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LECTIO DIVINA TIEMPO ORDINARIO (AÑO IMPAR)

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

Lectio diaria

 

 

Semana 18ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 19ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 20ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 21ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 22ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 23ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 24ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Semana 25ª Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado

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1. Nuestro carácter ferial

Vamos a comparar, de manera breve, dos cuadros, casi dos iconos, de la dimensión ferial.

Veamos el primero: el hombre de hoy -cada uno de nosotros- en los días feriales. Nos encontramos inmersos en una febril e intensa actividad, en una carrera frenética y sin pausa. La dimensión ferial está marcada, para nosotros, por la «fiebre de la acción» y por el miedo a perder tiempo, por una doble y opuesta sensación: que nos roben nuestro tiempo y que nos coma el tiempo. Nuestra dimensión ferial está amenazada, está enferma.

Veamos ahora el otro cuadro: se trata de los primeros seis grandes días feriales en los que Dios está trabajando, hace ser y da forma a toda la creación (Gn 1,1-2,4). Viene, a continuación, el hombre, asociado a Dios en esta obra «ferial»: «el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara» (Gn 2,15). Aquí, la dimensión ferial es creativa; el tiempo aparece como un espacio de realización. La dimensión ferial se encuentra en estado de nacimiento y no conoce aún las turbaciones y los desgarros que vendrán después.

Nuestra dimensión ferial está enferma y necesita ser redimida. Esta enfermedad se ha originado por haber prestado oído a las voces del «enemigo»; la redención se llevará a cabo a través de la escucha del verdadero «Amigo». Escuchar a Dios en los días feriales es ponerse en marcha por el camino de la redención.

 

2. Escuchar a Dios en la vida ordinaria, en la condición ferial

 

La dimensión ferial, tiempo para custodiar, meditar y hacer fructificar la Palabra

 

        Nuestra condición ferial encuentra su rescate y su victoria en la escucha de la Palabra. Al final de la celebración eucarística de cada domingo se nos remite a los días feriales. Tías haber sido espectadores y haber vivido los glandes acontecimientos de la salvación, el Espíritu nos impulsa a salir, a proclamar y a dar testimonio de lo que hemos escuchado y vivido en el misterio de la celebración, lo que ha sido depositado en nosotros como depósito que debemos custodiar, meditar y hacer fructificar. A fin de que podamos vencer las grandes tentaciones, a fin de que podamos hacer frente sin miedo a los múltiples desafíos, el Espíritu de Dios se encuentra junto a nosotros y nos recuerda la Palabra que libera y salva.

La Palabra que hemos oído en los diferentes domingos vuelve de nuevo en los días feriales, aunque dispuesta en nuevos contextos y en nuevas sucesiones: cada lectura está puesta en contacto con otras diferentes a las del domingo; cada acontecimiento de la historia de la salvación se conjuga con otros; conjuntamente nos hablan después a nosotros, hombres y mujeres de los días feriales, para hacernos «ver más allá», para hacernos descubrir la voluntad del Amigo escondida en el tejido de la vida cotidiana, para introducirnos en los secretos de un amor concreto, para hacernos pasar de la dispersión a la unidad y de la soledad a la comunión, para hacernos capaces de ofrecer, día a día, el sacrificio espiritual que Dios espera de sus hijos, para darle a toda la vida una impronta pascual.

 

Escuchar para ser capaces de «ver más allá»

 

Durante los días feriales vivimos inmersos en una historia cuya orientación y sentido, con frecuencia, no acertamos a entrever de modo claro. A veces puede presentársenos como carente de dirección, caótica y sin sentido. Es como si nos encontráramos ante algo opaco que no permite ver lo que hay más allá. Los israelitas que caminan por el desierto no consiguen entrever lo que hay delante de ellos, lo que les espera; sin embargo, a Balaán -el hombre que «oye las palabras de Dios», el oyente- le ha sido quitado «el velo de los ojos», ha recibido un «ojo penetrante» y «ve la visión». Él es capaz de interpretar la historia y su orientación (Nm 24,3ss).

        Si nos hacemos oyentes de las «palabras de Dios», tendremos el ojo penetrante; seremos capaces de interpretar con mayor facilidad la historia, y en particular nuestra propia vida, y, sobre todo, seremos capaces de intuir la presencia de Dios en los pliegues de la vida de cada día, hasta en los dolorosos. Incluso cuando la oscuridad sea tal que no podamos vislumbrar nada y seamos como ciegos, si escuchamos la Palabra de Dios, percibiremos el paso del Señor y tendremos la fuerza necesaria para decirle: «Que yo pueda ver» (cf. Le 18,35-43).

 

Escuchar para descubrir la voluntad del Amigo

 

        La capacidad de escucha - u n don que Dios regala a cada hombre- nos lleva a descubrir su voluntad no como una fatalidad a la que no podemos sustraernos, sino como una manifestación de amor que encuentra su expresión en las cosas pequeñas de cada día. La familiaridad con la escucha diaria nos conduce a ser como el profeta que devora las palabras y hasta el libro (Jr 15,16), a convertir -precisamente como Jesús- la voluntad de Dios en nuestro alimento diario (Jn 4,34).

 

Escuchar para entrar en los secretos del amor

 

        Si somos capaces de ponernos a la escucha, los días feriales no serán un tiempo de lejanía de Dios; de una manera gradual, nos llevarán a entrar en la intimidad más profunda con él. La escucha humilde y atenta, el estar pendientes de los labios del amado, nos introducirá en la bodega del amor (Cant 2,4). Si no fallamos a la cita, descubriremos las infinitas atenciones de Dios, los juegos misteriosos de su ausentarse para volver a presentarse a continuación, su continuo sorprendernos. Estas palabras pueden parecer... exageradas, y así son para el que sigue aún en el umbral de la verdadera escucha.

 

Escuchar para pasar de la dispersión a la unidad, de la soledad a la comunión

 

        Los días feriales nos llevan a vivir «fuera»: fuera de casa y fuera también de nosotros mismos. De una manera extraña se insinúa el miedo de «volver a entrar en nuestra casa», en nosotros. En esta situación percibimos que algo -si no todo- se dispersa, se nos escapa. Sin esta vuelta, aunque estemos en medio de mucha gente, estaremos solos, nos será imposible encontrarnos con el otro, no llegaremos a la comunión.

        Si decidimos ponernos a la escucha de Dios, nuestros días feriales se convertirán en el tiempo en el que nos recuperaremos a nosotros mismos, recuperaremos nuestra identidad más profunda y estableceremos relaciones profundas y verdaderas con los otros.

 

Escuchar para ofrecer el sacrificio espiritual

 

        Aunque estamos situados en medio del «huerto», en el magno espacio del mundo, nosotros no debemos huir ni escondernos para no oír el paso de Dios. Dios pidió a los israelitas en el desierto que escucharan su voz porque sólo esto tenía valor de sacrificio: «Yo no prescribí nada a vuestros antepasados sobre holocaustos y sacrificios cuando los saqué de Egipto. Lo único que les mandé fue esto: Si obedecéis mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Jr 7,22ss).

        Esta escucha de la Palabra de Dios convierte nuestros días feriales en el tiempo oportuno de nuestro sacrificio a Dios. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en «hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe 2,5) (Lumen gentium 34).

 

Escuchar para ser redimidos, celebrar la pascua

Los días feriales transcurridos escuchando la Palabra se convierten en días de «rescatados», «santificados», redimidos; se convierten en días «pascuales», de «paso» hacia la pascua eterna; son como los escalones de la escalera de Jacob (Gn 28,10-12).

 

3. La ordenación de las lecturas

 

        En las ferias del tiempo ordinario hay dos ciclos anuales para la primera lectura: el ciclo I para los años impares, y el ciclo II para los años pares; para el evangelio hay un solo ciclo.

 

Ordenación de las lecturas evangélicas

 

        La ordenación adoptada para los evangelios prevé que se lea primero Marcos (semanas l-IX), después Mateo (semanas X-XXI), a continuación Lucas (semanas XXII-XXXIV). Los capítulos 1-12 de Marcos se leen en su totalidad; se prescinde sólo de dos perícopas del capítulo 6, que son leídas en días de otros tiempos. De Mateo y Lucas se leen lodos los pasajes que no se encuentran en Marcos. De este modo, algunas parles se leen dos o tres veces: se trata de aquellas que tienen características absolutamente propias en los distintos evangelios o son necesarias para entender bien la seguida del evangelio. El «discurso escatológico», en su redacción completa referida por Lucas, se lee al final del año litúrgico.

 

Ordenación de las primeras lecturas

 

        En la primera lectura se van alternando los dos Testamentos, varias semanas cada uno, según la extensión de los libros que se leen.

        De los libros del Nuevo Testamento se lee una parte bastante notable, procurando dar una visión sustancial de cada una de las cartas.

        En cuanto al Antiguo Testamento, no era posible ofrecer más que los fragmentos escogidos que, en lo posible, dieran a conocer la índole propia de cada libro. Los textos históricos han sido seleccionados de manera que den una visión de conjunto de la historia de la salvación antes de la Encarnación del Señor. Era prácticamente imposible poner los relatos demasiado extensos: en algunos casos se han seleccionado algunos versículos, con el fin de abreviar la lectura. Además, algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos por medio de textos tomados de los libros sapienciales, que se añaden, a modo de proemio o conclusión, a una determinada serie histórica (OLM 110).

        Proyectando una visión panorámica sobre los dos años, vemos que en los días feriales figuran casi todos los libros del Antiguo Testamento. Sólo se ha prescindido de los libros proféticos más breves (Abdías, Sofonías) y de un libro poético (Cantar de los cantares). Entre los libros narrativos con carácter edificante, que exigen una lectura más bien prolongada para ser entendidos como es debido, se leen Tobías y Rut; de los otros (Ester, Judit) se prescinde, aunque se leen algunos pasajes de los mismos en domingos o ferias de otros tiempos litúrgicos.

        Las primeras lecturas de los años impares están tomadas de Hebreos (semanas I-IV); Génesis 1-11 (V-VI); Eclesiástico (VII-VIII); Tobías (IX); 2 Corintios (X-XI); Génesis 12-50 (XII-XIV); Éxodo (XV-XVII); Levítico (XVII); Números (XVIII); Deuteronomio y Josué (XVIII-XIX); Jueces y Rut (XX); 1 Tesalonicenses (XXI-XXII); Colosenses (XXII-XXIII); 1 Timoteo (XXIII-XXIV); Esdras, Ageo y Zacarías (XXV); Zacarías, Nehemías y Baruc (XXVI); Jonás, Malaquías y Joel (XXVII); Romanos (XXVIII-XXXI); Sabiduría (XXXII); 1 y 2 Macabeos (XXXIII); Daniel (XXXIV).

 

 

 

 

 

Lunes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 11,4b-15

4 En aquellos días, los israelitas se pusieron a llorar diciendo: -¡Ojalá tuviéramos carne para comer!

5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos y melones, de los puerros, cebollas y ajos!

6 y ahora languidecemos, pues sólo vemos maná.

7 El maná era como la semilla del coriandro, y su color, como el del bedelio.

8 El pueblo se esparcía para recogerlo, y lo molían en molinos o lo machacaban en el almirez. Después lo cocían en una caldera y hacían tortas que sabían a pasta amasada con aceite.

9 Cuando el rocío caía sobre el campo por la noche, caía sobre él el maná.

10 Oyó Moisés cómo el pueblo se quejaba, reunido por familias a las puertas de las tiendas, provocando gravemente la ira del Señor, y muy contrariado se dirigió al Señor diciendo:

11 -¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo?

12 ¿Acaso lo he concebido yo o lo he dado a luz para que me digas: «Llévalo sobre tu regazo como lleva la nodriza a su criatura y condúcelo hacia la tierra que prometí a sus padres?

13 ¿Dónde puedo yo encontrar carne para todo este pueblo, que  viene a mí llorando y me dice: «Danos carne para comer»?.

14 Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí.

15 Si me vas a tratar así, prefiero morir. Pero si todavía gozo de tu confianza, pon fin a mi aflicción.

 

**• Reemprendemos el camino de Israel por el desierto. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, está cansado. No ha llegado aún a la tierra prometida. El desierto se convierte en el lugar de la tentación y de la prueba, de la murmuración y de la revuelta. Más que tener la mirada puesta en la salvación obtenida y en el don recibido de Dios, mira hacia atrás con nostalgia, hasta adoptar la inverosímil actitud de añorar los alimentos que comían en Egipto. ¡Mejor esclavos en Egipto que libres en el desierto con el maná de Dios! Un alimento ligero que sabía a pasta amasada con aceite y no llenaba el estómago; un pueblo descontento, prácticamente incapaz de reconocer los dones de Dios: la libertad y el alimento que viene del cielo.

Y con el pueblo, precisamente porque está ligado visceralmente a su destino, aparece la profunda crisis de Moisés, el caudillo decepcionado por su gente, que se queja a Dios. Es la suerte del mediador que debe identificarse con el destino de su pueblo y permanecer fiel a su Dios. La oración de Moisés, que anticipa los lamentos del salmista y de los profetas, es significativa también por su realismo. El amigo de Dios también puede enfadarse con él. Y es que el pueblo es del Señor, no de Moisés. Por esa razón, el audaz lamento del caudillo de Israel pone en tela de juicio, como una razón extrema, la fidelidad paterna y materna de Dios. Moisés le pide a Dios, de una manera indirecta, que sea padre y madre del pueblo que ha engendrado.

 

Evangelio: Mateo 14,13-21

En aquel tiempo,

13 Jesús, al enterarse de lo sucedido, se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas. La gente se dio cuenta y le siguió a pie desde los pueblos.

14 Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que traían.

15 Al anochecer, sus discípulos se acercaron a decirle: -El lugar está despoblado y es ya tarde; despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.

16 Pero Jesús les dijo: -No necesitan marcharse; dadles vosotros de comer.

17 Le dijeron: -No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.

18 Él les dijo: -Traédmelos aquí.

19 Y después de mandar que la gente se sentase en la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos y éstos a la gente.

20 Comieron todos hasta hartarse, y recogieron doce canastos llenos de los trozos sobrantes.

21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

**• El fragmento evangélico presenta a Jesús en medio del trabajo cotidiano de su ministerio: entre la soledad del desierto y la presencia en medio de las muchedumbres; entre el diálogo con el Padre, en el desierto, y el ministerio de la evangelización. Mateo subraya asimismo el aspecto subjetivo de la experiencia de Jesús, su compasión, que se hace efectiva a través de la manifestación concreta de una salvación que sale al encuentro de los deseos de quienes le siguen y esperan un milagro de él. Jesús, médico del cuerpo y del espíritu, cura a los enfermos (v. 14).

En medio del desierto, o bien en algún lugar solitario, fuera de los pueblos y de las ciudades, se presenta un problema humano, muy concreto: dar de comer a la muchedumbre de gente que le sigue. Enviarlos a sus casas es la respuesta obvia de los discípulos. Darles de comer la respuesta del corazón de Cristo. Ésa es también la respuesta de su omnipotencia de Mesías. Cinco panes y dos peces, sólo para comenzar, constituyen la base para un insólito milagro de multiplicación de los alimentos, un milagro destinado a saciar a una muchedumbre de más de cinco mil personas (v. 21).

Aparece aquí todo el sabor de una comida sagrada, de una comunión viva con Jesús, el Mesías, y, a través de él, con el Dios de la creación y de la vida. La acción de Jesús, típica de la tradición judía de la comida sagrada, que es reconocimiento del don de Dios, es litúrgica y eucarística: toma con sus manos los panes y los peces; pronuncia la bendición u oración de acción de gracias; parte los panes y los distribuye a los discípulos, que aprenden de Jesús el gesto del reparto. Una acción simbólica, un hecho real de largo alcance. Una acción que tiene que ver con nuestra eucaristía diaria, pan partido y multiplicado en todo el mundo.

 

MEDITATIO

Aunque no están ligadas entre sí de una manera estructural, ambas lecturas dejan entrever una unidad temática que recorre el mensaje bíblico de hoy.

En la lectura del libro de los Números encontramos un pueblo en camino, sometido al cansancio y a la prueba; un pueblo al que le resulta fácil ceder a la nostalgia del pasado cuando no se deja dirigir por el espíritu de fidelidad a la alianza estipulada con YHWH, sino por ese instinto mucho más fuerte del hambre y del placer que producen los alimentos, aunque se trate de ajos y cebollas.

El camino de Israel por el desierto fue considerado siempre por los Padres de la Iglesia un paradigma del itinerario del cristiano y de la Iglesia. El futuro produce espanto; el alimento «ligero» del espíritu no basta. La nostalgia del pasado está al acecho. El pueblo no capta la delicadeza de las exigencias de Dios. Todo camino cristiano tiene sus pruebas. Pero ¡ay del que mira hacia atrás! Al cristiano no le falta el alimento cotidiano, ni tampoco ese alimento ligero y cotidiano de la Palabra y del pan y el vino eucarísticos. Pero ¿qué es este alimento ligero para hacer frente a la pesadez de la vida diaria? Sin embargo, Dios no tiene otro alimento definitivo para darnos.

El episodio evangélico presenta a Jesús, cual nuevo  Moisés en el desierto, en medio de una muchedumbre cansada, hambrienta, enferma, a la que tal vez le cuesta un poco seguir a un Mesías del que lo espera todo, incluso una liberación política. La respuesta de Jesús es eficaz, milagrosa. Pero, en el fondo, Jesús no hace milagros cada día. Los signos que realiza necesitan también ser recibidos con fe, lo mismo que su persona. Por lo demás, Jesús no vive sino de la comunión diaria con el Padre y de la sencillez con la que comparte todo con sus discípulos. Y esto es suficiente. En el caso del cristiano, el maná cotidiano de la Palabra y de la eucaristía es también pan para el camino, viático para la jornada.

 

ORATIO

Nos sentimos reflejados, Señor, en la actitud del pueblo de Israel en el desierto También nosotros, aun recibiendo cada día el maná que nos ofrece la salvación, sentimos en el fondo de nuestro corazón nostalgias inconfesables de otros alimentos y de otras bebidas. La ligereza del alimento celestial a menudo no nos basta y, aun habiendo experimentado la libertad y la liberación con el éxodo del pecado, mirarnos hacia atrás, soñando con los ojos abiertos al pasado y olvidándonos casi del don de la liberación. Nuestro desierto se vuelve en ocasiones árido, y el camino por él se hace pesado, y de este modo nos dejamos engañar por espejismos, por paisajes absolutamente imaginarios. Señor Jesús, queremos ser peregrinos por el desierto de la vida, pero sin sentir nostalgia del pasado, sino tendiendo más bien hacia el futuro de una tierra de promisión. Más aún: deseamos no sólo no aumentar el número de los murmuradores decepcionados, sino expresarte nuestro agradecimiento por el alimento diario de la Palabra y de la eucaristía. Y contigo, como en la multiplicación de los panes y los peces, dirigir la mirada al Padre, darle gracias por su dones, compartiendo con todos la alegría de sentirnos amados por un Padre providente.

 

CONTEMPLATIO

Así pues, Jesús, en virtud de la fuerza que había dado a sus discípulos para alimentar también a los otros, les dijo: «Dadles vosotros de comer». Y ellos, sin negar que podían dar algunos panes, pero creyendo que eran muy pocos e insuficientes para alimentar a todos los que habían seguido a Jesús, no tenían en cuenta que, al tomar cualquier pan o palabra, Jesús los hace aumentar cuanto quiere, haciendo que sean suficientes para todos aquellos a quienes quiere alimentar, y dicen: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Cinco, porque tal vez entendían de una manera enigmática que los cinco panes son los discursos sensibles de las Escrituras, y por eso tienen el mismo número que los cinco sentidos; los peces, en cambio, son dos, y representan la palabra pronunciada y la interior, como «condumio» para los sentidos escondidos en las Escrituras, o bien tal vez la palabra llegada hasta ellos sobre el Padre y el Hijo Hasta que llevaron a Jesús estos cinco panes y estos dos peces, no aumentaron, no se multiplicaron, ni pudieron alimentar a muchos; pero cuando el Salvador los cogió, en primer lugar levantó los ojos al cielo, como para hacer descender, con los rayos de sus ojos, un poder que habría penetrado en aquellos panes y aquellos peces, destinados a alimentar a cinco mil hombres; en segundo lugar, bendijo los cinco panes y los dos peces, haciendo que aumentaran y se multiplicaran con la palabra y la bendición; y, en tercer lugar, los dividió, los partió y los dio a sus discípulos para que se los dieran a la muchedumbre [...]. Hasta este momento -me parece y hasta el fin del mundo, los doce canastos, llenos del pan de vida que las muchedumbres no fueron capaces de comer, están junto a los discípulos (Orígenes, Commento al vangelo di Matteo, Roma 1998, I, pp. 175-179, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Basta con tomar una palabra de allí para tener un viático para toda la vida» (Juan Crisóstomo).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Palabra de Dios es venerable como el cuerpo de Cristo. La mesa de las Escrituras, como la de la eucaristía, ofrece a los fieles un mismo y único Señor. Quien comulga la Palabra, como quien comulga el Pan de vida participa de Cristo Jesús. Del mismo modo que, cuando se distribuye el cuerpo de Cristo, llevamos buen cuidado de que no caiga nada en tierra, así también debemos tener el mismo cuidado de no dejar escapar de nuestro corazón la Palabra de Dios que nos es dirigida, hablando y pensando en otra cosa. Y es que quien escucha la Palabra de Dios de manera negligente no será menos culpable que el que, por negligencia, deja caer en tierra el cuerpo del Señor.

Palabra y eucaristía tienen la misma importancia, ambas son «venerables». Y la veneración que les debemos es la misma que adora al Señor presente en la Palabra y presente en la eucaristía. Aquí está presente bajo las especies del pan y el vino; allí, bajo la especie de las palabras humanas. Podemos hablar de una presencia real de Cristo en la Escritura, real como la presencia en la eucaristía, aun siendo esta última sacramental.

La escucha de la Palabra constituye siempre un excelente catecumenado que nos enseña a vivir según el Evangelio. Constituye asimismo una eficaz preparación - la mejor- para la liturgia eucarística propiamente dicha. Ahora bien, es infinitamente más que un arado que prepara la tierra de nuestro corazón para que pueda fructificar en ella, y, a buen seguro, más que una escuela de vida cristiana: es, esencialmente, celebración de Cristo presente en su Palabra, puesto que cuando en la iglesia se leen las Sagradas Escrituras es él quien habla (L. Deiss, Vivere la Parola ¡n comunitá, Turín 1976, pp. 304-306 [edición española: Celebración de la Palabra, Ediciones San Pablo, Madrid 1992]).

 

 

Martes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 12,1-13

En aquellos días,

1 María y Aarón murmuraban contra Moisés a causa de la mujer cusita que éste había tomado por esposa.

2 Decían: -¿Acaso ha hablado el Señor sólo con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros? El Señor lo oyó.

3 Moisés era el hombre más humilde y sufrido del mundo.

4 El Señor dijo a Moisés, a Aarón y a María: -Id los tres a la tienda del encuentro. Así lo hicieron.

5 El Señor descendió en la columna de nube y se detuvo a la entrada de la tienda. Llamó a Aarón y a María, y ambos se acercaron.

6 El Señor les dijo: -Oíd mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta, yo me revelo a él en visión y le hablo en sueños.

7 Pero con mi siervo Moisés no hago esto, porque él es mi hombre de confianza.

8 A él le hablo cara a cara, a las claras y sin enigmas. Moisés contempla el semblante del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?

9 El Señor se irritó contra ellos y se fue.

10 Apenas había desaparecido la nube de encima de la tienda, María apareció cubierta de lepra, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y la encontró cubierta de lepra.

11 Aarón dijo a Moisés: -Perdón, mi Señor. No nos hagas responsables del pecado que neciamente hemos cometido.

12 No dejes a María como un aborto, que sale ya medio consumido del vientre de su madre.

13 Moisés clamó entonces al Señor diciendo: -¡Oh Dios, sánala, por favor!

 

*•• El presente fragmento del libro de los Números introduce a los tres personajes clave del éxodo: Moisés, Aarón y María, su hermana. En medio de ellos está presente Dios como juez, amigo y protector de Moisés.

Tampoco entre los grandes hombres faltan piedras de tropiezo, habladurías y envidias. Éste es el caso de Aarón y María, incapaces de considerar a Moisés en toda su grandeza, como elegido de Dios, por el simple hecho de que había tomado como esposa a una mujer etíope. Quieren ser como él, tal vez más que él; ser investidos también ellos de un poder profético como el del caudillo de Israel. Pero Dios viene en ayuda de su siervo, le defiende y realiza un juicio solemne. El lugar de esta teofanía de YHWH es la «tienda del encuentro», lugar de la presencia (Shehinah) del mismo Dios, donde está presente con su gloria (kabod), simbolizada por la columna de nube y por la nube misma, que marca la presencia y el ausentarse de Dios (cf. w. 5.10).

Allí tiene lugar un juicio tan severo como sincero. Dios toma la defensa de Moisés. Entre la multitud de profetas presentes en el pueblo, es Moisés el profeta por excelencia; más aún, es el amigo y confidente de Dios. Las palabras con las que YHWH toma la defensa de Moisés son emotivas y ponen de manifiesto su singular elección como amigo y confidente: «A él le hablo cara a cara, a las claras y sin enigmas. Moisés contempla el semblante del Señor» (v. 8). El texto transmite la convicción del pueblo sobre la grandeza de Moisés, el amigo de Dios, del mismo modo que se revela en otros fragmentos del Pentateuco.

El castigo infligido a María nos parece excesivo. Sin embargo, se trata de un signo. Y, de nuevo, la oración confiada de Moisés, la audacia que muestra al pedir a Dios la curación, manifiesta de verdad que habla a Dios con la audacia confiada de un amigo.

 

Evangelio: Mateo 14,22-36

En aquel tiempo, después de haber saciado a la muchedumbre,

22 Jesús mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: -Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27 Pero Jesús les dijo en seguida: -¡Animo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo: -Ven. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús.

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: -¡Señor, sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca, y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: -Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

34 Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.

35 Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos.

36 Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que la tocaban quedaban sanos.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta otra jornada de la vida de Jesús. En este pasaje se narran aspectos de su vida diaria que la tradición sinóptica ha recogido. Nos referimos a los momentos de oración y de soledad que pueblan la vida del Maestro. «Después de despedirla [a la muchedumbre], subió al monte para orar a solas. Al llegarla noche estaba allí solo» (v. 23). La semejanza con la perícopa referida a Moisés, como orante y amigo de Dios, nos sugiere la aproximación de ambos personajes.

Ahora bien, aquí se trata de Jesús; no de un amigo, sino del Hijo mismo orando. Una oración intensa, que dura toda una noche. Un fragmento paralelo de Lucas (6,12), en el que se alude a que Jesús pasó una noche en oración antes de la elección de los discípulos, confirma esta costumbre del Señor, una costumbre que despertaba admiración en los discípulos.

Sobre el fondo de esta presentación del Maestro, que vive el misterio de su relación orante con Dios, se manifiesta asimismo su trascendencia divino-humana, caminando sobre las aguas. Las palabras del Maestro tranquilizan a los discípulos, que están llenos de miedo. El instintivo Pedro, acostumbrado a su mar de Galilea, quiere caminar sobre las aguas como Jesús. Prueba a hacerlo, pero está a punto de hundirse. El miedo a la muerte hace brotar de él una oración sentida y profunda, una oración en la que implora la salvación: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Con su reacción, Jesús, que reprocha a Pedro su miedo y denuncia su falta de fe (v. 31), se presenta a nuestros ojos como Salvador, a la luz de la revelación de su superioridad divina.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura ponen el acento en la presencia y en la intervención de Dios en la vida cotidiana. Es una presencia fuerte, que podríamos definir muy bien como teofánica, «manifestadora de Dios».

Una presencia majestuosa en la que nos demuestra que él se encuentra situado en el centro de la vida y de la historia y que le alcanzamos, siempre a una equidistancia entre su presencia y su trascendencia, a través del diálogo de la oración. Moisés aparece, en la primera lectura, como el confidente de Dios. La tienda aparece como el lugar visible donde Dios viene al encuentro de su pueblo y se deja encontrar. El Dios afable, dialogante, que toma la defensa de Moisés, manifiesta también su calidad de Dios amigo, dispuesto a defender a su elegido. Y también solícito a la hora de escuchar su oración.

Jesús, el Hijo predilecto, más grande que Moisés, es también un orante; más aún, es el lugar de la oración, la nueva tienda del encuentro donde Dios se hace presente, el nuevo templo donde Dios se reúne con los hombres. Jesús, mientras ora durante la noche, se convierte en la tienda del encuentro, misteriosamente iluminada por la columna de nube, por la gloria del Señor. Una gloria que le envuelve, aunque sea en pocos momentos -como en la Transfiguración-, y en la que se manifiesta

a los ojos de sus discípulos en toda su grandeza. El Jesús que camina sobre las aguas es el Dios del éxodo liberador, el Creador que domina sobre su criatura. Y es también el Dios que se manifiesta con el realismo de un hombre, no de un fantasma, a pesar del estupor que despierta verle caminar sobre las aguas del lago. De ahí que Jesús, ante esta revelación, pida fe en él, confianza en su persona. En la oración de Moisés se manifiesta nuestra oración de intercesión, que nos hace amigos y confidentes. En la oración de Pedro se manifiesta nuestra necesidad de salvación.

 

ORATIO

Señor, nos gustaría vivir en tu presencia, como Moisés, tu siervo amigo; como Jesús, tú Hijo amadísimo. Sabemos que, para Moisés, la tienda era el lugar del encuentro.

Mas para Jesús, también el cosmos era la tienda cubierta por la bóveda celeste, iluminada por las estrellas brillantes, lugar de la presencia de nuestro inmenso Padre y Creador.

Concédenos experimentar en la oración, prolongada también algunas veces durante la noche, tu viva participación en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana; concédenos sentir que siempre estás despierto para escuchar y acoger nuestra súplica. Queremos ser como Moisés, que hablaba contigo como un amigo habla con su amigo. Más aún, como Jesús, inmerso en tu corazón de Padre.

Concédenos la sabiduría de una oración de súplica como la de Pedro: «¡Señor, sálvame!». Pero también la generosa intercesión de la oración de Moisés por todas aquellas personas a las que amamos y queremos que se salven en el cuerpo y en el espíritu: «¡Oh Dios, sánalas, por favor!».

 

CONTEMPLATIO

Y Jesús subió a la montaña, a orar en un lugar apartado. ¿A orar por quién? Por las muchedumbres, a fin de que, después de haber comido los panes de la bendición, no hicieran nada contrario a la despedida que habían recibido de Jesús; y también por los discípulos, a fin de que, obligados por él a subir a la barca y a precederle en la orilla opuesta, no tuvieran que sufrir ningún mal en el mar, ni por parte de las olas que sacudían la barca, ni por parte del viento contrario.

Y me atrevería a decir que, gracias a la oración de Jesús, dirigida al Padre por sus discípulos, éstos no sufrieron ningún mal, a pesar de la furia del mar, de las olas y del viento que soplaba en contra suya [...]. Si un día tenemos que debatirnos en medio de pruebas ineludibles, recordemos que fue Jesús quien nos obligó a subir a la barca porque quería que le precediéramos en la otra orilla. No es posible, en efecto, llegar a la otra orilla sin sostener las pruebas de las olas y de los vientos contrarios. Después, cuando nos veamos rodeados de muchas y penosas dificultades y estemos cansados de navegar entre ellas durante tanto trecho con nuestras modestas fuerzas, deberemos pensar que nuestra barca está, precisamente en ese momento, en medio del mar, agitada por olas que quieren hacernos naufragar en la fe o en cualquier otra virtud [...]. Y cuando veamos que se nos aparece el Logos, nos sentiremos turbados hasta que hayamos comprendido claramente que el Salvador ha venido a nosotros [...].

Él nos hablará enseguida y nos dirá: «¡Animo! Soy yo, no temáis». Inmediatamente después, mientras Pedro esté todavía hablando y diciendo: «¡Señor, sálvame!», el Logos extenderá su mano, le ayudará, lo cogerá en el momento en que empieza a hundirse y le reprenderá por su poca fe y por haber dudado. Con todo, observa que no dice: «Incrédulo», sino: «¡Hombre de poca fe!», y que añade también: «¿Por qué has dudado y, aun teniendo la fe, te has inclinado hacia el lado contrario? (Orígenes, Commento al vangelo di Matteo I, Roma 1998, pp. 194-197, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Practicamos con una gran frecuencia la intercesión; oramos por nuestros padres, por aquellos que nos aman. Sin embargo, nuestra intercesión se limita, con excesiva frecuencia, a una llamada dirigida a Dios, aunque se trate de una llamada afligida y sincera: «¡Mira, Señor!», «¡Señor, ten piedad!», «¡Señor, ayúdanos! ¡Ven en ayuda de los que están necesitados!» [...]. Lo que hacemos es una especie de recordatorio, dirigido a Dios, de lo que sigue siendo imperfecto en este mundo. Pero ¿cuántas veces estamos dispuestos a hablar como hace Isaías cuando oye preguntar a Dios: «¿A quién enviaré?» (Is 6,8)? ¿Cuántas veces estamos dispuestos a levantarnos y a decir: «Aquí estoy, Señor, envíame»? Sólo de este modo puede convertirse nuestra intercesión en lo que es por naturaleza.

Interceder no quiere decir hablar al Señor en favor de aquellos que se encuentran en necesidad; significa dar un paso, un paso que nos lleva al corazón mismo de una situación, que nos leva allí de una manera definitiva y hace que no podamos echarnos atrás de ninguna manera, porque ahora nos hemos entregado y pertenecemos a esta situación. En una situación de máxima tensión, el corazón es el punto donde el choque se vuelve más violento y el tormento más cruel: ahí es donde se sitúa el acto de intercesión. Todo compromiso que se vuelve intercesión implica una solidaridad de la que ya no queremos prescindir.

Esta solidaridad la encontramos en Dios: él se compromete en el mismo instante en que nos llama con su Palabra a la existencia, sabiendo que le abandonaremos, que le perderemos y que será él quien deba encontrarnos de nuevo no allí donde él está, sino allí donde nos encontremos nosotros, con todo lo que eso implica (de una conferencia del metropolita A. Bloom, citado en E. Bianchi [ed.], Letture per ogni giorno, Leumann 1980, pp. 412ss).

 

 

Miércoles de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 13,l-3a.25b-14,l-26-30ss

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés:

2 -Envía a algunos hombres, un jefe de cada tribu, para que exploren la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas.

3 Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor. 25 A los cuarenta días regresaron los exploradores de la tierra.

26 Se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas en el desierto de Farán, en Cades; les informaron detalladamente y les mostraron los frutos de la tierra.

27 Éste fue su informe: -Fuimos a la tierra a la que nos enviasteis. Es una tierra que mana leche y miel; fijaos en sus frutos.

28 Pero el pueblo que la habita es fuerte y las ciudades están fortificadas y son grandes; hemos visto, incluso, descendientes de Anac.

29 Los amalecitas ocupan el desierto del Négueb; los hititas, los jobuseos y los amorreos habitan la montaña; y los cananeos, la costa y la ribera del Jordán.

30 Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés diciendo: -Iremos a conquistarla, pues somos capaces de ello.

31 Pero los que habían ido decían: -No podemos combatir contra ese pueblo; es más fuerte que nosotros.

32 Y empezaron a hablar mal entre los israelitas de la tierra que habían explorado diciendo: -La tierra que hemos explorado devora a sus habitantes. Los hombres que hemos visto son de gran estatura.

33 Hemos visto gigantes, descendientes de Anac. Nosotros a su lado parecíamos saltamontes, y así nos veían ellos.

14,1 Entonces toda la comunidad empezó a gritar, y el pueblo se pasó la noche llorando.

26  El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

27 -He oído las murmuraciones de los israelitas, ¿hasta cuándo tendré que soportar a esta comunidad malvada que murmura contra mí?

28 Respóndeles: Por mi vida, Palabra del Señor, que os trataré como merecen vuestras murmuraciones.

29 En este desierto caerán los cadáveres de todos los mayores de veinte años que fuisteis registrados y habéis murmurado contra mí.

30 Ninguno de vosotros entrará en la tierra en la que había jurado estableceros con mi poder; sólo entrarán Caleb, hijo de Jefoné, y Josué, hijo de Nun.

31 Cargaréis con vuestra culpa durante cuarenta años, es decir, tantos como días estuvisteis explorando la tierra: año por día. Sabréis por experiencia lo que significa haberos alejado de mí.

32 Yo, el Señor, lo he dicho. Así trataré yo a esta comunidad perversa que se ha confabulado contra mí.

 

**• La forma fragmentaria con la que el leccionario nos presenta este pasaje nos invita a una lectura personal de toda la perícopa bíblica. Se trata de una perícopa compuesta de diferentes tradiciones y que presenta algunas contradicciones con el conjunto de los textos paralelos. Sobresalen aquí cuatro momentos: el envío de representantes de las doce tribus de Israel, por parte de Moisés, para que exploren la tierra prometida y la realización del mandato; la vuelta de los exploradores que traen los frutos de la tierra prometida y el relato de los mismos; el miedo del pueblo a causa de los aspectos negativos y exagerados relacionados con los habitantes de la tierra de Canaán y sus ciudades (tendrán que enfrentarse con hombres fuertes y con ciudades fortificadas, elementos que desaniman al pueblo a seguir su marcha hacia adelante); el lamento del pueblo y la nuevas nostalgias de la tierra de Egipto, con la consiguiente falta de confianza en Dios y en sus promesas.

En medio de las contradicciones, Moisés mantiene su fidelidad al Señor, señala al pueblo la tierra prometida y sus frutos, y pronuncia las palabras-clave de este relato -no incluidas en la lectura propuesta por el leccionario-, unas palabras que suponen una exhortación a la confianza basada en la fidelidad de Dios: «El Señor está de nuestra parte; él nos hará entrar en ella y nos la dará; es una tierra que mana leche y miel. No os rebeléis contra el Señor ni temáis a los habitantes de esa tierra, pues serán para nosotros pan comido. Ellos se han quedado sin defensa, y con nosotros está el Señor; no los temáis» (Nm 14,8ss). En estas palabras se manifiesta toda la confianza de Moisés en la fidelidad de Dios, capaz de vencer todo temor ante el oscuro panorama descrito por los exploradores, a pesar de la apetecible conquista de aquel territorio por los magníficos frutos que produce; un territorio presentado como una «tierra que mana leche y miel», la fórmula clásica para describir la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 15,21-28

En aquel tiempo,

21 Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón.

22 En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar: -Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.

23 Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían: -Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 Él respondió: -Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

25 Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó: -¡Señor, socórreme!

26 Él respondió: -No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos. Ella replicó:

27 -Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces Jesús le dijo: -¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides. Y desde aquel momento quedó curada su hija.

 

**• El fragmento evangélico que hemos leído prolonga la visión de la predicación de Jesús y de sus destinatarios, dirigida a una tierra prometida que se encuentra más allá de los confines de la nación y de los habitantes que hasta ahora han escuchado la voz de Jesús. Tiro y Sidón están situadas en los confines de Galilea, más allá de la frontera que hoy recibe el nombre de Rash-en-Naqura, en la frontera entre Israel y el Líbano. Es tierra de paganos, de fenicios. Jesús se desplaza hacia el norte, buscando tal vez un momento de distensión y de descanso tras el intenso ritmo de la predicación en Galilea. Se trata de un desplazamiento simbólico que anuncia la universalidad de la salvación. El encuentro con la mujer cananea, en este marco general, constituye un episodio emblemático. Es un encuentro entre un rabí y una mujer, una mujer que, por añadidura, es pagana. La actitud del Maestro expresa, al comienzo, la distancia y la desconfianza normal entre el pueblo elegido y los pueblos paganos. La insistente petición de la mujer cananea, absolutamente preocupada por la salud física y psíquica de su hija, expresa afecto materno y, al mismo tiempo, confianza en Jesús.

A las tres intensas imploraciones de la mujer le siguen tres actitudes de distanciamiento por parte de Jesús, actitudes casi incomprensibles para nosotros, a no ser por su alcance pedagógico. A la invocación de la mujer: «Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David» (v. 22), Jesús no le responde ni con una palabra. Al segundo intento insistente de mediación por parte de los discípulos sólo le responde con un rechazo que acentúa las distancias entre Israel y los demás pueblos (w. 23b-24). A la renovada petición de la cananea, que se postra ante Jesús, le corresponde una respuesta dura y enigmática: «No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos» (v. 26). Sin embargo, el instinto materno capta en el duro lenguaje empleado por Jesús una rendija de esperanza, y transforma la objeción del Maestro en una razón ineludible para obligarle a hacer el milagro: «También los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27). Su fe ha quedado probada. Ha superado el examen de amor. «¡Mujer, qué grande es tu fe!» (v. 28). El Reino de Dios se dilata con el amor de aquellos que han acogido, acogen y acogerán a Jesús más allá de todo límite terreno.

 

MEDITATIO

Los dos fragmentos de la Escritura que nos presenta la liturgia de hoy nos ofrecen la posibilidad de meditar sobre algunos aspectos de la realidad de nuestro Dios: su fidelidad y nuestra confianza. Dios es fiel a sus promesas; más aún, a fin de que no esperemos al último momento para ser confirmados en las pruebas por parte de su fidelidad, Dios anticipa en nuestra vida el goce de los bienes prometidos. Del mismo modo que los israelitas, cuando todavía estaban en el árido desierto, pudieron gozar de los frutos de la tierra prometida, gracias a los exploradores que confirmaron la verdad de las promesas de Dios, también con nosotros se muestra el Señor espléndido en sus dones definitivos y nos los hace probar de manera anticipada. Tenemos las primicias y la prenda de nuestra esperanza ya en este mundo. Sin embargo, todavía no hemos llegado a la meta; queda margen para la esperanza, puesto que los bienes prometidos no los poseemos plenamente, y delante de nosotros se presenta todavía un arduo camino, lleno de asechanzas y dificultades.

La confianza ilimitada de la cananea, la mujer extranjera que se confía a Jesús y desafía con su decidida perseverancia al corazón del Maestro, también supone para nosotros un motivo de ánimo. Dios espera de nosotros que mostremos una gran esperanza en él. Las primeras respuestas, aunque no sean definitivas, son ya un camino propedéutico para atrevernos a más. También las pruebas ahondan en nosotros el verdadero sentido de la confianza y purifican las motivaciones egoístas de nuestras preguntas, para convertirse en preguntas de salvación.

 

ORATIO

Señor, a menudo, en la experiencia cotidiana de nuestra vida, tenemos necesidad de saborear los frutos que nos tienes prometidos, de tener un anticipo de los signos de tu presencia en nuestra vida. En un mundo que se nos presenta todavía hoy frecuentemente como un desierto y no nos permite vislumbrar la tierra prometida, como un desierto vacío de tu presencia, hostil al mismo Evangelio, tenemos necesidad de alguna prueba efectiva de que estás con nosotros. Con todo, sabemos que «la esperanza no defrauda», porque tú mismo has infundido en nuestro corazón el Espíritu Santo, que es prenda de los bienes futuros.

Concédenos creer constantemente en tu amor, un amor que se revela siempre más grande que nuestro corazón. Haz que nuestro deseo engendre una fe más grande, como la fe de la mujer cananea, a la que tú mismo reconociste con admiración como merecedora del don que había implorado. Que también la prueba suponga para nosotros un motivo de esperanza y el incomprensible rechazo de nuestras oraciones por tu parte sea un motivo de purificación y de renovada audacia en nuestro creer en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Muchas veces he pensado si, como el sol estándose en el Cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza que no mudándose él de allí de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una misma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior salir sobre sí misma. En fin, yo no sé lo que digo, lo que es verdad es que con la presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando le ponen el fuego, se levanta en lo interior un vuelo, que yo no sé otro nombre que le poner, que, aunque no hace ruido, se hace movimiento tan claro que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de sí misma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a sentirse en sí, es con tan grandes ganancias y teniendo en tan poco todas las cosas de la tierra, para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien que no le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión los del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo adonde ha de ir a descansar.

Aunque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho provecho, son tan grandes los que deja en el alma que si no es por quien pasa no se sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del Demonio; que de la propia imaginación es imposible, ni el Demonio podría representar cosas que tanta operación y paz y sosiego y aprovechamiento dejan en el alma, en especial tres cosas muy en subido grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de ella, más se nos da a entender: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan baja, en comparación del Criador de tantas grande/as, la ha osado ofender, ni osa mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que puede aplicar para servicio de tan gran Dios (Teresa de Avila, «Moradas del castillo interior», VI, 5,9-10, en Obra completa de santa Teresa de Jesús, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 91998, pp. 542-543).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis» (Mt 7,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es preciso pasar a través del desierto y morar en él para recibir la gracia de Dios; es allí donde nos vaciamos, donde expulsamos de nosotros todo lo que no es Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejarle todo el sitio a Dios. Los judíos atravesaron el desierto. Moisés vivió en él antes de recibir su misión. San Pablo, cuando salió de Damasco, fue a pasar tres años en Arabia. También san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto. Es indispensable [...]. Es un tiempo de gracia. Es un período a través del que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto [...]. Le hacen falta este silencio, este recogimiento y este olvido de todo lo creado en medio de los cuales pone Dios en el alma su Reino y forma en ella el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios a través de la fe, de la esperanza, de la caridad [...]. Los frutos que pueda producir el alma más tarde serán exactamente proporcionales a la medida en que se haya formado en ella el nombre interior (Ch. de Foucauld, Opere spirítuali, Milán 1960, p. 761, passim [edición española: Obras espirituales, Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

Jueves de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Números 20,1-13

En aquellos días,

1 la comunidad de Israel en su totalidad llegó al desierto de Sin el primer mes, y el pueblo acampó en Cades. Allí murió María, y allí fue sepultada.

2 No había agua para la comunidad, y ésta se amotinó contra Moisés y Aarón.

3 El pueblo se quejaba contra Moisés diciendo: -¡Ojalá hubiéramos muerto con nuestros hermanos ante el Señor!

4 ¿Por qué habéis traído a la asamblea del Señor a este desierto, para que muramos nosotros y nuestros ganados?

5 ¿Por qué nos sacasteis de Egipto para traernos a este lugar maldito, donde no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni ganados, ni siquiera agua para beber?

6 Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad hacia la entrada de la tienda del encuentro. Cayeron rostro a tierra y se les manifestó la gloria del Señor.

7 El Señor dijo a Moisés:

8 -Toma el bastón y reúne a la comunidad. Cuando esté reunida, ordenad a la roca tú y tu hermano Aarón que dé agua, y harás brotar para ellos agua de la roca, y les darás de beber a ellos y a sus ganados.

9 Moisés tomó el bastón que estaba ante el Señor, como él le había ordenado,

10 convocó, junto con Aarón, a la comunidad delante de la roca y les dijo:

-¡Oíd, rebeldes! ¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?

11 Entonces Moisés alzó el brazo y golpeó dos veces la roca con el bastón. Brotaron de ella aguas en abundancia, y bebieron todos, junto con sus ganados.

12 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: -Por no haber creído en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no seréis vosotros quienes introduzcan a este pueblo en la tierra que yo le doy.

13 Éstas son las aguas de Meribá (es decir, de la Querella), donde los israelitas se querellaron con el Señor y él les mostró su santidad.

 

*•• Prosiguiendo el camino del pueblo de Israel por el desierto, según la narración sacerdotal del libro de los Números, nos encontramos con un conocido episodio del que también se habla en Ex 17,1-17. Es diferente el lugar: aquí se trata de Cades, donde fue sepultada María; según la versión del libro del Éxodo, fue Masa y Meribá, literalmente el lugar de la murmuración y de la prueba. Los dos caudillos, Moisés y Aarón, tienen que vérselas con las murmuraciones del pueblo: esta vez, después de aquella otra relacionada con el maná, la murmuración está relacionada con la subsistencia del pueblo por la falta de agua, cosa obvia en el largo trayecto que recorrieron por el desierto. De nuevo aparecen lamentaciones y maldiciones, la insoportable acusación contra los dos jefes que les llevaron al desierto, aunque en realidad la protesta va dirigida contra YHWH.

También esta vez se dirigen Moisés y Aarón al Señor, presente en la tienda del encuentro, lugar visible de la presencia y la proximidad de Dios. También esta vez el Dios condescendiente y compañero de viaje ofrece un remedio milagroso a la sequía: ordena a Moisés que golpee la roca con el bastón y brota de ella agua en abundancia tanto para el pueblo como para el ganado. Pero, esta vez, al episodio de Ex 17,1-17 se le añade un detalle: la duda de Moisés y de Aarón al ejecutar la orden del Señor (aunque el texto no lo diga de una manera explícita).

Se habla, en efecto, del castigo por su incredulidad y se anticipa ahora la suerte futura de Moisés y de Aarón: no entrarán en la tierra prometida. La conclusión de este episodio, señalada por el texto en el v. 13, es importante: los israelitas se han atrevido a contender con su Dios, pero éste es un Dios santo y fiel.

Pablo recuerda la lección enlazando el episodio del maná y el del agua de la roca, y los aplica a la vida cristiana: «Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual; [...] Sin embargo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios y fueron por ello aniquilados en el desierto» (1 Cor 10,3-5). Se trata de una invitación a permanecer fieles al Señor hasta el final.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: -Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: -¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

 

**• Este fragmento evangélico contiene el conocido e importante texto de la confesión de Pedro. Se desarrolla en cuatro momentos, con una fuerte tensión entre ellos. El primero está constituido por la pregunta de Jesús; el segundo, por las respuestas de los apóstoles y de Pedro, que se erige en portavoz de los discípulos con su acto de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. Viene, a continuación, la solemne promesa hecha a Pedro y, en él, a quien le suceda a la cabeza de la Iglesia. Todo concluye con un episodio de lo más enigmático: al oír las palabras de Jesús referentes a su suerte futura, Pedro, al que poco antes Jesús le había dirigido palabras de revelación de gran honor y responsabilidad, quiere disuadir al Maestro de ese destino y recibe de éste un reproche con palabras duras: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo» (v. 23).

He aquí algunas indicaciones para realizar una lectura fructuosa de este conocido pasaje. El marco en el que se desarrolla este episodio es, según muchos exégetas, Banias, lugar situado en las fuentes del Jordán, donde se encuentra una gran roca, evocada por Jesús en la frase que dirige a Pedro. Este último aparece aquí, tal como ocurre en otros episodios del evangelio, como el «corifeo», como el portavoz de la fe de los apóstoles. Las palabras de la confesión son esenciales, y contienen los títulos de Jesús: Mesías e Hijo de Dios (cf. v. 16). Las palabras de la respuesta de Jesús, que son fruto de la gracia del Padre, son solemnes: expresan el aprecio de la confesión del jefe de los discípulos y el cambio del nombre: de piedra, «Pedro». Y, sobre todo, contienen una serie de promesas expresadas con palabras constitutivas: sobre Pedro y sobre la roca de su fe edifica Jesús la casa, el templo de su asamblea o Iglesia (qahal en hebreo, ekklesía en griego). Hay aquí una referencia al nuevo templo {«edificaré»: v. 18) donde se reúne la nueva asamblea del Señor. Por consiguiente, Pedro es el fundamento y centro de la unidad y la comunión. Ahora bien, Pedro, a su vez, tiene como fundamento a Cristo, pues es Cristo el centro de la comunión eclesial.

El teólogo ortodoxo S. Boulgakov, muy cercano a la Iglesia católica, decía de este texto que su significado pleno se encuentra en la Iglesia católica, y la única razón que garantiza de hecho la existencia de la Iglesia católica es este texto. Ahora bien, a Pedro, en su confesión de fe, Jesús le pide fidelidad y la aceptación de su destino de cruz y de gloria.

 

MEDITATIO

Los dos episodios bíblicos de los que hemos intentado realizar una breve lectura exegética se desarrollan entre la murmuración, el acto de fe y la duda. Sin embargo, su lectura suscita reflexiones, meditaciones, contrastes, acercamientos. Por una parte, encontramos un pueblo decididamente en rebelión contra Moisés, pero también contra Dios.

La prueba y la murmuración, la tentación y la sublevación afectan asimismo a los sentimientos más humanos y se difunden como un contagio, como una peste, entre la población. Con todo, Dios es siempre paciente con nosotros y deja que la tentación nos pruebe y nos provoque, por eso pedimos en el Padrenuestro que no caigamos en la tentación y, en última instancia, que Dios no nos someta a la prueba, que es también un momento de verdad. También esta vez nos da Dios una respuesta válida, aunque pasajera, como hace en nuestra vida. No permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.

Por otra parte, la confesión de fe de Pedro nos coloca en la dirección apropiada de nuestra adhesión a Cristo, hijo del Dios vivo. En torno a la fe de Pedro y a la de sus sucesores nos convertimos en Iglesia, asamblea de Dios, fundamentada en la fe en Cristo. Debemos creer en la Iglesia y no sólo a la Iglesia. Creer en la Iglesia es acogerla como un don de Cristo y amarla; sentir con la Iglesia es también sentirla como algo nuestro, como algo vivo. A través de las vicisitudes del tiempo, debemos sufrir por la Iglesia y, si hiciera falta, sufrir a causa de la Iglesia. Sin perder nunca de vista al Señor de la Iglesia, sin poner como prioridad sólo a la Iglesia del Señor.

 

ORATIO

Somos con frecuencia, Señor, como el pueblo de Israel en el desierto, dispuestos a murmurar contra ti, superficialmente nostálgicos respecto a lo que hemos dejado a la espalda con nuestra conversión, nuestro bautismo, nuestra vocación eclesial. Nos espanta el futuro y no nos fiamos suficientemente de tus planes de salvación. Sin embargo, tu Palabra es una palabra que invita no sólo a creer, sino también a esperar, porque es palabra de promesa.

Concédenos el valor de confesar tu nombre de Mesías e Hijo del Dios vivo. En medio de las borrascas de la vida, en las incertidumbres, haznos recordar las promesas que hiciste a tu Iglesia. Una Iglesia que puede ser una barca traqueteada por las olas de las tempestades, pero siempre roca firme que tiene en ti, Señor de la Iglesia, su fundamento y su piedra angular. Concédenos, sobre todo, creer en ti incluso cuando te manifiestas y te proclamas Mesías crucificado y te revelas así en nuestra vida. Concédenos también saber esperar, con confianza, en tus promesas, hasta ese tercer día de la vida en el que tú, Señor victorioso, te muestras siempre fiel.

 

CONTEMPLATIO

No debemos sentirnos turbados cuando nos damos cuenta de que estamos sumergidos en las tinieblas, sobre todo si no sabemos la causa. Considera que esas tinieblas que te recubren te han sido dadas por la divina providencia, por razones que sólo Dios conoce. Algunas veces, en efecto, nuestra alma, anegada, es engullida por las olas. Tanto si nos dedicamos a la lectura de la Escritura como a la oración, hagamos lo que hagamos estamos encerrados cada vez más en las tinieblas. Ahora mismo el alma está llena de desesperación y miedo. La esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado por completo el alma. Ahora está llena de vacilación y de angustia.

Pero los que han sido probados por la turbación de una hora como ésta saben que a ella le sigue, finalmente, un cambio. Dios nunca deja durante todo un día al alma en ese estado, porque eso destruiría la esperanza [...]. Hay un tiempo para la prueba. Y hay un tiempo para el consuelo (Isaac de Nínive, Discorsi ascetici, 57, citado en O. Clément, Alie fonti con i Padri, Roma 1987, p. 184).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Abandonarse en Dios proporciona a nuestro corazón el reposo de las angustias del mundo, nos libera de la agitación del alma y del sufrimiento de los deseos insatisfechos. Nos da la calma, la tranquilidad y la paz [...]. El abandono en Dios impide al alma vagar por caminos lejanos, unos caminos que extenúan el cuerpo y abrevian la vida. Por esos caminos, en efecto, se consuman las fuerzas y el hombre avanza hacia la muerte. Abandonarse en Dios libera al alma y al cuerpo de las acciones difíciles, de las empresas fatigosas [...]. El que se ha abandonado del todo en Dios busca, entre os medios que procuran la subsistencia, sólo lo que puede proporcionarle un mayor reposo al cuerpo, el honor que se debe a sí mismo, la libertad del espíritu, el espacio necesario para practicar la religión, con la certeza de que esos medios nada añaden o quitan si no es por voluntad de Dios. Abandonarnos en Dios nos proporciona, por último, alegría en todas las situaciones en las que Dios se complace poner al hombre, aunque sean contrarias a su inclinación natural. Nos brinda la certeza de que Dios no nos hace más que bien en todas las cosas, como una madre que da el pecho a su hijo y lo lava aunque chille. Ésta es la imagen que sugiere el rey profeta: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre» (Bahya Ibn Paqüda, Le devoir du cceur, París 1972, pp. 252ss).

 

 

Viernes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,32-40

En aquellos días, habló Moisés al pueblo diciendo:

32 Pregunta, si no, a los tiempos pasados que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre en la tierra: ¿Se ha visto jamás algo tan grande, se ha oído cosa semejante desde un extremo a otro del cielo?

33 ¿Qué pueblo ha oído la voz de Dios en medio del fuego, como la has oído tú, y ha quedado con vida?

34 ¿Ha habido un dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro con tantas pruebas, milagros y prodigios en combate, con mano fuerte y brazo poderoso, con portentosas hazañas, como hizo por vosotros el Señor, vuestro Dios, en Egipto ante vuestros propios ojos?

35 El Señor te ha hecho ver todo esto para que sepas que él es Dios y que no hay otro fuera de él.

36 Desde el cielo te dejó oír su voz para enseñarte, en la tierra te mostró su gran fuego y has oído las palabras que salían del fuego.

37 Porque amó a tus antepasados y eligió a su descendencia después de ellos, te sacó de Egipto con su gran poder,

38 expulsando delante de ti a naciones más numerosas y fuertes que tú, para llevarte a su tierra y dártela en posesión, como sucede hoy.

39 Reconoce, pues, hoy y convéncete de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro.

40 Guarda sus leyes y mandamientos, que yo te prescribo hoy, para que seas feliz tú y lo sean tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.

 

**• Se trata de las palabras que dirigió Moisés al pueblo como conclusión de su primer discurso, con el que comienza el libro del Deuteronomio. El tono es altamente teológico y está cargado de palabras clave de la teología del Antiguo Testamento. Es el discurso de la memoria. El  pueblo debe recordar y transmitir todo lo que ha visto y oído, debe ser testigo viviente de cuanto Dios ha hecho. La historia pasada, cargada de la presencia y la acción de Dios, pide fidelidad. Moisés recuerda las maravillas del Dios creador, cosas nunca oídas desde los comienzos de la existencia del hombre sobre la tierra.

El pueblo ha escuchado la voz de Dios en el fuego; ha visto con sus propios ojos la predilección del Dios que lo ha elegido, que ha obrado signos y prodigios y ha manifestado la fuerza de su brazo con la liberación de Egipto. Este Dios es como un padre: educa con su palabra, se muestra lleno de amor con la fuerza de la elección, cercano con su presencia y su poder, fiel en el don de la tierra prometida.

¿Qué respuesta se debe dar a un Dios así, al mismo tiempo próximo con su presencia en la tierra, y lejano y majestuoso en los cielos? Antes que nada, debemos responderle con la confesión del Dios único, lo que constituye ya una alusión a la plegaria del Shema Yisra'el, confesión de la fe del pueblo en el Dios único {cf. Dt 6,4-9; 11,13-21; Nm 15,37-51). A continuación, con la fidelidad a los mandamientos que Dios mismo entregó al pueblo en el Sinaí. Más tarde, con la fidelidad en la transmisión de este recuerdo a los hijos, a fin de que el pueblo goce de las promesas de su Dios de generación en generación. Estamos, en suma, ante un texto de gran valor, en el que el mediador de la alianza, que es Moisés, pide una respuesta de fidelidad en nombre de YHWH: recordar, celebrar, vivir. Aquí se encuentra reunida toda la espiritualidad del Antiguo Testamento: recuerdo de las palabras y de los hechos, celebración de las obras de la misericordia divina, fidelidad activa a la hora de observar las leyes dadas por un Padre educador y lleno de amor por su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 16,24-28

En aquel tiempo,

24 dirigiéndose a sus discípulos, añadió Jesús: -Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.

25 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la conservará.

26 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? ¿O qué puede dar a cambio de su vida?

27 El Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta.

28 Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey.

 

*+• El texto de Mateo que hemos leído hoy se encuentra situado en el marco de la lectura evangélica de ayer. Está conectado con la profecía o anuncio de la suerte final de Jesús: ir a Jerusalén, sufrir, morir, resucitar. Una suerte que Pedro rechaza, a pesar de la perspectiva final de victoria -la resurrección-, que, a buen seguro, el discípulo no capta en su auténtico sentido.

Jesús vuelve a afirmar, por consiguiente, que la confesión de fe debe estar guiada también por una fidelidad en la vida. Las palabras pronunciadas por el Maestro tienen, pues, seriedad evangélica: son unas palabras basadas en las exigencias ascéticas más radicales y que sólo es posible cumplir si son captadas en la triple dimensión del discipulado: vivir como el Maestro, a causa de él, en comunión con él. Sólo entonces es cuando la fuerza de las palabras adquiere su lógica de gracia: seguir a Jesús, negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz, perder nuestra propia vida.

Estas difíciles exigencias no pueden ser comprendidas en todo lo que encierran, incluso en su misma formulación, antes de la resurrección de Jesús. ¿Cómo hablar, por ejemplo, de cargar con la cruz, con el añadido de «cada día» (en el texto paralelo de Lucas), sin haber visto a Jesús cargando con la cruz? ¿O cómo hacer comprender la lógica del perder la vida para ganarla sin la clave de bóveda que constituye la victoria de Jesús sobre la muerte? Con todo, aunque no puedan ser comprendidas hasta el final estas exigencias, Jesús pide fidelidad a los discípulos; que estén atentos a recorrer con él el mismo camino; que estén dispuestos a seguirle, también después de la resurrección, por este sendero.

 

MEDITATIO

La historia de Israel, más que escrita en libros, está grabada en el corazón. La memoria agradecida de lo que Dios ha realizado se renueva con la oración que acoge la Palabra y con los salmos, que ayudan a rumiar en el corazón y a expresar con los labios las alabanzas del Señor.

En todo acontecimiento se puede cantar: «Porque es eterna su misericordia». En cada etapa progresiva se puede decir, como en la oración de la noche de Pascua: «¡Dayenü!», esto nos habría bastado.

A nosotros, hombres y mujeres de la posmodernidad, a causa de la frágil y no convencida memoria del pasado, a causa del carácter efímero de lo cotidiano, que parece desplomarse constantemente en la nada, la lección que nos da el pueblo de la memoria nos resulta preciosa: re-cor-dar, volver a dar al corazón, como necesaria oxigenación teológica, el recuerdo de los hechos de Dios en nuestra historia personal y comunitaria, es una actitud preciosa del espíritu. Y es también una preciosa indicación pedagógica en la transmisión de la fe en el seno de la familia. Recuerdo de las obras de Dios ya realizadas, recuerdo de las promesas de Dios que nos orientan hacia un futuro de gloria. También Jesús nos anuncia palabras cargadas de sentido, incluso a través de la contradicción humana que encierra su significado. Dice la verdad; no engaña ni lisonjea.

