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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-. 

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La liturgia de la Palabra en el Tiempo de adviento

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Día de diciembre fuera de Adviento

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La liturgia de la Palabra en el Tiempo de adviento

El misterio de la espera y venida de Dios en el corazón del hombre actual
El misterio de la espera y venida de Dios, proclamado en la liturgia
El misterio de la espera y de la venida de Dios, celebrado en la liturgia
El misterio de la espera y venida de Dios, vivido en la vida de cada día

 

El misterio de la espera y venida de Dios en el corazón del hombre actual

        El hombre del nuevo milenio, el hombre que se considera "posmoderno", experimenta la tensión entre espera y no-espera. En cierto modo es ya incapaz de espera, bien porque vive en lo inmediato y se conforma con ello, bien porque es consciente de sus numerosos logros, de la cantidad de proyectos hechos realidad gracias a su espíritu emprendedor.

        Sin embargo, si juntamos tantas manifestaciones, vemos que este hombre no ha avanzado mucho respecto al hombre primitivo: se detiene a preguntar a los astros, confía a hechiceros sus males, recurre a diversos magos en busca de un suplemento de energía para poder superar los límites en los que se encuentra encerrado, se refugia en mundos artificiales que le procuran las drogas y las múltiples ofertas de las agencias turísticas. Pero, sin saberlo, lleva en el corazón una esperanza de salvación que experimenta diariamente que no está a su alcance ni en las posibilidades de su inteligencia ni en su fuerza. Esta espera de salvación ¿está destinada a estar siempre en el corazón como un vacío insaciable, o un grito en el desierto?

        Conocemos la historia de dos mendigos que esperan a un cierto Godot que venga a remediarlos. No saben nada de él, ni siquiera conocen la fecha o el lugar de la cita. Pasan el tiempo esperando. De pronto se acerca un muchacho con un mensaje indicando que Godot llegaría al día siguiente. Pero al día siguiente llega con la misma misiva: ¡mañana! Y los dos pobretones continúan en su absurda espera.

        Alguno podría ver reflejada en estos dos pobres de la obra Esperando a Godot de Samuel Beckett la situación del hombre "postmoderno": un condenado a esperar un encuentro que nunca llegará. Sería un verdadero drama absurdo, un agitarse en un desierto sin descubrir nada, sin lograr llegar a un oasis, un continuo acariciar esperanzas irrealizables, un desear y construir proyectos con la consistencia de castillos de arena construidos en la playa.

        Para que la espera no carezca de sentido, exige esperar a alguien, alguien que realmente viene, que se deja encontrar... de este modo la espera se transforma en un ir al encuentro, en estar preparados, vigilantes, despiertos... La espera se vive como un movimiento, un dinamismo, un anhelo gozoso.

        La espera constituye la misma trama de la vida. Es su fuerza y debilidad. Impaciente y serena, la espera es compañera de la vida en sus búsquedas y encuentros. Contiene sus secretos. A veces es su freno y su trampolín de lanzamiento, su memoria y el latido de su corazón... La espera es de algún modo nosotros mismos, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras certezas y nuestros interrogantes, con nuestras necesidades y nuestros deseos (E. Debuyst).

        La espera siempre rejuvenece al hombre, dispuesto a partir, con la vieja audacia de un loco vuelo. Se alimenta con el presentimiento de una novedad inminente, que está a las puertas y no hay que dejar escapar. Los ojos están bien abiertos, la mano dispuesta: todo es tensión hacia el futuro con la seguridad íntima de que va a despuntar la luz de la mañana, que finalmente: ¡Le podremos encontrar! Y habrá fiesta.

 

El misterio de la espera y venida de Dios, proclamado en la liturgia

El gozo de la espera y la certeza de la venida

        La Palabra de Dios proclamada en adviento resume las esperas y búsquedas del hombre iluminando cuanto se agita en el corazón y en la mente del hombre; invita a perseverar en la espera y, a la vez, anuncia el cumplimiento de esta espera.

        Desde su atalaya el lector, como atento centinela, nos asegura que no esperamos a un Godot que nunca llegará, sino a alguien que va a llegar. A nuestra pregunta: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?», responde: «Viene la mañana...» (Is 21,11-12).

        Este tiempo que nos separa de la venida del Señor, este "entretiempo", está lleno de un estremecimiento de gozo, bien conocido por la esposa del Cantar de los Cantares:

«¡La voz de mi amado! Mirad cómo viene saltando por los montes, brincando por las colinas... Se ha parado detrás de nuestra tapia...» (Cant 2,8-9: 21 de diciembre).

«Nosotros esperamos al Señor, Él es nuestro socorro y nuestro escudo; Él es la alegría de nuestro corazón» (Sal 32: 21 de diciembre).

Los ritos de preparación

Es un tiempo de felicidad marcado por los ritos de preparación del corazón: preparar el camino, allanarlo, separar el grano de la paja, tomar el baño purificador...

«Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios. Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane» (Is 40,3-5: Segundo domingo B).

«Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos» (Mt 3,2).

Maestros y modelos de la preparación

En la voz del lector resuenan las palabras y acontecimientos de los maestros y modelos del adviento: Isaías, Juan Bautista, María, José.

Isaías: es el profeta que expresa la esperanza de Israel, suscita la espera del hombre anunciando su próximo cumplimiento en el Salvador. No hay motivo para dudar de Dios: cumplirá sus promesas, no tardará. Él, creador de cielo y tierra, tiene poder de redimir a Israel creando un nuevo éxodo (48,13). La salvación será una nueva creación (45,7-8).

Juan Bautista: último de los profetas, resume en su persona y palabra la historia precedente justo en el momento de su cumplimiento. Se presenta con la misión de preparar los caminos del Señor (cf. Is 40,3), de ofrecer a Israel el «conocimiento de la salvación» consistente en «el perdón de los pecados» (cf. Le 1,77-78); finalmente es quien puede señalar a Cristo presente en medio de su pueblo (cf. Jn 1,29-34). Desea ceder el lugar a Cristo, que debe crecer, mientras él debe menguar (cf. Jn 1,19-28). Él es la voz potente que despierta sanas inquietudes en las conciencias adormecidas de los hombres.

María realiza en su persona lo que los profetas habían dicho de la «hija de Sión». En ella culmina la espera mesiánica de todo el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. Asumiendo el proyecto de Dios y pronunciando su «sí» al ángel, inaugura el tiempo del cumplimiento y el hijo de Dios entra en el mundo como el «nacido de mujer» (Gal 4,4); así salva al mundo desde el interior mismo de la realidad humana. Las genealogías de Jesús y la anunciación nos recuerda el misterio de la "asunción" de lo humano por parte de Dios y la "inmersión" de lo humano en Dios.

José, el esposo de María, hombre justo, de la estirpe de David, es el signo del cumplimiento de la promesa de Dios a su antepasado real: «mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino» (2 Sm 7,12). Es el eslabón que, a través de David del que desciende, une a Cristo con la gran "Promesa", es decir, con Abrahán. Por ser legalmente «hijo de José» (Le 4,22) Jesús puede llamarse y ser saludado con el título mesiánico de «hijo de David» (cf. Mt 22,41-46).

EL LECCIONARIO DOMINICAL

La liturgia de la Palabra fija su atención en primer lugar en la última venida de Cristo, tratando de descubrir su venida en las celebraciones litúrgicas y a lo largo de la historia humana. Esquemáticamente:

Primer domingo: la liturgia nos invita a considerar seriamente la última venida de Cristo; el Señor viene como juez de paz (año A), redentor (B), libertador (C). Se nos invita a vigilar y orar.

Segundo domingo: el Señor viene como juez justo (año A), con poder (B) y esplendor (C). Juan Bautista proclama al hombre de hoy el comportamiento adecuado: conversión, preparar el camino. Es una invitación a tomar las cosas en serio, a ir a la raíz, a personalizar al máximo.

Tercer domingo: se desplaza el acento de la última venida de Jesús a su "próxima" venida. Sigue siendo el protagonista Juan Bautista: interrogado (año B) y él mismo se pregunta (C) sobre Jesús; lo descubre como luz (B) y como el que bautiza en el Espíritu (C). Quien recorre la experiencia de Juan descubre la actitud fundamental del adviento, el gozo que brota del Espíritu (B) y de la proximidad del Señor (C) como salvador (A).

Cuarto domingo: centrado en el nacimiento de Cristo en la Virgen María, que acoge el plan de Dios. Con el anuncio a José (año A) y a María (B) comienza una nueva historia; en las dos madres que se abrazan (C) se encuentran ambos Testamentos. La realización de las profecías tiene lugar gracias a ciertas actitudes marianas: disponibilidad, acogida.

EL LECCIONARIO FERIAL

        Sintetizando al máximo: tengamos presente que en los días feriales se lee progresivamente el libro de Isaías; por consiguiente, con vistas a la interpretación deberemos partir del tema o acontecimiento que sugiere esta lectura. Por otra parte, la perícopa evangélica casi siempre es de Mateo, el evangelista que se preocupa de subrayar cómo las Escrituras se cumplen en Jesús; el anuncio de Isaías (primera lectura) se cumple en Jesús (evangelio).

        Aparece una sabia pedagogía en la estructura del leccionario: no comienza con "denuncias" o invitación a la conversión (ver el ciclo de Juan Bautista), sino anunciando lo positivo y la belleza de las promesas, para suscitar esperanza y deseo, para abrirse al acontecimiento.

Finalmente podemos ver cierto desarrollo vinculado a los personajes-guía del adviento:

1. Ciclo de Isaías

Primera semana

Lunes: llega la salvación de todos. Is 2,1-5: el Señor reúne a todos los pueblos. Mt 8,5-11: vendrán muchos de oriente a occidente.

Martes: El que viene posee el Espíritu del Señor. Is 11,1-9: el Espíritu del Señor reposará sobre él. Lc10,21-24: Jesús se alegró en el Espíritu Santo.

Miércoles: invitación a participar en el banquete de vida. Is 22,6-10: El Señor invita a todos a su banquete y vence la muerte y el dolor. Mt 15,29-37: Jesús cura a muchos y multiplica los panes.

Jueves: el justo se acerca al misterio del Reino. Is 26,1-6: entra un pueblo justo. Mt 7,21.24-27: quien cumple la voluntad del Padre entra a formar parte del Reino.

Viernes: El que viene hace recobrar la vista. Is 29,17-24: en aquel día se abrirán los ojos de los ciegos. Mt 9,27-31: Jesús cura a dos ciegos, que creen en él.

Sábado: El que viene es compasivo y misericordioso. Is 30,19-21.23-26: el Señor se apiadará. Mt 9,35-10,1.6-8 Al ver a la gente, Jesús sintió compasión.

Segunda semana

Lunes: El que viene es el Mesías salvador (pecado, enfermedad). Is 35,1-10: nuestro Dios viene a salvarnos. Le 5,17-26: hemos visto cosas admirables.

Martes: viene como pastor, que busca y consuela a su pueblo. Is 40,1-11: como un pastor consuela a su pueblo. Mt 18,12-14: el pastor busca la oveja perdida: no quiere que los pequeños se pierdan.

Miércoles: el que viene da vigor y esperanza Is 40,25-31: el Señor da fuerza al cansado. Mt 11,28-30: venid a mí todos los que estáis fatigados.

2. Ciclo de Juan Bautista

Hasta el 17 de diciembre se lee lo que se refiere a la misión de Juan Bautista. Por una parte, es figura de cuantos se preparan a la venida del Mesías, escrutan los signos de los tiempos, son los acuciados por el problema de la búsqueda de Dios; por otra parte, es el que señala la venida. Resumiendo, es el hombre que "no sabe" y "sabe": es el creyente.

En este ciclo, mientras la primera lectura repite los temas precedentes, aparece la invitación a interiorizar el mensaje: prestar atención, reconocer, cambiar de vida, convertirse... Se trata de adoptar actitudes concretas.

Con este ciclo se pasa de la profecía a la realización inminente.

Segunda semana

Jueves: Juan y la grandeza del reino del redentor. Is 41,13-20: tu Redentor es el santo de Israel Mt 11,11-15: Juan Bautista, el más grande de los nacidos, el más pequeño del Reino.

Viernes: invitación a la escucha. Is 48,17-19: si hubieras atendido a mis mandatos. Mt 11,16-19: no han escuchado ni a Juan ni al Hijo del hombre.

Sábado: Juan, nuevo Elías, invita a reconocer los signos de la venida. Eclo 48,1-4.9-11: Elías volverá. Mt 17,10-13: en él Elías ya ha venido y no le han reconocido.

Tercera semana

Lunes: discernir la misión de Juan y la de Cristo como obra del cielo. Nm 24,2-7.15-17: oráculo de Balaán: despunta una estrella de Jacob. Mt 21,23-27: el bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?

Martes: reconocerse pobres y pecadores para descubrir la venida del Reino. Sof 3,1-2.9-13: Se promete la salvación mesiánica a los pobres y pecadores. Mt 21,28-32: vino Juan y no le han creído.

Miércoles: Juan se pregunta por la venida de Cristo. Is 45,6-8.18.21-25: Cielos, destilad de lo alto. Le 7,19-23: anunciad a Juan lo que habéis visto y oído.

Jueves: preparar el camino a Israel que vuelve, a Cristo que viene. Is 54,1-10: Como a mujer abandonada te vuelve a llamar el Señor. Le 7,24-30: Juan es el mensajero que prepara el camino al Señor.

Viernes: Juan es la lámpara que guía a los pueblos al templo del Señor. Is 56,1-3.6-8: mi templo es casa de oración para todos los pueblos. Jn 5,33-36: Juan es la lámpara que arde y brilla.

3. Ciclo de María

Tengamos presente que, en este tercer ciclo, es el evangelio quien adquiere preeminencia, mientras –como se recordará- en el primer ciclo dominaba Isaías. Se trata de una lectura continua primero de Mateo y luego de Lucas.

La profecía se hace historia concreta. Todo lo que ha sido anunciado se realiza en Jesús; el acontecimiento de su venida se puede situar en el espacio y en el tiempo. La figura de Juan se entremezcla continuamente con la de Jesús: también su nacimiento anuncia a Cristo.

Este ciclo, resumiéndolo al máximo, nos presenta una gran reflexión del hecho de la maternidad, y el canto de las madres a Dios por el don recibido.

17 dic: El que viene es el hijo de David; en él converge la historia.

Gn 49,2.8-10: no se apartará el cetro de Judá. Mt 1,1-17: genealogía de Jesucristo, hijo de David.

18 d i c : el hijo de José es el vastago de David. Jer 23,5-8: suscitará a David un vastago legítimo. Mt 1,18-24: Jesús nació de María, esposa de José, hijo de David.

19 d i c : el nacimiento, signo del paso de Dios y fruto de un plan divino (el nacimiento en Antiguo Testamento). Jue 13,2-7.24-25: nacimiento de Sansón anunciado por el ángel. Le 1,5-25: nacimiento de Juan anunciado por el ángel.

20 dic : un ángel anuncia el nacimiento de Cristo. Is 7,10-14: La virgen concebirá. Le 1,26-38: Concebirás y darás a luz un hijo.

21 dic: La visitación: encuentro de las dos madres, de ambos Testamentos: el Antiguo y en Nuevo. Cant 2,18-14: Mirad: mi amado viene, saltando por los montes. Le 1,39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

22 dic: Canto de las madres por el don de la maternidad. 1 Sm 1,24-28: Ana agradece el nacimiento de Samuel. Le 1,46-55: María glorifica al Señor.

23 dic: nacimiento del precursor. Mal 3,1-4.23-24: antes del día del Señor mandará al profeta Elías. Le 1,57-66: nacimiento de Juan Bautista.

24 dic : se realiza la promesa hecha a David: nace el sol de lo alto. 2 Sm 7,1-5.8-11.16: lo. promesa hecha a David: el reino durará eternamente. Le 1,67-79: Nos visitará un sol que surge de lo alto, como había prometido.

 

 

El misterio de la espera y de la venida de Dios, celebrado en la liturgia

Desde que Jesús, con su pascua, llevó a cabo nuestra redención, siempre celebramos esperando su venida; por eso aclamamos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor, Jesús».

En adviento celebramos el misterio siempre en acto de la venida de Jesús, venida que cubre todo el arco de la vida personal y de toda la historia humana. Así canta la liturgia:

- Al venir por vez primera, en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación.

- Vendrá de nuevo en la majestad de su gloria y nos llamará a poseer el Reino prometido que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar...

- Viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su Reino (Prefacios I y III de adviento).

La espera que celebramos es única y sus momentos están vinculados entre sí: el adviento de Cristo en la carne se proyecta por el adviento cotidiano a la Iglesia y al hombre; éste, a su vez, tiende hacia la vuelta de Cristo: la parusía y el fin último de la espera.

No podríamos orar: «Ven» con tanta seguridad en el misterio si no hubiese ya venido; ni podríamos decir con tanta firmeza en el misterio: «Está aquí» si no estuviéramos convencidos en la fe de que vendrá para perfeccionar su Reino para la eternidad (O. Casel).

 

El misterio de la espera y venida de Dios, vivido en la vida de cada día

Las grandes visiones, los anuncios magníficos y los vivos ejemplos de los grandes maestros y modelos del adviento nos quieren llevar a no esperar nada distinto de Cristo, a acogerle con total confianza en cuanto llame a nuestra puerta, a asumir actitudes que preparan su venida. Siguiendo la liturgia podemos sintetizarlas:

- Mantenerse vigilantes en la fe, en la oración, con una apertura atenta y dispuestos a reconocer los "signos" de la venida del Señor en todas las circunstancias y momentos de la vida y al final de los tiempos.

- Caminar por el camino trazado por Dios, dejar las sendas tortuosas; "convertirse", para seguir a Jesús hacia el reino del Padre.

- Testimoniar el gozo que nos trae Jesús Salvador, con la caridad afable y paciente con los demás, abiertos a cualquier iniciativa buena, por las que ya se constituye el Reino futuro en el gozo sin ocaso.

- Tener un corazón pobre y vacío de sí, imitando a José, a la Virgen, a Juan Bautista, a Jesús, el Hijo de Dios que ha venido a salvar a los hombres.

- Participar en la celebración eucarística en este Tiempo de adviento significa acoger y reconocer al Señor que viene continuamente a nosotros, seguirle en el camino que conduce al Padre; para que en su venida gloriosa al final de los tiempos nos introduzca a todos en el reino, para «hacernos partícipes de la vida eterna» con los bienaventurados y santos del cielo.

Viviendo de este modo, los cristianos desempeñamos un papel profético de protesta contra un mundo adormecido que corre el riesgo de perder su propia alma, y testimoniamos el gozo profundo y la fe cierta de la venida de un mundo mejor por medio de la continua venida de Cristo.

 

 

 

 

Primer domingo de adviento Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 2,1-5

1 Visión que tuvo Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y Jerusalén.

2 Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas.

Todos los pueblos afluirán al templo del Señor,

3 vendrán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.

4 Él será juez de las naciones, arbitro de pueblos numerosos. Convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra.

5 Estirpe de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor.

 

*•• Es sugestivo el título con que comienza la primera lectura: «Visión que tuvo Isaías... acerca de Judá y Jerusalén» (v. 1). El profeta, aquí más que nunca, es el que sabe mirar al fondo de las cosas y al plan de Dios, vislumbrando lo que todavía no existe y anunciándolo para mejorar la existencia.

Varios son los elementos esenciales de la visión, a partir de una presencia renovada de Dios que remueve las más enconadas resistencias. Dios se manifiesta en el monte. El camino trazado es pura ascensión. Pero el poder de atracción de la verdad de Dios es tal que los pueblos osarán emprender un camino difícil: «Todos los pueblos afluirán al templo del Señor» (v. 2). Si es cierto que ordinariamente los ríos discurren hacia abajo, el profeta indica que el poder de atracción de la verdad del Señor es tan fuerte que el río de los pueblos fluye cuesta arriba.

Hay que subrayar, sin embargo, que la fuerza que empuja a los pueblos a subir es el don de la Palabra de Dios, con frecuencia olvidada, pero capaz de suscitar en los pueblos aspiraciones nobles y mover nuevas energías.

No se trata de una palabra fácil; de hecho, los pueblos serán juzgados en Jerusalén. Pero dejándose juzgar y calibrar por Dios los hombres podrán encontrar la propia verdad y el valor de trabajar por la paz a costa de laboriosas transformaciones: las armas se convertirán en herramientas de trabajo y promoción.

Como último elemento de la visión está el pueblo de Dios, pequeño rebaño conocedor del rostro de Dios y que guiará al cortejo de las gentes caminando «a la luz del Señor» (v. 5).

 

Segunda lectura: Romanos 13,11-14a

Hermanos:

11 Daos cuenta de momento en que vivís; ya es hora de que despertéis del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer.

12 La noche está muy avanzada y el día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.

13 Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje; nada de envidias y rivalidades.

14 Por el contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor.

 

**• Una exhortación inicial en el v. 11 abre las clarificadoras palabras de Pablo: «Daos cuenta del momento (kairós) en que vivís. El adviento es una buena ocasión para tomar conciencia del "tiempo" que vive el cristiano como momento de gracia. De la visión de Isaías que se situaba «al final de los tiempos», se pasa ahora al momento presente, el «del final», es decir, el tiempo decisivo, al tiempo de la luz en el que uno puede orientar la propia libertad por los magníficos y amplios caminos de la verdad y del amor.

Pablo invita ante todo a la comunidad cristiana a sopesar el valor del camino recorrido: desde que recibió el don de la fe se ha acercado a Dios acrecentando el deseo de vivir para él. Presenta, a continuación, una imagen que inyecta esperanza: la noche está avanzada, el día se echa encima. La señal consiste en que los creyentes ya se han pertrechado con las «armas de la luz». En el lenguaje paulino significa que ya se han revestido del Señor Jesús como de un hábito que les da nueva personalidad.

Pero esta nueva personalidad se robustece precisamente luchando con las armas de la luz ya descritas en otro lugar por el Apóstol: «Pero nosotros, que somos del día, debemos vivir con sobriedad, cubiertos con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de la salvación como casco protector» (1 Tes 5,8). Finalmente Pablo afirma que el día, aunque próximo, todavía no ha llegado del todo; de todos modos los cristianos viven ya como «en pleno día», cultivando, no los deseos carnales, es decir, el egoísmo, sino los nuevos deseos, los de Cristo.

 

Evangelio: Mateo 24,37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

37 Cuando venga el Hijo del hombre sucederá lo mismo que en tiempos de Noé.

38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que entró Noé en el arca;

39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos. Pues así será también la venida del Hijo del hombre.

40 Entonces, de dos que haya en el campo, uno será tomado y otro dejado.

41 De dos que estén moliendo juntas, una desaparecerá y otra quedará.

42Así que velad, porque no sabéis qué día llegará vuestro Señor. 43 Tened presente que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa.

44 Lo mismo vosotros, estad preparados; porque a la hora en que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

 

*» En el contexto precedente a la presente perícopa, Mateo recoge una frase de Jesús que sirve de guía a todo el discurso: «Por la maldad creciente se enfriará el amor de la mayoría» (24,12). Es la gran tentación ante la que Jesús nos pone en guardia: a lo largo de la vida, tras haber recibido la fe y el amor de Dios, se corre el peligro de dejar enfriar estos dones y perderlos. A Jesús no le importa echar mano de la imagen -severa e incluso ambigua, pero llena de fuerza- del ladrón que viene inesperadamente.

¿Es una amenaza? Ciertamente, también es una amenaza para quien, justificándose con la ignorancia de su venida, vive como la generación de Noé, en la total ignorancia del Evangelio. El peligro serio es gastar el tiempo que tenemos a nuestra disposición, nuestra existencia, sin optar de verdad por algo grande, sin decidirse de veras a dar a la libertad ese gran aliento que sólo puede provenir de haber encontrado en Jesús la verdad y el amor. Para esto, el creyente goza del don de vivir en la Iglesia, custodia de la verdad del Evangelio, ya que sólo en el encuentro con la verdad del amor de Dios podemos abrirnos a una verdad de inmensos horizontes.

Si se olvidase esto, sucedería lo que al hombre que no vela por su casa: le roban lo más valioso. El descuido nos podría hacer perder -y para siempre- la gracia de Cristo que hace verdadera la vida cristiana. Por consiguiente, vale la pena velar, tener despierta la fe, porque ya está aquí la luz. No hagamos como los contemporáneos de Noé, que fueron incapaces de levantar la cabeza para "acogerse" al don de Dios.

 

 

MEDITATIO

«Dios todopoderoso, aviva en tus fíeles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras». Con estas palabras se abre la oración inicial de la liturgia de hoy. Nos indican, exactamente, el sentido de cuanto estamos viviendo. Dios, como Padre, está en el origen de todo bien y de nuestra misma vida, y nos pone como punto de llegada de nuestro camino «Cristo que viene». Nuestra existencia se desarrolla totalmente entre esta gracia de Dios que nos precede y la plena configuración con Cristo hacia la que nos encaminamos. Es, pues, su gracia la que suscita en nosotros esa capacidad para emprender el camino con obras buenas.

Mientras estamos de camino, la Palabra de Dios nos exhorta a ser como el profeta capaces de tener "visiones". No en el sentido de abrigar sueños ilusorios, sino en el sentido de saber mirar a lo lejos: incluso si la ciudad está llena de idolatría, infidelidad, injusticia, el papel de la Iglesia es el de volverse hacia Dios, testimoniando que él es el único y llama a todos a sí.

Orientándose y orientando a los otros a Dios, nuestra comunidad creyente manifiesta también el deseo de justicia que está en todos nosotros. Por otra parte, la Palabra nos invita a ser como el dueño prudente de una casa que sabe vigilar el tesoro que posee. Jesús no teme usar la imagen del ladrón, y es que corremos el gran riesgo de no acoger la gracia de Dios que se nos brinda y que nos la puedan robar por nuestra pereza, nuestra ignorancia, nuestra irresponsabilidad. No basta construir el signo del arca, como en tiempos de Noé, si luego esta arca no nos enseña a volver a Dios.

 

ORATIO

Es tu amor, Padre, el que nos pone de nuevo en camino hacia tu Hijo que viene. Te agradecemos este tiempo que nos regalas para poder acogerte y todas las ocasiones que nos brindas. Concédenos dejarnos visitar por tu gracia y que nuestra voluntad se deje sacudir por tu venida.

Padre, destierra de nosotros la pereza, la desgana y la desidia de ver "siempre lo mismo" y enséñanos a ponernos de nuevo en camino. Vence nuestra ignorancia que piensa conocerte ya lo suficiente. Vence nuestra tibieza que nos lleva a pensar que te amamos bastante. Vence nuestras rutinas que nos hacen creer que ya no podemos descubrir nada nuevo en tu compañía.

Después de conocer la luz, ayúdanos a no desear más el mundo de las tinieblas; después de haber intuido el camino de la paz, no permitas que seamos tentados por la arrogancia y el egoísmo; después de que nos has revestido del Señor Jesús y de introducirnos en la vida del Espíritu, no permitas que nos dejemos seducir por los deseos carnales.

  

CONTEMPLATIO

Escogió para sí, aunque fuera tarde, a los que se han dejado vencer por el sueño, e incluso a los que han perdido a Cristo. De hecho, no se pierde a Cristo hasta el punto de que no vuelva si se le busca; pero vuelve a los que velan y siempre está disponible para los que se levantan; es más, está cercano a todos, porque está en todas partes y lo llena todo. Él no falla a nadie; superabunda para todos; de hecho abundó el pecado para que superabundase la gracia. La gracia es Cristo, la vida es Cristo, Cristo es la resurrección. Quien se levanta del sueño lo encuentra presente (San Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de Lucas, V).

  

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstranos, Señor, tu misericordia» (Sal 84,8).

  

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Arsenio fue un romano culto con rango de senador que vivió en la corte del emperador Teodosio como tutor de los príncipes Arcadio y Honorio. Cuando vivía aún en el palacio, el aoba Arsenio oró a Dios con estas palabras: «Señor, guíame por el camino de la salvación ». Y oyó una voz que le contestó: «Arsenio, huye del mundo y te salvarás».

Después de navegar secretamente de Roma a Alejandría y de vivir una vida solitaria en el desierto, Arsenio oró de nuevo: «Señor, guíame por el camino de la salvación» y de nuevo oyó una voz que le respondía: «Arsenio, huye, guarda silencio, ora continuamente porque éstas son las fuentes déla vida».

Las palabras huye, guarda silencio y ora resumen la espiritualidad del desierto. Indican tres formas de evitar que el mundo nos configure a su imagen, tres formas, por lo tanto, de vida en el Espíritu (H. J. M. Nouwen, El camino del corazón, Madrid 1986, 13).

 

Primer domingo de adviento Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 63,16b-17.19b; 64,2b-7 63

16Tú, Señor, eres nuestro Padre, desde siempre te invocamos como nuestro redentor.

17 Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te respetemos? Cambia de actitud, por amor a tus siervos; por amor a las tribus de tu heredad.

19b ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases; los montes se derretirían ante ti,

64 2b Tú bajaste, y los montes se derritieron en tu presencia.

3 Jamás nadie vio ni oyó hablar de un Dios que actúe como tú con quien confía en él.

4 Tú acoges a los que actúan rectamente y no se olvidan de tus preceptos. Estabas irritado, porque habíamos pecado; persiste nuestro pecado, pero tú nos salvarás.

5 Todos nosotros éramos impuros; nuestra justicia era un paño inmundo, nos marchitábamos todos como si fuéramos hojas y nuestras maldades nos arrastraban como el viento.

6 Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti, pues tú nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades.

7 Con todo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla, y tú el alfarero, somos todos obra de tus manos.

 

**• El momento más intenso de este fragmento del libro de Isaías es ciertamente la invocación acuciante del v. 19: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» La invocación, a su vez, es una inserción del redactor profético en una serie temática que le imprimen densidad y vigor. Aparecen claramente tres temas principales.

Ante todo aparece el conocimiento profundo que tiene el pueblo del propio pecado; no importan tanto las desgracias en las que se encuentra inmerso Israel (entre las que cabe mencionar la profanación del templo, omitida en la perícopa litúrgica), cuanto el pecado sentido como una prisión de la que no logra liberarse el pueblo: «¿Por qué nos extravías de tus caminos?» (v. 17); «Nos entregabas a nuestras maldades» (v. 6); «Nuestra justicia era un paño inmundo» (v. 5), es decir, no logran librarse de las cadenas del pecado. Es de notar que en esta situación el pueblo se dirige a Dios invocándolo como «nuestro Padre», término raro en el Antiguo Testamento pero que aparece en contextos importantes. El que Dios sea "Padre" de Israel es el motivo que justifica la liberación de Egipto (Ex 4,23: «deja salir a mi hijo»), a su vez Israel se dirige a Dios insistiendo en el vínculo de parentesco para conmover el corazón de Dios.

Finalmente, la invocación a Dios para que rasgue los cielos utiliza los términos basados en la memoria de las obras de Dios. Es como si Israel dijera el Señor: no recuerdes nuestras acciones, Señor, sino recuerda lo que tú has hecho y continúa haciéndolas hoy.  

 

Segunda lectura: 1 Corintios 1,3-9

Hermanos:

3 Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor.

4 Doy gracias a Dios continuamente por vosotros pues os ha concedido su gracia mediante Cristo Jesús,

5 en quien habéis sido enriquecidos sobremanera con toda palabra y con todo conocimiento.

6 Y es tal la solidez que ha alcanzado el testimonio de Cristo entre vosotros,

7 que no os falta ningún don, mientras esperáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

8 Él también os mantendrá firmes hasta el fin para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo.

9 Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en unión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

        

        **• Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, Pablo describe la situación de los cristianos. Éstos se encuentran entre dos tiempos: el pasado, en el que los corintios han podido experimentar la abundancia de los dones divinos, y el futuro, es decir, el día de la «manifestación de nuestro Señor Jesucristo.» De esta realidad surgen dos actitudes: la acción de gracias y la esperanza.

Los comienzos de la predicación en Corinto se señalaron por una efusión copiosa de los dones del Espíritu. Nació una Iglesia particularmente activa y el Apóstol no se planteó tanto el problema de estimular la participación cuanto orientar al bien común la riqueza de los particulares. Los dones y manifestaciones de la gracia, indica Pablo, no se han concedido como adorno o motivo de vanagloria, sino como tarea y responsabilidad, para ayudar a que los creyentes se mantengan firmes «en el testimonio de Cristo».

Así, llenos de gracia, los creyentes pueden caminar confiados hacia la manifestación final del Señor Jesús (v. 7), cuando lograrán la plena comunión con él. Pero, aun antes de su compromiso de espera vigilante, Pablo prefiere subrayar que será el mismo Dios quien los conducirá a este encuentro definitivo con su Hijo. Los cristianos, sabedores de su propia debilidad, pueden contar con la fidelidad de Dios, que quiere a toda costa llevar a buen término la "vocación" que les ha dirigido.

  

Evangelio: Marcos 13,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

33 ¡Cuidado! Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento preciso.

34 Sucederá lo mismo que con aquel hombre que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que vigilase.

35 Así que vigilad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer.

36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.

37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: ¡Vigilad!

 

*» El relato evangélico comienza y concluye con la misma invitación: «Vigilad» (w. 33.37). Siguen dos enseñanzas, la primera indica el "porqué" de la vigilancia: «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento preciso» (v. 33). Una lectura superficial podría parecemos como una imposición tiránica: Jesús no revela el día y la hora, para que los cristianos vivan en continuo temor. Al contrario, no se indica la hora porque todas las horas son buenas para abrirse al evangelio de suerte que comprometa la existencia. Jesús desea vitalizar a una comunidad para que no esté obsesionada con el deseo de conocer el final, sino que se preocupe por vivir y discernir tiempos y momentos en la escucha y la obediencia. Y esto en la espera de la última cita que nos introducirá definitivamente en el Reino; ciertamente es una espera continua e intensa, pero no ansiosa ni temerosa, sino que rebosa confianza.

La segunda enseñanza está en el "estilo" de la vigilancia. Marcos, al narrar la parábola del hombre que se marcha de viaje lejos, indica que deja su «casa» al cuidado de sus criados (v. 34). Es posible ver en la casa una imagen de la comunidad cristiana. Cualquier creyente es, en su fidelidad cotidiana al Señor, responsable de su construcción. La vigilancia se caracteriza como "vigilancia de la casa", de la que, mientras espera a su Señor, el cristiano debe cuidar desempeñando la tarea que Dios ha confiado a cada uno.

  

MEDITATIO

La esperanza es la virtud por excelencia de adviento. Nos hace mirar al mañana con confianza y valentía. Sin embargo, correría el riesgo de ser una esperanza ilusoria, vana, que se disiparía en la nebulosa de nuestra fantasía si no fuese capaz de mirar con realismo la situación presente y si no estuviese arraigada en el recuerdo de las cosas buenas conocidas y vividas. Ésta es la temática común de las lecturas de hoy. En particular, la primera se fija en los beneficios realizados por Dios como base para esperar de nuevo su venida.

La lectura comienza hablando de Dios, no del hombre: «Tú eres nuestro Padre, nuestro redentor» (Is 63,16); parte de la certeza de que Dios se ha vinculado a nosotros y que no puede quedarse lejos. Por lo demás, en la historia de toda relación (bien sea dentro de una pareja, entre amigos, en el seno de una comunidad...) el recuerdo de los momentos felices vividos juntos y de las dificultades afrontadas en armonía y solidaridad, puede ser fuente de fortaleza para afrontar nuevas dificultades.

Lo mismo ocurre en la relación con Dios, donde nunca podemos renunciar a la memoria. Pero además la esperanza debe ser una palabra que sea verdadera y creíble en el presente. Por esta razón se conjuga con la vigilancia y la laboriosidad. En la "casa" que es la Iglesia, todos los criados tienen su tarea, y todos se llaman "siervos". Siervo es una persona que pertenece a otro, que no tiene dominio ni sobre su propia vida. En la casa de este Señor, todos tienen esta condición de no pertenecerse a sí mismos, sino sólo a Él y a los demás. El ejemplo de los discípulos que se durmieron en vez de velar con Jesús en el huerto de Getsemaní muestra a las claras que esta vigilancia no es una actitud más, sino que coincide sustancialmente con la capacidad de dar la vida, como fue la actitud de Jesús.

 

 

ORATIO

La mejor sugerencia como oración, en este caso, es volver a leer el texto de la primera lectura, ya que el mismo texto es una súplica. «Tú, Señor, eres nuestro Padre». Mientras vamos acercándonos a ti, Padre, sentimos estas palabras en toda su fuerza. Te has comprometido con nosotros, te has expuesto por nuestro "rescate", y así podemos apelar a este título para llamar a tu corazón. No recuerdes quiénes somos, recuerda quién eres tú, ya que nosotros somos barro y tú el alfarero. No olvides la obra de tus manos.

Señor Jesús, que nos has confiado tu casa, la Iglesia y todos nuestros hermanos para que cuidemos unos de otros en espera de tu vuelta, no dejes que decaigan nuestros brazos abatidos por el cansancio o por el sueño. No nos abandones al poder de nuestro pecado y nuestra iniquidad. Tú que nos llamas "siervos" concédenos reconocernos en ti, ya que te has hecho siervo nuestro.

«Estad alerta, vigilad», es lo que nos mandas: como quien pasa la noche de guardia atento a cualquier ruido nocturno porque puede ser precursor de algo inesperado, haz que tengamos el ojo avizor y el oído atento para percibir dónde estás y dónde nos llamas a colaborar contigo.

 

CONTEMPLATIO

Una pregunta seria. Vigilar: ¿qué significa para Cristo? Estar vigilantes. No se trata solamente de creer, sino de estar alerta. ¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue cuando se retrasa? ¿Estar ansiosos por algo que puede suceder o no? Vigilar por Cristo se asemeja algo a todo esto. Vigilar con Cristo es mirar hacia delante sin olvidar el pasado. No olvidar lo que ha sufrido por nosotros es perdernos en contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar continuamente en el propio ser la pasión y agonía de Cristo, es revestirse con gozo del manto de aflicción que Cristo quiso llevar y luego dejarlo subiendo al cielo. Es separación del mundo sensible y vivir en el mundo invisible con el móvil de que Cristo vendrá como dijo. Es deseo afectuoso y agradecido de esta segunda venida de Cristo: esto es vigilar (J. H. Newman, Diario spirituale e meditazioni, Novara s.f., 91-93).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La espera no es una actitud muy común. No se suele pensar con mucha simpatía en la espera. De hecho, la mayor parte de la gente piensa que la espera es una pérdida de tiempo...; quizás porque la cultura que nos ha tocado vivir dice «¡Venga!, ¡haz algo! ¡Demuestra que eres capaz de actuar! ¡No te quedes sentado esperando!»

Sin embargo, esperar es una actitud enormemente radical en la vida. Es confiar en que sucederá algo que supera con mucho nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. Es vivir con la convicción de que Dios nos va formando con su amor divino y no con nuestros temores. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, estamos a la espera, activamente presentes en el momento actual, esperando la novedad que acontecerá, novedad que va más allá de nuestra propia imaginación o previsión. Esta actitud, ciertamente, es muy radical en la vida en este mundo preocupado en controlar los acontecimientos (H. J. M. Nouwen, The Patn of Waiting, Nueva York 1995).

 

Primer domingo de adviento Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 33,14-16

14 Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel.

15 Entonces, en aquellos días, suscitaré a David un germen de justicia, que practicará el derecho y la justicia en la tierra.

16 En aquellos días se salvará Judá, Jerusalén vivirá en paz, y le llamarán así: «Señor-nuestra-justicia».

 

**• La lectura es un breve extracto de los "oráculos de esperanza" de Jeremías (Jer 30-33) y contienen palabras de confianza para el futuro. Podemos pensar que fueron pronunciadas hacia el año 587 a.C, cuando la ciudad de Jerusalén estaba a punto de caer en manos del enemigo.

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel» (v. 14): Jeremías había pronunciado palabras de amenaza sobre la ciudad de Jerusalén infiel, pero ahora que el castigo es inminente, proclama que Dios tiene en su mente "palabras buenas", es decir, la promesa y el proyecto de una ciudad nueva donde habite la justicia. Jeremías, a continuación, quiere indicar que no se tratan de palabras hueras o de ideales utópicos o nebulosos, sino de palabras que cobran consistencia en la historia de la ciudad y del pueblo.

Para convertir en realidad esta promesa de bien enviará a un descendiente de David, un Mesías «germen de justicia» (v. 15), expresión que no se reduce al sentido de vástago legítimamente descendiente de David, sino como promesa de un rey que tendrá de verdad la justicia como programa. En el desarrollo de este programa se manifestará el rostro de Dios como "justo". A Jerusalén se le impondrá un nombre nuevo ideal: «Señor-nuestra-justicia», es decir, será el testimonio vivo de la justicia de Dios. El nombre quizás haga alusión al último rey, Sedecías, quien no supo estar a la altura del proyecto que manifiesta su nombre (en hebreo significa "justicia del Señor"). Dios, sin embargo, se manifestará precisamente en el momento en que aparecerá su fidelidad a la promesa de edificar un pueblo nuevo, fundado en la justicia.

 

Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2

Hermanos:

12 ¡Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros y hacia todos, tan grande como el que nosotros sentimos por vosotros!

13 En fin, que cuando Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus santos, os encuentre interiormente fuertes e irreprochables como consagrados delante de Dios, nuestro Padre.

4.1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor, a que pongáis en práctica lo que aprendisteis de nosotros en lo que al comportaros y agradar al Señor se refiere, para que progreséis más y más cada día.

2 Sabéis qué normas os dimos de parte de Jesús, el Señor.

 

*»• La comunidad espera la parusía, cuando «Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus santos» (v. 13). Todas las exhortaciones de Pablo tiene sentido bajo esta luz.

La iglesia de Tesalónica no es muy problemática para el Apóstol, por eso los consejos se dirigen al día a día de la vida del creyente. Exhorta a esos cristianos a seguir comportándose como ya lo hacen, pero tratando de mejorar constantemente su conducta. La exhortación fundamental es la de mantener viva la caridad (v. 12), ya que constituye el núcleo esencial de la santidad y es la auténtica "forma" de la tensión del cristiano por la venida de Jesús (v. 13).

Otro principio de fondo que, según Pablo, debe configurar toda la vida cristiana es el deseo de «agradar al Señor» (4,1). No hay que tener como norma la aprobación de los hombres, sino lo que agrada a Dios. En el mismo versículo encontramos una invitación que puede pasar desapercibida, aunque sea bastante rara en Pablo: «Para que progreséis más y más cada día».

El Apóstol piensa en una vida cristiana en continuo crecimiento y en constante profundización, ya que la hondura del amor de Dios que nos llama es inagotable.

 

Evangelio: Lucas 21,25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas.

26 Los hombres se morirán de miedo, al ver esa conmoción del universo; pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas.

27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad.

28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

34 Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros.

35 Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra.

36 Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.

 

*» El relato litúrgico del evangelio se compone de dos fragmentos del llamado "discurso apocalíptico" de Jesús en la versión de Lucas.

En la primera parte (w. 25-28) el discurso se centra en la venida del Hijo del hombre. El Hijo del hombre es el que ha sido humillado y ha padecido por toda la humanidad y al que Dios ha resucitado de entre los muertos, reconociéndolo como Hijo, salvador universal. El cristiano espera el día de su manifestación «con gran poder y majestad» (v. 27), espera que aparezca, plenamente visible, su victoria sobre el mal y su señorío universal.

Según Lucas, el día del Hijo del hombre se anuncia con ciertos signos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos...» (v. 25). No se trata de manifestaciones que nos permitan calcular con anticipación el momento de la venida de Jesús. Se trata, por el contrario, de acontecimientos que se darán siempre, en cualquier tiempo. De hecho, siempre sucederán catástrofes naturales o desórdenes y acontecimientos dolorosos, lo cual indica que el hombre siempre debe estar a la espera de la venida de Jesús.

Con todo, se darán dos modos de leer los signos: el del que espera con miedo el final de un mundo encaminado a la desaparición y la nada (de ahí la angustia, la locura, el miedo: w. 25-26); y la del que, creyendo, no infravalora el mal, pero a pesar de todo "levanta la cabeza" y abre el corazón a la esperanza porque está seguro de la liberación (v. 28).

En la segunda parte el evangelista resalta dos imperativos:

«Procurad» (v. 34), y «velad y orad» (v. 36). Es preciso tener cuidado con lo que embota el corazón y apaga la esperanza. Hay que vigilar -y aquí aparece la añadidura de la preciosa invitación a la oración- para evitar la perversa fascinación del mal y estar lúcidos para esperar al único que da sentido a nuestra historia: al Hijo del hombre.

 

MEDITATIO

Sin duda, tenemos momentos en que nos centramos en los graves problemas que nos afectan directamente, o a nuestra familia o comunidad. La comunidad creyente con frecuencia precisa echar mano de los consejos más ordinarios, como los que da Pablo a los tesalonicenses. Todos necesitamos fortalecer nuestra fidelidad cotidiana al estilo que nos marca el evangelio, conscientes de que, aunque no tengamos problemas graves, no debemos vivir con una fe encogida ni debemos dar por supuesta la caridad.

Las lecturas bíblicas son una invitación a esperar la venida del Señor con caridad y justicia. El amor del que habla Pablo es un amor "desbordante": «05 haga crecer y rebosar». Si ponemos límites o diques a nuestro amor, no es amor; nuestra caridad cristiana debe encontrar su mejor imagen en la de un río cuyas aguas no se pueden contener.

