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TESTAMENTO | TESTAMENTO DE SIENA | BENDICIÓN AL HERMANO BERNARDO |
Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais, por cierto, también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me habéis conocido? Felipe, el que ,me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6 - 9).
El Padre habita en una luz inaccesible (cf. I Tim 6,15), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). Y no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no es de provecho en absoluto(Jn 6,63). Ni siquiera el Hijo es visto por nadie en lo que es igual al Padre, de forma distinta que el Padre, de forma distinta que el Espíritu Santo. Por eso, todos los que vieron según la humanidad al Señor Jesús y no lo vieron ni creyeron, según el espíritu y la divinidad, que El era el verdadero Hijo de Dios, quedaron condenados; del mismo modo ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por manos del sacerdote en forma de pan y de vino, y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados, como atestigua el Altísimo mismo, que dice: Esto es mi cuerpo y la sangre de mi nuevo testamento, que será derramada por muchos (Mc 14,22.24); y: Quien come mi carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55)
Así, pues, es el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Todos los otros, que no participan de ese mismo espíritu y presumen recibirlo, se comen y beben su sentencia (cf. lCor 1 1 ,29).
Por eso, ¡Oh Hijos de los hombres!, ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón? (Sal 4,3). ¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). Ved que diariamente se humilla (cf. Flp 2,8), como cuando desde el trono real, (Sab 18,15) descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros El mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado.
Y lo mismo que ellos con la vista corporal veían solamente su carne, pero con los ojos que contemplan espiritualmente creían que El era Dios, así también nosotros, al ver con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
Y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como El mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
Dijo el Señor a Adán: De todo árbol puedes comer, pero no comas del árbol del bien y del mal (cf. Gén 2,16 - 17). Podía comer de todo árbol del paraíso, porque no cometió pecado mientras no contravino la obediencia. Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno que el Señor dice o hace en él; y de esta manera, por la sugestión del diablo y por la transgresión del mandamiento, lo que comió se convirtió en fruto de la ciencia del mal. Por eso es preciso que cargue con el castigo.
Dice el Señor en el Evangelio: Quien no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío (LC 14,33); y: Quien quiera poner a salvo su vida, la perderá (LC 9,24).
Abandona todo lo que posee y pierde su cuerpo aquel que se entrega a sí mismo totalmente a la obediencia en manos de su prelado. Y todo cuanto hace y dice, si sabe que no está contra la voluntad del prelado y mientras sea bueno lo que hace, constituye verdadera obediencia.
Y si alguna vez el súbdito ve algo que es mejor y de más provecho para su alma que lo que le manda el prelado, sacrifique lo suyo voluntariamente a Dios y procure, en cambio, poner por obra lo que le manda el prelado. Pues ésta es la obediencia caritativa (cf. lPe 1,22), porque cumple con Dios y con el prójimo.
Pero, si el prelado le manda algo que está contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone. Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma (cf. In 15.13) por sus hermanos.
Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las
que mandan sus prelados, miran atrás (cf. LC 9,62) y tornan al vómito de la
voluntad propia (cf. Prov 26,11; 2Pe 2,22); éstos son homicidas, y, a causa de
sus malos ejemplos, hacen perderse a muchas almas.
No vine a ser servido, sino a servir (Cf Mt 20,28), dice el Señor. Los que han sido constituidos sobre otros, gloríense de tal prelacía tanto como si estuviesen encargados del oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto más se alteren por quitárseles la prelacía que el oficio de lavar los pies, tanto más atesoran en sus bolsas para peligro del alma (cf. Jn 12,6)
NADIE SE ENORGULLEZCA, SINO GLORÍESE EN LA CRUZ DEL SEÑOR
Repara, ¡oh hombre!, en cuán grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu (cf. Gén 1,26). Y todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su modo, a su Creador mejor que tú. Y aun los mismos demonios no fueron los que le crucificaron, sino fuiste tú el que con ellos le crucificaste, y todavía le crucificas al deleitarte en vicios y pecados. ¿De qué, pues, puedes gloriarte?
Pues, aunque fueses tan agudo y sabio que tuvieses toda la ciencia (cf. lCor 13,2) y supieses interpretar toda clase de lenguas (cf. lCor 12,28) y escudriñar agudamente las cosas celestiales, no puedes gloriarte de ninguna de estas cosas; pues un solo demonio sabía de las cosas celestiales, y sabe ahora de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiera alguno que recibiera del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría.
Asimismo, aunque fueses el más hermoso y rico de todos y aunque hicieses tales maravillas que pusieses en fuga a los demonios, todas estas cosas te son perjudiciales, y nada de ello te pertenece y de ninguna de ellas te puedes gloriar.
Por el contrario, es en esto en lo que podemos gloriarnos: en nuestras flaquezas (cf. 2Cor 12,5) y en llevar a cuestas diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27).
Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz.
Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna.
Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor.
Dice el Apóstol: La letra mata, pero el espíritu vivifica (2Cor 3,6). Son matados por la letra los que únicamente desean saber las solas palabras, para ser tenidos por más sabios entre los otros y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus consanguíneos y amigos.
También son matados por la letra los religiosos que no quieren seguir el espíritu de las divinas letras, sino prefieren saber sólo las palabras e interpretarlas para otros.
Y son vivificados por el espíritu de las divinas letras quienes no atribuyen al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra, y el ejemplo se la restituyen al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien.
Dice el Apóstol: Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino en el Espíritu Santo (cf. lCor 12,3); y: No hay quien haga el bien, no hay ni uno solo (Rom 3,12). Por lo tanto, todo el que envidia a su hermano por el bien que el Señor dice o hace en él, incurre en un pecado de blasfemia, porque envidia al Altísimo mismo (cf. Mt 20,15), que es quien dice y hace todo bien.
Dice el Señor: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y orad por los que os persiguen y calumnian (Mt 5,44). Así, pues, ama de veras a su enemigo el que no se duele de la injuria que se le hace, sino que por el amor de Dios se requema por el pecado que hay en su alma. Y muéstrele su amor con obras.
Hay muchos que, al pecar o al recibir una injuria, echan frecuentemente la culpa al enemigo o al prójimo. Pero no es así, porque cada uno tiene en su dominio al enemigo, o sea, al cuerpo, mediante el cual peca. Por eso, dichoso aquel siervo que a tal enemigo, entregado a su dominio, lo mantiene siempre cautivo y se defiende sabiamente de él; porque, mientras hiciere esto, ningún otro enemigo visible o invisible le podrá dañar.
Nada debe disgustar al siervo de Dios fuera del pecado. Y sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si, debido a ello y no movido por la caridad, el siervo de Dios se altera o se enoja, atesora culpas (cf. Rom 2,5).
El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio. Y dichoso es quien nada retiene para sí, restituyendo al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21).
Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres.
Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). El siervo de Dios no puede saber cuánta paciencia y humildad posee mientras todo le vaya a satisfacción. Mas cuanta paciencia y humildad muestra el día en que !e contratarían quienes debieran darle satisfacción, tanta tiene y no más.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). Hay muchos que permanecen constantes en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por sola una palabra que parece ser injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite, se escandalizan y en seguida se alteran. Estos tales no son pobres de espíritu; porque quien es de verdad pobre de espíritu, se odia a sí mismo y ama a los que le golpeen en la mejilla (cf. Mt 5,39).
Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, la paz de alma y cuerpo.
Dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mt ) .Son verdaderamente de corazón limpio los que desprecian lo terreno, buscan lo celestial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpio.
Dichoso aquel siervo que no se enaltece más por él bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro. Comete pecado quien prefiere recibir de su prójimo mientras él no quiere dar de sí al Señor Dios.
Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante. Dichoso el siervo que restituye todos los bienes al Señor Dios, porque quien se reserva algo para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios (cf. Mt 25,1 8), y lo que creía tener se le quitará (LC 8,1 8).
Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros y no quiere abajarse por su voluntad! Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros.
Dichoso aquel religioso que no tiene placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas incita a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría (cf. Sal 50,10). ¡Ay de aquel religioso que se deleita en palabras ociosas y vanas y con ellas incita a los hombres a la risa!
Dichoso el siervo que, cuando habla, no descubre todas sus cosas con la mira en la recompensa y no incurre en ligereza al hablar (cf. Prov 29,20), sino que previene sabiamente lo que ha de decir y responder. ¡Ay de aquel religioso que no retiene en su corazón los favores que el Señor le manifiesta y, en vez de darlos a conocer a los demás por las obras, prefiere manifestarlos a los hombres por medio de palabras con la mira en la recompensa. Este tal recibe su recompensa (cf. Mt 6,2; 6,16), y poco fruto cosechan los que le oyen.
Dichoso el siervo capaz de soportar con igual paciencia la instrucción, acusación y reprensión que le viene de otro como la que se da a sí mismo. Dichoso el siervo que, al ser reprendido, acata benignamente, se somete con modestia, confiesa humildemente y expía de buen grado. Dichoso el siervo que no tiene prisa para excusarse y soporta humildemente el sonrojo y la reprensión por un pecado en el que no tiene culpa.
Dichoso el siervo que es hallado tan humilde entre sus súbditos como lo sería si se encontrase entre sus señores. Dichoso el siervo que siempre se mantiene bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente (cf. Mt 24,45) el que en ninguna caída tarda en reprenderse interiormente por la contrición, y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra.