La invitación a cargar con la cruz y a perder la vida no es la lección estoica de un maestro de la sospecha de los que afirman que todo es vanidad. Es palabra anticipada que debe permanecer en el corazón cuando las circunstancian aclaren lo que significa tomar la cruz de cada día y perder la vida. Las palabras se vuelven hechos, el conocimiento se convierte en sabiduría con la experiencia.

Para los cristianos, las palabras de Jesús son una clave de comprensión que hemos de mantener siempre en el corazón. Ahora bien, también se hace necesario llevarlas en la memoria, a fin de obtener una renovada esperanza que se apoya en el anuncio de su definitiva venida gloriosa.

 

ORATIO

Recordamos, Señor, con alegría tus maravillas. Cada uno de nosotros podría contar a los otros su propia historia de salvación, una historia compuesta de personas, palabras, encuentros, gracias, que van marcando un sendero de vida. Nuestro corazón, Señor, quisiera tener la profundidad espiritual del corazón de María, modelo de una Iglesia que medita y conserva en su corazón acontecimientos y palabras, los discierne en su vida diaria y escruta su sentido profundo.

Mi oración es hoy alabanza que te bendice por lo que has hecho en mi vida desde su comienzo, porque todo está envuelto de amor paterno y materno hacia mí. Haz, oh Señor, que en mi memoria pesen más que cualquier otra cosa las palabras alentadoras, la confianza que nace del recuerdo agradecido, a fin de que me muestre fiel en las pruebas y en las exigencias que tú, con ese sentido de la realidad propio del Maestro que no defrauda, me propones.

Cargar con la cruz es levantarla como trofeo glorioso. Perder la vida es abrir nuestro sepulcro a la alegría y a la gloria de la resurrección.

 

CONTEMPLATIO

Desear sufrir no equivale simplemente al piadoso recuerdo de los sufrimientos del Señor. El sufrimiento aceptado voluntariamente como expiación es lo que nos une de verdad al Señor, y realmente lo hace hasta el fondo. Pero éste nace sólo de una unión con Cristo que ya esté en acto [...].

El amor a la cruz no está en absoluto en contradicción con la alegría de nuestro ser hijos de Dios. Brindar nuestra contribución a llevar la cruz de Cristo es fuente de una alegría vigorosa y pura, y aquellos a quienes se les ha concedido y lo hacen -los constructores del Reino de Dios- son hijos de Dios en el sentido más verdadero y más pleno. De ahí que sentir predilección por el camino de la cruz no signifique en absoluto negar que el viernes santo haya pasado ni que la obra de la redención ya esté realizada. Sólo pueden llevar la cruz los redimidos, los hijos de la gracia. El sufrimiento humano toma su poder reparador sólo de la unión con nuestra Cabeza divina. Sufrir y, en medio del sufrimiento, ser felices (E. Stein, «L'amore della croce», en Edith Stein. Store davanti a Dios per tutti, Roma 1991, pp. 280ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Quiero llevar contigo, oh Señor, mi cruz».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La cruz ha sido siempre un signo de contradicción y un principio de selección entre los hombres. Con excesiva frecuencia se presenta la cruz a nuestra adoración como un símbolo de tristeza, de restricción, de remoción, más que como una meta sublime que sólo alcanzaremos superándonos a nosotros mismos.

Ahora bien, este modo de hablar acaba dando la impresión de que el Reino de Dios sólo se puede realizar con el luto, y tomando siempre por principio la dirección opuesta, a contracorriente de las energías y de las aspiraciones humanas. Siendo fieles a la Palabra, nada es menos cristiano, en el fondo, que esta perspectiva.

Considerada del modo más general, la doctrina de la cruz es aquella a la que se adhiere todo hombre convencido de que, en presencia de la agitación humana, se le abre un camino hacia alguna salida y de que este camino sube. La vida tiene un término; por consiguiente, impone una dirección a la marcha [...]. Hacia las cimas, envueltas por nuestras miradas en la niebla, a donde nos invita a subir eí Crucificado, nos elevamos a través de un sendero que es el mismo camino del progreso universal. La vía real de la cruz es precisamente el camino del esfuerzo humano. El que entiende plenamente el sentido de la cruz ya no corre el riesgo de considerar triste y fea la vida. Sólo se ha vuelto más atento a su incomprensible gravedad (P. Teilhard de Chardin, ¡.'ambiente divino, Milán 1968, pp. 1 lOss [edición española: El medio divino, Taurus Ediciones, Madrid 1967]).

 

 

Sábado de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 6,4-13

En aquellos días, habló Moisés al pueblo diciendo:

4 Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.

5 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

6 Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo.

7 Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o levantado;

8 átalas a tu mano como signo, ponías en tu frente como señal,

9 escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas.

10 Cuando el Señor, tu Dios, te haya introducido en la tierra que ha de darte según juró a tus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob, una tierra con grandes y hermosas ciudades que tú no edificaste,

11 con casas repletas de toda clase de bienes que tú no llenaste, con cisternas excavadas que tú no excavaste, con viñas y olivos que tú no plantaste, entonces comerás y te saciarás.

12 Cuídate de no olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.

13 Respetarás al Señor, tu Dios; a él le servirás y en su nombre jurarás.

 

*•»> «Shema Yisra'el: 'Adonay 'Hohénü, 'Adonay ehadh...» Éste es uno de los textos más sagrados y más conocidos del Antiguo Testamento, la confesión de fe que Moisés enseña de los mismos labios de Dios al pueblo elegido. Son unas frases que todo judío piadoso debe decir tres veces al día, vuelto hacia Jerusalén. Unas palabras sagradas que acompañan la vida cotidiana del pueblo de la alianza y que fueron repetidas por millones de judíos en su triste peregrinación hacia la muerte en los hornos crematorios...

Primera afirmación: invitación a la confesión de fe en Dios, «nuestro Dios», «uno». De ahí se sigue, como consecuencia teológica más que lógica -porque se trata de algo vital, divino-, que debemos poner a Dios en el primer lugar, amándole «con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

La importancia de Dios en la vida del israelita piadoso, la fuerza educativa y ética de sus preceptos, se ponen aún más de relieve en los versículos siguientes. Éstos dibujan algo así como el habitat de su vida: definen la atmósfera vital en la que está inmerso, el tema sagrado del que tiene que hablar siempre, la conciencia que debe mantener día y noche, en casa y en el trabajo. Es un precepto que se convierte en proyecto educativo para los hijos. Y para que no se le olvide, el israelita piadoso materializa, por así decirlo, la exhortación de Moisés escribiendo los sagrados preceptos en las jambas de la puerta de casa. De esta severa amonestación procede asimismo el uso de llevar escritos en una cajita, sobre la frente y sobre los brazos, junto al corazón, los preceptos del Señor.

Y, como fondo, una promesa, no realizada todavía pero que se convierte en motor de esperanza para transformarse, a continuación, en memoria perenne: los dones de la tierra prometida. Y en un signo de fidelidad: el temor de Dios, su servicio, la proclamación de la alianza en su nombre.

 

Evangelio: Mateo 17,14-20

En aquel tiempo,

14 cuando llegaban a donde estaba la gente, se acercó un hombre, que se arrodilló ante Jesús,

15 diciendo: -¡Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene ataques y está muy mal! Muchas veces se cae al fuego y otras al agua;

16 se lo he traído a tus discípulos, pero no han podido curarlo.

17 Jesús respondió: -¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo aquí.

18 Jesús le increpó, y el demonio salió del muchacho, que quedó curado en el acto.

19 Después, los discípulos se acercaron en privado a Jesús y le preguntaron: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

20 Él les dijo: -Por vuestra falta de fe; os aseguro que si tuvierais una fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este monte: «Trasládate allá», y se trasladaría; nada os sería imposible.

 

*•• Estamos ante un típico fragmento evangélico que presenta una vez más a Jesús en su actividad milagrosa curadora, aspecto que produjo un fuerte impacto en las primeras comunidades cristianas. Éstas, inmersas en el ambiente judío y pagano, exaltaron la figura de Cristo como médico. Aquí se trata de un caso especial. La enfermedad reviste formas patológicas de carácter psíquico, achacables, por consiguiente, a fuerzas malignas y superiores que no es difícil atribuir en este contexto religioso a la acción de Satanás, el enemigo de Dios y, por tanto, enemigo del hombre.

Para nuestra mentalidad científica, los síntomas descritos por el padre de este desgraciado muchacho presentan las características de una crisis de epilepsia. Jesús aparece una vez más, como sucede con frecuencia en estas primicias de su evangelización, en contraste implacable con el diablo, origen del mal y de todos los males.

La indicación de que los discípulos no han conseguido curar al muchacho sirve para dejar bien claro que Jesús cuenta con una evidente superioridad sobre ellos. Para estar a la altura de Jesús, para realizar sus mismos milagros, es preciso contar con una fe auténtica, fuerte, que permite a los discípulos identificarse con él, con su persona, su misión y su fuerza. Sin embargo, su fe es todavía débil e insuficiente. Jesús, con unas palabras que tienen el sabor de la retórica y el lenguaje típicamente orientales, les invita a mostrarse atrevidos a la hora de pedir, a creer en su poder, hasta el absurdo. Les pide una fe capaz de trasladar montañas; y, en primer lugar, las de sus propios corazones.

 

MEDITATIO

La confesión del Dios vivo y único no es sólo una afirmación abstracta de la presencia de Dios y de su exclusiva calidad divina, frente a los muchos pequeños ídolos que pululan en nuestra sociedad, del mismo modo que pululaban en aquel tiempo en los pueblos junto a los que vivía Israel; la profesión de fe exige asimismo un compromiso de vida y, por consiguiente, incluye el reconocimiento de la exclusividad de Dios en la vida de todo creyente. Al Dios uno y único pertenecen el corazón, el alma, las fuerzas. Esta relación totalizadora y personal proporciona a la vida una relación viva, de alianza, una presencia que lo contagia todo. La vida de fe no es un cúmulo de actos de religiosidad, sino una relación viva y personal, una adhesión constante a un designio divino.

Desde este punto de vista, la densidad de la fe del pueblo de Israel también es motivo de estupor para nosotros los cristianos. Y nos resulta ejemplar el comportamiento de tantos «hermanos mayores» nuestros que viven este monoteísmo intenso y profundo de relación con Dios. Eso significa que Dios está en el primer puesto, y la opción por Dios como tarea prioritaria de los cristianos, incluso en medio de nuestra sociedad. Junto con esta pasión por Dios, que es celo por él, se lanza a todos una invitación para que no dejen de lado a Dios en la vida.

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, de Moisés y de los profetas -título que indica su presencia y su fidelidad en sus vidas- es, para nosotros, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. En efecto, en el Hijo y en su resurrección se revelan toda la fuerza, la ternura y la paternidad de nuestro Dios y de cuanto Jesús nos ha dicho y revelado de él. Él confirmó estas palabras del Antiguo Testamento y las vivió hasta el final. Jesús confiesa en la cruz al Padre y nos lo revela hasta el fondo. Ésta es la fe que mueve montañas, la adhesión total que comienza moviendo con fuerza las montañas del corazón que se interponen entre nuestro egoísmo y la realidad del Dios vivo.

 

ORATIO

Dios de nuestros padres en la fe, Dios de la creación, de la pascua, de la alianza, queremos tener la fe sencilla de tu pueblo, Israel, el pueblo de la antigua alianza. Quisiéramos ser cada uno de nosotros un «Shema' Yisra'el» vivo, a fin de proclamar a todos, con la pasión de los profetas y de los santos, que tú eres el único, que eres santo.

Cuando vemos que generaciones enteras de personas en nuestro siglo no han tenido una adecuada transmisión de la fe en ti, reconocemos la fuerza pedagógica de tu Palabra para el pueblo de la alianza. También hoy, ante esa indiferencia generalizada que se respira a nuestro alrededor, sentimos el mismo celo de los apóstoles a la hora de darte a conocer, de dar a conocer tu designio de amor, tu pasión por una humanidad necesitada del más profundo sentido religioso de la vida. Una humanidad enferma en el cuerpo y en el espíritu, a la que tú le sales al encuentro como médico divino.

Concédenos la fuerza de tu Espíritu, el único que puede hacer que te amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Tú, el Dios santo y único. Tú, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

 

CONTEMPLATIO

Y para haber ahora de tratar de la noche y desnudez activa desta potencia, para enterarla y formarla en esta virtud de la caridad de Dios, no hallé autoridad más conveniente que la que se escribe en el Deuteronomio, capítulo 6 (v. 5), donde dice Moisés: amarás a tu Señor Dios con todo corazón, con toda tu ánima y con toda tu fortaleza, en la cual se contiene todo lo que el hombre espiritual debe hacer y lo que yo aquí le tengo de enseñar para que de veras llegue a Dios por unión de voluntad por medio de la caridad; porque en ella se manda al hombre que todas las potencias y apetitos y operaciones y afecciones de su alma emplee en Dios, de manera que toda la habilidad y fuerza del alma no sirva más que para esto, conforme a lo que dice David, diciendo: Fortitudinem meam ad te custodiam (Sal 58,10).

La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es gobernado por la voluntad. Pues cuando estas potencias, pasiones y apetitos enderezan en Dios la voluntad y la desvían de todo lo que no es Dios, entonces guarda la fortaleza del alma para Dios, y así viene a amar a Dios de toda su fortaleza. Y para que esto el alma pueda hacer, tratemos aquí de purgar la voluntad de todas sus afecciones desordenadas, de donde nacen los apetitos, afectos y operaciones desordenados, de donde le nace también no guardar toda su fuerza a Dios. Estas afecciones o pasiones son cuatro, a saber: gozo, esperanza, dolor y temor. Las cuales pasiones, poniéndolas en obra de razón en orden a Dios, de manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela sino de lo que a esto tocare, ni tema sino sólo a Dios, está claro que enderezan y guardan la fortaleza del alma y su habilidad para Dios, porque cuanto más se gozare el alma en otra cosa que en Dios, tanto menos fuertemente se empleará su gozo en Dios, y cuanto más esperare otra cosa, tanto menos espera[rá] en Dios; y así de las demás (Juan de la Cruz, «Subida del Monte Carmelo», 1, 3, capítulo 16, lss, en Obras completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 141994, p. 426).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo te amo, Señor, fuerza mía» (Sal 17,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los fragmentos del Stema' constituyen el núcleo esencial y el elemento más antiguo de la oración cotidiana de la mañana y de la noche del pueblo de Israel. La ley oral comienza con la obligación de recitar cada día el Shema'. Para pronunciar esta oración se requiere el mayor fervor [...]. El Stema' ocupa el primer lugar porque proclama la unidad de Dios, nuestro amor por él, así como nuestro deber de reconocerle a través del estudio [...]. Si el amor y la justicia, la alegría y la angustia, el fasto y la miseria, la vida y la muerte provienen de la misma fuente, si todo lo que somos, poseemos y queremos, nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro poder, deriva del mismo amor, que da y recibe, del amor del Ser Uno y único, de él solo, entonces le pertenecemos de verdad. Le pertenecemos con todo nuestro ser, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas [...]. Ésta es la razón de que la continuación sea: «Amarás». Nuestra religión no es una visión conceptualista del mundo o una filosofía abstracta, sino que nos enseña el imperativo del deber y nos proporciona la consigna de la conducta moral: nos ordena amar a Dios y servirle con toda la más variada riqueza de nuestra vida y de nuestro ser. El hombre se entrega directamente al Dios Uno y único, se entrega sin divisiones y sin reservas, y precisamente esta entrega de sí mismo es lo que hace del hombre una personalidad armoniosa y sin contradicciones interiores (E. Munk, // mondo delle preghiere, Roma 1992, pp. 101-103).

 

 

Lunes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 10,12-22

En aquellos días, habló Moisés al pueblo diciendo:

12 Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide el Señor, tu Dios, sino que le honres, que sigas todos sus caminos, lo ames y sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma,

13 observando los mandamientos y las leyes del Señor que yo te prescribo hoy para que seas feliz?

14 Del Señor, tu Dios, son los cielos, aun los más altos, la tierra y cuanto hay en ella.

15 Sin embargo, sólo en tus antepasados se fijó el Señor, y esto por amor; y después de ellos eligió a su descendencia, a vosotros mismos, entre todas las naciones, hasta el día de hoy.

16 Circuncidad vuestro corazón y no seáis tercos,

17 pues el Señor, vuestro Dios, es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; el Dios grande, fuerte y temible que no hace acepción de personas ni acepta sobornos;

18 que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al emigrante, suministrándole pan y vestido.

19 Amad vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis vosotros en el país de Egipto.

20 Honrarás al Señor, tu Dios, lo servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás.

21 Él es tu gloria y tu Dios, y ha hecho por ti los terribles portentos que has visto con tus propios ojos.

22 Cuando tus antepasados bajaron a Egipto no eran más que setenta personas, pero ahora el Señor, tu Dios, te ha multiplicado como las estrellas del cielo.

 

*•• El camino semanal se abre con una lectura fuerte desde el punto de vista teológico y espiritual. Es el segundo discurso dirigido por Moisés a los israelitas, y está totalmente dedicado a confirmar la fidelidad al Señor.

La primera parte del fragmento de hoy resume, como es usual en la pedagogía bíblica, la parte central del discurso anterior: amar y servir a Dios con todo el corazón y con toda el alma, observando sus mandamientos. Ahora bien, al primer mandamiento -amar a Dios y observar sus mandamientos- se añade ahora, con toda lógica, el segundo: el amor al prójimo. El discurso está introducido a partir del amor que Dios tiene a todos. Tras una serie de títulos teológicos de YHWH -Dios de los dioses, Señor de los señores, Dios grande, fuerte y temible- aparece la afirmación de su amor universal, especialmente por los más menesterosos: no hace acepción de personas, no acepta sobornos, hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al emigrante, suministrándole pan y vestido (w. 17b-18). Salen aquí a la luz tres categorías de pobreza a las que Dios socorre con su benevolencia: huérfanos, viudas y emigrantes. El comportamiento de Dios es una invitación dirigida al pueblo para que obre del mismo modo, manteniendo siempre vivo el recuerdo de cuanto YHWH ha hecho por Israel (v. 19). Esta imitación del comportamiento de YHWH es expresión de una santidad histórica y social.

En el centro del discurso figura, por último, una insinuación de gran valor teológico: no hay que hacer de la circuncisión, signo de la alianza, ni una ocasión de jactancia ni una praxis material que garantiza la pertenencia al Señor y al pueblo. Con una expresión que se remonta más bien a la tradición profética, se habla de la circuncisión del corazón (v. 16): no hay que tener un corazón endurecido, sino un corazón de carne, limpio de toda superficialidad, siempre dispuesto para la alabanza del Señor y para mostrar ternura con los menesterosos.

 

Evangelio: Mateo 17,22-27

22 Un día que estaban juntos en Galilea, les dijo Jesús: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,

23 y le darán muerte, pero al tercer día resucitará. Y se entristecieron mucho.

24 Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: -¿No paga vuestro maestro el impuesto?

25 Pedro contestó: -Sí. Al entrar en la casa, se anticipó Jesús a preguntarle: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿a quiénes cobran los impuestos y contribuciones: a sus hijos o a los extraños?

26 Pedro contestó: -A los extraños. Jesús le dijo: -Por tanto, los hijos están exentos.

27 Con todo, para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti.

 

**• El texto contiene un segundo anuncio de la futura y próxima pasión de Jesús. El Maestro, tanto en los sinópticos como en Juan, se muestra siempre lúcidamente consciente de su propio destino, camina con los ojos abiertos hacia Jerusalén -ésta es la nota típica de Lucas-, es soberanamente libre en su cumplimiento de la voluntad del Padre. No puede decirse que la pasión haya sido para Jesús un incidente político, un precio pagado por su ingenuidad, un fracaso anunciado. En el fondo -no lo olvidemos- se encuentra siempre la perspectiva final de la resurrección, algo que los discípulos ni comprenden ahora ni comprenderán después. No fueron capaces de esperar hasta el fatídico tercer día anunciado.

Sobre el fondo de este anuncio se inserta el episodio del pago del impuesto religioso para el mantenimiento del templo, de sus estructuras, de su culto, de los encargados de este último. Jesús, libremente soberano, verdadero templo de Dios e Hijo del Dios vivo (el Dios del templo de Jerusalén), paga el impuesto religioso.

El discurso retórico de Jesús dirigido a Pedro da a entender que se trata más de un gesto de condescendencia que de una obligación que tenga que satisfacer. Pero aparece también un signo, una acción profética de Jesús que manifiesta de modo claro su poder, el hecho de que es el Hijo del Dios del templo. Pedro, en efecto, echa el anzuelo y coge un pez que lleva una moneda de plata en la boca. Con ella paga su impuesto y el de Jesús. Éste manda también sobre la naturaleza y demuestra que vive en el templo del cosmos para alabanza de su Padre. Y, en un acto de solidaridad, salda de manera abundante la deuda religiosa en su propio nombre y en el de sus discípulos, que son su nueva familia.

 

MEDITATIO

Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma significa entrar en plena comunión con sus sentimientos y sus afectos: amar lo que él ama, y hacerlo con la pureza y gratuidad que es propia de su santidad. De este modo, tal como hemos observado en el fragmento del Antiguo Testamento, Israel comprende, siguiendo una lógica divina, la unidad de las dos tablas de la ley –el amor a Dios y el amor al prójimo- con una atención particular dirigida a los más menesterosos.

Nosotros, en nuestra experiencia cotidiana, sentimos a menudo la tentación de disociar estos dos preceptos: o bien con una referencia a Dios que no tiene en cuenta a los hermanos, o bien consagrando nuestra atención a los otros sin que haya de por medio una fuerte motivación teologal, un vínculo indisoluble entre Dios y todo lo que es de Dios, sin convenir en que nosotros debemos amar lo que Dios mismo ama. Dios, sin embargo, nos educa para la fraternidad, para la comprensión, para la atención al otro.

Jesús se identifica con Pedro porque considera a sus discípulos como su grupo, como su comunidad, como su familia. Nos enseña a vivir esa fraternidad del corazón y esos vínculos de fraternidad que van más allá que los de la sangre; unos vínculos que nos han llevado, de una manera espontánea, a hablar de amor fraterno, de amor «de fraternidad» entre los cristianos. El corazón circunciso es también un corazón en carne viva, capaz de amar y de servir. Como el corazón de Cristo.

Se ha dicho que entre los ideales de la modernidad, expresados en la tríada revolucionaria -pero, en el fondo, evangélica- de libertad, igualdad y fraternidad, el más difícil de instaurar es el de la fraternidad. Tal vez sea porque exige toda la fuerza del Evangelio, toda la entrega de la verdadera caridad cristiana.

 

ORATIO

Quisiera, Señor, que tú ocuparas siempre el primer puesto en mi vida. Que fueras el primero en recibir el pensamiento de la alabanza por la mañana y el último en ser recordado con amor al final de la jornada.

Quisiera sentir casi de una manera inconsciente, del mismo modo que respiro sin pensar en ello y late mi corazón sin que yo lo procure, que estoy siempre en comunión contigo, en una indisoluble amistad y en una constante presencia.

Quisiera pensarte y encontrarte presente en cada persona que me roza, en la gente con que me encuentro, en las personas con las que trabajo. Y especialmente en aquellos que cargan con el peso del sufrimiento y de la decepción, con un corazón de carne que compadece y alivia, que hace compañía y consuela.

También quisiera hacer de mi vida una memoria perenne de tu presencia, y de mi oración y mi caridad una alabanza sin fin dirigida a ti, la confesión de que te amo, Señor, con todo mi corazón y todas mis fuerzas. Pero sin olvidar a los hermanos, que constituyen asimismo tu presencia, que son el camino y la vía que nos llevan a la comunión contigo.

 

CONTEMPLATIO

Cuando alguien está unido al prójimo, está igualmente unido a Dios. Quiero presentaros una imagen de los Padres para que comprendáis mejor el sentido de lo que estoy diciendo.

Suponed que hay un círculo en el suelo [...]. Pensad que este círculo es el mundo, el centro del círculo es Dios, y las líneas que van desde el círculo al centro son los caminos, o sea, los modos de vivir de los hombres. Así pues, en cuanto los santos avanzan hacia el interior, deseando acercarse a Dios, a medida que van avanzando se acercan a Dios y se acercan entre sí los unos a los otros, y cuanto más se acercan a Dios más se acercan los unos a los otros, y cuanto más se acercan los unos a los otros más se acercan a Dios. Imaginad también, de manera semejante, la separación. En efecto, cuando se alejan de Dios y se dirigen hacia el exterior, está claro que cuanto más se alejan los unos de los otros tanto más se alejan también de Dios.

Mirad, ésta es la naturaleza del amor. Cuanto más fuera estemos y no amemos a Dios, igualmente estaremos distantes del prójimo; en cambio, si amamos a Dios, cuanto más nos acerquemos a Dios por medio del amor a él, igualmente nos uniremos al amor al prójimo, y en la medida en que estemos unidos al prójimo tanto más unidos estaremos a Dios (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 1979, pp. 124ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Recordad: a mí me lo habéis hecho» (cf. Mt 25).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para los cristianos de los primeros siglos, el sacramento del altar y el del hermano constituían las dos caras del mismo misterio. Cristo ha reconstituido la unidad humana, rota por el orgullo del hombre, por su voluntad de apropiarse de la creación y, por consiguiente, de la muerte -del estado de muerte- que deriva de esta separación. Cristo no está separado de nada ni de nadie. Con la eucaristía entramos en esta inmensa unidad, somos miembros los unos de los otros, responsables los unos de los otros, y cada uno de nosotros lleva en sí toda la humanidad.

El «sacramento del pobre» no sustituye al del altar [...], sino que se arraiga en él, deriva de él, lo expresa. El pan eucarístico no instaura sólo un vínculo entre el Resucitado y cada uno de nosotros, no fundamenta sólo la unidad visible de la Iglesia; nos introduce en la unidad -en el ser de toda la humanidad-. Compartido, hace de nosotros los hombres del compartir [...]. En la Iglesia primitiva no había una moral social, sino más bien una concepción sacramental de la solidaridad humana. Partían de la idea del Cuerpo de Cristo en el que la vida trinitaria, vida en comunión, debe difundirse para irrigar de una manera misteriosa el género humano (O. Clément, La rívolta dello Spiríto, Milán 1980, pp. 135ss).

 

 

Martes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 31,1-8

En aquellos días,

1 Moisés dirigió estas palabras a todo Israel: -Ya tengo ciento veinte años y no puedo moverme. Además, el Señor me ha dicho: «No pasarás el Jordán».

3 El Señor, tu Dios, irá delante de ti; él aniquilará ante ti a estas naciones, para que puedas expulsarlas. A la cabeza, como te ha dicho el Señor, irá Josué.

4 El Señor los destruirá, como hizo con Sijón y con Og, reyes de los amorreos, y con su país;

5 os entregará estas naciones y las trataréis como yo os he mandado.

6 Tened ánimo y valor, no las temáis ni os asustéis ante ellas, porque el Señor, tu Dios, va contigo; no te dejará ni te abandonará.

7 Después, Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel:

-Ten ánimo y valor, porque tú vas a introducir a este pueblo en la tierra que el Señor juró dar a sus antepasados; tú harás el reparto de su heredad.

8 El Señor irá delante de ti y estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te acobardes.

 

*+• Estamos en las escenas finales de la vida de Moisés, tal como nos las cuenta el libro de Deuteronomio. Manteniéndose siempre en un clima teologal que remite a Dios, Moisés, tejedor de la trama de la historia del pueblo, habla de su vejez y de su muerte inminente. La tierra prometida está cerca, al otro lado del Jordán, pero sabe que no pasará el límite, según la Palabra del Señor: «No pasarás el Jordán» (v. 2). Sin embargo, Dios estará siempre con el pueblo, le abrirá caminos y le procurará la victoria. Aun en ausencia de su caudillo, al pueblo le acompañará constantemente una certeza: Dios estará presente. YHWH es aquel que está cerca, precede y acompaña al pueblo, precisamente como ha hecho hasta ese momento.

Es la hora de las consignas. Josué, elegido también por Dios para conducir al pueblo a la tierra prometida, será el heredero de Moisés. Pasan los mediadores humanos, pero Dios permanece. Esta certeza, que Moisés ha experimentado a lo largo de toda su vida, pretende dar seguridad a Josué. Las promesas hechas al pueblo también valen para él. Dios sigue siendo el protagonista de una historia que lleva adelante entre las contradicciones de los hombres y su probada fidelidad. Moisés garantiza a Josué esta presencia tras haberle impuesto las manos, signo de la transmisión de poderes, junto con el don del espíritu de sabiduría (Dt 34,9).

Dios es siempre aquel que camina delante. Siempre estará presente, junto al pueblo y a su cabeza. Será fiel. Es una garantía que abre un futuro de esperanza.

 

Evangelio: Mateo 18,1-5.10.12-14

1 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: -¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño, como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada?

13 Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron.

14 Del mismo modo, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

 

**• En el fragmento evangélico de hoy se enlazan dos temas con dos géneros literarios de catequesis. En el primero encontramos una acción demostrativa de Jesús, que responde de manera clara e inesperada a una pregunta, un poco fuera de lugar, de los discípulos. Éstos no han comprendido todavía las exigencias del Reino. Quieren saber quién será el más grande en ese Reino de los Cielos que el Maestro está anunciando como próximo e incluso como ya presente.

La respuesta visual es la acción profética de Jesús, que acompaña su Palabra con un gesto elocuente: pone en el centro a un niño -un ser pequeño, menesteroso, sin malicia-, y lo pone como modelo efectivo de acogida al Reino de los Cielos; la acogida en él se produce por don y no por mérito, lo cual significa volver a una pobreza ontológica, original, para dejarse formar también por la novedad inédita del Reino que Jesús proclama. 

Volver a ser niño es convertirse a Dios. La figura del niño se une aquí a la doctrina paulina del nuevo nacimiento, al mensaje joáneo de los hijos nacidos de Dios. Existe armonía entre la teología joánea, la de los sinópticos y la de Pablo. Ahora bien, la visión del niño suscita en Jesús una doble enseñanza que tiene que ver con el niño mismo como figura simbólica de todo ser menesteroso, pobre, frágil, al que debemos brindar nuestra acogida. Hasta tal punto que quien acoge a uno de estos pequeños acoge al mismo Jesús, que se ha identificado con los últimos. Viene, a continuación, la advertencia de que no debemos despreciar a los que se hacen como niños. Dios se ocupa de su defensa, y los ángeles que los custodian cuidan de ellos. En este contexto, aunque como una enseñanza añadida, presenta Mateo la parábola del buen pastor que va en busca de la oveja perdida, parábola que está descrita mejor en el evangelio de Lucas. La bienaventuranza del Reino pertenece también a los últimos, a quienes Dios busca con todo el corazón, como un pastor que no quiere que se pierda ninguno. Jesús, buen pastor, constituye una esperanza para todos.

 

MEDITATIO

Podríamos contar toda la historia de la salvación a la luz de la categoría de presencia, tal como hemos podido constatar a lo largo de las páginas del Éxodo y del Deuteronomio.

De la presencia de Dios en la creación se pasa a una presencia todavía más próxima en la tienda y en el arca. Dios, cuyo nombre -YHWH- significa también el «Dios presente», «Aquel que precede, sigue y acompaña», es siempre el Dios cercano, hasta el punto de hacer exclamar a Moisés: «Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? (Dt 4,7).

La certeza que posee el pueblo de Israel en atravesar el umbral de la tierra prometida se basa también en la promesa de esta presencia. Una presencia que, a su tiempo, tendrá una sede en el templo, en el Santo de los Santos, y que no cesará ni siquiera con la destrucción del templo. El Señor «emigrará», en efecto, con su pueblo al exilio. En la cima de la presencia de Dios en el Nuevo Testamento tenemos al Verbo encarnado. Él es la tienda y el templo, él es la presencia todavía más cercana, en nuestra carne, en nuestra compañía.

Sin embargo, tal como nos enseña el Evangelio, Jesús mismo ha querido trasladar, por así decir, su presencia también al hombre, a todo hombre, a los pequeños del Reino, que deben ser tratados y acogidos como el mismo Cristo. Quien acoge a un pequeño del Reino - a un niño, a un pobre, a un menesteroso- acoge a Jesús, presente en él, porque lo que le hagamos al más pequeño a Jesús mismo se lo hacemos (cf. Mt 25,40).

 

ORATIO

Tú eres un Dios presente, Señor. Te complaces en vivir no sólo en tu cielo altísimo, sino también en medio de nosotros. ¿Cómo habrías de ser un Dios de la historia si no marcharas con nosotros por los caminos de la vida? Esta presencia tuya es signo de ilimitada bondad y de amistad divina. Un amigo es una persona que está presente, un rostro cercano, un corazón cuyo latido próximo sentimos y con cuya conversación e intimidad gozamos.

Sin embargo, tu presencia está escondida y velada. Necesitamos el suplemento de la luz de la fe para captar tu presencia, que se esconde y se revela a mismo tiempo: en la naturaleza, en la historia, en la Palabra, en la eucaristía. Existe también una presencia a través de la cual quieres ser acogido, amado, reverenciado, servido.

Es tu presencia en los pequeños, en los que sufren, en los necesitados. Debes atraer en cierto modo nuestro amor hacia los hermanos, de manera que, aunque siga siendo verdadero en su orientación a ti, se dirija a todos aquellos a quienes tú amas, con quienes te has identificado y en los que quieres ser servido.

Concédenos una fe limpia para vislumbrar tus rasgos en el rostro de los hermanos pequeños y pobres, y un amor grande para servirte en aquellos que se han convertido en tu presencia mística: así nos atraerás para que amemos y sirvamos como tu amaste y serviste en nosotros a aquellos que te dio el Padre.

 

CONTEMPLATIO

¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que sea objeto de desprecio en sus miembros, es decir, en los pobres, que carecen de paños para cubrirse. No lo honres aquí, en la iglesia, con telas de seda mientras que fuera lo olvidas cuando sufre por el frío y la desnudez.

El que ha dicho: «Éste es mi cuerpo», confirmando el hecho con la palabra, ha dicho también: «Me visteis hambriento y no me disteis de comer» (cf. Mt 25,35) y «Os aseguro que, cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» (Mt 25,45) [...].

Aprendamos, pues, a pensar en honrar a Cristo como él quiere. En efecto, el honor más agradable que podemos rendir a aquel a quien queremos venerar es el que él mismo quiere, no el que nos inventemos nosotros [...]. Haz que los hombres se beneficien de tus riquezas.

Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro [...]. Por consiguiente, mientras adornas el lugar del culto, no cierres tu corazón al hermano que sufre. Éste es un templo vivo más precioso que aquél (Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de Mateo, 50, 3ss: en PG 58, cois. 508ss).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Acoge el Reino de Dios en ti como un niño, acoge a cada niño como al mismo Cristo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De hecho, no es raro que, en el mundo actual, nos sintamos perdedores. Pero la aventura de la esperanza nos lleva más allá. Un día encontré escritas en un calendario estas palabras: «El mundo es de quien lo ama y mejor sabe demostrarlo». ¡Qué verdaderas son estas palabras! En el corazón de las personas hay una sed infinita de amor, y nosotros, con el amor que Dios ha infundido en nuestros corazones (cf. Rom 5,5), podemos saciarla, Pero es preciso que nuestro amor sea «arte», un arte que supera la capacidad de amar simplemente humana. Mucho, por no decir todo, depende de esto.

Yo he visto este arte, por ejemplo, en la madre Teresa de Calcuta. Quien la veía, la amaba. También en Juan XXIII, que ha sido proclamado beato recientemente. Aunque han pasado muchos años desde su muerte, su memoria está muy viva en la gente. Al entrar en un convento, en un centro diocesano o en nuestras oficinas, no siempre se encuentra este arte que hace al cristianismo hermoso y atrayente. Se encuentran, por el contrario, caras tristes y aburridas debido a la rutina de todos los días. ¿No dependerá también de esto la falta de vocaciones? ¿Y la escasa incidencia de nuestro testimonio? ¡Sin un amor fuerte no podemos ser testigos de esperanza!

Aunque seamos expertos en materia de religión, corremos el riesgo cíe tener una teoría del amor y no poseer suficientemente su arte. Como un médico que tiene ciencia pero no el arte de la relación amable y cordial. La gente le consulta porque lo necesita, pero, cuando se cura, ya no vuelve más.

Jesús era como nadie maestro en el arte de amar. Igual que un emigrante que se ha marchado al extranjero, aunque se adapte a la nueva situación, lleva siempre consigo, al menos en su corazón, las leyes y las costumbres de su pueblo, así él al venir a la tierra se trajo, como peregrino de la Trinidad, el modo de vivir de su patria celestial, «expresando humanamente los comportamientos divinos de la Trinidad» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 470) (F. X. Nguyen Van Thuan, Testigos de es' peranza, Ciudad Nueva 52001, pp. 82-83).

 

 

 

Miércoles de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 34,1-12

En aquellos días,

1 Moisés subió desde los llanos de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisga, enfrente de Jericó, y el Señor le mostró toda la tierra: desde Galaad hasta Dan.

2 Todo Neftalí, la tierra de Efraín y Manases, toda la tierra de Judá hasta el mar Mediterráneo,

3 el Négueb, el distrito del valle de Jericó, la Ciudad de las Palmeras, hasta Segor,

4 y le dijo: -Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob, diciendo: Se la daré a tu descendencia. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella.

5 Moisés, siervo del Señor, murió allí, en la tierra de Moab, como había dispuesto el Señor.

6 Lo enterraron en el valle, en tierra de Moab, enfrente de Bet Peor. Nadie hasta hoy conoce su sepultura.

7 Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían apagado sus ojos, ni se había debilitado su vigor.

8 Los israelitas lloraron a Moisés durante treinta días en los llanos de Moab, cumpliendo así los días de luto por su muerte.

9 Josué, hijo de Nun, estaba lleno de espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. Los israelitas le obedecieron, como el Señor había mandado a Moisés.

10 No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara.

11 Nadie ha vuelto a hacer los milagros y maravillas que el Señor le mandó hacer en el país de Egipto contra el faraón, sus siervos y su territorio.

12 No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha realizado las tremendas hazañas que él realizó a la vista de todo Israel.

 

*•• Las alturas del monte Nebo, desde donde se divisa el bellísimo y extenso panorama de la tierra prometida, se nos han vuelto familiares desde que, el 20 de marzo de 2000, Juan Pablo II, en su peregrinación jubilar a Tierra Santa, se asomó desde las alturas del templo dedicado a Moisés para conmemorar lo que hoy nos propone la Escritura. Por parte del Señor, que habla una vez más a Moisés, la tierra es como el sello de la fidelidad a él, al pueblo, pero también a los patriarcas que han recibido las promesas: Abrahán, Isaac, Jacob...

También en este momento se muestra Dios fiel a sí mismo y a sus propias palabras y promesas: «Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella» (v. 4b). A continuación, tiene lugar la muerte y la sepultura de Moisés. Éste es el «siervo del Señor», en la doble acepción que tiene este término en la Escritura: el honor de la elección para servir al Señor y ejecutar sus designios; la entrega total y efectiva a su plan de salvación. El libro sagrado sella la narración de la muerte del gran caudillo con el elogio típico dedicado a los hombres que han dejado huella en la historia, pero con los rasgos característicos e irrepetibles de Moisés, aquel «con quien el Señor trataba cara a cara» (v. 10), signo máximo de familiaridad.

Moisés fue el hombre de los grandes signos y milagros, en especial el hombre del éxodo, de la pascua de la libertad y de la liberación. Su tumba queda como un memorial, y su persona se acerca ahora a la estirpe de los antiguos patriarcas. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es también el Dios de Moisés. Y Josué asume ahora la responsabilidad de conducir al pueblo hasta la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Por eso, si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

**• El capítulo 18 de Mateo lleva, en algunas ediciones de la Biblia, el significativo título de «discurso eclesiástico». Este capítulo introduce, en efecto, temas típicamente eclesiales, en el sentido primitivo de cuestiones referentes a la comunidad de Jesús, a la nueva comunidad que él ha fundado. Tras las instrucciones encaminadas a acoger el Reino como los niños y a la conversión -ésta es la condición para entrar en la familia de Jesús y vivir según sus enseñanzas- y el discurso sobre la salvación de todos, encontramos algunas enseñanzas esenciales y progresivas.

La primera tiene que ver con la corrección fraterna en la comunidad de Jesús, un momento importante en una comunidad de pecadores para llegar a la conversión. Se trata de una actitud que manifiesta el cuidado que los hermanos y las hermanas de la familia de Jesús deben tener los unos de los otros en un clima de amor verdadero, exento de hipocresía y que llega incluso a la corrección fraterna. Aparecen tres momentos progresivos de gran finura psicológica: la corrección en privado, la corrección en compañía de un testigo, a fin de reforzar la autoridad de la corrección con la presencia de un hermano, y, por último, el recurso a la asamblea. El límite final es la expulsión de la persona indigna de la comunión como un remedio medicinal extremo, casi para provocar -en la soledad y en la lejanía- la nostalgia del retorno a la comunión fraterna.

La segunda enseñanza refuerza la conciencia de una comunidad en la que la autoridad del amor de Cristo se transmite a los responsables. Con las palabras clásicas, de indudable sabor semítico, «atar» y «desatar» indica Jesús el poder que transmite a los suyos. Por último, Jesús habla de la oración en común, una oración que será escuchada por el Padre si se hace en su nombre, en unión con Él y en Él. A esta oración unánime y unida le garantiza Jesús su presencia y la eficacia de su intercesión celestial.

 

MEDITATIO

El sugestivo final del fragmento de Mateo constituye una fuente de meditación. Jesús promete su presencia espiritual en medio de aquellos que se hayan reunido en su nombre: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (v. 20). Estas palabras hacían exclamar a Orígenes que donde dos o más estén reunidos en nombre de Cristo, aunque sean laicos, allí está la Iglesia. Muchos cristianos, en tiempos de persecuciones, tanto ayer como hoy, han experimentado esta sencilla y esencial constitución de la Iglesia en virtud de la presencia de Cristo. Juan Crisóstomo, por su parte, exaltaba estas palabras de Jesús a fin de hacer reconocer su presencia en medio de la asamblea litúrgica, y para expresar que con esa presencia toda celebración es una fiesta.

Estar unidos en nombre de Jesús significa estar unidos en fidelidad a su enseñanza, en comunión con su persona, siendo fieles a su ejemplo, especialmente en el amor recíproco. De este modo se crea una atmósfera espiritual completamente repleta de la presencia de Cristo, que une por la certeza de constituir un lugar habitado, o un espacio teologal donde vive el Resucitado. Esta presencia asegura la unidad entre el cielo y la tierra, la eficacia de la oración, la alegría del Padre celestial. Eso significa que la primera condición que hemos de buscar necesariamente, en la vida cotidiana, en toda relación con aquellos que comparten nuestra misma fe, es la misma unidad en el nombre de Cristo. Pero significa también que la condición de todo testimonio y toda misión es garantizar por nuestra parte a los otros la comunión con el Señor, a fin de que él se haga presente y sea escuchada y vivida la Palabra del Evangelio.

 

ORATIO

Señor, tú has convertido a la Iglesia en el lugar de tu presencia. Qué grato es habitar en tu casa, aunque seamos indignos; recibir de los hermanos la ayuda necesaria para caminar en tu presencia, incluso la gracia de la corrección fraterna cuando nos encontramos en el error. Con tu Iglesia estamos seguros de contar con tu presencia y tu gracia, incluso por medio de aquellos que te representan, a los cuales les has dado el poder atar y desatar en tu nombre, con un amor que procede de ti.

Pero, sobre todo, vemos en la Iglesia una anticipación de la vida celestial, una tierra de promisión que como a Moisés -más aún, más que a Moisés desde el monte Nebo- tú mismo nos haces ver y gozar, en una Iglesia que ya es también un poco del cielo en la tierra, en virtud de tu presencia que une el cielo, donde estás con el Padre, y la tierra, donde estás con nosotros. Concédenos la gracia de asegurar siempre entre nosotros el amor recíproco que nos convierte en ámbito donde moras.

 

CONTEMPLATIO

Si nos mantenemos unidos, Jesús está entre nosotros. Y esto es valioso. Vale más que cualquier otro tesoro que pueda poseer nuestro corazón: más que la madre, que el padre, que los hermanos, que los hijos. Vale más que la casa, que el trabajo, que la propiedad; más que las obras de arte de una ciudad como Roma; más que nuestros negocios; más que la naturaleza que nos rodea con flores y prados, el mar y las estrellas; más que nuestra alma.

Es él quien, inspirando a sus santos con sus eternas verdades, hizo época en cada época. También ésta es su hora: no tanto de un santo, sino de él; de él entre nosotros, de él vivo en nosotros, edificando -en unidad de amor- su Cuerpo místico. Pero es preciso dilatar a Cristo, hacerle crecer en otros miembros; hacernos portadores de fuego como él. Hacer uno de todos y en todos el Uno. Y entonces viviremos la vida que él nos da momento a momento en la caridad.

El del amor fraterno es un mandamiento de base. Por él vale todo lo que es expresión de sincera caridad fraterna. Nada de lo que hacemos vale si no está presente en ello el sentimiento del amor a los hermanos: Dios es Padre y en el corazón tiene siempre y únicamente hijos (C. Lubich, L'attrattiva del mondo moderno. Scritti spirituali, Roma 1978, I, 50 [edición española: El atractivo de nuestro tiempo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Qué admirables son tus obras!» (Sal 65,3a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Mateo refiere esta promesa de Jesús: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Aquí no hemos de pensar sólo en la asamblea litúrgica, sino en toda situación en la que dos o más cristianos están unidos en el Espíritu, en la caridad de Jesús. Y tampoco hemos de pensar sólo en la simple omnipresencia del Cristo resucitado en todo el cosmos.

Escribe un exégeta de nuestros días: «Mateo piensa en una presencia "personalizada". Jesús está presente como crucificado resucitado, es decir, en la apertura de donación total vivida en la cruz, donde él, con toda su humanidad, se abre a la acción divinizante del Padre y se entrega totalmente a nosotros, comunicándonos su espíritu, el Espíritu Santo. La presencia del Resucitado no es, pues, una presencia estática, un estar-aquí y nada más, sino una presencia relacional, una presencia que reúne y unifica y que, en consecuencia, espera nuestra respuesta, la fe.

Brevemente, la proximidad de Cristo reúne a "los hijos de Dios dispersos" para hacer de ellos la Iglesia». Desde la alianza sellada en el Sinaí con Israel, Yahvé se revela como el que interviene eficazmente en la historia. El liberó a los hebreos de la esclavitud de Egipto, hizo de ellos su pueblo. «Yo estoy en medio de vosotros», es la palabra que identifica la primera alianza: una presencia que protege, guía, consuela y castiga...

Con la llegada del Nuevo Testamento, esta presencia adquiere una densidad especial y nueva. La promesa de la presencia definitiva de Dios, o sea, la promesa ae la Alianza definitiva, halla su cumplimiento en la resurrección de Jesús. En la comunidad cristiana, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es «el salvador de su Cuerpo», la Iglesia (cf. Ef 5,23). Presente en medio de los suyos, él convoca y reúne no sólo a Israel, sino a toda la humanidad [cf. Mt 28,19-20). Vivir con Jesús «en medio», según la promesa de Mt 1 8,20, significa actualizar desde ahora el designio de Dios sobre toda la historia de la humanidad. Pero ¿cómo hacer visible la presencia permanente del Resucitado?

Cuando, tras la caída del Muro de Berlín, se reunió la primera asamblea especial del Sínodo de Obispos para Europa y se preguntó sobre la nueva evangelización del continente, un religioso húngaro subrayó que la única Biblia que leen los llamados «alejados» es la vida de los cristianos. Y podríamos añadir: somos nosotros, es nuestra vida, la única eucaristía de la que se alimenta el mundo no cristiano. Por la gracia del bautismo, y especialmente por la eucaristía, estamos injertados en Cristo, pero es en la fraternidad vivida donde la presencia de Jesús en la Iglesia se manifiesta y resulta operante en la existencia cotidiana.

En el silencio, dos o tres creyentes pueden testimoniar en el amor recíproco lo que constituye su identidad profunda: ser Iglesia en la atención a los débiles, en la corrección fraterna, en la oración en unidad, en el perdón sin límites (F. X. Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva 52001, pp. 155-157).

 

 

Jueves de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 3,7-10a.1.13-17

En aquellos días,

7 el Señor dijo a Josué: -Hoy voy a comenzar a engrandecerte a la vista de todo Israel, para que sepan que estaré contigo como estuve con Moisés.

8 Darás esta orden a los sacerdotes que llevan el arca de la alianza: Cuando lleguéis a la orilla del Jordán, os detendréis.

9 Y Josué dijo a los israelitas: -Acercaos y escuchad las palabras del Señor, vuestro Dios.

10 Y añadió: -Ésta es la señal de que el Dios vivo está en medio de vosotros y de que expulsará ante vosotros a los cananeos:

11 el arca de la alianza del dueño de toda la tierra va a atravesar delante de vosotros el Jordán.

13 En cuanto los sacerdotes que llevan el arca del Señor, dueño de toda la tierra, pisen las aguas del Jordán, éstas quedarán cortadas, y las que bajan de arriba se detendrán formando un muro.

14 Cuando el pueblo levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes llevaban el arca de la alianza delante del pueblo.

15 Y en cuanto éstos llegaron al Jordán y metieron sus pies en el agua (el Jordán se desborda por sus orillas en el tiempo de la siega),

16 las aguas que venían de arriba se detuvieron formando un embalse que llegaba muy arriba, hasta Adán, la ciudad que está cerca de Sartán, y las que bajaban al mar de Araba, el mar Muerto, quedaron separadas de las otras mientras el pueblo pasaba a la altura de Jericó.

17 Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estuvieron en medio del Jordán como en tierra seca, mientras todo Israel atravesaba por el cauce seco, hasta que pasó todo el pueblo.

 

*• La entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida está descrita en el libro de Josué como una solemne procesión litúrgica. En el centro se encuentra el arca de la alianza: es el lugar de la presencia de YHWH en medio de su pueblo, el memorial de la alianza, puesto que el arca contiene las tablas de la ley. La repetición del nombre del arca por seis veces en este fragmento -llamada también en el texto «arca de la alianza del dueño de toda la tierra» (v. 11)- marca casi rítmicamente el paso de la presencia de Dios a la cabeza de su pueblo. Es siempre el Dios fiel quien precede y acompaña al pueblo. Habla a Josué, como antes hablaba a Moisés, y el nuevo caudillo interpreta y transmite la voz de Dios.

Ante la tierra prometida se repite lo mismo que sucedió en el paso del mar Rojo. Las aguas se detienen y el pueblo al que acompaña el arca de la alianza cruza el río a través de un sendero seco. Así, de una manera simétrica, el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad, aunque fuera en el desierto, y la entrada en la tierra prometida están marcados por la intervención maravillosa de YHWH.

El salmo 113, salmo responsorial de la liturgia de la Palabra de hoy, asocia el recuerdo del mar Rojo y del río Jordán, implicados en un prodigio semejante: «El mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás... ¿Qué te pasa, mar, que huyes; a ti, Jordán, que te echas atrás?» (w. 3.5). Es el Dios soberano que pasa y, con su pueblo, atraviesa ahora el umbral de la tierra prometida.

 

Evangelio: Mateo 18,21-19,1

En aquel tiempo

18.21 se acercó Pedro y le preguntó: -Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: -No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23  Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: «¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!».

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello diciendo: «¡Paga lo que debes!».

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: «¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!».

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo, sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera, porque me lo suplicaste.

33 ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?».

34 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

19.1 Cuando Jesús terminó este discurso, se marchó de Galilea y se dirigió a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.

 

*+• El presente texto evangélico nos transmite una enseñanza esencial. Toda la sustancia del discurso se encuentra precisamente en la pregunta que hace Pedro a Jesús a propósito de las veces que debemos perdonar al hermano que nos ofende. Se trata de un hermano, y por eso tiene que ser perdonado siempre, hasta la paradoja. No sólo «siete veces», un número que indica plenitud, sino incluso un número inverosímil de «setenta veces siete», que es como un número infinito, que significa «siempre», sin poner límites a la misericordia. Ahora bien, en realidad la clave de comprensión de la enseñanza de Jesús se encuentra no sólo en el número ilimitado de las veces que se debe conceder el perdón al hermano que nos ofende, sino en la calidad misma del perdón que hemos de conceder. Se trata de un perdón que no se reduce a una fórmula o a una mal disimulada obligación de perdonar porque no se puede hacer otra cosa. La calidad del perdón incide en su mismo sentido Debe tener la calidad del perdón de Dios, y debe llegar al corazón, lugar de la verdad, de los sentimientos y de las venganzas, del amor verdadero y del perdón sincero. Un corazón que perdona es un corazón misericordioso. Perdonar «de corazón» (v. 35) significa sellar con el amor verdadero el perdón que se concede. Dado que alguien nos ha perdonado así, sin límite en el número de veces, no podemos nosotros poner límites al amor misericordioso del perdón.

 

MEDITATIO

La magna procesión con el arca de la alianza que precede a la entrada del pueblo en la tierra prometida nos habla de la presencia de Dios en medio del pueblo y, también, del pacto de amor de Dios con el mismo. Es un pacto gratuito, en el que Dios tiene la iniciativa de la caridad superabundante, pero también un pacto que exige por parte del pueblo la fidelidad a la alianza a través del cumplimiento del doble mandato del amor a Dios y del amor al prójimo, con los preceptos de las tablas de la ley, que son como la presencia de la fidelidad de Dios, encerrada en el arca. Delante de esta presencia de Dios se renuevan los prodigios del éxodo.

Nosotros sabemos que la crisis en el cumplimiento de la alianza por parte del pueblo, a lo largo de la historia de Israel, acaeció sobre todo por una negligencia en la observancia tanto del amor a Dios como del amor al prójimo. Aun cuando el pueblo permaneció fiel en cierto modo a unos ritos que honraban a Dios, los profetas le reprochaban la falta de atención al prójimo, al huérfano, a la viuda, a los pequeños. Dios no pide sacrificios, sino misericordia.

La enseñanza de Jesús se sitúa en el mismo plano de continuidad de la predicación profética, aunque con una propuesta inaudita, la del perdón ofrecido al hermano sin condiciones de tiempo y de número: perdonar siempre, perdonar a todos, perdonar sin pedir cuentas, perdonar de corazón. En el fondo de la enseñanza de la parábola está la lógica divina de la imitación del Padre celestial, que nos ofrece a nosotros, si no tenemos el corazón endurecido, un perdón sin límites. Perdonar es la última palabra del amor. Es amor gratuito, el único que, junto con la misericordia, puede ir más allá de la justicia.

 

ORATIO

Señor, cada día te pedimos, con las palabras que tu Hijo nos enseñó, que nos perdones nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Esta petición, a la que san Agustín llamaba «nuestra medicina cotidiana» -porque necesitamos ser perdonados y abrir el corazón al perdón-, es como un bálsamo para nuestras heridas.

Estamos heridos cuando pecamos y sentimos la necesidad de una efusión de caridad, del Espíritu Santo que nos vuelve a sanar, porque él es la remisión de nuestros pecados. Pero tenemos endurecido el corazón y, por consiguiente, una herida escondida, una esclerosis oculta, cuando nos negamos a perdonar a alguien, a acogerle en nuestro amor.

Concédenos, Señor, recitar siempre las palabras de tu Hijo con toda sinceridad, contar siempre en el corazón con un suplemento de caridad para ir más allá de la lógica de la venganza, de la condena, de la autojustificación.

No sabemos perdonar ni podemos perdonar sin ese suplemento de caridad divina que es la gracia del Espíritu Santo. Tú, que manifiestas tu omnipotencia con la misericordia y el perdón, amplía nuestra capacidad de amar y de perdonar, extendiendo también de corazón el perdón a aquellos que nos han hecho daño.

 

CONTEMPLATIO

Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13,1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18,23-35), acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla, pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión [...].

No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf. Mt 18,21-22; Le 17,3-4). Si se trata de ofensas (de «pecados» según Le 11,4, o de «deudas» según Mt 6,12), de hecho nosotros somos siempre deudores: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rom 13,8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf. 1 Jn 3,19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la eucaristía (cf. Mt 5,23-24): Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión y los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (san Cipriano, Dom. oral. 23: PL 4, 535C-536A) (Catecismo de la Iglesia católica nn. 2843.2845).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cristo subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás que a Pedro, que le había preguntado cuántas veces debería perdonar al prójimo, le indicó la cifra simbólica de "setenta veces siete", queriendo decir con ello que debería saber perdonar a todos y siempre. Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia con el mal, con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje como condición del perdón.

Así pues, la estructura fundamental, de la justicia penetra siempre en el campo de la misericordia. Esta, sin embargo, tiene la fuerza de conferir a la justicia un contenido nuevo, que se expresa de la manera más sencilla y plena en el perdón (Juan Pablo II, carta encíclica Dives in misericordia, del 30 de noviembre de 1980, n. 14).

 

 

Viernes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,1-13

En aquellos días,

1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y oficiales. Todos se presentaron ante Dios.

2 Josué dijo a todo el pueblo: -Así dice el Señor, Dios de Israel: Vuestros antepasados, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, vivían antiguamente en Mesopotamia y servían a otros dioses.

3 Pero yo tomé a vuestro padre Abrahán de Mesopotamia y le hice recorrer toda la tierra de Canaán; multipliqué su descendencia y le di a Isaac.

4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.

5 Envié después a Moisés y a Aarón, y castigué a Egipto realizando prodigios. Después os saqué de allí.

6 Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con carros y caballos hasta el mar Rojo.

7 Ellos clamaron al Señor, y él interpuso densas tinieblas entre vosotros y los egipcios e hizo irrumpir contra ellos el mar, que los anegó. Con vuestros propios ojos habéis visto lo que yo hice en Egipto. Después vivisteis mucho tiempo en el desierto.

8 Os introduje en la tierra de los amorreos, que viven al otro lado del Jordán; ellos combatieron contra vosotros, pero yo os los entregué; ocupasteis su tierra, porque yo los exterminé ante vosotros.

9 Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, salió a combatir contra Israel y mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijese.

10 Pero yo no escuché a Balaán, y él no tuvo más remedio que bendeciros; así os libré de su poder.

11 Después, pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; los jefes de Jericó combatieron contra vosotros, así como los amorreos, pereceos, cananeos, hititas, guergueseos, jeveos y jebuseos, pero yo os los entregué.

12 Mandé delante de vosotros tábanos que pusieron en fuga a los dos reyes amorreos. Esto no se lo debéis a vuestra espada ni a vuestro arco.

13 Os he dado una tierra por la que vosotros no habíais sudado, unas ciudades que no edificasteis y en las que ahora vivís; coméis los frutos de las viñas y de los olivos que no habéis plantado.

 

**• Memoria, reconocimiento, gratuidad. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se recuerda a menudo la historia del pueblo a partir de Abrahán, que es su padre en la fe y en torno al cual se vuelven a enlazar constantemente los hilos de la memoria. En la magna asamblea de Siquén, celebrada cuando el pueblo se ha adentrado ya en la tierra prometida, se renueva de manera solemne la alianza con YIIWII. Con cierta estructura ritual, y antes de la renovada adhesión de fe por parte del pueblo, Josué traza las grandes líneas de la historia de Israel, presidida siempre por la presencia del Señor; transmite la memoria de las admirables obras realizadas por el Señor, en su nombre, como una historia llevada a cabo por Dios mismo con sus siervos. Se trata del relato de todo lo que YIIWII ha ido haciendo a lo largo de una peregrinación que arranca con los antepasados de Abrahán, hasta el momento presente, en el que se ven realizadas las promesas que le fueron hechas al amigo de Dios, a nuestro padre en la fe. En una síntesis vertiginosa se pasa revista a los padres y a los patriarcas de la historia del pueblo: Abrahán, Isaac, Jacob y sus hijos, que bajaron a Egipto. Después se recuerda el acontecimiento maravilloso de la liberación de Egipto, presente siempre en la memoria, como acontecimiento clave de la historia de Dios con el pueblo, la entrada en la tierra prometida y las dificultades superadas como los habitantes de esta tierra.

Todo es historia de Dios en favor del pueblo, que debe captar siempre y en todo la gratuidad de los dones de Dios, a fin de responder también con un corazón repleto de gratitud. Con este sentimiento se concluye la profesión de fe, memoria histórica de las obras de Dios. El pueblo tiene ahora una tierra que no ha sudado, habita en ciudades que no ha edificado, come el fruto de viñas y olivos que no ha plantado (v. 13).  Todo es don de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,3-12

En aquel tiempo,

3 se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?

4 Jesús respondió: -¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra,

5 y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo?

6 De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

7 Replicaron: -Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella"?

8 Jesús les dijo: -Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así.

9 Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra comete adulterio.

10 Los discípulos le dijeron: -Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse.

11 Él les dijo: -No todos pueden hacer esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede.

12 Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello; otros, porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del Reino de los Cielos. Quien pueda poner esto en práctica que lo haga.

 

*+• No falta en la predicación de Jesús una precisión relativa a los temas más fundamentales de la vida. Jesús no rehúye la confrontación con la realidad humana, sino que ilumina con una nueva luz los puntos críticos de la vida de los hombres.

En el caso que nos ocupa se trata del matrimonio en el proyecto original del Creador. El Maestro, a la luz del relato fundacional del Génesis, recuerda la dualidad y la reciprocidad de la naturaleza humana creada por Dios en la pareja complementaria: «varón y hembra». La pareja es signo de un don recíproco, manifestado en la unión conyugal, que expresa la entrega total de ambas personas, la una a la otra. Se trata de un proyecto de Dios que no puede separar el hombre. En la práctica, es la afirmación del proyecto original de un matrimonio único e indisoluble.

Jesús ratificó esta misma doctrina siguiendo el itinerario de lo que había venido a realizar: cumplir la ley y no aboliría. Ahora bien, se trata de un reconocimiento que no siempre se ha llevado a cabo; es más, una sociedad demasiado machista ha hecho prevalecer sobre la debilidad de la mujer el repudio de ésta, como si sólo ella pudiera ser culpable. El restablecimiento del equilibrio de los derechos y de los deberes entre el hombre y la mujer en el matrimonio es también propio de Jesús.

Por otra parte, el Maestro -célibe por decisión propia, aunque esto era un hecho muy singular en su cultura afirma de su propia cosecha, con fórmulas que encierran algo de enigmático, que se puede optar también por el celibato: no por la comodidad de no tener problemas, sino para dedicarse por completo al servicio del Reino. Sin embargo, esta opción, según nos explica Jesús, es un don que viene de lo alto.

 

MEDITATIO

Uno de los aspectos fundamentales de la oración bíblica es el agradecimiento. El recuerdo agradecido de las obras realizadas por Dios en la historia del pueblo de Israel suscita la alabanza de bendición. Toda modalidad de oración que, con razón, se llama berakhah, «bendición» dirigida a Dios por sus beneficios, es una memoria. Antes incluso de ser una oración de súplica es una invocación de alabanza.