Además se trata de un amor "recíproco", visible dentro de la Iglesia, y un amor "a todos", expresando así también amor hacia el exterior. No olvidemos que esta llamada a la caridad se da para una Iglesia donde las relaciones con la ciudad no son fáciles. Nuestra caridad con los más próximos y con los lejanos tiene una misma procedencia y una puede ser, hoy para nosotros, la medida de la autenticidad de la otra.

Además es un amor que se debe manifestar más si se desempeña un ministerio en la comunidad; Pablo ha dado ejemplo: «Lo mismo que nosotros os amamos».Finalmente, aparece la caridad que nos lleva a una fe sólida y a la santidad, una solidez que resiste hasta la venida de Cristo: «Para que cuando Jesús nuestro Señor se manifieste, os encuentre interiormente fuertes e irreprochables» (1 Tes 3,13). Reconocemos y confesamos que Jesús es el Señor, sabiendo que su señorío se extiende ya ahora en el mundo donde nos encontramos viviendo su amor.

 

ORATIO

«A ti, Señor, levanto mi alma»: al comienzo del adviento renace en mí la esperanza de volver a caminar por tus sendas que con frecuencia he abandonado. Tu invitación a levantar la cabeza para ver la cercana liberación es lo que mueve mi esperanza. Por eso, a ti levanto mi alma. La promesa de tu venida sostenga de nuevo mi compromiso por obrar el bien.

«Señor, enséñame tus caminos»: al pedirte que endereces mi camino, comprendo que no puedo nada si tú mismo no me enseñas tus caminos. No sólo eso, tú mismo eres el Camino, tú eres el «germen de justicia» capaz de hacer justos nuestros caminos, tú eres el único por el que pueda decidir de nuevo gastar mis días en la caridad.

«Enseñas el camino justo a los pecadores»: Quiero ser sincero, Señor. Ante tu promesa siento todavía más fuerte el tirón de mis distracciones y los afanes que embotan el corazón, observo la capa opresora de males que afligen al mundo en el que vivo y que nos llevan con frecuencia a contentarnos con una vida ordinaria, sin relieve.

Ábrenos a la esperanza, para que no dejemos de pensar noblemente y para que, en definitiva, podamos agradarte.

 

CONTEMPLATIO

Esperamos el día del aniversario del nacimiento de Cristo: levántese nuestro espíritu rebosante de gozo, salga al encuentro de Cristo que viene, siempre adelante con ardor impaciente, casi incapaz de contenerse o de soportar la tardanza... Pido para vosotros, hermanos, que el Señor, antes de aparecer para todo el mundo, venga a visitar vuestro interior. Esta venida del Señor es oculta pero admirable y pone al alma que contempla en la admiración dulcísima de la adoración. Bien lo saben los que lo han experimentado; quiera Dios que quienes no lo han experimentado lo obtengan por el deseo (Guerrico de Igny, Sermones de Adviento, II).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No queda defraudado quien en ti espera» (Sal 24,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tendrá lugar entonces, sin duda, la Parusía sobre una Creación llevada al paroxismo de sus aptitudes para la unión. Revelándose al cabo la acción única de asimilación y de síntesis que se proseguía desde el origen de los tiempos, el Cristo universal brotará como un rayo en el seno de las nubes del Mundo lentamente consagrado.

Las trompetas angélicas no son más que un débil símbolo. Agitadas por la más poderosa atracción orgánica que pueda conocebirse (¡la fuerza misma de cohesión del universo!), las mónadas se precipitarán al lugar en que la maduración total de las cosas y la implacable irreversibilidad de la Historia entera del Mundo las destinarán irrevocablemente; las unas, materia espiritualizada, en el perfeccionamiento sin límites de una eterna comunión; las otras, espíritu materializado, en las ansias conscientes de una interminable descomposición.

De este modo se hallará constituido el complejo orgánico: Dios y Mundo, el Pleroma, realidad misteriosa que no podemos decir sea más bella que Dios solo, puesto que Dios podía prescindir del Mundo, pero que tampoco podemos pensar como absolutamente accesoria sin hacer con ello incomprensible la Creación, absurda la Pasión de Cristo y falto de interés nuestro esfuerzo.

Entonces será el final.

Como una marea inmensa, el Ser habrá dominado el temblor de los seres. En el seno de un Océano tranquilizado, pero que en cada gota tendrá conciencia de seguir siendo ella misma, terminará la extraordinaria aventura del mundo. El sueño de toda mística habrá hallado su manifestación plena y legítima. Dios será todo en todos (P. Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre, Madrid 1965, 378- 379).

 

 

Lunes de la primera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 2,1-5

1 Visión que tuvo Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y Jerusalén.

2 Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas.

Hacia él afluirán todas las naciones,

3 vendrán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas».

Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.

4 Él será juez de las naciones, arbitro de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados, de sus lanzas podaderas.

No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra.

5 Estirpe de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor.

 

*• El profeta Isaías nos ofrece su mirada de creyente sobre el curso de la historia humana, para él no camina hacia una catástrofe sino hacia el don divino de la paz universal. La visión profética distingue en la historia humana un movimiento ascendente en correspondencia con el movimiento descendente de Dios, quien hace "salir" su Palabra para atraer hacia sí a los hombres (v. 3).

El movimiento tiene un signo positivo: todos los pueblos tenderán a la unidad. La ruina sucedió en Babel, donde fueron confundidas las lenguas y la dispersión entró en la vida humana. Isaías ve, en cambio, el prodigio de un movimiento opuesto: los hombres convergen hacia un centro, vuelven a unirse, se supera y olvida la lejanía de Dios, Jerusalén será ciudad de Dios para siempre.

Para lograrlo, el Señor establece una "escuela" alternativa: la "escuela de su Palabra", que, con la fuerza de su promesa, suscita un mundo de paz y proyecta en dirección positiva las energías del hombre, inclinadas al mal y a la muerte: «De las espadas forjarán arados...» (v. 4).

Ciertamente, las obras humanas siempre serán parciales y frágiles, pero deben ayudar a comprender que la vida, con su proceder - a veces doloroso y con sufrimiento-, es una santa peregrinación iluminada con la luz que mana del «monte del templo del Señor» (v. 2). Se trata de una luz que no sólo iluminará con todo su esplendor al final de los tiempos, sino que ya desde ahora orienta el camino del pueblo de Israel: «Estirpe de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor» (y. 5).

 O bien en el ciclo A:

Primera lectura: Isaías 4,2-6

2 Aquel día el vástago del Señor será motivo de honor y de gloria; y los frutos del país constituirán el orgullo y el adorno de los supervivientes de Israel.

3 Al resto de Sión, a los que queden en Jerusalén, a los destinados a vivir en ella, los llamarán consagrados.

4 Cuando el Señor lave la mancha de las mujeres de Sión, y limpie en Jerusalén la sangre derramada, con viento justiciero, con viento ardiente,

5 entonces vendrá sobre el monte Sión y su asamblea una nube de humo por el día, y un resplandor de fuego llameante por la noche. La gloria del Señor lo cubrirá todo,

6 como tienda que da sombra contra el calor del día, abrigo y refugio contra la lluvia y la borrasca.

 

**• La promesa divina viene en auxilio de un pueblo que ha experimentado el pecado y sus trágicas consecuencias (v. 4). Espera a un hombre nuevo, indicado con el término simbólico de «vástago», que el Señor envía para sacar al país de la crisis: él es en verdad «honor, orgullo, adorno» para el país. Los caldeos también pensaban que Babilonia gozaba de esta condición de «joya y orgullo» (Is 13,19), y los israelitas decían lo mismo de Samaría (cf. Is 28,1-6). Una y otra eran para sus habitantes corona de esplendor, diadema gloriosa. Pero el Señor juzgará a ambas. Sin embargo, Jerusalén podrá contar con la presencia del «vástago», signo concreto de la fidelidad divina con la ciudad santa.

El profeta propone a continuación, como en Is 1,9, el tema del «resto» (v. 3). Si para los asirios "el resto" representaba despectivamente los pueblos sometidos a su dominio, para el profeta "el resto" es el remanente de Israel. Constituir parte del "resto" no es cosa humillante, porque con él el Señor puede llevar a cabo nuevos prodigios y nuevas obras de salvación, prescindiendo de que sean pocos los destinatarios. Éstos, formando parte de los rescatados y salvados de la muerte, muestran que la iniciativa proviene del amor fiel de Dios, que encuentra en ellos una respuesta fiel a la elección.

Los w. 3-6 describen la condición de los que quedan en Sión. Se llamarán santos, porque la relación entre Dios y este "resto" prevé una purificación. Por eso la nueva Sión, santificada por el Espíritu del Señor, verá renovarse los prodigios del éxodo y toda la asamblea litúrgica, antes contaminada por un culto vacío y formalista, será visitada por el Señor del éxodo (v. 5).

 

Evangelio: Mateo 8,5-11

5 Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7 Jesús le respondió:

-Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión:

-Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano. 'Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve! y va; y a otro: ¡ven! y viene; y a mi criado: ¡haz esto! y lo hace.

10 Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:

-Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del reino de los cielos.

 

*•• ¡Nada maravilla tanto a Jesús como la fe! El encuentro en Cafarnaún con el centurión tiene su centro precisamente en la manifestación de su fe y en el gran elogio proclamado por Jesús. Es paradójica la identidad del que reclama la ayuda de Jesús: se trata nada menos que de una persona impura, puesto que es un pagano, un soldado representante del poder responsable de la ocupación de la tierra de Israel. Y, sin embargo, explícita su propia fe convencida, concreta, acompañada por un profundo sentido de su propia indignidad siendo consciente de no poder presentar ninguna excusa (v. 8).

Reconoce la elección de Israel, pero en su fe auténtica sabe que el poder de la Palabra de Dios, manifestado en Jesús, no tiene fronteras. Y como él experimenta en su vida ordinaria la eficacia de sus órdenes como centurión, con mayor razón será eficaz la palabra de Jesús contra la enfermedad del siervo.

Aquí aparece la reacción de Jesús, estupefacto y asombrado, que alaba la fe de este "pagano" como auténtica fe salvífica. El evangelista, al conservar esta narración, propone en el comportamiento del oficial romano un ejemplo del camino de fe del discípulo; se pasa de la confianza en Jesús que puede y quiere curar, a la acogida de su persona como enviado de Dios, a la apertura sincera y total de la fe.

Mateo añade una frase evocando el banquete al final de los tiempos en que también participarán los paganos. No es un pagano quien lo escribe, sino que es Mateo el hebreo, que pretende espabilar y animar a sus propios hermanos, quizás muy seguros de su elección.

 

MEDITATIO

En Jesús, dirigiéndose a la casa del centurión, descubro el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Y si Dios manifestado en el Nazareno es aquel que quiere entrar en mi casa, en mi vida, también es el que -como indica el profeta Isaías- desea llevar a cada uno de nosotros a morar en su casa, a compartir su propia vida. Si acepto su Palabra poniéndome en camino, me abrirá la intimidad de su morada. Su amor actúa para formar en mí, en mis hermanos y hermanas una humanidad que olvide el odio, las guerras y el pecado en cualquiera de sus manifestaciones y se dirija hacia la meta de una reconciliación con él y hacia una renovada unión y comunión entre las personas, los grupos y los pueblos.

Dios me invita a colaborar con su sueño, sobre todo acogiéndolo con fe, amando su voluntad y deseando sus promesas. La fe no es herencia étnica, cultural o algo por el estilo, ni siquiera un habitas religioso de algunos, sino la decisión de mi libertad humana por ser alumno en la escuela de la Palabra de Dios que me atrae a sí. Entonces, como el centurión, experimentaré en mi interior sentimientos de humildad y confianza.

Humildad renunciando a salvarme por mis propios medios en un delirio de autosuficiencia; confianza consciente de que el Señor puede salir a mi encuentro en cualquier situación dirigiendo mis pasos por sus caminos de vida y de luz.

 

ORATIO

¡Ven, Señor! El mundo te necesita y necesita tu promesa; necesita que tus palabras nos instruyan en lo hondo del corazón y nos muestren los caminos de la paz. Sin ti nuestro pobre mundo sólo conocería la prepotencia y los senderos insensatos de las incomprensiones, de las divisiones y de la violencia. Pero si tú vienes a instruirnos, veremos el nacer de una nueva humanidad, una humanidad capaz de mirar a lo alto y caminar sin prevaricaciones y en solidaridad hacia un centro de atracción común.

¡Ven, Señor! Ilumina nuestros pasos con tu luz y fortalece nuestros corazones, para que tengamos la osadía de forjar podaderas de las lanzas y arados de las espadas. Sólo con tu amor podremos emplear para el bien las energías que tenemos en vez de la fuerza terrible de laceración y disgregación. ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven, Señor! Esperamos tu venida en nuestras vidas; contigo tenemos luz, curación, paz. Con el centurión del evangelio te manifestamos la admiración y gratitud por haberte hecho compañero de viaje y nuestro huésped: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).

 

CONTEMPLATIO

Señor, Dios mío, dime por tu misericordia quién eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salvación (Sal 34,3).

Dilo de modo que lo oiga. Ante ti están los oídos de mi corazón, Señor; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu salvación». Que corra tras esta voz y me una a ti. No me escondas tu rostro: que muera porque no muero para verlo.

La casa de mi alma es demasiado estrecha para que puedas entrar: dilátala. Está en ruinas: repárala. Está llena de trastos que no te agradan: lo sé, no lo niego, ¿quién podrá purificarla? A quién sino a ti gritaré: Purifícame, Señor, de mis culpas ocultas, líbrame de mis faltas.

Creo, por eso hablo, Señor, tú lo sabes (San Agustín, Confesiones, 1,5-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando el Hijo vino a los suyos, éstos no le recibieron. El "patriotismo" del pueblo elegido debería consistir en la fe en Dios y su Palabra, y, por lo tanto, en su nueva Palabra. Pero el Verbo encarnado no encontró esa fe. Aquel pueblo había regulado, desde hacía mucho, su propia relación con Dios, pensando que no había que cambiar nada. Le parecía que su alianza con Dios era una razón para no dejarle acercarse más, y que su obediencia de antaño le dispensaba ahora de escucharle más de cerca lo que Dios quería decirle.

El Hijo no encontró ya fe en el pueblo que creía en el Padre, porque era ya demasiado "creyente". Sin embargo, encontró esta fe en un centurión de los ejércitos paganos que ocupaban el país. El que todo lo sabe desde siempre se admiró. Durante toda su vida esta admiración permaneció en el corazón del Hijo del hombre y también la conmoción respecto a muchos que parecen estar fuera y están dentro, y otros que, nacidos ciudadanos del Reino, serán arrojados a las tinieblas exteriores. Y es que la fe sin condiciones con frecuencia brota más fácilmente del corazón de los "no creyentes" que del corazón de aquellos creyentes ortodoxos de toda la vida, y el cielo encuentra la penitencia sincera más en los pecadores que en los que piensan que no necesitan penitencia (K. Rahner, Glaube, der die Erae liebt, Friburgo 51971).

 

 

Martes de la primera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 11,1-10

1 Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces.

2 Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor.

3 (Lo inspirará el temor del Señor). No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas.

4 Juzgará con justicia a los débiles, sentenciará a los sencillos con rectitud; herirá al violento con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado.

5 Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, el cinturón de sus caderas.

6 Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos.

7 La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey,

8 el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid.

9 Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque la sabiduría del Señor colma esta tierra como las aguas colman el mar.

10 Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

 

*•• En un escenario desolador, en una selva talada y algunos árboles tronchados, nace un «renuevo» (v. 1), signo de vida y de bendición. El tronco del que brota es la familia davídica, probada por las tragedias de la historia y la infidelidad del pecado. Pero Dios es fiel y recuerda la promesa hecha a David de establecer por siempre su trono. La alusión al «tronco de Jesé», padre de David, recuerda que Dios lleva a cabo sus maravillas no con el David poderoso, sino con el David pequeño, insignificante a los hombres, pero amado por Dios y elegido por él (cf. 1 Sm 16,1-13).

La promesa de Dios se sintetiza en el don divino por excelencia: el Espíritu (v. 2). El Espíritu que era el don de Dios a los jefes libertadores de Israel, a los jueces carismáticos, a los profetas y sacerdotes, a los sabios; aunque todavía no era un don pleno y estable. Sin embargo, según el oráculo presente, el Espíritu se concederá de modo pleno y estable al descendiente de David, a este renuevo del «tronco de Jesé»: «Sobre él reposará el Espíritu del Señor» (v. 2). La plenitud del Espíritu, manifestada en nuestro texto por la cuádruple aparición del término "espíritu", confiere al pequeño rey la totalidad de dones y carismas traducidos en un gobierno justo.

La última parte del texto se ensancha con dimensiones universales: el reino de este niño no se limitará a Jerusalén, sino a toda la humanidad y toda la creación. Con él aparecerá un mundo renovado radicalmente reconciliado, una especie de "nuevo paraíso", cuyo centro es el monte santo de Dios, con la presencia de Dios pacificadora y victoriosa sobre todo mal. De este modo el país será objeto de una inundación, no de hordas enemigas armadas, sino del sabroso fruto del Espíritu que es la «sabiduría del Señor» (v. 9).

 

Evangelio: Lucas 10,21-24

21 En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo:

-Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

22Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

23 Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado:

-Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.

24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

**• Jesús reconoce la verdad de su propia vocación de Hijo a través de la fe de los pequeños, es decir, de los que -aun siendo desfavorecidos al parecer de los hombres de religión- han acogido con gratitud y humildad la predicación de los setenta y dos discípulos. Es una realidad que se descubre y celebra con la fuerza del Espíritu, el único que permite al hombre poder leer, en las situaciones más diversas, la voluntad de Dios.

Su grito de «júbilo en el Espíritu» (v. 21) permite intuir el tenor de los acontecimientos por los que se manifiesta la vocación filial de Jesús. Él, a pesar del fracaso de su propia misión y el éxito parcial de la de los discípulos, da gracias al Padre por sus designios insondables, que revelan el misterio del reino a los últimos, los humildes, y los oculta a los soberbios. Esta acción de gracias es reconocer la obra maravillosa de Dios, su acción que confunde la sabiduría humana.

Ahondando más, Jesús admira el "conocimiento" que de él tiene el Padre y, a la vez, exalta el conocimiento que le ha concedido del plan de Dios. Pero hay algo más: en este conocimiento del verdadero rostro de Dios da entrada a sus propios amigos, los que aceptan participar en la familiaridad íntima que lo une al Padre (v. 22). La verdadera felicidad de los discípulos consiste en la participación en esta familiaridad que le hace vivir no ya en el tiempo de la espera, sino en el de la presencia de la salvación (v. 23), ansiada por Israel a lo largo de los siglos.

 

MEDITATIO

Dios actúa de modo imprevisible, desconcertando nuestra sabiduría humana. Ciertamente, los caminos que nos hace recorrer para llevarnos a la salvación son inéditos, nuevos, inesperados, como sugiere el tema del "renuevo de Jesé". El retoño que comienza a despuntar en tronco talado, en medio de un bosque desolado, me recuerda su fidelidad, su promesa inquebrantable y el privilegio de los humildes y pequeños a sus ojos.

También yo seré un privilegiado si acojo el don del Espíritu, que se posó sobre Jesús, el renuevo mesiánico. Y como Jesús, con la fuerza del Espíritu, ha podido descubrir en los éxitos controvertidos de su propia misión el plan sabio del Padre, también yo podré gozar de la atención delicada y llena de ternura que Dios reserva a los pobres y sencillos.

Entonces me encontraré entre aquellos a los que el Hijo revela el misterio de amor de su Padre dándoles entrada en su misma relación de comunión e intimidad.

El Hijo amado del Padre viene a regalarme la vida filial, la verdadera sabiduría, el don del Espíritu con el que Dios quiere colmarme y al mundo entero para superar los desgarrones y divisiones, que parecen ser la triste herencia de los humanos.

 

ORATIO

Señor Jesús, renuevo de Jesé, el Padre ha posado sobre ti el Espíritu. Derrama en nosotros el Espíritu que nos guíe en la búsqueda de la verdadera sabiduría para saber vivir bien y lograr la felicidad verdadera. Derrama en nosotros tu Espíritu, para que nos conceda el comprender nuestra historia en el plan de Dios Padre. Derrama en nosotros el Espíritu de consejo y valentía, para poder tomar decisiones juiciosas y concretizarlas en hechos con perseverancia, paciencia y tenacidad.

Derrama en nosotros el Espíritu de conocimiento, para poder tener contigo una profunda familiaridad que nos permita penetrar los secretos de tu corazón manso y humilde.

Derrama en nosotros el Espíritu del temor del Señor, para que la voluntad del Padre sea verdaderamente el centro de nuestros pensamientos, deseos y proyectos.

Derrama en nosotros el Espíritu con el que revelas al Padre a los pequeños, a los pobres, para que nos haga pobres, gozosos y libres a imitación tuya, el Hijo que nos colma de alegría.

 

CONTEMPLATIO

Soy consciente, Padre omnipotente, de que tú debes ser el fin principal de mi vida, de suerte que mis palabras y sentimientos te expresen. Permíteme dirigirme a ti, Señor, que te hable con toda libertad. Soy un pequeño en la tierra, pero encadenado por tu amor.

Antes de conocerte, estaba oculto el sentido de mi vida y carecía de significado mi existencia. Gracias a tu misericordia he comenzado a vivir: he disipado mi ambigüedad.

He sido instruido en la fe, inmerso en ella sin remedio. Señor, perdóname, no puedo librarme de ti, pero podría morir de ti.

A lo largo del tiempo han surgido infinidad de teorías, pero han llegado tarde; antes de darles oído te he dado mi fe. Ahora soy tuyo (Hilario de Poitiers, La Trinidad, I).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo te alabo, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos» (Lc 10,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No nos lamentemos demasiado fácilmente de la falta de tiempo para leer y no la hagamos responsable de un estado espiritual imputable con frecuencia a nuestra falta de decisión (la decisión de llevar las cosas a la práctica). Volvamos asiduamente al evangelio, a cualquier libro sólido, y tratemos de asimilarlo para vivirlo. No dejemos que se vaya agrandando la fisura entre verdad buscada y meditada y el llevar a la práctica sus exigencias. Es preciso exponer nuestra vida a la luz del Espíritu de Jesús, esforzándonos por practicar el sermón de la montaña, el discurso de la última Cena, el Vía Crucis, las parábolas de la oración y de la fe, y sobre todo el mandamiento del amor: ahí encontraremos la verdadera ciencia de Cristo, la que poseían los apóstoles.

Cualquier momento del día se nos brinda como algo único e irrepetible; por eso, los que no se han abandonado suficientemente al Espíritu y dependen de modo muy rígido de un ideal moral especulativo, no llegan a la santidad perfecta, viva, en consonancia con las exigencias de la vida. Su santidad es artificial, rígida, careciendo del impulso y espontaneidad del amor; son incapaces de un acto de locura en la pobreza, en el amor al prójimo; no viven el Evangelio del Salvador (...).

La lectura de una biografía o de los escritos de los santos con frecuencia son más eficaces para una auténtica vida espiritual que la lectura de libros doctrinales. Velad constantemente por mantener un gran equilibrio en vuestra vida, para conservarla siempre en la sencillez del momento presente y para llevar a la práctica el Evangelio (R. Voillaume, Come loro, Turín s.f.).

 

 

Miércoles de la primera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 25,6-10a

6 El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados.

7 Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos, el sudario que tapa a todas las naciones.

8 Destruirá la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los rostros, y borrará de la tierra el oprobio de su pueblo -lo ha dicho el Señor-.

9 Aquel día dirán: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación, éste es el Señor en quien confiábamos; alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado».

10 Se ha posado en este monte la mano del Señor.

 

**• La imagen del banquete constituye uno de los símbolos fundamentales para expresar la comunión, el diálogo, la fiesta, la victoria. El banquete anunciado por el profeta Isaías para el final de los tiempos celebra la victoria de Dios sobre los poderes que esclavizan al hombre, proclamando su realeza universal. El lugar de este banquete, abierto a todos los pueblos, es también bastante significativo: se trata de Sión, lugar simbólico de la elección de Israel.

En el banquete el Rey ofrece regalos a los invitados, a la usanza de los reyes y príncipes al ser entronizados. El primer regalo es su presencia, su manifestación a los pueblos que antes caminaban como ciegos: «Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos» (v. 7). A este don sigue otro más llamativo: aniquilará la muerte. A continuación Dios, amorosamente, enjugará las lágrimas de todos los rostros, consolará a todos de su dolor. ¡Éste es un tercer regalo personalizado!

Esta esperanza estriba exclusivamente en la promesa de Dios y no en las conjeturas del hombre sobre su futuro, como subraya el v. 8: «Lo ha dicho el Señor». En este punto desborda el himno de alabanza por la victoria del Señor quien, aun antes de derrotar a los enemigos, se constituye en salvación del pueblo que ponga en Dios su esperanza: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación» (v. 9).

 

Evangelio: Mateo 15,29-37

29 Jesús partió de allí y se fue a la orilla del lago de Galilea; subió al monte y se sentó allí.

30 Se le acercó mucha gente trayendo cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies y Jesús los curó.

31 La gente se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos caminaban y los ciegos recobraban la vista; y se pusieron a alabar al Dios de Israel.

32 Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

-Me da lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino.

33 Los discípulos le dijeron:

-¿De dónde vamos a sacar en un despoblado pan para dar de comer a tanta gente?

34 Jesús les preguntó:

-¿Cuántos panes tenéis?

Ellos respondieron:

-Siete, y unos pocos pececillos.

35 Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo.

36Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y se los iba dando a los discípulos, y éstos a la gente.

37 Comieron todos hasta saciarse, y recogieron siete cestos llenos de los trozos sobrantes.

 

*•• El marco que encuadra el episodio de la segunda multiplicación de los panes es el de Jesús misericordioso que cura a los enfermos (v. 30) y que da a todos su alimento, signo del banquete mesiánico.

Su misericordia es la que se da cuenta de lo que los discípulos no advierten: el hambre y debilidad de sus oyentes. Por eso Jesús, antes de actuar, convoca a sus discípulos, para que participen en su visión compasiva con los pobres y necesitados (v. 32).

El hecho de que poco antes el evangelista nos haya narrado un viaje de Jesús a tierra extranjera (cf. Mt 14,13-21) nos hace pensar que el gentío le sigue desde lejos y pertenecía al mundo pagano. Mateo, aun siendo consciente de que la misión universal es postpascual (cf. Mt 28,18-20), quiere subrayar la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesús y se proyecta a todos los pueblos.

En la primera multiplicación (Mt 14,13-21) Jesús se manifestó como el buen Pastor de Israel, haciendo visible la fidelidad de Dios con su pueblo. Ahora son todos los que son invitados al banquete mesiánico, incluso los paganos por la misericordia de Dios.

El pan que reparte recuerda el banquete en el que hay sitio para todos: el número «siete» de las cestas de pan sobrante, como el número «cuatro mil» de los comensales (los cuatro puntos cardinales), simboliza también el tema de la salvación universal que lleva a cabo Jesús.

 

MEDITATIO

Las lecturas bíblicas nos ofrecen una ilustración coherente del rostro de Dios, que viene a sanar nuestra humanidad herida y a saciar nuestras ansias de salvación.

Aparece el retrato de la espera de esa salvación que sólo Dios puede conceder, iluminando nuestros corazones asediados por la ignorancia de Dios y por el desaliento. De hecho, nos reconocemos en el hambre de salvación de la multitud de pobres y enfermos que se agolpan en torno a Jesús. Aparece la imagen de un Dios anfitrión que prepara el banquete para todos y nos ama a cada uno de nosotros con un amor personal que llega hasta a enjugar las lágrimas de cada rostro.

El misterio de la misericordia divina asume para nosotros los rasgos del rostro y gestos de Jesús que sana a los enfermos y sacia con su pan a la multitud hambrienta que le sigue desde hace días. En la hondura de esta compasión de Jesús se nos hace visible el rostro de un Dios médico que cura nuestra humanidad cansada, desmayada y enferma. En él encuentro al divino y generoso anfitrión que me acoge a su mesa y me declara lo importante y precioso que soy a sus ojos.

 

ORATIO

Señor Jesús, venimos a ti, fatigados por nuestras limitaciones, afligidos por nuestras culpas, desilusionados de tantas "mesas" en las que no saciamos nuestra hambre ni apagamos nuestra sed. Te pedimos nos consueles y cures con tu amor, que nos sacies con tu pan y que apagues nuestra sed en la fuente de tu Espíritu.

Acrecienta en nosotros la feliz esperanza, la tensión por el banquete de vida plena y definitiva que, con el Padre, preparas para todos los pueblos. Te bendecimos por tu compasión con los pobres y enfermos con la que nos revelas la bondad misericordiosa del Padre.

Te bendecimos también por el pan de cada día, signo de tu solicitud con nosotros.

Te pedimos que refuerces nuestra caridad para que, en nuestro compartir y en el servicio, podamos ser auténticos testigos de tu gran corazón de pastor que sana y apacienta sus ovejas.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh pan dulcísimo!, cura el paladar de mi corazón para que guste la suavidad de tu amor. Sánalo de toda enfermedad, para no guste otra dulzura fuera de ti, no busque oro amor fuera de ti ni ame otra belleza fuera de la tuya, Señor hermosísimo.

Pan purísimo que contiene en sí toda dulzura y todo sabor, que siempre nos fortaleces sin que disminuyas: haz que pueda alimentarse de ti mi corazón y la intimidad de mi alma se colme de tu dulce sabor. Que se alimente de ti el hombre que peregrina todavía, para que, recreado con este viático, no desfallezca a lo largo del camino. Que pueda llegar con tu auxilio por la senda recta a tu Reino: allí ya no te contemplaremos en el misterio, como ahora, sino cara a cara. Y nos saciaremos de modo maravilloso sin que volvamos a tener hambre o sed por toda una eternidad (Juan de Fécamp, Oración para recitarla antes de Misa, 10-11, passim).

 

ACTIO

Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «Me da lástima de esta gente» (Mt 15,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Buscas maneras de encontrar a Jesús. Intentas conseguirlo, no sólo en tu mente sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que éste implica a su cuerpo lo mismo que al tuyo. Se hizo carne por ti, para que tú pudieras encontrarle en la carne y recibir su amor en ella.

Pero hay algo en ti que impide ese encuentro. Hay todavía mucha vergüenza y mucho sentido de culpabilidad en tu cuerpo, bloqueando la presencia de Jesús. Cuando estás en tu cuerpo, no te sientes realmente en casa; vives como arrojado en él, como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente puro para encontrarte con Jesús.

Cuando examinas con atención tu vida, te das cuenta de hasta qué punto se ha visto llena de miedos, especialmente de miedo a las personas con autoridad: tus padres, profesores, obispos, directores espirituales, incluso de miedo a tus amigos. Nunca te consideras igual a ellos y te colocas debajo cuando te encuentras delante de ellos. Durante la mayor parte de tu vida has sentido como si necesitaras su permiso para ser tú mismo (...).

No podrás encontrarte con Jesús en tu cuerpo mientras éste siga con montones de dudas y miedos. Jesús vino para librarte de esos lazos y crear en ti un espacio en el que pudieras estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.

No desesperes pensando que no puedes cambiar después de tantos años. Sencillamente entra en la presencia de Jesús como eres y pídele que te dé un corazón libre de todo miedo en el que él pueda estar contigo. No puedes hacerte a ti mismo diferente. Jesús vino para darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mente nueva y un cuerpo nuevo. Deja que él te transforme por su amor y te permita recibir su afecto en todo tu ser (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 54-55).

 

 

 

Jueves de la primera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 26,1-6

1 Aquel día se cantará este cantar en la tierra de Judá:

«Tenemos una ciudad fuerte; Dios la ha protegido con fortificaciones y murallas.

2 ¡Abrid las puertas, para que entre el pueblo justo, que se ha mantenido fiel!

3 Está firme su ánimo, mantiene la paz, porque ha puesto en ti su confianza.

4 ¡Confiad siempre en el Señor, que el Señor es la roca perpetua!

5 Doblegó a los que habitaban en lo alto; derribó a la ciudad encumbrada, la derribó hasta el suelo, la arrojó en el polvo,

6 y será pisoteada por los humildes, por los pasos de los pobres».

 

**• El himno de acción de gracias del profeta es muy denso teológicamente hablando y se expresa en la doble proclamación del auxilio del Señor que da un sólido sostén a la ciudad «fuerte» de Jerusalén (v. 1), en oposición a la soberbia Babilonia.

El himno lo cantan los habitantes de la ciudad, que necesita ser reconstruida y levantar murallas garantes de su seguridad. Pero a veces las "murallas" no sólo defienden de los enemigos; pueden convertirse en una especie de defensa del propio bienestar, en barrera contra los humildes.

Aparece una imagen muy bella en la que el profeta invita a abrir las puertas de la ciudad donde mora un pueblo no encerrado en sus propias seguridades, sino abierto al mundo. La ciudad se convierte en refugio también para otros, llamados «pueblo justo» (v. 2). La descripción de la gente que puede entrar en la ciudad en busca de refugio nos lleva a pensar que los moradores, sus habitantes, no son habitualmente ni justos, ni fieles, ni interiormente seguros.

Se invita a ese grupo étnico unido por vínculos de sangre, de autoridad e historia común a abrirse al «pueblo justo», «que se ha mantenido fiel» (v. 2). Solamente así, con esta apertura al otro, al pobre, los habitantes de la ciudad encontrarán la verdadera salvación y seguridad.

 

Evangelio: Mateo 7,21.24-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 -No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.

26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa, y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

 

*» Las dos imágenes evangélicas antitéticas del hombre prudente y del hombre necio y de los dos resultados contrapuestos corresponden a las fórmulas de la alianza de Dios con Israel, fórmulas que -según los diversos testimonios del Antiguo Testamento- concluyen siempre con una serie de bendiciones y maldiciones. Las frases conclusivas del sermón de la montaña nos dan a entender que bendición y maldición, salvación o destrucción no nos vienen dadas del exterior; son más bien la manifestación de la diversa consistencia del actuar humano y del cimiento en que se funda. Naturalmente que cuesta más construir sobre roca (v. 27), es mucho más cómodo edificar sobre extensas llanuras de arena, pero tales construcciones sin cimientos sólidos están destinadas a ser arrasadas por aguaceros y ventoleras (v. 27), Por consiguiente, es capital la calidad del cimiento; sólo apoyando las obras propias en una Palabra imperecedera de verdad es como la vida humana logra su realización, prescindiendo de exterioridades: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos» (v. 21). Ésta fue la tentación por parte de los carismático-entusiastas de la comunidad primitiva tendente a buscar obsesivamente milagros y manifestaciones espectaculares. Estos grupos olvidan que sólo una obediencia filial y seria a la voluntad del Padre indica la calidad del seguimiento de los discípulos de Jesús (cf. Mt 7,21-23).

 

MEDITATIO

Sólo viviré auténticamente mi discipulado escuchando y llevando sinceramente a la práctica la Palabra del Señor. Contra la tentación de hacer coincidir la vida cristiana con lo extraordinario -llámense exorcismos, curaciones o milagros- debo tratar de buscar los fundamentos de su firmeza: la obediencia cotidiana a la palabra del Señor encarnada en mi vida. El texto evangélico describe dos modos contrapuestos en los que puedo cimentar mi trabajo. Por una parte la búsqueda de lo sensacional, de la apariencia o vanidad de mis efímeras realizaciones.

Es un modo de enmascarar la inconsistencia de mi vida, ignorando que incluso la mínima acción buena que pueda ejecutar es un don de la gracia que exige humildad y agradecimiento. Al manifestarse la fragilidad de mi cometido, me aterrorizará lo mismo que el desplome repentino de una casa. Todavía no tengo morada en la «ciudad fuerte» habitada exclusivamente por «un pueblo justo que observa la lealtad» y que pone el cimiento de su existencia en el Señor, la roca eterna.

En la dirección opuesta aparece la firme decisión de no pretender apoyarme en palabras, en el peligroso juego del aparentar, sino cimentarme en la Palabra del Señor, fuente de seguridad y protección. Entonces incluso podré olvidar mis obras buenas: «Tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber» (Mt 25,35), manteniéndome lejos de cualquier autocomplacencia. De este modo experimentaré la verdad de lo que dice el Apocalipsis: «Dice el Espíritu, podrán descansar de sus trabajos, porque van acompañados de sus obras» (Ap 14,13). De hecho, a quien se gloría únicamente en la bondad del Señor se le abren las puertas de la «ciudad fuerte» y el Padre le concede la entrada en el Reino, como hijo amado.

 

ORATIO

¡Señor, eres la roca eterna y tus palabras son verdad y vida!

Ayúdame a construir mi vida en tus palabras, sólo así descubriré el cimiento que no vacila, un roca en la que estaré firme, un refugio seguro en las vicisitudes de mi existencia, una lámpara para mis pasos y luz en mi camino.

Perdona mi necedad por cuantas veces he buscado mi plenitud en otra parte, mi cimiento lejos de ti; por cuantas veces he construido sobre arenas movedizas mis proyectos sin confrontarlos con los tuyos, ilusionándome con la autosuficiencia de mis palabras en vez de con una amorosa y gozosa obediencia a tu voluntad.

Señor, acepta mi alma arrepentida y mi corazón humillado, ya que deseo ser y no aparentar, quiero llegar a ser, contando con tu ayuda, un miembro vivo de tu pueblo y anhelo caminar contigo en humildad y justicia, para poder morar en tu ciudad santa.

 

CONTEMPLATIO

«Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles» (Sal 126,1). Sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. Ésta es la casa y éste el templo de Dios, lleno de enseñanzas y prodigios de Dios, morada capaz de la santidad del corazón de Dios. Dios es quien debe construir esta casa (...). Debe levantarse con piedras vivas, aglutinada por la piedra angular, crecer con el cemento de la comprensión mutua, hacia el estado del hombre perfecto a la medida del cuerpo de Cristo, y adornada con la hermosura y esplendor de las gracias espirituales.

El sencillo comienzo de la edificación está lejos de su final, pero continuando en la construcción se llegará al culmen de la perfección (Hilario de Poitiers, Tratado sobre los salmos, 126,7-10, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es el tiempo del adviento del Señor, en el que Dios viene al encuentro del hombre para redimirlo, liberarlo, justificarlo, hacerle feliz.

Por eso en este tiempo sagrado debemos practicar el bien con mayor celo para merecer con su gracia ser visitados más intensamente.

Esforcémonos, hermanos, por penetrar en la casa de nuestro corazón, apresurémonos a abrir las ventanas, limpiar las telarañas con la humillación de nuestro orgullo, barrer la era con la confesión de las culpas, poner tapices en las paredes con el ejercicio de la virtud, a revestirnos de gala con la práctica de las buenas obras, y preparar un banquete con la lectura y meditación de la Sagrada Escritura (Hugo de San Víctor, Sermón quinto de Adviento).

 

 

Viernes de la primera semana de adviento

Primera lectura: Isaías 29,17-24

Así dice el Señor:

17 Dentro de muy poco tiempo, el Líbano se convertirá en vergel, y el vergel se convertirá en bosque.

18 Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad;

19 volverán los humildes a alegrarse con el Señor y los más pobres exultarán con el Santo de Israel;

20 porque habrá desaparecido el tirano, y no quedará rastro del fanfarrón, y serán exterminados los que hacen el mal;

21 los que por una minucia acusan a otro, los que impiden al juez hacer justicia y hunden al inocente en la miseria.

22 Por eso, así dice el Señor, que rescató a Abrahán, a la estirpe de Jacob: «Ya no se avergonzará Jacob, ni su rostro se sonrojará,

23 pues cuando vea lo que he hecho por él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob, y respetará al Dios de Israel».

24 Los insensatos aprenderán sabiduría y los que murmuraban recibirán instrucción.

 

**• La obra de Dios y la gran transformación de la humanidad es el tema del presente himno isaiano que está unificado con la proclamación de un profundo cambio de situación, en oposición a la perversión que nos invade.

La locución «aquel día» (v. 18) introduce, de hecho, una modificación profunda debida al Señor, que es quien ejecuta el paso de las tinieblas a la luz y cura una situación de ceguera profunda y de incomprensión, multiplicando sus maravillas ante el pueblo. Es fabulosa esta acción que destruirá los proyectos ocultos en los que el pueblo incrédulo basa su prudencia (cf. Is 29,15).

Esta acción se lleva a cabo en tres ámbitos diversos: en la naturaleza (v. 17), en el campo de las enfermedades físicas (v. 18), y en el moral y religioso, en el que impera la justicia (w. 19-21).

La salvación provoca ante todo el gozo de los «humildes» (v. 19). El término, cargado de valor teológico, no sólo sociológico, designa a los que en el momento de la angustia confían en el Señor perseverando en la espera de salvación que viene de él. Con el gozo de los necesitados y humildes y con la desaparición de los violentos, cínicos e impostores, la obra del Señor llega a su culmen, porque por ella se muestra a los ojos del pueblo creyente, que le reconoce como redentor de Abrahán y el santo de Jacob: «los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad» (v. 18).

 

Evangelio: Mateo 9,27-31

27 Al salir Jesús de allí, lo siguieron dos ciegos gritando:

-Ten piedad de nosotros, Hijo de David.

28 Cuando entró en la casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:

-¿Creéis que puedo hacerlo?

Ellos dijeron:

-Sí, Señor.

29 Entonces tocó sus ojos diciendo:

-Que os suceda según vuestra fe.

30 Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó terminantemente:

-Tened cuidado de que nadie lo sepa.

31 Pero ellos, nada más salir, lo publicaron por toda aquella comarca.

 

*» Una de las obras del Mesías consiste en dar vista a los ciegos, como signo de la salvación definitiva, anunciada por los profetas (cf. Is 29,18ss; 35,10; etc.).

La narración de Mateo acerca de la curación de dos ciegos es del estilo típico del evangelista que tiende a reducir el elemento descriptivo para poner de relieve el tema de la autoridad de Jesús y la fe del discípulo o del beneficiario del milagro. La fe de quien busca la curación en Jesús se expresa sobre todo con el seguimiento (v. 27) y se convierte en súplica insistente, confiada.

Los dos ciegos deben entrar en casa y acercarse a Jesús, como para sugerir que sólo se logra la luz de la fe si se entra en la comunidad creyente y si nos acercamos a él para entrar en comunión con su persona escuchando su Palabra. En esta casa aparece una especie de examen sobre la fe, entendida como confianza en el poder salvador de Jesús (v. 28).

La palabra de curación que dirige a los dos ciegos es muy parecida a la dirigida al centurión (Mt 8,13), y parece establecer cierta proporcionalidad entre fe y curación, pero ante todo nos brinda una enseñanza a la comunidad para que supere la prueba necesaria de la fe con la oración, reconociendo que el socorro concedido es la respuesta a una súplica que brota de un corazón sincero.

 

MEDITATIO

En la narración evangélica de la curación de los dos ciegos encuentro la parábola de la profunda transformación que la Buena Noticia obra en mí si la acojo con fe: el paso de la ceguera a un ver con ojos nuevos, no ofuscados.

La vida vieja, existencia marcada por el pecado, me llevaba a una visión desenfocada de mí mismo, de los otros y de las situaciones de mi vida. La Buena Noticia, por el contrario, me ha abierto los ojos para ver mi ceguera, la necesidad de curación y salvación, que estaban ocultas.

Como recuerda el evangelio de Juan, si creo ver, quedaré siempre en mi ceguera, porque permanece mi pecado (Jn 9,41). Si, por el contrario, como los ciegos de la curación de Mateo, pido al Señor que sane mi ceguera, recibo de él el don de la vista.

Así comienzo a ver, primero un tanto borroso y luego más claramente, la acción del Señor en mi historia, en la de mis hermanos y hermanas. La fe en el Evangelio me lleva a discernir los signos luminosos de la venida de Dios en mi vida, precisamente donde de otro modo sólo aparecen fragmentos disgregados.

Como los ciegos del evangelio me veo revestido de la piedad de Cristo, acogido en su casa, tocado por su mano misericordiosa. El evangelio me pone de manifiesto con nueva luz a los demás y aprendo a estimar lo que el mundo espontáneamente no aprecia: a los humildes, los pobres, los oprimidos.

 

ORATIO

¡En tu luz veremos la luz! Padre de la luz, no permitas que el poder de las tinieblas se apodere de nuestro corazón; abre con la gracia de tu Espíritu nuestros ojos.

Cristo Jesús, verdadera luz venida a nuestro mundo para iluminarlo, sana nuestra ceguera, vence la oscuridad que nos asedia, para que aprendamos a ver las maravillas del amor de Dios con nosotros.

Espíritu Santo, luz de los corazones, renueva nuestros ojos para que podamos comprender que tú no miras como mira el hombre, sino lo que Dios ama.

Bienaventurada y Santa Trinidad, ilumínanos hasta lo más hondo para que nosotros, que en otro tiempo éramos tinieblas, podamos hoy resplandecer en el mundo como verdaderos hijos de la luz manifestando su fruto de bondad, justicia y verdad.

 

CONTEMPLATIO

Ven, tú que anhelas mi pobre alma y mi alma te desea.

Ven, oh Solo, del que está solo; porque, como ves, estoy solo. Te doy gracias, porque eres para mí un día sin atardecer, un sol sin ocaso...

La luz ha vuelto a resplandecer para mí. La contemplo en claridad. Abre una vez más el cielo, disipa una vez más la noche. Una vez más descubre todo. Una vez más es contemplada ella sola. Y el que está sobre todo cielo, al que ninguno de los hombres ha visto jamás, éste se concentra una vez más en mi espíritu, en mí, en el cogollo de mi corazón -¡oh misterio sublime!- la luz desciende y me levanta sobre todo...