Dichoso el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corresponderle como cuando está sano y puede corresponderle.
Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él, y no dice detrás de él nada que no pueda decir con caridad delante de él.
Dichoso el siervo que mantiene la fe en los clérigos que viven verdaderamente según la forma de la Iglesia romana. Y ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aun cuando sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí sólo el juicio sobre ellos. Pues cuanto más grande es el ministerio que tienen del santísimo cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a otros, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos que los que lo hacen contra todos los otros hombres de este mundo.
Donde hay caridad y sabiduría no hay temor ni ignorancia. Donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego. Donde hay pobreza con alegría no hay codicia ni avaricia. Donde hay quietud y meditación, no hay preocupación ni disipación. Donde hay temor de Dios que guarda la entrada (cf. Lc 11,21), no hay enemigo que tenga modo de entrar en la casa.- Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento.
Dichoso el siervo que atesora en el cielo (cf. Mt 6,20) los bienes que el Señor le muestra, y no desea, con la mira en la recompensa, ponerlos de manifiesto a los hombres, porque el Altísimo mismo pondrá de manifiesto sus obras a quienes le agrade. Dichoso el siervo que guarda en su corazón (cf. LC 2.19.51) los secretos del Señor.
Cierto día, el bienaventurado Francisco, estando en Santa María, llamó al
hermano León y le dijo:
-Hermano León, escribe.
Este le respondió: -Ya estoy listo.
Escribe- le dijo- cuál es la verdadera alegría: Llega un mensajero y dice que todos los maestros de París han venido a la Orden. Escribe:. "No es verdadera Alegría".
Escribe también que han venido a la Orden todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; que también el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: "No es verdadera Alegría".
Igualmente, que mis hermanos han ido a los infieles y han convertido a todos ellos a la fe. Además, que he recibido yo de Dios una gracia tan grande, que curo enfermos y hago muchos milagros. Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.
Pues ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y, ya de noche avanzada, llego aquí; es tiempo de invierno, todo está embarrado y el frío es tan grande, que en los bordes de la túnica se forman carámbanos de agua fría congelada, que hacen heridas en las piernas hasta brotar sangre de las mismas
Y todo embarrado, helado y aterido, me llego a la puerta y, después de estar
un buen rato tocando y llamando, acude el hermano y pregunta:
-¿Quién es? Yo respondo:
-El hermano Francisco.
Y él dice:
-Largo de aquí. No es hora decente para andar de camino. Aquí no entras.
Y, al insistir yo de nuevo, contesta:
-Largo de aquí. Tú eres un simple y un paleto. Ya no vas a venir con nosotros.
Nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.
Y yo vuelvo a la puerta y digo:
-Por amor de Dios, acogedme por esta noche.
Y él responde:
-No me da la gana. Vete al lugar de los crucíferos y pide allí.
Te digo: si he tenido paciencia y no he perdido la calma en esto está la verdadera alegría, y también la verdadera virtud y el bien del alma.
¡En el nombre del Señor! Todos aquellos que aman al Señor con todo el corazón con toda el alma y la mente y con todas sus fuerzas (cf. Mc 12,30), y a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,39); y aborrecen sus cuerpos con sus vicios y pecados; y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; y hacen frutos dignos de penitencia; ¡oh, cuán dichosos y benditos son los hombres y mujeres que practican estas cosas y perseveran en ellas!
Porque se posará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23); y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan; y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50).
Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a nuestro Señor Jesucristo. Le somos hermanos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en los cielos (Mt 12,50). Madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. lCor 6,20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para el ejemplo de otros (cf. Mt 5,16).
¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡Oh, cuán santo es tener un tal esposo, consolador, hermoso y admirable! ¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas deseable, nuestro Señor Jesucristo! El que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró así al Padre:
Padre santo, guarda en tu nombre (Jn 17,1 ), a los que me diste en el mundo; tuyos eran y me los diste a mí (Jn 17,6). Y las palabras que me diste, a ellos se las di; y ellos las recibieron y creyeron verdaderamente que salí de ti y conocieron que tú me enviaste (Jn 17,8). Ruego por ellos y no por el mundo (Jn 17,9). Bendícelos y conságralos (Jn 17,7); también yo me consagro a mí mismo por ellos (Jn 17,19). No ruego solamente por ellos, sino por los que han de creer en mí por su palabra (Jn 17,20), para que sean consagrados en la unidad (Tm 17,23), como también nosotros (Jn 17,11). Y quiero, Padre, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21). Amén.
Pero, en cambio, aquellos y aquellas que no llevan vida en penitencia; ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; y ponen por obra vicios y pecados; y caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne y no guardan lo que prometieron al Señor; y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y con los afanes del siglo y con las preocupaciones de esta vida, apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.
No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre. De ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27); y: Malditos los que se apartan de sus mandamientos (Sal 118,21) . Ven y conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.
Mirad, ciegos; estáis engañados por vuestros enemigos, la carne, el mundo y el diablo, porque al cuerpo le es dulce cometer el pecado, y amargo servir a Dios; pues todos los vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7,21).
Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no recordáis, desconocéis e ignoráis. Se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, y se muere así con muerte amarga.
Y donde sea, cuando sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia y sin satisfacción, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer, sino el que las padece. todos los talentos y el poder, y la ciencia y la sabiduría que creían tener, les serán arrebatados (cf. Lc 8,18; Mc 4,25)
Y legan a los parientes y amigos su herencia: y éstos, tomándola y repartiéndosela, dicen luego: Maldita sea su alma, pues pudo habernos dejado más de lo que ganó.
El cuerpo se lo comen los gusanos Y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo, e irán al infierno donde serán atormentados din fin.
A todos aquellos a quienes llegue esta Carta, rogamos en la caridad que es Dios (cf. IJn 4,16), que acojan benignamente con amor divino las sobredichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, háganselas leer con frecuencia; y reténgalas consigo con obras santas hasta el fin, porque sin espíritu y vida (Jn 6,64).
Y los que no hagan esto tendrán que dar cuenta, en el día del juicio (Cf. Mt 12, 36), ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (Cf. Rom 14,10).
En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo Amén.
A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor.
Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, recapacitando que no puedo visitaros personalmente a cada uno dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he esto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64).
Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad.
Y, siendo El sobremanera rico (2Cor 8,9), quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza. Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos, y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados (Mt 26,27).
A continuación oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y sudó como gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (LC 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Y la voluntad de su Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. lPe 2,21).
Y quiere que todos seamos salvos por El y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por El, aunque su yugo es suave, y su carga ligera (cf. Mt 11,30).
Los que no quieren gustar cuán suave es el Señor (cf. Sal 33,9) y aman más las tinieblas que la luz (Jn 3,19), no queriendo cumplir los mandamientos del Señor, son malditos; y de ellos dice el profeta: Malditos los que se apartan de tus mandamientos (Sal 118,21). En cambio, ¡oh, cuán dichosos y benditos son los que aman a Dios y obran como dice el Señor mismo en el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo como a si mismo! (Mt 22,37.39)
Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura, porque esto es lo que sobre todo desea cuando dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). Porque todos los que lo adoran, es preciso que lo adoren en espíritu de verdad (cf. Jn 2,24). Y dirijámosle alabanzas y oraciones día y noche (Sal 31,4), diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9), porque es preciso oremos siempre y no desfallezcamos (LC 18,1).
Debemos también confesar todos nuestros pecados al sacerdote; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre (cf. Jn 6,55.57), no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Pero cómalo y bébalo dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia sentencia no reconociendo el cuerpo del Señor (lCor 11,29), es decir, sin discernirlo. Hagamos, además, frutos dignos de penitencia (LC 3,8). Y amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39). Y si alguno no quiere amarlos como a sí mismo, al menos no les haga el mal, sino hágales el bien.
Mas los que han recibido la potestad de juzgar a otros ejerzan el juicio con misericordia, como ellos mismos desean obtener misericordia del Señor. Pues juicio sin misericordia tendrán los que no hacen misericordia (Sant 2,13). Tengamos, por lo tanto, caridad y humildad; y hagamos limosna, porque ésta lava las almas de las manchas de los pecados (cf. Tob 4,11; 12,9). Los hombres pierden todo lo que dejan en este siglo; pero llevan consigo la recompensa de la caridad y las limosnas que hicieron, por las que recibirán del Señor premio y digna remuneración.
Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados (Eclo 3,32), Y de la demasía en el comer y beber, y ser católicos. Debemos también visitar con frecuencia las iglesias y tener en veneración y reverencia a los clérigos, no tanto por lo que son, en el caso de que sean pecadores, sino por razón del oficio y de la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican sobre el altar y reciben y administran a otros. Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran. Y sólo ellos deben administrarlos y no otros.
Y de manera especial los religiosos, que renunciaron al siglo, están obligados a hacer más y mayores cosas, pero sin omitir éstas. Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque dice el Señor en el Evangelio: todos los males, vicios y pecados salen del corazón (Mt 15,18 - 19; Mc 7,23). Debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos tienen odio (cf. Mt 5,44; LC 6,27).
Debemos guardar los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo. Debemos, igualmente, negarnos a nosotros mismos (cf. Mt 16,24) Y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, según lo que cada uno prometió al Señor. Y nadie esté obligado por obediencia a obedecer a alguien en lo que se comete delito o pecado.
