangelio.

 

CONTEMPLATIO

Oye, hijo mío, mis palabras suavísimas, que exceden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo.

"Mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6,63) y no se pueden ponderar por el sentido humano. No se deben traer al sabor del paladar, sino que se deben oír con silencio y recibir con humildad y gran afecto.

Dije: "Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor, aquel a quien instruyes con tu ley" (Sal 93,12s). Yo, dice el Señor, enseñé a los profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora; pero muchos son duros y sordos a mi voz. Muchos oyen de mejor grado al mundo que a Dios; siguen más fácilmente el apetito de su carne que el beneplácito divino. El mundo promete cosas temporales y pequeñas, pero aun así le sirven con gran ansia; y yo prometo cosas grandes y eternas, y se entorpecen los corazones de los mortales.

Yo daré lo que tengo prometido. Yo cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin [...].

Escribe tú mis palabras en tu corazón y considéralas con gran diligencia, pues en el tiempo de la tentación las habrás menester. Lo que no entiendes cuando lo lees, lo conocerás el día que te visite (Imitación de Cristo, III, 3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Inclino mi corazón a cumplir tus leyes, mi recompensa será eterna " (Sal 118,112).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando aquellos a quienes amamos nos piden algo, les damos las gracias por pedírnoslo. Si tú deseases, Señor, pedirnos una única cosa en toda nuestra vida, nos dejarías asombrados, y el haber cumplido una sola vez tu voluntad sería el gran acontecimiento de nuestro destino. Pero como cada día, cada ñora, cada minuto, pones en nuestras manos tal honor, lo encontramos tan natural que estamos hastiados, que estamos cansados... Y, sin embargo, si entendiésemos qué inescrutable es tu misterio, nos quedaríamos estupefactos al poder conocer esas chispas de tu voluntad que son nuestros minúsculos deberes. Nos deslumbraría conocer, en esta inmensa tiniebla que nos cubre, las innumerables, precisas y personales luces de tus deseos. El día que lo entendiésemos, iríamos por la vida como una especie de profetas, como videntes de tus pequeñas providencias, como agentes de tus intervenciones.

Nada sería mediocre, pues todo sería deseado por ti. Nada sería demasiado agobiante, pues todo tendría su raíz en ti. Nada sería triste, pues todo sería querido por ti. Nada sería tedioso, pues todo sería amor por ti.

Todos estamos predestinados al éxtasis, todos estamos llamados a salir de nuestras pobres maquinaciones para resurgir hora tras hora en tu plan. Nunca somos pobres rechazados, sino bienaventurados llamados; llamados a saber lo que te gusta hacer, llamados a saber lo que esperas en cada instante de nosotros: personas que necesitas un poco, personas cuyos gestos echarías de menos si nos negásemos a hacerlos. El ovillo de algodón para zurcir, la carta que hay que escribir, el niño que es preciso levantar, el marido que hay que alegrar, la puerta que hay que abrir, el teléfono que hay que descolgar, el dolor de cabeza que hay que soportar...: otros tantos trampolines para el éxtasis, otros tantos puentes para pasar desde nuestra pobre y mala voluntad a la serena rivera de tu deseo (M. Delbrél, La alegría de creer, Santander 1 997, 1 35s).

 

 

 

Día 3

Jueves de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 7,23-28

Esto dice el Señor:

23 lo único que les mandé fue esto: Escuchad mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid fielmente el camino que os he prescrito para que seáis felices.

24 Pero ellos no obedecieron ni hicieron caso; siguieron las inclinaciones de su corazón obstinado, me dieron la espalda y no la cara.

25 Desde el día en que vuestros antepasados salieron de Egipto hasta hoy os envié a mis siervos, los profetas.

26 Pero no escucharon ni me hicieron caso, sino que se obstinaron y fueron peores que sus antepasados.

27 Cuando les comuniques todo esto, no te escucharán; cuando les llames, no te responderán.

28 Entonces les dirás: Ésta es la nación que no escucha la voz del Señor su Dios y no aprende la lección. La verdad ha desaparecido de su boca.

 

*•• Dentro de la dura condena del culto convertido en formulismo vacío (Jr 7,1-8,3), el profeta denuncia sobre todo la sordera de Israel a la voz de Dios (v. 23), escuchada de modo extraordinario en el Sinaí, en el momento de la alianza (cf. Ex 20,1-21). Solamente en la escucha obediente -de hecho, el primer mandamiento comienza con "Escucha, Israel"- el pueblo elegido podrá conocer a su Dios, diferente de otra divinidad o ídolo.

Los verdaderos profetas no cesan de exhortar, pero junto a su predicación está la más fácil y cómoda de los falsos profetas. La elección es radical: se juega uno la vida o la muerte. El fragmento está dividido en tres partes; las dos primeras presentan una idéntica estructura: al mandamiento de Dios {"Escuchad": v.23) y su urgente solicitud ("Envié" v. 25) corresponden los claros rechazos: "Pero no escucharon" (vv. 24.26). No aparece ni sombra de arrepentimiento, ningún deseo de conversión.

Sólo queda una conclusión -tercera parte-: mientras el pueblo vuelve a caer obstinadamente en la idolatría y espiritualmente vuelve a ser esclavo de Egipto, lejos de Dios (vv. 24-27; cf. Nm 11,4-6), el profeta no deja de ser fiel a su vocación: enviado a desenmascarar esta situación enojosa (v. 27), comparte con Dios el sufrimiento de ser rechazado, incluso de ser tachado de impostor por los que prefieren la mentira a la verdad.

 

Evangelio: Lucas 11,14-23

14 Un día estaba Jesús expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando salió el demonio, el mudo recobró el habla, y la gente quedó maravillada.

15 Pero algunos dijeron: - Expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios.

16 Otros, para tenderle una trampa, le pedían una señal del cielo.

17 Pero Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: - Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado, y sus casas caen unas sobre otras.

18 Por tanto, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Pues eso es lo que vosotros decís: Que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú.

19 Ahora bien, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos ¿con qué poder los expulsan? Por eso ellos mismos serán vuestros jueces.

20 Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

21 Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.

22 Pero si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus despojos.

23 El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

 

**• Jesús acaba de enseñar a los suyos el Padre nuestro (11,2-4); les ha regalado la oración por excelencia, que abre el corazón a la venida del Espíritu Santo (v. 13). El Reino de los Cielos ya está en la tierra. Tiene lugar una curación. El pueblo sencillo se admira: intuye que algo extraordinario está pasando y se dispone a acoger la salvación.  Pero no todos piensan lo mismo (vv. 14s).

Como en la primera lectura, se da una oposición entre dos actitudes irreconciliables. Surge una duro contraste (vv. 14-I.S) entre los fariseos y Jesús, a quien se le  acusa de blasfemia y de aliarse con Satanás. Es el destino de todo profeta. Jesús responde con un discurso apologético. La imagen fuerte de la catástrofe (v. 17) lleva al oyente a excluir que Satanás pueda luchar contra sí mismo.

La conclusión se impone: está actuando "el poder de Dios", expresión que recuerda los prodigios ejecutados por medio de Moisés en el tiempo del Éxodo. Lo mismo que después de la enseñan/a sobre la oración, aparece la afirmación esencial: '7:7 Reino de Dios ha llegado a vosotros", Jesús, expulsando a los demonios, abre una nueva época, época de libertad de la esclavitud, a condición de acoger libremente la Buena Noticia que anuncia (v. 23).

 

MEDITATIO

Si instintivamente sentimos la necesidad de valorar personas y acontecimientos, viéndolo con nuestros propios ojos, la Palabra que se nos actualiza hoy nos proporciona materia abundante: para saber ver de verdad, es indispensable aprender antes a escuchar. Escuchar ¿qué? La voz del que ha creado todo con su Palabra amorosa y tiene todo en su mano. Pero hay un enemigo celoso de la felicidad del hombre siempre al acecho para impedirle escuchar la voz del Señor y dejarse conducir por su mano.

El mentiroso sugiere pensamientos falsos, infunde dudas y sospechas. Y si el hombre no guarda en su corazón la Palabra de Dios, lámpara de sus pasos, si no la medita día y noche, no estará en disposición de discernir rectamente, con riesgo de extraviarse y hasta de caer totalmente bajo el dominio de falsas doctrinas. Nos puede suceder también a nosotros, en tantas cuestiones, quizás de ética personal, familiar o comunitaria, que no nos sintamos en sintonía con el Evangelio, nos parezca duro, desfasado, incapaz de ponerse al día... De este modo, imperceptiblemente, en muchas ocasiones aparentemente secundarias nos deslizamos hacia un paganismo tal vez no de calibre mayor, pero paganismo al fin y al cabo. A la larga, se perderá el gusto por la Palabra: no sólo no parecerá dulce al paladar, sino hasta llegaremos a perder la necesidad de ella e incluso puede llegar a molestarnos si alguien nos la recuerda.

 

ORATIO

Padre, que tu voz resuene siempre en nuestro corazón, no permitas que otras voces la apaguen. Vuelve a susurrarnos lo mucho que nos quieres, lanío cuando nos animas como cuando nos corriges. Apártanos de  esas sugestiones sutiles, de los mensajes persuasivos del antiguo enemigo astuto, celoso de nuestra amistad contigo.

Sabes bien que el orgullo frecuentemente nos acecha, el miedo nos paraliza frente al dolor o la prueba. Con tal de sufrir menos, estamos dispuestos a vender la piel al diablo. Perdona, Señor, nuestra arrogancia, la audacia con que nos erguimos presumidos frente a tu Hijo y frente a ti, cuando nos hablas de cruz, de camino estrecho, de escucha, obediencia, sacrificio...

Compadécete de nuestra fragilidad, mira nuestra buena voluntad, acrecienta en nosotros los deseos de verdad y bondad. Si te ofendemos, no nos lo tomes en serio; si te comprendemos mal, ayúdanos a rectificar; si te damos la espalda, sigue buscándonos.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente, el término o fruto de la Sagrada Escritura no es cualquiera, sino la plenitud de la bienaventuranza eterna. Las palabras de esta Escritura son palabras de vida eterna.

A esta plenitud se esfuerza en introducirnos la divina Escritura: con este fin y con esta intención ha de ser la Sagrada Escritura escudriñada y enseñada y también escuchada. Para que lleguemos a este fruto o término andando derechamente por el recto camino de las Escrituras, hemos de comenzar por el exordio, a saber, por acercarnos con fe al Padre de las luces, doblando las rodillas de nuestro corazón, a fin de que él, por su Hijo en el Espíritu Santo, nos dé verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, su amor.

Sólo así, conociéndole y amándole, y consolidados en la fe y arraigados en la caridad, podremos comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad de la Sagrada Escritura y llegar por este conocimiento al conocimiento perfecto y amor extático de la Santísima Trinidad, adonde tienden los deseos de los santos y donde se halla el término y la plenitud de todo lo verdadero y bueno (Buenaventura, Breviloquium, prologus).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Callarse no significa estar mudo, como tampoco hablar equivale a locuacidad. El mutismo no crea soledad, como tampoco la locuacidad crea comunión. "El silencio es el exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es malsano, como algo que sólo fue mutilado y no sacrificado" (Ernest Helio).

Del mismo modo que existen en la ¡ornada del cristiano determinadas horas para la Palabra, especialmente las horas de meditación y de oración en común, deben existir también ciertos momentos de silencio a partir de la Palabra. Serán sobre todo los momentos que preceden y siguen a la escucha de la Palabra. Ésta no se manifiesta a personas charlatanas, sino en el recogimiento y silencio.

Callamos antes de escuchar la Palabra, para que nuestros pensamientos se dirijan a la Palabra, igual que calla un niño cuando entra en la habitación de su Padre. Callamos después de haber oído la Palabra, porque todavía resuena, vive y quiere permanecer en nosotros. Callamos al comenzar el día, porque es Dios quien debe decir la primera palabra; callamos al caer la noche, porque a Dios corresponde la última palabra. Callamos sólo por amor a la Palabra. Callar, en definitiva, no significa otra cosa que estar atento» a la Palabra de Dios para poder caminar con su bendición (D. Bonhoeffer, Vida en Comunidad, Salamanca 1983, 61).

 

 

 

Día 4

Viernes de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Oseas 14,2-10

Esto dice el Señor: - Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, pues tu iniquidad te ha hecho caer.

2 Buscad las palabras apropiadas y volved al Señor; decidle:

3 Perdona todos nuestros pecados y acepta el pacto; como ofrenda te presentamos las palabras de nuestros labios.

4 Asiria no nos salvará, no volveremos a montar a caballo y no llamaremos más dios nuestro a la obra de nuestras manos, pues en ti encuentra compasión el huérfano".

5 Yo sanaré su infidelidad, los amaré gratuitamente, pues ha cesado mi ira.

6 Seré como rocío para Israel; él crecerá como el lirio y echará raíces como los árboles del Líbano.

7 Se desplegarán sus ramas, tendrá el esplendor del olivo y como el del Líbano será su perfume.

8 El Señor volverá a ser su protector, de nuevo crecerá el trigo, como la vid florecerán y serán famosos como el vino del Líbano.

9 Efraín no tendrá ya nada que ver con los ídolos Yo escucho su plegaria y velo por él; yo soy como un ciprés lozano y de mí proceden todos tus frutos.

10 ¿Quién es tan sabio como para entender esto? ¿Quién tan inteligente como para comprenderlo? Los caminos del Señor son rectos, por ellos caminan los inocentes y en ellos tropiezan los culpables.

 

**• En este fragmento, estructurado como una liturgia penitencial, Oseas invita al pueblo a "volver" -es decir, a convertirse- al Señor reconociendo el propio pecado como causa de las desgracias actuales. Es necesaria una confesión lúcida y sincera de la culpa; el mismo profeta sugiere palabras para expresarla y el modo de presentarla, acompañada no con víctimas de sacrificio, sino con una vida purificada y la ofrenda de alabanza (v. 3).

Además, es necesaria una decidida renuncia al mal, a compromisos y diversas opciones idolátricas. Libre de todo apoyo humano, el pueblo se encontrará aparentemente pobre, pero será entonces cuando Dios en persona cuidará de él.

A la conversión del pueblo corresponde la "conversión" de Dios: depondrá su ira y con la fuerza de su amor sanará el mal de Israel, perdonará su infidelidad.

Los efectos benéficos de este amor se evocan con imágenes magníficas que recuerdan al Cantar de los Cantares, en una refrescante descripción de vida nueva (cf. La imagen de Dios como rocío). Estas promesas llegan al culmen en el v. 9: Dios será para el pueblo liberado de los ídolos "ciprés frondoso".

El epílogo del redactor, de corte sapiencial, indica que es necesario el discernimiento para comprender el texto de Oseas, porque en él se manifiestan los caminos de Dios, y sólo podrá caminar por ellos quien proceda con rectitud.

 

Evangelio: Marcos 12,28-34

28 Un maestro de la Ley que había oído la discusión y había observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó: - ¿Cuál es el mandamiento más importante?

29 Jesús contestó: - El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.

30 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo  como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos.

32 El maestro de la Ley le dijo: - Muy bien, maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;

33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: - No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

 

**• La pregunta del escriba nos conduce a una discusión de actualidad en las escuelas rabínicas de aquel tiempo. En la Ley se enumeran 248 mandatos y 365 prohibiciones, agrupados en diversas categorías. La cuestión se plantea a Jesús: Antiguo y Nuevo Testamento se encuentran frente a frente. Quizás aparezca el intento de tender una trampa al joven rabbí. Él solventa la dificultad vendo directamente a lo esencial. De hecho, la respuesta de Jesús no es desconocida: cita el Sheuia' Ytsra'el {"Escucha, Israel"), de Dt 6,4s, que todo israelita repetía en la oración tres veces al día.

A este primer mandamiento, Jesús asocia -el verbo griego indica una relación de fuerte y recíproca interdependencia- un segundo, sacado también de la Sagrada Escritura (Lv 19,18). En esta unión está la originalidad de la respuesta de Jesús al escriba, que reconoce la verdadera síntesis de la Ley y del culto; más aún: el amor vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús elogia al escriba, y en su respuesta aparece explícito otro elemento novedoso: la cercanía/presencia del Reino de Dios, cuya ley es el amor y, por consiguiente, la libertad.

 

MEDITATIO

Un escriba pregunta a Jesús haciéndose portavoz de todos nosotros, que tratamos de comprender mejor lo que nos pide el Señor. Se trata de una pregunta sencilla que quizás planteamos no por curiosidad, sino con el corazón dispuesto a obedecer. La respuesta no es menos sencilla: Dios, que es amor, quiere de nosotros amor porque quiere hacernos partícipes de su misma vida. Lo que nos manda es, antes que nada, don inaudito, tesoro, fuente de todo bien. Hoy la Palabra nos señala en concreto el horizonte ilimitado de esta realidad nueva y cómo tenemos que actuar para poderlo abarcar en su plenitud. La condición esencial es renunciar a cualquier forma de idolatría: "El Señor nuestro Dios es el único Señor". Pero cuántas veces hemos llamado "dios nuestro" a las obras de nuestras manos, adorando nuestras realizaciones de bienes materiales, de carrera y posición social, de éxito... Y nos hemos hecho esclavos de cosas efímeras, transformando a los hermanos en rivales, perdiendo la libertad tan deseada.

Desde lo hondo de este abismo queremos volver a las altas cimas. Pero no será nuestro esfuerzo el que lo logrará, sino nuestra humildad, nuestra pobreza: mendigos de amor y de paz, recibiremos gratuitamente el don si acogemos al Amor sobreabundante que nos renueva, día tras día, rompiendo las barreras de nuestro egoísmo, traspasando los estrechos horizontes de nuestra capacidad de amar. Entonces, todo hombre se convertirá en "prójimo".

 

ORATIO

Oh Padre, tú eres puro don y de ti viene todo bien: acoge nuestro humilde y frágil deseo de entrar en la región bienaventurada de tu amor. No somos capaces de nada, pero tú mismo has querido derramar en nuestros corazones tu Santo Espíritu, fuente de amor. Haz que acojamos con generosidad un don tan grande. Abre de par en par la capacidad de nuestro corazón para que dejemos que tú mismo, hecho amor en nosotros, llegues a todo hermano que encontremos en el camino. Sabes qué necesidad tenemos todos de experimentar un amor santo que, superando cualquier formalismo convencional, todo cálculo, se manifieste en gestos verdaderamente evangélicos, creativos, capaces de novedad y belleza.

Pero ¿quién sino tú mismo ha puesto en nosotros esta aspiración tan noble? Danos lo que nos mandas, lleva a plenitud lo que has comenzado en nosotros.

 

CONTEMPLATIO

El amor no está sometido al tiempo, conserva siempre su fuego. Algunos piensan que el Señor ha sufrido por amor a los hombres y, como no encuentran este amor en su propia alma, les parece que eso aconteció en un pasado remoto. Pero cuando el alma conoce el amor divino por el Espíritu Santo, percibe con claridad que el Señor es un Padre con nosotros, el más real, el más íntimo, el más cariñoso, el más bueno. Y no existe mayor felicidad que amar a Dios con todo el entendimiento, con toda el alma, con todo el corazón, y al prójimo como a nosotros mismos, como nos lo ha mandado el Señor.

Cuando este amor more en nosotros, todo dará gozo al alma. La gracia viene del amor a nuestro hermano, y es mediante el amor a nuestro hermano como se conserva. Pero si no amamos a nuestro hermano, el amor de Dios no vendrá a nuestra alma.

Si los hombres observasen los mandamientos de Cristo, la tierra sería un paraíso. Todos tendrían lo suficiente y lo indispensable con poco esfuerzo. El Espíritu divino viviría en las almas de los hombres, pues él busca por sí mismo al alma humana y desea vivir en nosotros; si no fija su morada en nosotros, eso sólo se debe al orgullo de nuestro espíritu (Archimandrita Sofronio, San Silonan el Athonita, Madrid 1996, 315).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Todo el que ama ha nacido de Dios v conoce a Dios" ( U n 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El flujo y reflujo de la caridad entre Dios y los hombres, este amor que el cristiano, solidario con toda la humanidad, recibe de Dios por todos y a todos remite a Dios, este amor y sólo esto es lo que constituye la victoria de Jesucristo, la misión y el esfuerzo de su Iglesia. Los dos polos de este amor son el amor filial a Dios y el amor fraterno con el prójimo.

El amor filial que ansia en cada momento lo que la esperanza espera; que cree tener todo el amor de Dios para amarlo. El amor filial que desea de Dios incesantemente lo que incesantemente recibe de él, que lo desea tanto como el respirar.

El amor fraterno que ama a cada uno en particular. No de cualquiera de cualquier modo, sino a cada uno como el Señor lo ha creado y redimido, a cada uno como Cristo lo ama. El amor fraterno que ama a cada uno como prójimo dado por Dios, prescindiendo de nuestros vínculos de parentesco, de pueblo, raza o simple simpatía. Que reconoce a cada uno su derecho por encima de nosotros mismos.

Sabemos que hay que amar al Señor "con toda el alma" y "con todas las fuerzas". Pero olvidamos fácilmente que debemos amar al Señor con todo el corazón. Al no recordarlo, nuestro corazón se queda vacío. Como consecuencia, amamos a los demás con un amor más bien tibio. La bondad tiende a ser para nosotros algo externo al corazón. Vemos lo que puede ser útil al prójimo, tratamos de actuar en consecuencia, pero no llega mucho al corazón (M. Delbrél, Las comunidades según el Evangelio, Madrid 1998, 88s, passimj.

 

 

Día 5

Sábado de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Oseas 6,1-6

Esto dice el Señor: En su aflicción madrugarán para buscarme. Y dirán:

1 Venid, volvamos al Señor; él ha desgarrado y él nos curará; él ha herido y él vendará nuestras heridas.

2 En dos días nos devolverá la vida, al tercero nos levantará y viviremos en su presencia.

3 Esforcémonos en conocer al Señor; su venida es tan segura como la aurora; como aguacero descenderá sobre nosotros, como lluvia primaveral que riega la tierra.

4 ¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío que pronto se disipa.

5 Por eso los he quebrantado por medio de los profetas; los he aniquilado con las palabras de mi boca y mi juicio resplandece como la luz.

6 Porque quiero amor, no sacrificios, conocimiento de Dios, y no holocaustos.

 

*•• El pasaje constituye un acto litúrgico penitencial (vv. 1-3) en el que participa todo el pueblo. El horizonte más lejano que mueve a la conversión es el temor del día del castigo mesiánico anunciado varias veces (cf. 5,9); el contexto próximo es, sin embargo, el actual estado de guerra entre Israel y Judá. El buscar ayuda en el enemigo mortal, Asiría, ha extirpado las regiones septentrionales del reino Norte (732 a.C), con los inevitables horrores de la ocupación, la destrucción y la deportación (cf. 2 Re 15,29; 17,55). El profeta exhorta y amonesta: tantas desgracias han ocurrido porque el corazón estaba lejos del Señor, acallado con sacrificios vacíos, pobre de amor.

Con una imagen frecuente en la Sagrada Escritura (cf. Ex 15,26; Dt 32,29; Is 30,26; Ez 34,16), el pueblo reconoce ser un enfermo (Os 5,13) que recurre a Dios como a su médico: él mismo ha producido la herida con vistas a la enmienda, y sólo él puede curarla (v. 1). YHWH es el señor de la historia. Pero el arrepentimiento del pueblo no es sólo interesado (v. 3), sino también efímero (v. 4). Dios lo sabe bien. Y, sin embargo, no se cansa de invitar a la conversión: su palabra es una espada que inexorablemente hiere para curar (cf. Is 49,2; Heb 4,12): pide amor, no holocaustos (v. 6); confianza, no una simple observancia de prácticas cultuales desgraciadamente hipócritas.

 

Evangelio: Lucas 18,9-14

9 También a unos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola:

10 - Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano.

11 El fariseo, erguido, hacía interiormente esta oración: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos adúlteros; ni como ese publicano.

12 Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo".

13 Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador".

14 Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro, no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

**• Estamos en el contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, y la atención se dirige a las condiciones necesarias para entrar en el Reino (cf. Le 18,9-19,28). Aparecen dos personajes contrapuestos, y ambos oran: en su modo de orar se revela su modo de vivir y sus relaciones con Dios y los demás. Ambos, en la oración, dicen la verdad de su existencia.

El fariseo saca a colación sus méritos: se tiene por acreedor de Dios. En el fondo, no necesita de Dios, aunque le dé gracias, al menos formalmente, porque le ha concedido ser tan perfecto. Pero hay más. Su justicia le hace juez, y juez despiadado: tan ciega es la estima que encuentra en sí mismo que cuando mira a los demás sólo es para despreciarlos (v. 11). El publicano, por el contrario, consciente de sus pecados -que le hacen tener la cabeza inclinada-, en realidad está abierto al cielo y espera de Dios todo: golpeándose el pecho, llama a la puerta del Reino, y se le abre.

 

MEDITATIO

Conocer a Dios y conocerse a sí mismo o, mejor, conocerse a sí mismo en Dios: ése es el comienzo de la sabiduría y de la verdadera vida. Todos los santos lo han experimentado. De hecho, ¿qué es el hombre sin Dios?

Un soberbio destinado a la oscura soledad, rodeado de presuntos rivales o de seres juzgados indignos; en resumidas cuentas, un desesperado pillado en el cepo de su egoísmo, de su pecado. ¿Qué es el hombre con Dios? Sigue siendo un orgulloso, un pecador. Pero sabe que precisamente la experiencia del pecado puede convertirse en un lugar en el que Dios -el Misericordioso- revela su rostro.

Vemos, pues, lo importante que es dejar caer las caretas con las que pretendemos ocultarnos, sobre todo a nosotros mismos, la pobreza de nuestro ser, la mezquindad de nuestro corazón, la dureza de nuestros juicios. Uno sólo puede curarse si se reconoce enfermo, necesitado de salvación. Dios espera este momento, incluso hasta lo provoca sabiamente con su pedagogía inconfundible.  Todos somos siempre un poco "fariseos", pero a todos nos brinda Dios poder hacer la experiencia del publicano de la parábola, lograr una auténtica humildad, la que reconoce que Dios es mayor que nuestro corazón y que siempre perdona.

 

ORATIO

Oh Dios, creador del cielo y la tierra, el universo entero es lugar de tu presencia, morada de tu santo nombre. En ti, bajo tu mirada, vivimos, nos movemos y existimos. Todas nuestras palabras y acciones son oración que sube a tu presencia. La verdad de nosotros mismos está patente a tus ojos. El temor nos asalta porque sabemos que nuestro corazón no es puro, que nuestra vida no es santa, y tratamos de ocultarnos y de despreciar a los demás para justificarnos a nosotros mismos; pensamos adornarnos con tantas obras que son pura apariencia. Tratamos, en vano, de buscar una seguridad.

No podemos acallar una voz que desde lo hondo de nosotros mismos nos grita: "¿Por qué actúas así? ¿Qué tratas de buscar con lo que haces?". Es tu voz, Señor, que silenciosamente va creando en nuestro interior un gran vacío: desde este abismo brota, desesperadamente, el único grito verdadero: "Ten piedad de mí, que soy un pecador". El orgullo me mata, humildemente te busco, Señor.

 

CONTEMPLATIO

Me preguntáis [...] si un alma puede acudir a Dios confiadamente conociendo su propia miseria. Respondo que el alma conocedora de su propia miseria no sólo puede tener una gran confianza en Dios, sino que le será imposible alcanzar la verdadera confianza si carece del conocimiento de su propia miseria; porque el conocimiento y la confesión de esta miseria nos introducen en la presencia de Dios. Por eso los grandes santos, como Job, David y otros, comenzaban siempre sus oraciones confesando la propia miseria e indignidad; es, por lo tanto cosa excelente reconocerse pobre, vil, bajo e indigno de comparecer ante el divino acatamiento.

El célebre dicho de los antiguos: "Conócete a ti mismo", se suele interpretar así: "Conoce la grandeza y excelencia de tu alma para no envilecerla ni profanarla con cosas indignas de su nobleza". Pero se interpreta también de esta otra manera: "Conócete a ti mismo, es decir, tu indignidad, tu imperfección, tu miseria.

Cuanto más miserables somos, tanto más debemos confiar en la bondad y misericordia de Dios; porque entre la misericordia y la miseria existe un parentesco tan grande que la una no se puede ejercitar sin la otra.

Si Dios no hubiera creado a los hombres, hubiera sido ciertamente bondadoso, pero no misericordioso, puesto que no hubiera podido ejercitar su misericordia con ninguno, ya que la misericordia se practica con los miserables (Francisco de Sales, Conversaciones espirituales, II)

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Conoces hasta el fondo de mi alma" (Sal 138,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la ascesis de pobreza surge cada día un hombre nuevo, todo paz, benevolencia y dulzura. Queda para siempre marcado por el arrepentimiento, pero un arrepentimiento lleno de alegría y de amor que aflora por todas partes y siempre y permanece en segundo plano de su búsqueda de Dios. Este hombre ha alcanzado ya una paz profunda, pues fue quebrantado y reedificado en todo su ser por pura gracia. Apenas se reconoce. Es diferente. En el mismo instante en que tocó el abismo profundo del pecado, fue precipitado al abismo de la misericordia. Ha aprendido a entregar las armas ante Dios, a no defenderse ante él. Está despojado y sin defensa.

Ha renunciado a la justicia personal y no tiene proyectos de santidad. Sus manos están vacías o sólo conservan su miseria, que se atreve a exponer ante la misericordia. Dios se ha hecho verdaderamente Dios para él, y nada más que Dios. Eso es lo que quiere decir Salvator, salvador del pecado. Incluso está casi reconciliado con su pecado, como Dios se ha reconciliado con él.

Para sus hermanos y prójimos se ha convertido en un amigo benevolente y dulce que comprende sus debilidades. No tiene ya confianza en sí mismo, sino sólo en Dios. Es el primer pecador -así lo piensa-, pero pecador perdonado. Por eso debe abrirse, como a un igual y a un hermano, a todos los pecadores del mundo. Se siente cercano a ellos porque no se cree mejor que los demás. Su oración preferida es la del publicano, que se parece a su respiración y al latir del corazón del mundo, su deseo más profundo de salvación y curación: "Señor Jesús, ten piedad de mi, pobre pecador" (A. Louf, A merced de su gracia, Madrid 1991, 125s, passim).

 

 

 

Día 6

Cuarto domingo de cuaresma "LÆTARE"

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 5,9a.l0-12

9 El Señor dijo a Josué: - Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.

10 Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua el día catorce de aquel mes, al atardecer, en la llanura de Jericó.

11 Desde el día siguiente a la pascua empezaron a comer de los frutos de la tierra, panes ácimos y trigo tostado.

12 Entonces dejó de caer el maná, y los israelitas ya no volvieron a tener maná; aquel año se alimentaron de los frutos de la tierra de Canaán.

 

*•• Tras el largo y fatigoso caminar por el desierto, el pueblo elegido -al que Dios no duda en llamar reiteradamente "hijo"- llega desde la dura esclavitud de Egipto al umbral de la Tierra prometida. Acababa de efectuar el rito de la circuncisión (vv. 3-5) como signo de purificación y renovación de la alianza. Se celebra la pascua "al atardecer". Es una noche solemne como la del comienzo del Éxodo, vigilia cargada de esperanza. Al "día siguiente" (v. 11) Israel experimenta la poderosa intervención del Señor; Dios declara solemnemente a Josué: "Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto" (v. 9).

Y el "signo" es: el pueblo que durante cuarenta años se había alimentado con el maná, pan de lágrimas -puro don del Señor- ahora por primera vez gusta de los frutos de la región. Israel circuncidado, es decir, santificado, tiene la experiencia filial de llegar a casa.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,17-21

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

18Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

19 Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.

21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

 

**• La perícopa comienza con la afirmación esencial del cristianismo: si la humanidad ha muerto y resucitado con Cristo, todo lo viejo (lo que está bajo la ley del pecado) ha desaparecido. Lo que cuenta es la criatura nueva. El hombre viejo ha sido sepultado en el bautismo.

Surge del agua el hombre nuevo. Esta transformación es pura gracia. El género humano, inmerso en el pecado, no podía volver a Dios con sus propios medios. En su amor sobreabundante (cf. Ef 2,4; Rom 5,8), Dios envió a su Unigénito para llevar a cabo la reconciliación con su inmolación. Estamos salvados "por Cristo" y "en Cristo". Ambas expresiones no son una repetición, sino una profundización; equivale a decir que, una vez reconciliados por los méritos de Cristo, hemos sido injertados en él y nos hemos convertido con él en cooperadores de la obra de salvación. De hecho, en el v. 20 se nos confía una misión específica: somos embajadores

de Cristo; a través de nosotros, Dios quiere exhortar a todos a dejarse reconciliar. La misión exige adhesión plena y libre a su voluntad. Pablo propone un motivo altísimo para suscitar el asentimiento: el Justo se ha hecho pecado para que los pecadores llegasen a ser justicia. Él ha querido hacerse solidario de nosotros, ¿no nos haremos nosotros solidarios con él?

 

Evangelio: Lucas 15,1-3.11-32

1 Entre tanto, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle.

2 Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban: - Este anda con pecadores y come con ellos.

11 Entonces Jesús les dijo esta parábola: " - Un hombre tenía dos hijos.

12 El menor dijo a su padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde". Y el Padre les repartió el patrimonio.

13 A los pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino.

14 Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad.

15 Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos.

16 Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

17 Entonces recapacitó y se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre!

18 Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.

19 Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".

20 Se puso en camino y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.

21 El hijo empezó a decirle: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo".

22 Pero el padre dijo a sus criados: "Traed, enseguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies.

23Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta,

24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado". Y se pusieron a celebrar la fiesta.

25 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos

26llamó a uno de los criados y le preguntó qué era lo que pasaba.

27 El criado le dijo: "Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano".

28 Él se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirlo,

29 pero el hijo le contestó: "Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos.

30 Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado".

31 Pero el padre le respondió: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

32 Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".

 

**• Se ha definido el de Lucas como el "evangelio de la misericordia". El capítulo 15 está precisamente en el centro: comprende tres parábolas de la misericordia que son similares en la estructura pero están dispuestas in crescendo: el dracma perdido, la oveja descarriada, el hijo pródigo que pide su parte de herencia y se va. A mayor lejanía corresponde mayor amor: por la moneda y la oveja encontradas se celebra una fiesta; por el hijo recobrado se mata el ternero cebado y se le pone el anillo y el traje real.

Se trata de una página evangélica que no necesita exégesis. Sólo recalcar algunas cosas. En primer lugar, el contexto de las tres parábolas: Jesús está rodeado de "pecadores" y "come" con ellos (para la mentalidad hebrea, esta acción denotaba una profunda comunión). A su vez, los pecadores -todos- "se acercan" a él; es decir, le consideran amigo. Los escribas y fariseos "murmuran", se escandalizan y censuran el modo de actuar de Jesús, que es contrario a la Ley. El protagonista de las parábolas es siempre Dios, al que Jesús ha venido a revelar. En la narración del hijo pródigo aparece la situación de la humanidad, muy bien representada en los dos hermanos. A causa del pecado, el hombre se siente esclavo de un amo, viva como viva su esclavitud: con rebelión o con sumisión sin amor. Todo se convierte en pretexto o cálculo para que la vuelta, tras la rebelión, del hijo menor revele lo que hay en el corazón del hermano mayor y en el rostro auténtico del "amo": en realidad, el amo es el Padre rebosante de amor. Su misericordia cura las profundas heridas causadas por la rebelión. Su ternura se manifiesta como una invitación a la fiesta y a la comunión, que no pueden ser totales hasta que participen todos. Esta plenitud tiene como precio la pasión y muerte de Cristo. "Un hombre tenía dos hijos..." así comienza la parábola: es la humanidad desgarrada.

 

MEDITATIO

Dirijamos nuestro corazón y nuestros deseos a Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. Todas las lecturas hablan de retorno. Se trata de una palabra importante para un cristiano, estrechamente unida a otra: conversión. Todo retorno, para ser auténtico, exige una purificación, un cambio, la renovación del corazón.

En la parábola del hijo pródigo se describe el viaje de cada uno de nosotros desde la lejanía, cansados por el pecado, a la semejanza creada por el amor. Este regreso se realiza recorriendo el camino que el mismo Padre ha abierto a los hombres, Jesús, el mediador, el sacerdote eterno. Jesús se revela como "el hombre para los demás": es camino para todos y todos pueden caminar por él. Por este camino que es el mismo Cristo va el hijo pródigo después de decidir "levantarse". El pecado, de hecho, envilece, humilla, quita dignidad. En este hijo está representado el género humano; en él estamos todos.

Quizás no nos alejamos físicamente, sino sólo en nuestro interior: en esto nos parecemos más al hijo mayor. Quizás hemos ido tan lejos que ya ni siquiera sabemos dónde estamos: hemos perdido el sentido de la orientación cuando en nuestro entorno nada nos recuerda algo familiar, cuando nos pesa la soledad; entonces se siente el más sincero deseo, que brota desde lo más hondo del corazón; es la voz del Padre, que nunca nos ha abandonado. Es la hora de decidir. Uniéndonos a Cristo, también nosotros, pecadores perdonados, deberemos ser unos con otros el cordero que se inmola. Y, al mismo tiempo, deberemos evitar protestar como el hijo mayor, pues no es ésta la actitud propia de un cristiano. Si sentimos que la protesta brota en nuestro interior, invoquemos inmediatamente la ayuda del Señor, porque, de lo contrario, nos alejaremos de la casa de la comunión. Quien está unido a Cristo se convierte en salvación para los demás y participa en la fiesta no como espectador, sino ofreciéndola personalmente, con alegría.

 

ORATIO

Jesús, has venido a acompañarnos para emprender con nosotros, como hijo pródigo, lejos de la casa del Padre, lejos de la gloria del cielo, el regreso. Tu corazón siempre ha estado rebosante de nostalgia y amor: tus palabras hacen que ardan de deseo nuestros corazones, porque en ti encontramos a un hermano; en ti descubrimos lo que significa hacerse solidario con los pobres, con los miserables, con los privados de todo, incluso de la esperanza.

Jamás nosotros nos atreveríamos a presentarnos al Padre. Te has vestido con nuestros jirones y has llamado el primero a la puerta. Contigo, detrás de ti, hemos entrado nosotros, y nos ha sorprendido el amor.

 

CONTEMPLATIO

Oh Dios, alejarse de ti es caer, volver a ti es resurgir, permanecer en ti es construirse sólidamente; oh Dios, salir de ti es morir, encaminarse a ti es revivir, habitar en ti es vivir [...]. Recíbeme a mí, tu siervo, que huyo de las cosas engañosas que me acogieron mientras huía de ti. Siento que debo volver a ti; llamo para que se abra tu puerta; enséñame cómo se puede llegar hasta ti. No tengo nada más que tu buena voluntad. Sólo sé que se deben despreciar las cosas caducas y pasajeras y que se deben buscar las cosas eternas.