En verdad, estoy aquí donde está la luz, sola y sencilla, y renazco a la inocencia contemplándola, sencillamente (Simeón el Nuevo Teólogo, Canti di amore, en M. Buber, Confessioni estatiche, Milán 1987, 74-75.82).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hijo de David, ten compasión de nosotros» (Mt 9,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando los santos marchen

cuando los santos marchen

oh Señor, me iré yo con ellos

cuando los santos marchen

Cuando el sol no brille ya,

cuando el son no brille ya,

oh, Señor, me iré yo con ellos,

cuando el sol no brille ya.

Cuando la luna se extinga,

cuando la luna se extinga,

oh Señor, me iré yo con ellos,

cuando la luna se extinga.

Y las estrellas se borrarán,

las estrellas se borrarán,

oh Señor, me iré yo con ellos,

y las estrellas se borrarán.

Cuando el Señor los premie,

cuando el Señor los premie,

oh Señor, me iré yo con ellos.

cuando el Señor los premie.

Y un día tú los juzgarás,

y un día tú los juzgarás,

oh Señor, me iré yo con ellos,

y un día tú los juzgarás.

(Espiritual negro)

 

 

Sábado de la primera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 30,19-21.23-26

Así dice el Señor, el Santo de Israel:

19 Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: se apiadará de ti al oír tu gemido, en cuanto te oiga, te responderá.

20 El Señor os dará pan en la aflicción, agua en la tribulación; tu Maestro no se esconderá ya, con tus ojos verás a tu Maestro;

21 cuando te desvíes a derecha o izquierda, oirás con tus oídos una palabra a la espalda: «Éste es el camino, seguidlo».

23 El Señor te dará lluvia para la simiente que siembres en tu tierra; y el alimento que produzca la tierra será abundante y suculento; aquel día pastarán tus ganados en amplias praderas.

24 Los bueyes y asnos que trabajan la tierra comerán sabroso forraje, aventado con bieldo y pala.

25 En todo monte elevado, y en todos los altozanos habrá arroyos y corrientes de agua el día de la gran matanza, cuando las torres caigan.

26 El día que el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor.

 

*+• El profeta, dirigiéndose a la comunidad que ha experimentado momentos de gran tribulación y está reunida para el culto, desea reafirmarla en la eficacia de la oración dirigida al Señor. Si sabe esperar en Dios, confiando totalmente en su Palabra, él sin duda escuchará los ruegos (v. 19). El hecho de orar al Señor no supone que éste preserve al pueblo de las dificultades, sino que en sus angustias experimentará al Dios del éxodo.

La comunidad podrá vivir la presencia del Señor en medio de ella como el don de una enseñanza de vida: será como su «Maestro», le enseñará como hizo frecuentemente en el pasado. La enseñanza del Señor no excluye una severa disciplina («pan de aflicción» y «agua de tribulación»: v. 20), recordando la pedagogía divina manifestada en las pruebas del desierto. La ley de Dios no será un peso o imposición, sino un guía seguro del camino de la vida (v. 22), y como experiencia de verdadera libertad y plenitud, manifestada con la imagen de la abundancia de pastos y agua.

La instrucción divina al corazón de la comunidad llevará a comprender lo saludable que resultó la corrección divina que no abandona al pueblo de la alianza en las tinieblas de la falsedad sino que lo cura y sana con la luz de su amor (v. 26).

 

Evangelio: Mateo 9,35-10,1.6-8

9.35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la buena noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.

37 Entonces dijo a sus discípulos:

-La mies es abundante, pero los obreros son pocos.

38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

10.1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

2 Los nombres de los doce apóstoles son: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones:

-No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría. Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

 

**• Jesús prepara la misión de los Doce con su ejemplo de compasión con la gente manifestado en el curar sus enfermedades, y en el cargar con sus sufrimientos.

Pero además de su ejemplo de verdadera misericordia, invita a los Doce a la oración (Mt 9,37). La exhortación a rogar al dueño de la mies que mande obreros a su mies es, ante todo, una invitación a compartir la pasión profunda, total, que Jesús tiene por el plan recibido del Padre. La oración les recordará que no son más que discípulos, no dueños de la mies. Su corazón estará libre de presunción y desaliento, porque sólo el dueño de la mies es quien dispone de los tiempos y de la fecundidad de la misión.

Y, después de elegir a los enviados (cf. Mt 10,2-5), con vistas a la misión, Jesús les imparte algunas instrucciones sobre su actividad. Si el campo de acción de los Doce se limitará a Israel durante el tiempo de su vida terrena, es porque de este modo se significa la prioridad teológica de Israel como pueblo de la promesa y que la Iglesia debe reconocer. En cuanto al estilo de comportamiento, deberá ser como el de Jesús, es decir, de generosidad sin límites (v. 8b), en total sintonía con su Maestro. Se les manda proclamar la cercanía del reino de los cielos (v. 7), con signos concretos (curaciones, exorcismos: v. 8a) de liberación integral del hombre en nombre del que ejecuta la venida del reino de Dios a la vida de la humanidad.

 

MEDITATIO

El profeta Isaías me recuerda que la súplica dirigida a Dios siempre es escuchada y Jesús me invita a llenar de contenido mi petición, no con mis sueños, sino con los deseos de su corazón.

Pues bien, su deseo es que no se pierda la mies por falta de obreros. Con él debo rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su inmenso campo. Con la oración no pretendo convencer a Dios para que me escuche (él está siempre a la escucha); me abro al encuentro con el Señor que me libera, que actualiza conmigo los prodigios del éxodo y que, en su misericordia, se acerca a todo hombre o mujer para aliviar los sufrimientos, curar las heridas, para inyectar esperanza.

Raramente, como sucede hoy, se tiene la posibilidad de experimentar de veras esta invitación de Jesús de invocar al Padre que mande obreros a su mies. Las necesidades de la evangelización son enormes, mientras los recursos humanos de la comunidad son, con frecuencia, demasiado precarios. Pero si miro la situación con los ojos de Jesús, no me siento impulsado por el desaliento sino por el conocimiento de que la misión cristiana encuentra su fuerza en la oración confiada y perseverante y en la fidelidad al mandato recibido del Señor.

En la oración redescubro el sentido de la misión no como propaganda de ideas o modos de vivir, sino como participación profunda en el anuncio y en la práctica de la liberación de Jesús, quien visibiliza las entrañas de la misericordia del Padre.

 

ORATIO

«La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (w. 37-38).

Señor, hoy tu Palabra nos indica claramente cuál debe ser el objeto de nuestra oración. Nos pides sintonizar con tu compasión por nuestra humanidad que, frecuentemente, busca en vano un camino por recorrer.

Tú nos invitas a mirar con tus ojos la mies ya madura, a preocuparnos profundamente por ella, para que no pierda la buena cosecha. Tú nos animas a creer en la eficacia de nuestra oración cuando nos dirigimos a ti.

Confiando en tu promesa y obedientes a tu mandato, hoy te suplicamos que envíes numerosos y celosos obreros a tu mies. Concédenos vivir en plena comunión en el sacrificio de alabanza y en el servicio a los hermanos, para ser misioneros y testigos de tu evangelio.

 

CONTEMPLATIO

Un fruto de la caridad: no deberíamos ser capaces de ver sufrir a nadie sin sufrir con él; no deberíamos ser capaces de ver llorar a nadie sin que nosotros lloremos.

Es un acto de amor que nos hace adentrarnos en el corazón unos de otros y sentir lo que sienten, y no como aquellos insensibles al dolor de los afligidos y al sufrimiento de los pobres. ¡Qué sensible era el Hijo de Dios! Esa ternura le llevó a bajar del cielo; miraba a los hombres privados de su gloria; se conmovió de su desgracia.

También nosotros debemos enternecernos ante los sufrimientos de nuestro prójimo participando en sus penas. ¿Cómo puedo sufrir con su enfermedad sino por una comunión recíproca con el Señor, que es nuestra cabeza? (Vicente de Paúl, Entretiens spirituels aux Missionnaires, París 1960, 689-691).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tu mayor miedo es no ser bienvenido. Este hecho está vinculado a tu miedo a nacer, a no ser bienvenido a esta vida, y a la muerte, a no ser bienvenido a la vida después de la muerte. Es el miedo, profundamente anclado en ti, de que hubiera sido preferible no haber nacido.

Aquí estás enfrentándote al corazón de la lucha espiritual. ¿Te vas a entregar a las fuerzas de las tinieblas que te dicen que no eres bienvenido a la vida, o puedes confiar en la voz del que vino no a condenar sino a salvarte del miedo? Tienes que elegir la vida. En cada momento debes decidir confiar en la voz que te asegura: «Te amo. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre» (Sal 139,13).

Todo lo que Jesús te dice puede resumirse en estas palabras: «Sé consciente de que eres bienvenido». Jesús te ofrece su vida íntima con el Padre. Quiere que sepas todo lo que él sabe, y que hagas todo lo que él hace. Sí, quiere prepararte un lugar en la casa de su Padre.

Recuerda constantemente que tus sentimientos de no ser bienvenido no vienen de Dios y no te dicen la verdad. El Príncipe de las Tinieblas quiere que creas que tu vida es una equivocación y que no hay hogar alguno para ti. Pero siempre que consientes que esos pensamientos te afecten, te pones en el camino de tu autodestrucción.

Por eso debes desenmascarar sin descanso la mentira y pensar, hablar y actuar de acuerdo con la verdad de que eres absolutamente bienvenido (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor)

 

 

Segundo domingo de adviento (Año A)

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 11,1-10

1 Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces.

2 Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor.

3 (Lo inspirará el temor del Señor). No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas.

4 Juzgará con justicia a los débiles, sentenciará a los sencillos con rectitud; herirá al violento con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado.

5 Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, el cinturón de sus caderas.

6 Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos.

7 La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey,

8 el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid.

9 Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque el país está lleno de la ciencia del Señor como las aguas colman el mar.

10 Aquel día, la raíz de Jesé se alzará como enseña de los pueblos; a ella se volverán las naciones y será gloriosa su morada.

 

*•• Isaías nos presenta la imagen -todavía más sugestiva en el contexto precedente- de un renuevo que despunta en un tronco. El profeta ha descrito el itinerario de la invasión de un enemigo que entraba por el norte, y a su paso violento todo queda destruido; hasta en los bosques frondosos sólo quedan algunos troncos talados (cf. Is 10,33-34). En este panorama desolador, aparece un renuevo en un tocón, signo de que vuelve la vida y revelación de la fidelidad de Dios a sus promesas. Continuará reinando la dinastía de David marcada por muchas pruebas e infidelidades. El profeta sueña con un rey justo dedicado totalmente al servicio de Dios, que plantee proyectos prudentes y tenga fortaleza para ejecutarlos (w. 3-4). El hecho de tratarse de un «renuevo» debe recordarnos que el personaje anunciado por Isaías no goza de la potencia político-militar de David: joven elegido por Dios y ungido por Samuel mientras pastaba el rebaño, último de sus hermanos, pero beneficiario de la elección divina. Dios quiere volver a los comienzos.

El Nuevo Testamento nos dice que vuelve a comenzar en el niño de Belén y del carpintero de Nazaret: ¿quién podría pensar en que Dios actuaría de este modo? A lo largo de la lectura se describe el equipo del "renuevo de Jesé": fundamentalmente se afirma que gozará de un modo estable del Espíritu del Señor con sus dones -sabiduría, ciencia, consejo, fortaleza, piedad, temor de Dios-. El don del Espíritu no será provisional, como acontecía en los "Jueces", antiguos jefes carismáticos de Israel, sino que su presencia será permanente en el que Dios ha elegido. Lleno del Espíritu, actuará con justicia, a favor de los pobres, abriendo de este modo el mundo a la esperanza de un renovado paraíso terrenal sin violencia ni sobresaltos.

El culmen de la profecía está en la efusión del don de ciencia sobre todo el mundo: ciertamente que el paraíso es realizable y ya se ha anticipado en la tierra porque «el país está lleno de la ciencia del Señor» (v. 9) y desde el momento en que la humanidad conoce a Dios íntimamente, cambia la faz de la tierra.

 

Segunda lectura: Romanos 15,4-9

Hermanos:

4 Y sabemos que cuanto fue escrito en el pasado, lo fue para enseñanza nuestra, a fin de que, a través de la perseverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, tengamos esperanza.

5 Dios, por su parte, de quien proceden la perseverancia y el consuelo, os conceda vivir concordes a ejemplo de Cristo Jesús,

6 para que con un solo corazón y una sola boca alabéis a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

7 Por tanto, acogeos unos a otros, como también Cristo os acogió para gloria de Dios.

8 Porque os digo que ciertamente Cristo se hizo servidor de los judíos para probar que Dios es fiel al cumplir las promesas hechas a nuestros antepasados.

9 Pero también acoge misericordiosamente a los paganos para que glorifiquen a Dios, como dice la Escritura.

 

**• Las palabras de Pablo subrayan el tema de la aceptación recíproca (v. 7) y se dirigen a los cristianos de origen pagano para enseñarles la acogida recíproca con los de origen judío. Habla a una comunidad en la que conviven "fuertes" y "débiles" en la fe, y advierte que todo lo que hace el cristiano debe estar marcado por la acogida y la edificación recíproca. Desea que se esmeren en incrementarla por tres razones: la primera es la palabra de las antiguas Escrituras, que es alimento que sostiene la vida ordinaria del creyente, le robustece y hace posible perseverar en la esperanza.

Pablo parece sugerir que el que está firme en la esperanza sabe también aceptar las propias limitaciones y las de los demás con paciencia. En segundo lugar hay que tener siempre presente el ejemplo de Cristo: el principio inspirador de su vida no es el placer personal; fiel a la misión de revelar el amor del Padre, no trató de evitar el soportar las reacciones violentas de los hombres que lo crucificaron. Como última razón no hay que olvidar que los paganos han sido acogidos por el mismo Cristo. Hebreo, hijo de su pueblo, él ha sido el signo viviente de la fidelidad de Dios a las promesas, pero a la vez ha manifestado la misericordia de Dios también con los no hebreos para que todos pudiesen unirse en su alabanza.

 

Evangelio: Mateo 3,1-12

1 En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea.

2 Decía: -Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.

3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo:

Voz del que grita en el desierto:

«Preparad el camino al Señor,

allanad sus senderos».

4 Llevaba Juan un vestido de pelo de camello y una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

5 Acudían a él de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del Jordán;

6 ellos reconocían sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.

7 Viendo que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: -¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?

8 Dad frutos que prueben vuestra conversión

9 y no creáis que basta con decir: «Somos descendientes de Abrahán». Porque os digo que Dios puede sacar de estas piedras descendientes de Abrahán.

10 Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto va a ser cortado y echado al fuego.

11 Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

12 Tiene en su mano el bieldo y va a aventar su parva, recogerá su trigo en el granero, y la paja la quemará con un fuego que no se apaga.

 

**• La predicación del Bautista, con su potente invitación a la conversión y a la penitencia, es para todos los evangelistas quien introduce la predicación de Jesús. Según la presentación de Mateo, el Bautista no lanza sólo una invitación a la conversión, sino que proclama antes el acontecimiento que hace posible la misma conversión: «Está cerca el Reino de los cielos». Para que pueda generarse el gran movimiento del pueblo que sale de sus casas para dirigirse al Jordán a confesar sus pecados, es necesario que se base en la certeza inquebrantable de que Dios quiere reinar, que él está actuando realmente en este mundo y desea colmar la existencia de las personas, arrancando de cuajo la raíz de los males humanos: el pecado, las enemistades, los egoísmos. Yo pueden enderezarse los senderos porque Dios lo quiere y lo hace posible.

El bautismo por inmersión en el Jordán aparece como el signo visible de la voluntad sincera de acoger esta cercanía de Dios. Por eso es necesario evitar todo tipo de hipocresía. Mateo pone en escena a fariseos y saduceos, que piden el bautismo sin las disposiciones adecuadas. «¡Raza de víboras!»: el bautista no exige ser justos de antemano, pues carecería de sentido su predicación; pide abandonar la hipocresía o tentativa de engañar a Dios, porque a Dios no se le puede engañar; sobre todo no se puede confiar en una justicia que proceda del mero pertenecer a la sangre o al pueblo de Dios: «No digáis: Somos descendientes de Abrahán».

Pero el Bautista es también consciente de su propia insuficiencia: sus palabras son auténticas y enardecidas, pero no valdrían para nada si no viniera otro que de verdad «bautizará con Espíritu Santo».

 

MEDITATIO

En el inicio del movimiento multitudinario suscitado por el Bautista está la profunda convicción que transmite con energía: Dios es fiel, se ha acercado y desea cambiar nuestra vida, quiere "salvarnos". Como profeta enviado por Dios, atrae a la gente al desierto, lugar de prueba y de encuentro, de infidelidad e intimidad renovada, para que también las muchedumbres de hoy repitan la experiencia de Dios anunciada por los profetas: Dios se deja encontrar, pronuncia una palabra que nos atrae a sí; suscita en nosotros el deseo de una vida nueva y hace posible el cambio: «La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16).

Los que van al desierto no son una asamblea de justos. La única condición que exige el Bautista es: no jugar con nosotros mismos ni con Dios, no ocultar el mal que tenemos dentro, sino manifestar lo que somos para poder realmente cambiar de mentalidad y de vida. Dios vuelve a comenzar con un vástago, vuelve a comenzar con quien todavía está dispuesto a cambiar, a pesar de pertenecer desde hace mucho a su pueblo, con quien hace de su pertenencia a la Iglesia no un privilegio que enarbola contra alguien, sino un don que hay que redescubrir en profundidad, recordando también las muchas veces que, en la vida de cada día, he traicionado este don.

Por esta razón, otro punto fundamental del mensaje de este domingo es el Espíritu Santo: contemplado en primer lugar como Espíritu que colma al Mesías Jesús de Nazaret y luego como don en el que se nos ha insertado, que nos envuelve, en el que somos bautizados para que nuestros caminos torcidos puedan de veras enderezarse.

 

ORATIO

Suscita hoy en nosotros, Señor, el deseo vivo de volver a ti mediante una verdadera conversión. Reconocemos, Padre, las múltiples tortuosidades en las que se desvía nuestro corazón y nuestra voluntad cuando no se basan en tu Palabra de verdad, en la obra de tu gracia.

Tú que eres el Dios fiel, haz firmes nuestros pasos en tus caminos. No vemos, Señor, a nuestro alrededor habitar el lobo con el cordero, ni el niño mete la mano en la hura del áspid, y que cuando hablamos de paz y justicia con frecuencia lo hacemos movidos únicamente por conveniencia o temor. Jesús, germen de David, tú vienes a nosotros como niño que no teme extender la mano a los venenos de nuestra humanidad: enséñanos a acogernos mutuamente para gloria de Dios; que no sea sólo el temor quien nos mueva a convertirnos, sino la convicción íntima de que con tu presencia Dios camina en medio de nosotros y nos convierte en su pueblo.

Ven a nosotros, Espíritu Santo, con la plenitud de tus dones para que este pueblo, que todavía se dispone a escuchar la palabra dura y austera del Bautista, no se quede tranquilo en su presunta justicia, sino que tenga la fuerza de llevar a buen término el camino emprendido.

 

CONTEMPLATIO

Respóndeme, corazón humano: ¿prefieres gozar siempre de las cosas de este mundo o estar siempre con Dios? Tu elección dependerá de la intensidad de tu amor. Ama para que puedas elegir correctamente; ama intensamente para poder optar más útilmente; ama a Dios para poder elegir estar siempre con Dios.

El amor es todo para ti: determina la elección, favorece el camino, da la fuerza de alcanzar la meta. Ama, pues, a Dios, opta por Dios, apresúrate, lógralo. «Ya he elegido», me dices, «ahora quisiera saber qué camino tomar». Te respondo: «Por el camino de Dios se puede correr hacia Dios». Tú añades: «No soy capaz de recorrer solo este itinerario desconocido; dame buenos guías, para que no me extravíe». Te respondo: «Esfuérzate por seguir a los que ya corren por el camino de Dios: no podrías tener mejores guías de viaje» (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 277- 288).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Convertios, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt 3,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los Padres del desierto consideraron la sociedad como un barco a la deriva que hay, que abandonar lanzándose a nadar a fin de salvar la vida (...). Éstos eran hombres que creían que dejarse llevar por la corriente aceptando pasivamente los principios y valores de la sociedad era pura y simplemente un desastre.

Nuestra sociedad no es precisamente una comunidad que irradia el amor de Cristo, sino una peligrosa red de dominación y manipulación en la cual podemos quedar atrapados y perecer. La pregunta fundamental que tendremos que hacernos es si nosotros estamos ya tan modelados por los poderes seductores del mundo de las tinieblas que nos hemos vuelto ciegos para ver nuestro desgraciado estado y el de los que nos rodean y hemos perdido ya la motivación necesaria para lanzarnos a nadar y salvar así nuestras vidas (H. J. M. Nouwen, El camino del corazón, Madrid 1986, 16-17).

 

Segundo domingo de adviento Año B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,1-5.9-11

1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios,

2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

3 Una voz grita: «Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios».

4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-.

9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios,

10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga.

11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres».

 

**• La conmovedora lectura de Isaías forma parte de una profecía proclamada en tiempos del retorno del exilio, cuando el edicto del rey persa Ciro permitió a los hebreos, desterrados en Babilonia, volver a su patria. El oráculo da paso a diversas voces: aparece el profeta que habla, están los oyentes a los que el profeta ordena ser mediadores de consuelo con la ciudad de Jerusalén, víctima de tantas humillaciones, finalmente la misma ciudad de Jerusalén (Sión) a quien se dirige en definitiva el mensaje.

El mensaje central es la venida de Dios: «Aquí está el Señor» (v. 10). Sólo el Señor sabe verdaderamente consolar, y lo hace con dos actitudes: la primera, con su autoridad cambiando la suerte de este pueblo, eliminando la esclavitud (v. 2); la segunda, presentándose como pastor que guía su propio rebaño acomodándose al caminar de cada uno (v. 11: «Lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres». Sólo Dios puede consolar, pero los hombres deben ser portavoces y mensajeros de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo... hablad al corazón de Jerusalén» (w. 1-2); los que anuncian el consuelo deben compartir la pasión de Dios por su pueblo y ser capaces de "hablar al corazón".

El consuelo de Dios no excluye la parte correspondiente al hombre. Por eso se invita a «preparar un camino en el desierto»; literalmente hay que entenderlo como el camino que lleva a los hebreos desde el destierro de Babilonia a Jerusalén, pero la exhortación cobra un sentido más profundo: hay que abrir el corazón a Dios mediante un movimiento de auténtica conversión.

 

Segunda lectura: 2 Pedro 3,8-14

Queridos hermanos:

8 Una cosa, queridos, no se os ha de ocultar: que un día es para el Señor como mil años, y mil años como un día.

9 Y no es que el Señor se retrase en cumplir su promesa como algunos creen; simplemente tienen paciencia con vosotros, porque no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan.

10 Pero el día del Señor llegará como un ladrón. Y ese día, los cielos se derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo se desintegrarán presa del fuego, y la tierra y todo lo que se haya hecho en ella quedará al descubierto.

11 Si todas las cosas van a desmoronarse de este modo, ¡qué conducta tan santa y tan religiosa deberá ser la vuestra,

12 mientras esperáis y apresuráis la venida del día de Dios! Ese día en que los cielos se desintegrarán presa del fuego y los elementos del mundo, abrasados, se derretirán.

13 Nosotros, sin embargo, según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia.

14 Por tanto, queridos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad por vivir en paz con Dios, limpios e irreprochables ante él.

 

**• Las palabras de Pedro hoy están el relación con un problema concreto de la comunidad cristiana, creado por alguno que turba la fe de los creyentes al poner en duda la promesa de la vuelta del Señor, diciendo: «¿Dónde queda la promesa de su gloriosa venida?» (2 Pe 3,4). La objeción va incluso más allá cuestionando la consistencia misma de la Palabra de Dios, que parece que no hace cambiar nada en la historia humana: «¡Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo!» (3,4).

La primera respuesta es una cita del Sal 90,4: «Para el Señor, un día es como mil años»; la espera de la vuelta de Jesús no es cuestión de cantidad, de días o siglos, sino de calidad del tiempo concedido a cada uno. Desde el punto de vista de Dios, el tiempo humano no es la suma de los días de su vida, sino que es el año de gracia concedido para la conversión (cf. Le 4,19 y 13,8), es «un día solo», es un tiempo unificado por la única preocupación que lo debe llenar: la de serle fieles. Los días concedidos al hombre son un tiempo disponible para la conversión que Dios quiere ofrecer a todos, pero los que piensan que no necesitan conversión no saben acoger esta posibilidad que se les brinda y piensan que retrasa su intervención en vez de considerar la paciencia divina (v. 9).

Del mismo modo, también las imágenes cosmológicas que siguen: «El cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra se consumirá...» (w. 10.12), más que describir con anticipación y literalmente lo que sucederá a la tierra, quieren afirmar que Dios aniquilará la maldad de este mundo, que lo renovará hasta sus raíces y se producirá una nueva situación (los cielos nuevos y la nueva tierra).

 

Evangelio: Marcos 1,1-8

1 Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

2 Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.

3 Voz del que grita en el desierto: ¡Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos!

4 Apareció Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba en el río Jordán.

6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba una correa de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.

7 Esto era lo que proclamaba: -Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias.

8 Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 

**• Para Marcos el evangelio de Jesús, que es Cristo e Hijo (v. 1), no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos, el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (w. 2-3), ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente meditando incesantemente las páginas de las que Dios ya había hablado. Las palabras que relata Marcos citando a Isaías, aluden a un camino que hay que preparar: el camino de Dios hacia su pueblo y el camino del pueblo hacia Dios.

Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (w. 4.7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la predicación moral como, sobre todo, en la necesidad de esperar a "otro", uno que debe venir de parte de Dios.

El tercer elemento es el mismo pueblo que, por la predicación de Juan, camina penitente hacia el desierto, como el pueblo del éxodo (v. 5). Por consiguiente, está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición: que el hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión. Y caminando juntos hacia el lugar donde resuena la Palabra de Dios es como el pueblo podrá reconstruirse.

 

MEDITATIO

Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del "camino". Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia como nuestro ser pueblo que se forma poniéndose en camino. Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de desventuras. Ante la devastación de nuestras conciencias, bombardeadas por mensajes negativos y nihilistas, es importante para cada uno de nosotros el aliento que nos llega del mensaje profético.

También las palabras del Bautista apuntan en esta dirección, preparando nuestro corazón a la venida del que bautizará con Espíritu. Ciertamente su figura austera y penitente no deja de ir contra nuestro estilo de vida cuando ya no sentimos necesidad de conversión: una consolación "barata" no nos enriquecería con frutos duraderos.

Es indispensable sobre todo nuestro testimonio inspirado en una fe honda en la salvación que nos ofrece Dios, nuestro querer ser pueblo de Dios atraídos por la promesa del Bautista, para después convencer a los demás de la salvación inminente. Por otra parte, siempre nos acuciará la pregunta de los escépticos: ¿es que vale la pena? La Palabra de Dios nos responde que sí vale la pena. La carta de Pedro nos recuerda que éste es un tiempo lleno de la presencia de Dios y sólo podemos verlo así creyendo de verdad y comprometiéndonos con nuestra existencia: la promesa de «cielos nuevos y tierra nueva» genera en el que cree una vida de auténtica santidad, y ella misma es anuncio y signo tangible de aquel mundo nuevo.

 

ORATIO

Tú nos hablas, Señor, a través de los profetas totalmente inmersos en las vicisitudes de su pueblo y de su tiempo capaces de estar solos o de ir al desierto a proclamar la Palabra a los que le siguen.

Tú nos hablas, Señor, por los testimonios dispuestos a compartir las angustias de sus hermanos, los temores y dramas de los hombres y llenos de fe para indicar tu presencia activa, tu promesa suscitadora de vida.

Tú nos hablas, Señor, por hombres que saben oponerse valientemente a las modas, costumbres, prejuicios, tópicos de sus contemporáneos y a la vez solidarios en el buscar tu rostro que salva, en el hablar al corazón del que desespera.

Te rogamos mires a tu Iglesia, la Iglesia de nuestros días, a nosotros que somos tu pueblo, constituidos por tu gracia en profetas y testigos de tu verdad: concédenos ser mediadores de tu consuelo en el momento mismo de denunciar las hipocresías propias y ajenas. En el desierto de nuestra sociedad haz resonar tu Palabra, para que también "salgamos", confesando nuestros pecados para ser de nuevo inmersos en la gracia de tu Espíritu.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh grandeza del amor, por el que amamos a Dios, lo preferimos, nos dirigimos a él, le alcanzamos, lo poseemos! Si me pregunto por tus características, caigo en la cuenta de que eres el camino maestro, que acoge, dirige y guía a la meta; eres el camino del hombre a Dios y el camino de Dios a la humanidad.

¡Oh camino feliz, sólo tú conociste el cambio de grandes bienes, por los que vino nuestra salvación! Tú has conducido a Dios hacia los hombres, tú diriges los hombres hacia Dios. Él descendió por este camino cuando vino a nuestro encuentro; nosotros lo recorremos hacia arriba, cuando vamos hacia él: ni Dios podía venir a nosotros, ni nosotros podíamos ir a él, sino por medio del amor.

No sé cuál sea el mayor elogio que se pueda decir de ti, si afirmar que has hecho bajar a Dios del cielo, o que has elevado al hombre de la tierra al cielo; grande es tu poder, si por tu medio Dios se ha humillado tanto y el hombre ha sido ensalzado tanto (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 280-281).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si la paciencia es la madre de la espera, es la misma espera la que produce nuevo gozo en nuestras vidas. Jesús nos ha hecho entrever no sólo nuestros sufrimientos sino también lo que está más allá de ellos. «También vosotros ahora estáis tristes, pero os veré de nuevo y vuestro corazón se llenará de gozo». Un hombre, una mujer que no alimentan su esperanza en el futuro, no están en disposición de vivir el presente con creatividad.

La paradoja de la espera está precisamente en el hecho de que los que creen en el mañana están en disposición de vivir mejor el hoy; que los que esperan que de la tristeza brote el gozo están en disposición de descubrir los rasgos inaugurales de una vida nueva ya en la vejez; que los que esperan con impaciencia la vuelta del Señor pueden descubrir que él ya está aquí y ahora en medio de ellos (...).

Precisamente en la espera confiada y fiel del amado es donde comprendemos cómo ya ha llenado nuestras vidas. Como el amor de una madre por su propio hijo puede crecer mientras espera su regreso, como los que se aman pueden descubrirse cada vez más durante un largo período de ausencia, así nuestra relación interior con Dios puede ser cada vez más honda, más madura mientras esperamos pacientemente su retorno (H. J. M. Nouwen, Forza dalla solitudine, Brescia 1998, 59-62).

 

Segundo domingo de adviento Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Baruc 5,1-9

1 Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y miseria, y vístete de gala con la gloria que Dios te concede.

2 Ponte el manto de la victoria de Dios, adorna tu cabeza con la diadema gloriosa del Dios: eterno.

3 Porque Dios mostrará tu esplendor a todos los pueblos de la tierra.

4 Dios te dará para siempre este nombre: «Paz en la justicia, Gloria en la piedad».

5 Levántate, Jerusalén, ponte en lo alto y mira hacia oriente; ahí están tus hijos convocados desde donde sale el sol hasta el ocaso, por la palabra del Santo, jubilosos porque Dios se ha acordado de ellos.

6 Salieron de ti a pie, conducidos por el enemigo, pero Dios te los devuelve con honor transportados como en trono real.

7 Porque Dios ha mandado que todo monte elevado y toda colina secular se abajen; que los valles se rellenen y se nivele la tierra, para que Israel avance seguro guiado por la gloria de Dios.

8 Él ha ordenado a los bosques y a todos los árboles aromáticos que den sombra a Israel.

9 Porque Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria, en medio de su misericordia y de su fuerza salvadora.

 

**• El canto de Baruc forma parte de un poema más amplio y tiene como tema el fin del destierro y la reconstrucción de la capital, Jerusalén. Probablemente se trata de una composición posterior, en la que la situación de la ciudad se convierte en paradigma, en ejemplo aplicable a diversas situaciones. El fragmento se subdivide en dos momentos, marcados por los imperativos. «Jerusalén, despójate de tu vestido de luto, y vístete de gala» (w. 1-4): se dará un cambio radical en la ciudad pasando del luto al gozo, y asumirá nombres nuevos, signo de su nueva situación («paz en la justicia, gloria en la piedad»). Para Baruc la promesa divina conlleva una vida de justicia; ésta traerá la paz y la piedad, es decir, el respeto a Dios, y será motivo de gloria para la ciudad (v. 4). «Levántate, Jerusalén, y mira hacia oriente» (w. 5-9): el renacer de la ciudad consiste en concreto en la vuelta de sus hijos, bajo la guía de Dios que los conduce.

En el v. 2 notamos en particular que a Dios se le llama «El Eterno». Se trata de un apelativo importante porque invita a los oyentes a tener una perspectiva amplia de las circunstancias históricas; el triunfo del mal es pasajero, aunque a veces cause trastornos al hombre.

El autor inspirado enseña que Dios es Señor de la historia y puede resolver a favor del hombre los tiempos de prueba. Es él quien allana el camino de regreso: «Porque Dios ha mandado que todo monte elevado y toda colina secular se abajen; que los valles se rellenen» (v. 7). Para ello somete, a favor de su pueblo, los elementos de la naturaleza (v. 8).

En la página profética aparecen con insistencia algunos términos -como gozo, gloria, justicia- para significar que el encuentro con Dios que viene es gloria para los suyos, para el atribulado que confía en él.

 

Segunda lectura: Filipenses 1,4-6.8-11

Hermanos:

4 Cuando ruego por vosotros lo hago siempre con alegría,

5 porque habéis colaborado en el anuncio del evangelio desde el primer día hasta hoy.

6 Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a feliz término para el día en que Cristo Jesús se manifieste.

8 Dios es testigo de lo entrañablemente que os quiero a todos vosotros en Cristo Jesús.

9 Y le pido que vuestro amor crezca más y más en conocimiento y sensibilidad para todo.

10 Así sabréis discernir lo que más convenga, y el día en que Cristo se manifieste os hallará limpios e irreprensibles,

11 cargados del fruto de la salvación que se logra por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

 

*»• Se trata de la página de apertura de la carta a los Filipenses. Nos choca el tono afectivo de Pablo, manifestación de su solicitud pastoral. El tema dominante es el del progreso de los cristianos de Filipos. Dos veces menciona el «día de Cristo Jesús» (w. 6 y 10), prueba clara de que esta espera era muy viva en las primeras comunidades. Esta espera es un estímulo al compromiso, porque el tiempo presente es el tiempo en el que el cristiano puede «crecer», esperando el encuentro definitivo con el Señor.

En cuanto al crecimiento, Pablo recuerda ante todo que Dios mismo lo posibilitará y lo llevará a buen término (v. 6). Se trata sobre todo de un crecimiento en el «amor», que a su vez nos hace profundizar en el «conocimiento», mayor agudeza en el discernimiento, la tensión constante hacia lo mejor, la transparencia e integridad de costumbres: «ruego que vuestro amor siga creciendo más y más en conocimiento y en sensibilidad» (v. 9).

El fin último de toda esta gran tensión espiritual del cristiano es para Pablo: «la gloria y alabanza de Dios» (v. 11).

 

Evangelio: Lucas 3,1-6

1 El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene,

2 en tiempos de los sumos sacerdotes Anas y Caifas, la Palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto.

3 Y fue por toda la región del Jordán predicando que se convirtieran y se bautizaran para que se les perdonaran los pecados,

4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

Voz del que grita en el desierto:

preparad el camino al Señor;

allanad sus senderos;

5 todo valle será rellenado

y toda montaña o colina será rebajada;

los caminos tortuosos se enderezarán

y los ásperos se nivelarán.

6 Y todos verán la salvación de Dios.

 

**• Lucas tiene algunos aspectos originales al presentar la predicación del Bautista que permiten captar mejor su mensaje. Pone de manifiesto en primer lugar el acontecimiento de gracia de la «palabra» que viene a él: «vino la Palabra de Dios sobre Juan en el desierto». El desierto de Marcos aparece aquí como el lugar donde la Palabra divina llega al hombre convirtiéndolo en profeta (la expresión es similar a la de Jer 1,4).

Al "acontecimiento" de la Palabra Lucas antepone un cuadro histórico con tono muy solemne: «El año quince del emperador Tiberio César...» (w. 1-2). Esta página no sólo es importante por sí misma, sino también porque enmarca la efusión de la Palabra sobre el Bautista, y cuando sobreviene la Palabra de Dios, la historia humana se convierte en historia de salvación.

Lucas distingue a continuación los dos lugares en los que actúa el Bautista: el «desierto» y el «Jordán». El desierto es el lugar donde "recibe" la Palabra; el Jordán es el lugar donde proclama esta Palabra a los demás invitándolos a la conversión. Habiendo escuchado la Palabra de Dios en el desierto, Juan puede hacer resonar su invitación como oferta de salvación a todos.

La palabra del Bautista se inspira en la magnífica predicación de Isaías (40,3ss): «En el desierto preparad el camino al Señor», pero a Lucas le gusta proseguir con la cita de Isaías hasta el texto en que proclama: «todos verán la salvación de Dios» (Lc 3,6) porque Dios desea verdaderamente llegar a todos.

 

MEDITATIO

El comienzo de la época cristiana está marcado con el reaparecer de la profecía. Para Lucas, en Hechos, también el acontecimiento Iglesia comenzará con el don del Espíritu que nos hace profetas a todos los cristianos, hombres de la Palabra, capacitándonos, como al Bautista, para escuchar las urgencias de nuestro tiempo y proclamar la Palabra de salvación que enderece nuestros senderos humanos.

¿Qué quiere decir, para nosotros, ser profetas? Ante todo y fundamentalmente significa recibir un anuncio de esperanza de parte de Dios. «Todo valle será rellenado y todo monte abajado» y Dios es el sujeto de estas acciones.

Él será quien rebajará los montes y rellenará los valles de nuestra soberbia, de la injusticia social, de la incredulidad de nuestro corazón y allanará para cada uno de nosotros el camino de la conversión antes de que nos mande recorrerlo. Ciertamente que no nos faltarán cansancios cuando colaboremos responsablemente en enderezar los caminos. Pero si es Dios quien interviene, quiere decir que ninguna de nuestras situaciones, por duras que sean, carecen de esperanza; precisamente nuestro compromiso "profético" está para que se pueda realizar nuestra esperanza.

Además al profeta nunca le falta el desierto. Decir desierto significa silencio, búsqueda de la esencialidad, lucha contra la propia soberbia y contra los múltiples enemigos del alma, escucha atenta de la Palabra, distancia crítica de las "modas" y juicios demasiado precipitados.

Quizás no resulte fácil pensar que ante una multitud bulliciosa sea más probable encontrar a alguno que escuche, pero el Bautista no parece que pensaba así. Juan nos enseña a amar el desierto, aunque conlleve no pocas situaciones de pobreza, indiferencia, injusticia, en las que se nos invita a hacer resonar la Palabra del consuelo y la fraternidad.

 

ORATIO

Me sorprende también este año tu promesa, Señor: mientras voy caminando con la Iglesia para preparar la Navidad, escucho que eres tú quien me abres el camino de la conversión.

Me abres un camino alcanzándome con tu Palabra, mientras yo con frecuencia la escucho distraídamente y sin entusiasmo, tú me recuerdas que el encuentro con tu Palabra es más fuerte que la potencia de los imperios y que los grandes de este mundo transformando mi vida en historia de salvación. Enséñame a escuchar, enséñame el silencio.

Me abres un camino prometiendo rebajar los montes y rellenar los valles. Si no fuera porque tú me lo dices, estaría tentado de pensar que tengo la batalla perdida de antemano: que no cese, Señor, de luchar contra las montañas del orgullo, de la ira, de los vicios y no me asuste por los fallos de mi respuesta poco generosa.

Me abres un camino indicándome tantos desiertos que encuentro a mi alrededor y los espacios vacíos que nuestra caridad no sabe cómo llenar: que pueda, Señor, hacer lo que esté de mi parte, sin desanimarme por tantas cosas como no puedo o no sé hacer.

 

CONTEMPLATIO

El amor divino sana todas las enfermedades del alma, arranca las raíces de todos los vicios, es el comienzo de todas las virtudes: ilumina la inteligencia, purifica la conciencia, serena el espíritu, revela a Dios.

Quien posee el amor divino, piensa siempre en su encuentro con Dios; trata de evitar los escándalos y de encontrar la auténtica paz. Su corazón está siempre orientado a lo alto, a los bienes del cielo: en el trabajo o en el reposo, en cualquier circunstancia su corazón no se aleja nunca de Dios. En el silencio piensa en Dios, en las conversaciones sólo desea hablar de Dios y de su amor. Cuando exhorta a otros, inflama sus sentimientos, y al exaltar ante todos el amor divino, demuestra cuan dulce es con las palabras y con el ejemplo.

Ven a nuestras almas, amor divino, ensancha los corazones, acrecienta los santos deseos, amplía la capacidad del espíritu para que pueda acoger a Dios como su eterno huésped (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 284-286).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Preparad el camino del Señor. Todos verán la salvación de Dios» (Lc 3,4-6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La soledad es el horno de la transformación. Sin soledad seguimos siendo víctimas de nuestra sociedad, seguimos enredados en las ilusiones de nuestro falso yo. Jesús mismo entró en este horno Para entender el verdadero significado de la soledad, es necesario desenmascarar algunas ideas deformadas de la misma. Todos admitimos la necesidad de algunos ratos de soledad. Sin embargo, lo que queremos a veces decir es la necesidad que tenemos de un tiempo y un lugar para nosotros mismos, un tiempo y un lugar en que nadie nos moleste. Soledad es a menudo para nosotros sinónimo de privado.

Es más, pensamos en la soledad como una especie de estación de servicio en la que podemos cargar nuestras baterías, o como el rincón de un ring de boxeo en el que ponen aceite en nuestras heridas, dan masaje a nuestros músculos y nos animan a seguir en la lucha mediante eslóganes apropiados. Para ser breves, pensamos en la soledad como en el lugar en que reparamos nuestras fuerzas para proseguir la competencia incesante de nuestras vidas.

No es ésta la soledad de Juan Bautista, san Antonio o san Benito, de Carlos de Foucauld o los hermanos de Taizé. Para ellos, la soledad no es un lugar terapéutico privado, sino el lugar de la conversión, el lugar donde muere el viejo yo y nace uno nuevo, el lugar donde emerge el hombre nuevo y la mujer nueva (H. J. M. Nouwen, El camino del corazón, Madrid 1986, 21 -23).

 

 

Lunes de la segunda semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 35,1-10

1 Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá; florecerá como el narciso,

2 se regocijará y dará gritos de alegría; le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.

3 Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes,

4 decid a los cobardes: «¡Ánimo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros».

5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán,

6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará.

Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa;

7 el páramo se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial.

En el cubil de los chacales brotarán cañas y juncos.

8 Cruzará por allí una calzada cuyo nombre será «Vía Sacra». Los impuros no pasarán por ella.

Él mismo guiará al caminante, y los inexpertos no se extraviarán.

9 No habrá en ella leones, ni se acercarán las bestias feroces. Los rescatados caminarán por ella,

10 por ella volverán los liberados del Señor.

Llegarán a Sión entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán.

 

*»• En la breve escatología profética de este capítulo isaiano encontramos un auténtico "canto a la alegría" por la renovación cósmica y sobre todo antropológica que afecta a la debilidad del cuerpo mutilado y del ánimo apocado. Se trata de una renovación que lleva a cabo el Señor, creador y salvador. No se trata simplemente de una celebración de la vuelta de los deportados, sino de una proclamación de fe que reconoce en el actuar del Señor el cumplimiento de los más auténticos deseos humanos, ese anhelo de felicidad que alberga en lo hondo del corazón.

Este regocijo contrasta con el árido desierto y la estepa. Es la oposición entre el gozo que viene del Señor y que atraviesa, riega y vivifica toda la existencia, y el dolor y la aflicción que han pesado sobre el pueblo durante el destierro. El motivo último de la alegría es la intervención del Señor, que ha dado un vuelco a la historia y ahora guía a su pueblo por un sendero seguro.

Con la ayuda del Señor, el camino del pueblo es ágil, hasta tal punto que los cojos no sólo caminan, sino que «brincan», y los mudos no sólo hablan sino que «cantan». La belleza poética del texto va a la par con su profundidad teológica al releer el texto a la luz del Nuevo Testamento. Dios mismo se ha acercado a nosotros, ha cargado con nuestras miserias, ha dado un vuelco a la historia muriendo por los hombres.

 

Evangelio: Lucas 5,17-26

17 Un día, mientras Jesús enseñaba, estaban allí sentados algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a realizar curaciones.

18 En esto, aparecieron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y querían introducirlo para ponerlo delante de Jesús;

19 pero, como no veían la manera de hacerlo a causa del gentío, subieron a la terraza, lo bajaron por el techo en la camilla y lo pusieron en medio, delante de Jesús.

20 Viendo la fe que tenían, Jesús dijo:

-Hombre, tus pecados quedan perdonados.

21 Los maestros de la ley y los fariseos empezaron a pensar:

«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?».

22 Pero Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo:

-¿Qué es lo que estáis pensando?

23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados quedan perdonados; o decir: Levántate y anda?

24  Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió hacia el paralítico y le dijo:

-Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

25 Él se levantó en el acto delante de todos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, alabando a Dios.

26 Todos quedaron atónitos y alababan a Dios, llenos de temor, diciendo:

-Hoy hemos visto cosas extraordinarias.