Pero aquel a quien ha sido encomendada la obediencia y que es tenido por mayor, sea como el menor (Lc 22,26) y siervo de los otros hermanos. Y con cada uno de los hermanos practique y tenga la misericordia que quisiera que se tuviera con él si estuviese en caso semejante. Tampoco se deje llevar de la ira contra el hermano por algún delito suyo, sino con toda paciencia y humildad amonéstelo y sopórtelo benignamente.
No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino, más bien, sencillos, humildes y puros. Y hagamos de nuestros cuerpos objeto de oprobio y desprecio, porque todos por nuestra culpa somos miserables y podridos, hediondos y gusanos, como dice el Señor por el profeta: Soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y abyección de la plebe (Sal 21,7). Nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios (1Pe 2,13).
Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23). Y serán hijos del Padre celestial (Cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo. Y hermanos somos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo (cf. Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. ICor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16).
¡Oh, cuan glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡Oh, cuán santo es tener un esposo consolador, hermoso y admirable. ¡oh cuan santo y cuan amado es tener a un tal hermano e hijo agradable, humilde y pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable! El cual dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros, diciendo: Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me diste (Jn 17,11). Padre todos los que me diste en el mundo, tuyos eran y me los diste a mí (Jn 17,6).
Y las palabras que me diste, a ellos se las di; y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de ti salí y creyeron que tu me enviaste (Jn 17,11); ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17,9); bendícelos y conságralos (Jn 17,17). También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19); bendícelos y conságralos(Jn 17, 17). También yo me consagro por ellos, para que ellos sean consagrados (Jn 17,19). Y quiero, Padre, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21).
A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura del cielo y de la tierra, del mar y ce los abismos, rinda como a Dios alabanza, gloria, honor y bendición (cf. Ap .5,13) porque él es nuestra fuerza y fortaleza, el solo bueno, el solo altísimo, el solo omnipotente, admirable, glorioso, y el solo santo laudable y bendito por los infinitos siglos. Amen.
Pero en cambio, todos aquellos que no llevan vida en penitencia ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; y que ponen por obra vicios y pecados; y que caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos y no guardan lo que prometieron; y que sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, con los cuidados y afanes de este siglo, y con las preocupaciones de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo.
No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106, 27). Ven, conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas.
Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer pecado y amargo servir a Dios, pues todos los males, vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden (cf. Mc 7,21.23), Como dice el Señor en el Evangelio. Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no recordáis, desconocéis e ignoráis.
Se enferma el cuerpo, se acerca la muerte, vienen los parientes y amigos diciendo: -Dispón de tus bienes.
Ved que su mujer, y sus hijos, y los parientes, y amigos fingen llorar. Y, al mirarlos, los ve llorar, se siente movido por un mal impulso, y, pensándolo entre sí, dice:
Pongo en vuestras manos mi alma, y mi cuerpo, y todas mis cosas.
Verdaderamente es maldito este hombre que en tales manos confía, y expone su alma, y su cuerpo, y todas sus cosas; de ahí que diga el Señor por el profeta: Maldito el hombre que confía en el hombre (Jer 17,5).
Y en seguida hacen venir al sacerdote, y éste le dice: -¿Quieres recibir la penitencia de todos tus pecados? Responde: -Lo quiero.
-¿Quieres satisfacer con tus bienes, en cuanto se pueda, los pecados cometidos y lo que defraudaste y engañaste a !os demás? Responde: -No.
Y el sacerdote le dice: -¿Por qué no? -Porque todo lo he dejado en manos de los parientes y amigos.
Y comienza a perder el habla, y así muere aquel miserable. Pero sepan todos que, donde sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin haber satisfecho, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede conocer, sino el que la padece. Y todos los talentos, y el poder, y la ciencia, que creía tener (cf. Lc 8,18), le serán arrebatados (Mc 4,25).
Y lega a sus parientes y amigos su herencia, y éstos se la llevarán, se la repartirán y dirán luego: -Maldita sea su alma, pues pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó.
El cuerpo se lo comen los gusanos. Y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo, e irá al infierno, donde será atormentado sin fin.
Ruego final y bendición -En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico, en la caridad que es Dios (cf. Jn 4,16) y con el deseo de besaros los pies, que os sintáis obligados a acoger, poner por obra y guardar con humildad y amor estas palabras y las demás de nuestro Señor Jesucristo. Y a todos aquellos y aquellas que las acojan benignamente, las entiendan y las envíen a otros para ejemplo, si perseveran en ellas hasta el fin (Mt 24,13), bendíganles el Padre, y el Hijo, y el Espíritu
A todos los podestás y cónsules, jueces y regidores, en cualquier parte de la tierra, y a cuantos llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable, deseándoos a todos salud y paz.
Considerad y ved que el día de la muerte se acerca (cf. Gén 47,29). Os ruego, pues, con la reverencia que puedo que no echéis en olvido al Señor ni os apartéis de sus mandamientos a causa de los cuidados y preocupaciones de este siglo, porque todos aquellos que lo echan en olvido y se apartan de sus mandamientos, son malditos, y serán echados por El al olvido (cf. Ez 33,13). Y, cuando llegue el día de la muerte, todo lo que creían tener les será arrebatado (cf. Lc 8,18). Y cuanto más sabios y poderosos hayan sido en este siglo, tanto mayores tormentos padecerán en el infierno.
Por ello, os aconsejo encarecidamente, señores míos, que, posponiendo toda preocupación y cuidado, hagáis penitencia verdadera y recibáis con grande humildad, en santa recordación suya, el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y tributad al Señor tanto honor en el pueblo a vosotros encomendado, que todas las tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente. Y sabed que, si no hacéis esto, tendréis que rendir cuenta el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante vuestro Señor Dios Jesucristo.
Los que retengan consigo y guarden este escrito, sepan que son benditos del Señor Dios.
Reparemos todos los clérigos en el gran pecado e ignorancia en que incurren algunos sobre el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y sobre los sacratísimos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo.
Sabemos que no puede existir el cuerpo, si previamente no ha sido consagrado por la palabra. Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este mundo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras por los que hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1Jn 3,14)
Pues bien, todos los que ejercen tan santísimos ministerios, especialmente los que los administran sin discernimiento, pongan su atención en cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles en los que se sacrifica el cuerpo y la sangre de nuestro Señor. Y hay muchos que lo abandonan en lugares indecorosos, lo llevan sin respeto, lo reciben indignamente y lo administran sin discernimiento. A veces hasta se pisan sus nombres y palabras escritas, porque el hombre animal no percibe las cosas que son de Dios (lCor 2,14)
¿No nos mueven a piedad todas estas cosas cuando el piadoso Señor mismo se pone en nuestras manos y lo tocamos y lo recibimos todos los días en nuestra boca? ¿Es que ignoramos que hemos de ir a parar a sus manos?
Así, pues, enmendémonos cuanto antes y resueltamente de todas estas cosas y de otras semejantes, y donde se encuentre colocado y abandonado indebidamente el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, retírese de allí y póngase y custódiese en sitio precioso. De igual modo, los nombres y palabras escritas del Señor, donde se encuentren en lugares no limpios, recójanse y colóquese en sitio decoroso.
Y sabemos que todas estas cosas debemos guardarlas por encima de todo, según los mandamientos del Señor y las prescripciones de la santa madre Iglesia. Y el que no haga esto, sepa que tendrá que dar cuenta en el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante nuestro Señor Jesucristo.
Sepan que son benditos del Señor Dios los que hicieren copias de este escrito, para que sea mejor guardado.
En el nombre de la suma Trinidad y de la santa Unidad Padre, e Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
A todos los reverendos y muy amados hermanos; al hermano A., su señor, ministro general de la Religión de los hermanos menores, y a todos los demás ministros generales que le sucederán; y a todos los ministros y custodios; y a los sacerdotes de la misma fraternidad, humildes en Cristo, y a todos los hermanos, sencillos y obedientes, a los primeros y a los últimos: el hermano Francisco, hombre vil y caduco vuestro pequeñuelo siervo, os saluda en Aquel que nos redimió y nos lavó en su preciosísima sangre (cf. Ap 1,5), a quien habéis de adorar con temor y reverencia postrados en tierra (cf. Esd 8,6) al escuchar su nombre, el Señor Jesucristo cuyo nombre es Hijo del Altísimo (cf. Lc 1,32), el cual es bendito por los siglos (Rom 1,25).
"Para esto os envió Dios al mundo"
Escuchad, señores hijos y hermanos míos, y prestad atención a mis palabras (Hech 2,14), inclinad el oído (Is 55,3) de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad sus mandamientos con todo vuestro corazón y cumplid sus consejos perfectamente. AIabadlo, porque es bueno (Sal 135,1) y enaltecedlo en vuestras obras (Tob 13,6); pues para esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él (cf. Tob 13,4). Perseverad en la disciplina (Heb 12,7) y en la santa obediencia y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito. Como a hijos se nos brinda el Señor Dios (Heb ]2,7).
Veneración del cuerpo del Señor
Así, pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente (cf. Col 1,20).