Es todo cuanto sé, oh Padre, porque sólo esto he aprendido, pero ignoro de dónde hay que partir para llegar a ti. Sugiéremelo tú, muéstrame el camino y dame lo necesario para el viaje. Si con la fe te encuentran los que vuelven a ti, dame la fe; si con la virtud, concédeme la virtud; si con el saber, dame el saber. Auméntame la fe, auméntame la esperanza, auméntame la caridad, oh bondad admirable y singular (san Agustín, Soliloquios, I, 2-4, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Me enseñarás el sendero de la vida" (Sal 15,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Observando al Padre logro distinguir tres caminos que llevan a una auténtica paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad. Puede parecer extraño que el dolor conduzca a la misericordia. Pero así es. El dolor me lleva a dejar que los pecados del mundo -incluidos los míos- desgarren mi corazón y me hagan derramar lágrimas, muchas lágrimas por ellos. Si no son lágrimas que brotan de los ojos, por lo menos son lágrimas del corazón. Este olor es oración.

El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Por el perdón constante es como vamos llegando a ser como el Padre. Él perdón es el camino para superar el muro y acoger a los demás en el corazón sin esperar nada a cambio.

El tercer camino para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el Padre del hijo que se va no sólo le da todo lo que le pide, sino que le colma de regalos cuando vuelve. Y al hijo mayor le dice: “Todo lo mío es tuyo". El Padre no se reserva nada. Lo mismo que el Padre se vacía de sí mismo por sus propios hijos, así debo darme a mis hermanos y hermanas. Jesús deja entender a las claras que en esta oblación está el signo del verdadero discípulo: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Darse supone una auténtica disciplina, porque no es algo que brota automáticamente. Cada vez que doy un paso en dirección a la generosidad, me muevo del temor al amor.

Como Padre, debo creer que todo lo que el corazón humano desea se puede encontrar en casa. Como Padre, debo tener el valor de asumir la responsabilidad de una persona espiritualmente adulta y creer que el gozo verdadero y la satisfacción plena sólo pueden venir acogiendo en casa a los que han sido ofendidos y heridos en el viaje de su vida y amándolos con un amor que no pide ni espera nada a cambio.

Se da un vacío terrible en esta paternidad espiritual. Pero este vacío terrible es también el lugar de la verdadera libertad. Libre de recibir la carga de los otros, sin necesidad de valorar, clasificar, analizar. En este estado del ser que no se permitiría nunca juzgar, puedo engendrar una confianza liberadora (H. Nouwen, L'abbraccio benedicente, Brescia 1994, 190-199, passim).

 

 

Día 7

Lunes de la cuarta semana de cuaresma o santas Felicidad y Perpetua

Liturgia de las Horas de hoy

           Estas 2 santas murieron martirizadas en Cartago (Africa) el 7 de Marzo del año 203. Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien. Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.

          El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir. Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo. El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Así se hizo y, después de corneadas largamente, las dos mártires fueron decapitadas.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 65,17-21

Esto dice el Señor:

17 Mirad, voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; lo pasado no se recordará, ni se volverá a pensar en ello,

18 sino que habrá alegría y gozo perpetuo por lo que voy a crear. Pues convertiré en gozo a Jerusalén y a sus habitantes en alegría;

19 me gozaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y ya no se oirán en ella llantos ni lamentos.

20 Ya no habrá allí niños malogrados, ni ancianos que no colmen sus años; pues será joven quien muera a los cien años, y el que no llegue a ellos se tendrá por maldito.

21 Construirán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán su fruto.

 

         **• El pueblo, vuelto del destierro, cede una vez más a la tentación de los cultos idolátricos. Se resiste a la voz del Señor, olvidando invocar su nombre (vv. 1-7) y provocándolo de este modo. Es cuando interviene el profeta: recuerda que Dios es un juez justo que asigna una suerte muy distinta a sus siervos fieles o a los rebeldes (vv. 8-16a). En este contexto, el fragmento propuesto abre una espiral de luz sobre el futuro, revelando las dimensiones del plan de Dios, que no se limita al destino de los individuos, sino que abarca a todo el cosmos.

Pronto se olvidarán de las fatigas pasadas, porque el Señor se dispone a ejecutar una "nueva" creación inundada de alegría. En estos versículos parecen entrelazarse el canto del corazón de Dios y el de la humanidad: al gozo de Dios por su ciudad santa, por su pueblo renovado interiormente, responde la alegría del pueblo por las maravillas de esta re-creación. El profeta utiliza las más bellas imágenes sacadas de la vida humana para expresar lo inefable, para indicar la vida de comunión con Dios: en la nueva Jerusalén se disipará cualquier asomo de tristeza, cesará la difundida mortalidad infantil, la longevidad será admirable, la libertad y la estabilidad política garantizarán una vida próspera y serena.

La obra salvífica del Señor transformará el mundo: es una promesa cuyo cumplimiento es Jesús, y llegará a plenitud al final de los tiempos.

 

Evangelio: Juan 4,43-54

43 Jesús partió de Samaría y prosiguió su viaje hacia Galilea.

44 El mismo Jesús había declarado que un profeta no es bien considerado en su propia patria.

45 Cuando llegó a Galilea, los galileos le dieron la bienvenida, pues también ellos habían estado en Jerusalén por la fiesta de la pascua y habían visto todo lo que Jesús había hecho en aquella ocasión.

46 Jesús visitó de nuevo Cana de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún.

47 Cuando se enteró de que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro para suplicarle que fuese a su casa y curase a su hijo, que estaba a punto de morir.

48 Jesús le contestó: - Si no veis signos y prodigios sois incapaces de creer.

49 Pero el funcionario insistía: - Señor, ven pronto, antes de que muera mi hijo.

50 Jesús le dijo: - Vuelve a tu casa; tu hijo ya está bien. El hombre creyó en lo que Jesús le había dicho, y se fue.

51 Cuando volvía a casa, le salieron al encuentro sus criados para darle la noticia de que su hijo se había puesto bueno.

52 Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado la mejoría. Los criados le dijeron: - Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre.

53 El padre comprobó que la mejoría de su hijo había comenzado en el mismo momento en que Jesús le había dicho: "Tu hijo ya está bien"; y creyeron en Jesús él y todos los suyos.

54 Este segundo signo lo hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

 

        **• La presente narración de una curación a distancia quiere revelarnos a Jesús como Palabra de vida. El Maestro vuelve a Galilea, donde es bien recibido porque se ha difundido la fama de lo que había hecho en Jerusalén.Pero él rehuye la popularidad basada en lo prodigioso.

        Se acerca a Cana, donde había obrado su primer milagro ("signo" según el lenguaje propio de Juan). Y ahora viene el segundo: un funcionario de Herodes Antipas suplica a Jesús que le siga a Cafarnaún, donde su hijo estaba en las últimas. La ubicación de Cana respecto a Jerusalén explica el uso del verbo "bajar", pero no agota su significado, cuya importancia aparece en la insistencia con la que el funcionario suplica a Jesús que "baje". El, de hecho, es el que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". Jesús reprende una fe demasiado imperfecta, pero el funcionario no desiste.

        Como respuesta a la invocación desesperada de una humanidad que languidece y está muñéndose. Jesús ofrece una palabra de vida, pero exige la fe.

        El prodigio de Jesús está en la Palabra: si se cree y se obedece, se experimentará el milagro final (v. 50). Maravilloso y eficaz el efecto del eco: el funcionario se pone en camino dejando resonar en el corazón lo que le ha dicho Jesús: "Vuelve, tu hijo ya está bien". Esta palabra, única esperanza, acompaña y sostiene cada uno de sus pasos hacia casa. Y desde su casa le salen al encuentro los criados con la grata certeza y con las mismas palabras: "Tu hijo ya está bien". La fe que ha caminado en la oscuridad (v. 52ss) encuentra la luz y se convierte en pleno asentimiento: ha repetido in crescendo la palabra de Jesús (v. 53) e inmediatamente se confirma: "Y creyó".

 

MEDITATIO

        Creer la Palabra es como abrir ante nosotros una puerta que nos introduce en una realidad nueva. Permanecer en la Palabra, guardándola en el corazón, significa participar en la obra divina de la re-creación, santificación y transfiguración del cosmos.

        Jesús es la Palabra viva de Dios: sólo él puede dirigirnos esta Palabra eficaz. Y lo hace de modo sereno, común, pidiendo una fe desnuda, total. Asentir y caminar fiándose de él puede ser cuestión de vida o muerte: lo fue para aquel padre cansado que nos narra el Evangelio, que en respuesta a su ruego no recibió de Jesús un prodigio, sino una palabra de vida, y se fió con total abandono. Nada había cambiado en su existencia, pero en su corazón anidó la esperanza. En la noche del subimiento y de la prueba, la Palabra es lámpara para nuestros pasos. La Palabra se convierte también en oración repetida sin cesar hasta que encuentre la confirmación luminosa y potente: el Señor ha escuchado, el Señor ha hecho maravillas de gracia. Cristo Jesús es el Señor de la vida ahora y por toda la eternidad.

        La fe se convierte en canto de gozo que se difunde hasta formar un coro de alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias; contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33,4-6).

 

ORATIO

        Jesús, hijo de Dios, tú que eres la plena expresión del Padre, su Palabra viva, ayúdame a encontrarte cada vez que leo y escucho el Evangelio. Enséñame a guardar en el corazón tus santas palabras, a fiarme de ellas con una fe sencilla, a buscar en ellas una respuesta en el momento de la prueba. No quieres proponerme prodigios extraordinarios, sino una fe, un abandono total. Éste es el prodigio que pides al hombre: la fe. Con fe podrás ejecutar en nosotros esos "signos" de vida que te suplicamos.

        No sólo ni siempre en el tiempo presente, pero sí en la eternidad: tu palabra es vida inmortal, es semilla que, acogida en la tierra del corazón, germina, florece y da fruto en el Reino de los Cielos.

 

CONTEMPLATIO

        El Señor no hace distinción de personas a condición de que le amemos como hijos, pues es nuestro Padre celestial. El Señor atiende a condición de que se le ame desde lo hondo del corazón y de que se tenga una fe auténtica, una fe "grande como una semilla de mostaza".

        Así es, amigo de Dios. Cualquier cosa que pidas a Dios la obtendrás si la pides para gloria de Dios o el bien de tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su gloria. Por consiguiente, ten por seguro que el Señor escuchará tus peticiones, siempre que las hagas para la edificación y el bien de tu prójimo.

        Pero incluso si pidieses algo por necesidad, utilidad o beneficio personal, no temas, que Dios te la concederá si realmente lo necesitas, porque él ama a los que le aman. Es bueno con todos y su misericordia se extiende también a los que no invocan su nombre; con mayor razón, pues, cumplirá los deseos de los que le temen. Él escuchará todas tus peticiones y no las rechazará por tu recta fe en Cristo Salvador [...].

        Pero también podrá decirte por qué le has molestado sin motivo y cómo pides cosas de las que puedes prescindir fácilmente (Serafín de Sarov, Coloquio con Motilov, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme" (Sal 69,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Que vuestra fe sea sencilla, confiada, incansablemente perseverante, animada en la oscuridad y anclada en Jesús. En él, a quien debe llegar nuestra fe por el Evangelio, en la realidad de su presencia ¡unto a vosotros. Practicad vuestra fe en las palabras de Cristo...

        Releed el Evangelio proponiéndoos comprender lo que Jesús os dice. Ha hablado casi únicamente de esto, y si ha insistido tanto es porque sabia que no le escucharíamos; sabia que era lo esencial, que nos desanimaríamos, que nos faltaría perseverancia. Nada puede sustituir la fuerza de las palabras de Jesús: leedlas, releedlas y, sobre todo, vividlas: "¿Por qué me decís: Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?" (Le 6,46). No os perdáis en fantasías, en búsquedas retorcidas. Jesús está a vuestro alcance, si tenéis fe. Nada hay más concreto y cierto aue la fe, porque es una realidad presente; es sólida, fuerte e indestructible. Jesús está aquí, y vosotros también, a condición de que os hagáis presentes cuando pasa.

        Vuestros gozos y tristezas, vuestro cansancio del trabajo y de los hombres, vuestro sufrimiento, vuestras rebeliones y vuestros disgustos no son sino oleaje de superficie, y no impide que Jesús esté allí, que os ame y os quiera a través de estas cosas por las que sufrís más cercano en ofrenda al Padre y en sacrificio por vuestros hermanos.

        Ésta es la realidad, la pura realidad; lo demás, si lo comparamos, es sólo apariencia. Lo sé: es más fácil decirlo que hacerlo. Pero el Espíritu de luz, el Espíritu de amor, actúa en vosotros. Es necesario, sin cansarse, abrirle el camino mediante la práctica de vuestra fe en Jesús (R. Voillaume, Come loro, Roma 1979, 212s, passim).

 

 

Día 8

 

Martes de la 4ª semana de Cuaresma o San Juan de Dios

Liturgia de las Horas de hoy

 

        Juan nació en Portugal el año 1495. De joven llevó una vida de juergas y aventuras y, después de una milicia llena de peligros, se entregó por completo al servicio de los enfermos.

        Desde entonces era en él habitual que, cuando se encontraba con un pobre, se despojara de lo que llevaba encima para dárselo. Finalmente, decidió quedarse en Granada y fundó allí un hospital para los enfermos y abandonados de la sociedad. Vinculó su obra a un grupo de compañeros, que constituyeron después la afamada orden de los hospitalarios de san Juan de Dios. Destacó, sobre todo, por su caridad con los enfermos y necesitados. Murió en Granada en el año 1550.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 47,1-9.12

1 Después el ángel me llevó a la entrada del templo, y vi que debajo del umbral, por el lado oriental hacia el que mira la fachada del templo, brotaba una corriente de agua. El agua descendía por el lado derecho del templo hasta la parte sur del altar.

2 Me hizo salir por el pórtico norte y dar la vuelta por fuera hasta el pórtico exterior que mira hacia oriente, y vi que las aguas fluían desde el costado derecho.

3 El hombre salió en dirección este con un cordel en la mano, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos; midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas;

4 midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura;

5 midió, por fin, otros quinientos metros y la corriente de agua era ya un torrente que no pude atravesar, pues había crecido hasta el punto de que sólo a nado se podía atravesar.

6 Entonces me dijo: - ¿Has visto, hijo de hombre? Después me hizo volver a la orilla del torrente

7 y, al volver, vi que junto al torrente en las dos orillas había muchos árboles. Y me dijo:

8 Estas aguas fluyen hacia oriente, bajan al Araba y desembocan en el mar Muerto, cuyas aguas quedarán saneadas

9 Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá abundancia de peces, porque las aguas del mar Muerto quedarán saneadas cuando llegue este torrente.

12 Junto a los dos márgenes del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán ni sus frutos se acabarán. Cada mes darán frutos nuevos, porque las aguas que los riegan manan del santuario. Sus frutos servirán de alimentó y su follaje de medicina.

 

*•• Debido al clima árido de Palestina, las fuentes se consideran con frecuencia símbolos del poder vivificador de Dios. Por eso, a veces en las inmediaciones de una fuente se erigía un santuario. En la visión de Ezequiel, este poder de vida nueva mana del zaguán del mismo templo y fluyen hacia oriente, por donde regresó la Gloria del Señor a morar en medio del pueblo vuelto del destierro. Al principio, es un pequeño arroyo de agua insignificante, comparado con los grandes ríos mesopotámicos, pero va creciendo cada vez más y más hasta convertirse en un río navegable.

Es sugestivo el contraste entre la medida exacta y calculada siempre igual por el ángel y el crecer sin medida del agua, cuyo poder debe experimentar el profeta en su cuerpo (vv. 3b.4b). A él se le revela la extraordinaria fecundidad y eficacia de la fuente: llena de vegetación el territorio, sana el mar Muerto, hace que abunden los peces y que prosperen las gentes (vv. 7-10); los árboles frutales dan cosechas extraordinarias: el agua que viene de Dios sana y fecunda la tierra que recorre.

El Nuevo Testamento recogerá y llevará a plenitud la simbología: Jesús es el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu (Jn 7,38; 19,34) por medio de la regeneración con esta agua vivificante y medicinal (Jn 3,5).

 

Evangelio: Juan 5,1-3.5-16

1 Después de esto, Jesús volvió a Jerusalén para celebrar una de las fiestas judías.

2 Hay en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, un estanque conocido con el nombre de Betesda, que tiene cinco soportales.

3 En estos soportales había muchos enfermos recostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos.

5 Había entre ellos un hombre que llevaba treinta y ocho años inválido.

6 Jesús, al verlo allí tendido, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le preguntó: - ¿Quieres curarte?

7 El enfermo le contestó: - Señor, no tengo a nadie que me introduzca en el estanque cuando se mueve el agua. Cuando quiero llegar yo, otro se me ha adelantado.

8 Entonces Jesús le ordenó: - Levántate, toma tu camilla y echa a andar.

9 En aquel instante, el enfermo quedó curado, tomó su camilla y comenzó a andar. Aquel día era sábado.

10 Los judíos se dirigieron al que había sido curado y le dijeron: - Hoy es sábado y no te está permitido llevar al hombro tu camilla.

11 Él respondió: - El que me curó me dijo: "Toma tu camilla y vete".

12 Ellos le preguntaron: - ¿Quién es ese hombre que te dijo: "Toma tu camilla y vete"?

13 Pero él no lo conocía ni sabía quién le había curado, pues Jesús había desaparecido entre la muchedumbre que se había reunido allí.

14 Más tarde, Jesús se encontró con él en el templo y le dijo: - Has sido curado, no vuelvas a pecar más, pues podría sucederte algo peor.

15 El hombre fue a informar a los judíos de que era Jesús quien le había curado.

16 Jesús hacía obras como ésta en sábado; por eso lo perseguían los judíos.

 

w Jesús, salvación de Dios, decide atravesar los soportales de miserias humanas que se reúnen junto a la piscina de Betesda, en Jerusalén. Allí se encuentra con una en particular. Su palabra se dirige a ese pobre paralítico que lleva enfermo treinta y ocho años, casi toda su existencia. Después de tan larga espera, ¿qué puede pedir de bueno a la vida?

La pregunta aparentemente obvia de Jesús (v. 6) despierta la voluntad de este hombre y, por un simple mandato (v. 8), recobra la fuerza: carga con su camilla, compañera de tantos años de enfermedad, y camina llevándola consigo como testimonio de su curación.  

Jesús renueva la vida, cosa que no podrían hacer los ritos supersticiosos, ni siquiera la Ley: quien se queda bloqueado en su interpretación literal, en la rigurosa observancia del sábado, es un paralítico del espíritu, un ciego de corazón. A diferencia de aquel enfermo, no quiere curarse y su rigidez se convierte en hostilidad. En el templo, Jesús se encuentra con el hombre curado y le dirige la palabra clara y exigente (v. 14), de la que se desprende que hay algo peor que 38 años de parálisis: el pecado, con sus consecuencias. Jesús no quiere renovar la vida a medias: si no se nos libera de las ataduras del pecado, de nada nos sirve que se nos desentumezcan los miembros. Es una libertad por la que debemos optar cada día: "¿Quieres quedar sano?... No peques más".

 

MEDITATIO

Sentado en los límites de la esperanza, sin poder comprometerse con la vida, desilusionado de los demás y con frecuencia también de la religión: así es el hombre de hoy, de siempre, al que Cristo viene a buscar allí donde se encuentra, paralizado por el sufrimiento, el pecado o por distintas circunstancias. Jesús sencillamente pregunta: "¿Quieres curarte?". Pregunta obvia, quizás, pero exige una respuesta personal que renueva interiormente y hace sentir la gran dignidad del hombre: su libertad y responsabilidad. Luego, sencillamente, dice: "Levántate: echa a andar...". No por medio de ritos vacíos o por no sé qué agua milagrosa, sino por el poder de la Palabra de Dios que recrea, rompe las ataduras que aprisionan. No es nada la parálisis del cuerpo: hay ataduras mucho peores que atan el corazón al pecado. Por esta razón, Cristo ha dejado a la Iglesia la eficacia de su Palabra y la gracia que brota como un río de su costado abierto: agua viva del baño bautismal, que regenera y renueva al pecador; agua viva de las lágrimas del arrepentimiento, que suscita el Espíritu para absolver de todo vínculo de culpa al penitente; sangre derramada por aquel que fue perseguido a muerte por haber traído al mundo la salvación de Dios.

 

ORATIO

Ven, Señor Jesús a buscar a todo el que yace con el ánimo abatido, en la enfermedad de sus miembros, en la desesperación del pecado oculto. Ven a buscarme también a mí. Acércate a nosotros, oh Cristo, vuélvete a nosotros, uno por uno, para que en cada uno resuene la pregunta: "¿Quieres curarte?". Pídemelo también a mí. Ven a sumergirnos, Señor, en el profundo abismo de tu amor, que brota de tu corazón abierto como un río y corre, inagotable y potente, atravesando y renovando tiempos y espacios para desembocar en el Eterno. Ya me purificaste en la fuente bautismal: haz que viva fielmente en conformidad a los dones recibidos. Que pueda cada día cancelar las culpas cometidas con el agua de mis lágrimas: que me abran a la gracia del perdón nunca merecido, siempre humildemente implorado. Libre del pecado que me inmoviliza en una existencia carente de sentido, que pueda caminar anunciando que en ti todos pueden volver a encontrar la vida y sentirse hermanos.

 

CONTEMPLATIO

La piscina o el agua simbolizan la amable persona de nuestro Señor Jesucristo [...]. Bajo los pórticos de la piscina yacían muchos enfermos, y el que bajaba al agua después de ser agitada quedaba completamente curado.

Esta agitación y este contacto son el Espíritu Santo, que viene de lo alto sobre el hombre, toca su interior y produce tal movimiento que su ser, literalmente, se conmociona y se transforma completamente, hasta el punto de que le hastían las cosas que antes le agradaban o desea ardientemente lo que antes le horrorizaba, como el desprecio, la miseria, la renuncia, la interioridad, la humildad, la abyección, el distanciamiento de las criaturas.

Ahora constituye su mayor delicia. Cuando se produce esta agitación, el enfermo -esto es, el hombre exterior, con todas sus facultades- desciende interiormente al fondo de la piscina y se lava a conciencia en Cristo, en su sangre preciosísima. Gracias a este contacto, se cura con toda certeza, como está escrito: "Todos los que lo tocaban se curaban" (J. Taulero, Sermón del evangelio de Juan para el viernes después de ceniza).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Devuélveme la alegría de tu salvación" (Sal 50,14a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Volviendo a un hombre totalmente sano, Jesús le confiere la vida en plenitud; se exhorta ciertamente al hombre a no pecar más, pero él no hace más que una cosa: "andar". A diferencia del ciego de nacimiento, después de su curación, no se pone a proclamar que Jesús es un profeta, ni se pone a confesar su fe, sino que es simplemente un signo vivo de la vida transmitida por el Hijo, y en este sentido expresa al Padre. No hay ninguna consigna de que no "reniegue", sino el deber de existir, de "caminar" simplemente. El creyente es un hombre que camina, si permanece en relación con el Hijo y, por él, con el Padre [...].

¿Cómo transmite Jesús la verdad que habitaba en él? El sabe que la Palabra es creadora de vida y sabe también que la Palabra traducida en palabras corre el peligro de verse confundida con el parloteo del lenguaje humano. Por eso empieza dando la salud a un hombre que llevaba muchos años enfermo; y sólo a continuación ilumina su acción [...]. Al realizar esta acción en día de sábado, suscita una cuestión sobre la autoridad de su misma persona, y luego explica su sentido.

De esta manera, todo discípulo puede aprender también la forma de comunicar su experiencia de fe. Frente a los que no la comparten, me siento tentado a combatir con palabras que expresen la verdad. Pero de esta manera me olvidaría de que las palabras no son solamente un medio de comunicación, sino también un obstáculo para el encuentro con otro. Por el contrario, si pongo al otro en presencia de un acto que invite a reflexionar sobre ese ser extraño que soy yo (cf. Jn 3,8), entonces se entabla un diálogo, no con palabras que se cruzan, sino entre unos seres vivos, discípulos, para comunicarse a través de unos gestos que ofrecen sentido (X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan, Salamanca 1992, II, 67-68, passim).

 

 

Día 9

Miércoles de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,8-15

8 Así dice el Señor: Te he respondido en tiempo de gracia, te he auxiliado en día de salvación, te he formado y te he hecho alianza del pueblo para restaurar el país, para repartir las heredades devastadas,

9 para pedir a los cautivos: "¡Salid", a los que están en tinieblas: "¡Dejaos ver!". A lo largo de los caminos se apacentarán, en todos los montes pelados tendrán pastos.

10 No pasarán hambre ni sed, el bochorno y el sol no los dañarán, pues el que se compadece de ellos los guiará y los conducirá hacia manantiales de agua.

11 Convertiré en caminos mis montos y se nivelarán mis senderos.

12 Vienen todos de lejos, unos del norte y del poniente, otros de la región de Sinín.

13 Gritad, cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, que el Señor consuela a su pueblo, se apiada de sus desvalidos.

14 Sión decía: "Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado".

15 ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

 

»*• El Siervo de YHWH experimenta el desaliento y el fracaso, pero Dios le infunde nuevos ánimos y dilata hasta el extremo de la tierra los confines de su misión salvífica (vv. 5-7). Implica en primer lugar la liberación de los israelitas del destierro, porque ha llegado el tiempo de la misericordia, el día de la salvación (v. 8). Dios tiene sus tiempos y sus días, en los que ofrece su gracia y realiza su promesa. Penetra en el curso de la historia humana para transformarla. En el designio de Dios, el Siervo es como Moisés: mediador de la alianza. Como Josué, restaurará y repartirá la tierra. Será el heraldo del nuevo éxodo que el Señor mismo, "El Compasivo", guiará como buen pastor y facilitará superando todo lo esperado (vv. lOs). Es un mensaje de vida dirigido a los desterrados descorazonados.

El profeta a continuación contempla desde Jerusalén (v. 12) la entrada en la patria del pueblo, que confluye en la ciudad santa no sólo desde Babilonia, sino desde todos los puntos donde habían sido dispersados. El cosmos entero canta, exultando por la misericordia que el Señor ha tenido con su pueblo (v. 13). Su amor es una ternura honda, visceral. Le caracterizan su entrega y fidelidad perennes. Es su icono el amor de una madre por sus hijos (vv. 14s). Son imágenes tomadas del lenguaje humano para indicar lo unido que está Dios con sus criaturas; no es un Dios lejano ni impasible, ni un Dios juez implacable, sino un Dios cercano y solícito con la suerte de todos sus hijos.

 

Evangelio: Juan 5,17-30

17 Dijo Jesús: - Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo.

18 Esta afirmación provocó en los judíos un mayor deseo de matarlo, porque no sólo no respetaba el sábado, sino que además decía que Dios era su propio Padre, y se hacía igual a Dios.

19 Jesús prosiguió, diciendo: - Yo os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre: lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo.

20 Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta todas sus obras; y le manifestará todavía cosas mayores, de modo que vosotros mismos quedaréis maravillados.

21 Porque así como el Padre resucita a los muertos dándoles la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.

22 El Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado al Hijo todo el poder de juzgar.

23 Y quiere que todos den al Hijo el mismo honor que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado.

24 Yo os aseguro que quien acepta lo que yo digo y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna; no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

25 Os aseguro que está llegando la hora, mejor aún, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y todos los que la oigan, vivirán.

26 El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder.

27 Le ha dado también autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre.

28 No os admiréis de lo que os estoy diciendo, porque llegará el momento en que todos los muertos oirán su voz

29 y saldrán de los sepulcros. Los que hicieron el bien resucitarán para la vida eterna, pero los que hicieron el mal resucitarán para su condenación.

30 Yo no puedo hacer nada por mi cuenta. Juzgo según lo que Dios me dice, y mi juicio es justo, porque no pretendo actuar según mi voluntad, sino que cumplo la voluntad del que me ha enviado.

 

**• Jesús es perseguido por los judíos a causa de las curaciones que realiza en sábado. Para fundamentar sus obras, Jesús revela su propia identidad de Hijo de Dios, poniéndose así por encima de la Ley. El v. 17 alude a especulaciones judías: el descanso sabático de Dios se refiere a su obra creadora, no a la continua actividad de Dios, que incesantemente da la vida y juzga (el Eterno nunca puede interrumpir estas dos actividades, porque pertenecen a su propia naturaleza).

En los versículos 19-30, Jesús muestra que se atiene en todo a la actividad de Dios como hijo que aprende en la escuela de su padre. "El hijo no puede hacer nada por su cuenta": esta afirmación, reiterada en el v. 30, incluye la perícopa e indica su sentido. La total unidad entre la acción del Padre y del Hijo es fruto de la completa obediencia del Hijo, que ama el querer del Padre y comparte su amor desmesurado por los pecadores. Por eso el Padre da al Hijo lo que a él sólo pertenece: el poder sobre la vida y la autoridad del juicio (vv. 25s). Esta íntima relación entre Padre e Hijo puede extenderse también a los hombres por medio de la escucha obediente de la Palabra de Jesús, que hace entrar en el dinamismo de la vida eterna superando la condición existencial de muerte que caracteriza la vida presente.

 

MEDITATIO

El Señor ha constituido a su Siervo como alianza para restaurar el país. El Padre ha enviado al Hijo y le ha dado el poder de resucitar de entre los muertos. Nadie está excluido de esta invitación a la vida, nadie podrá sentirse abandonado u olvidado por Dios, porque el único verdaderamente abandonado es el Hijo amado, a quien un Amor más grande entrega a la muerte en la cruz para librarnos de la muerte eterna. A los judíos que le acusan de violar el sábado y de no respetar el descanso del mismo Dios, él les revela la propia conformidad sustancial de Hijo que actúa en todo de acuerdo con lo que ve y escucha del Padre: por consiguiente, de él recibe la autoridad de juzgar. A cuantos escuchan con fe su Palabra y la guardan en el corazón, les da el poder de llegar a ser hijos de Dios; desde ahora pasan de la muerte a la vida eterna, y, en el último día, no encontrarán al juez, sino al Padre, que les espera desde siempre, porque en ellos reconoce el rostro de su Hijo amado, el Unigénito, convertido por nosotros en hermano primogénito.

Grande es la esperanza que se nos propone: nos concede nueva luz en la existencia cotidiana. Vivir como hijos es la herencia eterna y, a la vez, el tesoro secreto que nos sostiene cada día en la fatiga.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú que siempre miras al Padre y cumples lo que le ves hacer, atrae nuestra mirada a ti: en tu luz veremos la luz, aprenderemos a vivir como hijos de Dios.

De él has recibido el poder de dar la vida y devolverla, nueva, al que la ha perdido, porque te has entregado a la muerte por todos. Aumenta nuestra fe; en ti está la fuente viva y de ti lograremos con gozo nuestra salvación.

Tú, juez de todo mortal, que escuchas siempre los juicios veraces de Dios, haz que nosotros escuchemos tu Palabra con corazón obediente; de ti aprenderemos que la mayor sabiduría es adherirse a la voluntad del Padre con humilde amor. En la fiesta sin fin de la divina ternura, que envuelve a todo hombre para convertirlo en hijo, gozaremos contigo, oh Hijo unigénito, porque no te has avergonzado de llamarnos "hermanos".

 

CONTEMPLATIO

Si ha descendido a la tierra ha sido por compasión hacia el género humano. Sí, ha padecido nuestros sufrimientos antes de padecer la cruz, incluso antes de haber asumido nuestra carne. Pues si no hubiese sufrido, no habría venido a compartir nuestra vida humana. Primero ha sufrido, luego ha descendido. ¿Cuál es la pasión que sintió por nosotros? La pasión del amor. El mismo Padre, el Dios del universo, "lento a la ira y rico en misericordia", ¿no sufre en cierto modo con nosotros? ¿Lo ignorarías tú, que gobernando las cosas humanas padeces con los sufrimientos de los hombres? Como el Hijo de Dios "llevó nuestros dolores", también el mismo Dios soporta "nuestro padecer". Ni siquiera el Padre es impasible. Tiene piedad, sabe algo de la pasión de amor... (Orígenes, Homilías sobre Ezequiel, VI, 6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Acuérdate, Señor, de tu ternura" (Sal 24,6a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Anunciar la resurrección no es anunciar otra vida, sino mostrar que la vida puede ganar en intensidad y que todas las situaciones e muerte que atravesamos pueden transformarse en resurrección.

Un gran poeta francés, Paul Eluard, decía: "Hay otros mundos, pero están en este". Así es como debemos pensar en la resurrección. Creo que debemos intentar participar un poco en esta realidad, esto es, intentar convertirnos en hombres de resurrección, testimoniando una moral de resurrección como una llamada a una vida más profunda, más intensa, que finalmente pueda deshacer el sentido mismo de la muerte. Pues estoy convencido de que el gran problema de los hombres de hoy es precisamente el problema de la muerte. Pienso que el lenguaje que debemos utilizar para dirigirnos a los hombres es ante todo el ejemplo que debemos dar, el lenguaje de la vida: con este lenguaje lograremos que comprendan lo que significa resurrección.

Nos hacen falta profetas quizás un poco locos. Sí, porque la resurrección es una locura, y hay que anunciarla a lo loco: si se anuncia de un modo "educado", no puede funcionar. Debemos decir: "Cristo ha resucitado", y todos nosotros hemos resucitado en él. Todos los hombres; no sólo los que pertenecen a la Iglesia, todos. Y entonces, si en lo más hondo de nosotros la angustia se transforma en confianza, podremos hacer lo que nadie se atreve a hacer hoy: bendecir la vida.

Hoy los cristianos son cada vez más minoritarios, casi en diáspora. ¿Qué relación tiene esta minoría con la humanidad entera? Esta minoría es un pueblo aparte para ser reyes, sacerdotes y profetas; para trabajar, servir, orar por la salvación universal y la transfiguración del universo, para convertirse en servidores pobres y pacíficos del Dios crucificado y resucitado (O. Clément, cit. en En el drama de la incredulidad con Teresa de Lisieux, Verbo Divino, Estella 1998).

 

 

 

Día 10

Jueves de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,7-14

7 El Señor dijo a Moisés: - Vete, baja porque se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto.

8 Muy pronto se han apartado del camino que les señalé, pues se han fabricado un becerro chapado en oro, se están postrando ante él, le ofrecen sacrificios y repiten: "Israel, éste es tu Dios, el que te sacó de Egipto".

9 Y añadió el Señor: - Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado.

10 Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré. A ti, sin embargo, te convertiré en padre de una gran nación.

11 Moisés suplicó al Señor, su Dios, diciendo: - Señor, ¿por qué se va a desahogar tu furor contra tu pueblo, al que tú sacaste de Egipto con tan gran fuerza y poder?

12 ¿Vas a permitir que digan los egipcios: "Los sacó con mala intención, para matarlos entre los montes y borrarlos de la faz de la tierra"? Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo. "Recuerda a Abrahán, a Isaac y a Israel, tus servidores, a quienes juraste por tu honor y les prometiste:

13 Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo y daré a vuestros descendientes esa tierra de la que os hable, para que la posean como heredad eterna".

14 Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo.

 

**• Dios acaba de establecer su alianza con Israel, confirmándola con una solemne promesa (cf. Ex 24,3). Moisés todavía está en el monte Sinaí en presencia del Señor, donde recibe las tablas de la Ley, documento base de la alianza. Pero el pueblo ya ha cedido a la tentación de la idolatría: se construye un becerro de oro, obra de manos humanas, y se atreve a adorarlo como el Dios que le ha librado de la esclavitud de Egipto (v. 8). Dios montó en cólera (las características antropomórficas con las que se describe a Dios en este episodio atestiguan la antigüedad del fragmento). Sin duda, informó a Moisés de lo acaecido (v. 7): se ha roto la alianza. Es un momento trágico: Dios está a punto de repudiar a Israel, sorprendido en flagrante adulterio.

Aunque Moisés, jefe del pueblo, permaneció fiel. ¿Le rechazará también el Señor? No, pero se pondrá a prueba su fidelidad. ¿Cómo? Mientras el Señor amenaza con destruir al pueblo, propone a Moisés comenzar con él una nueva historia y le promete un futuro rico de esperanza (v. 10). Moisés no cede a la "tentación". Ha recibido la misión de guiar a Israel hacia la tierra prometida y no abandona al pueblo. Como en otro tiempo Abrahán (cf. Gn 18), intercede poniéndose como un escudo entre Dios y el pueblo pecador. Con su súplica, trata de "dulcificar el rostro del Señor" (v. 11). Su angustiosa oración, en la que recuerda al Señor las promesas hechas a los patriarcas, es tan ardiente que llega al corazón de Dios.

 

Evangelio: Juan 5,31-47

Dijo Jesús:

31 Si me presentase como testigo de mí mismo, mi testimonio carecería de valor.

32 Es otro el que testifica a mi favor, y su testimonio es válido.

33 Vosotros mismos enviasteis una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad.

34 Y no es que yo tenga necesidad de testigos humanos que testifiquen a mi favor; si digo esto es para que vosotros podáis salvaros.

35 Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; vosotros estuvisteis dispuestos, durante algún tiempo, a alegraros con su luz.

36 Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que el Padre me encargó llevar a cabo.

37 También habla a mi favor el Padre que me envió, aunque vosotros nunca habéis oído su voz ni visto su rostro.

38 Su palabra no ha tenido acogida en vosotros; así lo prueba el hecho de que no queréis creer en el enviado del Padre.

39 Estudiáis apasionadamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; pues bien, también las Escrituras hablan de mí;

40 y a pesar de ello, vosotros no queréis aceptarme para tener vida eterna.

41 Yo no busco honores que puedan dar los hombres.

42 Además, os conozco muy bien y sé que no amáis a Dios.

43 Yo he venido de parte de mi Padre, pero vosotros no me aceptáis; en cambio, aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio.

44 ¿Cómo vais a creer vosotros, si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros y no os interesáis por el verdadero honor, que viene del Dios único?

45 No penséis que voy a ser yo quien os acuse ante mi Padre; os acusará Moisés, en quien tenéis puesta vuestra esperanza.

46 Él escribió acerca de mí; por eso, si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí.

47 Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo digo?

 

**• Continúa el discurso apologético de Jesús como réplica a las acusaciones de los judíos. A medida que avanza el discurso, se va enconando más y más. Cada vez aparece más clara la distinción entre el "yo" de Jesús y el "vosotros" de los oyentes hostiles. La perícopa llega al punto culminante del proceso del Señor Dios contra su pueblo amado con predilección, pero obstinadamente rebelde, ciego y sordo.