 

*•• Los espectadores del presente episodio evangélico se quedan sorprendidos por el hecho de que Jesús, ante este enfermo, que le presentaron de un modo un tanto rocambolesco, no lo curara inmediatamente, sino que le dirigiera unas palabras de perdón: «Hombre, tus pecados quedan perdonados» (v. 20). Sin embargo, el mismo texto evangélico proporciona un indicio que ayuda a superar el asombro: «Jesús, viendo la fe que tenían, dijo...».

El evangelista nos indica con este detalle que es a la «fe» de estos camilleros que no se detienen ante ningún obstáculo a los que Jesús puede decir algo semejante. Sólo quien tiene fe sabe reconocer que el problema más grave del hombre es el pecado.

Para eliminar de los hombres esta ceguera Jesús está como obligado a hacer el milagro (v. 22). Ciertamente la objeción secreta de los escribas parece oportuna, pero enmascara su indiferencia, su sentirse superiores a los demás. A juicio de los escribas, Jesús es un blasfemo porque se arroga un poder que compite sólo a Dios (v. 21). Pero tales pensamientos y su reto interior a Jesús les impiden ver dos cosas: cuál es el verdadero mal que aflige al enfermo y el hecho de que Dios no es celoso de su poder de perdón. Con la venida de su Reino desea provocar una práctica profunda y universal de perdón, teniendo como modelo y fuente el perdón que el Hijo del hombre ha venido a traer (v. 24). Esto es lo que debe suscitar la alabanza, indicada puntualmente por Lucas, el evangelista de la oración.

 

MEDITATIO

El hecho de que Jesús responda con palabras de perdón a la búsqueda de los camilleros que llevan confiados al paralítico, quizás me resulte también a mí un tanto decepcionante. Y, sin embargo, si tuviese de verdad fe en Jesús, aprendería a compartir su modo de enfocar los "problemas" de la humanidad y comprendería que el perdón es más urgente que cualquier otra cosa, porque el pecado es la mayor de las desgracias que atenazan a la humanidad. Su Reino se manifiesta sobre todo como reconciliación de mi ser con Dios, como nueva posibilidad, dándome la gracia de volver a emprender el camino después de la parálisis de mi libertad causada por mi culpa.

«¿Qué es más fácil?» (v. 23). Los que no tienen fe en Jesús quizás siguen pensando que son otros y más serios los problemas humanos: la defensa de la salud, la economía, la gestión del poder, el subdesarrollo, los desequilibrios ecológicos, etc. La Palabra de Dios resuena como condena de mi ceguera espiritual, que vuelve mi corazón incapaz de descubrir los auténticos signos del actuar divino en nuestra historia. La Palabra no se limita a denunciar mi pecado, sino que me brinda a la vez la gran noticia del perdón. Por esta razón mi desierto florece y la estepa árida pulula con nueva vida.

 

ORATIO

«Dios de la libertad y de la paz, que en el perdón de los pecados nos das un signo de la nueva creación, haz que toda nuestra vida, reconciliada en tu amor, sea alabanza y anuncio de tu misericordia».

Hoy, Señor, quiero unirme con mis hermanos y hermanas a la alabanza del paralítico, perdonado y sanado por ti, y proclamar la grandeza de tu don: el perdón de mis pecados. Con frecuencia también yo he pensado que mis problemas fuesen de otro tipo. ¡Era un necio sin comprender! Ahora tu Palabra me ha manifestado mi verdadero mal y me ha llevado a ti, mi salvación y mi guía. Ahora mi desierto ha florecido y mi estepa abunda de tu agua. Con el salmista también puedo proclamar: «Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado... Te reconocí mi pecado, no te encubrí mi falta; me dije: "confesaré al Señor mis culpas", y tú perdonaste mi falta y mi pecado» (Sal 32).

 

CONTEMPLATIO

Tú, el más pequeño de los humanos, ¿quieres encontrar la vida? Mantén la fe y la humildad y (...) ahí encontrarás al que te custodia y vive secretamente junto a ti (...). Cuando te presentas a Dios en la oración, sea tu pensamiento como la hormiga, como uno que se arrastra por tierra, como un niño que balbucea. Y no digas nada ante él que pretendas saber. Acércate a Dios con corazón de niño.

Ponte ante él para recibir los cuidados de padres que velan por sus niñitos. Se ha dicho: «El Señor guarda a los sencillos» (...). Cuando Dios vea que te fías más de él que de ti mismo (...), una fuerza desconocida te penetrará interiormente. Y sentirás en todo tu ser el poder del que está contigo (Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 19 passini).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ánimo! Nuestro Dios viene a salvarnos» (Is 35,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor Jesús no vendrá rápidamente más que si lo esperamos con ardor. Lo que hará estallar la Parusía es una acumulación de deseos. Cristianos, encargados tras Israel de conservar viva sobre la tierra la llama del deseo, tan sólo veinte siglos después de la Ascensión, ¿qué hemos hecho de la espera?

¿Cuál es el cristiano en el que la nostalgia impaciente por Cristo llega no a hundir (como debiera ser), sino tan siquiera a equilibrar sus cuidados de amor y sus humanos intereses? ¿Dónde está el católico tan apasionadamente vertido (por convicción y no por convención) a la esperanza de la Encarnación, que ha de extenderse, como lo están muchos humanitaristas a los sueños de una Ciudad nueva? Seguimos diciendo que velamos en expectación del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que ya no esperamos nada.

Hay que reavivar la llama a cualquier precio. A toda costa hay que renovar en nosotros el deseo y la esperanza del gran Advenimiento (P. Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 61967, 171-172).

 

 

Martes de la segunda semana de adviento

Martes de la segunda semana de adviento

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,1-11

1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios,

2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

3 Una voz grita:

«Preparad en el desierto un camino al Señor,

allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios».

4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-. "Una voz dice: «¡Grita!» Y yo pregunto: «¿Qué he de gritar?» «Toda carne es como hierba, todo su encanto como flor del campo».

7 Se seca la hierba, se marchita la flor, al pasar sobre ellas el soplo del Señor;

8 se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la palabra de nuestro Dios.

9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios,

10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga.

11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne;  lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las recién paridas».

 

**• Durante el destierro de Babilonia la desconfianza y la tristeza oprimen el corazón de los deportados. Se preguntan si el Señor se ha olvidado de su pueblo, si es válida todavía su Palabra, si subsiste un hilo de esperanza para Jerusalén. Es entonces cuando el Señor suscita un profeta anónimo, cuyos oráculos se añadieron al libro del profeta Isaías, porque de algún modo prolongan su mensaje. De estos oráculos (Is 40-55) la lectura de hoy es el pórtico, anticipando el tema de todo el contenido de su actividad profética. Dios pide al profeta y a sus discípulos que sean portadores de la buena noticia que les confía (v. 9). La consoladora noticia consiste en una relación renovada con el Señor, en una alianza restaurada.

Y para el segundo Isaías un signo visible de esta renovada relación amorosa con el Señor es el regreso a la patria de los desterrados, que se llevará a cabo no en tono menor, sino de modo triunfal, en medio de una creación festiva, con el Señor que camina a la cabeza del pueblo, como triunfante guerrero y cariñoso pastor.

El papel del profeta y de los que se adhieran a su mensaje será precisamente preparar esta venida del Señor (v. 3). El ánimo del pueblo -rendido como un terreno accidentado por las pruebas, sufrimientos, desilusiones e infidelidades- podrá ahora acoger la revelación de la gloria de Dios igual y más que la gloria manifestada en el camino del éxodo (v. 5). Y aunque el hombre sea frágil y sus promesas efímeras (w. 6-8), la Palabra del Señor es estable y su compromiso con la humanidad es eterno: el pueblo deportado deberá confiar en esta estabilidad de la promesa del Señor.

 

Evangelio: Mateo 18,12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada?

13 Y si logra encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron.

14 Del mismo modo vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

 

**• La parábola de la oveja perdida en Lucas (15,3-7) es una exhortación a compartir la alegría del perdón que Dios otorga a los pecadores que se convierten y a la vez a disponernos al perdón. En el texto de Mateo, la misma parábola forma parte del discurso eclesial (cap. 18), en el que Jesús comunica a los discípulos algunas indicaciones preciosas acerca de la vida comunitaria: el esfuerzo por hacerse pequeños, disponibilidad a la acogida, atenciones para el que vacila en la fe...

En coherencia con dicho contexto, para el primer evangelista la parábola de la oveja perdida no habla directamente de Dios que se pone a buscar la oveja, sino de la comunidad, que debe ser "signo del rostro de Dios", de Dios que va a la búsqueda de la oveja perdida con una solicitud pastoral por el "pequeño" y más aún por el que se ha extraviado, por el pecador.

Dejar las noventa y nueve ovejas para buscar una es una locura; pero así es la locura de Jesús y debe ser la locura de la comunidad (v. 14). La comunidad no debe dejarse guiar por criterios de eficiencia, sino por el "cuidado" con el pequeño, con el insignificante, con el marginado o lejano, por el motivo que fuere. No se asegura automáticamente el éxito (v. 13: «Si logra encontrarla...»), pero se exhorta a la comunidad a no olvidar nunca el buscar la oveja perdida, porque será fuente de gran alegría: «05 aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron» (v. 13).

 

MEDITATIO

Una de las imágenes más bucólicas y profundas del Dios bíblico es la del "buen Pastor". Nos sugiere su solicitud y la fuerza de su intervención para vencer a los enemigos de la libertad y dignidad de su pueblo; nos dice que es un guía seguro para el difícil y espinoso camino de nuestra vida.

En nuestro vivir como comunidad de discípulos experimentamos directamente el consuelo de nuestro Dios, el ser llevados delicadamente sobre los brazos de su tierna solicitud pastoral. Ésta es la razón última para espolearnos a buscar constantemente al que se ha perdido.

De hecho, nosotros somos los primeros en sentir el consuelo del Señor, y experimentamos la fidelidad del Padre con el pequeño y descarriado.

En cuanto comunidad de discípulos, estamos llamados a manifestar a todos el rostro del Padre misericordioso, buscando a quien en las vicisitudes de la vida ha perdido la fe y la esperanza. Somos consolados que deben ser consoladores, haciéndonos compañeros de viaje de quien tiene el corazón abatido, fatigado por el dolor o la culpa. Lo podemos hacer en la conciencia de que el consuelo no procede de nosotros, que somos carne, frágiles como hierba y flor del campo, sino que proviene de la Palabra de Dios, que es la única que permanece para siempre (Is 40,8).

 

ORATIO

Tu anuncio, Señor, es "evangelio" porque nos trae el consuelo, a nosotros débiles, descarriados, esclavos de tantos otros señores.

«Súbete a lo alto de un monte, tú que llevas buenas noticias a Sión» (Is 40,9). También hoy diriges este mensaje de amor al corazón de tu pueblo, porque eres el Dios de la alianza. Eres el divino Amante que nos dirige su invitación amorosa y nos habla a lo profundo de nuestro corazón.

Tú, Señor, eres el Padre de todo consuelo, que a nosotros, peregrinos en la tierra, nos prometes el cielo y la tierra nueva. Haz que también nosotros podamos consolar a los demás con el mismo consuelo con que tú nos consuelas. Espolea nuestros corazones para que nos pongamos contigo a la búsqueda de lo que estaba perdido: tú eres el Pastor que quiere salvar a la oveja perdida, infinitamente amada por tu corazón. Y si estamos perdidos, si estamos lejos de ti, concédenos escuchar las llamadas de la voz de tu Hijo, manso y humilde de corazón, que nos exhorta a volver a tu redil, a la verdadera vida que sólo es posible contigo.

 

CONTEMPLATIO

Ven, Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja inválida, se ha ido errando tu oveja para que tú anduvieras recorriendo los montes. Deja las noventa y nueve y ven a buscar a esa que está perdida. Ven sin perros, ven que ya hace tiempo que espero tu venida. Ya sé que estás para llegar. Ven sin bastón, pero con amor y actitud clemente. Ven a mí que he estado vagando, lejos de tu rebaño, por los montes.

Búscame, porque yo te busco. Rodéame, encuéntrame, levántame, llévame. Tú puedes encontrar lo que buscas. Tú aceptas llevar sobre ti lo que has encontrado. No te da fastidio un peso de amor. Ven, pues, Señor, porque tú eres el único que puedes hacer volver a una oveja vagabunda sin contristar a las que has dejado, porque también ellas se alegran del retorno del pecador.

Ven a ejecutar la salvación a la tierra, la gloria en el cielo (San Ambrosio, Comentario al Salmo 118, XXII, 27-29).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Gracias, Señor.

Si me hubiese contentado con el deseo que me llevaba a buscarte, sin saber dónde te hubiera podido encontrar, estaría todavía caminando con mi deseo insatisfecho o con la ilusión de haber encontrado.

Te he encontrado de verdad porque tú has salido a mi encuentro en mis caminos de pecado: nombre entre los hombres, cuerpo bendito al que yo mismo ayudaba a despojar o flagelar: rostro santo, al que mis labios como los de Judas besaron: corazón que atravesé...

Ninguna sed creó nunca las fuentes ni hizo brotar agua de la arena. Tu sed, por el contrario, me ha saciado, porque si tú no hubieras venido por mis caminos, si tú no te hubieras dejado crucificar por mí, te habría quizás buscado, pero no te habría encontrado nunca (Primo Mazzolari).

 

 

Miércoles de la segunda semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,25-31

25 ¿Con quién podréis compararme?

-dice el Santo-.

¿Quién es semejante a mí?

26 Alzad los ojos allá arriba y mirad:

¿Quién ha creado todo esto?

El que despliega en orden su ejército y llama a todos por su nombre.

Tanta es su fuerza, tan grande es su poder, que no falta ni uno solo.

27 ¿Por qué, Jacob, andas diciendo, y tú, Israel, te andas quejando:

«El Señor se desentiende de mí, Dios no se preocupa de hacerme justicia»?

28 ¿Es que no lo sabes?

¿Nunca lo has oído?:

El Señor es un Dios eterno y ha creado los confines de la tierra.

No se cansa, no se fatiga, y su inteligencia es insondable;

29 fortalece al cansado, da energías al que desfallece.

30 Se cansan los jóvenes y se fatigan, los muchachos tropiezan y vacilan;

31 pero los que esperan en el Señor verán sus fuerzas renovadas:

les salen alas de águila, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.

 

**• El segundo Isaías es el primer testimonio bíblico que afirma claramente un monoteísmo teórico y práctico.

El profeta no ha llegado a esta conclusión con raciocinios filosóficos o lógicos, sino meditando la historia de salvación y la experiencia de fe de Israel. Este monoteísmo se expresa frecuentemente con el lenguaje de la incomparabilidad, es decir, con preguntas retóricas que subrayan la incuestionable unidad del poder salvador del Señor y su recorrido por caminos vírgenes e inéditos para socorrer a sus fieles (cf. v. 25). El discurso sobre Dios en el Segundo Isaías se guía siempre por la necesidad pragmática de convencer a sus oyentes de que Dios puede y quiere salvarlos, mejor aún "consolarlos", demostrando que cuida eficazmente de sus fieles.

Si así es el Dios de Israel, no hay motivo para que el pueblo elegido dude y se sienta abandonado por el Señor, aunque se encuentre en la dura situación del destierro.

Pero lleva consigo la renuncia a todo tipo de autosuficiencia, ilustrada con la metáfora de las fuerzas que llegan a faltar incluso a jóvenes y adultos (v. 30), y el reconocimiento de la propia debilidad y fragilidad ante el Señor. Sólo así Israel se dará cuenta de que su fuerza le viene del mismo Dios (v. 31) y podrá revivir la experiencia del éxodo, cuando el socorro divino le haga sentir como aupado y llevado "en alas de águila" en el tiempo del duro caminar por el desierto (cf. Ex 19,4).

 

Evangelio: Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús:

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

**• En el pasaje precedente, estrechamente vinculado con nuestro texto evangélico (Mt 11,25-27), Jesús aclara que el verdadero conocimiento de Dios como Padre es posible porque el Hijo es quien introduce en esta familiaridad a sus propios discípulos. Pero éstos, para acoger de verdad esta paternidad divina y la amistad del Hijo, deben hacerse "pequeños".

Y Jesús nos indica quién es el verdaderamente "pequeño": sólo el que crea que el estilo de Jesús, «sencillo y humilde de corazón», es el único camino para introducirnos en los secretos de Dios, y que para aprender este estilo se acerque a él iniciando un camino de seguimiento («Venite a me...»). Como la Sabiduría en el Antiguo Testamento (cf. Eclo 51,26-27; 6,24ss) invita a su escuela prometiendo «descanso», es decir, esa plenitud capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, así Jesús, capaz de sosegar el corazón inquieto de la humanidad, invita a su apasionante escuela en la que descubrimos que somos hijos de Dios.

Por consiguiente, es necesario entrar en su escuela, acercándonos a él que habla del Padre a los propios amigos y descubrir que la familiaridad con Jesús es una escuela exigente y continua, pero también capaz de sanar, de dar paz al corazón. Ciertamente Jesús no exime al discípulo del compromiso pleno y perseverante en la observancia de la ley de Dios, como aparece cuando nos habla de «yugo» y de «carga». Pero promete que será un peso proporcionado, adecuado a quien lo debe llevar y que a la postre se manifestará como una experiencia de libertad.

 

MEDITATIO

Siento la necesidad de repetir a mi corazón la verdad de mi filiación porque me queda la sospecha del amor de Dios. Es la sospecha que la serpiente envidiosa de nuestra dignidad sembró en nuestros corazones humanos desde el comienzo. Se trata de una sospecha que se alimenta continuamente al presentarme un rostro de Dios enemigo de nuestra libertad, celoso de nuestra felicidad, juez duro y severo, incapaz de comprender nuestra flaqueza.

Escuchando la invitación de Jesús de ir a él, se me exhorta a volver al gran amor con que Dios me ha amado para poder considerarme tal y como soy en realidad, es decir, su amigo e hijo del Padre. Para comprender mi filiación y la paternidad de Dios en mis relaciones, debo acercarme al corazón de Jesús. Así podré escuchar esas palabras suyas que desbordan la plenitud de su corazón (cf. Mt 12,34). De lo contrario, mi religiosidad será mercenaria, un cansancio ímprobo y estéril de prácticas y observancias incapaces de pacificar mi corazón.

En la contemplación y escucha de Jesús «sencillo y humilde de corazón» es donde me libero del peso de una religión tejida únicamente de méritos, obras, deberes, porque en Jesús se manifiesta el rostro amable de Dios, capaz de saciar mis más profundos deseos. La fe se convierte entonces en experiencia de ser revestido de la fuerza de lo alto, de un correr sin fatigarse, porque soy como aupado sobre las alas de un águila al encuentro de un amor preexistente y, precediéndome, me enseña a desear tu promesa.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos invitar a ir a ti. Qué hermoso es descubrir que nos quieres cercanos, alumnos de tu escuela, que deseas hacernos partícipes del misterio de tu Padre, reconociéndonos amados y hermanos tuyos.

¡Ir a ti! Ir a tu escuela exigente y fascinante. Ir a ti para aprender de ti que eres manso y humilde de corazón.

¡Ir a ti! No con nuestros méritos sino con nuestros cansancios y opresiones. Ir a ti sin fingimientos, sin ocultar nuestras miserias y debilidades. Ir a ti para poder abrirte nuestro corazón y contarte nuestras fatigas y nuestras culpas.

¡Ir a ti! Y en ti recobrar las fuerzas y encontrar la paz tan ansiada. Tu querer no nos aplasta porque tu yugo es suave y tu carga ligera. Realmente es espléndida tu promesa, por la que te alabamos y bendecimos.

 

CONTEMPLATIO

«¡Venid!» Jesús, invitando, sabe que el verdadero padecimiento tiende a encerrarse en soledad y a recomerse en muda desolación. En su invitación, Jesús no puede esperar que los infelices oprimidos por el peso de sus males vayan a él; los llama amorosamente. De hecho, diciendo: «Venid a mí» es él quien va a ellos.

¡Oh si aceptases su invitación! Supone que los desgraciados estén tan fatigados, desalentados, agotados, que olvidan hasta la existencia de un consuelo. Jesús lo sabe muy bien: no existe consuelo ni ayuda fuera de él.

Por eso nos dirige su invitación: «¡Venid!» No importa que estés exhausto de andar el camino, tan largo y tan vano, que has recorrido hasta ahora buscando ayuda. Aunque te parezca que no puedes ya más, ni siquiera sostenerte ya por un solo instante sin desmayar: da un pasito más y lograrás el descanso. «¡Venid!» Y si alguno se encontrase tan fastidiado que ni siquiera pueda moverse, bastaría un suspiro, pues si suspiras por Él, significa ya venir a Él (S. Kierkegaard, Ejercitación del cristianismo, Madrid 1961, 53-55).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Guíame, luz benigna, en medio de las tinieblas: guíame hacia delante. La noche está oscura y estoy lejos de casa. Por favor, te ruego: guíame. Vela mi camino. No te pido que pueda ver un horizonte lejano, un solo paso me basta.

No siempre fue así, ni rogaba que me guiases. Me gustaba elegir por mí mismo y recorrer por mi cuenta la vida. Pero ahora, te ruego: guíame. Me gustaba el sol radiante y, a pesar de los temores, me guiaba el orgullo. No recuerdes los días pasados. Tu poder me ha bendecido ampliamente, y estoy seguro de que me seguirás guiando por páramos y cenagales, rocas y torrentes hasta que vuelva el día. Reaparecerán en la mañana los rostros de los ángeles, tan amados pero que aún no veo (J. H. Newman, MéditaHons et Frieres, París 1906).

 

 

Jueves de la segunda semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 41,13-20

13 Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio».

14 No temas, gusanillo de Jacob, pobre oruga de Israel; yo te auxilio, oráculo del Señor; tu redentor es el Santo de Israel.

15 Te convertiré en trillo afilado, trillo con piedras y sierras; trillarás los montes hasta molerlos, reducirás a paja las colinas.

16 Los aventarás y el viento se los llevará, el vendaval los esparcirá. Y tú podrás alegrarte gracias al Señor, gracias al Santo de Israel te gloriarás.

17 Los desvalidos y los pobres buscan agua y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, los atenderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.

18 Haré brotar ríos en las cumbres peladas y fuentes en medio de los valles, transformaré el desierto en estanque, la tierra árida en manantiales de agua.

19 Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivares; plantaré en la estepa abetos, y también cipreses y olmos,

20 para que vean y sepan, para que reflexionen y aprendan que lo ha hecho la mano del Señor, que lo ha creado el Santo de Israel.

 

**• El tema de la redención tiene especial relieve en la profecía del Segundo Isaías. Nos lleva al contexto social del antiguo Israel e indica la persona y la acción del "redentor", o sea, del pariente que, por la afinidad de la sangre, tiene la función de rescatar a su pariente (o también la persona vinculada por un pacto) cuando éste ha sido hecho esclavo o tiene una propiedad enajenada para pagar deudas. El Señor rescata a Israel porque se ha vinculado a él con una "familiaridad" o solidaridad de parentesco fundada en la creación y más aún en el acontecimiento del éxodo.

Por eso el profeta recuerda al pueblo que puede y debe contar con el Señor, que puede y quiere salvarlo de los enemigos y desea colmarlo de gozo y de favores. El pueblo debe reconocerse entre los míseros sedientos, que buscan en vano agua para calmar la sed y hacia los cuales se dirige la iniciativa amorosa del Señor. Por su pueblo va a ejecutar un nuevo éxodo teniendo como escenario un desierto cubierto de abundante vegetación y regado con ríos como el Edén (v. 18). En este jardín encantador, el pueblo de Israel encontrará de nuevo a su Dios: verá, sabrá, reflexionará y finalmente comprenderá la obra del Señor (v. 20).

Con tan abundante recurso al tema de la creación, el profeta Isaías recuerda a los oyentes que, si la acción salvífica de Dios a favor de su pueblo se sitúa en el grandioso escenario de su actividad creadora, la salvación obrada por él no está reservada exclusivamente al pueblo elegido, sino abierta a todos y a todo.

 

Evangelio: Mateo 11,11-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

11 Os aseguro que entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.

12 Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él.

13 Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan.

14Y es que, queráis aceptarlo o no, él es Elias, el que tenía que venir.

15 El que tenga oídos, que oiga.

 

*•• Mateo, después de la narración del envío a Jesús de algunos discípulos por parte del Bautista y la respuesta que llevan al profeta encarcelado, refiere también las palabras de Jesús a la multitud sobre Juan.

Jesús formula el mayor elogio exaltando su firmeza de fe y su grandeza moral hasta el punto de definirlo como el más grande entre los mortales (v. 11), el culmen de toda la historia de fe de Israel (v. 13). Y, sin embargo, el que se pone a seguir a Jesús entra en un orden nuevo de salvación, en la economía del reino donde el más pequeño goza de la incomparable dignidad de hijo de Dios (v. 11), dignidad que sobrepasa incluso la enorme estatura moral de Juan y su altísimo papel de Precursor. Su misión no se agota con anunciar al Mesías, prevé también una anticipación, en su persona, del destino doloroso del Mesías. De hecho, lo que sucederá a Juan demostrará lo agresivas que son las tentativas de los enemigos del Reino para que éste no cale en la vida humana (v. 12).

Jesús, finalmente, invita a una comprensión profunda del papel y persona del Bautista a la luz de la Ley y los profetas, es decir, del plan de Dios testimoniado en las Escrituras. Una lectura atenta y dispuesta a un serio discernimiento de fe («El que tenga oídos que oiga»: v. 15) nos hará comprender que el Bautista es como el gozne entre las dos economías, la de la expectativa y la del cumplimiento, y que en él se realiza esa espera de la tradición bíblico-judaica del retorno de Elias, como precursor inmediato del Mesías (v. 14).

 

MEDITATIO

Dios viene en ayuda de su pueblo y de cada uno de nosotros como ayuda distinguida que hace gala de su valentía, como el que se hace totalmente solidario y cercano. En esta proximidad de Dios a la vida del pueblo está mi riqueza, yo que por otra parte sería insignificante como un «gusanillo». Este encuentro con Dios, mi redentor, y con la profunda renovación de mi pobre corazón, que el evangelio obra en mí, no se lleva a cabo sin mi libertad, sino que exige una opción de fe, la decisión de abrirme a una comprensión más profunda de las Escrituras. Éstas me ponen frente a la radical novedad manifestada en el plan de Dios con la venida de Jesús.

La meditación de la figura del Bautista se convierte en una severa provocación para que sepa reconocer la enorme oportunidad que se me brinda de entrar a formar parte del Reino y a acoger el inmenso don de la dignidad de hijo de Dios, que supera cualquier otra grandeza moral o religiosa a la que pudiera aspirar.

«El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él» (Mt 11,12). Advierto que la invitación urgente de la Palabra de Dios me invita a no hacerme el remolón y a superar cualquier temor para adherirme en plenitud al que viene a librarme y rescatarme.

 

ORATIO

Señor, me llena de gozo y consuelo el saber que, si acojo tu amor en mi vida, aunque sea el más pequeño y el último de los humanos, sería en tu Reino mayor que el Bautista. Mis palabras son demasiado pobres para celebrar tu inmenso amor para conmigo, pero siento resonar en mi interior la voz de tu Palabra consignada por el profeta Isaías, que me enseña a orar y a alabarte.

«Tú eres el Señor mi Dios que me agarra de la diestra y me dice: "no temas, yo mismo te auxilio". No temo, aunque soy un gusanillo de tu pueblo, porque tú me auxilias, porque eres mi redentor, el Santo de Israel. Era pobre e indigente, buscaba agua y no la había; mi lengua estaba reseca de sed; pero tú, Señor, me escuchaste y no me has abandonado. Has alumbrado ríos en las cumbres peladas de mi pecado, fuentes de agua en el yermo de mi angustia. Has cambiado mi desierto en estanque. Todo ha sido obra de tu mano». ¡A ti la alabanza por los siglos!

 

CONTEMPLATIO

Mi constante deseo ha sido llegar a ser santa; mas, por desgracia, cuantas veces me he comparado con los santos, he comprobado que existe entre ellos y yo la misma diferencia que notamos entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el humilde grano de arena pisoteado por los caminantes.

Pero en vez de desalentarme, me digo que es imposible que Dios inspire deseos irrealizables, y que, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Me es imposible engrandecerme; debo soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar el modo de ir al cielo por un caminito bien recto, bien corto, un caminito del todo nuevo.

Estamos en el siglo de los inventos y quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús. He buscado en los Libros Santos y he leído: «Si alguien es muy pequeño, que venga a mí».

Me acerqué, pues, a Dios y adiviné que había encontrado lo que buscaba. Por eso no necesito crecer, sino al contrario, quedar pequeña, achicarme cada vez más (Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Barcelona 1925, 155-156).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo: "No temas, yo mismo te auxilio"» (Is 41,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quizás nos baste intentar.

Decir nos basta: aquí estamos.

Ya lo ves: no sabemos.

Humildes te decimos:

piénsalo tú, Señor.

A ti desde nuestra nada,

a ti desde nuestra nada,

confiamos la carne cansada,

el alma, la mente.

(G. Testori, Post-Hamlet, acto III)

 

 

Viernes de la segunda semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 48,17-19

17 Así dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: Yo, el Señor tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir.

18 ¡Ojalá hubieras atendido mis mandatos! Tu bienestar sería como un río; tu prosperidad, como las olas del mar;

19 tu descendencia sería como la arena; como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido borrado ni apartado de mi presencia.

 

**• En su anuncio, el Segundo Isaías se concentra en la revelación del Señor como Dios de Israel ofreciendo una especie de "rosario" de los nombres de Dios. Además de "redentor", aparece aquí el título «Santo de Israel», expresión que cita siete veces (41,14; 43,3.14; 47,4; 48,17; 49,7; 54,5), siempre para definir al Dios de Israel que rescata a su pueblo. La acción salvífica que manifiesta la santidad divina se realiza también en adoctrinar íntimamente el corazón del pueblo, para que pueda seguir el camino de la alianza y para que logre conocer el designio amoroso, salvador, gratuito de Dios con la humanidad, con vistas a su realización creó el mundo (v. 17).

Esta realidad lleva al profeta a hacer una especie de balance de la historia pasada de la alianza, como tiempo en el que la falta de escucha de la Palabra divina y la transgresión de su ley de vida han arrastrado a Israel lejos de la prosperidad de las promesas incluidas en la alianza. Pero ahora Dios da nuevamente su Palabra eficaz para que obedeciéndola produzca efectos profundos y duraderos, llevando a Israel a vivir en la justicia derramada por Dios al pueblo (v. 18), garantizando el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres (v. 19; cf. Gn 12,2-3; 22,17).

 

Evangelio: Mateo 11,16-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

16 ¿Con quién compararé a esta generación? Es como esos muchachos que, sentados en la plaza, cantan a los otros esta copla:

17 «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado, hemos entonado lamentos y no habéis hecho duelo».

18 Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: «Está endemoniado».

19 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publícanos y pecadores». Pero la sabiduría ha quedado acreditada por sus obras.

 

**• El evangelista nos transmite un dicho de Jesús acerca de la radical incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la bondad del tiempo presente, porque no están dispuestos a desear nada que sea realmente diverso.

Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado (w. 16-17). La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús (v. 18), su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola.

En Mateo la sentencia final ofrece una respuesta a esa reacción contrapuesta de los estilos de devoción: el estilo sabio de Dios ha sido reconocido justamente por os que se toman seriamente en consideración su modo de actuar. Jesús es la sabiduría de Dios, la cual se manifiesta en sus obras (v. 19). En definitiva, pretende sacudir las conciencias de sus oyentes para disponerlos a acoger la "hora desconocida de Dios". Sus palabras sobre el Bautista concluyen con una llamada a la comprensión de fe, equivalente a una decisión del proyecto salvífico de Dios, en sintonía con su modo de actuar y de revelarse en la historia.

 

MEDITATIO

Reconocer la hora de Dios, el tiempo oportuno, es un signo de sabiduría (cf. Ecl 3,lss). Como a los contemporáneos de Jesús, también a mí me invita la figura de Juan a hacer sinceras obras de penitencia. Reconocer la hora de Dios es para mí, ante todo, renunciar a atrincherarme en mis diversas excusas, que enmascaran mi desinterés y mi resistencia a la invitación a la conversión que la Palabra de Dios incesantemente me dirige. Las reiteradas admoniciones proféticas me exhortan a caminar por la justicia y por la fe operativa y sincera.

Pero la hora de Dios no es sólo la de la penitencia y cambio de vida, es también la del gozo que nos trae el evangelio de Jesús. El gozo evangélico nacerá en mí al reconocer que él no se avergonzó de ser llamado «amigo de publícanos y pecadores». El perdón que me anuncia no se reduce a una mera palabra o una noticia genérica de Dios en mis confrontaciones, sino que es acontecimiento desconcertante de venir a celebrar una fiesta conmigo que soy pecador. No se trata de una fiesta que puedo dejar para mañana (como quisieran los niños caprichosos de la parábola evangélica); ¡ para mí es hoy !

 

ORATIO

Señor, tu Palabra me hace hoy pensar y reflexionar sobre mí mismo. Sé que hay un tiempo para cada cosa bajo el sol: tiempo de llorar y tiempo de bailar. Pero descubro que, con frecuencia, soy poco sabio, distraído e incapaz de reconocer tu hora en mi vida. Querría hacer todo a mi estilo, decidir los tiempos a mi gusto, y por desgracia me debo reconocer entre los niños caprichosos que no han entrado en el juego. Temo llegar a ser yo también víctima de una terca obstinación que me impida juzgar rectamente.

Te ruego, pues, que no dejes de dirigir tu Palabra a mi corazón obstinado y duro, así podré comprender tu designio sobre mí y lograr la verdadera sabiduría. Repréndeme, incluso con dureza, cuando quieras que escuche los llamamientos del Bautista a la penitencia y a la conversión. Ayúdame a saber reconocer que éste es el tiempo de tu gracia, porque eres: «El Señor mi Dios que me enseña para mi bien y me guía por el camino que debo seguir».

 

CONTEMPLATIO

El alma que ha perdido la paz debe arrepentirse, y el Señor le perdonará los pecados, y entonces encontrará el gozo y la paz. ¿Qué más debemos esperar? ¿Pedir que alguien cante músicas celestiales? En el cielo todo vive por obra del Espíritu Santo y a nosotros en la tierra se nos ha dado el mismo Espíritu Santo, y si lo conservamos, se nos liberará de toda tiniebla y permanecerá en nosotros la vida eterna.

El Señor ama al hombre y se le manifiesta como le place. Y el alma, cuando ve al Señor, se regocija humildemente de la misericordia de Dios. Para conocer al Señor, no se necesita ser rico o sabio, sino obediente, sobrio, tener un espíritu humilde y amar al prójimo. El Señor amará a esa alma, y él mismo se le manifestará y enseñará el amor divino y la humildad, y le dará todo lo necesario para encontrar reposo en Dios (Archimandrita Sofronio, San Silouan el Athonita, Madrid 1996).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy el Señor tu Dios, te enseño para tu bien» (Is 48,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Soy un traidor, si tú no me ayudas, Jesús mío misericordioso.

Tú me conoces, Señor; no te fíes de tu siervo: porque si tú no lo guardas, huirá, engañado por otro: una bestia dorada será su dios, pero, si tú le ayudas, Señor, si no le privas de la luz de tu rostro adorable, si además él no huye de tu mirada, temerá y temblará y se quedará contigo.

Jesús, sobre mi cabeza está la impronta de tu sangre y, si el mundo intenta encantarme, esa sangre resplandezca a ló lejos y el mundo se apartará, sin haber extendido su mano (G. Gezelle, en A. Mor - J. Weisgerber, Le letterature del Belgio, Milán 1968).

 

 

 

Sábado de la segunda semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 48,1-4.9-11

1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha.

2 Él hizo venir sobre ellos el hambre, y en su celo los diezmó.

3 Por la palabra del Señor cerró los cielos e hizo también bajar fuego tres veces.

4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién pretenderá parecerse a ti?

9 Fuiste arrebatado en torbellino ardiente, en un carro con caballos de fuego.

10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Jacob.

11 Felices los que te vieron y murieron fíeles al amor, porque también nosotros viviremos.

 

*» El elogio de los padres es la sección más original de toda la obra del Sirácida. El autor relee el pasado con una función didáctica para el presente y nos pinta una galería de "medallones" de los grandes personajes, buenos y malos, de la historia bíblica. Entre estos héroes, recoge la figura del profeta Elías. A Elías se le parangona al fuego por su celo, por su pasión ardiente por la causa del Señor, el Dios de Israel. Su vida, de hecho, la dedicó totalmente al servicio del Dios de Israel, en cuya presencia Elías vivía continuamente (cf. 1 Re 18,15).

Además de su ardiente predicación para llevar al pueblo al único Dios, los rasgos trazados por el Sirácida subrayan los aspectos taumatúrgicos, de acuerdo con las tradiciones populares de su época (w. 2-4). Pero el culmen del elogio de Elías está en la consideración de su destino singular (el rapto en el carro de fuego: v. 9), visto como una victoria sobre la muerte por obra del amor de Dios. Su figura es, pues, acicate para esperar una vida más allá de la muerte, una bienaventuranza plena que espera a los que, como Elías, «mueren fieles al amor».

Al motivo de su arrebato al cielo en la tradición judía (cf. Mal 3,24) se asocia el de la espera de su regreso, preparando a los hijos de Israel a la llegada de los tiempos mesiánicos (v. 10). El Nuevo Testamento heredará esta tradición judía del regreso de Elías viendo su cumplimiento en la persona de Juan Bautista.

 

Evangelio: Mateo 17,10-13

10 Los discípulos le preguntaron:

-¿Por qué dicen los maestros de la ley que primero tiene que venir Elías?

11 Jesús les respondió:

-Sí, Elías tenía que venir a disponerlo todo.

12 Pero os digo que Elías ha venido ya y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Del mismo modo van a hacer padecer al Hijo del hombre.

13 Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.

 

** Después de la transfiguración, Jesús, bajando del monte, mantiene con sus discípulos una conversación que trata de uno de los personajes de la visión: Elías. Refiriéndose a las discusiones rabínicas del papel de Elías, sobre la verdad y el significado de su regreso anunciado por Malaquías (3,23-24), Jesús declara aceptar la tesis de los que afirman la necesidad de una venida de Elías antes del juicio. Por otra parte, Jesús niega cualquier visión fantástica, comúnmente difundida, de un regreso de Elías e invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está manifestándose ante sus propios ojos. Por consiguiente, afirma que Elías ya ha venido, pero no lo han conocido, y que la suerte de Elías anuncia la del Hijo del hombre (v. 12).

Para llevar a los discípulos a la comprensión de la urgencia de la conversión, de la sanación de las relaciones intrapersonales y de la relación con Dios, Jesús identifica expresamente a Elías con el Bautista. Los discípulos comprenden tal identificación (v. 13). Resulta así claro que tal identificación no se desprende automáticamente de las Escrituras, sino que se revela a quien, desde la docilidad de la fe, está dispuesto a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse al encuentro del que viene. Por un momento, los discípulos parecen, pues, comprender; aunque muy pronto caerán de nuevo en la incomprensión, en su obstinada incredulidad (cf. Mt 15,20).

 

MEDITATIO

La figura del Bautista predomina en las lecturas litúrgicas de estos días de adviento. Más que ponerme a considerar cuestiones históricas del personaje, hoy me siento llamado a meditar en el significado de su persona para mi vida, su parangón con el profeta Elias manifestado en el texto evangélico. La misión del Bautista trata, en analogía con la de Elias, dos puntos capitales también para mi vida: mi relación con Dios (que me pide volver a él) y el sanar mis relaciones con el prójimo.

Debo dejarme interpelar por el Bautista, cuya voz proclamaba con valentía, como el profeta Elias, el derecho de Dios sobre nuestra humanidad: darle a él sólo culto y buscar una adhesión integral de vida a la alianza con el Señor. En este sentido Juan es, como Elias, fuego irresistible, profeta cuya palabra ilumina mi camino y el de mi comunidad y se alza como juicio severo contra el pecado, contra cualquier infidelidad a la alianza.

Además, el hecho de que Elias y Juan fuesen perseguidos por los poderosos y no comprendidos por sus contemporáneos me plantea el serio riesgo que corro yo también de poner obstáculos al camino de la Palabra divina, a veces incómoda y desestabilizadora, pero me recuerda además que, a pesar de todas nuestras oposiciones humanas, la Palabra de Dios saldrá victoriosa.

 

ORATIO

«¡Dichosos los que te vieron, Elias, y murieron fieles al amor! También nosotros ciertamente viviremos».

Señor, te damos gracias por la esperanza que ilumina nuestras vidas y que da sentido a nuestras fatigas y esfuerzos por amar. Saber que vienes a encarnarte en nuestra frágil humanidad para posibilitarnos una vida llena y eterna contigo nos colma de aliento y gratitud.

Señor, te damos gracias porque eres el Dios que vienes a nuestro auxilio para traernos salvación y felicidad.

Señor, te damos gracias porque no has permitido que faltasen en nuestras vidas personas que, como Elias y el Bautista, han preparado de mil maneras nuestro encuentro contigo.

Te damos gracias por su constancia en los esfuerzos a pesar de las desilusiones, y te pedimos perdón si hemos sido sordos a tus llamadas, que nos diriges por medio de las palabras y vida de estos hermanos y hermanas.

Señor, te damos gracias por estos testimonios que nos han hablado de ti y que con el fuego de su amor han iluminado nuestro camino.

Que tu Espíritu nos inflame, para que también nosotros podamos ser fuego tuyo en el mundo.

 

CONTEMPLATIO

Si entramos con un corazón dócil en la Escritura, caminaremos de claridad en claridad bajo el firmamento de la Palabra sagrada, alegrándonos con ella por los designios eternos que descubren a nuestros ojos, admirando cada vez más a Jesucristo que se acerca, esperándolo con los patriarcas, viéndolo venir con los profetas.

Bajo este prisma, el cristiano logra una comprensión de la vida que ninguna otra experiencia podría darle. Dios nunca se aleja de su obra. Se sienta cobijado en la tienda de Abrahán, lo mismo que escala el Sinaí, entre relámpagos que anuncian su presencia (...). Todo está lleno de él.

¿Es posible volver de esta peregrinación sin sentirse conmovidos? ¿Es posible, para quien ha seguido estas huellas a la luz de la fe, no ser mejor? La Biblia es la fuente profunda de los consuelos de la humanidad, la boca de Dios que habla a su corazón; y, sobre todo, es el Cristo Hijo de Dios que le ha dado la salvación (H.-D. Lacordaire, Deuxiéme lettre á Emmanuel, en Études religieuses 758, Bruselas 1962, 66-67).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Felices los que te vieron y muñeron fieles al amor» (Eclo 48,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Estás muy preocupado por elegir bien tu trabajo. Tienes tantas opciones que estás constantemente abrumado por la pregunta: «¿Qué es lo que debo o no hacer?». Se te pide que respondas a muchas necesidades concretas (...).

De muchas formas todavía quieres decidir tu propio orden del día. Actúas como si tuvieras que escoger entre muchas cosas, todas igualmente importantes. Pero no te has rendido completamente a la dirección de Dios. Te empeñas en pelear con Dios sobre quién tiene el control.

Intenta entregar tu orden del día a Dios. Di constantemente: «Que se haga tu voluntad, no la mía». Entrega tu corazón entero y todo tu tiempo a Dios: adonde ir, cuándo y cómo responder. Dios no quiere que te destruyas. El agotamiento total, el sentirse quemado y la depresión no son signos de que estás haciendo la voluntad de Dios. Él es todo amor. Desea darte un sentido profundo de seguridad en su amor. Una vez que consientas en experimentar ese amor completamente, podrás discernir con más exactitud a quién has sido enviado en nombre de Dios.

No es fácil entregar tu orden del día a Dios. Pero, cuanto más lo hagas, el «tiempo de tu reloj» se convertirá más en «tiempo de Dios», y éste es siempre la plenitud del tiempo (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 117-118).

 

Tercer domingo de adviento Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 35,1-6a.8a. 10

1 Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá; florecerá como el narciso,

2 se regocijará y dará gritos de alegría; le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.

3 Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes,

4 decid a los cobardes:

«¡Ánimo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros».

5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán,

6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará.

8 Cruzará por allí una calzada cuyo nombre será «Vía Sacra».

10 Por ella volverán los liberados del Señor. Llegarán a Sión entre gritos de júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán, la tristeza y el llanto se alejarán.

 

*»• La presente lectura del profeta Isaías presenta una visión totalmente impregnada de gozo. No es necesario indagar el momento histórico en que se pronunció; habla, de hecho, de una transformación que no sólo los oyentes de Isaías, sino los oyentes de todos los tiempos y lugares, pueden interpretar según la propia situación.

Al comienzo se enuncia el tema: una transformación radical, anunciada con el símbolo de la estepa o desierto convertido en jardín (w. l-2a). Se explica a continuación (w. 2b-4) que dicho cambio radical es posible porque el Señor viene y manifiesta su gloria: «Mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros». Dios se pone de parte del pobre y se compromete a hacerle justicia (el «desquite») puesto que reconoce el valor de los sufrimientos padecidos y distingue entre el mal y el bien (la «recompensa»), llevando al hombre a la plenitud que ansia: el reconocimiento de su dignidad, la paz interior, la comunión con Dios (la «salvación»). La venida de Dios capacita de nuevo al hombre para la acción (las «manos débiles»), vuelve a poner en marcha a los inseguros (las «rodillas vacilantes») e imprime una nueva personalidad (el «corazón») capaz de decidirse con valentía.