Como se dice con frecuencia, la oración judía es narrativa, cuenta la historia de Dios a través de la historia del hombre, a diferencia de la oración de los paganos dirigida a sus dioses, que era una súplica interesada, una invocación destinada a obtener beneficios, dado que, en verdad, poco podían contar de las cosas hechas por los dioses en favor de los hombres. No ocurre así con Israel, un pueblo que sabía orar y que, de hecho, oraba relatando, poniendo ante su Señor y ante el pueblo las maravillas de Dios, las grandes obras realizadas por él. Por eso el «Credo» del pueblo que aparece en la lectura del libro de Josué es una narración de sus obras.

Asimismo, sólo a partir de este principio de la gratuidad de Dios se puede comprender la lección que nos presenta el Evangelio. El matrimonio y la virginidad son dos vocaciones, dos proyectos de amor, en el designio de Dios. Tanto el uno como la otra no son opción del hombre, sino proyecto de Dios. Más aún, son un proyecto complementario de dos vocaciones que, si sólo fueran opción del hombre, serían dos deformaciones, sujetas a sus veleidades. Así, quien vive la gracia del matrimonio, único e indisoluble, acepta y respeta la vocación del propio cónyuge. Y quien vive la virginidad por el Reino de Dios no lleva a cabo una opción egoísta o se resigna a un expediente de impotencia de amar. Viven todos, a partir de Dios, una opción de amor y de servicio recíproco en la comunidad que Jesús vino a fundar.

 

ORATIO

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Todas tus obras destinadas a nosotros son acciones de amor y de misericordia. También hoy te bendecimos con nuestra acción de gracias, que tiene la eucaristía como su momento culminante.

En realidad, la historia de la salvación tiene como meta y síntesis la encarnación, la pasión y la resurrección de Jesús, tu amadísimo Hijo. En él se han cumplido todas las promesas, nos han sido dados todos los bienes, se han aclarado todos los enigmas, se han realizado todas las profecías.

Te damos gracias, oh Padre, por nuestra pequeña historia de salvación, hecha a partir de acontecimientos, de encuentros, de relaciones. Todo nos dice que eres tú quien teje con nosotros una historia de amor y que llevas a su cumplimiento, con la fuerza de tu Espíritu, tu designio de misericordia. Haz que cada uno de nosotros sepa reconocer en cada acontecimiento tu presencia y pueda decir, de verdad, que todo es gracia, porque «es eterna tu misericordia».

También te damos gracias por el don precioso del matrimonio y de la virginidad, por las familias y por las personas consagradas. Haz que seamos fieles a tu designio de amor, de un amor que es santo y fecundo.

 

CONTEMPLATIO

En este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado -mejor dicho, que ha de ser salvado, ya que ahora está salvado sólo en esperanza, porque en esperanza fuimos salvados-, en este mundo, pues, que es la Iglesia, que sigue a Cristo, el Señor nos dice a todos: El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo.

Este precepto no se refiere sólo a las vírgenes, con exclusión de las casadas; o a las viudas, excluyendo a las que viven en matrimonio; o a los monjes y no a los casados; o a los clérigos, con exclusión de los laicos: toda la Iglesia, todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, de acuerdo con su función propia y específica, debe seguir a Cristo. Sígale, pues, toda entera la Iglesia única, esta paloma y esposa redimida y enriquecida con la sangre del Esposo. En ella encuentra su lugar la integridad virginal, la continencia de las viudas y el pudor conyugal.

Todos estos miembros, que encuentran en ella su lugar, de acuerdo con sus funciones propias, sigan a Cristo; niéguense, es decir, no se vanaglorien; carguen con su cruz, es decir, soporten en el mundo por amor de Cristo todo lo que en el mundo les aflija. Amen a Aquel que es el único que no traiciona, el único que no es engañado y no engaña; ámenle a Él, porque es verdad lo que promete. Tu fe vacila, porque sus promesas tardan. Mantente fiel, persevera, tolera, acepta la dilación: todo esto es cargar con la cruz (Agustín de Hipona, Sermón 96,9, en PL 38, col. 588).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Porque es eterna su misericordia» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos.

En efecto, dice acertadamente san Juan Crisóstomo: «Quien condena el matrimonio priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente en comparición con un mal no es un gran bien, pero lo que es mejor aún que bienes por todos considerados tales, es ciertamente un bien en grado superlativo».

En la virginidad, el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna. La persona virgen anticipa así en su carne el mundo nuevo de la resurrección futura. En virtud de este testimonio, la virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento. Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre, «hasta encenderlo mayormente de caridad hacia Dios y hacia todos los hombres», la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande; es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por esto, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios. Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios (Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 16).

 

 

Sábado de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Josué 24,14-19

En aquellos días, dijo Josué a todo el pueblo:

14 Así pues, respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto, y servid al Señor.

15 Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir, si a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis. Yo y los míos serviremos al Señor.

16 El pueblo respondió: -Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses.

17 El Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres. Él ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido y en todas las naciones que hemos atravesado.

18 Él ha expulsado delante de nosotros a todos los pueblos y a los amorreos, que viven en el país. Así que también nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios.

19 Josué dijo al pueblo: -Vosotros no seréis capaces de servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso que no tolerará vuestras transgresiones ni vuestros pecados. 20 Si abandonáis al Señor para servir a dioses extraños, Él se volverá contra vosotros y, después de haberos hecho tanto bien, os hará el mal y os exterminará.

21 El pueblo respondió: -Nosotros queremos servir al Señor.

22 Josué les dijo: -Sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirlo. Ellos respondieron: -Lo somos.

23 Y Josué añadió: -Entonces quitad de en medio de vosotros los dioses extraños e inclinad vuestros corazones al Señor, Dios de Israel.

24 El pueblo respondió: -Serviremos al Señor, nuestro Dios, y obedeceremos su voz.

25 Aquel día, Josué hizo una alianza con el pueblo y le dio leyes y preceptos en Siquén.

26 Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios, tomó una gran piedra y la erigió allí, debajo de la encina que había en el santuario del Señor,

27 y dijo a todo el pueblo: -Esta piedra será un testimonio contra nosotros, porque ella ha oído todo lo que el Señor nos ha dicho; será un testimonio contra vosotros para que no reneguéis de vuestro Dios.

28 Después, Josué despidió al pueblo, y cada uno se volvió a su heredad.

29 Algún tiempo después, murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años.

 

*•• Con este episodio concluye el libro de Josué y termina, idealmente, la toma de posesión de la tierra prometida por parte de todo el pueblo que se dirige, según las tribus, al territorio en el que debe habitar. El momento es solemne. Se concluye una alianza que consta de tres momentos esenciales.

El primero es la invitación lanzada por Josué al pueblo para que se adhiera por completo al Señor, con integridad y verdad, en un servicio total, renunciando a todos los ídolos, incluso a los ancestrales, que habían permanecido en la memoria colectiva, así como a los nuevos ídolos a los que el pueblo se había dirigido en el desierto (y tal vez también en la nueva tierra). El cabeza da ejemplo en nombre de su casa y de su tribu. Viene a continuación la respuesta del pueblo en una magna purificación de la memoria y con una renuncia colectiva a los ídolos para servir a Dios.

Hay aún un segundo momento ritual: Josué anuncia la realidad del Dios de Israel, el Dios de la alianza, que es santo y celoso a la vez, como ha demostrado en otros momentos a lo largo del camino por el desierto. Y lo hace con una amenaza que refuerza el temor de Dios: éste podría dar la espalda al pueblo y, tras haberle procurado sus beneficios, podría repudiarlo.

Por último, en un tercer momento, resuena dos veces la profesión de fe del pueblo, referida ya en otro lugar a petición de Moisés. Se trata de una promesa de alianza diligente y concreta de palabra y de obra (v. 24: «Serviremos al Señor, nuestro Dios, y obedeceremos su voz»). A pesar de la fuerza de la adhesión, ésta seguirá siendo débil y endeble, como demostrará la historia posterior. Sin embargo, Dios seguirá siendo fiel a la promesa y al establecimiento de una nueva alianza. El servicio de Dios, el Fiat, el sí de la colaboración incondicionada, el eco fiel de la promesa de los padres, será personificado al final de los tiempos por la Hija de Sión, María, la sierva del Señor, la mujer que representa a todo el Israel de Dios.

 

 

Evangelio: Mateo 19,13-15

En aquel tiempo,

13 le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase. Los discípulos les regañaban,

14 pero Jesús dijo: -Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.

15 Después de imponerles las manos se marchó de allí.

 

**• El breve pasaje evangélico que acabamos de leer nos presenta a Jesús en contacto con los pequeños, con los niños. Ellos pertenecen al Reino no sólo en virtud de un hecho de carácter sociológico -en cuanto incluidos asimismo en la relación hombre-mujer, como fruto de la paternidad y de la maternidad, en cuanto forman parte del pueblo-, sino precisamente en virtud de su persona, que tiene un gran valor a los ojos de Dios. Presentan a Jesús un grupo de niños, probablemente por sus madres, para que el Maestro les dispense algún gesto de benevolencia y de bendición, una caricia y una oración (v. 13a). La reacción de los discípulos, además de un comportamiento tosco, aunque espontáneo, para intentar liberar al Maestro de una incómoda turba de mocosos (v. 13b), revela tal vez un dato cultural de la época: la poca atención que se prestaba a los pequeños, lo poco que contaban los niños en cuanto niños. En realidad, los adultos despreciaban a los pequeños en la cultura de aquel tiempo.

También en lo que respecta a esta categoría social restablece Jesús el sentido de la dignidad original; más aún, se refiere a ella con un trato de predilección: «Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí» (v. 14).

Jesús confirma su disponibilidad para la acogida del Reino no sólo como una cualidad moral, como quien se hace pequeño y se convierte, sino también por una situación existencial, por su inocencia y su disponibilidad, no resquebrajada por la malicia de ulteriores experiencias personales. También Jesús aceptó vivir una experiencia humana de niño y le dio un sentido a este momento de la vida humana. Hay, por consiguiente, en las palabras del Maestro una advertencia sobre la proximidad entre él y los niños, entre la existencia de los niños en medio de nosotros y el destino de todos, desde pequeños, a la persona de Jesús, a quien pertenecen, y a su Reino.

 

MEDITATIO

«Serviremos al Señor, nuestro Dios». La ratificación de la alianza en Siquén está expresada con una fórmula que indica bien la interioridad del compromiso que asume el pueblo ante Dios. Se trata de la actitud, al mismo tiempo interior y exterior, de una entrega total. «Servir al Señor» supone una donación total de la propia vida, una dedicación de nuestro propio ser y de nuestras propias cualidades a la plena realización de su designio de amor en favor de la humanidad. Es abrir nuestra propia existencia a la voluntad del Señor, expresada en los preceptos de la alianza no como puras normas de conducta, sino más bien como senderos de santidad personal, comunitaria y social.

El Señor ha puesto remedio a la insuficiencia de la ley antigua y de la alianza mosaica con la nueva alianza en el Espíritu. El obsequio de la mente y de la voluntad, el suave plegarse de lo humano a lo divino, constituye la novedad de un servicio en el que el amor y el temor, la condición de siervos y de hijos, el mandamiento exterior y la libertad interior, la adhesión plena de amor a la voluntad salvífica de Dios, se manifiestan como la ley nueva del Espíritu en el corazón del creyente.

De este modo, la persona humana ofrece a Dios su propia libertad y la hace omnipotente. La dignidad de la persona humana alcanza su cima cuando con amor, con libertad y sin miedo sirve al Señor. El modelo de esta entrega libre lo tenemos en María, la madre y la sierva del Señor.

 

ORATIO

Queremos vivir, Señor, con alegría la espiritualidad del servicio, la amorosa adhesión a tu voluntad. No es un mandamiento despótico el que nos propones, sino la guía amorosa y paterna de una vía real la que tú nos indicas.

Doblega con la fuerza amorosa de tu Espíritu la dureza de nuestro corazón, llena de tu soplo divino nuestro ser, para que podamos ofrecerte con libertad y con un profundo sentido de gratitud todo lo que somos.

Haznos como niños del Reino, totalmente confiados en tu plan de amor por nosotros, totalmente abiertos a tus inspiraciones. Haz que cada vez que recitemos la oración del Padrenuestro sintamos que se renueva la alianza de nuestro bautismo. Que nuestra oración sea una consagración total de nuestra existencia a servirte con amor, para que venga tu Reino a nosotros y al mundo. Con la mirada dirigida a tu Sierva, también nosotros decimos: «Hágase en mí según tu palabra».

 

CONTEMPLATIO

Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero, unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf. Jn 8,29). Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él y, así, cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes). Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo, sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada fiel que ora que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice: «Que tu voluntad se haga» en mí o en vosotros, sino: «En toda la tierra», para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2825).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Serviremos al Señor, nuestro Dios» (Jos 24,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Del mismo modo que una gavilla cogida por el centro se prolonga hacia sus extremos, así la vida de María está concentrada en torno a su «sí», que le confiere sentido y forma, y desde aquí se despliega tanto hacia atrás como hacia adelante. Su «sí» da pleno sentido a cada momento, a cada gesto, a cada oración de la Madre del Señor. Ésta es, en efecto, la naturaleza de un «sí»: liga a quien lo pronuncia, pero le concede al mismo tiempo plena libertad de realización. También la infancia de

María está esclarecida por la luz de su «sí». La infancia representa siempre un momento preparatorio de concentración en vistas a la acción decisiva que seguirá en una segunda fase, y será, en el caso de María, nada menos que el «sí» capaz de determinarlo todo.

Su «sí» es, sobre todo, gracia. No representa sólo su respuesta humana a la propuesta de Dios; es una gracia tan grande que es, al mismo tiempo, la respuesta divina a toda su vida. María pronuncia la respuesta esperada por la gracia y acepta así la llamada de Dios. Su aceptación significa para ella ponerse a disposición de esta llamada con una entrega plena; entregarse con toda la fuerza y con la profundidad de su ser y de sus facultades.

Dios no ha concedido a nadie un poder de colaboración más grande que el que concedió a María. La sierva se vuelve Madre, y la Madre, Esposa. Desde este momento en adelante, el Fiat se extiende a todos: se convierte en un bien de la Iglesia en forma de oración al Padre que adquiere su carácter católico y eucarístico; así como en su difusión cuando el Hijo entrega a los  hombres su oración personal al Padre, recibida de la Madre.  Ella está viva en cada Fiat particular que se pronuncia en la comunidad del Señor (A. von Speyr, L'Ancella del Signore

María, Milán 1986, pp. 7-10, 15ss, passim [edición española: La esclava del Señor, Encuentro Ediciones, Madrid 1991 ]).

 

 

Lunes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 2,11-19

En aquellos días,

11 los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos.

12 Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados, que les había sacado de Egipto; se fueron tras los dioses de los pueblos vecinos y los adoraron, provocando con ello la ira del Señor.

13 Abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y Astarté.

14 La ira del Señor se encendió contra Israel; los entregó en manos de salteadores que los saquearon, los dejó vendidos a sus enemigos del contorno, y no fueron capaces de resistirlos.

15 Siempre que emprendían una expedición, el Señor se ponía en contra de ellos y fracasaban, como el mismo Señor les había dicho y jurado. Llegaron a una situación desesperada.

16 Entonces el Señor suscitó jueces que los libraron de las bandas de salteadores.

17 Pero tampoco hacían caso a los jueces. Se prostituyeron ante otros dioses y los adoraron. Se apartaron pronto del camino que habían seguido sus antepasados; ellos habían sido dóciles a los mandamientos del Señor, pero no les imitaron.

18 Cuando el Señor hacía surgir jueces, él estaba con el juez y los libraba de sus enemigos mientras vivía el juez, porque el Señor se compadecía al oírlos gemir bajo la tiranía de sus opresores.

19 Pero cuando moría el juez, volvían a pecar y se comportaban peor que sus antepasados; se iban tras otros dioses, les daban culto y los adoraban, sin abandonar sus maldades ni su conducta obstinada.

 

**• Comenzamos hoy la lectura del libro de los Jueces, que se prolongará hasta el próximo jueves. Narra la historia del establecimiento de Israel entre las poblaciones de la tierra de Canaán y los cambios que todo esto acarreó: el paso de la vida nómada del desierto al aprendizaje de la agricultura -que requiere estabilidad- y a la red de relaciones con pueblos desconocidos que tenían unas estructuras religiosas, sociales y políticas consolidadas.

La tarea era cualquier cosa menos sencilla: se trataba de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro socialmente significativo, mientras convivían con otros pueblos que, con sus tradiciones, sus cultos sugestivos, sus instituciones, constituían una continua provocación y una invitación a integrarse en su sistema de vida. Vivir en esta situación, sin perder la propia identidad, requeriría antes que nada la transmisión genuina y la acogida sincera del patrimonio constituido por los acontecimientos de la historia del pueblo con Dios, algo que –de hecho- había ido apagándose.

La Palabra de hoy presenta el marco teológico en el que se lee la historia de Israel. El don de la tierra debería reavivar continuamente la conciencia de la alianza, de la fidelidad de YHWH y de la pertenencia a él, como pueblo suyo, con una misión. La realidad, sin embargo, es diferente. Después de la generación de los ancianos, que sobrevivieron a Josué, surgió otra generación «que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel» (v. 10).

Con una expresión cargada de sufrimiento, se retrata el comportamiento del pueblo de Dios: «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta y dieron culto a los ídolos. Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados»  (w. 1 lss). El pecado -la idolatría- conduce a la disgregación, a las luchas intestinas, a la depravación moral, y engendra todo tipo de dolor, hasta llegar a la pérdida de la libertad y a nuevas experiencias ¿olorosas de esclavitud.

En esta situación, tras probar el castigo, y con una función educativa, madura la exigencia de cambio de vida y nace la oración de invocación a Dios para que salve a su pueblo. Dios escucha la oración, y su intervención liberadora se concreta en la elección y el envío de un «juez» (liberador, salvador).

Sobre este fondo emerge de nuevo el amor misericordioso y la fidelidad de YHWH. Eso es lo que la Palabra transmite, como experiencia que supera los confines del espacio y el tiempo, para reconducir a la comunión con Dios, fuente de vida, de bendición, de futuro. Así es la pedagogía divina: Dios está presente en el dolor del pueblo y de cada uno de sus miembros, y ofrece de nuevo, a su libertad, el bien de la comunión con él, de la justicia y de la paz. El castigo no es sólo retribución por el pecado, sino también lugar de visitación y de revelación del amor misericordioso de Dios.

 

Evangelio: Mateo 19,16-22

En aquel tiempo,

16 se acercó uno a Jesús y le preguntó: -Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?

17 Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

18 Él le preguntó: -¿Cuáles? Jesús contestó: -No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio;

19 honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

20 El joven le dijo: -Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

21 Jesús le dijo: -Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.

22 Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes.

 

*+• Jesús prosigue con decisión el camino hacia Jerusalén junto con los suyos, a quienes ya ha anunciado la pasión y el acontecimiento de la resurrección, pero éstos no comprenden. A lo largo del camino prosigue la obra de formación de sus discípulos. Además, tiene que hacer frente a los escribas y a los fariseos, que, como siempre, intentan cogerle con engaños; acoge a los más pequeños y enseña con autoridad.

El evangelio de hoy nos hace tomar parte en el encuentro de Jesús con un joven rico. Éste lleva en sí mismo la exigencia de una vida cada vez más elevada, pero siente que todavía le falta algo. Su pensamiento, según la educación que ha recibido y según la tradición, sigue  la lógica del hacer, la lógica de las «obras buenas». Le pide al Maestro alguna indicación nueva, adecuada a sus aspiraciones y capaz de saciar su insatisfacción. De ahí la pregunta que plantea: «¿Qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?» (v. 16). Anda buscando. Jesús le ayuda a emprender un camino. Lo esencial no es preguntarse qué se puede hacer de bueno; lo esencial es buscar a aquel que es bueno, a Dios, observando los mandamientos y amando al prójimo como a sí mismo (v. 17). Jesús quiere introducirle en una relación más verdadera con Dios -«entrar en la vida»- proponiéndole de nuevo, entre los mandamientos, punto de referencia para el joven, los que rigen nuestra relación con los otros, y añade lo que se dice en el Levítico (19,18), para hacerle pasar de la atención a sí mismo a la atención a los demás, al prójimo. Ante la insistencia del joven: «¿Qué me falta aún?», Jesús le responde ofreciéndole el don del seguimiento de la criatura nueva: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme».

Se trata de un paso radical: la puerta estrecha que conduce a la vida y hace entrar en el Reino de Dios y participar en la salvación. Jesús habla a la libertad del joven -las dos indicaciones del Maestro están introducidas con un «si quieres»- para que decida en su corazón. La respuesta va acompañada por un adjetivo doloroso: «El joven se fue muy triste». Su tesoro estaba constituido por las riquezas y por todo lo que está ligado a ellas y ellas hacen posible. ¿Acaso no son los bienes un signo de la bendición de Dios, tal como le había enseñado? De hecho, se han convertido en su verdadero ídolo, aunque practique los mandamientos. No es libre por dentro. Da limosna a los pobres, pero no comparte con ellos sus bienes y su vida. Nos viene a la mente el encuentro de Jesús con los pequeños a lo largo del mismo camino que le lleva a Jerusalén: «De los que son como ellos es el Reino de los Cielos» (v. 14).

 

MEDITATIO

El Dios de los Padres no sustrae a su pueblo de los condicionamientos sociales ni de los riesgos de la debilidad humana en su encuentro con otras culturas y religiones.

Educa y perdona: educa en el sufrimiento y en el perdón, para que su pueblo pueda descubrir que la fuente de la libertad, interior y social, se basa en la relación de comunión, confianza y abandono entre sus manos y en el amor al prójimo.

«Escucha, Israel» (Dt 6,4). El pecado de idolatría, que puede tener muchísimos rostros, nos separa de Dios y nos divide a unos de otros. En consecuencia, tanto el hombre como el pueblo caen en la esclavitud de sí mismos y, por eso, se convierten en esclavos de otros. El verdadero peligro no son los pueblos de alrededor, ni sus tradiciones, ni siquiera las mismas riquezas; el peligro está en la división que llevamos en nosotros y que alimentamos entre nosotros. Está en apartar la mirada del Señor. No podemos ser fuente si no estamos unidos al manantial. Ésa es la razón de que no baste con la observancia de los mandamientos: es posible observarlos y no conocer ni a Dios ni su designio.

Y cuando, como dice el evangelista, el Maestro presenta al joven el verdadero rostro de Dios y le invita a seguirle, el joven se aleja porque el ídolo de la riqueza le ha vuelto esclavo e invidente. A causa de sus obras y de sus bienes, se niega a pasar por la «puerta estrecha» que conduce a la vida: «Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme». Así es como se habría encarnado en el joven el amor al prójimo y al primero de sus prójimos, que era el Maestro a quien se había dirigido y el que le había mirado con una mirada llena de amor.

El mensaje sigue siendo actual. Nos invita a la vigilancia y a la humildad que, en medio del pecado y del dolor, no tiene miedo de elevar una voz sincera que implora la reconciliación y la vida: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo» (estribillo del salmo responsorial).

 

ORATIO

Enséñanos, Padre, a amar nuestra época, una época maravillosa y dramática. Haz que, escuchando a tu Hijo, aprendamos a acoger a nuestro prójimo, a dialogar con todas las personas, con todas las culturas y con todas las religiones. La humanidad de hoy es la tierra donde tu habitas y obras, invitándonos a «venderlo» todo para seguirte. Danos unos ojos que sepan ver tu presencia, unos oídos que oigan tu Palabra y los gemidos de los pobres, un corazón colmado de sabiduría y amante, dócil y fuerte. ¡Custódianos! Los ídolos de nuestra sociedad son atrayentes, fascinan y destruyen. Custodia a tu Iglesia y alimenta en todos el fuego que ardía en el corazón de tu Hijo: dar la vida para que la humanidad se transforme en tu familia, rica de alegría y de Espíritu Santo.

 

CONTEMPLATIO

Y como la Ley había enseñado desde antaño a los seres humanos que debían seguir a Cristo, éste lo aclaró a aquel que le preguntaba qué debía hacer para heredar la vida, respondiendo: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Y como él le preguntase: «¿Cuáles?», el Señor continuó: «No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,17-19). De este modo exponía por grados los mandamientos de la Ley, como un ingreso a la vida para quienes quisieran seguirlo: diciéndoselo a uno, se dirigía a todos. Y habiéndole él respondido: «Todo esto he cumplido» -aunque tal vez no lo había hecho, pues le había dicho: «Guarda los mandamientos»-, Jesús lo probó en sus apetitos, diciéndole: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y, luego, ven y sígueme» (Mt 19,20-21).

A quienes esto hicieren les prometió la parte que corresponde a los apóstoles, y no predicó a otro Dios Padre a aquellos que lo seguían, fuera de aquel al que la Ley había anunciado desde el principio; ni a otro Hijo; ni a otra Madre, Entimesis del Eón que provino de la pasión y el desecho; ni la Plenitud de treinta Eones, que, como ya hemos probado, es inconsistente y vacía; ni toda esa fábula que los demás herejes han fabricado. Más bien, les enseñaba a observar los mandamientos que Dios estableció desde el principio, a fin de vencer la concupiscencia con obras buenas y seguir a Cristo. Y como distribuir entre los pobres lo que se posee deshace las viejas avaricias, Zaqueo puso en claro: «Desde hoy doy la mitad de mis bienes a los pobres, y, si en alguna cosa he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más» (Lc 19,8) (Ireneo de León, Adversus haereses IV, 12, 5).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt6,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que se indica con el término bíblico «corazón» no coincide en absoluto con el centro emocional de los psicólogos. Los judíos pensaban con el corazón, ya que éste integra todas las facultades del espíritu humano; la razón y la intuición no son nunca extrañas a las opciones y a las simpatías del corazón. El hombre es un ser visitado, la verdad habita en él y lo plasma desde el interior, precisamente en la fuente de su ser. Su relación con el contenido de su propio corazón, lugar de la «inhabitación », constituye su conciencia moral, y es allí donde el Verbo le habla. El hombre puede hacer que su propio corazón se vuelva «lento para creer» (Lc 24,25), cerrado, duro hasta el punto de doblarse a fuerza de dudas (Sant 1,8), y puede llegar incluso a la descomposición demoníaca en «muchos» (cf. Me 5,9). La separación de la raíz trascendente es locura en sentido bíblico.

«Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21). El hombre se define por el contenido de su propio corazón, por el objeto de su propio amor. San Serafín de Sarov llama al corazón «altar de Dios», lugar de su presencia y órgano de su receptividad. Haciéndose eco de Descartes, decía el poeta Baratynskij: «Amo ergo sum». El corazón tiene el primado jerárquico en la estructura del ser humano, sólo si en él se vive la vida posee una intencionalidad originaria imantada como la aguja de una brújula: «Nos has creado para ti, Señor, y sólo en ti encontrará su paz nuestro corazón», dice san Agustín (P. Evdokimov, La donna e la salvezza del mondo, Milán 1989, pp. 46.48 [edición española: La mujer y la salvación del mundo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1980]).

 

 

Martes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 6,11-24a

En aquellos días,

11 el ángel del Señor vino a sentarse bajo el terebinto de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar para ocultárselo a Madián.

12 El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -El Señor está contigo, valiente guerrero.

13 Gedeón le respondió: -Por favor, mi señor, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos pasa todo esto? ¿Qué ha sido de todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando nos dicen que el Señor nos sacó de Egipto? Ahora nos ha abandonado y nos ha entregado en poder de Madián.

14 El Señor le miró y le dijo: -Vete, que con tu fuerza salvarás a Israel del poder de Madián. Yo te envío.

15 Gedeón respondió: -Por favor, Señor, ¿cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre.

16 Respondió el Señor: -Yo estaré contigo, y tú derrotarás a Madián como si fuese un solo hombre.

17 Gedeón insistió: -Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien me habla.

18 Por favor, no te vayas de aquí hasta que yo vuelva. Yo traeré mi ofrenda y la depositaré ante ti. Él le dijo: -Me quedaré aquí hasta que vuelvas.

19 Gedeón se fue, aderezó un cabrito y, con una medida de harina, hizo panes sin levadura; puso la carne en su cesta y el caldo en una olla, los llevó bajo el terebinto y se lo presentó.

20 El ángel de Dios le dijo: -Toma la carne y los panes sin levadura, ponlos sobre esta piedra y vierte el caldo. Gedeón lo hizo así.

21 Entonces el ángel del Señor extendió el bastón que tenía en su mano y tocó la carne y los panes sin levadura. Salió fuego de la roca y consumió la carne y los panes sin levadura, y el ángel del Señor desapareció de su vista.

22 Gedeón se dio cuenta de que era el ángel del Señor y dijo: -¡Ah, Señor, Señor! ¿He visto cara a cara al ángel del Señor?

23 El Señor le respondió: -La paz sea contigo. Nada temas, no morirás.

24 Gedeón levantó allí un altar al Señor y lo llamó Señor de la Paz.

 

** «Los israelitas ofendieron al Señor con su conducta, y el Señor los entregó en poder de Madián durante siete años» (6,1). Los acontecimientos relacionados con Gedeón que se narran en la lectura de hoy sacan de nuevo a la luz los criterios de lectura de la historia: pecado-castigo, invocación-salvación, a lo que sigue un períodocde paz. El pecado de los israelitas es la infidelidad a la alianza: no escuchan la voz del Señor y veneran a los dioses de los amorreos (v. 7). El pecado está difundido y habita incluso en la casa de Joás, padre de Gedeón, donde había construido un altar a Baal y plantado un árbol sagrado (v. 25). Las incursiones de los madianitas son leídas como castigos de Dios. Son cada vez más duras y despiadadas, hasta el punto de que, por miedo a ellos, los israelitas «tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes» (v. 2), a fin de poder defenderse; utilizaban, además, lugares escondidos para desgranar el trigo y protegerse de los robos. En este clima de degradación moral y religiosa, de gran pobreza y de miedo, había crecido Gedeón. Sin embargo, también él había vibrado ante las palabras del profeta enviado por Dios para despertar a su pueblo (w. 7-10). Y había invocado a gritos la salvación.

El encuentro de Gedeón con el ángel del Señor tiene lugar en este contexto de dolor y de esperanza. El diálogo en el que se teje la narración de su vocación nos ofrece un ejemplo de la relación de amor de Dios con su pueblo y de confianza, como educador, respecto a la persona que ha elegido para la misión de juez, es decir, para salvar a su pueblo. Invita a Gedeón a derribar el altar construido por su padre, a cortar el árbol sagrado y a construir un nuevo altar «al Señor, su Dios», en la cima de la roca, donde ofrece un cabrito en holocausto, consumido con el fuego de la leña del árbol sagrado. El temor queda vencido por la certeza interior de la presencia del Señor -«Yo te envío», «Yo estaré contigo»-, madurada en la relación con él en momentos significativos: el sacrificio ofrecido bajo el terebinto, el fuego que devora la carne y los panes sin levadura, el altar testigo del encuentro con el ángel del Señor, los signos del vellón de lana y del rocío, la prueba de fe en el poder de Dios, que le pedía que hiciera frente con trescientos hombres al poder de los madianitas. Los israelitas gozaron del bien de la paz durante la vida de Gedeón, pero, después de su muerte, «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33).

 

Evangelio: Mateo 19,23-30

En aquel tiempo,

23 Jesús dijo a sus discípulos: -Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos.

24 Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

25 Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

26 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.

27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo: -Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?

28 Jesús les contestó: -Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*• El encuentro con el joven y su desenlace reavivan una cuestión que asalta al hombre desde siempre: ¿puede entrar un rico en el Reino de los Cielos? La liturgia de hoy nos proporciona la respuesta de Jesús. Presenta ésta un realismo desconcertante y nos abre a un «más allá» imposible para la mente humana, revelador del poder de Dios. Éste es el horizonte sobre el que están llamados a moverse sus discípulos. La paradoja pone de manifiesto el obstáculo que constituyen las riquezas para entrar en el Reino cuando se convierten en el «amo» del hombre. En el fondo, el obstáculo es la idolatría; al dios-dinero se le puede llegar a rendir «culto» una vez más con sacrificios humanos: ¡el prójimo! ¿Acaso fue por esto por lo que el Maestro le recordó el pasaje de Lv 19,18 al joven rico? También nos viene a la mente Mt 25,31-45. Los discípulos se quedan consternados. ¿Quién podrá salvarse, si se pone en relación la debilidad humana, en la que figura el apego a la riqueza, con las exigencias de radicalismo propias del Reino?

La salvación es un don amoroso por parte de Dios; ningún hombre -por pobre o rico que sea- puede salvarse a sí mismo. El compromiso personal, incluido el dejarlo todo, no puede ser el precio que tiene la conquista de la salvación, sino expresión de acogida del don. No hay lugar en el Reino para una mentalidad fiscal que se preocupa de la recompensa. Los discípulos llevan todavía sobre sí signos de esta mentalidad: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?». ¿Cuál será nuestra recompensa?

El Maestro lleva a los Doce al interior del designio de Dios: el don de la salvación para ellos es la participación en la misma gloria del Hijo del hombre, cuando haya llegado a su plenitud la regeneración del mundo; se sentarán con él a juzgar al pueblo de Israel, porque han compartido su misión con él. Y ya desde ahora tendrán cien veces más, porque lo han dejado todo «por su causa», para ser sus discípulos. Los criterios para evaluar quién será el primero y quién el último no siguen la lógica humana ni la clasificación llevada a cabo por los hombres, sino la del Reino: la relación vital con Cristo, el único verdadero tesoro, el don del Padre.

 

MEDITATIO

«Para Dios todo es posible». Nada es imposible para Dios (cf. Mt 19,26; Gn 18,14; Jr 32,17); ni siquiera el mal que el pueblo hizo ante sus ojos (cf. Jue 6,1) pudo detener su amor ni debilitar su paciente acción de padre que cuida de su propio hijo (cf. Os 11,1-7). La elección de Gedeón, como la de los otros jueces, es expresión de este amor indomable y respetuoso con la libertad. Transforma el sufrimiento en ámbito de llamada a la comunión para la reconquista de nuestra propia dignidad; suscita entre el pueblo a hombres y mujeres repletos de su Espíritu, para que sean apoyo y guía, salvadores de los enemigos y obreros de la paz. Los forma.

Gedeón ha sido guardado ya de las contaminaciones idolátricas en su casa paterna. Dios lo va forjando en la prueba hasta el absurdo de pedirle que crea en la victoria sobre Madián cuando no cuenta con un fuerte ejército, sino sólo con un reducido número de hombres fuertes de su misma fe.

Mateo nos muestra al Maestro en una delicada acción educativa, con la que conduce a sus discípulos a mirar en lo profundo de su corazón y a abrirse a perspectivas de futuro. El Señor Jesús ve a los suyos a la luz del designio del Padre sobre ellos, sentados ya a su lado, porque creen y aman, le siguen a pesar de sus debilidades y de una sensibilidad circunscrita a los confines de la experiencia humana. Estos confines no son el freno, sino que son el lugar de la presencia del médico divino que ha venido a sanar. El obstáculo es la huida («tuvieron que refugiarse en las cuevas, cavernas y refugios que hay en los montes»: Jue 6,2) o bien el «volvieron a dar culto a los ídolos y eligieron como dios a Baal Berit» (8,33), el «corazón endurecido». El canto al Evangelio hace resonar en la comunidad de los creyentes la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» Éste es el camino del discípulo del «corazón nuevo», que conoce, cree y ama.

 

ORATIO

Te pido, Señor, junto con mis hermanos y mis hermanas,  el don del silencio, para acoger tu misterio y tu persona. Concédenos la sabiduría del corazón y danos la fuerza de ánimo para superar la tentación diaria de aprisionar en nuestra inteligencia tu Palabra y tu inmenso amor o de estar hartos de la observancia fría y desinteresada de tus mandamientos.

Tú eres nuestra esperanza, Señor. Concédenos un corazón capaz de acoger cada día tu invitación a venderlo todo para seguirte, capaz de transformar la comunión contigo en servicio a los hermanos. La Iglesia, tu esposa, llama a grandes voces para reavivar la fe de sus hijos y para anunciar con alegría la «Buena Noticia» a todo el mundo. Haz descender sobre nosotros tu Espíritu como descendió sobre los dones ofrecidos por Gedeón y los consumió. Que tu fuego transforme nuestra vida en hostia agradable a ti para la salvación del mundo.

 

CONTEMPLATIO

 La lección evangélica, hermanos, que hace poco resonó en nuestros oídos, más bien que expositor, necesita ejecutor.

¿Hay algo más diáfano que estas luminosas palabras: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos? ¿Qué voy, pues, a decir yo? Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

¿Quién no ama la vida?, pero ¿quién hay con voluntad de guardar los mandamientos? Y si no quieres observar los mandamientos, ¿cómo quieres la vida? Si eres perezoso para el trabajo, ¿por qué te apresuras al salario?

El joven rico dice haber guardado los mandamientos y entonces se le proponen otros mandamientos superiores: Si quieres ser perfecto, una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Nada perderás en ello; más bien, tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme. ¿De qué te aprovecharía si, haciéndolo, no me siguieres?

Retiróse, pues, mohíno y descontento, según oísteis, por tener grandes riquezas. Ahora, pues, lo que a él se le dice a nosotros se nos dice. Es el Evangelio la boca de Cristo, quien, sentado ya en el cielo, no deja de hablar en la tierra. No seamos nosotros sordos...

Alejóse triste aquel rico, y dijo el Señor: ¡Qué difícil es la entrada en el Reino de los Cielos para quien tiene riquezas!

Y hasta qué punto es ello difícil lo mostró en una semejanza donde la dificultad es verdadera imposibilidad. Porque todo lo imposible es difícil, mas no todo lo difícil es imposible.

La dificultad aquí mírala en la semejanza: Verdaderamente os digo que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que la entrada de un rico en el Reino de los Cielos. ¡Un camello por el ojo de una aguja! Si dijera una pulga, ya sería imposible.

Oyendo esto, los discípulos, se atristaron y dijeron: Si es así, ¿quién podrá salvarse? ¿Quién de los ricos?

Escuchad los pobres a Cristo. En este pueblo de Dios a quien yo hablo son la mayoría pobres. ¡Oh pobres! Entrad, a lo menos vosotros, en el Reino de los Cielos. Oídme, sin embargo, una palabra. Cualesquiera que seáis los que de pobres os gloriáis, huid de la soberbia, para que no se la acaparen los ricos piadosos; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos humildes; guardaos de la impiedad, para que no os venzan los ricos piadosos; guardaos de la ebriedad, para que no os venzan los ricos sobrios. Si ellos no deben gloriarse de sus riquezas, no vayáis a gloriaros vosotros de vuestra pobreza.

Oigan los ricos, si alguno hay aquí, oigan al apóstol: Mándales a los ricos de este mundo. Porque hay ricos del otro: los pobres son los ricos del otro mundo; los apóstoles eran ricos, los ricos del otro mundo, pues decían: Como quienes nada tienen y todo lo poseen.

Al objeto de concretar a qué suerte de ricos se refiere, puso lo de este mundo. Oigan, por ende, al apóstol los ricos de este mundo: Mándales, dice, a los ricos de este mundo que no alberguen sentimientos de altanería. La soberbia es el gusano principal de las riquezas, polilla dañosa que todo lo roe y hace polvo. Mándales, pues, que no alberguen sentimientos de altanería ni pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura que, a lo mejor, te acuestas rico y te levantas pobre. No pongan su esperanza en la riqueza, tan insegura (son palabras del apóstol), sino en Dios vivo, dice.

El ladrón te quita el oro; a Dios, ¿quién te lo quita? ¿Qué tiene un rico si a Dios no tiene? ¿Qué no tiene un pobre si tiene a Dios? No pongan, en consecuencia, la esperanza en las riquezas, sino en Dios vivo, que nos provee de todo con abundancia para que disfrutemos, y, junto con todas las cosas, se nos da también a sí mismo (san Agustín, «Sermón 85», 1-3, en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 70-73).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada día podemos constatar que el Evangelio se revela con mayor profundidad, gracia y discernimiento a los corazones sencillos que cuentan con una fe firme. El Evangelio, sin embargo, no revela la verdad como una hipótesis global que deba ser aceptada o rechazada en bloque. Al contrario, se dirige a cada corazón de una manera específica y personal, revelando a cada hombre la verdad de un modo adecuado a su estructura espiritual, al nivel de su fe, a su grado de aceptación de la verdad, en un flujo continuo de revelación que crece con el crecimiento de la fe y el paso del tiempo.

Es oportuno que el lector del evangelio se acerque a la verdad contenida en él desde la perspectiva y con el espíritu que adoptaron los evangelistas, de modo que reciba las palabras del Espíritu allí contenidas. No es ciertamente intención nuestra hacer más ardua la tarea del lector; al contrario, le estamos  proporcionando la clave de lectura del misterio del Evangelio. Si el  lector obedece al Espíritu del Evangelio, si se compromete a consentirlo y somete su propia mente a la verdad, entonces es la verdad misma la que se transfigurará ante él, haciéndose igual a la contemplada por el evangelista. Entonces infundirá al lector el soplo del Espíritu del Evangelio y su flujo inefable, que le trasladarán con la mente y con el corazón directamente de la palabra al cara a cara con la persona de Jesucristo.

De esta manera se realiza el milagro del Evangelio: «Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Aquí queda transfigurada la historia y Cristo se manifiesta como Dios por el testimonio del Espíritu en nuestros corazones (Matta El Meskin, Comunione nell'amore, Magnano 1999, pp. 85ss).

 

 

Miércoles de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 9,6-15

En aquel tiempo,

6 todos los nobles de Siquén y los de Bet Miló se reunieron y proclamaron rey a Abimélec junto al terebinto que hay en Siquén.

7 Informado de esto, Yotán subió a la cumbre del monte Garizín y desde allí gritó: ¡Oídme, nobles de Siquén, y que Dios os escuche!

8 Una vez, los árboles quisieron elegirse un rey. Dijeron al olivo: «Sé nuestro rey».

9 Pero el olivo les respondió: «¿Voy a renunciar yo al aceite con el cual se honra a Dios y a los hombres para ir a balancearme sobre los árboles?».

10 Entonces dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros».

11 Pero la higuera respondió: «¿Voy a renunciar yo a la dulzura de mi fruto para ir a balancearme sobre los árboles?».

12 Entonces dijeron a la vid: «Ven tú y reina sobre nosotros».

13 Pero la vid respondió: «¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para ir a balancearme sobre los árboles?».

14 Entonces dijeron a la zarza: «Ven tú y reina sobre nosotros».

15 Y la zarza les respondió: «Si de verdad queréis que sea vuestro rey, venid y cobijaos bajo mi sombra; y, si no, que salga fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano».

 

**• El deseo de seguridad y de un guía fuerte impulsa a los israelitas a pedir a Gedeón que se convierta en rey (8,22). La respuesta de Gedeón remite a los israelitas a la verdad de su ser como pueblo cuyo único rey es Dios (8,23), pero, a pesar de ello, la presión psicológica ejercida por las poblaciones presentes impulsa a Israel a querer un rey. De ahí surge una dolorosa experiencia: Abimélec, hijo de Gedeón, nacido de una mujer cananea, se hace proclamar rey después de haber matado, «sobre una misma piedra» (9,5), a sus hermanos. Sólo se salvó el hijo pequeño, Yotán, «porque se había escondido». El pasaje que nos propone hoy la liturgia recoge el discurso dirigido por este último a los señores de Siquén.

Yotán intenta convencerles de la inutilidad -más aún, de la peligrosidad- de un rey. Para ello echa mano de una fábula tomada de la sabiduría popular. La negativa del olivo, de la higuera y de la vid y la aceptación de la zarza pretenden demostrar la peligrosidad del tirano y la ruina a la que conduce su dominio. Pero nadie le escuchó. La realeza de Abimélec resultará destructora para la gente de Siquén y será ruinosa para el mismo Abimélec, muerto por la mano de una mujer y por la espada de un joven. La narración recuerda el señorío de Dios, en el que sólo el pueblo goza de plena dignidad y ve atendidos sus propios deseos de paz y de libertad.

 

Evangelio: Mateo 20,1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña.

2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña.

3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo

4 y les dijo: «Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo».

5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo.

6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: «¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?».

7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a la viña».

8 Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros».

9 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno.

10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más, pero también ellos cobraron un denario cada uno.

11 Al recibirlo, se quejaban del dueño,

12 diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor».

13 Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario?

14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti,

15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

16 Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 

**• El marco de referencia de la parábola es la misión de Jesús siguiendo el mandato recibido del Padre (cf. Jn 3,15-17). Él, como peregrino, está realizando su «santo viaje» (Sal 84,6) hacia Jerusalén, donde tendrá lugar «su hora». El Maestro, con fino arte pedagógico, partiendo de una experiencia que está a la vista de todos, quiere revelar una vez más el verdadero rostro de Dios, rico en misericordia y bondad. La experiencia es la del dueño que se acerca al lugar de reunión de los pobres que esperan que alguien en busca de obreros los contrate para su viña. En función de la necesidad, llama en diferentes horas, desde muy de mañana hasta media tarde. Ya había convenido con los primeros el salario de la jornada, pero a los últimos les paga lo mismo. Y este comportamiento del dueño suscita una reacción de queja (v. 12): ese comportamiento no es aceptable, es injusto.

El diálogo pone de manifiesto el verdadero problema: en el fondo, no es la cuestión del salario lo que irrita a los obreros que se quejan, sino el verse equiparados a los últimos. Se quejan, por envidia, de la «bondad» del dueño. Ése es el verdadero objeto del conflicto. La parábola cuenta la experiencia de Jesús, que acoge y llama a los pecadores, a los publícanos, a las prostitutas, a los que andan por las calles y las plazas: todos ellos están invitados a entrar en el Reino de Dios, como los fariseos y los maestros de la Ley. Pero éstos, los primeros que fueron contratados para trabajar en la viña, no se quedan; se sienten superiores, se quejan, se niegan por envidia y por celos. Es el misterio del corazón endurecido. Son como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo o de la misericordia (Lc 15,25-32), que no comprende a su padre y no acepta que perdone al hermano tránsfuga y dilapidador. Jesús prosigue mostrando con esta parábola la acción amorosa y salvífica de Dios. Presenta el nuevo mensaje formativo para los suyos.

No olvidemos que Jesús está en camino hacia Jerusalén. Quiere preparar a sus discípulos para entrar en la visión del Padre y para que hagan suya la lógica del amor universal. Inmediatamente después de esta parábola (Mt 20,17-19), Mateo coloca el tercer anuncio de la pasión. Jerusalén, en efecto, va a ser el lugar de la plena manifestación del amor de Dios, el lugar donde el ágape divino, destruyendo todo muro de división, se convierte en el principio vital de una nueva solidaridad entre todos, a la manera de la Trinidad. Ya no hay primeros ni últimos, sino que todos son hijos y obreros corresponsables en la viña del Señor, la humanidad.

 

MEDITATIO

«...en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21). La primera lectura es una palabra de verdad a la luz del amor clarividente. Nos conduce a dialogar como hijos con el Padre que ha salido a nuestro encuentro para decidir de nuevo con él: «¿Quién es nuestro rey?». La respuesta no puede recorrer con el pensamiento la doctrina aprendida en los bancos de la escuela o en la universidad. La respuesta es vivir bajo el señorío de Dios en la peregrinación cotidiana. Es un salto de fe renovado y confiado. La tentación de buscar a una persona fuerte que dé seguridad o de elaborar proyectos nuestros a los que «obedecer» está siempre al alcance de la mano, y hoy de un modo agudo, apremiante y solapado.

El Padre se muestra celoso de nuestra libertad. Quiere que sea una conquista nuestra a través de una opción de comunión con él y con los hermanos. «El Señor reinará sobre vosotros» (Jue 8,23). «Yo, Abimélec, reinaré sobre vosotros» (cf. Jue 9,1-6). Ésta es la opción existencial. Es doloroso constatar a dónde llevan el orgullo, el poder y la violencia que se refugia en el corazón. La «zarza» proclamada rey ha ahogado toda la vida. «¡Mató incluso a sus hermanos!». ¡Inhumano! ¿Qué sociedad puede hacer de semejante rey, de un líder cegado por el poder o -lo que es más- dependiente de su propia necesidad de afirmación? ¿Por qué no se escucha la voz de quien, iluminado por su Señor, como Yotán, el hermano menor escapado del exterminio, ve con amplitud de miras y teniendo en cuenta en su corazón el bien de su propia gente?

 

ORATIO

Señor, he comprendido la belleza de la oración que has puesto en nuestro corazón: Padre, venga a nosotros tu Reino. Es un Reino de justicia, de amor y de paz, de verdad y de vida; es la humanidad transformada por el amor en familia de Dios. He comprendido, Señor, la belleza de la basílica de San Pedro: es la casa donde tú reúnes a todos los pueblos, el templo de la unidad y de la comunión, el lugar de oración y de encuentro contigo, donde cada uno, unido a tu Madre, canta las obras admirables del Padre en su propia lengua y todos, juntos, manifiestan la belleza del Evangelio del amor. El camino, Señor de la esperanza, es largo, fatigoso, erizado de obstáculos nuevos y oscuros. En primer lugar dentro de nosotros mismos. Parece más lógico y democrático escoger un rey, con el deseo inconsciente de poder condicionarlo a nuestros propios fines. Tú, Señor de la vida, sana esta necedad nuestra, individual y colectiva. Que tu amor no se dé por vencido, a pesar de la dureza de nuestros corazones. Continúa llamando a cada uno por su nombre, a cualquier hora. Que no haya discriminaciones dentro de nuestro ánimo, sino que todos tengan sitio, como obreros de tu viña e hijos del Padre que está en los cielos. La lógica de tu amor fascina. Que esté en ti el estilo y la respiración de nuestro «santo viaje» hacia la plenitud de la vida y de la historia.

 

CONTEMPLATIO

Desde todos los ángulos resulta evidente que la parábola del dueño de la viña y los obreros va dirigida tanto a los que desde la primera edad se dan a la virtud como a los que se dan en edad avanzada e incluso más tarde.

A los primeros, para que no se ensoberbezcan ni insulten a los que vienen a la undécima hora; a los últimos, para que sepan que pueden recuperarlo todo en breve tiempo. Puesto que, en efecto, el Señor había hablado antes de fervor y de celo, de renuncia a las riquezas, de desprecio a todo lo que se posee -lo cual requiere un gran esfuerzo y un ardor juvenil- para encender en los que le escuchaban la llama del amor y dar tono a su voluntad, demuestra ahora que también los que han llegado tarde pueden recibir la recompensa de toda la jornada.

Ahora bien, no lo dice de una manera explícita por temor a que éstos se ensoberbezcan y se muestren negligentes y descuidados; muestra, en cambio, que todo es obra de su bondad y que, gracias a ella, no serán olvidados, sino que recibirán también bienes inefables. Esta es la finalidad principal que se propone Cristo en la presente parábola (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo, 64,3ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente» (Ef 1,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El «espíritu de sabiduría y de revelación» que nos permite conocer plenamente al Padre de la gloria se nos da en Cristo mediante el sello del Espíritu Santo. Nosotros podemos ver ahora todas las cosas en Jesús no en virtud de una particular luz intelectual  (esto será el don del entendimiento), sino por connaturalidad, por instinto divino -como diría santo Tomás-, desde el momento en que estamos en Jesús, que se encuentra en el centro del misterio de la salvación, y estamos en Dios, que se encuentra en el origen, en lo alto. El conocimiento por connaturalizad ha sido comparado a menudo, en la tradición patrística y espiritual, al gusto. Noto que un alimento está dulce o salado no por un razonamiento, ni siquiera por el análisis químico de los componentes de la sal o del azúcar; lo noto por una sintonía connatural entre la sal, el azúcar y mis papilas gustativas. De modo análogo sucede con el don de la sabiduría: noto que un hecho, una acción, un comportamiento, un pensamiento, concuerda con el plan de Dios porque estoy en Jesús, que se encuentra en el centro de ese plan, porque amo al Padre, que es el autor de ese designio.

En consecuencia, la sabiduría está ligada más bien a la caridad que a la fe; la sabiduría es el refluir de un grandísimo amor al Padre y a Jesús que se convierte en gusto del misterio de Dios. Pablo, en la carta a los Efesios (1,16c), pide esa sabiduría precisamente para los suyos y para nosotros (C. M. Martini, Uomin¡ e donne dello Spirito, Cásale Monf. 1998, pp. 69ss [edición española: Hombres y mujeres del Espíritu: meditaciones sobre los dones del Espíritu Santo, Sal Terrae, Santander 1998]).

 

 

 

Jueves de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jueces 11,29-32.33b-39a

En aquellos días,

29 el espíritu del Señor se apoderó de Jefté,  que recorrió Galaad y Manases, llegó a Mispá de Galaad y desde allí pasó al territorio de Amón. 30 Jefté hizo el siguiente voto al Señor: -Si entregas en mi poder a los amonitas,

31 el primero que salga por la puerta de mi casa para venir a mi encuentro,  cuando regrese vencedor, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.

32 Jefté marchó a la guerra contra los amonitas, y el Señor los entregó en su poder.

33 Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron humillados ante los israelitas.

34 Cuando Jefté regresaba a su casa de Mispá, salió a su encuentro su hija danzando y tocando el pandero. Era hija única, pues Jefté no tenía más hijos.

35 Al verla, rasgó sus vestidos y gritó: -¡Ah, hija mía, me has destrozado; tú eres la causa de mi desgracia, porque me he comprometido ante el Señor y no puedo desdecirme!

36 Ella le dijo: -Si te has comprometido ante el Señor, padre mío, cumple tu promesa respecto a mí, ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los amonitas.

37 Y añadió: -Concédeme esta gracia: déjame libre dos meses; durante ellos recorreré los montes con mis compañeras, llorando por tener que morir sin hijos. Él le dijo: -Vete.

38 Y la dejó libre durante dos meses. Ella y sus compañeras recorrieron los montes llorando, porque iba a morir sin hijos.

39 Pasados los dos meses, volvió a su casa, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.

 

**• La lectura de hoy suscita en nosotros sentimientos  de incomodidad y de desconcierto frente a la decisión irreflexiva de Jefté. Una vez más, nos encontramos sumergidos en la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios y en el sufrimiento que sigue a su pecado: «Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidón, Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces, el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas. Éstos afligieron y oprimieron durante dieciocho años a todos los israelitas» (Jue 10,6-8). Desde lo hondo del dolor del pueblo se levanta la plegaria de invocación al Señor unida al reconocimiento de su propio pecado y a las acciones de liberación de los falsos dioses (cf. 10,15ss).

La elección de un liberador por parte de Dios recae en Jefté, hijo de una prostituta, convertido en jefe de un grupo de aventureros con los que llevaba a cabo sus correrías, tras haber sido desheredado y expulsado de la casa de los suyos. A él se dirigen los ancianos de Galaad para combatir contra los amonitas. La narración señala que «el espíritu del Señor se apoderó de Jefté» (11,29) y los amonitas fueron humillados ante los israelitas (v. 33).

El voto de Jefté de sacrificar una vida humana nos desconcierta, aunque se puede explicar por la contaminación de los usos del tiempo; es algo que contrasta con la prohibición de los sacrificios humanos según la ley del Señor. Todo esto muestra el largo camino que deberá recorrer el pueblo todavía para liberarse de ciertos tipos de religiosidad peligrosos y equívocos, que no respetan a la persona humana ni la relación con Dios nacida de la alianza del Sinaí. El verdadero culto que Dios acepta, tal como celebra la comunidad en el salmo responsorial, es la obediencia a la Palabra: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio; entonces yo digo: 'Aquí estoy"... Y llevo tu ley en las entrañas» (Sal 40,7.9).

 

Evangelio: Mateo 22,1-14

En aquel tiempo,

1 Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:

2 -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo.

3 Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir.

4 De nuevo envió otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda».

5 Pero ellos no hicieron caso, y unos se fueron a su campo y otros a su negocio.

6 Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron.

7 El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad.

8 Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos.

9 Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis».

10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y la sala se llenó de invitados.

11 Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda.

12 Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado.

13 Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes».

14 Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.

 

*» El fragmento de hoy forma parte de una nueva sección del evangelio de Mateo, la última antes de los acontecimientos de la pasión (Mt 21,1-25,46). Jesús está en el templo. Se dirige a los judíos, que, de una manera malévola, le han preguntado con qué autoridad enseña y realiza sus obras. Les dirige tres parábolas muy fuertes: la parábola de los dos hijos (21,28-32), la de los viñadores homicidas (21,33-46) y, por último, la del banquete de bodas (22,1-14). Esta última es la que hemos escuchado en el evangelio proclamado hoy. Las imágenes a las que hace referencia Jesús son bien conocidas de todo buen israelita: las bodas y el banquete, es decir, las imágenes con las que se describe el Reino anunciado por los profetas, unas imágenes que preludian la comunión gozosa y definitiva de Dios con su pueblo {cf. 25,1-12).

A diferencia de la versión de Lucas (14,16-24), en la de Mateo no se trata ya de una invitación a una «gran cena» (Lc 14,16), sino al banquete organizado por el rey para celebrar las bodas de su propio hijo. Esto hace más grave e injustificada la negativa por parte de los invitados, que rechazan el plan de Dios. El Antiguo Testamento había prometido la unión nupcial entre Dios y su pueblo {cf., por ejemplo, Jr 2,2; 31,3; Ez 16,1-43.59-63); el nombre de «Esposo» es uno de los títulos que Dios se da a sí mismo (Is 54,5). La parábola referida por Mateo presenta a Jesús como el Esposo prometido {cf. 9,15) y pone el acento en la gravedad del comportamiento de los invitados. Las motivaciones del rechazo son mezquinas: mi trabajo es más importante que el banquete. A algunos les fastidia hasta tal punto el banquete que llegan a insultar e incluso matar a los siervos que les llevan la invitación. La indignación del rey y su intervención de castigo no detiene su amor por su hijo. La invitación al banquete de bodas del hijo se dirige ahora a invitados insospechados. Jesús pretende revelar que la salvación, rechazada por su pueblo, se ofrece ahora a los paganos. Este discurso les resulta duro a los judíos, que ni le aceptan a él ni aceptan tampoco su enseñanza ni el universalismo de su invitación a formar parte del Reino.

Mateo llama la atención de la comunidad cristiana sobre un aspecto decisivo: la invitación, la llamada, es gratuita, pero es también exigente. Describe este aspecto mostrando al rey que honra a sus invitados saludando a cada uno y agradeciéndole la asistencia, como es costumbre. Pero uno de los invitados no se ha puesto el traje de boda (w. 11-14). La intervención del rey también aquí se muestra severa. Mateo pretende dar a entender que, para entrar en el mundo nuevo y ser discípulo de Cristo, no basta con recibir la invitación externamente; es preciso revestirse por dentro del traje que expresa la novedad de vida: creer, ser fieles, escuchar la voluntad divina y ponerla en práctica, vigilar, realizar obras de justicia. Eso es lo que recuerda el canto al evangelio {cf 19,7-9), óptima clave de lectura del texto de Mateo para nosotros.

 

MEDITATIO

El drama personal de Jefté, a causa de un voto inaudito contrario a la ley de Dios, agita a nuestro personaje, padre victorioso, y destruye -junto con la felicidad de la única hija- toda esperanza. El relato es un acontecimiento de revelación: muestra a dónde puede llevar el contagio con usos y costumbres que son contrarios a la dignidad de la persona. Por otra parte, conduce a purificar la idea que nos hacemos de Dios, a liberarla de visiones toscas y mortificantes, a sanar la relación con él: el verdadero sacrificio grato a Dios, que es amor, es la escucha, dejarse educar por él, seguirle, creer, amar al prójimo.

Nuestra fuerza es la fidelidad de Dios, que cuida de su pueblo, generación tras generación, y nos implica a todos nosotros como colaboradores de su obra de salvación. La persona -sea quien sea- no es nunca un precio que debamos pagar para garantizarnos la consecución de un objetivo. Hay itinerarios que constituyen un compromiso constante, personal y comunitario, bajo la acción del Espíritu. Sin embargo, hay que pasar siempre por una «puerta estrecha»: perder nuestra propia vida por Cristo y el Evangelio (cf. Le 9,24), a fin de reencontrarnos a nosotros mismos en la verdad de la «imagen y semejanza» de Dios. El silencio contemplativo y acogedor del misterio de Dios es su espacio. ¿Por qué tiene el hombre miedo de acoger' la vida que se nos ofrece en el Hijo? Es la pregunta que surge al considerar, a la luz del fragmento evangélico que hemos leído, a la humanidad de hoy. Precisamente por esto, al ponernos el traje nupcial -el vestido de oro de Cristo resucitado, símbolo de novedad de vida-, se nos invita a salir a lo largo de las encrucijadas de los caminos, a los transportes públicos, a los lugares de reunión lúdica y allí donde se está apagando el hombre en su dignidad, para llamar. El evangelio de hoy no nos habilita para realizar una lectura introspectiva. Nos invita a entregarnos a nosotros mismos y a abrir caminos valientes para anunciar por todas partes el misterio pascual - a saber: al Esposo muerto y resucitado- a todas las generaciones, a fin de celebrar la vida con ellas. Sin memoria no hay ni un presente fecundo ni un futuro de esperanza.

 

ORATIO

El misterio del rechazo y la tenacidad del amor. Hasta el castigo, Señor de la vida y de la luz, nace de tu amor, que quiere abrir con cada uno -persona o pueblo el camino hacia la casa del Padre. Tú, Señor, nos guardas como el águila que protege a su nidada, nos enseñas a volar hacia lo alto para darnos la posibilidad de ver todo con ojos que la obra del Espíritu ha hecho penetrantes, nos atraes a ti con vínculos de amor, nos revelas quiénes somos y cuáles son los verdaderos destinos del mundo. Y, a pesar de todo esto, nuestros bienes, nuestros asuntos, nuestros pensamientos, nuestras verdades, las llamadas del consumismo y del hedonismo, nos resultan tan atrayentes que te damos la espalda. Es la ceguera de un Jefté que, aun con las mejores intenciones, sacrifica vidas humanas. Es la dureza del corazón modelado en el horno de los egoísmos colectivos. Es la luz fría que contamina las relaciones entre los hombres y con el orden creado.

Quisiera asir algo del secreto de tu amor, apoderarme de él y poder traducir yo también los gemidos del hombre en mi entrega por ellos, en el amor que se consuma al comunicar vida y esperanza.

 

CONTEMPLATIO

«Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda. Le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». Él se quedó callado"» (Mt 22,1 lss). Los invitados a la boda, recogidos de los setos y las esquinas, de las plazas y de los lugares más diversos, habían llenado la sala del banquete real. Pero después, cuando llegó el rey para ver a los comensales reunidos en torno a su mesa, es decir, pacificados en cierto modo en su fe (del mismo modo que en el día del juicio habrá que ver a los convidados para distinguir los méritos de cada uno), encontró a uno que no llevaba el traje de boda. En este uno están incluidos todos los que son solidarios en la realización del mal. El traje de boda son los preceptos del Señor y las obras que se realizan según el espíritu de la ley y del Evangelio. Éstos son el traje del hombre nuevo. Si uno que lleva el nombre de cristiano es encontrado en el momento del juicio sin el traje de boda -es decir, el traje del hombre celestial- y lleva, en cambio, el traje manchado -o sea, el traje del hombre viejo-, será recogido de inmediato y se le dirá: «Amigo, ¿cómo has entrado?».