Cuatro son los testimonios aducidos por Jesús que deberían llevar a los oyentes a reconocerlo como Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios: las palabras de Juan Bautista, hombre enviado por Dios; las obras de vida que él mismo ha realizado por mandato de Dios; la voz del Padre, y, finalmente, las Escrituras. Estos testimonios, tan diversos, tienen dos características comunes: por una parte, como respuesta a la acusación de blasfemia por los judíos contra Jesús, remiten al actuar salvífico de Dios Padre; por otra, no dicen nada verdaderamente nuevo.

Los judíos se encuentran así sometidos a un proceso. Su ceguera procede de una desviación radical, interior: los acusadores no buscan la "gloria que procede sólo de Dios", revela el riesgo y les pone en guardia: creen obtener vida eterna escudriñando los escritos de Moisés, pero estos escritos son los que les acusan. ¿El intercesor por excelencia tendrá que convertirse en su acusador? El fragmento concluye con una pregunta que pide a cada uno examinar la autenticidad y sinceridad de la propia fe.

 

MEDITATIO

Llevar una vida auténticamente religiosa significa ante todo sentirse dependiente de Dios, unidos a él con un vínculo indisoluble. Lo demás es secundario. De ahí brotan las actitudes espirituales y prácticas que caracterizan al creyente y le diferencian del no creyente. El creyente es el que, en una situación de prueba, no abandona a Dios como si fuese la causa de su mal, sino que se vuelve hacia él con una insistencia invencible, romo hizo Moisés.

Además, el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos: en todos ve a su prójimo. Ora por todos y es un intercesor universal, dispuesto a cargar con las debilidades de los demás, a sufrir para que los otros puedan ser aliviados en su dolor, como hicieron Moisés y, sobre todo, Jesús, el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos. En esta humilde, fiel y continua donación de sí está el verdadero testimonio. Frente a una vida entregada al servicio de los más débiles, frente a personas que no acusan, sino que suplican y perdonan, antes o después surgirá la pregunta: "¿Por qué actúa así?". La existencia de un Dios que es amor no se "demuestra" más que dejando transparentar que vive en los corazones de los que le acogen.

 

ORATIO

Señor, esplendor de la gloria del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos buscado la gloria humana vanamente: lo único que sacamos es hacernos más duros de corazón, sin saber dar un sentido a las cosas, a los acontecimientos.

Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres transparencia del rostro del Dios-humildad. Jesús, testigo fiel y veraz del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos rechazado las exigencias de tu Palabra y hemos preferido seguir los ídolos del mundo, viviendo una "espiritualidad de compromiso": ilusiones falaces que apagan el amor interior. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que nos permites oír la voz del Dios-verdad.

Cristo, Hijo obediente enviado por el Padre, ten piedad de nosotros. Hemos olvidado las Escrituras, que nos cuentan la pasión que sufriste por nosotros; hemos apartado la mirada de quien todavía vive la pasión en el cuerpo o en el corazón; intercede por nosotros, pecadores, tú, inocente Cordero de Dios. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres la presencia encarnada del Dios-misericordia.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh, cuan bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuan bella es la eternidad, pues es el esplendor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol y más resplandeciente que la luz! ¡Cuan bella en el tiempo, pues ha sido formada por el Espíritu Santo pura, libre de pecado y hermosa, sin la menor mancilla, y durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuan tierna y dulce es para los hombres, especialmente para los pobres y pecadores, a los que vino a buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando invisiblemente!

Que nadie se imagine que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, es Jesús menos dulce y condescendiente; al contrario, su gloria perfecciona en cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostentar las riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia (L.-M. Grignion de Montfort El amor de la Sabiduría eterna, XI, 126-127).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El que cree tiene la vida eterna" (Jn 6,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa "libro", y todas las páginas de este libro hablan de él y quieren llevar a él [...].

Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo. ¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y él mismo como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a él. Leemos la Escritura en él y con su gracia.

Y debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo Cristo está unido a él, cara a cara, orientado a él, penetrando en él y penetrado por él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces de leer a Cristo-Libro y, en él, a Dios Padre (J. Leclercq, Ossa humiliata, Seregno 1993, 65-85, passim).

 

 

Día 11

Viernes de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 2, 1a. 12-22

2,1a Dijeron los impíos, discurriendo equivocadamente:

12 Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la Ley, y nos reprocha las faltas contra la educación recibida;

13 se precia de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor.

14 Es un reproche contra nuestros pensamientos, y sólo verlo nos molesta.

15 Pues lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes.

16 Nos considera moneda falsa, se aparta de nosotros como si fuéramos impuros. Proclama dichosa la suerte de los justos y se precia de tener a Dios por Padre.

17 Veamos si es verdad lo que dice, comprobemos cómo le va al final.

18 Porque si el justo es hijo de Dios, él lo asistirá y lo librará de las manos de sus adversarios.

19 Probémoslo con ultrajes y tortura: así veremos hasta dónde llega su paciencia y comprobaremos su resistencia.

20 Condenémoslo a muerte ignominiosa, pues, según dice, “Dios lo librará".

21 Así piensan, pero se equivocan, pues los ciega su maldad.

22 Ignoran los secretos de Dios, no confían en el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de los intachables.

 

*+• Después de una exhortación para vivir de acuerdo con la justicia (Sab 1,1-15), el hagiógrafo deja la palabra a los "impíos". Éstos, en un discurso articulado, exponen su "filosofía": viven la vida como búsqueda desenfrenada del placer, eliminando -incluso con violencia- cualquier obstáculo que se les ponga por delante. Los dos versículos que enmarcan la exposición manifiestan un claro juicio condenatorio: razonan equivocadamente (v. 1), se engañan (v. 21).

Los "impíos" de los que se habla son probablemente los hebreos apóstatas de la comunidad de Jerusalén, que, aliados con los paganos, persiguen a sus hermanos fieles al Dios de la alianza. Con su conducta estos "justos" constituyen una presencia insoportable. Cuatro imperativos muestran un creciente rencor oculto que se convierte en odio abierto: del tender acechanzas se pasa al insulto, para llegar finalmente al proyecto de condena a muerte, en un desafío blasfemo contra Dios (v. 18; cf. v. 20).

El "resto" de Israel vive su pasión profetizando la del Mesías. Jesús es el único Justo verdadero, el Hijo amado, el humilde puesto a prueba, escarnecido (v. 19) y condenado a una muerte infame (v. 20). Pero, sobre todo, es él quien, habiendo puesto toda su confianza en el Padre, surge del abismo en la luz de pascua como primogénito de los muertos. La esperanza del Antiguo Testamento adquiere una dimensión inesperada, que supera cualquier "profecía" posible: por los méritos de uno solo, todos son constituidos "justos", si se abre el corazón para acoger el don de su gracia.

 

Evangelio: Juan 7,1-2.10.25-30

1 Después de algún tiempo, Jesús andaba por Galilea. Evitaba estar en Judea porque los judíos buscaban la ocasión para matarlo.

2 Ya estaba cerca la fiesta judía de las Tiendas.

10 Cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de incógnito, no públicamente.

25 Entonces, algunos de los que vivían en Jerusalén se preguntaban: - ¿No es éste el hombre al que quieren matar?

26 Resulta que está hablando en público y nadie le dice ni una palabra. ¿Es que habrán reconocido nuestros jefes que es en realidad el Mesías?

27 Pero, por otra parte, cuando aparezca el Mesías, nadie sabrá de dónde viene, y éste sabemos de dónde es.

28 Al oír estos comentarios, Jesús, que estaba enseñando en el templo, levantó la voz y afirmó: - ¿De manera que me conocéis y sabéis de dónde soy? Sin embargo, yo no he venido por mi propia cuenta, sino que he sido enviado por aquel que es veraz, a quien vosotros no conocéis.

28 Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él quien me ha enviado.

29 Intentaron entonces detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima, porque todavía no había llegado su hora.

 

**• La persona de Jesús suscitó preguntas e inquietudes entre sus contemporáneos, mientras la aversión de los jefes judíos llega al paroxismo (v. Ib). Jesús no es un provocador ni un cobarde: espera la hora del Padre sin huir ni adelantar los acontecimientos. Por eso evita la Judea hostil y cuando por fin sube a Jerusalén a la fiesta más popular, la de las Tiendas, lo hace "de incógnito", contrariamente al deseo de sus parientes, pero deseosos de disfrutar su fama (vv. 3-5). En la ciudad santa, sin embargo, es reconocido en seguida. Y como siempre se dividen los ánimos: ahora se trata de su mesianismo.

Los círculos apocalípticos de la época sostenían el origen misterioso del Mesías: y si Jesús proviene de Nazaret, es sólo un impostor (vv. 26s). Jesús no ignora las voces que se van difundiendo, y sobre ellas se eleva su propia voz, fuerte y clara, en el templo (v. 28: literalmente "grito"; se trata de una proclamación solemne y con autoridad). Con sutil ironía, se muestra que su origen es efectivamente desconocido a los que piensan saber muchas cosas de él: de hecho, no quieren reconocerlo como el enviado de Dios y por eso no conocen al Dios veraz y fiel que cumple en él sus promesas.

Las palabras de Jesús suenan a los oídos de sus adversarios como una ironía, un insulto y una blasfemia. Tratan de echarle mano, pero en vano: él es el Señor del tiempo y las circunstancias, porque se ha sometido totalmente al designio del Padre, y todavía no ha llegado su "hora" (v. 30).

 

MEDITATIO

Juan ubica el drama mesiánico en el interior de la historia del pueblo de Dios; en particular, une la vida de Jesús con las celebraciones de las grandes fiestas hebreas, que tenían como objetivo mantener viva la memoria de las grandes obras de Dios. Como siempre, en el cuarto evangelio, los pequeños detalles adquieren un valor simbólico. ¿Por qué aparece el complot contra Jesús pocos días antes de la celebración de la fiesta de las Tiendas? En esta fiesta se agradecía a Dios las cosechas y se recordaban los cuarenta años pasados en el desierto. Se construían chozas con ramas –también en Jerusalén-, a las que se iba a meditar: retiro en un desierto simbólico.

La controversia que relata Juan se sitúa precisamente en vísperas de este tiempo propicio a la reflexión. Es como si Jesús hiciese un último esfuerzo para invitar a los adversarios a reflexionar sobre su persona y sobre sus "obras". Sabemos que el resultado fue negativo. ¿No podríamos quizás nosotros, acogiendo la sugerencia de la liturgia de hoy, hacer este alto en nuestro camino hacia la pascua, tomarnos un tiempo para dedicarlo a releer y meditar este texto tan denso e inagotable, para interrogarnos más profundamente sobre el misterio de la persona de Jesús y adherirnos a él con mayor amor?

 

MEDITATIO

¡Ven, Espíritu Santo de Dios! Hemos endurecido nuestros corazones como una piedra a causa de nuestro pertinaz orgullo, la violencia finamente perpetrada, las grandes o pequeñas ambiciones que perseguimos a toda costa. Cada día condenamos al Inocente a una muerte infame, cuando nos mueve un principio distinto de el del amor. El mal que hacemos, quizás sin darnos cuenta, aplasta hoy a los inocentes.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo! Tú, luz santísima, esclarece la conciencia, ilumina la inteligencia: pretendíamos conocer a Dios y hemos despreciado a su Cristo en la multitud de pobres humillados por la vida que, sin apariencia ni brillo, han pasado junto a nosotros.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo! Dulce huésped del alma, ayúdanos a descubrir el origen del Humilde que soportó en silencio la iniquidad de todos nosotros sin avergonzarse de llamarnos "hermanos". Confórmanos a él para que comprendamos la gracia de vivir como hijos del único Padre, enviados por él con Cristo a llevar el amor a todo ser humano.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo!

 

CONTEMPLATIO

Tú eres el Cristo, Hijo del Dios vivo. Tú eres el revelador de Dios invisible, el primogénito de toda criatura, el fundamento de todo. Tú eres el Maestro de la humanidad.

Tú eres el Redentor: naciste, moriste y resucitaste por nosotros. Tú eres el centro de la historia y del mundo.

Tú eres quien nos conoce y nos ama. Tú eres el compañero y amigo de nuestra vida. Tú eres el hombre del dolor y de la esperanza. Tú eres aquel que debe venir y que un día será nuestro juez y, así esperamos, nuestra felicidad.

Nunca acabaría de hablar de ti. Tú eres luz y verdad; más aún: tú eres "el camino, la verdad y la vida" [...].

Tú eres el principio y el fin: el alfa y la omega. Tú eres el rey del nuevo mundo. Tú eres el secreto de la historia.

Tú eres la clave de nuestro destino. eres el mediador, el puente entre la tierra y el cielo. Tú eres por antonomasia el Hijo del hombre, porque eres el Hijo de Dios, eterno, infinito.

Tú eres nuestro Salvador. Tú eres nuestro mayor bienhechor. Tú eres nuestro libertador. Tú eres necesario para que seamos dignos y auténticos en el orden temporal y hombres salvados y elevados al orden sobrenatural.

Amén (Pablo VI, 29 noviembre 1970).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor" (Sal 33,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la vida de Jesús, en su vivir mediante el Padre, se hace presente el sentido intrínseco del mundo, que se nos brinda como amor -de un amor que ama individualmente a cada uno de nosotros- y, por el don incomprensible de este amor, sin caducidad, sin ofuscamiento egoísta, hace la vida digna de vivirse. La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana obtiene su linfa vital del hecho de que no sólo existe objetivamente un sentido de la realidad, sino que este sentido está personalizado en Uno que me conoce y me ama, de suerte que puedo confiar en él con la seguridad de un niño que ve resueltos todos sus problemas en el "tú" de su madre.

Todo esto no elimina la reflexión. El creyente vivirá siempre en esa oscuridad, rodeado de la contradicción de la incredulidad, encadenado como en una prisión de la que no es posible huir. Y la indiferencia del mundo, que continúa impertérrito como si nada hubiese sucedido, parece ser sólo una burla de sus esperanzas. ¿Lo eres realmente? A hacernos esta pregunta nos obligan la honradez del pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también la ley interna del amor, que quisiera conocer más y más a quien ha dado su "sí", para amarle más y más.

¿Lo eres realmente? Yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como sentido del mundo y de mi vida (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca 1969, 57-58, passim).

 

 

Día 12

Sábado de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 11,18-20

Dijo Jeremías:

18 Señor todopoderoso me lo hizo saber y comprendí. Entonces me hiciste descubrir sus maquinaciones.

19 Yo era como un cordero manso llevado al matadero; no sabía lo que tramaban contra mí. "¡Destruyamos el árbol cuando aún tiene savia, arranquémosle de la tierra de los vivos v que no se mencione más su nombre!"

20 Pero tú, Señor todopoderoso, juzgas rectamente y examinas los pensamientos e intenciones; haz que yo pueda ver tu venganza sobre ellos, porque a ti he confiado mi causa.

 

**• El presente texto constituye la primera de las llamadas "confesiones de Jeremías". Son ráfagas de luz que nos permiten adentrarnos en el mundo interior del profeta a través de las repercusiones personales de su misión: son un testimonio precioso, único en la Biblia.

Por voluntad del Señor, Jeremías descubre la conjura que sus paisanos de Anatot han urdido contra él para quitarle de en medio (v. 19). Es difícil precisar las causas históricas, pero esto no impide captar el mensaje fundamental. En la historia de la salvación, las vicisitudes de la vida del profeta son de capital importancia, por el modo con que tuvo que vivirlas.

Jeremías, víctima inocente, pensando en el peligro que acaba de pasar, se compara con un cordero manso llevado al matadero. Esta imagen, presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente de YHWH (Is 53,7), se utilizará ampliamente para describir al Mesías Sufriente que expía en silencio el pecado del mundo (Jn 1,29; 1 Pe 1,19; Ap 5,6ss). Atormentado en el corazón y la mente, el profeta sufre, y se atreve -él, tan humilde- a elevar una oración de venganza: es la ley del talión.

Jeremías vive su pasión como hombre del Antiguo Testamento; será Jesús, realidad de lo que el profeta figuraba, quien morirá inocente, poniéndose en las manos del Padre él mismo y poniendo también a sus adversarios, que le crucificaron, para que les perdone.

 

Evangelio: Juan 7,40-53

40 Al oír a Jesús manifestarse de este modo, algunos afirmaban: - Seguro que éste es el Profeta.

41 Otros decían: - Éste es el Mesías. Otros, por el contrario: - ¿Acaso va a venir el Mesías de Galilea?

42 ¿No afirma la Escritura que el Mesías tiene que ser de la familia de David y de su mismo pueblo, de Belén?

43 Y surgió entre la gente una discordia por su causa.

44 Algunos querían detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima.

45 Los guardias fueron donde estaban los jefes de los sacerdotes y los fariseos, y éstos les preguntaron: - ¿Por qué no lo habéis traído?

46 Los guardias contestaron: - Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre.

47 Los fariseos les replicaron: - ¿También vosotros os habéis dejado seducir?

48 ¿No os dais cuenta de que ninguno de nuestros jefes ni los fariseos han creído en él?

49 Lo que ocurre es que esta gente, que no conoce la Ley, se halla bajo la maldición.

50 Uno de ellos, Nicodemo, el mismo que en otra ocasión había ido a ver a Jesús, intervino y dijo:

51 - ¿Acaso nuestra Ley permite condenar a alguien sin haberle oído previamente para saber lo que ha hecho?

52 Los otros le replicaron: - ¿También tú eres de Galilea? Investiga las Escrituras y llegarás a la conclusión de que los profetas jamás han surgido de Galilea.

53 Cada uno se marchó a su casa.

 

^ "Y surgió entre la gente una discordia por su causa" (v. 43); escena tomada al vivo. El evangelista nos muestra cómo la gente discute sobre un hombre de los que todos hablan, preguntándose si no será el Mesías. Su palabra de autoridad, que fascina incluso a los guardias enviados para arrestarlo (v. 46), no podría dejar lugar a dudas. Pero, sin embargo, se esgrimían dos fuertes argumentos en contra. En primer lugar, -Jesús viene de Galilea, y la Escritura dice que nacería en Belén. Pero, sobre todo, el hecho de que los jefes del pueblo y los fariseos no ha creído en él: ¿puede quizás la gente ordinaria tener otro parecer respecto a este hombre con pretensiones inauditas? Frente a la agitación general, los que ejercen el poder y la ciencia responden con sarcasmo y desprecio, síntomas inequívocos de una reacción desmesurada dictada por el miedo a perder prestigio.

Sólo se distingue la valiente voz de Nicodemo -el que vino a ver a Jesús de noche (cf. Jn 3,1)-, que indica que la misma Ley no juzga a nadie antes de haberle escuchado.

También se le tacha de ignorancia. Y bruscamente concluye Juan: "Cada uno se marchó a su casa" (v. 53), algunos llevando en el corazón el deseo de conocer más a Jesús; otros, con un rechazo más enconado. Pero la Palabra no calla: todavía no había llegado su hora.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios siempre es viva, pero, ciertamente, hoy nos presenta temas particularmente impactantes.

La confesión dolorosa del profeta Jeremías nos dice hasta qué punto hay que estar dispuestos a padecer por ser fieles a Dios, sirviéndole con corazón recto. Pero no menos chocantes son las preguntas sobre la identidad del Mesías que aparecen en el Evangelio. Hoy también se nos pregunta, a veces angustiosamente, quién es Jesús.

La gente se divide en el modo de pensar y buscar la verdad. Muchos "se marchan a su casa" encerrados en la duda o la indiferencia porque rechazan al único que es capaz de unificar el corazón y los hombres. ¿Y qué decir de las amenazas, persecuciones y condenas de inocentes?

Un cuadro oscuro aparece ante nuestros ojos... Sin embargo, siempre existen figuras egregias que, como Nicodemo, desafían la opinión de los "poderosos" con su indómita pasión por la verdad.

Por cierto, no fue nada fácil para los contemporáneos de Cristo creer en él. Debe brotar en nosotros un inmenso agradecimiento hacia los que le reconocieron y siguieron, pues abrieron con su fe el camino de la salvación.

¿Dónde está hoy Jesucristo? ¿Dónde podremos reconocerlo y seguirle? Quizás sea ésta la única pregunta que nos interese, y nadie puede responder por nosotros. Leer estos textos, confrontándolos con la historia actual, significa adentrarse en la Palabra de Dios, vivir a Cristo.

 

ORATIO

Oh Dios, Padre omnipotente, noche y día te dirigimos la pregunta angustiosa: ¿hasta cuándo durarán en la tierra tantos males? ¿Hasta cuándo triunfarán los prepotentes y prosperarán los malvados? ¿Hasta cuándo calumniarán al inocente sin que lo defiendas, perecerá el justo sin que le socorras? Ábrenos los ojos de la fe para poder reconocer que tú das sentido a todo, desde el momento en que estás siempre presente al lado de todo ser humano en tu Hijo amado, el Santo, el Inocente, el Cordero manso llevado por nosotros al matadero.

Haz que vivamos para él y nos adhiramos a su Palabra, en la que creemos y en la que queremos creer con todas nuestras fuerzas.

Aumenta nuestra fe, que nos mantengamos firmes y perseverantes en la hora en la que el misterio extiende su sombra sobre nuestro corazón amedrentado, hasta que se revele en plenitud tu sabio designio de amor.

 

CONTEMPLATIO

Alma cristiana, piensa en tu redención y liberación. Saborea la bondad de tu Redentor; incéndiate en el amor de tu Salvador. ¿Dónde está la fuerza de Cristo? "Sus manos destellan su poder, allí está oculta su fuerza" (cf. Hab 3,4). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto en tal abyección?

Hay ciertamente algo desconocido, "oculto", en esta debilidad, en esta humillación, en esta abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz suspende la muerte eterna a todo el género humano; un hombre clavado al madero desenclava al mundo, condenado a muerte perenne [...].

Fue él quien comprendió lo que agradaba al Padre y podía favorecer a los hombres, y libremente lo hizo. Así el Hijo manifestó al Padre una obediencia libre, cuando quiso realizar espontáneamente lo que sabía que agradaría a su Padre. Con este precio, no solamente el hombre queda exonerado de sus faltas la primera vez, sino que también es acogido por Dios cada vez que vuelve a él arrepentido. Nuestra deuda ha sido pagada por la cruz; por la cruz, nuestro Señor Jesucristo nos ha rescatado. Los que quieren recurrir a esta gracia con auténtico amor se salvan (Anselmo de Aosta, Oraciones y meditaciones; Meditación sobre la redención del hombre, Madrid 1953, 429-437, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn3,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La condición del cristiano, en la medida en que ser cristiano es resignarse a estar a merced de alguien, es algo singularmente inconfortable. Y usted lo sabe muy bien. En el fondo, lo que teme es, como dice muy bien, que una vez metido el dedo en el engranaje no se sabe dónde podrá ir a parar. Ciertamente, no se nos oculta que lo que impide tener fe a los que no la tienen es eso. Como es también lo que impide tener más fe a los que ya la tienen.

Siempre es grave introducir a otro en la propia vida, incluso desde el punto de vista humano; se sabe que ya no será posible disponer enteramente de uno. Dejar a Jesús entrar en la vida propia encierra un riesgo terrible. No se sabe hasta dónde nos llevará. Y la fe es precisamente eso. Jamás se me hará creer que es confortable. Tomar en serio a Jesucristo es aceptar en la propia vida la irrupción de lo Absoluto del Amor, aceptar el ser arrastrada hacia no se sabe dónde. Y ese riesgo es al mismo tiempo la liberación, porque, en definitiva, después de todo, sabemos bien que sólo deseamos una cosa: ese Amor absoluto; y que, en última instancia, se nos despoja de nosotros mismos. Esto quiere decir, y me parece lo esencial, que la fe no aparece como una manera de acabar con las aventuras de la inteligencia, como una tranquilidad que uno se concedería cuando queda aún mucho por buscar. La fe no es una meta, sino un punto de partida. Introduce nuestra inteligencia en la más maravillosa de las aventuras, que es contemplar un día a la Trinidad (J. Daniélou, Escándalo de la verdad, Madrid 1962, 136-137, passim).

 

 

Día 13

Quinto domingo de cuaresma Ciclo C

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 43,16-21

16 Así dice el Señor, el que abrió un camino en el mar, una senda en las aguas impetuosas;

17 el que puso en movimiento carros y caballos, a un poderoso ejército de soldados que quedaron tendidos y no se levantaron; que se apagaron como mecha que se extingue.

18 No recordéis las cosas pasadas, no penséis en lo antiguo.

19 Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis? Trazaré un camino en el desierto, senderos en la estepa.

20 Me glorificarán las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi pueblo, a mi elegido,

21 el pueblo que yo constituí para que proclamara mi alabanza.

 

**• Los capítulos 40-55 del libro del profeta Isaías se atribuyen a un discípulo suyo al que se llama Segundo Isaías, que vivió la experiencia del destierro babilonense.

Dirige la palabra consoladora de Dios a un pueblo sin esperanza, "sordo" y "ciego" (cf. Is 43,8). El fragmento, que forma parte de un oráculo de salvación, comienza con un recuerdo glorioso del Éxodo. Como entonces Dios, para el que nada es imposible (cf. Gn 18,14), "abrió un camino en el mar" (v. 16), así también ahora, incluso con más fuerza, se hace presente en la vida de Israel. Su intervención es hasta tal punto portadora de novedad (v. 19) que hará pasar a segundo plano los prodigios del primer Éxodo. Todo el cosmos está comprometido en esta transformación, anticipo y presagio de la novedad verdaderamente absoluta que tendrá lugar con la restauración de todas las cosas en Cristo. El pueblo, nuevamente salvado, se convertirá en cantor apasionado de la gloria de Dios.

 

Segunda lectura: Filipenses 3,8-14

8 Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo

9 y vivir unido a él con una salvación que no procede de la Ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe.

10 De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte,

11 a ver si alcanzo así la resurrección de entre los muertos.

12 No pretendo decir que haya alcanzado la meta o conseguido la perfección, pero me esfuerzo a ver si la conquisto, por cuanto yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús.

13 Yo, hermanos, no me hago ilusiones de haber alcanzado la meta; pero, eso sí, olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante

14 y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús.

 

*» La perícopa nos ofrece el testimonio de un hombre tocado por la novedad de Dios. Pablo, que quizás como ningún otro podría jactarse de su pasado glorioso en el seno del judaísmo, cogido por Cristo, no duda en considerar basura lo que hasta ahora había sido para él motivo de prestigio.

Libre prisionero del amor de Cristo (v. 12), se presenta como un atleta que llega a la recta final de la meta en la carrera por la vida eterna (v. 14). Y ante los "espectadores" judaizantes, orgullosos de la justicia proveniente de la Ley, el apóstol traza magistralmente su biografía (vv. 4-14): el orgulloso fariseo de antaño (vv. 4-6) ha visto invertido paradójicamente su modo de entender ganancias y pérdidas (vv. 7s). "Conquistado por Jesucristo", creciendo en intimidad con "su" Señor (v. 8), ahora aspira exclusivamente a ganar (v. 8), conocer (v. 10), conquistar (v. 12), con la intensidad inefable de quien encuentra descanso e impulso siempre renovado al pregustar un premio inestimable (vv. 8.14).

 

Evangelio: Juan 8,1-11

8.1 Jesús se fue al monte de los Olivos.

2  Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba.

3 En esto, los maestros de la Ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos

4 y preguntaron a Jesús: - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio.

5 En la Ley de Moisés se manda que tales mujeres deben morir apedreadas. ¿Tú qué dices?

6 La pregunta iba con mala intención, pues querían encontrar un motivo para acusarlo. Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo.

7 Como ellos seguían presionándolo con aquella cuestión, Jesús se incorporó y les dijo: - Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra.

8 Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra.

9 Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él.

10 Jesús se incorporó y le preguntó: - Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?

11 Ella le contestó: - Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió: - Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

**• Aunque de origen sinóptico -probablemente lucano-, el pasaje no desentona en el capítulo 8 del evangelio de Juan; incluso se impone como una roca en un lugar solitario. Es una especie de ejemplarización del tema de todo el capítulo: Cristo-luz (cf. v. 12) ejecuta inevitablemente un juicio (v. 15) no según las apariencias, sino de acuerdo a la verdad más profunda del corazón de cada uno. La trama es sencillísima: al amanecer (v. 2), después de pasar la noche orando en el monte de los Olivos (7,53-8,1), escribas y fariseos someten al juicio del rabbí a una mujer sorprendida públicamente en adulterio (S,3-9a). ¿Con qué intención? Para tender una trampa a lesús (v. 6), obligándole subrepticiamente (cf. Jr 17,13) .i pronunciarse o contra la Ley de Moisés, que manda la lapidación en tales casos, o contra el derecho romano, que desde el año 30 d.C. ha privado al sanedrín del jus glaadii, reservándose el poder de declarar las condenas a muerte.

Todo el fragmento converge en la pregunta: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?... Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". En el desierto creado por el pecado irrumpe la novedad: Fluye un río de misericordia (cf. primera lectura: Is 43,19s) que purifica y sana a su alrededor (Ap 21,5), haciendo nueva a toda criatura.

 

MEDITATIO

El quinto domingo de cuaresma tiene como característica peculiar la intensidad de la voz del Justo rodeado por sus perseguidores. Es un presagio de la pasión. Jesús está cada vez más solo. Está solo sobre todo porque ha decidido llevar a cabo su misión hasta sus últimas consecuencias llegando donde nadie ha llegado y nadie le puede ayudar fuera del Padre. Es admirable que, precisamente en esta hora de mayor soledad, él manifieste plenamente la grandeza de su amor por los hermanos, su capacidad de cargar con todo el peso del pecado de los hombres para expiarlo. Tenemos una prueba patente en el evangelio que nos ofrece la liturgia de hoy, y que podemos vivirlo como protagonistas.

La escena es impresionante: escribas y fariseos someten a Jesús a una especie de proceso poniéndole delante la mujer adúltera. En el silencio se oyen graves palabras..., los acusadores se alejan bajo el peso de su orgullo y su mentira. Sólo se queda la mujer, pobre pecadora, bajo la mirada misericordiosa de Jesús. Así puede recibir el perdón y ser renovada en su amor: "Anda, y no peques más".

También nosotros debemos presentarnos a él, junto con nuestros hermanos, para pedir no la condena, sino el perdón. El perdón nos hace fieles al "mandamiento nuevo", nos hace pasar a la "novedad" de vida, convirtiéndonos en testigos de esperanza, fuertes por la ayuda del Señor. Nos es necesaria la constancia para perseverar en nuestro camino de conversión y llegar a la pascua con plenitud de gozo.

 

ORATIO

Jesús, misericordia del Padre, que has venido a encontrarte con nuestra miseria en los caminos del mundo, en las plazas de nuestras ciudades. Tú siempre te vuelves a nosotros con tus brazos infinitos, abiertos para abrazar al que estaba perdido, en el ímpetu de tu piedad.

No queremos ser "escribas ni fariseos" acusadores de nuestros hermanos, dispuestos a lanzar a otros la piedra de nuestro pecado. Jesús, Señor del soberano silencio, en medio del tumulto de nuestras pasiones, haznos capaces de callar ante ti mientras nuestra alma, desnuda y avergonzada, se confiesa sencillamente dejándose mirar por tus ojos de pastor humilde. ¿Quién nos condenará si tú nos absuelves? ¿Quién nos despreciará si tú nos amas? Tú eres el único que te quedas con nosotros, oh Inocente, oh Puro, oh Santo, que no puedes ver el mal. Míranos purificados por tu perdón: no queremos pecar más. Confírmanos en la fidelidad del amor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Llamo, Señor, a tu puerta invocando piedad de tu abundancia. Soy un pecador que, durante largos años, he abandonado tu camino. Concédeme confesar mis pecados, evitarlos y vivir en tu gracia. ¿A qué puerta llamaremos, Señor misericordioso, sino a la tuya? ¿Quién nos levantará en nuestras caídas si tu misericordia no nos socorre, oh rey ante cuya majestad se postran los reyes?

Padre, Hijo y Espíritu Santo, sed para nosotros un baluarte inexpugnable, un refugio contra los perversos que nos hacen la guerra y contra sus poderes. Protégenos a la sombra de tu misericordia, cuando separes a los buenos de los malvados. Que el canto de nuestra oración sea la llave que abra la puerta del cielo y los arcángeles comenten a coro: ¡ Qué dulce debe de ser el canto de los humanos, pues el Señor escucha enseguida sus clamores!" ("De la liturgia siriaca", cit. en E. Bianchi [ed.], // libro delle preghiere, Turín 1997).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Si alguien vive en Cristo, es una criatura nueva" (2 Cor 5,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quizás no hemos comprendido que Jesús se ha revelado al más lejano, al más despreciado. Jesús no pide a la samaritana, a la adúltera o al ladrón que se confiesen. Pero cuando les mira con ternura infinita se rinden.

Pero, en el fondo, ¿qué es el pecado?, ¿en qué consiste el mal? Donde vemos una injusticia, un pecado, quizás Dios descubra sólo un sufrimiento, un grito de socorro que él escucha. ¿Es esto misericordia? ¿Es éste el motivo de su venida a nuestro mundo? Cuando Dios se hace hombre, todo el mal del mundo cae sobre sus espaldas. Y él de este mal sabe sacar sólo amor, amor que manifestará hasta su último aliento de vida, hasta la última gota de sangre, hasta experimentar el mayor sufrimiento humano: la muerte.

Pero luego resucita: el amor es más fuerte que la muerte. El sufrimiento padecido por todos los humanos, desde el del más pequeño, el más frágil, el todavía no nacido, el niño que nunca crecerá, hasta el del criminal o el del santo, él lo ha rescatado en su propia piel, lo ha transformado en puro amor para la eternidad. Basta que le sigamos por el mismo camino. Se trata de aceptar, de acoger el sufrimiento tratando de impedir que se transforme en mal. En el otro sólo debo ver el sufrimiento que hay que superar con el amor. Jesús asumió el sufrimiento de la Magdalena. Este sufrimiento que ella, por ligereza, o por venganza, o por miedo a sufrir, dejó transformar en pecado [...].

El que se ha equivocado mucho contra Cristo pero percibe que él ha asumido todo su sufrimiento, se convierte en loco de amor por Dios y no ve la hora de hacer por los demás lo que Jesús ha hecho con él. Los verdaderos convertidos no pueden menos de asemejarse a Cristo, uniéndose en su lucha contra el mal, convirtiéndose en otros tantos crucificados clavados por el sufrimiento de los otros hasta hacerlo resucitar en amor. El mundo habla de arrepentimiento, de penitencia... es sólo el amor el que arde (E.-M. Cinquin, Tufti contro, meno Dios. L'utopia di Betania, Turín 1984, 49-52, passim).

 

 

Día 14

Lunes de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.

2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jelcías, de gran belleza y fiel a Dios,

3 pues sus padres eran justos y la habían educado conforme a la Ley de Moisés.

4 Joaquín era muy rico y tenía un espacioso jardín junto a su casa. Como era el más ilustre de los judíos, todos ellos se reunían allí.

5 Aquel año habían sido designados jueces de entre el pueblo dos viejos de esos de quienes dice el Señor: Los ancianos y los jueces que se hacen pasar por guías del pueblo han traído la iniquidad a Babilonia".

6 Frecuentaban estos dos viejos la casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio que resolver acudían a ellos.

7 Al mediodía, cuando la gente se había ido, Susana salía a pasear por el jardín de su marido.

8 Los dos viejos la veían entrar y pasear todos los días, y comenzaron a desearla con pasión.

9 Su mente se pervirtió y se olvidaron de Dios y de sus justos juicios.

15 Un día, mientras ellos estaban al acecho en busca de la ocasión oportuna, entró Susana, como de costumbre, acompañada solamente por dos doncellas, y quiso bañarse en el jardín, porque hacia mucho calor.

16 No había allí nadie más que los dos viejos, que estaban escondidos observando.

17 Susana dijo a sus doncellas: - Traedme aceite y perfumes, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.

19 En cuanto salieron las doncellas, los dos viejos se levantaron, fueron corriendo a donde estaba Susana

20 y le dijeron: - Mira, las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve.

Nosotros te deseamos; consiente, pues, y deja que nos acostemos contigo.:

21 De lo contrario, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso mandaste fuera a las doncellas.

22 Susana lanzó un gemido y dijo: - No tengo escapatoria. Si consiento, me espera la muerte; si me resisto, tampoco escaparé de vuestras manos.

23 Pero prefiero caer en vuestras manos sin hacer el mal, a pecar delante del Señor.

24 Así que Susana gritó con todas sus fuerzas, pero también los dos viejos se pusieron a gritar contra Susana,

25 y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín.

26 Al oír gritos en el jardín, la servidumbre entró corriendo por la puerta de atrás para ver lo que ocurría.

27 Cuando oyeron lo que contaban los dos viejos, los criados se llenaron de vergüenza, porque jamás se había dicho de Susana una cosa semejante.

28 Al día siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, vinieron también los dos viejos con el criminal propósito de condenarla a muerte.

29 Y dijeron ante el pueblo: - Mandad a buscar a Susana, hija de Jelcías, la mujer de Joaquín. Fueron a buscarla,

30 y ella vino con sus padres, sus hijos y todos sus parientes.

31 Los familiares de Susana y todos cuantos la veían lloraban a lágrima viva.

32 Entonces los dos viejos, de pie en medio de la asamblea, pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana.

35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón estaba lleno de confianza en el Señor.

36 Los viejos dijeron: - Estábamos nosotros dos solos paseando por el jardín cuando entró ésta con dos doncellas, cerró las puertas del jardín y mandó irse a las doncellas.

37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella,

38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver la infamia, corrimos hacia ellos

39 y los sorprendimos juntos; a él no pudimos sujetarlo, porque era más fuerte que nosotros y abriendo la puerta, se escapó;

40 pero a ésta sí la agarramos y le preguntamos quién era el joven,

41 pero no quiso decírnoslo. De todo esto somos testigos. La asamblea los creyó porque eran ancianos y jueces del pueblo, y Susana fue condenada a muerte.

42 Pero ella gritó con todas sus fuerzas: - Oh Dios eterno, que conoces lo que está oculto y sabes todas las cosas antes que sucedan,

43 tú sabes que éstos han dado falso testimonio contra mí y ahora yo voy a morir sin haber hecho nada de lo que la maldad de éstos ha inventado contra mí.

44 El Señor escuchó la súplica de Susana,

45 y cuando la llevaban a la muerte, Dios despertó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel,

46 el cual se puso a gritar: - ¡Yo soy inocente de la sangre de esta mujer!

47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: - ¿Qué has querido decir con eso?