Un signo particular de la salvación será la curación de los necesitados (w. 5-6a). Cualquier categoría desafortunada ya no lo será cuando reconozca a Dios presente. Finalmente, el símbolo de la «calzada»: será una calzada llana: la «Via sacra» que conducirá a los liberados hasta Sión, lugar de la presencia divina (v. 6). Es una promesa válida para siempre (v. 10), la de un Dios que, haciendo verdaderamente libre al hombre, le permite caminar hacia él, encontrar los hermanos en casa, de la que no están excluidos ni "ciegos" ni "cojos" ni "sordos".

 

Segunda lectura: Santiago 5,7-10

7 Así pues, hermanos, esperad con paciencia la venida del Señor. Ved cómo el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías.

8 Pues vosotros lo mismo: tened paciencia y buen ánimo, porque la venida del Señor está próxima.

9 Hermanos, no os quejéis unos de otros, para que no seáis condenados, pues el juez está ya a las puertas.

10Tomad como modelo de constancia y sufrimiento a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

 

**• Las presentes líneas de la carta de Santiago constituyen un buen ejemplo de "sabiduría" cristiana, en la que confluyen la tradición judía, de la que Santiago es un hijo ilustre, la enseñanza de Jesús y la reflexión de la Iglesia primitiva.

Todo lo que Santiago enseña aquí, lo hace a la luz de la «venida del Señor» (repetidas veces). El autor educa a sus destinatarios en una espiritualidad marcada por esta espera: nos prepara a una cita con el Señor. De ahí se desprenden muchos consejos estupendos de los que sólo algunos recoge la lectura de hoy. Sería provechoso ver también lo que sigue, leyendo entero el fragmento bíblico hasta el v. 20.

El consejo fundamental puesto hoy de relieve es el de la «paciencia» o, mejor todavía, de la «magnanimidad». De hecho sólo puede ser paciente -en el sentido de saber aguantar situaciones difíciles- quien sea magnánimo con una esperanza sólida y fuerte. La paciencia, a su vez, se expresa en sus diversos matices: «mirad al labrador», dice Santiago (v. 7). Se pone al agricultor como ejemplo de quien sabe esperar, pero no con una paciencia pasiva: tiene el gusto y el valor de sembrar porque tiene la certeza de que la semilla dará su fruto. En la misma dirección apunta la enseñanza de la paciencia de los profetas, que han hablado en nombre de Dios y han tenido la osadía de hacerlo, aunque el fruto con frecuencia era poco alentador, pero conscientes de que el éxito lo conocía el Señor.

Un segundo aspecto de la paciencia es el buen uso de la palabra en nuestras relaciones con los demás: el paciente tiene ánimo y sabe animar («tened buen ánimo», v. 8), y a la vez sabe evitar las continuas lamentaciones que no llevan a nada.

 

Evangelio: Mateo 11,2-11

2 Juan, que había oído hablar en la cárcel de las obras del Mesías, envió a sus discípulos

3 a preguntarle: -¿Eres tú el que tenía que venir, o hemos de esperar a otro?

4 Jesús les respondió: -Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: 5 los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia.

6 ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!

7 Cuando se marcharon, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: -¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

8 ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido? Los que visten con lujo están en los palacios de los reyes.

9¿Qué salisteis entonces a ver? ¿Un profeta? Sí, y más que un profeta. 10 Éste es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti; él te preparará el camino.

11 Os aseguro que entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.

 

**• La pregunta del Bautista: «¿Eres tú el que tenía que venir?», que domina la presente página del evangelio de Mateo, no expresa una mera curiosidad religiosa.

Juan estaba convencido de que el Mesías iba a inaugurar el Reino de Dios. Llevaba una vida ascética ejemplar llamando a penitencia a sus contemporáneos y fustigó las costumbres de los poderosos hasta ser encarcelado por tal motivo. Desde la prisión, manda a informarse acerca de los fundamentos de la "buena noticia" porque se ha jugado la vida sobre el sentido de lo que ha vivido hasta el presente. Ni siquiera el Bautista es una excepción en la oscuridad de la fe, ni goza desde el principio de una plena comprensión del proyecto de Dios que le puede preservar del escándalo (v. 6).

Jesús responde indicando lo que está haciendo; sus palabras (anuncia el evangelio a los pobres), sus acciones («Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo...»: v. 4), las Escrituras, mediante las cuales se pueden entender sus palabras y acciones (de hecho, espiga unas citas, tomadas la mayor parte de Is 35: «Los ciegos ven...»). Jesús sabe que a alguien que está disponible como el Bautista, el evangelio le habla por sí mismo; él comprenderá que Jesús es el que viene en nombre de Dios. Pero como el Bautista ha anunciado un Mesías un tanto diverso, juez severo, ministro de la ira de Dios, deberá estar dispuesto a rectificar su misma visión de Mesías.

También él debe convertirse. Mateo reserva al final una palabra dirigida al discípulo de Jesús: el Bautista era grande, pero no era más que un precursor, mientras que el discípulo ha conocido en plenitud el don de Dios, y por eso es más grande que el Bautista (v. 11). Su grandeza no estriba en una mayor estatura ascética y moral, sino en el don de Dios que ahora, en Jesús, se manifiesta plenamente.

 

MEDITATIO

Por boca de Isaías, Dios promete un mundo nuevo, construido a partir de los últimos: los desfallecidos cobran ánimo, los ciegos y sordos podrán ver y oír, a los débiles se les ayuda en su camino incierto. ¿Hemos visto alguna vez algo semejante? ¿Quién está en un mar de sufrimientos frente al que nos sentimos impotentes?

Además, junto a las enfermedades, prolifera aún más el mal que creamos nosotros con nuestras injusticias. ¿Hay alguien capaz de limpiar la tierra, para convertirla en un mundo de justicia según ese proyecto cantado por Isaías?

La respuesta de Jesús al Bautista todavía es válida para nosotros hoy: Jesús ya está llevando a cabo este cambio; nos da signos, pero debemos darles crédito, siguiéndole por el camino que ha elegido. El Reino de Dios llega sin ruido (será instaurado definitivamente sobre una cruz), pero si creemos podremos experimentar su fuerza y también nosotros nos comprometeremos en el verdadero cambio del mundo.

«Dichoso el que no se escandalice de mí»: en concreto viene a ser una llamada a creer. La vida aparentemente sigue como siempre, pero dichoso el que no se escandaliza de la forma "humilde" de la presencia del Mesías, sino que, por el contrario, reconocen en él la verdadera presencia de la acción de Dios que cambia y salva al mundo.

El que ha conocido en Jesús la pasión de Dios por el hombre, sabe comprometerse en la caridad, aunque no pueda enjugar todas las lágrimas del mundo, consciente de que sólo Dios puede salvar a la humanidad del mal.

Nuestra fe, la fe de la comunidad cristiana, se manifestará, según la enseñanza de Santiago, en un conjunto de obras, no vistosas sino preciosas, las obras cotidianas de una comunidad que, convertida a la esperanza, se apasiona por el destino de la humanidad, y aunque sufre por la lentitud, no se encoge de ánimo sino que lo ensancha abriéndolo al proyecto "increíble" de Dios.

 

ORATIO

«Dichoso quien no se escandalice de mí»: sostén nuestra fe, Señor Jesús, cuando esté a punto de escandalizarse por tu "debilidad". Danos la convicción y la sabiduría que animaba a tu apóstol Santiago: él, que conocía bien las promesas de Isaías, ha creído que tú las has realizado, aunque aparentemente parecía que nada había cambiado en el mundo tras tu paso. Danos también a nosotros la paciencia del agricultor, para sembrar esperanza.

Haz que acojamos con agradecimiento tu evangelio de gozo, la buena noticia a los pobres y enséñanos la paciencia; danos una fe firme. Concédenos la dicha de ser tus discípulos, tu misma alegría, la alegría del Padre en hacer el bien, aunque nos toque aparecer como perdedores. Reaviva en nosotros la memoria de los beneficios recibidos, para que aún hoy podamos apostar por tu evangelio y para que, aunque no reconozcamos tus caminos, continuemos como el Bautista siéndote fieles.

 

CONTEMPLATIO

Está escrito: «La esperanza prolongada hace daño al corazón», pero, aunque cansada por la tardanza de lo deseado, sigue segura de la promesa. Confiando en ella y depositando en ella toda mi capacidad de espera, añadiré esperanza a esperanza (...).

Señor Jesús, gracias te sean dadas. Yo una vez por todas me he anclado en tus promesas. Aun así, «ven en ayuda de mi incredulidad», para que morando allí, inmóvil, yo te espere siempre hasta que vea lo que creo.

Sí, creo «poder contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivos». Y tú, ¿lo crees? Que se fortalezca tu corazón y espere con paciencia al Señor. Aunque nos pide una larga paciencia, en otra parte promete venir enseguida. Por una parte quiere educarnos en la paciencia, por otra animar a los descorazonados.

«El tiempo es breve», sobre todo para cada uno de nosotros, aunque parezca largo al que se consume, bien por el dolor, bien por el amor (Guerrico de Igny, Sermones sobre el adviento del Señor, 1, 3-4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el que se apoya en el Señor su Dios. Él mantiene por siempre su fidelidad» (Sal 145,5-6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La compasión es fruto de la soledad. Tenemos que admitir lo difícil que es ser compasivo, ya que requiere una actitud de disponibilidad para estar con otros allí donde son débiles, vulnerables, solitarios, rotos. No es nuestra actitud espontánea ante el sufrimiento.

Procuramos, ante todo, evitar el sufrimiento huyendo de él o tratando de encontrar una cura inmediata para el mismo. Lo cual significa ante todo hacer algo que demuestre que nuestra presencia es significativa. Olvidamos así nuestro mayor don: la capacidad de solidarizarnos con aquellos que sufren.

Esta solidaridad compasiva crece en la soledad. En la soledad nos damos cuenta de que nada humano nos es ajeno, de que las raíces de todo conflicto, guerra, injusticia, crueldad, odio, celos y envidia están fuertemente anclados en nuestro corazón. En la soledad, un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne; un corazón rebelde, en un corazón contrito, y un corazón cerrado puede abrirse a todo aquel que sufre, en un gesto de solidaridad (H. J. M. Nouwen, El camino del corazón, Madrid 1986, 30-31).

Tercer domingo de adviento Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 61,1 -2a. 10-11

1 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros la libertad.

2 Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor.

10 El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría, porque me ha vestido un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas.

11 Pues como la tierra echa sus brotes y un huerto hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar la salvación y la alabanza ante todos los pueblos.

 

*» Los primeros versículos de este oráculo (w. 1-2), en los que el profeta habla en primera persona -hasta el punto de hacer pensar que se trata del recuerdo de su vocación personal- se los aplicará Jesús a sí mismo en la sinagoga de Nazaret (Le 4,18-19).

El profeta se presenta como "invadido" por el Espíritu Santo. El efecto de la presencia del Espíritu se manifiesta con dos verbos: «me ha ungido» y «me ha enviado» (v. 1). En primer lugar, la consagración, efecto que le concierne personalmente: es decir, el profeta pertenece a Dios y a su servicio (el verbo es el mismo que luego se utilizará para indicar al «Mesías», el consagrado de Dios). Puesto que pertenece a Dios, pertenece también a los demás; el profeta es un enviado al pueblo con una misión que se define muy detalladamente.

La frase: «me ha enviado» introduce siete finalidades (la lectura de hoy menciona sólo algunas), de las cuales la primera es un breve resumen: «Para dar la buena noticia a los pobres», a los que tienen en corazón destrozado, a los esclavos, a los prisioneros... El profeta debe anunciar que Dios no se ha olvidado de ellos, sino que se cuida de ellos. Se trata sobre todo de anunciarles: «El año de gracia del Señor», es decir, anunciar el gozo que experimenta Dios al preocuparse de ellos ahora.

En la segunda parte de la lectura (w. 10-11) el «yo» del profeta se ensancha para abrazar a toda la comunidad. Ésta se alegra por la misión que le ha sido confiada, la que llevará a la comunidad de Israel a sentirse amada por Dios como esposa y a dejarse revestir de justicia, dejar que YHWH le enseñe a cumplir su voluntad.

 

Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5,16-24

Hermanos:

16 Estad siempre alegres.

17 Orad en todo momento.

18 Dad gracias por todo, pues ésta es la voluntad de Dios con respecto a vosotros como cristianos.

19 No apaguéis la fuerza del Espíritu;

20 no menospreciéis los dones proféticos.

21 Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.

22Apartaos de todo tipo de mal.

23 Que el Dios de la paz os ayude a vivir como corresponde a auténticos creyentes; que todo vuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

24 El que os llama es fiel y cumplirá su palabra.

 

*» Casi todo el fragmento es una exhortación, a la que sigue un deseo y una certeza final. Frases breves pero eficaces y salpicadas de indicaciones que Pablo desea que se traduzcan inmediatamente en la vida cotidiana de los cristianos.

Para enseñar a los suyos a vivir como «hijos de la luz» (1 Tes 5,6) que esperan la venida del Señor Jesús (v. 23), Pablo expone en primer lugar cierta doctrina de fondo (w. 16-18), pasando luego a los consejos para la vida comunitaria (w. 19-22), para dar una panorámica final de la obra santificadora de Dios en el hombre (w. 23-24).

Las exhortaciones de fondo son a la alegría, a la oración, a la acción de gracias, resumidas todas en la «voluntad del Dios» (v. 18), ya que estas actitudes constituyen una tríada connatural al cristiano que busca la voluntad de Dios «siempre, incesantemente, en todo lugar».

En cuanto a la vida comunitaria, una traducción literal nos hace percibir su carácter "machacón", de urgencia: «No apaguéis la fuerza del Espíritu: no menospreciéis los dones proféticos. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Apartaos de todo tipo de mal» (w. 19-22). Como se puede ver, la exhortación principal para una buena vida de comunidad aparece al comienzo: «No apaguéis la fuerza del Espíritu» (v. 19).

Finalmente el discurso vuelve a la acción de Dios, apareciendo sobre todo como el Dios «fiel», tema favorito en la teología de san Pablo, que se preocupará personalmente de guardar al creyente, no permitiendo que nadie lo sustraiga de su mano.

 

Evangelio: Juan 1,6-8.19-28

6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.

7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.

8 No era él la luz, sino testigo de la luz.

19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era.

20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías.

21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No.

22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?

23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así:

Yo soy la voz

del que clama en el desierto:

allanad el camino del Señor.

24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos.

25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas?

26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis.

27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.

28 Esto ocurrió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizado.

 

**• La última frase de este fragmento (v. 28) nos indica que Juan desarrolla su ministerio en «Betania, en la otra orilla del Jordán». El significado mismo del nombre del lugar -«casa del testimonio»- puede tener valor simbólico, porque indica exactamente lo que debe llegar a ser toda comunidad: una verdadera casa del testimonio.

Cualquier página evangélica ilustra en qué consiste concretamente el testimonio. A una "comisión de encuesta" enviada desde Jerusalén para identificar su identidad, el Bautista responde remitiendo a Jesús: «No era él la luz, sino testigo de la luz» (v. 6); y luego: «No lo soy, yo soy la voz» (w. 21-22). El Bautista, según el evangelio de Juan, no es un predicador o un asceta, sino exactamente el modelo por excelencia del testigo: en la casa de la comunidad cristiana, el comportamiento que debe distinguir a todos es precisamente el suyo. Nadie puede decir: «Yo soy», pero cada uno debe remitir más allá de sí mismo, a Jesucristo. Cada uno puede y debe ser "signo" de Jesús para el otro, manteniendo la capacidad de desaparecer, exactamente como el Bautista.

Cada uno es un signo útil, incluso necesario, pero precisamente por ser signo no es algo definitivo. Para ser testigos es preciso ser antes oyentes. Poniendo en escena a Juan Bautista que señala a Jesús, el evangelista quiere decir que la verdad está ya presente: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Esta expresión recuerda el tema veterotestamentario de la sabiduría escondida, que no puede conocerse si ella misma no se manifiesta. Jesús es esta sabiduría que se manifiesta al hombre.

 

MEDITATIO

Si la Iglesia es "casa del testimonio", comprendemos que la necesidad de testigos es necesaria cuando se desarrolla un proceso judicial. El evangelio de Juan indica que a lo largo de la historia se lleva a cabo un proceso inmenso en el centro del cual está Jesús -la verdad de Dios- y durante el cual la comunidad de los creyentes es constantemente llamada a estar, como testigo, de parte de Jesús, de parte de Dios, de ese rostro de Dios que Jesús ha dado a conocer. Nuestra comunidad debe hacer visible ese rostro con sus propias obras.

Bajo este punto de vista es útil volver a la primera lectura, donde el Espíritu Santo que irrumpe en el profeta y, luego, en Jesús se derrama ahora sobre la Iglesia. Pero debe estar atenta a «no apagarlo», como indica san Pablo. El Espíritu reviste a la Iglesia con un «manto de justicia», la capacita para que hable de Dios con las obras, para anunciar la buena noticia a los pobres de hoy día. Capaz de «vendar los corazones desgarrados»: debemos esforzarnos por sanar los corazones con una curación que no tiene nada de milagroso sino que requiere paciencia como herida que sólo cicatriza con el tiempo.

Otra de nuestras tareas es «proclamar la libertad de los cautivos y prisioneros», recordando que hay esclavos evidentes y otros latentes, pero no menos graves, por liberar. Finalmente estamos llamados a «proclamar un año de misericordia»: es necesario que comprendamos cómo nuestro tiempo -con frecuencia salpicado por el mal- debe mirarse con respeto y con espíritu de discernimiento como la ocasión de gracia que el Señor nos brinda.

Con la comitiva del Mesías-esposo revestido de justicia nace en nosotros la solidaridad, el compartir, hace estallar en nosotros ese gozo que no es verdadero si no es compartido. Sabemos bien que nunca estaremos a la altura de este programa de justicia y fraternidad, pero el recurrir continuamente al que es esposo y luz permitirá que la fuerza de la caridad no se debilite en nosotros.

 

ORATIO

Nos has exhortado al gozo, Señor: «Estad siempre alegres». Más aún, nos has enseñado las palabras para manifestar este gozo: «Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha revestido con vestidura de salvación». Haz de mí, Señor, un cristiano alegre: alegre como Juan al ver la luz que ya llega, al sentirse voz al servicio de la Palabra; alegre como el profeta al saberse lleno de tu Espíritu de santidad; alegre como María al reconocer y cantar lo que has hecho por mí y en mí.

Nos has exhortado, Señor, a la oración: «Orad incesantemente». Me parece casi imposible: habituado a separar oración y trabajo, pienso que la oración sólo se puede hacer estando de rodillas. Sin embargo, sé que estás continuamente presente, compartiendo mis días y mi trabajo.

        Eres tú quien desea santificarme «hasta la perfección» , tú quien guías mis pasos inciertos por el sendero de la santidad. Enséñame a vivir constantemente en tu presencia, a hacer todas las cosas por amor tuyo. Nos has exhortado, Señor, a la acción de gracias: «En toda ocasión dad gracias». En la Eucaristía nos unes a tu acción de gracias. Haz que no me limite a pronunciar palabras de gratitud, quizás gastadas o convencionales, sino a dar gracias al Padre testimoniando su amor, en el servicio concreto al prójimo. Ven, Espíritu Santo, sé en nosotros gozo, oración, acción de gracias, caridad.

 

CONTEMPLATIO

Los mensajeros preguntaron a Juan quién era. ¿Qué responde el príncipe celeste, la estrella matutina, el ángel terrestre, Juan? Dice: «No soy», mientras todos quieren ser o parecer algo.

Quien lograse sólo tocar este fondo, habría dado con el camino más cercano, más breve, más llano y seguro hacia la verdad más alta y más profunda que se pueda conseguir en el tiempo. Para esto nadie es demasiado viejo, ni demasiado enfermo, ni demasiado pobre, ni demasiado rico. ¡Qué valor inefable se encierra en este «No soy»! Y, sin embargo, nadie quiere emprender este camino, se mire como se mire: en realidad somos y queremos o querríamos siempre ser, siempre encima del otro.

De aquí provienen todos los llantos y lamentos. Por eso no encontramos paz ni interior ni exterior. Este ser nada proporcionará de todos modos, en todos los lugares, con todos los hombres una paz total, verdadera, esencial, eterna; y sería lo más dichoso, seguro y noble del mundo (E. Susone, Opere spirituali. Le prediche, Alba 1971, 584-585).

 

ACTIO

Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me colma de alegría» (Is 61,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa (Pablo VI, Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978).

 

Tercer domingo de adviento Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,14-18a

14 ¡Da gritos de alegría, hija de Sión, exulta de júbilo, Israel, alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor tu Dios en medio de ti, es un salvador poderoso.

Él se goza y se complace en ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

*» El profeta Sofonías, que precede algunos años al profeta Jeremías, interpreta con estas palabras el deseo de renacer de la ciudad de Jerusalén tras el período del rey Manases, idólatra y violento. Se trata de un renacer a la vez espiritual y civil. La destinataria de las palabras es la «hija de Sión» o «hija de Jerusalén», que de ambos modos se designa a la misma ciudad de Jerusalén, pero que tal vez aluden también a algo nuevo que va a hacer el Señor.

En el texto profético se cruzan diversos temas, todos se repiten al menos dos veces, y es que la repetición subraya la urgencia de la exhortación a fiarse de esta palabra de esperanza. La invitación a la alegría da el tono fundamental. El profeta recurre a todos los vocablos posibles para manifestarlo: gozo, alegría, regocijo, fiesta, danza... es ese gozo interior que se manifiesta exteriormente con la participación de toda la comunidad. Pero el aspecto más interesante de este sentimiento es que no sólo se trata de un gozo humano, sino también del de Dios (v. 17 «Él se goza y se complace en ti»). El fragmento se abre con el gozo del pueblo y se cierra con el gozo de Dios.

El motivo del gozo es la venida de Dios, que, cancelada toda condena, habita ahora en medio de la ciudad como salvador: «El Señor tu Dios en medio de ti» (w. 15.17). La salvación a su vez se realiza como una renovación en el amor («su amor te renovará»: v. 17). Para Sofonías la salvación está en el reafirmar el amor originario de Dios, en volver a encontrar el amor perdido. Es un amor que expulsa al temor, porque ya no hay motivo para temer cuando Dios manifiesta su amor. Precisamente en este texto se inspirará la escena de la anunciación en Lucas: «Alégrate... El Señor está contigo... No temas...».

 

Segunda lectura: Filipenses 4,4-7

Hermanos:

4 Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.

5 Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca.

6 Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias.

7 Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús.

 

*» La invitación a la alegría, como la recomendación a no temer («Que nada os angustie»: v. 6), encuentran, para Pablo, su fundamento en el hecho de que: «El Señor está cerca». "Señor" indica aquí no sólo a Dios, sino a Jesús, porque en él Dios se acerca a la humanidad. La carta a los Filipenses muestra cómo la esperanza del cristiano es diferente de la esperanza del que quiere ser optimista a toda costa. Ésta no se basa en un sentimiento de voluntad personal, en una disposición interior al optimismo, sino en la persona de Jesús, que es garantía de la espera para el futuro. Tres palabras resumen los aspectos personales y comunitarios de la esperanza: gozo, confianza, paz.

El gozo: brota del hecho de vivir en comunión con Jesús y los demás. El que afirma esto no es un vividor, sino un apóstol que sufre, prisionero, que invita reiteradamente a los filipenses al gozo.

La confianza: «Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (v. 6). Abandonarse en Dios no es indigno del hombre, no es un refugiarse en un mundo irreal, sino que forma parte de la verdadera sabiduría, porque «el Señor protege el camino de los justos» (1 Sm 2,9).

La paz - resultado de cuanto precede. De las escasas palabras de Pablo se deduce que la paz no es ausencia de preocupaciones, sino fruto del poder de Dios, que guarda el corazón y pensamientos de los creyentes en Cristo Jesús (v. 7), lo cual es muy distinto del simple "no tener pensamientos". La verdadera paz no es superficial, sino que se afianza en el hombre ahí donde decide por sí mismo, en la mente y el corazón, y, de este modo, también sus acciones y relaciones serán acciones y relaciones de paz.

 

Evangelio: Lucas 3,10-18

10 La gente preguntaba a Juan:

-¿Qué debemos hacer?

11 Y les contestaba:

-El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo.

12 Vinieron también unos publícanos a bautizarse y le dijeron:

-Maestro, ¿qué tenemos que hacer?

13 Él les respondió:

-No exijáis nada fuera de lo fijado.

14 También los soldados le preguntaban:

-¿Y nosotros qué tenemos que hacer?

Juan les contestó:

-No uséis la violencia, no hagáis extorsión a nadie, y contentaos con vuestra paga.

15 El pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías.

16 Entonces Juan les dijo:

-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

17 En su mano tiene el bieldo para aventar su parva y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará en un fuego que no se apaga.

18 Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia.

 

**• Después del acontecimiento de la Palabra sobre el Bautista que anuncia la salvación (Lc 3,2), Lucas relata los temas éticos de la predicación de Juan en los que precisa los caminos que hay que enderezar y ajustar según los caminos de Dios. Se presentan al Bautista diversas categorías de personas.

Por tres veces (w. 10.12.14) la gente pregunta al Bautista: «¿Qué debemos hacer?». En la respuesta no pide cosas desorbitadas, sino que recomienda modos de atención con el otro, respeto a todos en la justicia. El Bautista, hombre del desierto, a quien le pregunta sobre qué debe hacer no le pide imitarle en la vida eremítica o ascética del desierto. Les da unas respuestas para que las realice cada uno en su vida normal, ya que es precisamente en ese ámbito donde todos debemos enderezar los caminos de Dios.

A algunos interlocutores les sugiere el compromiso del compartir: «El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna» (v. 11). Luego se acercan los publicanos y los soldados, dos categorías «sospechosas». Pero también pueden abrirse a la salvación viviendo una vida honesta y renunciando a algunos fraudes.

Cuando venga Jesús, precisamente los publicanos y los soldados (cf. el centurión) serán los testigos de una salvación que se les ofrece sin condiciones previas, salvación recibida gratuitamente, capaz de cambiar la vida.

Finalmente el evangelista indica que «el pueblo estaba a la expectativa» (v. 15), y se preguntaban si no sería Juan el Cristo. De la pregunta del «hacer» se pasa a la del «Mesías», es decir, a la pregunta de «¿Quién nos puede salvar?». El Bautista remite -más allá de sí mismo- a «aquel que viene», el único que podrá cambiar la vida vieja, quemando la paja y regalando el Espíritu.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios me invita a la alegría como nota cualificada de mi testimonio cristiano. «Alegrarse en el Señor»: en el lenguaje cotidiano nunca decimos "alegrarse en una persona", sino más bien "alegrarse con una persona", o "por una persona". La Escritura, sin embargo, me dice: «Alegrarse en el Señor». Estoy llamado a esta singular alegría: puedo alegrarme en cuando vivo unido a otro, al Señor. Mi alegría verdadera sólo brotará de una experiencia de relación, de comunión con el Señor Jesús.

La alegría arraigada en la esperanza de la venida de Jesús se expresa en la afabilidad con los otros, en la mansedumbre en las relaciones con mis hermanos, en el buscar siempre lo conveniente, lo adaptado a cada situación, en el esfuerzo por lograr la medida justa con cada hermano que encuentro.

Mi alegría debe manifestarse también en las obras de justicia, en las obras de una vida "salvada". Para poder encontrar hoy paz, el evangelio no me deja sólo con la pregunta: «¿Qué debo hacer?». Quiere ayudarme además a plantearme una pregunta más profunda: «¿A quién debo dar mi corazón? ¿Quién puede decirme una palabra verdadera que suscite y refuerce en mí el querer el bien?». El Bautista, maestro de moral y de justicia, me amonesta a no abandonar esta pregunta y me indica también la respuesta, es decir, me orienta hacia el Único que vale la pena mirar, para apostar por él todo el sentido de mi existencia.

 

ORATIO

Te miramos a ti, Señor Jesús, aquel que Juan llama «más fuerte»: y tú lo eres porque haces presente y operante la potencia de Dios Padre, para nuestra salvación; lo eres también porque sabes vencer todas nuestras debilidades, todas nuestras resistencias; lo eres porque nos libras del mal y das la paz a nuestro corazón.

Te miramos a ti, Señor Jesús, que bautizas en el Espíritu Santo: tú nos sumerges en la vida misma de Dios, nos comunicas el Espíritu que habita en ti, el Espíritu cuyo fruto es la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la benevolencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, el dominio de sí.

Te miramos a ti, Señor Jesús, que vienes a juzgar el mundo. Actúa también hoy con "fuego": danos a conocer la santidad de Dios, su amor exigente que nos purifica y que es insostenible para nosotros que tenemos la fragilidad de la paja. Mientras, dispersos entre la gente del Jordán, reconocemos nuestro pecado y nuestras ligerezas, acércate a nosotros y danos fuerza para volver a Dios.

Te miramos a ti, Señor Jesús: mientras buscamos la alegría en otra parte, te acercas y nos repites: «Tu Dios se alegra y exulta por ti».

 

CONTEMPLATIO

Abriendo nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones».

Y, buscándose el Señor un obrero entre la multitud ala que lanza su grito de llamamiento, vuelve a decir:«¿Hay alguien que quiera vivir y desee pasar días prósperos?». Si tú, al oírle, respondes: «Yo», otra vez te dice Dios: «Si quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, guarda tu lengua del mal; tus labios de la falsedad; apártate del mal y obra el bien, busca la paz y corre tras ella». Y, cuando cumpláis todo esto, tendré mis ojos fijos sobre vosotros, mis oídos atenderán vuestras súplicas, y antes de que me interroguéis os diré yo: «Aquí estoy». Hermanos amadísimos, ¿puede haber algo más dulce para nosotros que esta voz del Señor, que nos invita? Mirad cómo el Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida.

Si se considera necesario algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios (Benito de Nursia, Prólogo a la Regla).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Fil 4,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La alegría es oración. La alegría es fuerza. Es como una red de amor que coge a las almas. Dios ama al que da con alegría. El que da con alegría, da más. No hay mejor manera de manifestar nuestra gratitud a Dios y a los hombres que aceptar todo con alegría. Un corazón ardiente de amor es necesariamente un corazón alegre. No dejéis nunca que la tristeza se apodere de vosotros hasta el punto de olvidar la alegría de Cristo resucitado. Continuad dando Jesús a los demás, no con palabras sino con el ejemplo, por el amor que os une a él, irradiando su santidad y difundiendo su amor profundo, id por todas partes. Que vuestra fuerza no sea otra que la alegría de Jesús. Vivid felices y en paz. Aceptad todo lo que él da y dad todo lo que él toma con una gran sonrisa (Madre Teresa).

 

 

Lunes de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Números 24,2-7.15-17a

2 En aquellos días, Baloán levantó los ojos y vio a Israel acampado por tribus, el espíritu de Dios vino sobre él,

3 y pronunció este oráculo: Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del varón clarividente;

4 oráculo del que escucha palabras de Dios, del que ve la visión del Poderoso, y cae en éxtasis con los ojos abiertos.

5 ¡Qué bellas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel!

6 Son como torrentes que se alargan, como jardines junto al río, como áloes plantados por el Señor, como cedros junto a la corriente.

7 Los cántaros rebosan de agua, y aguas abundantes riegan su semilla.

Su rey es más alto que Agag y su reinado crece en poderío.

15 Y pronunció este oráculo: Oráculo de Balaán, hijo de Beor; oráculo del varón clarividente;

16 oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los designios del Altísimo; que ve la visión del Poderoso, y cae en éxtasis con los ojos abiertos.

17 Lo veo, pero no para ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel.

 

**• En una larga y compleja narración acerca del tiempo del camino por el desierto, el libro de los Números cuenta cómo Balaak, rey de Moab, para oponerse al paso de Israel, alquiló a un potente adivino pagano, Balaán, para que soltase sus sortilegios contra Israel y lo maldijera. Éste, sin embargo, en vez de aniquilar al pueblo, como indica su nombre "devorador", es confundido por el Señor y obligado a profetizar en favor de Israel.

La presente lectura propone algunos versículos del tercer y cuarto oráculos que pronunció. El primero anuncia la prosperidad y fecundidad de Israel, con la imagen de un campamento enorme de hermosas y ricas tiendas y la de un paisaje con plantas frondosas y abundancia de agua que indican la vitalidad (w. 5-7). El cuarto añade a los precedentes (w. 16-17) la descripción de una realeza ideal, que es una visión idealizada de la monarquía davídica, en cuanto destinataria de la promesa divina comunicada por el profeta Natán (cf. 2 Sm 7), y constituye el origen del mesianismo real. Balaán, en sustancia, debe profetizar el gran futuro de Israel, signo concreto de la fidelidad divina a la promesa dada a David.

«Una estrella sale de Jacob, un centro surge de Israel» (v. 17). El cetro es claramente símbolo de la realeza; la estrella, sin embargo, hay que vincularla a una idea difusa de la antigüedad: la aparición de un nuevo astro significaría o el nacimiento de un rey o un gran acontecimiento de la historia. Comienza aquí en el Antiguo Testamento el motivo difundido en el mundo judaico intertestamentario de la estrella como símbolo del Mesías, el "hijo de la estrella".

 

Evangelio: Mateo 21,23-27

23 Jesús entró en el templo, y mientras enseñaba, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le dijeron:

-¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado esa autoridad?

24 Jesús les respondió:

-También yo os voy a hacer una pregunta. Si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto.

25 El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?

Ellos discutían entre sí y comentaban: «Si decimos que de Dios, nos dirá: ¿Por qué no le creísteis?

26 Y si decimos que de los hombres, hay que temer a la gente, porque todos piensan que Juan era un profeta».

27 Así que respondieron a Jesús: -No sabemos.

Entonces Jesús les dijo: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.

 

*»• El evangelista muestra a los adversarios de Jesús que protestan, por considerarla pretensión ilegítima, su juicio sobre el templo y la expulsión de los vendedores.

Preguntan en nombre de qué autoridad ha actuado de tal modo y sentenciado sobre la relación del pueblo con Dios. Jesús, por su parte, contraataca, pidiéndoles que se decidan en su postura sobre el bautismo de Juan (v. 25), y es que el bautizar había sido la acción más llamativa del Bautista. El Nazareno exige una alternativa clara y decidida. A través de la pregunta se ven obligados a hacer una seria reflexión de su propia actitud equivocada frente a Dios.

La pregunta de Jesús no es, como podría parecer al lector, una escapatoria táctica, un modo de desplazar el campo de atención evitando así dar una respuesta comprometedora. Se trata más bien de hacer una seria invitación a la conversión; pide tomar partido respecto a la predicación de Juan el Bautista, que había sido precisamente una llamada a la conversión.

Su predicación ponía a los jefes religiosos en una situación análoga a la deseada por Jesús. Su negativa a responder manifiesta su mala voluntad, su actuar con cálculos políticos de conveniencia (w. 25-26), olvidando que la primera obligación de los jefes, como de cualquier fiel, es la conversión. De lo contrario Dios puede callar ante el incrédulo, como sugiere la perentoria afirmación final de Jesús: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas» (v. 27).

 

MEDITATIO

La promesa mesiánica de la primera lectura nos invita a meditar en la fidelidad de Dios, en las promesas y en el poder del Señor que desbarata cualquier poder que se oponga a su proyecto de liberación, ya se trate de fuerzas humanas o suprahumanas. De hecho, en Balaán, obligado a profetizar en favor de Israel, descubro el ejemplo eficaz y alentador del irresistible triunfo del plan de Dios.

La lectura del evangelio me exige confrontar mis opciones con las exigencias evangélicas, preguntándome si no podré reconocerme a veces en la actitud de los adversarios de Jesús y si su reacción incrédula no será también el retrato de mi condición interior a la no disponibilidad.

¿No soy, tal vez, como los adversarios de Jesús que rechazan la invitación a tomar una decisión responsable frente a Dios? Seré como ellos si no me formo seriamente un juicio personal de fe sobre las vicisitudes de la vida, prefiriendo quedarme en términos de conveniencia y en otras consideraciones. El evangelio desenmascara muchas de mis preocupaciones demasiado humanas, dictadas no por el temor de Dios, sino por el deseo de conservar el poder o, sencillamente porque se cumplan mis apetencias. Mis deseos, si no buscan la voluntad del Señor, tienen la misma consistencia que los proyectos de Balaak y de Balaán confundidos y desbaratados por Dios en un instante.

 

ORATIO

Como hiciste con Balaán, oh Padre, descorre el velo de nuestros ojos, para que podamos admirar las maravillas que haces en medio de tu pueblo y para que se alegre nuestro corazón con y por tu pueblo, que adquiriste y formaste en tu Hijo.

Como hiciste con Balaán, oh Padre, descorre el velo de nuestros ojos para que podamos acoger en la fe a tu Hijo que viene. Que sea él la estrella que nos guía en el camino y que nos colma de gozo. Que su luz disipe las tinieblas de nuestro corazón, cuando damos vueltas a nuestros cálculos y lógicas que ignoran tu soberanía sobre nosotros. Que su luz ponga en claro la calidad de tantas de nuestras preocupaciones que se mueven no por tu santo temor, sino por el deseo miope de conservar nuestros ridículos tesoros y de que se ejecuten nuestros proyectos.

Ahora, como hiciste antaño con Balaán, obligándole a profetizar en favor de tu pueblo, Padre, ayúdanos a recordar que sólo tus planes tienen éxito y que nada se puede oponer a tu querer soberano.

 

CONTEMPLATIO

Lo que les pasa a los que desde la cumbre de una montaña alta miran hacia abajo un mar profundo e insondable, es lo que me pasa a mí cuando bajo los ojos desde la altura de la misteriosa frase del Señor: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». La promesa de Dios es tan grande que supera los últimos límites de la felicidad. ¿Existe otro bien que se pueda desear? El que ve a Dios ha obtenido todos los bienes, una vida sin ocaso, la bienaventuranza inmortal, un gozo perenne, la verdadera luz, una paz espiritual y dulce, una perpetua alegría. Pero ¿acaso la pureza de corazón no es una de esas virtudes inalcanzables porque supera nuestra naturaleza? Las cosas no son así (...).

Me parece que Dios desea mostrarse cara a cara al que tenga el ojo del alma bien purificado. Si, por consiguiente, remueves las malezas que han cubierto tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. Este sublime espectáculo ¿en qué consiste? En la santidad, en la simplicidad y en todos los resplandores radiantes de la naturaleza divina por los cuales se ve a Dios (Gregorio de Nisa, Homilías, 6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «[Dichoso] el que escucha la Palabra de Dios y conoce la ciencia del Altísimo» (Nm 24,4.16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿De verdad quieres convertirte? ¿Quieres ser transformado? ¿O bien mantienes fuertemente con una mano tus viejos modos, mientras con la otra suplicas a la gente que te ayude a cambiar?

La conversión es algo que no puedes regalarte a ti mismo. No es cuestión de fuerza de voluntad. Tienes que confiar en la voz interior que te muestra el camino. Conoces esa voz. Te miras en ella a menudo.

Pero después de haber oído con claridad lo que se te pide que hagas, empiezas a poner pegas y a buscar la opinión de los demás. De esa forma te ves atrapado en una incontable variedad de opiniones, sentimientos e ¡deas contradictorios, y pierdes el contacto con Dios que está contigo. Así terminas por depender de las personas que te has buscado para que estén a tu alrededor. Sólo con una atención constante a la voz interior te convertirás a una nueva vida libre y gozosa (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 20).

 

 

Martes de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,1-2.9-13

Así dice el Señor:

1 ¡Ay de la ciudad rebelde, impura y opresora!

2 No ha escuchado nunca la llamada, no ha aceptado la corrección, jamás ha confiado en el Señor, no ha recurrido a su Dios.

9 Yo daré entonces a los pueblos labios puros, para que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan todos unidos.

10 Desde el otro lado de los ríos de Etiopía, los que me adoraban y yo dispersé, me traerán sus ofrendas.

11 Aquel día no tendrás que avergonzarte de las perversas acciones con las que te rebelaste contra mí.

Extirparé a tus arrogantes fanfarrones de en medio de ti, y no volverás a engreírte en mi monte santo.

12 Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que buscará refugio en el nombre del Señor.

13 El resto de Israel no cometerá más iniquidad, no dirá más mentiras, ni hablará con falsedad.

Se alimentarán y reposarán sin que nadie los inquiete.

 

**• El comienzo de este fragmento litúrgico relata una amenaza del Señor contra los jefes de la nación, que buscan sólo su propio interés en vez de dedicarse a la fe del pueblo. Sin embargo, después del juicio aparece una palabra de esperanza, en la que la purificación del pueblo y de Jerusalén mira a la promesa de la alegría mesiánica y la reunión de los dispersos (cf. Sof 3,14-20). El anuncio de la purificación de los pueblos (v. 9) que abandonan el culto a otras divinidades y elevan su profesión de fe al Señor manifiesta la espera profética de una profunda renovación de la humanidad por obra del Señor.

Esta renovación consiste en la conversión del corazón humano, que se traduce en acoger la ley divina, en el culto al Dios verdadero. Es una transformación antropológica que afecta sobre todo al pueblo de Dios, en el que desaparece todo rastro de soberbia, como síntesis del pecado humano, de un orgullo que tiende a ocupar el puesto de Dios (v. 11). El pueblo del tiempo de la salvación al que se promete el descanso y la paz es un «resto» (v. 13), es decir, un grupo políticamente frágil y culturalmente irrelevante y despreciado, que no puede precisamente presumir de sus propias fuerzas, sino que experimenta con gratitud la fidelidad de su Dios. Está constituido por los "pobres del Señor" (v. 12), o sea, los que tienen a Dios como único recurso de su propia vida y confían plenamente en él traduciendo su humilde confianza en una obediencia práctica de la voluntad divina.

 

Evangelio: Mateo 21,28-32

28 En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Anda, hijo, ve a trabajar hoy en la viña».

29 Él respondió: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue.

30 Luego se acercó al segundo y le dijo lo mismo.

Él respondió: «Voy, señor». Pero no fue.

31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?

Le contestaron:

-El primero.

Entonces Jesús les dijo:

-Os aseguro que los publícanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios.

32 Porque vino Juan a mostraros el camino de la salvación y no le creísteis; en cambio los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y vosotros, a pesar de verlo, no os arrepentisteis ni creísteis en él.

 

**• Los jefes del pueblo, que en el contexto precedente aparecían como interlocutores malévolos de Jesús (cf. Mt 21,23-27), no tienen intención de escucharle. Jesús pone al desnudo su incoherencia y los provoca con la perspectiva de una ventaja religiosa de los publicanos y prostitutas con respecto a ellos. Y lo hace con la parábola de los dos hijos distintos, que se aclara teniendo como trasfondo, aceptado tanto por el Bautista como por Jesús, la tradición veterotestamentaria sobre la necesidad de la «justicia», esto es, de una fe que busca llevar a la práctica fielmente la voluntad de Dios en el día a día.

La parábola no exalta a los pecadores y desprecia a los devotos, como puede parecer basándonos en ciertas lecturas sesgadas, sino que anuncia la extraordinaria cercanía de Dios al pecador, al que ofrece siempre un cambio de vida. También aparece la denuncia de la frecuente incoherencia de tantos creyentes, ejemplarizados en el primer hijo, cumplidores sólo de boquilla. La confrontación llamativa entre publicanos y prostitutas y los hombres de religión (w. 31-32) no es tanto una condena de estos últimos por parte de Jesús, cuanto una última llamada apremiante a la conversión.

 

MEDITATIO

La parábola de los dos hijos es una severa admonición para mí si, como el primer hijo, respondo afirmativamente, pero luego no voy a trabajar a la viña. Debo hoy poner sobre el tapete mis incoherencias y la obediencia meramente formal, cuando antepongo a las exigencias del evangelio mi pequeño «yo». El riesgo no es sólo el no cumplimiento, sino también el reducir mi justicia moral y religiosa a una imagen de fachada, mientras mi corazón olvida la amorosa inquietud de la búsqueda sincera de la voluntad de Dios.

Resulta por tanto importante la contemplación del paradójico estilo de nuestro Dios, que llama a la conversión incluso a los más lejanos y derrama sus bendiciones a los pobres, a los que sólo confían en él sin poder presumir de sí mismos ni de sus méritos. La parábola evangélica de los dos hijos diversos me interpela sobre la suma importancia de la humildad como cualidad necesaria de la fe que da acceso al reino de Dios. Y, por otra parte, esta dura palabra evangélica me llena también el corazón de gratitud, recordándome que Dios ama a los que no se apoyan en sus propios méritos, sino que, confiando sólo en su misericordia y su fidelidad, están dispuestos a cambiar realmente de vida.

 

ORATIO

Tu Palabra hoy nos fustiga y nos consuela. Nos fustiga porque cuando nos invitas a trabajar en tu viña, como el hijo mayor de la parábola, con frecuencia respondemos: «Sí, Señor»; pero luego no vamos. Estamos demasiado ocupados y preocupados por nuestro «yo» para estar de veras disponibles a buscar sinceramente tu voluntad. Socórrenos con tu Espíritu, para que podamos velar sobre nosotros mismos con el fin de que nuestra adhesión a tu voluntad no se reduzca a palabras huecas.

Pero, además de fustigarnos, tu Palabra nos consuela, porque nos recuerda que incluso a aquel que esté más aferrado al mal le quieres dirigir una palabra de salvación dándole la oportunidad de arrepentirse, de cambiar de vida, de romper con la obstinación del corazón.