Le llama «amigo» porque es uno de los invitados a la boda, y reprende su descaro porque con su traje inmundo ha contaminado la pureza de la boda. «Él se quedó callado», dice Jesús. En aquel momento, en efecto, ya no será posible arrepentirse, ni será posible negar la culpa, puesto que los ángeles y el mismo mundo serán testigos de nuestro pecado. «Entonces el rey dijo a los servidores: "Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes"» (Mt 22,13). El ser atado de pies y manos, el llanto, el rechinar de dientes, están para demostrar la verdad de la resurrección. O bien, se le ata las manos y los pies para que desista de obrar el mal y de correr a derramar sangre. En el llanto y el rechinar de dientes se manifiesta, de una manera metafórica, la gravedad de los tormentos (Jerónimo, Commento al vangelo di Matteo III, 22,8-11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los invitados al banquete de boda del Cordero » (Ap 19,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué es una fiesta, sino la superabundancia de la belleza, la existencia convertida en algo semejante a un juego, liberada de la utilidad, de la gravedad, el intercambio de la amistad, una vida tan intensa que hace olvidar la misma muerte? La fiesta es espontaneidad y fraternidad, la magna celebración que nos une con lo ilimitado.

En el Occidente moderno, las virtudes de la seriedad, del ahorro, del trabajo, de «la voluntad en voluntad», han apagado las luces de la fiesta, han invertido en poder tecnológico lo que Georges Bataille llamaba la «parte maldita» de toda civilización, pero que también podríamos llamar la «parte sagrada». El hombre, definido por su racionalidad y por su poder, ha permitido que sus facultades de celebración se atrofiaran. No cabe duda de que existe un punto de encuentro ideal entre el ocaso de la fiesta y la ausencia de Dios en una cotidianidad que se ha vuelto unidimensional. En realidad, si Cristo no ha resucitado, la muerte tendrá siempre la última palabra, y los días que sigan a las fiestas serán siempre días de ceniza y de soledad. Ahora bien, si Cristo ha resucitado, la Pascua es en verdad «la fiesta de las fiestas», cada eucaristía es «la fiesta de las fiestas», y a través de la lucha cotidiana, a través del mismo martirio, podremos encontrarnos en este estado de fiesta.

El vínculo entre la fiesta de la Iglesia y la contemplación es muy estrecho: la fiesta proporciona a cada uno una primera experiencia del Dios vivo, abre los ojos del corazón a su presencia y nos hace capaces de descubrir por un instante el icono del rostro, la llama de las cosas. La fiesta nos revela a cada ser y a cada cosa como un milagro, y ésa es la razón por la que, en torno al hombre santificado, también el mundo se pone de fiesta, recobrando en el milagro su propia transparencia original (O. Clément, Riflessioni sull'uomo, Milán 1973, pp. 168-170 [edición española: Soore el hombre, Ediciones Encuentro, Madrid 1983]).

 

 

Viernes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Rut 1,1.3-8a.14b-16.22

1 Una vez, en tiempo de los jueces, hubo hambre en Palestina, y un hombre de Belén de Judá emigró al país de Moab con su mujer y sus dos hijos.

3 Murió Elimélec, marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos,

4 que se casaron con dos moabitas, una llamada Orfá y la otra Rut. Vivieron allí unos diez años,

5 al cabo de los cuales murieron también Majlón y Kilión, quedando sola Noemí, sin hijos y sin marido.

6 Al enterarse de que el Señor había bendecido a su pueblo, proporcionándole alimento, Noemí se dispuso a abandonar Moab en compañía de sus dos nueras.

7 Partió con las dos del lugar en el que residían y emprendieron el regreso hacia el país de Judá.

8 Entonces Noemí les dijo: -Volveos a casa de vuestra madre.

14 Después, Orfá besó a su suegra y regresó a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.

15 Noemí le dijo: -Mira, tu cuñada se vuelve a su pueblo y a su dios; vete tú también con ella.

16 Rut le dijo: -No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, viviré; tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios.

22 Así fue como Noemí regresó de Moab con su nuera Rut. Cuando llegaron a Belén, empezaba la siega de la cebada.

 

*•• El relato del libro de Rut está ambientado en el tiempo de los jueces (v. 1), es decir, en un período en el que el camino del pueblo, nacido de la alianza del Sinaí, conoce graves conflictos en su interior y con las poblaciones de la tierra de Canaán, experimenta las fatigas de la maduración de su propia identidad y carga con las consecuencias de las mezclas religiosas. El contenido de la lectura es la historia de una familia obligada a dejar a su propia gente a causa de una carestía, para buscar refugio y sostén en otra parte. El texto de hoy presenta a Elimélec y Noemí con sus dos hijos, que se casan con dos moabitas, Orfá y Rut. La atención se centra en esta última y en su relación con Noemí después de la muerte del cabeza de familia y de sus dos hijos a continuación. Su prematura desaparición induce a pensar que la descendencia de Elimélec se ha extinguido y que a Noemí no le queda más que el recuerdo de los sueños de futuro.

El relato conduce con delicadeza al lector a seguir los pasos interiores de Rut, las decisiones que la llevan a compartir la fe y la vida de Noemí y de su gente, a descubrir el designio de Dios sobre ella y sobre el pueblo. Rut dará descendencia a la familia de Elimélec, y esta «extranjera» se convertirá en antepasada de David: su hijo Obed se convierte en padre de Jesé, padre de David. Mateo inserta a Rut en la genealogía que conduce a José «el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo » (Mt 1,5.16). Todo nace de una decisión tomada en

un clima de respeto y de amor entre dos criaturas, Rut y Noemí, como signo del resto de Israel fiel a su Señor; se trata de la decisión de Rut de abandonar a su propia gente para ir a donde la lleva el Señor: «Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios» (v. 16).

Rut es una de las figuras bíblicas que causan asombro no sólo por la dignidad de su persona y por su amor atento respecto a Noemí, sino también porque revela el amor universal de Dios, que implica a cada persona en la realización de su designio de amor. El Señor ha puesto su mirada en ella, en una extranjera. Se trata de un acto educativo destinado a ir abriendo poco a poco los horizontes de su pueblo a todas las gentes. Todos son hijos suyos.

 

Evangelio: Mateo 22,34-40

En aquel tiempo,

34 cuando los fariseos oyeron que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron,

35 y uno de ellos, experto en la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 -Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

37 Jesús le contestó: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.

38 Éste es el primer mandamiento y el más importante.

39 El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo.

 40 En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas.

 

*+• Jesús se encuentra todavía en el templo. La confrontación con los fariseos se vuelve cada vez más áspera. El contexto del evangelio de hoy está marcado por la voluntad de los fariseos de tender una trampa más a Jesús para obligarle a tomar posición frente a un tema religioso, como ya intentaron hacer con la cuestión del tributo al César (Mt 22,15-22) y, posteriormente, los saduceos con el problema de la resurrección de los muertos (w. 23-33).

Señala Mateo que los fariseos se habían reunido para decidir el argumento; el que interviene es, por consiguiente, su portavoz (w. 34ss). El objeto de la pregunta está tomado de un debate que estaba de actualidad en las escuelas rabínicas: ¿cuál es, entre todos, el primero de los mandamientos? Quieren conocer la opinión del nuevo maestro sobre cuál es el principio que inspira la ley. Nada más simple y correcto, a primera vista. La respuesta de Jesús está montada sobre dos citas: una tomada del Deuteronomio (6,5) y otra del Levítico (19,18). Esos dos textos constituían el corazón de la espiritualidad del pueblo de Israel. El primero, el mandamiento del amor total a Dios, estaba escrito en las jambas de las puertas, bordado en las mangas, y era recitado por la mañana y por la noche, para que estuviera siempre presente en el ánimo del creyente, como celebración continua de la alianza. El auditorio no podía dejar de estar de acuerdo.

La novedad que aporta Jesús se encuentra en los versículos 39 y 40. Se trata del vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo, a los que declara inseparables y de igual importancia. Por otra parte, está la relación del mandamiento del amor con toda la revelación bíblica de la voluntad de Dios con su pueblo; los dos mandamientos constituyen el punto de apoyo, el centro de donde brota todo lo demás, el que ilumina, purifica y transforma todo.

Una ley tiene valor si está penetrada por el amor. Las buenas obras tienen valor en la medida en que son obras de amor a Dios y al prójimo. Eso es lo que proclamaban los profetas cuando llamaban a la conversión del corazón. Jesús lo puede afirmar porque «conoce al Padre» {cf. Jn 7,29). Él no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento; por consiguiente, es su intérprete autorizado y el realizador de la ley de vida expresada en la voluntad del Padre (cf. Mt 5,17.20; 7,29). Lo mostrará en su entrega en la cruz. El conflicto se convierte, una vez más, en lugar de revelación y en acontecimiento formativo para los suyos.

 

MEDITATIO

El relato de Rut remite al Dios de Israel, que viene al encuentro de su pueblo. La iniciativa es suya y es gratuita, a fin de que la respuesta a la que invita sea una reciprocidad de amor en la libertad de la entrega. La vida de Rut se va construyendo a lo largo del camino de toda su existencia, a través de los acontecimientos normales de la vida diaria: en su decisión de formar una familia, en los sufrimientos de la pérdida de sus seres queridos, en su decisión de convertirse a su vez -como ya había sucedido con Noemí- en emigrante en tierra extranjera. Conoce el sufrimiento por la falta de un hijo y por la muerte prematura de su marido.

Dios está presente en su historia y obra en ella como lo hace en el pueblo y en los pueblos. Noemí, con su testimonio, se vuelve para Rut mediación de una llamada del Señor para que abandone sus propias tradiciones, su propia cultura, su propia gente, sus propios dioses, y se abra a una nueva vida desconocida para ella, pero que forma parte de un designio de amor de inmensos confines. Rut irá conociendo en su camino nuevas alegrías y nuevos dolores, la incomprensión, los conflictos, las incertidumbres y el sufrimiento íntimo de un pueblo que se ha convertido en el suyo. Rut cree, responde y va, es decir, sigue al Dios de la alianza, a quien ahora pertenece por haberse entregado a él. El Señor la ha elegido, del mismo modo que ha elegido a otras mujeres de Israel y a mujeres de otros pueblos para preparar la generación de la que habría de nacer el Mesías. Rut tendrá un hijo, testimonio de que Dios provee a su pueblo, porque lo ama. La respuesta de Jesús, narrada en la perícopa evangélica de Mateo, revela el mecanismo profundo del ser del hombre que le impulsa hacia Dios y hacia los hermanos. El hecho de haber unido de modo indisoluble los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo significa que la raíz del hombre es el amor, porque Dios es amor. Significa que la totalidad del compromiso con Dios se convierte en amor sin reservas al prójimo. Significa, sobre todo, que el modelo de nuestra relación con los otros es el obrar del Dios-amor con el hombre. No se trata de una imitación moral, sino de la tensión de nuestro ser partícipes de la vida de Dios.

 

ORATIO

Hay una belleza que salvará al mundo: es la tuya, el más bello de los hijos del hombre, y es la de María, tu Madre y nuestra Madre. Al contemplar tu misterio, que hoy se ha hecho manifiesto en la vida y en la experiencia de Rut, brota la oración de nuestro corazón: es el Padrenuestro, la súplica que nos revela el camino para la belleza de la humanidad y de cada rostro.

Te pedimos vivirlo, no repetirlo como fórmula de rezo. Te pedimos que descubramos, al vibrar con las notas que lo componen, la belleza del grano de trigo que, al pudrirse, florece y madura en pan de vida. Pudrirse no es morir; es amarte a ti sobre todas las cosas y es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, o sea, es vivir, oh Cordero de Dios, corazón del mundo, en nuestras propias carnes de hijos con tu pasión por el hombre, convertido, gracias a tu sangre redentora, en mi hermano.

He aquí las notas del cántico que la vida, al consumarse, eleva: venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, que todo hombre tenga su pan de cada día, venza al Maligno, encuentre la felicidad y desemboque en la belleza de su ser de hombre y de mujer, en la armonía con la creación. Eso es lo que te pido. Eso es lo que te pedimos.

 

CONTEMPLATIO

Preguntaos bien, hermanos míos; destruid vuestros graneros interiores. Abrid los ojos, considerad vuestro capital de amor y aumentad el que hayáis descubierto. Velad este tesoro, a fin de ser ricos en vosotros mismos. Se considera caros los bienes que tienen un gran precio, y no por casualidad. Observad bien esta expresión: esto es más caro que aquello. ¿Qué significa «es más caro»? ¿No es acaso: es de un precio mayor? Si se dice que es más caro todo lo que tiene un precio mayor, ¿qué habrá más caro que el amor, hermanos míos? ¿Cuál es, a vuestro modo de ver, su precio? ¿Cómo pagarlo? El precio del trigo es tu moneda; el precio de una tierra es tu dinero; el precio de una piedra es tu oro; el precio de tu amor eres tú. Si quieres comprar un campo, una piedra, una bestia de carga, para pagar buscas una tierra, miras a tu alrededor. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, no encuentres más que a ti mismo.

¿Qué temes al darte? ¿Perderte? Pues es al contrario: dándote es como no te pierdes. El amor se expresa en la Sabiduría, y apacigua con una palabra el desorden en el que te echaban estas otras: «Date tú mismo». Pues si un hombre quisiera venderte un campo, te diría: Dame tu oro; o si se tratara de otro objeto: Dame tu moneda, dame tu dinero. Escucha lo que te dice el amor por boca de la Sabiduría: Hijo mío, dame tu corazón (Pr 23,26). Hijo mío, dame, dice ella. ¿Qué? Tu corazón. Él estaba mal cuando estaba en ti, cuando era tuyo; eras presa de futilidades, de pasiones impuras y funestas. Quítalo de ahí.

¿Dónde llevarlo? ¿Dónde ofrecerlo? Dame tu corazón. Que sea para mí, y no lo perderás. Mira: ¿ha querido dejar algo en ti que puede hacerte aún caro a ti mismo? Amarás al Señor, tu Dios, dice, con todo tu coraz/m, con toda tu alma y con todo tu pensamiento (Mt 22,37) (Agustín de Hipona, «Sermón 34», 7, en A. Hamman y olios, El misterio de la Pascua, Desclée De Brouwer, Bilbao 1998, pp. 297-298).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Toda la ley encuentra su plenitud en el amor» (cf. Gal 5,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer mandamiento encierra todos los demás, incluido el segundo, porque quien ama a Dios ama necesariamente a los hombres por obediencia al Señor, por imitación del Señor y porque el Señor los ama; la obediencia, la imitación, el amor a lo que el Señor ama, forman parte del amor por necesidad, cuando el amor se dirige a Dios, el único perfecto; a Dios, a quien sólo se puede amar con un amor perfecto, puesto que el amor no puede desarrollarse de una manera plena, perfecta, más que en Dios. Sin embargo, el Señor hizo una mención particular del segundo. ¿Por qué? Precisamente porque, al estar contenido por necesidad en el primero, le está tan íntimamente unido que constituye su rasgo visible, su signo exterior. El amor a Dios se reconoce poco desde fuera; es fácil hacerse ilusiones sobre él, creer poseerlo y no tenerlo.

Consideremos el amor que tenemos al prójimo y reconoceremos si tenemos amor a Dios, puesto que son inseparables y crecen y decrecen ¡untos en la misma medida. El amor que tenemos al prójimo se conoce sin dificultades; lo constatamos cada día por los pensamientos, por las palabras, por los hechos que hacemos y por los que omitimos; es fácil saber si hacemos por el prójimo lo que quisiéramos que hicieran por nosotros, si lo amamos como a nosotros mismos, si vemos en él al Señor, si lo tratamos con todo el amor, la ternura, la compasión, el respeto y el deseo de bien que debemos a los miembros de Jesús (Ch. de Foucauld, Meditazioni sui passi evangelio relativi a Dio solo: fede, speranza, carita, Roma 1973, pp. 376-378).

 

 

Sábado de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17

2,1 Tenía Noemí, por parte de su marido, Elimélec, un pariente muy rico llamado Booz.

2 Un día, Rut, la moabita, dijo a su suegra: -Déjame ir a espigar al campo de aquel que me lo permita. Ella le respondió: -Vete, hija mía.

3 Fue Rut a espigar a un campo detrás de los segadores y, casualmente, vino a caer en una finca de Booz, de la familia de Elimélec.

8 Booz dijo a Rut: -Escucha, hija mía: no vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí. Sigue detrás de mis criados.

9 Fíjate en qué campo están segando y ve detrás de ellos. Mandaré a mis criados que no te molesten. Y cuando tengas sed, vas y bebes de sus mismos cántaros.

10 Rut se postró en tierra y le dijo: -¿Por qué te has fijado en mí interesándote por una extranjera?

11 Booz le respondió: -Me han contado cómo te has portado con tu suegra después de la muerte de tu marido y que has dejado a tus padres y a tu patria para venir a un pueblo desconocido para ti.

4,13 Booz se casó con Rut; se unió a ella y el Señor hizo que concibiera y tuviera un hijo.

14 Las mujeres decían a Noemí: -Bendito sea el Señor, que ha hecho que no te faltase un heredero para que el nombre del difunto se conserve en Israel.

15 El niño será tu consuelo y amparo en la vejez, pues te lo ha dado tu nuera, que tanto te quiere, y es para ti mejor que siete hijos.

16 Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo.

17 Las vecinas decían: -A Noemí le ha nacido un hijo. Y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

 

*» El texto que acabamos de leer está dotado de una belleza única. No sólo por la historia que une a Rut con Booz, sino porque continúa siendo un acontecimiento revelador del amor de Dios, que no hace acepción de personas y quiere hacer participar a su pueblo de su amor de Padre para todos. La comprensión de esto será lenta y progresiva. El acontecimiento de la inserción de una extranjera, en virtud del matrimonio por levirato, en una familia israelita y, lo que es más, en el linaje de David, traza un camino pedagógico concreto en esta dirección.

Podemos distinguir dos partes en el texto. La primera es el encuentro con Booz, sugerido por la intuición femenina, además de ocasionado por la necesidad (2,1-11). El encuentro está envuelto por la fuerza moral de la moabita, que encuentra gracia a los ojos de Booz en virtud del profundo amor que ha demostrado a Noemí (v. 11). La narración del capítulo 3, donde se manifiesta el sentido de la responsabilidad de Noemí respecto a Rut (3,1), sirve de fondo a lo que la liturgia nos propone  en la segunda parte del texto (4,13-17). Por otro lado, nos ayuda a comprender el desarrollo de los acontecimientos, guiados por la confianza en el Señor, que ilumina los sentimientos e inspira las decisiones; esos acontecimientos conducen al matrimonio de Booz con la moabita, elevada por los ancianos a la altura de Raquel y Lía, progenitoras de la casa de Israel (4,11). En el texto no sólo sobresalen Booz y Rut, cuya descendencia prosigue en el hijo que «el Señor hizo que concibiera»,

sino que destaca también la figura de Noemí, bendecida por su gente. Tanto su vida como la de su nuera constituyen el testimonio de un amor fiel y de la presencia activa de Dios.

El libro de Rut se abría con los acontecimientos dolorosos de una familia obligada a dejar Belén para emigrar a la tierra de Moab; ahora se cierra con un cántico de esperanza y de alabanza al Señor, celebrado en el lugar del retorno, en la contemplación gozosa de lo que el Señor ha llevado a cabo en dos mujeres, las verdaderas protagonistas. No es la pertenencia étnica lo que cuenta ni lo que garantiza la paz, la fecundidad, el futuro; son más bien los sentimientos, las actitudes, las decisiones según el corazón del Dios de los Padres, presente en los pliegues de la historia humana. Eso es lo que hace que el relato de Rut tenga una fuerza impresionante en su suavidad y belleza. Dios ha puesto en ella algo de sí mismo, algo que, en su desarrollo cotidiano y sencillo, manifiesta la vida de Rut.

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2 -En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos.

3 Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen,

4 Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen a las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

5 Todo lo hacen para que les vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto;

6 les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas;

7 que les saluden por la calle y les llamen maestros.

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás.

12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*•• Mateo registra el crecimiento de la oposición del mundo religioso oficial hacia la persona y la enseñanza del Maestro. La liturgia de hoy propone a nuestra escucha la primera parte de la severa reprimenda de Jesús dirigida contra los maestros de la Ley y los fariseos (23,1-12). Reconoce a los maestros de la Ley y a los fariseos su autoridad magisterial (están sentados en la cátedra de Moisés; por eso han de ser escuchados: w. 2ss), pero advierte al auditorio de que no deben seguirles en sus obras. Jesús contesta con vigor, como pastor que ama a su rebaño, y conoce los peligros en los que incurren, su incoherencia y el haber convertido la tarea que les había sido encomendada en un instrumento de búsqueda de sí mismos, de afirmación de su propio yo, de prestigio, por considerarse superiores a los demás. Un dato ejemplar de esto lo constituye la alteración del significado de los mismos signos -las filacterias y los flecos- que hubieran debido recordarles la Palabra del Señor y «todos sus mandamientos para ponerlos en práctica» (cf. Nm 15,38ss; Dt 6,4-9); sin embargo, «todo lo hacen para que les vea la gente» (v. 5).

El discurso es duro. El perfil que traza del maestro de la Ley y del fariseo es demoledor y da razón de las ásperas invectivas que les lanza (w. 13-37). Sobre este fondo, en el que sólo el amor mueve a Jesús, se puede intuir algo de su profundo dolor y de su apesadumbrado lamento por la ciudad de Jerusalén (w. 37-39). Ésta es la imagen con la que Mateo cierra el capítulo.

El peligro que supone un fariseísmo solapado y enmascarado -el de la fractura entre el decir y el poner en práctica- siempre está presente; va ligado a la fragilidad humana y era el peligro que acechaba a las comunidades cristianas, a las que el Espíritu iba agregando nuevos miembros procedentes tanto del mundo pagano como del judío, en tiempos de Mateo. El evangelio de hoy tiene una función purificadora y de maduración de la comunidad cristiana para conducirla a la plena fidelidad a su Señor. La segunda parte del evangelio (w. 8-12) describe algunos rasgos de la misma: todos son hermanos, porque son hijos de un único Padre; todos son discípulos de un solo Maestro, Cristo Jesús. «El señorío de Dios, la filiación divina y la fraternidad son las categorías fundamentales de la comunidad (y del Evangelio): la autoridad está a su servicio, debe revelarlas, defenderlas, hacerlas resaltar, nunca oscurecerlas» (B. Maggioni).

 

MEDITATIO

Dios vela, está presente, obra y continúa preparando el futuro de su pueblo, abriéndolo a su realización final en los acontecimientos humanos. Éste es el mensaje que hemos recibido esta semana. En la narración de la historia de Israel en tiempos de los jueces, en la de Rut y en el «santo viaje» de Jesús hacia Jerusalén con los suyos, el Señor resucitado quiere abrir a la comunidad cristiana, que celebra la salvación, al misterio del obrar del Padre. Como personas y como Iglesia, necesitamos dejarnos penetrar por esta vivísima realidad para confirmar o para recuperar el vigor de nuestra fe. ¿Acaso no es la crisis actual una crisis de fe y de esperanza?

El Padre, en su diálogo amoroso con sus hijos N (cf. DV 21), ilumina su camino colmándolos del don de su Espíritu. A la luz que viene de lo alto, y «manteniéndose con él», éstos comprenden el significado de la vida y de la historia según Dios. La nueva comprensión reconstruye la escala de valores y las relaciones, haciéndolos más verdaderos, creativos y cálidos. Cada creyente, como hijo en el Hijo, tiene una tarea propia como persona llamada por su nombre y como pueblo. El ministerio de la comunidad de los creyentes, esto es, el servicio de la autoridad y de todo el pueblo, es custodiar, celebrar, anunciar y transmitir la iniciativa del amor salvífico del Dios-Trinidad a todas las generaciones, en todo lugar y cultura, para que se encuentren con él y lo acojan. Ésta es su verdadera dignidad, muy alejada de la visión contaminada de la vida como poder y dominio.

El camino: poner en práctica la Palabra o, mejor aún, dejarse «hacer» por la Palabra. Al mismo tiempo, vigilar y orar para no caer en la trampa de un decir –también autorizado- vacío de testimonio personal y, por consiguiente, deslizarse hacia una hipocresía infeliz y enredadora o tejer en la comunidad relaciones exentas de vida y de aliento. Cristo Jesús es el único Maestro. Hemos de escucharle y seguirle hasta entregar la vida como él. Él es el Esposo de la Iglesia esposa y de la humanidad redimida.

Estas realidades llenan de alegría, de luz y de paz y se alimentan de la comunión de vida con Cristo, de la entrega a los hermanos en el amor mutuo, de una luminosa esperanza.

 

ORATIO

En Cristo, tu Hijo y nuestro Salvador, tú, Padre de todos, has vuelto a dar al mundo la esperanza y la vida. Haz que vivamos en el amor de Cristo y como él, que no dudó en hacerse siervo para que nosotros llegáramos a ser libres, hombres y mujeres que realizan la Palabra.

Refuerza en nosotros la fe, la esperanza y la caridad que el Espíritu Santo ha difundido en nuestros corazones. Danos ojos para ver, en el desarrollo de la historia del hombre, tu presencia, que nos llama a cada uno de nosotros para que actuemos en el mundo y transformemos cada desierto en un jardín de vida.

Haznos comprender y vivir según tu Palabra, enséñanos a discernir tu voluntad, libéranos de la autosuficiencia del decir y del querer dominar a los hermanos imponiéndoles cargas y tradiciones que no son tuyos. Guíanos por el camino de la santidad, para que nuestro corazón busque siempre lo que es verdadero, bueno y justo y anuncie, con las palabras y las obras, las maravillas de tu amor. Que en nuestro servicio a los hermanos descubra el mundo tu fidelidad, tu misericordia, lo que esperas, tu perdón y la belleza vivificadora de la comunión contigo, que eres amor. Que te encuentre y te acoja.

 

CONTEMPLATIO

Porque la tradición de sus padres, que ellos fingían observar cumpliendo la Ley, era contraria a la Ley que Moisés había dado, por eso dijo Isaías: «Tus taberneros mezclan vino con agua» (Is 1,22). Con ello dio a entender que los antiguos mezclaban el agua de su tradición con el austero precepto de Dios; es decir, agregaban una ley adulterada contraria a la Ley, como claramente lo manifestó el Señor: «¿Por qué transgredís el precepto de Dios por vuestra tradición?» (Mt 15,3) No sólo, pues, vaciaron la Ley de Dios al transgredirla, mezclando vino con agua, sino que además establecieron una ley contraria, que hasta ahora se llama farisaica. A ésta algunos le añaden, otros le quitan, otros la interpretan como les viene en gana: de modo tan singular la aplican sus maestros. Tratando de reivindicar sus tradiciones, se negaron a sujetarse a la Ley de Dios que les instruía sobre la venida de Cristo (Gal 3,24). Por el contrario, acusaban al Señor de haber curado en sábado, lo cual, como antes hemos expuesto, la Ley no prohibía -puesto que ella misma de algún modo curaba al hacer circuncidar a un hombre en sábado (Jn 7,22-23)-. Ellos, en cambio, no se reprochaban a sí mismos por transgredir el mandamiento de Dios, siguiendo su tradición y su ley farisaica, al no cumplir lo principal de la Ley, o sea, el amor a Dios.

[...] Que nadie se confunda con las palabras del Señor cuando puso en claro que la Ley no viene de otro Dios, cuando afirmó para instruir a la multitud y a los discípulos: «En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos: haced y observad todo cuanto os dijeren, mas no actuéis según sus obras, pues ellos dicen y no hacen. Atan fardos pesados y los cargan sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlos» (Mt 23,2-4). No criticaba la Ley que por medio de Moisés se había promulgado, puesto que les movía a observarla mientras Jerusalén estuviese en pie, pero sí reprendía a aquellos que proclamaban las palabras de la Ley y, sin embargo, no se movían por el amor, y por eso cometían injusticia contra Dios y el prójimo.

Como escribe Isaías, «este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran cuando enseñan doctrinas y preceptos humanos» (Is 29,13). Llama preceptos humanos y no Ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de aquéllos (fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo (Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 12, 1-4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo. Amén. A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor. Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, recapacitando que no puedo visitaros personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64). La Palabra encarnada. Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad.

Y siendo El sobremanera rico (2 Cor 8,9), quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza. Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: Ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados (Mt 26,27). A continuación, oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y sudó gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (Lc 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Y la voluntad de su Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus, huellas [cf. 1 Pe 2,21). Y quiere que todos seamos salvos por Él y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por Él, aunque su yugo es suave y su carga ligera (cf. Mt 11,30) (Francisco de Asís, Carta a los fieles. Segunda recensión, en Fuenfes franciscanas, edición electrónica).

 

 

Lunes de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 1,2b-5.8b-10

Hermanos:

2 Siempre os recordamos en nuestras oraciones.

3 Ante Dios, que es nuestro Padre, hacemos sin cesar memoria de la actividad de vuestra fe, del esfuerzo de vuestro amor y de la firme esperanza que habéis puesto en nuestro Señor Jesucristo.

4 Conocemos bien, hermanos amados de Dios, cómo se realizó vuestra elección.

5 Porque el Evangelio que os anunciamos no se redujo a meras palabras, sino que estuvo acompañado de la fuerza del Espíritu Santo y de una convicción profunda. Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien.

8 Por todas partes se ha extendido la fama de vuestra fe, de suerte que nada tenemos que añadir por nuestra parte.

9 Ellos mismos refieren la acogida que nos dispensasteis y cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero

10 y para vivir con la esperanza de que su Hijo, Jesús, a quien resucitó de entre los muertos, se manifieste desde el cielo y nos libere de la ira que se acerca.

 

**• La primera carta a los Tesalonicenses es la más antigua de las cartas atribuidas con seguridad al apóstol Pablo. La liturgia nos ofrece una lectura casi continua de la misma, permitiéndonos así conocer de más cerca un texto bíblico que puede ser considerado como un testigo esencial de lo que hay en los fundamentos de nuestra fe. En apariencia, el desarrollo de la carta parece ceñirse más bien a la resolución de una serie de cuestiones prácticas y su tono es preponderantemente exhortativo. Pablo anima, elogia, agradece; en alguna ocasión reprende y llama a la observancia de los principios fundamentales de la fe en Cristo. En realidad, todo el escrito está impregnado por un único sentimiento, por una misma expectativa: que Cristo vuelva pronto en su gloria. Esto es mucho más que una verdad abstracta a la que haya que adherirse. Es la certeza basada en la experiencia desconcertante del Espíritu Santo, comunicada a través de la predicación apostólica.

Esto es lo que aparece confirmado por la argumentación central del pasaje que nos presenta la liturgia de hoy (v. 5): el anuncio del Evangelio llevado a cabo por el apóstol ha suministrado a los tesalonicenses la prueba de la presencia y de la acción del Espíritu de Jesús resucitado; en particular, éste se ha manifestado en la fuerza (dynamis) de los prodigios y signos milagrosos y en la «convicción profunda» o plenitud de la fe en Cristo con la que Pablo ha hablado y actuado. Es la misma fe que une al apóstol con los destinatarios de la misiva, una fe íntegra que apunta directamente a la meta, Jesús, objeto de una «firme esperanza» (v. 3), capaz de orientar el compromiso cotidiano en la comunidad, tanto de Pablo {«Sabéis de sobra que todo lo que hicimos entre vosotros fue para vuestro bien»: v. 5) como de los mismos tesalonicenses (v. 8).

El origen y el «motor» de todo esto es el amor de Dios: el lenguaje de la elección (v. 4) pretende significar la absoluta libertad de la iniciativa divina; se trata de la libertad del amor de Dios, que es absolutamente imprevisible y gratuito. Un amor libre y que libera, así es el Cristo esperado en la gloria de su última venida (v. 10).

 

Evangelio: Mateo 23,13-22

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

13 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás la puerta del Reino de los Cielos! Vosotros no entráis, y a los que quieren entrar no les dejáis.

15 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo lo hacéis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros!

16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el santuario no compromete, pero si uno jura por el oro del santuario queda comprometido!».

17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que santifica el oro?

18 También decís: «Jurar por el altar no compromete, pero si uno jura por la ofrenda que hay sobre él queda comprometido».

19 ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que la santifica?

20 Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que hay encima;

21 el que jura por el santuario, jura por él y por quien lo habita;

22 el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él.

 

*+• La liturgia nos propone estos días uno de los textos más ásperos de todo el Nuevo Testamento, un texto duro que, aparentemente, se concilia mal con el mensaje de acogida y perdón destinado a todos los hombres, en especial a los enemigos, propio del cristianismo de Jesús. Es opinión difundida entre los intérpretes que los «ayes» de Mateo tienen que ser leídos sobre el fondo del «sermón del monte», que representa, en cierto modo, su imagen especular. Ahora bien, el motivo por el que palabras de tal alcance pueden entrar a justo título en el anuncio de la Buena Noticia está escondido por el evangelista en una breve nota que encontramos al comienzo del capítulo: el discurso, que tiene por objeto a los maestros de la Ley y a los fariseos, está dirigido por Jesús «a los discípulos y a la muchedumbre» (Mt 23,1). Asume, por tanto, un doble valor: es una polémica abierta con la sinagoga, que juzga como herética a la comunidad mateana, pero es, al mismo tiempo, una autocrítica que debe ser aplicada en el interior de la comunidad.

La hipocresía o falsedad (hypokrités era en su origen el actor, el que se pone una máscara) anda al acecho cada vez que se propone como única verdadera religión a una que, en realidad, prescinde de Dios, sustituyéndolo por la casuística de los «comportamientos que salvan». ¿De qué se ocupan los hipócritas? De cosas importantes como el templo, el oro, el altar, la ofrenda... y olvidan a Aquel que habita en el templo, a Aquel que está sentado en el trono (cf. w. 21ss).

 

MEDITATIO

El Cristo esperado en la gloria de la parusía por Pablo y por los cristianos de Tesalónica ha sido descrito como Aquel que nos libera «de la ira que se acerca», como un Mesías que desbarata toda representación del juicio final jamás intentada tanto por la piedad religiosa de los judíos como de los paganos. La ira del dios diferente no es más que una metáfora de su acción como juez, tendente a castigar o premiar, tomando como criterio la observancia de una serie de comportamientos. En realidad, esto no nos pone nunca a cubierto por completo de la ira de una divinidad esencialmente lejana e incomprensible para el hombre, para quien su relación con ella pasa con toda justicia bajo la definición de «temor».

El de Jesucristo, en cambio, es un Dios que no viene simplemente a separar, catalogar, clasificar, tal como quisiera la religión formulada por los fariseos y por los maestros de la Ley (una actividad en la que descuellan). El Dios de Jesucristo subvierte todas las previsiones razonables y prefiere estar, de una vez por todas, de parte del hombre, hasta el punto de hacerse una sola realidad con la criatura, abrazando la debilidad de su carne.

Esta es la novedad de vida a la que nos llama el Evangelio predicado por los testigos auténticos de Cristo, éste es el camino del Reino, cerrado por los «guías ciegos» del evangelio de Mateo, a través de la verdadera conversión, que es fruto del Espíritu del Resucitado. Lo contrario le sucede a quien sigue el mandato de la religión del hombre: «ay» es, en el lenguaje original de la Biblia hebrea, el lamento que tiene lugar ante un muerto (se podría traducir por «¡pobre de mí!», «¡ay de mí!»). No hay vida para los que son como ellos, no hay canto de alabanza que brote de su corazón, no profieren ningún grito de liberación, no tienen comunión con el «Dios vivo y verdadero» (1 Tes 1,9).

 

ORATIO

Señor Jesús, en nuestro interior gemimos todavía de espanto con el recuerdo del lamento fúnebre que entonaste sobre el camino trazado por los maestros de la Ley y los fariseos hipócritas. ¡Pobres de nosotros! No queremos oírlo un día de tu boca dirigido a nosotros, cuando finalmente te contemplemos en tu gloria.

Te pedimos, Espíritu Santo, que nos ilumines para que comprendamos y acojamos toda la novedad de tu Evangelio, para que no bajemos a compromisos con una religión hecha a medida de nuestra mezquindad, de nuestra avaricia, de nuestra estrecha visión de la vida. Padre nuestro, a ti queremos conocerte, a ti queremos servirte, por ti queremos ser amados, porque tú eres el único que habita en el templo, el que está sentado en el cielo, el Dios vivo y verdadero.

 

CONTEMPLATIO

El Señor condena la hipocresía de los escribas y fariseos e indica su castigo. «¡Ay de!», en efecto, expresa sufrimiento. Dice, a continuación, que ellos cierran el Reino de los Cielos, porque ocultan en la ley la preparación de la verdad que está en Cristo, ocultan con una falsa doctrina su venida corporal anunciada por los profetas, y, sin recorrer ellos el camino de la eternidad en Cristo, tampoco dejan entrar a los otros. Por su rechazo de la verdad, por el hecho de impedir a los otros el acceso a la salvación, sufrirán una condena más abundante, porque no sólo deberán expiar sus pecados personales, sino que deberán pagar asimismo la culpa de la ignorancia ajena.

Al decir, después, el Señor que recorren «mar y tierra» (Mt 23,15) indica que denigrarán el Evangelio de Cristo en todas las partes del mundo y someterán a algunos al yugo de la Ley, contrario a la justificación de la fe. En verdad, fue él mismo quien dio la Ley, pero ésta no contenía la realidad, sino que sólo preparaba su realización. La ornamentación del altar y del templo no cobraba su importancia de aquel culto, sino que su belleza representaba la imagen futura. Por eso son necios y ciegos, ya que veneran objetos santificados, olvidando a Aquel que los ha santificado (Hilario de Poitiers, Commento a Matteo XXIV, 3-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Señor, tú eres el Dios vivo y verdadero!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los evangelios no se muestran tiernos con los fariseos. Leemos, por ejemplo, en Mateo toda una letanía de invectivas dirigidas contra ellos: «¡Ay de vosotros, fariseos...» (Mt 23,13-36). Lo mismo ocurre en Lucas (20,45-47) y, en forma más breve, en Marcos (12,38-40). Semejante vehemencia no deja de reflejar una situación histórica. Las primeras comunidades cristianas encontraron en los fariseos a sus adversarios más irreductibles, aunque tampoco debemos olvidar la animosidad de los sumos sacerdotes y de los saduceos, que fue también muy violenta.

Se plantea así un problema. ¿Cómo es que los hombres más piadosos de Israel, los mejores conocedores de los textos sagrados, pudieron rechazar a Jesús y su mensaje? No cabe duda de que los fariseos eran «de aquí abajo», en la medida en que eran «del mundo» (cf. Jn 8,23ss) y se mostraban vanidosos, apegados a los honores terrenos, repletos de suficiencia. Ahora bien, la acusación que Jesús mueve contra ellos va mucho más lejos. Los fariseos que son «de aquí abajo» son los que se negaron a ir más allá, hacia lo «otro» que Jesús proponía.

Ellos, como todos, esperaban al Mesías. Sin embargo, Juan el Bautista había declarado formalmente que él no lo era. En cuanto a Jesús, no salían -según su modo de ver- los números. Por otra parte, Jesús no se proclamaba el Mesías. Los fariseos no fueron más allá de estas posiciones negativas. Se volvieron ciegos, no sabían o no querían discernir los «signos». Se volvieron vengativos, bloqueando los caminos del amor que les habrían llevado a la verdad. «¿Por qué no comprendéis mi lenguaje?», les pregunta Jesús: «Por el hecho de que sois incapaces de entender mi Palabra. Vosotros no sois de Dios». Entráis en la mentira como Satanás, aue ha rechazado la luz definitivamente (M. Piettre, Le parole «dure» del Vangelo, Brescia 1990, pp. 55-57, passim).

 

 

Martes de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,1-8

1 Pues bien sabéis, hermanos, que nuestra estancia entre vosotros no fue estéril.

2 A pesar de los sufrimientos y ultrajes que, como sabéis, padecimos en Filipos, os anunciamos el Evangelio en medio de muchas dificultades, pero llenos de confianza en nuestro Dios.

3 Y es que nuestra exhortación no se inspiraba en el error, en turbias intenciones o en engaños.

4 Por el contrario, puesto que Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos su Evangelio, hablamos no como quien busca agradar a los hombres, sino a Dios, que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser.

5 Dios es testigo, y vosotros lo sabéis, de que nunca nos movieron la adulación o la avaricia;

6 tampoco hemos buscado glorias humanas, ni de vosotros ni de nadie.

7 Y aunque podríamos haber dejado sentir nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos comportamos afablemente con vosotros, como una madre que cuida de sus hijos con amor.

8 Tanto os queríamos que ansiábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas. ¡A tal punto llegaba nuestro amor por vosotros!

 

*+• La primera lectura representa para los destinatarios de Pablo una auténtica lección sobre el modo de transmitir el Evangelio. En tiempo de la primera comunidad cristiana eran muchos los que se presentaban «en nombre de la verdad» para anunciar que el fin estaba cerca y proponer algún camino para conseguir la salvación: retóricos, filósofos ambulantes, seudoprofetas, maestros de toda clase. Lo primero que desea Pablo es demostrar su propia diferencia radical respecto a ellos: su comportamiento no tiene nada que ver con el de quien, en nombre de una reconocida autoridad, adelanta pretensiones de todo tipo.

Pablo empieza hablando de sus interlocutores como de personas que le han sido confiadas. Cuida de ellas como una madre (v. 7) que sabe ser amorosa sin tener necesidad de pronunciar palabras de falsa adulación (v. 5), sabiendo a ciencia cierta que todo lo que dice y hace no está guiado por ningún otro interés que el bien de sus hijos, de su crecimiento en Cristo. La autoridad que Pablo hace valer aquí no es la autoridad de un simple ministerio, aunque fuera el más noble entre todos (cf. 1 Cor 12,28), sino la pretensión del amor.

El apóstol -parece decir Pablo- es alguien que tiene por modelo a Cristo crucificado, de ahí que no pueda hacer otra cosa que darse a sí mismo con igual absolutidad, sin tener nada para sí. ¿Cuál es entonces esta pretensión? El amor pide ser reconocido, pero no para «agradar a los hombres» (v. 4), y ser restituido, aunque no a sí mismo. La diferencia sustancial consiste, en efecto, en que el «remitente» no es el evangelizador: es un simple testigo. El origen último de todo don es Jesús, que murió y resucitó por nosotros.

 

Evangelio: Mateo 23,23-26

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

23 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Hay que hacer esto sin descuidar aquello.

24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

25 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, mientras que por dentro siguen llenos de rapiña y ambición!

26 ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso, para que también por fuera quede limpio!

 

**• Continúa la serie de los «ayes» del evangelio de Mateo, que ya habíamos empezado a meditar ayer. El discurso de Jesús entra hoy en lo específico de algunas prescripciones particulares de las que sólo se encuentra una remota huella en el Antiguo Testamento (cf. Nm 18,12; Dt 14,22; Lv 27,30), pero que conocían muy bien los fariseos de estricta observancia.

El diezmo sobre las hierbas era una interpretación de la Ley que indica un celo más que refinado, así como la cuidadosa limpieza de la vajilla para la comida común era un rasgo representativo de la atención profusa dedicada al desarrollo de las prácticas más cotidianas, con el espíritu de la pureza ritual prevista por la antigua alianza. Ahora bien, el corazón de la Tora se encuentra en otra parte: en la regla de oro o en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 7,12; 22,40), o bien en la tríada «justicia, misericordia, fe» del v. 23.

Cada una de estas formulaciones no es más que la posible expresión de un único y mismo significado, que el auténtico conocedor de la Ley no podía ignorar. El que, entre los «maestros de la Ley», ignora estas cosas no puede ser más que de mala fe, pues no anda en busca de la verdad, sino de su propia vanagloria. Por consiguiente, es un hipócrita y su corazón es como un cáliz cargado de avidez y deseos egoístas («rapiña y ambición»: 26).

 

MEDITATIO

Observar las más pequeñas prescripciones de la Ley puede ser más sencillo que vivir según el espíritu del evangelio. Por muy compleja que sea, la aplicación de los dictámenes del judaísmo farisaico responde a una especie de «geometría religiosa» que no exige la adhesión incondicionada del corazón, la vigilancia de la conciencia sobre cada palabra y cada acción realizadas en nombre del Señor.

Esto es lo que se exige a quien se hace portador del Evangelio de Cristo: ser un testigo, no un simple maestro. Ser testigo implica acompañar el mensaje proclamado con el ejemplo de una vida dispensada en la entrega incondicionada a Dios y al prójimo o, mejor aún, a Dios a través del prójimo. «Ama y haz lo que quieras», decía san Agustín, dando a entender que el amor cristiano -el auténtico- está de por sí lejos de todo camino de mentira: es hacerse pequeño con los pequeños, sencillo con los ignorantes, comprensible y disponible para todos. Todo lo contrario de lo que hacen los que «cierran» el camino al Reino de los Cielos cortando el paso con preceptos complicados e inútiles.

El aviso de la liturgia de hoy va dirigido sobre todo a esos pocos que cargan con la responsabilidad del camino de muchos: a guías, pastores, catequistas, formadores, animadores, maestros y padres..., a fin de que no olviden que no hay otro modo de anunciar el Evangelio que el inaugurado por Jesús. Recorrer de nuevo cada paso suyo, siguiendo la cruz, es garantía de un testimonio auténtico, el más alejado posible de toda hipocresía.

 

ORATIO

Señor, a nosotros nos resulta fácil condenar la hipocresía de los maestros de la Ley y de los fariseos, y mucho más difícil tener la certeza de no haber caído nosotros en ella. Indícanos el camino que se mantiene alejado de todo camino de mentira.

Con el apóstol nos respondes: «...Sufrir. Padecer ultrajes. Anunciar el Evangelio en medio de muchas luchas... sin ningún tipo de engaño, ni movidos por motivos poco limpios, ni usando medios extraños al Evangelio. No buscando agradar a los hombres, sino a Dios. Sin recurrir a la adulación, ni buscar ganancia alguna. No por la gloria humana, sin hacer pesar de ningún modo la autoridad derivada de nuestro ministerio. Con el amor de una madre que se entrega a sí misma para alimentar y cuidar de sus hijos. Deseando por encima de todo dar la vida por los propios amigos». Amén, así sea.

CONTEMPLATIO

Ellos [los escribas y fariseos], en cambio, no se reprochaban a sí mismos transgredir el mandamiento de Dios, siguiendo su tradición y su ley farisaica, al no cumplir lo principal de la Ley, o sea, el amor a Dios. Y como éste es el primero y más alto mandamiento, y el segundo es el amor al prójimo, el Señor enseñó que toda la Ley y los profetas dependen de estos dos preceptos (Mt 22,37-40). Él mismo no nos dio otro precepto mayor que éste, sino que le dio nueva fuerza, al mandar a sus discípulos que amasen de todo corazón a Dios y a los prójimos como a sí mismos. En cambio, si él hubiese provenido de otro Padre, jamás habría tomado de la Ley el primero y sumo mandamiento, sino que habría pretendido presentar otro mayor que tuviese su origen en el Padre perfecto, que sustituyese a aquel que el Dios de la Ley había dado. Pablo añade: «El amor es el cumplimiento de la Ley» (Rom 13,10). Y dice que, una vez que se hubiese terminado todo lo demás, quedará la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de éstas es la caridad (1 Cor 13,13). Y ni el conocimiento ni el amor a Dios valen nada, ni la comprensión de los misterios, ni la fe ni la profecía, sino que todo está vacío y es inútil sin la caridad (1 Cor 13,2). La caridad construye al hombre perfecto. Y el que ama a Dios es el hombre perfecto, tanto en este mundo como en el futuro: pues jamás dejaremos de amar a Dios, sino que, cuanto más lo contemplemos, más lo amaremos (Ireneo de Lyon, Adversas Haereses IV, 12, 1-2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hablamos no como quien busca agradar a los hombres, sino a Dios» (1 Tes 2,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús dice: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,34-35). ¿Y cómo nos ama Jesús? Él dice: «Como mi Padre me ha amado, así os he amado yo» (Jn 15,9). El amor que Jesús nos tiene es expresión perfecta del amor que Dios nos tiene, porque Jesús y el Padre son uno. «Las palabras que os digo -dice Jesús- no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí» (Jn 14,10-11).

Estas palabras pueden parecer a primera vista muy irreales y misteriosas, pero tienen una implicación directa y radical en la manera de vivir nuestras relaciones en la realidad de cada día. Jesús nos revela que Dios nos llama a ser testigos vivos de su amor. Nos hacemos sus testigos siguiendo a Jesús y amándonos unos a otros como él nos ama. ¿Qué quiere decir esto con respecto al matrimonio, la amistad y la comunidad? Quiere decir que la fuente del amor que sostiene estas relaciones no está en los mismos implicados, sino en Dios, que los llama a vivir ¡untos. Amarse mutuamente no significa aferrarse unos a otros para mantenerse a salvo en un mundo hostil, sino vivir juntos de tal modo que todos nos reconozcan como personas que hacen visible al mundo el amor de Dios. No sólo toda paternidad y maternidad viene de Dios, sino también toda amistad, toda relación matrimonial y toda verdadera intimidad y comunión. Si vivimos como si las relaciones humanas fueran «hechura del hombre», y por tanto estuvieran sujetas a los cambios y vaivenes de las regulaciones y de las costumbres humanas, nada podemos esperar, sino la inmensa fragmentación y alienación que caracteriza a nuestra sociedad. Pero cuando afirmamos y reafirmamos constantemente que Dios es la fuente de todo amor, descubrimos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41995, pp. 133-134).

 

 

Miércoles de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,9-13

9 Recordad, hermanos, nuestras penas y fatigas; recordad cómo trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el Evangelio de Dios.

10 Vosotros sois testigos, y Dios lo es también, de que nuestra conducta fue limpia, justa e irreprochable con vosotros los creyentes.

11 Sabéis que tuvimos con cada uno de vosotros la misma relación que un padre tiene con sus hijos,

12 exhortándoos, animándoos y urgiéndoos a llevar una vida digna del Dios que os ha llamado a su Reino y a su gloria.

13 Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues, al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes.

 

**• Estas palabras del apóstol Pablo ponen claramente de manifiesto que la predicación del Evangelio entre los tesalonicenses se ha convertido ahora en una experiencia común de vida, en una especie de «libro abierto» capaz de hablar a los creyentes el lenguaje de Dios.

Pablo no tiene necesidad de recurrir a argumentaciones refinadas, a demostraciones de tipo filosófico. Le basta con traer a la memoria de sus hermanos en Cristo lo que ha sufrido y trabajado entre ellos, su oficio humilde (tejedor de tiendas) pero digno, que le ha permitido no tener necesidad del favor de nadie, para estar libre de todo y al servicio del Evangelio. Del mismo modo que los discípulos y las muchedumbres habían sido testigos de los «signos» realizados por Jesús, así también la vida misma del apóstol se convierte en signo que da testimonio de la misión que ha recibido de Dios ante los hombres de su tiempo.

Como sello de la autenticidad de tal misión están la gratitud y la alabanza que brotan del corazón de Pablo: el apóstol contempla la obra del Señor que se lleva a cabo a través de su trabajo entre los hombres, restituyéndolos a la dignidad de hijos de Dios. Ésta es la recompensa para quien anuncia el Evangelio, la alegría de las bodas de Cana, del agua transformada en vino, palabra de hombre que el Espíritu transforma, dentro de los corazones, en Palabra que salva.

 

Evangelio: Mateo 23,27-32

En aquel tiempo habló Jesús diciendo:

27 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre!

28 Lo mismo pasa con vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad.

29 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mausoleos de los justos!

30 Decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado en la muerte de los profetas».

31 Pero lo que atestiguáis es que sois hijos de quienes mataron a los profetas.

32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros antepasados!

 

*• Los sepulcros de los que habla el evangelio de hoy eran en realidad los llamados «osarios», o sea, los lugares donde se guardaban los restos mortales de los difuntos aproximadamente un año después de haber sido enterrados; en esas «moradas» el hombre había perdido ya por completo sus propios rasgos: era sólo un montoncito de huesos, sin forma.

La imagen recuerda de manera poderosa la visión de los «huesos secos» del profeta Ezequiel (cf. Ez 37,1-14), con la diferencia de que aquí los restos mortales están ocultos a la vista por la blancura de la cal de los sepulcros. Del mismo modo, el aspecto imponente de los monumentos levantados a los profetas intenta ocultar las injusticias y las abominaciones realizadas contra ellos por los antepasados. Sepulcros para esconder, monumentos para no recordar, para desviar la atención de algo que, sin embargo, puede ser aún Palabra poderosa de Dios que llama a la conversión, la palabra de los profetas.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios viene a nosotros en la forma débil de una palabra de hombre: un humilde tejedor de tiendas, un profeta incomprendido objeto de burlas y perseguido por sus mismos hermanos, por los hermanos de su pueblo. Una palabra que interpela, pero que deja libre de acoger y reconocer la manifestación de Dios para nosotros.

Cuando alguien acoge la palabra del profeta, ésta obra como lo que verdaderamente es: Palabra de Dios, capaz de hacer volver a la vida, de transformar los huesos secos en carne viva, de volver a dar forma y dignidad allí donde el hombre ha perdido el sentido y la dirección de su propia existencia. Así es la palabra de Pablo para los cristianos de Tesalónica, y su vida es testimonio de una existencia llevada a cabo según el Evangelio.

El fragmento de Mateo presenta, en cambio, la condición de los que se niegan a dejarse interrogar por la Palabra. Éstos son como aquellos sepulcros: están cerrados, perfectamente sellados y «en su sitio», y hasta pueden suscitar admiración con su aspecto imponente. De este modo, no sale la podredumbre, pero al precio de no dejar entrar la vida en ellos, para transformar, para cambiar. Son sepulcros y nada más, «osarios» sin futuro, sin esperanza.

 

ORATIO

Cuántas veces, Señor, nos sentimos «en nuestro sitio», nos atrincheramos tras nuestra respetabilidad, encerramos nuestras pobrezas, nuestros sufrimientos y nuestras desilusiones en una fortaleza construida a base de éxitos, de autosuficiencia, mientras que se van apagando en nosotros poco a poco la alegría de vivir, la confianza en el sentido de las cosas que nos pasan... Entonces te suplicamos: líbranos, Señor, de la autosuficiencia.

Sólo si nos declaramos pobres, sólo si tenemos el valor de descubrir nuestros huesos secos, sólo si dejamos de aislarnos dentro de nuestros sepulcros podremos reconocer y acoger a los mensajeros de tu Palabra, a aquellos que vienen a nosotros sin suscitar clamor, a veces desfigurados por la fatiga y por el sufrimiento, llevando consigo la alegría y la paz de tu evangelio. Que vengan estos mensajeros a soplar en nosotros tu Espíritu, para que a la luz de tu Palabra encontremos en nosotros mismos la pasión por la vida, el coraje de esperar, la certeza de que todo está en tus manos. Nosotros mismos seremos transformados entonces en mensajeros y en testigos de la plenitud de vida que tú das a la humanidad que está en expectativa.

 

CONTEMPLATIO

En nuestros días, hay muchos que se parecen a aquéllos [los escribas y los fariseos hipócritas], bien adornados por fuera, pero por dentro llenos de iniquidad. En verdad también ahora hay quien se atarea y pone gran empeño en limpiar y embellecer el exterior, mientras que se olvida de purificar su alma.

Si fuera posible abrir la conciencia de cada uno, cuántos gusanos, cuánta podredumbre y qué inimaginable hedor encontraríamos allí dentro. Deseos deshonestos y perversos, más sucios que los mismos gusanos (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No endurezcáis el corazón» (cf. Sal 94,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hay sitios en los que eres completamente impotente. Sólo quieres curarte a ti mismo, combatir tus tentaciones y seguir siendo dueño de ti. Pero no puedes hacerlo solo. Cada vez que intentas hacerlo te sientes más desanimado. Te ves obligado a reconocer tu impotencia.

La disponibilidad para abandonar el deseo de dominar tu vida revela una cierta confianza. Cuanto más abandones tu obstinada necesidad de conservar el poder, más entrarás en contacto con Aquel que tiene el poder de curarte y de guiarte. Y cuanto más entres en contacto con ese poder divino, más fácil te resultará confesar a los otros y a ti mismo tu fundamental impotencia.

Piensa en ti mismo como si fueras una pequeña semilla plantada en un suelo fértil. Todo lo que tienes que hacer es permanecer allí y confiar en que el terreno contenga todo lo que necesitas para crecer. Este crecimiento se produce también cuando no lo notas. Quédate tranquilo, reconoce tu impotencia y ten fe en que un día te darás cuenta de todo lo que has recibido (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 1997, pp. 50ss, passim [edición española: La voz interior del amor, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

 

Jueves de la 21ª semana del  Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 3,7-13

7 Por eso, hermanos, en medio de todas las tribulaciones y congojas que hemos tenido que soportar por vosotros, nos hemos sentido confortados por vuestra fe,

8 hasta el punto de que ahora comenzamos a vivir de nuevo, al saber que vosotros os mantenéis fieles al Señor.

9 ¿Cómo podremos agradecer a Dios suficientemente esta alegría desbordante con la que, gracias a vosotros, nos regocijamos delante de nuestro Dios?

10 Día y noche rogamos a Dios con insistencia que nos conceda veros personalmente para completar lo que aún falta a vuestra fe.

11 ¡Que Dios, nuestro Padre, y Jesús, nuestro Señor, dirijan nuestros pasos hacia vosotros!

12 ¡Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros y hacia todos tan grande como el que nosotros sentimos por vosotros!

13 En fin, que cuando Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus elegidos os encuentre interiormente fuertes e irreprochables como consagrados delante de Dios, nuestro Padre.

 

*•• Por fin, al regreso de Tito de la «visita pastoral» a los cristianos de Tesalónica, Pablo consigue tener la confirmación del progreso realizado por éstos en el camino de la fe. Sólo entonces las nubes que oscurecían su ánimo con presentimientos angustiosos dejan el sitio al consuelo, el mismo que puede experimentar el corazón de un padre al saber que sus hijos están bien, que están seguros.

Hay, con todo, un deseo en el corazón de Pablo que espera aún ser escuchado: no estará en paz hasta que haya podido ver de nuevo en persona a la comunidad, reemprendiendo el hilo del diálogo que ciertas circunstancias dolorosas interrumpieron (probablemente fue a causa de la hostilidad de los judíos) al obligar a los misioneros a dejar la ciudad. El amor que el anuncio del Evangelio ha suscitado en el corazón del apóstol es como una espada que lo traspasa día y noche: su mente, sus sentimientos, su memoria, están habitados por una inquietud irreprimible por el bien de aquellos a quienes la Palabra engendró en un tiempo a la vida de la gracia. Ahora lo pone todo en manos de Dios, dándole gracias e intercediendo entre lágrimas, puesto que es el Señor de todo.

Dado que tal amor no procede del hombre, sino que es la presencia misma del Señor en la tierra, la medida de su santidad entre los hombres, Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a que se conviertan en imitadores suyos, como él lo es de Cristo: en su caridad todos serán transformados a su imagen, de día en día, hasta que venga el Señor.

 

Evangelio: Mateo 24,42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

42 Así que velad, porque no sabéis qué día llegará vuestro Señor.

43 Tened presente que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa.

44 Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

45 Portaos como el criado fiel y sensato, a quien el amo pone al frente de su servidumbre para que les dé de comer a su debido tiempo.

46 Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe.

47 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

48 Sin embargo, si ese criado es malo y piensa: «Mi amo tarda»,

49 y se pone a golpear a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos,

50 cuando su amo llegue, el día en que menos lo espera y a la hora en que menos piensa,

51 le castigará con todo rigor y le tratará como se merecen los hipócritas. Entonces llorará y le rechinarán los dientes.

 

**• El tema de la parábola contenida en el capítulo 24 de Mateo es el de la vigilancia, un tema particularmente entrañable al primer evangelio, puesto que la comunidad mateana advierte con preocupación la cuestión del retraso de la parusía. Como ocurre con los cristianos de Pablo, la expectativa de una venida inminente de Cristo glorioso está contradicha por el discurrir del tiempo, marcado por los acontecimientos dolorosos a los que la Iglesia todavía tiene que hacer frente. De ahí que la comunidad pospascual elabore una serie de motivos y topos (de los que las parábolas de los capítulos 24 y 25 de Mateo constituyen un ejemplo) útiles para comunicar el sentido del tiempo que discurre entre la resurrección y la venida del Cristo glorioso.

La parábola se dirige en particular al que ha sido nombrado sustituto por su amo durante el tiempo en que esté ausente. Es un tiempo de prueba en la relación entre el criado y su Señor. La parábola presenta en momentos sucesivos los dos desenlaces opuestos, ambos posibles y separados por un límite sutilísimo. El criado fiel es calificado también de «sensato» (v. 45); en suma, no parece impulsado por motivos morales particulares y no se fía de proceder como si el amo no estuviera, sino que obra como si éste tuviera que volver de un momento a otro.

Sin embargo, es superficial el comportamiento de quien piensa que podrá contar con un tiempo a su propia disposición, en el que podrá disponer de los bienes para su propio disfrute. El momento en el que deberá rendir cuentas vendrá -antes o después- para cada uno (v. 50), y entonces tendrá lugar la recompensa o el castigo, sin términos medios y sin posibilidad de apelación: bienaventuranza para unos, que serán admitidos para el papel de administradores de todos los bienes (v. 47), y desesperación para los otros, a quienes el amo les quitará para siempre todo lo que creían poseer (v. 51).

 

MEDITATIO

Desde el día en que Pablo se puso a sí mismo al servicio del Evangelio, su vida se convirtió en puro don para aquellos que le habían sido confiados: él les pertenece y ellos le pertenecen a él. Éste es el «amor de unos hacia otros y hacia todos», en el que también están invitados a entrar los tesalonicenses. No hay ninguna otra vía para la salvación, no hay ningún otro camino para llevar a su consumación el camino emprendido tras las huellas de Jesucristo: sólo dejándonos transformar por el agapé podremos estar seguros un día de que el Señor, a su venida entre los santos, nos reconocerá como suyos.

La parábola de Mateo tiene su paralelo lucano en el tema del administrador infiel (Lc 12,42ss). Precisamente, esta comparación nos permite poner de manifiesto el vocabulario propio de Mateo, que habla simplemente de «siervo fiel / infiel», subrayando así que todos los protagonistas de la historia dependen de un único amo, que está por encima de todos, tengan o no responsabilidades particulares. Si la tarea de cada dülos («criado») no puede ser más que la de servir y esperar a que vuelva el propietario de los bienes que le han sido confiados –y confiados sólo de una manera temporal-, el Señor tiene, en cambio, la facultad y el derecho de volver a los suyos, a su casa, en cualquier momento. Por eso es preciso que nosotros, los criados, estemos «siempre preparados».

 

ORATIO

Gracias, Señor, por habernos llamado a tu servicio. Nos has entregado los bienes de esta tierra y el cuidado de nuestros hermanos más pequeños; te has fiado de nosotros. Este tiempo es para nosotros un tiempo de prueba: administrar en tu lugar no es tarea fácil. ¿Qué pides de nosotros, Padre de toda sabiduría?

Nos pides que miremos a tu Hijo, Jesús, su misericordia, su sacrificio, recordando sus palabras: «El siervo no es más que su Señor... Os he dado ejemplo para que, como he hecho yo, hagáis también vosotros» {cf. Jn 13,15ss), y vivir en esta solicitud fraterna el tiempo presente como algo que no nos pertenece, hasta tu vuelta a casa.