48 Él, poniéndose en medio de ellos, dijo: - ¿Tan necios sois, israelitas, que sin examinar la cuestión y sin investigar a fondo la verdad, habéis condenado a una hija de Israel?

49 Volved al lugar del juicio, porque éstos han dado falso testimonio contra ella.

50 Todo el pueblo volvió de prisa, y los ancianos dijeron a Daniel: - Ven, toma asiento en medio de nosotros e infórmanos, ya que Dios te ha dado la madurez de un anciano.

51 Daniel les dijo: - Separadlos el uno del otro, que quiero interrogarlos.

52 Una vez separados, llamó a uno y le dijo: - Viejo en años y en maldad: ahora vas a recibir el castigo por los pecados que cometiste en el pasado,

53 cuando dictabas sentencias injustas condenando a los inocentes y dejando libres a los culpables, siendo así que el Señor ha dicho: "No condenarás a muerte al inocente y al que no tiene culpa".

54 Si de verdad la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos. El viejo respondió: - Bajo una acacia.

55 Replicó Daniel: - Tu propia mentira te va a acarrear la perdición, porque el ángel de Dios ha recibido ya la orden divina de partirte por medio.

56 Después hizo que se marchara, mandó traer al otro y le dijo: - Raza de Canán, que no de Judá: la hermosura te ha seducido y la pasión ha pervertido tu corazón.

57 Esto es lo que hacíais con las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se os entregaban. Pero una hija de Judá no se ha sometido a vuestra maldad.

58 Dinos, pues, ¿bajo qué árbol los sorprendiste juntos? Respondió el viejo: - Bajo una encina.

59 Daniel replicó: - También a ti tu propia mentira te acarreará la perdición, porque el ángel del Señor está ya esperando, espada en mano, para partirte por medio. Y de esta manera acabará con vosotros.

60 Entonces toda la asamblea prorrumpió en grandes voces bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él.

61 Se volvieron contra los dos viejos, a quienes por propia confesión Daniel había declarado culpables de dar falso testimonio, y les aplicaron el mismo castigo que ellos habían tramado para su prójimo.

62 De acuerdo con la Ley de Moisés, fueron ejecutados, y así aquel día se salvó una vida inocente.

 

**• La narración de la joven y bella Susana (v. 2) acosada por dos viejos jueces de Israel en tiempos del destierro de Babilonia es una historia edificante que aparece como un apéndice al libro de Daniel. El mismo profeta se manifiesta como joven vidente (v. 45), capaz de esclarecer la inocencia (v. 46) de Susana -cuyo nombre significa "lirio"- desenmascarando la corrupción de los dos viejos (vv. 42-59). En éstos, se acusa a los jefes saduceos del siglo I a.C, aparentemente irreprensibles, pero que en realidad son guías ciegos que extravían al pueblo.

Por mantenerse fiel a Dios y a su marido, Susana afronta el peligro de la lapidación, que la amenaza tanto si cede al adulterio como si decide resistir a las ciegas propuestas de los dos viejos que incurren en la calumnia (v. 22). Susana prefiere morir inocente antes que consentir al mal (v. 23). Habiendo puesto su confianza únicamente en manos de Dios (v. 43), puede experimentar que él escucha la voz de sus fieles (v. 44) y viene en su ayuda con prontitud y poder.

 

Evangelio: Juan 8,12-20

12 Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.»

13 Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale.»

14 Jesús les respondió: «Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy.

15 Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie;

16 y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado.

17 Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido.

18 Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí.»

19 Entonces le decían: «¿Dónde está tu Padre?» Respondió Jesús: «No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.»

20 Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Templo. Y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora.

    

MEDITATIO

Cuando irrumpe un rayo de luz en una habitación, inmediatamente se ilumina el interior, incluso las esquinas más ocultas u olvidadas: así pasa cuando irrumpe la Palabra en la historia. Lo mismo sucede con Jesús, luz que vino a iluminar las tinieblas del mundo. Es inútil resistir: quien no acoge la luz, automáticamente ya está juzgado. Y es ahora, precisamente, cuando se descubre lo que antes podía ocultarse astutamente o hacer que pareciera justicia impecable. La Palabra de Dios escudriña lo más hondo del corazón, saca a la luz las intenciones más secretas, desenmascara las tramas de la mentira. Aparece a las claras quién es el que se fía de Dios y sólo teme no corresponder a la grandeza de su amor misericordioso, y quién, por el contrario, con una mente y un corazón mezquinos busca en otra parte gratificaciones furtivas, como si la felicidad fuera incompatible con la verdad evangélica.

Es la misma vida, en su día a día, quien lleva a cabo el discernimiento. Dichoso quien se deja traspasar por la Palabra de Dios como por un rayo de luz que separa en el propio corazón el oro de la escoria. A la luz de la verdad podrá gustar la libertad del abandono filial en las manos paternas de Dios, y nada ni nadie le podrá atemorizar o engañar.

 

ORATIO

Ven, dulce luz, verdad que nos da vida. Penetra en el corazón, abre las ventanas del alma, ilumina los pensamientos, las esperanzas y los deseos. Sácanos del sopor, cuando la rutina pretenda apagar en nosotros la vigilancia y el ánimo de resistir al mal. Resplandece en la niebla de la duda donde todo se oculta y se difumina, como si bien y mal fuesen palabras vanas pasadas de moda. Concédenos una aguda percepción del bien, el horror a la mentira, la pasión por la verdad que nos hace libres.

Resplandece y haz que evitemos las seducciones que asedian nuestro camino cotidiano. Haznos gustar el sabor de la Ley de Dios, la belleza transparente de una rectitud a toda prueba, el alivio de las lágrimas de arrepentimiento, el gozo del perdón dado y recibido, cuando nos descubrimos falsos o mezquinos. No permitas que nos engañemos o desviemos a nuestros hermanos, sino guárdanos a todos con la dulce fuerza de tu fidelidad, que siempre es descanso para el que, en la prueba, se abandona confiadamente a tu amor misericordioso.

 

CONTEMPLATIO

Dígnate, oh Cristo, dulcísimo Salvador nuestro, encender nuestras lámparas: que brillen continuamente en tu templo y se alimenten siempre de ti, que eres la luz eterna, para que desaparezcan nuestras oscuridades y huyan de nosotros las tinieblas del mundo.

Concede, pues, oh Jesús mío, tu luz a mi lámpara, para que con su resplandor se me manifieste el santuario celeste que, bajo sus mayestáticas bóvedas, te acoge, sacerdote eterno del sacrificio perenne. Haz que sólo te mire, te contemple y te desee a ti únicamente; que sólo te ame a ti y sólo espere en ti con el más ardiente deseo y que siempre mi lámpara brille y arda ante ti.

Te ruego, amado salvador nuestro, que te dignes mostrarte a nosotros, que clamamos para que conociéndote te amemos sólo a ti, sólo a ti deseemos, sólo pensemos incesantemente en ti y meditemos día y noche en tus palabras. Dígnate infundirnos un amor tan grande cual te conviene a ti, que eres amor. Que tu amor invada todo nuestro ser y nos haga completamente tuyos. Tu caridad llene nuestros sentidos, para que no amemos nada fuera de ti, que eres eterno (san Columbano, Instrucción XI, en Istruzioni e regola dei monaci, Seregno 1997, 89s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "En tu luz veremos la luz" (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús, luz del mundo, no sólo eres la luz que brilla en las tinieblas nocturnas; también eres la luz de la mañana, la luz de cada nuevo día, de sus esperanzas, de sus actividades. El sol que sube poco a poco. También tu, oh luz del mundo, en el alba de cada día deseas penetrar a través de la ignorancia y las debilidades humanas, a través de la buena voluntad y a través de las pasiones pecaminosas.

Cada mañana quieres crear un mundo nuevo. Hazme piadoso contigo, luz del día que surge, para que no malgaste este día que comienza y acoja lo que me ofreces por mediación suya. Luz del mundo, tú eres sobre todo el sol resplandeciente en mediodía.

Un día de verano, en Jerusalén, traté de fijarme a mediodía, en el sol de oriente. Levanté los ojos hacia él y, durante uno o dos segundos, pude entrever un albor deslumbrante, incandescente y ardiente, más blanco que la nieve. Pensé entonces en ti, Cristo, luz del mundo, pensé que ese punto relampagueante y radiante era la representación visual más pura y eficaz que podemos tener de tu ser. Para poder continuar mirando ese sol de mediodía, interpuse entre éste y mis ojos las hojas de un arbusto. Comprendí entonces otra cosa. Comprendí cómo tu luminosidad cegadora, oh Cristo-luz, nos aparece tamizada, filtrada a través de tus criaturas iluminadas y caldeadas por esa luz.

Luz del mundo, que te pueda ver en el esplendor de mediodía (Un monje de la Iglesia de Oriente, // volto d¡ luce. Riflessi di Vangelo, Milán 1994, 70s).

 

 

Día 15

Martes de la quinta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Números 21,4-9

4 Los israelitas partieron del monte Hor camino del mar de las cañas, rodeando el territorio de Edom. En el camino, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: - ¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que les mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: - Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes. Moisés intercedió por el pueblo,

8 y el Señor le respondió: - Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta, y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El fragmento presenta otro episodio de protesta del pueblo durante el Éxodo. Los israelitas, agotados por el viaje, nunca satisfechos con los signos de poder y providencia que el Señor les manifiesta, murmuran contra Dios y contra su mediador, Moisés. Viene el castigo –las picaduras de serpientes venenosas ("ardientes")-, pero pronto se transforma en misericordia. El recurso es la serpiente de bronce alzada en un estandarte, a la que miraban con fe, para curarse de las mordeduras letales. Si no estuviese en el contexto de este episodio, sería ciertamente un gesto idolátrico. La tradición yahvista vincula este objeto de culto, que luego destruirá el rey Ezequías (cf. 2 Re 18,4), a la sabia pedagogía de YHWH. Por la mediación de Moisés, ofreció a su pueblo la posibilidad de evitar ceder a los cultos de las naciones paganas vecinas, que veneraban de un modo particular a las serpientes.

Gracias a tal legitimación, la serpiente elevada en el estandarte se convierte en un signo que se prolonga y cumple en el Evangelio (cf. Jn 3,14). Si para el pueblo en el desierto el sino que expresa la misericordia de Dios poniendo remedio al castigo, en el Evangelio Cristo, exaltado en la cruz, muestra a la vez el castigo y la misericordia. Jesús, el cordero inmolado en la cruz, es el castigo de Dios por nuestro pecado y, a la vez, la mayor manifestación del poder divino que sana del pecado.

 

Evangelio: Juan 8,21-30

21 De nuevo les dijo Jesús: - Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. Vosotros no podéis venir a donde yo voy.

22 Los judíos comentaban entre sí: - ¿Pensará suicidarse y por eso dice: "Vosotros no podéis venir a donde yo voy"?

23 Entonces Jesús declaró: - Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros pertenecéis a este mundo, yo no.

24 Por eso os dije que moriríais en vuestros pecados. Porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.

25 Entonces ellos le preguntaron: - Pero ¿quién eres tú? Jesús les respondió: - Precisamente es lo que os estoy diciendo desde el principio.

26 Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros. Pero lo que yo digo al mundo es lo que oí de aquel que me envió y él dice la verdad.

27 Ellos, no obstante, no cayeron en la cuenta de que les estaba hablando del Padre.

28 Por eso Jesús añadió: - Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces reconoceréis que yo soy. Yo no hago nada por mi propia cuenta, solamente enseño lo que aprendí del Padre.

29 El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.

50 Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

 

**• El nuevo conflicto con los jefes de los judíos se sitúa en el área del templo y está escalonado por la revelación de la divinidad de Jesús {"Yo soy"), repetida en los vv. 24.28. De nuevo se brinda a los judíos la posibilidad de aclarar el misterio del Hijo del hombre (cf. Dn 7,13).

Pero ellos lo rechazan obstinadamente entendiendo mal las afirmaciones sobre su inminente partida (vv. 21-24) y las afirmaciones sobre su identidad (vv. 25-29) como enviado de Dios y su revelador definitivo (cf. Jn 5,30; 6,38).

¿Cómo es posible una incomprensión tan grande? Porque ellos son "de aquí abajo", "de este mundo" (v. 23), mientras que él es "de allá arriba": un abismo media entre ellos. Sólo la fe lo puede llenar, porque hace que elevemos las miras. Y Jesús nos invita precisamente a eso. A pesar de todo, continuaron los malentendidos: "ellos no comprendieron".

Jesús es signo de contradicción, y lo será sobre todo cuando sea elevado en la cruz, donde, dando cumplimiento al designio de salvación, revelará los pensamientos secretos del corazón y manifestará plenamente su identidad de Hijo que dice y hace siempre lo que agrada al Padre. Y mientras se va profundizando el distanciamiento con los adversarios, la perícopa evangélica concluye con una inesperada nota de esperanza: "Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él" (v. 30).

 

MEDITATIO

Al leer atentamente los grandes textos del evangelio de Juan, nos sentimos un poco perdidos. Se condensan muchas ideas que a veces parecen casi contradictorias. Por ejemplo, Jesús dice: "Donde voy yo, vosotros no podéis venir". ¿Por qué? Porque no creemos suficientemente.

La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus discípulos: "Donde yo voy, no podéis seguirme ahora; me seguiréis más tarde" (cf. Jn 13,36)? ¿Sólo le podremos seguir después de nuestra muerte corporal? Creer y esperar con amor es ir donde Jesús se encuentra siempre, junto al Padre.

En el contexto, Jesús alude a la salvación por medio de la cruz. Los medios de gracia derivados de la cruz nos permiten encaminar nuestros pasos por el sendero justo. Es cierto que no podemos ir donde Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser artífices de nuestra propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, se elevan al que, como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en este intercambio de miradas -porque él también nos mira desde lo alto de la cruz- descubriremos no sólo que estamos en el buen camino, sino también que ya ha comenzado nuestra felicidad eterna.

Cuando adoremos la cruz el Viernes Santo, podremos recordar dos expresiones de la lectura de hoy: el que miraba a la serpiente "quedaba curado" (Nm 21,9) y "sabréis que yo soy" (Jn 8,28). Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino, la verdad, la vida.

 

ORATIO

Oh Padre, Dios de amor y de piedad, tú te has compadecido del hombre y no le has dejado perecer encerrado en la dureza de su pecado y de sus rebeliones. Ya en el Antiguo Testamento quisiste que la serpiente, portadora de muerte, se transformase, por tu gracia, en medio de curación.

Más aún: has permitido que tu Hijo amado asumiese en su cuerpo todo el horror del pecado para que el que lo contemple no vea ya en el duro suplicio de la cruz -culmen y síntesis de la crueldad humana- la ignominia del desprecio, sino el misterio de un amor sin medida.

Enséñanos a creer siempre que eres Padre y que no hay una experiencia desoladora de muerte ni horror de pecado que no pueda convertirse, por el misterio de tu compasión omnipotente, en lugar de manifestación de tu misericordia, signo de vida y de esperanza.

 

CONTEMPLATIO

Sí, aquí estamos para contemplar. Por muy atroz que sea la imagen de Jesús crucificado, nos sentimos atraídos por este varón de dolores. Estamos persuadidos de estar ante una revelación que trasciende la imagen sensible: la revelación intencional de un símbolo, de un tipo, de una personificación extrema del sufrimiento humano. Jesús, el Cristo, quiso presentarse así. ¡Aquí el dolor aparece consciente! ¡La terrible pasión estaba prevista! La vejación y deshonra de la cruz se sabía de antemano.

Jesús es el que "conoce la enfermedad" en toda su extensión, en toda su profundidad e intensidad. Y esto basta para que sea hermano del hombre que gime y sufre; hermano mayor, hermano nuestro. Jesús detenta un primado que concentra la simpatía, la solidaridad, la comunión del hombre que padece.

Jesús murió inocente porque quiso. ¿Por qué quiso?

Aquí está la clave de toda esta tragedia: él ha querido asumir la expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en sustitución nuestra. Sí, él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Él se sacrificó por nosotros. Se entregó por nosotros. Y así es nuestra salvación.

Por eso el crucificado fija nuestra atención (Pablo VI, Meditazione sulla passione, en id., Meditazioni inedite, Roma 1993, 31ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Nuestros ojos están fijos en el Señor" (Sal 122,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una de las verdades del cristianismo, hoy olvidada por todos es que lo que salva es la mirada. La serpiente de bronce ha sido elevada a fin de que los hombres que yacen mutilados en el fondo de la degradación la miren y se salven.

Es en los momentos en que uno se encuentra -como suele decirse mal dispuesto o incapaz de la elevación espiritual que conviene a las cosas sagradas, cuando la mirada dirigida a la pureza perfecta es más eficaz. Pues es entonces cuando el mal, o más bien la mediocridad, aflora a la superficie del alma en las mejores condiciones para ser quemada al contacto con el fuego.

El esfuerzo por el que el alma se salva se asemeja al esfuerzo por el que se mira, por el que se escucha, por el que una novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento. Por el contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo análogo al esfuerzo muscular.

La voluntad corresponde al nivel de la parte natural del alma. El correcto ejercicio de la voluntad es una condición necesaria de salvación, sin duda, pero lejana, inferior, muy subordinada, puramente negativa. El esfuerzo muscular realizado por el campesino sirve para arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer el trigo. La voluntad no opera en el alma ningún bien.

Los esfuerzos de la voluntad sólo ocupan un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas. Allí donde no hay obligación estricta hay que seguir la inclinación natural o la vocación, es decir, el mandato de Dios. Y en los actos de obediencia a Dios se es pasivo; cualesquiera que sean las fatigas que los acompañen, cualquiera que sea el despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada análogo al esfuerzo muscular; hay solamente espera, atención, silencio, inmovilidad a través del sufrimiento y la alegría. La crucifixión de Cristo es el modelo de todos los actos de obediencia (S. Weil, A la espera de Dios, Madrid 1993, 159s passim).

 

 

Día 16

Miércoles de la quinta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 3,14-20.91-92.95

14 Nabucodonosor les preguntó: - ¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no veneráis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que yo he erigido?

15 ¿Estáis o no dispuestos, en cuanto oigáis el sonido del cuerno, del caramillo, de la cítara, de la sambuca, del salterio, de la zampona y demás instrumentos musicales, a postraros y adorar la estatua que he erigido? Si no la adoráis, seréis inmediatamente arrojados a un horno de fuego ardiente, y ¿qué dios podrá libraros de mi furor?

16 Respondieron Sidrac, Misac y Abdénago a Nabucodonosor, diciendo:- Majestad, no tenemos necesidad de responderte sobre este particular.

17 Si nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego abrasador y de tu ira, nos librará.

18 Y aunque no lo hiciera, has de saber, oh rey, que no serviremos a tu dios ni nos postraremos ante la estatua de oro que has erigido.

19 Entonces Nabucodonosor, lleno de ira y visiblemente enfurecido contra Sidrac, Misac y Abdénago, mandó que se encendiese el horno con una intensidad siete voces mayor de la acostumbrada

20 y ordenó a algunos de los hombres más vigorosos de su ejército que ataran a Sidrac Misac y Abdénago y los arrojaran al horno de fuego abrasador.

91 Entonces el rey Nabucodonosor se quedó estupefacto; se levantó rápidamente y dijo a sus ministros: - ¿No arrojamos nosotros al fuego a estos tres hombres atados? Ellos respondieron: - Sí, majestad.

92 - Pues yo veo cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego, sin sufrir daño, y el cuarto tiene el aspecto de un dios.

95 Entonces Nabucodonosor exclamó: - ¡Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha mandado a su ángel y ha salvado a sus siervos! Pusieron su confianza en él y, desobedeciendo la orden del rey, prefirieron arriesgar su vida antes de servir y adorar a otro dios fuera del suyo.

 

*•• El conocido episodio de los tres jóvenes hebreos, ilesos en el horno ardiente, contrapone la fe en el único Dios, YHWH, a los ídolos del politeísmo, ya sea el babilonio del tiempo del rey Nabucodonosor o el judaico a lo largo de la persecución de Antíoco IV Epífanes, que había erigido una estatua a Zeus Olimpo, precisamente en el altar del templo de Jerusalén. Los vv. 17s constituyen el punto culminante de la narración; escrito para edificar y consolar a los perseguidos por el nombre de Dios, es válido para todas las épocas. YHWH es el Dios de la vida y servirle es optar por la verdadera vida aun cuando ello conlleve sufrimiento o incluso el martirio. Este testimonio hace perfectamente válida la fe de los que ponen toda su confianza en Dios y es el mejor modo de hacerlo conocer y reconocer por los mismos perseguidores (v. 95).

La narración discurre con profusión de detalles pintorescos a pesar de ser trágica: confiere solemnidad al relato, exaltando la superioridad de YHWH. Aun cuando falte totalmente el culto, YHWH es y será indiscutiblemente el único Dios (v. 96), ante el cual es vanidad aun la más grandiosa pompa de los cultos idolátricos.

 

Evangelio: Juan 8,31-42

31 Dijo Jesús: - Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

32 así conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

33 Ellos le replicaron: - Nosotros somos descendientes de Abrahán; nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Qué significa eso de que seremos libres?

34 Jesús les contestó: - Yo os aseguro que todo el que comete pecado es esclavo del pecado.

35 El esclavo no permanece para siempre en la casa, mientras que el Hijo sí.

36 Por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres.

37 Ya sé que sois descendientes de Abrahán. Sin embargo, intentáis matarme porque no aceptáis mi enseñanza.

38 Yo hablo de lo que he visto estando junto a mi Padre; vuestras acciones manifiestan lo que habéis oído a vuestro padre.

39 Ellos le replicaron: - Nuestro padre es Abrahán. Jesús contestó: - Si fueseis de verdad hijos de Abrahán, haríais lo que él hizo.

40 Vosotros queréis matarme a mí, que os he dicho la verdad que aprendí de Dios mismo. Abrahán no hizo nada semejante.

41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Ellos le contestaron: - Nosotros no somos hijos ilegítimos. Dios es nuestro único padre.

42 Entonces Jesús les dijo: - Si Dios fuera de verdad vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he venido de Dios y estoy aquí enviado por él. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me ha enviado.

 

**• Hablando a los judíos que se vanagloriaban de ser descendencia de Abrahán (v. 33) y por consiguiente libres, Jesús hace una serie de puntualizaciones sobre el lema de la fe y el discipulado (v. 31), de la libertad y el gozo de la intimidad familiar (vv. 32-36), de la filiación y la paternidad (vv. 37-42).

En un crescendo altamente dramático, la revelación de Jesús culmina proclamando su divinidad (v. 58: "Yo soy"), mientras la terquedad de sus adversarios desemboca en una tentativa de lapidarle (v. 59), evidente confirmación de su esclavitud al pecado (v. 34), porque son hijos "del que era homicida desde el principio" (v. 44).

La fe llevó a Abrahán a fiarse de la Palabra que libera de la esclavitud del pecado (v. 32). La fe en el Hijo debe llevar a los discípulos a permanecer en él, (v. 31), Palabra de Padre, como hijos libres que permanecen siempre en la casa paterna (v. 35). Quien obra de otro modo manifiesta inequívocamente tener otro origen (v. 41), intenciones perversas (v. 37) y esclavitud (v. 34), aunque lo ignore o no quiera admitirlo.

 

MEDITATIO

Cuando el Señor ya no es una idea abstracta, sino que se ha convertido en vida de nuestra vida, entonces se experimenta la libertad cristiana. ¿Es por ello la vida más fácil? Ni hablar. Como esencia de esa pertenencia a Cristo, en relación personal con él en la fe y el amor, aparecen exigencias hasta entonces insospechadas, que crean nuevos vínculos, pero no esclavizan, sino más bien dilatan el corazón para correr por el camino de los divinos mandamientos.

Nos llamamos cristianos, como los judíos se vanagloriaban de ser hijos de Abrahán, por ser fieles a ciertas observancias.

Pero esto no basta para hacer de nosotros hijos de Dios, hijos de la Iglesia. Ser hijos significa ante todo ser libres. Sólo Jesús, el Hijo, nos revela lo que es la verdadera libertad: una total renuncia a sí mismos para afirmar al Otro, a los otros. El pecado, por el contrario, es el polo opuesto: todo lo refiere a uno mismo y a poner el propio yo como centro del universo. Ésta es la esclavitud de la que nos habla Jesús. Se puede ser esclavos y querer seguir siéndolo aunque se tengan siempre en la boca las palabras libertad y liberación. Y es que no podemos liberarnos solos, sino que es preciso ser liberados.

Esto acontece cuando abrimos el corazón a la Palabra -presencia de Cristo en nosotros- y a su poder salvador.

Él puede convertirnos apartándonos de la idolatría y de nosotros mismos para guiarnos a la libertad del amor.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú sabes cuánto nos gusta no perder nuestra libertad, pero conoces también cómo la malgastamos tontamente, sin darnos cuenta, plegándonos a los ídolos de moda.

Ten piedad de nosotros. Haznos comprender que sólo tú puedes y quieres arrancarnos de toda esclavitud, con el don de tu Palabra de salvación, que nos hace habitar en ti. Suelta las cadenas de los compromisos y pecados del egoísmo que nos ata.

Que tu cuerpo despedazado y tu sangre derramada, precio de nuestra libertad, sean para nosotros prenda y fuente de una vida continuamente renovada por el amor, dilatada en don incansable de nosotros mismos a ti y a los hermanos. Haz que comencemos a gustar el gozo de aquella libertad que llegará a su plenitud cuando tú, libertad infinita, seas todo en todos.

 

CONTEMPLATIO

El Deseado de nuestra alma (cf. Sal 41,1), "el más hermoso entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3), se nos presenta bajo dos aspectos bien diferentes [...]. Bajo un primer aspecto aparece sublime, en otro humilde; en el primero glorioso, en el segundo cubierto de oprobios; en uno venerable, en otro miserable [...].

Era totalmente necesario que Cristo, al pasar por el sendero de esta vida, dejara trazada una senda para sus seguidores. Y, al ser enaltecido y luego humillado, nos quiso enseñar mediante su ejemplo que hemos de conducirnos con humildad en medio de los honores y con paciencia en las afrentas y sufrimientos. El pudo indudablemente ser ensalzado, pero en manera alguna ensoberbecerse; quiso ser despreciado, pero estuvo lejos de él la poquedad de ánimo o el arrebato de la ira [...].

Por lo tanto, hermanos, para poder seguir a nuestro jefe sin tropiezo alguno, tanto en las cosas prósperas como en las adversas, contemplémoslo cubierto de honor [...] y en la pasión sometido a afrentas y dolores.

No obstante, en medio de tan gran cambio de circunstancias, jamás hubo cambio en su ánimo [...]. Tened fija la mirada, hermanos, en el rostro de Jesús y que él inspire el gozo de las conciencias que están en paz, el remedio de arrepentimiento a las heridas por el pecado y que en todas infunda la segura esperanza de la salvación (Guerrico de Igny, Tercer sermón para el domingo de Ramos, 1.2.4.5., passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Para que seamos libres nos ha liberado Cristo" (Gal 5,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La libertad consiste precisamente en el poder de darse. La existencia humana, en su originalidad, es una oferta, un don, y la libertad se lleva a cabo en el encuentro con el Otro. La grandeza del hombre está dentro de nosotros [...] porque sólo el hombre puede tomar la iniciativa del don al que está llamado. Dios no puede violar la libertad porque es él mismo quien la suscita y la hace inviolable. Jesús, Dios, de rodillas ante sus apóstoles, es la tentativa suprema para avivar la fuente que debe brotar para la vida eterna En su muerte atroz, Jesús revela el precio de nuestra libertad: la  cruz. Lo cual quiere decir que nuestra libertad a los ojos del Señor Jesús tiene un valor infinito. Muere para que la libertad nazca en el diálogo de amor que la llevará a plenitud. Nadie como Jesús ha tenido pasión por el hombre, nadie como él ha puesto al hombre tan alto, nadie como Jesús ha pagado el precio de la dignidad humana.

Cristo introduce una nueva escala de valores. Esta transformación de valores se inaugura con el lavatorio de los pies, ¡y el mundo cristiano todavía no se ha dado cuenta! Jesús nos da una lección de grandeza, porque la grandeza ha cambiado de aspecto: no consiste en dominar, sino en servir (M. Zundel, Stupore e povertá, Padua 1990, 19s). 

 

Día 17

  Jueves de la 5ª Semana de Cuaresma o San Patricio, obispo

Liturgia de las Horas de hoy

 

El futuro apóstol de Irlanda nació en el año 372, pero no se sabe con exactitud el lugar. Algunos lo sitúan en Inglaterra, otros en Francia o Escocia Sin embargo, algo sabemos de sus padres. Su madre, Concessa, pertenecía a la familia de san Martín, obispo de Tours, y su padre, Calfumio, fue oficial del Ejército romano, de buena familia. Ambos fueron cristianos. En el bautismo, el niño recibió el nombre de Succat -el nombre de Patricio le fue dado más tarde por el papa Celestino, junto con la misión de predicar el Evangelio en Irlanda-. Allí, una vez afirmada la posición de la Iglesia (misión recibida del papa Celestino), Patricio empezó a prepararse para la muerte, habiendo recibido de Dios una revelación en la que le decía el día y la hora en que iba a salir de este mundo para recibir el premio a sus trabajos. San Tassack le dio los últimos sacramentos, y el 17 de marzo del año 493 murió en la ciudad de Saúl. Fue enterrado en el lugar donde hoy está la catedral de Down.

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,3-9

3 Abrahán cayó rostro en tierra, y Dios continuó:

4 - Ésta es la alianza que hago contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. 

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

6 Te haré inmensamente fecundo; de ti surgirán naciones, y reyes saldrán de ti.

7 Establezco mi alianza contigo y con tus descendientes después de ti por siempre, como alianza perpetua; yo seré tu Dios y el de tus descendientes. 8 Os daré a ti y a tus descendientes la tierra en la que ahora peregrinas, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua; y yo seré vuestro Dios.

9 Y el Señor añadió: - Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

 

**• La tradición sacerdotal postexílica nos presenta en este puñado de versículos la vocación de Abrahán, para que el pueblo vuelva a esperar en la certeza de la alianza (beríth) con Dios (vv. 2.7; cf. Dt 5,5-7). De hecho, Israel ha quedado reducido a un pequeño "resto", privado de los dones prometidos a Abrahán (v. 8), el mismo Abrahán al que Dios llamó "padre de una muchedumbre" (v. 5; cf. Gn 12,2).

Dios no puede renegar de la alianza, porque no puede renegar de sí mismo: ése es el fundamento seguro que debe mantener la esperanza del pueblo, la misma que permitió a Abrahán esperar contra toda esperanza.

Dios es quien ha tomado la iniciativa (17,ls), se ha revelado (v. 1) y ha manifestado a Abrahán su nuevo nombre -"padre de una muchedumbre" (v. 5)- que le convierte en protagonista de un designio divino de salvación (v.6).

De ahí le viene a Abrahán la exigencia de corresponder a aquella llamada, que se traduce en el imperativo: "Camina en mi presencia y sé íntegro" (v. 1; cf. Dt 5,7), es decir: "Sé mío -dice el Señor- porque yo soy 'tu Dios'" (v.7). La respuesta de Abrahán es la postración: "Cayó rostro en tierra" (v. 3), en actitud de adoración, esto es, de gratitud que se convierte en escucha. Le permite a Dios que le hable (v. 3).

 

Evangelio: Juan 8,51-59

Dijo Jesús:

51 En verdad, en verdad os digo: el que acepta mi palabra, no morirá nunca.

52 Al oír esto, los judíos le dijeron: - Ahora nos convencemos plenamente de que estás endemoniado. Tanto Abrahán como los profetas murieron, y ahora tú dices: El que acepta mi palabra no experimentará nunca la muerte.

53 ¿Acaso eres tú más importante que nuestro padre Abrahán? Tanto él como los profetas murieron, ¿por quién te tienes?

54 Jesús respondió: - Si yo comenzase ahora a defender mi honor, mi defensa carecería de valor. Pero el que vela por mi honor es mi Padre, el mismo del que vosotros decís: "Es nuestro Dios".

55 En realidad no lo conocéis; yo, en cambio, lo conozco. Y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros. Pero yo lo conozco de veras y pongo en práctica sus palabras.

56 Abrahán, vuestro padre, se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo.

57 Entonces los judíos le dijeron: - ¿De modo que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abrahán?

58 Jesús les respondió: - Os aseguro que antes que Abrahán naciera, yo soy.

59 Ante esta afirmación, los judíos tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

**• El pasaje se abre con la solemne repetición, por parte de Jesús, del "amén" (v. 51: "En verdad, en verdad..."), siguiendo la afirmación de que su Palabra es vida y da vida a quien la acoge y la guarda. El fuerte contraste con el versículo conclusivo -"tomaron piedras para tirárselas"- es un signo inequívoco de que la Palabra ha sido rechazada.

Entre el primero y el último versículo tiene lugar el diálogo-encuentro, cuyo último horizonte es la gran antítesis vida-muerte y, como punto de referencia, la figura de Abrahán, del que los judíos se consideran descendientes: él es su padre. Al acoso provocador de preguntas, Jesús sólo responde indirectamente, pero de sus palabras emerge la verdad fundamental: él se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando su gloria.

El Padre es el que le hace hablar y actuar. Por esta razón, sin blasfemar ni mentir, puede afirmar: "Antes que Abrahán naciera, yo soy". No hay vida en el hombre, sino en el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo.

Entre Padre e Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión tiende la historia de salvación de la que Abrahán recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento.

Para los judíos, descendientes de Abrahán según la carne, dicha afirmación es escandalosa. Sus palabras manifiestan burla y desprecio. El evangelista, con su fina ironía, muestra cómo precisamente los adversarios de Jesús proclaman, sin darse cuenta, la verdad sobre él en el mismo momento en que pensaban denigrarlo como pobre loco: "¿Eres tú más importante que nuestro padre Abrahán?". La pregunta es retórica, pero no

en el sentido que pretenden los judíos, sino precisamente en el contrario. ¡Jesús es (v. 58) antes y por siempre, es decir, es Dios! (cf. Jn 1,1).

 

MEDITATIO

Si la liturgia de hoy ha escogido el texto del libro del Génesis como primera lectura es porque se habla también de Abrahán en el Evangelio. Aunque no se trata de una relación artificial.

Abrahán es modelo del creyente porque su fe está vivificada por la caridad y por la humildad: baste recordar su acogida a los misteriosos personajes (Dios mismo) en el encinar de Mambré, su intercesión a favor de las ciudades pecadoras, el ponerse en segundo plano ante su sobrino Lot, dejándole elegir la tierra más fértil.

El fragmento de hoy expresa de modo particular su disposición interior, manifestada en el gesto de postrarse en adoración al recibir la "promesa" de convertirse en bendición para todos los pueblos. Apoyándose humildemente en la Palabra de Dios a pesar de que todo parecía imposible, Abrahán creyó que llegaría a ser fecundo.

La fe es una lucha por la vida. Y afronta la muerte en la forma más insidiosa y cotidiana, la que podemos llamar "inutilidad de la existencia". Jesús es el verdadero descendiente de Abrahán, porque en el combate entre la muerte y la vida, su fe abre a todos una esperanza inesperada. En el muro de la angustia que nos oprime, Jesús abre una brecha para que pueda irrumpir la vida, y es que él es la vida: "Antes que naciese Abrahán, yo soy".

 

ORATIO

¡Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre! Tú eres el único en el que podemos anclar con seguridad nuestra vida. Tú nos has justificado no por nuestras obras, sino con la fuerza de la fe, con el don de tu gracia. Queremos vivir contigo y en ti sólo para Dios Padre. Queremos vivir crucificados a tu amor inconcebible y vivir y morir de este amor, morir para vivir. Que no prevalezca el hombre de carne y sangre, ni el ídolo de nuestro yo, sino que tú, sólo tú, seas nuestra vida; tú, nuestra santificación; tú, nuestro indecible gozo, amándote hasta el extremo como tú nos has amado. ¡Oh Cristo!, no has muerto en vano, ya que tu amor nos ha hecho revivir y renacer y nosotros -crucificados y libres creemos firmemente en ti, verdadero hermano nuestro, que desde siempre y por siempre eres Dios. Cristo, tú eres el único, el Señor; todo ha comenzado en ti, todo llegará a pleno cumplimiento en ti.

 

CONTEMPLATIO

¡Cómo me gustaría mortificar estos mis miembros mortales! ¡Cómo me gustaría cargarme espiritualmente con cualquier peso, caminando por la vía estrecha, por la que pocos caminan, y no caminando por la ancha y fácil! Grandes y extraordinarias son las realidades que se siguen. La esperanza supera nuestro mérito y nuestra misma dignidad. ¿En qué consiste este misterio nuevo que me rodea? Soy pequeño y grande, humilde y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Las primeras realidades las tengo en común con este mundo inferior, las otras me vienen de Dios. Es necesario que sea sepultado con Cristo, que resucite con él y con él reciba la heredad; que llegue a ser hijo de Dios y, de algún modo, Dios mismo.

Esto es lo que nos manifiesta este gran misterio: Dios, que por nosotros se ha revestido de humanidad, se ha hecho pobre para elevar nuestra naturaleza envilecida y restaurar en nosotros su imagen desfigurada, promoviendo al hombre para que todos nosotros seamos uno en Cristo, el cual se ha realizado perfectamente en todos nosotros en plenitud. ¡Qué podamos llegar a ser lo que esperamos según la magnífica benevolencia de Dios! Poca cosa es lo que nos pide, comparada con la inmensidad que regala, en el tiempo presente y en el venidero, al que le ama con sincero corazón: cuando por el amor y la esperanza en él nos esforzamos por soportar cualquier cosa, dándole gracias por todo, en el gozo y la tristeza, y le encomendamos nuestras almas y las de nuestros compañeros de peregrinación (Gregorio Nacianceno, Discursos VII, 23s, passini).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo me alegraré con el Señor" (Sal 103,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Permanece con él no sólo con el corazón, sino también con los oídos y los ojos, que van donde les lleva el corazón. El amor desea conocer y ver. Nosotros no hemos escuchado ni visto al Señor Jesús, Verbo hecho carne. Pero sabemos que su carne se ha hecho Palabra para hacerse carne en nosotros, que le escuchamos y contemplamos.

Y es que el hombre se convierte en la palabra que escucha y se transfigura en el que tiene delante. La palabra que nos cuenta la historia de Jesús es para nosotros su carne, norma de fe y criterio supremo de discernimiento espiritual. De lo contrario, nos inventamos un Dios a la medida de nuestras fantasías religiosas (cf. Ef 4,20; 1 Jn 4,2) y creemos no en él, sino en las ideas que nos hacemos de él.

No tenemos ninguna imagen de Dios y no debemos hacernos ninguna. Lo conocemos a través de su revelación a Israel y en el acontecimiento de Jesús, en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col.2,9).