Los hermanos sacerdotes
Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes que son, y serán, y a los que desean ser sacerdotes del Altísimo que, siempre que quieran celebrar la misa, ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres (cf. Ef 6,6; Col 3,22); sino que toda voluntad, en cuanto puede con la ayuda de la gracia, se dirija a Dios, deseando con ello complacer al solo sumo Señor, porque sólo El obra ahí como le place; pues como El mismo dice: Haced esto en conmemoración mía (Lc 22,19; lCor 11,?4), si alguno lo hace de otro modo, se convierte en el traidor Judas y se hace reo del cuerpo y la sangre del Señor (cf. lCor 11,27).
Recordad, mis hermanos sacerdotes, lo que está escrito respecto de la ley de Moisés: si alguno la transgredía aun sólo materialmente, moría sin misericordia alguna por sentencia del Señor (cf. Heb 10,28). ¡Cuánto mayores y peores suplicios merece padecer quien pisotee al Hijo de Dios y tenga por impura la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al espíritu de la gracia! (Heb 10,29).
Pues el hombre desprecia, mancha y conculca al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, sin diferenciar (lCor 11,29) y discernir el santo pan de Cristo de otros alimentos o ritos, o bien lo come siendo indigno, o bien, aun cuando fuese digno, lo come de manera vana e indigna, siendo así que el Señor dice por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra del Señor con hipocresía (cf. Jer 48,10). Y a los sacerdotes que no quieren grabar de veras esto sobre el corazón, los condena, diciendo: Maldeciré con vuestras bendiciones (Mal 2,2).
Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista se estremece dichoso y no se atreve a palpar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro en que yació por algún tiempo es venerado, ¡cuan santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros no a quien ha de morir. sino al que ha de vivir eternamente y está glorificado y en quien los ángeles desean sumirse en contemplación! (I Pe 1,2)
Considerad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, sed santos, porque El es santo (cf. Lev 19,2). Y así como os ha honrado el Señor Dios, por razón de este ministerio por encima de todos, así también vosotros, por encima de todos amadle, reverenciadle, y honradle. Miseria grande y miserable flaqueza que, teniéndolo así presente, os podáis preocupar de cosa alguna de este mundo. ¡ Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo, y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
¡Oh celsitud admirable, condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor de del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan! Mirad hermanos, la humildad de Dios y y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros, para ser enaltecido por El (cf. IPe 5,6; Sant 4,10). En conclusión: nada de vosotros retengáis para vosotros mismos para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega.
La misa en la fraternidad
Amonesto por eso y exhorto en el Señor, que, en los lugares en que habitan los hermanos, se celebre sólo una misa cada día según la forma de la santa Iglesia. Y si hay en el lugar más sacerdotes, conténtese cada uno, por el amor de la caridad, con oír la celebración de otro sacerdote; porque el Señor Jesucristo colma a los presentes y a los ausentes que de Él son dignos. El cual, aunque se vea que está en muchos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no padece menoscabo alguno, sino que, siendo único en todas partes obra según le place con el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos. Amén.
Las palabras sagradas y objetos de culto
Y porque quien es de Dios escucha las palabras de Dios (cf. Jn 8,47), por eso, los que más especialmente estamos designados para los divinos Oficios, debemos no solo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás objetos que sirven para los oficios y que contienen las santas palabras, para que arraigue en nosotros la celsitud de nuestro Creador y en El nuestra sujeción.
Amonesto por eso a todos mis hermanos y les animo en Cristo a que, donde encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, y, por lo que a ellos toca, si no están bien colocadas o en algún lugar están desparramadas indecorosamente por el suelo, las recojan y las repongan en su sitio, honrando al Señor en las palabras que El pronunció. Pues son muchas las cosas que se santifican por medio de las palabras de Dios (cf. lTim 4,5) y es en virtud de las palabras de Cristo como se realiza el sacramento del altar.
Confesión del hermano Francisco y exhortación a la fidelidad
Además, yo confieso todos los pecados al Señor Dios, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo; a la bienaventurada María, perpetua virgen, y a todos los santos del cielo y de la tierra; al hermano H., ministro de nuestra Religión, como a mi venerable señor, y a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los otros mis hermanos benditos. En muchas cosas he caído por mi grave culpa, especialmente porque no guardé la Regla que prometí al Señor, ni dije el oficio según manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto.
Así, pues, encarecidamente pido, como puedo, al hermano H., mi señor ministro general, que haga que la Regla sea inviolablemente guardada por todos; y que los clérigos digan el oficio con devoción en la presencia de Dios, no poniendo su atención en la melodía de la voz, sino en la consonancia del alma, de manera que la voz sintonice con el alma, y el alma sintonice con Dios, para que puedan hacer propicio a Dios por la pureza del corazón y no busquen halagar los oídos del pueblo por la sensualidad de la voz. Yo, pues, prometo guardar firmemente estas cosas, según la gracia que el Señor me dé para ello; y se las confiaré a los hermanos que están conmigo, para que las guarden en cuanto al oficio y demás disposiciones regulares.
Pero a los hermanos que no quieran guardar estas cosas, no los tengo por católicos ni por hermanos míos; tampoco quiero verlos ni hablarles hasta que se arrepientan. Esto mismo digo de todos los otros que, postergada la disciplina de la Regla, andan vagando, / porque nuestro Señor Jesucristo dio su vida por no apartarse de la obediencia del santísimo Padre (cf. Flp 2,8).
Recomendación final
Yo, el hermano Francisco, hombre inútil y criatura indigna del Señor Dios, por el Señor Jesucristo digo al hermano H., ministro de toda nuestra Religión, y a todos los ministros generales que lo serán después de él, y a los demás custodios y guardianes de los hermanos, los qué lo son y los que lo serán, que este escrito lo tengan consigo, lo pongan por obra y lo conserven cuidadosamente. Y les suplico que lo que está escrito en él lo guarden solícitamente y lo hagan observar con mayor diligencia, según el beneplácito de Dios omnipotente, ahora y siempre, mientras exista este mundo.
Benditos seáis del Señor (Sal 113,13) los que hagáis estas cosas y el Señor esté eternamente con vosotros. Amén.
Oración -Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, miserables, hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purgados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y estás revestido de gloria, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos.
A todos los custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor: salud en las nuevas señales del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son considerados insignificantes.
Os ruego, más encarecidamente que por mí mismo, que cuando sea oportuno y os parezca que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren, por encima de todo, el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y los santos nombres y palabras escritas del Señor que consagran el cuerpo; y que sean preciosos los cálices, corporales, ornamentos del altar y todo lo que sirve para el sacrificio.
Y si en algún lugar el santísimo cuerpo del Señor está colocado muy pobremente, sea puesto y custodiado, según el mandato de la Iglesia, en sitio precioso, y sea llevado con gran veneración y administrado a otros con discernimiento. Y de igual modo, donde se encuentren los nombres y palabras escritas del Señor en lugares no limpios, recójanse y colóquense en sitio decoroso.
Y siempre que prediquéis, exhortad al pueblo a la penitencia, y decid que nadie puede salvarse, sino el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor (cf. Jn 6,54); y que, cuando el sacerdote ofrece el sacrificio sobre el altar y lo traslada a otro sitio, todos, arrodillándose, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y acerca de la alabanza de Dios, anunciad y predicad a todas las gentes que el pueblo entero, a toda hora y cuando suenan las campanas, tribute siempre alabanzas y .acciones de gracias al Dios omnipotente en toda la tierra.
Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios que reciban este escrito, lo copien y lo guarden consigo, y hagan sacar copias para los hermanos que tienen el oficio de la predicación y el de la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todas las cosas que se contienen en este escrito. Y todo esto, por verdadera v santa obediencia. Amén.
A todos los custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, el menor de los siervos de Dios: salud y santa paz en el Señor.
Sabed que a los ojos de Dios hay algunas cosas muy altas y sublimes, que a veces son consideradas entre los hombres como viles y bajas; y hay otras que son estimadas y respetables entre los hombres, pero que por Dios son tenidas como vilísimas y despreciables.
Os ruego cuanto puedo, ante nuestro Señor Dios, que aquella carta que trata del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor se la deis a los obispos y a otros clérigos y que retengáis en la memoria lo que sobre esto os hemos recomendado.
De la otra carta que os envío para que se la deis a los podestás, cónsules y regidores, y en que se dice que se pregonen por pueblos y plazas las alabanzas de Dios, haced en seguida muchas copias y repartidlas con mucha diligencia a los destinatarios.
Al hermano N., ministro: El Señor te bendiga. Te hablo, como mejor puedo, del caso de tu alma: todas las cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga estorbo, se trate de hermanos u otros, aunque lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y cúmplelo por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.
Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales. Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así.
Por lo demás, de todos aquellos Capítulos de la Regla que hablan de pecados mortales, con la ayuda de Dios y el consejo de los hermanos, haremos uno solo de este género en el Capítulo de Pentecostés.
Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, peca mortalmente, esté obligado, por obediencia, a recurrir a su guardián.
Y ninguno de los hermanos que sepa que ha pecado lo abochorne ni lo critique, sino tenga para con él gran compasión y mantenga muy en secreto el pecado de su hermano, porque no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos (Mt 9,12).
Asimismo, los hermanos están obligados, por obediencia, a remitirlo con un compañero a su custodio. Y el custodio mismo provea con misericordia, como querría que se hiciera con él en caso semejante.
Y si el hermano cae en otro pecado, venial, confiéselo a un hermano suyo sacerdote. Y, si no hay allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que tenga sacerdote que lo absuelva canónicamente, como está dicho. Y estos hermanos no tengan en absoluto potestad de imponer ninguna otra penitencia que ésta: Vete y no vuelvas a pecar (cf. Jn 8,1 1).