 

CONTEMPLATIO

Pasarán las cosas visibles y vendrán las que esperamos, más bellas que las actuales. Sin embargo, que nadie indague con curiosidad el momento: «No os corresponde a vosotros», dice el Señor, «saber los tiempos y los momentos que el Padre ha establecido por su propia autoridad» (Hch 1,7). Y no hay que tener el atrevimiento de dormirse con una indolente negligencia.

Dice aún, en efecto: «Vigilad, porque el Hijo del hombre viene en una hora en que no lo esperáis» (Mt 24,42.44). Ahora bien, dado que convenía que nosotros conociéramos las señales del fin, y a fin de que esperáramos a Cristo, movidos por un impulso divino, los apóstoles van al Maestro de una manera providencial y le preguntan: «Dinos cuándo ocurrirá esto y cuál será la señal de tu venida y del fin de este mundo» (Mt 24,3). Esperamos de nuevo que vengas. Asegúranos, por tanto, a fin de que no adoremos a alguien en tu lugar, dicen. Abriendo su divina y bienaventurada boca, les respondió: «Cuidad de que nadie os engañe» (Mt 24,4).

No se trata, por consiguiente, de una historia de acontecimientos pasados, sino que es una profecía de los futuros, que a buen seguro acontecerán. Nosotros no profetizamos, porque no somos dignos de ello, pero presentamos las profecías escritas e indicamos las señales que las indican. Mira tú cuáles son las que ya se han cumplido y cuáles quedan aún por cumplirse. Y mantente en guardia (Cirilo de Jerusalén, «Catechesi XV agli illuminandi» 4, en Catechesi prebattesimali e mistagogiche, Milán 1994, pp. 458ss, passim [edición española: Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Enséñanos, Señor, a contar nuestros días» (Sal 89,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra vida es una breve oportunidad de decir «sí» al amor de Dios. La muerte es la definitiva ida a casa, a ese amor. ¿Deseamos realmente ir a casa? Parece como si la mayor parte de nuestros esfuerzos estuvieran encaminados a aplazar todo lo posible esta ida a casa.

Escribiendo a los cristianos de Filipos, el apóstol Pablo muestra una actitud radicalmente diferente. Dice: «Desearía haber partido y estar ya con Cristo; éste es, con mucho, mi mayor deseo. No obstante, por vosotros, lo que más me urge es seguir vivo en este cuerpo». El deseo más profundo de Pablo es estar completamente unido a Dios por medio de Cristo, y este deseo le hace mirar la muerte como una «ganancia». Su otro deseo, sin embargo, es seguir vivo en su cuerpo y llevar a cabo su misión. Esto Fe ofrece una oportunidad para hacer un trabajo fructífero (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid '1995, pp. 149).

 

 

Viernes de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,1-8

1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor, a que pongáis en práctica lo que aprendisteis de nosotros en lo que al comportaros y agradar al Señor se refiere, para que progreséis más y más cada día.

2 Sabéis qué normas os dimos de parte de Jesús, el Señor.

3 Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como consagrados a él y huyáis de la impureza.

4 Que cada uno de vosotros viva santa y decorosamente con su mujer,

5 sin dejarse arrastrar por la pasión, como se dejan arrastrar los paganos, que no conocen a Dios.

6 Y que en este punto nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el Señor toma venganza de todo esto,  como ya os lo dejamos dicho y recalcado.

7 Pues no nos llamó Dios a vivir impuramente, sino como consagrados a él. 8 Por tanto, el que desprecia esta norma de conducta no desprecia a un hombre, sino a Dios, que es quien os da su Espíritu Santo.

 

**• Tras haber recordado el pasado, agradeciendo a Dios todo lo que ha tenido a bien obrar en la comunidad, Pablo mira ahora hacia el futuro. Para ello recurre sobre todo al lenguaje de la exhortación.

La «santificación» (haghiasmós) de la que se habla en este fragmento de la carta consiste precisamente en el proceso que tiene como resultado final la haghiosyne, o sea, la «santificación» auténtica. Nos encontramos en la definición de una actividad que todavía está en pleno desarrollo, en la que concurren, por un lado, el compromiso y la libre adhesión del creyente y, por otro, la obra del Espíritu Santo, que interviene configurando a la criatura a imagen de Dios. Todo esto tiene lugar en el «cuerpo» del hombre, está inscrito en su carne y habla el lenguaje que le corresponde desde la creación.

El santo, por consiguiente, no es alguien que viva fuera de la realidad terrena, en una dimensión inmaterial. Es más bien alguien que toma sobre sí, día a día, la voluntad de Dios, haciendo que toda su vida se adhiera a ella. El tema de la pornéia se refiere a todo lo que tiene que ver con las pasiones carnales en el ámbito sexual; se trata, por tanto, de algo muy concreto en lo que el cristiano está llamado a practicar una opción que va a contracorriente, según la mentalidad del tiempo, y a custodiar su cuerpo como un don recibido de Dios, preparándolo ya desde ahora para recibir en plenitud el Espíritu Santo en la vida eterna.

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

 

**• También esta parábola gira en torno al tema de la vigilancia, como confirma la invitación final: «Así pues, vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Sin embargo, ésta, en su procedimiento narrativo, contiene ciertas particularidades que la hacen única.

En primer lugar, el escenario nupcial: la fiesta por excelencia, en el Antiguo Oriente, es la que se celebra con ocasión de las bodas. En ella todo debe concurrir a comunicar el lenguaje de la alegría y de la vida. El banquete, las luces, los trajes, la música, las danzas y, no precisamente en último lugar, el cortejo nupcial que acompaña al esposo a lo largo del camino: todo está al servicio de los esposos, todo se hace en su honor. Sabemos por el evangelio que la falta de vino (cf. el episodio de las bodas de Cana: Jn 2,lss) podía representar un grave motivo de vergüenza y de vituperio para la familia recién constituida, pues era como decir que no estaba en condiciones de ocupar el puesto que se le había asignado en la comunidad.

No era anormal que el esposo se retrasara bastante; tal como discurren las cosas en Oriente, no es posible prever con certeza en estas ocasiones un tiempo para su llegada, y por eso era justificable el adormecimiento después de horas y horas de espera en el camino. Pero la luz de las lámparas debía permanecer encendida para salir al encuentro del esposo en el momento en que se señalara su presencia. Sólo las jóvenes sensatas estarán preparadas en el momento oportuno, mientras que las otras, al ver languidecer la luz de sus lámparas, no podrán hacer otra cosa que ir en busca de aceite, en un último intento desesperado... aunque inútil.

Llega el esposo, se forma el cortejo, entra en el banquete, se cierra la puerta. El llanto de las excluidas obtiene como respuesta un «os aseguro que no os conozco» (v. 12), expresión que subraya la distancia, la interrupción de las relaciones, la no comunión entre ellas y el esposo.

 

MEDITATIO

Lo que está en juego en una ceremonia nupcial es, en cierto modo, el equilibrio de toda una sociedad, la sociedad tradicional, con su división y respeto de los papeles asignados desde siempre. Ésa es la razón de que las jóvenes del cortejo nupcial que se olvidaron del aceite de reserva para las lámparas sean llamadas «necias»: han olvidado lo que está en juego, han despreciado el sentido del estar juntos.

También a los cristianos les acecha fuertemente el riesgo de perder de vista la meta, el fin del camino: la busca afanosa del éxito, la posesión de cosas, la satisfacción de las pasiones, todo lo que atrae a «nuestra carne» nos distrae e induce un sueño profundo en el alma. Hemos olvidado que la vida es expectativa, que debemos vigilar nuestras lámparas, porque lo que está en juego es la salvación definitiva. Olvidarlo significa despreciar a Dios mismo (cf. 1 Tes 4,8).

Con el espíritu estamos llamados a determinar la meta: Jesús. Con la mente, a prever lo necesario para la espera o todas las virtudes cristianas. Con el cuerpo, a actualizar la vigilancia en el presente, a través de la renuncia a gestos, palabras e imágenes que nos hagan olvidar

quiénes somos, por dónde estamos andando. La santidad consiste en vivir el momento presente como si fuera el último, el instante en que llegará el esposo. Es  salirle al encuentro en una carrera que dura toda la vida.

 

ORATIO

Cuando se oiga el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro», queremos estar preparados, Señor. Como jóvenes que esperan participar en la fiesta de su vida, la esperada e imaginada desde hace mucho tiempo, no queremos faltar a la cita.

Hoy te prometemos, solemnemente, que estaremos allí. Allí nos encontrarás, a lo largo de tu camino, y seremos tu cortejo de honor... Ahora bien, velar es fatigoso, estar preparados en el momento oportuno requiere una atención constante, disciplina del cuerpo y de la mente. Nuestra debilidad es grande; tú conoces, oh Dios, la fragilidad de nuestra carne. Envía, pues, oh Padre, tu santo Espíritu para que vele sobre nosotros, para que no sea en vano nuestra espera del día glorioso de tu Hijo.

 

CONTEMPLATIO

«Llamad y se os abrirá», dice el Señor justamente (Mt 7,7c). El Señor nos ordena que llamemos a la puerta de la vida y a los batientes del Reino de los Cielos.

Pues si, al pedir lo que es santo, lo recibimos y, buscando lo que es celestial, lo encontramos, fácilmente –si nos preceden los méritos de la fe- también cuando llamemos se abrirá la puerta del Reino de los Cielos. No se abre, en efecto, a todos, sino sólo a aquellos que están recomendados por justos méritos y por una vida adornada por una conducta íntegra. No por casualidad hemos leído que las bien conocidas vírgenes necias y negligentes llamaron también para entrar. Dijeron, en efecto: «Señor, señor, ábrenos» (Mt 25,11). Pero éste les respondió: «Alejaos de mí. Os aseguro que no os conozco» (Mt 25,12). Así pues, a fin de que el Señor, cuando llamemos a la puerta, se digne abrirnos, hemos de abrirle antes nosotros mismos nuestro corazón a él, que nos llama. El mismo Señor, en efecto, dice así en el Apocalipsis: «Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Por consiguiente, si abrimos con fidelidad nuestros corazones al Señor que llama, no cabe duda de que también él, cuando seamos nosotros quienes llamemos, se dignará abrirnos los batientes del Reino de los Cielos (Cromacio de Aquileya, Comentario al evangelio según Mateo XXXIII, 4ss, passini).

 

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Así pues, vigilad» (Mt 25,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una vez más, se nos presenta el reto de mirar nuestra vida desde arriba. Cuando Jesús ha venido a ofrecernos la plena comunión con Dios, haciéndonos partícipes de su muerte y resurrección, ¿qué otra cosa podemos desear, sino dejar nuestros cuerpos mortales para alcanzar la meta final de nuestra existencia?

La única razón que puede haber para permanecer en este valle de lágrimas es continuar la misión de Jesús, que nos ha enviado al mundo como su Padre lo envió al mundo. Mirada desde arriba, esta vida es una misión corta y a menudo doloroso, llena de ocasiones de trabajar en favor del Reino de Dios, y la muerte es la puerta abierta que nos conduce a la sala del banquete, donde el mismo rey nos servirá. Esto parece que es vivir poniéndolo todo del revés. Pero es el camino de Jesús y el camino que nosotros tenemos que seguir. No hay nada morboso en esto. Al contrario, es una visión alegre de la vida y de la muerte. Mientras estemos en nuestro cuerpo, ocupémonos del cuerpo, de manera que podamos llevar la paz y la alegría del Reino de Dios a aquellos con quienes nos encontramos a lo largo del viaje. Pero cuando llegue el momento de nuestra muerte, alegrémonos de poder entrar en casa y unirnos a quien nos llama «amados» (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41995, pp. 149-150).

 

 

Sábado de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,9-12

Hermanos:

9 Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros.

10 Y así lo practicáis con todos los hermanos que residen en Macedonia. Sin embargo, hermanos, os exhortamos a que progreséis más y más

11 y a que os apliquéis a vivir pacíficamente, ocupándoos cada uno en lo vuestro y trabajando con vuestras propias manos como os lo tenemos recomendado.

12 Así os ganaréis el respeto de los que no son cristianos y no tendréis necesidad de nadie.

 

** La caridad descrita por Pablo en este pasaje de la primera carta a los Tesalonicenses tiene un carácter específico que dice mucho sobre la naturaleza de la santidad cristiana. Amarse los unos a los otros, poner en práctica el «amor fraterno», significa, en primer lugar, «vivir pacíficamente» (v. 11), o sea, no ir en busca de pretextos para litigios y choques en el interior de la comunidad. Más concretamente aún, «ocuparse cada uno de lo suyo» (cf v. 11): la enemistad surge con frecuencia de  las habladurías, de la intromisión en los asuntos de los otros, del hablar fútil de la gente.

«.Trabajando con vuestras propias manos» (v. 11) significa hacer que vayan bien las cosas que tienen que ver con nosotros, de modo particular en el oficio que se nos ha encargado. La anotación «con vuestras propias manos » podría pretender poner el acento en la nobleza del trabajo manual, el mismo que desarrollaba Pablo (probablemente, tejía tiendas), a pesar de ser despreciado por los que lo consideraban cosa de esclavos y preferían dedicarse al ocio para no ensuciarse las manos. Es el ocio lo que engendra las malas tendencias en la comunidad, como en cualquier otra sociedad humana. Pablo lo sabe y por eso da una orden precisa al respecto. Motivo: dar testimonio, ante los no creyentes, de la integridad de la opción cristiana, con una vida ordenada y activa, y dar testimonio del amor, ante los hermanos en la fe, de una manera concreta, que empieza por no ser una carga para nadie.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

**• La situación descrita presenta un cuadro bastante familiar en las costumbres domésticas del antiguo Próximo Oriente, a no ser por un detalle particular: la enormidad de las cantidades confiadas a los criados, lo que hace pensar en un Señor grande y confiere más peso al juicio final.

Era costumbre que el amo que salía para un largo viaje confiara sus riquezas a los más fieles de sus siervos. El dinero lo confiaba a los más despabilados, a los que pudieran hacer buenos negocios que beneficiaran al señor. No debe extrañarnos que se otorgara tanta confianza a unos simples esclavos: no era raro que éstos fueran personas de cierta cultura y capacidad, como atestigua la misma Biblia (pensemos, por ejemplo, en José en Egipto, que se convirtió en administrador de todos los bienes del faraón: cf. Gn 37ss). El hombre de la parábola distribuye, en efecto, su dinero en función de las capacidades que atribuye a sus criados (v. 15) y es obvio que en los tres casos espera que éstos lo hagan fructificar con los medios lícitos que tienen a su disposición (el más común: una especie de «depósito bancario»; cf. v. 27).

Mientras que la obra de los dos primeros criados no suscita ningún asombro particular (hacen lo que el amo esperaba de ellos), la obra del tercero aparece como algo insensato. ¿Qué significa el gesto de enterrar el talento? Según la legislación rabínica, si alguien robaba el dinero enterrado no tenía que ser restituido a su legítimo propietario, por lo que tal vez el criado pensaba ponerse así al abrigo de posibles sorpresas desagradables. Ciertamente, no parece tomarse a pecho la causa de su rico señor. De este siervo no sabemos nada, pero sí sabemos lo que no le interesa: hacer negocios para su Señor. El motivo del miedo (v. 25) parece más bien una excusa aducida para justificar la ineptitud de su comportamiento, pues lo que alega es también contradictorio (cf. v. 26: si el siervo hubiera tenido miedo de verdad, habría tenido un motivo más para despabilarse y desviar de él la ira de su amo). La sentencia final (w. 28-30) proyecta el relato sobre el fondo del juicio escatológico.

 

MEDITATIO

El evangelio de Mateo trata una vez más de la cuestión del tiempo que transcurre entre la pascua y el fin de los tiempos; en particular, del uso que hacemos del mismo. El tiempo de la ausencia del amo no puede ser un pretexto para vivir de manera ociosa, sin hacer nada.

No, se trata más bien de un ámbito útil para hacer fructificar los bienes que nos han sido entregados. Una vida entregada al servicio es una vida útil y rica de sentido. La santidad a la que está llamado el creyente consiste en poner en acto las propias capacidades, por pequeñas o grandes que sean, para beneficio de la comunidad. Comunidad de creyentes, antes que nada, donde cada uno está llamado a dar pruebas de la entrega de sí mismo para el bien del hermano. Pero también comunidad

civil, en la que el cristiano puede aportar unos valores que confieren sentido al vivir entre los hombres.

La historia es testigo de cómo han encarnado los cristianos, en las diferentes épocas, la exhortación bíblica a trabajar con nuestras propias manos. De este trabajo ha resultado la edificación de la sociedad, la impregnación de la cultura, en particular la occidental, de los valores cristianos. Todavía hoy se distinguen los cristianos en el mundo (pensemos en los países del Tercer Mundo) por su participación en el esfuerzo destinado a llevar una vida decorosa para ellos y para sus propios hijos. Todo eso demuestra que quien encarna el espíritu del Evangelio es una persona que se toma a pecho el bien de sus hermanos en la fe y el de todos los hombres, contribuyendo así a la venida del Reino de Dios a la tierra.

 

ORATIO

Oh Padre, te damos gracias por habernos llamado a construir tu Reino: a cada uno de nosotros le has confiado una tarea, según sus capacidades. Sólo nos pides una cosa, no permanecer inertes, no dejarnos vencer por el desánimo y por la desconfianza. «¿Para qué esforzarse tanto, si no sirve para nada?», parecen decir muchos cristianos de hoy, confundidos entre la masa de los que se dejan vivir y piden a los otros que se encarguen de la tarea de construir la sociedad.

Tú, en cambio, Señor, nos quieres activos, dispuestos a arriesgar en primera persona en tu lugar, por ti, como los siervos de la parábola que recibieron el mandato de su señor. Sí, porque tú has sido capaz, has querido arriesgar; te pusiste en juego cuando decidiste nacer del seno de una mujer y no te echaste atrás frente al desprecio y a la muerte: hiciste tu parte como hombre, en esta tierra, en tu tiempo. Ahora nos toca a nosotros, para que tu nombre sea glorificado para siempre entre los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Si lo consideramos bien, hermanos, nuestro oficio [episcopal] es en verdad un comercio, y la función del ministerio sacerdotal es, en cierto sentido, la de un comercio espiritual [...]. Más aún, la tarea de todos los cristianos es una especie de negocio, y la función de los sacerdotes es un comercio precioso. Todos hemos recibido, en efecto, los dones del Señor, es decir, las palabras del Salvador, para distribuirlas a la gente. Y a estas palabras se refiere el Señor en el Evangelio cuando habla a aquel obstinado e incapaz negociante: «¡Criado malvado y perezoso! Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses» {cf Mt 25,26ss). Se le reprocha haber custodiado callando los preceptos del Señor que le habían sido confiados, siendo que debía haberlos multiplicado con la predicación.

Se le reprocha -repito- no haber sembrado distribuyendo las enseñanzas para poder recoger en la cosecha. Dice, por tanto, el Señor: «Y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses». Comprende, pues, que se trata de un comercio, en el que se exige un interés a título de rédito. Pero no el interés mediante el cual se apacigua el ánimo de los avaros con la restitución lucrosa del dinero, en la que se salda la deuda al acreedor sin extinguirla nunca, sino que se exige el interés en el que se computa la calidad de la conducta, en el que se indaga sobre el «capital» de la salvación. Somos, en efecto, deudores, y estamos ligados a la deuda no por una letra de cambio escrita, sino por la de los pecados. De este [tipo de] deudor hace mención el Señor en el evangelio cuando dice que debe ser entregado al recaudador, echado en la cárcel y no ser liberado hasta que no pague el último céntimo {cf. Mt 5,25ss) (Máximo de Lyon, Sermoni XXVII, lss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bien, criado bueno y fiel: entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21.23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La espera no es una actitud muy popular. La espera no es algo en lo que la gente piensa con gran simpatía. En efecto, la mayoría de la gente considera la espera como una pérdida de tiempo. Para muchos, la espera es un desierto árido que se extiende entre el lugar en que se encuentran y aquel al que quieren ir. Y a la gente no le gusta demasiado un lugar así.

En realidad la espera es activa, La mayoría de nosotros piensa en la espera como algo muy pasivo, como un estado sin esperanza determinado por acontecimientos completamente fuera de nuestras manos. ¿Se retrasa el autobús? No podemos hacer nada, no nos queda más remedio que sentarnos y esperar. Sin embargo, no hay nada de esta pasividad cuando se nos habla en la Escritura de espera. Los que están a la espera están llamados a hacerlo de una manera activa. Espera significa estar plenamente presentes en el momento, con la convicción de que algo está sucediendo allí donde te encuentras y que quieres estar presente en ese momento. Una persona que está esperando es alguien que está presente en el momento, que cree que ese momento es el momento. Entonces la espera no es pasiva. Incluye alimentar ese momento, como una madre alimenta al niño que está creciendo en su seno. Es mantenerse vigilantes, atentos a la voz que dice al hablar: «¡No temáis! Va a suceder algo. Prestad atención».

Esperar en tiempo indeterminado es una actitud enormemente radical hacia la vida. Es tener confianza en que nos sucederá algo que está mucho más allá de nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, en la que estamos a la espera, activamente presentes en el momento, esperando que nos sucedan cosas nuevas, cosas nuevas que están mucho más allá de nuestra capacidad de previsión. Esta es la razón por la que Simone Weil, una escritora judía, ha dicho: «Esperar pacientemente con esperanza es el fundamento de la vida espiritual» (H. J. M. Nouwen, // sentiero dell'attesa, Brescia 21997, pp. 6-18, pass/m).

 

 

Lunes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 4,13-18

13 No queremos, hermanos, dejaros en la ignorancia acerca de los que han muerto, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza.

14 Nosotros creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado y que, por tanto, Dios llevará consigo a los que han muerto unidos a Jesús.

15 Y esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Que nosotros, los que estamos vivos, los que aún quedamos, cuando venga el Señor no tendremos preferencia sobre los que han muerto.

16 Pues cuando se dé la orden, cuando se oiga la voz del arcángel y resuene la trompeta divina, el Señor mismo bajará del cielo, y los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar.

17 Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados junto con ellos entre nubes y saldremos por los aires al encuentro del Señor. De este modo estaremos siempre con el Señor.

18 Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras.

 

**• Con la lectura de hoy, la primera carta a los Colosenses entra de lleno en la cuestión escatológica, cuestión a la que tiende todo el escrito. Pablo realiza uno de los pocos intentos de la literatura neotestamentaria de describir el retorno del Señor, el día de la parusía. El lenguaje al que recurre es el lenguaje estereotipado de la literatura apocalíptica: la voz del arcángel Miguel, que asistirá a Dios en su juicio, el toque de trompeta, la bajada del cielo y la ascensión posterior entre nubes, en el aire, con el cortejo formado por los bienaventurados; como siempre, el lenguaje apocalíptico recurre a una serie de imágenes que han de ser descodificadas como auténticas metáforas. La orden celestial (voz del arcángel y toque de la trompeta divina) indica que el tiempo de la venida de Cristo es un tiempo fijado, un kairós que tendrá lugar en la historia según un designio preciso.

Ese proyecto puede ser intuido, podemos entreverlo por inspiración divina, pero, en última instancia, permanece escondido en las profundidades de Dios. «El Señor mismo (cf. v. 16), Jesús, deberá esperar la señal celestial para iniciar su retorno entre los hombres. La afirmación más problemática contenida en este texto («los que murieron unidos a Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún quedamos vivos, seremos arrebatados...»: w. 16b-17a) trata también la cuestión del tiempo; Pablo, que se encuentra en el comienzo de su ministerio, está convencido de que el fin llegará pronto, de que no pasará esa generación antes de haber visto volver al Señor en la gloria; en sus palabras captamos la urgencia de esa manifestación.

Esta última será la liberación definitiva de todos los que se han mantenido fieles a la Palabra. Por último, la vida eterna está descrita también en relación con el tiempo, en relación con Cristo: «Estaremos siempre con el Señor» (v. 17).

 

Evangelio: Lucas 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús

16 llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido para anunciar

la Buena Noticia a los pobres;

me ha enviado a proclamar

la liberación a los cautivos

y dar vista a los ciegos,

a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar

un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó.

Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación;

29 se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

**• La perícopa del capítulo 4 de Lucas que hemos leído contiene el discurso programático de Jesús y representa una especie de «puerta de entrada», al comienzo de su ministerio, para el relato del Evangelio y de los Hechos. Aquí, en efecto, se encuentran admirablemente concentrados todos los temas típicos de la teología lucana: el cumplimiento de las Escrituras, la proclamación del Evangelio a los pobres, Jesús como profeta cscatológico (comparado con Elías y Eliseo), el anuncio del Reino de Dios a las naciones.

En el centro encontramos la Palabra de Jesús en función interpretativa: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura...» (v. 21). ¿Qué Escritura? La de Isaías en la que el profeta es enviado a «proclamar un año de gracia del Señor». Queda claro así que este tiempo de gracia es el hoy de Jesús, su existencia histórica, que realiza el proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad: los pobres, los prisioneros, los ciegos y los oprimidos son, en primer lugar, los que no conocen al Señor, su rostro de gracia y de misericordia, que Jesús va a revelar. Ellos son «las ovejas perdidas de la casa de Israel», pero también los paganos, los extranjeros, a quienes está destinado el mensaje, rechazado por los paisanos de Jesús, como atestigua la reacción de los habitantes de Nazaret.

 

MEDITATIO

El tema del tiempo es de nuevo protagonista de la liturgia de la Palabra: tiempo de Dios que ha sido anunciado por los profetas del Antiguo Testamento en su calidad salvífica, que se manifiesta especialmente en relación con los oprimidos, con los que andan lejos de su gracia. Con la venida de Cristo se inaugura el kairós, da comienzo el cumplimiento, se abre el paso al último acto de la historia de la salvación.

El que acoge el anuncio de Jesús el nazareno y reconoce en su persona la venida del Reino de Dios participa desde ahora en la gracia prometida en la antigua alianza, en el jubileo de la historia que se realiza de una vez por todas. A quien no rechaza la revelación del humilde hijo del carpintero, la liberación le llega hoy, en el día de salvación que Cristo ha hecho surgir.

Desde la venida del Señor, los hombres viven en el único día, un día que tiene como aurora su nacimiento en el portal de Belén y por ocaso la parusía. Éste es el hoy de la fe. Cuando más tarde descienda del cielo el Señor y seamos llevados con él, el hoy de la fe dejará su sitio al para siempre de la visión beatífica, en el que él será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

 

ORATIO

Te alabamos, Dios de toda gracia.

Como lo hacía tu pueblo liberado del país de Egipto, también nosotros recordamos tus acciones liberadoras en nuestras vidas: nosotros, los pobres: ...cuánta pobreza en el corazón de estos hijos del bienestar a toda costa; nosotros, los prisioneros: ...víctimas de un sistema creado por nosotros mismos para garantizarnos todas las libertades, para permitirnos todos los deseos inútiles; nosotros, los ciegos: ...incapaces de reconocerte como Señor de la historia, a pesar de todo lo que has hecho por nosotros; nosotros, los oprimidos: ...sin fuerzas para levantar la mirada al lugar donde está nuestra verdadera casa, donde tú nos esperas.

Padre de toda gracia, seguimos teniendo necesidad de escuchar tu anuncio de salvación, de oírte pronunciar aquel «Hoy se ha cumplido... para vosotros», a fin de que se vean sacudidas en sus cimientos nuestras débiles y humanas seguridades y, por fin, liberados de todo peso, podamos salir a tu encuentro en tu eterno hoy.

 

CONTEMPLATIO

Es posible que la Sagrada Escritura haya querido esconder un misterio en la frase «proclamar el año del Señor». Los días futuros serán diferentes, incomparables con los que vemos hoy en el mundo, y también serán diferentes los meses y diferente el calendario. Por tanto, si los tiempos serán renovados por completo, nuevo será en el futuro el año portador de gracia. Estas cosas han sido anunciadas a fin de que, después de haber pasado de la ceguera a la clara visión, y de la esclavitud a la libertad, curados de nuestras múltiples heridas, lleguemos al «año de gracia del Señor».

Jesús, después de haber leído estas palabras, «enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él» (Lc 4,20). También ahora, si lo queréis, en esta sinagoga, en esta asamblea que formamos, pueden clavarse vuestros ojos en el Salvador. Cuando consigáis dirigir la mirada más profunda de vuestro corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad del Hijo único de Dios, entonces vuestros ojos verán a Jesús. Feliz asamblea aquella de la cual atestigua la Escritura que «todos los ojos estaban clavados en él» (Orígenes, Homilías sobre el evangelio de Lucas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hoy se ha cumplido esta Escritura» (Lc 4,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aquí tocamos otro error de fondo. Hay «devotos» que se ilusionan con saltar fuera del presente para zambullirse en la espera del Reino futuro. De este modo, piensan permanecer fieles a lo eterno, descuidando la historia. No se dan cuenta de que lo eterno expresa la misma actualidad en las contingencias históricas. Y que por eso la traición al tiempo equivale a la traición a lo eterno. Esos tales conciben el más allá como algo totalmente separado de la tierra. No captan el nexo que existe entre ambos reinos. ¡Qué equivocación! «La salvación, el Reino de Dios, no sobrevuelan el mundo como nubes entre el cielo y la tierra, sino que están verdaderamente dentro, se preparan dentro del mundo» (Y. Congar). «La eternidad no es una especie de añadido futuro a la vida, de prolongación lineal de nuestra existencia hacia el infinito; la eternidad se encuentra ya en lo íntimo del hombre, es fruto de su obrar espiritual» (K. Rahner) [...].

En consecuencia, el presente, el hoy, contiene ya, para el cristiano, el germen del futuro. Para él ya ha comenzado verdaderamente el futuro. Y su fidelidad al presente se resuelve, en sustancia, en una fidelidad al futuro (A. Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 1993 [edición española: Evangelios molestos, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).

 

 

Martes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 5,1-6.9-11

1 En cuanto al tiempo y a las circunstancias, no tenéis, hermanos, necesidad de que se os escriba.

2 Sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche.

3 Cuando los hombres hablen de paz y seguridad, entonces, caerá sobre ellos la ruina de improviso, igual que los dolores de parto sobre la mujer embarazada, y no podrán escapar.

4 Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas. Por tanto, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón.

5 Todos vosotros sois hijos de la luz, hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.

6 Por consiguiente, no durmamos como hacen los demás, sino vigilemos y vivamos sobriamente.

9 Porque no nos ha destinado Dios al castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,

10 que murió por nosotros a fin de que, tanto despiertos como dormidos, vivamos unidos a él.

11 Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros, como ya lo venís haciendo.

 

*• Hemos llegado al final de la primera carta a los Tesalonicenses. En este capítulo conclusivo vuelven a emerger todos los temas desarrollados hasta ahora con la fuerza de una última y decisiva exhortación: «No durmamos» (v. 6).

Los cristianos de Tesalónica tenían ante ellos el ejemplo de los que se encandilaban con la bienaventuranza de un mundo vano, se abandonaban al ocio, a las habladurías, a los vicios de la vida nocturna; estaban convencidos de que nada podría perturbar su seguridad (Cf. v. 3), seguros de que se habían construido una paz duradera. Tal vez ésos pertenecían a la misma comunidad creyente, aunque, a buen seguro, su estilo de vida era más semejante al de los paganos, que no creían en la llegada del juicio de Dios.

Eso es lo que distingue a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas: la fe en el día del juicio, en su carácter ineludible. Es seguro que vendrá, y lo hará como un ladrón, que actúa por sorpresa cuando la noche ya está avanzada, o como los dolores de una mujer encinta, que se notan cuando la naturaleza ya ha dado vía libre al proceso del parto. Saber que todo esto ha de suceder -y sucederá de manera imprevista- convierte a los cristianos en «gente de luz», en personas que tienen los ojos bien abiertos, que conocen el sentido y el fin de este mundo. Los creyentes, al contrario de los que duermen, que andan a tientas en la oscuridad, tienen confianza en la salvación que Dios ha llevado a cabo por medio de Cristo Jesús. Por eso no temen aquello de lo que los otros hombres tienen miedo, o sea, la muerte, porque ésta no es más que un sueño (cf. el v. 10: «tanto despiertos como dormidos») que no tiene poder para separarnos del Señor.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 desde allí se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño.

36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

*»• Da comienzo la «jornada de Cafarnaún», modelo para los discípulos de cómo usó el maestro el tiempo que le fue dado vivir en esta tierra. El día es un sábado, lo que añade un significado particular, como veremos en los próximos días.

Jesús desarrolla su primera actividad en la sinagoga, en medio de los creyentes, de sus hermanos en la fe. Aquí «habla con autoridad», o sea, que su enseñanza no se limita a repetir las enseñanzas tradicionales, a repasar, como perlas de un collar, las sentencias de los maestros antiguos (según la costumbre rabínica). Jesús, al contrario, interpreta la Escritura siguiendo una nueva inspiración, revelando significados hasta ahora desconocidos; en vez de volver a recorrer el surco de la tradición, opta por inaugurar un nuevo camino, un camino capaz de interpelar las conciencias (la gente «estaba admirada de su enseñanza»: v. 32).

Los gestos de Jesús provocan asimismo la manifestación de la verdad. Su manera de proceder frente al endemoniado no se puede comparar con la de los exorcistas comunes judíos, obligados a recurrir a fórmulas y ritos destinados a alejar al Maligno. Aquí es el demonio mismo, voz del mal, el que toma la iniciativa, porque se siente amenazado en su propio ser por la simple presencia de Jesús, que es la presencia misma de la Santidad divina. El bien y el mal, la vida y la muerte, se enfrentan ya en duelo desde el comienzo de su ministerio y frente a él se descubren los secretos de los corazones: desde este momento se inaugura la «crisis», el «juicio» de Dios.

       

MEDITATIO

El lenguaje empleado por Pablo juega con una especie de equívoco entre los términos «dormir» y «estar despierto». En el lenguaje común de los cristianos, «los que duermen» eran los difuntos, aquellos que habían cerrado los ojos a la luz del día en espera de ser despertados por la resurrección. La muerte, como siempre, suscita espanto y angustia. Así era para los cristianos de Tesalónica, y lo mismo nos pasa a nosotros... Dado que debemos morir, ¿acaso no valdrá la pena disfrutar de la vida, aprovechar cada ocasión de placer, de los que «la moral» parece querer privarnos? Entonces, carpe diem, y no pensemos más. La idea de Pablo es que los que están convencidos de estar despiertos y de haberlo comprendido todo, en realidad «duermen», tienen ofuscados los ojos de la mente y viven en la oscuridad más total. Están más muertos que los muertos, más en la oscuridad que ellos; estos últimos, en efecto, pronto serán despertados para la vida eterna, mientras que aquéllos seguirán siendo siempre esclavos de las tinieblas.

Lo que marca la diferencia es la fe en el «Santo de Dios», cuya muerte tiene el poder de hacernos renacer para siempre a la vida, porque él ha vencido a la muerte y ha condenado al Maligno a la derrota. Al mismo tiempo, Cristo se pone como piedra de tropiezo para todos aquellos que se esconden en las tinieblas, obligándoles a salir a la luz, a declarar su propia identidad. Éste es el juicio de Dios que el Mesías ha inaugurado con su venida: acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar la vida, la salvación, acoger o rechazar a Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu presencia en medio de nosotros es piedra de tropiezo para nuestras conciencias; tu vida produce el escándalo o el asombro por el milagro, revelando el secreto de los corazones: ¿quién ha de perder con tu venida? Tú has venido a salvar a la humanidad.

Sin embargo, has venido trayendo la espada –la espada de la Palabra-, la espada de doble filo que penetra hasta el punto más profundo del alma, allí donde el hombre pronuncia su juicio: quien no está contigo está contra ti.

Como el Dios de la creación, has puesto un límite a las tinieblas que había en nosotros, has marcado para siempre su límite: quien pierde su vida para servirte, quien confía su propia vida a tu Palabra, quien renuncia a los honores del mundo para ir detrás de ti lleva en él tu misma luz, vive de tu misma vida. Por último, como juez divino, nos has enseñado a fijar nuestros ojos en la realidad eterna, a ver más allá de las apariencias, a no tener miedo de la muerte, para vivir ya desde ahora en la alegría de nuestra vida contigo.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente moriremos, pero no estaremos predestinados a la muerte como antes, cuando estábamos encadenados a la muerte por el pecado. Si es así, se puede decir con razón que no moriremos. En efecto, hay algunos que escaparán de la muerte, pero también serán transformados. Existe el dominio de la muerte, ese del que, una vez muertos, no seremos admitidos a volver a la vida. Pero dado que no moriremos y después de la muerte viviremos de nuevo -y con una vida mejor- está claro que este morir no es muerte, sino dormición.

Así pues, si el mismo Señor de la vida y de la muerte -vida de toda la creación, resurrección de los muertos, luz del mundo, que con su muerte ha aniquilado al que tiene el poder de la muerte-, obligado por su amor a los seres humanos, pensó que no debía pasar inmune ni siquiera por esta ley, y si, para hacerse semejante a nosotros en todo y mostrar que esta bajada a la tierra se había vuelto necesaria, él mismo asumió la misma obligación nuestra, ¿cómo no podría estar claro que las almas de todos están invitadas a ser trasladadas a aquellos lugares resplandecientes que convienen de modo claro a la sagrada condición de los santos (Andrés de Creta, Omelie mañane, Roma 1987, pp. 152ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros con estas palabras» (cf. 1 Tes 5,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ciertamente, también a nosotros, hombres de hoy, nos visitan el sufrimiento y el luto, la melancolía y el dolor por el inconsolable sufrimiento del pasado, por el sufrimiento de los muertos. Ahora bien, todavía son más fuertes -al parecer- nuestra reticencia a hablar de la muerte en general y nuestra insensibilidad hacia los muertos. ¿Acaso no son demasiado pocos los que mantienen, o intentan mantener, una relación de amistad o fraternidad con los muertos? ¿Quién se da cuenta de su insatisfacción, de su silenciosa protesta contra nuestra indiferencia, contra la rapidez con la que los olvidamos para ocuparnos de los asuntos cotidianos? Por lo general, no tenemos ninguna dificultad para rebatir éstos o análogos problemas, porque los rechazamos o denunciamos como situados «fuera de la realidad». Pero, entonces, ¿qué idea tenemos de la realidad? ¿Acaso sólo la fugacidad y el carácter amorfo de nuestra conciencia infeliz, la trivialidad de nuestras preocupaciones? [...].

Ahora bien, si nos quedamos demasiado tiempo como esclavos de la absurdidad y de la indiferencia hacia los muertos, al final no podremos hacer más que promesas triviales a los vivos [...]. En esta situación, nosotros, los cristianos, confesamos nuestra esperanza en la resurrección de los muertos no en virtud de una utopía bien construida, sino en virtud del testimonio de la resurrección de Cristo, que constituye desde el comienzo el núcleo de nuestra comunidad cristiana. Lo que los discípulos atestiguaron no era fruto de sus vanos deseos, sino que se trataba de una realidad que se impuso contra todas las dudas y les hizo proclamar: «Verdaderamente, ha resucitado el Señor» (Lc 24,34). El programa de la esperanza de la resurrección de los muertos, basado en el acontecimiento pascual, nos abre a todos un futuro, a los vivos y a los muertos (Sínodo alemán, en Facciamo l'uomo, Brescia 1991).

 

 

Miércoles de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,1-8

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo,

2 a los creyentes de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre.

3 Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y rogamos sin cesar por vosotros

4 al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de vuestro amor con todos los creyentes.

5 Os mueve a ello la esperanza del premio que Dios os ha reservado en los cielos y que habéis conocido por medio del Evangelio, palabra de verdad

6 que ha llegado hasta vosotros y que fructifica y crece, tanto en vosotros como en el mundo entero, desde el día en que conocisteis y experimentasteis la gracia de Dios en toda su verdad.

7 Así lo aprendisteis de nuestro querido compañero Epafras, que es para vosotros fiel servidor de Cristo.

8 Ha sido también él quien nos ha informado de cómo os amáis en el Espíritu.

 

*•• A partir de hoy, la liturgia ferial nos propone la escucha de la carta de san Pablo a los cristianos de Colosas, antigua ciudad de Frigia, situada sobre una de las principales vías comerciales de la época. La comunidad está formada, de manera preponderante, por cristianos procedentes del paganismo, aunque incluye también a muchos judíos de la diáspora. Esta doble influencia está relacionada con el motivo del escrito: los cristianos de Colosas están amenazados en la autenticidad de su doctrina por tendencias de tipo sincretista, en las que encontramos huellas tanto del paganismo como del judaísmo.

Parece ser que se intentaba proponer una especie de «gnosis» basada en elementos del mundo (2,8.20) y en las potencias cósmicas (2.8.10.15), así como en la observancia minuciosa de diferentes prácticas, como la circuncisión o las normas alimentarias judías. Debemos recordar otro aspecto particular: Pablo no había fundado personalmente esta comunidad, ni tampoco la había visitado nunca. Ésa es la razón de que parezcan tan importantes los mediadores de los que se habla en la carta; el primero de ellos es Epafras, apóstol de la región y fundador de esta iglesia (cf. v. 7). A pesar de ello, el tono de Pablo no carece de solicitud y afecto.  Más aún, en los w. 3-8 aparece la fórmula de agradecimiento más larga y compleja de todo el Nuevo Testamento.

Éstos son los elementos que la componen: la fe, la caridad, la esperanza de los colosenses como motivo de agradecimiento a Dios; la escucha de la Palabra, que es el origen de su llegada a la verdad; la obra de los ministros de Cristo en la difusión del Evangelio. En el centro se encuentra Jesucristo, nombre que vuelve casi en cada línea, de manera redundante, junto a «Dios», «Padre» y «Espíritu». En suma, un agradecimiento que resume toda la economía de la salvación. Ésta tiene su origen en la voluntad de Dios Padre, se realiza en la persona del Señor Jesús y se comunica a los hombres a través de la obra de anuncio del Evangelio, que conduce a los creyentes a la gracia y a la verdad. Éstas últimas, junto con las tres virtudes teologales, son reflejo del rostro de Dios y de la presencia de su Espíritu.

 

Evangelio: Lucas 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús

38 salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le rogaron que la curase.

39 Entonces Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre y la calentura desapareció. La mujer se levantó inmediatamente y se puso a servirles.

40 Al ponerse el sol, llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

41 Salían también de muchos los demonios gritando: -Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al hacerse de día, salió hacia un lugar solitario. La gente le buscaba y, cuando le encontraron, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos.

43 Él les dijo: -También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios, porque para esto he sido enviado.

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

*• Prosigue el relato de la «jornada de Cafarnaún». Jesús, tras haber visitado el lugar público donde se atiende a la religión, la sinagoga, se retira a una dimensión más íntima, a casa de uno de sus primeros discípulos. También entre sus propios amigos tiene que ejercer su autoridad sobre el mal. La fiebre era considerada en la antigüedad una representación de la obra del Maligno, porque volvía a la persona débil e inerte. Seguramente, se conserva aquí un recuerdo histórico: la suegra es, a buen seguro, una mujer anciana, una mujer que ha consumido su vida en torno al cuidado de la casa y de su familia. Ahora, una vez curada, empieza a servir al Señor y a los suyos. La vida de aquel que -joven o anciano- ha encontrado a Jesús está destinada, de manera inevitable, a cambiar, realizándose en relación con él.

La actividad taumatúrgica de Jesús alcanza su cima al ponerse el sol. «Al ponerse, el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (v. 40): con estas palabras se pretende indicar la plena manifestación del Reino de Dios precisamente cuando el tiempo gira a su término.

Por otra parte, la oscuridad y la noche funcionan como símbolos del imperio del mal, un imperio que envuelve al hombre en las tinieblas mientras no llega la luz verdadera, el enviado de Dios. Que aquí está presente el Reino de los Cielos lo confirman las confesiones de los demonios expulsados por Jesús: éstos le reconocen como «Hijo de Dios» y «Cristo».

La última escena se desarrolla en un lugar desierto, donde Jesús se retira al silencio, siguiendo la tradición de los profetas. Aquí declara a las muchedumbres que le buscan la necesidad de evangelizar «las demás ciudades», a causa del mandato que ha recibido del Padre: él, Jesús, es la luz de Dios enviada a todas las naciones (cf. Is 49,6), empezando por las «sinagogas de Judea» (v. 44), o sea, las más próximas entre las que esperan la salvación.

 

MEDITATIO

Por medio del Señor Jesús es como llegan los hombres a la plena verdad sobre Dios, sobre sí mismos y sobre el mundo. En él se realiza la vocación de Adán a la shalóm originaria. El anuncio de su Evangelio a las muchedumbres parece querer decir, en primer lugar, que existe en el espacio creado la posibilidad de vivir en armonía con nuestro propio cuerpo, con el espíritu que hay en nosotros, con los hermanos y, naturalmente, con Dios mismo. Ahora bien, este anuncio no tiene nada que ver con una especie de «gnosis» que pretenda revelar al hombre su potencial, sus posibilidades de autocuración.

Jesús es la presencia misericordiosa de un Padre que se inclina sobre las llagas de sus hijos perdidos, que sale en su busca, casi a «descubrir» el mal allí donde se esconda; mas para llevar esto a cabo muestra que tiene necesidad de la obra de los que le han reconocido como el Salvador. Escuadras innumerables de anunciadores de la verdad, algunos muy conocidos, otros perfectamente anónimos: son los que pidieron a Jesús por la suegra de Pedro (Lc 4,38), los que le llevaban a sus enfermos de todo tipo (v. 40), Epafras y sus colaboradores en el ministerio (Col 1,8). Todos éstos, y muchísimos otros, han profesado su fe en Jesucristo con gestos o palabras, y no sólo han encontrado en él el sentido de su propia existencia, sino que se han convertido en mediadores de salvación para algún pariente, vecino, amigo, conciudadano, menesteroso; en suma, para el prójimo.

 

ORATIO

Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos por haberte inclinado sobre nuestras llagas de hombres y mujeres pecadores: la enfermedad, la edad avanzada, la opresión del espíritu, han debilitado a la humanidad desde el principio, marcando sobre ella la victoria del mal, hasta el día en que enviaste al Salvador.

Él vino, pobre entre los pobres, haciéndose próximo a cada uno para que todos pudiéramos contemplar tu rostro de amor al resplandor de su luz. Con todo, la humanidad caída lleva consigo el límite espacio-temporal al que también el Hijo hecho hombre se ha sometido, a fin de que la Buena Noticia del Reino tuviera necesidad de nosotros para llegar a cada ser humano.

Concédenos el Espíritu de tu Hijo, el Espíritu de amor, para que cure las enfermedades del hombre y de la mujer de hoy: la soledad, la indiferencia, el egoísmo, la desesperación... de cuantos todavía esperan escuchar tu Palabra que redime, contemplar la victoria del Reino de Dios en medio de nosotros.

 

CONTEMPLATIO

Procura creer al Verbo de Dios en lo que se ha dicho de él. Por ninguna otra razón podrás confesar mejor la divinidad de Dios que confesándola con la misma voz con la que te ha sido revelada la divinidad misma. En consecuencia, puedes estar convencido de que el Señor es verdaderamente Dios y de que es él quien nos ha revelado todos los caminos, de que es él quien se apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres.

Él mismo trajo al mundo la luz de la fe, él mismo fue quien mostró la luz de la salvación: «El Señor es Dios, él nos ilumina» (Sal 117,27). Cree, por tanto, en él, ámale y confiésale. Y entonces tampoco tú, quieras o no, podrás negar que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre. Ésta es la perfección última de una cabal confesión de fe, a saber: confesar que Jesucristo, Dios y Señor, está siempre en la gloria de Dios Padre (Juan Casiano, L'incarnazione del Signóte, Roma 1991, p. 183, passim [edición española: Obras de Juan Casiano, Universitat de Valencia, Valencia 2000]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te gustaría proclamar el Reino, hermano mío sacerdote. Entonces no tengas miedo de los signos y prodigios que nos dicen que este Reino está presente. ¿Acaso no constituyen la característica del apóstol? Deja, por consiguiente, que el Señor apoye tu palabra. No tengas miedo de orar sobre un enfermo, con tus manos ligeramente puestas sobre sus hombros, sobre su cabeza o sobre l a parte del cuerpo que le duele. No permitas a los charlatanes y a los curanderos usurpar este gesto tan sencillo y tan bello, que el Señor realizó con frecuencia. Pertenece por derecho a los obreros del Evangelio. No tengas miedo de asociar a algunos hermanos a esta oración, porque con ello la presencia de Jesús se hará sentir todavía más.

No tengas miedo de «parecer ridículo». Deja que la faz de Cristo se refleje en tu rostro. Un sacerdote constituye la imagen viva de Jesús. Éste oraba sobre los enfermos, y a ellos les gustaba ver a Jesús orando sobre ellos. Muéstrate confiado, ten e inspira confianza. Jesús curará, como sabe y como quiere, tal vez empezando por tu corazón y tu inteligencia. ¡Qué purificación no exige e incluye semejante oración! A buen seguro, necesitarías estar dispuesto a cargar sobre tus propios hombros la enfermedad del hermano sobre el que oras: «Si ése es tu deseo, Señor, acepto conocer la misma debilidad, la misma descomposición del cuerpo» (D. Ange, // sangue dell'Agnello guarisce ¡'universo, Milán 1983).

 

 

Jueves de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,9-14

Hermanos:

9 Por eso, desde el día en que recibimos estas noticias, no cesamos de orar y pedir por vosotros, para que conozcáis perfectamente su voluntad, colmados de la sabiduría y la inteligencia que otorga el Espíritu.

10 Llevaréis así una vida digna del Señor, agradándole en todo, dando como fruto toda suerte de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios.

11 El poder glorioso de Dios os hará fuertes hasta el punto de que seáis capaces de soportarlo todo con paciencia y entereza y, llenos de alegría, 12 deis gracias al Padre, que os ha hecho dignos de compartir la herencia de los creyentes en la luz.

13 Él es quien nos arrancó del poder de las tinieblas y quien nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado,

14 de quien nos vienen la liberación y el perdón de los pecados.

 

*•• Pablo continúa dirigiéndose a los colosenses en tono de oración, que desembocará después en el himno cristológico de los w. 15-20. Ahora, sin embargo, pide para la comunidad el don de un profundo conocimiento de la voluntad de Dios, un conocimiento espiritual. El lenguaje puede parecer, a primera vista, ambiguo, pues lo que invoca voluntariamente la idea gnóstica de una ciencia superior, capaz de escrutar las profundidades del misterio. Sin embargo, a continuación Pablo especifica mejor de qué conocimiento se trata, caracterizándolo definitivamente en sentido cristiano: caminar de manera digna del Señor, agradarle en todo, dar frutos de obras buenas, ser fuertes y pacientes... son acciones que indican un itinerario de conversión. Éste requiere la adhesión de la voluntad del hombre, su compromiso para perseverar en el bien, realizando las obras agradables a Dios, las obras del Evangelio.

Ésta es la verdadera epígnosis, la verdadera «ciencia superior» que nos pone en condiciones de participar en la vida divina. Debemos señalar que en el Antiguo Testamento aparece el mismo vocabulario (santos, luz, tinieblas...) en un conocido pasaje del libro de la Sabiduría que reconstruye la salida de Egipto (Sab 17-18). No sólo se contraponen aquí dos tipos de conocimiento de lo sobrenatural -el egipcio de la magia y el israelita de la revelación (Sab 17,7ss)-, sino que se emplea sobre todo el lenguaje de la liberación, que -en el paso lingüístico del hebreo al griego- equivale a «redención», entendida ésta como rescate de la esclavitud.

El cristiano no está simplemente llamado a la adquisición de un saber, sino a la entrada en un nuevo éxodo que establece la pertenencia al pueblo de Dios. A ello se refiere el «compartir la herencia de los creyentes en la luz» (v. 12), la luz de la columna de fuego, que es Cristo resucitado (cf. Sab 18,1), que nos libera de una vez por todas de la esclavitud del pecado y de la muerte.

 

Evangelio: Lucas 5,1ª 2-11

En aquel tiempo,

1 la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca. 4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron.

 

*•• El cuadro representado por Lucas tiene una extraordinaria eficacia narrativa y es expresión de una experiencia de fe común, la del encuentro con Cristo y su exigente propuesta que interpela nuestra vida. En el relato salen a escena diversos personajes, la misma comunidad, pero, al mismo tiempo, todo se concentra en la respuesta de uno solo: Pedro, la roca, el primero entre los hermanos, aunque también el modelo en el bien y en el mal, en los impulsos y en los miedos, typos para todo discípulo de Jesús.

El drama está basado en la contraposición entre la experiencia marinera del viejo pescador (viejo en experiencia) y la palabra del joven maestro que viene de las colinas de Galilea, una oposición aplastante a primera vista: experiencia y palabra, años de duro trabajo y visiones esperanzadoras. No hay que dar por descontado el desenlace del relato, a fin de captar este momento inicial con toda su fuerza de contradicción. No parece haber espacio en la vida de Pedro y sus compañeros para la palabra de un joven rabí, especialmente cuando se trata de cosas del mar. «Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» (v. 5), recuerda el peso de una larga noche de trabajo, la amargura de las redes vacías, años de alimento arrancado con fatigoso trabajo al mar.

De manera inesperada, se abre una brecha, surge el espacio de la duda en el corazón de Pedro: «¿...y si tuviera razón?». Y en este espacio se insinúa la fe que cambiará para siempre su vida. Contra toda previsión razonable, las redes se llenan, casi se rompen, las barcas se hunden bajo el peso de la pesca milagrosa, la alegría rebosa en los corazones. Reconocerse pecador significa admitir aquí los propios límites, poner en tela de juicio las propias certezas, restituir el primado a Dios, que se ha hecho próximo en la persona de Jesús. El relato concluye con el otorgamiento del encargo por parte del Señor y la respuesta de Simón y sus compañeros: una respuesta pronta, generosa, absoluta {«dejaron todo...»: v. 11), sin condiciones, como lo fue la acción salvífica de Dios en sus vidas.

 

MEDITATIO

Cuando el hombre vacila en sus convicciones más firmes, se crea la ocasión para la conversión. En el espacio que deja libre el hombre, en este silencio de su experiencia -limitada por lo demás-, puede actuar Dios, su señorío está en condiciones de manifestarse. En un momento cambia todo, y ya nada será como antes. Frente a la manifestación de la omnipotencia del Señor, Pedro reconoce su propia impotencia; la acción de Jesús va dirigida a colmar sus más profundas expectativas, toca la humanidad de Pedro en lo íntimo de su experiencia.

Arrodillándose ante Jesús, Pedro se rinde a la mirada de Dios, se quita la máscara, abandona sus propias certezas para dejar espacio a lo imprevisto de Dios, que invade su vida. «Desde ahora...» (Lc 5,10b) es la sentencia que decreta este nuevo comienzo: verdadera conversión, pequeño éxodo que llena de un nuevo significado las acciones habituales. «Pescadores de hombres»: Pedro y sus compañeros están llamados a partir otra vez exactamente desde donde han dejado abandonadas las redes, aunque solamente sea por un instante, desde su experiencia del mar, que a partir de ahora mirarán con unos ojos nuevos, los ojos iluminados por la fe en el Señor Jesús.

La noche de su pesca sin éxito, de su trabajo inútil, se ha transformado en el día de la abundancia de Dios, en el día en que saborean los bienes que Dios mismo ha preparado para nosotros desde la eternidad. Por otro lado, seguir siendo pescadores significa proseguir la propia experiencia en el espacio y en el tiempo, en la cultura y en la sociedad por las que estamos marcados y encarnar precisamente en este camino la Palabra que salva.

 

ORATIO

Dios, Padre nuestro, en un tiempo enviaste la columna de fuego para iluminar el camino de tu pueblo, que salía de la esclavitud del faraón. Hoy, aquí, para nosotros, hay mucho más que una nube luminosa. Para nosotros está tu Hijo, Jesús, revelación de tu sabiduría, manifestación de tu vida divina. Para nosotros, en cada línea del Evangelio, está su Palabra, que nos llama a conversión; en los sacramentos, su presencia eficaz; en el ministerio pastoral de la Iglesia, su sabia enseñanza. Todo esto es luz que nos arranca de la oscuridad de nuestras certezas, que nos permite ir más allá del fracaso de nuestra experiencia.

Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» es la evidencia de nuestra naturaleza mortal, de la que tú nos liberas: «Hazte a la mar... no te encierres en tu pequeño mundo, ve más allá de tu breve experiencia, que aunque fuera la de toda la humanidad no serviría para nada. Existe otra evidencia más clara, la única que necesitas, la de mi Palabra».

 

CONTEMPLATIO

A ti sólo amo, a ti sólo sigo, a ti sólo busco, y estoy dispuesto a estar sometido sólo a ti, puesto que sólo tu ejerces con justicia el dominio, y yo deseo ser según lo que tú dispones. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a fin de que yo pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que yo pueda ver tus señas. Aleja de mí los impulsos irracionales, a fin de que pueda reconocerte. Dime hacia qué parte debo mirar, a fin de que te vea, y espero poder cumplir todo lo que me mandes [...].

Sólo pido a tu altísima clemencia que yo me vuelva por completo hacia ti, que no me surjan obstáculos mientras tiendo hacia ti y que se me conceda que yo, mientras todavía llevo y arrastro este cuerpo mío, sea sobrio y fuerte, justo y prudente, perfecto amador y digno de aprender tu sabiduría y de estar y habitar en tu bienaventurado Reino. Amén. Amén (Agustín de Hipona, Soliloquios).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En primer lugar, el hombre se vuelve verdaderamente él mismo sólo porque es el interlocutor a quien Dios se dirige: como ha sido creado para esto, se adquiere, al convertirse en aquel que responde a Dios, plena y cabalmente en sí mismo. Él es el lenguaje del que Dios se sirve para dirigirle la palabra: ¿cómo podría jamás comprenderse a sí mismo de manera eminente?

Saliendo a la luz de Dios, entra en su propia luz, sin comprender (espiritualmente) su propia naturaleza o -por soberbia- su propia condición de criatura. Sólo la Redención puede salvar al hombre. El signo de Dios que se anula a sí mismo, haciéndose hombre y muriendo en medio del abandono más completo, explica la razón de que Dios haya aceptado bajar a este mundo, renunciando a sí mismo: respondía a su esencia y naturaleza absoluta manifestarse, en su infinita e incondicionada libertad, como el amor inconmensurable, que no es el bien absoluto puesto más allá del ser, sino que representa las dimensiones mismas del ser. Precisamente por eso el eterno prius de la Palabra divina de amor se esconde en una impotencia que concede el Prius a la criatura amada [...].

La Palabra de Dios engendra la respuesta del hombre, convirtiéndose ella misma en correspondencia de amor que deja la iniciativa al mundo. Círculo vicioso, sin solución, por Dios y sólo por él pensado y realizado, que permanece eternamente por encima del mundo y precisamente por eso vive en el corazón del mundo. En el corazón está el centro: por eso adoramos el corazón de Jesús; su cabeza la adoramos sólo cuando está cubierta de llagas y de sangre, a saber: como revelación de su corazón (H. U. von Balthasar, Solo l'amore é credibile, Roma 1 982 [edición española: Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1990]).

 

 

Viernes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,15-20

15 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura.

16 En él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades, todo lo ha creado Dios por él y para él.

17 Cristo existe antes que todas las cosas, y todas tienen en él su consistencia.

18 Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. El es el principio de todo, el primogénito de los que triunfan sobre la muerte, y por eso tiene la primacía sobre todas las cosas.

19 Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud

20 y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz.

 

**• Con este himno cristológico se dirige Pablo a los Colosenses para recordarles las verdades de fe a las que se había adherido en un tiempo, y lo hace recurriendo a su misma liturgia, de donde procede este himno. El apóstol pretende demostrar que la «gnosis cristiana» es una sabiduría que se fundamenta en el acontecimiento de la cruz (v. 20), o sea, en una intervención libre y gratuita de Dios («Dios, en efecto, tuvo a bien...»: v. 19) en la historia.

El himno se divide en dos partes; en la primera (w. 15-18a), se celebra a Cristo según el modelo de la Sabiduría- arquitecta de Proverbios 8,22-31, como mediadora de la creación: «El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas. Fui formada en un pasado lejano, antes de los orígenes de la tierra...». El Logos, en virtud de su precedencia sobre todo lo creado, contiene de modo particular la imagen del Creador: es el rostro en el que se refleja la sabiduría creadora del Omnipotente. La cosmología antigua describía el mundo como un cuerpo, armoniosamente compaginado y en condiciones de subsistir (permanencia en el ser, no sólo origen de las cosas, que aquí aparece como algo debido a Cristo: cf v. 17); según la relectura cristiana, este cuerpo es la Iglesia, en la que Cristo realiza su señorío sobre el cosmos, colmándola de toda la plenitud divina.

Nos encontramos así en la segunda parte del himno paulino, donde se celebra al Señor como mediador único de la redención, descrita con los términos «reconciliación», «traer la paz», vocabulario que remite a la idea de una separación precedente, la debida al pecado. La paz entre el cielo y la tierra no se resuelve, como en los mitos antiguos, en el ámbito celestial, sino a través del acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret. Si, hasta este momento, los conceptos expresados se concilian tanto con una visión pagana como veterotestamentaria del universo, aquí es donde se sitúa el punto de ruptura con la aparición de términos que se refieren a la muerte en la cruz y a la resurrección.

 

Evangelio: Lucas 5,33-39

En aquel tiempo, los maestros de la Ley y los fariseos

33 le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.

34 Jesús les contestó: -¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras el novio está con ellos?

35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.

36 Les puso también este ejemplo: -Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo.

37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán.

38 El vino nuevo se echa en odres nuevos.

39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».

 

**• El contexto del fragmento tomado del evangelio de Lucas nos lo proporciona la discusión a propósito del ayuno. Los puntos de vista implicados son tres: el de los discípulos de Juan, que se caracterizan -incluso en la época apostólica- precisamente por una severa ascesis en nombre de la matánoia (penitencia-conversión) que debe preceder a la venida del Mesías; el de los maestros de la Ley y los fariseos, que interpretan el ayuno y las frecuentes oraciones como signo de reconocimiento del carácter profético; el de los discípulos de Jesús, que se explica a través del uso de un dicho (sobre los invitados a las bodas) y de una parábola.

La pregunta que subyace a la crítica realizada por los adversarios de Jesús podemos expresarla de este modo: si tú eres de verdad un profeta, ¿por qué no haces penitencia y oraciones como los profetas de nuestros padres, en espera del Mesías? Respuesta de Jesús: porque yo no soy sólo un profeta, sino el Mesías que vosotros esperáis. Es a otros a quienes les corresponde la tarea de ayunar y hacer penitencia; a los discípulos de Jesús les corresponde la de gozar, porque la espera ha llegado por fin a su término: el esposo está con ellos. Los días en los que el esposo les sea arrebatado serán los de la espera de su segunda venida, un tiempo de prueba para la Iglesia comprometida en dar testimonio de Cristo.

La parábola tiene la finalidad de indicar cuáles son las condiciones que se requieren para el reconocimiento de Jesús como el Mesías: los dos momentos se caracterizan por la antítesis nuevo/viejo. Del mismo modo que el remiendo de tejido nuevo corre el riesgo de desgarrar el tejido viejo ya gastado (pensemos en los tejidos duros y bastos de la antigüedad), tampoco el vino joven estará seguro en odres viejos y poco dúctiles. El riesgo que se corre en ambos casos es el de una pérdida total (de tipo económico): tanto el vestido como el vino y los odres dejan de servir y hay que tirarlos. Aquí reside el rasgo decisivo de la Palabra: el que no recibe a Jesús como el Señor que viene no tendrá sitio en el Reino de Dios, no servirá para nada y será «echado fuera».