Por consiguiente, lee siempre la Escritura para conocer la Palabra de la cual eres siervo para tu salvación y en favor de los hermanos.

Es tu profesión específica de apóstol (Le 1,2; Hch 6,4). Léela siempre con admiración y acción de gracias. La Palabra será luz para tus ojos, miel en la boca y gozo para tu corazón (Sal 19,9.11 ; 11 9,103.111). Lee y admira; conviértete y goza; discierne y elige, luego actúa.

Debes saber que donde no te admiras, no comprendes; donde no te conviertes, no gozas; donde no gozas, no disciernes; donde no disciernes, no eliges; donde no eliges, actúas inevitablemente según el pensamiento humano y no según el de Dios (Me 8,33). Que la Palabra sea el centro de tu vida. Es Jesús, el Hijo, al que amas y deseas conocer cada vez más para amarlo siempre mejor y en verdad (S. Fausti, Lettera a Sita. Quale futuro per ¡I crísfianesimo?, Cásale Monf. 1991, 23s).

 

Día 18

Viernes de la 5ª Semana de Cuaresma o San Cirilo de Jerusalén

Liturgia de las Horas de hoy

 

           San Cirilo nació cerca de Jerusalén y fue Arzobispo de esta ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del otro.

          Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión".

          Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalén para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.

          El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalén para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.

          San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman "Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalén, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.

          En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí esta presente en la Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les aconseja: "Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de Hostia Consagrada".

          Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica. A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386. En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 20,10-13

10 He escuchado las calumnias de la gente: "¡Terror por todas partes! ¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!". Todos mis familiares espiaban mi traspié: "¡Quizá se deje seducir, lo podremos y nos vengaremos de él!".

11 Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso; mis perseguidores caerán y no me podrán, probarán la vergüenza de su derrota, sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.

12 - ¡Oh Señor todopoderoso, que pruebas al justo, que sondeas los pensamientos y las intenciones, haz que yo vea cómo te vengas de ellos, porque a ti he confiado mi causa!

13 Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró al pobre del poder de los perversos.

 

**• La acción profética de Jeremías ya no puede consistir en llamar al pueblo a la conversión. A lo largo de muchos años no se ha escuchado su voz. Ahora, por mandato de Dios, debe anunciar que el juicio divino es irrevocable. El castigo está a punto de caer sobre Israel: Jerusalén será entregada en manos del rey de Babilonia. En esta circunstancia, la más penosa de su dolorosa experiencia de profeta, derrama su última "confesión" (vv. 7-18), fragmento sumamente autobiográfico, aunque paradigmático del destino de todo verdadero creyente. En unos pocos y conmovedores versículos, se evoca el momento de la vocación (vv. 7-9).

No se omiten los momentos desoladores y de rebelión: persecuciones, calumnias, traiciones, constituyen el tejido de su vida (v. 10). Pero, como Job, también Jeremías sale victorioso de la prueba: tras el desahogo, brota un acto puro de fe en Dios (vv. 11-13). Es significativa la solemne declaración inicial: "El Señor está conmigo como un héroe poderoso". Nos remite directamente a las palabras que Dios mismo dirigió al profeta en el momento de su vocación: "Yo estoy contigo para salvarte" (Jr 1,19).

A lo largo de su arduo camino, aquellas palabras fueron lámpara para sus pasos. En adelante el profeta no experimentará más resistencias ni rebeliones. Su vida estará erizada de dificultades, pero se entrega totalmente al Señor, con la seguridad de que es él quien salva al pobre perseguido.

 

Evangelio: Juan 10,31-42

31 Los judíos volvieron a lomar piedras para tirárselas a Jesús.

32 Pero él les dijo: - He hecho ante vosotros muchas obras buenas por encargo del Padre. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?

33 Los judíos le contestaron: - No es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre, te haces Dios.

34 Jesús les replicó: - ¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo: vosotros sois dioses'? ,

35 Pues si la Ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la Palabra de Dios, y lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda,

36 entonces, ¿con qué derecho me acusáis de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo, sólo por haber dicho "yo soy Hijo de Dios"? ,

37 Si yo no realizo obras iguales a las de mi Padre, no me creáis;

38 pero si las realizo, aceptad el testimonio de las mismas, aunque no queráis creerme a mí. De este modo podríais reconocer que el Padre está en mí y yo en el Padre.

39 Así pues, intentaron de nuevo detener a Jesús, pero él se les escapó de entre las manos.

40 Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí.

41 Acudía a él mucha gente, que decía: - Es cierto que Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo acerca de éste era verdad.

42 Y en aquella región muchos creyeron en él.

 

**• Estamos en el contexto de la fiesta de la Dedicación, en la que se celebra la santidad del templo, es decir, la vuelta al edificio sacro de la gloria de Dios, alejada por la profanación.

Jesús "se pasea" libremente por el templo bajo el pórtico de Salomón, cuando es rodeado por los judíos: el choque se hace cada vez más tenso, hasta el punto de que éstos intentaban lapidarle. Muchas veces, en el pasado, los judíos habían tratado de arrestarle por las "obras" que hacía (curaciones en sábado...), pero ahora aparece un único motivo de condena: la blasfemia, al hacerse él, que es un hombre, igual a Dios (v. 33). Ésta será la acusación alegada ante Pilato.

Jesús responde puntualmente, en primer lugar poniéndose en un terreno común con sus acusadores (la Palabra de Dios que no puede ser desmentida), luego apelando a su misma experiencia (las obras que ha llevado a cabo). Es la última tentativa de despertar sus corazones a la fe. Y por eso resulta tan significativa la urgente insistencia de observar las obras que son "palabras".

Si por ninguna de las obras es Jesús digno de condena, ¿por qué no creer en la verdad de cuanto dice? Pero también esta dolorida y vehemente llamada es desatendida.

Se da una incomunicación total. Jesús se va "de nuevo" al otro lado del Jordán, fuera de la ciudad santa, donde Juan había dado testimonio de la verdad, y aquí, donde también surgieron los primeros discípulos, muchos comenzaron a creer. En la experiencia del mayor rechazo, un germen de fe anticipa la gracia del acontecimiento pascual.

 

MEDITATIO

El cuarto evangelio presenta siempre situaciones en las que se dividen los ánimos: se ofrece bastante luz para poder creer, pero también la suficiente oscuridad para justificar el rechazo de adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos leído hoy concluye afirmando que "muchos creyeron en él", pero no todos. Algunos se dejan convencer, mientras que otros se atrincheran en su postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque desean "defender a su" Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus discípulos: "Llegará la hora en la que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios" (Jn 16,2).

¿Acaso estas tendencias extremas, diversas y contradictorias referentes a la fe no se encuentran, aunque sea en grado menor, en nuestro corazón? Nuestra fe pasa con frecuencia por altibajos. Es como si la muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro de nosotros.

Jesús con su ejemplo nos enseña cómo superar oscilaciones tan peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado de ánimo, o el escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros días. La fe cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y permanezca firme, a pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse sólidamente en la Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su cumplimiento y plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer nuestra fe en esta Palabra que tiene rostro: el del Hijo igual al Padre.

 

ORATIO

Señor, ¿cómo creer que eres Hijo de Dios cuando te haces presente en medio de nosotros de modo tan desconcertante?

¡Cuántas veces quisiéramos también nosotros reducir al silencio las exigencias de tu Palabra, cuando nos toca en lo vivo pidiéndonos opciones costosas y coherentes! ¿Acaso nuestras resistencias, nuestros rechazos o indecisiones no pesan en tu corazón como las piedras que los judíos cogieron para lapidarte?... Pero tú huyes.

Señor, tú huyes siempre de la presa, de los que tratan de reducirte a su medida, a sus ideas, a sus imágenes, a sus absurdas pretensiones de comprender y explicar todo. Tú huyes de las miradas de los que se miran a sí mismos y sus ideas, cuando deberían fijar los ojos en ti y en tu luz.

Señor, concédenos acogerte en tu Palabra de verdad, de acogerte a ti, que te revelas como Hijo del hombre e Hijo de Dios. Derrama tu luz sobre nosotros para que nos permita creer sin vacilar, para que nos conceda perseverar en la fe sin ceder a compromisos alienantes.

 

CONTEMPLATIO

Agradecemos al Único que realizó con su vida lo que estaba escrito de él en la Sagrada Escritura que lo que no podíamos comprender con la simple escucha, se aclarase viéndolo. Él, como se lee en el libro del Apocalipsis, abrió el libro sellado que nadie podía abrir ni leer, revelándonos con su pasión y resurrección todos los misterios en él contenidos. Y, asumiendo los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y de su gloria. Pues se hizo carne para hacernos espirituales, en su bondad se humilló para ensalzarnos, salió para que pudiésemos entrar, apareció visible para mostrarnos las cosas invisibles, padeció azotes para curarnos, soportó los ultrajes y burlas para librarnos de la vergüenza eterna, murió para darnos la vida. Él, que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se dejó prender y flagelar, porque si no hubiese asumido lo propio de nuestra debilidad, no hubiese podido elevarnos con el poder de su fuerza.

Por consiguiente, para realizar su misión, ha llevado a cabo una obra extraordinaria. Para ejecutar su plan ha hecho algo insólito, porque siendo Dios se ha encarnado para elevarnos hasta su justicia. Por nosotros se ha dignado soportar los azotes como hombre pecador.

Hizo, pues, algo inaudito, ajeno a su ser, para ejecutar su obra: porque sufriendo soportó nuestros males, llevándonos a nosotros, sus criaturas, a la gloria de su potencia (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4, 19s: CCL 142,271-273).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo te amo, Señor, mi fortaleza" (Sal 17,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Soportar los ultrajes, ser objeto de burla a causa de la fe, es una señal de los creyentes, a lo largo del tiempo. Hace mal al cuerpo y al alma cuando no pasa un día sin que el nombre de Dios sea expuesto a la duda o la blasfemia.

¿Dónde está tu Dios? Yo lo confieso ante el mundo y ante todos sus enemigos cuando desde el abismo de mi miseria creo en su bondad, cuando desde la culpa creo en su perdón, desde la muerte en la vida, desde la derrota en su victoria, desde el abandono en su presencia llena de gracia. Quien ha encontrado a Dios en la cruz de Jesucristo sabe cómo Dios se esconde de modo sorprendente en este mundo, sabe cómo está presente al máximo precisamente donde pensábamos que estaba sumamente lejano. Quien ha encontrado a Dios en la cruz perdona también a todos sus enemigos, porque Dios le ha perdonado.

Oh Dios, no me abandones cuando tenga que padecer ultrajes; perdona a todos los ateos, porque me has perdonado a mí, y lleva a todos a ti, por la cruz de tu hijo amado. ¡Abandona cualquier preocupación y espera! Dios sabe el momento de ayudarte y llegará sin duda, pues es Dios verdadero. El será la salvación de tu rostro, pues te conoce y te ha amado aun antes de crearte. No dejará que caigas. Estás en sus manos. Sólo podrás dar gracias por todo lo sucedido, porque habrás aprendido que Dios omnipotente es tu Dios.

Tu salvación se llama Jesucristo.

Trinidad de Dios, te doy gracias por haberme elegido y amado. Te doy gracias por los caminos por los que me guías. Te doy gracias porque tú eres mi Dios. Amén (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1 995, 40s).

 

 

Día 19

Solemnidad de San José

 Liturgia de las Horas de hoy

           La fiesta del Padre nutricio de Jesús se extendió en la Iglesia a partir del siglo XV, cuando fue propagada por san Bernardino de Siena y Juan Gerson. Los evangelios nos lo inscriben enmarcado en la historia de la salvación. José, de oficio carpintero en el pueblecito de Nazaret, se sintió turbado cuando comprobó que María, su esposa, con la que no había cohabitado, estaba encinta. Pero el Señor le hizo comprender que el estado de su mujer era obra del Espíritu, y él la acogió, secundando los planes de Dios. Con María marchó a Belén, donde nació Jesús, y en todo momento José se cuidó del sustento y protección de la Madre y del Hijo. Con ellos estuvo en la adoración de los pastores y de los reyes, en la circuncisión del Niño y en su presentación en el Templo, en la huida a Egipto, estancia allí y regreso a Nazaret, donde Jesús fue creciendo al amparo de sus padres. Por último vivió con María el dolor y el gozo de hallar a Jesús cuando creían haberlo perdido en Jerusalén. Dios confió a José la custodia discreta pero eficaz de María y de Jesús, y, con razón, Pío IX lo declaró en 1870 Patrono de la Iglesia universal

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 7,4-5a.l2-14a.l6

En aquellos días,

4 el Señor dirigió esta palabra a Natán:

5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor:

12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas y consolidaré su reino.

14 Él edificará una casa en mi honor y yo mantendré para siempre su trono real. Seré para él un padre y él será para mí un hijo.

16 Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.

 

*» Esta primera lectura nos habla, con acentos históricos y teológicos, de la descendencia de David, que reinará para siempre. Seguramente, la profecía de Natán alude a Salomón, hijo de David y constructor del templo.

Sin embargo, las palabras «consolidaré su reino» (y. 12) indican una larga descendencia sobre el trono de Judá.

Esta descendencia tuvo un final histórico, y entonces el oráculo recibió fuerza profética con una velada alusión referente al Mesías, descendiente de David. Él reinará para siempre en su reino, un reino que no será de este mundo, sino espiritual, según el designio de Dios para la salvación de la humanidad. La tradición cristiana ha releído siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, Mesías descendiente de David, y, de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.

 

Segunda lectura: Romanos 4,13.16-18.22

Hermanos:

13 Cuando Dios prometió a Abrahán y a su descendencia que heredarían el mundo, no vinculó la promesa a la ley, sino a la fuerza salvadora de la fe.

16 Por eso la herencia depende de la fe, es pura gracia, de modo que la promesa se mantenga segura para toda la posteridad de Abrahán, posteridad que no es sólo la que procede de la ley, sino también la que procede de la fe de Abrahán. Él es el padre de todos nosotros,

17 como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchos pueblos; y lo es ante Dios, en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

18 Contra toda esperanza creyó Abrahán que sería padre de muchos pueblos, según le había sido prometido: Así será tu descendencia.

22 Lo cual le fue tenido en cuenta para alcanzar la justicia.

 

 

**• En su intento de desarrollar la lección que deriva del acontecimiento de Abrahán, el apóstol establece un fuerte contraste entre la ley y la justicia qué viene de la fe. En primer lugar, Pablo pone de relieve el hecho de que la promesa de Dios a Abrahán no depende de la ley, y por eso establece, de modo inequívoco, que la promesa de Dios es absoluta, preveniente e incondicionada.

En segundo lugar, el apóstol ratifica que la fe es la única vía que lleva a la justicia, esto es, a la acogida del don de la salvación. En este aspecto, la lectura se aplica espléndidamente a José, hombre justo. Los verdaderos descendientes de Abrahán son no tanto lo que viven según las exigencias y las pretensiones de la ley, sino más bien los que acogen el don de la fe y viven de él con ánimo agradecido. Desde esta perspectiva, Pablo define como «herederos» de Abrahán a los que han aprendido de él la lección de la fe y no sólo la obediencia a la ley.

Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete.

La fe de Abrahán, precisamente porque está íntimamente ligada a la promesa divina, puede ser llamada también «esperanza»: «Contra toda esperanza creyó Abrahán» (v. 18). De este modo, Abrahán entra por completo en la perspectiva de Dios, «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen» (v. 17b). Y así, mediante la fe, todo creyente puede convertirse en destinatario y no sólo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que sólo pueden ser atribuidos a Dios. Éste fue el caso de José.

 

Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado.

 

*•• En el evangelio de Lucas se encuentra el anuncio del ángel a María; en el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre «davídico» del hijo que, concebido por María, «por acción del Espíritu Santo», será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo «Jesús»).

Es probable que José conociera ya el misterio de la concepción, porque la misma María se lo podía haber revelado. Su dificultad o crisis interior no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad (su justicia), iluminada por las palabras del ángel, le hace aceptar después, plenamente, el designio de Dios.

En la parte del fragmento evangélico omitida por la liturgia (vv. 22-23.24b-25) se alude al cumplimiento de la Escritura en la célebre profecía de Isaías sobre la Madre del Mesías, al significado del nombre «Enmanuel»

(«Dios-con-nosotros») y al nacimiento de Jesús, al que José impuso, efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Estos versículos enriquecen desde el punto de vista teológico el fragmento y proporcionan al conjunto una hermosa unidad.

 

MEDITATIO

Los fragmentos de la Escritura nos ofrecen un marco histórico y profético, es decir, nos hablan de una historia verdadera, en la que, sin embargo, ha subintrado la acción de Dios según un designio que recorre todo el mensaje bíblico.

En el fondo de la primera lectura y en el centro del evangelio aparece la figura de José, llamado «hombre justo» (Mt 1,19). Esta justicia debe verse, como sugiere la segunda lectura, en la acogida con ánimo agradecido y conmovido del don de la fe, en la rectitud interior y en el respeto a Dios y a los hombres, a la Ley y a los acontecimientos.

A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no es suya y, después, la enorme responsabilidad que supone ser el maestro y el guía de quien habría de ser un día el Pastor de Israel. Respeto, obediencia y humildad figuran en la base de la «justicia» de José, y esta actitud interior suya -junto a su misión, única y maravillosa le han situado en la cima de la santidad cristiana, junto a María, su esposa.

José brilla sobre todo por estas actitudes radicalmente bíblicas, propias de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes, que siempre se consideraban indignos e incapaces de las tareas que Dios les había confiado (baste con pensar en Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías...). Dios sale, después, al encuentro de estos amigos suyos otorgándoles fortaleza y fidelidad.

 

ORATIO

«San José, mi predilecto,

ven a mi casa, que te espero.

Ven y mira, tú sabes qué falta,

ven y fíjate, trae lo que falta.

Y si algo no es para mi casa,

ven y llévatelo...»

«San José, maestro de la vida interior,

enséñame a orar, a sufrir y a callar»

(Oraciones populares a san José).

 

CONTEMPLATIO

El sacrificio total que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta.

Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión (Juan Pablo II, Redemptoris cusios, 26).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con José: "Cantaré eternamente el amor del Señor» (Sal 88,2a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al sur de Nazaret se encuentra una caverna llamada Cafisa. Es un lugar escarpado; para llegar a él, casi hay que trepar. Una mañana, antes de la salida del sol, fui allí. No me di cuenta del paisaje, muy bello, ni de las fieras, ni del canto de mil pájaros...

Estaba yo fuertemente abatido; sin embargo, experimentaba en el fondo del corazón que habría de saber algo de parte del Señor.

Entré en la gruta; había un gran vano formado por rocas negras con diferentes ángulos y corredores. Había muchas palomas y murciélagos, pero no hice ningún caso. Solo en aquel recinto severo no exento de majestad, me senté sobre una esterilla que llevaba conmigo. Puse, como Elías, mi cara entre las rodillas y oré intensamente. Tal vez por la fatiga o la tristeza, en cierto momento me adormecí. No sé cuánto tiempo estuve en oración y cuánto tiempo adormecido. Pero allí, en aquella gruta que nunca podré olvidar, durante aquellos momentos de silencio, me pareció ver un ángel del Señor, maravilloso, envuelto en luz y sonriente.

«José, hijo de David -me dijo-, no tengas miedo de acoger a María, tu esposa, y quedarte con ella. Lo que ha sucedido en ella es realmente obra del Espíritu Santo: tú lo sabes. Y debes imponer al niño el nombre de Jesús. Tu tarea, José, es ser el padre legal ante los hombres, el padre davídico que da testimonio de su estirpe... Y has de saber, José, que también tú has encontrado gracia a los ojos del Señor... Dios está contigo». El ángel desapareció. La gruta siguió como siempre, pero todo me parecía diferente, más luminoso, más bello.

«Gracias, Dios mío. Gracias infinitas por esta liberación. Gracias por tu bondad con tu siervo. Has vuelto a darme la paz, la alegría, la vida. Así pues, Jesús, María y yo estaremos siempre unidos, fundidos en un solo y gran amor..., en un solo corazón».

La tempestad había desaparecido, había vuelto el sol, la paz, la esperanza... Todo había cambiado (J. M. Vernet, Tu, Giuseppe, Milán 1997, 128ss [edición española: Tú, José, Ediciones STJ, Barcelona 2001]).

 

Día 20

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-7

4 El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

5 El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, subiendo que no quedaría defraudado.

 

*"»• La fidelidad a Dios y a los hombres - a la misión recibida en su favor- hace que el Siervo de YHWH permanezca firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro -hasta la hora suprema del abandono en la cruz- de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos (v. 7; cf. Me 15,34 y Le 23,43.46).

 

Segunda lectura: Filipenses 2,6-11

6 Cristo, a pesar de su condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.

7 Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre,

8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

**• Se trata de un magnífico himno cristológico prepaulino. Complejo en cada una de las expresiones que lo constituyen, puede entenderse a partir de la expresión "tesoro celoso" (en castellano "alarde"), en griego harpagmós (v. 6), que literalmente significa "objeto de rapiña". ¿Qué significado puede tener la afirmación: Cristo, que es de condición (morphé) divina, no considera su igualdad a Dios un objeto de rapiña? Se sobreentiende aquí el parangón con Adán, quien no siendo de tal condición quiso robarla. Pablo propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del nuevo Adán, Cristo.

Este aceptó reparar, mediante la humildad y la obediencia hasta la muerte más ignominiosa, la soberbia desobediencia del primer Adán, que precipitó a todo el género humano en el pecado y la muerte (cf. Rom 5,18s).

Cristo se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, que es la nuestra (v. 7), hasta las últimas consecuencias. A su voluntario anonadamiento responde la acción de Dios (vv. 9-11), que no sólo "lo ha exaltado", sino "superexaltado". Ahora todo el universo está llamado a proclamar que Jesucristo es Kyrios, Señor, es decir, Dios, y esta confesión es para gloria del Padre.

 

Evangelio: Lucas 22,14-23,56

22.14 Llegada la hora, Jesús se puso a la mesa con sus discípulos.

15 Y les dijo: - ¡Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir!

16 Porque os digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios.

17 Tomó entonces una copa, dio gracias y dijo: - Tomad esto y repartidlo entre vosotros;

18 pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.

19 Después tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: - Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.

20 Y después de la cena, hizo lo mismo con la copa diciendo: - Ésta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.

21 Pero mirad, la mano del que me entrega está junto a mí en esta mesa.

22 Porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios, pero ¡ay del hombre que va a entregarlo!

23 Entonces ellos se pusieron a preguntarse unos a otros quién de ellos era el que iba a hacer aquello.

24También se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado el más importante.

25 Jesús les dijo: - Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores.

26 Pero vosotros no debéis proceder de esta manera. Entre vosotros, el más importante ha de ser como el menor, y el que manda como el que sirve. 27¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre vosotros como el que sirve.

28 Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas.

29 Y yo os hago entrega de la dignidad real que mi Padre me entregó a mí,

30 para que comáis y bebáis a mi mesa cuando yo reine y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

31 Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo.

32 Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.

33 Pedro le dijo: - Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y hasta la muerte.

34 Pero Jesús le contestó: - Te aseguro, Pedro, que hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.

35 A continuación les dijo: - Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo? Ellos contestaron: - Nada.

36 Jesús añadió: - Pues, ahora, el que tenga bolsa, que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se la compre.

37 Porque os digo que debe cumplirse en mí lo que está escrito: Lo contaron entre los malhechores. Porque cuanto a mí se refiere toca a su fin.

38 Ellos le dijeron: - Señor, aquí hay dos espadas. Jesús dijo: - ¡Es suficiente!

39 Después salió y fue, como de costumbre, al monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron.

40 Al llegar allí, les dijo: - Orad para que podáis hacer frente a la prueba.

41 Se alejó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y estuvo orando así:

42 - Padre, si quieres, aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

43 Entonces se le apareció un ángel del cielo, que lo estuvo confortando.

44 Preso de la angustia, oraba más intensamente y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre.

45 Después de orar, se levantó y fue a donde estaban sus discípulos. Los encontró dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza.

46 Entonces les dijo: - ¿Cómo es que estáis durmiendo? Levantaos y orad, para que podáis hacer frente a la prueba.

47 Aún estaba Jesús hablando cuando apareció un tropel, encabezado por uno de los doce, llamado Judas, que se acercó a Jesús para besarlo.

48 Jesús le dijo: - Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

49 Viendo los suyos lo que se avecinaba, le dijeron: - Señor, ¿sacamos la espada?

50 Y uno de ellos atacó al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.

51 Pero Jesús dijo: - ¡Dejadlos! Y, tocando la oreja, lo curó.

52 Ya los que venían contra él, jefes de los sacerdotes, autoridades del templo y ancianos, les dijo: - Habéis venido a prenderme con espadas y palos, como si lucra un ladrón.

53 Todos los días estaba con vosotros en el templo, y no me pusisteis las manos encima; pero ésta es vuestra hora: la hora del poder de las tinieblas.

54 Después de prenderlo, lo llevaron hasta la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos.

55 Habían encendido fuego en medio del patio, y Pedro se sentó entre los que estaban alrededor de la lumbre.

56 Una sirvienta lo vio sentado junto fuego, lo miró fijamente y dijo: - También éste andaba con él.

57 Pedro lo negó, diciendo: - No lo conozco, mujer.

58 Poco después otro, al verlo, dijo: - Tú también eres de ellos. Pedro dijo: - No lo soy.

59 Transcurrió como una hora, y otro afirmó rotundamente; - Es verdad, éste andaba con él, porque es galileo.

60 Entonces Pedro dijo: - No sé de qué me hablas. E inmediatamente, mientras estaba hablando, cantó un gallo.

61 Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: "Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces";

62 y saliendo afuera, lloró amargamente.

63 Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban.

64 Le habían tapado los ojos y le preguntaban: - ¡Adivina quién te ha pegado!

65 Y le decían otras muchas injurias.

66 Cuando se hizo de día, los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se reunieron, lo llevaron al sanedrín

67  y dijeron: - Si tú eres el Mesías, dínoslo. Jesús les dijo: - Si os lo digo, no me vais a creer;

68 y si os hago preguntas, no me vais a contestar.

69 Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.

70 Entonces todos le preguntaron: - Luego, ¿eres tú el Hijo de Dios?. Jesús les respondió: - Vosotros lo decís; yo soy.

71 Ellos dijeron: - ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

23.1 Entonces se levantaron todos, llevaron a Jesús ante Pilato

2 y se pusieron a acusarlo diciendo: - Hemos encontrado a éste alborotando a nuestra nación, impidiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el Mesías, el Rey.

3 Pilato le preguntó: - ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: - Tú lo dices.

4 Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a la plebe: - No encuentro culpa alguna en este hombre.

5 Pero ellos insistían con más fuerza: - Va soliviantando al pueblo con su predicación por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta aquí.

6 Al oír esto, Pilato preguntó si Jesús era galileo.

7 Y al cerciorarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, aprovechando que también Herodes estaba en Jerusalén por aquellos días.

8 Herodes se alegró mucho de ver a Jesús, porque hacía bastante tiempo que deseaba conocerlo, ya que había oído hablar mucho de él y esperaba verle hacer algún milagro.

9 Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió absolutamente nada.

10 Estaban también allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley acusándolo con vehemencia.

11 Herodes, secundado por sus soldados, lo desprecio, se rió de él, le puso un vestido de color llamativo y se lo devolvió a Pilato.

12 Aquel día, Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes habían estado enemistados.

13 Pilato convocó a los jefes de los sacerdotes, a los dirigentes y al pueblo,

14 y les dijo: - Me habéis traído a este hombre acusándolo de alborotar al pueblo, lo he interrogado delante de vosotros y no lo he encontrado culpable de ninguna de las acusaciones que le hacéis;

15 y tampoco Herodes, pues ha vuelto a mandarlo aquí. Es evidente que no ha hecho nada que merezca la muerte.

17 Por tanto, después de castigarlo, lo soltaré.

18 Entonces empezaron a gritar todos a una: - ¡Mata a éste y suéltanos a Barrabás!

19 El tal Barrabás estaba en la cárcel por haber tomado parte en una sedición ocurrida en la ciudad y por un homicidio.

20 De nuevo Pilato intentó convencerles de que debía soltar a Jesús.

21 Pero ellos gritaron: - ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

22 Por tercera vez les dijo: - Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado nada en él que merezca la muerte. Por tanto, después de castigarlo, lo soltaré.

23 Pero ellos insistían a grandes voces, pidiendo que lo crucificara, y sus gritos se hacían cada vez más violentos.

24 Entonces Pilato decidió que se hiciera como pedían.

25 Soltó al que habían encarcelado por sedición y homicidio, es decir, al que habían pedido, y les entregó a Jesús para que hicieran con él lo que quisieran.

26 Cuando se lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

27 Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.

28 Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: - Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.

29 Porque vendrán días en que se dirá: Dichosas las estériles, los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron.

30 Entonces se pondrán a decir a las montañas: "Caed sobre nosotras"; y a las colinas: "¡Aplastadnos!".

31 Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?

32 Llevaban también con él a otros dos malhechores para ejecutarlos.

33 Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron allí a Jesús y también a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

34 Jesús decía: - Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Después se repartieron sus vestiduras echándolas a suertes.

35 El pueblo estaba allí mirando. Las autoridades, por su parte, se burlaban de Jesús y comentaban: - A otros ha salvado, ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido!

36 También los soldados le escarnecían. Se acercaban a él para darle vinagre

37 y decían: - Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

38 Habían puesto sobre su cabeza una inscripción que decía: "Éste es el rey de los judíos".

39 Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: - ¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros.

40 Pero el otro intervino para reprenderle, diciendo: - ¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio?

41 Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo.

42 Y añadió: - Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.

43 Jesús le dijo: - Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

44 Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la región hasta las tres de la tarde.

45 El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio.

46 Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: - Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró.

47 El centurión, viendo lo sucedido, alababa a Dios diciendo: - Verdaderamente este hombre era justo.

48 Y toda la gente que había acudido al espectáculo, al ver lo sucedido, volvía golpeándose el pecho.

49 Todos los que conocían a Jesús y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, estaban allí presenciando todo esto desde lejos.

50 Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era miembro del Consejo de Ancianos,

51 pero no había dado su asentimiento a la actuación de los judíos. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.

52 Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

53 Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido sepultado todavía.

54 Era el día de la preparación de la pascua y estaba comenzando el sábado.

55 Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea lo iban observando todo de cerca y se fijaron en el sepulcro y en el modo en que habían colocado el cadáver.

56 Después volvieron y prepararon aromas y ungüento. Y el sábado descansaron, según el precepto.

 

*+• En la narración lucana de la pasión, Jesús muestra en sí mismo la realización de cuanto había enseñado. Así, en la última cena el don total de su persona en el pan y el vino se manifiesta como el ejemplo de servicio más humilde (22,26-28). A la predicción de la negación de Pedro une la oración para que, una vez recobrado, pueda sostener a los hermanos en la fe. La pasión se enfoca como la lucha escatológica contra Satanás (22,53) que vuelve en el tiempo determinado (4,13). Jesús deja entender que esta lucha se abatirá también sobre los discípulos (22,31.36-38), victoriosos se persevera con él en la prueba o por el arrepentimiento (22,6ls) que obtiene el perdón. La agonía de Getsemaní (22,44) hay que entenderla literalmente como "lucha por la victoria", una lucha anticipada en la oración intensa y sufrida, pero respetuosa ("arrodillándose...") y totalmente abandonada a la voluntad del Padre.

Jesús es el testigo {mártys) veraz, decidido en sus declaraciones ante el sanedrín y los poderosos, humilde ante los escarnios, los golpes, ante el odio creciente y enconado contra él. Profeta compasivo con las "hijas de Jerusalén", es el intercesor misericordioso de sus enemigos (23,34) y el Salvador que introduce ya desde ahora en el Reino a quien confía en él (23,42s). "Donde está Cristo, ahí está el Reino", dijo agudamente san Ambrosio. Precisamente en la cruz se realiza en plenitud esa coincidencia, porque ahí se lleva a cabo la entrega total de su vida en manos del Padre (23,46), y el total abandono a Dios para la conversión y salvación del mundo (23,47s).

 

MEDITATIO

Renovamos nuestro propósito de seguir a Jesús con una fe pura y sencilla. Los episodios evangélicos que la liturgia quiere que revivamos hoy nos ponen frente a dos escenas claramente opuestas entre sí. La multitud que sigue a Jesús con entusiasmo, poco después cae en la desilusión y se muestra indiferente o temerosa al cambiar la situación. Antes, cantaba gozosa: "Hosanna", y luego, en el momento de la pasión, mira desde lejos, muda, impotente, incluso a veces grita: "¡Crucifícalo!".

Pues bien, si por nuestra debilidad, en tantos momentos de nuestra existencia nos hemos quedado también nosotros mirando al Señor de lejos, en vez de seguirle animosamente por el camino de la cruz, por lo menos ahora deseemos renovarnos interiormente, pidiendo participar intensamente en su pasión. Y si no se nos ha concedido llevar en el cuerpo los signos de esta comunión, que podamos al menos aceptar en silencio, por su amor, cualquier humillación y aceptar con mansedumbre todas las pruebas de la vida

Mantengamos viva en el corazón la esperanza, como María, que permaneció firme a los pies de la cruz, segura de que las tinieblas del Viernes Santo se desgarrarían en el alba de la resurrección.

 

ORATIO

Señor manso y humilde, tú conoces la volubilidad de nuestros sentimientos. Sabes que con la misma facilidad con que te acogemos entusiasmados te entregamos inmediatamente después a la muerte infame de nuestras traiciones, de nuestras indiferencias; y a pesar de todo, has querido seguir siendo nuestro maestro, y nosotros discípulos tontos y tardos de corazón. Concédenos que la escucha de tu pasión grabe en nosotros los rasgos de tu rostro para que, mirándote, aprendamos a no retroceder ante el sufrimiento de cada día.

Enséñanos a no buscar evasiones fáciles al dolor y haz que aprendamos finalmente a creer que el designio del Padre es, para cada uno, una obra maestra de amor, aun cuando parezca contradecir nuestras esperanzas de felicidad. Concédenos unirnos a ti con un abandono total de quien se fía -como un niño- en manos del Padre, seguros de que la muerte no tiene la última palabra, sino el gozo y el triunfo del amor eternamente victorioso.

 

CONTEMPLATIO

Aceptemos todo por amor al Verbo, imitemos a través de nuestros sufrimientos la Pasión, honremos con nuestra sangre a la Sangre, llevemos decididamente la cruz. Si eres Simón Cireneo, toma la cruz y sigue al Maestro. Si, como el ladrón, estás en la cruz, con honradez reconoce a Dios: si él por ti, por tus pecados, ha sido contado entre los malhechores, tú, por él, hazte justo.

Adora al que por tu culpa ha sido colgado de un madero. Y si tú estás crucificado, saca alguna ventaja de tu maldad. Compra la salvación con la muerte, entra en el paraíso con Jesús, para comprender desde qué altura habías caído. Si eres José de Arimatea, pide el cuerpo a quien lo crucificó. Haz tuyo el cuerpo que ha expiado los pecados del mundo. Si eres Nicodemo, el adorador nocturno de Dios, úngelo con los ungüentos para la sepultura. Si eres María, o la otra María, o Salomé, o Juana, llora con las primeras luces del día. Trata de ver la tumba abierta y, quizás, a los ángeles o incluso al mismo Jesús. Di algo, quédate a escuchar. Se te dirá: "No me toques", no te acerques [...]. Imita a Pedro o Juan, corre al sepulcro, juntos y a porfía en una noble emulación. Si llegas el primero, vence en amor, no te quedes mirando fuera, ¡entra! (Gregorio Nacianceno, Orado XLV in Pascha, 23-25, passirn).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Cristo padeció por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas" (1 Pe 2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No conocíamos la medida del sufrimiento de Dios hasta que tomó cuerpo ante nuestros ojos en la pasión de Cristo. La pasión de Cristo no es más que la manifestación histórica y visible del sufrimiento del Padre por el hombre. Es la suprema manifestación de la debilidad de Dios: Cristo -dice san Pablo- fue crucificado por su debilidad (2 Cor 1 3,4). Los hombres han vencido a Dios, el Pecado ha vencido y se yergue triunfante ante la cruz de Cristo; la luz se ha cubierto de tinieblas... Pero sólo por un instante: Cristo fue crucificado por su debilidad, pero vive por la fuerza de Dios, añade el apóstol. ¡Vive, vive! El mismo lo repite ahora a su Iglesia: "Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo poder sobre la muerte y los infiernos" (Ap 1,18) [...].

Dios ha vencido sin dejar su debilidad, sino llevándola al extremo; no se ha dejado arrastrar al terreno del enemigo: "Injuriado, no respondía con injurias, sufría sin amenazar" (1 Pe 2,23). A la voluntad del hombre que pretendía aniquilarlo, no ha respondido con deseos de destrucción, sino con voluntad de salvarlo: "Yo soy el Viviente -dice el Señor-; no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (cf. Ez 33,11). Dios manifiesta su omnipotencia con la misericordia y el perdón [parcendo et miserando), como reza la oración de la Iglesia. Al grito Crucifige!, respondió con este grito: "Padre, perdónalos" (Le 23,34).

No hay palabras en el mundo como estas breves palabras: "Padre, perdónalos". Toda la potencia y santidad de Dios están ahí resumidas; son palabras indomables, que no pueden ser superadas por ningún crimen, porque fueron pronunciadas en el más grande de los crímenes, en el momento en que el mal ha hecho su esfuerzo supremo y ya no puede más porque ha perdido su aguijón (R. Cantalamessa, El mistero pascual, Valencia 1996).

 

 

Día 21

Lunes Santo

 Liturgia de las Horas de hoy 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 42,1-7

1 Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.

2 No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;

3 no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación

4 y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.

5 Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó el cielo, que asentó la tierra y su vegetación, que concede aliento a sus habitantes y vida a los que se mueven en ella:

6 Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,

7 para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos y del calabozo a los que habitan las tinieblas.

 

**• En estos días santos, se yergue ante nosotros la figura del Siervo de YHWH silenciosa y majestuosa, para introducirnos en el misterio pascual: su elección, misión y sufrimientos son profecía de la suerte de Cristo. Dios mismo presenta a su Siervo. Él lo ha elegido para una misión difícil y de capital importancia, por ello le sostiene. Consagrado con el espíritu profético, el Siervo llevará el "derecho" a todas las gentes, es decir, el conocimiento práctico de los juicios de Dios (v. 1). Este carácter "judiciario" se ilustra con la imagen de los vv. 2s, donde la misión del Siervo se describe teniendo en cuenta la figura del "heraldo del gran Rey". Según las costumbres de Babilonia, el heraldo estaba encargado de proclamar en las plazas de la ciudad los decretos de condenas a muerte. Si al concluir el pregón no surgía ningún testimonio en defensa del condenado, rompía la caña y apagaba la lámpara que llevaba, para indicar que la condena era ya irrevocable.