Este escrito, para que mejor se guarde, tenlo contigo hasta Pentecostés; allí estarás con tus hermanos. Y estas cosas, y todas las otras que se echan de menos en la Regla, las procuraréis completar con la ayuda del Señor Dios.
Hermano León, tu hermano Francisco: salud y paz. -En esta palabra dispongo y te aconsejo abreviadamente todas las que hemos dicho en el camino; y si después tienes necesidad de venir a mí en busca de consejo, mi consejo es éste: -Compórtate, con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza. Y si te es necesario para tu alma por motivo de otro consuelo y quieres venir a mí, ven, León.
Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud. -Me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos, a condición de que, por razón de este estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción, como se contiene en la Regla.
¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
ALTÍSIMO, OMNIPOTENTE Y BUEN SEÑOR,
a Ti loor y gloria, honor y toda bendición:
a Ti solo, Altísimo, Te convienen,
y ningún hombre es digno de nombrarte.
¡Alabado sea, mi Señor,
en todas las creaturas tuyas,
especialmente el señor hermano Sol,
por quien nos das el día y nos alumbras,
y es bello y radiante con grande esplendor:
de Ti, Altísimo, es significación!:
¡Alabado seas, mi Señor,
por la hermana Luna y las Estrellas:
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas!
¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Viento,
por el Aire y la Nube, por el Cielo sereno y todo Tiempo:
por ellos a tus creaturas das sustento!
Alabado seas, mi Señor, por la hermana Agua,
la cual es muy útil y humilde, preciosa y casta!
¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Fuego:
por él nos alumbras la noche,
y es bello y alegre, vigoroso y fuerte!
¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra,
que nos mantiene y sustenta,
y produce los variados frutos con las flores coloridas y las hierbas!
¡Alabado seas, mi Señor,
por quienes perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad, tribulación:
bienaventurados quienes las soporten en paz,
porque de Ti, Altísimo, coronados serán
¡Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal
de quien ningún hombre viviente puede escapar!
¡Ay de aquéllos que mueran en pecado mortal!
¡Bienaventurados los que encuentre cumpliendo tu muy santa voluntad:
pues la muerte segunda no les podrá hacer mal!
¡Alabad y bendecid a mi Señor y gracias dad, y servidle con grande humildad!
Tú eres
el santo, Señor Dios único,
el que haces maravillas (Sal 76,15).
Tú eres el fuerte, Tú eres el grande (cf. Sal 85,10),
Tú eres el altísimo, Tú eres el rey omnipotente;
Tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25).
Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (cf. Sal 135,2);
Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf. lTes
1,9).
Tú eres el amor, la caridad; Tú eres la sabiduría,
Tú eres la humildad, Tú eres la paciencia (Sal 70,5),
Tú eres la hermosura, Tú eres la mansedumbre;
Tú eres la seguridad, Tú eres la quietud, Tú eres el gozo,
Tú eres nuestra esperanza y alegría, Tú eres la justicia,
Tú eres la templanza, Tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.
Tú eres la hermosura, Tú eres la mansedumbre, Tú eres el protector (Sal 30,5),
Tú eres nuestro custodio y defensor; Tú eres la fortaleza (cf. Sal 42,2),
Tú eres el refrigerio.
Tú eres nuestra esperanza, Tú eres nuestra fe,
Tú eres nuestra caridad, Tú eres toda nuestra dulzura,
Tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor,
omnipotente Dios, misericordioso Salvador
El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su rostro y tenga piedad de ti. Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz. El Señor te bendiga, hermano León (cf. Núm 6,24 - 27).
Temed al Señor y rendidle honor (Ap 14,7). Digno es el Señor de recibir la alabanza y el honor (cf. Ap 4,11) Alabad al Señor todos los que le teméis (cf. Sal 21,24). Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,28). Alabadlo, cielo y tierra (cf. Sal 68,35). Ríos todos, alabad al Señor (cf. Dan 3,78). Hijos de Dios, bendecid al Señor (cf. Dan 3,78).
Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos en él (Sal 117,24). ¡Aleluya, aleluya, aleluya! ¡Rey de Israel ! Todo espíritu alabe al Señor (Sal 150,6). Alabad al Señor, porque es bueno (Sal 146,1); todos los que leéis esto, bendecid al Señor (Sal 102,21).
Criaturas todas, bendecid al Señor (cf. Sal 102,22). Todas las aves del cielo, alabad al Señor (cf. Dan 3,80; cf. Sal 148,7 - 10). Niños todos, alabad al Señor (cf. Sal 1 12,1). Jóvenes y doncellas, alabad al Señor (cf. Sal 148,12).
Digno es el cordero que ha sido degollado de recibir alabanza, gloria y honor (cf. Ap 5,12). Bendita sea la santa Trinidad e indivisa Unidad. San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
¡Santísimo PADRE NUESTRO:
creador, redentor, consolador y salvador nuestro!
QUE ESTÁS EN LOS CIELOS:
en los ángeles y en los santos;
iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz;
inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor;
habitando en ellos y colmándolos para gozar,
porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno,
de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE:
clarificada sea en nosotros tu noticia,
para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios,
la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de los juicios
(Ef 3,18).
VENGA A NOSOTROS TU REINO:
para que reines tú en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino,
donde se halla la visión manifiesta de ti,
el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, la fruición de ti por siempre.
HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA:
para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27),
pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti;
con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti,
buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas,
empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en
servicio,
no de otra cosa, sino del amor a ti;
y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos,
atrayendo a todos, según podamos, a tu amor,
alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y
compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (cf. 2 Cor 6,3).
EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA:
tu amado Hijo. nuestro Señor Jesucristo, DÁNOSLE HOY:
para que recordemos, comprendamos y veneremos
el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS:
por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo
y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
Así COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES:
y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor,
que plenamente lo perdonemos,
para que por ti amemos de verdad a los enemigos
y en favor de ellos intercedamos devotamente ante ti,
no devolviendo a nadie mal por mal (cf. lTes 5,15),
y para que procuremos ser en ti útiles en todo.
Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN: oculta o manifiesta, imprevista o
insistente.
MAS LÍBRANOS DEL MAL: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre...
Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es, y el que era, y el que
ha de venir (cf. Ap 4,8): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos. Digno
eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria, el honor y la
bendición (cf. Ap 4,11): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos. Digno es el
cordero que ha sido degollado de recibir el poderío, y la divinidad, y la
sabiduría, y la fuerza; y el honor, y la gloria, y la bendición (cf. Ap 5,12): Y
alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo: Y alabémosle y ensalcémosle
por los siglos.
Bendecid al Señor todas las obras del Señor (Dan 3,57): Y alabémosle y
ensalcémosle por los siglos.
Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y
grandes (cf. Ap 19,5): Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
Alaben al que es glorioso los cielos y la tierra (cf. Sal 68,35). Y alabémosle y
ensalcémosle por los siglos.
Y todas las criaturas del cielo y de la tierra, y las que están bajo la tierra y
el mar, y todo lo que hay en él (cf. Ap 5,13): Y alabémosle y ensalcémosle por
los siglos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo: Y alabémosle y ensalcémosle por
los siglos. Como era en el principio y ahora y siempre por los siglos de los
siglos. Amén. Y alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, bien total, que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19), a ti te tributemos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición, y te restituyamos todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén.
Estos son los salmos que compuso nuestro beatísimo padre Francisco para veneración, recuerdo y alabanza de la pasión del Señor. Han de decirse uno por cada una de las horas del día y de la noche. Comienzan por las completas del viernes Santo, porque en esa noche fue traicionado y apresado nuestro Señor Jesucristo. Téngase en cuenta que el bienaventurado Francisco recitaba así este oficio: en primer lugar decía la oración que el Señor y Maestro nos enseñó: Santísimo Padre nuestro, etc., con las alabanzas: Santo, santo, santo, como se indica más arriba. Dichas las alabanzas y la oración, comenzaba la siguiente antífona: Santa Virgen María. En primer lugar decía los salmos de Santa María, luego recitaba otros salmos que había elegido, y, después de todos ellos, los de la pasión. Concluido el salmo, decía esta antífona: Santa Virgen María. El oficio acababa con esta antífona.
Salmo 1.-
¡Oh Dios! te descubrí mi vida,
pusiste mis lágrimas ante tu mirada (Sal 55,8 - 9).
Todos mis enemigos tramaban males contra mí (Sal 40,8),
y reunidos, celebraron consejo (cf. Sal 70,10).
Y contra mí hicieron males por vosotros
y me devolvieron odio a cambio de mi amor (cf. Sal 108,5).
En lugar de amarme, me calumniaban, / y yo oraba (Sal 1 08,4).
Santo Padre mío, rey del cielo y de la tierra, no te alejes de mí,
porque la tribulación está cerca y no hay quien me ayude (Sal 21,12).
Retrocedan mis enemigos
el día que te invoque;
así he conocido que tú eres mi Dios (Sal 55,10).
Mis amigos y mis allegados se acercaron hacia mí y se quedaron parados,
y mis vecinos se quedaron lejos
Alejaste de mí a mis conocidos,
me consideraron como abominación para ellos,
fui atrapado y no podía salir
Padre Santo, no alejes de mí tu auxilio (Sal 21,20);
Dios mío, atiende a mi auxilio (cf. Sal 70,12).