 

MEDITATIO

La invitación dirigida por Jesús a sus oyentes es la de renovar su propia mente, a fin de prepararse para acoger la novedad que viene de Dios, sin obstinarse en permanecer en los esquemas preestablecidos, aunque sean los ofrecidos por la misma religión. También los profetas habían previsto esta dificultad para reconocer a Dios en algo novedoso: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19).

Ninguna gnosis está en condiciones de anunciar el escandaloso mensaje de un Dios crucificado ni de acoger la absurda pretensión de que los muertos resuciten, a no ser la del Evangelio. ¿Cuál debe ser la actitud del hombre frente a la novedad detonante de un kerygma que viene a hacer saltar todas las previsiones? El profeta del Antiguo Testamento (cf. Is 5,lss) se compara a menudo con la maravillosa figura del «amigo del esposo», presente en las culturas tradicionales y cuya tarea consiste en hacer todo lo necesario para que las nupcias lleguen a buen fin; se ocupa asimismo de las negociaciones del «contrato matrimonial» hasta el momento de la celebración de la boda {cf. la figura del siervo de Abrahán en Gn 24), en el que la satisfacción por el éxito del matrimonio explota en la alegría de la fiesta.

Ésa es la alegría de los «amigos del novio» (personajes con los que el cuarto evangelio compara a la figura del Bautista: Jn 3,29) que nosotros, la Iglesia, estamos llamados a compartir. En la boda de Dios con la humanidad, en la que se restablece la paz entre el cielo y la tierra, nosotros somos los testigos, porque tenemos capacidad de expresar el amor de Dios.

 

ORATIO

Gracias, Señor, por habernos invitado a tu boda. Nosotros, tu Iglesia, somos los que conocemos el «precio» de esta fiesta, los que conocemos la historia de tu amor a la humanidad desde el principio. Tú eres el esposo y nosotros tus amigos. Mas, para el hombre que sufre en la lejanía de Dios, tú eres el esposo que cada día ofrece el vino nuevo de la alegría.

¿Cuál es, pues, la tarea que confías a tus amigos en este tiempo en el que experimentamos la espera de tu retorno entre nosotros? Sin duda, la de ir en busca de la esposa, la de hablarle de tu belleza, cantándole tus palabras de amor, para gozar por fin contigo en el día en que la amada te haya reconocido como el único capaz de darle la vida, de abrirle el camino hacia Dios.

De este modo nos llamas a vivir ya desde ahora en la novedad de tu Reino, reino de reconciliación y de paz, para ser «odres» capaces de contener y comunicar tu amor infinito a cada hombre.

 

CONTEMPLATIO

«La tierra está llena de tus criaturas»: de todos los árboles y matas, de todas las bestias y de todo el género humano... Pero debemos señalar mucho más a las criaturas de las que dice el apóstol: «Si alguien está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, he aquí que lo hago todo nuevo» (2 Cor 5,17)... Vino el que renovó sus obras; vino el que fundió su plata para acuñar su moneda, y nosotros vemos la tierra llena de cristianos que creen en Dios, que abandonan su impureza y su idolatría, que rechazan las esperanzas pasadas por la esperanza de un mundo nuevo [...]. Aunque todavía somos peregrinos, observamos todo este mundo y vemos que de todas partes corren los hombres a la fe, temen el infierno, desprecian la muerte, aman la vida eterna y desdeñan la presente. Y ante este espectáculo, entusiasmados por la alegría, exclamamos: «La tierra está llena de tus criaturas» (Agustín de Hipona, Comentarios sobre los salmos).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El vino nuevo se echa en odres nuevos» (Lc 5,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen de Jesús es ésta: «Os daré una nueva visión del mundo que vosotros gustaréis como un vino nuevo, pero esta novedad quedará completamente frustrada si no tenéis odres nuevos. Si no existen estructuras nuevas que reflejen la nueva actitud mental, entonces también se habrá perdido la actitud mental. Ambos deben ser renovados: el continente y el contenido; de otro modo, ambos se perderán».

Nosotros, tradicionalmente, hemos intentado predicar un Evangelio hecho en gran parte de palabras, de modos de pensar y de experiencias de salvación interiores. La gente dice que está salvada, que está «regenerada»; ahora bien, ¿cómo hacemos para saber si alguien está salvado? ¿Aman a los pobres? ¿Se han liberado de su yo? ¿Se muestran pacientes ante las persecuciones? Estos podrían ser los verdaderos indicadores [...].

Todos somos un poco iguales. Es más fácil hablar del vino sin nombrar los odres; hablar de la salvación de una manera teórica, sin instaurar un nuevo orden en el mundo. Honestamente, las naciones europeas que se definen como cristianas fundamentan su sociedad -tal como hacemos todos nosotros- enteramente sobre estructuras de dominio y de control: racismo, sexismo, clase social, poder y dinero. Se fundamentan en todas esas cosas en las que Jesús nos dijo que no fundamentáramos nuestra vida. Hay un poco de vino nuevo en algunos odres muy viejos (R. Rohr,  Il piano di Gesú per un mondo nuovo, Brescia 1 999).

 

 

Sábado de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,21-23

Hermanos:

21 También vosotros estabais en otro tiempo lejos de Dios y erais sus declarados enemigos por vuestras malas acciones.

22 Ahora, en cambio, por la muerte que Cristo ha sufrido en su cuerpo mortal, os ha reconciliado con Dios y ha hecho de vosotros su pueblo, un pueblo sin mancha ni reproche en su presencia.

23 Pero es necesario que permanezcáis firmes y arraigados en la fe y que no traicionéis la esperanza contenida en el Evangelio que habéis recibido, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, me he convertido en servidor.

 

*» Pablo precisa ulteriormente los conceptos clave expresados en el himno precedente (que leíamos ayer), aplicándolos a la situación de los colosenses, convertidos del paganismo. Éstos fueron en otro tiempo extranjeros y enemigos, o sea, gente que estaba lejos de Dios en su visión de la vida y en sus obras. Si el pasado («otro tiempo») corresponde a la lejanía, el presente («ahora») coincide con la reconciliación, con el abrazo de Dios. El medio de esa transformación es «la muerte que Cristo ha sufrido en su cuerpo mortal»; este subrayado remite al motivo de fondo de esta exhortación: ser santos e inmaculados, o sea, ofrecer sacrificios en nuestro propio «cuerpo mortal», con obras buenas que deben sustituir a las malas de otro tiempo. De este modo, el cristiano hace actual en el hoy de su propia fe el sacrificio salvífico del Señor, orientando toda su propia existencia en dirección a «la esperanza contenida en el Evangelio», es decir, a la victoria definitiva sobre el mal por medio de la resurrección.

 

Evangelio: Lucas 6,1-5

1 Un sábado, atravesaba Jesús por unos sembrados. Sus discípulos cortaban espigas y las comían, desgranándolas con las manos.

2 Y unos fariseos dijeron: -¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvieron hambre él y sus compañeros?

4 Entró en el templo de Dios, tomó los panes de la ofrenda, comió y dio a los que le acompañaban, siendo así que sólo a los sacerdotes les estaba permitido comerlos.

5 Y añadió: -El Hijo del hombre es señor del sábado.

 

**• La extensa lista de las prohibiciones relativas al reposo sabático incluía -y sigue incluyendo todavía hoy hasta la preparación de la comida, además del «trabajo de recogida» con el que se manchan los discípulos de Jesús. A la pregunta de los maestros de la Ley y de los fariseos, que se atienen de manera escrupulosa al precepto de la Tora, Jesús responde remitiéndose al episodio narrado en 1 Sm 2 1 a propósito del rey David y de sus compañeros. Sin embargo, con las palabras «el Hijo del hombre es señor del sábado» (v. 5) no pretende compararse Jesús tanto con el rey de Israel, heredero de las promesas, como con Dios mismo.

La ley correspondiente al sábado fue promulgada claramente, en efecto, por YHWH y entregada a su pueblo en tablas de piedra en el Sinaí. Por otra parte, en el relato del Génesis, se presenta a Dios como el que «reposó el séptimo día», día consagrado por Él y bendecido (Gn 2,2ss). Puede decirse que el Dios de Israel es el «Dios del sábado» y que el shabbath es el día de Dios. De este modo, Jesús se pone en el sitio de Dios, aunque la suya no es una usurpación ilícita: se pone en el sitio del Creador para completar su obra allí donde el hombre la había interrumpido alejándose con el pecado. El Hijo ha venido, en efecto, a consolar, a sanar, a reconciliar. Ahora bien, lo que pertenece a Jesús se extiende también a los suyos: así sucede con la libertad respecto al precepto sabático y a toda ley cuando se opone al bien de la vida humana.

 

MEDITATIO

Jesús también es señor del sábado, puesto que está en condiciones de reconciliar al hombre con Dios. En cuanto hombre, se pone a sí mismo por completo al servicio del proyecto divino, a fin de restituir la tierra a la shalóm originaria; ofrecer su propia vida en manos de los pecadores es la única vía capaz de vencer el pecado del mundo. De este modo, inaugura un camino que cada uno de los que llevan su nombre está llamado a recorrer, a través de la muerte «sufrida en su cuerpo mortal» y renunciando a toda obra mala.

Permanecer «firmes y arraigados en la fe» significa, por consiguiente, poner los pies en las huellas de Cristo, abrazando la cruz que nos sale al encuentro en el tiempo presente. Ser como Jesús, para ser reconciliados con nosotros mismos, con los otros, con Dios, y para experimentar la libertad de los hijos de Dios, que se manifiesta en dejar de ser esclavos de los imperativos de nuestro egoísmo. Vivir la «vida en el Espíritu», en la misericordia, bondad, mansedumbre y paciencia (Col 3,12ss), cosas contra las que no hay ley (cf. Gal 5,22), para vivir ya desde ahora en el eterno shabbath al que están destinados los hijos del Reino.

 

ORATIO

Padre Santo, te pedimos hoy el don del Espíritu, a fin de que, como fuego, nos plasme a imagen de tu Hijo, Jesús. En su vida ofrecida por nosotros reconocemos el único modelo que nos libera de todo lo que mortifica al hombre, sea cual sea su nombre: avaricia, deseos egoístas, miedo, juicio, orgullo falsa religiosidad...

Gracias al don de Jesús se ha abierto de una vez por todas el camino para entrar en tu Reposo, en el shabbath sin fin. Haz, oh Señor, que no lo cerremos de nuevo recayendo en las obras malas de otro tiempo, sino que en toda obra buena nos hagamos imitadores de tu santidad, que se ha vuelto disponible para nosotros en la persona de un hombre muerto en la cruz.

 

CONTEMPLATIO

...Y es que sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, haciendo veces de cuerda el Espíritu Santo. Vuestra fe es vuestra cabria, y la caridad el camino que os conduce hasta Dios.

Así pues, todos sois también compañeros de camino, portadores de Dios y portadores de un templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados de todo en todo en los mandamientos de Jesucristo [...]. «Rogad también, sin intermisión» (1 Tes 5,17), por los otros hombres, pues cabe en ellos esperanza de conversión, a fin de que alcancen a Dios. Consentidles, pues, que, al menos por vuestras obras, reciban instrucción de vosotros. A sus arrebatos de ira, responded vosotros con vuestra mansedumbre; a sus altanerías de lengua, con vuestra humildad. Oponed a sus blasfemias vuestras oraciones; a su extravío, vuestra firmeza en la fe; a su fiereza, vuestra dulzura, y no tengáis empeño alguno en emularlos por vuestra parte. Mostrémonos hermanos suyos por nuestra amabilidad; mas imitar, sólo hemos de esforzarnos en imitar al Señor, porfiando sobre quién pueda sufrir mayores agravios, quién sea el más defraudado, quién más despreciado, a fin de que no se vea entre vosotros planta alguna del diablo, sino que en toda castidad y templanza permanezcáis en Jesucristo corporal y espiritualmente (Ignacio de Antioquía, «Carta a los Efesios», IX-X, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 452-453).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo nos ha liberado para que permanezcamos libres» (cf. Col 1,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando no tenemos experiencia de lo Sagrado Verdadero, caemos siempre en la adoración de lo sagrado falso. Lo sagrado falso se convertirá siempre en un pretexto e incluso en una santa justificación para el prejuicio, la marginación de los otros, la creación de chivos expiatorios y la violencia [...]. Sin embargo, una vez que honramos a lo Sagrado Verdadero, somos libres e incluso estamos «obligados» a reconocer su reflejo en cada una de sus criaturas y en todo el mundo creado [...]. Sin lo Sagrado Verdadero estamos todos a merced de la misericordia recíproca y sometidos a los caprichosos juicios recíprocos. En presencia de lo Sagrado Verdadero estamos confiados a la misericordia de Aquel-que-es-misericordia. No hemos de maravillarnos de que Jesús haya dispensado toda su vida en proclamar una liberación tan abismal. La humanidad esperaba tal liberación con esperanza mesiánica. Este es el único modo de salir de nuestro engañoso castillo de espejos, de nuestra guerra de todo contra todo, y se llama justamente salvación (R Rohr, ll piano di Gesú per un mondo nuovo, Brescia 1999).

 

 

Lunes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 1,24-2,3

Hermanos:

1.24 Ahora me alegro de padecer por vosotros, pues así voy completando en mi existencia mortal, y a favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas.

25 De esa Iglesia me he convertido yo en servidor, conforme al encargo que Dios me ha confiado de anunciaros cumplidamente su Palabra,

26 es decir, el plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha revelado a los que creen en él.

27 Precisamente a éstos ha querido Dios dar a conocer la incalculable gloria que encierra este plan divino para los paganos; hablo de Cristo, que está entre vosotros y es la esperanza de la gloria.

28 A este Cristo anunciamos nosotros, amonestando e instruyendo a todos con el mayor empeño, a ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana.

29 Por esto me fatigo y lucho, sostenido por la fuerza de Aquel que actúa poderosamente en mí.

2.1 Porque quiero que sepáis qué lucha tan grande sostengo por vosotros, por los de Laodicea y por tantos otros que no me conocen personalmente. 2 Lo hago para que se mantengan animosos y para que, unidos fuertemente en el amor, lleguen a conseguir toda la riqueza que se encierra en la plena inteligencia de las cosas y puedan conocer a fondo el plan secreto de Dios, que es Cristo,

3 en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

 

*• La dirigida a los colosenses es una carta con la que Pablo quiere refutar algunas doctrinas que circulaban en aquella comunidad que él no había fundado. Nuevos maestros insinuaban que la obra redentora de Cristo era incompleta y que eran necesarias otras prácticas religiosas para completar la salvación procedente de la muerte y resurrección de Cristo. Estos maestros superponían añadidos ascéticos y supersticiosos al mensaje de Pablo.

Este último, en cambio, sostiene firmemente que añadir cualquier cosa al Evangelio equivale a disminuir su poder gratuito. No hace falta nada más. Sólo como miembros del cuerpo de Cristo podemos completar «lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (1,24). Y esto tiene lugar, sobre todo, con las fatigas y aflicciones soportadas por quien anuncia el Evangelio. Pablo se pone como ejemplo de este servicio al mismo, se gloría de su vocación y de su fidelidad, mientras que, al mismo tiempo, pone el acento en los sufrimientos ligados al servicio del Evangelio.

Pablo, al describir su propio ministerio, emplea categorías importantes para los colosenses y para los falsos maestros. Estos últimos exaltan la «sabiduría», la «perfección», y por eso Pablo habla de «conocer a fondo el plan secreto de Dios, que es Cristo, en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (2,2ss); e identifica la meta de su misión apostólica con el hecho de conseguir «que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana» (1,28), confiando en el poder de Dios. Estamos muy lejos de las especulaciones y fantasías difundidas: todo está reconducido a lo concreto de Cristo, revelación del misterio (plan secreto) mismo de Dios.

 

Evangelio: Lucas 6,6-11

6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha.

7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo.

8 Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: -Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se puso de pie.

9 Jesús les dijo: -Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Y, mirándolos a todos, dijo al hombre: -Extiende tu mano. Él lo hizo, y su mano quedó restablecida.

11 Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer contra Jesús.

 

**• El sábado era, y sigue siendo, una institución que forma parte de la identidad de Israel. Es comprensible la sacralización del sábado, su carácter intangible y el proceso que lo ha convertido en algo absoluto. Jesús respeta el sábado, pero respeta todavía más al hombre y su dignidad, al hombre y su sufrimiento.

Esta vez, su intervención tiene el sabor de una provocación, porque sabía que todos los ojos estaban puestos en él, dado que «los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo» (v. 7). Por eso, ésta era una buena ocasión para afirmar un principio fundamental de su acción mesiánica y de sus criterios de evaluación: ¿es más importante observar el sábado o intervenir a favor del hombre necesitado? Hemos de señalar que, en la tradición judía, había ya una interpretación que decía: «La salvación de una persona elimina la observancia del sábado».

Jesús, con el gesto de la curación (v. 10), obtiene un doble efecto: por una parte, la irritación y la peligrosa aversión ulterior de los maestros de la Ley y de los fariseos y, por otra, la afirmación de un criterio claro de acción para sus discípulos. El servicio al prójimo que se encuentra en grave necesidad debe constituir una prioridad también para los discípulos.

 

MEDITATIO

La primera lectura presenta una fuerte referencia a la insustituible presencia del misterio de Cristo en la vida del cristiano, y de manera especial en la vida del apóstol. Es una invitación a que me pregunte qué puesto ocupa realmente Cristo en mi modo de pensar y en mis decisiones. ¿Constituye siempre mi Maestro el primer y último criterio de juicio y de elección? La pregunta no es ociosa si pensamos en la abundancia de maestros que se presentan como más actuales y hasta más «evolucionados».

Quizás por primera vez desde hace muchos siglos, la figura de Cristo ha dejado de ser intangible e indiscutible incluso entre los cristianos. Hay quienes quieren «ponerlo al día», quienes lo quieren «completar», quienes quieren «actualizarlo», quienes quieren «relativizarlo». Si bien reconozco que son dignos de alabanza los esfuerzos encaminados a hacerlo «contemporáneo», no puedo ciertamente ingresar en las filas de quienes quieren «completarlo». Puedo explicitar su mensaje, pero sin añadir nada, como si él se hubiera olvidado de algún detalle o, lo que es peor, como si el mensaje tuviera necesidad de retoques para hacerlo aceptable. Mi pasión ha de ser darlo a conocer tal como es. Mi sufrimiento ha de ser comprometerme a que no sea desfigurado y mal entendido. De este modo participaré, completándola, en su pasión, consecuencia de su fidelidad a la identidad única de Hijo unigénito del Padre.

 

ORATIO

Mantenme alejado, oh Señor, de la tentación de ponerte al día. Sé que debo ponerme al día, pero a partir de ti y en ti. Siguiendo tu modelo debo poner al día mis sentimientos y mis pensamientos. Siguiendo tu modelo debo poner al día cotidianamente mi mente y mi corazón. Y cuando estoy bien fijo en ti, entonces puedo ponerme al día con los demás, a los que debo tomar en serio, pero a los que no puedo alejar de ti.

Esto es lo que te pido con ansiedad, porque conozco lo difícil que resulta «serte fiel» y «ser fiel al mundo» al que me has enviado. Eres tú quien me pide que conozca tu creación, el corazón de tus hijos, las leyes que rigen nuestra sociedad. Ahora bien, todo eso con el fin de hacerte presente mejor, no para sustituir tu presencia.

Concédeme la verdadera ciencia, que es conocimiento del misterio y de los caminos para hacerlo entrar en el hombre y en la mujer, en la intrincada red de comunicaciones, mensajes e input de mi mundo y del tuyo. Concédeme tu fuerza para resistir a la tentación de «ayudarte» con algunas «novedades» para ser más actual.

 

CONTEMPLATIO

El Hijo de Dios asumió la naturaleza humana y en ella soportó todo lo que es humano. Es ésta una medicina tan eficaz para los hombres que no es posible pensar otra que lo sea más. En efecto, ¿qué soberbia puede curar, si no cura con la humildad del Hijo de Dios? ¿Qué avaricia puede curar, si no cura con la pobreza del Hijo de Dios? ¿Qué iracundia puede curar, si no cura con la paciencia del Hijo de Dios? ¿Qué impiedad puede curar, si no cura con la caridad del Hijo de Dios? Y, por último, ¿qué timidez puede curar, si no cura con la resurrección de Cristo Señor? ¿Quién no se liberará de toda perversión contemplando, amando e imitando las palabras y las obras de aquel hombre en el que se presentó a nosotros el Hijo de Dios como modelo de vida? (Agustín de Hipona, La lucha cristiana, XI, 12).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «De Dios vienen mi salvación y mi gloria» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pocos sacerdotes o personas entregadas a los servicios ministeriales piensan de una manera teológica. Muchos de ellos han sido educados en un clima en el que las ciencias del comportamiento, como la psicología y la sociología, dominaban de tal modo el medio educacional que  han aprendido poca teología. La mayor parte de los líderes cristianos actuales se plantean problemas psicológicos o sociológicos, aunque los formulen en los términos de las Sagradas Escrituras.

El verdadero pensamiento teológico, que es pensar con la mente de Cristo, es difícil de encontrar en la práctica del hombre entregado al servicio ministerial. Sin una sólida reflexión teológica, los líderes del futuro serán un poco más que seudopsicólogos, seudosociólogos o seudotrabajadores sociales.

Pensarán que se han convertido en personas con ciertas capacidades, animadores, modelos de determinados roles, imágenes de padres o madres, hermanos o hermanas mayores, o algo parecido, y de esa forma se sentirán unidos a los incontables hombres y mujeres que se ganan la vida intentando ayudar al prójimo a desenvolverse en medio de las presiones y tensiones de su vida diaria.

Pero esto tiene poco que ver con el liderazgo cristiano, porque el líder cristiano piensa, habla y actúa en nombre de Jesús, que vino al mundo para librar a la humanidad del poder de la muerte y abrirle el camino de la vida eterna. Para ser un líder así, es esencial ser capaz de discernir en cada momento cómo actúa Dios en la historia humana y cómo los acontecimientos personales, los vividos en la pequeña comunidad, lo mismo que los que tienen lugar a nivel nacional e internacional, y que suceden a lo largo de nuestras vidas, nos pueden hacer más y más conscientes de los caminos a los que somos llevados, por la cruz y a través de la cruz, a la resurrección [...].

Es decir, tienen que decir «no» al mundo secular y proclamar en términos clarísimos que la encarnación de la Palabra de Dios, por medio de la cual todo ha sido hecho, ha convertido el más mínimo acontecimiento histórico en un «kairos», es decir, en una oportunidad de ser guiados a profundizar en el corazón de Cristo (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1994, pp. 69-71 passim).

 

 

Martes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 2,6-15

Hermanos:

6 Así pues, ya que habéis acogido a Cristo Jesús, el Señor, vivid como cristianos.

7 Enraizados y cimentados en él, manteneos firmes en la fe, como se os ha enseñado, y vivid en permanente acción de gracias.

8 Estad alerta, no sea que alguien os seduzca por medio de filosofías o de estériles especulaciones fundadas en tradiciones humanas o en potencias cósmicas, pero no en Cristo.

9 Porque es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad,

10 y en él, que es cabeza de todo principado y potestad, habéis alcanzado vosotros la plenitud.

11 Por vuestra unión con él estáis también circuncidados, no físicamente ni por mano de hombre, sino con la circuncisión de Cristo, que os libera de vuestra condición pecadora.

12 Habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos.

13 Vosotros estabais muertos a causa de vuestros delitos y de vuestra condición pecadora, pero Dios os ha hecho revivir junto con Cristo, perdonándoos todos vuestros pecados.

14 Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros y lo ha quitado de en medio clavándolo en la cruz.

15 Ha despojado a principados y potestades, exponiéndolos a pública vergüenza, y ha triunfado de ellos por medio de Cristo.

 

*» Se habla en nuestro texto de «potencias cósmicas» (v. 8) y de «principados y potestades» (v. 10) como entidades subyugadas por Cristo. Se trata de espíritus, de fuerzas personales, de poderes angélicos que, según algunas creencias difundidas, desarrollaban alguna función de mediación entre Dios y el mundo y ejercían cierto control en el orden cósmico. Pablo se opone a estas creencias, que hacen pasar por filosofía o se han apropiado algunos filósofos. La oposición de Pablo es en nombre de la suficiencia de Cristo para la salvación.

En Cristo resucitado se recopila todo el mundo divino y todo el mundo creado, humanidad y cosmos. Cristo no tiene necesidad de ser «completado», porque tiene ya el control de todo. Y no sólo esto: el cristiano, mediante el bautismo, participa también en el triunfo de Cristo muerto y resucitado; triunfo sobre la muerte, triunfo sobre el influjo de las fuerzas cósmicas y misteriosas, consideradas influyentes e importantes. Cristo suprime con su cruz la ley antigua y obliga a estas potencias creadas a seguir, sometidas, su cortejo triunfal. Se trata de una declaración solemne de que Cristo basta para la salvación, de que tras él las fuerzas cósmicas, ya sean espirituales o materiales, han sido subyugadas y ya no pueden perjudicar.

 

Evangelio: Lucas 6,12-19

12 Por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos y eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

17 Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén, y de la región costera de Tiro y Sidón,

18 que habían venido para escucharlo y para que les curara de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,

19 y toda la gente quería tocarle, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

 

**• Los adversarios de Jesús maquinan contra él, y él prepara su respuesta, pensando y proveyendo a los continuadores de su obra apenas iniciada. Hemos de señalar, en primer lugar, la oración antes de la elección. A continuación, la libertad y la discrecionalidad de la elección.

Está también el nombre de «apóstoles», es decir, «enviados»: primero los escoge para enviarlos después. Los llama a él para introducirlos en la masa: la vocación está dirigida a la misión. Unos son elegidos para todos. La separación de unos está destinada a la apertura a las multitudes.

Por último, después de estos preparativos, empieza Lucas aquí el «discurso de la llanura», el mismo que Mateo presenta como «discurso de la montaña». El gentío acude para escucharle y, también, para que los cure de sus enfermedades y los libere de «espíritus inmundos». La humanidad que sufre es la que se muestra más interesada en la acción del profeta de Nazaret. Jesús no es sólo un maestro, sino alguien que cura, un médico. Médico de todo el hombre, de su cuerpo atormentado y de su espíritu angustiado.

 

MEDITATIO

Las afirmaciones de Pablo son fuertes: sólo debemos poner nuestra confianza en Jesús, el Señor, que ha vencido y dominado a todas las fuerzas, más o menos reales, más o menos ocultas. Sin embargo, estas fuerzas parecen emerger de nuevo en la mentalidad corriente, bajo la forma de astrología, de búsqueda de magos, de remedios contra el mal de ojo y otras modalidades. Los misioneros están preocupados, en algunas iglesias jóvenes, por el renacer de la brujería, que reconquista antiguas posiciones que parecían ya abandonadas. Hasta en la conciencia de algunos creyentes existe la convicción de que en el mundo actúan fuerzas oscuras, misteriosas, sentidas a menudo como amenazadoras y peligrosas, que han de ser exorcizadas. Y se dirigen a personas dotadas de una «fuerza» especial para combatirlas.

¿No será que estas fuerzas vuelven a emerger coincidiendo con el debilitamiento de la fe en el Señor Jesús? Pablo nos invita a no perdernos en disquisiciones ilusorias y a vivir «enraizados y cimentados» en el Señor Jesús, permaneciendo «firmes en la fe». No hemos de temer el sobresalto de fuerzas ocultas, signo de un mundo ya vencido, aunque no sometido aún del todo.

Empieza tú, hoy, a someterte tú mismo a Cristo, a considerarlo realmente tu Señor en todo momento, para que puedas participar en su triunfo sobre las «potencias cósmicas» que todavía puedan vagar, turbar y hacer sufrir a algunos de tus hermanos y hermanas. ¿Acaso no han sido los santos los que han llevado la paz, los que han combatido los miedos, los que han mantenido alejado el mal, los que han afirmado el pacificador señorío del Señor Jesús sobre toda fuerza amenazadora?

 

ORATIO

¿Qué hacer, oh Señor, ante el desconcierto de tantas personas que corren detrás de tantas fábulas, que se entregan a nuevas religiones, que se toman en serio la new age, que tienen miedo del mal de ojo y de los «maleficios»? A veces me parece que estoy inmerso en un mundo cada vez menos luminoso, donde hay fuerzas del mal  que confunden las ideas, hacen sufrir, infunden temor y juegan con la credulidad de la gente.

Concédeme el don del discernimiento para distinguir la realidad de las ilusiones, para sembrar paz a través de un diagnóstico correcto, para liberar del miedo. Pero, sobre todo, concédeme una renovada y reforzada confianza en el poder de tu cruz. Concédeme experimentar este poder luminoso antes que nada en mí, a fin de que yo sea luz. Para ello, haz morir en mí todas las oscuridades, aunque tenga que costarme mucho. Porque sólo quien está enraizado en la cruz consigue iluminar. Concédeme, Señor, la facultad de ayudar a quien esté paralizado por estos miedos señalándole los caminos de la paz.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué piensas de aquellos que recurren a encantamientos y amuletos? ¿No conoces las obras extraordinarias que ha producido la cruz? ¡Ha destruido la muerte, ha derrotado al pecado, ha vaciado el infierno, ha debilitado el poder del demonio!

Por eso os suplico que os abstengáis de semejantes falsedades, confiándoos a estas palabras: «Yo renuncio a ti, Satanás» como a un apoyo seguro. Y del mismo modo que ninguno de vosotros se atrevería a bajar a la plaza desnudo, tampoco debería hacerlo nunca sin haber pronunciado antes estas palabras en el momento en que está a punto de atravesar el umbral de su casa: «Yo renuncio a ti, Satanás, a tu vana ostentación y a tu culto, para adherirme únicamente a ti, oh Cristo». No debemos salir nunca sin haber enunciado antes este propósito: que será tu bastón, tu coraza, tu fortaleza inexpugnable. Y, junto con estas palabras, imprime también el sello de la cruz en tu frente (Juan Crisóstomo, Catequesis para neófitos 2,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La misión de los futuros líderes cristianos no es contribuir humildemente a la solución de las penas y tribulaciones de su tiempo, sino identificar y anunciar los caminos por los que Jesús está guiando al pueblo de Dios, liberándolo de la esclavitud, a través del desierto hacia la nueva tierra de la libertad. Los líderes cristianos tienen la difícil tarea de responder a los conflictos personales y familiares, a las calamidades nacionales y a las tensiones internacionales con una fe articulada en la presencia real de Dios.

Tienen que decir «no» a toda forma de fatalismo, derrotismo, accidentalismo e incidentalismo, que hacen creer a las personas que las estadísticas nos dicen la verdad. Tienen que decir «no» a toda forma de desesperación en las que la vida humana es vista como una pura cuestión de buena o mala suerte. Tienen que decir «no» a todos los intentos sentimentales de hacer que las personas desarrollen un espíritu de resignación o de indiferencia estoica frente a lo ineludible del dolor, el sufrimiento y la muerte [...]. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conozcan el corazón de Dios y que estén preparadas, por medio de la oración, el estudio y un análisis cuidadoso, para manifestar la tarea salvadora de Dios en medio de los acontecimientos aparentemente fortuitos de nuestro tiempo.

La reflexión teológica consiste en meditar sobre las penosas y gozosas realidades de cada día con la mente de Jesús y, de ese modo, hacernos conscientes de que Dios nos guía con cariño. Es una disciplina dura, puesto que la presencia de Dios es una presencia escondida, que necesita ser descubierta. Los ruidos fuertes, tempestuosos, del mundo nos dejan sordos para escuchar la voz suave, amable y amorosa de Dios. El líder cristiano está llamado a escuchar esa voz y a ser animado y consolado por ella (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1 994, pp. 70-73 passim).

 

 

Miércoles de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 3,1-11

Hermanos:

1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.

5 Destruid, pues, lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, liviandad, malos deseos y codicia, que es una especie de idolatría.

6 Eso es lo que provoca la ira de Dios [sobre los rebeldes],

7 y lo que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en tales pecados.

8 Pero ahora abandonad también todo eso. ¡Lejos de vosotros todo lo que signifique ira, indignación, malicia, injurias o palabras groseras!

9 No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones

10 y revestíos del hombre nuevo, que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su Creador.

11 Ya no existe distinción entre judíos y no judíos, circuncidados y no circuncidados, más y menos civilizados, esclavos y libres, sino que Cristo es todo en todos.

 

**• Pablo pasa a las consecuencias prácticas que tienen que ver con el estilo de vida cristiano. Es interesante señalar que no presenta un código moral completamente nuevo. Toma el mejor de la cultura existente. La lista de vicios y de virtudes no es muy diferente de la lista de los estoicos, que presentaban un elevado ideal de vida. Con todo, hay una diferencia fundamental: la motivación cristológica. Los creyentes constituyen en Cristo una «realidad nueva» o una «nueva creación». El creyente participa en las vicisitudes de Cristo y, por consiguiente, se ha revestido del hombre nuevo, que se «se va renovando a imagen de su Creador» (v. 10). La limpieza existencial es, por tanto, manifestación de una transformación interna. La novedad de vida es signo de un «hombre nuevo» que se está formando.

Ahora bien, no es sólo la realidad personal la que ha sido profundamente cambiada; también tiene que ser transformada la realidad social, porque en Cristo no existen las acostumbradas distinciones de sexo, de clase y de estirpe, «sino que Cristo es todo en todos» (v. 11). La transformación personal, en el hombre nuevo, se convierte en principio de transformación de las relaciones sociales, en superación de las barreras puestas por el hombre viejo. Cristo aparece como la verdadera renovación de la persona y de la sociedad, como la verdadera novedad del mundo.

 

Evangelio: Lucas 6,20-26

En aquel tiempo,

20 Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

22 Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.

24 En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

25 ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!

26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!

 

*»• Lucas da una versión diferente de las bienaventuranzas. Las espiritualiza menos que Mateo. El Cristo de Lucas expresa su preferencia por los cristianos pobres, cuyo tipo está representado por Lázaro. Pero no sólo esto: los ricos deben ser compadecidos, pues están engañados y cegados por las riquezas y, además de llevar con frecuencia una vida moralmente discutible y carecer de piedad, son prisioneros de sus preocupaciones, sin perspectivas sobre el objetivo esencial de su vida, sin prestar atención a sus hermanos. El dinero es su ídolo, pero todo se les va de las manos: «Necio, esta noche morirás».

Y aquí se produce la inversión de las posiciones. El rico Epulón padece hambre y Lázaro lo tiene todo. La felicidad y la infelicidad han invertido sus posiciones. Se trata de una invitación enérgica al desprendimiento de todo lo que pasa, para apostar por el Todo que no pasa, por el Reino, por el Futuro de Dios, por la eternidad. Todo el que goce de los bienes de la tierra y de la abundancia debe preguntarse hasta qué punto no es prisionero de esos bienes. Quien esté absorbido por los bienes que pasan debe preguntarse qué será de él si no piensa también en «acumular» los bienes que no pasan.

 

MEDITATIO

Pablo habla de una triple transformación: la de Cristo, que ha pasado de la muerte a la vida; la del cristiano, que debe pasar de las cosas que perecen -las de la tierra- a las que permanecen -las cosas de allá arriba-, y la de las relaciones sociales, que deben estar marcadas por la igualdad y el derrumbamiento de las barreras.

Aquí se encuentra el fundamento de la ética cristiana, del obrar del cristiano. Este último no ha de sentirse impulsado por cualquier deseo, sino sólo por los deseos que le renuevan. Es una invitación a vigilar nuestros deseos, que no son todos buenos, todos nobles, todos constructivos, y no siempre hacen pasar del hombre viejo al hombre nuevo. Hemos de vigilar nuestros deseos, hemos de seleccionarlos, a fin de hacer morir los que son expresión del hombre viejo, los malos, y hacer emerger los que son expresión del hombre nuevo, a saber: los que ayudan a nuestra transformación.

El cristiano no vive, por consiguiente, simplemente «según la naturaleza», sino según la «naturaleza renovada», transformada por Cristo. La lenta, paciente y cotidiana transformación está apoyada por la fuerza que nos viene del acontecimiento ejemplar de Cristo, y ha influido en las transformación de la sociedad. Ésta, si bien tiene necesidad de continuas reformas, precisa también hombres y mujeres renovados, reformados, decididos a hacer presente con su propia vida y sus propios ideales el poder transformador de Cristo, incluso en las relaciones sociales.

 

ORATIO

Tú, oh Señor, me hablas hoy de mortificación. Se trata de una palabra que no está de moda, que decididamente no es popular. ¿Quién tiene aún el valor de pronunciarla? Sin embargo, si no hago morir las fuerzas destructivas que hay en mí, seré un potencial destructor de los otros, además de destruir mi propia realización.

Hazme comprender hoy, Maestro, dos cosas. La primera: que toda renovación empieza por mí, porque son las personas nuevas las que contribuyen a hacer nuevo el mundo. No me dejes persuadirme de que son los otros los que deben cambiar, sin que yo esté implicado en el no fácil cambio, en primera persona. La segunda: que es imposible que me pueda renovar, que me pueda transformar, hacer crecer en mí el hombre inmortal, sin dejarme comprometer en tu transformación, sin morir a los «deseos malos», sin sumergirme en tu misterio pascual, sin contar con el poder superior de tu Espíritu.

Sé pedirte cosas obvias para quien ha comprendido qué es el cristiano, pero sé también que la masa de los cristianos parece muy alejada de estas sencillas convicciones. Sálvame, Señor, de esta ceguera y sumérgeme en tu misterio de muerte y de vida, para que intente construir algo que permanezca en mí, en torno a mí, algo que eleve, que sea capaz de habitar «allí arriba» contigo, donde te encuentre «sentado a la derecha de Dios».

 

CONTEMPLATIO

Los bienes de aquí abajo son fugaces: como en el juego de los dados, pasan con facilidad de una mano a otra. No hay ni uno cuya posesión sea segura: el que la envidia del prójimo no nos quita, lo coge el tiempo. Los otros bienes, en cambio, son inmutables y eternos: nada puede estropearlos o destruirlos, nada puede defraudar la esperanza que ponéis en ellos.  En la perfidia e inconstancia de los bienes terrenos creo entrever la intención de ese gran artista que es el Verbo.

Dios, en su sabiduría que supera todo entendimiento, nos pide que no demos importancia a bienes tan volubles que se dejan trasladar por todas partes y desaparecen en el mismo momento en que nos hacemos la ilusión de tenerlos atados. El descubrimiento de su carácter engañoso e inestable nos induce a preocuparnos exclusivamente de la vida eterna.

¿A qué excesos llegaríamos nosotros, que, a pesar de la precariedad de la prosperidad de aquí abajo, nos aferramos a ella con tanta codicia; nosotros, que cedemos a la seducción de estas alegrías engañosas; nosotros, que no logramos imaginar nada más grande que los bienes materiales, si la prosperidad de aquí abajo fuera definitiva? Sin embargo, pensamos y nos oímos decir que hemos sido creados a imagen de un Dios que busca hacernos llegar hasta su misma grandeza.

Debemos alejarnos de las riquezas terrenas y perseguir las riquezas eternas. Debemos comprender que los bienes presentes son caducos y que los bienes en los que hemos depositado nuestra esperanza son duraderos. Debemos ver qué es la realidad y qué la apariencia, para adherirnos a la una despreciando la otra. Debemos saber distinguir la ficción de la verdad, la tienda terrena de la celestial, el exilio de la patria, las tinieblas de la luz, el barro del suelo de la Tierra prometida, la carne del espíritu, Dios del Príncipe de este mundo, la sombra de la muerte de la vida imperecedera. Debemos permutar el presente por el futuro que no tiene fin, lo mortal por lo inmortal, lo visible por lo invisible

(Gregorio de Nacianzo, «Saber distinguir entre el barro y el suelo de la tierra prometida», en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 115-116).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si hay un aspecto del ministerio contemporáneo que debamos subrayar hoy, éste es la pobreza voluntaria. En un tiempo en el que nos hemos vuelto tan conscientes de los pecados del capitalismo y oímos hablar cada día de millones ele personas que sufren por falta de alimento, de refugio y de los cuidados más fundamentales, no podemos considerarnos testigos de la Presencia de Dios si nuestra propia vida está obstruida por los bienes materiales, si nuestro propio estómago está lleno y nuestra propia mente está cogida por las preocupaciones de lo que tenemos que hacer con lo que poseemos. En nuestro tiempo, optar por la pobreza es, probablemente, la forma más necesaria en nuestro vaciarnos por Dios [...].

En todas partes donde la Iglesia se muestra vital es pobre. Eso es verdad, por ejemplo, aquí en Roma: pensemos en el trabajo de las misioneras de la Caridad, de las Hermanitas y de los Hermanitos [...]. Allí donde la Iglesia se renueva, abraza la pobreza voluntaria como respuesta espontánea a la situación de este mundo, una respuesta que expresa la crítica a la creciente riqueza de unos pocos, y la solidaridad con la creciente miseria de muchos. Lo que significa, a continuación, esta pobreza en la vida de cada uno es difícil decirlo, porque eso ha de ser descubierto en la vida individual de cada uno (H. J. M. Nouwen, / clown di Dio, Brescia 2000, pp. 85ss).

 

 

Jueves de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Colosenses 3,12-17

Hermanos:

12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.

13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.

14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.

15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

16 Que la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados.

17 Y todo cuanto hagáis o digáis, despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

 

*•• Pablo nos dice que nos despojemos del hombre viejo y de sus acciones y nos revistamos del hombre nuevo. Y nos invita a revestirnos del hombre nuevo en nuestra conducta cotidiana y nos traza el perfil de este hombre. Nos presenta toda una serie de virtudes «sociales», modalidades de la única virtud de la caridad.

Los cristianos tienen que reproducir los ejemplos de Cristo: de este modo, el cuerpo de Cristo, formado por los cristianos, vivirá en paz. Este cuerpo se manifiesta sobre todo en las asambleas litúrgicas, en las que ha de circular de manera abundante la Palabra de Cristo, a la que ha de hacer eco la palabra de los fieles, en un clima de alegría, de reconocimiento, de gratitud. No cabe duda de que Pablo tiene aquí presentes las fervorosas celebraciones litúrgicas en las que los ánimos de las pequeñas comunidades cristianas se fundían en «salmos, himnos y cánticos inspirados», bajo el influjo de los carismas, y en las que las palabras de adoctrinamiento y de amonestación recíproca representaban un importante elemento de edificación.

«Hacedlo todo en nombre de Jesús» (v. 17): Jesús es ahora el ambiente vital en el que se desarrolla la existencia del cristiano. Éste es guiado por la Palabra y por los ejemplos de Jesús, está animado por su Espíritu, forma parte de su cuerpo y actúa en su nombre, convirtiendo su propia vida en una continua acción de gracias a Dios por la extraordinaria novedad de las perspectivas abiertas por el mundo en el que estamos inmersos.

 

Evangelio: Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Pero a vosotros, que me escucháis, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,

28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.

29 Al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra, y a quien te quite el manto no le niegues la túnica.

30 Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames.

31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros.

32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman.

33 Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente.

35 Vosotros amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio: así vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno para los ingratos y malos.

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

*•• Tras el desprendimiento de los bienes, he aquí el desprendimiento de uno mismo para estar en condiciones de hacer mejor este mundo. Jesús lo propone del modo menos propagandístico posible: eres tú quien debe cambiar, tú y tus sentimientos, tú y tus actitudes, tú y tu modo de situarte frente a los otros. Tú y no tu enemigo, tú y tu corazón, que debe ser libre de amar a todos.

El texto parece haber sido redactado en tres estrofas, para ser bien memorizado. La primera (w. 27b-31) orienta a hacer el bien, a bendecir, incluso a orar por los que hacen lo contrario. La segunda estrofa muestra que es preciso superar el principio de reciprocidad (w. 32-35): debo hacer el bien aunque los otros no hagan lo mismo conmigo. La tercera estrofa (w. 37ss) nos proyecta hacia la recompensa eterna.

El conjunto es difícilmente aceptable por el simple sentido común y por la mentalidad de la persona comprometida en la lucha por la vida, porque parece que desarma, parece que invita a combatir desarmado. Ahora bien, el presupuesto de todo el discurso es que puede amar aquel que se siente amado. Y puede amar de una manera decididamente extraordinaria aquel que se siente amado por Dios de un modo extraordinario. Y está también la certeza de que del mismo modo que tratemos a los otros seremos tratados nosotros por el Padre en el Reino. Se nos vuelve a llevar siempre al principio de lodo y al final de todo.

 

MEDITATIO

Una persona renovada y liberada es libre de amar y, por consiguiente, de construir el milagro de la fraternidad. La epifanía de la liberación interior ya acaecida, la demostración de la transformación llevada a cabo por la inmersión en el misterio pascual, es la tensión que nos impulsa a construir la fraternidad. La renovación interior tiene su verificación en la renovación de las relaciones humanas impresa en la fraternidad. Pablo, como todo el Nuevo Testamento, retoma incansablemente este tema, lo representa continuamente en diferentes formas, proporcionando múltiples y variadas sugerencias, como múltiples y variadas son las ocasiones de ejercitar el amor fraterno. Un amor que abarca toda la vida de relación, todos los momentos y las circunstancias en que debo entrar en contacto con los otros. Un amor que es una «cualidad» que caracteriza mi relación con los otros.

Hoy estoy invitado a preguntarme sobre mi capacidad de soportar y de perdonar, sobre mi capacidad de mostrarme agradecido por el bien que recibo, sobre mi disponibilidad a fundir mi canto con el de quien me importuna, me detesta, me hace daño. Todavía no es todo, pero ya es mucho: hoy debo partir de aquí, porque ésta es la contribución que puedo hacer en este momento a la transformación del mundo.

 

ORATIO

Veo, Señor mío, que hablo mucho de fraternidad, pero en la vida cotidiana me quedo en los planos generales, sin descender a lo concreto de las cosas pequeñas de los que se compone esta maravillosa realidad. Aquí somos grandes en las cosas pequeñas, aquí nos mostramos activos cuando soportamos, aquí hacemos vivir cuando estamos dispuestos a morir.

Ayúdame, Señor, a descubrir lo concreto de la caridad que construye la realidad cristiana por excelencia: la fraternidad. Abre mis ojos para que mis palabras se vean seguidas siempre de acciones concretas. Sé que probar a ser hermanos no es una empresa exaltante, en el sentido de la ostentación, y sé también que no siempre el trabajo da sus frutos. Pero éste es tu mandamiento principal, éste es el signo distintivo que has dejado a los tuyos. Por eso debo empeñarme en hacer crecer la fraternidad, la flor más bella que alegra y perfuma la existencia humana.

 

CONTEMPLATIO

En un edificio, cada piedra carga con la otra porque cada piedra se apoya en la otra. Así, precisamente así, sucede en la santa Iglesia, donde cada uno lleva y es llevado por otro. Nos apoyamos recíprocamente, a fin de que, mediante la aportación de todos, se levante el edificio de la caridad. En efecto, si yo no intento soportaros a vosotros y vosotros no intentáis tolerar mi modo de vivir, ¿cómo puede surgir el edificio de la caridad entre nosotros, ese edificio en el que mediante la paciencia estamos unidos por el amor recíproco?

Como hemos dicho, en el edificio de la Iglesia, la piedra que sirve de soporte es soportada a su vez, porque del mismo modo que yo soporto la conducta de aquellos que se muestran todavía un poco toscos en el trato, así también fui yo tolerado por aquellos que me precedieron en el temor del Señor y me llevaron para que yo aprendiera a llevar a los otros. Ahora bien, el fundamento carga con todo el peso del edificio, y éste es nuestro Redentor, que carga por sí solo con todo el fardo que suponemos todos nosotros.

El fundamento sostiene las piedras y no es sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todos nuestros defectos, pero en él no hay defecto alguno que tengamos que soportar. Sólo él soporta nuestras costumbres y nuestras culpas, sólo él carga con todo el edificio de la santa Iglesia (Gregorio Magno, Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel, lib. II, 1, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian» (Lc 6,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy no está muy de moda el elogio de la paciencia, pero de la escasa estima cíe esta virtud y de su reducida práctica proviene la disgregación de los grupos, incluso de los más sólidos, como son la familia y las comunidades religiosas. Cuando no estamos dispuestos a tener paciencia, nos vemos obligados a asistir al declive de la solidaridad y de la cohesión de la fraternidad.

Tener paciencia no es, ciertamente, fácil, sobre todo para quienes creen firmemente en el mito de la eficacia o se sienten más positivamente preocupados por la buena marcha de las cosas y de la misión. A estas personas la paciencia puede parecerles una pérdida de tiempo que fomenta la pereza del prójimo o, también, que significa renunciar a dar lecciones de pedagogía a personas que «deben crecer».

San Gregorio Magno, que conocía perfectamente los entresijos del corazón humano, afirmaba: «También nosotros podemos ser mártires si conocemos verdaderamente la paciencia del corazón. La victoria sobre nosotros mismos, por amor a los hermanos, nos vale la gloria del martirio».

Aludía, por cierto, a las pruebas de la vida cotidiana, que en ocasiones guardan un gran parecido con el martirio: en esa vida hay que soportar a veces a personas extravagantes o sencillamente insensatas, personas que parecen disfrutar haciéndonos sufrir; soportar, en otras ocasiones, actitudes humillantes de prepotencia, afrentas mordaces, complicaciones que parecen confabularse todas ellas para fastidiarnos; o injusticias manifiestas, calumnias humillantes o, más simple y frecuentemente, la tan conocida rutina de cada día, monótona, gris, uniforme y descolorida.

La paciencia brota también cuando nos damos cuenta de las dificultades por las que atraviesa el que está ¡unto a nosotros, el que está tentado, probado y acosado quizás por heridas antiguas, por estados de ansiedad, por frustraciones que surgen de vez en cuando y hacen difícil la vida, primero a él y después a nosotros.

Quien está movido por la fortaleza cristiana intuye, comprende, tiene paciencia y no se maravilla, sino que aporta, con el garbo de un hermano afectuoso, la ayuda que le es posible ofrecer en ese momento (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guia práctica, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 60-61).

 

 

Viernes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 1,1-2.12-14

1 Pablo, apóstol de Jesucristo, según el mandato de Dios, nuestro Salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza,

2 a Timoteo, mi verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

12 Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que me ha fortalecido, porque me ha juzgado digno de confianza al encomendarme el ministerio.

13 A mí, que primero fui blasfemo, perseguidor y violento, y que hallé misericordia porque lo hacía por ignorancia estando fuera de la fe.

14 Pero la gracia de nuestro Señor se ha desbordado con la fe y el amor que me ha dado Cristo Jesús.

 

*» El autor de esta carta se presenta como «Pablo, apóstol de Jesucristo» (y. la). La carta está dirigida a Timoteo, responsable de la comunidad de Efeso, discípulo y amigo queridísimo, a quien da consejos y directivas de carácter pastoral acerca del gobierno de las comunidades. Presta una atención particular a la amenaza de las falsas doctrinas, un problema que ha afligido a la Iglesia desde el comienzo.

Como dice Lucas, Pablo encontró a Timoteo en Listra: «Había allí un discípulo llamado Timoteo, de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego. Timoteo gozaba de buena reputación entre los hermanos de Listra e Iconio. Pablo decidió llevarlo consigo» (Hch 16,1-3). Durante quince años fue discípulo amado y colaborador de Pablo. Es uno de los más importantes «epíscopos» de la generación posterior a la de los apóstoles y tuvo que hacer frente a los problemas de la estabilidad de la Iglesia y a la defensa de la tradición recibida. Tras la creatividad de los comienzos, subintra un período de ajuste, con sus no pocas dificultades. Las cartas pastorales, la primera de las cuales hemos empezado a leer, se ocupan precisamente de este tipo de problemas. Pablo, sobre la base de su experiencia y recordando lo que había sido, reafirma también aquí que todo procede de Cristo, que todo es don, todo es gracia, todo es misericordia. También lo es su diakonía, es decir, su «servicio», su «ministerio». Sabe que puede hablar de salvación y de misericordia porque las ha experimentado primero en su propia persona. De ahí el sentido del don y de la acción de gracias con que introduce su discurso.

 

Evangelio: Lucas 6,39-42

En aquel tiempo,

39 les puso Jesús este ejemplo; -¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

40 El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

41 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

42 ¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

*»• Nos encontramos en presencia de tres dichos de Jesús de tipo parabólico, o sea, abiertos a diferentes aplicaciones. El primero tiene que ver con los ciegos, que no pueden hacer de guías. Se trata de un proverbio profano que también está presente en Platón. En el contexto en el que fue pronunciado podría haber tenido la intención de poner en guardia a los que pretendían tener la verdad sin tomar en consideración la enseñanza de Jesús, luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Sin Jesús somos ciegos para las realidades decisivas.

El segundo dicho tiene que ver con la unicidad de Jesús como maestro. A él no debemos añadirle nada. El discípulo debe ahondar en la enseñanza del maestro, y sólo así será como él.

El tercero es la continuación y el ahondamiento en el «no juzgar para no ser juzgados», con el añadido de la invitación a la autocrítica a fin de evitar la hipocresía. El discípulo debe llevar cuidado en mejorar él mismo antes de mejorar a los otros. La conversión primera es la personal, no la de los otros. Esta última también la podemos desear, pero después de haber pensado en nosotros mismos y de que nos hayamos preocupado de quitarnos las vigas de nuestros ojos.

 

MEDITATIO

Jesús nos pone en guardia contra la ilusión de ser mejores que los otros y nos invita a mirar las propias miserias de los que hemos de liberarnos. Pablo es consciente de ser un «agraciado», alguien que ha sido arrancado a la fuerza -y por pura misericordia- del camino equivocado. Pablo ha pasado por la experiencia del cambio dado a su vida, un cambio llevado a cabo por la misericordia y que le ha hecho pasar de las tinieblas a la luz.

El problema se vuelve más complejo cuando la situación es más matizada, cuando no es tan neta ni tan drástica. Cuando obramos de una manera correcta, incluso desarrollando un esfuerzo continuado, no damos grandes pasos en falso y entonces nos subintra la sutil convicción de ser buenos, de haber construido con nuestro propio empeño nuestra propia respetabilidad ante Dios y ante los hombres. No como tantos otros que se han abandonado a sus instintos, a las modas, a lo que es más cómodo. Y de esta manera juzgamos de una forma silenciosa o abierta. Y así es como llegamos a sentirnos seguros de nosotros mismos, incluso arrogantes, y perdemos el sentido de los límites de la condición humana, de nuestra propia debilidad. Si más tarde llegamos a ejercer cargos de autoridad, podemos ser peligrosos.

 

ORATIO

Mira con bondad mi instintiva necesidad de juzgar, de clasificar, de catalogar a las personas. Ten piedad de este ciego que quisiera ser guía de otros ciegos empleando sus criterios personales de evaluación. Haz que me convenza de que no estoy en absoluto entre los mejores porque oigo con frecuencia tu Palabra y porque te rezo más de una vez al día. Infunde en mi corazón la convicción de que todo es gracia, de que todo es fruto de tu misericordia, que por mí solo no puedo concluir nada, de que no puedo vanagloriarme de nada, de que no sé lo que sucede en el corazón del otro.

Vence mi ceguera, sacude mi torpor de tranquilo consumidor de tu amistad. Quítame todas las ilusiones y haz que me considere puramente fruto de tu gracia, a la que he correspondido de una manera bastante perezosa. Si más tarde ejerzo alguna responsabilidad en la Iglesia, cualquier responsabilidad que me ponga en el candelero, ayúdame a reflexionar sobre el texto que viene después. Con humildad y temblor, para evitar las trampas del enemigo. Sin escandalizarme, sino aprovechando la luz que puede venirme de un Padre de la Iglesia.

 

CONTEMPLATIO

Atanasio no manifiesta esa insolencia que procede de la satisfacción, como aquellos que se han apoderado de un poder absoluto o que han recibido una herencia inesperada. Eso es lo que hacen los falsos sacerdotes, los intrusos, indignos de lo que profesan, que, sin haber pagado antes ningún tributo al sacerdocio y sin haber sufrido ya por la virtud, son nombrados, no obstante, al mismo tiempo, discípulos y maestros de piedad y purifican a los otros antes de haberse purificado ellos mismos: ayer estaban fuera de las cosas santas, hoy son custodios de los santos misterios. Estos hombres acaban por tiranizar a la misma religión; son hombres cuyas costumbres no hacen creer que posean tal dignidad, sino que, por una extraña inversión, en ellos la dignidad hace creer que tienen costumbres. En todo caso, caen en alguna de estas culpas: o perdonan demasiado a los otros, por la necesidad de perdón que sienten ellos mismos, y éste es el mejor sistema para enseñar el mal, en vez de erradicarlo, o bien esconden sus propias debilidades bajo la dureza de su autoridad (Gregorio de Nacianzo, Oración fúnebre de san Atanasio).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres, Señor, mi heredad» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada uno es un peso para el otro. Y de este modo -¡ay de mí!, qué difícil es que lo comprendamos- también una gracia. Tal vez el otro nos perjudica. Tal vez nos obliga a soportar algo. Tal vez pudiera no hacerlo. Sin embargo, también estos pesos deberían ser para el cristiano el sobrepeso de la gracia. Por consiguiente, debemos soportarlo e incluso perdonar al otro lo que en ese peso tal vez sea culpa suya.

Pablo expresa este perdón en griego con un término en el que resuena la gracia, la cháris. En erecto, así concluye [su exhortación]: «Como el Señor os ha agraciado, haced así también vosotros». Así pues, debemos perdonarnos mutuamente y, de este modo, ser gracia los unos para los otros, exactamente como el Señor nos ha perdonado. ¿O bien no tuvo él necesidad de perdonarnos? ¿Acaso no somos también nosotros de esos que tuvieron que ser agraciados, de esos pobres pecadores, de esos a los que el Señor Dios tuvo que perdonar en Jesucristo toda culpa, nuestra gran culpa? ¿Y no podemos hacer también nosotros todo esto después con nuestros hermanos? (K. Rahner, Parole per una esperienza di fede, Brescia 1998, p. 92).

 

 

Sábado de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 1,15-17

15 Es segura esta doctrina, y debe aceptarse sin reservas: Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.

16 Precisamente por eso, Dios me ha tratado con misericordia, y Jesucristo ha mostrado en mí, el primero, toda su generosidad, de modo que yo sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener la vida eterna.

17 Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• Pablo se confiesa. O mejor: confiesa su esperanza fundamental, la de la misericordia de Dios. Cuenta las maravillas que Dios ha obrado en él. No dice cosas que haya oído decir, sino que comunica su propia experiencia.

Al anunciar la salvación del pecado empieza a hablar de la salvación de su pecado. Y de este modo sus palabras, las palabras de su carta, se vuelven vivas y comprometedoras. La historia de la salvación no es una historia de las ideas, sino la historia de salvaciones personales, de conversiones, de experiencias reales de salvación. Por eso se muestra Pablo tan vivo cuando habla y escribe: habla de cosas que ha probado, de hechos que le han desconcertado y transformado; habla de acontecimientos que le han afectado de modo profundo.

También Agustín sentirá la misma fascinación, porque, hasta en los momentos de la más elevada especulación, no se olvida de que está tratando de vida, de realidades que cambian la existencia, que orientan el vivir hacia direcciones altísimas.

La consecuencia y la conclusión no pueden ser más que la alabanza. La conclusión de toda teología ha de ser también la doxología, la alabanza, el estupor admirado. No ha de ser el moralismo, sino la contemplación agradecida y exultante de una acción divina que tiende a usar de la misericordia y a salvar a los pecadores.

 

Evangelio: Lucas 6,43-49

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.

45 El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.

46 ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que os digo?

47 Os diré a quién es semejante todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica.

48 Es semejante a un hombre que, al edificar su casa, cavó hondo y la cimentó sobre roca. Vino una inundación y el río se desbordó contra esa casa, pero no pudo derruirla, porque estaba bien construida.

49 Pero el que las oye y no las pone en práctica es como el que edificó su casa a ras de tierra, sin cimientos; cuando el río se desbordó y las aguas dieron contra ella, se derrumbó en seguida, convirtiéndose en un montón de ruinas.

 

*•• Si es importante reconocer a Jesús como Señor, más importante es aún construir nuestra propia vida poniendo en práctica su enseñanza: «¿Por qué me llamáis "Señor, Señor" y no hacéis lo que os digo?» (v. 46).

La enseñanza está confirmada mediante dos comparaciones dobles: la del árbol y la del hombre sensato. El árbol se califica por sus frutos, como el constructor por los cimientos que pone en su casa. Y es que la Palabra de Jesús exige su traducción en comportamientos correctos, en motivaciones justas, en unos sentimientos correspondientes. Si es necesario ser oyentes de la Palabra, más importante es aún ser obreros de esa misma Palabra.

Lucas insiste en la «puesta en práctica», porque quiere evitar todo idealismo, toda reducción del mensaje a puro conocimiento. Exige la verificación de la «práctica», «obras buenas». Quien no procede así, se hace la ilusión de ser discípulo.

 

MEDITATIO

Para comprobar la bondad de mi vida cristiana, debo dejarme juzgar por mis hechos. Y debo tener la humildad de dejarme juzgar por quien ve y valora estos hechos. Puede suceder que yo me sienta gratificado por el hecho de que me acerco a diario a la Palabra de Dios. Ahora bien, ¿qué dicen los otros? ¿Qué frutos doy? ¿Mejoro al menos un poco? ¿Respondo, al menos algo mejor, a las expectativas que los otros ponen en mí?

Hoy se me invita, pues, a examinarme sobre los frutos que produzco normalmente, sobre mis hechos concretos, sobre mis acciones que pueden comprobar los otros. Pero estoy invitado también a no detenerme en este juicio, a ver si estos frutos proceden de un árbol bueno, si son resultado de un corazón convertido y no sólo de una mano activa. Si son fruto de la escucha de la Palabra que me invita a actuar, a hacer, y también a examinar las motivaciones de mi obrar. Obrar para realizarme a mí mismo no es lo mismo que obrar para realizar la voluntad amorosa de Dios. Obrar como respuesta al amor misericordioso que Dios me dirige, obrar para que Dios sea glorificado en todo y en todos. Obrar por amor al Amor.

 

ORATIO

¡Oh mi Señor, qué exigente es tu amor! No sólo quieres que yo actúe, sino que quieres que, al actuar, me olvide de mí mismo y purifique continuamente mis motivaciones. Sé que no condenas el gusto de la creatividad, la alegría de hacer algo bello, la satisfacción que me proporciona hacer las cosas bien, porque todo esto lo has puesto tú en mi corazón, forma parte de la naturaleza que tú has creado. Pero no quieres que me detenga aquí. Quieres que vaya más allá, para acercarme más a ti.

Y así hoy te siento exigente, tal vez porque me gusta detenerme en el fruto de mi trabajo y, en consecuencia, no corro demasiado por el camino de la conversión verdadera. Es probable que todavía no haya tenido una experiencia profunda de tu amor misericordioso, de tu agápe, que me ha amado de manera gratuita y me introduce en su dinamismo de entrega gratuita y desinteresada.

