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San Juan de Ávila
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Tres lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el segundo, de cosas muelles; el tercero, de cosas malas y amargas
1. Lenguaje del mundo y honra vana | 2. El lenguaje de la carne | 3. Lenguaje del demonio |
B) A quién debemos oír | 1. Palabra primera. De cómo hemos de oír a solo Dios | 2. Este oír es por la fe |
II. Et vide |
Palabra segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver
Tercera palabra. Como hemos de inclinar nuestras orejas y de las malas revelaciones del demonio
A) Positivamente
1. A la palabra de Dios: «toda la Sagrada Escritura» | 2. A la enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa |
B) Negativamente
1. Malas revelaciones del demonio | 2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las revelaciones | 3. La soberbia, causa de engaños. El director espiritual |
§ C) El Señor nos da ejemplo
1. Cómo ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tanta diligencia como Él la inclina a sus criaturas | 2.La mirada de Dios sobre nosotros | IV. Et Obliviscere populum tuum |
Cuarta palabra. Cómo hemos de olvidar nuestro pueblo
Quinta palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de nuestro padre para hallar la de Dios
Que tal ha de ser nuestra alma, para que el
Señor codicie su hermosura
AUDI, FILIA,
Avisos y reglas cristianas para los que desean servir a Dios, aprovechando en el
camino espiritual. Compuestas por el maestro Ávila sobre aquel verso de David:
audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam.
De San Juan de Ávila
Preliminares
AL MUY ILUSTRE SEÑOR DON LUIS PUERTO CARRERO, CONDE DE PALMA, EL MAESTRO ÁVILA
La causa, muy ilustre señor, porque, siéndome por Vuestra Señoría mandado
muchas veces por palabras y cartas que imprimiese el presente tratado, no lo he
hecho, no ha sido por falta de voluntad de obedecerle y servirle, como creo que
de mí tiene conocido, mas haber temido de mi insuficiencia que, imprimiendo el
libro con intención de aprovechar a los que le leyesen, se les tornase
impedimento de leer otros muchos, de los cuales mayor erudición y santo calor
pudiesen sacar. Y con pensar esto, me he estado hasta ahora y me estuviera de
aquí adelante en lo que toca a la impresión de este libro, sino que los días
pasados vino a mis manos, y, leyendo en él, vilo trastrocado, borrado y al revés
del como yo le escribí: que, siendo por mí compuesto, yo mismo no le entendía. Y
parecióme que ya que no se perdiese mucho en estar tan depravado que ninguno
pudiese aprovecharse de él, mas no era cosa de sufrir que sacasen daño de él,
por las muchas mentiras peligrosas que en él había, y cada día acaecieran más,
porque cada uno que trasladaba añadía errores a los pasados. Lo cual visto,
quise tornar a trabajarlo de nuevo e imprimirlo, para avisar a los que tenían
los otros traslados llenos de mentiras de manos de ignorantes escriptores, no
les den crédito, mas los rompan luego; y, en lugar de ellos, puedan leer éste de
molde y verdadero. Y lo que primero iba brevemente dicho y casi por señas
(porque la persona a quien se escribió era muy enseñada y en pocas palabras
entendía mucho), ahora, pues, para todos, va copiosa y llanamente declarado,
para que cualquiera, por principiante que sea, lo pueda fácilmente entender.
El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para
que las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su
deseo. Y estas reglas quise más que fuesen seguras que altas, porque, según la
soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse
primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos,
y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de
nuestra miseria y poquedad, y en el conocimiento de nuestro bien y remedio, que
está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más provechosa
y seguramente podemos pensar.
Reciba, pues, Vuestra Señoría, el presente tratado, a él por muchas partes
justísimamente debido, porque el amor entrañable y dulce benignidad con que su
generoso corazón sé que lo ha de recebir, y el mucho provecho que por la bondad
de Dios espero que de la lección de él ha de sacar, y el tan perseverante deseo
con que siempre me ha puesto espuelas para lo imprimir, lo han hecho tan suyo,
que sería gravísimo hierro quererlo hurtar.
Plega a Cristo hable a Vuestra Señoría en él, y le dé fuerzas para que oya
y obre lo ansí hablado, para que los buenos principios que, por su gracia, en
Vuestra Señoría ha puesto, vayan continuamente adelante, hasta que sean colmados
en la eternidad de la gloria. Amén.
LUIS GUTIÉRREZ, LIBRERO, AL DEVOTO LECTOR
Estoy tan confiado, devoto lector, que ha de agradar y aprovechar muy mucho
esta obra a quien con buen deseo y ánimo afectuoso en las cosas de Dios la
leyere, que me pareció, presupuesta la voluntad de su autor, que hacía yo algún
servicio a nuestro Señor, y ayuda a mis prójimos, en hacer imprimir obra tan
espiritual y tan excelente, y de muchos y muy grandes juicios muy estimada. Que,
cierto, yo no me fiara en esta parte del mío, si no viera a muchos hombres muy
sabios y muy espirituales tener en tanto las obras de un tan santo varón, como
es el padre Ávila, que no hay ninguno de ellos que no las haya hecho trasladar
para tenerlas, siendo ellos tales que podían escrebir otras muchas; y porque
espero en Nuestro Señor que de esta obra así pública se ha de seguir muy mucho
servicio suyo.
Espero también en su misericordia que me dará gracia para que haga imprimir
otras del mismo autor y de otros hombres espirituales, que puedan servir para
los mismos efectos.
BREVE REGLA DE VIDA CRISTIANA COMPUESTA POR EL REVERENDO PADRE MAESTRO ÁVILA
Lo primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor, es tener
dos ratos buenos entre día y noche diputados para oración. El de la mañana, para
pensar en el misterio de la pasión; y el de la noche, para acordarse de la
muerte, considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de acabar
esta vida y cómo ha de dar cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere
hablado, con otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa
Escriptura que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás.
Lo segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun buen
pensamiento, porque el demonio le halle siempre ocupado, y ande siempre con una
memoria que Dios le mira, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia
delante tan gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan lleno
de gloria como es. De esta manera le traían presente aquellos padres del
Testamento Viejo, los cuales juraban diciendo: Vive el Señor delante de quien
estoy. Por do parece que traían consigo esta memoria. Y es mucha razón que así
la traya él, pues trae consigo un ángel que está siempre delante de Dios, cuya
Majestad hinche todo lo criado; diciendo el mismo Dios: Yo hincho el cielo y la
tierra. Y pues en todo lugar está Dios tan poderoso y tan sabio y tan glorioso
como en el cielo, en todo lugar es razón que nuestra alma le adore, para que
ninguna criatura nos mueva a ofenderle.
El tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por imitar
aquel santo tiempo de la primitiva Iglesia, cuando comulgaban de ocho a ocho
días los fieles. De cuya memoria quedó agora el pan bendito que dan a los
domingos con la paz, para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la
frialdad nuestra causó que se diese aquel pan bendito, y no el mismo Santísimo
Sacramento, como antes daban, según parece por muchas historias.
El cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si al cielo
quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha de ser escarnecido y
perseguido de muchos, conforme a aquel dicho de nuestro Redentor: Si a mí
persiguieron, a vosotros perseguirán; para que, estando así armado, no le
aparten de sus buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que
dondequiera ha de hallar; sino, como hombre que ya lo sabe, no se le haga nueva
una cosa tan cierta a todos los que sirven a Dios, sino mire a Cristo nuestro
Redentor y a todos los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza sin alboroto
ninguno, dejando los perros que ladren cuanto quisieren.
Sea el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de mirar
las ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la
paja en el ojo de tu hermano, y no consideras tú la viga que tienes atravesada
en el tuyo? No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si algo viere en
el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él, sino compadézcase de
él, porque la santidad verdadera, dice San Gregorio que es compadecerse de los
pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son personas que tomarán su
corrección, corríjales caritativamente conociéndose por hombre de la misma masa
de Adán, y si no lo son, vuélvase a Dios, suplicándole que los remedie, y
dándole gracias porque ha guardado a él de pecado semejante; hallándose muy
obligado a servir al Señor, que de este mal le libró, en el cual él también
cayera, si el Señor no le guardara.
Sea el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad cada
día a algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que dice: En
esto conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros. Y
conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a Dios por la
Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose del
dicho de nuestro Redemptor, que el que perseverare hasta el fin será salvo. Y
así ponga sus ojos en la muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare en
la virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos del
bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer, para que lo hecho
no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga humildad y cuidado de pedir a Dios
gracia para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos que dijo el
Salvador que se habían de resfriar en la caridad, porque había de abundar la
malicia; como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad que ven por ese mundo
en tanta abundancia, les es ocasión de dejar los buenos ejercicios que
comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por tornar la cabeza
atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su alma endurecida para el bien, y
sabrosa y apetitosa para el mal.
Sea el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y no su
consuelo ni su provecho, para que, aunque se halle seca su alma y desconsolada,
no por eso deje sus santos ejercicios, con que Dios se glorifica y se sirve. Y
así ordene cuanto hiciere a que Dios sea glorificado, conforme al consejo de san
Pablo que dice: Ahora comáis o bebáis o hagáis otra cualquier cosa, todo lo
haced para la gloria de Dios. Y pues las obras naturales, como el comer y beber,
dice el Apóstol que se hagan para gloria de Dios, mucha más razón es que se haga
la oración y lo demás. Y así, pretendiendo sólo esto, no le desconsolará mucho
la sequedad que a muchos desconsuela, y hace aflojar en el servicio de Dios,
habiendo de ser entonces más diligentes en la guarda de si mismos, y más
solícitos en escudriñar si han hecho algún pecado por el cual el Señor los
dejase así desconsolados, y proveer en esto con diligencia, pues las más veces
nace el tal desconsuelo de soberbia o murmuración o pláticas vanas, que, aunque
parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere
provecho, porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima lastima. Porque,
como dice el Profeta, la garganta de los malos es como una sepultura abierta, de
donde siempre salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la compañía
de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan sino palabras conformes a la
muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y a mejor librar, cuando las palabras
son cuerdas al parecer de ellos, entonces son nocivas al prójimo, diciendo mal y
murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir, reprehendiéndolo, si es
persona que aprovechará, y si no, mostrándole un semblante triste, porque dice
san Bernardo que dubda cuál peca más, el que murmura o el que oye de buena gana
murmurar. Debe luego, por no caer en este pecado, mostrar mala cara y no oír al
murmurador, porque, viendo su semblante, cesará su murmuración, porque, como
dice san Hierónimo, pocas veces uno murmura, cuando ve que el oyente oye de mala
gana.
El décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus ojos y
confianza en los merecimientos de Jesucristo, no mirando a lo que hace, sino a
la muerte y pasión del Redentor, porque sin él todo es poco lo que hacemos.
Quiero decir, que el valor de nuestras obras nace de los merecimientos de
Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe lanzar toda soberbia y
vanagloria de su corazón, por muchas obras buenas que le parecía hacer, porque,
si bien mira en ello, hallará que por la mayor parte todo cuanto hace va
mezclado de mil imperfecciones, por donde más tenemos por qué pedir perdón al
Señor por la mala manera de obrar, que por donde esperar galardón por la
substancia de las obras. Porque mirando su Majestad, delante cuyo acatamiento
tiemblan los serafines, van nuestras obras tan tibias, tan sin reverencia, y con
tanta mezcla de imperfecciones, que está muy claro acetarlas Dios por el amor de
su unigénito Hijo. Y así, quitada toda liviandad de corazón, acabada la buena
obra, preséntese delante de Dios, pidiéndole perdón del desacato y poca
reverencia con que la hizo, y ofrezca a Jesucristo al Eterno Padre, confiado que
por amor de aquel Señor, el Padre Eterno acetará aquella obra con que le hobiere
servido. De esta manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero camino
para el cielo dice un dotor que es obrar bien, y no presumir de sí, sino poner
su confianza en Cristo.
AUDI, FILIA, ET VIDE, ET INCLINA AUREM TUAM, ET OBLIVISCERE POPULUM TUUM ET
DOMUM PATRIS TUI. ET CONCUPISCET REX DECOREM TUUM
Oye, hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y
codiciará el rey tu hermosura.
Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice el profeta David, o, por
mejor decir, Dios en él, a la Iglesia cristiana, amonestándola de lo que ha de
hacer para que el gran rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen
todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia, por la
grande misericordia de Dios, parecióme escrebíroslas y declarároslas, invocando
primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi péñola y apareje vuestro
corazón, para que ni yo la hable mal, ni vos oyáis sin fruto; mas lo uno y lo
otro sea a perpetua honra de Dios, y aplacimiento de su santa voluntad.
I. AUDI, FILIA
Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la
causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y ésta
entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír, razón es que
seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer; porque muy poco
aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas
que la quieran oír en lo de dentro, ni nos basta que, cuando fuimos baptizados,
nos metiese los dedos el sacerdote en los oídos, diciendo que fuesen abiertos,
si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose de nosotros lo que de
los ídolos dice el profeta: Ojos tienen y no ven, orejas tienen y no oyen.
A las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que
matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír. Para lo cual es
de notar que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y
aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron
edificar la torre de la confusión, fue castigada, con que, en lugar de un
lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbres de lenguajes, con
los cuales no se entendiesen unos a otros. En lo cual se nos da a entender que
nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra el que los crió,
quebrantando su mandamiento con mala soberbia, un solo lenguaje espiritual
hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia que tenían uno con
otro, y cada uno en sí mismo, y con Dios, viviendo en el quieto y pacífico
estado de la inocencia. Mas, como edificaron torre de soberbia, ensalzándose
contra el Señor de los cielos, fueron castigados, y nosotros en ellos, en que,
en lugar de un lenguaje, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e
innumerables, que nos molestan con su fatiga y no nos entendemos con ellos, con
su gran confusión y tiniebla. Y aunque ellos en sí no tengan orden en su hablar,
recojámoslos, para hablar de ellos, al número de tres, que son lenguaje de mundo
y carne y diablo.
A) A quién no debemos oír
Tres lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el segundo, de cosas
muelles; el tercero, de cosas malas y amargas
1. Lenguaje del mundo y honra vana
Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy
perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la
mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus espaldas a
Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del
aplacimiento del mundo. Semejante a los soberbios romanos, que por la honra
mundana deseaban vivir y por ella no temían morir. Y así, hecho el hombre
esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo que Santiago
dice: El amistad de este mundo enemistad es con Dios. Y si alguno quisiere ser
amigo del mundo, constituido es enemigo de Dios.
Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que
vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad, que los hombres
apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y
gracia de Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su
Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes presentes,
siéndoles dados no para pegarse al corazón en ellos, mas para usar de ellos
recibiéndolos y sirviendo con ellos al Señor que los dio. Éstos son los mundanos
tan miserables que de ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo no puede recebir
el espíritu de la verdad, porque, si este corazón malo y vano no echa de sí, no
podrá recebir la verdad del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay
del uno al otro, que quien de Cristo y de su espíritu quisiere ser, es necesario
que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido. Y
pues cualquier hombre bueno debe aborrecer el hablar mentidas y oírlas aunque
sea sin perjuicio ajeno o suyo, ¡cuánto deben ser aborrecidas aquellas que
llegan hasta privar al hombre de la virtud y verdad, y desnudarle de la rica
joya de la amistad del Señor! Y también porque, después que el mundo despreció
al bendito Hijo de Dios, que es eterna Verdad, no hay por qué cristiano ninguno
le crea, mas antes viendo que fue engañado, no conociendo una tan clara luz,
aquello repruebe que el mundo aprueba, y aquello ame que el mundo aborrece,
huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció, y
teniendo por cierta señal [de] ser amado de Cristo, ser despreciado del mundo.
Remedios
Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al
caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus
palabras que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo. Como si dijese: «Antes
que yo acá viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo engañoso y
desechar lo que en él florece, abrazar lo que él desecha; mas, después que
contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevos géneros de tormentos y
deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el rostro, ya no sólo pareció
flaco, pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir, mas aún queda
vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que os di y mi fortaleza que
os gané, ligeramente lo podréis vencer, sobrepujar y hollar.» Pues mire el
cristiano que como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la
verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha
de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora
halague ahora persiga, ahora prometa ahora amenace, ahora espante ahora parezca
blando, en todo se engaña y quiere engañar. Y en tal posesión le debemos tener,
pues en tantas mentiras lo hemos tomado que, las medias que un hombre dijese, en
ninguna cosa nos fiaríamos de él, ni aún en las verdades no le daríamos crédito.
2. El lenguaje de la carne
La carne habla regalos y deleites, unas veces claramente, y otras debajo de
título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende de ser muy enojosa, es
más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más fuertes que otras.
Lo cual parece en que muchos han sido de deleites vencidos, que no lo fueron por
riquezas ni honras ni recios tormentos, y según sentencia del Salvador, los
enemigos del hombre son los de su casa. ¡Cuán de verdad es nuestra enemiga la
carne, pues que, de dos partes que nos constituyen, la una es ella! Por tanto,
quien de esta batalla quisiere salir vencedor, de muchas y muy fuertes armas le
conviene ir armado, porque la preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas
a los que con muchos sudores de importunas oraciones la alcanzan de nuestro
Señor, el cual quiso ser envuelto en sábana de lienzo limpia, para reposar en el
sepulcro; a dar a entender que, como el lienzo pasa por muchas asperezas para
venir a ser blanco, así el varón que desea alcanzar o conservar el bien de la
castidad, y aposentar a Cristo en sí, como en otro sepulcro, conviene con mucha
costa y trabajos ganar esta limpieza, la cual es tan rica que, por mucho que
cueste, siempre cuesta barata.
Remedios
a) CASTIGAR LA CARNE
Debe pues el tal hombre, especialmente si se siente tentado de la carne,
primeramente tratar con aspereza su carne, en cuanto le fuere posible, sin muy
gran daño de su salud. Que, aunque la carne padezca alguna flaqueza por apagar
las tentaciones, más vale, como dice San Hierónimo, que te duela el estómago que
no el ánima, y mejor que mandes al cuerpo que no que le sirvas; y más provechoso
es que tiemblen las piernas de flaqueza, que no que vacile la castidad. El
siervo de Cristo que sintiere a su carne rebelde, debe quitarle la cebada y
trabajarla con carga. Como San Hilario decía a su propia carne: Yo te domaré, y
haré que no tires coces, sino que pienses antes en comer que no en retozar. Y
pues San Pablo, vaso de escogimiento, no se fía de su carne, mas dice que la
castiga, y la hace servir, porque, predicando él a los otros, no sea hallado
malo, cayendo en algún pecado, ¿cómo pensaremos nosotros que seremos castos sin
trabajar nuestro cuerpo, pues tenemos menos virtud que él y mayores causas para
temer? Muy mal se guarda humildad entre honras, y temperanza entre la
abundancia, y castidad entre regalos; y sería digno de escarnio quien quisiese
apagar el fuego que arde en su casa y él mismo le echase leña muy seca. Muy más
digno de escarnio es quien por una parte desea la castidad, y por otra hinche de
manjares y regalos su carne y se da a la ociosidad, porque estas cosas no sólo
no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo en quien muy apagado le
tuviese. Y pues el profeta Ezequiel da testimonio que la causa porque aquella
desventurada ciudad, Sodoma, llegó a la cumbre de tan abominable pecado, fue la
hartura y abundancia de pan y la ociosidad, que tenían, ¿quién osará vivir en
regalos, en ocio, ni aun verlos de lejos, pues que los que fueron bastantes a
hacer el mayor mal, con más facilidad harán los menores? Ame, pues, la templanza
quien es amador de la castidad; porque, si la una quiere tener sin la otra, no
saldrá con ella, mas antes se quedará sin entrambas, que a las que Dios juntó,
ni las debe el hombre querer apartar, ni puede, aunque quiera.
Mas habéis de mirar que este remedio de afligir la carne es bueno cuando la
tentación nace de la misma carne. Y conocerlo héis en que viene a los que tienen
regalada su carne, o crece con el holgar y regalo, y trae muchos movimientos de
la misma carne. Entonces aprovecha refrenarla y castigarla, pues el principio
del mal viene de ella.
b) BUENAS OCUPACIONES
Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio. Lo cual veréis
en que más combate al hombre con pensamientos y feas imaginaciones del ánima que
con consentimientos feos de la misma carne; o, si los hay en ella, no es porque
la tentación comienza en alteraciones de carne, mas comienzan en pensamientos y
de ellos resultan a la carne; la cual algunas veces es flaquísima y como muerta,
y los pensamientos vivísimos. Y tienen otra señal, que son del demonio, en venir
importunamente, sin catar reverencia a tiempos santos ni a lugares sagrados, en
los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener reverencia. Y éstos entonces
le combaten más; y algunas veces son tantos y tales que el hombre nunca oyó ni
imaginó tales cosas, y parece que otro es el que las dice y que no nacen de él.
Cuando éstas y otras semejables vierdes, creed que es persecución del demonio en
la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en ella.
Y el remedio no es afligirla, porque muchas veces suele crecer mientras más
la afligen; más debéis de orar, y daros a buenas ocupaciones, y hablar con
buenas personas, para apartar el pensamiento de aquellas imaginaciones; las
cuales son tan importunas y peligrosas que conviene, cuando mucho combaten,
tener por peligrosa la soledad y el ejercicio de los buenos pensamientos, y es
más seguro rezar vocalmente o leer, y otras honestas ocupaciones, por el gran
peligro que traen, hallando aparejo de ser escuchados. De manera que el mal que
nace de carne, con afligimiento de carne, y el mal que nace de pensamientos
malos, con buenas ocupaciones y oraciones se deben curar. Y, si con todo esto no
cesare esta tentación, no debéis desmayar, mas sufrirla con paciencia y creer
que nuestro Señor permite que te atormente como ángel de Satanás, para que no te
ensalces, o para otros provechos que su sabiduría suele sacar de los males.
e) EVITAR FAMILIARIDAD DE MUJERES CON HOMBRES
Es también menester para guarda de la castidad que se evite la conversación
familiar de mujeres con hombres, por santos y parientes que sean, porque las
feas caídas que en el mundo han pasado acerca de aquesto, nos deben ser un
perpetuo amonestador de nuestra flaqueza y un escarmiento en ajena cabeza, con
el cual nos desengañemos de cualquier falso prometimiento que nuestra soberbia
nos hiciere, queriéndonos asegurar que pasaremos sin herida nosotros flacos, en
lo que tan fuertes, tan sabios, y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy
gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpe caída de
Amón con su hermana Thamar; con otras muchas, tan feas y más, que en el mundo
han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne, por
cercanas que fuesen en parentesco? ¿Y quién fiará en santidad suya o ajena,
viendo a David, que fue conforme al corazón de Dios, ser tan feamente derribada
en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? Ninguno en esto se engañe
ni se fíe por castidad pasada o presente, que, puesto que sienta su ánima muy
fuerte y dura contra este vicio como una piedra, aun debe huir las ocasiones,
porque gran verdad dijo el experimentado San Hierónimo: que a ánimas de hierro
la lujuria las doma.
Por tanto, toda mujer, y especialmente doncella de Cristo, ha de ser tan
recatada y sospechosa en aquesto que de ninguna persona se fíe mas oiga con
atención lo que San Bernardo dice: que las vírgines, que verdaderamente son
vírgines, en todas las cosas temen, aun en las seguras. Y las que no lo hacen,
presto se verán tan miserables con la caída, cuanto primero estaban con falsa
seguridad miserablemente engañadas.
Este mal no combate abiertamente al principio a las personas devotas; mas
primero les parece que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados
de aquesto osan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de
ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y los
hace tomar pena cuando no se ven, y descansar con verse y hablarse. Y tras esto
viene el dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en
otras pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan de estar
hablando algún rato, y poco a poco la conversación que primero aprovechaba a sus
ánimas, ya sienten que las tiene cautivas, con acordarse muchas veces uno de
otro, y con el cuidado y deseo de verse, y algunas veces de enviarse amorosos
presentes y dulces encomiendas. Y de estos eslabones suelen venir tales fines
que les dan, muy a su costa, a entender que los principios y medios de la
conversación, que primero tenían por cosa de Dios, no eran otros que falsos
engaños del astuto demonio, que por allí los aseguraba, para después tomarlos en
el lazo que les tenía ascondido. Y así, después de caídos, aprenden que hombre y
mujer no son sino fuego y estopa, y que el demonio trabaja por los juntar; y,
juntos, soplarlos con mil maneras, para encender en ellos el fuego de carne, y
después llevarlos al fuego del infierno.
Por tanto, doncella, huid la familiaridad de todo varón, y guardad hasta el
fin la buena costumbre que habéis tomado de nunca estar sola con hombre ninguno,
salvo con vuestro confesor, y esto no más de cuanto os confesáis, y aun entonces
sin meter otras pláticas. Y la esposa de Cristo no como quiera ha de escoger
confesor, mas mirando mucho que sea de muy buena vida y de muy buena fama, y, si
ser pudiere, de madura edad. Y de esta manera estará vuestra conciencia segura
delante de Dios, y vuestra fama limpia y sin mancha delante los hombres; porque
entrambas cosas habéis menester. Y aunque de las comunicaciones no se sigan
siempre los mayores males que pueden venir, todavía es bien que se eviten, por
evitar el escándalo que de ello puede nacer acerca de quien lo sabe, y por
evitar tentaciones y muchedumbre de pensamientos [que], aunque no traigan a
consentimiento, quitan al ánima su pureza y libertad para pensar en Dios. Y
parece que aquel secreto lugar del corazón, donde, como en tálamo, quiere Cristo
solo morar, no está tan solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de tan alto
esposo conviene, ni de todo parece estar casto, pues hay en él memoria de
hombre.
d) DEVOTA ORACIÓN
Habéis de saber que una de las principales cosas que aprovechan para poseer
castidad, es el gusto de la suavidad divinal, que comunica Dios en el ejercicio
de la devota oración; en la cual, luchando el ánima a solas con Dios con los
brazos de pensamientos devotos, alcanza de él, como otro Jacob, que la bendiga
con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad; y hiérela en el muslo, que
quiere decir el sensual apetito, mortificándoselo de arte que de allí adelante
cosquea de él, andando viva y fuerte en las afecciones espirituales,
significadas por el otro muslo que queda sano. Porque, así como el gusto de la
carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así con el gusto del espíritu
nos es desabrida toda la carne, y queda tan sin fuerzas que algunas veces es
tanta la dulcedumbre que el ánima gusta, siendo visitada de Dios, que la carne
con su flaqueza queda tan desmayada y caída como lo podría estar habiendo pasado
alguna larga y grave enfermedad.
Por tanto quien quisiere gozar de la excelencia de la castidad ame el
ejercicio de la devota oración; porque allí recibirá rocío del cielo y beberá de
una agua tan poderosa que le apague de raíz los apetitos carnales. Y quien
quisiere gozar de la devota oración, ame el recogimiento y hallarla ha. De aquí
podréis conocer claramente cuánto mal causa la comunicación que hemos dicho,
pues hace derramar el corazón y perder la devoción, que eran medios tan
provechosos para alcanzar la castidad.
e) DESCONFIANZA EN SÍ Y CONFIANZA EN DIOS
Todo lo dicho, y más que se pudiera decir, suele ser medio para alcanzar
esta preciosa limpieza; mas muchas veces acaece que así como teniendo piedra y
madera, y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos adereza el
edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no alcancemos
la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos deseos y grandes
trabajos pasados para que alcanzasen esta joya, se ven miserablemente caídos en
el lodoso cieno de su carne, y dicen con gran dolor: Trabajado hemos toda la
noche y ninguna cosa hemos tomado, y paréceles que se cumple en ellos lo que
dice el Sabio: Cuando yo más lo buscaba, tanto más lejos huyó de mí.
Lo cual muchas veces suele venir de una secreta fiucia que en sí mesmos
estos trabajadores tenían, pensando que la castidad era fruto que nacía de sus
trabajos y no dádiva graciosa de Dios. Y por no saber a quién se había de pedir,
justamente se quedaban sin ella; porque mejor daño les fuera tenerla y ser
soberbios e ingratos a su dador, que estar sin ella llorosos y humildes y
avergonzados, viendo que no la pueden haber, sabiendo que no es pequeña
sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para
alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza de hombre sino dádiva de
nuestro Señor. Lo cual nos enseña el Sabio, diciendo: Como yo supiese que yo no
podía ser continente, si Dios no me lo diese, y esto era suma sabiduría, saber
cuyo es este don, fuí al Señor y hícele oración con todas mis entrañas.
f) ACUDIR A LA VIRGEN Y A LOS SANTOS
Y aunque los remedios ya dichos para alcanzar este bien sean provechosos, y
debemos ejercitar nuestras manos en ellos, ha de ser con condición que no
pongamos nuestra fiucia en ellos, mas hagamos con devota oración lo que David
hacía y nos aconseja, diciendo: Alcé mis ojos a los montes, donde me venía mi
socorro. Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y la tierra, Estos montes a
los santos significan, a los cuales conviene invocar con oraciones, para que nos
alcancen de Dios esta merced. Que [si] para sanar de corporales enfermedades,
visitamos sus casas, ayunamos sus vigilias, celebramos sus fiestas y los
invocamos con oraciones, ¿cuánto con más razón debemos hacer todo esto, para que
nos alcancen de Dios remedio contra este fuego infernal? Principalmente y
particularmente se debe hacer esto en el servicio de la castísima Virgen María,
importunándola con servicios y oraciones por esta merced, las cuales ella oye y
recibe de muy buena gana, y por ser muy amadora de limpieza y verdadera abogada
de los que la quieren tener. Porque, si hallamos en las mujeres de acá algunas
tan amigas de honestidad que ampara[n] con todas sus fuerzas a quien quiere
apartarse de la vileza de este vicio y caminar por la limpieza de la castidad,
¿cuánto más se debe esperar de esta limpísima Virgen de vírgines que pondrá sus
ojos y orejas en los servicios y oraciones del que quisiere la castidad que ella
tan de corazón ama?
No te falte, pues, deseo de haber este bien; no te falte fiucia en Cristo,
ni importunas oraciones a sus santos y a su Madre, y a Él, que no faltará en
ellos cuidado ni amor para orar por ti, ni en él misericordia para te conceder
este don, que él solo lo da; y quiere que todo hombre a quien lo da así lo
conozca, pues así es la verdad.
Es don sobrenatural que no se da a todos igualmente
a) A UNOS SE DA CASTIDAD EN EL ÁNIMA SOLA
Y es de mirar que este don no lo da por un igual, mas según a su santa
voluntad place. A unos da más y a otros menos. Porque a algunos da castidad en
la ánima sola, que es un propósito firme y deliberado de no caer en este vicio
por cosa que sea; mas con este propósito bueno tienen en su carne y parte
sensitiva tentaciones penosas, que, aunque no hagan consentir la razón en el
mal, aflígenla y danla que hacer en defenderse de sus importunidades. Lo cual es
semejable a Moisén y a su pueblo, que estando él en lo alto del monte en
compañía de Dios, estaba el vulgo del pueblo, adorando ídolos en el valle. Y
quien en este estado está debe hacer gracias a nuestro Señor por el bien que le
ha dado en su ánima, y sufrir con paciencia la poca obediencia que su parte
sensitiva le tiene, porque así como, si Eva sola comiera del árbol vedado, no se
cometiera el pecado original, si Adán, su varón, no consintiera, así, mientras
aquel propósito bueno de no consentir cosa mala estuviere vivo en lo más alto de
la ánima, no puede hacer la parte sensitiva, por mucho que coma, que haya pecado
mortal, pues el varón no consiente con ella, antes le desplace y la reprende.
Y si se te hiciere de mal sufrir guerra tan continua dentro de ti, mira que
con el trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el
hombre a servir más a Dios, viendo que le ha más menester; y conocemos nuestra
flaqueza, por locos que seamos, viéndonos andar a tanto peligro, y a los cuernos
del toro, que, a dejarnos Dios un poquito de su mano, caeríamos en la espantable
hondura del pecado mortal. Y si fueres fiel siervo de Dios, mientra más tu carne
te combatiere, tanto más tú con tu ánima te esforzarás a guardar la castidad, y
las tentaciones te serán como golpes que ayudarán a arraigar más en ti la
limpieza; y verás las maravillas de Dios, que así como por nuestra maldad parece
mayor su bondad, así por la flaqueza de nuestra carne obra fortaleza en nuestra
ánima. Y acuérdate que vale más buena guerra que mala paz. Y que es mejor
trabajar nosotros por no consentir, y dar en ello placer a nuestro Señor, que,
por tomar un poco de placer bestial, que en pasando deja doblado dolor, dar
enojos a quien con todas nuestras fuerzas debemos amar y agradar. Llámale con
humildad y con fe, que no dejará de socorrer a quien por su honra pelea; que al
fin hará que salgas con ganancia de la pelea, y te contará este trabajo en
semejanza de martirio, pues como los mártires querían antes morir que negar la
fe, así tú padeces lo que padeces por no quebrantar su santa voluntad, y hacerte
ha compañero en la gloria con ellos, pues lo eres acá en el trabajar.
b) A OTROS TAMBIÉN EN SU PARTE SENSITIVA
A otros da nuestro Señor este bien de la castidad más copiosamente, porque
no sólo les da en el ánima este aborrecimiento de sucios deleites, mas tienen
tanta templanza en su parte sensitiva y carne que gozan de grande paz, y casi no
saben qué es tentación que les dé pena. Y esto suele ser en dos maneras: unos
tienen esta paz en limpieza por natural complexión, otros por elección y merced
de Dios.
Los que por complexión natural, no deben engreírse mucho con la paz que
sienten, ni despreciar a quien ven tentado; porque no se mide la virtud de la
castidad por tener esta paz, mas por tener propósito en el ánima de no ofender
en este pecado a nuestro Señor. Y si uno, siendo tentado y guerreado en su
carne, tiene este propósito bueno en su ánima, con mayor firmeza que el que no
tiene ni siente tentaciones, más casto será éste combatido que el otro con la
paz. Ni tampoco deben estos bien acomplexionados desmayarse, diciendo: «Poco
gano en ser casto, pues lo tengo de complexión», mas deben aprovecharse de la
buena complexión que tienen, queriendo con la razón la castidad, que su
inclinación les convida, suplicando a nuestro Señor les ponga mucha firmeza en
sus ánimos, y de esta manera servirán a Dios con el ánima por el don suyo, y en
la carne por su buena inclinación.
Otros hay que no por inclinación natural, mas por merced de nuestro Señor,
son tan cumplidamente castos que en su ánima tienen muy quitada la gana, y
sienten entrañable aborrecimiento de esta vileza; y en su parte sensiva, tanta
obediencia que no solamente va arrastrando a lo que la razón manda, mas
obedécela con deleite y presteza, concertándose en uno ella con la razón, y
teniendo entre sí entrañable paz y sosiego. Este excelente estado rastrearon
algunos filósofos, los cuales dijeron que había algunos varones tan excelentes
que tenían sus ánimos tan purgados que obraban las virtudes con facilidad y
deleite, sin que se levantasen pasiones, o si vencidas se levantaban, eran
ligeramente y sin pena vencidas. Mas esto que ellos hablaban e quizá no tenían
-o, si lo tenían, era por inclinación natural; o, si era por elección, era a
cabo de mucho tiempo que se ejercitaban en estas buenas costumbres, y lo que
obraban era a fuerzas de sus proprios brazos-, tiénenlo los bienaventurados
cristianos, a los que Cristo les quiere conceder este don, no ganado por fuerza
de ellos, mas infundido por el fuerte Espíritu de él, el cual es de tanta
eficacia, cuando perfectamente obra en ánima y carne, que así como hace que lo
superior del ánima está con perfecta obediencia sujetísimo a Dios, y recibe de
Él poderosas fuerzas y excelentísima lumbre, estando unido tan perfectamente con
Él y tan regido por la voluntad de Él, que diga el Apóstol: El que se llega a
Dios, un espíritu es con Él, así esta eficacia de Dios que obra en la parte
sensitiva hace que, dejada la bestialidad y fiereza que de su naturaleza tiene,
obedezca con deleite a la razón y se le dé muy sujeta. Y aunque en la naturaleza
sean diversas, por ser una espiritual y otra sensual, mas allégase tanto la
parte sensitiva a la razón que toma también su freno, que anda domada y
doméstica, y, aunque no es razón, anda como razonada,no impidiendo, mas
ayudando, como fiel mujer a su marido. Y así como hay ánimas de algunos tan
miserablemente dadas a la voluntad de su carne que no se rigen por otro norte
sino por el apetito de ella y, siendo su naturaleza espiritual, se abate a la
miserable sujección de su cuerpo, tan transformadas en carne, que se tornan
encarnizadas, y parecen, en su voluntad y pensamientos, un puro pedazo de carne;
así la sensualidad de estos otros se junta tanto con la razón que parece más
razonal que las mismas ánimas de los otros.
Dificultosa cosa de haber parecerá ésta; mas, en fin, es obra y dádiva de
Dios, concedida por Jesucristo, su único Hijo, en el tiempo del cual estaba
profetizado que habían de comer juntos lobo y cordero, oso y león; porque las
afecciones irracionales de la parte sensitiva, que como fieros animales quieren
tragar y maltratar la ánima, son pacificadas por el don de Jesucristo, y dejada
su guerra viven en paz, como se dice en Job: Las bestias de la tierra te serán
pacíficas, y con las bestias de la región tendrás amistad. Y entonces se cumple
lo que está escrito en el Psalmo que dice: Tú, hombre unánime conmigo, guía mía,
y conocido mío, que comiste conmigo los dulces manjares, y anduvimos en la casa
de Dios de un consentimiento. Las cuales palabras dice el hombre interior a su
exterior, teniéndolo tan sujeto que lo llama de un ánima, y tan conforme a su
querer que dice que comen entrambos dulces manjares y andan en uno en la casa de
Dios; porque están tan amigos que, si el interior come castidad, orar, ayunar y
velar, y otros santos ejercicios, hallando mucha dulzura en ellos, también el
hombre exterior hace estas obras, y le saben como dulce manjar.
c) SÓLO CRISTO Y SU MADRE, LIBRES DE TODO MOVIMIENTO PECAMINOSO
Mas no entendáis que venga uno en este destierro a tener tanta abundancia
de paz que no sienta alguna vez movimientos contra su razón, porque, sacando a
Cristo Redemptor nuestro, y a su Madre sagrada, no fue a otros concedido este
privilegio; mas habéis de entender que, aunque haya estos movimientos en las
personas a quien Dios concede este don, no son tales ni tantos que les den pena,
antes, sin ponerlos en estrecho de guerra ni quitarles la paz, son ligeramente
por ellos vencidos. Como si viésemos en una ciudad a dos muchachos reñir, y
luego se apaciguasen, no decíamos que, por aquella breve guerra, faltaba paz en
la ciudad, si la hobiese en los principales del pueblo.
Y pues esta alteza de virtud confesaban los filósofos, con no conocer las
fuerzas del Espíritu Santo, no debe ser dificultoso al cristiano confesar esto,
y desearlo, a gloria de la redempción de Cristo, y de su poder, al cual no hay
cosa imposible, cuya paz, es tanta que sobrepuja a todo sentido, como dice San
Pablo. Pues, cuando la carne así estuviere obediente y templada, estonces
estamos bien lejos de oír su lenguaje y seguros de caer en la terrible maldición
que echó Dios a Adán, nuestro padre, porque oyó la voz de su mujer; antes
nosotros hacemos a ella que nos sirva y oya, y, como a pájaro encerrado en
jaula, la enseñamos a hablar nuestro lenguaje, y que con alegría nos obedezca.
De la cual luenga obediencia, que a la razón tiene, queda tan bien acostumbrada
que, si algo pide, no es deleite mas necesidad; y entonces bien la podemos oír,
según Dios mandó a Abraham que oyese la voz de su mujer Sara, la cual era ya muy
vieja, y con su carne tan enflaquecida y mortificada que no tenía las
superfluidades de otras mujeres. Y de esta tal carne algo más nos podemos fiar,
oyendo lo que nos dice, aunque no debemos tanto creerla que su solo dicho nos
baste, mas debemos examinarlo con razón y con el espíritu, porque la que
pensábamos estar muerta no se haga engañosamente mortecina, y tanto más
peligrosamente nos derribe cuanto por más fiel la teníamos.