Ven en mi ayuda,
Señor Dios de mi salvación (Sal 37,23).
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo:
Como era en el principio, y ahora, y siempre, y por los siglos de los Siglos,
Amén.
Antífona:
Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante
a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial madre de nuestro
santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto
con el arcángel San Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los
santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro. Gloria al Padre... Como
era.
Téngase en cuenta que esta antífona se recita en todas las horas y se dice como antífona, capitula, himno, versículo y oración, tanto en maitines como en las demás horas. Ninguna otra cosa decía en ellas, sino esta antífona con sus salmos. Para terminar el oficio, el bienaventurado Francisco decía siempre:
-Bendigamos al Señor Dios vivo y verdadero; rindámosle alabanza, gloria, honor, bendición, y restituyámosle siempre todos los bienes. Amén. Amén. Hágase. Hágase.
Salmo 2. -Señor Dios de mi salvación, / de día y de noche grito ante ti (Sal 87,2). -Llegue hasta ti mi oración; / acerca tu oído a mi plegaria (Sal 87,3). -Mira por mi alma y líbrala, / líbrame de mis enemigos (Sal 68,19). -Porque fuiste tú quien me sacó del vientre, mi esperanza desde el pecho de mi madre; / desde el seno materno fui lanzado a ti (Sal 21,10). -Desde el vientre materno tú eres mi Dios; / no te alejes de mí (Sal 21,10). -Tú conoces mi afrenta y mi confusión / y mi sonrojo (Sal 68,20). -A tu vista están todos los que me acosan; / afrenta y miseria esperó mi corazón (Sal 68,21). -Y esperé a quien me compadeciera, y no hubo nadie, / y a quien me consolara, y no lo encontré (Sal 68,21). -Los inicuos, ¡oh Dios!, se alzaron contra mí, / y la sinagoga de los poderosos buscaron mi vida, y no te tuvieron presente (Sal 85,14). -Me cuentan con los que bajan a la fosa; / estoy como un hombre sin vigor, libre entre los muertos (Sal 87,5 - 6). -Tú eres mi Padre santísimo, I Rey mío y Dios mío (Sal 43,5). -Ven en mi auxilio, / Señor Dios de mi salvación (Sal 37,23).
Salmo 3 -Ten piedad de mí, ¡oh Dios!, ten piedad, / pues en ti confía mi alma (Sal 56,2). -Esperaré a la sombra de tus alas / hasta que pase la iniquidad (Sal 56,2). -Clamaré al santísimo Padre mío altísimo; / al Señor, que se puso a mi favor (Sal 56,3). -Envió desde el cielo y me libró, / llevó el oprobio a los que me conculcaban (Sal 56,4). -Envió Dios su misericordia y su verdad; / libró mi vida (sal 56,4 - 5) de mis fortísimos enemigos y de los que me odiaron, pues se habían hecho fuertes contra mí (Sal 17,18). -Prepararon un lazo a mis pies / y doblegaron mi alma (Sal 56,7). -Delante de mí cavaron una fosa, / y cayeron en ella (Sal 56,7). -Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme; / cantaré y salmodiaré (Sal 56,8). -Álzate, gloria mía; despierta, salterio y cítara; / me levantaré a la aurora (Sal 56,9). -Te confesaré ante los pueblos, Señor, / y ante las gentes te salmodiaré (Sal 56,10). -Porque hasta los cielos se agranda tu misericordia, / y tu verdad hasta las nubes (Sal 56,11). -Álzate sobre los cielos, ¡oh Dios!, / y sobre toda la tierra tu gloria (Sal 56,12). -Téngase en cuenta que este salmo se dice siempre en prima.
Salmo 4 -Misericordia, Dios mío, que me han pisoteado, / me han atribulado todo el día, combatiéndome (Sal 55,2). -Todo el día me pisotearon mis enemigos, / porque son muchos los que luchan contra mí (Sal 55,3). -Todos mis enemigos pensaban contra mí, / pronunciaron palabras perversas contra mí (Sal 40,8 - 9). -Los que me custodiaban / conspiraron contra mí (Sal 70,10). -Salían fuera / y hablaban (Sal 40,7) juntos (Sal 40,8). -Todos los que me vieron se rieron de mí, / hablaron y menearon la cabeza (Sal 21,8). -Yo soy gusano y no hombre, / vergüenza de los hombres y desprecio de la plebe (Sal 21,7). -Para mis vecinos me he convertido en motivo de gran afrenta, más que todos mis enemigos, / y en temor para mis conocidos (Sal 30,12). -Padre santo, no me retardes tu auxilio, / atiende a mi defensa (Sal 21,20). -Ven en mi auxilio, / Señor, Dios de mi salvación (Sal 37,23).
Salmo 5 -Clamé al Señor con mi voz, / al Señor supliqué con mi voz (Sal 141,2). -Derramo mi oración en su presencia / y ante El expongo mi tribulación (Sal 141,3) . -Cuando me falta el aliento, / también tú conoces mis senderos (Sal 141,42). -En el camino por donde iba, / los soberbios me escondieron una trampa (Sal 141,4). -Miraba a la derecha y remiraba, / pero no había quien me conociese (Sal 141,5) . -Me fue imposible huir / y no hay quien mire por mí (Sal 141,5). -Porque soporté por ti afrentas, / cubrió mi rostro la confusión (Sal 66,8). -Para mis hermanos soy un extraño, / y extranjero para los hijos de mi madre (Sal 68,9). -Padre santo, me devoró el celo de tu casa, / y las afrentas de los que te afrentaban cayeron sobre mí (Sal 68,10). -Y se alegraron contra mí y se confabularon, / se amontonaron sobre mí las desdichas, y no lo supe (Sal 34,15). -Son más numerosos que los pelos de mi cabeza / los que me odian sin razón (Sal 68,5). -Los enemigos que me perseguían injustamente se han hecho fuertes; / devolvía yo entonces lo que no había robado (Sal 68,5). -Testigos inicuos se levantaban / para demandarme lo que ni sabía (Sal 34,11). -Me pagaban mal por bien (Sal 34,12) y me difamaban, / porque buscaba la bondad (Sal 37,21). -Tú eres mi Padre santísimo, / Rey mío y Dios mío (Sal 43,5) -Ven en mi auxilio, Señor, /Dios de mi salvación (Sal 37,23).
Salmo 6 -Vosotros, todos los que pasáis por el camino, / mirad y ved si hay dolor como mi dolor (Lam 1,12). -Porque muchos perros me acorralaron; / me cercó la reunión de los malhechores (Sal 21,17). -Y ellos me miraron y contemplaron, / se dividieron mis vestidos y echaron a suerte mi túnica (Sal 21,18 - 19). -Taladraron mis manos y mis pies / y contaron todos mis huesos (Sal 21,17 - 18). -Abrieron su boca contra mí / como león que atrapa y ruge (Sal 21,14). -derramado estoy como el agua, / y mis huesos todos están dislocados (Sal 21,15). -Y mi corazón se parece a cera derretida / en medio de mis entrañas (Sal 21,15). -Como una teja se secó mi fuerza, / y mi lengua se me pegó al paladar (Sal 21,16). -Y para comer me dieron hiel, / y en mi sed me dieron vinagre (Sal 68,22). -Y me llevaron al polvo de la muerte (cf. Sal 21,16) / y aumentaron el dolor de mis llagas (Sal 68,27). -Me dormí y desperté (Sal 3,6), / y mi Padre santísimo me acogió con gloria (cf. Sal 72,24). -Padre santo, sostuviste mi mano derecha y me guiaste según tu voluntad / y me acogiste en gloria (Sal 72,24). -¿Qué hay para mí en el cielo?; / y fuera de ti, ¿qué he querido en la tierra? (Sal 72,25); -Mirad, mirad que yo soy Dios, dice el Señor; / seré exaltado entre las gentes, seré exaltado en la tierra (cf. Sal 45,11). -Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc 1,68), que redimió las almas de sus siervos con su propia sangre santísima / y no abandonará a nadie que espere en El (Sal 33,23). -Y sabemos que viene, / que vendrá a establecer la justicia (cf. Sal 9~,13).
Salmo 7 -Aplaudid todas las gentes, / aclamad a Dios con voz de júbilo (Sal 46,2). -Pues el Señor es excelso, / terrible, Rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3). -Porque el santísimo Padre de los cielos, nuestro Rey antes de los siglos, / envió de lo alto a su amado Hijo y realizó la salvación en medio de la tierra (Sal 73,12). -Alégrense los cielos y goce la tierra, conmuévase el mar y cuanto lo llena; / se alegrarán los campos y cuanto hay en ellos (Sal 95,11 - 12). -Cantadle un cántico nuevo, / cantad al Señor toda la tierra (Sal 95,1). -Porque grande es el Señor y en gran manera loable, / es temible sobre todos los dioses (Sal 95,4). -Tierras de los gentiles, ofrendad al Señor; ofrendad al Señor gloria y honor, / ofrendad gloria al nombre del Señor (Sal 95,7 - 8). -Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz / y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (cf. Lc 14,27; l Pe 2,21). -Tiemble la tierra entera en su presencia; / decid entre las gentes que el Señor reinó desde el madero (Sal 95,9 - 10).