Vierte en mi corazón este amor tuyo, este modo de amar tuyo, esta capacidad tuya de estar en serio a tu servicio y al de los hermanos. Concédeme tu Espíritu, que es vida y vitalidad, y alegría y amor, para que sienta que mi «deber hacer» procede de mi «nuevo ser», hecho a imagen y semejanza de Jesús, que se entregó a sí mismo por mí y por los hermanos no para hacerse aplaudir, sino para servirles y salvarles.

 

CONTEMPLATIO

La obra exterior sin caridad no aprovecha, pero lo que se hace con caridad, por poco y despreciable que sea, se hace todo fructuoso. Pues, ciertamente, más mira Dios al corazón que a la obra que se hace. Mucho hace el que mucho ama. Mucho hace el que todo lo hace bien. Bien hace el que sirve más al bien común que a su voluntad propia.

Muchas veces parece caridad lo que es amor propio, porque la inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la recompensa, el gusto de la comodidad, rara vez nos abandonan.

El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino solamente desea que Dios sea glorificado en todas (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, I, 15, San Pablo, Madrid 1997, p. 58).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cada árbol se conoce por sus frutos» (Lc 6,44).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El siglo XVI fue la época de la disciplina, del intento de corregir la dispersión y el desorden del otoño de la Edad Media mediante una mayor claridad doctrinal y una disciplina más observada. Fueron sobre todo los hombres de la caridad quienes guiaron a la nueva Iglesia. Estos hombres se formaban desde el noviciado para mendigar y para cuidar a los enfermos apestados; se ocupaban de la escuela de los pobres, de los colegios, de los huérfanos, de los enfermos, y sentían la atormentadora llamada de las tierras lejanas.

El siglo XVII fue una época de gran frialdad, de luchas feroces entre que los enemigos tradicionales del pueblo de Dios (la peste, el hambre y la guerra) desencadenaron una violencia inaudita. Fue el tiempo de san Vicente [de Paúl], de una caridad que abrió a las mujeres el servicio directo y les dio la dignidad e servir a los pobres llamados «señores y patrones».

En el siglo siguiente, la caridad empezó a especializarse. Gracias a los progresos de la medicina, nos dimos cuenta de que no bastaban los conocimientos empíricos para salir al encuentro de las necesidades del hombre. Por otra parte, también la misma ciencia se dio cuenta de sus límites. Y es que la ciencia sin prestar atención a la persona, sin el sentimiento de compartir el amor, no basta.

En el siglo XIX, la caridad no fue ya sólo la limosna, sino que se trabajó por la justicia y el compromiso político y social. La justicia fue, por consiguiente, la nueva frontera de la caridad. Y mientras la Iglesia llegaba a todos los rincones remotos del planeta, el primer signo que enarbolaba en todas partes era el de las obras de caridad (L. Mezzadri - L. Nuovo, Storia Della carita, Milán 1999).

 

 

Lunes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 2,1-8

Querido hermano:

1 Te recomiendo ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres:

2 por los reyes y todos los que tienen autoridad, para que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna.

3 Esto es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador,

4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

5 Porque Dios es único, como único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo,

6 que se entregó a sí mismo para redimir a todos. Tal es el testimonio dado a su tiempo,

7 del cual he sido yo constituido heraldo y apóstol -digo la verdad, no miento- y maestro de todas las naciones en la fe y en la verdad.

8 Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados.

 

*•• Pablo -bueno será recordarlo- había dejado a Timoteo a la cabeza de la comunidad de Éfeso, donde había trabajado en la evangelización desde el año 54 al 57, y a continuación había predicho la insurrección de hombres que enseñarían «para arrastrar a los discípulos

detrás de ellos» (Hch 20,30). Ahora, en esta primera carta a Timoteo, tras haberle animado a participar «en este hermoso combate, conservando la fe y la buena conciencia» (l,18ss) contra los herejes, le recomienda «ante todo» la oración «por todos los hombres: por los reyes y todos los que tienen autoridad», porque Dios no excluye a nadie de la salvación. En el texto se manifiesta además el ansia del apóstol por el futuro cuando expresa el deseo de «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna».

El carácter universal de la oración, cuya necesidad presenta Pablo de manera insistente, está motivado, pues, por la voluntad salvífica universal de Dios, único creador del universo, como único es el mediador que reconcilia a todos los seres humanos entre sí y con Dios, redimiéndolos con su sangre. Ahora bien, la voluntad de Dios ni es absoluta ni está predeterminada. Está, en cierto sentido, «condicionada» a la libre determinación humana, que puede acoger o rechazar el don de Dios. Y en virtud de ese riesgo ínsito en la libertad humana es necesaria, por consiguiente, la oración. Por otra parte, la oración litúrgica tiene, en la comunidad cristiana, junto a un valor esencial, una importancia unificadora, expresada en el v. 8, antes incluso de tratar sobre los ministerios y su valor en la Iglesia.

 

Evangelio: Lucas 7,1-10

En aquel tiempo,

1 cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún.

2 Había allí un centurión que tenía un criado a quien quería mucho y que estaba muy enfermo, a punto de morir.

3 Oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniese a curar a su criado.

4 Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia: -Merece que se lo concedas,

5 porque ama a nuestro pueblo y ha sido él quien nos ha edificado la sinagoga.

6 Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el centurión envió unos amigos a que le dijeran: -Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa,

7 por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado.

8 Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes y digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.

9 Al oír esto Jesús, quedó admirado y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: -Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Y al volver a la casa, los enviados encontraron sano al criado.

 

**• El tercer evangelio presenta al centurión como alguien «temeroso de Dios», semejante al centurión de Hch 10,2. En la versión de Mateo parece mejor conseguida la espontaneidad del encuentro (es el centurión mismo quien habla a Jesús), mientras que en Lucas se comunica a través de intermediarios. La versión lucana subraya más la humildad del centurión que su fe. Según Mateo, el siervo era paralítico (cf. 8,6). Lucas, por su parte, no recuerda este particular y dice que está a punto de morir (cf. 7,2). Por otra parte, es un dato esencial para la historia sinóptica que el centurión no fuera judío, aunque como un prosélito había contribuido económicamente a la construcción de la sinagoga. De todos modos, se declara indigno de recibir a Jesús bajo su techo y, al mismo tiempo, manifiesta una gran fe en el poder de Jesús, un poder que considera absoluto y sin límites.

A propósito del v. 9: mientras los judíos alaban las buenas obras del centurión, Jesús alaba su fe. Lucas ha colocado este relato inmediatamente después del discurso dirigido por Jesús a los discípulos porque el Maestro quiere revelar ahora la eficacia de su Palabra para quien la acoge con confianza y humildad. Toda la atención del pasaje está concentrada en el diálogo entre Jesús y los enviados del oficial pagano, y culmina con la proclamación de Jesús en el v. 9. En las palabras de los amigos, más allá del riesgo de impureza legal en que hubiera podido incurrir Jesús, se exalta la autoridad y la eficacia de la Palabra del Maestro.

Por consiguiente, con la pequeña comparación tomada de la jerarquía y la disciplina militar, se muestra la confianza en la fuerza y la eficacia de la palabra de alguien que puede mandar a la enfermedad, incluso sin estar presente.

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra nos enseña hoy, en primer lugar, la importancia de la oración litúrgica, oración de la Iglesia por «.lodos los hombres», en particular por aquellos que ejercen el poder, a fin de que estén al servicio de la tranquilidad social. Dios Padre «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». La salvación es conocimiento de la verdad (cf. 2 Tim 2,25; 3,7). Cristo, testigo del Padre con su vida, lo fue en grado supremo con su muerte. El siervo del centurión -señala Lucas- estaba enfermo y a punto de morir. Jesús, con la autoridad que le viene de la obediencia al Padre hasta la muerte en la cruz, le libera de la muerte, le cura (cf. 7,10). La fe humilde del centurión se encuentra con la Palabra autorizada de Jesús, su conciencia de pobreza con la Palabra eficaz del Maestro. Y la confianza del oficial pagano media en la curación de su criado.

La oración litúrgica, recomendada en la primera lectura, intercede, dondequiera que se encuentre la Iglesia, junto al mediador Jesucristo y cura de las iras y de las contiendas, para «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna». El conocimiento de la verdad se convierte entonces en salvación integral de la persona, que en su vida diaria da testimonio de una vida colmada de piedad y transparente de dignidad humana, una dignidad madurada por su conciencia cristiana.

 

ORATIO

Oh Padre, liberador poderoso y guía seguro de nuestra historia, concédenos a través del hombre Jesucristo, muerto y resucitado en rescate por todos, reconocer los signos de tu Palabra incluso en las condiciones a veces paganas de nuestra vida cotidiana y social. Haznos capaces de recibir tu visita, de experimentar y dar testimonio de la eficacia curadora de la Palabra de nuestro único Maestro y Señor. Haznos comprender que la eficacia de la Palabra de Cristo se debe a su obediencia a tu voluntad, porque tú y él sois «una sola cosa». Y que, curados cada día por la Palabra tuya y suya, podamos ser testigos gratos y alegres de aquella fe que hace «levantar al cielo manos limpias».

 

CONTEMPLATIO

La naturaleza ha engendrado iguales a los hombres; sin embargo, en virtud de la diversidad de méritos y de tareas, un oculto designio ha sometido unos a otros. Ahora bien, esta diversidad, que fue añadida a causa de la culpa, ha sido sabiamente ordenada por el juicio divino a hacer que, por no estar todos en condiciones de recorrer de modo justo el camino de la vida, unos pudieran ser guiados por otros. Sin embargo, los santos, cuando están puestos en lo alto, no miran a la potestad jerárquica que hay en ellos, sino a la igualdad de la condición humana, y no les gusta presidir, sino ayudar a los hombres [...]

Cuando no tienen que corregir ninguna culpa, no se complacen en estar arriba en el poder, sino en ser iguales en la condición humana; y no sólo huyen de ser temidos, sino hasta de ser honrados más de lo debido. Y, en efecto, consideran que padecen un daño no leve en su humildad si se dan cuenta de que son estimados en más a causa del puesto que ocupan. Ésa fue la razón por la que el primer pastor de la Iglesia, al ver que se le rendía un honor excesivo cuando Cornelio se echó a sus pies para adorarlo, apeló de inmediato a la paridad de la condición y dijo: «¡Levántate, que también yo soy un hombre!» (Hch 10,26). ¿Quién no sabe, en efecto, que el hombre debe postrarse ante su Creador y no ante hombre alguno? (Gregorio Magno, cit. en Crescere nella fede, Magnano 1966, p. 99).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de que entres en mi casa; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede curado» (Lc 7,6b.7b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe absoluta nace de la experiencia de nuestra propia incapacidad para alcanzar la plenitud del ser sin la ayuda de la Palabra de Jesús. Esta constatación da ánimos a nuestro corazón para ir más allá de las obras posibles a nuestras capacidades humanas, más allá de los límites de nuestra confianza humana, más allá de los datos de nuestra razón natural y de nuestra experiencia normal, para echarnos, con un acto de confianza ilimitada, en los brazos de Jesús. «Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado» (Lc 7,6ss). La apertura total a la Palabra de Jesús debe renovar todo en la vida cristiana: la vida privada y la pública, el trabajo y los negocios, las amistades y las hostilidades, el pensamiento y la acción. Todo debe ser reevaluado en virtud de la Palabra y por la Palabra de Jesús. Y es que la dimensión cristiana no es el hombre más una serie de ideas procedentes del cristianismo, sino que es el hombre nuevo, el hombre nacido de Dios que, al liberarse de todo lo que nace de la carne, de la voluntad, de los deseos humanos, pasa de la dimensión humana a la de los hijos de Dios.

El episodio del centurión nos dice que, si queremos alcanzar la fe absoluta, debemos estar ante Jesús como la tierra de labor, aue se ofrece toda ella al sol y al cielo para que los gérmenes de vida que guarda puedan dar su fruto (G. Vannucci, La vita senza fine, Cemusco s.N. 1991, pp. 143ss).

 

 

Martes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 3,1-13

Queridos hermanos:

1 Es doctrina segura que quien aspira al episcopado desea una noble función.

2 Pero es preciso que el obispo sea un hombre sin tacha, casado solamente una vez, sobrio, prudente, cortés, hospitalario, capaz de enseñar;

3 no dado al vino, ni violento, sino ecuánime, pacífico, desinteresado;

4 que sepa gobernar bien su propia casa y educar a sus hijos con autoridad y buen juicio,

5 pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?

6 Que no sea un recién convertido, no suceda que, dejándose llevar del orgullo, venga a caer en la misma condenación que el diablo.

7 Es necesario, además, que goce de buena fama ante los de fuera, para que no caiga en descrédito y en los lazos del diablo.

8 Asimismo, que los diáconos sean dignos, hombres de una sola palabra, que no abusen del vino, que eviten las ganancias ilícitas

9 y guarden el misterio de la fe con una conciencia limpia.

10 Que sean primero probados y luego, si resultan irreprochables, ejerzan el ministerio del diaconado.

11 Igualmente, que sus mujeres sean dignas, no murmuradoras, sobrias, fieles en todo.

12 Los diáconos han de ser hombres casados una sola vez, que sepan gobernar bien a sus hijos y sus propias casas,

13 pues los que desempeñan bien este ministerio alcanzarán un puesto de honor y mucha seguridad en la fe que tenemos en Cristo Jesús.

 

*» Pablo le habla a Timoteo de las cualidades que debe tener el obispo (y, a continuación, de las que deben adornar al diácono) en la Iglesia, para desarrollar un buen gobierno encaminado al servicio y a la administración. Se trata de unas tareas que en aquellos tiempos carecían de estima y de honor, y, por eso, eran poco ambicionadas. En consecuencia, desearlas, según Pablo, es una cosa buena, porque revela disponibilidad hacia la comunidad, que tiene necesidad de tales servicios.

La expresión «casado solamente una vez» (v. 2), que indica una de las cualidades requeridas, como también ocurría, por otra parte, con las viudas, que debían serlo de «un solo marido» (1 Tim 5,9), no debe ser entendida en el sentido de que el obispo esté obligado a casarse como por una orden, sino en el sentido de que, en el caso de que ya estuviera casado, no debe volver a casarse por segunda vez. Y tanto mejor si es célibe, como lo era él mismo, Pablo (cf. 1 Cor 7,8). Por consiguiente, se subraya la importancia de la fidelidad, que también era ya objeto de una consideración especial entre los paganos (cf. Cicerón, Ad Atticcum XII, 29).

La lista de las cualidades requeridas para el obispo, como ocurre también con la de los diáconos, no tiene nada de específico: se inspira en otras listas clásicas destinadas a las personas que ejercen alguna función en la Iglesia. Los w. 4ss lo verifican, tomando como punto de comparación el buen gobierno que se requiere en la familia. Las «mujeres», citadas en el v. 11 -dado el contexto en el que se está hablando de personas públicas: de los «ministros» de la Iglesia-, da la impresión de que son las conocidas «diaconisas». También ellas desarrollaban tareas de instrucción con las catecúmenas, de asistencia en su bautismo, y estaban encargadas de visitar a las mujeres enfermas y de asistir a las necesitadas. Una de esas diaconisas debió de ser Febe, citada en la carta a los Romanos como mujer «que está al servicio de la iglesia de Cencreas» (Rom 16,1). Como personas públicas, debían poseer muchas de las cualidades que se pedían a los obispos y diáconos.

Además de todo esto se pide que el obispo no sea un «recién convertido» y que los diáconos «sean primero probados», antes de ser elegidos para tales servicios, a fin de que no cedan a la soberbia y sean encontrados irreprensibles. El v. 13 concluye anunciado «un puesto de honor y mucha seguridad en la fe que tenemos en Cristo Jesús» para aquellos que hayan servido bien. Por consiguiente, el desarrollo del «ministerio» asignado a éstos lleva aparejado el honor a través del testimonio de la fe, y todo ello para el crecimiento de la Iglesia.

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 Algún tiempo después, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**• Se trata de otro gesto de misericordia, simétrico al del criado del centurión. Tal vez Lucas introduce este texto «suyo» para explicar la afirmación posterior del v. 22: «Las muertos resucitan». El evangelista le ha dado, de manera consciente, una forma particular a su relato, a lin de sugerir que Jesús es un nuevo Elías. En efecto, «el profeta» de Le 7,16 remite, más que Jn 6,14, a alguno de los grandes profetas de Israel, como Elías en el pensamiento popular. Detengámonos en algunos detalles particulares.

Si el Naín del Nuevo Testamento estaba situado en el lugar donde se encuentra el pueblo árabe de Neín, junto a Afula, el milagro tuvo lugar en las proximidades de Sunem, donde Eliseo disponía de una habitación (cf. 2 Re 4,8-10) y donde resucitó al hijo de la sunamita (4,35). Las semejanzas entre el relato de Naín y la historia sinóptica de la hija de Jairo (cf. Le 8,40-42.49-56) pueden ser fortuitas y normales. La atención recae, en ambos casos, sobre los padres, sometidos a la prueba de la pérdida de un hijo querido. Otro aspecto que merece atención es que del mismo modo que ocurre en el caso de la curación de la mano atrofiada (6,6-11), Jesús no realiza el milagro en respuesta a una petición explícita, ni ninguno de los interesados expresa una fe explícita. Por lo demás, la viuda no podía saber que Jesús tenía el poder excepcional de resucitar a los muertos. Los discípulos y la muchedumbre tampoco intervienen en el episodio, excepto al final. Es Jesús el personaje central.

Cuando tocó el féretro, se detuvieron los que lo llevaban, sorprendidos de que no tuviera miedo de incurrir en una impureza legal (Nm 19,16). Por otra parte, contrariamente a lo que hacían los profetas del Antiguo Testamento, que oraban a Dios para que volviera a dar vida a los muertos, Jesús pronuncia por su propia autoridad -en cuanto Señor- la orden dirigida directamente al muerto (cf. v. 14). El v. 15 deja entender que el féretro estaba abierto, justo lo contrario de las costumbres griegas.

Como ocurre en los relatos de la infancia y en otros de su evangelio y de Hechos, a Lucas le gusta señalar también aquí (v. 16) la alabanza coral a Dios por parte del pueblo, cautivo de un sentimiento religioso de respeto unido al «temor».

 

MEDITATIO

En la orden de que no llore, aparentemente paradójica, que da Jesús a la viuda, Lucas hace intuir desde el comienzo del texto el desenlace de este encuentro, dado que llama a Jesús con un título cargado de significado: «el Señor» (7,13b). Basta con la orden de Jesús para que el curso de los acontecimientos se invierta: Jesús restituye al joven vivo a su madre.

La reacción religiosa de la gente: «Alababan a Dios», introduce la exclamación: «Un gran profeta...», que ofrece la clave interpretativa de todo el episodio. Y Jesús, el gran profeta, Elías redivivo, a diferencia de éste, es el Señor.

Es Dios mismo el que interviene ahora de una manera eficaz para la salvación de su pueblo. Ésta es la «visita» por excelencia y definitiva de Dios: la resurrección de los muertos es un «signo» decisivo para quien sabe acogerlo. Jesús no sólo es el profeta que consuela curando enfermedades y aplazando la muerte, sino que –como Señor- es el vencedor de la muerte, el que inaugura el tiempo nuevo de la esperanza para todos los creyentes.

Ahora, frente a la lista de las cualidades requeridas para el «ministerio» de la autoridad en la Iglesia, según la primera lectura, vemos que la autoridad del Señor indica la cualidad esencial que los «ministerios» del obispo y de los diáconos deben presentar. Esta cualidad es la fidelidad en el testimonio y en el servicio. Una fidelidad basada en la obediencia a la Palabra, como demuestra toda misión profética del Antiguo y del Nuevo Testamento, y por excelencia la del profeta Jesús de Nazaret. No puede haber autoridad cristiana sin obediencia de los «ministros» a la Palabra de Dios, de suerte que les sea posible gobernar y guiar a la Iglesia no siguiendo criterios mundanos, sino siguiendo las exigencias de la misma Palabra. La búsqueda de la voluntad de Dios por parte de los pastores y del rebaño –aunque con papeles diferentes- ha de ser unívoca y concorde (cf. Hch 2,42). El poder sobre la muerte y sobre todo mal se comunica, a través de la línea de la obediencia y de la profecía, por el Profeta y Testigo fiel, a los apóstoles y a los diáconos, para el servicio a la comunión y a la vida en la Iglesia.

La alabanza a Dios: «Un gran profeta...» (v. 16), es la primera resurrección de los muertos en el corazón humano. Viene, después, el agradecimiento por las visitas y las grandes obras de Dios. Y, en consecuencia, la intercesión abre la conciencia de la persona a la estructura permanente de vida que es la conversión del corazón y la oración continua. Conversión y oración son, simultáneamente, dones del Espíritu y compromiso de la persona indispensables para obedecer y mandar en la Iglesia, para empezar a vivir como resucitados en el tiempo presente, como anticipo de la definitiva resurrección de los muertos.

 

ORATIO

Oh Padre, tú eres compasión infinita. En tu Hijo, Jesús, Señor de la historia, consolaste a la madre viuda con la resurrección de su hijo, antes incluso de que tuviera la fe y la voz para pedírtelo. Concédenos una confianza tal en tu Palabra que nos enseñe a prevenir las peticiones de los dolores más grandes de la vida; para que nuestras respuestas de vida, en vez de pertenecer sólo al orden de las palabras, se muestren eficaces en la solución de los problemas más graves de los hermanos. Y que sean portadoras de liberación evangélica de las opresiones y de las violencias de muerte.

Concédenos comprender y comunicar a todos que la Palabra, si es asimilada en la vida del discípulo, le da posibilidades de liberar de todo mal, así como capacidad para «dominar» toda la fuerza del Divisor, el «diablo». Y a través del camino de unidad interior, será capaz de vivir como resucitado y comunicar a los otros las posibilidades que encuentra cada día.

 

CONTEMPLATIO

Luego, ¿vamos a tener por cosa grande y de maravillar que el Artífice del universo haya de resucitar a cuantos le sirvieron santamente en confianza de fe buena, cuando hasta por medio de un ave nos manifiesta lo magnífico de su promesa? Dice, efectivamente, en alguna parte: Tú me resucitarás y yo te confesaré (Sal 27,7). Y: Me dormí y me tomó el sueño, pero me levanté, porque tú estás conmigo (Sal 3,6). Y Job igualmente dice: Y resucitarás esta carne mía, que ha sufrido todas estas cosas (Job 19,26).

Así pues, apoyados en esta esperanza, únanse nuestras almas a Aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. El que nos mandó no mentir, mucho menos mentirá Él mismo, pues nada hay imposible para Dios fuera del mentir. Reavivemos, pues, en nosotros su fe y démonos cuenta de que todo esta cerca de Él. Con una palabra de su magnificencia lo estableció todo y con una palabra puede trastornarlo todo. ¿Quién le dirá: Qué has hecho? ¿O quién contrastará la fuerza de su poder? (Sab 12,12).

Todo lo hará cuando quiera y como quiera, y no hay peligro que deje de cumplirse nada de cuanto Él ha decretado. Todas las cosas están delante de Él y nada escapa a su designio. Comoquiera que los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día se lo dice al día y la noche se lo cuenta a la noche, y no hay discursos ni hablas en que no se oigan sus voces (Sal 18,2-4). Ahora, pues, como sea cierto que todo es por Él visto y oído, temámosle y demos de mano a los execrables deseos de malas obras, a fin de ser protegidos por su misericordia e los juicios venideros. Porque ¿dónde podrá nadie de nosotros huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo acogerá a los desertores de Dios? Dice, en efecto, en algún paso la Escritura: ¿Adonde me escaparé y a dónde me esconderé de tu faz? Si me subiere al cielo, allí estás tú; si me alejare hasta los confines de la tierra, allí está tu diestra; si me acostare en los abismos, allí tu soplo (Sal 138,7-10). ¿Adonde, por ende, puede nadie retirarse o adonde escapar de Aquel que lo envuelve todo? Por lo tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando hacia Él nuestras manos puras e incontaminadas, amando al que es Padre nuestro clemente y misericordioso, que hizo de nosotros porción suya escogida (Clemente de Roma, «Carta primera», XXVI-XXIX, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 202-204).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién puede presumir de tener suficientes fuerzas para llegar a la ilimitada luz, a la perfecta floración humana a la que Cristo nos llama? ¿Quién nos ayudará a conseguir liberar nuestro ser interior de todas las durezas, de todos los miedos, de todos los condicionamientos de las instituciones humanas? ¿Quién dará a nuestra navecilla la fuerza para ir cada vez más hacia alta mar, lejos de todos los puertos construidos por el hombre?

El episodio de Lc 7,11-17 da la respuesta a estas preguntas que nacen de la constatación de nuestra insuficiencia. Sólo Jesús puede pronunciar las palabras salvadoras: «¡Levántate y recobra la vida!» (Lc 7,14). Ahora bien, ante su palabra debemos dejar de lado toda oposición, toda resistencia, como el cadáver del joven de Naín. Jesús es la Palabra de Dios que ha tomado la carne viva del hombre; su descenso a la humanidad concreta no ha concluido en la realidad del Hombre-Dios, sino que va asumiendo lentamente todo el hombre, aunque a través de la distinción de las naturalezas.

La redención significa para el hombre su ascenso a Cristo, su liberación de las fuerzas demoníacas que le deforman, llevada a cabo por la mano santa de Cristo. En el hombre redimido, ya no es el yo caído y dividido el que vive, sino Cristo (G. Vannucci, La vita senza fine, Cernusco s.N. 1991, p. 137).

 

 

Miércoles de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 3,14-16

Querido hermano:

14 Te escribo esto con la esperanza de ir a verte pronto,

15 pero, por si tardo, quiero que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.

16 Es grande sin duda el misterio de nuestra religión: Cristo se ha manifestado como hombre mortal, el Espíritu ha dado testimonio de él, los ángeles lo han contemplado, ha sido predicado entre las naciones, creído en el mundo, elevado por Dios gloriosamente

.

**• Aunque esperaba poder ir cuanto antes a Efeso, Pablo quiso escribir a Timoteo para que, si tardaba, no le faltaran consejos aptos que le sirvieran de guía en la tarea de presidencia de la Iglesia. A esta última se la llama en el texto: «casa de Dios». Tanto en el sentido de edificio espiritual (cf. Ef 4,12; 1 Pe 2,4-6; etc.) como en el sentido de familia (cf. Tit 1,11; 1 Tim 1,16; 1 Pe 4,17), todos los cristianos son «familia de Dios» (cf. Ef 2,19). Al ser casa del Dios «vivo» -y no de una divinidad vana y muerta-, se comprende que la Iglesia pueda ser la «columna y fundamento» inquebrantable «de la verdad», sostenida por un apoyo de base todavía más sólido. Evidentemente, el pasaje se inspira en estas palabras de Jesús: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,17).

La imagen está tomada del arte de la construcción: Pablo tiene delante de sus ojos las estupendas columnatas que adornaban los más conocidos edificios públicos de Éfeso. Con este pasaje completa su doctrina sobre la Iglesia, presentada de manera más frecuente por él en su esencia interior de cuerpo de Cristo. Aquí, en cambio, insiste más en su aspecto externo y visible, en su poder de ministerio, aun cuando no pretende prescindir de la invisible presencia de la divinidad en ella, como demuestra en el v. 16.

La Iglesia es guardiana no de una determinada verdad filosófica, sino de un «misterio de fe» (cf. v. 9) revelado por el mismo Dios a sus santos (cf. Col 1,26). Un «misterio» que se concentra y se realiza en la persona de Cristo, el cual, después de su vida mortal, fue «elevado por Dios gloriosamente» y, convertido en «espíritu que da vida» (cf. 1 Cor 15,45), alimenta desde el interior, cimienta y compagina su Iglesia. Ahora sólo a través de la Iglesia se llega a Cristo.

Las dos proposiciones, «el Espíritu ha dado testimonio de él» y «los ángeles lo han contemplado» (v. 16), son más difíciles de interpretar. La primera de las dos puede poner de relieve la presencia del Espíritu en la obra de Cristo y en su prolongación, que es la Iglesia. La segunda hace referencia a los «ángeles» en general, que deberían ser los primeros en conocer los misterios de la vida del Señor y contemplaron la gloria de su humanidad en el momento de la ascensión. En otro lugar, Pablo habla asimismo de un «conocimiento» especial de los ángeles respecto a la «multiforme sabiduría de Dios» obtenida mediante la Iglesia (cf Ef 3,10), y de su sometimiento a Cristo (cf Flp 2,9-11; Ef 1,21; Col 2,10). Así pues, los primeros en ser «evangelizados» en Cristo fueron los ángeles y, a continuación, los paganos: de este modo queda claro por qué las dos expresiones se siguen inmediatamente.

 

Evangelio: Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor:

31 ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

32 Se parecen a esos muchachos que se sientan en la plaza y, unos a otros, cantan esta copla: «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: «Está endemoniado».

34 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores».

35 Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios.

 

*•*• Este pasaje evangélico exalta la figura de Juan el Bautista y la asocia a la de Jesús, frente a la generación de entonces, que rechazaba a ambos. La parábola de los muchachos caprichosos no hace más que ilustrar la actitud descrita en los w. 20-30. Aquí se presenta, por una parte, al pueblo y a los publicanos, que reconocieron el valor del bautismo de Juan, y, por otra, a los fariseos y a los maestros de la Ley, que rechazaron este bautismo y no entraron en el designio de Dios. Con todo, la actitud negativa de la generación de Juan y de Jesús no impedirá la realización del plan de Dios (cf. v. 30), porque «la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios». Esta «sabiduría» parece ser precisamente el sabio designio de Dios. Los sabios que lo justifican son aquellos que entran en este designio, reconociendo a Juan y a Jesús como enviados de Dios, venidos a anunciar un nuevo plan de salvación para el mundo.

Lo que los otros desatienden y desdeñan no es propiamente la vía ascética del Bautista o la vía «festiva» y magnánima de Jesús, sino fundamentalmente el proyecto de Dios.

 

MEDITATIO

A quien tiene miedo de verse implicado en el plan de Dios, todo gesto y comportamiento le parece ambiguo. En cambio, los «pequeños», los pobres, los pecadores y los excluidos, que no tienen que defender ni prejuicios ni esquemas, intuyen la lógica del obrar de Dios en la historia humana. Son los sabios de la comunidad cristiana, que, a lo largo de los siglos, continúan reconociendo en Jesús la revelación y la realización de un plan histórico de amor fiel, es decir, de la sabiduría divina.

La solidez de «la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo», de la primera lectura está alimentada por la fe de estos «pequeños», de los verdaderos discípulos del Señor. Éste, «misterio de nuestra religión», es tan grande y tan negado por los falsos maestros que alteran su Evangelio. Estos mismos son objeto de atención, en la continuación de la carta, por parte del apóstol, a fin de poner ampliamente en guardia a Timoteo.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre, reconocer en los «testigos» de nuestros días las huellas de vida de tu Hijo, acoger el don de tu fuerza, para que, como piedras vivas de tu «casa», podamos dar testimonio de la firmeza de su Palabra.

Y haz que, fundamentados en la roca que es Cristo, Hijo tuyo y hermano nuestro, podamos sostener el asalto y el peso de la incredulidad y de la indiferencia de nuestra humanidad. Te pedimos además que, adorando tu presencia en la historia de nuestros días, podamos ser instrumentos dóciles y eficaces de tu proyecto de amor para la salvación de todos los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Preguntemos ahora a los judíos: ¿es la austeridad una cosa buena? ¿Alabáis el ayuno? Entonces hubierais debido quedar persuadidos por Juan, hubierais debido aceptarle, creer en sus palabras, y esas palabras hubieran debido conduciros a Cristo. Y si responden que el ayuno es una práctica perjudicial e insoportable, entonces les diremos que hubieran debido dejarse convencer por Cristo y creer en él, que siguió un camino diferente del emprendido por Juan. Con uno u otro de estos dos diferentes modos de vivir hubieran entrado en el Reino de los Cielos.

Sin embargo, en vez de servirse de este doble medio que se les había ofrecido para salvarse, prefirieron echarse como fieras enfurecidas tanto sobre Juan como sobre Jesús. Por consiguiente, no debemos acusar de nada a los que no fueron creídos: toda la culpa recae sobre aquellos que no quisieron creer. Ningún hombre razonable alaba y vitupera al mismo tiempo dos cosas contrarias entre sí. Por ejemplo, a quien le gusta el hombre alegre y de buen humor no le gusta el de temperamento serio y severo [...].

Yo y Juan, dice Jesús en sustancia, tenemos el mismo pensamiento: nos hemos comportado, es cierto, de manera diferente, pero esta aparente diferencia no nos ha impedido tener el mismo fin. Más aún, precisamente nuestra perfecta unión, que apuntaba a un idéntico fin, nos impulsó a comportarnos de manera diferente: pues bien, ¿qué excusa os queda ahora? Por eso añade el Señor: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son hijos suyos». Es como si dijera: «Aunque vosotros no habéis querido creerme, no tenéis de todos modos ningún motivo para reprocharme» (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo secondo Matteo, Roma 1966, p. 177 [edición española: San Juan Crisóstomo: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios» (Lc 7,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién entra en el Reino? Todo el que se abre a la inmensidad de Dios. Todo lo que hay en el hombre religioso es preciso que se haga inmenso: conocimiento, corazón, amor, libertad, vida, las fuerzas físicas que pueden descubrir y vivir la comunión con todos los seres en la inmensidad en que vive la conciencia.

Por eso es necesaria la osadía, la energía más intensa, superar todos los pequeños miedos que paralizan la voluntad de seguir a Cristo, que nos invita a ir siempre más allá. Hace falta una voluntad pura, que busque únicamente la vida que es Cristo.

Derramemos a manos llenas la vida, la alegría, el perdón, la belleza, el canto: entraremos en el Reino. No las dudas morales, sino el aliento a toda expresión de bien, de servicio, de entrega de sí: ésa es la puerta del Reino. Esta alegre apertura a Cristo- Vida nos prepara para la unión con él. No se trata de una flor que nos ofrece su belleza, no es el canto de un pajarillo que nos hace soñar, no es un amanecer o un ocaso, ni es una mirada de amor que se queden mudos a la hora de dar las gracias. Cuando entremos en el Reino, cuando a través de nuestra danza gozosa entremos en consciente armonía con el universo, más viva será la fuerza de entrega y de ofrenda en nosotros. Vivirá en nosotros Dios, la energía que concede al hombre llegar a ser Cristo IM„C

 

 

Jueves de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 4,12-16

Querido hermano:

12 Que nadie te tenga en poco por tu juventud; trata de ser un modelo para los creyentes por tu palabra, tu conducta, tu amor, tu fe y tu pureza.

13 Mientras llego, aplícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza.

14 No hagas estéril el don que posees y que te fue conferido gracias a una intervención profética, cuando los presbíteros te impusieron las manos.

15 Medita estas cosas y entrégate completamente a ellas para que todos puedan ver tu aprovechamiento.

16 Cuídate y cuida tu enseñanza; persevera en estas cosas, pues, si haces esto, te salvarás a ti y salvarás a los que te escuchen.

 

**• Pablo sigue desarrollando otros consejos a fin de que Timoteo ejerza su misión de gobierno con el ejemplo de su propia vida (v. 12), tomando fuerzas de la gracia de su propia consagración episcopal (v. 14). La salvación de un apóstol está condicionada a la de los otros (v. 16): se salvará a sí mismo si salva a los otros.

La referencia al carácter tímido y reservado de Timoteo no exonera a Pablo de recordarle que, cuanto más se esfuerce en ser modelo en toda virtud para los fieles, manifestando a todos su «aprovechamiento» (v. 15), tanto más fácil le resultará ganarse el respeto de los otros. El v. 14 hace referencia a la doctrina del que hoy llamamos sacramento del orden: aparece, en primer lugar, un rito, la «imposición de las manos». Este rito, usado ya en el Antiguo Testamento para expresar la transmisión de poderes y de cargos (cf. Dt 34,9), tiene en el Nuevo Testamento, además de los significados de bendición, de curación y de otorgamiento del Espíritu Santo a persona ya bautizadas, el de consagración de determinados individuos para ciertas funciones públicas (cf. Hch 6,6; 14,23; 13,3).

En segundo lugar, aparece una intervención profética no precisada (del tipo de la de 1,18), el otorgamiento de un «carisma», o sea, de un don gratuito permanente («que posees»), aunque puede debilitarse e incluso extinguirse, si se descuida y no se alimenta. En nuestro lenguaje teológico lo llamamos hoy «gracia sacramental», que es la que nos suministra desde el interior las ayudas necesarias para cumplir los deberes de nuestro propio estado.

 

Evangelio: Lucas 7,36-50

En aquel tiempo,

36 un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 En esto, una mujer, una pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume,

38 se puso detrás de Jesús junto a sus pies y, llorando, comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó para sus adentros: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora».

40 Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo que decirte una cosa. Él replicó: -Di, Maestro.

41 Jesús prosiguió: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.

42 Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?

43 Simón respondió: -Supongo que aquél a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Así es.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

45 No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.

47 Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.

48 Entonces dijo a la mujer: -Tus pecados quedan perdonados.

49 Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?».

50 Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

 

*+• Ya habían acusado antes a Jesús de comer con los pecadores (cf. v. 34). Ahora se muestra como el Mesías misericordioso, que recibe el homenaje de una pecadora desconocida. La acción tiene lugar mientras Jesús está sentado a la mesa en casa de un fariseo que le había invitado, cosa que ya había sucedido en otras ocasiones análogas. Por lo general, los comensales comían tendidos en sus divanes. Eso explica la facilidad con la que la pecadora se pudo acercar a los pies de Jesús, llorando sobre ellos y secándolos con sus cabellos.

Su gesto y las palabras de Jesús hacen suponer que esta mujer le conocía ya y que ya había recibido su perdón. Las lágrimas derramadas antes de la unción serían, pues, más de alegría que de arrepentimiento. El perfume era algo de uso común en Palestina; con todo, era más bien inusual ungir los pies y no la cabeza (como sucede en Me 14,3). Es posible que la pecadora arrepentida deseara honrar a Jesús con una unción, pero las circunstancias sólo le permitieron ungirle los pies.

El fariseo deja suponer en su reflexión que no considera a Jesús profeta; sin embargo, el Maestro manifiesta el don de clarividencia respondiendo a su objeción antes incluso de que el fariseo la manifieste. La respuesta de Jesús toma la forma de una parábola que explica, en esencia, que amará más al prestamista el deudor al que se le perdonó una mayor cantidad. Esta mujer ha mostrado mucho amor, porque, tal vez antes, se le había perdonado mucho. Según el v. 50 fue su fe la que la salvó. Esto se refiere claramente al perdón que ha recibido.

 

MEDITATIO

En este capítulo de Lucas, Jesús, después de haber curado al criado del centurión y haber resucitado al hijo de la viuda de Naín, realiza esta curación existencial, perdonando a una pecadora desconocida. El fariseo está preocupado por la impureza legal a la que se expone Jesús dejándose tocar los pies por una mujer notoriamente pecadora. Jesús, por el hecho de callar y dejarla hacer, compromete su reputación de hombre de Dios, de profeta reconocido por el pueblo (cf. 7,16).

La pregunta de Jesús a Simón interrumpe el curso de las sospechas. Le implica en la trama de la parábola viviente que se desarrolla en su casa. Evidentemente, él es el deudor que ama poco, porque da a entender que se le ha perdonado poco. El diálogo que sigue no deja escapatoria al fariseo, que estaba al principio tan seguro de su justicia. Los gestos de bienvenida y de veneración de la mujer respecto a Jesús, de los que el fariseo se consideraba dispensado, le han hecho pasar a la parte del agravio, y a la pecadora, a la parte de la misericordia.

Para Lucas, existe un íntimo vínculo entre el perdón de los pecados y el amor generoso. El espíritu de profecía, recomendado por Pablo a Timoteo en su ministerio al servicio de la iglesia de Efeso, ha de ser cultivado con humildad. Ésta nos libera de la ilusión farisaica del que se olvida que es pecador y considera a los otros como peores que él; porque es la fe lo que engendra el perdón salvador, es decir, la plena comunión de vida que es la paz de Dios. Y es la capacidad de perdonar de una manera constante y profunda lo que guarda al corazón humano de toda vana seguridad.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre de misericordia, la sabiduría del corazón, a fin de que podamos reconocer las visitas de tu perdón, incluso en los momentos lamentables y embarazosos de nuestra jornada y de nuestra vida, y para que, por medio del compromiso con las necesarias acogidas y la superación de nuestros gustos personales, podamos experimentar aquel éxodo de nosotros mismos que es el único que puede abrirnos a la luz de tu presencia y a la fuerza de tu amor misericordioso.

Una luz y una fuerza que son las únicas que pueden cambiar el corazón del hombre y hacerlo misericordioso con sus hermanos -en especial con los más necesitados-, tras las huellas de Cristo Jesús, tu Hijo y nuestro Señor.

 

CONTEMPLATIO

Ahora bien, el vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es la remisión de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica poderosamente de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de una manera inefable el odio al pecado y el amor a las virtudes.

Inmediatamente hace que ésta odie lo que amaba y ame ardientemente aquello de lo que tenía horror, y gima intensamente por ambas cosas, pues se acuerda de haber amado, para su condena, el mal que odia y haber odiado el bien que ama.

¿Quién se atreverá a decir, en efecto, que un hombre -aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados- puede perecer si es visitado por la gracia del Espíritu Santo? Así pues, dado que el pecador no se convierte sino en el momento en que es iluminado por el Espíritu Santo, ¿qué podemos concluir, sino que, del mismo modo que huye de la muerte del pecado execrándolo, así vive también de la justicia, a la que se convierte deseándola?

Es acogido de inmediato en la vida después de la muerte si, en la conversión, recibe tal fuego de amor que consume en el alma toda la herrumbre que el pecado había acumulado en ella. Ésa es la razón de que se le diga a la mujer pecadora: «Le han sido perdonado sus muchos pecados porque ha amado mucho» (Lc 7,47) (Gregorio Magno, cit. en Crescere nellafede, Magnano 1996, 120ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Le han sido perdonados sus muchos pecados porque ha amado mucho» (Lc 7,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El episodio narrado en el evangelio nos revela una visión diferente de las raíces de la moral. La moral que informa la conciencia de los comensales fariseos es unilateral: la fuente de la moral es Dios; nosotros, los justos, somos sus testigos y tutores; los pecadores están excluidos y son inmundos. «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora» (Lc 7,39).

La nueva moral, destinada a informar la conciencia después de Jesucristo, nace de la necesidad de encuentro e integración entre la luz y las tinieblas, la gracia y el pecado. Un encuentro integrador que traza un camino hacia un heroísmo nuevo, que ya no es el heroísmo del superhombre, del justo, sino el rechazo de la heteronomía del mal, de la proyección del mal y del pecado sobre el chivo expiatorio. El camino cristiano tiende hacia la integración de la sombra de una manera decidida y libre, abandonado deliberadamente todo dualismo y la lógica del tercero excluido. En este episodio, ni Jesús es el misericordioso ni los fariseos son los puritanos duros, pero Jesús es el único que no tiene ligada la mente a esquemas preconcebidos: mira con ojo virginal tanto a los fariseos como a la pecadora. Invita a los primeros a sacrificar sus esquemas teóricos y a mirar con otros ojos la realidad viva; responde con respetuosa veneración a la búsqueda de amor perseguida por la pecadora anónima, ofreciéndole el perdón y la fuerza de perdonarse a sí misma: «Has amado mucho, mucho te ha sido perdonado» [cf. Le 7,47) (G. Vannucci, La vita senza fine, Cernusco s.N. 1991, pp. 140ss).

 

 

Viernes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 6,2c-12

Querido hermano:

2 Esto es lo que has de enseñar y recomendar.

3 Si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las saludables palabras de nuestro Señor Jesucristo y a las enseñanzas de la religión,

4 es que está cegado por el orgullo y es un ignorante que sufre la enfermedad de promover discusiones y polémicas. De ahí surgen las envidias, los pleitos, las maledicencias, las suspicacias;

5 de ahí, las discusiones interminables de hombres corrompidos y sin escrúpulos que ven en la religión un negocio.

6 La religión es ciertamente de gran provecho cuando uno se contenta con lo necesario,

7 pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él.

8 Hemos de contentarnos con tener alimento y vestido.

9 Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición.

10 Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han acarreado a sí mismos muchos sinsabores.

11 Pero tú, hombre de Dios, evita todo esto, practica la honradez, la religiosidad, la fe, el amor, la paciencia y la dulzura.

12 Mantente firme en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna para la cual has sido llamado y de la cual has hecho solemne profesión delante de muchos testigos.

 

**• Pablo advierte, de una manera decidida, que, por el hecho de que los amos sean cristianos en vez de paganos, los siervos no han de caer en la tentación de estimarlos en menos por ser «hermanos» en la fe {cf v. 2); en efecto, no por el hecho de que el Evangelio valore indistintamente a todos los hombres, de modo que ya no haya «ni esclavo ni libre» {cf. Gal 3,28), ha abolido las diferencias de papel y de posición en la sociedad. Más aún, les han de servir mejor y con más amor precisamente por ser hermanos y amados por Dios y, por consiguiente, estar dotados de mayor sensibilidad para comprender el beneficio que prestan los esclavos con su servicio a los mismos amos.

El problema de la dignidad y de los derechos de los esclavos queda planteado así por la enseñanza de Pablo en otro plano: no sólo los amos, sino también los siervos procuran sus «beneficios» a los hombres, y no sólo beneficios económicos. La referencia posterior al compromiso de «enseñar y recomendar» a todos la verdad {cf v. 2) trae de nuevo a la mente de Pablo la sombra de los falsos maestros, que se separan con su enseñanza de las «saludables palabras» de Cristo (v. 3), transmitidas por la enseñanza apostólica, las únicas que son aptas para incrementar una auténtica vida según «las enseñanzas de la religión» (v. 3; cf. Tit 1,1). Falsos maestros marcados sobre todo por la codicia y la soberbia {cf w. 4-10), que son los dos resortes secretos que les inducen a presentarse como maestros improvisados.

El apóstol responde con fina ironía a estos falsos maestros diciéndoles que la religión genuina representa un gran provecho precisamente porque enseña a saber contentarse con lo que cada uno tiene {cf v. 6). El amor al dinero (v. 10) acaba también con la tranquilidad del espíritu, creando un verdadero martirio de preocupaciones y de pruebas para la fe.

En contraposición a los falsos maestros, Timoteo debe intentar conseguir -y el apóstol le anima a ello- las virtudes teologales y las morales de la honradez con Dios y con los hombres, de la religiosidad sincera, de la paciencia junto con la dulzura (v. 11), a ejemplo de Cristo, que pudo decir de sí mismo: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

 

Evangelio: Lucas 8,1-3

En aquel tiempo,

1 Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los Doce

2 y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios;

3 Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le asistían con sus bienes.

 

**• Los apóstoles, qué duda cabe, acompañan a Jesús en su vida itinerante, pero es la presencia de mujeres lo que constituye el centro de atención de este fragmento, sobre todo en los w. 2ss, que son propios de Lucas. El v. 1 sugiere que Jesús evangelizaba de manera sistemática las ciudades y el campo. Para Lucas, Dios manifiesta ya la presencia del Reino en su empeño activo de salvar a la humanidad. Dios obra ahora en el ministerio de Jesús y realizará su Reino en el futuro. Pero, en el fragmento que nos ocupa, el evangelista se propone sobre todo indicar el papel que tuvieron las mujeres en la tarea de la evangelización. «Iban con él» junto con los Doce. Más adelante dirá Lucas, de manera insistente, que las mujeres que estaban presentes en el Calvario «habían acompañado» a Jesús durante su ministerio (23,49.55).

El v. 2 habla de personas a las que Jesús «había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades», como se dice ya en 6,18 y 7,21. Los evangelistas sabían distinguir entre exorcismos y curaciones; a este respecto, unos textos se presentan claros y otros lo son menos. Es posible que, en el caso de María Magdalena, el número siete, expresión de plenitud, se refiera a un gran caso de posesión, de posesión repetida (cf. Le 11,26). Magdala, pueblo del que procedía casi con seguridad esta María, es un nombre que no aparece explícitamente en el Nuevo Testamento, pero que puede ser identificado con Tariquea, citado con frecuencia por el historiador Flavio Josefo.

De Juana y Susana carecemos de otras fuentes de información. Si Cusa y su mujer eran personas objeto de consideración en la cristiandad primitiva, se comprende su mención por parte de Lucas (8,3). Todas estas mujeres -nos dice el evangelista- «asistían» a Jesús y a los Doce con sus bienes. Se usa el mismo verbo griego para hablar de las mujeres que estuvieron presentes en la crucifixión: «Que habían seguido a Jesús y le habían asistido cuando estaba en Galilea» (Me 15,41).

 

MEDITATIO

Lucas se detiene para presentarnos a la pequeña comunidad itinerante que acompañaba a Jesús en sus desplazamientos apostólicos, una comunidad que sirve de modelo para la vida de la Iglesia a la que va dirigido el Evangelio. Para las costumbres rabínicas de la época, era impensable esta mención de las mujeres en el séquito de Jesús a la par con los Doce. Si estos últimos fueron elegidos por Jesús mediante una llamada de palabra, aquéllas fueron elegidas con un gesto de bienvenida y misericordia.

La situación de segregación y de marginación social y religiosa a la que estaba relegada la mujer en el ambiente sociopolítico de tiempos de Jesús fue superada por Cristo con el anuncio que hizo del Reino de Dios por pueblos y ciudades y se hace visible en la pequeña comunidad formada en torno a su persona.

La codicia del dinero, recordada en la primera lectura, encuentra en la comunión de bienes de la primera comunidad cristiana el camino para la liberación de todo miedo y prevención.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre de gracia y bondad, abrirnos a la presencia de tu Reino, iniciado en la tierra con la encarnación de tu Hijo, a fin de que, liberados de todo preconcepto y miedo, podamos formar comunidades cristianas de hermanos y hermanas capaces de entablar unas relaciones nuevas, caracterizadas por la libertad y la solidaridad en el servicio.

Concédenos asimismo que nuestro corazón no se ciegue por el orgullo ni sea cautivado por la fiebre de los sofismas y de las cuestiones ociosas, como nos advierte el apóstol. Aleja de la Iglesia de tu Hijo, santa aunque pecadora, las envidias, los litigios, las maledicencias, las malas sospechas, los conflictos originados por los hombres de mente corrompida y carentes de verdad. Sobre todo, libéranos de la avidez y de la sed de ganancias.

Haznos experimentar la ebriedad de esta soberana libertad vivida y enseñada por Cristo y por la comunidad apostólica de los orígenes.

 

CONTEMPLATIO

La Iglesia primitiva era pobre, pero libre. La persecución no le quitaba la libertad de su regimiento, y tampoco el despojo violento de sus bienes perjudicaba en nada a su verdadera libertad. No tenía vasallaje, ni protección, y menos aún tutela o abogacía: bajo estas poco fiables y traidoras denominaciones se introdujo la servidumbre de los bienes eclesiásticos. Desde aquella hora le fue imposible a la Iglesia mantener sus antiguas máximas sobre lo adquirido, al gobierno y al uso de sus bienes materiales. Y el olvido de estas máximas, que quitaban a tales bienes todo lo que tienen de halagüeño y de corruptor, la condujo al extremo peligro. [Una de estas máximas] era que el clero no usara los bienes eclesiásticos sino por pura necesidad para su propio sustento, empleando lo sobrante en obras piadosas, especialmente para aliviar a los indigentes. Lo necesario les estaba asegurado de hecho a los apóstoles con el derecho a vivir en las casas de los fieles que les recibieran, que al acogerlos recibían bastante más de lo que les daban.

El apóstol Pablo informó a su discípulo Timoteo de esta doctrina cuando le escribió: «La religión es ciertamente de gran provecho cuando uno se contenta con lo necesario, pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él. Hemos de contentarnos con tener alimento y vestido» (1 Tm 6,6-8). De este modo, la entrada en el clero equivalía, en los buenos tiempos de la Iglesia, a una profesión de pobreza evangélica (A. Rosmini, Delle cinque piaghe della santa Chiesa V, 133.151, passim [edición española: Las cinco llagas de la Santa Iglesia, Edicions 62; Península]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que habían accedido a la fe tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lucas, Mateo y Marcos emplean una misma palabra para calificar la presencia de estas mujeres: el verbo aiakonéin, que significa «servir» (de donde proceden los términos «diaconía» y «diácono»). Lucas añade: «Le asistían con sus bienes». Eso puede significar que ponían sus riquezas a disposición de Jesús. Sin embargo, frecuentemente este verbo griego tiene un sentido más amplio: se trata de todo lo que tiene alguien a su disposición para servir a los otros. Creo que sería más exacto traducir: «Le asistían con todo lo que tenían».

Parece, pues, que hubo de hecho un ministerio de mujeres en el evangelio, ordenado a la persona de Jesús, y que Jesús no lo rechazó. A estas mujeres, a las que curó y salvó, las acogió junto a él. Pero no fue siempre así: cuando el endemoniado que curó en la tierra de los gerasenos le pidió quedarse con él, Jesús le envió a que fuera a dar testimonio de su curación en su ciudad, a decir lo que Dios había hecho por él (Me 5,18-20). No quiso recibir de él ese «servicio». Le convirtió en un enviado, en un apóstol de vanguardia, en un instrumento del Reino.

Sin embargo, Jesús aceptó que María de Magdala y muchas otras le siguieran y le sirvieran. Y la presencia de estas mujeres -cuya mayor parte estaba constituida por antiguas enfermas, pecadoras, poseídas por el demonio- debía plantear problemas y tal vez provocar escándalo. Si Jesús lo quiso, debía tener razones bien precisas. Y para la mujer, es muy importante intentar esclarecerlas.

Siguiendo el hilo del evangelio, podemos percibir que el servicio de estas mujeres se llevó a cabo de modo paralelo a la revelación del misterio de Cristo. Así es: en cada etapa de la revelación de este único misterio encontramos a una mujer disponible para Dios (G. Blaquiére, // dono di essere donna, Milán 21985 [edición española: La gracia de ser mujer, Palabra, Madrid 1988]).

 

 

Sábado de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Timoteo 6,13-16

Querido hermano:

13 Te exhorto ante Dios, que da la vida a todas las cosas, y ante Jesucristo, que dio testimonio de la verdad ante Poncio Pilato,

14 a que guardes este precepto sin mancha ni culpa hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo,

15 que en su momento llevará a cabo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes, el Señor de los señores,

16 el único que posee la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él, honor y poder eterno. Amén.

 

*»- Pablo recomienda una vez más a Timoteo la fidelidad al precepto del Señor. ¿Fidelidad a qué precepto? Es seguro que se refiere a la «fidelidad» al bello testimonio de Cristo ante Poncio Pilato; hasta su manifestación escatológica, que ya es visible en su obra redentora en el tiempo.

Ante el pensamiento de la manifestación gloriosa de Cristo, brota espontánea del corazón de Pablo la doxología de los w. 15ss. La insistencia de Pablo en dar a Dios Padre los títulos reales y de «inmortalidad» parece una nota voluntariamente polémica contra los monarcas orientales y los emperadores romanos, que se atribuían tales títulos.

Para designar la segunda venida de Cristo, en vez del término común deparusía o «revelación», Pablo prefiere emplear, en las cartas pastorales, la palabra «manifestación», que se utiliza también para expresar la obra redentora (cf. 2 Tim 1,10; Tit 2,11; 3,4).

 

Evangelio: Lucas 8,4-15

En aquel tiempo,

4 reunió mucha gente venida de todas las ciudades y Jesús les dijo esta parábola:

5 -Salió el sembrador a sembrar su semilla. Mientras iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino, fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.

6 Otra parte cayó en terreno pedregoso y, nada más brotar, se secó, porque no tenía humedad.

7 Otra cayó entre cardos y, al crecer junto con los cardos, éstos la sofocaron.

8 Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio como fruto el ciento por uno. Y exclamó: -Quien tenga oídos para oír que oiga.

9 Sus discípulos le preguntaron qué significaba esa parábola.

10 Él les dijo: -A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios; a los demás todo les resulta enigmático, de manera que miran pero no ven, y oyen pero no entienden.

11 La parábola significa lo siguiente: la semilla es el mensaje de Dios.

12 La semilla que cayó al borde del camino se refiere a los que oyen el mensaje pero luego viene el diablo y se lo arrebata de sus corazones, para que no crean ni se salven.

13 La semilla que cayó en terreno pedregoso se refiere a los que al oír el mensaje lo aceptan con alegría, pero no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero cuando llega la hora de la prueba se echan atrás.

14 La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez.

15 La semilla que cayó en tierra buena se refiere a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia.

 

*• Es el mismo Jesús quien propone el nombre de la parábola narrada {cf. Mt 13,18). Esta indicación le presenta a él como «el sembrador», pero -según la teología de Lucas- todo predicador puede ser considerado como sembrador. La interpretación que sigue en el texto insiste más bien en los oyentes de la Palabra. El acento, por lo que se refiere a la parábola, recae en la suerte que corre la semilla. El contraste se da entre la semilla que perece y la que da fruto, entre la Palabra del Maestro proclamada a los judíos, que la rechazaron, y la misma Palabra proclamada a los discípulos, que se convirtieron en oyentes creyentes.

La parábola comienza de la misma manera en los tres sinópticos (cf. Me 4,3; Mt 13,3), pero, al añadir «su semilla» en el v. 5, es probable que Lucas haya querido recordar que la semilla es el verdadero tema de la parábola, o sea, la Palabra de Dios, que tiene una importancia capital en la teología de Lucas. Éste habla de semilla «pisoteada», tal vez para sugerir que algunos judíos o paganos sólo sentían desprecio hacia el Evangelio. Por otra parte, según Lucas, Jesús «exclamó» (v. 8), lo que resulta más enfático y profético que el simple «dijo» de Me 4,9.

A la pregunta de los discípulos sobre el significado del discurso parabólico, que tiene una notable concordancia entre Mateo y Lucas, Jesús responde: «A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios». La expresión remite a Dn 2,28ss, donde Dios aparece como el Revelador de los misterios, e indica la comprensión tanto de los «designios divinos» de salvación del mundo como el modo de llevarlos a cabo. «A los demás», prosigue Jesús en Lucas, estos misterios les resultan enigmáticos.

El evangelista concentra, pues, la atención en la diferente acogida reservada a la Palabra de Dios, tal como aparece significada por los diferentes terrenos. Según el v. 13, no son tanto las tribulaciones o las persecuciones como la tentación lo que conduce a la defección. Esta formulación debe ser atribuida a la mayor atención otorgada por Lucas a la conducta moral cotidiana (cf. 9,23).

La parábola, dirigida a la muchedumbre, invita a esta última a escuchar la Palabra de Dios. La explicación, destinada a los discípulos, subraya más bien los diferentes resultados de la predicación de la Palabra. Ahora bien, la sustancia de la enseñanza es la misma.

 

MEDITATIO

Es importante que el anuncio de la Palabra, tema entrañable para Lucas, llegue a todos y de la forma más sencilla. La propuesta está hecha con una gran esperanza y un gran optimismo. La escucha de la Palabra de Dios, esto es, de la revelación de su proyecto histórico, es acogida y adhesión interior. Pero eso es don de Dios, como la misma Palabra. Los discípulos han recibido ese don porque el amor libre y gratuito de Dios ha tomado la iniciativa (cf. 10,23; 12,32). Ese don no es una posesión privada que debamos defender, sino una tarea que fundamenta la responsabilidad del anuncio público y universal (cf. Le 8,16-18).

Por eso el tercer evangelista amortigua la oposición con los otros y reduce la cita de Isaías (Is 6,9: «Miran pero no ven, y oyen pero no entienden») a la mitad. Con ello deja a Israel, y a los otros en general, todavía una posibilidad de escucha y de conversión. Para Lucas y su comunidad cristiana, el tiempo que viven es tiempo de anuncio, no de discriminaciones apocalípticas. Frente a los interrogantes de una comunidad ya sacudida por los fracasos de la misión, por las defecciones y los retrasos de los creyentes, subsiste siempre y para todos la responsabilidad de la escucha de la Palabra.

Además de las grandes pruebas, están las pequeñas dificultades, las ilusiones y las pequeñas preocupaciones de cada día, que ponen en crisis la fidelidad de los discípulos. Además de las «riquezas» que ahogan la Palabra, están los bienes materiales y el afán de posesión, así como las distintas perezas, los infantilismos y los fastidios que hacen presa a la persona hasta el punto de impedirle su camino de maduración cristiana.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre y Dios de la vida, mantenernos disponibles a tu plan de salvación y amor. Concédenos acoger tu Palabra de verdad y de paz, tras haberla reconocido en los acontecimientos y en las personas que encontramos en nuestra vida diaria. Y haz que, custodiándola en el corazón, siguiendo el ejemplo de la Virgen, nuestra Madre (cf. Le 2,19), podamos dar frutos que se asimilen a los «pensamientos y sentimientos de Cristo» y, por consiguiente, de caridad con el prójimo de cada día.

 

CONTEMPLATIO

¿Por qué somos tan perezosos y lentos que no nos apresuramos, una vez abandonada por fin toda malicia, con sencillez y pureza de corazón, a recibir los oráculos de Dios y a recibir de ellos el sentido de Cristo, desde el momento en que oímos que se encuentra en ellos el Reino de Dios? A buen seguro, cada uno ha de captar según sus propias fuerzas los oráculos de Dios que pueda y, si es idóneo para un alimento sólido, recibir los oráculos de Dios que constituyen aquella sabiduría de la que habla el apóstol entre los perfectos (1 Cor 2,6). En cambio, quien no sea aún idóneo para ella, que reciba los oráculos de Dios donde no ha de reconocer otra cosa sino a Cristo Jesús, y éste crucificado (1 Cor 2,2). Quien ni siquiera pueda esto, que reciba los oráculos de Dios de modo que se sirva de leche y no de alimento sólido (Heb 5,12). Si todavía es débil en la fe, coja los oráculos de Dios en las hortalizas (Rom 14,29). Es suficiente que todos sepamos igualmente que los oráculos de Dios son «oráculos castos» y «.plata probada con el fuego puro de la tierra, purificada siete veces» (Sal 11,7); o sea, que conservemos los oráculos divinos en la castidad y en la santidad del corazón y del cuerpo (Orígenes, cit. en La lectio divina nella vita religiosa, Magnano 1994, p. 39).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19)

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para poder ser transfigurados a semejanza del Hijo amado es preciso, en primer lugar, escucharle. De la Palabra de Dios es de donde brota en nosotros su luz (cf. 2 Cor 4,4). Esto aparece ya en nuestras relaciones humanas: si pasamos los unos junto a los otros sin decirnos nada: es un infierno. Pero si desde el corazón dirigimos una palabra a otro ser que ha sido creado a su vez a imagen de Dios, entonces se convierte en luz, es una palabra que pone en comunión [...].

Procedamos, por consiguiente, de una manera resuelta hacia aquel que nos confía su Palabra y quiere transfigurarnos a su luz. Pidámosle un corazón noble, que tenga la misma nobleza que el corazón de Dios: un corazón dilatado, grande, ancho, a la medida de su amor, en vez de permanecer en nuestras mezquindades y en nuestras pequeñeces. Pidámosle un corazón generoso como el del Padre, rebosante de vida para nosotros y ofrecido por completo a los hombres.