Con humildad y confianza acudimos a ti, Dios que ama a los que no confían en sus propios méritos, y confiamos únicamente en tu misericordia y fidelidad.

 

CONTEMPLATIO

Oh pueblos, oh tierra entera, gritemos al Señor, y escuchará nuestra oración, porque el Señor se alegra del arrepentimiento y de la conversión de los hombres. Todas las potencias celestes esperan que también gocemos de la suavidad de Dios y contemplemos la belleza de su rostro. Cuando los hombres conservan el santo temor de Dios, la vida en la tierra es serena y dulce. Ahora, sin embargo, los hombres han comenzado a vivir según su propia voluntad y su razón, y han abandonado los santos mandamientos, y esperan encontrar felicidad sin el Señor, no sabiendo que sólo el Señor es nuestra verdadera alegría y sólo en el Señor el hombre encuentra felicidad. Él caldea el alma como el sol reaviva las flores del campo y como el viento le acuna, infundiéndole vida.

Señor, dirige tu pueblo hacia ti, para que conozca tu amor y todos vean en el Espíritu Santo la mansedumbre de tu rostro: que todos gocen aquí en la tierra de la visión de tu rostro y -viéndote como eres- se asemejen a ti. Gloria al Señor, porque nos ha concedido el arrepentimiento y por medio del arrepentimiento todos seremos salvados sin excepción (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos, Madrid 1996, 314).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde» (Sof 3,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El pueblo mesiánico, aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16).

Así como el pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia (2 Esd 13,1; Nm 20,4 Dt 23,1 ss), así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (cf. Heb 13,14), también es designado como Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque fue El quien la adquirió con su sangre (cf. Hch 20,28), la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social. Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera. Debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos. Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso (LG, 9).

 

 

Miércoles de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 45,6b-8.18.21b-25

6b Yo soy el Señor, y no hay otro.

7 Yo formo la luz y creo las tinieblas, construyo la paz y creo las desdichas.

Yo, el Señor, hago todo esto.

8 Cielos, destilad el rocío; nubes, lloved la liberación; que la tierra se abra, que brote la salvación, y junto con ella germine la justicia.

Yo, el Señor, lo he creado.

18 Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable:

«Yo soy el Señor, y no hay otro».

No hay otro Dios fuera de mí.

21b Yo soy un Dios justo y salvador, y no existe ningún otro.

22 Volveos a mí y os salvaréis, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro.

23 Por mí mismo lo juro, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable:

«Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua».

24 Dirán: «La salvación y el poder vienen sólo del Señor».

Quedarán en ridículo todos los que se enfrentaban a él.

25 Con el Señor triunfará y será grande toda la estirpe de Israel.

 

**• Las palabras del profeta dirigidas a Ciro son un himno a Dios que, a través de su Ungido, ejecuta la salvación (cf. Is 45,1). Se afirma decididamente que sólo el Dios de Israel es el Señor, porque hace todo (luz y tinieblas; salvación y desgracia) y es el creador, es decir, su acción es el origen de todo "radicalmente nuevo", desde el primero al último día. En todo el fragmento aparece una expresión singular: «Yo soy YHWH» (cf. w. 5.6.14.18.22), que es un modo de afirmar la unicidad de Dios, su poder y su señorío absoluto sobre la historia del hombre.

Su poder se manifiesta en la creación del mundo, realidad vacía y sin sentido pero con el fin positivo y altísimo de ser la morada de la humanidad (v. 18). Pero el culmen de su señorío se manifiesta más en su querer y poder salvar a la humanidad (w. 21-22) y en suscitar en la búsqueda sincera de la justicia y el bien (v. 8). Así se revela como «Dios justo» (v. 21), es decir, capaz de instaurar una relación de comunión y de alianza, y por consiguiente es «Dios salvador».

Sobre todas las cosas, mundo y humanidad, Dios domina soberano y nada puede oponerse a su voluntad: el actuar divino en favor de los fieles, aun siendo misterioso e imprevisible, está patente a los ojos de todos y manifiesta su incomparabilidad y unicidad. Éste es el Dios que Israel, como pueblo de Dios, debe dar a conocer a los demás pueblos.

 

Evangelio: Lucas 7,19-23

En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor:

-¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?

20 Ellos se presentaron a Jesús y le dijeron:

-Juan el Bautista nos envía a preguntarte: ¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?

21 En aquel momento, Jesús curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos.

22 Después les respondió:

-Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia;

23 y dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo.

 

*» Lucas, presentando al Bautista, nos muestra la figura de un creyente que ha optado vivir por Dios en cada instante. Él se ha unido a su Dios siempre, lo ha sentido increíblemente cercano y creyó reconocerlo en un misterioso hombre de Galilea, venido a bautizarse por él en el Jordán: Jesús de Nazaret (cf. 3,16-17).

Pero en su soledad y oscuridad de la prisión herodiana, un enorme temor le llena de tristeza: ¿Acaso se equivocó respecto al que señaló como cordero de Dios? A pesar de todo, la fe de Juan es mayor que su duda. Así, en vez de poner en tela de juicio su espera, manda una embajada a Jesús, pidiendo luz y ayuda para comprender. Juan se reduce más a lo esencial, se hace más pobre si cabe, preguntándose simplemente: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» (v. 19).

Y Jesús responde a la pregunta de Juan, indicando lo que hace ante los ojos de los enviados por el Bautista (v. 21). Pero no son sencillamente los milagros los que responden en su favor remitiéndose a los textos bíblicos del Antiguo Testamento, sino también el hecho de que en sus obras se descubren los signos del comienzo de una humanidad nueva, que sabe acoger la Palabra de Dios, ver sus maravillas y caminar por sus sendas: «Los ciegos ven, los cojos andan... los sordos oyen...» (v. 22ab).

Pero sobre todo contesta al profeta encarcelado: «a los pobres se les anuncia la buena noticia» (v. 22c). Un pobre como el prisionero Juan comprenderá y no se escandalizará ante el estilo paradójico del actuar de Dios en Jesús; antes bien, será realmente «dichoso» (v. 23).

 

MEDITATIO

La palabra evangélica me presenta hoy al Bautista como testigo de Cristo con su vida. En Juan se me presenta la figura del verdadero pobre declarado dichoso por Jesús, el creyente que camina en la paciencia y sabe corregir las propias apreciaciones de la espera según el estilo imprevisible del venir de Dios. Por esta razón, puede ahondar en su propia esperanza hasta el testimonio supremo.

De la figura evangélica del Bautista también aprendo que la fe más fuerte y sincera puede coexistir con la duda y que sólo hay un modo para vencer esta duda que atenaza el corazón. Juan me recuerda que sólo puedo superar la prueba con la oración: renunciando a poner en tela de juicio la promesa de Dios y revisando mis limitados modos de comprender la promesa divina y de esperar su cumplimiento, ahí es donde encuentro la paz.

A esa fe que invoca, Dios responderá regalándome un nuevo modo de ver las cosas que me permite contemplar los signos de su amor en mi vida y los signos de esa humanidad nueva que sigue creando todavía hoy. Descubro así la verdad de la palabra del profeta Isaías, según el cual, más allá de los aparentes desmentidos de la historia, el Señor puede y quiere salvar a su pueblo, aun cuando su actuación no deja de ser en gran parte misteriosa y refractaria a toda comparación con las soluciones humanas para tales problemas.

 

ORATIO

«Cielos, destilad el rocío; nubes, lloved la liberación; ábrase la tierra y brote la salvación». Con el profeta Isaías te invocamos en estos días que preparan el nacimiento de tu Hijo, en los que el cielo y la tierra se encuentran y tu divinidad se une a nuestra humanidad para realizar el admirable intercambio: Dios se hace hijo del hombre, para hacernos a los hombres sus hijos.

Esta certeza de fe no impide que broten en mi corazón dudas y temores. A veces llego a pensar que mi vida sea un camino infinito, sin final. Lo único que me queda es ser yo mismo y dirigirte, Señor, con todo mi ser, una plegaria, pues sólo en ti está la victoria y el poder.

Como el Bautista me dirijo a ti, para que tu luz me ayude a contemplar los signos de la nueva humanidad que estás creando ya ahora en nuestro mundo.

 

CONTEMPLATIO

Dios y Señor mío: atiende a mi corazón y escuche tu misericordia mi deseo, porque no sólo me abrasa en orden a mí, sino también en orden a servir a la caridad fraterna; y que así es, lo ves tú en mi corazón. Dame lo que debo ofrecer porque soy un mendigo necesitado, tú eres «rico con los que te invocan». Tú, libre de toda necesidad, y que seguro cuidas de nosotros.

Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y también luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma. Porque si no estuviesen aún en lo profundo tus oídos, ¿adonde iríamos, adonde clamaríamos?

Si llamo a la puerta, no la cierres. Apaga mi amor, porque ya amo y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te conjuro por nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual has venido en mi búsqueda; yo que no te buscaba y me has buscado para que te buscase (San Agustín, Confesiones, XI,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Volveos a mí y os salvaréis» (Is 45,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el Tiempo de adviento debe movernos una pregunta, la pregunta sobre el que debe venir. ¿Qué significa esta pregunta? ¿Qué se entiende por «el que ha de venir»?

En tiempos del Bautista y de Jesús en todos los corazones del pueblo hebreo estaba muy viva la pregunta sobre el que debía venir y la esperanza en él. Se trata de la esperanza del Mesías, el rey del dichoso fin de los tiempos, que vendrá a poner fin a toda miseria e injusticia en la tierra y a inaugurar el señorío de Dios, señorío de justicia y salvación. Esta esperanza nació de las palabras de los antiguos profetas, cuidadosamente recogidas en la Escritura, y había penetrado en los corazones anhelantes. De tal esperanza nace a su vez la pregunta: ¿Cuándo vendrá el esperado? ¿Quién será? «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?» (Is 21,11).

En base a esta esperanza se le hace a Jesús la pregunta: ¿Eres tú aquél? La pregunta brota de tal esperanza. Y sólo la podremos plantear si esa esperanza sigue viva en nosotros. La pregunta carece de sentido para los satisfechos de que el mundo sea como es. Sea porque para ésos el mundo constituye el lugar donde disfrutar de la vida, sin hacer caso de las sombras que lo invaden, ateniéndose sólo a la luz, despreocupando la mente de todo y acogiendo la alegría como llega, día a día. Sea que para ésos el mundo constituya el lugar de la lucha y la fatiga, en que el hombre, los hombres crean en comunidad sus obras, las cuales recompensan por la dedicación y el sacrificio que cuestan y hacen la vida aceptable (R. Bultmann, Prediche di Marburg, Brescia 1973, 213-214).

 

 

 

Jueves de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 54,1-10

1 Canta de alegría, estéril, tú que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, tú que no conocías los dolores de parto, porque serán más los hijos de la abandonada que los hijos de la casada, dice el Señor.

2 Ensancha el espacio de tu tienda, despliega tus toldos sin miedo, hinca tus estacas y alarga tus cuerdas,

3 porque te extenderás a derecha e izquierda; tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas.

4 No temas, no quedarás en ridículo; nadie te afrentará ni te sonrojará.

Olvidarás la vergüenza de tu soltería, dejarás de recordar el oprobio de tu viudez;

5 pues tu esposo es tu Creador, su nombre es el Señor todopoderoso; tu libertador es el Santo de Israel

-se llama Dios de toda la tierra-.

6 El Señor te vuelve a llamar como a mujer abandonada y abatida.

¿Podrá ser repudiada la esposa de juventud?

Esto dice tu Dios:

7 Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño.

8 En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno

-dice el Señor, tu libertador-.

9 Me sucede como en tiempos de Noé, cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a anegar la tierra; ahora juro no volver a airarme contra ti, ni amenazarte nunca más.

10 Aunque los montes cambien de lugar, y se desmoronen las colinas, no cambiará mi amor por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que está enamorado de ti.

 

**• En la presente profecía Isaías presenta a Sión, es decir, la comunidad engendrada por la muerte del Siervo del Señor (Is 53), que es la que experimenta la renovación de la alianza, el reflorecer un amor conyugal y el alegrarse de una íntima, amorosa relación que une a Dios con su pueblo redimido.

El profeta repasa la historia del pueblo elegido, sirviéndose del simbolismo del amor esponsal entre Dios y Sión. Así el destierro se parangona con la viudez o repudio (v. 4), y la tragedia que había convulsionado a los habitantes de Jerusalén se presenta como la triste condición de esterilidad de una mujer ansiosa de tener numerosos hijos (v. 1). Pero el Señor cambia la suerte de su pueblo y así Jerusalén, con la vuelta de los desterrados y la repoblación de la ciudad, puede experimentar sensiblemente la vitalidad de un amor que parecía irremediablemente acabado. La nueva milagrosa fecundidad será signo de la bendición del esposo divino que, en realidad, nunca rechazó la propia esposa, aunque en los momentos dolorosos y sombríos afrontados por el pueblo hizo pensar a Sión que estaba olvidada y hasta castigada por el mismo Dios. Como, tras el diluvio, Dios se comprometió con Noé en una alianza eterna (cf. Gn 9,9ss), ahora al pueblo de los desterrados les promete una alianza incondicional, eterna, porque no se basa en posibles infidelidades de Sión, sino en el indefectible amor divino (w. 9-10).

 

Evangelio: Lucas 7,24-30

24 Cuando los mensajeros se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente:

-¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

25 ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido?

Los que visten con lujo y se dan buena vida están en los palacios de los reyes.

26 ¿Qué salisteis entonces a ver? ¿Un profeta? Sí, incluso más que un profeta.

27 Éste es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti; él te preparará el camino.

28 Os digo que entre los nacidos de mujer no hay otro mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.

29 Todos los que escucharon a Juan, incluidos los publicanos, acogieron la oferta de Dios y recibieron su bautismo,

30 pero los fariseos y los doctores de la ley frustraron el plan de Dios para con ellos y rechazaron el bautismo de Juan.

 

**• Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús comienza a hablar del Bautista a la gente, haciendo preguntas para suscitar el asentimiento de los oyentes. Quiere llevarles a que reconozcan en Juan no sólo un profeta, sino sobre todo el que ha abierto camino a Cristo.

Juan es el profeta auténtico que busca a Dios en el desierto, en la penitencia, con fe firme, no vacilante y ajena a cualquier compromiso con el mundo del poder, del aparentar (w. 24-25). Y, sin embargo, esta interpretación de la figura de Juan, como profeta que ha dedicado toda su vida a la causa de Dios, no llega al nivel más profundo del significado de su misión. Jesús indica a Juan como el mensajero prometido por Malaquías (Mal 3,1), esto es, el que abre camino al Mesías, el que señala una etapa radicalmente nueva de la historia de la salvación, cuando reclama que debemos reconocer la necesidad de conversión.

Pero el elogio del Bautista por parte de Jesús es también una seria reprobación para el que se tiene por justo, sin necesidad de conversión. La sentencia evangélica final es particularmente severa (v. 30). Va dirigida a los hombres de religión que, presumiendo de justos, no han acogido la predicación de Juan ni su bautismo de purificación.

Pues bien, según Jesús, éstos han frustrado, con su comportamiento, el mismo designio salvífico de Dios para con ellos.

 

MEDITATIO

La lectura de Isaías nos lleva a meditar en el amor esponsal del Señor y en el papel positivo que la prueba puede asumir en el camino de la fe. Se nos invita a reconocernos en la figura femenina de Sión, que si bien se sentía «abandonada y con el ánimo afligido», ahora experimenta la alegría de sentirse amada por un esposo fiel, que no repudia a la compañera de la juventud, sino que la ama con mayor ternura. Una vez más debemos reconocer que la prueba de la fe nos abre a una acogida de comunión más profunda, simbolizada en la unión de hombre y mujer, y a una confianza más arraigada en la fidelidad divina.

La lectura evangélica, por su parte, nos estimula al testimonio, por medio de la meditación de la figura de Juan, testigo de Cristo. La firmeza de su persona apunta a la cualidad que requiere nuestro testimonio, que exige fortaleza, valentía y perseverancia.

Finalmente, la condena última de Jesús, dirigida a los que hacen vanos los designios de Dios (Lc 7,30), es un aviso saludable para nosotros en el caso de que dejemos pasar la escucha de la Palabra de Dios como ocasión de sincera conversión.

 

ORATIO

«Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno -dice el Señor, tu libertador-» (Is 54,7-8).

Hoy, Señor, quiero cantar tu fidelidad, tu amor invencible, tu ternura ilimitada. Tú eres el Dios cercano, cuyos caminos son todos verdad, tú el esposo de Sión, tú el redentor de Israel. Tú te has inclinado a nuestra pobreza y nos has enriquecido de ti, has bajado a nuestro pecado y nos has curado, has alejado nuestro sonrojo y nos has revestido de ti mismo.

Tú nos has abierto las puertas del Reino en el que el más pequeño es inmensamente grande porque es tu hijo, por el que tu mismo Hijo unigénito se ha hecho hombre y ha muerto en cruz.

Tú por nosotros has rasgado el cielo y en la plenitud de los tiempos nos has enviado a tu Hijo, que se ha constituido en nuestro compañero de viaje, nuestro hermano y nuestro Señor.

 

CONTEMPLATIO

En el hombre todo era luminoso, sin tinieblas; hermoso, sin fealdad; puro, sin mancilla... Pero ¡oh desgracia sin igual! Ese vaso del todo divino se quiebra en mil pedazos; esta hermosa estrella cae; este hermoso sol se cubre de lodo; el hombre peca, y pecando, pierde la inocencia, la hermosura y la inmortalidad. En fin, pierde todos los bienes recibidos y se ve asaltado por una infinidad de males (...) La Sabiduría eterna conmuévese vivamente ante la desgracia del pobre Adán y de toda su posteridad. Contempla con suma pena el vaso de honor hecho pedazos, rasgado su retrato, aniquilada su obra maestra. Queriendo salvar al hombre desventurado, a quien se sentía inclinada a amar, halló un remedio admirable.

¡Proceder asombroso, amor incomprensible llevado hasta el exceso! Su ofrecimiento es aceptado; su consejo, tomado y decretado: el Hijo de Dios se hará hombre en el momento conveniente y en las circunstancias de antemano señaladas. La Sabiduría eterna, durante todo el tiempo que transcurrió antes de su encarnación, testimonió de mil maneras a los hombres el amor que les profesaba. Ella misma se ha difundido por diversas naciones, en las almas santas, para formar en ellas amigos de Dios y profetas (Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría eterna, Madrid 1954, 38-47, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi amor por ti es eterno, dice el Señor» (Is 54,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Pertenecemos al grupo de los que sufren por este mundo? ¿De los que miran más allá de lo invisible, hacia fo invisible? ¿Pertenecemos a los que esperan, aguardan al que debe venir? Éstas son las preguntas del adviento. Si somos de éstos, nuestra pregunta, como la del Bautista, se dirige a Jesús: «¿Eres el que ha de venir?». ¿Es de verdad él, el que trae consigo el reino de la paz? Si fuese él ya se debería haber efectuado. Si es él quien debe venir, ya ha existido desde hace más de 2.000 años. ¿Se ha transformado el mundo?

Esto es lo que afirma la comunidad cristiana: él ya ha venido y ha traído con él el mundo nuevo y, sin embargo, él es todavía uno que debe venir. Gracias a su venida se ha transformado totalmente nuestro modo de ver el mundo y el tiempo. Su venida no es un acontecimiento de la historia del mundo que aconteció y pasó sin más; se trata más bien de un acontecimiento que significa el final de la historia.

Los que creen en él se sustraen a la corriente del tiempo para sumergirse en la eternidad; poseen la verdad, la pureza, la vida; como la miseria es la muerte, ya no pueden caer en desesperación, ni el mal puede espantarnos ni fuera ni dentro de nosotros: ha desaparecido, absorbido por la gracia de Dios.

De todo esto el cristianismo está seguro por la fe. Y la peculiar situación de los cristianos es tal que, mientras estén en la tierra, deben recorrer su camino en la fe y no en la visión. Ésos, que en Cristo no pertenecen a este mundo ni a este evo, aunque continúan estando en el tiempo. Y dado que la venida de Jesús no es un mero acontecimiento del pasado, sino el fin de toda la historia, el que ha venido es a la vez el que debe venir y será así hasta el fin del mundo y del tiempo. Para nosotros, que continuamos viviendo en la historia, él es siempre el que Viene, el que siempre nos arranca, nos levanta más arriba de la vida y de la actividad temporal y de cuanto en ello existe de perecedero y mísero, del pecado y la muerte (R. Bultmann, Prediche di Marburg, Brescia 1973, 221-222).

 

 

Viernes de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: Isaías 56,l-3a.6-8

1 Así dice el Señor: Guardad el derecho, actuad con rectitud, pues ya llega mi salvación y está a punto de revelarse mi liberación.

2 Dichoso el hombre que actúa así, el mortal que se mantiene fiel, que observa el sábado, y no lo profana, y que evita actuar perversamente.

3a Que no diga el extranjero que se ha unido al Señor:

«Sin duda, el Señor me separará de su pueblo».

6 Y a los extranjeros que deciden unirse y servir al Señor, que se entregan a su amor y a su servicio, que observan el sábado sin profanarlo y son fieles a mi alianza,

7 los llevaré a mi monte santo, y haré que se alegren en mi casa de oración.

Aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; pues mi casa será casa de oración para todos los pueblos.

8 Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel y reunirá otros a los ya reunidos.

 

*• El mensaje del profeta Isaías cobra un aire universalista y lleno de entusiasmo por la ciudad de Sión, concebida como el centro universal, desde el que Dios irradia su gloria. La profecía comienza con una exhortación a practicar la justicia (v. 1), porque es el camino que indica la sabiduría capaz de conducir a la dicha (v. 2). A continuación se proponen dos casos extremos, el extranjero y el eunuco, que podría pensarse que están excluidos de las promesas de Dios. Después de la respuesta al eunuco, se dirige al extranjero (w. 6-8) y se indica la necesidad de una síntesis entre culto y vida, como condición para poder acceder al servicio divino.

El profeta Isaías utiliza aquí el mismo lenguaje que el Levítico usa para los levitas, más aún, hace un parangón entre la situación del levita respecto a los sacerdotes de primera fila y la de los extranjeros respecto a la comunidad cultual de Jerusalén. Así como el levita tiene derecho a ser acogido en el cuerpo sacerdotal para servir al Señor, también el extranjero tendrá derecho a entrar en la comunidad cultual. Is 66,21 avanzará más, indicando la elección de sacerdotes y levitas del Señor también entre las naciones.

La única condición para participar en el pueblo de Dios y en la asamblea cultual no es la pertenencia étnica, sino una vida fiel a las exigencias de la alianza, ejemplarizada en el precepto del descanso sabático. Para todos Dios abre su casa, su templo, para que todos los justos experimenten su misericordia (v. 7).

 

Evangelio: Juan 5,33-36

33 En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Vosotros mismos enviasteis una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad.

34 Y no es que yo tenga necesidad de testigos humanos que testifiquen a mi favor; si digo esto, es para que vosotros podáis salvaros.

35 Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; vosotros estuvisteis dispuestos, durante algún tiempo, a alegraros con su luz.

36 Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que el Padre me encargó llevar a cabo.

 

*•• Estamos inmersos en una controversia de Jesús contra los jefes judíos que lo acusan de haber violado el sábado, curando al paralítico (cf. Jn 5,16-18). El fondo del debate entre Jesús y los jefes es el de la fe contra la incredulidad.

Después de haber probado que su actuar es participación de la acción del Padre, Jesús se enfrenta con el argumento de testimonios contra él y de la importancia de su revelación sobre el Padre. Su revelación es verdadera porque el Padre testimonia a su favor por medio de sus obras. Aunque sus interlocutores no pueden acceder a este nivel de testimonio, sí pueden referirse al testimonio de Juan Bautista. El cuarto evangelio habla muchas veces del Bautista en su calidad de testigo (Jn 1,6.8.15; 1,19-35; 3,22-30), y aquí también se reconoce, pero a la vez se relativiza. De hecho, aun afirmando que el Bautista fue «lámpara» ardiente y brillante (v. 35), se recuerda que es sólo un hombre cuyo testimonio recibe fuerza de otro, del Padre. Y es el Padre quien testimonia a favor de Jesús, con las Escrituras y con «las obras» mismas de Jesús, mostrando cómo sintonizan su hacer en favor de la vida y de la libertad de la humanidad (cf. v. 17: «Mi Padre trabaja siempre, por eso yo trabajo también»).

 

MEDITATIO

Hoy la palabra del profeta Isaías nos abre al asombro y a la gratitud por la ilimitada misericordia divina que quiere la salvación de todos los hombres, rompiendo las barreras que fácilmente construimos en su nombre. También nos convoca, a nosotros que procedemos de los gentiles y no éramos su pueblo, a entrar como hijos en su casa y poder participar en la intimidad de su vida.

Ya no hay razón que valga para pretender vivir alejados de su amor, aduciendo quizás la excusa de nuestra indignidad. Él no nos exige títulos de nuestros méritos, sólo la búsqueda sincera de su voluntad y el deseo de morar en su «casa de oración».

En su casa encontramos la palabra de la Escritura donde late el corazón de Cristo y que da testimonio de él. A través de ella también resuena la voz del Bautista que nos señala al Esposo que está a punto de venir a nuestras vidas, y brilla para nosotros la luz de su testimonio iluminando nuestro camino hacia Cristo. De este modo empezamos a captar algo del profundísimo misterio de amor y comunión que lega el Hijo al Padre y que hace de la persona de Jesús y de sus obras la manifestación perfecta del rostro del Padre. El Padre no quiere juzgarnos, sino que apuesta incondicionalmente por la vida y la libertad de todos nosotros.

 

ORATIO

«Que tu gracia, Señor, nos preceda y nos acompañe siempre; así, a los que anhelamos vivamente la venida de tu Hijo, nos obtenga la salvación para la vida presente y para la futura». Así, Señor, oro también yo con tu Iglesia, en este día, pidiéndote que me aumentes el deseo de ti. Así podré alegrarme con la voz del Bautista que me anuncia la inminente venida de tu Hijo y gozar de la luz de su lámpara que me hace caminar al encuentro de Jesús, Dios que viene.

Pero sobre todo te alabo porque en Cristo me has concedido tantos hermanos y hermanas, que no eran de la estirpe de Israel, unos labios puros para alabarte y un corazón nuevo para adorarte, y con Jesús hemos obtenido un puesto en tu casa, un puesto como el de los hijos e hijas. Ahora con las palabras del profeta Isaías proclamo que «tu salvación está próxima a llegar; tu justicia, a punto de revelarse».

 

CONTEMPLATIO

El hombre de Dios, el hombre que teme al Señor, no sabe desear otra cosa que la salvación de Dios, que es Cristo Jesús. Es él al que desea ardientemente, hacia él se vuelve con todas sus fuerzas, él caldea el interior de su espíritu, a él abre su corazón y se lo ofrece, y tiene un único temor: el poder perderle. De este modo, cuanto más intensamente se compromete el alma con el anhelo de estar unida a su salvación, tanto más se consume. Y atinadamente dice: «He esperado en tu palabra». Ha esperado en la Palabra el hombre que ha dado fe a la palabra celestial que anuncia la venida de nuestro Señor Jesucristo (...).

Él es la salvación, la verdad, el poder y la sabiduría. Quien se consume por unirse a la verdadera fuerza, pierde lo que es suyo pero adquiere lo que es eterno (San Ambrosio, Comentario al Salmo 118, XI, 5-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así dice el Señor: Guardad el derecho, actuad con rectitud» (Is 56,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Señor, también este año nos prometes andar al encuentro de la luz, de la fiesta de Navidad, que pone ante nuestros ojos la mayor realidad existente: tu amor, con el que has amado al mundo hasta darle tu Hijo único, para que el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna.

¿Qué te vamos a llevar, qué te podemos ofrecer? ¡Cuánta oscuridad en nuestras relaciones humanas y en nuestro interior! ¡Cuántos pensamientos confusos, cuánta frialdad y despecho, cuánta vanidad y odio! ¡Qué cantidad de cosas de las que no puedes estar satisfecho, que nos dividen entre nosotros y no son de ningún provecho!

¡Qué de cosas, en clamoroso contraste con el mensaje de Navidad!

¿Qué harás tú con tales dones y con gente como nosotros? Pero es precisamente esto, en Navidad, lo que quieres de nosotros y deseas arrancar toda esta basura y nosotros mismos como somos, para darnos a Jesús, nuestro Salvador, y, en él, un cielo y una tierra nueva, corazones nuevos y nuevas aspiraciones, una nueva claridad y nueva esperanza para nosotros y para todos los hombres.

Sé tú mismo en medio de nosotros, en este último domingo anterior a la fiesta, en la que nos reunimos para preparar a recibir a tu Hijo como don. Concédenos hablar, escuchar, orar, aquí en el asombro y el agradecimiento, por todo lo que nos preparas, por todo lo que ya has decidido, por todo lo que ya has hecho, Amén (K. Barth, Preghiere, Turín 1987, 233).

 

 

Sábado de la tercera semana de adviento

LECTIO

Primera lectura: 1 Samuel 1,24-28

24 En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor en Silo, llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino.

25 Cuando inmolaron el novillo y presentaron el niño a Eli,

26 Ana le dijo:

-Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor.

27 Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí.

28 Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor.

Y se postraron allí ante el Señor.

 

*•• Los dones más preciosos no se conquistan, sino que se esperan. Tal es el caso de la madre del joven Samuel, Ana, que acude al santuario del arca en Silo para agradecer al Señor el don de la maternidad después de su insistente súplica. Lleva algunos dones de la tierra, pero sobre todo el don de su hijo Samuel, que ofrece a Dios con generosidad: «Se lo cedo al Señor mientras viva» (v. 28). Ana ofrece primero al Señor un toro, como sacrificio de acción de gracias y alabanza; a continuación presenta a su hijo Samuel al sacerdote Eli, al que le cuenta su historia, recordando la oración que hizo años atrás en su presencia, y cómo Dios había escuchado su petición, concediéndole la gracia tan ansiada del nacimiento del hijo. Ana, pues, está en la casa de Dios para intercambiar el don: «Ahora yo se lo cedo al Señor» (v. 28).

La narración bíblica es el anuncio extraordinario de lo que Dios realizará en plenitud con María. Lo mismo que en el caso de Isaac (cf. Gn 18,9-14), Sansón (cf. Jue 13,2-25) y Juan Bautista (cf. Le 1,5-25), el nacimiento de un hijo por obra de Dios, de una mujer estéril, fue el signo de una vocación particular, también lo fue para Samuel, destinado a ser el primer gran profeta de Israel (cf. Hch 3,24) y el guía espiritual del pueblo. Es preciso seguir la trayectoria marcada por Dios en la historia de la salvación de cada uno. Es necesario respetar los tiempos de crecimiento de cada uno sin pretender manipular a Dios en la realización de nuestros proyectos personales y humanos.

 

Evangelio: Lucas 1,46-55

46 Entonces María dijo:

47 Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso.

Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

 

*•• El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (cf. 1 Sm 2,1- 18; Sal 110,9; 102,17; 88,11; 106,9; Is 41,8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María, imagen de la Iglesia de todos los tiempos, siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños.

El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (w. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos («Desplegó, dispersó, derribó, ensalzó, colmó, auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (w. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (w. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.

 

MEDITATIO

La unión existente entre la lectura de Samuel y la del Magníficat de María es significativa: las dos madres, Ana y María, viven el gozo y la alabanza agradecida por el don de la vida que está en ellas, signo de la bondad de Dios y se confían con un corazón sencillo en el Señor, porque «es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (v. 50). ¿Somos nosotros conscientes de que la pobreza y la sencillez de corazón son las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser colmados de su riqueza? Los frutos de las obras de Dios se desarrollan no en la agitación ni con violencia, sino lentamente y en silencio. Dios actúa siempre en el secreto y no con ostentación, sin que por ello el resultado deje de ser eficaz y extraordinario.

No se puede obligar a una planta a que florezca por la fuerza; precisa germinar lentamente e ir creciendo hasta su punto de madurez y esplendor. Tampoco se pueden forzar los tiempos del Espíritu. Dios sabe ir llevando a la madurez el proyecto de cada uno, de acuerdo con los tiempos y momentos que sólo él conoce. Como María, se nos invita, próxima ya la Navidad, a compartir esta ternura del Señor confiando nuestros proyectos y nuestra misma vida a aquel que nos ha amado primero y sólo desea nuestro bien, dirigiéndole nuestra alabanza porque «ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes... de este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor 1,27-29).

 

ORATIO

Señor misericordioso y fiel, tú has puesto en labios de las dos madres, Ana y María, la oración de alabanza y agradecimiento, haciendo germinar en su corazón la alegría, fruto de tu visita amorosa y paternal: concédenos también a nosotros, deseosos de recorrer el mismo camino, descubrir en la oración la actitud de alabanza agradecida, por los múltiples beneficios que nos concedes sin mérito alguno de nuestra parte, y el agradecimiento gozoso por las maravillas que continuamente permites pregustar en tu Iglesia y en el contacto con nuestros hermanos en la fe.

Eres Padre de todos y no quieres que ninguno viva sumido en la tristeza sin experimentar tu amor: haz que, sobre todo los pobres de cuerpo y espíritu, los últimos y los pecadores, experimenten tu presencia misericordiosa y sepan confiar en ti en los momentos difíciles de su vida sin descorazonarse o alejarse de ti.

Te pedimos además que cada uno de nosotros pueda escribir en su vida su propio Magníficat siguiendo el modelo del de María, para poder descubrir en la oración que las riquezas que nos confías superan en mucho nuestra pobreza y que los dones que pones en nuestras manos y en las de nuestros hermanos son un signo de que siempre cuidas de nosotros con amor de Padre.

 

CONTEMPLATIO

La humildad de corazón es la madre de todas las virtudes; en ella y de ella se generan y derivan las demás virtudes, como de la raíz sabemos ponderar la riqueza del árbol. Y como es el más firme y arraigado cimiento sobre el que se eleva todo el edificio de la vida espiritual, Dios quiere ser su maestro y modelo exclusivo. Y por la Virgen María se complace sólo de esta virtud, afirmando que sólo por eso Dios se encarnó en ella diciendo: «Porque miró la humildad de su esclava. Y por esto y no por otra cosa, me proclamarán dichosa todas las generaciones».

Oh hijos míos, manteneos en esta humildad, para que podáis lograr la verdadera paz de vuestras almas. Oh hijos míos, ¿dónde podrá encontrar reposo y paz la criatura sino en aquel que es la paz suma, en aquel que pacifica todo, el puerto sereno de las almas? ¿Y cómo podrá llegar a él el alma que no vuele con las alas de la humildad, sin las cuales las demás virtudes corren hacia Dios, pero sin fuerza para levantar el vuelo? Carísimos, esta humildad de corazón que Dios-hombre quiere enseñarnos y darnos, es una luz radiante y clara que abre los ojos del alma al doble abismo: el de la nada humana y el de la ilimitada bondad de Dios (Angela de Foligno, Le istruzioni, Florencia 1926, 256-257).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para comprender bien este canto de alabanza, debemos notar que la bienaventurada virgen María habla por propia experiencia, habiendo sido iluminada y adoctrinada por el Espíritu Santo: y es que nadie puede comprender rectamente a Dios ni la Palabra de Dios, si no se lo concede directamente el Espíritu Santo. El recibir este don del Espíritu Santo significa experimentarlo como en una escuela, fuera de la cual sólo hay palabras y charlas. Así pues, la santa Virgen, habiendo experimentado en sí misma que Dios había hecho obras grandes en ella, humilde, pobre y despreciada, el Espíritu le enseña este precioso arte y sabiduría, según el cual Dios es el Señor que se complace en elevar lo que es humilde y en humillar lo elevado; resumiendo, a derribar lo construido y a construir lo derribado.

Como al principio de la creación creó el mundo de la nada, así su modo de actuar sigue esta misma constante, lleva a cabo todas sus obras hasta el fin del mundo sacando de la nada, de lo pequeño, despreciado, miserable, muerto, algo precioso, honrado, dichoso, vivo, lo reduce a nada, pequeño despreciable, mísero y efímero (Martín Lutero, introducción al Magníficat).

 

Cuarto domingo de adviento Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

10 El Señor volvió a hablar a Acaz y le dijo:

11 -Pide al Señor tu Dios una señal, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Acaz: -No la pido, pues no quiero tentar al Señor.

13 Isaías dijo: -Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel, que significa Dios con nosotros.

 

**• En esta complicada página de Isaías, aparece Acaz, el cual, asustado por la liga de los reyes vecinos que querían implicarlo en la guerra contra Asiría, acude al potente rey enemigo para que le defienda contra ellos. Pero de este modo abre las puertas al dominio asirio. El profeta Isaías le anima a tener fe y estar tranquilo, le sugiere una opción de fe preñada de sabiduría práctica, porque de este modo quedaría libre del dominio extranjero.

Sabiendo la dificultad de creer en un momento similar, donde están en juego cuestiones tan graves como la política y la guerra, donde Dios parece contar poco o nada, el mismo Dios está dispuesto a ofrecer un signo a Acaz para ayudar a su débil fe. Pero Acaz lo rechaza hipócritamente: pues finge recurrir a un motivo religioso («No quiero tentar al Señor») aunque en realidad rechaza asumir la actitud de fe dejándose guiar por Dios. No es que sea un ateo -de hecho cree en Dios-, pero surge aquí la espinosa cuestión de fondo: ¿Tiene que ver Dios con los grandes problemas de relaciones internacionales y, más en general, con las grandes opciones o con las decisiones de cada día, o más bien Dios es aquel a quien adoramos cuando vamos al templo y las demás opciones se toman en base a los juegos de poder de los hombres?

A la dramática pregunta, Dios responde ofreciendo un signo: un niño que nace de una muchacha todavía virgen y asume el nombre simbólico de «Dios con nosotros». Ciertamente es un pequeño signo que exige fe. ¿Qué es, de hecho, un niño frágil frente a los ejércitos que avanzan? Y, sin embargo, es un signo fuerte, porque nos dice que Dios cuida de la vida de este pueblo garantizándole un futuro.

 

Segunda lectura: Romanos 1,1-7

1 Soy Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, destinado a proclamar el evangelio que Dios

2 había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras santas.

3 Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David,

4 y constituido por su resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador: Jesucristo, Señor nuestro,

5 por quien he recibido la gracia de ser apóstol, a fin de que, para su gloria, respondan a la fe todas las naciones,

6 entre las cuales también estáis vosotros que habéis sido elegidos por Jesucristo.

7 A todos los que estáis en Roma y habéis sido elegidos amorosamente por Dios para constituir su pueblo, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor.

 

*» Al comienzo de la carta que Pablo escribe a los Romanos, se autopresenta como «apóstol por vocación », para que quede claro que su evangelio no es fruto de obra humana, sino que proviene de Dios. Inmediatamente después presenta el elemento central de este "evangelio" y precisamente la profesión de fe en Jesús como Mesías, hijo de David, anunciado por las antiguas Escrituras y constituido Hijo de Dios, con pleno poder por la resurrección (w. 3-4). En lo referente al título «Hijo de Dios» no significa que Jesús no lo fuera antes de la resurrección, sino que la resurrección lo constituye tal «en poder», mientras que antes había aparecido en la debilidad de la carne.

La Iglesia, en la fe, incesantemente lo proclama Mesías, Hijo de Dios, Señor. Los que acogen este "evangelio" obtienen un don precioso: son «amados de Dios y santos por vocación».

 

Evangelio: Mateo 1,18-24

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros)

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado: recibió a su esposa.

 

**• El fragmento evangélico es continuación directa de la célebre página de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-17). A través de la serie de nombres de los antepasados, el evangelio ya nos ha dicho que Jesús se ha insertado plenamente en la historia humana, pero la genealogía también nos deja intuir que hay un misterio especial en este niño: de hecho, no es engendrado por una sucesión directa de padre a hijo, sino que nace «de María». Quedan, pues, dos cosas por explicar, a las que da respuesta la perícopa de hoy: ¿Cuál es propiamente el origen de Jesús? y ¿cómo se puede llamar «hijo de David» si físicamente no fue engendrado por un descendiente de David?

Los acontecimientos narrados nos revelan el misterio de Jesús: nace de una mujer, María, como verdadero hombre insertado en la historia humana, pero su nacimiento es «obra del Espíritu Santo», aplicándole literalmente la profecía de Isaías, que llamaba a aquel niño

«Dios con nosotros» (1,23). Además se le considera plenamente de la descendencia de David, porque José, hijo de David, lo toma como hijo propio: la función esencial del padre, lo que realmente le hace padre, más allá de la generación física, es la de dar nombre al hijo y es lo que precisamente hace José. Dándole el nombre, le confiere su identidad social y por esta razón Jesús es reconocido como verdadero hijo de David, como conviene al Mesías.

Sin embargo, al misterio de Dios se accede sólo por la fe: y en esto sobresale José, definido por su fe, con el apelativo bíblico de «justo» (v. 19).

 

MEDITATIO

Las lecturas ofrecen hoy a nuestra consideración a dos personajes cuya reacción ante la promesa de Dios es diametralmente opuesta: el rey Acaz, imagen del incrédulo, y José, figura del creyente. La fe de José esboza algunos rasgos de nuestra fe. De hecho él, portador del nombre de uno de los padres de Israel, revive la fe de los patriarcas. Como Abrahán, padre en la fe, José está dispuesto a seguir el camino confiado del proyecto de Dios.

Es el hombre «justo», es decir, el que cree las promesas de Dios incluso cuando éstas resultan extrañas e improbables y, de cualquier modo, incómodas: su vida se ve convulsionada por el nacimiento de aquel cuyo nombre significa salvación. Ser salvados no significa, por lo tanto, caminar por un sendero llano; exige de cada uno de nosotros la disponibilidad a dejarse modificar en pensamientos, proyectos, opciones. El justo en la Biblia es aquel que permanece firmemente anclado en Dios, a pesar de los pesares, aunque tenga que quedarse solo.

Además José es el hombre obediente, dispuesto a renunciar a María y luego a acogerla en casa si ésta es la voluntad de Dios. A María, su prometida, en cierto sentido se la «quitan» para volvérsela a «dar» de modo más sublime, y él la recibe como don de Dios. La encuentra distinta de como pensaba y la acoge bajo una luz nueva porque Dios se la da, y la quiere con amor delicado, respetuoso, silencioso y desinteresado. Lo dicho vale análogamente para la relación con Jesús: José es desapropiado del hijo -porque aquel niño no es hijo de sus entrañas-, pero a la vez no es un padre «disminuido», desde el momento en que será él quien impondrá el nombre a Jesús. El justo José experimenta así lo que es el sentido de cualquier hijo, una realidad que no pertenece a sus progenitores y que, precisamente por eso, se acoge con gozo como promesa abierta a la esperanza.

La fe aparece, pues, como la condición en la que descubrimos con nueva luz el sentido de las cosas y de las relaciones más preciosas que vivimos.

 

ORATIO

«Pide un signo»: en nuestro camino, Señor, has diseminado múltiples signos de tu presencia, pero nosotros no podemos darnos cuenta de su poder sino en el momento en que de veras nos comprometemos contigo. Danos la gracia de abrirnos a ti y de acogerlos.

Tu Palabra con frecuencia se reduce para nosotros a una serie de pobres signos, trazados sobre el papel, hasta que nos decidimos a hacerla nuestra, a meditarla y a asumirla como alimento de nuestro espíritu. La Eucaristía nos parece un simple trozo de pan si no nos acercamos con fe y no lo acogemos como alimento de vida que engendra en nosotros el amor. Nuestros hermanos con frecuencia no tienen nada de excepcional, hasta que no los miramos bajo el prisma de tu amor que hace de todos nosotros tu cuerpo, una Iglesia en la que aprendemos a conocerte y a amarte.

No permitas, Señor, que pasen desapercibidos estos signos preciosos de tu presencia. Eres tú mismo quien nos los da, no dejes que los rechacemos, como Acaz, por temor a comprometernos en la vida de fe. Al contrario, refuerza y guarda en nosotros la fe obediente del justo José.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh María, mar sereno, María dispensadora de paz, María tierra fructífera! Hoy, María, te has hecho libro en el que se escribe nuestra norma. En ti hoy se escribe la sabiduría del Padre eterno. En ti hoy se manifiesta la fortaleza y la libertad del hombre porque fue enviado un ángel a anunciarte el misterio del plan divino, y pedir tu consentimiento (...). Esperaba a la puerta de tu voluntad para que le abrieras, quería venir a ti; y nunca hubiese entrado si no le hubieses abierto diciendo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38)...

Oh María, dulcísimo amor mío! En ti está escrito el Verbo, del que recibimos la doctrina de la vida. Tú eres la tabula que nos ofrece esa doctrina. Veo que, tan pronto como fue escrito en ti, el Verbo no estuvo sin la cruz del santo deseo, sino que, ya en el momento de su concepción en ti, le fue infundido y añadido el deseo de morir para traer al hombre la salvación, por la cual se encarnó (...).

Oh María, bendita seas entre todas las mujeres: hoy nos has dado de tu harina. Hoy la deidad se ha unido y amasado con nuestra humanidad tan fuertemente, que jamás se podrá separar esta unión, ni por la muerte ni por nuestra ingratitud (Catalina de Siena, Preghiere ed elevazioni, Roma 1920, 116-124).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrá por nombre Emmanuel (que significa Dios con nosotros)» (Mt 1,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

José es del mismo temple que María: un creyente a la escucha de lo que le sucede. La noticia de la próxima maternidad de María no suscita en él ninguna reacción defensiva. No conservamos ninguna de sus palabras. No es una persona que habla o ajusta las cosas para ventaja propia: se limita a escuchar lo que le revela el ángel.