3. Lenguaje del demonio
Los lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para engañar,
que son innumerables. Porque así como Cristo es causa de todos los bienes, que
se comunican a las ánimas de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de
pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus miserables ovejas,
las induce a mal y mentira, con que eternamente sean perdidas, y porque sus
astucias son tantas que sólo el Espíritu del Señor basta a descubrirlas,
hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a Cristo, que es verdadero
enseñador de las ánimas.
a) SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS
De muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene,
mas entre todos hablemos de dos, que son ser llamado león y dragón. Dice San
Agustín: dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque abiertamente
se enoja.
1) Ensoberbeciendo al hombre
Y la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y
mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída. Ensálzanos con
pensamientos que nos inclinan a estimarnos en algo, haciéndonos caer en
soberbia. Y como él sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó a
hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos participantes en
él, porque también lo seamos en los tormentos que tiene. Sabe él muy bien cuánto
desagrada la soberbia a Dios, y cómo ella sola basta a hacer inútiles todas las
otras virtudes que un hombre tenga; y trabaja tanto por sembrar esta mala
semilla en el ánima que muchas veces deja de tentar a uno y le dice algunas
verdades, y le da algunos buenos consejos y espirituales consolaciones, para
inducirle a soberbia, y así derribarlo y dejarlo, vacío.
Remedios:
a)MIRAR NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR
Mas cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso lenguaje, tanto
con mayor diligencia debemos nosotros hacernos sordos a él, que si el profeta
dice que debajo de la lengua de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor pensamos
que la habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los malos todos? Y
si él nos ensalzare de los bienes que tenernos, humillémonos nosotros mirando
los males que hacemos y hecimos, los cuales son tantos, que, si el Señor no nos
fuera a la mano, y no nos quitara del camino que tan de corazón caminábamos,
fueramos creciendo en maldades como en la edad, hasta que los infernales
tormentos fueran pequeños para nuestro castigo. ¡Oh abismo de misericordia!, y
¿qué te movió a llamar a los que tan lejos iban de ti? ¿Qué te movió a mirar
cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti las espaldas? Acordástete de los
olvidados de ti, haciendo mercedes a los que merecían tormentos, y tomaste por
hijos a los que habían sido malos esclavos, aposentando tu natural persona en
las que primero habían sido hediondo establo de suciedades. Estos males que
entonces hecimos, nuestros eran, y, si otra cosa ahora somos, en Dios lo somos,
como dice el Apóstol: Erades algún tiempo tinieblas, mas ahora luz en el Señor.
Conviene, pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra flaqueza
nos metimos, si queremos estar seguros en el dichoso estado en que por su
misericordia Dios nos ha puesto, creyendo muy de verdad que lo mismo haríamos
que antes hecimos, si la poderosa y piadosa mano de Dios de nos se apartase. Y
si miramos a los muchos peligros a que estamos sujetos por nuestra flaqueza, no
osaremos del todo alegrarnos con el bien que de presente tenemos, con el temor
de los pecados que podemos hacer. Grande alegría mostraron los hijos de Israel y
devotos cantares hicieron a Dios, cuando tan gran maravilla hizo con ellos que
los pasó por el mar a pie enjuto, y parecíales que, pues en tan gran peligro no
habían peligrado, ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni
impedir que alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la esperanza salió de
otra manera porque, después de aquel gran favor, sucedieron tentaciones y
pruebas, y fueron hallados flacos e impacientes en la prueba y pelea los que
habían sido devotos y alegres después de la pasada del mar. Y porque no alcanzan
la corona prometida por Dios, sino los que son hallados fieles en las pruebas
que él les invía, éstos no la alcanzaron; mas que quedaron muertos en el
desierto por sus pecados.
¿Quién será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada, ahora a
la que resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar alguna soberbia, pues en lo
pasado ve cuán miserable cayó, y en lo por venir a tantos temores está sujeto?
Y, si bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios, verá que el
tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los tienen, mas
abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe. Y cuando piensa
que creciendo las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de ellas, parécenle
los bienes que tiene una carga pesadísima, que le hace gemir y ser más cuidadosa
y humilde que antes.
b) PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ
Y porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los huesos la
secreta soberbia, que fuerzas humanas no bastan del todo a limpiarnos de este
pecado, debemos pedir a Dios este don, suplicándole importunamente no nos
permita caer en tan gran traición, que nosotros seamos robadores de la honra que
de todo lo bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan pestilencias de la carne,
y la oración las de la ánima; y por eso conviene al que esta pestilencia siente
en su ánima, orar con toda diligencia y continuación, presentarse delante el
acatamiento de Dios, suplicándole abra los ojos para conocer la verdad de quién
sea Dios, y quién sea él, para que ni atribuya a Dios algún mal, ni tampoco a sí
algún bien.
Y cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una celestial
lumbre en el ánima, con que, quitadas unas gruesas tinieblas, conoce ningún
bien, ni ser, ni fuerzas haber en todo lo criado mas de aquello que la bendita y
graciosa voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce entonces
cuán verdadero cantar es aquél: Llenos son los cielos y la tierra de tu gloria.
Porque en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea a
Dios. Y entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que dijese a los hombres,
que el que es me invío a vosotros; y lo que dijo el Señor en el evangelio:
Ninguno es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el ser que tengan las cosas
y todo el bien, ahora sea del libre albedrío ahora de la gracia, sea dado y
conservado de la mano de Jesucristo, conoce que más se puede decir que Dios es
en ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí mesmas. No porque ellas no
obren, mas porque obran como causas segundas movidas por Dios, principal y
universal hacedor, del cual ellas tienen la virtud para obrar. Y así, mirando a
ellas, en cuanto de sí mismas, no les hallan tomo ni arrimo en si proprias, sino
en aquel infinito ser que las sustenta, en cuya comparación parecen todas ellas,
por grandes que sean, como una pequeña aguja en un infinito mar.
Y de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una profunda
reverencia a la sobreexcelente majestad divinal que le pone tanto aborrecimiento
de atribuir a sí misma ni a otra criatura algún bien, que ni aún pensar en ello
no quiere, considerando que así como el casto de Josef no quiso hacer traición a
su señor, aunque fue requerido de la mujer de él, así no debe el hombre alzarse
con la honra de Dios, la cual él quiere para sí como el marido a su propria
mujer, según está escripto: Mi gloria no la daré yo a otro. Y está el hombre
entonces tan fundado en esta verdad, que aunque todo el mundo lo ensalzase, él
no se ensalzaría, mas, como verdadero justo, desnúdase de la honra, pues ve no
ser suya, y dala al Señor, cuya es. Y en esta luz ve que cuanto más alto está,
más ha recebido de Dios y más le debe, y más pequeño y abajado es en sí mismo;
porque quien tan de verdad crece en otras virtudes, también ha de crecer en la
humildad, diciendo a Dios: Conviene crecer en ti, y a mi ser abajado cada día
más en mí mismo.
Y entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio soberbio, que con
la propria estima la quería engañar; mas oye la verdad de Dios, que dice que la
verdadera honra y estima de la criatura no consiste en sí misma, mas en recebir
y ser estimada y amada de su Criador.
2. Desesperándole:
1. Con la memoria de sus pecados
Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no
haciendo ensalzar el corazón, mas abajándole y desmayándolo, y así traello a
desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha
hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado con la
muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayado como debajo de carga pesada, y
así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado, quitóle
delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán grave mal era
haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para tan mala muerte. Cególe
los ojos con la grandeza del pecado, y dió con él en el lazo, y de allí en el
infierno.
De manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas delante y
escondiéndoles sus señales, y así los engaña haciéndolos ensoberbecer; y a otros
escóndeles que no se acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios ha hecho,
y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos díceles que sus
bienes son muchos y sus pecados pocos y livianos; a los otros, que los bienes
que han hecho son pocos y llenos de falta, y sus males muchos y grandes.
Remedio:
PONER LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS
Y EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y BENEFICIO DE CRISTO
Mas así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la tierra,
asirnos más a la tierra y tener los pies más hincados en ella, y considerando,
no nuestras plumas de pavo, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho
o haríamos, si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el remedio
quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes que hemos hecho y
en la misericordia de Dios, de donde nos vinieron. No es esto para poner
confianza en las obras nuestras, porque no cayamos en un lazo, huyendo de otro;
mas para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no las dejará de
galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no nos dejará en la mitad de
ella, pues sus obras son acabadas como él lo es; y más hizo en sacarnos de
enemistad que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos amonesta San Pablo
diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados a Dios por la muerte de
su Hijo, mucho más ahora que somos reconciliados seremos salvos en la vida de
Él.
Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también
lo será su vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de enemigos amigos,
pues no nos desamparará siendo amigos. Si nos amó desamándole, no nos desamará
amándole. De manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío que aquel que
comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo.
Si el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos
hecho, miremos que ni él es la parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a
quien ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y
demonios, y, por tanto, no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que
el que es parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo así: Si
Dios con nos, ¿quién será contra nos? El cual a su proprio Hijo no perdonó, mas
por todos nosotros lo entregó. Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su Hijo, no
nos haya dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de Dios? Dios es
el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San Pablo. Lo cual,
bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar lo que falta, pues
tales prendas de lo pasado tenemos. No nos espanten nuestros pecados, pues el
eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos para que así viniese el
perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y pues Dios nos perdona, ¿qué
aprovecha que el demonio dé voces, pidiendo justicia? Ya una vez fue hecha
justicia de todos los pecados del mundo; la cual cayó sobre el inocente cordero,
que es Jesucrito, para que todo culpado que quisiese llegarse a él sea
perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar otra vez los pecados del penitente
con infierno, pues ya una vez fueron suficientemente castigados en Jesucristo?
Él nos es dado por la misericordia del Padre, y en él tenemos todas las cosas;
porque, en comparación de tal persona divina, como es el Hijo, ¿qué es todo lo
demás sino menos que él? Y quien dio el Señor, también dio el señorío; y quien
dio el sacrificio, dio el perdón; y quien dio al Hijo, dará todo cuanto
quisiéremos.
Así que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en nuestros
pecados, digamos que no son sino pocos y chicos, y nuestros bienes muchos y
grandes. Pocos son nuestros pecados, no en sí, mas comparados a los muchos
merecimientos de Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas en
Cristo, que nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó; y sus espinas y
sus azotes, y clavos y lanza, muerte y vida, haciéndonos participantes en todo
mediante los sacramentos y fe. Cuantas son las misericordias del Señor, tantos
podemos decir que son nuestros merecimientos; y cuantos son los bienes de
Cristo, en tantos tenemos parte nosotros. Y así como en el mar Bermejo fueron
ahogados Faraón y los suyos, que perseguían a Israel por las espaldas, así, en
la sangre y merecimientos de Cristo, son los pecados que hemos hecho ahogados,
que ninguno queda. Por tanto, cerremos las orejas a este lenguaje, y hagamos ir
avergonzado al demonio, como lo fué de unos, de los cuales dijo: «Estos me han
vencido, porque cuando yo los quiero ensalzar, ellos se abajan, y cuando yo los
quiero abajar ellos se ensalzan.» Y digamos con David: Siendo el Señor mi
ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.
2. Con pensamientos contra Dios
Otras veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y
abominables aun contra las cosas de Dios, y hace entender al que los tiene que
de él salen y que él los quiere tener y con esto atribúlale de tal manera que le
quita toda el alegría del ánima, y le hace entender que está muy desechado de
Dios y condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo que no puede parar
en otra parte sino en el infierno, pues ya le parece tener blasfemias semejantes
a las de allá. No es tan necio el demonio que no se le entiende que el tentando
no ha de venir a consentir en cosas tan abominables, mas es su intento
asombrarle y desmayarle, para que así pierda la confianza que en Dios tenía, y
trabajarlo tanto con sus importunidades e frialdades que le haga perder la
paciencia y sosiego, y así ganar él; como dicen: A río vuelto, ganancia de
pescadores.
Gran merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les guarda y
esconde dentro de sí, para que no sepan qué guerra es aquesta ni oigan aqueste
espantable lenguaje; mas otras veces permite que aquel malvado turbe con sus
voces importunas nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos en pensar
cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy gran tristeza.
Remedios:
a) NO DIALOGAR CON EL DEMONIO
Entonces hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía; y como
mudo, que no abre su boca. Hecho soy como hombre que no oye y que no tiene en su
boca reprehensiones. Y pues no podemos dejar de oír este lenguaje, pues que el
demonio, aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y hablas tan malas,
seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos cuando no nos turbamos ni
entristecemos con ellos, mas estamos en nuestra paz como de antes, no curando de
tomarnos a palabras ni respuestas con el demonio ni sus asechanzas, mas estamos
como sordos y mudos, no haciendo caso de todo cuanto nos dice. Dificultoso es
creer aquesto a los que poco saben de las astucias del demonio, los cuales
piensan que, si no dejan de hacer lo que hacían y se ocupan en ojear y andar
matando las moscas de los tales pensamientos, ya han consentido en ellos,
creyendo que es todo uno: sentir pensamientos y consentir en ellos. En la
verdad, mientras los tales pensamientos son más abominales, más seguro está el
hombre que no consentirá en ellos. Y basta no curar de ellos con una sosegada
disimulación, porque no hay cosa que al demonio más lastime que el despreciarlo
tan despreciado que ningún caso hagan de él ni hay cosa tan peligrosa como
trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.
Y por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos parezca que
teníamos qué, mas una vez al día decir que creemos lo que cree la santa Iglesia
Romana, y que no queremos consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al
Señor lo que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos por mí; y
sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición que tengamos esperanza en él y
callemos nosotros. Porque, si tenemos muchas respuestas nosotros, ¿cómo le
diremos que responda por nos? Por lo cual dice la sagrada Escriptura: Vosotros
callaréis y el Señor peleará por vosotros. De manera que nuestro pelear no es a
solas manos, mas muy más principalmente con invocar al Señor todopoderoso, el
cual por nosotros pelea. Y esto es lo que dice el profeta Esaías: En silencio y
esperanza será vuestra fortaleza. Porque uno de estos dos que falte, luego el
hombre se turba y enflaquece.
b) CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN
Mas dirá alguno: «Quítanme estos pensamientos la devoción, y suélenme venir
cuando yo me llego a las buenas obras, y por no oír tales cosas, estoy
determinado muchas veces de no las hacer.» A esto digo: que esto es por lo cual
el demonio andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar; aunque
parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes crecer en el bien que
menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio con pérdida de
lo que pensaba llevar ganancia.
E si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros servicios por
devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, mas un ofrecimiento de
voluntad a lo que Dios quiere que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad o no,
y si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen también la
desordenada codicia de los devotos sentimientos del ánima, como dejan la codicia
de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que viven, y no hallaría el
demonio codicia en que asir, como en cabellos, con sus engaños, y lastimarles
con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos nos hemos de ofrecer a él, y
sola nuestra vestidura ha de ser su santísima voluntad, sin mirar a otra parte.
Igualmente hemos de tomar la tentación que la consolación de su mano, y oír
demonios como oír ángeles, y ser tentados y azotados como ser abrazados.
Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos de nuestros quereres, aunque nos
parezcan buenos, mas a aquella fuerte columna de la divina voluntad, que nunca
se muda. Para que así no vivamos en mudanzas, mas participemos a nuestro modo de
aquella immutabilidad y sosiego que la divina voluntad tiene, haciendo siempre
lo que quiere, y tomando lo que nos invía.
Decidme, doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por
consolaciones y gustos de ánima que servirle por dinero, qué más por cielo que
por tierra, si el postrer paradero es mi codicia? Lucifer, según muchos doctores
dicen, la bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía y de quien
debía, y que se le diese cuando Dios quería, no aprovechó que lo que deseaba era
bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así fué su deseo codicia, y no buen
deseo.
C) CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS
Pues de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear nuestros
consuelos o devociones, o sosiego, o semejantes cosas, parando en ellas, mas,
libres de estas cosas, asestar nuestro querer en aquel norte inmutable de la
divina voluntad, tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no holgarnos por
lo que nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque se huelga él en
dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si supiésemos que él es servido. Y no
digo yo esto, porque se puede excusar el gozo cuando el Señor nos visita, o la
pena, cuando nos deja en manos de nuestros enemigos para ser de ellos tentados,
mas porque, en cuanto pudiéremos, nos mostremos a no hacer mucho caso del
consuelo, porque no sintamos las mudanzas que necesariamente hemos de sentir, si
a estas cosas nos arrimamos.
Suplicad al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del sol
veríamos que todas las cosas de la tierra y del cielo son muy poca cosa para
desear ni gozar, si de ellas se apartase la voluntad del Señor. Más vale sin
comparación comer o dormir, si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin su
querer. No estemos pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos parezcan,
más de cuanto fuere siempre la voluntad buena de nuestro Señor Dios. Y así
ligeramente tendremos sosiego entre los alborotos que el demonio causa, porque
estará mortificada nuestra voluntad, que es la que causaba el descontento, y
viviremos siempre en una continua paz, según en este destierro se puede haber,
por estar conformes con la voluntad de nuestro Señor Dios, la cual tan bien se
cumple en nosotros cuando somos atribulados, como cuando somos consolados.
Echemos, de nosotros tanta fruta perdida, que estaba colgada de nuestra secreta
codicia, y cogeremos otros nuevos frutos de gozo y paz, que de esta unión con la
divina voluntad suelen venir.
Esta es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El quería
hacernos enojar, aunque a otra parte parecía que tiraba. Nosotros guardámosle el
golpe y cobrímonos con paciencia, conformándonos con la voluntad divina, y así
quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no curando de lo que en nos pasa,
por penoso que sea, mas de la voluntad del que lo invía, vencemos nuestra
propria voluntad; lo cual es la causa de nuestra corona.
Y porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de
contentarnos con lo que viene, y de tener confianza, mientra más el demonio nos
la quiere quitar, que por vía de fuerza, queriendo evitar que no nos vengan
estos pensamientos, pues que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la
esposa en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que destruyen las
viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo nuestra ánima es,
plantada con su mano y regada con su sangre. Esta florececuando, pasado el
tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y fructifera al que la
plantó. Mas porque a los tales principios suelen acechar estas y otras
tentaciones del astuto demonio, y les suelen dañar con hacerles desmayar,
trayéndoles pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor, por eso nos
amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima, viña suya, ha florecido,que
tengamos manera para cercar estas importunas tentaciones. En decir cazar,da a
entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en decir que son zorras,da a
entender que son tentaciones solapadas, que pareciendo ir a herir en una parte,
hieren en otra. En decir pequeñas, da a entender que para quien las conoce no
son grandes, porque el solo conocerlas es vencerlas; y a quien le parecen
grandes, es el que con su temor y poco saber las hace grandes. Y en decir que
destruyen las viñas, da a entender cuánto daño hacen en los hombres que no las
conocen, hasta traerlos algunas veces a tanto enojo, que de enojados, como no
les quita Dios las tales tentaciones, vienen por miserable consejo a consentir o
casi consentir en ellas, y algunas veces pasa tan adelante este mal que, por no
sufrir guerra tan cruda en el camino de Dios, lo dejan y se dan abiertamente a
pecar, pensando por allí huir de ellas; o, si esto no hacen, algunos suelen
venir a desesperar, por no sufrir guerra tan cruda.
d) BUSCAR UN BUEN CONFESOR
Y suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el haberlas de
decir abiertamente a su confesor, por ser cosas tan feas que no merecen ser
tomadas en lengua, y que dan gran desmayo, por su abominación, cuando se
cuentan. Y, por otra parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien confesados,
y así nunca salen satisfechos de la confesión por el callar, o salen muy penados
por haber dicho cosas que tanta pena les dan. Lo que estas personas cerca de
esto deben hacer es buscar un confesor sabio, experimentado en las cosas de
Dios, y darle a entender las tentaciones que pasan, de arte que, aunque no se
digan los pensamientos de la misma manera que se piensan, porque esto no es
menester y muchas veces daña y no se puede hacer, mas dígase de manera que el
confesor pueda entender la enfermedad que es, y esto basta.
Y el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas veces que
el penitente le pregunte una misma cosa, ni por otras flaquezas que estas
personas escrupulosas y tentadas pueden tener; mas antes se acuerde de lo que el
Apóstol dice: Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti mismo, y no
seas también tentado. Y por graves cosas que en estas personas vea, no desmaye,
porque no suele el Señor olvidar sus ovejas en aquestos peligros, mas socórrelas
cuando más desesperado parece estar el remedio, según yo he visto en muy muchas
personas afligidas gravísimamente con estas tentaciones, aun hasta trance de
desesperar. De las cuales ninguna he visto parar en mal, mas ser socorridas de
Dios con entera sanidad de estos trabajos.
Ore, pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al
penitente la enmienda de su vida; y déle buena esperanza de parte de nuestro
Señor, que él cumplirá las promesas que de su parte le dieren con fe; y enseñe
al penitente que ningún pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede ensuciar
el ánima, cuando no es consentido. Y pues el penitente no consiente, mas toma
mucho desplacer en aquestas cosas, antes las debe tomar en purgatorio de sus
pecados y en ejercicio de paciencia, como quien está padeciendo martirio en
manos de crueles sayones, que pensar que ofende a Dios en ello, o que va camino
de perdición.
Y con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio como zorra
trae, que era amagar para hacernos caer en infidelidad o blasfemias, o
suciedades o cosas semejantes; y cuando nosotros íbamos a escudarnos de aquel
golpe, penándonos mucho, desmayándonos con los tales pensamientos, descubríamos
el ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí nos hería en
descubierto muy a su placer como quien amaga a la cabeza y hiere a los pies. Mas
contra este arte usemos de otro arte, y es no asombrarnos ni desmayarnos, ni
perder la paciencia, mas cubrirnos de pies a cabeza y en todo tiempo con la fe y
conformidad de la voluntad del Señor; y estar contentos de tener aquello, si el
Señor es servido que lo tengamos, toda la vida.
Y así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la devoción que
nos quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de Dios el que pensaba
estorbarnos. E hizo por su ocasión que, estando nuestra ánima en flor de
principios, comience a dar frutos de hombres perfectos, porque nos hace desnudar
de nosotros mismos y que, comiendo antes leche de devoción tierna, comemos ya
pan con corteza, manteniéndonos con las duras piedras de las tentaciones; las
cuales él nos traía para probarnos si éramos hijos de Dios, y sacamos de la
ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación salimos probados y
aprovechados.
Los cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad no es
fabricarnos coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y omnipotente Bien, Dios, el
cual no dejaría acaecer mal ninguno, sino para sacar mayor bien; ni dejaría a
nuestro enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino para gran
confusión del que atribula y bien del atribulado; y esto es lo que dice David:
Este dragón que formaste para que hiciesen burla de él. Dragón llama al demonio
por sus asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo malo y tentador de los
buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien de sus males, porque mientras más
piensa dañar a los buenos, más provecho les hace, y queriéndolos abatir al
infierno, les da ocasión que ganen el cielo; de lo cual él queda tan corrido y
burlado que no quisiera haber comenzado el juego. Y esto es en lo que todos
harán burla de él, pues por sus tentaciones aprovechó a los que pensaba dañar,
cayendo sobre su cabeza la maldad que a otros urdía, y cayendo en el lazo que
armó; y, quedando él con tristeza muerto de invidia, verá ir a los amigos de
Dios, que él, tentó, cantando con alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros
quedamos libres; nuestra ayuda es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la
tierra.
b. ABIERTAMENTE SE ENOJA
Remedios:
a) TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR
Es tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que por todas
las vías tientan que no gocemos lo que ellos perdieron; y cuando en una batalla
van de nosotros vencidos o, por mejor decir, de Dios en nosotros, mueven otras y
otras, para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien traguen; mudan armas
y género de batalla, pensando que a los que no vencieron en una vencerán en
otra. Por lo cual, después que han visto que por astucia no han podido empecer,
por estar enseñados por la verdadera doctrina cristiana, que nos enseña a
ponernos en el justísimo querer del Señor, intentan guerra más descubierta,
haciéndose león feroz, el cual antes era dragón ascondido. Ya no tienta de uno y
va a parar en otro, mas claramente se quiere hacer temer, pensando de alcanzar
por espanto lo que por arte no pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león
fiero, que con su bramido quiere espantar, como dice San Pedro: Hermanos, sed
templados y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león bramando,
rodea, buscando a quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben ser
destempladosni descuidados los que tal enemigo tienen, ni deben dejar de orar al
verdadero pastor, las ovejas que se ven cercadas de boca tan mala. Mas, ¿cuáles
son las armas con que se vence este bravo león, para que de esta guerra, como de
la pasada, vaya confundido el que pensó confundirnos? Estas son la fe, según
dice San Pedro. Porque cuando una ánima desprecia lo que ve y confía en Dios, al
cual no ve, no hay por donde el demonio le entre; mas este firme crédito y
confianza en Dios la guarda muy firme y sin temor, y le hace despreciar las
amenazas de los demonios, porque, como una de las principales, cosas en que él
ponga sus fuerzas sea en hacer los corazones pusilánimes y desmayados, es
eficacísimo remedio contra él la firme confianza en Dios, como leemos haber
dicho aquel gran vencedor de demonios San Antón: La señal de la Cruz y la fe con
el Señor nos es a nosotros inexpugnable muro. ¿Cómo temerá al demonio quien cree
que ninguna cosa puede sin darle Dios el poder? ¿Pudieron quizá los demonios
tocar en Job, o en su hacienda, o siquiera ahogar los puercos de los genesarios,
sin tener licencia primero de Dios? Pues quien no puede tocar a los puercos,
¿podía tocar a los hijos?
Si el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este temor,
porque él nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a quien temáis: Temed a aquel
que, después de haber muerto el cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a
éste temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer a mundo y
demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que el demonio no puede llegar
al cabello de nuestra cabeza, porque todos los tiene Cristo contados, haremos
burla de los fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer cocos a
niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor a uno es hacerle un
modo de reverencia y darle sujeción, y por esto ni en poco ni en mucho debemos
temer al demonio, pues Cristo nos libertó y nos le puso debajo los pies; y
debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo temor; mas para
con el demonio, muy esforzados y llenos de una santa soberbia. Cosa es muy
probada que a los que el demonio temen les hace mil befas, y a los que le
desprecian huye, y tanto cuanto él más braveza mostrare tanto menos se debe
temer. Por costumbre de meter a voces y guerra a quien le falta justicia, y
querer alcanzar por amenazas lo que no ha podido por arte.
Creedme, doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando figura
de serpiente, o de toro o de león, o de otras bestias, y estorbando la oración
con sonidos, y hace crujir toda la casa; y cuando impide el reposo del sueño con
espanto, como al santo Job se lee que hacía; cuando en estas y otras bregas anda
el demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y temeroso lo hace, mas
decirles como San Antón: «Si tuviésedes algunas fuerzas, uno solo de vosotros
bastaría para pelear; mas, porque sois quebrantados de Dios, trabajáis por
atemorizar, juntándoos muchos a una. Si el Señor os ha dado poder sobre mí,
veísme aquí, tragadme; mas si no podéis, ¿por qué trabajáis en balde?». Verdad
es que nuestras fuerzas, cotejadas con las suyas, son muy pequeñas; mas la fe
nos dice, si sordos no estamos, que el Señor es delendedor de todos los que
esperan con Él. Y si tenemos un enemigo muy sabio para hacer mal, muy fuerte, y
que tanto nos aborrece, tenemos un amigo más sabio, más fuerte, y que más nos
ama sin comparación. Mucho dicen que sabe el demonio, según el mismo nombre lo
dice -quieren decir resabido-, pues ¿qué es su saber en comparación del abismo
de la sabiduría divina que no tiene fin? Si el poder del demonio no tiene igual
sobre la tierra, según se escribe en Job, el poder divino no tiene igual en el
cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio, mas mucho más nos ama Dios
que él nos desama. No duerme el demonio, buscando cómo nos dañe más. Mucho velan
los benditos ojos de Dios guardándonos como a sus ovejas, por las cuales derramó
su preciosa sangre. Pues, si tenemos el brazo del Omnipotente con nos, ¿qué
temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en comparación del divino?, ¿qué
temeremos de este león que busca a quien trague, pues nos defiende el fuerte
león de Judá, el cual siempre vence? Y si el demonio nos cerca, Cristo está
aparejado para pelear por nosotros; empero, si no perdemos la fe, como se
escribe en la Santa Escriptura, la cual cuenta que, como contra el rey Josafat
viniese innumerable copia de gente, tanto que él fue lleno de miedo, y dejando
sus pocas fuerzas por las muchas de sus enemigos, dióse a pedir favor al
Omnipotente. Y respondióle Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice
el Señor Dios: No queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre, porque no es
la guerra vuestra mas del Señor. No seréis vosotros los que habéis de pelear,
mas solamente estad con confianza, y veréis el socorro del Señor sobre vosotros.
¡Oh Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que mañana saldréis y
el Señor será con vosotros!
Si bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que pelean en la
guerra del Señor se da, veremos que, resistiendo nosotros en fe, el Señor ha de
hacer la victoria, y que es gran maldad haber miedo los que tan mandados están
que no lo tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del poder de Dios
los que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen temor del cielo o tierra; ni
siente bien de su verdad quien no cree esta promesa; ni siente bien de su bondad
quien no cree que tiene sus ojos y su corazón puesto en nosotros. Aún cuando nos
parece que más olvidados estamos, acordémonos de cómo San Antón, siendo
reciamente azotado de los demonios y acoceado, alzando los ojos arriba, vio
abrirse la techumbre de su celda, y entra por allí un rayo de luz, tras del cual
huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas de él fue quitado. Y,
viendo a Jesucristo nuestro Señor, díjole con entrañables sospiros: «¿Adónde
estabas, buen Jesú, adónde estabas? ¿Por qué no estuviste aquí al principio,
para que sanaras todas mis llagas?». A lo cual respondió el Señor diciendo:
«Antón, aquí estaba, mas esperaba ver tu pelea, y porque varonilmente peleaste,
siempre te ayudaré, y te haré ser nombrado por toda la redondez de la tierra.»
Con las cuales palabras, y con la virtud de Cristo, se levantó tan esforzado que
entendió haber recobrado más fuerza que primero había perdido.
b) PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS
E ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas consideraciones,
debemos mirar las muchas veces que nos ha sacado victoriosos, y nos ha defendido
de semejantes peleas. En lo cual nos da crédito que así lo hará adelante. No
deja el Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros, sino para que
vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un cabello de fortaleza, ni se
pueden aprovechar de los favores que en tiempos pasados de Dios han recebido; y
quedan desnudos y en unas escuras tinieblas, sin hallar en qué hacer pie, mas
súbitamente los levanta y fortalece más que antes estaban. Porque vean cuán
fuerte es Dios en librarlos de tanta flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los
que están extremamente fatigados; cuán verdadero, en sus promesas, que promete,
de no desmamparar a los que le sirven. Para que, conociendo el hombre por
experiencia su propria flaqueza, no le engañe la mentira de su estimación; y
experimentando la fortaleza y bondad divina, le adore y le crea, y espere en él,
cuando en otro peligro se viere. Y esto afirma San Pablo haberle acaecido,
diciendo: No quiero que ignoréis, hermanos, nuestra tribulación en Asia, en que
sobremanera y sobre nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos daba pena
el vivir, y nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por cierto que no habíamos de
escapar de la muerte. Y esto acaeció así, para que no tengamos fiucia en
nosotros, mas en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos libró de tan
grandes peligros, y en el que esperamos que también nos librará de aquí
adelante.
Y en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que diez o
doce veces nos hobiese enseñado su amor y favor en nuestros trabajos, creeríamos
que nos amaba y que nos lo enseñaría también otra vez, si en trabajos nos
viésemos. Y pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo en no
dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no le ternemos en posesión
de fiel amigo para todo lo que nos puede venir? Extrema incredulidad es, y digna
de grande castigo, no creer más de Dios de lo que presente con nosotros hace y
nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure de lo por venir, pues esta fe es
la que nos hace victoriosos, la cual no nos engañará, porque los que en el Señor
esperan nunca serán confundidos, y así como cuando el demonio nos quiere alzar,
le vencemos abajándonos, así, mientra más él se hiciere temer, más lo
despreciemos; y, mientra más nos quisiere abajar, más nos levantemos en el favor
de aquel que es todo nuestro y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado
el criado del gran Eliseo, el cual tenía mucho temor de gran compaña de gente
que venía a prender a su señor. Al cual dijo Eliseo: No quieras temer, porque
más son con nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los
ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un
monte lleno de caballería y carros enderredor de Eliseo, los cuales eran ángeles
del Señor, venidos a defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de
nuestra parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que todos los
infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al Señor de los ángeles, el cual,
solo, puede más que los infernales y celestiales poderes, y, por tanto,
abastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo temor;
hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo, que fue manso cordero en
entregarse por nosotros, y fue león fuerte en despojar los infiernos, y vencer y
atar los demonios, y en defendernos como a sus amadas ovejas.
B) A quién debemos oír
1. Palabra
primera. De cómo hemos de oír a solo Dios
Mucho nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de estas
malas hablas; queda ahora de oír la primera palabra, en que el profeta David nos
amonesta que oyamos. Y pues no hemos de oír a la diversidad de los ya dichos
lenguajes, desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que a solo
Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del que le oye, según él
dice: Oyéndome, oíme; y comed del bien, y deleitarse ha en grosura vuestra
ánima; inclinad a vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra ánima, y
haré con vosotros un sempiterno concierto.
Grandes promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a
cumplir; y dichoso es aquel a quien les cumple y con quien hace este sempiterno
concierto, el cual es que el Señor sea Dios del hombre, y el hombre tenga al
Señor por Dios y por Padre. Y esto declara San Pablo diciendo: Vosotros sois
templo de Dios vivo.Como le dice Dios: Yo moraré entre ellos, y andaré entre
ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo cual, salid de en
medio de los malos, y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo os
recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos y hijas, dice el Señor
todopoderoso.
No puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso lo dice;
ni hay lengua que pueda explicar cuánta sea la merced que Dios hace en querer
ser Dios de alguna persona, porque es tener un particular cuidado de ella,
defendiéndola, guiándola, favoreciéndola, y capitular con ella de serle su
amparo, como buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y tornando por ella,
como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad, y, después de todo,
darle su hacienda, para que en el cielo le herede como hijo a Padre. Por todo lo
cual decía David: Bienaventurada la gente, de la cual el Señor es Dios, y el
pueblo al cual él escogió para heredad para sí. Y así como Dios tiene cuidado de
rey y de padre de aquellos de quien él es Dios, así el tener uno al Señor por
Dios es reverenciar y adorar su Majestad infinita, y obedecerla como a padre y
señor, y vivir confiado debajo del amparo de él, creyendo que, teniendo su Dios
lo que tiene, no le podrá a él ir mal; y en fin, esperar de Dios lo que un hijo
espera de su Padre.
Este concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se acaba
aunque muera la una parte, mas, comenzándose en esta temporal vida, durará en el
cielo muy más perfectamente para siempre jamás.
2. Este oír es por la fe
Veis aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta atención
debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos. Este oír a Dios es por la
fe;la cual no es enseñanza humana, mas divina, porque no creemos a las
Escripturas como a palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San Pedro,
ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo que escribió que al
que no lo fue, mas recibimos estas palabras como dichas de Dios por la boca de
ellos, y a Dios creemos en ellos. Y por eso nuestra fe imposible es dejar de ser
verdadera, como es imposible la suma verdad de Dios dejar de ser.
1) La fe, fundamento de todo bien
Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el
hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo
el edificio de Dios que no le pueden derribar vientos de persecuciones, ni ríos
de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre todos
los peligros tiene el ánima en mucha firmeza como el áncora tiene a la nao en
las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza que las puertas de los infiernos,
que son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no prevalecerán contra
ella; porque no la enseñó carne ni sangre, mas el Padre que está en los cielos,
a cuyas obras y poder no hay quien resista. Esta hace a los creyentes hijos de
Dios, como dice san Pablo: Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe que
tenéis en Jesucristo; y por ella alcanzan el cielo, pues, siendo hijos, han de
ser herederos. Ésta incorpora al hombre en el cuerpo de Jesucristo, y le hace
ser hermano y compañero de Él, y ser participante en la justicia y merecimientos
y bienes de Cristo, a lo cual no hay igual bien.
2) Es don de Dios
Y cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la viva, la cual
dice San Pablo que es fe que obra mediante el amor. Como cuando hablamos de
hombres o de caballos, no entendemos de los muertos, mas de los que viven y
sienten, y obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se hereda
de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración, como lo afirma en el
evangelio Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Ninguno puede venir a mí, si mi
Padre no le trajere, y yo le resucitaré en el día postrero. Escripto está en los
profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que oyó y aprendió de mi
Padre viene a mí.
La verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: «nací de cristianos», o
«veo a otros ser cristianos, y por eso soy cristiano», y «oyo decir a otros que
la fe es verdadera y por eso la creo»; porque a hombre principalmente cree, no
mirando a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el Eterno Padre,
haciendo creer con gran firmeza y certidumbre, que Jesucristo es su único Hijo,
con todo lo demás que de él cree su esposa la Iglesia, en la cual está el
verdadero conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no hay sino error y
muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó y aprendió del Padre, y el
que dicen los profetas que es enseñado por Dios. Y por eso, aunque viese
titubear o caer a todos los hombres, no se turbaría él por las caídas de ellos,
pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a Dios, cree su fe con mucho
deleite, aun hasta derramar de buena gana la sangre en confirmación de esta
verdad. De la cual está tan cierto que ni aun por pensamiento cosa contraria le
pasa, o, si pasa, es tan de paso que ninguna pena da en el corazón de quien así
cree.
Esta fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos con la
certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir que la conserve y acreciente, como
la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si algún rato
se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la cierta y suma
verdad de Dios, que es el sol de donde ella nace, para que sus rayos calienten y
alumbren y esfuercen nuestra flaqueza y tinieblas, y nos confirmen más y más en
esta verdad, con condición que, teniendo esta fe, seamos fieles al dador de
ella, conociendo que lo somos por él, y no por nosotros ni por nuestros
merecimientos, como lo amonesta San Pablo, diciendo: Por gracia sois hechos
salvos mediante la fe. Y entonces no es de vosotros, porque don de Dios es, no
de vuestras obras, porque ninguno se gloríe. De lo cual parece que ningún
achaque ni ocasión pueden tener los hombres vanos para atribuir a sí mismos la
gloria de este divino edificio, que somos nosotros; el cual consiste en fe y
caridad, pues que la fe, que es el principio de todo el bien, es atraimiento de
Dios, como dice el Evangelio, y don gracioso de él, como dice el bienaventurado
San Pablo, y la caridad, que es el fin y perfección de la obra, tampoco es de
nuestra cosecha, mas como dice el Apóstol: es derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que nos es dado.
3) Y obra del libre albedrío
Mas dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad, ¿para qué nos
amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A esto digo que para que conozcamos
nuestra flaqueza e invoquemos la gracia de Dios, que por Jesucristo se da.
Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento muy alto, y sus pocas
fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no había mandamiento, pensaba que podría
mucho, mas ya conoce por experiencia su mucha flaqueza, y acuerda de quitar la
confianza de sí, y humillarse a nuestro Señor, pidiéndole con oraciones devotas
que, pues él le puso la ley, él mismo le dé la gracia y fuerza para cumplirla.
No debe, pues, desmayar el hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios,
por sentir su inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con ayuno,
limosnas y otros buenos ejercicios, y principalmente con importuna oración a
Dios, invocando el nombre de Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la
gracia, con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como lo
aconseja San Agustín diciendo: «Si no sientes que eres traído de Dios, suplícale
que traya». Y como Dios sea sumamente bueno, da de buena gana su espíritu bueno
a quien se lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo de la pesadumbre
de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar, mas suavemente convidar, y
instigar y mover, de arte que el libre albedrío del hombre es ayudado por el
movimiento de Dios a consentir y a obrar lo que Dios le inspira; mas no de tal
arte forzado, que, si él quisiese contradecir el llamamiento de Dios, hobiese
quien le fuese a la mano. De manera que, si el hombre consiente, Dios le instigó
y le puso gana para consentir, y a él se debe la gloria; y si no consiente, a su
propria flaqueza se ha de imputar, que quiso con su libertad escoger la peor
parte, que fue no seguir a Dios que le llamaba. Así como si tú quisieses traer
hacia ti un hombre, y le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo
lleves por fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si él quisiere
libremente seguir a tu traimiento, puédelo hacer, y diremos que tú le trajiste,
porque tú le tiraste y fuiste causa que libremente fuese para ti; mas, si él no
lo quisiese hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar, podríalo
hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que de ti se pudiese quejar.