Ahora bien, el Siervo del único verdadero Rey, Dios, no quiebra la caña cascada. Mensajero de su juicio, no viene a condenar, sino a salvar. Con la fuerza de la mansedumbre y la firmeza de la verdad, perseverará en su tarea; las regiones más remotas, los que están lejanos de Dios, atenderán a la torah, la enseñanza que nos trae (v. 4). En Cristo, la figura se convierte en realidad. Cristo es a la vez verdadero Siervo doliente y verdadero libertador de la humanidad de la cárcel del pecado, elegido y enviado para la salvación. El es la luz que ha venido al mundo a iluminar a todas las gentes. El es el mediador de una nueva y eterna alianza (vv. 6s), ratificada con su cuerpo entregado y con su sangre derramada.

 

Evangelio: Juan 12,1-11

12,1 Seis días antes de la fiesta judía de la pascua, llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.

2 Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era uno de los comensales.

3 María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después, los secó con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito.

4 Judas Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo:

5 - ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?

6 Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella.

7 Jesús le dijo: - ¡Déjala en paz! Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura.

8 Además, a los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis.

9 Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.

10 Los jefes de los sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro,

11 porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.

 

**• "Seis días antes de la fiesta judía": la habitual precisión de Juan nos permite hoy revivir puntualmente, en la liturgia, la gracia de los últimos acontecimientos que preparan la pascua del Señor. La cena de Betania es preludio de la última cena. Según la mentalidad de aquel tiempo, la comida, particularmente la consumida juntos, reviste un carácter sagrado, pues indica comunión de vida y acción de gracias por la misma vida. Este aspecto, en esta cena, se profundiza ulteriormente por la presencia de Lázaro, "resucitado de entre los muertos", del que se dice que era uno de los que "estaban recostados" con Jesús (según la costumbre de comer recostados): gran proximidad de vida y muerte, presagio de comunidad de destino... Pero es la figura de María la que aparece en primer plano con su silencioso gesto de amor de adoración, sin cálculo ni medida. El perfume que derrama a los pies de Jesús es sumamente caro: trescientos denarios corresponden al salario de diez meses de trabajo de un obrero. Y toda la casa -nota el evangelista aludiendo al Cantar de los Cantares (1,12)- se llenó de la fragancia. Es un detalle que nos muestra en María la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al sacrificio de Cristo-Esposo. A la donación total sin límites se contrapone la tacañería de Judas Iscariote (vv. 4-6).

Sin medias tintas, Juan nos presenta dos tipos en el seguimiento del Señor, María y Judas: el amor dilató el corazón de una; la mezquindad cerró de par en par el corazón del otro.

 

MEDITATIO

También se nos invita a la cena de Betania para estar con Jesús en esa atmósfera cálida de afecto y amistad.

Permanecemos en esa casa acogedora para afianzar nuestro seguimiento de Jesús: un camino de salvación, de la muerte a la vida, como le sucedió a Lázaro, o de activa solicitud que se convierte en servicio cotidiano al Maestro y a los suyos, como Marta. Un camino de amor, de adoración, que dilata día tras día el corazón, o quizás de reservas, resistencias y cálculos cada vez más mezquinos que acaban ahogándonos en la avaricia: María y Judas, ambos discípulos del Señor, se nos presentan como ejemplos-límite.

El estar con Jesús, escuchar su Palabra, compartir con él la existencia, no es todavía lo que decide nuestra meta y los pasos para lograrla. Es decisivo reconocer y acoger el amor que él da, el Amor que él es. Judas no lo acogió, por eso condena el "derroche" de María, haciendo sus cuentas con el pretexto de los pobres... María ha hecho de ese amor su vida; el centro de gravedad que la saca fuera de sí misma sin cálculos, sin razonamientos; con intuición muy precisa y luminosa, se ha quedado con lo esencial: con el pobre Jesús que da todo.

María no puede esperar, y quiere imitar, con el símbolo de un gesto, a su Maestro: derrama sobre esos pies que le han abierto el camino de una plenitud inesperada de amor -ahora en el tiempo y, lo cree firmemente, también en la eternidad- el nardo preciosísimo guardado con cuidado, imagen de una vida totalmente derramada en la caridad. "Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume."

 

ORATIO

Señor Jesús, Hijo de Dios, que has venido al mundo para ser el hombre más familiar de nuestra casa, ven esta tarde y todas las tardes a compartir con nosotros la cena de los amigos. Haz de cada uno de nosotros tu Betania perfumada de nardo, donde los íntimos secretos de tu corazón encuentren el camino silencioso de nuestro corazón, para que podamos vivir contigo la hora suprema del amor y decirte, con un gesto de pura adoración, cómo queremos -porque tú mismo lo has hecho por nosotros- vivir tu vida y morir tu muerte. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Estaba yo meditando sobre la muerte del Hijo de Dios encarnado. Todo mi afán y deseo era cómo poder vaciar mejor la mente de cuanto la ocupase, para tener más viva memoria de la pasión y muerte del Hijo de Dios.

Estando ocupada con este afán, de repente oí una voz que me dijo: "Yo no te amé fingidamente". Aquella palabra me hirió con dolor de muerte, pues se me abrieron al punto los ojos del alma, viendo cuan verdadero era lo que me decía. Veía los efectos de aquel amor y lo que movido por él hizo el Hijo de Dios. Veía en mí todo lo contrario, porque yo le amaba sólo fingidamente, no de verdad. Ver esto era para mí un dolor de muerte tan insufrible que me creía morir. De pronto me fueron dichas otras palabras que aumentaron mi dolor [...].

Mientras daba vueltas a aquellas palabras, él añadió: "Soy yo más íntimo a tu alma que lo es tu alma a sí misma". Esto aumentaba mi dolor, porque cuanto más íntimo le veía a mí misma, tanto más reconocía la hipocresía de mi parte. Estas palabras suscitaron en mi alma deseos de no querer sentir, ni ver ni decir nada que pudiese ofender a Dios. Y es que eso es lo que Dios requiere a sus hijos, a los que ha llamado y escogido para sentirle, verle y hablar con él (Ángela de Foligno, Libro de Vida, Salamanca 1991, 169-170, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (Ef 5,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El ungüento que María extiende es el símbolo de la comunión nupcial con Jesús manifestado por la comunidad cristiana. Celebramos la llamada de nuestras comunidades cristianas, representadas por María de Betania, a la comunión total con Jesús, dador de vida. Es él quien transforma lo que debería haber sido un banquete fúnebre en memoria de Lázaro en un banquete gozoso. Es él quien cambia el hedor insoportable de un muerto "de cuatro días" en el perfume que inunda la casa de alegría. Es él quien contesta a todos los Judas de la tierra, que consideran un despilfarro el ungüento precioso de la intimidad con Dios y oponen los pobres al Señor. Es él quien rechaza la "práctica" de los que prefieren la eficiencia del dinero a cualquier éxtasis de amor y reducen maliciosamente a un valor monetario lo que no tiene precio. Es a él, en resumidas cuentas, a quien debemos buscar en la oración del abandono, en la experiencia contemplativa y en nuestro modo de vivir.

Que el Señor nos libre del error de Judas, que, insensible al perfume de nardo, sólo escucha el tintinear de las monedas, y en vez de percibir el resplandor del aceite, se deja seducir por el brillo del dinero. ¿Cuál es este perfume de ungüento con el que debemos llenar la casa, y cuál es este buen olor de Cristo que debemos difundir por el mundo? El perfume que debe llenar la casa es la comunión. Naturalmente, como el que compró María de Betania, el ungüento de la comunión tiene un precio muy elevado. Y debemos pagarlo sin rebajas, con mucha oración, ya que no se trata de un producto comercial de venta en nuestras perfumerías, ni es fruto de nuestros esfuerzos titánicos. Es un don de Dios que debemos implorar sin cansarnos. Pero lo obtendremos, estoy seguro, y su perfume llenará toda nuestra Iglesia (A. Bello, Lessico di comunione, Terlizzi 1991, 69-75, passím).

 

 

Día 22

 Liturgia de las Horas de hoy

Martes Santo

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: el Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: "Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti".

 

•* Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

El dice: "No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".

 

**• El Siervo de YHWH alza la voz pidiendo que se le escuche atentamente, incluso los más lejanos (v. la): su misión deberá llegar hasta el confín de la tierra (v. 6b). Nos cuenta su historia, sintetizándola en ciertos momentos capitales: la vocación en los orígenes de su vida, poniendo de manifiesto el designio de Dios (es él quien forma a su elegido como instrumento adecuado, al que le reserva un encargo concreto: proclamar con eficacia la palabra vv. ls); a continuación, el oráculo con el que el Señor le confirma en su identidad (v. 3a) y su misión (v. 3b).

En un primer momento, la misión acaba en un fracaso, y la inutilidad de la fatiga pesa en el corazón del Siervo. Formado desde el seno materno para reunir y convertir su pueblo al Señor (v. 5), experimenta el cansancio pero sabe reconocer que Dios lleva su causa, estima y recompensa a su obrero (v. 4). La estima que el Señor le manifiesta es la fuerza que le infunde (v. 5b), fortaleciendo al Siervo, que acoge y pronuncia un nuevo oráculo de Dios: la hora de la prueba y el fracaso no acaba con su actividad profética, sino que es instrumento para dilatar sin límites la irradiación de su mensaje. La misión del Siervo será universal: por medio de él, convertido en luz de las naciones, Dios quiere llegar con el don de su salvación a los últimos confines de la tierra (v. 6).

 

Evangelio: Juan 13,21-33.36-38

21 Dicho esto, Jesús se sintió profundamente conmovido y exclamó: - Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar.

22 Los discípulos comenzaron a mirarse unos a otros, preguntándose a quién podría referirse.

23 Uno de ellos, el discípulo al que Jesús tanto quería, estaba recostado a la mesa sobre el pecho de Jesús.

24 Simón Pedro le hizo señas para que le preguntase a quién se refería.

25 El discípulo que estaba recostado sobre el pecho de Jesús le preguntó: - Señor, ¿quién es?

26 Jesús le contestó: - Aquel a quien yo dé el trozo de pan que voy a mojar en el plato. Y mojándolo, se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.

27 Cuando Judas recibió aquel trozo de pan mojado, Satanás entró en él. Jesús le dijo: - Lo que vas a hacer, hazlo cuanto antes.

28 Ninguno de los comensales entendió lo que Jesús había querido decir.

29 Como Judas era el depositario de la bolsa común, algunos pensaron que le había encargado que comprara lo necesario para la fiesta o que diese algo a los pobres.

30 Judas, después de recibir el trozo de pan mojado, salió inmediatamente. Era de noche.

31 Nada más salir Judas, dijo Jesús: - Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del hombre, y Dios será glorificado en él.

32 Y si Dios va a ser glorificado en el Hijo del hombre, también Dios lo glorificará a él. Y lo va a hacer muy pronto.

33 Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo. Me buscaréis, pero os digo lo mismo que ya dije a los judíos: "Adonde yo voy, vosotros no podéis venir".

36 Simón Pedro le preguntó: - Señor, ¿adonde vas? Jesús le contestó: - Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; algún día lo harás.

37 Pedro insistió: - Señor, ¿por qué no puedo seguirlo ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.

38 Jesús le dijo: - ¡De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí! Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

 

**• Jesús, después del lavatorio de los pies y las primeras alusiones a la traición (vv. 10-11.18), declara abiertamente, profundamente conmovido: "Uno de vosotros me va a traicionar". El anuncio y su misma turbación dejan perplejos y desconcertados a los apóstoles, que tratan de identificar al traidor... En estas circunstancias aparecen algunos rasgos de la vida de la comunidad de los Doce con Jesús: la iniciativa de Pedro, evidenciando su autoridad; la relación de particular sintonía de un discípulo con el Señor; la infinita delicadeza de Jesús, que, mientras señala a Judas el traidor, le ofrece un bocado de pan untado, signo de honor y deferencia, última provocación del amor. Pero como Judas rechaza definitivamente responder al amor de Jesús, la suerte del Nazareno está echada, y no tolera demora (v. 27b). Por lo demás, una vez tomado el bocado de la amistad y rechazando al Amigo, Judas no puede estar en el círculo de los amigos: "Salió inmediatamente. Era de noche". La noche de la mentira, del odio que relega en la soledad, en el reino de Satanás. Jesús explica el sentido de cuanto está acaeciendo.

Precisamente ahora que Judas ha salido a ejecutar su plan de traicionar a su Maestro, el Hijo del hombre es glorificado. Y Dios es glorificado en él porque, en la entrega del Hijo a la cruz, manifiesta su amor sin límites a la humanidad. La hora de la muerte y la de la resurrección constituyen, juntas, la hora única de la gloria, de la espléndida manifestación de Dios, que es amor.

Con el v. 33 comienza el discurso de despedida de Jesús a los suyos. Sabe que dejará un vacío imposible de llenar (v. 33a), aunque necesario (v. 33b) y no definitivo, como aparece en la respuesta a Pedro. Pero en su generosidad intempestiva, el apóstol no soporta esperar y dice estar dispuesto a dar la vida con tal de seguir al Señor. Precisamente aquí se revela la necesidad de la separación de Jesús: sin la fuerza que brota de su pasión y resurrección, sin la presencia del Espíritu, nadie está en disposición de seguir a Cristo {"Antes de que el gallo cante...": v. 38b).

 

MEDITATIO

Como un amigo al que estamos habituados de repente puede parecemos desconocido, extraño en el misterio de su persona, así debió de pasar a los discípulos en el cenáculo aquella tarde. Lo mismo nos pasa a nosotros hoy con Jesús: no comprendemos ya nada, nos quedamos perplejos ante la predicción que nos hace. Percibimos que verdaderamente conoce la posibilidad de nuestra traición, de nuestra falta de mantener la palabra, de esas sutiles, insinuantes afirmaciones que tenemos a flor de labios y hieren el corazón de la comunidad cristiana...

Y nosotros ni siquiera nos damos cuenta de lo profunda que es la herida en su corazón, del que está en agonía hasta el fin del mundo, según la expresión de Pascal.

Y a pesar de todo -por siempre-, para él el traidor sigue siendo el amigo al que brinda un último gesto de predilección. Porque el amor no retira lo que ha dado, no reniega de lo que es. Prefiere consumirse en el dolor y la muerte...

Pero hoy, en la noche que rodea la sala de la cena, una luz queda encendida: finalmente hemos intuido algo del misterio de Jesús. Para cada uno de nosotros, que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y -esperemos- el amor de Juan, por cada uno de nosotros no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta el extremo. Ésta es su gloria: mostrar en el rostro desfigurado por el sufrimiento que el amor de Dios es fiel siempre, que el amor vencerá a la muerte. Es más, ya la ha vencido.

 

ORATIO

Señor Jesús, en este crepúsculo del tiempo compartimos contigo la cena: pero todavía no comprendemos tu misterio. Y, sin embargo, creíamos que te conocíamos desde hacía tanto...

Y cuando con profunda emoción tú nos revelas nuestro propio misterio -la tremenda posibilidad de traición y odio-, intuimos que tú nos conoces desde siempre.

Ayúdanos, Señor, a acoger la verdad del mal que hay en nosotros sin mirarnos con desconfianza unos con otros, sin manifestar un disgusto desesperado de nosotros mismos, sin presumir de ser diferentes, mejores, dispuestos a dar la vida por ti: no cantaría el gallo y te habríamos negado no tres, sino infinitas veces.

Danos la fortaleza de permanecer en la luz de aquella sala en la planta de arriba: allí se revela, a tu luz, lo que de verdad somos, y fuera es de noche. Entonces podremos comprender algo de ti, que eres el Amigo por siempre y no cesas de atraernos con vínculos de bondad: aunque te neguemos, tú permaneces fiel, porque no puedes negarte a ti mismo.

 

CONTEMPLATIO

Ahora llega la tarde de aquel día y la tarde de una vida tan breve. Jesús está con los suyos [...]. Notemos la profunda soledad que le rodea. Jesús está tan solo que nuestro corazón se llena de miedo. Él está sentado en medio de los suyos; les dirige la palabra, pero ellos no le comprenden.

En torno a él reina una terrible y misteriosa soledad, en la que lo aprisiona el mundo que se ha cerrado en sí mismo. Se trata -si se nos permite decirlo así- de la soledad de Dios en el mundo que le pertenece pero que no ha querido acogerle (Jn 1,11).

Y, a pesar de todo, quiere regalarles el don supremo.

Jesús pone su misma persona en este misterio del cordero pascual: él es el viviente que mañana deberá morir para expiar con su muerte el pecado del mundo. Tratemos de ser muy conscientes del alcance de este acontecimiento, frente al cual sólo caben dos alternativas: la opción que nos lleva a creer y a adorar o el rechazo.

Esto es lo que acontece aquella tarde. Luego llegará la muerte. Y, después de la muerte, la resurrección. Y cincuenta días después, tendrá lugar el acontecimiento de Pentecostés, y el Espíritu Santo hará su entrada en el tiempo. Él asumirá la dirección de la Historia Sagrada y hará a los creyentes capaces de comprender o, mejor dicho, de revivir lo que pasó en la soledad y desorientación de esa última tarde (R. Guardini, // messaggio di san Giovanni, Brescia 1982, 16-19, passim).

 

ÁCTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La miseria del hombre consiste en haber traicionado a Dios. Ninguna injusticia humana será de verdad reparada hasta que no se repare esta injusticia con Dios. Nos acusamos unos a otros, y todos somos culpables. Y los más culpables somos nosotros, los cristianos mediocres. Siempre deberemos hacer esta confesión, siempre seremos indignos de Cristo. Pero no es el momento de procesar al hombre cuando Dios agoniza en nuestros corazones.

Ciertamente, hay necesidades materiales que debemos satisfacer hoy, pues hay miserias corporales que no pueden demorarse ni una hora más. Mi intención no es tanto la de atenuar el sentimiento de su urgencia cuanto demostrar que su existencia proviene de nuestro abandono de Dios y que su curación se derivará infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que resulta tan grave en la hora presente - y a la vez tan grande- es que todos los problemas conllevan, de manera muy acuciante, una resonancia mística, comprometen el Reino de Dios y nos imponen el deber inexorable de ayudar a Dios crucificado, condenado por nuestro egoísmo y prisionero de su Amor; compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.

Ahora es el tiempo de salir a su encuentro en el camino doloroso al que las culpas humanas le arrastran martirizando su rostro en el alma pecadora. Es necesario que nuestro corazón se convierta en sacramento del suyo y que ninguno de nuestros hermanos pueda lamentarse de no haber encontrado en nosotros su ternura. Entonces disminuirán el dolor y la sombra que proyecta sobre el rostro del Amor (M. Zundel, // Vangelo interiore, Padua 1991, 54-56, passim).

 

 

Día 23

Miércoles Santo

 Liturgia de las Horas de hoy

  

LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-9a

Dijo Isaías:

4 El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los discípulos.

5 El Señor me ha abierto el oído y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

8 Mi defensor está cerca, ¿quién me quiere denunciar? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién me va a acusar? ¡Que venga a decírmelo!

9 Sabed que me ayuda el Señor: ¿Quién me condenará?

 

**- En este "tercer poema del Siervo de YHWH", se acentúa el tema del fracaso, que ya estaba presente en Is 49,1-6: El profeta encuentra hostilidad y persecución, incluso violencia. Su vocación, con rasgos sapienciales, lo califica como un discípulo que, por don y misión del Señor Dios, transmite la Palabra a los descorazonados e indecisos. Sólo si el profeta se manifiesta cada día como un discípulo pronto a escuchar, podrá llegar a ser verdadero maestro: no dispone de la Palabra a su gusto.

Consciente desde el principio de las exigencias de su vocación, el Siervo no opone resistencia a Dios; y su pleno consentimiento le hace fuerte y manso de cara a los perseguidores: no se sustrajo a la Palabra, ni se echó atrás ante las injurias y la violencia de los que quisieran acallarla, reduciéndola al silencio (vv. 5s).

No le rinde el sufrimiento, ni le desorienta. El profeta confía en la ayuda de Dios; él lo justificará ante los adversarios: ninguno podrá demostrar la culpabilidad de su Siervo, testigo fiel y veraz de la Palabra (vv. 7-9).

 

Evangelio: Mateo 26,14-25

14 Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y

15 les dijo: - ¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata.

16 Y desde ese momento andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.

17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: - ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?

18 Él contestó: - Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El maestro dice: Se acerca el momento, y quiero celebrar la cena de pascua en tu casa con mis discípulos".

19 Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la cena de pascua.

20 Al atardecer, se puso a la mesa con los doce,

21 y mientras cenaban les dijo: - Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

22 Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: - ¿Soy yo, Señor?

23 Jesús respondió: - El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará.

24 El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hambre no haber nacido!

25 Entonces preguntó Judas, el traidor: - ¿Soy yo acaso, maestro? Y Jesús le respondió: - Tú lo has dicho.

 

**• La escucha de la presente perícopa siempre es inquietante: "Uno de los doce", uno de los amigos más íntimos, de los compañeros cotidianos, de los discípulos a los que enseñó con mimo particular, "fue..." por iniciativa propia, por libre opción, a proponer la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes, que no deseaban otra cosa (vv. 3-5). Y desde entonces, como fiera al acecho, Judas vive al lado de Jesús buscando "la ocasión propicia" (vv. 16s). Aun siendo capaz de una iniquidad que supera los límites humanos (es obra de Satanás: cf. Lc 22,3 y Jn 13,2), la libertad del hombre entra en el plan de Dios: es lo que Mateo deja entender en el v. 15, citando a Zac 11,12 sobre el precio pactado con Judas. Todavía más significativo es el uso teológico, común en todas las narraciones de la pasión y de sus predicciones, del verbo paradídomi, "entregar". Este verbo expresa, por un lado, la entrega-traición por parte de los hombres y, por otro, la entrega-don que el Padre hace del Hijo y Jesús hace de sí mismo, hasta la suprema entrega del Espíritu en la cruz (Jn 19,30).

El esmero con que tradicionalmente se prepara el rito pascual asume un significado más profundo (vv. 17-19): Jesús sabe que se acerca su kairós (v. 16), su hora, el tiempo del acontecimiento escatológico establecido por Dios. Y ordena disposiciones muy precisas, porque "ardientemente he deseado comer esta pascua"', en este rito, sustituirá el nuevo memorial al antiguo, dejándonos su  cuerpo y su sangre como comida y bebida.

Esta entrega de sí mismo con el mayor amor acontece en una atmósfera cargada por el anuncio de la traición ("entrega"). Cada uno, herido en su interior, desconfía de sí mismo y también de sus propios compañeros. Surge un coro de preguntas, pero mientras los otros apóstoles se dirigen a Jesús con el apelativo de "kyrios", Señor, Judas le llama simplemente "rabbí". Este Maestro es realmente el Señor, que conoce a su traidor, por el cual se cumple la Escritura.

 

MEDITATIO

Jesús revela quién es Dios y quién es el hombre manifestándonos en su propia historia divino-humana el misterio de la libertad de ambos. Aparece claramente en la pasión, cuando personas y acontecimientos parecen coartarlo, quebrantarlo, hasta clavarlo en la cruz. En el Evangelio de hoy aparecen los dos polos extremos del poder humano: la libertad de entregar/traicionar (abismo de apostasía: Judas) y la de entregarse/darse (la cumbre del amor más grande por los demás: Jesús). Entre ambos polos, cada uno es libre de moverse, de llevar a cabo sus opciones cotidianas, pero el Evangelio nos hace conscientes de una realidad: en los dos extremos está o el poder de Dios o la fuerza del maligno. Pero hoy no sólo aparece la enorme y vertiginosa capacidad de la libertad humana, sino que también se nos muestra algo de la libertad de Dios: su omnipotencia, que brinda al hombre la salvación sin forzarle; su amor, que se entrega -en el Hijo- a sí mismo para que el hombre no sea presa eterna y casi ignorante del pecado. Desde siempre Dios había preparado esta pascua; y cuando el Hijo del hombre vino a cumplirla entre nosotros, se ha abierto a toda criatura un nuevo horizonte ilimitado de libertad: la libertad de amar incluso dando la vida para encontrarse en plenitud en el seno amoroso de la Trinidad.

 

ORATIO

Señor Jesús, déjanos hoy confesar ante ti y concédenos, para hacerlo, un corazón verdaderamente arrepentido y palabras humildes y sinceras. Somos nosotros, Señor, los que te hemos vendido, y no sólo una vez.

Cada día especulamos con tu persona y vivimos de esta mísera ganancia; nosotros, los amados por ti. ¿Nos puedes todavía soportar como íntimos en tu casa, para comer el pan de tus lágrimas y beber la sangre de tu dolor? Vendido por nosotros por una miseria, tú nos has comprado, Señor, al precio infinito de tu sangre. Haz, te suplicamos, que, a través de la herida de tu corazón, podamos penetrar y establecernos siempre en la comunión de tu amor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Judas dejó el puesto que Jesús le había asignado en la comunidad apostólica para "irse a su lugar". Se ha separado de los demás, de la comunidad; llegó hasta este extremo progresivamente: en primer lugar se fue replegando sobre sí mismo, siguiendo un camino muy suyo, y finalmente se fue a su lugar. Ciertamente, al principio estaba muy lejos de querer traicionar al Maestro. La situación política de Israel era muy compleja, y mucha gente prudente del pueblo se preguntaba si Jesús no era un motivo de desorden. En efecto, ¿qué pruebas había de la misión de Jesús?

Es cierto que Judas debió de atormentarse interiormente, rumiando muchas dudas y pensamientos oscuros. Pero no los compartió con los otros, y quizás fuese ésta la causa de sus ilusiones, de su ceguera y su obstinación. Estaba solo, cerrado en sí mismo. Y en estas circunstancias, nos hacemos incapaces de juzgar las cosas con objetividad. No se comunicaba con los hermanos, reflexionaba solo y andaba a su aire [...]. "A su puesto" (R. Voillaume, Cartas a los hermanos, Madrid 1973).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2,10b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Judas aparece como el protagonista de la liturgia de los tres primeros días de la Semana Santa: el Evangelio siempre habla de él. Y Judas está presente también en el cenáculo. La presencia de Judas en medio de los doce, en torno a la mesa de Jesús, es, indudablemente, el hecho más inquietante entre los hechos, todos inquietantes, que se condensan en vísperas de la pasión del Señor. Es la presencia del enemigo entre los amigos, del que golpea en el momento y lugar en que se precisa la confianza, porque nadie puede ya defenderse con ninguno.

Jesús no ignora esta presencia, no la pasa por alto; pero, a la vez, no descubre a Judas, no le acusa, no discute con él, no trata de defenderse. No calla a propósito de dicha presencia, para hacerse también presente a él hasta el final. Los doce, sin embargo, tratan de descubrir quién es el que de ellos miente: y en esta tentativa sucumben y caen en la antigua ley de la sospecha recíproca generalizada, de la acusación, de la división. De aquí nace siempre la crisis de la relación fraterna y de comunión: del temor de ser traicionados, del temor de que otro se aproveche, de la pretensión imposible de poner a prueba y verificar las intenciones del otro. No existe otra manera de vencer al traidor que entregarse en sus manos y poner en manos de Dios la propia causa. Pensemos en cuántos desavenencias, cuántas ofensas, cuántas prepotencias, se esconden en nuestra vida por la sospecha. Para sentarse en torno a la mesa de Jesús es preciso fiarse uno de otro sin pensar en el precio que puede costar esta confianza (G. Angelini, L¡ amó sino alia fine, Milano 1981, 40s).

 

 

Día 24

Jueves Santo

Liturgia de las Horas de hoy

Misa Crismal Misa vespertina "In coena Domini"

Misa Crismal

Es la que el Obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos. Con él se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación.

Is 61, 1-3a-6a. 8b-9

1 El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad;
2 a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran,
3a para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido.

6a Sobre los muros de Jerusalén he apostado guardianes; ni en todo el día ni en toda la noche estarán callados.

8b No beberán hijos de extraños tu mosto por el que te fatigaste,
9 sino que los que lo cosechen lo comerán y alabarán a Yahveh, y los que los recolecten lo beberán en mis atrios sagrados."

Ap 1, 5-8

5 y de parte de Jesucristo, " el Testigo fiel, el Primogénito " de entre los muertos, " el Príncipe de los reyes de la tierra. " Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados

6 y ha hecho de nosotros " un Reino de Sacerdotes " para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

7 Mirad, " viene acompañado de nubes: " todo ojo le verá, hasta " los que le traspasaron, " y " por él harán duelo todas las razas " de la tierra. Sí. Amén.

8 Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso.

Lc 4, 16-21

 16 Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:

18 " El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos "

19 " y proclamar un año de gracia del Señor. "

20 Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.

21 Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»

 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA SANTA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO 2 DE ABRIL DE 2015


 

             «Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

             Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”»(cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil, es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso la consumación en el martirio.

             El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajáis en medio del pueblo fiel de Dios que os fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

             Estad seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium 286). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

             Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y rendirse ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

             Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y necesitamos que el Pastor nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

             ¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias —que son suaves y ligeras—, en sus complacencias —a ellos les agrada estar en mi compañía—, en sus intereses y referencias —a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios—? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado» (2 Tm 1,12)?

             Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

             No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el trabajo material —construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones... Si tenemos el corazón abierto, esta mención y tanto afecto fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, se conmueve y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.

             Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.

             Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium,11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al1 alcance111 de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). ¡Qué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

             También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra de Dios, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium,83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar —es un hábito importante: aprender a neutralizar—: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

             Y por último —para que esta homilía no os canse demasiado— está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium.277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a trabajar (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.

             La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

             Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

             El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Y, por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!

 

 

 

 Misa vespertina "In coena Domini"

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 12,1-8.11-14

1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto:

2 - Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año.

3 Decid a toda la asamblea de Israel que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa.

4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer.

5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito.

6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer.

7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en las que vayan a comerlo.

8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas.

11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor.

12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará.

14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.

 

*•• El presente texto tiene un carácter prescriptivo: el acontecimiento histórico de la última cena de los hebreos en Egipto, en espera del paso del Señor que libera de la esclavitud, aparece aquí en clave litúrgica para convertirse en "un rito perpetuo". La memoria se hace memorial {zikkarón, v. 14), y, en él, la eficacia salvífica de cuanto YHWH ha ejecutado de una vez por todas se actualiza para cada generación en y mediante la liturgia; de ahí la preocupación por dar normas concretas y detalladas para la celebración (vv. 3-8.11). El rito hebraico funde elementos originariamente distintos y los historifica. El sacrificio anual del cordero, con la aspersión de la sangre -la pascua ipesaj, fiesta primaveral de los pastores nómadas)-se convierte para los israelitas en signo de la protección del Señor (vv. 7.12s).

La ofrenda de las primicias -los ázimos (fiesta agrícola vinculada al ciclo de las estaciones)-, puesta en referencia con la liberación de Egipto, recuerda ahora, de generación en generación, la rápida huida de aquel país de esclavitud. En un momento preciso de la historia de un pueblo oprimido, Dios interviene con su poder: aquel momento no pertenece sólo al fluir de los tiempos, sino a la dimensión de Dios. Por eso es un "hoy" ofrecido siempre al que quiera entrar en aquella historia de salvación mediante la celebración del memorial.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 11,23-26

11,23 Del Señor recibí la tradición que os he transmitido; a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan

24 y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía".

25 Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía".

26 Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga.

 

**• En la última cena en esta tierra de destierro, Jesús sustituye el memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto con su memorial. Cumplimiento de la Ley y los profetas, lleva a plenitud el antiguo rito con su sacrificio de amor.

"Por nosotros" se dejó entregar a la muerte (en el v. 23, el término "entregar" hace alusión a todo el misterio pascual, no sólo a la entrega). "Nueva": así es la alianza con Dios, sancionada con la sangre del verdadero Cordero, que con su inmolación nos libera de la esclavitud del mal y, consumada en la comunión del Pan de la ofrenda que, roto en la muerte, nos da la vida. También debería ser nueva la conducta del cristiano: cada vez que come de este pan y bebe de este cáliz, graba en su propia existencia la extraordinaria riqueza de la pascua de Cristo, testimoniándolo en el tiempo hasta el día de la venida gloriosa del Señor (v. 26).

 

Evangelio: Juan 13,1-15

1 Era la víspera de la fiesta de la pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin.

2 Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús.

3 Entonces Jesús, sabiendo que el Padre le había entregado todo, y que de Dios había venido y a Dios volvía,

4 se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura.

5 Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.

6 Cuando llegó a Simón Pedro, éste se resistió: - Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

7 Jesús le contestó: - Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora; lo comprenderás después.

8 Pedro insistió: - Jamás permitiré que me laves los pies. Entonces Jesús le respondió: - Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos.

9 Simón Pedro reaccionó así: - Señor, no sólo los pies; lávame también las manos y la cabeza.

10 Entonces dijo Jesús: - El que se ha bañado sólo necesita lavarse los pies, porque está completamente limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos.

11 Sabía muy bien Jesús quién lo iba a entregar; por eso dijo: "Vosotros estáis limpios, aunque no todos".

12 -Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos: - ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros?

13 Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy.

14 Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros.

15 Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros.

 

*»• "Llevó su amor hasta el fin": también Juan, como los sinópticos, quiere evidenciar en la narración de la última cena la total entrega del amor por parte de Jesús, que anticipa para "los suyos" el sacrificio de la cruz; pero en vez de describir la institución de la eucaristía, ya presente en los otros evangelios y en la tradición oral (cf. 1 Cor 11,23), Juan expresa el significado del acontecimiento por medio del episodio del lavatorio de los pies.

El fragmento pone en evidencia el lúcido conocimiento de Jesús (w.1-3: "sabía"). Se abraza libremente con el designio de Dios, reconociendo como inminente esa "hora" hacia la cual se dirigían todos sus días terrenos: la hora del verdadero paso (Ex 12,12s), de la nueva pascua, del amor que llega a su plenitud definitiva (v. 1).

Esta cumbre del amor se manifiesta concretamente en el más profundo abatimiento: si el v. 3b alude a la encarnación, primer paso decisivo de la kénosis del Hijo eterno, los versículos siguientes muestran hasta qué punto ha asumido la condición de siervo (cf. Flp 2,7s), ya que la tarea de lavar los pies se reservaba a los esclavos e incluso un rabbí no podía exigírselo a un esclavo hebreo.

Y Jesús nos pide a nosotros esta misma humildad, este espíritu de servicio recíproco que sólo puede inspirar el amor (w.12-15). Acoger el escándalo de la humillación del Hijo de Dios y dejarnos purificar por su caridad (v. 8) nos implica en el dinamismo de la oblación divina, nos impone seguir el ejemplo de Cristo: ésta es la condición indispensable para participar en su memorial, para celebrar la pascua con él.

 

MEDITATIO

El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación en un clima de amistad, de confianza y, a la vez, el último adiós, que nos da abriendo su corazón.

¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Las palabras del Evangelio rebosan una energía vital que nos supera. El memorial de Jesús -el recuerdo de su cena pascual- no se repite en el tiempo, sino que se renueva, se nos hace presente. Lo que Jesús hizo aquel día, en aquella hora, es lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros.

Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó a sí mismo por todos, como don y testimonio del amor del Padre.

Nosotros, por consiguiente, debemos aprender de Jesús, que nos dice: "Os he dado ejemplo...". Debemos aprender de él a decir siempre "gracias" y a celebrar la eucaristía en la vida entrando en la dinámica del amor que se ofrece y sacrifica a sí mismo para hacer vivir al otro. El rito del lavatorio de los pies tiene como finalidad recordarnos que el mandamiento del Señor debe llevarse a la práctica en el día a día: servirnos mutuamente con humildad. La caridad no es un sentimiento vago, no es una experiencia de la que podemos esperar gratificaciones psicológicas, sino que es la voluntad de sacrificarse a sí mismo con Cristo por los demás, sin cálculos. El amor verdadero siempre es gratuito y siempre está disponible: se da pronta y totalmente.

 

ORATIO

Partirás solo, Señor, sin nosotros, tus amigos, para afrontar la lucha suprema del enemigo. Partirás solo porque no podemos seguirte antes de que hayas vencido a aquel que nos divide. Pero nos encontrarás en lo hondo de tu soledad, y nosotros te encontraremos en el fondo de nuestra humillación.

Señor Jesús, nosotros no sabemos cuál es la hora más dulce y pura del amor: si la que nos reúne juntos, confiados y descansados sobre tu pecho, o la que nos dispersa en la noche perdidos y abatidos de tristeza. Pero si tú, desde tu lejanía de condenado a muerte, te vuelves un momento a mirarnos, percibiremos en la luz de tus ojos una chispa del insondable misterio que hoy nos pesa en el corazón y que mañana contemplaremos sin velos en el rostro del Amor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Mi Señor se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua en la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies a nosotros. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, Señor Jesús, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad. Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme de toda suciedad propia de nuestra fragilidad.

¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies a tus siervos y como Dios mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas (san Ambrosio, El Espíritu Santo I, 12-15).

 

ACTIO

         Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El día de Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre. Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní, tan cercanos a él como María Magdalena cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el que nos causa más extrañeza.

El día de Jueves Santo [...] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos mostró algo de la divina bondad.

Jesús nos revela en qué consiste lo divino. Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.

Si esta bondad divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros, y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan necesidad (B. Hume, // mistero e l'assurdo, Cásale Monf. 1999, 107s).

 

 

Día 25

Viernes Santo Celebración "de la Pasión del Señor"

 Liturgia de las Horas de hoy 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 52,13-53,12

52,13 Mi siervo va a prosperar, crecerá y llegará muy alto.

14 Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano,

15 así asombrará a muchos pueblos. Los reyes se quedarán sin palabras al ver algo que no les habían contado y comprender algo que no habían oído.

53,1 ¿Quién hubiera creído este anuncio? ¿Quién conocía el poder del Señor?

2 Creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo.

3 Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado por los dolores y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada.

4 Sin embargo, llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado,

5 eran nuestras rebeliones las que le traspasaban y nuestras culpas las que le trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó.

6 Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas.

7 Cuando era maltratado, se sometía y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

8 Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo;

9 lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados. Aunque no cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca,

10 el Señor lo quebrantó con sufrimientos. Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor.

11 Después de una vida de aflicción, comprenderá que no ha sufrido en vano.  Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas.

12 Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.