La verdad de Dios es más importante de lo que José vive. Y esta verdad la respeta José sin agresividad alguna, sin pensar siquiera en defenderse. Tanto para María como para José, la anunciación es algo increíble. Nadie puede estar a la altura de semejante verdad.

No obstante, no aparece asomo de escepticismo, ni de comportamiento pasivo, no hay toma de distancias, nada que nos haga pensar en un sentimiento de resarcimiento. Sólo fe y abandono. María y José han renunciado a su verdad para entrar en la de Dios. ¿Y nosotros? Nosotros no podemos ser felices si no logramos leer en profundidad los acontecimientos de nuestra existencia. Dios está presente en nuestra existencia: en cada una de sus vicisitudes aparece su plan, su intención de decirnos algo. Es una verdad que debemos descubrir también ahora (G. Danneeis, Le satagioni Della v/to, Brescia 1998,210-211).

 

Cuarto domingo de adviento Ciclo B

  

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 7,l-5.8b-12.14a.l6

1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor,

2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda.

3 Natán le dijo:

-Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo.

4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán:

5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?

8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel.

9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra.

10 Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes,

11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía.

12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino.

14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo.

16 Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.

 

**• La presente página de 2 Sm 7 es como el "manifiesto" del mesianismo real, es decir, de la espera de un Mesías davídico para los tiempos de la salvación definitiva.

Tenemos que indicar ante todo las múltiples veces que aparece el término «casa», que hace las funciones de hilo conductor. Primero es David que mora seguro y estable en su casa (v. 1), luego el mismo rey que desea edificar una casa al Señor (w. 2-5), a continuación Dios promete a David una casa (v. 11), es decir, una descendencia y un reino estable.

David, en la cumbre de su poder tras la aclamación como rey de Judá e Israel, acogió en la parte más alta de la ciudad, donde vive, al Arca, signo de la presencia divina. Pero le queda por realizar el sueño de construir un templo grandioso como digna morada de Dios. La palabra del profeta parece estar de acuerdo en un primero momento, pero luego pone en tela de juicio su proyecto, porque en vez del sueño de David se realizará el "sueño" de Dios: «el Señor te hará a ti una casa» (v. 11 literal).

Dios será quien dará a David descendencia y estabilidad. Dentro de una vida compleja, con mezcla de lances de generosidad y de profunda rivalidad, tensiones y aventuras de todo tipo, se inserta la Palabra de Dios invitándole a recordar que es él el único que puede dar estabilidad a cualquier casa. Será David quien entre en el proyecto de Dios y no al contrario.

El autor bíblico recuerda que la fidelidad de Dios no se dirige sólo a David, sino que siempre mira al bien del pueblo, ese pueblo que, siempre oprimido, obtiene de Dios la promesa de salvación y la estabilidad definitiva: «Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes» (v. 10).

 

Segunda lectura: Romanos 16,25-27

Hermanos:

25 Al Dios que puede fortalecernos en la fe según el evangelio que yo anuncio y según la proclamación que hago de Cristo Jesús; al Dios que ha revelado el misterio mantenido en secreto desde la eternidad,

26 pero manifestado ahora por medio de las Escrituras proféticas según la disposición del Dios eterno, y dado a conocer a todas las naciones de modo que respondan a la fe;

27 a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de Jesucristo. Amén.

 

*+ Con el presente himno de alabanza Pablo cierra su carta a los Romanos. En él, a pesar de la (relativa) complicación del texto, surgen tres temas fundamentales: Dios, el misterio, el anuncio.

Dios es a quien va dirigida la alabanza, el que da estabilidad, «el que puede fortalecernos» (v. 25). Es el único «sabio» (v. 27), origen y fin de toda búsqueda humana.

El misterio: término que para Pablo designa el plan de Dios. Este plan gira en torno a Jesús. Respecto a Jesús -centro de la historia de salvación- el tiempo que le precede puede considerarse como tiempo de preparación o también tiempo del "silencio" de Dios, no precisamente porque Dios callase, sino porque su hablar no se había manifestado aún en la Palabra eterna del Hijo.

El tiempo presente se valora como algo muy importante: «ahora» es el tiempo de la «revelación» (v. 25). El tiempo final ya está presente, porque en Cristo se ha dado la revelación definitiva de Dios.

El tercer tema fundamental es el del anuncio del evangelio, que para Pablo contradistingue el tiempo presente. Como los cristianos viven en el último tiempo, el de la revelación definitiva del Padre, esta palabra del evangelio sólo podrá ser una palabra para todos, dirigida a «todas las naciones».

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo:

-No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel:

-¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo:

-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel la dejó.

 

*•*• Dos son los centros de interés fundamentales en el texto lucano de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor.

Jesucristo se presenta como el «signo» de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: «Se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (w. 32-33). Todos los elementos de la promesa a David se funden y realizan en

Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha preparado para que Dios y el hombre se encuentren. Además el pueblo de Dios, la casa de Jacob, encuentra finalmente en Jesús al rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad.

Por consiguiente, la obra de Dios, su fidelidad y su don es lo que constituye el centro. Pero el evangelio narra las cosas observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su «sí». Es el polo opuesto a David: sin sueños de grandeza, no ocupa en la sociedad una posición que le permita influir en los grandes proyectos humanos, sino que su casa está abierta de par en par cuando el ángel «entra a su presencia» como mensajero divino. María cree firmemente en la fidelidad de Dios y se pone a disposición de su designio:

«Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

 

MEDITATIO

La Palabra quiere llegar a nuestro corazón proponiéndonos el tema de la «fidelidad de Dios». Un Dios fiel significa la roca capaz de dar estabilidad a nuestras vidas, pero también un Dios que nos sorprende: David debe aceptar que no son sus proyectos sino los de Dios los que deben conformar su vida. De tal modo, no sólo cambia el arquitecto sino el sentido de todo nuestro proyecto, porque el plan divino descubre las posibles ambigüedades de nuestros proyectos humanos. Es un tema al que hoy somos particularmente sensibles, desde el momento en que experimentamos por una parte nuestra dificultad en ser fieles, sobre todo durante mucho tiempo; por otra parte, nos sentimos traicionados por los otros o por las experiencias personales, incluso hasta por Dios mismo.

«El Señor está contigo»: este saludo del ángel a María es la expresión del rostro de Dios que hoy se nos ofrece también a nosotros. Él está con nosotros mucho antes de que nos demos cuenta. Puede comenzar a nacer una vida nueva tomando en serio estas palabras, pero no se conoce esta confianza de Dios si en concreto no nos ponemos a caminar con él, como María.

Cada uno de nosotros, a lo largo de su vida, ha experimentado el fallo de algún proyecto, con frecuencia hasta de programas que parecían muy buenos, a los que estábamos apegados. A veces el fallo se debe sobre todo a la propia infidelidad o debilidad en perseguir la finalidad prefijada. La Palabra de Dios que hoy se nos propone arroja luz sobre estas experiencias, enseñándonos por una parte a no creernos dueños de nuestra propia vida, y por otra a vivir también el fallo como posible momento de crecimiento, diciendo incluso en esas amargas circunstancias un «sí» a ese Dios que no deja de sernos fiel.

 

ORATIO

Dios, Padre omnipotente, tú ejecutas tus planes atrayendo a ti, con la fuerza del amor, al corazón humano. Sabes suscitar siervos tuyos entre los poderosos como David y entre los humildes como María. Cólmanos también a nosotros de tu Espíritu, para que aprendamos a acoger tu Palabra. Como María, haznos capaces de sintonizar nuestros deseos con los tuyos: «Hágase en mí según tu palabra», no es una frase pronunciada con resignación, sino que brota espontáneamente de un ánimo profundamente adherido a tu Palabra, proyectado a nuevos deseos que sólo tú puedes suscitar.

Como María, haznos a nosotros hombres y mujeres obedientes. Como miembro de tu pueblo, pueblo de la alianza, ella siempre aprendió que la vida del hombre es válida si está en comunión contigo y, en cuanto se lo pediste, dio en seguida su "sí". Escúchanos también a nosotros, miembros de tu pueblo, a no pesar sino estando en comunión contigo, a darte sin dudar los "síes" que nos pidas.

Como María, haznos siervos tuyos; que éste sea nuestro título de gloria, como lo fue para Abrahán, Moisés, David, María y todos tus amigos. La Navidad nos recuerde que éste ha sido el secreto de la vida de tu Hijo.

 

CONTEMPLATIO

La Santísima Virgen María fue la afortunada a quien se hizo esta divina salutación para concluir el "asunto" más grande e importante del mundo: la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen, Madre de Dios; se perdonó el pecado, se nos dio la gracia. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la clemencia y de la gracia que Dios ha hecho al mundo.

La salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. Por eso repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad sus múltiples e inestimables beneficios. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo, que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo, porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque formó en el seno de la Virgen Santísima el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados.

Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acciones de gracias por el beneficio de nuestra salvación (Luis María Grignion de Montfort, El secreto admirable del rosario, Madrid 1954, 335-336).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La felicidad se basa en la verdad (...). Es imposible fabricar la verdad o someterla a los propios caprichos; se nos da y hay que inclinarse ante ella. El hombre no puede conquistarla; frente a la verdad es sólo un mendigo que debe servirla.

Aunque María ha acogido el anuncio y ha pronunciado su sí, no ha hecho más que entrar en una verdad que se le comunicaba. No fue ella quien la descubre, ni se ha adueñado de la verdad. María entra en algo que le acontece. Con temor y confianza. No habla, escucha. Es toda oídos. Aunque tenga labios y lengua. Dios y el niño que va a llegar determinan totalmente su existencia. La vida es para ella espera y esperanza y ninguna actitud es tan respetuosa del tiempo como esta actitud cíe adviento, todo espera. En toda la narración de la anunciación se presta muy poca atención al corazón de María, a su yo, a su psicología. Aprendemos mucho más de lo que acontece en Dios que en María. Este amor a la verdad hunde sus raíces en una profunda humildad de creatura («Aquí está la esclava del Señor»). María tiene fe. Por eso da crédito ilimitado a lo que viene de Dios: «Hágase en mí según tu palabra».

El único camino hacia la felicidad consiste en ser hombre, mujer de adviento: uno que escucha más que habla, sobre todo uno que es consciente de que «nada es imposible para Dios». Si Dios nos da poco, significa que hemos esperado poco: y, de hecho, es imposible alimentar a alguien que no tenga hambre (G. Danneels, Le síagioni della vita, Brescia 1998, 208-209.211).

 

Cuarto domingo de adviento Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Miqueas 5,1-4

Así dice el Señor:

1 En cuanto a ti, Belén Errata, la más pequeña entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser soberano de Israel: sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos, a los días de antaño.

2 Por eso el Señor abandonará a los suyos hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz.

Entonces los que aún queden volverán a reunirse con sus hermanos israelitas.

3 Se mantendrá firme y pastoreará con la fuerza del Señor, y con la majestad del nombre del Señor su Dios.

Ellos vivirán seguros, porque extenderá su poder hasta los confines de la tierra.

4 Él mismo será la paz.

Cuando Asiría invada nuestra tierra y entre en nuestros palacios, nos enfrentaremos a ella con siete pastores y ocho príncipes,

5 que pastorearán a Asiría con la espada, y al país de Nemrod con el acero.

Porque cuando Asiría invada nuestras fronteras, él será quien nos libre.

 

*•• Miqueas, contemporáneo de Isaías, vive en un período dramático para el reino de Judá, amenazado por el poder asirio y gobernado por descendientes de David, dedicados más a sus propios intereses que a los de sus súbditos. En este contexto aparece el presente oráculo de renacimiento. Para el profeta hay que volver a comenzar desde el principio. Dios hará renacer a su pueblo por medio de un rey justo, pero provendrá no de Jerusalén, sino del pequeño Belén (v. 1), patria chica de David. Es necesario recuperar la humildad de los orígenes, de «los días remotos», cuando David fue elegido el último, después de pasar sus siete hermanos, que -a los ojos de los hombres parecían más adecuados que él; no habrá nuevo nacimiento si no se comienza desde abajo, desde los últimos.

De momento es necesario un tiempo de purificación (v. 2), un tiempo en el que Israel será sometido a otras potencias y terminará con el nacimiento del nuevo rey.

El profeta no da el nombre pero enumera las características esenciales (v. 3): gobernará con firmeza y a la vez con el cariño con que un pastor sigue a su propio rebaño; sobre todo actuará en nombre del «Señor su Dios». El "nombre" (YHWH) nos recuerda el relato de la revelación en el Sinaí a Moisés; así pues, el rey actuará con el espíritu de la alianza de Dios con su pueblo; de este modo el pueblo recobrará la paz (v. 4).

Esta profecía se ha conservado en Israel pero nunca se ha realizado en ninguno de los reyes que se sucedieron en el trono de Jerusalén. En el Nuevo Testamento, Mateo la ve realizada en Jesús, nacido en Belén (cf. Mt 2,6), verdadero pastor que se preocupa por su rebaño disperso y agotado.

 

Segunda lectura: Hebreos 10,5-10

Hermanos:

5 Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios.

7 Entonces yo dije: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.

Así está escrito de mí en un capítulo del libro.

8 En primer lugar dice: No has querido ni te agradan los sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas por el pecado, que se ofrecen según la ley.

9 Después añade: Aquí estoy para hacer tu voluntad. De este modo anula la primera disposición y establece la segunda.

10 Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.

 

*+• Se trata de uno de los pasajes más densos de la carta a los Hebreos en el que se presenta a Jesús como el que viene a cumplir en todo la voluntad de Dios, como el rey-Mesías que se somete completamente a la voluntad de Dios.

El autor de la carta nos propone una meditación sobre el misterio de la encarnación. Jesús viene, asume un cuerpo humano, para poder santificar la vida de los hombres: «Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados» (y. 10).

Para santificarnos, Cristo no ofreció a Dios un sacrificio ritual, sino que ha querido que su cuerpo, su condición humana fuese el lugar donde se realizase plena y cabalmente la voluntad de Dios: «No quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo...; entonces yo dije: Aquí estoy, ¡Oh Dios!, para hacer tu voluntad» (w. 5-7). Es el sentido profundo de la encarnación: Cristo ha elegido para sí la condición humana para someterla totalmente al servicio de la voluntad de Dios. Su corazón ha estado enteramente orientado a Dios, su voluntad, su cuerpo, sus acciones perfectamente armonizadas en el cumplir la voluntad del Padre. En su obediencia también el hombre es capaz de obedecer.

 

Evangelio: Lucas l,39-48a

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva.]

 

*» Uno de los temas principales de la página de Lucas sobre la visitación es la alegría del encuentro entre las dos madres y la del Bautista al oír la voz de la «madre del Señor» que lleva en su seno al Hijo. En la alegría del Bautista se percibe una alusión a la alegría de David bailando por la llegada del arca de la alianza, signo de la presencia de Dios (cf. 2 Sm 6). El Bautista goza –incluso «da saltos» (v. 41)- porque María, como arca santa, lleva en su seno al Señor.

En el Bautista que goza por la presencia de María y Jesús está representado el Antiguo Testamento que espera y acoge la manifestación del Nuevo. Isabel, por su parte, es la mujer anciana y estéril que ve las maravillas de Dios, el cual acoge los sufrimientos y deseos de la humanidad.

En esta escena está retratada la humanidad entera que espera a Cristo y saluda su llegada porque, encontrándolo, comprende que era él al que esperaba sin saberlo. El Hijo de Dios que se hace carne es la fuente de la alegría porque dice la verdad a la que todo humano está llamado: ser hijo como él.

En cuanto a María, ella recibe el saludo de Isabel que la proclama «bendita» (v. 42) y el elogio que la declara «dichosa» (v. 45) por haber creído en la promesa de Dios. Mientras da a la humanidad al Hijo de Dios, María nos enseña también a responder con fe a la oferta divina.

Fe y humildad: «Ha mirado la humillación de su esclava» (v. 48). En María se ejecuta el programa de Dios (anunciado por Miqueas) que comienza por los últimos.

 

MEDITATIO

La bienaventuranza de la fe: el elogio dirigido por Isabel a María nos lleva a reflexionar, en este tiempo de espera, sobre nuestra fe. La fe de María se caracteriza como una adhesión a la promesa de Dios. María está totalmente segura de que Dios quiere y sabe ser fiel a la palabra dada. El misterio de Dios se oculta en aquel niño que, como todos los niños, se va formando en el seno de su madre. Creyendo, ha comenzado a constatar cómo Dios es fiel en realizar su promesa. También esto es cierto para nosotros: si no creemos, no experimentaremos nunca cómo el don de Dios, misteriosamente, puede ir formándose en nosotros.

La fe de María se manifiesta también en el hecho de ir a visitar a Isabel: un viaje inspirado por la premura de su prima que necesita ayuda -como suele decirse comúnmente y con razón-, pero también un viaje para ir a contemplar lo que Dios está haciendo en los otros.

También nuestra fe tiene mucho que aprender de esta actitud, ya que debemos tratar de darnos cuenta de lo que Dios hace en la historia de los demás. María e Isabel tienen esto en común, de lo que nos podemos aprovechar nosotros hoy: saben dialogar sobre lo que Dios hace en ellas. Ninguna de las dos habla de sí, sino de la otra, o de lo que Dios ha hecho, hasta el culmen del Magníficat.

La fe de María nos exhorta a insertarnos en el clima propio de los «pobres del Señor», es decir, de las personas humildes y sencillas que confían en Dios sabiendo reconocer su obra. Se nos invita a vivir en una actitud general de disponibilidad al plan de Dios que nos invita a volver a las palabras del salmo (39,8) que el autor de la carta a los Hebreos pone en boca de Cristo: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,7).

 

ORATIO

Has salido a mi encuentro, Señor Jesús, y me has concedido la gracia de conocerte. Llevado por la Iglesia, como por María tu madre, me has visitado y me has dado la fe. Gracias, Señor.

Concédeme que, como el Bautista, pueda alegrarme, porque sigues viniendo a mí, porque continúa la gracia de tu visitación e incesantemente se renueva la sorpresa del encuentro.

Renueva en mí el don de tu Espíritu, para que, como Isabel, esté dispuesto a acoger al que habla de ti y, sobre todo, ser constante en buscarte donde te dejas encontrar, en la Iglesia. Visitada por ti, Señor, también mi pequeña historia se convierte en una historia donde el Padre sigue hablando.

Como María, que te llevó en el seno y te engendró, te pido que te formes en mí; engendrado como hijo de Dios a tu imagen, hazme de veras cada vez más ese hombre nuevo que eres tú.

«Mi alma glorifica al Señor»: mientras vamos preparándonos a celebrar tu nacimiento, concédenos reconocernos todos en las palabras de María, contar lo que el Padre sigue haciendo hoy con los humildes que le temen.

 

CONTEMPLATIO

Llevando en su seno al Señor, la Virgen corre a Isabel, y de repente el niño de ésta gozó reconociendo el saludo y con saltos de gozo aclamaba a la madre de Dios:

Alégrate, germen de una cepa llena de vida.

Alégrate, tierra fecunda de un fruto inmortal.

Alégrate, tú que cultivas al cultivador amigo de los hombres.

Alégrate, tú que das vida al autor de la vida.

Alégrate, campo donde florece el gozo de todas las gracias.

Alégrate, mesa que ofreces abundancia de manjares.

Alégrate, porque haces florecer un pasto de felicidad.

Alégrate, porque preparas un puerto seguro a las almas.

Alégrate, incienso agradable de oración.

Alégrate, expiación de todo el universo.

Alégrate, benevolencia de Dios con los mortales.

Alégrate, seguridad de los mortales ante Dios.

Alégrate, virgen esposa.

(Himno Akathistos, estrofa quinta).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si la vida espiritual es una vida en la que esperamos, ¿cómo podemos esperar? Esperar es antes que nada esperar ¡untos.

Uno de los pasajes más bellos de la Escritura es el de la visitación de María a Isabel. ¿Qué sucede cuando María recibe las palabras de la promesa? Se pone en camino a casa de Isabel. Algo le estaba pasando a Isabel, lo mismo que a María. ¿Cómo podrían vivirlo hasta el final? Se me antoja el encuentro de estas dos mujeres muy importante, porque Isabel y María se encontraron ayudando una la espera de la otra. La visita de María hizo más consciente a Isabel de lo que estaba esperando. El niño suscitó su alegría. María confirmó la espera de Isabel. Entonces Isabel dijo a María: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Y María responde: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Rebosa exultante de gozo. Estas dos mujeres se han creado recíprocamente el espacio para esperar. Se han confirmado mutuamente de que algo estaba pasando que merecía la pena esperar.

Aquí tenemos un modelo de la comunidad cristiana. Es una comunidad de apoyo mutuo, de celebración y proclamación, de crecimiento de lo comenzado en nosotros. La visita de María a Isabel es una de las expresiones más hermosas de lo que significa formar comunidad, estar ¡untos, reunidos en torno a una promesa, proclamando lo que acontece en nosotros (H. J. M. Nouwen, The Pafh of Waiting, Nueva York 1995).

 

17 de diciembre 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 49,1-2.8-10

1 En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo:

2 Reuníos y escuchad, hijos de Jacob; escuchad a vuestro padre Israel:

8 A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, someterás a tus enemigos, los hijos de tu padre se inclinarán ante ti.

9 Cachorro de león es Judá. De hacer presa vuelves, hijo mío. Se encorva, se echa como un león, como leona; ¿quién lo hará levantarse?

10 No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien pertenece, y a quien los pueblos obedecerán.

 

**• En el poema de Gn 49 se describe la despedida de Jacob moribundo rodeado de sus seres queridos. Las palabras que el patriarca dirige a sus doce hijos se consideran sagradas y proféticas, y hablan del futuro de sus hijos y sus descendientes. Los w. 8-10 se dirigen a Judá en particular, padre de la tribu homónima, de la que nacería el Mesías. La profecía, que se remonta al tiempo de Isaías (siglos VIII-VII), es misteriosa, exalta la superioridad de Judá sobre sus hermanos por su fuerza real, similar a la de un león. Y por el «cetro» y el «bastón de mando» (v. 10a) que ejercitará sobre las tribus de Israel y sobre todos sus enemigos. El fragmento alude a la monarquía davídica, en la que reside el cetro del Ungido del Señor, que llevará la salvación ansiada cuando el verdadero rey anunciado, a quien pertenecen el poder y el reino, domine sobre todos los pueblos. Este rey ideal y definitivo aparecerá en la figura del Mesías, del que dice el libro del Apocalipsis: «Ha vencido el león de la tribu de Judá» (Ap 5,5). El es el único poseedor del cetro de Dios, cuyo reino no es de dominio y poder, sino de servicio y amor para con todos los pueblos, que le rendirán filial obediencia.

 

Evangelio: Mateo 1,1-17

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendro a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel;

Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engedró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

17 Así pues, son catorce las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de Babilonia, y catorce desde la cautividad de Babilonia hasta el Mesías.

 

**• Mateo comienza su evangelio con el «libro de las generaciones de Jesús» (literalmente), y narra los orígenes humanos del segundo Adán. Comienzan con Abrahán y concluyen con «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (v. 16). El evangelista al presentarnos una síntesis de la historia de la salvación, cuya meta es la figura de Jesús-Mesías, divide la historia en tres grandes períodos: Abrahán, David, el destierro.

A pesar de la monotonía del texto y el carácter artificial y rígido de los nombres que se suceden, el texto presenta un valor teológico relevante, ofreciéndonos la genealogía del que será protagonista del evangelio. Se afirma, confirmando las promesas proféticas (cf. Gn 12,3; 2 Sm 7,1-17), que Jesús desciende de Abrahán de David y, por consiguiente, posee las bendiciones y la gloria de los antepasados.

Además, puesto que sus raíces se hunden en la historia humana y en el pueblo hebreo, goza de las condiciones necesarias para ser el Mesías esperado por las naciones, que anuncia e inaugura el reino de Dios. Este reino posee, sobre todo, la universalidad de la salvación en la persona de Cristo, que Mateo quiere resaltar con la presencia de cuatro mujeres, o extranjeras o pecadoras: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé. El Mesías, de hecho, al venir a los hombres, no dudó en asumir la fragilidad humana, cubierta de oscuridad, para revestirla de su luz inmortal. La salvación se brinda no sólo a los justos, también a los pecadores.

 

MEDITATIO

Hoy iniciamos los últimos días de preparación a la Navidad. La liturgia nos plantea una pregunta: ¿Cómo nos estamos preparando para acoger al que viene a nosotros? Jesús es el Mesías, el verdadero descendiente de Judá, heredero de las promesas que Dios había hecho a Abrahán, renovado a David y todos sus descendientes. En realidad la figura de Judá es el eslabón que une la primera lectura del Génesis y el evangelio de Mateo.

Cristo, el segundo Adán, ha entrado en nuestra vida humana, marcada por el pecado, el dolor y la muerte, por la desobediencia de nuestros primeros padres, no para castigar a la humanidad, sino para transformarla y reconducirla a la amistad con Dios, tal como era su proyecto original. Toda la historia de Israel es el testimonio del anuncio de la venida de un redentor, esperado por los hombres como cumplimiento de la promesa: toda la ley está preñada de Cristo. En Jesús, Dios se ha hecho hombre, el sueño se hace realidad. El Dios con nosotros se ha hecho el Dios por nosotros, a pesar de nuestra infidelidad y el ser remisos a acogerle.

Nosotros formamos parte de esta historia que nos vincula estrechamente con Abrahán y David, hilo de oro que con frecuencia hemos roto con nuestro pecado y que Dios reanuda en Jesús, acercándonos cada vez más a su corazón.

Él, conocedor de la fragilidad del espíritu humano, sabe comprender y perdonar siempre nuestra debilidad, espera la conversión continua del corazón y el reconocimiento de aquel a quien pertenece toda realeza y a quien todos los pueblos deben acatamiento, fidelidad y amor.

 

ORATIO

Oh Señor, tú que eres el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesucristo y nuestro Dios, tú has prometido a Judá un reino sin ocaso y una realeza sobre todos los pueblos. Haz que reconozcamos sinceramente que toda la historia humana, a través del pueblo elegido, y luego por la Iglesia, heredera de las bendiciones de Israel, esté orientada a Cristo, el esperado de los pueblos, y haz que cada uno de nosotros sea instrumento apto para anunciarlo a los hermanos y hermanas que encontremos en la vida. Haz que los hombres, de cualquier raza y color, sepamos superar divisiones y diversidades para unirnos en una renovada esperanza en la venida del Salvador y con la confianza de que su mensaje de salvación y de vida es válido para todos sin distinción.

Que nuestros pecados, que tantas veces experimentamos, no nos alejen de ti, que eres la luz que ilumina nuestro camino; haznos más bien conscientes de nuestras limitaciones y abiertos a una sincera conversión de corazón.

Señor de la historia y de los pueblos, tú que comprendes nuestra miseria, llénanos de tu poder y haz que vivamos vigilantes para reconocer los signos de los tiempos y tu paso silencioso a través de las vicisitudes cotidianas de nuestra historia. Pero sobre todo haz que reconozcamos a tu Hijo Jesús, descendiente de una estirpe humana, el Mesías esperado, al que pertenecen el poder y la gloria y al que todos los pueblos obedecerán con amor.

 

CONTEMPLATIO

Hoy en el evangelio se lee: «Libro de la genealogía de Jesucristo». En estas genealogías, nace todavía en nosotros, según el espíritu, la Sabiduría. Si deseas, pues, que Cristo nazca en ti, ten en ti y llénate de las genealogías de la Sabiduría, esto es, de Cristo. Ten en ti a Abrahán, Isaac y los demás mencionados en la genealogía de Cristo. Abrahán fue perfecto en la fe, Isaac fue el hijo de la promesa, Jacob vio cara a cara al Señor.

Tened por tanto en vosotros una fe perfecta y tendréis espiritualmente a Abrahán. Esperad en las promesas de los bienes futuros, despreciad los placeres de los bienes presentes, y tendréis a Isaac. Apresuraos cuanto podáis a la visión de Dios y tendréis a Jacob. Del mismo modo, si sois fervorosos de espíritu, tendréis a Abrahán, si permanecéis gozosos en la esperanza, tendréis a Isaac, si aguantáis pacientes en la tribulación, tendréis a Jacob (...). De este modo, si tenemos espiritualmente todos estos padres, de los que hoy habla el evangelio, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: «Seréis colmados de mis generaciones» (Elredo De Rieval, Sermones inéditos; XXII, 16-18, Roma 1952).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Oh Sabiduría, ven a enseñarnos el camino de la vida» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los largos y prodigiosos siglos que preceden al primer nacimiento no están vacíos de Cristo, sino penetrados por su potente influjo.

Es la agitación de su concepción la que mueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes biosféricas. La preparación de su nacimiento es la que acelera el progreso del instinto y hace que el pensamiento desemboque en la tierra. No nos escandalicemos ingenuamente de la interminable espera que nos ha impuesto el Mesías.

Se requería nada menos que las espantosas y anónimas fatigas del hombre primitivo, la durable belleza egipcia, la espera inquieta de Israel, el perfume destilado del misticismo oriental, la sabiduría cien veces refinada de los griegos, para que del tronco de Jesé y de la humanidad germinase un retoño y pudiese abrirse la Flor.

Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente necesarias para que Cristo entrase en la escena humana. Y toda esta agitación se movía por el desvelo activo y creador de su alma en cuanto que esta alma era elegida para animar al Universo. Cuando Cristo aparece en brazos de María, en él se elevaba todo el mundo.

No, yo no me escandalizo de estas esperas interminables y de estos largos preparativos. Todavía lo contemplo en el corazón de los hombres de hoy, que, de luz en luz, caminan lentamente hacia aquel que es la luz. Caminan hacia esta Palabra que ha sido pronunciada, pero todavía no escuchada, algo así como el esplendor de las estrellas que emplean tantos años para llegar a nuestros ojos (P. Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 1998).

 

 

18 de diciembre 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 23,5-8

5 He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo suscitaré a David un descendiente legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra.

6 En sus días se salvará Judá, e Israel vivirá en paz. Y le llamarán así: «El Señor nuestra justicia».

7 Sí, vienen días, oráculo del Señor, en que no se dirá ya: «Vive el Señor que sacó a los israelitas de Egipto».

8 Sino que se dirá: «Vive el Señor, que sacó a la estirpe de Israel del país del norte de todos los lugares por donde los había dispersado, y los trajo a su tierra».

 

*• El libro de Jeremías es uno de los textos bíblicos más dramáticos, que comprende los momentos más trágicos de la historia de Israel. Sin embargo, el profeta en este fragmento nos presenta una profecía cargada de esperanza y recoge dos oráculos: el primero es el anuncio de un rey sabio, descendiente de David, que, como «descendiente legítimo», guiará a los suyos cual verdadero pastor (w. 5-6); el segundo es la declaración del fin del exilio y de la dispersión del pueblo, que volverá a «habitar en su propia tierra» (w. 7-8). La profecía nos pone ante una intervención de Dios que, manteniendo la promesa hecha a David (cf. 2 Sm 7,12-16), reagrupa al pueblo y lo guía un verdadero rey (cf. Is 11,1-9; Zac 3,8), construyendo un reino de paz y justicia; por esta razón llevará el nombre «El-Señor-nuestra-justicia» (v. 6). Las características de este sucesor de David se atribuyen al Mesías, que gobernará al pueblo con «el derecho» de su Palabra y «la justicia» de su amor misericordioso (v. 5).

En cuanto al anuncio de la liberación del destierro y el volver a la tierra, se describe como un nuevo éxodo, prefigurando la verdadera liberación mesiánico-escatológica, ejecutada por el Mesías, quien conducirá a todo desterrado para introducirle en la tierra de la paz sabática.

 

Evangelio: Mateo 1,18-24

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

-José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros)

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y se llevó a casa a su mujer.

 

*•• El evangelista nos describe el anuncio del nacimiento de Jesús, por el ángel del Señor a José, hijo de David. María, prometida de José, se halla encinta por obra del Espíritu Santo. Mientras José piensa abandonarla en secreto, respetando con veneración silenciosa un hecho misterioso, el ángel le revela en sueños el plan de Dios: María dará a luz al Salvador esperado. José, que es «justo» (v. 19), acoge con fe y sencillez el designio de Dios, lleva consigo a María, reconoce legalmente al hijo, le transmite todos los derechos como descendiente davídico e imponiendo a Jesús el nombre que califica su misión, cumple la voluntad divina. Aunque no por línea de sangre, Jesús es descendiente de David, como demuestra Mateo citando el texto de Is 7,14: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (v. 23).

Dios, para realizar su designio de amor y salvación se sirve de hombres que veneran su voluntad, con frecuencia misteriosa. José es uno de estos que, con fe y humilde obediencia, vive una vida escondida, pero colabora con Dios para llevar adelante la historia de salvación.

En el hijo de María y José a punto de nacer Dios se manifiesta como el Emmanuel, es decir «Dios con nosotros».

 

MEDITATIO

La unión existente entre el texto de Jeremías y el evangelio de Mateo aparece en el «vástago legítimo» que florece del tronco de David y «reinará como rey prudente (Jer 23,5). Este rey misterioso, que nace por obra del Espíritu, es el Mesías que «salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21). Pero Dios se sirve de José, hombre sencillo y de profunda fe, para sacar adelante su historia de salvación centrada en Jesús. José no obstaculiza el designio divino, entra en el misterio sin comprenderlo a fondo, se fía de su creador y colabora con docilidad y confianza.

El hombre justo es el hombre de la Palabra de Dios, que no se defiende ni se queda en teorías, sino que lee los acontecimientos de su vida y los comprende, en la medida en que interioriza la Palabra y la vive en su día a día.

Sin embargo, se da una condición previa para entrar en diálogo con Dios: estar dispuesto a obedecerle sin dilación, porque sólo el que se pone en actitud de escucha devota es «utilizado» por el Señor para llevar adelante sus planes en favor de los hombres, como lo fueron María y José, los verdaderos pobres, que tienen a Dios por rey. La realeza de Cristo sólo se revela a los que tienen un corazón de pobre como los 'anawím de Israel y de todos los tiempos. Como creyentes estamos llamados a la escuela de estos justos que, como José, creen plenamente en el amor de Dios y han experimentado su don.

 

ORATIO

Señor Jesús, hijo de David, tú que has escogido el camino de la encarnación para salvarnos, apareciendo entre los hombres como todos nosotros, por medio de una madre, la virgen María, y has crecido bajo la mirada vigilante de José, hombre justo, ayuda a tu pueblo para que reconozca en tu venida el anuncio gozoso de la salvación y la vida nueva.

Tú que eres el «vástago justo», que florece en el corazón de todo hombre, haz que tu reino de justicia y paz, con la riqueza de sus valores humanos, se extienda como luz a todos los pueblos. Quisiste tener a tu lado la figura sencilla y trabajadora de José para hacernos comprender que, más allá de los vínculos de la sangre, aprecias cualquier paternidad, como reflejo de la verdadera paternidad de tu Padre que está en los cielos. También nos enseñas que el hombre humilde y rico de fe, disponible a la voluntad de Dios, siempre es agradable a tus ojos y por eso le haces colaborador de tu designio de amor.

Te pedimos que nosotros también estemos dispuestos, como José, a dar nuestro sincero y gozoso asentimiento a lo que nos pidas, aun a través de los caminos misteriosos de tu amor.

Pero sobre todo deseamos que seas siempre nuestro Emmanuel, el "Dios con nosotros", para saberte llevar en el corazón con el mismo amor que José, tu padre adoptivo, de modo que estemos disponibles a servirte en todos nuestros hermanos, especialmente en los pobres y necesitados, porque estás con ellos.

 

CONTEMPLATIO

No cabe concebir mayor alegría, comprendo yo, que nuestro Señor Jesucristo, Aquel que es el Altísimo, el Omnipotente, noble por excelencia y digno de todo honor, sea también el que más se humille y más se abaje; sea el más cariñoso y el más atento; y en realidad, esta alegría maravillosa nos será dada a todos sentirla cuando nos sea otorgado poder contemplarle.

Y esto quiere nuestro Señor que andemos buscando llenos de confianza en Él, mediante su gracia y su ayuda, que esta búsqueda nos alegre y nos complazca, en cuando nos sea dado, en tanto esperamos el tiempo en que veremos su realización. Porque la plenitud de la alegría que nos espera en el cielo consistirá, según pienso, en la admirable consideración y cariño de nuestro Padre celestial, nuestro Creador, en nuestro Señor Jesucristo, nuestro hermano y nuestro salvador (...).

Nuestra vida se basa en la fe, justo con la esperanza y la caridad. La manifestación, hecha a aquel a quien Dios dispone, enseña completamente lo mismo, de modo manifiesto y asegurado, además de otros puntos especiales pertenecientes a la fe, cuyo conocimiento es digno de la mayor veneración (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor de Dios, Barcelona 1959, 45-46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ven a librarnos con tu poder» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Frente al misterio divino, José ha sabido mantener el tono justo. No se dejó llevar por sentimientos humanos. No puede comprender lo que percibe en María y no quiere penetrar el misterio. Más bien se retira aparte, con tímida y respetuosa veneración, abandonándose a la voluntad de Dios y dejando en sus manos todo lo demás.

Pero en cuanto comprende cuál es la voluntad divina, no duda un instante ni opone dificultades, en seguida lleva a la práctica lo que el ángel le había mandado. Sólo él, totalmente dispuesto a obedecer al Señor, podrá escuchar su Palabra y colaborar en su obra, porque sólo sabe obedecer quien sabe escuchar. Y José obedece a la Palabra, la pone en práctica, declarándose con sus obras dócil instrumento en manos del Altísimo. José no quiere nada para sí, sólo pretende estar sencillamente a disposición de Dios.

Toma consigo a María, su esposa, pero no para poseerla como esposa, sino para cumplir la voluntad de Dios, para que ella pueda dar a luz a su Hijo. Pero será él, José, también por obediencia, quien imponga el nombre al hijo. Ese nombre en torno al cual gira el universo y por cuya voluntad todo ha sido creado: Jesús, el Mesías. El Antiguo y el Nuevo Testamento, las palabras de los profetas y las de Dios, el nombre y su significado, lo divino y lo humano confluyen en aquel que une todo y a todos: Jesús, el Mesías Salvador (R. Grotzwiller, Meditationen über Matfháus, Einsiedeln 1957).

 

 

19 de diciembre 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 13,2-7.24-25a

2 Había un hombre de Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos.

3 El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: -Tú eres estéril y no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo;

4 procura no beber vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro,

5 porque vas a concebir y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos.

6 La mujer fue a su casa y dijo a su marido: -Ha venido a verme un hombre de Dios; su aspecto era terrible, como el de un ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía, ni él me ha dicho su nombre.

7 Pero me dijo: «Vas a concebir y darás a luz un hijo. No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte».

24 La mujer dio a luz un hijo y le puso el nombre de Sansón. El niño creció y el Señor lo bendecía.

25a El espíritu del Señor comenzó a actuar en él.

 

**• El episodio del anuncio del nacimiento de Sansón se ajusta al género literario clásico de las anunciaciones bíblicas para celebrar el origen de los grandes personajes de la historia (cf. Gn 11,30; 18,10-11; 1 Sm 5,20). El modelo tiene las características esenciales siguientes, que siempre se repiten: la elección divina recae en personas humildes de corazón y "débiles" como en el caso de la esterilidad de la madre de Sansón y la edad avanzada del padre; el niño anunciado, como don de Dios, desempeñará una misión salvadora a favor del pueblo («Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos » v. 5); las condiciones requeridas al elegido por parte de Dios son la plena colaboración con él en la gozosa sencillez y la total fidelidad a su proyecto amoroso: «No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro» (w. 4.7). Estos elementos presentes en la mujer de Sorá «que no había tenido hijos» (v. 2), de su marido Manoaj y del hijo Sansón, «nazir consagrado a Dios» (w. 5.7), bendito del Señor y lleno del Espíritu, serán los mismos elementos que se realizarán plenamente en el acontecimiento salvífico del futuro redentor. Así, el texto de Jueces se convierte en profecía del nacimiento del Bautista y del nacimiento del Mesías.

 

Evangelio: Lucas 1,5-25

5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote, llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una mujer de la descendencia de Aarón, llamada Isabel.

6 Ambos eran irreprochables ante Dios y seguían escrupulosamente todos los mandamientos y preceptos del Señor.

7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran ya de edad avanzada.

8 Estaba un día Zacarías ejerciendo el servicio sacerdotal tal como le correspondía por turno a su grupo.

9 Según el rito sacerdotal, le tocó en suerte entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso.

10 Todo el pueblo estaba orando fuera mientras se ofrecía el incienso.

11 Y el ángel del Señor se le apareció, de pie, a la derecha del altar del incienso.

12 Al verlo, Zacarías se sobresaltó y se llenó de miedo.

13 Pero el ángel le dijo: -No temas, Zacarías, tu petición ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan.

14Te llenarás de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento,

15 porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre

16 y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios.

17 Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

18 Zacarías dijo al ángel: -¿Cómo sabré que va a suceder así? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años.

19 El ángel le contestó: -Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena noticia.

20 Pero tú te quedarás mudo y no podrás hablar hasta que se verifiquen estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo.

21 El pueblo, entre tanto, estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que tardase tanto en salir del santuario.

22 Cuando salió, no podía hablarles; y comprendieron que había quedado mudo.

23 Cumplidos los días de su ministerio, marchó a su casa.

24 Algún tiempo después, su mujer Isabel concibió, y no salió de casa durante cinco meses. Y decía:

25 -Al hacer esto conmigo, el Señor ha borrado mi vergüenza ante los hombres.

 

*» El anuncio del nacimiento de Juan Bautista que nos ofrece el evangelista Lucas es rico en detalles significativos a nivel teológico y aparecen múltiples contactos con escenas similares del Antiguo Testamento, donde se narra el nacimiento de personajes que ocupan un puesto importante en el designio del Señor: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada; comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jue 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23).

La presente narración de la visión de Zacarías, con el anuncio prodigioso del nacimiento del hijo, está construido en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel Gabriel hará a María. Aquí tenemos la aparición en el marco grandioso del templo de Jerusalén, en el de Jesús en la sencilla casa de Nazaret; en nuestro texto aparece la incredulidad de Zacarías, allí la fe de María; aquí el nacimiento del Precursor de una mujer casada pero estéril, allí el nacimiento del Mesías de una Virgen; aquí el Bautista «se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (v. 15) y «muchos se alegrarán de su nacimiento» (v. 14), allí Jesús será concebido por obra del Espíritu (cf. Le 1,35) y no todos se alegrarán de su nacimiento (cf. Mt 2,13); aquí Zacarías como signo quedará mudo, allí María, por el contrario, escuchará el anuncio gozoso de la maternidad de la boca de su pariente Isabel. Al llegar la plenitud de los tiempos de la salvación sólo queda espacio para la fe sencilla y la acogida de la Palabra de Dios.

 

MEDITATIO

El anuncio del nacimiento de personajes excepcionales de la historia bíblica nos ayuda a reflexionar en la continua y extraordinaria acción que Dios realiza con los hombres, y en los múltiples dones que concede a cuantos acogen su Palabra con corazón humilde y confiado.

En las narraciones de anunciaciones, Dios está presente en la vida de Sansón, como en la del Bautista, concediendo dones especiales en orden a una participación total del hombre en su proyecto de salvación, aunque exige una respuesta generosa y concreta. También nuestra humilde historia, desde el día del nacimiento, está marcada por la mano providente y paternal de Dios, que busca por todos los medios la comunión con nosotros.

Con frecuencia nuestros acontecimientos cotidianos de salvación se esfuman y no sabemos adherirnos a la oferta divina por falta de escucha y de fe, lo mismo que no logramos leer su presencia en el misterio de la encarnación, que se manifiesta en situaciones con frecuencia humildes o con fallos.

Lo que vale es percibir y adherirnos siempre a su invitación amorosa y venerar dócilmente su voluntad, aun cuando escape a nuestro control. Sólo la escucha silenciosa y la actitud de adoración de la Palabra de Dios es el camino para comprender el proyecto divino con nosotros.

El silencio interior, tan necesario en nuestra vida, nos distancia de nosotros mismos para llevarnos al mundo del Espíritu, donde se da el verdadero discernimiento y la gozosa comunión de vida. Sólo entonces se conoce a Dios con la experiencia del corazón.

 

ORATIO

Señor de la vida y de la historia grande y humilde, que haces maravillas ante nuestros ojos, enviándonos mensajeros de alegres noticias y que te alzas como signo de esperanza y luz para la salvación de todos, ven pronto a nosotros, una vez más, para manifestarnos tu rostro y hacernos comprender que toda vida es un proyecto de amor. Nosotros no tenemos ángeles que nos revelen claramente lo que quieres de nosotros y cuál sea nuestro puesto en los misteriosos caminos de tu providencia.

Tú has vivificado a mujeres estériles, como las madres de Sansón y del Bautista, has hecho prodigios por tu Espíritu en los que han creído en ti; te suplicamos: regenera nuestro corazón, cansado y desconfiado, para que se adhiera a tu voluntad, haz que nazca en nosotros un renovado deseo de amor hacia cualquier persona que encontremos en el camino.

Haznos experimentar lo que haces hoy como en el pasado, para que también nosotros podamos contar tus maravillas y tus intervenciones transformando nuestras debilidades y pobreza con tu poder. Pero, sobre todo, haznos gustar el saber que estás en nosotros y con nosotros y que nos trasciendes en tu misterio, porque tu camino se dirige al corazón, cuando escuchamos tu Palabra de vida en el silencio y la acogemos humildemente, como hizo la virgen de Nazaret, la mujer del silencio y la interioridad.