Porque, según dice el Señor: Tu perdición es de ti, y tu remedio está en mí
solamente.
II. ET VIDE
Palabra segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver
Si bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario es el oír
para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la segunda palabra, que dice:
Ve. No basta estar atento a las divinas palabras de fuera y inspiraciones de
dentro, que es el oír; mas conviene también tener sano el otro sentido que es
ver, porque no menos son reprehendidos de Cristo los ciegos que no ven la luz,
que los sordos que no oyen.
A) Con los ojos del cuerpo
Mas no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir fiestas o
mundo, porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino cegar, pues impide la vista del
ánima? Los ojos del cuerpo basta que miren la tierra, en que se han de tornar;
mas los espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su deseo, según
dice David: Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y estrellas que Tú
fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo impedimos, con tal que sea la
vista para pasar de ellas a Dios, no para perder y olvidar a Dios en ellas;
porque de esta vista dice David al Señor: Aparta, Señor, mis ojos, porque no
vean las vanidades; en el camino tuyo anímame. Bien sabía este santo rey que el
demasiado mirar es impedimento para correr con ligereza la carrera de Dios, y
suele entibiar el corazón encendido y por eso dice: Avívame en tu carrera.
Porque, según está claro a los experimentados, cuanto más recogidos tienen estos
ojos exteriores tanto más ven con los interiores, cuya vista es más alegre y más
provechosa. Lo cual es justo que fácilmente crea un cristiano, pues leemos de
algunos filósofos haberse sacado los ojos del cuerpo por tener más recogido su
entendimiento para contemplar. En el cual hecho debemos burlar de su error en
sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo en tener recogimiento en
ellos.
Así con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos acaezcan
los males que de la soltura suelen venir. ¿De dónde pensáis que vino la causa de
la perdición al mundo? Por cierto, no de más que de una vista desordenada.
MiróEva al árbol vedado, dióle gana de comer de su fruto, porque le parecía
hermoso, comió y hizo comer a su marido y la comida fue muerte para ellos y
cuantos de ellos vinieron. No es cordura mirar lo que no es lícito desear, como
parece en el santo rey David, cuyos ojos se deleitaron en mirar la mujer que se
lavaba en su huerto; y tuvo después que mirar noches y días, lavando su cama y
estrado con lágrimas, en tanta abundancia que sus ojos estaban carcomidos, como
de polilla, de mucho llorar; y él dice: Arroyos de aguas corrieron de mis ojos,
porque no guardaron tu ley. Buen consejo hobiera sido a sus ojos no deleitarse
en lo que después tan caro les costó, y también lo será a nosotros pecadores,
pues tan livianos somos que, tras los ojos, se nos va el corazón. Pongamos,
pues, un velo entre nosotros y toda criatura, no hincando los ojos del todo en
ella; por ocupallos allí, no perdamos la vista del Criador, quiero decir,
nuestras devotas consideraciones que de Dios teníamos.
Y creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de corazón recogido
es la mortificación en el mirar, y del corazón disoluto, la disolución del
mirar. No hay pulso que tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el ojo
declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual el esposo alaba a
la esposa de los ojos, diciendo: Tus ojos son de paloma, dando a entender que
son honestos como los de la paloma, que suelen ser negros. Miremos, pues, cómo
miramos, si no queremos pagar llorando lo que pecamos mirando.
B) Con los ojos del ánima
E si esto conviene mirar en los ojos de fuera, ¿cuánto más en los
interiores,en los cuales verdaderamente está el bien o el mal mirar, y por los
cuales es uno juzgado que tiene vista o que es ciego? Claro está que los
fariseos a quien Jesucristo nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara, mas,
porque no veían con los del ánima, llámalos ciegos, y guías de ciegos. Y, por el
contrario, el patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en los ojos del
ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos del cuerpo. Porque,
como dijo San Antón a un ciego llamado Dídimo, que era muy sabio en las
Escripturas divinas. «No es razón que toméis pena por no tener ojos del cuerpo,
los cuales tienen también los gatos y los perros, y otros menores animales, pues
tenéis claros los ojos del ánima, con los cuales podéis ver a Dios.»
Pues de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la segunda
palabra, que dice: Ve. Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro
entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis de polvo de
tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos humores de pensamientos de cuerpo,
mas sacudido de estas poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro
entendimiento claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide
para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó Cristo en balde
de las ocupaciones del mundo, y hizo que no entrásedes a moler en la tahona de
las cargas del matrimonio, cuyos cuidados suelen turbar los ojos de quien anda
en ellos, si muy especial gracia del Señor no tienen para cumplir bien con dos
partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda suya, y vuestros ojos a
Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele mirar.
1. Del proprio conocimiento
1) Necesidad del propio conocimiento
Ternéis, pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis a vos, y
después a Dios, y después a los prójimos. Miradvos porque os conozcáis y tengáis
en poco; porque no hay peor engaño que ser uno engañado en sí mesmo, teniéndose
por otro del que es. Lodo sois de parte del cuerpo, pecadora de parte del ánima.
Si en más que esto os tenéis, ciega estáis y deciros ha vuestro esposo: Si te
conoces, hermosa entre las mujeres, salte y vete tras las pisadas de tus
manadas, y apacienta tus cabritos par de las moradas.
No hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y
vete. Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con su
mujer, que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas,
diciendo: «Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y irse de Dios,
sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los males? ¿Dónde iremos,
dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis? ¿Dónde iremos, Señor, que
fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde iremos, alegre luz, sin la
cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el cual hay hombre mortal? ¿Dónde,
firmísimo amparo, sin el cual la seguridad es peligro? ¿Dónde irá la oveja,
estando en todas partes cercada de los lobos, si el pastor la desabriga y alanza
de sí? Recia palabra es: Salte y vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir
el día postrero a los malos: Idos, malditos, al fuego que os está aparejado.
Otra vez digo que no hay cosa que más deba temer, ni tanto deba trabajar por
evitar quien está en la abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su
fortísimo amparo. ¿Cómo oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa
liviana, mas es causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del
amparo divino, ¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que hizo San Pedro
cuando negó a nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había
hecho, hasta que el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y
olvidado en él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de
su cuidado había sido haber confiado de sí.
De manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso en echar
de casa sus hijos, es porque no se conocen, atribuyendo a sí los bienes que de
él venían. Así a esta ánima dice el esposo: Salte y vete tras las pisadas de tus
manadas; que quiere decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras o rastros
de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como manadas, ayudándose en
ellos unos a otros. Los cuales también serán en el día postrero atados como
manojos, para ser en el infernal fuego juntamente quemados los que fueron juntos
en los pecados. Dice el esposo a la tal ánima: manadas tuyas, porque el pecado
es de nosotros, no de Dios; y el bien es de Dios y no nuestro, pues por su
virtud lo hacemos. Lo cual Él quiere muy de hecho que conozcamos ser así, no
tanto por lo que a Él toca, cuya gloria conoce en sí mesmo, aunque nosotros no
le glorifiquemos; mas por lo que toca a nosotros, cuyo bien es muy grande
conocer que de todo el bien que tenemos, no a nosotros, sino a él se debe la
honra. Y si de lo que Él puso en nosotros para su alabanza, queremos edificar
ídolo, atribuyendo la gloria del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles
hombres, no lo dejará Él sin castigo, mas dirá: «Razón es que te quedes con lo
que es tuyo, y te pierdes, pues no quesiste permanecer en mí para salvarte.» ¡Oh
cuán de verdad se cumplen en los soberbios estas palabras, y cuán presto de
espirituales se hacen carnales, de recogidos disolutos, de oro lodo; y los que
solían comer con sabor pan celestial, deléitanse después en comer manjares de
puercos, siéndoles cosa muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más aún oír
hablar de Él! ¿Dónde pensáis que ha venido haber sido algunas personas castos en
el tiempo de su mocedad, aunque fueron combatidos de graves tentaciones, y,
venidos a la vejez, haber miserablemente caído en vilezas tan feas que ellos
mismos se espantan de sí y se abominan? La causa fue que en la mocedad vivían
con santo temor y humildad, y, viéndose tan al canto de caer, invocaban a Dios y
eran defendidos por Él. Mas después que, con la larga posesión de la castidad,
comenzaron a engreírse y confiar de sí mismos, en aquel punto fueron
desamparados de la mano de Dios y hicieron lo que era proprio suyo, que es el
caer.
Y entonces se cumple que apacientan sus cabritos, que son sus livianos y
deshonestos sentidos, cerca de las tiendas de los pastores, que son los cuerpos,
porque en ellos están los siervos de Dios como en cabaña de campo, que presto se
muda, y no comen en casa o ciudad de reposo; y así, con mucha razón, en cuerpos
y en cosas de cuerpos apacientan sus sentidos, porque perdieron por su soberbia
el verdadero sentido, sintiendo de sí otra cosa que es ser nada y pecadores,
robando a Dios la gloria que tan de verdad se le debe a todo lo bueno que, por
libre albedrío o por gracia, hemos.
Despertad, pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y
aprovechaos de la amenaza, porque no probéis el castigo. Sed semejable a la
esposa, a la cual fueron dichas estas palabras, la cual, oída la palabra, y de
boca de quien son todos los bienes: Salte y vete, miróse, y conocióse, y quitó
de sí algunas osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la reprehensión,
consuélala el esposo, diciendo: A mi caballería en los carros de Faraón te he
asemejado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas, como de tórtola. Por la
soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como dice el evangelio, no
estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar en sí, poniendo a sí por su
arrimo y descanso. Por eso cayó; porque la criatura no puede estar en sí, sino
en Dios. Mas por el conocimiento de sí es un ánima semejable a los buenos
ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse de sí; porque se veían ser caña
quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos, porque dieron voces diciendo: Michael?,
que quiere decir: ¿Quién como Dios?, en lo cual contradecían al malaventurado
Lucifer y los suyos, que se querían hacer ídolos, atribuyendo a sí lo que era de
Dios, que es ser principio, arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos
creyesen que lo podían ser, pues que se conocían ser criaturas; mas porque se
deleitan en ello, como si lo tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que,
aunque su boca y entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo su
bien, más con la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en sí mismos, como si
de suyo tuviesen el bien; confesando con el entendimiento que la gloria se debe
a Dios, y robándosela con la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el
entendimiento y voluntad: ¿Quién como Dios?, porque de corazón se humillaron y
desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por esto fueron
ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a esta caballería, que es el
angélico ejército, que destruyó a Faraón y sus carros en el mar Bermejo, asemeja
Cristo a su esposa cuando se conoce y se mide por cosa baja.
Y alábale las mejillas donde suele estar la vergüenza, porque hubo
vergüenza la esposa de la tal reprehensión, por haber perdido cosas mayores que
a su poquedad convenían; y de mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas y
honestas, como de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía aquel devoto
Bernardo que había hallado por experiencia no haber cosa tan provechosa para
alcanzar y conservar la gracia, y recobrarla, como vivir siempre en un temor y
santo recelo. Recelo cuando no la tenemos, porque estamos aparejados a todas
caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar conforme al talento que
nos es dado con ella; más recelo cuando la perdemos, porque por nuestro descuido
se ha ido nuestro favor. Y por eso dice la Escriptura: Bienaventurado el varón
que siempre está temeroso.
De lo ya dicho, y de muchas otras cosas que los santos dotores han hablado
en alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es aquesta joya para
venir al conocimiento de Dios. Y pues queréis edificar casa en vuestra ánima
para este tan alto Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de corazón,
son casas suyas.
Y por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de
vuestra poquedad, hasta que, quitado de vuestra estimación todo lo movedizo que
de vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre
vuestra arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el bienaventurado San
Gregorio: «Tú que piensas edificar edificios de virtudes, ten primero cuidado
del fundamento de la humildad; porque quien quiere ganar virtudes sin ella, es
como quien llevase ceniza en su mano en contrario del viento.» Lo cual dice,
porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la humildad, mas son ocasión de
muy grande pérdida, así como el grande edificio sobre el pequeño y flaco
cimiento es ocasión de caída. Y por tanto, conforme al alteza de las virtudes ha
de ser lo bajo del cimiento de la humildad, porque la ánima esté firme, y no sea
derribada con el peso de la soberbia.
2) Cómo conseguir el propio conocimiento
Y si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio conocimiento?, dígoos
que, aunque es de mucho valor entre el establo y entre el estiércol de vuestra
poquedad y defectos la habéis de hallar. Quitad los ojos de las vidas ajenas, no
os entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y
perseverad en examinaros, que, aunque al principio no halléis tomo en conoceros,
como quien entra de la claridad del sol a una cámara obscura; mas, perseverando
en sosiego, poco a poco veréis lo que en vos hay, aunque sea en los muy secretos
rincones.
a) LUGAR DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO
Y para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va, habéis de
tener, oíd a San Hierónimo que dice a una mujer casada: «De tal manera tengas
cuidado de tu casa que también tengas para tu ánima algún reposo; busca algún
lugar conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta familia, al cual
te vayas, como quien va a un puerto, huyendo de la gran tempestad de tus
cuidados; y allí solamente haya lección de cosas divinas, y oración tan
continua, y pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme, que todas las
ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las recompenses con este rato de
desocupación. Y no te decimos esto para apartarte de tu casa, mas antes porque
allí aprendas y pienses cómo te debes haber con ella.»
Si este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar a las
ocupaciones de casa algún rato y que se recoja en quieto lugar a leer y pensar
cosas de Dios ¿con cuánta más razón la doncella de Cristo, que está libre de los
mundanos cuidados, y que debe pensar que no vive para otra cosa sino para usar
de la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún lugar ascondido y
secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e imágines devotas, diputado para
ver y gustar cuán suave es el Señor? El estado de religión y virginidad que
habéis tomado, no es para que estéis enlazada en ocupaciones perecederas; mas,
así como es semejable cuanto a la entereza e incorrupción de la carne, así
habéis de pensar que no ha de entrar en vuestro corazón cuidado de tierra, mas
habéis de ser un templo vivo, en el cual se ofrezcan continuas oraciones y
suenen continuos loores a aquel que os creó. Daos por muerta a este mundo, pues
ya os habéis desposado con el rey celestial.
Y acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto cerrado, hermana mía,
esposa, huerto cerrado. Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en la
carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima. Porque virginidad se toma
entre cristianos no por sí sola, mas por que ayuda para con más libertad dar el
corazón a Dios. La doncella que se contenta con virginidad del cuerpo, y no vive
cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué otra cosa hace, sino pararse
en el camino y nunca llegar a donde va, y tener aparejo para coser y labrar, y
nunca entender en ello? Cosa vergonzosa es a todo cristiano no tener ejercicio
de santa lección y de santos pensamientos en su ánima; mas, en la virgen que a
Cristo se ha dado, no sólo es vergonzoso, más intolerable y digno de mucho
castigo. Por tanto, si queréis gozar de los frutos de la santa virginidad, que a
Cristo habéis prometido, sed enemiga de ver y ser vista. Salid todo lo menos que
fuere posible, no os entremetáis en temporales ocupaciones, buscad cuanto tiempo
pudiéredes para os encerrar en vuestro oratorio; que, aunque al principio se os
haga de mal, después probaréis que en las celdas se tratan negocios del cielo, y
que ningún rato de tanto contentamiento hay como el que allí en sosiego se
gasta.
Buscado, pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces al
día, una por la mañana, para pensar en la sacra pasión de Jesucristo nuestro
Señor, como después diremos, y otra en la tarde, en anocheciendo, a pensar en el
ejercicio del proprio conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.
b) PRINCIPIO DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES
Tomad primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo, veáis
vuestras faltas, y con él toméis manjar con que vuestra ánima sea esforzada en
el camino de Dios. Y este leer no ha de ser con pesadumbre, ni pasando muchas
hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor y suplicarle que os hable en
vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera leéis,
y os dé el verdadero sentido de ellas. Con aquella atención y reverencia estad
atenta, escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a Él
mesmo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De manera que, aunque
tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con mucha ansia el corazón para
que os haga olvidar de Dios; mas tened a lo que leéis una mediana descansada
atención, que no os captive ni impida la atención libre y levantada que al Señor
habéis de tener. Y leyendo de esta manera no os cansaréis, y daros ha nuestro
Señor el vivo sentido de las palabras que obre en vuestra ánima, unas veces
arrepintiéndose de vuestros pecados, otras confianza de ellos y de su perdón, y
os abrirá el entendimiento a conocer otras muchas cosas, aunque leáis pocos
renglones. Y algunas veces conviene interrumpir el leer, por pensar alguna cosa
que del leer resultó, y después tornar a leer. Y así se van ayudando la lección
y la oración.
Y, con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a entender en el
ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de esta manera. Vuestras rodillas
hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar; la cual
no la penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna parte hay en
que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y considerando vuestra pequeñez,
hacelle una entrañable reverencia, humillando vuestro corazón como una pequeña
hormiga delante de un ser infinito, y pedir licencia para hablarle.
Comenzad primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y
acordándoos particularmente, y pidiendo perdón de lo que en aquel día hobierdes
pecado.
Después rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no tantas
que demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la devoción; ni tampoco las
dejéis del todo, porque sirven para despertar la devoción del ánima, y para
ofrecer a Dios servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio. Y por
eso nos enseña San Pablo que hemos de orar y cantar con el espíritu de la voz, y
con el ánima. Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes a nuestro Señor
para vos, mas por aquellos por quien tenéis especial obligación. Y otras, por
toda la Iglesia cristiana, el cuidado de la cual habéis de tener muy fijado
vuestro corazón, porque, si a Cristo amáis, razón es que os toque aquello por
cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por los vivos como por los que en
purgatorio están, y otras por toda la infidelidad, que está privada del
conocimiento de Dios, suplicándole traya a su santa fe a todos, pues todos desea
que sean salvos. Y estas oraciones han de ser las más de ellas enderezadas a dos
partes: una a nuestra Señora, a la cual habéis de tener muy cordial obediencia y
amor, y entera confianza que os será muy verdadera madre en todas vuestras
necesidades; y la otra a la pasión de Jesucristo nuestro Señor, la cual también
ha de ser muy familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de
vuestra salud.
Y luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de vuestro
corazón, y haced cuenta que estáis delante la presencia de Dios, y que no hay
más de él y vos.
C) MEDITACIÓN DE LA MUERTE Y JUICIO
Pensad cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como aquella
sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de aquel abismo de no ser, y
os hizo criatura suya, no cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio cuerpo
y ánima, para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.
Haced cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más
verdaderamente que lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos misma: «Llegar tiene
algún día esta hora de mi acabamiento, no sé si será esta noche o mañana, y pues
ciertamente ha de venir, razón es que piense en ello.» Pensad cómo caeréis mala
en la cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte. Levantarse ha el
pecho, quebrantarse han los ojos, perderse ha el color de la cara, y con grandes
dolores se apartará esta juntura tan amigable del cuerpo y del ánima.
Amortajarán después vuestro cuerpo, y poneros han en unas andas, y llevarlo han
a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros han en una breve sepultura;
cobijaros han con tierra; y, después de haberos pisado, quedaros heis sola y
seréis presto olvidada.
Pensad, pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará vuestro
cuerpo debajo de la tierra? Y cuán presto se parará tal que ninguno, por mucho
que os quiera, no os pueda ver, ni oler, ni estar cerca de vos. Mirad allí con
atención en qué para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son aquellos
que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá por ser muy ricos;
y habiendo de ser tan presto hollados, tienen gran sed de ponerse en más altos
lugares que otros, y cuán engañados viven los que regalan el cuerpo, y se van
tras sus deseos, pues que otra cosa no hicieron sino ser cocineros de gusanos,
guisándolos bien el manjar que han de comer, y ganaron con sus bienes y deleites
tormentos que nunca se acaban. Considerad y mirad con muy gran atención y
despacio vuestro cuerpo tendido en la sepultura; y, haciendo cuenta que ya
estáis en ella, mortificad los deseos de la carne cada vez que os vinieren a la
memoria, con mirar qué muerto estará vuestro cuerpo; Y mortificad los deseos de
agradar y desagradar al mundo, y de tener en algo cuanto en él florece, pues que
tan presto y con tanto abatimiento lo habéis de dejar, y él a vos. Y
considerando cómo nuestro cuerpo, después de ser manjar de gusanos, se tornará
en cieno y en polvo, no miréis de ahí adelante, sino como a un muladar cubierto
con nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y teniendo al cuerpo en esta
posesión, no seréis engañada cerca de estima de él, mas ternéis verdadero
conocimiento, y sabréis cómo le habéis de regir, mirando el fin en que ha de
parar; como quien se pone al fin de la nao, para desde allí regirla mejor.
En esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que oyáis lo que
ha de acaecer a vuestra ánima, la cual será en aquella hora llena de angustias,
acordándose de las ofensas que en esta vida hizo a nuestro Señor, y pareciéndole
entonces muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será desamparada de sus
sentidos, no podría servirse de la lengua para pedir socorro a nuestro Señor, y
entenebrerse ha el entendimiento, que aun pensar en Dios no podría, y, en fin,
poco a poco acercarse ha la hora en que por mandamiento de Dios salga del
cuerpo, y se determine de ella o perdición para siempre o salud para siempre.
Oír tiene de la boca de Dios: Apártate de mí a fuegos eternos, o: Queda conmigo
en estado de salvación. Colgada habéis de estar de sola la mano de Dios, y en
sólo Él estará vuestro remedio. Por lo cual habéis mucho de huir de enojar en
vuestra vida al que a la hora de vuestra muerte habéis tanto de menester.
Demonios que os acusen y que pidan justicia a Dios contra vuestra ánima,
acusándoos particularmente de cada pecado, no os faltarán, y si la misericordia
de Dios entonces os olvida, ¿qué haréis, oveja flaca, cercada de tan rabiosos
lobos, muy deseosos de os tragar? Pensad, pues, en el rato de vuestro
recogimiento, cómo en aqueste estrecho punto habéis de ser presentada delante el
juicio de Dios, desnuda y sola de todas las cosas y acompañada del bien o mal
que habiéredes hecho. Y decid agora a nuestro Señor que vos os presentáis agora
de gana, para alcanzar misericordia en aquella hora que por fuerza habéis de
salir de este mundo. Haced cuenta que sois un ladrón, a quien han tomado en el
hurto, y le presentan ante el juez, las manos atadas; o una mujer, que la halla
su marido haciéndole traición; los cuales, de confundidos, no osan alzar los
ojos ni pueden negar su delito; y creed que muy más claramente os ha visto Dios
en todo lo que contra Él habéis pecado que pueden ningunos ojos de hombres ver
cosa que delante de Él se hiciese. Y por haber sido mala en la presencia de
tanta bondad, cubríos de la vergüenza que entonces perdistes, y sentid en vos
confusión de vuestros pecados, como quien está delante la presencia de nuestro
Señor. Acusaos vos como habéis de ser acusada; y especialmente traed a la
memoria los pecados más graves que hobiéredes hecho. Juzgaos y sentenciaos por
mala, y abajad vuestros ojos a considerar los infernales fuegos, creyendo que
los tenéis muy bien merecidos.
Poned en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os crió,
descurriendo por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo debíades de servir a
nuestro Señor con todos los miembros y potencias vuestras, cómo érades obligada
a reverenciarlo y serle agradecida, y amarle con todo vuestro corazón,
sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad cómo os ha
mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y de males que os ha librado;
y, sobre todo, cómo, por convidaros a que fuésedes buena, vino el mismo Señor al
mundo, haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos que le sirviésedes y
remediaros de la ceguedad en que vos habíades caído, pasó muchos trabajos y
derramó muchas lágrimas, y después su sangre, perdiendo la vida por vos. Todo lo
cual se ha de poner el día de vuestra muerte y juicio en una balanza, haciéndoos
cargo de ello como de recebido, y hanos de pedir cuenta de cómo habéis servido
tantas mercedes, y como habéis usado de vos misma a servicio de Dios, y con qué
cuidado habéis respondido a tanta bondad con que Dios ha querido salvaros. Mirad
bien, y veréis cuánta razón tenéis de temer, Pues que no sólo no habéis
respondido con servicios conformes a estas deudas, mas habéis dado males en pago
de bienes, y despreciado al que tanto os preció, huyendo y volviendo las
espaldas a quien os seguía para vuestro bien.
¿Qué gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita
misericordia nos ha librado, de los infiernos, habiéndolos nosotros justamente
merecido? ¿Qué daremos a quien tantas veces tendió su mano para que los demonios
no nos ahogasen y llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de su
Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad que quizá están
algunos en los infiernos con menos pecados que vos. Y de tal manera os mirad y
servid a Dios como si hobiérades por vuestros pecados entrado en el infierno, y
Él os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber estorbado que no
vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de allá, por su gran misericordia.
Y si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males que vos a
Él, no sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no os turbéis por ello, mas
perseverad en aqueste juicio, y presentad delante los ojos de Dios vuestro
corazón tan llagado y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois y
en qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este ejercicio no es
solamente entender que sois mala, mas sentirlo y gustarlo con la voluntad, y
hallar tomo en vuestra maldad e indignidad, como quien tiene un perro muerto a
sus narices. Y por eso estas consideraciones que os he dicho no han de ser
apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes, mas han de ser
largas y despacio, y con mucho sosiego, para que poco a poco se vaya embebiendo
en vuestra voluntad aquel desprecio o indignidad que con el entendimiento
pensastes. El cual pensamiento habéis de presentar delante de Dios, pidiéndole y
esperándole que Él lo asiente y haga embeber en vuestra voluntad, estimándoos de
ahí adelante, con mucha sencillez y verdad, como una persona muy mala o indigna
de todo bien, y merecedora de todo desprecio y tormento, y como una cosa
infernal, maravillándoos mucho de la infinita benignidad del Señor, cómo a un
gusano hediondo no lo alanza de sí, más mantiénelo y regálalo, y le hace
mercedes, todo para gloria de Él, sin que tengamos nosotros de qué gloriarnos.
d) EXAMEN COTIDIANO
Para acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os restan que
oyáis: la una, que no se debe contentar el cristiano en entrar en juicio delante
de Dios para acusarse de los pecados pasados, mas también de los que cada día
comete. Y por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda de la vida
como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de los defectos que hace,
porque el ánima que no es cuidadosa en examinar sus pensamientos y palabras y
obras, es semejable a la viña del hombre perezoso, de la cual dice el Sabio que
pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de espinas.
Haced cuenta que os han encomendado una niña, hija de un rey, para que
tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le
pedís cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole las virtudes.
Miraos como a cosa encomendada por Dios, y haceos entender que no habéis de
vivir sin regla, mas debajo de santas dotrinas y diciplina; y entrad en capítulo
con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades contra tercera
persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos a vos misma con muy mayor
cuidado que a otra persona alguna, por mucho que la améis. Y donde sintiéredes
que más faltáis, allí poned mayor remedio. Porque creed que, durando este examen
y reprehención de vos mismo, no podrán durar mucho vuestras faltas sin ser
remediadas.
Y aprenderéis una ciencia muy saludable que os haga llorar y no hinchar;la
cual os guardará de la peligrosa enfermedad de la soberbia, que entra poco a
poco, pareciéndose un hombre bien a sí mismo. Velad sobre aquesta entrada, y
guardaos con todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas con la
lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros ha vecina la
misericordia de Dios, al cual aquellos solos parecerán bien, que a sí solos
parecen mal, y a aquéllos perdona sus faltas con largueza de bondad, que las
conocen y se humillan por ellas en el juicio de la verdad.
Y escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la soberbia, que
son desagradecimiento y pereza, porque, conociendo y reprehendiendo vuestros
defetos, veréis vuestra flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y
veréis la misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y haceros
bienes, mereciendo vos males; y seréis agradecida al hacerdor de tantas gracias.
Y mirando el poco bien que hacéis, y males en que caéis, despertaréis del sueño
de la pereza, y comenzaréis cada día de nuevo a servir a nuestro Señor, viendo
cuán poco habéis hecho en lo pasado.
Y por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre suelen
nacer, siendo preguntado un santo viejo de los pasados dónde estaría uno más
seguro, en la soledad o compañía, respondió: «Si se sabe reprehender, donde
quiera estará seguro; y si no, donde quiera estará a peligro.»
Porque por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y
reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos
suplicar al Señor que nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de nosotros
lo que, según verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías pedía,
diciendo: Corrígeme, Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me
tornes nada. Corregir en furor pertenece al día postrero, cuando enviará Dios al
infierno a los malos por sus pecados; y corregir en juicio es reprehender en
este mundo a los suyos con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un
testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que ninguno hay tan seguro
y cierto en esta vida, y suele ser víspera de grandes mercedes de Dios. Así
cuenta San Marcos que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos,
los reprehendió de incredulidad y dureza de corazón; después de lo cual les dio
poder para hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el Señor lava
las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de en medio de Jerusalén en
espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que el lavar el
Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender primero quién
somos, y esto es en juicio, y espíritu de ardor, que es amor. Y así nos lava sin
que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a entender primero
nuestra indignidad.
Y esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente
entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento de
las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para
con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que el Señor
le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está escripto: Yo a
los que amo corrijo.
Sed, pues, cuidadosa en miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la
presencia de Dios, delante del cual es más seguro el humilde conocimiento de
nuestras faltas que la soberbia justicia de nuestras buenas obras. Y no seáis
como algunos amadores de su propria estima, que, por no parecerse mal a sí
mismos, se huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el
conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor, pues no aman su
proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna cosa hay tan segura, ni que así
haga que aparte Dios sus ojos de nuestros pecados, como mirarnos nosotros y
reprehendernos, según está escripto: Si nos juzgásemos nosotros mismos, no
seríamos juzgados de Dios.
e) CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS
Lo segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que, aunque es
bueno y provechoso, pues por él recebimos perdón de nuestros pecados, mas tiene
esta falta, que se funda sobre haber pecado. Y no es mucho de maravillar, que un
pecador se conozca y estime por pecador, mas sería muy grande monstruo que,
siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre lleno de lepra se estimase
por sano. Por tanto no nos hemos de contentar con estimarnos en poco en nuestros
pecados, mas aún mucho más hemos de mirar esto en nuestros bienes, conociendo
profundamente que ni nuestros pecados son de Dios, ni los bienes nuestros son de
nosotros; y de todo lo bueno que en nosotros hobiere, dar perfectamente la
gloria al Padre de todas las lumbres, del cual procede todo don bueno y dádiva
perfeta. De arte que, aunque nosotros tengamos el bien, lo tratemos tan
fielmente, que no nos alcemos con la gloria de Dios; ni se nos pegue como dicen,
la miel en las manos.
Esta humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y no sólo
la hay en este mundo, mas en el cielo; porque de ella se escribe: ¿Quién como el
Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las cosas humildes en el cielo y
en la tierra? Ésta tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo dispuestos para
gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella derribó a los ángeles
malos, porque se quisieron alzar con la honra de Dios. Ésta tuvo la sagrada
Virgen María nuestra señora, que siendo predicada por bienaventurada y bendita
por la boca de Santa Isabel no se hinchó ni atribuyó a sí gloria alguna de los
bienes que en ella había, mas con humilde y fidelísimo corazón enseña a Santa
Isabel y al mundo un verso, que de las grandezas que ella tenía, no a sí, mas a
Dios se debía la gloria, y con profunda reverencia comienza a cantar: Mi ánima
engrandece al Señor.
Y esta misma, muy más perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el
cual, así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente predicaba al
mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no es mía, mas de
aquel que me envió. Y en otra parte dice: Las palabras que yo os hablo, no las
hablo de mí mismo, mas del Padre que está en mí. Él hace las obras. Y así
convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de
todos los males es la soberbia. Y queriendo dar a entender cuánto más convenga
esta santa y verdadera humildad. Él se hace particularmente maestro de ella, y
se nos pone por ejemplo de ella, diciendo: Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; porque, viendo los hombres a un maestro tan sabio encomendar
tan particularmente esta virtud, trabajasen por la tener; e viendo que un señor
tan grande no atribuye el bien a sí mismo, ninguno haya tan desvariado que tal
maldad ose hacer.
Aprended, pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta santa
bajeza, para que seáis ensalzada, porque palabra suya es: Quien se humillare,
será ensalzado. E tened en vuestra ánima aquesta pobreza, porque de ella se
entiende: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo nuestro Señor fue por
camino de humildad ensalzado, el que no la tuviera fuera va de camino; e débese
desengañar con lo que dice San Augustín: «Si me preguntardes cuál es el camino
del cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez me lo preguntardes
responderos he que la humildad; e si tercera vez me lo preguntardes, responderos
he lo mismo; e si mil veces me lo preguntardes, mil veces os responderé que no
hay otro camino sino la humildad.»
E porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta santa bajeza,
es razón que se os diga el modo que para ello tendréis.
Y sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador de los
bienes, porque éste es un muy particular don suyo. Y aun el conocer que lo es,
no es pequeña merced. La experiencia que los que son tentados de soberbia
tienen, da bien claro a conocer que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas
que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los
remedios que ellos ponen para la alcanzar, huir ella más; y aun del mismo
humillarse les suele nacer su contrario, que es la soberbia. Por lo cual de tal
manera tomad los ejercicios para alcanzar esta joya, que no los dejéis de hacer,
diciendo: «¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de Dios»?, ni tampoco los hagáis
poniendo confianza en vuestro brazo de carne, mas en aquel que suele dar sus
dádivas a los que da gracia para se las pedir y para entender en los buenos
ejercicios.
1. Consideración de nuestro «ser»
El modo pues que ternéis será éste. Considerad tres cosas por orden: una el
ser,otra el bien ser, otra el bienaventurado ser.
Cuanto a lo primero, debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase,
y hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un
buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada. Y
después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios os sacó de aquel
abismo profundo, y os puso en el número de sus criaturas, dándoos verdadero y
real ser. Y miraos a vos, no como a hechura vuestra, sino como una dádiva de
Dios, que os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de vuestras fuerzas mirad
vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que tan poco pudistes criaros a vos
como criar a otro. Y tan poco podíades salir de aquellas tinieblas de aquel no
ser como los que se quedaron en ellas, teniéndonos por igual de vuestra parte a
las cosas que no son, atribuyendo a Dios la ventaja que les lleváis. E mirad
que, después de criada, no penséis que ya os tenéis en vos misma, porque no
menos necesidad tenéis de Dios cada momento de vuestra vida para no perder el
ser que tenéis que la tuvistes para, siendo nada, alcanzar el ser que tenéis.
Entrad dentro de vos misma y considerad cómo sois una cosa que tiene ser y vive:
y preguntaos: «¿Esta criatura está arrimada a sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o
ha menester mano ajena?» Y responderos ha el apóstol San Pablo que no está lejos
Dios de nosotros, mas que en él vivimos, y nos movemos, y tenemos ser. E
considerad a Dios, que es ser que es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo
que algo puede, de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo
que vive y sin Él hay nada; y fuerza de todo lo que algo puede y sin Él hay
flaquezas; e bien entero de todo lo bueno, sin el cual no se puede ver el más
pequeño bien de los bienes, porque él es causa de todos. Y por esto dice la
Escriptura: Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y
en vanidad son reputadas delante de Él. Y en otra parte está escripto: El que
piensa que es algo, como sea nada, él se engaña. Y el profeta David decía
hablando con Dios: Yo soy delante de ti como nada. En las cuales partes no
habéis de entender que las criaturas no tengan ser o vida, o operaciones
proprias o distintas de las de su criador; mas, porque lo que tienen no lo
hobieron de sí, ni lo pueden conservar de sí, dícese no ser, que quiere decir
que tienen el ser de mano de Dios, y no de la suya.
Sabed, pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta hallar el
fundamento postrero, que como firmísimo e indificiente, y no fundado sobre otro,
mas fundamento de todos, os sustentará que no cayáis en el pozo profundo de la
nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os tiene, y esta mano
que, puesta encima de vos, os hace estar en pie, y confesad con David: Tú,
Señor, me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y pensad que estáis ya tan
colgada de esta virtud de Dios que, si ella faltase, en aquel momento vos
faltaríades, como se quita la lumbre que había en la cámara cuando sacan de ella
la hacha que la alumbraba, o como se quita la lumbre de sobre la tierra por la
ausencia del sol. Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a
principio de vuestro ser, y amarle por continuo bienhechor vuestro y por
conservador de él; y llamadle con corazón y con lengua: Virtud mía, en que me
sostengo.
2. Nuestro «bien ser»
Si con cuidado habéis entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a
Dios la gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que el bien
serque tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva de la mano del Señor. Porque, si
atribuís a él la gloria de vuestro ser, confesando que no vos, mas sus manos os
hicieron, y apropriáis para vos la honra de vuestras buenas obras, creyendo, que
a vos se debe la gloria de ellas, mayor honra tomáis para vos que dais a Dios,
cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto, conviene que, con grandísima
vigilancia, entendáis a conocer a Dios por causa de vuestro bien vivir, de arte
que no se os quede asida en vuestras manos punta ni repunta de loca soberbia,
mas así como conocéis que ningún ser, por pequeño que sea, podéis tener de vos,
si Dios no os le da, así también conozcáis que no podéis tener de vos el menor
de los bienes, si el potentísimo y cumplido bien, Dios, no abre su mano para os
lo dar.
Pensad que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las
criaturas, así el pecador, por mucho estado y bienes que tenga, faltándole la
gracia, es contado por nada delante los ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de
esta manera: Si tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la
ciencia, y tuviese toda la fe, tanto que pase los montes de una parte a otra, y
no tuviere caridad, nada soy. Lo cual es tanta verdad que aun el pecador es
menos que nada, porque peor es mal ser que el no ser. Ningún lugar hay tan bajo
ni tan apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios, entre todo lo que es y
no es, como el que vive en ofensa de Dios, estando desheredado del cielo y
sentenciado al infierno.
Y para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el conocimiento de
este miserable estado, pensad, cuando alguna cosa muy contra razón y desordenada
viéredes, que muy más fea y abominable cosa es estar en desgracia y enemistad de
nuestro Señor. Oís decir de algún hurto o traición, o maldad que alguna mujer a
su marido hace, o desacato que algún hijo hace contra su padre, o algunas cosas
de esta manera, que a cualquier, por ignorante que sea, parecen muy feas por ser
contra toda razón. Pensad vos que ofender a Dios en un solo pecado mortal es
mayor fealdad, por ser contra su mandamiento y reverencia, y agradecimiento que
se le debe como a padre, señor y esposo, y bienhechor y amigo, que todas las
cosas que pueden acaecer en el mundo por ser contra sola razón. Y, pues veis
cuán desestimados son de todos los que tales fealdades cometen, teneos por una
cosa muy despreciada y sumíos en el profundo abismo de vuestro desprecio, que se
debe al ofendedor de Dios. Y así como para conocer vuestra nada os acordastes
del tiempo en que no teníades ser, así para conocer vuestra culpa, os acordad
del tiempo, cuando viviades en ella, y mirad, cuan entrañable y profundamente
pudiéredes, con mucho espacio, en cuán miserable estado estuvistes, cuando
delante de los ojos de Dios estábades feas y desagradable, y contada por nada y
menos que nada; porque ni los animales, por feos que sean, ni otros criaturas,
por más bajas que sean, no han hecho pecado contra nuestro Señor, ni están
obligadas a fuegos eternos, como vos estábades; y despreciaos y abajaos en el
más profundo lugar que pudiérades, que seguramente podéis creer que, por mucho
que os despreciéis, no podréis bajar al abismo del desprecio que merece la
ofensa de una cosa infinita que es Dios. Y, después de haber bien sentido en el
ánima y embebídose en ella aquesta desestima de vos misma, alzad vuestros ojos a
Dios, considerando la infinita fuerza que de pozo tan hondo os sacó, siendo para
vos cosa imposible, y mirad aquella bondad infinita que con tanta misericordia
os sacó, sin haber en vos merecimiento. Porque, antes que os diese él su gracia,
¿qué cosa podíades vos hacer que no fuese mala? O, si era buena, era imperfecta
y muerta, y no agradable. Sabed que quien os sacó de vuestras tinieblas a su
admirable lumbre, y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser,
en cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser agradable en sus ojos,
Dios fue. Y la causa porque lo hizo no fueron vuestros merecimientos pasados, ni
el respeto de los servicios que le habíades de hacer; mas fue por su sola
bondad, y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo nuestro Señor.