 

*+• Del Siervo doliente nos hablan los oráculos de YHWH que abren y concluyen este fragmento (52,13-15; 53,1 ls) mostrando el éxito glorioso de su padecer humilde, que se convierte en fuente de salvación para las multitudes. De él nos habla la comunidad de la que el profeta es portavoz ("nosotros", v. 4), confesando la total incomprensión en la que se consumó el dolor del Siervo: incomprensión que pasó de la indiferencia al desprecio, del juicio al abuso legitimado (vv. 3-4.8a).

Pero él calla.

No atrae precisamente por el esplendor de su aspecto (signo de bendición divina), ni por su doctrina brillante: "Familiarizado con el sufrimiento", pero no es ésta materia de enseñanza. Callado en la humillación, en la opresión, en la condena a muerte (v. 7) hasta la sepultura infame (v. 9), sólo cuando su sacrificio de expiación se consuma la comunidad -purificada por él- comprende el inconcebible designio de Dios.

El castigo, como sufrimiento purificador, presupone una culpa; pero aquí, por primera vez, aparece abiertamente algo distinto: el misterioso sufrimiento vicario. El pecado es nuestro -nos reconocemos fácilmente en el nosotros del texto-, pero quien sufre para expiarlo no somos nosotros, sino el Siervo inocente.

Ésta es la voluntad de Dios que se cumple en el Siervo. Es la justicia divina que se llama "misericordia".

Es la promesa -que brilla como un relámpago en el Antiguo Testamento- de la luz y la glorificación tras las tinieblas y la humillación.

 

Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9

4,14 Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote eminente que ha penetrado en los cielos, mantengámonos firmes en la fe que profesamos.

15 Pues no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que las ha experimentado todas, excepto el pecado.

16 Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un socorro oportuno.

5,7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muelle, fue escuchado en atención a su actitud reverente;

8 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.

9 Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

 

**• La perícopa, de una importancia central en la carta a los Hebreos, nos invita a considerar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, que cumple como sumo sacerdote y le hace ser, como verdadera víctima, puro y santo. La figura de Cristo sobresale así en toda su majestad. Pero esta realidad no le aleja o le lleva a un mundo inaccesible. Más bien, como ha compartido todas nuestras pruebas (4,15), sabe compadecerse de nuestra debilidad. Se ha acercado a nosotros para que nosotros pudiéramos acercarnos con total confianza al Padre, Dios de misericordia y gracia que nos concede la ayuda necesaria en todas nuestras tribulaciones (4,16) para que cualquier prueba se convierta en una situación en la que brille en todo su esplendor su providencia admirable.

La sufrida adhesión de Cristo al designio del Padre obtiene una acogida que supera infinitamente nuestros horizontes: su obediencia filial, que le llevó a "entregarse a sí mismo a la muerte" (ci. Is 53,12), le ha convertido en "causa de salvación eterna" para todos los que obedecen su Palabra (5,7-9) y se convierten de esta forma en esa descendencia inmensa prometida al Siervo de YHWH: la nueva prole de los hijos de Dios, renacidos de la sangre de Cristo.

 

Evangelio: Juan 18,1-19,42

18,1 Cuando terminó de hablar, Jesús y sus discípulos salieron de allí. Atravesaron el torrente Cedrón y entraron en un huerto que había cerca.

2 Este lugar era conocido por Judas, el traidor, porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos.

3 Así que Judas, llevando consigo un destacamento de soldados romanos y los guardias puestos a su disposición por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, se dirigió a aquel lugar. Iban armados y equipados con linternas y antorchas.

4 Jesús, que sabía perfectamente todo lo que le iba a ocurrir, salió a su encuentro y les preguntó: - ¿A quién buscáis?

5 Ellos contestaron: - A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: - Yo soy- Judas, el traidor, estaba allí con ellos.

6 En cuanto les dijo: "Yo soy", comenzaron a retroceder y cayeron a tierra.

7 Jesús les preguntó de nuevo: - ¿A quién buscáis? Volvieron a contestarle: - A Jesús de Nazaret.

8 Jesús les dijo: - Ya os he dicho que soy yo. Por tanto, si me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan.

9 (Así se cumplió lo que él mismo había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".)

10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha (este siervo se llamaba Malco).

11 Pero Jesús dijo a Pedro: - Envaina de nuevo tu espada. ¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me ha preparado?

12 La tropa romana, con su comandante al frente, y la guardia judía arrestaron a Jesús y lo maniataron.

13 Acto seguido, lo condujeron a casa de Anás, el cual era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año.

14 Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".

15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, entró, al mismo tiempo que Jesús, en el patio interior de la casa del sumo sacerdote.

16 Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, a la puerta, hasta que el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió que le dejasen entrar.

17 Pero la portera preguntó a Pedro: - ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro le contestó: - No, no lo soy.

18 Como hacía frío, los criados y la guardia habían preparado una hoguera y estaban en torno a ella calentándose. Pedro estaba también con ellos calentándose.

19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre la enseñanza que impartía.

20 Jesús declaró: - Yo he hablado siempre en público. He enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. No he enseñado nada clandestinamente.

21 ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a mis oyentes y ellos podrán informarte.

22 Al oír esta respuesta, uno de los guardias, que estaba junto a él, le dio una boletada diciéndole: - ¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?

23 Jesús le replicó: - Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

24 Entonces Anás lo envió, atado, a Caifás, el sumo sacerdote.

25 Mientras Simón Pedro estaba en torno a la hoguera, calentándose, uno le preguntó: - ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó: - No, no lo soy.

26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le replicó: - ¿Cómo que no? Yo mismo te vi en el huerto con él.

27 Pedro volvió a negarlo. Y en aquel momento cantó el gallo.

28 Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del gobernador. Era muy temprano. Los judíos no entraron en el palacio para no contraer impureza legal y poder celebrar así la cena de pascua.

29 Pilato, por su parte, salió a donde estaban ellos y les preguntó: - ¿De qué acusáis a este hombre?

30 Ellos le contestaron: - Si no fuese un criminal, no te lo habríamos entregado.

31 Pilato les dijo: - Lleváoslo y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos replicaron: - A nosotros no nos está permitido condenar a muerte a nadie.

32 Así se cumplió la palabra de Jesús, que había anunciado de qué forma iba a morir.

33 Pilato volvió a entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó: - ¿Eres tú el rey de los judíos?

34 Jesús le contestó: - ¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?

35 Pilato replicó: - ¿Acaso soy yo judío? Son los de tu propia nación y los jefes de los sacerdotes los que te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?

36 Jesús le explicó: - Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo.

37 Pilato insistió: - Entonces, ¿eres rey? Jesús le respondió: - Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz.

38 Pilato le preguntó: - ¿Y qué es la verdad? Después de decir esto, Pilato salió de nuevo y dijo a los judíos: - Yo no encuentro delito alguno en este hombre.

39 Pero como tenéis la costumbre de que os ponga en libertad un prisionero durante la fiesta de la pascua, ¿queréis que deje en libertad al rey de los judíos?

40 Y en medio de un gran clamor, gritaban: - ¡No, a ése no! ¡Deja en libertad a Barrabás! (el tal Barrabás era un bandido).

19,1 Entonces Pilato ordenó que lo azotaran.

2 Los soldados prepararon una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. También le echaron sobre los hombros un manto de púrpura.

3 Y se acercaban a él, diciendo: - ¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas.

4 Pilato salió, una vez más, y les dijo: - Escuchad; os lo voy a sacar de nuevo, para que quede bien claro que yo no encuentro delito alguno en este hombre.

5 Salió, pues, Jesús fuera. Llevaba sobre su cabeza la corona de espinas y, sobre sus hombros, el manto de púrpura. Pilato se lo presentó con estas palabras: - ¡Éste es el hombre!

6 Los jefes de los sacerdotes y los guardias, al verlo, comenzaron a gritar:

- ¡Crucifícalo, crucifícalo!. Pilato insistió: - Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro delito alguno en él.

7 Los judíos replicaron: - Nosotros tenemos una ley y, según ella, debe morir, porque se ha presentado a sí mismo como Hijo de Dios.

8 Al oír esto, Pilato sintió más miedo todavía.

9 Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús: - ¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le contestó.

10 Pilato le dijo: - ¿Te niegas a contestarme? ¿Es que no sabes que yo tengo autoridad tanto para dejarte en libertad como para ordenar que te crucifiquen?

11 Jesús le respondió: - No tendrías autoridad alguna sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto; por eso, el que me entregó a ti tiene más culpa que tú.

12 Desde ese momento Pilato intentaba ponerlo en libertad. Pero los judíos le gritaban: - Si pones en libertad a este hombre, no eres amigo del César. Porque cualquiera que tenga la pretensión de ser rey es enemigo del César.

13 Pilato, al oír esto, mandó sacar fuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el lugar conocido con el nombre de "Enlosado" (que en la lengua de los judíos se llama "Gábbata").

14 Era la víspera de la fiesta de la pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: - ¡He aquí a vuestro rey!

15 Ellos se enfurecieron y comenzaron a gritar: - ¡Quítalo de en medio! ¡Crucifícalo! Pilato insistió: - ¿Cómo voy a crucificar a vuestro rey?. Pero los jefes de los sacerdotes replicaron: - Nuestro único rey es el cesar.

16 Así que, por fin, Pilato se lo entregó para que lo crucificaran. Se hicieron, pues, cargo de Jesús,

17 que, llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado La Calavera (que en la lengua de los judíos se dice "Gólgota").

18 Allí lo crucificaron y crucificaron con él a otros dos, uno a cada lado de Jesús.

19 Pilato mandó escribir y poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos".

20 La inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús había sido crucificado estaba cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, en latín y en griego.

21 Los jefes de los sacerdotes se presentaron a Pilato y le dijeron: - No pongas: "El rey de los judíos", sino más bien: "Este hombre ha dicho: Yo soy el rey de los judíos".

22 Pero Pilato les contestó: - Quede escrito lo que yo mandé escribir.

23 Los soldados, después de crucificar a Jesús, se apropiaron de sus vestidos e hicieron con ellos cuatro lotes, uno para cada uno. Dejaron aparte la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de una sola pieza de arriba abajo.

24 Los soldados llegaron a este acuerdo: - No debemos dividirla; vamos a sortearla para ver a quién le toca. Así se cumplió este texto de la Escritura: Dividieron entre ellos mis vestidos y mi túnica la echaron a suertes. Eso fue lo que hicieron los soldados.

25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena.

26 Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: - Mujer, ahí tienes a tu hijo.

27 Después dijo al discípulo: - Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya.

28 Después, Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se cumpliese la Escritura, exclamó: - Tengo sed.

29 Había allí una jarra con vinagre. Los soldados colocaron en la punta de una caña una esponja empapada en el vinagre y se la acercaron a la boca.

30 Jesús gustó el vinagre y dijo: - Todo está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

31 Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sábado, ya que aquel día se celebraba una fiesta muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los quitaran de la cruz.

32 Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

33 Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas.

34 Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.

35 El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.

36 Esto sucedió para que se cumpliese la Escritura, que dice: No le quebrarán ningún hueso.

37 La Escritura dice también en otro pasaje: Mirarán al que traspasaron.

38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque lo mantenía en secreto por miedo a los judíos, solicitó de Pilato el permiso para hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Entonces él fue y tomó el cuerpo de Jesús.

39 Llegó también Nicodemo, el que en una ocasión había ido a hablar con Jesús durante la noche, con unos treinta kilos de una mezcla de mirra y áloe.

40 Entre los dos se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas de lino bien empapadas en la mezcla de mirra y áloe, siguiendo la costumbre judía de sepultar a los muertos.

41 Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado.

42 Allí, pues, depositaron a Jesús, dado que el sepulcro estaba cerca y era la víspera de la fiesta de la pascua.

 

**• La Iglesia celebra la pasión del Señor con la seguridad de que la cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la muerte. Esta visión de fe aparece manifiestamente subrayada en la narración joanea, donde se presenta a Jesús como rey que conoce la situación, la domina y, por así decir, se señorea de ella aun en sus mínimos detalles. La hora de Jesús -que ha llegado- se describe a través de los hechos como hora de sufrimiento y de gloria: el odio del mundo condena a muerte de cruz a Jesús, pero desde lo alto de la cruz Dios manifiesta su amor infinito. En esta espléndida revelación, en esta total entrega divina, consiste la gloria.

La narración de la pasión comienza y termina en un huerto -recuerdo del Edén- queriendo indicar que Cristo ha asumido y redimido el pecado del primer Adán y el hombre recobra ahora su belleza original. La narración no se detiene en el sufrimiento de Jesús; Juan sólo hace alusión a la agonía de Getsemaní (18,11; cf. 12,27s), mientras que subraya insistentemente la identidad divina de Cristo, el "Yo soy" que aterra a los guardias (18,5s). Del mismo modo, menciona como de pasada los escarnios y golpes, mientras evidencia -sobre todo ante Pilato y en la crucifixión- la realeza de Jesús. El término rey aparece doce veces (dieciséis en todo el cuarto evangelio). En los interrogatorios, la palabra de Cristo, el acusado, domina sobre la de los acusadores. En el momento en que Jesús es juzgado se cumple más bien el juicio sobre el mundo.

Cuando es elevado en la cruz, se cumple no un acto humano, sino la Escritura (19,28.30), y se revela la gloria de Dios. Precisamente en el momento de la muerte, nace el nuevo pueblo elegido, confiado a la Virgen Madre (19,25-28). Del agua y la sangre que manan del costado traspasado nace la Iglesia, que regenerada en el bautismo y alimentada con la eucaristía celebrará a lo largo del tiempo la pascua del verdadero Cordero (19,33; cf. Ex 12,16), hasta que también se cumpla el tiempo (cosummatuni) en la eternidad (19,30).

 

MEDITATIO

Como el Espíritu Santo había conducido a Jesús al desierto en el comienzo de su vida pública, así impulsa con fuerza a Jerusalén hacia "su hora", la hora del encuentro definitivo y de la manifestación definitiva del amor de Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza para mantener la lucha de Getsemaní, para adherirse a la voluntad del Padre y llegar hasta el final de su camino, a pesar de la angustia que le ocasiona sudor de sangre.

Luego, en el Calvario, aparece una escena casi desierta: en el cielo se dibujan las tres cruces y abajo -como dos brazos de una sola cruz- están María y Juan. En el profundo silencio del indescriptible sufrimiento se oye un grito: "Tengo sed". Es un grito que recuerda el encuentro de Jesús con la Samaritana. "Dame de beber", le había pedido, y siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la Samaritana, sed de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar a todos con su gracia.

La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se corresponde con la hora de máxima fecundidad en el Espíritu. Cuando el amor de Jesús llega al culmen de la inmolación, de su total anonadamiento, como del hontanar de un manantial subterráneo surge la Iglesia, la nueva comunidad de creyentes, nuevo Israel, pueblo de la nueva alianza. Y allí está María como cooperadora de la salvación, junto a Juan, que representa a los discípulos del Nazareno y a toda la humanidad, constituyendo el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.

 

ORATIO

Al extender tus manos en la cruz, oh Cristo, colmaste al mundo con la ternura del Padre. Por eso entonamos un himno de victoria.

Te dejaste clavar en la cruz para derramar sobre todos la luz de tu perdón, y de tu pecho traspasado fluye hasta nosotros el río de la vida.

Oh Cristo, amor crucificado hasta el fin del mundo en los miembros de tu cuerpo, haz que hoy podamos comulgar con tu pasión y muerte para poder gustar tu gloria de Resucitado. Amén.

 

CONTEMPLATIO

¡Ah, Teótimo, Teótimo! El Salvador nos conocía a todos por los nombres y apellidos, pero, sobre todo, pensó en nosotros con un amor particular cuando ofreció sus lágrimas, sus oraciones, su sangre y su vida por nosotros. "Padre eterno, tomo sobre mí y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva. Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea glorificado".

La muerte y pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones y llevarnos a amar. Los hijos de la cruz se glorifican en su admirable enigma, que el mundo no acaba de comprender: de la muerte, que todo lo devora, ha salido la vida; de la muerte, más fuerte que todo, ha nacido el panal de miel de nuestro amor[...].

El monte Calvario es, Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no tiene su origen en la pasión de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador; desgraciado es el amor sin la muerte de Jesús. Amor y muerte están tan íntimamente unidos en la pasión del Señor que no pueden estar en el corazón uno sin otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno; la plena sabiduría cristiana consiste en saber elegir bien (san Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, XII, 13).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz- Por eso Dios lo exaltó" (Flp 2,8-9a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: "Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo". Y el pueblo responde: "Venid a adorarlo".

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta "Venid a adorarlo" significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor (M. I. Rupnik, Omelie di pascua. Venerdi santo, Roma 1998, 47-53).

 

 

Día 26

 Sábado Santo

Santa Vigilia pascual

          Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos, y se abstiene absolutamente del sacrificio de la Misa, quedando desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la Resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, con cuya exuberancia iniciarán los cincuenta días pascuales. Al no celebrarse el sacrificio de la Misa se recomienda seguir la

Liturgia de las Horas.

LECTIO

Sábado Santo: día de la sepultura de Dios. ¿No es acaso, de forma impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios en el que incluso los discípulos experimentan un vacío que aletea en el corazón, que se extiende cada vez más, y por esta razón se preparan llenos de vergüenza y angustia a volver a casa y se encaminan sombríos y apesadumbrados en su desesperación hacia Emaús, sin darse cuenta de que aquel que creían muerto está en medio de ellos?

"Descenso al infierno" -esta confesión del Sábado Santo- significa que Cristo ha sobrepasado la puerta de la soledad, que ha tocado el fondo inalcanzable e insuperable de nuestra condición de soledad. Significa que aun en la noche externa, no franqueada por palabra alguna, en la que todos somos como niños expulsados, llorando, se oye una voz que nos llama, una mano que nos coge y nos guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde el momento en que él ha pasado por esta soledad.

El infierno ha sido vencido desde que el amor ha entrado en la región de la muerte y la "tierra de nadie" de la soledad ha sido habitada por él (J. Ratzinger y VV. Congdon, // Sabato della storia, Milano 1998, 43-46, passim).

 

ORATIO

Padre nuestro, que estás en los cielos y nos miras a nosotros, pequeñas criaturas de la tierra, reaviva nuestra fe y nuestra esperanza ante el misterio de la muerte.

También tú, junto con tu Hijo, has querido experimentar el gélido silencio del sepulcro. También tú, que eres el eterno Viviente, has querido -por amor y compasión- ser como una semilla enterrada en la tierra. Por tu desconcertante humildad y empatía, concédenos la gracia de saber aceptar con entereza y serenidad la ley natural de la muerte como paso a la vida resucitada (A. M. Cánopi, Via Cnicis sotto lo sguardo del Padre, Isola S. Giulio 1999, pro manuscripto, 52s).

 

CONTEMPLATIO

Un José te protegió siendo niño. Otro José te desclava dulcemente de la cruz. En sus manos estás más abandonado que un niño en brazos de su madre. Introduce en el seno de la roca la reliquia de tu cuerpo inmaculado. Se rueda la piedra, todo es silencio. Es el shabbáth misterioso.

Todo calla, la creación contiene la respiración.

Cristo desciende al vacío total de amor. Pero lo hace como vencedor. Arde con el fuego del Espíritu. A su contacto se queman las cuerdas que atan a la humanidad.

Oh vida, ¿cómo puedes morir? Muero para destruir el poder de la muerte y resucitar a los muertos del infierno.

Todo calla. Pero concluyó la gran batalla. El que divide ha sido vencido. Bajo tierra, en lo hondo de nuestras almas, ha prendido una chispa de fuego. Vigilia de pascua. Todo calla, pero en esperanza. El último Adán tiende la mano al primer Adán. La madre de Dios enjuga las lágrimas a Eva. En torno a la roca mortal, florece el jardín (Bartolomé I, cit. en Via Crucis al Colosseo, Ciudad del Vaticano 1994).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Está bien esperar en silencio la salvación del Señor" (Lam 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar la victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios.

Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua.

Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espera, ahora debe suceder todo. La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue ¡unto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser mas fuerte que la muerte.

¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que colma este cadáver y esta tumba, como jardín en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras María Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor (A. Louf, Solo l'amore v¡ bastera. Commento spirituale al Vangelo di tuca, Cásale Monf. 1985, 63s).

Santa Vigilia pascual

         Según una antiquísima tradición, esta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como "la madre de todas las Santas Vigilias" (san Agustín) 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,1-2,2

1,1 Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

2 La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.

3 Y dijo Dios: - Que exista la luz. Y la luz existió.

4 Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas.

5 A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

6 Y dijo Dios: - Que haya una bóveda entre las aguas para separar unas aguas de otras. Y así fue.

7 Hizo Dios la bóveda y separó las aguas que hay debajo de las que hay encima de ella.

8 A la bóveda Dios la llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

9 Y dijo Dios: - Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar y aparezca lo seco. Y así fue.

10 A lo seco lo llamó Dios tierra y al cúmulo de las aguas lo llamó mares. Y vio Dios que era bueno.

11 Y dijo Dios: - Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que dan en la tierra frutos con semillas de su especie. Y así fue.

12 Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semillas de su especie. Y vio Dios que era bueno.

13 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

14 Y dijo Dios: - Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche, y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años;

15 que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra. Y así fue.

16 Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas;

17 y las puso en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra,

18 regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.

19 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

20 Y dijo Dios: - Rebosen las aguas de seres vivos, y que las aves aleteen sobre la tierra a lo ancho de la bóveda celeste.

21 Y creó Dios por especies los cetáceos y todos los seres vivientes que se deslizan y pululan en las aguas; y creó también las aves por especies. Vio Dios que era bueno.

22 Y los bendijo diciendo: - Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra.

23 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

24 Y dijo Dios: - Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles y bestias salvajes por especies. Y así fue.

25 Hizo Dios las bestias salvajes, los ganados y los reptiles del campo según sus especies. Y vio Dios que era bueno-

26 Entonces dijo Dios: - Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.

27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

28 Y los bendijo Dios diciéndoles: - Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.

29 Y añadió: - Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento; y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue.

30 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

31 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato.

32 Cuando llegó el día séptimo, Dios había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho.

 

**• La narración de la creación -con la que comienza la Sagrada Escritura- nos lleva al "principio", cuando la Palabra de Dios se alza potente sobre el caos primordial y de la desolación tenebrosa saca el universo armoniosamente ordenado. Todo corresponde a la voluntad divina, todo ordenado para un fin y aprobado por el Omnipotente ("Y dijo Dios... Y así fue... Y vio Dios que era bueno"). El vértice de la creación es el hombre, única criatura hecha a su "imagen y semejanza" (v. 26), su obra maestra, como lo indica la declaración: "Y todo era muy bueno" (v. 31). Dios tiene en el hombre un interlocutor al que puede confiar el servicio y honor de cuidar de las demás criaturas. Todo es armonía y belleza, paz y dicha.

Como al principio las tinieblas cubrían el abismo, así ahora la bendición de Dios penetra y sostiene cada cosa, y todo refleja el esplendor divino.

Escuchar esta página es descubrir la fascinación de la vida y la dignidad de todo ser, y de un modo particular, la del hombre convertido en hijo de Dios por medio de Cristo muerto y resucitado.

 

Segunda lectura: Génesis 22,1-18

22,1 Después de esto, Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y lo llamó:

-¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: - Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.

4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar.

5 Entonces dijo a sus siervos: - Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.

6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.

7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: - ¡Padre! Él respondió: - Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: - Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero

para el holocausto?

8 Abrahán respondió: - Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y después ató a su hijo Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña.

10 Después Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo,

11 pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán!¡Abrahán!. Él respondió: - Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: - No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de "El Señor provee", y por eso todavía hoy se llama "El monte del Señor provee".

15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán

16 y le dijo: - Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo,

17 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia

como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

 

**• Después del pecado y la consiguiente expulsión del edén, el nombre vive alejado del rostro de su Dios, pero -siendo creado a su "imagen y semejanza"- siente una vivísima nostalgia de él. Su patria es el cielo; la tierra, un destierro. Nómada por vocación, camina con la esperanza de que un día su peregrinar -y su sufrimiento acabará.

La egregia figura de Abrahán se distingue por la pureza de fe con la que testimonia su amor al Altísimo, al que rinde una obediencia incondicionada, hasta no negarle a Isaac, su único hijo, el hijo de la promesa. Figura de Cristo en esta su total disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios, Abrahán es también imagen del Padre, que en el exceso de su amor por el hombre no perdonará a su Hijo Unigénito -el verdadero hijo de la promesa-, sino que lo entregará a la muerte para la salvación de todos,

 

Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1

15 El Señor dijo a Moisés: - ¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.

16 Tú levanta tu cayado, extiende la mano sobre el mar y se partirá en dos para que los israelitas pasen por medio de él como si fuera tierra seca.

17 Yo voy a aumentar la obstinación de los egipcios, para que entren en el mar detrás de vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de su caballería.

18 Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa del faraón, de sus cairos y de su caballería.

19 Entonces el ángel de Dios, que iba delante de las huestes de Israel, se puso en movimiento y se colocó detrás de ellos. También la columna de nube que iba delante de ellos fue a situarse detrás,

20 interponiéndose entre los israelitas y el ejército de los egipcios. Por un lado la nube era tenebrosa  y por otro alumbraba en la noche, de suerte que no pudieron acercarse unos a otros en toda la noche.

21 Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas.

22 Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados.

23 Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar.

24 Pero antes de la madrugada miró el Señor desde la columna de fuego y de nube a las huestes egipcias y las desbarató.

25 Atascó las ruedas de los carros, que apenas podían avanzar. Entonces los egipcios se dijeron: - Huyamos ante Israel, porque el Señor combate por ellos contra los egipcios.

26 Pero el Señor dijo a Moisés: - Extiende tu mano sobre el mar para que las aguas se precipiten sobre los egipcios, sobre sus carros y su caballería.

27 Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar.

28 Las aguas, al juntarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo.

29 Sin embargo, los israelitas caminaban en medio del mar como por tierra

seca, mientras las aguas formaban para ellos una muralla a ambos lados.

30 Así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar.

31 Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios, temió al Señor y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo.

15,1 Entonces Moisés y los israelitas cantaron este cántico al Señor:

Cantaré al Señor por la 'gloria de su victoria; caballos y jinetes precipitó en el mar.

 

**• Instalado en Egipto a causa de una hambruna, el pueblo elegido fue reducido a esclavitud. Pero Dios escuchó el grito de Israel y suscitó un libertador de en medio del pueblo, Moisés, figura de Cristo, que vendrá a librar a la humanidad entera de una esclavitud mucho más grave: la del pecado. Bajo la guía de Moisés, el pueblo se dirige hacia la tierra prometida. Pero las inevitables fatigas y los peligros del camino se convierten pronto en una fuente de tentación: entregarse en manos de los egipcios que, potentemente armados, les persiguen, mientras delante de ellos se extiende, inmenso, el mar Rojo. En esta situación límite, donde el hombre experimenta toda su debilidad, interviene la omnipotencia de Dios. El estilo de la perícopa es revelador de su profundo significado teológico.

Moisés es el designado para exhortar al pueblo y para extender la mano sobre las aguas... Hasta aquí el papel del mediador; luego cambia el sujeto. Moisés pasa a segundo plano y aparece con todo su poder YHWH, que vuelve a empujar el mar, mira desde lo alto, derrota a los egipcios y los arrolla... Las aguas del mar Rojo, que eran una amenaza de muerte, se convierten en fuente de salvación (por eso el cristianismo ha visto siempre en sus aguas un símbolo de las aguas bautismales).

El paso del mar aparece a los ojos de los protagonistas como una impresionante revelación del Dios que guía el curso de la historia. La perícopa concluye con tres verbos fundamentales: el pueblo vio, temió y creyó, verbos que reaparecen en las narraciones evangélicas de la resurrección de Cristo. Las maravillas realizadas por el Señor refuerzan la fe de los liberados, que pueden reemprender el camino y exaltar solemnemente la experiencia vivida, como aparece en el cántico de Moisés (Ex 15,1-18).

 

Cuarta lectura: Isaías 54,5-14

5 Tu esposo es tu Creador, su nombre es el Señor todopoderoso; tu libertador es el Santo de Israel -se llama Dios de toda la tierra-.

6 El Señor te vuelve a llamar como a mujer abandonada y abatida. ¿Podrá ser repudiada la esposa de juventud? Esto dice tu Dios:

7 Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño.

8 En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno -dice el Señor, tu libertador-.

9 Me sucede como en tiempos de Noé , cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a anegar la tierra; ahora juro no volver a airarme contra ti ni amenazarte nunca más.

10 Aunque los montes cambien de lugar y se desmoronen las colinas, no cambiará mi amor por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que está enamorado de ti.

11 ¡Ciudad desdichada y zarandeada a quien nadie consuela !. Voy a poner tus cimientos sobre malaquita, y tus bases sobre zafiro;

12 haré de rubíes tus almenas, tus puertas de diamantes, y de piedras preciosas toda tu muralla.

13 A tus hijos los instruirá el Señor, gozarán de gran prosperidad.

14 Estarás completamente a salvo, libre de opresión y de temor, ningún terror te inquietará.

 

*+• Casi como respuesta al cántico de Moisés que el pueblo elevó a su Dios como quien en la hora de la prueba ha experimentado su omnipotencia, esta lectura nos ofrece lo que se ha definido como el "cántico de amor de YHWH" por su pueblo, por su Esposa.

Entre líneas se puede leer la infidelidad de Israel al pacto de la alianza sellada solemnemente en el Sinaí y renovada muchas veces. También se puede entrever como telón de fondo el sufrido período del destierro, interpretado teológicamente como corrección y castigo divinos.

Pero todo esto se queda como en un segundo plano: es un pasado cancelado -perdonado- por el inmenso amor del Señor (v. 7), el Dios fiel, que se une a su pueblo - a la humanidad- con una alianza que no puede fallar porque está cimentada en su misericordia.

Es el anuncio de la eucaristía, de la "nueva y eterna alianza", gracias a la cual todo creyente se convierte en cuerpo de Cristo y en ciudadano de aquella Jerusalén celestial, prefigurada en los últimos versículos, que se va construyendo desde ahora y será nuestra morada eterna.

 

Quinta lectura: Isaías 55,1-11

55,1 Venid por agua todos los sedientos; venid aunque no tengáis dinero; comprad trigo y comed de balde, vino y leche sin tener que pagar.

2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre? Escuchadme atentamente y comeréis bien, os deleitaréis con manjares.

3 Prestad atención, venid a mi; escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros

una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David.

4 Yo le constituí mi testigo ante los pueblos, caudillo y señor de las naciones;

5 llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que te ignora correrá hacia ti, porque te honra el Señor, tu Dios, el Santo de Israel.

6 Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca.

7 Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; el Señor se apiadará de él si se convierte, si se vuelve a nuestro Dios, que es rico en perdón.

8 Porque mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor.

9 Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes.

10 Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar para que dé simiente al que siembra y pan al que come,

11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.

 

**• Durante el destierro, Israel tuvo la dura experiencia de una extrema pobreza. La ausencia de pan y de agua expresa globalmente la privación de lo más esencial de la vida. El pueblo se encuentra en una situación de muerte que parece definitiva. Pero es entonces cuando el Señor, por boca del profeta, dirige una invitación que puede parecer paradójica por el fuerte contraste con la situación histórica real: "venid todos los sedientos, venid por agua", "comprad de balde"... En esta agua dada gratuitamente está prefigurado el don del Espíritu que manará del costado de Cristo, inundando la Iglesia naciente y a toda la humanidad.

Entonces es cuando se hace posible acoger la sentida exhortación de abandonar la impiedad y seguir los misteriosos caminos del Señor. De hecho, es el Espíritu quien dispone los corazones sedientos de Dios a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, de suerte que produzca los frutos de santidad de la que es portadora.

El pueblo privado de esperanza vuelve a vivir, y con su existencia atrae incluso a los que yacen en las tinieblas de muerte. Lo mismo que el pueblo elegido, cada alma, gratuitamente salvada, se convierte a su vez en cooperadora de salvación, en canal donde discurre la gracia para llegar a los confines de la tierra. Así es la grandiosa vocación que nos une a todos en solidaridad universal para que todo hombre pueda conocer al único verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Sexta lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

9 Escucha, Israel, los mandamientos que dan vida. Pon atención para aprender a discernir.

10 ¿Por qué, Israel, te encuentras en país enemigo, envejeces en tierra extranjera,

11 te has contaminado con los muertos y estás entre los que bajan al abismo?

12 Abandonaste la fuente de la sabiduría.

13 Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre.

14 Aprende dónde está el discernimiento, dónde la fuerza, dónde la inteligencia, dónde la vida prolongada, dónde la luz para los ojos y la paz.

15 Pero ¿quién ha encontrado su lugar, quién ha penetrado en sus tesoros?

32 Sólo aquel que todo lo sabe, la conoce; sólo él la escrutó con su inteligencia. Aquel que asentó la tierra para siempre y la pobló de animales cuadrúpedos;

33 él manda a la luz y ella hace caso, la llama y temblando le obedece.

34 Brillan los astros y se alegran en su puesto de guardia;

35 él los llama y responden: "Aquí estamos" y brillan alegres para su creador.

36 Éste es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él.

37 El penetró los caminos de la sabiduría y se los enseñó a Jacob, su siervo; a Israel, su preferido.

38 Después apareció la sabiduría sobre la tierra y convivió con los hombres.

4,1 Ella es el libro de los mandatos de Dios, la ley que subsiste eternamente: todos los que la guardan tendrán vida, los que la abandonan morirán.

2 Vuélvete, Jacob, y abrázala, camina al resplandor de su luz.

3 No cedas a otro tu gloria ni tus privilegios a nación extranjera.

4 Dichosos nosotros, Israel, porque se nos ha revelado lo que agrada al Señor.

 

**• En profunda continuidad con la lectura precedente, el texto del profeta Baruc es un himno que exalta la belleza y la fuerza de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es fuente de la vida, manantial de toda gracia, el don más precioso que el Señor Dios ha dado a su pueblo. Sin embargo, ha sido descuidada, la han olvidado, no la han acogido. Aquí hay que buscar la causa de todos los males que afligen a Israel. Pero no hay que detenerse aquí; es preciso avivar en el corazón la certeza de que Dios es fiel y de que no retira su don: todavía es posible volver a la Palabra; es más, éste es el único camino para hallar de nuevo la paz, la sabiduría, la vida.

Si todo esto es cierto para el pueblo del Antiguo Testamento, lo es mucho más para el nuevo Israel, la humanidad redimida por la sangre de Cristo. Pues la Palabra de Dios no es letra muerta, sino una Persona, Jesús mismo, el Hijo unigénito al que el Padre, en su inmenso amor, no perdonó, sino que nos entregó para devolvernos la vida.

Si nuestro pecado fue la causa de la crucifixión, adherirnos ahora a él, seguirlo, vivir de acuerdo con el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor que dejó a los suyos antes de su pasión, significa poner fin al destierro en el que el pecado nos sitúa, para entrar ya desde ahora en la morada de paz que es la comunión eterna con la Santísima Trinidad.

 

Séptima lectura: Ezequiel 36,16-17a. 18-28

16 Recibí esta Palabra del Señor:

17 - Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su tierra la profanó con su conducta y sus acciones.

18 Yo me enfurecí contra ellos por haber cometido tantos asesinatos y haberse contaminado rindiendo culto a los ídolos.

19 Yo los he dispersado entre las naciones, los he esparcido por diversos países; los he juzgado según su conducta y sus acciones.

20 Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, pues decían de ellos: "Son el pueblo del Señor y han tenido que abandonar su tierra".

21 Así que yo tuve que defender mi santo nombre profanado por el pueblo de Israel entre las naciones a las que fue.

22 Por eso, di a los israelitas: Esto dice el Señor: No hago esto por vosotros, pueblo de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado en medio de las naciones adonde fuisteis.

23 Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre, que vosotros profanasteis entre las naciones. Así, cuando haga que por medio de vosotros sea reconocida mi grandeza en presencia de las naciones, sabrán que yo soy el Señor. Oráculo del Señor.

24 Os tomaré de entre las naciones donde estáis, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra.

25 Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e

idolatrías.

26 Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.  

27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes.

28 Viviréis en la tierra que di a vuestros antepasados; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

**• La última lectura propuesta del Antigua Testamento contiene un oráculo que carga las tintas y ofrece, por su mismo estilo, unos claros contrastes que nos llevan a reflexionar en la radical diversidad entre el modo de actuar del hombre y el de Dios. Con su infidelidad a la alianza, Israel ha contaminado con su pecado la tierra santa recibida como don, haciéndose indigna de ella.

Castigado con el destierro con vistas al arrepentimiento, no se convirtió, sino que profanó más entre los gentiles el nombre de Dios. El mal engendra mal, acumulando nuevos motivos de condena, en una cadena que la fuerza humana no logra romper, sino que la hace más pesada aún. Aplastado por su perversidad, Israel -la humanidad entera- se siente condenado a muerte sin poder alegar ningún mérito para lograr la salvación. Pero he aquí el contraste: precisamente sin mérito alguno interviene la gratuidad de Dios, que nunca desespera del hombre y vincula indisolublemente la gloria de su nombre a la santidad de sus hijos de adopción.

Al pueblo disperso y dividido le promete la vuelta a la patria; pero para que este regreso no sea sólo físico, sino más bien el comienzo de una nueva vida de comunión -anticipo de la vida eterna-, es preciso una purificación interior. Cambiará el corazón endurecido por el pecado, insensible a la Palabra de salvación, por un corazón de carne dócil y obediente; un corazón que se deja herir de amor y que por amor se convierte a su vez en capaz de sufrir; un corazón en el que el Espíritu pueda morar de modo estable, sugiriendo a cada instante lo santo, verdadero, noble y lo que agrada al Señor.

 

Epístola: Romanos 6,3-11

3 ¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte?

4 En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

5 Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección.

6 Sabed que nuestra antigua condición pecadora quedó clavada en la cruz con Cristo para que, una vez destruido este cuerpo marcado por el pecado, no sirvamos ya más al pecado;

7 porque cuando uno muere, queda libre del pecado.

8 Por tanto, si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él.

9 Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él.

10 Porque cuando murió, murió al pecado de una vez para siempre; su vivir, en cambio, es un vivir para Dios.

11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús.

 

*»• Con la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado una radical transformación de todo el universo, pero de modo particular del hombre, que, de esclavo, se ha convertido en hijo de Dios. La vida nueva se concede gratuitamente, pero debe ser libremente acogida. Esta realidad se lleva a cabo mediante el rito del bautismo, con su doble significado de inmersión en la muerte de Cristo y de incorporación a él. Muerto así al pecado, el bautizado es miembro vivo de Cristo y desde ahora vive una vida resucitada que hace de él un ciudadano del cielo, aunque todavía sea peregrino en la tierra, continuamente asediado por el mal y tentado de volver a ser esclavo del pecado.