 

CONTEMPLATIO

«Hubo un hombre». ¿Cómo podía este hombre dar testimonio de la verdad sobre Dios? Es que era un «enviado de Dios». ¿Cuál es su nombre? Juan. ¿Cuál es el fin de su misión? «Vino como testigo, con la misión de dar fe acerca de la luz, con el fin de que por él creyeran todos en ella».

¿Quién es este que da testimonio de la luz? Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. Admíralo, sí, admíralo, pero como se admira una montaña. Una montaña está en tinieblas si no se la viste de la luz. Admira a Juan, pero oye lo que sigue:

«No es él la luz». Porque si crees que el monte es la luz, ese mismo monte es tu ruina en vez de ser tu consuelo. Es la montaña, como montaña, lo único que debes admirar. Levanta el vuelo hasta Aquel que ilumina el monte, hasta Aquel que subió a tanta altura para recibir primero los rayos que él envía a tus ojos. Pues Juan «no era la luz» (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, 2,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temas, tu ruego ha sido escuchado» (Le 1,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No te imagines que el Señor en su sublimidad esté lejos: aunque es infinitamente sublime, está cercano a ti, más cercano que los hombres que se aproximan cada día (...) más cercano a ti que tú mismo. Vigila tus pasos, cuando entren en la casa del Señor. ¿Por qué? Pues porque en la casa del Señor se ofrece lo único que puede salvar, el consuelo más dichoso (...).

Pero, ¡atención! Ten cuidado sobre todo de hacer buen uso de cuanto se te ofrece. Usarlo con fe. No existe una certeza tan interior, tan fuerte y tan dichosa como la fe. Sin embargo, la fe no nos viene por nacimiento, no es la confianza de un ánimo juvenil y rebosante del gozo de la vida. Menos aún: la fe no es vivir en las nubes.

La fe es certeza, certeza dichosa que se posee con temor y temblor. Vista la fe desde este ángulo, es decir ef celeste, aparece como un reflejo de la bienaventuranza (S. Kierkegaard, Pensieri che fenscono alie spalle, Padua 1982, 33ss).

 

20 de diciembre  

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

10 El Señor volvió a hablar a Acaz y le dijo:

11 -Pide al Señor tu Dios una señal, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Acaz:

-No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor.

13 Isaías dijo:

-Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Dios con nosotros".

 

**• Estamos hacia el año 735 a.C. cuando Acaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve peligrar su trono ante la presencia de los ejércitos enemigos que oprimen los confines del reino de Judá. ¿Qué hacer? El rey pretende resolver el angustioso problema pactando alianzas humanas. Isaías, por el contrario, propone fiarse totalmente de Dios. Incluso el profeta invita al rey, en su apuro, a pedir un «signo» que confirme la protección divina. Pero Acaz lo rechaza aduciendo motivos de falsa religiosidad: «No quiero tentar al Señor» (v. 12). Isaías desenmascara la hipocresía del rey, pero añade que, a pesar del rechazo, Dios mismo dará un signo: «La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros» (v. 14).

Las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Acaz, al que la reina madre está a punto de dar a luz y cuyo nacimiento, en aquel momento histórico singular, se verá como presencia salvífica de Dios a favor del pueblo en apuros. Pero, en realidad, las palabras que Isaías dirige a Acaz son profecía de un rey salvador, y toda la tradición cristiana, basándose en la traducción de los Setenta, ha visto el anuncio profético del nacimiento virginal de Jesús, hijo de María.

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo:

-Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo:

-No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel:

-¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó:

-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo:

-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel la dejó.

 

**• La narración de la anunciación del ángel Gabriel a la virgen María constituye la aurora del mayor acontecimiento que la historia humana haya visto jamás: la encarnación del Hijo de Dios. El texto bíblico es rico en reminiscencias veterotestamentarias y de gran valor doctrinal: se trata nada menos que del cumplimiento de las promesas hechas por Dios a los patriarcas y renovadas a David (cf. 2 Sm 7,14.16; 1 Cr 17,12-14; Is 7,10-14), y contiene una profunda teología del misterio de Cristo.

De hecho Jesús aparece como rey e hijo de David («El Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre»: w. 32-33) y a la vez como santo e hijo de Dios («Será grande, se llamará Hijo del Altísimo»: v. 32). Las palabras del ángel a María, además de ser un anuncio de gozo por la venida del Mesías a la tierra, constituyen el testimonio de la amorosa predilección de Dios con la humilde joven de Nazaret que, como esclava del Señor, ha merecido ser Madre de Dios por su fe incondicional.

La confirmación de la intervención celeste, por obra del Espíritu Santo, en su condición virginal, abre el corazón de María a la voluntad de Dios y a adherirse plenamente al proyecto universal de salvación con las sencillas palabras que han cambiado la historia humana: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38). El sí de María franquea el camino de nuestra salvación y es una invitación a leer en los acontecimientos de nuestra vida la presencia del que es nuestro Salvador.

 

MEDITATIO

El anuncio del oráculo de Isaías está vinculado al texto evangélico de Lucas por la interpretación profética que la Iglesia le ha dado refiriéndolo al nacimiento del Hijo de Dios, Salvador de todos los hombres. Su venida ha cambiado la historia profana en historia de salvación, y la vida de cada ser humano está destinada a la comunión con Dios, por la obra mediadora de Jesús de Nazaret. Dios se revela y manifiesta no tanto en la contemplación de la creación, en la investigación filosófica o en la experiencia religiosa universal, sino en la historia de Jesús, hijo de María, de un hombre que se proclama "Hijo", enviado por el Padre en total dependencia amorosa de él y que la Virgen Madre ha acogido y dado al mundo.

En esta historia es donde irrumpe Dios trascendente y misericordioso para insertarse en la historia de los humanos y salvarlos, elevándolos al nivel superior del Espíritu, en la fe y el amor. Nosotros creyentes, convertidos en amigos de Jesús, somos introducidos a la comunión con Dios Padre, a través de la profundización de la vida de fe y amor vivida en fidelidad al evangelio. Esta vida de unión con el Señor se logra con la interiorización de la Palabra de Dios, como hizo la virgen María.

La vida contemporánea, desgraciadamente, atenta flagrantemente contra la vida interior. Todo invita a la dispersión. Si no logramos recoger nuestras almas, reflejar a Cristo a fondo, no tendremos la más mínima posibilidad de alcanzar la verdad y la fe. En este camino tenemos a María como guía y ejemplo.

 

ORATIO

Oh Padre misericordioso y amante con las situaciones humanas, tú que has enviado al mundo a tu Hijo, hecho hombre por medio de la Virgen, como signo de tu ternura paternal, haz que también en nuestros días experimentemos la venida del Salvador, para que, una vez más, cambie nuestras vidas y le reconozcamos presente en todos nuestros acontecimientos cotidianos. Siguiendo el modelo de María, madre de Jesús y madre nuestra, que se ha adherido generosamente a tu voluntad con su «aquí estoy» y ha abierto nuevamente a la humanidad el camino de una vida de comunión contigo, queremos que aumentes en nosotros el deseo de buscarte cada día por la escucha de la Palabra y la oración silenciosa, para que nuestra vida se vaya conformando a tu Palabra y dé frutos de gozo, paz, bondad, para cuantos nos rodean.

Haz que la comunidad cristiana, tentada con tanta frecuencia de racionalismo, de vida materialista y cómoda, comprenda cada vez más que evangelizar al hombre de hoy es ante todo estar en la presencia de Dios y dar espacio, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, a la importancia de la Palabra de Dios y a la vida contemplativa, para que surjan guías espirituales y testimonios de la verdadera libertad del evangelio. Todo esto es importante para comprender mejor que la Iglesia no es sólo una organización social, sino el signo auténtico de la encarnación de tu Hijo con los hombres.

 

CONTEMPLATIO

«Hágase en mí según tu palabra». Hágase en mí por el Verbo según tu palabra. Hágase carne de mi carne según tu palabra, el Verbo que ya existía desde el principio en Dios.

No sea una palabra proferida, porque pasa; sino concebida, para que permanezca. Revestida, pero no de aire, sino de carne. Hágase en mí tu palabra, no sólo por que pueda escucharla con los oídos, sino tocarla con mis manos, contemplarla con los ojos y llevarla a cuestas.

No se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva. No trazada con caracteres sin voz sobre pergaminos resecos, sino impresa vivamente en forma humana en mis castas entrañas; no por los rasgos de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.

En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Nos dicen las Escrituras que unos escucharon la Palabra, otros la proclamaron y otros la cumplieron, pero yo te pido que se haga en mi vientre según tu Palabra. No quiero una palabra que predique o que declame. Quiero una Palabra que se dé silenciosamente. Hágase que se encarne personalmente y descienda a mí corporalmente.

Hágase universalmente para todo el mundo y en particular hágase para mí según tu palabra (Bernardo de Claraval, En alabanza de la Virgen Madre, 4,11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Virgen santa es la madre del género humano, la nueva Eva. Pero, al mismo tiempo, es también su hija. El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia la acunó largo tiempo en su corazón desolado -siglos y más siglos- en la espera oscura, incomprensible de una virgo genitríx (...). Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabía. ¡Una pequeña doncella reina de los ángeles! Y no hay que olvidar que lo sigue siendo aún (...).

La Virgen santa no ha tenido ni triunfos ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado, ¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo, ¡Oh soledad sagrada!

Los antiguos demonios familiares del hombre, dueños y servidores al mismo tiempo, los terribles patriarcas que guiaron los primeros pasos de Adán en el umbral del mundo maldito, la Astucia y el Orgullo, contemplan desde lejos a esa criatura milagrosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. Es verdad que nuestra pobre especie no vale mucho, pero la infancia emociona siempre sus entrañas y la ignorancia de los pequeños le hace bajar los ojos, esos ojos que han visto tantas cosas. ¡Pero no es más que la ignorancia al fin y al cabo! La Virgen es la inocencia. Date cuenta de lo que nosotros somos para Ella, nosotros, la raza humana. Ella detesta el pecado, naturalmente, pero no tiene de él experiencia alguna, esa experiencia que ni siquiera les ha faltado a los más grandes santos, hasta al propio santo de Asís, con lo seráfico que fue.

La mirada de la Virgen es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia. Para rezar bien las oraciones que a Ella dirigimos tenemos que sentir sobre nosotros esa mirada que no es del todo la de la indulgencia, pues la indulgencia va siempre acompañada de alguna amarga experiencia, sino de tierna compasión, de sorpresa doloroso, de no sabemos qué sentimientos, una mirada inconcebible, inexpresable, que nos la muestra más ¡oven que el pecado, más joven que la raza de que Ella es originaria (G. Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona 1985, 164-165).

 

 

21 de diciembre

 

LECTIO

Primera lectura: Cantar de los Cantares 2,8-14

8 ¡La voz de mi amado!

Miradlo cómo viene

saltando por los montes,

brincando por las colinas.

9 Parece mi amado una gacela,

parece un cervatillo.

Se ha parado detrás de nuestra tapia.

Mira por las ventanas,

atisba por las rejas.

10 Habla mi amado, ya me dice:

«Levántate, amada mía, preciosa mía, ven.

11 Que ya ha pasado el invierno,

han cesado las lluvias y se han ido.

12 Las flores aparecen en el campo,

ha llegado el tiempo de la poda;

y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.

13 Apuntan los brotes de la higuera,

las viñas en flor exhalan su fragancia.

¡Levántate, amada mía, preciosa mía, ven!

14 Paloma mía, que anidas

en las grietas de la roca,

en escarpados escondrijos,

déjame ver tu rostro,

déjame oír tu voz.

¡Es tan dulce tu voz,

tan hermoso tu rostro!»

 

*• El texto del Cantar de los Cantares, poema lírico, de autor desconocido, escrito en los siglos VI-V a.C. utilizando material antiguo que pudiera remontarse hasta Salomón (siglo X), exalta con delicadeza el amor humano entre esposo y esposa. Tal amor, descrito de modo espontáneo e inspirado, describe la vuelta del esposo a casa tras el largo invierno en busca de pastos para su rebaño.

La alegría de la esposa por la venida de su amado, unida al tierno afecto, es tan intensa, que las palabras utilizadas de densa inspiración poética y las imágenes primaverales, aun las más elevadas, parecen insuficientes para manifestar la emoción interior de la persona amada.

En la tradición de la Iglesia la imagen "esposo"-"esposa" siempre se ha entendido como símbolo de la relación nupcial entre Dios y el pueblo (cf. Os 1-3; Is 62,4-5; Jer 3,1-39) y entre Cristo y la Iglesia (cf. Me 2,19-20; Ef 5,25-26; 2 Cor 11,2; Ap 21,9). Dios, de hecho, es el esposo del poema e Israel la esposa. Y como el amor de Dios por su pueblo elegido se prolonga en el amor de Cristo por su Iglesia, el esposo es Cristo y la esposa es la Iglesia.

La liturgia utiliza este simbolismo entre Cristo y María y entre Cristo y el creyente: la Virgen es figura de la Iglesia que sale al encuentro con gozo de Cristoesposo que viene, y así también cada miembro de la comunidad cristiana, que vive esperando acoger al Señor para que le hable directamente al corazón.

 

O bien:

Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a

14 ¡Da gritos de alegría, Sión, exulta de júbilo, Israel, alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor tu Dios en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

*» El breve fragmento de Sofonías es un himno de gozo que brota del corazón del profeta, el cual, en nombre de Dios y abriendo horizontes de futuro, le hace experimentar a Israel, casi tangiblemente, la salvación y el amor que el Señor tiene con su pueblo. De hecho, a la amenaza que el profeta ve cernirse sobre Jerusalén, por el comportamiento perverso de las clases dominantes, sigue el juicio de Dios dirigido no a aniquilar al pueblo, sino a purificarlo y convertirlo. La salvación divina pasará por el «resto de Israel», la gente pobre y humilde de la que se sirve el Señor después de hacer desaparecer a los arrogantes.

La salvación viene favorecida por: no cometer iniquidad ni decir falsedades. Los beneficios consiguientes a esta obra del Señor son: cancelación de la condena, expulsión de los enemigos (v. 15; Le 1,71.77; 1 Tim 1,15) y la presencia de Dios en el pueblo como «guerrero que salva» (v. 17) que renueva su amor por una vida de comunión perenne. La invitación a la alegría que se dirige a la «hija de Sión» y a la «hija de Jerusalén» (v. 14) se puede aplicar también a María, santificada por la presencia de Jesús, salvador del mundo, llevado con gozo en su seno en espera de entregarlo al mundo.

 

Evangelio: Lucas 1,39-45

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces:

-Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

*» La visita de María a su pariente Isabel en el pueblecito de Ain Karin en las colinas de Judá es una página rica de reminiscencias bíblicas, de humanidad y espiritualidad.

María recorre el mismo camino que hizo el arca, cuando David la transportó a Jerusalén (cf. 2 Sm 6,2-11), y es el camino que hará Jesús cuando decididamente se dirigió a Jerusalén a cumplir su misión (cf. Le 9,51). Se trata siempre de Dios, que, en diversos momentos de la historia de la salvación, se dirige al hombre para invitarlo a la salvación.

La narración de la visitación está estrechamente vinculada con la de la anunciación, no sólo por su clima tan humano, manifestado en actos de servicio, sino también porque la visitación es la verificación del "signo" que el ángel dio a María (cf. Le 1,36-37). Los saltos del Bautista en el seno de su madre representa la alegría desbordante de todo Israel por la venida del Salvador (w. 41.44). Las palabras de bendición, inspiradas por el Espíritu, que Isabel dirige a María, son la confirmación de la especial complacencia de Dios con la Virgen. La salvación que lleva en el secreto de su propia maternidad es el fruto de su fe en la Palabra del Señor: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45; Le 8,19-21). Siempre María se anticipa y con solicitud se da a todos y en todo: la más grande se hace donación a la más pequeña, como Jesús con el Bautista.

 

MEDITATIO

El encuentro de las dos madres y el del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres. Ahora nos toca a nosotros, siguiendo el ejemplo de María y de su pariente Isabel, abrir el corazón a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. La Navidad es tiempo de gozo porque Dios se ha hecho uno de nosotros dándonos a su Hijo y porque nos hemos convertido todos en hermanos e hijos del mismo Padre.

No es posible hacer lugar a la tristeza cuando celebramos el nacimiento de la vida, vida que destruye el temor de la muerte y nos aporta la alegría por la promesa de la eternidad: nadie queda excluido de esta alegría: la causa de la alegría es común a todos. Alégrese el justo, porque se acerca el premio; alégrese el pecador, porque es invitado al perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida (san León Magno).

María es el modelo de apertura de corazón a la acción del Espíritu. Ella con el don de la maternidad no se aisló en una autocomplacencia, sino que, cual verdadera "arca de la alianza" que encierra en sí la fuente de la vida, se pone con gozo en marcha para servir a los demás con una caridad traducida en humilde servicio. «La esposa no engendra obras de arte en la euforia y en la soledad, sino hijos de Adán que debe convertir en hijos de Dios con su carne y su alma» (M. Delbrel). El anuncio de salvación y alegría que Dios nos aporta con su Palabra esta Navidad ¿no está quizás disfrazado en gestos de amor hacia los hermanos, especialmente con aquellos que carecen de motivos para alegrarse?

 

ORATIO

Señor, que te has hecho nuestro hermano y desde el vientre virginal de María comunicaste con alegría la salvación a tu Precursor en el encuentro de la visitación de María a Isabel, haz que también nosotros, siguiendo el ejemplo de tantas personas dispuestas a acoger tus dones, podamos alegrarnos en el Espíritu siempre que acojamos tu Palabra de vida.

Con frecuencia no sabemos escuchar tu voz ni sabemos orar, pero nos has dado el Espíritu que silenciosamente ora en nosotros. Haz que nos impliquemos en su poderosa acción para ejecutar en nosotros la verdad y, de este modo, con corazón renovado, sepamos darte con alegría a nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Concédenos que la Palabra que da vida y que nos regalas podamos vivirla con fe y testimoniarla con un compromiso concreto en nuestro trabajo de cada día, en nuestras familias y comunidad, para que siempre resplandezca esta alegre noticia de salvación para todos, santos y pecadores.

Como María, deseamos ver a Jesús, nuestro salvador, que nos revela el verdadero rostro del Padre y del hombre, y meditar continuamente como la Virgen de Nazaret los grandes acontecimientos de la historia de salvación de modo nuevo y actual. Señor, que cada uno de nosotros esté siempre abierto a la acción del Espíritu para llevar al mundo la novedad del amor.

 

CONTEMPLATIO

Suene, oh Jesús, tu voz en mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte, para que te ame mi mente, para que te amen las mismas entrañas de mi alma. Adhiérase a ti en apretado abrazo lo más íntimo de mi corazón; a ti mi único y solo verdadero bien, mi dulce y deleitable alegría. Pero ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño, es una admirable delectación del alma, tanto más dulce cuanto más puro, tanto más suave cuanto más sincero, tanto más alegre o gozoso cuanto más extenso y duradero. El paladar del corazón te saborea porque eres dulce; su ojo te contempla porque eres bueno; el corazón puede contenerte a pesar de que eres inmenso.

Quien te ama, te goza, y tanto más te goza cuanto más te ama, porque tú mismo eres amor, caridad. Te suplico, Señor, que descienda a mi alma una partecita siquiera de esa tu gran suavidad, para que con ella se torne dulce el pan de su desolada amargura. Guste de antemano algún pequeño sorbo de aquello que anhela, de aquello que ansia, de aquello por lo que suspira en esta peregrinación. Mientras tanto, Señor, te buscaré, y te buscaré amándote (Elredo de Rieval, El espejo de la Caridad, Buenos Aires 1981, 61-62).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ordinariamente, vemos en el misterio de la visitación sobre todo una acción a imitar, como si María hubiese hecho sólo esta visita y la hubiese hecho para darnos un ejemplo, olvidando que lo propio de la naturaleza de la Virgen es nacer visitas: el visitar a los nombres es para ella una función. María viene a visitarnos con frecuencia, como si fuésemos sus amigos, sus parientes próximos.

La visitación siempre será la fiesta de esta actitud de total donación de sí, propia de María desde que supo que era la madre de Jesús. Ahora comienza esta serie innumerable de "visitas" que no terminará mientras haya un hombre en la tierra.

Su glorificación y la misteriosa extensión de su maternidad a todos los que nacerán de su Hijo, darán a María un número infinito de parientes por visitar, sencillamente para ayudarles con esa presencia humilde y discreta que le caracteriza.

María viene a visitarnos llevando a Jesús escondido en ella, para ayudarnos en nuestras necesidades más urgentes, más cotidianas, más banales: necesidad de trabajo, las obligaciones, el estado, las relaciones, María viene a visitarnos, quizás nunca lo habíamos pensado. Nos visita frecuentemente, todos los días. Éste es el sentido más profundo, más auténtico de este misterio: el hecho de las visitas innumerables, sencillísimas, personalísimas, todas por nosotros, que María multiplica en nuestra vida en todo momento, en cualquier dificultad (R. Voillaume, Al servicio de los hombres, Madrid 2 1973).

 

 

22 de diciembre 

 LECTIO

Primera lectura: 1 Samuel 1,24-28

24 En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor en Silo, llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino.

25 Cuando inmolaron el novillo y presentaron el niño a Eli,

26 Ana le dijo:

-Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor.

27 Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí.

28 Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor.

Y se postraron allí ante el Señor.

 

*•• Los dones más preciosos no se conquistan, sino que se esperan. Tal es el caso de la madre del joven Samuel, Ana, que acude al santuario del arca en Silo para agradecer al Señor el don de la maternidad después de su insistente súplica. Lleva algunos dones de la tierra, pero sobre todo el don de su hijo Samuel, que ofrece a Dios con generosidad: «Se lo cedo al Señor mientras viva» (v. 28). Ana ofrece primero al Señor un toro, como sacrificio de acción de gracias y alabanza; a continuación presenta a su hijo Samuel al sacerdote Eli, al que le cuenta su historia, recordando la oración que hizo años atrás en su presencia, y cómo Dios había escuchado su petición, concediéndole la gracia tan ansiada del nacimiento del hijo. Ana, pues, está en la casa de Dios para intercambiar el don: «Ahora yo se lo cedo al Señor» (v. 28).

La narración bíblica es el anuncio extraordinario de lo que Dios realizará en plenitud con María. Lo mismo que en el caso de Isaac (cf. Gn 18,9-14), Sansón (cf. Jue 13,2-25) y Juan Bautista (cf. Le 1,5-25), el nacimiento de un hijo por obra de Dios, de una mujer estéril, fue el signo de una vocación particular, también lo fue para Samuel, destinado a ser el primer gran profeta de Israel (cf. Hch 3,24) y el guía espiritual del pueblo. Es preciso seguir la trayectoria marcada por Dios en la historia de la salvación de cada uno. Es necesario respetar los tiempos de crecimiento de cada uno sin pretender manipular a Dios en la realización de nuestros proyectos personales y humanos.

 

Evangelio: Lucas 1,46-55

46 Entonces María dijo:

47 Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso.

Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

 

*•• El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (cf. 1 Sm 2,1- 18; Sal 110,9; 102,17; 88,11; 106,9; Is 41,8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María, imagen de la Iglesia de todos los tiempos, siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños.

El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (w. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos («Desplegó, dispersó, derribó, ensalzó, colmó, auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (w. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (w. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.

 

MEDITATIO

La unión existente entre la lectura de Samuel y la del Magníficat de María es significativa: las dos madres, Ana y María, viven el gozo y la alabanza agradecida por el don de la vida que está en ellas, signo de la bondad de Dios y se confían con un corazón sencillo en el Señor, porque «es misericordioso siempre con aquellos que le honran» (v. 50). ¿Somos nosotros conscientes de que la pobreza y la sencillez de corazón son las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser colmados de su riqueza? Los frutos de las obras de Dios se desarrollan no en la agitación ni con violencia, sino lentamente y en silencio. Dios actúa siempre en el secreto y no con ostentación, sin que por ello el resultado deje de ser eficaz y extraordinario.

No se puede obligar a una planta a que florezca por la fuerza; precisa germinar lentamente e ir creciendo hasta su punto de madurez y esplendor. Tampoco se pueden forzar los tiempos del Espíritu. Dios sabe ir llevando a la madurez el proyecto de cada uno, de acuerdo con los tiempos y momentos que sólo él conoce. Como María, se nos invita, próxima ya la Navidad, a compartir esta ternura del Señor confiando nuestros proyectos y nuestra misma vida a aquel que nos ha amado primero y sólo desea nuestro bien, dirigiéndole nuestra alabanza porque «ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes... de este modo, nadie puede presumir delante de Dios» (1 Cor 1,27-29).

 

ORATIO

Señor misericordioso y fiel, tú has puesto en labios de las dos madres, Ana y María, la oración de alabanza y agradecimiento, haciendo germinar en su corazón la alegría, fruto de tu visita amorosa y paternal: concédenos también a nosotros, deseosos de recorrer el mismo camino, descubrir en la oración la actitud de alabanza agradecida, por los múltiples beneficios que nos concedes sin mérito alguno de nuestra parte, y el agradecimiento gozoso por las maravillas que continuamente permites pregustar en tu Iglesia y en el contacto con nuestros hermanos en la fe.

Eres Padre de todos y no quieres que ninguno viva sumido en la tristeza sin experimentar tu amor: haz que, sobre todo los pobres de cuerpo y espíritu, los últimos y los pecadores, experimenten tu presencia misericordiosa y sepan confiar en ti en los momentos difíciles de su vida sin descorazonarse o alejarse de ti.

Te pedimos además que cada uno de nosotros pueda escribir en su vida su propio Magníficat siguiendo el modelo del de María, para poder descubrir en la oración que las riquezas que nos confías superan en mucho nuestra pobreza y que los dones que pones en nuestras manos y en las de nuestros hermanos son un signo de que siempre cuidas de nosotros con amor de Padre.

 

CONTEMPLATIO

La humildad de corazón es la madre de todas las virtudes; en ella y de ella se generan y derivan las demás virtudes, como de la raíz sabemos ponderar la riqueza del árbol. Y como es el más firme y arraigado cimiento sobre el que se eleva todo el edificio de la vida espiritual, Dios quiere ser su maestro y modelo exclusivo. Y por la Virgen María se complace sólo de esta virtud, afirmando que sólo por eso Dios se encarnó en ella diciendo: «Porque miró la humildad de su esclava. Y por esto y no por otra cosa, me proclamarán dichosa todas las generaciones».

Oh hijos míos, manteneos en esta humildad, para que podáis lograr la verdadera paz de vuestras almas. Oh hijos míos, ¿dónde podrá encontrar reposo y paz la criatura sino en aquel que es la paz suma, en aquel que pacifica todo, el puerto sereno de las almas? ¿Y cómo podrá llegar a él el alma que no vuele con las alas de la humildad, sin las cuales las demás virtudes corren hacia Dios, pero sin fuerza para levantar el vuelo? Carísimos, esta humildad de corazón que Dios-hombre quiere enseñarnos y darnos, es una luz radiante y clara que abre los ojos del alma al doble abismo: el de la nada humana y el de la ilimitada bondad de Dios (Angela de Foligno, Le istruzioni, Florencia 1926, 256-257).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Le 1,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para comprender bien este canto de alabanza, debemos notar que la bienaventurada virgen María habla por propia experiencia, habiendo sido iluminada y adoctrinada por el Espíritu Santo: y es que nadie puede comprender rectamente a Dios ni la Palabra de Dios, si no se lo concede directamente el Espíritu Santo. El recibir este don del Espíritu Santo significa experimentarlo como en una escuela, fuera de la cual sólo hay palabras y charlas. Así pues, la santa Virgen, habiendo experimentado en sí misma que Dios había hecho obras grandes en ella, humilde, pobre y despreciada, el Espíritu le enseña este precioso arte y sabiduría, según el cual Dios es el Señor que se complace en elevar lo que es humilde y en humillar lo elevado; resumiendo, a derribar lo construido y a construir lo derribado.

Como al principio de la creación creó el mundo de la nada, así su modo de actuar sigue esta misma constante, lleva a cabo todas sus obras hasta el fin del mundo sacando de la nada, de lo pequeño, despreciado, miserable, muerto, algo precioso, honrado, dichoso, vivo, lo reduce a nada, pequeño despreciable, mísero y efímero (Martín Lutero, introducción al Magníficat).

 

23 de diciembre 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,1-4.23-24

Así dice el Señor:

1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso.

2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera.

3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Refinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas.

4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos.

23 Mirad, yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, grande y terrible;

24 él hará que padres e hijos se reconcilien, de manera que, cuando yo venga, no tenga que entregar esta tierra al exterminio.

 

**• En el contexto de la reconstrucción del segundo templo (segunda mitad del siglo V a.C), el culto y la pureza religiosa del pueblo están en decadencia a causa de los matrimonios mixtos de los que volvieron a Jerusalén del destierro de Babilonia y viven impunes y tranquilos.

Los observantes se preguntan: ¿dónde está la justicia de Dios? En nombre del Señor, el profeta responde denunciando el pecado de los sacerdotes y la violación de la ley del culto por p a r t e de pueblo y anunciando como inminente «el día grande y terrible» (v. 23) de la venida del Señor en persona. Él purificará el templo y sus sacerdotes y juzgará a los malvados.

Pero al Señor le precederá un mensajero, identificado con el profeta Elías (v. 23; Eclo 48,10-11), cuya misión será la de preparar el camino, purificar al pueblo de sus pecados y dirigirlo, mediante la reconciliación del corazón, a las sanas tradiciones de los padres. La profecía de Malaquías, leída en el contexto del Nuevo Testamento, se refiere a la venida de Cristo, precedida por su mensajero: Juan Bautista, cuya misión de Precursor será llamar al pueblo a la conversión y prepararlo al encuentro con el Mesías, «el mensajero de la alianza» (v. 1), por todos esperado.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo:

-No, se llamará Juan.

61 Le dijeron:

-No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque efectivamente el Señor estaba con él.

 

**• El evangelio de Lucas, realizando la profecía de Malaquías en la figura del Bautista, nos describe dos episodios de su nacimiento: la participación de los parientes y vecinos que se alegran con Isabel por su parto (w. 57-58) y la circuncisión del niño al octavo día con la imposición del nombre (w. 59-66).

El evangelista, subrayando algunos elementos, advierte en el acontecimiento del nacimiento y de la imposición del nombre la intervención prodigiosa y misericordiosa del Señor actuando en la vida del pequeño de modo extraordinario: la alegría de todos por el acontecimiento inesperado (v. 58); el significado del nombre «Juan» (w. 60-63), que quiere decir: «Dios favorece y actúa con misericordia», nombre rico en promesas futuras; el asombro de los presentes mezclado con un temor respetuoso, y la divulgación de la noticia por toda Judea (v. 65); Zacarías que recobra el habla y bendice y alaba a Dios, como signo de que todo lo dicho por el Señor se ha cumplido (v. 64); finalmente, la reacción de aquellos que iban conociendo el nacimiento del niño, que se preguntaban: «¿Qué va a ser este niño?», y el mismo evangelista en una nota redaccional concluye diciendo: «El Señor estaba con él» (v. 66).

La narración del nacimiento del Bautista anuncia ya maduros los tiempos nuevos de la venida del Mesías. Lo importante es acogerlo como hizo el Bautista y saber reconocer en la historia la novedad radical de la relación entre Dios y el hombre.

 

MEDITATIO

En todas las épocas de la historia humana el Señor envía siempre mensajeros como Elías y el Bautista, para recordar que es él quien tiene en sus manos las riendas de los avatares humanos y, a pesar de que el hombre rechace sus llamadas y huya de sus caminos, él siempre reanuda los vínculos con gestos de amor. Tampoco hoy faltan entre nosotros signos concretos y modos elocuentes de su Palabra, personas como la Madre Teresa y acontecimientos extraordinarios como un concilio ecuménico o un sínodo eclesial; personas y acontecimientos que, siendo instrumentos del Espíritu, elevan las propias "antenas" para captar la onda del mundo nuevo que se perfila en el horizonte. Lo nuevo ya está y está vivo, hay que saberlo ver y respetar sin ceder a nostalgias del pasado o a sueños de futuro, que son auténticas evasiones de la realidad.

Dios nos va educando con largos períodos de ascesis y silencio para que aprendamos a descubrirlo en la historia y en lo íntimo del corazón, donde mora el Espíritu de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro camino de fe. Todo esto lleva consigo el romper nuestras seguridades para que nos fiemos de un Dios-Amor, como Jesús nos enseñó (cf. 1 Jn 4,16). Aceptar a Dios-Amor significa entrar en los caminos de Dios, fiarnos de su paternidad divina, que nos hace libres y nos restituye la dignidad de auténticos hijos; significa dejarse conducir por su Espíritu sin poner obstáculos a la acción interior y gratuita de Dios.

 

ORATIO

Padre santo, que guías la historia y que por medio de tu Hijo Jesús la conduces por los caminos de amor, haz que la Iglesia en su peregrinación terrena hacia el Señor viva plenamente la tensión de la salvación entre el ya cumplido en Jesús y el todavía no actualizado en nosotros y manifestado en Cristo glorioso.

En los albores de la Iglesia los cristianos decían: «La salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer» (Rom 13,11). Con frecuencia hoy vivimos sin pensar en tu venida, distraídos por mil luces fatuas que nos deslumbran, ignorando el grito que la Iglesia dirige a su esposo al final del Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,17.20). Concédenos, Padre bueno, no olvidar que estás entre nosotros, aunque oculto en tantos rostros de hermanos, y guías nuestros pasos por la presencia de tus mensajeros de luz y de paz, que nos interpelan y sacuden nuestra superficialidad espiritual con su fe coherente y su fecundo testimonio de vida.

Queremos estar vigilantes en nuestro caminar para reconocer tus mensajeros que nos invitan a tu amistad. Pero, ante todo, te pedimos que nos hagas capaces de mantener purificado el corazón, libre y sensible a la acción del Espíritu, para que actuemos como deseas, te encontremos en esta Navidad y podamos estar preparados en el día de tu última visita para confesar en alabanza que has sido padre y amigo.

 

CONTEMPLATIO

El nombre de Juan significa: «aquel en el cual está la gracia». Ahora bien, donde debe nacer la gracia, se tiene que caminar por caminos de conversión. Si se lograse seguir este camino, sería una cosa deliciosa. Si se aprendiese bien este camino, nacería en él de verdad la gracia de Dios. El hombre no tiene nada por sí mismo; todo proviene de Dios y por Dios: tanto lo grande como lo pequeño. El hombre debiera tener siempre presente este pensamiento en su corazón (...).

En esto el hombre debe humillarse y arrojarse a los pies de Dios para que se compadezca de él. Debe además esperar plenamente en Dios. Entonces, de pronto, Juan -esto es, la gracia- nace en ese humus de humildad.

En el valle de la humildad crece la dulzura, la confianza, la calma, la paciencia, la bondad (...). Cuando tiene lugar este nacimiento, se experimenta un gozo en el espíritu tan grande que nadie puede expresarlo (...). En estas personas descansa la santa Iglesia y, si no existieran, la cristiandad no subsistiría ni una hora. El hecho de que existan es mucho más importante que toda la actividad del mundo. Que Dios nos conceda a todos nosotros lograr todo esto del modo más rápido y glorioso. Amén (Taulero, Sermón por la natividad de san Juan Bautista, en Obras, Alba 1984).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hablaba bendiciendo a Dios» (Le 1,64).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo». Si, pues, alumbra a todo hombre que viene al mundo, iluminó también al mismo Juan. Alumbraba a aquel por quien quería darse a conocer.

Entended, pues, hermanos míos: venía a espíritus apocados, a corazones débiles, para vigorizar los ojos enfermizos de las almas. Para éstos venía. ¿Cómo es posible que un alma de éstas vea al Señor por excelencia? De manera parecida a como suele casi siempre darse uno cuenta de que ha salido el sol, que los ojos no ven, por los cuerpos que reflejan sus rayos. Quienes tienen enfermos los ojos pueden fácilmente ver un muro, una montaña, un árbol y otros objetos cualesquiera que el sol ilumina y dora con sus rayos, y estos objetos iluminados muestran la salida del sol a los ojos, que aún no pueden fijarse directamente en él. Así son aquellos hombres a quienes viene Cristo y que son ineptos para verlo. Irradia sobre Juan, quien confiesa no ser él el que irradia y alumbra, sino quien recibe la irradiación y la luz, y por él se ve a Aquel que ilumina y esclarece y lo llena todo, ¿Quién es éste? Este es, dice el evangelista, el que alumbra ar todo hombre que viene a este mundo. Si no se hubiese alejado de El, no tendría necesidad de ser iluminado. Pero le es necesaria esta iluminación, porque se alejó del que podía envolverlos en sus resplandores (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, Madrid 1968, 95-96).

 

 24 de diciembre

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 7,l-5.8b-12.14a.l6

1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor,

2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda.

3 Natán le dijo:

-Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo.

4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán:

5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?

8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel.

9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra.

10 Asignaré un lugar a mi pueblo Israel y en él lo plantaré, para que lo habite y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados lo opriman como antes,

11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía.

12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino.

14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo.

16 Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.

 

*• La profecía de Natán a David es esclarecedora y abre un nuevo horizonte en la historia de salvación. El reino de Judá goza de un período de tranquilidad y el mismo rey mora en un magnífico palacio. Pero sus planes son construir también una «casa» al Señor donde poder acoger el arca de Dios. El profeta le impide realizarlo porque Dios tiene otro proyecto mayor para David y su descendencia. El Señor tomará la iniciativa para dar una casa no de piedra, sino estable y duradera: la estirpe real de David: «El Señor te anuncia que te dará una dinastía. Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí» (w. 11.16).

El Señor, de hecho, recuerda a David su historia, lo que ha hecho por él, y promete a su dinastía una duración perenne: lo eligió como pastor del pueblo sacándolo de los campos (cf. 1 Sm 16,11-13); le concedió la victoria sobre todos sus enemigos y en el futuro continuará estando con él; su gloria y la de su descendencia será grande porque gozará de una filiación divina; el rey y su pueblo serán benditos del Señor y poseerán una «casa» estable y tranquila, es decir, una dinastía que durará por los siglos.

El mensaje de la Palabra de Dios está claro: la salvación no viene de un templo de piedra obra de manos humanas, sino de la alianza con Dios, al que pertenece todo, el hombre y la historia.

 

Evangelio: Lucas 1,67-79

67 Zacarías, su padre, se llenó del Espíritu Santo y profetizó:

68 Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.

69 Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo,

70 como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas,

71 para salvarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos odian.

72 De este modo mostró el Señor su misericordia a nuestros antepasados y se acordó de su santa alianza,

73 del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán, para concedernos

74 que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor,

75 con santidad y justicia en su presencia toda nuestra vida.

76 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos,

77 para anunciar a su pueblo la salvación, por medio del perdón de sus pecados.

78 Por la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos visitará un sol que nace de lo alto,

79 para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte, y para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz.

 

*•• El cántico de Zacarías es un tejido de reminiscencias bíblicas que exalta el cumplimiento de las promesas de salvación hechas por Dios en las antiguas profecías.

Zacarías, sacerdote de la antigua ley, pero lleno del Espíritu Santo, en el presente cántico de bendición por la visita del Señor a su pueblo, inaugura la nueva alianza, cuyo precursor será su hijo Juan, en el que la larga espera de siglos llega a su cumplimiento.

El texto bíblico se divide en dos partes: la primera resume la historia de salvación, resaltando la misericordia de Dios con los padres y su inquebrantable fidelidad a la alianza, que se realizará en la figura del Mesías (w. 68-75); la segunda mira al Bautista, «profeta del Altísimo» (v. 76), destinado a preparar los caminos del Señor con la predicación de la redención y salvación universal, efectiva en la persona de Jesús, por el perdón de los pecados, fruto de su inmensa bondad.

El cántico ensalza a Cristo, el sol de la resurrección, engendrado antes de la aurora, que con sus rayos ilumina a los que viven en tinieblas y en espera, vivifica a los que carecen de vida y la imploran. Él es la paz, plenitud de los dones mesiánicos, destinada a los que alaban y dan gloria a Dios. Él, el Verbo del Padre, es luz y vida de los hombres, en el cual ven a Dios y al cual obedecen.

 

MEDITATIO

Estamos en la vigilia de la Navidad del Señor, y la Palabra de Dios que resuena en la Iglesia es una actualización de las profecías mesiánicas, invitación a dar gracias y a la alabanza por la inminente venida del Salvador, que ha derramado sus bendiciones sobre el pueblo, manteniendo la fe en sus promesas con el don de la reconciliación y de la salvación universal.

¿Cómo vivimos personalmente esta vigilia y qué compromiso de vida nos exige? La venida histórica del Mesías nos confirma que Dios ha elegido su «casa» entre nosotros, en el cuerpo de Jesús, su Hijo (cf. Jn 1,14). Él mora con su pueblo, no de modo pasajero, sino de modo estable (cf. Ap 7,15; 12,2; 13,6; 21,3). Si en el Antiguo Testamento el lugar ideal de la presencia de Dios era el templo o la tienda (cf. Ex 25,8; 40,35; Ez 37,27; Jn 4,17), ahora su presencia está en la misma vida del hombre y en la carne visible de Jesús, que tocó y contempló en la fe la primera comunidad de los discípulos (cf. 1 Jn 1,1-4).

Cristo es la revelación y la luz del Padre, pero de modo oculto y humilde; algo interior que sólo los hombres de fe, como los profetas, los santos y María pueden comprender. Su gloria se manifestará en toda su potencia después, cuando desde la cruz a atraiga todos a sí (cf. Jn 12,32). Puede parecer una paradoja que la cruz sea glorificación, pero todo se hace luminoso si pensamos que «Dios es amor» (1 Jn 4,10) y se manifiesta donde aparece el amor.

¿Es también para nosotros Jesús el centro de la historia, nuestra morada y la plenitud de todas nuestras aspiraciones humanas?

 

ORATIO

Señor Jesús, Verbo del Padre y luz de los hombres, te adoramos en esta vigilia de Navidad y esperamos gozosos tu venida, que una vez más lleva a cumplimiento las promesas de Dios. Iluminados por tu luz, creemos que eres Aquel que ama al hombre y que la única finalidad de tu vida es la salvación de todo hombre. La fe nos introduce en este misterio de vida, la experiencia nos lo enseña y tu Palabra de verdad nos guía en este camino de luz.

Verbo eterno del Padre, queremos ser tus primeros adoradores, adictos a la bondad y al bien, testigos de tu misericordia. Tú que no te ocultas a nadie, sino que a todos concedes tu divina luz, seas por siempre nuestra verdadera luz que alumbre a toda la humanidad. Apresuramos nuestro camino hacia la salvación, hacia el nuevo nacimiento, porque deseamos, a pesar de ser multiplicidad, reunimos en un solo amor siguiendo el modelo de unidad del misterio trinitario en el que nos sumerges y renovar de este modo la alianza contigo.

Como la virgen María, lugar de la encarnación, concédenos saber interiorizar tu Palabra para descubrir cada vez más la hondura de este misterio dentro de nosotros mismos, misterio en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), y llegar a ser contemplativos como María para no confundir esta Palabra con nuestro mismo ser, sino identificarnos con la que lleva al Verbo en sus entrañas y lo engendra como hijo suyo.

 

CONTEMPLATIO

Feliz día, feliz hora, feliz tiempo: es el que con inefable anhelo todos los santos desde el origen del mundo esperaron (...). Dios está con nosotros. Hasta ahora Dios estaba sobre nosotros, pero hoy es el Emmanuel, hoy Dios está con nosotros en nuestra naturaleza, con nosotros con su gracia. Con nosotros en nuestra pobreza, con nosotros en su benignidad. Con nosotros en nuestra miseria, con nosotros en su misericordia. Con nosotros en la caridad, con nosotros en la piedad, con nosotros en la compasión. ¡Oh Emmanuel! ¡Oh Dios con nosotros!

¿Qué hacéis, hijos de Adán? Dios está con nosotros. Con nosotros. No pudisteis, hijos de Adán, subir al cielo para estar con Dios, y ahora Dios ha bajado del cielo para ser el Emmanuel, el "Dios con nosotros" (...). Dichoso el que te abre la puerta del corazón, oh buen Jesús: pues entrarás. Tu adviento, Señor, lleva al corazón puro el mediodía de la luz celeste (Elredo de Rieval, Sermones inéditos, cit. en Cristo desiderio del moñaco, Milán 1988, 157-158).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea el Señor que ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cerremos la puerta detrás de nosotros. Escuchemos con oído atento la inefable melodía que resuena en el silencio de esta noche. El alma silenciosa y solitaria canta al Dios del corazón su canto más suave y afectuoso. Y puede confiar que él le escucha. De hecho, este canto no debe ya buscar al Dios amado más allá de las estrellas, en una luz inaccesible, donde habita y ninguno puede verle.

Como es Navidad, como la Palabra se ha hecho carne, Dios está cerca, y la dulcísima palabra, la palabra del amor, encuentra su oído y su corazón en la sala más silenciosa del corazón. Y quien se ha detenido cerca de sí, aunque es de noche, en esta paz nocturna, en las honduras del corazón de Dios, percibe la dulce palabra del amor. Es preciso estar tranquilos, no temer la noche, hay que callar. De otro modo no se escucha nada.

De hecho, la última cosa se dice solamente en el silencio de la noche, cuando, por la llegada llena de gracia de la Palabra en la noche de nuestra vida, se ha hecho Navidad, noche santa, noche de silencio (K. Rahner, Dio se é fatto uomo, Brescia 31990, 72-73).