Contad por vuestro el mal estado en que estábades, y contad al infierno por
lugar debido a vuestros merecimientos, que lo que demás de esto es a Dios y a su
gracia es conocer por deudora. Oíd lo que dice el Señor a sus amados discípulos
y a nosotros en ellos: No vosotros me escogistes a mí, mas yo a vosotros. Mirad
lo que dice el apóstol San Pablo: Justificados sois de balde por la gracia de
Dios, por la redención que está en Jesucristo. Y asentad en vuestro corazón que
así como tenéis de Dios el ser, sin que atribuyáis a Dios gloria de ello, así
tenéis de Dios el ser algo delante de sus ojos, todo para gloria de él; y traed
en la lengua y en el corazón lo que dice San Pablo: Por la gracia de Dios soy lo
que soy. Considerad que así como cuando érades nada no teníades fuerzas para
moveros, ni para ver, ni para oír ni gustar, ni entender ni querer, mas dándoos
Dios el ser os dio aquestas potencias y fuerzas, así no sólo está el pecador
privado del ser agradable delante los ojos de Dios, mas está sin fuerzas para
obrar obras de vida que agraden a Dios.
Si algún cojo viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su
ánima. Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os miráis. Y en
todos los enfermos, leprosos, paralíticos, y que tengan los cuerpos corvados y
los ojos puestos en tierra, con toda la otra muchedumbre de enfermedades que se
presentaban delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero médico, otra
no entendáis principalmente sino que tales están los pecadores, cuanto a los
espirituales sentidos, cuales estaban aquellos en los corporales. Y mirad, como
una piedra con el peso que tiene es inclinada a ir hacia bajo, así, por la
corrupción del pecado original que traemos, tenemos una vivísima inclinación a
las cosas de nuestra carne y de nuestra honra, y de nuestro provecho, haciendo
ídolo de nosotros, y obrando nuestras obras no por amor verdadero de Dios, sino
por el nuestro estamos vivísimos a las cosas terrenales, y que nos tocan, y
muertos para el gusto de las cosas de Dios; manda en nosotros lo que había de
obedecer, y obedece a lo que había de mandar. Y estamos tan miserables que,
debajo de cuerpo humano y derecho, traemos apetitos de bestias y corazones
encorvados hacia la tierra. ¿Qué os diré sino que en cuantas cosas faltas, y
feas, y secas, y desordenadas viéredes, en tantas miréis y conozcáis la
corrupción y desorden que el hombre que está en pecado tiene en sus sentidos y
obras? Ninguna cosa de éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a
considerar que/aquello sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera dado
salud; e, si verdaderamente estáis sana, habéis de conocer que quien os abrió
los sentidos para las cosas de Dios, quien subjetó los afectos debajo de vuestra
razón, quien os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que antes tan
desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios fue, según dice San
Pablo: Dios es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por su buena
voluntad.
Gracia y libre albedrío
No entendáis por esto que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna
en las obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese que
Dios obra al querer y al acabar, porque él es el principal obrador en el ánima
del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre albedrío obre y
sea su ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo: Ayudadores somos de
Dios. Lo cual hace incitándole Dios a que dé libremente su consentimiento en las
buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su voluntad y libre albedrío
quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas Jesucristo obra más principalmente,
produciendo la buena obra, y ayudando al libre albedrío, para que también lo
produzga; y la gloria de lo uno y de lo otro a sólo Jesucristo se debe. Por
tanto, si queréis acertar en aquesto, no queráis escudriñar qué bienes tenéis de
naturaleza y libre albedrío, y qué bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos
por la sagrada fe, que nos amonesta que de los unos y de los otros hemos de dar
la gloria a Dios, y que nosotros de nosotros mismos no somos suficientes ni aun
para pensar un buen pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo, reprehendiendo al
que se atribuye a sí algún bien: ¿Qué tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo
has recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hobieras recebido? Como si
dijese: «Si tienes la gracia de Dios, con que le agradas y haces obras muy
excelentes, no te glories en ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si te
glorias de usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los buenos
movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en ti, mas en Dios, que hizo
que tú consintieses, e incitándote y moviéndote él suavemente, y dando él mismo
libre albedrío con que tú libremente consientas. Y si te quieres gloriar que,
pudiendo resistir al buen movimiento e inspiración de Dios, no lo resististe,
tampoco te debes gloriar, pues eso no es hacer, mas dejar de hacer; y aun esto
también lo debes a Dios que, ayudando a consentir en el bien, te ayudó para no
resistillo. Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que toca a tu
salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella misericordiosa
predestinación con que determinó ab aeterno de te salvar. Sea, pues, toda tu
gloria en solo Dios, de quien tienes todo el bien que tienes; y piensa que, sin
él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y maldad.»
Y con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San Pablo: El
que piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña; que el hombre de sí
mesmo no es sino vanidad y pecado, y, si alguna cosa más es, por merced y gracia
del Señor lo es. Ítem dice San Agustín: «Abrísteme los ojos, luz, y
despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida del hombre en esta
tierra, y que ningún hombre se puede gloriar delante de ti, ni es justificado
todo hombre que vive, porque, si algún bien hay chico o grande, don tuyo es. Y
lo que es nuestro, no es sino mal. ¿Pues de dónde se gloria todo hombre? ¿Por
ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria. ¿Pues gloriarse ha del bien?
No, porque es ajeno. Tuyo es, Señor, el bien, tuya es la gloria.» Y, concordando
con esto, dice el mesmo San Augustín: «Yo, señor Dios mío, confieso a ti mi
pobreza, y a ti sea toda la gloria, porque tuyo es todo el bien que yo haya
hecho. Yo confieso, según me has enseñado, que otra cosa no soy sino toda
vanidad y sombra de muerte, y un tenebroso abismo, y tierra vana y vacía que,
sin tu bendición, no hace fruto, sino confusión y pecado y muerte. Si algún bien
en cualquier manera tuviere, de ti lo recebí. Cualquier bien que tengo tuyo es,
de ti lo tengo. Si algún tiempo estuve en pie, por ti lo estuve, mas, cuando
caí, por mí caí. Y siempre me hobiera estado caído en el lodo, sino me hobieras
levantado; y siempre fuera ciego, si tú no me hobieras alumbrado. Cuando caí
nunca me hobiera levantado, si tú no me hobieras dado tu mano. Y después que me
levantaste siempre hobiera caído, si no me hobieras tenido. Muchas veces me
hobiera perdido, si tú no me hobieras guardado. Y así, Señor, siempre tu gracia
y tu misericordia anduvieron delante de mí, librándome de todos los males,
sacándome de los pasados, y despertando de los presentes, y guardándome en los
por venir; y cortando delante de mí los lazos de los pecados, quitando las
ocasiones y causas. Porque si tú, Señor, esto no hobieras hecho, todos los
pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé que ningún pecado hay que en
cualquier manera haya hecho un hombre, que no lo pueda también hacer otro
hombre, si se aparta el guiador, por el cual es hecho el hombre. Mas tú heciste
que yo no lo hiciese, y tú mandaste que me abstuviese, y tú me infundiste gracia
para que te creyese, porque tú, Señor, me regías para ti, y me guardabas para
ti, y me diste gracia y lumbre para no cometer adulterio y todo otro pecado.»
3. Nuestro «bienaventurado ser» por la predestinación
Considerad, pues, doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y
veréis cuán ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria alguna, no sólo de
levantaros de vuestros pecados, mas del teneros que no tornásedes a caer. Porque
así como os dije que, si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel punto
tomaríades al abismo de vuestra nada, en que antes estábades, así, apartando
Dios de vos su guarda, tomaríades a los pecados, y otros peores, de donde Él os
sacó. Sed por eso humilde y agradecida a este Señor, de quien tanta necesidad en
todo tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y todo vuestro bien
depende de su mano bendita, según decía David: En tus manos, Señor están, mis
suertes. Y llama suertes a la gracia de Dios, a la eterna predestinación, las
cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se conceden a aquel a quien él con
su justo, aunque oculto juicio, es servido de dallas, y así como si él os quita
el ser que os dio, tornaréis nada, así, quitándoos la gracia, quedaréis
pecadora, y quitándoos su predestinación, quedaréis reprobada y condenada. Lo
cual no se os dice para que cayáis en desmayo y desesperación por ver cuán
colgada estáis de las manos de Dios, mas para que tanto con mayor seguridad
gocéis de la gracia que Dios os ha dado, y tengáis confianza en la misericordia
de él, que acabará en vos lo que ha comenzado, y os hará merced de os llevar al
cielo, cuanto con mayor humildad y profunda reverencia y santo temor
estuviéredes prostrada a sus pies, temblando de vuestra parte y confiando de la
suya. Porque ésta es una cierta señal que no os desmamparará su infinita bondad
según lo cantó aquella bendita y sobre todos humilde María, diciendo: La
misericordia de él de generación en generación sobre los que le temen. Y, si con
estas consideraciones ya dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio
desprecio que deseáis, no desmayéis, mas llamad con perseverante oración al
Señor, que él sabe y suele enseñar interiormente, y con semejanzas exteriores,
lo poco en que la criatura se ha de estimar; y, en tanto que viene esta
misericordia, vivid en paciencia y conoceos por soberbia. Lo cual es parte de
humildad como el tenerse por humilde es verdadera soberbia.
2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo
a) FRUTOS DE LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN
Los que mucho se ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la
continua, y muy de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes
tristezas y desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo cual les es
necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce mucho
más que el primero les desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual como el
conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando cómo padeció y
murió por nosotros. Esta es la nueva alegre, predicada en la nueva ley a todos
los quebrantados de corazón, que les es dada una medicina muy más eficaz para su
consuelo que sus llagas les pudieron desconsolar. Este Señor crucificado es el
que alegra a los que el conocimiento de sus proprios pecados entristece, y el
que absuelve a los que la ley condena, y que hace hijos de Dios a los que eran
esclavos del demonio. A éste deben de conocer todos los adeudados y flacos. Y a
éste deben de mirar todos los que sienten angustia en mirar a sí mismos. Porque
así como se suele dar por consejo que miren arriba los que pasan por algún río y
se les desvanece la cabeza, mirando a las aguas que corren, así quien sintiere
desmayo, mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y
cobrará esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En mí mismo fue mi ánima
conturbada, y por esto me acordaré de ti, de la tierra del Jordán y de los
montes de Hermón y monte pequeño. Porque los misterios que Cristo obró en su
baptismo y pasión son bastantes para sosegar cualquier tempestad de desconfianza
que en el corazón se levante, y así por eso, como porque ningún libro hay tan
eficaz para enseñar al hombre de todo género de virtud, y cuánto debe ser el
pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de Dios; y también
porque es extremo desagradecimiento poner en olvidado un tan inmenso beneficio
de amor como fue padecer Cristo por nos, conviene, después del ejercicio de
nuestro conocimiento, ocuparnos en el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor,
lo cual nos enseña San Bernardo, diciendo: «Cualquiera que tiene sentido de
Cristo, sabe bien cuán expediente sea a la piedad cristiana, y cuánto provecho
le traya al siervo de Dios, y siervo de la redempción de Cristo, acordarse con
atención, a lo menos una vez en el día, de los beneficios de la pasión y
redempción de nuestro Señor Jesucristo, para gozarse suavemente en la
conciencia, y para asentallos fielmente en la memoria.» Esto dice San Bernardo.
Y, allende de esto, sabed que así como, queriendo comunicar Dios con los hombres
las riquezas de su divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para que en aquella
bajeza y pobreza se pudiese conformar con la pequeña capacidad de los pobres y
bajos, y juntándose a ellos, los ensalzase a la alteza de él, así el camino
usado de comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del pensamiento
de su sacra humanidad. Esta es la puerta por donde el que entrare será salvo, y
la escalera por donde suben al cielo. Y quiere Dios Padre honrar la humanidad de
su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la creyere; y no dar su
comunicación si no a quien con mucha atención la pensaré. Hacedos, pues, esclava
de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes libertada del captiverio de
vuestros pecados y de los infernales tormentos. Y no sea a vos pesado pensar lo
que a Él con vuestro grande amor ro le fue pesado pasar.
b) MODO DE MEDITAR LA PASIÓN
Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un
lugar recogido, así, y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que
amanezca, o por la mañana, en que con atención penséis en aquel que tomó sobre
sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y
descanso. Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se os ofreciere.
Repartid los pasos de la pasión por los días de la semana en esta manera: El
lunes,la oración y prendimiento del huerto, y lo que aquella noche pasó en casa
de Anás y Caifás. El martes, las acusaciones de un juez a otro, y sus crueles
azotes, que, atado a la columna, pasó. El miércoles, cómo fue coronado y
escarnecido, sacándole con vestido de grana, y caña en la mano, porque todo el
pueblo le viese, y dijeron: Ecce homo. El jueves, no le podemos quitar su
misterio muy excelente, conviene a saber, cómo el Hijo de Dios con profunda
humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio su Cuerpo y Sangre en
manjar y bebida, mandando a ellos y a todos los por venir que hiciesen lo mismo
en memoria de Él. Hallaos vos presente a tal lavatorio y a tan excelente
convite. Y esperad en Dios, que ni saldréi sin lavar, ni muerta de hambre. Tras
el jueves pensaréis, el viernes, cómo el Señor fue presentado delante el juez, y
sentenciado a muerte, y llevó la cruz encima sus hombros, y después fue
crucificado en ella, con todo lo demás que pasó hasta que encomendó su espíritu
en las manos del Padre y murió. En el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel
de su sagrado costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en los brazos
de su sagrada Madre, y, después, en el sepulcro. E id acompañando su ánima al
limbo de los santos padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí
les concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la
Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, pues que,
aliende de serle cosa debida, os será a vos muy provechosa. Del domingo no
hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la resurrección y a la
gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar
aquel día.
AVISOS Y NORMAS PARA LA ORACIÓN
1. Oraciones vocales y lección
Recogida, pues, en vuestra celda, como os he dicho, haréis vuestra
confesión general y rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro
de la pasión, aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel rato. Y serviros ha
esto de dos cosas: una de enseñaros como acaeció aquel paso, para que vos lo
sepáis pensar; otra, para recogeros el corazón y pegaros alguna devoción, para
que, cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y, aunque no paséis
de una vez todo lo que el libro dijere cerca de aquel paso, no pierde nada,
porque en otra semana, cuando venga el mesmo día, se podía pensar. Y como os he
dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el
apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.
2. Hacerse presente con sencillez
Y la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros
ojos, suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido de lo que
piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro de vuestro corazón la imagen
de aquel paso que quisierdes pensar; y, si esto se os hiciere de mal, haced
cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por avisaros que no
habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a Jerusalén, o apartaros
lejos de vos, porque suelo ser gran daño de la cabeza y secar mucho la devoción;
mas, haciendo cuenta que lo tenéis presente, poned los ojos de vuestra ánima en
los pies de Él, o en el suelo, cercano a Él. Y con toda reverencia oíd lo que le
dicen, y mirad lo que pasa, como si a ello presente estuviérades guardándoos
mucho de alborotar vuestro corazón con tristezas forzadas, o con trabajar
demasiadamente por echar lágrimas, porque estas cosas suelen secar más el
corazón y hacerle inhábil para la visitación del Señor, y suelen destruir mucho
la salud corporal; y dejan el ánima tan atemorizada con el sinsabor que allí
siente, que teme otra vez de tornar al ejercicio, como a cosa que ha
experimentado dalle mucha pena. Si el Señor da lágrimas, o semejantes
sentimientos, débense tomar, mas querer el hombre tomarlos por fuerza, no es
cordura, mas débese de contentar con hallarse presente con vista sosegada y
sencilla a lo que el Señor pasó, y mirar el amor con que padecía, y cuán grandes
tormentos y deshonras eran los que padecía. Con otros mil pensamientos buenos
que el Señor suele dar, dejando en las manos de Dios lo que toca a tener
devoción o lágrimas.
3. No forzar la imaginación
Debéis de estar avisada que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni
sienes, por fijarmucho en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque suelen
venir de estas cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a algunos que ven
verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen en locura o en
soberbia. E ya que esto no sea, este modo de imaginar tan profundo causa daño
sin remedio en la salud. Por eso haced este ejercicio con todo el mayor sosiego
que pudiérdes. Y con una simple atención que tengáis a aquel paso que
consideráis, fundaos más en el pensamiento espiritual de la grandeza de quien
padecía, y la bajeza vuestra, con otros pensamientos devotos, que no en meter
mucho vuestra ánima en la imaginación y figura del Señor, no porque del todo lo
debéis dejar, mas para que de tal manera la imaginéis, que no la tengáis a la
contina ni con pena fijada, mas poquito a poquito, según que sin trabajo se os
diere. Y para esto sirve mucho tener algunas imágines de los pasos de la pasión,
bien proporcionadas, en las cuales miréis muchas veces, para que después, sin
mucha pena, las podáis vos sola imaginar. Y no sólo habéis de evitar este
trabajo de la cabeza y sienes, y pecho, en el imaginar, mas aun en el pensar.
Porque algunos piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en daños de
cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien quisiere acertar en este
negocio, fúndese principalmente en humillarse a Dios y llegarse a él como un
ignorante niño y humilde discípulo a su maestro, yendo más proveído de sosegada
atención para oír lo que le han de decir, que con lengua afilada para hablar.
4. De Dios viene la fuerza del pensar
Pensad, pues, vuestros pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni
pongáis tanta fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer; mas
así obrad vos vuestro ejercicio como que no sale de vos, sino que mana de aquel
Señor que os alienta el corazón para pensar. Y nunca de tal arte penséis que
perdáis la atención a lo que el Señor os quiere dar, teniendo aquello por
principal, y lo que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no pudiéredes hacer, y
sintiéredes que la cabeza y lo que os he dicho siente algún trabajo notable, no
prosigáis adelante, mas sosegaos y quitad aquella angustia de corazón; con
entrañable sosiego y simplicidad humillaos a Dios, para que de Él os venga la
fuerza para pensar, sin que sea tan a vuestra costa. Hasta que esta pena y
angustia se os quite, no prosigáis, por no caer en los males ya dichos. Y, si el
Señor os hiciere merced de os dar este sosiego de pensamientos interiores, y más
entrañable devoción de lo que se suele sentir con movimiento de la persona, y
que os dure por muchos días, ya podréis estar pensando muy largos ratos sin
sentir pesadumbre; lo cual, todo hallaréis, al contrario, si de otra manera
pensáis. Y estad avisada que el paso que en un día pensáredes no os contentéis
con pensarlo aquel solo rato del recogimiento, mas, en abriendo los ojos en la
cama, acordaos de Él y traedlo todo aquel día en vuestro corazón; y dígolo así,
porque algunos piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor dentro de sí,
puestos los pies dentro de su corazón, y reclinados como otra Magdalena, y ante
ellos hallan reposo. Y otros lo piensan fuera de sí, aunque cerca, mirando sus
pies, según hemos dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la experiencia, aquello
siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto no sea fuera de sí.
Mas agora sea pensando, agora imaginando, agora mirando o oyendo cualquier cosa
de fuera, luego ha de recurrir al corazón, en el cual ha de tener el hombre su
aposento y ejercicio, estando recogido dentro de sí, como abeja solícita que
dentro de su corcho hace la miel.
5. Los que no son para oración mental
Cuando este ejercicio de pensamiento es más excelente, tanto es razón que
haya más aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas las espinas
de los errores, se cojan los buenos frutos que suele dar. Y sea el primer aviso,
que hay muchas personas las cuales no conviene poner en este ejercicio por
muchas causas: una, por enfermedad corporal, especialmente de la cabeza, porque,
aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no les sea penoso ejercitarlo,
aun con indisposición corporal, mas a los principiantes esles dañoso e
imposible. Otros hay tan dados a ocupaciones exteriores, que no las pueden dejar
sin pecado, ni las vaga con ellas darse al recogimiento ni es bien que se den.
Otros tienen el ánima tan inquieta, y del todo indevota y seca, que por mucho
tiempo y cuidado que en el recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.
Deben éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de
nuestro Señor liberalmente dada a quien Él es servido, y pues a ellos no se la
da, débense contentar con rezar vocalmente algunas devociones o pasos de la
pasión. E yendo rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que rezan,
y tengan alguna imagen devota a quien miren, y usen mucho el leer libros
devotos; porque muchas veces acaece que de estos escalones los suele subir el
Señor al ejercicio del pensamiento. Y, si no fuere servido, conténtense con lo
que les diere.
6. Ni sólo pensar pecados ni nunca mirarlos
Hay otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados
que han hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que les dé algún
consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San Bernardo dice; porque, aliende de
levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados pasados, no se agrada
nuestro Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo. El
contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que comienzan a servir a
Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad de corazón se dan a
pensamientos más altos que provechosos. A los cuales les está cercana la caída
como a casa sin edificio. Y, si después quieren tornar a pensar cosas humildes,
no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en cosas mayores, y ansí suelen
quedar sin saber andar ni hablar. Por tanto, conviene que a los principios nos
ocupemos más en el pensamiento de nuestros pecados que en otros por devotos que
sean. Y después, poco a poco, vamos aflojando en aquel pensamiento y creciendo
en el de la pasión, aunque nunca del todo debemos estar sin el uno o sin el
otro. Otros hay que se suelen quejar que ninguna puerta hallan para entrar en el
pensamiento de la pasión, y, si quieren porfiar en ello, sienten gran dureza en
el corazón y gran sequedad. Débeseles decir a éstos que no se lleguen a este
pensamiento como por fuerza y angustia de corazón, porque muchos con el
apretamiento que en sí mismos llevan, y afligimiento por sentir y llorar,
cierran la puerta a toda blandura y suavidad que del pensamiento de la pasión
les puede venir; mas, si llegándose con humildad y sosiego, todavía no fueren
recebidos, no se desconsuelen, mas lean alguna cosa sobre ello. Y si sintieren
que en buena gana piensan o hablan en devoción o en otra cosa, agora sea en
pensamiento de muerte, o de infierno o de cielo, o cualquier cosa, por chica que
sea, no la impidan ni la quiten de allí, mas entren por la puerta que hallaren
abierta, porque aquélla es por donde Dios les quiere meter.
7. No atarse demasiado a reglas y posturas del cuerpo
Y no hay cosa que más contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima
devoción y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que se vaya a
meter a donde no la convidan. Y por eso es muy loable cosa, poniéndonos en
nuestro ejercicio, ir con libertad y no estar atados a nuestras reglas, ni estar
congojosos en cómo pensaremos lo que deseamos; mas, con tranquilidad y santo
descuido, así pensar el paso que solemos que no impidamos a la mano de Dios, si
a otra parte nos quisiere llevar. Y lo mismo se ha de entender de los que así
toman a dientes el leer o el pensar cierta cosa, que, aunque sienten mucha
devoción en el principio de ella, déjanla y piérdenla por acabar su tarea,
sabiendo que el fin del leer o el pensar al Señor, y cuando Él se comunica no
hemos de dejar a Él por proseguir nuestra obra. Y a este propósito hace el rigor
que otros tienen en estar hincados de rodillas todo el tiempo de este ejercicio,
puesto caso que su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a lo que
hacen con el trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber que, aunque la oración
tenga alguna poca de pena, y se ofrezca en satisfacción de los pecados, no es
éste el principal fruto de ella, mas el menor, porque en comparación de la
lumbre, y del gusto y de las virtudes que en ella da Dios, muy pequeña es la
aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el Apóstol, tiene poco
provecho. Por tanto, de tal manera debe estar el cuerpo en tiempo de esta
meditación como la salud lo sufre, y como el ánima esté descansada para vacar al
Señor, mayormente si este tiempo es largo, de dos o tres horas, como algunos lo
usan, de los cuales muy pocos son los que pueden tener el cuerpo penado, sin
perder la atención que requiere este ejercicio. Y por esto, por no perder la
atención, tengan el cuerpo como más esté descansado. También hay otros que se
fatigan tanto en la cabeza que otra cosa no sacan sino daño de ella y ceguedad
en el corazón. Y han de saber que este negocio más es dado que tomado, y que no
en la cabeza, más en el corazón, ha de ser el mayor ejercicio, haciendo allí
centro y el nido de todo lo que hobiéremos de recebir.
8. Devoción sensible
Y mírese mucho que, si en este corazón se levantaren movimientos hervorosos
de devoción sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras
ellos, mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima, débelos dejar pasar
como si no los tuviese, y guardar dentro de sí aquel pensamiento que se los
causó. Quiero decir que, quitando de sí los alborotos que causó la carne, goce
con el ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio. Y de esta
manera durarle ha mucho tiempo y será su consolación más de raíz y entrañable, y
no verná a dar muestras de si con gemidos, y otras veces con gritos y con otras
exteriores señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy gran trabajo, si una vez
la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos movimientos y hervores
sensuales; los cuales, cuanto más recios parecen de fuera, tanto más suelen
apagar la lumbre de dentro y ponerle impedimento que no pase adelante. Heos
querido dar estos avisos cerca de la oración, porque, huyendo de los
inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro salvo de las muy grandes
misericordias que Dios en ella suele hacer.
9. No dejar la oración por temor de los peligros
No seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los peligros que han
acaecido a los que por su soberbia, o grande ignorancia, han errado en el camino
del bien, no quieren servir a Dios ni tener oración, porque no les acaezca lo
que a los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro negocio, en que
muchos han salido con ganancia, porque alguno, por su propria culpa, salió de él
con pérdida; mas la caída ajena le debe a él hacer ser avisado, no para dejar el
negocio, mas para entender en él con mayor cautela. La Escriptura dice: Quita el
orín de la plata y saldrá vaso purísimo; y así debemos, con humildad y cautela,
seguir el ejercicio de la santa oracion, por lo cual tantos santos y amigos de
Dios han sido enriquecidos. Y no por el orín que algunos pocos indiscretos le
pegaron, arrojar de nos a él, y a ella. Que, si a eso mirásemos, en ninguna cosa
osaríamos entender corporal ni espiritual, pues en todas ha habido quien yerre.
Y por eso, no débense con vanos temores espantar los que quieren seguir el
camino de la oración, mas con caridad amonestados y con prudencia avisados. Y
más nos deben convidar a la seguir los muchos que en ella aprovecharon que
espantarnos los pocos que erraron.
10. Ejemplo de Cristo y de los santos
Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que
se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va, nos
amonesta muchas veces que oremos, y que siempre oremos. Y sus santos apóstoles,
especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su discípulo San
Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos
dan reglas y avisos de cómo hemos de entender en este santo ejercicio. Y muchos
de ellos cuentan, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este
santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oí lo que el devoto San Buenaventura
dice de la virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar
todas las cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: «Por tanto, si queréis
sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si queréis
sobrepujar las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis
conocer las astucias de Satanás y huir sus engaños, sed hombre de oración; si
queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andar con fuerza el camino del
trabajo y aflición, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida
espiritual, y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración; si
queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre de oración;
si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y deseos, y hervores y
devociones, sed hombre de oración; si queréis establecer vuestro corazón en la
voluntad de Dios en espíritu varonil y propósito constante, sed hombre de
oración. En conclusión, si queréis extirpar los vicios, y ser lleno de virtudes,
sed lleno de oración, porque en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que
enseña al ánima de todas las cosas. Y si queréis huir a la contemplación, y
gozar de las cosas del esposo, sed hombre de oración, porque por el ejercicio de
la oración van a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de
cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas
las probanzas de las escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído
y vemos cada día por experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado
estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la oración. Por tanto,
mucho deben dar su ánima a la oración todos los que desean imitar a Cristo, y
mayormente los religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a
Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente, cuanto puedo, que
tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los
cuidados necesarios, te deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe
tanto deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace por la oración.» Todo
esto dice San Buenaventura, con el cual concueran otros muchos en la alabanza de
la oración, los cuales no relato por ser cosa tan manifiesta, y porque para vos
es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros por experiencia
cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y
alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía
hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo, que
tiene particular obligación a más se comunicar con él, mediante la oración, pues
tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.
11. No meterse en consideraciones altas
Estas consideraciones que habéis oído así del proprio conocimiento como del
conocimiento de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque, aunque
haya otras más altas, son éstas más provechosas y más seguras y manuales. Y es
cosa delante de Dios agradable que, orando, nos pongamos en el postrer lugar que
es el conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de nuestra medicina, que
son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de ser bajos por ponernos en esta
bajeza, porque cuando Dios es servido bien sabe levantar de estos lugares al
pobre a la alteza de los gozos de su divinidad. Mas, así como se huelga de
levantar al que está humillado a sus pies, así le suele desagradar el
desmesurado atrevimiento de los que se quieren meter en consideraciones muy
altas. A los cuales o se las concede para su mal, siéndoles ocasión de soberbia
o de error, en pena de su atrevimiento, o usando con ellos de misericordia les
reprehende blandamente, para que, abajando sus alas, estén más seguros y
dispuestos para volar cuando Dios los llamare, y no por su propria presunción.
De esta manera acaeció a la esposa que con atrevido amor dice en los Cantares:
Enséñame tú al que ama mi ánima, adónde apacientas, y adónde te acuestas al
mediodía. Quiere decir y pedir que le sean demostrados los eternos y
sobrelucientes pastos del cielo, en los cuales el eterno Pastor Jesucristo,
claro como el sol de mediodía, apacienta sus bienaventuradas ovejas,
demostrándoles claramente su haz así como Él es. Mas esta petición no le es
concedida por Dios, antes es reprendida por él, dándole a entender que más razón
es que le pida ser enseñada adonde Cristo apacienta y acuesta, no al mediodía,
sino a la tarde, cuando haciéndose tinieblas en la universa tierra, porque se
ponía el verdadero sol, Cristo, enclavado en su cruz, como rey echado en su real
cama. En la cruz apacienta Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no
resplandeciente, como el sol de mediodía, mas tan desfigurada que aún sus
conocientes tengan que hacer en conocerlo. Esta cama y pasto pedid que os sea
enseñada, que la otra su tiempo se tiene. Agora tiempo es de cruz y de gustar el
cáliz que el Señor bebió la noche de la pasión. Después será tiempo de gozo, y
de beber del cáliz de los celestiales deleites que embriagan en el reino de
Dios. Y no debemos de celebrar primero la fiesta que la vigilia, ni el domingo
que el viernes; mas, por el trabajo de nuestro conocimiento y de la imitación de
Jesucristo crucificado, hemos de pasar y esperar la gloria eterna de su
resurrección.
c) EXPOSICIÓN DE UN LUGAR DE LOS CANTARES
Y esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así: Salid y
mirad hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que le coronó su madre
en el día del desposorio de él, y en el día de la alegría del corazón de él. En
ninguna parte de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese coronado
con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en el día del desposorio de
él; y por eso según la historia no conviene al Salomón pecador. Por fuerza, pues
la Escriptura no puede faltar, lo hemos de entender de otro Salomón verdadero,
el cual es Cristo, y con mucha razón, porque Salomón quiere decir pacífico; el
cual nombre le fue puesto porque no trajo guerras en su tiempo, como las trajo
su padre David. Por lo cual quiso Dios, que no David, varón de sangres, mas su
pacífico hijo le edificase aquel tan solmne templo en Hierusalem en que fuese
Dios adorado. Pues, si por ser pacífico Salomón en la paz mundana, que algunas
veces los reyes, aunque malos, la suelen en sus reinos tener, le fue puesto
nombre de pacífico, ¿con cuánta más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo
paz entre Dios y los hombres, no sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de
nuestros pecados que causaban la enemistad, e hizo paz entre los dos contrarios
pueblos, judíos y gentiles, quitando la pared de la enemistad que estaba en
medio, como dice San Pablo; conviene a saber, las cerimonias de la vieja ley, y
la idolatría de la gentilidad, para que unos y otros, dejadas sus
particularidades y ritos que de sus pasados traían, viniesen a una nueva ley de
debajo de una fe, y de un baptismo y de un Señor, esperando partir una misma
herencia, por ser todos hijos de un padre del cielo que los tornó a engendrar
otra vez por agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra que la primera
vez fueron engendrados de sus padres de carne para miseria y deshonra. Y estos
bienes todos son por Jesucristo, pacificador de cielos y tierra, y de los de
lejos y cerca, y de un hombre dentro de sí mismo, do la guerra es más trabajosa
y la paz más deseada. Estas paces no las pudo hacer Salomón, mas tuvo el nombre,
en figura del verdadero pacificador. Así como la paz de Salomón, que es
temporal, tiene figura y es sombra de la espiritual y que no tiene fin.
Pues, si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que nunca
os olvidéis, la madre de este Salomón verdadero, que fue y es la bendita virgen
María, hallaréis haberlo coronado con guirnalda hermosa, dándole carne sin
ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día de ayuntamiento y
desposorio del Verbo divino con aquella santa humanidad, y del Verbo hecho
hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y de aquel sagrado vientre salió
Cristo como esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr su carrera como
fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra redempción, que fué la más
dificultosa que ha habido. Y, al fin de la carrera, en el día del viernes santo,
casóse con palabras de presente con esta su Iglesia, por quien tanto había
trabajado como otro Jacob por Raquel, porque entonces le fue sacada de su
costado, estando él durmiendo el sueño de muerte, a semejanza de Eva sacada de
Adán, que dormía. Y por esta obra tan excelente y de tanto amor en aquel día
obrada llama Cristo a este día mi día, cuando dice en el Evangelio: Abraham,
vuestro padre, se gozó para ver mi día; viólo y gozóse. Lo cual fue, como dice
Crisóstomo, cuando a Abraham fue revelada la muerte de Cristo en semejanza de su
hijo Isaac, que Dios le mandó sacrificar en el monte de Sión. Y entonces vio
este penoso día y gozóse. Mas, ¿por qué se gozó? ¿Por ventura de los azotes, o
tristezas o tormentos de Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo
tanta que bastaba a hacer entristecer de compasión a cualquiera por mucha
alegría que tuviese. Si no, díganlo sus tres amados apóstoles, a los cuales
dijo: Triste es mi ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus corazones al sonido
de esta palabra, la cual suele aún a los que de lejos la oyen lastimar su
corazón con agudo cuchillo de compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y
cruz, fueron tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se
moviera a compasión. Y aún no sé si los mismos que le atormentaban, viendo su
mansedumbre en el sufrir, y la crueldad de ellos en el herir, algún rato se
compadecían de quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían. Pues,
si los que a Cristo aborrecían pudieran ser entristecidos por ver sus tormentos,
si del todo piedras no fueran, ¿qué diremos de un hombre tan amigo de Dios como
era Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó Cristo?
Mas, porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más maravillosa, la
cual dicen las ya dichas palabras de los Cantares: que esta guirnalda le fue
puesta en el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es aquesto? ¿Al día de
sus excesivos dolores, que lengua no hay que los pueda explicar, llama día de
alegría de él? Y no alegría fingida o de fuerza, mas dice: en el de la alegría
del corazón de él. ¡Oh alegría de los ángeles, y río del deleite de ellos, en
cuya cara ellos se desean mirar y de cuyas sobrepujantes ondas ellos son
envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan sobrada! ¿Y que
se alegre tu corazón en el día de tus trabajos? ¿De qué te alegras entre los
azotes y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastima? Lastímate,
cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu complexión era más delicada que
todas. Mas, porque lastiman más nuestras lástimas, quieres sufrir de muy buena
gana las tuyas por con aquellos dolores quitar los nuestros. Tú eres el que
dijiste a tus amados apóstoles poco antes de la pasión: Con deseo deseado comeré
esta pascua con vosotros antes que padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego
viene a traer a la tierra, ¿qué quiero sino que se encienda? Con baptismo tengo
de ser baptizado, ¡cómo vivo en estrechura hasta que se ponga en efeto! El fuego
de amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos y
quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las mercedes
que en tu vida nos heciste. Y lo haces arder con la muerte que por nosotros
pasaste. ¿Y quién hobiera que te amara, si tú no murieras de amor por dar vida a
los que por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan húmedo y frío, que,
viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y
abrasado con fuego de tormentos que te daban, y del amor con que tú padecías, no
se encienda en amarte aún hasta la muerte?¿Quién será tan porfiado, que se
defienda de tu porfiada requesta, en que tras nos anduviste desde que naciste
del vientre de la Virgen y te tomó en sus brazos y te reclinó en el pesebre,
hasta que de las mismas manos y brazos de ella te tomaron y fuiste encerrado en
el santo sepulcro como en otro vientre? Quemástete, porque no quedásemos fríos;
lloraste, porque riésemos; padeciste, porque descansemos, y fuiste baptizado en
el derramiento de tu sangre, porque nosotros fuésemos lavados de nuestras
maldades. Y dices Señor. ¡Cómo vivo en estrechura, hasta que esto baptisino se
acabe!, dando a entender cuán encendido deseo tenías de nuestro remedio, aunque
sabías que te había de costar la vida. Y como el esposo desea el día de su
desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con tus penas
de nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para haber de morir
por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados. Y
pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se
llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues era deseado por ti. Y aunque
el dolor de aquel día fuese muy expresivo, de manera que en tu persona se diga:
¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y ved si hay dolor
que se iguale con el mío, mas el amor que en tu corazón ardía sin comparación
era mayor, porque, si menester fuera a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto
de lo que pasaste, y que estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se
acabara, con determinación firme subiste en ella, para hacer y sufrir todo lo
que para nuestro remedio fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste,
y más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por eso
quedó vencedor tu amor, y, como llama viva, no se pudieron apagar los ríos
grandes y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque los
tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba del bien
que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón.
Y este día vio Abraham, y se gozó, no porque le faltase compasión de tantos
dolores, mas porque veía que el mundo y él habían de ser redimidos por ello.
Pues en este día, salid, hijas de Sión -que son las ánimas que atalayan a Dios
por la fe-, a ver el pacífico rey, que son sus dolores, que va a hacer la paz
deseada; y miralde, pues, para mirar a Él os son dados los ojos. Y entre todos
sus atavíos de desposorio, que lleva, mirad a la guirnalda de espinas que en su
divina cabeza lleva, la cual, aunque la trajeron y se la pusieron los caballeros
de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela puesto su madre,que es la
sinagoga, de cuyo linaje Cristo descendió según carne; porque por la acusación
de la sinagoga, y por complacer a ella, fue Cristo así atormentado. Y si alguno
os dijere: «Nuevos atavíos de desposado son éstos: por guirnalda, lastimera
corona; por atavíos de pies y manos, clavos agudos que se los traspasan y
rompen; azotes por cinta; los cabellos pegados y enrubiados con su propria
sangre; la sagrada barba arrancada; las mejillas bermejas con bofetadas; y la
cama blanda, que a los desposados suelen dar con muchos olores, tórnese en
áspera cruz donde justiciaban los malhechores. ¿Qué tiene que ver este
abatimiento extremo con atavíos de desposorio? ¿Qué tiene que ver acompañado de
ladrones, con ser acompañado de amigos, que se huelgan de honrar al nuevo
desposado? ¿Qué fruto, qué música, qué placeres vemos aquí, pues la madre y
amigos del desposado comen dolores y beben lágrimas, y los ángeles de la paz
lloran amargamente, y no hay cosa más lejos de desposorio, que todo lo que aquí
parece?
Mas no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo de
desposar todo es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es sin pecado, y porque
es Dios y hombre, y despósase con nosotros, feos, pobres y llenos de males, no
para dejarnos en ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus bienes. Para
lo cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por nosotros, tomando
nuestro lugar y semejanza, para, con aquella semejanza de deudor, sin serlo, y
con aquel duro castigo, sin haber hecho por qué, matase nuestra fealdad y nos
diese su hermosura y riquezas. Y porque ningún desposado puede hacer a su esposa
de mala, buena; ni de infernal, celestial; ni de fea en el ánima, hermosa; por
eso busca las esposas que sean buenas, hermosas y ricas, y van, el día del
desposorio, ataviados a gozar de los bienes que ellas tienen, y que ellos no les
dieron. Mas nuestro nuevo esposo a ninguna ánima halla hermosa ni buena, si Él
no la hace. Y lo que nosotros le podemos dar, que es nuestro dote, es la deuda
que debemos de nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal le
paramos, cuales nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él es. Porque,
destruyendo con nuestra semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su imagen de
hombre nuevo y celestial. Y esto obró Él con aquellos atavíos que parecen
fealdad y flaqueza y son altísima honra y grandeza, pues pudieron deshacer
nuestros muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y amistad del
Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este es el esposo, en que os
habéis de mirar, y muchas veces al día para hermosear lo que viéredes feo en
vuestra ánima. Y ésta es la señal puesta en alto, para que, de cualquier víbora
que seáis mordida, miréis aquí y recibáis la salud en sus llagas. Y en cualquier
bien que os viniere, miréis aquí, y os sea conservado, dando gracias a este
Señor, por cuyos trabajos nos vienen todos los bienes.