Por último - y tal vez ésta sea la cosa más difícil para nosotros, aunque le es posible a Dios-, pidámosle la constancia, la fuerza para resistir: la fuerza del Espíritu. Sin ella no podemos nada, absolutamente nada, pero con la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, podremos mantenernos firmes. Arraigados en ese Amor que es nuestro Dios, podremos dar el fruto verdaderamente único del Espíritu: el fruto del amor (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997, pp. 46ss).

 

 

Lunes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 1,1-6

1 El año primero de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la Palabra del Señor anunciada por Jeremías, despertó el Señor el espíritu de Ciro, que en todo su Reino hizo proclamar de palabra y por escrito el siguiente edicto:

2 Habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encomendado construirle un templo en Jerusalén, que está en la región de Judá.

3 El que de vosotros pertenezca a ese pueblo, que su Dios lo acompañe y suba a Jerusalén, que está en la región de Judá, a reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel.

4 Y a los que pertenezcan a ese pueblo, vivan donde vivan, ayúdenles sus convecinos con plata, oro, bienes, ganado y otros donativos voluntarios para el templo de Dios que está en Jerusalén.

5 Los jefes de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu había despertado Dios, se dispusieron a subir a Jerusalén para reconstruir el templo del Señor.

6 Todos sus convecinos les dieron plata, oro, bienes, ganado, objetos preciosos y otros donativos voluntarios.

 

*•• El libro de Esdras, redactado hacia el año 300 a. de C, narra el regreso a la patria de los exiliados en Babilonia, tras el edicto de Ciro (538 a. de C.)> y la consiguiente obra de reconstrucción civil y religiosa de la comunidad. La restauración pondrá de manifiesto los pilares de la vida judía del postexilio: la ley, el sacerdocio y el templo, signo de la presencia divina y garantía de esperanza para el futuro.

Los primeros versículos del libro cuentan la puesta en marcha de toda la historia (w. 1-4), interpretada como el cumplimiento de la promesa divina {«para que se cumpliera la Palabra del Señor»). El decreto de Ciro es expresión del plan providencial e indica los dos temas centrales de la obra: el deseo de ser pueblo de Dios de una manera visible y la reconstrucción del templo y de la ciudad, que había quedado devastada después de la ocupación y destrucción babilónicas del año 586 a. de C.

La pronta y firme decisión de muchos de adherirse al decreto de Ciro es atribuida por el autor a la intervención del Espíritu de Dios, que suscita en los ánimos entusiasmo hacia el proyecto de retorno a la patria de los exiliados de Babilonia y de reconstrucción del templo del Señor (v. 5). El Espíritu de Dios infunde además generosidad incluso en los otros judíos, que, aunque no participan en el retorno, colaboran en el proyecto de reconstrucción con abundantes ayudas económicas.

Lo que sucede es, en definitiva, análogo a la experiencia del éxodo, que figura en el centro de la confesión de fe de Israel. Por eso la terminología del presente fragmento recuerda el expolio de los egipcios a la salida de Egipto y se sugiere precisamente una analogía entre los dos acontecimientos: esto configura el retorno de Babilonia como un segundo éxodo y permite confirmar la continuidad de la obra divina que vela por el cumplimiento de las promesas.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.

17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto.

18 Prestad atención a cómo escucháis: al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

*» Tenemos aquí tres dichos recogidos por Lucas en una sección que tiene, como hilo conductor, la Palabra de Dios. El primer dicho (v. 16) es una advertencia a los discípulos, a fin de que no teman ni mantengan «prisionera» la Palabra por miedo. Es lo que da a entender la paradoja de una lámpara encendida cubierta y puesta en un sitio donde no alumbra. El discípulo tendrá que asumir la responsabilidad de esta Palabra, que es pública y debe ser visible para todos. El segundo dicho (v. 17) está conectado con el primero y en él aparece de nuevo una advertencia a los discípulos de Jesús que, por alguna razón, mantienen la Palabra encerrada en su corazón o bien la comunican sólo a unos pocos iniciados: el resultado es que el anuncio queda desatendido.

El tercer dicho (v. 18) aclara los dos precedentes. El anuncio de la Palabra, el hacerla visible, depende antes que nada de la importancia dada por el discípulo a la escucha, a la actitud interior con la que escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Es preciso que la escucha sea adecuada, que corresponda a la importancia de la Palabra de Dios comunicada al discípulo. Se puede escuchar, pero escuchar mal, y, en este caso, más que ser ocasión de crecimiento, se convierte en ocasión de juicio: «Al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». En consecuencia, es decisivo escuchar bien, porque sólo así se enriquece el corazón. Si se escucha mal -o no se escucha- se pierde una importante oportunidad: no se crece, sino que más bien se va hacia la perdición de uno mismo.

 

MEDITATIO

Hay una condición previa para poder entrar en un diálogo profundo con Dios y acoger su plan de amor sobre nosotros, en especial cuando su voluntad nos pide que salgamos de nosotros mismos, de nuestras certezas, y nos pongamos otra vez en camino hacia nuevas metas.

Esta condición es la escucha sincera de su Palabra. Contando con la fuerza y con el apoyo del Espíritu que acompaña a la escucha dócil de la misma, podemos hacer frente a situaciones difíciles y emprender nuevos recorridos, precisamente como el Señor pidió a los exiliados judíos que, sostenidos por la gracia de Dios, dejaron sus prósperos intereses consolidados en la región de Babilonia, para volver a Jerusalén y empezar con generosidad la empresa de la reconstrucción del pueblo de Dios y de su ciudad.

Es preciso estar dispuestos a la pronta obediencia a Dios, porque sólo a quien se pone «en religiosa escucha» lo emplea el Señor para sus planes en beneficio de la humanidad. Esta escucha requiere que no pongamos restricciones de ningún tipo. El Señor y su Palabra son, en efecto, la única causa digna a la que podemos dedicar todo lo que somos: porque «al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». Si escuchamos la Palabra con las disposiciones requeridas (escucha integral, constante y obediente, anclada en la existencia), experimentaremos la luz del Evangelio y llegaremos a ser sus testigos eficaces, convincentes, porque éste no es una doctrina iniciática, sino la noticia del amor de Dios, que llega fácilmente a los otros sólo cuando nosotros lo hemos experimentado en primera persona.

 

ORATIO

Señor, concédenos tu Santo Espíritu para que podamos entrar en un verdadero diálogo contigo y acoger con generosidad tu plan de amor sobre cada uno de nosotros.

Haznos solícitos a tu Palabra, para que, mientras estemos a la escucha atenta y dócil de la misma, tú, Señor, suscites en cada uno de nosotros el deseo ardiente de volver a ponernos en camino contigo, abandonando el exilio de nuestras ilusorias seguridades. Ayúdanos a redescubrir, como hiciste con los exiliados vueltos de Babilonia a la tierra de tu promesa, la alegría de emprender de nuevo contigo el trabajo de la edificación de tu pueblo, la fatiga fecunda de ser Iglesia.

Entonces experimentaremos también la liberación del miedo y seremos verdaderos y creíbles testigos, conscientes de tu llamada para ser colocados en el lucernario que da luz a todos los que están en la casa. Sólo así podremos convertirnos en un signo luminoso de esperanza para este mundo nuestro.

 

CONTEMPLATIO

«[Estamos] muy confiados en Dios, nuestro Señor, que ha de manifestar su nombre en la China. Vuestra santa caridad lleve un cuidado especial en encomendarnos a todos a Dios: tanto a los que se quedan en Japón como a nosotros, que vamos a la China [...]. Por la experiencia que tengo del Japón, hacen falta algunas cosas a los padres que han de ir a fructificar en las almas y principalmente a los que deben ir a las universidades.

La primera es que hayan sido muy probados y perseguidos en el mundo, y que tengan mucha experiencia y gran conocimiento interior de sí mismos, porque en el Japón han de ser perseguidos bastante más de lo que por ventura lo fueron nunca en Europa. Es una tierra fría y de poco vestuario; no duermen en camas porque no las hay; es estéril de mantenimiento; desprecian a los extranjeros, de modo principal a los que van a predicar la ley de Dios -eso hasta que llegan a gustar a Dios-. Los padres del Japón siempre serán perseguidos, y los que van a las universidades me parece que no podrán llevar consigo las cosas necesarias para decir misa, a causa de los muchos ladrones que hay en las tierras por las que deben pasar [...].

Nuestras ideas sobre Dios y la salvación de las almas son tan opuestas a las suyas que no debemos maravillarnos de que nos persigan, y no sólo con palabras... Nosotros no buscamos, a buen seguro, litigios, pero el miedo no nos impedirá hablar de la gloria de Dios y de la salvación de las almas... (J. Brodrick, San Francesco Saverio, Parma 1961, pp. 362.416, passim [edición española: San Francisco Javier, Espasa-Calpe, Madrid]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Un antiguo alumno mío, que se ha vuelto agnóstico, me repite a menudo: «La Iglesia ha llegado a la agonía, es inútil que usted se agote en poner dentro de la misma cesta los trozos que quedan». Pues bien, no [...]. Mi vida dominicana me permite grandes espacios de silencio y de recogimiento. Son los momentos en que se deposita la memoria de las heridas, de los fracasos, de los arañazos, de los celos (el gran mal eclesiástico), de las inquietudes por el futuro, y en los que se hace más profunda la conciencia de la gracia de Dios. Siento entonces subir a mi espíritu algunos versículos de salmos, de relatos evangélicos, de la literatura joánea, de las cartas apostólicas, en particular de la carta a los Efesios.

Este flujo de versículos que pueblan mi memoria creyente se conecta con las palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Pedro: «Señor, ¿a quién ¡remos?». Desde hace dos mil años, hombres y mujeres de «toda pobreza», volviendo sobre esta confesión de fe, la han releído a la luz de su experiencia y de su deseo. La han considerado capaz de dar un sentido a su vida [...]. Pedro da razón de su adhesión radical a Cristo: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de Pedro aparece de inmediato como el hilo conductor del destino de todos los grandes santos, heridos también ellos por la vida, atormentados también ellos por la vida [...]. Por eso afirmo que mientras haya hombres y mujeres que buscan el sentido de su vida y otros que pronuncian el nombre de Cristo, sabiendo lo que significa, habrá cristianos [...].

La Iglesia de Dios es, al mismo tiempo, revelación y actualización de su ternura, capaz de abrazar el destino humano en lo concreto de aquellas cosas que le hacen feliz, pero también - y tal vez sobre todo- en aquellas cosas que le hunden en la desesperación.

Dios no quiere que la humanidad carezca de esperanza, y la humanidad tampoco quiere estar sin ella. No sé qué es lo que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a ser en los siglos futuros. Ahora bien, en mi fe, creo que en el día del Señor ella será sierva de la misericordia-fidelidad (J.-M. R. Tillard, «Ragioni per sperare», en Testimoni del 30 de noviembre de 2000).

 

 

Martes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 6,7-8.12b. 14-20

En aquellos días [el rey Darío escribió a los gobernadores de la región situada al otro lado del Eufrates diciendo]:

7 Dejad que prosigan las obras de ese templo de Dios y que el gobernador de Judá y los dirigentes de los judíos reconstruyan el templo de Dios en su emplazamiento original.

8 Y sobre vuestro proceder con los dirigentes de los judíos en lo que toca a la reconstrucción del templo de Dios, dispongo lo siguiente:

12 De los ingresos reales procedentes de los tributos del otro lado del Eufrates, se entregará puntualmente el dinero necesario para que no se interrumpan las obras. Yo, Darío, he publicado este decreto. Cúmplase puntualmente.

14 Los dirigentes de los judíos reanudaron con éxito la reconstrucción, alentados por el profeta Ageo y el profeta Zacarías, hijo de Ido, y la terminaron felizmente conforme al mandato del Dios de Israel y a la orden de Ciro, de Darío y de Artajerjes, reyes de Persia.

15 Terminaron la reconstrucción del templo de Dios el día tercero del mes de Adar en el año sexto del reinado de Darío.

16 Los israelitas, sacerdotes, levitas y demás repatriados celebraron jubilosos la dedicación del templo de Dios.

17 Con motivo de ella ofrecieron cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y, como sacrificio expiatorio por todo Israel, doce machos cabríos conforme al número de las tribus de Israel.

18 Organizaron de nuevo a los sacerdotes por turnos, y a los levitas según sus clases en orden al servicio de Dios en Jerusalén, como está escrito en el libro de Moisés.

19 Los repatriados celebraron la pascua el día catorce del primer mes.

20 Sacerdotes y levitas se habían purificado como un solo hombre; todos estaban puros. Así que inmolaron la pascua por todos los repatriados, por sus hermanos los sacerdotes y por ellos mismos.

 

**• A la misiva de los dirigentes de Judá, que se defienden de la acusación de sediciosos y rebeldes por haber querido reconstruir el templo, responde ahora el emperador persa, Darío. Éste acepta la tesis de los ancianos y permite proseguir los trabajos de construcción del templo; más aún, pide incluso que recen en él por su persona (cf. v. 10) y manda que se haga uso de fondos tomados del tesoro de la satrapía aqueménida para la reedificación del templo, además de la contribución económica de la próspera comunidad judía que se había quedado en tierras de Babilonia.

Si importante es el apoyo de la autoridad imperial, más decisivo se muestra aún el aliento proporcionado por la palabra profética. El texto subraya que es, en efecto, la palabra inspirada de los profetas Ageo y Zacarías lo que infunde confianza y perseverancia en la realización del proyecto de construcción del templo del Señor, querido por los dirigentes de Judá (v. 14).

El autor bíblico señala que detrás de los decretos de Darío y Artajerjes está el mandato de Dios, más aún «del Dios de Israel», que actúa para volver a dar fuerza, unidad y esperanza al pueblo que ha vuelto del exilio y debe reorganizar su propia vida social y religiosa en torno a tres realidades que serán los pilares de la comunidad en el período postexílico: el templo, el sacerdocio y la ley. La solemne dedicación del templo, el reinicio del culto legítimo y la celebración de una pascua ecuménica («como un solo hombre»: v. 20) indican esta nueva y decisiva etapa en la vida del pueblo de Dios, que experimenta así la permanente actualidad de las magnalia Dei durante el éxodo.

 

Evangelio: Lucas 8,19-21

En aquel tiempo,

19 se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío.

20 Entonces le pasaron aviso: -Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él les respondió: -Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• Lucas propone en su evangelio un ejemplo de escucha de la Palabra que se convierte en «práctica» de la misma Palabra. Así, al recordar un episodio en el que su madre y sus hermanos van a ver a Jesús, Lucas suprime toda referencia a lo que pudiera hacer suponer la existencia de una tensión entre Jesús y su familia de origen, porque para el evangelista lo decididamente importante es concentrarse en la figura espiritual de la madre de Jesús: «Se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío» (v. 19). La venida de sus familiares proporciona a Jesús la ocasión para brindar una enseñanza decisiva sobre el verdadero parentesco con él, un parentesco no creado por vínculos de sangre, sino por la escucha obediente y activa de la Palabra.

Como es obvio, sus parientes carnales no están excluidos de esta posibilidad. Todos están incluidos, empezando por su madre. Lucas quiere confirmar la importancia de la nueva familia que se reúne en torno a Jesús, una familia engendrada por la Palabra. Por otra parte, está clara la intención del texto, a saber: afirmar el primado absoluto de la Palabra de Dios. Es la Palabra lo que nos pone en comunión con Jesús; es la Palabra la

que forma su comunidad.

Esta última experimenta, de manera paradójica, un engendramiento de Cristo en su propio interior, un acogerle en la fe que hace nacer a la vida nueva. Entre los distintos miembros se experimenta, por consiguiente, una relación de fraternidad, comprensible a la luz del hecho de que éstos se reconocen como «hermanos en Cristo» e «hijos del mismo Padre». Lucas recuerda después que esta Palabra no se puede quedar en una escucha superficial y no activa: requiere, efectivamente, una escucha atenta y activa, exige su traducción a la práctica moral de la existencia (v. 21).

 

MEDITATIO

Una de las problemáticas más candentes de la sociedad actual es la de la familia. En ella emergen graves dificultades debidas a la falta de valores y a la disgregación de las relaciones. Ahora bien, tal vez para poder superar la incómoda situación actual no basten las consultas psicosociológicas y las intervenciones legislativas y sea preciso volver al mensaje evangélico sobre la familia.

Descubrimos así que Jesús, aun reconociendo el altísimo valor de la familia en cuanto arraigada en la intención originaria del Creador, relativiza su importancia. El fragmento evangélico que hemos leído hoy nos recuerda que el valor de la familia es inferior y está subordinado al de la nueva familia del Reino. Esta exigencia de radicalismo a la hora de reconocer la urgencia de la llamada a la conversión y a la acogida del Reino es lo que explica ciertas exigencias de Jesús que, de otro modo, estarían en contradicción con sus enseñanzas sobre el valor de la familia. Jesús nos pide que, por encima de todo, obre en nosotros la pasión por el Reino: en definitiva, una acogida activa, generosa, de las exigencias señaladas por su Palabra, que nos incita a colaborar en la edificación del pueblo de Dios.

Volvemos a encontrar así el ideal que los profetas Ageo y Zacarías intentaban infundir en el pueblo de los exiliados vueltos a Jerusalén y un tanto incómodos por las dificultades de la empresa. Ser creyentes, escuchar como María la Palabra y ponerla en práctica como ella vivir su consiguiente bienaventuranza..., no significa entrar en una esfera de enrarecidos goces intimistas sino convertirse en colaboradores activos del sueño de Dios: hacerse una familia de hijos e hijas tan grande como toda la humanidad.

 

ORATIO

Reconozco ante ti, Señor, la belleza de la llamada a formar parte de la familia del Reino, a experimentar en ella la ternura y la fuerza del amor del Padre que me quiere como hijo suyo, a convertirme cada vez más en tu hermano y amigo.

Con la ayuda de tu gracia, quisiera llegar a ser cada vez más semejante a María, tu madre y nuestra madre modelo de obediencia inteligente y activa a tu Palabra.

Deseo entrar como ella en una escucha silenciosa y adoradora de la Palabra de Dios, único camino para comprender el proyecto divino sobre mí. El silencio interior tan necesario en mi vida, me separará de mí mismo, de mi pequeño mundo cerrado, para llevarme al firmamento de tu Espíritu. Entonces me sentiré verdaderamente «uno» con mis hermanos y hermanas en Cristo.

 

CONTEMPLATIO

Todos los miembros, pastores, laicos y religiosos, participan, cada uno a su manera, de la naturaleza sacramental de la Iglesia; igualmente, cada uno desde su propio puesto debe ser signo e instrumento tanto de la unión con Dios cuanto de la salvación del mundo. Para todos, en efecto, existe el doble aspecto de la vocación:

a) a la santidad: en la Iglesia todos, pertenezcan a la jerarquía o sean guiados por ella, son llamados a la santidad (LG 39);

b) al apostolado: la Iglesia entera es impulsada por el Espíritu Santo a cooperar en la realización del plan divino (LG 17; cf. AA 2; AG 1, 2, 3, 4, 5).

Por consiguiente, antes de considerar la diversidad de los dones, oficios y ministerios, es preciso admitir como fundamento la común vocación a la unión con Dios para la salvación del mundo. Ahora bien, esta vocación requiere en todos, como criterio de participación en la comunión eclesial, el primado de la vida en el Espíritu; en virtud del mismo ocupan el primer lugar la escucha de la Palabra, la oración interior, la conciencia de ser miembro de todo el Cuerpo, junto con la preocupación por la unidad, el fiel cumplimiento de la propia misión, el don de sí en el servicio y la humildad de la penitencia (nota directiva Mutuae relationes, 4, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me doy prisa para guardar tus mandatos sin tardanza» (Sal 118,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cierto: en el estado definitivo no viviremos aislados, sino en festiva y gratificante comunión. Una comunión extraordinaria y singular, ante todo con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y después con la multitud de los santos y santas, con la comunidad de los salvados, con la gratificante compañía de la humanidad de todos los tiempos.

Es fácil que el «grado de complacencia» y «gratificación» en esa gozosa comunión dependa del grado de «propensión fraterna» que hayamos cultivado y promovido aquí, en esta tierra. La comunidad escatológica, con sus promesas de felicidad, sostiene el empeño por la realización, aquí abajo, de la vida fraterna, con sus fatigas y desilusiones.

Por su parte, una fraternidad que crece en la cotidiana oscuridad se convierte en rayo de luz que preanuncia la luz solar de la fraternidad definitiva, gozosa y fuente de felicidad. Con su constancia en la fatiga de la construcción preanuncia la grandeza del premio y la fuerza de atracción de la meta. Con su característico «¡qué bello es que los hermanos vivan unidos!» preanuncia la bienaventurada y beatificante fraternidad definitiva.

Con su gozo habitual, con su «habitat» que permite a las personas florecer, crecer, expandirse y dar fruto, con su clima sereno y fraternal, está indicando la línea de llegada final, donde viviremos todo eso en plenitud y sin sombra alguna (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guía práctica, Sal Terrae, Santander 1999, p. 158).

 

 

Miércoles de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Esdras 9,5-9

5 A la hora del sacrificio vespertino salí de mi postración y, con el vestido y el manto rasgados, caí de rodillas y extendí mis manos hacia el Señor, mi Dios, suplicando:

6 -Dios mío, estoy confundido y avergonzado. No me atrevo a levantar mi rostro hacia ti, Dios mío, porque nuestras iniquidades han sobrepasado nuestra cabeza y nuestros delitos llegan hasta el cielo.

7 Desde los tiempos de nuestros antepasados hasta hoy hemos sido culpables. Por nuestros crímenes hemos sido entregados nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes a reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo y al oprobio, como sucede hoy.

8 Mas he aquí que de pronto el Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su misericordia dejándonos un resto y dándonos un refugio estable en su lugar santo. Así, nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y ha aliviado nuestra esclavitud.

9 Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha desamparado en medio de la esclavitud, sino que ha hecho que nos granjeáramos el favor de los reyes de Persia y nos ha dado un respiro para reconstruir el templo de nuestro Dios y para poner en pie sus ruinas, proporcionándonos un refugio seguro en Judá y Jerusalén.

 

**• Describe Esdras aquí a las personas que se reúnen a su alrededor para apoyar su política de restauración de la comunidad judía. Son aquellas que se estremecen por la Palabra de Dios {cf. 9,4): con estas personas se pone a orar Esdras. Su oración, semejante a la de Neh 9, tiene una clara impronta penitencial, como una confesión de los pecados, o, mejor aún, es una especie de predicación penitencial en forma de oración. El reformador, con los vestidos penitenciales, con el manto del luto, inicia su súplica usando la primera persona del singular, pero después pasa inmediatamente al plural, como para unir consigo a la comunidad pecadora del pasado y del presente.

La historia de Israel está presentada como una historia de infidelidad que dura hasta el presente (v. 7); es una confesión general de la culpa, un reconocimiento de la legitimidad del castigo divino al pueblo. En los w. 8ss, en forma de una reflexión sobre el tiempo presente, se subraya que la benevolencia divina no ha menguado en absoluto y que toda la situación actual está marcada, por así decirlo, por la experiencia de esa benevolencia, como indican claramente las diferentes expresiones: «nos ha mostrado su misericordia», «un resto», «un refugio estable», «ha iluminado nuestros ojos», «ha aliviado nuestra esclavitud».

Se pone, por consiguiente, un gran énfasis en la experiencia -aun en medio de la precariedad de la situación presente- de la bondad de Dios y de su asistencia al pueblo de los exiliados, a los hombres del retorno. Se interpreta, por tanto, de una manera penitencial la propia situación, pero se vislumbran ya los signos de la liberación, que pasan a través de las experiencias concretas, históricas, de una historia leída de manera «providencial», o sea, guiada por la mano providente de Dios.

Así, Esdras recuerda que el pueblo de los exiliados se granjeó el favor de los reyes de Persia (v. 9), que permitieron al pueblo revivir y restaurar las ruinas de Jerusalén y volver a levantar el templo del Señor. En sustancia, la experiencia de la misericordia prevalece sobre la experiencia del castigo, y el sentimiento de estar protegidos por el Señor hace alegre y consolador incluso este momento de luto y penitencia. En efecto, no se trata de convencer a Dios para que perdone, sino de reconocer los signos de su perdón ya en acto.

 

Evangelio: Lucas 9,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús convocó a los Doce y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

2 Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

3 Y les dijo: -No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas.

4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

5 Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

6 Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.

 

**• La misión de los Doce hunde sus raíces en el proyecto de Jesús de reunir al pueblo de Israel en torno al anuncio de la salvación; por eso implica también, en la tarea de mensajeros del Reino, a los Doce (más adelante también a los setenta y dos discípulos: cf. Le 10,lss), enviándoles por toda Galilea. El discurso de Jesús a sus enviados se refiere, más que a los contenidos de su predicación, a las indicaciones sobre el estilo que deberá tener el apóstol: desde el equipaje que debe llevar al comportamiento que tiene que seguir en el lugar en donde le den hospedaje.

Lucas presenta la misión de los Doce como la prolongación del mismo ministerio de Jesús. Así, los «convoca» como ya había hecho cuando les llamó en el monte para constituir el grupo de los Doce (cf. 6,12ss). Su tarea, para la que están autorizados y habilitados por el poder y por la autoridad que les confiere Jesús, consistirá en liberar a las personas de las fuerzas que intentan mantenerlas esclavas (enfermedades y demonios) y en anunciarles la proximidad del Reino de Dios.

Jesús imparte instrucciones concretas a los enviados. Estas instrucciones insisten en la necesidad de adaptarse a las situaciones e imponen pobreza de medios, para que éstos no se vuelvan más importantes que el fin y para que los apóstoles puedan proceder de manera veloz y ligera sirviendo al proyecto del que los ha enviado: «No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (y. 3). Más aún, precisamente a través de la pobreza de medios experimentarán los Doce la asistencia divina, mostrarán su disponibilidad generosa y la voluntad de confiarse únicamente a la defensa que les asegura la fuerza de la Palabra anunciada.

«Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar» (v. 4). La palabra de la predicación suscita, en quien la acoge, disponibilidad y apertura y crea un clima de auténtica fraternidad que el misionero será el primero en gozar. Quedarse en una casa y no ir de casa en casa indica, según algunos intérpretes, la desautorización de una obsesión proselitista; para otros sería, más bien, una invitación ulterior a la pobreza: deben contentarse con lo que puede ofrecer una casa, sin malgastar tiempo y fuerzas en la búsqueda de sitios más confortables.

Según Lucas, no les faltarán, como ya le había pasado a Jesús, los rechazos y las oposiciones. Mas para los que no aceptan el mensaje del Reino estas palabras suponen, más que una condena, una puesta en guardia. Al apóstol se le pide que les hagan comprender la grave situación en la que corren el riesgo de caer cuando se cierran a la alegre noticia (v. 5).

 

MEDITATIO

El Evangelio es el anuncio del eterno plan de Dios, manifestado en Jesucristo, de convocar a un pueblo para que experimente su proximidad, la fuerza de un amor que transforma todas las situaciones e «ilumina nuestros ojos», porque, como a los exiliados de Babilonia, Dios nos libera de la esclavitud de nuestro pecado, del desierto de nuestra desesperación. El Evangelio sigue siendo en nuestros días curación y liberación. Sin embargo, no puede ser anunciado sin que haya alguien que esté dispuesto a ponerse a su servicio, que acepte salir de los estrechos límites de sus intereses y sueños privados, individualistas, para ir hacia los otros. Nuestra misión, para ser como la de los Doce, para ser auténtica de verdad, deberá caracterizarse por algunos sin y por algunos con.

A buen seguro, sin la tentación del poder y la eficiencia, sino con una dedicación plena y con humildad: precisamente a través de nuestras limitaciones y las de los medios de que disponemos experimentaremos la fuerza de la Palabra que anunciamos, una Palabra que nos trasciende y nos custodia. La misión nos pide, sin embargo, disponibilidad para participar no sólo en el poder de Cristo, sino también en su destino de ser rechazado y perseguido.

Deberemos ser capaces también de reconocer los signos de la nueva humanidad plasmada por el Evangelio, signos que serán las diferentes formas de acogida, de solidaridad, de fraternidad. Si predicar y curar es la misma actividad de Jesús, nuestra acción apostólica de discípulos y discípulas debe convertirse también al final en comunión con el destino de nuestro Maestro.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Señor, por haberme hecho encontrar la alegre noticia de tu amor a la humanidad, que ha hecho brillar mi rostro y llenado mi corazón de alegría. En tu Evangelio he encontrado refugio, consuelo, curación, liberación y fuerza.

Te pido que me colmes de tu Santo Espíritu, para que no haya nada más querido a mi corazón que la causa del Evangelio y para que pueda anunciarlo a los hermanos y hermanas con firmeza de fe y con generosidad de obras.

Te pido la gracia de vivir esta tarea de evangelización de modo alegre, libre de preocupaciones enredadoras, solícito al bien de mis hermanos y hermanas, sin fiarme demasiado de mí mismo, sino confiando más bien en el poder de tu nombre. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El propósito de ajustar su vida a una regla (proposito regolare) por parte de los predicadores de Tolosa no era una novedad: seguían en la línea de la Predicación de Narbona. Es fácil ver en ello la voluntad concreta de Domingo y de los suyos de proseguir aquella «imitación de los apóstoles» cuya norma y ejemplo les había dado Diego: «Ir a predicar a pie la palabra de la verdad evangélica» y practicar la pobreza de tipo «evangélico». Si hubiera dudas sobre la interpretación de esta última frase, la práctica constante de Domingo, a partir de 1206, bastaría para disiparlas.

La pobreza evangélica de la que habla el documento de 1215 introduce, como es obvio, el rechazo de toda cabalgadura, prohíbe llevar dinero consigo, exige que los predicadores se adapten al alojamiento y al alimento que les ofrezcan sus anfitriones casuales, implica la mendicidad de puerta en puerta y todos los otros puntos de la regula apostólica. Con mayor razón, excluye toda propiedad reditual. Giordano lo confirma, precisando el motivo: «...a fin de que la preocupación por los bienes temporales no fuera obstáculo para el ministerio de la predicación». Reconocemos en ello el espíritu de Domingo: vivir de limosna no era sólo imitar al Salvador y a los apóstoles, sino también una liberación espiritual; el santo lo había experimentado durante la misión de Narbona (H. Vicaire, Storia di san Domenico, Roma 1983, p. 324 [edición española: Historia de santo Domingo, Editorial Científico-Médica, Barcelona 1964]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Exaltad con vuestra vida al Rey de los siglos» (Tob 13,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El apóstol es un pobre. Siempre lo ha sido si es un verdadero apóstol. Pero hoy especialmente se siente inmerso en una gran pobreza en sus relaciones con un mundo mucho más fuerte y atrevido, frente al que se siente muchas veces desarmado, inferior, sin argumentos incisivos, sin asideros o puntos de contacto, sin medios eficaces [...].

Sucede que, a pesar de todo, a pesar de toda buena voluntad, a pesar de todos los medios usados, podrás sentirte perdidamente pobre. Has trabajado toda una jornada, te has roto la cabeza con un montón de obstáculos, te has lanzado a fondo perdido, has agotado tus recursos, te has empleado como mejor podías, te habías preparado meticulosamente para todo lo que tenías que hacer, no habías dejado pasar nada por alto, y te parece que llegas a tu habitación con las manos vacías. Y surge en ti la duda: ¿habré conseguido algo? ¿Habrá sido inútil todo este trabajo? ¿Cómo saber si está bien o mal lo que he hecho? ¡Parecían todos tan lejos de mis y de tus preocupaciones, Señor! jSi tuviese siquiera a alguien con quien intercambiar en dos palabras esta impresión, en quien confiar esta sensación de vacío! ¿No será tal vez inútil todo mi trabajar? ¡La gente marcha por caminos tan distintos! Me aceptan hasta un cierto punto, mientras no pretendo que den el salto a la fe. Veo entonces dibujarse una valoración; me siento entonces solo con mi secreto y mi pasión no comprendida; me siento entonces mirado incluso como algo extraño y anacrónico. ¡Lástima, parecen decir, que una persona tan moderna y capaz se obstine todavía e insista en ciertas cosas que no son necesarias!

¡Qué cansancio continuar en este camino de razonamientos e intentos tan distintos! ¿Es que no va a haber una vía de salida?

¿No se está haciendo este mundo cada vez más selvático?

¿Vale tal vez la pena seguir dándome, dándome, dándome, para unos frutos que desde hace años estoy esperando en vano?

¡Siervo trabajador, y siervo inútil: eso es lo que te sientes en esos momentos! Sin embargo, es ahora cuando te estás jugando tu mañana: si te paras aquí a saborear tu propia amargura - y es fácil, porque el vacío flama al vacío, el abismo llama al abismo-, caerás en la amargura y el desconsuelo. Percibirás sólo el límite de tus fuerzas, gustarás únicamente la insignificancia de tu pobreza.

Pero si vuelves la mirada a tu riqueza, si ese gris y lejano vacío lo llenas pronto con Aquel en cuyo nombre has trabajado y sudado y aceptado un resultado incierto, sellarás en ese momento, con la potencia del amor, ese día comenzado por amor, vivido en el amor, aceptado en todo con amor.

Y estarás llenando tu pobreza con tu tesoro, y así en adelante lo sentirás más tuyo todavía, cercano a ti como nunca, como nunca, tu fuerza superabundante (P. G. Cabra, Amarás con todas tus fuerzas (Pobreza), Sal Terrae, Santander 31982, pp. 59.61-62).

 

 

Jueves de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

ECTIO

Primera lectura: Ageo 1,1-8

1 El año segundo del reinado de Darío, el día primero del sexto mes, el Señor dirigió esta palabra, por medio del profeta Ageo, al gobernador de Judá, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y al sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac:

2 Así dice el Señor todopoderoso: Este pueblo dice que no ha llegado aún el momento de reconstruir el templo del Señor.

3 Entonces el Señor les dirigió esta palabra por medio del profeta Ageo:

4 ¿Pensáis acaso que sí es tiempo de que vosotros habitéis en casas confortables, mientras la casa del Señor está en ruinas?

5 Pues ahora así dice el Señor todopoderoso: Fijaos bien en vuestra situación:

6 sembráis mucho, pero recogéis poco; coméis, pero os quedáis con hambre; bebéis, pero seguís sedientos; os vestís, pero no entráis en calor, y el que trabaja a jornal guarda su salario en saco roto.

7 Pues esto es lo que dice el Señor todopoderoso: Fijaos bien en vuestra situación;

8 subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él y en él manifestaré mi gloria, dice el Señor.

 

*» El mensaje del profeta Ageo, del que no sabemos prácticamente nada, anima a los exiliados, vueltos a Jerusalén, en su obra de reconstrucción de la ciudad y de reedificación de la casa del Señor. Es precisamente la necesidad de reconstruir el templo lo que constituye el centro de su mensaje. El profeta considera, en efecto, que para obtener la bendición del Señor, para gozar de una vida verdaderamente rica de sentido, es preciso que el pueblo sienta y haga suya la causa del templo, causa de la presencia visible, sensible, de Dios en Israel.

La lectura de hoy presenta el primer oráculo de Ageo, una apremiante invitación a reconstruir el templo y a superar las prolongadas pausas impuestas a los trabajos por las dificultades encontradas. Frente a un pueblo que, probablemente, subraya la dificultad presentada por el compromiso de la empresa, el profeta contrapone la solicitud de quien siente la causa del templo como infinitamente más importante que la construcción de una casa cómoda y segura para sí mismo.

Los hombres con los que el Señor quiere reconstruir su comunidad deben ser, por consiguiente, personas que antepongan a la búsqueda de su propio interés personal la búsqueda del bien común, del bienestar del pueblo. Y este bien no puede realizarse sin la reedificación del templo, para significar la presencia bendecidora del Señor en medio del mismo. Es más, las carencias y las dificultades económicas adelantadas por los hombres del retorno, para justificar los retrasos en los trabajos de reparación del templo, las atribuye el profeta precisamente a esta falta de bendición.

Es menester, qué duda cabe, apresurarse; de otro modo, el pueblo, privado de impulso y de entusiasmo espiritual, experimentará la insensatez de una vida a la que siempre le falta algo, porque, en definitiva, carece de un fin digno, de una causa que valga la entrega generosa de la propia vida: «Coméis, pero os quedáis con hambre; bebéis, pero seguís sedientos; os vestís, pero no entráis en calor» (v. 6). Es un hecho que el pueblo no se siente movido con una solicitud plena por el objetivo absolutamente más importante para los individuos y para la comunidad, o sea, la reconstrucción de la casa del Señor: «Subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él» (v. 8).

 

Evangelio: Lucas 9,7-9

En aquel tiempo,

7 el tetrarca Herodes oyó todo lo que estaba sucediendo y no sabía qué pensar, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos,

8 otros que Elías había aparecido, otros que uno de los antiguos profetas había resucitado.

9 Herodes dijo: -Yo mandé decapitar a Juan. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo decir tales cosas? Y buscaba una ocasión para conocerlo.

 

**• Jesús, al constituir el grupo de los Doce y enviarles en misión, muestra su voluntad de reunir al pueblo de Israel para el tiempo de la salvación (cf. 9,lss). ¿Cómo reacciona ante este hecho el mundo del poder? Lucas nos refiere la perplejidad de Herodes Antipas, que no consigue situar al Nazareno en ninguno de sus esquemas. Frente al torbellino de opiniones que circulan sobre Jesús, Herodes no sabe qué pensar de él. El evangelista se hace eco de que la gente capta algo de la grandeza de Jesús, puesto que lo compara con un profeta, con Elías e incluso con Juan redivivo, pero, a pesar de todo, es incapaz de captar la novedad presente en Jesús.

«Ybuscaba una ocasión para conocerlo» (v. 9). Querer enterarse personalmente de quién era realmente Jesús sería una cosa positiva si ese deseo estuviera movido por intenciones serias, como ocurrirá con Zaqueo {cf Lc 19,3). Sin embargo, no es éste el caso de Herodes. El hecho de que se confiese cínicamente a sí mismo, sin remordimientos, que hizo decapitar al Bautista y de haber hecho callar de este modo una voz que le era hostil –tal vez más incómoda para su imagen pública que inquietante para su corrupta conciencia- muestra que la suya es sólo una curiosidad superficial y veleidosa. Todo esto quedará claro en el relato de la pasión (Lc 23,8-10). Heredes representa al hombre curioso que no quiere convertirse en discípulo de Jesús, pero al que le gustaría ver fenómenos religiosos extraordinarios, incluso algún signo obrado por Jesús; representa ese «prurito de oír cosas nuevas» contra el que también nos hablará san Pablo y que constituye una forma degenerada del sentimiento religioso.

 

MEDITATIO

Los oráculos de Ageo siguen conservando una gran actualidad para nosotros, porque también hoy vemos a la Iglesia de Dios como su casa necesitada de cuidados, de servicio celoso y animoso, de testimonio apasionado y perseverante. Continúa siendo válido el aviso del profeta, que ha resonado de diferentes modos en el corazón de los grandes santos -como Francisco de Asís, por ejemplo-, que se sintieron llamados a trabajar, con todas las fibras de su persona, en la edificación del pueblo de Dios: «Subid al monte a buscar madera, reconstruid mi templo y yo me complaceré en él».

Trabajar por la Iglesia de Dios, a través de la diversidad de carismas y de ministerios, es un compromiso fatigoso, pero es también una pasión que da sentido a la vida, una causa digna a la que dedicar nuestra propia vida. Se perfila así una figura de creyente y de discípulo que se encuentra en las antípodas de una religiosidad falta de compromiso, que es sólo curiosidad de sensacionalismos y se muestra sólo charla inútil y superficial, precisamente como la que representa el miserable Heredes Antipas en los evangelios.

El deseo de seguir a Jesús es sincero cuando hay disponibilidad para implicarse en persona, para ponerse al servicio de su sueño de reunir al pueblo de Dios para el tiempo de la salvación. En caso contrario, la aventura religiosa es inútil, incluso perjudicial, porque se reduce a la búsqueda de signos estrepitosos, de apariciones, de fenómenos que atraen la curiosidad de muchos, pero coincide con la incapacidad para saber reconocer la novedad de Dios -dador de sentido y bendición- en nuestra vida.

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, infunde en mí el deseo de seguirte cada día y de sentir amor por tu templo, por tu Iglesia, especialmente cuando me parece decrépita, ofuscada por tantos defectos y pecados.

Con tu ayuda, quiero imitar a tus santos, que se han entregado por completo a la reparación de las ruinas de tu casa, olvidándose de sí mismos y de los pequeños ideales.

Yo soy discípulo tuyo: enséñame, oh Señor Jesús, no a buscar signos prodigiosos, sino a custodiar tu Palabra.

No permitas que me convierta en una persona simplemente curiosa, superficial, movida por el «prurito de oír cosas nuevas»; ayúdame más bien a ser un siervo tuyo atento y generoso, que sólo busca tu gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión. La vida de comunión «será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo [...]. De este modo, la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión». Más aun, «la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera» (Christifideles laici, nn. 31ss).

En los fundadores y fundadoras aparece siempre vivo el sentido de la Iglesia, que se manifiesta en su plena participación en la vida eclesial en todas sus dimensiones, y en la diligente obediencia a los pastores, especialmente al romano pontífice. En este contexto de amor a la santa Iglesia, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim 3,15), se comprenden bien la devoción de Francisco de Asís por «el señor papa», el filial atrevimiento de Catalina de Siena con quien ella llama «dulce Cristo en la tierra», la obediencia apostólica y el sentiré cum Ecclesia de Ignacio de Loyola, la gozosa profesión de fe de Teresa de Jesús: «Soy hija de la Iglesia», como también el anhelo de Teresa de Lisieux: «En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor».

Semejantes testimonios son representativos de la plena comunión eclesial en la que han participado santos y santas, fundadores y fundadoras, en épocas muy diversas de la historia y en circunstancias a veces harto difíciles. Son ejemplos en los que deben fijarse de continuo las personas consagradas, para resistir a las fuerzas centrífugas y disgregadoras, particularmente activas en nuestros días (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita consecrata, n. 46).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se alegre Israel por su Creador» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien se siente amado por un Amor absoluto, incondicionado e inexplicable, siente de inmediato el impulso de hacer presente y operante este amor a los otros. Porque siente su pobreza total y la de todo hermano privado de esta sólida riqueza. Porque ve la nada en quien no se deja aferrar por esta única consistencia. Porque advierte la vanidad de toda existencia que no esté envuelta por el Amor creador y beatificante.

Es el amor que lleva a la misión. El amor que quiere responder al Amor. El amor que ha intuido que el Absoluto es misterio de amor que quiere envolver todo en su realidad. La misión, antes que ser una tarea, es exigencia apremiante del hombre tocado en las profundidades de su existencia por la fulgurante y dulcísima certeza de ser amado. Amado de tal modo que no puede dejar de verterse sobre los otros; es un río que no puede ser contenido porque es impetuoso, se desborda, invade los territorios por los que pasa y resulta imposible de detener.

«La Iglesia es el cuerpo de la caridad en la tierra. Es el vínculo vivo entre aquellos que han sido quemados por esta llama divina [...]. jAy de mí si no evangelizara! Si dejo de evangelizar significa que se ha retirado de mí la caridad. Si dejo de sentir la necesidad de comunicar la llama, quiere decir que ésta ha dejado de arder en mí [...]. Al escogernos, Dios no nos ha escogido contra los otros, sino para los otros» (H. de Lubac) (P. G. Cabra, Amarás con todas tus fuerzas (Pobreza), Sal Terrae, Santander 31982).

 

 

Viernes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ageo 1,15b-2,9

1,15 El año segundo del reinado de Darío,

2.1 el día veinticuatro del mes séptimo, el profeta Ageo recibió esta palabra del Señor:

2 Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá; al sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y al resto del pueblo:

3 ¿Queda entre vosotros alguno que viera este templo en su antiguo esplendor? ¿Y no os parece que el de ahora no vale nada?

4 Sin embargo, ánimo Zorobabel -oráculo del Señor-; ánimo, sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac; ánimo, pueblo todo de la tierra, oráculo del Señor; manos a la obra, que yo estoy con vosotros, oráculo del Señor todopoderoso.

5 Siguen en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, y mi espíritu se halla en medio de vosotros; no temáis.

6 Porque así dice el Señor todopoderoso: Dentro de muy poco haré temblar cielos y tierra, mares y continentes;

7 haré temblar a todas las naciones. Acudirán todas las naciones con sus tesoros, y yo llenaré de gloria este templo, dice el Señor de los ejércitos. 8 Mía es la plata y mío el oro, oráculo del Señor todopoderoso.

9 La gloria de este segundo templo superará la del primero, dice el Señor de los ejércitos y en este lugar estableceré la paz, oráculo del Señor todopoderoso.

 

**• Es el segundo oráculo, que sigue, aproximadamente a un mes de distancia, al precedente. Es probable que este oráculo fuera proferido con ocasión de la «fiesta de las chozas», durante la cual se acostumbraba a festejar la dedicación del primer templo, el de Salomón (cf. 1 Re 8,2). El profeta Ageo refiere que los ancianos, que conservan el recuerdo del antiguo templo, no pueden dejar de señalar la diferencia entre la antigua construcción, suntuosa y cubierta de dorados, y la nueva, tan pobre. Nace en ellos un sentimiento de decepción y casi de desánimo. El riesgo consiste en que esto produzca de nuevo una especie de letargo espiritual y constituya un freno en los trabajos de restauración y en la reedificación de la comunidad. En consecuencia, se impone dar ánimos, y a ello exhorta el profeta. Esos ánimos se basan en la promesa de Dios, que está de una manera indefectible con los suyos.

A la promesa de la presencia Dios el profeta añade otra: se producirá un desconcierto del universo, y las naciones y los pueblos de la tierra considerarán Jerusalén el centro de su vida. Acudirán a ella devotamente, llevando dones y materiales que harán el segundo templo más suntuoso que el de Salomón, para exhibir exteriormente la misteriosa presencia de Dios en medio de su pueblo.

Será la presencia de un Dios reconocido como Señor de toda la tierra y como dador de la paz para todos los pueblos. Nótese la paradoja del título «Señor de los ejércitos», que subraya el señorío de Dios, con el fruto del mismo señorío, que es exactamente la shalóm.

 

Evangelio: Lucas 9,18-22

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

 

**• La confesión de Pedro, reconocimiento humano del mesiazgo de Jesús, corresponde perfectamente a la confesión de la filiación divina de Jesús por parte del Padre (Lc 9,28-36). Lucas omite toda indicación topográfica, mientras que, siguiendo la preocupación que le caracteriza, señala que Jesús se encontraba en un lugar apartado orando. El tercer evangelista conecta siempre los momentos importantes de la vida de Jesús con la oración, para animar también a su comunidad a permanecer en una constante actitud de oración. Por otra parte, hace comprender que los discípulos sólo pueden entrar en los misterios del Reino gracias a la intercesión orante de Jesús.

La pregunta de Jesús a los discípulos quiere conducirles a una comprensión más plena de su identidad, más allá de las opiniones inadecuadas de la gente, referidas aquí únicamente para preparar el momento culminante de la respuesta de Pedro. Este capta la verdadera identidad de Jesús y no le identifica ya con un profeta del pasado, sino que indica su novedad mesiánica de una manera decidida. Lucas, como los otros dos sinópticos, recuerda que Jesús impone silencio a los discípulos no, a buen seguro, para desmentir a Pedro, sino para disipar todo posible equívoco sobre la propia identidad mesiánica. Jesús, para evitar cualquier posible malentendido, precisa que el Cristo de Dios coincide con el Hijo del hombre, que debe ser rechazado, sufrir y morir (v. 22). La realeza de Dios, que el Mesías deberá realizar en la tierra, es una realeza que pasa por la experiencia de la pasión y de la muerte. Nótese que el «es necesario que...» (Lc 13,33; 17,25; 24,46) indica que el plan de Dios, revelado a Israel en las Escrituras, prevé también el rechazo de Cristo por parte de los hombres.

A los tres primeros verbos que expresan la obra del hombre se asocia un cuarto verbo, «resucitar» -atestiguado aquí en griego en la forma de la pasiva teológica-, para indicar la poderosa acción de Dios en Jesús, que se manifiesta precisamente en la resurrección.

 

MEDITATIO

La primera pregunta dirigida por Jesús a los Doce puede resultarnos bastante neutra también a nosotros: «¿Quién dice la gente que soy yo?», mientras que la segunda es fuertemente comprometedora: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Como los apóstoles, es posible que también nosotros nos planteemos sobre Jesús preguntas semejantes a las suyas, aunque sin dirigirnos a él en la oración. Nuestra mente está enloquecida por un montón de opiniones, críticas y rumores de los medios de comunicación, que, con excesiva frecuencia, ponen todo en el mismo plano, desde la publicidad a la moral, desde la fe a la magia.

Sin embargo, la respuesta a la pregunta sobre quién es verdaderamente Jesucristo para nosotros es un asunto serio, que implica el sentido de nuestra persona y de nuestro vivir comunitario, si de verdad seguimos a Jesús.

Ésa es la razón de que, si bien es cómodo referir las opiniones ajenas sobre Jesús -que reflejan criterios y modos de pensar triviales, no comprometidos-, es mucho más arduo y decisivo, pero no por ello menos absolutamente necesario, formular nuestra convicción personal sobre él.

Y, como a los Doce, también a cada uno de nosotros nos impone Jesús ese silencio que se vuelve contemplación, a fin de ayudarnos a vencer la natural resistencia al misterio de una salvación atravesada por el dolor y la impotencia. En efecto, nadie podrá anunciar la fe de una manera auténtica si no afronta previamente una purificación de los modos personales de pensar el mundo de Dios, modos influenciados por lógicas y expectativas mundanas, carnales, incapaces de vislumbrar la voluntad de Dios y de comprender los caminos misteriosos con los que él realiza su plan de salvación.

 

ORATIO

Hoy quiero confesar, Señor, mi fe en ti.

Tú eres el Hijo eterno del Padre,

y por tu amor a nosotros

decidiste compartir nuestra vida

y vivir nuestra muerte.

Tú eres el Esperado de tu pueblo,

el heredero de la promesa hecha a David,

el preanunciado por los profetas,

la esperanza de los justos.

Tú eres el Redentor, y con tu sangre

nos has obtenido el perdón de nuestros pecados.

Tú eres el camino que nos conduce al Padre.

Tú eres la verdad que nos revela

el misterio del amor de Dios.

Tú eres la vida del mundo,

porque sólo en ti hay salvación.

En ti creo y en ti espero.

Amén.

 

CONTEMPLATIO

Esta palabra parece dura a muchos: «Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús» (Lc 9,23) [...].

¿Por qué, pues, temes tomar la cruz por la cual se va al Reino?

En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz.

Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.

Si contra tu voluntad la llevas, cargaste y aséstela más pesada, y, sin embargo, conviene que la sufras.

Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo librarse?

¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación?

Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque «convenía -dice- que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos, y así entrase en su gloria» (Lc 24,26). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real que es la vía de la santa cruz?

No es según la inclinación humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerlo en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado; sufrir todo lo adverso y dañoso, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si te miras a ti mismo, no podrás por ti solo cosa alguna de estas; mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo y hará que te estén sujetos el mundo y la carne [...].

Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor, crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres, y de verdad que lo hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males sino sufrir. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo y tener parte con Él [...]. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos y a todos los que desean seguirle a que lleven la cruz, y dice: «Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24; Le 9,23) (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, San Pablo, Madrid 1997, II, 12, pp. 118-124 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres el Dios de mi defensa, el Dios de mi alegría» (Sal 42,2.4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El mundo no reconoce la luz que brilla en la oscuridad. No lo ha hecho nunca. Pero tanto hoy como en el pasado hay personas que, en medio de este mundo, viven con la conciencia de que Jesús está vivo y mora dentro de nosotros, que ha superado el poder de la muerte y ha abierto el camino hacia la gloria. Saben que quien odió a Jesús también les puede odiar a ellos, y quien le mató también les puede matar a ellos. Sin embargo, no tienen miedo de dar testimonio de él, aun sabiendo que su testimonio no será sólo de palabras, sino también de sangre. No tienen miedo del martirio porque el Resucitado, presente en su ser íntimo, les ha llenado de un amor más fuerte que la muerte. Son los protagonistas del gran mandato de Jesús: «Id y anunciad».

Deben anunciar a todos los hermanos y hermanas que están dispuestos a recibir a Jesús lo que han visto y oído. Deben ir sin demora, sin esperar, sin vacilar, poniéndose en camino y volviendo a los lugares de donde han venido y hacer saber a los que han dejado en sus escondites que no hay nada de lo que tener miedo, porque Cristo está verdaderamente vivo (P. G. Cabra, Come te stesso, Brescia 31994 [edición española: Y al prójimo como a ti mismo: La misión, Sal Terrae, Santander 1987]).

 

 

Sábado de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Zacarías 2,5-9.14ss

5 Yo, Zacarías, levanté la vista y tuve una visión. Vi un hombre con un cordel de medir en la mano.

6 Le pregunté: -¿Adonde vas? Me respondió: -A medir Jerusalén, para averiguar su anchura y su longitud.

7 Cuando ya se marchaba el ángel que estaba hablando conmigo, otro ángel le salió al encuentro

8 y le dijo: -Corre y di a ese joven: Jerusalén será ciudad abierta por la cantidad de hombres y animales que habrá en ella.

9 Y yo seré para ella, oráculo del Señor, una muralla de fuego alrededor, y con mi presencia la colmaré de gloria.

14 Salta de gozo, alégrate, Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti, oráculo del Señor.

15 Ese día, numerosas naciones se incorporarán al Señor; se harán pueblo mío; yo habitaré en medio de ti y sabrás que el Señor todopoderoso es quien me ha enviado a ti.

 

**• Tenemos aquí el relato de la tercera visión del profeta Zacarías. Ésta sigue a la de los cuatro jinetes y los obreros que se contraponen a los cuatro cuernos, que representan a los pueblos hostiles. La visión que hemos leído hoy nos muestra a un hombre con un cordel de medir en la mano: el plano inmediato y evidente de la visión sugiere el retorno de los exiliados, que empiezan a reconstruir la ciudad santa devastada, pero el mensaje se ensancha y se convierte en una profecía del tiempo mesiánico, en el que Jerusalén no es ya simplemente una ciudad como las otras, sino una ciudad muy floreciente, que vive bajo la protección del Señor, gloria de la ciudad, es decir, lo que asegura su verdadero valor.

Encontramos de nuevo el tema de la presencia fiel del Señor en medio de su pueblo, de un Dios que habita en medio de la hija de Sión. Esa presencia se convierte en causa de atracción de los pueblos y, por consiguiente, causa de una experiencia de salvación cuyos confines se vuelven cada vez más universales. El sueño de Zacarías es el de una unidad de los hombres, que, adhiriéndose al Señor, se convierten en un solo pueblo. No queda suprimido el pensamiento del privilegio de Israel, pero se sueña más bien en una comunidad santa, cuyos límites se dibujan no tanto por motivos de pertenencia étnica como de fidelidad a la Palabra del Señor. El plan de Dios va, por tanto, mucho más allá de las perspectivas humanas, que son las de una expansión de la ciudad protegida por el Señor.

 

Evangelio: Lucas 9,43b-45

En aquel tiempo,

43 todos estaban admirados de las cosas que hacía. Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

44 -Vosotros escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.

45 Pero ellos no entendían lo que quería decir; les resultaba tan oscuro que no llegaban a comprenderlo, y tenían miedo de hacerle preguntas sobre ello.

 

*»• El segundo anuncio de la pasión viene detrás del relato de la curación del niño epiléptico (Lc 9,37-42); así, estas palabras suenan -si ello es posible- todavía más duras, difíciles de aceptar por parte de los discípulos, porque contrastan con el estupor generalizado que suscitan las acciones milagrosas de Jesús. «Vosotros escuchad atentamente estas palabras» (v. 44). Es preciso que los discípulos comprendan la identidad profunda de Jesús como Hijo del hombre, cuya misión se revelará precisamente a través del sufrimiento y del rechazo que le espera. Aquí se impone una aclaración exegética sobre el título de «Hijo del hombre». Éste parece tomado del libro de Daniel, y se trata de una figura misteriosa que recibe el poder de Dios y lo ejerce en favor del hombre, al contrario que las bestias, que ejercen un poder que se han arrogado por sí mismas y quieren hacer reinar un orden bestial, antihumano. «Hijo del hombre» es, por consiguiente, un título contrario al de «hijo de la bestia» y no al de «Hijo de Dios». Este último, en cambio, es el título pascual que expresa la relación de intimidad total entre el Padre y Jesús.

La predicción de la pasión anuncia el «ser entregado en manos de los hombres», que, además de indicar el destino de Jesús, implica también una manifestación paradójica del rostro de Dios. Se trata de la llamada pasiva teológica alusiva al plan divino que se realiza en la «entrega» del Hijo. Dicho con otras palabras, Dios, en su voluntad inescrutable, deja a Jesús en manos de los impíos, pero esta dramática entrega se convertirá en fuente de salvación para la humanidad.

Lucas señala, a continuación, que los discípulos no comprendían, porque la perspectiva de la pasión de Jesús choca de manera radical con la lógica mundana.  Será preciso que la luz de la Pascua haga caer el velo de sus ojos (cf. Le 24,16.31). El miedo a preguntarle (v. 45) señala la permanencia de una cierta distancia como discípulos, la falta de una comunión plena con el Maestro. Éste sigue siendo fundamentalmente incomprendido por ellos.

 

MEDITATIO

Los «anuncios de la pasión» no son simples previsiones. Deben recordarnos a nosotros, sus discípulos, que el camino de la cruz es un paso obligado del que nadie puede huir, si no queremos ser infieles a Jesús. Precisamente el desconcertante modo de obrar de Dios en el misterio del Hijo del hombre debería recordarnos que el Reino es la irrupción de una «contrahistoria» en la historia de los hombres y de las mujeres, historia que parece sometida a la voluntad de los poderosos, de los «primeros», que, a buen seguro, no pueden reconocerse como seguidores del Hijo del hombre.

Se trata de una historia alternativa, real y no ficticia, en la que no cuentan ni la fuerza, ni la riqueza, ni la inteligencia, sino el abandono humilde y confiado a la voluntad divina. No se trata de exaltar aquí una espiritualidad dolorista, sino de comprender qué es lo que verdaderamente nos interesa. Si la verdadera sabiduría consiste en escoger la vida, entonces nuestra sabiduría de discípulos de Jesús consiste en saber escoger morir a nosotros mismos y aceptar convertirnos en don para tener acceso a la vida plena, a ejemplo suyo.

De este modo accedemos también a la vertiente luminosa de los anuncios de pasión, o sea, al anuncio de la resurrección. El misterio pascual, comprendido en su totalidad, se convierte en el fundamento de la esperanza en la reconciliación y unidad de la humanidad: «Ese día numerosas naciones se incorporarán al Señor; se harán pueblo mío; yo habitaré en medio de ti».

 

ORATIO

Ayúdanos, Señor, a permanecer en tu presencia sin temores y sin fugas, contemplándote a ti, el Hijo amado del Padre, que no te avergüenzas de llamar a los hombres «hermanos» y sabes compadecerte de nuestras debilidades porque has sido probado en todo para beneficio nuestro.

Adoramos, oh Señor, tu cruz y alabamos y glorificamos tu santa resurrección.

Concédenos que, a través de la contemplación de tu misterio pascual, nos renovemos a semejanza tuya. Y como por nuestro nacimiento habíamos llevado en nosotros la imagen del hombre carnal, haz que por la acción del Espíritu Santo pueda crecer en nosotros la criatura nueva que ha nacido en tu muerte.

 

CONTEMPLATIO

Quien dice «sí» a la gracia ha obtenido ya la remisión de los pecados [...].

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el Reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama.

Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»- y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios. La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, Palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada.

Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 15-17 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor rescatará a Jacob y lo librará de una mano más fuerte» (Jr 31,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el mundo que nos rodea se hace una distinción radical entre

la alegría y el sufrimiento [...].

La muerte, la enfermedad, las miserias humanas..., todo esto es menester quitarlo de la vista, porque nos aparta de la felicidad por la que luchamos [...].

La visión que Jesús nos ofrece presenta un fuerte contraste con esta visión mundana. Jesús mostró, tanto con su enseñanza como con su vida, que la verdadera alegría se oculta con frecuencia en medio del sufrimiento y que la danza de la vida empieza en el dolor. El dice: «Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto... El que no pierde su vida no puede encontrarla; si el Hijo del hombre no muere, no puede enviar al Espíritu». A los dos discípulos que estaban abatidos después de su pasión y su muerte, les dice Jesús: «¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?».

Aquí se revela un modo de vida completamente nuevo. Este es el modo en que puede abrazarse el dolor no por el deseo del sufrimiento, sino por la certeza de que del dolor nacerá algo nuevo. Jesús llama a nuestros dolores «dolores de parto». Dice: «La mujer cuando está de parto se siente angustiada, porque ha llegado su hora, pero cuando ya ha dado a luz al niño no se acuerda más de la angustia, por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16,21).

La cruz se ha convertido en el símbolo más poderoso de esta nueva visión. La cruz es un símbolo de muerte y de vida, de sufrimiento y de alegría, de fracaso y de victoria. La cruz es la que nos muestra el camino.

Siempre seguirá siendo muy difícil para nosotros abrazar el sufrimiento, confiar en que esto nos traerá una nueva vida. No obstante, hay experiencias que demuestran la verdad del camino que Jesús nos enseña [...].

Las lágrimas de dolor y las lágrimas de alegría no deberían estar tan separadas. Si tratamos al dolor como a un amigo - o, en palabras de Jesús, «cargamos con nuestra cruz»-, descubriremos  que la resurrección está, de hecho, muy cerca de nosotros [...].

Un modo muy importante de aceptar nuestro sufrimiento es sacarlo de su aislamiento y compartirlo con alguien que pueda recibirlo. Gran parte de nuestro dolor se queda oculto incluso para nuestros amigos más próximos. Cuando nos sentimos solos, deberíamos acudir a alguien en quien confiemos y decirle: «Estoy solo. Necesito tu ayuda y tu compañía». Cuando nos sentimos con ansiedad, sexualmente menesterosos, irritados o amargados, deberíamos atrevemos a pedirle a un amigo que nos dé compañía y acoja nuestro dolor.

Con demasiada frecuencia pensamos o decimos: «No quiero molestar a mis amigos con mis problemas; ya tienen suficiente con los suyos». Pero la verdad es que honramos a nuestros amigos cuando les confiamos nuestras luchas. ¿No decimos nosotros mismos a nuestros amigos, cuando nos ocultan sus sentimientos por miedo o vergüenza: «Por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué has guardado este secreto durante tanto tiempo?». Evidentemente, no es el caso de comunicar a cualquiera nuestros sufrimientos ocultos. Pero yo creo que si realmente deseamos alcanzar la madurez espiritual, Dios nos enviará los amigos que necesitamos.

Muchos de nuestros sufrimientos no nacen del dolor mismo, sino de nuestra sensación de estar aislados en medio de nuestro dolor [...]. Jesús carga con el sufrimiento de todos y lo transforma en una ofrenda de compasión a su Padre. Este es, en efecto, el camino que tenemos que seguir (H. J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 41998, pp. 33-45 passim).