La semilla de eternidad que el bautismo sacramental ha puesto en el hombre debe guardarse para que la gracia de una vida nueva se desarrolle en plenitud. En este sentido, el cristiano está llamado a combatir la batalla de la fe, pasando por muchas muertes y bautismos cotidianos, mediante los cuales participa siempre más íntimamente en la pasión de Cristo, que, aunque ya resucitado, permanece aún en la cruz hasta el final de los tiempos, cuando, completado el designio de salvación universal, podrá presentar al Padre a la humanidad entera como Esposa inmaculada, sin mancha ni arruga. 

 

Evangelio (Año C): Lucas 24,1-12

1 El primer día de la semana, al rayar el alba, las mujeres volvieron al sepulcro con los aromas que habían preparado

2 y encontraron la piedra del sepulcro corrida a un lado.

3 Entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús,

4 estaban aún perplejas, cuando dos hombres se presentaron ante ellas con vestidos refulgentes.

5 Llenas de miedo, hicieron una profunda reverencia. Ellos les dijeron: - ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

6 No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo cuando estaba en Galilea.

7 Que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, que iban a crucificarlo y que resucitaría al tercer día.

8 Ellas se acordaron de estas palabras y,

9 al volver del sepulcro, anunciaron todo esto a los once y a todos los demás.

10 Fueron María Magdalena, Juana, María la de Santiago y las demás mujeres que estaban con ellas las que comunicaron estas cosas a los apóstoles.

11 Pero ellos pensaron que se trataba de un delirio, y no las creyeron.

12 Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Al asomarse, sólo vio los lienzos, y regresó a casa admirado de lo sucedido.

 

**• La narración de Lucas está construida sobre un esquema que encontraremos de nuevo en las dos sucesivas apariciones del c. 24. Se aparecen dos hombres "con vestidos refulgentes" (en el v. 23 se les denominará expresamente ángeles) a las mujeres con dudas y temerosas; les plantean una pregunta antes de darles el anuncio; lo mismo hará el viajero desconocido con los discípulos de Emaús (v. 26) y el Resucitado con los apóstoles (v. 38). La pregunta nos abre a lo inesperado. A la pregunta sigue el mensaje típico del kérygma: "No está aquí [insistencia en la tumba vacía], ha resucitado"; a continuación, Lucas indica una invitación fundamental: "Recordad..." (v. 6). Este "evocar" la palabra de Jesús o las Escrituras es condición necesaria para ver y reconocer al Resucitado.

El encuentro con Jesús nos abre espontáneamente a la misión. Lo testimonian las mujeres, que, sin ser explícitamente enviadas, comprenden la urgencia de comunicar la inaudita noticia a los apóstoles y discípulos de Jesús. En este momento, el evangelista refiere los nombres de las mujeres, muy conocidas en la comunidad.

Aunque sus palabras parezcan delirantes, sin embargo Pedro las escucha y corre al sepulcro, donde comprobará que ciertamente el cuerpo del Señor no está allí. Comienza la historia de la Iglesia, fundada en la fe pascual de Simón Pedro y los demás apóstoles.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh noche más clara que el día!

¡Oh noche más luminosa que el sol!

¡Oh noche más blanca que la nieve!

¡Más luminosa que nuestras antorchas,

más suave que el paraíso!

¡Oh noche que no conoce las tinieblas;

tú alejas el sueño

y nos haces velar con los ángeles!

¡Oh noche, terror de los demonios,

noche pascual, esperada todo un año!

Noche nupcial de la Iglesia,

que das vida a los nuevos bautizados

y vuelves inocuo al demonio entorpecido.

Noche en la que el Heredero introduce

a los herederos en la eternidad.

(Asterio de Amasea, Inni a Cristo nel primo millennio delta Chiesa, Roma 1981, 93).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es de noche, pero no una noche maligna, sin caminos, sino buena, rebosante de cercanía de Dios, y su Palabra nos guía. La seguimos y nos lleva a los orígenes de nuestra existencia. Hemos escuchado las profecías que muestran el camino de la salvación a través de la historia. La primera de ellas habla del comienzo del mundo, cuando Dios creó todas las cosas; la segunda, del principio de la historia sagrada, cuando Abrahán fue llamado y selló un pacto con él, y así las demás. Un acontecimiento tras otro, y nosotros vemos la concatenación de los hechos hasta aquella noche de la que se ha cantado en el Exultek noche "verdaderamente dichosa", en la que el Señor resucita de la muerte y de la oscuridad de la tumba a la gloria de su vida eterna. No sólo escuchamos cosas de ella, sino que participamos en la experiencia que le da vida. Ahora está cercana porque cuanto él hizo y cuanto acaece es acción divina destinada a penetrar siempre de modo nuevo en la experiencia cristiana, en el momento de la celebración sagrada.

La misma celebración nos lleva a aquel principio en el que –ahora no nos es permitido decir nosotros, sino que cada uno debe decir seria y gozosamente "yo"- yo nací a la nueva vida de la gracia creadora de Dios, el bautismo. Cuando lo celebré, surgió la luz en mí.

Aquella vida, que debe perdurar eternamente, comenzó en mí. En aquel momento acogí la vida de Cristo en lo íntimo de mi ser, en el alma de mi alma. Ahora asumo sus consecuencias: ser una persona que no sólo vive la vida humana, sino como quien ha recibido el sello el Señor (R. Guardini, La pascua. Meditazioni, Brescia 1995, 37s).

 

 

Día 27

Domingo de Pascua de Resurrección 

 Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43

En aquellos días tomó Pedro la palabra y dijo: - Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas.

37 Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan.

38 Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él.

39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A él, a quien mataron colgándolo de un madero,

40 Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase

41 no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.

42 Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos.

43 De él dan testimonio todos los profetas, afirmando que todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados por medio de su nombre.

 

»*• Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume en un denso y escultural discurso todo el itinerario de Jesús de Nazaret. Por medio de Pedro, que ya ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación –el -kerigma-. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha.

Al relatarnos este discurso nos transmite Lucas algunos fragmentos auténticos del ministerio de la «primera evangelización» de la Iglesia naciente. El tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo (v. 28). Los apóstoles pueden atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Con todo, la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de sus discípulos proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre.

Y de eso mismo dan testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, «Dios lo resucitó», ratificando así la verdad de su predicación. Es importante señalar que la resurrección está atribuida aquí a Dios y no al propio poder de Cristo; eso es lo que atestigua la antigüedad de este fragmento kerigmático.

Y Pedro insiste en su fogosidad: no se trata de fábulas o sugestiones, sino de una realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: «Comimos y bebimos con él». Jesús se ha manifestado a «a los testigos elegidos de antemano por Dios», pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal.

Los apóstoles han recibido el encargo de anunciar, porque todos deben saber que Dios ha constituido juez de vivos y muertos (cf. Dn 7,13; Mt 26,64) al Crucificado- Resucitado, que, mediante su propio sacrificio, ha obtenido la remisión de los pecados para todo el que cree en él (vv. 42s).

 

Segunda lectura: Colosenses 3,1-4

Hermanos:

1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros aparecéis gloriosos con él.

 

**• En la Carta a los Colosenses -una de las llamadas «cartas de la cautividad»-, la reflexión de Pablo, que parte como siempre del acontecimiento pascual (cf. Col 1,12-14), llega a captar las dimensiones cósmicas del misterio de Cristo, denominado con algunos atributos fundamentales.

Es creador junto con el Padre (1,16), primogénito de la creación y nuevo Adán (1,15), cabeza del cuerpo que es la Iglesia y redentor del mundo (1,16-20). El cristiano, por medio del bautismo, que le hace partícipe de la muerte y resurrección del Señor, mediante una vida de fe que lleva a su pleno desarrollo el germen bautismal, se convierte en miembro vivo de Cristo. Esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra -en Cristo resucitado-, se encuentra ya.

De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar «las cosas de arriba», de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacua (3,3). El cristiano ha muerto «a las cosas de la tierra» y vive escondido en Aquel que vive. Cuando Cristo se manifieste en la gloria, entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud (3,4).

 

O bien:

 

Segunda lectura: 1 Corintios 5,6b-8

Hermanos: ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?

7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado.

8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

 

**• El encuentro con Cristo resucitado y vivo determina la conducta moral del cristiano, libre ahora de un sistema de normas más o menos severas o detalladas.

Por eso, Pablo, sin forzar las cosas en modo alguno, puede remitirse al misterio pascual cuando considera que debe intervenir con autoridad firme en ciertas situaciones lamentables que se dan en la comunidad de Corinto.

Pablo, refiriéndose al rito de la pascua judía, que Jesús llevó a cabo como memorial de su propia muerte salvífica, recuerda la costumbre de quemar antes de la fiesta toda la levadura vieja, en cuanto signo de corrupción que no debe contaminar la vida nueva (v. 7).

Vosotros mismos -dice a los corintios- debéis ser pan puro, nuevo, que Cristo consagra con la ofrenda de sí mismo. Él es la verdadera pascua, el cordero inmolado, cuya sangre nos protege del exterminador (Ex 12,12s).

El cristiano, consciente del alcance de ese sacrificio, está llamado a vivir en la novedad, eliminando de su corazón el fermento de las viejas costumbres, de los pequeños y de los grandes vicios con los que muestra connivencia, de suerte que pueda presentarse a Dios con autenticidad, como el pan nuevo de la pascua (v. 8).

 

Evangelio: Juan 20,1-9

20,1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada,

2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: - Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.

4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.

5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí, pero no entró.

6 Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro

7 y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

9 (Y es que, hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos.)

 

**• Los discípulos, antes de encontrar al Señor resucitado, pasan por la dolorosa experiencia de la tumba vacía: constatan la ausencia del cuerpo de Jesús. El cuarto evangelista subraya sobremanera este elemento, introduciendo una dialéctica de visión-fe-visión espiritual que recorre de manera creciente los capítulos 20-21, interpelando también al lector y a todos aquellos que creen sin haber visto (20,29). En esta perícopa se expresa esto mismo mediante el uso de tres verbos diferentes, traducidos en nuestro texto por «ver y comprobar», y que indican matices diferentes (vv. 1.5; v. 7; v. 8).

Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones cronológicas: «El domingo por la mañana» y «muy temprano, antes de salir el sol». El día inicial de una nueva semana se convertirá así en el comienzo de una creación nueva, en verdadero «día del Señor» (dies dominica), en el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad y va más allá de la muerte.

María Magdalena es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro -probablemente no sola, como muestra el plural del v. 2b- «captó con la mirada» (blépei, v. 1) que la piedra que tapaba la entrada había sido rodada.

Como dominada por la realidad que ve, no se da cuenta de nada más, y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor a Pedro -cuya importancia en los acontecimientos pascuales es realzada por toda la tradición y «al otro discípulo a quien Jesús tanto quería», probablemente el mismo Juan a quien remonta la tradición del cuarto evangelio. Este último fue el primero en llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también él «captó con la mirada» (blépei, v. 5) primero las vendas mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y «se detiene a contemplar» {theoréi, v. 6) las vendas «mortuorias» -lo que permite pensar que se habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías del cuerpo que contenían- y el sudario que cubría el rostro, enrollado en un lugar aparte.

El evangelista nos suministra unas notas preciosas. Resulta significativa la diferencia entre estos detalles y los correspondientes a la resurrección de Lázaro (11,44). El lento examen a que somete la mirada de Pedro cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación... «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó» (v. 8). El verbo usado aquí es éiden; para comprender su significado basta con pensar que de él procede nuestra palabra «idea». Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. Pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de una fe oscura, como muestran el v. 9 y la continuación del relato. De éste se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita.

 

O bien se pueden leer los evangelios de la vigilia pascual (véase vol. 3): Mateo 28,1-10; Lucas 24,13-35

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MEDITATIO

«Mi alegría, Cristo, ha resucitado.» Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a quienes le visitaban.

Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son una invitación, casi una provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la humanidad. Él mismo, libre ya de las cadenas de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse peregrino con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano.

Él, el Inaprensible, el totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la resurrección hasta los confines de la tierra.

En consecuencia, sólo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba, no demorarnos más, encadenados como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer las tinieblas de la duda con la esperanza.

¿Por qué no habría de suceder todavía hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes, personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado de este acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona. ¿Encuentras a un hermano que no siente vergüenza de saludarte diciendo: «Mi alegría, Cristo ha resucitado»? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo. ¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a las cosas del cielo? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo...

Sigue sus pasos, espía su secreto y llegará también para ti esa hora tan deseada.

 

ORATIO

Haz, Señor, que también nosotros nos sintamos llamados, vistos, conocidos por ti, que eres el Presente, y podamos descubrir así el valor único de nuestra vida en medio de la inmensa multitud de las otras criaturas.

Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte y permitir que nos marques con tu sello divino, que es como una herida profunda, como un dolor y una alegría sin nombre: la certeza de estar hechos para ti, de pertenecerte y de no poder desear otra cosa que la comunión de vida contigo, nuestro único Señor.

A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la esperanza, para tocarle con la mano vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros del amor y escucharte con los oídos abiertos do la fe. Y mientras, angustiados, vamos hacia ti, invocamos tu nombre, que resuena como música y como canto en lo más íntimo de nuestro corazón, donde el Espíritu, con gemidos inefables, llora nuestro dolor y con dulzura y vigor nos envía por los caminos del amor.

 

CONTEMPLATIO

Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad.

¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Serrno in Pascha, i, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero (P. Florenskij, // cuore cherubico, Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).

 

 

Día 28

Lunes de la octava de pascua

 Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32

2,14 El día de Pentecostés, Pedro, en pie con los once, levantó la voz y declaró solemnemente: - Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras.

22 Israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis.

23 Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.

24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder,

25 ya que el mismo David dice de él: Tengo siempre presente al Señor, porque está a mi derecha para que yo no vacile.

26 Por eso se regocija mi corazón, se alegra mi lengua

27 y hasta mi carne descansa confiada; porque no me entregarás al abismo, ni permitirás que tu fiel vea la corrupción.

28 Me enseñaste los caminos de la vida, y me saciarás de gozo en tu presencia.

29 Hermanos, del patriarca David se os puede decir francamente que murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros.

30 Pero, como era profeta y sabía que Dios le había jurado solemnemente sentar en su trono a un descendiente de sus entrañas,

31 vio anticipadamente la resurrección de Cristo y dijo que no sería entregado al abismo, ni su carne vería la corrupción.

32 A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.

 

**• El discurso de Pedro en Pentecostés presenta el kerigma, el anuncio fundamental: Jesús, hombre acreditado por Dios en vida con milagros de todo tipo, fue rechazado por los hombres. Pero Dios ha confirmado la justedad de su causa y le ha expresado su aceptación exaltándolo con la resurrección. El sello de Dios sobre Jesús, tanto en vida como en su muerte, está completo.

Es más, todo estaba previsto en el plan de Dios, como se deduce del Sal 15, donde expresa David su esperanza de no verse abandonado a la corrupción de la muerte. Lo que no llegó a realizarse en David, se realiza ahora en Jesús de Nazaret, al que Dios resucitó de entre los muertos. «Y de ello somos testigos todos nosotros.» Pedro anuncia hechos reales, como la vida ejemplar de Jesús; su muerte como obra conjunta de los presentes y de los paganos; su resurrección; el testimonio de los apóstoles.

Todo ello forma parte del plan de Dios diseñado en las Escrituras. El pasaje ofrece, por tanto, un ejemplo de la primera predicación apostólica, centrada en Jesús de Nazaret, sobre su extraordinario acontecimiento humano, sobre la responsabilidad de quienes le rechazaron, sobre la absoluta presencia de Dios en su vida.

 

Evangelio: Mateo 28,8-15

28,8 En aquel tiempo, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro y, con temor pero con mucha alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

9 Jesús salió a su encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, se echaron a sus pies y lo adoran

10 Entonces Jesús les dijo: - No temáis; id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes todo lo ocurrido.

12 Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar una buena suma de dinero a los soldados,

13 advirtiéndoles: - Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron su cuerpo mientras dormíais.

14 Y si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y responderemos por vosotros.

15 Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que les habían dicho, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy.

 

*+• El pasaje bíblico narra dos encuentros diferentes: el primero, entre Jesús y las mujeres, cuando éstas iban de camino para llevar el mensaje de la resurrección a los discípulos (vv. 8-10); el segundo, entre los sumos sacerdotes y los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los jefes del pueblo para informarles de las cosas que han pasado (vv. 11-15). El hecho central sigue siendo la tumba vacía, y, sobre ésta, Mateo nos ofrece dos posibles interpretaciones: o bien Jesús ha resucitado, o bien ha sido robado por sus discípulos. Al lector le corresponde la fácil elección, que no es, ciertamente, la de la mentira organizada por los sumos sacerdotes, sino la del testimonio dado por las mujeres. A ellas les dice Jesús: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección es un hecho sobrenatural, y sólo la fe puede penetrarlo, como es el caso de la fe de las mujeres, discípulas y mensajeras de Cristo resucitado.

No es difícil ver en el texto el trasfondo de una polémica entre los jefes del pueblo y los discípulos de Jesús en torno a la resurrección de Jesús. Mateo escribió su evangelio cuando todavía estaba vivo el contraste con la comunidad cristiana del siglo I, que con la resurrección del Señor ve inaugurados los tiempos del mundo nuevo e inaugurado el Reino de Dios basado en el amor, y las autoridades judías, que, una vez más, rechazan a Jesús como Mesías, esperando a otro salvador.

La resurrección será siempre un signo de contradicción para todos y cada uno de los hombres: para los que están abiertos a la fe y al amor, es fuente de vida y salvación; para los que la rechazan, se vuelve motivo de juicio y condena.

 

MEDITATIO

«Vosotros le matasteis, pero Dios le ha resucitado»: ésta es la primera predicación apostólica, y es y será la perenne predicación de la Iglesia basada en los apóstoles.

Pedro y la Iglesia existen para repetir a lo largo de los siglos este anuncio. Un anuncio sorprendente, aunque no de una idea, sino de un hecho inimaginable, imprevisible, que contiene toda la dimensión negativa de la historia y toda la dimensión positiva de la voluntad de Dios, que reasume todo el poder destructivo de la maldad humana y todo el poder de reconstrucción de la bondad ilimitada de Dios.

Soy apóstol en la medida en que anuncio esta realidad, me siento identificado con este anuncio, tengo el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas diferentes de la vida diaria, que el mal ha sido vencido y que será vencido, que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Soy apóstol si anuncio la resurrección de Cristo con mi boca, con una actitud positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme también a mí, también a nosotros, «de las ataduras de la muerte», de la última y de las penúltimas; de quien sabe que ahora su amor está en acción para llevarlo lodo hacia la Vida.

Me pregunto hoy si soy apóstol y si lo soy como Pedro o bien a mi manera, como anunciador inconsciente de mensajes, ideas y pensamientos más bien periféricos respecto al hecho fundamental de la resurrección.

 

ORATIO

Al comienzo de este tiempo pascual, un tiempo apostólico, quiero rogarte, Señor, que, por la intercesión de María, hagas crecer en mí un corazón de apóstol. Haré mías aquellas hermosas palabras del padre Lelotte: «Señora nuestra, reina de los apóstoles, tú diste a Cristo al mundo. Fuiste apóstol de tu Hijo por primera vez llevándolo a Isabel y a Juan el Bautista, presentándolo a los pastores, a los magos, a Simeón. Tú reuniste a los apóstoles en el retiro del cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les comunicaste tu ardor. Concédeme un alma vibrante y generosa, combativa y acogedora.

Un alma que me lleve a dar testimonio, en cada ocasión, de que Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo, que sólo él tiene palabras de vida y que los hombres encontrarán la paz en la realización de su Reino».

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Redentor aceptó morir para liberarnos del miedo a la muerte. Manifestó la resurrección para suscitar en nosotros la firme esperanza de que también nosotros  resurgiremos. Quiso que su muerte no durara más de tres días porque, si su resurrección se hubiera demorado, habríamos podido perder toda esperanza en lo que corresponde a la nuestra. De él dice bien el profeta: «Mientras va de camino, bebe del torrente, por eso levantará la cabeza» (Sal 110,7). En efecto, él se dignó beber del torrente de nuestro sufrimiento, pero no parándose, sino yendo de camino, pues conoció la muerte de paso, durante tres días, y no se quedó en esta muerte que conoció, como sí lo haremos, en cambio, nosotros hasta el fin del mundo. Resucitando al tercer día manifestó, pues, lo que está reservado a su Cuerpo, esto es, a la Iglesia. Con su ejemplo mostró, ciertamente, lo que nos tiene prometido como premio, a fin de que los fieles, al reconocer que él ha resucitado, cultiven en ellos mismos la esperanza de que al final del mundo serán premiados con la resurrección (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIV, 68s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma exulta en el Señor» (cf. 1 Sm 2,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús fue condenado a muerte por los hombres, pero fue resucitado por Dios [...]

Jesús, como ser humano que confiaba en Dios, se arriesgó hasta tal punto que no temía a la muerte, y empezó a vivir ya durante su vida. Quien ha comprendido este hecho, a saber: que la muerte ya no tiene ningún poder, que el miedo no es un argumento, que los aplazamientos no sirven, sino que está bien empezar a vivir hoy; quien ha comprendido todo esto verá lo que es una persona real y en qué está oculta la dignidad del Mesías Jesús. Aquí no existe ya la muerte, y la resurrección nos revelará que Dios está de parte de aquel que, en cuanto ser humano, se hace garante de la verdad de lo divino. En virtud de este Cristo-rey también nosotros nos despertamos como personas reales. Y Pedro, unos pocos capítulos más adelante, lo experimentará en su propia persona. Aquí ya no hay muros de cárceles que resistan. Aunque encerrado en una celda, encadenado, flanqueado por cuatro guardias, el ángel del Señor vendrá y lo despertará del sueño de \a muerte, le hará atravesar la cárcel y nada lo detendrá. Éstos son los milagros que Dios hace en el cielo y en la tierra. Nosotros somos personas maravillosas, llenas de gracia, y estamos llamados a descubrir y a realizar nuestro ser (E. Drewermann, Vita che nasce dalla morte, Brescia 1998, 458s).

 

 

Día 29

Martes de la octava de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41

2,36 El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: - Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis.

37 Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón, así que preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: - ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

38 Pedro les respondió: - Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Pues la promesa es para vosotros, para vuestros hijos e incluso para todos los de lejos a quienes llame el Señor nuestro Dios.

40 Y con otras muchas palabras los animaba y los exhortaba, diciendo: - Poneos a salvo de esta generación perversa.

41 Los que acogieron su palabra se bautizaron, y se les agregaron aquel día unas tres mil personas.

 

**• Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.

Aparece, por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira.

La primera pesca del «pescador de hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.

 

Evangelio: Juan 20,11-18

En aquel tiempo, María se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.

12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron: - Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: - Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

15 Jesús le preguntó: - Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: - Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.

16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: - ¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: - ¡Rabboni! (que quiere decir «maestro»).

17 Jesús le dijo: - No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.

18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: - He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

 

**• La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (vv. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.

El fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (vv. 11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv. 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe en el Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de interlocutores: «¿Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v. 16), inaugurando en ella una nueva vida.

María, una vez ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: "He visto al Señor"» (v. 18). El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.

 

MEDITATIO

La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos.

Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.

En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de adoración.

 

ORATIO

Oh Espíritu Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa. Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de evangelizados.

Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán mis ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Debemos considerar la resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de inmortalidad ». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones, 21,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón» (Hch 2,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de nosotros.

Dice Jesús: «Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,19-20).

        Continuemos confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valoramos o juzgamos (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 121 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

 

Día 30

 Miércoles de la octava de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10

3,1 En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde.

2 Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna a los que entraban.

3 Al ver que Pedro y Juan iban a entrar en el templo, les pidió limosna.

4 Pedro y Juan lo miraron fijamente y le dijeron: - Míranos.

5 Él los miró esperando recibir algo de ellos.

6 Pedro le dijo: - No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.

7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. En el acto sus pies y sus tobillos se fortalecieron,

8 se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios.

9 Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios.

10 Al darse cuenta de que era el mismo que solía estar sentado junto a la puerta Hermosa para pedir limosna, se llenaron de admiración y pasmo por lo que le había sucedido.

 

*+• Pedro continúa la práctica liberadora de Jesús, no sólo con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece «acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos» y, en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.

El relato es vivaz: el templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y, como no tiene «ni oro ni plata», le ordena que se levante y camine: «En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Lo que sigue es un relato «de resurrección»: el paralítico entra finalmente en el templo -del que le había excluido su enfermedad- «saltando y alabando a Dios». Es un hombre «reconstruido» física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme: la gente, llena «de admiración y pasmo», acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles (Hch 5,12). Aquí se dispone Pedro a dar la explicación del acontecimiento.

 

Evangelio: Lucas 24,13-35

24,13 Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros.

14 Iban hablando de todos estos sucesos.  

15 Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.

16 Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo.

17 Él les dijo: - ¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? Ellos se detuvieron entristecidos,

18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: - ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

19 Él les preguntó: - ¿Qué ha pasado? Ellos contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.

20 ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron?

21 Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto.

22 Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro

23 y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo.

24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron.

25 Entonces Jesús les dijo: - ¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!

26 ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?

27 Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras.

28 Al llegar a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

29 Pero ellos le insistieron diciendo: - Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos.

30 Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.

31 Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado.

32 Y se dijeron uno a otro: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás,

34 que les dijeron: - Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.

35 Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

**• El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35). En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: «Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras» (v. 27). Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y, mientras parte el pan, reconocen al Señor: «Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (y. 31).

        La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resucitado.

La Palabra y la eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Iglesia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.

 

MEDITATIO

En nuestros días hay hambre y sed de milagros. La gente no sonríe ya con suficiencia, como hace algunos años, con respecto a los presuntos prodigios, sino que los busca y acude a los lugares donde tienen lugar. Los medios de comunicación social los hacen espectaculares y los «obradores de prodigios» corren el riesgo de ser idolatrados. Pero tanto Pedro y Juan como Pablo y Bernabé (Hch 14,14ss) corrigen al pueblo y dicen de manera clara que no debe concentrarse en torno a sus personas, sino en torno al poder del nombre de Jesús.

Quien tenga fe en este nombre, quien lo invoque, también podrá obtener hoy milagros.

También hoy es posible realizar prodigios, pero es Dios el que los realiza a través de la oración y la fe. Hay, efectivamente, situaciones tan dolorosas y penosas que nos hacen invocar el milagro y nos impulsan a dirigirnos a personas consideradas particularmente próximas a Dios. Pero esas personas, la mayoría de las veces, no tienen «ni plata ni oro»: viven en medio de la humildad y de la oración. Nosotros, alejados tanto del escepticismo de quienes excluyen la posibilidad o la oportunidad de los milagros, como del fanatismo con los curanderos y el papanatismo más o menos supersticioso, nos confiamos a la oración y a la fe para obtener la intervención extraordinaria de Dios en casos extremos, dejándole a él, que lo sabe todo, la decisión final. Dios no abandona a su pueblo, y lo socorre también con intervenciones extraordinarias, especialmente a través de la oración de sus siervos, que, confiando sólo en él, no tienen necesidad ni de oro ni de plata.

 

ORATIO

Concédeme, Señor, la actitud justa respecto a tu acción en el mundo. Suprime en mí el papanatismo y la búsqueda de «signos y prodigios», como si tú tuvieras que demostrar que existes. Extirpa en mí el corazón cerrado a admitir que tú puedes intervenir, incluso de forma extraordinaria, cuando y como quieras. Concédeme el espíritu de discernimiento para que sepa reconocer tu presencia y la distinga del papanatismo y la superstición.

Concédeme, sobre todo, la fe sencilla de quien no se confía a los prodigios, aunque también la fe ardiente de quienes se atreven a pedírtelos, sin enojarse cuando no los concedes.

Hazme comprender asimismo que no debo poner mi confianza exclusivamente en los medios humanos para la implantación del Reino de Dios, sino que seré eficaz en la medida en que me mantenga alejado del oro y de la plata. Porque el milagro más grande que nos brindas os la existencia de personas que confían en ti de tal  modo que viven pobres y humildes. Es a ellas a quienes concedes, normalmente, la obtención de milagros para el alivio y la alegría de tu pueblo.

 

CONTEMPLATIO

A través del desprendimiento y la pobreza es como podremos volver a encontrar nuestro lugar en el corazón de los pueblos. Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, más amigos seremos del pueblo y más fácil nos resultará hacer el bien. La pobreza es hoy más necesaria que nunca para luchar contra el mundo, contra el lujo y contra el bienestar que crece por doquier. Si el cristiano hace como el mundo, ¿cómo podrá guiarlo e instruirlo? Cuanto más grande es el desprendimiento interior y exterior en un alma, más abunda la gracia en ella, más abundan la luz y el Espíritu de Dios en ella.

La conformidad exterior con nuestro Señor es un medio para llegar a la conformidad interior. A través de la pobreza, de la humildad y de la muerte es como Jesucristo engendró a su Iglesia, y de ese mismo modo es como la engendraremos nosotros. Toda obra de Dios debe llevar, por encima de todo, el sello de la pobreza y del sufrimiento (A. Chevrier).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No tengo plata ni oro, pero ¡en nombre de Jesús, echa a andar!» (cf. Hch 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Cómo podremos abrazar la pobreza como camino que lleva a Dios cuando todos a nuestro alrededor quieren hacerse ricos?

La pobreza tiene muchas modalidades. Debemos preguntarnos: «¿Cuál es mi pobreza?». ¿Es la falta de dinero, de estabilidad emotiva, de alguien que me ame? ¿Falta de garantías, de seguridad, de confianza en mí mismo? Cada persona tiene un ámbito de pobreza. ¡Ése es el lugar donde Dios quiere habitar! «Bienaventurados los pobres», dice Jesús (Mt 5,3). Eso significa que nuestra bendición está escondida en la pobreza.

Estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. Él mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1 997, p. 249 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 31

Jueves de la octava de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,11-26

3,11 En aquellos días, como el paralítico no se separaba de Pedro y de Juan, toda la gente, llena de asombro, se reunió alrededor de ellos junto al pórtico de Salomón.

12 Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: - Israelitas, ¿por qué os admiráis de este suceso? ¿Por qué nos miráis como si nosotros lo hubiéramos hecho andar por nuestro propio poder o virtud?

13 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad.

14 Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino

15 y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

16 Pues bien, por creer en Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre a quien veis y conocéis; la fe en Jesús lo ha curado totalmente en presencia de todos vosotros.

17 Ya sé, hermanos, que lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes.

18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.

19 Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

20 Llegarán así tiempos de consuelo de parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba destinado.

21 El cielo debe retenerlo hasta que lleguen los tiempos en que todo sea restaurado, como anunció Dios por boca de los santos profetas en el pasado.

22 Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga,

23 y el que no escuche a este profeta será excluido del pueblo.

24 Todos los profetas, de Samuel en adelante, anunciaron estos días.

25 Vosotros sois los descendientes de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros antepasados, diciendo a Abrahán: A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.

26 Por vosotros, en primer término, Dios ha suscitado a su siervo y os lo ha enviado como bendición, para que cada uno se convierta de sus maldades.

 

*•• Con este discurso, bastante articulado, pretende convencer Pedro de su error a los que rechazaron a Cristo, ofreciéndoles la posibilidad de arrepentirse. Pedro establece una distinción importante: antes de la resurrección era el tiempo de la ignorancia, el tiempo en que era posible cometer errores. Fue el tiempo que permitió a Dios dar cumplimiento a las profecías. Pero después del hecho clamoroso de la resurrección ya no se admite la ignorancia, porque aquel que fue crucificado por los hombres ha sido resucitado por Dios, y los que lo rechazan merecen ser excluidos del pueblo de Dios, como reincidentes. Por otra parte, el arrepentimiento y la aceptación de Jesús pueden apresurar los tiempos de las bendiciones mesiánicas, cuando Dios, al final del mundo, enviará a Jesús por segunda vez, a fin de que tanto sus enemigos como los incrédulos le reconozcan como Mesías. Ahora está en el cielo, desde su ascensión, hasta la restauración final.

Pedro habla también de Moisés, que había dicho: «El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo». Lucas lee «suscitará» en el sentido de «volver a suscitar» un profeta como Moisés, es decir, Jesús. A éste hay que escuchar. Y el que no lo haga será excluido del pueblo santo. Podemos señalar que mientras Mateo considera a los cristianos como un pueblo nuevo que sustituye al antiguo Israel, Lucas subraya la continuidad del pueblo de Dios a través de los judíos que acogen a Jesús. Pedro afirma, por último, que sus oyentes forman parte del pacto a través del cual serán bendecidas todas las naciones en la descendencia de Abrahán. En suma, con su resurrección, Jesús trae la bendición a los judíos y la oportunidad de la conversión.

 

Evangelio: Lucas 24,35-48

24,35 En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

36 Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo: - La paz esté con vosotros.

37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma.

38 Pero él les dijo: - ¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

39 Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies.

41 Pero como aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les dijo: - ¿Tenéis algo de comer?

42 Ellos le dieron un trozo de pescado asado.

43 Él lo tomó y lo comió delante de ellos.

44 Después les dijo: - Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras

46 y les dijo: - Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día

47 y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

*»• El tema del fragmento evangélico, que completa el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús subraya las pruebas sobre la realidad de la resurrección de Jesús. También la primera comunidad cristiana pasó por dificultades para penetrar en el misterio del Señor resucitado, y las superó empleando una doble prueba.

La prueba real y material del contacto físico de los discípulos con Jesús, poniendo de relieve la corporalidad del Cristo pascual: «Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos» (v. 39), así como la iniciativa del Señor de comer algo ante los suyos: «¿Tenéis algo de comer?» (v. 41). La otra prueba es la espiritual, basada en la comprensión de la Palabra en las Escrituras: «Estaba escrito» (vv. 46s).

Lucas precisa que la historia de Israel adquiere su sentido y se comprende sólo si culmina en el acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret muerto y resucitado.

Y, por otra parte, nos enseña que sólo cuando los hombres se abren a la conversión y experimentan el perdón de Dios pueden comprender del todo el triunfo de la pascua del Señor. La salvación está abierta a todos, y la Iglesia tiene la tarea de anunciar la realidad física de la pascua del Señor y su valor como nuevo inicio de la historia humana, a través de la acogida del perdón de Dios. La resurrección de Jesús es el dato cierto sobre el que se asienta la fe de los creyentes y la historia de los hombres.

 

MEDITATIO

Habla Pedro de la segunda venida de Jesús como Mesías, y la presenta como la que nos trae los «los tiempos de la consolación», «los tiempos de la restauración de todas las cosas». Propone una visión amplia y solemne de la historia de Israel, una historia que es un camino hacia los días de Jesús, el consolador de Israel y el restaurador de todas las cosas. Todo concurre a preparar este gran día de la bendición mesiánica sobre todas las cosas, a partir de Israel y hasta «todas las familias de la tierra», incluso a toda la creación. La respiración de la Iglesia ya es universal desde el comienzo, e incluye toda la realidad redimida por la cruz de Cristo.

Pedro extiende la mirada al futuro de Dios con el optimismo de quien sabe que la resurrección es el hecho decisivo, aunque también con la conciencia de que habrá un acto final, donde el misterio salvífico de la resurrección será revelado en plenitud y extendido a todos los pueblos y a toda la creación. Se enuncia ya aquí el ya y el todavía no de la historia cristiana: ésta se mueve entre el «ya» de la pascua y el «todavía no» de la reconstrucción definitiva de todas las cosas. Entre ambos límites se sitúa el tiempo oportuno para la conversión, para hacernos dignos de las bendiciones mesiánicas, las ya realizadas y las que vendrán.

 

ORATIO

¡Qué estrecha es, Señor, mi perspectiva! Mi problema de hoy me atosiga, me preocupa, parece que es todo. Sin embargo, me hace falta situar las cosas de cada día en el vasto horizonte de la historia de la salvación, especialmente entre el ya de la resurrección y el todavía no de la reconstrucción final. ¡Qué alivio tendrían con ello mis pequeñas acciones y mis pequeñas o grandes preocupaciones!

Ayúdame, Señor, a hacer cada día el encuadre de la situación, no tanto para relativizar mis cosas como para insertarlas en el plano general de la historia de la salvación.

Ilumíname y ayúdame no a disminuir el valor de lo cotidiano, sino a comprender su seriedad y su alcance dentro de esta historia. Ya no vivo en los tiempos de la ignorancia, sino en los de la conversión, en los de la espera laboriosa, en los de la confianza, en los del optimismo, en los de la aceleración de la venida de la consolación de Dios.

Oh Señor, hazme caminar hacia estos tiempos definitivos con paso ágil, con el corazón ardiente, con manos laboriosas, con optimismo, porque estás preparando la reconstrucción de todo lo que nosotros hemos deformado a lo largo de los milenios de nuestra historia.

 

CONTEMPLATIO

La santa Iglesia soporta la adversidad de esta vida con el fin de que la gracia divina la lleve a los premios eternos. Desprecia la muerte de la carne porque tiene fijada la mirada en la gloria de la resurrección. Los males que sufre son pasajeros; los bienes que espera, eternos.

No alberga la menor duda sobre estos bienes porque posee ya, como fiel testimonio, la gloria de su Redentor. Ve en espíritu su resurrección y refuerza vigorosamente su esperanza. Alimenta la segura esperanza de que lo que ve ya realizado en su cabeza se realizará también en su cuerpo. No debe dudar de su propia resurrección, porque posee ya en el cielo, como testigo fiel, a aquel que resucitó de entre los muertos. Por eso, cuando el pueblo creyente padece la adversidad, cuando pasa por la dura prueba de las tribulaciones, debe elevar el espíritu a la esperanza de la gloria futura y, confiando en la resurrección de su Redentor, debe decir: «Tengo en el cielo mi testigo, mi defensor habita en lo alto» (Jb 16,19) (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIII, 27).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc.24,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esperar la segunda venida de Cristo y esperar la resurrección son una sola y misma cosa. La segunda venida es la venida de Cristo resucitado, que resucita nuestros cuerpos mortales con él en la gloria de Dios. La resurrección de Jesús y la nuestra son fundamentales para nuestra fe. Nuestra resurrección está tan íntimamente ligada a la resurrección de Jesús como el hecho de ser predilectos de Dios está ligado al hecho de que Jesús es su amado. Pablo se muestra absolutamente claro en este punto.

Dice, en efecto: «Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,13$).

¿Esperamos de verdad que Cristo resucitado nos eleve con él a la vida eterna con Dios? De la perspectiva de resurrección de Jesús y de la nuestra toman su vida y la nuestra su pleno significado.

No hemos de ser compadecidos, porque, como seguidores de Jesús, podemos mirar mucho más allá de los límites de nuestra breve vida sobre la tierra y confiar en que nada de lo que vivamos hoy en nuestro cuerpo se perderá (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 351 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).