3. Con que ojos hemos de mirar los prójimos
a) CON OJOS QUE PASEN POR NOSOTROS
Pues ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo,
resta, para cumplimiento de la palabra del profeta que os dice: Ve, que oyáis
con qué ojos habéis de mirar a los prójimos, para que así de todas partes
tengáis luz y ningunas tinieblas os hallen. Y para esto habéis de notar que
aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen por sí mismo y
pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre trabajos, cuanto a su cuerpo, o
tristezas o ignorancias y flaquezas, cuanto a su ánimo. Claro es que siente pena
con el calor y frío, y le duele la enfermedad y desea ser no despreciado ni
desechado por sus flaquezas, mas sufrido y remediado y aplacado. Pues de esto
que pasa en él, así en sentir los trabajos, como en desear remedio en ellos,
aprenda y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la misma flaca naturaleza
de Él. Y con aquella compasión le mire y remedie y sufra, con que se mira a sí
mismo y desea ser de los otros mirado y remediado. Y así cumplirá lo que la
Escriptura dice: De ti mismo entiende las cosas que son de tu prójimo. Y haga
con su prójimo lo que quiere que se haga con Él; porque de otra manera, ¿qué
cosa puede ser más abominable que querer misericordia en sus yerros y venganza
en los ajenos? Querer que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus
yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo él de la pequeña mota
del ajeno defecto una gran viga?Hombre que todos quiere que miren por él, y le
consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros, no merece
llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos humanos, que deben de ser
piadosos. La Escriptura dice: Tener peso y peso, medida y medida, abominable es
delante de Dios, a dar a entender que quien tiene una medida grande para recebir,
y otra pequeña para dar, que es desagradable delante los ojos de Dios. Y su pena
será que, pues él no mide a su prójimo con la misericordia que quiere que midan
a él, que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con que él mide a
su prójimo. Porque escripto está: con la medida que midiéredes, seréis medidos.
Y juicio sin misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia. Pues,
doncella, en cualquier cosa que en vuestro prójimo vierdes, ¿qué es lo que vos
sentís, o querríades que otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con
aquellos ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remedialdo en cuanto
pudiéredes y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos midiéredes, y
así habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro proprio conocimiento, y
seréis piadosa con todos.
b) CON OJOS QUE PASEN POR CRISTO
1. Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo
Agora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con
cuánta misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado
procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y dolor
ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos a vos,
mirastes a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis
con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró. Porque, si
Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y veréis con cuánta razón
sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los cuales Él amó y estimó
como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su esposa, y como hermano a
hermanos, y como amoroso padre a sus hijos. Suplicad al Señor que os abra los
ojos, para que veáis el encendido fuego de amor que en su corazón ardía cuando
subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes, buenos y malos, pasados
y presentes y por venir. Y por los mismos que le estaban crucificando. Y pensad
que este amor no se le ha resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para
nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora que entonces murió. Y como una
sola vez se ofreció al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así
muchas veces se ofrece en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será
aquel que pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta
para codiciar mal ni destruición al que ve que Dios le desea todo bien y
salvación? No se puede escribir ni decir el amor que se engendra en el corazón
del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como según
riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables, más como unos
entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo,
con todo linaje de parentesco y amistad. Porque, si según dice el refrán: «Quien
bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can», ¿cuánto os parece que querrá un
amador de Cristo a su prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el
mesmo Señor, por su boca, que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el
mismo Señor lo recibe hecho a sí? Y de aquí viene que conversa el cristiano con
sus prójimos con tanto cuidado de no los enojar, y tanta mansedumbre para los
sufrir, que le parece que con el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón
por más esclavo de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si por gran
suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el precioso precio que
Jesucristo dio por él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo en servicio
de Cristo, sin querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran merced
poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de la boca de
él que los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente amados de él,
ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el trabajo
pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo a la contina en
su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó, cuando dijo: Mi
mandamiento es aqueste, que os améis unos a otros como yo os ame.
2. El amor del Señor en los prójimos se paga
Y añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los prójimos. Y sabed,
que aunque por una parte sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace a
uno no quiera ni espere el Señor interese proprio, mas todo lo que da es para
gracia y merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la cual no
quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos. Así, como, si un hombre
hobiese prestado a otro muchos dineros, y héchole otras muchas buenas obras, y
le dijese: «De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de vuestra
paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo y traspaso en la persona
de hulano que es necesitada; pagalde a él el agradecimiento y amor y deudas que
a mí me debéis, y con ello me doy yo por pagado, porque con esa intención hice
con vos lo que hice.» De esta arte entre el cristiano en cuenta con Dios, y mire
lo que de él ha recebido, así en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó
por él, como en las misericordias que después de criado le ha hecho, no
castigándole por sus pecados, no desechándole por sus enfermedades, esperándole
a penitencia, y perdonándole cuantas veces ha pedido perdón, dándole bienes en
lugar de males, con otras innumerables mercedes, que no se pueden contar. Y
piense que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un dechado y
regla para la conversación que él ha de tener con su prójimo. Y que el intento
con que Dios ha obrado con él tantas mercedes es para darle a entender que,
aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni remediado, quiere
Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que tiene contra el que recibió
las mercedes, para que el bien que el prójimo por sí no merece, le sea concedido
por lo que se debía a Dios. Y se conozca por obligado y esclavo de los otros,
mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se hallaba no deber nada; y tema mucho
no sea en algo cruel o desamorado con los prójimos porque Dios no lo sea para
con él, quitándole los bienes recebidos y castigándole como a desagradecido del
perdón de los males pasados, así como lo hizo con aquel mal siervo que, habiendo
recibido de su Señor perdón de diez mil talentos, fue cruel para con su prójimo,
encarcelándole porque le debía cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor
palabras de grandísima ira con que le dijo: Siervo malo, perdonéte toda la deuda
que me debías, porque rogaste, ¿pues no fuera razón que hobieras tú misericordia
de tu prójimo, como yo la hube de ti? Y airado el Señor entrególe a los
atormentadores, hasta que le pagase toda la deuda que le había perdonado.
Considerad, pues, a vos, y considerad a Cristo y los bienes de él recebidos, y
engendrarse ha en vuestro corazón un limpio y fortísimo amor con todos los
prójimos, que ningún trabajo que por ellos pasáredes, y ningunos males que ellos
os hagan, os lo puedan quitar; mas, ardiendo este amor como viva llama, vencerá
siempre los males que hicieren con bienes que él haga. Y mirando que no los
amáis por ellos, no los dejaréis de amar por las malas obras de ellos; mas
considerando a Cristo en ellos, aunque os veáis desechada, no os airaréis;
aunque recibáis mal por bien, no os enojaréis, porque los ojos que ternéis
puestos en Cristo, por cuyo amor los amáis, os darán tanta luz que en ninguna
cosa que los prójimos hagan sentiréis tropiezo.
Y éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de tener, fundado
en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas fuentes no nace es muy flaco y
luego se causa. Y como casa edificada sobre movediza arena a cualquier combate y
ocasión da consigo en el suelo.
III. ET INCLINA AUREM TUAM
Tercera palabra. Como hemos de inclinar nuestras orejas y
de las malas revelaciones del demonio
Es tanta la alteza de las cosas de Dios y tan baja nuestra razón, y fácil
de ser engañada, que para seguridad y salvación nuestra, ordenó Dios salvarnos
por fe, y no por nuestro saber. Lo cual no hizo sin muy justa causa, porque,
pues el mundo, como dice San Pablo, no conoció a Dios en sabiduría, antes
desatinaron los hombres en diversos errores, atribuyendo la gloria de Dios al
sol y luna y otras criaturas. Y otros ya que conocieron a Dios por rastro de las
criaturas, tomaron tanta soberbia de su rastrear y conocer cosa tan alta, que
les fue quitada esta luz por su soberbia, que el Señor por su bondad les había
dado; y así cayeron en tinieblas de idolatría y de muchedumbre de otros pecados,
como habían caído los que no conocieron a Dios, por lo cual así como los ángeles
malos, después que pecaron, no consitió Dios, como quien queda escarmentado, que
hobiese en el cielo criatura que pudiese pecar, así viendo cuán mal las se
aprovecharon los hombres de su razón, no quiso dejar en manos de ella el
conocimiento de él y salvación de ellos, mas antes, como dice San Pablo, quiso
que por la predicación de lo que la razón no alcanza, hacer salvos no a los
escudriñadores, mas a los sencillos creyentes, por lo cual después de habernos
el Espíritu Santo amonestado las dos ya dichas palabras, oye y ve, luego nos
amonesta la tercera que dice: Inclina tu oreja.
A) Positivamente
1. A la palabra de Dios: «toda la Sagrada Escritura»
En la cual nos da a entender que debemos profundamente sujetar nuestra
razón, y no estar yertos en ella, si queremos que el oír y ver no nos sea
ocasión de perdición. Porque es cierto que muchos han oído palabras de Dios, y
han tenido claros entendimientos de cosas sutiles y altas, y porque se arrimaron
más a la vista que a inclinar la oreja, tornóseles la luz en ceguedad y
tropezaron en luz de mediodía como si fuera tinieblas. Por eso, ánima, que no
queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja, quiero decir,
vuestra razón, y no tengáis temor de ser engañada. Inclinada a la palabra de
Dios, que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no la entendiérdes, y
os pareciere que va contra vuestra razón, no penséis que erró el Espíritu Santo
que la dijo; mas sujetadle vuestro entendimiento, y creed que por la grandeza de
ella vos no la podéis alcanzar. Y mirad que manda Dios por el profeta Esaías que
nuestro recurso sea a su santa Escriptura; y que a los que no hallaren según
ella, no les nacerá la luz de la mañana. Porque aunque en otras cosas puedan ser
sabios sin tener ciencia de ella, mas tener conocimiento de Dios y de lo que
cumple a nuestra salud, no se alcanza sino por sabiduría de la palabra de Dios.
Y habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de ser por
seso o ingenio de cada cual, que de esta manera qué cosa habría más incierta que
ella, pues comúnmente suele haber tantos sentidos cuantas cabezas, mas ha de ser
por la determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los santos de
ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo, declarando la Escriptura que
habló en los mismos que la escribieron. Porque de otra manera, ¿cómo se puede
bien declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu divino? Pues que cada
Escriptura se ha de leer y declarar con el mismo espíritu con que fue hecha. Y
aunque a toda la Escriptura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con muy
gran reverencia, mas inclinalda con muy mayor y particular devoción y humildad a
las benditas palabras del Verbo de Dios hecho carne, abriendo vuestras orejas
del cuerpo y del ánima a cualquier palabra de este Señor, particularmente dado a
nosotros por maestro, por voz del eterno Padre que dijo: Este es mi amado Hijo
en el cual me he aplacido, a él oíd. Sed estudiosa de leer y oír con atención y
deseo de aprovechar estas palabras de Jesucristo. E sin duda hallaréis en ellas
una excelente eficacia que obre en vuestra ánima, la cual no la hallaréis en
todas, las otras que desde el principio del mundo Dios ha hablado ni ha de
hablar hasta el fin de él.
2. A la enseñanza de la Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa
Ítem, inclinad vuestra oreja a la determinación y enseñanza de la Iglesia
católica, cuya cabeza en la tierra es el Pontífice romano. Y tened por cierto,
como San Hierónimo dice, que cualquiera persona que fuera de esta obediencia y
creencia comiere el cordero de Dios, profano es. Y quienquiera que fuere hallado
fuera de esta Iglesia, necesariamente ha de perecer, como los que no entraron en
el arca de Noé fueron ahogados en el diluvio. Y contra esta Iglesia no os mueva
revelación ni sentimiento de espíritu, ni otra cosa mayor o menor, aunque
viniese ángel del cielo a lo decir, porque como dice San Pablo, esta Iglesia es
columna y firmamento de la verdad, y mora en ella el Espíritu Santo, que ni
engaña ni puede ser engañado.
Por tanto nos os muevan doctrinas de herejes pasados, o presentes, o por
venir, los cuales desamparados de las manos de Dios, en pena de su soberbia,
siguen luz falsa, creyendo que es verdadera, y, perdiéndose ellos, son causa de
perdición de cuantos los siguen. Mirad en lo que han parado los que se apartaron
de la creencia de esta Iglesia católica y cómo fueron semejables a un ruido de
viento que presto se pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe ha
quedado por vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por estar firmada
sobre firme piedra, contra la cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos, ni las
puertas del infierno pueden prevalecer. Cerrad vuestras orejas a toda la dotrina
ajena de la Iglesia y según la creencia usada y guardada de tanta muchedumbre de
años, pues sabéis de cierto que en ella han sido salvados y santos grandísima
muchedumbre de gente. Porque no veo cosa de mayor locura que dejar un camino,
del cual está cierto que los que por él han caminado han sido sabios, y han
agradado a Dios, y han ido al cielo, por seguir a unos menores que éstos sin
comparación en todas estas cosas, y solamente mayores en la soberbia y
desvergüenza de querer ser más creídos, sin prueba ninguna, que la muchedumbre
de los pasados, que tuvieron divinal sabiduría, y excelentísima vida, y
muchedumbre de grandes milagros. Esperad un poco y veréis el fin de los malos, y
como los vomitará Dios con extrema deshonra, declarando el error de ellos, como
lo hizo de los pasados y pues esto es así, para que estéis segura de estos
engaños, tomad el consejo de esta dicha palabra: Inclina tu oreja, y sabed que,
aunque es grande la obediencia que Dios nos pide en nuestra voluntad, pues
quiere que ninguna cosa amemos sino a Él, o por Él, mas muy mayor sin
comparación es la que nos demanda en nuestro entender mandándonos que, hollada
nuestra razón, nos sujetemos a creencia de lo que ella no alcanza. Y esto, para
que merezcamos ver claramente a Dios en el cielo como Él es, pues le creímos en
sus palabras a la Iglesia, aunque nuestra razón no le alcanzase acá en el suelo,
y para esta firme y bienaventurada creencia no hay cosa que tan contraria sea
como tener entendimiento escudriñador, inquieto, dado a argumentos y razones, y
ajeno de simplicidad y humildad, y que quiere tantear las inefables cosas de
Dios y de su camino con la poquedad de su rastrear. Y acaece a éstos lo que a
los que miran de hito al sol en su luz, los cuales no sólo no ven más que antes,
mas menos. Tornáseles la luz tinieblas, no en ella, mas en los ojos de ellos,
por ser tan flacos para mirar tan excesiva copia de luz, lo cual dice así la
Escriptura: El escudriñador de la Majestad será oprimido con la gloria, como si
dijese: «El que no se sujeta a creer las cosas de Dios, mas quiere por escudriño
entenderlas, será derribado como con peso incomportable, con la altísima gloria
que quiere decir claridad que tienen las cosas de Dios que él escudriña; y será
rechazado su entendimiento, y cegado, por el sumo exceso que hay de él a la
alteza de las cosas de Dios. Y así, en lugar de la luz que buscaba, saca
tinieblas, y en lugar de ir satisfecho y con sosiego del ánima, saca inquietud,
porque no se queriendo llegar a Dios con sencilleza y humildad de niño, no se le
comunica el Espíritu Santo, que a solos los humildes se da. Y sin él por fuerza
ha de quedar el ánima fría, inquieta, llena de dudas, y en hambre continua,
diciendo después que muchos trabajos aquella voz de filósofos cansados de su
curiosidad y vacío de contentamiento: «Esto sólo sabemos, que ninguna cosa
sabemos».
Quien quisiere, pues, nadar sin ser ahogado en el abismo de las cosas de
Dios, no ha menester dos ojos y dos orejas, mas uno. Acordaos como lo dice el
esposo a la esposa en los Cantares: Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, en
uno de tus ojos, y mirad también que en la palabra que estamos declarando no
dice el Espíritu Santo: Inclina tus orejas, sino: Inclina tu oreja, porque no
con ojo de nuestra razón, mas con ojo de fe herimos de amor al corazón de
Jesucristo nuestro Señor. Y no nos pide la oreja que escudriña y tantea lo que
le dicen, mas la que cree con sinceridad; porque la otra no es oreja de quien
quiere aprender, mas de quien se tiene por sabio aún para con Dios, no queriendo
creer de Él sino lo que alcanza su ciega razón. Y aunque parece que esta oreja
oye, no se inclina, pues no quiere creer lo que no entiende. Y así quédase
pobre, porque, faltando la fe, ningún bien le puede dar, mas la que se inclina
es enriquecida de Dios con darle su espíritu y otras innumerables mercedes que
tras las humildad de fe suelen venir, con las cuales queda el ánima hermoseada
en su corazón y en sus obras, a semejanza de Rebeca, hermosa doncella, a la cual
le fue dado de parte de Isaac ajorcas para las manos y zarcillos para la oreja.
Y, porque nos fuese más y más encomendada esta sencilla sujeción del
entendimiento a las cosas de Dios, no se contentó el Espíritu Santo: Oye hija,
que bien entendido quiere decir: Cree, mas añade la tercera palabra diciendo:
Inclina tu oreja; para que sepan los hombres que, pues Dios no habla palabras
ociosas, en decir tantas veces una misma cosa por diversas palabras, nos quiere
muy de verdad encomendar este sencillo y humilde creer y decir que consiste en
ello nuestra salud.
B) Negativamente
1. Malas revelaciones del demonio
No es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los que caminan
el camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado. El principal remedio del
cual, consiste en el aviso que el Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta
palabra que dice: Inclina tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna persona
devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos espirituales; los cuales
muchas veces, permitiéndolo Dios, trae el demonio para dos cosas: una, para, con
aquellos engaños, quitar el crédito de las verdaderas revelaciones de Dios, como
también ha procurado falsos milagros para quitar el crédito de los verdaderos;
otra, para engañar a la tal persona debajo de especie de bien, ya que por otra
parte no pueda. Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos
hemos visto en los presentes, los cuales deben poner escarmiento y dar aviso a
cualquiera persona deseosa de su salud, a no ser fácil en creer estas cosas,
pues los mismos que tanto crédito primero les daban, dejaron y avisaron, después
de haber sido libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en
ellos.
a) ENGAÑOS PASADOS
Gersón cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de aquesto. Y dice
haber sabido de muchos que decían y tenían por muy cierto haberles revelado Dios
que habían de ser papas, y alguno de ellos lo escribió así, y por conjeturas y
otras pruebas afirmaban ser verdad. Y otro, teniendo el mismo crédito que había
de ser papa, después se le asentó en el corazón que había de ser anticristo, o a
lo menos mensajero, y después fue gravemente tentando de matarse él mismo, por
no traer tanto daño al pueblo cristiano, hasta que por la misericordia de Dios
fue sacado de todos estos engaños, y los dejó, enseñándolo para cautela y
enseñanza de todos.
b) ENGAÑOS DE ESTOS TIEMPOS
No han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que
ellos habían de reformar la Iglesia cristiana, y traerla a la perfección que en
su principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo, ha sido
suficiente prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber entendido
en su propria reformación que con la gracia de Dios les fuera ligera, que,
olvidando sus proprias conciencias, poner los ojos de su vanidad en cosa que
Dios no la quería hacer por medio de ellos.
Otros han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve atajo
para llegar presto a Dios. Parecíales que, dándose una vez perfectamente a Él, y
dejándose en sus manos, eran tanto amados de Dios, y regidos por el Espíritu
Santo, que todo lo que a su corazón venía no era otra cosa sino lumbre e
instinto de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste movimiento
interior no les venía, no habían de moverse a hacer obra, por buena que fuese. Y
si les movía el corazón a hacer alguna obra, la habían de hacer, aunque fuese
contra el mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana que en su corazón
sentían era instinto y libertad del Espíritu Santo que los libertaba de toda
obligación de mandamiento de Dios, al cual decían que amaban tan de verdad que,
aún quebrantando sus mandamientos, no perdían su amor. Y no miraban que predicó
el Hijo de Dios, por su boca lo contrario de esto, diciendo: Si alguno me ama
guardará mi palabra. Y el que tiene mis mandamientos y los guarda, aquel es el
que ama, dando claramente a entender, que quien no guarda sus palabras, no tiene
su amor ni amistad, porque, como dice San Augustín: «No puede uno amar al rey,
cuyo mandamiento aborrece.»
Y lo que el Apóstol dice, que al justo no le es impuesta ley y que, donde
está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, no se ha de entender que el
Espíritu Santo haga a ninguno, por justo que sea, libertado de la guarda de los
mandamientos de Dios, mas antes, cuanto más se les comunica, más amor les pone,
y, creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar más y más las palabras
de Dios, más amado: Si no que, como este Espíritu sea eficacísimo y haga el
hombre verdadero y ferviente amador, pónele tal disposición en el ánimo que no
le es pesada la guarda de los mandamientos de Dios, antes muy fácil, y tan
sabrosa que diga David: Cuán dulces son para mi garganta tus palabras, más que
la miel para mi boca. Porque, como este Espíritu ponga perfectísima conformidad
en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios, haciéndole que sea un
espíritu con él que quiere decir, tener un querer y no querer, necesariamente ha
de ser al hombre sabrosa la guarda de la voluntad de Dios, tanto que si la misma
ley de Dios se perdiese, se hallaría escripta por el Espíritu Santo en la
voluntad del tal hombre, pues está conforme con la voluntad de Dios, que hizo la
ley.
Y como sea fácil y dulce uno obrar lo que ama, de ahí es que quien aqueste
Espíritu de Dios, que hace libre tiene en abundancia, obra tan sin pesadumbre y
sin captiverio que, aunque no hobiese infierno que amenazase ni paraíso que
convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el amor de la
voluntad de Dios lo que obra; y todo lo que sufriese le sería agradable; como un
amoroso hijo reverencia y ama a su padre, y cumple sus palabras, por sólo el
amor libre que del filial parentesco se causa en su corazón, sin mirar a otra.
Pues como el Espíritu de Dios obró en el corazón del hombre para con Dios lo que
la generación humana en el corazón del hijo para con su padre, hácele obrar por
puro amor, sin que ninguna cosa le sea carga. Y tras este perfeto amor viene
perfeto aborrecimiento de todo pecado, y viene la perfeta confianza, que quita
toda tristeza y temor. Y quitándole del corazón maldad y temor, quítale toda
pesadumbre y hácele libre de toda carga; sufre los trabajos no sólo con
paciencia, mas con alegría. Y porque ninguna cosa tiene sobre su cuello que se
le apegue, dícese no ser esclavo, mas libre, que obra por puro amor, y no
forzado por las promesas o amenazas de la ley. Y por eso dice que no le es
puesta ley; porque, aunque la guarda, no siente aquella pena con ella que suelen
sentir los que hallan su corazón contrario a la ley, los cuales obran no por
amor ni con delites, mas apremiados y compelidos con el temor de la ley. De
manera que, aunque al justo lo es puesta ley, y es obligado a guardarla, se dice
no le ser puesta por el espíritu que le da, y el amor que liberta, no de la
guarda de ella, mas de la carga de ella, que hace que no esté él debajo de ella
como caído y entristecido y atemorizado, mas encima de ella, sintiendo su
corazón tan lleno de amor que le hace obrar con deleite lo que ella manda con
majestad. No porque es mandado con imperio cargoso, sino porque obrada a Dios
entrañablemente amado. Por el cual aun haría hombre más de lo que la ley manda,
si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que el que la misma ley pone. Y así
no está justo debajo de ley, haciéndosele de mal lo que ella manda, mas está
encima de ella, porque se deleita en el cumplimiento de ella. Y cuanto tiene de
amor, tanto tiene de libertad.
Y así se ha de entender lo que dice el apóstol: Si sois llevados por el
espíritu, no estáis debajo de ley. Como si dijese. El espíritu hace que no os
tenga apremiados ni derribados la ley como con peso. Y por eso se dice este
espíritu hacer libres, porque quita la gana del pecar, y la pesadumbre de la
ley, y las tristezas y congojas que suelen dar los trabajos, y hace robustos y
fuertes contra el pecado, y amorosos para con la ley, y gozosos en los trabajos,
mas no quebrantadores de los mandamientos de Dios, antes en esto más servidores,
porque más amadores; y en quebrándose uno de los mandamientos de Dios, este
espíritu se va luego, según está escripto, que se aparta de los pensamientos que
son sin entendimiento, y será echado del ánima, por venir a ella la maldad. No
diga, pues, nadie quebrantando mandamiento de Dios, que sea justo o libre con el
amor de Dios; porque, como no hay participación de luz en tinieblas así no la
hay entre Dios y el que peca, según está escripto, que es aborrecible a Dios el
malo y su maldad.
c) REGLAS PARA NO ENGAÑARSE
Heos querido dar cuenta de este tan ciego error, como poniéndoos ejemplo
por donde saquéis otros muchos tan torpes y más que aqueste, en los cuales han
caído en tiempos pasados y presentes los que han querido dar crédito ligeramente
a lo que sentían en su corazón, creyendo ser todo de Dios, y porque vuestra
ánima no sea una de aquestas, notaréis las reglas siguientes, pidiendo a nuestro
Señor que él, mediante ellas, os libre de lazo tan peligroso.
1. No desear revelaciones
Sea la primera, que tengáis mucho aviso de no consentir poco ni mucho vivir
en vos el deseo de visiones o revelaciones, o cosas semejantes; porque es señal
de soberbia o curiosidad peligrosa. De lo cual San Augustín fue en algún tiempo
tentado, y suplicaba con mucha instancia a nuestro Señor no le dejase consentir
en ello; cuyas palabras son éstas: «¡Con cuántas artes de tentaciones trabajó
conmigo el demonio porque pidiese a ti, Señor, algún milagro!; más ruégote, por
amor de nuestro rey Jesucristo, y por nuestra ciudad Jerusalén, la del cielo,
que es casta y sencilla, que así como está lejos de mí el consentimiento de
aquesta tentación, así lo esté siempre más y más lejos.» Y San Buenaventura dice
que muchos han sido derribados en muchas locuras y errores por el deseo de
aquestas cosas, y dice que antes deben ser temidos que deseados.
2. No ensoberbecerse, si se tienen
Y si, sin quererlas vos, os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis
luego crédito, mas recorred luego a nuestro Señor suplicándole que no sea
servido de llevaros por este camino, pues hay otros muchos más dignos a quien
puede su Majestad tomar por instrumentos para estas cosas, y a vos que os deje
obrar vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente habéis de
mirar aquesto cuanto la revelación o instinto interior os convidare a
reprehender, o avisar de alguna cosa secreta a tercera persona, cuanto más, si
es sacerdote, o perlado, o semejante persona; desechar muy de corazón estas
cosas, y decir como dijo Moisén: Suplícote Señor, envíes el que has de enviar. Y
como Jeremías decía: Mochacho soy, Señor, y no sé hablar, teniéndose entrambos
por insuficientes, y huyendo de ser enviados a corregir y avisar a los otros.
Y no temáis que por esta resistencia humilde se enojará o ausentará nuestro
Señor, antes se acercará más, y lo aclarará más, pues que quien da su gracia a
los humildes, no la quitará la que ya ha dado a los que lo son. De San Ambrosio
leemos que, apareciéndole ciertas noches la figura de San Pablo, y de Gamaliel
no dio crédito que aquello fuese de parte de Dios; mas suplicóle muchas veces,
que, si era alguna ilusión del demonio, él la hiciese huir, y, si era cosa
buena, él la aclarase. Mas, para que diese crédito a cosa cierta, y no estuviese
penado cada duda, y acrecentando él los ayunos y oraciones, certificóle nuestro
Señor que aquella visión no era engaño, mas cosa de él. Y entonces se aseguró.
De un padre del yermo leemos que, apareciéndole uno en figura del crucifijo, no
solo no lo quiso adorar ni creer, mas cerrados los ojos, dijo: «No quiero ver en
este mundo a Jesucristo, que abástame que lo vea en el cielo». Con la cual
repuesta huyó el demonio, que con figura ajena quería engañar al ermitaño. Otro
padre respondió a uno que decía ser el ángel enviado a él de parte de Dios: «Yo
no he menester ni soy digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quien te
enviaron, que no es posible que te enviaron a mí, ni te quiero oír». Y así con
esta humilde respuesta huyó el demonio soberbio.
Y por esta vía de humildad, y de desechar de corazón estas cosas, han sido
muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta vía
el demonio les tenía armados, probando en sí mismos lo que dice David: El Señor
guarda a los pequeñuelos, humilléme yo, y libróme Él. Y en otra parte dice: Él
me libró del lazo de los cazadores; y, por el contrario, hallando la falsa
revelación o instinto del demonio, algún aplacimiento liviano en el corazón de
quien le recibe, prende allí y toma fuerzas para del todo engañar, permitiéndolo
Dios no sin justo juicio. Porque, como dice San Augustín, la soberbia merece ser
engañada. Estad, pues, tan limpio de aqueste aplacimiento, y de pensar que sois
algo para aquestas revelaciones, que se mude vuestro corazón del lugar humilde
en que antes estaba debajo del temor santo de Dios. Y así os habed en ellas como
si no os hobieran venido, esperando la voluntad y mandamiento del Señor en todas
las cosas, el cual aclare a lo que cerca de ellas habéis de tener y a que estéis
libres del deseo curioso de aquestas cosas.
3. No darles crédito fácilmente
Resta deciros en esto tres reglas cómo se conocerá ser un espíritu de
revelación bueno o malo. La cual cuestión no sabría decir si es más necesaria
que dificultosa de saber. Porque, si al Espíritu bueno de Dios tenemos por
espíritu malo del demonio, ¿qué blasfemia puede ser peor y en qué diferimos de
los miserables fariseos contraditores de la verdad de Dios, que atribuyen al
espíritu malo las obras que Jesucristo nuestro Redemptor hacía por el Espíritu
Santo? Y, si con facilidad de creencia aceptamos el instinto al espíritu malo
por cosa del Espíritu Santo, ¿qué mayor mal que de éstos, que seguir las
tinieblas por luz, y el engaño por verdad, y lo que peor es al demonio por Dios?
En entrambas partes hay peligro grande, o teniendo a Dios por demonio o al
demonio por Dios. Y cuán gran necesidad haya de saber distinguir y estimar cada
cosa de éstas en lo que ella es, ninguno hay, por ciego que sea, que no lo vea.
Mas cuán clara está la necesidad, tan ascondida y dificultosa está la
certificación y lumbre de aquesta duda. Y así como no es de todos profetizar o
hacer milagros, con otras semejantes gracias, sino de aquellos a quien el
Espíritu Santo por su voluntad las reparte, así como no es dado al espíritu
humano, por sabio que sea, juzgar con certidumbre y verdad la diferencia de los
espíritus, si no fuese alguna cosa muy clara contra la Escriptura o Iglesia de
Dios. Necesaria es en todo caso lumbre del Espíritu Santo, que se llama
discreción de espíritu, con la cual entrañable inspiración y alumbramiento se
hace huir todo error, y opinión y duda. Y juzga el hombre, que este don tiene,
cuál es el espíritu de verdad o de mentira, sin error. Y si nuestro Señor os ha
dado este don, excusado es daros otra enseñanza más; sino, para alguna ayuda de
aquesta cosa tan alta, miraréis los siguientes avisos, sacados de las palabras
de Dios, y de sus santos.
2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para conocer las revelaciones
a) CONFORMIDAD CON LA SAGRADA ESCRITURA
Sea el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola, mas
acompañada de la Escriptura de Dios, contenida en el Viejo y Nuevo Testamento, y
nuevas cosas conformes a la enseñanza y vida de Cristo y de los santos pasados.
De esta manera leemos que, cuando apareció Cristo en el monte Tabor, no fue
solo, mas con copia de abonados testigos. No porque Él los hobiese menester,
pues es verdad inmutable, de cuya participación reciben firmeza todas las otras
verdades, mas por darnos a entender que así como en otras cosas Él padeció y
hizo por nuestro ejemplo lo que mirando a Él no había necesidad de hacerlo, así
trayendo testigos el que no los hubo menester, se nos da a entender que no
debemos recebir cosa ninguna de aquestas, si no trae por testigos al Viejo
Testamento con sus profetas, que son figurados en Moisén y Elías, y al Nuevo y
dotrina apostólica, figurado en San Pedro, San Juan y Santiago, que presentes
estaban. En la cual enseñanza hemos de estar tan firmes que, si el ángel del
cielo contra ésta nos enseñase, no lo hemos de creer, mas tenerlo por engaño y
maldición, como dice el apóstol San Pablo.
Lo cual no se dice porque el ángel bueno pueda enseñar cosa contra la
Escriptura de Dios, mas, para que sepamos que hemos de dar mayor creencia que a
criatura del cielo ni de la tierra a la Escriptura divina, pues quien en ella
habló es más alto y más verdadero que todos; y ella es el sello real que hace
dar crédito a las revelaciones y dotrinas que concuerdan con ella, y es el cuño
donde está la verdadera moneda de la verdad de Dios, a la cual se ha de venir a
examinar toda otra cosa para ser aprobada, si fuere conforme, o reprobada, si
discordare. E ya os he arriba avisado, y por eso no lo torno a decir, que la
interpretación de esta Escriptura no ha de ser por humano sentido, mas por luz
del Espíritu Santo, que alumbra a su Iglesia y a los santos dotores que en ella
han hablado.
b) NO HAYA MENTIRA
El segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación o instinto
a ver si hay en ella alguna mentira.
Porque, si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis
verdad sin mezcla de mentira, ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo que
es del demonio muchas veces hay mil verdades, para hacer creer una mentira. Y
avísoos que no seáis fácil a dar crédito a palabras de revelación, que por voz
corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os fueren dichas, las cuales,
aunque a algunas ignorantes parecen ser todas de parte de Dios, por ver que el
ánima las percibe tan claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen, y
sienten de cierto que no salen de ella, sino que les son de otro espíritu
dichas; mas, aunque así sea, muchas de ellas, y muchas veces, son del demonio,
que puede hablar a nuestra ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de
estas tales palabras interiormente dichas al ánima he visto yo en personas haber
sido llenas de engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad, pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se
mezcla, tenedlo todo por sospechoso y examinadlo con diligencia doblada.
c) TRAIGA PROVECHO ESPIRITUAL
Sea el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y
edificación para el ánima, dejando el corazón más aprovechado que antes,
instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si un hombre bueno no habla cosas
ociosas, menos las hablará nuestro Señor, el cual dice: Yo soy el Señor, que te
enseño cosas provechosas, y te gobierno en el camino que andas. Y cuando
viéredes que no hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por fruto
del demonio que anda por engañar, o hacer perder tiempo a la persona a quien la
trae, y a las otras a quien se cuenta; y cuando más no puede, con este
perdimiento de tiempo se da por contenta.
d) CIERTA SEÑAL ES LA HUMILDAD
Otros muchos avisos se suelen dar para esto mismo, así como si la visión
trae al principio espanto y después sosiego, suélese tener por buena. Y, si al
contrario, por sospechosa. Mas la más cierta señal que asegura lo que el ánima
tiene ser de Dios es la humildad. Lo cual pone tal peso en la moneda espiritual,
que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda. Porque, según
dice San Gregorio: «Evidentísima señal de los escogidos es la humildad, y de los
reprobados es la soberbia.» Mirad, pues, qué rostro queda en vuestra ánima de la
visión o consolación, y espiritual sentimiento. Y, si os veis quedar más humilde
y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor reverencia y temblor de la
infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos livianos de comunicar con otras
personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco vos ocupáis mucho en mirarlo o
hacer caso de ello, mas echaislo en olvido, como cosa que puede traeros alguna
estima de vos; si alguna vez os viene a la memoria, humillaisos y maravillaisos
de la gran misericordia de Dios que a cosas tan viles hace tantas mercedes, y
sentís vuestro corazón tan sosegado y más en el propio conocimiento, como antes
que aquello os viniese lo estábades, pensad que aquella visitación fue de parte
de Dios, pues es conforme a la enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre
sea bajo y despreciado en sus proprios ojos. Y de los bienes que de Dios
recibiere se conozca por más obligado y avergonzado, atribuyendo toda la gloria
a aquel de cuya mano viene todo lo bueno. Y con esto concuerda San Gregorio,
diciendo: «Así el ánima que es llena del divino espíritu tiene sus evidentísimas
señales, conviene a saber: verdad y humildad. Las cuales entrambas, si
perfectamente en una ánima se juntaren, es cosa notoria que dan testimonio de la
presencia del Espíritu Santo. Con esto mismo concuerda lo que dice el profeta
Esaías: Que lava el Señor la suciedad de las hijas de Sión en espíritu de juicio
y en espíritu de ardor, dando a entender que la visitación primero obra en el
ánima juicio, que es darle a entender quién ella es y hacerla humillar, y
después, como sobre cosa segura, enviarle el espíritu del amor con otros mil
bienes.
Mas cuando es espíritu del demonio es muy al revés. Porque, al principio o
al cabo de la revelación, o consolación, siéntese el ánima liviana, deseosa de
hablar lo que siente, y con alguna estima de su proprio juicio, pensando que ha
de hacer Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de pensar en sus
defetos, ni que otro se los diga ni reprehenda, mas todo su hecho es hablar y
revolver en su memoria aquella cosa que tiene, y de ella querría que hablasen.
Cuando estas señales y otras que demuestran liviandad de corazón vierdes,
pronunciad sin duda ninguna que anda por allí el espíritu del soberbio demonio.
Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por buena que os parezca, ahora sea
lágrima ahora sea consuelo, ahora sea conocimiento de cosas de Dios, y aunque
sea ser subida hasta el tercero cielo, si vuestra ánima no queda con profunda
humildad, no os fiéis en cosa ninguna, ni la recibáis, porque, mientras más alta
es, es más peligrosa y haceros ha dar mayor caída. Pedí a Dios gracia para
conoceros y humillaros, y sobre esto deos más lo que fuere servido. Mas,
faltando esto, todo lo otro, por precioso que parezca, no es oro, sino oropel, y
no harina de mantenimiento, sino ceniza de liviandad.
3. La soberbia, causa de engaños. El director espiritual
Tiene este mal la soberbia, que despoja al ánima de la verdadera gracia de
Dios y, si algunos bienes le deja, son falsificados para que no agraden a Dios y
sean ocasión al que los tiene de mayor caída. Leemos de nuestro Redemptor que,
cuando apareció a sus discípulos el día de su Ascensión, primero les reprehendió
la incredulidad y dureza del corazón, y después los mandó ir a predicar,
dándoles poder para hacer muchos y grandes milagros, dando a entender que a
quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mesmo, dándole
conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque vuelen sobre los cielos,
queden asidos a su propria bajeza, sin poder atribuir a sí mismo otra cosa sino
su indignidad.
Mas habéis de notar que muchos sienten en sí mismos su propria vileza, y
cuán nada son de su parte, y paréceles que atribuyen primeramente la gloria a
Dios de todos sus bienes y tienen otras muchas señales de humildad, y con todo
esto están llenos de soberbia y tan enlazados de ella, cuanto ellos más libres
piensan estar. Y ésta es la causa, porque ya que vivan en verdad, por no
atribuir los bienes a sí, viven en engaño por pensar que son sus bienes más y
mayores de lo que a la verdad son. Y piensan tener de Dios tanta lumbre que
ellos solos bastan para regirse en el camino de Dios, y aun para regir a otros,
sin conocer persona que sea suficiente para los regir. Son en gran manera amigos
de su parecer, y aún tienen en poco algunas veces lo que los santos pasados
dijeron, y lo que a los santos de Dios, que en su tiempo viven, parece. Y
játanse tener el espíritu de Cristo, y ser regidos por Él, y no haber humano
consejo, pues con tanta certidumbre Dios les satisface en sus corazones.
Piensan, como San Bernardo dice, que hay nublado en las casas ajenas, y que en
solas las suyas luce el sol. Desfrezan y desprecian a todos los sabios, como
Goliad al pueblo de Dios. Sólo aquél es bueno en su juicio que con ellos se
conforma, y no hay cosa que más molesta les sea que hallar quien los contradiga.