Hasta aquí se recita diariamente desde el Viernes Santo hasta la fiesta de la Ascensión. En la fiesta de la Ascensión se añaden los versículos siguientes: -Y subió a los cielos y está sentado a la derecha del santísimo Padre en los cielos; álzate sobre los cielos, ¡oh Dios!, / y tu gloria sobre toda la tierra (Sal 56,12). -Y sabemos que viene, / que vendrá a establecer la justicia (cf. Sal 95,13). -Téngase en cuenta que este salmo se recita a diario de la misma forma desde la ascensión al Adviento del Señor; es decir, Aplaudid, con los versículos señalados, diciendo el Gloria al Padre al fin del salmo, o sea, al terminar las palabras que vendrá a establecer la justicia.
Adviértase también que los salmos indicados anteriormente se dicen desde el Viernes santo al domingo de Resurrección. También desde la octava de Pentecostés al Adviento del Señor y desde la octava de la Epifanía hasta el domingo de Resurrección, excepto los domingos y fiestas principales, en que no se recitan; los demás días, en cambio, se recitan siempre.
Salmo 8 -¡Oh Dios!, ven en mi auxilio; / Señor, date prisa en socorrerme. -Sean confundidos y avergonzados / los que buscan mi vida. -Retrocedan y cúbranse de ignominia / los que me quieren mal. Retrocedan en seguida sonrojados / los que me gritan: ¡Ah, ah! -Que se alegren y regocijen en ti todos los que te buscan / y digan siempre los que aman tu salvación: Engrandecido sea el Señor. -Yo soy necesitado y pobre; / ayúdame, ¡oh Dios! -Mi auxilio y libertador eres tú; / Señor, no te retardes (Sal 69,2 - 6).
Salmo 9 -Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas (Sal 97,1). -Han sacrificado a su amado Hijo, su diestra y su santo brazo (Sal 97,1). -El Señor ha dado a conocer su salvación, / ha mostrado ante las gentes su justicia (Sal 97,2). -En aquel día envió el Señor su misericordia, / y en la noche su canto (Sal 41,9). -Este es el día que hizo el Señor; / alegrémonos y gocémonos en él (Sal 117,24). -Bendito el que viene en el nombre del Señor; / Dios es Señor y nos ha iluminado (Sal 117,26 - 27). -Alégrense los cielos y goce la tierra, conmuévase el mar y cuanto lo llena; / se alegrarán los campos y cuanto hay en ellos (Sal 95,11 - 12). -Tierras de los gentiles, ofrendad al Señor; ofrendad al Señor gloria y honor, / ofrendad al Señor la gloria debida a su nombre (Sal 95,7 - 8).
Hasta aquí se recita diariamente desde el domingo de Resurrección hasta la fiesta de la Ascensión, en cada una de las horas, exceptuadas las vísperas, las completas y prima. En la noche de la Ascensión se añaden los siguientes versículos:
-Reinos de la tierra, cantad a Dios, / salmodiad al Señor (Sal 67,33). -Salmodiad a Dios, que asciende sobre el cielo de los cielos / hacia el oriente (Sal 67,33 - 34). -Mirad que hará oír su voz potente; dad gloria a Dios por Israel, / su grandeza y su poder están sobre las nubes. -Admirable es Dios en sus santos; / el Dios de Israel dará poder y fortaleza a su pueblo; bendito sea Dios (Sal 76,36). Gloria.
Téngase en cuenta que este salmo se recita diariamente desde la Ascensión del Señor hasta la octava de Pentecostés, con los versículos indicados en maitines, tercia, sexta y nona, diciendo Gloria al terminar bendito sea Dios y no en otro lugar. -Adviértase también que se dice de la misma forma sólo en maitines de los domingos y principales fiestas desde la octava de Pentecostés hasta el Adviento del Señor y desde la octava de Epifanía hasta el Jueves santo, pues en ese día comió el Señor la pascua con sus discípulos; o, si se quiere, se puede decir otro salmo en maitines o en vísperas; por ejemplo: Te ensalzaré, Señor, etc. (Sal 29), como se encuentra en el salterio; y esto desde el domingo de resurrección hasta la fiesta de la Ascensión únicamente.
Salmo: Ten piedad de mí, ¡Oh Dios! (como anteriormente: Salmo 3).
-Salmo: Cantad al Señor !como anteriormente: Salmo 9).
-Salmo: Aplaudid todas las gentes (como anteriormente: Salmo 7).
Siguen otros salmos, que también compuso nuestro beatísimo padre Francisco, los cuales se dicen, en lugar de los salmos anteriormente indicados de la pasión del Señor, en los domingos y principales fiestas, desde la octava de Pentecostés hasta el Adviento, y desde la octava de Epifanía hasta el Jueves santo; anótese que han de decirse en ese día, porque es la pascua del Señor.
-Salmo: ¡Oh Dios!, ven en mi auxilio (cf: salterio: Salmo 8).
-Salmo: Cantad al Señor (como anteriormente: salmo 9).
-Salmo: Ten piedad de mí, ¡oh Dios! (como anteriormente: Salmo 3).
Salmo 10 -Toda la tierra, aclamad al Señor, cantad salmos a su nombre, / dadle gloria y alabanza (Sal 65,1 - 2). -Decid a Dios: "¡Qué terribles son tus obras, Señor; / tus enemigos quedarán desmentidos ante la grandeza de tu poder" (Sal 65,3). -Que toda la tierra te adore y te cante / y diga salmos a tu nombre (Sal 65,4). -Venid, escuchad, y os contaré a todos los que teméis a Dios / cuánto ha hecho por mi alma (Sal 65,16). -Mi boca gritó a El, / y lo exaltó mi lengua (Sal 65,17). -Y escuchó mi voz desde su santo templo, / y mi clamor llegó a su presencia (Sal 17,7). -Bendecid, gentes, a nuestro Señor / y haced oír la voz de su alabanza (Sal 65,8). -Y en El serán benditas todas las tribus de la tierra, / todas las naciones lo engrandecerán (Sal 71,17). -Bendito el Señor, Dios de Israel (Lc 1,68); / El solo hace grandes maravillas (Sal 71,18). -Y eternamente bendito el nombre de su majestad; / toda la tierra se llenará de su gloria. Amén. Amén (Sal 71,19).
Salmo 11 -Que te escuche el Señor el día de la tribulación, / el nombre del Dios de Jacob te proteja (Sal 19,2). -Que te auxilie desde su santuario, / que desde Sión te defienda (Sal 19,3). -Que se acuerde de todos tus sacrificios, / que le sea grato tu holocausto (Sal 19,4). -Que te conceda lo que tu corazón desea / y que confirme todos tus planes (Sal 19,5). -Nos alegraremos en tu salvación / y en el nombre del Señor Dios nuestro seremos engrandecidos (Sal 19,6). -Que el Señor cumpla todos tus deseos; ahora sé que el Señor envió a Jesucristo su Hijo (cf: Jn 4,9; Sal 19,7), / y juzgará a los pueblos con justicia (Sal 9,9). -El Señor se ha constituido en refugio para el pobre, ayudador en las necesidades, en la tribulación; / que esperen en ti los que conocieron tu nombre (Sal 9,10 - 11). -Bendito el Señor mi Dios (Sal 143,1), porque se ha convertido en mi asilo y mi refugio / en el día de mi tribulación (Sal 58,17). -Ayudador mío, te cantaré, porque, ¡oh Dios!, eres mi asilo, / Dios mío, misericordia mía (Sal 58,18).
Salmo 12 -En ti, Señor, esperé, no quede confundido para siempre; / líbrame y sálvame por tu justicia (Sal 70,1 - 2). -Inclina a mí tu oído / y sálvame (Sal 70,2). -Sé para mí un Dios protector y lugar de refugio / para que me salves (Sal 70,3). -Porque tú eres, Señor, mi paciencia; / mi esperanza, Señor, desde mi juventud (Sal 70,5). -Desde el seno materno encontré en ti mi apoyo, tú eres mi protector desde el vientre de mi madre; l para ti siempre mi canto (Sal 70,6). -Que se me llene la boca de alabanza para cantar tu gloria, / tu grandeza todo el día (Sal 70,8). -Escúchame, Señor, porque tu misericordia es benigna; / mírame según la multitud de tus misericordias (Sal 68,17). -No apartes tu rostro de tu siervo; / porque estoy atribulado, escúchame en seguida (Sal 68,18). -Bendito el Señor mi Dios (Sal 143,1), porque se ha convertido en mi asilo y refugio / en el día de mi tribulación (Sal 58,17). -Ayudador mío, te cantaré, porque, ¡oh Dios!, eres mi asilo, Dios mío, misericordia mía (Sal 58,18).
-Salmo: Aplaudid todas las gentes (como anteriormente: Salmo 7).
Siguen otros salmos, dispuestos también por nuestro beatísimo padre Francisco, los cuales se dicen, en lugar de los indicados anteriormente de la pasión del Señor, desde el Adviento del Señor hasta la vigilia de Navidad únicamente.