Quieren ser maestros de todos y creídos de todos, y ellos a ninguno creen. Y a
la discreción cauta de los experimentados llaman tibieza y temor. Y a los
desenfrenados fervores y novedades, llenas de singularidad, o causadoras de
alborotos, llaman libertad de espíritu y fortaleza de Dios. Y aunque trayan en
la boca casi a la contina: «Y esto me dijo mi espíritu», «y esto tengo por
prueba muy suficiente», mas otras veces alegan la Escriptura de Dios, mas no la
quieren entender como la Iglesia y santos la entienden, mas como a ellos parece,
creyendo que no tienen ellos menos lumbre que los pasados, antes que los ha
tomado Dios por instrumento para cosas mayores que a ellos. Y así, haciendo
ídolo de sí mismo, y poniéndose encima de las cabezas de todos con abominable
altivez, es tan miserable el engaño de ellos, que, siendo extremadamente
soberbios, se tienen por perfetos humildes, y, creyendo que en solos ellos mora
Dios, está Dios muy lejos de ellos, y lo que piensan que es luz es muy escuras
tinieblas. De éstos dice Gersón: «Hay algunos a los cuales es cosa agradable ser
guiados por su parecer proprio y andar en sus invenciones. Guíalos, o por mejor
decir, arrójalos su propria opinión, que es peligrosísima guía. Macéranse con
ayunos demasiadamente, velando mucho; turban y desvanecen el celebro con demasía
de lágrimas. Y entre estas cosas no creen amonestación ni consejo de nadie. No
curan de pedir consejo a los sabios en la ley de Dios, ni se curan de oírlos, y
cuando los oyen, o piden consejo, desprecian sus dichos y es la causa, porque
han hecho entender de sí mismos que son ya alguna cosa, y que saben mejor que
todos qué es lo que les conviene hacer. De estos tales yo pronuncio que presto
caerán en toda ilusión de demonios. Presto caerán en la piedra del tropiezo,
porque son llevados con ciega precipitación y ligereza demasiada. Por tanto,
cualquiera cosa que dijeren de revelaciones no acostumbradas, tenlo por
sospechoso.» Todo esto dice Gersón.
a) LOS SANTOS HABLAN DE LA NECESIDAD DEL DIRECTOR
Ítem dice San Augustín, reprendiendo a los que quieren ser enseñados
inmediatamente por Dios y no por medio de los hombres: «Huyamos tales
tentaciones que son soberbiosísimas y peligrosas, antes pensemos cómo el mesmo
Apóstol San Pablo, aunque fue postrado y enseñado con voz celestial, con todo
eso fue enviado a hombre para recebir los sacramentos, y ser encorporado en la
Iglesia. Y Cornelio centurión fue enviado a San Pablo, no solamente para recebir
sacramentos, mas para oír de él lo que había de creer y y esperar y amar.
Porque, si no hablase Dios a los hombres por boca de hombres, muy abatida cosa
sería la condición humana. ¿Y cómo sería verdad lo que está escripto; el templo
de Dios santo es, que sois vosotros, si no diese Dios respuestas de este templo,
que son los hombres, mas todo lo que quisiese que aprendiesen los hombres se lo
hubiese de decir desde el cielo, y por medio de ángeles? Y también la misma
caridad no ternía entrada para que se juntasen y comunicasen los corazones de
unos con otros, si los hombres no aprendiesen mediante otros hombres. San Felipe
fue enviado al eunuco. Y Moisén recibió el consejo de su suegro Yetró». Todo
esto dice San Agustín. Ítem dice San Joan Clímaco que el hombre que se cree a sí
mismo no ha menester que le tiente demonio, porque él mismo se es demonio para
sí. Ítem dice San Hierónimo: «No quise yo seguir mi proprio parecer, el cual
suele ser muy mal consejero.» Ítem San Vicente aconseja mucho que el hombre que
quisiere ser espiritual tenga algún maestro por quien se rija; y, si lo puede
haber y no lo toma, que nunca le comunicará Dios la gracia por su soberbia. San
Bernardo y San Buenaventura a cada paso aconsejan lo mismo. Y la Escriptura de
Dios está llena de esto mismo, que unas veces dice: ¡Ay de vosotros sabios en
vuestros ojos y delante de vosotros mismos prudentes!; y en otra parte: Si
vieres algún hombre que se tiene por sabio, cree que más bien librado que éste
será el ignorante. Y San Pablo nos amonesta: No queráis ser sabios acerca de
vosotros mismos, y el Sabio dice: Si no dijeres al necio las cosas que él cree
en su corazón no recibirá las palabras de prudencia. Y en otra parte: Si
inclinares tu oreja, recibirás dotrina; y si amares el oír, serás sabio. Y, por
no ser prolijo, digo que la Escriptura y las amonestaciones de los santos, y las
vidas de ellos, y las experiencias que hemos visto, todas a una boca nos
encomiendan que no nos arrimemos a nuestra prudencia, mas que inclinemos nuestra
oreja al ajeno consejo. Porque de otra manera, ¿qué cosa habría más sin orden
que la Iglesia de Dios, o cualquiera congregación, si cualquiera ha de seguir su
parecer, pensando que acierta? ¿Y cómo puede ser que el espíritu de Cristo, que
es espíritu de humildad, y paz, y de unión, mueva y enseñe a uno a ser en
contrario de todos los otros en quien el mismo Dios mora? ¿Y cómo puede nacer
del que se tenga un hombre en tanta estima que no se halle en la congregación de
los hombres? ¿Quién lo puede enseñar ni juzgar de él, si su espíritu es bueno o
malo? Porque, como dice San Augustín, no dejaría de tomar este ajeno consejo y
obedecer, sino por que piensa, por su soberbia, que es mejor que el otro que le
aconseja. E ya que sea tanta su soberbia que crea que es mejor que los otros,
debe pensar que así como puede ser uno menos bueno que otro, y tener don de
profecía, de sanar enfermos o semejantes dones, de los cuales carezca el que es
mejor, así puede ser que el que es menor en otros dones sea mayor en tener don
de consejo, o de discreción de espíritus, de los cuales carezca el otro que era
mayor. Y, pues Dios es tan amigo de humildad y paz, no tema nadie que, si lo que
tiene es de Dios, se vaya o se pierda por sujetarse por el mismo Dios al ajeno
parecer, antes más y más se confirmará. Y si de otra parte fuere, huirá. Y si su
sabiduría es infundida de Dios, mire que una de las condiciones de ella, según
dice Santiago, es ser suadible.
Y mire que llama San Augustín a estos pensamientos soberbísimos y
peligrosísimos, porque, aunque sea peligrosa la soberbia de la voluntad, que es
no querer obedecer a voluntad ajena, muy más peligrosa es la soberbia del
entendimiento, que es, creyendo a su parecer, no sujetarse al ajeno. Porque el
soberbio en la voluntad alguna vez obedeciera pues tiene por mejor el ajeno
parecer. Mas quien tiene asentado en sí que su parecer es mejor, ¿quién lo
curará? ¿Y cómo obedecerá a lo que no tiene por tan bueno? Si el ojo del ánima,
que es el entendimiento, con que se había de ver y curar la soberbia, ese mismo
está ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién lo curara? Y si la luz se torna
tinieblas, y si la regla se tuerce, ¿qué tal quedará lo demás? Y son tan grandes
los males que vienen de aquesta soberbia que turban a todos con cuantos
contratan; porque con quien defiende su parecer proprio y es amigo de él, ¿quién
hay que en paz pueda vivir? Y porque del todo maldigáis y huyáis de este vicio,
sabed que llega su mal hasta hacer a los que eran buenos cristianos ser
perversos herejes. Ni por otra cosa lo han sido, ni son, sino por creer más a su
parecer proprio que el de la Iglesia y de sus mayores. Pensaban ellos que
acertaban, y que lo que en sus corazones pasaba era obra de Dios; y que si
creían más al parecer ajeno que a lo que en sus corazones sentían, dejaban a
Dios por el hombre, la luz por las tinieblas, mas la experiencia y verdad nos
demuestran, que lo que pensaban ser espíritu de verdad era espíritu de engaño;
el cual, cuando por otra parte no los pudo vencer, combatiólos transformándose
en ángel de luz debajo de semejanza de bien, y así quitóles la vida y el alma. Y
todo esto por no querer sujetarse a creer parecer ajeno.
Por tanto, doncella, así como os amonesto que seáis enemiga de vuestra
voluntad y mandar, así, y mucho más, os mando que seáis capital enemiga de
vuestro parecer, y de querer salir con la vuestra. Sed enemiga de él en vuestra
casa y fuera de casa. Y, aunque sea en cosas livianas, no lo sigáis, porque a
duras penas hallaréis cosa que tanto turbe el sosiego que Cristo quiere en
vuestra ánima, como el profiar y querer salir con la vuestra. Y más vale que se
pierda lo que vos deseábades que se hiciese que cosa que tanto habéis menester
para gozar de Dios, como es el reposo de vuestra conciencia.
Por tanto, hacedos tan baja y sin contradición, y sujeta a toda criatura,
como dice San Pedro, que pueda cualquiera pasar por vos y hollaros como a un
poco de lodo. Y haced cuenta que primero vuestra madre, y después todas las
demás, son vuestra abadesa. A las cuales obedeced con profunda humildad, sin
cansaros, pensando que no es muy amiga de obediencia la sierva de Dios que a su
sola abadesa o madre obedece, mas que debe buscar la dicha obediencia en todas
partes que la pudiere hallar, con mayor deseo que la sierva del mundo y de la
vanidad huye de obedecer y desea mandar. Y, para que ligeramente y con gozo
hagáis esto, traed a la memoria cuando el soberano Maestro y Señor se hincó de
rodillas a lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel que empleó
los pies lavados en ir a entregar a la muerte al que con tanto amor se los había
lavado. Y aunque estas cosas en que os digo que sigáis voluntad y parecer ajeno
sean de asco, y os parezcan de poca importancia, no lo dejéis de hacer, porque,
allende de evitar la turbación de corazón que es pestilencia del ánima,
acostumbraros heis poco a poco a obedecer voluntad y parecer ajeno en casos
mayores, porque ya sabéis que los que se han de ver en alguna obra de afrenta se
suelen primero ensayar en cosas livianas, para estar algo endustriados en las
que son de verdad mayores. Y así creed que quien tiene acostumbrado su
entendimiento a salir en cada cosita con la suya y hace ídolo de él, estimándolo
por más sabio que otro, hallarse ha de nuevo y no se humillará tan sin pena a
las cosas de Dios, como el que en ninguna cosa le deja salir con la suya, mas a
cada paso le corrige y humilla como ignorante.
b) CUALIDADES DEL DIRECTOR
Y así, ejercitándoos en estas pocas cosas con obediencia, conviene que,
para lo que toca al regimiento de vuestra conciencia, toméis por guía y padre
alguna persona letrada y ejercitada y experimentada en las cosas de Dios. Y no
toméis a quien tenga lo uno sin lo otro, porque las solas letras en ninguna
manera bastan a regir los particulares movimientos ni necesidades del ánima, ni
a saber juzgar de las cosas espirituales, y muchas veces pensará ser engaño del
demonio las que son mercedes de Dios, como hicieron los apóstoles que, andando
en tormenta de la mar y tinieblas, pensaron que quien venía a ellos andando
sobre la mar era alguna fantasma siendo Cristo, que es verdad de Dios. Poneros
han demasiados temores, condenándolo todo por malo. Y como en sus corazones
están muy lejos de la experiencia del gusto e iluminaciones de Dios, hablan de
ello como de cosa no conocida y a duras penas pueden creer que pasan en los
corazones de los otros cosas más altas que las que pasan en el corazón de ellos.
Otros hallaréis ejercitados en cosas de devoción, que se van ligeramente tras un
sentimiento de espíritu y hacen mucho caso de él. Y si alguno les cuenta algo de
aquestas cosas, óyenlo con admiración, teniendo por más santo al que más tiene
de ellas; y aprueban ligeramente estas cosas, como si en ellas todo estuviese
seguro; y, como no lo esté, muchos de éstos, por ignorancia, caen en errores y
dejan caer a los que tienen entre manos, por no darles suficientes avisos contra
las cautelas del demonio. Por lo cual no son buenos para regir tampoco, como los
pasados.
Y pues tanto os va en acertar con buena guía debéis con mucha instancia
pedir al Señor que os la encamine Él de su mano. Y, encaminada, fiadle con mucha
seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buena ni mala: la buena,
para que la examine y os avise; la mala, para que os la corrija. Y cosa de
importancia no hagáis sin su parecer, teniendo confianza en Dios que es amigo de
obediencia, que Él porná en el corazón y lengua a vuestra guía lo que conviene a
vuestra salud. Y de esta manera huiréis de dos males y extremos: Uno, de los que
dicen: «No he menester consejo de hombre, Dios me regirá y me satisface;» otros
están tan sujetos al hombre, sin mirar otra cosa sino que es hombre, que les
comprehende aquella maldición, que dice: Maldito el hombre que confía en el
hombre.
Sujetaos vos a hombre, y habréis escapado del primer peligro; y no confiéis
en el saber ni fuerza del hombre, mas en Dios que os hablará y favorecerá por
medio del hombre. Y así habréis evitado el segundo peligro. Y tened por cierto
que, aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro
para hallar la voluntad del Señor, como este de la humilde obediencia, tan
aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de ellos, según nos dan
testimonio las vidas de los santos Padres, entre los cuales se tenía por muy
gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo. Y, entre
las muchas buenas cosas que en las órdenes de la Iglesia hay, por maravilla
hallaréis otra tan buena como vivir todos debajo de obediencia.
Y porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo Santa Clara fue
fidelísima y sujeta hija a San Francisco. Y Santa Elisabel, hija del rey de
Hungría, a un religioso, el cual tenía tanto celo de ella que algunas veces la
castigaba con azotes, y ella a él tanta reverencia, que los recibía con mucha
paciencia y hacimiento de gracias. Otras muchas que sabemos y no sabemos han
ganado mucho por este camino, cuando encontraban con buenas guías. Y así si Dios
a vos os la deparare, tomad el consejo de nuestra letra que dice: inclina tu
oreja; y viviréis con tal que os acordéis de lo que dice la Escriptura: Pacífico
sey ante muchos, mas consejero uno de mil, dando a entender que, aunque debemos
tener paz con todos, mas basta consejo con uno. Porque así como en lo corporal
muchas manos diversas suelen más descomponer que ataviar, así suele acaecer en
lo espiritual, en lo cual pocas veces hallaréis dos guías del todo conformes, si
no fuesen muy enseñados por el Espíritu del Señor, que es espíritu de paz y
unión, y tuviesen muy echado atrás su proprio sentido, que es causa de
diversidad y rencillas; y porque pocas veces éstos se hallan, es bueno, sin
decir mal de los otros, escoger a quien Dios os encaminare, uno entre mil, al
cual en nombre de Dios inclinéis vuestra oreja con toda obediencia y seguridad.
c) El Señor nos da ejemplo
1. Cómo ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tanta diligencia
como Él la inclina a sus criaturas
Tiene esto la gran bondad del Señor que para que sus mandamientos y leyes
sean de nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más fáciles por querer Él
mismo pasar por ellos. Hanos mandado, según hemos oído, que le oyamos y miremos,
e inclinemos nuestra oreja, lo cual todo es muy justo y ligero; porque a tal
Maestro, ¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se deleitará de
mirar? A sabiduría infinita, ¿quién no la creerá? Mas, para que lo ligero más
ligero nos sea, Él pasa por esta ley que a nosotros pone, y la cumple con gran
diligencia. Él nos oye, y Él nos ve, Él nos inclina su oreja, para que no
digamos: «No tengo quien mire por mí, ni quiera escuchar mis trabajos.»
1. El Señor nos oye con gran misericordia
Gran consuelo es a un desconsolado tener una persona que a cualquier rato
del día, y de noche, esté desocupada para oír de buena gana los trabajos y
agravios que le quiere contar, y que siempre, sin faltar un momento, esté
mirando sus miserias y llegas, sin decir: «Cansado estoy de ver miserias, y asco
me dan vuestras llagas.» E ya que esta tal persona fuese de muy duro corazón,
aún querríamos que nos oyese siempre y nos viese, porque creeríamos que, dando
siempre a su corazón la gotera de nuestros trabajos, que, como por canal, entra
a él por las orejas y ojos, algún día cabaría en él y sacaría compasión, pues,
por duro que fuese, no sería tanto como piedra, la cual es cabada de la gotera,
aunque algún rato cesa de dar. Y, aunque supiésemos que esta tal persona ningún
remedio nos podía dar para nuestros trabajos, aun nos consolaríamos mucho con
sola la compasión que de nos tuviese.
Pues, si a esta tal persona debríamos mucho agradecimiento, ¿qué debemos a
Dios nuestro Señor y cuán alegres debemos estar por tener sus orejas y ojos
atados con nuestros trabajos, que ni un solo rato los aparta de nos? Y esto, no
con dureza del corazón, mas con entrañable misericordia, y no con misericordia
de corazón solamente, mas con entero poder para remediar nuestras penas.
¡Bendito seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni ciego a nuestros
trabajos, pues los oís y veis, ni cruel, pues se dice de vos: Hacedor de
misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor, esperador muy
misericordioso, ni tampoco eres flaco, pues todos los males del mundo son flacos
y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida!
2. Ejemplo del rey Exequias
Leemos que en tiempos pasados concedió Dios una maravillosa vitoria de sus
enemigos al rey Ezequías, el cual no hizo al Señor que le dio la vitoria
aquellas gracias y cantares que era razón; por lo cual le hizo Dios enfermar, y
tan gravemente que ningún remedio por naturaleza tenía. Y porque, con falsa
esperanza de vivir, no se olvidase de poner cobro a su ánima, fue a él el
profeta Esaías y díjole por mandado de Dios: Esto dice el Señor: Ordena tu casa,
porque sábete que morirás y no vivirás. Con las cuales palabras atemorizado el
rey Ezequías vuelve su cara a la pared, y lloró con gran lloro, pidiendo al
Señor misericordia. Consideraba cuán justamente merecía la muerte, pues no fue
agradecido al que le había dado la vida, y miraba la sentencia de Dios contra él
dada, que decía: No vivirás. No hallaba otro superior que aquel que la dio, para
pedir que se revocase. Y, aunque le hubiera, no tuviera buen pleito, pues al
desagradecido justamente se quita lo que misericordiosamente se le había dado.
Vióse en la mitad de sus días y acabarse en él la generación real de David,
porque moría sin hijos, y allende de todo esto, era combatido de todos los
pecados de su vida pasados. Cayó en temor de los que más suelen penar a la hora
postrera. Y con estas cosas estaba su corazón quebrantado con dolor, y turbado
así como mar, y adondequiera que miraba hallaba muchas causas de temor y
tristeza; mas entre tantos males halló el buen rey remedio, y fue pedir medicina
al que le había llagado, seguridad a quien le amedrentó, convertirse por
arrepentimiento y esperanza al mismo de quien por ensoberbecerse huyó. Al mismo
juez pide que le sea abogado, y halla camino como apelar de Dios no para otro
más alto, mas apela del justo para el misericordioso. Y las razones que alega
son acusarse, y la retórica son sollozos y lágrimas. Y puede tanto con estas
armas en la audiencia de la misericordia que, antes que el profeta Esaías,
pregonero de la sentencia de muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le
dijo el Señor: Toma, e di al rey Ezequías, capitán de mi pueblo: Oí tu corazón y
vi tus lágrimas, yo te concedo salud, y te añado otros quince años de vida, y
libra esta ciudad de tus enemigos.
Señor, ¿qué es aquesto? ¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas
la ira en misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas derramadas, no en el templo, mas
en el rincón de la cama, y no de ojos que miran al cielo, mas a una pared, y no
de hombre justo, sino de pecador, y así te hacen tan presto revocar la sentencia
que tu Majestad había dado y mandado notificar al culpado? ¿Qué es del sacar del
proceso? ¿Qué es de las cosas? ¿Qué es de los términos? ¿Qué es del presentar
unos y otros escriptos? ¿Qué es del tenerse por afrentado el juez, si le revocan
la sentencia que dio? Todo lo disimulas con el amor que nos tienes, y a todo te
haces sordo y ciego, por estar atento a hacernos mercedes. Y dices: Oí tu
oración y vi tus lágrimas. Todo término se te hace breve para librar al culpado,
porque ninguno deseó tanto alcanzar el perdón cuanto tú deseas darlo. Y más
descansas tú con haber perdonado a los que deseas que vivan que el pecador con
haber escapado de muerte. No guardas leyes, no dilaciones, mas la ley es que los
que hubieren quebrantado tus leyes, quebranten solamente su corazón de dolor, y
la dilación es que en cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados, luego y
sin dilación no te acuerdes más de ellos. Y porque los pecadores cobrasen ánimo
para te pedir perdón de sus yerros, quisiste conceder a este rey más mercedes
que él te pedía; quince años de vida y librar la ciudad, y tornarse el sol diez
horas atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al templo; con
otras secretas mercedes que le heciste tú, benigno, que no desearías venirnos
males, sino para sacar de allí mayores bienes, enseñando tu misericordia en
nuestra miseria, tu bondad en nuestra maldad, tu poder en nuestra flaqueza.
Tú, pues, pecador, quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella
sentencia de Dios que dice: El ánima que pecare, aquella morirá, no desmayes
debajo de la carga de tus grandes pecados y del incomparable peso de la ira de
Dios, mas cobra ánimo en la misericordia de aquel que no quiere la muerte del
pecador, mas que se convierta y viva. Y humíllate llorando a aquel que
despreciaste pecando, y recibe el perdón de quien tanta gana tiene de dártela, y
aun de hacerte mercedes mayores que antes, como hizo a este rey, al cual levantó
sano del cuerpo y sano del ánima, como él da gracias diciendo: Tú, Señor,
libraste mi ánima porque no se perdiese, y arrojaste mis pecados tras tus
espaldas.
3. ¿Cómo es posible amenazar Dios y no cumplirse el castigo?
Mas dirá alguno: ¿Cómo esta palabra de Dios, dicha a este rey: Morirás y no
vivirás, no se cumplió, pues que las palabras que salen de su boca no son en
vano? Para lo cual es de mirar que algunas veces manda el Señor decir lo que Él
tiene en su alto consejo y eterna voluntad determinado que sea, y aquello así
verná como se dice, sin ninguna falta. Y de esta manera mandó decir al rey Saúl
que le había de de desechar y escoger en su lugar otro mejor. Y de la misma
manera mandó amenazar al sacerdote Helí y así lo cumplió. Y de la misma manera
al rey David, que le mataría el hijo que hubo de adulterio de Bersabé, y así
fue. Y otras veces manda decir no lo que Él tiene determinado ultimadamente de
hacer, mas lo que hará, si no se enmienda el hombre. O manda decir lo que le
acaecerá, según orden de naturaleza, o según merecen sus pecados. Así, como si a
uno que tuviese una herida mortal por naturaleza, le enviase a decir: «Morirás»,
entiéndese que, según las reglas naturales, no puede escapar de aquel mal, mas
no por eso su palabra, si después le diese la vida, porque no le fue dicho sino
lo que según las reglas o fuerza de naturaleza le había de venir y no lo que su
poder sobrenatural podía hacer. También envió a decir a Nínive que de ahí a
cuarenta días sería destruida, y después, por la penitencia de ellos, revocó
esta sentencia. No tenía Él determinado de la destruir, pues después no lo hizo,
mas envióles a decir lo que según el merecimiento de sus pecados les viniera, si
no se enmendaran. Y aunque de fuera parece mudanza decir: Será destruido, y no
destruirla, en la alta voluntad de Dios no es mudanza, el cual tenía determinado
de no destruirla; mas este no destruirla era mediante la penitencia, a la cual
los quería incitar con la amenaza. Como si un padre amenazase a su hijo con
intención que se enmendase, para que no fuese menester castigarlo. E si este
padre supiese que, con esta amenaza, el hijo se había de enmendar, aunque le
enviase a decir: «Él me lo pagará», y después perdonase por su arrepentimiento,
no hay mudanza en la voluntad de este padre, el cual nunca fue su intención
castigar, mas perdonar, no sin medio, mas mediante la satisfacción del que había
criado. Y esto es lo que Dios dice por Jeremías: Súbitamente hablaré contra
gentes, y contra reino que lo he de destruir de raíz y destrozar; mas, si
aquella gente hiciere penitencia de su mal, haré yo también penitencia del mal
que pensé hacerle. Y también súbitamente hablaré de gentes y reino que los he de
edificar y plantar, mas si hicieren mal en mis ojos, no oyendo mi voz, haré yo
también penitencia del bien que dije que le había de hacer. De lo cual se saca
que, porque no sabemos cuándo lo que Dios envía a decir es determinación
ultimada, o es amenaza, no debemos desesperar, aunque amenazados, ni dejar de
pedir que retoque la sentencia que contra nos tiene dada, como hizo este rey a
la ciudad de Nínive, y fue hecho como quisieron. Y como hizo David, cuando oraba
al Señor por la vida del hijo, que había dicho al profeta que había de morir; e,
aunque no alcanzó lo que pidió, mas no pecó en pedirlo.
Y si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de descuidar
con decir: «Cédula tengo de palabra de Dios, que a nadie engañó», porque dice el
Señor que, si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará penitencia del
bien que nos prometió. No porque en Dios haya arrepentimiento de cosa que diga o
que haga, o que quiera, mas quiere decir que, así como uno que se arrepiente
torna a deshacer lo que había hecho, así Él deshará la sentencia o el castigo
que contra el hombre tenía dada, si el hombre hace penitencia y deshará el bien
que le tenía prometido, si el hombre se aparta de Dios.
4. Las orejas del Señor en los ruegos de los «justos»
Tornando, pues, al propósito, bien claro parece cuán bien cumplió Dios esta
ley: Oye y ve, pues tan presto oyó la oración y vio las lágrimas de este rey, y
le consoló. No sólo a él, mas lo mismo hace con todos, como dice David: Los ojos
del Señor sobre los justos y sus orejas en los ruegos de ellos, para librar sus
ánimas de la muerte, y para mantenerlos en tiempo de hambre.
Bien creo que os parece bien aquesta promesa, y también creo que os pone
temor la condición con que se dice. Y bienaventurada cosa es estar los ojos y
orejas de Dios en nosotros. Mas diréis, ¿qué hace que dice a los justos e yo soy
pecadora? Así lo conoced por verdad, porque, si hombres hubiera que no tuvieran
pecados que pecaran, ¿quién era más razón que lo fuesen que los apóstoles de
Jesucristo nuestro Señor, que, así como fueron los más cercanos a Él en la
conversación corporal, así también lo fueron en la santidad? Y de ellos dice San
Pablo que recibieron las primicias del Espíritu Santo, que quiere decir las
mayores gracias. Y pues a éstos mandó el Señor el Pater noster, en el cual
decimos: Perdónanos nuestras culpas, claro es que las tenían. Y pues ésta es
oración de cada día, en la cual pedimos el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy,
claro es que por ella semos amonestados a conocer que, pues cada día la debemos
rezar, cada día pecamos. Por lo cual dice aquel limpio de San Joan: Si dijéremos
que no tenemos pecado, nosotros nos engañamos, y la verdad no está en nosotros.
Pues si todos los hombres, cuantos ha habido y habrá (sacando al que es Dios y
hombre, y a la que es verdadera Madre de Él) son pecadores, ¿decirme heis para
quién se dijeron las dichas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos, y sus
orejas en los ruegos de ellos? Respondo: No es Dios achacoso ni cumplidor con
solas palabras, mas vemos que al rey Ezequías, aunque pecador, le oyó e miró. Y
lo mismo a otros innumerables. Mas sabed que justo se dice uno, cuando no está
en pecado mortal, pues está amigo con Dios. Y de esta manera muchos ha habido
justos, que son todos los que están en estado de gracia; y a éstos oye y mira el
Señor, no obstante que tengan pecados veniales, de los cuales se entiende lo que
hemos dicho, que todos son pecadores, como dice San Joan.
5. No se ensoberbezcan los «justos»: en ellos oye el Padre el clamor de Cristo
Mas, por oír nombre de justos, no venga algún pensamiento de ciega
soberbia, con la cual se haga injusto el que se tenía por justo. La justicia de
los que son justos no es suya, mas de Cristo, el cual es justo por sí y
justificador de los pecadores que a Él se sujetan. Por lo cual dice San Pablo
que la que es verdadera justicia delante los ojos de Dios es justicia por ser de
Jesucristo, porque no consiste en nuestras obras proprias, mas en las de Cristo,
las cuales se nos comunican por la fe, y así como nuestra justicia está en Él,
así, si somos oídos de Dios, no es en nosotros, mas en Él. La voz de todos los
hombres, por buenos que sean, sorda es delante las orejas de Dios, porque todos
son pecadores de sí. Mas la voz de solo Cristo, pontífice nuestro, está acepta
delante del Padre, que hace ser oídas todas las voces de todos los suyos.
Esta voz, por ser tan grande se llama clamor, como dice San Pablo, hablando
de Cristo: Con clamor grande y lágrimas ofreciendo, fue oído por su reverencia.
Ofreció el Señor ruegos al Padre muchas veces por nosotros. Ofrecióle también en
la cruz su proprio cuerpo, el cual fue tan atormentado que todo él era lenguas
que daban voces al Padre, pidiendo por nos misericordia. Y por ser sus oraciones
con entrañable amor hechas, por ser de persona al Padre tan aceptable, y por ser
muy oídas y muy eficaces en las orejas del Padre, se llaman clamor. Mas muy
mayor clamor fue el ofrecer su proprio cuerpo en la cruz, cuanto va de obrar a
hablar, y de pagar a prometer, y de padecer a desear. Para la cual os debéis de
acordar de lo que dijo Dios a Caín: La voz de la sangre de tu hermano Abel da
voces a mí desde la tierra. Y también mira lo que dice San Pablo a los
cristianos: Llegado os habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que
la sangre de Abel. La sangre de Abel derramada en la tierra daba clamores a la
justicia divina, pidiendo venganza contra aquel que la derramó, mas la sangre de
Cristo derramada en la tierra daba clamores a la misericordia divina, pidiendo
perdón. La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra enojó, esta
reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo Caín; ésta perdón para todos
los malos que fueron y serán, con tal que ellos le quieran recibir, y aún para
aquellos que derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo aprovechar,
porque no tenía virtud de pagar los pecados de otros; mas la sangre de Cristo
lavó cielos y tierra y mar, y sacó de las honduras del limbo a los que presos
estaban.
Verdaderamente es grande clamor el de la sangre de Cristo, pidiendo
misericordia; y pues hizo no ser oídas las voces de los pecados del mundo, que
piden venganza contra los que los hacen, pensad, doncella, si un pecado sólo de
Caín tales voces daba, pidiendo venganza, ¿qué grita, qué voces y estruendo
harán todos los pecados de todos los hombres, pidiendo venganza a las orejas de
la justicia de Dios? Mas por mucho que clamen, clama más alto, sin comparación,
la sangre de Cristo, pidiendo perdón a las orejas de la misericordia divina. Y
hace que no sean oídas y que queden muy bajas las voces de nuestros pecados, y
que se haga Dios sordo a ellos, porque más sin comparación le fue agradable la
voz de Cristo, que pidía perdón, que todos los pecados del mundo desagradables,
pidiendo venganza. ¿Qué pensáis que significa aquel callar de Cristo y hacerse
como sordo que no oye, y como mudo que no abre su boca en el tiempo que era
acusado? Por cierto, que, pues los pecados por boca de aquellos que a Cristo
acusaban daban voces llenas de mentiras contra quien no les debía nada, y Él,
pudiendo con justicia responder, calló, que es bien empleado que, en pago de su
atrevimiento, que al restante del mundo no puedan acusar los pecados aunque
tengan justicia, mas sean mudos, pues acusaron al que no tenían por qué. Y pues
Él se hizo sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda la divina
justicia, a la cual Cristo se ofreció por nosotros, aunque nosotros hayamos
hecho cosas que pidan venganza.
Alegraos, esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa de
corazón por haber pecado, que sordo está Dios a nuestros pecados para vengarlos,
y muy atentas tiene sus orejas para hacernos mercedes. No temáis acusadores ni
voces, aunque hayáis hecho por qué, pues el inocente cordero fue acusado y con
su callar hizo callar las voces de nuestros pecados. Profetizado estaba que
había de callar como calla el cordero delante quien lo trasquila. Mas mientra
más callaba y sufría, más altas voces daba delante la divina justicia, pagando
por nos, y estas voces fueron oídas, dice San Pablo, por su reverencia, quiere
decir que, por la gran humildad y reverencia, con que se humilló al Padre hasta
la muerte, y muerte de cruz, reverenciando en cuanto hombre aquella
sobreexcelente Majestad divina, perdiendo la vida por honra de ella, fue oído
del Padre, del cual está escripto: Miró en la oración de los humildes, y no
despreció el ruego de ellos. Pues, ¿quién tan humilde como el bendito Señor que
dice: Aprende de mí que soy manso, y humilde de corazón? Por eso fue oído, según
estaba profetizado en su persona: No quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé
a Él me oyó. Y el mismo Señor dice en el evangelio: Gracias te hago, Padre,
porque siempre me oyes.
Pues no es maravilla que las orejas de Dios estén en los ruegos de los
justos, porque, no siendo justos por sí, no son oídos por sí, mas por Cristo,
que con su oración y padecer mereció ser oído. A Él oye el Padre cuando nos oye,
y por Él nos oye, en señal de lo cual decimos en fin de las oraciones:
Concédenos esto por nuestro, Señor Jesucristo. Lo cual el mismo Señor nos
enseña, diciendo: Cualquier cosa que pidierdes al Padre en mi nombre, os la
dará. Y porque no pensásemos que por Él, y no a Él, hemos de pedir, dice
también: Y cualquier cosa que me pidierdes en mi nombre yo lo haré. Cristo
hombre nos ganó con su padecer el ser oídos, y Cristo Dios, con el Padre y
Espíritu Santo, es el que nos oye.
Oíd, pues, hija, a vuestro esposo, pues por él sois oída. La voz del cual,
aunque ronca, en la cruz dio virtud a nuestras roncas voces, para que fuesen
agradables a Dios. Y así como debemos de oír al Señor con el profeta Samuel,
diciendo: Habla, Señor que tu siervo oye, así nos dice el Señor: Habla, siervo,
que tu Señor oye. Y así como dijimos que el oír nosotros a Dios no es solamente
recebir el sonido de las palabras más aplacernos y poner en obra lo que nos
dice, así las orejas del Señor están puestas por Cristo en nuestros ruegos, no
para solamente oír lo que hablamos, que de esa manera también oye las blasfemias
que de Él se dicen, no para que se agrade, mas para castigarlas, mas oye el
Señor nuestros ruegos para cumplirlos.
6. Antes de que clamemos nos oye el Señor
Y porque veáis cuán verdad es que oye el Señor los gemidos que le
presentamos, oíd lo que dice el mismo Señor por Esaías: Antes que clamen, yo los
oiré. ¡Oh bendito sea tu callar, Señor, que de dentro y de fuera en el día de tu
prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y en lo de dentro,
no contradiciendo, mas aceptando con mucha paciencia los golpes y voces, y penas
de tu pasión, pues tanto habló en las orejas de Dios que antes que hablemos
seamos oídos!
Y esto no es maravilla, porque, pues siendo nada tú nos heciste; y, antes
que te lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre, y
fuera de él, y, antes que pudiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos diste
adopción de hijos y gracia del Espíritu Santo en el santo baptismo; y antes que
muchos pecados nos derribasen, tú nos guardaste; y, cuando caímos por nuestra
culpa, tú nos levantaste y buscástenos, sin buscarte nosotros; y, lo que más es,
antes que naciésemos, ya eras muerto por nos, y nos tienes aparejado tu cielo,
no es mucho que de quien tanto cuidado has tenido, antes que lo tuviesen de ti,
lo tengas en esto, que, viendo tú lo que habemos menester, nos lo des, no
esperando a que nos cansemos en te lo pedir, pues tú te cansaste tanto en
pedirlo y ganarlo por nos. ¿Qué te daremos, ¡oh Jesú benditísimo!, por este
callar que callaste, y qué te daremos por estas voces que diste? Pluguiese a tu
infinito amor que tan callados estuviésemos al ofenderte, y sufrir de buena gana
lo que de nos quiseres hacer, como si fuésemos muertos; y tantas voces de tus
alabanzas te pudiésemos dar, y tan vivos estuviésemos para ello, que ni
nosotros, a quien redemiste, ni cielo, tierra, ni debajo de tierra, con todo lo
que en ellos está, nunca cesásemos de con infinitas fuerzas y grande alegría
contar tus loores.
7. Dios se huelga de oírnos
Y aún no te contentas, Señor, con tener tus orejas r puestas en nuestros
ruegos, y oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad ama a
otro, que se huelga de oírle hablar o cantar, así tú, Señor, dices al ánima por
tu sangre redemida: Enséñame tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque tu voz
es dulce y tu cara mucho hermosa. ¿Qué es esto que dices, Señor? ¿Tú deseas oír
a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te es a ti dulce? ¿Cómo te parece hermosa
la cara que, de afeada de muchos pecados, los cuales hecimos mirándonos tú,
habemos vergüenza de alzarla a ti? Verdaderamente o merecemos mucho bien o nos
amas tú mucho. No es lo primero, ni plega a ti que de tu buen tratamiento
saquemos nosotros mal, creyendo que merecemos el bien que nos haces; mas es lo
segundo, porque tú quieres agradar en los que por ti heciste amados y agradables
a ti. Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual está nuestro remedio. Y sea a
nosotros, y en nosotros, vergüenza y confusión de nuestra maldad, mas en ti gozo
y ensalzamiento, que eres nuestra verdadera gloria. En la cual nos gloriamos no
vanamente, mas con mucha razón y verdad, porque no es poca honra ser tan amados
de ti, que te entregaste a tormentos de cruz por nosotros.
2.La mirada de Dios sobre nosotros
Si bien hemos sabido considerar cuánta es la presteza con que Dios escucha
nuestros ruegos y necesidades, veremos que ninguna criatura oye ni inclina su
oreja a Dios con tata diligencia con cuanta el Criador la inclina a sus
criaturas. Y no sólo nos oye, más aún nos mira, para en todo cumplir lo que nos
manda a nosotros cuando dice: Oye y ve. Los ojos del Señor, según dijo David,
están sobre los justos, para librarlos de muerte; y después dice: Mas el gesto
del Señor está sobre los que hacen mal, para echar a perder de sobre la tierra
la memoria de ellos, de donde parece que pone el Señor sus ojos contra los
malos, para que no se le vayan sin castigo de sus pecados, y pone sus ojos sobre
los justos, como el pastor sobre su oveja, para que no se le pierda. Dos cosas
tenemos en nos: una que hecimos nos, otra, que hizo Dios. La primera es el
pecado; la segunda, nuestro cuerpo y ánima, y cuanto bien en ellos tenemos.
1. Dios mira con amor a los hombres, su hechura,
y con ira a nuestra hechura, que es el pecado
Si nosotros no añadiésemos mal sobre la buena hechura de Dios, no teníamos
cosa a la cual el Señor mirase con ojos airados, mas mirarnos hía con ojos de
amor, pues naturalmente quienquiera ama su obra, mas ya que nosotros habemos
afeado y destruido lo que el hermoso Dios bien edificó, mas nuestra maldad no
impide su sobrepujante bondad, la cual por salvar lo bueno que crió, quiere
destruir lo malo que nosotros hecimos. Porque si vemos que este sol corporal se
comienza tan liberalmente, y anda buscando y convidando a quien lo quiere
recebir, y a todos se da cuando no le ponen impedimento, y, si se le ponen, aún
está porfiando que se le quiten, o si algún agujero o resquicio halla, por
pequeño que sea, por allí se da, y hinche la casa de luz, ¿qué diremos de la
suma bondad divinal que con tanta ansia de amor anda rodeando sus criaturas para
darse a ellas, e henchirlas de calor, de vida y de resplandores divinos? ¡Qué
ocasiones busca para hacer bien a los hombres! ¡Y a cuántos por un pequeño
servicio ha hecho no pequeños mercedes! ¡Cuántos ruegos a los que de Él se
apartan, para que a Él se tornen! ¡Cuántos abrazos a los que a Él vienen! ¡Qué
buscar de perdidos! ¡Qué encaminar de errados! ¡Qué perdonar de pecados, sin
darlos en rostro! ¡Qué gozo de la salud de los hombres! Dando a entender que más
deseaba Él perdonar y que el errado sea salvo y perdonado. Y por eso dice a los
pecadores: ¿Por qué queréis morir? Sabed que yo no quiero la muerte del pecador,
mas que se convierta y viva; tornaos a mí y viviréis. Nuestra muerte es
apartarnos de Dios, y por eso nuestro tornar a Él es vivir. A lo cual Dios nos
convida, no poniendo sus ojos de ira sobre su hechura, que somos nosotros, mas
principalmente contra los pecados que hacemos. Estos quiere Dios destruir, si
nosotros no le impidiésemos, e impedímosle cuando amamos nuestros pecados, dando
vida con nuestro amor, a los que, siendo amados, nos matan. Y es tanta la gana
que esta bondad tiene de destruir nuestra maldad, para que su hechura no quede
destruida, que, cuando quiera y cuantas veces quisiere, y de cuantas maldades
hubiere hecho, quiera pedir al Señor que las destruya, está el Señor aparejado
para destruirlas, perdonando lo que merecemos, sanando lo que enfermamos,
enderezando lo que torcemos, haciéndonos aborrecer lo que amábamos antes,
olvidando nuestros pecados como si no fueran hechos, y apartándolos tanto de nos
que dice David: Cuanta distancia hay de donde sale el sol a donde se pone, tanto
lanzó Dios nuestros pecados.
Así que el derecho y el primer mirar de los ojos airados de Dios no es
contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hecimos. Y si
algunas veces mira al hombre para lo echar a perder, es porque el hombre no le
dejó ejecutar su ira contra los pecados, que Dios quería destruir; mas quiso
perseverar y dar vida a los que a Él mataban, y a Dios desagradaban. Y, por
tanto, justo es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera pues que no
quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y podía matar a su
muerte y darle vida.
2. El remedio para que Dios no mire a nuestros pecados es mirarlos nosotros
Mas dirá alguno: ¿Qué remedio para que Dios no mire a mis pecados para me
castigar; mas a su hechura para la salvar? La respuesta es muy breve y muy
verdadera: Míralos tú, y no los mirará Él. Suplicaba David al Señor por sus
pecados, diciendo: Habe misericordia, Señor, de mí, según la gran misericordia
tuya. Y también le decía: Aparta, Señor, tu faz de los mis pecados.
Mas veamos qué alega para alcanzar tan gran merced. Por cierto, no
servicios que hobiese hecho; porque bien sabía que, si un siervo por muchos años
con gran diligencia sirviese a su señor, y después le hace alguna traición digna
de muerte, no se miraría a que ha servido, porque su siervo era obligado a
servir y por eso no echó en deuda el Señor; mas mírase a la traición que hizo,
la cual era obligado a no hacer. Y por eso con pagar lo que antes debía, no pudo
pagar lo que hace agora. Ni tampoco ofreció David sacrificios, porque bien sabía
que Dios no se delita con animales encendidos. Mas éste ni en servicios pasados
ni en merecimientos presentes halla remedio; hallólo en el corazón contrito, y
humillado, y pide ser perdonado diciendo: Porque yo conozco mi maldad, y el mi
pecado delante mis ojos está siempre. Admirable poder dio Dios a este mirar
nuestros pecados, porque, tras nuestro mirar para aborrecerlos, se sigue el
mirar de Dios para deshacerlos. Y convertiendo nosotros los ojos a lo que
malamente hecimos, para afligirnos, convierte Él los suyos a salvar y consolar
lo que Él hizo. De manera que si el pecador conoce sus pecados, Dios le perdona;
si los olvida Dios le castiga.
Mas dirá alguno: ¿De dónde es tanta fuerza a nuestro mirar, que así trae
luego tras si el mirar de Dios, lleno de perdón? No por cierto de sí, porque por
conocer el ladrón que ha hecho mal en hurtar, no por eso merece que se le
perdone la horca, mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa que es
causa de todo nuestro bien. Esta es de la que dice David: Defendedor nuestro
mira, Dios, y mira en la haz de tu Cristo. En la primera vez que dice mira,
suplica a Dios que nos mire aceptando nuestros ruegos, y haciéndonos bien.
Porque eso significa volver Dios a uno la cara. Por lo cual mandaba Dios que
bendijesen los sacerdotes al pueblo diciendo: El Señor vuelva su cara a
nosotros. Y la segunda vez que dice: Mira, claro es a donde suplica que mire,
que es a la faz de Jesucristo; porque así como el mirar Dios a nosotros nos trae
todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo trae a nos la vista de Dios.
3. La mirada de Dios, llena de perdón, llega a nosotros a través de Cristo,
nuestro Sacerdote
No penséis, doncella, que los agraciados y amorosos rayos de los ojos de
Dios descienden derechamente de Él a nosotros, porque si así lo pensáis, ciega
estás; mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí en nosotros por Él. Y no
dará el Señor una habla ni vista de amor a persona alguna del mundo universo,
por santa que sea, si la ve apartada de Cristo; mas por Cristo, y en Cristo,
mira a todos los que se quisieren mirar, por feos que sean. El ser amado Cristo
es razón de ser amados nosotros, como dice San Pablo, hablando del Padre:
Hízonos agradables en el amado, conviene a saber en Cristo. E, si Cristo de en
medio se saliese, ningún amado habría de Dios. Y esto es lo que fue figurado en
el principio del mundo, cuando el justo Abel, pastor de ganados, ofreció
sacrificio a Dios de su manada. El cual sacrificio fue acepto como la Escriptura
dice: que miró el Señor a Abel, y a sus dones; y éste mirarlo fue ser agradable,
y señal de este agradamiento invisible envió fuego visible que quemó el
sacrificio.
Este justo pastor aquel es el cual dice de sí: Yo soy buen pastor. El cual
también sacerdote. Y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer dones
y sacrificios a Dios. Mas, ¿qué ofreciera, que digno fuera? No, por cierto,
animales brutos; no hombres pecadores; porque estos más provocaran la ira de
Dios que alcanzaran misericordia. Y no sin causa mandaba Dios hacer tanto examen
en la Vieja Ley sobre el animal que se había de sacrificar; que fuese macho, y
no hembra, que fuese de tanta edad, ni muy chico ni muy grande, que no fuese
cojo, ni ciego, con otras mil condiciones, para dar a entender que lo que se
había de ofrecer para quitar los pecados, no había de tener pecado. Y, porque
ninguno sin él estaba, no tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados
del mundo, sino a sí mismo, haciéndose hostia el que es sacerdote, y
ofreciéndose a sí mismo, limpio, por limpiar los sucios; el justo, por
justificar los pecadores; el amado y agradado, porque fuesen amados y recebidos
a gracia los que por sí eran desamados y desagradados. Y valió tanto este
sacrificio, así por él como por quien le ofrecía, que todo era uno, que los que
estábamos apartados de Dios, como ovejas perdidas, fuimos traídos, lavados,
santificados y hechos dignos de ser ofrecidos a Dios. No porque nosotros
tuviésemos algo digno, mas encorporados en este pastor, siendo ataviados con sus
riquezas y rociados con su sangre, somos mirados de Dios por su Cristo. Lo cual
dice San Pedro así: Cristo una vez murió por nosotros, el justo por los
injustos, para que nos ofreciese a Dios mortificados en la carne, y vivos en el
espíritu.
Veis, pues, como nuestro Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada, que son
obedientes cristianos, a los cuales mira Dios con amor, porque mira primero a
nuestro Abel, agradándose en él y por él sus dones, que somos nosotros. Y así
como acullá vino fuego visible, así también lo vino acá, en figura de lenguas,
el día de Pentecostés. Y esto, después que Cristo subió a los cielos, para
aparecer a la cara de Dios por nosotros, como dice San Pablo. Del cual
miramiento de los ojos de Dios a la haz de Jesucristo salió este fuego del
Espíritu Santo, que abrasó los dones que este gran pastor y pontífice ofreció al
Padre, que son sus discípulos, y todos los creyentes en Él, que son ovejas de su
rebaño. Veis aquí, pues, doncella, qué habéis de mirar cada vez que Dios mirare,
y será conocer que no sois mirada en vos, ni por vos; porque no tenemos qué sino
males, mas sois mirada por Cristo, cuya cara es llena de gracia, como dijo
Ester. Y tenemos tan cierta esta vista de Dios a nosotros por Cristo, si
nosotros queremos mirarnos, que así como prometió Dios a Noé que, cuando mucho
lloviese, él miraría su arco, que puso en las nubes en señal de amistad de Él
con los hombres para no destruir la tierra por agua, así, y mucho más, mirando
Dios a su Hijo puesto en la cruz, extendidos sus brazos a modo de arco, se
acuerda de su misericordia, y quita de su riguroso y castigador arco las flechas
que ya quería arrojar. Y en lugar de castigo da abrazos, vencido más por este
valeroso arco, que es Cristo, a hacer misericordia que movido por nuestros
pecados a nos castigar; y puesto que nosotros anduvimos errados y vueltas las
espaldas a la luz, que es Dios, no queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas,
somos por este pastor traídos en sus hombros, y por traernos él míranos el
Señor, haciendo que lo miremos a él.
4. Ni un momento quita Dios sus ojos de nosotros
Y tiene tan especial cuidado de nos que ni un momento quita sus ojos de
nos, porque no nos perdamos. ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa palabra
que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus pecados: Yo te daré
entendimiento, y te enseñaré en el camino que has de andar, y poner sobre ti mis
ojos, sino de aquella amorosa vista con que Dios miró a su Cristo? El cual es la
sabiduría que nos enseña y el verdadero camino por donde vamos sin tropiezo; y
el verdadero pastor, por el cual, en cuanto hombre somos mirados, y el cual, en
cuanto Dios, nos mira, quitándonos los peligros de delante, en los cuales ve que
hemos de caer; teniéndonos firmes en los que nos vienen; librándonos en los que
por nuestra culpa hemos caído; cuidando lo que nos cumple, aunque nosotros
hacemos descuidos; acordándose de nuestro provecho, aunque nosotros nos
olvidamos de su servicio; velándonos cuando dormimos; teniéndonos consigo cuando
nos querríamos apartar; llamándonos cuando huimos; consolándonos cuando venimos;
y teniendo en todo y por todo un tan vigilante y amoroso mirar con nosotros, que
todo, y en todo tiempo, nos lo ordena a nuestro provecho.
¿Qué diremos a tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero pastor
que, porque sus ovejas no muriesen de hambre, ni anduviesen lejos de los ojos de
Dios, ofreció su cara a tantas deshonras, para que, mirándola el Padre tan
afligida, sin culpa, mirase a los culpados con ojos de misericordia, y para que
traigamos nosotros en el corazón y en la boca: Mira, Señor, en la faz de tu
Cristo, probando por experiencia que muy mejor nos oye el Señor y nos ve, y nos
inclina oreja, que nosotros a Él?
IV. ET OBLIVISCERE POPULUM TUUM
Cuarta palabra. Cómo hemos de olvidar nuestro pueblo
Para declaración de lo cual es de notar, que todos los son repartidos en
dos bandos, o ciudades diversas; una de malos, y otra de buenos. Las cuales
ciudades no son distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una
y otra viven juntos y aún dentro de una casa, mas por diversidad de afecciones.
Porque, según dice San Augustín, dos amores hicieron a dos ciudades. El amor de
sí mismo, hasta despreciar a Dios, hizo la ciudad terrenal; el amor de Dios,
hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad celestial. La primera ensálzase en
sí misma, la segunda, no en sí, mas en Dios. La primera quiere ser honrada de
los hombres; la segunda, tiene por honra tener la conciencia limpia delante los
ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza en su honra; la segunda dice a Dios:
Tú eres mi gloria, y el que alzas mi cabeza.La primera es deseosa de mandar y
señorear; en la segunda sírvense unos a otros por caridad: los mayores
aprovechando a los menores, y los menores obedeciendo a sus mayores. La primera
atribuye la fortaleza a sus poderosos y gloríase en ellos; la segunda dice a
Dios: Ámete yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios de ella buscan
los bienes criados; o si conocieron al Criador no lo honraron como a criador,
mas tornáronse vanos en sus pensamientos y diciendo: somos sabios, tornáronse
necios; mas en la segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero servicio
de Dios, y espera por galardón honrar al mismo Dios en compañía de los santos
hombres y ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos. De la primera
ciudad son vecinos todos los pecadores; de la segunda todos los justos. Y porque
todos los que de Adán descienden, sacando el Hijo de Dios y su bendita Madre son
pecadores, aun en siendo engendrados, por tanto todos somos naturalmente
ciudadanos de aquesta ciudad, de la cual Cristo nos saca por gracia para
hacernos de la suya.
1. Los diversos nombres que se dan al mundo, nuestro pueblo, indican su maldad
Esta mala ciudad que es de congregación, no de plazas ni calles, mas de
hombres que se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres, que
declaran la maldad de ella. Llámase Egipto, que quiere decir tiniebla o
angustia; porque los que en esta ciudad viven carecen de luz, pues no conocen a
Dios. Y no lo conocen, porque no le aman; porque según dice San Joan: el que no
ama a Dios, no conoce a Dios; porque Dios es amor. Y viviendo en tinieblas, no
tienen gozo, porque, según decía Tobías: ¿Qué gozo puedo yo tener, pues no veo
la lumbre del cielo?
Llámase también Babilonia que quiere decir confusión el cual nombre fue
puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta el
cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese otra vez destruir el mundo
por agua, y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen nombrados en el
mundo. Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que les confundió el
lenguaje, que antes era uno, en muchos lenguajes, para que así no se entendiesen
unos a otros. De lo cual nacían rencillas, pensando cada uno que hacía el otro
burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el fin de la soberbia fue
confusión y rencilla, y división. Muy propiamente compete este nombre a la
ciudad de los malos, pues quieren pecar y no ser castigados. Y no quieren huir
los castigos de Dios, evitando el ofenderle, mas, si pudiesen por fuerza o por
maña pecar, y no ser castigados, lo intentarían. Son soberbios, y todo su fin es
que se nombre su nombre en la tierra. Hacen torres de obras vanas, si pueden, y
si no, a lo menos en los pensamientos. Los cuales destruídos al mejor favor que
ellos están, según está escripto: A los soberbios resiste y a los humildes da
gracia, y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje, dando la obediencia a
Dios son castigados en que ni ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a
Dios, ni se entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada; pues, faltándoles
la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como se debe de entender para su
provecho. ¡Cuántas cosas pasan en el corazón de los malos que los sacan de
tiento, y no saben cómo remediarse! Ya pide uno con deseo una cosa y otra, y a
las veces contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y alégranse; ya quieren
desesperar, ya se ensalzan vanamente; buscan con mucha diligencia una cosa, y,
después de habella alcanzado, pésales por haberla alcanzado; desean una cosa y
hacen otra, siendo regidos, no por razón, mas por pasión. Y de aquí es que como
el hombre sea animal racional, cuya principal parte es la ánima, que ha de vivir
según razón, y éstos viven según apetito, no se conocen ni entienden, pues viven
vida bestial, que es vida de cuerpos, y no racional, que es propria vida de
hombres. De lo cual nace que, como Dios sea espíritu y haya de ser amado y
conocido no de nuestro cuerpo, mas de nuestro espíritu, estos tales no le
conocen, porque su vida es al contrario de Él. Y como la unión de los prójimos
nace de la unión de sí mismos, y de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos,
divididos en sí y divididos de Dios, no pueden tener buena y duradera paz unos
con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas nacen rencillas, viviendo
cada uno a su proprio querer, sin curar de agradar al otro, y sintiendo cada uno
a su injuria, sin curar de sufrirse unos a otros. Estos son los que no entienden
a qué fin fueron criados, ni cómo han de usar de las criaturas, ni temen
infierno, ni desean el cielo; mas todas las cosas las quieren para sí,
haciéndose fin de todas ellas. Con mucha razón, pues, son llamados Babilonia los
que todos andan en ceguedad, sin usar de sí ni de otra cosa conforme al querer
del Criador.
Llámanse también caldeos, llámanse Sodoma, llámanse Edón, con otros mil
nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no pueden declarar
la malicia de él. Este es el pueblo del cual manda Dios salir a Lot, porque no
le comprehenda el castigo que de Dios viene sobre él, y le es mandado que se
salve en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida. Este es el pueblo del
cual manda Dios que salga a Israel, para caminar a la tierra de promisión, que
es figura del cielo. Este es el pueblo del cual mandó Dios primero a Abraham que
se saliese, cuando le dijo: Sal de tu tierra, y de tu tierra, y de tu parentela,
y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré. Este es el pueblo
del cual dice Dios por San Pablo a los que quieren ser suyos: No queráis tener
compañía con los infieles. Porque ¿qué compañía puede tener la maldad con la
bondad, o la luz con las tinieblas? ¿Qué junta puede haber en ti, Cristo, y
Belial o entre el fiel y el infiel? ¿Qué convención hay entre el pueblo de Dios
con los ídolos? Porque vosotros sois templos de Dios vivo, como dice el Señor:
Yo moraré en ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán
pueblo. Por lo cual salid del medio de ellos y apartaos, dice el Señor, de
ellos. Todo esto dice San Pablo.
De las cuales cosas veréis claro con cuánta razón se os dice de parte de
Dios: Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; porque no os recibirá el Señor
por suya, si no os extrañáis a este pueblo.
No es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer
y tomar a cuantos debajo estuvieren, y no agradeceremos poco a quien de tal
peligro nos avisase. Pues sabed muy de cierto que vendrá día en que se cumpla
aquella visión que vio San Joan cuando dijo: Vi otro ángel que descendió del
cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada con su gloria. Y él
clamó con su fortaleza y dijo: Caído ha, caído ha Babilonia la grande, y hecha
es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y de toda ave sucia y
horrible. Y abajo dice: Tomó un ángel una piedra grande, como de molino, y
echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la gran Babilonia en la
mar, y no será más hallada. Y, porque no se descuiden los que desean salvarse,
pensando que, teniendo compañía con los malos, no les comprehenderán sus azotes,
dice el mismo San Joan que oyó otra voz del cielo que decía: Salid de ella,
pueblo mío, y no seáis participantes en sus delitos, y no recibáis de sus
plagas, porque llegado han sus pecados al cielo, y acordado se ha el Señor de
las maldades de ella.
2. ¿Qué quiere decir «salir del mundo»?
Sobre lo cual dice San Augustín que este salir del medio de Babilonia no
quiere decir ir con el cuerpo de entre los malos, mas con el ánima, porque en
una misma ciudad y en una misma casa está Jerusalén y Babilonia, juntas cuanto
al cuerpo, mas, si miramos a los corazones, muy apartados están. Y en uno es
conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos.
Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no
podéis comenzar vida nueva, si no salís de la vida vieja. Acordaos de lo que
dijo San Pablo, que para santificarle a su pueblo por su sangre, padeció muerte
fuera de la puerta de Jerusalén, y pues así es, salgamos a él fuera de los
reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos que por
eso Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender que, si le
queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad, que hemos dicho, que es
congregación de los que se aman a sí. Bien pudiera Cristo curar el ciego en
Betsaida, y más quiso sacarle de ella y así darle la vista, para darnos a
entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados
de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma verdad que
andan pocos. No os engañe nadie; que no quiere Cristo a los que quieren cumplir
con Él y con el mundo. Y por su bendita boca prometió que ninguno pudiese servir
a dos señores.
Por tanto, si queréis que Él se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo. Si
queréis que os ame, no os améis vos. Si queréis que Él cuide de vos, no estéis
estribada en vuestro cuidado. Si queréis que os mire con amor, no os miréis
complaciendo a vos. Si queréis estar arrimada a Él, desarrimaos de vos. Y si
queréis agradarle, no temáis desagradar al universo mundo por Él. Y si deseáis
hallarle, no dudéis perder padre y madre, y hermanos y casa, y aun vuestra
propria vida, por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas, mas porque
conviene mirar tan de verdad, y con todo vuestro corazón, a Cristo, que no
torzáis en un solo cabello de agradar a Él por agradar a criatura alguna, por
amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica que los que tienen
mujeres las tengan como si no las tuviesen, y los que compran como si no
poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los que lloran como si no
llorasen, y los que se gozan como si no gozasen y la causa es lo que añade,
diciendo. Porque se pasa presto la figura de este mundo. Pues así os digo,
doncella, que lo uno, porque presto se pasa, y lo otro, porque ya no sois
vuestra, así tened padres y hermanos, parientes y casa y pueblo, como si no los
tuviésedes, no para no reverenciarlos y amarlos, pues la gracia no destruye la
orden de naturaleza, y aún en el mismo cielo ha de haber reverencia de hijo a
padre; mas para que no os ocupen el corazón y estorben el servicio de Dios.
Amaldos en Cristo, no en ellos, que no os los dio Cristo para que os sean
estorbo a lo que tanto debéis siempre hacer, mas para que os sean ayuda. San
Hierónimo cuenta de una doncella, que estaba tan mortificada a la afeción del
parentesco, que a su propria hermana, aunque era doncella, no curaba de verla,
contentándose con amarla por Dios.
Creedme que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy
raído, quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor
escriba sus gracias en ella, hasta que estén en ella estas afecciones, que nacen
de carne, muy muertas. Leemos en los tiempos pasados que pusieron el arca de
Dios en un carro, para que la llevasen dos vacas paridas, cuyos becerros
quedaban en cierta parte encerrados, y aunque las vacas daban gemidos por sus
hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás, ni se apartaron,
dice la Escriptura, a la mano derecha ni a la izquierda, mas por el querer de
Dios que así le hacía, llevaban su arca hasta la tierra de Jerusalén, que era el
lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto encima de sus hombros la cruz de
Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde Él está y se halla muy de verdad, no
deben dejar ni tardar su camino por estas afecciones naturales de amor de padres
e hijos, y casa, y semejables cosas. Ni deben gozarse livianamente con las
prosperidades de ellos, ni penarse por sus adversidades. Porque lo primero es
apartarse del camino de la mano derecha, y el segundo, a la izquierda; mas
proseguir en fervor su camino, encomendando al Señor que guíe a su gloria lo uno
y lo otro. Y estar tan muertos a estas cosas, como si no les tocasen, o a lo
menos, si esto no pueden, no dejarse vencer de la tristeza o del gozo por lo que
a ellos toca, aunque algo lo sientan; lo cual fue figurado en las vacas que,
aunque daban bramidos por sus hijos, no por eso dejaban de llevar el arca de
Dios. E si los padres ven que sus hijos quieren de alguna manera servir a Dios
que a ellos no es apacible, deben de mirar lo que Dios quiere. Y, aunque giman
con amor de los hijos, deben vencerse con el amor de Dios, ofreciendo sus hijos
a Dios, y serán semejables a Abraham, que quería matar a su unigénito hijo por
la obediencia de Dios, no curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor
natural que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia, el cual aún
no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por amor de él se
vencen como quien padece martirio. Olvidad, pues, vuestro pueblo, doncella, y
sed como otro Melquisedec, del cual no se cuenta padre ni madre ni linaje
alguno. En lo cual, como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de Dios,
que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que sean de su corazón como
este Melquisedec solos y extranjeros en este mundo, sin tener cosa que les
retarde su apresurado caminar, que caminan a Dios.
3. La vanidad de la nobleza del linaje
No querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo
de su linaje carnal. Y, por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San
Hirónimo dice: «No quiero que mires aquellas que son doncellas del mundo y no de
Cristo, las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan en sus
deleites, y se deleitan en sus vanidades y glorias en el cuerpo, en la origen de
su linaje, las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca después del
nacimiento divino, ternían en algo la nobleza del cuerpo; y si sintiesen a Dios
ser padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te glorías con nobleza
de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo, de los
cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza del linaje no la
da la igualdad de naturaleza, mas la ambición de la codicia; y ninguna
diferencia puede haber entre aquellos a los cuales el segundo nacimiento
engendró, por el cual así el rico como el pobre, el libre y el esclavo, es de
linaje, y sin él no son hechos hijos de Dios. Y el linaje de carne terrena es
oscurecido con el resplandor de la celestial honra. Y en ninguna manera ya
parece, pues que los que eran antes desiguales por honras del mundo son
igualmente vestidos con nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay ya
allí de linaje bajo, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los cuales el alteza
del nacimiento divino los hermosea. Y, si lo hay, en el pensamiento de aquellos
que no tienen en más las cosas celestiales que las humanas. O, si las tienen,
cuán vanamente lo hacen en tenerse en más que aquellos por cosas menores, los
cuales conocen serles iguales en las cosas mayores, y estiman a los otros como a
hombres puestos en tierra debajo de sí, los cuales creen que son sus iguales en
las cosas del cielo. Mas, tú, quienquiera que eres, doncella de Cristo y no del
siglo, huye toda gloria de la vida presente, para que alcances todo lo que se
promete en el siglo, que está por venir.» Todo esto dice San Hierónimo. De lo
cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y casa de padre,
sabiendo que lo que de los padres de carne traéis es ser concebida en pecado y
llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el primer pecado de Adán,
que, mediante nuestra concepción, heredamos. Un cuerpecillo nos dieron nuestros
padres, y tan vergonzosamente engendrado que es asco pensarlo, y decirlo, y es
tal este cuerpo que mancha el ánima, que Dios cría limpia y la infunde en él.
Como cuando un limpio da una manzana limpia en las manos de un leproso, que con
sólo tomarla la ensucia. Un cuerpo nos dieron, lleno de mil necesidades y
flaquezas, y proprio para hacer penitencia en sufrirlo. Un cuerpo, que, si un
solo cuerezuelo le quitasen de encima, los muy hermosos serían abominables. Un
cuerpo, que, mirándolo por defuera blanco, y considerando las cosas que dentro
en sí encierra, no diréis sino que es un vil muladar, cubierto de nieve. Un
cuerpo, que pluguiera a Dios que no hubiera más en él que ser trabajoso y
vergonzoso; mas esto es lo menos, porque es el mayor enemigo que tenemos, y el
mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y muerte eterna, a
quien le da de comer, y todo lo que ha menester. Un cuerpo, que para haber él un
poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios y echar el ánima en el
infierno. Un cuerpo, perezoso como asno y malicioso más que mula; y si no, probá
a dejarlo sin freno, que ande él como quisiere, y descuidaos un poco de
guardaros de él, entonces veréis lo que tiene.
¡Oh vanidad para burlar de los que de linaje presumen!, pues que todas las
ánimas Dios las cría, que no se heredan, y la carne que se hereda, es cosa para
haber vergüenza y temor. Digan los tales lo que Dios dijo a Esaías: Da voces. ¿Y
qué diré a voces?, dijo Esaías. Respondió el Señor. Que toda carne es feno, y
toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar Dios, y aún no las
oyen los sordos, los cuales más se quieren gloriar de la suciedad, que de la
carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu Santo les es concedida. No
seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida. La estima en que Dios os tiene
no es por vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por nacer en sala entoldada,
mas por tornar a nacer en el santo baptismo. El primer nacimiento es deshonra,
el segundo es honra. El primero, de desnobleza; el segundo, de nobleza. El
primero, de pecado; el segundo de justificación de pecados. El primero, de carne
que mata; el segundo, de espíritu que aviva. Por el primero somos hijos de
hombres; por el segundo, hijos de Dios. Por el primero, aunque somos herederos
de nuestros padres, cuanto a su hacienda somos herederos cuanto a ser pecadores
y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos hermanos de Cristo,
y juntamente herederos del cielo con él: de presente recebimos el Espíritu Santo
y esperamos ver a Dios cara a cara.
Pues, ¿qué os parece que dirá Dios al que se precia más ser nacido de
hombres, para ser pecador y miserable, que por ser nacido de Dios, para ser
justo y después bienaventurado? Éstos son semejables a uno que fuese engendrado
de un rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la
trajese mucho en la boca, y no mirase ni se acordase ser hijo del rey.
Olvidad,pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El pueblo
malo, ése es el vuestro, y por eso dice: Olvida tu pueblo, porque de vos no sois
sino pecadora y muy vil, mas, si os sacudís de eso que es vuestro, recebiros ha
el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su justificación, en su amor. Mas,
mientra tuviéredes, no recebiréis. Desnuda os quiere Cristo, porque Él os quiere
dotar, que tiene con qué. Porque de vos, ¿qué tenéis sino deudas? Olvidad
vuestro pueblo, que es ser pecadora, extrañándoos a los pecados pasados, y no
viviendo según mundo. Olvidad vuestro pueblo, olvidando vuestro linaje. Olvidad
vuestro pueblo, haciendo cuenta que estáis en un desierto sola con Dios.
Olvidad, pues, vuestro pueblo, pues tantas razones y tan suficientes veis para
lo hacer.
V. ET DOMUM PATRIS TUI
Quinta palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de nuestro padre para hallar la de
Dios
1. El padre de nuestra casa es el demonio
Síguese otra palabra que dice: Olvida la casa de tu padre. Este padre el
demonio es; porque, según dice San Joan, el que hace pecado, del diablo precede,
porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o engendró a los
malos, mas porque imitan sus obras. Y de aquél se dice ser uno hijo, según el
santo Evangelio, cuyas obras imita.
Este padre malaventurado vive en el mundo, y quiere decir en los malos,
según se escribe de él en Job: En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña,
y en los lugares húmidos. Sombra son las riquezas, porque no dando el descanso
que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas, como con espinas,
experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de ellas, y
verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre.
Cañaes la gloria de este mundo, que cuando de fuera mayor parece, tanto de
dentro está más vacía, y aún lo que de fuera parece es tan mudable que con razón
se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares húmidos son las almas
relajadas con los carnales deleites, que corren tras ellos, sin detenencia,
contrarias a aquellas de las cuales dice el santo Evangelio que se salen del
espíritu sucio del hombre donde estaban, y va a buscar donde entrar, y anda por
los lugares secos, buscando holganza, y no la halla, porque en las ánimas ajenas
de estos carnales deseos no halla el demonio posada, mas en las codicias, honras
y deleites es su aposento. Por lo cual dice el príncipe de este mundo, y regidor
y señor de él, no porque él lo haya criado, mas porque los malos, que son de
Dios por creación, quieren sujetarse al demonio, conformándose con su voluntad
para que así sean también conformes con él en la infernal pena como les será
crudamente dicho el día postrero, por boca de Cristo: Id, malditos, al fuego
eterno, que está aparejado al diablo y a sus ángeles.
2. Nuestra casa es la propia voluntad
Y si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallamos que no es
otra sino la propria y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el
demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo el hombre, pues tiene lo
principal de él. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no es otra cosa sino
olvidar y quitar la voluntad propria, en la cual algún tiempo aposentamos a este
mal padre, y abrazar con entero corazón la divina diciendo: no mi voluntad,
Señor, sino la tuya sea hecha. El cual amonestamiento es de los más provechosos
que se nos pueden hacer; porque, quitada nuestra voluntad, quitaremos los
pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota San Pablo,
contando muchedumbre de pecados que en los días postreros había de haber.
Primero dice que serán los hombres amadores de sí mismos dando a entender, como
dice la glosa, que este amor de sí, es raíz y cabeza de todos los pecados, el
cual quitado, queda el hombre en su sujeción de Dios, de la cual le viene su
bien. Ítem, la causa de nuestros desabrimientos, tristezas, trabajos, no es otra
sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se cumpliese. Y, porque no se
cumple, tomamos pena; mas este yerro quitado, ¿qué cosa puede venir que nos
pene? Pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos
venga.
Y no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo, porque, como San
Bernardo dice, cese la voluntad propria y no habrá infierno; mas así como es la
cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más
trabajosa que hay; y aun por mucho que trabajemos no saldremos con ello, si
aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no
quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma. Y, si no mata a este
fuerte Goliat, que no hay quien le pueda vencer si no el que es invencible. Mas,
aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas cadenas, no por eso
debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el Señor nos diere,
llamándole con corazón, y considerando los males que de seguirla nos vienen, y
los bienes que de no seguirla. Ítem, los santos ejemplos de Cristo, el cual dice
de sí: Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la de aquel que me
envió. Y esto no en cosas de poca importancia, como algunos hacen, mas en las
cosas de afrenta y que llegan, como dicen, al ánima. Tal era el padecer Cristo
pasión por nosotros, mas en ella se conformó con la voluntad de su Padre,
echando de sí la voluntad de su carne, que era no padecer, para darnos ejemplo,
que ninguna cosa nos debe ser tan amada, que, por él, no la abracemos.
Y si todas las cosas que consideramos no nos movieren a olvidar este pueblo
y casa de nuestro padre, a lo menos muévanos lo que tanta razón es que nos
mueva, conviene a saber, la palabra que tras ésta se sigue, como para dar
esfuerzo a cumplir las pasadas, la cual dice así: Y codiciará al rey tu
hermosura.
VI. ET CONCUPISCET REX DECOREM TUUM
Que tal ha de ser nuestra alma, para que el Señor codicie su hermosura
Cosa es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a
los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es enamorarse
el ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la fea ame al todo
hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura mire a su Criador. Mas
enamorarse y aplacer a Dios en su criatura, esto es de maravillar y agradecer, y
da a ella inefable causa de gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser cautiva
una ánima del Señor, ¿qué será tener ella a Él cautivo de amor? Si es gran
riqueza no tener corazón por dársele a Dios, ¿qué será tener por nuestro el
corazón del Señor?, el cual da Él a quien da su amor. Y tras el corazón, da a
todo si, porque de quien es nuestro corazón, de aquél somos. Sin duda grandes y
muchos son los bienes que la infinita bondad da a los hombres, mas, como no
haciendo caso de todos ellos, dice Job a Dios: Señor, ¿qué cosa es el hombre,
porque le engrandeces y pones en él tu corazón? Dando a entender que, pues por
dar Dios el corazón, se da a Él, tanta diferencia va de dar otras dádivas a dar
el corazón por amor, cuanto va de Dios a criaturas. Y, si por las otras dádivas
le debemos gracias, la principal causa es porque nos las da con amor, y si en
ellas nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia en los altísimos ojos de
Dios. Ésta es la verdadera honra nuestra, de la cual nos podemos gloriar, no de
que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien hace caso de sí, ensalzándose
en las obras que hace, mas de que un tan alto rey, a quien adoran todos los
ángeles, quiere por su sola bondad amar cosas tan bajas como somos nosotros.
Mirad, pues, doncella, si es razón de oír y ver, e inclinar a Dios nuestra
oreja, pues el galardón de ello es que codicie Dios nuestra hermosura.
Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueron muy recias, se tornarán
livianas con tales promesas, cuanto más siendo cosa tan poca lo que nos pide.
1. Esta hermosura no es la del cuerpo
Mas diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que es pecadora,
y de los pecadores se escribe que es denegrida su cara más que carbones? Si este
Señor buscase hermosura de cuerpo, no es de maravillar que la hallase, pues Él
lo crió; y así, como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas, para que así
fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable, comparada a la cual,
toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice David, hablando de la esposa de
este gran rey, que toda su hermosura consiste en lo de dentro, que es el ánima.
Y esto con mucha razón, porque la hermosura del cuerpo es muy poca cosa, y puede
estar en quien tenga muy fea su ánima. ¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y
hermosa en lo que es casi nada? ¿Qué aprovecha la hermosura en lo que los
hombres pueden mirar, y fealdad en lo que Dios mira? De fuera ángel, y de dentro
diablo.
a) LA HERMOSURA CORPORAL ES PELIGROSA AL QUE LA TIENE
Y no sólo esta hermosura no aprovecha para ser el ánima amada de Dios, mas
aún por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque, así como la
espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la suele
quitar. No tienen pequeña guerra la castidad, la humildad, recogimiento, de una
parte, contra la hermosura corporal, de otra. Y a muchos les fuera mejor extrema
fealdad en la cara, para no tener con quién pelear, que gran hermosura y gran
liviandad, con que fueron vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima:
Perdiste la sabiduría entre tu hermosura. Y en otra parte dice: Heciste
abominable tu hermosura. Y dice esto, porque, cuando con la hermosura del cuerpo
se juntan fealdades en las costumbres, es abominable la tal hermosura, y tornada
en fealdad verdadera.
Bien veo yo que si las ánimas de los que miran las cosas hermosas, y de las
que son hermosas, fuesen puros en buscar a Dios solo en las criaturas cuanto
ellas fuesen más hermosas, tanto más claro espejo serían de la hermosura de
Dios; mas, ¿adónde está agora quien no llore lo que San Augustín lloraba cuando
decía: «Andaba hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima, cuanta más
hermosura ve en su cuerpo»? Naturalmente huimos más de ensuciarnos cuando
estamos limpios, que cuando no. Y hacen al contrario de esto muchas personas
que, siendo feas, no pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión a
ensuciarse. Y de éstas dice la Escriptura: Como manilla de oro en el hocico del
puerco, así es la mujer hermosa, que es loca. Muy poca honra cataría el puerco
al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por mucho que resplandeciese, de
ensuciarlo y meterlo en el hediondo cieno; así es la mujer loca, que emplea su
hermosura, sin algún asco, en mil vanidades, hediondeces, ya de cuerpo ya de
ánima.
b) PUEDE SER DAÑOSA A LOS DEMÁS
Pues si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la
propria ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien lo mira? ¡Cuán buena
cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar, ni manos
para hermosear, ni gana para ser vista! ¿Qué dirán estas miserables hermosas al
parecer, y feas, según la verdad, cuando les falte la hermosura del cuerpo, para
lo cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus cuerpos en las
sepulturas cuan hediondas andaban sus ánimas debajo de los cuerpos hermosos, y
sean así presentadas desnudas de bienes delante los ojos de aquel, al cual no
curaron parecer bien, y sean avergonzadas de sus secretas maldades probando por
experiencia, que vino el día en que, como Dios había prometido, echó a perder el
nombre de los ídolos de la tierra? Ídolo es la mujer vana y hermosa, que quiere
contrahacer a Dios verdadero, pintándose como Dios no la pintó, y queriendo que
los corazones de los hombres se ocupen de ellas, y haciendo para ello todo lo
que pueden y deseando lo que no pueden. Los nombres muy mentados de éstas
destruirlos ha Dios, para que sepan que no aprovechó ser mentadas en las bocas
de los hombres, si están raídas del libro de Dios.
De esta hermosura os amonesto, esposa de Cristo, que ni aun os acordéis de
ella, porque, si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve hombre,
y guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre del pueblo, o
algún alto príncipe, ¿por qué la esposa de Cristo no hará otro tanto, esperando
aquel día, cuando ha de ser vista de todos los hombres y todos los ángeles, y
del Señor de hombres y ángeles, cuando parecerá mejor la cara llorosa que la
risueña, y la saya baja que la preciosa, y la virtud que la hermosura? Mas, no
penséis que os basta tener vuestro corazón limpio de esta vanidad, mas
conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que a quien os miraré se le
aparte el corazón de Dios ni un solo punto.
Las vanas doncellas del mundo desean bien parecer a los hombres, mas la de
Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer, porque no puede ser peor locura
que desear el peligro ajeno y suyo. Acordaos de lo que San Hierónimo dice a una
doncella: «Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu esposo es
celoso, y peor será adulterar contra Cristo que contra el marido.» Y en otra
parte dice: «Acuérdate que te he dicho que eres hecha sacrificio de Dios y el
sacrificio da santificación a las otras cosas, y cualquiera que de él dignamente
participare se hará participante en la santificación. Pues de esta manera, por
tu causa, como por sacrificio divino, se santifiquen las otras, con las cuales
así vivas que, cualquiera que tocare tu vida con el mirarte, o con el oírte,
sienta en sí la fuerza de la santificación, y deseándote mirar, sea hecho digno
de ser sacrificio.» Todo esto dice Hierónimo. De lo cual veréis que esta honra
tan grande que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni se ha de poseer con
descuido, mas así como es el más alto título que decirse puede, así pide mayor
cuidado que otro para tenerlo como conviene. No penséis que por no tener marido
que sea hombre, ya por eso habéis de vivir ni con un solo punto de descuido; mas
sabed que estáis obligada a miraros más y más cuanto vuestro esposo es mayor y
más cosas las que os demanda. Con el marido de acá cumple la mujer con no tener
tachas muy grandes, mas con el esposo celestial, no. Si no le amáis con todo
vuestro corazón y fuerzas, y una palabra y un rato ocioso no pasará sin castigo,
es tanto lo que a este Señor se le debe que el no amarlo y reverenciarlo muy
mucho es tacha, y de ella se le debe pedir perdón. Y esto no os parezca pesado,
porque aun acá, en el mundo, cuanto una mujer alcanza marido más alto está
obligada a ser ella mejor. Pues, si podéis, considerad quién es aquel a quien
por esposo tomastes, o por mejor decir, quién por esposa os tomó, y veréis que,
aunque lo que mandase fuese pequeño, por mandarlo él no hay mandamiento pequeño
ni pecado pequeño.
c) EJEMPLO DE LA VIRGEN ASELA
Y porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no
se os torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado vivo en que os
miréis, y del saquéis, que fue una doncella llamada Asela, de la cual dice San
Hierónimo así: «Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave que
su alegría. Ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste que su
suavidad. Y así tenía amarillez en la cara, que, aunque fuese señal de
abstinencia, no demostrarse hipocresía. Su palabra callaba, y su callar hablaba;
ni muy tardo ni presurado su andar; su hábito, de una misma manera; su limpieza
era sin ser procurada; y su vestido, sin curiosidad; y su atavío, sin atavío. Y
por la bondad de su vida mereció que en la ciudad de Roma, donde tantas pompas
hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria, los buenos digan bien de
ella, y los malos no osen murmurar de ella. Esta es el dechado que debéis de
mirar para lo de fuera, que, para lo de dentro, no hay sino Jesucristo, puesto
en la cruz. Al cual tanto más os debéis conformar cuanto tenéis nombre de mayor
unión con él, que es casamiento.»