Salmo 13 -¿Hasta cuándo, por fin, me olvidarás, Señor? / ¿Hasta cuándo apartarás tu rostro de mí? (Sal 12,1). -¿Hasta cuándo estaré cavilando en mi alma / y durante el día tendré dolor en mi corazón? (Sal 12,2). -¿Hasta cuándo se me sobrepondrá el enemigo? / Mira y óyeme, Señor, Dios mío (Sal 12,4). -Da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, / para que no diga mi enemigo: Le he vencido (Sal 12,4). -Los que me atribulan se gozarán si caigo; / pero yo espero en tu misericordia (Sal 12,5). -Mi corazón saltará de gozo en tu socorro; cantaré al Señor, que me hizo bien, / y salmodiaré al nombre del Señor altísimo (Sal 12,6).
Salmo 14 -Te alabaré, Señor, Padre santísimo, Rey del cielo y de la tierra, / porque me has consolado (Is 12,1; cf. Mt 11,25). -Tú eres mi Dios salvador; / actuaré con confianza y no temeré ( Is 12,2). -El Señor es mi fuerza y mi alabanza / y se ha hecho mi salvación (Sal 117,14). -Tu diestra, Señor, se ha engrandecido de poder; tu diestra, Señor, ha herido al enemigo, / y has abatido con el poder de tu gloria a mis enemigos (Ex 15,6 - 7). -Que lo vean los pobres y se alegren; / buscad a Dios, y vivirá vuestra alma (Sal 68,33). -Que el cielo y la tierra lo alaben, / el mar y cuanto en ellos se mueve (Sal 68,35). -Porque Dios salvará a Sión / y se reedificarán las ciudades de Judá (Sal 68,36). -Y habitarán allí / y la adquirirán en herencia (Sal 68,36). -Y el linaje de sus siervos la poseerá / y los que aman su nombre habitarán en ella (Sal 68,37).
-Salmo: Ten piedad de mí, ¡Oh Dios! (como anteriormente: Salmo 3).
-Salmo: Toda la tierra (como anteriormente: Salmo 10).
-Salmo: Que te escuche el Señor (como anteriormente: Salmo 11).
-Salmo: En ti, Señor, esperé (como anteriormente: Salmo 12).
-Salmo: Aplaudid todas las gentes (como anteriormente. Salmo 7). -Téngase en cuenta que no se recita el salmo entero, sino hasta el versículo Tiemble la tierra entera; pero se dice todo el versículo Tomad vuestros cuerpos. Al fin del cual se dice el Gloria al Padre. Así se recita en las vísperas de todos los días desde el Adviento hasta la vigilia de Navidad.
Salmo 15 -Glorificad al Dios, nuestra ayuda (Sal 80,2); /cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, con voz de alegría (cf. Sal 46,2). -Porque el Señor es excelso, /terrible, rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3). -Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos (Sal 73,12), envió a su amado Hijo de lo alto, / y nació de la bienaventurada Virgen María. -El me invocó: "Tú eres mi Padre"; / y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra (Sal 88,27-28). -En aquél día que hizo el Señor; /alegrémonos y gocémonos en él (Sal 117,24) -En aquél día, el Señor Dios envió su misericordia, / y en la noche su canto (Sal 41, 9). -Este es el día que hizo el Señor; / alegrémonos y exultemos en él (Sal 117 94). -Porque se nos ha dado un niños santísimo amado y nació por nosotros (Is 9,5) fuera de cada y fue colocado en un pesebre, / porque no había sitio en la posada (cf Lc 2,7). -Gloria al Señor en las alturas, / y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad (cf Lc 2,14). -Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuévase el mar y cuánto lo llena, / se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos. -Cantadle un cántico nuevo, / cante al Señor toda la tierra. -Porque grande es el Señor y muy digno de alabanza, terrible sobre todos los dioses (Sal 95,4). -Tierras de los gentiles, ofrendad al Señor; ofrendad al Señor gloria y honor, / ofrendad al Señor la gloria debida a su nombre (Sal 95,7 - 8). -Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz / y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (Rom 12,1; Lc 14,27; 1 Pe 2,12)
Téngase en cuenta que este salmo se recita en todas las horas desde la Navidad del Señor hasta la octava de la Epifanía. Si alguno quiere recitar este oficio del bienaventurado Francisco, dígalo en la forma siguiente: dirá primero el Padre nuestro con las alabanzas: Santo, santo, santo. Acabadas las alabanzas con la oración, tal como se indica más arriba, comiéncese la antífona: Santa Virgen María, con el salmo señalado para cada hora del día y de la noche. Y dígase con gran reverencia.
¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen convertida en templo, y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por El con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien! ¡Salve, palacio de Dios! Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios! ¡Salve también todas vosotras, santas virtudes, que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo sois infundidas en los corazones de los fieles para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!
¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez! -¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad! ¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia! -¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis! -Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda poseer a una de vosotras si antes no muere. Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas. Y quien ofende a una, ninguna posee y a todas ofende (cf. Sant 2,1). Y cada una confunde los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus astucias. -La pura santa simplicidad confunde toda la sabiduría de este mundo (cf. lCor 2,6) y la sabiduría del cuerpo. -La santa pobreza confunde la codicia, y la avaricia y las preocupaciones de este siglo. -La santa humildad confunde la soberbia y a todos los mundanos, y todo lo mundano. -La santa caridad confunde todas las tentaciones diabólicas y carnales y todos los temores carnales.
El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia, en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo.
Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que oraba y decía así sencillamente: Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Después de esto, el Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrase con algunos probrecillos sacerdotes de este siglo, en las parroquias en que habitan no quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros.
Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos. Y los santísimos nombres y sus palabras escritas, donde los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos, y ruego que se recojan y se coloquen en lugar decoroso. Y también a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y tener en veneración, como a quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6,64).
Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa me lo confirmó.
Y los que venían a tomar esta vida, daban a los pobres todo lo que podían tener (Job 1,3), y se contentaban con una túnica, remendada por dentro y por fuera; con el cordón y los calzones. Y no queríamos tener más. El oficio lo decíamos los clérigos al modo de los otros clérigos, y los laicos decían padrenuestros; y bien gustosamente permanecíamos en iglesias. Y éramos indoctos y estábamos sometidos a todos.
Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en algún oficio compatible con la decencia. Los que no lo saben, que lo aprendan, no por la codicia de recibir la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad. Y cuando no nos den la paga del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz.
Guárdense los hermanos de recibir en absoluto iglesias, moradas pobrecillas, ni nada de lo que se construye para ellos, si no son como conviene a la santa pobreza que prometimos en la Regla, hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos (cf. Gén 23,4; Sal 38,13; lPe 2,11).
Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, estén donde estén, no se atrevan a pedir en la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, si en algún lugar no son recibidos, márchense a otra tierra a hacer penitencia con la bendición de Dios.
Y quiero firmemente obedecer al ministro general de esta fraternidad y al guardián que le plazca darme. Y de tal modo quiero estar cautivo en sus manos, que no pueda ir o hacer fuera de la obediencia y de su voluntad, porque es mi señor. Y, aunque soy simple y enfermo, quiero, sin embargo, tener siempre un clérigo que me recite el oficio como se contiene en la Regla. Y todos los otros hermanos estén obligados a obedecer de este modo a sus guardianes y a cumplir con el oficio según la Regla.
Y a los que se descubra que no cumplen con el oficio según la Regla y quieren variarlo de otro modo, o que no son católicos, todos los hermanos, sea donde sea, estén obligados por obediencia, dondequiera que hallen a uno de éstos, de presentarlo al custodio más cercano al lugar donde lo descubran. Y el custodio esté firmemente obligado por obediencia, a custodiarlo fuertemente, como a hombre en prisión día y noche, de manera que no pueda ser arrebatado de sus mallos hasta que en propia persona lo consigne en manos de su ministro. Y el ministro esté firmemente obligado, por obediencia, a remitirlo por medio de tales hermanos, que lo custodien día y noche como a hombre en prisión, hasta que lo lleven a la presencia del señor de Ostia, que es el señor, protector y corrector de toda la fraternidad.
Y no digan los hermanos: Esta es otra Regla; porque ésta es una recordación, amonestación y exhortación, y es mi testamento, que yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, os hago a vosotros, mis benditos hermanos, por esto, para que mejor guardemos católicamente la Regla que prometimos al Señor.
Y el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados, por obediencia, a no añadir ni quiten nada en estas palabras. Y tengan siempre consigo este escrito junto a la Regla. Y en todos los Capítulos que celebran, cuando leen la Regla, lean también estas palabras. Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras, diciendo: Esto quieren dar a entender; sino que así como me dio el Señor decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, del mismo modo las entendáis sencillamente y sin glosa, y las guardéis con obras santas hasta el fin.
Y todo el que guarde estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo el hermano Francisco, vuestro pequeñuelo siervo, os confirmo cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.
Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Religión y a los que han de venir hasta la consumación del siglo.
Como, a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con fuerzas para hablar, declaro brevemente a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras:
Que en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mutuamente, que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza y la guarden, y que vivan siempre fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia.
Escribe tal como te dicto:
El primer hermano que me dio el Señor fue el hermano Bernardo,
y también el primero que comenzó
y cumplió perfectísimamente la norma de perfección del santo Evangelio,
distribuyendo todos sus bienes a los pobres.
Y por este motivo y por otras muchas prerrogativas,
me siento obligado a amarlo más que a ningún otro hermano de toda la Religión.
Y así, quiero y mando, en la medida que puedo,
que sea quien sea el ministro general, le ame y venere como a mí mismo,
y también los otros ministros provinciales y los hermanos de toda la Religión
mírenlo como si se tratara de mí.