Mas mirá, no desmayéis por la mucha santidad que vuestro título pide,
temiendo más tal estado que gozándoos con él. Cuando oyerdes que os amonestan
cosas altas, no debéis derribaros, más esforzaros, porque así como las cargas y
mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la
mujer, mas cumple con guardar bien lo que el marido trae ganado, así no penséis
que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre vuestros hombros los trabajos
de manteneros, pues que ni vos seréis para ello, ni quiere él que la honra de
ser vos la que debéis, sea vuestra. Plega a él que sepáis vos darle vuestro
corazón y responderle a sus inspiraciones que él os enviará; y que no ensuciéis
con tibieza o con soberbia, o con negligencia, o con indiscretos fervores, el
agua limpia que en vuestra ánima él lloverá; que en lo demás, y aun en esto,
vuestra ánima ha de reposar en confianza no de vos, mas de vuestro esposo, que
sabe vuestra necesidad y puede muy bien manteneros, si vos de vuestra voluntad
de su casa no os vais.
d) EL ESTADO DE VIRGINIDAD
El estado de virginidad que tenéis no se debe tomar livianamente por
cualquier breve devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con
hombre; mas, como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y experiencia,
y aparejo para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios muchos días, y muy
de corazón, porque no se guarde negligentemente el estado que livianamente se
tomó.
Mas, cuando es tomado como debe, y por el fin que es razón, debe tener
mucha alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y
estado de fecundidad. Porque, así como la bendita Virgen María, que por su
excelente y limpísima virginidad se llama Virgen de vírgines, y es amparadora de
vírgines, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgines, que
son de verdad vírgines, tienen fruto en su ánima y entereza en su cuerpo. Porque
este celestial esposo, Cristo, no es como los de la tierra que quitan la
hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura y tan
amador de limpieza que, como dice santa Inés, «a Él solo guardo mi fe, a Él solo
me encomiendo con toda devoción, al cual, cuando amare, soy casta, cuando le
tocare, soy limpia, cuando lo recibiere, soy virgen. Ni faltarán hijos de
aquestas bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de cada día
es acrecentada.» Esto dice santa Inés, como quien probaba la suavidad de este
celestial desposado. Porque confusión, y no pequeña, es para la doncella que se
llama esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad de su esposo
que si fuera un extranjero. ¡Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y cuántos
cuidados y desasosiegos! Unos, que por fuerza los trae el mismo estado de
matrimonio de carne; otros, que de la mala condición del marido suelen nacer.
Más acá, los hijos son gozo, caridad y paz, con otros semejables que cuenta San
Pablo; el esposo, bueno, pacífico, rico, sabio y hermoso, y, según la esposa
dice en los Cantares, todo para desear.
¿No os parece, pues, que hace este rey gran merced a quien toma no sólo
para esclava, o sirvienta, más para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con
dolor por parto con gozo, hijos de cuidado con hijos de descanso, y que ellos
traen consigo la paz y la honra? Por cierto, como San Hierónimo dice, hablando a
una madre de una doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu hija no quiso
ser mujer o esposa de caballero por ser esposa del rey, y que te hizo a ti
suegra de Cristo.» No resta, pues, doncella, sino que así os alegréis con el
estado que el Señor por su sola bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la que
debéis, y así temáis de vuestra flaqueza que confiéis en el Señor que acabará en
vos lo que ha comenzado; para que así ni la merced fecha os dé alegría liviana,
ni el temor de lo mucho que debéis os derribe. Mas entre temor y esperanza
caminéis hasta que el temor se quite con el perfeto amor que en el cielo obra, y
la esperanza, cuando tengamos presente, y sin temor de perder, aquello que aquí
en ausencia esperamos.
2. Hermosura del alma
Mucho nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos: ¿De dónde viene
hermosura al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no
pensemos que lo había este rey por la hermosura del cuerpo. Agora tornemos a
nuestro propósito.
a) EL PECADO AFEA EL ALMA
Habéis de saber que, para ser una cosa del todo hermosa, cuatro cosas se
requieren: la una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque, faltando
algo, ya no se puede decir hermosa, como faltando una mano, o pie, o cosa
semejante; la segunda, es proporción de un miembro con otro, y, si es imagen de
otra cosa ha de ser sacada muy al proprio de su dechado; lo tercero, ha de tener
viveza de color; lo cuarto, suficiente grandeza, porque lo pequeño, aunque sea
bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.
Pues, si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora,
hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque faltándole la
fe, o la caridad, o dones de Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se
puede decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción entre
sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la razón a Dios, mayormente
que, siendo el ánima criada a imagen de Dios, como lo es en su ser natural;
pues, siendo Dios bueno y el ánima mala, Dios limpio y ella sucia, Dios manso y
ella airada, y ansí en lo demás ¿cómo puede haber hermosura en imagen que tan
desconforme está a su dechado? Pues lo tercero, que es una luz espiritual de
gracia y conocimiento, que avivan la hermosura del ánima como los colores al
cuerpo, también le falta, porque ella anda en tinieblas, y queda denegrida más
que carbones, como lo llora Jeremías. Pues menos tiene lo cuarto, pues no hay
cosa más poca ni más chica que ser pecadora, que es nada. De manera que,
faltándole todas las condiciones para ser hermosa, sin duda será fea. Y porque
todas las ánimas de los cuerpos que de Adán vienen son criadas, ordinariamente
son pecadoras, síguese que todas son feas.
Y esta fealdad de pecado es tan dificultosa, o por mejor decir, es tan
imposible de ser quitada por fuerzas de criaturas que todas juntas no pueden
hermosear una sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías diciendo: Si
te lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada en mi
acatamiento; quiere decir: que para quitar esta mancha, ni aprovecha el salitre
de reprehensiones de los profetas, ni recios castigos de la Ley Vieja, ni
tampoco la blandura de los halagos y prometimientos que Dios entonces hacía.
Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las consolaciones, y
entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley Vieja ninguno era
justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo, y por eso no podía
haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no había justificación, que es
causa de la hermosura. Y, si en la ley y sacrificios dados por Dios no podía
darse hermosura, claro es que menos la habría en la ley de naturaleza, pues no
tenía tantos remedios contra el pecado como la de Escriptura.
b) EL VERBO DE DIOS HERMOSEA NUESTRA FEALDAD
Considerad, pues, qué cosa tan fea, es y cuanto se debe huir la fealdad y
mancha del pecado. Pues que, una vez recebida en el ánima, ni pudo lavar con
todas las fuerzas humanas ni con tanto derramamiento de sangre que por
mandamiento de Dios se ofrecía en su templo. Y si el hermoso Verbo de Dios,
dechado de hermosura, no viniera a hermosearnos, para siempre la fealdad, en que
por nuestra culpa incurrimos, nos durara. Mas, viniendo el Cordero sin mancha,
pudo y supo y quiso lavar nuestras manchas. Y amando a los feos, destruyóles la
fealdad y dióles la hermosura.
Y para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el
Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo, considerad que así como los
santos doctores atribuyen al Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el
amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque
El es perfetísimo, sin defeto alguno, y es imagen del Padre, tan al proprio que,
por ser engendrado del Padre, es semejable del todo al Padre y tiene la mesma
esencia del Padre. De manera que quien a Él ve, ve al Padre,como Él mismo dice
en el santo Evangelio. Pues proporción tan igual del Hijo e imagen con el Padre,
cuyo es imagen con razón se le atribuye la hermosura pues tan bien es sacado.
Esta luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es cosa engendrada del
entendimiento y en el entendimiento, y por eso dice San Joan que era luz
verdadera, y confesamos que es Dios de Dios, y lumbre de lumbre. Pues grandeza
no le falta, teniendo como tiene su inmensidad infinita, y por eso convino que
este hermoso, por quien fuimos hechos hermosos, cuando no erramos, viniese a
repararnos después de perdidos. Y se vistiese de carne, para en ella tomar las
cargas de nuestra fealdad, y dar en nuestras ánimas la lindeza de su hermosa.
Y aunque ni el ser nosotros castigados ni halagados, no nos podía quitar
nuestra mancha, fue de tanto valor para nosotros el ser castigado el hermoso
que, cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su pasión, cayó sobre
nosotros el blanco jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador: Aunque
tú te laves con salitre e yerba de jabón no serás limpio, mas, dando a entender
que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte: Si fueren
vuestros pecados como la grana, serán blanqueados como la nieve. Y si fueren
bermejos como sangre con que tiñen carmesí, serán blancos como lana blanca. Muy
bien creía esto David cuando decía: Rociarme has con hisopo, Señor, y seré
limpio, lavarme has y seré emblanquecido más que la nieve. Hisopo es una yerba
pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad para purgar los pulmones por do
resollamos. Y esta yerba juntábanla con un palo de cedro como vara, y atábanlos
con una cuerda de grana dos veces teñida, y a todo junto decían hisopo, con el
cual, mojado con sangre y agua, y otras veces con agua y ceniza, rociaban al
leproso y al que había tocado cosa muerta, y con aquello era tenido por limpio.
Muy bien sabía David que la yerba ni el cedro, ni la sangre de pájaros y
animales, ni el agua ni ceniza, no podían dar limpieza en el ánima, aunque lo
figuraban. Y por eso no pide a Dios que tome en su mano este hisopo y le rocíe
con él, mas dícelo por la humanidad y humildad de Jesucristo nuestro Señor, la
cual se dice yerba, porque nacía de la tierra de la bendita Virgen María, y
porque nació sin obra de varón, como la flor nace en el campo sin ser arada ni
sembrada. Y por eso dice: Yo soy flor del campo. Esta yerba se dice pequeña, por
la bajeza que en este mundo tomó hasta decir: Gusano soy y no hombre, deshonra
de hombres y desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el
viento de nuestra soberbia, porque no hay soberbia tan loca que no sea curada
con tanta humildad. Si el hombre mira, verá que no es razón que se ensalce el
gusano, viendo abatido el rey de la majestad, y se olvida que el hisopo es
caliente, porque Cristo, por el fuego de amor que en sus entrañas ardía, se
quiso abajar para nos purgar, dándonos a entender que, si el que es alto se
abaja, cuanta razón es el que tiene tanto para se abajar no se ensalce. Y si
Dios es humilde, que el hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue juntada al
palo del cedro, fue puesta en la cruz, y atada con delgada hebra de grana dos
veces teñida, porque aunque duros y gruesos, y largos clavos le tenían fijados
con ellas los pies y las manos, mas, si su abrasado hilo de amor no lo atara a
la cruz, queriendo Él entregar su vida para matar nuestra muerte, poca parte
fueran los clavos para lo tener. De manera que no ellos, más el amor le tenía. Y
este amor es doblado, como grana dos veces teñida, porque, por satisfacer a la
honra del Padre, que por los pecados era ofendida, y por amor de los pecadores,
padeció Él.
e) LA SANGRE DE JESUCRISTO
La ropa que el sumo pontífice se vestía en la ley había de ser grana teñida
dos veces, porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se había de
teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo. Esta carne, puesta en la cruz,
es el velo que Dios mandó hacer a Moisés de hiacinto y carmesí, y grana dos
veces teñida, y de blanca y retejida holanda, hecho con labores de aguja, y
tejido con hermosas diferencias, porque esta santa humanidad es teñida con
sangre como el carmesí; es abrasada con fuego significado en la grana según
hemos dicho; es blanca como la holanda con castidad en inocencia, y es retejida,
porque no fue muelle ni relajada, mas apretada debajo de toda disciplina
virtuosa y de muchos trabajos, y es también significada e el hiacinto, que tiene
color de cielo, porque es formada por obra sobrenatural del Espíritu Santo, y
por eso se llama celestial, con otras mil lindezas y virtudes que tiene formadas
por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y este velo manda que se cuelgue
delante cuatro columnas que lo sustenten, que quiere decir que en cuatro brazos
de cruz fue puesto Cristo, y cuatro evangelios ponen y predican manifiesto
delante del mundo.
Pues, como el real profeta David fuese tan alumbrado profeta en saber los
misterios de Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo pecado,
cuando tomó la ovejita y mató al pastor, temiendo la ira del Omnipotente, con la
cual estaba amenazado por boca del profeta Natán, suplica a Dios que le hermosee
su fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo David dice a Dios: No te
deleitarás con sacrificio de animales, mas pide ser rociado con la sangre y
carne de Jesucristo, atado con cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando
que, aunque su fealdad sea mucha, será emblanquecida más que la nieve con la
sangre que de la cruz cae. ¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque
eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la leche!
¿Y quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones y con qué
amor eras derramada del mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes, Señor, tus
brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra
soltura tan mala que en deseos y obrar tenemos! ¡Gran fuerza ponen contra ti tus
contrarios, mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te venció! Hermoso
llama David a Cristo sobre todos los hijos de los hombres. Mas este hermoso
sobre hombres y ángeles quiso disimular su hermosura y vestirse en su cuerpo, y
en lo de fuera, de la semejanza de nuestra fealdad, que en nuestras ánimas
tenemos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su
hermosura, como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos diese su
imagen hermosa, haciéndonos semejables a Él.
d) POR HERMOSEARNOS, EL HIJO DE DIOS ESCONDE SU HERMOSURA A LOS OJOS DEL CUERPO
Y si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno
hermoso, todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino, hallaremos
que todas las disimuló y escondió, para que, siendo escondidas en él, se
manifestasen en nosotros. ¡Cuán entero, acabado y lleno es el Verbo de Dios,
pues ninguna cosa le falta ni puede faltar, y quita él la falta a todas las
cosas! Mas a este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre en el
vientre y brazos de su Madre. Id por todo el discurso de su vida y muerte, y
veréis cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda su vida: cuán falto de
cama para se echar, cuando le puso la Virgen en el pesebre, porque ni cama ni
lugar tenía en el portal de Belén; cuántas veces le faltó con qué remediar su
frío y su calor, y no tenía sino lo que le daban. Y si en la vida no tenía a
dónde reclinar su cabeza, como él lo dice, ¿qué diréis de la extrema pobreza que
en su muerte tuvo? En la cual menos tenía donde reclinar su cabeza, porque o la
había de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por las espinas que más se
le hincaban en ella, o la había de tener abajada en vago, no sin grave dolor. ¡Oh
sagrada cabeza, de la cual dice la esposa que es oro finísimo, por ser cabeza de
Dios, y cuán a tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos declinamos en
las criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados de ellas, haciendo
cama de reposo en lo que habíamos de pasar de camino hasta descansar en ti! Y
dinos, ¿para qué pasas tanta falta y pobreza? Oyamos a San Pablo que dice: Bien
sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que, siendo
El rico, se hizo pobre por nos, para que, con la pobreza, fuésemos nosotros
ricos.
Veis aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de
hermosura, que es ser cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el
cielo es la misma abundancia. Pues, si miráis a la otra condición del hermoso
Verbo de Dios, como es perfetísima imagen del Padre, igual a Él y proporcionado
con Él, hallaréis que no menos que la primera la disimula en la tierra. Decidme,
¿qué es el Padre sino fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad, gozo, con
otros semejantes bienes? Pues poned de una parte este admirable dechado,
glorioso en sí y adorado de ángeles, y acordaos de aquel paso que había de pasar
y traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas, de cuando la hermosa imagen del
Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato,
cruelmente azotado y vestido con una ropa colorada, y con corona de escarnio en
los ojos de los que lo vían, y de agudo dolor en el celebro de quien la tenía.
Las manos atadas, y una caña en ellas; los ojos llenos de lágrimas, que de ellos
salían, y de sangre, que de la cabeza venía; las mejillas amarillas y
descoloridas, llenas de sangre y afeadas con salivas. Y con este dolor y
deshonra fue sacado a ser visto de todo el pueblo diciendo: Mirad el hombre.Y
esto para que a Él le creciese la vergüenza de ser visto de ellos, y ellos
hobiesen compasión de Él, viéndole tal, y dejasen de perseguir a quien tanto
vían padecer. Mas, ¡oh cuán malos ojos miraron las penas de quien más se penaba
por la dureza de ellos que por sus proprios dolores!, que, en lugar de apagar el
fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras, ardíoles más y
más como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no escucharon la palabra a
ellos dicha por Pilatos: Mirad el hombre, mas no queriendo verle allí, dicen que
lo quieren ver en la cruz.
e) «ECCE HOMO»
Ánima redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos y escuchemos todos
esta palabra: Veis ahí el hombre; Mirad el hombre, porque no seamos ajenos de la
redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores.
Cuando quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviársela lo
mejor que pueden, para que enamore a los que la vieren. Y cuando quieren sacar
otra para que sea temida, cércanla de armas y de cuantas cosas pueden, para que
haga temblar a los que la vieren. Y cuando quieren sacar una imagen, para hacer
llorar, vístenla de luto y pónenle todo lo que incita a tristeza. Pues, decidme,
¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto del pueblo? No, por
cierto, para ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó y cercó de armas y
caballeros, mas sacólo para aplacar los corazones crueles con la vista del
Redemptor, y esto no por amor, que bien sabía que entrañablemente le aborrecían,
mas a poder de sus grandes tormentos, y a propria costa de su delicado cuerpo. Y
por eso atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos tales y tantos que
pudiesen obrar compasión en los corazones de los que lo viesen, aunque muy mal
lo quisiesen. Y, por tanto, es de creer que lo sacó él más afligido y abatido y
deshonrado que él pudo, reveyéndose en afearlo, como se revén en una novia para
ataviarla, para que por esta vía aplacase la ira de los que le desamaban, pues
no podía por otras que había intentado.
Pues decidme, si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la
malquerencia en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que su
vista y salida encienda fuego en los corazones de quien lo conoce por Dios y le
confiesa por Redemptor? Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el profeta
Esaías este paso y, contemplando al Señor, dijo: No tiene lindeza ni hermosura.
Mirámosle y no tenía vista; y deseámosle despreciado y el más abatido de los
hombres, varón de dolores y que sabe de penas. Su gesto fue como escondido y
despreciado, y, por tanto, no le estimamos. Verdaderamente Él llevó nuestras
enfermedades, y El mismo sufrió nuestros dolores; y nosotros estimámosle, como a
leproso y herido de Dios y abajado.
Si estas palabras de Esaías quisiéredes mirar una por una, veréis cuán
escondidaestaba la hermosura de Cristo en el día que trabajó para hermosearnos.
Dice la esposa en los Cantares, hablando con Cristo: Hermoso eres y lindo, amado
mío y aquí dice Esaías que no tiene lindeza ni hermosura; y aquel en cuya cara
se revén los ángeles, y la desean mirar, aquí dice que no tiene vista. Y en
aquel que, cuando entró en este mundo, fue por mandado del Padre adorado de
todos los ángeles, agora que sale del mundo, despreciado de muy viles hombres.
Dice David de Cristo que es ensalzado sobre todas las obras de las manos de
Dios. Y dice Esaías que está el más abatido de todos los hombres. Y si esto
fuera, comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas,
¿qué diréis, que, siendo cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón,
les parece mejor que Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del
Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como David, pagó lo
que no tomó. Cristo no tenia por qué tener dolor, pues la causa de él es el
pecado, que en Él nunca cupo; mas llámale aquí Esaías varón de dolores. Y aunque
nunca supo por experiencia de malos deleites, es varón que sabe de penas, porque
las experimenta, y en tanta abundancia que diga Él por boca de David: Muy llena
de penas está la mía ánima.
Cristo se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y
sacaba de tinieblas al mundo; mas esta luz dice Esaías que tiene su gesto como
escondido, porque, si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no se vio quien
le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes le hobiera tratado, lo
cual no es mucho de maravillar, porque, aunque la Virgen para siempre bendita y
en aquel día lastimada, lo parió y envolvió, y se remiraba en su cara como en
espejo luciente, mas con todo esto creo que, si allí estaba presente en este
paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención las lágrimas de los
ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél su bendito hijo, que
tan de otro color y manera estaba, que antes le había conocido. Y si los que
miraban creyeran que todo esto pasaba el Señor, no porque lo debiese, mas porque
amaba a los que lo debíamos, ser alivio a la peni de Cristo. Mas, ¿qué diremos,
que dice Esaías que le tuvieron por herido de Dios y abatido?, porque pensaban
que Dios lo abatía así por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más, y que
por eso pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera que en lo de fuera
quitaban sus ojos de mirarle, porque habían asco como de un leproso, y en el
corazón lo tenían por malo y digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y
llorar, que, si lo miraban escupían hacia Él, y, si no le miraban, hacían
grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias que
tanto lastimaban como los dolores, y con todo decían que aún no tenía lo que
merecía, mas que lo pusiesen en cruz.
¿Quién no se maravillará y dará mil alabanzas a Dios por su saber infinito,
que por modo tan extraño quiso remediar el mundo perdido, sacando los mayores
bienes de los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo
se ha hecho ni se hará que deshonrar y afear, y atormentar y crucificar al Hijo
de Dios? ¿Mas de cuál otra cosa tanto provecho vino al mundo como de esta
bendita pasión? Pensaba Pilato, cuando ataviada a este desposado con atavíos de
muchos dolores, que para los ojos de aquel pueblo no más le ataviaba. Y atavíalo
para ser visto de los ojos del mundo universo, sirviendo en esto, aunque él no
lo sabía, a lo que Dios tanto antes había prometido, diciendo: Verá todo hombre
la salud de Dios. Esta salud Jesucristo es, al cual dijo el Padre: en poco tengo
que despiertes a servirme los tribus de Jacob, y que me conviertas las heces de
Israel, yo te di en luz de las gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero
de la tierra.
Jesucristo predicó en persona a las ovejas que habían perecido de la casa
de Israel no más, y después, sus santos apóstoles, en el mismo pueblo de Israel,
comenzaron a predicar y convertiéronse no todos los judíos, mas algunos. Y por
eso dice las heces. Mas no paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo
de los judíos, mas salió cuando fue predicado por los apóstoles en el mundo, y
agora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a
tierras más lejos, para que así sea luz no sólo de los judíos, que creyeron en
Él, y a los cuales fue enviado, mas también a los gentiles, que estaban en
ceguedad de idolatría lejos de Dios. Y esto es lo que aquel santo cisne Simeón
cantó, ya que se quería morir, diciendo: Agora dejas, Señor, a tu siervo en paz,
según tu promesa; porque vieron mis ojos a mi salud, la cual pusiste ante el
acatamiento de todos los pueblos, lumbre para los gentiles y honra para tu
pueblo Israel. Si miramos que Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto
de aquel pueblo en su propria casa, y después en el alto de la cruz en el monte
Calvario, claro es que, aunque de todo estado y linaje, y naturales y
extranjeros, que habían venido a la Pascua había gran copia de gente, mas no fue
Cristo puesto en el acatamiento de todos los pueblos, como dice Simeón. Y, por
tanto, es Cristo, puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, cuando
es predicado en el mundo por los apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice
David; que en toda la tierra salió su sonido y hasta los fines de la tierra sus
palabras. Y Cristo predicado es luz entonces y agora para los judíos que le
quisieren creer; porque grande honra es para ellos venir de ellos, y
principalmente a ellos, el que es Salvador de todo el mundo y verdadero Dios y
hombre.
Pues miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato.
Él pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y dijo:
Veis ahí el hombre, y pensó que, cuando no quisieron que fuese suelto, mas
pidieron que lo crucificase, ya no había Cristo de ser más visto de nadie. Mas,
porque vio el Padre eterno que tal espectáculo como aquel de su unigénito Hijo,
e imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos lo mirasen, ni que a
corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese otra voz muy mayor que
sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos pregoneros, que dijesen:
Mirad este hombre, porque la voz de Pilato sonaba poco, y era uno y malo, y
lleno de temor, por lo cual crucificó a Cristo y no merecía ser el pregonero de
esta palabra: Mirad a este hombre, y por eso lo manda Dios pregonar a otros, y
tan sin temor, que antes quisieron y quieren morir que ni un solo punto dejen de
predicar y confesar la verdad que es Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel
y pecador, mas los pregoneros de esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías
diciendo: Cuán hermosos son los pies, sobre los montes, de los que predican
nuevas buenas de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios.
El Dios de Sión es Jesucristo, en cuya persona dice David: Yo soy
constituido rey, de mano de Dios, sobre Sión, monte santo suyo, predicando su
mandamiento. Y este rey que predica el mandamiento del Padre, que es la palabra
del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión, cuando fue recebido el domingo de
Ramos por rey de Israel en el templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y,
para dar a entender que este reino había de ser en las cosas espirituales, se
dice en David ser constituido rey sobre el monte de Sión, que es monte donde
estaba el templo, en que a Dios se ofrecía su divino culto. Y después, cuando
este Señor envió en el mismo monte Sión el Espíritu Santo sobre los creyentes, y
fue predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas de los
pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su reino; y, cuando se
convirtieron del primer sermón de san Pedro casi tres mil hombres, crecía este
reino; y, cuando más gente se convertía, predicaban los apóstoles a Sión:
Reinará tu Dios. Como quien dice: Aunque agora es conocido de pocos, mas siempre
irá creciendo su reino, hasta que, al fin del mundo, reine en todos los hombres,
galardonando con misericordia a los buenos, castigando con vara de hierro de
rigurosa justicia a los malos. Ésta es la voz de los predicadores de Cristo, que
dice: Reinará tu Dios. Y porque en el corazón del hombre sucio no reinará
Cristo, pues reina el pecado, no es razón que predique a los otros el reino de
Cristo el que en su ánima no consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Esaías
que son hermosos los pies de los que predican la paz. Porque en los pies son
significados los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por eso no quiere
Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores por la parte de
arriba, porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de
muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que Él se los
alimpió, mas dé gracias a aquel que lavó el jueves santo los pies a los
discípulos con agua material, y lava las ánimas de todos los lavados con su
sangre bendita. No era pues razón que tan limpio rey como Cristo fuese anunciado
con boca tan sucia como la de Pilato, ni que para espectáculo de tantas
maravillas había que mirar cómo sea a Cristo, cuando salió a ser visto del
pueblo, y hobiese un pregonero no más, y que tan poco sonase. Y si Pilato pensó
que ya no había de haber memoria de Cristo, ni quien de Él hobiese compasión,
ordenó Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hobiese, y haya, y
habrá, muchos que con reverencia le adoren y, en lugar de los que no querían
mirarle de asco, haya muchos más que se revean en mirar aquella bendita cara
como en espejo muy luciente, y, en lugar de los que pensaban que lo que padecía
lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por que padeciese,
sino que ellos pecaron y Él padeció por amarlos. Y si la crueldad de ellos fue
tanta que no hubieron de Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz,
quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su
ánima: Heridas tenéis amigo y duelen vos, ¡yo las tuviese por vos! No piense
Pilato que atavió a Cristo en balde, aunque no pudo mover a compasión a los que
allí estaban, pues que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han
compasión tanta de Él que están azotados y coronados y crucificados en el
corazón con Él.
Y pues esto ha sido así, y es y será en tantas personas, trabajad,
doncella, en ser vos una de ellas, para que no seáis vos de los duros que
aquella voz oyeron en balde, mas de los que el oírla fue causa de su salvación.
No seáis de aquellos que no supieron estimar al que presente tenían; mas de los
que dice Esaías: Deseamos verle, porque muchos reyes y profetas desearon ver la
cara y oír la voz de Cristo nuestro Señor. Oíd doncella esta voz y mirad a este
hombre, que por un indigno pregonero de Cristo os es pregonado. Mirad a este
hombre, para oír sus palabras. Este es el maestro que el Padre nos dio. Mirad a
este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro camino para ser salvos, si
él no. Mirad a este hombre, para haber compasión de él, pues estaba tal que
bastaba mover a compasión a los que mal lo querían. Mirad a este hombre, para
llorar, porque nosotros le paramos tal cual está por nuestros pecados. Mirad a
este hombre, para le amar, pues padece tanto por vos. Mirad a este hombre, para
os hermosear, porque en él hallaréis cuantas colores quisierdes, con que os
hermoseéis; bermejo de las bofetadas que recientes le han dado, y colorado de
las que rato ha, y en la noche pasada, le dieron; amarillo, con la abstinencia
de toda la vida y trabajos de la noche pasada; blanco, de las salivas que en la
cara le echaron; denegrido, de los golpes que le habían magullado su sagrada
cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los
sayones, porque, según estaba profetizado por Esaías en persona de Cristo: Mis
mejillas di a los que las arrancaban, y mi cuerpo a quien lo hería. ¡Qué
matices, qué aguas, qué blanco, qué colorado hallaréis aquí para os hermosear!
Mirad, pues, doncella a este hombre, porque no puede escapar de muerte quien no
lo mirare, porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto,
para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien
a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirare, morirá para siempre, y así
como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre, diciendo: Mira señor en la
haz de tu Cristo, así nos manda el Eterno Padre diciendo: Mira, hombre, la haz
de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para te perdonar él, mira tú a
su cara, para me pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro mediador se
junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro
creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes.
Cristo se llama Cristo del Padre, porque el Padre lo engendró y le dio lo
que tiene, y llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos todos
sus merecimientos. Mirad, pues, en la haz de vuestro Cristo, creyendo en Él,
confiando en Él, amando a Él y a todos por Él. Mirad en la faz, de vuestro
Cristo, pensando en ti y cotejando vuestra vida con Él, para que en Él, como en
espejo, veáis vuestras faltas y cuán lejos vais de Él, para que, conociéndoos
por fea, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que por su cara hermosa veréis
correr, y alimpiéis vuestras manchas. Mirad vuestro Cristo, y conoceréis quién
sois vos, porque tal cual está Él de fuera, tal érades vos de dentro, que por
eso se vistió de nuestra fea semejanza, para destruirla y darnos su imagen
hermosa. Y así como los judíos quitaban sus ojos de Cristo, porque le veían tan
mal tratado, así Cristo quita sus ojos de la ánima mala y la abomina como a
leprosa, mas, después que la ha hermoseado con sus trabajos, pone sus ojos en
ella, diciendo: ¡Cuán hermosa eres, amiga mía, cuán hermosa eres! Tus ojos son
de paloma, sin lo que está escondido de dentro. Dos veces dice hermosa, porque
ha de ser en cuerpo y en ánima. De dentro en deseos y de fuera en obras. Y
porque ha de ser más lo de dentro que lo de fuera, por eso dice: sin lo que de
dentro está escondido. Y porque la hermosura del ánima, como dice San Augustín,
consiste en amar a Dios, por eso dice: Tus ojos son de paloma. En lo cual se
denota la intención sencilla y amorosa que a solo agradar a Dios mira, sin
mezcla de interese proprio. Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo. Vos
veréis a vos en Él, y Él verá a sí en vos, porque ni era propria de Él la imagen
que tenía de tanta afeción, ni es propria del ánima la imagen hermosa que tiene,
y así como no habíades de pensar que Él había hecho alguna cosa por la cual
mereciese tomar sobre sí imagen de feo, así no penséis que habéis vos merecido
la hermosura que ti os ha dado de gracia, que no de deuda se vistió de nuestra
fealdad, y de gracia y sin deuda nos vistió de su hermosura, y a los que piensan
que la hermosura que tiene en su ánima la tienen de sí, dice Dios por Ezequiel:
Perfeta eras con hermosura que había puesto sobre ti, y teniendo fiucia en tu
hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu fornicación a cualquiera que
pasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios. Porque, cuando una ánima atribuye a
sí misma la hermosura que Dios le dio, es como fornicar consigo misma, pues
quiere gozar de sí misma en sí, y no de Dios, que es su verdadero marido, del
cual le viene el ser hermosa, y quiere más gloriarse en su nombre, que es
fornicar en su nombre, que gloriarse en Dios, que le dio lo que tiene, y por eso
quítale Dios su hermosura, pues se le quería alzar con ella. Y como ese vano y
mal aplacimiento en sí mismo es soberbia y principio de todo mal, por eso dice:
Pusiste tu fornicación a todo cualquier que pasaba, porque el soberbio, como
tiene por arrimo a sí mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y es
hecho captivo de cualquier pecado que pasa, y con mucha razón, pues no quiso
abajarse para permanecer en ser guardado de Dios. Mirad, pues, este hombre en
sí, y miraldo en vos. En sí, para ver quien sois vos; en vos, para ver quién es
él. Sus deshonras y abatimientos vos los merecíades, y por eso aquello es
vuestro. Lo bueno que en vos hay suyo es, y, sin merecerlo vos, se os ha dado.
f) CRISTO HERMOSO A LOS OJOS DE LA FE
Sabed, pues, mirar a este hombre con ojos de fe y de amor, y aprovecharos
ha más que si lo viérades con ojos de cuerpo. A los ojos de cuerpo parecía
Cristo afeado; mas a los de la fe muy hermoso. A los del cuerpo dice Esaías que
estaba su gesto como escondido; mas a los de la fe, no hay cosa que se le
esconda. Mas con ojos de lobo cerval, que ven tras paredes, así traspasan lo que
parecen de fuera, y debajo de aquella flaqueza humana hallan fortaleza divina, y
debajo de la fealdad y desprecio, hermosura con honra. Y por eso lo que dijo
Isaías: Vímosle, y no tenía hermosura, díjolo en persona de los que lo miraron
con ojos del cuerpo no más.
Mas, tomad, doncella, la luz de la fe, y mirá más adentro, y veréis cómo
este que sale en semejanza de pecador es justo y justificador de pecadores,
éste, que es muerto, es inocente como cordero; éste, que tiene la cara muy
amarilla, es en sí muy hermoso, y por hermosear a los feos se para tal. Y, pues,
mientra el esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más lo debe ella
ensalzar; y mientras más sudando viene, y con heridas y sangre, por amor de
ella, más hermoso le parece, mirando el amor con que se puso al trabajo, claro
es que, mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad, parecerá más hermoso
mientra más afeado. Decidme si la primer condición de hermosura escondió, cuando
de rico y abundante se abajó a que le faltasen muchas cosas, ¿qué fue la causa,
si no porque a nos ningún bien faltase? Y si fue hecho al parecer desemejablea
la imagen del Padre hermoso, no fue sino porque ordenó el Padre de no darnos
hermosura, sino tomando su Hijo nuestra fealdad. Y si escondió lo tercero, que
es la luz o color, cuando aquella sagrada cara estaba amortiguada y escurecida,
y aquellos ojos lucientes se escurecían, ya que quería morir y después de
muerto, ¿por qué fue esto, sino por dar luz y color vivo a nuestras escuridades?,
según él mismo lo figuró, cuando de su saliva, que significa a él en cuanto
Dios, y de la tierra, que significa la humanidad, hizo lodo, que significa su
abatida pasión, y con aquella bajeza recibió vista el ciego, que significa el
género humano. Y si lo cuarto, que es el ser grande, escondió cuando se hizo
hombre y el más abatido de todos los hombres, ¿por qué fue sino para conformarse
con los chicos y pegarles su grandeza?, según fue figurado en el grande Eliseo,
que, para resucitar el mochacho chico, se encogió y midió con él, y así le dio
vida. Pues si San Augustín dice que, amando a Dios somos hechos hermosos, claro
es que en la obra de mayor amor más somos hermosos. Pues, ¿en qué cosa tanto
demostró el grande amor que Jesucristo tenía al Padre, como padecer por su honra
como él dijo porque conozca el mundo que amó al Padre, levantaos, y vamos de
aquí?Mas, ¿adónde iba? Claro es que a padecer. Y mientra una es mejor obra tanto
es más hermosa, porque lo bueno es hermoso y lo malo feo. Claro está que cuanto
Cristo más padecía mejor obra era; y por tanto, mientra más abajado y afeado,
más hermoso es a los ojos de quien conoce que quien lo pasó no lo debía, más
pasólo por honra del Padre y provecho de nosotros.
Estos son los ojos con que habéis de mirar a este hombre, para que siempre
os parezca hermoso, como lo es, y para que sepa Pilato allá en el infierno,
donde está, que pone Dios unos ojos al mundo, con los cuales, mirando a Cristo,
tanto más hermoso parezca cuanto él más afeado lo quiso. Agora oíd cómo todo
esto dice San Augustín: «Amemos a Cristo, y si algo feo en él halláremos, no le
amemos, aunque él halló en nosotros muchas fealdades, y nos amó. Y si halláremos
en él algo feo no le amemos, porque el estar vestido de carne, por lo cual se
dice de él: Vímosle, y no tenía hermosura, si considérares la misericordia con
que se hizo hombre, allí también te parecerá hermoso, porque aquello que dijo
Isaías: Vímosle, y no tenía hermosura, en persona de los judíos lo decía. Mas
¿por qué le vieron sin hermosura? Porque no le miraban con entendimiento; mas a
los que entienden al Verbo hecho hombre, gran hermosura les parece. Y así dijo
uno de los amigos del desposado: No me gloríe yo en otra cosa sino en la cruz de
Jesucristo, nuestro Señor. ¿Poco os parece, San Pablo, no haber vergüenza de las
deshonras de Cristo, si no que aun os honráis de ellas, porque no tuvo Cristo
crucificado hermosura, porque Cristo crucificado es escándalo para los judíos, y
parece necedad a los infieles gentiles? Mas ¿por qué Cristo tuvo en la cruz
hermosura? Porque, lo de Dios, que parece necedad, es más lleno de saber que lo
sabio de todos los hombres. Y lo de Dios, que parece flaco, es más fuerte que lo
más fuerte de todos los hombres. Y pues así es, parézcaos Cristo esposo hermoso.
Siendo Dios es hermoso, Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el vientre
de la Madre, adonde no perdió la divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo
nacido infante, porque aunque él era infante que no hablaba, cuando mamaba,
cuando era traído en los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron
alabanzas, la estrella trujo a los Reyes magos, fue adorado en el pesebre, como
manjar de animales mansos. Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra,
hermoso en el vientre de la Madre, y hermoso en los brazos de ella, hermoso en
los milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida, hermoso no
teniendo en nada la muerte, hermoso dejando su ánima cuando expiró, hermoso
tornándola a tomar cuando resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro,
hermoso en el cielo, hermoso en el entendimiento, la suma y verdadera hermosura,
la justicia es. Allí no le verás hermoso, adonde le hallares no justo. Y pues en
todas partes es justo, en todas partes es hermoso.» Esto todo dice San Augustín.
Y cierto, si con esos ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a
los carnales, que en su pasión le despreciaban; mas con los santos apóstoles que
en el monte Tabor le miraron, pareceros ha su cara resplandeciente como el sol,
y sus vestiduras blancas como la nieve, y tan blancas, que, como dice San
Marcos, ningún batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer, tan bien, lo
cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de Cristo, porque le
rodeamos y ataviamos con creerle y alabarle, y amarle, somos tan blanqueados por
Él, que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que Él nos
dio. Parezcaos Él como el sol, y las almas por Él redimidas blancas como la
nieve. Aquéllas, digo, que confesando y conociendo y aborreciendo su propria
fealdad, piden ser hermoseadas y lavadas en esta piscina de sangre del Salvador,
de la cual salen tan hermoseadas por Él que basten para enamorar a Dios, y que
le sean cantadas con gran verdad las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu
hermosura.
Impreso en la florentísima Universidad de Alcalá de Henares, en casa de Juan de
Brocar, que santa gloria haya, año 1556.